“CE N’EST PAS UNE VILLE”. DOCENCIA DE LAS PRÁCTICAS ARTÍSTICAS FRENTE AL MURO DEL PROCOMÚN, LA CIUDAD INSTRUMENTALIZADA Y EL ARTE DESMEMORIADO. RESUMEN PALABRAS CLAVE: procomún, docencia, arte urbano, murales urbanos, entorno urbano. INTRODUCCIÓN: Santiago Morilla El presente artículo aborda cómo desde la experiencia y práctica docente se puede mediar el conocimiento y la creación del un nuevo arte urbano que considere el concepto del procomún desde el contexto de la ciudad híbrida actual. Ahonda en la reflexión y superación de los actuales imaginarios dominantes del arte urbano, considerando su actual status de muralismo urbano, hacia una nueva agencia de las representaciones del procomún, desde el arte como constructor de sentido social en el espacio. Se presenta un análisis basado en la experiencia de casi veinte años de vinculación a la práctica artística de manera profesional, y más de cinco a la docencia, en asignaturas asociadas tanto a la teoría como a la práctica y producción artística en el contexto del espacio público. Una docencia que, desde la perspectiva de conocimiento y práctica específica, se ha centrado en la investigación, metodología y crítica de las prácticas y procesos relativos a los distintos formatos artísticos de entender dicho contexto. En este artículo se tratará de volcar unas reflexiones personales al respecto de dicha docencia, en el desarrollo de las prácticas y las controversias surgidas en las aulas y, en general, gracias al compromiso y la transmisión de conocimiento y vivencias que –a menudo– en ellas se produce. Antes de continuar, es necesario puntualizar cómo puede entenderse la docencia desde la figura del profesor-mediador: La verdad que atesora el docente respecto a los contenidos teórico/prácticos que imparte, es, a mi parecer, necesariamente parcial, esto es, debe de encontrarse siempre en actualización y recontextualización. El docente, eso sí, tiene necesariamente más experiencia en el campo de conocimiento específico (relación teoría/experiencia) sobre los temas que imparte. Pero no posee la verdad absoluta, porque dicha verdad es un proceso, una actitud, y no puede ser una posición de poder que se conquiste profesionalmente, se otorgue académicamente, o se legitime mercantilmente. Es bueno que el profesor no ofrezca el conocimiento terminado (o enlatado), porque el aprendizaje académico es el resultado de un complejo proceso relacional donde la expectativa hacia su figura le coloca como dinamizador en la 21 transmisión epistemológica en grupo. No sería –pues– suficiente dominar el saber teórico/práctico objeto de estudio, sino que encontraría necesario colocarse en el papel de mediador, para trascender –así– la mera transmisión de conocimiento. El profesor-mediador ofrece estrategias y estímulos para provocar el proceso de la construcción del conocimiento, desde la teoría y desde la práctica. Como apuntan autores como Savery y Dufy (1996), que, a su vez, han combinado los planteamientos constructivistas del aprendizaje académico de Vigotsky (1987), la correa de transmisión de dicho aprendizaje sucede como: 1) resultado de las interacciones con el contexto; 2) estímulo frente a los conflictos cognitivos; y 3) puesta en común (como forma de poner a prueba) las representaciones propias frente a las de los demás. Se entiende que el profesor-mediador intenta crear las mejores condiciones del aprendizaje y transmisión de contenidos, pero a sabiendas de que el sentido y el significado que el alumno construye a partir de estas condiciones, no reside plena y exclusivamente en el material del aprendizaje, ni en su diseño. Porque también el alumno llega al aula con una predisposición cognitiva, emocional y académica determinada. Prejuicios y carencias, ilusiones y representaciones propias que ha de compartir y contrastar con los demás en el ámbito del aula. La construcción de significados, y la atribución de sentido, es un proceso que ha de darse en grupo, solidariamente, y que depende en gran parte de las generosas interacciones entre personas, contenidos y objetivos de aprendizaje. Se considera que, para que el alumno pueda tener la capacidad futura de criticar, modificar y crear esquemas de conocimiento y producción de obra específica en el contexto del espacio público, es necesario que –ya desde las aulas– se inicie el proceso de diálogo y contacto con el tejido cultural real de la ciudad y la de comunidad artística. Esto implica configurar el aula como un espacio que, aunque tiene su peso contextual ya definido, es usado como enlace y potenciador del intercambio y del encuentro con el espacio exterior. Porque el alumno tiene que salir necesariamente de las aulas para volver a ellas, como un lugar donde se admite el debate y se espera la puesta en común de sus procesos de pensamiento, además de la presentación y defensa de su producción artística. Es papel del profesor- mediador el construir ese espacio transversal en el aula, donde considerar la interacción “dentro- fuera”. Los conflictos cognitivos frente a la construcción y producción de lo público que consideran al artista (y alumno) también desde su papel como ciudadano, son elementos indisociables en la teoría y práctica artística, y son el motivo de este artículo. Serán el desarrollo argumental del mismo, en base a cuatro ejes conceptuales: (1) el espacio procomún; (2) los procomunes del entorno urbano; (3) el imaginario del arte urbano; (4) desde el aula hacia un nuevo arte urbano. 