UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE FILOLOGÍA TESIS DOCTORAL De excluyentes y comprensivos: la revista Correo Literario y la cultura franquista del medio siglo MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Javier Domingo Martín Director Francisco Javier Huerta Calvo Madrid © Javier Domingo Martín, 2021 UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE FILOLOGÍA TESIS DOCTORAL DE EXCLUYENTES Y COMPRENSIVOS. LA REVISTA CORREO LITERARIO Y LA CULTURA FRANQUISTA DEL MEDIO SIGLO MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Javier Domingo Martín DIRECTOR Dr. D. Francisco Javier Huerta Calvo 2 UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE FILOLOGÍA TESIS DOCTORAL DE EXCLUYENTES Y COMPRENSIVOS. LA REVISTA CORREO LITERARIO Y LA CULTURA FRANQUISTA DEL MEDIO SIGLO MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Javier Domingo Martín DIRECTOR Dr. D. Francisco Javier Huerta Calvo 4 Como ayer, a Francisco, Marta y María 5 AGRADECIMIENTOS Realizar una tesis doctoral es algo parecido al principio, como decía el poeta, «al placer solitario». Esta página inicial viene a constatar, sin embargo, el carácter colectivo de este trabajo y el importante papel que han representado en él numerosas personas. El primer agradecimiento va dirigido, así pues, a mi director de tesis. Desde que nos conocimos (en Astorga, allá por 2012, cuando yo estaba a punto de comenzar la carrera de Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca) siempre ha demostrado una confianza plena en mis capacidades como investigador. A esta mirada generosa se deben, sin duda, los méritos que este trabajo pueda tener. A los profesores y colegas que han respondido amablemente a mis numerosas preguntas: entre muchos otros, Jordi Gracia, Jordi Amat, Laureano Bonet, Joeroen Oskam, Javier La Beira, Miriam Gázquez, Miguel Vera Artázcoz o Juan José Alonso Perandones. Y al personal de bibliotecas y archivos donde se ha desarrollado gran parte del trabajo de esta tesis doctoral. Gracias, también, a todos los buenos amigos que me ha regalado la universidad: sin margen de error, el mejor fruto de la escritura de estas páginas. A Ulises y Vanesa, compañeros de viaje desde la cafetería de la facultad hasta los pasillos empapelados de libros de la fábrica Braço de Prata y las arenas de Fuerteventura. A Jorge, Jesús, Pablo, Dimas, Mica y otros amigos del máster, con los que he aprendido la importancia de la lectura apasionada, por encima de los en ocasiones fríos y estériles análisis filológicos. Y a mis compañeros de despacho y departamento, y muy en especial a Cristina, Lucía y Sergio, modelos de lo que debe ser un buen profesor e investigador universitario, y Ana Rita, que presenció muchos de los desvelos de este trabajo y los iluminó de ideas y sugerencias. A mis amigos de la música —Manolo, Joan, Sergio, Gonzalo, Paco, Tony, Pablo, Elena…—, que me han permitido vivir junto a ellos algunos de mis mejores momentos y han actuado como feliz contrapunto de la no siempre feliz vida universitaria. Y, finalmente, a mis amigos de siempre, Guille y Laura, testigos de una vida, y a toda mi familia, apoyo sin condiciones y espejo donde siempre me miraré. A todos ellos van dedicadas estas páginas. 6 Índice de contenidos PRESENTACIÓN DE LOS OBJETIVOS Y MARCO TEÓRICO 1. Estado de la cuestión: las revistas culturales de posguerra .................................... 10 2. La revista en la teoría sistémica del campo literario .............................................. 16 a) La revista como objeto autónomo de estudio. Algunas propuestas .................... 19 b) Revistas, campo literario y lucha por la hegemonía ........................................... 23 3. Objetivos y desarrollo de la investigación .............................................................. 35 PRIMERA PARTE COMPRENSIVOS Y EXCLUYENTES EN EL CONTEXTO DEL MEDIO SIGLO 1. Comprensivos y excluyentes. Una propuesta bourdiana ........................................ 40 a) Breve historia de una polémica .......................................................................... 42 b) El problema comprensivo desde una óptica bourdiana ...................................... 67 2. El campo de las revistas culturales de los cincuenta .............................................. 84 a) Las revistas oficiales........................................................................................... 86 b) Las publicaciones periódicas del MAE y el SEU .............................................. 93 c) Las revistas independientes .............................................................................. 103 SEGUNDA PARTE UNA BIOGRAFÍA DE CORREO LITERARIO 1. El Instituto de Cultura Hispánica: las revistas ...................................................... 117 a) Mundo Hispánico ............................................................................................. 130 b) Cuadernos Hispanoamericanos ....................................................................... 143 2. Correo Literario. Artes y letras hispanoamericanas (1950-1955)....................... 155 a) Etapa I. 1. (marzo-1950 / febrero-1951). Leopoldo Panero (nº 1-18) .............. 155 i. Aspectos formales y principales colaboradores ............................................ 161 ii. Los ilustradores de la época madrileña ........................................................ 167 iii. Secciones misceláneas................................................................................. 170 iv. Contenidos internacionales .......................................................................... 172 7 la Primera Bienal y el Congreso de Cooperación Intelectual ........................... 172 v. Poesía y cuento ............................................................................................. 180 vi. Los textos memorialísticos .......................................................................... 188 vii. La sección de «Crítica» .............................................................................. 190 b) Etapa I. 2 (marzo-1951 / abril-1952). Faustino G. Sánchez-Marín (nº 19-44) 192 i. Aspectos formales y principales colaboradores ............................................ 194 ii. Las campañas informativas de las páginas centrales.................................... 199 iii. Secciones misceláneas................................................................................. 205 iv. Contenidos internacionales .......................................................................... 209 v. Poesía y cuento ............................................................................................. 212 vi. La sección de «Crítica» de Santiago Magariños ......................................... 216 c) Etapa I. 3 (abril-1952 / abril-1953). Juan Gich (nº 45-69) .............................. 218 i. Aspectos formales y principales colaboradores ............................................ 220 ii. Secciones misceláneas .................................................................................. 224 iii. Contenidos internacionales ......................................................................... 226 iv. Las secciones de entrevistas ........................................................................ 229 v. Nuevas secciones: las columnas de autor ..................................................... 231 vi. La publicación de capítulos de novelas y otros textos de creación ............. 234 vii. La nueva sección de crítica ........................................................................ 236 d) Etapa I. 4 (abril-1953 / marzo-1954). Juan Gich y Marcelo Arroita-Jáuregui (nº 70-93).................................................................................................................... 238 i. Aspectos técnicos y principales colaboradores ............................................. 240 ii. Continuidad respecto de la etapa anterior .................................................... 243 iii. Nuevas secciones nominales: las páginas de «Cine» y «Teatro»................ 246 iv. Los textos de creación ................................................................................. 252 v. Contenidos internacionales ........................................................................... 256 vii. La ampliación de las páginas de crítica ...................................................... 257 e) Etapa II. 1. (mayo-1954 / febrero, marzo-1955). Juan Ramón Masoliver (nº 1-10) .............................................................................................................................. 260 i. Aspectos técnicos y principales colaboradores ............................................. 265 ii. Los ensayos publicados ................................................................................ 268 iii. Entrevistas y secciones nominales .............................................................. 270 iv. Contenidos internacionales: los «Correos» ................................................. 272 v. Los textos de creación .................................................................................. 274 8 vi. Otras secciones: las reseñas de «Anaquel» ................................................. 278 TERCERA PARTE CORREO LITERARIO Y EL MODELO COMPRENSIVO 1. La actitud comprensiva ......................................................................................... 286 a) En torno al problema de España y la polémica comprensiva ........................... 286 b) Los matices de la comprensión ........................................................................ 290 c) La autonomía del intelectual ............................................................................ 295 2. Relecturas de la tradición: el exilio ...................................................................... 299 a) La literatura española de la primera mitad del siglo xx.................................... 299 b) La adaptación estética de la poesía del 27........................................................ 306 c) La recepción del exilio ..................................................................................... 315 3. El diálogo ibérico dentro del marco comprensivo ................................................ 330 a) Las secciones de enfoque internacional: el caso de Portugal ........................... 330 b) La literatura catalana ........................................................................................ 345 4. Catolicismo y existencialismo .............................................................................. 360 5. La estética social ................................................................................................... 377 a) La poesía ........................................................................................................... 383 b) El teatro ............................................................................................................ 388 c) La narrativa ....................................................................................................... 395 d) El cine ............................................................................................................... 408 CONCLUSIONES ..............................................................................................................414 BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................................434 ANEXO I. ÍNDICE DE CONTENIDOS ..................................................................................454 ANEXO II. ÍNDICE DE COLABORADORES .........................................................................564 RESUMEN / ABSTRACT....................................................................................................572 9 PRESENTACIÓN DE LOS OBJETIVOS Y MARCO TEÓRICO 10 1. Estado de la cuestión: las revistas culturales de posguerra En numerosas ocasiones se ha señalado la importancia de las revistas literarias y culturales en la construcción del discurso historiográfico de la literatura española contemporánea. Guillermo de Torre escribía en su conocido «Elogio de las revistas» que «en el principio fue la Revista» [1969: 12], en el sentido de que, al menos desde el modernismo, la publicación periódica se constituyó en plataforma principal del discurso intelectual y, en consecuencia, en un elemento vertebrador fundamental de la vida cultural. Desde otros ámbitos se constata la misma observación: «Las revistas, que son uno de los soportes esenciales del campo intelectual, pueden ser consideradas como una estructura elemental de sociabilidad, espacios muy valiosos para analizar la evolución de las ideas en tanto que lugares de fermentación intelectual y de relaciones afectivas» [Dosse, 2007: 51]. En relación ya con el periodo que nos ocupa no faltan tampoco afirmaciones de este tipo. Rafael Santos Torroella, en el Catálogo de revistas que coordinó en los años cincuenta: «En muchos casos, solo a través de estas revistas se podrá seguir en todos sus pormenores el nacimiento y desarrollo de una vocación y obra poética determinadas, sus primeras tentativas, influjos recibidos, orientaciones estilísticas, de forma y de pensamiento» [1952: 6]; Ferrary, desde el campo de la historia y la ciencia política, se refiere a las revistas como «el lugar ideal desde donde las minorías oficiales pretendieron hacerse oír en los ámbitos oficiales» [1993: 22]; o Fanny Rubio: «Imposible acercarse a la historia literaria de nuestra posguerra sin considerar en profundidad el material y documentación que permanece encerrado en sus publicaciones periódicas» [2003: 33]. El primer trabajo de conjunto en este campo es la monografía Las revistas poéticas españolas, 1939-1975, de esta última autora [2003]1. En ella, aunque centrada fundamentalmente en las revistas de creación y, dentro de estas, en las de poesía, hace un repaso en el que prevalece la descripción sobre la explicación del sistema hemerográfico franquista en su conjunto. A partir de un criterio geográfico, se hace un repaso exhaustivo de las principales publicaciones de cada región. La fecha temprana del trabajo (su origen es la tesis doctoral defendida por la investigadora en 1976) y su carácter pionero explican 1 La autora se basa, a su vez, en varios catálogos previos que se habían publicado durante la propia posguerra. El más importante de ellos, por su carácter compilatorio de todos los anteriores, es el coordinado por José García Nieto en un número especial de Poesía Española [1964], dedicado a las revistas de poesía, y que incluía un «Índice de las revistas de poesía del medio siglo». 11 algunos de los aspectos que se echan en falta de esta obra: la ausencia de una narrativa que aporte cohesión al entramado de revistas presentadas y, en relación con esto mismo, la falta de materiales de consulta como índices, individuales o conjuntos —al menos de las principales revistas—, que serían de gran ayuda para establecer relaciones entre publicaciones y valorar mejor el sistema hemerográfico en lo que tiene de red intelectual. Algo de este propósito está detrás de la ambiciosa obra en tres volúmenes de Ramos Ortega: Revistas literarias españolas del siglo XX [2005a]. Esta publicación de autoría múltiple se divide en tres volúmenes: vol. 1 (1919-1939), vol. 2 (1939-1959) y vol. 3 (1960-1975). El que más nos interesa, el segundo, está coordinado a su vez por el propio Ramos Ortega y por Jurado Morales, quienes realizan unos breves prólogos panorámicos de cada una de las dos partes en que se divide: «Las revistas entre 1939- 1946» [2005b: 11-12] y «Las revistas entre 1947-1959» [2005: 131-136], respectivamente. El resto del volumen lo constituyen artículos específicos sobre publicaciones concretas: Corcel, Espadaña, Lazarillo, Vientos del sur, Postismo, La Cerbatana, La isla de los ratones, Alcaraván, El pájaro de paja, Laye, Platero (Verso y prosa), La Calandria, Revista española, Cuadernos de Ágora y Acento Cultural. Además, se incluyen índices —no siempre completos— de las revistas citadas, así como un índice onomástico conjunto relativo a los dos bloques señalados. Es especialmente destacable el trabajo de Pecourt [2008] por su intención clara de plantear una visión de conjunto del sistema hemerográfico y del funcionamiento de la red de revistas: sintonías, oposiciones, instituciones y discursos vertebradores de la red2. Aunque la obra tiene como asunto principal las revistas españolas de la transición, dedica una importante cantidad de páginas a las revistas de los cuarenta y los cincuenta [2008: 71-114]. Estos capítulos, además, habían aparecido ampliados en un artículo anterior [2006]. Sobre su enfoque teórico y algunas de sus conclusiones volveremos más adelante3. 2 Su ámbito de trabajo, las ciencias políticas, lo lleva a centrarse casi de forma exclusiva en las revistas de carácter cultural con exclusión de las estrictamente creativas. Así, dentro del marco cronológico que nos ocupa, se centra en Escorial, Revista de Estudios Políticos, Arbor, El Ciervo, Serra d’Or, Laye, Alcalá y Boletín Informativo. 3 En formato de artículo, se ha publicado algún otro trabajo de conjunto, como el temprano de Jeroen Oskam [1992a] y el de Onésimo Díaz Hernández [2007] sobre una selección de las principales revistas culturales de la primera década del franquismo: Alférez, Arbor, Cisneros, Clavileño, Criterio, Cuadernos Hispanoamericanos, El Español, Escorial, Finisterre, Haz, Ínsula, Juventud, La Hora, Laye y Revista de Estudios Políticos. Son también interesantes, aunque más parciales, los trabajos de la década de los cincuenta que analizaban el sistema hemerográfico en que estos mismos se incluían, muchos de los cuales recopila Jurado Morales en el prólogo antes referido [2005: 131-136]: uno de los más completos es el que firma Florentino Pérez Embid y que se publicó como separata [1956]. 12 Además de estas visiones generales, las revistas dependientes del Sindicato Español Universitario han sido objeto de estudios de conjunto. Es fundamental un artículo de Ruiz Carnicer [1996], en el que estudia la evolución de la prensa seuísta desde 1938 hasta 1965, prestando atención, además, a las publicaciones de los distritos. Del mismo modo, Jordi Gracia se ha ocupado de estas publicaciones, fundamentalmente en Crónica de una deserción. Ideología y literatura en la prensa universitaria del franquismo (1949- 1960) [1995], pero también en trabajos de carácter más general [2004, 2006]. Así, en Estado y cultura dedica capítulos al estudio de La Hora [2006: 125-141], Laye [2006: 185-199] y Alcalá [2006: 200-230], además de a otras revistas de la época no vinculadas al SEU, como Revista, El Ciervo, Índice, Boletín Informativo, Ínsula, Revista Española, y otras que ya exceden el marco cronológico de nuestro estudio. Existen también trabajos sobre algunas de ellas de forma exclusiva: Alférez [Gracia, 1993a]; La Hora [Caudet, 1984]; Laye [Bonet, 1988; Pinilla de las Heras, 1989; Jordan, 1979]; La Jirafa [Gracia, 1990]. Contamos ya con numerosos estudios sobre las principales revistas culturales o políticas4 de los cincuenta5. La más estudiada ha sido, sin duda, Escorial, desde los trabajos de Dupuich Da Silva y Sánchez Diana [1965] y el conocido artículo de Mainer [1972]. Recientemente, se ha publicado un trabajo sobre la misma, donde se revisan muchas de las concepciones previas sobre la misma [Iáñez, 2011], procedente de su tesis doctoral [2009]. En esta misma línea, contamos con algún trabajo reciente [Morente, 2013]6. La Revista de Estudios Políticos, complementaria de la anterior en su función propagandística, ha recibido también cierta atención por parte de la crítica: Portero [1978], pero fundamentalmente Sesma Landrin, el mayor especialista en la materia [2005, 2004]. En general, casi todas las revistas importantes cuentan con algún trabajo monográfico. De las revistas del grupo excluyentes se ha estudiado en detalle Arbor [Pasamar, 1985; Sánchez Álvarez-Insúa, 2007]; pero, fundamentalmente, Díaz Hernández, 2008] y Ateneo, con algún artículo [Sánchez García, 2005; Segade Alonso, 4 Las revistas de creación, que se quedan fuera de nuestro marco de trabajo, y en particular las de poesía, han recibido un trato de excepción, en cuanto que el discurso historiográfico del periodo se ha organizado en torno de unas pocas principales: Garcilaso, Espadaña, Cántico, Postismo, etc. 5 Nos limitamos aquí a citar aquellos trabajos que se ocupan de las revistas de forma exclusiva y como objetivo principal de su estudio. La mayor parte de los trabajos clásicos de historia cultural del franquismo analizan estas publicaciones con un mayor o menor detenimiento: por ejemplo Tusell [1984], Ferrary [1993], Morán [1998], Juliá [2004], Mainer [2013], entre muchos otros. 6 Hace pocos años se ha defendido otra tesis sobre la revista, aunque centrada fundamentalmente en sus contenidos poéticos [Juan Penalva, 2005]. 13 2018]. Sobre las publicaciones del entorno comprensivo, contamos con varias monografías y tesinas: Revista Española [Jurado Morales, 2012], Índice [Oskam, 1992b; también algunos artículos: Molina Cantero, 1988; Oskam, 1990], Destino [Geli & Huertas Claveria, 1991; Corderot, 2004; Ripoll Sintes, 2012] y Revista [Parellada Casas, 1984; los trabajos parciales de Santamaria [1989] y Mainer [2005]; y artículos, en ocasiones compilados en volúmenes colectivos: El Ciervo [González Casanova, 1992]; Clavileño [Mainer, 2002]; Ínsula [Abellán, 1985; Mainer, 1999; Mora García, 2006]7. Las revistas del Instituto de Cultura Hispánica han recibido una atención desigual: sobre Cuadernos Hispanoamericanos contamos con una tesis doctoral, aunque desde un punto de vista estrictamente histórico [Vera Artázcoz, 2005] y trabajos sobre aspectos parciales: la recepción del exilio [Larraz, 2010], la imagen de América [Escudero, 1992], los textos de poetas mujeres [Rodríguez Callealta, 2016], y un trabajo de conjunto de Matamoro Rossi [2003]. Para Mundo Hispánico, que ha despertado mucho menos interés en los estudios literarios, contamos únicamente con el trabajo de García Domínguez [2003]. Este último, junto con el de Matamoro Rossi, se integra en un volumen colectivo, La huella editorial del Instituto de Cultura Hispánica [González Casanovas, 2003], que estudia la actividad editorial del Instituto en su conjunto, e incluye un catálogo exhaustivo de enorme utilidad. También han sido frecuentes los trabajos que ya no tienen como objeto de estudio la revista en su conjunto, sino algún aspecto concreto de ella. Así, se ha estudiado la recepción de la cultura del exilio en Ínsula, Papeles de Son Armadans e Índice [Larraz, 2009; Casas, 2004]; el género cuentístico en Ínsula, Índice, Clavileño, Revista española, Papeles de Son Armadans, La Hora, Alcalá, Acento Cultural [Casas, 2007]; o la censura de publicaciones periódicas [Oskam, 1991a]. El acceso a estas revistas es desigual. Aunque casi todas ellas están disponibles en los principales archivos nacionales (Biblioteca Nacional, Hemeroteca Municipal de Madrid) solo unas pocas se encuentran digitalizadas y accesibles online. Son las siguientes: Vértice8, Destino9, La Estafeta Literaria10, Ateneo11, Revista de Estudios 7 Son abundantes, asimismo, los trabajos sobre la prensa durante el franquismo: Melloni & Peña- Marín[1980]; Fernández Areal [1973]; Chuliá [2001]. 8http://www.memoriademadrid.es/buscador.php?accion=VerFicha&id=321975&num_id=58&num_total= 3139 9 https://www.bnc.cat/digital/destino/index.html 10https://www.ateneodemadrid.com/Biblioteca/Coleccion-digital/Publicaciones-periodicas/La-Estafeta- Literaria 11https://www.ateneodemadrid.com/Biblioteca/Coleccion-digital/Publicaciones-periodicas/Ateneo-las- ideas-el-arte-las-letras 14 Políticos12, Correo Literario13, Mundo Hispánico14, Cuadernos Hispanoamericanos15, Laye16, Revista17 y, parcialmente, Alférez18 y Revista de Literatura19. Si atendemos a los índices disponibles contamos únicamente con los de Escorial [Juan Penalva, 2005: 529-610], La Estafeta Literaria [Garbisu Buesa & Iglesias Berzal, 2004], Cuadernos Hispanoamericanos [índices digitalizados disponibles en bibliotecas], Papeles de Son Armadans [Fernández et al., 1986], Ínsula [Gómez Sempere, 1983] y parcialmente de los de Acento Cultural [Barrero Pérez, 2005: 438-462]20. * * * Dentro de este panorama, Correo Literario ha pasado prácticamente desapercibida. Además de un artículo muy breve exclusivamente sobre la revista, y que más bien se centra en unos textos de Gabriel Ferrater que se publicaron en la etapa barcelonesa [Bonet, 1990], contamos con unas pocas valoraciones en obras panorámicas o sobre otras materias. Mainer fue el primero en hablar de ella, en su clásico Falange y literatura, por primera vez publicado en 1971: «la revista fue una respuesta implícita al tono banal y militante de La Estafeta Literaria […] y, en muchos órdenes, se acercó al clima de apertura y respeto intelectuales que, un año después, insuflaría Dionisio Ridruejo a su Revista [2013: 156]. Siguen esta misma línea de pensamiento Laureano Bonet, quien en su estudio sobre la Escuela de Barcelona la vincula con los síntomas aperturistas de la cultura catalana de los cincuenta [1994: 66] y Jordi Gracia, quien también la relaciona con Revista: «Casi todos habían sido colaboradores de una aventura más oficial, dirigida por Leopoldo Panero, llamada Correo Literario, nada desdeñable» [2006: 150], y subraya la presencia de firmas aperturistas en ella: «donde escribieron más o menos los de 12 https://dialnet.unirioja.es/servlet/revista?codigo=1166 13 https://www.march.es/storage/bibliodata/teatro/Correo_Literario 14 http://www.cervantesvirtual.com/obra/mundo-hispanico--la-revista-de-veintitres-paises-buenos-aires- madrid-mexico/ 15 http://www.cervantesvirtual.com/obra/cuadernos-hispanoamericanos-80/ 16 https://ddd.uab.cat/record/85788?ln=es 17 https://ahcbdigital.bcn.cat/ca/hemeroteca/titol/revista+semanario+de+actualidades+artes+y+letras. 18 http://www.filosofia.org/hem/med/m015.htm 19https://search-proquest-com.bucm.idm.oclc.org/publication/1817792?decadeSelected=2000%20- %202009&yearSelected=1952&monthSelected=10&issueNameSelected=01952Y10Y01%23Oct%201% 2C%201952%3B%20%20Vol.%202%20(4) 20 Sería un gran avance para este campo de investigación que de una forma coordinada se digitalizasen y se hicieran índices de las principales revistas del periodo. Ello facilitaría el acceso a los datos y daría lugar a análisis mucho más efectivos que, sin duda, nos llevarían a conclusiones diferentes. 15 siempre, además de Cela, que dio ahí en entregas su autobiografía de infancia La rosa, o Ricardo Gullón y otros jóvenes integrados en el sistema y con memoria del pasado, como José Luis Cano o Rafael Santos Torroella» [& Ródenas, 2011: 58]; aunque no por ello rechaza el carácter oficialista de algunas de sus orientaciones: «Algo de opción diferenciada del rumbo oficial tuvo la atención de Índice al mundo hispanoamericano, en competencia directa con la revista que funda Leopoldo Panero en 1950 y financia el Instituto de Cultura Hispánica, Correo Literario» [2006: 234]. Finalmente, Huerta Calvo, conocido especialista del primer director de la revista, se ha referido a ella en alguna ocasión: «Leopoldo dio un ejemplo con esta revista de cómo entendía él la cultura. Basta dar el listado de colaboradores para darse cuenta de su talante liberal y generoso, reñido con cualquier sectarismo dogmático» [2016: lxxiii]. Por ello, unos años antes instaba a un estudio detenido de la misma: «La década de los cincuenta es de una gran actividad intelectual para el poeta. Forma numerosos jurados, imparte conferencias y recitales en colegios mayores, dirige Correo Literario, una revista que aún aguarda un estudioso que la analice en plenitud» [Huerta Calvo, 2012: 27]. Una opinión muy diferente mantiene otro sector de investigadores. Fanny Rubio es quien más se detiene en ella: en su monografía sobre las publicaciones poéticas le reserva un breve epígrafe. Allí manifiesta: «Se va a mantener en unos derroteros trillados, defendiendo una poética y una literatura con anteojos […] Pero la revista que fue dirigida por el poeta del Canto personal mantuvo unas posiciones coherentes con las de su guía» [2003: 102]. Todo ello no quita que reconozca la presencia de algunas firmas sorprendentes, fundamentalmente en su sección «Poesía y poética»: Miguel de Unamuno, Blas de Otero, Rafael Morales, Ildefonso Manuel Gil, entre otros21. Visiones parecidas mantienen investigadores como Larraz: «revista que, como La Estafeta Literaria, Correo Literario o Índice, tenían más de chismes de sociedad literaria que de publicaciones serias» [2009: 41] o Rodríguez Puértolas: «Índice y Correo Literario eran revistas semiindependientes en que, sin embargo, solía transparentarse el componente ideológico de sus equipos directores» [1986: 381]. Asimismo, en trabajos sobre otras materias, se ha incorporado el estudio de algunos de los textos publicados en Correo Literario. El caso más destacado es de 21 Más adelante señala que «el tradicional Correo Literario, dirigido por Leopoldo Panero» se situaba en contra de la revista Índice [2003: 104], cuando la propuesta estética e ideológica de ambos guardan no pocos paralelismos y el director de esta, Juan Fernández Figueroa, se hizo cargo de una sección regular durante el año de 1951 (en la etapa, por cierto, más tradicionalista de Correo Literario). 16 Cabañas Bravo, especialista en las Bienales Hispanoamericanas de Arte, quien le ha dedicado alguna atención a la revista, estrechamente vinculada con estos certámenes: «Fue, digámoslo así, la caja de resonancia del certamen. Una actitud combativa, dialéctica diríamos más bien, sin dejar por ello de ser ecuánime y ponderada» [1991: 91]; «no sin motivo, pues, era esta revista la publicación que se solicitaba desde la Dirección General de Relaciones Culturales para que, supliendo la tardía aparición del catálogo, nuestras representaciones diplomáticas en el extranjero pudieran dar allí amplia información y publicidad a la Primera Bienal» [1991: 92-93]. Jordi Amat analiza el papel que desempeñó en ella Rafael Santos Torroella en cuanto mediador entre los círculos catalanes y los madrileños: «El primer paso que dio para promocionar la vanguardia desde la oficialidad fue su colaboración en Correo Literario. Hacía poco que esta revista quincenal había empezado su andadura y Leopoldo Panero, que la dirigía, le ofreció la corresponsalía en Barcelona por recomendación de Masoliver» [2007: 71]. Finalmente, Fernando Larraz ha estudiado algunos textos en relación con el exilio [2009: 137-138; 2014: 144]; y Laureano Bonet, centrado en la etapa barcelonesa, ha estudiado las contribuciones de Ferrater [1990] y Castellet [1994: 91 y ss.]. Correo Literario está presente en numerosos catálogos y archivos. En muchos de ellos, no obstante, se detectan algunos errores importantes: el más generalizado es el de señalar a Leopoldo Panero como único director de la revista, obviando ya no solo el cambio de manos hacia Faustino G. Sánchez-Marín —aspecto este que, como veremos, se presta a las confusiones—, sino también el cambio de etapa claro de Juan Gich o, en la etapa de Barcelona, el de Juan Ramón Masoliver. Así lo encontramos en el catálogo de la AECID o en los textos de Fanny Rubio [2003: 101] y González Casanovas [2003: 272], quien además, y para mayor confusión, le añade a Panero la M. del segundo nombre de su hijo menor. Se cuenta, asimismo, con una digitalización completa de la Fundación Juan March (https://www.march.es/storage/bibliodata/teatro/Correo_Literario), con reconocimiento de caracteres22. 2. La revista en la teoría sistémica del campo literario Sobrino Vegas ha definido la revista como «una serie de números en secuencia temporal y causal o, dicho de otra manera, como un conjunto de unidades discursivas 22 Desde al menos 2012, en el catálogo de la AECID figura que se está trabajando en la digitalización de la revista. https://www.march.es/storage/bibliodata/teatro/Correo_Literario) 17 producidas, transmitidas y recibidas secuencialmente en diferentes y sucesivos actos de comunicación» [2012: 106]; y revista literaria como una publicación periódica «cuyo contenido versa principalmente sobre la literatura en cualquiera de sus manifestaciones» [2012: 88], en un acercamiento muy similar al de Rafael Osuna, unos años antes: «publicación periódica cuyo contenido es exclusivamente literario; esto es, en ella se publican textos poemáticos, narrativos, dramáticos o ensayísticos» [2004: 19]23. Es más problemática la diferenciación revista literaria / revista cultural: «la utilización indiferenciada de los adjetivos cultural y literaria para referir un tipo de publicación periódica es una de las principales dificultades con que nos topamos» [Sobrino Vegas, 2012: 99]. Rafael Osuna las diferencia, pero no de modo tajante: «la revista cultural cultiva muchas preocupaciones, y entre ellas las literarias, mientras que la revista literaria tiene a esta como centro, pero también puede cultivar las restantes subsidiariamente» [2004: 26]. César Antonio Molina plantea este problema y admite, finalmente, utilizar los dos términos como sinónimos [1990: 21-22]. Creemos, no obstante, que la diferenciación es pertinente y funcional en el caso de nuestro marco de estudio: el sistema hemerográfico de posguerra. Así, es posible localizar dos redes de revistas diferenciadas aunque relacionadas: el de las revistas de creación (fundamentalmente, las de poesía, como Platero, La Isla de los Ratones, Ágora, El Molino de Paja, entre muchas otras), y las culturales. Divergen, sobre todo, en la preeminencia del tipo de texto recogido: mientras que las primeras dedican sus espacios principales a los textos de ficción, las revistas culturales destacan la prosa ensayística, artículos, notas, reseñas y otros textos [Díaz Hernández, 2007: 201]. En el contexto de las revistas de posguerra, conviene resaltar que revistas culturales suele implicar la inclusión de contenidos políticos además de literarios. Así, se puede ver cómo Pecourt [2006, 2008] denomina revistas políticas a lo que otros autores como Jordi Gracia y otros incluyen bajo la etiqueta cultural. También establece dicho matiz Pinilla de las Heras: «El abanico de revistas culturales que muestran, episódicamente, matices políticos propios no concordantes con la propaganda oficial del régimen, y a veces abiertamente discordantes, es un abanico que puede ser ordenado en un continuum desde un polo mínimamente político a otro máximamente político» [1989: 23]. Al margen de la delimitación del objeto de estudio, no demasiado problemática 23 No obstante, ambos críticos señalan que, debido a los problemas asociados a la propia delimitación de lo literario, la definición de revista literaria ha de ser siempre histórica [Osuna, 2004: 19; Sobrino Vegas, 2012: 88]. 18 (no así el modo de abordarlas, las implicaciones de la revista en el entramado cultural en que se inserta, etc.), es una constante en los trabajos hemerográficos la constatación de «la ausencia de una reflexión en torno a su misma naturaleza» [Artundo, 2010: 8]. Esta queja ha sido compartida por numerosos críticos: entre otros, Rafael Osuna: «Son miles y miles las revistas de nuestra tradición pero todavía no existe construcción ni teórica ni práctica para abordarlas. Simplemente, no se sabe qué hacer con ellas. Metodológicamente, todo está asimismo en mantillas, pues esta cuestión ni se plantea» [2004: 15]; o César Molina: «La investigación metodológica e histórica de la prensa literaria en nuestro país […] presenta un panorama un tanto desolador» [1990: 13]. A esta ausencia de teoría se suma, además, el hecho de que en una generalidad de los estudios hemerográficos la revista literaria ha quedado reducida «al cumplimiento de una función ancilar para lo que tradicionalmente se ha tenido por objetivo principal de los estudios literarios: la obra en su versión definitiva, su génesis a partir de variantes y tentativas, su interpretación» [Sobrino Vegas, 2014: 828]. Estas palabras, si totalmente pertinentes hace diez años, y así repetidas por unos y otros, han perdido parte de su vigencia. Actualmente, son ya numerosos los trabajos de carácter teórico que se ocupan de reflexionar sobre la revista como un objeto autónomo con características y peculiaridades propias que debe ser abordado, en consecuencia, con herramientas ad hoc; algo de lo que pecan los acercamientos tradicionales a los productos hemerográficos24. Esta nueva consideración de la revista literaria como objeto autónomo ha venido de la mano de una de las principales corrientes renovadoras de los estudios literarios en los últimos años: las Teorías sistémicas, que han desplazado al libro y su interpretación como centro de los estudios literarios para centrarse más bien en el sistema en su conjunto. Montserrat Iglesias [1994], que ha sido una de las introductoras de estas teorías en nuestro país, anotaba a finales del siglo pasado un cambio de rumbo en los estudios literarios: los análisis interpretativos derivados de las diferentes teorías hermenéuticas, en las cuales el texto se erigía como centro fundamental de la investigación literaria, cedían paso a un tipo de trabajos de perspectiva holística y relacional, agrupados bajo el rótulo de teorías sistémicas. Estas teorías han demostrado ser fundamentales para la renovación de la 24 Sobre ello han escrito autores como Ehrlicher: «Hasta hace relativamente poco se las ha considerado simples “contenedores” y depósitos de textos sin ningún valor en sí» [2014] y Louis: «Las dos aproximaciones académicas tradicionales a las revistas consistían, por un lado, en considerarlas como un antecedente o un episodio de la carrera de un escritor o artista plástico célebre; por otro, en abordarlas en función de su carácter de realización cultural» [2014]. 19 historiografía literaria, en general [Maldonado Alemán, 2006], y de la revista literaria, en concreto [Sobrino Vegas, 2014]. Nos referimos a las propuestas teóricas de Iuri Lotman y su Semiótica de la Cultura, la noción de campo literario de Pierre Bourdieu, la Ciencia Empírica de la literatura de S. J. Schmidt y a la Teoría de los Polisistemas de Itamar Even- Zohar. Todas ellas entienden el espacio literario como un campo o sistema estructurado mediante una estricta red de jerarquías interrelacionadas y definido por su carácter dinámico: las relaciones entre los diferentes puntos están cambiando continuamente. Así, el análisis abandona la hermenéutica del texto como objetivo principal para centrarse en cambio en todo aquello que lo rodea y lo hace posible. Además, dado el carácter jerárquico del sistema, guardan una estrecha relación con los estudios sobre el canon: así, todas las acciones ejercidas en él tienen como objetivo, voluntario o involuntario, el legitimar ciertas formas de hacer literatura frente a otras, en una constante lucha por la hegemonía intelectual. Más adelante estudiaremos cuál es lugar que la revista ocupa dentro de dichos sistemas teóricos y, en concreto, en la teoría del campo de Bourdieu; antes, sin embargo, conviene detenerse en cuáles han sido las implicaciones del cambio de enfoque que las teorías sistémicas han provocado en los estudios hemerográficos y valorar algunas propuestas metodológicas concretas. a) La revista como objeto autónomo de estudio. Algunas propuestas Roxana Patiño [2008], investigadora centrada sobre todo en el sistema hemerográfico argentino, ha periodizado las sucesivas etapas del estudio de las revistas literarias. En un primer momento, que se extiende hasta los años sesenta, estas cumplían un papel secundario respecto del libro. Estaban relegadas a ser un espacio para el rescate de unos textos literarios determinados. En una segunda etapa, hasta los años ochenta, los trabajos sobre estas «las encapsulaban en un ámbito circunscripto sin demasiada conexión con los campos de problemáticas a los que remitían, y adolecían de los enfoques teórico- críticos necesarios para articularlos a ese corpus mayor» [2008: 145]. Y no es hasta la década de los ochenta, continúa, cuando estas «dejan de ser pensadas como “objeto literario” y se tornan en un espacio dinámico y privilegiado de circulación e intersección altamente significativo para el estudio no solo de la historia literaria sino también de la historia y el análisis cultural, la sociología de los intelectuales, la historia de las ideas y 20 la historia intelectual» [2008: 146]. Señala, además, a Bourdieu y su enfoque sociológico de los estudios literarios, como el autor que motivó a determinados investigadores a «analizar a las revistas como posiciones desde las cuales los agentes de un campo intelectual fijaban sus relaciones y establecían sus debates dentro de una problemática» [2008: 147]. Este proceso culmina en los años noventa, cuando los estudios hemerográficos se abren a la transdisciplinariedad, especialmente en lo que se refiere a las relaciones entre imagen, tipografía, puesta en página y todos los otros elementos textuales. Ehrlicher, en un estudio más reciente [2014], añade una nueva etapa vinculada las nuevas tecnologías y sus implicaciones en nuestra forma de analizar las revistas (en lo que concierne, fundamentalmente, a accesibilidad de información y cruce de datos)25. Esta evolución es consecuencia de una premisa fundamental: la revista debe ser considerada un objeto autónomo de estudio y como tal requiere de una metodología específica26. En este sentido, son ya varias las propuestas de estudio. Annick Louis [2014] plantea la consideración de cuatro contextos: «Empezaremos entonces por declinar el concepto de “contexto”. Señalemos preliminarmente que se trata de un tipo de concepto que resulta particularmente productivo si es pensado en plural, y como una serie de círculos no concéntricos, con puntos de contacto y otros de divergencia: contexto de publicación, contexto de edición, contexto de producción, contexto de lectura». Por contexto de publicación entiende todos aquellos elementos «que se encuentran en la misma página (escritos, ilustraciones), pero también las otras páginas». Toma en consideración «la puesta en página del texto»: la tipografía, cohabitación de textos, distribución de los textos en la página, etc. El conjunto total de la publicación, de la serie, las colecciones anexas corresponden en cambio al concepto más amplio del contexto de edición. Todo aquello que posibilita la existencia de ese producto material que es la revista, se engloba bajo la noción de contexto de producción: «designa, por lo tanto, todos aquellos datos y elementos que tienen relación con la fabricación del objeto: financiación, impresión, reuniones de un grupo, proyecto intelectual detrás de una publicación, circuitos del papel, polémicas de época, etc.». Finalmente, el contexto de 25 El caso de la revista Escorial, una de las más estudiadas de nuestra tradición, es representativa de la historia de la disciplina. Desde el primer trabajo de Dupuich Da Silva y Sánchez Diana [1965], centrado fundamentalmente en unos pocos textos y despreocupado de aspectos que conciernen a la propia constitución y organización de esta, hasta la tesis de Iáñez Pareja [2009], cuestionable en algunas de sus conclusiones, pero impecable en lo metodológico. Además, su vinculación con la sociología y la historia de los intelectuales es paradigmática de la principal orientación de los estudios hemerográficos actuales. 26 Sobre esta premisa, Louis matiza que «desde el punto de vista metodológico interesarse en un eje de una revista no impide considerarla un objeto autónomo» [2019]. No se trata, pues, de estudiar la revista en su conjunto, sino considerarla como un objeto de estudio distinto del texto o del libro. 21 lectura —que no es coincidente con el contexto de recepción, también pertinente en el estudio de las revistas— «designa las condiciones de lectura de los textos, tal como se inscriben en los aspectos materiales de las publicaciones» [2014]. Con ello se refiere a la circulación de los textos entre revistas, las cartas al director, la publicación y todo aquello, en fin, que desde la revista nos permite reconstruir el círculo de lectores que esta pretendía alcanzar. En esta misma dirección, Pita González y Grillo han abordado en dos artículos similares estas cuestiones [2013, 2015]. En ellos recogen una lista exhaustiva de unidades de análisis, distribuidas en tres categorías diferentes: 1) Dimensión material: aspectos técnicos; 2) Dimensión material e inmaterial: aspectos de contenido; 3) Dimensión inmaterial: la geografía humana: 1. Dimensión material: aspectos técnicos 1. 1. Lugar de ubicación (repositorios) 1. 2. Formato, cantidad de páginas y diseño de la portada 1. 3. Impresión, papel y encuadernación 1. 4. Lugar, cantidad de números y etapas 1. 5. Precio, venta y periodicidad 1. 6. Tiradas y zonas de difusión 2. Dimensión material e inmaterial: aspectos de contenido 2. 1. Título y subtítulo 2. 2. Manifiestos, programas y notas editoriales 2. 3. Índices, secciones y distribución de páginas 2. 4. Temas y problemas 2. 5. Ornamentación 2. 6. Publicidad y novedades 3. Dimensión inmaterial: la geografía humana 3. 1. Director, comité editorial y administración 3. 2. Administración, amigos e impresor 3. 3. Colaboradores (de texto y gráficos) 3. 4. Corresponsales y distribuidores 3. 5. Lectores y/o suscriptores 3. 6. Traductores 3. 7. Referentes 22 Proponen, pues, un completo catálogo de elementos pertinentes para el análisis, que además se ocupan de definir y desarrollar con gran detalle. Rafael Osuna, finalmente, es responsable de dos monografías teóricas sobre las revistas literarias: Tiempo, materia y texto: una reflexión sobre la revista literaria [1998] y Las revistas literarias. Un estudio introductorio [2004]. En el primero, en concreto, despliega un sistema conceptual de gran utilidad para lo que él denomina la hemerografía literaria: «la disciplina que estudiara tanto la estilística formal como referencial de la revista» [1998: 2]. En primer lugar, es fundamental la nomenclatura que utiliza para determinar los diferentes elementos que constituyen el producto hemerográfico. Así pues, se refiere a la unidad como el elemento mínimo de análisis, el número individual de una revista; la serie como el conjunto de las unidades de una revista; el módulo como un grupo de series con rasgos comunes; la categoría como el conjunto de módulos (por ejemplo, la revista literaria frente a la revista religiosa). El total de categorías, finalmente, constituye el sistema hemerográfico. En segundo lugar, y en coherencia con su rechazo del acercamiento a la revista como herramienta auxiliar de la historiografía literaria, se refiere a los conceptos de materialidad/espacialidad y temporalidad como las características intrínsecas del producto hemerográfico que lo distinguen de un modo radical del libro literario: «la revista, por su parte, posee una materialidad única e intransferible en el tiempo y en el espacio, ya que solo posee una sola edición en el espacio y en el tiempo. […] Es un discurso único, intransferible, no transliterable, neutralizado en el tiempo y definitorio de su esencialidad» [1998: 7-8]. De ahí la importancia del análisis del espacio material y simbólico (los espacios vacíos, la disposición de las unidades significativas en la página en blanco, el uso de una tipografía determinada, etc.), así como la temporalidad que, en este caso, se resuelve en dos ciclos temporales distintos: el macrodiacrónico (compartido con el libro), esto es, la situación cronológica del número en el sistema literario global de las publicaciones literarias, y el microdiacrónico, el lugar que ocupa en la serie hemerográfica a que pertenece. Reflexiona también sobre el concepto de autor y su aplicación a los estudios hemerográficos. Osuna, a partir del concepto de cotextualidad (la relación existente entre dos términos por su común presencia en una serie hemerográfica) propone que el autor de la revista literaria «es el creador de cotextualidad y que su texto creado no es un texto lingüístico ni artístico concretos, ni la suma de ellos, que son meras enunciaciones, sino 23 el concepto abstracto expresado por la cotextualidad» [1998: 94]. Por último, defiende la noción de discurso hemerográfico, «el discurso total de la revista» [1998: 21], como una composición de siete subdiscursos semióticos diferentes: a) Discurso literario. La totalidad de los textos literarios que componen el discurso hemerográfico. Hace especial hincapié el autor en los géneros propiamente hemerográficos, que él mismo define [1998: 26-34; 2004: 61-81]. b) Discurso publicitario. Los textos literarios o artísticos de carácter publicitario y que, en muchos casos, soportan económicamente la revista. c) Discurso identificador. Comprende todos los signos lingüísticos que distinguen la revista dentro del continuum hemerográfico: desde el título hasta el pie de imprenta. d) Discurso artístico. El conjunto de piezas artísticas que coexisten en la revista con los textos literarios. Normalmente, reproducciones de cuadros, fotografías o ilustraciones. e) Discurso tipográfico. En el que Osuna incluye: tipos y adornos de imprenta, tintas y papel [1998: 47]. f) Discurso social. Se identifica con la praxis cultural del grupo que colabora en la revista. Se deben incluir en el análisis de la revista literaria, pues, los diferentes colaboradores que la hacen (sexo, clase social o especialización cultural, por ejemplo) así como la actividad cultural que desempeñan en el medio social (recitales, presentación de libros, organización de concursos, etc.). g) Discurso mercantil. Todo lo relacionado con la financiación de la revista, la relación con los suscriptores o el alcance de la tirada, entre otros aspectos. Como se puede observar, estas tres propuestas insisten en un mismo hecho: la necesidad de considerar las características materiales de la revista (la situación de los textos en la página, la calidad del papel, el formato, etc.), el contexto editorial en que esta vio la luz (condiciones de financiación, periodicidad, difusión, etc.), así como el grupo humano que la concibió. En definitiva, todos ellos concluyen que la revista ha pasado de ser un objeto ancilar en los estudios literarios para convertirse en un objeto autónomo, con características y particularidades propias que requiere, por ello, de herramientas metodológicas específicas. b) Revistas, campo literario y lucha por la hegemonía 24 Al margen de estas propuestas, de marcado carácter formalista, se sitúan aquellas que, más allá de la consideración de la autonomía de la revista como objeto, tratan de situarla dentro de un sistema o campo cultural. Sobrino Vegas, por ejemplo, estudia las revistas de la Segunda República desde la Teoría de los Polisistemas de Even-Zohar [2014, 2012]. Desde este punto de vista, las revistas son un lugar privilegiado para observar las diferentes relaciones que se producen dentro del sistema literario, en cuanto que en ellas «se articulan acciones comunicativas propias de las diversas posibilidades de participación en el sistema […] e incluso de textos procedentes de otros sistemas literarios y culturales» [Sobrino Vegas, 2012: 86]. Las revistas, en este sentido, tienen entre sus funciones: preservar un repertorio canonizado para que pueda ser transmitido a sucesivas generaciones, establecen como dominante un concepto de literatura; regulan las normas y convenciones que operan en el sistema; proponen modelos y orientaciones estéticas para la producción y recepción de las obras; sancionan las producciones con el rechazo, la legitimación o la canonización; estimulan y apoyan la creación de obras literarias con su publicación, la remuneración por ello, la convocatoria y concesión de premios, su divulgación en otras publicaciones, exposiciones y ciclos de conferencias, la recepción crítica, etc., todo lo cual queda incorporado en el dominio cognitivo de los individuos durante su proceso de socialización y condiciona su participación en el sistema [Sobrino Vegas, 2012: 84]. De esta larga serie de funciones conviene resaltar, fundamentalmente, dos aspectos. El primero de ellos es la recuperación de la vida literaria. Even-Zohar precisa, no obstante, que se refiere a «“vida literaria” (byt) no como factor “ambiental” en el sentido de “trasfondo” […], sino como parte esencial de las intrincadas relaciones que rigen el agregado de actividades que constituyen la “literatura”» [2017: 32]27: que incluye, pues, muchos más elementos que los textos en sí: «cuando se entiende la “literatura” como un campo de acción […] podemos decir que origina muchos más productos que los textos en sí» [1999: 45]. En segundo lugar, es destacable la importancia que Sobrino Vegas otorga a la noción del canon en el estudio sistémico de la revista literaria. Pozuelo Yvancos, de 27 Cabañas ha subrayado que «el formalista Boris Eichenbaun ya se ocupaba, allá por 1927, de lo que llamó vida socio-literaria, con lo que defendía una comprensión del hecho literario que trasciende la pura reunión de obras» [2002]. 25 hecho, defiende dicha perspectiva como un acercamiento renovado a la problemática del canon [2000]. De las teorías de Even-Zohar, en concreto, destaca la estrecha relación que en ellas se establece entre texto y código: «una cultura no la configuran sus textos, sino la relación entre textos y códigos en un devenir histórico» [Pozuelo Yvancos, 2000: 86], así como el concepto de repertorio: «conjunto de normas […] y elementos que gobiernan la producción de textos y sus usos» [2000: 88]. En definitiva, defiende el alejamiento de una visión del canon basada en el texto hacia otra fundamentada en las reglas que permiten la elección de unos textos determinados. El análisis de los metatextos — «normas, reglas, tratados teóricos y artículos críticos que devuelven la literatura a sí misma, pero ya en forma organizada, construida y valorada» [Lotman, 1996: 115]— sería fundamental para «entender la cultura más que como una suma de textos como un mecanismo que crea un conjunto de textos y poner énfasis en la capacidad autoorganizativa y en el grado de autoconciencia como indispensables para definir la cultura» [2000: 97]. Pierre Bourdieu28, a partir sobre todo de sus trabajos de temática literaria [1999, 1995, 1989-1990], ha sido otra referencia fundamental en los recientes trabajos sobre revistas, muy especialmente en Hispanoamérica. Ha interesado, en concreto, su concepción del espacio social literario, del campo como «una red de relaciones objetivas (de dominación o subordinación, de complementaridad o antagonismo, etc.) entre posiciones […]» [1995: 342]. Es una idea, pues, puramente relacional en la que «cada posición está objetivamente definida por su relación objetiva con las demás posiciones, o, en otros términos, por el sistema de propiedades pertinentes, es decir eficientes, que permiten situarla en relación con todas las demás en la estructura de la distribución global de las propiedades» [1995: 342]. A las diferentes posiciones del campo corresponden diferentes tomas de posición: «conjuntos sistemáticos de respuestas explícitamente elegidas para un conjunto de problemas que la tradición ignoraba o a los que daba respuesta sin plantearlos» [1995: 184], que son entendidas, además, de un modo relacional: «Cada toma de posición (temática, estilística, etc.) se define […] respecto al universo de las tomas de posición y 28 Entre los numerosos trabajos que sintetizan y revisan la obra de Pierre Bourdieu, destacamos la compilación de artículos coordinada por Sanz Roig [2014], con colaboraciones de algunos de sus discípulos más destacados: Anna Boschetti, Christophe Charle, Gisèle Sapiro, Pascal Durand, entre muchos otros; el volumen colectivo Pierre Bourdieu. Key concepts [Grenfell, 2008], exhaustiva revisión de los principales conceptos del teórico (habitus, campo, capital, doxa, hysteresis, interés, conatus, violencia simbólica, entre otros; y la famosa entrevista que le realizó Loïc Wacquant en 1992, acompañada de un complejo aparato de notas, así como de una guía bibliográfica para acercarse al teórico francés [Bourdieu & Wacquant, 2005]. 26 respecto a la problemática como espacio de los posibles que están indicados o sugeridos; recibe su valor distintivo de la relación negativa que le une a las tomas de posición coexistentes» [1995: 345]. El campo es entendido, pues, como un campo de luchas: «el campo como estructura de relaciones objetivas entre posiciones de fuerza subyace y guía a las estrategias mediante las cuales los ocupantes de dichas posiciones buscan, individual o colectivamente, salvaguardar o mejorar su posición e imponer los principios de jerarquización más favorables» [Bourdieu, 2005: 139]. Dichas tomas de posición, además, no se circunscriben únicamente a las obras literarias, a los textos, sino que comprenden todas las posibles actuaciones de los agentes en el campo. De este modo, la ciencia literaria ha de «tener en cuenta no solo a los productores directos de la obra en su materialidad (artista, escritor, etc.), sino también al conjunto de los agentes y de las instituciones que participan en la producción del valor de la obra a través de la producción de la creencia en el valor de la obra de arte en general y en el valor distintivo de tal o cual obra de arte» [Bourdieu, 1995: 339]. La característica fundamental del campo es la autonomía, es decir, la capacidad detentada por sus miembros para valorar las diferentes tomas de posición ejercidas en el campo a partir de criterios propios de dicho campo, y cuya capacidad de consagración o legitimación derive de la posición del agente en dicho campo y no de su posición en otros espacios heterónomos. Muy en relación con ello se sitúa la subdivisión que Bourdieu establece entre el subcampo de la gran producción y el de la producción restringida. El primero de ellos depende en gran medida del campo del poder, y sus mecanismos de producción, difusión y legitimación de los productos culturales que allí se generan no responden necesariamente a la lógica específica de dicho campo. En el subcampo de la producción restringida ocurre lo contrario: los criterios que definen su funcionamiento son estrictamente culturales. Así, la consagración de sus productos depende en gran medida del reconocimiento de los pares, mucho más que de criterios políticos o de mercado. Ambos subcampos son, pues, los dos polos de un continuum cuyo criterio fundamental es la autonomía que un campo social en concreto detenta29. 29 En este punto sería interesante reflexionar sobre la naturaleza del campo cultural franquista y, como haremos más adelante, sobre el campo de las revistas culturales. Bourdieu escribe sobre ello en relación con el concepto de aparato, de Althusser [1974]: «Bajo ciertas condiciones históricas, que deben ser examinadas empíricamente, un campo puede comenzar a funcionar como un aparato. Cuando los dominantes se las ingenian para aplastar y anular la resistencia y las reacciones de los dominados, cuando todos los movimientos van exclusivamente de arriba hacia abajo, los efectos de la dominación son tales que la lucha y la dialéctica constitutivas del campo cesan […] De manera que los aparatos representan un caso límite, lo que podríamos considerar un estado patológico de los campos. Pero tal límite nunca se alcanza realmente, ni siquiera bajo los regímenes totalitarios más opresivos» [& Wacquant, 2005: 140]. Así, 27 En este campo de relaciones objetivas inciden los diferentes habitus de los agentes que en él se sitúan. Campo y habitus son dos conceptos que no pueden entenderse de forma individual: el campo determina los habitus, y los habitus estructuran y provocan cambios en el campo. Bourdieu define habitus como un «sistema de disposiciones inconscientes que es el producto de la interiorización de las estructuras objetivas y que, en tanto que lugar geométrico de los determinismos objetivos y de una determinación del porvenir objetivo y de las esperanzas subjetivas, tiende a producir prácticas y, por ello, carreras objetivamente ajustadas a las estructuras objetivas» [1992: 42]. Se trataría de una serie de esquemas de pensamiento y actuación construidos históricamente que los agentes reproducen mediante la práctica en un campo determinado. No se puede, pues, confundir con la noción tradicional de trasfondo social: hablamos, más bien, de diferentes posibilidades de actuación que un individuo concreto tiene ante sí —y que están condicionados por determinados factores ambientales—, ante las que puede elegir, pero que están inscritas en un campo determinado en un momento concreto de su historia y en el espacio de los posibles que en él se plantean. Además, la variación en el tiempo es una característica esencial del concepto: «constantemente sujeto a experiencias, constantemente afectado por ellas de una manera que o bien refuerza o bien modifica sus estructuras» [Bourdieu & Wacquant, 2005: 174]. Es a lo que se refiere el teórico cuando habla de las trayectorias de los diferentes agentes: «es preciso preguntarse no cómo un determinado escritor ha llegado a ser lo que es —a riesgo de caer en la ilusión retrospectiva de una coherencia reconstruida— sino cómo, dados su origen social y las características socialmente condicionadas que están correlacionadas con este, pudo ocupar, o, en ciertos casos, producir, las posiciones que le preparaba y a las que lo llamaba un estado dado del campo de producción cultural» [1989-1990: 13-14]. Dicha relación está mediada por otro concepto fundamental: el capital (económico, cultural, simbólico, etc.). Con ello alude Bourdieu a los diferentes tipos de valores que funcionan en un campo determinado y en las jerarquías que lo conforman: los diferentes grados de legitimación o consagración que cada agente posee. Se podría afirmar, entonces, que la posición de un agente (esto es, el lugar ocupado relacionalmente respecto de todos los demás agentes de un campo) equivale a su dotación de capital (aquí Bourdieu defiende que no existen situaciones de dominación absoluta, de tal forma que los dominados no puedan ejercer cierta fuerza: «pertenecer a un campo significa por definición ser capaz de producir efectos en él (aunque solo sea para generar reacciones de exclusión por parte de aquellos que ocupan las posiciones dominantes)» [2005: 115]. 28 Bourdieu distingue entre el volumen, es decir, la cantidad de capital acumulado, y su estructura, el o los tipos de capital, que tendrán diferentes valores en función del campo en cuestión). Karl Maton explica con la siguiente fórmula el funcionamiento de las prácticas o tomas de posición que ocurren en un campo: [(habitus)(capital)] + field = practice, «practice results from relations between one’s dispositions (habitus) and one’s position in a field (capital), within the current state of play of that social area (field)» [2008: 51]. Desde esta perspectiva, el campo se define por las luchas que se producen en su seno, derivadas del interés de los agentes por la obtención de la mayor cantidad de capital posible: su historia, dice Bourdieu, es «la historia de la lucha por el monopolio de la imposición de las categorías de percepción y de valoración legítimas» [1995: 237]30. La revista se constituye como un lugar de confluencia de determinados agentes, detentadores de un habitus y una posición concreta, que, en las luchas activas por la hegemonía, se sirven de esta plataforma como una forma de «exhibición del capital simbólico» [Bourdieu, 1995: 404]. Bourdieu, en las breves notas que ha dedicado a la revista como objeto de estudio, subraya su condición espacial, de lugar «de reunión de un grupo de productores» determinado [1995: 342], y, en lo que congrega y excluye («se distinguen más por lo que excluyen que por lo que reúnen» [1995: 87]), contribuye a la estructuración del campo literario31. Debido a su carácter estructurante, son varios los intereses que gravitan en torno a estas. En primer lugar, los propios agentes implicados en la confección de la revista: «Este grupo o esta red [el núcleo de la revista] ya constituida admite por cooptación a 30 François Dosse ha criticado este aspecto de la teoría bourdiana: «Compartiremos con Michel Trebitsch su oposición a una visión del campo intelectual como un campo de batalla totalmente estructurado alrededor de estrategias conscientes, a partir de las cuales los intelectuales solo se reagruparían por razones de reconocimiento, en ganancia de legitimidad y de toma de poder. Si se pide una autonomía del campo intelectual con los ritos y las reglas específicas de una sociabilidad intelectual, hay que reconocer que estas reglas señalan más bien un campo magnético muy compuesto y además fluctuante en el tiempo, lo que exige una mirada de historiador» [2007: 57]. No obstante, hay que señalar que Bourdieu no atribuye a dicho concepto de interés la noción de voluntad por parte de los agentes: se trata, más bien, de un mecanismo implícito en un campo que se define por las jerarquías que en él se establecen. Voluntaria o involuntariamente, todas las acciones inscritas en un campo construyen las posiciones relacionales de los agentes que las ejercen: van asociadas, pues, a la obtención de una determinada cantidad de capital. 31 Es muy ilustrativo de este último punto el siguiente ejemplo, que Bourdieu aduce a propósito de un debate televisivo: «Primero, se trata de un espacio preconstruido: la composición social del grupo de participantes está determinada de antemano. Para comprender qué puede ser dicho y especialmente qué no puede ser dicho en el estudio, uno debe conocer las leyes de formación del grupo de hablantes, quiénes quedan excluidos y quiénes se excluyen a sí mismos. La censura más radical es la ausencia […] El periodista ejerce una forma de dominación (coyuntural, no estructural) sobre el espacio de juego que ha construido y donde desempeña el papel del árbitro […] En su lucha por imponer la interpretación imparcial, es decir, por hacer que los espectadores reconozcan la suya como la visión objetiva, los agentes tienen a su disposición recursos que dependen de su membresía en campos objetivamente jerarquizados y de su posición dentro de los respectivos campos» [Bourdieu & Wacquant, 2005: 314]. 29 unos colaboradores más o menos regulares, determinando en particular el sumario de los primeros números, a su vez destinado a funcionar por “lo que representa”, es decir, un determinado prestigio propiamente literario, y también una determinada línea político- religiosa, como foco de atracción o de repulsión, o, en todo caso, como referencia en las luchas de clasificación que se producen en todos los campos» [1995: 405]. En segundo lugar, los detentadores del poder político que se sirven de la prensa literaria como un modo «de imponer su visión a los artistas y de apropiarse de la consagración y de la legitimación de que estos gozan» [1995: 84]. Creemos que esta consideración de la revista como un espacio y, más allá todavía, como un microcampo con mayor o menor autonomía —y, como tal campo, definido por la competencia y la lucha por la hegemonía—, es enormemente productiva para los estudios hemerográficos. Son ya varios los críticos que han reflexionado sobre ella desde dicha perspectiva. Por citar unos pocos ejemplos: Una gran mayoría de ellas materializa un campo, lugar ideal para la observación de los enfrentamientos y del despliegue de estrategias de diversos grupos productores de cultura, creando espacios discursivos mediadores, imprescindibles para el discernimiento de los mecanismos de consolidación de la hegemonía cultural, o de las propuestas alternativas que disputan esa hegemonía y luchan por la incorporación y legitimación de otros contenidos» [Cabañas, 2002]. Las revistas como componentes clave en el estudio de la conformación de proyectos intelectuales y literarios; proyectos derivados menos de un programa expreso y unidireccional, que del resultado de una negociación entre líneas hegemónicas y contrahegemónicas en permanente estado de tensión y recomposición [Patiño, 2008: 148]. Las revistas no como un espacio donde se refleja la vida intelectual, sino donde esta se gesta: un espacio que permite aprehender las relaciones entre los agentes del campo (y no uno que las refleja, o donde se exponen) [Louis, 2019]. De los párrafos citados podemos extraer dos características fundamentales, herederas de las concepciones de Bourdieu. En primer lugar, su carácter espacial: la revista como un espacio de socialización, de encuentro de un grupo de productores. Esta característica en particular ha sido explorada desde trabajos inscritos en la línea de la 30 historia de los intelectuales32. Claudio Maíz, por ejemplo, propone la valoración de tres aspectos: las revistas como lugares de encuentro y actividad del intelectual; como medios de expresión y comunicación; y como una red de relaciones [2011: 77], planteamiento que ya había sido expuesto por François Dosse en su trabajo clásico La marcha de las ideas: «Las revistas, que son uno de los soportes esenciales del campo intelectual, pueden ser consideradas como una estructura elemental de sociabilidad» [2007: 51]. En esta misma dirección, pero centrado en el marco del franquismo, Francisco Morente se refiere al estudio de la «sociabilidad de los intelectuales», «los ámbitos en los que esas relaciones se establecen y desarrollan, y que van desde las editoriales y revistas hasta los congresos, pasando por los cafés, las tertulias o las escuelas literarias» [2016: 179]. Es también de enorme interés el concepto de red de revistas o, como lo denomina Rafael Osuna, módulo hemerográfico [1998]. Se trata de un espacio de sociabilización más amplio en el que se integran los microcampos de cada revista. Annick Louis ha reflexionado sobre ello en varias ocasiones [2014, 2012]: «son redes y circuitos cuyo poder viene precisamente del hecho que permiten una circulación —por eso podemos decir que resulta de su carácter móvil e inestable—y de la renovación permanente de que son objeto. La red de revistas es un espacio productor de relaciones, constituida por una serie de elementos heterogéneos» [2014]. En segundo lugar, la revista literaria como la materialización de diferentes estrategias de exhibición simbólica visibles especialmente en los discursos mediadores de los que habla Cabañas [2002] y que Lotman denomina metatextos [1996: 115]: es decir, las críticas, reseñas, ensayos sobre literatura contemporánea, etc. que delimitan los códigos normativos (autores, géneros, poéticas, formas literarias), determinantes de una concepción concreta de lo literario. Sin embargo, dicha exhibición simbólica no se produce como algo dado; al contrario, está profundamente marcada por la dinamicidad y la competencia. Con un mayor o menor grado de pluralidad, según cada revista concreta, conviven en ella diferentes grupos en constante pugna por imponer determinados puntos de vista. El programa de la misma es, pues, el «resultado de una negociación entre líneas hegemónicas y contrahegemónicas en permanente estado de tensión y recomposición» [Patiño, 2008: 148]. A todo ello se suma la mayor o menor incidencia del poder político en la revista —visible a través de diferentes vías: el cuadro de dirección, la financiación 32 En Morente [2016] se puede consultar un riguroso estado de la cuestión de los estudios sobre el franquismo desde el punto de vista de la historia de los intelectuales. 31 de la revista, introducción de propaganda, colaboración de agentes políticos, etc.—, que busca capitalizar dichas luchas y sus resultados simbólicos en su propio beneficio. Como consecuencia de todo ello, se ha hablado de la revista, siguiendo a Bourdieu, como una estructura estructurada y estructurante [Pita González, 2014]. Estructura en el sentido de soporte material, de objeto autónomo conformado por una serie de subdiscursos cruzados —literarios, ideológicos, tipográficos, pictóricos, etc.— que están dispuestos de un modo relacional y jerárquico a lo largo de las diferentes páginas de la revista y de la serie en su conjunto. Estructurada por la práctica social de los diferentes grupos y las relaciones que entre ellos se establecen en la textualidad de la misma. En consecuencia, las revistas, en cuanto espacios de socialización, se constituyen «como un microcosmos del campo intelectual» [Pita González, 2014]33. Estructurante del campo cultural, en fin, en el sentido de que, más que soportes de los debates existentes en el campo y de las relaciones entre los diferentes agentes que lo ocupan, son generadoras de los discursos que animan las luchas por la legitimidad, así como de las posiciones desplegadas en él. Sobre este último punto en concreto ha reflexionado el teórico francés Jean-François Sirinelli. Para él, la revista «estructura el campo intelectual con sus mecanismos antagónicos de adhesión —por las amistades que subyacen, las fidelidades que consigue y la influencia que ejerce— y de exclusión —por las posiciones adoptadas, los debates suscitados y las escisiones aparecidas» [en Morente, 2016: 180]. Así pues, entendemos que es preciso acercarnos a la revista literaria desde dos puntos de vista complementarios. En primer lugar, la revista como toma de posición dentro de los sucesivos campos en que esta se inserta: de mayor a menor especificidad, campo hemerográfico (con sus respectivos subcampos: revistas literarias, revistas culturales, etc.), campo literario, campo cultural y, finalmente, campo del poder. Resultante de las negociaciones simbólicas que se producen en su seno, la revista constituye un discurso que incide en los diferentes espacios externos en que está inscrita y que construye, igualmente, la posición que ella misma ocupa en ellos. Asimismo, la revista se erige como un microcampo, un espacio de tomas de posición para los diferentes agentes e instituciones que la ocupan, materializando y construyendo, de esta forma, las tomas de posición de los diferentes agentes implicados 33 Es muy revelador que muchas de ellas estén asociadas a lugares físicos de encuentro (cafés, ateneos, universidades, institutos de cultura). La revista se constituye, pues, como una extensión natural del espacio social: recoge y construye, en consecuencia, los mismos discursos que en él se desarrollan y que lo configuran. 32 en las luchas por la legitimidad. Se ofrece de esta forma una fotografía interesada del campo cultural en su conjunto, mediante la elección de unas problemáticas determinadas y unos agentes concretos que ocuparán, según el caso, una posición en la revista con un grado mayor o menor de homología respecto de la que detentan en el campo cultural. Esta doble perspectiva habrá de tener en cuenta la propia especificidad de la revista en tanto objeto autónomo, tal y como defendíamos en el apartado anterior. Creemos que son dos, en concreto, los rasgos principales que habremos de considerar para un estudio desde dicho punto de vista. En primer lugar, el carácter polifónico de la misma o, más propiamente hablando, la cotextualidad como característica definitoria. Además de Rafael Osuna, de quien tomamos el término [Osuna, 1998], son varios los autores que han señalado esta peculiaridad: Beigel, por ejemplo, habla de las revistas como textos colectivos [2003] y Manzoni utiliza el concepto de texto múltiple y obra en movimiento [2001: 58]. En segundo lugar, la propia periodicidad del producto hemerográfico: la cual implica necesariamente un carácter dinámico y mudable34. La cotextualidad de la revista está, sin embargo, fuertemente mediatizada y centralizada en los agentes y las instituciones que controlan su producción y, por tanto, el acceso de los otros agentes al campo-revista35. Así, unos habitus similares en el campo político y cultural —ideologías similares que acerca a los agentes aspirantes a los centros de producción de la revista; capital simbólico adquirido mediante la publicación en otros medios del sistema hemerográfico; frecuentación de los mismos espacios de sociabilización, entre otros factores— convergerán en unas mismas revistas. Entre estas formas de entrada podemos destacar tres: (1) Los contactos personales (capital social y capital simbólico). La frecuentación de unos determinados espacios de sociabilización amplía la red de contactos de un agente y las posibilidades de participación en una revista determinada (en función, también, del capital simbólico acumulado). Es el caso, por ejemplo, de Vicente Aleixandre en Correo Literario. La relación personal establecida previamente con Leopoldo Panero, y la 34 Incluso en aquellos casos en los que el proyecto no sobrepasa el primer número, la periodicidad frustrada —su fracaso— es un rasgo determinante en su valoración. Es significativo un caso como el de Boletín Último, revista de un solo número que impulsaron Ildefonso Manuel Gil y Ricardo Gullón en 1932, rasgo este, intencionado desde la propia elección del título, sobre el que sus directores ironizaban constantemente: por ejemplo, aludiendo a la existencia de una única suscripción, la de Juan Ramón Jiménez. 35 Dosse se refería a esta peculiaridad: «Verdaderas redes constituidas y muy expuestas a los cambios, las revistas son también y sobre todo un reagrupamiento alrededor de un individuo, que es su encarnación» [2007: 58]. Sin embargo, no siempre podemos delimitar el centro de un proyecto hemerográfico en un individuo concreto: en ocasiones se trata de un grupo director, identificable o no con una institución determinada. 33 posición de ambos autores, ambos con un alto grado de prestigio en el campo literario de posguerra, posibilita que este acepte participar en la revista, previa petición del autor astorgano. (2). Los contactos institucionales (capital político). Los centros, instituciones, gobiernos… que financian un gran número de las revistas culturales de la posguerra, además de imponer su cuadro de dirección, son responsables también de la presencia de muchos de sus colaboradores. Es lo que explica, por ejemplo, el peso designado en Correo Literario a una firma como Santiago Magariños, íntimamente ligado a la entidad financiadora, el Instituto de Cultura Hispánica; o los artículos de diferentes autores hispanoamericanos, becados en Madrid por el propio Instituto, como Edmundo Meouchi o Antonio Fernández Spencer. Es significativa, asimismo, la presencia de determinadas firmas políticas en las revistas de la época. Por ejemplo, la reproducción de discursos de Fernández Cuesta y Ruiz-Giménez en las revistas del círculo comprensivo como un modo de ofrecer una legitimidad política a su propuesta cultural. En ocasiones, estos textos eran de obligada inclusión, tal y como se atestigua en su situación marginal en la revista Laye, que los relegaba a las «páginas azules», al final de cada número [Jordan, 1979: 8]. (3). Los mecanismos internos del producto hemerográfico. Las propias revistas despliegan con frecuencia mecanismos de participación: los concursos, cartas al director, encuestas abiertas, etc. Además de posibilitar la incorporación puntual de determinadas firmas, en muchas ocasiones heterodoxas respecto del discurso hegemónico de la revista, puede ser un paso inicial para una colaboración regular. Un ejemplo de ello en Correo Literario es Alfonso Sastre, quien progresivamente se va haciendo más habitual en la revista tras su «Contestación espontánea a una encuesta sobre teatro social» en el número 25; hasta el punto de llegar a contar con una sección regular propia, una vez que se incorporan al cuadro de dirección de la revista intelectuales más afines a su ideario ideológico y estético. Dichas condiciones de acceso al campo-revista —y, como resultado, su cotextualidad— están sujetas a su carácter temporal y periódico. Las luchas que se desarrollan en el polo dominante del campo-revista (el sector de la producción) van a provocar importantes cambios en ella: materiales, geográficos, ideológicos pero, fundamentalmente, de cotextualidad. De ahí la importancia que se le ha dado en los estudios hemerográficos a las biografías de las revistas: esto es, a su descripción y análisis secuencial. En estas se hace especial hincapié, precisamente, en los momentos en los que 34 se produce un cambio en las condiciones de acceso a la revista, derivado, la mayor parte de las ocasiones, de una modificación del cuadro de dirección. En resumen, los estudios hemerográficos han experimentado importantes modificaciones en los últimos años. En particular, el cambio de paradigma según el cual la revista ha dejado de ser un almacén de textos, una herramienta útil en diferentes ámbitos, para ser considerada como un objeto autónomo. Así pues, actualmente contamos con un número importante de trabajos de reflexión teórica sobre la misma, sus características propias y sus especificidades materiales y formales. Consecuencia de ello, y en relación con las teorías literarias sistémicas (muy especialmente, la Teoría de los Polisistemas, de Itamar Even-Zohar, y la Teoría del Campo de Pierre Bourdieu), la revista se ha convertido en un espacio privilegiado para la observación de las luchas por la hegemonía que se desarrollan en los campos literarios, culturales y políticos en los que esta se inscribe. Ello es debido a una serie de características que ya Bourdieu apuntaba, pero que han sido desarrolladas con más detalle por estudiosos posteriores (muy especialmente en el ámbito latinoamericano: Pita González, Roxana Patiño, Claudio Maíz, entre otros). Las revistas, desde esta perspectiva, son espacios de sociabilización donde convergen una multiplicidad de grupos humanos que las emplean como plataformas de exhibición simbólica. Pita González sintetiza esta visión con su descripción de la revista como una estructura (en cuanto soporte material), estructurada (por la práctica social) y estructurante (del campo cultural). Partiendo de dichos presupuestos, nuestro trabajo tendrá en consideración la doble naturaleza de la revista literaria. En primer lugar, su condición espacial, de espacio de tomas de posición en el que diferentes grupos intelectuales pugnan por imponer sus puntos de vista dentro de las problemáticas que en ella se posibilitan. Esta suerte de microcampo, fotografía interesada del campo literario, está mediatizado, sin embargo, por las condiciones de acceso al mismo, que dependen directamente de su sistema de producción, por lo que el estudio de este requiere una especial atención crítica. De estas condiciones depende, en suma, la cotextualidad resultante, el texto múltiple que es toda revista literaria. En segundo lugar, la revista, en cuanto forma de exhibición simbólica resultante de los diferentes discursos enfrentados que la conforman, es una toma de posición en sí misma: en una primera instancia, en relación con el campo hemerográfico, pero también en los campos literario, cultural y político. 35 3. Objetivos y desarrollo de la investigación Con este trabajo nos proponemos estudiar la revista Correo Literario (1950-1954) desde antedicha perspectiva teórica. Nos centraremos en la PRIMERA PARTE en describir el campo cultural en que se inscribe nuestro objeto de estudio, atendiendo fundamentalmente al punto intermedio del programa de investigación triple que proponía Pierre Bourdieu: «La posición del campo literario (etc.) en el seno del campo del poder; la estructura de las relaciones objetivas entre la posición que en él ocupan individuos o grupos situados en situación de competencia por la legitimidad; El análisis de la génesis de los habitus de los ocupantes de estas posiciones» [1996: 318]. Nos detendremos, en concreto, en la principal polémica intelectual que se desarrolló en el cambio de década: aquella que enfrentó a los intelectuales autodenominados comprensivos (Dionisio Ridruejo y otros miembros de la Falange intelectual) con sus rivales excluyentes del CSIC, el Ateneo y otras instituciones (como Florentino Pérez Embid y Rafael Calvo Serer): desde las primeras manifestaciones del enfrentamiento en la década de los cuarenta, hasta sus últimas consecuencias políticas en el final de los cincuenta; con especial atención además, a las diferentes valoraciones suscitadas en la historiografía literaria contemporánea. No es posible comprender en profundidad una revista como Correo Literario sin tener en cuenta dicha polémica, literaria y cultural en un primer momento, pero también política: sus posicionamientos —sus tomas de posición— han de enmarcarse necesariamente en este momento crítico del campo cultural franquista. Asimismo, realizaremos, desde esta misma óptica, una breve revisión de las principales revistas culturales comprensivas y excluyentes que configuraron la red hemerográfica del medio siglo. Nos centraremos, en concreto, en las denominadas revistas culturales o políticas, dentro de las cuales distinguiremos dos bloques principales: las oficiales, dependientes de instituciones como el CSIC, el Instituto de Cultura Hispánica o el SEU; y las que, en mayor o menor medida, se editaron de forma independiente, como Ínsula e Índice. Es este un paso fundamental, en primer lugar, para entender uno de los principales aspectos de la polémica comprensiva: esto es, la configuración de un incipiente campo de revistas políticas donde fuera posible el debate público, y, en segundo lugar, para valorar lo que supusieron, dentro de este contexto, los diferentes cambios de etapa de Correo Literario; qué lugar ocuparon cada una de ellas dentro de dicho módulo hemerográfico. 36 En la SEGUNDA PARTE, analizaremos Correo Literario en sus diferentes etapas: I. 1 (marzo-1950 / febrero-1951). Leopoldo Panero (nº 1-18). I. 2 (marzo-1951 / abril- 1952). Faustino G. Sánchez-Marín (nº 19-44). I. 3 (abril-1952 / abril-1953). Juan Gich (nº 45-69). I. 4 (abril-1953 / marzo-1954). Juan Gich y Marcelo Arroita-Jáuregui (nº 70- 93). II. 1 (mayo-1954 / febrero, marzo-1955). Juan Ramón Masoliver (nº II.1-10). Habremos de valorar, en primer lugar, el papel político y cultural de la entidad que financiaba la revista: el Instituto de Cultura Hispánica. Analizaremos la importante función desempeñada por la institución dentro de la política internacional del régimen y estudiaremos cuáles fueron sus principales actuaciones culturales, estrechamente relacionadas con el modelo comprensivo, con especial atención a la orientación y desarrollo de sus otras dos revistas culturales: Mundo Hispánico y Cuadernos Hispanoamericanos, en tanto que publicaciones complementarias de Correo Literario. Atenderemos, a continuación, a cuál es la relación que se establece entre los cambios producidos en el sistema de producción —el cuadro de dirección, fundamentalmente, pero también las fuentes de financiación y las diferentes sedes donde se confecciona la revista: redacción, administración y empresa editora—, las propias características de la revista en cuanto soporte material (todos aquellos aspectos técnicos y formales, además de la estructuración de los contenidos de la revista en sus diferentes secciones y apartados) y el equipo humano presente en ella: es decir, de qué forma la periodicidad de la revista determina su cotextualidad. Partiendo de la noción de que una revista se constituye como un espacio de tomas de posición, analizaremos el lugar que ocupan los agentes en el campo-revista, tomando en consideración su doble dimensión espacial y temporal: qué espacios de la misma ocupan (página, secciones, etc.) y en qué lugar de la serie en su desarrollo temporal se encuentran sus colaboraciones. Asimismo, estudiaremos exhaustivamente cuáles fueron las secciones en que se distribuyeron las diferentes problemáticas abordadas en cada etapa, enfocadas de forma comparativa cuando sea pertinente. Así, analizaremos de qué modo se recogieron en la publicación las novedades de la vida cultural de la quincena, las entrevistas a grandes figuras de la cultura del medio siglo, los contenidos de enfoque internacional, las páginas de creación (fundamentalmente, poesía y narrativa), secciones nominales, ligadas a firmas concretas, o especializadas en determinados temas o géneros, las reseñas de las novedades editoriales y, finalmente, los diferentes acontecimientos, en general aquellos organizados por el Instituto de Cultura Hispánica, y debates de época que solían aparecer recogidos en la portada del número o en sus páginas dobles. 37 Finalmente, en la TERCERA PARTE detallaremos cuál es la toma de posición de Correo Literario en su conjunto. Es decir, de qué forma incide la revista, descrita en detalle en la parte segunda, en el campo cultural franquista del medio siglo y, en concreto, en el momento específico en que comprensivos y excluyentes se enfrentaron en la esfera literaria y política. Argumentaremos su pertenencia a la red de publicaciones comprensivas mediante el análisis de aquellos textos en que de forma explícita se problematizaba la actitud aperturista o que apoyaban los agentes y las iniciativas del entorno comprensivo. Y, partiendo de esta postura, analizaremos cuatro de los principales puntos que formaron parte de dicho discurso. En primer lugar, la relectura de los autores heterodoxos de la tradicional nacional —Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, los poetas del 27, Miguel Hernández—, problemáticos por motivos políticos, religiosos y estéticos, con especial atención a la cuestión del exilio. En segundo lugar, abordaremos la incidencia de las otras culturas extranjeras en las páginas de la revista, y de qué forma el internacionalismo funcionó como objetivo último del programa comprensivo y como herramienta auxiliar al servicio del desarrollo de los otros aspectos de su programa. Para ello, atenderemos con detalle al caso concreto de Portugal y su estrecha relación con uno de los puntos fundamentales del ideario comprensivo: el acercamiento a la cultura que se expresaba en lengua catalana. A continuación, nos ocuparemos de estudiar la tensión que se produjo entre católicos aperturistas y otras posturas religiosas más ortodoxas. A partir del estudio de los textos de figuras como el filósofo José Luis L. Aranguren, detallaremos cuáles fueron los límites y el alcance de este catolicismo comprensivo e insistiremos, sobre todo, en su lectura y valoración del existencialismo francés de Sartre y Camus. Por último, analizaremos en detalle la estética social, y conceptos asociados como el compromiso, el testimonialismo y el objetivismo crítico, tal y como esta se manifestó en los diferentes géneros literarios: poesía, teatro y narrativa, así como en las páginas cinematográficas. Con ello, nos proponemos cubrir tres objetivos principales: 1. Plantear, a partir de Pierre Bourdieu, un modelo teórico de análisis de las revistas literarias y culturales, eficaz para la generación de nuevos significados y la apertura de nuevas preguntas, reproducible en otros objetos de estudio más allá del caso concreto de Correo Literario. Defenderemos, además, que este mismo marco bourdiano resulta especialmente pertinente para enfocar la polémica comprensiva desde un punto de vista diferente y, en consecuencia, creemos que esta tesis doctoral puede ofrecer, si no 38 soluciones definitivas a los muchos problemas que rodean el fenómeno comprensivo, sí al menos caminos de investigación y puntos de partida desde los que seguir trabajando. 2. Analizar de un modo exhaustivo la revista Correo Literario en su historia completa. Con ello, queremos ofrecer un ejemplo aplicado de dicho modelo teórico. Asimismo, y dada nuestra reivindicación del valor de la publicación del Instituto de Cultura Hispánica —la cual, pese al papel central que detentaba en el medio siglo, así como la importante función que desempeñó dentro de la red de revistas comprensivas, apenas ha sido estudiada hasta la fecha—, sentaremos las bases de futuros trabajos de investigación sobre esta u otras materias relacionadas a partir de los datos y problemáticas recogidas en sus páginas. Por este motivo, nos proponemos clarificar muchos de los datos confusos o mal entendidos hasta el momento: muy en especial, los diferentes cambios de dirección que se produjeron a lo largo de su breve pero variable historia y ofrecer un muestrario amplio de los temas y debates que tuvieron eco en los números de la revista. En este sentido, incluimos también unos detallados ÍNDICES que resultarán de enorme utilidad para el futuro investigador. 3. Definir de forma precisa cuál fue la incidencia y desarrollo del discurso comprensivo tal y como este se manifestó en Correo Literario. Valoraremos las tensiones que los diferentes cambios de etapa imprimieron en dicho discurso y, a partir de este hilo conductor, conectaremos el análisis particular de la revista con el campo de las revistas culturales de los años cincuenta. Finalmente, a partir de este análisis particular, describiremos en detalle cómo fue la poética comprensiva en sus puntos más importantes: la relectura de la tradición, el exilio, los contenidos internacionales, la literatura catalana, el catolicismo aperturista y el existencialismo y la estética social. Incidiremos especialmente en la interrelación entre las diferentes problemáticas, en la forma como los diferentes grupos y sus intereses concretos se posicionaron en torno a cada uno de estos puntos y valoraremos cuáles fueron los límites, de muy diferente naturaleza, que marcaron el desarrollo de cada uno de los objetivos comprensivos en su desarrollo a lo largo de la década de los años cincuenta. 39 PRIMERA PARTE COMPRENSIVOS Y EXCLUYENTES EN EL CONTEXTO DEL MEDIO SIGLO 40 Y es que visto desde fuera y desde lejos, todo aquello tenía que parecer una farsa, un falso testimonio, un ardid de gentes aprovechadas que querían sumar y, con la suma, legitimar la causa a la que servían y cuyo reverso era el terror. Unos y otros, en definitiva, tenían razón [Ridruejo, 2007: 24] 1. Comprensivos y excluyentes. Una propuesta bourdiana El concepto de falangismo liberal —y sus variantes: falangismo comprensivo, aperturista, integrador— es uno de los más discutidos en los estudios sobre la cultura del franquismo36. Este alude a la asunción de discursos estéticos (y, en ocasiones, políticos) heteredoxos por parte de ciertos miembros de la intelectualidad oficial: la reivindicación de algunos nombres problemáticos (Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Federico García Lorca, Miguel Hernández, entre otros) y determinadas cuestiones estéticas difícilmente justificables desde la teoría literaria fascista o la ortodoxia religiosa y política del franquismo: ciertas vanguardias pictóricas, la estética social, el existencialismo europeo, la literatura en catalán y el liberalismo como corriente política. La presencia de estas materias en revistas, publicaciones y determinados actos desembocó en una intensa confrontación —primero desarrollada únicamente en el campo cultural, luego transportada al político— entre los dos principales grupos intelectuales que competían por detentar la hegemonía ideológica del régimen, ya desde la Guerra Civil, pero que adquiriría nuevos tintes en la década de los cincuenta. Por un lado, la Falange intelectual agrupada en torno a autores como Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo: entre otros, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, José María Valverde, José Luis L. Aranguren. Habían coincidido ya en un importante proyecto de la primera posguerra de características similares, la revista Escorial, pero fue en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, de la mano de los católicos aperturistas del Ministerio de Educación (Joaquín Ruiz-Giménez al frente) y del Instituto de Cultura Hispánica (ICH), que dependía del Ministerio de Asuntos Exteriores (MAE) de Alberto Martín-Artajo, cuando adquirieron los medios necesarios para desarrollar su propuesta 36 En este binomio, liberalismo ha sido entendido como «una tradición intelectual que aprendió a articular bajo un estado de derecho las libertades individuales y las diferencias más hondas de pensamiento» [Gracia, 2004: 32]. Tradición, pues, íntimamente vinculada con algunas ideas de la Ilustración, el krausismo y el pensamiento noventayochista. 