Publicación original: SÁNCHEZ MARIANA, Manuel, “La bibliofilia del doctor Guerra”, en Una biblioteca ejemplar: Tesoros de la colección Francisco Guerra en la Biblioteca Complutense, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2007, págs. 25-31. LA BIBLIOFILIA DEL DOCTOR GUERRA Manuel Sánchez Mariana, Ex Director de la Biblioteca Histórica UCM Resumen: El autor hace un repaso a la faceta de bibliófilo del doctor Francisco Guerra en la que ha primado siempre el interés por el contenido de los libros que adquiría, más que ninguna otra circunstancia. Su relación con distintas instituciones, con libreros, otros bibliófilos, y sus trabajos científicos le han preparado para formar una biblioteca de estudio, pero de un humanista que no concibe la estrecha especialización confinada a unos límites, y todas las materias humanísticas y científicas tienen en ella su asiento, con el común denominador de su base historicista Se destaca el esfuerzo y los sacrificios de toda una vida para construir una biblioteca casi inimaginable en los tiempos que corren, una de las mejores colecciones que la Biblioteca Complutense ha acogido entre sus fondos y albergará en el futuro, fruto del tesón y la sabiduría de un hombre singular: el Doctor Francisco Guerra, bibliófilo. Palabras clave: Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid, Francisco Guerra, Bibliofilia La bibliofilia, o el amor por los libros que lleva a coleccionarlos tanto por su rareza como por su significado cultural, tiene entre los más destacados cultivadores en la segunda mitad del siglo XX y en los comienzos del siglo XXI al Doctor Francisco Guerra Pérez-Carral. Nacido en Torrelavega (Cantabria), en 1916, sus estudios en España y en otros paises dieron como resultado la obtención de dos doctorados en Medicina, mas otros en Ciencias, en Historia y en Filosofía. La tragedia de la Guerra Civil, y los avatares de la política, le llevaron al exilio mejicano, donde ejerció la docencia de Farmacología en la UNAM, y comenzó a desarrollar la pasión de su vida, la adquisición de libros para formar una gran biblioteca. Trasladado a Estados Unidos, continuó enseñando Farmacología, ahora en la Universidad de California, y seguidamente pasó como Profesor de Historia de la Medicina a la Universidad de Yale, materia que también impartió en el Wellcome Institute de Londres. Vuelto a España, aunque nunca perdió el contacto directo con su patria, continuó enseñando Historia de la Medicina en la Universidad de Cantabria y en la de Alcalá de Henares, de la que fue Vicerrector y posteriormente, tras su jubilación, Profesor Emérito (el primero que nombró esa Universidad). En la actualidad, a sus más de 90 años, continúa trabajando y adquiriendo libros, tras haber dado a la biblioteca por él formada, que resume la historia intelectual de su vida, un destino que le honra, pues ha quedado integrada, aunque con la independencia que merece, en los fondos de la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid. El Dr. Guerra, como universitario (en su más amplio y original sentido) y principal usuario de sus propios libros, sabe muy bien por qué ha tomado esta decisión; su espíritu patriótico le llevó a desoir los cantos de sirena de varias instituciones extranjeras que se disputaban su biblioteca, por la que hubieran desembolsado grandes cantidades de dinero, para destinarla finalmente a donde él pensó que debía estar, donde va a ser mejor apreciada y utilizada. La obra de investigación del Dr. Guerra refleja su constante referencia a las fuentes originales, y la gran cantidad de libros utilizados. También pone de manifiesto el mucho tiempo empleado en la consulta de numerosas bibliotecas de todo el mundo, así como el manejo constante de libros de su propiedad, cuya adquisición palió, por un lado, las carencias de las bibliotecas de su entorno más cercano, y por otro, le permitió utilizar con la asiduidad y la premura necesarios los libros en que basó sus investigaciones de primera mano. El valor que el Dr. Guerra da a los libros antiguos se refleja también en su afición a la bibliografía, ineludible en el auténtico bibliófilo, y algunas de sus aportaciones más interesantes entran de lleno en el terreno bibliográfico. La mención de títulos tales como Bibliografía de la materia médica mexicana: Catálogo alfabético según los autores de libros, monografías, folletos, tesis recepcionales (México: La Prensa Médica Mexicana, 1950), Iconografía médica mexicana: Catálogo gráfico descriptivo de los impresos