22 El término “procomún” (también conocido por bien comunal) es una llave terminológica útil para la docencia de las prácticas artísticas que nos ocupan, cercano al concepto de “esfera pública” que han defendido autores como Jürgen Habermas, Richard Sennett y Rosalyn Deutsche. El procomún serían todos aquellos bienes, factores productivos o recursos, procesos o cosas (ya sean materiales o intangibles) que comprenden desde bienes públicos de carácter físico (como el aire, el agua, el alimento, etc.) o abstracto (como la defensa nacional, la educación, el acceso a la información etc.) cuya posesión, negociación y derechos de explotación pertenecen a una comunidad determinada. A menudo puede pasarse por alto que la materia prima y el contexto al que apelamos desde esta práctica artística tiene la naturaleza dinámica y compartida del bien comunal. Trabajamos en/por/para/sobre/con el espacio procomún, donde nos expresamos y encontramos, pero que está sujeto a reglas, y donde hay límites y muros que se construyen mediante convenios y consensos. Pero, ¿qué es realmente el espacio procomún? Como recuerda Lafuente (2007), es un nuevo término que pone nombre a un concepto muy antiguo. Es un espacio conformado de bienes que nos pertenecen a todos y que en su conjunto forma una comunidad de recursos, que debemos proteger y gestionar activamente entre todos. En el término subyace la noción de propiedad (los bienes comunes -los commons-) pero también –y más importante- la noción de comunidad, desde la que podemos valorar las capacidades de entendimiento y dinamización de la producción cultural. Recordemos que un espacio procomún puede ser la calle, pero también Internet. En ambos espacios podemos hacer “mucho”, pero no “todo”. Son espacios que usamos, pero no nos pertenecen. Como el dinero, que pasa por nuestras manos sin pertenecernos nunca. La calle es un bien y un espacio procomún que simboliza conceptos que provocan y corporizan acciones. La calle construye y ampara capacidades en/para el colectivo humano, pero cuya circulación se regula constantemente. Y es que los bienes comunes son sostenidos por colectivos humanos que se ponen de acuerdo sobre qué es para todos, hasta dónde, hasta cuándo y de qué manera. En este sentido, Lafuente continúa la teoría de los tres entornos de Javier Echeverría (1999), que –recordemos– inscribe lo humano en una constelación de entornos (natural, urbano y tecnológico) que conforman un sistema social al que tenemos que aprender a adaptarnos, y los aumenta a cuatro entornos, con la incorporación del cuerpo. Una última frontera en negociación, la corporal, que es en realidad un agente imprescindible como sensor estratégico de las contingencias sociales, donde también se defienden bienes comunes que garanticen el sostenimiento y el equilibro de la libertad y la dignidad. Los procomunes del cuerpo estarían también sujetos a revisión, como evidencia el hecho de que la idea de que cada uno es dueño/a de su cuerpo es muy reciente históricamente. Para Lafuente (2007) los procomunes existen en permanente negociación entre los cuatro entornos: Los procomunes del entorno corporal (vinculados a EL ESPACIO PROCOMÚN 23 la sensibilidad y la corporalidad, ¿hasta dónde nos pertenecen los datos clínicos, el genoma, los embriones, tejidos u órganos?); los procomunes de la naturaleza o medioambiente (vinculados a la biosfera y geosfera, ¿cuánto es posible la fragmentación, modularización, mercantilización y privatización de la naturaleza y sus recursos finitos?); los procomunes del entorno digital (vinculados al código y estructuras, ¿han de ser los lenguajes computacionales abiertos, y las infraestructuras de las tecnologías de las información y comunicación, privadas o públicas?); y finalmente los procomunes de la ciudad, a los que prestaremos atención más detallada en el siguiente apartado. Huelga decir que los cuatro entornos y sus procomunes están necesariamente interrelacionados, pues la definición y marco de acción de uno afecta a los otros tres, de forma solidaria. La interrelación de los procomunes conecta problemáticas personales, sociales, políticas y ecológicas del mundo y nos acerca al concepto de “ecosofía” de Guattari (1996). Un concepto entendido como