41 autodenominada comprensiva. Así, fue esta la época de fundación de importantes plataformas hemerográficas de carácter oficial, por ejemplo, las vinculadas al Sindicato Español Universitario (SEU): Alférez, Alcalá, Laye, así como la intensa actividad teatral desarrollada por los teatros universitarios dependientes del sindicato; la organización de los tres Congresos de Poesía, apoyados por Joaquín Pérez Villanueva, Director General de Enseñanza Universitaria, en los que cuestiones como la estética social o la poesía expresada en lengua catalana fueron centrales; o, en fin, el desarrollo de las Bienales Hispanoamericanas de Arte y otras actividades artísticas que reivindicaron el arte de vanguardia y la pintura abstracta (Escuela de Altamira, grupo Cobalto, Dau al Set). Frente a ellos, se situaban los defensores de la intransigencia como postura estética, ética y política. Se trataba de personalidades vinculadas al Opus Dei y a instituciones como el CSIC y el Ateneo madrileño: entre los más importantes, Rafael Calvo Serer, Florentino Pérez Embid y Jorge Vigón. Frente a la integración y la comprensión de la heterodoxia, defendían el silencio absoluto. El enfrentamiento, que había tenido un primer foco en el final de la década anterior, con la publicación de España como problema (1949), de Pedro Laín Entralgo, y la respuesta de Rafael Calvo Serer: España sin problema (1949), llegó en los años cincuenta a su grado de máxima tensión. Consecuencia de todo ello fueron las revueltas estudiantiles de 1956 y el consiguiente reajuste ministerial que dio lugar a nueva época del franquismo. Las diferencias críticas en la valoración de las ramificaciones de la polémica son absolutas, y giran en torno a tres preguntas fundamentales, que ha destacado López Baroni en un sintético y valioso estado de la cuestión sobre la materia [2012, 2013]: (1) «si durante el franquismo desapareció completamente la tradición liberal; (2) si hubo una oposición al régimen desde dentro, una oposición no confundible con las luchas de poder existentes entre las diversas facciones que sostuvieron la dictadura; (3) si esta oposición desde dentro del régimen nutrió […] a los que se enfrentaron a la dictadura sin haber mantenido relación con la misma» [2012: 468]37. En las páginas siguientes, sintetizaremos la historia de la polémica, así como la recepción crítica de la misma hasta la actualidad. Finalmente, esbozaremos nuestra 37 La autora, que enfoca la cuestión desde el punto de vista de los estudios sobre la transición, plantea otras cuestiones que no son centrales para nuestro trabajo: (4) «si las biografías personales y las relaciones discipulares de diversos intelectuales, profesores e investigadores de izquierdas, que mantuvieron relación con los miembros de este falangismo liberal, han condicionado la imagen que se tiene del grupo»; (5) «si la monarquía parlamentaria actual es el producto de una evaluación natural del franquismo, generada desde dentro del régimen» [2012: 468]. 42 propuesta de análisis del conflicto, intentando sugerir algunas respuestas a las antedichas preguntas. a) Breve historia de una polémica Fue Dionisio Ridruejo quien acuñó definitivamente el término en un conocido artículo publicado en el número inicial de Revista, con fecha de 17 de abril de 195238. En el ensayo plantea la cuestión de la heterodoxia, del discurso divergente del vencido. Ante ello, para Ridruejo caben dos posturas diferentes: por un lado, la de los excluyentes, que, vencedores en la guerra física e ideológica, no ven problema alguno en la razón del enemigo. Su opción es, pues, el silencio, cuando no el rechazo frontal: no hay diálogo posible porque no hay ningún problema que resolver. Frente a este sector, el autor opone el punto de vista de los comprensivos, «quienes creen que existe el problema y los problemas: el religioso, el social, el histórico». Para ellos, «la razón del adversario resulta importante y la comprensión del adversario —si ya su conversión no fuera un deber de caridad— resulta obligatoria. Porque de lo que se trata es de resolver y superar los problemas y el hecho mismo de tener, en ellos, adversarios es parte sustancial del problema mismo» [2007: 574-575]. Lejos de defender la idea de un diálogo entre iguales (para empezar, porque solo una de las partes tenía la voz y la palabra), proponía, en cambio, la necesidad de «convertir, convencer, integrar y salvar españoles» [2007: 575]. Es decir, adaptar o reacondicionar los elementos heterodoxos del discurso de los vencidos para, de esa forma, incorporarlos al proyecto nacional de Falange: el cual, desde sus propios fundamentos, reconocía dicha voluntad de unidad nacional. Sin embargo, esta integración había de venir acompañada de la conversión del otro y, como consecuencia, y desde su punto de vista, de su salvación ideológica. Afirma incluso que la comprensión entraña menos riesgo que la exclusión, en cuanto que esta última no rebate los argumentos del adversario: «Por añadidura es indudable que el modo único de quitar al adversario la parte de razón que tiene o tuvo es el de hacerla propia cuando se le ha vencido. Asumir e incorporar los valores del adversario —absoluto o relativo, grande o pequeño— es, en todo caso, menos peligroso que aplastarle o echarle al fuego con su razón entera» [2007: 575]. 38 El texto, con algunas modificaciones hechas por el propio autor a posteriori, pertinentemente indicadas por el editor, Jordi Amat, figura en la antología Casi unas memorias [2007]. 43 No era otro el propósito del conocido texto de Ridruejo sobre Antonio Machado, primero publicado en el número inicial de Escorial (1940), «El poeta rescatado» (luego remodelado como prólogo a la quinta reedición de las Poesías completas que publicara la editorial Espasa-Calpe en 194139). Allí aludía al error político del autor, que sin duda habría subsanado él mismo de no haber fallecido: «Yo no escribo este prólogo como poeta joven para el libro de un maestro muy amado. Yo escribo este prólogo como escritor falangista, con jerarquía de gobierno, para el libro de un poeta que sirvió frente a mí en el campo contrario y que tuvo la desdicha de morir sin poderlo escribir por sí mismo» [1940: 94]; «la fatalidad hizo que el hilo quedase geográficamente al alcance de la mano del enemigo» [1940: 97], así como su pertenencia simbólica al grupo falangista: «En la misma guerra, mientras él escribía sus artículos o sus versos contra nuestra causa, nosotros, obstinadamente, le hemos querido, le hemos considerado —con la medida de lo eterno— nuestro y solo nuestro» [1940: 98]. El título de su ensayo era enormemente significativo: «El poeta rescatado». Actitud de rescate, por cierto, que el propio dictador, en opinión de Ridruejo en su artículo de Revista, había asumido: «esta actitud noble, clara y ventajosa lleva el nombre de Francisco Franco […] El vencedor redentor hereda los problemas de sus enemigos para resolverlos y no para escamotearlos» [2007: 573] 40. Desde el punto de vista contrario, el concepto había sido utilizado unos años antes en el artículo «Comprensión e intransigencia», que Pérez Embid publicó en Arriba el 27 de diciembre de 1949, aunque fue recuperado como respuesta al texto de Ridruejo en el número 9 de Ateneo (24 de mayo de 1952). En el texto se refería a la intransigencia y la compresión como las dos actitudes posibles (ambas razonables; todavía estaba lejos la polémica que desataría el texto de Ridruejo) ante «la ideología que se considera errónea y ante el hombre a quien se cree equivocado». Así, aunque valora la madurez y la firmeza de la actitud comprensiva, defiende la intransigencia como una prueba de la «nobleza intelectual» de «todo aquel que es intelectualmente sincero, que cree lo que dice» [1952c: 8]. Más firme se había mostrado José Luis Arrese en «La intransigencia», un texto todavía anterior (19 de mayo de 1945): «No; la Falange no necesita de camuflajes tácticos, sino propagandistas claros y convencidos de la originalidad de su postura, y nosotros tenemos 39 Esta publicación provocó fuertes tensiones: Jorge Vigón, vinculado al círculo de Calvo Serer, exigió la prohibición del libro en el consejo de ministros (por entonces, él ocupaba el ministerio del Aire). Vid. Muñoz Soro & García Fernández [2010: 140]. Para un análisis general de las lecturas de Antonio Machado durante la posguerra, vid Iravedra [2001], con especial atención al episodio de Escorial [2001: 33-62]. 40 Este fue uno de los fragmentos de «Comprensivos y excluyentes», presentes en la edición inicial de Revista, que se eliminaron en las posteriores. 44 que ser intransigentes porque creemos sinceramente en la doctrina» [1966: 301]. Para ambos, la intransigencia traslucía firmeza en la propia postura; convicción en las ideas propias y, como consecuencia, rechazo absoluto al problema del discurso heterodoxo que, por equivocado, no debía ser tenido en cuenta. El texto de Ridruejo —publicado en un momento muy concreto: la época de Ruiz- Giménez, y tras un cambio de posición determinado: su regreso a la vida pública y la asunción del liderazgo de una Falange intelectual que volvía a ocupar puestos importantes de la vida oficial del régimen— fue, sin embargo, el que acuñó definitivamente ambos términos antitéticos: cristalización teórica de una oposición que era patente desde los mismos años de la Guerra Civil pero que ahora llegaría a sus cotas más altas de enfrentamiento retórico. Para una correcta interpretación de la polémica que se derivó del texto de Ridruejo, es necesario retrotraernos brevemente a algunos hitos del grupo en la década anterior: el proyecto de Escorial y la publicación de España como problema, de Laín Entralgo. La fundación de la revista Escorial, en noviembre de 1940, coincide con el nombramiento de Serrano Suñer al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores, figura que desde la Guerra Civil había ido adquiriendo cada vez más poder dentro del régimen y con cuyo apoyo contaban los falangistas intelectuales en torno a Ridruejo. Por ello, estos primeros años de los cuarenta son considerados el primer momento de hegemonía falangista durante el franquismo41. La revista Escorial fue, precisamente, el principal fruto de esta situación. Con periodicidad mensual y vinculada a la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda, la revista fue dirigida en un primer momento por el propio Ridruejo (desde su fundación hasta julio de 1941) y, en épocas posteriores, por José María Alfaro (enero de 1943-abril de 1945 y 1947) y Pedro Mourlane Michelena (enero de 1949 a febrero de 1950). El proyecto contó con las colaboraciones frecuentes de Emilio Aguado, Carlos Alonso del Real, Diego, Muñoz Cortés, Panero, Sampelayo, Torrente 41 No obstante, la crisis de mayo de 1941, consecuencia de la creciente influencia de Serrano Suñer y el grupo de Falange, supuso un importante paso atrás para el grupo. Perdieron sus puestos destacados falangistas como Pedro Gamero del Castillo (vicesecretario nacional del Movimiento), Ridruejo (hasta entonces Director General de Propaganda) y Tovar (subsecretario de Prensa y Propaganda). La propaganda pasó a depender de la recién creada Vicesecretaría de Educación Popular, en las manos de Gabriel Arias Salgado (Prensa) y Juan Aparicio (Propaganda). El propio Serrano Suñer fue reemplazado por Francisco Gómez-Jordana el 3 de septiembre de 1942 tras el enfrentamiento entre falangistas y carlistas en el santuario de Begoña. Otra consecuencia importante fue el nombramiento de Blas Pérez González como ministro de la Gobernación desde el 3 de noviembre de 1942. A partir de ese momento fue competencia de ese ministerio, y no de la Secretaría General del Movimiento, el nombramiento de los gobernadores civiles y jefes provinciales. A raíz de ello, Ridruejo dimitió de sus cargos en la Junta Política y el Consejo Nacional. 45 Ballester y Vivanco, además de su equipo director: sus directores y los tres secretarios: Rosales, Antonio Marichalar y Demetrio Castro Villacañas. Se constituyó como la más importante plataforma cultural del régimen: su carácter de propaganda «a la alta manera» quedó patente desde su número inicial: «una propaganda en la alta manera, ya que no hay propaganda mejor que la de las obras, y obras de España —propias de Escorial— serán las del espíritu y la inteligencia para las que abrimos estas páginas». Es decir, una propaganda «no dirigida a una amplia base humana que es adoctrinada e ideologizada a través de otros cauces, sino a los sectores intelectuales que convenía captar y asimilar por su potencial capacidad para cubrir las necesidades ideológicas y culturales del nuevo Estado» [Contreras, 1978: 64]. La revista se caracterizó por el acercamiento a ciertas figuras heterodoxas como Machado y otros miembros de la llamada Generación del 98 (Pío Baroja, por ejemplo, publica poesía en su segundo número). Fue también un importante espacio para la poesía extranjera: se publicaron traducciones de, entre otros, Shelley, Keats, Hölderlin, Novalis, Rilke, Trakl, Hopkins, Rimbaud, Valéry, Ungaretti y Quasimodo. De su carácter integrador —condición sine qua non de la propaganda a la alta manera— daba cuenta el «Manifiesto editorial» de su número inicial: Nosotros, en cambio, convocamos aquí, bajo la norma segura y generosa de la nueva generación, a todos los valores españoles que no hayan dimitido por entero de tal condición, hayan servido en este o en el otro grupo —no decimos, claro está, hayan servido o no de auxiliadores del crimen— y tengan este u otro residuo íntimo de intención. Los llamamos así a todos porque a la hora de restablecer una comunidad no nos parece posible que se restablezca con equívocos y despropósitos; y si nosotros queremos contribuir al restablecimiento de una comunidad intelectual, llamamos a todos los intelectuales y escritores en función de tales y para que ejerzan lo mejor que puedan su oficio, no para que tomen el mando del país ni tracen su camino en el orden de los sucesos diarios y de las empresas concretas. En este sentido, esta —Escorial— no es una revista de propaganda, sino honrada y sinceramente una revista profesional de cultura y letras. No pensamos solicitar a nadie que venga a hacer aquí apologías líricas del régimen o justificaciones del mismo. Por todo ello, pasada la polémica comprensiva de los años cincuenta, la revista Escorial se convirtió en uno de los hitos fundamentales en la consolidación del concepto 46 de falangismo liberal42. Nos referimos, en concreto, a los artículos de Dupuich de Silva y Sánchez Diana [1965] y Mainer [1967, reeditado en 1972]. Los primeros encuentran en el proyecto hemerográfico «sentimientos liberales en el más puro sentido de la palabra liberal, como exteriorización de un ánimo generoso y desprendido», aunque «acompañado de la defensa de unos postulados políticos que entrañaba las duras concepciones de un totalitarismo nacional» [1965: 721] y, entre sus méritos, el de «conservar la continuidad cultural entre la España anterior a 1936 y la que siguió» [1965: 741]. Mainer, por su parte, se refiere a su «independencia de criterio» [1972: 248] y su «grado de excelencia —e incluso de apertura— realmente único» [1972: 254]. Más recientemente se han ido matizando estas afirmaciones. Álvaro Ferrary cuestiona dichas operaciones de rescate y de apertura desde el punto de vista de las posiciones que ocupaban los redactores: La exposición de dicho proyecto constituía, sobre todo, el instrumento por el que los promotores de la revista, en virtud de representar a la minoría ejemplar que parecía propiciarles su filiación falangista, se presentaban como los únicos legitimados para hablar con voz propia en la tarea de renovar el pensamiento español y de disfrutar de una libertad de juicio del que se estaba privando a otros intelectuales carentes de jerarquías de gobierno en el nuevo Estado [1993: 148]. Destaca, además, los límites claros que se fijaron para dicha apertura: «Al intelectual se le iba a permitir desarrollar una actividad creadora, siempre que no llevase al fomento de actitudes críticas que entrasen en conflicto con los principios oficiales del régimen» [1993: 150]. En un sentido parecido, Jordi Gracia, quien sí reconoce que la revista «retomó de atrás algunos aires, y nombres y obras de la tradición liberal» [2004: 243], defiende que se trató de «una forma bastarda de transmitir el pasado liberal», compatible con «los fundamentos del pensamiento fascista» [2004: 226]. Mucho más críticos son historiadores como Santos Juliá, para quien «Escorial fue una revista beligerante contra el liberalismo [2004: 347], y Eduardo Iáñez: «No hay tal liberalismo, ni siquiera “sentimientos liberales” […] Asistimos en Escorial, por el contrario, a una auténtica política de “apropiación indebida” del pensamiento liberal para insertarla en un totalitarismo de signo nacionalista y tradicionalista» [2011: 299]. 42 El Instituto de Estudios Políticos y su Revista de Estudios Políticos —fundada en 1941 bajo la dirección de Alfonso García Valdecasas, luego sustituido por Antonio Riestra, Fernando María Castiella y Francisco Javier Conde— desempeñó una función paralela a la de Escorial [Ferrary, 1993: 155]. 47 En cualquier caso, Escorial puso sobre la mesa determinados nombres y cuestiones que incomodaron a otros sectores ideológicos del franquismo, en ese momento desplazados frente a sus rivales de Falange43. Se trataba, en concreto, del grupo de Calvo Serer, quienes desde 1944 contaban con su propia plataforma, Arbor, la revista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)44, así como la editorial vinculada a la misma: la Biblioteca del Pensamiento Actual, donde se publicaron textos de autores como Rafael Calvo Serer, Jorge Vigón, Marcelino Menéndez Pelayo, Vicente Marrero, Ramiro de Maeztu, Guillermo Morón o Raimundo Pániker. Desde ambos lugares —y otros como el diario Arriba, a cargo de Ismael Herraiz, en el que apareció «Comprensión e intransigencia», de Pérez Embid— se replicaron muchas de las tentativas de Escorial. El choque más evidente fue, sin embargo, el que se produjo a finales de la década de los cuarenta, con la publicación de España como problema (1949) y la reacción que provocó en el sector intransigente. Fue esta la primera vez que «se exhibía un fraccionamiento en el remansado charco de la ideología nacionalcatólica» [Morán, 1998: 245]45. El volumen de Laín Entralgo se sitúa en la tradición intelectual nacional del problema de España: «España como problema abandona el mito de España y Anti- España, devuelve la calidad española a las dos tradiciones en pugna y anuncia, pasado por la experiencia de la guerra, el retorno al gran relato de las dos España, solo que ahora no con el propósito de que una niegue a la otra, sino con la expectativa de una posible absorción de una en la otra para poner fin a la escisión arrastrada desde el siglo XVIII y recomponer la conciencia unitaria de la nación» [Juliá, 2004: 364]. Laín señala que los autores de Escorial ya se habían enfrentado a dicho problema, desde el enfoque que él defiende como propio: «En cuanto españoles pensamos que todo lo intelectualmente valioso de la historia de España, hiciéranlo católicos o librepensadores, es parte de nuestro 43 Una diferencia importante frente a las actitudes de los años cincuenta es que en Escorial «la recuperació de l’adversari es feia únicament des de l’aspecte intel·lectual, no com a exponent d’unes conviccions que podien ser oposades. En canvi, el 1952 Ridruejo semblava voler incorporar la dimensió ideològica també» [Santamaria, 1989: 99]. Así lo destaca también Barry Jordan: «Figures such as Machado, Unamuno, and Ortega would be recuperated not in terms of their politics —which were vigorously denounced— but purely and exclusively as intellectuals» [Jordan, 1990: 35]. 44 El CSIC se crea el 14 de noviembre de 1939 a partir de dos instituciones anteriores a la Guerra Civil: la Junta de Ampliación de Estudios y la Fundación Nacional de Investigaciones Científicos. Su director fue el ministro de Educación, José Ibáñez Martín, y su secretario José María Albareda Herrera. 45 Esta polémica tuvo un paralelo claro, asimismo, con la que se produjo en el exilio entre Américo Castro (Realidad histórica de España, 1948) y Claudio Sánchez Albornoz (España, un enigma histórico, 1953) que a su vez derivaba del prólogo «Los españoles en la Historia», de Ramón Menéndez Pidal, a la publicación en 1947 de su Historia de España. 48 patrimonio, cosa nuestra» [1962: 676]. Y señala entre las funciones detentadas por su propio grupo —parte de «una generación sangrienta y espiritualmente astillada» [1962: 670]— las de «enseñar, integrar y aprender» [1962: 677]. El libro, que citaba asiduamente a figuras como Ortega y Gasset e incluso a Francisco Giner de los Ríos, y que visibilizaba las tensiones existentes «entre la hispanidad tradicional y la europeidad moderna» [1962: 648], se vio rápidamente respondido. Primero, en publicaciones periódicas como Arriba (en concreto, el 20 de abril y 24 de mayo en textos de Pérez Embid) y Arbor, donde Calvo Serer publicó «España sin problema»46, la base del libro homónimo editado a continuación. La postura allí defendida divergía notablemente de la postura lainiana. Afirmaba que, tras la experiencia de la Guerra Civil, obtenida la victoria sobre «las heterodoxias religiosas, que se convertían en heterodoxias nacionales», solo el catolicismo podía actuar de eje vertebrador de la nación [1952: 170]. En consecuencia, había que «apartar inflexiblemente cuanto intenta atacar» [1952: 179] dicho catolicismo cultural. Concluía entonces: «Diálogo, pues, sí; pero sin vacilaciones que nos pudieran hacer caer de nuevo en los errores tan trágicamente purgados […] La única síntesis posible es la hecha sobre la base de la más fiel ortodoxia, absorbiendo a todas aquellas aportaciones valiosas del campo opuesto, al mismo tiempo que se mantiene tenso el espíritu que repulsa hacia todo lo perecedero que aparece en la tradición cristiana» [1952: 180-1]. Para Laín Entralgo, España seguía siendo un problema irresuelto en cuya solución era necesaria la integración de todas las tradiciones culturales que la habían constituido como tal, incluidas las disidentes. Para Calvo Serer, en cambio, la Guerra Civil había resuelto de una vez por todas los problemas de España, por lo que era un error volver sobre las voces disidentes, convenientemente acalladas con el nuevo régimen político. La obtención del Premio Nacional Francisco Franco para España sin problema cristalizaba lo que ya había sido patente por el apoyo que los diferentes medios le habían prestado a dicho volumen: el triunfo de la postura de Calvo Serer. Ello fue consecuencia, en gran medida, de la heteronomía del campo cultural franquista, profundamente intervenido por los poderes políticos y eclesiásticos: «Laín intentó un cierto distanciamiento respecto de los intereses oficiales y apoyarse en un poder propiamente intelectual. La fragilidad de 46 Este apareció en el número de noviembre-diciembre de 1947 y, contra lo que suele afirmarse, no fue una respuesta directa a Laín: «Aunque el título utilizado hace pensar en una expresa y directa contrarréplica al libro (por entonces recién publicado) de Laín, el artículo de Calvo Serer apareció como comentario al libro de Tovar sobre Menéndez Pelayo [Díaz, 1992: 54]. El libro de Antonio Tovar al que se refiere es el titulado La conciencia española (Madrid, Epesa, 1948), una antología de textos de Menéndez Pelayo. 49 los campos culturales de la posguerra, el dominio absoluto de los poderes políticos en la totalidad de la sociedad, determinó el fracaso final de la postura lainiana» [Pecourt, 2008: 89]. Quedaban pocos años, sin embargo, para que el grupo intelectual de Falange contara de nuevo con los apoyos políticos necesarios para desarrollar su propuesta. El reajuste ministerial del 18 julio de 1951 abre una nueva época en la historia de la Falange intelectual y del franquismo en su conjunto. Además del omnipresente Luis Carrero Blanco en la Subsecretaría de la Presidencia, integraban el equipo figuras de diferentes sectores. Del ejército, Agustín Muñoz Grandes (Tierra), Eduardo González- Gallarza (Aire) y Salvador Moreno Fernández (Marina); monárquicos como Fernando Suárez de Tangil (Justicia) y Angulo y Antonio Iturmendi Bañales (Obras Públicas); miembros de la Falange más intransigente: José Antonio Girón (Trabajo), e intelectuales del círculo de Calvo Serer: Gabriel Arias-Salgado (Información y Turismo), con Juan Aparicio en la Delegación Nacional de Prensa y Florentino Pérez Embid como Director General de Propaganda. Junto a estos coincidieron, sin embargo, importantes figuras entre las que los intelectuales de Escorial encontraron sus principales apoyos. Se trataba del falangista Raimundo Fernández Cuesta, en la Secretaría General del Movimiento (ocupaba este puesto desde 1948 pero en este momento volvía a obtener la categoría de Ministerio) y los católicos Alberto Martín-Artajo en Exteriores (cargo que detentaba desde el final de la Segunda Guerra Mundial) y Joaquín Ruiz-Giménez en Educación47. En esta época, además, se produjeron los nombramientos como rectores de figuras del círculo comprensivo: Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, Torcuato Fernández Miranda y Luis Sánchez Agesta en las universidades de Madrid, Salamanca, Oviedo y Granada, respectivamente48. En este periodo se culmina el proyecto que ciertos sectores venían desarrollando desde 1945 bajo el amparo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Alberto Martín- Artajo, del que dependía el ICH: la adaptación del proyecto franquista al nuevo contexto internacional, radicalmente transformado tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. En dicha adaptación la cultura desempeñó un papel fundamental: se trataba de recuperar cierta normalidad en un campo que en los primeros años cuarenta había estado 47 A este nuevo protagonismo falangista se sumaba la celebración del primer y único Congreso Nacional de FET y de las JONS a finales de octubre de 1953. 48 Sobre la figura de Joaquín Ruiz-Giménez han escrito Muñoz Soro [2006] —un acercamiento biográfico que es también un estado de la cuestión—, y González Balado [1989] y Pando Ballesteros [2009], más centrado este último sobre su etapa al frente de Cuadernos para el Diálogo. Sobre el entorno católico del ministro sigue siendo de consulta imprescindible el volumen Franco y los católicos. La política interior española entre 1945 y 1957 [Tusell, 1984]. 50 fuertemente intervenido por los poderes políticos y eclesiásticos. De ahí el sentido de esta nueva alianza: por un lado, los aperturistas católicos y los políticos franquistas que veían imprescindible una apertura, una política de mano tendida que produjera beneficios diplomáticos para un régimen que había llegado a su grado máximo de aislamiento internacional; por el otro, los intelectuales falangistas, en muchos casos discípulos de los autores heterodoxos, a quienes ahora tratarían de reincorporar al sistema cultural franquista, y que siempre habían ostentado la hegemonía literaria frente a sus rivales integristas49. Estos últimos, desplazados del centro cultural en la década de los cincuenta, darían la batalla contra el proyecto comprensivo, ya en germen en los cuarenta, como hemos visto, pero que ahora amenazaba con perfilar definitivamente los pilares culturales e ideológicos del régimen. Con los apoyos en el nuevo equipo ministerial de 1951, la polémica cultural, que había enfrentado a sectores opuestos en torno a Escorial y el problema de España, se había convertido en una contienda política. Durante estos años, se obtuvieron varios logros importantes. En materia educativa, se retomó el sistema de oposiciones para las plazas de catedrático universitario: «la sustitución del viejo régimen discrecional del nombramiento de tribunales de cátedras por un nuevo sistema automático que permitía que tres de los cinco miembros del tribunal fueran designados de forma rotatoria, lo que intentaba evitar la monopolización de las cátedras por determinados grupos» [Gracia & Ruiz Carnicer, 2001: 219]50, se llevó a cabo el primer Plan de construcciones escolares (diciembre de 1953), aunque poco operativo debido a su escasa dotación económica, y se promulgó, el 26 de febrero de 1953, la Ley de Ordenación de las Enseñanzas Medias, que provocó la oposición de la Iglesia: suscitó, entre otras declaraciones, el texto nunca difundido púbicamente «Declaración de principios sobre algunos errores difundidos entre los fieles en materia de educación»51. Asimismo, se organizaron homenajes a profesores liberales del periodo anterior (como Ramón y Cajal) y profesores que habían sido apartados de la universidad española como Álvarez de Miranda y Orts Llorca se reintegraron, e incluso exiliados recuperaron sus cátedras: por ejemplo, Miaja de la Muela, Ots Capdequí, Boix Raspail, José Casas y 49 Dicha alianza fue una importante novedad de este periodo: «Por primera vez aparecían no ya las diferencias entre las distintas familias políticas del régimen, sino dos bloques contrapuestos que no respetaban los habituales confines de separación entre dichas familias» [Muñoz Soro, 2006: 270]. La nueva polémica comprensiva produjo una cierta reestructuración de los diferentes agentes del campo. 50 Consecuencia de ello son, por ejemplo, las plazas obtenidas por Valverde y Aranguren, de Estética en Barcelona y de Ética en Madrid, respectivamente [Gracia, 2006: 46]. 51 Vid. Tusell [1984: 299-308] para más detalles acerca de esta polémica. 51 Arturo Duperier, entre otros52. En el ámbito cultural, se llevaron a cabo varias iniciativas impensables en la década anterior. Entre las más destacadas se encuentra la organización de los tres Congresos de Poesía bajo el amparo de Pérez Villanueva, nombrado Director General de Enseñanza Universitaria por Ruiz-Giménez en 1951. Se llevaron a cabo en las siguientes sedes: Segovia (17 a 24 de junio de 1952); Salamanca (5 de julio de 1953); y Santiago de Compostela (24 de julio de 1954). En todos ellos la secretaría corrió a cargo de Rafael Santos Torroella, quien ejerció además de importante mediador entre los círculos poéticos catalanes y los madrileños. De los primeros acudieron J. V. Foix, Carles Riba y Marià Manent; de los segundos, además de habituales como Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Leopoldo Panero, José Luis Cano, Carmen Conde, entre otros, además de algunos jóvenes como José Manuel Caballero Bonald, y extranjeros: Alberto de Serpa, Edmond Vandercamenn, Roy Campbell, Eduardo Carranza, Giuseppe Ungaretti. Este diálogo multilingüe interpeninsular catalán-castellano fue, de hecho, uno de los principales objetivos de los tres certámenes, enmarcado en un contexto de negociaciones entre los catalanes comprensivos y el poder político. Así lo sintetiza Jordi Amat: «Situando la cultura catalana no al margen, sino en el centro de una problemática española. Ir a Segovia, de alguna manera, podía suponer la entrada del catalanismo en el modelo cultural comprensivo» [2007: 114]. Entre los principales logros, se sitúa la creación de las cátedra Juan Boscán de literatura catalana en la Universidad de Madrid (1952) y Milá y Fontanals de literatura española en Barcelona (1953), y el propósito nunca culminado de autorizar una revista en catalán (Monitor de les Arts i de les Lletres), motivo de fuertes tensiones entre catalanes y madrileños a lo largo de la organización de los Congresos de Salamanca y Santiago. Asimismo, hay que situar en este contexto de cierto aperturismo la organización de las Bienales Hispanoamericanas de Arte: celebradas en Madrid (1951), La Habana (1954) y Barcelona (1955). Las financiaba el ICH y Leopoldo Panero, primer director, asimismo, de Correo Literario, ejerció de comisario durante las tres ediciones. Consistieron fundamentalmente en un certamen con cuantiosos premios para las diferentes ramas artísticas —pintura, escultura, dibujo y grabado, arquitectura y artes decorativas— a los que concurrían artistas de España y de toda Hispanoamérica. Durante 52 Este último caso fue especialmente conflictivo: «Llegó a movilizar a ciertos sectores del ejército, y contó con la oposición total de figuras como la de Blas Pérez, ministro de la Gobernación, y contrario a Ruiz- Giménez desde el primer momento» [Ruiz Carnicer, 1996b: 281. 52 los meses que duraba el certamen, se realizaba una gran exposición, con amplias resonancias en todos los medios oficiales, que había sido precedida en los meses anteriores de una gran cantidad de muestras en diferentes provincias y países en las que se adelantaba cuál iba a ser la participación de dicha región. Las bienales supusieron «la admisión oficial de las nuevas corrientes artísticas» [Cabañas Bravo, 2012: 191], fundamentalmente en lo que respecta a las formas de arte no figurativas, lo que trajo consigo importantes polémicas. En el interior, los artistas clasicistas se revolvieron contra esta orientación estética, alejada de sus presupuestos academicistas, y, tras una intensa campaña en prensa e incluso ante el mismo Franco, consiguieron derivar el certamen hacia una línea mucho más ecléctica de lo proyectado en primer lugar. En el exterior, fue notoria la celebración de contrabienales, organizadas por artistas como Pablo Picasso, con las que denunciaban las exposiciones como un acto propagandístico del régimen. Fue en este contexto, recordamos, cuando Ridruejo publicó su artículo «Excluyentes y comprensivos», en la recién fundada Revista (1952), así como Alcalá, fundada en 1952 bajo el amparo del SEU. En ellas se explicitaba continuamente el apoyo que en varias ocasiones Fernández Cuesta, Secretario General del Movimiento, había manifestado hacia la postura comprensiva: «por tres veces el Ministro Secretario General del Movimiento se ha referido a la comprensión, declarando fuera de la ortodoxia falangista la exclusión de la casi totalidad de dos generaciones de intelectuales españoles» [Anónimo, 1953a: 3]. O ya en fecha temprana como el 10 de junio de 1952, se reflexionaba en el editorial del número 10 de Alcalá: «Tolerancia —ha dicho Raimundo Fernández Cuesta— representa admitir un mal a sabiendas de que lo es, y la Falange no admite las izquierdas como un mal que haya de soportar, sino que quiere incorporar lo que en ellas pueda haber de limpio, sano y nacional a todo lo que igualmente de noble y aprovechable exista en las derechas, en una síntesis superior del intelecto y de los sentimientos. Esa política de unidad es incompatible con el olvido total y con el rencor permanente». En dicho texto se apostaba por la postura tolerante y se defendía el carácter cristiano de la misma: «esta raíz, hondamente cristiana, de creer capaz de conversión a todo hombre» [Anónimo, 1952d: 3].También contaron con el apoyo de Ruiz-Giménez, quien intervino en la polémica con la publicación de «Entre el dolor y la esperanza» en el número 23-24 de Alcalá (19 de enero de 1953). En el bando contrario, además de la recuperación del texto anterior de Pérez Embid, «Comprensión e intransigencia», en Ateneo (nº 9), Jorge Vigón replicó a Ridruejo el 27 de abril en La Vanguardia —publicado de nuevo en Ateneo, 8 (10 de mayo de 53 1952)— con idéntico punto de vista; frente a la comprensión, el olvido: «Pero la realidad del caso es que estos herederos, con el pretexto de salvar todo lo salvable del acervo de ciertos españoles […] se impusieron la tarea de difundir obras que por más de un concepto —que no voy a repetir— estaban bien en un discreto olvido» [1952: 5]. Pérez Embid contestaba en Ateneo (nº 13, 19 de julio) con «Mi 18 de julio», en el que insistía en la necesidad de preservar la unidad nacional, sin heterodoxias, que se había logrado con la victoria militar: «Porque los españoles no toleramos que la conciencia nacional unitaria se ablande, ni que se produzca su autodestrucción, la España única que nació de nuestra guerra seguirá adelante con la más segura serenidad» [1952b: 3]. Arbor, finalmente, publicaba el artículo «Nuestra generación universitaria y la vida española actual», firmado por Jesús Arellano, en el que reflexionaba sobre la oportunidad que el final de la Guerra Civil había brindado a la generación católica: «una generación de intelectuales que, haciendo del catolicismo y de la ortodoxia su sistema de ideas y de vida, rehaga el auténtico ser histórico de la sociedad española» [1952: 298]; y justificaba la necesidad de la intransigencia: «Es intransigente porque es cordial, porque es humana, porque es cristiana» [1952: 299]. Un año después, en 1953, la polémica se recrudecería notablemente. El campo de batalla esta vez era la aceptación o rechazo de dos de los nombres principales de la preguerra. En primer lugar, Unamuno, heterodoxo en sus planteamientos religiosos, y que recibió un homenaje en el marco del séptimo centenario de la Universidad de Salamanca en 1953. La respuesta intransigente no se hizo esperar. Esta vez se trató de una carta pastoral firmada por Antonio Pildain: «Don Miguel de Unamuno, hereje máximo y maestro de herejías», sobre la heterodoxia del autor de Del sentimiento trágico de la vida. Ello desencadenó las negociaciones entre Enrique Plá y Deniel y el propio Ruiz-Giménez, que resultaron, finalmente, en la paralización de la apertura de la Casa-Museo en Salamanca. Sobre la cuestión escribió Pérez Embid en Ateneo (23 de diciembre de 1952). El rechazo a los planteamientos religiosos del autor era absoluto: «De esa actitud “comprensiva” lo que resulta en la práctica es una apoteosis indiscriminada, para sí o para sus juveniles seguidores, de nombres equívocos o claramente hostiles a la verdad religiosa y a la unidad católica de la conciencia nacional» [1952a: 21]. Fue José Ortega y Gasset, sin embargo, la figura central de estas polémicas53. Uno de los detonantes fue el curso «El estado de la cuestión (problemas y posibilidades en la 53 Desde su primera aparición pública tras regresar a España en el Ateneo de Madrid (impartió una conferencia sobre la «Idea del teatro» en mayo de 1946) el filósofo estuvo siempre envuelto en la polémica, 54 segunda mitad de nuestro siglo)», a propósito del setenta cumpleaños del autor, en el que participaron escritores como Laín Entralgo, Tovar, Rosales, Lafuente Ferrari, García Gómez, entre otros. Dionisio Ridruejo escribiría sobre ello en «En los setenta años de don José Ortega y Gasset», publicado en el número del 26 de febrero de 1953 de Revista, y luego recogido en Materiales para una biografía. En dicho artículo, la importancia que se le daba al filósofo era absoluta: «¿Es que hay en España un solo hombre, dedicado con mínima seriedad a las tareas del espíritu, que no tenga que reconocerse, en más o en menos, discípulo de Ortega, que no tenga —más o menos grande—una deuda que pagar a Ortega?» [Ridruejo, 2005: 239] y, más adelante, «exageraría yo un poco si escribiese como colofón: “Nuestro siglo XX se llama Ortega y Gasset”». Pero, cuando menos, cabe decir con rigor que en Ortega está una de las razones por las que España es siglo XX después de no haber sido apenas siglo XIX» [2005: 239], en un artículo que declaraba, además, la necesaria complementariedad del laico Ortega con la angustia religiosa de Miguel de Unamuno. En la misma línea hay que situar al homenaje que Pedro Laín Entralgo y Julián Marías le organizaron en la Cámara de Comercio de Madrid, con importante repercusión en los medios comprensivos: Alcalá, por ejemplo, se hacía eco de ello en su número 28-29 (25 de marzo), y Laye iniciaba su número 23 con un retrato del filósofo de José María de Martín, y se reproducían unas notas manuscritas de Nuestra raza (1928). El círculo de los intelectuales intransigentes (quienes, a su vez, celebraron intencionadamente el centenario de Donoso Cortés, uno de sus principales referentes), les contestarían en el número 31 (28 de marzo de Ateneo). En este, Jorge Vigón, en su artículo «1 de abril, día de la victoria», relacionaba a Ortega con las humillaciones hechas al ejército durante la Segunda República y escribía sobre el equipo comprensivo: «Sería preciso dejar rigurosamente balizados, para evitarlo, aquellos caminos por donde se llegó una vez hasta él, a orilla de los cuales las quintas columnas larvadas aguardan a que los espíritus liberalmente comprensivos que son su vanguardia reediten, corregidas y estilizadas, las mismas gruesas equivocaciones que tantas desdichas ocasionaron, mientras el confusionismo —la quinta columna de las ideas— hace, sin reposo, su camino» [1953: 3]. A este le respondía contundentemente Dionisio Ridruejo en el diario fundamentalmente a raíz de su laicismo. Gregorio Morán [1998] ha analizado en detalle la biografía de Ortega durante estos años. Algunas de sus conclusiones son contestadas por Laureano Bonet, Francisco López Frías, Jordi Gracia y Anna Caballé en un debate con el autor [1998: 87-98]. 55 Arriba (4 de marzo de 1953)54 con un texto de título similar: «Meditación para el 1º de abril». Allí, volvía sobre la idea del problema de España: «España está ahí, ante nosotros, como un problema, pero también como quehacer» [2005: 246] y achacaba a los intransigentes la falta de convicción: «En el fondo, todas las actitudes excluyentes, partidistas, estrechamente dogmáticas y celosamente policiales, con las que se quiere acotar el significado plenario de la gran oportunidad de la Victoria, nacen de una falta de fe y de valor, esconden una ausencia de confianza en la propia verdad, en la propia fuerza e incluso en la propia resolución» [2005: 245]. Fueron muchas otras las réplicas y contrarréplicas de la cuestión. Citamos algunas de las más importantes: el número 32 de Ateneo (11 de abril) respondía implícitamente a los homenajes a Ortega con uno a Manuel García Morente, haciendo especial hincapié en su conversión religiosa. Pérez Embid, por ejemplo, escribe: «La conversión de Morente, culturalmente considerada, es, en su más hondo y radical significado, un reencuentro del fundamento y savia cristianos de la historia española y un corte radical —un abandono pleno— de toda convivencia o complicidad con cualquiera empeños, decididos o tibios, de montar el aparato de una cultura acristiana» [1953: 3], de cuyo propósito culpaba al grupo de Giner de los Ríos, al 98 en su conjunto y al Ortega de Revista de Occidente. Rafael Calvo Serer, finalmente, publicaba en el número de agosto-septiembre de Arbor su artículo «La iglesia en la vida pública española desde 1936». Incluía, además, una carta colectiva del grupo de Ridruejo en el que se defendían de algunos ataques del círculo de Serer. Esta, sin embargo, aparecía mucho más tarde de su envío, y convenientemente mediatizada por otros textos publicados en ese número. Este año de 1953 fue, en efecto, clave en la polémica que venimos describiendo: «lo acontecido en estos últimos meses de 1953 no solo limitó el poder político administrativo del equipo de Educación, sino que, sobre todo, mostró los límites que una apertura de este tipo que podía tener en un régimen como el franquista. A partir de finales de 1953 nada fue ya igual a la etapa anterior» [Tusell, 1984: 335]. Ello fue debido, fundamentalmente, al artículo «La política interior en la España de Franco», de Calvo Serer. En origen, una carta dirigida al dictador a finales de 1952; posteriormente, 54 Saz ha señalado como dato significativo el cambio de posición de un medio como Arriba. Si en la polémica Laín-Calvo el diario había apoyado fundamentalmente al grupo de Pérez Embid, ahora cedía su primera página a Ridruejo [2003: 387, n. 60]. 56 publicada en la revista francesa Écrits de Paris55 en septiembre de 1953 (número 107) y difundida en castellano entre la intelectualidad franquista. El texto dividía la dictadura en tres grandes etapas. La primera, el nacional- sindicalismo (1939-1945), marcada por la hegemonía del grupo de Escorial, aunque «no tuvieron éxito ni sus ensayos ideológicos, ni en sus creaciones institucionales. Incapaces de dar una imagen al país, se contentaron, como simples usufructuarios del poder, con monopolizar la propaganda» [Calvo Serer, 2009: 285]. A esta etapa le siguieron la del nihilismo de las derechas (1945-1951) —«en estos años se asfixia cualquier intento de elaborar una teoría política. En la prensa y la propaganda se aprietan los resortes de la censura hasta lograr el total vacío» [2009: 290]— y, finalmente, la de la deserción de los demócratas cristianos, a partir del reajuste ministerial de 1951: «Unos resucitados del primer periodo, Pedro Laín, Antonio Tovar y Dionisio Ridruejo, se mezclaron en extraña confusión con los “propagandistas católicos”» [2009: 290]. Ante la polémica resultante, la de los comprensivos y los excluyentes, propone Calvo Serer la Tercera Fuerza: «La Tercera Fuerza Nacional atrae todas las nobles esperanzas de los españoles del 18 de julio, decepcionados por los fracasos de sus sucesivos dirigentes, falangistas de izquierda y demócrata-cristianos» [2009: 298]. La tentativa de Calvo Serer de recuperar las riendas políticas del régimen fue contestada por Ridruejo en Revista, con el texto «Sobre terceras fuerzas y otras amenidades». El poder político también respondió: el 6 de octubre de 1953 Calvo Serer perdía sus cargos en el CSIC: dirección de Arbor, del Departamento Internacional de Culturas Modernas y vocalía del Pleno del CSIC. Toda la prensa se puso en su contra. Se publicaron textos contra él en plataformas como El Español, Juventud o Haz y el propio Secretario General, Fernández Cuesta, manifestaba públicamente el 29 de octubre de 1953 su rechazo a la propuesta del mismo. Además, el ministro de Información y Turismo prohibió la mención de su nombre en publicaciones oficiales [Díaz Hernández, 2008: 570]. Se había intentado resolver una situación interna atacando a uno de sus valores más apreciados, por su fragilidad, en estos primeros años de los cincuenta: la imagen exterior del régimen. Como consecuencia, se acentuaron los resortes de control del régimen y se potenció el papel arbitral de Franco [Tusell, 1984: 331]. Con esta crisis, se cristalizaba un hecho cada vez más evidente: que «la aspiración al mando a partir de una plataforma propia, la organización de una fuerza en torno a periódicos, revistas, editoriales, 55 La revista, que había nacido en 1947, dependía de la Société Parisienne d’Edition, con una línea editorial de marcado carácter anticomunista y conservador. 57 instituciones culturales, no era un buen camino para llegar al poder si se acompañaba de combates ideológicos librados en público con el propósito de conquistar posiciones dentro del aparato del Estado, al que, como todos los bien avisados sabían, se llegaba por otros caminos» [Juliá, 2004: 390]. El proyecto comprensivo, así como las aspiraciones políticas del ministerio de Ruiz-Giménez, tenía todavía casi tres años por delante. Nada sería igual, sin embargo, a partir de 1954, con unas dificultades crecientes para la gestión del ministro [Gracia & Ruiz Carnicer, 2001: 214]56. Es por ello por lo que historiadores como Ismael Saz se refieren a que ambos bandos salieron derrotados de esta crisis [2003: 396-397]. A partir de ese año creció progresivamente el malestar de los estudiantes, profundamente desencantados y distanciados de la institución universitaria y del SEU57. Así se refleja en los estudios que realizaron en 1955 José Luis Pinillos y el rector de la universidad madrileña, Laín Entralgo, quien elaboró su conocido informe «Respecto a la situación espiritual de la juventud española», en el que señalaba el crecimiento distanciamiento entre la institución universitaria y los estudiantes: Cualesquiera que sean las tendencias hoy perceptibles dentro de la minoría estudiantil — la falangista, la monárquica y la democrático-radical— todos sus grupos comulgan en la desazón y en la crítica antes señalada. Un movimiento de opinión marxista no es todavía aparente, pero no sería extraño que fuese fraguándose entre aquellos cuya conciencia social —muy viva e impaciente en el alma de nuestros jóvenes— propensa al radicalismo, y no sea pronta y adecuadamente asistida en el orden intelectual y en el orden religioso [en Mesa, 2006: 47]. Y señalaba la vía comprensiva como mejor forma de resolver dicha situación: «La tesis de la censura a palo seco, tan cómoda para las gentes simplificadoras y perezosas, es, en nuestro siglo, insostenible y contraproducente» [en Mesa, 2006: 52]. En este estado de cosas, una serie de protestas estudiantiles que se desarrollaron 56 Como consecuencia de esta pérdida de apoyos, no consiguió uno de sus objetivos: tramitar una nueva Ley de Ordenación Universitaria en sustitución de la de 1943. Únicamente aprobó el Reglamento de Disciplina Escolar. Del mismo modo, el apoyo del SEU hacia su ministerio fue debilitándose a lo largo de 1954 [Ruiz Carnicer, 1996b: 282]. 57 El SEU se había creado a partir de un decreto del 23 de septiembre de 1939 y, por la ley de Ordenación Universitaria de 1943, era de sindicación obligatoria. Tras una importante crisis durante los años 1964 a 1966 desaparece en 1967. Era la principal herramienta que tenía la Falange, junto al Servicio Español del Profesorado de Enseñanza Superior (SEPES), para el control de la universidad. Sin embargo, nunca tuvo capacidad de intervenir en el nombramiento de los profesores. 58 durante el mes de febrero de 1956 en la Universidad de Madrid desembocarían en una nueva crisis del régimen58. El germen de las revueltas deriva de determinados proyectos que venían organizado algunos estudiantes vinculados con el Partido Comunista — Enrique Múgica, Javier Pradera y Ramón Tamames, también el clandestino Jorge Semprún, que había regresado a España desde París en el verano de 1953— con el apoyo del rector de la universidad madrileña, Pedro Laín Entralgo, así como de otras figuras de la oficialidad, muy especialmente Dionisio Ridruejo. Es el contexto en el que surgen los Encuentros entre la Poesía y la Universidad —en los que participaron poetas como Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Gerardo Diego y José Hierro, no sin cierta polémica en algunos de los casos59—, y la convocatoria de celebrar un Congreso Universitario de Escritores Jóvenes60 y, como consecuencia de la denegación de este, un nuevo Congreso Nacional de Estudiantes61. Un primer momento de enfrentamiento fue la manifestación, promovida por el Sindicato y autorizada por Alberto Martín-Artajo, por motivo de la visita de la reina Isabel II de Gran Bretaña a Gibraltar (25 de enero de 1954)62. La movilización, que provocó el apedreamiento de la embajada británica en Madrid y del 58 A estas protestas se sumaron, además, otros dos frentes abiertos en este año [Riquer, 2010: 383 y ss.]: En primer lugar, el proceso descolonizador que comenzó con la declaración de independencia del marruecos francés el 2 de marzo, y que seguía por la cesión española del Rif el 7 de abril. En los años posteriores se perdieron los últimos territorios españoles en África: Ifni, Trafaya, Guinea Ecuatorial y el Sahara. En segundo lugar, la década de los cincuenta fue escenario de un número creciente de huelgas obreras. Así, en marzo de 1951 se convocó una huelga general y de tranvías en Barcelona, replicadas en Vizcaya y Guipúzcoa (23-24 de abril), Vitoria (4-5 de mayo) y Pamplona (8-9 de mayo). El 22 de mayo de ese mismo comenzó una huelga de transportes, bares y espectáculos en Madrid. Las movilizaciones continúan en los años siguientes hasta 1956: en el mes de marzo se convocaron paros en la industria en el sector del metal y el textil de Barcelona; el 12 de abril se produjo el desalojo violento de la Maquinista Terrestre y Marítima de Barcelona, que había sido ocupada por sus trabajadores; y en la primavera de ese año se convocaron huelgas en Vizcaya, Asturias y Madrid. 59 Fernández-Montesinos Gurruchaga se refiere en concreto a una polémica surgida en el contexto de la lectura de José Hierro: «En una carta de Jorge Semprún fechada en marzo, se hace referencia a una sesión poética en la Facultad de Derecho en la que había participado José Hierro y “donde se armó una gorda durante el coloquio”. Al parecer, un grupo de estudiantes se levantó protestando de que [sic] en España no se conociera buena poesía, citando a Miguel Hernández, Alberti, y Neruda, algo que a Semprún le pareció muy interesante “porque solo hubo alguna protesta tímida de algún seuísta, que no encontró eco”» [2009: 20]. 60 La convocatoria se difundió a través del boletín del Congreso Universitario de Escritores Jóvenes con cuatro números en 1955. El equipo de la revista lo conformaban los siguientes: Secretaría del Congreso: Jesús López Pacheco, Julián Marcos, Enrique Múgica Herzog, José Luis Ortiz Cañabate y Claudio Rodríguez; Comisión Ejecutiva: Jaime Ferrán, Enrique Múgica, Gabriel Elorriaga, Julio Diamante, Pilar Paz Pasamar y Gonzalo Sainz de Buruaga. Esta convocatoria fue adquiriendo progresivamente una carácter político de oposición, lo cual despertó las reticencias de las autoridades [Fernández-Montesinos Gurruchaga, 2008: 69]. 61 Bajo el control del SEU y con la presencia de Franco, se había organizado un I congreso con anterioridad, en abril de 1953 [Ruiz Carnicer, 1996b: 263-273]. 62 Consecuencia de las tensiones iniciadas en este momento —aunque se añadieron, además, las discrepancias con Laín Entralgo y su equipo en torno a la celebración del Congreso de Escritores Jóvenes— , Jordana dimitió en el verano de 1955 como jefe del Sindicato [Ruiz Carnicer, 1996b: 296]. Fue sustituido el 26 de septiembre por José Antonio Serrano Montalvo. 59 Instituto Británico, terminó con la intervención de la policía y con la creación de la llamada «primera línea» en la universidad: un grupo de jóvenes falangistas encargados de vigilar las actividades estudiantiles. A ello se sumaron los actos organizados por los estudiantes madrileños en homenaje al filósofo Ortega y Gasset, que acababa de fallecer el 18 octubre de 1955. Al margen del entierro oficial, un grupo de estudiantes madrileños marchó hacia el cementerio en homenaje al autor, donde depositaron una orla sin cruz con la siguiente leyenda: «Ortega, filósofo liberal español», luego reproducida en el tercer boletín del proyectado Congreso Universitario de Escritores Jóvenes [Morán, 1998: 523]. En febrero de 1956 los hechos se precipitaron. El 31 de enero se había realizado una lectura del «Manifiesto a los universitarios madrileños» —en el club Tiempo Nuevo (dependiente de la Delegación Nacional de Educación)—, en el que se defendía la mejora representativa de las instituciones universitarias y se desafiaba el monopolio ejercido por el SEU. En el texto, que tuvo cierto eco en la prensa internacional (por ejemplo, en Le Monde y en el New York Times), se realizaba un diagnóstico de la situación crítica en que se encontraba la universidad española: En la conciencia de la inmensa mayoría de los estudiantes españoles está la imposibilidad de mantener por más tiempo la actual situación de humillante inercia en la cual, al no darse solución adecuada a ninguno de los esenciales problemas profesionales, económicos, religiosos, culturales, deportivos, de comunicación, convivencia y representación, se vienen malogrando fatalmente, año tras año, las mejores posibilidades de la juventud dificultándose su inserción eficaz y armónica en la sociedad y comunicándose, por un progresivo contagio, el radical malestar universitario a toda la vida nacional que arrastra agravándolos todos los problemas antes silenciados [en Mesa, 2006: 65]. Y se solicitaba la celebración de un Congreso Nacional de Estudiantes «con plenas garantías para dar una estructura representativa a la organización corporativa de los mismos» [en Mesa, 2006: 66]. Pocos días después, el 7 de febrero, tras haberse convocado la Cámara Sindical de la Facultad de Derecho (el SEU había prohibido las elecciones el 1 de febrero), esta es asaltada por la Centuria 20 de la guardia de Franco, que dañan un escudo falangista del edificio. Al día siguiente, varios militantes falangistas provocan disturbios en diferentes locales universitarios, entre ellos, el Colegio Estudio. El 9 de febrero, con toda la tensión 60 acumulada de los días previos, coinciden un gran número de estudiantes en protesta por el asalto del día anterior, así como falangistas que conmemoraban el Día del Estudiante Caído, en homenaje a la muerte de Matías Montero durante la Segunda República. En el encuentro es herido Miguel Álvarez Morales, miembro de las Falanges Juveniles de Franco. Como consecuencia, son detenidos Miguel Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, Ramón Tamames, Enrique Múgica, Javier Pradera, José María Ruiz Gallardón y Gabriel Elorriaga y, el 11 de febrero, Julián Marcos, Jesús López Pacheco, Fernando Sánchez Dragó, María del Carmen Diago, Jaime Maestro y José Luis Abellán. Las consecuencias políticas fueron significativas: el 10 de febrero se cierra la Universidad de Madrid temporalmente, se suspenden los artículos 14 y 18 del Fuero de los Españoles, vigente desde 1945, y Laín Entralgo renuncia a su cargo de rector de la universidad; el 12 de febrero es cesado el decano de Derecho, Torres López; y, finalmente, el 16 de febrero, se produce otro reajuste ministerial, según el cual Joaquín Ruiz-Giménez es sustituido por Jesús Rubio García-Mina, y Raimundo Fernández Cuesta por José Luis Arrese. Además, el 12 de julio de 1956 se reorganiza el SEU: Serrano Montalvo es sustituido por Miguel Ángel García Mina y a partir de ese momento toda la línea de mando será designada por el gobierno63. Se hizo definitiva la ruptura entre el Sindicato y un sector importante de los estudiante. Como analiza Jeroen Oskam, «ambos proyectos —socialización y liberalización del franquismo— serían reemplazados, a partir de 1957, por otra garantía más segura para la supervivencia del régimen: la consistente en su consolidación económica mediante la reintegración completa del país al mundo económico occidental» [1992b: 76]. El proyecto comprensivo, que había vivido su momento más esperanzador en torno al año de 1953, había llegado a su fin64. Es en la década posterior, sin embargo, cuando se produciría la consagración del 63 Estas revueltas fueron reproducidas a finales de 1956 en Barcelona. Parten también de una manifestación organizada por el SEU a propósito de los sucesos de Hungría, que fue reprimida por la policía el 7 de noviembre de 1956. El mes siguiente comenzó una huelga con motivo de la subida del precio del metro y tranvía, detrás de la cual se encontraban organizaciones clandestinas como PSUC, MSC y FNC. Los días 14 y 15 de enero se producen incidentes en la universidad que culminarán con el cierre del centro y la dimisión de su rector, Francisco Buscarons Úbeda. El 21 de febrero se reabre la Universidad de Barcelona y se celebra la Primera Asamblea Libre de Estudiantes, organizada al margen del SEU. Antes las sanciones emitidas, varios intelectuales (entre los que se encontraban, por ejemplo, Dionisio Ridruejo y Camilo José Cela) firman una carta dirigida al nuevo ministro de Educación para que las suprimiera. Asimismo, a finales de ese mismo mes se crea la Agrupación Socialista Universitaria (ASU). Poco después se crearía el Frente de Liberación Popular (FLP) y otras plataformas de acción política como los Comités de Coordinación Universitaria (CCU), Federación Universitaria Democrática Española (FUDE) y la Confederación Universitaria Democrática Española (CUDE). 64 Para más información sobre este episodio de la historia del franquismo, que aquí hemos esbozado muy sucintamente, vid. el testimonio de Lizcano [1981], las síntesis históricas de Ruiz Carnicer [1996a: 284 y ss.] y Fernández-Montesinos [2008 y 2009], así como la compilación de documentos de Mesa [2006]. 61 concepto falangismo liberal, a partir de textos escritos desde los sectores más intransigentes del franquismo65. Uno de ellos fue el ensayo de Vicente Marrero, La guerra española y el “trust” de cerebros (1961), publicado en la editorial asociada a la revista tradicionalista Punta Europa, dirigida por él mismo junto a Calvo Serer desde 1956. En dicho volumen, se refiere al «magisterio de clara ascendencia y de signo más bien izquierdista» [1961: 284] y los sitúa como rivales claros del grupo de Acción Española66, a quienes se debía «la sustancia intelectual más definitoria del Alzamiento» [1961: 288]. Les acusa, además, de no haber participado directamente en el golpe de estado de 1936, y de haber instaurado «la política de la mano tendida» [1961: 361] durante el ministerio de Ruiz-Giménez: «De una manera sorprendente e inesperada se alía [Ruiz-Giménez] con el núcleo neofalangista, minoría activa de la generación de 1936 que con ello reaparece de nuevo en la vida política de la que había sido apartado» [1961: 360]. De esta forma, se contribuyó a la creación de una brecha por donde podrían haberse colado todos aquellos heterodoxos inadaptados «al ambiente creado desde el 18 de julio» [1961: 364]. Señala, además, la dimensión política que habían adquirido las luchas intelectuales en los años cincuenta: «Las fuerzas de la oposición, convencidas de que bajo el régimen de Franco eran escasas, por no decir nulas, las posibilidades de aprovechar el juego libre de los partidos y de las opiniones políticas, encontraron pronto […] un sucedáneo de sus actividades políticas en las luchas intelectuales» [1961: 365]. Se puede observar la misma intencionalidad en el libelo Los nuevos liberales. Florilegio de un ideario político, publicado en 1965, sin editor, impresor, lugar, fecha ni depósito legal, pero bien difundido en los círculos intelectuales oficiales (la crítica ha apuntado que fue escrito, de hecho, desde el interior del Ministerio de Información que dirigía Manuel Fraga en ese momento). Allí se criticaba «la súbita y ardorosa conversión al liberalismo de quienes fueron los más fervientes campeones del totalitarismo» [1965: 8]. Así, se recogían textos que demostraban esta premisa de los siguientes autores: Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Santiago Montero Díaz, José Luis López Aranguren, José Antonio Maravall y Antonio Tovar. Todos ellos, concluye el anónimo 65 Hay que recordar que en esta década se publican también los artículos de Dupuich y Sánchez Diana y Mainer, a los que nos referimos más arriba. En ellos se habla también del liberalismo de Escorial aunque, en este caso, desde la valoración positiva de ese componente aperturista del grupo. 66 Acción Española fue el nombre de una revista que se publicó entre 1931 y 1936 y que promovieron el conde de Santibáñez del Río y Eugenio Vegas Latapié y dirigió Ramiro de Maeztu desde el número 28. En ella escribieron autores como Víctor Pradera, Vázquez Dodero, Jorge Vigón y Rafael Sánchez Mazas desde una óptica tradicionalista y promonárquica. Muchos de estos autores conformaron, asimismo, la sociedad cultural homónima, fundada en Madrid en octubre de 1931. 62 prologuista, «sentaron las más férreas bases para las medidas contra la libertad que se han venido aplicando desde 1936» [1965: 8]. El texto subrayaba irónicamente el pasado totalitario del grupo comprensivo y lo desacreditaba en su faceta de mayor productividad simbólica: el aperturismo cultural. Ambas obras, aunque especialmente la primera, destacaban el izquierdismo de dichos autores en su evolución ideológica, así como el carácter liberal de sus propuestas políticas y culturales en el periodo de 1951 a 1956. Con su rechazo, Marrero afianzaba el que sería su rasgo más determinante para la posteridad de sus obras. Otro grupo de textos importantes en este proceso de consolidación fueron las numerosas memorias que los propios implicados publicaron al final de la década de la sesenta y en años posteriores. En ellas, se subrayaba el carácter liberal del periodo Ruiz- Giménez y hasta de la etapa de Escorial en la década anterior. Entre las más relevantes se encuentran las Memorias y esperanzas españolas (1969) de José Luis Aranguren. Allí reconoce que «los términos “falangismo” y “liberalismo” [eran] conciliables, al parecer, en un puro ejercicio de comprensión cultural», aunque en el fondo «eran realmente incompatibles» [1969: 96] en el plano político, como demostraron los sucesos de febrero de 1956. Pedro Laín Entralgo extendía el periodo liberal en su Descargo de conciencia (1930-1960): «El propósito inmediato de Escorial —“integración de valores”; sincero llamamiento a “todos los intelectuales y escritores en función de tales y para que ejerzan lo mejor que puedan su oficio”— tuvo adecuada expresión legible en la lista de colaboradores durante el primer año de su vida» [2003: 271]. Punto sobre el que insistía, finalmente, Dionisio Ridruejo en las «Explicaciones» que abrían Escrito en España (1961), luego recogido en Casi unas memorias: «Con la revista pretendíamos contrarrestar el clima de intolerancia intelectual desencadenado tras la guerra y crear unos supuestos de comprensión del adversario» [2007: 23], aunque reconoce la ambigüedad de su planteamiento: «Y es que visto desde fuera y desde lejos, todo aquello tenía que parecer una farsa, un falso testimonio, un ardid de gentes aprovechadas que querían sumar y, con la suma, legitimar la causa a la que servían y cuyo reverso era el terror» [2007: 24]. En su discurso los términos se han transformado notablemente. En primer lugar, la comprensión —es decir, la aceptación de parte de las razones del enemigo para su reincorporación a la vida oficial— se sustituye por la voluntad de diálogo, un diálogo 63 realizado entre hombres de distinto talante y de un modo horizontal, de igual a igual67. Asimismo, y pese a las reticencias y las ambigüedades que ellos mismos señalaban (solo hay que fijarse en los títulos de las memorias: Descargo de conciencia, «Explicaciones»), se reconocía el carácter liberal y el talante democrático de su hacer en las dos primeras décadas de las dictaduras. Santos Juliá explica este rasgo: «La respuesta más inmediata y más obvia es: porque cuando hablaron de su pasado lo eran; porque, en el momento de recordar, habían llegado a ser liberales y hasta demócratas» [Juliá, 2004: 14]. O, dicho de otra forma, las memorias son válidas «para saber lo que son sus autores en el momento en que recuerdan, jamás lo que fueron en el momento recordado» [2006]. «Todos somos nuestra propia contradicción», había afirmado Aranguren [1969: 67]. Estas contradicciones, ambigüedades e intenciones difíciles de definir han dividido a la crítica en dos grandes bloques: por un lado, los que consideran positivamente el carácter aperturista de las propuestas del grupo, y valoran, además, que estas tuvieron una incidencia real en la oposición interna al franquismo que se haría efectiva en 1956 y, sobre todo, en los años posteriores; por el otro, los que valoran la integración comprensiva como un mero recurso para la consolidación internacional del régimen y defienden que las declaraciones posteriores de sus protagonistas se realizaron con el fin de eliminar cualquier rasgo de totalitarismo fascista de sus biografías en el nuevo periodo democrático. Entre los primeros, destaca el Pensamiento español en la era de Franco (1939- 1975), de Elías Díaz, inicialmente publicado en 1974 (del cual había aparecido una primera versión en la revista Sistema durante el año anterior) bajo el título de Notas para una historia del pensamiento español actual. Especialmente en sus capítulos segundo y tercero, donde aborda los periodos 1945-1951 y 1951-1956 respectivamente, defiende el papel destacado que el grupo comprensivo tuvo en la recuperación de los autores del regeneracionismo español, el 98, Ortega y los orteguianos, así como determinados políticos republicanos y socialistas demócratas. Analiza, también, las medidas de renovación universitaria desde el ministerio de Educación; la visión del existencialismo y el protestantismo en los trabajos de Aranguren; el diálogo con los autores del exilio; así como los acercamientos científicos heterodoxos de profesores universitarios como Enrique Tierno Galván y Jaime Vicens Vives. El ensayo de Díaz, uno de los discípulos 67 Este término fue omnipresente en el discurso de muchas de las figuras estudiadas. Nótese por ejemplo la importante plataforma del otrora ministro de Educación, Ruiz-Giménez, Cuadernos para el Diálogo (1963- 1978). 64 más destacados de Laín Entralgo, fue uno de los hitos fundamentales en la revalorización de la labor del grupo [Iáñez, 2011: 312]. En esta misma línea se sitúa la hipótesis de Tusell, quien, en su estudio sobre los católicos colaboracionistas, se preguntaba: «Quién sabe, sin embargo, si el colaboracionismo, al evitar el monolitismo del régimen y abrir posteriores senderos de discrepancia, no contribuyó de algún modo a hacer posible la transición a la libertad» [1984: 448]. La cuestión es cuál fue la naturaleza de la oposición, si es que la hubo, protagonizada por estos sectores intelectuales que al mismo tiempo participaban del poder. En el ámbito de la historiografía, Juan José Linz distingue entre tres formas de oposición: la ilegal, perseguida por las autoridades; la alegal, que no forma parte del sistema pero que es aceptada en aras de ofrecer una imagen de cierta normalidad; y una semi-oposición, protagonizada por grupos integrados en el sistema, donde situaríamos al grupo comprensivo [en Pecourt, 2008: 47]68. En un sentido parecido, Mangini distingue entre dos tipos de disidencia: «los que hemos calificado de rojos, como así se designaban durante y después de la guerra a todos los que se opusieron a la sublevación militar o la subsecuente dictadura franquista, y los rebeldes que en un principio fueron simpatizantes del franquismo o de la monarquía, o que por lo menos creían con optimismo que la democracia que pronosticaba Franco fuera más que una ilusión» [Mangini, 1987: 33]. En esta misma línea se sitúa la tesis de Jordi Gracia. El crítico ha defendido en diferentes ocasiones la presencia de un número notable de iniciativas, muchas de ellas oficiales, que sentaron las bases «de un programa restaurador de la tradición liberal» [2004: 125]. Uno de los mecanismos de continuidad fue la resistencia silenciosa que da título a una de sus monografías. Con ello se refiere a un tipo de oposición al fascismo que se desarrolló en gran medida a través de los pequeños gestos: la escritura honesta, el homenaje implícito o explícito a los maestros del pasado liberal [2004: 125] y la defensa del tono menor y comprometido con su tiempo frente a la hinchazón retórica fascista [2004: 30]. Los diferentes intelectuales que ejercieron su labor durante el franquismo — desde figuras claramente liberales como Gregorio Marañón o Ricardo Gullón, hasta autores vinculados al fascismo, al menos en un primer momento, como Eugenio d’Ors y Dionisio Ridruejo— contribuyeron a cimentar «el sustrato natural de nuestra democracia» [2004: 208]. Para estos últimos casos, entre los que se encuentra la mayor 68 Esta postura, que siguen, entre otros, autores como Amando de Miguel [1975], ha sido duramente criticada por historiadores como Salvador Giner y Eduardo Sevilla, quienes se refieren a una falsa oposición, «sin ningún peso en el conjunto del sistema» [en Pecourt, 2008: 49]. 65 parte de los autores del grupo comprensivo, reconoce su implicación en la construcción de «una cultura nueva y antiliberal de ruptura con el pasado» [2004: 218]; pese a ello, sigue, «fueron corresponsales, a medias entre la voluntad y la necesidad, de una continuidad liberal, repescada del pasado, en sus propios medios y para sus propios fines fascistas. Cumplieron esa función continuista» [2004: 218]. A pesar, pues, de los intereses particulares de cada caso, contribuyeron a la continuidad de la tradición liberal. Este peculiar proceso se desarrolló, fundamentalmente, al amparo del SEU, donde convergieron «un Estado fuerte y reequilibrador y las posiciones vagamente socialistas o socialdemócratas» [2006: 34] de determinados agentes culturales identificable con las posiciones de una Falange frustrada, que renuncia a sus posturas más derechizadas (con la consiguiente capacidad negociadora con otras sensibilidades políticas)» [2006: 34]. Es en este contexto donde defiende el concepto de falangismo de izquierdas, útil «para delimitar el espacio interior al SEU de quienes rubrican su compromiso político a través de una heterodoxia cultural y literaria, dispuestos a matizar el siempre inmaduro cuerpo doctrinal de Falange y a conjugar esfuerzos renovadores guiados por un fin social transformador (con más improbables consecuencias políticas)» [Gracia, 2006: 327]. Así pues, la disidencia ideológica se manifestó en diferentes formas de heterodoxia cultural (en el caso de los autores del SEU, fundamentalmente las formas de realismo social) pero que, por la propia naturaleza del franquismo, no tuvieron reales consecuencias políticas, como también matiza Pecourt: «Quizás encontramos una resistencia silenciosa, como la que describe Jordi Gracia en su obra, frente a la ofensiva panzer del poder político, pero no tuvo la eficacia ni la relevancia que se supone a la acción intelectual en su sentido moderno» [2008: 73]69. Otro grupo importante de críticos, en cambio, rechazan la noción de falangismo de izquierdas o falangismo liberal, y niegan que la actividad cultural y política del grupo comprensivo supusiera ningún tipo de oposición al franquismo: ni en la intención ni en las consecuencias70. Santos Juliá critica el concepto por su carácter anacrónico: se juzga 69 Ortega manifestó en varias ocasiones la aniquilación del espacio intelectual que había provocado el franquismo. En 1944 escribía: «Los intelectuales han pasado de serlo todo a no ser nada, de figurar como las glorias y eminencias de las naciones a ser barridos del paisaje social, de parecer que dirigían los rumbos de la humanidad a no ser ni siquiera escuchados» [en Morán, 1998: 33]. Poco antes de morir, le escribía a Tovar, insistiendo en la misma idea: «No sé si ven bien ustedes hasta qué punto es imposible la actuación intelectual. Algunos como usted gozan de cierto margen de holgura… y me he preguntado muchas veces si tienen ustedes presente hasta qué punto los demás no tenemos ni siquiera ese mínimo margen» [en Morán, 1998: 471]. 70 A estos dos grupos habría que sumar un tercero, a los que López Baroni denomina «revisionistas de derechas» [2013: 353], entre los que se encuentran historiadores como César Alonso de los Ríos, y que 66 el pasado político e ideológico de una serie de intelectuales a partir de su evolución posterior [2004: 333]. Sobre esto mismo insiste Gregorio Morán: En la actualidad suelen verse los acontecimientos del lustro 1951-1955 como una desaforada pelea entre unos falangistas liberales, o para ser más exactos, se transmite la idea de unos liberales obligados a vestirse de falangistas para ser más eficaces en su liberalismo, frente a unos cerriles inquisidores del Opus Dei coaligados con las jerarquías de la Iglesia. Esta legendaria imagen procede del proceso seguido a partir de febrero de 1956 por los voceros de ese falangismo supuestamente liberal, que les llevó al ostracismo cuando no a la cárcel, la represión y el exilio [1998: 384-385]. Según estos autores, en lugar de tentativas de continuidad liberal se trató más bien de tácticas de apropiación fascista: «integrar a los vencidos no tenía nada que ver con el mantenimiento de una herencia cultural de signo liberal, sino con el cumplimiento de una misión imperial» [2004: 344]71. La política cultural del grupo comprensivo fue, pues, «un expolio» [2004: 352] que buscaba «destruir a los contrarios asumiéndolos» [2004: 384]; mecanismo, por otra parte, nada extraño a los diferentes fascismos europeos. Su análisis de las consecuencias de sus acciones es, por consiguiente, totalmente diferente: «la aparición de una cultura política democrática en España no fue el resultado del crecimiento y desarrollo de una tradición liberal sino del fracaso de una política unitaria a cargo de destacados falangistas» [2004: 407]. Así pues, el grupo comprensivo no sentaría las bases de una futura disidencia, sino que sus tácticas de apropiación fallaron, y no tuvieron nada que ver con la heterodoxia política posterior. Fernando Larraz también aborda este problema desde una perspectiva similar. Reconoce, en primer lugar, el carácter modernizador e intelectual del grupo: «era modernizador, no temía a la heterodoxia respecto a la tradición, era intelectualmente inquieto y osado… pero no era en absoluto liberal» [2009: 69], e incluso un cierto talante o actitud aperturista, pero no confundibles en ningún momento «con un pensamiento, una ideología política y una moral liberales» [2009: 112]. Ello es así, en primer lugar, porque las posiciones efectivamente críticas que ocuparon «salvaban siempre a la cabeza del defienden del mismo modo el carácter liberal de estos miembros de Falange con la intención de relativizar el papel opositor de la disidencia antifranquista. 71 Iáñez ha estudiado en detalle estos mecanismos en el caso de la revista Escorial, plataforma principal en los cuarenta donde se desarrollaron dichas acciones de «apropiación indebida» [2011: 220]: «lo que se dio en Escorial fue una mera sucesión de razias en el sentido literal del término, esto es, incursiones en campo enemigo sin más objeto que el botín» [2011: 229]. 67 Estado y se apoyaban doctrinalmente en José Antonio como fuente de verdad indiscutida» [2009: 113]72. Asimismo, la aparente oposición que desempeñaron se debió, más bien, a asegurar su posición dentro del régimen y los enfrentamientos que mantuvieron con los sectores reaccionarias «no obedecieron a una pugna entre antiliberales y demócratas, sino a una controversia entre estrategias exiguamente diferenciadas de entender España desde una óptica autoritaria» [2009: 115]. Se trataba, en suma, de grupos internos que pugnaban por «distinguirse para poder desarrollar señas de identidad autónomas y así escalar dentro del sistema» [2009: 124]. La táctica comprensiva fue funcional mientras sirvió al régimen para lograr su estabilidad internacional. El poder político nacional, desacreditado tras el final de la Segunda Guerra Mundial, vio en los poderes culturales una fuente potencial de capital simbólico: para ello, era necesario dotar a dicho campo de una aparente autonomía que en realidad no tenía, pues se encontraba profundamente intervenido por los poderes políticos. Prueba de ello es la caída del grupo falangista: una vez que el régimen logró su objetivo estos le causaban más problemas que soluciones [Larraz, 2009: 114-5]. Como afirma Morán, «en un régimen totalitario la hegemonía cultural de un grupo sobre otro, por más frágiles e inconsistentes que estos sean, está siempre en trance de ganarse o de perderse, y es en definitiva el poder político, el poder genuino, el que inclina la balanza en un sentido u otro» [1998: 243]. b) El problema comprensivo desde una óptica bourdiana Elaborar un panorama más aséptico que el que se vislumbra en casi todos los estudios sobre la cultura de la Era de Franco, estudios que terminan pareciéndose (acaso porque es eso lo que quieren ser en último término) más a juicios sumarísimos sin abogado defensor que a análisis objetivos de pros y contras [Barrero Pérez, 2005: 437]. Barrero Pérez, en la cita que encabeza este epígrafe, señala lo que para nosotros es un imperativo ético: «elaborar un panorama más aséptico», detectar los prejuicios y las conclusiones a priori e intentar, en cambio, un análisis razonable y razonado de la época. Como afirma Juliá desde una posición mucho más crítica: «No se trata de aquí de calificar como impostura el contenido de ese recuerdo y adoptar ninguna airada ni sarcástica forma 72 Es también la postura de Ismael Saz: «No eran propuestas liberales, producto de un talante liberal. Eran propuestas fascistas, producto de una ideología totalitaria que se definía precisamente en oposición al liberalismo» [2003: 409]. 68 de denuncia. Esa actitud, para el ejercicio de la comprensión histórica, no conduce a nada; solo tal vez a la autosatisfacción de quien se cree más listo o más auténtico que aquellos a quienes estudia» [Juliá, 2002: 14]. El fenómeno de la posible o imposible oposición interna desde los sectores oficialistas ha sido el más afectado, sin duda, por esa tendencia al juicio y a la valoración subjetiva, que muchas veces sacrifica los detalles y matices de una situación de enorme complejidad. Creemos que un marco teórico como el de Pierre Bourdieu es especialmente útil para intentar desenredar la madeja de discursos e intereses superpuestos de estos años problemáticos. De hecho, es una referencia implícita o explícita en muchos acercamientos a la cultura del franquismo. Es un ejemplo de ello el volumen colectivo Poesía y poetas bajo el franquismo, coordinado por Encarna Alonso Valero. En concreto, en su primer capítulo, «Trayectorias de poetas en la posguerra española» [2016], aplica la teoría bourdiana al análisis de las posiciones ocupadas por los poetas de los cuarenta. Para ello, se basa en tres criterios diferentes de legitimación, que toma de Moreno Pestaña [2013]: (1) La búsqueda de reconocimiento institucional. La autora señala la necesidad de delimitar los espacios institucionales que quedaron libres tras la Guerra Civil (por ejemplo, en la Universidad), así como los nuevos que se crearon con el régimen, como el SEU y el ICH. (2) La búsqueda del reconocimiento de sus pares. Figuras con una gran cantidad de capital simbólico acumulado, como Vicente Aleixandre, funcionaron como instituciones personalistas con capacidad de consagración de unos autores u otros. (3) Finalmente, el esfuerzo creador, que entra en relación con los dos criterios anteriores. La autora subraya, en concreto, la dicotomía —especialmente visible en el caso del teatro— entre una producción de ciclo corto (con beneficios económicos inmediatos) y una producción de ciclo largo (con menores beneficios económicos pero una mayor autonomía creativa). Su análisis se basa en gran medida en los acercamientos al campo cultural franquista de José Luis Moreno Pestaña73. Este historiador de la filosofía utiliza los mismos criterios para el estudio de las trayectorias de Manuel Sacristán, Juan Carlos García-Borrón y Esteban Pinilla de las Heras [2009]. Subraya, en concreto, el concepto de esfuerzo creador, que él denomina autonomía creativa y lo define como «la capacidad para otorgarse objetivos intelectuales según criterios delimitados únicamente por 73 Es el caso, también, de otro artículo incluido en dicho volumen sobre la figura de Manuel Sacristán desde una perspectiva bourdiana [Fernández Castaño & Blázquez Vilaplana, 2016]. La base teórica del texto carece de la solidez, sin embargo, del capítulo inicial. 69 problemas del campo intelectual» [2009: 77], así como «la potencia para modificar con un sesgo nuevo e inesperado las posibilidades intelectuales que estructuran el espacio en el que se desenvuelve un agente intelectual» [2009: 77]. Es decir, la capacidad — determinada, en gran medida, por su mayor o menor grado de reconocimiento institucional e inter pares— de un agente intelectual para ensanchar el espacio de lo decible en un momento dado del campo. Además, se refiere a la polémica entre los sectores comprensivos y excluyentes, que analiza como una «lucha entre dos especies de capital cultural» [2009: 81]. En La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil [2013] desarrolla este planteamiento, describiendo los diferentes tipos de agentes en función de los antedichos criterios [2013: 36] y propone un análisis de los tres grupos de intelectuales (aunque centrado sobre todo en los filósofos): orteguianos, zubirianos y los defensores de la filosofía nacional-católica, en relación fundamentalmente con lo que supuso en sus trayectorias la Guerra Civil y su posterior reconversión a la vida cultural de posguerra. Finalmente74, en esta lista de acercamientos a la posguerra desde perspectiva bourdiana hay que señalar los estudios de Juan Pecourt, especialmente significativos para nuestro trabajo en cuanto que basa su análisis en el estudio de las revistas culturales y políticas [2008, 2006]. En ellos, ocupa un lugar central el concepto de campo de las revistas políticas, que el autor define como «un espacio que proporcionó las plataformas institucionales necesarias para que los intelectuales pudieran intervenir en la arena política» [2008: xviii]. La condición de autonomía es esencial para que se pudiera desarrollar un conocimiento verdaderamente crítico «que dependiera del reconocimiento de los pares y no de los diferentes sistemas de legitimación franquista» [2008: 41]. Dicho concepto se relaciona, asimismo, con aquel que formulara Harry C. Boyte de «Free Spaces», que Sevillano Calero ha rescatado para los estudios del franquismo: «A la lenta articulación de “espacios libres”: marcos a pequeña escala dentro de una comunidad que son apartados del control directo de los grupos dominantes, participándose voluntariamente en ellos y que generan un cambio cultural que precede o acompaña a la movilización social» [2003: 6]75. 74 Otros trabajos sobre el franquismo, aunque no se señalan explícitamente en la línea de Bourdieu, son deudores en gran medida de su punto de vista y su terminología. Es el caso, por ejemplo, de Vilanova [2001] y Iáñez [2009, 2011], por citar unos pocos ejemplos. 75 Vid. también Polletta [1999]. 70 Antes de abordar este último punto son necesarias algunas precisiones. En primer lugar, habremos de matizar ciertos elementos de las relecturas de los años 1951 a 1956 que los propios protagonistas realizaron, así como los críticos más benevolentes. Los sucesos de 1956 constituyen, desde luego, un momento clave en el análisis de la década pero no deben mediatizar nuestra visión de los posicionamientos realizadas con anterioridad. Del mismo modo, la evolución de las diferentes trayectorias intelectuales no deben llevarnos a malinterpretar o sobreinterpretar las actitudes de los años que nos ocupan. En segundo lugar, señalaremos una serie de elementos que el marco teórico bourdiano nos aporta para el análisis y que creemos imprescindibles para el estudio de la problemática comprensiva: la distinción entre campo político y campo cultural (así como la ortodoxia y la heterodoxia vigente en cada uno de ellos); la delimitación de cada uno de los grupos intelectuales que participaron en la polémica en base, fundamentalmente, al interés que cada uno de ellos tenía en su participación; y la valoración de las diferentes formas de transportabilidad entre el poder político y el poder cultural, especialmente visibles en estos años. Finalmente, consideraremos el importante papel desempeñado por el concepto del campo de las revistas políticas, en fase embrionaria en estos años: cuál es su relación con la polémica comprensiva y por qué creemos que es un punto fundamental para un correcto entendimiento de las implicaciones, contemporáneas y posteriores, de la misma. Así pues, un primer punto que habremos de tener en consideración en la valoración del modelo comprensivo es que el carácter integrador de las culturas otras en la unitaria cultura nacional era un aspecto que formaba parte de la ideología falangista desde sus orígenes, en contraste con la postura de las derechas tradicionalistas [Saz, 2007: 142; 2003: 381-382]. Muestra de ello son los intentos de Serrano Suñer ya durante la Guerra Civil por atraer a la zona nacional a Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Azorín y Ortega y Gasset [Ferrary, 1993: 67]. Se trataba, pues, de construir un proyecto unitario en el que cabían, reinterpretadas y adaptadas a los presupuestos de Falange, diferentes culturas de la historia nacional, incluida, pues, la liberal, tal y como han subrayado varios autores: «Esta reclamación de la necesidad de una reintegración es una condición totalitaria que ya había sido expuesta para la “empresa española” por el propio José Antonio Primo de Rivera» [Ferrary, 1993: 45] y, en fin, se hacía explícito en muchos de los discursos oficiales. El 23 de mayo de 1952, por ejemplo, el Secretario General del Movimiento explicitaba en Correo Literario este punto de la ideología falangista, en el contexto, 71 recordemos, de la polémica comprensiva ya vigente en ese momento: «Debéis también velar por la defensa doctrinal de la Falange, cuya esencia y cuyo núcleo central estriba en la unidad, pero no en la unidad fundada en el miedo, ni en la fuerza ni en las concesiones, sino en la incorporación de todos los españoles a una gran empresa común» (nº 49: 1). En el congreso de Falange que se celebró en 1953 se insistía igualmente en este punto: La Falange ha mantenido y mantiene la necesidad de la incorporación de la inteligencia en las tareas políticas. La Falange considera que esta incorporación y el respeto a la inteligencia constituyen la médula de la tradición intelectual española, el supuesto supremo de la cultura occidental y la quintaesencia del pensamiento y de la tradición política católica. La cultura, en cuanto creación de valores, solo es posible dentro de un ámbito de libertad y de confianza en la inteligencia [en Miguel, 1975: 19]76. Se trataba, pues, de oficializar el discurso liberal como respuesta al fracaso de una cultura oficial franquista: «En cualquier caso, aquella amenaza potencial de vacío cultural que suponía el fracaso de la cultura oficial franquista no terminó de materializarse. Irónicamente, el vacío sería cubierto por la misma cultura liberal que el franquismo había querido inicialmente erradicar» [Fusi, 1999: 117]. Asimismo, el impacto que pudo tener la polémica comprensiva debe ser circunscrito a las limitaciones propias del espacio social en que se desarrolló: unas revistas de alcance minoritario, leídas y discutidas por los mismos escritores que las hacían, lo cual explica una permisividad en sus contenidos que no hubiera sido posible de haberse tratado de medios mayoritarios. Con ello, se evitaba «todo riesgo de hacer de esa apertura un elemento de ruptura de una unidad doctrinal, que el régimen autoritario exigía y que nadie parecía estar dispuesto a poner en tela de juicio» [Ferrary, 1993: 294]. Como se ha afirmado en varias ocasiones, al menos en estos años, y pese a todas la diferencias entre los grupos, la ortodoxia política, el acuerdo con el mantenimiento del sistema franquista, era un importante punto común a todos los sectores en pugna [Morente, 2013: 184; Moreno Pestaña, 2013: 80 y 211], lo que nos hace pensar que, efectivamente, «la colisión entre menendezpelayistas y orteguianos tuvo tanto o más de 76 También autores como Jordi Gracia, uno de los más favorables al concepto de falangismo liberal considera la raíz falangista del carácter integrador del grupo «Habrá que reflotar una línea de continuidad soterrada de temas y referentes culturales porque están en el origen de falangistas inconfundibles y nada liberales, pero necesariamente formados en una tradición liberal y deudores de los problemas y los temas de la España inmediatamente anterior» [1996: 169]. 72 pugna política encubierta que de puras desavenencias producidas por convicciones intelectuales diferentes» [Ferrary, 1993: 354]77. Esto mismo se hace patente, por ejemplo, si observamos la convergencia de firmas, comprensivas y excluyentes, en el número de homenaje de Ateneo a García Morente (de los primeros colaboran, por ejemplo, Carlos París y Gregorio Marañón) y el número monográfico de Arbor en relación con el centenario de 1898, en el que colaboraron, entre otros, Diego, Fernández Almagro, Laín Entralgo y Aranguren, y que recibió el premio nacional del mejor número monográfico que concedía la Dirección General de Propaganda78. O incluso en ciertas muestras de tolerancia comprensiva en el grupo intransigente. Jesús Arellano, en un texto publicado en Arbor, señalaba: La eliminación histórica de una generación en cuanto tal no incluye necesariamente —si la actitud es certera, la inteligencia clara y el obrar decidido— una no comprensión, una no generosidad, y mucho menos una injusticia para las personas individuales. Ellas podrán y deberán ser incorporadas a la realización de aquel sistema de posibilidades que la coyuntura histórica, vertebrada por la encarnación de un valor y tesitura renovadores, abre hacia el futuro. Pero solo y justamente en la medida en que cada persona lo acepte así y sea capaz de ello [1952: 300]. O el editorial «Mano tendida», publicado en Razón y Fe: «Es cierto, no hay que fomentar la política del rencor. Hay que derramar agua mansa sobre los odios. Bien está llamar a todos. Pero han de venir sin reservas a nuestro campo. No hemos de ir al suyo» [Anónimo, 1953b: 115]. Como se puede ver, en ocasiones la polémica parecía girar simplemente en torno a la amplitud de los límites de la tolerancia hacia el vencido, a las condiciones específicas mediante las cuales el vencido podría incorporarse a la vida cultural nacional, sin un verdadera cuestionamiento, pues, de la razón del vencedor o de la naturaleza del sistema político y cultural vigente. La postura falangista comprensiva, pues, no contradecía los fundamentos de la 77 Autores como Saz, sin embargo, que ha estudiado en detalle los programas ideológicos de falangistas y nacionalcatólicos, apuntan en una dirección diferente: «Ni se trataba solo de un problema de rivalidades, apetencias y ambiciones políticas o personales. Las diferencias eran […] profundas y seguían siéndolo por más que la común búsqueda de la supervivencia del régimen las hubiera puesto transitoriamente, aunque nunca del todo, en sordina» [2003: 378]. 78 No obstante, la connivencia de firmas era más frecuente en los años cuarenta que en los cincuenta, raíz, en gran parte, de las polémicas que enfrentaron a los dos grupos [Díaz Hernández, 2007: 215]. Así, es significativo que Calvo Serer se estrenara intelectualmente en Escorial, con un artículo sobre «El sentido español del Renacimiento» (mayo de 1942). 73 ideología joseantoniana, que, por otra parte, nunca cuestionaban. Los debates que se sucedieron en los años cincuenta, por muy violentos que llegaran a tornarse en cuanto al tono, nunca sobrepasaron el ámbito de las discusiones entre la élite intelectual que se desarrollaban en las revistas institucionales. Su acuerdo con el mantenimiento del statu quo, e incluso con ciertas propuestas de modernización que resultaban imprescindibles en el nuevo marco internacional de posguerra, revela, además, una concordancia significativa de las posiciones de los agentes implicados, todos ellos beneficiarios del régimen. La pugna no era tanto por los propios contenidos estéticos e ideológicos, sino por el mantenimiento y la promoción de sus propias posiciones dentro del marco común de la oficialidad y la ortodoxia política. Sucesos como los de 1956, sin embargo, así como la evolución ideológica de muchos de los implicados, nos muestran que las tentativas comprensivas no resultaron del todo inocuas y, voluntariamente o no, participaron de alguna forma de la disidencia universitaria que surgió bajo el amparo del rectorado de Laín Entralgo. Como avanzábamos antes, el marco teórico bourdiano, creemos, es especialmente útil para abordar esta última cuestión. Es necesario, en primer lugar, plantear la diferenciación entre los campos político y cultural, y la distinta forma como operó en ellos la polémica comprensiva. Es evidente que el campo cultural franquista estuvo profundamente intervenido por los poderes políticos desde sus inicios, a través de mecanismos como la censura y el exilio [Larraz, 2017: 51]. En dicho contexto, la propuesta comprensiva planteaba, en efecto, la reintroducción de la heterodoxia cultural y estética (cifrada en nombres como Ortega y Unamuno en su vertiente religiosa) pero de ninguna forma ello se traducía en una heterodoxia política. De hecho, todos los implicados formaban parte del statu quo oficialista. Fue, pues, una discusión sobre la heterodoxia cultural que se mantuvo dentro de los estrictos márgenes de la ortodoxia política: única alternativa posible porque no existían todavía las condiciones estructurales necesarias [Pecourt, 2006: 206] para la existencia de un poder intelectual efectivo: «un poder originado en el mundo de la cultura e independiente de los poderes políticos y eclesiásticos establecidos» [Pecourt, 2006: 207]. En eso consistían los mecanismos de apropiación y de reacondicionamiento del vencido: justificar al disidente desde la doxa política imperante. Siempre que se trató trasvasar el debate cultural al ámbito político, de hecho, sus protagonistas sufrieron las consecuencias del poder arbitral de Franco. Recuérdese la tentativa de Calvo Serer de constituir una Tercera Fuerza en 1953 y la publicación de su carta al dictador en un medio 74 extranjero, Écrits de Paris, con las consiguientes repercusiones políticas; así como los sucesos de febrero de 1956, que tuvieron como consecuencia la pérdida de las posiciones dominantes de la mayoría de intelectuales del grupo comprensivo. Sin embargo, es durante estos años cuando se crean las bases de dichas estructuras sociales básicas para el ejercicio del poder intelectual que serán efectivas en la década posterior, gracias al desarrollo de un mercado económico y la cultura de masas. Igualmente importante es la consideración de las diferentes formas posibles de acceso al poder político y al poder cultural. Respecto del primer punto, es un acuerdo entre los historiadores el papel absoluto del poder arbitral del dictador, como quedó patente en los diferentes reajustes ministeriales que se sucedían en función de los intereses del régimen a lo largo de su desarrollo histórico. Ruiz-Giménez, así como sus aliados de la Falange intelectual, resultaba útil en un momento histórico muy concreto: el de la recuperación de las alianzas internacionales tras la posición de debilidad que ocupó el régimen en el marco internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando sus políticas comprensivas causaban más problemas internos que beneficios no se dudó en prescindir del ministro y los principales agentes que las habían posibilitado. En un estado fuertemente intervencionista, las aspiraciones de acceder al poder político desde el plano cultural era una empresa harto difícil, cuando no imposible, como demostraron los hechos de 1953: «Ni Calvo Serer ni la generación tan artificialmente botada en 1948 tendrán mucho que hacer en la política del régimen: su afirmación de que en España, más que en otros países, los movimientos políticos llegaban precedidos de movimientos intelectuales con objeto de transformarlo en político acabó en puro fiasco […] En el régimen, la clase política se reclutaba de otro modo, no por presión organizada desde fuera, sino por cooptación desde dentro» [Juliá, 2004: 390]. Esa fue la principal enseñanza que Aranguren extrae de los sucesos de febrero de 1956: ¿Adónde podía llevar sino a un bizantinismo intelectualista el reconocimiento “liberal” de discrepancias culturales —de “problemas culturales”—, declarados irrepercutibles en el plano de la praxis política? ¿De qué serviría una libertad de pensar sin posibilidad alguna de ser traducida a la acción? Los términos “falangismo” y “liberalismo”, conciliables, al parecer, en un puro ejercicio de comprensión cultural, eran realmente incompatibles y un auténtico proceso de liberalización necesitaba asumir el hecho de tal incompatibilidad [1969: 96]. 