médicos mexicanos de 1552 a 1833, ordenados cronológicamente (México: El Diario Español, 1955), American medical bibliography 1639-1783 (New York: Lathrop C. Harper, 1962), Historia de la materia médica hispano-americana y filipina en el periodo colonial: inventario crítico y bibliográfico de manuscritos (Madrid: Afrodisio Aguado, 1973), Bibliographie medicale des Antilles françaises (Alcalá de Henares: Universidad, 1994), Bibliografía médica americana y filipina: Periodo formativo (Madrid: Ollero & Ramos, 1998), termina de perfilar su figura de bibliófilo-bibliógrafo. Y este perfil no es mas que la consecuencia de una elección, mitad científica y mitad afectiva, y el propio Dr. Guerra lo puso de manifiesto, en 1973, cuando escribió, refiriéndose a una de sus obra bibliográficas antes mencionadas, la Historia de la materia médica: “En su ejecución ha gravitado sobre la minerva del autor aquella tesis de Menéndez y Pelayo de que el medio más adecuado de promover el florecimiento de la ciencia española es la formación de inventarios bibliográficos” 1. La figura del Dr. Guerra se nos presenta, así pues, como la de un auténtico bibliófilo. No se trata del bibliómano que busca con avidez casi enfermiza ediciones raras sin más motivo que su propia rareza. El Dr. Guerra es consciente de que los libros valen ante todo por el mensaje que transmiten, y en su afán de bibliófilo ha primado siempre el interés por el contenido de los libros que adquiría, más que ninguna otra circunstancia. El impulso originario que le condujo a la bibliofilia fue su afán de hacerse con una biblioteca que le sirviese como herramienta de trabajo, para suplir las carencias de las bibliotecas de su entorno. Solo que los intereses intelectuales del Dr. Guerra han sido muy variados, más incluso que sus estudios universitarios, por lo que no nos puede extrañar que haya formado, por ejemplo, una extraordinaria biblioteca de historia, ni que la filosofía figure entre sus fondos con las obras de los autores más importantes e influyentes, o que la historia de las ciencias aparezca en sus hitos más representativos con tantas obras como la historia de la medicina, cuya docencia ejerció durante muchos años. La consideración de que las fuentes son el fundamento de cualquier actividad científica le llevó a adquirir, y a manejar con deleite, todo hay que decirlo, las ediciones originales de las obras que marcan un hito en el avance humano, de las crónicas que reflejan los descubrimientos de nuevas tierras, de las que tratan del esclarecimiento de los hechos históricos o del desarrollo del pensamiento. El Dr. Guerra se explaya en las introducciones a sus obras científicas, especialmente las bibliográficas, dejando al descubierto su, por otro lado frecuentemente declarada, pasión por los libros, pero poniendo de manifiesto la utilidad bibliográfica y científica que extrae de ellos. En 1950, tras algunos años de dedicación a su primera actividad docente, la Farmacología, explicó cómo comenzó a reunir libros de esta materia: “Después de una década de estar dedicado primordialmente a estudios de Farmacología mexicana, las omisiones propias y extrañas de contribuciones y 1 F. Guerra, Historia de la materia médica hispano-americana y filipina en el periodo colonial: inventario crítico y bibliográfico de manuscritos, Madrid: Afrodisio Aguado, 1973, pág. 13. prioridades interesantes, hicieron imprescindible el ir adquiriendo impresos con que llenar los vacíos de las bibliotecas locales, a la vez que se levantaba un inventario bibliográfico sistemático por autores..., basado fundamentalmente en la colección del autor, y que ahora se ofrece en esta monografía” 2. Pensamos, porque así lo ha dado él a entender, que la bibliofilia del Dr. Guerra tiene bastante que ver con el conocimiento de la obra y de la figura de su paisano, el gran maestro de la erudición española de entre los siglos XIX y XX, Marcelino Menéndez y Pelayo. Ya hemos hecho notar en alguna otra ocasión nuestra creencia de que Menéndez y Pelayo es la figura más importante de la bibliofilia española de principios del siglo XX, por la nueva orientación dada al coleccionismo de libros, que en su caso no es una consecuencia de la posesión de bienes de fortuna, sino de unos considerables sacrificios pecuniarios orientados a la formación de un conjunto bibliográfico con un sentido tanto científico como utilitario, en lo que a la utilización personal se refiere, y destinado a alcanzar en el futuro una trascendencia social, al formar con ellos