una articulación ético-política entre los registros ecológicos del medio ambiente, las relaciones sociales y las subjetividad humana o ecología mental. Registros interconectados desde los que llevar a cabo prácticas encaminadas a modificar los comportamientos en colectividad, partiendo desde lo más micro (relaciones moleculares) hasta escalas macro (formas de convivencia y trabajo) de reconstrucción institucional. En todo este baile de interrelaciones se activan cuestiones sociales, culturales y políticas, que se mueven entre las ideas de control exclusivo (monopolio) y el equilibrio dentro de un sistema económico basado en el procomún colaborativo. Un debate sobre qué modelo de cuerpo, ciudad, planeta y red queremos, y que desde la producción cultural y artística tiene mucho que ver con cambiar el eje desde el individualismo del artista, y la propiedad de su obra, hacia una sociedad de bienes compartidos, que propicie la discusión y la obra colaborativa. 24 LOS PROCOMUNES DEL ENTORNO URBANO [F:01] Vivir en un entorno urbano, desde una aldea hasta una megalópolis, es la manera de no-adaptarse al entorno más natural del ser humano. Como ya mencionó Ortega y Gasset (1965), el hombre adapta la naturaleza a sus necesidades, creando “una circunstancia nueva más favorable”. Una materialización evidente de esta “sobrenaturaleza” sería la ciudad, donde el hombre escala las diferentes formas de vida social y proyecta su futuro. Pero, la ciudad no es tan solo el urbanismo, las infraestructuras de calles y casas, sino que posee una dimensión simbólica –tan propia del humano- que se constituye con los flujos de personas, mercancías, ideas, imágenes y acciones que recorren las redes de la vida en comunidad. Según Delgado (2006) merece la pena diferenciar el concepto “ciudad” del concepto “urbano”, donde la “ciudad” sería el escenario estructural y lo “urbano” sería el escenario interrelacional de las sociabilidades, pactos y vínculos que proliferan y se conectan entre sí hasta el infinito. Y es que dentro de la ciudad se produce significación y conocimiento. Ocurren fiestas, huelgas, revueltas, leyes, expresiones y otros bienes intangibles que se desarrollan en el tiempo y que nos pertenecen a todos, en régimen de negociación dinámica. Pero, ¿podemos privatizar una expresión? ¿Y un símbolo? La respuesta es directa y automática, aunque quede siempre en negociación contextual. A día de hoy la expresión en un muro sí podría ser privatizada. Pero al mismo tiempo, muros y expresiones nos pertenecen a todos, en su disfrute estético y en su dimensión simbólica. Lo importante en la negociación de las respuestas es que pueden ser modificadas, porque la ciudad es un campo de batalla real y simbólico que se construye con las interacciones, entre la gente y sus ideas (además de las interacciones entre humanos y no humanos) a lo largo de la Historia. Porque hubo un tiempo en que los niños jugaban en la calle hasta que la calle cedió protagonismo absoluto a la movilidad del automóvil, la producción y la rentabilidad, la inseguridad y la especulación del negocio de la construcción, algo que ya vaticinó en su momento Jane Jacobs (2011). Los niños quedaron recluidos en el ámbito doméstico abrazando el incipiente audiovisual, hasta la emergencia de los parques públicos y otros espacios de socialización. Las conquistas antropológicas y expresivas del entorno público, de la que el graffiti norteamericano de finales de los años 70 es un claro ejemplo, reclaman poco a poco una recuperación del vínculo con el territorio urbano. La fortaleza de ese vínculo se basa en la afectividad, en los estímulos y construcciones que podamos establecer entre personas, cosas y acciones. Al respecto, hay que decir que hoy en día las nuevas generaciones no ocupan las plazas de la manera que lo hacían antaño, hoy tenemos nuevos hábitos espaciales donde se cruzan todos los entornos. Hábitos a los que hay que prestar atención en su contexto adecuado. Para que la ciudad se encamine hacia donde queremos imaginarla en un futuro, hay que considerarla como 25 un espacio cuyos bienes quedan construidos entre todos. Se trata de un proceso dialéctico que implica sensibilización, imaginación, formalización, puesta en común y negociación de los modelos que cada uno tenemos en la cabeza. Porque la ciudad es gestionada y definida por todos constantemente, no sólo por legisladores y representantes políticos, y ahí reside el respeto y la responsabilidad creativa de la capacidad común (Rancière, 2006). La ciudad no puede ser escenario del proceso de despolitización y oligarquización de las formas de gobernar actuales. Para Rancière la ciudad actual está extensamente contagiada por un “materialismo vulgar”, fruto del individualismo nihilista que se expresa políticamente bajo el análisis “contable” del imperio de la “democracia de mercado”. El uso