75 El campo cultural, aunque intervenido por el poder político, permitía mayores márgenes de flexibilización. Así, los diferentes espacios que lo estructuraban presentaban cierta porosidad a la heterodoxia: tender la mano, ofrecer la oportunidad de expresarse, poco a poco, primero una reseña de algún libro inocuo, luego un pequeño ensayo que no levantara suspicacias. En la práctica, en un medio dominado por la política cultural de la Iglesia de exterminar al disidente, de censura y prohibición de leer y publicar a los autores venenosos, esa actitud exigía entrar en contacto con ellos, abrir las puertas de los espacios de sociabilidad, las tertulias, los encuentros, las conferencias, los seminarios [Juliá, 2006: 16]. En este sentido, cobraron mucha importancia las denominadas instituciones heterógenas, aquellas «situadas en la intersección entre dos o más campos sociales, cuya situación fronteriza implica que no tienen una lógica de funcionamiento definida» [Pecourt, 2008: 38], como el ICH y el SEU, y en las que, pese a la debilidad de su autonomía, se facilita la aparición de ideólogos innovadores capaces de transformar capital cultura en capital político. En segundo lugar, es preciso distinguir con precisión y rigor a los diferentes grupos, agentes e intereses que participaron de esta polémica79. La concreción de las posiciones ocupadas (dominantes o dominadas) en los campos cultural y político es un punto fundamental en el análisis de cuáles eran los intereses particulares que guiaban su actuación en dichos campos. Dicho concepto de interés, entendido este en el sentido bourdiano, es, en efecto, fundamental para la comprensión del fenómeno estudiado: en su vinculación con las nociones de estrategia y de beneficio —«the ways individuals acted in orientating their social practice […] unconscious calculation of profit» [Grenfell, 2008: 154]— y con el de toma de posición: «Cuando observamos las prises de position de los intelectuales como trayectorias dentro de campos culturales específicos, podemos decir que estos movimientos no responden solamente a decisiones éticas o estéticas aisladas sino que representan movimientos prácticos, algunas veces plenamente conscientes y otras semiconscientes, con los que intentan mejorar, mediante la acumulación de capital simbólico, su posición dentro del mundo de la cultura» [Pecourt, 2008: 28]. No se trata, 79 Esto es algo en lo que han insistido muchos autores [Oskam, 1990: 170; Mainer, 2005] frente a la tendencia maniquea de considerar a todos los agentes con cierto grado de oficialidad dentro del franquismo como un bloque totalmente homogéneo. 76 pues, de una cuestión de «la buena fe o el cinismo de los agentes» [Bourdieu & Wacquant, 2005: 169], sino, más bien, «un reconocimiento tácito del valor de los asuntos en juego y el dominio práctico de sus reglas» [2005: 156]. Desde esta perspectiva, cobra sentido el concepto con el de inversión, «la propensión a actuar que nace de la relación entre un campo y un sistema de disposiciones ajustadas al juego» [2005: 158]. Vilanova se refiere a ello introduciendo además los conceptos de riesgo (en pos de la obtención de capital simbólico) y seguridad (por conservar la posición adquirida): Intentar combinar riesgo (limitado, obviamente) y seguridad era una opción complicada que, sin embargo, podía resolverse por dos vías distintas: por un lado, la incorporación plena al sistema, su ideología y su discurso; es decir, la plena integración en la máquina de producción cultural e ideológica que, en ocasiones, conllevaba prebendas profesionales prácticas. La otra vía era la de asumir un cierto riesgo calculado en el campo cultural; en la medida que este riesgo se correría en el ámbito privado o, como mucho, semipúblico, la disidencia con relación a la posición oficial del régimen sería limitada [Vilanova, 2001: 44]. Así pues, cada grupo implicado, en función de su posición en el campo político y cultural, actuaría, conscientemente o no, movido por unos intereses específicos. A efectos de análisis nosotros vamos a distinguir cuatro diferentes grupos intelectuales, todos ellos visibles en Correo Literario80: (1) El primero de ellos es el círculo de Escorial, reagrupados en torno a Ridruejo en los cincuenta y detentadores de posiciones oficiales en el ICH (Laín Entralgo, Panero) y en importantes universidades (el caso de Laín Entralgo y Tovar). Se trata de los autores que se denominaron a sí mismos como generación de 193681, que ya habían comenzado 80 La presente división es, sin embargo, una simplificación necesaria para una visión de conjunto del fenómeno estudiado. Esta habría de ser complementada con análisis de caso mucho más concretos, y desde una metodología rigurosa de la teoría de redes, que Sapiro defiende como un método de análisis complementario del enfoque bourdiano [2016: 48]. Asimismo, hay que tener en cuenta que no se trata de grupos cerrados ni de fronteras claras. Amando de Miguel, en su análisis ideológico de los ministros de Franco —a quienes divide en las siguientes familias: militares, primorriveristas, tradicionalistas, monárquicos, falangistas, católicos, integristas, tecnócratas y técnicos—, hace hincapié en este punto: «no es tanto de grupos preestablecidos como de lábiles relaciones personales que no se traducen en afiliaciones formales sino en pactos o compromisos no escritos y en cierta manera no responsables más allá de los límites del honor personal» [1975: 145]. 81 La historia del término es conocida, y se ha sintetizado en diferentes ocasiones [García de la Concha, 1987: 13-23; Carnero, 1989; Gambarte, 1996: 179-186]. Surge por primera vez con textos de Pedro de Lorenzo [1943] y Homero Serís [1945]. Autores posteriores como Ricardo Gullón [1969, 1965, 1959] perfilan el concepto y eliminan las connotaciones políticas que sí tenía en sus primeras formulaciones. 77 su obra literaria en los años previos a la Guerra Civil y que, en dicho contexto, se habían relacionado con los escritores de mayor prestigio del momento: Vicente Aleixandre, Pablo Neruda, César Vallejo, etc. En la posguerra detentaban, pues, un alto grado de capital simbólico que no poseían sus rivales de Ateneo y Arbor (visible, por ejemplo, en su presencia continua en las más importantes cabeceras literarias del interior). Su acercamiento a determinados nombres del exilio (Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Francisco Ayala, Salvador de Madariaga…), a determinados autores considerados heterodoxos por los poderes eclesiásticos y políticos como Unamuno o, en fin, a ciertos movimientos proscritos en un primer momento por la teoría literaria fascista como el surrealismo82, reforzaba su posición dominante en el campo cultural y les abría las puertas de algunas instancias oficiales en un momento concreto del devenir del estado franquista. La heterodoxia del grupo, controlada y restringida al ámbito cultural, le permitía al régimen publicitar una imagen menos autoritaria del mismo, ofrecer a los demás países, con los que paulatinamente se fueron recuperando los contactos diplomáticos, una fotografía de cierta normalidad de la vida cultural interior. Como veremos más adelante, es sintomática la transformación del fascista Consejo de la Hispanidad (1940-1945) en el Instituto de Cultura Hispánica en 1948. La orientación cultural de la institución venía aparejada de una explícita intencionalidad política, tal y como se puede comprobar en muchos documentos oficiales y privados: «Si bien no ha llegado a un acuerdo sobre el contenido preciso de lo que es cultura, debemos aceptar que la estamos aplicando en un terreno típicamente político» [en Escudero, 1994: 104]. Se trataba, pues, de «personas de talento que en su faceta van a intentar aportar lo mejor de ellos mismos. Eso sí, no solo aceptando sino apoyando abiertamente la permanencia y consolidación del régimen Finalmente, el número especial de la revista norteamericana Symposium de 1968 dedicado a Homero Serís, consagra finalmente el término. La creación y elaboración del concepto de generación del 36 están estrechamente vinculados con el paradigma comprensivo, como subraya Mainer en un artículo sobre Revista [2005]. De ella extrae una serie de textos que formulan el concepto de generación desde el punto de vista del modelo comprensivo. Estos son algunos de ellos: Dionisio Ridruejo: «Conciencia integradora de una generación» (nº 50); Ricardo Gullón: «La generación española del 36» (nº 52); José Luis L. Aranguren: «A propósito de nuestra generación» (nº 56); Julián Marías: «La generación silenciosa» (nº 75); Gaspar Gómez de la Serna: «Sobre la quinta del 36» (nº 91). El trabajo de Ridruejo, uno de los más conocidos, se refiere a la naturaleza «integrada y completa», así como a la voluntad comprensiva, en términos muy parecidos a otros textos publicados en la revista en el contexto de la polémica con los excluyentes: «La voluntad integradora, la aceptación de toda la herencia, impone a esta generación tan enorme ambición proyectiva como decidida abnegación —la palabra “puente” suena no pocas veces en la prosa de todos—, y su empeño deberá ser el de fraguar verdaderamente, renunciando a no pocas satisfacciones creadoras, la síntesis de lo heredado para darlo a su vez en herencia» [1960: 241]. 82 Sobre la recuperación de las diferentes estéticas de la modernidad por parte de este grupo de autores se ha ocupado por extenso Wahnón en dos trabajos de obligada referencia [1987 y 1998] y Navas Ocaña, en diferentes libros, derivados de su tesis doctoral [1993], sobre revistas concretas de los años cuarenta: Escorial y el grupo garcilasista [1995], Corcel y Proel [1996] y Espadaña [1997]. 78 franquista y recibiendo por ello la consiguiente recompensa de cargos y consideración pública» [Gracia & Carnicer, 2001: 161]. (2) Como hemos venido describiendo en estas páginas, frente a ellos se situaba el grupo integrista83 en torno a las figuras de Calvo Serer, Pérez Embid y García Escudero, y plataformas como el Ateneo de Madrid y su revista homónima, el CSIC y Arbor. Mantenían posiciones de clara inferioridad en el campo cultural: además de no poseer una obra como la del grupo comprensivo, el discurso que defendían, más vinculado a lo político, estaba marcado por su incapacidad para atraer a las firmas jóvenes, frente a la influencia y el poder simbólico de los heterodoxos comprensivos [Pecourt, 2006: 211]. La participación de Calvo Serer en la polémica en torno al problema de España de 1949 revela cuál fue el común denominador de sus actuaciones en el campo cultural: frente al progresivo posicionamiento de los comprensivos a favor de una cierta autonomía de los espacios culturales, este defendía la absoluta legitimidad del poder político y eclesiástico para mediar en los asuntos culturales, que debían plegarse a las exigencias de la ortodoxia política y religiosa [Pecourt, 2006: 209]. Su interés era totalmente opuesto al manifestado por el sector comprensivo. Estos querían reforzar su poder intelectual mediante una cierta autonomización del campo cultural y, como consecuencia de su prestigio simbólico, traducir la posición privilegiada que detentaban en dicho campo en cargos y beneficios oficiales. El grupo integrista, en cambio, defendía la sumisión absoluta del campo cultural a la ortodoxia política: así pues, desde esta perspectiva solo cabría el viaje en un sentido, de posiciones dominantes en el campo político a posiciones dominantes en el campo cultura, pero nunca al revés. (3) Un tercer grupo es el que constituyeron los intelectuales jóvenes que se formaron bajo las parámetros de Falange durante el franquismo y que utilizaron las 83 Es especialmente sintomática de su conciencia de grupo la tentativa de consolidar la etiqueta de generación de 1948. El primero que utilizó el concepto fue Jaime Vicens Vives en un texto publicado en Destino [1949] sobre un ensayo de Palacio Atard: Derrota, agotamiento, decadencia, en la España del siglo XVII. Allí afirmaba: «Podríamos decir que pertenece a la generación de 1948, la del centenario de la paz de Westfalia y de la revolución democrática de 1848, los dos polos entre los que se mueve la ideología de la Edad Moderna» [1949: 15]. A la firma de este Tratado se sumaba el homenaje a los valores católicos del Concilio de Trento (1545-1573). Unos años después, Vicente Marrero volvía sobre un término que no acabaría haciendo fortuna: «Y es precisamente ahora, en 1948, a tres siglos justos de firmarse el Tratado de Westfalia, cuando se quiere significar ante la conciencia española una nueva promoción de intelectuales» [1961: 380]. En cualquier caso, y al igual que en lo referente a la generación de 1936, demuestra que «el recurso a la generación para encontrar bases y objetivos comunes sería muy utilizado entonces, no solo en lo que respecto al aura falangista sino también a la integrista» [Díaz Hernández, 2008: 380]. No sorprende, pues, el título de un volumen sobre los sucesos de febrero en la universidad a cargo de uno de sus protagonistas: La generación de 56: «una generación que nació en los albores de la posguerra española, se educó en el periodo más duro de la consolidación del franquismo y protagonizó en su madurez la transición al régimen hacia la democracia formal» [Lizcano, 1981: 9]. 79 plataformas que les proporcionaba el SEU para expresar unas ideas que irán adquiriendo progresivamente mayores tintes críticos a lo largo de la década de los cincuenta [Gracia, 2006: 44]. La desvinculación respecto de los círculos políticos oficiales de autores como Carlos París, Esteban Pinilla de las Heras y José María Castellet, al contrario de sus maestros comprensivos, les otorgaba una mayor libertad en el espacio cultural y, por ello mismo, llevaron mucho más lejos que ellos los planteamos estéticos heterodoxos: hasta el punto de que, en determinados momentos y en ciertas problemáticas, llegaran a «alinear las formas culturales modernas que esos jóvenes descubrían o desarrollaban en el correlato político que les correspondía en Europa» [Gracia, 2006: 44]. Es decir, a traducir la heterodoxia cultural no en la ortodoxia política con que la vinculaba el grupo de Ridruejo, sino en una cierta heterodoxia política, homología ya existente en otros países europeos. El salto político, de hecho, mantenía cierta coherencia con determinados presupuestos falangistas: «de ortodoxia falangista primeramente, fueron derivando hacia posiciones de cierto izquierdismo; los postulados falangistas de corte derechista estaban más que aplicados; quedaban por aplicar los puntos referentes a reivindicaciones de tipo popular: reforma agraria, nacionalización de la Banca, etc. De tales posiciones se pasaba fácilmente a un radicalismo de corte sindical puro, o una derivación hacia el socialismo» [Sartorius & Alfaya, 1999: 58]. Así es, por ejemplo, la evolución de Alfonso Sastre: de la defensa apolítica de un teatro renovado, encuadrado en los marcos de renovación dramática europea en los medios oficiales del SEU (la época de Arte Nuevo y del Teatro de Agitación Social [Muñoz Cáliz, 2005: 86-87]) a la asunción de posturas claramente disidentes y progresistas. Evolución, por otra parte, que tiene un correlato claro en la intelectualidad joven del fascismo italiano84. Si pudieron desarrollar su actividad —como toda actividad del interior, por disidente que fuera, controlada y tolerada por los diferentes mecanismos de coerción del régimen— fue porque las autoridades vieron en ella «una necesaria válvula de escape de inquietudes que resultarían más inocuas encauzadas en una publicación periódica que salidas a la luz de manera agresiva» [Barrero Pérez, 1991: 84 A este respecto, es fundamental la monografía de Victoriano Peña sobre La cultura italiana del Ventennio Fascista y su repercusión en España [1995]. En ella se señala que «la postura más polémica en el seno del fascismo la llevarán a cabo estos jóvenes que, concienzudamente educados por el aparato ideológico del fascismo, responderán de manera opuesta a lo previsto» [1995: 63-64]. Ello se realizó fundamentalmente desde revistas universitarias vinculadas a los GUF (Gruppi Universitari Fascisti), como Il Rosai (1930), L'Universale (1931-1935), Rivoluzione (1940-1942), Il Bo (1935-1944), Architrave (1940-1943) y Corrente di Vita giovanile (1937-1939), donde se creó «una oposición interna más eficiente que la desarrollada por otros sectores» [1995: 63]. Se refiere, asimismo, a la revista Primato, Lettere e Arti d’Italia (1940-1943), proyecto de Giuseppe Bottai, que en su objetivo «de atraer a todos los grupos de intelectuales, incluidos también los que habían dado muestras de antifascismo» [1995: 66] presenta no pocos paralelismo con Escorial y el programa comprensivo en su conjunto. 80 7], aunque, de hecho, esto ocurrió en los sucesos de 195685. (4) Finalmente, consideramos el grupo de los autores genuinamente liberales. Alejados de las instancias políticas y oficiales, trabajaron por reconstruir la autonomía del campo cultural desde medios independientes, adquiriendo, de este modo, enormes cotas de capital simbólico. Es la postura de Vicente Aleixandre, por ejemplo, que desde su casa de Velintonia constituyó una verdadera institución cultural legitimadora [Cano, 1986], frente a Gerardo Diego y Dámaso Alonso, más vinculados al poder político. Es paradigmático, asimismo, el caso de Ínsula, empresa editorial y hemerográfica de José Luis Cano y Enrique Canito, en la que sin concesiones oficiales se reconstruyó la razón liberal desde el ámbito cultural [Mangini, 1987: 45; Larraz, 2009: 166; Rubio, 2003: 98- 101]. Firmas habituales de la revista que contribuyeron a esta tarea fueron, por ejemplo, Ricardo Gullón, Enrique Lafuente y Fernando Vela, además de las colaboraciones puntuales de autores como Juan Ramón Jiménez (1948), Pedro Salinas (1948) o Guillermo de Torre (1949). La desvinculación respecto del campo político los mantuvo alejados de la polémica comprensiva, así como de los consiguientes reajustes estructurales en 1953 y 1956. Su contribución a la configuración de un medio cultural independiente respecto de las instancias oficiales, sin embargo, es fundamental en el proceso de autonomización del campo cultural que se irá afianzando progresivamente en las décadas posteriores. Así pues, fue una inversión simbólica a largo plazo, frente a los beneficios más inmediatos que buscaban los comprensivos y los excluyentes. En esta convergencia de posiciones e intereses cruzados, cobra especial importancia la tesis del campo de las revistas políticas desarrollada por Pecourt. El autor defiende que fue en estos años cuando comenzó a configurarse «un espacio que proporcionó las plataformas institucionales necesarias para que los intelectuales pudieran intervenir en la arena política» [2008: xviii]; comenzaron a establecerse ciertas condiciones sociales o estructurales que posibilitaron la aparición del discurso heterodoxo, frente a la rígida ortodoxia del sistema de los medios de comunicación de masas del régimen [2006: 206]. Su tesis es que este espacio social, el campo de las revistas políticas, «se emplazó en un tercer espacio institucional entre la prensa controlada por las burocracias del Estado y la prensa asociada a los sectores de la Iglesia […] Las grietas 85 Este aspecto tuvo su correlato en los intentos de control del SEU desde dentro a través de las elecciones de delegados. Progresivamente, y al igual que ocurría con las elecciones de enlaces sindicales, fueron elegidos estudiantes politizados y vinculados al antifranquismo. 81 ocasionadas por esta confrontación posibilitaran la aparición de un espacio independiente entre ambas estructuras, en el que se constituyeron las bases del poder intelectual» [2008: 43]. La conformación de este campo se desarrolla en dos fases. Una inicial de formación embrionaria en algunas instituciones heterónomas como el SEU o la ACNP, que corresponde a esos primeros textos heterodoxos que aparecen en las revistas universitarias de los cincuenta: «Estos mercados emergentes no poseían recursos políticos o económicos propios, pero empezaban a cultivar una nueva forma de poder simbólico, cimentada en el prestigio de los intelectuales entre los estudiantes y otros grupos contestatarios dentro de la sociedad franquista» [Pecourt, 2006: 218]. Su capacidad de oponer cierta resistencia simbólica al poder político, sin embargo, estaba limitada por la falta de autonomía del campo cultural: no existían, pues, las condiciones estructurales necesarias para el desarrollo de un debate libre y la configuración de un espacio político efectivo [Pecourt, 2006: 216]. Posteriormente, ello fue posible gracias al desarrollo de un mercado cultural de masas. Pecourt cita como ejemplo revistas como Cuadernos para el Diálogo y Triunfo. Al contrario que las revistas de los cincuenta, dependientes de los poderes políticos externos, estas consiguieron depender exclusivamente del mercado económico, asumiendo otras formas de sumisión, pero consiguiendo en cambio su independencia, así como un alcance de público mucho mayor (la primera tenía una tirada de 120.000 ejemplares en su mejor momento; la segunda 160.000). Es lo que observamos también en determinadas empresas editoriales de Barcelona: Anagrama, Seix Barral, Lumen o Edicions 62, que se constituyeron como «uno de los (contra)poderes hegemónicos en las letras hispánicas de la época» [Bonet, 1994: 64]. Todo ello fue fundamental para «el desarrollo del poder intelectual como una fuerza con cierto peso social» [Pecourt, 2006: 223] que empezaría a ser efectivo a partir de entonces. La etapa primera, la que se desarrolló a la sombra de instituciones oficiales, fue, sin embargo, imprescindible para el restablecimiento de dicho poder intelectual86. Volviendo, pues, a las preguntas que se hacía López Baroni —recordemos: (1) «si durante el franquismo desapareció completamente la tradición liberal; (2) si hubo una oposición al régimen desde dentro, una oposición no confundible con las luchas de poder 86 Con un grado mucho menor de desarrollo, Francisco Morente se refiere a dicha conformación de un campo de las revistas que «sirvió para canalizar la intervención de los intelectuales contrarios al régimen en el debate público y para crear un ámbito de poder cultural que, en mayor o menor medida, se escapaba del estricto control que hasta ese momento había ejercido el Estado en esa parcela» [2016: 182]. También para él en las décadas de los cuarenta y los cincuenta este campo todavía no se había desarrollado como tal. 82 existentes entre las diversas facciones que sostuvieron la dictadura; (3) si esta oposición desde dentro del régimen nutrió […] a los que se enfrentaron a la dictadura sin haber mantenido relación con la misma» [2012: 468]— conviene ahora centrar nuestras reflexiones en el grupo que más nos interesa (los comprensivos del círculo de Ridruejo) y plantear, si no soluciones, sí al menos hipótesis de trabajo en base a la teoría bourdiana que nos resultarán luego de utilidad para el análisis de Correo Literario. El círculo de la Falange intelectual, primero agrupados en torno a Escorial, luego vinculados a Cuadernos Hispanoamericanos y a otras iniciativas del ICH, no cuestionaron en ningún momento (ateniéndonos siempre a los años 1951 a 1956) la ortodoxia política del régimen. Su rivalidad con los colaboradores de Arbor y Ateneo se trató más bien de una discusión sobre distintas formas de entender el régimen. La polémica desplegaba muchos de los intereses de ambos grupos: la asunción de un discurso cultural u otro era un modo de autoidentificación de grupo, cuando no un mecanismo cultural de promoción política. Pero, aunque sea clara la ortodoxia política del grupo comprensivo, no debemos por ello minusvalorar la relevancia que tuvo la asunción de la heterodoxia estética que, efectivamente, fue reintroducida en su discurso. Así pues, la heterodoxia cultural —o, en otras palabras, la ampliación del marco de lo decible en un momento dado del campo—, aun moviéndose dentro de los límites permitidos por los poderes políticos, tuvo algo de revelación de los mecanismos arbitrarios del poder simbólico franquista87. A través de este proceso se posibilitó la perpetuación del discurso heterodoxo en otra agentes que, por su diferente posición en el campo, sí se traduciría en una acción política real de oposición al régimen. A esta oposición efectiva se sumarían, en los años posteriores, algunos de los nombres del grupo comprensivo, Ridruejo como el más destacado, pero también del sector intransigente, por ejemplo el caso de Calvo Serer, que evolucionó hacia posiciones claramente democráticas (tal y como denotaban, por ejemplo, sus publicaciones en el diario Madrid durante los últimos años del franquismo). Los años cincuenta son fundamentales para comprender dicho fenómeno, pues es entonces cuando, merced al esfuerzo comprensivo de recuperar su papel en el campo cultural y político, se llevan a cabo tomas de posición arriesgadas —todas aquellas que 87 En la teoría de Bourdieu, el discurso heteredoxo tiene per se una gran capacidad subversiva: «Heterodox discourse —in so far as it destroys the spuriously clear and self-evident notions of orthodoxy, a ficticious restoration of the doxa, and neutralizes its power to immobilize— contains a symbolic power of mobilization and subversion, the power to actualize the potential power of the dominated classes» [1992: 277]. 83 lindan con la heterodoxia cultural— pero por ello mucho más productivas en lo que concierne a los beneficios simbólicos, que, además de mejorar las posiciones de sus agentes, ampliaron el marco de lo decible, abrieron el campo a discursos antes proscritos, y, mediante este proceso, enseñaron el camino a unos jóvenes que tuvieron ante sí la empresa de revincular esos discursos heterodoxos culturales ya no con las posiciones políticas de los que los rescataron (ajenas y aun contrarias a esos discursos culturales, motivo por el cual tuvieron que verse sometidos a procesos de justificación y adaptación), sino a sus discursos políticos homólogos: el discurso crítico liberal y aun democrático que se hizo visible por primera vez en los sucesos de febrero de 1956. Pero no hay que olvidar que si la heterodoxia fue posible es porque en estos años cincuenta comenzaron a desarrollarse ciertas condiciones estructurales —el incipiente campo de las revistas— que lo posibilitaron. El grupo de Ridruejo, y otros sectores falangistas afines (los más vinculados al SEU), con importantes contactos en los centros del poder, sobre todo durante la época Ruiz-Giménez, crearon una importante red de revistas, fuertemente mediatizadas y al servicio de los intereses de sus propios ideólogos, pero que posibilitaron también el desarrollo de dichos discursos heterodoxos. Este módulo hemerográfico fue fundamental en el proceso de autonomización del campo que se consolidaría en las décadas siguientes. En suma, el grupo de Ridruejo, y las polémicas en que se vio envuelto durante los cincuenta, si bien no constituyó en ningún caso una muestra de oposición al régimen desde dentro —sino, más bien, de lucha interior entre dos facciones dominantes del sistema—, desempeñó dos funciones de enorme transcendencia en la historia cultural del franquismo: en primer lugar, ampliaron el marco de lo decible, forzaron los límites tolerados por el régimen y posibilitaron que aspectos como la cultura expresada en catalán o la literatura del exilio (con mayor o menor grado de adaptación a la ortodoxia política que ellos mismos defendían), volvieran a ocupar el centro de las discusiones de la época; en segundo lugar, sentaron las bases estructurales para el desarrollo de un poder intelectual, que sería efectivo en años posteriores. 84 2. El campo de las revistas culturales de los cincuenta Creemos necesario realizar ahora una descripción, forzosamente sucinta, de las principales cabeceras que vehicularon el discurso cultural y político en estos años cruciales de la historia del franquismo. Solo desde una comprensión clara del campo hemerográfico de los años cincuenta —o, en otras terminologías, red de revistas, módulo hemerográfico— podremos valorar posteriormente la significación de un producto como Correo Literario. El arco cronológico escogido es el de 1950 a 1956. La primera fecha responde al año de salida de la publicación que nos interesa, Correo Literario, aunque, en el caso de las revistas que comienzan en la segunda mitad de los años cuarenta y continúan publicándose en la década posterior tendremos en cuenta también estos años (por ejemplo, Cuadernos Hispanoamericanos e Ínsula). La segunda fecha tiene que ver con las revueltas universitarias, que tuvieron importantes consecuencias en el sistema hemerográfico: se suspenden temporalmente Ínsula e Índice, revistas cruciales del periodo habían impreso ya su último número (Alcalá y Laye, por ejemplo), y se crean nuevas cabeceras: Papeles de Son Armadans (1956), Punta Europa (1956) y, un poco más adelante, Acento Cultural (1958), entre otras. Este periodo, en fin, ha sido señalado como etapa diferenciada por algunos historiadores. Así lo describe, por ejemplo, Díaz Hernández: «Además de la nueva política cultural de Ruiz-Giménez influyó considerablemente una ley del nuevo ministerio de Información y Turismo, que permitía la aparición de revistas y publicaciones periódicas —no diarias— a personas y empresas privadas. La autorización a la iniciativa privada de crear nuevas empresas periodísticas multiplicó el número de revistas en pocos meses. Así pues, en el verano de 1951 comenzaba una nueva etapa en las revistas culturales» [2007: 219]. Y otros, como Jurado Morales, señalan la especificidad del medio siglo: «la década del cincuenta en su globalidad supone una transformación sustancial con respecto a la del cuarenta en muchos aspectos y, a este hilo, un análisis de las publicaciones periódicas y en particular de las revistas literarias del medio siglo refleja en qué grado España y sus circunstancias están cambiando» [2012: 94]88. Dentro de este periodo, excluimos algunas publicaciones que excederían los límites de este trabajo. En primer lugar, las revistas restringidas a determinados ámbitos 88 Otros como Ramos Ortega [2005a], sin embargo, amplían bastante el arco temporal: desde 1947 hasta el final de la década en 1959. 85 muy concretos. Por ejemplo, revistas religiosas como Razón y Fe, La ciudad de Dios, Verdad y vida, Pensamiento y La ciencia tomista; jurídicas (Revista de Administración Pública, Derecho Internacional, Cuadernos de Seguridad Social); pedagógicas (Revista de Educación); o revistas de otros ámbitos culturales especializados como Música, Objetivo y Cinema Universitario89. Tampoco tendremos en cuenta la prensa periódica — medios como Arriba, Ya o El Alcázar— por sus características específicas: publicación diaria y tirada y alcance mayoritario. Finalmente, nos limitaremos a proporcionar una lista nominativa de las revistas de creación (fundamentalmente, de poesía): este módulo hemerográfico, con un grado mucho mayor de autonomía, presenta una serie de peculiaridades destacadas que lo aleja del ámbito de los debates producidos en las culturales. La relación entre ambos es, sin embargo, notable —así como los casos de frontera, en los que es difícil determinar si nos enfrentamos a una revista literaria o cultural— por lo que les dedicaremos un breve apartado. A la hora de clasificar las diferentes cabeceras nos han parecido significativos cuatro criterios. a) La financiación de la revista. En concreto, la dependencia o no de instituciones oficiales (institutos, universidades, ministerios, etc.), que plantea una primera gran división entre el grupo más numeroso de revistas que podemos denominar oficiales, y aquellas con un grado mayor o menor de independencia. b) El cuadro directivo. Ello nos permitirá establecer una serie de subgrupos organizados en torno a los principales agentes de la década: aquellos con suficiente capital simbólico y político —en el caso de las revistas oficiales—, o simplemente con capital simbólico —las independientes— para ocupar los puestos de poder con capacidad de decisión sobre la confección de las revistas. c) Los principales colaboradores. Muy relacionado con el punto anterior, el análisis de las firmas repetidas —normalmente, aquellas a cargo de secciones concretas— es un criterio imprescindible para la visibilización de los diferentes grupos intelectuales que producen las diferentes revistas, y que se crean a sí mismos en tanto grupo en esas mismas cabeceras. Es crucial en este punto la consideración de su pertenencia ideológica a las denominadas familias del régimen: monárquicos, tradicionalistas, falangistas aperturistas, falangistas tradicionalistas, católicos de la ACNP, católicos del Opus Dei, firmas de cierta independencia, etc. 89 Sí consideraremos, en cambio, aquellas revistas religiosas orientadas parcialmente hacia lo cultural, como es el caso de la publicación de Lorenzo Gomis, El Ciervo. 86 d) Valoración de la heterodoxia. Finalmente, analizaremos, de forma necesariamente breve, la incidencia de la heterodoxia en las diferentes publicaciones. En concreto, los autores problemáticos que señala Elías Díaz (de menos a más problemáticos): Costa y los costistas, generación del 98, Ortega y orteguianos, krausistas e institucionistas, políticos republicanos y socialistas democráticos [1992: 14], aunque estos dos grupos últimos apenas aparecieron en las revistas del periodo estudiado. A ello habría que sumar otros aspectos polémicos: la cultura catalana, la poética social, el arte de vanguardia, el exilio republicano, existencialismo y protestantismo, entre otros. a) Las revistas oficiales Las principales revistas del periodo dependen de diferentes instancias oficiales. La débil autonomía del campo cultural tiene su traducción inmediata en el sistema hemerográfico: la ausencia de un mercado cultural —fue en los sesenta cuando este empezó a constituirse como tal— impedía la articulación de una red de revistas con capacidad de supervivencia al margen de la financiación estatal. Muestra de ello es la continuación en este periodo de las dos principales cabeceras falangistas de la década de los cuarenta. Por un lado, Escorial, dependiente de los servicios de Prensa y Propaganda de FET-JONS, daba sus últimos coletazos en la segunda mitad de la década: en 1947 reaparece solo con dos números, bajo la dirección de José María Alfaro, y Pedro Mourlane, Antonio Marichalar, Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales en el consejo de dirección; en 1949 comenzaba su segunda época, con Mourlane como director, Xavier de Echarri, subdirector y Demetrio Castro en la secretaría. Se publicaron únicamente diez números hasta el último fechado en enero-febrero de 1950. Al igual que otras cabeceras de la época, la revista redirigió su labor ideológica hacia «la reubicación de España en el orden internacional» [Iáñez Pareja, 2011: 267], con la publicación de numerosas crónicas políticas que situaban a Franco como «el campeón del anticomunismo y el “vigía de Occidente” ante el peligro que él mismo desbarató en España» [2011: 269]. La Revista de Estudios Políticos, dependiente del Instituto de Estudios Políticos90 90 El Instituto se había creado el 9 de septiembre de 1939 en calidad de órgano con funciones de asesoría técnica y legislativa en diferentes materias: política económica, diplomacia exterior y organización y administración del estado. Se trató de un ambicioso proyecto del Movimiento —que seguía en gran medida el modelo del Istituto Nazionale Fascista di Cultura dirigido en Italia por Giovani Gentile desde 1925— pero que nunca llegó a funcionar de forma realmente autónoma, dada su dependencia respecto del ministro de Educación y del propio Francisco Franco. Entre sus componentes, destacaban sobre todo los miembros de Falange y de la ACNP [Sesma Landrin, 2004]. 87 y, junto con Escorial, la principal plataforma del grupo falangista en los cuarenta, inició una nueva época en enero de 194891. Su cuadro directivo lo constituía el mismo grupo intelectual: Francisco Javier Conde92 —uno de los pioneros en la articulación teórica del totalitarismo político, sobre todo a partir de sus trabajos sobre Carl Schmitt— y entre sus firmas habituales, catedráticos como C. Ruiz del Castillo, J. Camón Aznar, Salvador Lissarague y Leopoldo E. Palacios, e intelectuales como Maravall, Tierno Galván, Tovar, Díez del Corral, Mostaza, Panero, Rosales y Gaspar Gómez de la Serna, entre otros. La evolución observable en la revista es la misma que podemos detectar en el grupo falangista que la confeccionaba: de la definición y defensa del totalitarismo hasta un cierto aperturismo que provocó las reticencias del sector tradicionalista [Saz, 2003: 385], en parte orientado a la mejora de la imagen del régimen en los medios extranjeros [Sesma Landrin, 2004: 176], fundamentalmente en su relación con Europa. Se han estudiado los condicionantes ideológicos del discurso europeísta de la revista. En primer lugar, se dio en sus páginas «una postura oficial que abogaba por la integración económica en Europa pero manteniendo la “peculiaridad política española”» [Sesma Landrin, 2005: 168]. Por el otro lado, «la progresiva forja de un europeísmo más independiente entre la intelectualidad del Instituto de Estudios Políticos, cuyo acercamiento a la idea de una Europa unida bajo reglas democráticas» [2005: 168]. Asimismo, desde los comienzos de la revista se publicaba la sección fija «Mundo hispánico», que integraba información política y cultural de Hispanoamérica. A la revista se asociaba Ediciones del Instituto de Estudios Políticos, que integró colecciones de bibliografía política como «España ante el mundo», la «Biblioteca española de escritores políticos» o la «Colección hispanoamericana», donde publicaron autores como Juan Pablo Martín Rizo y fray Juan de Salazar o Pablo Antonio Cuadra. Esta cabecera, sin embargo, había perdido el protagonismo de la etapa anterior: el círculo de Ridruejo ahora se movía en otras plataformas de nueva creación (con la excepción de Cuadernos Hispanoamericanos, que había publicado su primer número ya en 1948). Por el contrario, Arbor, que se había constituido como la opositora más directa 91 Se ha estudiado en detalle dicha complementariedad en la propaganda a la alta manera falangista; la Revista de Estudios Políticos en el plano de la teoría política; Escorial en la política cultural: «Suponían caminos formalmente distintos pero destinados hacia un mismo fin, el control de la vida intelectual española y la posición dominante de la cosmovisión falangista en los centros de poder y en la sociedad» [Sesma Landrin, 2004: 172]. Vid. también Ferrary [1993: 155]. 92 Anteriormente, habían sido directores Alfonso García Valdecasas (desde enero de 1941 hasta junio de 1942), Antonio Riestra (julio de 1942-junio de 1943) y Fernando Castiella (junio de 1943 hasta enero de 1948). 88 de Escorial, adquirió una relevancia que no había tenido en sus primeras etapas. La revista se había iniciado en enero de 1944 con periodicidad bimestral y bajo el subtítulo de Revista general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. La dirigió en un primer momento fray José López Ortiz, catedrático de Historia del Derecho, aunque en el verano de ese mismo año fue sustituido por Sánchez de Muniáin. La revista, que comenzó siendo simplemente un instrumento científico del Consejo fue incorporando progresivamente en su cuadro directivo personalidades con ambición política y cultural (pese a las reticencias del secretario del Consejo, José María Albareda Herrera): en octubre de 1946 se inicia su segunda etapa con la entrada de Calvo Serer como redactor, quien acababa de obtener una plaza de catedrático de Filosofía de la Historia e Historia de la Filosofía Española en la Universidad de Madrid; en enero de 1948 este pasaba a ocupar el puesto de redactor gracias a su nuevo secretario, Pérez Embid; en enero de 1949, Calvo Serer sustituye a Raimundo Pániker en el cargo de subdirector y, con él, se incorporan como firmas habituales de la revista varios nombres relacionados con Acción Española: Jorge Vigón, José Pemartín y José María Pemán, y firmas de confianza del autor de España sin problema como Alfonso Candau y Esteban Pujals. Este proceso se culmina en junio de 1951, cuando Rafael Calvo Serer pasa a dirigir la revista: «Rompió con los inicios de la revista como instrumento para divulgar lo que se producía en los patronatos e institutos del Consejo y abrió una publicación con menor presencia de trabajos de ciencias y mayor número de artículos humanísticos» [Díaz Hernández, 2007: 210]93. En este periodo, de hecho, comenzaron a colaborar en Arbor como redactores dos buenos amigos de este: José Luis Pinillos y Hans Juretschke Meyer. En 1953, tras la caída de Calvo Serer a causa de su publicación en Écrits de Paris, este y Pérez Embid fueron apartados de la dirección de la revista, como él mismo confiesa: «En diciembre de 1953, este [Calvo Serer] y sus principales colaboradores intelectuales fuimos violentamente separados, por razones políticas, de la labor de la revista, que pasó a manos de otro grupo de dirección, el cual imprimió a sus números un matiz distinto, más cientificista y con menor interés cultural» [1956]. En este nuevo equipo, vigente desde marzo de 1954, figuraban José María Otero de Nasvascués, como director, Manuel Fraga y Florentino Bustiza, subdirectores, y José María Mohedano en la secretaría. Esta cabecera, con la que se vinculaba la editorial Biblioteca del Pensamiento Actual, sentó las bases ideológicas del movimiento tradicionalista y monárquico: en 93 No obstante, autores como Álvaro Ferrary señalan que por lo menos desde 1948, cuando Pérez Embid era secretario de la revista, Calvo Serer desempeñaba las funciones de dirección [1993: 265]. 89 relación, fundamentalmente con Donoso Cortés, Maeztu y Menéndez Pelayo, tal y como se transparenta en el texto que abría su número inicial, a cargo de Raimundo Pániker: «El hombre, en un proceso que la historia del pensamiento marca distintamente, perdió a Dios al finalizar la Edad Media, se perdió a sí mismo en el siglo de las luces y en el idealista, y se ha perdido, se ha extraviado en medio del mundo en la época contemporánea, en la época de la técnica» [en Pérez Embid, 1956]. La revista Ateneo ( de subtítulo Las ideas, el arte y las letras: revista de los Ateneos de España) y, con ella, la institución madrileña homónima94, desempeñó un papel complementario de Arbor. La revista, de periodicidad quincenal, se publicó entre el 2 de febrero de 1952 y el 15 de octubre de 1955. En su primer número, que incorporaba un anuncio de la revista del CSIC y en el que ya escribían algunas de sus firmas principales: Hans Juretschke, Jorge Vigón y Rafael Calvo Serer, se reflexionaba sobre la defensa de la unidad española y en contra de la heterodoxia: «España, en rigor, no hay más que una. Toda discrepancia no es, a la postre, más que un anhelo de borrar el antiguo semblante y ponerle otro nuevo» [Anónimo, 1952: 2]. Ateneo, en fin, se vinculaba explícitamente con una tradición nacional que buscaba mantener: «Por eso Ateneo, que hoy inicia sus coloquios con el lector, se limitará a labrar, con tanto ahínco como seguridad y esperanza, esta vieja heredad única, de gleba siempre fecunda» [Anónimo, 1952a: 2]. Su primer director fue Pérez Embid95 —recordemos, secretario de Arbor en 1948—, luego sustituido, desde diciembre de 1953 [Segade Alonso, 2018: 238], por Luis Ponce de León (1918-1990), a quien se saludaba como «una de las más agudas y brillantes firmas literarias y políticas de la generación del 36» [Anónimo, 1953c: 2]. Vinculado por vía paterna con la CEDA, Luis Ponce era médico, periodista y funcionario del Ministerio de Información y Turismo (fue codirector de su gabinete técnico desde la época de Gabriel Arias Salgado). En los números de su último año, 1955, figuran por primera vez los nombres que confeccionaron la revista. Florentino Pérez Embid aparece como presidente del consejo de redacción, que estaba integrado por Faustino G. Sánchez-Marín, en calidad de subdirector, José Javier Aleixandre, redactor-jefe, José Carlos Pérez Junquera como secretario y entre sus redactores, Luis Castillo, Rafael Morales y José 94 Aunque estrechamente vinculada con el Ateneo de Madrid, la publicación se autodenominaba como «la revista de los Ateneos de España». Estos, a su vez, dependían de la Dirección General de Información del Ministerio de Información y Turismo. Debido a ello estaba blindada frente a problemas e interferencias políticos como los que podía sufrir Arbor [Gracia & Ruiz Carnicer, 2001: 229]. 95 Díaz Hernández señala, en cambio, que fue Santiago Galindo, secretario del Ateneo, el primer director de la publicación, aunque esta era un proyecto fundamentalmente de Florentino Pérez Embid [2008: 391]. 90 María Jove, aunque eran también firmas habituales Vigón, Fernández de la Mora y Calvo Serer, y otras no directamente vinculadas con el grupo tradicionalista: Lorenzo Gomis (que además figuraba como jefe de redacción en Barcelona) o los falangistas Juan Emilio Aragonés y Julián Ayesta. Su línea editorial coincidía plenamente con la de Arbor, tal y como ha sintetizado Segade Alonso: antiliberalismo, defensa de un catolicismo como factor socializador, cierto apoyo a una regeneración monárquica, y una visión de la política como una tarea «misional y apologética» [2018: 237], y como se trasluce de la orientación de la revista en las polémicas antes referidas. Complementario de ello fueron los ciclos de conferencias que se organizaban desde la institución madrileña, que dependía, desde otoño de 1950, de la Dirección General de Propaganda del ministerio de Información y Turismo, cargo que detentaba, recordemos, Pérez Embid. Además, desde el 24 de septiembre de 1951, este mismo fue nombrado director del Ateneo, y Calvo Serer y Vigón como vocales. Algunos de estos ciclos fueron los llamados «Balance de la cultura moderna», «Actualización de la tradición española» (1950-1951) o «El catolicismo en la cultura europea de hoy» (1952). Muchas de las conferencias se publicaron en la colección «O crece o muere», más tarde vinculada con la Editora Nacional [Sánchez García, 2005]. En una línea similar se situaba la revista La Actualidad Española, a cinco pesetas y con periodicidad semanal desde su número inicial del 12 de enero de 1952. En su equipo directivo se encontraban Antonio Fontán, del círculo de Arbor, como promotor y Jesús María Zuloaga como director, y dependía de la Sociedad Anónima de Revistas, Periódicos y Ediciones (SARPE). Entre las firmas habituales hay que mencionar a Juan Roger, José Gómez Muñoz y Joaquín Sampere. Se trataba de una revista ilustrada — siguiendo el modelo de cabeceras internacionales como Life y Paris Match— y dirigida a un público más amplio que las otras revistas de minorías de este apartado. Los principales referentes que vertebraban los comentarios sobre la actualidad española e internacional de la revista fueron los del grupo tradicionalista: Menéndez Pelayo, Donoso Cortés, Maurras, etc. Antonio Fontán también dirigió la publicación mensual Nuestro Tiempo, cuyo primer número apareció en julio de 1954 vinculada a la Universidad de Navarra. La revista, de orientación católica y vocación internacional, contó con firmas extranjeras: entre otros, Hans Juretschke, Braga da Cruz y Jean Roger; y, entre los nacionales, firmas de primera línea del sector intransigente: el sacerdote del Opus Dei José Orlandis, Jorge Vigón, José María Albareda, José Luis Vázquez Dorado o fray José López Ortiz, obispo 91 de Tuy. El editorial de su primer número explicitaba dicha orientación, con una crítica abierta a la posición comprensiva: Pero dar razón de algo o de alguien no es por fuerza igual que darle la razón. Comprender una conducta o explicarla en el orden moral no es igual que aprobarla, y en un plano metafísico reconocer una realidad no es igual que dar razón de su existencia. Todo este prolijo razonamiento viene a cuento aquí para desenmascarar una mentalidad ambiente que da el tono a nuestro tiempo, y de cuyo penoso polvo quiere nuestro tiempo despejar su camino [en Pérez Embid, 1956]. La revista El Español había sido una de las cabeceras, junto a La Estafeta Literaria, que el tradicionalista Juan Aparicio, entonces director general de Prensa y Propaganda, había publicado en la década anterior con financiación de la delegación nacional de Prensa y Propaganda. En junio de 1953, comienza su nueva etapa —que duraría hasta agosto de 1962—, también bajo la dirección de Juan Aparicio (dependiente, pues, del Ministerio de Información y Turismo), con subtítulo semanario de los españoles para los españoles, y con una extensión considerable de 60 páginas por número96. Fueron colaboradores habituales los periodistas Claudio Colomer y Francisco Carantoña Dubert, directores a su vez de los diarios El Correo Catalán y El Comercio, respectivamente. La publicación carecía del carácter de plataforma de grupo que sí tenían Ateneo, Arbor, y las diferentes revistas comprensivas. Su defensa férrea de la ortodoxia y de los pilares fundamentales del nacional-catolicismo la acercaba, sin embargo, más a las revistas del entorno de Calvo Serer97. Joaquín de Entrambasaguas, profesor de la Universidad de Madrid y director del Instituto Miguel de Cervantes, dependiente del CSIC, fue director de varias revistas a medio camino entre la creación literaria y la investigación académica: Cuadernos de literatura contemporánea (1942-1948), Cuadernos de literatura (1948-1950), Revista bibliográfica y documental (1947-1951) y Revista de literatura (desde 1952). El editorial 96 La Estafeta Literario, a su vez, fue retomada en abril de 1956 bajo la dirección de Luis Jiménez Sutil, primero, y, tras su fallecimiento, por Rafael Morales, quien le dio una nueva orientación a la publicación, lejos de su marcado carácter tradicionalista de los años cuarenta. Recientemente se ha publicado una importante monografía sobre la misma [Ballesteros Dorado, 2020]. 97 Una importante adhesión a la red hemerográfica nacional-católica fue la revista Punta Europa, que apareció en 1956 bajo la dirección de Vicente Marrero. Se asociaba a esta revista la editorial Ediciones Punta Europa, donde su director publicó el libro La guerra española y el trust de cerebros. La revista, que recibió el apoyo explícito de Florentino Pérez Embid [1956], fue un muestrario de los principales referentes culturales del grupo de Arbor: Ramiro de Maeztu, Donoso Cortés, Jaime Balmes, etc., de quienes se publicaron numerosos textos. 92 de la primera daba cuenta de su carácter intransigente, en contraste con otras revistas de la época como Escorial: «Queremos no solo contribuir a formar el pensamiento y estilo de un naciente estado, sino también a crear una estética literaria nueva y nacional, que no pacte cobardemente con la anterior, ya pasada en todos sus aspectos, ni menos finja novedad en un contubernio engañoso con lo extranjero» [en Dupuich da Silva & Sánchez Diana, 1965: 727]. El elenco de escritores publicados era de notable calidad y de relativa heterogeneidad: Aleixandre, Conde, Bernier, Cela, Gil, Garciasol, etc98. Las notas sobre actualidad literaria, que, en general, se centraban en la reseña y la crítica y se alejaban de la polémica cultural, las firmaba el propio Entrambasaguas y eventualmente compañeros suyos como José Montero Padilla. Vinculada inicialmente a FET y de las JONS y dependiente de la Delegación de Prensa y Propaganda de Cataluña había nacido en 1937 el semanario Destino bajo la dirección de los falangistas José María Fontana y Xavier de Salas. La revista, localizada en Burgos, editó 100 números en los que colaboraron escritores como Gonzalo Torrente Ballester, Álvaro Cunqueiro, Eugenio d’Ors o Cecilio Benítez de Castro. En 1939 la revista pasa a editarse en Barcelona, y la dirección la asume Ignacio Agustí, con Eugenio Nadal como redactor jefe, más tarde sustituidos por Josep Vergés, y Néstor Luján. La evolución de la revista en esta etapa fue notable: de 8 páginas a 40 en 1955, 64 en 1965 y 88 en 1975; 15000 ejemplares en los 40, 22000 a principios de los cincuenta; y, en el plano de los contenidos, a una creciente inclinación hacia el posibilismo comprensivo. Entre los principales colaboradores, destacan Juan Ramón Masoliver, Juan Teixidor, Azorín, Eugenio y Santiago Nadals, Sebastià Gasch, Tristán La Rosa, Lorenzo Gomis y Josep Pla, por el lado barcelonés; y, de Madrid, autores como Pedro Laín Entralgo y Rafael Vázquez Zamora. Su sección más célebre —y donde se vehiculó el posibilismo de la revista— fue el denominado «Panorama de Arte y Letras», dividido en diferentes subsecciones y en la que colaboraron primeras firmas de la crítica literaria del medio siglo: además de algunos de los ya mencionados, cabe citar a Pere Gimferrer, Joaquín Marco y Antonio Vilanova. Publicaron, además, autores como Pío Baroja y Azorín. La revista estuvo muy vinculada con el premio Nadal, que creó Ignacio Agustí junto con Vergés y Teixidor: el desarrollo de cada convocatoria se seguía de cerca en la revista y el jurado del mismo eran los críticos literarios de Destino. Las páginas artísticas quedaron reservadas a Josep Maria 98 Las colaboraciones creativas solo se mantuvieron durante su primer año de publicación: progresivamente la cabecera iría afianzándose cada vez más como una revista académica. 93 Junoy y Juan Teixidor bajo el título «En el taller de los artistas». Fue especialmente célebre, además, la sección de cuentos, en la que colaboraron autores como Luis Goytisolo, José Luis Martín Descalzo y Carmen Martín Gaite. Según Ridruejo, la revista «adquirió una fisonomía liberal, aliadófila y moderadamente catalanista. Tanto que no dejó de acusarse el despecho oficial y alguna vez llegó a ser asaltado su local por los jóvenes de la ortodoxia» [Geli & Huertas Clavería, 1991: 53]. Si bien esta afirmación puede ser matizada, lo cierto es que la evolución de la revista revela que fue alejándose del falangismo explícito de los orígenes: se eliminan las flechas de la portada desde el 25 de mayo de 1940 y el subtítulo Política de unidad desde el verano de 1945. Es la tesis de Cabellos & Pérez [1987] y Geli & Huertas Clavería [1991: 88]. No fue hasta los sesenta, sin embargo, cuando la revista manifestó una cierta heterodoxia, lo cual le granjeó no pocas sanciones e incluso la suspensión del semanario durante dos meses a finales de 1967. b) Las publicaciones periódicas del MAE y el SEU Dentro de este primer bloque de revistas oficiales es de rigor señalar aquí —de forma necesariamente breve pues sobre ellas trataremos por extenso en la SEGUNDA PARTE— las impulsadas por el Instituto de Cultura Hispánica, dependiente del ministerio de Asuntos Exteriores. Todas ellas reforzaron lo que el ministerio del católico Alberto Martín-Artajo intentaba desde otros medios: la reubicación de España en el campo internacional, una vez que las potencias del Eje habían sido derrotadas en la Segunda Guerra Mundial. Aunque el Instituto lanzó un número amplio de revistas de muy diferente tipo, las que tuvieron una mayor proyección hacia el exterior fueron Cuadernos Hispanoamericanos (desde 1948), bajo la dirección de Pedro Laín Entralgo, primero, y Luis Rosales después, a partir de su número 10; como secretarios, figuraron Ángel Álvarez de Miranda hasta febrero de 1949, quien, tras ser nombrado director del Instituto Español de Lengua y Literatura en Roma, es sustituido por Enrique Casamayor; su cuadro de colaboradores estaba en sintonía con estos dos nombres: es decir, que era una plataforma deudora de Escorial. La gran mayoría de críticos, de hecho, consideran esta revista como la «segunda expresión cronológica» de Escorial [Ferray, 1993: 283] o como los «cuarteles de invierno» de dicha publicación [Iáñez, 2011: 322]. Con un gran dispendio de medios, que apuntaba a un público mucho más amplio que el de gran parte de las revistas aquí referidas, salía ese mismo año la revista Mundo Hispánico. Su primer 94 número está fechado en febrero de 1948 con el siguiente cuadro directivo: Manuel Mª Gómez-Gomes («Romley») como director; Manuel Suárez-Caso, redactor jefe, y Raimundo Susaeta como secretario. Alfredo Sánchez Bella presidía el Consejo Editorial. La dirección pasó a Manuel Jiménez Quílez a partir de junio de 1949 (nº 16); y en febrero de 1952 (nº 47) la asume Alfredo Sánchez Bella, con la incorporación del poeta José García Nieto como secretario. Unos años más tarde, Leopoldo Panero figuraba como director de una nueva cabecera, Correo Literario99. Estuvo también vinculada al ministerio de Asuntos Exteriores la revista bimestral Clavileño, que se presentaba como la Revista de la Asociación Internacional de Hispanismo. La publicación fue idea de Carlos Cañal, en la Dirección General de Relaciones Culturales, a raíz de la celebración del centenario de Cervantes, que patrocinaba dicha Dirección. Aunque se consideró a Rafael Calvo Serer como posible director de la revista, finalmente el seleccionado fue Francisco Javier Conde [Díaz Hernández, 2008: 258] —recordemos, el director de la Revista de Estudios Políticos en su última etapa. Desde su número 24, se hizo pública la junta de socios fundadores que incluía un selecto conjunto de hispanistas internacionales (en su mayoría, de ideología conservadora) como Alexander A. Parker, Walter Starkie, Jean Babelon y Robert Ricard. En la secretaría se situaba otra figura muy vinculada al grupo falangista, Gaspar Gómez de la Serna. Su consejo de redacción traslucía la altura de miras de la publicación, que participó de la dinámica comprensiva de esta década: Melchor Fernández Almagro, Julio Caro Baroja, Germán Bleiberg, Enrique Lafuente, José Luis Cano, entre otros. Dentro de esta línea, la revista, con un formato lujoso —en la línea de Mundo Hispánico, incluía numerosas fotografías a color—, incorporó textos sobre García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Valle Inclán y otros autores del fin de siglo, así como trabajos sobre autores extranjeros como Jean Anouilh. Además, escribieron en ella algunos exiliados, como Guillermo de Torre y Joaquín Casalduero. Tras los sucesos de febrero de 1956, dimitió su director y, unos meses después, a comienzos de 1957, la revista desapareció [Mainer, 2002]. 99 Hubo más revistas, de menor alcance e importancia, que se situaron en esta vía, crucial en estos años, de la hispanidad. Un ejemplo de ello es la revista Estudios Americanos. Revista de síntesis e interpretación, dependiente de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, órgano vinculado, a su vez, con la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla y con el instituto Fernández de Oviedo del CISC. De periodicidad trimestral, primero, mensual a partir de enero de 1953, fue dirigida por el profesor Vicente Rodríguez Casado, a quien le acompañaban en su tarea Jesús Arellano, Francisco Elías de Tejada y Octavio Gil Munilla, entre otros. Otras revistas con una orientación similar son Guadalupe, ligada al Colegio Mayor madrileño homónimo, y Trabajos y días, vinculada a la Facultad de Letras de Madrid. 95 Las revistas ligadas al Sindicato Español Universitario constituyen, sin lugar a dudas, el bloque que mayor atención crítica ha recibido del sistema hemerográfico de los años cincuenta. A raíz de su análisis, de hecho, Jordi Gracia ha acuñado el concepto de cultura del SEU: «la coyuntural agrupación, a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, de una serie de ingredientes que de forma germinal y embrionaria, y por ende contradictoria, preludian la posibilidad de un futuro moral, ideológica y políticamente distinto» [1995: 64-65]. Las revistas del SEU, para Gracia, son «los testimonios de una fase evolutiva de la cultura española y de la ruptura con los supuestos políticos, culturales y, en ese momento, sobre todo, morales del franquismo» [1995: 19]. Y ello debido, en gran medida a que «la censura no vigilaba sus publicaciones por expresa delegación de confianza en el director de la revista» [Gracia & Ródenas, 2011: 72]. Dicho componente crítico, sin embargo, fue el resultado de «un proceso de separación progresiva del régimen» [Ruiz Carnicer, 1996a: 198] mediante el cual «estas publicaciones pasarán de ser la oficial y propagandística “voz de la juventud” falangista a constituirse en altavoz real de los problemas de las nuevas generaciones y de sus expectativas de cambio en todos los ámbitos» [1996b: 199]. Dicha frustración juvenil era consecuencia de una serie de circunstancias: «el fracaso de un proyecto de Estado, la desustanciación política e ideológica del Partido, el desengaño herido por un mensaje ideológico […] y, por fin, una genuina e irreprimible ansiedad por respirar distintos aires morales y culturales» [Gracia, 1995: 44]. Este descontento se manifestó fundamentalmente en las actividades culturales que organizaba el Sindicato —las cuales, desde la Orden Ministerial del 24 de septiembre de 1952, dependían del Departamento de Actividades Culturales del SEU—: teatro universitario, Cine-Clubs y, fundamentalmente, la edición de publicaciones periódicas. El principal especialista en el SEU, Ruiz Carnicer, ha fijado cuatro etapas diferentes en la historia de sus publicaciones periódicas100: I — La prensa de guerra y posguerra (1938-1946) II — La prensa de los hermanos menores (1947-1951) III — La prensa de los cincuenta (1951-1957) IV — La prensa del último SEU (1956-1965)101 100 Excluye de su análisis general la prensa de los distritos universitarios, de la cual no nos ocuparemos. Se trata, por ejemplo, de las siguientes. En Barcelona: Alerta, Estilo, Cuadrante. Valencia: Claustro. Zaragoza: Proa, Pasquín. Granada: Actualidad Universitaria. Pamplona: Leyre. La Laguna: ¡Arriba España!, Facultad. Valladolid: Cisne. 101 Fanny Rubio, por su parte, distingue tres diferentes etapas. En primer lugar, se refiere a las revistas de los años de la primera posguerra, con Haz y Juventud como los principales exponentes de una prensa periódica inflamada «de un triunfalismo posbélico propio de una Universidad rígidamente estatalizada por 96 Las dos grandes revistas de la primera etapa son Haz. Revista nacional de los estudiantes y Juventud. Aquella, de hecho, ya había publicado algún número desde antes de la guerra (entre el 26 de marzo de 1935 y el 14 de febrero de 1936). Ya en los cuarenta, se desarrolla la segunda (1938-1940), tercera (1940-1942) y cuarta época (1943-1945) de la revista. Esta última la dirigía Alberto Crespo y tenía periodicidad mensual, que se mantendría en la quinta época (1951-1952). Entre 1953 y 1955 se desarrolla su última época, con Rafael García Serrano como director y Enrique de Aguinaga de subdirector. Frente a publicaciones con aspiraciones de constituirse como revistas culturales de amplia difusión —el caso de Alcalá— el papel de Haz en los cincuenta es limitado: se trata de un boletín informativo de las actividades del SEU con eventuales colaboraciones culturales. Esta función, unida a una serie de características —«su formato, el gran peso del contenido gráfico y su estilo mucho más popular» [Ruiz Carnicer, 1996a: 190]— le granjearon la complicidad de los estudiantes. Por todo ello, desempeñó un papel doctrinario profalangista fundamental102. Juventud surge en 1942, tras la desaparición de la revista Haz en su tercera etapa, con el subtítulo de «Semanario de combate del SEU» y bajo la dirección de Jesús Revuelta. Dicho carácter combativo era explícito desde su primer editorial: «Juventud te llevará con un lenguaje ardiente y duro, como las descarnadas esquinas de la realidad presente, la fe indomable en nuestro irrenunciable destino, la angustia de nuestra generación […] Apasionadamente, violentamente, cuando sea preciso, Juventud alzará su voz. A los cucos y a los deformadores, a los cobardes y a los farsantes, a muchos bachilleres y a ciertos maestros, Juventud desde hoy les niega el diálogo». Este aspecto, no obstante, fue atemperándose durante los cuatro etapas siguientes: tres de ellas todavía en la década de los cuarenta y, la última, entre los años 1951 y 1959. En esta última etapa, la revista se editaba en doble folio, bajo la dirección de Jesús Fragoso del Toro y según el modelo de Índice [Gracia, 1995: 38]. Como consecuencia de la absorción jurídica del SEU por parte del Frente de Juventudes, el semanario pasó a depender del Departamento Nacional de Propaganda de dicha institución. Colaboraban en ella firmas habituales de la los vencedores» [Rubio, 2003: 109]. En segundo lugar, la etapa de «contestación de la estética oficial» [2003: 109], representada fundamentalmente, por las revistas ligadas a colegios mayores y facultades de Madrid, como Cisneros y Raíz, aunque no dependientes directamente del SEU. Finalmente, las revistas editadas durante los años del ministerio de Ruiz-Giménez. 102 Desempeñaba un papel similar la revista Noticia que aparece en 1955. Su función era informativa: se ocupaba de promocionar las diferentes actividades del SEU entre los estudiantes. 97 prensa universitaria: Ignacio Aldecoa, Miguel Ángel Castiella, Eusebio García Luengo, Juan Emilio Aragonés y Manuel Pilares, entre otros. Hay un grupo de revistas —fundamentalmente, La Hora y Alférez— que, al contrario que estas dos primeras cabeceras, se editan durante los últimos años de la década de los cuarenta pero que no continuarían durante el periodo que aquí nos interesa, los años del ministerio de Ruiz-Giménez (1951-1956), por lo que las reseñamos de forma muy sucinta. Su importancia es, sin embargo, fundamental, pues sientan las bases de cabeceras como Alcalá y Laye. Ambas surgen como reacción ante la escasa difusión de las revistas del Sindicato. Juan Aparicio lo denunciaba ya en 1942 respecto de Haz en su tercera época, con solo 950 suscriptores, así como los «problemas en la distribución de Juventud, debido al caos administrativo. Problemas también con una respuesta estudiantil que seguía siendo limitada, y que se plasmaba en el escaso eco de las revistas de los distritos» [Ruiz Carnicer, 1996a: 181]. Todo ello conllevó la desaparición de muchos de sus medios de comunicación (como el Boletín de Información del SEU) y, con consecuencias más destacables, la absorción del Sindicato por parte del Frente de Juventudes [1996b: 181]. Enmarcada en este contexto, en noviembre de 1945 surge la revista La Hora bajo la dirección de Carlos María Rodríguez de Valcárcel y dependiente de la Jefatura Nacional del SEU. El tiraje era notablemente superior al de otras revistas similares: 7000 ejemplares por número de distribución gratuita. Tras una primera etapa de menor interés hasta 1947103, la revista tomó nueva forma a partir de noviembre de 1948, con el abogado Jaime Suárez en la dirección104 —luego director, asimismo, de Alcalá— y con un cuadro de redactores compartido con Alférez. En un formato de revista de alta cultura —números de más de veinte páginas, gran tamaño— colaboraron en ella firmas heterogéneas, entre las que destacan los nombres más valiosos de la juventud del momento: Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga, Carmen Martín Gaite, Miguel Sánchez Mazas, Alfonso Sastre, Ignacio Aldecoa y Carlos París, entre otros. Un año después, en diciembre de 1949, Suárez fue destituido por iniciativa del Director General de Prensa, Tomás Cerro Corrochano, y sustituido por el corresponsal en Zaragoza de la revista, Miguel Ángel Castiella. 103 Francisco Caudet se refiere a dos épocas en La Hora: una de marcado carácter retórico y falangista hasta 1948; y, a partir de entonces, otra de tamiz cultural [1984: 109]. 104 Le acompañaban en el equipo directivo José Bugeda como subdirector; José Manuel García Roca, Juan Ramírez de Lucas y Manuel Malpaso entre los redactores; y un consejo de redacción constituido por Marcelo Arroita-Jáuregui, Antonio Castro Villacañas, Juan Velarde y el padre Llanos. 98 Los 74 números de La Hora en estos años tienen una importancia fundamental por dos motivos. En ella, aunque también en otras (Cisneros y Alférez), «se forjaron los jóvenes que formarían parte del equipo ministerial de Ruiz-Giménez (1951-1956), como los directores generales Armando Durán, Francisco Sintes y Torcuato Fernández Miranda [Díaz Hernández, 2007: 216]. En segundo lugar, se constituyó como un primer «foco de rebeldía juvenil» [Ruiz Carnicer, 1996a: 184], lo cual le supuso cierres temporales y el definitivo de finales de los cincuenta. Esta rebeldía se articuló a través de «la sistematización de la protesta cultural a través de la renovación teatral» y en «el énfasis en la posible apertura hacia las formas del orteguismo menos comprometedor con la España nacional-católica, y de signo evidentemente conciliador y dialogante con la tradición liberal» [Gracia, 2006: 125]. De ahí, por ejemplo, la publicación en sus páginas del Manifiesto del Teatro de Agitación Social, que firmaban Alfonso Sastre y José María de Quinto, o la publicación, primero, de extractos de conferencias de Ortega en los números 9 y 10 y, luego, de un texto escrito especialmente para La Hora en el primer número del curso 1949-1950. En 1950 se publica la última entrega de la revista, con una selección poética compilada por Arroita-Jáuregui que incluía nombres como Alberti, Unamuno, Juan Ramón Jiménez y el Cernuda de «Impresión de destierro», entre otros. Ante la creciente politización de la revista, y tras varios cierres temporales, fue suspendida a fines de 1950105. Tuvo un propósito similar la revista Alférez, de periodicidad mensual y creada en vinculación con el Colegio Mayor Cisneros por iniciativa de Alfredo Sánchez Bella y bajo la dirección de Rodrigo Fernández Carvajal. El equipo director lo conformaban jóvenes universitarios como Antonio Lago Carballo, Juan Ignacio Luca de Tena, José María Valverde, Ángel Álvarez de Miranda, Juan de Luis, Labra y Miguel Sánchez- Mazas. Pese a que no había pretensiones de exceder los límites del Colegio, desempeñó un papel similar al de La Hora, más ambiciosa en el apartado de la difusión. Así la define el historiador Ismael Saz: «La aparición de la revista Alférez en 1947 constituyó uno de los síntomas de que algo estaba cambiando. Confesionalmente católica, se definía a su vez como joseantoniana, ponía el máximo cuidado en diferenciarse del integrismo católico, defendía posiciones integradoras y renovadoras, reivindicaba a Ortega y se pronunciaba rotundamente por la unidad y vertebración de España» [2003: 379]. Asimismo, desempeñó una importante papel en la elaboración del concepto ideológico 105 A partir de 1956, La Hora comienza su tercera etapa, también bajo la dirección de Miguel Ángel Castiella, que se extendería por cuatro años hasta 1960. 99 de la Hispanidad [Gracia, 1993a: 98], en un sentido, si no opuesto, sí bastante alejado de las formulaciones de una revista como Mundo Hispánico: «la frustración ante una retórica vacua e ineficaz, por un lado, y de las primeras luces en la sombra de un cerrado catolicismo como espina dorsal del mito de la Hispanidad» [Gracia, 1993a: 98]. Estas primeras incertidumbres y dudas se afianzarían en las revistas del Sindicato de la década siguiente y en muchos casos devendrían en posiciones críticas más o menos claras. La prensa de este periodo se erige como «el símbolo del alineamiento del SEU con la política aperturista impulsada por Ruiz-Giménez» [Ruiz Carnicer, 1996a: 188] y, en consecuencia, tal y como ya hemos visto más arriba, se encuentra «plenamente inmersa en la polémica entre “comprensivos” y “excluyentes”» [1996b: 185]; «El SEU de este momento, como parte misma del proyecto de Ruiz-Giménez de recuperación de la universidad, apostará sin dudar por la vía reconciliatoria e integradora, pasando a formar parte del bloque de los “comprensivos”» [1996a: 278]106. Se trata fundamentalmente de dos revistas: Alcalá y Laye, aunque coinciden en el tiempo las últimas épocas de Haz, Juventud y ya en 1956, La Hora. Son revistas muy bien editadas, con una notable calidad en los contenidos pero limitadas a una minoría ilustrada, sin eco, pues, entre un público generalista. Ello explica quizá la peculiaridad de que estas revistas no debían pasar por el proceso de censura: «A toda esta multiplicidad ayudó la falta de un control interno, de una supervisión sobre la prensa del SEU, pues el Jefe Nacional, a pesar de detentar el papel de censor natural de las revistas del Sindicato, no iba más allá de nombrar a los directores, ya que Jordana nunca veía las galeradas» [Ruiz Carnicer, 1996a: 187]. Alcalá. Revista Española Universitaria, editada en Madrid desde el 25 de enero de 1952 bajo la dirección de Jaime Suárez, antiguo director de La Hora, y dependiente de la Jefatura Nacional del SEU, se convirtió pronto en una de las principales plataformas del grupo comprensivo, utilizada, además —al contrario de su equivalente en Barcelona, Laye—, por los hombres del Ministerio para hacer declaraciones públicas de sus posiciones políticas [Ruiz Carnicer, 1996b: 342]. Junto a Suárez, figuraban Antonio Toral como jefe de redacción y Félix Abal en la secretaría. A partir del número 52 (10 de marzo 106 Son tiempos, además, de importantes cambios en el seno del SEU: Jorge Jordana Fuentes había sido nombrado Jefe Nacional en julio de 1951, en sustitución de José María del Moral Pérez Zayas. En este periodo se crearon estructuras internas como la Primera Línea o el Servicio Universitario del Trabajo (SUT), desde 1952, donde muchos estudiantes tomaron conciencia de las duras condiciones de los trabajadores [Ruiz Carnicer, 1996b: 443]. También se produjeron cambios en el sistema de elecciones: «cambió el mecanismo de elección de delegados —igualdad entre hombre y mujer, voto secreto y compromiso de que el candidato más votado sería el elegido—, logrando así una mayor representatividad pero siempre dentro de los límites y de un estricto control» [Fernández-Montesinos Gurruchaga, 2008: 48]. 100 de 1954) —y es un cambio que la crítica no suele señalar—, Marcelo Arroita-Jáuregui aparece como director, Hilario Martínez Úbeda como redactor-jefe y, a partir del número 71 (10 de mayo de 1955), Daniel Sueiro como secretario. El cambio del equipo, con una simplificación de su subtítulo —ahora solo Revista de los estudiantes—, trajo consigo la introducción de firmas como Raúl Morodo, José Luis Abellán, Manuel Rabanal Taylor o Luciano F. Rincón, así como la disminución de las colaboraciones de políticos [Gracia, 2006: 205] y una mayor atención hacia la actualidad. También cambió el formato: esta empezó a editarse con formato doble folio y periodicidad quincenal —de cada número se tiraban unos cuatro mil ejemplares—, pasó a un formato menos cuidado, con papel de peor calidad y un menor tamaño de la cabecera, lo que la acerca al «aspecto más combativo y directo de Antonio Primo de Rivera como principales referentes ideológicos. A partir de noviembre de 1952, a raíz de su número Homenaje e invitación a Cataluña (el número 20), la revista incluyó el nombre de Barcelona en su domiciliación. Alcalá, junto con Revista, fue, pues, una de las principales plataformas del diálogo ibérico que se desarrolló en estos años al hilo de los acercamientos entre ciertos sectores catalanistas (Carles Riba a la cabeza) y oficialistas madrileños (con Ridruejo como protagonista). Fue importante, asimismo, la apuesta por la preocupación social en las artes, consecuencia del desencanto falangista ante la revolución pendiente: de ahí, por ejemplo, el entusiasmo ante las propuestas narrativas de Ignacio Aldecoa, el teatro de Alfonso Sastre o películas como Muerte de un ciclista y ¡Bienvenido Mr. Marshall! Frente al carácter más independiente de Laye, la revista madrileña nunca detentó verdaderas posiciones de autonomía: su dependencia con los llamados hermanos mayores —fundamentalmente, Laín Entralgo en su primera etapa; el Antonio Tovar de «Lo que a Falange debe el Estado», en la segunda— así como con el equipo ministerial de Ruiz- Giménez fue absoluta: véase, por ejemplo, el número de mayo-julio de 1953, «concebido como repertorio argumental en defensa de la política del nuevo ministerio» [Gracia, 2006: 206]. El catolicismo, asimismo, se convirtió en un importante hilo conductor de su discurso crítico: «Mientras Alcalá hacía llegar de Europa los mensajes del catolicismo progresista o las crónicas de los becarios que Ruiz-Giménez enviaba a universidades extranjeras, Laye suministraba un tipo de información más libresca y literaria y acentuaba el empeño divulgador de una cultura humanística moderna o al día […] Madrid canalizó su compromiso a través del catolicismo, mientras Laye lo hizo desde lenguajes más estrictamente culturales» [Gracia, 2006: 182]. Las concesiones al poder fueron mucho 101 mayores y los riesgos tomados mucho más comedidos que en su variante catalana: «el poder político, a través de las autoridades académicas, se filtraba y se mezclaba más claramente en su contenido […] Modificaron algunos de los elementos definidores del liberalismo para evitar esas regiones del pensamiento que pudieran ofender a los sectores más integristas de la universidad» [Pecourt, 2006: 214]. Laye, publicada durante los primeros cuatro años de la década, dependía de la Delegación del Distrito de Educación Nacional de Cataluña y Baleares y nació como boletín cultural bajo la dirección de Eugenio Fuentes Martín, quien detentaba el cargo de delegado provincial de Educación en Barcelona. La confección de cada número era responsabilidad del director del Seminario de Estudios Políticos de Barcelona, Francisco Farreras, que contaba además con la ayuda de Ramón Viladàs. Tenía periodicidad mensual pero careció de regularidad desde el número cuatro. Frente a los 4000 ejemplares de Alcalá, esta publicación sacaba en torno a las 1000-1200 copias por número. A partir de su número 11 (enero de 1951), que inicia su última época hasta el número 24 (1954), adquiere la categoría de revista. Tuvo dos formatos diferentes. Hasta el número 10, cada número contaba con 12 páginas a varias columnas con formato 35x25cm. A partir del 11, mejoró la calidad del papel, el tamaño se redujo (20x13cm) y todos los contenidos se distribuían en dos columnas. Se redujo, asimismo, el material oficial contenido en la revista, que se relegó a las denominadas «páginas azules», al final del número [Jordan, 1979: 8]. Entre las personalidades que la hacían sobresalen algunas de las firmas más críticas de la oficialidad barcelonesa: José María Castellet y Juan y Gabriel Ferrater en las secciones de crítica; Jesús Ruiz y Alfonso García-Seguí en las páginas cinematográficas; sobre teatro escribieron Manuel Sacristán y Ramón Carnicer; las colaboraciones poéticas, finalmente, las firmaban Alfonso Costafreda, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo o Juan Ferrater (el grupo que más adelante ha venido en llamarse Escuela de Barcelona [Riera, 1988; Bonet, 1994]). Frente a las ambigüedades y contradicciones de la revista madrileña, Laye iría delineando una «rebelión cada vez menos confusa, nocturnal o existencialista y más articulada en torno a los entonces nuevos códigos ideológicos de carácter socialista» [Bonet, 2005: 241], lo cual implicó una «agresiva campaña de la prensa oficial y el Opus Dei» [Pecourt, 2006: 214] en su contra que resultó finalmente en su cierre definitivo en 1954. Ello no era óbice para que, sin embargo, José Antonio Primo de Rivera siguiera presente como una de las referencias y justificaciones fundamentales de muchas de las afirmaciones heterodoxas 102 vertidas en la revista [Jordan, 1979: 10]. En sus páginas se defendía «una cultura humanística y específicamente literaria» [Gracia, 2006: 182], así como un encuadramiento claro en la cultura europea, con nombres como Sartre, Eliot, Heidegger, Sartre o Simone Weil. Desde dicha posición, fueron continuas las críticas a la vida intelectual de posguerra, así como a «la inanidad de la clase media española» [Gracia, 2006: 194]. Estéticamente, en la revista se defendieron, por un lado, posturas cercanas al compromiso sartriano y la incipiente narrativa social [Jordan, 1990: 60-61], y, por el otro, la autonomía del arte desde una perspectiva orteguiana: en Laye se publica, por ejemplo, el famoso texto «Poesía no es comunicación» de Carlos Barral. La revista experimentó una notable evolución: desde una primera época más oficialista hasta las actitudes críticas y heterodoxas de sus números finales. Gabriel Arias Salgado quiso en esta última etapa que la revista perdiera su carácter oficial y, por consiguiente, que tuviera que pasar por la censura previa [Jordan, 1979: 25]. Así lo narra uno de sus protagonistas: «la dirección de la revista recibió un día un oficio de la Dirección General de Prensa en donde se le decía (según parece, pues yo no llegué a ver el documento) que Laye debía regularizar su situación legal […] y además someterse a la censura previa» [Pinilla de las Heras, 1989: 95]. Ante la negativa del equipo de Laye, la revista se despide con su número 24. Sin embargo, el grupo siguió trabajando en los años posteriores desde el Instituto de Estudios Hispánicos de Barcelona [Jordan, 1990: 64-65]. Nacida en un primer momento como suplemento de Alcalá, durante los años 1952 y 1956 se editó la revista Theoria, con subtítulo Revista trimestral de teoría, historia y fundamentos de la ciencia. Se imprimía en tamaño folio con una extensión de más de cien páginas y una gran ambición en los contenidos. La dirección corrió a cargo de Miguel Sánchez-Mazas, con Carlos París y Ramón Crespo en la subdirección y Francisco Pérez Navarro y Gustavo Bueno como redactores. A ellos se sumaba, desde 1954, un Consejo Asesor conformado por nombres como Julio Rey Pastor, Julio Palacios, Juan David García Bacca, Pedro Laín Entralgo y Eugenio d’Ors. Una de las consecuencias del proyecto fue la creación de un departamento de Filosofía e Historia de la Ciencia en el Instituto Luis Vives del CSIC. Finalmente, hay que destacar el Boletín Informativo de Derecho Político de la Universidad de Salamanca, germen del Partido Socialista del Interior, más tarde Partido Socialista Popular. Publicó 32 números entre 1954 y 1964. Su equipo director estaba conformado por Enrique Tierno Galván, director; Pablo Lucas Verdú, subdirector; Raúl Morodo, secretario de redacciones; y Fernando Morán, José Luis Fernández de Castillejo 103 y Vicente Cervera como redactores. Aunque menos vinculado con lo cultural que las revistas anteriores, ocupa un lugar de vital importancia en la política cultural comprensiva y es un pieza esencial en la recuperación de la filosofía marxista, analítica y el neopositivismo. De hecho, en 1956 se publicó una traducción del Tractatus de Wittgenstein a cargo de Tierno Galván. La atención hacia lo europeo, uno de sus puntos de mayor interés, se articuló en torno a la sección «Europa a la vista». En marzo de 1962 comienza su segunda época. c) Las revistas independientes Al margen del SEU y otras instituciones como el ministerio de Asuntos Exteriores y el Instituto de Cultura Hispánica, surgen en esta época varios proyectos hemerográficos semi-independientes o independientes de enorme interés. Se trata de revistas muy vinculadas a una personalidad concreta (Revista y Ridruejo, Índice y Fernández Figueroa o, más tarde, Papeles de Son Armadans y Camilo José Cela); por lo demás, participan de las mismas problemáticas e ideologías —afirmadas y negadas ambiguamente— que las revistas oficiales, con la sola excepción, quizá, de Ínsula. Revista, la más importante de todas si atendemos a la problemática comprensivos/excluyentes, nace el 17 de abril de 1952, con domiciliación en Barcelona y subtítulo Semanario de Actualidades, Artes y Letras. Fue un proyecto del empresario Alberto Puig Palau, quien delegó algunas de las labores de dirección en Dionisio Ridruejo, recién llegado a España después de haber ejercido de corresponsal en Italia para Arriba107. Además de muchos de los nombres que habían hecho Escorial —el propio Ridruejo, Tovar, Aranguren, Gómez de la Serna, etc.— colaboraban en la revista autores jóvenes vinculados a la prensa del SEU: Arroita-Jáuregui, Juan Emilio Aragonés, Carlos Talamás, Ramón Carnicer o José María Castellet, así como un grupo importante de escritores catalanes: Santiago Albertí, Rafael Benet, Rossend Llates, Esteve Molist, entre otros. Jordi Gracia ha valorado la capacidad de Ridruejo y Puig «para coordinar la participación de intelectuales del régimen disconformes con él pero de procedencia, edad 107 Santamaria añade un tercer nombre que no se suele citar, Esteve Molist i Pol, como director efectivo de la revista, hasta que fue sancionado por la polémica entre Ridruejo y Vigón [1989: 96-97], o, como relata Díaz Hernández, por la publicación de un artículo contra Claudio Colomer que no había sido enviado a la censura previa [2008: 521]. Además, frente a visiones de Alberto Puig como mero mecenas del proyecto, Santamaria defiende que se trató de «un projecte engegat i sufragat per l’industrial Albert Puig i tots els indicis apunten cap al fet que comandà el setmanari d’una manera efectiva i eficient fins al 1955» [1989: 97]. 104 e incluso evoluciones ulteriores tan dispares» [2006: 152]. Fue aquí, como hemos visto, donde se explicitó de forma muy clara la composición de los bandos en lucha por la legitimidad, y donde se desarrollaron muchos de los puntos del programa comprensivo: especialmente, el acercamiento a la cultura catalana (por ejemplo, mediante la cobertura del I Congreso de Poesía de Segovia y la creación de la sección «Las dos ciudades») y la integración con la literatura europea [Mainer, 2005: 420]. La conciencia de grupo fue muy clara. En sus páginas se definió el concepto de generación del 36, con textos de Ridruejo, Fernández Figueroa, Gullón y Aranguren, entre otros. Además, presentó una importante novedad, y es que, frente a lo que ocurría en otras plataformas como Escorial o Cuadernos Hispanoamericanos, «los “integristas” no podían publicar, rompiendo un acuerdo tácito establecido durante la guerra por el que todos publicaban en todas partes» [Raja y Vich, 2010: 367]. A partir de enero de 1955 se inicia una segunda etapa en la revista, tras haber intentado en balde que el ministerio de Educación la adquiriera en 1954. Sí consiguieron, en cambio, una subvención de dicho Ministerio [Santamaria, 1989: 96]. Experimenta, entonces, un proceso de desideologización y un importante cambio en los nombres del equipo al frente de la misma. La cabecera diseñada por Dalí fue sustituida por otra de J. J. Tharrats y la publicación en general se acercó visualmente al género de la revista popular: con la introducción de fotografías de grandes estrellas del cine, artículos sobre moda y un contenido, en general, más superficial108. Todavía estuvo más determinada por la personalidad de su director la revista Índice. Esta se había iniciada por Fernando Velilla en 1945 como un boletín bibliográfico, suplemento de El Bibliófilo, una revista especializada de las librerías de Madrid. Tras varios cambios de nombres —Índice de las Letras. Arte, curiosidades, coleccionismo, Índice de las Artes. Pintura, antigüedades, coleccionismo. Información mundial; Índice fotográfico y de las artes— y su suspensión durante un año (hasta octubre de 1949), la retoma el poeta Tomás Seral y Casas desde el número 26, ya con el título definitivo de Índice de las Artes y las Letras. Según Oskam, se trató esta de una etapa «prepaerturista» [1992b: 15], en la que se publicaron poemas de autores como García Lorca, Machado o Guillén. La etapa más conocida de la revista, sin embargo, es la que se inicia el 28 de julio 108 El final definitivo de la revista fue, sin embargo, cinco años más tarde, en 1960, cuando Revista se fusionó con la bilbaína Gran Vía, luego nombrada Revista Gran Vía. Dos años más tarde cambiaría su nombre a Revista Europa. 105 de 1951, cuando fue adquirida por Juan Fernández Figueroa, quien le otorgaría una mayor ambición de revista cultural y definiría su forma definitiva. La popularidad de la revista fue notable: evolucionó desde los 500 ejemplares de 1951, hasta los 8000 en 1957, de los cuales casi 3000 iban destinados al extranjeros [Gracia, 2006: 277]. En la subdirección de la revista figuraba Eusebio García Luengo (desde el número 62), sustituido más adelante por Álvaro Fernández Suárez (desde el 82) —fue en esta etapa, además, cuando la revista empezó a distribuirse en el extranjero—, y en la secretaría una nómina bastante cambiable de nombres: Eduardo Ducay, Jesús López Pacheco, José Ángel Valente (quien también ejercería de crítico de poesía), Francisco Fernández-Santos (entre julio de 1957- 1959) y, finalmente, María Ángeles Soler. La censura suspende su número 70-71, dedicado a Pío Baroja, lo cual acarreará importantes problemas económicos que interrumpen la publicación de la revista entre mayo de 1954 y enero de 1955. A principios de 1956, la revista es suspendida por una medida censoria [Oskam, 1992b: 77] y no se retomará hasta el número de abril-mayo de ese año, ya sin interrupciones hasta 1961. Lo más destacable de la revista fue, sin duda, la publicación de varias firmas del exilio: aparecen en sus páginas textos de Rafael Alberti (número 44), Jorge Guillén (números 44, 72, 100-101, 123), Pedro Salinas (46, 65), Juan Ramón Jiménez (60, 62, 64, 115, 124, 128), Max Aub (111), Luis Cernuda (124), León Felipe (127, 129) y se organizan, asimismo, números especiales en homenaje a figuras como Ortega y Gasset (85), Antonio Machado (78, 123) y Miguel Hernández (43)109. El 1 de enero de 1946 nace Ínsula, la que sería, sin duda, la revista más independiente del periodo, y la que abordó la heterodoxia de la forma más honesta. Comienza como Revista bibliográfica de ciencias y letras, vinculada a la librería homónima, pero pronto se convirtió en revista de cultura, sustituyendo todos sus contenidos sobre ciencia por las ramas del arte, el cine y el teatro110. En el equipo de dirección figuraban Enrique Canito y, como secretario pero director en funciones, el poeta y crítico José Luis Cano. Entre los colaboradores habituales hay que destacar la presencia de orteguianos como Julián Marías, firmas netamente liberales como Enrique Lafuente y Ricardo Gullón o poetas como Germán Bleiberg, Leopoldo de Luis y Ramón de 109 Jordi Gracia relaciona esta revista con la denominada La Jirafa, que dirigió un colaborador de Índice, Rafael Borrás Betriu, y que, en sus palabras, representa «su proyección catalana entre 1956 y 1959» [2006: 241]. 110 Este proceso es bastante habitual en el sistema hemerográfico de posguerra (podemos mencionar, por ejemplo, el caso de Índice). Ello era debido a que «la tolerancia del régimen respecto a los boletines especializados vinculados a un negocio de libros era mucho mayor que la concedida a las revistas generales» [Mainer, 1999: 42]. 106 Garciasol. A partir de su segunda época (1952) comienzan a publicar con regularidad en la revista autores como Rafael Vázquez Zamora (en la sección teatral), Gaya Nuño (en la de arte) y Eduardo Ducay (en las páginas sobre cine); también Paulina Crusat, a cargo de la sección de letras catalanas. Es de especial significación, y así lo han destacado algunos críticos [Casas, 2007: 42-43], la sección «Un cuento cada mes», desde diciembre de 1948, en la que publicaron importantes cuentistas: José Luis Sampedro, Caballero Bonald, Juan Marsé, Juan Goytisolo y, a partir de 1957, algunos narradores exiliados como Francisco Ayala, Max Aub o Segundo Serrano Poncela. En fin, como ha subrayado Fanny Rubio [2003: 99-100], la sola mención de sus números especiales durante estas dos décadas iniciales da cuenta rápidamente de lo ambicioso del proyecto: en agosto de 1948, se dedicó un número a Ortega (se cubrió con asiduidad la actividad del proyecto del filósofo, el Instituto de Humanidades); el 15 de febrero de 1948 (nº 26), sobre el exiliado Jorge Guillén111; el 15 de febrero de 1952 (nº 74), se realizó un homenaje póstumo a Pedro Salinas112; el 15 de noviembre de 1953 (nº 95), al hilo de las aproximaciones que también se estaban realizando desde las páginas de Revista y Alcalá, se dedicó el ejemplar a la literatura catalana; se hizo lo equivalente con la gallega en el número de julio-agosto de 1959 (nº 152-153). Fuera ya de nuestro periodo, se siguió homenajeando a autores exiliados: Juan Ramón Jiménez (1957), Manuel Altolaguirre (1959) y Emilio Prados (1962). Estos contaron con una presencia notable en la revista: en 1950 contamos con cuatro colaboradores exiliados, que aumentaron hasta los 27 en 1953. Fue también notoria la atención a la literatura extranjera, como prueba el hecho de que en el periodo 1946-1956 de un total de 583 trabajos publicados —sin contar las reseñas— 223 estuvieron dedicados a literatura española y 215 a literatura extranjera. Entre febrero y diciembre de 1956, la revista fue suspendida a causa de un número-homenaje a José Ortega y Gasset (noviembre de 1955), pese a la mediación de Ridruejo para que esto no ocurriera [Abellán, 1985: 105]113. 111 En la historia estética de la posguerra y, en concreto, en la recuperación de movimientos de preguerra como la poesía pura y el surrealismo, es de enorme importancia este número especial. Así pues, en ella por primera vez «tanto el surrealismo como el esteticismo eran presentados en su naturaleza propia, sin ser releídos desde una perspectiva neorromántica» [Wahnón, 1998: 277]. El propio Guillén, en carta a José Luis Cano, se refería a Ínsula y a la colección Adonáis como «purísimas islas en nuestro océano», y, desea, «ojalá sigan tan puras mucho tiempo» [en Cano, 1991]. 112 Abellán señala que Pedro Salinas, «por razones de prestigio intelectual propio y por motivos de amistad personal con Enrique Canito, estuvo involucrado en la creación y proyectos de la revista» [1985: 112]. 113 En su artículo sobre Ínsula, Abellán reproduce la carta que Ridruejo le escribió al ministro Martín-Artajo tratando de convencerle de que, pese al «tono amplio y liberal» de la revista, y a que colaboraran en ella «gentes que no militan en las organizaciones del régimen ni comparten las responsabilidades de la vida 107 Otra importante revista en este apartado, aunque quizá más volcada hacia la creación que hacia el ensayo y la crítica, fue la denominada Revista Española. Publicación bimestral de creación y crítica. Nació en 1953 de la mano de Antonio Rodríguez-Moñino y su tertulia del café Lyon, en la que participaban jóvenes escritores como Alfonso Sastre, Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio y José María de Quinto. Los tres primeros figuraban como redactores, y los acompañaban a cargo de secciones fijas J. A. Gaya Nuño (arte), Dolores Palá Berdejo (música) y Quinto, Sastre y Miguel Pérez Ferrero (teatro). La sección de narrativa fue la piedra medular de la revista. En ella se publicaron traducciones de Truman Capote, Fernando Namora y Cesare Zavattini y, sobre todo, se impulsó y desarrolló la estética social —en cine, teatro y literatura— que acabaría convirtiéndose en seña de identidad de la generación joven que ocupó las páginas de la revista. Los cuentos publicados denunciaban determinadas situaciones críticas: «the stories consistently engage with aspects of the everyday reality of a hidden, unreported Spain, predominantly the Spain of lower-class poverty and social injustice, the forgotten, voiceless Spain of the losers of the civil war, and the casualties of the postwar dictatorship» [Jordan, 1990: 76], a partir de las nuevas técnicas narrativas objetivistas y neorrealistas. Su mérito es el de haber elaborado «una respuesta estética y literaria ajena a la huella del Estado y expresiva de una nueva conciencia» [Gracia, 1995: 59]. La independencia de la revista frente a la oficialidad fue una de sus señas de identidad, lo cual tuvo una traducción inmediata en su dimensión ideológica: «ni el falangismo —no ya el ortodoxo, sino el evolucionado y menguado de los años cincuenta— ni el catolicismo —no ya el opusiano, ni siquiera el más moderado e integrador— se dejan notar en sus páginas» [Jurado Morales, 2012: 106]. La apuesta de Rodríguez-Moñino por la publicación fue absoluta, con números entre las 108 y 120 páginas y con una tirada de 2000 ejemplares, número muy superior al de otras revistas de la época, aunque de distribución exclusivamente nacional: 300 El Pájaro de Paja, 500 Platero, entre 1000 y 1200 Laye o los 1500 de Papeles de Son Armadans [Jurado Morales, 2012: 92-93]. Su alcance, sin embargo, resultó ser muy limitado: el proyecto no llegó al año de vida, los dos últimos números —que salen con retraso— sufren una importante merma del número de páginas (de las 120 a 90), y se consiguieron únicamente 27 suscripciones y 80 oficial», esta se había mantenido alejada siempre del «huerto cerrado de la política», por lo que el régimen se beneficiaba más de su existencia que de su desaparición: «la admisión de su existencia era un acto de tolerancia estimable para un régimen de corte autoritario» [en Abellán, 1985: 106]. 