una biblioteca de uso público con permanencia, legada a su ciudad natal. Caso sin duda el primero, y quizá todavía el más relevante, de toda la cultura española. Y no cabe duda de que la apreciación de la bibliofilia del Dr. Guerra tiene bastante que ver con la de su ilustre paisano. La Biblioteca de Menéndez Pelayo en Santander se abrió al público en 1923, cuando el Dr. Guerra contaba siete años de edad, y el edificio pronto se le haría familiar, despertando su admiración, como pone de manifiesto en 1955, en la Iconografía médica mexicana: “La gestación de este libro se inicia muchos años ha, en circunstancias bien remotas y sin conexión aparente con él: la contemplación durante las tardes lluviosas de la Biblioteca de D. Marcelino Menéndez y Pelayo, y una pequeña edición italiana de Virgilio, del siglo XVIII, encuadernada en pergamino, que me obsequiara Miguel Cascón S.J., conocedor como ninguno de la obra de aquel coloso de la cultura española, hechos que he considerado como los que provocaron en mí el afán de las búsquedas bibliográficas y el amor por los libros antiguos” 3. El Dr. Guerra, todavía joven, cuando todavía no ha llegado a los cuarenta años, afirma en el párrafo transcrito que la gestación del libro se inició “muchos años ha”, y además en circunstancias que no tenían “conexión aparente con él” (es decir, que realmente sí la tenían). La formación 2 F. Guerra, Bibliografía de la materia médica mexicana: Catálogo alfabético según los autores de libros, monografías, folletos, tesis recepcionales, México: La Prensa Médica Mexicana, 1950, pág. 6. 3 F. Guerra, Iconografía médica mexicana, México: El Diario Español, 1955, pág. VII. que uno recibe en su juventud es decisiva para su orientación en la vida, y por aquellos años, sin duda, el Dr. Guerra admiraba la figura y la obra del autor de La ciencia española, que le había descubierto y hecho amar el jesuita P. Cascón. La frecuentación de la biblioteca santanderina, sin embargo, tuvo lugar muchos años después, cuando acudió a examinar el raro ejemplar de la primera edición de la Antoniana margarita de Gómez Pereira (Medina del Campo, 1554), que el librero ingles Quaritch había regalado al gran polígrafo montañés, para comparar con el incompleto que el Dr. Guerra había adquirido en Sotheby’s, que luego sustituiría por el más perfecto comprado a Montero en Madrid, que es el que hoy guarda la Biblioteca Histórica Complutense. El resto está perfectamente explicado por el propio Dr. Guerra en la introducción a una de sus obras bibliográficas más completas y recientes, la Bibliografía médica americana y filipina, de 1998, por lo que a nosotros no nos queda sino resumir lo allí contado 4. El interés por los libros sobre medicina colonial americana y filipina surgió en él en su juventud, y lo desarrolló a lo largo de toda su vida. Su peregrinar por México, Estados Unidos, Gran Bretaña y España le proporcionó la oportunidad de visitar las bibliotecas de medio mundo y de entrar en contacto con los libreros más importantes. “Lo que ha dado un sentido especial a mi conocimiento de estos libros es que tuve la oportunidad de adquirir muchos de ellos, los he estudiado amorosamente sin sujeción a horarios de biblioteca, y he publicado sobre los mismos varias bibliografías médicas regionales”. La amistad con los libreros anticuarios de los paises en que residió fue desisiva, pues le ayudó “a adquirir los libros que han constituido el mayor estímulo intelectual de mi vida”. Esta actividad la inició tras su llegada a Méjico en 1939, como consecuencia del exilio impuesto por la Guerra Civil. El sacerdote don Demetrio García, que por las circunstancias hubo de ejercer de librero, fue su primer proveedor, a la vez que maestro en la bibliografía mejicana e introductor en los medios bibliofílicos, y de él adquirió, con grandes sacrificios económicos, sus primeros libros antiguos, que a veces tardaba meses en pagárselos. “En muchas ocasiones pasé hambre para pagar los libros”, me dice el Dr. Guerra en carta reciente. “En otras viajé miles de kilómetros en avión para comprar un folleto de 16 páginas en 4º, que luego me regalaron”, indica, para explicar la diversidad de sus adquisiciones. 