del procomún del entorno urbano cumplía los inmediatos deseos individuales (no comunales) motores de la actual economía de mercado. Pero la ciudad puede ser mucho más… Puede trascender la frontera del modelo actual. Una ciudad, que si no está hecha, habrá que imaginarla. Habrá que producirla. Porque si sentimos que el suelo bajo nuestros pies se está comprimiendo, habrá que dilatarlo. Si se está privatizando el aire, habrá que hackearlo para todos. Si necesitamos una pizarra en la vía pública, habrá que instalarla. Y si necesitamos un parque, habrá que sembrarlo y cuidarlo. Porque ocurre, a menudo, que una vez formalizada una posibilidad (gracias a la sensibilización, imaginación y compromiso ajeno) podemos ya negociar sobre algo en la dimensión de lo posible. Recordemos que los parques infantiles y los parques públicos dentro de las grandes ciudades no existían hasta hace relativamente poco1 , eran mayoritariamente de uso privado, y su creación vino precedida de un intenso debate público. Sin embargo, ahora la OMS establece un límite mínimo para calidad de vida en 9 m2/habitante. En este sentido, recordemos, existe una práctica artística que piensa y produce ciudad, y que nace de una atmósfera crítica con el propio modelo cultural y simbólico, dimensionando la creación procomunal. Dialoga creativamente –digámoslo así– con el bien patrimonial, que define sus límites creativos, jurídica y técnicamente, tanto en la práctica legal como en la alegal e ilegal. 26 Tengamos en cuenta que el patrimonio también define sus límites en la forma de apropiación del procomún, a menudo de forma abusiva, para convertirlo en simple recurso. No siempre actúa para preservar el bien común, sino que decide –no lo olvidemos- en base a consensos en mesas de negociación en las que no siempre quedan representados todos los intereses. Ahí está el quid de la cuestión: la ciudad puede ser usada legalmente como un soporte promocional de una ideología oligárquica determinada (publicidad y campañas del poder). Ante esa conciencia y uso político del procomún, una posible respuesta de la comunidad artística podría ser del estilo: "asumo el modelo político actual sin cuestionarlo, uso su marco legal y sus límites espacio-temporales, acatando sus normas conscientemente”. Esta respuesta, lícita y mayoritaria, usa el recurso –llamémosle– urbano como un soporte de exhibición, como una manera de hacerse un dossier de artista (autopromoción), con códigos más o menos crípticos y autorreferenciales. Pero en esta respuesta lo que queda excluido es el marco de negociación del procomún, la consideración de la comunidad, y por consiguiente el cuestionamiento de la propia idea de ciudad. Por el contrario, otra posible respuesta se movería en los límites creativos de la definición del procomún urbano, un marco donde se conocerían las reglas que delimitan la acción, pero con una clara voluntad de subvertirlas y reconfigurarlas. Estamos hablando de ciudadanos, artistas, urbanistas, activistas, colectivos mixtos que trabajan en el entorno urbano y que, tras una pertinente inmersión contextual, aprovechan los vacíos legales para beneficio de la comunidad. No se trata aquí necesariamente de intervenir pictóricamente, de hacer un mural o una pintada, sino de imaginar activamente otra ciudad, de formalizar lo improbable, de hacer visible lo invisible mediante estrategias de activación, participación, empoderamineto y producción colectiva, que podrían dejar a un lado la autoría y firma única. Uno de los ejemplos más notorios a nivel internacional es Santiago Cirugeda2 (gran desconocido por los seguidores del arte urbano) que pasa por aprovechar las normativas vigentes a nivel de ocupación del espacio público. Cirugeda, desde su iniciativa Recetas Urbanas, hace tiempo que constató que lo efímero y temporal son dimensiones relativas en la cultura del ladrillo y la construcción. En el contexto de las ciudades desarrolladas, a menudo se permite la instalación provisional de elementos constructivos, como andamios, cubas, contenedores y otros mobiliarios en el espacio público, que no han sido equipados por la administración, para crear extensiones posibles y soluciones lúdicas y habitacionales en espacios residuales. Existe una mayor tolerancia legal (o, directamente, un vacío) si te alías con los cauces procesuales del sector especulativo de la construcción, cauces que son más ágiles a efectos formales y productivos. Si los vecinos demandan un parque infantil, y este no llega nunca, negado por la burocracia administrativa, ¿por qué no formalizar dicho parque sobre un contenedor de 27 obra? [F:02] Ya sabemos que (aquí actúa en mantra automático del discurso del “materialismo vulgar” y de la “democracia de mercado”) la obra es amiga del político, genera bienestar porque mueve la contratación y genera ingresos. Por tanto, la obra es una construcción muy facilitada por la administración pública, y también normalizada en el espacio por el público. Pero ¿qué es una obra? ¿No estamos olvidando otras demandas de bienestar e, incluso, otro modelo social y productivo?. En ese espacio de indeterminación formal e instrumental se mueve creativamente Recetas Urbanas: su formalización nos habla de la reivindicación creativa del procomún, donde la ciudad no es instrumentalizada como recurso de perpetuación de un modelo opresor de gestión privada y partidista del bien común. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Qué arte para qué urbe? En definitiva, ¿de qué arte urbano hablamos cuando hablamos de arte urbano? Si hacemos una búsqueda en Google y/o en Instagram (las fuentes primordiales del alumnado actual) con el término “arte urbano”, o incluso “street art”, obtendremos unos resultados que reflejan muy acertadamente el imaginario colectivo del arte urbano, es decir, lo que la gente en su mayoría entiende como tal. Encontraremos en su mayoría representaciones pictóricas sobre muro, con un grado de iconicidad alto. Mucha poesía visual al estilo Bansky, representaciones coloristas herederas de la cultura pop, murales realistas de estilo naif, gigantomaquias ilustradas, además de graffitis, trampantojos y guiños perceptivos. Si la misma búsqueda la hacemos en las referencias que traen los alumnos universitarios, los resultados serán ligeramente distintos, incorporando algunas referencias del site-specific y de la pintura en el campo expandido, pero serán esencialmente las mismas. [F:03] ¿Qué lectura podemos hacer de estos resultados de búsqueda? Como fenómeno mediatizado que es, el imaginario imperante del arte urbano se ha olvidado del concepto “arte”, como dinamizador de ideas y sensaciones, y también de la idea de “urbe” como campo de estudio y reflexión. Es decir, se ha olvidado de los dos términos que lo componen. Evidentemente, la muestra de resultados es parcial, y depende en gran medida de nuestras preferencias EL IMAGINARIO DEL ARTE URBANO 28 de navegación y de los filtros semánticos y algorítmicos de la búsqueda efectuada, por lo que no refleja el imaginario con total exactitud. Pero si puede darnos pistas de la tendencia del imaginario del arte urbano como género artístico, asumido ya como categoría y recurso comunicacional de la prensa generalista. Unos resultados que se centran mayoritariamente en el conocido fenómeno del post-graffiti y del nuevo muralismo urbano (también llamado oficial o institucional), y que no hacen referencia a la enorme y nutrida tradición artística que ha interpelado, creado y producido ciudad. Resultados que no enseñan obras que cuestionen claramente el modelo de ciudad o comunidad, sino que se concentran en usar la urbe como un soporte pictórico de difusión y exhibición, a veces con la única intención de promocionar la propia obra (o autor) y virilizarla en el entorno digital. El arte urbano a día de hoy se asocia a los grandes murales urbanos, y su imaginario lo com- ponen aportaciones pictóricas muy vistosas pero que, por lo general, no muestran atención a la dimensión contextual y al entorno donde se ubican. No cuestionan el uso del marco legal y los límites espacio-temporales del propio muro, y por consiguiente, la idea misma de ciudad. Son mayoritariamente producciones murales promocionales, dinamizadas desde festivales, que tienen en cuenta su comunicación en red y su potencial viral. Sin duda, funcionan muy bien en redes sociales, pero con ello, han perdido el contacto con la comunidad específica donde se han producido, la verdadera escala humana del entorno urbano. Desde el aula, a principio de curso, se insiste en las formalizaciones y los procesos de cuestionamiento y construcción que, desde el arte, han apelado al espacio compartido de convivencia y representación: la cueva, la città romana, el foro común, la red urbana y la red digital. Es un ejercicio de memoria de todas aquellas prácticas artísticas de cuestionamiento del entorno urbano y producción de espacio. Formalizaciones que siempre 29 han transcendido el mero soporte urbano como espacio expositivo. Estoy hablando de aquellas prácticas artísticas que pensaban el “con-texto”, la valoración y significación del lugar, su carga simbólica, y los múltiples condicionantes que acompañaban “al texto” (la obra, la idea). Porque la mayoría de las obras listadas en la búsqueda del término arte urbano, no tienen en cuenta ni el emplazamiento, ni el contexto socio-cultural ni simbólico, son meras transferencias pictóricas en espacios públicos. Al respecto, un estudiante de arte o un artista que participase del imaginario dominante podría preguntarse “¿por qué pensar en el contexto, si lo que yo quiero es pintar grande y que se vea mucho?” Frente a este impulso automático, no está de más en el aula poner en valor el