108 ejemplares vendidos. En 1954 salió a la luz el sexto y último número de la publicación114. Dentro de esta sección podríamos agrupar un conjunto de revistas vinculadas a determinadas asociaciones religiosas pero que tuvieron la cultura como un eje fundamental de sus preocupaciones, al hilo, sobre todo, del movimiento católico europeo que encarnaban figuras como François Mauriac, Graham Greene, Julien Green y George Bernanos, en la narrativa; y Jacques Maritain y Emmanuel Mounier en el pensamiento. De entre ellas —dejamos solo mencionadas algunas de cierta importancia, como la salmantina Incunable, Espiritualidad seglar, la colección editorial Patmos o la más literaria Estría—, destacan los 72 números de Criterio, Revista de problemas contemporáneos, que incide brevemente en los años cincuenta: se publicó entre noviembre de 1947 y octubre de 1950. Con una preocupación fundamentalmente internacionalista, la Editorial Católica lanzó este proyecto quincenal a cuyo frente situó a Fernando Martín-Sánchez, uno de los fundadores de la Federación de Estudiantes Católicos, y en la redacción a nombres tan importantes como Ruiz-Giménez, García Escudero, Nicolás González Ruiz y Bartolomé Mostaza. Por encima de esta destaca, sin embargo, la importante revista El Ciervo. Se publicó en Barcelona desde el 30 de junio 1951, con un primer número vinculado a la ACNP pero luego independiente de esta115. Fue impulsor de la misma el director del diario El Correo Catalán, Claudio Colomer, quien consiguió la autorización de la publicación como «boletín cultural» gracias a su amistad con Juan Aparicio. La dirigía, según el modelo de la francesa Esprit de Emmanuel Mounier, y en doble folio, el escritor Lorenzo Gomis, firma habitual de muchas de las revistas universitarias de estos años. Sus principales colaboradores fueron los católicos José María Barjau, Francisco Condomines, Juan Gomis, Francisco Salvá Miquel y Juan Peñalver, todos ellos relacionados con la tertulia del café Términus de Barcelona. Se unieron más adelante otras figuras de la intelectualidad católica como Alfonso Carlos Comín y José Antonio González Casanova. Posteriormente —a partir, fundamentalmente, de 1956—participarían en sus páginas 114 Tuvieron el mismo espíritu joven, y la misma actitud militante a favor del realismo y el arte social, dos revistas cinematográficas que surgieron en esta época. Objetivo, Revista del cinema, que publicó 9 números entre 1953 y 1955 de la mano de Ricardo Muñoz Suay, Juan Antonio Bardem, Eduardo Ducay y Paulino Gragorri; y Cinema Universitario, con 19 números entre 1955 y 1963, y que surgió en el contexto del importante Cine-Club Universitario de Salamanca que dirigían Basilio Martín Patino y Joaquín de Prada. Un espíritu parecido tuvo la revista Teatro, dedicada a las artes escénicas y editada por Alfil desde 1952. 115 Así lo relata uno de sus protagonistas, Juan Gomis: «El centro de Barcelona de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas quería crear una sección de jóvenes […] Y con este número terminó la primera etapa de la fundación y vida de El Ciervo. La sección de jóvenes de la ACNP barcelonesa no llegó a cuajar […] El caso es que aquella sección de jóvenes fue en realidad nonata y ya jamás ni ella ni la ACNP figuraron como editores de la revista» [1992: 20, 25]. 109 literarias autores como Valverde, Valente y Marsé. En ella se desarrolló una concepción crítica del catolicismo, en relación muchas veces con la opresión de las clases trabajadores —en consonancia con la labor que estaban llevando a cabo asociaciones como la Juventud Obrera de Acción Católica (JOAC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), fundadas en 1946 y 1947 respectivamente—, así como el pensamiento marxista [Pecourt, 2006: 211]. En su número inicial se manifestaba dicha voluntad: «[llevar] principalmente a los universitarios, el testimonio del capitalismo exigente, antibeato, inconformista, abierto a todos los problemas del momento» [en Gracia, 2006: 165], lo cual llevó a la revista, en juicio de algunos críticos, «la decantación hacia la izquierda de un catolicismo severamente autocrítico» [Gracia, 2006: 166]. Ello se hizo patente en secciones orientadas hacia la reflexión social, como la titulada «¿Qué puedo hacer yo?» o campañas específicas como la desarrollada en 1957 sobre «¿Católico e ingobernable democráticamente?», a propósito de la naturaleza del régimen franquista116. Como aventurábamos más arriba, este panorama general de las revistas culturales de los años cincuenta quedaría incompleto si al menos no mencionáramos algunas de las numerosas y valiosas revistas de poesía de los años cincuenta117: Ágora, Cuadernos de poesía. 1951-1955. Dir.: Rafael Millán, Mercedes Chamorro, Tomás Preciado, F. García Ibáñez y Joaquín León. Madrid. Alderabán, Cuadernos de poesía. 1955. Dir.: Manuel Morales, Carlos Romero F. Sánchez Dragó y J. R. Marra López. Madrid. Arquero de poesía. 1952-1955. Dir.: Julio Mariscal Montes, Rafael Mir Jordano, Antonio Gala Velasco y Gloria Fuertes. Madrid. Constelación, Revista para la nueva generación creadora. 1953. Dr.: Agustín Luque. Madrid. Mensaje. 1952-1953. Dir.: Félix Martialay. Madrid. Poesía española. 1952. Dir.: José García Nieto. Madrid. El Pájaro de Paja, carta circular de la poesía. 1950-1954. Dir.: Gabino Alejandro Carriedo, Ángel Crespo y Federico Muelas. Madrid. 116 Aunque la revista siguió publicándose durante las décadas siguientes, Lorenzo Gomis entiende que se puede hablar de una primera época de la revista que corresponde precisamente con el periodo estudiado, 1951-1957 [1992]. 117 Para ello, hacemos una selección del útil índice incluido por Rubio en su trabajo sobre las revistas de posguerra [2003: 519-539]. 110 Ámbito, Cuadernos de poesía y polémica. 1951. Dir.: Manuel Pinillos. Gerona. Ariel, Revista de les arts. 1946-1951. Dir.: Josep Palau i Fabre, Josep Romeu, Miquel Torradell, Joan Triadú y Frederic Pau Verrié. [Edición privada]. Barcelona. La Calandria, Ave mensual de la poesía. 1951. Dir.: Enrique Navarro Ramos, Carmen Sender y J. M. Rodríguez Méndez. Barcelona. Dau al Set. 1948-1951. Dir.: Joan Brossa y J. J. Tharrats. Barcelona. Deucalión. 1951-1953. Dir.: Ángel Crespo. Ciudad Real. Doña Endrina. 1951-1955. Dir.: Antonio Fernández Molina. Guadalajara. El Gato Verde. 1951-1952. Dir.: Alejandro Gago y Adolfo Castaño. Santander. La Isla de los Ratones, Hojas de poesía. 1948-1953. Dir.: Manuel Arce. Santander. Manantial. 1949-1951. Dir.: Jacinto López Gorgé y Pío Gómez Nisa. Melilla. Aglae. 1949-1953. Dir.: Manuel Álvarez Ortega. Córdoba. Alfoz. 1952-1954. Dir.: Mariano Roldán Villén, Antonio Gómez Alfaro, Carmelo Casaño Salido y Rafael Osuna Rodríguez. Córdoba. Cántico, Hojas de poesía. 1947-1949, 1954-1957. Dir.: Ricardo Molina, Pablo García Baena y Juan Bernier. Córdoba. Caracola. 1952-1961. Dir.: José Luis Estrada y Bernabé Fernández Canivell. Málaga. Papel Azul, Suplemento poético de Gibralfaro. 1951-1952. Dir.: José Antonio Muñoz Rojas y Alfonso Canales. Málaga. Platero, Verso y prosa. 1951-1954. Dir.: Fernando Quiñones. Cádiz. Alba, Verso y prosa. 1948-1956. Dir.: Ramón González-Alegre Bálgoma. Vigo. Dabo, Pliegos de poesía. 1951-1954. Dir.: Rafael Jaume. Palma de Mallorca. Humano, Cuadernos de literatura, arte y pensamiento. 1950. Dir.: Pedro Caba. Valencia. Jínjol, Pliegos de poesía. 1952. Dir.: Salvador Pérez-Valiente y Celia Viñas. Murcia. Pajaritas de papel. 1951. Dir.: Juan Bonet. Palma de Mallorca. Sazón, Ediciones de poesía. 1952. Dir.: Basilio A. Fuentes. Murcia. Sigüenza. 1945, 1952-1953. Dir.: Vicente Ramos y Manuel Molina. Alicante. Verbo. 1946-1963. Dir.: José Albi y Joan Fuster. Alisio, Pliegues poéticos. 1952-1956. Dir.: Pino Ojeda. Las Palmas de Gran 111 Canaria. Mujeres de poesía. 1950-1951. Dir.: María Teresa Prats de Laplace y Esperanza Vernetta de Quevedo. Las Palmas de Gran Canaria. Un estudio razonado de la antedicha relación de revistas —una selección de las más importantes entre las muchas que se editaron durante esta década—, nos permitiría concluir algunas diferencias importantes con el campo de las revistas culturales que estamos estudiando. En primer lugar, la mayor cantidad de revistas de poesía. Su desvinculación con lo político, y con las polémicas culturales asociadas (además, mucho menos ambiciosas que, por ejemplo, los semanarios que hemos visto en las páginas previas), favorecía la obtención de autorizaciones para estas empresas. Esta proliferación se traduce, además, en una mayor dispersión geográfica. Si en el campo de las revistas culturales Madrid y Barcelona son centros hegemónicos indiscutibles, aquí se presenta una variedad mucho mayor. Así pues, serían revistas centrales la santanderina Proel, la malagueña Caracol o revistas editadas en Ciudad Real como Deucalión y Doña Endrina. En segundo lugar, observamos, por un lado, un menor grado de oficialidad frente a la importancia de la institucionalidad de las revistas culturales. Se pueden citar, entre muchos otros ejemplos, el caso de Verbo, que financiaba José Albi; el pequeño pero ambicioso proyecto de Javier Muguerza, Carlos Romero, Fernando Sánchez Dragó, José Esteban y Miguel Rubio, Aldebarán; La Isla de los Ratones, que promovió y editó la imprenta de los hermanos Bedia desde Santander; o la cordobesa Alfoz, que aunque se nutría fundamentalmente de la ayuda privada de Francisco López Estrada, Rafael Castejón y Manuel Enríquez Barrios, entre otros, contó también con la colaboración del ayuntamiento de la ciudad. Otras, en cambio, sí dependieron de instituciones concretas, como Platero, vinculada a la Delegación Provincial de Educación Nacional de Cádiz. Sin embargo, en ningún caso se constituyeron como órganos ideológicos de estas, lo que sí ocurre en la mayoría de las revistas culturales. Finalmente, observamos en ellas, en relación con su mayor nivel de autonomía, un grado notable de heterodoxia estética. Así, son muchas las plataformas defensoras de la vanguardia literaria, como El Pájaro de Paja, Verbo, Deucalión y Doña Endrina, y artística, Dau al Set, revista en la que, además, se empleaba el catalán de forma habitual; de la poesía pura, en Poesía española; y de las poéticas de preguerra y los nombres del 27 en general en Cántico o en el Molino de Papel. Por todo ello, se puede considerar que forman un módulo o campo diferenciado, pero cuyo estudio en relación con el de las revistas culturales resultaría imprescindible para un 112 panorama completo y exhaustivo del sistema hemerográfico del medio siglo. * * * De todo lo expuesto hasta aquí podemos extraer las siguientes conclusiones: 1) El campo de las revistas culturales entre 1950 y 1956 está determinado en gran medida por la intervención institucional, que crea, edita y difunde las diferentes cabeceras que lo componen. Así, de las veinticinco revistas seleccionadas, solo seis son autofinanciadas (Revista, Ínsula, Índice, Revista Española, El Ciervo), lo cual no quiere decir, además, que sean independientes respecto de la oficialidad: es el caso, por ejemplo, de Revista, muy vinculada al ministerio de Educación de Ruiz-Giménez, de quien, como ya explicamos, recibe una importante ayuda económica; o El Ciervo, independiente pero ligada a la ACNP, por el grupo humano que la compone y por el impulso que la Asociación dio a su número inicial. 2) La relación de fuerza entre los dos grupos enfrentados es asimétrica. En primer lugar, en el bando excluyente, con la excepción de Actualidad Española, no figuran revistas autofinanciadas y, dentro de las oficiales, toda su actividad se concentra en unas pocas cabeceras (todas ellas, además, editadas en Madrid): Arbor, del CSIC, y Ateneo, vinculada en última instancia al Ministerio de Información y Turismo. Revista de Literatura y El Español, mucho menos involucradas en la polémica comprensiva, se pueden considerar más tradicionalistas que excluyentes. Los comprensivos, por su parte, dominantes en el campo cultural, cuentan con muchas más plataformas que sus rivales, que responde, además, a la mayor heterogeneidad del grupo en el plano cultural: el antiguo grupo de Escorial en torno de Ridruejo que mantiene su actividad en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos y Revista; los católicos aperturistas de El Ciervo; la burguesía posibilista catalana de Destino; la Falange universitaria de Alcalá; o las nuevas firmas jóvenes con reivindicaciones sociales de Revista Española. 3) Ello no quiere decir que la situación fuera desigual. Por un lado, el peso de una plataforma como Arbor era enorme en estos años, y no es posible compararla con otras como Revista Española o Correo Literario, con mucho menos alcance y difusión. Por el otro, mientras que el campo principal de actuación del sector comprensivo era el cultural, los excluyentes contaban con otras herramientas desde las que defender sus posiciones. 113 Por ejemplo, revistas religiosas como Ecclesia118, cuyos números tenían el poder de limitar la publicación de reseñas críticas de un estreno de García Lorca o de dificultar un homenaje institucional a Unamuno en Salamanca, así como la prensa periódica, con mucha mayor repercusión que las otras revistas al dirigirse a un público mayoritario: por ejemplo, medios como Arriba, Solidaridad Nacional y Pueblo. 4) Reiteramos, finalmente, la importancia decisiva que este periodo ha de desempeñar en la conformación de un espacio de debate público con mayor autonomía en las décadas posteriores (en plataformas como Triunfo, Cuadernos para el Diálogo o Madrid). En este momento se trata de una estructura social profundamente intervenida por las instituciones, que aprovechan dichas plataformas para sus propios fines ideológicos y, en última instancia, para los fines ideológicos del régimen, el financiador y beneficiario último de la mayoría de las revistas. No obstante, tal y como se ha ido defendiendo a lo largo de estas páginas, diferentes sectores sociales aprovecharon este espacio de disidencia controlada y vigilada para vehicular unos intereses ideológicos y culturales, en ocasiones heterodoxos, y que, en unos pocos casos, se traduciría en actos de un antifranquismo sin ambigüedades. Todo ello cristalizó en 1956, año determinante en la historia política del franquismo que tiene, asimismo, una importancia decisiva en su sistema hemerográfico. Muchas de las principales plataformas que habían vertebrado la década de los cincuenta desaparecen en torno a esa fecha: es el caso por ejemplo, de Alcalá, Laye, Correo Literario, Clavileño, Revista Española o Ateneo, entre otras. En los últimos años de la década estas son reemplazadas por otras cabeceras que van a tener una importancia decisiva: se retoma la publicación de La Estafeta Literaria, a cargo de Luis Jiménez Sutil desde una perspectiva mucho más aperturista (pronto sustituido por Rafael Morales a causa de su muerte); Camilo José Cela funda sus importantes Papeles de Son Armadans en Palma de Mallorca; de la universidad surgen plataformas como La Jirafa, a cargo de Rafael Borràs o la seuísta Acento Cultural, evolución natural de Alcalá y Laye; la continuación de la defensa del realismo y el compromiso político en el arte de Primer Acto; o el resurgimiento de La Hora en su tercera época; también el sector integrista, 118 La revista se fundó en 1941 como órgano de la Dirección Central de la Acción Católica Española (ACE) y «gradualmente se transformó en el portavoz oficioso de la Iglesia en España» [Verdera, 2001: 95]. Tras dos breves etapas en las que la revista estuvo dirigida por Zacarías de Vizcarra y Arana (enero a abril de 1941) y Emilio Bellón Villar (abril de 1941 a abril de 1942), el sacerdote Jesús Iribarren Rodríguez se hizo cargo de la misma hasta el otoño de 1954 y Antonio Montero desde entonces hasta 1967. El arzobispo de Toledo, Plá y Deniel, como presidente de la Dirección Central de la ACE tuvo cierto peso en la confección de la revista a lo largo de su historia. Vid. Verdera [1992, 1995 y 2001]. 114 finalmente, creó plataformas nuevas, como la publicación de Vicente Marrero, Punta Europa, vinculada a la editorial homónima. 115 SEGUNDA PARTE UNA BIOGRAFÍA DE CORREO LITERARIO 116 Hemos encuadrado Correo Literario como una revista del entorno comprensivo, tal y como tendremos ocasión de argumentar más adelante. Y, dentro de estas, pertenece al grupo más amplio, el de las revistas oficiales, es decir, aquellas que dependen directamente de alguna institución del sistema franquista. En este caso, se trata del Instituto de Cultura Hispánica, fundado en 1945 como una remodelación del Consejo de la Hispanidad, y que editó otras importantes revistas del periodo: Cuadernos Hispanoamericanos y Mundo Hispánico. En esta segunda parte analizaremos la historia completa de Correo Literario en sus dos grandes épocas, la madrileña (1950-1954), con cuatro cuadros de dirección diferentes, y la breve etapa barcelonesa (1954-1955): I. 1 (marzo-1950 / febrero-1951). Leopoldo Panero (nº 1-18) I. 2 (marzo-1951 / abril-1952). Faustino G. Sánchez-Marín (nº 19-44) I. 3 (abril-1952 / abril-1953). Juan Gich (nº 45-69) I. 4 (abril-1953 / marzo-1954). Juan Gich y Marcelo Arroita-Jáuregui (nº 70-93) II. 1. (mayo-1954 / febrero, marzo-1955). Juan Ramón Masoliver (nº 1- 10) El análisis de cada una de las fases atenderá fundamentalmente a cuatro aspectos diferentes: en primer lugar, el encuadramiento de dicha etapa de la revista en su historia general. Es decir, por qué se produce en ese momento un cambio de manos en la dirección de la revista y qué supone ello para la estructura de la misma y de los textos que la componen. En segundo lugar, nos ocuparemos de estudiar las peculiaridades técnicas y formales de ese conjunto de números; cómo es la materialidad de la revista en cada una de sus etapas y de qué forma esto repercute en su mensaje. El centro de nuestro análisis lo constituirá, sin embargo, el estudio de los cambios producidos en el cuadro de colaboradores y las secciones fijas, normalmente ligadas a unos nombres concretos. Finalmente, atenderemos a las principales problemáticas discutidas y en cómo van variando a lo largo de la historia de la revista. Es preciso detenernos, en primer lugar, en el encuadramiento institucional de Correo Literario, es decir, en su vinculación —económica, ideológica, humana— con Instituto de Cultura Hispánica. Analizaremos brevemente, pues, sus orígenes, su estructura y su función dentro del entramado institucional del régimen, así como las otras 117 revistas culturales que editaba. 1. El Instituto de Cultura Hispánica: las revistas Son ya varios los trabajos que se han ocupado de la historia y el funcionamiento del ICH. Destaca sobre todo la monografía de María Escudero [1994], en la que, con abundante documentación, se detalla la estructura, funcionamiento y propósitos del Instituto. González Casanovas coordinó en 2003 un volumen dedicado en exclusiva a su actividad editorial, con artículos sobre Mundo Hispánico [García Domínguez, 2003], Cuadernos Hispanoamericanos [Matamoro Rossi, 2003] y colecciones literarias tan importantes como las Ediciones Cultura Hispánica [Álvarez Romero, 2003]. Lorenzo Delgado es uno de los mayores especialistas en la política exterior del régimen. El ICH, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, ha sido, pues, objeto de análisis en libros fundamentales como Diplomacia franquista y política cultural hacia Iberoamérica (1939-1953) [1988] e Imperio de papel. Acción cultural y política exterior durante el primer franquismo [1992]. Ha habido, en fin, otros acercamientos puntuales sobre cuestiones concretas sus primeros años [Cañellas Mas, 2014] o el desarrollo institucional de la idea de la hispanidad [Rubio Cordón, 1989]. El Instituto de Cultura Hispánica es la remodelación de una institución anterior, el Consejo de la Hispanidad, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores en tiempos de Ramón Serrano Suñer. Este se crea a partir de una ley del 2 de noviembre de 1940, pero sus actividades comienzan en abril del año siguiente. En su órgano ejecutivo figuraban personalidades como Manuel Halcón, Antonio Tovar, Jesús Pabón, Fernando Castiella, Felipe Ximénez de Sandoval y Manuel Aznar; en la secretaría, el historiador Santiago Magariños, una figura luego muy vinculada al ICH y a Correo Literario. Con el objetivo de desplazar la hegemonía estadounidense en los países de habla hispana, la actividad fundamental del Consejo fue la de invitar a España a diferentes personalidades hispanoamericanas (muchos de ellos en calidad de estudiantes). El plan presentado, de enorme ambición, apenas pudo llevarse a cabo por el contexto internacional en que este iba a desarrollarse: el de la Segunda Guerra Mundial y la etapa autárquica del estado franquista. Se ha observado, además, cierto paralelismo entre la caída del poder de Serrano Suñer y la progresiva pérdida de importancia del Consejo [Delgado, 1988: 75]. A ello se sumaba la desconfianza que despertaba en muchos de los países latinoamericanos, en cuanto institución de tintes fascistas y germanófilos [Delgado, 1988: 93]. La destitución de Serrano Suñer como ministro de Asuntos Exteriores y, sobre todo, 118 el nombramiento de Martín-Artajo como sucesor desde 1945 hasta 1957119, junto con el final de la Segunda Guerra Mundial, son claves para entender la reconversión del Consejo de la Hispanidad en el ICH. Durante la etapa de Martín-Artajo120 se produjeron importantes cambios en las relaciones entre España y otros países occidentales. Aunque los primeros años trajeron consigo la condena del régimen por parte de los países reunidos en la Asamblea General de la ONU de febrero de 1946, el cierre de la frontera francesa y la exclusión de España del Plan Marshall norteamericano, pronto se fueron consiguiendo éxitos diplomáticos que llevaron a España a una cierta normalidad en el contexto posbélico. Así, el 30 de octubre de 1946 se firma el acuerdo comercial hispano-argentino, fundamental para la economía del estado franquista. Fue este un primer paso para la recuperación de las buenas relaciones con otros países iberoamericanos. Hacia finales de 1948 se habían restablecido los lazos, además de con Argentina, con República Dominicana, Bolivia y Perú, y ya en 1953, solo mantenían el veto México y Guatemala. Los primeros años de la década de los cincuenta se consiguieron grandes éxitos: en el contexto de la incipiente Guerra Fría, EEUU inyecta un crédito a España de 62,5 millones y, en 1953, se firman los Pactos con EEUU, mismo año del Concordato con la Santa Sede (en cuya consecución Joaquín Ruiz- Giménez desempeñó también un papel fundamental). Dos años después, España sería admitida como miembro de la Organización de las Naciones Unidas. Todo ello era consecuencia en gran medida de la inversión económica y de personal que el régimen había realizado desde el MAE. En ese contexto se crea la Dirección General de Relaciones Culturales, cuyo objetivo consistía en dar «amplio cauce a la expansión de la cultura española en el extranjero y velará especialmente por el mantenimiento de nuestros vínculos espirituales con los pueblos hermanos de América» [en Delgado, 1988: 116], y cuyo presupuesto en 1946, 22 millones de pesetas, ya alcanzaba el 18,9% del total del MAE, y aumentaba considerablemente respecto de la partida del año anterior (3,4 millones). Se incrementaron, además, los viajes diplomáticos y culturales entre España e Hispanoamérica: en estos primeros años viajaron a Argentina, por ejemplo, Dámaso Alonso, Giménez Caballero, Laín Entralgo, Pemán y Antonio 119 Previamente estuvieron al frente del ministerio en periodos muy breves Francisco Gómez-Jordana (1942-1944) y José Félix de Lequerica (1944-1945). 120 Tusell [1984] se refiere a los intentos del ministro por reformar el régimen desde dentro. Su propósito era instaurar una monarquía como la mejor fórmula para mejorar su imagen política en el exterior. A este mismo fin iban encaminadas otras medidas como el establecimiento de una censura mucho menos férrea. La oposición de otros ministros como Luis Carrero Blanco imposibilitaron, sin embargo, que este programa se llevara a cabo. 119 Tovar. Como afirma Lorenzo Delgado, «la contraofensiva de la propaganda franquista se llevaba a cabo frecuentemente bajo los auspicios de la aproximación cultural» [1988: 118]. Con este propósito surgió el Instituto de Cultura Hispánica [1988: 116]. Fueron dos personalidades vinculadas a los círculos católicos de la época los principales responsables de dicha reconversión: Alfredo Sánchez Bella y el ya mencionado Ruiz-Giménez. Sánchez Bella, cuyo pasado combinaba su participación activa en los grupos juveniles de Acción Católica y su actividad como instructor de las Brigadas Internacionales y, más tarde, locutor en el ejército franquista [Vera Artázcoz, 2005: 9], había estado al frente de diferentes instituciones durante la década de los cuarenta: puso en marcha la residencia Jiménez de Cisneros (de la cual fue subdirector desde el 10 de abril de 1943) y, vinculada a dicho colegio, editó la revista Cisneros, entre otras actividades editoriales (fue creador, por ejemplo, de Ediciones y Publicaciones Españolas S. A.). Además, fue funcionario adjunto en la sección cultural del Consejo de la Hispanidad desde 1941. Joaquín Ruiz-Giménez estuvo vinculado desde muy pronto a las asociaciones de universitarios católicos: en los años treinta, por ejemplo, colaboró en el Centro de Estudios y Universitarios y fue secretario de la Confederación Española de Estudiantes Católicos. Asistió al congreso de la Confederación Iberoamericana de Estudiantes Católicos, celebrada en Lima del 18 al 27 de mayo de 1939, y, más adelante —en el contexto de un congreso celebrado en Estados Unidos—, fue elegido presidente del Movimiento Internacional de Estudiantes Católicos Pax Romana, actividad que combinaba con sus labores docentes como auxiliar de Filosofía del Derecho en la Universidad de Madrid y, más adelante, desde 1943, catedrático en Sevilla. Años más tarde cambiaría esta ocupación por un puesto de embajador en la Santa Sede y por su nombramiento como ministro de Educación en 1951. En 1945, Sánchez Bella y Ruiz-Giménez viajaron junto al ministro de Asuntos Exteriores, Martín-Artajo, al Congreso de Pax Romana en Friburgo. Allí se fraguó la que sería su preocupación fundamental tras la vuelta a España: la preparación del XIX Congreso Mundial de Pax Romana, que se celebró en Madrid un año más tarde, y en cuyo contexto se crea el Instituto de Cultura Hispánica. El cambio de nombre respondía a dos motivos fundamentales: en primer lugar, desvincularse del Consejo de la Hispanidad, totalmente desacreditado en Hispanoamérica por su apoyo explícito a los países del Eje durante la Segunda Guerra Mundial, así como por su clara vinculación fascista; en segundo lugar, subrayar el carácter estrictamente cultural de la nueva institución 120 [Escudero, 1994: 104]. En las Normas y reglamentos se planteaba su objetivo general de mantener «los vínculos espirituales entre todos los pueblos que componen la comunidad cultural de la Hispanidad» [1948: 11] y se señalaban los siguientes cuatro fines específicos: «a) El estudio, defensa y difusión de la cultura hispánica. b) El fomento del mutuo conocimiento entre los pueblos hispánicos y la intensificación de su intercambio cultural. c) La ayuda y coordinación de todas las iniciativas públicas conducentes al logro de los anteriores fines. d) El asesoramiento del ministro de Asuntos Exteriores en dichas materias» [1948: 11]. La vía cultural traía consigo una serie de ventajas evidentes: se evitaban los riesgos de la acción política directa [Delgado, 1988: 149] y se permitía una mayor flexibilización de la propaganda en función de la cambiante política exterior española121. Así se explicitaba en varias notas de carácter interno: «si bien no se ha llegado a un acuerdo sobre el contenido preciso de lo que es cultura, debemos aceptar que la estamos aplicando en un terreno típicamente político» [en Escudero, 1994: 104]; «el Instituto es un organismo esencialmente político al servicio de la vinculación de la vida española con la hispanoamericana en todos sus multiformes aspectos» [en Delgado, 1988: 155]; «El factor cultural es de ineludible y preciso empleo para el desarrollo de la política exterior; prescindir de él equivale (especialmente en una de las zonas del mundo que más interesan desde el punto de vista español) a renunciar al instrumento más poderoso de acción política» [en Delgado, 1988: 29]. La propaganda del Instituto insistía, en cambio, únicamente en su carácter cultural. Así definía sus objetivos Ruiz-Giménez: «La defensa y proyección de la cultura hispánica en toda su extensión […] queda por completo al margen de su órbita cuanto afecta a los problemas de política contingente y distribución del poder» [en Escudero, 1994: 113]. El objetivo prioritario era, entonces, el de restablecer las relaciones con el gobierno argentino y, en general, con todos aquellos países de América que habían perdido relaciones con España. La unión de política y cultura, sin embargo, conllevó detractores desde sectores críticos [Cabañas Bravo, 1991: 330] y desde el exilio [1991: 332]. Ruiz-Giménez fue su primer director, desde septiembre de 1946. Poco después, 121 También lo interpreta así Cañellas Mas, quien sintetiza la acción política del ICH en los siguientes puntos: «Insertar la política de relaciones culturales con Iberoamérica dentro del proceso de desfascitización de las instituciones españoles»; «obtener a medio plazo ventajosos réditos políticos referidos al reconocimiento internacional del régimen»; «reinterpretación de los ideales primitivos de Falange, a partir de una lectura de la herencia joseantoniana que asumía la unidad católica del pensamiento nacional, para reconocer la necesaria confesionalidad del Estado desde un prisma intelectual moderno que vivificara aquellas esencias» [2014: 78-81]. 121 sin embargo, tras ser nombrado embajador de la Santa Sede, es sustituido por Sánchez Bella, quien ocupa el cargo desde el 4 de diciembre de 1948 hasta finales de 1956 (hasta entonces su papel era el de coordinar el Seminario de Problemas Actuales Hispanoamericanos). Manuel Galán y Pacheco, por su parte, se ocupó de la secretaría general. En los años que más nos interesan (1950-1956), el cuadro directivo era el siguiente: Martín-Artajo, como ministro de Asuntos Exteriores, presidía el Patronato; Sánchez Bella era el director, con Ruiz-Giménez en el Consejo Asesor en virtud de su cargo de ministro de Educación; el Claustro de Miembros estaba presidido por el rector de la Universidad de Madrid, Laín Entralgo; y Fraga, Luis María Hergueta y Enrique Sánchez Romero ocupaban los cargos de secretario general, vicesecretario y administrador, respectivamente. Es en estos años, además, cuando su sede pasa de estar sita en el número 95 de la calle Alcalá a la Ciudad Universitaria de Madrid, a partir del 12 de octubre de 1951. En las Normas y reglamento de 1948 se detalla el funcionamiento del Instituto, y queda patente, además, su vinculación directa con el ministerio de Asuntos Exteriores (y, dentro de este, de la Dirección General de Relaciones Culturales). En primer lugar, tanto el director como el secretario eran nombrados por el ministro de dicho organismo. Este además era el presidente del Patronato, que desempeñaba las siguientes funciones: «aprobar el reglamento de régimen interior, decidir acerca de la adquisición y enajenación de bienes, y aprobar los planes de coordinación de servicios con otras entidades españolas de carácter público. Le correspondía igualmente aprobar el presupuesto, las rendiciones de cuentas, las memorias anuales y las propuestas de actividades que le presentaba la Junta de Gobierno» [Escudero, 1994: 114]. Los miembros de dicha Junta eran elegidos por el Claustro de Miembros —conformado por todos los integrantes del Instituto de Cultura Hispánica—, y decidían el gobierno y administración del Institución, pero su acción dependía directamente del Patronato. El Instituto se organizaba en cinco departamentos: Estudios, Información, Publicaciones, Asistencia universitaria e intercambio cultural y Certámenes y conmemoraciones. En 1953 se creó uno más, el de Exposiciones y congresos. Junto a ellos, estaban las Oficinas, que eran el antecedente o resultado de los congresos convocados por el Instituto. Son ejemplo de ello la Oficina de Cooperación Intelectual, la de Exposición Bienal Hispanoamericana de Arte o la Hispanoamericana de Historia. 122 En el extranjero se establecieron relaciones con diferentes centros asociados122, que desempeñaron una importante función, por ejemplo, organizando exposiciones previas a la Bienal Hispanoamericana de Arte. Su funcionamiento, sin embargo, presentaba serias dificultades de coordinación. En un informe oficial se señala este problema y se detallan, además, los objetivos políticos de dicha red de centros asociados: En términos generales, casi todos fueron creados en momentos de dificultades en nuestra política exterior. Respondieron al propósito de agrupar los elementos adictos y de utilizarlos en la tarea de defender lo español y exaltar lo hispánico en medios universitarios e intelectuales de difícil acceso para nuestras representaciones diplomáticas, por el recelo o franca hostilidad con que eran considerados en aquellos años críticos. Ello aconsejó subrayar el carácter nacional de los Institutos y su independencia respecto a España. Ahora bien, superada felizmente aquella etapa, la experiencia de tales instituciones ha demostrado que independencia y actividad son difíciles de conciliar en la práctica [en Cabañas Bravo, 1991: 350]. A estos centros se sumaban los institutos de Cultura Hispánica creados en otros países y que tenían financiación propia. Servían fundamentalmente como centro de información para los becados que viajaban a España, así como de centro receptor de los libros y revistas que el Instituto de Cultura Hispánica madrileño editaba. En la década de los cincuenta se reunieron en Madrid representantes de todos los institutos en dos ocasiones: en 1952 y 1958. En cualquier caso, su creación no respondió a un plan organizado por el Instituto de Madrid y su funcionamiento, en consecuencia, distaba mucho de ser ideal [Escudero, 1994: 172]. Entre las actividades principales se situaba la concesión de becas de estudio y de trabajo para candidatos latinoamericanos, cuyo número fue aumentando notablemente: de 53 en 1948 a las 156 de 1971. Los destinatarios de las becas se elegían en función de la rentabilidad política que podían proporcionarle al régimen: «las cualidades morales del candidato a menudo pasaban por delante de su capacidad intelectual, con lo que se demostraba hasta qué punto las prioridades de la política cultural franquista se imponían a las supuestas necesidades de las repúblicas latinoamericanas» [Escudero, 1994: 205]123. 122 Cabañas Bravo [1991: 348, n. 47] ha reproducido de un documento oficial (AMAE, Leg. R-5498, Exp. 13) un listado completo de los centros asociados del Instituto de Cultura Hispánica al que remitimos. 123 Escudero analiza en detalle el sistema de becas planteado desde el Instituto, aportando numerosos datos cuantitativos [1994: 210-211]. 123 Muchos de ellos participarían luego activamente en las actividades culturales del Instituto de Cultura Hispánica, así como en las diferentes revistas editadas desde la institución (es el caso, por ejemplo de Antonio Fernández Spencer y Edmundo Moeuchi, firmas habituales de Cuadernos Hispanoamericanos y Correo Literario). Otra actividad central en la labor del Instituto fue la organización de diversos congresos. En los primeros años se celebraron los siguientes: 1949 – I Congreso Hispanoamericano de Historia 1949 – I Congreso Interiberoamericano de Educación 1950 – I Congreso de Cooperación Intelectual 1951 – I Congreso Femenino Hispanoamericano 1951 – I Congreso Iberoamericano de Seguridad Social 1951 – I Congreso Hispanoamericano de Veterinaria y Zootecnia 1951 – I Congreso Hispanolusoamericano de Derecho Internacional 1951 – I Exposición Bienal Hispanoamericana de Arte 1952 – I Congreso Penal y Penintenciario Hispanolusoamericano y Filipino 1952 – I Congreso Iberoamericano de Archivos, Bibliotecas y Propiedad Intelectual 1952 – I Exposición Bienal del Libro Iberoamericano 1953 – I Congreso Iberoamericano de Cooperación Económica 1953 – II Congreso Hispanolusoamericano de Derecho Internacional 1953 – II Congreso Iberoamericano de Seguridad Social 1954 – II Exposición Bienal Hispanoamericana de Arte 1954 – Reunión Preparatoria del II Congreso de Cooperación Económica 1954 – II Congreso Iberoamericano de Cooperación Económica Como se puede apreciar, las temáticas fueron de enorme variedad, desde la economía hasta la ciencia veterinaria, con unos pocos relacionados con el ámbito cultural, pero de gran importancia, como las Bienales Hispanoamericanas de Arte y el congreso de Cooperación Intelectual, que estudiaremos más adelante. Pese a la orientación internacional de todas las convocatorias, y pese a que algunas de ellas se celebraran en el extranjero (como es el caso, por ejemplo, de la Segunda Bienal), casi todas ellas se llevaron a cabo en España, sin continuidad en los países americanos, por lo que el alcance de las mismas era bastante limitado. A este respecto, Lorenzo Delgado propone la siguiente hipótesis: ¿Se trataba entonces de un mensaje “hacia dentro” para el consumo de los escasos núcleos de opinión española preocupados en aquellos años del propio bloque de poder en torno a 124 pretendidas metas internacionales, indudablemente alejadas de la realidad, pero que alimentaban y satisfacían una autopercepción desfigurada y utópica de las mismas que minimizaban y deformaban —consciente o inconscientemente— los efectos de la acentuada introversión respecto al exterior en que permanecía España? [1988: 166]. Esta propuesta se refuerza si tenemos en cuenta que dichas convocatorias se difundían y se publicitaban fundamentalmente a través de los medios periódicos del ICH, con escasa distribución en el exterior, a excepción de Mundo Hispánico. Finalmente, hay que destacar la actividad editorial del Instituto como «el instrumento más eficaz de propaganda española en América» [Delgado, 1988: 182], aunque fueron constantes las quejas por los escasos recursos para desempeñar esta función correctamente124. Y no hay que olvidar, además, que su actividad editorial desempeñó una importante función de sustento económico de muchos miembros de la Falange intelectual partidaria de las políticas de Ruiz-Giménez: «Más allá de sus ambiciones de imperio espiritual (a las que se consagró desde su fundación en 1946), fue —por orden de importancia— un importante arrimo económico de los intelectuales falangistas y sus amigos» [Mainer, 2013: 155]. Las publicaciones del Instituto se distribuían en tres grandes sellos editoriales: el Seminario de Problemas Hispanoamericanos, que duró tan solo cuatro años, entre 1948 y 1951, y publicó títulos de gran significación para la cultura de la época: el más destacado, sin duda, España como problema (1949), de Pedro Laín Entralgo, pero también notables libros de poemas como La espera (1949) de José María Valverde. Las Ediciones de Cultura Hispánica (1944-1980) fue el sello editorial de mayor recorrido, y en él se publicaron las principales colecciones del Instituto. A él se sumaba el de Ediciones Mundo Hispánico (1949-1969), que se encargaba de editar todas las revistas del Instituto [Escudero, 1994: 116]. Finalmente, hay que mencionar las múltiples editoriales asociadas a las Oficinas y a los otros Institutos. Ediciones de Cultura Hispánica fue, pues, el vehículo fundamental del proyecto editorial del Instituto. Así se refleja, por ejemplo, en una división en varias subcolecciones particulares que responde, según González Casanovas, «a la materialización de un esquema conceptual: una red de temas y ámbitos del conocimiento bajo la que se quiso 124 A este respecto, es fundamental el volumen colectivo y catálogo La huella editorial del Instituto de Cultura Hispánica. Ediciones Cultura Hispánica y otras publicaciones: estudios y catálogo (1944-1980) [González Casanovas, 2003], así como el catálogo que editó el Instituto en 1952. 125 organizar una producción editorial que, así presentada, reflejaba y ampliaba los rasgos de diversidad y sustrato común que daban cuerpo al pensamiento hispanista y la acción cultural que se fomentaban a través de esas publicaciones» [2003: 285]. Fueron en total 34 colecciones, con desigual duración en el tiempo y número de volúmenes publicados: 1. Fuentes del derecho indiano (1943-1956) 2. Colección de incunables americanos (1944-1946) 3. Cuadernos de Arte (1946-1954) 4. Colección Historia y Geografía (1944-1958) 5. Colección Jurídica (1946-1954) 6. Viajes y descubrimientos (1948) 7. Divulgación (1948) 8. Varios (1948-1958) 9. Ambos mundos (1942[1950]-1958) 10. Santo y Seña (1949-1954) 11. Pueblos Hispánicos (1949-1956) 12. Antologías poéticas (1949-1958) 13. Cuadernos de Monografías (1949-1958) 14. Hombres e ideas (1949-1958) 15. La encina y el mar. Poesía de España y América (1949-1983) 16. Biblioteca Hispanoamericana (1950) 17. Hispanistas (1950-1951) 18. Antologías Hispánicas (1950-1951) 19. Investigación (1951) 20. Manuales Escolares (1952-1953) 21. Musicología y Folclore (1952-1956) 22. Estudios Económicos (1952-1959) 23. Las constituciones hispanoamericanas (1952-1978) 24. Problemas Contemporáneos (1953-1956) 25. Publicaciones del Instituto Iberoamericano de Cooperación Económica (1954- 1955) 26. Tierras Hispánicas (1954-1965) 27. Estudios Hispánicos de Desarrollo Económico (1956-1970) 28. Nuevo Mundo (1960-1966) 29. Publicaciones del Consejo de Cristóbal Colón (1964) 30. Influencias de pueblos no hispánicos en la América española (1965) 31. Colección Poética (1967-1978) 126 32. Monografías jurídicas (1968-1972) 33. Colección plural (1974-1979) 34. Ediciones Cultura Hispánico-teatro (1977-1978) En general, en casi todas ellas se publicaban libros sobre aspectos concretos de la cultura de América, siempre desde el punto de vista de la defensa de la hispanidad. Es un ejemplo de ello la presentación que el propio Instituto realiza de «Viajes y descubrimientos», que revela, además, el ánimo neocolonialista detrás de muchas de las teorizaciones sobre dicho concepto: «España, un tiempo metrópoli pródiga en hechos resonantes, realizados por los hispanos en los ámbitos del planeta, tuvo su teatro principal de proezas en el Nuevo Mundo. Relatar la serie maravillosa de viajes y descubrimientos de todos ellos es la finalidad de esta colección, que constituirá como un capítulo sin precedentes en la obra colonizadora de España en las tierras de América» [en González Casanovas, 2003: 292]. Junto a colecciones con este carácter —algunos ejemplos son las de «Pueblos hispánicos» y «Santo y seña»—, se editaban otras de valor notable en las que se publicaron algunos reseñables poemarios y ensayos de la posguerra. En «Hombres e ideas», por ejemplo, Ricardo Gullón publicó De Goya al arte abstracto (1952), una temprana defensa de dicho movimiento estético desde la teoría del arte. Y, junto a esta, se editaron obras de desigual calidad de autores como Mercedes Ballesteros, José María García Escudero, Guillermo Díaz-Plaja y Pedro de Lorenzo, entre otros. Pero la colección más notable de todas fue la denominada «La encina y el mar. Poesía de España y América (1949-1983)». Así la describe el propio Instituto: En los últimos años, la creciente comunidad de espíritu de los poetas hispanohablantes, cercana ya a su plenitud, se ha visto entorpecida en su parte material por una serie de causas diversas, algunas trabas y características del mundo de hoy, y otras consecuencias de incomprensiones y distanciamientos políticos. Para remediar en lo posible esta dificultad de comunicación, llevando a mutuo conocimiento la pujante vida actual de la poesía de habla castellana, aparece la colección «La encina y el mar». Y para comenzar, se ha acudido a lo que era más urgente: a aquellos poetas cuyo florecimiento y maduración se ha producido en los dos tres lustros menos propicios al tránsito y comunicación de la vida cultural» [en González Casanovas, 2003: 301]. En ella se publicaron poemarios fundamentales del grupo de Escorial: de 127 Leopoldo Panero (Escrito a cada instante, 1949; Canto personal, 1956), Luis Rosales (La casa encendida, 1949; Rimas, 1951), Gerardo Diego (Biografía incompleta, 1953), y de autores más jóvenes, como las Memorias de poco tiempo (1954), de José Manuel Caballero Bonald. También bajo esta colección José Luis Cano editó su Antología de poetas andaluces contemporáneos (1952). Aunque en muchos lugares, aparece como una subcolección independiente, gran parte de los libros que integraban «Antologías poéticas» figuraban también como parte de «La encina y el mar». Se trata de compilaciones de poemas de diferentes países americanos, como la que Ernesto Cardenal y Orlando Cuadra-Downing coordinaron sobre la poesía nicaragüense (1949), o el Panorama y antología de la poesía norteamericana (1949), a cargo de José Coronel Urtecho. En este contexto editorial desempeñaron un papel importante las numerosas publicaciones periódicas que editaba el Instituto desde su sello Mundo Hispánico. Podemos dividir las 16 publicaciones en cuatro categorías diferentes. En primer lugar, un total de tres boletines informativos, cuya función principal era la información entre Institutos: Boletín de información (1946-1947), Información económica. Resumen de noticias (1947, 1949), Hojas de información cultural hispanoamericana (1948). En segundo lugar, tres noticiarios culturales de distribución externa, pero de vida efímera: Información hispánica. Boletín cultural (1948-1950), Información hispánica. Noticias culturales (1950-1951) y La tertulia literaria hispanoamericana (1952-1954). Asimismo, el Instituto de Cultura Hispánica editó un total de siete revistas de carácter misceláneo, inscritas en ámbitos como el de la educación —Noticias de educación iberoamericana (1951-1956), Plana. Servicio informativo de la Oficina de Educación Iberoamericana (1955-1983)— y el derecho —Revista de derecho español y americano (1956-1963)—, entre otros asuntos —Carta de información hispánica (1951-1953), Cooperación de la Seguridad Social iberoamericana (1952-1953), Acción de la Seguridad Social iberoamericana (1955-1967)—, así como un boletín vinculado al Colegio Mayor Guadalupe, que dependía del Instituto: Guadalupe. Boletín del Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe (1953-1960). Frente a las revistas ya mencionadas, estas publicaciones tuvieron una vida mucho más prolongada: Plana dura casi treinta años, y Acción de la Seguridad Social iberoamericana, doce años en total. Dentro de esta macrocategoría de revistas de carácter misceláneo, destacó por encima de todas la denominada Resumen, que recibió varios subtítulos a lo largo de su historia (1948-1950): Informaciones económicas y financieras de España y América, La 128 semana en Hispanoamérica y La quincena política y económica en Iberoamérica. Esta se presentaba en un anuncio en Mundo Hispánico (nº 27) como «un órgano regular y especializado […] que pretende informar a los lectores de ambos continentes, en forma objetiva, de cuanto acontece en el campo de la economía en los dos mundos. Por ello es de interés especial, no solo para los economicistas teóricos y prácticos, sino también para los políticos y, en general, para todo el lector culto que se interesa en estos problemas, que cada día toman una mayor importancia en la vida general». En la memoria económica del Instituto se destacaba, además, su función complementaria con Correo Literario — ambas de periodicidad quincenal— «para liberar la información inter-hispánica de la tiranía, monopolio y tergiversación de las agencias informativas extranjeras al mundo hispánico» [ICH, 1951], tal y como se subrayaba en la propia revista: «Creemos que de esta forma hemos contribuido a que los pueblos hispánicos ganen, en esta hora augural de su amanecida, la batalla de la información, de ese saber unos de otros por medios propios, no sujetos a la mentalidad probable ni a la negligencia cierta del informador extranjero» (nº 100: 3). La publicación, que dirigía Carlos Robles Piquer y que se distribuía únicamente entre suscriptores (a un precio de 75 pesetas por semestre), estaba compartimentada en numerosas secciones: «Políticas nacionales», «Relaciones internacionales», «Hispanoamérica y el mundo», «Religión», «Política social», «Economía», «Geopolítica», «Educación», «Historia» y «Textos y documentos». Existió, además, una sección de carácter cultural, denominada «Cultura hispánica», firmada por José Fernández Gómez. En muchas ocasiones, esta, que ocupaba cuatro páginas en cada número, se desarrollaba en varios apartados: «Letras», «Teatro y cine», «Música», «Deportes», etc., más centrados en la realidad cultural hispanoamericana que en la española. Apenas compartió colaboradores con las otras revistas culturales del Instituto, con la excepción del futuro director de Correo Literario, Faustino G. Sánchez-Marín, quien ocuparía el puesto de redactor-jefe a partir de abril de 1950, fecha de inicio de la tercera época de la revista (hasta entonces ya se habían publicado 110 números). Las publicaciones más importantes del Instituto, sin embargo, fueron las tres revistas culturales: Mundo Hispánico (1948-1977), Cuadernos Hispanoamericanos (1948-) y, lanzada dos años más tarde, Correo Literario (1950-1955). Las tres revistas desempeñaron funciones complementarias dentro de una estrategia clara. Así eran descritas en 1953: 129 Aquí tiene la gigantesca obra editorial del Instituto. Mundo Hispánico, por antonomasia la revista de veintitrés países, presenta en sus 60 páginas mensuales, de gran formato y rica impresión, la vida y la actividad del mundo, y, en especial, de los pueblos hispánicos. Es una revista de gran reportaje y, al tiempo, de alta calidad literaria, a la vez, por lo tanto, actual y permanente. Hoy día Mundo Hispánico es ya la primera revista de España y una de las más buscadas y leídas en todo el mundo de habla española, sobre el cual ha vertido ya en sus cinco años de vida más de 3.000.000 de ejemplares; facilita información y orientación no solo de temas hispánicos, sino de las grandes cuestiones de interés mundial, y especialmente famosos son los números monográficos que, por ejemplo, ha dedicado a Galicia, al general San Martín, a Cataluña, a Puerto Rico, al Museo del Prado, a Guipúzcoa y a Madrid. Cuadernos Hispanoamericanos, una revista de enlace intelectual entre América y Europa por el viejo puente de España, recoge mensualmente, con mayor severidad y más sencilla presentación, una eficaz antología del pensamiento de España y América. Nombres como los de Heidegger, Ramón Menéndez Pidal, Gabriel Marcel, Gregorio Marañón, Eugenio d’Ors, José Vasconcelos, Dámaso Alonso, José Arce, Pedro Laín Entralgo, José Luis Bustamente y Rivero y un largo etcétera son prueba de la calidad de esta revista, que está, además, siempre atenta a comentar agudamente la actualidad de la inteligencia en Europa, América y España. Y Correo Literario, revista quincenal de las letras y el arte de Iberoamérica, informa periódicamente de nuestro movimiento bibliográfico y del ajeno, entrevista a las personalidades del mundo de las artes y las letras y comenta los acontecimientos que en él se producen [ICH, 1953b: 6]. Mundo Hispánico se trataba de un lujoso magazine en el que se combinaban contenidos históricos y folclóricos, con temáticas culturales y artísticas. Todo ello editado en un papel de alta calidad y con numerosas fotografías a color en una publicación que se anunciaba como «la revista de los veintitrés países» —todos los de habla hispana más Brasil y Portugal— y que se dirigía a un público amplio. Cuadernos Hispanoamericanos por su parte se inscribía en el subcampo de la producción restringida, con una dedicación casi exclusiva a los textos ensayísticos. Es significativo que se señale además su función puente entre Europa y América125. El ideal de la hispanidad del ICH se aunaba, pues, con la voluntad europeísta de la Falange comprensiva. Correo Literario, finalmente, se sitúa en un punto intermedio entre ambas. Algunas de sus características formales —tamaño 125 Luis Rosales, en una entrevista para Correo Literario, subraya precisamente este carácter de puente de Cuadenos Hispanoamericanos: «El carácter distintivo de nuestra revista es el de dar a los lectores europeos una visión española de la cultura americana y a los lectores americanos una visión española de la cultura europea» (nº 52: 4). 130 47 x 33 cm., inclusión de ilustraciones a color y numerosas fotografías; diseño y puesta en página, sin embargo, muchos menos cuidados— recuerdan a las aspiraciones mayoritarias de Mundo Hispánico. Los contenidos y colaboradores, en cambio, hacían de ella una publicación complementaria de Cuadernos Hispanoamericanos: con el ensayo como eje vertebrador de la revista pero con mayor inclusión de textos de creación y, sobre todo, de temáticas de actualidad literaria: novedades bibliográficas fundamentalmente — ahí es donde cobra su sentido su periodicidad quincenal; pretendía, pues, ser un catálogo exhaustivo de nuevas publicaciones— pero también novedades de la vida literaria y artística. Dicha distribución complementaria se hace patente si observamos la publicidad que se hacía de todas ellas en Mundo Hispánico. Se presentaban siempre como un conjunto: «Las tres mejores revistas publicadas en español», «tres estrellas de la prensa española», y se señalaban, asimismo, los rasgos diferenciados de cada una: Mundo Hispánico, «La revista gráfica de actualidad para todos»; Cuadernos Hispanoamericanos, «El pensamiento de América para Europa. El pensamiento de Europa para América»; Correo Literario, «Las artes y las letras hispanoamericanas», aunque para esta última, en su etapa barcelonesa, se utilizaba el siguiente lema: «Una revista literaria popular, toda ella editada en huecograbado». Finalmente, en las memorias anuales del ICH las tres revistas eran tratadas como un conjunto en lo que respecta a su financiación, publicación y distribución. Así, se incluían numerosas tablas comparativas de las que estaban excluidas las otras revistas del Instituto mencionadas. Desde esta perspectiva, en las siguientes páginas nos ocuparemos brevemente de estudiar el contenido y propósito de Mundo Hispánico y Cuadernos Hispanoamericanos, punto de partida imprescindible para entender Correo Literario en el contexto editorial e institucional en el que surge dos años después de la fundación de estas publicaciones. a) Mundo Hispánico126 Mundo Hispánico, «la revista de los veintitrés países», fue la principal apuesta comercial del Instituto, con la que se aspiraba «a reflejar la unidad sustancial de cultura y civilización que informa la vida de los países hispánicos» desde una voluntad miscelánea: la revista abordaría tanto aspectos culturales, como «artísticos, históricos, 126 En las páginas siguientes, me limitaré a estudiar las revistas desde su nacimiento hasta febrero de 1956, por las mismas razones que las aducidas anteriormente [vid. PRIMERA PARTE. 2]. 131 geográficos, folklóricos, sociales, económicos, industriales, teatrales, cinematográficos y deportivos» [ICH, 1951]. El Instituto destacaba, en primer lugar, los «brillantes medios tipográficos» empleados (a cargo de Artes y Gráficas Faure, de Madrid), así como el papel couché de alta calidad (Industria Gráfica Valverde) y los pliegos de huecograbado a uno o dos colores (Hijos de Heraclio Fournier, de Vitoria), en un tamaño de 27,50 x 35 cm. En su primera portada, además, se utilizó un campo de oro como complemento de color a la imagen del molino cervantino. Todo ello se acompañaba de grandes fotografías de estrellas de cine y de monumentos y paisajes: en los primeros 100 números de Mundo Hispánico (hasta julio de 1956) se publicaron más de 2000 obras (viñetas y dibujos originales) y 11.000 fotografías127. Más adelante, con el primer cambio de director, se ajustaron algunas de estas opciones de diseño para hacer la revista más sostenible y otorgarle un mayor peso al texto: «frente a la revista un tanto museal, se levantaba la revista que portaba temas vivos y periodísticamente eficaces, que cumplían eficazmente el propósito espiritual, cultural y política de la fundación» [ICH, 1951]. La publicación comenzó con una tirada de 10.000 ejemplares, que ya ascendía a los 25.000 en 1953 [ICH, 1953a] en sus dos primeros años de vida. De estos, dos tercios se enviaban a Hispanoamérica donde, sin embargo, las ventas eran más bien escasas debido a un problema que atañía al conjunto de las publicaciones128: los números llegaban con dos meses de retraso respecto de su aparición en España [Delgado, 2003: 31; Escudero, 1994: 139]. En un folleto publicado por el propio Instituto en 1968, se detallaba los mecanismos de distribución con que contaba la revista: Es muy importante en el capítulo de la difusión de la revista subrayar el número de unos 8000 suscriptores que se extienden no solo a los países hispanoamericanos, sino a Estados Unidos en una importante proporción, así como a Canadá y distintos países de todo el mundo, entre los que se cuentan como más favorecidos Francia, Suecia, Inglaterra, Japón, 127 María Blanco Conde ha estudiado con detalle el discurso gráfico de la publicación [2018]. 128 Esta fue el principal punto abordado en las reuniones del ICH en lo que respecta a sus publicaciones periódicas. En el «Acta de la reunión del 5 de febrero de 1952» se expresaba: «Me parece muy interesante la labor que en este terreno se puede realizar. Creo que la difusión de una revista como Mundo Hispánico y lo mismo digo de Cuadernos hispanoamericanos y de Correo Literario, es sumamente útil en Hispanoamérica, si se logra realmente que su difusión sea efectiva y que el criterio de selección de sus colaboradores sea de carácter integrador de los valores culturales de España» [AGA. 10(000) leg. 11626- TOP.12/15-19]. Más adelante, en las «Notas para el señor ministro de Asuntos Exteriores», del 29 de abril de 1954, se señalaban las dificultades de llevar a cabo esta misión: «La revista Mundo Hispánico tiene que hacer frente en América a una variadísima competencia con las revistas norteamericanas. La situación es absolutamente desigual» [AGA-MAE. 4210.3]. 132 etc. La distribución general se hace a través de EISA, que desde la aparición de la revista es la entidad encargada de la venta directa por medio de librerías y quioscos en todo el mundo. Unidos a esta actividad y de extensión de Mundo Hispánica van, naturalmente, los servicios e iniciativas de propaganda y difusión. Se establece con la oportuna frecuencia las promociones para obtener nuevos lectores y suscriptores en todas las latitudes donde puedan interesar nuestros temas y propósitos. Existe un concierto de Publiskers Representatives para completar en los medios en que actúa esta entidad la difusión de la revista. También desde hace algunos años el Instituto Español de Emigración, por intermedio de su Departamento de Asistencia Exterior, adquiere un número importante de ejemplares que se aproxima a los 5000 en progresión creciente con la aparición de cada número, para su envío a los trabajadores españoles extendidos por el mundo [1968: s. p.]. Su primer director fue el periodista Manuel María Gómez Comes, conocido popularmente como «Romley». En los años anteriores ya había estado implicado en importantes proyectos hemerográficos. Tras el alzamiento militar fue nombrado Jefe de Prensa de Valladolid y supervisor del periódico falangista abulense Yugo y Flechas. En abril de 1937, además, fue fundador y director durante los primeros números de la revista Vértice, hasta que fue obligado a dimitir. En 1938 lanzó la revista Horizonte. Arte, literatura y actualidades. Durante la posguerra, finalmente, colaboró asiduamente en ABC y Blanco y Negro. Su periodo al frente de Mundo Hispánico fue bastante breve, únicamente entre 1948 y 1949. Desde entonces hasta 1952 le sustituyó Manuel Jiménez Quílez. Se trataba también de una figura de la oficialidad con experiencia notable al frente de diferentes revistas y otros proyectos editoriales. Entre otras iniciativas, se ocupó de la agencia de noticias Logos y fue director de plataformas como Meridiano, Ambiente, Signo y Gaceta Ilustrada. Asimismo, ocupó importantes puestos políticos relacionados con la información: de 1945 a 1950 fue miembro de la Oficina de Información Diplomática, vinculada al MAE, de 1953 a 1955 fue comisario de Extensión Cultural del Ministerio de Educación Nacional y, a partir de junio de 1962, fue Director General de Prensa. Junto al entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, elaboró la conocida Ley de Prensa de 1966. Le siguieron en el cargo de director Alfredo Sánchez Bella (1952-1957), director a su vez del ICH, Joaquín Campillo (1957-1961), Francisco Leal Insúa (1961- 133 1966), el poeta José García Nieto (1966-1976) y José Luis Castillo Puche (1976-1983). Manuel Suárez Caso, conocido por ser uno de los impulsores de La Gaceta Ilustrada (en la línea de revistas internacionales como Life o Paris Match, y el propio Mundo Hispánico), ocupó el puesto de redactor jefe, cargo que desempeñaría hasta 1952, cuando pasó a ejercer de subdirector. Raimundo Susaeta figuraba como secretario de redacción, sustituido en 1952 por José García Nieto129. Entre los vocales se encontraban intelectuales como Manuel Jímenez Quílez —luego director de la revista—, Luis M. Feduchi (el arquitecto encargado del proyecto de la sede del Instituto desde 1951, en Ciudad Universitaria), Mariano Rodríguez de Rivas y Ángel Antonio Lago, más otros que se fueron incorporando posteriormente, como Laín Entralgo. La revista se editó con periodicidad mensual y con una extensión cercana a las sesenta páginas. La portada, en color, incluía una fotografía o ilustración a color que, en alguna ocasión, avanzaba el asunto principal del número (en el caso, por ejemplo, de los números monográficos dedicados a determinadas regiones de España o países hispanoamericanos). Además, a partir del número 3 se elegía de forma ocasional la obra de un artista como portada, y, en numerosas ocasiones, ello se complementaba con un reportaje sobre el mismo en las páginas interiores. Entre los escogidos figuraron Joaquín Vaquero, Domingo Viladomat, Carlos Tauler, Ernesto Seotti, Serny, Hipólito Hidalgo de Caviedes, Daniel Vázquez Díaz, Isabel Pons, Carlos Pascual de Lara, Alejandro Obregón, Francisco Arias, Antonio Aguirre, Molina Sánchez, José Gutiérrez Solana y Salvador Dalí [Blanco Conde, 2018]. En el pie de página se indicaban los tres lugares de edición: Buenos Aires, Madrid y México, así como su precio en los veintitrés países de distribución (en España se vendía por 10 pesetas, y, desde el número 10 de noviembre- diciembre de 1948, aumentó a 12). Las siguientes páginas estaban dedicadas a anunciantes variados: desde aerolíneas, bebidas alcohólicas y compañías de seguros, hasta publicidad de las actividades del ICH. Tras ello, se incluía la información sobre el cuadro de dirección, la domiciliación de la revista —Alcalá Galiano, número 4, en sus primeros años—, una lista de los veintitrés países de los cuales se resaltaban aquellos con una mayor presencia en la revista (aunque no en todos los números) y un texto a modo de editorial, casi siempre anónimo, pero muchas veces reservado a firmas de reconocido 129 Desde el número 16 (julio de 1949) desaparece la figura del secretario del cuadro de redacción de cada número. No es hasta el número 47 (febrero de 1952) en el que se indica quién es el nuevo secretario: José García Nieto. Por la información que sobre Mundo Hispánico se publicaba en Correo Literario sabemos que en ese intervalo ocuparon el puesto Jaime Suárez, en primer lugar, luego sustituido por José Luis Castillo Puche, quien más adelante sería su director (nº 34-35: 2). 134 prestigio, como Pedro Laín Entralgo (nº 3), Eugenio d’Ors (nº 4), Eduardo Carranza (nº 8) o el propio Ortega y Gasset (nº 11). Junto al sumario, que también figuraba en estas páginas iniciales, se solía incluir una ilustración con algún motivo heráldico o arquitectónico relacionado con la hispanidad. En las páginas finales se recogían las secciones misceláneas («Con buen humor se llega lejos», «Sección filatélica», «Instantáneas del mes», etc.), así como unas breves presentaciones biográficas de los colaboradores («Nuestros colaboradores»). En su primer número se señalaba como propósito ideológico de la publicación la defensa de la hispanidad y la fe católica, que se identificaba completamente con aquella: «A ese Mundo Hispánico, y a lo que su nombre significa, va a servir nuestra revista. Mundo, mundus, vale tanto como limpio, elegante y ordenado. Y puesto que no hay orden ni elegancia sin interna unidad, nuestro recién nacido Mundo Hispánico de papel servirá a la interna unidad del otro Mundo Hispánico, el de tierra y hombres: a su común fe religiosa, a su lengua, a su modo de sentir y entender la dignidad de la existencia humana y su tránsito por la Historia» (nº 1: 7)130. Se resaltaba, además, el lujo formal de la revista: «Este es nuestro sencillo programa; a él queremos ser fieles con todos los diversos elementos de nuestra revista: la palabra que dice pensamientos y sentires, la imagen que trae presencias, el color que las alegra, los signos tipográficos en que el decir se perenniza y ennoblece…» (nº 1: 7). Es la misma perspectiva del artículo que abría la colección, «Nuestro hispanismo y nuestro imperialismo», firmado por Alfonso Junco, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, y quien se ocupó personalmente de distribuir la revista en México. Se resaltaba el vínculo cristiano que vertebra la hispanidad: «aquel día en que, con sollozo de júbilo y victoria, alzó Colón la cruz en tierras de América, cuando, pretendiendo abrir nuevo camino para las Indias y creyendo tocarlas, topó con un inmenso continente que se alzaba a mitad de su carrera y que ni en sueños desmesurados existía. Quedó así integrado el mundo, y quedó potencialmente incorporado nuestro hemisferio a la civilización y al cristianismo» (nº 1: 8). Desde su posición de escritor mexicano, defendía, pues, la noción integradora de la hispanidad, vínculo de América con un mundo occidental definido por su catolicismo: «Nutridos de sustancia católica, vale decir universal, nosotros somos auténticamente hispanistas, y por eso, precisamente por eso, somos auténticamente indigenistas. Yo quisiera alumbrar este concepto, que suele andar tergiversado y confuso: 130 Seguimos el mismo sistema de cita empleado para los textos de Correo Literario. 135 porque las palabras mismas parecen plantear una alternativa, facilitando así el equívoco y tendiendo la emboscada» (nº 1: 8), o, más adelante: «el hispanismo católico —único hispanismo entero y verdadero, porque lo católico es la entraña misma de lo hispano— ama y siente al indígena como cosa propia» (nº 1: 9). Aunque eran relativamente frecuentes estas exaltaciones de la hispanidad, Mundo Hispánico se constituyó en revista de orientación miscelánea, tal y como revela la temática de sus números especiales. Así, dentro del ámbito artístico, destacan los dedicados al Museo del Prado (nº 13), al museo Lázaro Galdiano (nº 33), la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte (nº 46) o el baile español (nº 48); en el político y religioso, se dedicaron números a la celebración del Año Santo (nº 24), al Congreso Eucarístico de Barcelona (nº 50-51) y al encuentro diplomático entre Franco y el dictador portugués Oliveira Salazar (nº 20), entre otros. Los especiales más celebrados fueron aquellos que se consagraban o bien a un país extranjero: el 55 a Filipinas, el 67 a Puerto Rico, el 71 a Cuba, 83 a Venezuela, etc., o bien a una región de España: el número 28-29 se dedicó a Galicia, el 38 a Sevilla, el 43-44 a Barcelona131 y el 52 a Guipúzcoa, entre otros. En dichas entregas, se trataban materias diversas como la arquitectura de la ciudad, costumbres, gastronomía, artes y literaturas, etc. Todo ello acompañado de abundantes fotografías a color de la zona geográfica en cuestión. De hecho, para algunos críticos, estos números estaban especialmente destinados a los exiliados: «El peso gravita sobre la lujosa información gráfica, destinada a hacer mella en los corazones nostálgicos y en los espíritus inquietos de avidez de conocimientos» [García Domínguez, 2003: 105]. Así se señalaba también en una de las memorias económicas del Instituto: «el dedicado a Galicia constituyó el primer éxito grande de Mundo Hispánico en la historia; concretamente en Cuba y la Argentina —países que conocen como ningún otro la presencia laboriosa del emigrante gallego» [ICH, 1951]. Esta apelación a la nostalgia se hacía explícita en algunos textos publicados en la revista. Es significativo, por ejemplo, el titulado «España peregrina», que firma Antonio Lago Carballo para el número 14 (abril de 1949), y en el que se insiste en el tópico del exiliado que desea volver a su país: «Pero para todos llega el minuto en que el alma queda a solas consigo misma, el minuto en que lo más puro del sentimiento flota, el minuto en 131 Este número se subrayaba especialmente en la memoria del Instituto: «viene a ser una superación en la etapa periodística emprendida que justificaría algunos descuidos de otros números y que ha merecido una pública felicitación de la Dirección General de Prensa […] Se ha logrado incorporar a este número a escritores catalanes con un sentido de responsabilidad nacional y con gran fervor a la consagración del tema hispánico» [ICH, 1951]. 136 que salta el recuerdo de la madre lejana, de la casa de los mayores, del amigo fraterno, del oficio abandonado y que era ya carne de uno mismo […] ¿Cuántos minutos entregados al recuerdo y a la nostalgia han conocido los españoles que hace diez años abandonaron España en la riada final?» (nº 14: 14). La revista distribuía sus contenidos en diferentes secciones, que apenas mantuvieron regularidad a lo largo de los números. Así, las reseñas y críticas se agruparon bajo rótulos como «Estos libros hemos leído», «Bibliografía» o «Estos libros hemos leído… Y lo demás es literatura». Las noticias sobre economía se recogieron en secciones como «Sección económica», «Secciones informativas» y «Noticiario económico iberoamericano». El cine de masas, la canción popular y la moda tuvieron siempre presencia en la revista, en páginas, además, de enorme riqueza visual (y que, en ocasiones, se limitaban a recoger fotografías). Figuraron bajo los nombres de «Información cinematográfica y modas», «La moda en Madrid», «Noticiario de otros y de cine», «La canción del mes». Las páginas finales recogieron numerosas secciones de variedades, desde el humor («Con buen humor se llega lejos», «Humor»), la fotografía («Instantáneas», «Actualidad gráfica», «Instantánea del mes») hasta la filatelia («Sección filatélica»), y las noticias de actualidad: «Felicitamos a», «Vida breve, tabloncillo y heráldica», «Lo que queda y lo que pasa», «Estafeta», «Actualidad», etc. Hubo, además, algunos intentos de constituir secciones de opinión atribuidas a autores concretos o a un grupo reducido de ellos, como las que llenaban las páginas de Cuadernos Hispanoamericanos y Correo Literario, pero nunca llegaron a tener continuidad. Algunas de ellas fueron «La intelectualidad hispánica», sobre figuras concretas de la tradición hispánica, como Azorín y Ortega, o «Pulso y noticia del mundo», a cargo de firmas como Tomás da Arandía y José Luis Rubio. Los textos de creación ocuparon un lugar secundario de la revista, tal y como demuestra el recuento estadístico que realiza el propio ICH para los años 1954 y 1955: en el primero, 39 narraciones y poemas frente a 133 reportajes y 86 artículos; en el segundo, 48 frente a 182 y 149. Entre los colaboradores de la revista destaca en primer lugar el grupo de autores vinculado al ámbito falangista, pero que no se implicaron en la polémica comprensiva del mismo modo que el grupo de Escorial. Nos referimos a firmas como Agustín de Foxá, Rafael García Serrano, Eugenio Montes, Ernesto Giménez Caballero y Rafael Sánchez Mazas, entre otros, cuya presencia en la revista era continuada. Los autores de Falange del grupo de Dionisio Ridruejo tuvieron también un peso considerable en las páginas de Mundo Hispánico: nombres como Panero, Vivanco, Rosales, Valverde, Ors (quien firma 137 frecuentemente el artículo inicial del número en los primeros meses de la revista) o Jerónimo Toledano, entre otros, conformaban gran parte del grueso de las publicaciones culturales de la serie, acercándola, de ese modo, al carácter de las otras revistas del Instituto, donde estos copaban —al menos durante los primeros números— casi todo el protagonismo. Frente a ellos, eran esporádicas las colaboraciones de firmas como Vigón y Pérez Embid. El carácter más oficial de la revista —y el interés añadido de su alcance mayoritario— la convirtió también en plataforma de publicación para algunos de los principales políticos del régimen. Luis Carrero Blanco publica «El mundo frente a España, ¿por qué?» en el número 14, Ramón Serrano Suñer escribía sobre «La división azul» en el 46, Manuel Fraga intervenía esporádicamente con crónicas políticas o artículos de opinión y se publicaban, finalmente, discursos oficiales que pronunciaba el propio Francisco Franco (nº 68) y algunos de sus ministros, como Martín-Artajo (nº 68) y Fernández Cuesta (nº 73). Nombres vinculados al Instituto como su director Alfredo Sánchez Bella, o firmas como Eugenia Serrano, José Sanz y Díaz, Santiago Magariños y Juan Gich, estuvieron igualmente presentes en las páginas de Mundo Hispánico. Si atendemos a los textos de creación que de forma esporádica se fueron publicando en la revista —nunca bajo el rótulo de una sección estable— la variedad de firmas es mayor, aunque todavía limitada a los escritores del entorno falangista. En poesía, junto a nombres como Agustín de Foxá, José María Alfaro, Ramón de Basterra o Eugenia Serrano, nos encontramos las colaboraciones esporádicas de autores como Carmen Conde, Concha Zardoya, Federico Muelas, José Hierro o Miguel de Unamuno; en narrativa y teatro la nómina es más oficial con excepciones como la de un Fernando Fernán Gómez que publica su Pareja para la eternidad en el número 70. Los contenidos internacionales de la revista no corrieron a cargo de corresponsales, sino que la información era suministrada principalmente a través de agencias de información, tal y como indicaba el Instituto: Las labores de redacción son las lógicas en la preparación de toda revista. No cuenta con enviados especiales, aunque en muchas ocasiones recibe ayuda de los institutos y centros cercanos a Cultura Hispánica en los países hispanoamericanos y Filipinas. Las agencias normales de información suministran, asimismo, material para estas páginas, tanto gráfico como literario; pero es de notar que la mayoría de los textos, principalmente literarios, que aparecen en la revista, son encargados directamente a colaboradores 138 especiales [ICH, 1968]. Entre estas colaboraciones literarias, destacaron firmas como las de Ernesto Cardenal (en los números 14 y 23), Dulce María Loynaz y Gastón Baquero (en el especial dedicado a Cuba del 71), Juan José Arreola (nº 59) y firmas también presentes en las otras publicaciones del Instituto como Eduardo Carranza (8, 48) y Pablo Antonio Cuadra (nº 9, 10). Pese a su tono general, el cuadro de ensayistas que colaboraban puntualmente en la publicación la acercaban al talante integrador de las otras revistas del Instituto de Cultura Hispánica. Podemos destacar nombres como los de Marañón, Laín Entralgo, Cossío, Lafuente Ferrari, Azcoaga y Vázquez Zamora, entre otros. Asimismo, estas firmas se ocuparon principalmente de los contenidos literarios de la revista. En esta línea, podemos destacar artículos panorámicos como «La novela española contemporánea», de Vázquez Zamora, en el número 8 (septiembre de 1948). Se propone el crítico de Destino establecer una genealogía de la narrativa española contemporánea, que parte de Pío Baroja y Azorín, pasa por la generación siguiente, con nombres como Ramón Pérez de Ayala, Ramón Gómez de la Serna y Benjamín Jarnés —de todos ellos se incluyen fotografías que acompañan al texto— y llega a los escritores que se dieron a conocer tras la Guerra Civil: entre otros, Juan Antonio Zunzunegui, Ignacio Agustí, Carmen Laforet y Camilo José Cela. Finalmente, entronca la tradición hispánica contemporánea con el existencialismo europeo y la narrativa norteamericana de Faulkner, Steinbeck y Hemingway. Sin embargo, reconoce que se trata más de una «coexistencia en una misma atmósfera mundial» que de influencias directas (nº 8: 38), y que no han prescindido del espiritualismo propio de la tradición hispánica, una de las principales críticas de la época a dichos referentes internacionales. Es paralelo a este texto el que firma Gerardo Diego en el número 11 con el título de «La poesía española contemporánea. Destaca a Unamuno y Machado como principales referentes líricos de los autores de la posguerra, así como Federico García Lorca, «poeta peligroso por sus excesos y caprichos para tomarlo por modelo» (nº 11: 24). Señala su desaparición durante la Guerra Civil como una falta notable en el sistema poético español, así como las ausencias de los poetas exiliados. Además de referirse a los poetas del interior —Alonso, Aleixandre, Panero, Rosales, García Nieto, Crémer, Valverde, etc.—, dedica varios líneas a los autores del exilio: Juan Ramón Jiménez, de quien destaca «una huella de nostalgia» (nº 11: 25) en sus libros últimos; Salinas, Guillén, Larrea, Alberti, 139 «que sigue produciendo en su mejor línea maestra nuevos libros y poemas con matices renovadores» (nº 11: 25), Prados y Cernuda, «con mayor o total independencia de posiciones y prejuicios ideológicos, la plenitud de dos altísimos poetas que no cesan de crecer ante nuestros ojos atónitos» (nº 11: 25) y, en referencia a la poesía de este último: «en ocasiones, hermosa y hasta católicamente española» (nº 11: 25). Para la reivindicación de nombres como los que menciona Gerardo Diego, era necesario despojarles de cualquier connotación política, rescatarlos para la tradición hispánica oficialista que representaba el ICH. Este proceso se hace explícito en un texto como «Poesía y política sobre Antonio Machado» de Enrique Casamayor. En él, el secretario de Cuadernos Hispanoamericanos —«revista oficial con su sambenito a cuestas»— se refiere a la pérdida de ciertos símbolos por el lado falangista: García Lorca: «Si Lorca es hoy, en buena parte del mundo, objeto y bandera de propaganderío político, se debe tanto al silencio impertinentemente nuestro como a la intuición política disfrazada con la piel del cordero de la poesía», y Machado: «Al margen de su calamitoso fin, Machado sigue tan nuestro y tan español como García Lorca, pese a quien pese». Por todo ello, concluye que «poesía y política son dos misterios humanos que no pueden, no deben convivir» (nº 19: 55). Premisa fundamental, como decíamos, para justificar los autores que venimos citando. Aun así, no deja de sorprender la aparición en una revista como Mundo Hispánico de la firma de Ortega y Gasset, en fecha tan temprana como enero de 1949 (número 11). Bajo el título de «Es un error», se presentaba el texto como editorial de la revista. El artículo se entroncaba perfectamente en el espíritu de la comunidad hispánica de naciones que defendía el Instituto: «La verdad es que, una vez constituidos en naciones independientes y marchando según su propia inspiración todos los nuevos pueblos de origen colonial y la metrópoli misma, caminan, sin proponérselo ni quererlo y aun contra su aparente designio, en dirección convergente, esto es, que entre sí y al mismo nivel, se irán pareciendo cada vez más, irán siendo cada vez más homogéneos» (nº 11: 3). Más adelante, en el número 45 de diciembre de 1951, Ortega volvería a colaborar en la revista, con un artículo sobre cuadros de Tiziano, Poussin y Velázquez en un especial dedicado al vino en la tradición hispánica132. 132 Aunque habían aparecido textos de Ortega con anterioridad —un capítulo sobre arte en Leonardo, una conferencia sobre Toynbee en dos entregas en La Hora (números 9 y 10)— Morán señala como primer artículo publicado en la posguerra el que entrega a La Hora por petición de Jaime Suárez para abrir el primer número del curso 1949-1950 [1998: 314]. 140 La presencia del filósofo, sin embargo, no se limitó a estos dos textos. Su nombre era una referencia más o menos continua en los artículos de los ensayistas más integradores, y fue especialmente destacado en dos otras ocasiones: en el número 20 (noviembre de 1949) se incluyeron varios fotografías del autor de España invertebrada a propósito de la gira de conferencias que realizó sobre Goethe en Alemania y Estados Unidos [Morán, 1998: 197-213]; y en el número 61, finalmente, inauguró junto a Eugenio d’Ors la sección «La intelectualidad hispánica», que se limitaba a incluir una fotografía del intelectual y un pequeño texto glosando su obra y trayectoria. De Ortega se afirmaba: «En el esquema del quehacer español de hoy hay mucho, muchísimo, del sueño de Ortega. Esto es lo que, inmersos en su circunstancia histórica, y sabiendo a qué atenerse, estudian los nuevos jóvenes maestros en el ciclo “El estado de la cuestión”, realizado en la capital de España en homenaje al pensador de la razón vital» (nº 61: 35). Asimismo, se publicaron textos de autores de principios de siglo como Miguel de Unamuno (nº 54), Azorín (nº 47) y Ramón Gómez de la Serna (nº 30 y 36). Entre los extranjeros, sorprende, por ejemplo, la publicación de dos poemas de César Vallejo en fecha temprana como noviembre-diciembre de 1948 (nº 10), en el contexto de un artículo de José Alfredo Hernández sobre «La poesía actual del Perú», así como una escena de El emperador Jones, de Eugene O’Neill, con fotografía de una representación en el brasileño Teatro Negro Aguinaldo Camargo. Pese a estas notas puntuales de modernidad y aperturismo, prevaleció en la revista, sin embargo, una visión excluyente del hecho cultural. Obsérvese, por ejemplo, en contraste con las miradas panorámicas de Vázquez Zamora y Diego comentadas más arriba, el panorama literario que firma Juan Aparicio en el número 15 (mayo-junio de 1949) bajo el título de «Una década de la paz unitaria en la creación de la literatura española». En el principio de siglo, afirma, los escritores se hicieron «aliados de la facción marxista, de la secesión separatista o se expatriaron física o moralmente de la Patria, entregándose a un silencio absoluto». La primera nota de esperanza la puso la juventud próxima a Falange, que fue «una fórmula literaria, una renovación de la vida y del estilo». En la actualidad, señala la existencia de dos bloques. Por un lado, los escritores del interior, todos ellos integrantes de «la década unitaria de Francisco Franco», en la que no ha habido «ninguna escisión» (quedaban todavía cuatro años para el endurecimiento de la polémica comprensiva). Por el otro, los pocos poetas del exilio —«no llegan a la docena los poetas, aunque poseen un estro sobrenatural»— que sufren de la nostalgia de la patria: «porque las palabras de una lengua han de escribirse y pronunciarse junto al venero del 141 idioma, junto a la fuente verbal de España». Esta visión partidista, frecuente en la revista, se acompañaba de las reivindicaciones de algunos de los principales referentes tradicionalistas. Destaca, por ejemplo, el texto que publica Dionisio Gamallo en el número 55: «Una constante de Maeztu: América», donde se defendía el papel teórico central del ensayista en el concepto de la hispanidad: «Ramiro de Maeztu ha sido el entusiasta teórico […] de la hermandad de raíz y destino que une, por encima de plurales y hermosas diferencias de matiz, a los pueblos que hablan la lengua de Castilla a ambas orillas del Atlántico» (nº 55: 9). La propaganda política e institucional, en fin, fue una constante de la revista. Son varios los textos en que, con un amplio despliegue de fotografías, se glosaban los éxitos y propósitos del ICH. Un ejemplo entre muchos fue el texto «Una institución al servicio de Iberoamérica», publicado en el número 31 (octubre de 1950) y donde se definían las líneas de actuación de la institución que había nacido como «un instrumento de unidad cultural al servicio de los hombres hispanoamericanos» (nº 31: 30-31). Se incluía, además, un organigrama detallado de la organización del Instituto. Los acuerdos internacionales obtenidos en 1953 fueron fruto, como era de esperar, de numerosos textos encomiásticos en las revistas oficiales. Uno de los más significativos apareció en el número 61 (abril de 1953) con el título de «Otra fase de la hispanidad» donde se daba cuenta de los pactos acordados (Concordato con la Santa Sede, convenios hispanoamericanos y con EEUU). De ellos se extraía como consecuencia «la firmeza institucional de España, pese a los ataques procedentes muchas veces de sectores políticos foráneos». Y defendía, asimismo, la identidad de la Hispanidad pese al acercamiento de España a EEUU: «Todo ello se ha construido sin que la Hispanidad se resienta en ninguno de sus aspectos culturales y espirituales ni en su tarea de definirse, cada vez más, como bloque o comunidad de perfiles propios y característicos». El concepto de Hispanidad estaba estrechamente vinculado con el catolicismo, como se hacía explícito de continuo, y con una declarada actitud anticomunista. Esta última era manifiesta en el editorial del número 78 (septiembre de 1954), de título «Hispanidad y anticomunismo». Allí se afirmaba que «el anticomunismo era la gran vigencia, el motor interno, la razón de fuerza de la Hispanidad. Cuya definición se cifra principalmente en su cualidad de gigantesca reserva espiritual frente a la amenaza del comunismo». De este modo, se reservaba a la hispanidad la función de «salvación del mundo, roído por el coloide de los planes moscovitas de dominación». La orientación de muchos números, en fin, como el 49 (abril de 1952), acaban de 142 confirmar el propósito propagandístico nada implícito de Mundo Hispánico. Las dos líneas temáticas principales del número fueron, en primer lugar, la relación de España con Marruecos, en una época, recordemos, de fuertes tensiones que se saldarían con la cesión española del Rif en 1956 y la pérdida de otros territorios en África. A este respecto se publicaba un discurso de Franco bajo el título de «Paralelo resurgir de los pueblos árabes e hispánicos», en el que, entre otros asuntos, se recordaba la colaboración marroquí en la Guerra Civil: «Contra esta amenaza [el ateísmo] se levantó un día nuestro Movimiento nacional, considerado entre nosotros como una verdadera guerra santa, y que la sensibilidad exquisita del pueblo marroquí supo comprender al unir voluntario su sangre a la nuestra en la defensa de una espiritualidad y un sentido trascendente de la vida peligrosamente amenazados». Acompañan a su discurso dos textos sobre el mismo asunto, a propósito de la visita del ministerio de Asuntos Exteriores a Oriente Medio133. En segundo lugar, y dentro de la política española de acercamiento a EEUU que concluiría en la firma del convenio un año después, se publicaban varios textos sobre los vínculos entre ambos países: «Presencia de España en los EEUU» y «La ayuda de España a la independencia norteamericana». Cerraban el número, finalmente, varios textos sobre la Semana Santa en diversas regiones españolas (Zamora, Castilla, Valladolid) y América (Sucre). El número dejaba muy claro, pues, la orientación principal de la revista: propaganda destinada a conseguir réditos en el campo de la política internacional fundamentada en la hispanidad y el catolicismo como principales bases teóricas de dicho discurso. En conclusión, Mundo Hispánico fue la principal revista de las proyectadas por el Instituto de Cultura Hispánica. Fue, además, su plataforma más heterogénea: destinada al gran público y con una distribución internacional reseñable, alternaban en sus páginas contenidos literarios, culturales, artísticos, políticos y económicos. En su espectro cultural, colaboraron habitualmente varios de los miembros de la Falange cercana al proyecto intelectual de Dionisio Ridruejo, pero también muchos de los nombres de la 133 En alguna ocasión, se ha explicitado la motivación política de este vínculo con los países árabes en relación también con los hispanoamericanos: «Ni siquiera la diferencia de religiones era algo esencial. Por esta identidad se explicaba la fácil integración de las comunidades árabes en el mundo hispanoamericano. España decía rescatar sus vínculos con los países árabes, quienes ya habían mostrado su interés por ella defendiéndola en las Naciones Unidas» [Vera Artázcoz, 2005: 32]. En la propia Correo Literario se abordó en alguna ocasión esta problemática: «Sin duda está España en muy favorables condiciones para hacer de mediadora entre el mundo occidental y el mundo árabe, pues que a las dos se encuentra unida, pero su mediación no puede pasar de ser la de, sin duda importante, de presentarse ante los países árabes como un país del occidente europeo que, sin embargo, no puede ser por ello recusado de parcialidad o de esconder determinados propósitos políticos» (nº 42: 3). 143 oficialidad más tradicionalista. Aquí y allá, sin embargo, sorprende el apoyo explícito que recibe la figura de Ortega y Gasset o las firmas puntuales de algunos nombres más o menos independientes. El carácter propagandístico de la misma, así como su apoyo explícito a las líneas ideológicas principales del ICH, la separan definitivamente del propósito comprensivo que sí podemos observar en Cuadernos Hispanoamericanos y Correo Literario. b) Cuadernos Hispanoamericanos La crítica se ha referido a Cuadernos Hispanoamericanos como la «segunda expresión cronológica» de Escorial [Ferrary, 1993: 283], o incluso como sus «cuarteles de invierno» [Iáñez, 2011: 322]. Con ello se quiere dar cuenta de la importancia que en sus páginas tuvieron los miembros de la Falange intelectual, en ese momento sin una plataforma al nivel de los primeros números de la citada revista (quedaban todavía unos años para el lanzamiento de Revista). Además, Cuadernos Hispanoamericanos se constituía en espacio simbólico de la alianza ideológica «entre el publicismo falangista de los escorialistas y el de un sector de la ACNP, personificado en Joaquín Ruiz-Giménez, primer director del Instituto de Cultura Hispánica» [Iáñez, 2011: 111]. Es, pues, de enorme significación que se eligiera al autor de España como problema, Laín Entralgo, como primer director de la revista en 1948, en estrecha colaboración con el que sería el director del ICH, Alfredo Sánchez Bella134. Desde julio de 1949, junto a Laín Entralgo, figuraban Mario Amadeo, también como director, Luis Rosales (subdirector), otra de las figuras vinculadas estrechamente con Escorial, y Enrique Casamayor en el cargo de secretario. De origen vasco y de formación médica, se ocupó de diversas publicaciones periódicas durante la posguerra. Además de Cuadernos, sin duda su etapa de mayor proyección, fue secretario de redacción en la zaragozana Pilar, la Revista de Educación y en la Revista de Estudios Políticos. Previamente había detentado dicho cargo de secretario Ángel Álvarez de Miranda (1915-1957), catedrático de Historia de las Religiones de la Universidad de Madrid, director del Instituto Español de Lengua y Literatura en Roma y vinculado a revistas como Alférez (formó parte de su equipo directivo) y Revista de Estudios Políticos, donde colaboró. Mario Amadeo era un profesor universitario de Derecho argentino con 134 Aunque Laín figurara en la dirección de la revista, las labores editoriales y de administración, tal y como aventura Vera Artázcoz [2005: 22], corrieron a cargo de Alfredo Sánchez Bella. 144 una notable participación en la vida política desde los años treinta. Así, fue fundador de la Acción Católica Argentina, secretario de embajada en el Vaticano y Uruguay, cónsul en Santiago de Chile y ministro de Asuntos Exteriores de Argentina en 1955. Fue autor de obras como Manual de política internacional. Su presencia en Cuadernos Hispanoamericanos es significativa por dos motivos: en primer lugar, porque de ese modo se contaba con una personalidad procedente de Hispanoamérica en su cuadro directivo; además, por su destacado papel como embajador y político en uno de los países que más rápidamente renovó sus relaciones con el régimen de Franco. Ello encajaba perfectamente con los propósitos propagandísticas de la revista, tal y como se explicitaban en la memoria interna del ICH correspondiente a los años 1947- 1951. Se afirmaba que la creación de Cuadernos Hispanoamericanos replicaba «a la revista mensual que los exiliados españoles en México publican en la capital mexicana con el título de Cuadernos Americanos». Esta publicación contaba «con profusión de medios económicos y con la colaboración de la mayor parte de los españoles exiliados en América y de los escritores americanos de signo democrático-izquierdista. Esta revista mantiene una tendencia cultural de carácter parcialmente político, con manifiesta proclividad antiespañola gubernamental con lo que, en consecuencia, quedan lesionados los intereses culturales de España en Hispanoamérica, meta que, en fin de cuentas, es la que pretenden a la larga alcanzar los dirigentes de Cuadernos Americanos» [ICH, 1951]. Se trataba, pues, de configurar una versión diferente, mediatizada por los intereses del régimen —recordamos que el Instituto de Cultura Hispánica dependía directamente del Ministerio de Asuntos Exteriores— de la cultura española del interior. Con este propósito se creaba el Seminario de Problemas Hispanoamericanos, que constituía la redacción de la revista en cuestión hasta abril de 1953; a partir de ese momento dicho seminario se transformaba en la Escuela de Estudios Hispánicos. La empresa editorial a la que se asociaba la revista —y todas las demás del Instituto— era Ediciones Cultura Hispánica, más adelante Ediciones Mundo Hispánico, y la imprenta fue variando en el tiempo entre Industrias Gráficas España, Gráficas Valera, Salvador Aguirre Impresor y Gráficas Orbe S.A., ninguna coincidente con las que se ocupaban de Correo Literario (probablemente, por los diferentes formatos de cada una de las revistas). Frente al gran formato de Mundo Hispánico y Correo Literario, los Cuadernos Hispanoamericanos se presentaban en tamaño cuaderno de A5, sin fotografías ni imágenes a color —aunque con alguna ilustración a cargo de los habituales artistas del ICH — y con una extensión en torno a las 120 páginas. Se trataba, pues, de un formato 145 que favorecía la lectura tranquila, de artículos normalmente largos, frente a la brevedad y el carácter mucho más inmediato del noticiario Correo Literario. Su periodicidad era coherente con su aspecto físico: hasta enero de 1952 la revista se editaba bimensualmente y, a partir de entonces, salía un número nuevo cada mes, con el consiguiente aumento de precio para la suscripción anual (de 75 pesetas a 160 a partir de marzo de 1952; el número individual se mantuvo en las 15, frente a las 4 de Correo Literario y las 10-12 de Mundo Hispánico). La tirada de Cuadernos Hispanoamericanos empezó siendo de 2000 ejemplares, frente a los 10.000 de Mundo Hispánico, y en el año 1955 se redujo a 1750 [ICH, 1955]. En las memorias del Instituto se reconocía su carácter minoritario: «Es sabido que se trata de una publicación de ambiente limitado» y se detallaba, asimismo, la distribución de los ejemplares de cada tirada: «400 sirven de intercambio con otras revistas; cuenta con 300 suscripciones más las 50 de la Dirección General de Relaciones Culturales; el restó en la venta, enviándose unos 1000 a las naciones hispanoamericanas» [ICH, 1947]. La revista mantuvo una notable regularidad estructural a lo largo de los años. El número se abría con una sección de carácter ensayístico, en la que se solían recoger los textos de las firmas más destacadas. Inicialmente se denominó «Del ser y del pensar hispánico» y, tras algunos números en los que no se incluyó rótulo de sección, «Brújula del pensamiento» (desde enero de 1952). A esta le seguía otra de título «Nuestro tiempo», de contenido, en realidad, equivalente, motivo por el cual aquella probablemente desapareciera tras el número 8 (marzo-abril de 1949). Los textos de creación y ensayísticos de temática artística se incluyeron en la sección «Arte y poética», aunque solo se mantuvo así durante los primeros números. Finalmente, en «Asteriscos» se recogían varias notas de actualidad de temática variada (y en las que tenían bastante peso las de carácter histórico, político y económico) y en «Brújula para leer» las reseñas literarias. A estas secciones principales se fueron sumando otras con el tiempo. Así, a partir del número 8 (marzo-abril de 1949) aparecieron «Crónica europea»135 y «El hispanoamericanismo en las revistas», de carácter intermitente, y, a partir del 21 (mayo- 135 En las memorias económicas se detallan algunos de los motivos por los que la sección no tuvo la continuidad deseada: «La experiencia de estos números de «Crónica europea» no acaba de satisfacer, por no acordarse, en su mayor parte, con la intención interpretativa de los sucesos culturales respectivos, y porque las noticias que se publicaban llegaban al lector hispanoamericano con un fracaso excesivo. Por lo cual, se decide, para próximos números, prescindir de la crónica, a la espera de mejor ocasión para encontrar colaboradores idóneos» [ICH, 1951]. 