UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA Departamento de Prehistoria TESIS DOCTORAL Las comunidades de la Edad del Hierro en el occidente de la Meseta: cultura material, poder y sociedad MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Jesús Rodríguez Hernández Director Gonzalo Ruiz Zapatero Madrid, 2018 ©Jesús Rodríguez Hernández, 2017 UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA TESIS DOCTORAL Las comunidades de la Edad del Hierro en el occidente de la Meseta: cultura material, poder y sociedad MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Jesús Rodríguez Hernández Director Gonzalo Ruiz Zapatero Madrid, 2017 UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA TESIS DOCTORAL Las comunidades de la Edad del Hierro en el occidente de la Meseta: cultura material, poder y sociedad Autor Jesús Rodríguez Hernández Director Gonzalo Ruiz Zapatero Madrid, 2017 3 AGRADECIMIENTOS Durante los años de elaboración de esta tesis han sido numerosas las personas que han contribuido, de una manera u otra, a que el proyecto emprendido llegara a buen puerto. Seguramente me olvide de alguna de ellas (espero que sepan perdonarme), pero, al menos, espero hacer justicia a aquellas imprescindibles. En primer lugar, el profesor Gonzalo Ruiz Zapatero, director de este trabajo doctoral, por la confianza depositada en mí, su enorme paciencia y sus sabios consejos, que espero haber sabido plasmar adecuadamente. Pero, sobre todo, por su apoyo y ánimo constante en los momentos más difíciles a nivel personal. El profesor Jesús Álvarez Sanchís también confió en mí para coordinar los trabajos de laboratorio de los materiales de la necrópolis de Ulaca, labor que ha resultado fundamental en el desarrollo de la tesis. Asimismo, ha sido fuente constante de aliento, estímulo y buen humor ante las adversidades. La concesión por parte del Ministerio de Educación y Ciencia de una beca predoctoral de Formación de Profesorado Universitario (Ref. AP2009-1830), además de proporcionarme el soporte económico necesario para llevar a cabo este trabajo, me brindó la oportunidad de compartir comidas, excursiones y debates fructíferos con otros profesores del departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense: Alfredo Jimeno, Mariano Torres, Francisca Hernández, Almudena Hernando, Martín Almagro Gorbea, Teresa Chapa, Víctor Fernández y José Yravedra. Dicha ayuda me permitió realizar dos estancias breves de investigación en el Reino Unido. En la Universidad de Durham, el profesor Tom Moore se preocupó constantemente de que mi estancia fuera provechosa a todos los niveles, abriéndome incluso las puertas de su casa, junto a su encantadora mujer Claire. Por fortuna, en el último año, he podido trabajar de nuevo con él en el marco del proyecto europeo REFIT (Resituating Europe's First Towns: A case study in knowledge transfer enhancing and developing sustainable management of cultural landscapes), junto a otros magníficos investigadores (Vincent Guichard, Gemma Tully, Jonhattan Vidal, Jesús Álvarez Sanchís y Gonzalo Ruiz Zapatero). En la Universidad de Manchester, la profesora Melanie Giles procuró en todo momento que mi estancia fuera lo más productiva LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 4 posible y me ayudó en todo lo que pudo. Durante estas dos estancias Carmen Solé y Clara Crespo ejercieron de perfectas anfitrionas cada vez que pude acercarme a Southampton. A ellas también les debo el resumen en inglés que acompaña esta tesis. Francisco Fabián, arqueólogo territorial de la Junta de Castilla y León en Ávila, me proporcionó informaciones muy útiles sobre el poblamiento de la Edad del Hierro en esta provincia. El personal del Museo de Ávila me trató magníficamente durante los dos días que estuve allí dibujando a “Guisandito” (askos aparecido en las recientes excavaciones en Ulaca). De igual modo, el escultor Daniel Hidalgo tuvo la enorme amabilidad de responder a todas mis preguntas sobre el trabajo de la piedra, labor a la que ha consagrado toda su vida, primero como cantero en Cardeñosa y ahora como reputado escultor. Antes de la concesión de la beca FPU, diversas empresas me permitieron seguir vinculado a la actividad arqueológica: LURE Arqueología (Jesús Martín y Lourdes López), Argea Consultores (Jorge Vega), Ricardo Berzosa (tristemente fallecido), y Arqueoestrato (Juan Gómez). La visión negativa que tradicionalmente se ha vertido desde la academia sobre la labor desarrollada por las empresas de arqueología no se corresponde con mi experiencia personal, puesto que en ellas conocí a excelentes profesionales que realizan su trabajo lo mejor posible, luchando contra todo tipo de presiones. Asimismo, el profesor Rafael Orden, de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense, me contrató como personal de apoyo a la investigación en el marco de su proyecto sobre el filósofo Julián Sanz del Río, lo que me permitió tener la necesaria tranquilidad económica para terminar mi trabajo de investigación de doctorado y obtener el Diploma de Estudios Avanzados. Desde el inicio, mis compañeros de doctorado y de la Organización de Jóvenes en Investigación Arqueológica (OrJIA) han sido una fuente constante de estímulo: Jaime Almansa, Cristina Charro, Fernando Colino, Manuel Fernández, Núria Gallego, David González, Iván González, Sandra Lozano, Beatriz Marín, Lucía Moragón, Pedro Moya, Gustavo Pajares, Paloma de la Peña, Manuel Sánchez-Elipe, José M. Señorán y Jorge de Torres. Con ellos aprendí las ventajas de organizarse de modo horizontal para sacar adelante proyectos ambiciosos como las Primeras y las Segundas Jornadas de Jóvenes en Investigación Arqueológica (2008 y 2009), que siguen celebrándose todavía. De entre todos ellos tengo que destacar a David González, con el que he compartido AGRADECIMIENTOS 5 innumerables horas en el depósito de la biblioteca y en el departamento, viajes, excavaciones y, sobre todo, un memorable concierto de Rosendo en Las Vistillas. En el laboratorio de Prehistoria de la Universidad Complutense he tenido la suerte de continuar el estudio de los materiales de la necrópolis de Ulaca, emprendido inicialmente bajo la coordinación de Álvaro Falquina y Carlos Marín. De este último he aprendido mucho más que de la mayor parte de mis profesores, por lo que espero que, más temprano que tarde, pueda volver a España y desarrollar su interesante y comprometida labor investigadora aquí. A lo largo de estos años han pasado más de un centenar de alumnos por el laboratorio, así que me resulta imposible mencionarlos a todos. Sí me gustaría destacar por su enorme y prolongado compromiso a Guiomar Pastor, Laura Hernández, Verónica Balsera, Joan Vaquero, Juan F. Palomeque, Lara González, Jaime Estévez, Stefan Campillo, Álvaro Bueno, Irantzu Bilbao, Carlos Díaz, Patricia Reyna (algunas de las mejores fotografías de materiales son suyas), Carlota Morcillo y Carla Garrido (algunos de cuyos dibujos han servido de base para la confección de las figuras finales). Todos estos años he contado con el apoyo desinteresado de mis amigos de siempre: Alfredo Solana, Roberto Jiménez, Miguel A. Carbonero, Juan Hernández, Pablo Falcón, Juan José Martín, Carlos Lumbreras, José M. Martín, Alberto Vegas y Gonzalo López. Y también de sus parejas: Cristina Gómez, Tamara Gutiérrez, María Sainz, Natalia Rodríguez y Ángela Prado. Sólo su generosidad explica que hayan sabido disculpar mis continuas ausencias, especialmente durante el proceso de redacción final de la tesis. Lo mismo cabe decir de mis amigos de la carrera Pablo Ortego, Fidel Arias, Orlando Rodríguez, Vanessa Núñez, Sandra Gómez y Emilio Hernández; siempre dispuestos a pasárselo bien en los locales más selectos de la Villa y Corte. Mar Collado ha sido la compañera perfecta en este largo camino. Si no me he perdido antes de llegar al destino ha sido gracias a sus constantes cuidados, a su paciencia infinita y a su amor incondicional. Espero poder recompensárselo como merece en los años venideros. Mis padres siempre apostaron por la educación de sus hijos e hicieron toda clase de sacrificios para que pudiéramos estudiar, por ello, sólo puedo estarles eternamente agradecido. Mis hermanos me han apoyado y ayudado en todo lo que han podido, que no ha sido poco. Mi hermano mayor, además, me ha dado excelentes consejos a lo largo de estos años. Espero que sepa apreciar el texto final, aunque no contenga ninguna de sus indescifrables fórmulas matemáticas. Lamento LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 6 profundamente no haber terminado antes la redacción para que mi padre pudiera haber visto el resultado de estos años de trabajo, aunque seguro que tras su lectura seguiría pensando en el magnífico abogado que se ha perdido para siempre. A él va dedicada esta tesis. A mi padre, in memoriam BLANCO 9 ÍNDICE Índice de figuras 11 Resumen 23 Summary 25 Introducción 27 Capítulo 1. Marco teórico-metodológico 31 1.1. Estado de la cuestión: investigación arqueológica y divulgación en el s. XXI 31 1.2. Enfoque teórico 41 1.2.1. Cultura material mueble y cadena tecnológico operativa 42 1.2.2. Poder y sociedad 44 1.3. Límites temporales 46 1.4. Límites espaciales 47 1.5. Geografía del occidente de la Meseta 48 1.6. Dinámica paleoambiental en el tránsito del Subboreal al Subatlántico 57 PARTE I. LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO 63 Capítulo 2. La transición Bronce-Hierro y el inicio del asentamiento definitivo 65 2.1. El significado de la Edad del Hierro 65 2.2. El final de Cogotas I y el inicio de la Edad del Hierro a partir del C14 67 2.3. El tránsito Bronce Final-Hierro I 75 2.3.1. El suroeste de la cuenca del Duero: ¿ruptura o transición gradual? 75 2.3.2. El valle medio del Tajo 84 2.4. La apropiación del paisaje 90 2.4.1. Asentándose para siempre: consecuencias de un cambio trascendental 90 2.4.2. Evidencias palinológicas de la sedentarización definitiva 91 2.4.3. Los patrones de poblamiento 98 2.4.4. Características de los poblados 113 2.4.5. Las estructuras domésticas 124 Capítulo 3. Producción artesanal y sociedad 141 3.1. Tecnologías: alfarería y metalurgia 141 3.1.1. Alfarería 141 3.1.2. Metalurgia 148 3.2. El fenómeno orientalizante 152 LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 10 3.3. Demografía y modelos de organización social 158 PARTE II. LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO 163 Capítulo 4. La aparición de las primeras ciudades en el occidente de la Meseta 165 4.1. La transición Hierro I-Hierro II 165 4.2. El final de la Edad del Hierro a partir del radiocarbono 169 4.3. Los oppida: concepto, funciones y orígenes 172 4.4. Análisis palinológicos: el aumento de la presión antrópica sobre el paisaje 176 4.5. Modelos de poblamiento 181 4.6. Estructuras defensivas y urbanismo 197 4.6.1. Los sistemas defensivos: murallas, fosos y campos de piedras hincadas 197 4.6.2. El urbanismo: organización interna y espacio periurbano de los castros y oppida 203 4.7. Los espacios domésticos 226 Capítulo 5. Necrópolis: el espacio de los ancestros 237 5.1. El significado de las necrópolis de incineración 237 5.2. Características generales de los cementerios 238 5.3. La necrópolis de Ulaca 245 Capítulo 6. Tecnologías y organización sociopolítica 265 6.1. Especialización artesanal: cerámicas a torno, espadas y verracos 265 6.1.1. Alfarería: producción doméstica y especializada 266 6.1.2. Metalurgia 277 6.1.3. Cantería 282 6.2. Demografía y organización sociopolítica 300 Conclusiones 309 Bibliografía 315 Anexo I. Inventario de yacimientos 375 11 ÍNDICE DE FIGURAS 1.1. Principales publicaciones, exposiciones y proyectos sobre la Edad del Hierro del área de estudio en el siglo XXI 34 1.2. Arriba: aula arqueológica del oppidum de La Mesa de Miranda. Abajo: Museo del castro de Yecla la Vieja 38 1.3. Diferentes tipos de manifestaciones populares en torno a la arqueología de los vettones (según Ruiz Zapatero y Salas Lopes 2008: fig. 4) 39 1.4. Islas teóricas de la arqueología española (el tamaño de las islas es más o menos indicativo de la importancia de cada paradigma teórico) 42 1.5. Delimitación del área de estudio (en color rojo) y localización de las principales comarcas naturales e históricas de este espacio 49 1.6. Localización de la zona de estudio (en rojo) y de las etnias prerromanas del occidente meseteño según las informaciones de las fuentes clásicas (límites de los distintos pueblos a partir de Álvarez-Sanchís 2004b: 260; Sanz Mínguez 2010: fig. 4) 50 1.7. Mapa físico del occidente de la Meseta (vados y puertos a partir de las informaciones contenidas en Hernández Giménez 1967: 74-86; Galán Domingo y Martín Bravo 1991-92; Sierra Vigil y San Miguel Maté 1995; López Jiménez 2003b: fig. 3; Pereira Sieso 2008b) 52 1.8. Yacimientos e indicios minerales en el occidente de la Meseta. Mapa elaborado a partir de los datos del Mapa Metalogenético de España a escala 1:200.000 (Instituto Geológico y Minero de España 1970a; b; 1973a; b; c; d; e; f; g; h; i; j; k; l; m; n; 1999a; b) 53 1.9. Propuesta paleoclimática elaborada a partir de los trabajos paleoecológicos realizados en el noroeste de Europa (modificado a partir de Blanco González 2009a: vol. I: fig. 16) 58 1.10. Diagrama polínico de la turbera de Baterna (según López Sáez et al. 2009a: fig. 6) 59 2.1. Periodización clásica de Cogotas I y revisión reciente de la misma a partir de nuevas dataciones de carbono 14 por espectrometría de masas con aceleradores (AMS) (según Blanco González 2014: fig. 2) 67 2.2. Dataciones de C14 pertenecientes a contextos del Hierro I en nuestra zona de estudio. Se han incluido también fechas del Soto de Medinilla por su utilidad como referencia para los yacimientos ubicados en la Submeseta Norte 70 2.3. Gráfico de calibración de las fechas de C14 contenidas en la tabla de la fig. 2.2. La calibración se ha realizado con el programa OxCal 4.2.4 (Bronk Ramsey 2013) usando la curva IntCal13 (Reimer et al. 2013) 72 2.4. Tabla con la correspondencia entre las fases detectadas en El Risco y Aliseda y la periodización general del Hierro I extremeño elaborada por Rodríguez Díaz (2009) 74 LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 12 2.5. Yacimientos del suroeste de la Submeseta Norte con materiales de Cogotas I y del Primer Hierro, y del Hierro I únicamente, así como su respectiva representación porcentual 77 2.6. Evolución de la cerámica sin decorar entre el Bronce Medio y el inicio de la Primera Edad del Hierro. Se puede observar cómo las formas del comienzo del mundo cogoteño permanecen a lo largo del tiempo con ligeras modificaciones y acompañadas de nuevos tipos troncocónicos y bitroncocónicos a partir de su momento de plenitud (vajilla Protocogotas según Jimeno Martínez y Fernández Moreno 1991: fig. 12; alcallería Cogotas I Pleno según Barroso Bermejo 2002: figs. 21-24; 1 según Rodríguez Marcos 2008: fig. 149; 2 según Delibes de Castro et al. 1990: fig. 21; vasijas del Soto Inicial según Misiego Tejeda et al. 2005: fig. 3, a diferentes escalas) 80 2.7. Vista área de la excavación arqueológica del yacimiento de Guaya, ubicado junto a la confluencia del arroyo de la Nava o de Berrocalejo y el río del Monte (según Misiego Tejeda et al. 2005: lám. I) 85 2.8. Enclaves arqueológicos al sur del Sistema Central con materiales de Cogotas I- Hierro Inicial y del Primer Hierro solamente, con su correspondiente representación porcentual 86 2.9. Diagrama polínico del yacimiento arqueológico de Guaya (según López Sáez et al. 2009a: fig. 3) 92 2.10. Diagrama polínico de la turbera de Narrillos del Rebollar (Ávila) (según López Sáez et al. 2009a: fig. 5) 97 2.11. Poblamiento de la Primera Edad del Hierro en el occidente de la Meseta: 1. Las Fraguas (Cozcurrita, Fariza, Zamora); 2. El Castillo (Fariza, Zamora); 3. El Castro (Fornillos de Fermoselle, Villar del Buey, Zamora); 4. Fermoselle (Zamora); 5. Virgen del Castillo (Pereña de la Ribera, Salamanca); 6. Los Castillos (Las Enillas, Pereruela, Zamora); 7. Los Castillos (La Tuda, Pereruela, Zamora); 8. El Castillo (Peñausende, Zamora); 9. El Castro (Zamora); 10. Zamora; 11. La Aldehuela (Zamora); 12. Valdegallinas II (Zamora); 13. Los Castros/Valcuevo/¿El Alba? (Villalazán, Zamora); 14. El Viso (Bamba, Madridanos, Zamora); 15. Toro (Zamora); 16. Cuesta El Pico (Castrillo de la Guareña, Zamora); 17. Vallesa de la Guareña (Zamora); 18. La Requejada (San Román de Hornija, Valladolid); 19. La Muela-Castronuño (Castronuño, Valladolid); 20. Casa del Barquero (Castronuño, Valladolid); 21. Las Alamedas (Castronuño, Valladolid); 22. Los Calvillos II/El Barrero (Pollos, Valladolid); 23. El Cesto I (Nueva Villa de las Torres, Valladolid); 24. La Moraleja I (Tordesillas, Valladolid); 25. La Peña (Tordesillas, Valladolid); 26. Riberilla (La Seca, Valladolid); 27. La Mota (Medina del Campo, Valladolid); 28. San Antón I (Pozal de Gallinas, Valladolid); 29. El Lucero (Pozal de Gallinas, Valladolid); 30. Los Mártires I y II (Medina del Campo, Valladolid); 31. Las Quintanas II (Gomeznarro, Medina del Campo, Valladolid); 32. La Sarteneja/Prado Redondo (Moraleja de las Panaderas, Valladolid); 33. El Juncal (Velascálvaro, Valladolid); 34. Tobar (San Vicente del Palacio, Valladolid); 35. La Moralta (San Vicente del Palacio, Valladolid); 36. El Ciruelo (Gomeznarro, Medina del Campo, Valladolid); 37. El Torrejón/El Cubillo (Honcalada, Salvador, Valladolid); 38. El Espino (Villanueva de Duero, Valladolid); 39. El Matacán (Valdestillas, Valladolid); 40. Sieteiglesias (Matapozuelos, Valladolid); 41. El Pisón (Mojados, Valladolid); 42. Los Hornos (Alcazarén, Valladolid); 43. Cotarra Brazuelas II (Alcazarén, Valladolid); 44. Dehesa de Doña María (Olmedo, Valladolid); 45. La Dehesa/Las Culebras/La Llosa (Pedrajas de San Esteban, Valladolid); 46. Cuesta Redonda (Olmedo, Valladolid); 47. La Monja (Aguasal, Valladolid); 48. Canales (Llano de Olmedo, Valladolid); 49. Fuente la Reina/La Olma (Fuente-Olmedo, ÍNDICE DE FIGURAS 13 Valladolid); 50. Eras de los Perros (Llano de Olmedo, Valladolid); 51. Los Casares (Fuente-Olmedo, Valladolid); 52. Tornacarros (Ciruelos de Coca, Coca, Segovia); 53. Cuesta del Mercado (Coca, Segovia); 54. Las Negreras (Coca, Segovia); 55. La Calzadilla (Puras, Valladolid); 56. La Vaca (Fuente de Santa Cruz, Segovia); 57. El Merino (Villagonzalo de Coca, Coca, Segovia); 58. Prado Arroyo/Vaca II (Villagonzalo de Coca, Coca, Segovia); 59. Coca (Segovia); 60. Pinar Nuevo/Bodonazos (Coca, Segovia); 61. El Clavo/Los Manaderos (Coca, Segovia); 62. Las Guardillas/Montejo 1 (Montejo de Arévalo, Segovia); 63. Fuente Tárraga/Montejo 11 (Montejo de Arévalo, Segovia); 64. La Tesorera/Montejo 7 (Montejo de Arévalo, Segovia); 65. Viña Mayor (Montejo de Arévalo, Segovia); 66. Los Bodones II/Montejo 8 (Montejo de Arévalo, Segovia); 67. Los Bodones I/Montejo 9 (Montejo de Arévalo, Segovia); 68. Bocahierro (San Cristóbal de la Vega, Segovia); 69. El Muerto (Juarros de Voltoya, Segovia); 70. Ledesma (Salamanca); 71. Cerro de San Vicente (Salamanca); 72. Camino de Cantaracillo (Aldeaseca de la Frontera, Salamanca); 73. Sepulcro (Flores de Ávila, Ávila); 74. La Iglesia (Cisla, Ávila); 75. El Prayuso (Fontiveros, Ávila); 76. Fuente de Jaraices (Rivilla de Barajas, Ávila); 77. Cruz de San Marcos (Rivilla de Barajas, Ávila); 78. Urracabezas II (Pascualgrande, Crespos, Ávila); 79. Las Laderas (Palacios Rubios, Nava de Arévalo, Ávila); 80. Cerro de la Laguna (Vinaderos, Nava de Arévalo, Ávila); 81. La Tejeda (Orbita, Ávila); 82. Prado Galindos II (Cabizuela, Ávila); 83. Prado Galindos III (Cabizuela, Ávila); 84. Riocabadillo (Riocabado, Ávila); 85. Rompido de las Berlanas (Hernansancho, Ávila); 86. Arroyo del Prado (Pozanco, Ávila); 87. Las Merchanas (Lumbrales, Salamanca); 88. Los Castillos (Gema, Yecla de Yeltes, Salamanca); 89. Picón de la Mora (Encinasola de los Comendadores, Salamanca); 90. Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca); 91. Los Castillos (Pozos de Hinojo, Salamanca); 92. Cerro de San Pelayo (Martinamor, Salamanca); 93. El Torrejón (Alba de Tormes, Salamanca); 94. El Guijo-El Castillo (Alaraz, Salamanca); 95. Los Guijares (Mirueña de los Infanzones, Ávila); 96. Cerro de la Horca I (Mirueña de los Infanzones, Ávila); 97. Las Zorreras (Muñana, Ávila); 98. Los Arenalones (Guareña, La Torre, Ávila); 99. El Cogote II (La Torre, Ávila); 100. Las Torrecillas (Santa María del Arroyo, Ávila); 101. Los Castillejos (Sanchorreja, Ávila); 102. La Lomilla (Muñopepe, Ávila); 103. El Campillo (Gemuño, Ávila); 104. El Pradillo (Gemuño, Ávila); 105. Los Pajines (Ávila); 106. Cerro de la Cabeza/Bascoarrabal (Ávila); 107. La Viña/Fuente de la Alpargata/Ventorro de la Rana (Ávila); 108. Solana Angosta (Bernúy-Salinero, Ávila, Ávila); 109. Guaya (Berrocalejo de Aragona, Ávila); 110. Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila); 111. El Castillo (Herguijuela de Ciudad Rodrigo, Salamanca); 112. Lerilla (Zamarra, Salamanca); 113. Los Castillejos (Zamarra, Salamanca); 114. Castil de Cabras (San Miguel de Valero, Salamanca); 115. Las Paredejas (Medinilla, Ávila); 116. Castillo Bayuela (Hoyorredondo, Ávila); 117. Cerro del Río (Mesegar de Corneja, Ávila); 118. Cerro Castrejón (Viandar de la Vera, Cáceres); 119. Cañada de Pajares (Villanueva de la Vera, Cáceres); 120. Rabinche (Villanueva de la Vera, Cáceres); 121. El Tudal (Villanueva de la Vera, Cáceres); 122. Rocastaño 1 (Villanueva de la Vera, Cáceres); 123. Cerro Romartín (Madrigal de la Vera, Cáceres); 124. El Castañar (El Raso, Candeleda, Ávila); 125. El Periñuelo (Ceclavín, Cáceres); 126. Los Manchones (Mata de Alcántara, Cáceres); 127. La Muralla (Alcántara, Cáceres); 128. Peñas del Castillejo (Acehúche, Cáceres); 129. El Castillón de Abajo (Alcántara, Cáceres); 130. Los Castillones de Araya (Garrovillas de Alconétar, Cáceres); 131. La Silleta (Cañaveral, Cáceres); 132. Cancho de la Porra (Mirabel, Cáceres); 133. La Muralla (Valdehúncar, Cáceres); 134. Talavera la Vieja (Bohonal de Ibor, Cáceres); 135. Rollo (Alcolea de Tajo, Toledo); 136. Calera de Fuentidueña (Azután, Toledo); 137. Cerro de la Mesa (El Bercial, Alcolea de Tajo, Toledo); 138. Casa del Carpio (Belvís de la Jara, Toledo); 139. Arroyo Manzanas (Las LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 14 Herencias, Toledo) (a partir de las informaciones contenidas en Esparza Arroyo 1990a; Sacristán de Lama et al. 1995; Quintana López y Cruz Sánchez 1996; Martín Valls 1998; Fabián García 1999; Martín Bravo 1999; Álvarez-Sanchís 2003c; López Jiménez 2003a; b; Ramos Fraile 2005; Blanco García 2006b; Fernández Freire 2008; Blanco González 2009a; Sacristán de Lama 2010; Charro Lobato y Cabrera Díez 2011; Blanco García 2014b; Portilla Casado 2014; 2015; Mateos Leal 2016) 99 2.12. Representación porcentual de los yacimientos conocidos mediante prospección y excavación en el suroeste de la cuenca del Duero, así como de la cronología de los sitios intervenidos 101 2.13. Adscripción crono-estilística del poblamiento del Hierro Antiguo en el suroeste de la Submeseta Norte 103 2.14. Distribución de los asentamientos de Cogotas I y el grupo Soto en el Valle Amblés (modificado a partir de López Sáez et al. 2009a: fig. 2) 104 2.15. Perfiles topográficos de varios yacimientos del Soto Inicial ubicados en el Valle Amblés (según Fabián García 1999: fig. 2) 104 2.16. Tipos de emplazamiento de los enclaves de la Primera Edad del Hierro en el suroeste de la cuenca del Duero 105 2.17. Perfiles topográficos de los yacimientos abulenses del Cerro de la Cabeza (Soto Inicial-Pleno) y Castillo Bayuela (Soto Pleno) (según Fabián García 1999: fig. 2) 107 2.18. Tabla sintética de las características básicas del poblamiento del Primer Hierro en el suroeste de la Submeseta Norte, elaborada a partir de los datos contenidos en el anexo I 109 2.19. Tipos de emplazamiento de los enclaves del Hierro Antiguo localizados al sur del Sistema Central 111 2.20. Perfil topográfico de los poblados de El Castillón de Abajo (1) y Peñas del Castillejo (2) (modificado a partir de Martín Bravo 1999: fig. 21) 111 2.21. Croquis y perfil topográfico del yacimiento de El Periñuelo (según Martín Bravo 1999: fig. 20) 112 2.22. Territorios teóricos de explotación de varios sitios del Hierro I en el valle medio del Tajo, conforme al grado de las pendientes que los rodean: 1. La Silleta; 2. Cancho de la Porra; 3. El Periñuelo; 4. La Muralla de Alcántara; 5. Los Castillones de Araya; 6. La Muralla de Valdehúncar (modificado a partir de Martín Bravo 1999: fig. 38) 113 2.23. Planimetría de los dos sectores excavados en Guaya (según Misiego Tejeda et al. 2005: fig. 1) 114 2.24. Planta de la excavación en área de la plataforma superior del Cerro de San Vicente. Las construcciones pertenecen al momento final de la secuencia del Hierro I documentada en el sitio (según Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 30) 117 2.25. Sección del doble foso de la Primera Edad del Hierro descubierto en el cerro de La Mota, cortado por el foso excavado en época de los Reyes Católicos (modificado a partir de Blanco García y Retuerce Velasco 2010: 77) 120 2.26. Muralla del Cerro de la Mesa (segunda fase): muro vertical, muro en talud y torre semicircular adosada al exterior (foto de Carmen Solé García) 125 2.27. Plantas y reconstrucciones de varias cabañas de Guaya (según Misiego Tejeda et al. 2005: fig. 2) 127 ÍNDICE DE FIGURAS 15 2.28. Elementos característicos de las viviendas circulares y rectangulares del Cerro de San Vicente y su evolución a lo largo del tiempo (casas 1 y 3: base de la secuencia; casas 2 y 4: techo de la secuencia) (modificado a partir de Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 26) 132 2.29. Interpretación funcional de una casa circular de adobe del Cerro de San Vicente (gráfico elaborado a partir de la planta dibujada por Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 26) 135 2.30. Planta de una vivienda del yacimiento de la Cañada de Pajares (según Celestino Pérez 2008a: fig. 8) 139 3.1. Rasgos característicos de la cerámica del Soto Inicial y Pleno, detectados en las producciones descubiertas en El Soto de Medinilla (tabla elaborada a partir de los datos proporcionados por Delibes de Castro et al. 1995b: 171-172 y figs. 3, 5 y 7) 142 3.2. Cerámica a mano procedente de El Cogote II: 1) borde de recipiente hemiesférico con impresiones en el labio; 2) borde recto; 3) borde con impresiones en el labio y una línea de digitaciones; 4) mamelón perforado verticalmente; 5) arranque de asa; 6-7) galbos con líneas incisas oblicuas y horizontales; 8-12) fondos planos 143 3.3. Cerámica a mano procedente de Los Castillejos de Sanchorreja: 1) recipiente de perfil recto con el borde exvasado y una perforación en el cuerpo; 2) borde de vasito troncocónico con impresiones en el labio; 3) borde con impresiones en el labio; 4-6) bordes de cuencos hemisféricos; 7-8) bordes de vasitos globulares; 9) borde abierto curvo; 10) borde abierto; 11) borde exvasado; 12) borde entrante de labio aplanado; 13) carena media; 14) galbo con decoración a peine; 15) fondo plano; 16) posible fusayola de piedra 144 3.4. Vasitos de carena resaltada: 1, 5 y 8 procedentes del yacimiento de La Monja (Aguasal, Valladolid); 2-4 y 6-7 descubiertos en el enclave de la Dehesa de Doña María (Olmedo, Valladolid) (modificado a partir de Quintana López y Cruz Sánchez 1996: fig. 2) 145 3.5. Cerámica a mano lisa, con decoración “a peine” y a base de motivos geométricos y florales pintados en rojo y amarillo; descubierta en La Mota (según Seco Villar y Treceño Losada 1995: fig. 3) 146 3.6. Cerámica a mano pintada postcocción procedente del Cerro de San Vicente (según Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 43) 147 3.7. Cerámica a mano del castro del Cancho de la Porra (Mirabel, Cáceres) (según Martín Bravo 1999: fig. 35) 148 3.8. Elementos relacionados con los trabajos metalúrgicos durante el Hierro I: 1) crisol descubierto en Arroyo Manzanas (según Urbina et al. 1992: 317); 2) moldes de Arroyo Manzanas (según Urbina et al. 1992: 318); 3) toberas halladas en el yacimiento de Rabinche (según Fernández Freire 2008: 112) 150 3.9. Muestra de análisis por fluorescencia de rayos X (XRF) realizados por el Dr. Rovira sobre piezas encontradas en contextos soteños del occidente de la Meseta. Valores expresados en % en peso (nd = no detectado; tr = trazas) (tabla elaborada a partir de los datos incluidos en Blanco González 2009a) 151 3.10. Diversos materiales orientalizantes de la Meseta Occidental: 1) posible elemento de carro ligero elaborado en bronce (según Blanco González 2010b: fig. 10); 2) herramientas de hierro de Talavera la Vieja (según Jiménez Ávila y González Cordero 2012: fig. 10); 3) cabeza de leona en bronce, procedente de la Virgen del Castillo (según Martín Valls 1998: fig. 12); 4) fuste antropomorfo de El Raso realizado en bronce (según Fernández Gómez 1997: fig. 54) 154 3.11. Arriba: reconstrucción ideal del túmulo del Cerro de San Pelayo (según López Jiménez y Benet 2004: fig. 8). Abajo: elementos autóctonos, reelaborados e LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 16 importados en el enterramiento de la Casa del Carpio (según Pereira Sieso 2005: fig. 3) 156 3.12. Reconstrucción hipotética de la ocupación del Soto Pleno del Cerro de San Vicente (según Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 35) 159 3.13. Reconstrucción ideal del poblado de Los Azafranales-Coca hacia el siglo VII a.C. (según Blanco García 2014b: fig. 2) 160 3.14. Modelos de sociedades de la Edad del Hierro: a) rectangular; b) trapezoidal (según Ruiz Zapatero 2014: 36) 161 4.1. Yacimientos del suroeste de la Meseta Norte con ocupaciones de la Primera y la Segunda Edad del Hierro, y fundaciones ex novo del Hierro II, así como sus respectivos porcentajes 166 4.2. Sitios arqueológicos al sur del Sistema Central con continuidad entre el Hierro Antiguo y el Pleno, y establecimientos de nueva planta de la Segunda Edad del Hierro, con su correspondiente representación porcentual 166 4.3. Variación en la superficie de algunos poblados del suroeste de la Submeseta Norte ocupados durante las dos fases de la Edad del Hierro. Elaborada a partir de los datos contenidos en el anexo I 167 4.4. Fechas de C14 pertenecientes a contextos de la Segunda Edad del Hierro dentro de nuestra área de estudio. Se han incluido dos dataciones de La Mata del Castillo por su utilidad como referencia para el inicio del proceso romanizador en el suroeste de la Meseta Norte 171 4.5. Gráfico de calibración de las dataciones de C14 incluidas en la tabla de la fig. 4.4. La calibración se ha llevado a cabo con el programa OxCal 4.2.4 (Bronk Ramsey 2013) utilizando la curva IntCal13 (Reimer et al. 2013) 172 4.6. Vista del oppidum de Ulaca con la Sierra de La Paramera al fondo 176 4.7. Diagrama polínico de La Mesa de Miranda (según López Sáez et al. 2008: fig. 4) 177 4.8. Modelo de explotación del entorno y recursos disponibles en el valle medio del Tormes (según Benet y López Jiménez 2008: fig. 8) 179 4.9. Diagrama polínico de El Raso (según López Sáez et al. 2008: fig. 2) 180 4.10. Poblamiento de la Segunda Edad del Hierro en el occidente de la Meseta: 1. San Mamede/Peña Redonda (Villardiegua de la Ribera, Zamora); 2. El Castillo (Fariza, Zamora); 3. Teso de San Cristóbal (Villarino de los Aires, Salamanca); 4. Virgen del Castillo (Pereña de la Ribera, Salamanca); 5. Los Castillos (La Tuda, Pereruela, Zamora); 6. El Castro (Zamora); 7. Teso del Castro (Zamora); 8. Zamora; 9. Valdegallinas II (Zamora); 10. Los Castros/Valcuevo/¿El Alba? (Villalazán, Zamora); 11. El Viso (Bamba, Madridanos, Zamora); 12. Toro (Zamora); 13. La Peña (Tordesillas, Valladolid); 14. Sieteiglesias (Matapozuelos, Valladolid); 15. Cuesta del Mercado (Coca, Segovia); 16. Coca (Segovia); 17. La Puente (Donhierro, Segovia); 18. Ledesma (Salamanca); 19. Cerro de San Vicente (Salamanca); 20. Teso de las Catedrales (Salamanca); 21. Cuesta de Santa Ana (Garcihernández, Salamanca); 22. La Tejeda (Orbita, Ávila); 23. Cabeza de Moncalvo (Hinojosa de Duero, Salamanca); 24. El Castillo (Saldeana, Salamanca); 25. Castillo de Saldañuela (Bermellar, Salamanca); 26. Las Merchanas (Lumbrales, Salamanca); 27. Picón de la Mora (Encinasola de los Comendadores, Salamanca); 28. Los Castillos (Gema, Yecla de Yeltes, Salamanca); 29. Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca); 30. Los Ocuestos (Alaraz, Salamanca); 31. La Mesa de Miranda (Chamartín, Ávila); 32. Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila); 33. San Juan (Ojos-Albos, Ávila); 34. Castelmao (San Felices de los Gallegos, Salamanca); 35. La Plaza (Gallegos de Argañán, Salamanca); 36. Lerilla (Zamarra, Salamanca); 37. Irueña (Fuenteguinaldo, ÍNDICE DE FIGURAS 17 Salamanca); 38. La Corona (Rinconada de la Sierra, Salamanca); 39. El Castillo (Cabeza de Béjar, Salamanca); 40. La Corvera (Navalmoral de Béjar, Salamanca); 41. Cabezo Castillo (Valdelamatanza, El Cerro, Salamanca); 42. Las Paredejas (Medinilla, Ávila); 43. Los Tejares (El Tejado, Salamanca); 44. Ulaca (Villaviciosa, Solosancho, Ávila); 45. El Castillejo (Santa Cruz de Paniagua, Cáceres); 46. El Berrocalillo (Plasencia, Cáceres); 47. El Camocho (Malpartida de Plasencia, Cáceres); 48. El Castillejo (Aldeanueva de la Vera, Cáceres); 49. Cañada de Pajares (Villanueva de la Vera, Cáceres); 50. Castrejón (Villanueva de la Vera, Cáceres); 51. El Cardenillo (Madrigal de la Vera, Cáceres); 52. El Castañar (El Raso, Candeleda, Ávila); 53. El Raso (El Raso, Candeleda, Ávila); 54. Castillejo de Chilla (Candeleda, Ávila); 55. Castillo de Bayuela (Castillo de Bayuela, Toledo); 56. Morros de la Novillada (Alcántara, Cáceres); 57. El Castillejo de la Orden (Alcántara, Cáceres); 58. El Periñuelo (Ceclavín, Cáceres); 59. El Zamarril (Portaje, Cáceres); 60. Los Castillones de Araya (Garrovillas de Alconétar, Cáceres); 61. Alconétar (Garrovillas de Alconétar, Cáceres); 62. Cáceres Viejo (Cañaveral, Cáceres); 63. Cerro del Castillo (Talaván, Cáceres); 64. Desembocadura del Tiétar (Mirabel, Cáceres); 65. El Castillejo de Valdecañas (Almaraz, Cáceres); 66. Cerros de Alija (Peraleda de San Román, Cáceres); 67. Cerro de la Mesa (El Bercial, Alcolea de Tajo, Toledo); 68. Arroyo Manzanas (Las Herencias, Toledo) (a partir de los datos incluidos en Rodríguez Almeida 1955; Martín Valls 1998; Martín Bravo 1999; Álvarez-Sanchís 2003c; Fernández Gómez 2003; López Jiménez 2003b; Ramos Fraile 2005; Blanco García 2006b; Jiménez Ávila 2006; Fernández Freire 2008; Vicente González 2008-09; Blanco González 2009a; b; Martín Bravo 2009; Sacristán de Lama 2010; Charro Lobato y Cabrera Díez 2011; Hernández Sánchez 2011; Fabián García 2012; Paniego Díaz y Lapuente Martín 2015; Mateos Leal 2016) 182 4.11. Tipos de emplazamiento de las estaciones del Hierro II en el suroeste de la cuenca del Duero 184 4.12. Tamaño de los asentamientos del Hierro II localizados en torno a los principales cauces fluviales del suroeste de la Meseta Norte. Gráficos elaborados a partir de los datos contenidos en el anexo I 185 4.13. Territorio de explotación del oppidum de Ulaca (según Ruiz Zapatero 2005a: 32) 187 4.14. Arriba: mapa tridimensional con la localización de los castros de Saldeana y Bermellar (modificado a partir de Hernández Sánchez 2011: fig. 2). Abajo: vista del cerro donde se asienta el Castillo de Saldañuela, con el campo de piedras hincadas de El Castillo de Saldeana en primer término 191 4.15. Tipos de emplazamiento de los núcleos del Hierro Pleno ubicados al sur del Sistema Central 193 4.16. Tamaño de los poblados de la Segunda Edad del Hierro localizados alrededor de los principales cursos fluviales al sur del Sistema Central. Gráficos elaborados a partir de los datos del anexo I 194 4.17. Usos del suelo y Área de Captación Económica del yacimiento del Castillejo de Chilla (según Paniego Díaz y Lapuente Martín 2015: fig. 6) 195 4.18. Oppida de la Meseta Occidental 196 4.19. Características fundamentales del poblamiento del Soto Pleno y de la Segunda Edad del Hierro en el suroeste de la cuenca del Duero. Elaborada a partir de los datos del anexo I 197 4.20. Tabla con las características básicas del poblamiento del Hierro Antiguo y del Hierro Pleno en el valle medio del Tajo, elaborada a partir de los datos contenidos en el anexo I 197 4.21. Muralla de la Segunda Edad del Hierro de Coca (según Blanco García 2015b: 38) 199 LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 18 4.22. Muralla meridional del oppidum de El Raso y núcleo A de casas excavadas 201 4.23. Campo de piedras hincadas localizado junto a la puerta suroccidental del primer recinto de La Mesa de Miranda 202 4.24. Modelo de los procesos de urbanización de Las Cogotas y La Mesa de Miranda (dibujos de las diferentes fases de ocupación de ambos yacimientos según Álvarez-Sanchís 2006: 37 y 38) 204 4.25. Organización interna de Las Cogotas, planta y superficie interna de las casas excavadas por Cabré junto a la puerta principal del primer recinto y reconstrucción ideal de las mismas (modificado a partir de Álvarez-Sanchís 2006: 12) 206 4.26. Áreas funcionales del oppidum de Las Cogotas (modificado a partir de Álvarez- Sanchís 2006: 20) 207 4.27. Vías interiores y organización interna de Ulaca (según Álvarez-Sanchís 2006: 33) 209 4.28. Núcleo B-D de El Raso (modificado a partir de Fernández Gómez 2011: figs. 4 y 6) 211 4.29. Planimetría del sector A: nivel “basurero” e inicio de la UE 60. Se ha marcado en línea discontinua el trazado del sondeo 5 (2 x 2 m) de la campaña de 2003 217 4.30. Diferentes vistas del sector A: 1) fosa principal desde el suroeste, con el relleno UE 2 y el inicio de la UE 60; 2) ídem desde el noreste; 3) esquina meridional de la fosa principal con el relleno UE 60; 4) fosa secundaria y relleno UE 63; 5) fosas UE 92 y 96 desde el suroeste; 6) dolia situados en la esquina sur de la fosa principal (n.º 6 según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 21) 218 4.31. Secuencia estratigráfica del sector A. 219 4.32. Planimetría del sector A: nivel “taller” 220 4.33. Vista general de la excavación realizada en el año 2004 en la zona baja de la ladera norte del cerro de Ulaca. En primer término aparece el sector B y en el centro de la fotografía el sector A (según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 13) 222 4.34. Planimetría del sector B: nivel “taller”. Se ha delimitado en línea discontinua el trazado del sondeo 13 de la campaña de 2003 223 4.35. Diferentes vistas del nivel “taller” del sector B: 1) zona norte del área de excavación; 2) muro UE 21 y suelo UE 22; 3) muro UE 23 y suelo UE 33; 4) muro UE 31 y suelo UE 32; 5) zona noroeste de la excavación; 6) muros UE 53 y 54, hogar UE 57 y suelos UE 59 (lajas) y 71 224 4.36. Secuencia estratigráfica del sector B 225 4.37. Denario de Arekorata hallado en la falda norte de Ulaca, en la campaña de excavaciones del año 2004 228 4.38. El “Canto de los Responsos” de Ulaca, situado junto al Camino de la Sierra, con el Valle Amblés al fondo (según Almagro-Gorbea 2006: fig. 2) 228 4.39. Planta parcial de una vivienda exhumada en el solar del Trilingüe del Teso de las Catedrales (Salamanca) (según Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 53) 230 4.40. Selección de plantas de viviendas pertenecientes a los distintos núcleos excavados en El Raso (modificado a partir de Fernández Gómez 2011: figs. 554 y 555) 231 4.41. (a) Planimetría de la casa C de La Mesa de Miranda (según González-Tablas Sastre 2008a: fig. 5). (b) Interpretación funcional de los distintos espacios (según Ruiz Zapatero 2009a: fig. 8) 232 ÍNDICE DE FIGURAS 19 4.42. Diagramas de permeabilidad: a) viviendas de El Raso (según Fernández Gómez 2011: fig. 552); b) casa C de La Mesa de Miranda (según López García 2012: fig. 34) 233 4.43. Tamaño de las viviendas rectangulares y cuadrangulares en El Raso, sin contabilizar porches ni corrales (elaborada a partir de los datos de Fernández Gómez 1986; 2011) 235 5.1. Planta del Túmulo A y conjunto de la Tumba 1 de la necrópolis de Los Tejares (según López Jiménez y Martínez Calvo 2009: fig. 6) 239 5.2. Tumbas excavadas en las zonas A y B de la necrópolis de El Castillejo de la Orden (a excepción de las sepulturas 8 y 9) (según Martín Bravo 1999: fig. 56) 240 5.3. Plano general de la necrópolis de La Osera y sus seis zonas de enterramiento (según Álvarez-Sanchís 2006: 17) 241 5.4. Representación porcentual de los distintos grupos de edad reconocidos en la necrópolis de El Raso. Elaborada a partir del análisis antropológico realizado por Alcázar Godoy y Suárez López (1997) 243 5.5. Estimación del sexo por grupos de edad en la necrópolis de El Raso. Elaborada a partir del estudio antropológico llevado a cabo por Alcázar Godoy y Suárez López (1997) 243 5.6. Ubicación de la necrópolis de Ulaca, de las zonas prospectadas con el georradar (A y B) y de los sondeos realizados (1-9 y 12-15) 246 5.7. Secuencia de la excavación del sondeo 13 (según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 15) 247 5.8. Sección acumulativa del sondeo 13 con los dos depósitos funerarios superpuestos (según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 17) 248 5.9. Muestra del ajuar encontrado en el depósito superior de la tumba del sondeo 13 (modificada a partir de Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 18) 250 5.10. Plantas y secciones de la fosa inferior de la tumba del corte 13. A: en proceso de excavación. B: vaciada completamente (según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 16) 251 5.11. Muestra del ajuar hallado en el depósito inferior de la tumba del corte 13 252 5.12. Planimetría del sector B: nivel “necrópolis” 254 5.13. Vista general del área de empedrados de la necrópolis de Ulaca (Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 14) 255 5.14. Plantas y secciones de la tumba UE 40. A: en proceso de excavación. B: vaciada por completo 256 5.15. Secuencia de la excavación de la tumba UE 40 (n.º 6 según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 20) 257 5.16. Muestra del ajuar encontrado en la tumba doble UE 40 258 5.17. Secuencia de la excavación de la posible tumba UE 80 259 5.18. Tahalí metálico hallado en el nivel superficial de la posible tumba UE 80 260 5.19. Cuenta de collar de pasta vítrea (A) y fusayola (B) encontradas en la posible tumba UE 80 260 5.20. Fosas UE 14 y 15 y fíbula de bronce en omega aparecida en esta última 261 6.1. Planimetría general y foto de detalle del alfar de Las Cogotas (modificado a partir de Álvarez-Sanchís 2003b: fig. 33; 2006: 35) 268 LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 20 6.2. Arriba: útiles de alfarería descubiertos en varias casas del oppidum de Las Cogotas (una pella de barro, dos alisadores, dos punzones, una moledera para pulverizar el desgrasante, una alisadora en esquisto y dos estampillas de cerámica –la impronta de estampilla sobre cera fue realizada por Cabré–) (según Barril Vicente 2005a: 110). Abajo: cerámicas con defectos de cocción procedentes del alfar de Las Cogotas (izquierda) (según Álvarez-Sanchís 2009: fig. 4; foto de Mario Torquemada) y de las excavaciones realizadas por Cabré en este enclave (derecha) (según Galán Domingo 2005: 112) 270 6.3. Cerámica a torno procedente de las excavaciones en la ladera norte del cerro de Ulaca (nivel de taller). Arriba: olla de cerámica común (sector A, UE 66). Abajo: cuenco umbilicado de cerámica fina oxidante con una banda pintada (sector B, UE 33) 275 6.4. Borde abierto de una cerámica a torno negra de superficie bruñida procedente de las excavaciones de Ulaca (sector A, UE 2) 277 6.5. Herramientas de hierro del oppidum de El Raso (según Fernández Gómez 2011: fig. 524) 278 6.6. Diferentes elementos relacionados con los trabajos metalúrgicos: 1) horno de El Raso (según Fernández Gómez 2011: 435); 2) posible forja localizada en el Cerro de la Mesa (según Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004: lám. VI); 3) crisoles encontrados en El Raso (según Almagro-Gorbea et al. 2004: 426); 4) martillo descubierto en Las Cogotas (según Barril Vicente 2005b: 118) 280 6.7. Microestructura metalográfica de la sección de la hoja de una espada de la necrópolis de La Osera (según Rovira Llorens 2005a: fig. 3) 281 6.8. Arriba: cantera oeste de Ulaca. En la esquina inferior izquierda se pueden apreciar varias “cuñeras”. A su derecha se encuentran el bloque de 3,5 m de longitud descrito en el texto y los bloques ya partidos listos para su transporte y uso. Abajo: cantera suroeste de Ulaca. Se pueden observar varios bloques separados, incluso con “cuñeras” transversales, pero sin partir 285 6.9. Herramientas de cantería identificadas en la Meseta Occidental (tabla elaborada a partir de las informaciones contenidas en Rodríguez-Hernández 2012) 289 6.10. Algunos de los útiles de cantería documentados en el occidente de la Meseta: 1) pico-martillo (según Barril Vicente 2005b: 118); 2-3) picos (según Fernández Gómez 2011: 431); 4) cincel (según Álvarez-Sanchís 2008d: 49); 5) escoplo (íd.); 6) puntero enmangado (según Barril Vicente 2005b: 118) (a diferentes escalas) 290 6.11. Principales etapas en la elaboración de un verraco y algunas de las herramientas asociadas a las mismas (según Rodríguez-Hernández 2012: fig. 4) 291 6.12. Arriba: toro de Villanueva del Campillo. Abajo: verraco localizado en la torre sur de la puerta de San Vicente de la muralla de Ávila (según Martínez Lillo y Murillo Fragero 2003: 280) 293 6.13. Variantes tecnológicas documentadas en el proceso de elaboración de un verraco (según Rodríguez-Hernández 2012: fig. 6) 295 6.14. Hipótesis interpretativas propuestas por los diferentes autores sobre el significado de los verracos (según Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008: fig. 7) 297 6.15. Vista hipotética de Ulaca desde el norte (según Val Recio y Escribano Velasco 2004: 34) 302 6.16. Reconstrucción ideal del oppidum de El Raso (según Fabián García 2015: 24; dibujo de José Muñoz Domínguez) 304 6.17. (a) La sociedad vettona (según Ruiz Zapatero 2007b: fig. 3). (b) Posible estructura cónica de la comunidad de Las Cogotas, elaborada a partir de los datos ÍNDICE DE FIGURAS 21 aportados por su necrópolis (dibujo del yacimiento según Álvarez-Sanchís 2006: 7 y esquemas piramidales de los distintos linajes según Ruiz Zapatero 2007: fig. 3) 306 6.18. Elementos vinculados a las élites ecuestres: 1) sillar de la muralla de Yecla de Yeltes, grabado con dos jinetes cazando jabalíes; 2) dibujo de la escena de caza (según Martín Valls 1983: fig. 7); 3) fíbula de caballito de Las Cogotas (según Almagro-Gorbea et al. 2004: 427); 4) anillo argénteo del Cerro de la Mesa (según Almagro-Gorbea et al. 1999: fig. 2); 5) ¿signa equitum? hallado en La Osera (según Manso Martín 2005: 130) 307 LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 22 23 RESUMEN Esta tesis doctoral analiza los cambios y continuidades identificados en el registro arqueológico de las comunidades protohistóricas del occidente de la Meseta desde una perspectiva social. Para ello, se parte de una conceptualización de la Edad del Hierro que vincula su inicio al trascendental proceso de sedentarización de la población en asentamientos estables, ocurrido en los siglos iniciales del primer milenio a.C., y su final a la importante reorganización territorial llevada a cabo por Roma en la zona a partir de la segunda mitad del siglo I a.C. Como marco espacial de este trabajo se ha escogido una zona amplia de la Meseta Occidental vertebrada por las alineaciones montañosas del Sistema Central y delimitada por los ríos Duero y Tajo. Los principales objetivos que persigue esta tesis doctoral son: 1) ofrecer una visión actualizada de la arqueología de los grupos protohistóricos del occidente meseteño, centrada en sus patrones de poblamiento, las características de sus poblados y estructuras domésticas, sus necrópolis, sus producciones artesanales y sus modelos de organización social; 2) lograr una mejor caracterización de las diferentes tecnologías presentes en estas comunidades (fundamentalmente la alfarería, la metalurgia y la cantería); 3) analizar de manera diacrónica los mecanismos mediante los cuales el poder se ejerce, manifiesta y oculta en dichos grupos; 4) contrastar la idoneidad de los modelos sociales propuestos. Para lograr estos objetivos se han empleado distintas metodologías, como el uso del concepto de “cadena tecnológico operativa”, para intentar reconstruir la secuencia de operaciones mediante las cuales la materia prima era transformada en un producto final. La utilización de dicha herramienta teórico-metodológica implica a su vez el empleo de analogías débiles procedentes de la etnografía y la incorporación de datos arqueométricos. Asimismo, se han integrado en el discurso las informaciones paleoambientales disponibles para el área de estudio, así como las escasas fechas de carbono 14. En cuanto al análisis sobre el poder se ha recurrido a conceptos como el de “capital simbólico”, elaborado por Pierre Bourdieu. Finalmente, en el estudio de la LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 24 organización sociopolítica de las comunidades estudiadas ha resultado fundamental la realización de una aproximación a su demografía y la comparación de los rasgos sociales detectados a partir del registro arqueológico con distintos modelos antropológicos. De esta manera, hemos conseguido elaborar una lectura social de las transformaciones protagonizadas por los grupos protohistóricos de la Meseta Occidental. La Edad del Hierro en esta zona supone la plena sedentarización de los grupos humanos, que se apropiarán de manera efectiva del paisaje, a través de la construcción de poblados permanentes y necrópolis, así como de la configuración de los campos de cultivo y de las zonas de pastos. Durante este periodo asistimos a la emergencia de aldeas estables, que en un momento determinado se monumentalizan mediante el levantamiento de imponentes sistemas defensivos y, en algunos casos, dan origen a las primeras ciudades (u oppida) de esta zona. De igual modo, a lo largo de la Edad del Hierro las tecnologías artesanales pasarán de estar circunscritas fundamentalmente al ámbito doméstico a constituir auténticas industrias especializadas, desarrolladas por especialistas a tiempo completo en barrios específicos ubicados habitualmente en el espacio periurbano de los oppida. Por lo que respecta a la demografía, este periodo parece corresponderse con un momento de crecimiento demográfico que posibilitaría la transformación de aldeas ocupadas por unos pocos cientos de efectivos en ciudades habitadas por miles de personas. Por último, en cuanto a su organización social se han podido constatar una serie de cambios significativos, ya que de las comunidades de la Primera Edad del Hierro, que presentan unas élites sociales incipientes pero sin consolidar, se pasará durante el Hierro II a la conformación de sociedades fuertemente jerarquizadas dominadas por una élite guerrera y, posteriormente, con el surgimiento de los oppida aparecerán auténticas sociedades urbanas con sus propios órganos de gobierno. 25 SUMMARY This doctoral thesis analyses changes and continuities identified in the archaeological record of the protohistoric communities of the Western Plateau from a social perspective. To this end, we have based the analysis on a conceptualisation of the Iron Age which links its beginning to the significant sedentarisation of the population in stable settlements during the first millennium BC, and its end to the important territorial reorganisation carried out in the area by the Romans from the second half of the first century BC. A large area of the Western Plateau, defined by the mountain ranges of the Sistema Central and bound by the Tajo and Duero rivers, has been chosen for this work. The main aims of this doctoral thesis are: 1) to offer an updated vision of the archaeology of the protohistoric groups of the Western Plateau, focused on its population patterns, the characteristics of its settlements and domestic structures, its cemeteries, its craft production and its models of social organisation; 2) to achieve a better characterisation of the various technologies of these communities (mainly pottery, metallurgy and stonework); 3) analyse in a diachronic way the mechanisms through which the power is exerted, manifested and concealed in these groups; 4) to contrast the suitability of the social models proposed. In order to achieve these aims, various methodologies have been applied, such as the use of the “operational technological chain”, to try to reconstruct the sequence of actions by which raw material was transformed into a final product. The use of this theoretic-methodological tool involves also the use of soft analogies coming from the ethnography and the incorporation of archaeometric data. Likewise, the paleoenviromental data available for the researched area has been integrated in the discourse, as well as the few carbon-14 dates available. With regards to the analysis about the power, concepts such as “symbolic capital”, elaborated by Pierre Bourdieu, have been used. Finally, in the analysis of the socio-political organisation of the communities studied, the consideration of demography and the comparison of the social characteristics detected in the archaeological record through various anthropologic LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 26 models, has been fundamental. Thanks to this, a social reading of the transformations carried out by protohistoric groups in the Western Plateau has been achieved. The Iron Age in this area marks the full sedentarisation of the human groups, who will effectively appropriate the landscape through the construction of permanent settlements and cemeteries, as well as the configuration of the crop fields and pasture areas. During this period, we witness the appearance of stable settlements, which are eventually monumentalised through the erection of important defensive systems and, in some cases, leading to the first cities (or oppida) in this area. Likewise, craft technologies through the Iron Age will go from being fundamentally circumscribed to the domestic areas to becoming authentic, specialised industries, developed by full-time specialists in specific quarters, normally located in the periurban space of the oppida. As for the demography, this period seems to correspond with a demographic growth that would enable the transformation of villages occupied by just a few hundred of people into cities inhabited by thousands. Lastly, in terms of social organisation significant changes have been confirmed. The communities of the Early Iron Age, who present emerging but not consolidated social elites, will develop during the Late Iron Age into strongly hierarchical societies dominated by a warrior elite and, later, with the appearance of the oppida, authentic urban societies will appear with their own governing bodies. 27 INTRODUCCIÓN Esta tesis doctoral constituye un estudio arqueológico de las comunidades de la Edad del Hierro en el occidente de la Meseta, centrado en el análisis social de sus patrones de poblamiento, de las características de sus poblados y estructuras domésticas, de sus cementerios, sus producciones artesanales y sus modelos de organización social. La investigación sobre la Meseta Occidental durante el primer milenio a.C. cuenta con una dilatada trayectoria (Fernández-Posse 1998), cuyos últimos hitos han sido las síntesis generales de Sanz Mínguez (1998), Álvarez-Sanchís (2003c) y Martín Bravo (1999), desde una lectura arqueológica, y de Sánchez Moreno (2000) y Salinas de Frías (2001) desde la historia antigua. Trabajos más recientes como los de López Jiménez (2003b), Blanco García (2006b), Fernández Freire (2008), Blanco González (2009a) o Mateos Leal (2016), en cambio, analizan ámbitos espaciales más reducidos. Esta circunstancia nos ha movido a llevar a cabo el presente estudio. Para ello hemos escogido un área amplia del occidente de la Meseta, comprendida entre los ríos Duero y Tajo, evitando, de este modo, el localismo que caracteriza buena parte de la producción científica realizada en arqueología tras la consolidación del Estado de las autonomías (Ayán Vila 2015: 32). Este trabajo se enmarca en un contexto en el que los estudios de doctorado han experimentado un cambio trascendental con la posibilidad de obtener el título de doctor a través de una tesis por compilación de publicaciones (Ruiz Zapatero 2015). Este hecho encaja perfectamente con un mundo científico dominado por la cienciometría o papernomics (una supuesta economía de la publicación de papers) (Bermejo Barrera 2015: 123 y ss.). De esta manera, las tesis doctorales en la última década han reducido su alcance temático y extensión (Ruiz Zapatero 2015: 351). En nuestro caso, nos hemos centrado en aquellos aspectos clave para elaborar nuestro relato, intentando mantener el trabajo en un volumen razonable de cara a su posible publicación. Así, en el capítulo que inaugura la presente obra hemos explicitado el marco teórico-metodológico de la misma. Esto nos parece especialmente necesario en un momento en el que algunos autores están planteando el posible advenimiento de un nuevo paradigma en LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 28 arqueología, basándose, entre otros factores, en los grandes avances experimentados en los últimos años por la arqueometría (Kristiansen 2014). Además, en este capítulo 1 se describen las principales características de la geografía de la Meseta Occidental y la dinámica paleoambiental en esta zona a lo largo de la Edad del Hierro. En los capítulos 2 y 3 se lleva a cabo un repaso a la situación del área de estudio durante la transición Bronce Final-Hierro I y la Primera Edad del Hierro. En esta última fase se producirá, con ritmos distintos según las zonas, el asentamiento definitivo de los distintos grupos en asentamientos permanentes, fenómeno que se puede constatar, por ejemplo, en los análisis palinológicos realizados en las últimas décadas. El final de Cogotas I y el inicio de la Edad del Hierro se analizan a partir de las fechas de carbono 14 disponibles y de aquellos factores clave para defender la ruptura o la transición gradual entre el Bronce Final y el Primer Hierro. Tras el estudio de los patrones de poblamiento a ambos lados del Sistema Central, se realiza una descripción de las características de las granjas y, sobre todo, de las aldeas que surgieron a lo largo de esta fase. Estas últimas muestran, en algunos casos, signos evidentes de monumentalización, mediante el levantamiento de defensas artificiales, pasando a convertirse así en aldeas fortificadas o castros. Posteriormente, se analizan los principales rasgos de las cabañas y casas documentadas en el occidente de la Meseta. Asimismo, se detallan los elementos conocidos de las cadenas tecnológico operativas de la alfarería y la metalurgia del Hierro I. A continuación, se hace una aproximación al impacto del fenómeno orientalizante en el marco de nuestra zona de estudio, centrada, sobre todo, en los hallazgos producidos en los últimos años. Finalmente, se realiza una crítica de las propuestas demográficas y modelos de organización social planteados hasta la fecha. De igual modo, a lo largo de los capítulos 4, 5 y 6 se sintetiza la información disponible sobre la Segunda Edad del Hierro en la Meseta Occidental. El análisis comienza con la descripción de los cambios más destacados detectados en esta zona alrededor del 400 cal AC, que justifican la distinción de una nueva fase. En la misma surgirán, en la mayor parte de nuestro ámbito espacial de estudio, una serie de poblados de grandes dimensiones u oppida, que pueden considerarse las primeras ciudades del occidente meseteño. Su aparición lleva aparejado un aumento de la presión antrópica sobre el paisaje, detectable en los análisis paleoambientales disponibles. Los oppida contaron con unos imponentes sistemas defensivos, que incluyen murallas, fosos y campos de piedras hincadas, y un urbanismo complejo, que afecta incluso a su espacio INTRODUCCIÓN 29 periurbano, con la existencia de barrios extramuros, escombreras o necrópolis. Estas últimas centran el discurso del capítulo 5, en el cual se desgranan los hallazgos procedentes del cementerio localizado recientemente en la falda norte del oppidum de Ulaca (Álvarez-Sanchís et al. 2008). Por su parte, la especialización artesanal y la producción doméstica son tratadas en el capítulo 6, prestando una especial atención a los procesos técnicos de la alfarería, la metalurgia y la cantería. Dentro del análisis de esta última, se aborda el estudio de los “verracos”, las famosas esculturas de toros y cerdos que aparecen distribuidos por gran parte del occidente peninsular. Por último, se lleva a cabo una aproximación a la demografía y a la organización sociopolítica de las comunidades del Hierro II. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 30 31 CAPÍTULO 1 MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 1.1. Estado de la cuestión: investigación arqueológica y divulgación en el s. XXI Entre los propósitos de este trabajo no está el llevar a cabo una historiografía de la investigación arqueológica sobre las sociedades protohistóricas del occidente de la Meseta, ya que la realización de un estudio historiográfico crítico que vaya más allá de una historia de la investigación descriptiva constituye en sí mismo el objetivo de una tesis doctoral. Afortunadamente, el auge que en los últimos años han vivido los estudios historiográficos (Díaz-Andreu y Mora 1997; Ruiz Zapatero 2011c) nos permite disponer de valiosas obras que analizan la dinámica de la disciplina arqueológica y, en algunos casos, los condicionantes políticos, económicos y sociales de sus practicantes a lo largo del tiempo. Para el caso concreto de la investigación llevada a cabo sobre la Edad del Hierro en la Meseta Occidental podemos acudir a la excelente síntesis crítica de Fernández-Posse (1998), a los capítulos dedicados a la “historia de la investigación” en diversas tesis doctorales (Martín Bravo 1999; Álvarez-Sanchís 2003c; López Jiménez 2003b; Blanco García 2006b; Manglano Valcárcel 2013) o a trabajos específicos. Estos últimos se centran en la historiografía de las pesquisas realizadas en torno a las poblaciones protohistóricas de esta zona meseteña (Sánchez Moreno 1995; Mariné 2005; Álvarez-Sanchís 2008b; 2012), identificadas tradicionalmente con los vettones citados por los autores clásicos. Asimismo, dichos trabajos analizan la labor desarrollada por una serie de investigadores pioneros (Museo de Ávila 1987), como Juan Cabré (Molinero Pérez 1982; Álvarez-Sanchís 2004a; Baquedano Beltrán 2004; Ruiz Zapatero 2004), o los muchos avatares por los que han pasado las famosas esculturas zoomorfas conocidas popularmente como “verracos” (Martín García y García Diego 1990: 18-21; Hernando Sobrino 2007; Mariné 2008). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 32 Por todo ello, en esta tesis se ha optado por realizar un breve estado de la cuestión centrado en la investigación arqueológica y la divulgación sobre la Edad del Hierro del occidente de la Meseta llevada a cabo en los últimos quince años. En este tiempo se han realizado excavaciones arqueológicas en algunos de los sitios más emblemáticos de esta zona, en el marco del proyecto europeo INTERREG III-A: La Mesa de Miranda (Chamartín, Ávila) (González-Tablas Sastre 2008a; 2011a; López García 2012: 99 y ss.), Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila) (Ruiz Entrecanales 2005: 13- 14), Ulaca (Villaviciosa, Solosancho, Ávila) (Álvarez-Sanchís et al. 2008), Las Merchanas (Lumbrales, Salamanca) y Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca) (Benet y López Jiménez 2008: 174-175). También se han iniciado o continuado las excavaciones en otros enclaves de la Edad del Hierro, como Talavera la Vieja (Bohonal de Ibor, Cáceres) (Jiménez Ávila y González Cordero 2012: 214), Castillejo de Chilla (Candeleda, Avila) (Paniego Díaz y Lapuente Martín 2015), Los Tejares (El Tejado, Salamanca) (López Jiménez y Martínez Calvo 2006; 2009), La Corona (Rinconada de la Sierra, Salamanca) (López Jiménez y López Sáez 2005) o San Mamede (Villardiegua de la Ribera, Zamora) (Romero Perona et al. 2015); aunque sólo las del Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo) han tenido una cierta continuidad en el tiempo (Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004; Chapa Brunet et al. 2007; Charro Lobato et al. 2009; Chapa Brunet et al. 2013). A estas intervenciones habría que sumar las realizadas de forma previa a la construcción de grandes infraestructuras, como la del Cerro de la Cabeza (Fabián García et al. 2010) o Guaya (Misiego Tejeda et al. 2005), aquellas desarrolladas en el marco de la arqueología urbana (p. ej. Martín Carbajo et al. 2001; López Sáez y Blanco González 2005: 238-240; Blanco García y Retuerce Velasco 2010; Macarro Alcalde y Alario García 2012; Vaca Lorenzo 2012; Blanco García 2015a) y las campañas de prospección emprendidas para la elaboración y actualización de los inventarios arqueológicos provinciales (Burillo Mozota et al. 2007: 201). En cuanto a los verracos, en estos años su inventario no ha parado de crecer (Martínez Lillo y Murillo Fragero 2003: 281-282; Martín Valls y Pérez Gómez 2004; Álvarez-Sanchís 2006: 115-147; Pacheco Jiménez y Moraleda Olivares 2009; Manglano Valcárcel 2010- 11; 2013: anexo 1; Mariné 2012a; b). El enorme desarrollo experimentado por la arqueología comercial en estos tres lustros se puede comprobar rápidamente a partir de las cifras aportadas por Fabián (2006d: 19-22) para la provincia de Ávila y su capital: en el quinquenio 2001-2005 se CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 33 realizaron en esta ciudad 86 excavaciones de urgencia y 14 controles arqueológicos, mientras que en la provincia se llevaron a cabo un total de 164 excavaciones y controles arqueológicos. Estos datos contrastan con los del periodo 1987-1998/1999 en el que se efectuaron 31 excavaciones de urgencia y 15 controles arqueológicos en la capital y 116 excavaciones y controles arqueológicos en el conjunto de la provincia. Asimismo, estas cifras tan elevadas destacan con respecto al número de actuaciones realizadas en el casco urbano de Salamanca entre 1984 y 1998 (37 campañas de excavación arqueológica y 14 seguimientos de obra) (Benet y Sánchez Guinaldo 1999: 122) y en toda la provincia de Salamanca en el periodo 1986-1999 (274 actuaciones) (Santonja y Benet 2000: 326). Este incremento tan importante del número de intervenciones a inicios del presente siglo se debe, en buena medida, a la burbuja inmobiliaria y a la necesidad de liberar suelo para construir, inherente al modelo del “ladrillazo” (Díaz-del- Río 2000; Parga-Dans 2010; González Álvarez 2013; Marín Suárez y Parga-Dans 2017). Durante estos últimos años han visto la luz algunas publicaciones importantes para el conocimiento de la Edad del Hierro del occidente de la Meseta (fig. 1.1): síntesis generales enfocadas desde la historia antigua (Sánchez Moreno 2000; Salinas de Frías 2001) y la arqueología (Álvarez-Sanchís 2003b), memorias de excavación (Celestino Pérez 1999; González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 2002; Jiménez Ávila 2006; Fernández Gómez 2011; Macarro Alcalde y Alario García 2012), obras colectivas (Almagro-Gorbea et al. 2004; Barril Vicente y Galán Domingo 2007; Álvarez-Sanchís 2008a; Sanabria Marcos 2009; Romero Carnicero y Sanz Mínguez 2010; Álvarez- Sanchís et al. 2011; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2011) y tesis doctorales (Martín Bravo 1999; Álvarez-Sanchís 2003c; López Jiménez 2003b; Blanco García 2006b; Fernández Freire 2008; Blanco González 2009a; Pérez Gutiérrez 2010; Manglano Valcárcel 2013; Baquedano Beltrán 2016; Mateos Leal 2016). En la última década se han desarrollado proyectos de investigación en torno a los elementos identitarios y la arqueología de las poblaciones prerromanas del centro de la Meseta Norte (“Vacceos: identidad y arqueología de una etnia prerromana en el valle del Duero”, 2006-2009), utilizando en su estudio, entre otros métodos, novedosos análisis arqueométricos (“Cosmovisión y simbología vacceas. Nuevas perspectivas de análisis”, 2011-2013) (fig. 1.1). Asimismo, se ha llevado a cabo un proyecto sobre las características particulares de la cultura material y de la ocupación del territorio en el LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 34 P U B L IC A C IO N E S 2 0 1 6 E X P O S IC IO N E S / P R O Y E C T O S 2 0 1 5 2 0 1 2 2 0 1 1 2 0 1 0 2 0 0 9 2 0 0 8 2 0 0 7 2 0 0 6 2 0 0 5 2 0 0 3 2 0 0 2 2 0 0 1 Fig. 1.1. Principales publicaciones, exposiciones y proyectos sobre la Edad del Hierro del área de estudio en el siglo XXI. CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 35 valle medio del Tajo, con una especial atención al yacimiento del Cerro de la Mesa (“Identidad y territorio en el Tajo Medio durante el Bronce Final y la Edad del Hierro”, 2012-2014, http://www.proyectobhit.com/index.html). En la actualidad se están desarrollando dos proyectos sobre las ciudades (u oppida) que surgieron en la Meseta Occidental a finales de la Edad del Hierro: el proyecto europeo REFIT (“Resituating Europe's First Towns: A case study in knowledge transfer enhancing and developing sustainable management of cultural landscapes”, 2015-2018, https://www.refitproject.com) y el proyecto nacional TRANSVETTONIA (“Vettones: estudios de urbanismo y sociedad mediante técnicas no destructivas”, 2016-2018, http://www.proyectobhit.com/transvettonia.html). El primero analiza cómo las comunidades locales perciben los paisajes de cuatro oppida europeos (entre ellos Ulaca), cuáles son las mejores estrategias para implicar a los distintos grupos de interés y cómo se podrían incorporar sus necesidades para lograr una gestión sostenible de estos paisajes culturales (Álvarez-Sanchís y Rodríguez-Hernández 2016). Por su parte, el proyecto TRANSVETTONIA tiene como objeto el estudio urbanístico de cuatro importantes asentamientos (La Mesa de Miranda, Ulaca, Cerro de la Mesa y Villaviejas del Tamuja –Botija, Cáceres–), mediante prospecciones geofísicas y documentación aérea con cámara fotogramétrica, y el análisis iconográfico y territorial de las esculturas zoomorfas. Una serie de importantes reuniones científicas han jalonado esta etapa de la investigación protohistórica de la Meseta. En el año 2004, en el marco del proyecto INTERREG III-A, se celebraron dos encuentros internacionales: “Castros y verracos. Gentes de la Edad del Hierro en el occidente de Iberia” (Ruiz Zapatero y Álvarez- Sanchís 2011) y “Castro, um lugar para habitar” (Pires de Carvalho 2005). En ese mismo año tuvo lugar el Curso de Verano sobre “El vino y el banquete como expresión de poder y vínculo social en la protohistoria europea” (2004) (Sanz Mínguez y Romero Carnicero 2009). Posteriormente, se han desarrollado las jornadas sobre “Lusitanos y vettones. Los pueblos prerromanos en la actual demarcación Beira Baixa - Alto Alentejo - Cáceres” (2007) (Sanabria Marcos 2009) y “De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea” (2009) (Romero Carnicero y Sanz Mínguez 2010). Asimismo, se han celebrado los “Congresos de Arqueología de Chamartín (Ávila)” (2010-2011) (López García et al. 2011; Hernández Sánchez y López García 2012) y una serie de workshops: “Arqueología de los pueblos prehistóricos en el interfluvio Tormes-Côa: el file:///G:/Tesis%20cap.%201.doc file:///G:/Tesis%20cap.%201.doc file:///G:/Tesis%20cap.%201.doc LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 36 cerro de El Berrueco como referente” (2008), “Engaging stakeholders in oppida heritage: challenges and possibilities” (2016) –en el marco del proyecto REFIT– y el “I Workshop Ibérico de Arqueoturismo” (2017). Finalmente, han tenido lugar reuniones de jóvenes investigadores, como la desarrollada en Salamanca sobre “Bronce Final y Edad del Hierro en la Península Ibérica” (2003) (Blanco González et al. 2005) o las organizadas por la Asociación Zamora Protohistórica, “Jornadas de jóvenes investigadores del Valle del Duero” (2011-) (Sastre Blanco et al. 2013; Honrado Castro et al. 2014; González de la Fuente et al. 2014; Martínez Caballero et al. 2016; Álvarez Rodríguez et al. 2017). Dicha asociación también ha organizado el Congreso Internacional sobre “Fortificaciones en la Edad del Hierro: control de los recursos y el territorio” (2014) (Rodríguez Monterrubio et al. 2015). En el ámbito de la divulgación destacan las diversas exposiciones realizadas en estos tres últimos lustros (fig. 1.1). En primer lugar, la exitosa “Celtas y Vettones” (Almagro-Gorbea et al. 2004), celebrada en Ávila en 2001, que fue visitada por unas 100.000 personas y supuso un auténtico acontecimiento cultural y turístico en esta ciudad (García Hernández et al. 2002; Mariné 2003; 2005: 31). Su éxito se debió, entre otros factores, a la espectacularidad de las piezas exhibidas. Sin embargo, el discurso expositivo era parco en informaciones de corte social, más allá de las referencias extraídas de las fuentes clásicas (Marín Suárez 2005: 188-189). El impulso inicial dado en el marco de esta exposición al arqueoturismo en la provincia de Ávila, se ha visto consolidado con la instalación en el Torreón de los Guzmanes, sede de la Diputación Provincial de Ávila, de la muestra permanente “Vettonia. Cultura y Naturaleza” (Álvarez-Sanchís y González-Tablas 2005). Este organismo provincial, a través de la Institución “Gran Duque de Alba”, ha patrocinado también otras dos exposiciones temporales en la capital abulense (Barril Vicente 2008: 468-469): “El descubrimiento de los vettones. Los materiales del Museo Arqueológico Nacional” (VV.AA. 2005) y “Ecos del Mediterráneo: el mundo ibérico y la cultura vettona” (Barril Vicente y Galán Domingo 2007). A estas exposiciones sobre la cultura material de las poblaciones del occidente meseteño habría que sumar la celebrada en el Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, “Vettones. Pastores y guerreros de la Edad del Hierro” (Álvarez-Sanchís 2008d). Por último, sobre las comunidades asentadas en el centro de la cuenca del Duero se han organizado distintas exhibiciones, como “En los extremos de CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 37 la región vaccea” (Sanz Mínguez y Romero Carnicero 2007a) o “El vino y el banquete en la Ribera del Duero durante la Protohistoria” (Sanz Mínguez et al. 2009). Otro hito en la divulgación del patrimonio legado por las comunidades protohistóricas de la Meseta Occidental lo ha constituido la restauración y adecuación para la visita de algunos de los principales yacimientos de la Edad del Hierro de Ávila y Salamanca en el marco del proyecto INTERREG III-A (2003-2005), liderado por la Diputación Provincial de Ávila (Fabián García 2008; Martín Vázquez 2010). Entre las actuaciones realizadas destacan la creación de aulas arqueológicas, la señalización de los accesos, la musealización del entorno, la limpieza de los campos de piedras hincadas, de algunos tramos de muralla y el recrecimiento de los mismos, especialmente en torno a las puertas. Asimismo, se han realizado acciones concretas en algunos verracos, como la restauración del toro de Villanueva del Campillo (Ávila) (Fabián García 2004: 35-36). De este modo, se ha consolidado una ruta turística en torno a estos sitios y otros enclaves importantes del norte de Portugal (Ser Quijano 2006a; b). En el caso de la provincia de Ávila, para promocionar y difundir esta red de castros y verracos se ha creado una página web (www.castrosyverracosdeavila.com) y se han editado una serie de publicaciones dentro de la serie “Cuadernos de Patrimonio Abulense” (Álvarez- Sanchís 2005b; 2006; Fabián García 2005a; b; 2006c; Fernández Gómez 2005; González-Tablas Sastre 2005; Ruiz Entrecanales 2005; Ruiz Zapatero 2005a), así como una Guía infantil de castros y verracos (González-Tablas Sastre y Mateos Benito 2004). Todas estas actuaciones han provocado un gran incremento en el número de visitas a estos sitios (Fabián García 2008: 434), aunque no están exentas de problemas. La construcción y rehabilitación de edificios destinados a aulas arqueológicas y centros de interpretación (fig. 1.2), en torno a los más destacados enclaves prerromanos de Ávila y Salamanca (Benet y Martín Valls 2004; Fabián García 2008), se ha llevado a cabo sin realizar estimaciones serias sobre el número potencial de visitantes (Álvarez-Sanchís y Torre Echávarri 2007), lo que se traduce en que buena parte de estos centros no son viables a medio y largo plazo y presentan grandes deficiencias (Lamoca Rebollo 2010). De igual modo, la restauración de las murallas y entradas se ha realizado en algunos casos sin una excavación previa, por lo que hemos perdido una valiosa oportunidad para profundizar en el conocimiento de la estructura de las mismas y su datación (Collis 2008: 67). Finalmente, en el caso de los verracos se han producido intervenciones polémicas, como el traslado de las esculturas de Villanueva del Campillo desde el http://www.castrosyverracosdeavila.com/ LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 38 Fig. 1.2. Arriba: aula arqueológica del oppidum de La Mesa de Miranda. Abajo: Museo del castro de Yecla la Vieja. CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 39 campo en el que presumiblemente estuvieron instaladas en época prerromana hasta la plaza de la localidad (Falquina et al. 2005). Este auge en la divulgación de los vestigios protohistóricos de las tierras del occidente peninsular y los procesos de construcción popular de identidades locales en el contexto general de la globalización es lo que explicaría, según Ruiz Zapatero y Salas Lopes (2008: 410-411), el surgimiento de un “vettonismo” popular que usa los elementos más llamativos del pasado prerromano para construir identidades y “referentes de prestigio” (fig. 1.3) (Ruiz Zapatero 2002). Así, en los últimos años el icono de los famosos verracos ha servido para diseñar logotipos, pequeñas figuras talladas en granito, dulces o escudos municipales de armas como el de Solosancho (Fewster 2007). Del mismo modo, fíbulas de caballito encontradas en Las Cogotas aparecen en el logotipo de Turismo de la Diputación de Ávila, del club Vettonia Hockey y de la cerveza artesanal Tierra Vettona. Asimismo, el pasado protohistórico en esta zona ha inspirado varias novelas, como La noche de Ulaca (Vicente Toribio 2004) o El tesoro de Arévaces (Corzo Varillas 2006), cómics (Ruiz Zapatero y Salas Lopes 2008: 420) y canciones, como Ulaka, el último oppidvm Fig. 1.3. Diferentes tipos de manifestaciones populares en torno a la arqueología de los vettones (según Ruiz Zapatero y Salas Lopes 2008: fig. 4). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 40 (https://keltikahispanna.bandcamp.com/album/karpetovettonika-cd-r-2014) o El Canto de los Responsos (https://heidpaganmetal.bandcamp.com/album/voces-de-la-tierra- dormida-2014). Alrededor de los principales yacimientos prerromanos de la Meseta Occidental han surgido diversas fiestas y mercados “vettones”, como la Luna Celta en Ulaca que ya ha celebrado trece ediciones y ha inspirado incluso la novela Ulaca. Una noche alucinante (Miranda Viñuelas 2008), Lugnasad en La Mesa de Miranda con doce ediciones, la fiesta celta en El Raso con siete ediciones o la fiesta vettona en Yecla la Vieja celebrada entre 2005 y 2013. Estas recreaciones constituyen un contexto perfecto para analizar la percepción del público sobre el pasado, por lo que resulta fundamental la implicación de los arqueólogos en las mismas con el objetivo de desentrañar las ideologías subyacentes, proponer narrativas alternativas y reducir la brecha existente entre la academia y el público general (Ruiz Zapatero 2005b; Jimeno Martínez 2007; Alonso González y González Álvarez 2013; González Álvarez y Alonso González 2013). Manifestaciones populares similares están surgiendo también en el centro de la cuenca del Duero en torno al legado de los vacceos citados en las fuentes clásicas (Hernández García 2011). Los arqueólogos cada vez estamos más concienciados de la importancia de divulgar los resultados de nuestras intervenciones (p. ej. Jimeno Martínez 2000; Sanz Mínguez et al. 2003a; Ruiz Zapatero 2006b), por lo que ahora lo prioritario es desenmascarar las ideologías ocultas tras la divulgación arqueológica (Ruiz Zapatero 2010b) y detectar qué elementos son susceptibles de mejora para lograr una divulgación más eficaz. En este sentido, creemos que es necesario trasladar a las sociedades actuales una visión más integral de los grupos protohistóricos. Habitualmente en las publicaciones sobre la Edad del Hierro el relato se ha centrado en el papel desempeñado por los hombres y se ha representado exclusivamente a hombres guerreros (Marín Suárez 2005: 145 y fig. 11), así que resulta fundamental incorporar en nuestros textos e ilustraciones a mujeres, niños, ancianos, campesinos, alfareras…, como se ha hecho, por ejemplo, en el magnífico catálogo de la exposición “Los últimos carpetanos. El oppidum de El Llano de la Horca (Santorcaz, Madrid)” (Ruiz Zapatero et al. 2012). Asimismo, consideramos beneficioso un cambio en la estrategia divulgadora para vincular a las gentes del presente con las sociedades del pasado a través del paisaje y no de los ancestros, puesto que los discursos que recurren a unos supuestos antepasados lejanos (celtas, vettones, vacceos…), para intentar implicar a las poblaciones locales en file:///G:/Talticus.doc file:///G:/Tesis%20cap.%201.doc file:///G:/Tesis%20cap.%201.doc CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 41 la comprensión y conservación de los vestigios protohistóricos, son fácilmente manipulables por movimientos nacionalistas y regionalistas (p. ej. Dietler 1994; Ruiz Zapatero 1995-97; 1996; 2003a; 2006a; 2017; Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 1998; Díaz Santana 2001; 2002; Whitley 2002: 120; Marín Suárez 2005; González García 2007; Marín Suárez et al. 2012). Además, cabe hacerse la pregunta, ¿por qué potenciar los nexos con los celtas/vettones/vacceos… y no con los musulmanes de al-Ándalus, por ejemplo? Por el contrario, la vinculación a través del paisaje permite integrar incluso a los inmigrantes, ya que cualquier persona, aunque lleve poco tiempo en una zona, contribuye a la construcción del paisaje en el que vive. Este cambio en la estrategia divulgadora ya se ha implementado, por ejemplo, en el renovado museo de Bibracte. En cualquier caso, como de manera acertada ha propuesto el profesor Ruiz Zapatero (2011b: 13), “es necesario reactivar la investigación arqueológica”, tras una última década protagonizada fundamentalmente por la puesta en valor de algunos asentamientos y la divulgación sobre las comunidades protohistóricas del occidente meseteño. 1.2. Enfoque teórico Estamos de acuerdo con Sharples (1991: 80) cuando defiende que “the ‘facts’ – the objects and sites– do not give a picture of the past, the picture is created by individual archaeologist and is subject to their own particular ideas and histories”. Así, en esta tesis pretendemos elaborar una narrativa de la Edad del Hierro en el occidente de la Meseta, partiendo de dos premisas fundamentales. En primer lugar, un cierto eclecticismo teórico, puesto que posibilita la asunción de posturas más matizadas, alejadas de la lógica pendular de la disciplina, así como la superación de los debates teóricos planteados desde las trincheras o islas en que se han convertido en ocasiones los distintos paradigmas (fig. 1.4) (Olsen et al. 2012: 5). En este sentido, en los últimos años han surgido diferentes propuestas teóricas que tratan de superar la dicotomía entre procesualismo y posprocesualismo (Webmoor y Witmore 2008; Olsen 2010; González Ruibal et al. 2011; Alonso González 2012; Criado Boado 2012; Sánchez Yustos 2014). En segundo lugar, la convicción del potencial que tiene la materialidad para el LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 42 Fig. 1.4. Islas teóricas de la arqueología española (el tamaño de las islas es más o menos indicativo de la importancia de cada paradigma teórico). conocimiento de las sociedades del pasado (p. ej. Olsen 2010; Olsen et al. 2012; González Ruibal 2013: 17 y ss.), puesto que “las sociedades no las forman sólo personas, sino también cosas y [...] ambas forman colectivos ontológicamente inseparables” (González Ruibal 2012: 111). Además, la materialidad es una vía fundamental de acceso al comportamiento inconsciente de los seres humanos (íd.). 1.2.1. Cultura material mueble y cadena tecnológico operativa Un aspecto fundamental abordado en esta tesis doctoral es el análisis de las tecnologías presentes entre las comunidades del occidente de la Meseta, centrado especialmente en la alfarería, la metalurgia y la cantería. En este trabajo se entiende por “tecnología” “un saber que permite hacer cosas” (Criado Boado 1996: 26). La tecnología está estrechamente vinculada al grupo en el que es utilizada y está abierta a manipulación por parte de éste. Pero, como dice González Ruibal (2003: 29), la capacidad de acción de cada comunidad es muy diferente, ya que las posibilidades de negociación social en la fabricación de un determinado producto en una sociedad igualitaria son completamente diferentes a las de una sociedad estatal. Asimismo, es necesario tener en cuenta la capacidad de acción (agency) de las personas implicadas en los procesos técnicos, puesto que las elecciones que llevan a cabo nos pueden conducir a comprender el papel de la actividad tecnológica como medio para reproducir y consolidar o responder el habitus establecido (Dobres y Hoffman 1994; Dobres 2000). Por otra parte, los significados de las cosas fabricadas residen en sus formas, sus usos, sus trayectorias, es decir, en su vida social (Appadurai 1986: 3). Pero, habitualmente los arqueólogos nos hemos quedado en el estudio de una única fase, la de uso o fabricación, CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 43 dejando de lado el resto de la biografía del objeto y las relaciones sociales en las que se encuentra inmerso (González Ruibal 2003: 27). Por ello, el análisis de la cultura material ha sido durante mucho tiempo (y sigue siendo en gran medida) el estudio de objetos sin vida (Lemonnier 1986: 147). Una forma de paliar esta pérdida de información es la aplicación del concepto de “cadena tecnológico operativa”. Leroi-Gourhan definió la chaîne opératoire como “la serie de operaciones tecnológicas que transforman una materia prima en un producto utilizable” (Cresswell 1990: 46). La escuela Histórico-Cultural utilizó este concepto como útil descriptivo, aplicándolo de forma especial en el estudio de la industria lítica (Leroi-Gourhan 1964). Posteriormente, la Nueva Arqueología lo empleó como útil analítico, desde una perspectiva eminentemente funcionalista (Binford 1983). Pero son los desarrollos de este concepto procedentes de la Antropología de la Tecnología (Lemonnier 1986; 1992; 1993; Pfaffenberger 1988; 1992) los que nos interesan aquí debido a su exploración del potencial interpretativo. Este cambio en el objetivo de estudio ha provocado que algunos autores prefieran utilizar el concepto “cadena tecnológico operativa”, pues se ajusta más a la realidad analizada, en la que no sólo es importante la capacidad física para realizar un determinado producto, sino la posesión de un conocimiento simbólico acorde con el contexto social en el que el artefacto es producido (Cobas Fernández y Prieto Martínez 2001: 16). Para Lemonnier (1993: 3), cualquier tecnología en cualquier sociedad es siempre la traducción física de los esquemas mentales aprendidos a través de la tradición. Por tanto, mediante la realización de artefactos de un modo determinado los grupos humanos expresan una particular cosmovisión y una serie de valores sociales. Esto hace que el estudio de cada secuencia operativa de la tecnología tenga importancia para el conocimiento de la sociedad implicada. El análisis de la cadena de procesos técnicos llevados a cabo puede mostrar dos tipos de operaciones: “momentos estratégicos” y “variantes” o “elecciones” tecnológicas. Los primeros corresponden a las operaciones necesarias para llevar a cabo un proceso técnico determinado o a aquellas que no pueden ser alteradas, eliminadas o reemplazadas sin afectar seriamente al resultado final. Las “elecciones tecnológicas” (la mayoría de ellas inconscientes) a menudo señalan diferentes realidades sociales: en medios materiales equivalentes intentar explicar estas variantes es explorar en su contexto sociocultural, que, generalmente, revelará pertinentes vínculos entre un fenómeno técnico y factores del orden social (Lemonnier 1986: 154-155). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 44 Como han señalado Cobas Fernández y Prieto Martínez (2001: 20-21), el uso del concepto de cadena tecnológico operativa tiene varias implicaciones tanto metodológicas como interpretativas. Desde el punto de vista metodológico supone recurrir al concurso de otras disciplinas, ya que mediante la arqueología no pueden ser reconstruidas todas las fases de la cadena, especialmente las referidas a los factores sociales que influyen en ella, para lo cual es necesario recurrir a la etnología mediante analogías débiles (Criado Boado 1999: 13), o los procesos técnicos, para cuya identificación no basta con la observación visual sino que es preciso realizar análisis físico-químicos. A nivel interpretativo debemos ser conscientes de que la consideración de los factores culturales implicados en la realización de un producto nos lleva a un terreno más hipotético, ya que los condicionantes que marcan el proceso de fabricación (por ejemplo, la tradición oral o la mitología de esas sociedades) no se pueden documentar de forma directa en el registro arqueológico. Desconocemos los significados que subyacen bajo la actuación sobre el material y al intentar aplicar directamente nuestros propios patrones de racionalidad sobre esas sociedades distorsionamos su significado original. 1.2.2. Poder y sociedad En los últimos años el empeño puesto en el estudio de las identidades en el pasado, especialmente por parte de la arqueología anglosajona (Díaz-Andreu et al. 2005), ha dejado habitualmente fuera del foco de la discusión las desigualdades sociales existentes entre los grupos dominantes y los dominados. Esta imagen del pasado en la cual las contradicciones sociales han sido borradas (Fernández Martínez 2006a: 200) encaja perfectamente en un mundo posmoderno en el que los antagonismos verticales son censurados, sustituidos y/o traducidos por diferencias horizontales (étnicas, religiosas, de género…) (Žižek 2005: 56); un mundo pospolítico (Žižek 2009: 31 y ss.) caracterizado, en nuestro ámbito, por la neutralización del potencial político de la disciplina arqueológica (González Ruibal 2010). Nuestro análisis, sin embargo, aborda los mecanismos mediante los cuales se construye el poder en las sociedades desigualitarias de la Meseta Occidental durante la Edad del Hierro. Wolf (1999: 5) distingue cuatro modalidades de “poder”: 1) el poder inherente de una persona (fuerza o capacidad individual); 2) la habilidad para imponer la voluntad propia a los demás a través de las interacciones sociales, denominada por Ames (2007: 488) como “poder social”; 3) el poder para controlar los contextos en los cuales la gente CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 45 exhibe sus capacidades e interactúa con otros, es decir, el “poder táctico u organizativo”; 4) el “poder estructural”, especialmente reflejado en la habilidad para utilizar y distribuir la fuerza de trabajo. Las dos primeras modalidades las podemos encontrar en sociedades igualitarias, mientras que las dos últimas son típicas de sociedades de rango y estratificadas (ibíd.: 489). Para Foucault (1979: 135) el poder “no es principalmente mantenimiento ni reproducción de las relaciones económicas sino ante todo una relación de fuerza”. Este planteamiento, como defiende González Ruibal (2006-07: 28-29), conecta con la concepción del poder de Bourdieu. Según este autor, el poder y las relaciones de desigualdad no se basan exclusivamente en la acumulación de capital económico, sino que intervienen otras formas de capital (social, cultural y simbólico). La noción de “capital simbólico” (Bourdieu 1977: 171 y ss.; 2007: 179 y ss.) se basa en la negación del capital económico en las sociedades precapitalistas, aunque, por supuesto, ambas formas de capital estén íntimamente entrelazadas. El capital simbólico se manifiesta en el honor, en el prestigio alcanzado, en la red de aliados y de relaciones mantenidas por una persona y su familia. La adquisición y defensa del mismo puede determinar conductas “económicamente” ruinosas, como la amortización de riqueza en las tumbas (Torres Rodríguez 2013: 48). En esta tesis se profundiza en el estudio de las comunidades (Hernando Gonzalo 2015) y las personas (González Ruibal 2006a: 238-239), no de los individuos, que son más propios de la Modernidad (Hernando Gonzalo 2002: 184 y ss.; 2012: 87 y ss.), aunque durante la Prehistoria Reciente y la Protohistoria aparezcan las primeras muestras de individualización masculina (Treherne 1995; Hernando Gonzalo 2002: 159 y ss.; 2012: 137 y ss.; Moragón Martínez 2014: cap. 5). Asimismo, se utiliza como categoría básica de análisis el “grupo arqueológico”, evitando de este modo el uso de “cultura arqueológica”, ya que “sugiere gente, tradiciones, hábitos, ideas, expresiones materiales y sistemas de subsistencia determinados” (Lull et al. 1992: 25), así como el de “grupo cultural”, debido a que tiene “una connotación de pueblo, de comunidad étnica” (Fernández-Posse 1998: 142). “Grupo arqueológico” alude exclusivamente a la ordenación de los vestigios arqueológicos por parte del investigador. Esta tarea, por supuesto, depende tanto de los indicios empíricos disponibles como de los postulados teóricos del arqueólogo (Lull et al. 1992: 24-25). Por tanto, en este trabajo no utilizaremos términos como “cultura de Cogotas I”, “cultura del Soto” o “cultura vettona”. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 46 1.3. Límites temporales En su obra La investigación protohistórica en la Meseta y Galicia, Fernández- Posse (1998) dedica el primer capítulo a la historia de las investigaciones sobre las etapas finales de la Edad del Bronce y la Edad del Hierro en estos ámbitos geográficos. Dicho capítulo lleva por título “La construcción de secuencias y culturas” y refleja perfectamente cuáles eran los objetivos principales de la investigación arqueológica hasta los años 90 del siglo pasado: el establecimiento de secuencias regionales y la definición de culturas arqueológicas. Esto llevó en el caso de la Meseta a la construcción de una detallada periodización, atendiendo fundamentalmente a los cambios observados en la cerámica (Romero Carnicero et al. 2008: 650). Posteriormente se ha puesto más el foco de atención en los procesos económicos y sociales a la hora de construir secuencias (Fernández-Posse 1998: 148-162; Álvarez- Sanchís 2003c). Esta segunda estrategia es la que vamos a emplear en este trabajo. Por ello, proponemos una periodización de la Edad del Hierro en el occidente de la Meseta que tiene en cuenta dos fenómenos fundamentales: 1) Los importantes procesos que afectaron de forma general a las comunidades de la Meseta Occidental durante el primer milenio a.C. El objetivo es dotar de contenido histórico y social a las diferentes fases planteadas. Así, defendemos unir el comienzo de la Edad del Hierro con el proceso de sedentarización en poblados permanentes, que se produjo en los siglos iniciales del primer milenio a.C., aunque a un ritmo distinto en cada región. Asimismo, proponemos ligar el final de la Edad del Hierro con la trascendental reorganización territorial llevada a cabo por Roma en este ámbito de la Meseta a partir de la segunda mitad del s. I a.C. Por otra parte, mantenemos la tradicional división de la Edad del Hierro en dos etapas, debido a los grandes cambios que se observan en el registro arqueológico alrededor del 400 cal AC. 2) Los diferentes ritmos históricos seguidos por las diversas zonas que componen nuestra área de estudio. Esto es lo que determina, por ejemplo, el planteamiento de una fecha distinta para el inicio del proceso de sedentarización definitiva y, por tanto, del comienzo de la Primera Edad del Hierro, a uno y otro lado del Sistema Central. Tomando en consideración estos elementos, hemos elaborado nuestra propuesta cronológica a partir de las escasas fechas de carbono 14 (C14) disponibles para el CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 47 occidente de la Meseta. Todas ellas han sido calibradas por lo que aparecerán a lo largo de la tesis como cal AC y cal DC, mientras que las fechas convencionales lo harán como a.C. y d.C. Al inicio de los capítulos 2 y 4 vamos a tratar con cierto detalle la justificación de las distintas fases y subfases planteadas, así que aquí simplemente vamos a enunciar el esquema general utilizado en este trabajo: Primera Edad del Hierro (ca. 950/800-400 cal AC): ➢ Suroeste de la cuenca del Duero (ca. 950-400 cal AC): ▪ Soto Inicial (ca. 950-800 cal AC) ▪ Soto Pleno (ca. 800-400 cal AC) ➢ Valle Medio del Tajo (ca. 800-400 cal AC): ▪ Bronce Final-Orientalizante (800-650 a.C.) ▪ Orientalizante (650-550 a.C.) ▪ Postorientalizante (550-400 a.C.) Segunda Edad del Hierro (ca. 400-50 cal AC) 1.4. Límites espaciales Desde la publicación de la obra seminal editada por Almagro-Gorbea y Ruiz Zapatero (1992), Paleoetnología de la Península Ibérica, resulta habitual que los estudios sobre la Edad del Hierro peninsular utilicen como marco espacial de análisis los límites de las etnias prerromanas, establecidos fundamentalmente a partir de los datos aportados por los autores clásicos (p. ej. Álvarez-Sanchís 2003c; Peralta Labrador 2003; Lorrio 2005). De este modo, emplean los supuestos territorios adscritos a los pueblos prerromanos proyectándolos hacia atrás en el tiempo, en algunos casos, hasta los momentos iniciales del primer milenio a.C. Asimismo, desde la consolidación del Estado de las autonomías es frecuente que se usen demarcaciones administrativas actuales como referentes de estudio, ya sean comunidades autónomas (p. ej. Serna Gancedo et al. 2010) o provincias (p. ej. Sacristán de Lama 2007), produciéndose así una fragmentación de la investigación y con ella, en palabras de Ruiz Zapatero (2009b: 189), “una «aldeanización» de la Edad del Hierro”. Por nuestra parte, hemos escogido como área de estudio una zona del occidente de la Meseta peninsular, de unos 35.000 LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 48 km², vertebrada por las alineaciones montañosas del Sistema Central (fig. 1.5). Para su delimitación hemos recurrido a una serie de cursos fluviales, debido a su condición de grandes catalizadores del poblamiento: los ríos Duero y Tajo al norte y al sur, respectivamente; los ríos Duero, Águeda y Erjas al oeste y los ríos Alberche, Cofio, Voltoya, Eresma y Adaja al este. Aunque a lo largo del análisis realizado en esta tesis se han trascendido en numerosas ocasiones los límites de la misma, éstos han sido los que se han tenido en cuenta a la hora de llevar a cabo el estudio del poblamiento. Para ello, se han incluido en dicho análisis todos los sitios ubicados a menos de 5 km de ambas orillas de los ríos anteriormente mencionados, salvo en la comarca de Los Arribes del Duero, donde no se han incluido los yacimientos situados en la margen derecha, ya que aunque los cañones tallados por el Duero no suponen una barrera infranqueable sí son un obstáculo importante. Así, nuestra área de trabajo discurre por cuatro comunidades autónomas (Castilla y León, Extremadura, Castilla-La Mancha y Comunidad de Madrid) y ocho provincias (sur de Zamora, suroeste de Valladolid, noroeste de Segovia, la práctica totalidad de Ávila y Salamanca, norte de Cáceres, noroeste de Toledo y una ínfima parte del suroeste de Madrid). Además, nuestro ámbito espacial de análisis incluye zonas adscritas al territorio de cinco etnias prerromanas distintas (fig. 1.6): el suroeste vacceo (Sanz Mínguez et al. 2003b: fig. 2), buena parte del ámbito vettón (Álvarez-Sanchís 2004b: 260), el oriente lusitano (íd.), un área mínima del occidente carpetano (González-Conde Puente 1986: fig. 1) y una parte minúscula del extremo occidental celtíbero (Sanz Mínguez 2010: fig. 4). De este modo, hemos tratado de evitar la naturalización del territorio vinculado a un determinado pueblo prerromano, definido a partir de las informaciones proporcionadas por las fuentes clásicas, así como la justificación de un área de estudio basada en divisiones administrativas actuales, carentes de sentido en un análisis sobre las sociedades de la Edad del Hierro (Marín Suárez 2011: 1-4). 1.5. Geografía del occidente de la Meseta Dentro de nuestra zona de estudio se pueden distinguir una serie de grandes unidades geomorfológicas que vamos a ir examinando de norte a sur: CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 49 Fig. 1.5. Delimitación del área de estudio (en color rojo) y localización de las principales comarcas naturales e históricas de este espacio. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 50 Fig. 1.6. Localización de la zona de estudio (en rojo) y de las etnias prerromanas del occidente meseteño según las informaciones de las fuentes clásicas (límites de los distintos pueblos a partir de Álvarez-Sanchís 2004b: 260; Sanz Mínguez 2010: fig. 4). CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 51 a) La cuenca sedimentaria del Duero: la zona centro-meridional del valle del Duero está conformada por un conjunto de campiñas o llanuras de suaves ondulaciones (Tierra del Vino, La Guareña, La Armuña, Tierra de Medina, La Moraña y Tierra de Pinares) (fig. 1.5), cuyos materiales sedimentarios son predominantemente arcillas y arenas. Dichas campiñas presentan una altitud de unos 700 m, llegando hasta los 800- 900 m en el borde de la cuenca (Sánchez Zurro 2008: 25). Su perfil llano sólo es interrumpido ocasionalmente por la presencia de algún otero, que puede destacar entre 15 y 30 m sobre el fondo de la campiña (Calonge Cano 1995b: 33). En esta zona meridional de la cuenca del Duero los ríos principales (Adaja, Zapardiel, Trabancos y Guareña) (fig. 1.7) discurren por amplios valles de fondo plano, aunque en determinados sectores aparecen encajados en las arenas (Brandis García y Troitiño Vinuesa 1977: 54, 70 y 97; Sánchez Zurro 2008: 26). En cuanto a la existencia de otros recursos hídricos que pudieran favorecer el asentamiento humano en esta área, es necesario destacar la proliferación de humedales en forma de pequeñas lagunas y charcas o lavajos, sobre todo, en la Tierra de Medina y en la Tierra de Pinares (Bullón Mata y Sanz Herraiz 1977: 14, 18 y 41; Calonge Cano 1995b: 38). b) Las penillanuras del occidente zamorano y salmantino: el sector occidental de la Submeseta Norte está dominado por una serie de penillanuras, esto es, llanuras onduladas labradas sobre granitos (Sayago, Tierra de Ledesma y Campo de Vitigudino) o pizarras y cuarcitas (Campo Charro, Campo de Argañán y Sierra de Tamames) (Franco Aliaga 1995: 47). Estas últimas se encuentran a una altitud algo mayor que las primeras, entre 900 y 1000 m s.n.m. La horizontalidad del conjunto se ve interrumpida en dos sectores, en la zona de los “arribes” del Duero y sus afluentes (Tormes, Huebra, Camaces y Águeda) y en la cuenca de Ciudad Rodrigo. En la comarca de Los Arribes el río Duero y sus afluentes se han encajado de manera muy profunda, produciendo desniveles de 300-500 m. Esta zona de hondas entalladuras y valles estrechos se extiende a lo largo de unos 20 km en el sector fronterizo del valle del Duero (Sánchez Zurro 2008: 26-28; López-Davalillo Larrea 2013: 277). Como se puede ver en la fig. 1.8, el occidente zamorano y salmantino es un área rica en indicios minerales: oro, cobre, plomo, hierro y, sobre todo, estaño. Pero, hay que tener en cuenta que la existencia de estas mineralizaciones no implica necesariamente su explotación durante la Edad del Hierro (López Jiménez 2003b: 72 y ss.). En este sentido, parece que las LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 52 Fig. 1.7. Mapa físico del occidente de la Meseta (vados y puertos a partir de las informaciones contenidas en Hernández Giménez 1967: 74-86; Galán Domingo y Martín Bravo 1991-92; Sierra Vigil y San Miguel Maté 1995; López Jiménez 2003b: fig. 3; Pereira Sieso 2008b). CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 53 Fig. 1.8. Yacimientos e indicios minerales en el occidente de la Meseta. Mapa elaborado a partir de los datos del Mapa Metalogenético de España a escala 1:200.000 (Instituto Geológico y Minero de España 1970a; b; 1973a; b; c; d; e; f; g; h; i; j; k; l; m; n; 1999a; b). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 54 labores mineras auríferas desarrolladas en la zona de Pino del Oro (Zamora) comenzaron en época romana (Sánchez-Palencia y Currás Refojos 2010). c) El Sistema Central: se trata de un conjunto montañoso, dispuesto de oeste a este, que divide la Meseta en dos partes. Está formado por una serie de bloques levantados (Sierras de Gata, Francia, Béjar, Gredos, San Vicente, Ávila, La Serrota, La Paramera y Guadarrama) (fig. 1.7), predominantemente graníticos, separados por fosas y depresiones longitudinales (Corredor de Béjar, Valles del Alagón, Jerte, Tiétar, Alberche, Tormes, Corneja y Amblés), por las que discurren los ríos principales, que nacen en distintos puntos del Sistema Central. Las cumbres más elevadas de esta cadena montañosa superan los 2000 m de altitud: Calvitero (Béjar), 2400 m; Pico del Moro Almanzor (Gredos), 2592 m; Serrota, 2294 m; Pico Zapatero (La Paramera), 2158 m; Peñalara (Guadarrama), 2430 m. Esto genera unas diferencias de nivel muy marcadas con respecto a las fosas longitudinales, que llegan a alcanzar los 1000 m entre los picos más destacados de La Serrota-Sierra de La Paramera y la fosa del Tormes-Alberche (1000-1300 m s.n.m.), e incluso los 2000 m de desnivel, entre las mayores alturas de Gredos y el Valle del Tiétar (300-500 m s.n.m.) (Brandis García y Troitiño Vinuesa 1977: 52-54; Redondo González y del Río Lafuente 1977: 179-181; Franco Aliaga 1995: 50-51; Sánchez Muñoz 2002: 51 y ss.; Sánchez Zurro 2008: 34-36). La Sierra de Gata es rica en mineralizaciones de estaño y oro, mientras que hacia el este predominan los indicios de cobre y plomo. d) La penillanura cacereña: la Alta Extremadura está dominada por una extensa penillanura dividida en dos por el río Tajo. Ésta aparece en la actualidad como una plataforma con una altitud media de 400 m s.n.m., aunque presenta algunos relieves residuales como la Sierra de Las Corchuelas o El Risco de Sierra de Fuentes. La penillanura situada al norte del Tajo se encuentra recorrida por dos de sus afluentes principales: el río Tiétar y el río Alagón. Gran parte de esta región está formada por pizarras, sin embargo, también contiene una serie de batolitos graníticos (Cabeza de Araya, Albalá, Montánchez, Alijares, Plasenzuela, Santa Cruz y Trujillo), lo que condicionará el tipo de soluciones constructivas, tanto defensivas como domésticas, utilizadas en los yacimientos ubicados en esta zona (Redondo González y del Río Lafuente 1977: 187-188; Barrientos Alfageme 1998; Hernández Carretero 2006: 45-46). La abundancia de mineralizaciones en la penillanura cacereña, especialmente de estaño y oro, ha sido empleada para justificar su posición de periferia del mundo tartésico CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 55 durante el periodo Orientalizante (Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués 2001: 26-27 y 154-158; Rodríguez Díaz 2009: 48-50 y 54-57). e) La cuenca sedimentaria del Tajo: al sur de Talavera de la Reina el Tajo discurre a través de una llanura aluvial, describiendo una serie de meandros sobre los que se sitúa una extensa plataforma, correspondiente con las terrazas más elevadas del río en su margen izquierda. Aguas abajo el Tajo circula por la llanura aluvial de la Campana de Oropesa, ubicada a una altitud inferior a los 400 m s.n.m., que tiene su continuación natural en la comarca cacereña del Campo Arañuelo. En la Alta Extremadura este río y sus afluentes discurren muy encajados, llegando a alcanzar en el caso del Tajo los 200 m de desnivel con respecto a la penillanura, lo que condicionará enormemente las posibilidades de cruce del mismo, como veremos más adelante (Muñoz Jiménez 1977: 110-112; Barrientos Alfageme 1998; 1999; González Cordero y Morán Sánchez 2006: 19-22; Hernández Carretero 2006: 45-47). En cuanto a los indicios minerales presentes en la vega de este río, es necesario recordar las menciones de Plinio (IV, 115 y XXXIII, 66) a las “arenas auríferas” del Tajo y la explotación romana de las minas de oro de la Nava de Ricomalillo (Toledo) (Urbina et al. 1994), aunque los estudios realizados en la zona del pantano cacereño de Valdecañas descartaron la presencia de oro (González Cordero y Morán Sánchez 2006: 22). Estas grandes unidades condicionan las comunicaciones dentro de nuestro ámbito espacial de análisis. La Meseta Occidental constituye un espacio de transición dentro de la geografía peninsular, especialmente en dirección norte-sur y este-oeste. Así, esta región pone en comunicación la Meseta Norte con la Baja Extremadura y, en última instancia, el noroeste y la zona cantábrica con el suroeste peninsular. En este recorrido norte-sur los principales obstáculos son el Sistema Central y el cauce encajado del Tajo. De modo similar, las rutas desde el oriente meseteño hacia la fachada atlántica portuguesa tienen que pasar obligatoriamente a través del occidente de la Meseta. Este recorrido es fácil y directo a ambos lados del Sistema Central, siguiendo el corredor del Duero o el del Tajo. Como acertadamente ha planteado Sánchez Moreno (2000: 180), ante la ausencia de restos estructurales, no se pueden reconstruir los caminos utilizados a lo largo del primer milenio a.C., pero sí señalar de manera aproximada, teniendo en cuenta los condicionamientos impuestos por el medio, los datos arqueológicos y las noticias históricas más recientes, los posibles ejes principales en la circulación norte-sur y este-oeste, así como los puntos obligados de paso para superar los ríos y montañas. De LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 56 este modo, distintos autores han planteado una serie de vías que cruzarían esta zona del occidente meseteño en época protohistórica: 1) Vía de la falla Alentejo-Plasencia: esta gran hendidura geológica habría dado origen a una ruta que con dirección suroeste-noreste uniría Portugal con la Meseta, atravesando gran parte de Extremadura. Su trazado, iniciado en la desembocadura del Guadiana, salvaría el Tajo por el vado de Alconétar y el Sistema Central por los puertos de Béjar y Tornavacas (Ongil Valentín y Sauceda Pizarro 1986; Álvarez Rojas y Gil Montes 1988), aunque su importancia durante el Bronce Final y el periodo Orientalizante ha sido puesta en duda por Galán (1993: 29). 2) Vía de la Plata: esta ruta, que pone en contacto el suroeste andaluz con el noroeste peninsular, ha sido considerada el eje principal de la circulación interna en nuestra zona de estudio durante el primer milenio a.C. y la época romana. En tiempos imperiales unía Emerita Augusta (Mérida) con Asturica Augusta (Astorga) y posteriormente su itinerario fue utilizado, en gran medida, por una de las principales cañadas mesteñas, la Vizana (Roldán Hervás 1971; Sierra Vigil y San Miguel Maté 1995; Galán Domingo y Ruiz-Gálvez 2001; Gillani y Santonja 2007). 3) Vía de Córdoba hacia el norte: ésta partiría de la penillanura cordobesa, cruzaría el Guadiana muy probablemente por Medellín, continuando por la penillanura trujillano-cacereña para después salvar el Tajo por el vado de Monfragüe o Albalat, hasta alcanzar los pasos de montaña del Sistema Central (Hernández Giménez 1967; Ongil Valentín y Sauceda Pizarro 1986: 156). Como vías de comunicación este-oeste se han propuesto las cuencas fluviales del Duero y del Tajo, sobre todo, teniendo en cuenta los comentarios de Estrabón (III, 3,1; III, 3,4) y Apiano (Iber., 71) sobre la navegabilidad de sus tramos iniciales y la presencia de embarcaciones sencillas en los ríos interiores (Estrabón, III, 3,7; Apiano, Iber., 91) (Sánchez Moreno 2000: 185-186). Tradicionalmente no se ha considerado al Tajo una vía de penetración de influencias culturales hacia el interior tan importante como, por ejemplo, el Valle del Ebro (Moreno Arrastio 1990: 280), pero esta situación se ha empezado a reconsiderar recientemente (Almagro-Gorbea 2014: fig. 5), sobre todo a raíz de los numerosos elementos orientalizantes descubiertos en los últimos años a lo largo de su cauce (Pellicer Catalán 2000). CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 57 Las vías norte-sur descritas discurren por una serie limitada de vados y puertos de montaña de paso obligado (fig. 1.7). Entre los primeros son especialmente importantes los ubicados a lo largo del Tajo, debido a su naturaleza encajada. De oeste a este sus principales vados serían los de Alcántara, Alconétar, Monfragüe, Albalat, Alarza, Talavera la Vieja, Puente Pinos y Talavera de la Reina (Hernández Giménez 1967: 74-86; Galán Domingo y Martín Bravo 1991-92; Martín Bravo 1999: 28; Pereira Sieso 2008b). En el caso del Duero, su paso puede realizarse por los importantes vados de Zamora, Toro y Tordesillas (Sierra Vigil y San Miguel Maté 1995). Con respecto a los puertos de montaña disponibles para superar la barrera del Sistema Central, cabe pensar que los más utilizados en época protohistórica serían los de Perales, Béjar, Tornavacas y el Pico, mientras que otros puertos tendrían un carácter más secundario (Álvarez Rojas y Gil Montes 1988: 308; Sánchez Moreno 2000: 184-185; López Jiménez 2003b: fig. 3). Las áreas de montaña tradicionalmente han recibido menos atención por parte de los investigadores, al ser consideradas márgenes del espacio humanizado (González Álvarez y Rodríguez-Hernández 2011; González Álvarez 2016: 13-18), pero afortunadamente esta situación está empezando a cambiar, sobre todo, a través de la realización de una serie de estudios paleoecológicos, como los llevados a cabo por López Sáez et al. (2009b) en el puerto de Serranillos (Ávila). A partir de este trabajo sabemos que este puerto no presenta apenas evidencias de antropización durante la Segunda Edad del Hierro. 1.6. Dinámica paleoambiental en el tránsito del Subboreal al Subatlántico Para alcanzar una caracterización más completa de las sociedades del pasado resulta imprescindible conocer las principales transformaciones sufridas por el paisaje en el que habitan y determinar si se deben a cambios climáticos, a la acción del ser humano o a una combinación de ambos. Por fortuna, en las últimas tres décadas se ha producido un aumento considerable en el número de trabajos paleoecológicos disponibles para nuestra zona de estudio, fundamentalmente estudios palinológicos realizados tanto en turberas como en contextos arqueológicos. Estos análisis nos permiten tener en la actualidad un mayor caudal de información sobre los cambios LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 58 acontecidos en el clima y la vegetación del occidente de la Meseta a lo largo del primer milenio a.C. Como veremos a continuación, estos estudios plantean la existencia durante la Edad del Hierro de un clima bastante diferente del actual, que posibilita la documentación en la Meseta Occidental de especies, tanto vegetales como animales, inexistentes hoy en día. Aunque hay autores que han defendido que “no hay pruebas concluyentes de un clima distinto del actual […] en la Edad del Hierro” (Calonge Cano 1995a: 531), cada vez disponemos de más indicios que apuntan hacia un paleoclima diferente a lo largo de esta etapa, con una alternancia de periodos fríos y húmedos y otros cálidos y más secos (Brun y Ruby 2008: 55; Ruiz Zapatero 2014: 13). La exploración de dichas desemejanzas con respecto al clima presente es especialmente relevante si pretendemos erradicar la sensación de familiaridad que tradicionalmente han transmitido las aproximaciones arqueológicas sobre la Edad del Hierro (Hill 1989; Hill y Cumberpatch 1993). A nivel global el Subboreal ha sido interpretado generalmente como un periodo relativamente cálido y seco, mientras que el Subatlántico sería un episodio húmedo y frío, especialmente al principio (van Geel et al. 1996: 452). En nuestra área de estudio, la etapa final del periodo Subboreal (ca. 1200-850 cal AC) se caracteriza por una marcada aridez y posiblemente también por un incremento significativo de las temperaturas (fig. 1.9) (López Sáez y Blanco González 2005: 245; López Sáez et al. 2009a: 97-98). Esto provocaría un descenso continuo del nivel freático, una mayor sequedad y dureza del suelo y la degradación del bosque, con un predominio de las praderas de herbáceas. Además, tales condiciones climáticas favorecerían la aparición y Fig. 1.9. Propuesta paleoclimática elaborada a partir de los trabajos paleoecológicos realizados en el noroeste de Europa (modificado a partir de Blanco González 2009a: vol. I: fig. 16). CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 59 expansión de incendios a nivel local y regional (López Sáez y Blanco González 2005: 239 y 245; López Sáez et al. 2009a: 95 y 97-98). Durante este periodo los sectores elevados de las sierras de Gata, Francia y Béjar estaban dominados por los abedulares y bosques de pinos, mientras que en las zonas más bajas predominaban los robles, los abedules y los avellanos (López Sáez et al. 2014: 111). En la turbera de El Payo (Salamanca), en plena Sierra de Gata, el aumento de las temperaturas favoreció una importante expansión de las alisedas, así como un intenso retroceso de los robledales (Abel Schaad et al. 2009: 99). En el fondo del Valle Amblés, en la turbera de Baterna (Ávila), predominaban especies xerófilas como la encina (Quercus ilex), el acebuche (Olea europaea) y el pino silvestre (Pinus sylvestris) (fig. 1.10) (López Sáez y Blanco González 2005: 241; López Sáez et al. 2009a: 96). En la Sierra de Ávila, en la turbera de Narrillos del Rebollar, destacan los altos porcentajes de acebuche (alrededor del 7%), la presencia de arbustos termófilos como Phillyrea y la reducción de los pastizales húmedos (Cyperaceae) (López Sáez y Blanco González 2005: 241; López Sáez et al. 2009a: 95-96). Por último, en el yacimiento arqueológico de La Viña (Ávila capital) sobresalen los altos porcentajes de taxones característicos de medios secos, como Artemisia (3-6%), Chenopodiaceae/Amaranthaceae (2-4%) y Helianthemum (2%) (López Sáez y Blanco González 2005: 239; López Sáez et al. 2009a: 95). Fig. 1.10. Diagrama polínico de la turbera de Baterna (según López Sáez et al. 2009a: fig. 6). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 60 La transición Subboreal-Subatlántico coincide con un abrupto cambio climático que afectó a todo el planeta alrededor de 2650 BP (van Geel et al. 1996; 1998; 2000; Speranza et al. 2002). El origen de esta alteración repentina en el clima estaría en una disminución considerable de la actividad solar, detectada a partir de un aumento repentino y pronunciado de C14 en la atmósfera entre ca. 850 y 760 cal AC (ca. 2750- 2450 BP) (van Geel et al. 1998; 2000; Speranza et al. 2002). En este intervalo de tiempo tan corto se produciría el cambio hacia un clima más húmedo y frío en las zonas templadas de ambos hemisferios y más seco en los trópicos (van Geel et al. 1998: 541). Así, en el noroeste europeo se ha constatado durante este periodo una subida considerable del nivel freático que habría provocado el abandono de las áreas tradicionalmente pobladas (convertidas en zonas pantanosas) y la colonización de nuevos espacios (van Geel et al. 1996; 1998). Un proceso similar se ha defendido para el Valle Amblés, donde el aumento de la pluviosidad habría provocado un ascenso del nivel freático y posiblemente la inundación del fondo del valle, que adquiriría un carácter pantanoso. De esta manera, habría resultado imposible la explotación agrícola y ganadera del mismo, lo que podría haber desencadenado la emigración de una parte de las comunidades humanas de la zona. El drástico cambio climático habría producido, además, una elevada degradación de los suelos, dificultando aún más las actividades agrícolas, un retroceso de las especies vegetales xerófilas, así como una expansión de los bosques riparios y una reducción importante en el número de incendios (López Sáez y Blanco González 2005: 246; López Sáez et al. 2009a: 97-98). Durante la fase de transición entre el periodo Subboreal y el Subatlántico en la turbera de Peña Negra (La Garganta, Cáceres), situada en la Sierra de Béjar, se produce un claro aumento en los niveles de Cyperaceae, un ligero crecimiento de las especies asociadas a las riberas de los ríos y una caída en los porcentajes de Pinus sylvestris (Abel Schaad y López Sáez 2013: 205). En la turbera de Baterna la mayor humedad ambiental y edáfica habría provocado un pronunciado descenso de la presencia de encina, acebuche y pino silvestre, así como de los pastos xerófilos (fig. 1.10) (López Sáez y Blanco González 2005: 242; López Sáez et al. 2009a: 96). En el depósito higroturboso de Narrillos del Rebollar este intervalo de tiempo coincide con la desaparición del polen de encina, con la máxima representación del roble melojo y con el inicio de la caída en los niveles de Pinus sylvestris. Asimismo, se constata una recuperación del bosque ripario, de los pastos húmedos y la desaparición de los CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO 61 microcarbones del registro polínico, asociada posiblemente a la considerable disminución en el volumen de incendios (López Sáez y Blanco González 2005: 241- 242; López Sáez et al. 2009a: 96). Procesos muy similares se han documentado en este periodo en la turbera de Riatas (Ávila), ubicada en el fondo del Valle Amblés (López Sáez y Blanco González 2005: 242). Finalmente, en el yacimiento arqueológico de Guaya (Berrocalejo de Aragona, Ávila) se han detectado algas en un nivel de destrucción del sitio, lo que podría indicar el encharcamiento o la inundación periódica del mismo tras su abandono hacia el s. VIII cal AC, debido al aumento de las precipitaciones (Misiego Tejeda et al. 2005: 216). Tras el abrupto cambio climático ocurrido entre ca. 850 y 760 cal AC el comienzo del periodo Subatlántico se distinguiría por su carácter húmedo y frío (fig. 1.9). Por ello, algunos autores han englobado la Edad del Hierro en el “primer periodo frío del Subatlántico”, frente al “periodo cálido romano” posterior (Desprat et al. 2003). No obstante, dentro del periodo frío de la Edad del Hierro se han detectado una serie de fluctuaciones climáticas a partir de diferentes indicadores. En Europa Central, por ejemplo, Speranza et al. (2002: 59) han constatado un aumento pronunciado de C14 en la atmósfera entre ca. 414 y 334 cal AC, correspondiente a una nueva fase de baja actividad solar, lo que se traduciría en otro periodo de cambio climático brusco hacia condiciones más frías y lluviosas. Por su parte, Ibáñez González (1999: 21-37) a partir de la curva de C14 residual ha planteado la existencia de una sucesión de oscilaciones climáticas en el Sistema Ibérico a lo largo de la Edad del Hierro: el momento de mayor frío lo sitúa a mediados del siglo VIII a.C., durante el siglo VII a.C. se produciría un gradual calentamiento del clima que conduciría a lo largo de las siguientes dos centurias a una recuperación térmica, alcanzándose durante la primera mitad del siglo IV a.C. las temperaturas más elevadas del primer milenio a.C. Tras ello, en la segunda mitad del siglo IV a.C. se produciría un repentino enfriamiento cuya incidencia se debería precisamente a su brusquedad. A partir del siglo III a.C. comenzaría el cambio hacia un clima más cálido y posiblemente más seco, que caracterizaría los siglos anteriores al cambio de Era y la época romana. Cerca de nuestra área de estudio, en el registro polínico del yacimiento arqueológico del Soto de Medinilla (Valladolid) se han detectado distintos episodios de fluctuación climática: las zonas basal (ca. 950 cal AC) y superficial (ca. 500 cal AC) de la columna polínica presentan indicios de una mayor humedad, mientras que la zona LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 62 intermedia se correspondería con una fase más seca (Mariscal Álvarez 1995: 345; Delibes de Castro et al. 1995a: 154). Durante la etapa inicial del periodo Subatlántico en las zonas más elevadas de la Sierra de Gredos y la Sierra de Ávila se produciría un declive de los pinares debido al aumento de la pluviosidad (Chapa Brunet et al. 2013: 155; López Sáez et al. 2014: 111). Sin embargo, en el depósito de la Garganta de la Presa del Duque, situado en la Sierra de Béjar, a partir de 2380 ± 35 BP se constata una importante expansión de los pinares como resultado del aumento generalizado de la temperatura y del descenso en el nivel de humedad (Ruiz Zapata et al. 2011: 118). Por otra parte, el carácter frío y húmedo del comienzo del Subatlántico sería el factor que explica la documentación de polen de abedul y haya en el yacimiento de La Mota (Medina del Campo, Valladolid) (Mariscal Álvarez 1995: 349) y de abedul en el sitio arqueológico de Talavera la Vieja (Bohonal de Ibor, Cáceres) (Hernández Carretero 2006: 55). Además de las informaciones paleoclimáticas que aportan las secuencias palinológicas contamos con los indicios procedentes de los análisis faunísticos como, por ejemplo, el realizado en el Soto de Medinilla. En dicho yacimiento se ha constatado la presencia de distintas especies de peces de aguas frías a lo largo de la Primera Edad del Hierro (Morales Muñiz y Liesau von Lettow-Vorbeck 1995: 498). Así, durante la etapa inicial de ocupación del sitio se han documentado restos de salmón (Salmo salar), cuya presencia en el valle medio del Duero se debería posiblemente a un enfriamiento de las aguas del litoral atlántico peninsular, que habría permitido el remonte de los salmones por el Duero y sus afluentes para desovar. En un momento más tardío de la secuencia del Soto se han encontrado restos de boga y cacho, peces de aguas relativamente frías y con más corriente que la que suele haber en el tramo medio de un río. Esto, según Blanco González (2009a: vol. I: 231), confirmaría el progresivo aumento del volumen hídrico y la bajada de las temperaturas durante el comienzo del periodo Subatlántico. PARTE I LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO BLANCO 65 CAPÍTULO 2 LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 2.1. El significado de la Edad del Hierro En 1836 Thomsen introdujo el Sistema de las Tres Edades (Rowley-Conwy 2007), dividiendo así la Prehistoria en tres períodos caracterizados por una tecnología diferente: Edad de la Piedra, Edad del Bronce y Edad del Hierro (Kristiansen 2001: 45). Posteriormente, la clasificación tipológica de los artefactos procedentes de excavaciones de yacimientos tan señalados como Hallstatt (1846-1863) y La Tène (descubierto en 1857 y explorado esporádicamente hasta 1917), posibilitó la formulación por parte de Hildebrand (1874) de una división de la Edad del Hierro en dos periodos, nombrados a partir de dichos yacimientos. En las décadas siguientes este marco cronológico se fue refinando mediante la subdivisión de sus dos fases y la adaptación a los diferentes contextos regionales europeos (Cunliffe 1999: 28-33; Collis 2003: 74-80). Por último, también a finales del siglo XIX, había un consenso emergente en la Europa continental acerca de identificar a la cultura de La Tène con los celtas descritos en las fuentes antiguas griegas y romanas (Champion 2006: 136). De esta manera, la Edad del Hierro pasó a configurarse como el periodo de tiempo que comienza cuando el hierro sustituye al bronce como elemento principal en la elaboración de armas y herramientas y acaba con la conquista de gran parte de Europa por Roma, alrededor del cambio de era (Wells 2011: 405) . Además, la Edad del Hierro se correspondería con los pueblos prerromanos mencionados por los autores clásicos greco-latinos, especialmente los celtas. Esta identificación ha conferido desde antiguo unas connotaciones especiales a este periodo y a las sociedades que lo protagonizaron, puesto que han sido utilizadas de forma interesada para reforzar todo tipo de intereses políticos: la configuración de diferentes identidades nacionales europeas, la LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 66 fundamentación de diversos movimientos regionales e incluso de la Unión Europea (Dietler 1994; Ruiz Zapatero 1995-97: 222-226; Collis 2003: 197-204). En los últimos años esta definición tradicional de la Edad del Hierro, basada en criterios tecno-tipológicos, ha suscitado críticas entre algunos investigadores de la Protohistoria del cuadrante noroccidental de la Península Ibérica. Por una parte, critican el mantenimiento de esquemas de periodización puramente tipológicos y vacíos de contenido (Parcero Oubiña 2000: 86; 2002: 19-20) y, por otra, el enfoque androcéntrico utilizado en la elaboración de esos esquemas cronológicos, al enfatizar el cambio tecnológico vinculado habitualmente al mundo masculino, frente a las actividades de mantenimiento más relacionadas con la esfera femenina (González Ruibal 2006-07: 65- 66; Marín Suárez 2011: 225-226). Esto se debería, según Hernando (2005), a que la Historia es un discurso de legitimación de la Modernidad basado en la individualidad, el cambio y el tiempo lineal, valores asociados tradicionalmente al ámbito masculino. Así, para esta autora, la Historia ha negado la importancia de las actividades de mantenimiento, realizadas casi exclusivamente por mujeres a partir de cierto grado de complejidad socioeconómica del grupo, puesto que son tareas vinculadas con la identidad relacional o colectiva, con la resistencia al cambio y con el tiempo cíclico. Por todo ello, estos investigadores defienden la validez del uso del término “Edad del Hierro”, pero tras una deconstrucción del mismo (al igual que se ha hecho en el caso del “Neolítico”) y la dotación de un nuevo contenido (Parcero Oubiña 2002: 19; Marín Suárez 2011: 226). Éste pasaría por ligar el inicio de la Edad del Hierro con el fundamental proceso de sedentarización en poblados estables, que se produjo en los primeros compases del primer milenio a.C. y que afectó a todo el conjunto de la sociedad (Parcero Oubiña 2000: 86; Marín Suárez 2011: 226). Este nuevo enfoque, que es el empleado en este trabajo, tiene los mismos problemas que la definición tecnológica tradicional para precisar una fecha para el comienzo de la Edad del Hierro, puesto que, al igual que la sustitución del bronce por el hierro fue gradual y sucedió en momentos diferentes en cada zona (Wells 2011: 405), el proceso de sedentarización parece haber seguido ritmos distintos en cada área. Así, en el noroeste de Portugal-suroeste de Galicia y el valle medio del Duero hay signos claros de sedentarización plena desde el siglo X cal AC (González Ruibal 2006-07: 67; Delibes de Castro y Romero Carnicero 2011: 51), mientras que en el norte de Galicia, la región centro-occidental cantábrica, los rebordes montañosos de la cuenca del Duero, la Alta CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 67 Extremadura y el valle medio del Tajo los primeros asentamientos estables aparecen hacia el 800 cal AC (González Ruibal 2006-07: 67; Marín Suárez 2011: 217; Blanco González 2010a: 370; Rodríguez Díaz 2009: 52-55; Torres Rodríguez 2013: 146). 2.2. El final de Cogotas I y el inicio de la Edad del Hierro a partir del C14 La secuencia trifásica tradicionalmente admitida para Cogotas I fue elaborada en la década de 1980 a partir de las primeras fechas de carbono 14 (sin calibrar) y, sobre todo, del análisis formal y decorativo de sus cerámicas (Fernández-Posse 1982: 156- 159; 1986-87; Delibes de Castro y Fernández-Miranda 1986-87: 26-28). Esta periodización estableció una fase inicial o Proto-Cogotas, una etapa media o de plenitud y una fase final o avanzada (fig. 2.1). En las décadas posteriores el incremento de dataciones radiocarbónicas disponibles sirvió para afinar los límites cronológicos de esta ordenación tripartita clásica (Castro Martínez et al. 1995: tabla 1; Abarquero Moras 2005: cuadros 1 y 6). De esta forma, la fase Protocogotas quedó delimitada entre 1750- 1500/1450 cal AC, Cogotas I Pleno se ubicó en el intervalo 1500/1450-1150/1100 cal AC y la fase Cogotas I Evolucionado (Avanzado) en el periodo 1150/1100-950 cal AC (Abarquero Moras 2005: 65). Fig. 2.1. Periodización clásica de Cogotas I y revisión reciente de la misma a partir de nuevas dataciones de carbono 14 por espectrometría de masas con aceleradores (AMS) (según Blanco González 2014: fig. 2). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 68 Sin embargo, esta aparente correspondencia perfecta entre fechas absolutas y seriación tipológica ha suscitado serias dudas en los últimos años, centradas especialmente en la etapa final de la periodización clásica. Ello se debe fundamentalmente al empleo asiduo de la técnica AMS en las dataciones y a una selección más rigurosa de las muestras a fechar (Blanco González 2014: 309). Así, Mederos después de analizar los contextos de todos los yacimientos tardíos (siglos XIII- VIII cal AC) con cerámicas cogoteñas, sugiere un final para Cogotas I en la mayor parte de la Península Ibérica al terminar el Bronce Final IIB (1225-1150 cal AC), aunque no descarta una pervivencia hasta ca. 1100 cal AC (Mederos Martín 2012: 101). Por su parte, Esparza et al. (2012: 269), a partir de un conjunto notable de nuevas dataciones radiocarbónicas (29 en total) de gran calidad debido a su escasa desviación estándar, han establecido los límites de Cogotas I entre 1800 y 1150 cal AC, acotando además la etapa Protocogotas entre 1800 y 1450 cal AC y el momento de plenitud entre 1450 y 1150 cal AC. Así, la propuesta de Esparza et al. (ibíd.: 313) consiste en reconocer en la trayectoria de Cogotas I sólo dos fases, Protocogotas y Plenitud, incluyendo en esta última etapa las cerámicas consideradas hasta ahora como “avanzadas” (fig. 2.1). El estudio de Mederos presenta el problema inherente a todos los trabajos de revisión cronológica, la consideración o no de las fechas más dudosas (Mederos Martín 2012: tabla 3). De igual manera, los primeros resultados del proyecto de investigación dirigido por el profesor Esparza se basan en un tipo de evidencia muy concreta, el registro funerario, dentro del marco espacial de la actual comunidad autónoma de Castilla y León. Además, en el momento de plenitud de Cogotas I los enterramientos son menos frecuentes que en la fase anterior (Blasco Bosqued 1997: 187-188; Esparza Arroyo et al. 2012: 269 y fig. 3), lo que dificulta aún más la identificación de este tipo de evidencias y podría explicar la falta de hallazgos correspondientes a contextos funerarios cogotenses posteriores a 1150 cal AC en la cuenca del Duero. A pesar de ello, de aceptar las conclusiones de estos investigadores, el final de Cogotas I se habría producido dos siglos antes de lo defendido hasta ahora (Abarquero Moras 2005: 65). En cualquier caso, es todavía muy pronto para poder valorar adecuadamente las amplias consecuencias que este envejecimiento del final de Cogotas I plantea en la secuencia general del Bronce Final de la Península Ibérica. Pero, sin duda, otorga una mayor importancia a la investigación de los denominados “otros Bronces Finales” (Fernández-Posse 1998: 137-140; Barroso Bermejo 2002: 131-173) o “grupos CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 69 arqueológicos de la transición Bronce Final-Hierro” (Ruiz Zapatero 2007a: 43-47). En el valle medio del Duero esos últimos momentos del Bronce Final se corresponden con los inicios del grupo Soto (Delibes de Castro et al. 1995c: 86). En los últimos años, sin embargo, el grupo de investigadores de la Universidad de Valladolid ha propuesto integrar la fase Inicial del Soto, coincidente de manera aproximada con el Bronce Final IIIb de la periodización atlántica, en la Edad del Hierro, debido a los profundos cambios que detectan entre el final de Cogotas I y la emergencia del grupo Soto (Delibes de Castro et al. 2001: 81). El problema es que, teniendo en cuenta la última propuesta cronológica para el ocaso de Cogotas I (Esparza Arroyo et al. 2012: 269), esos importantes cambios podrían haberse producido en el dilatado periodo comprendido entre ca. 1150 y 950 cal AC. Es en este contexto en el que adquieren toda su importancia las tres dataciones radiocarbónicas y una de termoluminiscencia (TL) obtenidas en el yacimiento de Guaya (Misiego Tejeda et al. 2005: 218). La primera de las fechas de C14 (CSIC-1707: 5037 ± 48 BP) ha sido descartada por los propios excavadores, al tratarse posiblemente de una muestra realizada sobre madera fósil. Las otras dos dataciones de C14 (figs. 2.2 y 2.3), procedentes también de troncos de madera hallados en el interior de los agujeros de poste de las cabañas, estarían fechando el momento de fundación de las mismas. Por último, la fecha obtenida por TL (Mad-2449: 2729 ± 215 BP, con un intervalo de 975- 515 AC y un valor central de 730 AC), se corresponde con el último calentamiento de un hogar situado en el interior de una de las cabañas, marcando probablemente la fase de abandono del poblado. De esta manera, las dataciones absolutas obtenidas encuadran la ocupación del yacimiento de Guaya entre los siglos XIII-VIII cal AC. Sin embargo, este marco temporal es ostensiblemente más antiguo del que dejan entrever las cerámicas recuperadas en la excavación, atribuibles a los siglos X-VIII a.C. Por ello, Misiego et al. deciden ubicar cronológicamente el yacimiento en este último intervalo (ibíd.: 220). En la discusión sobre la cronología de Guaya puede ser útil traer a colación el yacimiento madrileño de Las Camas (Villaverde), debido a que presenta unas características morfológicas y unos problemas de datación muy similares. Las seis fechas de C14 obtenidas sobre maderas carbonizadas halladas en los agujeros de poste de la Cabaña 1 acotan una posible ocupación del yacimiento entre los siglos XI y VIII cal AC (Urbina et al. 2007: 67-70). Sin embargo, la cultura material mueble plantea un LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 70 Yacimiento Material Referencia laboratorio Fecha BP Calibración 1σ Calibración 2σ Bibliografía Cerro de la Mesa Carbón Beta-308755 2440 ± 30 732-430 cal AC 751-408 cal AC Chapa et al. 2013: 146 Cerro de la Mesa Carbón Beta-308756 2430 ± 30 727-414 cal AC 750-405 cal AC Chapa et al. 2013: 146 Cerro de la Mesa Carbón Beta-308757 2440 ± 30 732-430 cal AC 751-408 cal AC Chapa et al. 2013: 146 Cerro de la Mesa Carbón Beta-308758 2460 ± 30 751-495 cal AC 758-429 cal AC Chapa et al. 2013: 146 Cerro de la Mesa Hueso Beta-324225 2470 ± 30 753-538 cal AC 768-431 cal AC Chapa et al. 2013: 146 Cerro de la Mesa Carbón CNA-697 2560 ± 40 803-591 cal AC 810-543 cal AC Chapa et al. 2013: 146 Cerro de la Mesa Carbón CNA-698 2555 ± 30 799-596 cal AC 804-552 cal AC Chapa et al. 2013: 146 Cerro de la Mesa Carbón CNA-699 2475 ± 40 756-539 cal AC 771-430 cal AC Chapa et al. 2013: 146 Cerro de San Pelayo Hueso GrN-13969 2910 ± 140 1274-925 cal AC 1429-816 cal AC Benet 1990: 85 (cal en López Jiménez 2003a: 137) Cerro de San Pelayo Carbón GrN-13970 2715 ± 30 895-829 cal AC 913-810 cal AC Benet 1990: 85 (cal en López Jiménez 2003a: 137) Cerro de San Pelayo Carbón GrN-13971 2660 ± 30 832-801 cal AC 895-794 cal AC Benet 1990: 85 (cal en López Jiménez 2003a: 137) Cerro de San Vicente ¿? Beta-¿? 2430 ± 50 735-409 cal AC 756-403 cal AC Macarro y Alario 2012: 84 Cerro de San Vicente ¿? Beta-¿? 2290 ± 80 413-204 cal AC 746-115 cal AC Macarro y Alario 2012: 84 Cerro de San Vicente ¿? CSIC-¿? 2583 ± 30 801-776 cal AC 816-591 cal AC Macarro y Alario 2012: 84 Cerro de San Vicente ¿? CSIC-¿? 2541 ± 39 796-566 cal AC 803-541 cal AC Macarro y Alario 2012: 84 Cerro de San Vicente ¿? U-¿? 2535 ± 40 794-559 cal AC 801-540 cal AC Macarro y Alario 2012: 84 El Viso ¿? CSIC-566 2450 ± 60 748-416 cal AC 764-409 cal AC Esparza 1990a: 113 Guaya Madera CSIC-1708 2969 ± 40 1259-1123 cal AC 1371-1050 cal AC Misiego et al. 2005: 218 Guaya Madera CSIC-1709 3068 ± 40 1395-1281 cal AC 1420-1224 cal AC Misiego et al. 2005: 218 La Mota Carbón GrN-11307 2580 ± 30 802-773 cal AC 814-590 cal AC García y Urteaga 1985: 133 La Mota Carbón GrN-11308 2555 ± 25 798-761 cal AC 803-557 cal AC García y Urteaga 1985: 133 La Mota Madera GrN-17568 2525 ± 35 789-557 cal AC 797-541 cal AC Seco y Treceño 1993: 137 La Mota Madera GrN-17569 2370 ±35 487-396 cal AC 728-385 cal AC Seco y Treceño 1993: 137 La Mota Carbón GrN-18907 2560 ± 70 806-549 cal AC 835-430 cal AC Seco y Treceño 1993: 139 Soto de Medinilla Madera GrN-19051 2795 ± 50 1012-859 cal AC 1084-828 cal AC Delibes et al. 1995a: 154 Soto de Medinilla Semillas GrN-19052 2765 ± 35 971-844 cal AC 1001-832 cal AC Delibes et al. 1995a: 154 Soto de Medinilla Madera GrN-19053 2675 ± 110 1008-673 cal AC 1124-491 cal AC Delibes et al. 1995a: 154 Soto de Medinilla Madera GrN-19054 2640 ± 50 891-786 cal AC 919-599 cal AC Delibes et al. 1995a: 154 Soto de Medinilla Madera GrN-19055 2620 ± 50 836-770 cal AC 905-558 cal AC Delibes et al. 1995a: 154 CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 71 Soto de Medinilla Madera GrN-19056 2580 ± 30 802-773 cal AC 814-590 cal AC Delibes et al. 1995a: 154 Soto de Medinilla Semillas GrN-19057 2455 ± 50 751-431 cal AC 762-411 cal AC Delibes et al. 1995a: 154 Soto de Medinilla Madera GrN-19058 2450 ± 50 748-428 cal AC 760-410 cal AC Delibes et al. 1995a: 154 Fig. 2.2. Dataciones de C14 pertenecientes a contextos del Hierro I en nuestra zona de estudio. Se han incluido también fechas del Soto de Medinilla por su utilidad como referencia para los yacimientos ubicados en la Submeseta Norte. marco cronológico en torno a los siglos IX-VIII a.C. (ibíd.: 79). Sus excavadores son conscientes de los problemas que presenta la datación de muestras de vida larga como la madera carbonizada y de la diferencia de uno o dos siglos que suele haber entre las fechas radiocarbónicas y las cronologías establecidas por tipologías de materiales como las cerámicas (ibíd.: 67-69). Pero, sortean la aparente diferencia temporal existente en Las Camas asignando las cinco fechas de C14 más antiguas al momento de construcción de las cabañas (ss. XI-X cal AC), la datación radiocarbónica más moderna a una posible reparación de las mismas (finales del siglo IX o siglo VIII cal AC) y los materiales arqueológicos al momento de abandono del yacimiento (s. IX o primera mitad del s. VIII a.C.) (ibíd.: 69-70; Agustí García et al. 2012: 140 y 145). De igual modo, resulta conveniente aludir al enclave de Las Lunas (Yuncler, Toledo), un poblado de cabañas similares a las de Guaya (Urbina y García Vuelta 2010; 2013; Urbina y Urquijo 2012). De las cinco fechas radiocarbónicas obtenidas en este sitio nos interesan las tres más antiguas, correspondientes a los momentos iniciales de su ocupación. La Muestra 3, compuesta por carbones, proporciona un intervalo más amplio, pero las Muestras 1 y 2, ambas procedentes de restos óseos, coinciden en señalar el s. X cal AC como el momento más probable para el inicio de la andadura de este poblado (Urbina y García Vuelta 2013: 357). Existen también otras referencias cronológicas en la Submeseta Norte que pueden ayudarnos a valorar adecuadamente la datación de Guaya (figs. 2.2 y 2.3). Entre ellas destaca la serie de fechas de C14 obtenida en el sondeo estratigráfico de 1989-90 en El Soto de Medinilla (Delibes de Castro et al. 1995a: 154). De especial interés aquí son las dos dataciones pertenecientes al undécimo nivel de habitación (GrN-19051 y GrN-19052), que constituye la primera ocupación propiamente dicha del yacimiento (Delibes de Castro et al. 1995b: 154-156). Este par de muestras sitúan el inicio de este sitio emblemático en el siglo X-primera mitad del siglo IX cal AC. Otra referencia interesante, esta vez dentro de nuestra zona de estudio, es la que proporciona el LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 72 CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 73 Fig. 2.3. Gráfico de calibración de las fechas de C14 contenidas en la tabla de la fig. 2.2. La calibración se ha realizado con el programa OxCal 4.2.4 (Bronk Ramsey 2013) usando la curva IntCal13 (Reimer et al. 2013). yacimiento del Cerro de San Pelayo (Martinamor, Salamanca) (Benet 1990; López Jiménez y Benet 2004). De las tres fechas radiocarbónicas obtenidas en este enclave arqueológico, las dos vinculadas a muestras de carbón (GrN-13970 y GrN-13971), extraídas en el nivel inferior (VI) de la cata B-6, apuntan a la segunda mitad del siglo IX cal AC como fecha para dicho nivel, asociado al cual se encuentra el posible túmulo funerario detectado recientemente por López Jiménez y Benet, interpretado inicialmente por este último como un fondo de cabaña. Blanco González (2009a: vol. I: 148), teniendo en cuenta las dataciones de Guaya, plantea un posible comienzo del Soto Inicial al sur del Duero hacia 1250-1100 cal AC y un probable final hacia 800 cal AC. Por nuestra parte, ante la tremenda indefinición cronológica del periodo debido principalmente a la carencia de dataciones (López Jiménez 2003a) y a la escasa precisión de las existentes, proponemos para la zona septentrional de nuestra área de estudio la distinción de una fase de transición Bronce-Hierro entre ca. 1150/1100 y 950 cal AC, coincidente con la “etapa oscura” resultante de la nueva propuesta cronológica para el final de Cogotas I (Esparza Arroyo et al. 2012: 269). A esta fase de transición seguiría el comienzo del Soto Inicial hacia 950 cal AC, incluido ya en la Edad del Hierro y representado por yacimientos permanentes como Guaya. El final de este periodo inicial del grupo Soto se produciría alrededor del 800 cal AC, con el abandono de algunos yacimientos (Guaya) (figs. 2.2 y LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 74 2.3) y el surgimiento de otros como La Mota (García Alonso y Urteaga Artigas 1985; Seco Villar y Treceño Losada 1993; 1995; Blanco García y Retuerce Velasco 2010) o el Cerro de San Vicente (Salamanca capital) (Maluquer de Motes 1951; Martín Valls et al. 1992; Macarro Alcalde y Alario García 2012), que protagonizarán el Soto Pleno (ca. 800-400 cal AC). Por tanto, la Primera Edad del Hierro al norte del Sistema Central se desarrollaría a lo largo de un periodo prolongado de más de medio milenio (ca. 950-400 cal AC). En la parte meridional de nuestra zona de estudio la escasez de dataciones absolutas es todavía mayor, por lo que las periodizaciones siguen basándose en las limitadas estratigrafías disponibles y en la tipología de la cultura material mueble. Para este tramo de la cuenca media del río Tajo destaca la propuesta de Pavón Soldevila (1998: 234-243), que distingue un Bronce Final I entre 1100-900 a.C., un Bronce Final II ajustado al intervalo 900-750 a.C. y un Bronce Final III-“Orientalizante Antiguo” entre 750-650 a.C. Por su parte, Rodríguez Díaz (2009) retrasa el inicio de esta última etapa hasta el 800 a.C., que vendría a coincidir aproximadamente con el inicio de la ocupación estable en los yacimientos cacereños de El Risco (Sierra de Fuentes) (Enríquez Navascués et al. 2001) y Sierra del Aljibe (Aliseda) (Rodríguez Díaz y Pavón Soldevila 1999). La secuencia obtenida en estos dos sitios, ubicados ligeramente al sur de nuestra área de estudio, nos servirá de referencia en el análisis de los enclaves de la Primera Edad del Hierro situados al sur del Sistema Central (fig. 2.4). El yacimiento de la Sierra del Aljibe ha aportado también tres fechas radiocarbónicas, aunque de dudosa utilidad debido a que dos de ellas entran en contradicción directa con la secuencia estratigráfica documentada: la fecha obtenida en el Nivel IV del Corte 2 (Beta-90845: 2420 ± 90 BP) (Rodríguez Díaz y Pavón Soldevila 1999: 46), perteneciente a la fase Aliseda I, es más moderna que la procedente del Nivel III del mismo Corte 2 (Beta-90846: 2510 ± 80 BP) (ibíd.: 45), correspondiente a la fase Aliseda II. En cuanto a la tercera datación de C14 (Beta-90848: 2200 ± 70 BP) El Risco Aliseda Periodización (Rodríguez Díaz 2009) Risco II Aliseda I Bronce Final-Orientalizante (800-650 a.C.) Risco IIIA Aliseda II Orientalizante (650-550 a.C.) Risco IIIB Aliseda III Postorientalizante (550-400 a.C.) Fig. 2.4. Tabla con la correspondencia entre las fases detectadas en El Risco y Aliseda y la periodización general del Hierro I extremeño elaborada por Rodríguez Díaz (2009). CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 75 (ibíd.: 36), obtenida a partir de una muestra de carbón originaria del nivel II del Corte 1 incluido en la fase Aliseda III, una vez calibrada a 2 sigma apunta a un intervalo de fechas comprendido en la Segunda Edad del Hierro (397-61 cal AC). Por último, dentro de esta parte meridional de nuestro marco espacial de análisis, contamos con la reciente serie de fechas de C14 obtenida en la denominada fosa- vertedero del Cerro de la Mesa (Alcolea de Tajo, Toledo) (Chapa Brunet et al. 2013: 144-145 y tabla 2). La calibración de estas dataciones proporciona intervalos de fechas demasiado amplios, que en conjunto —excluyendo la más reciente (Beta-324224: 2250 ± 30 BP)— abarcan todo el periodo del Primer Hierro en esta zona (ca. 800-400 cal AC) (figs. 2.2 y 2.3). Además, las muestras utilizadas para datar provienen de una fosa rellenada muy probablemente de forma rápida con restos originados por una importante remodelación urbanística del poblado. Ésta se habría producido a finales del siglo III o inicios del siglo II a.C., pero los materiales procedentes de las posibles estructuras desmanteladas pertenecen tanto a las fases más antiguas de la ocupación del yacimiento (ss. VII-V a.C.), como a otras más modernas de los siglos IV y III a.C., por tanto, pertenecientes ya a la Segunda Edad del Hierro (ibíd.: 160-161). 