contexto como garante de la idea del procomún del entorno urbano. Esta circunstancia conlleva actualizar el término arte urbano, hacia el más acertado término del nuevo muralismo urbano –o new muralism– (Besser, 2010; Caffio, 2015; Abarca, 2016; Lorimer, 2016; Pérez Torres, 2017), a menudo muy cercano y asociado al termino gentrificación y al arte comisionado. Un nuevo muralismo urbano que instrumentaliza el muro como soporte de arte público, amparando grandes representaciones pictóricas de gran formato, que pueden ser consideradas por muchos como decoraciones de los salones públicos, donde se negocia que todo procomún cambie en apariencia, para que todo procomún siga igual. ¿Una cuestión que aborda el artista Mathieu Tremblin en su obra “What is commissionned Street Art the name of?” [F:04], donde el soporte mural sirve irónicamente, de expositor autocrítico público. Se trata de un metalenguaje mural, que se interpela a sí mismo, y que muestra los porcentajes de respuesta al uso institucional de los soportes murales que han sido obtenidos mediante una encuesta de GoogleForm [F.05] realizada en red por el propio artista. 30 El primer objetivo como docente es visibilizar con los alumnos la multiplicidad de estilos y expresiones artísticas que se dan en los cuatro entornos del procomún, haciendo énfasis en el entorno urbano. Objetivo que empuja a revisar y redefinir el término arte urbano en el contexto actual, expandiendo los referentes artísticos que el alumno tiene a principio del curso. No es intencionado mencionar aquí todos y cada uno de los géneros y disciplinas artísticas que se han dado, dan y darán en el cruce entre el término arte contemporáneo y el término arte urbano (baste recordar las derivas psicogeográficas de los situacionistas, el arte relacional, las instalaciones site-specific o community-specific, o las prácticas en el campo expandido de la década de los 70 con sus cruces posibles entre el arte, paisaje y ciudad, el graffiti norteamericano de finales de los años 70, o el post-graffiti, por citar algunos) para delimitar sus diferencias. Se asume que cualquier expresión que se dé en la calle no tiene por qué quedar legitimada automáticamente como arte urbano. Se entiende que las polaridades terminológicas son parciales y se pueden cuestionar en la teoría y en la práctica sin caer en el error de la generalización histórica. El segundo objetivo es atender al entorno urbano como campo de producción permanente en el enunciado de la realización de la obra. Al respecto, son los propios alumnos los que encuentran obras clasificadas como arte urbano que claramente poseen un marcado estilo y contenido urban-pop, after- memphis style, neo-minimal, post-internet, vapor- wave o simplemente ilustración urbana (por citar algunas tendencias recientes). Son ellos los que cuestionan el enorme paraguas terminológico que, salvo excepciones, ampara todo aquello que es producido en la calle sin la calle, para la gente sin la gente. En el contexto académico, pretender defender que los géneros artísticos (corrientes, etiquetas o terminologías siempre en revisión) son tradiciones exentas y estancas del arte, y que no se encuentran influenciadas por aportaciones reflexivas de prácticas artísticas anteriores, es un acto de desconocimiento o de autoafirmación egoísta. Máxime en una cultura globalizada y tecnológicamente híbrida (matero-virtual) en su intermediación perceptiva, y tan sensible a la viralización. Por tanto, es importante que desde las aulas se ponga en valor –y en común– diferentes y paradigmáticos casos de estudio que, dentro del ámbito de la práctica artística como investigación, han dinamizado otras formas de entender y de hacer ciudad. Estos casos han de ser contextualizados social, política y culturalmente en el espacio donde se desarrollaron, sin olvidar el contexto histórico. La práctica artística en estos espacios no puede desmemoriarse ni descontextualizarse, y las estéticas que respondían a otros contextos y otros tiempos, no pueden ofrecerse hoy como propias del arte urbano o del nuevo muralismo urbano. Al presentarse como novedosas (inconscientemente desmemoriadas en su contexto artístico por parte de los propios artistas, o incluso por los medios de comunicación de masas y las redes sociales), puede 31 ocurrir que sean instrumentalizadas y estilizadas políticamente, dentro de un amable contenedor semántico que lo legitime automáticamente, llámese ciudad como soporte o arte urbano como amable género artístico al servicio del blanqueo institucional. Todos los conflictos cognitivos derivados de estas prácticas son bienvenidos, ya sean como material de trabajo ajeno o –mejor– como propio. Lo interesante es que se produzcan como resultado de las interacciones teórico-prácticas con el contexto del entorno urbano (en relación con los otros tres) y con el imaginario