146 junio de 1951), el noticiario «Brújula de actualidad», que en alguna ocasión se subdividía en diferentes apartados en los que se organizaba el contenido geográficamente: «El latido de Europa», «A remo hacia las Indias», «España en su tiempo», «Hagamos crítica todos». Esta última sección respondía a un cambio en la periodicidad de la revista, que pasó a editarse mensualmente, por lo que convenía «mantener una gran atención en el fenómeno de la actividad cultural» [ICH, 1951]. Asimismo, a partir de marzo de 1951, cerrando cada número, se incluyó lo que se denominaban «las páginas de color»: «estos artículos eran presentados por la revista como colaboraciones de autores no propios y, amparándose en esa presentación, con frecuencia se ofrecían en ellos las afirmaciones más rotundas acerca de la actividad cultural y política de ámbito internacional» [Vera Artázcoz, 2005: 24]. En efecto, los artículos incluidos en esta sección final eran firmados por nombres no habituales en la revista, como Dionisio Gamallo Fierros (nº 39), Jaime Guasp Delgado (nº 40) o Santiago Lagunas (nº 45), y entre las temáticas tratadas destacaban los contenidos de carácter político y económico de ámbito internacional: «La conferencia interamericana de Caracas» (nº 55) o «Un estudio sobre la Unión Iberoamericana de Pagos» (nº 65). Muchas otras veces las firmas eran las habituales: Marcelo Arroita-Jáuregui (nº 31), Laín Entralgo (nº 31), Casamayor (nº 67), y se incluían contenidos culturales como una «Crónica de Santander» con dos entregas durante este periodo (nº 43, 45), o la polémica comprensiva que aparece reflejada en su número 31, como veremos más adelante. Además, en estas páginas finales se insertaban muchas veces secciones de carácter hispanoamericanista como «¿Adónde va Hispanoamérica?» (nº 31) o «Nuestra América en las revistas» (nº 47, 47, 48). Entre los colaboradores136 de la revista destacaron, en primer lugar, personalidades vinculadas a la plataforma Escorial, quienes, como ya hemos mencionado, vieron en Cuadernos Hispanoamericanos un espacio propicio para sustituir a una revista que estaba lejos de su época de esplendor inicial. Laín Entralgo, primer director de la revista, se ocupó de muchos de los principales problemas ideológicos que enfrentaban sus páginas: «Vieja Europa, joven América» (nº 2), «Más sobre Europa y América» (nº 3), «Hispanidad y modernidad» (nº 3), «Sobre el ser de España» (nº 15) o, ya fuera del periodo estudiado, «El cristianismo en el mundo moderno» (nº 90). Rosales, 136 En el número 100, conmemorativo de los cien primeros números de Cuadernos Hispanoamericanos, se incluyó un útil «Índice alfabético de autores» en el que se recogían no solamente los nombres que llenaron las páginas de la revista, sino también los títulos de los trabajos publicados, así como la sección en que se incluían. 147 quien sería secretario y subdirector de Cuadernos, colaboró con cierta frecuencia en la revista (en veinte ocasiones), con textos fundamentalmente de carácter cultural —también en alguna ocasión con poemas— sobre autores como Cervantes, Dalí, Machado (nº 11- 12) y Ortega (nº 17). Del mismo modo, los secretarios fueron frecuentes colaboradores: Ángel Álvarez de Miranda, con 22 textos, casi en su totalidad reseñas para la sección «Brújula para leer», y Casamayor, el autor más prolífico de la revista, con cincuenta y cinco publicaciones sobre temas diversos. Otros autores de Escorial que tuvieron una presencia notable en la revista, fueron Vivanco, con catorce textos durante el periodo estudiado, fundamentalmente sobre aspectos pictóricos, pero también sobre escritores como Machado (nº 11-12), Unamuno (nº 19) y Gide (nº 20); Aranguren (nº 30), que abordó sus temas predilectos de esta época: actualidad católica de España, laicismo y religión, las artes y el catolicismo o el existencialismo y otras corrientes del pensamiento de posguerra137; Valverde, con veintiocho colaboraciones, publicó reseñas frecuentemente, ocupándose de autores cercanos a la revista como Vivanco (nº 13), Aranguren (nº 35), Laín Entralgo (nº 46), pero también de nombres más sorprendentes como Vallejo (nº 7) y Faulkner (nº 63). Aunque de forma más puntual, completaron la presencia escurialense nombres como Alonso, Diego, Marías, Ors, Panero, Carlos Alonso del Real, Torrente Ballester y Tovar, entre otros138. Otros sectores de la Falange, no directamente relacionados con el grupo de Laín Entralgo, ocuparon, asimismo, parte de las páginas de la revista. Del entorno de las publicaciones del SEU, nos encontramos, por ejemplo, las firmas de Arroita-Jáuregui (ocho textos), director de Alcalá, así como subdirector de Correo Literario; Antonio Lago Carballo (18), Miguel Sánchez Mazas (5) y Rodrigo Fernández-Carvajal (7), del círculo de la revista Alférez. Por su estrecha vinculación con el ICH, escribieron en la revista autores como Edmundo Meouchi (13), un mexicano residente en Madrid gracias a una beca de la institución, Tomás Salinas (10), Antonio Fernández Spencer (8), Juan Gich (5), a la postre director de una de sus revistas, Correo Literario, así como Jaime Delgado (con un total de cuarenta textos), quien ejerció el cargo de jefe del Departamento de 137 Fue en Cuadernos Hispanoamericanismo, asimismo, donde publicó uno de sus textos más famosos sobre el exilio español: «La evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración» (nº 38). 138 El sector intransigente tuvo una representación limitada, con apenas dos artículos de Florentino Pérez Embid (aunque uno de ellos, «Ideas actuales sobre estilo manuelino y mudejarismo portugués», en su primer número) y tres de Juan José López Ibor. Más significativa fue la presencia del novelista Vintila Horia, escritor rumano de ideología pronazi, que en sus treinta y seis artículos publicados, junto a temas culturales vinculados con Rumanía y con Italia, donde vivió durante muchos años, se abordaban también problemáticas políticas desde una perspectiva fascista: por ejemplo, en «El ejemplo de Oliveira Salazar», «El comunismo en Hispanoamérica» o «Gorki, Lenin y la búsqueda de Dios» 148 Historia del Instituto, dentro del Seminario de Problemas Hispanoamericanos entre 1947 y 1950. Además, publicaron en la revista algunos políticos, como Manuel Fraga, con veintinueve textos, y, ya fuera del periodo estudiado, entre 1956 y 1957, firmaron dos artículos Sánchez Bella y Martín-Artajo. La revista abrió las páginas a muchos escritores jóvenes, que posteriormente despuntarían como las principales voces literarias del panorama español. Destaca, en primer lugar, la prolífica actividad de José Ángel Valente, con treinta y siete textos. Se ocupó fundamentalmente de publicar artículos sobre literatura hispanoamericana: estudió figuras concretas como Vicente Huidobro (nº 7), José Rumazo (nº 20), César Vallejo (nº 39) o Jorge Icaza (nº 41), y firmó panoramas generales con criterios geográficos o genéricos. Le seguían en asiduidad los nombres principales del grupo de Arte Nuevo: Alfonso Sastre (con treinta publicaciones) y José María de Quinto (11), que abordaron aspectos teatrales y cinematográficos, y otros compañeros de esa iniciativa como Medardo Fraile (3) y Carlos-José Costas (5). Ignacio Aldecoa también publicó regularmente en Cuadernos Hispanoamericanos, con once textos —muchos de ellos cuentos— y, de forma más puntual, lo acompañaron algunos escritores de la misma promoción, como José Manuel Caballero Bonald (6), Juan Francisco Marsal (2), Jaime Ferrán (3), Martín Gaite (1), José Hierro (2) y, ya en 1955, Jaime Gil de Biedma, con su famoso artículo «Poesía y comunicación» (nº 67), en respuesta al que publicara Carlos Barral en Laye, «Poesía no es comunicación» (nº 23, abril-junio 1953). Del mismo modo, en la revista participaron numerosos profesionales de distinto ámbito, sin una significación política clara y, en muchas ocasiones, de carácter inequívocamente liberal. Es el caso del crítico Ricardo Gullón, con cincuenta y ocho artículos —el autor más prolífico de Cuadernos Hispanoamericanos en esta etapa— en los que abordaba aspectos artísticos de actualidad —con especial atención a iniciativas como la Escuela de Altamira, de la cual era cofundador, y la Bienal Hispanoamericana de Arte que organizaba el propio Instituto, y a figuras concretas como Picasso (nº 23) y Miró (nº 15), Klee (nº 30), Matisse (nº 31), entre otros. En el ámbito literario, escribió sobre Antonio Machado (nº 11-12), Juan Ramón Jiménez (nº 14) y Clarín (nº 38), así como sobre autores extranjeros: Faulkner (nº 20), Gide (nº 21), Goncourt (nº 19 y 26), T. E. Lawrence (nº 29), Kafka (nº 29), Gógol y Artaud (nº 35) y O’Neill (nº 40), entre otros. Le siguen en asiduidad el editor de Ínsula, José Luis Cano (dieciocho colaboraciones), encargado fundamentalmente de los artículos sobre poesía —en el número 22 publicó uno sobre «el cuarto Cántico de Jorge Guillén—, y el filósofo Emilio Lledó (14). Junto a 149 estos, publicaron numerosos nombres que adoptaban la visión integradora de los comprensivos, pero al margen de polémicas y capillas políticas: Marañón, Tierno Galván, Gaya Nuño, Lapesa, etc. Desde esta misma perspectiva escribieron algunos especialistas como el matemático Ramón Crespo Pereira, con cuarenta colaboraciones, o el lingüista Alfredo Carballo Picazo, con veinticuatro artículos cuya frecuencia aumentó notablemente en los años posteriores. Finalmente, hay que señalar a aquellos poetas y novelistas que participaron asiduamente en la revista, ya sea con colaboraciones de carácter creativo, ya sea con reseñas y artículos de temática literaria. Entre los más frecuentes, destacan Ramón de Garciasol (9), Ildefonso Manuel Gil (12), Rafael Gutiérrez Girardot (30), Rafael Morales (9), Carlos Edmundo de Ory (11) y José María Souvirón (19). En las memorias del ICH se alude en numerosas ocasiones al deseo de ampliar la nómina de colaboradores habituales de la revista. A partir de la incorporación de Rosales como subdirector en 1949, se celebraba que «un nuevo grupo de escritores que dan a la publicación un buen empaque de aportación crítico literaria, artística y culturalista». Del mismo modo, se buscaban continuamente formas de añadir firmas más allá de los colaboradores del Seminario de Problemas Hispanoamericanos: «Hay que utilizar el material ya trabajado por la imprenta y organizar un sistema de colaboraciones más allá de la órbita funcional del Seminario de Problemas Hispanoamericanos que se preocupará de surtir principalmente a la revista de comentarios de actualidad, es decir, a las secciones de “Asteriscos” y de “Brújula para leer”. Las tres restantes, las primeras, se surtirán en lo posible, de las mejores colaboraciones de escritores españoles en sus especialidades, inclinando la selección de originales hacia los temas hispanoamericanos», y con una perspectiva integradora —«Sus páginas, ahora como hace cuatro años, siguen abiertas a cuantos tienen algo que decir en beneficio de la cultura hispánica, sin distinción de partidismos coloristas, cuyo vaivén, en su aspecto no específico, no debe alcanzar el propósito cultural (entendido en un sentido religiosamente hispánico) que anima la edición de estos Cuadernos» [ICH, 1951]— que, como hemos visto en las páginas anteriores, acabó siendo limitado a unos círculos muy concretos: los de la Falange intelectual y los escritores jóvenes que empezaban a publicar en las revistas controladas por estos. Se puede afirmar, pues, que Cuadernos Hispanoamericanos se encuadró de forma plena en la dinámica comprensiva que animaría más adelante publicaciones como Revista y Alcalá. Su primer director, Laín Entralgo, así como el editorial de su número inicial, 150 «A quien leyere», explicitaban totalmente dicha orientación: «Quien lea esta revista debe saber, ante todo, que ha nacido para servir al diálogo» (nº 1: 7). Diálogo abierto a voces disidentes pero siempre con la supeditación de los dos pilares ideológicos básicos del ICH, la Hispanidad: «dialogaremos amistosamente con todos cuantos quieran ser fieles al modo de ser que llamamos Hispanidad, es decir, a la mejor posibilidad histórica de los hombres españoles e hispanoamericanos. Dialogaremos polémicamente con todos los enemigos y disidentes de ese alto modo de ser hombre y de su derecho a la existencia histórica» (nº 1: 8); y el catolicismo: «Dios nos dará luz suficiente para discernir en cada momento, con claridad amorosa y firme, la verdad y nuestro derecho, la buena fe y la perfidia» (nº 1: 8). Ruiz-Giménez, de hecho, se refirió alguna vez a esta publicación como la «revista doctrinal de nuestro Instituto» [en Vera Artázcoz, 2005: 25]. La vinculación comprensiva se hizo explícita en varias ocasiones. Uno de los casos más significativas es el del número 31 (julio de 1952). En sus páginas de color (sin numerar) se incluían textos que explícitamente dialogaban con la polémica que se había desarrollado entre Jorge Vigón y Dionisio Ridruejo en las páginas de Ateneo y Revista, respectivamente. Se reproducía el famoso artículo de Ridruejo «Excluyentes y comprensivos» (Revista, nº 1), junto a otros textos en esa misma línea: «Las Españas», de Fraga Iribarne, «Conspiración de silencio», de Arroita-Jáuregui, un artículo reproducido de Alcalá en el que se aludía a la ausencia de referencias a José Antonio en los textos intransigentes, además de dos editoriales de Ateneo en los que se defendía un punto de vista comprensivo: «Pero también a los refractarios tiende Ateneo la mano. Y lo hace porque no se siente ni amenazado ni amenazador por y para quienes están dispuestos a participar en la empresa común»; «Los que conversan tienen un interés común. Quien crea lo contrario tiene una concepción bélica de la discusión y del diálogo y, por tanto, del pensamiento». Estas dos inclusiones se pueden interpretar como un ataque velado contra Jorge Vigón por sus publicaciones en esa misma revista, la figura contra la que cargarán los dos artículos restantes —«Sobre la Institución», de Arroita-Jáuregui, y «Radiografía de la Restauración»139, de Antonio Rodríguez Carvajal—: implícitamente se afirmaba que la plataforma donde el autor había publicado sus trabajos excluyentes no refrendaba dicha posición. Ambos textos son significativos de la postura comprensiva, y de cómo esta se manifestó en Cuadernos Hispanoamericanos. El primero defiende la 139 El texto se había publicado en el número 11 de Alcalá, con fecha del 25 de junio de 1952. 151 labor desempeñada por la Institución Libre de Enseñanza de los ataques de Vigón, constatando lo siguientes méritos: La indiscutible labor llevada a cabo en la universidad española por los hombres de la Institución, que elevó el nivel cultural de la universidad, modernizó los elementos de trabajo, nos puso al día en métodos científicos, aireó el ambiente enrarecido, se preocupó por comunicarnos con Europa, nos aportó el conocimiento personal de los últimos sabios y la divulgación de sus teorías, valoró fuera de aquí el esfuerzo de los sabios españoles que se lo merecían, nos trajo un sentimiento de superación en el trabajo cotidiano de la cátedra, etc. Aunque no faltan las críticas a los institucionistas —entre otras cosas, se les llama «beatos de la ciencia», «una especie de masonería intelectual» e «incapacitados» tras su fracaso en la universidad—, el artículo concluye con la defensa de la integración acorde a la doctrina falangista: sumar a todos los intelectuales en un proyecto común de unidad nacional: «Nosotros, que no tenemos nada que ver con la atmósfera partidista anterior al 18 de julio, nos tropezamos con unos valores españoles y los admiramos». Es la misma postura defendida en el texto de Rodríguez Carvajal, que se centra específicamente en la polémica entre Vigón y Ridruejo y concreta sus reflexiones en las figuras de Ortega y Unamuno. Tras sintetizar la polémica y situarse en el segundo de los bandos —«Para unos hay que hacer en la herencia yacente una rigurosa discriminación, incorporando de ella tan solo muy contados nombres y valores; para otros, la incorporación debe ser generosa y ancha»— defiende la duda (que vincula con la actitud de Unamuno) y la incredulidad (ligada a Ortega) como perspectivas positivas en el ámbito de la cultura y, por ello, como el camino deseado para el proyecto de planificación cultural de Falange. En cambio, el dogmatismo (que representa la actitud de Menéndez Pelayo) impulsa una noción inmovilista de la cultura, sin estilo ni emotividad: «Si para ellos la cultura es solo un acervo de ideas y creencias (no estilo ni emotividad), “carga intelectual” para impulsar empresas colectivas y seguridad inquebrantable, claro es que España sin problema es un libro excelente, una Biblia para uso privado». Las declaraciones explícitas de este número fueron refrendadas en muchas de las páginas de la revista. Así, Ortega y Gasset fue una presencia más o menos continuada, bien a través de artículos que estudiaban su pensamiento, bien a través de crónicas sobre sus iniciativas culturales en esta época: «El Instituto de Humanidades de Ortega y Gasset» 152 (nº 7), «La misión cultural de Ortega» (nº 39), «Homenaje a Ortega» (nº 40), «La cooperación en el pensamiento de Ortega y Gasset» (nº 50), «El Velázquez, de Ortega y Gasset» (nº 70) y «Homenaje de la Universidad de Madrid a don José Ortega y Gasset» (nº 73). Miguel de Unamuno es otra de esas referencias ineludibles en la historia de Cuadernos: «El pensamiento de Unamuno sobre Hispanoamérica» (nº 13), «Unamuno, cronista de Madrid» (nº 21), «Actitud de Unamuno frente a la filosofía» (nº 29), «El epistolario de Unamuno y Maragall» (nº 31), «Un nuevo libro de Unamuno» (nº 39), «Miguel de Unamuno, excitator hispaniae» (nº 60). El pensamiento filosófico contemporáneo, finalmente, con especial atención al existencialismo, recibió atención constante, aunque no siempre desde una actitud enteramente positiva. Algunos ejemplos: «Existencialismo y moral» (nº 10), «El pensamiento francés de la posguerra» (nº 18), «Jean-Paul Sartre pierde puntos» (nº 24), «Una visión crítica del pensamiento europeo moderno» (nº 28), «El absurdo, la ironía, el tiempo, a propósito de Alberto Camus» (nº 32), «Un aspecto de la polémica Sartre-Camus» (nº 40), «El existencialismo, filosofía del pecado original» (nº 41), «El existencialismo, filosofía de nuestro tiempo» (nº 50) y «El diálogo católico con el existencialismo y la ética» (nº 65). La reflexión sobre la cultura española del exilio fue, sin duda, el aspecto de mayor interés en el programa comprensivo llevado a cabo por Cuadernos Hispanoamericanos. Muy especialmente por el famoso y polémico artículo que Aranguren publicó en el número 38 (1953) bajo el título de «La evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración». En él, se sintetizaban algunos de los puntos programáticos de la «actual voluntad española de comprensión»: «un franco y ejemplar diálogo entre Cataluña y Castilla a través de las voces representativas de los poetas —poesía es comunicación— Carles Riba y Dionisio Ridruejo. Nosotros mismos, en libro reciente, hemos procurado poner un poco más claras las relaciones, históricas y actuales, entre el catolicismo y el protestantismo» [1953: 124], para vincularlo luego con el exilio español. Defendía, en este sentido, el restablecimiento del diálogo entre ambos lados: «¿No es absurdo que entre ellos y nosotros esté cortada casi toda comunicación pública?» [1953: 123], aunque para ello distinguía, en función de su visión de la guerra civil, tres grupos entre los exiliados: «los que persisten, imperturbables, en su ánimo beligerante», como León Felipe y Max Aub, excesivamente politizados; «los moderados […] [que] reconocen los “trágicos errores” del régimen republicano» [1953: 152], como Salvador de Madariaga; y novelistas e historiadores como Francisco Ayala y Américo Castro que se plantean el problema bélico de una forma «radical» y sin ninguna connotación emocional o política. 153 Se trataba, pues, de una invitación al diálogo —el texto terminaba: «Creo que toca ahora a otros compatriotas, aquí o allá proseguir el diálogo» [1953: 157]— pero, como analiza Larraz, condicionada «a no cuestionar las interpretaciones de la guerra civil y limitado únicamente a aquellos exiliados que habían demostrado una especie de evolución o conversión» [2010: 722]. Otros artículos en este mismo sentido son los publicados por Ángel Álvarez de Miranda: «En torno a una visión de España desde el exilio» (nº 4), y Julián Marías: «Hispanismo y españolismo» (nº 63). Asimismo, fueron varias las notas, reseñas y artículos sobre autores del exilio (en su mayoría poetas, los menos problemáticos140, como Guillén (nº 8, 14, 22, 26), Cernuda (nº 10), Juan Ramón Jiménez (nº 10, 14, 37) , Salinas (nº 24, 31), Prados y Domenchina (nº 10), entre otros, y sobre autores de la cultura de la preguerra, como García Lorca (nº 10, 52, 54) o la presencia continua de Machado, a quien se le dedicó un número homenaje: el 11-12 (septiembre-diciembre, 1949). El número, destacado como «lo más importante de las aportaciones nacionales y extranjeras a la revisión del gran poeta y filósofo» [ICH, 1951], incluía textos del propio Machado —una antología inédita de textos de Los complementarios y otras obras en prosa—, abundante documentación gráfica (bajo el rótulo de «Nuestro pequeño museo machadiano» y artículos de, entre otros, Laín Entralgo, Ors, Marías, Alonso, Aranguren, Valverde, Diego, Rosales y Vivanco. Esto es, la nómina principal del 36 en torno a uno de sus referentes principales desde los tiempos de Escorial141. Por todo ello, son varios los autores que han valorado positivamente la propuesta ideológica de la revista. Fanny Rubio, por ejemplo, destaca la «fuerte herencia orteguiana» de la revista [2003: 97], así como el interés de su línea «europeizadora y americanizante» [2003: 98] y su carácter de vínculo «que mantuvo a las culturas española y latinoamericana en contacto perenne» [2003: 97]. Esta visión, quizá demasiado ingenua respecto de la complejidad ideológica de una revista institucional como Cuadernos, aparece matizada en otros autores. Ferrary afirma que la publicación había ido 140 Según los datos recopilados por Larraz, que ha estudiado en detalle la recepción del exilio en Cuadernos Hispanoamericanos [2010], la presencia de los narradores exiliados fue mucho más tardía: hasta 1956 no se hacen menciones explícitas a Francisco Ayala, y colabora en la revista desde 1967. Ramón J. Sender aparece por primera vez referenciado en 1957. 141 Wahnón ha estudiado este número en detalle y subraya su importancia por dos motivos principales: en primer lugar, por lo que supuso de resistencia a la poética pura y otras estéticas de vanguardia que se estaban recuperando desde medios como Ínsula. Frente a Guillén, el modelo neorromántico concretizado en Machado. En segundo lugar, y pese a ello, el número abrió las páginas de Cuadernos Hispanoamericanos a firmas como las de Eugenio de Nora y Gullón, quienes defendieron en el homenaje la figura de Machado desde otras perspectivas: la poética social y la crítica formalista, respectivamente. 154 desarrollando «un clima intelectual que hacía factible plantear la progresiva renovación del pensamiento español con unos valores culturales ajenos a su tradición católica, partiendo para ello de los principios unitarios del régimen» [1993: 292], aunque niega la capacidad real de acción de la plataforma y el grupo que la sostenía: «apenas si estaba en disposición real de influir sobre el modo de llevar la política cultural del país» [1993: 291]. Algo de eso habría cuando en la propia época se afirmaba en informes secretos oficiales que Cuadernos Hispanoamericanos «era un foco de izquierdismo y de dudas sobre la función y política del régimen» [Raja y Vich, 2010: 369]. Dichas valoraciones de Cuadernos Hispanoamericanos —que, como todo fenómeno del entorno comprensivos, es problematizable— han de ser doblemente matizadas. En primer lugar, porque según avanzaba la década de los cincuenta la revista experimentó un progresivo giro conservador y ultracatólico, debido a la creación por parte de Sánchez Bella del Centro Europeo de Documentación e Información, que agrupaba a intelectuales ultraconservadores de Europa [Larraz, 2010: 721]. Alguna de estas firmas, cuya presencia en la revista denunciaba Aranguren a Guillermo de Torre, era por ejemplo la del archiduque Otto de Austria-Hungría, quien firmó textos como «¿Una contrarrevolución francesa?», «Reaparece Lenin» y «Europa y el bloque soviético». No hay que olvidar, en segundo lugar, el propósito explícitamente propagandístico para el cual se creaba la revista: contrarrestar la imagen de España que difundían en América las revistas del exilio y, muy especialmente, la mexicana Cuadernos Americanos. El lector hispanoamericano ocupaba, pues, un lugar preeminente en el plan de Cuadernos Hispanoamricanos. Escudero, que ha estudiado el americanismo de la revista, ha analizado a partir de los datos de distribución y de venta cómo esta apuntaba claramente hacia Hispanoamérica como principal destinatario [1992: 381]. Esto además concuerda con el hecho de que prevalezcan en ella las firmas nacionales y que España sea objeto de la mayor parte de los artículos publicados: «la finalidad última de la misma no era informar al pueblo español sobre la realidad latinoamericana, sino desarrollar una política frente a América Latina y mostrar a “las clases dirigentes de todos estos países el rostro total y la luz de nuestro resurgimiento”» [1992: 382]. Más que diálogo y vínculo trasatlántico, como afirma Rubio, ha de hablarse de difusión de una determinada imagen de España en América. Todo este carácter propagandístico se vehiculó a través del discurso de la hispanidad, el cual apareció desarrollado en la revista en tres puntos fundamentales, tal y como lo ha detallado Escudero [1992]. En primer lugar, España y las naciones 155 hispanoamericanas, en virtud de sus vínculos históricos y la religión católica, conformaban una comunidad hispánica, preexistente y esencialista: reestablecer y forzar esos lazos comunitarias se tornaba, pues, en una misión fundamental del Instituto y sus iniciativas. En segundo lugar, en la crisis contemporánea en que se encontraba occidente, dividido entre las alternativas del capitalismo y el comunismo, la hispanidad, capitaneada por España, se vislumbraba como la única alternativa, trascedente y católica, para dicha coyuntura. Finalmente, España se señalaba como la intermediaria ideal entre los países latinoamericanos y Europa: en este sentido, su misión era también velar por impedir la intromisión del comunismo soviético en América [Larraz, 2010: 719]. Cuadernos Hispanoamericanos, la revista de cultura por antonomasia del Instituto de Cultura Hispánica, se encuadró, pues, en el paradigma comprensivo: no solo porque heredó colaboradores e inquietudes de Escorial, sino porque en sus páginas se siguió la actualidad de la polémica de forma militante y explícita. Al mismo tiempo, desempeñó un importante papel propagandístico en Hispanoamérica. Se trataba de exponer una imagen de la normalidad cultural de España, en oposición a la difundida por los exiliados en América en plataformas como Cuadernos Americanos y en relación con el discurso ideológico general que orientaba la actividad del ICH. Es un ejemplo más, en fin, de las tensiones y ambigüedades ideológicas que acompañaron siempre al fenómeno comprensivo. Enseguida veremos cómo en Correo Literario, debido a una mayor complejidad en el número de discursos que se cruzan en sus páginas, estas tensiones son todavía más acusadas. 2. Correo Literario. Artes y letras hispanoamericanas (1950-1955) a) Etapa I. 1. (marzo-1950 / febrero-1951). Leopoldo Panero (nº 1-18) Cuando en 1948 el Instituto de Cultura Hispánica decide incluir la edición de revistas en su programa cultural cuenta únicamente con dos proyectos: Mundo Hispánico, en cuanto publicación dirigida al público mayoritario, y la más especializada e intelectual Cuadernos Hispanoamericanos. Sin embargo, poco después añadió un tercer elemento en dicha estrategia: el noticiario cultural Correo Literario. En documentación interna del Instituto, Faustino G. Sánchez-Marín explicita dicha función complementaria: «Tenemos magníficas revistas de altura, de especialidad y de pensamiento. Pero no una revista que 156 en servicio de aquellas atienda más a la información y a la sana agitación de la vida literaria que al producto literario mismo. Es decir, los hombres hispánicos que profesen actividades literarias y artísticas deben tener un órgano de información y propaganda de su delicado quehacer» [ICH, 1951]. Su propósito principal era el de eliminar el monopolio de la prensa extranjera en lo que concernía a la información cultural hispanoamericana, tal y como hacía desde su ámbito la revista Resumen: «Continuando la batalla iniciada por la revista Resumen para liberar la información inter-hispánica de la tiranía, monopolio y tergiversación de las agencias informativas extranjeras al mundo hispánico, Correo Literario debería cumplir la segunda fase liberando la información y creación literaria hispánica de los moldes de estilo e ideología impuestos por París o Nueva York, favoreciendo un meridiano de las letras propio» [ICH, 1951]. Es decir, que Correo Literario desempeñaría una función complementaria respecto de Cuadernos Hispanoamericanos también en lo propagandístico: si esta, recordemos, se creaba con el primer fin de contrarrestar las informaciones publicadas en la revista del exilio Cuadernos Americanos, Correo Literario haría lo mismo respecto de los principales medios del mundo cultural occidental. La figura elegida para dirigir esta publicación fue el poeta Leopoldo Panero, estrecho colaborador del ICH y uno de los intelectuales de mayor prestigio, en ese momento en el cénit de su carrera: en 1949 acababa de salir su primer poemario, Escrito a cada instante, y en 1950 estaba ya inmerso como comisario en los preparativos de unos de los principales eventos artísticos de la década: la Bienal Hispanoamericana de Arte. Conviene detenerse brevemente en la figura del poeta142. Originario de Astorga (1909), se inicia literariamente en esa ciudad junto a su hermano Juan Panero, el historiador Luis Alonso Luengo y el crítico Ricardo Gullón. Con ellos, lleva a cabo algunas iniciativas de interés como las revistas La Saeta y Humo, así como algunas publicaciones puntuales. A partir de 1928 se traslada a Madrid, donde realiza sus estudios de Derecho y conoce a varias figuras de prestigio de la vida intelectual de entonces, como César Vallejo, por cuyo comunismo cristiano se siente fascinado y al 142 Son ya varios los trabajos publicados acerca de la trayectoria de Leopoldo Panero. Contamos, en primer lugar, con los libros de memorias de su mujer Felicidad Blanc [1977] y su amigo Ricardo Gullón [1985]. A ellos se suman los trabajos de especialistas centrados fundamentalmente en tres etapas: desde sus primeros pasos literarios en Astorga hasta el final de la Guerra Civil [Huerta Calvo, 1993a y 2016]; su periodo londinense [Alonso Perandones, 2002 y 2016]; y su relación con América a propósito de las Bienales y la embajada poética de 1949 [Arencibia, 2005; Cabañas Bravo, 2007 y 2012; Díaz de Alda, 2012; Rivera Machina, 2015]. Una mención especial merecen los trabajos panorámicos de Huerta Calvo [2007 y 2012]. Con una detallada cronología elaborada por este mismo [2007: cliii-clxviii] se hace urgente, sin embargo, una biografía del escritor. 157 que llega a alojar en su casa de Astorga en el verano de 1931, Pablo Neruda, a quien admira y lee con fervor en esos años143 y Miguel de Unamuno, a quien acompaña a Cambridge en calidad de intérprete cuando su investidura como Honoris Causa. En estos años realiza varios viajes a Tours, Poitiers y Cambridge, donde completó su formación políglota. Publica en diferentes revistas de la época poemas corte vanguardista144. Su primera iniciativa cultural en Madrid fue la edición de una revista literaria, Nueva revista145, que fundó en 1929 junto a Maravall, José Ramón Santeiro y Muñoz Rojas. De formato tabloide y periodicidad quincenal, se proponía como «Índice de la juventud inédita». Así, se incluían poemas de los principales nuevos valores de la época: el propio Panero, José Antonio Maravall, José Antonio Muñoz Rojas, o Arturo Serrano Plaja. Junto a ellos, figuraban algunas de las principales firmas del 27: Alberti, Aleixandre, Salinas y Cernuda. Todo ello resultó en un programa ecléctico que combinaba la totalidad de corrientes poéticas de los últimos veinte: purismo, ultraísmo, surrealismo, clasicismo, etc. Ideológicamente, la publicación estuvo marcada por «la idea progresista propugnada por la filosofía krausista-liberal» [Morelli, 2012b: 49]. Debido a sus abiertas declaraciones de simpatía republicana y aun comunista, así como por el pasado masónico de su tío, en cuya casa de Astorga se hospedaba el poeta, al inicio de la guerra es encarcelado en San Marcos. Gracias a las gestiones de su madre, quien contacta primero sin éxito con Miguel de Unamuno y, luego, con Carmen Polo, de la que era prima lejana, Panero sale de la prisión. A partir de entonces, la trayectoria política del escritor estará ligada al entorno de Falange: en 1937 se adhiere a FET y de las JONS, en 1939, participa en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera y en 1940, además de participar en la tertulia Musa Musae, que dirigía Manuel Machado [Utrera, 2012] firma un contrato con la Editora Nacional, de la que luego sería colaborador oficial, para editar una Antología de poesía hispanoamericana, que finalmente saldría a la luz en dos volúmenes entre 1944 y 1945. Estrechamente vinculada 143 Leopoldo y su hermano Juan Panero figurarían entre los firmantes del folleto «Homenaje a Pablo Neruda de los poetas españoles», publicado en abril de 1935. 144 Los 19 textos que se adscriben, en efecto, a alguna de las líneas de la vanguardia histórica se publicaron en diferentes revistas entre 1928 y 1935. En ellos, aunque predomine, sin duda, un surrealismo «a la española, trufado de imágenes atrevidas […], de enrevesada sintaxis […], de símiles en retahíla […] y de un versolibrismo generoso» [Huerta Calvo, 2007: lxix], aparecen de igual modo otras huellas muy diversas de la poesía que se estaba llevando a cabo en esos años. Así, nos encontramos con poemas de corte futurista («Conferencia»), muestras del purismo guilleniano y «la huella culta de la lección gongorina, interpretada y actualizada por el maestro Guillén» [Morelli, 2012b: 53] en textos como «Poema de la niebla» o «Crónica, cuando amanece». 145 Existe una edición facsímil de la revista con estudio introductorio de Gabriele Morelli [2012a], que sigue siendo, junto a algún artículo puntual del mismo autor [2012b], la principal referencia sobre el tema. 158 a la Poesía heroica del Imperio que compilaron Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco a principios de la década de los cuarenta [Rivero Machina, 2015b: 424], la antología se inscribía en la defensa de la hispanidad y en el acercamiento cultural a los pueblos hispanoamericanos. La figura de Rubén Darío estructura la ordenación de los dos volúmenes y representa, tal y como defiende en su prólogo, el momento en que «la poesía general española cobra conciencia de su unidad espiritual» [Panero, 1944: 17]. El encargo fue, en primer lugar, un respaldo económico en un momento en el que la familia pasaba apuros [Blanc, 1977: 135]. Representaba, además, un «primer paso hacia la redención y reconversión para la diplomacia cultural franquista de tan valioso poeta» [Rivero Machina, 2015b: 425]. Así, en la década de los cuarenta se multiplican las responsabilidades políticas y culturales del escritor. En 1942 es nombrado traductor «encargado del Visado de las versiones en lengua castellana hechas del original en lengua inglesa» [2007: clviii], así como Lector de Obras de la sección de censura de la Delegación Nacional de Propaganda, de la cual sería Técnico afecto a partir del año siguiente. En 1945 empieza a colaborar con el Instituto de Estudios Políticos y el Instituto de España en Londres. Allí se desplazaría el año siguiente con su familia, en calidad de Lector de dicho Instituto, bajo la dirección de Antonio Rodríguez Pastor (además, durante algo más de un año ejerce de forma interina como director)146. Aprovecha para entrar en contacto con su pariente Pablo de Azcárate, director del Instituto republicano, Luis Cernuda, a quien le unió una estrecha amistad, Salvador de Madariaga y Segismundo Casado, entre otros; y, poco después, ejerce como director desde el 30 de junio de 1946. Ese sería su trabajo hasta 1947, cuando fue sustituido por Xavier de Salas debido a su incapacidad para la gestión147. Tras un breve periodo de nuevo en el Instituto de Estudios Políticos, en 1949 comienza a colaborar con el ICH. En primer lugar, publica allí su primer poemario: Escrito a cada instante, perteneciente a la nueva colección «La encina y el mar», en cuya gestión el astorgano estuvo estrechamente vinculado [Provencio, 2003: 61]. Además, es nombrado jefe de la sección de Cooperación Intelectual del Seminario de Problemas Hispanoamericanos, desde la cual organizaría el Congreso de Cooperación Intelectual. En ese mismo año 1949, Panero sería uno de los participantes de la denominado 146 Durante estos años, establece un estrecho contacto con el poeta inglés T. S. Eliot, al cual traducirá más adelante. 147 También se ha barajado la hipótesis de que el motivo real fuera precisamente sus contactos con los españoles exiliados en Londres, que también le acarrearían problemas durante la planificación de la Segunda Bienal Hispanoamericana de Arte [Díaz de Alda, 2012: 103]. 159 Misión cultural por Hispanoamérica que organizaba el Instituto. Junto a él, se embarcaron Agustín de Foxá, Luis Rosales y Antonio Zubiaurre (otros nombres propuestos eran los de José María Valverde y Gerardo Diego, pero declinaron la invitación en el último momento). El viaje, que se extendió desde diciembre de 1949 hasta marzo de 1950, consistió en una serie de recitales y conferencias por los siguientes países americanos: Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y México. También visitaron Estados Unidos, donde se reunieron con Laura de los Ríos y Francisco García Lorca. Se ha escrito bastante sobre las polémicas suscitadas en algunos países, instigadas por escritores hispanoamericanos y españoles exiliados: en Cuba, por ejemplo, Nicolás Guillén y Juan Marinello organizaron una campaña en contra de la embajada, poniendo de manifiesto el carácter propagandístico de la misma: «no es otra cosa que un esfuerzo más de la siniestra Falange para pretender la introducción de círculos culturales, en pro de las ya bastantes desacreditadas teorías de la hispanidad con que encubre el fascismo peninsular sus delirantes aspiraciones de reconquista de la América y de su ridícula voluntad de Imperio» [en Díaz de Alda, 2012: 108]. Otro altercado de mayor envergadura fue el sucedido en Venezuela, que inspiró el soneto colectivo «El silbido más triste es el del huevo» [en Díaz de Alda, 2012: 111]. Sin embargo, la crítica señala que en general la acogida fue positiva y los objetivos de la misión satisfechos. Panero, además, entró en contacto con muchos intelectuales hispanoamericanos que formarían parte de iniciativas posteriores orquestadas por el astorgano, como las Bienales o la propia Correo Literario: Loynaz, Zanetti o Carranza, quien posteriormente, según Luis Rosales [en Diaz de Alda, 2012: 122], daría el último impulso a Panero para publicar su Canto personal. Leopoldo Panero iniciaba la década de los cincuenta, pues, en una posición inmejorable. Su primer libro era galardonado con el Premio Nacional de 1950 y recibía tres importantes cargos, «acaso como compensación por haber asumido los riesgos de la citada misión poética iberoamericana, al igual que ocurrió con sus compañeros de viaje de diferentes formas» [Cabañas Bravo, 2007: 99]: la dirección de la revista Correo Literario, se le nombró jefe del Departamento de Cooperación Intelectual del Instituto de Cultura Hispánica y, poco después, el comisariado de las Bienales Hispanoamericanas de Arte, entre otros reconocimientos que iría acumulando a lo largo de la década: en 1952 se le nombra secretario del Museo Nacional de Arte Contemporáneo y obtiene el premio Fastenrath de la Real Academia Española por Escrito a cada instante y en 1953 es Premio Nacional por Canto personal. 160 Es clara, pues, la elección de Panero como director de la nueva publicación periódica del Instituto, creando, además, un paralelismo estratégico con Cuadernos Hispanoamericanos, cuya dirección acababa de pasar a Rosales, íntimo amigo del poeta astorgano. Desde el número inicial, la subdirección figuraba el periodista extremeño Faustino G. Sánchez-Marín y, a partir del número 23, la indicación de Panero, director, desaparece. A partir de ese momento, y hasta el número 45, Sánchez-Marín es el único nombre que aparece en dicho cuadro en calidad de subdirector. Sin embargo, en diferentes textos de la revista se habla de él como director de Correo Literario (por ejemplo, en el nº 25, a propósito del jurado del concurso de narrativa breve)148. La confusión, extendida por toda la crítica, que señala a Panero como único director de la revista hasta el relevo de Gich, se resuelve con la lectura de la primera memoria económica del ICH: «Poco tiempo después, fue encargado de la dirección de Correo don Panero, quien la ejerció —salvo un paréntesis de tres meses (agosto, septiembre y octubre) en que ejerció don Faustino Sánchez-Marín las funciones de director— hasta marzo de 1951 en que el señor Sánchez-Marín volvió a hacerse cargo de la revista [ICH, 1951]. Es decir, Leopoldo Panero fue director de la revista hasta su número 18 inclusive, con la excepción de los números 5 a 9. En una carta del 4 de julio de 1950 —entre la publicación del número 2 y 3—una carta de Panero a Aranguren149 revela que el autor de Escrito a cada instante ya ejerce como director pidiéndole colaboraciones. Otros documentos adelantan todavía más la fecha. El 1 de mayo de 1950 está fechada una carta oficial de Alfredo Sánchez Bella, quien, como presidente del Consejo Editorial de Ediciones Mundo Hispánico y director del Instituto de Cultura Hispánica, nombra a Panero como director de la revista (es decir, antes de la publicación de su primer número). Antes incluso Panero envía varias cartas que demuestran que el poeta estaba ya a cargo de la revista: el 30 de enero de 1950 a Germán Baráibar, encargado de negocios de España en Cuba [AGA-5379] y el 22 de abril de 1950 a Dionisio Ridruejo: «Pocos días después de marcharte tú me hice cargo de la Dirección de Correo Hispánico150 que ahora ya no se va a llamar Correo Hispánico sino Correo Literario y que saldrá quincenalmente desde mediados de mayo» [en Gracia, 2007: 201-2]. 148 En este mismo número, se alude a Alfonso Moreno como redactor-jefe. El dato es corroborado en una carta del 21 de agosto de 1951 (en torno al número 30) que le envía a Aranguren: «A mi regreso de La Granja donde he pasado felizmente el corto mes de permiso, me he reintegrado a Correo Literario, donde ha comenzado Sánchez-Marín sus vacaciones» [Archivo Aranguren (CSIC). Carta C11-1821-5]. 149 Archivo Aranguren (CSIC). C11-1821-6. 150 Una carta de Alfredo Sánchez Bella a Eugenio d’Ors (7 de febrero de 1950) arroja otro nombre inicial diferente: «Tengo un gran placer en anunciarle la próxima aparición de Letras hispanas. El número 161 Tal y como se indica en la memoria correspondiente, existió un número 0 que circuló privadamente durante el mes de marzo: Autorizado como antes se dijo, a últimos de febrero para preparar un número de prueba, tal número fue compuesto en 15 días, durante los cuales se resolvieron todos los problemas que lleva consigo el nacimiento de una revista: elección de formato; elección de imprenta; acopio de originales literarios y gráficos, etc. etc. El día 15 de marzo fue presentando el número 0 del que se hicieron unos 100 ejemplares para repartirlos privadamente y recoger posteriormente opiniones acerca de la futura revista presentada solo embrionariamente en aquel número. A cada ejemplar del nº 0 se adjuntó una cuartilla con siete consideraciones a tener en cuenta en su lectura. Se advertía en primer lugar que se trataba sencilla y exclusivamente de un número prueba cuyo contenido había sido recolectado en 15 días y sin otro propósito que el de apuntar temas, secciones, etc. Lo mismo ocurría con la confección que deliberadamente había seguido en cada página estilos distintos para ofrecer materia de discusión y de elección [ICH, 1951]. No hemos podido localizar ninguna de estas cien copias en los archivos que hemos consultado, pues sin duda hubiera sido interesante cotejar esta primera tentativa con lo que luego figuró en el número inicial; en el mejor de los casos, también habría sido de enorme interés averiguar cuáles fueron los informantes escogidos, así como sus sugerencias. I. ASPECTOS FORMALES Y PRINCIPALES COLABORADORES En cualquier caso, el 1 de junio de 1950 salía el número inicial de Correo Literario. Artes y letras hispanoamericanas. Se presentaba en formato periódico, con medidas de 47 x 33 cm. y una extensión razonable de 12 páginas, habida cuenta del reducido tamaño de fuente elegida para el texto, que se distribuía en 3 a 5 apretadas columnas. Su tirada, a la altura de 1953, era inferior a la de las otras revistas del Instituto, con una cantidad de ejemplares por número de 1600, frente a los 24.000 de Mundo Hispánico y los 2000 de Cuadernos Hispanoamericanos. Su periodicidad quincenal, sin inmediato probablemente nos dará ya una impresión de lo que puede intentarse en un plano ambicioso de órgano interhispánico de expresión y creación literarias» [Arxiu Nacional de Catalunya, ANC1-255-T-107- 5751]. 162 embargo, resultó en que era la segunda revista en número de ejemplares totales, con 76.600 frente a los 289.700 y 23.150 de aquellas, respectivamente. La portada se ajustaba a este formato de noticiario: en el encabezamiento se indicaba el título y subtítulo de la revista, en un color que cambiaba en cada número y en correspondencia con otros elementos del número: títulos, recuadros, coloreado de dibujos, etc. Debajo del título, enmarcadas por dos líneas horizontales, se identificaba el número: año de la revista, lugar y fecha de publicación y precio (4 pesetas). De los otros datos básicos se nos informa en la página 2, donde se incluye el cuadro de redacción y la dirección de la redacción y administración: Alcalá, 95 (todavía no se había inaugurado el edificio oficial del ICH), así como la empresa editora: Ediciones Mundo Hispánico, y Empresa General Distribuidora: Ediciones Iberoamericana, S.A. (calle Pizarro, 17), que es sustituida por Ediciones Mundo Hispánico a partir del número 12 (1 de diciembre de 1950). En ocasiones, además, se incluía una lista completa de las distribuidoras en los otros diecinueve países en los que la revista se vendía (todos hispanoamericanos): Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela. En un pie de página de la contraportada se nos indicaba la imprenta con la que trabajaba la revista: en esta etapa, Prensa Española S. A. (calle Serrano, 61). La combinación entre texto e imagen resultaba equilibrada. En general en blanco y negro, en casi todas las páginas se incluía alguna ilustración o fotografía. Si tomamos como ejemplo el primer número, encontramos fotografías de los autores estudiados en las páginas 1 (Pío Baroja) y contraportada (Mallarmé), reproducciones de dos cuadros de Dalí, en portada y un artículo dedicado al pintor (cuando se crea la sección de «Arte» a partir del número 2, será abundante este tipo de material). Dos artistas gráficos — Fernando Sáez González y Carlos Pascual de Lara— ilustraban la sección de «Poesía y poética» y el cuento publicado por Eulalia Galvarriato, respectivamente. Algunas secciones, además, merecen rótulo especial: en este número inicial, «La cucaña», «Correo de ultramar», «La suerte o la muerte», así como las subsecciones de «Crítica». Finalmente, pequeñas ilustraciones acompañaban algunos de los textos: es buen ejemplo de este procedimiento habitual los pequeños retratos de los encuestados en la página 8 o los adornos gráficos de «La fama y las efemérides». Con ello, se situaba a medio camino entre las otras dos revistas culturales: ni la sobriedad textual de Cuadernos Hispanoamericanos, ni el lujo gráfico y de materiales de Mundo Hispánico. 163 A modo de editorial, en el primer número de la revista, se publicaba «Necesidad y propósito» en el que se defendía, en primer lugar, la que sería a la postre la principal aspiración de la revista: «la necesidad de comunicación y de diálogo entre todos los pueblos de una misma habla. Pretende, por lo tanto, servir al intercambio y a la conversación, a la correspondencia y a la amistad de América y España». Todo ello, sin embargo, visto desde el prisma del común sentimiento religioso —«en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo»— y el anticomunismo: «esta necesidad la ha comprendido internacionalmente el comunismo y se ha aprovechado de ella hasta la saciedad y el aburrimiento». Se defendía, además, una noción de lo estético alejada de todo compromiso político: «la poesía, la literatura son otra cosa bien distinta, y no pueden ser afiliadas sino a sí mismas» y, en ningún caso, de compromiso izquierdista: «La actividad más desinteresada del hombre ha sido clasificada ideológicamente, políticamente: la literatura de estos últimos años apareció como si estuviera radicalmente afiliada a las izquierdas» (nº 1: 1). En términos parecidos discurriría otro texto programático: «A la mayoría, siempre», de Juan Aparicio, que publicaba en la página 4. Vincula, en primer lugar, la revista con otras que él mismo había dirigido: El Español, La Estafeta Literaria y Fantasía. En términos mucho más políticos y con retórica falangista —«La Revolución Nacional inspiró la creación de El Español en octubre de 1942; porque era imprescindible un semanario unitario para una posguerra unitaria […] fue el semanario de la España de Francisco Franco en el momento en que solo Franco tenía razón en el mundo»—, se defendía la aparición de Correo Literario desde la teoría de la hispanidad: «será menester unir a los hispanos por la comunidad de la literatura», y con la perspectiva anunciada en el título antijuanrramoniano: «si yo debiese transmitir una fórmula sencillísima para el éxito de las revistas literarias, me limitaría a repetir reiterativamente: A la mayoría, siempre» (nº 1: 4). Ambos textos programáticos entrarían en tensión con muchos de los contenidos publicados en la revista, de forma más acusada en las etapas finales pero de igual modo en estas iniciales y aun en este primer número. Aludíamos antes al paralelismo que se establece tras la misión poética de 1949: al frente de las dos revistas culturales del ICH se situaban los dos poetas más importantes del grupo del 36, Luis Rosales en Cuadernos Hispanoamericanos, Leopoldo Panero en Correo Literario. Así pues, del mismo modo que en aquella, la revista se constituye, en esta primera etapa, como plataforma del grupo que se había organizado en torno de Escorial a principios de los cuarenta. El epistolario del poeta demuestra su papel esencial 164 en la elección de estos colaboradores y, además, cierta concepción de Correo como revista de grupo, como proyecto común que debía atender a las críticas de sus diferentes integrantes para el cumplimiento de sus fines. Son importantes, en este sentido, las cartas que le envía a Ridruejo durante 1950, en las que le solicita su partición en la revista: «Les decía también a [José María] Valverde y a [Ángel] Álvarez [de] Miranda cuando les escribí que me enviasen críticas sobre libros importantes publicados en Italia, conversaciones y entrevistas con gentes de ahí, etc. Excuso decirte la ilusión con que espero que tú hagas lo mismo y me envíes cosas tuyas» [en Gracia, 2008: 201-2] o discuten algunos problemas de enfoque y le agradece sus consejos: «Estoy muy de acuerdo con las críticas que de él haces, pero necesito la ayuda de todos vosotros para luego darle un giro distinto. Hasta ahora hemos estado viviendo en precario con motivo del verano y de una cierta desorientación en cuanto a su enfoque. Dile a [José María] Valverde, a quien verás, que hemos publicado en el número pasado su estupenda entrevista con André Breton, cosas así son las que nos conviene para Correo, y tú puedes hacerlas magníficas en Roma» [en Gracia, 2008: 206]. Del mismo modo, Vivanco le escribe el 12 de agosto de 1950, aportando consejos y con una noción muy clara de sentirse parte del proyecto: «Vi a Ricardo [Gullón] en Santander. Hablé con él del Correo. Poco después de tu carta recibí el número 5 de Correo, que es más flojo que el anterior, sobre todo lo de Bach. A ver si a la vuelta del verano, con la cooperación de Ricardo [Gullón] hacemos números interesantes»151. Y Eugenio d’Ors (4 de septiembre de 1950) se presta a ayudar con su distribución en Barcelona: «Quiero decirle, querido Panero, que aquí, en Barcelona, han interesado mucho los números de Correo Literario. Desgraciadamente, se ven pocos, pues la gente, en general, no se ha enterado de su salida. Habría que intensificar este capítulo de su administración y yo, por mi parte, no dejaré de procurar algo en dicho sentido, así que salga algún número sin texto mío, para que el esfuerzo no parezca de móvil personal»152. Entre los nombres del grupo destaca, en primer lugar, Camilo José Cela, con veinte colaboraciones de signo variado. Desde el número 1 publica las doce entregas de La cucaña. Memorias de Camilo José Cela, además de dar comienzo a su sección ensayística «Luna de varia sombra», en la que se dedicaba fundamentalmente a reseñar figuras de artistas como Cristino Mallo, Vázquez Díaz o Eduardo Vicente, entre otros. Asimismo, publicó una «autocrítica» de su novela La colmena (nº 5) y un cuento: «Las 151 [Centro Cultural Generación del 27, archivo Leopoldo Panero, s.11.21-22]. 152 [Arxiu Nacional de Catalunya, ANC1-255-T-76-2597]. 165 orejas del niño Raúl» (nº 10). Luis Felipe Vivanco también publicó sus memorias La humildad de ser poeta, en once entregas, y colaboró en la sección «Poesía y poética» y con algún artículo suelto. Le siguen en número de colaboraciones Juan Sampelayo (20), encargado de varias encuestas de carácter misceláneo a diferentes escritores, así como de varias notas críticas, y Gerardo Diego (8), a cargo de la sección ensayística de temática taurina, «La suerte o la muerte». De forma más puntual, colaboran en la revista José María Valverde (6), quien además de publicar poemas y una entrevista a André Breton (nº 10), se ocupa de una «Crónica italiana» de vida efímera, así como tres de los principales ensayistas del 36, con artículos largos en varias entregas: Julián Marías, quien publica «El gesto de Alemania», Pedro Laín Entralgo con «La espiritualidad del pueblo español», y otras memorias, «Confesiones de un hijo del medio siglo» a cargo de Eugenio d’Ors. Otros nombres del grupo que intervienen en la revista son Aranguren (3), Tovar (2), Ridruejo (1), Rosales (2), Maravall (1) y el propio Panero (3). Muchos de ellos, como Vivanco, Marías, Valverde, Ors o Laín Entralgo no publicarán más allá de esta primera etapa de la revista. Junto a ellos se sitúan otros cuatro nombres asiduos. En primer lugar, Eugenia Serrano, con dieciséis colaboraciones, que se incrementaron notablemente en la segunda etapa. Licenciada en Filosofía y Letras, era una firma habitual —de perfil conservador— en las publicaciones oficiales de la época: fue redactora de El Alcázar y subdirectora de Pueblo. En esta etapa, además de cuento y poesía, se ocupa de la información cultural relativa a la organización de la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte y al congreso de Cooperación Intelectual. Con nueve textos, el crítico de arte Antonio Manuel Campoy también comienza en esta etapa una relación fructífera con Correo Literario, que será especialmente intensa en la etapa conservadora de Sánchez-Marín. Su perfil se ajusta al entonces subdirector de la revista: colaborador asiduo de ABC, formaba parte además de la junta directiva de Ateneo. Además, ostentaba los cargos de redactor jefe de Televisión Española y vicesecretario de la Asociación Española de críticos de arte. En la revista, se ocupó fundamentalmente de temas artísticos. También son nueve los textos que publica Antonio Fernández Spencer, poeta dominicano muy vinculado al ICH: fue becario del mismo para estudiar en al Colegio Mayor Guadalupe y fundó y presidió la Tertulia Hispanoamericana del Instituto. Su integración en la vida cultural madrileña es absoluta: en 1952 obtuvo el premio Adonáis por Bajo la luz del día y ejerció de asistente en cursos 166 de Ortega y Gasset y Julián Marías153. Finalmente, Rafael Santos Torroella, bajo el seudónimo Lazarillo, publica un total de ocho textos dentro del ámbito artístico y con el enfoque puesto en Barcelona. También publica poesía y coordina una interesante encuesta a poetas catalanes. El crítico, de perfil mucho más independiente que los anteriores nombres citados, se estrena en Correo Literario en esta etapa primera, para más adelante convertirse en una pieza imprescindible del proyecto comprensivo que se desarrolla en la revista. En el siguiente escalón, podemos situar a un grupo de redactores con pocas colaboraciones pero con una función importante en la publicación por su carácter especializado. Es el caso del cofundador de la CEDA y director de Ateneo (1953-1955), Luis Ponce de León con seis textos vinculados a la sección miscelánea «Jus-Ju»; Dolores Palá Berdejo (5), encargada de la crítica musical —también desempeñaba esta función en otras revistas como Pueblo y Alcázar—; Antonio Covaleda (4), muy implicado asimismo con Mundo Hispánico, que se ocupó de la cuestión del escritor desde un punto de vista gremial; y Pedro Caba (4), el director de Humano, sobre cuestiones de crítica literaria. De forma puntual, son varios los grupos que intervienen en esta etapa inicial de la revista. En primer lugar, poetas vinculados al círculo de las revistas literarias de la época, como Ildefonso Manuel Gil (5), Carlos Edmundo de Ory (5), José García Nieto (4), Jesús Juan Garcés (1), Juan Eduardo Cirlot (1), Enrique Azcoaga (1) o Dictinio de Castillo- Elejabeytia (1), además de todos los colaboradores que participaron en la sección de poesía. También escribieron en Correo Literario importantes firmas vinculadas a otras revistas culturales contemporáneas, como Juan Fernández Figueroa (2) y Lorenzo Gomis (1), así como nombres estrechamente ligados a la historia de Correo Literario: Juan Gich (2) y el propio Sánchez-Marín (3). Sin llegar a ocupar un lugar especialmente relevante en la revista, publicaron en ella algunas firmas de carácter inequívocamente liberal: Ricardo Gullón (4), José Luis Cano (3), Carmen Conde (3) y su marido Antonio Oliver (4), Eugenio de Nora (2), Juan Antonio Gaya (1), Vicente Aleixandre (1) y Antonio Buero Vallejo (1). Además, se publicaron textos de Miguel de Unamuno y los exiliados Juan Ramón Jiménez y Manuel Altolaguirre. En un sentido parecido, podemos encuadrar las colaboraciones puntuales de escritores jóvenes que se estrenan en Correo Literario en este momento pero que irían adquiriendo cada vez mayor protagonismo en la revista: nos referimos a José Manuel 153 Otras firmas hispanoamericanas presentes en la revista fueron Manuel del Cabral (5), Gabriela Mistral (1), Cintio Vitier (1) y Fina García Marruz (1). 167 Caballero Bonald y a algunos de los integrantes de la Revista española, Alfonso Sastre, Ignacio Aldecoa y Dolores Palá. En esta primera época, cada número seguía una estructura que se fue fijando con el paso del tiempo. En portada, se incluía el sumario y se destacaban algunos titulares de los artículos que se podían encontrar en las páginas interiores. Además, era frecuente que algunos de los textos más importantes comenzaran aquí. La página 2, además del cuadro de redacción, se reservaba para algunas secciones misceláneas: «Lo que se vive se cuenta», «Cosas que pasan, cosas que se dicen» (que se fijó como la principal de la página desde el número 13), «Noticias literarias», así como las doce entregas de La cucaña. Otras secciones de carácter parecido se incluían en la página 11: «Correo del hispanista», «Jus- Ju», «Sucedió mañana», así como las columnas ensayísticas de Gerardo Diego y Cela: «La suerte o la muerte» y «Luna de varia sombra». «Arte y poética» ocupaba por completo la página 3; «Crítica» y sus diferentes subsecciones aparecía en la página 8, aunque a veces se extendía a algunas de las columnas de la 9, donde se incluían otras secciones como «Correo de Ultramar» y «Filatelia». La narrativa, que no llevó nunca rótulo de sección, se publicaba en la página 10. Era frecuente, además, que las páginas interiores fueran dobles (la 6 y 7), espacio que se aprovechaba para la sección «Arte», con numerosas reproducciones de obras artísticas, aunque en ocasiones se reservaban para contenidos especialmente relevantes: es el caso, por ejemplo, de los números 8, 9 y 10, que se dedican a la cobertura informativa del Congreso de Cooperación Intelectual o el número 3, dedicado al terremoto de Cuzco, con la sección especial «Cuzco, aunque tiemble», y el 5, en el que se celebra el centenario de Juan Sebastián Bach. Las páginas restantes —4, 5 y 12— se utilizaban para la inclusión de artículos de carácter variado, muchas veces a página completa. II. LOS ILUSTRADORES DE LA ÉPOCA MADRILEÑA154 El más prolijo de todos ellos fue el madrileño Carlos Pascual de Lara, ilustrador por antonomasia de las publicaciones periódicas del franquismo: además de en Correo Literario, nos encontramos su firma en las páginas de diarios y revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, La Estafeta Literaria, Alférez, La Hora, Alférez, Ínsula, ABC o 154 El aspecto gráfico fue el componente de la publicación que se mantuvo más homogéneo a lo largo de los 92 números. Se debió, sin duda, a que los ilustradores encargados de adornar sus páginas, artistas habituales del entorno editorial del ICH, se mantuvieron estables durante las diferentes etapas. Por ello, hacemos extensible al conjunto de la época madrileña las notas de este apartado. 168 Arriba, entre otros medios. En la época de Correo Literario, ocupa una buena posición: galardonado en 1951 con el premio de Litografía de la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte y cabeza de muchos proyectos de envergadura como muralista para la Real Basílica de Nuestra Señora de Atocha en Madrid o el santuario de Aránzazu en Guipúzcoa. Ilustrador principal de Correo Literario, su obra fue destacada en numerosas ocasiones a lo lago de la historia de la revista: además de participar en diferentes encuestas sobre arte (nº 25, 82), Antonio Manuel Campoy le realiza una entrevista en el marco de la campaña «Arte y altar» y a propósito de su trabajo en la basílica de Atocha (nº 36), José María Moreno Galván le dedica un artículo: «Carlos Pascual de Lara y el muralismo español» (nº 93) y Arroita-Jáuregui publica un poema en homenaje al artista, «Nueva carta para Carlos Lara» (nº 93). También en la época barcelonesa aparece su nombre en varios artículos sobre arte (nº 3, 4, 10). A raíz de su repentino fallecimiento (en marzo de 1956), La Estafeta Literaria le dedicaba su portada con un texto de su director, Rafael Morales, en el que glosaba los hitos de su trayectoria, su cercanía estilística con Vázquez Díaz y Palencia y se le coronaba como «una de las más grandes figuras de la pintura y el dibujo» [1956: 1]. Críticos contemporáneos han refrendado esta valoración: María Blanco Conde, por ejemplo, destaca entre sus méritos el haber impuesto «un nuevo criterio para la ilustración y para la composición con un estilo figurativo geométrico» [2018]. En relación con ello, podemos dividir las colaboraciones gráficas de Lara en Correo Literario en dos grandes bloques. En primer lugar, uno fundamentado en la forma geométrica, concebido más como adorno que como elemento complementario de los textos de la página, en ocasiones con clara influencia de la estética abstracta que se defendía en varios artículos de la revista (nº 4: 5; 19: 5). En segundo lugar, un estilo más figurativo, con predominio de la figura sobre la forma geométrica, que se empleaba preferiblemente para la ilustración de poemas y narraciones, como el que acompaña el poema de Rosales, «Contemplación del recuerdo» (nº 85: 4)155. Estas dos grandes tendencias serán continuadas por la mayor parte de los artistas de Correo Literario, quienes aportan, sin embargo, su propio estilo personal. Así, nos encontramos, por ejemplo, con las grandes figuras protagonistas de los dibujos del 155 Nos limitamos en este apartado a señalar las principales características de la ilustración en Correo Literario. No entramos, pues, a valorar detalladamente la relación que tienen las imágenes con los textos concretos a los que acompañan. Cuando ello sea pertinente, formará parte del análisis de la TERCERA PARTE. 169 valenciano Manuel Gil Pérez (nº 7: 10). O las alegorías de Fernando Chausa, colaborador asiduo del diario El Alcázar, en las que se mezcla lo figurativo y lo geométrico (nº 32: 3). Fernando Sáez González, vinculado con el grupo de artistas vanguardistas El Paso y detrás de gran parte de las ilustraciones de Mundo Hispánico (en algunas ocasiones se encargó, además, del diseño de portada), fue el mejor representante del dibujo surrealista de corte daliniano, que tuvo una importante presencia en Correo Literario, en cuanto que dicho artista fue el segundo más prolijo en la revista, detrás de Carlos Pascual de Lara. Su dibujo para el «Poema en donde hay ruiseñores» (nº 1: 3) (reutilizada en el 45) es harto ilustrativa de la presencia de la imaginería irracional en la publicación quincenal. Se encuadraban también en esta línea algunas ilustraciones de José Caballero (nº 52: 8), reconocido ilustrador de diferentes colecciones editoriales del Instituto de Cultura Hispánica (pero que solo colabora puntualmente en Correo Literario), y, en menor medida pero mucho más asiduo en la revista, las del cordobés Rafael Álvarez Ortega (nº 19: 10). No hubo mucho espacio, sin embargo, para el dibujo o viñeta de carácter cómico y satírico. Gran parte de las que podíamos encuadrar en esta categoría pertenecen a otro artista habitual de Correo Literario, Francisco Reyes Hens, presente sobre todo en la última etapa madrileña de la revista, pero que ya firmaba ilustraciones desde el número 42. En este número, precisamente, aparece una ilustración de corte satírico (nº 42: 11). A los nombres ya referidos habría que sumar los de Rafael Pena, Manuel Mampaso y Antonio de Valdivieso, igualmente presentes en otros medios del ICH. Todo ello se completaba con una serie de colaboraciones puntuales de artistas como Ángel Ferrant (nº 64), José Luis Gómez Perales (nº 67), Lorenzo Goñi (nº 68) o algunos de los escritores publicados, que ilustraban sus propios textos, como el cuento de Acquaroni (nº 39). Además, hay que tener en cuenta la inserción de numerosas fotografías y reproducciones de arte, presentes fundamentalmente en las páginas de arte y, muy en especial, en las dedicadas a la Bienales Hispanoamericanos de Arte, así como los rótulos de sección, que en la mayoría de las ocasiones empleaban un cuidado diseño. Todo ello hacía de Correo Literario una revista, si bien modesta (casi todo el material gráfico aparecía en blanco y negro, o con unas pocas notas de un solo color), muy cuidada en su presentación y con un indudable aire, también en lo artístico, de dirigirse a un público lego en materias estéticas. En este sentido, remarcamos de nuevo la excepcionalidad de la viñeta cómica, más propia de revistas de grandes tiradas y pretensiones populares, como sería el caso de Correo en la época barcelonesa. 170 Pese a esta manifiesta preocupación por la presentación de la revista, un lector contemporáneo, que tiene disponibles al mismo tiempo todos los números de la serie sin depender de la periodicidad intrínseca al producto hemerográfico, se da cuenta de la existencia de algunos trucos empleados para la reducción de gastos o, quizá, debido a la falta de tiempo en recabar nuevas ilustraciones para cada nuevo número quincenal. Así, nos encontramos, por ejemplo, con el abuso de pequeños adornos consistentes en sencillas figuras o formas geométricas, que servían para rellenar espacio de algunas secciones menores, como por ejemplo de la página de notas breves «Cosas que pasan, cosas que se dicen»; y, sobre todo, la repetición de muchas ilustraciones: ya hemos señalado que un dibujo de Sáez del primer número reapareció en el número 45, y, si atendemos a los últimos diez números de la serie, se puede constatar una gran cantidad de repeticiones, en números además muy próximos (en el número 92, por ejemplo, encontramos ilustraciones antiguas en las páginas 2, 3 y 4; y en el 93, en las páginas 2, 3 y 9), todo ello causado probablemente por el inminente final de la publicación. III. SECCIONES MISCELÁNEAS Recordemos que en la presentación interna de la publicación se aludía a «una revista que en servicio de aquellas atienda más a la información y a la sana agitación de la vida literaria que al producto literario mismo. Es decir, los hombres hispánicos que profesen actividades literarias y artísticas deben tener un órgano de información y propaganda de su delicado quehacer» [ICH, 1951]. Esta pretensión —ajustada, como decíamos, a su formato periódico— se articuló en varias secciones que se ocupaban, con sus diferentes matices, de informar de las novedades quincenales de la vida literaria: premios, actividades, publicaciones y cotilleos varios. La más importante de todas sería «Cosas que pasan, cosas que se dicen», presente en la página 2 de la revista desde el número 11 hasta el 83. Se trataba de una sección de notas breves, muchas veces de tono humorístico, sobre cuestiones literarias y artísticas. La enumeración de algunos de los títulos da buena cuenta de los contenidos abordados. En ella, pues, se anunciaban premios y certámenes, o se notificaba del fallo: «Un premio de 75.000 pesetas para el mejor libro escolar sobre “figuras y paisajes de Hispanoamérica”» (nº 14), «Fallo de un concurso literario sobre Isabel la Católica» (nº 16), «El premio Nadal, a Elena Quiroga» (nº 16); se anotaban algunas de las polémicas ocurridas: «Heidegger dice que Sartre no es filósofo» (nº 13); «Arbereta no habló de 171 plagio» (nº 13); se anuncian novedades editoriales: «Otra revista de poesía» (nº 12) «Nueva obra de Rosales» (nº 14), «La vida nueva de Pedrito Andía» (nº 15); se hace crónica de las conferencias impartidas por escritores: «Homenaje a García Luengo» (nº 13); «El profesor Oswaldo Robles, en el instituto Luis Vives» (nº 17); «Pedro Caba, en Madrid» (nº 17); «Un recital del padre Ángel Martínez» (nº 18), con especial atención a aquellas dictadas en el extranjero «Pedro Laín, presencia del pensamiento español en Italia» (nº 15); «Maravall, en Ámsterdam» (nº 15). Se tenía en consideración también diferentes aspectos de la vida artística, incidiendo sobre todo en sus figuras mayores: «Dalí y el misticismo» (nº 12); «Picasso, clochard» (nº 12); «Salón de otoño en Mallorca» (nº 14); «Dalí, cero, según Miró» (nº 18); así como a los principales escritores internacionales de la época: «Aldoux Huxley opina sobre el problema de nuestro tiempo» (nº 11); «La prudencia de Cocteau» (nº 11); «Floreteo entre T. S. Eliot y John Steinbeck» (nº 12); «La fortuna de Bernard Shaw» (nº 18). En ningún caso se entraba en detalles, pues se trataba simplemente de unas pocas líneas por nota, adornadas por pequeños diseños gráficos que se reutilizaban cada ciertos números. Antes de llegar a la fórmula de «Cosas que pasan, cosas que se dicen», se crearon otras dos secciones que, por su situación y diseño (página 2 y disposición en columnas de varios textos breves con pequeñas ilustraciones), se sitúan como claros precedentes de la longeva sección definitiva. Una de ellas era «La fama y las efemérides», con una sola aparición en el número 2 y que incluye una breve nota sobre La familia de Pascual Duarte que copiamos como buen ejemplo de dos constantes en este tipo de secciones: el tono humorístico y el abordaje de temas y problemáticas de interés pese a su carácter en muchas ocasiones frívolo: «Camilo José Cela pidió a Baroja un prólogo para su novela La familia de Pascual Duarte. La respuesta humorística de don Pío fue rápida: —¿Un prólogo mío para una novela como La familia de Pascual Duarte? ¡Bueno! Se publica así, y los dos vamos a la cárcel. Claro —añadió Baroja— que yo no sabía que Cela estaba en la censura» (nº 1: 2). A esta le siguió «Lo que se vive se escribe», presente en los números 2, 4, 5, 6, 7, 8 y 9, y con una misma orientación. Continúan, pues, el humor: «He aquí un título sugerente y preciso que recogemos de una revista francesa: Los futuristas entran en el pasado» (nº 2: 2), con el interés de los contenidos: aparecen aquí y allá los nombres de exiliados como José Bergamín (nº 2), Jorge Guillén (nº 2, 3 y 4) o Salvador de Madariaga (nº 5). Hubo otras muchas secciones que se ocuparon igualmente de diferentes aspectos de la vida literaria pero que, en un gran número de casos, desaparecieron porque eran 172 redundantes respecto de «Cosas que pasan…». Algunas de ellas fueron «6 noticias», con una única aparición en el número 10; y «Noticias literarias», centrada muy especialmente en el aviso de premios y conferencias y que solo apareció durante los números 11, 12 y 13. Ya con un carácter diferenciado, se sitúan otras como «Sucedió mañana. Noticias para dentro de 50 años» (nº 8, 9, 10, 11 y 12), pequeñas notas informativas de una posible vida literaria futura en clave de humor. Otra sección con cierto carácter de juego fue «El Jus- Jú (escríbase Who’s is who)», presente en los números 9, 10, 12, 13 y 15 y que firmaba Luis Ponce de León —a diferencia de todas las anteriores, que eran anónimas. En el encabezamiento de la sección, se explicaba su propósito: «Bajo esta rúbrica, Correo Literario publica una selección de escritores rigurosamente apócrifos e inéditos, originales de los mejores escritores españoles contemporáneos. Se dedican principalmente a los noveles, a quienes puede servir de estudio, de reflexión y alguna vez de escarmiento. ¿Sabe usted quién es el autor a que se refiere esta página?» (nº 9: 11). En fin, otras secciones dentro de dicho carácter de noticiario cultural fueron el habitual «Correo del lector», que aparecerá esporádicamente desde el número 8, así como diferentes encuestas estacionales que inciden en esta misma dirección. Un ejemplo de ello es la titulada «¿Qué escribirá este verano?», que coordina Juan Sampelayo y en la que intervienen Jacinto Benavente, Manuel Halcón (nº 4: 4), Wenceslao Fernández Flórez y Eugenio Montes (nº 6: 11). En un sentido parecido se sitúa una sección como «Las tardes del Ateneo», crónica de novedades y conferencias pero centrado únicamente en este espacio madrileño. IV. CONTENIDOS INTERNACIONALES LA PRIMERA BIENAL Y EL CONGRESO DE COOPERACIÓN INTELECTUAL Recordemos que Correo Literario se presenta como una revista de vocación hispanoamericanista —su subtítulo es «artes y letras hispanoamericanas»— y como un proyecto, el de la hispanidad, en el que España se erigiría como un puente entre Hispanoamérica y Europa. No obstante, la orientación de la revista en esta dirección no está todavía muy clara en esta etapa inicial. La única sección más o menos estable en este sentido es «Correo de Ultramar», que aparece sin firma en los números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9. Se trataba de notas breves, organizadas por los países y ciudades a que se referían, con información variada sobre novedades literarias, artísticas y cinematográficas, así como generales de la vida cultural de allá. Se incidía especialmente en aquellas noticias 173 que relacionaban los hispanoamericano con lo español: visitas de intelectuales a España, estrenos de Jacinto Benavente en Buenos Aires, o incluso algunas novedades editoriales de los exiliados. En el número 5 se consignaba lacónicamente: «León Felipe acaba de publicar un libro de versos titulado: Llamadme republicano» (nº 5: 9)156. Pero los contenidos hispanoamericanistas de la revista se repartían más bien en artículos largos editados fuera de sección, centrados, del mismo modo que las notas breves, fundamentalmente en Argentina: «Seis poetas jóvenes argentinos» (nº 2); «Baldomero Fernández Moreno» (nº 5); «Poesía argentina» (nº 8); y México: «La poesía de México es la poesía femenina» (nº 15) y «Un balance cultural en México durante 1950» (nº 17), pero también con una perspectiva más amplia: «Lo americano en la poesía hispanoamericana» (nº 4); «Figuras literarias de Hispanoamérica en España» (nº 15) e incluso fuera del ámbito de la literatura: «Sobre la influencia de la música hispanoamericana en Europa» (nº 7). Respecto a Europa, nos encontramos con un número abundante de secciones que no se mantendrán más allá de una o dos apariciones. Así, hay secciones de carácter general: «Correo de Europa» (nº 2), y circunscritas a países y ciudades concretas: «Crónica italiana» y «Carta de Roma», que firma Valverde en los números 5 y 15; «Crónica francesa» (a cargo de Gerardo Diego) y «Carta de París»; «Letras portuguesas» (nº 1, 13, 25) y «Carta de Lisboa» (nº 17); y, finalmente, varias secciones de «Correo de Barcelona» (números 14, 15, 16, 17), integradas dentro de la sección de «Arte» a cargo de Rafael Santos Torroella, quien más adelante incrementaría sus colaboraciones sobre la vida cultural catalana. Los artículos independientes abordan en ocasiones cuestiones de literatura europea, aunque en muy pocas ocasiones se ocupan de autores contemporáneos: Breton (nº 10) y Bernard Shaw (nº 13) —no así en las secciones de notas breves, donde estos sí reciben una atención más o menos continuada. En cambio, se recogen varios artículos sobre autores del siglo XIX: Mallarmé (nº 1), Keats (nº 4), D. H. Lawrence (nº 6), Nerval (nº 13) y Balzac (nº 14). Pero hay que recordar que la vocación internacional de Correo Literario en esta primera etapa se vehiculó no tanto en artículos concretos como en su carácter propagandístico respecto de dos importantes acontecimientos del medio siglo: la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte y el I Congreso de Cooperación Intelectual. De hecho, 156 Otro «Correo» de vocación hispanoamericanista fue el «Correo del hispanista», que, sin embargo, solo apareció durante dos números, el 2 y el 3. 174 Leopoldo Panero, director de la revista, detentaba además los cargos de comisario y secretario, respectivamente, de ambos certámenes. Ya recogimos más arriba la función que Cabañas Bravo le asignaba respecto de la Bienal: «la caja de resonancia del certamen» [1991: 91]. Circunstancia, en fin, que aparece refrendada en las páginas de la propia revista en numerosas ocasiones: «Correo Literario informará, número por número, a sus lectores sobre este y cualquier otro punto dudoso» (nº 12: 7). También el epistolario es iluminador en este sentido: el 21 de febrero de 1951, Panero le envía una carta al agregado cultural de la embajada de España en Cuba en la que se subraya esta misma función: «En calidad de Secretario General de la Exposición Bienal Hispanoamericana de Arte, tengo el honor de remitirle un ejemplar de la revista Correo Literario, que dedica en todos sus números una página de propaganda al referido certamen, con objeto de que pueda usted utilizar, a la mayor brevedad, las informaciones, entrevistas, etc., insertadas en la mencionada revista, que le continuaré enviando inmediatamente después de aparecido cada número»157. En los primeros números la sección de «Arte» se sitúa bien en las páginas dobles interiores (números 2, 6 y 7), bien en la página final (3, 4 y 5) y desaparece entre el 8 y el 10. En estos número se publica algún artículo destacable, como la presentación de la Escuela de Altamira a cargo de uno de sus fundadores, Ricardo Gullón (nº 2) o un artículo sobre «El grupo Lais de Barcelona y sus nuevos artistas, por Juan Antonio Gaya Nuño (nº 3), pero no es hasta el número 11, aquel en el que se presenta, precisamente, la Primera Bienal, cuando la sección de «Arte» adquiera un gran protagonismo y ocupe el espacio de las páginas dobles ininterrumpidamente hasta el número 19. Sin embargo, la primera mención a esta se hace en el 3, a propósito del Primer Salón de Artistas Iberoamericanos, también organizado por el ICH, y que ha sido considerado como el precedente de la Bienal. Así pues, en dicho número 11 se anuncian, bajo el rótulo «Una Bienal de Arte Hispanoamericano en Madrid», los premios de cada una de las categorías del certamen —pintura, escultura, arquitectura y urbanismo, acuarela, aguada, dibujo y grabado— y Eugenia Serrano, quien, como veremos, también se ocupó de reseñar el congreso de Cooperación Intelectual, presentaba el certamen: lo vinculaba, en primer lugar, con el I Congreso Iberoamericano por su mismo espíritu de cooperación bajo el paraguas ideológico de la hispanidad: «España necesita conocer América, la hispana y la brasileña. 157 [Archivo General de la Administración. Caja 5379]. 175 Y toda América necesita conocerse entre sí» (nº 11: 6). Señalaba que en el campo de las letras el intercambio cultural está ya en un estado saludable, al contrario que en las artes plásticas, donde no se detectaban vínculos visibles hasta la obra de Picasso: «el que primero se fijó e incluyó en su arte, dominando con él al mundo, las vibraciones de los pueblos nuevos, impregnados de un substrato racial, europeo, extraeuropeo» (nº 11: 6). En muchos otros lugares de la revista se insiste en este aspecto propagandístico: Camón Aznar responde a una entrevista en el número 14: «Creo que puede ser quizá el acontecimiento, no solamente artístico, sino hasta político, más importante que se ha dado en lo que va de siglo para unir a España con los pueblos de Hispanoamérica y para unir a estos entre sí» (nº 14: 6). La sección lleva el rótulo genérico de «Arte», aunque cuando se acercan las fechas de la exposición se ensayan secciones específicas encuadradas dentro de dicho marco general: «En torno a la Bienal de Arte Hispanoamericano», «Primera Exposición Bienal Hispanoamericana» (nº 18 y 19) y, ya en la siguiente etapa, «La Bienal en marcha» (nº 28) y «La Bienal, meridiano de arte» (nº 37-38 y 39). En todos los casos, los textos se acompañaban de abundante material gráfico: colaboraciones de los ilustradores habituales de la revista (en la mayoría de los casos, retratos de los artistas reseñados) y, fundamentalmente, reproducciones de cuadros y otras piezas artísticas. A partir del número 12 se inicia la sección de «Arte», con unas características que mantendría desde entonces: la combinación de textos explícitamente referidos a la preparación y desarrollo del certamen (en este caso, unas «Aclaraciones al reglamento de la Bienal Hispanoamericana de Arte»), junto a artículos varios sobre cuestiones estéticas o sobre artistas y problemáticas concretas que atañían a la convocatoria. Son frecuentes las encuestas sobre los posibles participantes: por ejemplo, en el número 13 se pregunta a escritores como Julio Caro Baroja, Rafael Sánchez Mazas, Antonio Oliver o Fernando Fernán Gómez, «¿Quiénes cree usted que deben concurrir?», las revisiones de la prensa en torno a la preparación del certamen («La Bienal de Arte Hispanoamericano a través de los críticos de arte madrileños», nº 15) y la atención a artistas concretos relacionados: Gregorio Prieto (nº 12), González Santana (nº 15), Pancho Cossío (nº 16), Pedro Mozos (nº 16), Rafael Zabaleta (nº 18), Rafael Pena (nº 18) y Bernardino de Pantorba (seudónimo de José López Jiménez) (nº 18), así como los americanos Darío Suro (nº 14, 18), Clara Carrie (nº 15), Jaime Colson (nº 18), y, en menor medida, extranjeros como Tony Stubbing (nº 17), muy vinculado también a la Escuela de Altamira. Este desequilibrio entre artistas españoles e hispanoamericanos es parejo del que se vio en el 176 certamen, que finalmente contó con poca participación americana, pese a las contantes invitaciones de adhesión que aparecieron en la revista: «Artistas americanos, os esperamos con los brazos abiertos, brazos que, huelga decirlo, son brazos fraternos. Sentimos la hermandad por múltiples motivos de todos conocidos para enumerarlos ahora. Y a fuer de sincero, os diré que os necesitamos» (nº 16: 7). Entre las cuestiones polémicas que se abordaron en estos textos preparatorios destaca, en primer lugar, la que enfrentó a artistas jóvenes y artistas consagrados, a renovadores y a tradicionalistas: «los artistas clasicistas enviaron entonces diferentes escritos de protesta al gobierno y al mismo Franco y emprendieron diversas acciones ante la opinión pública. Finalmente al certamen no le quedó más remedio que aceptar a los artistas en sus órganos decisorios, ponderar las posturas y dirigirse hacia el citado eclecticismo; aunque en sus estatutos definitivos, publicados al mes siguiente, perviviría lo primordial de sus justificaciones, estructuración y características» [Cabañas Bravo, 2012: 191]. En este sentido se publican las citadas «Aclaraciones al reglamento» o algunas opiniones particulares, como la de Ángel Ferrant en el número 15, en que apuesta por el arte nuevo: «Lo indicado no sería partir de lo que vimos ayer, sino, basándose en los anhelos de hoy, partir de la producción que se hubiera nutrido más vorazmente del momento que nos tocó vivir, llegando a la que, como antecedente, se entroncase con ella. Podría verse entonces que, lejos de renegar de lo tradicional, se había recogido eslabonado y es cuando su interpretación sería fecunda» (nº 15: 6-7). Estrechamente relacionado con esto, son frecuentes las comparaciones con la Bienal de Venecia de 1950, a la que se critica duramente como ejemplo de lo que la Bienal Hispanoamericana no ha de ser. En el número 13 se recoge la crónica: «Monstruosa exposición. La Bienal de Venecia 1950», texto del pintor italiano Giorgio de Chirico, reproducido de Il Nazionale de Roma. Se describe el certamen como una exposición de «seudo-pinturas», «museo de los horrores» o «torpe bazar de las inmundicias», entre otros calificativos (nº 13: 6). Las características del arte expuesto estribaban, precisamente, en su alejamiento de los valores de Italia como cuna del Renacimiento, y su acercamiento a las corrientes modernas europeas: «postrernarse ante todas las indecencias que vienen de París, alentar y sostener todas las porquerías que se hacen en Italia y, al mismo tiempo, boicotear en su trabajo y obstaculizar en su camino a todos aquellos artistas italianos que se niegan a subyugarse a la bamboleante carroza de la decrépita Escuela de París» (nº 13: 6). Entre los artistas criticados se sitúan las grotescas pinturas de Aduanero Rousseau, Matisse. Junto a la crónica, se incluían varios retratos del surrealismo francés: Breton, 177 Giacometti, Miró, Picasso, Éluard, el propio De Chirico —a quien se presenta como «antiguo surrealista»—, Magritte, Dalí, Char o Péret, entre otros. También se señalaban las conexiones entre el eclecticismo de la Bienal y el vanguardismo de Venecia: en el número 15 se señala como titular de una entrevista a Sánchez Camargo que «esta bienal superará, por signo, a la de Venecia» (nº 15: 7) o un pintor como José López Jiménez critica el afán de novedad que rigió la organización de la Bienal criticada: «El miedo a parecer anticuado tiene hoy caracteres de verdadero pavor entre los artistas, muchísimos de los cuales, por ese espantoso miedo, acallan las voces profundas de su espíritu —en otros artistas, numerosos también, el espíritu está mudo y vacío— y olvidan que, en arte, la obsesión de la novedad, por sí sola, cuando no hay honda fuerza creadora, ni representa nada ni conduce a nada» (nº 15: 7). En la sección de «Arte» surgen en este momento algunas subsecciones. Además de un «Tablón de exposiciones» desde el número 14, Rafael Santos Torroella, quien a veces firma bajo el seudónimo Lazarillo, comienza en ese mismo número su «Correo de Barcelona», primera sección sobre cultura de Cataluña que adquiriría más peso en etapas posteriores y que ahora se ocupaba de comentar los movimientos de los artistas catalanes en torno a la Bienal. En las tres entregas publicadas —más adelante la subsección pasaría a formar parte de «Correo de España y del mundo»—, escribe sobre artistas como Antonio Tàpies, Ángel Ferrant, Carlos Ferreira, Jorge Oteiza y Eudaldo Serra. Unos meses antes del comienzo de los preparativos de la Bienal, Leopoldo Panero se había ocupado de la organización del Congreso de Cooperación Intelectual158, también auspiciado por el ICH como contrapeso, según Cabañas Bravo, del Congreso Mundial de Partidarios de la Paz, organizado en París y Praga en 1949 [2012: 190]. Del mismo modo que en el caso de la Bienal, Correo Literario desempeñó una importante función de boletín informativo de la convocatoria desde su primer anuncio en el número 4, hasta sus últimos retazos en el número 21, casi un año después de celebrado el encuentro. La iniciativa surgía de finales de 1949, cuando se intentó sin éxito fundar un Instituto de Cooperación Intelectual, dependiente, como el ICH, de la Junta de Relaciones Culturales del MAE con el objetivo de «coordinar todo el esfuerzo disperso de la actividad cultural española con el fin de renovar cristianamente a la intelectualidad internacional, especialmente de América, aunque sin descuidar los importantes ambientes europeos» [Cañellas Mas, 2014: 84]. Finalmente, lo único que se logró fue la celebración 158 Este contó con una segunda edición en 1956, celebrada en Santander entre los días 2 y 29 de julio. 178 del congreso inaugurado el 1 de octubre de 1950 y clausurado en la significativa fecha del 12 de octubre. Los temas del congreso, que se anunciaban ya en el número 7 de Correo Literario (1 de septiembre de 1950), eran la idea de Europa, de España y de América y las interrelaciones entre estas tres realidades, concretada más adelante bajo el rótulo de «Aspectos prácticos de cooperación intelectual»: «se trata, ni más ni menos, que de estudiar la doctrina que ellas encierran, ver las posibilidades que, tal y como hoy están propuestas, tienen en el mundo actual, el cual, circunstanciado por nuevos elementos, pide una urgente revisión de su razón conceptual y exige que a sus características presentes se adapten las ideas que, desde que se alumbró la cultura occidental, le son consustanciales» (nº 7: 5). Allí se daba, además, el primer gran nombre del congreso: Giovanni Papini, cuyas ideas se discutirían por extenso en las páginas de la revista. Correo Literario dedicó las páginas centrales de los números 8, 9 (previas a la convocatoria) y las del 10, donde se realiza la crónica detallada del mismo. Además, en el número 11 se incluye una sección en su página final, «Después del congreso», dedicada a recoger algunas últimas conclusiones del mismo. En el número 8 se publicaba una entrevista al secretario general del congreso, Leopoldo Panero, en la que señalaba los objetivos de la convocatoria: «su misión de acercamiento y compenetración entre América y Europa, por medio de España» (nº 8: 6). Se entrevistaba a varias personalidades españolas —Pío Baroja— e hispanoamericanas —profesores universitarios como el mexicano Calderón Vega y el ecuatoriano Gabriel Cevallos— en las que se abundaba en la perspectiva cristiana del encuentro y la necesaria renovación de una Europa en decadencia, y se aportaba una lista extensa de invitados (completada en el número siguiente), entre los que figuraban, junto a españoles como Ortega y Gasset, Aleixandre, Diego, Azorín, Alonso, Cela, escritores internacionales vinculados al cristianismo de la talla de Paul Claudel, Graham Greene, André Maurois, Giovanni Papini, Alexander Parker, Teixeira de Pascoaes o T. S. Eliot, así como hispanoamericanos habituales en los medios del Instituto: Jorge Carrera Andrade, Manuel Cabral, Pablo Antonio Cuadra, Cintio Vitier, etc159. 159 Más allá de los objetivos teóricos del congreso, Cañellas Mas ha analizado brevemente cuáles fueron los intereses políticos concretos detrás de esta iniciativa: «La participación de destacadas personalidades del mundo de la cultura y la política internacional en el Congreso de Cooperación Intelectual de 1950, permitiría acelerar los trámites y sortear los últimos escollos para el ingreso definitivo de España en las Naciones Unidos, después de la Asamblea General celebrada en diciembre de 1955. Sobre todo por la presencia de algunos de ellos en aquella sesión como delegados de sus respectivos países, como el peruano Víctor Andrés Belaunde, que además ostentaba por aquellas fechas la Presidencia de la Comisión Política de la ONU» [Cañellas Mas, 2014: 85]. 179 Algunos de estos, sin embargo, no pudieron asistir finalmente: en el número 9 se publicaron sus cartas de apoyo al congreso, bajo el título: «Papini, Eliot, Maurois, César Barja y Paul Claudel con el congreso», y con inclusión de una fotografía de los originales enviados a la secretaría. Junto a dichos documentos, se aportaban otras dos encuestas a algunos de los participantes sobre aspectos centrales del simposio: «Madrid entre Europa y América» y «¿Tiene razón Giovanni Papini?». En el número 10 se reseñaba la participación de Laín Entralgo, uno de los ponentes de la inauguración junto a Sánchez Bella, Manacorda y Ceballos, se incluiá una entrevista con Guido Manacorda (nº 10: 4) y, ya en las páginas centrales, Eugenia Serrano —a la que se presentaba en el pie de una fotografía como «la única voz femenina en los debates sobre Europa» (nº 10: 6)— firmaba una crónica bajo el título «Los pasillos del congreso. Frases, anécdotas, categorías»160. Se aportaba, extraída del Boletín del Congreso de Cooperación Intelectual, una lista de invitados organizados por países (de los cuales se aportaba unas breves líneas biográficas), así como una lista detallada de las conferencias presentadas para cada uno de los cuatro temas. Finalmente, en el número 11 se incluiría, ya fuera de las páginas dobles (que se dedicaban por primera vez a la Bienal Hispanoamericana), la sección «Después del congreso», en la que se publicaba la despedida de Joaquín Calvo Sotelo a los congresistas (con referencias a la amenaza oriental para la civilización cristiana) y en que Eugenia Serrano glosaba las palabras finales de Martín-Artajo, haciendo especial hincapié en su defensa de la intolerancia y la ortodoxia contrarreformista: «Habló de la santa intolerancia, definió a España como país de ella y expresó su pesimismo por los tiempos que fueron tolerantes, y, por ende, perjudiciales a España» (nº 11: 7) 161. Además, en este número se publicaba íntegra la conferencia de Gerardo Diego, «Idea de un poeta hispanoamericano» (nº 11: 5), a propósito del fallecido Baldomero 160 Una anécdota a propósito de la conferencia de Laín es especialmente reveladora de la perspectiva anticomunista que vehiculó todo el congreso. La transcribimos entera: «Cuando el maestro Laín recuerda el peligro comunista y lo que hay que oponer a él, el padre Daniel Vázquez, ecuatoriano, sonríe encantado, asintiendo. Y es que hace unos minutos nos había dicho: —Verá… Yo traía una beca para Salamanca, Derecho canónico… pero me he dado cuenta de que estudiar eso era egoísta. Al cabo, solo me valía para mí mismo. Y hace falta preocuparse por los demás. Voy a estudiar en la Escuela Social de don Ángel Herrera. Algo hay que oponer al comunismo. Pero algo que signifique justicia para el menesteroso» (nº 10: 7). 161 En su argumentación, atribuye la apertura intelectual del periodo republicano a la intolerancia blanca de la contrarreforma, «que dio lugar a todo el Renacimiento artístico de la contrarreforma, que permitió que Erasmo fuese conocido en España, que la Institución Libre y la Junta de Ampliación de Estudios sembraran, junto a su labor españolista, su grano republicano en plena monarquía, y que el noventa y ocho escribiera su obra íntegra» (nº 11: 7). No extraña el razonamiento en una de las firmas más integristas de Correo Literario. 