4 F. Guerra, Bibliografía médica americana y filipina: Periodo formativo, Madrid: Ollero & Ramos, 1998, I, págs. XIII-XXI. Entre sus relaciones en Méjico, tuvo especial devoción por tres bibliófilos: don Salomón Hale, el Dr. Samuel Fastlich, especialista en libros de Odontología, y don Guillermo M. Echániz, arqueólogo y librero anticuario; los cuatro cenaban los jueves para hablar de libros, y visitaban los sábados el establecimiento del librero don Gustavo Navalón, a quien califica de “proveedor discreto”. También se relacionaba con don Martín Carrancedo, industrial de origen cántabro y bibliófilo, el banquero don Salvador Ugarte, y los libreros Porrúa, Robredo y otros. Durante una estancia en Yale University en 1943 y 1944 trabó amistad con el Prof. John F. Fulton, fisiólogo y fundador de la Yale Historical Medical Library, del que adquirió conocimientos bibliográficos, así como con otros historiadores de la medicina y bibliógrafos. También viajó, desarrolló contactos varios, y adquirió libros, por Guatemala, Venezuela, Ecuador, Perú, Argentina, Chile, Brasil, etc. La denuncia que él realizó, siendo profesor de la UNAM, del robo en dos ocasiones del primer libro de medicina impreso en América, la Opera medicinalia de Francisco Bravo (México, 1570), y de la venta en Nueva York y en Londres de otros libros procedentes de bibliotecas mejicanas, le trajo algunos disgustos, así como la amenaza de la posible incautación de las bibliotecas privadas. Abandonó Méjico por la frontera de Piedras Negras, con un camión que contenía sus enseres domésticos y su biblioteca, y, pasada la aduana norteamericana con la anuencia de un inspector que le consideró exiliado político, alquiló un gran vehículo en el que cargó todas sus pertenencias, incluido su automóvil, y recorrió de un tirón y sin parar durante varios días los más de 3.000 kilómetros hasta llegar a New Haven, Connecticut, sede de la Universidad de Yale, donde ya había ejercido como profesor y tenía conocidos. Durante su estancia como profesor en la University of California en Los Ángeles, en 1956 y 1957, trabó amistad con los libreros Jake Zeitlin, Warren R. Howell, de San Francisco, y posteriormente con Richard S. Wormser, de Bethel (Conn.), y Richard Ramer, de Nueva York, especialista en libros portugueses, brasileños, africanos y asiáticos; en cambio resultó menos afortunada y cordial su relación con el célebre H.P. Kraus, de Nueva York, tras la pérdida de una colección de impresos de las Antillas francesas cuyo rastro posterior se esfumó. La enajenación, en 1958, de una quinta parte de su biblioteca, formada sobre todo por duplicados u obras de menor interés, a cambio de medio millón de dólares, le permitió intensificar las adquisiciones de obras de mayor valor. Su estancia en Londres, trabajando en la Wellcome Historical Medical Library, desde 1961 y hasta 1972, aparte de la realización de grandes trabajos bibliográficos, entre los que no es el menor el desarrollado a propuesta del Dr. Ignacio Chávez, rector de la UNAM, para microfilmar y reproducir todas las obras de medicina mejicana impresas entre 1557 y 1833, y de numerosas consultas en la vieja Biblioteca del British Museum, le permitió ampliar considerablemente su biblioteca con numerosas adquisiciones hechas a los libreros Maggs Bros., Dawson & Sons, Francis Edwards, E. Van Dam, Davis & Orioli, el Dr. Maurice L. Ettinghausen, de A. Rosenthal Ltd. (Oxford), y especialmente John L. Gili, de Oxford, pariente del editor catalán del mismo apellido, dueño de la librería Dolphin Books, proveedor de importantes fondos hispanoamericanos, que pasaron a formar parte de su biblioteca instalada en su casa de Hadley Wood, el lujoso suburbio del Norte de Londres. La mayor parte de los fondos mejicanos de su biblioteca los compró en Londres, como los que procedían de la biblioteca del Dr. Nicolás León, que había sido adquirida por un bibliofilo al que solo le interesaba un libro, pudiendo así hacerse el Dr. Guerra con todos los demás por un precio módico. También compró allí la mayor parte de los libros sobre el Extremo Oriente, como los del cirujano Dickson Wright, al que hubo de pagar en metálico, con monedas de oro, pues no quería que figurase la venta en ningún lado; o los que habían pertenecido a sir Thomas Raffles, fundador de Singapur, gracias al capitán Boxer, que había estado prisionero de los japoneses. De Oxford, y a través del bibliotecario del rey don Manuel de Portugal, que dirigía una librería en esa ciudad universitaria, proceden algunos de sus libros portugueses, y otros de los de ese origen los compró en Lisboa. También desde 1961 viaja a España con frecuencia, y entra en contacto con libreros como Enrique y Ramón Montero, Julián Barbazán, Luis Bardón, y la sucesora de Gabriel Molina, en Madrid, a través de su agente Jaime Villegas Cayón, y con