del arte urbano en debate y en permanente puesta en común. Está en juego nuestro cuerpo, la ciudad, nuestro mundo. ¿Podría la obra de Santiago Cirugeda –antes citada– ser considerada arte urbano? Predeterminados por el automatismo de clasificación del imaginario “arte urbano” podríamos perfectamente decir: no, porque no es un artista urbano, además, no hace murales. Sin embargo, lo que Cirugeda hace es interpelar la urbe directamente, en su dimensión estética, política, simbólica, buscando su propios límites de acción e interrelación con la comunidad, y considerando la actualización en la negociación del concepto de procomún. Bien. Lo importante aquí, de nuevo, y como ya hemos mencionado, es que las respuestas pueden ser modificadas en función de lo que queramos considerar como producción de sentido y conocimiento. Si pensamos que todo arte urbano ha de seguir estando legitimado por su histórico acto fundacional (el graffiti) o que todo arte urbano ha de ser ilegal y eminentemente representacional, pictórico y/o mural, entonces irremediablemente estamos hablando de un modelo de ciudad anclado en otro contexto histórico, como mero soporte monocorde y recurso expositor. Un concepto de ciudad que se aleja de nuestra actual coyuntura histórica, que apunta hacia una integración de los cuatro entornos (anteriormente citados) en una ciudad inteligente, algorítmica, vigilada y normativa, pero también –por qué no– auto-sostenible, verde, amable e inclusiva. El arte que interpela a la urbe de hoy, ¿quizás el nuevo arte urbano?, una vez superado el concepto de nuevo mura- lismo urbano, conversa con una ciudad dinámica sin aferrarse (por desconocimiento o romanticismo) a lo que ya fue, lejos del espacio-tiempo actual, asumiendo en lo que se está convirtiendo y planteando opciones de futuro. Si entendemos sólo una forma de hacer arte en la urbe, una forma legitimada ya por el mercado (instrumentalizada por la “democracia de mercado”), entonces paralizamos el derecho a imaginar otra ciudad desde la producción del espacio (espacios percibidos, concebidos y vividos) de la que ya hablaba hace tiempo Lefebvre (2013). Al respecto Pallarès (2018) apela a la recuperación del juego, la conciencia y la responsabilidad ciudadana, afirmando que “a pesar de prohibiciones, limitaciones y malos hábitos incorporados en el estar y el moverse por la ciudad, la acción de jugar sigue siendo vital en el espacio público pues obliga a un reconocimiento del mismo”. Un juego que es tanto una acción política trasformadora, como ocupación responsable. DESDE EL AULA HACIA UN NUEVO ARTE URBANO 32 CONCLUSIONES “Una transformación para un ente en constante construcción que, sin nosotros y nosotras, acabaría siendo un escenario para narrativas únicamente de ficción”. Sobre esta experiencia, el aula (como lugar de encuentro, reflexión y documentación del conocimiento producido por los conflictos cognitivos) es donde se dan la condiciones posibles y necesarias para hablar frente a futuros productores culturales de la relación que se establece entre el procomún y la cultura, y entre el espacio y el lenguaje. Una relación que cristaliza en los hábitos de las sociedades capitalistas y, en última instancia, en lo que Habermas y Marcuse llamaron la “ideología de la razón técnica”. Una relación que puede ser repensada, reconfigurada y refutada desde la producción artística. Porque nuestra forma de relacionarnos con lo “otro”, lo externo a nosotros, está mediada por la idea de dominación e instrumentalización de los recursos, nunca la de adaptación o respeto, y menos en una economía global donde el capital es una herramienta de producción vinculada a la obtención exponencial de beneficios para los que el procomún es mercancía a disposición de la dinámica de mercado. Usar el procomún, legal, alegal o ilegalmente, para reclamar el uso de los que no tienen voz, es el primer paso, pero no puede ser el último, ni el único. Podemos expresarnos en los muros, exponernos, desfogarnos y poetizar, incluso llamar a la acción… Pero si sentimos la necesidad de re- hacer el espacio procomún, es decir, si nos paramos a constituir una obra fuera de nosotros mismos y del cubo blanco, en otro marco de relaciones y hábitos, con la intención de aflorar la voluntad de cambiar las acciones colectivas, entonces estamos hablando de una revolución cultural (quizás permanente, como diría Gramsci) que imagine otra ciudad y otro mundo, y que incluso cambie nuestro imaginario del arte urbano. Un arte que –con autocrítica– no tiene por qué ser arte por el hecho de habitar instrumentalmente la ciudad, y que muchas veces se ha olvidado de la propia ciudad que da nombre a su género. Estoy hablando de activar desde la docencia un vector reflexivo que imagine una acción, que indique otra posibilidad de entorno urbano y, por consiguiente, corporal, medioambiental