180 Fernández Moreno, y la de Salvador Lissarague: «Europa y la cristiandad» (nº 11: 9). Y en la sección de «Crítica», Joaquín Vargas Cota respondía a la conferencia de Laín Entralgo con un marcado discurso anti-indigenista: «Muchas cosas nos dejó el indígena y las apreciamos por curiosas, como testimonios de una raza que, por débil y retrasada, hubo de perecer; pero la cultura de nuestros pueblos, sus costumbres, lo mejor de su obra artística o científica, no es sino prolongación de la cultura europea» (nº 11: 8). Más adelante se publicará otra conferencia más, «La unidad múltiple de Europa», de José Antonio Maravall (nº 13: 5)162. Así pues, Correo Literario desempeñó una importante función informativa respecto de la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte y el Congreso de Cooperación Intelectual. Estos vehicularon el discurso oficialista de la revista en esta primera etapa, en relación con los objetivos que el ICH le había asignado dentro de su proyecto cultural, y definió sus líneas ideológicas en lo que respecta a la noción de hispanidad, un hilo vertebrador en la historia general de la publicación pero que cada una de sus etapas se encargaría de matizar. V. POESÍA Y CUENTO Sin duda, uno de los sellos de identidad del periodo en el que Panero ejerció de director de la revista fue la sección «Poesía y poética», fija en la página 3 hasta el número 14 (momento en el que pasa a denominarse únicamente como «Poesía» y a moverse de lugar), y en la que se combinaba una pequeña nota metapoética (dispuesta en una columna situada en el margen derecho de la página) y, a cargo de un autor diferente, una pequeña antología de poemas propios, a los que uno de los artistas de la revista acompañaba de una o varias ilustraciones. La nómina de autores, tanto de «Poética» como de «Poesía», no es nada sorprendente, pues incluye a los nombres habituales de las revistas de poesía de la época, con especial protagonismo de los compañeros de promoción de Panero. Así, en publicaron su «Poética» Valverde (nº 3), Vivanco (nº 4), Ildefonso Manuel Gil (nº 5), Muñoz Rojas (nº 8) y Ruiz Peña (nº 12), así como autores algo más jóvenes: García Nieto (nº 6), Bousoño (nº 7), Morales (nº 9) y Ramón de Garciasol (nº 13). Junto a ellos se 162 Fueron muchos los otros congresos, más o menos relacionados con las actividades del ICH, a los que Correo Literario dio cobertura. Ninguno con la importancia del Congreso de Cooperación Intelectual o las Bienales. Algunos de estos fueron el I Congreso de Academias de la Lengua Española, en la portada y contraportada del número 6, también con una constante defensa del concepto de la hispanidad y el Congreso Internacional de Sociedades de Autores en el número 11. 181 situaban dos nombres extranjeros: los habituales Manuel Cabral (nº 10) y Fernández Spencer (nº 12), y abriendo y cerrando la sección las firmas consagradas de Aleixandre (nº 1) y Unamuno (nº 2) y Juan Ramón Jiménez (nº 14), de quienes se publicaban textos extraídos de otros lugares. La nómina de los autores que publicaron poemas, como se puede apreciar, no difiere demasiado de lo que hemos visto, salvo, quizá, la publicación de algunos poemas del británico D. H. Lawrence (nº 6), así como la inclusión de un poema del joven José Manuel Caballero Bonald en el número 16: Antonio Fernández Spencer (nº 1) Ildefonso Manuel Gil (nº 2) Luis Hernández Aquino (nº 3) Rafael Morales (nº 4) Fernando Gutiérrez (5) Stella Sierra (nº 6) Fina García Marruz (nº 6) José Antonio Muñoz Rojas (nº 7) José María Valverde (nº 8) Juvencio Valle (nº 9) Manuel Cabral (nº 10) Dionisio Ridruejo (nº 11) Cintio Vitier (nº 11) Roberto Alonso Domínguez (nº 12) José María Souvirón (nº 12) Blas de Otero (nº 13) Ángel Martínez (nº 13) Carmen Conde (nº 14) Carlos Bousoño (nº 14) Alfonso Moreno (nº 15) Lorenzo Gomis (nº 15) Leopoldo de Luis (nº 15) Luis Felipe de Vivanco (nº 16) Alfredo A. Roggiano (nº 16) María Dolores Arroyo (nº 17) Eugenia Serrano (nº 17) Juan Bautista Bertrán (nº 17) Rogelio S. Castro (nº 18) 182 Rafael Santos Torroella (nº 18) Rafael Montesinos (nº 18) Y, fuera de esta sección, los siguientes: Gerardo Diego (nº 1, 4) Antonio de Zubiaurre (nº 3) Ginés de Albareda (nº 5) D. H. Lawrence (nº 6) Juana García Noroña (nº 12) Angelines Borbolla (nº 12) Luis Ponce de León (nº 13) José García Nieto (nº 15) José Manuel Caballero Bonald (nº 16) Estéticamente, Correo Literario realizó una apuesta decidida por la rehumanización. Ya en la primera poética —«Poesía, comunicación», de Aleixandre—se defendía la «comunitividad» como la condición esencial de la poesía, se señalaba que la emoción era una cualidad superior a la belleza y se concluía que la obra poética «es una profunda verdad comunicada» (nº 1: 3). Este programa sería completado por el texto de Miguel de Unamuno del segundo número, a quien se presentaba como «uno de los más grandes poetas contemporáneos», y que aportaba el punto de vista trascendente-religioso, también muy presente en la publicación: «Cuando la tenga ante la vista pasada y espiritual, ante la vista eterna —la eternidad es el pasado del futuro y a la vez, el porvenir del pasado—, cantará en mí y en mi sangre su canto» (nº 2: 3). El otro gran modelo sería convocado en el número siguiente por José María Valverde: «Antonio Machado, a quien yo he adoptado como mi máximo maestro de poética», justo después de proponer su lectura rehumanizada de la poesía: «La poesía más noble es la plenitud del lenguaje humano, su situación más enteriza y perenne, la expresión más total del hombre que habla aquel idioma en que se escribe, en cada caso» (nº 3: 3). Los poemas publicados —que firmaban, en muchos casos, los mismos escritores que hacían las poéticas— se situarían dentro de este credo estético machadiano. Es el caso, por ejemplo, de los publicados por Ildefonso Manuel Gil en el número 2, tanto en las descripciones del entorno: «Desde el pueblo / el humo lento de la paz subía, / ondeando en el aire de la tarde / banderas de las horas repetidas», como en el propio ejercicio de introspección con reminiscencias del famoso «Autorretrato» machadiano: «He ganado mi 183 paz. Quiero mirarme / en el limpio cristal del sentimiento, / ordenando memorias y esperanzas / en la ambición sencilla de ser bueno» (nº 2: 3). La métrica sería de corte clásico, con abundancia de formas estróficas cerradas (fundamentalmente, sonetos) y tiradas de versos blancos (con preeminencia de endecasílabos y alejandrinos): es el caso de este último ejemplo citado, en endecasílabos blancos. Dicho clasicismo formal es subrayado en numerosas ocasiones por el tono del poema: equilibrado, de emoción contenido, con giros sintácticos que resuenan a la poesía del siglo de oro. Es el caso, por ejemplo, de los poemas que publica el puertorriqueño Luis Hernández Aquino en el número 3. Véase la primera estrofa de «Visitante nocturna…», dedicado «Al nacimiento de mi hija Carmen»: Visitadora de la noche, del mismo origen que la rosa llegas en delicada luz, en suave soplo ardiendo, y aunque vienes sin nombre, por tu llanto y tu sangre te conozco (nº 3: 3). El ilustrador, en este caso, Lara, subraya el carácter clásico de las composiciones: incluye una escena de reminiscencias grecolatinas en que podemos observar a una muchacha escuchando a un hombre desnudo tocando la siringa. En este mismo camino se sitúa la «Geórgica» que José Antonio Muñoz Rojas publica en el número 7: poema intimista de inspiración campestre —que se remarca con dos ilustraciones de Gil Pérez— en endecasílabos y alejandrinos blancos: «y entrar en la casa, / en busca de lo tierno de siempre que espera, / aquel pan, aquel beso, tanto tiempo creado y nacido» (nº 7: 3). Hay también espacio, sin embargo, para voces que podríamos calificar de románticas, y que se enmarcarían dentro de la tendencia desarraigada que definiera Dámaso Alonso. La más significativa de ellas que publica Correo Literario es la de Blas de Otero, compartiendo espacio en el número 13 con poemas del padre Ángel Martínez. Destaca especialmente el soneto «Aren en paz», procedente de Redoble de conciencia, y muy alejado de la contención y equilibrio de los poemas citados anteriormente, mediante el uso de los imperativos y los encabalgamientos abruptos: «Miradme bien, y vez que estoy dispuesto / para la muerte. Queden estos hombres. / Asome el sol. Desnazca sobre Europa / / la noche. Echadme tierra. Arad en paz» (nº 13: 3). Y también para propuestas de síntesis entre clasicismo y romanticismo, como en los tres poemas publicados por 184 Rafael Morales en el número 4: un soneto, una canción de corte neopopularista y un poema en cuartetos, con ecos, una vez más, de Antonio Machado: «Y así a lo alto, como el chopo, vengo, / hendido por el viento que me taja, / mas siempre en pie como el dolor que tengo» (nº 4: 3). Son numerosos los ejemplos de poesía religiosa (que acabarían copando el protagonismo de la sección de poesía en la etapa siguiente): entre ellos, los de Fernando Gutiérrez (nº 5), José María Valverde (nº 8), Carmen Conde (nº 14) y Carlos Bousoño (nº 14), así como los homenajes de diferente tipo a diversos autores. Destaca en esta última línea la «Carta a César Vallejo» que publica Fina García Marruz en el número 6, en la que incide, en verso libre, en los rasgos de humanidad del poeta peruano: «César Vallejo, tu bastón, tus ojos, / tu madre, tu chaleco humilde y triste, / tus palabras de uso, gastadas noblemente / como una herramienta milenaria / que te han puesto en las manos» (nº 6: 3); o la serie de textos de Dionisio Ridruejo en el número 11, ejercicios de imitatio de tres autores diferentes: Gerardo Diego, García Lorca («Baja de la montaña / el caballo, la pena y el agua. / Baja la pena, / la sangre sube / como la hiedra») y Manuel Machado (nº 11: 3). Siguiendo estos parámetros, la revista organizó el «Premio Correo Literario de poesía breve», anunciado en el número 12, con fecha de 15 de noviembre de 1950 y bajo la única condición de no exceder los 50 versos. El fallo del jurado, compuesto por Alonso, Panero y Rosales, se anunció en el número 15 (1 de enero de 1951): ganaba el que sería joven director de la revista católica El Ciervo, Lorenzo Gomis Sanahuja. Además, se hacía mención especial a varios concursantes, a los que se invitaba a publicar en la revista los poemas enviados (y así lo hicieron muchos de ellos): Juan Manuel Caballero y Bonald [sic], María Dolores Arroyo, Rogelio S. de Castro, Jacinto López Gorjé, fray Ángel María del Sagrado Corazón, Roberto Alonso Domínguez, Juan Fernández Figueroa, Mario Cajina Vega, Antonio Manuel Campoy y Manuel Gorrión Gutiérrez. En la página 3, se incluía el poema premiado: «El perro», descripción lírica del itinerario urbano de un perro en una línea cercana a la iniciada por Morales: «Baja la calle condenado y solo, / tal vez la muerte / en la esquina del puerto esté esperando, / tal vez el sueño / en un hermoso cubo de basura» (nº 12: 3), y, como en el caso del poeta talaverano, se usan todos esos elementos antipoéticos para llevar a cabo una reflexión de carácter trascendente. En ese mismo número Alfonso Moreno publicaba una crónica sobre el fallo, y revelaba que el certamen se disputó entre Gomis y Caballero Bonald, cuyo poema, «El mendigo», apareció en el número 16, aunque ya fuera de la sección de «Poesía». El poema 185 —que describía la vida y muerte de un mendigo— se situaba en la línea de la rehumanización intimista de la generación del 36: Y volvía; cada tarde volvía como si fuese una llaga que se acerca para doler, que viene andando mientras se cambia en cuerpo; y volvía a pesar de nuestra igualdad de desvalidos, a pesar de que teníamos un mismo préstamo para vivir, de que éramos casi tributarios de sus lágrimas huérfanas (nº 16: 4). La publicación de cuentos también fue una práctica habitual en estos momentos iniciales de la revista. Para ello, se reservó la página 10 completa: el cuento aparecía siempre acompañado de un dibujo y, en muchas ocasiones, su título no figuraba en la tipografía habitual de la revista, sino que formaba parte de la ilustración. En algún caso, el texto compartía página con otros trabajos: por ejemplo, «La noche definitiva» de Antonio Fernández Spencer (nº 15: 10) o «El muerto», de Ana Inés Bonnin Armstrong (nº 4: 10); se publicaban dos cuentos en la misma página: el caso de «El mensaje» de Carlos de Santiago y «Las orejas del niño Raúl», de Cela y o la subsección del número 14: «Dos cuentos de mujeres», que agrupaba «Los hijos» de Galvarriato y «El envidiado Mister Vyman» de Eugenia Serrano. La nómina de autores publicados fue la siguiente: Galvarriato, Eulalia: «Excursión hacia tierras calientes» (nº 1) Cabral, Manuel del: «Kuno» (nº 2) Muñoz Rojas, Juan Antonio: «La pequeña Jacqueline» (nº 3) Bonnin Armstrong, Ana Inés: «El muerto» (nº 4) Mulder, Elisabeth: «El destino» (nº 6) García Luengo, Eusebio: «La niña nos mira» (nº 7) Aguado, Emiliano: «El castillo de las ánimas» (nº 8) Sánchez-Silva, José María: «Tres o cuatro sombras» (nº 9) Cela, Camilo José: «Las orejas del niño Raúl» (nº 10) Santiago, Carlos de: «El mensaje» (nº 10) García Nieto, José: «El mantel» (nº 11) Luis, Leopoldo de: «El río» (nº 11) Campoy, Antonio Manuel: «La miel de los muertos» (nº 12) Revuelta, Jesús: «Carta del desaparecido» (nº 12) Aldecoa, Ignacio de: «Las cuatro baladas extrañas. Crónica geográfica e ingenua para 186 soñadores» (nº 13) Galvarriato, Eulalia: «Los hijos» (nº 14) Serrano, Eugenia: «El envidiado Mister Vyman» (nº 14) Fernández Spencer, Antonio: «La noche definitiva» (nº 15) Rosales, Luis: «Ayer siempre es domingo» (nº 17) Lizón, Adolfo: «Encuentro» (nº 18) García Nieto, José: «El escritor» (nº 18) Como se puede observar, al contrario de los poetas, la nómina es mucho menos representativa de lo que fue la narrativa de posguerra. De hecho, sobresalen en primer lugar los poetas reconvertidos en narradores para la ocasión: Rosales, García Nieto, Leopoldo de Luis, Muñoz Rojas, Manuel del Cabral… Y, junto a ellos, dos grandes nombres consagrados: Cela y Sánchez-Silva, así como la incipiente promesa joven Aldecoa, que publica ahora su primer cuento en Correo Literario pero que acabaría siendo uno de sus narradores más prolíficos. También hay un número significativo de mujeres (Eulalia Galvarriato —con dos cuentos—, Ana Inés Bonnin Armstrong, Elisabeth Mulder y Eugenia Serrano), síntoma de un fenómeno ya presente desde los años cuarenta: la proliferación de voces femeninas en la narrativa. En general, los cuentos se encuadran en una línea narrativa tradicional163: la acción es lineal, casi siempre llevada por un narrador omnisciente o focalizado en alguno de los personajes protagonistas, el enfoque es de carácter realista y el lenguaje es sencillo y directo. Es decir, que se encuadraban en la vuelta a las formas narrativas decimonónicas, vigente en el panorama de las letras españolas después de la Guerra Civil. Pero a los argumentos de enfoque realista que describen, por ejemplo, las inquietudes de un niño porque su familia no tiene la capacidad económica para comprarse un mantel de mayor categoría («El mantel»), la muerte de una vaca («La noche definitiva»), una batalla entre Rusia y Alemania («Carta del desaparecido»), o los recuerdos amorosos de un hombre casado («Tres o cuatro sombras»), se incorpora en ocasiones una cierta preocupación de carácter social: en «El río», de Leopoldo de Luis, dentro del tema de los contrastes entre la vida en la ciudad y la vida en la aldea, o en «El envidiado Mister Vyman», de Eugenia Serrano, en el que se plantean las diferencias 163 Hemos excluido de esta categoría textos como «Bajo el rigor inmóvil del estío» e «Historias del vino», de Fernández Figueroa, pues apenas encontramos en ellos acción ni argumento: se trata simplemente de descripciones en prosa con cierta voluntad de estilo. Estos además aparecían en la revista fuera de la página 10, en un número, el 7, en el que ya aparecía un cuento en dicha localización. 187 sociales entre dos vecinos y sus respectivas familias. Asimismo, hay un número significativo de textos que entroncan con el género fantástico. Es el caso, por ejemplo, de «El muerto», de Ana Inés Bonnin, que narra en términos alegóricos (lectura potenciada por la ilustración de Lara) el último minuto de un ser al que se describe en términos animales: «Siguió croando sin ceder ni un ápice de su mísera felicidad» (nº 4: 10). Más claros son «El mensaje», de Carlos de Santiago, y «El destino», de Elisabeth Mulder, que usan el tema del doble para abordar problemáticas como la muerte. En el primer caso, el niño protagonista del relato recibe «el mensaje» cuando se encuentra consigo mismo de anciano (al menos, se parece físicamente, y así lo interpreta el personaje), que finalmente muere y, con él, todas las esperanzas del niño pobre de tener un futuro mejor. «El destino», dentro de un cierto ambiente kafkiano que nos recuerda a El castillo, narra la llegada de un forastero a un pueblo, donde se produce el reconocimiento de que es idéntico al médico: Al estrechársela y mirarse abiertamente al rostro, la sonrisa de ambos se borró de golpe y un estupor lleno de malestar y de desasosiego hizo presa en ambos. Eran iguales. Eran sencillamente idénticos el médico y el forastero. Y nadie lo había notado […] Estaban sentados ambos hombres uno frente al otro, mirándose como si cada uno se hallase ante un espejo. Eran iguales, sí, pero uno sano y otro enfermo, uno feliz y otro desgraciado, uno con la insolencia de su plenitud y otro con la amargura de su frustración. Pero cualquiera de ellos podía ser el destino del otro; cada uno estaba frente a lo que podía haber sido (nº 6: 10). En el plano del estilo también nos encontramos con algunas innovaciones interesantes. Así, el acercamiento a la línea tremendista de «Las orejas del niño Raúl», de Cela, con un final elíptico en el que se sugiere la posibilidad de que un niño obsesionado con el tamaño de sus orejas, se las haya dado de comer a las gallinas; o el tremendismo alegórico de «La miel de los muertos», que describe un asesinato y una pesadilla de resonancias apocalípticas: «Me vi andando sobre cientos de muertos que chorreaban miel, perseguido por millones de abejas que tenían caras históricas y manos de rata, amarillentas y manchadas de sangre» (nº 12: 10). El uso de imágenes, por encima de la propia narración, se hace especialmente intenso en casos como el de «El escritor», de García Nieto, que describe las vicisitudes de un poeta frente a su papel en blanco. El cuento incide precisamente en las letras que 188 este va escribiendo, recurriendo para ello a metáforas e imágenes: «Y Aurelio, bajo la E acaramelada, puso una línea breve. Y la línea parecía un caminito cortado, parecía un delicado gusano dormido. Y bajo aquella línea trazó otra. Y ya parecían las dos una sutilísima vía ferroviaria, un camino de hierro contemplado desde muy lejos» (nº 18: 4). En «Kuno», de Manuel del Cabral, cuento fantástico que describe el carácter y la vida de un poeta venido de otro planeta, el recurso va todavía más allá, con imágenes y asociaciones mucho más novedosas: «Luego, Kuno comprueba que su cráneo es una especie de central telefónica. Y de súbito llegan a su cabeza todas las voces del mundo. Pero su pelo sigue creciendo, creciendo, y sube hasta los astros» (nº 2: 10). Correo Literario nunca se caracterizó por ser una revista que publicara asiduamente textos teatrales; práctica, en realidad, bastante poco habitual en la época, salvo excepciones como Haz y La Hora, es decir, las publicaciones vinculadas al SEU y, por extensión, al Teatro Español Universitario (TEU). En esta época solo se publica la interesante pieza en un acto, «Prólogo (óleo)», de Carmen Conde, y el texto teatral «La tasca. Poética representable en un prólogo y un acto», de Luis Felipe Vivanco, que en realidad es una poética en forma dialogada (y, como tal, aparece en la sección correspondiente). Tampoco se articula en estos números iniciales una sección específica para reseñas o artículos sobre el hecho dramático, como sí sucederá más adelante. Y de igual modo el cine no ocuparía un lugar destacado, pese a los intentos de constituir una sección específica en los números 2 y 17. En ambos casos, los textos correspondientes se incluirán como subsecciones —y no de forma frecuente— en la más general de «Crítica». VI. LOS TEXTOS MEMORIALÍSTICOS Otro de los elementos definitorios de esta primera etapa fue la publicación, desde su primer número, de las memorias por entregas de importantes escritores de la autodenominado generación del 36. A los textos se les daba una importancia especial en la revista y, aunque no tuvieran una página especial para su publicación —porque las entregas no tenían la extensión suficiente para ello— su aparición se anunciaba con frecuencia en la portada del número correspondiente e incluso en números anteriores. En la sección Las tardes del Ateneo del número 14 se hacía alusión a las memorias publicadas en Correo Literario y se resaltaban los valores literarios del género: «Parece como si la vida empezara a suplantar totalmente a la novela; como siempre el reportaje de un hecho, visto o vivido, tuviera más importancia que todo género de invención» (nº 14: 12). Todo 189 ello se puede interpretar como un gesto de autoposicionamiento de grupo. Leopoldo Panero, uno de los ejes de la red intelectual de Escorial, es el encargado de dirigir una nueva plataforma del grupo, en la que algunos de sus miembros más importantes van a definirse como intelectuales y van a describir su trayectoria hasta el momento actual. El desplazamiento del autor de Escrito a cada instante en la dirección de la revista seguramente sea el motivo que provoca que esta primer tentativa de convertir la publicación en una revista de grupo, al estilo de Cuadernos Hispanoamericanos, se viera truncada. Los autores a los que nos referimos fueron Cela, Vivanco y Ors. El primero publica desde el número 1 las doce entregas de La Cucaña (siempre en la página 2), título que el propio novelista se encarga de describir en términos parecidos a una metafórica colmena: «La vida española —la vida literaria española, que de la otra no me he de ocupar— es una larga y bien plantada cucaña que se levanta en medio de la plaza pública, con la superficie engrasada a conciencia —para que nos escurramos—, frotada con hojas de ortiga —para que nos rasquemos— y conectada con los cables de la luz —para que, a ser posible, nos muramos electrocutados» (nº 2: 2). En ellas describe su trayectoria desde el nacimiento («a los dos días escasos de nacer empecé a morirme», nº 11) hasta el año 1916, con menciones explícitas e implícitas a Azorín, Baroja y Salinas. También desde el número 1, Luis Felipe Vivanco publica las once entregas de «La humildad de ser poeta» (en este caso, en la penúltima página de cada número): desde su nacimiento en El Escorial, en cuya descripción se detiene pausadamente en términos parecidos a lo que podía leerse en la revista homónima, hasta el final de la Guerra Civil. En las diferentes entregas, podemos leer importantes reflexiones sobre su concepción de la estética, sus lecturas juveniles, su definición política como católico y liberal —«y no me refiero al liberalismo histórico-político, siempre fanático y partisano […] sino al verdaderamente tolerante y comprensivo» (nº 9: 11)— y, finalmente, la muerte de su madre «en el Madrid rojo» (nº 11: 11) y su rechazo a la guerra: «Porque yo creía que no había otra manera de estar a la altura de las circunstancias que siendo un gran criminal» (nº 9: 11). Las «Confesiones de un hijo del siglo», de Eugenio d’Ors, se publicaron entre el número 3 y el 6, ocupaban casi la totalidad de la página 5 y, como en las otras, se usaba una tipografía especial para el título. Es, quizá, la memoria con mayor conciencia generacional de las tres: «Nosotros, la generación siguiente, votamos por la Ciudad, la comunidad viva; y contra la Torre, por la Cúpula: por la política que asume, y no por la política del campanario» (nº 3: 5), con interesantes reflexiones sobre el credo cultural de la Falange: 190 «que hay que civilizar a aquellos hombres y a aquellos pueblos que a la civilización resisten. Que la luche por la cultura es una lucha de imposición» (nº 6: 5). Fuera del género autobiográfico, otros autores del grupo contaron bien con secciones fijas en la revista, bien con ensayos largos que se fueron publicando durante varias entregas. Es el caso de Gerardo Diego y su sección entre lo literario y lo taurino, «La suerte o la muerte», de nuevo Camilo José Cela, que tras la última entrega de «La cucaña», pasa a publicar sus ensayos y semblanzas sobre artistas en «Luna de varia sombra» o las cuatro partes del artículo «El gesto de Alemania», que Julián Marías publica entre el número 8 y 11. VII. LA SECCIÓN DE «CRÍTICA» La sección de «Crítica» estuvo presente en la revista desde su primer número (y hasta el último, aunque va a ir sufriendo importantes modificaciones a lo largo del tiempo). En esta primera etapa, se trata de una sección de notas breves, en su mayoría anónimas, pero en ocasiones firmadas por nombres como Antonio Fernández Spencer (quien se ocupa sobre todo de libros hispanoamericanos), Carlos Edmundo de Ory y Leopoldo Panero (poesía), Dolores Palá Berdejo, encargada de las críticas musicales, Jerónimo Toledano, del teatro, y Eugenia Serrano, entre muchos otros nombres. Estas se agrupaban en diferentes subsecciones que organizaban los diferentes tipos de contenido: el general de «Libros», que ocupaba la mayor parte de la sección, y otros que aparecían de forma intermitente como los de «Filatelia», «Bibliografía», «Teatro», «Música», «Conferencias», «Cine», «Artículos periodísticos», «Ballet» y «Arquitectura». Además, en diez números se incluyó una sección de «Autocrítica», normalmente dedicada a novelistas, en las que relevantes escritores se ocupaban de defender y analizar sus propias obras. La nómina de autores reseñados es especialmente relevante en el caso de la poesía. Así, aparecen reseñas de obras de Aleixandre (Mundo a solas, a cargo de Eugenio de Nora), Otero (quien también realiza una «Autocrítica» de Ángel fieramente humano), Celaya, Hierro, Miguel Labordeta, Ildefonso Manuel Gil, Ramón de Garciasol, García Nieto (bajo el seudónimo de Juana García Noreña), Jaime Delgado y Luis Romero, entre otros. Entre los extranjeros —que aparecen en una muy menor proporción respecto de los nacionales—, destaca el británico Rupert Brooke y, sobre todo, hispanoamericanos como Manuel del Cabral, Jorge Carrera Andrade, Rosario Castellanos y Jorge Ramón Juárez. 191 En narrativa, las reseñas más relevantes aparecen en la subsección de «Autocrítica», en la que participan Cela (sobre La colmena), Severiano Fernández Nicolás, Eusebio García Luengo y Juan Antonio de Zunzunegui, entre otros. Aparte de estos, se reseñaron obras de Ramón Gómez de la Serna (El torero Caracho), Rafael Sánchez Mazas (cuya novela La vida nueva de Pedrito Andía fue destacada en el artículo «El libro de que se habla», en la portada del número 18) y el autor de éxito Darío Fernández Flórez, sobre el que también se escribió un artículo: «Otra Lola en la literatura» (nº 7), a propósito de su Lola, espejo oscuro. En las escasas notas sobre teatro, aparecieron los nombres de Federico García Lorca (nº 1), Antonio Buero Vallejo reflexionaba sobre su Historia de una escalera (nº 2), Jacinto Benavente, así como los extranjeros Vittorio Calvino, y su premiada La torre sobre el gallinero, que representó el Teatro de Cámara del Instituto Italiano de Cultura (nº 3), y, fuera de sección, Eugene O’Neill (nº 13). Las revistas culturales también ocuparon un espacio en la sección: dentro del subapartado «Revistas». Con atención a unas pocas publicaciones hispanoamericanas: Caballo de fuego (nº 18) y Cultura (nº 17); América (nº 13) y Fuensanta (nº 17), de México; Atenea (nº 11), de Chile; y Bayoan (nº 16), de Puerto Rico; la subsección se dedicó principalmente a dar noticia de publicaciones peninsulares. No es posible encontrar ningún patrón claro o de grupo en la lista de revistas reseñadas. Así, nos encontramos de forma indiferenciada revistas de poesía como Espadaña (nº 17) y El pájaro de paja (nº 16), revistas más cercanas al círculo integrista como Arbor (reseñada en tres ocasiones: números 13, 16 y 18) o Razón y Fe (nº 12), así como revistas culturales: Cuadernos Hispanoamericanos (nº 11), Índice de Artes y Letras (nº 12) e Ínsula (nº 12 y 13). En forma de publicidad (que incluía normalmente el sumario del número correspondiente) a lo largo de las páginas de Correo Literario, aparecieron en exclusiva proyectos vinculados al Instituto de Cultura Hispánica: las revistas Cuadernos Hispanoamericanos, Mundo Hispánico y Resumen; y otros proyectos editoriales como la Biblioteca Hispánica, el Club del Libro Hispánico (promocionado en todos los números desde el primero) y las Ediciones Cultura Hispánica. De este rápido repaso por las obras mencionadas, se pueden extraer tres conclusiones: en primer lugar, el predominio de los autores españoles frente a los extranjeros y los hispanoamericanos (tendencia que se intentará suplir a partir del número 23 con la creación de la subsección «Libros hispanoamericanos»); las obras poéticas reseñadas sobresalen por encima de las de otros géneros: en cantidad de reseñas, así como en la representatividad y calidad de los autores elegidos, quizá por influencia de la labor 192 directora de Panero, pues más adelante la tendencia disminuirá; finalmente, y muy vinculado a este último punto, la narrativa aparece muy poco representada, con la salvedad de las «Autocríticas». Como ya vimos, aunque en el número 19 Panero siga figurando como director de la revista, ya había sido sustituido en dicho cargo por Sánchez-Marín, que iniciaba así la etapa más conservadora de la publicación. La transición, sin embargo, se realizó paulatinamente, sin apenas modificaciones radicales en la estructura o la intención de la revista: podemos detectar un cierto cambio con la creación en dicho número de dos secciones nuevas, «Anécdota y creación de la quincena» y, sobre todo, el longevo «Correo de España y del mundo»; el inicio de una campaña sobre arte y catolicismo, una de las obsesiones temáticas de esta etapa, «Del cine al cielo»; así como la presencia de algunas firmas que no habían aparecido hasta el momento en la publicación, como la de Florentino Pérez Embid. b) Etapa I. 2 (marzo-1951 / abril-1952). Faustino G. Sánchez-Marín (nº 19-44) En la memoria económica del Instituto de Cultura Hispánica se destacaba la importancia del número 19: Faustino G. Sánchez-Marín asumía la dirección de la revista, y le confería un cambio importante: «por lo que se refiere a la orientación general de la revista, a partir del aludido nº 19, quedó claramente expuesta en la página 2 del nº 26 al reseñarse las palabras que el sr. Sánchez-Marín pronunció en el acto celebrado en el Asociación Cultural Iberoamericana con motivo de cumplirse el primer año de vida de la revista» [ICH, 1951]. Allí, el director indicaba las tres funciones que se había asignado Correo Literario en sus comienzos: «la información, la sana agitación y la formación», dentro de su propósito general propagandístico respecto de los medios extranjeros en Hispanoamérica: «dar, dentro del mapa total de la actualidad literaria internacional, vigencia, precisión, vigor y tono propio a un meridiano informativo y propagandístico de las letras hispánicas». Así, se aludía a la responsabilidad de informar «según calidad y según consonancia de nuestro propio meridiano hispánico y católico» (nº 26: 2). El discurso confirmaba, así, los objetivos ideológicos de la revista explicitadas en su número 1, que durante esta etapa no consistirían únicamente en una línea ideológica en convivencia con otras dispares y aun contradictorias, sino que vehicularía la estructura y 193 los contenidos más importantes de la revista: la hispanidad y su vinculación con el catolicismo más ortodoxo. Sánchez-Marín era un periodista extremeño164 de treinta y seis años en los comienzos de la década de los cincuenta. Además, ya desde sus años de formación estuvo íntimamente vinculado con la religión: estudió Latín, Humanidades y Filosofía en el Seminario Diocesano de Plasencia, así como la carrera de Magisterio en la Escuela Normal de Cáceres. Su labor como ensayista, sin embargo, se centró en esa otra faceta, con publicaciones sobre Humanismo natural y humanismo cristiano (1954), La filosofía escolástica y el intelectual católico (1955), y, en colaboración con el fraile Miguel Oromí, Cultura laica, cultura religiosa, cultura católica (1953) y Agonías intelectuales; Unamuno y un siglo (1957), entre otros. Sobre estos temas publicó artículos en las principales revistas culturales de la época: del ámbito religioso como Cristiandad o en los intransigentes El Español, La Estafeta Literaria (de estas dos últimas fue redactor) y en Punta Europa. Asumió el cargo de algunas de ellas: además de Correo Literario, fue redactor-jefe de Resumen a partir de abril de 1950, del Boletín de Orientación Bibliográfica, que editaba la Dirección General de Cultura Popular, y subdirector de Ateneo. Fue censor, con fama de severo y riguroso en lo que tenía que ver con las cuestiones de moral165 asumió diferentes cargos oficiales: Jefe de Ordenación Territorial (1962-1973) y Jefe de la Sección de Orientación Bibliográfica de la Dirección General de Información del Ministerio de Información y Turismo (1964)166. Su influencia en la orientación de la revista sería fundamental. De hecho, esta etapa es la única en se publican editoriales en cada número, que firma el propio director. En estos, que aparecían, hasta el número 25, bajo el rótulo «Esa vida literaria», anunciaba los contenidos de las páginas centrales, y exponía su punto de vista sobre las problemáticas abordadas. Reflexionó fundamentalmente sobre el tema del intelectual, en unos términos muy parecidos a los expuestos por Giménez Caballero en su Arte y estado: la labor del intelectual está sujeta a las exigencias de la moral imperante: el «sistema ordenado y ordenador de la comunidad política, social, idiomática y religiosa a que pertenece» (nº 20: 2). De ahí la reclamación de su responsabilidad para con la religión — 164 En el Archivo Histórico de Cáceres, a donde acudimos en busca de correspondencia o algún documento de interés relativo a Correo Literario, solo encontramos la fecha de obtención de su carnet de periodista: 19 de febrero de 1940. 165 Andrés Naya se refiere a él como «uno de los mayores inquisidores de la dictadura» [2005: 22]. 166 [Archivo General de la Administración, 11626 // 31372-49092]. 194 «el intelectual sí que es, pues, un convidado de Dios y un enjuiciado, un emplazado por Dios» (nº 21: 4)— y con el estado: «la libertad de expresión debe estar muy sofrenada por su propio sentido de la responsabilidad y una obligada adivinación de los efectos que pueden producir sus teorías» (nº 21: 4). Este punto de vista integrista fue refrendado por casi todos los colaboradores que participaron en la revista, salvo contadas excepciones. I. ASPECTOS FORMALES Y PRINCIPALES COLABORADORES Técnica y formalmente, Correo Literario no contó con innovaciones significativas en este cambio de etapa. El precio se mantuvo en cuatro pesetas por número, de 12 páginas de extensión, igual tamaño y con el mismo diseño de portada. Sin embargo, hubo cambios en las empresas que se ocupaban de confeccionar la revista. La Imprenta Prensa Española S. A., que figuró como la responsable hasta el número 18, fue sustituida a partir del siguiente por la cacereña Artes Gráficas Ibarra, que se mantiene hasta el número 39, en que la reemplaza Gráficas Nebrija. La redacción también experimentó un cambio en esta época: hasta el número 34-35 (1 de noviembre de 1951) estaba sita en la calle Marqués de Riscal, número 3167, y luego fue trasladada a la recién inaugurada sede de Ciudad Universitaria. Ese fue el motivo por el que no salió el número del 15 de octubre de 1951: retraso que se compensó con el número doble 34-35, de 16 páginas. Tampoco apareció en su fecha el número del 1 de diciembre —no sabemos si por el mismo motivo: la redacción seguía ocupada con el cambio de sede—, por lo que tan solo dos números después, nos encontramos con otro doble: el 37-38, de igual extensión. Es probable que, debido a estos retrasos, se acumularan varios textos de colaboradores: ello explicaría por qué el número 39 (del 1 de enero de 1952) también apareció con 16 páginas. Seis meses antes ya había aparecido un número con esta extensión: el número extraordinario 25 (1 de junio de 1951), que celebraba el primer año de vida de la revista. Este se anunciaba en el número previo, así como la fiesta de aniversario que se tenía lugar en la Asociación Cultural Iberoamericana. En el número especial, además de dar cuenta de las palabras de su director, Sánchez-Marín, a las que ya hemos referencia, se realizaba una crónica del acto, al que asistieron altos cargos del Instituto, como su secretario general, Francisco Sintes, 167 En una publicación de Correo Literario, Eugenia Serrano aludió a este espacio: «El espléndido club — con juegos de salón y todo— que Correo Literario tiene instalado en su anejo de Marqués de Riscal» (nº 19: 3). 195 y escritores vinculados con Correo Literario: Serrano, Diego, Jiménez Quílez, Panero, Magariños, Covaleda, Lara, Fernández Figueroa, Arroita-Jáuregui, entre otros. Asimismo, se publicaban artículos y encuestas sobre el estado de la cultura española a la altura de 1950: Poesía, Novela, Crítica, Teatro, Ensayo y Cine. El cuadro de colaboradores cambió notablemente respecto de la etapa anterior. En primer lugar, la presencia del grupo de Escorial se redujo notablemente, tanto en cantidad de textos como en la importancia que se daba a los mismos en la revista (recordemos el papel central que ocupaban las memorias de Cela, Vivanco y Ors en la etapa anterior). Así, nos encontramos con colaboraciones puntuales de escritores como Muñoz Alonso (3), Rosales (3), Aranguren (2) y Vivanco (4), y las más destacables de Cela, que continúa con la columna de opinión «Luna de varia sombra» (que había comenzado en el número 13); Juan Sampelayo (10), con artículos de temática variada y a cargo de la sección informativa «Noticias sobre libros y premios en todo el mundo»; y Torrente Ballester (9), quien publica dos entregas de su efímera columna de opinión «Banda sonora», y se ocupa de la sección teatral junto a Sastre. Son muchos, sin embargo, los nombres que se mantienen: de forma puntual siguen colaborando poetas como Ory (4), García Nieto (3), Jesús Juan Garcés (3), o los jóvenes de la poética social —Sastre (13), Gordón (5), Quinto (3) e Aldecoa (3)— que aumentan su presencia en la revista, especialmente el primero, quien se ocupa de estudiar figuras del teatro internacional como Lenormand, Jouvet, Bragaglia, etc., y aborda en diferentes artículos la problemática del teatro social: «Contestación espontánea a una encuesta sobre teatro social», «Pocas palabras sobre el concurso Pujol» y «Sobre las formas sociales del drama. Respuesta a Eusebio García Luengo», entre otros. También presentes en la etapa anterior, adquieren una especial significación en este periodo ensayistas como Antonio Manuel Campoy, quien continúa —y aumenta— sus colaboraciones (20) relativas fundamentalmente al ámbito de lo artístico, y muy vinculadas al desarrollo de la Primera Bienal. Es el mismo caso de Eugenia Serrano, la firma femenina más prolífica de Correo Literario, que aumenta notablemente el número de sus publicaciones (30): ello se debe, sobre todo, a que pasa a ocuparse de la nueva sección «Las tardes del Ateneo», aunque también publica algunas críticas y ensayos. Santos Torroella (11) continúa ocupándose de todo lo relativo a la cultura catalana: ya sea en la sección recién creada «Correo de España y del mundo», como en el contexto de las páginas de arte. Antonio Covaleda (20), colaborador asimismo de otros medios como Mundo Hispánico, Pueblo y La Estafeta Literaria —de la que fue redactor-jefe—, se 196 ocupó en su columna «Grandes minucias de la vida literaria» y en las diversas campañas que coordinó, de analizar el problema de los derechos del escritor y su situación profesional en la sociedad actual. En relación con secciones nuevas, aumenta la presencia de otros nombres como el director de Ínsula, José Luis Cano (18), quien firma durante esta época su columna «Poesía de España y América»; Fernández Figueroa (9), de Índice, que se hace cargo de la primera sección fija de entrevistas de Correo Literario: «El autor y su libro»; o Vázquez Zamora, importante traductor en la posguerra de narradores como Orwell, Scott Fitzgerald y Woolf y muy vinculado a revistas como Espadaña, Destino e Ínsula (así como al premio Nadal, del que fue secretario) [Ripoll, 2015], quien publica su sección de vocación internacionalista, «A través del castellano», durante siete entregas. El ya mencionado «Correo de España y del mundo» atrae a muchos nombres nuevos, que actúan a modo de corresponsales: José Alfonso (Alicante) Manuel Arce (Santander) Dictinio de Castillo-Elejabeytia (Murcia y Portugal) Adolfo Lizón (Portugal) José María Castroviejo (Pontevedra) Miguel Ángel Colomar (Mallorca) Miguel Labordeta (Zaragoza) Jacinto López Gorgé y Abilio Parra (Marruecos) Ramón Salanova (Zaragoza) Emilio Salcedo (Salamanca) Rafael Santos Torroella (Barcelona) Luis de Santurce (México) José Miguel Velloso (San Sebastián) Gonzalo M. Vivaldi (Granada) Algunos de ellos, como Santos Torroella, Castillo-Elejabaytia y Santurce seguirían colaborando en la revista más allá de la subsección asignada, pero en general se trató de colaboraciones ligadas en exclusiva al «Correo de España» y que, por tanto, desaparecerían tras el fin de esta en el número 56 (15 de septiembre de 1952). Al margen de estos casos, son varios los nombres totalmente nuevos que ocuparon un papel destacado durante el periodo de dirección de Sánchez-Marín, y que desaparecerían de la revista tras su marcha. En general, se trata de figuras alejadas de los 197 círculos de influencia falangista, y orientadas, en cambio, hacia un catolicismo ortodoxo y posturas políticas intransigentes. Nos referimos a intelectuales como Julio Trenas López (8), a cargo de la sección «Anécdota y creación de la quincena» y colaborador asiduo de los medios Pueblo y Arriba; y, en mayor medida, a Jesús Sainz Mazpule (16), quien firma la sección «Mirador de las letras europeas». Fue colaborador de las revistas religiosas Ecclesia y Cristiandad, donde llevó a cabo una intensa campaña en defensa del catolicismo frente al protestantismo de raíces norteamericanas [Fernández de Miguel, 2012: 411]; y José Sanz y Díaz (8), a cargo de «Galeón de la quincena». Fue un periodista de ideología carlista con cargos oficiales en el Ministerio de Información y Turismo de Gabriel Arias Salgado. A ello se suma la aparición puntual de algunas importantes firmas del círculo de Calvo Serer: Pérez Embid, con un artículo sobre «Centralismo y regionalismo» (nº 19); Vigón, sobre «El espíritu militar» (nº 21) y Marrero, el futuro fundador de Punta Europa, quien escribió «Del humanismo y de la nueva cristiandad» (nº 41). La figura de Santiago Magariños (1902-1979) requiere una mención aparte. No solo porque fue el autor más prolífico de la etapa (93 colaboraciones) —ello se debe fundamentalmente a que se hizo cargo en exclusiva de la sección de «Crítica» desde el número 23 (1 de mayo de 1951) hasta el 42 (15 de febrero de 1952)— sino por un interesante episodio que lo alejó de España y de las páginas de Correo Literario. De ideología falangista había sido discípulo del historiador liberal Rafael Altamirano, a quien tomó el relevo en su cátedra de Historia de la Universidad de Madrid desde 1940 y, ya durante esa década, fue secretario del Consejo de la Hispanidad y detentó cargos de responsabilidad en el ICH. Además, fue censor, con fama de benevolente según Juan Beneyto [1987] —llegó a ser jefe de censura de la Delegación General de Prensa y Propaganda— y encargado de la sección de América en la Revista de Indias que editaba el CSIC. Publicó monografías como Felipe II, emperador de la cristiandad, Quijotes de España, Alabanza de España, y participó en la antología en apoyo a la Alemania de Hitler: Poemas de la Alemania eterna. Su carrera se truncó cuando autorizó la edición de unos poemas de Miguel Hernández, motivo por el cual fue denunciado y se exilió a Venezuela [Martín Gijón, 2010: 83]168. Más adelante, y ya en el exilio, él mismo 168 Jesucristo Riquelme proporciona más datos sobre este incidente, que lo reducen a una mera rencilla personal: «Obra escogida, de Miguel Hernández salió en enero de 1952. Unos meses antes, Guerrero Zamora había publicado el libro Noticia de Miguel Hernández, como anticipo de un extenso libro que se proponía publicar el ICH. Esa Noticia fue como una bomba: su estallido hirió no solo al ICH —su director, Santiago Magariños, tuvo que dimitir y emigrar a Venezuela, y el libro Miguel Hernández, poeta, que ya 198 publicaría un ensayo sobre el poeta de Orihuela: Miguel Hernández, retratado en sus cartas. El cambio de dirección conllevó bastantes cambios en la estructura de cada número. Algunos elementos, sin embargo, se mantuvieron igual. La portada seguía desempeñando la misma finalidad: anunciar los contenidos más destacados de la revista y servir de reclamo a algunos artículos que comenzaban en esa misma página. Las páginas 2 y 11 se reservaban igualmente a las secciones misceláneas. En el caso de esta época, en la penúltima se agrupaban aquellas que tenían que ver con la interacción de los lectores: «Correo del lector» y «Cartas suplicadas», así como la columna de Camilo José Cela, «Luna de varia sombra» y la sección de entrevistas de Fernández Figueroa, «El autor y su libro». La segunda página, en cambio, recogía las dedicadas a la vida cultural: «Anécdota y creación de la quincena», «Esa vida literaria», «Cosas que pasan, cosas que se dicen», «Grandes minucias de la vida literaria», «La Honda con H y la Onda con O», «Concursos y premios», etc., así como algunas de las secciones internacionales: «Noticias sobre libros y premios en todo el mundo», «Galeón de la quincena» y «Letras de todo el mundo». Del mismo modo, las páginas 5 y 10 se reservaban para la publicación de ensayos y artículos fuera de sección. Finalmente, en la página 8 se ubicaban las críticas y la 6 y 7 constituían las páginas dobles aunque, en esta etapa, presentaban un contenido mucho más variado que en la etapa de Panero. Esta es la relación de secciones que ocuparon dichas páginas: nº 19. Del cine al cielo nº 20. La luz sobre el celemín nº 21. Un sitio en la SGA nº 22. El libro no es solo letras nº 23. La verdad y la máscara nº 24. Un sitio en la SGA para los demás escritores nº 25. Cine. La Crítica. Teatro nº 26. La feria literaria 1951 nº 27. La Hispanidad difícil nº 28. La Bienal en marcha nº 29. Arte estaba en pruebas, fue destruido—, sino que también afectó a la editorial Aguilar, que fue discretamente visitada por la policía. Esta polémica contra el ICH fue incitada por Federico García Sanchiz […] al parecer, el Instituto le había negado unas ayudas económicas para viajar a América y Filipinas, mientras que, según denunciaba, se malgastaba el dinero promoviendo la figura de un poeta comunista y Comisario político» [Riquelme, 2002: 15]. 199 nº 30. Arte nº 31. Arte y altar nº 32. Arte y altar nº 33. Arte y altar nº 34-35. Madrid museo famoso nº 36. ¿Inventamos nosotros o que inventen ellos? nº 37-38. La Bienal sí nº 39. ¿Inventamos nosotros o que inventen ellos? nº 40. Baroja no leyó las memorias de Aviraneta nº 41. Los gremios olvidados nº 42. En el otoño de las letras nº 43. ¿Hay brújula para leer? nº 44. ¿Cómo y por qué lee usted? Pese a estos elementos de conexión, fueron varios los cambios que se produjeron a partir del número 19. La poesía dejó de tener un espacio exclusivo, y pasó a compartir la página 4 con los textos de narrativa y la sección ensayística de Cano, «Poesía de España y América». Dos nuevas secciones, «Las tardes del Ateneo» y «Correo de España y del mundo» —quizás las dos más importantes de la época—, ocuparon las páginas 3 y 9, respectivamente. Finalmente, la página final recogía los textos de «Arte» (los cuales, como ya hemos indicado, ya no monopolizaban la temática de las páginas dobles), así como las entrevistas y artículos de temática teatral. II. LAS CAMPAÑAS INFORMATIVAS DE LAS PÁGINAS CENTRALES Este nuevo uso de las páginas dobles para abordar diferentes problemáticas de actualidad fue uno de los cambios que más se destacaron en la memoria económica del Instituto —«a partir del número 19 en que asumió don Faustino Sánchez-Marín la dirección de la revista se iniciaron en Correo Literario grandes campañas» [ICH, 1951]— y, tras señalar algunas de las principales, se aseguraba su continuidad. Si atendemos a las temáticas abordadas las podemos agrupar en cuatro categorías diferentes. En primer lugar, todas aquellas relativas al tema de los intelectuales, y el papel que estos desempeñan en la sociedad actual, así como su vinculación con el catolicismo. En segundo lugar, las derivadas del círculo de intereses tratados en el congreso de Cooperación Intelectual: la función de España en relación con los otros países de la 200 hispanidad y con Europa a partir del estudio de diferentes ámbitos de la vida, desde la política hasta el desarrollo de la ciencia. En tercer lugar, la propaganda de la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte, que se celebra durante estos meses, y de la que reciben abundante información gracias a Campoy, secretario de la Bienal y colaborador de Correo Literario [ICH, 1951]. Finalmente, numerosas campañas sobre el carácter religioso y, más concretamente, católico, de diferentes formas culturales. Se estudió fundamentalmente, la vertiente religiosa del arte, pero también el caso del cine y el teatro. Veamos ahora de forma breve el modo como aparecieron todas estas problemáticas en las páginas de la revista. Las páginas dobles del número 20 recogían la primera encuesta en torno a la autonomía de los intelectuales, preocupación que continuaría durante toda la historia de la revista. Coordinaba la sección el periodista sevillano José Jiménez Sutil, habitual firma de las publicaciones de Juan Aparicio: El Español y La Estafeta Literaria, de la que llegó a ser redactor jefe. A las diferentes preguntas —«¿cuál es la misión social de los intelectuales?»; «¿en qué medida de dependencia o independencia deben estar, respecto de los estados respectivos, los intelectuales europeos?»; «¿cuáles son las fronteras de la libertad del intelectual?»; «¿debe ser la sociedad o debe ser el estado los que ofrezcan al intelectual la solución de sus dificultades económicas?», entre otras—, contestaron importantes ensayistas de la época como Guillermo Díaz-Plaja, Pedro Caba, Manuel Fraga, José Luis Aranguren o Julián Marías. A partir de una de las preguntas de la encuesta: «¿Habrán de agremiarse los intelectuales como una profesión más?», Antonio Covaleda daría inicio a su campaña «Un sitio en la SGAE», con la que pretendía una remodelación del sistema de derechos de autor de los escritores. El destacado papel atribuido a esta campaña en las páginas de Correo Literario se debe a que comprendía una serie de preguntas (formuladas por primera vez en las páginas dobles del número 21) que se situaban en el centro de las preocupaciones del Instituto169: «¿Cómo es posible que con un mercado tan enorme como el que abarca nuestro idioma no se puedan tirar en España más que ediciones de 4 a 6 mil ejemplares? / ¿Por qué Italia, Alemania, Inglaterra y, sobre todo, Francia, ejercen 169 En un documento interno de 1947, Ruiz-Giménez señalaba las dificultades de la llegada de revistas y periódicos a América: «Del mismo modo, tanto la prensa periódica, como la prensa diaria española, carecen hoy en día prácticamente de difusión en el mundo hispanoamericano, con los graves inconvenientes derivados de la falta de conocimiento de las verdades esenciales de la España actual, en un mundo sometido a una continuada recepción de noticias, en general desfavorables para la actual realidad española, y para todo lo que ello representa de valores permanentes y espirituales» [AGA 10000leg. 11626-TOP.12/15-19]. 201 hegemonía en Hispanoamérica, y España no? / ¿No pueden reducirse los precios de los libros españoles que se exportan y crear un ambiente propicio con la debida propaganda?» (nº 21: 7). Conectaba, además, con algunos de los temas abordados en el Congreso de Cooperación Intelectual. De hecho, en estas páginas dobles se incluían unas «Resoluciones del Congreso», que atañían, sobre todo, a estas problemáticas: defensa del idioma, política del libro, difusión del libro, etc.170. La sección reapareció en más ocasiones. En los números 22 y 23, Antonio Covaleda firmaba sendas columnas de opinión bajo el rótulo «¡Un sitio en la SGAE para los demás escritores!», que, en ese último caso, se complementaban con un artículo de José Forns sobre «El derecho de reproducción en los periódicos». En el número 24, volvía a ocupar las páginas centrales, esta vez bajo el título «Un sitio en la SGAE para los demás escritores», y en forma de encuesta a Sánchez Bella, Julián Pemartín, Luis Fernández Ardavín, Jacinto Guerrero y Serrano Anguita, todos ellos a favor de la causa de Covaleda: «sus ideas son, pues, garantía de que el problema de la asociación de hombres de letras alcance una definitiva solución que se anuncia próxima» (nº 24: 6). Se completaba, finalmente, con colaboraciones sueltas de Covaleda en números posteriores: «La SGAE, gran solución para editores y escritores» (nº 26); «El escritor, ¿es un propietario?» (nº 28); «Muchos defensores del escritor» (nº 29); «Serrano Anguita tiene ya redactado el proyecto de sección» (nº 33), entre otros. Otra de las temáticas derivadas del Congreso de Cooperación Intelectual que siguió ocupando la atención de las páginas de Correo Literario fue el de la hispanidad, el lugar que ocupaba España en el entramado de los países de Hispanoamérica, así como su relación con Europa. La primera sección a este respecto fue la que ocupó las páginas dobles del número 27, con el título de «La hispanidad difícil». El desencadenante fueron unas declaraciones de Gabriela Mistral en el diario La Nación, de Santiago de Chile, en las que se refería a una «llaga española del resentimiento conmigo» y se manifestaba en contra de Unamuno, a propósito de unas palabras del ensayista que le llevaron a afirmar: «yo no creí más en la conciencia de España» (nº 27: 6-7). La sección incluía el texto de Mistral en cuestión, un editorial en que se desestimaban sus palabras, así como una noticia de la polémica en torno a una posible escisión de las academias hispanoamericanas de la 170 En el número siguiente, de hecho, las páginas centrales, «El libro no es solo letras», se dedicaron a estudiar algunos problemas asociados a la industria del libro. Entre ellos, el del envío de libros a Hispanoamérica. 202 española171. La primera campaña en torno a la situación de España en el contexto europeo fue la denominada «Europa o la polémica», que contó únicamente con dos artículos publicados en los números 29 y 30: «¿Qué es eso llamado Europa?», de Juan Emilio Aragonés, y «Salvemos al hombre», de Luis Trabazo, aunque venían precedidos por el artículo de Sainz Mazpule, «¿Hay efectivamente una crisis europea?», que apareció en la portada del número 27. La conclusión a la que llegan los tres autores es parecida. En un contexto de crisis que amenaza la identidad de los países europeos, escindidos entre la solución capitalista de Estados Unidos y la amenaza comunista. La solución es la tercera vía —tradicional, católica—, que propone España como líder de los diferentes países de la hispanidad: A Europa le restan dos posibilidades de subsistir: o se somete en todo y para todo a los modos de una cultura extraeuropea ya sea moscovita o yanqui —renunciando así a la peculiaridad de su ser—, o se decide, por el contrario, a laborar valientemente para recuperar su concepción original, en una especie de recreación de sí misma, teniendo en cuenta que, a los valores eternos que siempre estructuraron su ser, debe añadir ciertas aportaciones foráneas que, por comunidad de estilo y espíritu, son claramente europeas. y claro está que me refiero a la gran y prometedora contribución hispánica que Europa está necesitando (nº 29: 10). Más recorrido tuvo la campaña iniciada bajo el unamuniano rótulo de «Inventamos nosotros o que inventen ellos». Esta se inició a partir de la publicación del ensayo El español y su complejo de inferioridad, reseñado en el número 32 de Correo Literario ya bajo dicho rótulo. En el volumen de López Ibor se reflexionaba sobre la escasa contribución de España a la historia de la ciencia e intentaba dilucidar cuáles eran las razones de esta realidad. La conclusión era que el complejo de inferioridad natural al pueblo español había actuado como principal lastre. A esta problemática se dedicaron las páginas dobles de dos números diferentes: el 36 y el 39, como en las otras compañas, en formato de encuesta. En el 36, los entrevistados fueron Carlos de Inza, José García Siñeriz, Luis Sánchez Agesta, Elena Quiroga y Alfonso García Valdecasas, entre otros. Aunque una minoría se centró en el excesivo peso de la religión en la cultura española 171 En el número doble 34-35 se reflexionaba a su vez sobre la soberanía e independencia de los países hispanoamericanos bajo el rótulo «¿Hay naciones en América?», con textos de Manuel Fraga, Carlos Alonso del Real y Ernesto Garzón. 203 como causa más factible (Cirarda y García Valdecasas), no faltaron los elogios al franquismo y su impulso científico —«gracias a las armas victoriosas del Caudillo Franco, ha comenzado un nuevo circuito para la ciencia y la técnica españolas»— ni críticas al boicot informativo europeo: para García Siñeriz, el complejo de inferioridad es falso y «fue creado y fomentado por una hábil propaganda manejada desde el exterior para servir intereses extraños, secundada inconscientemente por muchos españoles» (nº 36: 6)172. La encuesta continuó en el número 39, con un enfoque similar. Es interesante la intervención de Ledesma Miranda, que reconoce la inferioridad científica española, pero por un motivo superior: «Nos dedicamos a salvar nuestras almas y las del prójimo, y ese importante negocio deja poco tiempo para otras actividades» (nº 39: 8). Aunque se presentaba como el «fin de una gran encuesta», hubo todavía varias entregas más. En el número 40, se publicaba, bajo el mismo rótulo de sección, la respuesta de Gregorio Marañón, que atribuía la escasa aportación científica española a las condiciones políticas y sociales, y hacía un elogio a la situación de los exiliados: «No creo en ninguna incapacidad del español para la técnica. Lo prueba su triunfo, invariable, cuando trabaja en un ambiente propicio en el extranjero. El complejo de inferioridad lo tienen algunos españoles, no todos» (nº 40: 1). Esta se situaba, sin embargo, dentro del enfoque general del problema, que se reafirmaba en las últimas entregas del número 42. En él, López Ibor publicó el artículos «Los comentaristas, comentados», en el que agradecía el interés demostrado en su publicación y se declaraba optimista respecto de la situación actual. También en ese mismo número, Pedro Caba firmaba «No hay tal complejo», con un enfoque parecido: «Precisamente ahora la ciencia española entra por áureas y amplias avenidas con rumbos de luz. Y precisamente una espléndida figura de esa ciencia española que amanece es el propio López Ibor» (nº 42: 11). La Primera Bienal Hispanoamericana de Arte, que se inauguró en octubre de 1951 —es decir, en torno al número 34-35— fue, como es natural, una importante fuente de contenidos para las páginas de Correo Literario. Así, se sucedieron varias secciones explícitamente vinculadas con dicho certamen: en el número 12, la página de «Arte» se rotulaba «Primera Bienal Hispanoamericana de Arte»; en el número 23 se incluía como 172 Es el mismo argumento que esgrimía Magariños unos números antes a propósito de la reseña de La decadencia española, de Ignacio Olagüe: «Toda la formidable, densísima argumentación del autor, gira en torno al supuesto de que la decadencia española no es más que una fabulosa patraña urdida por los sempiternos enemigos de lo español y propagada al amparo de ciertas circunstancias históricas. Esas circunstancias, cuyo tremendo dramatismo sobrecoge al más templado lector, convergen en el lento, dolorosísimo desguace de nuestro imperio» (nº 24: 8). 204 subsección un «Noticiario de la Bienal»; en la portada del 32, se publicaba «En torno a la Bienal»; y en la página final del número 39 se incluía la sección «La Bienal, meridiano del arte». Además, a la Bienal se dedicaron las páginas dobles de varios números: el 28: «La Bienal en marcha», y del 34-35: «Madrid, museo famoso», así como gran parte de los contenidos del 37-38: «La Bienal, meridiano del arte» y «La Bienal sí». Finalmente, en la sección «Correo de España y del mundo», los corresponsales de las diferentes provincias y países muchas veces dedicaron sus secciones a los preparativos de la Bienal que allí se organizaban, así como a los diferentes movimientos que los artistas de la zona realizaban respecto del certamen. Es el caso, por ejemplo, de los «Correos de España y del mundo» de Lisboa (nº 24) y San Sebastián (28), firmados por Adolfo Lizón y José Miguel Velloso, respectivamente. Las secciones que vehicularon la información de la Bienal se centraron fundamentalmente en comentar detalladamente los diferentes preparatorios, con especial atención a los movimientos de los países hispanoamericanos. También se hace especial hincapié en las críticas y polémicas de que se ve rodeado el certamen. Una de ellas, que, como ya vimos, estaba presente en las secciones publicadas durante la etapa de Panero, fue el conflicto entre artistas consagradas y artistas jóvenes, entre arte referencial y de corte académico y el arte no figurativo. Sobre este tema versó gran parte de la entrevista que Campoy le realiza a este mismo en cuanto comisario de la Bienal en el número 24: «Parece ser que circulan por ahí rumores bastante delicados sobre la tendencia que quiere darse a la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte que está organizando el ICH. Estos rumores, según yo he podido oír, se refieren a un fantástico predominio de viejos sobre jóvenes». Zanjaba el asunto defendiendo el eclecticismo por el que apostó la convocatoria tras los acusados ataques de los artistas consagrados: «Nosotros tenemos ideas exacta del arte de nuestro tiempo, con todos los respetos que debemos al tiempo pasado. Queremos que la Bienal sea imparcial, es decir, que sea un auténtico muestrario, sin inclinaciones partidistas, ni nada por el estilo. Y en cuanto a la beligerancia que se da a uno y a otros, tú también, mejor que nadie, sabes que es ponderada» (nº 24: 12). También se pronuncia al respecto Juan Ramón Masoliver, en una entrevista que le hace Santos Torroella para las páginas dobles del número 28: «Al principio, nuestros jóvenes creyeron que la Bienal sería un coto cerrado para ellos, y los no demasiado jóvenes se alarmaron, quedándose a la expectativa. Después fueron estos últimos los que interpretaron la cosa a su favor, y aquellos remolonearon. Y así, cuando unos y otros se han dado cuenta de su error, han tenido que apresurarse para no perder el tren» (nº 28: 7). 205 La campaña más importante de la etapa quizá fue la dedicada a analizar las vinculaciones entre arte y religión, aunque el debate acabó extendiéndose a otras formas culturales. Esta se presentó bajo el rótulo «Arte y altar», que apareció por primera vez en el número 30 (en portada y contraportada) en forma de encuesta, aunque ya se anunciaba en el anterior: «En el próximo número de Correo Literario se abre una importante polémica sobre las relaciones entre arte nuevo y arte religioso», y fue seguida durante las siguientes entregas de Correo Literario: en el 31 continuaba la encuesta y, en los siguientes, se fueron publicando opiniones de carácter variado: 33, 34-35. Además, en las secciones internacionales se fueron consignando los ecos del debate en otras latitudes: así sucede en el «Correo de España y del mundo» relativo a Holanda de los números 34-35 y 39, y se publicaron artículos sueltos al respecto (enmarcados bajo el rótulo de la sección) durante toda la etapa. Desde una perspectiva similar, se reflexionó sobre las relaciones entre lo religioso y otras formas culturales: en encuestas como «Del cine al cielo» (nº 19, 20) y «La verdad y la máscara» (nº 23, 24, 36), centrada en el teatro, a la que se sumaban otra serie de publicaciones sobre el mismo tema: «Los autores españoles ante el teatro como arte social» (nº 30), «Sobre las formas sociales del drama. Respuesta a Eusebio García Luengo» (nº 39), «Ya tenemos teatro social, ¡viva!», de Leocadio Machado (nº 31) y «Teatro social», de Emilio Romero (nº 34-35). III. SECCIONES MISCELÁNEAS Al igual que en la etapa anterior, la vida literaria (anécdotas, premios, crónicas, etc.) siguió ocupando un espacio privilegiado. En primer lugar, «Cosas que pasan, cosas que se dicen», continuaba con una orientación parecida a la vista en la época previa. Fue un tema recurrente en estos números, la celebración del centenario de Isabel la Católica, que ya se anunciaba en el número 18: «Un centenario en todo el mundo hispánico: el de Isabel la Católica», pero que continuó durante varias entregas: «La iglesia peruana se asocia a la celebración del V centenario del nacimiento de Isabel la Católica» (nº 20), «Isabel de Castilla en USA» (nº 25), «En Londres se celebrará el centenario de Isabel la Católica» (nº 27), «Una estatua a Isabel la Católica en Ciudad Trujillo» (nº 33), etc. Además, de forma ocasional, se incluían textos de mayor extensión que las notas que conformaban la sección, normalmente destacados de alguna forma (con una ilustración, fotografía o recuadrados en líneas negras). Es el caso, por ejemplo, de «García Nieto contesta a Naveros» en el número 22, «Neruda, liricoco» en el 24 o «Revistas y más 206 revistas» en el 33. Además de «Cosas que pasan…», se crearon nuevas secciones de carácter similar pero más vinculadas a firmas concretas. Ya hemos hablado de «Esa vida literaria» (seis entregas), del director Sánchez-Marín, y que actuaban a modo de editorial de Correo Literario. Otra fue «Anécdota y creación de la quincena» (8), de Julio Trenas, que en los números en que apareció (19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 27, 29), se disponía en columna en el lateral izquierdo de la página 2, con las notas de «Cosas que pasan, cosas que se dicen» en el medio y la columna de Sánchez-Marín en el lateral derecho. Se trataba de una crónica ligera de la actualidad literaria: se consignaba la aparición de nuevas publicaciones, concesión de premios y anécdotas. Así se presentaba en su primera aparición: Si he de inventariar la producción literaria de los quince días tratásemos, daríamos a esta columna, más que la ligereza salomónica del humo, el matiz erudito de la crítica. No nos corresponde lo último, y de lo primero, trataremos de captar, a la vez, la transparencia, movimiento y opacidad que, pasada la llama, produce cuanto se quema. Un poco quemarse y trocarse en brillantes cenizas es esto de crear en España. Vaya, pues, para alegrarlo todo la brizna de la anécdota desbrozada, sin ton ni son. Tal como acude al recuerdo y a los puntos de la pluma (nº 19: 2). Más inventario que crítica, ligereza mejor que gravedad. Por ello, leída ahora la columna no despierta tanto interés como otras: se trataba de consignar una serie de acontecimientos importantes —tal estreno, tal polémica— sin mayores implicaciones del autor de la sección. En ocasiones, sin embargo, el autor entraba en polémicas, como la surgida a raíz de la publicación de El español y su complejo de inferioridad, de López Ibor en el número 27. Detentaba una orientación otra columna de propósito parecido: «La Honda con H y la Onda con O». Se publicó durante seis números (26, 27, 28, 30, 32, 34-35) y se firmaba cada entrega con el seudónimo «Segismundo»173. Su carácter polémico era explícito. Así se presentaba en el número 26: «Correo Literario publica esta sección a instancia de muchos lectores pero no se solidariza con ella» (nº 26: 5). También lo reconocían los lectores de la revista. En un «Correo del lector» del número 31 se escribe: «Me gusta 173 Descartamos que se tratase de Segismundo Luengo, puesto que un «Correo del lector» del número 31 se alude a su nombre entre comillas en todas las ocasiones. No hemos podido averiguar su verdadera identidad. 207 mucho su sección y el enfoque y verdad de sus comentarios. Me agrada más aún que también se meta con los de “casa”» (nº 31: 11). Entre los temas abordados, destaca la defensa de La casa de la fama, de Ledesma Miranda, a raíz de una crítica negativa publicada en Destino por Vilanova, los premios Pujol, una polémica entre los artistas Benjamín Palencia y Santiago Lagunas o algunas acusaciones de plagio, como la que se hizo a Cela respecto de su La familia de Pascual Duarte y El extranjero de Camus. Íntimamente ligada a la campaña de los derechos de autor del escritor y la creación de una asociación que agrupara a todos los creadores, se sitúa la columna «Grandes minucias de la vida literaria», de Antonio Covaleda, que pasa a ocupar el lateral derecho de la página 2, tras la desaparición de «Esa vida literaria». Las diez entregas de la sección abordaron temas como «El escritor, ¿es un propietario?» (nº 28), «Notas y elogios en torno a la UNESCO y a su proyecto de Convención Universal de los derechos de autor» (nº 33) o «Sobre la mesa, la traducción» (nº 36), aunque en ocasiones se refería también a otros asuntos de la vida literaria. A partir del número 30 se fueron incorporando otras secciones también orientadas hacia el comentario de las novedades culturales. Juan Sampelayo firmaba una columna de título «Noticias sobre libros y premios de todo el mundo» (con cinco entregas), que cambia su nombre a «Concursos y premios» desde el número 39 (y se prolongaría más allá de la etapa de Sánchez-Marín: hasta el 57). La sección de comentario de revistas, que en la etapa anterior aparecía ocasionalmente como subapartado de «Crítica», adquirió en esta categoría de sección propia desde el número 41 y se desplazó hasta la página 2 (donde se mantendrá hasta el número 82). Hubo, finalmente, dos secciones de orientación bibliográfica —«¿Hay brújula para leer?» y «Novedades de librería»— que no duraron más allá de tres números. Podríamos agrupar también dentro de este bloque de secciones sobre actualidad, la que sin duda constituyó una de las señas de identidad de la etapa: «Las tardes del Ateneo», aunque ya se había iniciado en el número 13. A partir del 19, sin embargo, se traslada a la página 3 y adquiere la fisionomía que mantiene hasta su última entrega en el número 51. La sección se componía de varios textos, firmados en su mayoría por Eugenia Serrano y el americanista Fernando Murillo Rubiera, divididos en dos secciones principales: «Ateneo literario» y «Ateneo científico», en función de la temática abordada. En general, se trataba de crónicas de las conferencias que se impartían en el Ateneo madrileño, así como otras actividades. En alguna ocasión, a estos textos se sumaba una colaboración extra, encuadrada y firmada por un autor externo de la revista, y que 208 normalmente correspondía a fragmentos de conferencias que se reseñaban en la crónica (y que solo en el número 25 llevó el subtítulo de «Antología»). Así, se publicaron textos de Fernández Flórez (nº 14), Conde (nº 17), Pérez Embid (nº 19), Rosales (nº 20), Vigón (nº 21), García Nieto (nº 22), Gaspar Gómez de la Serna (nº 24), Entrambasaguas (nº 25) y Pedro de Lorenzo (nº 26). La sección se suspende tras el número 26, y se retoma de nuevo en el 37-38, con un cambio de rótulo: ahora firmado por Saéz, y con la desaparición de las tres subsecciones. La orientación ideológica de la sección fue de marcado carácter intransigente. En primer lugar, por los asuntos y personalidades destacadas. Así, se destacó especialmente el curso «Balance de la cultura moderna», en el que participaron López Ibor, Leopoldo Eulogio Palacios, Luca de Tena y Calvo Serer, entre otros; y el de «Actualización de la tradición española», con la partición de Vigón, Pérez Embid, García Escudero y Pemán. A este se dedicaron las secciones de los números 14, 19, 22, 23 y 27. Otras figuras como la de Juan Aparicio fueron continuamente ensalzadas. En el número 23 se afirmaba: «Aparicio fue quien puso en marcha la vida literaria española. Padre y padrino de ella […] Todos los escritores españoles, buenos y malos, le deben muchas oportunidades» (nº 23: 3). Asimismo, la perspectiva integrista de la sección se hizo explícita en muchas ocasiones. Por ejemplo, con la exaltación de la Guerra Civil de Vigón: «Y así llegó con el verano de 1936 la más grande expresión del espíritu guerrero español y la más famosa ocasión de ejercitar todas las virtudes militares» (nº 21: 5), o superponiendo la tradición nacional de Menéndez Pelayo y Donoso Cortés al pensamiento europeo moderno que de forma errónea permeó en algunos intelectuales españoles de la preguerra: «Y si de actualizar la tradición española se trata, como que en ella “tenemos las bases intelectuales de partida hacia el futuro”, ¿qué lugar más apropiado que allí donde esa tradición espiritual hubo de hacer frente —Menéndez Pelayo, testigo— a la poderosa presencia en España del pensamiento europeo moderno?» (nº 22: 3). La entrevista fue un género habitual en las páginas de Correo Literario. Hasta este momento, sin embargo, no existía ninguna sección exclusivamente dedicada a ello. Se llamó «El autor y su libro» y la firmaba el director de Índice, Juan Fernández Figueroa. El texto ocupaba parte de la página 11 de cada número e incluía siempre una fotografía del entrevistado. Se entrevistó a los siguientes escritores: Francisco Sintes (nº 28) Eusebio García Luengo (nº 29) Emilio Romero (nº 30) 209 Ricardo Majó Framis (nº 31) José María García Escudero (nº 32) Carlos de Santiago (nº 33) Santiago Magariños (nº 34-35) Elena Soriano (nº 37-38) Juan Álvarez Estrada (nº 40) En dicha entrevista, las preguntas se centraban fundamentalmente en una obra reciente del autor. Algo destacado de esta etapa, frente a la continuación de «El autor y su obra preferida», que coordinaba Carlos Fernández Cuenca a partir del número 48, fue la mayoría de ensayos escogidos, frente a los únicos casos de novela de Eusebio García Luengo, Carlos de Santiago y Elena Soriano. El enfoque de los autores, además, es de marcado carácter intransigente. Destaca, en este sentido, la realizada a García Escudero, del grupo de Calvo Serer, a propósito de De Cánovas a la República. En ella, se incluyen críticas a Azaña, Primo de Rivera y Ortega, y se desestima el liberalismo como opción política: «fracasó en parte por circunstancias, que pudieron haberse remediado, pero principalmente por incompatibilidad con nuestro modo de ser… Y que esta razón le hará volver a fracasar, a la larga, si se repitiese la experiencia» (nº 28: 11). IV. CONTENIDOS INTERNACIONALES Otra importante novedad fue la creación del «Correo de España y del mundo». Como ya avanzamos más arriba, se trataba de una sección, casi siempre sita en la página 9, subdivida en diferentes categorías geográficas, normalmente adscritas a una o dos firmas fijas que ejercían la función de corresponsales de determinados territorios. El carácter de los textos publicados era variado: aunque primaba la crónica —«Dos brillantes conferencias de Pemán y Cela» (nº 24), «En Nuevo México se celebró el V Congreso de Literatura Iberoamericana» (nº 34-35)—, fueron frecuentes también las colaboraciones de carácter ensayístico sobre aspectos diversos —«Los concursos literarios y sus inconvenientes» (nº 19), «Ni poesía pura ni poesía popular» (nº 19)—, así como las reseñas bibliográficas —«Una novela de Mercedes Sáez Alonso» (nº 42), «Intus, revista de poesía» (nº 43)—, entrevistas —«Breve diálogo con Ivette Castro, ceramista costarriqueña» (nº 44)—, semblanzas —«Francisco Alemán Sáinz, conferenciante y escritor» (nº 30)— y, en menor medida, encuestas —«Los pintores portugueses opinan 210 sobre la Bienal Hispanoamericana» (nº 24)— y cartas al director —«No es plagio sino imitación» (nº 23). Pese a la vocación internacionalista que traslucía el rótulo de la sección, la realidad es que finalmente se centró mucho más en la realidad nacional. La mayoría de subsecciones se atribuían a provincias españolas, con especial atención a localidades como Barcelona y Madrid, y otros lugares como Mallorca, Murcia y San Sebastián, pero que seguramente se debía a la cercanía del grupo editor con el corresponsal de la provincia: Miguel Ángel Colomar, Dictinio de Castillo-Elejabeytia y José Miguel Velloso, respectivamente, todos ellos colaboradores de Correo Literario más allá de sus intervenciones en esta sección. Destaca, asimismo, la escasa representación de los países hispanoamericanos, si bien es verdad que estos tenían secciones dedicadas a ellos en exclusiva, como veremos más adelante. Entre los demás, destaca, en primer lugar, Portugal, con siete subsecciones a cargo de destacados lusófilos de los cincuenta, como fueron Adolfo Lizón y Castillo-Elejabeytia, y Marruecos, con un total de diez entradas. Los contenidos abordados tienen que ver, además de con la crónica cultural de dichas regiones, con determinadas polémicas o acontecimientos, normalmente tratados en otros lugares de Correo Literario, pero vistos en esta ocasión desde el punto de vista de un intelectual de la provincia respectiva. Así por ejemplo, en el número 20, Miguel Labordeta, de Zaragoza, niega algunas de las afirmaciones a propósito de su adscripción a la «poesía popular» y el pintor Antonio Saura defendía a los jóvenes pintores como verdaderos renovadores del arte español frente a Salvador Dalí, en respuesta a su «reto a los pintores modernos» que aparecía en el número 18; se comentan las novedades de la Bienal en dichos territorios en los números 24, 25 y 28, o una polémica en torno a una exposición de Francis Bacon en Londres en el número 43174. Fuera de sección, hay que destacar las colaboraciones de dos hispanoamericanistas. El canario José Perdomo García, muy vinculado a otras revistas culturales de la época —fue secretario de Cisneros, director de Información Hispánica y colaborador de Arbor y ejerció de jefe de administración del Ministerio de Información y Turismo— publicó cuatro artículos relativos a la filosofía hispanoamericana: «La filosofía hispanoamericana y su ritmo» (nº 22), «La posibilidad de una filosofía hispanoamericana» (nº 30), «Filosofía hispanoamericana y filosofía en lengua española» 174 El nombre de la sección sufrió ciertas vacilaciones en algunos números, pero en todos los casos se mantuvo la idea general de la página. En el número 40, pasó a denominarse «Crónica de España y del mundo» y en el 37-38, «Por todo el mundo». 211 (nº 31) y «La existencia de una filosofía hispánica» (nº 32). También Francisco Gil Tovar, historiador granadino afincado en Colombia desde 1953, quien en el número 22 inició la breve sección «Notas para un panorama actual literario de Hispanoamérica» con tres entregas: «El Ecuador» (nº 22), «El Perú» (nº 23) y «Nicaragua» (nº 32). En ellas se hacía un repaso esquemático de los principales autores y tendencias por cada uno de los géneros literarios. Asimismo, se publicaron tres secciones ligadas a autores concretos y de temática internacionalista. Nos referimos a «A través del castellano» (diez entregas) de Vázquez Zamora, «Mirador de las letras europeas» (13) de Sainz Mazpule y «Galeón de la quincena» (8) de Sanz y Díaz. La primera se presentaba en el número 23: «Una sección fija en la que Rafael Vázquez Zamora irá registrando el eco de la literatura extranjera en España, y de la atención que los escritores de fuera prestan a nuestra literatura» (nº 23: 8). Así, las críticas de Vázquez Zamora tomaron dos direcciones diferentes. En primer lugar, la reseña de la novedad bibliográfica extranjera, más centrada en traducciones de obras clásicas que en literatura reciente. Así, en el número 25 cargaba contra una nueva traducción de El retrato de Dorian Grey: «Por supuesto este libro es admirable en lo que tiene de juego verbal y de ingeniosas frases, pero es intolerable en su afán de justificar el inmoralismo» (nº 25: 6), en el 26 se refiere a ciertas opiniones de Dickens en relación con la campaña de la Sección de Autores del Libro y de la Prensa y comenta varios trabajos sobre Shakespeare (nº 30) y sus traducciones al euskera y catalán (nº 32). En varias ocasiones, alude a la proliferación de novelas extranjeras de escasa calidad en las librerías y quioscos españoles: «Hubo entre nosotros, una racha, hace algunos años, de “fiebre” editorial en el supuesto descubrimiento de valores de la literatura extranjera; fiebre que llegó a costarle la vida a algunas casas editoriales y que a otras las ha dejado en estado de lenta convalecencia» (nº 23: 8). En segundo lugar, se centra en analizar la recepción de la literatura española e hispanoamericana en el extranjero. Así, se ocupa de los estudios de Allison Peers sobre la poesía religiosa de Gabriela Mistral (nº 27) y de algunas novedades editoriales sobre Cervantes en el extranjero (nº 24). Bajo el rótulo de «Mirador de las letras europeas», firmó Sainz Mazpule su sección de crítica (aunque en sus dos primeras entregas se llamó simplemente «Mirador de las letras»). En general, se dedicó a reseñar obras francesas —traducidas o no—, aunque hay unas pocas excepciones de obras alemanas (Der Weg Ist Dunkel, de Hans Habe, o Dioses y héroes, de Gustav Schwab), suecas (El divino Ulises, de Eyvind 212 Johnson) o españolas (La agonía del psicoanálisis, de López Ibor). El criterio seleccionador es fundamentalmente católico: tanto en el caso de las obras narrativas comentadas —Giovanni Papini y Julien Green— como en las ensayísticas: la correspondencia entre Suares y Claudel, que ilustran la conversión a la fe católica del primero gracias al poeta francés, un ensayo de Jean Soulairol que «ilustra la tesis de que la poesía lleva a Dios y de Dios procede» (nº 26: 4), así como varias obras de filosofía en que se vincula a diferentes pensadores europeos con el catolicismo: un libro de Karl Kaspers —Nietzsche y el cristianismo— «que demuestra que este «sentía una viva admiración por Cristo y el cristianismo» (nº 26: 4), o el de Romano Guardini sobre Pascal —Pascal o el drama de la conciencia cristiana— en el que relaciona al filósofo religioso con Kierkegard y Nietzsche. El «Galeón de la quincena» de Sanz y Díaz se presentaba como el equivalente de Sainz Mazpule pero en este caso relativo a Hispanoamérica: «informaremos a nuestros lectores de cuanto culturalmente de interés acontezca en los países de habla española» (nº 25: 7). En sus ocho entregas (desde el número 25 hasta el 34-35), se abordaron novedades de casi todos los países del continente, incluyendo en una ocasión a Brasil, Filipinas y Estados Unidos. Aunque se trató en general de una sección bastante aséptica, en ocasiones se hizo explícito el anticomunismo del autor (nº 34-35) y la defensa entusiasta de la hispanidad, a propósito, por ejemplo, de un artículo sobre los Reyes Católicos publicado en Revista de los Archivos Nacionales de Costa Rica (nº 26). V. POESÍA Y CUENTO Ya nos hemos referido a la pérdida de protagonismo del género poético tras la marcha de Leopoldo Panero de la dirección de la revista. En casi todos los números, dejó de ocupar una página completa —la compartía normalmente con un cuento, pero también con otro tipo de textos— y ya no se presentaban varios poemas de un mismo autor, sino que se realizaba una pequeña selección de diferentes poetas. La nómina resultante es, en consecuencia, mucho más amplia pero menos representativa de las principales tendencias líricas de la posguerra175. De entre ellos, destacan los nombres de Lorenzo Gomis, García 175 Publicaron en esta etapa los siguientes poetas: fray Ángel Mª del Sagrado Corazón (nº 19), Juan Gil Albert (nº 19), Juan Ruiz Peña (nº 19), Alfonso Albala (nº 19), Juan Germán Schroeder (nº 20), Lorenzo Gomis (nº 20, 36), Beatriz Schulze Arana (nº 20), Antonio Gómez Galán (nº 20), Rubén Darío (nieto) (nº 20), Rosa María Rojas (nº 21), Jesús Delgado (nº 21), José Ramón Santeiro (nº 21), José García Nieto (nº 22, 26, 39), Ricardo de Val (nº 22), Diego Fernández Collado (nº 22), Felipe Torroba; Bernaldo de Quiros (nº 22), José Luis Cano (nº 22, 28), Jesús Juan Garcés (nº 23), Luis Dam (nº 23), Jacinto Fombona Pachano 213 Nieto, Cano, Jesús Juan Garcés, Diego, José Luis Hidalgo, Alfonso Moreno, Adriano del Valle, Crémer y Rosales. Junto a ellos, sobresale la firma de Juan Gil Albert, quien en el número 19 publicó el poema «La sombra», firmado como Juan M. Albert176 y el poeta catalán José Cruset, con su «A Pedro Salinas, en su muerte», publicado en el número 41. Además, se incluyeron bastantes nombres hispanoamericanos —Beatriz Schulze Arana, Miguel Arteche, Dora Isella Russell, Santiago Schulze Arana, entre otros— frente a la preeminencia española de la etapa anterior. En general, se trata de poemas de corte clásico (normalmente endecasílabos y alejandrinos blancos), o en verso medido de arte menor y tono ligero, como la mayoría de los poemas del número 21, de Jesús Delgado y Rosa María Rojas. Temáticamente, hay un protagonismo absoluto de la poesía religiosa, que en muchas ocasiones monopoliza la sección completa: véase, por ejemplo, la de los números 24 y 43. José Luis Cano tuvo a su cargo durante esta etapa una de las secciones de mayor interés de la revista: «Poesía de España y de América», normalmente incluida en la página 4 junto a las obras de creación177. En las quince entregas de la sección (desde el número 29 hasta el 45), Cano se ocupaba de autores y obras de ambos continentes. La nómina resultante fue de enorme interés. Trató de los españoles Miguel Hernández, Susana March, Celaya, Otero, López Gorgé, Pura Vázquez, Camón Aznar, García Nieto, Mario López, Conde, Cirlot, Leopoldo Rodríguez, Alejandro Gago, Fernando Gutiérrez y Diego; así como de los hispanoamericanos Pedro Lhaya, Fina García Marruz, Salazar Bondy, Juana de Ibarbourou, Jorge Voscos Lescano, H. A. Murena, Dora Isella Russell, Cintio Vitier, Jorge Gaitán, Andrés Holguin, Roque Esteban Scarpa, Betina Edelberg y Julio Ardiles. Todo ello, además, desde una perspectiva aperturista respecto de otras corrientes estéticas distintas a la rehumanización, como el surrealismo. Como decíamos, normalmente en la misma página que la poesía, se solían incluir (nº 24), Manuel Carrión Gutiérrez (nº 24), Antonio Manuel Campoy (nº 24), Gerardo Diego (nº 26), Manuel Pilares (nº 26), Arce y Valladares (nº 26), José Rumazo (nº 28), Rafael Vázquez Zamora (nº 28), Miguel Arteche (nº 28), José Luis Hidalgo (nº 29), Dora Isella Russell (nº 29), María del Carmen Fraga (nº 29), Alfonso Moreno (nº 30), Juan Carlos Villacorta (nº 30), Adriano del Valle (nº 30), Luis Pozo García (nº 31), Victoriano Crémer (nº 32), Luis Hernández Aquino (nº 34-35), Susana de Aquino (nº 34-35), Santiago Schulze Arana (nº 36), Dimytro Buchynskvi (nº 39), Stella Sierra (nº 39), Luis Rosales (nº 39), Juan Bautista Bertrán (nº 40), Jorge Blajlot (nº 41), José Miguel Velloso (nº 41), José Cruset (nº 41), Luis Ponce de León (nº 43), Jacinto López Gorgé (nº 43), Alberto Ramírez (nº 43), José María de la Puerta (nº 43), Miguel Ángel Colomar (nº 43), Margarita Feal (nº 43), Pura Vázquez (nº 44), Abgar Renault (nº 44). 176 En el número 20 se aclara: «El autor del poema “La sombra”, que publicamos en nuestro número anterior con la firma Juan M. Albert, es el conocido poeta levantino Juan Gil-Albert» (nº 20: 1). 177 Es de enorme valor una tesis doctoral reciente en la que se estudia específicamente la obra crítica de José Luis Cano [Gallego Serrano, 2016]. 214 uno o dos cuentos. La nómina es bastante significativa: Aldecoa, Ignacio de: «La muerte de un curandero metereólogo» (nº 19) Salcedo, Emilio: «Pica-pleitos» (nº 20) García Luengo, Eusebio: «Por tierras de la Siberia extremeña» (nº 20) Alejandre, Manuel: «El aprendiz» (nº 21) Fraile, Medardo: «No sé lo que tú piensas» (nº 21) Arce, Manuel: «El hombre que no sabía trabajar» (nº 22) Lizón, Adolfo: «Las manos de la madre» (nº 22) Campo, Ángel del: «En la laguna de Ibera» (nº 23) Yuste, Tristán: «¡Se va el caimán!» (nº 23) Fernández-Flórez, Darío: «El zapatero de Honfleur» (nº 26) Aldecoa, Ignacio de: «Pedro Lloros y sus amigos» (nº 27) Gomis, Lorenzo: «Primer hijo» (nº 30) Carnicer Blanco, Ramón: «Sastrería de La Habana» (nº 31) Castillo Puche, José Luis: «El superviviente» (nº 32) Alemán Sainz, Francisco: «Historias para figuras de cera» (nº 34-35) Aldecoa, Ignacio de: «El aprendiz de cobrador. Honesta historia de un hombre humilde» (nº 36) Ballesteros de la Torre, Mercedes: «La figura del tapiz. Cuento premiado por Correo literario» (nº 37-38) Acquaroni, José Luis: «Un vagabundo va de vacaciones (Premiado por Correo literario» (nº 39) García Pavón, Francisco: «El niño cuenta cómo era una calle que vio. Cuento premiado por Correo literario» (nº 40) Albala, Alfonso: «Adolescencia» (nº 41) Destaca, en primer lugar, la asiduidad de Aldecoa, con un total de tres cuentos, que se instituye ya como el narrador más prolijo de Correo Literario. En todos ellos hay una latente preocupación social, de forma especialmente clara en el publicado en el número 36: «El aprendiz de cobrador. Honesta historia de un hombre humilde» [vid. TERCERA PARTE. 5c]. Este cuento fue presentado al Primer Concurso de Relato Breve Correo Literario, que se anuncia en los números 23 y 25, se declara desierto en el número 27; se vuelve a convocar en el 28 y, finalmente, se publica la resolución en el mismo número 36 en el que aparece el cuento de Aldecoa. Los premiados, sin embargo, fueron los relatos de Mercedes Ballesteros de la Torre y, en calidad de accésit, los de José Luis Acquaroni y Francisco García Pavón. 215 Así, y aunque se publica el magnífico relato de Aldecoa, se prefiere premiar el cuento moralizante de Ballesteros: «Nada, pues, se destruía ni caducaba, no existía la desolación del pasado ni la incertidumbre angustiosa del porvenir. […] Dios no tenía principio ni fin, y creyó en la resurrección de la carne y en la Comunión de los Santos» (nº 37-38: 4). El texto, también premiado, de García Pavón, «El niño cuenta cómo era una calle que vio», nos habla de la vida en la ciudad desde la perspectiva infantil. En él, hay ciertas notas interesantes de crítica a la deshumanizada vida urbana, pero esta se realiza más desde la nostalgia de la vida retirada en el campo, que desde la denuncia de las condiciones sociales: «Y es que el mundo y el “país”, como dice papá, son así. Hay campos llanos y grandes donde no hay autos, ni nada; pero donde uno puede estar contento y merendar riéndose mucho, y, sin embargo, hay calles de estas tan grandes, tan repletas de gente, de autos, y de luces de “neo” donde uno llora solo, y no puede merendar de ninguna manera» (nº 40: 4). Y, más en el ámbito del costumbrismo, se sitúa el tercer cuento premiado: «Un vagabundo va de vacaciones», de Acquaroni. Prevaleció, pues, el relato tradicional de corte moralizante. Ejemplos de ello son los relatos de Medardo Fraile, sobre un chico que abandona los estudios por su amor a una muchacha, que luego lo abandona; «Las manos de la madre», de Adolfo Lizón, de subtítulo «Estampa de hogar», acerca del recelo que un hijo siente ante las maltrechas manos de su madre, hasta que descubre que su estado actual se debe a que de pequeño lo salvó de un incendio; o «El superviviente», de José Luis Castillo Puche, cuyo protagonista es un divisionario que nos cuenta que su madre «ofreció su vida por la conversión de Rusia» (nº 33: 4). Hay un pequeño grupo de textos narrativos que nos resultan de interés por su temática: todos ellos abordan la problemática del exilio. Se trata de los cuentos «En la laguna de Ibera», de Ángel del Campo, «¡Se va el caimán!», de Tristán Yuste, «Sastrería de La Habana», de Ramón Carnicer y «El zapatero de Honfleur», de Darío Fernández- Flórez, un capítulo de la novela Frontera, en el que se incide en tópicos como el resentimiento y la nostalgia del exiliado respecto de la patria abandonada. El estilo de todos los textos, como ocurría en la etapa anterior, es tradicional: narradores en primera o tercera persona, ordenación lineal de los acontecimientos y enfoque realista de la trama, con unas pocas excepciones de cuentos con notas fantásticas («La figura en el tapiz» o «Historias para figuras de cera»), y el monólogo más innovador de Lorenzo Gomis, «Primer hijo», próximo a las técnicas del fluir de conciencia: «Hay que fumar, si es necesario. Anulaba la promesa. ¿No perjudicaría eso a Tere? Qué 216 absurdo. Qué poca confianza. No es verdad: tenía confianza. Dios le ayudaría, les ayudaría. Que no sufra, que vaya bien. El niño sería arquitecto. No; era una carrera demasiada larga» (nº 30: 4). Una novedad importante es que se ensaya una sección fija de teatro (aunque todavía sin rótulo de sección), que acabaría formalizándose en etapas posteriores. Así, junto a los contenidos concretos relativas a las polémicas que ya hemos mencionado, fundamentalmente en torno al premio Agustín Pujol, en varios números se reserva una página completa para contenidos teatrales. Apareció en los números 29, 33, 34-35, 40, 41, 42, 43 y 44, salvo dos excepciones, siempre en la página 12, y con las firmas de unos pocos autores habituales: Sastre (cinco colaboraciones), Gordón (3) y Torrente Ballester (3), más las colaboraciones puntuales de Eloy González Ruano, Manuel Pilares, Quinto, Isabel Suárez de Deza, Guerrero Zamora y Emilio Romero. Muchas de las colaboraciones se encabezaban bajo títulos en tipografía de sección, como «Dos entrevistas de Alfonso Sastre» (nº 40), a los premiados Suárez Carreño y Calvo Sotelo, «Bragaglia entre dos fuegos» (nº 37-38), «En el teatro hay mucho teatro. Polémica trasplantada» (nº 43) y, en general, se abordaban problemáticas de la situación teatral española, normalmente en relación con estrenos concretos: «Torrente Ballester enjuicia seis estrenos» (nº 42) es buen ejemplo de ello, pero también se trataron obras y figuras de la dramaturgia internacional: el trabajo de Guerrero Zamora sobre Gordon Craig, recién galardonado con el «The Irish Catholic Stage Guild» (nº 41). VI. LA SECCIÓN DE «CRÍTICA» DE SANTIAGO MAGARIÑOS Ya avanzamos líneas más arriba que la sección de «Crítica» sufre importantes cambios durante esta etapa y, en concreto, a partir del número 23 y hasta el 42. Hasta entonces, esta había estado a cargo de diferentes firmas, ninguna de ellas fijas; en cambio, a partir del 1 de mayo de 1951, Santiago Magariños se ocuparía en exclusiva de la reseña de libros, y la sección añadiría a su rótulo el subtítulo «Los libros de la quincena». Se mantienen las subsecciones que organizaban las diferentes reseñas, aunque con pequeñas modificaciones en el nombre: ahora las principales son «Libros publicados», «Libros españoles», «Libros hispanoamericanos», «Libros extranjeros», «Libros de poesía», «Libros de teatro» y algunas efímeras subsecciones de «Libros de otros», «Escaparate», «Novelas de mujeres» y «Libros recibidos». Aumentan considerablemente el número de reseñas por sección, y estas se vuelven, en consecuencia, más descriptivas que 217 valorativas, aunque no dejan de traslucir la ideología tradicionalista de su autor; y entre nombres importantes de la literatura del momento figuran muchos nombres y obras menores. Al igual que en la etapa anterior, prevalecen los nombres españoles frente a los hispanoamericanos y extranjeros. Así, entre los poetas destacan Diego, Guerrero Zamora, Leopoldo de Luis, Antonio Oliver, Celaya, Francisco Garfias, Conde, Cano, Cirlot, García Nieto, Alejandro Gaos, Ángela Figuera o Susana March (muchos de ellos también reseñados en la sección de José Luis Cano); narradores como Unamuno, Sánchez Mazas, Ledesma Miranda, J. A. de Zunzunegui, Felipe Ximénez de Sandoval, Elena Quiroga y Mercedes Fórmica; ensayistas importantes: entre otros, Guerrero Zamora, García Luengo, Muñoz Alonso, Fernández Almagro, Díaz Plaja, Marañón, Gullón, Gaya Nuño y Menéndez Pidal; y dramaturgos de éxito como Eduardo Marquina y Jacinto Benavente. Sobresale, asimismo, la presencia de algunos autores heterodoxos como Miguel Hernández y exiliados como los ensayistas Salvador de Madariaga y Joaquín de Casalduero, y la firma menos sorprendente (por su asiduidad en las publicaciones del interior) de Juan Ramón Jiménez. Fue novedoso respecto de la etapa anterior, la inclusión sistemática de autores en la subsección fija «Libros hispanoamericanos», en la que aparecieron escritores tan significativos como Gabriela Mistral, Dulce María Loynaz, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Juana de Ibarbourou y Alfonso Reyes; así como nombres extranjeros, aunque con un predominio claro de ensayistas y filósofos: entre otros, Husserl, Pattee, Papini, Toynbee, Croce y Merton. La relación de revistas reseñadas mantiene la tónica de la etapa anterior: fundamentalmente, revistas culturales y poéticas españolas, con el nacimiento, celebrado en las páginas de Correo Literario, de El Ciervo (nº 30), el Índice de Juan Fernández Figueroa (nº 33), Ateneo (nº 42) y Alcalá (nº 42). En este sentido, se elogia la labor de Juan Aparicio como director de prensa: «Se habla mucho de la aparición de nuevas publicaciones artísticas y literarias. Una orientación más liberal en este sentido del nuevo director de prensa, Juan Aparicio, renueva antiguas esperanzas y promueve otras nuevas» (nº 33: 2). Se reseñan, además, algunas revistas de México y Perú, y dos revistas portuguesas: A Serpente (nº 22) y Portucale (nº 43). Los sumarios de revistas, insertados a veces a modo de publicidad entre los textos de Correo Literario, ampliaron el coto cerrado de las revistas del ICH, se incorporaron otras como Alcalá (números 40 y 45), Arbor (37-38, 41, 42 y 45) y Cuadernos de política y literatura (nº 27), y se reseñaron de 218 forma más extensa publicaciones periódicas de provincia en las subsecciones correspondientes de «Correo de España y del mundo»: por ejemplo, la murciana Sazón (nº 25), la marroquí Alcándara (nº 43) y la salmantina Intus (nº 43), entre otras. Así pues, la etapa de Faustino G. Sánchez-Marín supuso un paréntesis intransigente dentro de la tendencia general de la revista. Fijó, sin embargo, algunas importantes secciones, como «El autor y su obra preferida», que se mantendría hasta el final de la publicación, incorporó de forma definitiva a Aldecoa en sus páginas de narrativa y ensayó una protosección de teatro con colaboradores como Quinto y Sastre. Sin continuación en las etapas posteriores, ensayó, asimismo, importantes secciones que valoraremos luego dentro del contexto del discurso comprensivo: fundamentalmente «Poesía de España y de América», de José Luis Cano. Prevalecieron, sin embargo, los contenidos vertidos en las campañas informativas a propósito del Congreso de Cooperación Intelectual, las relaciones entre el arte y la religión y secciones nominales de marcado carácter tradicionalista como «Mirador de las letras europeas», de Saiz Mazpule, o «Galeón de la quincena», de Sanz y Díaz. c) Etapa I. 3 (abril-1952 / abril-1953). Juan Gich (nº 45-69) El número 45 trajo consigo importantes cambios en la historia de Correo Literario. Sánchez-Marín desaparecía del cuadro de dirección y Juan Gich le tomaba el relevo al frente de la revista. En el número 46 se realizaba una pequeña semblanza de su figura: Se ha hecho cargo de la dirección de Correo Literario Juan Gich Bech de Careda. Nacido en Agullana (Gerona), en el corazón del alto Ampurdán, en 1927, cursa estudios de Letras en Barcelona y de Ciencias Económicas en Madrid, donde reside desde 1948; primero en el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, y actualmente en la Residencia de Relaciones Culturales, donde dirige los ya famosos «Lunes Culturales». Por formación, por voluntad y aun por naturaleza, la personalidad de Gich es múltiple, compleja y —como ocurre siempre que se armoniza la variedad— fecunda. Viene publicando numerosos trabajos sobre temas diversos y singularmente acerca de arte y cinematografía, en las más importantes revistas de Madrid y Barcelona, y ha cultivado el periodismo con asiduidad y fortuna en las páginas de El Alcázar (nº 46: 1). 