2.3. El tránsito Bronce Final-Hierro I 2.3.1. El suroeste de la cuenca del Duero: ¿ruptura o transición gradual? Como acabamos de ver, la obtención de toda una serie de nuevas dataciones radiocarbónicas en contextos de Cogotas I (Esparza Arroyo et al. 2012: 269) pone en cuestión el consenso acerca de situar el tránsito Cogotas I-Soto a comienzos del primer milenio a.C. (Romero Carnicero et al. 2008: 677), creando un vacío cronológico de aproximadamente dos siglos entre ambos mundos. Esto añade un argumento de primer orden para la defensa de una interpretación rupturista en el paso entre el Bronce Final y el Hierro I en la Meseta Norte (p. ej. Delibes de Castro y Romero Carnicero 1992: 242- 243 y 245-251; Romero Carnicero y Jimeno Martínez 1993: 185-187 y 198-200; Delibes de Castro et al. 1995c: 61-62 y 79-82; Esparza Arroyo 1995: 137-144; 2011: 38-41; Sacristán de Lama et al. 1995: 354-357; Sacristán de Lama 1997: 49-54; Delibes de Castro y Fernández Manzano 2000: 113-117; Delibes de Castro 2000-01; Romero Carnicero y Ramírez Ramírez 2001: 53-60; Romero Carnicero et al. 2008: 652-657; LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 76 Blanco González 2010d). Este enfoque se basa en las grandes diferencias detectadas a todos los niveles entre Cogotas I y el grupo Soto, llegando en su versión más extrema a defender la suplantación poblacional. En cambio, la visión continuista sostiene una transición gradual gestada en el seno de las comunidades cogoteñas e impulsada por influencias atlánticas, orientalizantes y de los Campos de Urnas (p. ej. Almagro-Gorbea 1993: 126-147; Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 41-48 y 52; Fernández-Posse 1998: 122-127 y 137-140; Ruiz-Gálvez Priego 1998b; Burillo Mozota y Ortega Ortega 1999: 129-130; Jimeno Martínez y Martínez Naranjo 1999; Ruiz Zapatero y Lorrio 1999: 26 y 32-34; Álvarez-Sanchís 2003c: 60-61; Ruiz Zapatero 2010a: 53-54; Marín Suárez 2011: 163-168). Veamos a continuación las principales razones esgrimidas por ambas posturas y las consideraciones que se pueden realizar desde el registro material del suroeste de la cuenca del Duero: a) Patrones de asentamiento: una de las premisas más empleadas por los defensores de la cesura entre ambos mundos es la discontinuidad en el poblamiento, puesto que comprueban que rara vez los enclaves del Soto se levantan sobre los establecimientos cogotianos. El reciente análisis de Blanco González (2010d: 165-167) documenta, para el conjunto de Castilla y León, 650 yacimientos pertenecientes a la transición Bronce-Hierro y al Hierro Antiguo (1100-400 cal AC), de los cuales sólo 90 tienen una ocupación segura del Bronce Medio y/o Final (1800-1100 cal AC). Así pues, el 86% son poblados de nueva planta, cifra muy diferente a la obtenida en su momento por Álvarez-Sanchís (2003c: 77 y fig. 20) para las provincias de Ávila y Salamanca (38% de fundaciones ex novo), aunque sobre una muestra de yacimientos muy escasa. Por nuestra parte, de 117 sitios de la Primera Edad del Hierro (ca. 950-400 cal AC) ubicados al norte del Sistema Central, 34 presentan vestigios previos pertenecientes a Protocogotas y/o Cogotas I Pleno/Avanzado, es decir, un 71% de los establecimientos son de nueva factura (fig. 2.5). Este porcentaje sería aún mayor (84%) si sólo tuviéramos en cuenta la concurrencia de materiales pertenecientes a Cogotas I Pleno/Avanzado y Soto Inicial/grupo Soto (enclaves sin atribución a una fase concreta dentro del desarrollo del mundo soteño, debido a la escasez de materiales recuperados en los mismos o a su carácter no diagnóstico), presente en 19 yacimientos. Por otro lado, la comparecencia en un mismo emplazamiento de restos correspondientes a ambos complejos arqueológicos puede responder más que a una continuidad en el poblamiento a la coincidencia de intereses económicos sobre unos recursos muy concentrados CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 77 29% 71% Cogotas I + Hierro I Hierro I sólo Fig. 2.5. Yacimientos del suroeste de la Submeseta Norte con materiales de Cogotas I y del Primer Hierro, y del Hierro I únicamente, así como su respectiva representación porcentual. (Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 46). Pero también hay que tener presente que la erección de poblados de nueva planta no es una prueba incontrovertible de discontinuidad cultural, puesto que puede deberse a múltiples factores internos (sociales, económicos, demográficos, etc.) y no a la llegada de nuevas gentes. Otro rasgo relacionado con la ocupación del territorio, frecuentemente aludido por los partidarios de la ruptura, es la disminución en el número de asentamientos durante la fase soteña con respecto a la cogotiana, evidenciando un proceso de concentración del poblamiento. Si de nuevo acudimos a las cifras proporcionadas por Blanco González (2010d: 166) para la comunidad autónoma de Castilla y León, veremos que de forma global esta disminución es muy leve: de 663 enclaves de Cogotas I se pasa a 650 poblados del Hierro I. Pero si nos detenemos a analizar los datos por provincias comprobaremos que mientras en seis de ellas se constata la mencionada reducción (drástica en el caso de Salamanca, ya que es cercana al 50%), en las otras tres se produce un incremento considerable en el número de yacimientos del Primer Hierro. De esta manera, en las provincias de León y Soria las estaciones soteñas duplican a las cogotenses. Esto lleva al autor citado a proponer dos tipos de comportamientos diferentes entre las sociedades del Hierro Antiguo en la cuenca del Duero: uno tendente a la concentración de la población en aldeas y otro a la colonización de nuevos paisajes, LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 78 mediante movimientos migratorios de corto alcance realizados a lo largo de ciertos valles fluviales (Blanco González 2010a: 368-372; 2010d: 169-171). b) Estructuras de habitación: las diferencias existentes entre la arquitectura doméstica cogoteña y la del Soto han sido otro de los argumentos favoritos utilizados por los defensores de la discontinuidad cultural. El problema es que estos autores en numerosas ocasiones comparan los escasos testimonios de cabañas de Cogotas I con las casas típicas del Soto Pleno, obviando las estructuras habitacionales del Soto Inicial que podrían servir de nexo entre ambas. De esta forma, contraponen las cabañas de planta oval u oblonga levantadas mediante postes de madera, ramas y barro, documentadas durante el Bronce Medio, por ejemplo, en Los Tolmos de Caracena (Soria) (Jimeno Martínez y Fernández Moreno 1991: 17-18, figs. 7-11 y láms. IV-IX) o en el Teso del Cuerno (Forfoleda, Salamanca) (Martín Benito y Jiménez González 1988-89: 266-267, lám. II y foto 3), con las casas circulares con alzados de adobe correspondientes al periodo de plenitud del Soto (Ramírez Ramírez 1995-96). Pero, en las últimas décadas, se ha ido descubriendo toda una serie de estructuras circulares u oblongas pertenecientes al Soto Inicial, realizadas también a base de postes, ramas y manteado de barro. Así, quizá la principal diferencia entre los ámbitos domésticos cogotianos y los de la fase inicial del Soto sea la mayor visibilidad de estos últimos en el registro arqueológico, que puede responder, por un lado, a una mayor voluntad de permanencia de las poblaciones soteñas y, por otro, a un desmantelamiento total de las cabañas por parte de las comunidades de Cogotas I, debido al fallecimiento o traslado de sus ocupantes, en una suerte de “muerte metafórica de la(s) cabaña(s)” (Blanco González 2010d: 160). c) Estrategias de subsistencia: frente a visiones tradicionales como la de Palol (1974: 93), que establecían una dicotomía entre los pastores de Cogotas I y los agricultores del Soto, hoy día se defiende el carácter mixto de las economías de ambos grupos (Delibes de Castro y Romero Carnicero 2011: 64 y 81). Por ello, ahora la discusión, entre otras cosas, se centra en la importancia que tendría la agricultura y la ganadería en cada caso. Ésta es una de las cuestiones principales que Blanco González trata de responder en su tesis doctoral, a través del análisis de los territorios de explotación de 165 yacimientos pertenecientes al intervalo 1700-300 cal AC y localizados al sur del río Duero. Las conclusiones de dicho trabajo dejan claro que los patrones de explotación del medio de las comunidades de Cogotas I y del Soto Inicial son muy similares, mostrando una preferencia notoria por los terrenos más óptimos para CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 79 el desarrollo de la agricultura y el pastoreo prolongado (suelos del Grupo A), frente a las superficies aptas únicamente para usos ganaderos y forestales (suelos del Grupo C) (Blanco González 2009a: vol. I: 467 y 483, figs. 81-88). d) Alfarería y metalurgia: en el ámbito de la tecnología cerámica se ha defendido una completa renovación en las formas, tamaños y decoraciones de la alcallería soteña con respecto a la cogotense. La principal prueba de ello sería la desaparición de las barrocas decoraciones cogoteñas y su sustitución por vasos predominantemente lisos (Delibes de Castro y Fernández Manzano 2000: 114). Aunque este profundo cambio es innegable, diversos autores han llamado la atención sobre la existencia de motivos decorativos característicos de Cogotas I (boquiques, impresiones digito-unguladas, retículas incisas o ciertas acanaladuras) en cerámicas pertenecientes a los comienzos de la Edad del Hierro (Ruiz Zapatero y Lorrio 1988: 259; Romero Carnicero y Jimeno Martínez 1993: 186; Álvarez-Sanchís 2003c: 41 y 79; Abarquero Moras 2005: 402; Blanco García 2006b: 411-412, 417-418 y 425-428; Ruiz Zapatero 2007a: 46-47). A estas perduraciones estilísticas habría que sumar el mantenimiento de formas típicas del mundo cogotiano, como algunos vasos carenados de superficie bruñida (Álvarez- Sanchís 2003c: 41 y 79; Blanco García 2006b: 338-340 y 352-357). Además, hay que tener en cuenta que aparte de la vajilla fina altamente decorada existe en Cogotas I un conjunto más numeroso de cacharros de cerámica común (ver p. ej. Delibes de Castro et al. 1990: 80-81, figs. 18-19 y 21; Jimeno Martínez y Fernández Moreno 1991: 23, figs. 12, 14-37, 50-52, 54-55 y 62; Barroso Bermejo 2002: 105-113 y figs. 21-24; Rodríguez Marcos 2008: 290-315 y 336-352, figs. 192-194 y 198-201). Este tipo de cerámica generalmente lisa será la que herede en gran medida el mundo del Soto (fig. 2.6) (Álvarez-Sanchís 2003c: 41; Marín Suárez 2011: 167), en un fenómeno similar al que se produjo en el paso entre el grupo Parpantique del Bronce Antiguo meseteño y Protocogotas (Blanco González 2009a: vol. I: 74; Rodríguez Marcos 2012: 154). Con respecto a la metalurgia tradicionalmente se ha sostenido la existencia de una dicotomía en el ámbito cogotense, entre los bronces recuperados en contextos domésticos, caracterizados por su arcaísmo, y las piezas de tipología atlántica halladas de forma aislada o en depósitos (Delibes de Castro y Romero Carnicero 1992: 237-240). Para estas últimas se ha defendido tanto su fabricación local por parte de los grupos cogoteños (Fernández Manzano 1986: 143 y fig. 46), como que se trate en realidad de importaciones (Delibes de Castro y Fernández Manzano 1991: 211 y fig. 4). Frente a LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 80 Fig. 2.6. Evolución de la cerámica sin decorar entre el Bronce Medio y el inicio de la Primera Edad del Hierro. Se puede observar cómo las formas del comienzo del mundo cogoteño permanecen a lo largo del tiempo con ligeras modificaciones y acompañadas de nuevos tipos troncocónicos y bitroncocónicos a partir de su momento de plenitud (vajilla Protocogotas según Jimeno Martínez y Fernández Moreno 1991: fig. 12; alcallería Cogotas I Pleno según Barroso Bermejo 2002: figs. 21-24; 1 según Rodríguez Marcos 2008: fig. 149; 2 según Delibes de Castro et al. 1990: fig. 21; vasijas del Soto Inicial según Misiego Tejeda et al. 2005: fig. 3, a diferentes escalas). CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 81 este panorama, la metalurgia inicial del Soto, también broncínea, se ha considerado de manufactura local, eso sí, siguiendo en gran medida modelos atlánticos del horizonte Baiões-Vénat (Delibes de Castro y Romero Carnicero 1992: 243-245 y fig. 5). Pero, las investigaciones realizadas en los últimos años han puesto de manifiesto que ambos grupos habrían compartido “una metalurgia de autoabastecimiento, de ámbito local y a pequeña escala” (Blanco González 2009a: vol. I: 151), complementada por la llegada de piezas exóticas como las fíbulas de codo al mundo cogotiano o los primeros restos de hierro en el caso del Soto (Delibes de Castro y Fernández Manzano 2000: 114). De esta manera, la principal diferencia entre las manufacturas metálicas de ambos grupos sería la mayor presencia de bronces ternarios en el ámbito del Soto (Fernández-Posse y Montero Ruiz 1998: 200; Delibes de Castro et al. 2001: 76-79, figs. 2-4 y 6). Queda, sin embargo, por resolver la relación entre los depósitos atlánticos y las comunidades cogotenses y soteñas. Mientras cada vez parece más claro el protagonismo de las gentes de Cogotas I en la ocultación de bronces durante la fase Valdevimbre (Bronce Final I) y de las poblaciones soteñas en la fase Soto de Medinilla (Bronce Final IIIb), continúa habiendo dudas sobre los autores de los depósitos de la fase Huerta de Arriba (Bronce Final II-IIIa) (Delibes de Castro et al. 2007: 126 y fig. 11). Aunque, con la reciente propuesta cronológica para el ocaso del mundo cogoteño (Esparza Arroyo et al. 2012: 269) quedaría prácticamente descartada su participación en estos últimos. De todas formas, a pesar de la importancia de esclarecer esta relación, hay que tener presente la escasa incidencia de la metalurgia atlántica al sur del río Duero (Delibes de Castro y Romero Carnicero 1992: 238). e) Ritos y mundo funerario: a partir del hallazgo de las sepulturas vallisoletanas de Renedo de Esgueva (Wattenberg 1957) y de San Román de Hornija (Delibes de Castro 1978) se ha venido defendiendo la inhumación como el ritual predominante entre las gentes de Cogotas I (Esparza Arroyo 1990b). En cuanto al grupo Soto, se ha sugerido que practicaría la incineración, a pesar de la falta de testimonios funerarios que lo corroboren (Romero Carnicero 1985: 94; Delibes de Castro y Romero Carnicero 1992: 245). Lo cierto es que, aunque en los últimos años se ha producido un aumento considerable de la cantidad de sepulturas cogotianas descubiertas, el número de enterramientos conocidos sigue siendo muy exiguo: una treintena de tumbas localizadas hasta el año 2009 en toda Castilla y León (Esparza Arroyo et al. 2012: 262). A esto hay que añadir que en este mismo ámbito geográfico sólo 22 yacimientos cogotenses LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 82 presentaban restos esqueléticos humanos a finales de la pasada década, lo cual supone el 3,3% de los 663 sitios cogoteños contemplados en el ya mencionado inventario elaborado por Blanco González (2010d: 166). Por ello, distintos autores han planteado el carácter excepcional de dichas sepulturas (González-Tablas Sastre y Fano Martínez 1994: 98; Ruiz Zapatero y Lorrio 1995: 225-226), abogando por la existencia de un ritual funerario, aplicado a la mayoría de la población, que “no ha dejado huellas arqueológicas reconocibles” (Ruiz Zapatero y Lorrio 1995: 226). Este tratamiento “invisible” sería también el habitual en el mundo soteño, contrapuesto a la minoritaria inhumación de individuos infantiles bajo los suelos de algunas viviendas (Romero Carnicero et al. 2008: 654). Delibes (2000-01) en un artículo monográfico estudia la transición Cogotas I- Soto a través de las evidencias rituales de ambos grupos. En su análisis acude a los depósitos de bronce realizados por estas comunidades, al arte rupestre esquemático, a los recintos de fosos que delimitan algunos yacimientos con materiales cogotianos y a los monumentos megalíticos frecuentados por las gentes de Cogotas I (aparte de sus respectivos ritos funerarios). Salvo en el caso de los depósitos broncíneos, cuya continuidad a lo largo del periodo parece confirmada, el resto de manifestaciones rituales mencionadas acabarían bruscamente con el final del mundo cogotense. Sin embargo, a partir de los trabajos de Díaz-del-Río (2001: 209-211; 2003) sabemos que en la Península Ibérica los recintos de fosos son característicos de los momentos finales del IV y especialmente del III milenio cal AC. Además, en aquellos sitios con recintos circulares que han proporcionado cerámicas típicas del estilo Cogotas I y han sido excavados, se ha constatado la colmatación de los fosos en época calcolítica (Díaz-del- Río 2003: 71-74; Delibes de Castro et al. 2009: 242 y 245). Por otro lado, Marín Suárez (2011: 105-106) interpreta el arte rupestre y los megalitos del ámbito cantábrico como referentes simbólicos y lugares de encuentro ceremonial, ubicados en sitios con una significación especial dentro de las rutas utilizadas por los distintos grupos para moverse por el paisaje. Siguiendo su propuesta, podríamos relacionar el final del ciclo de arte esquemático y la marginación de los monumentos megalíticos en el valle del Duero tras el ocaso cogoteño con la definitiva estabilización de la población en núcleos permanentes, que conllevaría cambios profundos en las pautas de movimiento en el paisaje y, por consiguiente, en los lugares de reunión y negociación social de las comunidades soteñas. CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 83 Tras este somero repaso a los principales argumentos empleados por los partidarios de la ruptura y de la transición gradual entre el Bronce Final y el Primer Hierro en la Submeseta Norte, podemos concluir que durante este periodo se produjo un gran cambio cultural en el seno de las sociedades que habitaban la cuenca del Duero. La visión rupturista explica dicho cambio cultural a partir de las innovaciones que traerían consigo los nuevos pobladores del solar meseteño (p. ej. Delibes de Castro y Romero Carnicero 1992: 247). Por su parte, los defensores de la transición paulatina aluden a toda una serie de transformaciones en la base económica (nuevos cultígenos como el mijo y la haba, renovación del utillaje agrícola, mejoras en la conservación de alimentos, etc.) que posibilitarían la aparición de los poblados permanentes soteños (p. ej. Álvarez-Sanchís 2003c: 64-68). En la última década, López Sáez y Blanco González (2005; López Sáez et al. 2009a; 2014; Blanco González y López Sáez 2013) han ensayado una explicación del cambio operado en este momento basada en la ecología cultural, integrando en su análisis las evidencias paleoecológicas y el registro arqueológico. De esta manera, estos autores vinculan el inicio de la Edad del Hierro a la crisis climática acontecida a nivel planetario entre ca. 850 y 760 cal AC, coincidente con la transición del periodo Subboreal al Subatlántico. En nuestra opinión, no parece necesario acudir a una auténtica suplantación poblacional para explicar el profundo cambio cultural ocurrido en el tránsito Bronce Final-Hierro I, aunque, como en cualquier otro periodo, no puede descartarse la entrada en este momento de pequeños contingentes poblacionales en el ámbito de la Submeseta Norte. Con respecto a las innovaciones surgidas en el marco de lo que Ruiz-Gálvez (1992: 229-231) denomina la “tercera revolución agraria”, en la actualidad disponemos de algunos indicios que permiten matizar su incidencia en esta etapa: el cultivo de mijo parece meramente testimonial y sólo ha sido documentado en los niveles de la Segunda Edad del Hierro de La Era Alta (Melgar de Abajo, Valladolid), mientras que la presencia de leguminosas durante la Edad del Hierro es también muy reducida (Romero Carnicero y Ramírez Ramírez 1999: 456), aunque Blanco González (2009a: vol. I: 219- 220) alude a problemas de conservación para explicar su escasa representación en el registro arqueológico. Sobre la supuesta renovación del utillaje agrícola producida en este momento, carecemos en el suroeste de la cuenca del Duero de evidencias que confirmen dicho fenómeno. Habrá que esperar hasta el Hierro II para documentar en esta zona una verdadera eclosión del instrumental de trabajo realizado en hierro LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 84 (Romero Carnicero 1985: 86; Barril Vicente 2010-11). También a propósito de la explotación a gran escala de la sal en este periodo es necesario señalar el conocimiento deficitario existente hoy día, aunque se ha planteado la continuidad durante la Edad del Hierro de las actividades encaminadas a la obtención de sal en el entorno de las Lagunas de Villafáfila (Zamora), a partir del hallazgo de unas estructuras de combustión en el asentamiento de Fuente Salina (Abarquero Moras et al. 2012: 275 y ss.). Finalmente, parece claro que aunque el mencionado evento climático supuso un factor fundamental en la consolidación del modelo de establecimientos permanentes durante el Soto Pleno, no sirve para explicar el surgimiento del mismo, puesto que se habría producido al menos un siglo antes (ca. 950 cal AC). Por todo ello, creemos que, junto a la posible llegada de nuevas tecnologías y conocimientos al interior peninsular en el marco de la precolonización (Celestino Pérez et al. 2008) y a los cambios acontecidos en el clima, habría que prestar mayor atención a las dinámicas internas de los grupos que protagonizaron el mencionado cambio cultural. Estas comunidades, ante las condiciones de mayor aridez características de la fase final del periodo Subboreal, aparentemente pusieron en práctica dos tipos de estrategias: continuar con el modelo tradicional de poblamiento semipermanente, es decir, el establecimiento de las familias en un mismo lugar durante 3-5 años hasta que se constataba el agotamiento de la tierra (Delibes de Castro y Romero Carnicero 2011: 64- 66) o asentarse definitivamente en una localización privilegiada desde el punto de vista hídrico, como en el caso de Guaya (fig. 2.7). Quizá esta divergencia a la hora de afrontar este cambio en el régimen de lluvias tenga que ver con el tamaño de los grupos, siendo los menos numerosos los que seguirían trasladándose cada cierto tiempo a otra ubicación, como parece deducirse de la escasa superficie ocupada por algunos yacimientos del Soto Inicial como, por ejemplo, los tres situados en Montejo de Arévalo (Segovia), que en ningún caso alcanzan las 0,25 hectáreas (ver anexo I). 2.3.2. El valle medio del Tajo En la Alta Extremadura y el occidente toledano el tránsito Bronce Final-Hierro I ha sido comúnmente interpretado en términos de continuidad (p. ej. Almagro-Gorbea 1977: 485; Blasco Bosqued 1992: 288; Celestino Pérez et al. 1992: 315; Pereira Sieso 1994: 44-48; Pavón Soldevila 1998: 239-241; Martín Bravo 1999: 273; Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués 2001: 99-112; Pereira Sieso 2007: 142). Sin embargo, esto no CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 85 Fig. 2.7. Vista área de la excavación arqueológica del yacimiento de Guaya, ubicado junto a la confluencia del arroyo de la Nava o de Berrocalejo y el río del Monte (según Misiego Tejeda et al. 2005: lám. I). impide que se hayan constatado cambios importantes durante este periodo, como vamos a ver a continuación: a) Patrones de poblamiento: a partir del siglo VIII a.C. muchos de los poblados ocupados durante el Bronce Final se deshabitan, como demuestra el hecho de que sólo un 23% de los 22 yacimientos del Hierro Inicial documentados al sur del Sistema Central presenten vestigios de la etapa anterior (fig. 2.8). Es en este momento cuando en la parte extremeña del Tajo Medio se configura “una red de asentamientos estables” (Rodríguez Díaz 2009: 52) en la cual, a los yacimientos ubicados en lugares destacados del paisaje o en las cercanías de puntos de paso ineludibles, característicos de la fase LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 86 23% 77% Cogotas I + Hierro I Hierro I sólo Fig. 2.8. Enclaves arqueológicos al sur del Sistema Central con materiales de Cogotas I-Hierro Inicial y del Primer Hierro solamente, con su correspondiente representación porcentual. final del Bronce, se unirían a lo largo de la Primera Edad del Hierro toda una serie de nuevos enclaves ligados a los cauces fluviales (Martín Bravo 1999: 272-273). b) Arquitectura doméstica: hasta el momento contamos con escasos datos sobre los espacios de habitación en el valle medio del Tajo durante la transición Bronce Final- Hierro I. Cerca de nuestra zona de estudio, en el yacimiento cacereño de El Risco se ha detectado en su fase II (800-650 a.C.) la presencia de una subestructura o “fondo de cabaña” semisubterráneo y de planta estrangulada (Enríquez Navascués et al. 2001: 42, fig. 13 y lám. VIIB). Este tipo de vivienda forma parte de la tradición constructiva de la región extremeña al menos desde el Calcolítico, por lo que constituye un claro elemento de continuidad con las etapas previas (Pavón Soldevila 1998: 258). c) Estrategias de subsistencia: al igual que en la cuenca del Duero, los grupos del Bronce Final y la Primera Edad del Hierro en el tramo medio del Tajo se caracterizarían por una economía mixta (Martín Bravo 1999: 66-67 y 103-105; Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués 2001: 103-104 y 107-109; Pereira Sieso 2007: 129 y 142). Por ello, en esta zona la discusión también se centra en la importancia relativa de la agricultura y la ganadería en estas fases. Hasta ahora los análisis realizados sobre el entorno inmediato de los poblados han constatado el predominio del monte y los pastizales sobre las tierras de labor (Martín Bravo 1991: 171 y fig. 2; 1999: 103-104 y fig. 38; Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués 2001: 103-104). A pesar de CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 87 ello, el ya mencionado basculamiento de los poblados hacia las riberas de los ríos durante el Hierro Antiguo se puede interpretar a nivel económico como la búsqueda de terrenos más aptos para el desarrollo de las actividades agrícolas. d) Alfarería y metalurgia: las producciones cerámicas durante este periodo de transición hunden sus raíces en las tradiciones alfareras del “Bronce del Suroeste”, por lo que constituyen un signo claro de continuidad (Pavón Soldevila 1998: 259; Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués 2001: 106-107). Sin embargo, esto no impide la constatación de ciertos cambios, como la desaparición en un momento incierto de las cerámicas decoradas de estilo Cogotas I o la comparecencia durante el Bronce Final de recipientes con decoración bruñida al exterior tipo “Lapa do Fumo” (Almagro-Gorbea 1977: figs. 26 y 42; Moreno Arrastio 1995: 284) y pintados tipo “Carambolo” (Almagro-Gorbea 1977: figs. 27 y 42). En cuanto a la metalurgia, el cambio más destacable sería el notable crecimiento experimentado por los bronces plomados durante el Hierro Inicial, al igual que sucedía en el mundo del Soto en la Meseta Norte (Gómez Ramos et al. 1998: 105 y 110). e) Mundo funerario y ritual: ante la escasez de datos sobre las prácticas funerarias durante el Bronce Final en el ámbito extremeño Almagro-Gorbea (1977: 151 y ss.) recurrió a dos tipos de indicios para llenar el vacío: alargó la cronología de las necrópolis de cistas típicas del Bronce Pleno haciéndolas llegar hasta el Bronce Final y atribuyó a las estelas decoradas extremeñas la función de marcadores de tumbas. Sin embargo, en el primer supuesto no tenemos en Extremadura “una sola evidencia segura de enterramientos atribuibles al Bronce Final” (Ruiz-Gálvez Priego 1998a: 341) y en el segundo caso las estelas casi nunca han sido encontradas en asociación con un enterramiento (Ruiz-Gálvez Priego y Galán Domingo 1991: 258-259). Por ello, hoy día la opinión más generalizada es que el ritual funerario utilizado durante la etapa final de la Edad del Bronce no habría dejado huella en el registro arqueológico (Celestino Pérez 2001: 278), como suele ser común en la fachada atlántica peninsular y europea (Bradley 1990: 90 y ss.; Ruiz-Gálvez Priego 1991: 282-286), aunque en los últimos tiempos se han descubierto una serie de necrópolis de este periodo en Portugal y en el valle del Guadalquivir (Torres Ortiz 2002: 355-359). En cambio, a partir de la primera mitad del siglo VII a.C. contamos en esta zona con enterramientos con elementos orientalizantes, como la tumba de la Casa del Carpio (Belvís de la Jara, Toledo) (Pereira Sieso 1989; 2008a; 2012). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 88 En el ámbito ritual podemos incluir la deposición de armas en las aguas, en ciertos puntos de paso obligado como los vados del Tajo. Esto explicaría el hallazgo de una espada pistiliforme en el vado de Alconétar (Almagro-Gorbea 1977: 68-70), de una espada de “lengua de carpa” en el vado de Azután o Puente Pinos (Ruiz-Gálvez Priego y Galán Domingo 1991: 268) y de un puñal de “lengua de carpa” en Carpio de Tajo (Toledo) (Jiménez de Gregorio 1965: 179; Fernández-Miranda y Pereira 1992: 59-60 y fig. 2). Para Ruiz-Gálvez (1995: 154-155) este rito va asociado a un proceso de territorialización por parte de las comunidades del Bronce Final, de tal manera que las armas depositadas formarían parte de ceremonias de paso en las que públicamente se reivindicarían derechos sobre puntos clave de acceso al territorio. En la Primera Edad del Hierro este tipo de ritos desaparecerían, ya que los poblados serían más visibles y permanentes, convirtiéndose así en los nuevos marcadores de la ocupación del territorio por parte de un grupo. Un proceso similar se ha defendido para el caso de las estelas decoradas del suroeste (Ruiz-Gálvez Priego y Galán Domingo 1991; Galán Domingo 1993). Su función como marcadores territoriales y viales durante la fase final del Bronce acabaría en los inicios de la Edad del Hierro, debido a la reestructuración de las rutas comerciales producida tras el establecimiento de las primeras colonias fenicias en el litoral peninsular (Galán Domingo 1993: 79). Aunque no hay consenso sobre el significado y cronología de las estelas (Díaz-Guardamino Uribe 2010: 31-35 y 346- 361), lo que sí parece claro es el carácter autóctono de este tipo de manifestaciones, que encontrarían sus antecedentes inmediatos en las estelas antropomorfas del Bronce Medio (Celestino Pérez 2008b: 181; 2016: 99). Como acabamos de ver, hay elementos suficientes para defender una cierta continuidad entre el Bronce Final y el Primer Hierro en la Alta Extremadura y el occidente de la provincia de Toledo. Recientemente Torres Rodríguez (2013: 126 y ss.) ha elaborado una propuesta explicativa sobre el cambio operado en este momento en el valle medio del Tajo, en el tramo comprendido entre la región madrileña y el oriente toledano. Dicha propuesta tiene en cuenta tres factores fundamentales: el marco paleoclimático del primer milenio a.C., los mecanismos propuestos por autores como Halstead y O'Shea (1989) para reducir los efectos de las crisis provocadas por la escasez de alimentos (movilidad, diversificación, almacenamiento e intercambio), junto con la resistencia al cambio típica de las sociedades premodernas y, finalmente, el registro arqueológico. De esta manera, ante los cambios producidos en el clima, las poblaciones CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 89 del Bronce Final habrían recurrido en mayor o menor medida a las cuatro estrategias mencionadas para intentar contrarrestar sus efectos. Así, se observa en este momento una progresiva concentración de los yacimientos en torno a los cauces principales de la zona, con el objetivo de combatir la mayor aridez de finales del Subboreal. Poco a poco los movimientos de los grupos de Cogotas I se irían reduciendo a aquellas localizaciones más favorables para mantener su modo de vida tradicional. Además, la escasez de sitios susceptibles de ser habitados provocaría un aumento del tiempo de ocupación de los mismos. Con el comienzo del evento climático producido entre ca. 850 y 760 cal AC se aprecia un ligero alejamiento de los asentamientos de las zonas inmediatas a los cauces fluviales para evitar los problemas derivados del aumento de las precipitaciones. Al finalizar este repentino cambio en el clima la estancia en los poblados se habría ido prolongando paulatinamente, debido a la mejora de las condiciones ambientales y al cada vez más costoso traslado de los grupos por el esfuerzo invertido en los enclaves, hasta desembocar en la plena sedentarización de las comunidades ya en los inicios de la Edad del Hierro. Esta interesante propuesta parece poder aplicarse sin problemas a los asentamientos con materiales de Cogotas I del occidente toledano y el Campo Arañuelo, ubicados principalmente en torno a los cauces de los ríos Tajo y Tiétar (Moreno Arrastio 1990; Barroso Bermejo y González Cordero 2007). Sin embargo, no parece encajar con el registro arqueológico disponible para el valle medio del Tajo a su paso por el occidente de Cáceres, ya que las dinámicas del poblamiento aparentan ser distintas. Durante el Bronce Final más de la mitad de los sitios localizados en la Alta Extremadura se sitúan en sierras o elevaciones destacadas sobre el entorno, mientras que sólo un 25% están ubicados en promontorios junto a los ríos (Martín Bravo 1999: 44-47). Este patrón de poblamiento más bien parece corresponderse con el detectado en la contigua región portuguesa de la Beira Interior (Vilaça 1995; Silva 2005), donde el 73% de los enclaves se encuentran en alturas destacadas del paisaje y el 22% en elevaciones junto a los cauces fluviales (Silva 2005: vol. I: 25-29). Por tanto, no parece posible la aplicación en esta zona del occidente cacereño del modelo explicativo ensayado por Torres Rodríguez (2013: 126 y ss.). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 90 2.4. La apropiación del paisaje 2.4.1. Asentándose para siempre: consecuencias de un cambio trascendental El establecimiento definitivo en poblados permanentes conlleva toda una serie de cambios económicos, sociales y cognitivos que modifican de manera irreversible la manera en que se percibe el mundo, las relaciones sociales y la explotación del medio. Además, posibilita otras transformaciones ulteriores como, por ejemplo, el aumento de la complejidad social o el incremento de las desigualdades sociales (Torres Rodríguez 2013: 146-147). A partir del Hierro Antiguo, se constata la inversión de una enorme cantidad de trabajo colectivo en la construcción de los poblados, que tendrá como resultado una importante alteración del paisaje anterior a través de la realización de obras como la erección de murallas o la excavación de fosos. De este modo, nos encontramos “ante una nueva forma de concebir no sólo las relaciones entre el ser humano y el paisaje sino de estructurar y gestionar a las propias comunidades” (Parcero Oubiña 2000: 86). A nivel económico la sedentarización supone una apuesta decidida por la agricultura y la ganadería como actividades que aseguren la supervivencia del grupo. Esto implica, entre otras cosas, la puesta en marcha de estrategias como el barbecho, el abonado animal y, quizá, la rotación de cultivos para garantizar la regeneración de los campos y con ello su fertilidad prolongada (Delibes de Castro y Fernández Manzano 2000: 115-117). Mediante estas operaciones, que suponen una importante inversión de trabajo social, la tierra pasaría de ser un mero objeto de trabajo a constituirse en un medio de producción (Vicent García 1998: 829). Por tanto, la apropiación efectiva de la tierra pasará a ser un elemento fundamental, con el objetivo de asegurar el acceso exclusivo a la misma por parte de la comunidad. De esta manera, se produciría la territorialización del paisaje que tendría como consecuencia el debilitamiento de la solidaridad intergrupal. En términos sociales el asentamiento permanente de un grupo de familias en un enclave implica la pérdida de parte de su independencia y el respeto de una serie de obligaciones y derechos. Las familias constituyen las células básicas de producción y consumo, por lo que sus intereses particulares estarían en permanente contradicción con los de la comunidad en su conjunto. Así, aunque se habrían puesto en marcha mecanismos para contrarrestar esas tendencias disgregadoras (Fernández-Posse y CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 91 Sánchez-Palencia 1998: 138), la reciprocidad se limitaría fundamentalmente al ámbito familiar. Esto, unido al posible aumento de excedentes productivos para paliar las situaciones de escasez, supondría el caldo de cultivo para el desarrollo de las desigualdades sociales dentro de los poblados (Torres Rodríguez 2013: 147). Finalmente, los cambios descritos en los ámbitos económico y social sólo son posibles porque en esta etapa se percibe el mundo de una manera distinta y este cambio cognitivo, a su vez, sólo se puede dar cuando los grupos actúan de un modo diferente (Hernando Gonzalo 2002: 151-152). Durante el Hierro Inicial se consolidaría la desacralización de la tierra iniciada en el Neolítico, por lo que, mientras en periodos anteriores se había producido una apropiación simbólica de la misma a través, por ejemplo, de la erección de monumentos megalíticos, ahora se llevará a cabo una apropiación efectiva del paisaje, a través de la construcción de poblados permanentes, la configuración de los campos de cultivo y de las zonas de pastos (Criado Boado 1993a; Hernando Gonzalo 2002: 147 y ss.). Desde este momento las comunidades organizarán su mundo de acuerdo al ciclo agrario, de manera que la agricultura y la ganadería pasarán a dominar no sólo el paisaje sino también el mundo cognitivo de las gentes de la Edad del Hierro (Williams 2003; Torres Martínez 2003-05: vol. II: 279-294; Chapa Brunet y Mayoral Herrera 2007: 27-33; Ruiz Zapatero et al. 2012: 170-171). 2.4.2. Evidencias palinológicas de la sedentarización definitiva En las últimas décadas, la proliferación de análisis paleoecológicos en nuestra área de estudio ha permitido un conocimiento cada vez más preciso del efecto de la antropización sobre el medio a lo largo del tiempo. El desarrollo de actividades agrícolas, ganaderas y de explotación de los recursos forestales en un mismo lugar durante un prolongado periodo de tiempo tiene un elevado impacto sobre la vegetación y el paisaje, por lo que sus efectos pueden ser documentados mediante la realización de análisis polínicos. Por ello, las evidencias palinológicas son especialmente relevantes a la hora de valorar la existencia de asentamientos permanentes en una zona determinada. A continuación, comentaremos los principales indicios del impacto humano sobre el medio constatados en los registros polínicos disponibles para la Primera Edad del Hierro en el occidente de la Meseta, empezando por los recuperados en contextos arqueológicos. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 92 Para el Soto Inicial contamos con los estudios palinológicos realizados en los yacimientos de Guaya (Misiego Tejeda et al. 2005: 215-217; López Sáez y Blanco González 2005: 238; López Sáez et al. 2009a: 93-94), La Viña (López Sáez y Blanco González 2005: 238-240; López Sáez et al. 2009a: 94-95) y Castil de Cabras (San Miguel de Valero, Salamanca) (López Jiménez y López Sáez 2005: 11-14), aunque la cronología de este último es dudosa, ya que mientras su excavador lo adscribe al momento de transición entre el Bronce Final y la Primera Edad del Hierro (López Jiménez 2003a: 134), otros autores lo sitúan entre 1300-1100 cal AC (Blanco González y López Sáez 2013: 107). En el caso de Guaya las cuatro muestras analizadas permiten plantear la existencia de un paisaje abierto, con una cobertura arbórea relativamente baja, compuesta fundamentalmente por encinas y pinos, que va disminuyendo con el paso del tiempo, ya que el polen arbóreo (AP) pasa del 19-30% en la fase fundacional del asentamiento al 11-23% en los niveles de ocupación del sitio (fig. 2.9). Esta paulatina deforestación se debería muy posiblemente a la importante influencia humana sobre el entorno, detectada también a través de los elevados valores de gramíneas silvestres (>40% en tres de las muestras) que indican la existencia de prados para el ganado, la presencia de plantas ruderales características de ambientes antropizados y de polen de cereal (5-9%) que sería cultivado en los campos cercanos al poblado. En La Viña el análisis de 15 muestras indica la existencia de un paisaje de encinar muy abierto (el porcentaje de polen arbóreo se mantiene alrededor del 25% y Fig. 2.9. Diagrama polínico del yacimiento arqueológico de Guaya (según López Sáez et al. 2009a: fig. 3). CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 93 hay una ausencia total de elementos del bosque ripario), dominado por extensas praderas de gramíneas (37-49%) con una clara vocación ganadera. El desarrollo de esta actividad a escala comarcal queda constatado, además, por la presencia de determinados palinomorfos (Plantago lanceolata y Urtica dioica) y de microfósiles no polínicos de carácter coprófilo. Por otro lado, la abundancia del hongo Glomus cf. fasciculatum (7- 24%), posiblemente estaría relacionada con los procesos erosivos derivados de las roturaciones y de la aridez del clima. Asimismo, la documentación de hongos carbonícolas podría deberse al uso del fuego para aclarar la vegetación o a incendios de carácter local o regional debido a las condiciones climáticas. Por último, la constatación de polen de cereal en 13 de las muestras, en porcentajes superiores al 3%, permite defender el desarrollo a nivel local de la agricultura. En el Castil de Cabras las cuatro muestras positivas estudiadas apuntan a la existencia de un paisaje forestal más o menos abierto (35-42% de AP), con la encina y el roble melojo como especies principales. El bosque ripario parece gozar de una buena conservación. La flora herbácea representa cerca del 30-40% del polen total, destacando los porcentajes de gramíneas (15-20%) y de taxones nitrófilos (10%), característicos de las zonas más antropizadas. Además, se ha podido documentar la presencia de polen de cereal en tres de las muestras (3-4%, llegando hasta un 11% en una de ellas por probable aporte humano), lo que corroboraría su cultivo en las cercanías del asentamiento. Para el momento de plenitud del Soto disponemos de los análisis palinológicos realizados en los sitios de La Mota (Mariscal Álvarez 1995: 345-349; Yll 1995), el Cerro de San Vicente (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 79-80) y Los Castillejos (Sanchorreja, Ávila) (González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 2002: 194-197). Este último presenta numerosos problemas metodológicos e interpretativos por lo que su utilidad es muy limitada (López Sáez y Blanco González 2005: 240-241). A pesar de ello, merece la pena resaltar la progresiva deforestación documentada en dicho estudio y la constatación de la presencia de polen de cereal desde los inicios del asentamiento, con una representación máxima en los niveles IV y III pertenecientes al Hierro Antiguo (González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 2002: 195). En La Mota contamos con dos análisis polínicos, uno realizado a partir de diez muestras extraídas en uno de los perfiles de la cata de 1989 (Yll 1995) y otro elaborado mediante cinco muestras obtenidas en otro perfil excavado en 1993 (Cuadro P9) LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 94 (Mariscal Álvarez 1995: 345-349). En el primero de ellos tres de las muestras fueron descartadas, pero en las siete restantes sus resultados son muy similares: 40-50% de polen arbóreo y presencia continua de gramíneas y polen de cereal a lo largo de toda la secuencia, en este último caso en cantidad suficiente como para defender una actividad cerealista en las proximidades del sitio. En el estudio llevado a cabo por Mariscal Álvarez el porcentaje de AP en la muestra 3 es cercano al 42%, lo que dibuja unas formaciones boscosas más o menos densas, con predominio del encinar (casi el 35% del polen arbóreo) y con un importante porcentaje de especies riparias (aproximadamente el 22,5% del AP). Entre las herbáceas sobresalen las propias de baldíos, empleados como zonas de pastos (40% del polen no arbóreo o NAP), así como las gramíneas (un poco más del 24% del NAP). En el Cerro de San Vicente, de momento, tenemos escasa información del análisis palinológico realizado, puesto que sólo se han publicado datos muy generales de los resultados obtenidos, sin hacer referencia a los porcentajes correspondientes a cada especie y sin acompañarlos del correspondiente diagrama polínico. A pesar de ello, este estudio contiene datos interesantes ya que constata la disminución del número de taxones arbóreos a medida que se asciende en la estratigrafía, posiblemente debido a una actividad agrícola cada vez más intensa. Ésta, sin embargo, no parece afectar al bosque galería, por lo que habría una cierta estabilidad en los entornos fluviales. Además, este análisis arqueopalinológico documenta abundantes gramíneas cultivadas y plantas ruderales (asteráceas y Plantago). Para la parte meridional de nuestra zona de estudio disponemos de dos análisis palinológicos elaborados en los yacimientos del Cerro de la Mesa (Chapa Brunet et al. 2013: 151-155) y Talavera la Vieja (Hernández Carretero 2006: 52-55). Este último, realizado a partir del sedimento que acompañaba a los restos óseos recuperados en el interior de una urna cineraria, dibuja un paisaje adehesado compuesto por un bosque de robles melojos con importantes zonas abiertas ocupadas por amplios pastizales (79,1% de NAP). La escasa presencia de polen arbóreo de especies riparias indica que las orillas del río Ibor, que correría a poca distancia del sitio, estarían muy deforestadas debido posiblemente a la acción humana. Entre el grupo de las herbáceas, además de las gramíneas (20,4%), destaca la documentación de diversas especies de carácter nitrófilo, así como de palinomorfos indicativos de la presencia de animales domésticos en las proximidades del asentamiento (Plantago). También se ha identificado polen de cereal CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 95 (1,4%), aunque no en cantidad suficiente como para asegurar su cultivo local. Sin embargo, se ha constatado la presencia de determinados microfósiles relacionados con el uso del fuego para el aclarado de la vegetación y el posible establecimiento de campos de cultivo. El estudio polínico llevado a cabo en el Cerro de la Mesa abarca toda la Edad del Hierro, pero aquí sólo trataremos los datos correspondientes al Hierro I (serie inferior de la columna polínica). Dicha serie está elaborada a partir de seis muestras positivas tomadas en la base de uno de los perfiles de la fosa-vertedero ya mencionada con anterioridad. Entre sus resultados cabe destacar la documentación de la disminución progresiva del porcentaje de polen arbóreo, desde el 54% inicial al 28-34% de las muestras más superficiales. De esta manera, este análisis apunta a la existencia de un paisaje de encinar muy aclarado con amplios pastizales de gramíneas. Otra serie de herbáceas que también abundan son las de carácter antrópico y nitrófilo (sobre todo Cichorioideae y Aster). La constatación de arbustos pirófilos como las jaras y los brezos, así como de microfósiles de especies carbonícolas, permite plantear el uso del fuego para aclarar el bosque. En este yacimiento no se han encontrado restos de polen de cereal, pero sí parece que hubo una cierta presión pastoril en sus cercanías, dada la relativa profusión de palinomorfos antropozoógenos. A estos estudios palinológicos realizados en yacimientos arqueológicos hay que unir los análisis llevados a cabo en contextos turbosos. En nuestra zona de estudio dichos trabajos se concentran en torno al Sistema Central (López Sáez et al. 2014). A pesar del gran número de secuencias polínicas procedentes de turberas publicadas en los últimos treinta años, su utilidad en muchos casos es limitada al carecer de dataciones radiocarbónicas que permitan establecer la cronología de los cambios detectados en el paisaje (López Sáez et al. 2003: 130; 2014: 99). Por ello, en nuestro breve repaso a los principales indicios de antropización del medio documentados en los registros polínicos recuperados en turberas, sólo aludiremos a los depósitos cuyas secuencias puedan situarse con cierta seguridad en la Primera Edad del Hierro. En la Sierra de Gata contamos con las evidencias del impacto humano constatadas en el estudio realizado en la turbera de El Payo, junto al puerto de Santa Clara, a 1000 m de altitud (Abel Schaad et al. 2009). En el diagrama polínico elaborado se observa un gran descenso del polen arbóreo entre ca. 950 y 650 cal AC, con un valor máximo de deforestación hacia 850 cal AC (ibíd.: fig. 3). Ésta va acompañada de un LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 96 significativo aumento de especies arbustivas como Erica arborea y de una expansión de los pastizales, seguramente debido al uso del fuego por parte de las comunidades humanas. Además, se ha documentado un incremento de palinomorfos antropozoógenos (en especial Aster, Rumex acetosella y Urtica dioica), de especies pirófilas (Asphodelus albus) y de microfósiles de ecología coprófila. Todo ello apunta a una intensificación de los usos ganaderos en esta zona. En la Sierra de Béjar tenemos importantes indicios de antropización del medio en la turbera de Peña Negra, situada a 1000 m s.n.m. (Abel Schaad y López Sáez 2013). En este depósito, entre ca. 1470 y 530 cal AC, se ha constatado un aumento en los porcentajes de una especie pionera como el avellano y una expansión de los helechos, lo que indicaría una deforestación continuada a lo largo de este periodo. La presencia de Asphodelus albus, entre otras evidencias, apunta al aclarado de la vegetación mediante el uso del fuego. Otros elementos que muestran el impacto humano sobre el paisaje serían la documentación de alrededor de un 2% de Cerealia (incluyendo centeno) y los niveles máximos de Aster, Urtica y de hongos coprófilos. En la misma sierra, en las turberas de El Quemal (Candelario, Salamanca), localizada a 1840 m de altitud, y La Covatilla (Navacarros, Salamanca), ubicada a 1980 m s.n.m., los indicios del primer impacto antrópico son más tardíos (ca. 700-600 cal AC) y están asociados al uso pastoril de estas zonas elevadas (Blanco González y López Sáez 2013: 108). En la Sierra de Ávila disponemos del análisis llevado a cabo en la turbera de Narrillos del Rebollar, a 1560 m s.n.m. (fig. 2.10) (Dorado Valiño et al. 2001; López Sáez y Blanco González 2005: 241-243; López Sáez et al. 2009a: 95-96). El diagrama polínico confeccionado muestra la existencia entre ca. 1500 y 850 cal AC de un paisaje muy similar al detectado en Guaya o La Viña, aunque su mayor altitud no permite detectar un impacto humano sobre el medio tan intenso como el documentado en esos dos yacimientos. Sin embargo, hacia 800 cal AC el incremento en los valores de taxones antrópicos como Cerealia, Artemisia, Plantago lanceolata y Rumex acetosa, refleja un aumento de la presión pastoril y el comienzo de las actividades agrícolas en esta zona serrana. Por último, fuera ya del ámbito del Sistema Central contamos con el estudio realizado en una laguna localizada en Almenara de Adaja (Valladolid), en plena Tierra de Pinares, a una altitud de 784 m s.n.m. (López Merino et al. 2009). En la secuencia obtenida se observa una progresiva disminución del polen arbóreo a lo largo de la Edad CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 97 Fig. 2.10. Diagrama polínico de la turbera de Narrillos del Rebollar (Ávila) (según López Sáez et al. 2009a: fig. 5). del Hierro (el porcentaje de AP pasa del 45 al 20% entre ca. 850 y 75 cal AC), lo que dibuja un paisaje sumamente deforestado con predominio de especies herbáceas. También se han documentado elementos de carácter antrópico y nitrófilo como Cichorioideae y Aster, así como palinomorfos indicativos de la presión pastoril en la zona (Plantago lanceolata y Urtica dioica). Además, se ha detectado la presencia esporádica de cultivos de cereal en este intervalo temporal. En resumen, los análisis palinológicos llevados a cabo en diversos yacimientos arqueológicos de la Primera Edad del Hierro en nuestra zona de estudio, muestran un grado de antropización del paisaje acorde al establecimiento definitivo de las comunidades humanas en estos sitios. Durante este periodo parece existir una tendencia general de disminución de las masas arbóreas, muy posiblemente provocada por la quema intencionada de los bosques (Mariscal Álvarez et al. 1995: 434; Chapa Brunet y Mayoral Herrera 2007: 156-157) con el objetivo de conquistar nuevos terrenos para la agricultura y/o aumentar las extensiones de pastizales para uso ganadero. Por otro lado, los estudios realizados en turberas y lagunas ubicadas en los fondos de valle o en posiciones de media montaña, indican que el aclarado de la vegetación en estas zonas se llevaría a cabo para intensificar las actividades agrícolas y ganaderas iniciadas en épocas anteriores. Finalmente, los resultados de los análisis realizados en las turberas situadas en áreas más elevadas (El Quemal y La Covatilla) plantean la puesta en explotación por primera vez de estas zonas serranas con el propósito de incrementar los pastos de verano. Este aprovechamiento de zonas tradicionalmente marginales parece LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 98 coincidir en el tiempo con el proceso de colonización de nuevos paisajes emprendido desde las áreas de asentamiento prehistórico recurrente en la Meseta Norte; fenómeno descrito por Blanco González (2010a: 368-372; 2010d: 169-171) y ya mencionado previamente. 2.4.3. Los patrones de poblamiento Antes de comenzar con el análisis de la ocupación del territorio por parte de las comunidades del Primer Hierro creemos necesario realizar una valoración crítica de los datos disponibles sobre el poblamiento de este periodo en nuestra zona de estudio. Si comparamos el mapa de los grupos de la transición Bronce-Hierro y el Hierro Antiguo en el oeste de la Meseta elaborado por Álvarez-Sanchís (2003c: fig. 14) con el mapa de la fig. 2.11 –que no incluye los hallazgos aislados–, podemos comprobar el gran avance producido en el conocimiento de la dispersión de yacimientos de esta etapa en los últimos años. Ello se debe en buena medida, como hemos visto en el capítulo 1, a las campañas de prospección emprendidas por la administración para la elaboración de los inventarios arqueológicos provinciales (Quintana López y Cruz Sánchez 1996; Esparza Arroyo et al. 1999; Fabián García 1999), al aumento considerable en el número de intervenciones arqueológicas de urgencia derivadas de la burbuja inmobiliaria y del desarrollo de grandes infraestructuras (López Sáez y Blanco González 2005: 238-240; Misiego Tejeda et al. 2005; Fabián García et al. 2010), así como a diversos proyectos de investigación doctoral (Martín Bravo 1999; López Jiménez 2003b; Blanco García 2006b; Fernández Freire 2008; Blanco González 2009a; Mateos Leal 2016). Pero, la calidad de la información disponible para los 139 enclaves localizados es muy desigual (ver anexo I). La mayor parte de ellos (109) sólo son conocidos mediante someras descripciones realizadas a partir de unos pocos restos materiales descubiertos en prospecciones de superficie. Esto provoca que en muchos casos desconozcamos su extensión real y que incluso haya dudas sobre su adscripción cronológica a este periodo. En el otro extremo, contamos con 30 sitios excavados, aunque aquí también es necesario distinguir entre yacimientos abiertos en una pequeña extensión y enclaves excavados de forma amplia, conocidos en profundidad a través de publicaciones monográficas que dan cuenta de los resultados obtenidos en dichas intervenciones. Asimismo, dentro del área de estudio existen importantes diferencias territoriales en el volumen de información disponible. En el suroeste de la Submeseta Norte hay un claro desequilibrio entre la zona oriental (sur de Valladolid, noroeste de Segovia y la CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 99 Fig. 2.11. Poblamiento de la Primera Edad del Hierro en el occidente de la Meseta: 1. Las Fraguas (Cozcurrita, Fariza, Zamora); 2. El Castillo (Fariza, Zamora); 3. El Castro (Fornillos de Fermoselle, Villar del Buey, Zamora); 4. Fermoselle (Zamora); 5. Virgen del Castillo (Pereña de la Ribera, Salamanca); 6. Los Castillos (Las Enillas, Pereruela, Zamora); 7. Los Castillos (La Tuda, Pereruela, Zamora); 8. El Castillo (Peñausende, Zamora); 9. El Castro (Zamora); 10. Zamora; 11. La Aldehuela (Zamora); 12. Valdegallinas II (Zamora); 13. Los LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 100 Castros/Valcuevo/¿El Alba? (Villalazán, Zamora); 14. El Viso (Bamba, Madridanos, Zamora); 15. Toro (Zamora); 16. Cuesta El Pico (Castrillo de la Guareña, Zamora); 17. Vallesa de la Guareña (Zamora); 18. La Requejada (San Román de Hornija, Valladolid); 19. La Muela- Castronuño (Castronuño, Valladolid); 20. Casa del Barquero (Castronuño, Valladolid); 21. Las Alamedas (Castronuño, Valladolid); 22. Los Calvillos II/El Barrero (Pollos, Valladolid); 23. El Cesto I (Nueva Villa de las Torres, Valladolid); 24. La Moraleja I (Tordesillas, Valladolid); 25. La Peña (Tordesillas, Valladolid); 26. Riberilla (La Seca, Valladolid); 27. La Mota (Medina del Campo, Valladolid); 28. San Antón I (Pozal de Gallinas, Valladolid); 29. El Lucero (Pozal de Gallinas, Valladolid); 30. Los Mártires I y II (Medina del Campo, Valladolid); 31. Las Quintanas II (Gomeznarro, Medina del Campo, Valladolid); 32. La Sarteneja/Prado Redondo (Moraleja de las Panaderas, Valladolid); 33. El Juncal (Velascálvaro, Valladolid); 34. Tobar (San Vicente del Palacio, Valladolid); 35. La Moralta (San Vicente del Palacio, Valladolid); 36. El Ciruelo (Gomeznarro, Medina del Campo, Valladolid); 37. El Torrejón/El Cubillo (Honcalada, Salvador, Valladolid); 38. El Espino (Villanueva de Duero, Valladolid); 39. El Matacán (Valdestillas, Valladolid); 40. Sieteiglesias (Matapozuelos, Valladolid); 41. El Pisón (Mojados, Valladolid); 42. Los Hornos (Alcazarén, Valladolid); 43. Cotarra Brazuelas II (Alcazarén, Valladolid); 44. Dehesa de Doña María (Olmedo, Valladolid); 45. La Dehesa/Las Culebras/La Llosa (Pedrajas de San Esteban, Valladolid); 46. Cuesta Redonda (Olmedo, Valladolid); 47. La Monja (Aguasal, Valladolid); 48. Canales (Llano de Olmedo, Valladolid); 49. Fuente la Reina/La Olma (Fuente-Olmedo, Valladolid); 50. Eras de los Perros (Llano de Olmedo, Valladolid); 51. Los Casares (Fuente-Olmedo, Valladolid); 52. Tornacarros (Ciruelos de Coca, Coca, Segovia); 53. Cuesta del Mercado (Coca, Segovia); 54. Las Negreras (Coca, Segovia); 55. La Calzadilla (Puras, Valladolid); 56. La Vaca (Fuente de Santa Cruz, Segovia); 57. El Merino (Villagonzalo de Coca, Coca, Segovia); 58. Prado Arroyo/Vaca II (Villagonzalo de Coca, Coca, Segovia); 59. Coca (Segovia); 60. Pinar Nuevo/Bodonazos (Coca, Segovia); 61. El Clavo/Los Manaderos (Coca, Segovia); 62. Las Guardillas/Montejo 1 (Montejo de Arévalo, Segovia); 63. Fuente Tárraga/Montejo 11 (Montejo de Arévalo, Segovia); 64. La Tesorera/Montejo 7 (Montejo de Arévalo, Segovia); 65. Viña Mayor (Montejo de Arévalo, Segovia); 66. Los Bodones II/Montejo 8 (Montejo de Arévalo, Segovia); 67. Los Bodones I/Montejo 9 (Montejo de Arévalo, Segovia); 68. Bocahierro (San Cristóbal de la Vega, Segovia); 69. El Muerto (Juarros de Voltoya, Segovia); 70. Ledesma (Salamanca); 71. Cerro de San Vicente (Salamanca); 72. Camino de Cantaracillo (Aldeaseca de la Frontera, Salamanca); 73. Sepulcro (Flores de Ávila, Ávila); 74. La Iglesia (Cisla, Ávila); 75. El Prayuso (Fontiveros, Ávila); 76. Fuente de Jaraices (Rivilla de Barajas, Ávila); 77. Cruz de San Marcos (Rivilla de Barajas, Ávila); 78. Urracabezas II (Pascualgrande, Crespos, Ávila); 79. Las Laderas (Palacios Rubios, Nava de Arévalo, Ávila); 80. Cerro de la Laguna (Vinaderos, Nava de Arévalo, Ávila); 81. La Tejeda (Orbita, Ávila); 82. Prado Galindos II (Cabizuela, Ávila); 83. Prado Galindos III (Cabizuela, Ávila); 84. Riocabadillo (Riocabado, Ávila); 85. Rompido de las Berlanas (Hernansancho, Ávila); 86. Arroyo del Prado (Pozanco, Ávila); 87. Las Merchanas (Lumbrales, Salamanca); 88. Los Castillos (Gema, Yecla de Yeltes, Salamanca); 89. Picón de la Mora (Encinasola de los Comendadores, Salamanca); 90. Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca); 91. Los Castillos (Pozos de Hinojo, Salamanca); 92. Cerro de San Pelayo (Martinamor, Salamanca); 93. El Torrejón (Alba de Tormes, Salamanca); 94. El Guijo-El Castillo (Alaraz, Salamanca); 95. Los Guijares (Mirueña de los Infanzones, Ávila); 96. Cerro de la Horca I (Mirueña de los Infanzones, Ávila); 97. Las Zorreras (Muñana, Ávila); 98. Los Arenalones (Guareña, La Torre, Ávila); 99. El Cogote II (La Torre, Ávila); 100. Las Torrecillas (Santa María del Arroyo, Ávila); 101. Los Castillejos (Sanchorreja, Ávila); 102. La Lomilla (Muñopepe, Ávila); 103. El Campillo (Gemuño, Ávila); 104. El Pradillo (Gemuño, Ávila); 105. Los Pajines (Ávila); 106. Cerro de la Cabeza/Bascoarrabal (Ávila); 107. La Viña/Fuente de la Alpargata/Ventorro de la Rana (Ávila); 108. Solana Angosta (Bernúy-Salinero, Ávila, Ávila); 109. Guaya (Berrocalejo de Aragona, Ávila); 110. Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila); 111. El Castillo (Herguijuela de Ciudad Rodrigo, Salamanca); 112. Lerilla (Zamarra, Salamanca); 113. Los Castillejos (Zamarra, Salamanca); 114. Castil de Cabras (San Miguel de Valero, Salamanca); 115. Las Paredejas (Medinilla, Ávila); 116. Castillo Bayuela (Hoyorredondo, Ávila); 117. Cerro del Río (Mesegar de Corneja, Ávila); 118. Cerro Castrejón (Viandar de la CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 101 Vera, Cáceres); 119. Cañada de Pajares (Villanueva de la Vera, Cáceres); 120. Rabinche (Villanueva de la Vera, Cáceres); 121. El Tudal (Villanueva de la Vera, Cáceres); 122. Rocastaño 1 (Villanueva de la Vera, Cáceres); 123. Cerro Romartín (Madrigal de la Vera, Cáceres); 124. El Castañar (El Raso, Candeleda, Ávila); 125. El Periñuelo (Ceclavín, Cáceres); 126. Los Manchones (Mata de Alcántara, Cáceres); 127. La Muralla (Alcántara, Cáceres); 128. Peñas del Castillejo (Acehúche, Cáceres); 129. El Castillón de Abajo (Alcántara, Cáceres); 130. Los Castillones de Araya (Garrovillas de Alconétar, Cáceres); 131. La Silleta (Cañaveral, Cáceres); 132. Cancho de la Porra (Mirabel, Cáceres); 133. La Muralla (Valdehúncar, Cáceres); 134. Talavera la Vieja (Bohonal de Ibor, Cáceres); 135. Rollo (Alcolea de Tajo, Toledo); 136. Calera de Fuentidueña (Azután, Toledo); 137. Cerro de la Mesa (El Bercial, Alcolea de Tajo, Toledo); 138. Casa del Carpio (Belvís de la Jara, Toledo); 139. Arroyo Manzanas (Las Herencias, Toledo) (a partir de las informaciones contenidas en Esparza Arroyo 1990a; Sacristán de Lama et al. 1995; Quintana López y Cruz Sánchez 1996; Martín Valls 1998; Fabián García 1999; Martín Bravo 1999; Álvarez-Sanchís 2003c; López Jiménez 2003a; b; Ramos Fraile 2005; Blanco García 2006b; Fernández Freire 2008; Blanco González 2009a; Sacristán de Lama 2010; Charro Lobato y Cabrera Díez 2011; Blanco García 2014b; Portilla Casado 2014; 2015; Mateos Leal 2016). mayor parte de la provincia de Ávila) y la occidental (sur de Zamora y Salamanca casi en su totalidad). Esta diferencia tan pronunciada, al menos en el caso del área oriental salmantina, podría deberse a discrepancias en los criterios utilizados en las campañas de prospección provinciales para la elaboración del Inventario Arqueológico de Castilla y León (Blanco González 2010d: 167). Para esta zona de la cuenca del Duero contamos con 24 yacimientos excavados (21% del total de asentamientos conocidos), pertenecientes tanto al Soto Inicial como al Pleno (fig. 2.12). Entre los yacimientos de esta región no consignados en el mapa de la fig. 2.11 ni en el anexo I se encuentran una Fig. 2.12. Representación porcentual de los yacimientos conocidos mediante prospección y excavación en el suroeste de la cuenca del Duero, así como de la cronología de los sitios intervenidos. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 102 serie de establecimientos ubicados en la comarca zamorana de Sayago, en los cuales han aparecido materiales cerámicos que no se pueden adscribir con seguridad al mundo del Soto (Ramos Fraile 2005: nota 2). Por su parte, en el valle medio del Tajo el poblamiento se sitúa mayoritariamente en torno a dicho río, lo que provoca que apenas tengamos información sobre comarcas tan extensas como el Campo Arañuelo o el Valle del Alagón. La distribución de los sitios en los que se han llevado a cabo excavaciones arqueológicas también es desigual, puesto que los 6 yacimientos intervenidos (27% del total de enclaves localizados) se encuentran en la mitad oriental de este tramo de la cuenca del río Tajo. Finalmente, entre los yacimientos ubicados al sur del Sistema Central que aparecen listados en la fig. 2.11 y en el anexo I no se encuentra el sitio de la Cabeza del Oso (El Real de San Vicente, Toledo) ya que, aunque en una publicación reciente (Moraleda Olivares y de la Llave Muñoz 2015: 204) se contempla su adscripción al Bronce Final-Hierro I, los materiales y estructuras conocidos hasta la fecha apuntan más bien hacia la ocupación del enclave durante el Bronce Antiguo (Barrio Aldea 1992; Delibes de Castro 2003: 68). Además, en el caso de los asentamientos localizados entre el Duero y el Sistema Central su adscripción cronológica a la fase inicial o de plenitud del grupo Soto resulta problemática. En numerosas ocasiones los lotes cerámicos obtenidos en prospección son demasiado escasos como para permitir esta distinción (Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 14). Esto explica por qué casi el 43% de los yacimientos del Hierro I ubicados en la parte septentrional de nuestra área de estudio están clasificados bajo la etiqueta genérica de “grupo Soto” (fig. 2.13). Este elevado número de sitios sin una cronología más ajustada suponen un problema importante a la hora de definir los patrones de poblamiento característicos de cada fase. No obstante, a partir del análisis de los enclaves adscritos a un momento concreto del desarrollo del mundo del Soto, se pueden plantear ciertos rasgos generales sobre el tipo de emplazamiento elegido de forma preferente en cada etapa. De esta manera, el poblamiento del Soto Inicial se caracterizaría, en primer lugar, por presentar una distribución concentrada fundamentalmente en dos sectores del área de estudio: el Valle Amblés y las campiñas de la zona nororiental (comarcas de la Tierra de Medina y la Tierra de Pinares). En dichos sectores se encuentra el 85% de los asentamientos adscritos a la fase inicial del grupo Soto y los 13 yacimientos de esta fase que presentan vestigios previos pertenecientes a las distintas etapas de Cogotas I. Esto CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 103 Fig. 2.13. Adscripción crono-estilística del poblamiento del Hierro Antiguo en el suroeste de la Submeseta Norte. se debe a que estas dos zonas forman parte del área de poblamiento recurrente de los grupos prehistóricos meseteños desde al menos el Neolítico (Blanco González 2010a). Fuera de estos dos ámbitos espaciales contamos con los enclaves del Soto Inicial recientemente localizados en La Guareña (Portilla Casado 2014; 2015), el enterramiento tumular del Cerro de San Pelayo (Benet 1990; López Jiménez y Benet 2004) y los tres sitios ubicados en el suroeste de la provincia de Salamanca, aunque la cultura material de estas tres últimas estaciones esté más emparentada con los ámbitos cacereño y beirano (López Jiménez 2003b: 168-179). En el Valle Amblés los diferentes estudios espaciales realizados han detectado un cambio notable en el patrón de poblamiento a partir de la etapa inicial del mundo soteño (Fabián García 1999; López Sáez y Blanco González 2005; Blanco González 2008; López Sáez et al. 2009a). En este momento se ha constatado la elección de emplazamientos alejados de las zonas más bajas del valle, por lo que los poblados se establecerán en los rebordes serranos en las cercanías de cursos fluviales secundarios (fig. 2.14). Posiblemente, este cambio en las pautas de asentamiento se debería al agotamiento de las tierras del fondo del valle, provocado por el uso reiterado del fuego para aclarar la vegetación (Blanco González 2008: 119). De este modo, ahora los yacimientos ocuparán la ladera de las estribaciones serranas que bordean el valle o lomas elevadas sobre los terrenos sedimentarios de la fosa del Amblés (figs. 2.15 y 2.16), buscando así un fácil acceso a un amplio abanico de recursos agropecuarios. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 104 Fig. 2.14. Distribución de los asentamientos de Cogotas I y el grupo Soto en el Valle Amblés (modificado a partir de López Sáez et al. 2009a: fig. 2). Fig. 2.15. Perfiles topográficos de varios yacimientos del Soto Inicial ubicados en el Valle Amblés (según Fabián García 1999: fig. 2). Estos enclaves del Soto Inicial se encuentran a una altitud muy similar (entre los 1080 y los 1150 m s.n.m.), pero su tamaño, medido a partir de los restos encontrados en superficie, es más diverso, ya que hay sitios como La Lomilla (Muñopepe) o La Viña que no alcanzan la hectárea y estaciones como El Cogote II (La Torre) que ocupa una superficie aproximada de 13,5 ha. Su distribución por el Valle Amblés es bastante equilibrada aunque el mencionado asentamiento de El Cogote II y el yacimiento de Los Arenalones (Guareña, La Torre) sólo estén separados 1600 m en línea recta (Blanco González 2009a: vol. II (1): 197-198). La relativa situación de prominencia en el paisaje del primero y su mayor tamaño pueden llevar a pensar en una subordinación del núcleo CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 105 Fig. 2.16. Tipos de emplazamiento de los enclaves de la Primera Edad del Hierro en el suroeste de la cuenca del Duero. de Los Arenalones. Sin embargo, su cercanía puede explicarse también a partir de una hipotética ocupación sucesiva de estos sitios, primero en Los Arenalones y en un momento más avanzado en El Cogote II. Sobre el carácter permanente de los enclaves repartidos por el valle puede aducirse la entidad de los restos encontrados en Guaya (Misiego Tejeda et al. 2005) y, como ya hemos visto, la prolongada ocupación de este sitio. Asimismo, la cultura material hallada en el Cerro de la Cabeza/Bascoarrabal, en Ávila capital, parece indicar que esta estación pudo estar ocupada durante las dos fases del grupo Soto (Blanco González 2009a: vol. II (1): 68-76). En las campiñas de la Tierra de Medina y la Tierra de Pinares los distintos trabajos espaciales llevados a cabo en los últimos años han constatado una clara asociación del poblamiento del Soto Inicial a los recursos hídricos de la zona, especialmente a los numerosos humedales localizados en estas comarcas, en forma de lagunas, charcas, bodones y lavajos (Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 43-44; Blanco García 2006b: 291-295; Blanco González 2009a: vol. I: 445-455). Este patrón de poblamiento es muy similar al detectado entre los grupos de Cogotas I por lo que no debe extrañar la presencia de cerámicas cogoteñas en 10 de los asentamientos de la fase inicial del Soto de esta área. Esta coincidencia, como ya se ha comentado, se debería posiblemente a la concentración en esta zona de terrenos aptos para el desarrollo de su economía mixta. En este momento los yacimientos se establecen en el llano o en LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 106 relieves alomados de escasa entidad (fig. 2.16), a una altitud que oscila entre los 660 y los 866 m s.n.m. Su tamaño varía bastante puesto que hay numerosos enclaves pequeños que no alcanzan la hectárea de superficie, una cantidad similar de sitios con una extensión entre 1 y 10 ha y, finalmente, cinco estaciones cuya superficie oscila entre las 12 y las 29,5 ha: Dehesa de Doña María, El Ciruelo, La Dehesa/Las Culebras/La Llosa, La Sarteneja/Prado Redondo y Sieteiglesias (ver anexo I). A pesar de estas diferencias de tamaño no parece haber elementos suficientes para pensar en una jerarquización de las estaciones soteñas en esta etapa inicial. En la Tierra de Pinares segoviana la distribución de los poblados muestra cierta regularidad, con una media de 3358 m de distancia con respecto al vecino más próximo (Blanco García 2006b: 473), lo que da una idea de la elevada densidad del poblamiento comarcal. De todos modos, hay que tener en cuenta que buena parte de los núcleos de pequeño tamaño serían simples “puntos de habitación recurrentes” (ibíd.: 286). Entre los posibles asentamientos permanentes en esta zona habría que incluir, al menos, algunos de los yacimientos que presentan continuidad entre las dos fases del grupo Soto y que están ubicados en posiciones especialmente privilegiadas desde el punto de vista hídrico, como es el caso de la estación segoviana de Los Azafranales-Coca (Romero Carnicero et al. 1993; Blanco García 2006b: 196-209) y del poblado de Sieteiglesias (Matapozuelos, Valladolid) (Bellido Blanco y Cruz Sánchez 1993; Blanco González 2009a: vol. II (2): 316-322). Por su parte, el poblamiento del Soto Pleno en el suroeste de la Meseta Norte se distribuye fundamentalmente a lo largo de los cauces fluviales principales, es decir, el río Duero y sus afluentes más importantes. Este hecho se explica por la necesidad de abastecer de agua a grupos más numerosos y concentrados en núcleos permanentes, pero también porque espigones y cerros elevados sobre los ríos constituyen algunos de los puntos de mayor altitud relativa en esta área (fig. 2.16) (Blanco González 2009a: vol. I: 432 y 490). Por ello, la territorialización en este momento parece ajustarse a los valles de los ríos, donde las comunidades buscarían acceder a una diversidad de recursos complementarios. Las aldeas controlarían unos territorios relativamente extensos, ya que la distancia media entre ellas es superior a los 10 km (ibíd.: 432-433 y 490-491). Durante esta fase las zonas más densamente pobladas en la etapa anterior, el Valle Amblés y la Tierra de Pinares, serán ocupadas con una menor intensidad (Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 48; Blanco González 2009a: vol. I: 433). A CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 107 partir de esta constatación diversos autores han planteado un “movimiento migratorio” a nivel regional, que produciría un trasvase de población desde las áreas tradicionales de asentamiento hacia espacios hasta ahora poco atrayentes, como la Tierra de Campos, la Campiña de Villalar (Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 48-50), las zonas serranas del occidente de Zamora y el norte de Soria y sectores periféricos de la Meseta Norte pertenecientes a las provincias de Soria, Burgos, León, Zamora y Salamanca (Blanco González 2010a: 368-372; 2010d: 169-171; Blanco González y López Sáez 2013). Este fenómeno respondería a un importante crecimiento demográfico (Esparza Arroyo 1995: 140; Fernández-Posse 1998: 154), favorecido por las nuevas condiciones climáticas del Subatlántico, y a la creciente presión humana sobre el entorno debido a la sedentarización definitiva en aldeas, que haría necesaria la colonización de nuevos terrenos fértiles para asegurar la reproducción del grupo (Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 50). Dicha colonización se habría llevado a cabo de manera descoordinada, en momentos distintos del Hierro Antiguo, mediante movimientos migratorios de corto alcance a lo largo de algunos de los principales valles fluviales de la Meseta (Blanco González 2010a: 372; 2010d: 171; Blanco González y López Sáez 2013). El resultado de este proceso habría sido la fundación de nuevas aldeas a partir del excedente demográfico de los enclaves ya existentes, mediante la duplicación o segmentación de las comunidades cada cinco o seis generaciones (Ortega Ortega 1999: 433-440; Esparza Arroyo 2009: 34). En esta fase de plenitud la cabecera del río Adaja o Valle Amblés estaría dentro del área de influencia de Los Castillejos de Sanchorreja (p. ej. Maluquer de Motes 1958; González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 2002; González-Tablas Sastre 2005) y posiblemente del Cerro de la Cabeza (fig. 2.17), aunque este último sitio pudo abandonarse hacia el s. VII a.C. (Blanco González 2009a: vol. II (1): 71). Río abajo encontramos el yacimiento de Las Cogotas, cuya difusa ocupación durante esta etapa ha Fig. 2.17. Perfiles topográficos de los yacimientos abulenses del Cerro de la Cabeza (Soto Inicial-Pleno) y Castillo Bayuela (Soto Pleno) (según Fabián García 1999: fig. 2). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 108 sido recientemente revisada (Blanco González 2010b). A continuación, en plena Moraña se sitúa La Tejeda (Orbita, Ávila) (Blanco González 2009a: vol. II (2): 81-86) y en la confluencia con el río Eresma la estación de Sieteiglesias. Este último curso fluvial presenta también a partir de su tramo medio-bajo un poblamiento lineal protagonizado por dos importantes asentamientos localizados en el término municipal de Coca, el ya mencionado de Los Azafranales y la Cuesta del Mercado (Blanco García 1994). Cuesta Redonda en Olmedo (Valladolid), aunque alejado del cauce del río, sería el siguiente enclave de referencia debido a la entidad de sus restos y a su ubicación en un lugar destacado del paisaje (Blanco González 2009a: vol. I: 432). Con respecto al río Zapardiel, en su curso bajo sobresale la aldea situada sobre el cerro de La Mota, en una posición destacada sobre la planicie circundante (García Alonso y Urteaga Artigas 1985; Seco Villar y Treceño Losada 1993; 1995; Blanco García y Retuerce Velasco 2010). A lo largo del río Duero contamos con importantes núcleos como La Peña (Tordesillas, Valladolid) (Blanco González 2009a: vol. II (2): 67-70), El Viso (Bamba, Madridanos, Zamora) (Esparza Arroyo 1990a) en un cerro imponente que domina visualmente un amplio territorio que incluye el sitio de Los Castros/Valcuevo en Villalazán (Zamora) (Martín Valls y Delibes de Castro 1982: 64-67), La Aldehuela (Zamora capital) en la confluencia con el río Valderaduey (Santos Villaseñor 1988; 1989; 1990), Zamora en el abrupto espigón que controla un importante vado y sobre el que se levantaría la ciudad medieval (Larrén Izquierdo 1999), El Castillo (Fariza, Zamora) (Ramos Fraile 2005) y el yacimiento localizado en el Teso de la Ermita de Nuestra Señora del Castillo (Pereña de la Ribera, Salamanca) (López Jiménez 2003b: 218-222). Estos últimos formarían parte de una de las “áreas de colonización” del Hierro I definidas por Blanco González (2010a: fig. 6), situada en la comarca de Los Arribes del Duero (entre Zamora y Salamanca). En el tramo alto del río Tormes destaca la conocida estación de Las Paredejas (Medinilla, Ávila) en la ladera del Cerro del Berrueco, que constituye una atalaya privilegiada sobre el entorno y un elemento visible desde lejos (p. ej. Fabián García 1986-87; 2005b). Aguas abajo se encuentra el Cerro de San Pelayo que, tras un aparente periodo de abandono, vuelve a ser ocupado hacia el s. V a.C. (López Jiménez y Benet 2004: 169-170). A continuación, sobresalen las aldeas del Cerro de San Vicente y Ledesma (Salamanca) en sendos cerros elevados sobre el río, distantes entre sí unos 35 km (Maluquer de Motes 1951; Martín Valls et al. 1992; CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 109 Macarro Alcalde y Alario García 2012; Benet et al. 1991). Por último, los valles de los ríos Huebra y Águeda constituirían las otras dos zonas de nuestra área de estudio colonizadas durante la Primera Edad del Hierro según Blanco González (2010a: fig. 6; Blanco González y López Sáez 2013: fig. 2). El descubrimiento de unos pocos fragmentos de cerámicas soteñas en los asentamientos salmantinos del Picón de la Mora (Encinasola de los Comendadores), Las Merchanas (Lumbrales) y El Castillo (Herguijuela de Ciudad Rodrigo) permite plantear la vinculación de estas zonas al mundo del Soto durante esta etapa de plenitud (Martín Valls 1998: 141-142; Esparza Arroyo y Blanco González 2008: 89). Sin duda los patrones de poblamiento del Soto Inicial y Pleno esbozados aquí sufrirían modificaciones sustanciales si fuéramos capaces de adscribir temporalmente los 50 enclaves clasificados de manera genérica como pertenecientes al grupo Soto. A partir de la mayor similitud que presentan dichos núcleos y los sitios del periodo inicial del Soto (fig. 2.18) podríamos pensar que el grueso de los yacimientos sin una cronología concreta perteneciera al Soto Inicial, aunque es obvio que los indicios son insuficientes. De hecho, de admitir la existencia de una auténtica colonización de Los Arribes del Duero y los valles del Huebra y el Águeda, tendríamos que incluir las estaciones indefinidas temporalmente de estas áreas en la etapa de plenitud del mundo del Soto. Lamentablemente, el elevado grado de imprecisión aún existente impide confirmar la jerarquización del poblamiento que parece intuirse, al menos, en las zonas más densamente pobladas del área de estudio durante la fase soteña más reciente (Blanco García 2006b: 492; 2014b: 97). Al sur del Sistema Central el poblamiento de la Primera Edad del Hierro se caracteriza, como hemos mencionado previamente, por presentar una distribución lineal a lo largo del río Tajo, aunque concentrada en dos sectores distintos separados por unos 60 km. El primero de dichos sectores sería el tramo comprendido entre Talavera de la Reina y el embalse de Valdecañas y el segundo la zona occidental de Cáceres desde la Grupo Soto Soto Inicial Soto Pleno Altitud media 853 844 804 Superficie media 2,16 5,45 6,55 Emplazamiento preferente Loma Loma Espigón Cauce fluvial Secundario Secundario Principal Fig. 2.18. Tabla sintética de las características básicas del poblamiento del Primer Hierro en el suroeste de la Submeseta Norte, elaborada a partir de los datos contenidos en el anexo I. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 110 Sierra de Santa Marina-Mirabel hasta el área de Alcántara. Fuera de estas dos demarcaciones contamos con el poblado de El Castañar (El Raso, Candeleda, Ávila) (p. ej. Fernández Gómez et al. 1986-87: 268-270; Fernández Gómez y López Fernández 1990: 99; Fernández Gómez 2005: 13-14) y los seis enclaves ubicados en la comarca cacereña de La Vera. Estos últimos, analizados en profundidad mediante SIG por Fernández Freire (2008), pueden agruparse en dos tipos distintos a partir de las características de su emplazamiento. Un primer conjunto lo formarían los yacimientos en altura del Cerro Castrejón (Viandar de la Vera) y el Cerro Romartín (Madrigal de la Vera), cuya localización en una posición prominente sobre el paisaje circundante buscaría, especialmente en el primer caso, un amplio dominio visual sobre el entorno, un acceso complicado debido al gran desnivel del terreno y el control de amplias zonas de pastos y de cultivos (aunque las labores agrícolas se verían dificultadas por las fuertes pendientes). El segundo grupo estaría integrado por el sitio de la Cañada de Pajares (Villanueva de la Vera) (p. ej. Celestino Pérez y Martín Bañón 1999; Celestino Pérez 2008a; Fernández Freire 2008: 317-343) y tres núcleos aparentemente menores, posiblemente relacionados con aquél. Estas cuatro estaciones se caracterizan por su situación en lugares más llanos y, por tanto, sin pretensiones defensivas, con una cuenca visual muy limitada y una vocación fundamentalmente agrícola. En el tramo del río Tajo que discurre por el occidente toledano y el Campo Arañuelo los estudios territoriales realizados han constatado una asociación del poblamiento a los vados que permitían cruzar el cauce de dicho río (Martín Bravo 1998; Chapa Brunet y Pereira Sieso 2006; Pereira Sieso 2008b). De este modo, en la orilla izquierda del Tajo disponemos del asentamiento de Arroyo Manzanas (Las Herencias, Toledo), que controlaría la vía de acceso al vado situado en Talavera de la Reina (Chapa Brunet y Pereira Sieso 2006: 127). Aguas abajo encontramos el yacimiento del Cerro de la Mesa, que dominaría el vado de Azután o Puente Pinos en la desembocadura del río Huso (p. ej. Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004; Chapa Brunet y Pereira Sieso 2006). Finalmente, en la zona del actual embalse de Valdecañas contamos con el posible poblado orientalizante de Talavera la Vieja, que controlaría el vado del mismo nombre (Martín Bravo 1998: 46-48; Celestino Pérez 2008a: 110). Estos tres sitios tienen en común su ubicación en alturas cercanas al cauce del río Tajo (fig. 2.19), posición que también ocupan los asentamientos del Rollo (Alcolea de Tajo, Toledo) (Martín Bravo 1999: 129) y La Muralla de Valdehúncar (Cáceres) (ibíd.: 92). Las otras dos estaciones CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 111 Fig. 2.19. Tipos de emplazamiento de los enclaves del Hierro Antiguo localizados al sur del Sistema Central. restantes, Casa del Carpio (Pereira Sieso 1989; 2008a; 2012) y Calera de Fuentidueña (Azután, Toledo) (Fernández-Miranda y Pereira 1992: 70), son enterramientos con algunos materiales orientalizantes y, por tanto, serán tratados en el capítulo siguiente. Para la zona occidental de la Alta Extremadura disponemos de los completos análisis espaciales realizados por Martín Bravo (1993; 1994; 1999; 2009). Durante el Hierro I el poblamiento en esta zona se distribuye mayoritariamente a lo largo del cauce del río Tajo (fig. 2.20), aunque también hay asentamientos localizados en entornos serranos (fig. 2.21). En estos últimos parece que el control visual del territorio, sobre Fig. 2.20. Perfil topográfico de los poblados de El Castillón de Abajo (1) y Peñas del Castillejo (2) (modificado a partir de Martín Bravo 1999: fig. 21). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 112 Fig. 2.21. Croquis y perfil topográfico del yacimiento de El Periñuelo (según Martín Bravo 1999: fig. 20). todo de las áreas de paso, y la búsqueda de protección habrían sido los elementos claves tenidos en cuenta a la hora de elegir el emplazamiento. Por su parte, los poblados de ribero parecen responder a la intención de sus habitantes de camuflarse en el entorno y tener un mejor acceso a una variedad de recursos agropecuarios, como en Los Castillones de Araya (Garrovillas de Alconétar, Cáceres) (fig. 2.22). Esta dualidad en la situación de los núcleos de habitación provoca una gran diferencia altitudinal entre los dos grupos: los sitios serranos se encuentran entre los 487 y los 823 m s.n.m., mientras que los yacimientos junto a los ríos se localizan entre los 267 y los 366 m s.n.m. Asimismo, determina las condiciones de visibilidad de las distintas estaciones, puesto que desde los poblados en sierra se controla habitualmente un territorio superior a los 30 km (Martín Bravo 1999: 101-102). Éstos, al mismo tiempo, constituyen hitos en el paisaje fácilmente reconocibles desde lejos. En cambio, desde los poblados de ribero la visibilidad es mucho más limitada y al estar ubicados a una cota inferior que la penillanura son difíciles de localizar. Esta dicotomía, en definitiva, estaría reflejando la puesta en marcha por parte de los grupos del Primer Hierro de diferentes estrategias de exhibición y de ocultación en el paisaje (Criado Boado 1993b: 45-48). Sin embargo, enclaves serranos y de ribero tienen en común su difícil acceso, ya que las pendientes que los rodean se pueden caracterizar como escarpadas o muy escarpadas (en algunos casos llegan a ser del 60-66%) (Martín Bravo 1999: 100). Por otra parte, su tamaño es muy uniforme (inferior a 1 ha), con la excepción de La Muralla de Alcántara (Cáceres) que alcanza las 12 ha de superficie. Esta ostensible diferencia, junto con la amplia extensión que ocupa también La Muralla de Valdehúncar (7,5 ha), lleva a Martín Bravo CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 113 Fig. 2.22. Territorios teóricos de explotación de varios sitios del Hierro I en el valle medio del Tajo, conforme al grado de las pendientes que los rodean: 1. La Silleta; 2. Cancho de la Porra; 3. El Periñuelo; 4. La Muralla de Alcántara; 5. Los Castillones de Araya; 6. La Muralla de Valdehúncar (modificado a partir de Martín Bravo 1999: fig. 38). a defender “una jerarquización entre las poblaciones ya en la transición del Hierro Inicial al Pleno” (ibíd.: 103). Pero, más allá del mayor tamaño de los recintos defensivos de estos dos núcleos, carecemos de otros elementos para valorar esta supuesta jerarquización del poblamiento. 2.4.4. Características de los poblados Como hemos visto, la mayor parte de los sitios del Soto Inicial continuarían siendo asentamientos semipermanentes de reducido tamaño y escasos habitantes, aunque en lugar de los campos de hoyos típicos de la Edad del Bronce ahora nos encontramos con yacimientos formados por una serie de cabañas realizadas con postes de madera, ramajes y barro, cuya presencia a veces puede manifestarse en superficie en forma de manchones cenicientos (Blanco García 2006b: 476). Dichas cabañas formarían parte de núcleos asimilables a granjas o alquerías, donde vivirían unas pocas familias posiblemente emparentadas (Blanco García 2014b: 97). Asimismo, hemos constatado la existencia durante este periodo de poblados de mayores dimensiones, más populosos y LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 114 de carácter permanente que cabría calificar como aldeas. Éstas también estarían compuestas por un conjunto de cabañas realizadas con materiales deleznables. De igual modo, tanto granjas como aldeas no presentan ningún tipo de sistema defensivo artificial, aunque sí se han detectado fosos naturales en Los Azafranales-Coca y Cuesta El Pico (Castrillo de la Guareña, Zamora), una zanja o terraplén en Los Mártires I y II (Medina del Campo, Valladolid) y posibles aterrazamientos en los enclaves salmantinos del Castil de Cabras, Los Castillejos de Zamarra y Los Castillos de Pozos de Hinojo (Blanco García 2006b: 107; Portilla Casado 2014: 235; Blanco González 2009a: vol. II (2): 229; López Jiménez 2003b: 168-170 y 173-175). La excavación en extensión de la aldea de Guaya nos ha proporcionado numerosas informaciones sobre su organización interna. En los dos sectores excavados (en total 8650 m²), separados por un centenar de metros, se han podido documentar 18 cabañas, todas ellas aparentemente contemporáneas y orientadas de norte a sur (fig. 2.23). Sus excavadores plantean la existencia de una “incipiente regularización urbana” a partir de la identificación de posibles calles o zonas de paso, con dirección N-S, que Fig. 2.23. Planimetría de los dos sectores excavados en Guaya (según Misiego Tejeda et al. 2005: fig. 1). CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 115 aprovecharían los espacios vacíos localizados entre las diferentes construcciones. Además, también se ha constatado el uso de un área del poblado como vertedero. Este “urbanismo inicial” se ve interrumpido en dos zonas concretas debido a la presencia de unos recintos exteriores anexos a dos grupos de viviendas y definidos, al igual que las propias cabañas, a través de alineaciones de agujeros de poste. Su función, muy posiblemente, estaría ligada a la reunión del ganado en esos espacios (Misiego Tejeda et al. 2005: 208-210). Teniendo en cuenta este hecho y el carácter doméstico, pero también productivo y de almacenaje, de las cabañas, se puede defender que éstas constituyen “un temprano precedente de las unidades de ocupación” (Blanco González 2009a: vol. I: 153), definidas por Fernández-Posse y Sánchez-Palencia (1998: 130). El carácter aldeano de este yacimiento sería seguramente extensible, además de a los citados núcleos del Cerro de la Cabeza/Bascoarrabal, Los Azafranales-Coca y Sieteiglesias, a aquellos enclaves destacados del Soto Pleno en cuyos niveles basales se han documentado hoyos de poste, que podrían pertenecer a cabañas de la etapa inicial del mundo soteño: La Mota, La Aldehuela (Romero Carnicero y Ramírez Ramírez 2001: nota 7) y el Cerro de San Vicente (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 25-26 y lám. 34). Durante el Soto Pleno, especialmente en su momento inicial, continuarían existiendo las pequeñas estaciones semipermanentes identificables con granjas o alquerías. Pero, lo que realmente caracterizará este periodo será la consolidación y generalización del modelo de aldeas permanentes iniciado siglo y medio antes (Blanco González 2009a: vol. I: 175 y ss.). Por encima de estas dos categorías, Blanco García (2006b: 492; 2014b: 97) propone una tercera compuesta por “poblados centrales” como La Mota, Los Azafranales-Coca o Cuéllar (Segovia). Sin embargo, en nuestro caso hemos englobado estos últimos dentro de los asentamientos aldeanos, ya que, como veremos en el capítulo siguiente, las estimaciones demográficas realizadas sobre este tipo de sitios de mayores dimensiones sitúan su población entre los 200 y los 300 habitantes (Delibes de Castro y Herrán Martínez 2007: 278-279; Macarro Alcalde y Alario García 2012: 54), muy por debajo del medio millar de personas, límite que algunos autores plantean para separar los enclaves rurales de los urbanos en el ámbito de la Meseta Norte (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2014: 210; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2015: 224). Por tanto, en nuestra zona de estudio faltan en esta etapa centros urbanos como los investigados recientemente en la Europa Templada, en LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 116 algunos casos equiparables en superficie y población a los oppida de finales de la Edad del Hierro en fechas tan tempranas como finales del siglo VII a.C. (p. ej. Brun y Chaume 2013; Fernández-Götz y Krausse 2013; Milcent 2014). Nuestro conocimiento sobre la organización interna de las aldeas de la etapa de plenitud del Soto en el suroeste de la cuenca del Duero se basa fundamentalmente en la excavación en área (500 m²) realizada en la plataforma superior del Cerro de San Vicente (fig. 2.24) (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 49 y ss.). En dicha intervención, acometida entre 2005 y 2006, se han descubierto cinco viviendas completas (cuatro circulares con umbral dotado de un vestíbulo orientado al sureste y una rectangular orientada al noreste) y 13 estructuras domésticas auxiliares (almacenes, despensas u hornos). Estas construcciones presentan una disposición alineada en dos bandas, siguiendo un eje noroeste-sureste, que reserva un espacio central libre de estructuras, de unos 3 m de anchura media y al menos 20 m de longitud. Asimismo, se ha confirmado la existencia de unos ámbitos destinados a basureros, formados a partir de la acumulación de materia orgánica, desechos de combustión y residuos generados por la actividad doméstica. La presencia de zonas de paso o calles, en torno a las cuales se disponen las distintas agrupaciones de casas, se ha documentado también, por ejemplo, en Dessobriga (Osorno-Melgar de Fernamental, Palencia-Burgos) (Misiego Tejeda et al. 2003: 80) o en La Corona/El Pesadero (Manganeses de la Polvorosa, Zamora) (Misiego Tejeda et al. 2013: 187). Por ello, aunque no cabe hablar de ciudades en este momento, sí se puede considerar la existencia de unas ciertas “trazas urbanas” en las estaciones de la plenitud del mundo soteño (Delibes de Castro y Romero Carnicero 2011: 73-76). En el Cerro de San Vicente se observa una mayor separación entre el espacio colectivo (la aldea) y el espacio familiar. Éste último está representado por diferentes “unidades de ocupación”, conformadas por una o dos casas y un grupo de construcciones menores auxiliares. En un sondeo realizado en 1990 apareció la delimitación de una de estas unidades, formada por una cerca de grandes piedras, posiblemente reforzada por una empalizada de troncos. Además, el suelo entre las distintas construcciones de la unidad doméstica estaba pavimentado con adobes ordenados, un encachado de pizarras y soleras de arcilla (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 52 y láms. 31-33). Por otro lado, en este yacimiento se ha constatado, a través de la superposición de construcciones a lo largo de la secuencia estratigráfica, la CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 117 Fig. 2.24. Planta de la excavación en área de la plataforma superior del Cerro de San Vicente. Las construcciones pertenecen al momento final de la secuencia del Hierro I documentada en el sitio (según Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 30). reiteración en el uso de unos mismos espacios para ubicar las diferentes estructuras. De este modo, se ha documentado tanto la amortización de casas previas al levantar una nueva, como la reutilización de alguno de sus elementos (Blanco González 2011: 401- 403). Esta “alta redundancia espacial” y “elevada congruencia” (Brooks y Yellen 1987, citado en González Ruibal 2003: 58) de los enclaves del Soto supondrá la ocupación de menos terreno que los campos de hoyos cogoteños, la acumulación de una estratigrafía más potente (alcanzando en ocasiones varios metros) y la existencia de un menor LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 118 espacio libre entre construcciones. El resultado final de esta superposición de poblados sucesivos será la conformación de los típicos tells soteños (Delibes de Castro y Romero Carnicero 2011: 76-79). A lo largo de este periodo de madurez del grupo Soto se producirá, además, una novedad importante: la construcción de defensas artificiales en algunos de los asentamientos de la cuenca sedimentaria del Duero y el surgimiento de una serie de aldeas fortificadas o castros en sus rebordes montañosos. Tradicionalmente se venía manteniendo una distinción entre los “poblados del grupo Soto” del centro de la cuenca y los “castros” de la periferia: los castros del norte de Soria (Romero Carnicero 1991), del noroeste de Zamora (Esparza Arroyo 1986) y del ámbito salmantino-abulense (González-Tablas Sastre 1986-87; Álvarez-Sanchís 2003c: 98-100). Pero el hallazgo, cada vez menos excepcional, de elementos defensivos en los primeros (Romero Carnicero et al. 2015) y de materiales y estructuras típicos del mundo soteño en los segundos (Romero Carnicero y Misiego Tejeda 1992; 1995; Esparza Arroyo 1990a: 101-104; 1995: 105 y 121-122; González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 1995: 196- 197; Martín Valls 1998: 141-142; Fabián García 1999) han ido difuminando sus supuestas diferencias. Algo similar parece ocurrir con los castros de los Montes de León y de la Montaña Palentina (Esparza Arroyo 2011: 12 y 26-27; Marín Suárez 2011: 319- 321). A continuación, comentaremos los tipos de sistemas defensivos, documentados en los enclaves del suroeste de la cuenca del Duero, que pueden asociarse con una cierta seguridad a este momento de plenitud del Soto. En El Castillo de Fariza, Las Fraguas (Cozcurrita, Fariza, Zamora) y El Castro (Fornillos de Fermoselle, Villar del Buey, Zamora) —estos dos últimos sitios están adscritos genéricamente al grupo Soto pero, muy posiblemente, pertenecen también a esta etapa de madurez— se ha constatado la presencia de murallas de mampostería de granito aparejada en seco. Éstas no rodean los yacimientos por completo, sino que se limitan a cerrar sus flancos más vulnerables (Ramos Fraile 2005: 299). El Castillo de Herguijuela conserva una muralla de piedra en seco de unos 200 m de longitud, levantada en la zona meridional, que es la más accesible. En su trazado se ha podido documentar una interrupción de unos 3 m que habría servido como puerta (Martín Benito y Martín Benito 1994: 119; López Jiménez 2003b: 204-207). En el Cerro de San Vicente, las excavaciones recientes han puesto al descubierto una muralla erigida en el flanco más vulnerable (el noreste). Ésta tiene un trazado arqueado de unos 90 m de CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 119 longitud y está compuesta por un muro de 2-3 m de anchura y 1,4 m de alzado máximo conservado, levantado con grandes piedras de arenisca y lajas de pizarra trabadas con arcilla. Sobre él un posible alzado de tierra mezclada con cascotes, cantos y esquirlas de pizarra. Todo ello, quizá revestido por una pared de tapial conformada por arcilla muy decantada (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 21-22). La estación de El Guijo-El Castillo (Alaraz, Salamanca) podría tener también una muralla, aunque en las últimas prospecciones realizadas no ha podido ser reconocida (de Soto García 2013: 93). En Los Castillejos de Sanchorreja las excavaciones emprendidas en los años 80 del siglo pasado por parte de González-Tablas documentaron la existencia de una cerca o muralla previa a la descrita por Maluquer (1958: 21-25), compuesta en su cara interna por una serie de bloques que sirven de tope al relleno. Se desconoce la anchura y el cierre externo de la misma. En su interior se detectó, al menos, un poste clavado verticalmente, del cual se extrajeron dos muestras que fueron datadas por C14 (Blanco González 2009a: vol. II (2): 215-216). Las fechas obtenidas indican que esta estructura se habría levantado en un momento avanzado del Calcolítico o en una etapa antigua del Bronce Inicial (González-Tablas Sastre et al. 1986: 120-122; González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 2002: 45-51 y 226). Blanco González (2009a: vol. II (2): 220), por su parte, sitúa su construcción en el Bronce Antiguo, adscripción que parece muy plausible a la vista del registro disponible para este periodo en el Valle Amblés (Fabián García 2006a: 513-519). Esta cerca habría estado en funcionamiento hasta el s. VI a.C., momento en el que se levanta la muralla visible hoy día. Ésta, formada ahora por dos recintos, aprovecha en su trazado los canchales existentes, sobre todo, en el flanco meridional. Según su excavador está planteada a modo de escalón que dificulte al acceso al interior. Así, estaría integrada por un paramento externo a hueso, ligeramente ataludado, relleno de piedra y cascote y al interior una o dos hiladas cerrarían el conjunto. Además, en el extremo occidental del primer recinto aparecen los posibles restos de “una gran torre”, flanqueando una de las puertas. Éstas consisten en simples interrupciones en el trazado de los lienzos (González-Tablas Sastre 2005: 28-32). Finalmente, en La Mota se ha descubierto recientemente un doble foso localizado en el sector sureste del cerro, aunque desconocemos en gran medida sus características debido a su destrucción parcial en época medieval (fig. 2.25) (Blanco García y Retuerce Velasco 2010: 77-78). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 120 Fig. 2.25. Sección del doble foso de la Primera Edad del Hierro descubierto en el cerro de La Mota, cortado por el foso excavado en época de los Reyes Católicos (modificado a partir de Blanco García y Retuerce Velasco 2010: 77). En los últimos años autores como Martín Valls (1998: 141-142) o Esparza (2003: 158 y 169; 2011: 22-23) han planteado la posibilidad de vincular el arranque de los poblados fortificados del occidente salmantino al desarrollo del mundo soteño en esta zona, al igual que sucede en el ámbito occidental zamorano (Esparza Arroyo 1986: 368; 1990a: 101-104; 1995: 105 y 121-122; 2003: 161-163 y 169; 2009: 31 y 34; 2011: 23-26 y 41). De esta manera, frente a la interpretación tradicional que sitúa el inicio del amurallamiento de buena parte de los castros occidentales en el Hierro II (Martín Valls 1985: 109-111; 1986-87: 65-68; Álvarez-Sanchís 2003c: 159-165), sugieren un comienzo más temprano para dicho fenómeno. Siguiendo su planteamiento, podríamos considerar como pertenecientes a esta etapa de plenitud del grupo Soto los sistemas CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 121 defensivos de varios sitios fortificados de nuestra zona de estudio, que presentan una ocupación continua a lo largo de la Edad del Hierro. Este sería el caso de los yacimientos salmantinos de la Virgen del Castillo, Los Castillos (Gema, Yecla de Yeltes) y el Picón de la Mora. En la Virgen del Castillo la muralla está constituida por un paramento de granito sin cimentación alguna, con un alzado conservado de unos 3-4 m y una anchura en la base de unos 5-6 m. En su diseño destaca la entrada en esviaje, situada, al igual que los restos de lienzo descubiertos, en el sector sureste del castro (López Jiménez 2003b: 220- 222). En Los Castillos se mantiene en pie un tramo de muralla con una altura cercana a los 6 m. Se trata de un paramento de factura muy tosca, formado a base de piedras de granito ligeramente desbastadas (ibíd.: 210-211). Por último, en el Picón de la Mora la muralla, de unos 350 m de longitud total, rodea el enclave por tres de sus lados, interrumpiéndose en el tramo occidental por la presencia de un cerro con fuertes pendientes, que hace innecesario la erección de defensas artificiales en esta zona. La muralla está construida a base de mampostería en seco con dos paramentos ataludados (sobre todo el exterior) y entre ellos un relleno de piedras dispuestas en capas horizontales. Se asienta sobre la roca natural, alcanza una anchura de 6 a 8 m de media y en algunas zonas debió tener unos 4 m de altura. En su trazado se abren tres puertas en embudo. Además, protegiendo el lienzo septentrional hay un foso de 8 a 9 m de anchura y una amplia zona de piedras hincadas (Martín Valls 1971: 126-130). Menos plausible resulta la adscripción de los recintos amurallados de Las Merchanas y Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca) al Soto Pleno, debido a sus paramentos realizados a base de sillares formando hiladas, característica más propia de los momentos finales de la Edad del Hierro (Álvarez-Sanchís 2003c: 133). Sin embargo, sí se podrían incluir en esa fase de plenitud del Soto el posible foso y empalizada de la Cuesta del Mercado (Blanco García 1994: 37) y la empalizada que, según Bellido Blanco y Cruz Sánchez (1993: 263), habría protegido el sector meridional de la aldea de Sieteiglesias. Esta monumentalización del espacio colectivo es un fenómeno que afecta a buena parte de Europa, incluida la Península Ibérica, durante el primer milenio a.C. (p. ej. Harding 1998: 306; Kristiansen 2001: 164-166, 425-429 y 477-479; Ruiz Zapatero 2003b; Cunliffe 2005: 347-406; Ralston 2006; Berrocal-Rangel y Moret 2007; Parcero Oubiña et al. 2007: 144; Wells 2011: 417 y 421-422). Es en este momento cuando LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 122 surgiría el “paisaje fortificado”, según la terminología de Criado (1993a: 41-42). La aproximación tradicional al estudio de las murallas se basa en la asunción de su carácter defensivo (Ruiz Zapatero 2011d: 97). Por tanto, los poblados fortificados habrían cumplido una función defensiva de la comunidad, en un ambiente de guerra endémica (Armit 2007; James 2007) o de “guerra interna” (Esparza Arroyo 2009: 34-35). Alternativamente se ha planteado una interpretación simbólica de las murallas y de los asentamientos fortificados. Para Bowden y McOmish (1987) la creciente complejidad de los recintos de los hillforts (castros) británicos respondería al deseo de las élites residentes en los mismos de aumentar su prestigio y aislamiento. De igual modo, Cunliffe (1994: 72) considera los hillforts como símbolos del poder de las élites. Por el contrario, Hill (1995: 53; 1996: 109) defiende que los hillforts serían “símbolos de la comunidad”, en los que celebrarían periódicamente asambleas comunales y rituales de distinto tipo. Sharples (2007; 2010: cap. 3), por su parte, contempla la construcción de los recintos de los hillforts como una forma de “crear comunidad” y, a la vez, de competición entre comunidades, a través del consumo conspicuo de recursos (de manera análoga al potlach). Para Lock (2011) la construcción y mantenimiento de los hillforts habría buscado preservar la armonía social de la comunidad. Desde su perspectiva, los sitios fortificados se convertirían en una defensa contra las “amenazas cósmicas” a la tranquilidad del grupo y, por tanto, en metáforas de la cohesión social. Por último, para Fernández-Posse y Sánchez-Palencia (1998) las obras de delimitación de los castros, además de una función defensiva, habrían cumplido una función social, proporcionando una cohesión interna a la comunidad, frente a las tendencias sociales disgregadoras y permitiendo su afirmación con respecto a otros grupos. Por nuestra parte, creemos que ambas interpretaciones no son excluyentes, sino complementarias. Parece ingenuo pensar que durante la Edad del Hierro no surgieran conflictos intercomunitarios, aunque fueran a pequeña escala. Por ello, las murallas y, en general, las fortificaciones protohistóricas habrían cumplido un papel defensivo de la comunidad, actuando como barreras disuasorias, como elementos de control del acceso y la salida al poblado y, de forma extraordinaria, como recursos para impedir asaltos y sitios (Berrocal-Rangel 2004: 56-61). Pero, al mismo tiempo, debemos tener en cuenta las posibles tensiones en el seno de la propia comunidad. En este caso, la construcción de fortificaciones habría buscado afianzar la cohesión social del grupo, creando un espacio colectivo separado nítidamente del espacio exterior mediante una serie de CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 123 barreras. Por otro lado, no podemos perder de vista el probable papel cambiante desempeñado por los asentamientos fortificados a lo largo del tiempo, como han planteado para el sureste inglés Hamilton y Manley (2001) y para el noroeste peninsular Parcero (2005). En este sentido, la aparición de aldeas amuralladas o castros durante la Primera Edad del Hierro podría responder, principalmente, a la consolidación de la sedentarización definitiva, al proceso de territorialización del paisaje y al deseo de reforzar la identidad comunitaria; mientras que los castros y oppida de la Segunda Edad del Hierro serían, en buena medida, la respuesta a un contexto de mayor conflictividad y de aumento de la desigualdad. Finalmente, tampoco debemos descartar la posibilidad de que, en casos muy determinados, la erección de la muralla responda a una necesidad puntual, como pudiera ser la de proteger el enclave de posibles inundaciones, como se sugirió inicialmente en la estación de La Corona/El Pesadero (Misiego Tejeda et al. 1997: 23), aunque en la reciente monografía sobre el yacimiento se descarte esta hipótesis a partir de los resultados de los análisis polínicos realizados (Misiego Tejeda et al. 2013: 213). También se ha apuntado esta posibilidad para la muralla del Soto de Medinilla (Delibes de Castro y Romero Carnicero 2011: 76). Por tanto, nos encontramos ante un fenómeno polisémico y polimorfo, lo que provoca que, para entender el significado específico que tuvieron las fortificaciones y los sitios amurallados en una determinada zona en un momento concreto, sea necesaria una mayor contextualización. Al sur del Sistema Central el poblamiento está protagonizado por aldeas (fortificadas o no) y granjas o alquerías. La carencia absoluta de excavaciones en extensión en los núcleos del Hierro Inicial en esta zona impide que sepamos cómo era la organización interna de los mismos. Sólo conocemos algunas estructuras habitacionales aisladas y las murallas, en el caso de los asentamientos fortificados o castros. Éstos constituyen el 40% de los poblados localizados en la zona meridional de nuestra área de estudio. Martín Bravo (1999: 104-106) ha establecido una seriación de los recintos fortificados de este momento a partir de la cronología de los enclaves, distinguiendo dos fases diferentes. En la fase I incluye las murallas de aquellas estaciones cuya ocupación no va más allá del siglo V a.C. y que se caracterizan por no rodear completamente al poblado, por no presentar torreones y por los vanos simples como acceso. Mientras que en la fase II engloba las fortificaciones de los yacimientos del Hierro Antiguo que continuaron habitados durante la Segunda Edad del Hierro, datando las mismas hacia LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 124 finales del s. V a.C. En esta segunda etapa las murallas sí rodean por completo las aldeas, en ocasiones mediante varios recintos (adosados o independientes), aparecen por primera vez los torreones circulares (en La Muralla de Alcántara y La Muralla de Valdehúncar) y las puertas son de dos tipos: vanos simples y en esviaje (sólo documentada en el primero de los sitios mencionados con anterioridad). Sin embargo, las recientes excavaciones en el cercano enclave del Cerro de la Mesa contradicen la seriación planteada por Martín Bravo. En este yacimiento se han detectado dos fortificaciones distintas, que señalan la existencia de al menos dos fases constructivas durante el Hierro I (Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004: 176-177): una más antigua, correspondiente a un muro realizado con piedras irregulares de mediano tamaño, careado al exterior y que sólo ha sido exhumado en una pequeña superficie bajo la fortificación más reciente; y una segunda fase, a la que pertenece una muralla realizada con piedras de granito de tamaño mediano sin trabajar, colocadas buscando la cara. Su contorno exterior se ha excavado en su mayor parte y presenta una estructura maciza formada por dos muros rectos y un relleno de piedras compactadas con tierra. La cara externa, a su vez, se cubre con un segundo muro en forma de talud, construido con piedras irregulares de granito de tamaño mediano. Además, al exterior se le adosan una serie de torres de planta semicircular y alzado ataludado de unos 6-8 metros de diámetro y una altura máxima aproximada de 2,5 metros (fig. 2.26). Finalmente, sobre este conjunto se elevaba una estructura de adobe. Esta muralla más moderna parece haber sido amortizada a inicios del s. VI a.C. 2.4.5. Las estructuras domésticas Los estudios antropológicos han subrayado la gran importancia simbólica que tiene la casa en la mayor parte de las sociedades preindustriales, al representar y reproducir el cosmos, convirtiéndose así en uno de los símbolos fundamentales del orden cultural, fuente de socialización en ese orden y el dominio en el que dicho orden es apropiado y, en ocasiones, renegociado (Kus 1997: 206). Según González Ruibal (2003: 105) “el espacio doméstico y la arquitectura constituyen, en las sociedades ágrafas, el mejor libro en el que plasmar ideas sobre el orden, la familia, la sociedad, el poder y el cosmos: así se explica la lentitud de los cambios en este ámbito”. Asimismo, para este autor la casa es uno de los principales elementos materiales conformadores de habitus, ya que “vivir desde la infancia en una determinada vivienda o en otra creará una forma determinada de ser-social” (ibíd.: 141). En esta “estructura estructurante” CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 125 Fig. 2.26. Muralla del Cerro de la Mesa (segunda fase): muro vertical, muro en talud y torre semicircular adosada al exterior (foto de Carmen Solé García). (Donley-Reid 1990, citada en González Ruibal 2006-07: 113) se produce el aprendizaje de gran parte de las reglas sociales y de los conocimientos de la comunidad, así como la adquisición de determinadas habilidades técnicas. Este orden aprendido se reproduce a lo largo del tiempo a través de la práctica, de las acciones realizadas por los distintos actores sociales. En el caso del espacio doméstico, la repetición de actividades, realizadas de manera similar día tras día, produce una rutinización de las prácticas cotidianas (Giddens 2011: 24), entre las cuales se encuentran las actividades de mantenimiento (p. ej. Picazo Gurina 1997; Montón Subías y Sánchez Romero 2008; Alarcón García 2010). Éstas tienen lugar dentro del ámbito doméstico, aunque no de modo exclusivo (González Marcén et al. 2008: 6), por lo que pueden generar evidencias materiales perdurables en el registro arqueológico de las viviendas y, de esta manera, posibilitar la visibilización de estas tareas desempeñadas fundamentalmente por mujeres LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 126 (Hernando Gonzalo 2005: 129). Por todo ello, el análisis de las casas resulta vital para el estudio de las sociedades del pasado. Sin embargo, para ir más allá de la mera descripción de las características de los espacios domésticos y de la posible funcionalidad de sus distintos ámbitos es necesario contar con un rico registro arqueológico de las viviendas y, lamentablemente, en nuestra zona de estudio éste es bastante pobre. Como hemos visto en el apartado anterior, durante el Soto Inicial las granjas o alquerías y las aldeas están conformadas por una serie de cabañas levantadas con materiales deleznables. En las excavaciones realizadas en el núcleo abulense de La Viña se han localizado tres agujeros de poste y dos pavimentos de tierra quemada, superpuestos entre sí, pertenecientes a una posible vivienda circular de al menos 9 metros de diámetro (Blanco González 2009a: vol. II (2): 103). De igual modo, en el cercano Cerro de la Cabeza contamos con dos posibles estructuras domésticas, una de planta ovalada y 7 metros de eje mayor y otra de 3 x 4 metros, con posibles construcciones anejas y un hoyo interpretado como horno doméstico. Además, en el sector norte de este poblado se detectaron varios agujeros de poste pertenecientes probablemente a una cabaña, cuya datación es incierta (ibíd.: vol. II (1): 74-75). Sin embargo, es la excavación en extensión de Guaya la que ha proporcionado más datos sobre los espacios domésticos de este momento en nuestra área de estudio (Misiego Tejeda et al. 2005). Las 18 cabañas documentadas poseen una estructura de madera y paredes revestidas de barro (fig. 2.27). Todas ellas han podido ser definidas en planta a partir de los agujeros de poste perimetrales e interiores. Tienen, en general, una forma alargada con una cabecera absidal, presentando en casi todos los casos una división interna, con una zona de vivienda circular u ovalada, habitualmente localizada al norte de la cabaña, y un área destinada al almacenaje y a la realización de otras actividades, ubicada en el ámbito rectangular de la construcción. El diámetro de las viviendas oscila entre los 6 y los 10 metros, por lo que ocupan una superficie que varía entre los 25 y los 70 m², mientras que la zona artesanal y de almacenaje sobrepasa, en ocasiones, los 100- 120 m². No obstante, existen excepciones a este esquema general: las cabañas I y II son completamente circulares (fig. 2.27) y otras dos no tendrían división interna. El acceso a estos espacios domésticos se realiza, en la mayor parte de los casos, por el sur, a través del recinto rectangular. Los hogares se localizan, por lo general, en la zona central de la cabaña. Por último, los excavadores de este asentamiento, a partir del hallazgo de CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 127 Fig. 2.27. Plantas y reconstrucciones de varias cabañas de Guaya (según Misiego Tejeda et al. 2005: fig. 2). diversos hornos en las cabañas V, VIII y XII, plantean que estas estructuras estuvieran destinadas más bien a trabajos de fundición metalúrgica y de cocción de recipientes cerámicos; aunque en el caso de la cabaña VIII se producirá una reestructuración por la cual pasará de tener un uso exclusivamente artesanal a convertirse en una vivienda. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 128 Hay varios aspectos del enclave de Guaya y de sus estructuras domésticas que creemos necesario tratar más detalladamente. El primero es la supuesta condición semiestable del yacimiento, “caracterizado por una arquitectura poco consistente” (ibíd.: 210) realizada a base de “cañas y barro” (Ramírez Ramírez 1995-96: 79-80). Creemos que Blanco González (2009a: vol. I: 156-157) acierta cuando denuncia un cierto etnocentrismo en estos postulados, basados en el seguimiento de un rígido esquema evolucionista que desembocaría en la arquitectura “en duro” típica del Soto Pleno. Urbina y Urquijo (2012) describen el sitio de Las Lunas, una estación parecida a Guaya localizada en la comarca de La Sagra (Toledo), como “una ciudad de cabañas”. Aunque el término “ciudad” es a todas luces exagerado, los autores quieren evidenciar con su uso la complejidad estructural de “estas grandes aglomeraciones de cabañas con arquitecturas estables, a las que podemos suponer […] una vida de al menos uno o dos siglos” (ibíd.: 193). Poblados como Guaya o Las Lunas muestran “un perfecto desarrollo de la construcción en madera, con ejemplos de cabañas de tamaños medios o grandes longhouses” (íd.). Esta imagen dista mucho de la planteada hace más de dos décadas por Romero (1992: 210), que hablaba de la “inestabilidad” del poblamiento en los niveles más antiguos del Soto de Medinilla, reflejada en las cabañas levantadas a base de postes (contra Fernández-Posse 1998: 152). El segundo aspecto es la posible funcionalidad de las longhouses o casas alargadas de Guaya. Como hemos visto se trata de espacios polifuncionales destinados a vivienda, almacenaje, tareas relacionadas con las actividades agropecuarias y labores artesanales. Por tanto, habría que descartar otras interpretaciones, propuestas en ejemplos franceses, que las consideran santuarios o templos (Urbina et al. 2007: 57). Para Fokkens (2003: 16-18) serían fundamentalmente un ámbito donde vivirían tanto las personas como su ganado, debido no sólo a su importancia económica sino también social e ideológica. Por su parte, Moreno Raso (2014: 34) propone considerarlas “casas de subsistencia comunitaria”, es decir, estructuras de uso comunitario destinadas al almacenaje de grano y a la protección del ganado. Pero, si diéramos por válida esta última hipótesis, en el caso de Guaya tendríamos que admitir la existencia de al menos siete almacenes comunitarios (según sus propios cálculos), algo que parece bastante exagerado teniendo en cuenta el tamaño que debieron tener las comunidades del Soto Inicial. Finalmente, Milcent (2014: 42) interpreta dos edificios con cabecera absidal de grandes proporciones y un equipamiento de lujo, descubiertos recientemente en Mont CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 129 Lassois (Vix, Côte-d’Or, Francia), como “residencias aristocráticas arcaicas”. Aunque este ejemplo no parece análogo a los encontrados en el centro peninsular, sí nos interesa la consideración que hace este autor sobre la orientación del ábside de estas estructuras, condicionada por los vientos dominantes. Este elemento parece haber jugado también un papel destacado en los casos peninsulares (Moreno Raso 2014: 32). En este sentido, en Guaya la orientación N-S de las cabañas asegura su protección frente al viento dominante del norte (Misiego Tejeda et al. 2005: 209). El tercer aspecto, íntimamente relacionado con el anterior, es el tipo de grupo residente en las longhouses. Diversos autores han planteado que este tipo de viviendas sirvieran para alojar a una familia extensa, es decir, a un grupo de personas emparentadas pertenecientes a distintas generaciones (Urbina et al. 2007: 54-55; Blanco González 2009a: vol. I: 153 y 193). Para ello, se basan en ejemplos etnográficos (como el de los indios iroqueses de Norteamérica), en la superficie de estas estructuras y en dos asunciones: que hay una relación directa entre el tamaño de las casas y el número de personas que viven en ellas y que la familia nuclear ocupa estructuras más pequeñas que la familia extendida (Ruiz Zapatero et al. 1986: 86). Según los datos reunidos por Ramírez Ramírez (1995-96: tabla 1), el 90% de las viviendas circulares de la Primera Edad del Hierro documentadas en la cuenca del Duero tenían superficies inferiores a los 30 m², lo que las hace idóneas para albergar una familia nuclear o conyugal. Sin embargo, como hemos visto ya, el espacio habitacional de las cabañas alargadas de Guaya alcanza en algunos casos los 70 m². Por ello, parece verosímil que estuvieran destinadas a alojar una familia extensa. Por otra parte, las dos cabañas circulares (I y II) encontradas en este yacimiento muy posiblemente formaban una unidad de ocupación junto con la cabaña alargada III, por lo que no fue necesario levantar las zonas rectangulares anexas. Su función podría haber sido la de albergar el excedente humano de la longhouse. En otro orden de cosas, tendríamos que contemplar la existencia de dos tipos de organización social en el mundo del Soto Inicial del valle del Duero: una basada en familias extensas, representada por sitios como Guaya, y otra sustentada en familias nucleares, ejemplificada por poblados como el de Sacaojos (Santiago de la Valduerna, León), donde se han exhumado ocho cabañas circulares que, salvo en uno de los casos, no superan los 10 m² (Misiego Tejeda et al. 1995-96: 53). Aunque, como apunta Blanco González (2009a: vol. I: 193), “la constatación de estructuras LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 130 residenciales para familias conyugales […] no es incompatible con una organización social sustentada en familias extensas”. Durante el Soto Pleno las aldeas están compuestas, de forma mayoritaria, por casas circulares con alzados de adobe o tapial (Romero Carnicero 1992; Ramírez Ramírez 1995-96). En Zamora capital las excavaciones realizadas en los jardines de la Catedral dejaron al descubierto parte de una vivienda de estas características (Martín Arija et al. 1994). En La Aldehuela se han documentado una serie de estructuras, destacando especialmente las dos casas circulares de adobes halladas en la cata 1, una de ellas con un diámetro de unos 7 metros (Santos Villaseñor 1988; 1989). Sin embargo, en La Mota las viviendas de planta circular conviven con otras cuadrangulares, también levantadas a base de adobe y tapial (Seco Villar y Treceño Losada 1995: 225; Blanco García y Retuerce Velasco 2010: 78). De hecho, en las excavaciones realizadas hasta la fecha son más comunes los muros rectilíneos que los curvilíneos (Seco Villar y Treceño Losada 1995: 225). Junto a esta circunstancia es reseñable también el descubrimiento en la zona inferior de la secuencia del Cuadro C, excavado entre 1988 y 1989, de un espacio destinado a actividades textiles, en el cual se encontraron una docena de pesas de telar y posible fibra vegetal o animal (Seco Villar y Treceño Losada 1993: 136; 1995: 227). En la Plaza de San Martín en Ledesma se exhumaron los restos de tres casas circulares de adobe superpuestas. Éstas presentan unos diámetros que oscilan entre los 5 y los 6 metros (Benet et al. 1991). Como ya hemos visto, en el Cerro de San Vicente las excavaciones han documentado cinco viviendas completas (cuatro circulares y una rectangular) y 13 estructuras auxiliares en la plataforma superior (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 49 y ss.). Estas intervenciones también han descubierto parcialmente una serie de casas y ámbitos anejos, tanto circulares como rectangulares, en la zona del claustro del antiguo convento de San Vicente (ibíd.: lám. 36). Por último, en Los Castillejos de Sanchorreja las excavaciones realizadas por Navascués y Camps entre 1932 y 1933 exhumaron 17 “chozas” rectangulares con zócalos de piedra (Maluquer de Motes 1958: 27-34), a las que habría que añadir otras dos más (Choza de la Reina Mora y Choza Interior) mencionadas en la revisión realizada por Armendáriz (1989: 78 y 82). Sin embargo, a partir de una campaña de excavación realizada en 1988 en el denominado “barrio extramuros”, González-Tablas (1990: 58) defiende que las cinco chozas localizadas en esta zona (Maluquer de Motes 1958: fig. 7) no son viviendas, sino estructuras tumulares CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 131 pertenecientes a una necrópolis. Para Blanco González (2014: 313) no estarían claras ni la funcionalidad ni la cronología de los 17 “fondos u hoyos” reconstruidos por Maluquer, ni tampoco la condición de verdadera casa de la estructura Sa18 documentada en las excavaciones modernas (González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 2002: 37-39; González-Tablas Sastre 2005: 33). Dada la naturaleza bastante estandarizada de la arquitectura doméstica de este momento (Romero Carnicero et al. 2008: 652-654), nos vamos a centrar en las características de las viviendas y de las estructuras auxiliares documentadas en el Cerro de San Vicente (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 25-39). En este sitio, como hemos comentado anteriormente, existen casas circulares erigidas a base de “cañas y barro”, detectables a partir de los hoyos de poste perimetrales y levantadas de forma previa a las construcciones en adobe (ibíd.: lám. 34). Éstas últimas son generalmente circulares, aunque se ha descubierto un 20-25% de estructuras de habitación rectangulares. Las primeras presentan un diámetro externo que oscila entre 3,8 y 7,4 metros, mientras que las rectangulares oscilan entre los 4,5 y 6 metros de longitud y los 2,5-4,2 metros de anchura. La cubierta sería cónica en el caso de las viviendas circulares y a dos o cuatro aguas en las estructuras rectangulares. Ambos tipos de casa cuentan con un único ambiente, salvo una vivienda de planta rectangular localizada en la zona superior de la secuencia, que consta de una división interna en tres estancias (dos separadas mediante un tabique de adobe y la otra a través de un suelo de adobes sobreelevado a diferente cota): vestíbulo, espacio central con el hogar y zona de descanso (fig. 2.28). En el interior de buena parte de las casas hay un banco corrido situado en el lado opuesto al umbral. También se han documentado repisas adosadas al paramento interno de los muros (ibíd.: lám. 12). En la zona central de las construcciones se localiza el hogar, que en algunos casos presenta superposiciones, lo que indicaría reformas o reparaciones periódicas. Cerca del hogar se han encontrado posibles vasares para apoyar los recipientes de cocina y hoyos que serían utilizados para insertar soportes de madera para la sustentación de las ollas. También es habitual que los suelos preparados presenten superposiciones. En la zona media y superior de la estratigrafía del yacimiento están compuestos por encachados de pizarra bajo pavimentos de adobe (en ocasiones, concéntricos) cubiertos por una fina capa de arcilla. Además, a lo largo de toda la secuencia resulta normal encontrar decoradas las paredes interiores y las estructuras más relevantes de las viviendas con pintura aplicada sobre un enlucido LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 132 Fig. 2.28. Elementos característicos de las viviendas circulares y rectangulares del Cerro de San Vicente y su evolución a lo largo del tiempo (casas 1 y 3: base de la secuencia; casas 2 y 4: techo de la secuencia) (modificado a partir de Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 26). arcilloso. Hay decoraciones monocromas (en rojo o blanco) con motivos geométricos como los triángulos en friso y policromas (en rojo, amarillo y negro) con motivos lineales. En la zona exterior de las casas aparecen vestíbulos adosados al umbral, especialmente en la fase más reciente de la estratigrafía. Éstos están compuestos por un cimiento perimetral de piedras de tamaño medio-grande y en el interior un suelo de arcilla y gravilla sobre un nivel de adobes (ibíd.: láms. 21 y 49). También en la fase superior de la secuencia es frecuente el uso de adobes conformando pavimentos a modo de aceras. Por su parte, las construcciones domésticas auxiliares suelen disponerse en las inmediaciones de las viviendas y están realizadas en adobe, tapial o piedra revestida de arcilla (ibíd.: 40). Frecuentemente tienen plantas de tendencia circular o rectangular. En CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 133 el interior de una de estas estructuras se han encontrado numerosos granos de cebada, lo que unido a la clara intencionalidad aislante de su diseño permite confirmar su función como graneros o almacenes (ibíd.: láms. 27 y 28). Otro tipo de construcciones son interpretadas como hornos, presentando paredes con múltiples capas arcillosas rubefactadas, separadas por capas arenosas. Finalmente, al igual que las casas, estas estructuras auxiliares aparecen habitualmente superpuestas unas a otras (ibíd.: lám. 24). La forma circular y el alzado en adobe de la mayor parte de las viviendas del Soto Pleno han sido explicados tradicionalmente como un “rasgo cultural” (Romero Carnicero 1992: 206; Ramírez Ramírez 1995-96: 83) o una “tradición constructiva compartida” (Esparza Arroyo 1990a: 104). De este modo, resulta comprensible que en un emplazamiento como Ledesma, donde abunda el granito, se utilice el adobe para levantar las casas. Pero, hace ya tres décadas que Ruiz Zapatero et al. (1986: 83) llamaron la atención sobre los múltiples factores (culturales, ambientales y socio- económicos) que condicionan la construcción de un determinado tipo de vivienda. En este sentido, Blanco González (2009a: vol. I: 194) apunta cómo la casa circular pudo requerir una menor inversión de trabajo que las estructuras alargadas de la Edad del Bronce o del Hierro II, debido fundamentalmente a las diferencias existentes a la hora de realizar la techumbre. Por otro lado, la presencia durante el Soto Pleno de viviendas circulares y rectangulares se ha explicado habitualmente a través de supuestas desemejanzas funcionales entre ellas (Álvarez-Sanchís 2003c: 79). Pero, como plantea Moore (2003: 55) para la Edad del Hierro británica, quizá simplemente haya que admitir la coexistencia de diferentes tipos de casas en el suroeste de la cuenca del Duero durante el periodo de plenitud del Soto. El tamaño de las viviendas, generalmente inferior a los 30 m², hace plausible que fueran ocupadas por familias nucleares. Para Marín Suárez (2011: 324-326) el distinto tamaño de las casas soteñas y la privatización de espacios llevada a cabo por las distintas familias a través de la delimitación de las diferentes unidades de ocupación, mostrarían la desigualdad existente ya en estos momentos del Hierro I. Sin embargo, más que en el tamaño de las estructuras domésticas, la desigualdad podría verse reflejada en el número de viviendas (capital humano) y de construcciones auxiliares (capital económico) pertenecientes a una misma familia (González Ruibal 2006-07: 414). En cuanto a la ubicación espacial de las casas dentro de las aldeas parece posible que se hubiera regido por la afinidad existente entre las distintas familias (González LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 134 Ruibal 2003: 99), como ocurre en gran número de sociedades preindustriales, en las que la “distancia física” implica una “distancia social” (Wiseman 2016). La entrada en las viviendas circulares del Soto Pleno se abre de forma preferente al sur o al sureste (Ramírez Ramírez 1995-96: 71 y 76-77; Macarro Alcalde y Alario García 2012: 51), aunque como se puede apreciar en el poblado de La Corona/El Pesadero las casas se orientan en todas las direcciones posibles menos en aquella de donde proceden los vientos dominantes (en este caso el oeste) (Misiego Tejeda et al. 2013: 192-194). Este tema de la orientación de las viviendas circulares ha sido tratado en profundidad en el ámbito británico, donde se ha formulado el denominado “modelo cosmológico”. Éste defiende que la orientación de las puertas está más relacionada con cuestiones simbólicas o rituales que con la protección de los vientos dominantes y el aprovechamiento máximo de la luz solar (Parker Pearson y Richards 1994: 47-54; Parker Pearson 1996; Oswald 1997). Dicho modelo en su versión más desarrollada plantea que las distintas actividades llevadas a cabo dentro de las casas estuvieran estructuradas de forma ritual (Fitzpatrick 1997; Giles y Parker Pearson 1999; Parker Pearson 1999b). Así, la orientación de las entradas hacia la salida del sol en los meses invernales indicaría un sistema en el que el tiempo alrededor de las viviendas transcurriría en la dirección de las agujas del reloj, dividiendo de este modo el espacio interior en una mitad meridional asociada con el día y la preparación de los alimentos y una mitad septentrional vinculada con la noche, el almacenaje y el descanso. Pero, en un estudio reciente basado en la orientación de 690 casas circulares del centro y norte de Gran Bretaña, Pope (2007) sostiene que la disposición de las puertas estaría buscando maximizar la luz recibida y la protección contra los vientos dominantes. Asimismo, la organización del espacio doméstico estaría determinada por una distinción entre la zona central de la casa, una de las principales áreas de actividad de la vivienda debido a la presencia del hogar, y la periferia, usada fundamentalmente para dormir y almacenar herramientas, comida y leña; así como por una diferenciación entre la parte delantera, dedicada a la preparación de alimentos y a la producción artesanal, y la trasera, utilizada para dormir y almacenar distintos bienes. Para esta autora, mientras la distinción centro/periferia sería consciente, la diferenciación delante/atrás respondería al deseo inconsciente de luz y contacto con otros seres humanos (delante) y de cierta privacidad (atrás) (ibíd.: 204 y 223). Esta división del espacio doméstico en una zona central y otra periférica, sugerida también por Hingley (1990), parece ajustarse perfectamente al CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 135 registro arqueológico disponible en nuestra zona de estudio, ya que en los ejemplos de casas circulares más completos el espacio central está reservado al hogar, mientras que la periferia está ocupada por un banco corrido situado en el lado opuesto al umbral y una serie de repisas (fig. 2.29). De igual modo, la distribución de los distintos elementos característicos de las viviendas soteñas permite considerar la existencia de una distinción entre la parte delantera, más accesible y destinada a las tareas domésticas, y una zona trasera más privada y dedicada al descanso y al consumo de alimentos. A lo largo del Soto Pleno se produjo una paulatina monumentalización de la arquitectura doméstica, que culminaría en el caso del Cerro de San Vicente con la realización de complejos vestíbulos y pavimentos de adobe, aunque parece que en ningún momento las estructuras de habitación soteñas alcanzaron el grado de elaboración logrado en las denominadas “sociedades de casa”, identificadas en los Fig. 2.29. Interpretación funcional de una casa circular de adobe del Cerro de San Vicente (gráfico elaborado a partir de la planta dibujada por Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 26). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 136 últimos años tanto en la Europa Atlántica (González Ruibal 2006b; 2006-07: 410-419; 2009) como en el Mediterráneo (Ruiz-Gálvez Priego 2013: pass.; González Ruibal y Ruiz-Gálvez 2016). Asimismo, en esta fase de plenitud se produjo la consolidación de la institución de la “casa”, entendida como “una unidad social básica y perpetuada, compuesta por co-residentes relacionados por parentesco –real o ficticio–, que además de cobijo y sustento –tierras, aperos– comparten una serie de principios normativos y cierto acervo inmaterial, como títulos y alianzas” (Blanco González 2010d: 161). Dicha consolidación se refleja, entre otras cosas, en la pauta seguida a la hora de sustituir las estructuras domésticas. Como hemos visto, las comunidades cogoteñas desmantelarían por completo las cabañas al trasladarse o al fallecer sus ocupantes, mientras que los grupos soteños, al menos en la etapa de plenitud, respetaban los restos preexistentes superponiendo las nuevas construcciones o reutilizando alguno de sus elementos (Blanco González 2010d: 160-165; 2011: 398-403). En el Cerro de San Vicente, por ejemplo, se ha comprobado la superposición de cuatro viviendas de adobe (y posiblemente una previa levantada a base de “cañas y barro”), en las que se mantuvo en todo momento la posición de la entrada y del hogar (Blanco González 2011: fig. 8; Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 34). En el noroeste peninsular se ha constatado también la conservación del hogar en la misma ubicación cuando se realizan remodelaciones en las estructuras domésticas. Esto se debería a la importancia simbólica de este elemento, al constituir el punto de referencia a partir del cual se organizan todos los objetos de la vivienda y la propia vida doméstica (Ayán Vila 2008: 932-933). La perpetuación material de la casa llevaría a que ésta se convirtiera en un símbolo de la continuidad del grupo familiar (Gerritsen 1999: 81-82), de la conexión con los ancestros y, por tanto, en una pieza fundamental en la legitimación de los derechos de propiedad de la familia residente (Blanco González 2010d: 163-164; 2011: 405-406). Esta relevancia de la genealogía familiar y de la perseverancia de las estructuras habitacionales estaría denotando la importancia creciente que entre las comunidades soteñas tendría el tiempo como principio ordenador de la realidad (Hernando Gonzalo 2002: pass.). El hallazgo ocasional de inhumaciones infantiles y depósitos de animales bajo los suelos de las viviendas del grupo Soto es otra prueba más de la enorme carga simbólica asociada a las casas. En el suroeste de la cuenca del Duero contamos con el enterramiento infantil localizado en la zona exterior de una de las viviendas de La Mota CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 137 (García Alonso y Urteaga Artigas 1985: 130 y lám. II) y con la inhumación de un neonato bajo el suelo de una de las casas del Cerro de San Vicente (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 67). Probablemente estas sepulturas infantiles respondan a la voluntad de conceder a los neonatos y niños pequeños un tratamiento funerario diferente al que recibieron los adultos (desconocido, por el momento) (Delibes de Castro y Herrán Martínez 2007: 307; Ruiz Zapatero 2009a: 236). No obstante, la escasez de este tipo de hallazgos hace pensar en la existencia de “dos maneras de considerar el fallecimiento de un niño/a: una, con cierta ritualidad, dentro del grupo familiar/social, por causas que nos son desconocidas; y otra, sin ningún tipo de formalización aparente, mediante una inhumación desconocida y apartada del grupo comunitario” (Gusi y Muriel 2008: 308). Por su parte, los depósitos de animales, realizados también de forma excepcional, podrían estar ligados a acontecimientos especialmente significativos en la vida de los habitantes de la vivienda correspondiente (Romero Carnicero et al. 2008: 663). Por otro lado, ciertas construcciones circulares de adobe identificadas en La Corona/El Pesadero han sido interpretadas como estructuras cultuales, debido a la presencia en su interior de cerámicas fragmentadas y restos animales, consideradas a su vez como ofrendas (Misiego Tejeda et al. 2013: 214-222). Pero, su gran número (en las excavaciones realizadas se descubrieron en total 15 ejemplos) y cercanía espacial con respecto a las casas y construcciones auxiliares hace más plausible la propuesta planteada por Marín Suárez (2011: 324 y fig. 3.47), quien las considera simples bases de hórreos. Al sur del Sistema Central disponemos de muy pocos datos para caracterizar las estructuras domésticas erigidas en las aldeas (fortificadas o abiertas) y granjas durante la Primera Edad del Hierro. En el occidente toledano contamos con las construcciones localizadas en los sectores II y III del cerro de La Fragua, una de las elevaciones que forma parte del yacimiento de Arroyo Manzanas. En el sector II se encontraron los restos de un suelo de arcilla apisonada, aparentemente rodeado por cantos rodados y excavado unos centímetros en el terreno natural; mientras que en el sector III se hallaron varias habitaciones de planta rectangular levantadas a base de muros de piedra (Moreno Arrastio 1990: 279). Asimismo, en el Cerro de la Mesa se han documentado parcialmente dos habitaciones separadas por un murete de adobe enlucido y dos pavimentos superpuestos de arcilla rubefactada. Sobre el más moderno se localizó un posible altar con forma de "lingote chipriota" (Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004: LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 138 178), por lo que será tratado en el próximo capítulo, dentro del apartado dedicado al fenómeno orientalizante. En la zona oriental de Cáceres disponemos de las estructuras documentadas en Talavera la Vieja (Jiménez Ávila y González Cordero 1999: 183 y fig. 1; González Cordero y Morán Sánchez 2006: 34 y fig. 11). Pero, dichas estructuras, de tendencia rectangular y construidas con cantos rodados, parecen más bien relacionadas con los enterramientos de la necrópolis (Jiménez Ávila y González Cordero 2012: 214). En el poblado abulense de El Castañar se han reconocido los restos de varias construcciones semiexcavadas en el suelo, formadas en su parte inferior por cantos cogidos con barro (Fernández Gómez et al. 1986-87: 270; Fernández Gómez y López Fernández 1990: 99; Fernández Gómez 2005: 13). Por último, en la comarca de La Vera contamos con las viviendas descubiertas en los tres espacios de habitación excavados en la Cañada de Pajares (Celestino Pérez y Martín Bañón 1999; Celestino Pérez 2008a: 103-106; Fernández Freire 2008: 317-318, 333-334 y 337; Celestino Pérez et al. 2009: 203-204). En la primera área doméstica intervenida (Zona 3) se exhumaron dos casas ovales rehundidas en el nivel natural del terreno, levantadas mediante un zócalo de piedra y alzados de tapial. En la segunda (Zona 2) se localizaron una serie de agujeros de poste correspondientes a tres momentos distintos e interpretados como pertenecientes a estructuras de almacenamiento construidas en madera (hórreos). En la tercera (Zona 1 y 2000) se pudieron detectar tres fases diferentes: en la Fase I se reconoció una vivienda de planta oval, en la Fase II se descubrió una construcción en piedra de planta simétrica, de 11 m de longitud por 5 m de anchura reconocida, con la entrada en la zona septentrional y con un hogar central que podría haber sido utilizado para el torrefactado de las numerosas bellotas carbonizadas encontradas en el suelo de esta estructura, donde también se hallaron varios molinos barquiformes y abundantes molederas (fig. 2.30); en la fase III se documentó un nivel compuesto por restos de tapial, cal y piedras, fruto del abandono y derrumbe de las estructuras. A partir de la secuencia obtenida en la Cañada de Pajares se puede plantear la sustitución, a finales de la Primera Edad del Hierro, de las casas ovales excavadas ligeramente en el terreno, con zócalo de piedra y alzados de tapial, por las casas rectangulares con muros de piedra y alzados también de tapial. Pero, lo exiguo de las evidencias encontradas, tanto en este sitio como en el resto de yacimientos ubicados en el área meridional de nuestra zona de estudio, hace necesario tomar con mucha cautela esta hipótesis. CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO 139 Fig. 2.30. Planta de una vivienda del yacimiento de la Cañada de Pajares (según Celestino Pérez 2008a: fig. 8). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 140 141 CAPÍTULO 3 PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 3.1. Tecnologías: alfarería y metalurgia 3.1.1. Alfarería Para el Hierro I es poco lo que sabemos sobre la cadena técnica de la cerámica, manufactura no especializada que, según Sánchez Romero (2002: 279), formaría parte de las actividades de mantenimiento llevadas a cabo fundamentalmente por mujeres. En Guaya se ha planteado el uso de los hornos descubiertos en varias cabañas, entre otras cosas, para la cocción de cerámica (Misiego Tejeda et al. 2005: 211 y lám. I). Asimismo, en el Cerro de la Cabeza se ha documentado un gran vaso troncocónico enterrado in situ, localizado a 15 m de un horno considerado doméstico, relleno con piezas cerámicas con defectos de cocción (Blanco González 2009a: vol. II (1): 75). En La Mota los análisis realizados con lentes binoculares a cinco muestras de cerámica han evidenciado la utilización como desgrasantes de arenas semejantes a las que se encuentran en el propio cerro sobre el que se asienta el poblado, así como el poco control existente sobre las condiciones de cocción de los recipientes estudiados (García Alonso y Urteaga Artigas 1985: 73-74). Éstos son siempre realizados a mano, cocidos en ambientes reductores, presentan acabados rugosos, espatulados o bruñidos y generalmente no están decorados. Ya hemos comentado en el capítulo anterior la dificultad existente a la hora de distinguir entre la cerámica del Soto Inicial y Pleno a partir de materiales recuperados en prospección, debido fundamentalmente a la notable estabilidad que caracteriza a la tradición alfarera sotense a lo largo del tiempo y a la presencia de una serie de rasgos comunes durante las dos fases (Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 14; Blanco González 2009a: vol. I: 196-197), como se ha podido comprobar, por ejemplo, en El Soto de Medinilla (fig. 3.1) (Delibes de Castro et al. 1995b: 171-172 y figs. 3, 5 y 7). Nosotros mismos hemos podido constatar dicho problema al estudiar un conjunto LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 142 Atributo Soto Inicial Soto Pleno Mayor variedad formal y decorativa X Vasitos carenados bruñidos X Menos frecuentes Vasos bitroncocónicos u ovoides con cuellos cilíndricos claramente diferenciados X Menos frecuentes Vasos de perfiles más suaves, en S, y cuellos menos acentuados X Vasos de bordes rectos decorados bajo el borde con líneas de digitaciones y/o ungulaciones X Cuencos con un pequeño hombro o troncocónicos X Tapaderas X Cubiletes de pie anular X Cerámicas con decoración incisa de triángulos rayados o líneas en zigzag X X Cerámicas pintadas, a peine o grafitadas X Asideros de mamelón perforado X X Asas de cinta u orejetas X Pies anulares con una línea de digitaciones entre la base y el pie y/o en el borde del pie X Menos frecuentes Pies anulares sin decorar, con un baquetón entre base y pie o moldurados X Pies más altos X Fig. 3.1. Rasgos característicos de la cerámica del Soto Inicial y Pleno, detectados en las producciones descubiertas en El Soto de Medinilla (tabla elaborada a partir de los datos proporcionados por Delibes de Castro et al. 1995b: 171-172 y figs. 3, 5 y 7). cerámico procedente de El Cogote II, recogido durante las prospecciones del Valle Amblés dirigidas por Ruiz Zapatero, Álvarez Sanchís y Collis. Este lote contiene algunos elementos que parecen remitirnos a la etapa de plenitud del mundo soteño (fig. 3.2), aunque los materiales conocidos hasta ahora apuntan hacia un momento previo (Fabián García 1999: 173; Blanco González 2009a: vol. II (1): 195-198). En el caso de un segundo conjunto de cerámicas recuperado en Los Castillejos de Sanchorreja (fig. 3.3), en el marco de estas mismas prospecciones, su adscripción al Soto Pleno viene determinada por la presencia de un fragmento con decoración a peine blando. Entre las producciones del Soto Inicial destacan los “vasitos de carena resaltada”, que se caracterizan por sus reducidas dimensiones, su cuidada superficie bruñida y su carena sobresaliente (fig. 3.4) (Romero Carnicero 1980; Balado Pachón 1987; 1989: 75-77; Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 23-25). Aunque este tipo de recipientes de cerámica fina se ha vinculado en alguna ocasión a un supuesto contexto funerario (Balado Pachón 1987: 174), su origen y función hay que buscarlos en los contactos a larga distancia con el mediodía peninsular (Romero Carnicero 1980: 139- 145; Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 41, 46 y 55; Marín Suárez 2011: 167-168). Así, los primeros prototipos de estas producciones llegarían a nuestra zona de estudio en CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 143 Fig. 3.2. Cerámica a mano procedente de El Cogote II: 1) borde de recipiente hemiesférico con impresiones en el labio; 2) borde recto; 3) borde con impresiones en el labio y una línea de digitaciones; 4) mamelón perforado verticalmente; 5) arranque de asa; 6-7) galbos con líneas incisas oblicuas y horizontales; 8-12) fondos planos. forma de importaciones desde algún punto del sur de la Península. Y con ellos se estarían importando también los ritos de comensalidad asociados ya posiblemente al mundo masculino y de elite, lo que corroboraría la creciente individualización de ciertos personajes en el seno de la comunidad (González Ruibal 2006-07: 153-159 y 235; Marín Suárez 2011: 167-168). Durante el Soto Pleno, a las cerámicas lisas se les unen especies decoradas a peine blando, caracterizadas por sus diseños decorativos sencillos (figs. 3.3.14 y 3.5) (p. ej. Martín Valls 1986-87; González-Tablas Sastre 1989; 1990: 61-65; Seco Villar y Treceño Losada 1993: 159-163; González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 2002: 121-133; Álvarez-Sanchís 2003c: 83-85). La génesis de estas cerámicas se ha situado en LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 144 Fig. 3.3. Cerámica a mano procedente de Los Castillejos de Sanchorreja: 1) recipiente de perfil recto con el borde exvasado y una perforación en el cuerpo; 2) borde de vasito troncocónico con impresiones en el labio; 3) borde con impresiones en el labio; 4-6) bordes de cuencos hemisféricos; 7-8) bordes de vasitos globulares; 9) borde abierto curvo; 10) borde abierto; 11) borde exvasado; 12) borde entrante de labio aplanado; 13) carena media; 14) galbo con decoración a peine; 15) fondo plano; 16) posible fusayola de piedra. CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 145 Fig. 3.4. Vasitos de carena resaltada: 1, 5 y 8 procedentes del yacimiento de La Monja (Aguasal, Valladolid); 2-4 y 6-7 descubiertos en el enclave de la Dehesa de Doña María (Olmedo, Valladolid) (modificado a partir de Quintana López y Cruz Sánchez 1996: fig. 2). ciertas piezas soteñas decoradas con rayados muy finos, formando triángulos (Martín Valls 1986-87: 65). Así, los vasos decorados con esta técnica, que aparecen por norma general de forma muy minoritaria en los sitios de este momento, formarían parte de la normal evolución experimentada por las cerámicas soteñas. Por ello, deben ser incluidos en la misma cadena tecnológico operativa que las especies lisas de tipo Soto (Marín Suárez 2011: 327). A lo largo del Primer Hierro también aparecen una serie de recipientes de cuidada factura y posible uso ceremonial, decorados con pintura monócroma, bícroma y ocasionalmente polícroma poscocción. En los mismos se aplica pintura de color rojo, amarillo, blanco, azul y negro; formando composiciones geométricas (figs. 3.5 y 3.6). La presencia de este tipo de producciones en la Meseta se ha interpretado habitualmente como una prueba de la existencia de una política de intercambio de regalos entre elites para garantizar alianzas o de meras relaciones comerciales con el mediodía peninsular (Romero Carnicero y Ramírez Ramírez 1996: 322). Pero, a partir de su amplia LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 146 Fig. 3.5. Cerámica a mano lisa, con decoración “a peine” y a base de motivos geométricos y florales pintados en rojo y amarillo; descubierta en La Mota (según Seco Villar y Treceño Losada 1995: fig. 3). dispersión por el espacio geográfico meseteño, González-Tablas y Domínguez Calvo (1995: 190) han propuesto revisar el carácter alóctono atribuido tradicionalmente a estas cerámicas. En efecto, este tipo de piezas decoradas comparecen en un buen número de sitios del suroeste de la Meseta Norte: La Aldehuela (Santos Villaseñor 1990: 228-229 y láms. 1-3; 2005), La Mota (Seco Villar y Treceño Losada 1993: 156-157), Sieteiglesias (Bellido Blanco y Cruz Sánchez 1993: 266), La Calzadilla (Balado Pachón 1989: 79- 81), Coca (Blanco García et al. 2012-2013: 77, 81 y 129), Ledesma (Benet et al. 1991: 129-130), Cerro de San Vicente (Benet et al. 1991: 134; Macarro Alcalde y Alario García 2012: 71 y lám. 43), Cerro de San Pelayo (Benet 1990: 84-85 y figs. 3-4; López Jiménez y Benet 2004: 160 y fig. 4), El Castillo de Herguijuela de Ciudad Rodrigo (Martín Benito y Martín Benito 1994: 119-120), Las Paredejas (Fabián García 1986-87: 281-283), Los Castillejos de Sanchorreja (Maluquer de Motes 1957; 1958: 43-47) o CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 147 Fig. 3.6. Cerámica a mano pintada postcocción procedente del Cerro de San Vicente (según Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 43). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 148 Guaya (Misiego Tejeda et al. 2005: 214). Además de aparecer en la tumba de la Casa del Carpio, en el occidente toledano (Pereira Sieso 1989: figs. 1-2). Así, Álvarez- Sanchís (2003c: 83) defiende que la mayoría de estos recipientes fueran productos autóctonos, aunque inspirados en modelos meridionales. Recientemente, se ha puesto de manifiesto la complejidad de influencias presentes en estas producciones, que incluirían las procedentes del foco riojano y del Alto Ebro (Blanco González 2009a: vol. I: 199). En la Alta Extremadura la cerámica del Hierro Inicial se caracteriza por estar realizada a mano, por presentar tonos negros, marrones y rojizos y superficies generalmente sin ningún tipo de tratamiento. Las formas más comúnmente documentadas son las ollas de formas sencillas y los cuencos, algunos de ellos de carena alta (fig. 3.7). En la mayor parte de los casos los vasos de este momento no están decorados, aunque se han encontrado piezas con incisiones y ungulaciones, situadas en el borde, en el cuello o en la parte superior del cuerpo (Martín Bravo 1999: 111-113). Por otra parte, inmediatamente al sur del Sistema Central, en los núcleos de la Cañada de Pajares (González Cordero et al. 1990; Celestino Pérez y Martín Bañón 1999; Celestino Pérez 1999; 2008a), El Castañar (p. ej. Fernández Gómez 1986: tomo II; 1993; 1997; 2003: 158-161; 2008) y sus correspondientes necrópolis, destaca la presencia de cerámica decorada a peine como la descubierta en la Submeseta Norte. 3.1.2. Metalurgia Nuestra zona de estudio, como hemos visto en el capítulo 1, es rica en mineralizaciones de cobre, plomo, pero sobre todo de estaño (fig. 1.8). Sin embargo, contamos con muy pocos indicios de la extracción de estos minerales. En este sentido, se ha planteado la obtención desde época calcolítica de carbonatos de cobre (malaquita) en el Cerro de la Cabeza/Bascoarrabal y en las cercanías del sitio de La Viña Fig. 3.7. Cerámica a mano del castro del Cancho de la Porra (Mirabel, Cáceres) (según Martín Bravo 1999: fig. 35). CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 149 (Fernández Manzano et al. 1997). Afortunadamente, en el Cerro de San Cristóbal de Logrosán (Cáceres), relativamente cerca del límite meridional de nuestro ámbito espacial de análisis, se ha podido documentar la cadena operativa de la extracción de la casiterita en un momento fechado en la transición Bronce Final-Orientalizante. Ésta comenzaría con la apertura de una serie de trincheras o ‘rafas’ por medio de martillos- mazas de piedra, siguiendo los filones de cuarzo (que albergaban la mineralización de casiterita) visibles probablemente en superficie. Después se trituró el cuarzo con machacadores de piedra, para extraer la casiterita. Posteriormente, se procedería a la separación, afinado y molturación de la casiterita en una serie de molinos barquiformes y su añadido al cobre ‘prefundido o fundido’ en pequeños crisoles de barro. El paso final sería la elaboración de piezas de bronce en moldes de piedra (Rodríguez Díaz et al. 2013: 102-105). Según Delibes et al. (2001: 79) la reducción del mineral de cobre se habría realizado en vasijas de reducción o vasijas-horno (Renzi 2010: 126-133), como las documentadas en El Soto de Medinilla (Delibes de Castro et al. 1995a: 151) y posiblemente en La Viña (Blanco González 2009a: vol II (2): 104), aunque en el yacimiento de Guaya se cita la presencia de hornos destinados a la “fundición metalúrgica” (Misiego Tejeda et al. 2005: 211). En este último sitio la actividad broncística está atestiguada también a partir de la aparición de crisoles, moldes y restos de fundición (Fabián García 1999: 173; Misiego Tejeda et al. 2005: 215). En La Mota se han descubierto numerosos fragmentos de crisol con restos de fundición, tanto de bronce como de hierro (Seco Villar y Treceño Losada 1995: 233). Asimismo, en Los Arenalones y La Viña se han encontrado restos de fundición (Fabián García 1999: 173; Blanco González 2009a: vol II (2): 103). Jiménez Ávila (2002: 311 y 375), a partir de la identificación de un ejemplar de fíbula de doble resorte sin terminar, procedente del Cerro del Berrueco, propone la fabricación in situ de la misma. Al sur del Sistema Central, se ha planteado la existencia de un taller de orfebre en la Cañada de Pajares, debido al hallazgo en la zona excavada, donde se localizó el conjunto áureo (Celestino Pérez 1999), de dos toberas de arcilla, varios punzones y agujas para el trabajo de grabado repujado, un plato de una balanza, un carrete de trefilar y un parahuso cilíndrico de arenisca con una escotadura sobre la que se enrollaban los hilos de metal para fabricar cadenetas (Celestino Pérez et al. 2009: 205). Además, en los núcleos menores de Rabinche, El Tudal y Rocastaño 1, todos ellos situados alrededor de la LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 150 Cañada de Pajares, en Villanueva de la Vera (Cáceres), se llevaron a cabo actividades metalúrgicas, como puede deducirse de la gran cantidad de toberas encontradas en los tres enclaves (Fernández Freire 2008: 277, 347-348 y 353), especialmente en Rabinche (fig. 3.8.3). Por su parte, en Arroyo Manzanas se descubrieron cuatro moldes de fundición de arcilla y un crisol de barro cocido (fig. 3.8.1-2). Al menos tres de los moldes serían bivalvos y estarían destinados a la producción de regatones y puntas de flecha (Urbina et al. 1992: 312-313 y 317-318). Con respecto al hierro, en El Castillo de Herguijuela de Ciudad Rodrigo se hallaron en superficie una serie de escorias de hierro y un fragmento de una tobera de fuelle, lo que permite plantear la práctica de la siderurgia en este sitio, en un momento que López Jiménez y Benet (2005: 1022) sitúan hacia finales del siglo VI-inicios del siglo V a.C. Como ya se ha comentado con anterioridad, el rasgo más notable de la metalurgia de base cobre durante la Primera Edad del Hierro sería el crecimiento Fig. 3.8. Elementos relacionados con los trabajos metalúrgicos durante el Hierro I: 1) crisol descubierto en Arroyo Manzanas (según Urbina et al. 1992: 317); 2) moldes de Arroyo Manzanas (según Urbina et al. 1992: 318); 3) toberas halladas en el yacimiento de Rabinche (según Fernández Freire 2008: 112). CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 151 experimentado por los bronces plomados (Fernández-Posse y Montero Ruiz 1998: 200; Gómez Ramos et al. 1998: 105 y 110; Delibes de Castro et al. 2001: 76-79, figs. 2-4 y 6). Sin embargo, a la vista de los análisis por fluorescencia de rayos X (XRF) consignados en la tabla de la fig. 3.9, parece necesario hacer una distinción entre las producciones realizadas durante el Soto Inicial y aquellas llevadas a cabo a lo largo del Soto Pleno. En dicha tabla todos los bronces son binarios, salvo en el caso de la varilla descubierta en el Cerro de la Laguna, que es un bronce ternario pobre en plomo. Este yacimiento y el de Solana Angosta están adscritos a un momento soteño indefinido, mientras que Guaya y Los Arenalones pertenecen al Soto Inicial. Así, se puede plantear una continuidad entre los bronces binarios cogotianos y los del momento inicial del mundo soteño, que contrastarían con los bronces ternarios típicos del Soto Pleno. En nuestra área de estudio entre los productos elaborados en bronce destacan las puntas de flecha, las leznas, las agujas, los punzones, las pulseras y los puñales. A partir de las informaciones etnográficas se puede plantear que el desempeño de las actividades metalúrgicas estuviera en manos masculinas (p. ej. Eliade 1983; Haaland 2004: 5; Lévi-Strauss 2008: 20). En las sociedades preindustriales esta artesanía tiene un carácter ambiguo, ya que sirve para elaborar elementos destructivos Yacimiento Tipo Ref. lab. Fe Ni Cu Zn As Ag Sn Sb Pb Cerro de la Laguna Varilla PA6349 0,24 0,15 83,37 nd nd 0,065 13,63 0,055 2,5 Guaya Punzón GU1 0,07 0,05 89,8 nd nd 0,004 9,4 0,005 0,6 Guaya Gota fundición GU2 0,01 nd 90,8 nd nd 0,01 7,4 0,02 1,7 Los Arenalones Puñal LA1 0,12 nd 90,6 nd 0,1 0,002 9,2 0,006 nd Los Arenalones Lámina con nervadura LA2 tr tr 91,4 nd nd 0,03 7,8 0,08 nd Los Arenalones ¿Pulsera? LA3 0,08 nd 85,6 nd nd 0,005 14,3 nd nd Los Arenalones Gota fundición LA4 0,06 nd 87,7 nd 0,3 0,004 11,6 0,08 0,2 Los Arenalones Gota fundición LA5 tr nd 87,3 nd 0,4 0,005 12,2 0,07 nd Los Arenalones Varilla LA6 tr nd 94,1 nd 0,2 0,007 5,6 0,04 nd Los Arenalones ¿Puñal? LA7 tr nd 90,4 nd 0,1 0,002 9,4 0,02 nd Los Arenalones Lezna LA8 tr nd 90,8 nd 0,3 0,006 8,6 0,01 0,2 Solana Angosta Punta pedunculada SA1 0,04 nd 89,7 nd nd 0,07 8,3 0,03 1,8 Fig. 3.9. Muestra de análisis por fluorescencia de rayos X (XRF) realizados por el Dr. Rovira sobre piezas encontradas en contextos soteños del occidente de la Meseta. Valores expresados en % en peso (nd = no detectado; tr = trazas) (tabla elaborada a partir de los datos incluidos en Blanco González 2009a). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 152 como las armas y objetos ligados a la producción como las herramientas (Eliade 1983: cap. 9; González Ruibal 2003: 50; Haaland 2004: 5; Giles 2007). De ahí que el estatus social del artesano dedicado a labores metalúrgicas oscile entre la marginación y la ocupación de una posición privilegiada. 3.2. El fenómeno orientalizante El término “orientalizante” fue acuñado por los historiadores del arte para definir una serie de manifestaciones culturales (artefactos o técnicas) de estilo oriental que aparecían en contextos indígenas de Occidente (Aubet 2005: 118). Pero, rápidamente este concepto pasó a situarse como eje del cambio cultural de las poblaciones locales durante la primera mitad del primer milenio a.C. (Marín Aguilera 2012: 150). Así, el orientalizante se ha relacionado con la aparición en la Península Ibérica de innovaciones tecnológicas como el torno de alfarero o la metalurgia del hierro, la introducción y aprovechamiento económico del olivo, los asnos y las gallinas, así como la emergencia de novedades constructivas (técnicas de construcción y planeamiento urbanístico) e ideológicas (políticas, religiosas y funerarias) (Pereira Sieso 2005). La aparición de estos rasgos culturales se habría producido a través de la influencia colonial fenicia. Así, el orientalizante vendría a ser sinónimo de colonialismo (Aubet 2005: 118). Por ello, desde posturas teóricas poscoloniales se ha planteado la supresión de este término en los estudios sobre la presencia oriental en el Mediterráneo (Marín Aguilera 2012: 150). La crítica llevada a cabo en las últimas décadas desde el marco de la teoría poscolonial (Fernández Martínez 2006b: 163 y ss.) ha posibilitado la introducción de conceptos como “interacción”, “hibridación” o “negociación”, que tienen en cuenta la respuesta local ante la presencia fenicia (Vives-Ferrándiz 2008), aunque conviene no olvidar que el contacto se produjo entre sociedades desiguales (Aubet 2005), lo cual daría lugar a conflictos (González Ruibal 2008b). En la publicación derivada de su tesis doctoral, Álvarez Sanchís (2003c: 85-91) realiza un excelente repaso de los elementos vinculados al fenómeno orientalizante encontrados en el marco de la Meseta Occidental: 1) cultura material asociada a la vestimenta, objetos de tocador y joyas (fíbulas de doble resorte, cuentas de collar de vidio polícromo, aryballoi, etc.); 2) elementos de banquete asociados al consumo de CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 153 carne (asadores y calderos); 3) objetos asociados al ritual de libación (jarros, “braseros” y timiaterios); 4) orfebrería y elementos votivos vinculados al culto religioso; 5) elementos asociados a nuevas tecnologías (metalurgia del hierro y cerámicas a torno). Asimismo, Romero Carnicero y Ramírez Ramírez (1996) sintetizan la información disponible sobre la aportación orientalizante en el centro de la cuenca del Duero. De igual modo, los contactos entre el mundo mediterráneo y los principales yacimientos del Hierro I de la provincia de Ávila han sido objeto de diversos estudios (Baquedano Beltrán 1996; Cerdeño et al. 1996). Finalmente, Jiménez Ávila (2002) ha analizado de forma exhaustiva la toréutica orientalizante peninsular, incluyendo los materiales procedentes del occidente de la Meseta. Por ello, nos vamos a centrar en los hallazgos orientalizantes más importantes producidos en los últimos años y en la aparición en esta zona de las primeras necrópolis. En los últimos tiempos se han publicado tres piezas orientalizantes que tienen en común su elaboración en bronce y la representación de figuras animales. La primera de ellas es un aplique cilíndrico con un zoomorfo de bulto redondo con la cabeza vuelta (fig. 3.10.1). Se trata de una pieza procedente de las remociones realizadas por Rotondo Nicolau en Las Cogotas entre 1880-1882. Sin embargo, su identificación como un posible elemento de carro ligero es relativamente reciente. Galán (1989-90: 179) cita la presencia de “un pequeño cubo de carro rematado en una figura animal, posiblemente un bóvido” entre los objetos procedentes de este oppidum. Pero, será Blanco González (2010b: 131-133) el que publique un dibujo de la pieza y la analice con un mayor detenimiento. Según este autor, podría tratarse de un tapacubos de rueda o un remate de lanza o timón de un carro ligero. El segundo objeto es una cabeza de una leona, recuperada en el castro de la Virgen del Castillo, que habría formado parte de un recipiente metálico (fig. 3.10.3) (Martín Valls 1998: 160). La última de las piezas es un aplique decorativo con forma de cabeza de león procedente de Coca (Blanco García 2014c: 62). Entre los elementos arquitectónicos de carácter orientalizante descubiertos en los últimos años destaca, sin lugar a dudas, el posible altar con forma de “lingote chipriota” hallado en el Cerro de la Mesa (Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004: 178). Esta estructura formada por una placa de arcilla endurecida con fuego, enmarcada por una hilada de adobes con un enlucido de color amarillo claro, contaba con cuatro líneas grabadas que se cruzaban en el centro. Alrededor de dicha estructura aparecieron, entre LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 154 Fig. 3.10. Diversos materiales orientalizantes de la Meseta Occidental: 1) posible elemento de carro ligero elaborado en bronce (según Blanco González 2010b: fig. 10); 2) herramientas de hierro de Talavera la Vieja (según Jiménez Ávila y González Cordero 2012: fig. 10); 3) cabeza de leona en bronce, procedente de la Virgen del Castillo (según Martín Valls 1998: fig. 12); 4) fuste antropomorfo de El Raso realizado en bronce (según Fernández Gómez 1997: fig. 54). CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 155 otros materiales, unos anforoides realizados a torno, de boca ancha y fondo plano, con decoración pintada a base de bandas horizontales, círculos concéntricos y meandros. Habitualmente se ha vinculado la aparición de necrópolis de incineración en el suroeste de la Meseta Norte con la “extensión” de la tradición funeraria de los Campos de Urnas a esta zona (Ruiz Zapatero y Lorrio 1995: 231-235 y figs. 1-2; Álvarez- Sanchís 2003c: 169). Sin embargo, en el caso de la Alta Extremadura y de algunas zonas de la Meseta Sur se ha atribuido frecuentemente a la influencia del fenómeno orientalizante (Martín Bravo 1999: 121-124; Chapa Brunet y Pereira Sieso 2006: 131; Blasco Bosqued et al. 2012). No obstante, la elevada cronología de necrópolis como la de Herrería (Guadalajara) (Cerdeño Serrano y Sagardoy 2016) o Palomar de Pintado (Toledo) (Pereira Sieso et al. 2003) ponen en duda dicho origen orientalizante, algo ya defendido por Torres Ortiz (2005: 436) en el caso de los cementerios del suroeste peninsular. En cualquier caso, resulta innegable el influjo orientalizante en la mayor parte de las necrópolis y enterramientos localizados en este momento en el Occidente de la Meseta: a) Necrópolis de Talavera la Vieja: en este cementerio se han hallado, entre otros materiales, joyas de oro y plata, escarabeos egipcios, peines de marfil, objetos de hierro y cerámicas grises a torno (Martín Bravo 1998: 46-48; 1999: 93-96; Jiménez Ávila y González Cordero 1999; Jiménez Ávila 2006). Recientemente se ha localizado una tumba con elementos de carro (pasarriendas de bronce, bocados de hierro y cadenas), así como nuevas herramientas de hierro (fig. 3.10.2) (Jiménez Ávila y González Cordero 2012). b) Enterramientos de la Calera de Fuentidueña: en este lugar fueron descubiertas dos vasijas con cenizas y algunos huesos, junto con dos fíbulas anulares cuyos mejores paralelos se encuentran en yacimientos con materiales orientalizantes tardíos (Jiménez de Gregorio 1955: 185-187; Fernández-Miranda y Pereira 1992: 70 y fig. 12; Chapa Brunet y Pereira Sieso 2006: 131). c) Tumba de la Casa del Carpio: este enterramiento albergaba la inhumación de una mujer adulta y un recién nacido, acompañados de un ajuar excepcional en el que es digno de destacar la fusión de elementos autóctonos y foráneos (fig. 3.11) (Pereira Sieso 1989; 2008a; 2012; Fernández-Miranda y Pereira 1992). Entre estos últimos sobresalen unos cuchillos de hierro, un vasito de plata, un alabastrón de cerámica (posiblemente LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 156 Fig. 3.11. Arriba: reconstrucción ideal del túmulo del Cerro de San Pelayo (según López Jiménez y Benet 2004: fig. 8). Abajo: elementos autóctonos, reelaborados e importados en el enterramiento de la Casa del Carpio (según Pereira Sieso 2005: fig. 3). usado para contener aceite perfumado), un broche de un garfio realizado en bronce y un posible caldero de bronce. Martín Bravo (1998; 1999: 122-124) ha interpretado esta tumba como perteneciente a una mujer tartésica de alto rango, que habría llegado a este territorio en el marco de una política de enlaces matrimoniales, destinada a garantizar alianzas que permitieran continuar con la actividad comercial entre ambas zonas. Sin CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 157 embargo, para Pereira (2005: 175) este enterramiento sería el resultado del proceso de interacción desarrollado en la frontera septentrional del área de influencia de Tartessos y no el producto de la llegada de una princesa tartésica. d) Necrópolis de la Cañada de Pajares: entre los materiales orientalizantes detectados en las tres zonas de enterramiento localizadas en la finca de Pajares (Celestino Pérez 1999; 2008a), destaca la presencia de copas griegas de tipo Cástulo (Sánchez Moreno 1999) y el ingente número de cuentas de pasta vítrea (Jiménez Ávila 1999). e) Necrópolis de El Raso: en los diversos núcleos funerarios descubiertos se ha encontrado un nutrido conjunto de elementos orientalizantes: numerosas cuentas de collar de pasta vítrea, un ungüentario, copas griegas de barniz negro, una diadema de oro, una figura etrusca con una dama recostada o un fuste antropomorfo realizado en bronce (fig. 3.10.4) (Fernández Gómez 1986; 1993-94; 1997). f) Enterramiento del Cerro de San Pelayo: los restos encontrados en este cerro han sido recientemente considerados como pertenecientes a un túmulo funerario, que constituiría una reinterpretación de ritos orientales en un momento todavía precolonial (fig. 3.11) (López Jiménez 2003b: 241; López Jiménez y Benet 2004; 2005). g) “Necrópolis” de Los Castillejos de Sanchorreja: del poblado de Los Castillejos proceden numerosos productos metálicos que muestran tanto influencias atlánticas, como meridionales y del Noreste (González-Tablas Sastre et al. 1991-92). Su excavador ha interpretado unas estructuras tumuliformes ubicadas extramuros como pertenecientes a una necrópolis (González-Tablas Sastre 1990). h) Necrópolis de Los Azafranales-Coca: en una intervención de urgencia realizada en Coca en 1992-1993 se localizaron tres tumbas pertenecientes a un cementerio de finales del Hierro I o inicios de la Segunda Edad del Hierro (Blanco García 2006b: 204). A pesar de lo parco de la información disponible, seguramente haya que vincular el surgimiento de esta necrópolis con la cercanía con respecto al foco funerario del Alto Duero. i) Necrópolis de la Cuesta del Mercado: similares consideraciones cabe hacer sobre este cementerio, sólo conocido a partir de materiales de superficie. Tradicionalmente se ha explicado la presencia de elementos orientalizantes en el occidente de la Meseta como regalos políticos destinados a sellar alianzas entre grupos LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 158 dirigentes (Romero Carnicero y Ramírez Ramírez 1996; Martín Bravo 1999: 121 y ss.; Álvarez-Sanchís 2003c: 85 y ss.). De este modo se constituirían en auténticos “bienes de prestigio” importados desde el mediodía peninsular. Pero, recientemente Blanco González y Pérez Ortiz (2005) han propuesto entender estos productos importados y las prácticas asociadas a los mismos dentro de ciclos largos de interacción entre comunidades paritarias. Sin embargo, la naturaleza eminentemente individual de algunos de estos objetos, como las joyas de oro y plata, encaja mejor en el primer modelo propuesto. 3.3. Demografía y modelos de organización social Un aspecto previo fundamental para el análisis de la organización social de las comunidades de la Primera Edad del Hierro es el estudio de su demografía. Por el momento, carecemos de aproximaciones demográficas para la Meseta Occidental durante el Soto Inicial, aunque la amplia superficie excavada en el yacimiento de Guaya (Misiego Tejeda et al. 2005) nos permite hacer algunas valoraciones: el diámetro medio de la zona destinada a vivienda en las 18 cabañas descubiertas es de unos 8 metros. Habitualmente en los trabajos demográficos se calcula sobre la base de grupos familiares compuestos por 4 o 5 efectivos, tendiendo así a infravalorar el número de preadultos presentes en las sociedades preindustriales, pero por estudios etnoarqueológicos sabemos que en una construcción de esas dimensiones caben sin problemas una docena de personas (González Ruibal 2006-07: 205). Por ello, hemos optado por aplicar una cifra intermedia de 8 residentes por estructura de habitación, que incluiría a un matrimonio con cuatro hijos y un par de parientes laterales o de otra generación. De este modo, las viviendas exhumadas en este sitio podrían albergar a unos 144 habitantes. El mayor problema viene al intentar aplicar la densidad de construcciones documentada en los dos sectores excavados (8650 m²) al conjunto del enclave (4,7 ha), ya que supondría asumir la existencia de aproximadamente un centenar de cabañas y unas 800 personas. Sin embargo, es muy posible que en el área no excavada de este asentamiento la intensidad de la ocupación del suelo sea mucho menor, entre otras cosas por la posible existencia de espacios públicos libres de edificaciones. Por tanto, parece razonable defender una cantidad de viviendas CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 159 sensiblemente inferior, que podría rondar el doble de las estructuras identificadas (36), lo que se traduciría en una población de unos 300 habitantes. Para el Soto Pleno sí contamos con diversas propuestas demográficas, la más elaborada de las cuales es la planteada por Macarro Alcalde y Alario García (2012: 54) para el Cerro de San Vicente. Estos autores, a partir de la excavación en área (500 m²) realizada en la plataforma superior del cerro, en la que se descubrieron cinco casas pertenecientes posiblemente a tres unidades de ocupación, han planteado la existencia de unas 60 unidades de ocupación en el conjunto del yacimiento (1,6 ha). De esta manera, aplicando una media de cuatro miembros por unidad familiar obtienen una población de unas 250 personas, ampliable hasta los 300 habitantes si se incorporan los residentes en las posibles construcciones extramuros y las ubicadas en la vertiente meridional del enclave, aún sin investigar (fig. 3.12). Estos cálculos están lejos de las 25 viviendas y 150 almas contempladas por Benet (2002: 20; Benet y López Jiménez 2008: 168), aunque a la hora de realizar su propuesta este autor no dispuso de los resultados obtenidos en la excavación en extensión realizada entre los años 2005 y 2006. Por nuestra parte, creemos razonable el número de unidades de ocupación consideradas por Macarro Alcalde y Alario García, aunque dado que el diámetro medio de las casas es de unos 6 m parece posible plantear que albergaran familias nucleares compuestas por 5 o 6 efectivos, por lo que el castro estaría habitado por un contingente de 300 o 350 personas. Fig. 3.12. Reconstrucción hipotética de la ocupación del Soto Pleno del Cerro de San Vicente (según Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 35). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 160 Para el caso de Coca en plena época soteña, Blanco García (2006b: 453) defiende una población en torno a los 200 habitantes (fig. 3.13). Pero, teniendo en cuenta sus 2,73 ha de superficie, creemos que se puede plantear la existencia de una mayor cantidad de residentes en esta aldea, al menos equiparable a las cifras propuestas para el Cerro de San Vicente, en consonancia con la densidad de población de unas 150 personas/ha propuesta últimamente para los poblados soteños por parte del propio Blanco García (2017: 670). Recientemente, González-Tablas (2011b: 123-124) ha calculado en unos 600 habitantes la población de Los Castillejos de Sanchorreja entre los siglos VII y V a.C. Sin embargo, es necesario recordar las dudas existentes sobre el carácter habitacional de las estructuras localizadas en este enclave (Blanco González 2014: 313). Finalmente, aunque ya fuera de nuestro ámbito de estudio, Delibes y Herrán (2007: 278-279) han propuesto para El Soto de Medinilla (2 ha) durante el Soto Pleno un contingente de unas 200 o 300 personas, teniendo para ello en cuenta una densidad de viviendas muy inferior a la descubierta por Palol en la zona central del yacimiento, de acuerdo con la menor intensidad de ocupación detectada en excavaciones más amplias, como las realizadas en el sitio zamorano de La Corona/El Pesadero (Misiego Tejeda et al. 2013: fig. 41). Fig. 3.13. Reconstrucción ideal del poblado de Los Azafranales-Coca hacia el siglo VII a.C. (según Blanco García 2014b: fig. 2). CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD 161 En suma, durante el Soto Inicial la mayor parte de los núcleos documentados en el suroeste de la cuenca del Duero, asimilables a granjas o alquerías, contarían con unas dos o tres decenas de habitantes, mientras que las escasas estaciones equiparables a aldeas, como por ejemplo Guaya, reunirían hasta tres centenares de personas. A lo largo de la fase siguiente (ca. 800-400 cal AC), en el conjunto de nuestra área de estudio continuaría habiendo granjas, pero, como hemos visto en el capítulo anterior, se produjo la generalización del modelo de aldeas, que congregarían hasta 300 o 350 efectivos, e incluso más en los momentos finales de esta etapa. Estas cifras nos pueden ayudar a valorar los distintos modelos de organización social propuestos para la Meseta Occidental durante la Primera Edad del Hierro. En los últimos años, en consonancia con los desarrollos investigadores realizados en otros ámbitos europeos como el Reino Unido (Hill 2006; 2011; Moore y Armada 2011: 44- 48), se han planteado en nuestra zona de estudio diferentes sistemas de organización social alternativos a los tradicionales modelos jerárquicos triangulares (fig. 3.14). Así, López Jiménez (2011: 255) ha propuesto entre los grupos del área occidental salmantina la existencia de sociedades segmentarias, que paulatinamente irían adquiriendo una mayor complejidad. Su sistema de producción seguiría siendo el modo doméstico (Sahlins 1977), en el que cada familia es una unidad productiva que sostiene una serie de relaciones económicas, sociales e ideológicas que soportan una estructura heterárquica. Asimismo, Blanco González (2009a: cap. 4) ha empleado el modelo de campesinado en su aproximación a la sociedad de las comunidades del Hierro I en el sector meridional de la Submeseta Norte. En dicho modelo cada unidad familiar trabajaría de forma autónoma sus terrenos, en consonancia con el Modo de producción Germánico definido por Marx (Gilman 1995). En este tipo de modo de producción Fig. 3.14. Modelos de sociedades de la Edad del Hierro: a) rectangular; b) trapezoidal (según Ruiz Zapatero 2014: 36). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 162 puede existir un cierto grado de explotación, aunque ésta no sea sistemática ni traspase el ámbito familiar (Marín Suárez 2011). En lo que respecta al modelo segmentario propuesto por López Jiménez parece ajustarse bastante bien al registro arqueológico del occidente de la provincia de Salamanca, compuesto por una serie de pequeños poblados que habrían dado lugar a otros nuevos por escisión de parte del grupo, al alcanzar un determinado nivel demográfico. Sin embargo, el modelo de campesinado, ensayado por numerosos autores en los últimos años (p. ej. Burillo Mozota y Ortega Ortega 1999; Parcero Oubiña 2002; Sastre 2002; Blanco González 2009a: cap. 4; Esparza Arroyo 2009), tiene dos problemas fundamentales para ser aplicado a nuestro ámbito de estudio: 1) como acertadamente ha comentado González Ruibal (2006-07: 402), las sociedades campesinas definidas por la antropología y la sociología se enmarcan dentro de organizaciones estatales, en las cuales parte de la producción se destina a los grupos dominantes; 2) existen ciertos indicios que apuntan a la existencia de miembros privilegiados dentro de las comunidades de la Meseta Occidental durante la Primera Edad del Hierro, por lo que parece haberse quebrado, al menos en parte, el ethos comunitario característico de las sociedades campesinas. Dichos indicios serían, básicamente, el levantamiento de elementos defensivos artificiales en algunos poblados, que podrían haber sido coordinados por las élites incipientes (Blanco García 2017: 656), la paulatina monumentalización de las estructuras domésticas soteñas, la documentación de una serie de bienes de prestigio en algunos de los principales yacimientos y la aparición de las primeras necrópolis, que podrían haber funcionado como arena para la exhibición de la creciente riqueza y poder de ciertos individuos y sus familias. PARTE II LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO BLANCO 165 CAPÍTULO 4 LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 4.1. La transición Hierro I-Hierro II En nuestra área de estudio la gran mayoría de los autores aceptan una cierta continuidad entre la Primera y la Segunda Edad del Hierro (p. ej. Fernández-Posse 1998: 155; Martín Bravo 1999: 131; Álvarez-Sanchís 2003c: 101 y 332; Chapa Brunet y Pereira Sieso 2006: 131; Romero Carnicero et al. 2008: 678). A pesar de ello, los profundos cambios que se observan en el registro arqueológico alrededor del 400 cal AC justifican la distinción de una nueva fase: a) En este momento se produce el abandono de sitios emblemáticos del Hierro Antiguo como La Mota (Delibes de Castro et al. 1995c: 83), Los Castillejos de Sanchorreja (González-Tablas Sastre y Domínguez Calvo 2002: 240) o Talavera la Vieja (González Cordero y Morán Sánchez 2006: 34); y, en el caso de la capital salmantina, se materializa el traslado de la población desde el Cerro de San Vicente al colindante Teso de las Catedrales (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 90). Así, de 43 yacimientos de la Segunda Edad del Hierro (ca. 400-50 cal AC) en el suroeste de la cuenca del Duero, 20 son establecimientos de nueva planta, es decir, el 47% (fig. 4.1). De igual modo, al sur del Sistema Central, de 25 estaciones del Hierro Pleno, 19 son fundaciones ex novo, o sea, el 76% (fig. 4.2). Además, a partir de esa fecha se produce una aceleración en el proceso de concentración de la población en núcleos más grandes (Martín Bravo 1994: 284; Fernández-Posse 1998: 161; Romero Carnicero et al. 2008: 682), lo que provocará que durante el Hierro II aumente ostensiblemente la superficie de una parte de los enclaves ocupados desde la fase anterior (fig. 4.3). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 166 53%47% Hierro I + Hierro II Hierro II sólo Fig. 4.1. Yacimientos del suroeste de la Meseta Norte con ocupaciones de la Primera y la Segunda Edad del Hierro, y fundaciones ex novo del Hierro II, así como sus respectivos porcentajes. 24% 76% Hierro I + Hierro II Hierro II sólo Fig. 4.2. Sitios arqueológicos al sur del Sistema Central con continuidad entre el Hierro Antiguo y el Pleno, y establecimientos de nueva planta de la Segunda Edad del Hierro, con su correspondiente representación porcentual. b) Alrededor del 400 cal AC se generalizarán en esta zona occidental de la Meseta las construcciones de esquinas escuadradas (Fernández-Posse 1998: 159; Martín Bravo 1999: 125 y 216; Romero Carnicero et al. 2008: 682), aunque en el área más noroccidental perdurará la planta circular durante toda la Segunda Edad del Hierro, CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 167 Fig. 4.3. Variación en la superficie de algunos poblados del suroeste de la Submeseta Norte ocupados durante las dos fases de la Edad del Hierro. Elaborada a partir de los datos contenidos en el anexo I. como se ha podido comprobar recientemente en las excavaciones emprendidas en el castro de San Mamede/Peña Redonda (Villardiegua de la Ribera, Zamora) (Romero Perona et al. 2015: 528). c) Tras los esporádicos vestigios funerarios del Primer Hierro, en este momento aparecerán extensas necrópolis de incineración (Fernández-Posse 1998: 160-161; Martín Bravo 1999: 141 y ss.; Álvarez-Sanchís 2000: 71; 2003c: 332; Romero Carnicero et al. 2008: 683), al menos, en la zona suroccidental de la Meseta Norte hasta el río Tormes y en el valle medio del Tajo. d) En dicha fecha se produce también la introducción del torno de alfarero en esta área (Martín Bravo 1999: 125 y 234-242; Álvarez-Sanchís 2000: 71; 2003c: 211; Romero Carnicero et al. 2008: 682). e) Por último, ca. 400 cal AC se constata una generalización del instrumental de hierro en los poblados de esta zona, relacionable con un mayor desarrollo local de la metalurgia del hierro (Martín Bravo 1999: 229; Álvarez-Sanchís 2000: 71; 2003c: 332; Romero Carnicero et al. 2008: 682). Los investigadores de la Protohistoria de la Meseta Occidental han planteado distintas hipótesis para intentar explicar estas importantes transformaciones. Romero y Jimeno (1993: 200), por ejemplo, propusieron ligar este proceso de cambio a la LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 168 profunda crisis que atravesó el Mediterráneo Occidental y gran parte de la Península Ibérica entre la segunda mitad del siglo VI y la primera del V a.C., y que implicó el ocaso del mundo tartésico. Éste habría provocado una ruptura de las relaciones comerciales entre el occidente meseteño y el suroeste peninsular, de la cual se derivarían toda una serie de consecuencias económicas, políticas y sociales que llevarían al inicio del mencionado proceso transformador. Pero, lo cierto es que los materiales meridionales siguen llegando a esta área a lo largo del siglo V a.C. (Burillo Mozota y Ortega Ortega 1999: 134; contra Delibes de Castro et al. 1995c: 87-88) y, en el caso de la Alta Extremadura, Celestino y otros (2009: 206) defienden que en esta centuria “se afianzaron las bases demográficas, el hábitat, la tecnología y las relaciones a larga distancia”, por lo que no se puede “identificar el s. V a.C. con una época de crisis o de declive”. Más recientemente, Burillo y Ortega (1999: 132-135) han planteado alargar los efectos de la “crisis del Ibérico Antiguo” hasta la transición entre los siglos V y IV a.C., momento en el que se producen cambios estructurales en toda Europa (González Ruibal 2006-07: 279). En la Península Ibérica hay indicios claros de esta “crisis del 400 a.C.” desde el Noroeste (ibíd.: 279-284) hasta el Suroeste (Rodríguez Díaz 1994), pasando por el valle del Duero (Burillo Mozota y Ortega Ortega 1999: 134) y Extremadura (Rodríguez Díaz y Enríquez Navascués 2001: 239-242). Pero, además de los problemas derivados del declive del mundo tartésico y, posteriormente, de los importantes centros situados en la cuenca del Guadiana (Martín Bravo 1999: 275), hay otros factores a tener en cuenta a la hora de explicar el proceso de cambio detectado en la Meseta Occidental hacia el 400 cal AC. Quizá el más relevante de ellos sea el crecimiento demográfico experimentado por las comunidades del Hierro Inicial, especialmente visible en la Submeseta Norte (Esparza Arroyo 1995: 140; Fernández-Posse 1998: 154; Blanco González 2010a; d). Este auge poblacional podría haber provocado, al final del periodo, una creciente necesidad de acceso a recursos básicos para asegurar el sostenimiento de grupos cada vez más numerosos. Ante esta situación las comunidades de finales del Hierro I parecen haber puesto en marcha dos tipos de estrategias distintas: 1) en las zonas más densamente pobladas de la cuenca del Duero se produjo una concentración de la población en unos pocos núcleos, bastante distanciados entre sí (Sacristán de Lama 1989; 2010; 2011; Sacristán de Lama et al. 1995), en un proceso de sinecismo voluntario o forzado (Burillo Mozota y Ortega Ortega 1999: 135) que cristalizó en las primeras ciudades u oppida del occidente CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 169 meseteño; 2) en las áreas menos pobladas se habría llevado a cabo una colonización de nuevos terrenos, a través de movimientos migratorios de corto alcance a lo largo de los principales ríos, como los descritos por Blanco González (2010a; d; Blanco González y López Sáez 2013) para la Primera Edad del Hierro en la Meseta Norte, fundándose de esta manera una serie de nuevas estaciones a partir del excedente demográfico de las aldeas preexistentes. Esta “colonización pionera encadenada” (Blanco González 2010d: 173) habría afectado fundamentalmente a los valles de los ríos Huebra, Águeda, Alagón, Jerte y Almonte, este último fuera del ámbito de análisis de esta tesis. No obstante, en algunas de estas áreas de colonización surgirán también una serie de sitios de grandes dimensiones u oppida en un momento tardío del Hierro II (ss. II-I a.C.). 4.2. El final de la Edad del Hierro a partir del radiocarbono En nuestra zona de estudio disponemos de muy pocas dataciones de C14 para situar de forma precisa el momento de abandono de algunos de los enclaves principales de la Segunda Edad del Hierro y la fundación de nuevas ciudades impulsada por Roma, en el marco de la reorganización territorial que seguirá a la conquista romana y que marca el final de la Edad del Hierro (Álvarez-Sanchís 2003c: 165-168; 2003b: 141-146; 2005a: 277-279; 2011a: 173-176; 2011b: 117-120). Esto se debe fundamentalmente a la antigüedad de algunas de las intervenciones realizadas en los yacimientos del Hierro II, a la presencia en los mismos de importaciones mediterráneas y monedas, que proporcionan generalmente rangos de fechas más ajustados que el C14, y a la existencia de fósiles guía como la terra sigillata para detectar las ocupaciones romanas altoimperiales. Pero, las mejoras producidas en las últimas décadas en la datación radiocarbónica (empleo habitual de la técnica AMS) y una selección adecuada de las muestras a analizar permiten obtener intervalos cronológicos cada vez más precisos (Blanco González 2014: 309), aunque estamos lejos de tener series de dataciones amplias que nos permitan aplicar técnicas bayesianas, que están proporcionando buenos resultados en otras áreas europeas como, por ejemplo, las Islas Británicas (Hamilton et al. 2015). Además, las fechas de C14 resultan fundamentales en contextos de contacto entre el mundo indígena y el romano en los que la cultura material sea ambigua y no aparezcan elementos diagnósticos como la terra sigillata (López Jiménez 2003a: 140). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 170 En el suroeste de la cuenca del Duero contamos con las dataciones obtenidas en la parte alta del Teso de las Catedrales (Salamanca capital) y en el castro zamorano de San Mamede/Peña Redonda, así como en el yacimiento de los inicios del mundo romano de La Mata del Castillo (La Bastida, Salamanca) (figs. 4.4 y 4.5). En la capital salmantina la excavación de urgencia realizada en 1998 en el Patio de las Catedrales deparó el hallazgo de dos niveles prerromanos, en los que se exhumaron los restos de dos estructuras habitacionales. En el interior de la construcción más tardía se pudo obtener una fecha radiocarbónica, que apunta una datación para la misma de finales del s. II o del s. I cal AC. Este intervalo coincide con la cronología de la cerámica encontrada, que incluye ejemplares romanos del s. I a.C. (ibíd.: 137-138). En San Mamede/Peña Redonda los trabajos recientes han documentado parte de la muralla que delimitaba el yacimiento, así como un potente nivel que la amortizaba. Un par de dataciones procedentes de dicho nivel (Beta-318627 y Beta-318628) sitúan el momento de amortización de la muralla en el siglo I cal AC (Romero Perona et al. 2015: 528). La otra fecha obtenida en este sitio corresponde a un nivel inmediatamente inferior, originado por la destrucción y abandono de una cabaña circular con zócalo de piedra. Finalmente, en La Mata del Castillo las dos muestras de carbón analizadas en el CSIC establecen el siglo I cal AC como fecha aproximada de fundación de un enlosado de pizarra, que estaría marcando el momento en el que se produjo el traslado de la población desde el cercano castro de La Corona (Rinconada de la Sierra, Salamanca) (López Jiménez 2003a: 138-140). Al sur del Sistema Central disponemos de las dataciones obtenidas en El Raso (Candeleda, Ávila) y en el Cerro de la Mesa (figs. 4.4 y 4.5). En el primer enclave la elevada amplitud de los intervalos proporcionados por las fechas, que en el mejor de los casos (I-12.292) abarca todo el periodo del Hierro II, hace que éstas sean de escasa utilidad a la hora de determinar el momento de abandono de este yacimiento. Por ello, su excavador ha recurrido a las monedas encontradas en el poblado para situar el final de la ocupación ca. 45 a.C., en época de César (Fernández Gómez 1986: 521-522; 2011: 328). En el caso de la estación toledana nos interesa especialmente la fecha obtenida en el nivel de incendio de la Casa 1 (Beta-252781), cuya calibración apunta a un momento altoimperial para dicha destrucción, aunque Cabrera Díez y Moreno-García (2014: 143) la sitúan hacia el 40 a.C. Esta exigua muestra de dataciones contrasta, por ejemplo, con la serie de 17 fechas obtenida en contextos de la Segunda Edad del Hierro en El Llano CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 171 Yacimiento Material Referencia laboratorio Fecha BP Calibración 1σ Calibración 2σ Bibliografía Cerro de la Mesa Semilla Beta- 252781 1910 ± 50 23-203 cal DC 21 cal AC- 232 cal DC Cabrera y Moreno- García 2014: 143 Cerro de la Mesa Hueso Beta- 324224 2250 ± 30 384-232 cal AC 395-206 cal AC Chapa Brunet et al. 2013: 146 Coca Carbón CSIC-548 2170 ± 50 357-166 cal AC 371-61 cal AC Romero Carnicero et al. 1993: 260 Coca Carbón CSIC-549 2320 ± 50 471-235 cal AC 703-206 cal AC Romero Carnicero et al. 1993: 260 El Raso Madera I-12.292 2190 ± 80 367-171 cal AC 397-51 cal AC Fernández Gómez 1986: 526 El Raso Madera UGRA-45 2190 ± 120 388-107 cal AC 727 cal AC- 69 cal DC Fernández Gómez 1986: 526 El Raso Madera UGRA-46 1845 ± 140 19-344 cal DC 176 cal AC- 534 cal DC Fernández Gómez 1986: 526 El Raso Madera UGRA-105 2010 ± 135 201 cal AC- 131 cal DC 379 cal AC- 317 cal DC Fernández Gómez 1986: 526 El Raso Madera UGRA-108 2090 ± 140 354 cal AC- 51 cal DC 416 cal AC- 243 cal DC Fernández Gómez 1986: 526 La Mata del Castillo Carbón CSIC-1759 2068 ± 33 158-43 cal AC 177 cal AC- 3 cal DC López Jiménez 2003a: 138 La Mata del Castillo Carbón CSIC-1760 2028 ± 40 91 cal AC- 25 cal DC 163 cal AC- 59 cal DC López Jiménez 2003a: 138 Patio de las Catedrales Carbón CSIC-1374 2051 ± 27 105-2 cal AC 165 cal AC- 16 cal DC López Jiménez 2003a: 138 San Mamede/Peña Redonda Semilla Beta- 318626 2070 ± 40 162-43 cal AC 195 cal AC- 16 cal DC Romero Perona et al. 2015: 528 San Mamede/Peña Redonda Hueso Beta- 318627 2020 ± 30 50 cal AC- 22 cal DC 107 cal AC- 59 cal DC Romero Perona et al. 2015: 528 San Mamede/Peña Redonda Hueso Beta- 318628 2070 ± 30 155-45 cal AC 174-1 cal AC Romero Perona et al. 2015: 528 Fig. 4.4. Fechas de C14 pertenecientes a contextos de la Segunda Edad del Hierro dentro de nuestra área de estudio. Se han incluido dos dataciones de La Mata del Castillo por su utilidad como referencia para el inicio del proceso romanizador en el suroeste de la Meseta Norte. de la Horca (Santorcaz, Madrid) (Märtens Alfaro et al. 2009: 211-212). En consecuencia, tanto en esta zona como en el suroeste de la Submeseta Norte hay todo “un trabajo por hacer”, en acertada expresión de López Jiménez (2003a), para lograr una buena base de dataciones en contextos estratigráficos, que ayuden a precisar la duración y los posibles diferentes ritmos regionales del proceso de cambio que tuvo lugar en estos territorios tras la conquista romana, y, de este modo, superar el cierto escepticismo que ha existido en torno a los límites del C14 en la Edad del Hierro, especialmente por el problema de la “meseta de Hallstatt” en la curva de calibración a lo largo del Hierro I (Fábregas Valcarce 2001: 24-25; Baquedano et al. 2007: 378-379; Hamilton et al. 2015: 643-644). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 172 Fig. 4.5. Gráfico de calibración de las dataciones de C14 incluidas en la tabla de la fig. 4.4. La calibración se ha llevado a cabo con el programa OxCal 4.2.4 (Bronk Ramsey 2013) utilizando la curva IntCal13 (Reimer et al. 2013). 4.3. Los oppida: concepto, funciones y orígenes A lo largo de la Segunda Edad del Hierro aparecieron en la mayor parte del área de estudio una serie de núcleos de grandes dimensiones, conocidos como oppida, que pueden considerarse las primeras ciudades del occidente de la Meseta (Álvarez-Sanchís 2011a). El término latino oppidum fue empleado por Julio César para describir algunos de los enclaves más importantes que encontró durante su conquista de la Galia, aunque CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 173 sin aportar una definición precisa del mismo y aplicándolo a sitios con características muy diferentes (Collis 1984: 5-6; Fichtl 2005: 11-16). Por ello, este concepto ha sido objeto de numerosas discusiones (Fernández-Götz 2013: 133-134) e incluso algunos autores rechazan su uso, por considerar que no constituye una categoría analítica útil, debido a que es aplicada a estaciones demasiado diferentes entre sí en cuanto a tamaño, forma, cronología y función (Woolf 1993: 223). En este sentido, las distintas propuestas difieren en la superficie mínima que debe tener un asentamiento para ser incluido en esta categoría, variando entre las 10 y las 30 ha. En este trabajo se ha considerado como oppidum todo aquel yacimiento con un tamaño mínimo de 10 ha, debido a que se ha constatado la existencia de una ruptura con respecto al resto de poblados, que no superan en ningún caso las 6 ha. De igual modo, los especialistas de la Edad del Hierro han incluido bajo la denominación de oppida núcleos situados en llano (Manching), en altura (Bibracte), fortificados, abiertos…, por lo que en los últimos años se han planteado diversas clasificaciones para intentar aclarar el panorama (Haselgrove 2000; Cunliffe 2005: 159; Moore 2012), distinguiendo, por ejemplo, entre los oppida de montaña (Bergoppida/hilltop oppida) y los de llanura (Taloppida/low-land oppida) (Salač 2014). Si trasladáramos esta última propuesta a nuestra área de estudio, podríamos diferenciar entre enclaves localizados en altura, en lugares con un acceso complicado y una difícil habitabilidad, como Ulaca y sitios ubicados en el llano, en entornos con ricas tierras agrícolas y junto a las principales vías de comunicación terrestres y fluviales, como La Peña. Otro aspecto controvertido es el carácter urbano de los oppida, ya que, aunque buena parte de los investigadores abogan por el uso del término “ciudad” para describir la naturaleza de al menos algunas de estas estaciones protohistóricas (p. ej. Collis 1984; Wells 1988; Audouze y Buchsenschutz 1989; Fichtl 2005; 2012a), otros autores mantienen posturas más matizadas (Fernández-Götz 2013; Salač 2014), llegando en algunos casos a negar su validez (Woolf 1993: 231-233). Almagro-Gorbea defiende el carácter urbano de buena parte de los oppida, de acuerdo con el concepto ideológico de ciudad propio del mundo céltico, diferente del existente en el ámbito mediterráneo (Almagro-Gorbea y Gran-Aymerich 1991: 210 y ss.; Almagro-Gorbea 1994: 26-30; Almagro-Gorbea y Lorrio Alvarado 2011: 155 y ss.). Han sido numerosos los geógrafos, historiadores y arqueólogos que han intentado definir el concepto de “ciudad”, pero sigue sin haber un consenso sobre el mismo, debido a la enorme LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 174 variabilidad que adquiere su significado en función del contexto en el cual se estudie (Ruiz Zapatero 2011a: 298; Fernández-Götz et al. 2014: 6-9; Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2014: 209-211; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2015: 222-226). A pesar de ello, la reciente definición propuesta por Fernández-Götz y Krausse (2013: 480) nos parece de sumo interés: “a numerically significant aggregation of people permanently living together in a settlement which fulfils central place functions for a wider territory”. Esta definición es lo suficientemente abierta como para englobar a las distintas tradiciones urbanas, aunque, precisamente por ello, resulta algo imprecisa. Teniendo en cuenta la misma se puede defender el carácter urbano de los oppida de la Meseta Occidental. Estrechamente relacionada con la concepción urbana (o no) de los oppida se encuentra la problemática en torno a las funciones que desempeñaron. Éstas pueden ser agrupadas básicamente en dos categorías (Fichtl 2005: 107 y ss.): 1) los oppida como centros económicos; 2) los oppida como centros político-religiosos. De este modo, estos sitios han sido interpretados como grandes centros industriales y comerciales, dedicados a la producción de manufacturas a gran escala y ubicados en lugares estratégicos para el control de las rutas comerciales (Collis 1984; Wells 1988). Asimismo, los oppida han sido descritos como sedes de santuarios, lugares de asamblea, capitales de entidades político-étnicas, etc. (Fichtl et al. 2000; Metzler et al. 2006; Fichtl 2012b; Fernández- Götz 2014). En el primer caso, se defendía la concentración exclusiva en los oppida de las actividades artesanales y comerciales más importantes, pero en los últimos años se ha confirmado la existencia de una considerable actividad económica en las aglomeraciones abiertas que precedieron y/o coexistieron con los oppida (Collis et al. 2000; Barral y Lallemand 2014), por lo que Salač (2014) las considera importantes “centros de producción y distribución”. En cuanto a su papel político-religioso, las recientes investigaciones han constatado la presencia de espacios públicos destinados a la celebración de asambleas, ferias y ceremonias religiosas en el interior de oppida como Titelberg, Manching, Corent o Bibracte (Fichtl et al. 2000; Metzler et al. 2006; Poux 2006; Fichtl 2012b; Fernández-Götz 2011a; 2013; 2014). En cualquier caso, en la mayoría de los oppida estarían presentes tanto la función económica como la político- religiosa, así como la defensiva (Collis 1989: 223-232), algo aplicable también a nuestra zona de estudio. CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 175 Con respecto a los orígenes de los oppida, las interpretaciones se pueden agrupar en dos grandes bloques: uno constituido por las propuestas que defienden que el surgimiento de estos centros se debería, sobre todo, a la recepción de estímulos procedentes del mundo mediterráneo; y otro formado por aquellas que consideran a los oppida de los siglos II-I a.C. como el resultado del proceso de evolución interna experimentado por las sociedades de la Europa Templada desde el s. III a.C. (Fernández-Götz 2013: 135-137). Sin embargo, las investigaciones realizadas en las últimas décadas y las importantes diferencias existentes entre las ciudades mediterráneas y los oppida apuntan a que la aparición de estos últimos supuso la culminación del proceso de evolución interna iniciado un siglo antes, aunque acelerado en los momentos finales por el contacto con el mundo romano (Fichtl 2005; Collis 2008; 2014). En el occidente de la Meseta peninsular Álvarez-Sanchís (2000: 77-85; 2003c: 112 y ss.; 2003a: 367-379; 2003b: 40-49 y 127 y ss.; 2005a; 2009; 2011a; b) ha planteado una serie de factores internos, presentes desde el siglo IV a.C., y externos, a partir de finales del siglo III a.C., que explicarían la emergencia de los oppida: 1) la intensificación de la producción artesanal; 2) un importante comercio interregional; 3) una expansión de la actividad agrícola y ganadera; 4) un elevado nivel de competencia entre asentamientos; 5) el comercio a gran escala con el mundo mediterráneo; 6) la presencia del ejército romano, que consumiría alimentos y otra serie de productos. Estos dos últimos elementos estimularían todavía más el proceso de intensificación económica y de aumento de la complejidad social iniciado siglos atrás. En la Europa Templada la mayor parte de los oppida fueron el resultado de un acto de fundación deliberada, producto de una decisión tomada, en el marco de consejos y/o asambleas, por parte de los líderes de los grupos locales más importantes (Fernández-Götz 2011b). Los emplazamientos elegidos, en muchos casos, eran lugares con una significación sagrada, que habían sido frecuentados de forma más o menos regular desde tiempo antes (Fernández-Götz 2014). Cada vez son más numerosos los sitios en los que se ha constatado la existencia de un santuario y/o de un lugar de asamblea en una fase previa a la fundación del oppidum (Fichtl et al. 2000; Metzler et al. 2006; Fernández-Götz 2011a). Se trata en algunos casos de auténticos “lugares de memoria” (González Ruibal 2006-07: 103 y ss.; Fernández-Götz 2013; 2014), que seguirán frecuentándose incluso en épocas posteriores. Para Fernández-Götz (2013; 2014), la elección de emplazamientos prominentes como Bibracte o Ulaca (fig. 4.6), en LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 176 Fig. 4.6. Vista del oppidum de Ulaca con la Sierra de La Paramera al fondo. los que la vida cotidiana no sería fácil, respondería a motivaciones religiosas. En el caso de Ulaca, ubicado a más de 1500 m. s.n.m., este autor propone que hubiera sido “un lugar ancestral de reunión en los pastos de verano ya con anterioridad al establecimiento del asentamiento” (Fernández-Götz 2013: 143). En este sentido, cabe mencionar el hallazgo en esta estación de algunos brazaletes penanulares de bronce y una ajorca de oro, posiblemente pertenecientes a la Edad del Bronce (Delibes de Castro et al. 1991: 210-211; Delibes de Castro 2003: 76 y 78-79). En cuanto al ámbito ritual es necesario recordar la presencia en este yacimiento de un área sacra compuesta por un santuario, en el que destaca el famoso altar rupestre (p. ej. Gómez-Moreno 1983 [1901]: 21-22; Lantier y Breuil 1930: 212-213; Álvarez-Sanchís 1993b: 275; Marco Simón 2004: 282- 284; Pérez Gutiérrez 2009: 152-156; 2010: 136-138 y 180-191), y una sauna (Almagro- Gorbea y Moltó 1992: 72-74; Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís 1993). 4.4. Análisis palinológicos: el aumento de la presión antrópica sobre el paisaje En los últimos años se han dado a conocer distintos estudios paleoambientales realizados en algunos de los castros y oppida más importantes del Hierro Pleno en CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 177 nuestro ámbito de análisis. Así, para el suroeste de la Meseta Norte disponemos de los estudios palinológicos llevados a cabo en los sitios de La Mesa de Miranda (López Sáez et al. 2008: 146-147), Las Cogotas (ibíd.: 143-145), Ulaca (ibíd.: 145-146), el Teso de las Catedrales (Benet y López Jiménez 2008: 172) y La Corona (López Jiménez y López Sáez 2005: 15-18), aunque la cronología de este último está en discusión, ya que su excavador lo sitúa en la Segunda Edad del Hierro (ibíd.: 8), mientras que otros investigadores lo adscriben al Hierro I (López Sáez et al. 2014: 111). Del mismo modo, para la parte meridional de nuestra área de estudio contamos con los análisis realizados en El Raso (López Sáez et al. 2008: 141-143) y el Cerro de la Mesa (Chapa Brunet et al. 2013: 151-155). En La Mesa de Miranda las cinco muestras estudiadas indican la existencia de un paisaje relativamente forestado, con una cobertura arbórea compuesta principalmente por encinas y robles melojos, que va disminuyendo con el paso del tiempo, ya que los porcentajes de polen arbóreo pasan de ser superiores al 50% en la primera fase de ocupación del poblado, a ser del 25-32% en la fase posterior (fig. 4.7). Durante este segundo momento se detecta un aumento muy significativo de palinomorfos indicativos de la antropización del entorno como Cichorioideae, una mayor presencia local de elementos característicos de los pastizales antropozoógenos como Plantago lanceolata tipo y Poaceae y elevados porcentajes del hongo Glomus cf. fasciculatum, relacionado con el desarrollo de importantes procesos erosivos. Asimismo, se identifica por primera vez polen de cereal (2,8%), que sería cultivado a una cierta distancia del asentamiento. Fig. 4.7. Diagrama polínico de La Mesa de Miranda (según López Sáez et al. 2008: fig. 4). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 178 En Las Cogotas la columna polínica de seis muestras, obtenida en uno de los sondeos practicados en 1986 en el segundo recinto del yacimiento, apunta a la existencia de un paisaje muy deforestado, con porcentajes de encinar inferiores al 20% y de melojar por debajo del 5%. La relativa abundancia de Plantago lanceolata tipo, Chenopodiaceae/Amaranthaceae y de hongos coprófilos estaría indicando la presencia de animales in situ, lo que corroboraría la función –no exclusiva– de los recintos fortificados como encerraderos de ganado (Cabré Aguiló 1930: 20 y 39; Cabré Aguiló et al. 1950: 17; Molinero Pérez 1958: 31; Sánchez Moreno 2000: nota 33; Álvarez- Sanchís 2003c: 151). De igual modo, la documentación, en dos de las muestras, de porcentajes de polen de cereal superiores al 3% asegura su cultivo en los campos inmediatos al poblado. Además, la identificación de una elevada cantidad de Glomus cf. fasciculatum nos advierte sobre la importancia de los fenómenos erosivos, asociados a la antropización del paisaje, durante el Hierro II. En el caso de Ulaca, las diez muestras analizadas proceden de los sedimentos que rellenaban diversos vasos cerámicos recuperados en las excavaciones arqueológicas realizadas en 2003 y 2004, en la falda norte del cerro donde se asienta el oppidum. En dichas muestras se ha documentado polen de encina, roble melojo, fresno, aliso y pino albar, así como palinomorfos de carácter antrópico y nitrófilo como Cichorioideae y Cardueae. También se ha detectado polen de cereal en cuatro de las muestras. En las tres correspondientes al conjunto L aparece en porcentajes inferiores al 1%, lo que podría indicar su cultivo a cierta distancia del yacimiento, mientras que en la muestra de la UE 60 del sector A (cuadro 3-G) se ha identificado una elevada cantidad (9,7%), debido, posiblemente, al almacenaje de cereal en el contenedor cerámico estudiado. En el Teso de las Catedrales las muestras obtenidas dibujan un paisaje abierto, dominado por los prados de gramíneas. El polen arbóreo corresponde principalmente a encinas, quejigos y robles, aunque también a abedules, pinos, enebros/sabinas y a especies riparias como avellanos, olmos, negrillos, álamos, sauces y saúcos. Asimismo, se han documentado algunas especies que podrían haber sido cultivadas en los huertos cercanos al enclave: hinojo, zanahoria, apio, col, nabo, coliflor, brécol, mostaza, colza, haba, guisante y lenteja. Además, se ha constatado una mayor presencia de cereal que en la aldea del Hierro I del Cerro de San Vicente (fig. 4.8). En La Corona las cuatro muestras recuperadas reflejan un paisaje bastante abierto (20-27% de AP), dominado por los pastizales de gramíneas, donde la principal CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 179 Fig. 4.8. Modelo de explotación del entorno y recursos disponibles en el valle medio del Tormes (según Benet y López Jiménez 2008: fig. 8). especie arbórea sería el roble melojo. El bosque ripario apenas aparece representado (únicamente aliso y fresno), debido a su lejanía respecto al sitio o a su deforestación. Se ha detectado la presencia de avellano, abedul y castaño con porcentajes cercanos al 2- 3%. Destaca la abundancia de flora nitrófila como Cichorioideae, así como de microfósiles no polínicos de carácter coprófilo, indicativos de la presencia de ganado en el entorno. Esta actividad pastoril está atestiguada también a través de la identificación de polen de especies como Plantago lanceolata tipo, Chenopodiaceae/Amaranthaceae y Urtica dioica tipo. Sin embargo, no se ha podido documentar polen de cereal. En El Raso las cuatro muestras positivas analizadas permiten diferenciar dos fases distintas (fig. 4.9): en la más antigua destacan los elevadísimos porcentajes de fresno y la escasez de elementos indicativos del impacto humano sobre el paisaje, mientras que en la fase 2 el fresno prácticamente desaparece y aumentan o surgen por primera vez diversas especies de carácter nitrófilo (Anthemis tipo, Cardueae, Chenopodiaceae/Amaranthaceae, Cichorioideae y Convolvulus arvensis tipo). En la serie superior de la columna polínica obtenida en el Cerro de la Mesa la cobertura arbórea va incrementándose progresivamente, ya que pasa del 28% inicial al 51% en la muestra más superficial, a partir de la recuperación del encinar y de su cobertura arbustiva. Esto se debería a una disminución en el uso del fuego para aclarar el bosque. Los palinomorfos antrópicos y nitrófilos son más abundantes que en la serie inferior, posiblemente por la contaminación de las muestras con sedimentos LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 180 Fig. 4.9. Diagrama polínico de El Raso (según López Sáez et al. 2008: fig. 2). incorporados durante las labores de construcción de las casas del Hierro Pleno. En esta fase se puede defender una mayor presión pastoril, que incluso afectaría al interior del propio yacimiento, como parece revelar la presencia de especies coprófilas. En cambio, no se ha podido identificar polen de cereal, aunque sí valores relativamente elevados de leguminosas (5-10%), que podrían estar indicando su cultivo. En cuanto a los registros polínicos procedentes de turberas, en las sierras de Gredos, Béjar y Gata los análisis realizados en depósitos higroturbosos situados en zonas elevadas (Puerto de Serranillos, Hoyos del Espino, Navarredonda, Narrillos del Rebollar, Cuerpo de Hombre, Presa del Duque y Garganta del Trampal) muestran la presencia de bosques de pinos o de pinos y abedules. De igual modo, los estudios llevados a cabo en turberas ubicadas en áreas más bajas de dichas sierras (Lanzahíta, Peña Negra y Puerto de Santa Clara) reflejan la existencia de bosques de Pinus pinaster (Gredos), de robles y avellanos (Béjar), o de alisos y abedules (Gata) (López Sáez et al. 2014: 112). Sin embargo, también aquí hay evidencias de actividades ganaderas y agrícolas, por ejemplo en el registro de Peña Negra (Abel Schaad y López Sáez 2013: 207). En suma, durante la Segunda Edad del Hierro los análisis palinológicos realizados en nuestra zona de estudio muestran un paisaje cada vez más antropizado, en el cual se detectan varios procesos vinculados estrechamente a la acción humana: 1) una deforestación progresiva del paisaje (salvo en el caso del Cerro de la Mesa), aunque en esta ocasión parece deberse más a la tala de árboles para su empleo en la construcción de viviendas y como combustible, que a la quema intencionada de las masas boscosas; CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 181 2) una creciente presión ganadera; 3) una destacada actividad agrícola, basada en el cultivo de cereales y, posiblemente, de leguminosas, así como de algunas especies hortícolas. Al final del periodo parece vislumbrarse una intensificación de la presión antrópica sobre el medio, coincidiendo con la consolidación de los oppida. En este sentido, cabe citar los cambios producidos entre las dos fases detectadas en La Mesa de Miranda y El Raso (López Sáez et al. 2008: 148 y 150). 4.5. Modelos de poblamiento Como ocurría para la Primera Edad del Hierro, dentro de nuestra zona de estudio existen notables diferencias territoriales en el volumen de información disponible sobre la ocupación del territorio durante el Hierro Pleno. Para el suroeste de la cuenca del Duero contamos con 23 yacimientos excavados (53% del total de sitios conocidos), distribuidos de forma equilibrada por toda esta área. Sin embargo, carecemos de información sobre el poblamiento de esta fase en los valles de los ríos Zapardiel, Trabancos y Guareña (comarcas de la Tierra de Medina y La Guareña). Al sur del Sistema Central, en cambio, sólo disponemos de 7 estaciones excavadas (28% del total de enclaves localizados), que además se distribuyen de manera muy desigual ya que, exceptuando El Castillejo de la Orden (Alcántara, Cáceres), los núcleos intervenidos se encuentran en la mitad oriental de este tramo medio de la cuenca del Tajo. A continuación, analizaremos las características básicas del poblamiento de la Segunda Edad del Hierro en la Meseta Occidental. Para ello, vamos a organizar nuestra exposición a partir de los ríos más importantes de esta zona, debido a que la mayor parte de los asentamientos de este momento se ubican junto a la red fluvial principal (fig. 4.10). a) Ríos Voltoya-Eresma: En el valle del río Eresma se ha planteado la existencia de un modelo de poblamiento configurado por una serie de poblados ubicados junto a su cauce, en lugares estratégicos bien defendidos y próximos a las mejores tierras de cultivo. A partir de las considerables dimensiones que debieron alcanzar Segovia, Coca y Simancas (en la orilla derecha del Duero) en estos momentos, se ha defendido una jerarquización lineal del poblamiento, según la cual en un punto intermedio entre estas grandes LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 182 Fig. 4.10. Poblamiento de la Segunda Edad del Hierro en el occidente de la Meseta: 1. San Mamede/Peña Redonda (Villardiegua de la Ribera, Zamora); 2. El Castillo (Fariza, Zamora); 3. Teso de San Cristóbal (Villarino de los Aires, Salamanca); 4. Virgen del Castillo (Pereña de la Ribera, Salamanca); 5. Los Castillos (La Tuda, Pereruela, Zamora); 6. El Castro (Zamora); 7. Teso del Castro (Zamora); 8. Zamora; 9. Valdegallinas II (Zamora); 10. Los Castros/Valcuevo/¿El Alba? (Villalazán, Zamora); 11. El Viso (Bamba, Madridanos, Zamora); CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 183 12. Toro (Zamora); 13. La Peña (Tordesillas, Valladolid); 14. Sieteiglesias (Matapozuelos, Valladolid); 15. Cuesta del Mercado (Coca, Segovia); 16. Coca (Segovia); 17. La Puente (Donhierro, Segovia); 18. Ledesma (Salamanca); 19. Cerro de San Vicente (Salamanca); 20. Teso de las Catedrales (Salamanca); 21. Cuesta de Santa Ana (Garcihernández, Salamanca); 22. La Tejeda (Orbita, Ávila); 23. Cabeza de Moncalvo (Hinojosa de Duero, Salamanca); 24. El Castillo (Saldeana, Salamanca); 25. Castillo de Saldañuela (Bermellar, Salamanca); 26. Las Merchanas (Lumbrales, Salamanca); 27. Picón de la Mora (Encinasola de los Comendadores, Salamanca); 28. Los Castillos (Gema, Yecla de Yeltes, Salamanca); 29. Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca); 30. Los Ocuestos (Alaraz, Salamanca); 31. La Mesa de Miranda (Chamartín, Ávila); 32. Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila); 33. San Juan (Ojos-Albos, Ávila); 34. Castelmao (San Felices de los Gallegos, Salamanca); 35. La Plaza (Gallegos de Argañán, Salamanca); 36. Lerilla (Zamarra, Salamanca); 37. Irueña (Fuenteguinaldo, Salamanca); 38. La Corona (Rinconada de la Sierra, Salamanca); 39. El Castillo (Cabeza de Béjar, Salamanca); 40. La Corvera (Navalmoral de Béjar, Salamanca); 41. Cabezo Castillo (Valdelamatanza, El Cerro, Salamanca); 42. Las Paredejas (Medinilla, Ávila); 43. Los Tejares (El Tejado, Salamanca); 44. Ulaca (Villaviciosa, Solosancho, Ávila); 45. El Castillejo (Santa Cruz de Paniagua, Cáceres); 46. El Berrocalillo (Plasencia, Cáceres); 47. El Camocho (Malpartida de Plasencia, Cáceres); 48. El Castillejo (Aldeanueva de la Vera, Cáceres); 49. Cañada de Pajares (Villanueva de la Vera, Cáceres); 50. Castrejón (Villanueva de la Vera, Cáceres); 51. El Cardenillo (Madrigal de la Vera, Cáceres); 52. El Castañar (El Raso, Candeleda, Ávila); 53. El Raso (El Raso, Candeleda, Ávila); 54. Castillejo de Chilla (Candeleda, Ávila); 55. Castillo de Bayuela (Castillo de Bayuela, Toledo); 56. Morros de la Novillada (Alcántara, Cáceres); 57. El Castillejo de la Orden (Alcántara, Cáceres); 58. El Periñuelo (Ceclavín, Cáceres); 59. El Zamarril (Portaje, Cáceres); 60. Los Castillones de Araya (Garrovillas de Alconétar, Cáceres); 61. Alconétar (Garrovillas de Alconétar, Cáceres); 62. Cáceres Viejo (Cañaveral, Cáceres); 63. Cerro del Castillo (Talaván, Cáceres); 64. Desembocadura del Tiétar (Mirabel, Cáceres); 65. El Castillejo de Valdecañas (Almaraz, Cáceres); 66. Cerros de Alija (Peraleda de San Román, Cáceres); 67. Cerro de la Mesa (El Bercial, Alcolea de Tajo, Toledo); 68. Arroyo Manzanas (Las Herencias, Toledo) (a partir de los datos incluidos en Rodríguez Almeida 1955; Martín Valls 1998; Martín Bravo 1999; Álvarez-Sanchís 2003c; Fernández Gómez 2003; López Jiménez 2003b; Ramos Fraile 2005; Blanco García 2006b; Jiménez Ávila 2006; Fernández Freire 2008; Vicente González 2008-09; Blanco González 2009a; b; Martín Bravo 2009; Sacristán de Lama 2010; Charro Lobato y Cabrera Díez 2011; Hernández Sánchez 2011; Fabián García 2012; Paniego Díaz y Lapuente Martín 2015; Mateos Leal 2016). poblaciones habría otras de segundo orden (Cerro de la Virgen de Tormejón y Sieteiglesias) (Blanco García 2006a: 42-58). El problema es que, en el caso de Sieteiglesias, parece difícil considerarlo un sitio secundario, cuando tiene una extensión similar (Sacristán de Lama et al. 1995: tabla 2) o incluso superior a la de Simancas (Blanco González 2009a: vol. II (2): 316). Quizá relacionado de alguna manera con este corredor del Eresma estaría el pequeño castro abulense de San Juan (Ojos-Albos), localizado junto al río Voltoya (principal afluente del Eresma) y con una posible ocupación prerromana (Blanco González 2009b: 161). De este modo, el poblamiento en estos valles fluviales se caracteriza por su situación en espigones sobre los cauces principales (fig. 4.11), con un fácil acceso a fértiles terrenos de cultivo y a pastizales y recursos forestales en el caso de San Juan. Excluyendo el yacimiento abulense, el resto de enclaves se encuentran ubicados a una altitud muy similar (entre los 712 y los 785 m LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 184 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 Cerro Cerro río Espig. fluvial Ladera Llano Sierra Indeter. Fig. 4.11. Tipos de emplazamiento de las estaciones del Hierro II en el suroeste de la cuenca del Duero. s.n.m.). Más diferencias hay en cuanto a su tamaño, puesto que Coca más su anejo de la Cuesta del Mercado prácticamente duplican la superficie de Sieteiglesias (fig. 4.12), aunque la considerable distancia que los separa (30 km) parece asegurar la independencia y autonomía de la estación vallisoletana. b) Río Adaja: Para la cabecera del río Adaja o Valle Amblés se ha propuesto un patrón de poblamiento jerarquizado, formado por asentamientos fortificados de grandes dimensiones, localizados en las estribaciones de las sierras que circundan el valle, y núcleos menores situados en las zonas llanas próximas al cauce del río (Álvarez-Sanchís 1990: 215 y ss.; 2003c: 115-120; 2005a: 262-264; 2007c: 244-246; 2009: 46 y 56; 2011a: 149-150; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995: 226-230). Sin embargo, dicho modelo está basado en los datos proporcionados por la Carta Arqueológica provincial de Ávila que responde “más a una recopilación de noticias orales y escritas (muy parcas y antiguas) que a una labor de campo sistemática y concienzuda” (Hernando Sobrino 1994: 24). Así, los establecimientos del fondo del valle sólo se conocen a partir de hallazgos escasos (fundamentalmente cerámicos), cuyo lugar exacto de procedencia se sabe a veces con muchas dudas (Fernández Gómez 2003: 168), lo que impide confirmar que se trate de verdaderos poblados y asignarles una cronología firme. Por ello, mientras Álvarez-Sanchís (2003c: 130) los sitúa en un momento avanzado de la CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 185 Fig. 4.12. Tamaño de los asentamientos del Hierro II localizados en torno a los principales cauces fluviales del suroeste de la Meseta Norte. Gráficos elaborados a partir de los datos contenidos en el anexo I. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 186 Segunda Edad del Hierro, reservando para ellos una posición subordinada a la de los oppida serranos, Hernando Sobrino (1994: 350) los vincula al período que va entre mediados del s. I a.C. y el s. II d.C., poniéndolos en relación con la capital abulense y la reorientación romana de la economía hacia la explotación de los recursos agrícolas. Sin embargo, los diferentes trabajos de prospección llevados a cabo en los últimos años al sur del Duero, incluyendo aquellos realizados en los municipios del Valle Amblés con supuestos materiales del Hierro II, no han conseguido identificar restos pertenecientes a estos sitios menores ubicados en el llano. Así pues, tras una revisión de la información disponible para los enclaves del fondo del valle, Blanco González (2009b: 161) decide descartarlos. De igual modo, en las prospecciones de muestreo sistemático y regular del área occidental del Valle Amblés (entre los oppida de Ulaca y La Mesa de Miranda) (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1999: 46-47), realizadas entre 1997 y 2003 por un equipo de la Universidad Complutense de Madrid y otro de la Universidad de Sheffield dirigidos por los profesores Ruiz Zapatero, Álvarez Sanchís y Collis, no se han encontrado vestigios de asentamientos menores adscribibles al Hierro Pleno (Collis 2008: 73), como hemos podido constatar en nuestra revisión preliminar de los materiales procedentes de dichas prospecciones. En el curso medio-bajo del río Adaja contamos con el extenso yacimiento abierto de La Tejeda (Blanco González 2009a: vol. II (2): 81-86), con el dudoso núcleo de La Puente (Donhierro, Segovia) (Blanco García 2006b: 457-458) y con la ya mencionada estación de Sieteiglesias (Bellido Blanco y Cruz Sánchez 1993; Blanco González 2009a: vol. II (2): 316-322). Así, el poblamiento situado a lo largo del cauce del Adaja se caracteriza por su emplazamiento tanto en zonas serranas como de ribera, en relación directa con uno o varios cursos fluviales, y con una variedad de recursos agropecuarios en su entorno inmediato, como se puede comprobar en el análisis del territorio de explotación de Ulaca (fig. 4.13): un 60% del mismo estaría formado por pastizales, los suelos cultivables constituirían aproximadamente el 32%, el bosque alrededor de un 3% y los suelos improductivos un 5% (Ruiz Zapatero 2005a: 31-32). Los oppida serranos se encuentran localizados a una altitud que oscila entre los 1508 y los 1122 m s.n.m., mientras que los poblados ubicados en la campiña se sitúan entre los 854 y los 712 m s.n.m. Uno de los rasgos más destacados de los yacimientos localizados en torno al río Adaja es su gran tamaño (exceptuando el sitio abierto de La Puente), ya que Ulaca con sus 70 ha es el enclave de mayores dimensiones de todo el área de CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 187 Fig. 4.13. Territorio de explotación del oppidum de Ulaca (según Ruiz Zapatero 2005a: 32). estudio y uno de los más grandes de la Península Ibérica (Almagro-Gorbea 1987; 1994: apéndice y cuadro II; Almagro-Gorbea y Dávila 1995), y el resto de núcleos superan las 10 ha (fig. 4.12). No obstante, la distancia existente entre ellos, superior a los 20 km, posibilitó el control por parte de sus crecientes poblaciones de un territorio amplio, con recursos suficientes para asegurar el sostenimiento del grupo. c) Río Duero: En torno al río Duero se ha sugerido la existencia de un modelo de poblamiento escasamente jerarquizado, adaptado a los principales corredores fluviales y compuesto casi exclusivamente por asentamientos de grandes dimensiones, bastante distanciados entre sí (Sacristán de Lama 1989; 1995; 2010; 2011; Sacristán de Lama et al. 1995). Este patrón, planteado inicialmente para la cuenca media del Duero, se ha extendido LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 188 hasta Salamanca capital y el Sayago (Sacristán de Lama 2010: fig. 1; 2011: fig. 1). Sin embargo, mientras lo primero parece razonable, lo segundo entra en contradicción con las características del modelo, ya que los poblados identificados hasta el momento en la comarca de Sayago tienen una superficie más reducida (Ramos Fraile 2005). Por ello, el límite occidental de dicho patrón de poblamiento habría que situarlo aproximadamente a la altura de Zamora capital. De este modo, los yacimientos ubicados a lo largo del río Duero se distinguen, entre otros aspectos, por sus diferentes tamaños (fig. 4.12). Su emplazamiento preferente son los cerros cercanos o inmediatos al cauce de dicho río (fig. 4.11), localizados a una altitud que oscila entre los 782 y los 652 m s.n.m. Las distancias entre vecinos más próximos, calculadas por Sacristán (2011: 187) a lo largo del Duero, serían: La Peña-Toro, 36 km; Toro-Los Castros de Villalazán, 18 km y Los Castros de Villalazán-Zamora, 12 km. En cuanto a la explotación agrícola y ganadera del territorio, ante la ausencia de alquerías subordinadas, sería realizada directamente desde los grandes sitios conocidos. d) Río Tormes: Según Martín Valls (1998: 167-169) y López Jiménez (2003b: 269 y ss.; Benet y López Jiménez 2008: 168-171), los enclaves de la Segunda Edad del Hierro de la provincia de Salamanca se pueden agrupar en tres conjuntos diferentes a partir de su distribución geográfica y sus rasgos distintivos: 1) las estaciones del curso Alto del Tormes y de las zonas serranas del sureste de la provincia; 2) los núcleos del curso medio del Tormes; 3) los asentamientos de la zona occidental, situados en el Bajo Tormes, Yeltes-Huebra y Águeda. Centrándonos en los poblados ubicados en el valle del río Tormes, sus diferentes emplazamientos y tamaños parecen corroborar la clasificación propuesta por estos autores. Así, los yacimientos del Alto Tormes se caracterizan por su localización en cerros elevados (entre los 1103 y los 943 m s.n.m.), alejados del cauce del río. Por su parte, los sitios del curso medio del Tormes ocupan cerros inmediatos a este río o al río Almar (su principal afluente), situados a una altitud que oscila entre los 848 y los 775 m s.n.m. La principal diferencia de estos últimos con respecto al Teso de San Cristóbal (Villarino de los Aires, Salamanca), ubicado también en un cerro muy cerca de la desembocadura del Tormes, es su mayor tamaño – especialmente en el caso del Teso de las Catedrales y Ledesma– (fig. 4.12). El grupo de estaciones del Alto Tormes ha sido puesto en relación con el control de la Cañada de Béjar y los pasos entre la Alta Extremadura y Salamanca, mientras que los enclaves del CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 189 curso medio del río Tormes se dedicarían a la explotación agropecuaria de sus amplios territorios (López Jiménez 2003b: 269 y ss.; Benet y López Jiménez 2008: 168-170). En este último ámbito, las distancias entre vecinos más próximos serían: Cuesta de Santa Ana-Teso de las Catedrales, 19 km; Teso de las Catedrales-Ledesma, 35 km y Ledesma- Teso de San Cristóbal, 42 km. e) Río Huebra: En torno al río Huebra se ha propuesto un patrón de poblamiento configurado por pequeños núcleos, fuertemente fortificados, localizados junto a su cauce (Martín Benito y Martín Benito 1994: 121-122; Martín Valls 1998: 167-169; Álvarez-Sanchís 2003c: 120; López Jiménez 2003b: 300 y ss.; Pérez Gómez 2005; Benet y López Jiménez 2008: 170; Hernández Sánchez 2011: 144-145). Destaca especialmente la concentración de los mismos, ya que en un radio de 10 km en torno al Picón de la Mora se encuentran los castros de Yecla la Vieja, Los Castillos de Gema, El Castillo de Saldeana, Castillo de Saldañuela (Bermellar) y Las Merchanas (Santonja 1992: 202). Esta gran concentración de asentamientos fortificados en el noroeste de Salamanca ha sido explicada habitualmente a partir de la explotación de los recursos mineros de la zona (Salinas de Frías 1992-93: 179-180; Martín Valls 1998: 166; Álvarez-Sanchís 2003c: 122), aunque no hay evidencias arqueológicas que corroboren esta actividad en época prerromana (López Jiménez 2003b: 72 y ss.; Hernández Sánchez 2011: 145). Recientemente, González-Tablas (2008b) ha planteado que dicha concentración de castros fuera el resultado de una política romana de reubicación de los habitantes de los poblados abulenses y del oriente salmantino en esta zona occidental, llevada a cabo en los momentos finales de la República y los inicios del Imperio. El problema es que esta propuesta se basa, entre otras cosas, en considerar a la mayor parte de los castros del Huebra como fundaciones realizadas durante el proceso de conquista o incluso en momentos posteriores, algo que a día de hoy es difícil de dilucidar debido a nuestro escaso conocimiento de su secuencia temporal (Martín Valls 1998: 166; Benet y López Jiménez 2008: 171; Hernández Sánchez 2011: 147). Así pues, si mantenemos el carácter prerromano de los mismos, el poblamiento en la región occidental de Salamanca, atravesada por los ríos Huebra, Yeltes y Camaces, se caracterizaría por la presencia de un buen número de castros situados en cerros y espigones sobre el cauce de dichos ríos (fig. 4.11), en un paisaje dominado por pastizales y encinares, que estaría mostrando su vocación eminentemente ganadera (Martín Valls 1998: 166). Excluyendo el sitio LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 190 serrano de La Corona, la altitud a la que se encuentran estos yacimientos oscila entre los 721 y los 534 m s.n.m. Se trata en todos los casos de estaciones de pequeño y mediano tamaño (fig. 4.12), por lo que resulta difícil hablar de jerarquización (Benet y López Jiménez 2008: 170). Presentan distancias medias con el vecino más próximo inferiores a los 5 km (Álvarez-Sanchís 2003c: 122), aunque la orografía accidentada del terreno reduce considerablemente el dominio visual de los diferentes enclaves (Sánchez Nicolás y Mateos Leal 2013: 104-106; Mateos Leal 2016: 127-133) y complica mucho las comunicaciones. En este sentido, se pueden mencionar los castros de Saldeana y Saldañuela, ubicados uno frente al otro, a 1 km de distancia, visibles entre sí, pero con un cañón del Huebra entre ellos (fig. 4.14) (Benet y López Jiménez 2008: 171). f) Río Águeda: A lo largo del río Águeda también se ha planteado un modelo de poblamiento protagonizado por núcleos fortificados de pequeño tamaño, situados al lado de su cauce, aunque más distanciados que los del Huebra (Martín Benito y Martín Benito 1994: 121- 122; Martín Valls 1998: 167-169; Álvarez-Sanchís 2003c: 120; López Jiménez 2003b: 316 y ss.; Benet y López Jiménez 2008: 170; Hernández Sánchez 2011: 143-144). Así, estos castros ocupan cerros y espigones sobre el Águeda (fig. 4.11), a una altitud que oscila entre los 830 y los 614 m s.n.m., en entornos con buenas posibilidades económicas y con un control casi directo de los pasos del río (Benet y López Jiménez 2008: 170). Sobresale por su tamaño el poblado de Irueña (Fuenteguinaldo, Salamanca) (fig. 4.12), aunque su posterior ocupación en época romana podría haber distorsionado su aspecto. Uno de los aspectos más destacados de los asentamientos del Águeda es su distribución regular a lo largo de su cauce, aproximadamente cada 20 Km, lo que posibilita que cada poblado controle un territorio amplio. g) Ríos Alberche-Tajo: En la cuenca del río Alberche sólo contamos, por el momento, con el pequeño yacimiento toledano de Castillo de Bayuela (Rodríguez Almeida 1955: 266-268), ya que los sitios de Almoerón y Navarredonda –ambos en el municipio madrileño de San Martín de Valdeiglesias–, recogidos por Álvarez-Sanchís (2003c: 266 y fig. 29) a partir del trabajo de Fuidio (1934), son más bien estaciones medievales (Martín Viso 2002: 142; Pastor Muñoz y Adán Poza 2012). Por su parte, en el valle medio del Tajo, entre Talavera de la Reina y Talavera la Vieja, se ha propuesto un patrón de poblamiento CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 191 Fig. 4.14. Arriba: mapa tridimensional con la localización de los castros de Saldeana y Bermellar (modificado a partir de Hernández Sánchez 2011: fig. 2). Abajo: vista del cerro donde se asienta el Castillo de Saldañuela, con el campo de piedras hincadas de El Castillo de Saldeana en primer término. jerarquizado formado por enclaves ubicados en las alturas inmediatas al cauce del Tajo y del Gévalo y pequeños núcleos localizados en el llano (Álvarez-Sanchís 2003c: 122; 2007b: 201-202). Pero, este modelo choca con la escasez de datos disponibles para la zona, que sólo cuenta con las excavaciones realizadas en Arroyo Manzanas (Moreno LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 192 Arrastio 1990) y el Cerro de la Mesa (p. ej. Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004; Chapa Brunet et al. 2007), y publicaciones de hallazgos casuales, en su mayoría a cargo de Jiménez de Gregorio (1992). Una buena parte de las noticias que aporta dicho autor no son claras desde el punto de vista cronocultural (Álvarez-Sanchís 2003c: nota 80; Morín de Pablos et al. 2002: 353), por lo que no se han tenido en cuenta. Aguas abajo, entre Talavera la Vieja y la frontera con Portugal, los castros se sitúan casi sin excepción en los cerros y espigones sobre el Tajo (Redondo Rodríguez y Esteban Ortega 1992-93: 163-164; Martín Bravo 1993; 1994; 1999; 2009). De este modo, el poblamiento en el valle medio del Tajo se caracterizaría por su ubicación preferente en las elevaciones inmediatas a su cauce (fig. 4.15), ocupando lugares con buenas condiciones de defensa natural o de control sobre un vado, aunque con un escaso dominio visual. Estos asentamientos se encuentran localizados tanto en terrenos aptos para el desarrollo de la agricultura como en espacios dominados por los pastizales y matorrales, a una altitud que oscila entre los 468 y los 198 m s.n.m. Su tamaño también es variable, puesto que, mientras la mayoría no alcanza las 5 ha, El Castillejo de Valdecañas (Almaraz, Cáceres) y Cáceres Viejo (Cañaveral, Cáceres) llegaron a las 10 ha, y Arroyo Manzanas a las 20 ha (fig. 4.16). En aquellos yacimientos que disponen de territorios más amplios, la distancia con respecto al vecino más próximo oscila entre los 23 y los 30 km: Arroyo Manzanas-Cerro de la Mesa, 25 km; Cerro de la Mesa-Cerros de Alija, 25 km; Cerros de Alija-El Castillejo de Valdecañas, 23 km.; El Castillejo de Valdecañas-Desembocadura del Tiétar, 30 km y Desembocadura del Tiétar-Cerro del Castillo, 30 km. h) Río Tiétar: Las estaciones prerromanas situadas en las últimas estribaciones de la Sierra de Gredos han sido puestas en relación con el control de la vía de acceso a la Meseta que discurre a través del Valle del Tiétar (Martín Bravo 1999: 209). Se trata tanto de sitios fortificados, ubicados en cerros con buenas condiciones de defensa natural y control del entorno (fig. 4.15), como de enclaves abiertos, localizados en lugares más llanos con un dominio visual inferior. Todos ellos se encuentran alejados del cauce del río Tiétar, a una altitud que oscila entre los 917 y los 374 m s.n.m. Su diferente emplazamiento determina su acceso a una diversidad de recursos agropecuarios, con un predominio de los forestales y pastizales en el caso de los asentamientos situados en alto, como se puede observar en el análisis del territorio de explotación del Castillejo de Chilla (fig. CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 193 0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 Cerro Cerro río Espig. fluvial Llano Loma Sierra Indeter. Fig. 4.15. Tipos de emplazamiento de los núcleos del Hierro Pleno ubicados al sur del Sistema Central. 4.17). En cuanto al tamaño de estos núcleos, destaca la extensión del oppidum de El Raso (fig. 4.16). Como se puede observar en el mapa de la fig. 4.9, su distribución es muy concentrada, aunque es muy posible que esto se deba a la diferente cronología (dentro del Hierro II) de alguno de los poblados. Así, Fernández Gómez y otros (1986- 87: 270) han planteado el traslado de la población desde el yacimiento sin amurallar de El Castañar al sitio fortificado de El Raso, a finales del s. III a.C. Asimismo, Sánchez Moreno (2000: 102) ha propuesto un desarrollo parecido para las estaciones ubicadas en el término municipal de Villanueva de la Vera: un enclave abierto y en el llano (Cañada de Pajares), reemplazado hacia finales del s. III o inicios del II a.C. por un lugar defensivo (Castrejón). i) Ríos Jerte-Alagón: En la cuenca del río Alagón se ha planteado la existencia de una serie de núcleos que controlarían puntos estratégicos, como la vía de acceso a la Meseta Norte a través del Valle del Jerte (Martín Bravo 1999: 209). Uno de estos núcleos sería el de Villavieja (Casas del Castañar, Cáceres), un asentamiento fortificado de 40 ha que sólo ha deparado unos pocos fragmentos de cerámica a torno (Martín Bravo 1999: 132-133). Pero el notable parecido que presenta este sitio con respecto al Castillo Viejo de Valero (Salamanca), levantado posiblemente entre los siglos VIII y XII d.C. (Santonja et al. 1986-87: 372), nos lleva a situarlo también en un momento medieval. No obstante, LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 194 Fig. 4.16. Tamaño de los poblados de la Segunda Edad del Hierro localizados alrededor de los principales cursos fluviales al sur del Sistema Central. Gráficos elaborados a partir de los datos del anexo I. disponemos de otros dos poblados controlando el acceso al puerto de Tornavacas: El Berrocalillo (Plasencia, Cáceres) y El Camocho (Malpartida de Plasencia, Cáceres). De igual modo, el yacimiento del Cabezo Castillo (Valdelamatanza, Salamanca) estaría controlando el acceso al puerto de Béjar. En esta región regada por el río Alagón los enclaves prerromanos ocupan de manera preferente cerros y sierras (fig. 4.15), fácilmente defendibles, en entornos donde predominan los pastizales (Reher Díez 2009: 246-250). Se localizan a una altitud que oscila entre los 783 y los 318 m s.n.m. y su tamaño varía considerablemente (fig. 4.16). En cuanto a la distancia con respecto al vecino más próximo, es de 12 km entre El Camocho y El Berrocalillo, y de 13 km entre El Zamarril (Portaje, Cáceres) y El Periñuelo (Ceclavín, Cáceres). CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 195 Fig. 4.17. Usos del suelo y Área de Captación Económica del yacimiento del Castillejo de Chilla (según Paniego Díaz y Lapuente Martín 2015: fig. 6). En definitiva, los patrones que acabamos de comentar permiten esbozar las características fundamentales del poblamiento del Hierro II en el occidente de la Meseta: 1) en el suroeste de la cuenca del Duero, entre los ríos Tormes y Voltoya- Eresma la población se concentraría en esta fase en una serie de grandes núcleos, bastante distanciados entre sí, que serían el resultado de los procesos de sinecismo llevados a cabo en esta zona durante la transición entre la Primera y la Segunda Edad del Hierro. 2) Estos asentamientos de grandes dimensiones (≥ 10 ha) u oppida (fig. 4.18), carecen casi por completo de alquerías o estaciones subordinadas, al contrario de los que sucede, por ejemplo, en la Europa Templada (Wells 1988; Audouze y Buchsenschutz 1989), en el valle medio del Ebro (Burillo Mozota 2007) o en la zona mediterránea peninsular (Ruiz y Molinos 1993). 3) En el resto del área de estudio predominan los poblados fortificados de menor tamaño (< 6 ha) o castros, muchos de LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 196 Fig. 4.18. Oppida de la Meseta Occidental. CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 197 los cuales son fundaciones ex novo realizadas a lo largo del cauce de los ríos Huebra, Águeda, Jerte y Alagón, en un proceso de colonización de nuevos espacios similar al descrito para el Hierro I (Blanco González 2010c: 105). 4) En las zonas colonizadas de los valles del Águeda y del Alagón aparecerán también, en un momento tardío de la Segunda Edad del Hierro (ss. II-I a.C.), yacimientos de dimensiones considerables u oppida (Irueña y El Zamarril). 5) El mayor tamaño (y población) de los sitios del Hierro II en el área de estudio, se refleja en un aumento general de la superficie media de los enclaves de este periodo con respecto a los de la Primera Edad del Hierro, entre aproximadamente un 72%, en el caso del suroeste de la Meseta Norte (fig. 4.19), y un 40% en el valle medio del Tajo (fig. 4.20). 4.6. Estructuras defensivas y urbanismo 4.6.1. Los sistemas defensivos: murallas, fosos y campos de piedras hincadas Durante la Segunda Edad del Hierro se produce un aumento considerable del número de núcleos que presentan elementos defensivos artificiales. En el suroeste de la cuenca del Duero los poblados fortificados constituyen el 65% de los enclaves conocidos, mientras que al sur del Sistema Central suponen el 80%. Por tanto, en este último ámbito se duplica el porcentaje de sitios amurallados con respecto a la fase anterior. A pesar de ello, continúa habiendo asentamientos abiertos de pequeño tamaño, Soto Pleno Hierro II Altitud media 804 820 Superficie media 6,55 11,24 Emplazamiento preferente Espigón Cerro r. Cauce fluvial Principal Principal Fig. 4.19. Características fundamentales del poblamiento del Soto Pleno y de la Segunda Edad del Hierro en el suroeste de la cuenca del Duero. Elaborada a partir de los datos del anexo I. Hierro I Hierro II Altitud media 418 528 Superficie media 3,72 5,22 Emplazamiento preferente Cerro/cerro r./sierra Cerro/cerro r. Cauce fluvial Principal/secundario Secundario Fig. 4.20. Tabla con las características básicas del poblamiento del Hierro Antiguo y del Hierro Pleno en el valle medio del Tajo, elaborada a partir de los datos contenidos en el anexo I. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 198 a los que hay que sumar cuatro oppida sin fortificaciones visibles (Teso del Castro, La Peña, La Tejeda y Arroyo Manzanas). En la Meseta Occidental los castros y oppida del Hierro II se dotan de murallas levantadas con la piedra que les proporciona el entorno en el que se ubican, en la mayoría de los casos el granito, aunque también se emplea la cuarcita (p. ej. en El Camocho), la pizarra (p. ej. en El Zamarril) o la arenisca (en el Teso de las Catedrales). Como excepción se puede citar el reciente hallazgo de la muralla de Coca, compuesta por un basamento de lajas de pizarra y cuarcita y un alzado de adobes (fig. 4.21) (Blanco García 2014a; 2015a; b). La técnica constructiva de las murallas de la Segunda Edad del Hierro en nuestra zona de estudio es bastante uniforme: dos paramentos, uno exterior y otro interior, de mampostería en seco bien ajustada, con un relleno de piedras más pequeñas dispuestas horizontalmente (p. ej. Martín Valls 1998: 169; Martín Bravo 1999: 210; Sánchez Moreno 2000: 78; Álvarez-Sanchís 2003c: 133; Bonnaud 2005: 221). Pero, en algunas estaciones, a este esquema básico se le unen soluciones particulares como el doble muro adosado al exterior de Las Cogotas y al torreón occidental de la puerta sur de Las Merchanas (Cabré Aguiló 1930: 30; Benet y López Jiménez 2008: 174), o el paramento interno levantado entre el paramento exterior y el interior en Yecla la Vieja y Castillo de Saldañuela (Martín Valls 1985: 109-110). En El Raso son las torres las que parecen realizadas mediante paramentos contiguos (Fernández Gómez 1986: 506), así como el ángulo sureste de la muralla (Fabián García 2015: 28). En La Mesa de Miranda, a partir de las informaciones proporcionadas por Cabré et al. (1950: 23-28), también se ha planteado la existencia de tres paramentos en sus dos primeros recintos, pero lo que se ha documentado en los modernos trabajos de limpieza y restauración llevados a acabo en el yacimiento ha sido la existencia de una antemuralla, es decir, una especie de escalón externo a menor altura que precede a la muralla propiamente dicha. Este peculiar complemento defensivo se encuentra en zonas de especial importancia, como el lienzo sur del primer recinto y la torre sur del segundo (Fabián García 2005a: 47-48; 2006b: 69-74; 2006c: 34-39). Tradicionalmente, los paramentos múltiples se han considerado como una solución arquitectónica que evitaría el desmoronamiento de la muralla si a consecuencia de un ataque desapareciera el paramento exterior, pero recientemente González-Tablas (2008b: 143; 2009) ha señalado que, al menos en Las Cogotas y La Mesa de Miranda, este fenómeno respondería a CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 199 Fig. 4.21. Muralla de la Segunda Edad del Hierro de Coca (según Blanco García 2015b: 38). remodelaciones de los muros, a añadidos realizados en un momento diferente al de la construcción de la muralla original. Si la técnica constructiva es más o menos similar, no sucede lo mismo con las dimensiones y la disposición de los bloques de piedra. Conforme fue avanzando el Hierro II, los sistemas constructivos se fueron haciendo más complejos, como queda evidenciado en La Mesa de Miranda. En los lienzos y puertas del primer y segundo recinto las piedras utilizadas tienen una longitud de unos 20 a 40 cm y están colocadas sobre uno de los lados mayores, formando hiladas horizontales (Cabré Aguiló et al. 1950: 27). Por su parte, la cara interna de la torre sur (F) del segundo recinto cuenta con varias hiladas de grandes bloques bastante regulares, de 1,30 x 0,60 x 0,60 m en algunos casos, asentados sobre una de sus bases mayores (ibíd.: 28). Finalmente, la muralla del tercer recinto y, sobre todo, el denominado “cuerpo de guardia” conservan un espectacular aparejo ciclópeo formado por bloques que alcanzan unas dimensiones de 1,90 x 1 x 0,20 m (ibíd.: 27-28). En algunas ocasiones estos bloques están colocados sobre uno de sus lados mayores, pero otras veces están asentados sobre una de las bases menores. El “cuerpo de guardia” está compuesto por un lienzo rectilíneo de bloques regularizados con muescas angulares en su parte superior para albergar nuevos bloques, LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 200 que servían de ensamble y trabazón (Cabré Aguiló et al. 1950: 27-31; Álvarez-Sanchís 2007c: 239 y 244). Generalmente la muralla se apoya directamente sobre la roca natural, por lo que carece de cimentación, aunque en Las Cogotas algunos tramos descansan sobre una o dos hiladas de adobes (Cabré Aguiló 1930: 37) o sobre escombro (González-Tablas Sastre 2009: 68-71). Su anchura es de 4 a 8 m por término medio (Álvarez-Sanchís 2003c: 133), aunque es muy voluble, ya que, por ejemplo, en Las Cogotas varía entre 2,50 y 10,70 m, en Las Merchanas entre 1,50 y 6 e incluso 8 m y en Yecla la Vieja entre 3 y 14 m (Cabré Aguiló 1930: 31; Maluquer de Motes 1968: 104; Martín Valls y Romero Carnicero 2008: 233). Lógicamente, los sectores más engrosados se encuentran en las zonas más expuestas a posibles ataques, como puertas y lienzos situados en zonas de fácil acceso. En los ámbitos occidental y meridional de nuestra área de estudio (provincias de Zamora, Salamanca y Cáceres) es muy común que el muro presente un marcado talud, al menos la cara externa (Martín Bravo 1999: 211). Sobre la altura que pudieron alcanzar las murallas en la Meseta Occidental, cabe recordar los 6 metros de alzado conservado en Los Castillos de Gema o los 4 metros de altura de algunos tramos de la muralla del Picón de la Mora. Álvarez-Sanchís (2003c: 133), a partir de una cita de Apiano (B.C. 1,112) sobre el incendio de la muralla de Pallantia en el año 74 a.C. tras el asedio de la ciudad por parte de Pompeyo, propone que el remate de las murallas, sobre todo en las puertas, estuviera construido en madera, con una empalizada o postes entrelazados con ramas y palos. Pero, como él mismo reconoce, no se puede descartar que el remate se hubiera realizado en adobe. El trazado sinuoso de las murallas se adapta perfectamente a la topografía del terreno, aunque a finales de la Edad del Hierro aparecerán lienzos rectilíneos (ibíd.: 164). En ocasiones, el paramento tiene engrosamientos curvilíneos a modo de bastiones, especialmente en torno a las puertas principales. En un momento avanzado de la Edad del Hierro se levantarán torres de planta rectangular (Álvarez-Sanchís 2003c: 133 y 164; Berrocal-Rangel 2004: 51), como las presentes en La Mesa de Miranda, El Raso (fig. 4.22) o el Cerro de la Mesa. Con respecto a las puertas, en la Segunda Edad del Hierro se documentan los mismos tipos que en la fase precedente, aunque ahora serán los tipos en embudo y en esviaje los más comunes y no los vanos simples, que se reservan para poternas situadas en zonas alejadas de las entradas principales (Martín Bravo 1999: 211- 212; Álvarez-Sanchís 2003c: 133 y 136). Asimismo, los recintos a lo largo del Hierro II CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 201 Fig. 4.22. Muralla meridional del oppidum de El Raso y núcleo A de casas excavadas. seguirán respondiendo a los modelos documentados durante la Primera Edad del Hierro: a) recinto único (el tipo mayoritario); b) recintos múltiples, generalmente adosados (Las Cogotas, La Mesa de Miranda…) pero también independientes (El Zamarril). Excepcionalmente pueden encontrarse dos cerros independientes fortificados, como parece ser el caso de Morros de la Novillada (Alcántara, Cáceres) (Martín Bravo 1999: 214). Como complemento a los recintos defensivos, en algunas ocasiones, se excavaron uno o varios fosos en las zonas más accesibles, como sucede, por ejemplo, en el Teso de las Catedrales de la capital salmantina, donde hasta ahora se ha documentado un foso excavado en el suelo natural en los sectores septentrional y oriental (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 94; Vaca Lorenzo 2012: 46). También se levantaron campos de piedras hincadas integrados por piedras puntiagudas de bordes cortantes, que suelen estar dispuestos en las áreas más vulnerables llegando en numerosas ocasiones hasta la base de la muralla (Esparza Arroyo 2003: 157; Ruiz Zapatero 2003b: 18). En nuestra zona de estudio los núcleos que presentan este tipo de elemento defensivo se distribuyen en torno al Valle Amblés y los ríos Huebra y Águeda (Esparza Arroyo LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 202 2003: fig. 1). En el primer recinto de La Mesa de Miranda (fig. 4.23), Picón de la Mora y La Plaza (Gallegos de Argañán, Salamanca) se produce la asociación de piedras hincadas y fosos (ibíd.: 157). La interpretación tradicional de este peculiar sistema defensivo defiende que fue diseñado contra ataques de caballería (p. ej. Gómez-Moreno 1904: 149; Harbison 1971: 220). Pero, al margen de que posiblemente la verdadera caballería no existió antes del s. IV a.C. en las zonas del interior peninsular y hay campos de piedras hincadas documentados en la Primera Edad del Hierro (Esparza Arroyo 2003; 2011; Romero Carnicero 2003), la idea de unos jinetes cargando contra una muralla carece de sentido (Quesada Sanz 2003: 92). Por ello, otros autores siguiendo el trabajo de Moret (1991: 12) sostienen que la función de esta barrera defensiva sería la de entorpecer un ataque más o menos organizado de infantería (p. ej. Álvarez-Sanchís 2003c: 136). Por su parte, Esparza (2003: 173-174), a partir del hallazgo de esculturas zoomorfas en algunos campos de piedras hincadas, ha sugerido que este sistema defensivo podría estar cargado de un contenido simbólico de protección y prestigio de la comunidad que lo levantó. Fig. 4.23. Campo de piedras hincadas localizado junto a la puerta suroccidental del primer recinto de La Mesa de Miranda. CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 203 4.6.2. El urbanismo: organización interna y espacio periurbano de los castros y oppida La creciente complejidad de los sistemas defensivos discurrirá en paralelo al proceso de urbanización que experimentarán los principales enclaves del occidente de la Meseta a lo largo de la Segunda Edad del Hierro. Este proceso, impulsado posiblemente por un incremento significativo de la población (González-Tablas Sastre 2009: 77), puede vislumbrarse, por ejemplo, en los cambios urbanísticos acontecidos en sitios señeros como Las Cogotas y La Mesa de Miranda (fig. 4.24): 1) En Las Cogotas, tras la importante ocupación del Bronce Final y la más difusa del Hierro I, se ha planteado la construcción durante los momentos iniciales del Hierro Pleno del recinto amurallado superior, de unas 6,5 ha según las medidas proporcionadas por Cabré (1930: 29), fuera del cual quedaría un foco de actividades secundarias situado al suroeste. Este foco sería fortificado en una fecha cercana al tránsito entre los ss. III y II a.C. o a comienzos de esta última centuria, incluyendo en su interior un alfar y un secadero de adobes, por lo que en este momento el poblado alcanzó su máxima extensión (14,5 ha) (Mariné y Ruiz Zapatero 1988; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995; Álvarez-Sanchís et al. 1998; Álvarez-Sanchís 1993b: 266-269; 2003c: 151-156 y 162-163; Ruiz Entrecanales 2005: 13-14). 2) La secuencia de La Mesa de Miranda parece comenzar hacia el siglo IV a.C., con el levantamiento del primer recinto amurallado, que ocupa una extensión de casi 12 ha (Molinero Pérez 1933: 425; Cabré Aguiló et al. 1950: 15). Este núcleo primigenio, según González-Tablas (2011b: 124), habría surgido a partir de la población que paulatinamente fue abandonando Los Castillejos de Sanchorreja (situado a 9,3 km en línea recta). En algún momento impreciso del Hierro Pleno se construyó un segundo recinto de unas 7 ha, adosado al primero por el sur. Finalmente, en la primera mitad del siglo II a.C. se erigió el tercer recinto (10,5 ha) al este del anterior (Martín Valls 1985: 129; 1986-87: 81-82; Álvarez-Sanchís 2003c: 162; 2007c: 244; Fabián García 2005a: 38-39; González-Tablas Sastre 2009: 77). Esta última fortificación invade un sector de la necrópolis de La Osera, cuyo final se ha situado recientemente hacia el 200 a.C. (Baquedano Beltrán 2016: vol. I: 470-471). De todos modos, hay que tener en cuenta que el proceso de urbanización de los oppida de la Meseta Occidental pudo no ser tan lineal como queda reflejado en los LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 204 Fig. 4.24. Modelo de los procesos de urbanización de Las Cogotas y La Mesa de Miranda (dibujos de las diferentes fases de ocupación de ambos yacimientos según Álvarez-Sanchís 2006: 37 y 38). CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 205 gráficos de la fig. 4.24, sino que pudo haber procesos cíclicos de urbanización- “desurbanización”-“reurbanización”, como los documentados en Europa Central a lo largo de la Edad del Hierro (Salač 2014), sobre todo en aquellas estaciones con una dilatada secuencia de ocupación como Las Cogotas. Como hemos visto ya, las primeras ciudades u oppida del occidente meseteño surgieron mediante procesos de sinecismo, lo que supone que en esos novedosos núcleos urbanos sus habitantes tuvieron que aprender a convivir con personas procedentes de otras aldeas. Esto conllevaría entre sus moradores cambios “en la percepción del entorno, de la sociedad, de la comunidad y del individuo mismo” (González Ruibal 2006-07: 373) y dificultaría aún más la gestión del espacio interior de estos asentamientos, ya de por sí complicada por la reunión en los mismos de volúmenes de población desconocidos hasta ese momento en nuestra área de estudio. Para González Ruibal (ibíd.: 378), la forma en que se estructura el espacio construido de los oppida supone una materialización de los nuevos principios de orden social que rigen en las comunidades que levantan dichos enclaves. En este sentido, acudiendo a la terminología de Foucault (1979: 155), los oppida constituyen una nueva “tecnología de poder”, “que permitió articular una ideología más jerárquica y centralizadora” (González Ruibal 2008a: 922). Así, en estos lugares centrales se disciplina y divide el espacio por medio de calles o caminos principales y vías secundarias o muros divisorios. De este modo, se configuran una serie de ínsulas donde se sitúan los diferentes conjuntos de habitación, aunque en la Meseta Occidental no contamos con un urbanismo tan ordenado como el que caracteriza, por ejemplo, a las ciudades del valle medio del Duero (Olmo Martín y San Miguel Maté 1993; Olmo Martín 2006; Sacristán de Lama 2010: 134-137; 2011: 192-196). En el Teso de las Catedrales la excavación realizada en el solar del antiguo Colegio Trilingüe exhumó una serie de construcciones domésticas que nos permiten intuir una trama urbana de viviendas adosadas, dispuestas de forma un tanto desordenada (Alario García y Macarro Alcalde 2007: 226; Macarro Alcalde y Alario García 2012: 96-97). En Las Cogotas no parece haber existido un plan ordenado de manzanas, ni calles, aunque hay algunas casas agrupadas en la cara interna de la muralla y una serie de caminos interiores (fig. 4.25) (Cabré Aguiló 1930: 37), que al menos en el caso del que atraviesa el segundo recinto estaría enlosado (Mariné y Ruiz Zapatero 1988: 51; Álvarez-Sanchís 1993b: 269). Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís (1995) han LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 206 Fig. 4.25. Organización interna de Las Cogotas, planta y superficie interna de las casas excavadas por Cabré junto a la puerta principal del primer recinto y reconstrucción ideal de las mismas (modificado a partir de Álvarez-Sanchís 2006: 12). CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 207 propuesto la existencia de diferentes áreas funcionales y sociales en este oppidum (fig. 4.26). Así, para estos autores el recinto superior estaría destinado a zona residencial de la élite, mientras que el recinto inferior albergaría a la población común que vivía intramuros, así como instalaciones artesanales (alfar y secadero de adobes), un basurero y rediles para el ganado. Pero, si bien contamos con indicios suficientes sobre la distinta funcionalidad de las áreas del poblado, no sucede lo mismo con la supuesta diferenciación social, basada fundamentalmente en un comentario de Cabré (1930: 20) sobre la presencia en las viviendas situadas junto a la entrada principal del primer recinto de ajuares domésticos más ricos. Sin embargo, el propio Cabré (íd.) señala la existencia de casas de “mayor pobreza” diseminadas por este recinto superior y, además, como indica Fernández-Posse (1998: 189), resulta sorprendente que en la propuesta de Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís la zona ocupada por la élite sea más extensa que el área destinada al resto de la población. Fig. 4.26. Áreas funcionales del oppidum de Las Cogotas (modificado a partir de Álvarez- Sanchís 2006: 20). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 208 En Ulaca, a pesar de la ausencia de excavaciones en extensión, se puede vislumbrar perfectamente la organización interna, estructurada a partir de una serie de caminos en torno a los cuales se disponen una parte de las viviendas (fig. 4.27). Hasta el momento se han reconocido más de 250 casas repartidas por distintos puntos de la ciudad, así como otras estructuras de carácter monumental, lugares dedicados a la extracción de piedra y posibles encerraderos para el ganado (Ruiz Zapatero y Álvarez- Sanchís 1999; Álvarez-Sanchís 2003c: 139 y ss.; 2011c; Ruiz Zapatero 2005a; Álvarez- Sanchís et al. 2008). Las diferencias observadas entre las distintas viviendas han propiciado que en este yacimiento también se haya propuesto la existencia de unas zonas destinadas a residencia de la élite y otras que albergarían casas y talleres pertenecientes al resto de la población (Álvarez-Sanchís 2003c: fig. 53), aunque lo cierto es que hay viviendas modestas dispersas por todo el enclave (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1999: 39; Álvarez-Sanchís 2003c: 139). En el sector noroccidental del oppidum se ha planteado la existencia de un área sacra o nemeton formada por un santuario y una sauna ritual, separados entre sí unos 140 m en línea recta (Álvarez-Sanchís 2003c: 147-150). El emblemático santuario de Ulaca está compuesto por dos estructuras bien delimitadas pero que forman parte del mismo conjunto: una estancia rectangular de 16 x 8 m excavada parcialmente en la roca y una gran peña de granito con dos escaleras paralelas labradas y cuatro cavidades de distintos tamaños comunicadas entre sí. Esta peña, conocida como el “altar de los sacrificios” (Gómez-Moreno 1983 [1901]: 21-22; Lantier y Breuil 1930: 212-213; Posac Mon 1953: 67; Martín Valls 1985: 116-117; 1986-87: 71; Álvarez-Sanchís 1993b: 275; 2003c: 147-151; Sánchez Moreno 2000: 107-109; Marco Simón 2004: 282- 284; 2008: 282-283; Ruiz Zapatero 2005a: 15-19; Pérez Gutiérrez 2009: 152-156; 2010: 136-138 y 180-191), ha sido interpretada como un monumento sacro a partir de una serie de paralelos, el más conocido de los cuales es el santuario portugués de Panoias (Vila Real), que ofrece inscripciones latinas del siglo III d.C. que nos informan sobre los sacrificios de animales realizados en ese lugar. En dichos rituales las entrañas de las víctimas se quemaban en nichos o cubetas mientras la sangre se vertía en otras oquedades similares, al tiempo que se rendía culto a las divinidades (Alföldy 1995; 1997; Rodríguez Colmenero 1999). Además, los recientes estudios arqueoastronómicos realizados por Pérez Gutiérrez (2009: 154; 2010: 187) han revelado que la pendiente media de la escalera exterior del altar coincide con la altura del sol, a su paso por el CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 209 Fig. 4.27. Vías interiores y organización interna de Ulaca (según Álvarez-Sanchís 2006: 33). Risco del Sol de la Sierra de La Paramera, en el solsticio de invierno, por lo que en ese momento la escalera quedaría totalmente en sombra. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 210 La sauna de Ulaca, tradicionalmente considerada una fragua, está tallada parcialmente sobre un berrocal de granito, ocupa una superficie de unos 15 m2 y está compartimentada en tres pequeñas habitaciones orientadas de oeste a este: la más occidental sería una “antecámara”, a continuación hay una pequeña “cámara” con dos bancos enfrentados labrados en la roca y, por último, estaría el “horno”. En el muro que separa la “cámara” del “horno” hay labrada en la roca una abertura en forma de arco de medio punto (Almagro-Gorbea y Moltó 1992: 72-74; Almagro-Gorbea y Álvarez- Sanchís 1993; Álvarez-Sanchís 1993b: 275 y figs. 8-10). Esta estructura se encuentra dentro de un recinto murado de 32 x 24 m (Álvarez-Sanchís 2003c: 150) y ha sido interpretada como una sauna a partir de un texto de Estrabón (III,3,6) y de los paralelos disponibles, sobre todo, las saunas o “pedras formosas” del noroeste peninsular (Almagro-Gorbea y Moltó 1992; Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís 1993; González Ruibal 2004: 130-133; 2006-07: 570-579; García Quintela y Santos-Estévez 2015; García Quintela 2016). Asimismo, se ha relacionado con ritos de iniciación de cofradías de guerreros (Almagro-Gorbea y Moltó 1992; Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís 1993), aunque recientemente se ha planteado su uso en ritos que posibilitarían la inserción de los guerreros en la comunidad, como ciudadanos pacíficos, a su regreso de la batalla (García Quintela 2016: 126). En cualquier caso, se trataría de un espacio de uso restringido para los guerreros y, por tanto, vedado a la mayor parte de la población (González Ruibal 2006-07: 382 y 575), frente a estructuras de carácter comunal como el santuario (Almagro-Gorbea y Berrocal-Rangel 1997: 583). En el sector meridional de la ciudad contamos con otra estructura monumental conocida como “la Iglesia” o “el Torreón” (Gómez-Moreno 1983 [1901]: 20; Lantier y Breuil 1930: 212-213; Posac Mon 1953: 66; Álvarez-Sanchís 2003c: 150; Ruiz Zapatero 2005a: 28). Se trata de un edificio rectangular de 14 x 10 m construido con gran aparejo y delimitado por un recinto murado de 70 x 48 m. Lantier y Breuil (1930: 213) sugirieron un uso público para esta estructura, pero en los últimos tiempos se ha propuesto una función defensiva, a modo de atalaya, debido a su posición estratégica y a la importante altura que debió tener, vislumbrada a partir de la elevada cantidad de bloques que forman su derrumbe (Álvarez-Sanchís 2003c: 150; Ruiz Zapatero 2005a: 28). En El Raso existen algunas diferencias entre los distintos núcleos excavados (A, B-D y C) (fig. 4.28). El núcleo A está compuesto por cuatro viviendas adosadas CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 211 Fig. 4.28. Núcleo B-D de El Raso (modificado a partir de Fernández Gómez 2011: figs. 4 y 6). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 212 dispuestas de modo regular a lo largo de una calle a la que abren sus puertas, mientras que las casas del núcleo B-D se distribuyen de manera más irregular. Por su parte, el núcleo C presenta una mayor regularidad que el B-D pero sin alcanzar la disposición tan ordenada del A (Fernández Gómez 1986: 496-497). En cualquier caso, existe en todos ellos una tendencia clara a adosar las viviendas unas a otras, formando manzanas de hasta una docena de casas, separadas entre sí por calles o callejones. Su excavador interpreta la presencia de viviendas que comparten muros medianeros como un indicio de los lazos familiares existentes entre los moradores de las mismas (Fernández Gómez 2005: 27; 2011: 386-387). En este oppidum tampoco se ha constatado la presencia de barrios específicos para la élite, puesto que en las distintas áreas intervenidas se han descubiertos tanto casas de grandes dimensiones como de pequeño tamaño (Fernández Gómez 2011: 386). La excavación del núcleo B-D, de unos 5000 m², es la que más información ha aportado sobre el urbanismo de este poblado (fig. 4.28) (Fernández Gómez 1986: 161-278; 2011). En dicho núcleo se exhumaron 27 construcciones, la mayor parte de ellas viviendas, con sus correspondientes estructuras auxiliares y un total de 11 calles o callejones. Los habitantes de El Raso generalmente evitan que las puertas de sus casas den a las calles principales o frente a la entrada de la vivienda del vecino, por tanto, tratan de preservar su intimidad familiar, lo que en algunos casos les obligó a realizar cambios en la orientación de las casas (por ejemplo, en D8) (Fernández Gómez 2011: 393-394). En el núcleo B-D se ha podido documentar una de las calles principales del oppidum, que discurre al este del conjunto de viviendas exhumadas en dirección norte-sur (calles 4B y 6D), así como otra serie de calles secundarias que discurren en dirección este-oeste configurando las distintas manzanas y una plaza abierta a la calle principal, además de varios callejones (Fernández Gómez 1986: 267-278; 2011: 289- 310). Asimismo, se han descubierto algunos muros de cierre de los diferentes conjuntos de habitación, compuestos por una o varias casas y, en algunas ocasiones, una serie de estructuras auxiliares, como despensas/graneros o posibles encerraderos de ganado. Además, su excavador ha planteado la existencia de varias construcciones dedicadas a labores metalúrgicas, de una estructura destinada a actividades cultuales o de hechicería (D10) y de un recinto comunal para la realización de actividades sociales (D23) (Fernández Gómez 2011: 381-386). En nuestra área de estudio se ha planteado la existencia de otros santuarios, tanto situados en el interior de los asentamientos como extramuros, además del santuario CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 213 urbano de Ulaca. Se trata en todos los casos de santuarios rupestres compuestos por peñas con entalladuras o escaleras talladas y/o una serie de oquedades (cubetas, pilas, cazoletas…), localizados en las provincias de Zamora, Salamanca, Ávila y Cáceres. Así, sin ánimo de ser exhaustivos, se ha propuesto la existencia de un santuario en el interior del castro de San Mamede/Peña Redonda (Gómez-Moreno 1927: 27; Benito del Rey et al. 1987), en El Castillo de Fariza, en el Teso de San Cristóbal, en la Virgen del Castillo de Pereña (Benito del Rey y Grande del Brío 1992; 2000), en las cercanías del Picón de la Mora (Mateos Leal et al. 2005-06; Sánchez Nicolás y Mateos Leal 2013; 2015; Mateos Leal 2016: 350-357), en la zona meridional del oppidum de Ulaca o en las inmediaciones de El Raso (Fabián García 2010). Pero, hay que ser prudentes a la hora de valorar este tipo de manifestaciones, ya que algunos de los santuarios propuestos pudieron pertenecer a momentos prehistóricos previos o incluso no tener tal funcionalidad (Sánchez Moreno 1997: nota 22; 2000: nota 39; Álvarez-Sanchís 2003c: 147), como parece suceder en el caso del supuesto santuario localizado en el recinto superior de Las Cogotas (Soutou 1963; Bonnaud 2006: 197), cuyas oquedades se deberían más bien a la erosión natural (Martín Valls 1986-87: 71). En este sentido, aunque en los últimos años ha aumentado el interés por este tipo de estructuras (p. ej. Alfayé Villa 2009: cap. 7), todavía carecemos de una metodología que nos permita estimar su cronología aproximada y dilucidar los criterios a tener en cuenta a la hora de clasificar un sitio como santuario (Correia Santos 2010: 148-149). Recientemente, Martín Valls y Romero (2008: 249) han sugerido la hipótesis de que Yecla la Vieja fuera un santuario, frecuentado al menos desde el Bronce Final, cuyo carácter sagrado tendría su plasmación material primero en las peñas con grabados similares a los petroglifos gallegos, y después, posiblemente durante el Hierro II, en los sillares y peñas con insculturas representando caballos (Martín Jiménez 1919; 1922; Martín Valls 1973; 1983; Martín Valls y Romero Carnicero 2008). Otro caso especial sería el del santuario de Postoloboso, situado a unos 7 km en línea recta del oppidum de El Raso, del cual no se ha conservado construcción alguna de época prerromana o romana (en caso de que hubiera existido), pero sí una serie de aras latinas dedicadas al dios indígena Vaelicus (Fernández Gómez 1973; 1986: 879-905). De igual modo, además de la sauna localizada en Ulaca se han documentado en nuestra zona de estudio otras dos construcciones similares: una situada a 100 m al noreste del acceso al castro de San Mamede/Peña Redonda (Gómez-Moreno 1927: 27; LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 214 Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís 1993: 187 y 252) y otra en las inmediaciones del oppidum de El Raso (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís 1993: nota 7). Por tanto, frente al ejemplar de Ulaca ubicado en el interior del poblado (aunque relativamente cerca de una puerta), ambas ocupan posiciones periféricas con respecto al asentamiento, lo que concuerda con su función social liminal. Alrededor del núcleo amurallado podía haber otros elementos, como barrios residenciales o artesanales, escombreras y necrópolis (Sacristán de Lama 2011: 197). En la Meseta Occidental se ha planteado la existencia de arrabales en estaciones tan relevantes como Ulaca o Las Cogotas. En este último sitio Cabré (1930: 38-39; 1932: 11-12) menciona la excavación de una serie de casas extramuros, en las cercanías de la entrada principal, así como en el lado oriental y meridional del poblado (fig. 4.25), aunque no especifica su ubicación exacta ni los ajuares domésticos que contenían. En Ulaca se ha detectado una zona habitada al noreste del recinto fortificado (fig. 4.27) (Álvarez-Sanchís 2003c: 139), sin embargo, parece que ese sector estuvo también amurallado (Ruiz Zapatero 2005a: 24; Collis 2008: 65 y fig. 2). Asimismo, en Las Merchanas, el Picón de la Mora y El Castillejo de Valdecañas se han descubierto estructuras fuera de las murallas, pero existen dudas sobre su naturaleza y cronología (Maluquer de Motes 1968: 115; Martín Valls 1971: 131; Redondo Rodríguez y Esteban Ortega 1992-93: 170 y 174). En Salamanca capital, Plutarco (Virt. Mul., 248e) menciona la existencia de un arrabal durante la toma de la ciudad por parte de Aníbal, que podría corresponderse con el ya por entonces barrio secundario ubicado en el Cerro de San Vicente (Macarro Alcalde y Alario García 2012: 92; Vaca Lorenzo 2012: 50). De modo similar, en Coca parece posible defender el carácter de “anejo”, “barrio”, “pedanía” o aldea satélite que habría adquirido el cercano enclave de la Cuesta del Mercado con respecto a la ciudad (Blanco García 2006a: 51; 2006b: 435 y 469). La presencia de cenizales o escombreras en buena parte de los oppida del valle medio del Duero llevó a que fuera considerado un elemento distintivo de las estaciones de la región vaccea (San Miguel Maté 1993: 38). Con el descubrimiento de este tipo de vestigios al sur del Duero pasó a convertirse en un rasgo diferencial del poblamiento de la Meseta Norte (Álvarez-Sanchís 2003c: 151), pero en la actualidad conocemos también cenizales, vertederos o escombreras en la cuenca del Tajo (provincias de Toledo y Cáceres) (Ongil Valentín 1991: 250; Redondo Rodríguez y Esteban Ortega 1992-93: 171-172; Chapa Brunet et al. 2013). Dentro de nuestra zona de estudio se han CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 215 documentado, generalmente alrededor del núcleo urbano pero en algunos casos en el interior del mismo, extensas áreas compuestas por acumulaciones de tierra repletas de materiales de construcción, cerámicas rotas y restos de fauna, en sitios como Toro, La Peña, Teso de las Catedrales, Las Merchanas, Las Cogotas (fig. 4.25), Ulaca o el Cerro de la Mesa (Martín Valls y Delibes de Castro 1977: 309; Sacristán de Lama et al. 1995: tabla 2; Martín Valls et al. 1992: 95; Maluquer de Motes 1968: 114-116; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995: 220-222; Posac Mon 1953: 67; Chapa Brunet et al. 2013). Dichas áreas han sido interpretadas como depósitos relacionados con remodelaciones urbanísticas de los poblados (Sacristán de Lama 1986: 149-154; San Miguel Maté 1993: 38-40; Sacristán de Lama et al. 1995: 349-350; Chapa Brunet et al. 2013: 162) o con el establecimiento temporal de ferias o mercados (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995: 222; Álvarez-Sanchís 2003c: 153). Los barrios extramuros, junto con las escombreras y necrópolis, formarían parte del espacio periurbano de los enclaves fortificados, es decir, su entorno inmediato. El estudio de estas áreas periurbanas está aportando interesantes novedades en los últimos años, tanto en Europa Central (Pion 2012; Poux 2014), como en el Mediterráneo Occidental (Belarte y Plana Mallart 2012). Así, en diversos yacimientos, tan importantes como Bibracte (Moore et al. 2013; Moore y Ponroy 2014), Corent (Poux 2014) o Levroux (Collis et al. 2000), se ha detectado la presencia en las cercanías del núcleo urbano amurallado de al menos un asentamiento abierto de grandes dimensiones, por lo que el oppidum sólo constituiría una parte de las importantes aglomeraciones que surgieron a finales de la Edad del Hierro (Collis et al. 2000; Barral 2011; Nouvel 2011; Barral y Nouvel 2012; Barral y Lallemand 2014). Por ello, frente al modelo procedente de la geografía funcionalista que contempla la ciudad como una organización piramidal, centrípeta, jerárquica y con funciones centrales, han surgido propuestas, basadas en modelos heterárquicos, que consideran la ciudad como un espacio comunitario con diversos polos con funciones complementarias (Pion 2012: 54-55). Cerca de nuestra área de estudio contamos con la prospección de cobertura total realizada en torno al yacimiento de Villasviejas del Tamuja (Botija, Cáceres) (Hernández Hernández et al. 2009a; Hernández Hernández et al. 2009b). En ella se ha inspeccionado el terreno comprendido en un círculo de 1,5 km de radio alrededor del castro. De este modo, se han detectado un total de 13 nuevos asentamientos del Hierro Pleno, todos de pequeño tamaño, que se unen al sitio fortificado y a las tres necrópolis LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 216 conocidos con anterioridad. De ellos, 11 se encuentran a menos de medio km de distancia respecto a Villasviejas, mientras que los otros dos están situados aproximadamente a 1 km. Es posible que algunas de estas estaciones estuvieran dedicadas a una funcionalidad específica, como el trabajo del metal o la explotación del campo y el ganado. La menor entidad de estos enclaves, junto a su carácter abierto, su menor extensión temporal y la ausencia en los mismos de elementos de prestigio, lleva a sus descubridores a plantear su carácter de “asentamientos satélites” con respecto al castro (Hernández Hernández et al. 2009b: 124). Dentro de nuestra zona de estudio se han realizado prospecciones intensivas en un área de cinco km de radio alrededor del Cerro de la Mesa (Charro Lobato y Cabrera Díez 2011: 216-217), aunque sus resultados aún no han sido publicados. También se ha llevado a cabo un programa de prospecciones intensivas del entorno inmediato de Ulaca (Ruiz Zapatero y Álvarez- Sanchís 1999: 46), en el marco del cual se realizaron en el año 2003 una serie de sondeos para intentar localizar la necrópolis del oppidum (ver capítulo 5). Al año siguiente se excavó en extensión en torno a los dos sondeos que habían deparado unos resultados más prometedores, configurándose de este modo dos sectores de excavación (A y B), que pasamos a describir brevemente a continuación: El sector A fue planteado inicialmente como un corte de 7 x 7 m, abierto alrededor del sondeo 5 de la campaña de 2003, pero se fue ampliando progresivamente por el oeste hasta alcanzar los 58 m² (figs. 4.29 y 4.30.5). La secuencia de este sector se inicia, bajo la fina capa de manto vegetal (UE 1), con un nivel de color gris claro y textura terrosa (UE 2), que rellena el nivel superficial de una fosa excavada en un nivel estéril de granito meteorizado (UE 3) (figs. 4.30.1-2 y 4.31). Tanto la UE 2 como el nivel geológico UE 3 presentan en su superficie una serie de marcas de arado (UE 7) en distintas direcciones. Dichas marcas se deben al uso de un arado de madera en estos terrenos, cultivados con centeno hasta los años 70 del siglo pasado (Álvarez-Sanchís et al. 2008: 349 y 355). La UE 2 incluye un nivel compacto de manteado de barro con improntas de ramas (UE 62), que ocupa fundamentalmente los cuadros C4 y D4. Bajo la UE 2 se documentó un nivel compuesto por un sedimento de color negro, muy fino, de aspecto y textura cenicienta (UE 60), que también forma parte del relleno de la gran fosa rectangular (UE 92) excavada en el nivel geológico (figs. 4.30.3 y 4.32). En la zona noroeste del sector A, la UE 2 cubre a la UE 63, un nivel muy similar a la UE 60, pero al que se decidió dar una denominación diferente por precaución (fig. 4.30.4). De igual CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 217 Fig. 4.29. Planimetría del sector A: nivel “basurero” e inicio de la UE 60. Se ha marcado en línea discontinua el trazado del sondeo 5 (2 x 2 m) de la campaña de 2003. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 218 Fig. 4.30. Diferentes vistas del sector A: 1) fosa principal desde el suroeste, con el relleno UE 2 y el inicio de la UE 60; 2) ídem desde el noreste; 3) esquina meridional de la fosa principal con el relleno UE 60; 4) fosa secundaria y relleno UE 63; 5) fosas UE 92 y 96 desde el suroeste; 6) dolia situados en la esquina sur de la fosa principal (n.º 6 según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 21). modo, a la fosa secundaria que corta el nivel estéril (UE 3) en esta zona noroeste se le ha asignado un número diferente de UE (96). En la esquina meridional de la fosa UE 92 se encontraron tres recipientes cerámicos de grandes dimensiones (dolia) (UEs 66, 67 y 68) (fig. 4.30.6), con sus correspondientes rellenos (UEs 61, 64 y 65, respectivamente), encajados en unas fosas de pequeñas dimensiones (UEs 93, 94 y 95, respectivamente). Por último, en el relleno de la fosa UE 96 se documentó un pequeño muro de piedra con CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 219 Fig. 4.31. Secuencia estratigráfica del sector A. un revoco de barro (UE 69), así como su pequeña fosa de cimentación (UE 91) y su relleno UE 90. Así pues, en el sector A lo más destacado fue el descubrimiento de una gran fosa rectangular (UE 92), que parece continuar hacia el noroeste (UE 96). La fosa principal UE 92 se encuentra colmatada por el estrato superficial UE 2 y el más profundo UE 60, aunque la potencia de ambos varía mucho. Así, en el extremo suroeste de la fosa la UE 2 tiene muy poca potencia y la UE 60 aparece de manera muy superficial (figs. 4.29 y 4.30.1), mientras que hacia el noreste la potencia de la UE 2 aumenta y la UE 60 parece encontrarse a mayor profundidad, aunque esta zona no terminó de excavarse (fig. 4.32). La UE 2 está compuesta por una gran cantidad de fragmentos cerámicos (más de 10.000), sin conexiones destacables entre sí, numerosos huesos de gran formato, fragmentos de manteado de barro con improntas de ramas y escorias de tamaño considerable, por lo que podría tratarse de un basurero que amortiza el nivel de uso y destrucción de la fosa (UE 60). Por su parte, en la UE 60 destaca la presencia de tres grandes recipientes de cerámica que contenían importantes cantidades de cereal carbonizado (fig. 4.30.6). Junto a ellos aparecieron otros conjuntos cerámicos, entre los que sobresalen dos vasos de pequeño tamaño realizados a mano. En esta UE se LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 220 Fig. 4.32. Planimetría del sector A: nivel “taller”. CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 221 descubrieron también varias placas de bronce de grandes dimensiones, una de las cuales contenía una cantidad importante de cereal carbonizado, que seguramente formaron parte de un caldero. Asimismo, se hallaron restos de madera carbonizada, siendo los encontrados en contacto con el fondo de la fosa los que tenían una entidad mayor, y grandes fragmentos de adobe y de manteado de barro de color naranja intenso. Todo parece indicar que la UE 60 es el nivel de ocupación de la fosa, que en un momento determinado sufrió un importante incendio. Por otro lado, la fosa secundaria UE 96 parece seguir una trayectoria idéntica a la de la fosa principal, ya que debajo del nivel de basurero UE 2 se encontró un estrato afectado por el fuego (UE 63), con algunos conjuntos cerámicos y restos de adobes, aunque en este caso sí se pudo documentar un pequeño muro de piedra con un revoco de barro (UE 69) (fig. 4.30.4). A unos 40 m al sur del sector A se planteó el sector B (fig. 4.33), en un principio como un corte de 20 x 8 m excavado alrededor del sondeo 13 del año 2003, pero con posterioridad se amplió por el noroeste hasta alcanzar los 175 m² (figs. 4.34 y 4.35.1). En este sector bajo los niveles modernos y el perteneciente a la necrópolis, que serán descritos en el capítulo siguiente, aparecieron una serie de muros en dirección este-oeste (UEs 21, 23, 31 y 54) y norte-sur (UE 53), así como diversos suelos de tierra con cerámicas en posición horizontal (UEs 22, 33, 32, 58 y 71 –este último cubierto por la UE 58–), un suelo de barro cocido (UE 57) y un suelo de lajas horizontales (UE 59); todo ello sobre los niveles geológicos (UEs 8 y 9) (figs. 4.35 y 4.36). Los distintos muros exhumados están levantados con piedras graníticas de tamaño mediano/grande. La UE 21 es un muro de mampostería en seco de unos 70 cm de espesor, que conserva un máximo de tres hiladas y presenta la cara norte bien definida, no así el lado sur que se encuentra adosado al nivel geológico UE 9 (fig. 4.35.2). El muro UE 23 tiene las mismas características, aunque su espesor es de un metro más o menos (fig. 4.35.3). El muro UE 31 es muy similar a los dos anteriores, conserva dos hiladas, tiene unos 70 cm de espesor y su lado sur está adosado al nivel geológico UE 8 (fig. 4.35.4). El muro UE 54, también de unos 70 cm de espesor, conserva sólo una hilada de alzado, pero, a pesar de ello, presenta dos caras bastante bien definidas, tanto en su lado norte como en el sur (fig. 4.35.6). Finalmente, la UE 53 está compuesta por cinco lajas de grandes dimensiones, colocadas horizontalmente, en contacto directo con el muro UE 54 (fig. 4.35.5). El desnivel del terreno, mayor cuanto más al sur, y la diferente factura de los muros UE 21, 23 y 31 con respecto al muro UE 54, nos hace pensar que los tres LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 222 Fig. 4.33. Vista general de la excavación realizada en el año 2004 en la zona baja de la ladera norte del cerro de Ulaca. En primer término aparece el sector B y en el centro de la fotografía el sector A (según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 13). primeros hubieran funcionado a modo de terrazas. Por otro lado, en este sector también destacan los distintos suelos delimitados por los diferentes muros, especialmente los descubiertos en la esquina noroeste de la excavación (UEs 58 y 71), debido a la gran cantidad de materiales (cerámicos, metálicos, líticos…) que albergaban. En dicha esquina además se documentaron dos posibles hogares, uno de considerable tamaño y forma ovalada (UE 57) y otro más pequeño situado entre los cuadros H19 e I19, junto al muro UE 54, formando parte del suelo UE 71. En conjunto, el sector A y el nivel inferior del sector B han sido interpretados como una zona donde se establecieron un conjunto de estructuras vinculables a talleres y áreas de trabajo artesanal (Ruiz Zapatero 2005a: 36; Álvarez-Sanchís et al. 2008: 355- 357; Álvarez-Sanchís 2011c: 205). En este sentido, se puede mencionar la gran cantidad de fragmentos de molinos circulares encontrados en esta zona, lo que sugiere la posibilidad de que en esta área cercana a los campos de cultivo se hubiera realizado el procesamiento del cereal, que una vez convertido en harina se habría trasladado a lo alto CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 223 Fig. 4.34. Planimetría del sector B: nivel “taller”. Se ha delimitado en línea discontinua el trazado del sondeo 13 de la campaña de 2003. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 224 Fig. 4.35. Diferentes vistas del nivel “taller” del sector B: 1) zona norte del área de excavación; 2) muro UE 21 y suelo UE 22; 3) muro UE 23 y suelo UE 33; 4) muro UE 31 y suelo UE 32; 5) zona noroeste de la excavación; 6) muros UE 53 y 54, hogar UE 57 y suelos UE 59 (lajas) y 71. del oppidum (Ruiz Zapatero 2005a: 32; Álvarez-Sanchís et al. 2008: 357; Álvarez- Sanchís 2011c: 205). También cabe destacar el hallazgo de restos de escorias, que implican la realización de actividades metalúrgicas, y de una zona de almacenaje de cereal en grandes recipientes, el más grande de los cuales (dolium UE 66) tiene capacidad para albergar unos 125 kg de cereal. Es importante señalar que la mayor parte de los fragmentos de molino aparecieron formando parte del muro moderno UE 5 y de los encachados UE 30 y 52 (fig. 4.36), es decir, en el nivel subactual y en el correspondiente a la necrópolis, que está amortizando el nivel “taller”. Asimismo, una CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 225 Fig. 4.36. Secuencia estratigráfica del sector B. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 226 buena parte de las escorias encontradas proceden del basurero UE 2 del sector A y de las UEs 1 y 10 del sector B. Por lo que se refiere a la cronología de estas instalaciones artesanales, contamos con el hallazgo en el suelo UE 33 del sector B de un denario de la ceca de Arekorata (fig. 4.37), fechado a finales del siglo II a.C. (ver texto-caja). Dicha moneda nos proporciona un terminus ante quem para los muros que sirvieron para abancalar este sector, así como una data post quem para el nivel de necrópolis. Por último, resulta necesario aludir a un último elemento relacionado con el espacio periurbano de los núcleos del Hierro II, que sólo recientemente ha empezado a valorarse: las presencia en sus alrededores de “peñas sacras” propiciatorias y oraculares (Almagro-Gorbea 2015), como el “Canto de los Responsos” de Ulaca (fig. 4.38) (Almagro-Gorbea 2006). Éste es un berrueco de grandes dimensiones, cubierto de piedras arrojadas a su parte superior, que se encuentra a unos dos km al suroeste de Ulaca, junto al Camino de la Sierra, justo fuera del área de dominio visual del oppidum. Por ello, estaría “marcando el límite con el saltus, terrae incognitae o “monte”, que en el imaginario popular es refugio de monstruos y seres perturbadores, por lo que parece marcar el límite territorial entre el terreno antropizado y el ya fuera del control humano” (ibíd.: 25). Según Almagro-Gorbea (ibíd.: 24-25), el “Canto de los Responsos” de Ulaca habría funcionado como un lugar de comunicación con el Más Allá, además de haber cumplido, muy posiblemente, funciones oraculares. Su forma casi circular y esférica permite suponer que fuera considerado como un omphalos o punto de convergencia cosmológico entre el mundo subterráneo, el terrestre y el celeste. 4.7. Los espacios domésticos Dentro de nuestra área de estudio se conocen viviendas en el sitio zamorano de San Mamede/Peña Redonda (Romero Perona et al. 2015: 528); en Las Merchanas (Maluquer de Motes 1968: 110-114), Yecla la Vieja (Martín Valls 1998: 177) y el Teso de las Catedrales (Martín Valls et al. 1992: 93-96; Alario García y Macarro Alcalde 2007: 222-223) en Salamanca; en La Mesa de Miranda (Cabré Aguiló et al. 1950: 22- 23; González-Tablas Sastre 2008a), Las Cogotas (Cabré Aguiló 1930: 36-39), Ulaca (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1999: 38-40) y El Raso (Fernández Gómez 1986; 2011) en Ávila; en Coca (Segovia) (Blanco García et al. 2012-2013: 131 y ss.) y en CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 227 Una nueva moneda de Arekorata procedente de Ulaca Posac Mon (1953: 70-71) menciona el posible hallazgo en Ulaca de un denario de la ceca de Arekorata. En el año 2004 en las excavaciones efectuadas en la ladera norte del oppidum de Ulaca apareció otro denario de esta ceca. Desde finales del siglo XIX se han sucedido las propuestas de identificación de esta ciudad, que pese a la importancia de sus emisiones no aparece citada en las fuentes clásicas. Aunque su ubicación aún no ha podido ser establecida con seguridad, la dispersión de las monedas y las evidencias arqueológicas apuntan a la localidad soriana de Muro (Otero Morán 2002: 147-149; 2009: 67-69; Burillo Mozota 2007: 309-312; 2010: 45-48; Jimeno Martínez et al. 2010), donde se levantó la ciudad romana de Augustóbriga. Esta fundación augústea habría tapado, al menos en parte, la ciudad previa de Arekorata, que, por tanto, se encontraría en plena Celtiberia. Las monedas de la ceca de Arekorata pueden agruparse en seis emisiones, de las cuales nos interesa especialmente la serie VI, a la que pertenece la moneda hallada en las últimas excavaciones realizadas en Ulaca. Dicha serie es la más abundante de todas las emitidas por esta ceca y está compuesta por denarios y un nuevo sistema de bronce (unidad, mitad, tercio y cuarto) (Otero Morán 2002: 154; 2009: 67). La marca distintiva de los denarios de esta emisión es el signo circular con un punto central situado detrás de la cabeza masculina del anverso, idéntico al signo ibérico ku, aunque posiblemente se corresponda con un símbolo de carácter solar (íd.). El peso medio de los denarios de esta serie es de 3,69 g (Otero Morán 2002: 155), mientras que el del ejemplar presentado aquí es de 2,9 g, lo que unido a la mancha verdosa presente en los cuartos traseros del caballo, nos lleva a pensar que se trata de una moneda forrada. La cronología de esta emisión se ha establecido, a partir de los distintos hallazgos aislados y de las monedas que forman parte de tesoros, a finales del siglo II a.C. (Villaronga 1994: 274), concretamente en el intervalo 125- 100 a.C. (Otero Morán 2002: 156 y 162), aunque otras autoras la sitúan a comienzos del s. I a.C. (García-Bellido y Blázquez 2001: 28). En cuanto a la dispersión geográfica de esta emisión cabe destacar su extensión hasta el occidente de la Meseta (Otero Morán 2002: 157; 2009), donde se conocían hasta ahora cuatro denarios de la serie VI procedentes de un tesoro encontrado en Salamanca capital (García-Bellido 1974: 382 y 392), a los que hay que sumar el nuevo denario encontrado en Ulaca. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 228 F Fig. 4.38. El “Canto de los Responsos” de Ulaca, situado junto al Camino de la Sierra, con el Valle Amblés al fondo (según Almagro-Gorbea 2006: fig. 2). AREKORATA. Emisión de finales del siglo II a.C. Ae/Ag. Denario forrado. 18 mm. 2,90 g. Cuño: 1 h. Anv.: Cabeza masculina con torques a derecha, peinado de arcos concéntricos pareados; detrás círculo con punto central. Todo dentro de gráfila de puntos. Rev.: Jinete lancero a derecha, visible un solo pie; debajo, sobre exergo, leyenda a.ŕ.e.ko.ŕ.a.ta. Todo dentro de gráfila lineal. VIVES ceca 34, XL-10; NAH, 687; CNH 274, 26; DCPH 28, 15. Ladera norte de Ulaca, excavación del año 2004, sector B, UE 33, cuadro E10. Fig. 4.37. Denario de Arekorata hallado en la falda norte de Ulaca, en la campaña de excavaciones del año 2004. CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 229 Arroyo Manzanas (Moreno Arrastio 1990) y el Cerro de la Mesa (Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004: 179-180; Charro Lobato et al. 2009) en Toledo. Sin embargo, salvo en Las Cogotas, Ulaca y El Raso, el número de casas descubiertas es muy pequeño. En El Castillo de Saldeana el padre Morán (1946: 150) cita la presencia de cimientos de casas circulares y rectangulares, con dos piedras hincadas señalando la entrada, pero la falta de excavaciones en el lugar impide asignarles una cronología concreta. En La Mesa de Miranda las intervenciones recientes han sacado a la luz la práctica totalidad de la denominada casa C, lo que ha posibilitado la reconstrucción virtual de la misma (https://www.youtube.com/watch?v=SUL_sS8s1XA) (Ortiz Moreno 2012). Lo más común es que las viviendas, casi siempre rectangulares o cuadrangulares, se levanten sobre un zócalo de granito o pizarra de altura y grosor variable. Para el recrecimiento de las paredes se empleó el adobe o el tapial y las cubiertas, a una o doble vertiente, estarían construidas con un entramado de troncos y palos que se cubriría con escobas, retama o piorno y se impermeabilizaría con una fina capa de barro (Álvarez-Sanchís 2003c: 141; Álvarez-Sanchís y González-Tablas 2005: 32; Ruiz Zapatero 2009a: 232-233; López García 2012: 117 y ss.). Pero, este modelo ideal admite variaciones regionales, ya que en San Mamede/Peña Redonda se ha documentado en esta fase la presencia de una cabaña circular con zócalo de piedra (Romero Perona et al. 2015: 528). Asimismo, las construcciones descubiertas en el Teso de las Catedrales (Alario García y Macarro Alcalde 2007: 222-223) y en Coca (Blanco García et al. 2012-2013: 131 y ss.) están levantadas a base de muros de adobe y tapial, raramente sobre cimentaciones de piedra, como es habitual en el centro de la cuenca del Duero (Sanz Mínguez y Martín Valls 2004: 317; Sacristán de Lama 2010: 136). Por tanto, en dichos enclaves se siguen empleando las técnicas constructivas de época soteña, aunque aplicadas a casas de planta rectangular. Por último, en Ulaca Ruiz Zapatero (2005a: 25) ha propuesto que, dada la escasez de restos de adobe o tapial en el yacimiento y la abundancia de granito, los alzados fueran de piedra hasta la cubierta, al modo de las tinadas o chozos de pastores que se han venido levantando en la zona hasta hace pocos años (Navarro Barba 2004: 215-221). Por otro lado, las estructuras auxiliares (despensas, graneros, encerraderos…) en cada sitio están construidas con los mismos materiales que las viviendas: adobe en el Teso de las Catedrales y piedra con alzado de tapial en El Raso, por ejemplo. Sin embargo, en el primer núcleo su planta es rectangular, mientras que en el segundo, en file:///G:/Tesis%20cap.%204%20(III).doc LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 230 algunos casos, es circular (fig. 4.28). Como hemos comentado ya, en las excavaciones de este último yacimiento se han exhumado diferentes conjuntos de habitación, compuestos por una o varias casas y diversas estructuras domésticas auxiliares, separados del resto de construcciones del enclave por medio de muros. Las distintas viviendas documentadas en el occidente meseteño se pueden agrupar en dos tipos básicos a partir de sus plantas (Ruiz Zapatero 2009a: 233): 1) rectangulares, con una única estancia o compartimentadas en unos pocos departamentos, de dos a cuatro generalmente; 2) cuadrangulares, con un mayor número de estancias y una distribución modular que revela fuertes influencias orientalizantes, con plantas que recuerdan la del palacio-santuario de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) (Álvarez-Sanchís 2003c: 147; Fernández Gómez 2008: 192-193). En el primer modelo las casas suelen estar compuestas por una habitación de entrada o vestíbulo, la estancia central con el hogar y una despensa al fondo (figs. 4.39 y 4.40) (Fernández Gómez 1986: 492). El segundo tipo se caracteriza por contar con un hogar en el centro de la vivienda y el resto de habitaciones a su alrededor (figs. 4.40 y 4.41) (Fernández Gómez 2008: 193). Por delante de la fachada de la casa puede haber un porche cubierto, como sucede en El Raso (Fernández Gómez 1986: 487). En este espacio se desarrollaría gran parte de la vida y las actividades domésticas de la familia en los momentos en los que el clima lo permitiera. El vestíbulo de la vivienda estaría destinado a zona de trabajos domésticos (molienda del cereal, hilado, tejido…) y también podría servir como cuadra para caballos, asnos o bueyes (Fernández Gómez 2008: 193-194; 2011: 374 y 378). La Fig. 4.39. Planta parcial de una vivienda exhumada en el solar del Trilingüe del Teso de las Catedrales (Salamanca) (según Macarro Alcalde y Alario García 2012: lám. 53). CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 231 Fig. 4.40. Selección de plantas de viviendas pertenecientes a los distintos núcleos excavados en El Raso (modificado a partir de Fernández Gómez 2011: figs. 554 y 555). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 232 Fig. 4.41. (a) Planimetría de la casa C de La Mesa de Miranda (según González-Tablas Sastre 2008a: fig. 5). (b) Interpretación funcional de los distintos espacios (según Ruiz Zapatero 2009a: fig. 8). estancia central con el hogar constituiría el lugar donde se prepararían los alimentos y se descansaría, como demuestra la presencia habitual de un banco. En las despensas se almacenaría grano y líquidos en grandes vasos de provisiones, así como distintos enseres (Fernández Gómez 2008: 193; 2011: 378). En las casas de la Segunda Edad del Hierro se advierte un notable incremento del grado de privacidad con respecto a las estructuras domésticas del Hierro I. Ya hemos visto cómo en El Raso las puertas de las casas no suelen dar a las calles principales o frente a la entrada de las viviendas próximas. Además, desde la puerta no se puede vislumbrar la estancia central con el hogar, debido a que el paso entre el vestíbulo y la cocina no está en el mismo eje que la entrada principal (figs. 4.40 y 4.41) (Fernández Gómez 1986: 488; 2011: 375). Asimismo, en los diagramas de permeabilidad disponibles (sensu Hillier y Hanson 1984) se observa un control estricto del acceso al interior de la casa desde el exterior (fig. 4.42). En viviendas con una elevada compartimentación interna destaca la presencia de espacios distribuidores de la CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 233 Fig. 4.42. Diagramas de permeabilidad: a) viviendas de El Raso (según Fernández Gómez 2011: fig. 552); b) casa C de La Mesa de Miranda (según López García 2012: fig. 34). circulación; en el caso de la casa C de La Mesa de Miranda éstos serían el patio y la estancia central (figs. 4.41 y 4.42) (González-Tablas Sastre 2008a: 207; Ruiz Zapatero 2009a: 234; López García 2012: 155-157). También hay que tener en cuenta los muros y desniveles presentes en el interior de las viviendas, que determinarían el recorrido circulatorio interno. En los oppida de la Europa Templada se ha observado una proliferación de cerrojos y llaves a partir del s. II a.C., hecho que se ha puesto en relación con cambios en la forma de percibir a los vecinos y de relacionarse con ellos, debido a la concentración de un importante número de personas en un mismo enclave (Wells 2011: 439; Fernández-Götz 2013: 146). Así, surgiría la necesidad de proteger las pertenencias personales frente a vecinos desconocidos o en los cuales no se confiaba. De igual modo, se emplearían cajas y arcones para guardar objetos en el interior de las casas. Esto estaría indicando una importancia creciente de las tendencias individualizadoras, tanto de personas individuales como de las unidades domésticas frente a la comunidad (Fernández-Götz 2013: 146). En nuestra zona de estudio contamos para esta fase con llaves de hierro como la encontrada en el Cerro de la Mesa (Charro Lobato y Cabrera Díez 2011: 215). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 234 En el occidente meseteño la superficie de las viviendas oscila por término medio entre 50 y 150 m² (Álvarez-Sanchís 2003c: 145). No obstante, en Las Cogotas algunas casas superan los 200 m² (Cabré Aguiló 1930: 37) y en Ulaca la superficie varía entre 50 y 250 m², aunque se han documentado estructuras que alcanzan 400 e incluso 700 m² (Álvarez-Sanchís 2003c: 145-147). La vivienda de 50/80 m², que es la más extendida en la Meseta Occidental, podría relacionarse con una familia nuclear (ibíd.: 145). En El Raso de las diez casas excavadas con más de 80 m², nueve pertenecen al modelo cuadrangular, como se puede comprobar en el gráfico de la fig. 4.43. Por ello, cabe preguntarse por el grupo residente en este tipo de viviendas más amplias. Comparando las plantas de las casas rectangulares y cuadrangulares de El Raso, parece que la diferencia más importante entre ellas es la mayor superficie destinada a vestíbulo y despensas en el segundo modelo. De este modo, es posible que el tamaño dispar de las viviendas responda a una mayor capacidad de acumulación de capital económico por parte de determinadas familias. En este sentido, se puede citar el hallazgo en las casas cuadrangulares A2 y D8 de sendos tesorillos, formados por objetos de adorno personal y monedas de plata en el primer caso (Fernández Gómez 1979) y por monedas de bronce en el segundo (Fernández Gómez 2011: 130-133). Por último, la carga simbólica asociada a las viviendas durante esta fase se puede constatar en depósitos con restos óseos animales enterrados bajo el pavimento en contextos domésticos, como el localizado junto a uno de los umbrales de entrada a la Casa 1 del Cerro de la Mesa (Cabrera Díez y Moreno-García 2014). Dicho depósito estaba formado por un pequeño cuenco de cerámica a mano, que habría contenido alguna sustancia formada por una mezcla de elementos de origen animal y vegetal, y un conjunto de huesos de animales, pertenecientes al menos a cinco ovinos (posiblemente cuatro ovejas y un carnero); todo ello en el interior de una fosa de pequeño tamaño. A partir de sus características, el depósito del Cerro de la Mesa se ha interpretado como una ofrenda de fundación de la vivienda, llevada a cabo durante la construcción o remodelación de la misma. Alternativamente, Cabrera Díez y Moreno-García (ibíd.: 144-145) han planteado que se tratara de un rito relacionado con la purificación del recinto, así como con la protección y fertilidad del ganado y la propiciación del trabajo doméstico. Quizá vinculado con este tipo de rituales haya que interpretar el depósito encontrado en la dependencia 7 de la casa C de La Mesa de Miranda (López García 2012: 109-110). En este caso el conjunto estaba formado por una urna cerámica con su CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 235 Fig. 4.43. Tamaño de las viviendas rectangulares y cuadrangulares en El Raso, sin contabilizar porches ni corrales (elaborada a partir de los datos de Fernández Gómez 1986; 2011). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 236 tapadera, el asa de un caldero de hierro, un canto rodado pintado de negro por uno de sus lados y la mandíbula de un suido. CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 237 CAPÍTULO 5 NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 5.1. El significado de las necrópolis de incineración Tras los escasos vestigios funerarios recuperados en nuestra zona de estudio durante el Hierro Inicial, a mediados-finales del s. V a.C. surgieron una serie de importantes necrópolis de incineración a ambos lados del Sistema Central. Así, durante la Segunda Edad del Hierro el ritual predominante habría sido la incineración. Ésta es una operación compleja que implica la transformación del cadáver y su posterior enterramiento, además de ser costosa tanto en términos de tiempo como de elementos necesarios para su realización (combustible y posible ajuar) (McKinley 2006: 81). La cremación es una operación preliminar al entierro, cuya particularidad principal es la relativa rapidez con la que se produce la transformación del cuerpo, frente a la inhumación o la exposición del cadáver (Jimeno Martínez et al. 2004: 305). En este sentido, se ha calculado en siete u ocho horas el tiempo necesario para completar la incineración en una pira, siempre que se mantenga de manera constante una elevada temperatura en la misma (McKinley 1989: 67). En cuanto a las necesidades de combustible, la cremación de un cuerpo humano requiere la quema de alrededor de una tonelada de madera (Parker Pearson 1999a: 49). Aunque las creencias en torno al ritual de la incineración son muy variadas, la mayor parte de ellas aluden a la liberación del alma para que pueda alcanzar la otra vida o reencarnarse, o, alternativamente, a su realización por motivos de higiene (McKinley 2006: 86). Para Torres Rodríguez (2013: 232-235) las implicaciones sociales y simbólicas de la aparición de las necrópolis de incineración en el valle medio del Tajo serían básicamente dos: el cambio en la percepción de la realidad que rodea a estas poblaciones y las características del orden social que pretende reflejarse en los espacios LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 238 de enterramiento. El surgimiento de las necrópolis constituye un hito más en la apropiación del paisaje y supone un indicio de primer orden de la creciente importancia del tiempo como principio estructurador de la realidad (Hernando Gonzalo 2002: pass.). Ahora las comunidades reservarán un espacio sagrado para enterrar a los muertos de cada linaje o familia, convertidos así en antepasados o ancestros. Situar los restos funerarios bajo tierra y crear un lugar en el que el muerto pueda descansar crea un sentido de cierre de un ciclo vital, a la vez que constituye una afirmación territorial (Bradley 1990: 131). En este sentido, en muchos grupos documentados por los etnógrafos son los muertos los que guardan la propiedad de la tierra (Lévy-Bruhl 1985 [1927]: 88, citado en Hernando Gonzalo 2002: 155-156). En Samoa, por ejemplo, “la presencia de tumbas ancestrales es la mejor prueba que existe sobre la posesión perpetua de tierras” (Barley 2012: 173). Así, los antepasados justifican y legitiman el derecho exclusivo a explotar la tierra por parte de sus descendientes. Asimismo, las necrópolis son espacios simbólicos en los que se trata de plasmar un determinado orden social, que puede reproducir de manera fidedigna o distorsionada el de los vivos (Torres Rodríguez 2013: 234). De este modo, las prácticas funerarias pueden reflejar no sólo las condiciones reales del difunto y su grupo de parentesco, sino también sus expectativas. Por ello, los rituales funerarios constituyen una arena para la competición social y la expresión de riqueza y desigualdades dentro de la comunidad (Ruiz-Gálvez Priego 2007: 186; Pereira Sieso y Torres Rodríguez 2014; Torres Rodríguez 2014). En el caso concreto de la incineración se trata de una práctica con un fuerte contenido visual, por lo que constituye un escenario perfecto para la exhibición del poder y la riqueza del difunto y su familia. Así, tanto el tipo y la cantidad de combustible utilizado en la pira funeraria, como el ajuar depositado junto al muerto o las ofrendas realizadas durante la ceremonia, suponen campos en los que se puede invertir riqueza y, de esta manera, ensalzar el prestigio del difunto y su grupo familiar (Ruiz-Gálvez Priego 2007: 187; Torres Rodríguez 2013: 234). 5.2. Características generales de los cementerios En la Meseta Occidental contamos con un importante registro funerario correspondiente a la Segunda Edad del Hierro, aunque de calidad muy desigual CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 239 (Sánchez Moreno 2000: 87-103; Álvarez-Sanchís 2003c: 169-172; Bonnaud 2006: 188- 196; M. Corbí 2008). Disponemos de necrópolis con una sola tumba publicada, como en el caso de Los Tejares (fig. 5.1) (López Jiménez y Martínez Calvo 2009), Ulaca (Álvarez-Sanchís et al. 2008) y El Cardenillo (González Cordero et al. 1990; González Cordero 1999); cementerios con miles de enterramientos excavados, como La Osera (2267 tumbas) (Cabré Aguiló et al. 1950; Baquedano Beltrán 2016) y Las Cogotas (1613 tumbas) (Cabré Aguiló 1932; Kurtz 1987) y necrópolis con unas pocas decenas de depósitos funerarios documentados, como en Pajares (33 tumbas) (Celestino Pérez 1999) y en El Castillejo de la Orden (15 tumbas) (fig. 5.2) (Esteban Ortega et al. 1988). En los diversos núcleos funerarios descubiertos en El Raso se han exhumado 123 conjuntos (Fernández Gómez 1986; 1997), que han sido publicados con las correspondientes plantas y secciones de las tumbas (algo excepcional en nuestra área de estudio). De este cementerio procede también el único análisis antropológico con el que Fig. 5.1. Planta del Túmulo A y conjunto de la Tumba 1 de la necrópolis de Los Tejares (según López Jiménez y Martínez Calvo 2009: fig. 6). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 240 Fig. 5.2. Tumbas excavadas en las zonas A y B de la necrópolis de El Castillejo de la Orden (a excepción de las sepulturas 8 y 9) (según Martín Bravo 1999: fig. 56). CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 241 contamos, realizado sobre un total de 85 incineraciones (Alcázar Godoy y Suárez López 1997). Finalmente, tenemos referencias sobre la posible existencia de otras necrópolis en el occidente de la Meseta a partir de hallazgos casuales o de superficie: Sieteiglesias (Bellido Blanco y Cruz Sánchez 1993: 274), Cuesta del Mercado (Blanco García 1994), Arroyo Manzanas (Moreno Arrastio 1995: 289), El Castillejo de Valdecañas (Martín Bravo 1999: 183-187), Alconétar (Martín Bravo 1999: 164-165) y El Zamarril (Martín Bravo 1999: 141-143). Así, para toda la zona noroccidental de nuestro ámbito de estudio, es decir, el occidente de Salamanca y el sur de Zamora, carecemos de datos sobre sus lugares de enterramiento. Ello nos lleva a pensar en la continuidad en estas áreas del ritual funerario característico del mundo soteño, que, como hemos visto, no deja huellas reconocibles en el registro arqueológico. Según Álvarez-Sanchís (2003c: 172) las características comunes a todos estos cementerios serían: 1) su localización frente a las puertas de los poblados, a unos 150- 300 m de distancia; 2) su intervisibilidad respecto al asentamiento; 3) su proximidad a corrientes de agua continuas, que discurren normalmente al este o al oeste de las necrópolis; 4) su peculiar ordenación espacial, presentando distintas áreas individualizadas separadas por espacios estériles (fig. 5.3). La cremación de los Fig. 5.3. Plano general de la necrópolis de La Osera y sus seis zonas de enterramiento (según Álvarez-Sanchís 2006: 17). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 242 cadáveres debió realizarse en ustrina, como los localizados en el cementerio de Los Tejares (López Jiménez y Martínez Calvo 2009: 125-127). La mayor parte de los enterramientos son incineraciones simples en hoyo o en un pequeño rebaje del suelo, sin apenas protección. Sin embargo, en determinadas ocasiones se encuentran cubiertos por estructuras tumulares y encachados de piedra (La Osera, El Raso, Ulaca y Los Tejares) o estelas (Las Cogotas). Algunos de los túmulos de La Osera se encontraban vacíos, por lo que han sido interpretados como cenotafios dedicados a personas muertas lejos de su hogar (Baquedano Beltrán y Martín Escorza 1995: 34; 1996: 180-181), explicación que cuenta con soporte etnográfico, a partir de su constatación entre diversas sociedades preindustriales africanas (Ucko 1969: 271). En esta misma necrópolis se ha documentado la presencia de estelas relacionadas espacialmente con las zonas de enterramiento excavadas por Cabré, aunque sin señalizar tumbas concretas, lo que ha llevado a distintos autores a buscar una explicación astronómica a esta disposición particular (Baquedano Beltrán y Martín Escorza 1998; 2008; Pérez Gutiérrez 2009; 2010: 168-177; Baquedano Beltrán 2016: cap. 3), línea de investigación que se ha extendido recientemente a los propios túmulos del cementerio (Baquedano Beltrán y Martín Escorza 2009). Así, se ha planteado que las estelas hubieran funcionado como marcadores de los días más importantes del año (solsticios y principales fechas del calendario ritual celta), además de dibujar la constelación de Orión. La demografía y la lectura sociológica de las necrópolis serán abordadas en el capítulo siguiente, por lo que aquí nos vamos a limitar a exponer algunas cuestiones relevantes que se pueden plantear a partir del análisis antropológico llevado a cabo en El Raso (Alcázar Godoy y Suárez López 1997). En la representación porcentual de los diferentes grupos de edad reconocidos en dicho análisis se observa una escasez de enterramientos pertenecientes a neonatos e individuos infantiles (fig. 5.4). Esta situación ha sido constatada en casi todos los cementerios peninsulares que disponen de un estudio antropológico (Baquedano Beltrán 2016: 285). Precisamente una de las tumbas infantiles, la número 79 del núcleo de “Las Guijas B”, contiene un ajuar significativo que incluye una arracada de oro (Fernández Gómez 1997: 31-34), lo que nos estaría hablando de la posible existencia de un rango adscrito en el seno de esta comunidad. Sobre la identificación por sexo de los distintos grupos de edad es poco lo que puede decirse, ya que sólo ha podido estimarse el sexo de 26 individuos adultos (fig. 5.5). Sin embargo, resulta especialmente interesante la tumba 119, localizada en “El Romo”, CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 243 Fig. 5.4. Representación porcentual de los distintos grupos de edad reconocidos en la necrópolis de El Raso. Elaborada a partir del análisis antropológico realizado por Alcázar Godoy y Suárez López (1997). Fig. 5.5. Estimación del sexo por grupos de edad en la necrópolis de El Raso. Elaborada a partir del estudio antropológico llevado a cabo por Alcázar Godoy y Suárez López (1997). perteneciente a una mujer adulta, puesto que contiene una espada de frontón con su vaina correspondiente (ibíd.: 70-71). Este caso podría relacionarse con el hecho de que “en muchas partes del mundo, cuanta más importancia social alcanza una mujer, tanto más se la clasifica simbólicamente como varón. De modo que en Benin a una Reina Madre que se haya convertido en ejemplo de éxito y fertilidad femeninos se la trata y se LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 244 la entierra como a un hombre” (Barley 2012: 112-113). Esta circunstancia nos alerta contra las oposiciones binarias de objetos típicos asignados a cada sexo en tumbas de la Edad del Hierro (Arnold 2016; Jordan 2016). Aunque el ritual incinerador sería el mayoritario, habría convivido durante el Hierro II con la inhumación de los cadáveres, la exposición de los mismos o su descarnación, e incluso con la realización de sacrificios humanos (Ruiz Zapatero y Lorrio 1995: 235-237). Así, en la pequeña necrópolis de la Segunda Edad del Hierro de Arroyo Manzanas se ha podido documentar la coexistencia de inhumaciones e incineraciones (Moreno Arrastio 1995: 289), rasgo también presente en las fases III (primera mitad del s. IV a.C.) y IV (segunda mitad del s. IV-inicio del s. III a.C.) de la necrópolis toledana de Palomar de Pintado (Torres Rodríguez 2013: tabla 6.1; Pereira Sieso y Torres Rodríguez 2014: fig. 3). En estos contextos no parece que se puedan interpretar como fruto de muertes accidentales o de acciones violentas (Ruiz Zapatero y Lorrio 1995: 236). La práctica de rituales como la descarnación o la exposición de los cadáveres es conocida en la Meseta a través de las fuentes clásicas y la iconografía. Silio Itálico (Pun. III, 340-343) y Claudio Eliano (De nat. anim. X, 22) se refieren a la costumbre de celtíberos y vacceos de dejar que los buitres devoraran los cuerpos de los guerreros muertos en combate, para que estos animales sagrados transportaran el alma del difunto a los cielos. Esta práctica aparece representada, por ejemplo, en dos fragmentos cerámicos descubiertos en Numancia (Marco Simón 1993: 502 y fig. 1; Blázquez Martínez 2004: 181) y resulta similar al hábito documentado entre los Nandi de Kenia, que abandonan a sus muertos para que sean devorados por las hienas y, de esta manera, el corazón de los fallecidos pueda realizar el viaje a la tierra de los espíritus (Ucko 1969: 270). Asimismo, las fuentes literarias mencionan la realización de sacrificios humanos entre las poblaciones prerromanas del norte y el occidente peninsular, incluidos los habitantes de Bletisama, identificada habitualmente con Ledesma (Estrabón 3, 3, 6; 3, 3, 7; Livio Per. 49; Plutarco Quaest. Rom. 83). Quizá habría que poner en relación con los sacrificios humanos una serie de representaciones en piedra de cabezas cortadas procedentes de Yecla de Yeltes (Blázquez Martínez 1962), Plasencia (Sayans Castaños 1964), La Vera (Abad Casal y Mora Rodríguez 1979) o Candelario (en este caso bifronte) (Muñoz García 1953), aunque su datación y funcionalidad no es segura (Sánchez Moreno 2000: 247; Álvarez-Sanchís 2003c: 313), CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 245 así como un par de cráneos inhumados en la necrópolis de La Osera (Cabré Aguiló et al. 1950: 100 y 166; Baquedano Beltrán 2016: vol. I: 77-79). 5.3. La necrópolis de Ulaca En septiembre del año 2002, en el marco de los trabajos de prospección del área occidental del Valle Amblés ya aludidos con anterioridad, se detectaron en la falda norte del oppidum de Ulaca una serie de remociones en el suelo que parecían corresponder a excavaciones clandestinas, seguramente llevadas a cabo con la ayuda de un detector de metales con el objetivo de localizar sepulturas con ajuares metálicos. Para comprobar la existencia en esta zona de una necrópolis de incineración de la Edad del Hierro se realizaron, en septiembre de 2003, una serie de sondeos en el terreno (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2004: 107). La intervención arqueológica consistió en la excavación de trece cortes (de 2 x 1 m, ampliados en ocasiones a 2 x 2 m o 4 x 1 m), planteados en un muestreo aleatorio, en la zona baja de la ladera norte del cerro de Ulaca (fig. 5.6). La disposición de los sondeos tuvo en cuenta los resultados obtenidos previamente en una prospección con georradar (zonas A y B), llevada a cabo en esta área de pendiente suave conocida como “Fuente de Sabucedo”. Mediante este método se detectaron signos claros de alteraciones en el subsuelo, aunque en los cortes 1, 2 y 3, excavados para comprobar la naturaleza de dichas alteraciones, sólo se pudo constatar la presencia de pequeñas bolsadas de arena más suelta o restos de toperas (Álvarez-Sanchís et al. 2008: 349; Álvarez-Sanchís 2011c: 204). Los sondeos 4, 6, 7, 8 y 15 resultaron también estériles, mientras que los cortes 10 y 11 planteados en un inicio no fueron finalmente excavados. En el sondeo 5 se documentó gran cantidad de cerámica, fragmentos de piezas de bronce y huesos de animales, así como parte de una fosa excavada en el terreno (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2004: 107), por lo que fue ampliado durante la campaña del año 2004, dando origen al sector A ya comentado en el capítulo anterior. Asimismo, en los cortes 9, 12 y 14 se descubrieron posibles encachados tumulares relacionados con enterramientos y muros. Por último, en el sondeo 13 se hallaron los restos de una tumba de finales de la Edad del Hierro que pasamos a describir a continuación, basándonos en la publicación de Álvarez-Sanchís et al. (2008: 350 y ss.) y en información inédita. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 246 Fig. 5.6. Ubicación de la necrópolis de Ulaca, de las zonas prospectadas con el georradar (A y B) y de los sondeos realizados (1-9 y 12-15). CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 247 El corte 13, inicialmente de 2 x 1 m, se fue ampliando progresivamente hasta alcanzar los 14 m². Durante su excavación se localizó, bajo la fina capa superficial, un estrato terroso suelto que contenía abundantes fragmentos cerámicos en posición secundaria. Este estrato cubría, a unos 30 cm de profundidad, una estructura de piedras muy compacta, de planta oval, formada por lajas de granito clavadas verticalmente en el suelo. Esta estructura estaba limitada y protegida por un gran encachado cuyos límites quedaban bien definidos en los lados septentrional y meridional, mediante otras piedras dispuestas horizontalmente (fig. 5.7.1). Dicha estructura tumular debió tener originalmente una planta casi circular, pero, posiblemente debido a las modernas Fig. 5.7. Secuencia de la excavación del sondeo 13 (según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 15). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 248 labores de arado, las lajas exteriores se encontraban vencidas hacia los laterales. Constaba de una laja central, de mayor tamaño, alrededor de la cual se disponían otras de menores dimensiones. Se contabilizaron hasta un centenar de piedras, de las cuales, en torno a una veintena presentaba uno o dos cortes de cantería, entre ellas dos fragmentos de molinos reaprovechados (señalados mediante flechas en la fig. 5.7.2). Las lajas quedaban trabadas y ajustadas por medio de cuñas de piedra de pequeño tamaño y nódulos de adobe, lo que daba al conjunto un aspecto muy compacto. Esta cubierta sella una compleja estructura funeraria formada por dos depósitos: 1) El más reciente se encontraba dentro de un hoyo abierto en la tierra cenicienta, cuya base estaba formada por un suelo de pequeñas lajas colocadas horizontalmente, sobre el que apoyaba un lecho de adobes, placas de barro y fragmentos de contenedores cerámicos de grandes dimensiones (figs. 5.7.3 y 5.8). En la parte central, se localizó una urna de cerámica a torno y forma acampanada, decorada con Fig. 5.8. Sección acumulativa del sondeo 13 con los dos depósitos funerarios superpuestos (según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 17). CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 249 con bandas horizontales rojas a mitad del cuerpo y en el interior del borde, que incluía restos de cremación y abundantes carbones y semillas de cereal en su interior. En torno a ella se disponía un pequeño ajuar constituido por una piedra pulimentada, una aguja de hierro, las cachas metálicas de una vaina de puñal con contera discoidal, un fragmento de hoja de hierro de un cuchillo y una cuenta bitroncocónica de color amarillo realizada en pasta vítrea (figs. 5.7.2-3 y 5.9). La urna cineraria estaba sellada con una piedra colocada horizontalmente, sobre la que apoyaba directamente la laja central del túmulo (figs. 5.7.2 y 5.8). A la misma altura de esta piedra horizontal afloraba un nivel compuesto por un número importante de fragmentos cerámicos, especialmente en el tercio occidental de la tumba, sobre los que apoyaban directamente las lajas verticales que conformaban el túmulo. En este depósito superior se han encontrado, en total, fragmentos cerámicos pertenecientes a no menos de 32 recipientes, de los cuales cinco estaban completos cuando fueron depositados. Se trata de la urna cineraria, dos ollas, una de ellas con abundantes restos de cereal, y dos cuencos (uno con bandas pintadas en el interior) (fig. 5.9). 2) Debajo de este depósito se halló una fosa revestida de barro que albergaba un nuevo conjunto de vasos cerámicos y otra urna con restos de cremación (fig. 5.7.4-5). La base del depósito cortaba el nivel geológico y estaba compuesta por un lecho de arcilla grisácea de consistencia muy dura (figs. 5.7.6, 5.8 y 5.10B). El lado oriental del mencionado lecho formaba una especie de escalón sobre el cual se depositó una urna de gran tamaño (figs. 5.7.4 y 5.8), que apareció aplastada, y en cuyo interior se encontraron restos óseos quemados, algunos de ellos humanos, otros de fauna y semillas de cereal carbonizado, así como algún fragmento de cerámica oxidante. En la boca se halló una pequeña cuenta de color azul oscuro realizada en pasta vítrea y junto a la urna un regatón cónico de hierro y un canto pulido (fig. 5.11). En el relleno de la fosa aparecieron piedras de grandes dimensiones, destacando un fragmento de un molino circular, restos de huesos y un elevado número de fragmentos cerámicos (fig. 5.10A), que se corresponden con no menos de 35 recipientes, de los que ocho han podido ser reconstruidos prácticamente enteros, entre ellos la urna cineraria, otras dos vasijas análogas, una olla pequeña con asa en la boca y cuatro cuencos, dos de ellos pintados con motivos de bandas horizontales en rojo, de las cuales, en uno de los casos, penden cuatro medallones (fig. 5.11). Una gran piedra con los lados redondeados, colocada horizontalmente, sellaba el sector superior de la urna cineraria. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 250 Fig. 5.9. Muestra del ajuar encontrado en el depósito superior de la tumba del sondeo 13 (modificada a partir de Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 18). CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 251 Fig. 5.10. Plantas y secciones de la fosa inferior de la tumba del corte 13. A: en proceso de excavación. B: vaciada completamente (según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 16). Así pues, se trata de una tumba de elaboración compleja, con un metro de potencia desde la base de la fosa hasta la parte superior del encachado (fig. 5.8), y formada por dos enterramientos con sus respectivos ajuares. Las similitudes existentes entre los recipientes cerámicos hallados, todos ellos realizados a torno, llevan a pensar que ambos enterramientos fueron depositados en un breve lapso de tiempo. En este sentido, cabe señalar cómo dos de los recipientes encontrados en el nivel superior (la urna cineraria y la olla que contenía numerosos restos de cereal) estaban completos al ser depositados pero unos pocos fragmentos fueron descubiertos en la parte externa del encachado. Es muy posible que la rotura de las dos piezas se produjera al levantar dicho encachado. De igual modo, dos fragmentos de uno de los grandes vasos localizados en el depósito inferior aparecieron en los niveles exteriores de la tumba. A partir del número de elementos que integran los dos conjuntos funerarios, parece plausible que se hubiera buscado un cierto equilibrio en el contenido de ambos depósitos. A pesar de ello, existen diferencias en lo que al ajuar cerámico se refiere. Así, la mayor parte de los recipientes del nivel inferior son lisos, de cocciones mixtas, pastas hojaldradas y CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 252 Fig. 5.11. Muestra del ajuar hallado en el depósito inferior de la tumba del corte 13. desgrasantes cuarcíticos gruesos, mientras que en el superior abundan las cerámicas de cocciones oxidantes, pastas decantadas y decoraciones pintadas con motivos de líneas y bandas horizontales. De este modo, en estos dos grandes conjuntos cerámicos están CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 253 representadas dos cadenas tecnológico operativas distintas, ejemplificadas perfectamente por las dos urnas cinerarias (figs. 5.9.1 y 5.11.1). Como ya hemos visto en el capítulo anterior, en la campaña realizada en el año 2004 se excavó alrededor del sondeo 13 con el objetivo de localizar nuevas tumbas, configurándose así el sector B (fig. 5.12). La secuencia de dicho sector comenzaba, bajo la capa de manto vegetal UE 1, con dos derrumbes de muros subactuales, que habrían servido de separación entre fincas (UEs 5 y 6) y un potente estrato terroso que cubría toda la excavación desde la línea de los 8 m hacia el norte (UE 4) (fig. 4.36). Esta última UE contenía restos cerámicos muy fragmentados y rodados y se encontraba sobre los empedrados UEs 20, 30, 51, 52, 56 y 70, así como sobre los encachados tumulares de la tumba del corte 13 y de la posible tumba UE 80. Dichos empedrados y encachados cubrían casi por completo la zona central y noroccidental de la cata (fig. 5.13), amortizando de este modo los muros y estructuras artesanales del nivel “taller”. En la zona meridional de la excavación la UE 1 cubría directamente al muro subactual UE 6, a la tumba UE 40 y a las UEs 10 y 41. Estas últimas eran dos manchas grisáceas que contenían una gran cantidad de restos cerámicos y óseos, aunque su tamaño era muy distinto, ya que mientras la UE 10 cruzaba de este a oeste toda la cata, la UE 41 y el estrato subyacente UE 42 estaban concentrados en el cuadro A3. Además, dentro del contorno de la UE 10 se encontraban las fosas UEs 14 y 15 con sus correspondientes rellenos UEs 12 y 13. La tumba UE 40 se descubrió al terminar de levantar la UE 1 en la esquina sureste de la cata. De hecho, este rebaje afectó al límite norte de la fosa UE 43 que contenía el depósito (sección A-A’ de la fig. 5.14). Inicialmente, esta tumba se definió a partir de una mancha grisácea que contrastaba con el color marrón del estrato geológico UE 9, en el que está excavada su fosa (fig. 5.15.1). Dicha mancha quedaba delimitada en su lado occidental por una agrupación de piedras de mediano tamaño situadas en dirección norte-sur y en su extremo oriental por otra línea de piedras en dirección noreste-suroeste (fig. 5.15.2). En la parte interna de cada agrupación de piedras apareció una concentración de restos cerámicos correspondientes, al menos, a dos vasijas casi completas (figs. 5.14A y 5.15.3), denominadas “conjunto 6” (la más occidental) (fig. 5.16.1) y “conjunto 7” (la ubicada entre los cuadros B3 y C3). Entre medias se encontraron carbones de grandes dimensiones, huesos quemados, un par de semillas carbonizadas y piedras de granito con signos evidentes de combustión. Además, al sur CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 254 Fig. 5.12. Planimetría del sector B: nivel “necrópolis”. CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 255 Fig. 5.13. Vista general del área de empedrados de la necrópolis de Ulaca (Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 14). de la alineación de piedras más oriental se hallaron dos nuevas agrupaciones de fragmentos cerámicos, que recibieron la denominación de “conjunto 8” (en el extremo este de la fosa) y “conjunto 10” (en la esquina suroccidental del cuadro B3). Conforme fue avanzando la excavación de la UE 40 se pudo documentar, debajo de la alineación de piedras del cuadro C3, un cambio en la textura de la tierra, debido a la acción del fuego que incluso afectó a las propias piedras, así como recuperar varios trozos de carbón vegetal de grandes dimensiones. Asimismo, en el extremo sureste de la fosa, junto al conjunto 8, se localizó un disco de bronce, decorado en su parte central por una serie de líneas concéntricas (fig. 5.16.10), y una varilla de hierro fragmentada (fig. 5.16.9). De igual modo, al levantar el conjunto 7 se descubrieron varios huesos quemados, presumiblemente humanos, muy fragmentados, por lo que todo indica que este conjunto es una urna cineraria. Ésta apareció en conexión, aunque aplastada, y con signos claros de combustión en gran parte de su superficie, de tal modo que, a pesar de ser originalmente una cerámica fina oxidante, muchos de sus restos presentaban una intensa coloración negra. Asimismo, la mayor parte de sus fragmentos están exfoliados, presumiblemente por la intensa acción del fuego. En contacto directo con este conjunto CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 256 Fig. 5.14. Plantas y secciones de la tumba UE 40. A: en proceso de excavación. B: vaciada por completo. se encontró una pesa de telar completa (figs. 5.15.2-5 y 5.16.8), una cuenta de collar de color azul elaborada en pasta vítrea (fig. 5.16.6), una placa de bronce con líneas incisas (fig. 5.16.7) y una hoja de cuchillo de hierro con la punta rota (fig. 5.16.5). En el caso del conjunto 10 se descubrió en su interior una fusayola troncocónica (figs. 5.15.6 y 5.16.11) y varios huesos quemados, posiblemente humanos, por lo que parece tratarse de una nueva urna cineraria. Junto a este conjunto, en su lado meridional, se halló un posible resto de caña de una vaina (fig. 5.16.13). En la esquina sureste del cuadro C3 aparecieron fragmentos de hueso quemado y carbones de gran tamaño que habría que vincular también al conjunto 10, así como la cuenta de pasta vítrea de reducidas dimensiones y color amarillo encontrada en la esquina noroeste del cuadro B2 (fig. 5.16.12). Finalmente, bajo la laja situada en el centro de la fosa, que también presentaba signos evidentes de combustión, se localizó un cuchillo afalcatado de hierro en posición horizontal (fig. 5.16.4). Por su ubicación se puede considerar como parte del ajuar del enterramiento del conjunto 10, pero también se puede interpretar como un elemento empleado en el sacrificio de algún animal que acompañaría a las dos cremaciones. En este sentido cabe mencionar la aparición en la UE 40 de varios dientes de fauna. Al CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 257 Fig. 5.15. Secuencia de la excavación de la tumba UE 40 (n.º 6 según Álvarez-Sanchís et al. 2008: fig. 20). finalizar el vaciado del relleno de la fosa UE 43 se pudo comprobar la naturaleza más o menos plana de su suelo y la potencia máxima de toda la estructura, cercana a los 30 cm (fig. 5.14B). En definitiva, la tumba UE 40 estaba formada por dos enterramientos con sus respectivos ajuares. A partir de las múltiples evidencias de combustión documentadas en esta estructura se puede plantear el incendio intencional de la misma, una vez depositados los diferentes conjuntos en el interior de la fosa. Esto explicaría el cambio en la textura de la tierra, la presencia de carbones de grandes dimensiones y de piedras CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 258 Fig. 5.16. Muestra del ajuar encontrado en la tumba doble UE 40. de granito quemadas, así como la coloración negruzca y el nivel de exfoliación del conjunto 7. CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 259 La posible tumba UE 80 se localizó al limpiar la UE 4 al oeste del sondeo 13, en la línea de los 15 metros. Su aspecto inicial era el de un encachado formado por lajas clavadas verticalmente en el terreno, delimitado en su lado meridional por otras lajas dispuestas horizontalmente, de modo análogo a la tumba del corte 13 (fig. 5.17.1). Este encachado se realizó introduciendo las lajas en un agujero excavado en la tierra (UE 82), de modo que esta estructura corta los suelos UE 58 (al norte) y UE 32 (al sur). En el nivel superficial del encachado apareció un tahalí triangular de hierro con una decoración de líneas paralelas (fig. 5.18), similar a los encontrados formando parte de la vaina de un puñal en las tumbas 4, 9, 17 o 27 de la necrópolis burgalesa de Villanueva de Teba (Ruiz Vélez y Elorza Guinea 1997: fig. 8; Ruiz Vélez 2005: figs. 5, 8 y 10; de Pablo Martínez 2010: 373). Al quitar las lajas verticales de la UE 80 se comprobó la existencia de otra hilada de lajas colocadas verticalmente y de un revestimiento de arcilla de la fosa UE 82. Además, se descubrieron algunas cerámicas entre las piedras (fig. 5.17.2), una de ellas con decoración pintada bícroma (en rojo y marrón oscuro), y una cuenta bitroncocónica de color azul realizada en pasta vítrea (fig. 5.19A). Bajo este segundo nivel de lajas apareció concentrado junto al perfil de la cata un estrato más oscuro y terroso denominado UE 81, que contrastaba claramente con el color Fig. 5.17. Secuencia de la excavación de la posible tumba UE 80. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 260 Fig. 5.18. Tahalí metálico hallado en el nivel superficial de la posible tumba UE 80. Fig. 5.19. Cuenta de collar de pasta vítrea (A) y fusayola (B) encontradas en la posible tumba UE 80. blanquecino y la textura arcillosa de la UE 80. En esta UE 81 se hallaron una serie de fragmentos cerámicos (fig. 5.17.4), abundantes restos de carbones y una fusayola (fig. 5.19B). Debido a la finalización de la campaña de excavación sólo se pudo documentar el techo de la UE 81. No obstante, a partir de las similitudes de esta estructura con la tumba del sondeo 13 pensamos que es en este nuevo estrato en el que se encontraría el enterramiento. En conjunto, de esta posible estructura funeraria se extrajeron más de 70 lajas de entre 30 y 60 cm de longitud, además de una treintena de piedras más pequeñas que habían sido empleadas a modo de cuñas para calzar las lajas. Por otro lado, al sur del sector B la gran mancha grisácea UE 10 contenía, como hemos comentado anteriormente, una gran cantidad de restos cerámicos y multitud de CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 261 huesos de gran tamaño, así como bastantes escorias, algunos fragmentos de adobe y piedras menudas, por lo que puede interpretarse como un nivel de basurero parecido a la UE 2 del sector A. Esta UE 10 ganaba potencia en su zona más septentrional, donde se localizaron las fosas UEs 14 y 15 (figs. 5.12 y 5.20). Los rellenos de ambas fosas (UEs 12 y 13) contienen el mismo tipo de materiales que la UE 10, aunque la tierra salía más suelta y más oscura, debido a la presencia de pequeños fragmentos de carbón. La fosa más septentrional (UE 14) tenía aproximadamente un metro de diámetro y una profundidad de unos 40 cm, mientras que la fosa más meridional (UE 15) superaba el metro y medio de diámetro y alcanzaba el metro de profundidad. En el perfil de esta última fosa apareció una fíbula de bronce en omega completa, aunque fragmentada (fig. 5.20). Dicha fosa recuerda por su forma y profundidad a la tumba del corte 13, por lo que podría haber sido excavada para albergar un nuevo enterramiento, pero al no ser utilizada para este fin se dedicó a basurero. Fig. 5.20. Fosas UE 14 y 15 y fíbula de bronce en omega aparecida en esta última. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 262 En suma, los trabajos arqueológicos desarrollados en la falda norte de Ulaca entre los años 2003 y 2004 han posibilitado el descubrimiento de la necrópolis del oppidum o, al menos, de una de sus áreas de enterramiento (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2004: 107; Ruiz Zapatero 2005a: 35-36; Álvarez-Sanchís et al. 2008: 349-359; Álvarez-Sanchís 2011c: 204-206). Su ubicación, a unos 250 metros en línea recta con respecto al poblado, se ajusta a las características típicas del emplazamiento de los cementerios documentados en la Meseta Occidental (Álvarez-Sanchís 2003c: 172 y figs. 67 y 68 ). Se trata de una necrópolis de incineración con encachados tumulares y sepulturas en hoyo. Los empedrados tumulares hallados hasta ahora no tienen el tamaño de los encontrados en La Osera (Cabré Aguiló et al. 1950; Baquedano Beltrán 2016) o El Raso (Fernández Gómez 1997), pero hay que tener en cuenta la mayor antigüedad de dichos cementerios. Por otra parte, los diversos agujeros practicados por los excavadores furtivos en esta zona sugieren la posibilidad de que buena parte de los enterramientos sean simples sepulturas de incineración en hoyo, como en la cercana necrópolis de Las Cogotas (Cabré Aguiló 1932). Las estructuras funerarias descubiertas en estos trabajos recientes revisten el mayor interés, debido a su notable singularidad. La excavación de la tumba del sondeo 13 ha revelado un tipo de enterramiento no documentado hasta el momento en otros cementerios del occidente de la Meseta. Asimismo, la tumba UE 40 sobresale por el posible incendio intencional de sus enterramientos, una vez dispuestos en el interior de la fosa, además de por su carácter de tumba doble, aunque la presencia de enterramientos dobles e incluso triples no es desconocida en otras necrópolis de la Edad del Hierro como, por ejemplo, la de El Raso (Fernández Gómez 1997: 163-164). Igualmente, en la tumba UE 80 destaca el doble encachado que cubre el posible depósito funerario. No obstante, lo más interesante de las estructuras funerarias localizadas es que han aparecido sobre una zona que, como vimos en el capítulo previo, anteriormente fue utilizada para emplazar una serie de instalaciones artesanales. Así, este sector de la falda norte de Ulaca parece haber estado funcionando durante un tiempo como una zona de talleres, que posteriormente habría sido amortizada de forma deliberada y utilizada como área de enterramiento. De todas maneras, el número de tumbas descubiertas es muy reducido, por lo que la zona excavada podría pertenecer a un sector periférico de la necrópolis, cuya área central estaría más al este (Álvarez- Sanchís et al. 2008: 357). Otra posibilidad es que se trate de depósitos funerarios CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS 263 pertenecientes a los artesanos que trabajaron en los talleres existentes en esta zona, como se ha propuesto en el caso de los dos enterramientos encontrados en el barrio artesanal de Carralaceña, en el complejo arqueológico de Pintia (Padilla-Pesquera de Duero, Valladolid) (Sanz Mínguez et al. 1993; Sanz Mínguez y Romero Carnicero 2007b: 75-76). Finalmente, contamos con diversos elementos para establecer la cronología de las tumbas descubiertas al pie del oppidum de Ulaca: 1) El terminus post quem de finales del s. II a.C. proporcionado para el nivel de necrópolis por la moneda de Arekorata hallada en el sector B (fig. 4.37). 2) Los materiales recuperados en la tumba del sondeo 13, fundamentalmente cerámicas torneadas de los momentos finales de la Edad del Hierro, piezas metálicas como la vaina de puñal con contera discoidal perteneciente a un posible tipo biglobular y las dos cuentas de collar de pasta vítrea, sitúan la cronología de esta estructura funeraria en un momento avanzado del siglo II a.C., llegando incluso a alcanzar el s. I a.C., en el contexto de las guerras sertorianas. Esto explicaría la aparición en superficie, entre las piedras del encachado, de una punta de ballesta de tipología romana (Álvarez- Sanchís et al. 2008: 355), así como la similitud existente entre la urna cineraria del depósito superior de esta tumba (fig. 5.9.1) y el vaso D de la tumba 1 exhumada en el citado barrio artesanal de Carralaceña, cuya cronología se ha fijado a comienzos del siglo I a.C. (Sanz Mínguez et al. 1993; Sanz Mínguez y Romero Carnicero 2007b: 76). 3) La aparición en la tumba UE 40 de unos pocos fragmentos pertenecientes a cerámicas negras bruñidas, cuya producción se ha fechado entre inicios-mediados del siglo II a.C. y época sertoriana (Sanz Mínguez 1998: 161-162, 312-314, fig. 160 y lám. XXVII; Blanco García 2010: 284-286 y fig. 27; Sanz Mínguez et al. 2010b; Romero Carnicero et al. 2012). 4) La presencia en el nivel superficial del encachado superior de la posible tumba UE 80 de un tahalí metálico (fig. 5.18), posiblemente perteneciente a un puñal de filos curvos, modelo que se desarrolló a lo largo del s. II y buena parte del I a.C. (de Pablo Martínez 2010: 389). Asimismo, la documentación entre los dos encachados de unos fragmentos correspondientes a una cerámica con decoración pintada bícroma de bandas, líneas y posiblemente frisos metopados (la pintura está muy deteriorada), un LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 264 tipo de producción que se suele datar en el siglo I a.C. o incluso en fechas posteriores (Sanz Mínguez 1998: 306). En conjunto estas evidencias cronológicas apuntan hacia los comienzos del siglo I a.C. como el momento de uso de esta zona de enterramiento, encuadre temporal que encaja muy bien con la cronología propuesta hasta ahora para la fase final de ocupación del oppidum (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1999: 46; Álvarez-Sanchís 2003c: 166; Ruiz Zapatero 2005a: 37). 265 CAPÍTULO 6 TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 6.1. Especialización artesanal: cerámicas a torno, espadas y verracos En conjunción con la emergencia en nuestra zona de estudio de los oppida se constata una especialización de la producción artesanal, que tendrá en las cerámicas realizadas a torno, ciertos tipos de armas y las famosas esculturas de toros y cerdos, popularmente conocidas como “verracos”, algunos de sus mejores exponentes. No obstante, al menos en el caso de la alfarería, la producción especializada convivirá inicialmente con la desarrollada a nivel doméstico. Según Hernando (2002: 56 y ss.) existe una relación estructural entre la especialización del trabajo y el aumento de la división de funciones, la complejidad socioeconómica, el control material de la naturaleza no humana, el desarrollo de la individualidad, la objetivación de los fenómenos naturales y el uso de modelos metafóricos (científicos) para explicar las dinámicas de la naturaleza; por ello, la documentación de una producción especializada denotaría la presencia y acrecentamiento del resto de factores. Han sido numerosos los autores que han tratado de definir el concepto de “especialización” (p. ej. Rice 1981: 220; Tosi 1984: 23; Brumfiel y Earle 1987; Clark y Parry 1990; Costin 1991: 3-4). Por nuestra parte creemos que una buena definición del mismo sería la propuesta por Arnold y Munns (1994: 475): “the production of substantial quantities of goods or services well beyond local or personal needs, and whose production is generally organized, standardized, and carried out by persons freed in part from subsistence pursuits”. Así, la especialización es una manera de organizar la producción que se distingue del modo de producción doméstico por la mayor cantidad de tiempo empleado en una determinada actividad, la mayor proporción de sustento de la unidad familiar que es obtenido a partir de dicha actividad, la existencia de un título, nombre o cargo reconocido para la persona o actividad desempeñada y el pago en dinero o en especie por los productos elaborados LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 266 por el especialista (Rice 1981: 219). La especialización puede estar organizada de muchas maneras diferentes por lo que hay múltiples tipos de especialización (Costin 1991: 4 y ss.): independiente o adjunta (sometida al control de las élites), dispersa o concentrada (los especialistas están distribuidos por el territorio o establecidos en un único lugar), a pequeña escala (basada en la unidad familiar) o a gran escala y a tiempo parcial o completo. Las principales evidencias arqueológicas que, al menos a nivel teórico, nos permiten identificar este modo particular de organización de la producción son de dos tipos, directas e indirectas (ibíd.: 18 y ss.). Entre las primeras contamos con la posible localización de las materias primas utilizadas, de las áreas de actividad artesanal, de las herramientas empleadas o de los residuos generados. Las evidencias indirectas, por su parte, se basan principalmente en las características que presentan los productos finales, como su estandarización o su variación regional (que puede deberse a la existencia de diferentes sistemas de producción o talleres), así como en ciertos factores como el nivel de habilidad de los artesanos o su eficiencia, que se pueden comprobar a través de análisis arqueométricos y del concurso de la arqueología experimental. Teniendo en mente todas estas cuestiones, a continuación vamos a analizar la cadena tecnológico operativa de la alfarería, la metalurgia y la cantería en la Meseta Occidental durante la Segunda Edad del Hierro. 6.1.1. Alfarería: producción doméstica y especializada a) La arcilla: habitualmente los centros alfareros suelen situarse en lugares que cuentan en sus cercanías con las materias primas básicas para la elaboración de cerámica: arcilla, agua y combustible vegetal (Rice 1987: 117; Coll Conesa 2000: 192). Así, la extracción de la arcilla suele realizarse en la proximidad de los sitios de producción, como queda constatado en los análisis arqueométricos realizados en el yacimiento soriano de Izana (García Heras 1994a; b), en el barrio artesanal de Carralaceña (Escudero Navarro 1999a) o en el sitio salmantino de la Cuesta de Santa Ana (de Soto García et al. 2014), aunque en estos mismos enclaves se han podido documentar cerámicas elaboradas con arcillas de origen foráneo. Por ello, en el caso del taller alfarero de Las Cogotas se ha planteado la obtención de la arcilla en los cercanos lechos del río Adaja y el arroyo Rominillas (Padilla Fernández 2011: 118; 2016: 267) y en La Mesa de Miranda se ha descubierto recientemente un posible barrero junto al arroyo Matapeces, del cual se extraerían arcillas que no sólo servirían para elaborar cerámicas sino también adobes y ladrillos (López García 2012: 69-72). La obtención de CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 267 la arcilla se haría mediante el uso de azadones, azadillas y alcotanas de hierro (Padilla Fernández 2011: 119; 2016: 266), como los encontrados en las excavaciones realizadas en Las Cogotas (Cabré Aguiló 1930: 101-102 y láms. LXXIV-LXXV) o El Raso (Fernández Gómez 2011: 340 y fig. 524). En las excavaciones emprendidas entre 1986 y 1990 en el oppidum de Las Cogotas se consiguió documentar un área de trabajo destinada a la producción de cerámica a torno, compartimentada en varias dependencias que en conjunto ocupan más de 300 m² (fig. 6.1) (Mariné y Ruiz Zapatero 1988: 51 y 53; Ruiz Zapatero y Álvarez- Sanchís 1995: 220-221; Álvarez-Sanchís et al. 1998: 84-85; Álvarez-Sanchís 2003c: 156; Salas Lopes 2008; Padilla Fernández 2011). Las distintas estancias localizadas en este complejo alfarero permiten reconstruir en gran medida los procesos técnicos implicados en la elaboración de piezas cerámicas. Así, los muros de piedra paralelos de la estructura 12 se han interpretado como un canal de desagüe de un posible pilón de decantación no conservado, pero que estaría ubicado en los espacios 8 y 20, zonas muy afectadas por la erosión y por la presencia de un afloramiento granítico. De igual modo, las estructuras 1, 5 y 7 podrían haber sido piletas en las que la arcilla habría permanecido en estado semilíquido durante un tiempo, hasta que el agua contenida en ella se evaporara (Padilla Fernández 2011: 120-121). Tras la decantación del barro es necesario llevar a cabo un amasado del mismo, con el objetivo de homogeneizar la masa y evitar que en su interior queden burbujas de aire, que provocarían el estallido de la vasija en el momento de la cocción (Coll Conesa 2000: 195). Este es uno de los defectos detectados en las cerámicas producidas en el alfar de Las Cogotas (Salas Lopes 2008) y en las piezas recuperadas en los Recintos del complejo alfarero de Coca (Blanco García 1992: 39). Para conseguir una mayor resistencia al choque térmico se pueden añadir desgrasantes a la pasta cerámica, como los fragmentos de cuarzo, feldespato y plagioclasa detectados en algunas de las producciones de la Cuesta de Santa Ana (de Soto García et al. 2014) o los restos de cuarzo y otros elementos secundarios documentados en cerámicas de Coca/Los Azafranales (Escudero Navarro 1999a: tabla 3). b) El modelado: aunque la introducción del torno de alfarero en la Meseta Occidental se produjo a inicios del s. IV a.C. (Escudero Navarro y Sanz Mínguez 1999: 338; Martín Bravo 1999: 125 y 234-242; Álvarez-Sanchís 2003c: 211), el modelado a mano seguiría utilizándose en la elaboración de determinadas producciones cerámicas LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 268 Fig. 6.1. Planimetría general y foto de detalle del alfar de Las Cogotas (modificado a partir de Álvarez-Sanchís 2003b: fig. 33; 2006: 35). CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 269 fabricadas en el ámbito doméstico, como parecen constatar los útiles de alfarería encontrados en varias casas del recinto superior de Las Cogotas (fig. 6.2) (Cabré Aguiló 1930: 66-67 y láms. LVI y LXVI; Barril Vicente 2005a; 2007: 71-72) y muy posiblemente la estampilla, con un tema en esvástica, descubierta en Yecla de Yeltes (Martín Valls 1998: fig. 27). No obstante, en un momento avanzado del siglo III a.C. estas cerámicas elaboradas a mano fueron sustituidas de forma masiva por las especies a torno (Álvarez-Sanchís 2003c: 213). Las producciones cerámicas no especializadas, como ya hemos visto, se asocian habitualmente al ámbito de las actividades de mantenimiento, llevadas a cabo fundamentalmente por mujeres (Sánchez Romero 2002: 279). Sin embargo, con la aparición del torno cerámico la producción alfarera pasará a ser una actividad especializada y de cierta complejidad tecnológica, llevada a cabo por hombres (Escudero Navarro 1999a: 255-256; Salas Lopes 2008). Esta afirmación se basa en estudios etnográficos como el de Balfet (1965) y en el análisis de las improntas digitales (dermatoglifos) sobre pellas de barro procedentes del alfar burgalés de Roa y del barrio artesanal de Carralaceña. En el caso de los dermatoglifos de Roa fueron producidos por varones adultos (Sacristán de Lama 1993: 505), mientras que en Carralaceña la mayoría de las huellas pertenecen a varones en edad madura, aunque también se han detectado improntas correspondientes a adolescentes y una mujer (Sacristán de Lama et al. 1999). Esto último ha llevado a Escudero (1999a: 256) a plantear el posible carácter familiar de esta actividad, en la cual colaborarían ocasionalmente en ciertas tareas las mujeres de la casa y a la que se irían incorporando los hijos para garantizar el futuro del taller. Este tipo de organización familiar del trabajo de la cerámica ha sido el habitual en las sociedades europeas durante la etapa preindustrial (Lévi-Strauss 2008: 19). De todos modos, el paso a manos masculinas de la producción alfarera supondría una pérdida de poder simbólico para las mujeres, ya que dejarían de controlar la simbología presente en las cerámicas o, al menos, de tener cierta capacidad de negociación (González Ruibal 2003: 130-131; Marín Suárez 2011: 551). En el alfar de Las Cogotas el modelado de las piezas se llevaría a cabo en la estructura número 4, compuesta por una plataforma de arcilla cocida que cuenta en su parte central con una rueda de molino, que podría constituir la base de un torno (fig. 6.1) (Salas Lopes 2008). Éste muy probablemente sería de pie o doble rueda, como el utilizado en la elaboración de la cerámica numantina (García Heras 2005: 361). Para el LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 270 Fig. 6.2. Arriba: útiles de alfarería descubiertos en varias casas del oppidum de Las Cogotas (una pella de barro, dos alisadores, dos punzones, una moledera para pulverizar el desgrasante, una alisadora en esquisto y dos estampillas de cerámica –la impronta de estampilla sobre cera fue realizada por Cabré–) (según Barril Vicente 2005a: 110). Abajo: cerámicas con defectos de cocción procedentes del alfar de Las Cogotas (izquierda) (según Álvarez-Sanchís 2009: fig. 4; foto de Mario Torquemada) y de las excavaciones realizadas por Cabré en este enclave (derecha) (según Galán Domingo 2005: 112). caso de las piezas con fondo umbilicado, procedentes de las recientes excavaciones llevadas a cabo en la falda norte de Ulaca, se ha planteado su realización en dos partes, confeccionando el fondo con umbo por un lado y el resto del cacharro por otro (Marín Suárez 2011: 540). De igual modo, en Pintia a partir de la arqueología experimental se ha propuesto el modelado de estas piezas umbilicadas de manera invertida, comenzando a levantar la pella de barro a partir del borde y finalizando la producción mediante el CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 271 pegado del umbo, que habría sido ejecutado aparte (Sanz Mínguez et al. 2007: 293). Asimismo, las piezas de mayores dimensiones habrían sido realizadas en dos partes (Padilla Fernández 2011: 123), e incluso más, como hemos podido constatar en el análisis de los dolia localizados en el sector A de Ulaca. c) El secado: después del modelado es necesario el secado de los recipientes, que debe realizarse en unas condiciones ambientales adecuadas, puesto que el calor o frío excesivo puede dañar la arcilla. Según García Heras (2005: 361), el secado se llevaría a cabo muy posiblemente en los periodos estivales. En el taller alfarero de Las Cogotas se ha propuesto la realización de este proceso en las estructuras 9 y 10. Concretamente, en la estancia 10 pudo existir una techumbre que proporcionaría sombra a las piezas durante su primera etapa de reposo (Padilla Fernández 2011: 123-124). En los alfares tradicionales la cerámica se colocaba a la sombra durante un día entero, para después acabar el proceso al sol durante varios días (Chapa Brunet y Mayoral Herrera 2007: 85). Esta segunda fase se desarrollaría en la estructura 9, donde se ha recuperado un galbo con una huella provocada por la punta de un compás, que habría sido utilizado junto con un pincel para decorar esta pieza con pintura mientras la arcilla no estaba seca del todo (Salas Lopes 2008). d) La cocción: en el alfar de Las Cogotas no se encontraron indicios de los posibles hornos de cocción (Padilla Fernández 2011: 124) y lo mismo se puede decir en el caso del taller cerámico descubierto en Coca (Escudero Navarro y Sanz Mínguez 1993: 480-481), en contra de lo que publicaron sus respectivos excavadores, que en el primer enclave consideraron las estructuras 2 y 3 como hornos sencillos de una sola cámara (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995: 221; Álvarez-Sanchís et al. 1998: 85; Álvarez-Sanchís 2003c: 156) y en el yacimiento segoviano interpretaron diversas dependencias o cámaras rectangulares de adobe y tapial, con importantes niveles de cenizas y ramas carbonizadas, como hornos (Blanco García 1992; 1998: 121 y fig. 2). Sin embargo, en estos dos espacios alfareros ninguna de las estancias aludidas reúne las características documentadas en otros hornos de la Edad del Hierro, como el Horno 2 de Carralaceña, que presenta planta circular, tiro vertical y dos cámaras separadas por una parrilla perforada, estando la cámara de combustión dividida en dos por un gran muro continuo (Escudero Navarro y Sanz Mínguez 1993). Recientemente se ha planteado la existencia de un horno de características muy similares en el alfar de Las Cogotas, ubicado en la estructura 16, muy deteriorada y no excavada. Su localización se ha LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 272 determinado a partir de la proximidad existente con respecto a las estancias 2, 14 y 15, utilizadas como zona de testar (Padilla Fernández 2011: 125). En las últimas excavaciones llevadas a cabo en el recinto superior de Las Cogotas se exhumaron unos hornos de cocción, aunque desconocemos por completo sus características (Ruiz Entrecanales 2005: 14). La presencia de cerámicas a mano y a torno en diversas dependencias del alfar de Las Cogotas (Salas Lopes 2008) y del taller de Coca (Blanco García 1992; 1998) se debería, al menos, a su cocción en los mismos hornos, cuando no a su producción conjunta en estos espacios. A partir de los análisis arqueométricos disponibles sabemos que las temperaturas de cocción oscilaron entre 550-850 ºC en la Cuesta de Santa Ana (de Soto García et al. 2014) y entre menos de 700 ºC y más de 1000 ºC en el caso de Coca/Los Azafranales (Escudero Navarro 1999a: tabla 5). La cocción y el enfriamiento de las piezas son las operaciones con las que acaba el ciclo productivo de la cerámica (Mannoni y Giannichedda 2007: 95-105), siendo la primera la acción más crítica de toda la cadena técnica, ya que es en este momento cuando se producen la mayor parte de los accidentes que pueden ocasionar pérdidas considerables del trabajo realizado durante meses (Coll Conesa 2000: 197). En consecuencia, el alfarero reproduciría “fielmente los materiales y los modos de fabricación que por experiencia sabe que son los más apropiados para evitarle un fracaso” (Lévi-Strauss 2008: 176). A pesar de ello, se producirían contratiempos durante la fase de cocción, como queda demostrado por el hallazgo de numerosas cerámicas con defectos de cocción en Las Cogotas (fig. 6.2) (Galán Domingo 2005; Salas Lopes 2008) y en el complejo alfarero de Coca (Blanco García 1992: 39). El almacenaje de los productos acabados podría realizarse en la estructura 6, destinada también al secado de los adobes realizados en el propio alfar. e) Uso y distribución: con respecto al uso dado a las distintas producciones cerámicas nos faltan en nuestra zona de estudio analíticas de residuos como las llevadas a cabo, por ejemplo, en Pintia (Juan-Tresserras y Matamala 2003; Sanz Mínguez et al. 2003c; Romero Carnicero et al. 2009; Górriz Gañán 2010; Sanz Mínguez et al. 2010a), por lo que sólo puede ser sugerido a partir de sus rasgos tipológicos. La producción de alfares como el de Las Cogotas rebasaría con seguridad el límite de lo doméstico, por lo que se ha propuesto que esta actividad tuviera carácter industrial y fuera realizada por especialistas a tiempo completo (Álvarez-Sanchís 2003c: 156; Blasco Bosqued 2008: 132; Marín Suárez 2011: 541; Padilla Fernández et al. 2013: 474), aunque autoras como CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 273 Escudero (1999a: 256) defienden una dedicación a tiempo parcial, complementada con labores agrícolas. Asimismo, se ha planteado la posible distribución de los productos cerámicos fabricados en Las Cogotas fuera del poblado (Ruiz Zapatero y Álvarez- Sanchís 1995: 221; Álvarez-Sanchís 2003c: 156), pero teniendo en cuenta la probable existencia de talleres alfareros en los cercanos oppida de La Mesa de Miranda (López García 2012: 71-72) y Ulaca (Marín Suárez 2011: 539), resulta más lógico pensar que cada alfar atendiera básicamente a la demanda local, como se ha sugerido también en el caso de Carralaceña (Escudero Navarro y Sanz Mínguez 1993: 492). Finalmente, con respecto al carácter adjunto o independiente de los especialistas alfareros en la Meseta Occidental, podemos aludir a la presencia en algunos cacharros descubiertos en El Raso de una serie de aspas, cruces y otros signos geométricos, que han sido interpretados como marcas de alfarero (Fernández Gómez 2003: 220; 2011: 350 y figs. 533-534). En un par de casos las vasijas contienen grafitos, que se podrían corresponder con el nombre de los dueños de las casas en que se hallaron (A·NORC y NEGEL), lo que estaría indicando “la existencia de propiedad y de modos de producción privados” (Fernández Gómez 2008: 195). La alfarería de la Segunda Edad del Hierro, a partir de la generalización del uso del torno y de la aparición de alfares como el de Las Cogotas, se caracteriza, entre otras cosas, por el surgimiento de una amplia variedad de producciones cerámicas y la estandarización de las mismas. En esta fase hay documentadas en el suroeste de la Meseta Norte una especialidad cerámica a mano y seis a torno, que se corresponden con otras tantas cadenas tecnológico operativas (CTOs) diferentes. Estas producciones son las mismas que Blanco García y otros autores detectan en el centro de la cuenca del Duero: 1) cerámica a mano lisa o con decoración a peine (p. ej. Hernández Hernández 1981; García-Soto Mateos y La-Rosa Municio 1990; Sanz Mínguez 1998: 224-277; 1999; Álvarez-Sanchís 2003c: 198-202; 2010a; Blanco García 2010: 259-263); 2) cerámica a torno fina oxidante lisa o con decoración pintada (p. ej. Sanz Mínguez 1998: 280-307; Álvarez-Sanchís 2003c: 206-211; Blanco García 2010: 264-274); 3) cerámica común a torno (Sanz Mínguez 1998: 307-308; Escudero Navarro 1999b; Blanco García 2010: 274-278); 4) cerámica a torno con decoración estampada (Álvarez-Sanchís 2003c: 204; Blanco García 2010: 278-279); 5) cerámica gris antigua a torno (Blanco García 2010: 279-280); 6) cerámica gris a torno, imitadora de vasos argénteos (Blanco García 1993; 2001; 2010: 280-284; Sanz Mínguez 1998: 309-312); 7) cerámica a torno negra LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 274 de superficie bruñida (Sanz Mínguez 1998: 312-314; Blanco García 2010: 284-286; Sanz Mínguez et al. 2010b; Romero Carnicero et al. 2012). La existencia de estos estudios recientes y exhaustivos nos exime del análisis detallado de dichas especialidades. Al sur del Sistema Central se han podido documentar especies a mano con decoración a peine, así como recipientes de cocina lisos de pequeño y mediano tamaño también realizados a mano, cerámica a torno fina oxidante lisa o con decoración pintada, cerámica común a torno y cerámicas grises (Martín Bravo 1999: 229-242). Por tanto, hay dos CTOs cerámicas compartidas por toda nuestra zona de estudio: la cerámica a torno fina oxidante lisa o con decoración pintada, denominada de manera incorrecta como “cerámica celtibérica”, y la cerámica común a torno (fig. 6.3). En el primer caso, según Marín Suárez (2011: 541) esta especialidad cerámica estaría funcionando en el sentido de un “gran estilo” (Earle 2002: 162, citado en González Ruibal 2007: 306), elemento típico de las jefaturas complejas (las más jerarquizadas y desigualitarias), que forma parte de sus mecanismos de construcción del poder y de diferenciación social. “Los grandes estilos se asocian a las elites, que son quienes los crean y pueden usar e interpretar, aunque algunos de los elementos aparecen también en las expresiones de los dominados” (González Ruibal 2007: 306-307), debido a que la mayor parte de los símbolos proceden de una “reserva simbólica” compartida por todas las capas sociales. El uso de un mismo lenguaje, materializado en un estilo particular, crea lazos entre las élites, a la vez que los aleja de la gente común. De esta manera, obtienen un capital simbólico vital para su legitimación y consolidación. No obstante, la manipulación de símbolos compartidos impide que la separación entre los dominantes y el resto de la población sea tan marcada como en una sociedad estatal (ibíd.: 307). Como demuestran las ya mencionadas analíticas de residuos realizadas en algunos vasos oxidantes con decoración pintada procedentes de Pintia (Juan-Tresserras y Matamala 2003; Sanz Mínguez et al. 2003c; Romero Carnicero et al. 2009; Górriz Gañán 2010; Sanz Mínguez et al. 2010a), este tipo de producciones estarían relacionadas con el consumo de bebidas alcohólicas (vino y cerveza) y de alimentos, en el marco del ritual funerario, pero también de ritos de comensalidad celebrados por la aristocracia guerrera con el objetivo de establecer alianzas con las élites de los poblados cercanos o de mantener buenas relaciones con los vecinos del castro/oppidum (Marín Suárez 2011: 543). CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 275 Fig. 6.3. Cerámica a torno procedente de las excavaciones en la ladera norte del cerro de Ulaca (nivel de taller). Arriba: olla de cerámica común (sector A, UE 66). Abajo: cuenco umbilicado de cerámica fina oxidante con una banda pintada (sector B, UE 33). Un último elemento a considerar dentro de la alfarería del Hierro II es el pretendido uso de algunas de las especialidades citadas anteriormente como indicadores de etnicidad. En concreto, la cerámica a mano con decoración a peine y la cerámica a torno negra de superficie bruñida. En el primer caso, a partir del predominio de producciones con decoración incisa a peine en sitios como Salamanca, Las Cogotas, La Mesa de Miranda, El Raso o la Cañada de Pajares; y de cerámicas con decoración LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 276 impresa o inciso-impresa a peine en enclaves como Coca, Cuéllar, La Mota, Pintia, Olivares de Duero, Roa, Tiermes o Luzaga, se ha planteado la correspondencia de estos diferentes estilos decorativos con los territorios de los pueblos vettón, vacceo y arévaco (Sanz Mínguez 1999; Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2002; Ruiz Zapatero y Álvarez- Sanchís 2002; Álvarez-Sanchís 2003c: 198-202; 2010a). Además, en los análisis microlocacionales llevados a cabo sobre las cerámicas con decoración a peine descubiertas en las necrópolis de Las Cogotas, La Osera y El Raso, se ha constatado la existencia de motivos decorativos comunes a todos estos sitios, motivos y técnicas característicos de algunas comarcas y motivos predominantes e incluso exclusivos de algunos enclaves (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2002: 192-194; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2002: 268-270; Álvarez-Sanchís 2003c: 304-305; 2010a: 306-307). Este patrón se correspondería, según Marín Suárez (2011: 543), con el control de la tecnología cerámica realizada a mano por parte de las mujeres de cada poblado y el posible intercambio de mujeres entre asentamientos cercanos, fenómeno que explicaría el pequeño porcentaje de decoración diferencial presente en cada yacimiento. Así, consideramos que se puede admitir sin problemas que las cerámicas con decoración a peine constituirían expresiones materiales de la identidad de las distintas comunidades en las que se encuentran presentes. Sin embargo, esto no implica necesariamente la existencia de una conciencia étnica a nivel suprarregional. De hecho, su sentido identitario debió circunscribirse fundamentalmente al marco de cada castro u oppidum y su territorio. Asimismo, las cerámicas realizadas a torno, negras y con la superficie bruñida han sido valoradas como posibles marcadores de la etnicidad vaccea (Sanz Mínguez et al. 2010b: 71), al haber sido documentadas, hasta el momento, exclusivamente en tres sitios adscritos tradicionalmente a la órbita vaccea: Cuéllar, Coca y Pintia. Pero, como acertadamente apuntan Romero Carnicero et al. (2012: 632), su reducida distribución actual podría deberse a la escasez de intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en yacimientos del valle medio del Duero en los últimos años y al amplio desconocimiento de esta producción, que podría haber provocado que en las excavaciones realizadas se hubieran descartado restos fragmentados y poco expresivos, o que éstos hubieran pasado desapercibidos. Afortunadamente, en las excavaciones realizadas en la zona baja de la ladera norte de Ulaca hemos podido identificar esta producción, tanto en el nivel de necrópolis como en el destinado a talleres artesanales (fig. 6.4). En general, aparece CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 277 Fig. 6.4. Borde abierto de una cerámica a torno negra de superficie bruñida procedente de las excavaciones de Ulaca (sector A, UE 2). en forma de pequeños fragmentos lisos, perfectamente distinguibles por su excelente acabado bruñido. A pesar de su grado de fragmentación, su elevado número nos lleva a pensar más en una producción local que en una importación de este tipo de piezas, por lo que su consideración de marcadores de la etnicidad vaccea quedaría en entredicho. 6.1.2. Metalurgia Como ya hemos visto, durante la Segunda Edad del Hierro se produjo la generalización del instrumental de hierro en los poblados, por lo que en las excavaciones de esta fase es común el hallazgo de todo tipo de herramientas realizadas en este metal (p. ej. Cabré Aguiló 1930: 98-103 y láms. LXXIV-LXXIX; Fernández Gómez 1986: 454 y ss.; 2011: 340-345) (fig. 6.5). Asimismo, en las necrópolis de este momento abundan los hallazgos de armamento de hierro (p. ej. Kurtz 1986-87; 1987; Álvarez-Sanchís 2003c: cap. VI; Lorrio 2008; Baquedano Beltrán 2016: vol. I: 332 y ss.). Sin embargo, son numerosas las lagunas que existen en el conocimiento de la tecnología que sirvió para elaborar estos objetos. Desafortunadamente, en nuestra área de estudio desconocemos por completo todo lo concerniente a la obtención del mineral de hierro, aunque podría haberse llevado a cabo en explotaciones a cielo abierto, de las que es difícil encontrar restos debido a la continuación de los trabajos mineros en épocas posteriores (Rovira Llorens 2005a: 62). Además, las tierras del occidente de la LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 278 Fig. 6.5. Herramientas de hierro del oppidum de El Raso (según Fernández Gómez 2011: fig. 524). CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 279 Meseta son pobres en mineralizaciones de este metal, salvo en la zona de la Sierra de Francia y la penillanura zamorana (fig. 1.8). En el ámbito del Sistema Ibérico los hornos utilizados para obtener el hierro a partir de la reducción del mineral presentan una chimenea de entre 70-100 cm de altura y 40-50 cm de diámetro, con un pozo para la escoria de unos 30 cm de profundidad (Rovira Llorens 2005a: 62-63; 2005b: 347). En nuestra zona de análisis la única estructura asimilable a un horno fue localizada en la casa D17 de El Raso. Dicha estructura, de unos 70 x 45 x 40 cm, conservaba una perforación circular para introducir una tobera, posiblemente dispuso de algún tipo de chimenea en la parte posterior y apareció rodeada de escorias de hierro (fig. 6.6.1) (Fernández Gómez 2011: 212 y figs. 337-338). El producto obtenido en este tipo de horno era una lupia de hierro dulce mezclado con escoria, que había que depurar hasta conformar un lingote en forma de barra, con el cual el herrero fabricaría las piezas metálicas, sirviéndose de martillos como el encontrado en Las Cogotas (fig. 6.6.4) (Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXV; Barril Vicente 2005b). En el Cerro de la Mesa se ha documentado una estructura relacionada con el trabajo del hierro, posiblemente una forja (fig. 6.6.2). Está levantada a base de adobes y tiene dos partes diferenciadas con tendencia circular. La de mayor tamaño está formada por un solado de arcilla endurecida por el fuego, colocado sobre una solera doble de piedras y cerámica. La cubeta menor, por su parte, se interpreta como el lugar de combustión u “horno”. Tanto en su interior como en las inmediaciones se recogieron grandes cantidades de escorias, restos metálicos y algún fragmento de tobera (Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004: 180). Entre los productos donde se puede comprobar el nivel de destreza de los artesanos del hierro destacan las armas, especialmente las espadas y las lanzas. En el primer caso contamos en nuestro ámbito espacial de análisis con los análisis metalográficos realizados a varias espadas procedentes de la necrópolis abulense de La Osera. A partir de los mismos, sabemos que los herreros eran capaces de realizar las hojas de las espadas apilando láminas de hierro dulce y acero de forma alterna, procurando situar la lámina de acero en el medio para que coincidiera con el filo de la espada (fig. 6.7). De esta manera, el acero proporcionaba dureza y rigidez en los filos y el hierro dulce elasticidad y resistencia al choque. Sin embargo, no todas las espadas analizadas presentan este alto estándar de calidad, ya que las hay con hojas compuestas LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 280 Fig. 6.6. Diferentes elementos relacionados con los trabajos metalúrgicos: 1) horno de El Raso (según Fernández Gómez 2011: 435); 2) posible forja localizada en el Cerro de la Mesa (según Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004: lám. VI); 3) crisoles encontrados en El Raso (según Almagro-Gorbea et al. 2004: 426); 4) martillo descubierto en Las Cogotas (según Barril Vicente 2005b: 118). únicamente por láminas de hierro dulce o de acero extrasuave (Lorrio et al. 1999: 171- 172; Rovira Llorens 2005a: 63-64). Por lo que respecta a la metalurgia del bronce en el occidente de la Meseta durante el Hierro II, disponemos de una posible área de actividad metalúrgica, detectada CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 281 Fig. 6.7. Microestructura metalográfica de la sección de la hoja de una espada de la necrópolis de La Osera (según Rovira Llorens 2005a: fig. 3). por la presencia de escorias y de un posible crisol, en el Teso de las Catedrales (Benet y López Jiménez 2008: 173). Pero, sin duda, el sitio del cual disponemos de más información es el oppidum de El Raso. En el denominado núcleo D de este poblado se ha propuesto la existencia de diversas construcciones destinadas a labores metalúrgicas, en concreto al trabajo del bronce (fig. 4.28). En distintas edificaciones de este enclave fortificado han aparecido moldes (D12, D19 y D24), crisoles (D19, D21 y D24) (fig. 6.6.3), toberas (D24) y lingotillos de bronce (D21) (Fernández Gómez 2011). Por tanto, a pesar del peligro de incendio que conllevaba el desempeño de actividades metalúrgicas dentro de los poblados y de la emisión de humos nocivos durante el desarrollo de las mismas (Hingley 1997: 12), debemos admitir el funcionamiento de pequeños talleres metalúrgicos en el interior de los recintos fortificados, muy posiblemente en forma de herrerías o fraguas (Fernández Gómez 2011: 385-386). A partir del descubrimiento de algunos objetos realizados mediante piezas ensambladas de bronce y de hierro se puede plantear que broncistas y herreros hubieran trabajado juntos, e incluso que un mismo artesano practicase ambos oficios (Lorrio et al. 1999: 175) y también el de orfebre (Sanz Mínguez 2005: 337). Hay que tener en cuenta que los trabajos de forja, al contrario que otras actividades artesanales, no estarían limitados a una estación en particular (Giles 2007: 398). En base al modelo interpretativo clásico planteado por Childe —metalúrgicos con dedicación exclusiva, itinerantes, fuera de la comunidad— (Gibson 1996; Esparza Arroyo 1999: 113), habitualmente se ha propuesto la existencia en nuestra zona de estudio de especialistas itinerantes (p. ej. Álvarez-Sanchís 2000: 79; 2003a: 368; Blasco Bosqued 2008: 136), sin embargo, consideramos que, a pesar de la parquedad del registro, hay evidencias suficientes que permiten asegurar la presencia de artesanos estables dedicados a labores LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 282 metalúrgicas en los oppida meseteños (Álvarez-Sanchís 2003c: 304), como se ha planteado recientemente para el caso de los orfebres-broncistas en el valle medio del Duero (Sanz Mínguez y Carrascal Arranz 2016: 30). La presencia de estos talleres sería la que explicaría las peculiaridades estilísticas detectadas, por ejemplo, en las fíbulas de caballito (Almagro-Gorbea y Torres Ortiz 1999: 59-63). 6.1.3. Cantería Para la reconstrucción de los procesos técnicos implicados en los trabajos de cantería, desarrollados por las comunidades de la Meseta Occidental durante la Segunda Edad del Hierro, nos vamos a basar fundamentalmente en una de nuestras publicaciones (Rodríguez-Hernández 2012) y en los análisis petrográficos llevados a cabo por distintos investigadores en los últimos años (Charro Lobato et al. 2013; Manglano Valcárcel 2013; Berrocal-Rangel et al. 2016). a) La piedra: en el occidente de la Meseta la piedra más empleada para la erección de las murallas, de los zócalos de las casas o de los famosos “verracos” fue el granito, por lo que en nuestro análisis nos centraremos en esta roca, compuesta por cuarzo, feldespato y mica en diversas proporciones. Esta diferente composición mineralógica es la que determina la existencia de distintos tipos de granito. Mientras los geólogos los clasifican según los minerales accesorios que presentan (granito con hornblenda, granito de dos micas, etc.), los constructores los caracterizan según el color que tienen y/o el lugar de procedencia: Gris Yecla, Rubio de Cardeñosa, etc. Pero, estas clasificaciones no son relevantes para los canteros, puesto que éstos se guían por criterios diferentes como, por ejemplo, la disponibilidad, la dureza, la tenacidad, la duración o el color de la piedra (Rockwell 1993: 16-21). Por lo que respecta a la disponibilidad de la piedra, un vistazo rápido al mapa geológico peninsular basta para observar la abundancia del granito en nuestra área de estudio (Instituto Tecnológico Geominero de España 1994; Vera 2004: Mapa Geológico de España a escala 1:2.000.000). La dureza de la piedra determina, por ejemplo, el tipo de herramientas que se pueden utilizar en su desbaste y labra, así como el desgaste de las mismas. La dureza del granito varía según su composición, principalmente por la proporción y tipo de feldespatos presentes (Vidal Romaní y Twidale 1998: 21). El granito se labra mejor recién extraído ya que, conforme pierde el agua de la cantera al aire libre, se endurece y ofrece mayor resistencia (Torre Martín-Romo 2006; Sánchez Pérez 2008 [1884]: 71). La tenacidad se refiere a la resistencia que opone la piedra a romperse. En este sentido, CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 283 el granito es, por ejemplo, más tenaz que el mármol y bastante más que la caliza (Nortes Nolasco 2010: 143-144). Respecto a su duración, las piedras más duraderas son las más compactas y de mayor peso específico como el granito. Por ella es muy apreciado en la construcción ya que, debido a su contenido en cuarzo, ofrece una gran resistencia al desgaste (Schumann 1994: 74). Su peso específico cambia un poco de una variedad a otra, pero como valor medio se considera 2,7 g/cm³. Su color se valora, sobre todo, por cuestiones estéticas (Rockwell 1993: 21). Puede ser azulado, amarillento, rojizo, verdoso o gris y esas diferentes coloraciones son debidas al feldespato (Schumann 1994: 72). b) La cantera: el granito se obtiene de los afloramientos y berruecos existentes al aire libre, por lo que no es necesario excavar para llevar a cabo su explotación. Estas formaciones graníticas suelen presentar numerosas fracturas o diaclasas que pueden aprovecharse para iniciar la extracción de los bloques (Sánchez Pérez 2008 [1884]: 55- 56). En Ulaca, las prospecciones intensivas han puesto al descubierto la existencia de canteras de bloques de granito, localizadas en los sectores oeste y suroeste del recinto principal (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1999: 45; Álvarez-Sanchís 2003c: 158-159; 2011c: 202-203; Ruiz Zapatero 2005a: 28-31). Para extraer los bloques, los canteros utilizarían un pico o un pico-martillo para abrir en la superficie de la roca, a intervalos más o menos regulares, unos agujeros o “cuñeras” siguiendo una línea recta y en la dirección de la veta de la roca, ya que por ella va el “raje”, que es el sentido en el cual la piedra abre bien (Martínez Rossy et al. 1987: 38). Con un puntero ahondarían las “cuñeras” hasta que éstas alcanzaran una profundidad suficiente. En estos agujeros introducirían cuñas de hierro y las golpearían de forma correlativa con un pico-martillo, como los hallados en El Berrocalillo o Las Cogotas, hasta lograr la fractura definitiva del bloque (Azconegui Morán y Castellanos Miguélez 1999: 67). Aunque Martínez Rossy et al. (1987: 38) y Gómez Canales (2008: 41) citan el uso antiguo de cuñas de madera empapadas en agua, en una experimentación de corte de granito realizada en el enclave hispanomusulmán de Ciudad de Vascos (Navalmoralejo, Toledo), se ha constatado que utilizando cuñas de madera es posible crear una línea de fractura en la piedra, pero es necesaria la utilización de cuñas de hierro para la separación definitiva de la misma (Juan Ares y Cáceres Gutiérrez 2007: 334). A esta evidencia en contra, hay que añadir el hallazgo de una cuña de hierro en El Raso y el hecho de que las cuñas de madera quedaran inservibles después de un solo uso (ibíd.: 333). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 284 En las canteras de Ulaca se han documentado diferentes estadios de elaboración de los bloques (fig. 6.8): 1) Bloques esbozados en la roca mediante las “cuñeras” perimetrales. 2) Bloques grandes, ya separados de la roca, pero sin trocear: en la cantera oeste se conserva un bloque de estas características con 3,5 m de longitud, 50 cm de anchura y otros 50 cm de profundidad. Dada la longitud, para su extracción fue necesario abrir longitudinalmente diez “cuñeras” en la roca. Mientras, en la cantera suroeste los bloques, separados pero no partidos, miden aproximadamente 1,2 m de longitud, 50 cm de anchura y 40 cm de profundidad. Para obtener bloques de esta magnitud los canteros realizaron de forma longitudinal hasta cinco “cuñeras”. 3) Bloques terminados y no transportados. En la cantera oeste el tamaño medio de este tipo de bloques es de 1,2 m de longitud, 50 cm de anchura y 50 cm de profundidad; es decir, aproximadamente son el resultado de fragmentar en tres grandes bloques como el descrito anteriormente. En la cantera del extremo suroeste las dimensiones de los bloques finalizados son de unos 60 cm de longitud, 50 cm de anchura y 40 cm de profundidad. Por tanto, en esta cantera los bloques de primera extracción serían divididos a la mitad. Estas evidencias permiten afirmar que todo el proceso de trabajo tenía lugar in situ. La cantera del sector oeste parece que se utilizó para la obtención de material constructivo para las viviendas, debido a su cercanía y a que las dimensiones de los bloques se asemejan al tamaño de los bloques que conforman la base de los zócalos de las casas más próximas. La cantera suroeste del poblado estaría relacionada con la elaboración de sillares para la construcción del recinto defensivo en ese lado. Esto lo demuestra la proximidad de la cantera a la muralla y las medidas similares de los bloques respectivos (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1999: 45; Álvarez-Sanchís 2003c: 158; Ruiz Zapatero 2005a: 29-30). Para hacernos una idea del volumen de trabajo realizado en las canteras de Ulaca podemos acudir de nuevo a la experimentación realizada en Ciudad de Vascos. Allí se procedió a la fractura controlada de un bloque de granito de 1,23 x 1,05 m con medios tradicionales, siendo necesarias tres horas y media para lograrlo (Juan Ares y Cáceres Gutiérrez 2007: 335). Junto a esta actividad a gran escala, en Ulaca también se intuyen trabajos de extracción de piedra de índole menor, en pequeños roquedos graníticos anexos a CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 285 Fig. 6.8. Arriba: cantera oeste de Ulaca. En la esquina inferior izquierda se pueden apreciar varias “cuñeras”. A su derecha se encuentran el bloque de 3,5 m de longitud descrito en el texto y los bloques ya partidos listos para su transporte y uso. Abajo: cantera suroeste de Ulaca. Se pueden observar varios bloques separados, incluso con “cuñeras” transversales, pero sin partir. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 286 algunas casas, que podrían haber sido realizados por los habitantes de las mismas (Álvarez-Sanchís 2003c: nota 129). Un fenómeno similar ocurre en el oppidum de El Raso, donde se han documentado “cuñeras” practicadas en la roca con el objetivo de extraer piedras para la construcción de las casas (Fernández Gómez 1986: 434 y 456; 2011: 343). En Las Cogotas, Cabré cita la existencia de una cantera para la extracción de las estelas de la necrópolis, en la cual se conservaban aún algunas lajas cortadas pero no utilizadas que estarían destinadas a futuros enterramientos. Corrobora su ubicación en el área de la necrópolis, en las proximidades del pequeño foco compuesto por tres sepulturas, situado cerca de la Zona I de la misma (Cabré Aguiló 1932: 17). Recientemente, se ha descubierto una cantera de similares características a las de Ulaca, al pie mismo del lienzo oriental de la muralla del castro de Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca), al sur del portillo abierto en ese lado de la fortificación (Martín Valls y Romero Carnicero 2008: 249 y fig. 1). Asimismo, López García (2012: 72-76) ha planteado la existencia de tres canteras utilizadas durante la Edad del Hierro en el entorno de Las Cogotas, pero la continuidad de las actividades extractivas en la zona hasta la actualidad, al menos en la cantera C1, impide la validación de estos hallazgos. c) El transporte: la extracción del granito que iba a formar parte de la muralla, del zócalo de una vivienda o de una estela funeraria se producía en la zona más cercana al lugar de destino de la piedra. Esto se debe a la dificultad que entraña transportar bloques pesados a media y larga distancia. Hay que tener en cuenta que, por ejemplo, el peso de los bloques terminados y no transportados de la cantera oeste de Ulaca –120 x 50 x 50 cm– sería de alrededor de 800 kg y el de los bloques del mismo tipo de la cantera suroeste –60 x 50 x 40 cm– unos 300 kg, si aplicamos el peso específico del granito gris de Cardeñosa –2,63 g/cm³– que es la variedad más cercana de la que conocemos ese dato (García de los Ríos Cobo y Báez Mezquita 1994: 171). Los canteros movieron estos bloques unos pocos metros hasta su lugar de colocación y posiblemente lo hicieron con alguna clase de palanca de madera o de hierro como las que se han venido utilizando tradicionalmente, aunque, por el momento, este tipo de útil no ha sido documentado. Por este método es posible mover grandes bloques de varias toneladas de peso, pero cuando el bloque fuera muy pesado y/o hubiera que llevarlo a una distancia mayor se emplearían otro tipo de sistemas. Uno de ellos podría haber sido el transporte con rodillos cilíndricos de madera. Es un sistema sencillo con el que se pueden mover bloques de varias toneladas, aunque sólo podría emplearse en lugares sin CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 287 desniveles importantes. Otro posible sistema sería el transporte con una narria o “rastrón”, especie de trineo de madera sobre el que se colocaría el bloque. Posiblemente, la narria iría atada mediante cuerdas a una yunta de bueyes que tiraría de ella (Rockwell 1993: 168). Para distancias medias y largas se emplearían carros tirados por bueyes o caballos, cuyas huellas o carriladas son visibles en algunos puntos en el camino de acceso a la puerta noreste del oppidum de Ulaca (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1999: 41; Ruiz Zapatero 2005a: 14-15). También se observan en el camino que se dirige desde la puerta occidental hacia el sur en el castro de El Castillejo de la Orden, donde ha sido posible establecer una longitud de los ejes del carro que oscila entre 105 cm de máxima –distancia entre los extremos de fuera de las rodadas– y 91 cm de mínima – distancia entre los puntos más próximos de las carriladas, más 10 cm equivalentes al ancho de las llantas– (Martín Bravo 1999: 148). El transporte de granito a larga distancia se ha podido documentar, por ejemplo, en el castro de La Coraja (Aldeacentenera, Cáceres), gracias a las cuatro basas de granito encontradas en la Cabaña II. En este caso el material procede del batolito de Trujillo, situado a más de 20 km de distancia del yacimiento (Redondo Rodríguez et al. 1991: 277). Este castro se asienta sobre un terreno en el que la roca dominante es la pizarra (Ongil Valentín 1986- 87: 326) y, por ello, ha sido necesario el transporte del granito. Además, los distintos análisis petrográficos realizados en los últimos años han permitido localizar los lugares de procedencia del granito utilizado en la realización de algunas de las esculturas zoomorfas del occidente peninsular, como en el caso de los verracos ubicados en varias fincas en los alrededores del Cerro de la Mesa, cuya materia prima procede de unos afloramientos graníticos ubicados a unos 12-15 km de distancia (Charro Lobato et al. 2013). A partir de dichos análisis se ha planteado el transporte de determinados verracos a distancias superiores a los 20 km de media (Berrocal-Rangel et al. 2016). Pero, si bien nos parece factible el traslado de las esculturas zoomorfas de los tipos B y C (s. II a.C.- época romana), definidos por estos autores, no nos parece viable en el caso de las efigies del tipo A, debido a su enorme peso. d) Las herramientas: en nuestra zona de estudio hemos logrado identificar un total de 21 herramientas de cantería, todas ellas de hierro, pertenecientes a diez tipos diferentes: barrena helicoidal (1), cinceles (7), cincel enmangado (1), cuña (1), escoplo (1), gradinas (2), picos (3), picos-martillo (2), puntero (1) y punteros enmangados (2) LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 288 (figs. 6.9 y 6.10) (Rodríguez-Hernández 2012: 119-122). Los 21 instrumentos de trabajo identificados suponen un número escaso para un área tan grande, sobre todo si se tiene en cuenta que solamente un yacimiento como Numancia (Garray, Soria) ha aportado una treintena de herramientas vinculadas al trabajo de la piedra, aunque su cronología sea tardía (ss. I a. C. - IV d. C.) (Jimeno Martínez et al. 1999: fig. 2A y 2B; Berzosa del Campo 2005: fig. 4). Esto se debe en gran medida a la escasez de asentamientos excavados en extensión suficiente dentro de nuestro ámbito espacial de análisis. No en vano, 19 de esos útiles proceden de Las Cogotas y El Raso, sitios que sí han sido abiertos de forma amplia. Los útiles de cantería pueden ser divididos en herramientas de percusión, de abrasión y de medición (Rockwell 1993: 31). Todos los instrumentos catalogados por nosotros pertenecen al primer grupo, aunque, incluso en éste, se echan en falta ciertos útiles que sí han sido documentados en otras áreas: taladros, como los de La Bastida de les Alcuses (Moixent, Valencia), La Covalta (Albaida, Valencia) (Plá Ballester 1968: 152 y fig. 15; 1969: 318) y Numancia (Manrique Mayor 1980: 154 y 156), a pesar de que su uso en el granito sería muy limitado y macetas, como las documentadas indirectamente en el Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén) (Negueruela 1990-91: fig. 2). De hecho, a excepción de los picos-martillo que pudieron ser utilizados para golpear las cuñas, en el occidente de la Meseta carecemos de percutores, a no ser que recurramos a martillos como el encontrado en Las Cogotas (Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXV; Barril Vicente 2005b; 2010-11: 128 y figs. 2 y 4). Pero, dado que este tipo de herramienta es más propia del trabajo del metal, nos decantamos por la existencia de algún tipo de maceta de hierro. Su existencia puede documentarse de forma indirecta, a través de las rebabas presentes en la cabeza del cincel encontrado en Las Paredejas (Piñel 1976: fig. 9) y el rehundimiento existente en la cabeza del cincel hallado en Las Cogotas (Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXVI), puesto que es necesario el golpeo repetitivo con un objeto duro como una maceta de hierro para deformarlos así (Nortes Nolasco 2010: 171). Además, la presencia de útiles enmangados nos habla de forma indirecta de la existencia de mazos de madera, que al estar hechos en materia orgánica difícilmente se conservarían. Para su creación se emplearían maderas duras como la de nogal, ciruelo, encina o fresno (Bessac 1986: 159). Este tipo de maderas serían también las utilizadas en los astiles de las herramientas enmangadas. Por su parte, los picos CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 289 Fig. 6.9. Herramientas de cantería identificadas en la Meseta Occidental (tabla elaborada a partir de las informaciones contenidas en Rodríguez-Hernández 2012). seguramente irían equipados con un mango de roble, como ha sido tradicional (ibíd.: 15). Entre las herramientas de abrasión podríamos considerar la piedra pómez, el esmeril o el corindón, que una vez machacados y reducidos a polvo se aplicarían por frotación contra la superficie (Negueruela 1990-91: 83). Debido a la rugosidad que Tipo Dimens. Procedencia Bibliografía Barrena helicoidal 15 cm Las Cogotas Cabré Aguiló 1930: 102 y lám. LXXIV Cincel 4 cm Las Paredejas Piñel 1976: 362 y fig. 9 Cincel 5,9 x 1,2 cm Las Cogotas Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXVI Cincel (frag.) 3 x 1,4 x 0,8 cm El Raso Fernández Gómez 1986: 141 y fig. 70 Cincel (frag.) 6,8 x 1,9 cm El Raso Fernández Gómez 2011: 69 y fig. 65 Cincel 7,6 x 1,2 cm El Raso Fernández Gómez 2011: 139 y fig. 192 Cincel 6 cm El Raso Fernández Gómez 2011: 102 y fig. 116 Cincel 7 x 1 cm El Raso Fernández Gómez 2011: 309 y fig. 487 Cincel enmangado 10 x 1,3 cm Las Cogotas Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXIV Cuña 8,5 x 2,3 x 1,5 cm El Raso Fernández Gómez 1986: 293 y fig. 165 Escoplo 15 x 2,2 x 4 cm El Raso Fernández Gómez 1986: 107 y fig. 39 Gradina 10,3 cm El Raso Fernández Gómez 2011: 54 y fig. 44 Gradina 19 cm El Raso Fernández Gómez 2011: 268 y fig. 420 Pico 23 (28) cm Las Cogotas Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXV Pico 17 cm El Raso Fernández Gómez 2011: 124 y fig. 150 Pico 13,3 cm El Raso Fernández Gómez 2011: 69 y fig. 63 Pico-martillo 28 cm El Berrocalillo Martín Bravo 1999: 138 y fig. 47 Pico-martillo 15 cm Las Cogotas Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXV Puntero 9,1 x 0,8 cm Las Cogotas Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXVI Puntero enmangado 20 cm Las Cogotas Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXVI Puntero enmangado 15 cm Las Cogotas Cabré Aguiló 1930: 101 y lám. LXXVI LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 290 Fig. 6.10. Algunos de los útiles de cantería documentados en el occidente de la Meseta: 1) pico- martillo (según Barril Vicente 2005b: 118); 2-3) picos (según Fernández Gómez 2011: 431); 4) cincel (según Álvarez-Sanchís 2008d: 49); 5) escoplo (íd.); 6) puntero enmangado (según Barril Vicente 2005b: 118) (a diferentes escalas). presentan la totalidad de las esculturas zoomorfas conocidas hasta hoy, descartamos su utilización en nuestra zona de estudio. Por último, con respecto a las herramientas de medición, trazo y comprobación, en otras zonas peninsulares se han documentado compases de dos tipos: de ramas rígidas, por ejemplo, en La Covalta, La Bastida de les Alcuses, Cerro de San Miguel (Llíria, Valencia) (Plá Ballester 1968: 158 y fig. 32; 1969: 329 y fig. XXXII) o Numancia (Manrique Mayor 1980: 68, 70 y figs. 11-12; Jimeno Martínez et al. 1999: fig. 5B; Berzosa del Campo 2005: fig. 4) y articulado o “bigotera” en La Bastida de les Alcuses (Plá Ballester 1968: 158 y fig. 32; 1969: 329 y fig. XXXII). La causa de su ausencia en nuestro ámbito de estudio puede deberse a que, al ser un objeto articulado, las piezas que lo forman suelen hallarse sueltas y es difícil identificarlas; además puede fabricarse en materias orgánicas por lo que su CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 291 conservación resultaría muy compleja. De todas maneras, como ya hemos visto, su uso ha podido ser documentado en el marco de la realización de decoraciones pintadas sobre cerámica. Para dibujar o trazar sobre la piedra los canteros pudieron utilizar trazadores metálicos, compuestos por una varilla de hierro o algún tipo de pigmento. e) La labra: para ilustrar este apartado nos centraremos en el proceso de labra de las esculturas zoomorfas, atendiendo tanto a las distintas fases necesarias para su elaboración como a las variantes o elecciones tecnológicas realizadas por los artesanos a lo largo de todo el proceso. Diversos trabajos han abordado el análisis del proceso de labra de las esculturas de cerdos y toros conocidas comúnmente como “verracos” (Álvarez-Sanchís 1993a: 162-164; 2003c: 221-222; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008: 217-220). Estos estudios han definido una serie de fases más o menos comunes por las que pasarían todas o casi todas las piezas hasta adquirir su aspecto final, aunque hay que tener en cuenta que, dada la variedad de tamaños y características, la labra de las esculturas habría requerido de soluciones diferentes en cada caso (fig. 6.11). Fig. 6.11. Principales etapas en la elaboración de un verraco y algunas de las herramientas asociadas a las mismas (según Rodríguez-Hernández 2012: fig. 4). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 292 En primer lugar, los canteros seleccionarían la materia prima que constituiría la base de la escultura. Ésta es, salvo raras excepciones, alguna de las variedades de granito presentes en el occidente peninsular (Serrano 1957: 105). La piedra se obtendría de dos sitios diferentes: berrocales y canteras. El descubrimiento en la base de la torre sur de la puerta de San Vicente, en la muralla de Ávila, de un verraco labrado in situ en un berrueco, sobre el substrato geológico de la ciudad, ilustra perfectamente el primer caso (fig. 6.12) (Gutiérrez Robledo 1999; Martínez Lillo y Murillo Fragero 2003: 281- 282). A raíz de este hallazgo, se puede plantear la posibilidad de que otras esculturas zoomorfas hayan sido labradas directamente en los berruecos de superficie. Hay que tener en cuenta que, si bien hoy día es posible extraer bloques de granito de grandes dimensiones, con las herramientas y técnicas documentadas entre las comunidades prerromanas de nuestra zona de estudio, debió resultarles muy complicado obtener bloques con las dimensiones adecuadas para la labra, por ejemplo, del toro de Villanueva del Campillo (Ávila) (fig. 6.12) (p. ej. López Monteagudo 1989: 79, nº 117 y lám. 43; Álvarez-Sanchís 2003c: 356, nº 152 y fig. 93) o los Toros de Guisando (El Tiemblo, Ávila) (p. ej. López Monteagudo 1989: 71-73, nº 85-88 y láms. 31-33; Álvarez-Sanchís 2003c: 353-354, nº 120-123 y figs. 91-92). Además, aun en el caso de que efectivamente pudieran extraer bloques de las dimensiones apropiadas en las canteras, se encontrarían con la enorme dificultad de transportarlos hasta su emplazamiento final, incluso llevando a cabo previamente la labor de desbastado inicial de la pieza en la propia cantera. En contra de la posible labra de verracos en los berruecos de superficie se ha argumentado la gran calidad de la piedra empleada en las esculturas y la dificultad de obtenerla de un berrueco de granito meteorizado (Blanco Freijeiro 1984: 5). Pero, a pesar de que esta dificultad exista, hay que considerar que, aunque la superficie del berrueco esté meteorizada, el núcleo de la piedra puede estar menos alterado o no presentar dicha meteorización (Nortes Nolasco 2010: fig. 170). Por último, es necesario mencionar aquí la demostrada habilidad de los canteros de la Meseta Occidental a la hora de labrar los berruecos de superficie, ejemplificada en altares y saunas rupestres como los localizados en Ulaca. A la hora de elegir el berrueco o el bloque adecuado para realizar la escultura, los canteros tendrían en cuenta la especie a representar, dada la diferencia de tamaño entre toros y suidos. En el caso de las figuras hechas a partir de un berrueco la labra se haría in situ, lo que implica el desplazamiento expreso de los artesanos para llevar a CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 293 Fig. 6.12. Arriba: toro de Villanueva del Campillo. Abajo: verraco localizado en la torre sur de la puerta de San Vicente de la muralla de Ávila (según Martínez Lillo y Murillo Fragero 2003: 280). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 294 cabo esta tarea (Álvarez-Sanchís 1990: 227). Los análisis petrográficos realizados a los toros de Salamanca y Toro han determinado que el granito en el que están labrados procede de las Sierras de Béjar o Gredos (Martín Valls et al. 1992: 96) y de la zona de Ávila (Martín Valls 1974: 81), respectivamente y, por tanto, se ha descartado su labra in situ. El peso de estas efigies ronda los 4500 kg y los 4000 kg, respectivamente; eso unido a la distancia que separa las mencionadas zonas de las dos localidades deja como única explicación plausible a su localización actual un traslado posterior. Lo mismo se puede decir del toro encontrado en las cercanías de Ulaca y cuyo granito procede de una cantera ubicada en Chamartín, a unos 40 km de distancia (Manglano Valcárcel 2013: 474 y 505-512; Berrocal-Rangel et al. 2016). El desplazamiento de estas esculturas ha sido habitual desde, al menos, el Renacimiento (Mariné 2008: 443-444; Manglano Valcárcel 2013: 512), aunque en el caso del toro de Salamanca debió llevarse a cabo como mínimo antes del s. XIII ya que en ese momento aparece citado en el Fuero de la ciudad (Tít. XLVIII). En cuanto a las esculturas realizadas sobre un bloque extraído de una cantera la labra se podría llevar a cabo en el taller del artesano, aunque previamente debió producirse el desbaste de la pieza en la propia cantera, como se ha podido documentar en el área mediterránea peninsular (Gagnaison et al. 2007). Posteriormente, tras la finalización de la figura, se procedería al traslado a su ubicación definitiva. Una vez obtenida la materia prima se procedería a la labra de la escultura, que debió comenzar por la parte superior. Así, los canteros realizarían primero el lomo, la cabeza y el cuello del animal. A continuación tallarían el cuerpo del animal por una de las caras y después por la otra, como parecen atestiguar las esculturas inacabadas de Las Cogotas, San Mamede (Álvarez-Sanchís 1993a: 159-160) y Aldea del Rey Niño (Ávila) (Mariné 2012b) y la asimetría existente en cada uno de los lados de algunas figuras (Nortes Nolasco 2010: 228-230). El paso siguiente sería el de preparar los pedestales de las figuras. Éstos presentan numerosas rugosidades fruto de una labra tosca, señal de que esta parte de la pieza iría enterrada. Aunque se han llegado a identificar hasta tres tipos y cuatro subtipos de pedestales (Arias Cabezudo et al. 1986: 16-18), las esculturas de toros y cerdos pueden dividirse básicamente en dos clases a partir de las diferencias presentes en sus pedestales: las que tienen el espacio calado entre el vientre y la basa y las que tienen un pedestal macizo. Por último, en algunos casos el artesano labraría los rasgos anatómicos característicos del animal representando las arrugas del cuello, ojos, arranque de los cuernos, rabo y sexo; estas esculturas pasarían así a formar parte del CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 295 grupo de las más naturalistas (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008: 218). De esta manera acabaría el proceso de elaboración de las figuras (fig. 6.13). Recientemente se ha planteado en el mundo mediterráneo peninsular la existencia en algunas esculturas de posibles marcas de escultor o de taller (Chapa Brunet et al. 2009a; Chapa Brunet et al. 2009b: 167-170; Fort et al. 2013), pero en el granito, debido a su dureza, las marcas que dejan las herramientas no son tan claras como las que se pueden observar en otras piedras como, por ejemplo, la caliza. En las labores de desbaste de las figuras zoomorfas los canteros emplearían el pico de pequeño tamaño y el puntero, cuyas marcas son muy parecidas entre sí (Nortes Nolasco 2010: 80). El acabado final lo harían fundamentalmente a puntero; así parece desprenderse de la textura rugosa que presenta el suido labrado in situ en la puerta de San Vicente (Martínez Lillo y Murillo Fragero 2003: 268). El cincel lo emplearían en la realización de líneas, ranuras o muescas, mientras que los cinceles de menor tamaño y las herramientas enmangadas serían utilizados para la labra de los detalles anatómicos de las esculturas. El proceso de elaboración de un verraco resulta duro y laborioso y en él sería necesaria la participación de varias personas (Nortes Nolasco 2010: 130). Álvarez- Sanchís (1990: 226) ha estimado que la realización de una pieza de tamaño medio exigiría entre 20 y 25 días de dedicación a tiempo completo por parte de un cantero actual. f) Reutilizaciones: la cadena técnica no finalizaría con la fabricación de un producto, sino que continuaría hasta que éste fuera descartado definitivamente, después de ser usado y reutilizado (Martinón-Torres 2002: 33). Este sería el caso de numerosos molinos circulares que fueron reutilizados por las comunidades del occidente meseteño, fundamentalmente como elementos de construcción. Suelen aparecer reaprovechados en Fig. 6.13. Variantes tecnológicas documentadas en el proceso de elaboración de un verraco (según Rodríguez-Hernández 2012: fig. 6). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 296 los muros de las viviendas y en las murallas (Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004: 180; González-Tablas Sastre 2011a: 198) e incluso formando parte de tumbas de encachado tumular (Álvarez-Sanchís et al. 2008: 350). Si hay un tema secular en el estudio de las comunidades del occidente de la Meseta es, sin duda, el de los verracos, debido a las múltiples incógnitas que los rodean. Las principales entre todas ellas serían su cronología y su función y significado, que ha dado origen a diversas interpretaciones a lo largo del tiempo (fig. 6.14) (p. ej. Hernández Hernández 1982: 233-234; López Monteagudo 1984; González Cordero et al. 1988: 30-31; Salinas de Frías 2001: 59-62; Álvarez-Sanchís 2004a; Bonnaud 2008: 19 y ss.; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008: 222-229). En la actualidad las tres líneas interpretativas que cuentan con más apoyos son: 1) aquella que considera que las esculturas zoomorfas son monumentos funerarios de época romana (p. ej. Hübner 1888: 253 y ss.; Gómez-Moreno 1904: 154; Martín Valls y Pérez Herrero 1976; Martín Valls y Pérez Gómez 2004); 2) la formulada por Cabré (1930: 39-40), para quien los verracos estarían relacionados con ritos de protección y propiciación de los ganados; 3) la que juzga a los zoomorfos como hitos demarcadores de zonas ricas de pastos, controladas por las élites de los castros y oppida (Álvarez-Sanchís 1990; 1993a; 1994; 1998; 2003b: 59-62; 2003c: 281-294; 2005b; 2007a; 2008c; Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 1999; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008). Para intentar esclarecer la función y significado, así como la cronología de las esculturas de toros y cerdos del occidente peninsular, parece que lo más razonable es centrarse en aquellas efigies sobre las que existen elementos de peso para considerar que se encuentran en su contexto original, como, por ejemplo, el toro de Villanueva del Campillo (antes de su reciente traslado a la plaza principal de la localidad) y el cerdo labrado in situ en la base de la puerta de San Vicente de Ávila; o que han sido descubiertas en un contexto arqueológico claro, como en el caso de las esculturas de Martiherrero (Ávila). En el primer caso, la excavación realizada en torno al enorme toro (y al cerdo de pequeño tamaño que lo acompañaba) resultó infructuosa (Larrén Izquierdo 1990: 249), al igual que ocurriera en las intervenciones llevadas a cabo en el terreno donde se levantan los famosos Toros de Guisando (Sopranis Salto y Martín-Rocha 1955). De este modo, como acertadamente plantean Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero (1999: 316), el contexto de estas figuras hay que buscarlo en su ubicación en el paisaje. Sin embargo, su propuesta de considerar a los verracos como demarcadores de áreas ricas en pastos no ha podido ser validada en CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 297 Fig. 6.14. Hipótesis interpretativas propuestas por los diferentes autores sobre el significado de los verracos (según Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008: fig. 7). un reciente análisis espacial realizado en el occidente de la provincia de Toledo (Charro Lobato 2008). Con respecto al suido de la puerta de San Vicente se ha planteado que flanqueara, junto a una escultura de tipología análoga que fue descubierta al lado de la torre norte de dicha puerta (Manglano Valcárcel 2013: anexo 1: nº 69), el acceso de la ciudad romana ubicada en el actual solar de Ávila (Fabián García 2007: 87; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008: 225), identificada habitualmente con la Obila citada por Ptolomeo (II, 5, 7) (Roldán Hervás 1968-69: 91-92; Sayas Abengoechea y López Melero 1991: 78 y nota 6). En cuanto a las cuatro figuras exhumadas en Martiherrero, aparecieron asociadas a cistas de incineración romanas y una de ellas presentaba una inscripción funeraria latina en el costado (Martín Valls y Pérez Herrero 1976); aunque existe la duda sobre el carácter prerromano o romano de los verracos (Hernández Hernández 1982: 233-234; Álvarez-Sanchís 1995: 344). A partir de estas evidencias consideramos que se pueden plantear las siguientes cuestiones: 1) La función que cumplieron los verracos desde el s. IV a.C. hasta la época romana fue cambiando. Aunque existen propuestas recientes que defienden la estructuración de este fenómeno bajo el dominio romano (López Jiménez 2011: 260- LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 298 263), hoy día “resulta absolutamente insostenible la pretensión de llevar a época romana todas las esculturas” (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008: 226). 2) Inicialmente, las élites de los distintos poblados promoverían la erección de los verracos con el objetivo de exhibir el poder y la riqueza de la comunidad residente en la zona. Esto explicaría la ubicación de figuras como el toro de Villanueva del Campillo, situadas en puntos de paso obligado, y el gran tamaño de las mismas, puesto que constituirían un referente visual para los “extraños” que accedieran al territorio controlado por un castro/oppidum (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 1999: 318). Lo mismo se puede decir de aquellas esculturas levantadas en las fronteras teóricas entre los distintos asentamientos (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995: fig. 10). De esta manera, los individuos destacados de la comunidad obtendrían capital simbólico, en un contexto de competición entre las élites de los distintos enclaves. Además, al estar localizados en puntos liminales del paisaje, estos verracos podrían haber servido como elementos referenciales en el paisaje, como marcadores de lugares donde se llevarían a cabo reuniones e intercambios entre poblaciones vecinas o actuaciones ceremoniales de carácter público, como han sugerido recientemente Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís (2008: 228-229). 3) De manera sincrónica, estos miembros privilegiados de las poblaciones del occidente meseteño patrocinarían la construcción de verracos en el entorno de las puertas de los castros y oppida. En este caso las efigies habrían actuado como elementos activos en la protección de la comunidad, como actantes, es decir, agentes no humanos que “hacen hacer” (Latour 2001, citado en Rodríguez-Corral 2012: 87), al igual que se ha propuesto para las esculturas de guerreros castreños (Rodríguez-Corral 2012). 4) Ya en época romana, las élites indígenas se habrían apropiado de estos símbolos compartidos por toda la comunidad, colocándolos encima de sus tumbas de incineración, con el objetivo de justificar su poder (González Ruibal 2008a: 924-925). De este modo, las figuras zoomorfas pasarían a ensalzar el prestigio de individuos potentados y a proteger su descanso eterno. En conexión con esta evolución en la función de los verracos podemos plantear cambios en las condiciones de trabajo de los canteros. Entre los siglos IV-III a.C. la realización in situ de la mayor parte de las efigies obligaría, como hemos visto, al desplazamiento de los artesanos. En cambio, en los ss. II-I a.C. posiblemente surgirían una serie de talleres localizados en el espacio periurbano de los oppida, que atenderían CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 299 la demanda local de productos elaborados en piedra (esculturas zoomorfas, molinos circulares, elementos constructivos…) y los encargos puntuales que les pudieran hacer desde otras comunidades. En este último caso, el cantero podría desplazarse para llevar a cabo su labor, como se ha planteado para el sureste peninsular (Chapa Brunet y Izquierdo Peraile 2012: 260). Finalmente, a partir de la segunda mitad del s. I a.C. los talleres se trasladarán cerca de las ciudades romanas, por lo que la materia prima será trasladada en forma de bloques desde las canteras hasta estas nuevas instalaciones, donde se realizarían las piezas y desde las cuales se distribuirían por el territorio cercano (Berrocal-Rangel et al. 2016). En las inmediaciones de la ciudad de Ávila surgiría en este momento un taller cuyas producciones se caracterizan por sus dimensiones más pequeñas, su diseño geométrico con perfiles muy rectos y por presentar el espacio entre el vientre y el plinto sin calar. Este conjunto de toros fue sistematizado inicialmente por Martín Valls (1974: 74 y ss.). Una última cuestión a tratar en relación a los verracos es su consideración como marcadores étnicos (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2002; Ruiz Zapatero y Álvarez- Sanchís 2002). Como muy bien han expuesto Esparza y Blanco González (2008: 81- 82), en todas las discusiones sobre los límites de los vettones se parte de las noticias recogidas por las fuentes clásicas, especialmente la Geografía de Ptolomeo (II, 5, 7) (López Jiménez 2004: 209). Las lagunas presentes en dichas informaciones son suplidas mediante el uso de las evidencias arqueológicas, sobre todo, los verracos (p. ej. Roldán Hervás 1968-69: 105-106; Salinas de Frías 1986: 21-23; 2001: 45; Castelo Ruano y Sánchez Moreno 1995: 324; Sánchez Moreno 2000: 45; Bonnaud 2002; Álvarez- Sanchís 2003c: 323-325), lo que habitualmente conduce a argumentaciones circulares (Reher Díez 2011: fig. 32.1), según las cuales los verracos, considerados como elementos distintivos de la etnicidad vettona, son empleados como prueba del carácter vettón de algunos territorios cuya adscripción étnica se desconoce y a partir de entonces se considerarán vettones todos los vestigios arqueológicos presentes en tales territorios. Por nuestra parte creemos razonable considerar a los verracos como expresiones materiales de la identidad de las comunidades del occidente peninsular. El problema viene a la hora de valorar el alcance de dichos procesos identitarios, ya que podrían haberse limitado al nivel de los castros u oppida o a un ámbito comarcal. En este sentido, para López Jiménez (2004) y Sánchez Moreno (2009: 76) la Vettonia como sujeto territorial respondería más a una reorganización provincial altoimperial, que a los LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 300 límites de una entidad prerromana unitaria. Por ello, denominaciones como Lusitani, Celtici o Vettones pudieron servir a los romanos para agrupar poblaciones que, desde su punto de vista exógeno, compartirían una serie de elementos comunes (Salinas de Frías 2011: 145), uno de los cuales, en el caso de los vettones, podría haber sido la presencia de esculturas zoomorfas en sus territorios. 6.2. Demografía y organización sociopolítica Como ya vimos en el capítulo 3, los estudios demográficos nos pueden aportar claves fundamentales para el análisis de la organización social de las comunidades del pasado. Para la Meseta Occidental contamos con una serie de aproximaciones a la demografía de los núcleos de la Segunda Edad del Hierro, como la llevada a cabo por Benet (2002: 27) para el Teso de las Catedrales. Este autor calcula que a partir de mediados del s. III a.C. la población de este oppidum sería de unos 5000 habitantes. Para alcanzar esta cifra parte de las 150 personas que según él habitarían en el asentamiento previo del Cerro de San Vicente y aplica una tasa de crecimiento anual del 1,175% entre los años 550 y 250 a.C. Dicha tasa parece exageradamente elevada (Hassan 1978: 68-69), sin embargo, el número de residentes propuesto coincide con los cálculos realizados por Sacristán (2010: 139-140; 2011: 198) para las ciudades del valle medio del Duero (incluida la propia capital salmantina). Este investigador estima la densidad de ocupación de una ciudad media de este ámbito geográfico en unas 70 viviendas (de 100 m² incluyendo corrales) y 280 moradores por ha, lo que supone considerar una media de cuatro efectivos por estructura de habitación. En su modelo Sacristán contempla que las casas ocuparían un 70% del espacio, reservando para los espacios públicos el 30% restante. Para ello, se basa en las tramas urbanas reveladas por la fotografía aérea, en las que se aprecia que todo el ámbito intramuros estaba ocupado por calles y manzanas de casas (Olmo Martín y San Miguel Maté 1993; Olmo Martín 2006). Sin embargo, en el caso del Teso de las Catedrales la organización interna es más desordenada (Alario García y Macarro Alcalde 2007: 226; Macarro Alcalde y Alario García 2012: 96-97), por lo que su densidad de población puso ser sensiblemente inferior. CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 301 Asimismo, disponemos de las estimaciones demográficas realizadas para Las Cogotas y La Mesa de Miranda a partir de los datos proporcionados por sus correspondientes necrópolis (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995: 225-226; Álvarez- Sanchís y Ruiz Zapatero 2001: 64-67; Álvarez-Sanchís 2003c: 306-308; 2010b). En ambos casos Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís emplearon en sus cálculos la fórmula de Acsádi y Nemeskéri (1970: 65): K t eD P    Donde P es el tamaño medio de la población de la comunidad viva; D es el número total de muertos en el cementerio; e es la esperanza de vida media al nacer; t es el número de años de uso de la necrópolis y K es un factor de corrección al que se asigna generalmente un valor del 10%-20% por la presumible pérdida de tumbas. Así, en Las Cogotas, con 1613 tumbas excavadas, asumen una esperanza de vida media de 30 años, un tiempo de uso del cementerio de 300, 250 y 200 años y un valor de K del 10%, resultando en 177, 212 y 265 habitantes, extensibles a cerca de 300 personas aplicando un factor de corrección del 20%. Por tanto, plantean para este oppidum una población media de unos 250 residentes, que se distribuirían en familias de 4-5 miembros, lo que implicaría la existencia de alrededor de medio centenar de casas. De igual modo, a partir de las 2230 tumbas de la necrópolis de La Mesa de Miranda y empleando los mismos baremos que en Las Cogotas los valores de la población serían de 270, 297 y 324 habitantes con un factor de corrección del 10%, y de 335, 368 y 401 personas asumiendo un valor de K del 20%. De esta manera, el cementerio de La Osera estaría reflejando una comunidad media de unos 325-335 efectivos, por lo que estos autores proponen la presencia en el oppidum de unas 65-75 viviendas, repartidas entre los dos primeros recintos. A partir de estos datos, Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís calculan la densidad de población de Las Cogotas en unos 15 habitantes/ha y de La Mesa de Miranda en unos 20 habitantes/ha, cifras que extrapolan a las 70 ha de Ulaca, obteniendo un número de residentes de entre 1050 y 1400 personas, que se ajustaría bastante a las 250 estructuras documentadas en la superficie del poblado (fig. 6.15). Finalmente, estos investigadores estiman en unos 5000-6000 habitantes la población del Valle Amblés (ca. 900 km²), lo que supone una densidad de unos 5-6 habitantes/km², así como en unas 2000-4000 personas la población para el conjunto de castros concentrados en torno a los ríos Yeltes-Huebra. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 302 Fig. 6.15. Vista hipotética de Ulaca desde el norte (según Val Recio y Escribano Velasco 2004: 34). En cualquier estimación del número de integrantes de una comunidad a partir de sus restos funerarios es necesario controlar una serie de factores perfectamente resumidos por Wells (1981: 97-98, citado en Ruiz Zapatero y Chapa Brunet 1990: 362), de los cuales nos gustaría destacar dos especialmente problemáticos en los ejemplos tratados aquí. El primero de ellos es que todos los habitantes fueran enterrados en el cementerio. Como ya vimos en el capítulo anterior, parece posible que el derecho a ser enterrado en la necrópolis estuviera socialmente restringido en el caso de los niños. Esta situación se ha confirmado en casi todos los cementerios protohistóricos peninsulares que cuentan con un análisis antropológico (Baquedano Beltrán 2016: vol. I: 285). Teniendo en cuenta que la mortalidad infantil hubo de ser muy elevada, la posible escasa representación de individuos infantiles en Las Cogotas y La Mesa de Miranda introduciría un sesgo importante a la hora de calcular la comunidad viva a partir del registro de dichas necrópolis. El segundo aspecto cuestionable es que la población se mantuviese más o menos estable a lo largo del tiempo de uso del cementerio (Cerdeño y Sagardoy 2005-06: 233). En los tres niveles detectados en la necrópolis de La Osera el número de tumbas es sensiblemente distinto (mayor cuanto más antiguo es el nivel) (Baquedano Beltrán 2016: vol. I: 126-134 y cuadro 11), por lo que podrían estar reflejando diferencias notables en cuanto al tamaño de la población del oppidum entre CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 303 los años 425-200 a.C. Estos factores afectarían tanto a los cálculos llevados a cabo por Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís como a los realizados por Mangas y Hernando (1990- 91: 226), que estiman una población de unos 440 efectivos para La Mesa de Miranda, y Baquedano Beltrán (2016: vol. I: 280-287), que plantea para este mismo yacimiento una población media que oscilaría entre 200 y 480 personas. Así pues, la asunción de que las comunidades enterradas en Las Cogotas y La Mesa de Miranda reflejarían las comunidades vivas de estos asentamientos es discutible. Más verosímiles parecen los análisis demográficos llevados a cabo a partir del número de casas exhumadas en una excavación en extensión o visibles a simple vista, como en el caso de Ulaca. En este yacimiento, como ya se ha dicho, se han descubierto cerca de 250 estructuras repartidas en varios sectores, aunque sumando las documentadas en la zona noreste el cómputo total superaría con creces las 300 construcciones (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1999: 39). De este modo, si consideramos que la mayor parte de ellas fueran viviendas ocupadas por familias compuestas por 5 o 6 miembros, la población de este sitio sería de unos 1500-1800 efectivos, ampliable hasta los 2000 habitantes, debido a la presencia de estructuras de hasta 250 m² que podrían albergar más personas. Teniendo en cuenta esta última cifra la densidad de población sería de unos 30 habitantes/ha, que sigue siendo una cantidad muy baja si la comparamos con las 160-200 personas/ha consideradas por Sánchez-Palencia y Fernández-Posse (1986-87: 378) para La Corona de Corporales, los 208-277 habitantes/ha calculados para la Numancia del 133 a.C. (Jimeno Martínez y Tabernero Galán 1996: 429; Jimeno Martínez et al. 2004: 351) o las 70-80 personas/ha contempladas de media para los oppida de la Celtiberia (Almagro- Gorbea 2001: 53 y cuadro 10). A pesar de ello, si aplicamos esta nueva densidad calculada para Ulaca a los casos de Las Cogotas y La Mesa de Miranda, la población total resultante sería de unos 435 habitantes en el primer enclave y de unas 570 personas en el segundo, lo que proporcionaría para el conjunto del Valle Amblés una densidad de unos 3,3 habitantes/km², bastante inferior a la planteada por Sacristán (2010: 140; 2011: 198) para el valle medio del Duero (5 hab./km²) o a la calculada por Almagro-Gorbea (2001: 48 y cuadro 10) para las áreas montañosas de la Celtiberia (5-6 hab./km²), pero cercana a la defendida por Burillo (2005: 838-839) para lo que él considera el “territorio de la alianza celtibérica del 153 a.C.” (3,7 hab./km²). Por último, contamos con los estudios demográficos llevados a cabo a partir de las excavaciones en extensión realizadas en El Raso de Candeleda (Fernández Gómez LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 304 1986: 949-951; 2011: 394-398). En su primera propuesta su excavador tuvo en consideración una superficie intramuros de 15 ha, que estaría dedicada en un 50% a viviendas con una superficie media de unos 125 m², por lo que contempla la existencia de unas 600 casas en el interior del oppidum, que proporcionarían una población total de unas 3000 personas aplicando una media de 5 residentes por vivienda. Posteriormente, Fernández Gómez ha tratado de matizar dicha propuesta reduciendo el número de habitantes de cada casa, a partir de las diferencias existentes en la superficie de las mismas, y teniendo en cuenta la posible presencia de zonas sin edificar (fig. 6.16). De este modo, plantea una población mínima para este asentamiento de unos 2000 efectivos. Esta cifra contrasta enormemente con la que obtendríamos aplicando la densidad de población calculada por nosotros para Ulaca, que implicaría una población total de unos 450 habitantes, suma que, sin embargo, coincide con las 400-500 personas estimadas por Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero (2001: 66) para este enclave. De todas maneras, es necesario reconocer que el urbanismo más regular de El Raso posibilitaría una mayor densidad de población que la presente en los oppida del Valle Amblés y con ello un número de habitantes superior al casi medio millar de residentes calculado. Fig. 6.16. Reconstrucción ideal del oppidum de El Raso (según Fabián García 2015: 24; dibujo de José Muñoz Domínguez). CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 305 Por todo ello, a la hora de evaluar los distintos modelos de organización social propuestos para nuestra zona de estudio durante el Hierro II, es necesario tener en cuenta la existencia de una serie de núcleos urbanos u oppida, que llegaron a albergar, en algunos casos, varios miles de personas. Las dos herramientas básicas que han servido para caracterizar las sociedades de la Segunda Edad del Hierro en la Meseta han sido el registro funerario y las referencias incluidas en las fuentes clásicas (Ruiz Zapatero 2007b). La lectura social tradicional de los enterramientos (fig. 6.17.A) considera la existencia de una minoría formada por equites o aristócratas, reconocida perfectamente en las tumbas con los armamentos más ricos y arreos de caballo (fig. 6.18), ocupando la cúspide de la pirámide (González-Tablas Sastre 1985; Castro Martínez 1986; Martín Valls 1986-87). Próxima a estas élites ecuestres habría una clase “sacerdotal”, como parece deducirse de la ordenación de las tumbas según mapas celestes en la necrópolis de La Osera (Baquedano Beltrán y Martín Escorza 2008). Por debajo, estaría un grupo más numeroso de guerreros con panoplias menos ricas. Otro grupo de tumbas pertenecerían a artesanos y campesinos y, por último, estarían los enterramientos sin ningún tipo de ajuar que se corresponden normalmente con más del 80% del total de tumbas y con los individuos más humildes y quizá también con esclavos. De esta manera, las sociedades del occidente meseteño han sido tradicionalmente definidas como comunidades fuertemente jerarquizadas con élites militares situadas por encima del grueso de población campesina y como sociedades guerreras en las que el componente bélico formaría parte de sus vidas cotidianas. Pero, quizá se podrían caracterizar mejor a partir del modelo de clan cónico (Johnson y Earle 2003: 292-293) (fig. 6.17.B) en el cual “dentro de una comunidad, los diferentes grupos familiares se estructuran en una pirámide de jerarquía, legitimada simbólicamente en función de la mayor o menor proximidad a un determinado antepasado” (Parcero Oubiña 2002: 181). Con la consolidación de los oppida posiblemente surgieron una serie de asambleas/consejos u órganos de gobierno, como los documentados en otras zonas peninsulares (Ruiz Zapatero 2007b: 71). Sin embargo, las comunidades asentadas en torno al río Huebra serían, utilizando la expresión de Clastres (2014), “sociedades contra el Estado”, representado por los oppida. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 306 Fig. 6.17. (a) La sociedad vettona (según Ruiz Zapatero 2007b: fig. 3). (b) Posible estructura cónica de la comunidad de Las Cogotas, elaborada a partir de los datos aportados por su necrópolis (dibujo del yacimiento según Álvarez-Sanchís 2006: 7 y esquemas piramidales de los distintos linajes según Ruiz Zapatero 2007: fig. 3). CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA 307 Fig. 6.18. Elementos vinculados a las élites ecuestres: 1) sillar de la muralla de Yecla de Yeltes, grabado con dos jinetes cazando jabalíes; 2) dibujo de la escena de caza (según Martín Valls 1983: fig. 7); 3) fíbula de caballito de Las Cogotas (según Almagro-Gorbea et al. 2004: 427); 4) anillo argénteo del Cerro de la Mesa (según Almagro-Gorbea et al. 1999: fig. 2); 5) ¿signa equitum? hallado en La Osera (según Manso Martín 2005: 130). LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 308 309 CONCLUSIONES El objetivo fundamental de esta tesis doctoral era proporcionar una visión actualizada de la arqueología de las comunidades de la Edad del Hierro de la Meseta occidental, centrada en el análisis social de una serie de temas que consideramos clave: sus patrones de poblamiento, las características de sus poblados y estructuras domésticas, sus necrópolis, sus producciones artesanales y sus modelos de organización sociopolítica. Para ello, ha resultado fundamental no sólo la revisión de la considerable bibliografía existente sino también la oportunidad de contar con datos inéditos procedentes de las prospecciones realizadas en el Valle Amblés entre 1997 y 2003 y las excavaciones llevadas a cabo en los años 2003 y 2004 en la zona baja de la ladera norte del cerro de Ulaca. En este apartado de conclusiones vamos a intentar condensar la lectura histórica de las grandes transformaciones y continuidades observadas en el registro arqueológico de los grupos protohistóricos del occidente de la Meseta a lo largo de la Edad del Hierro: La transición Bronce Final-Hierro I (ca. 1150/1100-950 cal AC en el suroeste de la Meseta Norte y ca. 1000-800 cal AC al sur del Sistema Central) supondrá en la zona un momento de grandes cambios debido, entre otros factores, a las condiciones de aridez características de la fase final del periodo Subboreal. Ante estas condiciones ambientales adversas las comunidades del suroeste de la cuenca del Duero optaron por dos tipos de estrategias distintas: la primera de ellas, basada en la tradición, supuso la continuidad del modelo de poblamiento semipermanente típico de los grupos cogoteños, mientras que la segunda conllevó el asentamiento definitivo de las familias en localizaciones especialmente privilegiadas desde el punto de vista hídrico. Esta divergencia en el comportamiento se debería, probablemente, al diferente tamaño de los grupos humanos, siendo los menos numerosos los que adoptarían la primera estrategia, debido a su mayor facilidad para moverse por el paisaje. En el valle medio del Tajo, en cambio, habrá que esperar siglo y medio para constatar las primeras ocupaciones LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 310 estables, por lo que parecen estar más relacionadas con el evento climático producido entre ca. 850-760 cal AC y la mejora de las condiciones ambientales tras su finalización. De este modo, comenzaría el asentamiento definitivo de los distintos grupos en poblados permanentes y, con ello, daría comienzo la Primera Edad del Hierro (ca. 950/800-400 cal AC). En un primer momento, durante el Soto Inicial (ca. 950-800 cal AC), la mayor parte de los enclaves arqueológicos seguirían siendo asentamientos semipermanentes de reducido tamaño y dos o tres decenas de habitantes, pero también se ha podido constatar la presencia de auténticas aldeas, conformadas por un conjunto de cabañas realizadas con materiales deleznables, que darían cobijo a familias extensas. Estos establecimientos aldeanos, que albergarían contingentes de hasta 300 personas, constituyen el vestigio más visible de la apropiación efectiva del paisaje por parte de estas comunidades de los inicios de la Edad del Hierro, y, por tanto, se erigen como los nuevos marcadores del proceso de territorialización del paisaje. Dichos fenómenos se consolidarán durante el Soto Pleno y el inicio del Hierro I en el valle medio del Tajo (ca. 800-400 cal AC), a partir de la generalización del modelo aldeano, que en algunos casos habría implicado la colonización de nuevos espacios. A partir de ahora se constata una inversión de trabajo colectivo todavía mayor en la construcción de los poblados, lo que provocará una importante alteración del paisaje previo, a través de la realización de obras de fortificación (murallas, empalizadas y fosos) en alguno de ellos. Esta monumentalización de los enclaves estaría relacionada en este momento más con el deseo de reforzar la identidad comunitaria que con la defensa del grupo. En conjunto, los establecimientos aldeanos de esta etapa acogerían a unas 300-350 personas, aunque estas cifras serían posiblemente superiores en los momentos finales de la misma. La organización interna de las aldeas, con presencia de calles y zonas destinadas a basureros, muestra la preocupación de sus habitantes por ordenar el espacio colectivo. Asimismo, en este periodo se observa una mayor individualización del espacio familiar, con la conformación de “unidades de ocupación” separadas entre sí por cercas y zonas vacías de construcciones. Las casas, generalmente de forma circular y con alzados de adobe o tapial, estarían habitadas muy posiblemente por familias nucleares, que dispondrían además de una serie de estructuras auxiliares destinadas a almacenaje. A partir de la ubicación del hogar, del banco corrido y de las repisas en las viviendas del Soto Pleno, se puede defender la división del espacio habitacional en una zona central y CONCLUSIONES 311 otra periférica, así como una parte delantera más accesible, dedicada a las tareas domésticas, y otra trasera más privada, destinada al descanso y al consumo de alimentos. Durante el Hierro Antiguo las comunidades del occidente meseteño habrían continuado con las estrategias de subsistencia tradicionales: agricultura cerealista y ganadería. Pero, la tendencia general de disminución de las masas arbóreas, constatada en los análisis palinológicos disponibles, estaría indicando un aclarado de la vegetación relacionado con una intensificación de las actividades agrícolas y ganaderas. En este sentido, en esta fase se ponen por primera vez en explotación determinadas zonas serranas con el propósito de incrementar los pastos de verano. Por lo que respecta a la producción artesanal de cerámica y objetos de metal, cabe destacar su realización a pequeña escala, destinada al autoabastecimiento y a satisfacer una demanda de carácter eminentemente local. Sin embargo, este tipo de producción sería complementada por la llegada de una serie de piezas exóticas, primero desde el mundo atlántico y después desde el mediodía peninsular. Objetos a los que sólo tendrían acceso determinados individuos que ocuparían posiciones privilegiadas dentro de las comunidades, aunque su condición no estaría consolidada y, por tanto, sería reversible. La aparición de estos bienes de prestigio estaría señalando la ruptura del ethos fundamentalmente igualitario que había caracterizado hasta entonces a los grupos de la Meseta occidental. Otro elemento que estaría apuntando al desarrollo de la desigualdad en estas comunidades sería la paulatina monumentalización de la arquitectura doméstica, que se habría convertido al final del periodo en una arena para la competición social. Igualmente, las primeras necrópolis que surgieron en nuestra zona de estudio habrían servido de escenario de complejas ceremonias de exhibición del creciente poder y riqueza que atesoraban ciertas personas y sus familias. Alrededor del 400 cal AC se observan en el registro arqueológico una serie de profundos cambios que justifican la distinción de una Segunda Edad del Hierro (400- 50 cal AC). Uno de estos cambios es el abandono de alguno de los sitios más emblemáticos de la fase anterior y la concentración de la población en núcleos más grandes (ocupados previamente o ex novo), lo que dará lugar en la Submeseta Norte a un patrón de poblamiento protagonizado por unos pocos núcleos bastante distanciados entre sí. Este proceso de sinecismo (voluntario o forzoso) culminaría en la aparición de las primeras ciudades u oppida del occidente meseteño. Estos núcleos, capaces de LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 312 albergar miles de almas, controlarían un territorio amplio para asegurar la subsistencia de sus habitantes. En las áreas menos pobladas se produciría en este momento una colonización de nuevos terrenos, a partir del excedente demográfico de las aldeas ya existentes. No obstante, en algunas de estas áreas surgirían también enclaves de grandes dimensiones u oppida al final del periodo (ss. II-I a.C.), momento en el que se generalizaría el modelo urbano en nuestra zona de estudio. Durante el Hierro II se produjo un aumento importante en el número de núcleos que presentaban imponentes elementos defensivos artificiales, murallas de piedra, fosos y campos de piedras hincadas; cuya construcción habría sido promovida por las élites de los distintos asentamientos. En los oppida el espacio interno se encuentra dividido por medio de calles que configuran ínsulas, en las cuales se instalaron las distintas construcciones, fundamentalmente domésticas, aunque también hubo espacios destinados a uso colectivo y lugares de culto. De hecho, la existencia de un santuario previo en determinadas localizaciones prominentes podría haber sido el motivo del establecimiento de la población en dichos lugares. Las estructuras domésticas en este momento albergan familias nucleares y se caracterizan por su planta rectangular o cuadrangular y por su zócalo de piedra, con un alzado de adobe o tapial. El mayor tamaño de algunas viviendas podría deberse a una mayor capacidad de acumulación de capital económico por parte de ciertas familias. Además, la elevada compartimentación interna que presentan algunas casas buscaría aumentar el grado de privacidad de sus ocupantes. Alrededor de los núcleos urbanos suelen situarse barrios residenciales y artesanales, así como escombreras y necrópolis. La documentación de estas últimas supone un hito más en la apropiación del paisaje por parte de los grupos del occidente de la Meseta, ya que la presencia de tumbas ancestrales justifica y legitima el derecho exclusivo a explotar la tierra por parte de los descendientes. Los cementerios de la Segunda Edad del Hierro albergan en algunos casos miles de tumbas agrupadas en distintas zonas, lo que estaría marcando la existencia de espacios de enterramiento diferenciado en relación con los diferentes grupos de parentesco que convivirían en los castros y oppida. Los análisis palinológicos muestran un aumento de la presión antrópica sobre el paisaje durante esta fase, acorde con el establecimiento de asentamientos urbanos. Lo que parecen reflejar dichos estudios es una creciente presión ganadera y una destacada actividad agrícola, basada en el cultivo de cereales y de leguminosas, así como de CONCLUSIONES 313 determinadas especies hortícolas; lo que habría provocado una deforestación progresiva del paisaje. Las tecnologías artesanales en este momento constituyen auténticas industrias especializadas, desarrolladas por especialistas a tiempo completo en barrios específicos ubicados habitualmente en el espacio periurbano de los oppida. Estos artesanos cubrirían la demanda de productos cotidianos y los encargos realizados por las élites. Estos últimos incluirían ciertas producciones de cerámica a torno, que se unirían a otras especies importadas, destinadas al consumo de bebidas alcohólicas y alimentos en el marco del ritual funerario y/o de ritos de comensalidad; así como puñales o espadas, en ocasiones con nielados de plata, fíbulas de caballito y esculturas zoomorfas en piedra. A lo largo de la Segunda Edad del Hierro se produjeron importantes cambios en la organización social de las comunidades analizadas. Para los siglos IV-III a.C. se ha planteado la existencia de sociedades fuertemente jerarquizadas, controladas por una élite guerrera que tendría en el caballo uno de sus signos distintivos, como se puede comprobar, por ejemplo, en los ricos ajuares con arreos de caballo depositados en las necrópolis de este momento. Posteriormente, con la generalización de los oppida por todo el área de estudio (salvo en el occidente salmantino), aparecerían auténticas sociedades urbanas dirigidas por un conjunto de asambleas/consejos u órganos de gobierno. Con la conquista romana, las formas de vida que habían caracterizado a las comunidades de la Meseta Occidental a lo largo de la Edad del Hierro se irían diluyendo paulatinamente debido, entre otros factores, a la importante reorganización territorial impuesta por Roma a partir de la segunda mitad del siglo I a.C. En este momento aparecería un conjunto de importantes enclaves urbanos ex novo como Ávila (¿Obila?) (Fabián García 2007: 98), Ciudad Rodrigo (¿Mirobriga?) (Martín Valls 1976: 384), Talavera de la Reina (¿Caesarobriga?) (Urbina 2001: 24) o Talavera la Vieja (¿Augustobriga?) (Urbina et al. 1994: 271), que se habrían formado a partir del traslado de la población desde los viejos castros y oppida de finales de la Edad del Hierro. Estos núcleos de nuevo cuño, unidos a los asentamientos urbanos previos de Coca (Cauca), Salamanca (Salmantica) o Ledesma (¿Bletisama?), organizarían la ocupación y explotación agropecuaria de sus respectivos territorios, mediante el establecimiento de una serie de villae (p. ej. Blanco González et al. 2009: 279). En esta etapa romana las élites de las poblaciones indígenas se habrían apropiado definitivamente de símbolos compartidos por toda la comunidad, como las efigies de toros y cerdos, para justificar y LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 314 consolidar su poder. Así, las esculturas zoomorfas pasarían a estar colocadas encima de las tumbas de incineración de estos miembros destacados de la sociedad, ensalzando su prestigio y protegiendo su descanso eterno. 315 BIBLIOGRAFÍA ABAD CASAL, L. y MORA RODRÍGUEZ, G. (1979): Una nueva "cabeza cortada" en Extremadura. En Estudios dedicados a Carlos Callejo Serrano. Diputación de Cáceres, Cáceres: 21-30. ABARQUERO MORAS, F.J. (2005): Cogotas I. La difusión de un tipo cerámico durante la Edad del Bronce. Monografías Arqueología en Castilla y León, 4. Junta de Castilla y León, Valladolid. ABARQUERO MORAS, F.J.; GUERRA DOCE, E.; DELIBES DE CASTRO, G.; PALOMINO LÁZARO, A.L. y VAL RECIO, J. 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Nº (número): se refiere a la numeración asignada a cada enclave en los mapas de las figs. 2.11 y 4.10. Los números de los yacimientos de la Primera Edad del Hierro están colocados a la izquierda de la barra oblicua (/), mientras que los pertenecientes al Hierro II aparecen a la derecha de la misma. Alti. (altitud): medida en metros sobre el nivel del mar. Ha: tamaño del sitio en hectáreas. Los números colocados a la izquierda de la barra oblicua hacen referencia a la superficie de los enclaves durante el Hierro I, los situados a la derecha de dicha barra aluden al tamaño de los mismos durante la Segunda Edad del Hierro. Emplaz. (emplazamiento): espig. (espigón fluvial), terraza (terraza fluvial) y cerro r. (cerro sobre el río). C.F. (cauce fluvial): esta categoría tiene en cuenta la cercanía de los yacimientos a los ríos principales (CP –cauce principal–), es decir, a los ríos Duero, Tajo y sus afluentes más importantes o a los ríos secundarios, arroyos, lagunas, etc. (CS –cauce secundario–) de la zona de estudio. Los sitios incluidos en el primer grupo (CP) están ubicados a una distancia en línea recta inferior a 1 km con respecto a los mencionados cursos fluviales principales. LAS COMUNIDADES DE LA EDAD DEL HIERRO EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA 376 Cronol. (cronología): en este apartado sólo se han consignado las atribuciones cronológicas comprendidas entre el Bronce Medio y el final del mundo romano. Para el caso de los enclaves del Bronce Medio-Final y la Primera Edad del Hierro localizados en la zona suroeste de la cuenca del Duero se han empleado categorías crono-estilísticas relativas a los grupos Cogotas I y Soto. P (Protocogotas), CP (Cogotas I Pleno), CA (Cogotas I Avanzado), GS (Grupo Soto), SI (Soto Inicial), SP (Soto Pleno), BM (Bronce Medio), BF (Bronce Final), HI (Hierro I), HII (Hierro II) y R (Romanizado en época republicana, altoimperial o bajoimperial). Bibliografía: se ha introducido una referencia por yacimiento. En la mayoría de los casos pertenecen a estudios espaciales de carácter regional, en los cuales se incluyen los datos topográficos y cronológicos recogidos en este anexo. 377 Nº Yacimiento Localidad Alti. Ha Emplaz. C.F. Cronol. Bibliografía Provincia de Ávila 86/ Arroyo del Prado Pozanco 910 0,88 Ladera CS GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 33-35 /54 Castillejo de Chilla Candeleda 917 ¿? Cerro CS HII-R Paniego Díaz y Lapuente Martín 2015 116/ Castillo Bayuela Hoyorredondo ¿? 2 Terraza CS SP Fabián García 1999: 176 106/ Cerro de la Cabeza/ Bascoarrabal Ávila 1080 2,79 Ladera CS P-CP-CA- SI-SP Blanco González 2009a: vol. II (1): 68-76 96/ Cerro de la Horca I Mirueña de los Infanzones 1114 0,02 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 77-78 80/ Cerro de la Laguna Vinaderos 839 7,35 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 79-82 117/ Cerro del Río Mesegar de Corneja ¿? ¿? ¿? CS GS Fabián García 1999: 173-176 77/ Cruz de San Marcos Rivilla de Barajas 897 1,05 Llano CP P-GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 133-135 103/ El Campillo Gemuño 1130 1,13 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 165-167 124/52 El Castañar El Raso ¿? ¿? ¿? CS HI-HII Fernández Gómez et al. 1986-87 99/ El Cogote II La Torre 1150 13,5 Loma CS SI Blanco González 2009a: vol. II (1): 195-198 104/ El Pradillo Gemuño 1100 2,18 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 234-236 75/ El Prayuso Fontiveros 872 3,5 Llano CP GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 237-238 /53 El Raso El Raso 791 15 Cerro CS HII Fernández Gómez 2004 76/ Fuente de Jaraices Rivilla de Barajas 895 0,83 Llano CP CP-GS-R Blanco González 2009a: vol. II (1): 271-272 109/ Guaya Berrocalejo de Aragona 1110 4,7 Ladera CS SI Blanco González 2009a: vol. II (1): 294-300 74/ La Iglesia Cisla 860 2,48 Loma CP GS-R Blanco González 2009a: vol. II (2): 11-14 102/ La Lomilla Muñopepe 1130 0,82 Loma CS SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 20-27 /31 La Mesa de Miranda Chamartín 1145 29,4 Espig. CS HII Cabré Aguiló et al. 1950 81/22 La Tejeda Orbita 854 14/ 37,52 Espig. CP CA-SP-HII Blanco González 2009a: vol. II (2): 81-86 107/ La Viña/Fuente de la Alpargata/ Ventorro de la Rana Ávila 1120 0,84 Ladera CS CP-CA-SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 93-105 110/32 Las Cogotas Cardeñosa 1122 3,13/ 14,5 Cerro r. CP P-CP-CA- SP-HII Blanco González 2009a: vol. II (2): 114-144 79/ Las Laderas Palacios Rubios 887 3,12 Cerro CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 160-161 115/42 Las Paredejas Medinilla 1103 ¿? Ladera CS SP-HII Fabián García 1986-87 100/ Las Torrecillas Santa María del Arroyo 1142 1,54 Llano CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 166-167 97/ Las Zorreras Muñana 1140 2,14 Ladera CS P-CP-SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 170-174 378 Nº Yacimiento Localidad Alti. Ha Emplaz. C.F. Cronol. Bibliografía 98/ Los Arenalones Guareña 1150 2,5 Loma CS SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 175-182 101/ Los Castillejos Sanchorreja 1553 15,85 Cerro CS CA-SP Blanco González 2009a: vol. II (2): 200-224 95/ Los Guijares Mirueña de los Infanzones ¿? ¿? ¿? CS GS Fabián García 1999: 173-176 105/ Los Pajines Ávila 1100 0,18 Ladera CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 234-237 82/ Prado Galindos II Cabizuela 885 1,4 Llano CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 287-288 83/ Prado Galindos III Cabizuela 880 0,65 Llano CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 289-291 84/ Riocabadillo Riocabado 890 0,9 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 295-296 85/ Rompido de las Berlanas Hernansancho 905 0,09 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 297-299 /33 San Juan Ojos-Albos 1030 0,5 Espig. CP HII Blanco González 2009b: 161 73/ Sepulcro Flores de Ávila 898 0,82 Terraza CP GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 310-313 108/ Solana Angosta Bernúy-Salinero 1140 0,63 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 323-329 /44 Ulaca Villaviciosa 1508 70 Cerro CS HII Álvarez-Sanchís et al. 2008 78/ Urracabezas II Pascualgrande 899 5,34 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 351-352 Provincia de Cáceres /61 Alconétar Garrovillas de Alconétar ¿? 1,5 Cerro r. CP HII Martín Bravo 1999: 164-165 /62 Cáceres Viejo Cañaveral 770 10 Sierra CS HII-R Martín Bravo 1999: 165-167 132/ Cancho de la Porra Mirabel 581 0,75 Sierra CS HI Martín Bravo 1999: 96-97 119/49 Cañada de Pajares Villanueva de la Vera 420 ¿? Loma CS HI-HII Martín Bravo 1999: 97-99 /50 Castrejón Villanueva de la Vera 426 2,5 Cerro CS HII Fernández Freire 2008: 237-238 118/ Cerro Castrejón Viandar de la Vera 735 ¿? Sierra CS BF-HI Fernández Freire 2008: 239-241 /63 Cerro del Castillo Talaván ¿? 1,25 Cerro r. CP HII Martín Bravo 1999: 168 123/ Cerro Romartín Madrigal de la Vera 506 ¿? Cerro CS HI Fernández Freire 2008: 355-357 /66 Cerros de Alija Peraleda de San Román ¿? ¿? Cerro r. CP HII-R González Cordero y Morán Sánchez 2006: 35 /64 Desembocadura del Tiétar Mirabel ¿? ¿? Cerro r. CP HII Martín Bravo 1999: 167-168 /46 El Berrocalillo Plasencia 365 5,1 Cerro r. CP HII Martín Bravo 1999: 134-138 /47 El Camocho Malpartida de Plasencia 681 1,7 Sierra CS HII Martín Bravo 1999: 133-134 /51 El Cardenillo Madrigal de la Vera 374 ¿? Llano CS HII Fernández Freire 2008: 271-272 /48 El Castillejo Aldeanueva de la Vera 761 3,18 Cerro CS HII-R Martín Bravo 1999: 131-132 /45 El Castillejo Santa Cruz de Paniagua 659 1 Cerro CS HII Martín Bravo 1999: 138 /57 El Castillejo de la Orden Alcántara 261 4,28 Cerro r. CP HII Martín Bravo 1999: 145-148 /65 El Castillejo de Valdecañas Almaraz 418 10 Espig. CP HII Martín Bravo 1999: 183-187 379 Nº Yacimiento Localidad Alti. Ha Emplaz. C.F. Cronol. Bibliografía 129/ El Castillón de Abajo Alcántara 366 ¿? Cerro CS HI Martín Bravo 1999: 72 125/58 El Periñuelo Ceclavín 487 0,5 Sierra CP HI-HII Martín Bravo 1999: 70-71 121/ El Tudal Villanueva de la Vera 285 ¿? Llano CP HI-R Fernández Freire 2008: 277-278 /59 El Zamarril Portaje 318 12 Espig. CP HII Martín Bravo 1999: 141-143 127/ La Muralla Alcántara 353 12 Cerro r. CP BF-HI Martín Bravo 1999: 72 133/ La Muralla Valdehúncar 342 7,5 Espig. CP BM-BF-HI- R Martín Bravo 1999: 92 131/ La Silleta Cañaveral 823 0,6 Sierra CS HI Martín Bravo 1999: 71-72 130/60 Los Castillones de Araya Garrovillas de Alconétar 300 0,9 Espig. CS HI-HII Martín Bravo 1999: 74 126/ Los Manchones Mata de Alcántara 360 ¿? Loma CS HI Martín Bravo 1999: 74-75 /56 Morros de la Novillada Alcántara 198 4 Cerro r. CP HII Martín Bravo 1999: 143-145 128/ Peñas del Castillejo Acehúche 267 ¿? Cerro r. CP HI Martín Bravo 1999: 72 120/ Rabinche Villanueva de la Vera 279 ¿? Terraza CP HI Fernández Freire 2008: 347-349 122/ Rocastaño 1 Villanueva de la Vera 348 ¿? Ladera CS HI Fernández Freire 2008: 353-354 134/ Talavera la Vieja Bohonal de Ibor 290 ¿? Cerro r. CP BF-HI-R Martín Bravo 1999: 93-96 Provincia de Salamanca /23 Cabeza de Moncalvo Hinojosa de Duero 534 1,8 Cerro r. CP HII López Jiménez 2003b: 303-304 /41 Cabezo Castillo Valdelamatanza 783 1,5 Cerro CS HII López Jiménez 2003b: 288-289 72/ Camino de Cantaracillo Aldeaseca de la Frontera 894 3,59 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 46-47 /34 Castelmao San Felices de los Gallegos 614 1,5 Cerro r. CP HII López Jiménez 2003b: 322-324 114/ Castil de Cabras San Miguel de Valero 1046 0,05 Sierra CS SI López Jiménez 2003b: 168-173 /25 Castillo de Saldañuela Bermellar 669 2,6 Cerro r. CP HII López Jiménez 2003b: 310-312 92/ Cerro de San Pelayo Martinamor 906 ¿? Cerro CS SI-SP López Jiménez 2003b: 151-163 y 291-296 71/19 Cerro de San Vicente Salamanca 805 1,6 Cerro r. CP CP-SP-HII Macarro Alcalde y Alario García 2012 /21 Cuesta de Santa Ana Garcihernández 848 2 Cerro r. CP HII de Soto García 2013 /39 El Castillo Cabeza de Béjar 1078 1,45 Cerro CS HII López Jiménez 2003b: 290-291 111/ El Castillo Herguijuela de Ciudad Rodrigo 700 1,5 Espig. CP SP López Jiménez 2003b: 204-207 /24 El Castillo Saldeana 661 5,5 Cerro r. CP HII López Jiménez 2003b: 309-311 94/ El Guijo-El Castillo Alaraz ¿? 1,8 Cerro CS SP López Jiménez 2003b: 283-284 93/ El Torrejón Alba de Tormes ¿? 0,5 Loma CP P-GS López Jiménez 2003b: 163-166 /37 Irueña Fuenteguinaldo 830 12 Espig. CP HII-R López Jiménez 2003b: 325-327 380 Nº Yacimiento Localidad Alti. Ha Emplaz. C.F. Cronol. Bibliografía /38 La Corona Rinconada de la Sierra 1288 4,5 Sierra CS HII López Jiménez y López Sáez 2005 /40 La Corvera Navalmoral de Béjar 1100 ¿? Cerro CS P-HII-R Fabián García 2012 /35 La Plaza Gallegos de Argañán 674 0,55 Cerro r. CP HII López Jiménez 2003b: 321-323 87/26 Las Merchanas Lumbrales 640 5,37 Cerro r. CS GS-HII-R Vázquez Marcos 2010 70/18 Ledesma Ledesma 775 1,5/ 10,08 Cerro r. CP CP-SP- HII-R López Jiménez 2003b: 197-202 y 281-282 112/36 Lerilla Zamarra 749 2,5 Espig. CP SP-HII-R López Jiménez 2003b: 207-210 y 317 113/ Los Castillejos Zamarra 755 0,05 Espig. CS SI López Jiménez 2003b: 173-175 88/28 Los Castillos Gema 666 3,5 Cerro r. CP SP-HII López Jiménez 2003b: 210-211 91/ Los Castillos Pozos de Hinojo 723 0,04 Espig. CP SI López Jiménez 2003b: 175-179 /30 Los Ocuestos Alaraz 943 4,8 Cerro CS HII de Soto García 2013 /43 Los Tejares El Tejado 1054 16 Ladera CS HII López Jiménez y Martínez Calvo 2009 89/27 Picón de la Mora Encinasola de los Comendadores 672 1,1 Espig. CP CP-SP-HII López Jiménez 2003b: 211-218 y 300 90/29 Yecla la Vieja Yecla de Yeltes 721 4,9 Espig. CP CP-SP- HII-R Martín Valls y Romero Carnicero 2008 /20 Teso de las Catedrales Salamanca 800 18 Cerro r. CP HII-R López Jiménez 2003b: 271-280 /3 Teso de San Cristóbal Villarino de los Aires 663 1,4 Cerro r. CP HII López Jiménez 2003b: 301-303 5/4 Virgen del Castillo Pereña de la Ribera 712 2,5 Cerro r. CP CP-SP-HII López Jiménez 2003b: 218-222 y 301 Provincia de Segovia 68/ Bocahierro San Cristóbal de la Vega 866 0,81 Loma CS SI Blanco González 2009a: vol. II (1): 36-38 59/16 Coca/Casco urbano/Los Azafranales/Camino del cementerio Coca 785 2,73/ 25 Espig. CP P-CP-SI- SP-HII-R Blanco González 2009a: vol. II (1): 85-99 53/15 Cuesta del Mercado Coca 775 1,2 Espig. CP P-CP-SP- HII Blanco González 2009a: vol. II (1): 140-148 61/ El Clavo/Los Manaderos Coca 795 ¿? Loma CS CP-SI-SP Blanco García 2006: 116-120 y 216-221 57/ El Merino Villagonzalo de Coca 823 ¿? Loma CS CP-SI Blanco González 2009a: vol. II (1): 218-221 69/ El Muerto Juarros de Voltoya 846 ¿? Ladera CP SI-SP Blanco García 2006: 232-234 63/ Fuente Tárraga/Montejo 11 Montejo de Arévalo 800 1,5 Loma CP GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 284-286 /17 La Puente Donhierro ¿? ¿? Llano CP HII Blanco García 2006: 457-458 64/ La Tesorera/Montejo 7 Montejo de Arévalo 790 0,22 Llano CS SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 87-92 56/ La Vaca Fuente de Santa Cruz 790 ¿? Ladera CS SI Blanco García 2006: 227-229 381 Nº Yacimiento Localidad Alti. Ha Emplaz. C.F. Cronol. Bibliografía 62/ Las Guardillas/Montejo 1 Montejo de Arévalo 780 0,04 Terraza CP GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 158-159 54/ Las Negreras Coca ¿? ¿? Ladera CP GS Blanco García 2014: 90 67/ Los Bodones I/Montejo 9 Montejo de Arévalo 802 0,17 Llano CS CP-SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 185-189 66/ Los Bodones II/Montejo 8 Montejo de Arévalo 803 0,13 Loma CS SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 190-192 60/ Pinar Nuevo/Bodonazos Coca 796 ¿? Llano CS SI-SP Blanco García 2006: 221-227 58/ Prado Arroyo/Vaca II Villagonzalo de Coca 810 1,5 Loma CS GS-R Blanco González 2009a: vol. II (2): 266-269 52/ Tornacarros Ciruelos de Coca 794 ¿? Llano CS SI-SP Blanco García 2006: 194-196 65/ Viña Mayor Montejo de Arévalo 804 ¿? Loma CS GS Blanco García 2006: 238-240 Provincia de Toledo 139/68 Arroyo Manzanas Las Herencias 468 ¿?/20 Cerro CP BF-HI-HII Moreno Arrastio 1990 136/ Calera de Fuentidueña Azután ¿? ¿? ¿? CS HI Fernández-Miranda y Pereira 1992: 70 138/ Casa del Carpio Belvís de la Jara ¿? ¿? ¿? CP HI Pereira Sieso 1989 /55 Castillo de Bayuela Castillo de Bayuela 795 1 Cerro CS HII Rodríguez Almeida 1955: 266-268 137/67 Cerro de la Mesa El Bercial 376 3,8 Cerro r. CP HI-HII Ortega Blanco y Valle Gutiérrez 2004 135/ Rollo Alcolea de Tajo 373 ¿? Cerro CP HI Martín Bravo 1999: 129 Provincia de Valladolid 48/ Canales Llano de Olmedo 778 3,77 Loma CS SI Blanco González 2009a: vol. II (1): 58-60 20/ Casa del Barquero Castronuño ¿? ¿? ¿? CP SP Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 67 43/ Cotarra Brazuelas II Alcazarén 720 8,24 Loma CS CP-GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 103-107 46/ Cuesta Redonda Olmedo 760 29,91 Ladera CS SP Blanco González 2009a: vol. II (1): 149-150 44/ Dehesa de Doña María Olmedo 739 19,31 Llano CS P-CP-CA- SI-R Blanco González 2009a: vol. II (1): 151-157 23/ El Cesto I Nueva Villa de las Torres ¿? ¿? ¿? CS GS Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 68 36/ El Ciruelo Gomeznarro 730 12 Llano CP SI Blanco González 2009a: vol. II (1): 186-188 38/ El Espino Villanueva de Duero 690 4,99 Loma CP P-GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 199-202 33/ El Juncal Velascálvaro ¿? ¿? ¿? CS GS Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 70 29/ El Lucero Pozal de Gallinas 740 3,78 Ladera CS SI-SP Blanco González 2009a: vol. II (1): 208-212 39/ El Matacán Valdestillas 700 2,3 Llano CP SI Blanco González 2009a: vol. II (1): 215-217 41/ El Pisón Mojados 720 2,34 Loma CS GS-R Blanco González 2009a: vol. II (1): 231-233 37/ El Torrejón/El Cubillo Honcalada 760 0,63 Loma CP GS Blanco González 2009a: vol. II (1): 257-259 50/ Eras de los Perros Llano de Olmedo 782 8,19 Loma CS CA-SI Blanco González 2009a: vol. II (1): 260-263 382 Nº Yacimiento Localidad Alti. Ha Emplaz. C.F. Cronol. Bibliografía 49/ Fuente la Reina/La Olma Fuente-Olmedo 790 9,62 Loma CS P-CP-CA- SI-R Blanco González 2009a: vol. II (1): 279-283 55/ La Calzadilla Puras 790 2,22 Terraza CS CP-SI-R Blanco González 2009a: vol. II (1): 313-321 45/ La Dehesa/Las Culebras/La Llosa Pedrajas de San Esteban 745 29,5 Llano CS P-CP-CA- SI-R Blanco González 2009a: vol. II (1): 325-332 47/ La Monja Aguasal 776 1,26 Loma CS CP-CA-SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 31-38 24/ La Moraleja I Tordesillas ¿? ¿? ¿? CP SI Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 69 35/ La Moralta San Vicente del Palacio 730 2,41 Loma CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 39-40 27/ La Mota Medina del Campo 740 6,75 Cerro r. CP CP-SP Blanco González 2009a: vol. II (2): 41-60 19/ La Muela-Castronuño Castronuño 693 ¿? Cerro r. CP SP Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 67 25/13 La Peña Tordesillas 685 ¿?/55 Llano CP SP-HII San Miguel Maté 1993: figs. 2, 3 y 5 18/ La Requejada San Román de Hornija ¿? ¿? ¿? CP CP-CA- GS Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 69 32/ La Sarteneja/Prado Redondo Moraleja de las Panaderas 723 15,07 Llano CS SI-SP-R Blanco González 2009a: vol. II (2): 74-77 21/ Las Alamedas Castronuño ¿? ¿? ¿? CS CP-GS Quintana López y Cruz Sánchez 1996: 67 31/ Las Quintanas II Gomeznarro 730 1,19 Loma CP GS-R Blanco González 2009a: vol. II (2): 162-163 22/ Los Calvillos II/El Barrero Pollos 680 1,35 Ladera CP P-CP-GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 193-196 51/ Los Casares Fuente-Olmedo 810 4,39 Loma CS SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 197-199 42/ Los Hornos Alcazarén 730 2,29 Llano CS GS Blanco González 2009a: vol. II (2): 225-227 30/ Los Mártires I y II Medina del Campo 730 8,68 Loma CP SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 228-231 26/ Riberilla La Seca 660 2,18 Llano CP SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 292-294 28/ San Antón I Pozal de Gallinas 740 1,66 Loma CS SP Blanco González 2009a: vol. II (2): 300-303 40/14 Sieteiglesias Matapozuelos 712 13,56 Espig. CP SI-SP-HII- R Blanco González 2009a: vol. II (2): 316-322 34/ Tobar San Vicente del Palacio 742 0,79 Llano CS SI Blanco González 2009a: vol. II (2): 341-343 Provincia de Zamora 16/ Cuesta El Pico Castrillo de la Guareña 775 6,43 Ladera CP SI-SP Portilla Casado 2014 2/2 El Castillo Fariza 715 ¿? Cerro CP CP-SP- HII-R Ramos Fraile 2005 8/ El Castillo Peñausende 909 ¿? Cerro CS GS Ramos Fraile 2005 9/6 El Castro Zamora 670 4,2 Cerro r. CP GS-HII Ramos Fraile 2005 3/ El Castro Fornillos de Fermoselle ¿? ¿? ¿? CP GS Ramos Fraile 2005 14/11 El Viso Bamba 782 ¿? Cerro CS SP-HII Esparza Arroyo 1990a 383 Nº Yacimiento Localidad Alti. Ha Emplaz. C.F. Cronol. Bibliografía 4/ Fermoselle Fermoselle 692 ¿? Cerro CS GS Ramos Fraile 2005 11/ La Aldehuela Zamora 625 17,5 Terraza CP SP Jordá Pardo 2006-09 1/ Las Fraguas Cozcurrita ¿? ¿? Ladera CP CP-GS Ramos Fraile 2005 6/ Los Castillos Las Enillas ¿? ¿? ¿? CS GS Ramos Fraile 2005 7/5 Los Castillos La Tuda 743 ¿? Cerro CS GS-HII Ramos Fraile 2005 13/10 Los Castros/Valcuevo/¿El Alba? Villalazán ¿? ¿?/10 Llano CP SP-HII-R Larrén Izquierdo y Pichel Ramos 2010: 138-139 /1 San Mamede/Peña Redonda Villardiegua de la Ribera 693 0,96 Cerro r. CP HII-R Romero Perona et al. 2015 /7 Teso del Castro Zamora 660 26,58 Cerro r. CP CP-HII Ramos Fraile 2005 15/12 Toro Toro ¿? ¿? ¿? CP GS-HII Larrén Izquierdo y Pichel Ramos 2010: 118-119 12/9 Valdegallinas II Zamora 694 1,6 Ladera CP GS-HII Vicente González 2008-09: fig. 5 17/ Vallesa de la Guareña Vallesa de la Guareña ¿? ¿? Terraza CP SI Portilla Casado 2015: 544 10/8 Zamora Zamora 652 ¿? Espig. CP CP-SP- HII-R Larrén Izquierdo 1999: 94-95 384 BLANCO BLANCO Tesis Jesús Rodríguez Hernández PORTADA AGRADECIMIENTOS ÍNDICE ÍNDICE DE FIGURAS RESUMEN SUMMARY INTRODUCCIÓN CAPÍTULO 1. MARCO TEÓRICO-METODOLÓGICO PARTE I. LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO CAPÍTULO 2. LA TRANSICIÓN BRONCE-HIERRO Y EL INICIO DEL ASENTAMIENTO DEFINITIVO CAPÍTULO 3. PRODUCCIÓN ARTESANAL Y SOCIEDAD PARTE II. LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO CAPÍTULO 4. LA APARICIÓN DE LAS PRIMERAS CIUDADES EN EL OCCIDENTE DE LA MESETA CAPÍTULO 5. NECRÓPOLIS: EL ESPACIO DE LOS ANCESTROS CAPÍTULO 6. TECNOLOGÍAS Y ORGANIZACIÓN SOCIOPOLÍTICA CONCLUSIONES BIBLIOGRAFÍA ANEXO I. INVENTARIO DE YACIMIENTOS