y digital. Un vector que pasa irremediablemente por confrontar el imaginario colectivo del llamado arte urbano, con su incidencia transformadora de los procomunes del entorno urbano. “Imagen e imaginación” tienen la misma raíz etimológica. Si uno de los encargos sociales del artista ha sido, y sigue siendo, hacer visible lo invisible, o incluso dar forma al mundo, o hacer la revolución atractiva, es pertinente fijarse en propuestas artísticas que dotan de sentido (y sentimiento) la lectura del presente, pero indicando otra posibilidad de futuro. Los nuevos artistas urbanos no repetirían y descontextualizarían formalmente lo ya hecho y 33 NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA legitimado, sino que propondrían “promesas de felicidad”, otro arte para otra ciudad, como aseguraba Marcuse (2007) en “La dimensión estética”. Tratarían, por tanto, de contextualizar cada expresión, idea, práctica y propuesta en su momento histórico y en su contexto espacial. Es ahí donde el artista imagina otros espacios ideales, no reales “utopías”, como imaginaciones que aterrizan una utopía en un espacio real, regulado y cotidiano (topía) del procomún urbano. Teniendo esto en cuenta, el artista al formalizar su idea imaginada, perseguiría una nueva realidad que puede ser cumplida. Una realidad que tendría que ser puesta en común, expuesta, debatida y negociada. Y en ese proceso dialéctico se transformaría a sí misma y podría transformar al espectador, al usuario y al ciudadano. Así, el carácter transformador de la obra encuentra sus límites en las políticas mismas de subjetivación de los imaginarios y en la capacidad de artistas y ciudadanos para agenciarse las representaciones de lo que les es común. Para que el cuestionamiento dialéctico produzca sus frutos docentes en el espacio-tiempo de un curso académico, es necesario actualizar los conceptos histórico-artísticos, tanto del arte contemporáneo como del arte urbano. Además, es necesario tomar conciencia del concepto de procomún y señalar la importancia del contexto de la obra, recogiendo y dinamizando desde el aula los conflictos cognitivos que resultan del intercambio de ideas y representaciones de la ciudad imaginada. Muchos determinamos que el cuerpo común que nos contiene está enfermo en su sobre-explotación y uso egoísta mayoritario, y tiene que ser considerado –también desde el arte– en interacción solidaria con los cuatro entornos (cuerpo, ciudad, medioambiente, red). Porque al cuerpo común le importa muy poco si su piel está tatuada o no lo está, cuando entra en quirófano… o en el aula. 1.Fue en 1843 cuando Joseph Paxton abrió el Birkenhead Parken en las proximidades de Liverpool, Inglaterra. Fue el primero que fue concebido como un espacio para uso y disfrute ciudadano y, sobre todo, financiado con fondos públicos. Más info: http://urban-networks.blogspot.com/2014/10/el- primer-parque-publico-de-la-historia.html [Consultada: 24-04-2019] 2.Para más información sobre los proyectos artísticos de Santiago Cirugeda, en distintos ámbitos de la realidad urbana, consultar la web: http://www.recetasurbanas.net [Consultada: 24-04- 2019] ABARCA, J. (2016) Del arte urbano a los murales, ¿qué hemos perdido?. Urbanario. Recuperado de: https://urbanario.es/del-arte-urbano-a-los-murales- que-hemos-perdido [Consultada: 24-04-2019] BESSER, J. (2010) Muralismo Morte: The Rebirth of Muralism in Contemporary Urban Art. From Here to Fame. 34 CAFFIO, G. (2015) “Surveying New Muralism in Italy: Urban Art Interventions for the Regeneration of Turin’s Architectural Heritage”. En SAUC-Journal V1 - N1, Places e non-places. Recuperado de: https://www.urbancreativity.org/uploads/1/0/7/2/107 27553/gaffio_journal2015_v1_n2.pdf [Consultada: 24- 04-2019] DELGADO, M. (2006) El animal público. Madrid: Ediciones Anagrama. 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Licenciado en BBAA por la UCM actualmente realiza su tesis doctoral “Intervenciones artísticas en la cartografía digital desde 2005”. Pertenece al grupo de Investigación "Prácticas Artísticas y Formas de Conocimiento Contemporáneas" (Cod.588) UCM y forma parte del Proyecto I+D + i “Interacciones del arte en la tecnosfera” MINECO, 2018-2021. https://bellasartes.ucm.es/santiago-morilla http://www.santiagomorilla.com MURAL STREET ART CONSERVATION Dirección y coordinación científica: Elena García Gayo Recepción de artículos: observatoriodearteurbano@gmail.com COMISIÓN CIENTÍFICA: Gabriela Berti: Dra. por la Universidad Autónoma de Barcelona. Fernando Figueroa Saavedra: Dr. por la Universidad Complutense de Madrid. Ester Giner Cordero: Dra. por la Universidad Politéc- nica de Valencia. Laura Luque: Dra. por la Universidad de Jaén. Virginia Santamarina Campos: Dra. por la Universidad Politécnica de Valencia. Rosa Senserrich Espuñes: Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona. 36