219 Se trataba, como vemos, de un intelectual mucho más joven que sus antecesores: en el momento en el que se hicieron cargo de Correo Literario, Panero contaba con cuarenta y un años y Sánchez-Marín con treinta y seis; Gich lo asumía con tan solo veinticinco. Pese a ello, había sido colaborador de algunas de las más importantes revistas culturales de la década: en el propio Correo Literario había publicado ya dos trabajos, y en Cuadernos Hispanoamericanos se había ocupado de cuestiones artísticas en cuatro artículos. Sobre esta condición joven, que tendría amplias repercusiones en la orientación de la revista, se insistía en la presentación: «De su formación, de su inteligencia, de sus conocimientos profesionales y de su capacidad de trabajo espera muy fecundamente Correo Literario un nuevo y juvenil impulso en la línea de constante superación que viene marcando la revista desde su nacimiento» (nº 46: 1)178. En Alcalá, de la que Gich era asimismo colaborador, se celebraban los nuevos aires que prometía la nueva figura. Se insistió, fundamentalmente, en su cambio de orientación hacia los problemas actuales: «Nuevas inquietudes, nuevos problemas y una total y rigurosa visión del panorama de las letras y las artes […] incorporar la literatura a los magnos problemas del mundo de hoy, de preconizar un escritor vivo y profundamente ideológico, frente a un barroquismo de las formas o un lirismo feble y preciosista»; y en su renovada mirada hacia debates de carácter europeo: «Se abre con el planteamiento de una polémica actual y expresa en Francia y presente en todas las consciencias del mundo» [Anónimo, 1952e: 3]. Implícitamente, se aludía sin duda a la permanente obsesión de los ensayos de la etapa de Sánchez-Marín por la cuestión católica y por cuestiones sobre la españolidad que, aun cuando se planteaban el lugar de España en el contexto internacional, no dejaban de tener un enfoque en exceso nacionalista y cerrado. 178 Este sería solo el inicio de una fecunda carrera oficial que le llevó a desempeñar distintos cargos en la década de los cincuenta relacionados con el mundo universitario: Jefatura del Gabinete Técnico de la Dirección General de Enseñanza Media (1952), Dirección General de Enseñanza Universitaria (1956), subdirector del Colegio Mayor Menéndez Pelayo (1956) y director del Colegio Mayor Antonio de Nebrija (1957). A finales de la década de los cincuenta regresó a Barcelona, donde es contratado por Francesc Miró- Sans como secretario del FC Barcelona. A partir de ese momento sus responsabilidades en el mundo deportivo no hicieron más que aumentar: fue gerente de dicha entidad, vocal de la Federación Española de Fútbol, miembro del comité ejecutivo de la copa de Ferias, comisario de la Bienal Internacional de Deportes desde 1966 y, ya en los setenta, Delegado Nacional de Educación Física y Deportes y presidente del Comité Olímpico Español. Al mismo tiempo, su carrera política continuaba en ascenso: fue Consejero Nacional del Movimiento y procurador en cortes electo por la provincia de Gerona, entre 1971 y 1976 y, ya en democracia, diputado de Unión de Centro Democrático por Gerona. También ocupó importantes cargos en los departamentos de información del régimen: miembro de la gerencia de prensa y radio del movimiento desde 1969, vocal de la comisión de programas culturales de Televisión Española y, en 1977, presidente del consejo general de Radiotelevisión Española. 220 Es también sintomática de esta visión la parodia que del Correo Literario de Sánchez-Marín se realiza en el número 536 de La Codorniz (17 de febrero de 1952). Imitando la tipografía de la portada, se transformaba el nombre de la revista a Cotilleo Literario y el subtítulo a «Letritas y arte de España y América». En los textos incluidos en dicha «portada», se parodiaban gran parte de las secciones de la publicación: las encuestas sobre el problema de los intelectuales —se plantean las siguientes preguntas: «¿Cree usted que los intelectuales necesitan dinero?; ¿Qué le parece a usted que deben tomar los intelectuales, malta o café?; ¿Qué opina usted de los editores?»—, la información sobre concursos y premios en remotos parajes provincianos que nadie conoce, la publicación de poemas intrascendentes —en la línea del «lirismo feble y preciosista» que señalaba Alcalá—, los contenidos filosóficos sin relación con la realidad: «Olegario Plomero Peransta plantea su perspicaz atisbo de una nueva filosofía frente a las sugerentes reflexiones del observador desde un plano equidistante de la técnica y la vida misma», o la parodia de una crítica insustancial: «Esta nueva novela de la brillante escritora Juana de la Caza, pone de manifiesto otra vez las magníficas condiciones de la brillante escritora en esta nueva novela. Por eso estamos seguros del triunfo de esta nueva novela de la brillante escritora que superará, si cabe, a los grandes éxitos anteriores de la brillante escritora, autora de esta novela». Aunque en todos los casos se trata, evidentemente, de una hipérbole humorística (que la propia Correo Literario celebró en el «Cosas que pasan, cosas que se dicen» de su número 44) no deja de resultar interesante por su evidente conexión con el comentario de Alcalá. I. ASPECTOS FORMALES Y PRINCIPALES COLABORADORES Antes de entrar a valorar esta serie de cambios sustanciales nos ocuparemos de analizar los cambios externos, así como las modificaciones más importante del cuadro de colaboradores. Al contrario de lo que ocurría en las etapas anteriores, no se observa una modificación sustancial en la parte técnica de la revista: se mantiene su precio (4 pesetas), su extensión no sobrepasa en ningún número las 12 páginas, no hay ninguna interrupción en la periodicidad quincenal de la revista y las sedes de redacción (la misma del ICH, en Ciudad Universitaria), administración (Alcalá Galiano, 4) e impresión (las Gráficas Nebrija de la calle Ibiza) se mantienen estables durante todos los números. A partir del número 61, sin embargo, se observan sutiles diferencias que avanzan la importante reconfiguración de la revista que se produciría en el número 70: en portada, 221 en lugar del sumario, se incluye una lista de los colaboradores del número y un avance de algunas de las firmas más notables del próximo; las llamadas a otras páginas (en el caso de los artículos que se desarrollan a través de varias páginas no alternas) se recuadran en un rótulo negro, opción visualmente más elegante que la puramente textual de los números anteriores; y se reformulan algunos rótulos de sección: por ejemplo, los correspondientes a «Revistas», «Cada cual con su opinión» y «Cosas que pasan, cosas que se dicen». Todo ello va acompañado de una apuesta mayor por los contenidos protagonistas de la etapa siguiente, así como de la incorporación, constante a partir de entonces, de Marcelo Arroita-Jáuregui en la sección de crítica. Por estas razones, se podría afirmar que es en este momento, y no a partir del número 70 (en el que queda consignado oficialmente en el cuadro de dirección), cuando Arroita-Jáuregui se incorpora a las labores de gestión en Correo Literario. Pero los cambios más notables se detectan en el nuevo equilibrio de poder que se establece entre las firmas que participan de la revista. En primer lugar, hay que destacar el renovado peso que adquieren los autores de Escorial, casi todos ellos por su vinculación con la nueva sección de crítica. Cela (dieciséis colaboraciones), quien en la etapa anterior había publicado alguna entrega su sección «Luna de varia sombra», se convierte ahora en una de las firmas más prolíficas con su «La columna de Camilo», colección de ensayos con sabor a Montaigne publicados ininterrumpidamente desde el número 46 hasta el 60. También estrena sección Aranguren (veintitrés colaboraciones): «También entre los libros anda el señor», uno de los apartados de mayor interés desde el punto de vista del programa comprensivo, y que se extendió hasta casi el final del periodo madrileño. Dentro de la nueva sección de crítica, «En el laberinto de las obras ajenas», Adolfo Muñoz Alonso (diecinueve colaboraciones) fue una de las nuevas incorporaciones en esta etapa. Se trataba de un filósofo —catedrático en Murcia, Valencia y Madrid, de cuya universidad llegó a ser rector— de orígenes netamente falangistas: fue consejero del Movimiento, procurador de las Cortes desde 1956, Director General de Prensa y Delegado Nacional del Servicio Español del Profesorado, entre otros cargos de responsabilidad. Considerado uno de los filósofos más influyentes del régimen, se ocupó en Correo Literario de la reseña de ese tipo de contenidos. Gerardo Diego (catorce colaboraciones) abordó, por su parte, la reseña de los libros de poesía. Otras personalidades vinculadas a Escorial, fueron Juan Sampelayo, proveniente de los servicios de Prensa y Propaganda de Falange, Juan Emilio Aragonés, firma habitual de revistas universitarias como Alcalá, Antonio Tovar y Gonzalo Torrente Ballester, quien 222 siguió colaborando puntualmente sobre polémicas y novedades de la vida cultural teatral179. Frente a las etapas anteriores, en las que las figuras de sus directores no tenían una presencia activa y constante en la publicación, nos encontramos aquí ante un importante cambio de rumbo: Gich participaría en casi todos los números, normalmente haciéndose cargo de críticas, así como el futuro subsecretario de la revista, Arroita-Jáuregui, desde el número 61 ya hasta su final. Además, es probable que muchos de los textos sin firma (quizás, por falta de recursos para pagar colaboraciones) los elaboraran ellos también. La creación de secciones nuevas, en concreto, las de entrevistas —«Pasado, presente y porvenir del escritor en España», «El difícil arte de escribir definido por los que no escriben» y «El autor y su obra preferida»— incorporaron a la revista a intelectuales como Juan del Sarto (con trece colaboraciones) y, sobre todo, Carlos Fernández Cuenca (el autor más prolífico en esta etapa, con veinticinco entregas); una importante figura del cine español, ya desde los años veinte, cuando fue colaborador de Acción Española pero sobre todo durante el franquismo: fue fundador y director de la Filmoteca Nacional de España, miembro de la Junta de Censura, director de la Escuela de Cine y director del Festival de Cine de San Sebastián. Entre las novedades más destacadas cabe destacar el aumento considerable de firmas jóvenes, que respondía a ese «juvenil impulso» del que se hablaba en la presentación de la etapa. Así, Carlos Talamás, colaborador universitario de La Hora, de formación orteguiana y vinculado al movimiento indaliano de Almería, publicó nueve interesantes artículos de clara perspectiva comprensiva: sobre la revista Alférez (nº 61), la figura de Laín Entralgo (nº 65 y 69) o revisiones de la literatura del momento (nº 51). El grupo de Arte Nuevo —Sastre, Gordón, Quinto y Alfonso Paso— mantuvieron su presencia en la revista, pero ahora se les unía el musicólogo Carlos-José Costas, con cinco artículos en defensa de la vanguardia musical y el dodecafonismo. A todos ellos se sumaban las colaboraciones puntuales de carácter creativo de algunos de los principales nombres jóvenes del medio siglo: Aldecoa, que ya era firma habitual de la revista, Matute y Juan Goytisolo. Caballero Bonald publicó, por su parte, una serie de artículos sobre escritores hispanoamericanos (más adelante colaboraría, asimismo, con un cuento). 179 Otros nombres, no vinculados directamente a Escorial que aumentaron considerablemente su presencia en la revista por su vinculación con la sección de crítica fueron los profesores Ángel Valbuena Briones, con doce colaboraciones, y Ángel de la Hermida, con ocho. 223 Además, varias firmas de prestigio adquieren cierto peso en Correo Literario: José María Gironella, con cinco colaboraciones sobre cuestiones de narrativa, José María Souvirón, recién vuelto a España desde Chile y que en la etapa posterior adquiriría una sección propia, y otros ensayistas destacados, como Manuel Fraga (3), César González- Ruano (3), Antonio Fernández Cid (3) y Guillermo Díaz Plaja (3) Son varios los nombres que se mantienen del periodo de dirección de Sánchez- Marín, ligados, sobre todo, a las últimas entregas de algunas secciones. Así, Eugenia Serrano sigue encargándose de «Las tardes del Ateneo» hasta que esta desaparece en el número 51, y algunos de los autores que ejercían de corresponsales en «Correo de España y del mundo», escriben sus últimas colaboraciones (que llegan hasta el número 53 de forma regular, más una última entrega puntual en el 56). Algunos de estos nombres fueron José Alfonso, Emilio Salcedo, Gonzalo M. Vivaldi, Miguel Ángel Colomar. Fuera de estas secciones siguen colaborando en la revista Campoy (quien, sin embargo, pierde gran parte del protagonismo que tenía anteriormente en la cobertura de la información sobre la Bienal) y el crítico hispanoamericano Edmundo Meouchi. También continúan en la revista firmas como Santos Torroella, con trece colaboraciones cada vez más enfocadas en la visibilización de la literatura catalana, y Cano, con siete críticas, ya no en sección propia, sino dentro de la general «En el laberinto de las obras ajenas». A ellos hay que sumar otros nombres como Guerrero Zamora, Dolores Franco, Gaya Nuño, Laforet y Marañón; así como muchos nombres del círculo de revistas poéticas: Castillo-Elejabeytia (cinco colaboraciones), Gomis (5), Garciasol (3), Ory (2), Morales (2), Leopoldo de Luis (1) y Fernando Quiñones (1). La estructura de cada número sufrió importantes cambios, fundamentalmente en lo que respecta a la nueva distribución de secciones. Algunas características, sin embargo, se mantuvieron iguales. En primer lugar, la portada desempeñaba una función muy similar a la que tenía desde sus orígenes: anuncios de los contenidos más llamativos de las páginas internas y comienzo de algunos artículos. Además, la página 2 se reservaba igualmente a las secciones de vida literaria: las ya conocidas «Cosas que pasan, cosas que se dicen» y «Concursos y premios», más algunas nuevas que surgen en esta etapa como «Cada cual con su opinión», así como otras secciones más esporádicas: por ejemplo, «Guía de forasteros» y «Correo a…». La distribución de contenidos en el resto de páginas, sin embargo, fue radicalmente diferente. La página 3, antes dedicada en exclusiva a «Las tardes del Ateneo», se reserva ahora a las secciones de autor «La columna de Camilo», de Cela, las entrevistas de Juan del Sarto y, en muchas ocasiones, a «También entre los 224 libros anda el señor», de Aranguren. La sección «Crítica. Los libros de la quincena», que firmaba Magariños y ocupaba la página 8, ahora se transforma en «En el laberinto de las obras ajenas» y se ubica en dos páginas: la 4 y la 5. Las páginas interiores, dedicadas antes fundamentalmente a las diferentes campañas polémicas sobre arte y religión, el problema de la ciencia español o la cobertura informativa de la Bienal, ahora incluyeron temáticas variadas como la oratoria (nº 46), los cursos de verano del Santander (nº 57), el premio Eugenio Nadal (nº 64) y la cuestión de la poesía social (nº 66). La página 9 se reserva desde el número 60 a la nueva sección «En quince días»; la página final es el espacio de las entrevistas de Fernández Cuenca, que continúan, como muchos de los textos de portada, en la número 10. El resto de páginas —8, 9 y 11— se reservan para los diferentes artículos y ensayos del número. Como veremos, los textos de creación no cuentan con un espacio propio dentro de la estructura general del número: los pocos cuentos que se publican se suelen ubicar en la página 11 y los poemas —todavía menos— se incluyen en diferentes espacios. Con Juan Gich, Correo Literario es más que nunca una revista cultural y política. II. SECCIONES MISCELÁNEAS Como ya anunciamos más arriba, además de las últimas entregas de algunas secciones antiguas —«Las tardes del Ateneo», hasta el número 51; «Correo de España y del mundo», hasta el 53—, las novedades de la vida cultural se vehicularon, fundamentalmente, a través de las secciones que aparecían en la página 2 de cada número. Allí se ubicaba la habitual «Cosas que pasan, cosas que se dicen», que no presentaba ninguna novedad significativa en cuanto al formato y la intención. Se registra, quizá, una mayor incidencia de ciertos contenidos; por ejemplo, las alusiones a diferentes personalidades del exilio: Salinas (nº 50), Rivas Cherif (nº 60), los pintores de la Escuela de París (nº 64), Guillén (nº 65), Domenchina (nº 65), así como una interesante nota sobre Germán Arciniegas y un polémico artículo publicado en Tiempo (nº 53) en torno al exilio español. También seguía «Concursos y premios», un tablón de anuncios sobre diferentes convocatorias de certámenes literarios y artísticos. Una de las nuevas secciones fue «Cada cual con su opinión», presente en todos los números desde el 44 hasta el 82, ya avanzada la siguiente etapa. Consistía en una columna con varios fragmentos procedentes de otras revistas o publicaciones. Aunque el listado completo de revistas referenciadas es de gran variedad —aparecen representadas 225 en él las principales revistas culturales, de uno u otro signo ideológico— hay un claro predominio de los diarios ABC (en diez ocasiones) y Arriba (10), de la revista Alcalá (en quince ocasiones, atendiendo, sobre todo, a sus editoriales), la barcelonesa Destino (17) y la revista Índice, de Fernández Figueroa (10). Le seguía en frecuencia la publicación de Ridruejo, Revista, en cinco secciones. A veces se incluían opiniones sobre la propia Correo Literario, en las que se insistía en el cambio de orientación que se había producido en la revista: «Correo es ya menos una revista del arte y las letras hispanoamericanas para asomarse a las corrientes literarias y artísticas europeas. No cabe duda de que esta orientación más apartada de las tendencias que podríamos llamar burocráticas para entendernos, proporcionará un mayor número de lectores al quincenario» (de Destino) (nº 50: 2). Es decir, que se alejaba de una línea más oficial («burocráticas»), en favor de un enfoque mucho más actual. Dicha actualidad pasaba, además, por suscribir la línea comprensiva, que ya se había convertido en el eje vertebrador de las preocupaciones de la Falange intelectual. No es de extrañar, pues, que gran parte de los textos recogidos en esta sección hacían alusión a dicho programa. Por ejemplo, un texto del nuevo colaborador de Correo, Talamás, publicado en Alcalá, en el que afirmaba que «negar a España como problema es una originalidad de rechazo, sin gracia ni fundamento» y asumía la voluntad de «que nos guste la España que no nos gusta» (nº 50: 2), o el editorial de Alcalá en el que se expresaba: «Cuando se maneje el fantasma de la tolerancia como puerta abierta al enemigo, no solo se acusa al estado de débil, sino que se proscribe la magnanimidad nacida precisamente de una caridad política prohibida en aquellos sectores horrorizados que hacen de su confesión una bandera» (nº 54: 9), y se parafraseaba el famoso discurso de Fernández Cuesta: «servimos y serviremos una política que, incompatible con el olvido total, no sea menos incompatible con el rencor o la envidia permanente» (nº 54: 9), que se había publicado en Correo Literario de forma íntegra unos números antes (nº 49: 1). Se incluían, además, muchos otros textos de Laín Entralgo sobre la función y la marcha de la universidad española y el papel del intelectual católico en el mundo actual, entre otros muchos asuntos que abordaremos más adelante. Compartían espacio con estas dos secciones principales, otras dos ya conocidas en la revista. «Concursos y premios», que, bajo diferentes nombres y rótulos, había sido una constante en la historia de la publicación, y «Revistas», que aparecía ya de forma definitiva como sección propia y no como parte de las páginas de crítica. La relación completa de revistas comentadas no nos permite extraer ninguna conclusión, más allá de 226 constatar que aparecieron prácticamente todas las revistas culturales de peso de la época —Arbor y Ateneo incluidas—, con una ligera inclinación a algunas de ellas como Alcalá, que aparece reseñada hasta en siete ocasiones180; y se comentaron, asimismo, algunas de las revistas americanas donde publicaban los exiliados (y que se incluían, a veces, bajo el epígrafe «Revistas americanas»), Buenos Aires Literaria (nº 60) y la colombiana Espiral (nº 49), a raíz de la publicación en ella de Salinas y Cernuda181. Sin embargo, y al igual que ocurría con la sección «Cada cual con su opinión», cuando se reseñaba una publicación del entorno comprensivo se hacía especial énfasis en su adherencia a este ámbito intelectual. Así, se celebraba la «línea de independencia» de Laye (nº 62), se señalaba que la Revista de Educación había sido «alentada por la generosidad que es norma en la labor del actual ministro español de Educación Nacional» y se aludía a su editorial: «una llamada al diálogo entre todos los que sostienen la revista» (nº 64: 2) o se vinculaba el ánimo de Alcalá con la política de Ruiz-Giménez: «esas virtudes de radicación en la realidad de los problemas e invitación a dialogar sobre ellos, que son norma constante en Ruiz-Giménez» (nº 65: 2). Finalmente, contemplaban el cuadro de secciones misceláneas la efímera «Guía de forasteros», que firmó Héctor Gil en dos ocasiones (números 47 y 48), y que se proponía como un anecdotario de la vida literaria madrileña; o la más interesante «Correo a…», no vinculada a ninguna página en concreto, y que se proponía como breve nota editorial, normalmente con carácter polémico, a veces dirigida a publicaciones concretas: a Índice en el número 45, a Revista en el 48. III. CONTENIDOS INTERNACIONALES Ya hemos mencionado la desaparición de una de las principales secciones de la etapa anterior: «Correo de España y del mundo», pero hay que tener en cuenta, además, que todas las demás secciones de vocación hispanoamericanista habían terminado, como el «Galeón de la quincena», de Sanz y Díaz, así como otras secciones de carácter internacional desde un enfoque conservador, como el «Mirador de las letras europeas», 180 Sin embargo, las pocas veces que se incluyó publicidad sobre otras revistas estuvo repartida entre Alcalá (números 46 y 50) y Arbor (números 46, 48, 53 y 58), así como la otra revista cultural del ICH, Cuadernos Hispanoamericanos (números 49, 59 y 60). 181 Fueron muchas las revistas hispanoamericanas reseñadas en la sección. Se consignó la edición de revistas en Argentina (Norte, El 40, Espiga), Colombia (Espiral), Cuba (Germinal, Justicia social cristiana, Orígenes), México (Ariel, Boletín cultural mexicano, Dédalo, Estilo, Voces verdes), Panamá (Pegaso, Revista de la asocación de maestros) y El Salvador (Eca). 227 de Sainz Mazpule. No es de extrañar, pues, el apunte que se hacía desde Destino — «Correo es ya menos una revista del arte y las letras hispanoamericanas para asomarse a las corrientes literarias y artísticas europeas»— y que se afianzaría con la pérdida del subtítulo «artes y letras hispanoamericanas» a partir del número 70. En cambio, proliferaron los artículos sueltos —nunca constitutivos de sección propia— sobre la cultura francesa y su mundo editorial —«Evolución de la prensa semanal parisiense» (nº 49); «Evolución del arte mexicano en París» (nº 52; en las páginas dobles); «Situación actual de las editoriales francesas» (nº 67; firmado por Jean Mancel); «Siete fichas de editoriales francesas» (nº 69)—, sobre la narrativa norteamericana —«Novelistas jóvenes de Norteamérica» (nº 52)—, que a partir de este momento se convertiría en una obsesión permanente de Correo Literario, y, en fin, sobre algunas figuras internacionales concretas, como Charles Maurras (nº 62, 63), François Mauriac (nº 61), Benedetto Croce (nº 62), Franz Kafka (nº 54, 68), entre otros. Asimismo, se afianza la sección «Literatura catalana», que ya había firmado Santos Torroella en alguna ocasión, pero que ahora se haría regular (nº 47, 48, 50, 53, 55, 59, 61, 63, 66, 69), con continuación en la etapa siguiente. Aun así, se mantienen todavía algunas secciones o ciclo de artículos que atienden a lo hispanoamericano. En primer lugar, contamos con las cinco entregas de «Cómo son las letras en…», en las que el articulista, de un modo similar a lo que ocurría con «Notas para un panorama literario actual de Hispanoamérica», de la etapa anterior, se ocupaba de fijar el estado actual de los diferentes géneros literarios —y, en ocasiones, también otras formas culturales, como la música, el ballet, la pintura, etc.— en un determinado país de América. Los países escogidos: México (nº 44), Venezuela (nº 45), Perú (nº 47), Chile (nº 53) y Puerto Rico (nº 55), se sumaban, así, a las revisiones de Ecuador, Nicaragua y Perú (del que se repetía entrega), de la etapa anterior. En estas revisiones no faltaban menciones a algunos exiliados que se encontraban en dichos países: «Numerosos profesores españoles han pasado por las aulas de la Universidad. He aquí algunos de ellos: Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Samuel Gil y Gaya, Pedro Salinas, Ángel Valbuena Prat, Ramón Menéndez Pidal, Manuel García Blanco… Se encuentran actualmente en este rico ambiente cultural el profesor y escritor Francisco Ayala y el poeta Juan Ramón Jiménez» (nº 55: 12), o a autores incómodos como Pablo Neruda: «No es fácil para nosotros prescindir de ciertas actitudes políticas e ideológicas, muy discutidas, que, según numerosas opiniones bien cimentadas, han disminuido la calidad poética de Neruda después de abrazar este poeta la causa comunista, hasta tal punto de 228 haber renunciado públicamente a lo mejor y más definitivo de su obra, por considerar él mismo sin importancia lo anterior a su conversión marxista», aunque no le restan valor a su obra debido a estas razones políticas: «no es bastante para evitar que Neruda merezca el primer lugar entre los poetas chilenos del momento» (nº 53: 11). Tuvo tres entregas la sección «Fichas de escritores hispánicos», semblanzas bio- bibliográficas de autores hispanoamericanos. Se trató a las figuras de fray Alonso de la Veracruz, Pablo de Olavide y Mariano del Campo Larraondo (nº 65) Jorge Icaza y Jorge Luis Borges (nº 67), Marcos Victoria y Juan José Arreola (nº 69). En un sentido parecido, José Manuel Caballero Bonald firmó tres entregas de «Diez poetas hispanoamericanos en Madrid», en las que reseñó la obra poética de los autores Miguel Arteche, Manuel del Cabral, Mario Cajina (nº 53), Eduardo Carranza, Eduardo Cote, Antonio Fernández Spencer (nº 55), Luis Hernández Aquino, Alonso Laredo, Ernesto Mejía y Alejandro Romualdo (nº 56). Estas reseñas tenían una perspectiva más ensayística que las mencionadas «Fichas», y tomaban como hilo conductor la relación vital y artística de todos esos autores con España. Finalmente, hay que destacar la sección sobre México que firmaba, bajo diferentes rótulos, el escritor hispanoamericano Luis de Santurce. El autor ya había colaborado en la revista con artículos de esta temática dentro de «Correo de España y del mundo» y otras secciones: «La actualidad cinematográfica mexicana» (nº 30), «Cumple sus veinte años el cine mexicano» (nº 41) y «La nueva Biblioteca Nacional de México será la más moderna y valiosa de América» (nº 42). En la etapa de Gich, se ocupa de la nueva sección «Correo de México» y «Crónica de México», que aparece en la página 8 de varios números: 48, 53 (en estas dos todavía integrada en «Correo de España y del mundo»), 56, 57, 60, 62, 66 y 68. En ellas, se ocupó de diferentes aspectos de la literatura y la cinematografía mexicana, muchas veces con una actitud beligerante frente a EEUU: por ejemplo, en el nº 57, a propósito de la edición española de algunas revistas norteamericanas: «se pretende ir captando a la idiosincrasia especial de los yanquis a los pueblos fuertes y austeros de Hispanoamérica» (nº 57: 8). 229 IV. LAS SECCIONES DE ENTREVISTAS En la etapa de Sánchez-Marín se había iniciado una sección de entrevistas, «El autor y su libro», a cargo de Fernández Figueroa, que se publicaba irregularmente en la penúltima página de la revista. A partir de este momento, esta se convirtió en una de las principales de Correo Literario (apareció sin interrupción, con unas pocas excepciones, desde el número 46 hasta el último de la época madrileña), cambió su rótulo a «El autor y su obra preferida», salvo las dos primeras entregas, que se titulaban «El autor y su obra maestra», pasó a ocupar la contraportada de la revista y las firmó en todos los casos el escritor Carlos Fernández Cuenca. La lista completa de entrevistados fue la siguiente: Ramón Menéndez Pidal (nº 46) Juan Antonio Zunzunegui (nº 47) Joaquín Calvo Sotelo (nº 48) Melchor Fernández Almagro (nº 49) Gerardo Diego (nº 50) José María Pemán (nº 51) Concha Espina (nº 52) Víctor Ruiz Iriarte (nº 53) José García Nieto (nº 54) Eugenio d’Ors (nº 56) Azorín (nº 57) Dionisio Ridruejo (nº 58) Ramón Ledesma Miranda (nº 59) Guillermo Díaz-Plaja (nº 60) Wenceslao Fernández Flórez (nº 61) José López Rubio (nº 62) Pío Baroja (nº 63) Julio Casares (nº 64) Pedro Laín Entralgo (nº 65) César González Ruano (nº 66) Torcuato Luca de Tena (nº 67) Cesare Zavattini (nº 68) Antonio Buero Vallejo (nº 69) Frente a la sección de Fernández Figueroa, dedicada casi de forma exclusiva a ensayistas, aquí nos encontramos una mayor variedad de creadores, con varios novelistas 230 de prestigio (Baroja, Azorín, Ledesma Miranda, Fernández Flórez, Luca de Tena, Zunzunegui), poetas (Diego, García Nieto, Ridruejo), dramaturgos (Calvo Sotelo, Ruiz Iriarte, López Rubio, Buero Vallejo) y ensayistas (Menéndez Pidal, Azorín, Casares, González Ruano), así como la excepción del extranjero Cesare Zavattini. Además de la reivindicación de algunos nombres de la generación de los maestros, como Baroja, Azorín y Menéndez Pidal, se incluyen varias figuras representativas de la corriente comprensiva: Fernández Almagro, Laín Entralgo, quienes hablan de sus ensayos Vida y literatura de Valle-Inclán y La generación del 98, respectivamente. Las entrevistas no seguían el habitual procedimiento de pregunta y respuesta, sino que se formulaban desde un enfoque narrativo, en el que Fernández Cuenca relataba las condiciones del encuentro y, alternando con las intervenciones del encuestado, el proceso de escritura y difusión de un libro en concreto (normalmente, el último publicado). Se aludía, pues, más a cuestiones concretas de dicha publicación que a otras polémicas políticas y culturales del momento. En alguna ocasión, sin embargo, cuando se repasaba la trayectoria del autor, se incluía alguna nota relativa a su situación durante la Guerra Civil. Así, Wenceslao Fernández Flórez alude a «la existencia de los refugiados en las embajadas de Madrid para liberarse, como él mismo hubo de hacerlo, de la persecución marxista» (nº 11: 10), y García Nieto a sus reuniones poéticas durante la batalla de Madrid: «para cumplir esta pura misión de esperanza se reúne un grupo de jóvenes poetas en muchas tardes, por fuera sombrías del Madrid rojo» (nº 54: 12). Además, Laín Entralgo apuntaba la polémica de la ciencia española, contraponiendo la postura del «progresismo apasionado, que negaba todo a la tradición» y «la exaltación reaccionaria de Pidal y el padre Fonseca, incompatibles con los conceptos modernos», para proponer una vía intermedia que compaginara el enfoque católico con «una clara comprensión de la historia puesta al día y abierta a las nuevas inquietudes» (nº 65: 12). De forma paralela, y con una periodicidad mucho menos estable, Juan del Sarto publicaba también sus entrevistas bajo el rótulo de sección «Pasado, presente y porvenir del escritor en España» (entre los números 50 y 60) y «El difícil arte de escribir, definido por los que no escriben (en los números 64, 65 y 68). Dentro de la primera sección se entrevistó a los siguientes escritores: Wenceslao Fernández Flórez (nº 50) Camilo José Cela (nº 51) Antonio Bueno Vallejo (nº 52) Aquilino Morcillo Herrera (nº 53) 231 Pedro de Lorenzo (nº 54) César González Ruano (nº 56) Emilio Romero (nº 57) Luis Fernández Ardavín (nº 58) Eduardo Aunós (nº 59) Melchor Fernández Almagro (nº 60) Se sigue, como se puede apreciar, un perfil bastante parecido al de Fernández Cuenca, con la repetición, de hecho, de una gran cantidad de nombres. El estilo de la entrevista era más convencional —de pregunta y respuesta— y todas ellas seguían como hilo conductor la reflexión sobre la función del escritor en la sociedad actual, y cómo esta había cambiado respecto del pasado y su proyección hacia el futuro. La sección «El difícil arte de escribir…», en cambio, se definía como una serie de entrevistas realizadas a personalidades ajenas al mundo de la escritura: «Los hombres que no escriben, al menos profesionalmente, hablarán ahora desde esta tribuna de Correo Literario de los escritores. Será curioso recopilar observaciones de elementos literariamente indoctos, desnudas solo por eso de retoricismos, pero henchidas de inteligente sinceridad» (nº 65: 3). En sus entregas, se entrevistó a un torero: Antonio Bienvenida, un pintor: José María López Mezquita, y un escultor: José Planes. V. NUEVAS SECCIONES: LAS COLUMNAS DE AUTOR Una de las secciones nuevas, que aparece por primera vez en el número 60 y permaneció en la revista hasta el final de su etapa madrileña, fue la denominada «En quince días». Ocupaba completamente la página 9 (la 13, tras la ampliación del número de páginas a partir del 70) y se proponía como un noticiario de las principales novedades culturales de la quincena. Su interés frente a otras secciones de orientación parecida es que no se limitaba a relacionar una serie de publicaciones y acontecimientos, sino que atendía, más bien, a polémicas culturales y políticas desde un posicionamiento comprensivo explícito. Las notas eran anónimas (con la única excepción del número 60, en que firmaba Carlos-José Costas). Si atendemos, sin embargo, a la lista de colaboradores que se incluía en la portada de cada número desde el número 61, podemos 232 deducir una lista aproximada182 de las firmas de la sección: además de Gich y Arroita- Jáuregui, Sastre (en varias ocasiones) y, de forma puntual, Carlos-José Costas, J. H. García Roca, José María Moreno Galván, Eduardo Carranza, Ismael Moreno de Páramo y Castillo-Elejabaytia. Entre las temáticas abordadas —que, por su estrecha relación con el modelo comprensivo, abordaremos en detalle en el apartado siguiente—, destaca la defensa de la poética social en sus diferentes formas: poesía (nº 60), narrativa (nº 61, 69), cine (nº 61), reflexiones sobre los nuevos artistas y su vinculación con el denominado arte nuevo (nº 60), citas y valoraciones de autores heterodoxos como Neruda y García Lorca y algún exiliado (nº 60, 61), crónica de la actividad de los diferentes grupos de teatros universitarios (nº 62, 69) o reflexiones sobre el papel de la universidad en la sociedad contemporánea (nº 68). Asimismo, se reivindicaron en varias ocasiones las figuras de Azorín —se defendía, en esta sección y en otros lugares de la revista, la organización de un homenaje nacional (nº 61, 64)—, o a Ortega y Gasset, a propósito de la celebración del curso «El estado de la cuestión» (nº 68). Otras secciones nuevas de indudable interés fueron aquellas vinculadas a firmas concretas. Contamos en primer lugar con la denominada «La columna de Camilo», de Cela, que se publicó en quince entregas desde el número 46 hasta el 60. Fue una de las principales apuestas de Correo en esta etapa, tal y como queda de manifiesto en la presentación que se hacía de esta en la portada del número 46: «A partir de hoy, cada quince días, Cela […] irá analizando lo más actual de nuestro mundo literario. Tenemos la seguridad de que esta sección se hará muy pronto popular y será muy buscada por los lectores de Correo… y los que no lo son» (nº 45: 1). En la sección, el autor de La colmena practicó un ensayismo en la línea de Montaigne, tal y como se traslucía en los propios títulos: «Sobre el delicado placer de la conversación», «Sobre las oposiciones a la posteridad», etc. Siempre dentro del ámbito literario, abordó gran variedad de temáticas, habitualmente desde un ánimo polémico: así, discutió sobre el sistema de premios literarios (nº 48), el limitado alcance de las revistas para minorías (nº 57), la sobrepoblación de poetas (nº 60), así como sobre diferentes movimientos estéticos: el tremendismo (nº 46) o la narrativa social (nº 47). Entre tanta prosa farragosa y retórica 182 En estos listados, se incluía una relación completa de los colaboradores de cada número. Una primera sección general, que correspondía normalmente a los artículos y secciones que ya incluían firma en las páginas interiores; y tres subsecciones de «Notas», «Crónicas» y «Dibujos». Dado que las crónicas aparecían firmadas, se puede deducir que la mayor parte de los nombres incluidos en «Notas» correspondían a esta sección, la única anónima del número. 233 grandilocuente, la columna de Cela se erige como un espacio de escritura de calidad, con personalidad y desde una perspectiva más amplia e integradora. Se podría afirmar lo mismo de la sección de Aranguren, una de las más notables de toda la historia de Correo Literario. Se denominó «También entre los libros anda el señor» y se publicó sin interrupción desde el número 47 hasta el 86; un total de veintidós entradas. Así se presentaba: Entre los libros, revistas y diarios, sí. Pero de ningún modo quisiéramos que estas columnas parasen en una mera sección de bibliografía religiosa. También entre los cuadros del pintor y las estatuas del escultor, en la construcción del arquitecto y en la sinfonía del músico. Y no menos sobre la pantalla de los cines o en el escenario teatral, y en los congresos, conversaciones, conferencias, allí donde se juntan los hombres de letras […] Dios está en todas partes. Nosotros le buscaremos en la obra del pensamiento y en la obra de arte (nº 47: 1). Se trataba, pues, de dar cuenta, cada quince días, de todas las novedades de la vida cultural que tuvieran que ver con el catolicismo. Su visión de la religión y del intelectual católico distaron mucho de las posiciones intransigentes que se defendían desde otros medios, como Ecclesia. Así, es frecuente la defensa del intelectual religioso frente a las instituciones eclesiásticas: «Hay muchos, jóvenes, sobre todo, que, desencantados de casi todo, quizás hasta de la Iglesia misma, todavía nos otorgan su confianza. Hagamos, pues, honor a ella y coadyuvemos a su salvación. Pero el irrenunciable distintivo de este peculiar apostolado nuestro es la independencia, la libertad. […] Sin dependencias burocrático-administrativas, sin afiliación, sin insignia, sin mayúsculas» (nº 48: 9). Desde esta perspectiva aperturista se comentaron una gran cantidad de novedades bibliográficas —como Catolicismo social y reformas de estructura, de José María Riaza Ballesteros (nº 56); Ideas políticas de los católicos franceses, de Juan Roger (nº 49); Palabras menores, de Laín Entralgo (nº 66)— y hemerográficas —Revista Internacional del Cine (nº 48), Hochland (nº 50), El Ciervo (nº 59), Incunable (nº 62), Índice (nº 69)— ; se analizó la cartelera cinematográfica (nº 59), musical (nº 63, 68) y artística (nº 62, 68); y se realizó la crónica de importantes acontecimientos culturales en torno al catolicismo: entre otros, las Conversaciones Católicas Internacionales de San Sebastián (nº 50) y las Conversaciones Católicas de Gredos (nº 51). En las páginas de la sección no faltó el diálogo con el exiliado (nº 53) y con ciertas figuras incómodas para el catolicismo 234 ortodoxo como Unamuno (nº 65), así como la defensa de ciertos valores del protestantismo (nº 69) e incluso del ateísmo (nº 69). VI. LA PUBLICACIÓN DE CAPÍTULOS DE NOVELAS Y OTROS TEXTOS DE CREACIÓN Ya comentamos que el espacio y la relevancia que ocupaba la poesía en la etapa de Leopoldo Panero se había reducido drásticamente en la de Sánchez-Marín. En el caso que nos ocupa, la tendencia sigue a la baja. En los números del periodo de Gich, apenas se publicaron diez colaboraciones poéticas (en los números 47, 51, 55, 59, 61, 62, 65, 66 y 69). Estas las firmaron los poetas españolas Jaime Delgado, Rafael Morales (en dos ocasiones), Juan Antonio Bertrán, Luis López Anglada y Ángel Martínez; hispanoamericanos: Antonio Fernández Spencer, Eduardo Cote Lamus y Aurelio Valls (con un poema en prosa o «proema») y el francés Claude Aubert. El carácter excepcional de la publicación de poesía, sin embargo, conllevó que, cuando esta aparecía, se presentaba de forma destacada183. Así, en el número 55 se dedicaron las páginas dobles a la publicación de un poema largo del padre Ángel Martínez, galardonado con el premio del Certamen del Congreso Eucarístico del Instituto de Cultura Hispánica, al que acompañaban tres ilustraciones de Lara, y una nota biográfica sobre el autor; y en el número 59, se dedicaba la página 7 a la publicación de cinco textos del también religioso Juan Bautista Bertrán, con ilustraciones a color y rótulo de sección, en la que se marcaba el punto temático común a todos los textos: «Holanda al filo de los ojos». Se editaron con una presentación parecida los poemas neorrománticos de Eduardo Cote (nº 61) y los tres sonetos de Rafael Morales (nº 65). Mucha mejor suerte corrió la narrativa, la cual, aunque no mantuvo la regularidad que sí tenía en la etapa anterior, apareció con bastante frecuencia en la revista y, lo más importante, a cargo de firmas de indudable relevancia y calidad. La relación completa es la siguiente: Matute, Ana María: «Las luciérnagas» (nº 45) Matute, Ana María: «[Fragmento de Fiesta al noroeste]» (nº 46) Franco, Dolores: «Dos viejecitas» (nº 47) Aldecoa, Ignacio: «Ciudad de tarde» (nº 48) Quinto, José María de: «Toque de silencio» (nº 49) 183 Había alguna excepción en que esta aparecía encuadrada en medio de otros textos: es el caso, por ejemplo, del «Cántico doloroso al cubo de la basura», de Morales, insertada en las secciones misceláneas de la página 2, en el número 47; o el poema de Claude Aubert, «A la mémoire d’Antonio Machado». 235 Serrano, Eugenia: «Perdimos la primavera» (nº 50) Goytisolo, Juan: «El mundo de los espejos» (nº 52) Castro, Fernando Guillermo: «La tarde del domingo» (nº 54) Torres, Julián: «Negro» (nº 55) Guerrero Zamora, Juan: «No de Matisse; de Cezanne» (nº 55) Lacruz Muntadas, Mario: «Opus 17. 22º movimiento-Adagio» (nº 56) Ory, Carlos Edmundo de: «Basuras» (nº 57) Mira, Juan José: «En la noche no hay camino» (nº 59) Fernández Nicolás, Severiano: «Tierra de promisión» (nº 60) Garciasol, Ramón de: «El caso de Marta» (nº 61) Aldecoa, Ignacio de: «… Y aquí, un poco de humo» (nº 63) Cela Trulock, Jorge: «Memoria de una noche» (nº 65) Una de las principales novedades a este respecto es que, además de continuar con la publicación de cuentos —para lo cual se contó con firmas habituales de la revista en este y otros géneros, como Aldecoa, Serrano y Garciasol— se comenzó una sección sin rótulo en la que se incluía un fragmento (que normalmente ocupaba la página entera) de una novela recién publicada o en vías de publicación, a la que acompañaba, además, una breve nota sobre su autor y una autocrítica en la que este reflexionaba sobre las principales cualidades y características de su novela: «Con ello iniciamos una nueva sección en la que irán desfilando y dándose a conocer capítulos inéditos de obras de inminente publicación (nº 45: 11). La nómina de narradores escogidas fue de un extraordinario interés: Matute (en dos ocasiones), Quinto, Juan Goytisolo, Fernando-Guillermo Castro, el novelista policiaco Mario Lacruz, Juan José Mira y Severiano Fernández Nicolás. El ambiente que recogían los fragmentos escogidos distaba mucho de las narraciones moralizantes de etapas anteriores. Ahora, se incide en la descripción realista de ambientes familiares humildes, encuadrados muchas veces en un contexto bélico o de posguerra. Son ejemplo de ello los extractos de Las luciérnagas, de Matute, Fiesta al Noroeste, de la misma autora, La tarde del domingo, de Fernando Guillermo de Castro, El mundo de los espejos, de Goytisolo y los cuentos de Quinto («Toque de silencio»), y, fundamentalmente, de Aldecoa. 236 VII. LA NUEVA SECCIÓN DE CRÍTICA Sin duda, una de las principales novedades de la nueva etapa fue la desaparición de la sección de «Crítica. Los libros de quincena» que, recordamos, estuvo a cargo íntegramente de Magariños. Con la salida de Sánchez-Marín, esta sección desaparece y es sustituida por la denominada «En el laberinto de las obras ajenas», que se presenta en el número 45: «Correo Literario quiere buscar seriamente, en un intento nuevo entre nuestras publicaciones, salida, luz, o al menos camino, en la intrincada selva de los libros de habla castellana. Para ello hemos metido en el laberinto de las obras ajenas unos cuantos nombres de prestigio para que con la brújula de su saber especializado y el peso de su bien ganada autoridad, marquen la más acertada orientación al servicio de los legítimos intereses del honrado y paciente lector» (nº 45: 4). Su extensión aumenta a dos páginas en la mayoría de los números y se establece una lista más o menos fija de colaboradores, normalmente especializados en áreas específicas. Así, Muñoz Alonso se ocupó casi en exclusiva de «Filosofía», Valbuena Briones de «Libros de Hispanoamérica», Diego de «Libros de poesía», Santos Torroella de «Literatura catalana», y, desde un enfoque más misceláneo, Arroita-Jáuregui, el crítico más prolífico de la sección, el director de la revista, Gich, Gomis y Ángel de la Hermida. Con una presencia menor pero igualmente notable (al menos tres intervenciones), participaron en la sección Juan Emilio Aragonés, José Luis Cano y Carlos Talamás184. Además, a partir del número 66, «En el laberinto de las obras ajenas» convivió hasta el final de Correo Literario en su etapa madrileña con «Los libros de la quincena», aunque sin sobrepasar entre las dos la doble página que ya se le venía dedicando a la crítica desde el número 45. En este caso, salvo tres notas, que firman Arroita-Jáuregui, Diego y Valbuena Briones, todas las reseñas son anónimas. En esta etapa las críticas eran mucho más extensas y elaboradas: por cada página se incluía una media de tres o cuatro reseñas diferentes, frente a las cinco o seis de la sección de Magariños. En lo que respecta a los autores reseñados, la principal novedad que encontramos fue la inclusión de algunos de los principales autores en lengua catalana del interior, como Carles Riba, Jaume Vidal, J. V. Foix y Joan Vinyoli, entre otros, así como la relevante Antología de poetas catalanes contemporáneos, que coordinó Paulina 184 De forma excepcional, en el número 65 se creó una subsección, a página completa, dedicada a los «Premios nacionales de Literatura, 1952». En ella se reseñaba el ensayo El poder político y la libertad, de Ángel López Amo, el poemario Tus rosas en un espejo, de José María Alonso Gamo, y la novela De pantalón largo, de J. Antonio Giménez-Arnau. 237 Cruset en Adonáis. Por lo demás, se mantuvo la preeminencia de autores españoles: poetas habituales como Hierro, Diego, Gomis, Santos Torroella, Rosales, García Nieto y Caballero Bonald, y alguna antología de carácter general como la Antología del surrealismo español que coordinaron los editores de Verbo, José Albi y Joan Fuster, o la Antología de poetas andaluces contemporáneos, de Cano; narradores como Elena Quiroga, Cela, Laforet, Romero, Pedro de Lorenzo y García Pavón; y ensayistas como Gaya Nuño, Gullón, Julio Casares, Calvo Serer (cuya Teoría de la restauración es duramente criticada por Manuel Fraga), Laín Entralgo o el exiliado José Ferrater Mora. Hay un cambio de tendencia, asimismo, en el capítulo de autores extranjeros: si antes nos encontrábamos con una mayoría absoluta de ensayistas, ahora el balance es mucho más equilibrado a favor de los otros géneros. Así, nos encontramos con poetas hispanoamericanos como Eduardo Carranza y Pablo Antonio Cuadra y novelistas de la talla de Jorge Luis Borges, quien recibe una elogiosa crítica por La muerte y la brújula, y Ernesto Sábato (por El túnel), y autores en otras lenguas como Paul Éluard, Carlos Drummond de Andrade, William Faulkner o Marguerite Yourcenar, así como ensayistas, sin tanta preeminencia, en este caso, de los pertenecientes a los círculos católicas: figuran nombres, por ejemplo, como Simone Weil o Alfonso Reyes. En el número 67 (1 de marzo de 1953) se anunciaba un cambio de formato en la revista, el más importante en la historia de Correo Literario hasta la fecha: entre otros, un nuevo formato y el aumento de cuatro páginas. Dos números más adelante, en el 69, se aportaban muchos más detalles al respecto: A partir del próximo número, correspondiente al 15 de abril, Correo Literario se ofrecerá a sus lectores en un nuevo formato y con dieciséis páginas. En ellas encontrará usted: Artículos, ensayos, poemas, cuentos de los mejores escritores de Europa y América. «También entre los libros anda el señor», la sección que firma José Luis L. Aranguren. Cuatro páginas dedicadas a la crítica de libros, al comentario editorial y a la información bibliográfica. Colaboraciones especiales sobre temas de la actualidad artística y literaria. Crítica de artes plásticas, música, teatro y cine. Información cultural de Europa e Hispanoamérica. Comentarios de actualidad. Grandes reportajes. Todo esto a partir de nuestro número del quince de abril, y al precio de cinco pesetas (nº 69: 12). La etapa de Juan Gich había provocado en la revista un viraje importante respecto de los planteamientos mucho más tradicionalistas de Sánchez-Marín y los primeros 238 tanteos y pruebas de la etapa inicial de Panero. Los últimos veintitrés números publicados durante la época madrileña, con Arroita-Jáuregui incorporado oficialmente como subdirector de Correo Literario, supondrían la evolución natural de los cambios que se estaban produciendo en la revista fundamentalmente desde el número 61, llevando a la publicación a un alto grado de madurez. d) Etapa I. 4 (abril-1953 / marzo-1954). Juan Gich y Marcelo Arroita- Jáuregui (nº 70-93) En el número 70 se presentaba la que sería la última etapa de la revista en su época madrileña: «Correo Literario se presenta hoy ante sus lectores con un traje distinto, con secciones nuevas y también con propósitos nuevos junto a aquellos otros que viene manteniendo desde su creación» (nº 70: 1). Aunque lo esencial en el funcionamiento de la revista se mantenía —adscripción al ICH; redacción sita en la sede de dicha institución; administración en Alcalá Galiano, 4; e imprenta en la cacereña Artes Gráficas Ibarra— formalmente los cambios eran notables: los más visibles, su reducción de tamaño horizontal y verticalmente, haciéndose así mucho más manejable que el gran formato que había mantenido hasta ahora, y la compensación con un incremento de cuatro páginas (con el consiguiente aumento de precio a cinco pesetas)185. Además, se cambiaba la tipografía del rótulo de título inicial —ahora con letras más gruesas y con un fondo de color que variaba en cada número— y se eliminaba el subtítulo «Artes y letras hispanoamericanos». A ello se aludía en la presentación citada: Quizá algún suspicaz anote que hemos suprimido nuestro subtítulo, que constituía una especie de «guía de intenciones». Y comente no demasiado favorablemente tal sustitución. Ahora bien, precisamente porque Correo Literario quiere servir de verdad al ancho empeño de las Artes y las Letras hispanoamericanas amplía su campo de visión y no se ciñe a las fronteras físicas que el subtítulo le imponía. Está claro, pues, que en el capítulo de intenciones, las de este Correo Literario de nueva factura son las de siempre: servir, informar, valorar el arte y la literatura de Hispanoamérica. Y hacerlo con exigencia, con amor y desde la atención al arte y la literatura del mundo (nº 70: 1). 185 De modo excepcional, el número 76 (15 de julio de 1953) se extendió hasta las veinte páginas. Esto pudo deberse a la necesidad de liberarse de una serie de textos acumulados, pues no hubo ningún retraso en la periodicidad ni tenía este consideración de número especial, más allá de dedicar sus páginas centrales a las jornadas de Lengua y Literatura Hispanoamericana que se celebraron en la Universidad de Salamanca. 239 Se explicitaba, pues, algo que ya consignábamos en el epígrafe dedicado a la etapa anterior: un mayor énfasis en los contenidos internacionales por lo europeo y norteamericano, en detrimento de lo hispanoamericano, que se acrecentó en este último período. A este cambio notorio se sumaba, además, la inclusión de Marcelo Arroita- Jáuregui como subdirector de la revista, funciones que, como aventurábamos, ya parecía desempeñar desde el número 61. Poeta y crítico originario de Cantabria, estuvo vinculado a algunas importantes cabeceras de la época: la santanderina Proel durante su juventud (en cuya colección editorial publicó su primer poemario, El hombre es triste, 1951), y, tras trasladarse a Madrid, en revistas universitarias como Haz, Laye, La Hora y, sobre todo, Alcalá, de la que fue director desde marzo de 1954. Falangista convencido, simbolizó mejor que nadie la compatibilización de las ideas joseantonianas con la defensa de la estética social: es uno de los principales impulsares de la narrativa social en Alcalá [Gracia, 1997: 76] y de un cine de problemas, de ahí su acercamiento a la disidente Objetivo, pero que, precisamente por su ideología política clara, no despertaba suspicacias en las autoridades, tal y como demuestra la lectura de los archivos policiales de febrero de 1956: «falangista y, al parecer, intachable políticamente» [en Gracia, 2006: 109]. Aunque en los cincuenta era ya una figura destacada de la crítica cinematográfica —llegó a ejercer, además, como censor—, sería más adelante cuando intensificó su relación con el cine: es auxiliar de dirección en Calle Mayor, de Juan Antonio Bardem, y actor secundario en numerosas producciones de directores como Mario Camus, José María Forqué, Jesús Franco o Rafael Gil, entre otros. Participó, asimismo, en las principales iniciativas cinematográficas que se desarrollaron durante estos años, como las Conversaciones de Cine de Salamanca en 1959. Su presencia en la revista es fundamental, en primer lugar, por el destacado peso que en ella ocupa —con un número muy elevado de colaboraciones (97), que se reparten entre su sección de «Cine» y su presencia constante en las páginas de crítica—, y, en segundo lugar, por la evidente influencia de sus inclinaciones personales en la orientación estética de la revista, volcada de lleno por la problemática social en sus diferentes vertientes, pero fundamentalmente en lo que respecta al cine, el teatro y la novela. Las conexiones con Alcalá y las otras revistas del SEU, más allá de colaboradores en común como Ramón de Garciasol, Julián Ayesta, Miguel Ángel Castiella, José María Castellet, Antonio Lago Carballo…, son sustanciales en las temáticas abordadas. Esta etapa, pues, 240 fue más homogénea en lo relativo a los asuntos tratados y al grupo humano detrás de ella. La orientación fue, en este sentido, decididamente comprensiva, motivo por el cual los textos de esta serán ampliamente estudiados en la TERCERA PARTE de esta tesis. Hay que tener en consideración, no obstante, que dicha orientación no se debió únicamente a la influencia de Arroita-Jáuregui desde la subdirección de la publicación. El factor cronológico es, asimismo, de gran importancia: 1953, como ya defendimos, es un año fundamental en la polémica comprensiva, hecho que tuvo un evidente reflejo en las páginas de la revista. I. ASPECTOS TÉCNICOS Y PRINCIPALES COLABORADORES Si atendemos al cuadro de los colaboradores, la antedicha homogeneidad de la etapa (casi podríamos hablar de revista de grupo) se traduce en que, frente a la gran multiplicidad de firmas de etapas anteriores, la mayoría de contribuciones se vinculan a una serie de autores fijos; consecuencia, también, de que la distribución de secciones — muchas de ellas adscritas a unas firmas determinadas— se mantiene regular durante casi todo el periodo. Confluyen en la publicación, sin embargo, varios grupos diferentes, todos ellos ya presentes en la etapa de Gich. El grupo de Escorial, en primer lugar, pierde algo de protagonismo respecto de la etapa anterior, en gran medida porque sus firmas en las secciones de crítica son sustituidas por las del equipo directivo, Gich (con 27 colaboraciones) y Arroita-Jáuregui (97), quien además se hace cargo de los contenidos cinematográficos, a los que se suma además, la firma inédita hasta el momento en Correo Literario de José Luis Escurdi (con veintidós notas críticas), que ya había debutado como reseñista en otras revistas de la época, como Proel. Aun así, Juan Emilio Aragonés publica un número considerable de reseñas y artículos (7), Aranguren continúa con su sección «También entre los libros anda el señor», de la cual publica las últimas quince entregas, Gaspar Gómez de la Serna (6) firma su columna de opinión «Cartas al lector» y Souvirón186, con su sección «Correo fraternal», 186 El escritor malagueño acababa de regresar a España tras trabajar como profesor de literatura en la Universidad Católica de Santiago Chile desde los años treinta. Pronto se incorporó a la cultura oficial del interior: llegó a ejercer de director de la cátedra Ramiro de Maeztu del ICH, fue residente del Colegio Mayor Cisneros y escribió en medios como Cuadernos Hispanoamericanos y, más adelante, Papeles de Son Armandans. Pese a que no publicó en Escorial, es clara su pertenencia a la red intelectual de Ridruejo y su grupo, a quienes ya le ataban fuertes lazos de amistad durante la preguerra. Para una correcta comprensión de su figura, son fundamentales los diarios (escritos entre 1955 y 1973) editados por Javier La Beira y Daniel Ramos en varios volúmenes. El primero de ellos [2018] abarca algunos años de la década de los cincuenta. 241 de doce entregas. De forma más puntual, colaboraron en la publicación Muñoz Alonso (4), Sampelayo (2), Torrente Ballester (1), Panero (2) y Rosales (1), estos dos últimos con poemas. El grupo con mayor peso en la revista es, sin embargo, el de los escritores jóvenes vinculados a las revistas universitarias y a las nuevas preocupaciones sociales. Destacan por encima de todas las demás las firmas de Sastre (veintidós colaboraciones) y Quinto (17), quienes nunca habían estado tan presentes en la revista como en esta época, en la que se ocupan de la página teatral: el primero con su subsección teórica «Cuaderno de notas», el segundo con «Crónica de la quincena» y que, junto a las reseñas de Arroita- Jáuregui en el ámbito cinematográfico, constituyen uno de los principales espacios desde los que se defendió la estética social en Correo Literario. De forma puntual, se suman a ellos muchas de esas firmas que llenaban las revistas universitarias de la época: Carlos- José Costas (5), como ellos, perteneciente al grupo Arte Nuevo, Talamás (2), Caballero Bonald (1), Garciasol (4), Ferrán (4), muy vinculado a Alcalá, Julián Ayesta (3), Miguel Ángel Castiella (2), Antonio Lago Carballo (1), José María Castellet (1) o Alfonso Costafreda (1), entre otros. Todos ellos —la mayoría se estrena por primera vez en la publicación— confirieron a esta última etapa un tono bastante diferente al de las anteriores. Por lo demás, nos encontramos con nombres ya familiares para los lectores de la revista. Fernández Cuenca seguía sumando un número elevado de colaboraciones (21), al continuar al frente de la sección de entrevistas; Santos Torroella (6) y Cano (6) firmaron artículos sobre literatura catalana y poesía, respectivamente, así como reseñas en las páginas de crítica, y numerosos escritores de prestigio publicaron puntualmente en la revista: poetas como Castillo-Elejabeytia (4), Federico Muelas (3), Gabino Alejandro Carriedo (2), Ory (1), Morales (1) o Rafael Montesinos (1); en menor medida, novelistas como Luis Romero (3), José María Gironella (1) Fernández Flórez (1); así como un grupo amplio de ensayistas de diferentes procedencias y orientación: Jaime Delgado (7), Valbuena Briones (6), Valbuena Prat (4), Marañón (1), Fernández Almagro (1) y Gaya Nuño (2), entre otros. Como en etapas anteriores, no proliferaron las firmas hispanoamericanas: el ensayista colombiano Rafael Gutiérrez Girardot (que había publicado un artículo en el número 21), con un cantidad nada desdeñable de seis críticas de temática filosófica y firmas conocidas como las de Edmundo Meouchi (con cuatro artículos), Eduardo Cote Lamus (2) y Eduardo Carranza (1), así como los cuentistas Fernando Díez de Medina, 242 Wifredo Dalmau y Luis Aycinena, que contribuyeron con un relato cada uno. A ellos se suman unas pocas firmas internacionales como los franceses Pierre Robertet (4) y Jean Marcel (2). La reducción de tamaño y aumento de páginas de la revista trajo consigo una serie de significativos cambios en la ordenación de los contenidos en la publicación, que se mantuvo estable durante toda la etapa: la serie fue concebida de una forma mucho más orgánica que en períodos anteriores, y se consiguió con ello un resultado mucho más homogéneo y maduro. Se perciben únicamente unas pequeñas variaciones en torno al número 82 y 83 (octubre-noviembre de 1953), con la desaparición de las secciones misceláneas de la página 2 y la creación de nuevas columnas de autor. La portada, con los cambios ya referidos en cuanto a presentación gráfica, mantiene la misma funcionalidad que en etapas anteriores: comienzo de algunos artículos destacados que son continuados, en este caso, en la página 14. Desaparece, sin embargo, el sumario, así como el cuadro de reciente creación «Colaboran en este número». La página 2 estaba ocupada por secciones misceláneas ya conocidas: «Cosas que pasan, cosas que se dicen», «Cada cual con su opinión» y «Revistas», aunque, a partir del número 84 desaparecen y se sustituyen por notas variadas sobre diferentes temas de actualidad. La página 3 estuvo dedicada a las columnas de opinión que firmaban autores fijos: «También entre los libros anda el señor», de Aranguren, «Correo fraternal», de Souvirón, «Carta al lector», de Gaspar Gómez de la Serna, «Quiero y no puedo», de Julián Ayesta y, con firmas variadas, «Pulso del tiempo». Una de las principales novedades de la etapa fue el enorme peso de la crítica: la página 4 la ocupaba «Los libros de la quincena», y las tres siguientes, de la 5 a la 7, la nueva sección «En el laberinto de las obras ajenas», con algunas subsecciones como «La figura de la quincena». Las páginas 8 y 9 —también la 14— se reservaban para los artículos del número, aunque convivieron en ocasiones con la sección de entrevistas «El autor y su obra preferida». En ocasiones, se recuperaba el formato de página doble, tan frecuente en las primeras etapas de Correo Literario. Aparte de algún artículo especialmente relevante al que se le daba esta presentación especial, normalmente vinculado a la lectura de autores mayores del grupo noventayochista —«La experiencia teatral de don Miguel de Unamuno» (nº 71), «América vista por Valle-Inclán» (nº 73) o «Baroja al descubierto entre dos Aviranetas» (nº 91)—, estas se reservaban para la crónica de determinados acontecimientos de relevancia: «Crónica de la feria del libro» (nº 75) o el II Congreso de Poesía, que se reseña en dos ocasiones (números 77 y 78). Las siguientes páginas tenían 243 un carácter temático muy definido: en la 10 la sección de «Teatro» de Quinto y Sastre; en la 11, «Cine», firmada por Arroita-Jáuregui; en la 12, aunque sin adscribirse a ninguna sección fija, se solían incluir todos los textos de enfoque internacional —a veces con rótulos como «Desde México», «Carta de Barcelona» o «Carta de Alemania»—; en la 13 la ya conocida «En quince días»; y, finalmente, en las páginas 15 y 16 (a partir, sobre todo, del número 80), se introducían los diferentes contenidos relativos a la preparación de la Segunda Bienal Hispanoamericana de Arte, que se celebraría en La Habana. II. CONTINUIDAD RESPECTO DE LA ETAPA ANTERIOR De este rápido repaso, se puede observar, en primer lugar, que son varias las secciones que se mantienen de la etapa anterior (no olvidemos que Juan Gich sigue siendo el director de la revista). En lo esencial, ninguna cambia radicalmente su fisionomía u orientación. «Cosas que pasan, cosas que se dicen» se extiende hasta el número 83, se mantiene idéntica, con una reducción notable en la cantidad de notas hacia sus últimas apariciones: en la entrega final, por ejemplo, en lugar de ocupar el espacio central de la página, se limita a la esquina inferior derecha. «Cada cual con su opinión» (con entregas hasta el número 82) mantiene el propósito de la época anterior y presenta algunos cambios en lo que respecta al protagonismo de las publicaciones referenciadas: Revista (con seis entradas) y Destino (7) continúan entre las más citadas, pero ahora se sitúa con ellas la excluyente Ateneo. Se recogían, de hecho, algunos textos en esta línea, como el siguiente pasaje de «98 y tradicionalismo», de Juan de Rigoitia: «quizá pueda hacerse ver a algunos de estos intelectuales, que en torno al 98 se mueven inquietos, que España, gracias a sus instituciones militares y gracias a la existencia de un pensamiento político propio, no es tan invertebrada como pueda parecer» (nº 75: 2), o la defensa explícita de Álvaro d’Ors: «La intransigencia, en cambio, significa resistencia a ceder en el terreno de los principios, defensa inflexible del dogma católico, negativa absoluta para reconocer que pueda haber verdad donde la Iglesia denuncia el error» (nº 77: 2). Nada en el Correo Literario de esta etapa apunta, sin embargo, a que se suscriban afirmaciones como las citadas: por el contrario, estaba claramente posicionado a favor de opiniones como las defendidas en el «Cada cual con su opinión» del número 70, con citas de «Conciencia integradora de una generación», de Ridruejo en Revista y de «Comprensivos y excluyentes», de Jaime Vicens Vives, en Destino. En la sección «Revistas», finalmente, no hay un predominio 244 claro de ninguna publicación, con la excepción de la malagueña Caracola, con cinco entregas (números 70, 72, 74, 76 y 82). Además, se incluyeron recensiones de revistas hispanoamericanas como Álamo, Dinámica social, Repertorio americano o Índice cultural. La sección de entrevistas, «El autor y su obra preferida», siguió a cargo del crítico Carlos Fernández Cuenca. En esta ocasión los entrevistados fueron los siguientes autores: Camilo José Cela (nº 70) Julián Marías (nº 71) Vicente Aleixandre (nº 72) Ramón Gómez de la Serna (nº 73) Enrique Lafuente Ferrari (nº 74) Félix García (nº 76 Carlos Blanco Soler (nº 77) Ricardo A. Latcham (nº 78) Gregorio Marañón (nº 79) Eduardo Carranza (nº 82) José María Souvirón (nº 83) Dámaso Alonso (nº 84) José María de Cossío (nº 85) Leopoldo Panero (nº 86) José Coronel Urtecho (nº 87) Emilio García Gómez (nº 88) Agustín G. de Amezua (nº 89) Justo Pérez de Urbel (nº 90) Luis Rosales (nº 91) José María de Sagarra (nº 92) Eduardo Aunós (nº 93) Se resiente un poco el equilibrio entre los diferentes géneros que encontrábamos en la etapa anterior, en favor de los poetas (Aleixandre, Souvirón, Alonso, Panero, Rosales) y, sobre todo, del ensayo y la crítica, con las entregas de, por ejemplo, Marías, Lafuente Ferrari, Marañón, Cossío o García Gómez. Además, se incluyen varios autores hispanoamericanos como Ricardo A. Latcham, Eduardo Carranza y José Coronel Urtecho. El estilo y estructura de las entrevistas es, sin embargo, de total continuidad. 245 La recientemente creada «En quince días», se mantiene como una de las páginas fijas del proyecto: breves notas de opinión, en muchas ocasiones con carácter polémico, de las principales novedades de la quincena: «encontrará el lector comentada la actualidad con exigencia e ironía», se comentaba en la presentación de la etapa (nº 70: 1). La sección seguía siendo anónima, aunque en algunos números, a partir del 80, se incluía un cuadro que recogía algunas de las firmas (sin que, en ningún caso, se indicara cuál correspondía a cada autor, con alguna excepción como la del extracto de Pueblo para el número 83, que firma Braulio Díaz Sal): Arroita-Jáuregui, Juan Emilio Aragonés, Jaime Ferrán, Carlos-José Costas e Ignacio Sanuy. Sin embargo, este cuadro de referencia no apareció en todos los números187. El abanico de temas tratados mantuvo la amplitud de la etapa anterior: se escribió sobre cine, música, arte, literatura en sus diferentes géneros —de nuevo, con una constante preocupaciones por las nuevas formas narrativas norteamericanas (nº 78, 79, 82)—, cultura catalana, novedades culturales asociadas a los círculos universitarios: las actividades de los cine-clubs, el TPU y los TEUs, las conferencias en Colegios Mayores, etc. Asimismo, se recrudece el tono de las notas en torno a la polémica comprensiva. Son varios los textos publicados sobre esta problemática: «Diálogo, pero de verdad» (nº 70), una reflexión sobre la «exigencia y comprensión» de Revista (nº 72), «España entera» (nº 76), «Comprensivos y excluyentes» (nº 78), «Panero versus Neruda. Poetas de habla española y la hermandad en el arte» (nº 81) y «Voluntad integradora» (nº 93), entre otras referencias aisladas. «En quince días» se constituyó, así, como la página de Correo Literario donde de forma más abierta se defendió su vinculación con el modelo comprensivo. Finalmente, se mantuvo también «También entre los libros anda el señor», la sección de Aranguren. Se presentaba la misma como uno de los principales reclamos de la revista: «nuestra mejor sección» (nº 70: 1). En su última entrega en el número 86, además, se incluía una carta al director de Antonio Lago Carballo en la que se aludía a esta como «la más buscada, la más esperada, la más interesante de la revista», y la vincula con el espíritu integrador de Alférez, entre otros aspectos, por su visión aperturista dentro de los marcos del pensamiento católico, o su política de mano tendida hacia los españoles exiliados: «Poner rigor y exigencia intelectuales en los temas de nuestra fe católica, airear 187 El epistolario nos ayuda a averiguar las firmas restantes. Por ejemplo, sabemos de la participación de Santos Torroella en la sección del número 87 por una carta de Gich: «Como sale en la página de “En quince días”, que va naturalmente sin firmas, no extrañes el aparente anonimato» [Archivo Rafael y María Teresa Santos Torroella. ref. 0447]. 246 nuestros modos espirituales, predicar contra el divorcio entre la verdad y la belleza, dar noticia de lo que con altura y estilo se hace por los cristianos de más allá de nuestras fronteras, criticar cuanto de equivocado y cocido crece entre nosotros» (nº 88: 3). La presentación gráfica de la sección, así como su orientación, es idéntica a la de la etapa anterior: comentario de las principales novedades culturales en el contexto de las preocupaciones católicas. Así, se cubren acontecimientos como las Conversaciones Católicas de San Sebastián (nº 72, 82), las Conversaciones de Gredos (nº 74); se reseñan revistas como Documentos (nº 72), Ecclesia (nº 73) y Espiritualidad seglar (nº 73); y se valora la obra de diferentes autores internacionales: Hilario Belloc (nº 78), Romano Guardini (nº 83), Louis Salleron (nº 85). Asimismo, se reflexionó frecuentemente sobre el protestantismo (nº 76, 79) y sobre algunas figuras incómodas para el catolicismo ortodoxo, como Ortega y Gasset (nº 76) y Miguel de Unamuno (nº 86). En el número 88 se hace un repaso de lo que había supuesto la sección y se destaca que más que notas bibliográficas, lo que se ha procurado es «que los libros elegidos sirvieran de vehículo y, cuando no, al menos de pretexto para deslindar una actitud religioso-intelectual» (nº 88: 3). De dicha actitud, destaca, por ejemplo: «en cierta ocasión intenté estimar positivamente un aspecto de la obra de Unamuno desde “un” punto de vista —no desde “el” punto de vista— católico», así como su atención, hacia «las actuales posiciones protestantes, tan desconocidas entre nosotros» (nº 88: 3). III. NUEVAS SECCIONES NOMINALES: LAS PÁGINAS DE «CINE» Y «TEATRO» Quizá debido a la buena aceptación de la columna de Aranguren, en la nueva etapa se incorporaron ahora numerosas secciones ensayísticas sobre temas de actualidad de perspectiva similar. La primera de ellas fue «Pulso del tiempo», presente desde el número 70 hasta el 83, sustituida a partir de entonces por otras columnas de orientación parecida pero vinculadas a autores concretos. Esta sección, que compartía página con «También entre los libros anda el señor», consistía en una serie de textos ensayísticos sobre muy variadas temáticas firmados en cada número por un autor diferente. Se ocuparon de la misma firmas habituales de la revista: Luis Romero (nº 70, 78), Miguel Ángel Castiella (nº 71), Rafael Santos Torroella (nº 72), José Luis Escurdi (nº 74), Rafael Gutiérrez Girardot (nº 75), Juan Emilio Aragonés (nº 79, 83), Jaime Ferrán (nº 81) y Juan-Germán Schroeder (nº 82), más una nota anónima en el número 73. Aunque entre los textos publicados aparecieron varias reseñas de autores y obras, como un volumen en homenaje 247 al filósofo Karl Jaspers (nº 75), el surrealista Desenlace de Endimión, de Vicente Barbieri (nº 78) y Seis relatos, de Jorge de Icaza (nº 79), primó en cambio el ensayo de opinión sobre algunas problemáticas mayoritariamente asociadas al compromiso en literatura y el lugar que ocupa el hombre, y más en concreto, el intelectual, en las sociedades modernas. Así, en «Esos falsos Escoriales…», Luis Romero apostaba por que «el hombre, individual y colectivamente, debe responsabilizarse de la época en que vive» (nº 70: 3); en «La crítica en entredicho», Santos Torroella (nº 72) defendía el importante papel de la crítica para conseguir que un arte con un verdadero alcance para las masas; Juan Emilio Aragonés propugnaba una literatura-testigo con un fuerte componente comprometido, frente a la inhibición y el escapismo: «una literatura que ha de ser, para el futuro, el primero y más verídico testigo de nuestros días» (nº 80: 3), así como Jaime Ferrán en «Otro artículo de teatro»: «El teatro, instrumento de máxima proyección social, tiene también una de las más altas responsabilidades. Se erige en cronista de nuestro tiempo, cronista de nuestra situación» (nº 81: 3). Además de «Pulso del tiempo», tres autores se hicieron cargo de columnas de opinión, localizadas en la página 3. Casi todas ellas surgen a partir del número 82 (15 de octubre de 1953) con la excepción de una mucho más efímera de Juan de Loaisa. En esta última, rotulada «Lo que se me ocurre» (en la primera entrega, en número 70, se denominaba «Cosas que me ocurren ahora mismo») el ensayista reflexionaba sobre temas de actualidad a lo largo de cuatro números (70, 71, 72, 74). Por ejemplo, ironiza sobre la paradoja de que «la crítica se desgañite alabando a Alfonso Sastre por Escuadra hacia la muerte y se sepa que esta obra ni siquiera fue clasificada para el premio Lope de Vega» (nº 70: 12). Mayor continuidad tuvo el «Correo fraternal» de José María Souvirón, con doce entregas desde el número 82 hasta el último de la etapa madrileña. En la presentación de la sección, que ocupaba, además, la página 12 completa, Souvirón aludía al propósito de su columna, así como a su condición de recién retornado a España: «cuando el director de Correo Literario me pidió, a mi regreso de América, hace unas semanas, que me encargase de una sección fija destinada a los autores y libros de América Hispánica, acepté contento. No en vano he pasado veinte años, con interrupciones españolas, en aquellas tierras de nuestra lengua» (nº 82: 12). En el resto de la página reflexiona sobre la necesidad de un renovado hispanoamericanismo, desde una formulación de clara filiación joseantoniana: «“España es una unidad de destino en lo universal”. Añadamos, tras el nombre de nuestra patria, el que abarca a todas las otras patrias: “España y la 248 hispanidad forman una unidad de destino en lo universal”» (nº 82: 12). En el resto de entregas se ocupa de reseñar diferentes obras relacionadas con el hispanoamericanismo: Antología de poetas españoles contemporáneos, de Roque Scarpa (nº 83), Antología de poesía nicaragüense de José Coronel Urtecho (nº 84) o una edición bonaerense del Primero sueño de sor Juana Inés de la Cruz (nº 89), entre otras. Además, son constantes las referencias y posicionamientos ante la polémica comprensiva: «En el pleito, fraternal sin duda, que en estos días ameniza (y amenaza) la vida intelectual española, en esa división dentro de la unidad, que se ha dado en hacer entre comprensivos y excluyentes, yo me inclino hacia los comprensivos: los comprensivos con salvedades, claro está» (nº 85: 3). En este sentido, reflexiona sobre unos versos de Alberti críticos con España (nº 85), sobre los poetas sociales (nº 87), la poesía de Vallejo, valiosa a pesar de sus posicionamientos políticos (nº 90), o un homenaje al fallecido Salinas en la revista Buenos Aires Literaria, de la que destaca además sus alusiones respetuosas a la obra y figura de Ortega (nº 92). «Cartas al lector» fue la sección de Gaspar Gómez de la Serna, que firmó durante seis entregas entre el número 88 y el 93. Se planteaba como un diálogo epistolar con un lector imaginario: «Ahora que el género epistolar anda tan de capa caída que nadie escribe sino lo estrictamente indispensable, se me ha ocurrido venir a ofrecerte, como una compensación acaso vana, esta columna que irá edificándose carta a carta y, dicho sea de paso, con la menor cantidad posible de ladrillos» (nº 88: 3). Durante toda la serie, el autor reflexionó fundamentalmente sobre la figura del intelectual y su papel en la sociedad moderna: así, defiende la necesidad de su papel comprometido, activo para la denuncia de las condiciones de la crisis social actual: «tiene que salir a la palestra de muchos días a denunciarlos con el ceño fruncido» (nº 89: 3), la necesaria síntesis entre razón y sentimiento (nº 90) e incluso la figura de Ortega, como prototipo del intelectual frente a todos aquellos que lo critican: «Pero ¡qué decirte, si sabes que hasta Ortega y Gasset les parece poco pensador, poco científico y nada sistemático! ¿No te acuerdas de los ascos que, hace unos años le hacían a su curso de humanidades […]?» (nº 91: 3). En el número 93, se despedía, aludiendo a la pronta interrupción de la sección, y se refería a los inminentes cambios que se iban a producir en la revista: «Correo Literario al tirar al aire su cartera, dimitir su forma conocida y reaparecer muy pronto con nuevo empaque, tan de este tiempo que habrá cerrado para siempre su buzón» (nº 93: 3). Más breve todavía fue la columna de Julián Ayesta, «Quiero y no puedo», en los números 90, 92 y 93. La presentación ya marcaba el tono irónico y provocador que 249 mantuvo durante toda la sección: «Quiero y no puedo es un título magnífico. Por eso lo acabo de escoger para mi columna. Transcendental, rebasa lo decible; es humilde y farsante; tiene la atroz sinceridad de las hienas» (nº 90: 3). Cada entrega se componía de una serie de notas breves sobre novedades bibliográficas y temas de actualidad, que comentaba desde el humor y la crítica mordaz. En el número 93 se despedía del que, según él, había sido su único lector: García Escudero. Junto a estas secciones de autor podríamos situar igualmente las páginas dedicadas al cine y al teatro, aunque ambas tuvieron una mayor entidad que aquellas: por volumen de entregas (veintidós y veinte, respectivamente), así como por el espacio ocupado en el número (cada una tenía una página propia). La sección de «Cine» corrió a cargo del subdirector de la revista, Arroita-Jáuregui, con unas pocas colaboraciones externas, de autores extranjeros: Aldo Mannarini (nº 73), Arnoldo Martino (nº 81) y Umberto Borsacchi (nº 84). La página usualmente se componía de dos textos: uno de carácter ensayístico a propósito de determinados aspectos teóricos del arte cinematográfico o alguna de sus escuelas —el neorrealismo (nº 71), algunos hallazgos técnicos como el cine en 3D (nº 74), la situación de los festivales de cine (nº 81)—, novedades asociadas al mundo del cine —una publicación de Azorín (nº 75), Graham Greene y su relación con la pantalla (nº 79)— o semblanzas sobre autores concretos: Jorge Negrete (nº 87) y Carlos Fernández Cuenca (nº 88); y otro para el análisis más o menos detallado de películas, formato preferido frente al repaso exhaustivo y rápido de la cartelera, que, sin embargo, aparece en algún número (por ejemplo, en los 77, 85 y 90). Entre las películas reseñadas, el cine europeo detentó una posición privilegiada. Se atendió, fundamentalmente, al cine italiano —películas de Vittorio de Sica (nº 73, 85), Alberto Lattuada (nº 79) y Federico Fellini (nº 84), entre otros— y francés —de directores como René Clement (nº 72), Julien Duvivier (nº 83) y H. G. Clouzot (nº 84), aunque también figuraron en la sección producciones alemanas, norteamericanas y, más excepcionalmente, hispanoamericanas (por ejemplo, la mexicana El rebozo de la soledad, de Emilio Fernández). Asimismo, y al margen del análisis de obras concretas, la preocupación por las nuevas corrientes cinematográficas internacionales es constante. El neorrealismo, y, en general, la conciencia crítica en el cine, fue, sin duda, la mejor atendidas de todas. En el número 71, Arroita-Jáuregui publicaba un detallado ensayo sobre el movimiento —«El neorrealismo está empezando»— , al que contrapone en muchas ocasiones a un realismo practicado fundamentalmente en Francia al que 250 considera mucho menos valioso (en los números 83 y 83, por ejemplo). En general, esta perspectiva permeaba la totalidad de sus colaboraciones y se convertía en criterio para valorar el interés de una película determinada. En el número 73 sintetizaba de forma clara su propuesta: «Frente a un cine de evasión, un cine de denuncia, un cine con problemas» (nº 73: 11). El cine nacional, por supuesto, fue el centro de atención de muchos de los trabajos publicados en la sección. Se reseñan largometrajes como La sed, de Luis Pérez (nº 70), Novio a la vista (nº 91) y Bienvenido, Míster Marshall, de Luis García Berlanga (nº 70), citada como modelo al que debería aspirar el cine español, La guerra de Dios, de Rafael Gil (nº 82) y El beso de Judas, de Vicente Escrivá (nº 91), entre muchas otras. Critica constantemente el cine comercial, al que califica de «retórico, folletinesco, folklórico, seudoliterario y populachero» (nº 78: 11), y aboga por las propuestas de los jóvenes, tal y como se manifestaba, por ejemplo, en la actividad de los cine-clubs del SEU (nº 90). En el número 93, despedía una de las secciones de mayor altura intelectual de entre las que se publicaban en Correo Literario: «Lo siento mucho, pero aquí acaban estas críticas quincenales que casi durante un año he venido ofreciendo en estas páginas. Críticas presididas por el amor al cine, la independencia y la honradez y sin más méritos que estos, tengo que agradecer las palabras de aliento que tantas veces recibí de los lectores, sus felicitaciones cuando las había y sus protestas cuando no compartíamos los mismos criterios» (nº 93: 11), un tono similar al mantenido en una carta enviada a Santos Torroella, tras el anuncio del cambio de domiciliación de la revista a Barcelona: «Creo que alguna de las secciones que llevaba tenían interés, muy especialmente la página de cine. Sinceramente, creo que en Barcelona no encontrarán un crítico con mi sinceridad y mi claridad; aparte de que algo entiendo»188. Con la distancia que nos dan los años, no podemos sino estar de acuerdo con el autor de la sección. La página de «Teatro» fue, igualmente, una de las principales apuestas de Correo Literario en esta etapa. La firmaban dos nombres bien conocidos en la revista: Quinto, que ya había publicado seis textos en etapas anteriores y Sastre, colaborador habitual con veinte artículos previos. La sección se dividió en dos partes: la columna de Quinto, llamada «Crónica de la quincena» desde el número 81, en la que el crítico se ocupaba fundamentalmente de comentar los principales estrenos en Madrid durante la quincena, aunque también atendía a novedades y polémicas relacionadas con el género dramático; 188 [Archivo Rafael y María Teresa Santos Torroella. ref. 6377]. 251 y la sección de Sastre, rotulada «Cuaderno de notas», de perspectiva mucho más teórica, espacio de reflexión del cual saldrían muchos de los capítulos de obras posteriores del autor, como el importante Drama y sociedad (1956)189. Ambos autores utilizaron Correo Literario, pues, como plataforma donde continuar desarrollando campañas que se habían iniciado en otras revistas: muy especialmente en La Hora, donde publican su manifiesto por un Teatro de Agitación Social y donde Sastre inicia su andadura como espectador crítico de «un teatro estancado y fraudulento» [Caudet, 1984: 111]. Tras la desaparición de la revista, ambos autores pasaron a publicar en otras plataformas, como Cuadernos Hispanoamericanos [Campal Fernández, 2011], Revista Española y Correo Literario. En la sección, ambos críticos se ocuparon de analizar el estado actual de la escena española, con referencias continuas al estado de letargo en el que se encontraban los teatros nacionales —«larga, bobamente subvencionados» (nº 70: 10)— y que sumían al crítico de la quincena en el aburrimiento, cuando no en la desesperación: «Los nombres del teatro español de este momento parecen todos cortados por un mismo patrón, resulta que al término de la temporada uno tiene la sensación de haber asistido solamente a una larga, ininterrumpida representación de teatro mediocre, aburrido y superficial» (nº 85: 10). Por ello, son continuas las propuestas concretas de mejora del sistema teatral. En este contexto, se destacan algunos autores y proyectos que representan un ejemplo de excepcional interés. Quinto reivindica de continuo la labor del Teatro Popular Universitario, que había estrenado dos de las principales obras recientes, Escuadra hacia la muerte, del propio Sastre, y Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura (nº 70, 85) pero también los diferentes TEUs, como el dirigido por Modesto Higueras (nº 85) o el de Granada (nº 92). Buero Vallejo fue, asimismo, señalado como autor valioso que ya había dado el salto a los teatros comerciales. Pero en general se subrayó la labor de los sectores jóvenes, «que empiezan ya a ocupar, con curiosidad y pasión, las salas de los teatros dando a los estrenos un nuevo color y una nueva temperatura» (nº 76: 10), y que conectaban, además, «con el teatro allende de nuestras fronteras, tanto en un sentido formal como ideológico» (nº 78: 10). Estas nuevas corrientes teatrales internacionales fueron el centro de atención de muchos de los trabajos publicados en la sección. Más allá de referencias constantes a autores como Sartre, Anouilh, Priestley… en tanto términos de comparación para lo 189 De forma excepcional participaron en la sección Charles David Ley, con un ensayo sobre la tragedia (nº 80) y José María Luelmo, sobre «un falso realismo» (nº 90). Ambos mantuvieron posturas contrarias a las defendidas por Quinto y Sastre, quienes luego polemizarían con sus planteamientos. 252 valioso que se escribía y representaba en España, escribieron monográficamente sobre directores como el italiano Ugo Betti, recientemente fallecido, a quien se le dedicó la página del número 75; Eugene O’Neill, cuyo concepto de tragedia fue discutido por Sastre en el número 82; Anouilh, a propósito del estreno español en el teatro Lara de La salvaje (nº 83); o Graham Greene y el problema del teatro católico a raíz de El cuarto de estar (nº 89). Finalmente, y como continuación de la labor iniciada unos años en La Hora, ambos críticos desarrollaron en las páginas de Correo Literario su concepción del hecho teatral como experiencia fundamentalmente social y, en consecuencia, la necesidad de un teatro comprometido y vinculado a los problemas del hombre contemporáneo. Sastre, en especial, se ocupó monográficamente de ello en artículos como «Tragedia» (nº 70), «El drama y las ideas» (nº 77), «Otra vez la belleza» (nº 81), «Teatro popular» (nº 84), «La katharsis trágica» (nº 90) o «La tragedia y el tiempo» (nº 92). Pero también permeó las revisiones críticas de la temporada que realizaba Quinto, quien muchas veces lamenta la falta de esta perspectiva social (nº 92). IV. LOS TEXTOS DE CREACIÓN La tendencia decreciente de los textos de creación de la etapa anterior, es todavía más notable en la presente, donde estos ocupan una posición totalmente anecdótica. En el caso de la lírica, nos encontramos con tan solo cinco colaboraciones poéticas, con una presentación, sin embargo, que les confería una relevancia especial. Así, en el número 70, se reservaba la página 15 para «Un poema de Luis Rosales», un romance sobre el tema, querido por el autor, de la memoria y el recuerdo, acompañado de una ilustración de Lara y una semblanza del lector, en el que se destacaba el carácter humano de sus versos: «escribe unos versos estremecedores, humanos, cordiales» (nº 70: 15). En el número 72 se publicaba, con una presentación similar —página completa, ilustración— la «Carta con Europa en los ojos, a Luis Rosales», de Leopoldo Panero. Hay que esperar hasta el número 86 para encontrarnos con otra página reservada a la poesía: en este caso, con Aurelio Valls y un fragmento en verso libre de La Budallera, libro de raigambre espiritual y tono trascendente. Se acompañaba igualmente de dos ilustraciones de Lara. En ese mismo número, se destacaba el reciente premio Adonáis a un entonces desconocido Claudio Rodríguez, cuya poesía se entroncaba con la de Jorge Guillén, pese a la negativa del autor: «Confesaba, asombrado, que algunos le habían dicho 253 que su poesía era guilleniana; asombro justificado, porque él apenas conoce la poesía de Guillén» (nº 86: 6). Para ilustrar la nota elogiosa sobre el libro premiado, Don de la ebriedad, se publicaban en ese mismo número los dos primeros textos del poemario. Finalmente, en el último número, Arroita-Jáuregui publicaba su «Nueva carta para Carlos Lara», en una página compartida con un relato de Luis Aycinena. Se trata de endecasílabos blancos que describen diferentes estampas cotidianas en un homenaje a uno de los más prolíficos ilustradores de Correo Literario, cuya trayectoria artística se resume en los siguientes versos: «Porque tú les has dado la alegría / de mirarse vivir como ellos viven» (nº 93: 9). La situación del género narrativo es parecida. Además, desaparece la sección de la etapa anterior en la que se publicaban fragmentos de novela con una autocrítica de su autor y se limita, ahora, al relato breve. En total se publican seis cuentos que no tienen un espacio fijo en la revista: dos de ellos aparecen en la página 15 y, cuando esta pasa a ser ocupada por los contenidos sobre arte, se desplazan a la página 2 y, finalmente, a la página 9, compartiendo espacio con la poesía en el último número. Entre ellos, hay que destacar «El espejo», de Caballero Bonald: un relato en tercera persona con focalización en la protagonista femenina, Isabel, en el que se reflexiona sobre la identidad (todo el cuento gira en torno a la obsesión del personaje por un espejo), múltiple y fragmentaria: «Se le antojó que allí escarceaban otras criaturas, que el espejo se había roto en mil pedazos turbios y que de cada uno de ellos iba multiplicándose un ser que jamás había justo, pero que conocía de algo, que se parecía, desde luego, a alguien», y sobre el aburrimiento y el tedio a que está sometido el sujeto contemporáneo: «Iba despacio, sin saber dónde pararse, pensando con cierta vaguedad que todo aquello era de una enorme ridiculez, de una ridiculez casi inconcebible. Poco a poco se sintió desfallecer: comprendía que la dominaba un aburrimiento definitivo» (nº 70: 15). Se publicaron también textos de José María Castroviejo (nº 80) —un cuento sobre el asesinato de un hombre y su resurrección repentina, sin mediar explicación, en su velatorio— y Francisco Alemán Sainz (nº 83), sobre el día a día de un médico rural con claros toques existencialistas: «A Fraga le había llegado aquel día vacío, sin nada que hacer. Iba a tener todas las horas desocupadas, minuto a minuto. Siempre le ocurría lo mismo: deseaba imperiosamente el día libre que, conforme avanzaba, se hacía más insoportable, tedioso, largo» y con algunos toques de monólogo de fluir de conciencia: «“¡Dios mío, qué trabajo cuesta morir!” —ha repetido—. Otra vez la tos. Oxígeno, inyecciones, palabras de consuelo. Y esperar. ¿esperar qué?» (nº 83: 2). Completaron la 254 nómina de narradores tres autores hispanoamericanos: Fernando Díez de Medina, colaborador habitual de Mundo Hispánico y Cuadernos Hispanoamericanos, con «Misterio de la niña de la estrella» (nº 78), Wilfredo Dalmau con la descripción de un sueño de carácter sentimental (nº 80) y Luis Aycinena, cerrando la etapa, con la fábula «Djan, arrastrador de su cola». La información artística estuvo centrada, al igual que en los primeros números de la revista, en la preparación de la Segunda Bienal Hispanoamericana de Arte, que se celebraría, esta vez, en La Habana. A partir del número 80, las últimas páginas estuvieron reservadas a la cobertura informativa del evento, casi siempre bajo el rótulo de sección de «La Bienal de La Habana». Se crearon varias subsecciones más o menos fijas para estas páginas. Una de ellas fue el «Noticiario de la Bienal» o «Noticias de la Segunda Bienal Hispanoamericana de Arte», en la que se apuntaban los principales avances respecto de la organización del certamen: anuncio de artistas, detalles sobre el jurado, opiniones en el extranjero, etc. Otra subsección recurrente fue «Opiniones sobre la Bienal», que a veces figuró bajo nombres como «Encuesta entre los pintores» (nº 82), «En el mundo se habla de las Bienales» (nº 87), «Estas son las encuestas sobre la Segunda Bienal Hispanoamericana» (nº 86, 87 y 88), entre otros. El tipo de texto más frecuente fue la entrevista corta a los diferentes artistas y críticos vinculados con la convocatoria: se entrevistó a figuras como Daniel Vázquez Díaz (nº 80), Leopoldo Panero (nº 81), Juan Ramón Masoliver (nº 83), Josep Llorens i Artigas (nº 84), José Camón Aznar (nº 85), Álvaro Delgado (nº 86), Santiago Lagunas (nº 86) y Rafael Zabaleta (nº 86), entre muchos otros. Algunas de las polémicas asociadas a la Primera Bienal tuvieron su correlato en esta segunda: por ejemplo, el valor conferido a la obra de los artistas jóvenes y el peso que estos debían tener en el certamen, tal y como manifiesta Vázquez Díaz: «La aportación juvenil de España en este certamen ha de significar muchísimo» (nº 80: 16). El cambio de localización, sin embargo, monopolizó gran parte de las discusiones y opiniones vertidas en la revista. En general, la postura de Correo Literario fue la del secretario de la Bienal, recogida en el número 81: «España restringirá su participación. Cuba la aumentará y los demás países americanos, también. De las mil obras, aproximadamente, que presentaron los artistas españoles a la Primera Bienal, esta vez irán la mitad. Haremos una selección más rigurosa, más crítica. Somos una nación invitada más, y contamos con un espacio más limitado que en Madrid» (nº 81: 16), aunque no por ello dejaron de publicarse opiniones contrarias, como la de Juan Rebull, quien 255 declara que «hubiera preferido que se celebrara en Madrid (por seguir el modelo de Venecia)» (nº 86: 16). Junto a todas las declaraciones en defensa del carácter independiente de la Bienal fue constante, asimismo, la celebración del apoyo oficial al arte nuevo que la convocatoria representaba: «La Bienal pasada representó un esfuerzo oficial muy grande en la renovación del arte; desde entonces la protección oficial ha cambiado el curso de estimación a un arte que estaba fuera de los moldes oficiales» (nº 85: 16), y, en general, del apoyo del estado a las artes plásticas. Desde esa perspectiva, y como en anteriores ocasiones, la discusión estética acerca de qué movimientos estéticos debían protagonizar la Segunda Bienal fue prolija. Hay algunas manifestaciones en contra de las tendencias más modernas: el pintor almeriense Capuleto, bajo el tendencioso rótulo «Capuleto no cree en el arte abstracto», manifestaba: «Se da más importancia a la materia, al oficio, que a lo trascendente y principal en la obra de arte: la idea. Estamos ante el peligro de que nuestra pintura reincida en la supervaloración de lo adjetivo para dejar a un lado lo sustancial» (nº 81: 15), o Fermín González Prieto, quien opinaba en el último número: «Pero estoy en completo desacuerdo con jurados y críticos en cuanto a aceptar como bueno lo nuevo o lo extravagante, solo por ser extravagante» (nº 93: 16). Pero, en general, la posición de Correo Literario fue de apoyo absoluto al arte nuevo y, en concreto, al arte abstracto, que ocupó un espacio privilegiado en las páginas artísticas de la revista190. Rafael Pena lamenta el desconocimiento español del arte abstracto y señala que quizá «por ese lado estará el camino» (nº 81: 16), Santi Suros y Armando Morales criticaban a los cultivadores de un arte realista o fotográfico: «Ha sido el reconocimiento de que el progreso y la evolución en el arte no pueden ignorarse con obtusas ideas de avestruz. Los caciques del arte fotográfico ya no pisan terreno sólido» (nº 87: 16); «Creo firmemente que esta pintura nuestra es la que vale. Las obras perfectas al estilo clásico solo se limitan a dar algo así como una buena fotografía» (nº 88: 16), y Santiago Lagunas, finalmente, valoraba el acercamiento autónomo a la pieza artística que proporcionaba la tendencia abstracta: «cree que debe inventarse el cuadro abstractamente y tratar de lograrlo, cerrado en sí mismo […] sin esa fidelidad perruna, simple y naturalista a lo que nos rodea» (nº 86: 15). 