Antonio Palau (a quien solo llegó a conocer por correspondencia), y José Porter, de Barcelona. Una de las principales adquisiciones, la biblioteca de Fernández de Velasco, con importantes obras antiguas españolas y americanas, la compró en Madrid a la propia familia, y cuando acudió al día siguiente a retirar los libros vio que habían desaparecido algunos de los mejores, lo que originó un pleito, que finalmente se resolvió a su favor. Y somos testigos de cómo hoy día, después de haber decidido desprenderse de sus libros y entregarlos a la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense, el Dr. Guerra ha seguido adquiriendo libros para enriquecer todavía más su biblioteca, en su inagotable afán de bibliófilo impenitente. De lo dicho podría deducirse que la biblioteca del Dr. Guerra es fundamentalmente una colección de bibliografía médica americana y filipina, pero nada más lejos de la realidad. Se trata de una biblioteca de estudio, pero de un humanista que no concibe la estrecha especialización confinada a unos límites, y todas las materias humanísticas y científicas tienen en ella su asiento, con el común denominador de su base historicista. El propio Dr. Guerra, para la colocación de sus libros en las varias salas de su domicilio madrileño, la dividió en 55 secciones, que no vamos a detallar aquí, pero sí a resumirlas para dar idea de la variedad de la colección: Clásicos griegos, romanos y españoles, Clásicos de economía, Descubrimiento de América, Crónicas españolas, americanas y de varios viajes y descubrimientos, Constituciones de universidades, Primeros libros sobre Japón, China y Filipinas, Libros de medicina americana y filipina, Libros de caligrafía, educación y paleografía, Hagiografía y vidas de santos médicos, Oraciones a santos protectores de las enfermedades, Ediciones de la Biblia, los Evangelios y libros de horas, Bibliografía, Diccionarios, Historia de la medicina, Publicaciones seriadas de instituciones de Medicina, Clasicos de la Medicina, Biografías médicas, Agricultura, Botánica, Albeitería, Música, Física, Matemáticas, Álgebra, Ciencia militar, Arte de Navegar, Clásicos de la Ciencia, Polémica de la Ciencia española, Atlas, Libros de Arte, Exilio republicano, Historia de Portugal, Historia de América, Órdenes hospitalarias, Tesis de Medicina en México en los siglos XIX y XX, Libros de Medicina en México en los siglos XIX y XX, Revistas de Medicina en México en los siglos XIX y XX, impresionante y, como se puede ver, variado conjunto, que pone de manifiesto una labor ingente desarrollada a través de una larga vida. En el catálogo en cinco volúmenes que el Dr. Guerra hizo elaborar hace algunos años de los libros que tenía en su domicilio podemos encontrar obras españolas antiguas tan raras como la Crónica del Santo Rey don Fernando Tercero (Sevilla, Jacobo Cromberger, 1516), único ejemplar reconocido por bibliógrafos como Norton o Griffin; una colección de primitivas gramáticas de lenguas americanas, cuyos ejemplares son siempre raros en bibliotecas españolas; algunos de los más antigos periódicos americanos, como la Gazeta de México, de 1728, o el Mercurio volante (México, 1772- 1773), primer periódico de medicina publicado en América; ocho primeras ediciones de tratados de fray Bartolomé de las Casas, entre las que se encuentra la Brevíssima relación de la destruyción de las Indias (Sevilla, 1552); la primera edición del Tratado breve de medicina de Agustín Farfán (México, 1592), al parecer única en España; la colección sobre Asia Oriental, quizá la más valiosa de España, que incluye los cinco primeros libros sobre China y algunas de las primeras ediciones hechas en Filipinas; una curiosa colección de oraciones y novenas dedicadas a santos protectores contra las enfermedades; libros de navegación como el Arte de navegar de Pedro de Medina, primera edición de 1545, o el Breve compedio de la sphera de Martín Cortés, segunda edición de 1556, etc. El catálogo que, sin duda, la Universidad Complutense publicará en los próximos años, y como avance, el contenido de esta Exposición, reflejan mejor que ningún comentario lo que ha supuesto el esfuerzo y los sacrificios de toda una vida para construir una biblioteca casi inimaginable en los tiempos que corren, una de las mejores colecciones que la Biblioteca Complutense ha acogido entre sus fondos y albergará en el futuro, fruto del tesón y la sabiduría de un hombre singular: el Doctor Francisco Guerra, bibliófilo. 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