190 En otros lugares, la apuesta por el arte abstracto fue igualmente definitiva (a propósito, sobre todo, de la celebración de la Semana del Arte Abstracto en 1953 en Santander): «Texto íntegro del escrito elevado por los abstractos (nº 80) o «El mundo necesita arte abstracto» (nº 83), por Miguel Fisac. Además, se le dedicaron las páginas dobles del número 79, con una crónica de la Semana firmada por Federico Muelas y Alfonso Sastre. 256 V. CONTENIDOS INTERNACIONALES Si nos referimos a los contenidos internacionales de la etapa hay que señalar, en primer lugar, que, al igual que en la etapa anterior, no existen secciones fijas que vehiculen los trabajos con esa orientación. Hay varios artículos publicados bajo rótulos de sección que, sin embargo, no llegan a nunca a constituirse como tal por falta de continuidad. Relativas a Hispanoamérica aparecen, por ejemplo, unas «Breves impresiones argentinas» firmadas por José María Castroviejo (nº 70), «Desde México» (nº 71), firmado bajo las siglas G. J., o «Notas sobre México» (nº 92), por Edmundo Meouchi; y, sobre otros países, «Carta de Alemania» (nº 89) y «Carta de Barcelona» (nº 89), «Italia. Noticia y comentario» (nº 92) y «Carta desde Nápoles» (nº 90). Ello no significa, sin embargo, que los contenidos internacionales de la revista se vieran reducidos. La atención hacia la realidad hispanoamericana, pese a la pérdida del subtítulo «Artes y letras hispanoamericanas», siguió ocupando un espacio significativo dentro de Correo Literario. En casi todos los números se publicaron artículos que enfocaban la problemática de la hispanidad desde diferentes aspectos. Muchos de ellos, de hecho (normalmente aquellos que vinculaban lo hispanoamericano con alguna figura española), aparecieron destacados en portada: «La experiencia más aguda de un español espiritual (Hispanoamérica en Ortega)», de Antonio Lago Carballo (nº 73), «Don Juan Valera y la idea de América», de Ángel Valbuena (nº 74), «Ganivet e Hispanoamérica» (nº 79), de Enrique Martínez López (nº 79), u ocupando las páginas dobles, como ocurre en el número 73 con «América vista por Valle-Inclán», de Benito Varela Jácome. Asimismo, continuó el propósito de publicar revisiones generales de la literatura en sus diferentes géneros y otras manifestaciones culturales en los países hispanoamericanos. Osvaldo Rosser escribió sobre «La poesía argentina en lo que va de siglo» (nº 73), Edmundo Meouchi sobre «La novela indigenista de México» (nº 79), Eduardo Cote Lamus acerca de «El movimiento piedracielista en Colombia» (nº 79), Emir Rodríguez Monegal, sobre la «Situación actual de la novela en el Uruguay» (nº 80) y Rodrigo Miró realizó una «Síntesis histórica de la literatura panameña» (nº 86). Sobre filosofía escribieron Gutiérrez Girardot (nº 70) y A. J. Anselmi (nº 79). Además, dos acontecimientos en concreto aparecieron ampliamente reseñados en la revista: la Segunda Bienal de Arte Moderno de Sao Paulo (en los números 87, 88 y 89) y la Asamblea de Universidades Hispánicas (entre los números 81 y 83), que sirvió de catalizador para la publicación de varias defensas encendidas de la hispanidad en la revista. 257 En lo que respecta a otros países, Estados Unidos ocupó un papel especialmente destacado. A lo largo de varios números se desarrolló una polémica en torno de la novela norteamericana, la estética social y las nuevas técnicas narrativas, iniciada por «Norteamérica no ocupa el centro de la novela», de Ismael Moreno de Páramo (nº 73), y seguida por «La novela está en América», de Jesús Ibáñez Alonso nº 75) y «La novela yanqui en España», de Edmundo Meouchi (nº 84). Además, se publicaron varios artículos sobre autores como Erskine Caldwell (nº 74), Thomas Merton (nº 76), Eugene O’Neill (nº 86), Hemingway (nº 88) y Edgar Allan Poe (nº 93). Le sigue en relevancia Francia, con varios trabajos sobre figuras como la del artista Raoul Dufy, a quien se le dedicó la página 8 del número 70, con trabajos de Germán Seijas y Juan Gich, el dramaturgo Jacques Herbertot (nº 73), el pintor Georges Rouault (nº 74) o la filósofa Simone Weil (nº 74). Además, fueron numerosos los artículos sobre las tendencias editoriales francesas y otras novedades de su vida cultural, en artículos como «Diez millones de lectores tiene una colección policiaca francesa» (nº 72), «El teatro de más éxito de la temporada en París» (nº 73), «Los diecisiete libros que han ofrecido mayor éxito de ventas en los dos últimos meses» (nº 76) o «Dos exposiciones de arte norteamericano en París» (nº 79), que firma Carlos Edmundo de Ory. Otros países, en fin, como Inglaterra (nº 75, 76, 77, 85, 91), Alemania (nº 75, 83), Portugal (nº 79, 90), Noruega (nº 90) o Italia (nº 90, 92) merecieron artículos de forma puntual en Correo Literario. En muchos de estos casos, ya desde el número 71, parece observarse una tendencia de reservar la página 12 para este tipo de contenidos, aunque en ningún caso llegó a constituirse una sección internacional como las que sí existían en etapas anteriores o los diferentes «Correos» que se crearon en la época barcelonesa. VII. LA AMPLIACIÓN DE LAS PÁGINAS DE CRÍTICA Uno de los cambios más importantes que se produjeron en esta última etapa fue la ampliación de las páginas dedicadas a la crítica: cuatro páginas de cada número se dedicaban a las dos secciones en que ahora se agrupaban las reseñas. Este propósito ya había sido anunciado en la presentación de la revista: «Hemos querido dedicar particular atención a los comentarios y críticos de libros, al movimiento de las editoriales y a las noticias sobre nuevas ediciones. Creemos que en este sector podemos cubrir un vacío existente, y cubrirlo no por la vía habitual del anuncio» (nº 70: 1). En ese mismo espacio se detallaban los diferentes propósitos de cada una de las secciones de crítica (cuyos 258 nombres, en realidad, se rescataban de etapas anteriores: «Los libros de la quincena», en la que se recogía la crítica de las principales novedades editoriales, y «En el laberinto de las obras ajenas», dedicada a los libros recibidos por la revista191. Arroita-Jáuregui y Gich se ocuparon de la mayor parte de las reseñas. En «Los libros de la quincena» su protagonismo era absoluto, con unas pocas colaboraciones de José Luis Escurdi (5), Jaime Delgado (4) y, de forma excepcional, alguna otra firma como Muñoz Alonso (nº 73), Fernández de Almagro (nº 83) o López Anglada (nº 89). «En el laberinto de las obras ajenas», aunque mantenía la presencia reiterada de los directores de la revista, contó con un cuadro de colaboradores mucho más variado, con las colaboraciones puntuales de, entre otros, Aragonés (nº 70), Diego (nº 71), Costafreda (nº 73), Santos Torroella (nº 73, 74), Morales (nº 77), Garciasol (nº 79, 83, 85) o Ferrán (nº 88). Tuvieron algo más de peso críticos como Cano (nº 76, 80, 82, 83), Escurdi (con trece intervenciones) y Valbuena Briones (con cinco colaboraciones sobre novedades editoriales hispanoamericanas). No hay cambios significativos respecto de la etapa anterior en lo que se refiere a las obras reseñadas. Aparecen críticas de los principales autores españoles del medio siglo: tanto firmas veteranas como las de Aleixandre, Panero, Souvirón, Bousoño, Cela, Romero, Zunzunegui, Fernández Flórez, Gironella, García Serrano, González Ruano, Gaya Nuño, Lafuente Ferrari o Fernández de Almagro, como autores más jóvenes: Jesús López Pacheco, Eugenio de Nora, Claudio Rodríguez, Miguel Delibes, Ana María Matute, Mario Lacruz, Jorge Campos, Dolores Medio. Se reseñaron, además, obras de exiliados: en el número 82 Vicente Núñez reseñaba Dormido en la hierba, de Emilio Prados, y en el 74, José Luis Escurdi se ocupaba de La librería de Arana, de Simón Otaola, y de escritores catalanes como Carles Riba (en dos ocasiones: Elegías de Bierville en el número 74, y Salvaje corazón en el 78), Tomàs Garcés i Miravet (La nit de Sant Joan, ) y Sebastià Gasch. En lo que respecta a los autores extranjeros, se mantiene, asimismo, el equilibro entre géneros que ya encontrábamos en la etapa anterior. Figuran poetas como Ezra Pound, Jean Moscatelli y Thomas Merton; narradores: Graham Greene, Albert Camus, Thomas Mann y F. Scott Fitzgerald; y ensayistas como Jean Bazaine, Bertrand Russell, 191 «En el laberinto de las obras ajenas» había sido la sección habitual de crítica durante la etapa anterior. A ella se había sumado «Los libros de la quincena» ya desde el número 66. La nueva etapa no hizo, pues, sino consolidar la tendencia iniciada. 259 George Uscatescu y Ettore Lo Gatto192. También se atendió por extenso a las firmas hispanoamericanas: se reseñaron novedades editoriales de importantes escritores como Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, José Coronel Utrecho, Jorge Gaitán, Ernesto Cardenal, Andrés Bello y Pedro Henríquez Ureña. La sección se completaba con el apartado «La figura de la quincena», encuadrado y con un retrato del escritor homenajeado. Se sintetizaba el propósito de la subsección en su aparición en el número 70: «Esta sección que inauguramos reflejará la persona que más haya destacado durante la quincena en el campo de las letras o de las artes. Al tiempo que se le rinde un homenaje y se le valora su éxito, su triunfo, se intentará trazar una silueta de su vida y de su obra» (nº 70: 6). En ella aparecieron figuras de diferentes ámbitos: el poeta Panero (nº 71), los novelistas José María Gironella (nº 70) y Rafael García Serrano (nº 88), el cineasta Luis García Berlanga (nº 72), el pintor Daniel Vázquez Díaz (nº 74)) y el músico Ataúlfo Argenta (nº 79). Con esta etapa se cerraba la que sería la época principal de Correo Literario. Los cambios notables —de colaboradores, secciones y formato— que se iban a producir con su desplazamiento a Barcelona anunciaban, más bien, la creación de una revista nueva. Así se constataba en una serie de textos de despedida que se publicaban en los últimos números. Quinto se despedía de su sección teatral: «Es preferible empezar por ahí. Adiós. Esto va a ser la última crónica de la quincena. Correo Literario emprende una nueva etapa» (nº 93: 10), igual que Arroita-Jáuregui —«Lo siento mucho, amigos, pero hay que acabar» (nº 93: 11)— y Gaspar Gómez de la Serna: «Correo Literario, al tirar al aire su cartera, dimitir su forma conocida y reaparecer muy pronto con nuevo empaque, tan de este tiempo que habrá cerrado para siempre su buzón» (nº 93: 3). Además, se publicaron dos editoriales de recapitulación y despedida. En el número 92 se afirmaba: «Desde el mes de mayo, y con periodicidad mensual, nuestros lectores tendrán una revista nueva, de 64 páginas y editada en huecograbado» (nº 92: 1). En el siguiente, en un texto con el título «Despedida, no, hasta luego», se repasaban los años recorridos, subrayando especialmente su vinculación con la teoría de la hispanidad del Instituto: «Con este número, termina Correo Literario una etapa de su vida. Noventa y tres salidas, cinco años de presencia constante, sin faltar un solo día a la cita, en el campo de las letras y de las 192 Las críticas de publicaciones teatrales y representaciones dramáticas quedaron reservadas en su totalidad para la sección de «Teatro». 260 artes: este es el balance de un esfuerzo que no ha desmayado un solo instante para servir a los ideales de hermandad cultural entre España y los países hispanoamericanos» (nº 93: 1). Los profundos cambios que se iban a producir no agradaron, en cambio, a algunos de los intelectuales vinculados con la revista, como su subdirector Arroita-Jáuregui, quien, al contrario que Gich, desapareció prácticamente de la publicación en su etapa barcelonesa. Muy contrariado le escribía a Santos Torroella el 26 de febrero de 1954 aludiendo a dicho cambio de manos: Como debe ser comidilla literaria barcelonesa, supongo que estarás enterado del asunto de Correo Literario, que se nos hace barcelonés. Entre las modificaciones que tal cambio de residencia lleva consigo, va incluida mi desaparición de las páginas de la revista, cosa que probablemente agradecerán los lectores indudablemente cansados de mi obligada y reiterada y cansina presencia en la mayoría de sus páginas. No obstante, creo que alguna de las secciones que llevaba tenían interés, muy especialmente la página de cine. Sinceramente, creo que en Barcelona no encontrarán un crítico con mi sinceridad y mi claridad; aparte de que algo entiendo193. e) Etapa II. 1. (mayo-1954 / febrero, marzo-1955). Juan Ramón Masoliver (nº 1-10) En mayo de 1954 —tan solo dos meses después de la despedida del número 93— reaparece Correo Literario con unas características radicalmente diferentes; se podría afirmar, de hecho, que nos encontramos ante una revista nueva, a pesar de presentarse en términos muy parecidos en su editorial inicial: Por entenderlo así, las páginas de Correo Literario —en su nuevo formato y esta época segunda— se proponen ser tribuna abierta y asignarse, no la petulante misión formativa sino, menos mayestática pero más eficaz, la tarea informadora. Hacerse eco de lo interesante y bueno que provenga de allá de los montes, sean cuales fueren. Y proyectar, sobre todo, los resultados del quehacer cultural, y más concretamente literario, de los países de habla y pensamiento hispánicos. Operando sobre propios y extraños; pero en la 193 [Archivo Rafael y María Teresa Santos Torroella. ref. 6377]. 261 idea, también, de que se imponga como un hecho real e ineluctable la unidad, la unicidad de una cultura y un sentir que abarcan continentes y océanos (nº II.1)194. Enfoque cosmopolita con especial hincapié en los países de la órbita de la hispanidad, y perspectiva aperturista: «Hacerse eco de lo interesante y bueno que provenga de allá de los montes, sea cuales fueren», desde el punto de vista de la doctrina falangista de la unidad: «la unicidad de una cultura y un sentir que abarcan continentes y océanos». No obstante, los cambios formales fueron muy significativos. Abandonó el formato de periódico cultural y se aproximó más a una presentación de las revistas de temática variada (en la línea de Life), con un tamaño 27 cm. x 22 cm (en las otras publicaciones del Instituto, se anunciaba, de hecho, como «una revista literaria popular»). Además, se sustituyeron las ilustraciones, en blanco y negro o con muy pocos toques de color, por la fotografía como el principal recurso gráfico, especialmente en las páginas dedicadas al cine, que consistían, ya no en la discusión teórica en torno a las diferentes corrientes cinematográficas como la neorrealista o social, sino en la reproducción de fotogramas a página completa, así como de retratos de las principales estrellas de Hollywood. En los pocos casos en el que se usaban ilustraciones —normalmente, en los cuentos y, a modo de pequeños adornos gráficos, en las encuestas— estas se alejaban del estilo abstracto y surrealista del principal artista de la etapa madrileña, Carlos Pascual de Lara, y se aproximaban más al estilo de la caricatura de la revista de humor. Algunos de los ilustradores que colaboraron en la revista fueron F. Juvé (durante los primeros cuatro números) y Sanz Lafita (presente en la revista hasta su número 9). De forma más puntual, colaboraron en la revista Francisco de Inza (nº 3), Eugenio d’Ors (nº 7), F. Todó-García (nº 7 y 10), Rafael Santos Torroella (nº 7), González Alcoba (nº 8), José María de Martín (nº 8, 9 y 10), Lara (nº 9), Ráfols Casamada (nº 9) y J. Ibarz (nº 10). La portada, que ahora no compartía espacio con otros textos, consistió, en los primeros cinco números, en una fotografía de una mujer que poco encajaba con el modelo de revista cultural que representaba Correo Literario, y al que seguían respondiendo las páginas interiores en esta última etapa. Las críticas motivadas por esta nueva presentación —que aparecen reflejadas en los editoriales de los primeros números— probablemente conllevaron un cambio de estilo a partir del número 6, en el que las portadas consistían 194 Puesto que los diez números de la época barcelonesa no incluyeron números de página, nos limitamos en los textos citados a indicar el número en el que se incluyeron. 262 en óleos de artistas como Juan Gris (nº 6), Manuel Capdevila (nº 7), Ramón Rogent (nº 8), Marcos Aleu (nº 9) y F. Todó-García (nº 10). Además, se incluían anuncios en huecograbado y a todo color en las primeras y últimas páginas de cada número. No se limitaban estos a los sumarios de otras publicaciones culturales afines a Correo Literario, sino que se incluían productos tan variados como Anís del Mono, Calisay, Champaña Castellblanch, Agua Malavella, diferentes productos de la empresa comercial Riera-Marsá, que siempre ocupaba las primeras posiciones, Los extractos Embrujo de Sevila, Encuadernaciones J. Durán, Philips 1955; carteles de los principales estrenos del cine de masas, como Cuando ruge la marabunta, Julio César, El hombre tranquilo y Un gramo de locura; y las novedades bibliográficas de algunas editoriales: Planeta, Argos, Bruguera, Luyve, etc. La periodicidad de la revista pasó a ser mensual (se publicaron 10 números durante casi un año: mayo-1954, junio-1954, julio-1954, agosto-1954, septiembre-1954, octubre-1954, noviembre-1954, diciembre-1954, enero-1955, febrero/marzo-1955) con los consiguientes cambios: cada número suelto pasó a costar 10 pesetas (la suscripción de un semestre tenía un coste de 55, y de una año entero: 100), y la extensión alcanzaba las 64 páginas sin numerar. Todos estos cambios eran consecuencia del comienzo de una segunda época de la revista: mantenía su vinculación con el ICH195, y pasaba a editarse en Barcelona196 de la mano de Juan Ramón Masoliver. De origen zaragozano, vivió desde pequeño en la Ciudad Condal, donde estudió Derecho y Filosofía y Letras. Entró en contacto muy pronto con la vanguardia española: dirigió la revista Hèlix y contactó con algunas de las grandes figuras del movimiento surrealista, como Breton, Éluard o Pound, de quien fue secretario particular en Italia, país al que estuvo ligado desde muy pronto y donde vivió durante largos periodos de tiempo. Por influencia de su amigo Samuel Ros, se afilió pronto a Falange, desde cuya ideología escribe numerosos artículos en El Sol y La Vanguardia con un marcado carácter cosmopolita. Tras el alzamiento militar se traslada a Burgos, donde forma parte de la Delegación de Prensa y Propaganda que coordina Dionisio Ridruejo. Allí funda el importante semanario Destino, junto a Josep Vergés e Ignacio Agustí, en cuya etapa barcelonesa desempeñó un importante papel: «Él fue quien 195 Aunque en ninguno de los diez números aparezca reflejada dicha filiación, en la memoria del ICH correspondiente al año 1954 se hacía referencia a esta nueva etapa [1955]. 196 La revista, aunque netamente barcelonesa, mantuvo el nombre de Madrid en la domiciliación de publicación, y, a partir del número 3, se incluyó asimismo el de Buenos Aires, conservando de esta manera su conexión con Hispanoamérica. 263 salvó el semanario en un momento económicamente crítico cuando se publicaba ya en Barcelona, consiguiendo un préstamo del Banco Español de Crédito avalado nada menos que por el alcalde de Barcelona» [Masoliver Ródenas, 1994: 22]. Personalmente, además, dirigió el suplemento poético de Destino, llamado Entregas de poesía (1940-1943)197. Conjugó estas labores con algunos cargos oficiales, como el de jefe territorial de Propaganda de Cataluña, con una importante labor de articulista en medios españoles e italianos: fue corresponsal en Italia de Sol y La Vanguardia entre 1932 y 1936 y colaborador de Il Lavoro (1931), Il Mare (1932-1933), L’Eco del Mondo (1934-1936) y La Fiera Letteraria (1936). Desarrolló, asimismo, su faceta como crítico de arte, valiosa para Correo Literario, por su estrecha vinculación con las Bienales: fue el responsable, por ejemplo, de la sección «Arte y Artistas» que publicaba La Vanguardia Española198. Su labor al frente de Correo Literario apenas ha sido destacada por los investigadores que se han ocupado de su figura. La única referencia a ello es un artículo de Laureano Bonet sobre las colaboraciones de Gabriel Ferrater en la revista. Allí indica que Masoliver es, en efecto, el director de la revista199, y que José Manuel Lara, fundador de Planeta, la sostenía económicamente [1990: 205], aspecto este último con evidentes manifestaciones en la revista: por ejemplo, que los premios ofrecidos en los diferentes concursos que la revista proponía en su «Correo del concursante» consistían siempre en publicaciones de la editorial. De hecho, la revista se imprimía en el taller editorial de Lara, sito en la calle Maestro Pérez Cabrero, 7. Este cambio200 es de vital importancia para entender muchos de las modificaciones sustanciales que se producen en Correo Literario. De hecho, respondía a una evolución en el campo de las revistas culturales que se haría patente en la década de los sesenta: el desarrollo de un mercado cultural ajeno a las dependencias oficiales como condición de la autonomía intelectual: «La tradicional preponderancia del poder político 197 Más adelante, figuró como director de la catalana Camp de l’Arpa, que editaba José Batlló, creador de la colección poética «El Bardo». 198 El estudio reciente más completo sobre Masoliver es la tesis, todavía inédita, de Miriam Gázquez: Juan Ramón Masoliver y la cultura de posguerra en Barcelona [2018]. 199 Este dato es confirmado en varias cartas de la época. El 1 de mayo de 1954 Ridruejo le escribe a Alberto Puig Palau: «También podrías preguntar a [Juan Ramón] Masoliver si le interesa para el Correo Literario, y en ese caso aún quedaría yo mejor» [en Ridruejo, 2007: 288]. 200 Desconocemos las razones por las que se decide cambiar la domiciliación de Correo Literario en este punto de su historia. Una hipótesis plausible es que en el momento de mayor intensificación de la política cultural de diálogo entre Madrid y Cataluña (Alcalá pasa a editarse en ambos lugares, por ejemplo), el ICH decidiera que era una buena estrategia contar con una revista madrileña, Cuadernos Hispanoamericanos, y otra con sede en Barcelona, y con el grueso de sus colaboradores provenientes de los círculos culturales catalanes. 264 y eclesiástico fue erosionada por la influencia creciente del poder económico (el desarrollo del mercado) y por la emergencia de un poder propiamente intelectual» [Pecourt, 2006: 218], visible en publicaciones posteriores como Cuadernos para el Diálogo: «Mientras estas [revistas dependientes del SEU, como Alcalá, por ejemplo] dependían de estructuras de poder político externas, Cuadernos consiguió evitar dicha relación de subordinación asentándose plenamente en el mercado» [2006: 220]. Esto traía, sin embargo, una serie de riesgos y contradicciones que Correo Literario no supo vencer y que finalmente lastraron esta etapa final: «Esta última servidumbre recortaría en parte las expectativas culturales esbozadas inicialmente por J. R. Masoliver, convirtiéndose así en una publicación un tanto confusa, a mitad de camino entre el alto nivel intelectual de buena parte de sus textos —escritos por los mejores críticos de la época: J. E. Cirlot, F. Gutiérrez, J. M. Castellet o R. Santos Torroella, por ejemplo— y diversas secciones más cercanas a un semanario de gran tirada popular» [Bonet, 1990: 205]201. Estas tensiones fueron, de hecho, el tema principal de los editoriales, encabezados bajo el rótulo de «Guion», con que se abría cada uno de los números de la revista. Es especialmente relevante el del número 2. En él, se incidía en el interés de Correo Literario en su nueva etapa por la calidad gráfica y la perfección técnica. Se defendían de las acusaciones de frivolidad alegando que «no es una revista fuera del tiempo y del espacio sino publicada ahora mismo, y tocando temas del momento», tal y como hacían, por otra parte, «revistas del mundo entero». Finalmente, se constataba explícitamente que la nueva época de la revista se dirigía a un público más amplio: «El lector medio, no especializado, a vueltas de cuentos, variedades y concursos», y criticaba a las revistas de minorías: «Existe un especial interés, o mucho nos equivocamos, en que la cultura sea coto cerrado, pradera solo abierta a los pocos que están en el secreto». En el número 5 se volvía sobre este tema, reivindicando la calidad de sus páginas: «En el sumario de sus números —y no en la discutible anécdota de la envoltura— cifra esta revista el papel que quisiera desempeñar en el concierto católico e hispánico». Sin embargo, a partir del número siguiente comenzaron a usarse reproducciones de óleos para la portada, empezando por Las uvas, de Juan Gris. No es descabellado pensar que dichas acusaciones tuvieron algo que ver en este cambio de presentación. 201 La publicación de Ridruejo, Revista, experimentó una evolución similar a partir de enero de 1955, con la introducción de fotografías de estrellas del mundo cinematográfico, artículos sobre moda y, en consecuencia de todo ello, una progresiva desideologización de la revista. 265 Desde luego, si atendemos al nuevo cuadro de colaboradores de la revista, no podemos contradecir esa defensa a ultranza del «sumario de sus números» que se defendía en el «Guion». En el equipo directivo, además de Juan Ramón Masoliver, quien, frente a la práctica seguida por Gich y Arroita-Jáuregui en la etapa anterior, apenas firma textos en la revista, se situaba Santos Torroella. Hay razones de peso para afirmar que el crítico se ocupó de las labores de dirección y coordinación en esta etapa. Ya conocemos a esta figura por su presencia constante como crítico durante todas las etapas de Correo Literario: es, de hecho, el único nombre que figura entre los colaboradores más frecuentes de todas las etapas de la revista202. El 4 de mayo de 1955 (esto es, publicados ya todos los números de Correo Literario), José Manuel Cardona apunta en una carta dirigida al crítico: «Tengo entendido que eres algo así como subdirector de Correo Literario pero no sé si es cierto»203. Subdirector o no, lo cierto es que nos encontramos con bastantes cartas que demuestran que al menos mantuvo un papel activo en la petición y recepción de textos, así como en la organización de los pagos a los autores. En este sentido, Rafael Morales le escribe el 23 de junio de 1954 prometiéndole un artículo para la revista204 y el 28 de septiembre le recuerda que está pendiente el pago por un poema205. Del mismo modo, Jacinto López Gorgé le escribe el 25 de octubre a propósito de un texto que va a salir en Correo Literario206. I. ASPECTOS TÉCNICOS Y PRINCIPALES COLABORADORES El equipo de colaboradores de la revista en su etapa barcelonesa, como es de esperar, cambia notablemente. Colaboran en la publicación algunos de los nombres de la primera época: Lorenzo Gomis, con una publicación en la sección «Punto de vista» y dos artículos sobre literatura catalana; José María de Quinto, que actúa a modo de 202 El estudio de su epistolario demuestra, además, que en la etapa madrileña detentaba algunas funciones de responsabilidad. El 27 de noviembre de 1950 Panero le envía una carta en la que le solicita: «Le agradezco de verdad sus buenas intenciones para conseguir suscriptores. Nos hacen mucha falta sobre todo ahí [en Barcelona], donde la distribución no es de todo lo eficaz que nosotros quisiéramos. Si usted toma este asunto con interés, tanto el de los suscriptores como el de la publicidad, si ello es posible, estoy seguro de que la administración de Correo le concederá las más ventajosas condiciones económicas, pero en todo caso si no logra o no le interesa más que reunir un número de suscriptores entre amigos, Dios se lo pague» [Archivo Rafael y María Teresa Santos Torroella. ref. 3791]. 203 [Archivo Rafael y María Teresa Santos Torroella. ref. 3532]. 204 [Archivo Rafael y María Teresa Santos Torroella. ref. 4115]. 205 [Archivo Rafael y María Teresa Santos Torroella. ref. 4118]. 206 [Archivo Rafael y María Teresa Santos Torroella. ref. 5077]. 266 corresponsal en Italia; Gerardo Diego, con publicación de poemas; y Gonzalo Torrente Ballester, quien participa en los homenajes a Jacinto Benavente (nº 5) y Eugenio d’Ors (nº 7). De forma puntual participan en Correo Literario viejos conocidos: Panero, Arroita-Jáuregui, Souvirón, Julián Marías, Laín Entralgo, Díaz-Plaja, Delgado, Eduardo Carranza y Mercedes Ballesteros, entre otros. La mayoría de textos provendrían de autores residentes en Barcelona, bien conocidos en el circuito de revistas catalanas, con muchas conexiones sobre todo con el semanario Destino y su suplemento poético, las Entregas de poesía, que dirigió el propio Masoliver, y la revista Laye, cuyo último número, el 24, saldría en este año de 1954. A la primera estuvieron vinculados, por ejemplo, César González Ruano, quien se ocupó de la sección de entrevistas durante seis números; Julio Coll, con un ensayo dentro de la sección «Punto de vista»; Fernando Gutiérrez, que publicó un cuento, poemas y una reseña de una obra de Rafael Benet; y Juan Eduardo Cirlot, con varias publicaciones a favor de la vanguardia a partir del estudio de figuras como Herman Hesse, Gurdjeff y Arnold Schoenberg. Las conexiones con Laye son igualmente relevantes. Publicaron en Correo Literario algunos de los principales escritores del medio siglo, que se han agrupado bajo el rótulo de Escuela de Barcelona [Riera, 1988], así como otros intelectuales cercanos a estos: Carlos Barral (con dos colaboraciones), Juan Goytisolo (1), José Agustín Goytisolo (1), Jaime Ferrán (1), Gabriel Ferrater, con dos críticas de obras en catalán publicadas en la sección de «Anaquel», Rafael Sánchez Ferlosio (1), Manuel S. Luzón (1) y Dorireann MacDermott (3), a cargo de los contenidos de la revista referentes a Inglaterra. De forma más intensa colaboraron en la revista el crítico José María Castellet, quien publica siete trabajos de enorme interés sobre literatura joven, en los que se ocupa de figuras como Juan Goytisolo, Matute, Fernández Santos, Sánchez Ferlosio o Sastre, entre muchos otros; Esteban Pinilla de las Heras, con cuatro artículos de temática variada; Enrique Badosa (cinco colaboraciones), a cargo de diferentes encuestas y crónicas de la vida cultural barcelonesa; y Ramón Carnicer, autor de seis artículos. Con Laye también compartía ilustradores: en concreto, José María de Martín y F. de Todó García. Los autores más prolíficos en la revista fueron Antonio Sabaté Mill, crítico y poeta catalán vinculado asimismo a Destino y muy próximo a la figura de Eugenio d’Ors, quien publica un total de veinticuatro entradas, adscritas sobre todo a la crónica cultural de las provincias españoles y a la sección de crítica, el novelista Cristóbal González de Gray, con dieciséis reseñas en «Anaquel», y el poeta Carlos Puchy de Morales, con catorce 267 críticas también vinculadas a dicha sección. Junto a ellos, se situaba el tándem Juan Gich, catalán afincado en Madrid, que se ocuparía de realizar la función que Santos Torroella realizaba durante la época madrileña de la revista: reseñar la vida artística y literaria de la capital a lo largo de veinte diferentes colaboraciones; y el propio Santos Torroella, con funciones variadas en la publicación (diez colaboraciones): firma la sección de crónica cultural catalana («Correo de Barcelona» y «Barcelona al pie de la letra») y reseña una cantidad notable de obras. Completaban el plantel de colaboradores otras firmas: Lucas Cot (a cargo de las nueve entregas de «Correo del cine»), Carlos Peregrín Otero (quien se ocupa de la sección «Galería»), el novelista Luis Romero (con seis artículos referentes a la vida cultural francesa), los críticos de arte J. J. Tharrats (encargado de la sección «Correo de las artes»), Sebastià Gasch y Tristán de La Rosa, así como otras figuras de la vida cultural barcelonesa: los poetas Juan Teixidor y J. V. Foix y personalidades del mundo de la edición y la crítica como Carlos Nadal, Manuel Closa, César Mora, Arturo Llopis. La revista contó, finalmente, con unas pocas firmas extranjeras: Gottfried Benn, Heinrich Böll, Alain Bosquet, Pearl S. Buck y Heidegger, además de los hispanoamericanos Eduardo Carranza, Eduardo Caballero Calderón, Fernando Díez de Medina, Rafael Gutiérrez Girardot, Ricardo Latcham y Edmundo Meouchi, todos ellos residentes en España y conocidos colaboradores de la revista en etapas anteriores. Así pues, la composición humana de Correo Literario cambió considerablemente en la nueva época. La domiciliación en Barcelona no se limitó a una modificación administrativa sino que implicó una remodelación completo del cuadro de colaboradores de la revista. Se mantuvieron únicamente las firmas de Gich y Santos Torroella, que representaban el diálogo Madrid-Barcelona que la revista venía desarrollando desde hacía ya varios números. El grueso de colaboraciones, a partir de este momento, provendría entonces de los círculos culturales catalanes, y muy especialmente de aquellos relacionados con Destino y, sobre todo, con Laye. El nuevo formato trajo consigo una completa remodelación de las secciones que hasta entonces habían vehiculado los contenidos de la publicación. La portada ocupaba una página completa, con una ilustración, primero, de una modelo femenina, luego sustituida, al igual que en Mundo Hispánico, por un óleo de un artista, en la que se indicaba únicamente el título de la revista —como en la época anterior, también sin subtítulo—, y la fecha del número. Le seguía una serie de anuncios en páginas a color y con un papel de mayor grosor que en las interiores, así como una breve sección de 268 fotografías, «La actualidad» (a partir del número 2), referentes a novedades de la vida cultural: conferencias, conciertos, exposiciones en museos, etc. Seguidamente, figuraba la página del sumario, con todos los datos técnicos de la revista, así como el «Guion», una suerte de editorial de Correo Literario en esta etapa y se introducía el contenido de los números especiales: el 4 dedicado a Jacinto Benavente, recientemente fallecido, y el 6, también homenaje póstumo a Eugenio d’Ors. En las páginas interiores se situaba, en primer lugar, un texto de especial interés, normalmente poesía: los autores destacados fueron Heidegger (nº 2), con un texto en prosa de carácter lírico, Juan Ramón Jiménez (nº 3), J. V. Foix (nº 4), García Lorca (nº 5), Alain Bosquet (nº 6), Gottfried Benn (nº 7), con un ensayo de temática filosófica, «Sobre la situación del hombre actual», Gerardo Diego (nº 8), José Vasconcelos (nº 9) y Juana de Ibarbourou (nº 10), así como la sección de entrevistas, «El escritor», que coordinó César González Ruano durante la mayoría de los números; y una efímera sección de encuestas a cargo de Enrique Badosa, «¿Por qué y para qué escribe usted?», y la columna ensayística «Punto de vista», que también solían ocupar los primeros lugares de la revista. Sin un orden claro se situaban el resto de textos y secciones de la revista: los diferentes artículos que integraban el número, los «Correos» internacionales o relativos a las provincias de España, poesía y narrativa publicados, etc. Tras ello, se ubicaba la nueva sección de crítica, llamada «Anaquel», con sus diferentes subsecciones: «Escaparate», «Bibliografía», «Galería»…, seguida del «Correo del cine» e «Instantáneas», la parte de la revista más claramente dirigida a ese nuevo público de masas. Finalmente, una serie de secciones misceláneas: convocatorias de premios, un concurso de temática literaria que se resolvía de número a número, caricaturas, anuncios de editoriales, etc. El número se cerraba, tras las sesenta páginas de contenido, con más anuncios a todo color en páginas de mejor calidad. II. LOS ENSAYOS PUBLICADOS La primera novedad de la nueva estructuración de los contenidos de Correo Literario es que la división en secciones tiene menos importancia: ahora, el grueso de las colaboraciones lo constituye una serie de artículos sobre diferentes temáticas que se suceden sin un orden concreto en las páginas interiores de cada número. Entre los aspectos tratados se encuentra, en primer lugar, la crónica de algunas de las principales actividades culturales del periodo 1954-1955: la Bienal de La Habana, a la que se dedica 269 un extenso reportaje con abundante material gráfico en el número 3 pero que arrastra artículos a lo largo de toda la serie: en el número 5 se realiza una entrevista a Alfonso Rodríguez Pichardo y en el número 10 se incluye de nuevo un conjunto nada desdeñable de fotografías de los principales premios del certamen artístico; el III Congreso de Poesía, celebrado en Santiago entre el 23 y 28 de julio de 1954 mereció dos extensas crónicas de Santos Torroella en los números 5 y 6; y se realizó la crónica y análisis de muchos de los principales premios, aunque con especial atención al premio Planeta de 1954, la tercera convocatoria de dicho certamen, que había ganado Ana María Matute con Pequeño teatro, y al que se le dedica una serie de artículos en el número 7. Dos fallecimientos merecieron, asimismo, sendas páginas de homenaje. Jacinto Benavente, en cuya memoria se publican trabajos de González Ruano, Torrente Ballester y Enrique Sordo en los números 4 y 5; y Ors, sobre el que escriben también González Ruano, Torrente Ballester y Francesc Pujols, en los números 6 y 7. A ambos, además, se les dedica el «Guion» de los números 4 y 6, respectivamente. Fueron muchos los trabajos publicados fuera de sección sobre literatura y arte extranjeros: se escribió sobre Adolf Huxley (nº 1), H. G. Wells (nº 1), José Martí (nº 4), Lamennais (nº 5), Graham Greene (nº 5), Arnold Schoenberg (nº 5), Cézanne (nº 6), Joyce Cary (nº 10); sobre escritores catalanes como Josep Pla (nº 1), Juan Teixidor (nº 3), Carles Riba (nº 5), José Yxart (nº 6), J. V. Foix (nº 6); la literatura joven del interior, con trabajos sobre la labor de los teatros de cámara, el TEU y otras formaciones análogas como el TPU o la narrativa social de, por ejemplo, Fernández Santos en Los bravos. Síntesis de este interés fue el ciclo de trabajos que José María Castellet publicara a partir del número 6: «La literatura que llega» (nº 6), «Panorama de los jóvenes: el teatro» (nº 7), «Panorama de los jóvenes: la novela» (nº 8) y «Panorama de los jóvenes: la poesía» (nº 10). Otras áreas de interés, en fin, fueron la música —de la que se ocupó principalmente Juan Eduardo Cirlot—, la filosofía —con trabajos sobre Xavier Zubiri, por ejemplo (nº 5)— y la historia, con un número destacado de artículos sobre Hitler, la Segunda Guerra Mundial y la evolución histórica y política de Alemania: «Hitler ante la historia» (nº 6), de Esteban Pinilla de las Heras, o «La causa de la derrota alemana» (nº 9), de Tristán de la Rosa, escritos desde el rigor historiográfico y no desde la exaltación fascista que nos encontramos, por ejemplo, en los primeros números de Escorial o en otras revistas análogas en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. 270 III. ENTREVISTAS Y SECCIONES NOMINALES Pero ello no quiere decir que las secciones incluidas no fueran de interés. Al contrario, siguieron detentando una importante función de organización de los contenidos del número. La primera de ellas fue la denominada «El escritor», una evolución natural de la función que había desempeñado «El autor y su obra preferida», coordinada por Fernández Cuenca en las etapas anteriores. En la nueva época estuvo a cargo de González Ruano, con la excepción de los números 1 y 9 (Pedro Gironella Pous), 2 (José Fernando Aguirre) y 10 (José María Moreno Galván). La lista de entrevistados fue la siguiente: Wenceslao Fernández Flórez (nº 1) Bartolomé Soler (nº 2) Pío Baroja (nº 3) Gregorio Marañón (nº 4) Jacinto Benavente (nº 5) Eugenio d’Ors (nº 6) Ana María Matute (nº 7) Rafael Sánchez Mazas (nº 8) Manuel Pombo Angulo (nº 9) Alfonso Sastre (nº 10) Aunque, en general, se mantiene la misma tendencia a incluir nombres de prestigio de «El autor y su obra preferida», como Fernández Flórez, Baroja, Marañón o Benavente y Ors, se incluyeron también unos pocos nombres jóvenes —Matute y Sastre, a propósito de la obtención del premio Planeta y del estreno de La mordaza, respectivamente— que hasta entonces no habían tenido cabida en esta sección. Difiere notablemente, además, el estilo de la entrevista: se recupera el formato clásico de pregunta-respuesta, intercalado por breves párrafos donde González Ruano ya demostraba la rica prosa que seguiría desarrollando durante toda su carrera. Véase, por ejemplo, el cierre de la entrevista a Benavente, como muestra de una voluntad de estilo que en ningún caso encontramos en las entrevistas de Fernández Cuenca: Las dos menos cuarto de la tarde no es ninguna hora exagerada para la vida de Madrid. Y así él me parecía, simplemente, que no se había levantado todavía a almorzar. Parecía un poco ya la estatua de sí mismo. Una estatua, que por pereza o desdén se hubiera echado a descansar del peso de su propia fama. 271 Esta fue la última tarde que estuve con él. Horas después todas las rotativas del mundo imprimían su nombre. Nueva York lo sabía. El Cairo lo sabía. Buenos Aires lo sabía. París lo sabía. Pero yo casi no lo sabía aún (nº 5). Aparecieron en la revista otras secciones de entrevistas. «Y usted, ¿qué dice?», dirigida a diferentes personalidades del mundo del cine y que se mantuvo durante cuatro números. Además, Enrique Badosa coordinó una encuesta con tres entregas, de título «¿Por qué y para qué escribe usted?». Se presentaba en el número 8: «Se desea reducir a lema la motivación y la intencionalidad estética o humana —acaso espiritual— del escritor, al que no pedimos confesiones sino la manifestación sencilla de su más prístino gesto literario, de su razón de ser como hombre de pluma cuyas palabras, al pasar de los años, quedarán como testimonio. Y cuya responsabilidad, en cierto modo, a todos nos afecta» (nº 8). Entre los encuestados, que respondieron a preguntas sobre sus inicios literarios o su relación con la profesión de escritor, se encontraban Cela, Aleixandre, Diego, Aranguren, Fernández Almagro, Riba o J. V. Foix. Fuera de sección se publicaron varias encuestas de carácter distendido sobre temas diversos (muy alejadas, pues, del enfoque de las numerosas entrevistas sobre arte y catolicismo de la etapa de Sánchez- Marín): la lectura (nº 1), los juegos florales (nº 2), los lectores y el verano (nº 3), las ocupaciones del escritor durante el verano (nº 4), entre otros asuntos. La diferentes columnas de opinión vinculadas a autores concretos se agruparon en una sección única, llamada «Punto de vista» y en la que colaboraron Pedro de Lorenzo, Ramón Carnicer (en dos ocasiones), Gomis, García Escudero, Eduardo Caballero Calderón, Castellet, Sebastián Juan Arbó, Alejandro Sux y Julio Coll. Entre las cuestiones abordadas, la narrativa ocupó un lugar especialmente destacado: Pedro de Lorenzo y Carnicer escriben en los números 1 y 2 sobre cuestiones estilíticas, García Escudero sobre «el valor religioso de la moderna novela católica» (nº 4) y Castellet sobre las nuevas corrientes narrativas (y dramáticas) de las firmas jóvenes (nº 6). En ocasiones, se reflexionaba sobre la propia revista y la nueva función que representaba su nueva época. Es relevante, en este sentido, el artículo «En busca del lector ingenuo», de Gomis, en el que defendía «abrir las puertas a los lectores ingenuos y de buena fe», en oposición al «lector crítico, el del mundillo de los enterados». De nuevo, pues, la tensión entre el mercado comercial y el mercado de producción restringida. 272 IV. CONTENIDOS INTERNACIONALES: LOS «CORREOS» Ocuparon un lugar relevante en la revista los diferentes «Correos» vinculados a diferentes países europeos: espacios fijos en los que un colaborador, normalmente fijo, se ocupaba de reseñar las principales novedades culturales y bibliográficas del mes en el país correspondiente. Se trató, pues, de la evolución natural de «Correo de España y del mundo» pero con importantes diferencias: en la nueva época se dedicó mucha más atención a las novedades internacionales (con subsecciones propias para cada uno de los países, que ocupan una o más páginas completas) y, en general, a este tipo de contenidos, los cuales, junto a los ensayos, copaban gran parte de cada número de la revista. Dos de los más importantes fueron los correspondientes a Madrid y Barcelona. Del primero se encargó el que fuera director de la revista en su etapa anterior, Gich, quien firmó en todos los números, con la única excepción del sexto, «Correo de Madrid», y «Crónica de Madrid». El crítico se ocupó, en varias notas breves por sección, de comentar las novedades más significativas de la vida cultural de la capital. Entre ellas incluía las actividades teatrales del TEU y otras asociaciones análogas —defiende, por ejemplo, las lecturas dramatizadas como una alternativa al teatro oficial: «ello significa una excelente información de última hora, siempre útil, y más todavía cuando el teatro comercial y el oficial no están, o no quieren estar, demasiado al corriente de lo que ocurre por estos mundos» (nº 1)—, con especial atención a la figura de Sastre —a quien destaca como colaborador de Correo Literario: «Lo sentíamos como cosa nuestra y nos enorgullece el haber tenido y seguir teniendo a Sastre como colaborador de la revista» (nº 7)—, artísticas, con reseñas sobre exposiciones de Vázquez Díaz (nº 3), Carlos Pascual de Lara (nº 10), o de instituciones como el Museo del Prado (nº 10) y el Teatro Real (nº 2), así como literarias, centradas en muchas ocasiones en las concesiones de los principales premios madrileños: así, se incluye un reportaje sobre Martín Gaite a propósito de su obtención del premio Café Gijón (nº 8), o se valora las obras poéticas de Valente y José Agustín Goytisolo, premio y accésit, respectivamente, del Adonáis de 1954. De forma paralela, Santos Torroella firmó las crónicas sobre la vida cultural barcelonesa: bajo el rótulo «Correo de Barcelona» (en el número 1) y «Barcelona al pie de la letra» (del número 2 al 9). Se ocupó fundamentalmente de figuras de actualidad de la literatura catalana, como José María de Sagarra y Riba (nº 1), quienes acababan de recibir un homenaje en Barcelona, o Juan Eduardo Cirlot y Fernando Gutiérrez (nº 2), entre otros, así como del arte hecho en Cataluña, con bastante atención a figuras como la 273 de Antoni Tàpies (nº 2 y 3). En su sección se incluyeron ilustraciones de firmas no habituales en las colaboraciones gráficas de la revista: en el número 1 aparecía un retrato de Riba firmado por el propio Tàpies, y Santos Torroella retrataba al poeta italiano Eugenio Montale y al pintor Evaristo Vallés en el número 2. La información cultural sobre provincias españolas se vehiculó a través de una sección que va cambiando de nombre: «Correo de provincias» (nº 1), «Lo viejo, siempre nuevo» (nº 2), «Tierras y hombres de España» (nº 3), «De frontera a frontera» (nº 5), «Del uno al otro mar de España» (nº 8), «España, de mar a mar» (nº 9) y «De media España» (nº 10). En todos los casos, firmaba los textos uno de los colaboradores más prolíficos de la revista, Antonio Sabaté Mill. Cada una de las secciones se organizaba en pequeñas notas sobre alguna novedad de interés relativa a la provincia: un homenaje a Feijoo en Oviedo, «la mente más abarcadora, abierta y europea de su tiempo» (nº 2), o dos representaciones teatrales de Pedro Salinas a cargo del Teatro de la Tertulia de Zaragoza: La cabeza de Medusa y La isla del tesoro (nº 5). Además de la información nacional, Correo Literario incorporó muchas secciones de vocación internacional. Francia fue el país mejor atendido de todos, con subsecciones de nombre variable: «Correo de París» (nº 1, 3), «Crónica de París» (nº 4, 6), «Desde París» (nº 7, 8) y «Carta de París» (nº 10). Las firmaron Luis Romero, Pedro Voltes y Juan Goytisolo. De los contenidos relativos a Inglaterra se ocuparon Doireann MacDermott y Ramón Carnicer, en la denominada «Crónica de Londres» (nº 5, 6 y 7) y Mata Peón, con tres textos —«Actualidad artística en Londres» (nº 2), «Miscelánea londinense» (nº 3) y «El teatro en Londres» (nº 4)— que no llevaban rótulo de sección pero que presentaban las mismas características que los anteriores. Consuelo de Gándara publicó dos «Correo de Roma», en los números 1 y 8, además de un artículo, «Dos pintores en Roma» (nº 2), de igual finalidad. A estos textos se sumaban las crónicas que realizó Quinto sobre el «XIII Festival Internacional del teatro en Venecia» (con dos entregas en los números 5 y 6) y sobre la «Temporada de ópera en la arena de Verona» (nº 7). Finalmente, de Alemania se ocuparon Gutiérrez Girardot (que tradujo, además, el texto de Gottfired Benn del número 7) y Manuel S. Luzón, con dos secciones, «Carta de Friburgo» (nº 4) y «Crónica de Alemania» (nº 10), respectivamente. Antonio Fernández- Cid, además, publicó una crónica sobre «Las semanas musicales de Berlín» (nº 8)207. 207 De forma puntual se publicaron en Correo Literario un «Correo de Tetuán» (nº 8), de Pío Gómez Nisa, sobre la poesía árabe y sus conexiones con la poética social y un «Correo de Atenas» (nº 8), a cargo de Carlos Barral. 274 En el caso de Hispanoamérica solo Argentina ocupó un lugar relevante en la publicación —recordemos que Buenos Aires figuraba entre las domiciliaciones de la revista desde su número 3—, con un «Correo de Buenos Aires» (nº 7) en el que se hablaba de las novedades bibliográficas de algunos exiliados. El mismo autor que firmaba este trabajo, Viñuela de Latour, publicó otros dos textos de orientación similar, «Un mes de Buenos Aires» (nº 4) y «El teatro de Bellas Artes en El Salvador» (nº 8). Además, firmó la única entrega de «Notas sobre Hispanoamérica», en el número 9, y en la que se ocupaba de diferentes figuras americanas: Diego Rivera (México), Alberto Carvajal (Colombia), Rómulo Gallegos (Venezuela). «Las letras en el mundo» (nº 10) fue, finalmente, la última sección en esta línea que venimos comentando. Es evidente, pues, la desigual situación de los contenidos hispanoamericanos frente a lo que había sido norma en etapas anteriores. El Comercio, de Quito, así se lo señalaba, tal y como sabemos por la respuesta de Correo Literario en su «Guion». En este se reivindicaba el importante papel que había desempeñado la primera época de la revista en defensa de «la unidad cultural hispánica». Y se señalaba que ese propósito seguía vigente en la etapa barcelonesa. Para ello, aportaba la nómina de seis colaboradores hispanoamericanos que firmaban textos en la revista y destacaba la sección «Galería», insertada dentro de «Crítica», y que, en efecto, trajo a la publicación, en cada uno de sus números, semblanzas bio-bibliográfica de diez autores americanos: Jorge de Icaza, Arturo Capdevila, Jorge Luis Borges, Mariano Picón Salas, Juana de Ibarbourou, José Ramón Medina, Ricardo Rojas, Enrique Labrador Ruiz y Nicolás Guillén208. V. LOS TEXTOS DE CREACIÓN Correo Literario recupera en su etapa barcelonesa la faceta de revista de creación que había detentado en sus inicios. Ya mencionamos que la página inmediatamente posterior al «Guion» fue ocupada en varias ocasiones por poemas, para los cuales se usaba, además, una presentación especialmente cuidada. Así, en el número 3 se incluían a página completa bajo el rótulo «Tres poemas inéditos» textos de Juan Ramón Jiménez pertenecientes a Dios deseado y deseante, adornados con pequeñas figuras y con un retrato del autor. En el número 4 se dedicó una página doble a «Un poema de J. V. Foix», 208 Lo cierto es que, quizá motivado por dicha nota, a partir del número siguiente se incluyó las ya citadas «Notas de Hispanoamérica» y, en el 10, «Las letras en el mundo», con contenidos fundamentalmente hispanoamericanos. 275 en catalán y con traducción al español por Santos Torroella. En el 5, se incluía un soneto inédito de García Lorca, que había quedado fuera de la edición de las Obras completas que acababa de publicar Aguilar (tal y como se indicaba en una nota de Santos Torroella). Se incluía, además, la firma manuscrita del autor de Poeta en Nueva York y una fotografía del mismo. Completaron, en fin, esta suerte de sección poética los «Dos poemas» del número 6 que firmaba el francés Alain Bosquet (en versión original y traducido), un fragmento de Amor solo de Gerardo Diego y tres romances ilustrados de la uruguaya Juana de Ibarbourou publicados en el número 10. Además de estos textos destacados, en una posición más modesta figuraron en la revista las siguientes colaboraciones poéticas, con la presencia de varias firmas en otras lenguas (Juan Teixidor y Joan Fuster, en catalán, y José María Álvarez Blázquez, en gallego): Jaime Ferrán (nº 1) Eduardo Carranza (nº 2) Julio Dago (nº 2) Juan Teixidor (nº 3) Fernando Gutiérrez (nº 3) Pío Gómez Nisa (nº 4) Rafael Morales (nº 5) Eduardo Zepeda Henríquez (nº 5) José María Álvarez Blázquez (nº 6) Jacinto López Gorgé (nº 6) María Dolores Arroyo (nº 7) Marcelo Arroita-Jáuregui (nº 7) Joan Fuster (nº 8) Manuel Casado Nieto (nº 8) Ricardo Molina (nº 9) José Agustín Goytisolo (nº 10) La totalidad de los textos publicados se adscribían a la línea neorromántica en sus diferentes variantes: una veta de corte aleixandriana, en el caso de Dago («Derribo en tu carne, sobreviviendo / apenas, al choque del mar contra la roca. / Ya, tu boca roída de pájaros quemados, / fríos como los astros, nuestro pecho de madera niña. / Tendidos, sin llorar, como dos hojas caídas / oiremos la marea del tiempo, subiremos / la muerte a las bocas»), una línea de poesía metafísica o visionaria (los poemas de J. V. Foix o de Alain 276 Bosquet: «y yo soy un ser por los dioses elegido: / en la mañana tornasol, al mediodía arena, / y, al caer de la tarde, una araña feliz»), así como varias muestras de neopopularismo (Morales, Molina y Ibarbourou, de clara filiación lorquiana: «Su mano sobre la mía. / —mano de miel y aceitunas— temblaba por el destino / bajo el signo de esa luna»). Como en las etapas anteriores, predominó el verso medido, con las excepciones de Julio Dago (que emplea el versículo aleixandriano), María Dolores Arroyo y José Agustín Goytisolo. El poema de Diego, plagado de imágenes de sabor creacionista, supone una excepción dentro de la tendencia neorromántica general: «Vi nacer un globo inmenso / una rueda, una moneda / de ensangrentada ceniza». La narrativa ocupó, asimismo, amplio espacio en la revista. En todos los números, con excepción del 5, se publicaron extensos relatos, que ocupaban un porcentaje elevado de las páginas del número y que venían, además, profusamente ilustrados. En total fueron once los cuentos publicados: Álvaro de Laiglesia: «Historia de un señorito» (nº 1) Pearl S. Buck: «Amor y hogar» (nº 2) Wenceslao Fernández Flórez: «Un cadáver en el comedor» (nº 2) Vicki Baum: «El papagayo» (nº 3) Francisco de Inza: «Martín Corcuera» (nº 3) Giovanni Verga: «Qué es el rey» (nº 4) Santiago Lorén: «Serafín Pedreña. Hombre de amor» (nº 6) Carlos Puchy de Morales: «El lecho de los suicidas» (nº 7) Fernando Gutiérrez: «Las manos calientes» (nº 8) Luis Romero: «El crimen de la tarde» (nº 9) Alejandro Núñez Alonso: «Réquiem» (nº 10) Al contrario que en la poesía, primó el criterio del éxito de ventas de los autores elegidos: destaca en primer lugar el cuento de Álvaro de Laiglesia, bestseller de la época, tal y como se indicaba en ese primer número y en una nota a pie de página del propio relato, de autores internacionales con numerosos lectores en la España de los cincuenta, como Buck y Baum, un ganador del premio Planeta, Santiago Lorén (en la convocatoria de 1953) y otros autores españoles de éxito, como Alejandro Núñez Alonso, autor de varias novelas históricas con una notable repercusión en la época, Fernández Flórez y Romero. Las ilustraciones, de corte más popular, así como la propia ambientación de los cuentos; plagados de referencias modernas (Hollywood, la coca-cola, etc.), seguramente 277 hicieron de estos relatos uno de los principales reclamos para ese nuevo público de mayorías al que se dirigía la revista a partir de su cambio de domiciliación a Barcelona. Ello no es óbice, sin embargo, para que encontremos en ellos muchos rasgos narrativos de enorme interés. «Historia de un señorito», por su tono distendido y su fino humor e ironía, suponía una bocanada de aire fresco dentro de la homogénea narrativa de posguerra. Así, emplea numerosas imágenes de corte humorístico: «al cumplir el sexto mes, hizo un nudo en el cordón umbilical para acordarse de que tenía que nacer», ironiza sobre una clase privilegiada llena de comportamientos deplorables, como un manifiesto racismo: «una cosa son los derechos del hombre, y otra muy distinta los derechos del negro», y hace patente, en fin, una perspectiva moderna de diferentes realidades sociales, muy distanciada del catolicismo: «El matrimonio, en los países sin divorcio, es una terrible batalla que se está perdiendo todos los días sin que ninguno de los contendientes pueda abandonar el campo. Solo con la viudez llega el armisticio para el cónyuge superviviente». Además, en el relato se empleaban numerosos recursos metanarrativos, con los que juega con elementos tipográficos de la publicación: «Los tres asteriscos superiores resumen los tres meses que me salto a la torera», y con el lector implícito de la obra: «Aquel verano fue el último que pasó Carlos con sus padres en la costa. ¿Por qué? —Me pregunta por teléfono un lector angustiado— ¿es que sus padres murieron? —No, le tranquilizo, es que sus dineros se acabaron. Y cuelgo el auricular, rogando a los lectores que tengan un poco de paciencia, y que no me interrumpan preguntando cosas que pienso aclarar unas líneas más abajo». Este juego metaficcional está presente en muchos otros cuentos de la revista. «Amor y hogar», de Pearl S. Buck, más ortodoxo en lo ético (el relato se constituye como una alabanza de la maternidad y de la institución del matrimonio) juega con la relación amorosa-laboral entre un crítico y su pareja, una actriz, por la cual se convierte en dramaturgo, en una suerte de reelaboración del mito de Prometeo: «Voy a escribir una obra para ti, a encerrarte en ella para todo lo que te quede de existencia. Conseguirás un éxito tal que nunca querrás interpretar nada más». También en «Un cadáver en el comedor», de Fernández Flórez, cuento de corte policiaco, se emplea este recurso para resolver la trama: ante la imposibilidad de averiguar quién es el criminal, a los personajes se les ocurre preguntarle al autor. El narrador, además, explicitaba sus referencias: «Desde Unamuno y Pirandello, hasta el último de los autores modernos, todos han sufrido alguna vez la rebelión de sus personajes. Reconozco que es la primera vez que sucede así en una novela policiaca». 278 El resto de cuentos, en fin, nos presenten una variedad de situaciones diferentes, aunque muchos de ellos relacionados con el folletín y lo policial: un asesinato en el contexto de un pueblo alemán al que llega un grupo de saltimbanquis («El papagayo»), un hombre sin rumbo, que acaba cometiendo un asesinato sin darse cuenta de ello—con evidentes resonancias existencialistas— («Martín Corcuera»), la experiencia de un mulero al hacer un encargo para el rey y el desplazamiento de la vida rural a favor de la urbana («Qué es el rey»), la experiencia de un suicida («El lecho de los suicidas»), la amistad entre un niño y un mendigo («Las manos calientes») o la sospecha de un hombre que piensa que un su compañero de autobús ha cometido el crimen que lee en el periódico («El crimen de la tarde»). Formalmente, destaca el estilo grotesco —en algunos momentos tremendista— de «Serafín Pedreña», de Santiago Lorén, tal y como se aprecia, por ejemplo, en esta goyesca descripción «Unos ojos bondadosos y como adormilados bajo el techo de sus enormes cejas paliaban cualquier reminiscencia animalesca que encontráramos en ella. Sin embargo, tenía una nariz aberenjenada, que daba sombra a unos labios gruesos, sensuales y prominentes sobre la débil barbilla». También es de interés la estructura de «Réquiem», de Núñez Alonso. El cuento nos sitúa en el velatorio del marido de la protagonista, Telva, y utiliza un monólogo interior de la viuda, desordenado e incoherente a veces, que se va interrumpiendo por las frases de consuelo que le dicen los asistentes: «Sí, en cierta forma (“Gaspar me dejó hoy dos veces con el seis dob-le en la mano”), mientras ella pensaba en el vestido de la primera comunión de las Garza (no le gustan nada, absolutamente nada, el organdí que habían comprado), en el equipo de verano de las Robles, las dos gemelas gorditas, caprichosas, antipáticas». VI. OTRAS SECCIONES: LAS RESEÑAS DE «ANAQUEL» Como en la anterior etapa, el cine ocupó un espacio significativo dentro de la revista. La orientación que se le dio al tratamiento de esta forma artística fue, sin embargo, notoriamente diferente. Frente a la sección ensayística que firmaba Arroita-Jáuregui, en defensa de un cine con planteamientos actuales y crítico con determinadas condiciones sociales injustas, la sección de la nueva época, «Correo del cine», presente en la revista desde el número 4, se centró más bien en reseñar los estrenos más populares, en su mayoría de Hollywood. Así, se comentaron películas como El gran carnaval, de Billy Wilder (nº 4), Raíces profundas, de George Stevens (nº 4), El hombre tranquilo, de John 279 Ford (nº 4), Julio César, de Joseph L. Mankiewicz (nº 6), Apache, de Robert Aldrich (nº 6), El motín del Caine, de Stanley Kramer (nº 7), Crimen perfecto, de Alfred Hitchcock (nº 8) y Oasis, de Yvan Allegret (nº 10), y se realizaron semblanzas de actores y actrices del cine como Gina Lollobrigida (nº 4), Gary Cooper (nº 5), Burt Lancaster (nº 5), John Ford (nº 7), Elizabeth Taylor (nº 9) o Marilyn Monroe (nº 10). En menor medida, se incluyeron trabajos también sobre el cine español: por ejemplo, en el número 4, se publica un artículo sobre la adaptación de Cañas y barro, de Juan de Orduña, y en el número 6 una semblanza sobre la actriz Julita Martínez. Completaban la información cinematográfica varias subsecciones, también situadas en estas páginas finales de la revista. En primer lugar, «Instantáneas», una colección de fotografías de personalidades del mundo del cine, que se sumaban a las ya numerosas fotografías de los artículos y trabajos de la sección principal (en una presentación visual muy cercana a Mundo Hispánico). Además, se creó un pequeño noticiario cinematográfico, denominado «Correo de los cuatro vientos» en el que, a lo largo de sus cuatro entregas, se anotaron noticias de diferentes regiones; una sección de entrevistas, «Y usted, ¿qué dice?», en la que grandes figuras de la cinematografía española contestaban a preguntaban sobre el estado actual del cine patrio: Ricardo P. Edelstein, Emilio López, Casimiro Bori y César Alba; Lucas Cot, finalmente, firmó en todas las entregas de «Correo del cine» una columna ensayística bajo el rótulo de «Reflejos». En ella, abordó asuntos variedades como las relaciones entre el cine y la literatura (nº 5), la figura de la vampiresa (nº 6), los géneros cómicos (nº 9) o la revista musical en el cine (nº 10). En su primera intervención, «Matices del cine latino» (nº 4), se declara contrario al neorrealismo (un síntoma más, así pues, de la enorme distancia existente entre las páginas de cine del Correo Literario barcelonés con el madrileño): «El neorrealismo no pasó de ser una actitud más caprichosa que razonada de los cineastas latinos que se disponían a presentar batalla a la cinematografía mundial». Existió también, en los últimos cuatro números, un «Correo de las artes», a cargo del artista catalán J. J. Tharrats. En la sección, se ocupó de las principales novedades en torno al arte moderno en el mundo: reseñó la Trienal de Milán (nº 8), el museo de Arte Moderno de Nueva York (nº 7, 10), y se ocupó de Kandinsky (nº 9), Ben Nicholson (nº 10) o Bernard Buffet (nº 10). Todo ello completaba la información publicada en la revista sobre la Segunda Bienal que firmaban Santos Torroella y Juan Gich, entre otros. Aunque fueron muchas las reseñas que se publicaron en forma de artículo extensos (Sánchez Ferlosio, por ejemplo, reseña Los bravos, de Fernández Santos, en un 280 artículo publicado en el número 6), la mayoría de ellas se integraron en la nueva sección «Anaquel», presente en todos los números de la revista. En cada entrega, se incorporaban aproximadamente diez reseñas breves firmadas por los principales colaboradores de Correo Literario: Sabaté Mill, Puchy de Morales, Santos Torroella, González de Grau, Gich, Ferrater, Castellet, entre otros. La nómina de poetas reseñados incluyó tanto a escritores en castellano, Aleixandre (nº 5), Caballero Bonald (nº 8), Ferrán (nº 8) y Morales (nº 9), como a poetas en lengua catalana: J. V. Foix (nº 5), del que también se reseñó la traducción a dicha lengua del Paraíso perdido de John Milton (nº 7) y Miquel Matí Pol (nº 8). En las páginas de poesía apenas figuraron autores hispanoamericanos (que todavía estuvieron más ausentes de las reseñas de narrativa y ensayo) ni extranjeros, aunque destaca el caso de Robert Frost, cuyo libro Aforesaid es comentado por Santos Torroella. La narrativa fue, sin duda, el género más privilegiado en «Anaquel». En el campo de la literatura española, nos encontramos una gran cantidad de firmas jóvenes: Matute (nº 9), Aldecoa, Goytisolo y Francisco Bernaldo (en una reseña conjunta de José María Castellet en el número 10), aunque fueron muchos otros los autores abordados en otras páginas de la revista, como Fernández Santos (nº 6) y Martín Gaite (nº 8 y 9). También se comentaron obras de otras narradoras de interés, como Carmen Conde y Concha Lagos. Destacó en este género, sin embargo, la gran cantidad de obras extranjeras traducidas, normalmente asociadas a editoriales catalanes concretas. Así, de Planeta, se reseñaron obras de, entre otros, Willard Motley (nº 1), Hans Werner Richter (nº 2), Gilbert Cesbron (nº 8), Ayn Rad (nº 9) y Pearl S. Buck (nº 10); de Destino, de John Meade Falkner (nº 1), Aldo Palazzeschi (nº 2) y Halidé Edib (nº 2); y de Luis de Caralt, del mariscal Rommel (nº 5) y Alexander Weissberg Cybulski (nº 6). Al margen de estas editoriales, se abordaron obras de calado como Mientras agonizo, de Faulkner, de cuyo estilo —oscuro y laberíntico— se hacía una apasionada defensa en el número 8 o Escenas de la vida de un médico, del novelista social portugués Fernando Namora (nº 3), en Aguilar y Noguer, respectivamente. La literatura hispanoamericana apenas contó con representación en la sección de «Anaquel», con unas pocas reseñas de poetas como José Ramón Medina (nº 5) o ensayistas como Eduardo Caballero Calderón (nº 4) y José Vasconcelos (nº 6). Sí que fue significativa, en cambio, la subsección «Galería», en la que se abordó, con la inclusión de una bibliografía, la figura y obra de los siguientes autores: Jorge de Icaza, Arturo 281 Capdevila, Jorge Luis Borges, Mariano Picón Salas, Juana de Ibarbourou, José Ramón Medina, Ricardo Rojas, Enrique Labrador Ruiz y Nicolás Guillén209. Completaban cada número una serie de secciones de carácter variado y que Bonet califica como «diversas secciones más cercanas a un semanario de gran tirada popular» [1990: 205]. En esta línea podemos encuadrar el efímero «Correo del curioso» (con una sola entrega en el nº 1); «Nuestro concurso fotográfico», a cargo de Manuel Closa, donde se publicaban fotografías enviadas por los lectores a las que se adjuntaba una pequeña reseña (el premio era de 5000 pesetas, cortesía de Planeta); el «Correo del concursante» (nº 1-8), una serie de acertijos literarios, que se resolvían de número a número y que tenían como premio un lote de premios de la editorial Planeta; y «La actualidad» (nº 2- 10), fotografías relativas a novedades culturales que se situaban inmediatamente después de los primeros anuncios de la revista. A estas habría que sumar dos secciones, herederas en parte de dos viejas conocidas de la época madrileña: «Recortes», una suerte de «Cada cual con su opinión» con un enfoque más cosmopolita (muchas de las entradas, así como varias de las caricaturas y viñetas cómicas que salpicaban cada número, procedían de The New York Times Review) y «Día y noche del mundo» (nº 3-5, 8, 10), compilación de notas de actualidad cultural con un sentido parecido al de «Cosas que pasan, cosas que se dicen». Sin que nada lo indicara, el número 10, en el que todavía se invita al lector a suscribirse a la revista, es el último de la serie barcelonesa y de la revista Correo Literario en su conjunto, que cierra con él los 103 números de su historia completa. Nada sabemos de las razones por las que el ICH, o la cofinanciadora editorial Planeta, decidieron dejar de editar la publicación. Por el testimonio de Masoliver que recoge Bonet hemos podido saber que hubo un intento final de privatizar la empresa vendiéndosela a Seix Barral: Lara, entonces editor que pugnaba por abrirse camino en Barcelona, no tenía aún excesivo poder económico y pensó que injertando en Correo Literario páginas más propias de un periodismo popular —como concursos fotográficos y publicidad cinematográfica— cobraría alguna comisión. Esta es, en pocas palabras, la historia de la revista. Yo me desanimé mucho al observar que los temas culturales iban siendo poco a poco orillados, desentendiéndome al cabo de la empresa. No obstante, y como último recurso, intenté a 209 Eran complementarias de «Anaquel» otras subsecciones como «Escaparate» (nº 1-5, 7, 9), un listado de las obras más vendidas en España y en el extranjero, y el efímero «Correo del editor» (nº 2 y 4): una entrevista a Juan Antonio Maragall sobre la inminente salida de un trabajo sobre su padre y la reseña del Atlas Universal de Aguilar, respectivamente. 282 comienzos del 55 con J.M. Castellet y Juan Petit —personaje este último muy relevante en Seix Barral— convencer a Víctor Seix de la posibilidad de convertir Correo Literario en algo así como boletín de su editorial. No olvidemos que por aquellos tiempos, y gracias a Carlitos Barral, esta firma comenzaba a cotizarse altamente en nuestro país. Sin embargo, el pobre Víctor Seix —con una cabeza más cuadrada que la de un alemán— desdeñaba esas empresas culturales y no vio clara la viabilidad económica de la revista. En fin, que no hubo manera de continuar. El pobre Petit estaba desesperado. Nada, entonces lo dejamos aquí [en Bonet, 1990: 205-206]. Pese a que en el último «Guion» de la revista, titulado «Un Índice equivocado», se señalaba que «debe asimismo rectificarse la aserción de que Correo Literario es “una revista oficial que pasa a ser de propiedad privada”, pues, como podría ser demostrado ante cualquier tribunal, esta revista sigue perteneciendo, según términos de contrato debidamente firmado, al Instituto de Cultura Hispánica» (nº 10), lo cierto es que el grupo barcelonés que controlaba la revista en su última época intentó sin éxito dar un paso en esa dirección. Todavía faltaban unos años para que este tipo de proyectos, con el desarrollo y afianzamiento del mercado al que iban destinados, fueran posibles. 283 TERCERA PARTE CORREO LITERARIO Y EL MODELO COMPRENSIVO 284 Correo Literario fue una revista heterogénea, un espacio en el que confluyeron los diferentes discursos en tensión que pugnaban por la hegemonía ideológica y estética dentro del marco oficial del franquismo. En su voluntad de servir de vehículo a las novedades quincenales de la vida cultural española, la intensa polémica que recorrió los primeros años de la década de los cincuenta —aquella que enfrentó a dos posturas antagónicas de entender el franquismo y la tradición cultural previa, la de los comprensivos y los excluyentes— se vio reflejada, como es natural, en las páginas de la revista. La postura de la publicación del ICH no fue, como ocurre en otras plataformas como Revista, Alcalá y Laye, invariable a lo largo de sus sucesivas etapas: al contrario, con los diferentes cambios de equilibrio de los grupos intelectuales que construyen la revista varió el grado de apoyo a cada uno de los puntos que conformaron el modelo comprensivo. No obstante, incluso en la etapa de mayor vinculación con los autores denominados excluyentes (la de Sánchez-Marín), se mantuvo la presencia del grupo comprensivo, a través de las colaboraciones, por ejemplo, de Santos Torroella. Y es que Correo Literario estaba inserta en la estrategia editorial del ICH, una de las principales instituciones del nuevo equipo ministerial de Ruiz-Giménez, y, en consecuencia, sus páginas fueron reflejo muchas veces de esa política «de mano tendida» del ministro de Educación. En este sentido, tal y como ya hemos defendido, desempeñó un papel complementario respecto de Cuadernos Hispanoamericanos, no solo en un marco de estrategia editorial (una publicación mensual, de formato reducido, conformada por artículos largos sobre filosofía, estética y literatura, dirigida, pues, a unas élites intelectuales, Cuadernos Hispanoamericanos; una revista quincenal, en formato periódico, más orientada a la reseña y al comentario de las novedades de la vida cultural, Correo Literario), sino también en el posicionamiento de la institución respecto de la polémica comprensiva. Desde esta perspectiva, ambas plataformas resultan fundamentales para valorar el contexto institucional en que se desarrolló el mencionado debate ideológico. En nuestra opinión, en las investigaciones que nos preceden, se ha puesto el foco casi exclusivamente en el entorno del SEU y sus publicaciones, dejando de lado, de algún modo, el importante apoyo (económico, de infraestructura, ideológica, etc.) que el ICH brindó a los diferentes grupos humanos insertos en la polémica. Tanto el SEU como el Instituto se constituyeron en los cincuenta como instituciones heterogéneas, es decir, aquellas «situadas en la intersección entre dos o más campos sociales, cuya situación fronteriza implica que no 285 tienen una lógica de funcionamiento definida» [Pecourt, 2008: 38], y en las que, a pesar de su relativa autonomía, es posible la aparición de ideólogos innovadores. Dentro de esa escala de grises entre una autonomía plena, que no existió en ningún espacio inserto en el entramado cultural franquista, y la dependencia absoluta con las instancias del poder, los medios del SEU gozaron de una independencia mucho mayor, como demuestra, por ejemplo, el hecho de que estuvieron eximidos de exponerse a la acción coercitiva de la censura [Gracia & Ródenas, 2011: 72]. Además, las revistas del SEU contaron con un equipo mucho más homogéneo de colaboradores — fundamentalmente procedente de los círculos intelectuales universitarios—, que además tenía un mayor control en la elección de los contenidos y las problemáticas abordadas, con algunas excepciones como las «páginas azules» de Laye, por ejemplo, que ocupaban, sin embargo, un lugar totalmente secundario en la revista respecto de sus contenidos principales. Por el contrario, nos encontramos con el componente oficialista de los medios del ICH: tanto en lo que respecta a la promoción de las propias actividades de la institución como a la inserción de textos en apoyo a la teoría de la hispanidad, expuesta muchas veces en términos incompatibles con algunos puntos del modelo comprensivo. A ello se sumaba, asimismo, una mayor heterogeneidad del cuadro de redactores —en el que se integraban hispanoamericanos ultracatólicos, intelectuales del grupo de Ridruejo, escritores universitarios, etc.— que resultaba en un producto final con una línea ideológica mucho menos clara. Habida cuenta de estas salvedades, es preciso considerar estas publicaciones, en cuanto que fueron piezas imprescindibles del debate que permeó todas las discusiones oficiales del medio siglo: formaron parte de la red de publicaciones comprensivas —textos cruzados entre revistas, equipo directivo, colaboradores y problemáticas compartidas— y contribuyeron igualmente, en consecuencia, a la construcción y la transmisión del discurso comprensivo. Así pues, en esta TERCERA PARTE nos ocuparemos de demostrar que Correo Literario estuvo estructurada por la problemática comprensiva en todas sus etapas y, sobre todo, que se constituyó como estructura estructurante de dicho discurso ideológico y estético. Un estudio detallado de los diferentes puntos del programa comprensivo tal y como aparecen recogidos en las páginas de la revista —hasta el momento, no se ha realizado un análisis de ninguna de las publicaciones de la red con este grado de detalle ni desde esta perspectiva— nos servirá para fijar de forma clara las principales 286 problemáticas de la postura comprensiva, así como los matices, ambigüedades y reticencias de cada de una de estas. 1. La actitud comprensiva a) En torno al problema de España y la polémica comprensiva En numerosas ocasiones, se publicaron textos en Correo Literario explícitamente relacionados con el fenómeno de la comprensión. Un primer bloque relevante es el de aquellos artículos, ensayos y referencias aisladas en que se tomaba posición en torno de la conocida polémica que iniciara Laín Entralgo con su España como problema. El autor, como hemos estudiado en la SEGUNDA PARTE, no era nombre extraño en la revista. Periódicamente se publicaron artículos sobre su figura: Eugenia Serrano firma dos crónicas relativas a conferencias impartidas por el ensayista en «La lección del joven maestro» (nº 10) y «Cajal, el Ateneo y Laín Entralgo» (nº 37-38); se le dedica la nota «Pedro Laín Entralgo en la Academia» (nº 88) a propósito de su nombramiento como académico; participa en la encuesta «La hispanidad nace cada día» (nº 58) y en la sección de entrevistas «El autor y su obra preferida» del número 65; y Carlos Talamás escribe sobre la compilación de ensayos Palabras menores en «El difícil magisterio de Pedro Laín» (nº 65) y una «Semblanza de Pedro Laín entre la nostalgia y la esperanza» (nº 68). El propio autor publicó textos en las dos épocas de la revista: en la barcelonesa, «La medicina, expresión de la modernidad» (nº 9), un extracto de su Historia de la medicina; y, en la madrileña, el ensayo en cuatro entregas «La espiritualidad del pueblo español» (nº 15, 16, 17, 18). En este texto, apuntaba que «lo más significativo de nuestra historia intelectual contemporánea es, creo, ese doloroso e incesante esfuerzo por alcanzar una definición suficiente del ser histórico de España o, cuando menos, una interpretación certera y profunda acerca de él (nº 15: 5). Es decir, que sitúa la problematización de España — «doloroso e incesante esfuerzo»—, la consideración de la existencia del problema, en el centro de la historia intelectual nacional. Añade, además, que este esfuerzo se debe, precisamente, a la necesidad de conciliación de diferentes actitudes e ideologías, pese al fracaso de todos los intentos anteriores en este sentido: «Tengo por seguro que las tentativas de los españoles para constituir un estado basado en la pura convivencia política 287 y social […] no han sido entre nosotros muy afortunadas» (nº 16: 5). Añora, pues, una tercera vía —la comprensiva—, que sepa superar las diferencias entre progresistas y reaccionarios, tal y como explicita a propósito de la historia de la ciencia española en la entrevista que se le realiza en el número 65: frente al «progresismo apasionado» y «la exaltación reaccionaria», una «tercera y fecunda posición» que demuestre «una clara comprensión de la historia puesta al día y abierta a las nuevas inquietudes» (nº 65: 12), y que él cifra en la actitud de Menéndez Pelayo hacia la ciencia (figura, por cierto, también reclamada por los excluyentes). Al margen de los textos firmados por el propio Laín Entralgo, son muchos los trabajos publicados en Correo Literario en los que se hace alusión a la polémica del problema de España210. Así, en el número 70 Jaime Delgado reseñaba Historia de España: la inscribía, en primer lugar, en «la debatida cuestión sobre el llamado problema de España» y subrayaba la apuesta del autor por una tercera vía conciliadora: «Ese fin [del problema] se alcanzará, según Palacio [Atard], cuando se escriba “una historia de España válida para todos los españoles”» (nº 70: 4). En ese mismo número, Juan Emilio Aragonés apuntaba a la vía comprensiva como única forma para solucionar la actual situación de crisis de Europa: «Convocatoria al mundo libre para que se esfuerce en comprender —dando a este vocablo su más noble acepción, esto es, entendiendo como comprensión, como Laín quiere» (nº 70: 6). En la época barcelonesa, varios años ya desde el origen de la polémica de España y su problema, se siguen publicando textos en este sentido. En el número 2, por ejemplo, aparece un artículo sobre Ortega, Menéndez Pidal y Américo Castro, y se concluye: «Pero solo el mero hecho de que tres esclarecidas mentes españoles se hallen dentro de sí la insobornable necesidad de plantarse, a una altura de tres milenios, la pregunta: “Qué es España”, independientemente de sus respuestas, nos demuestra que yerran los que ven a España sin problema» (nº II.2211). Y en el número 9, finalmente, se reseña Pedagogía de la comprensión, de Luis Alonso Schökel, al que se sitúa de nuevo en la polémica Laín Entralgo-Calvo Serer, que vincula explícitamente, además, con la que protagonizaron unos años más tarde Ridruejo y Vigón. 210 Son frecuentes, también, las muestras de respeto y admiración hacia la obra del maestro. La nota más significativa es la publicada en el número 88, en la que se usaba un calificativo habitual en las revistas del SEU de «hermano mayor»: «Queda una alegría. Una alegría que las más jóvenes promociones intelectuales españolas comparten. Porque encontraron en Pedro Laín autoridad y afecto, a un hermano mayor […] que es, al mismo tiempo, un maestro de eficaz magisterio» (nº 88: 1). 211 En esta TERCERA PARTE, para evitar confusiones, añadiremos un II cuando el número citado corresponda a la etapa barcelonesa de Correo Literario. 288 Como es natural por razones cronológicas, tuvieron mucho más peso en la revista los textos en apoyo al nuevo equipo de gobierno y a las diferentes políticas de «mano tendida», tal y como se solían calificar. Es significativa, entonces, la publicación de dos textos de ministros en los que se defiende explícitamente la actitud comprensiva. El primero de ellos es un discurso pronunciado por Fernández Cuesta en el Congreso de Falange celebrado en mayo de 1952, y que se insertaba en la portada del número 49 con el significativo lema: «Una política de unidad es incompatible con el olvido total, con el rencor permanente». En el ensayo se desarrollaba el ideario falangista de la integración en el proyecto unitario del partido de todos aquellos elementos aprovechables de la cultura nacional (es decir, la comprensión entendida en términos netamente falangistas, tal y como ya destacamos en la PRIMERA PARTE), llegando a justificar con este propósito incluso la Guerra Civil: « no en la unidad fundada en el miedo, ni en las concesiones, sino en la incorporación de todos los españoles a una gran empresa común, porque nuestra guerra no tuvo una finalidad de revancha, de desquite, sino de destruir todos los obstáculos que se oponían a que naciera la ilusión de esa empresa y la ambición de los españoles por llevarla a cabo» (nº 49: 1). Se exponía nuevamente, además, la tercera vía superadora de las dos Españas antagónicas: «Quiere incorporar lo que en ellas [las izquierdas] pueda haber de limpio, sano y nacional, a todo lo que igualmente de noble y aprovechable exista en las derechas, en una síntesis superior del intelecto y de los sentimientos» (nº 49: 1). Este nuevo orden de convivencia armónica debía ser liderado, sin embargo, por una minoría, que Fernández Cuesta, por supuesto, identifica con los falangistas: «En la nave caben todos, pero su mando corresponde a los pilotos seguros y experimentados» (nº 49: 1). Se transparentaba en este texto, así pues, una de las principales características de la comprensión tal y como se manifestó en el grupo humano de los hermanos mayores del 36: una herramienta de autodefinición política e ideológica, de identificación con el equipo ministerial del momento y la aspiración de constituirse en esa élite intelectual que lideraría ideológicamente el régimen a partir de entonces. De Ruiz-Giménez se publicó su discurso «Arte y política», pronunciado en la inauguración de la Primera Bienal Hispanoamericana de Arte en la portada del número doble 34-35. En él reflexionaba más bien sobre los vínculos —de dependencia y/o de apoyo— entre el arte y los artistas y el estado en que estos se enmarcan. Señala, en primer lugar, como modelo rechazable el que identifica con los países comunistas, de un «arte bajo su servicio», desvirtuando, dice, los verdaderos propósitos y naturalezas del arte verdadero. El modelo deseado para España, y que el ministro cifra en el ejemplo de la 289 Bienal que estaba inaugurando: «Dentro de los marcos diseñados, la ayuda estatal al arte no puede tener un exclusivo sentido económico. Es necesario contagiar al artista de anhelos de servicio y trascendencia; pero no imponiéndoselos desde fuera opresivamente, con lo cual la raíz misma del arte quedaría dañada, sino haciendo que sean el riesgo que nutra su vida» (nº 34-35: 1). Apuntaba un debate, el de la autonomía del artista, que, como veremos más adelante, sería fundamental dentro del discurso comprensivo y, en consecuencia, en las páginas de Correo Literario. Más allá de estas publicaciones212, fueron varias las muestras de apoyo a muchas de las iniciativas oficiales, de las que se destacaba siempre su talante dialogante: así, se subraya que las Jornadas Literarias en Salamanca constituyen «una nueva oportunidad de diálogo y de comunicación» (nº 75: 1) y que el III Congreso de Poesía «nos ha traído a este ambiente lleno de cordialidad y comprensión» (nº II.6). En esta misma línea se sitúan los textos publicados en relación con otras revistas del entorno comprensivo. Sobre la ya desparecida Alférez, Talamás firma dos interesantes artículos en el número 52 y en el 61, ambos a propósito de la aparición de una compilación de ensayos de Fernández Carvajal, previamente publicados en dicha revista: Los diálogos perdidos. Entre las principales virtudes del libro se señala su «fervorosa invitación al diálogo» (nº 61: 4) y, de la revista, que representó, frente al dogmatismo cerrado, «una vocación integradora en la que cabe la valiosa aportación de Ortega o de Unamuno […] superadora de la dicotomía entre derechas e izquierdas» (nº 61: 4). En el otro artículo del número, «Letra y espíritu de la revista Alférez», para el que se disponía la página 8 completa, se destacaba su carácter de publicación de grupo: «la virtud de haber conseguido un depurado equipo intelectual» (nº 52: 8), la defensa de un modelo intelectual «preparado», frente a la frivolidad imperante hasta el momento, y la recuperación de otros valores que formarían parte del modelo comprensivo: una concepción católica de la realidad viva y actual, compatible y sustentadora de la inquietud social. 212 Estas se completaban con la publicación de un discurso del dictador Francisco Franco, con un carácter, sin embargo, profundamente diferente. Se publicaba en las páginas centrales del número 58, como parte de la sección-encuesta a diferentes intelectuales sobre el tema de la hispanidad («La hispanidad nace cada día»). Sus palabras recogían los principales tópicos en torno de la hispanidad como vía salvadora de la Europa que en crisis que era habitual en el entorno del ICH: «Todo hace presagiar que Europa ha entrado en una gravísima crisis; se tambalea al borde del naufragio, zarandeada por el oleaje materialista […] Solo el mundo nuevo de la hispanidad, el mundo que España sembró con la mejor simiente europea se ofrece como puerto seguro para albergar la carga de cultura occidental y cristiana que la nave lleva en su seno» (nº 58: 6-7). 290 Son frecuentes, asimismo, las referencias elogiosas a otras revistas como Laye, «en su línea de independencia que le da una indudable personalidad entre las de su tipo» (nº 62: 2), Revista de Educación, «una llamada al diálogo» (nº 64: 2) o Alcalá, «revista capaz de expresar una política universitaria y cultural para España» (nº 65: 2)213. b) Los matices de la comprensión La actitud comprensiva, tal y como fue formulada por los principales grupos intelectuales que controlaban Correo Literario, estaba sometida, sin embargo, a importantes matices. Ya vimos cómo Fernández Cuesta subrayaba, en primer lugar, que la comprensión debía ser dirigida por una minoría rectora que decidiera qué elementos debían ser objeto del ejercicio comprensivo. Otro de los matices fue el de la aceptación del comprendido de una serie de a prioris y requisitos sin los cuales no iba a ser posible el diálogo. Así se defiende en el número 71: «Incorporar a la vida cultural española a cuantos sirvieran a España y a la cultura, y previo el respeto y la aceptación de unos puntos básicos y fundamentales imprescindibles para el quehacer común» (nº 71: 1). Por ello, urgía, junto a la bienvenida y la acogida, una actitud de alerta y amenaza «para los que no sepan contestar con nobleza a la nobleza de la llamada» (nº 71: 1). Souvirón escribe sobre la polémica comprensivos-excluyentes en su «Correo fraternal» del número 85: alude, en primer lugar, a ella como un «pleito fraternal» y una «división dentro de la unidad»: subrayando, pues, el hecho que ya hemos defendido de que realmente fue una pugna por posiciones entre diferentes grupos de poder dentro del franquismo, y no tanto una divergencia radical de posturas que amenazara la estabilidad del régimen. Luego se inclina decididamente por el bando comprensivo, pero «los comprensivos con salvedades, claro está». Entre estas reservas se sitúa el diálogo con ciertos elementos del exilio afines al comunismo, tal y como demuestra la crítica que realiza en esa misma sección a unos versos de Alberti críticos con España, lastrados por «la ignorancia que produce la lejanía» y la sumisión al comunismo ruso (nº 85: 3). Más allá de estas salvedades, y aunque la actitud comprensiva fue la general de la publicación, aparecieron en Correo Literario varios textos antagónicos de esta. Casi todos ellos figuraron en la etapa de Sánchez-Marín y estuvieron vinculados a firmas y secciones 213 Ya hemos destacado en páginas anteriores, además, cómo en la sección «Cada cual con su opinión» se incluyeron varios editoriales de estas publicaciones en los que muchas veces los autores se posicionaban en relación con la polémica comprensiva. 291 concretas: fundamentalmente Serrano y «Las tardes del Ateneo» y Magariños y sus críticas en «Los libros de la quincena». La cronista de las actividades de la institución destacó en numerosas ocasiones puntos del ideario excluyente. En el número 11, por ejemplo, defendía la intolerancia si esta se realizaba desde una óptica cristiana (con raíces en la época de la contrarreforma); en el 22 destacó la labor de Menéndez Pelayo reivindicando la tradición espiritual nacional frente «a la poderosa presencia en España del pensamiento europeo moderno» (nº 22: 3), y en el 17, tras aludir a la época republicana del Ateneo, en la que ciertos intelectuales colaboraban con el gobierno a una política nada constructiva, negaba dicha condición de intelectual a los literatos: «Pues llevamos en España ya casi una generación en que si decimos intelectuales todo el mundo piensa en literatos más o menos divagadores. Y ese equivocado concepto no es serio ni en una revista literaria, por muy honrados y enorgullecidos que nos sintamos por nuestra profesión» (nº 17: 12), en una clara referencia a las élites culturales falangistas que comandaban el movimiento comprensivo. La visión excluyente de Magariños se transparentó, asimismo, en muchas de las reseñas de su sección. En el número 41, a propósito de El combate de la inteligencia, de Manuel Riera, explicita la ideología que marcaría la totalidad de críticas publicadas. Defiende, en primer lugar, la tradición, que equipara con la ortodoxia, como «garantía y cauce de la actividad social constructiva». Así, la modernidad es posible si esta es filtrada por los criterios de la ortodoxia. En ese sentido reivindica el valor de las firmas incluidas en dicho volumen: «sostienen una ortodoxia con nervio y una modernidad objetivamente ortodoxa» (nº 41: 8)214. Al margen de esta específica polémica cultural, que tiene, sin embargo, evidentes conexiones políticas, cuestiones como el liberalismo, la democracia, la concepción del estado o la Guerra Civil fueron objeto de reflexión en las páginas de Correo Literario215: en la mayoría de las ocasiones, amplificando diferentes puntos ya estudiados de lo que suponía la actitud comprensiva, pero sin hacer referencia explícita a ella. Así, se insistió en la necesidad de que una élite intelectual se ocupara de la educación de las masas como 214 En etapas posteriores, las defensas de este tipo fueron totalmente marginales. Destaca, sin embargo, la inclusión de un ensayo de Álvaro d’Ors publicado en Ateneo dentro de la sección «Cada cual con su opinión» (por esto mismo, su aparición en Correo no implicaba de ninguna forma la aceptación de sus conclusiones): «La intransigencia, en cambio, significa resistencia a ceder en el terreno de los principios, defensa inflexible del dogma católico, negativa absoluta para reconocer que pueda haber verdad donde la Iglesia denuncia el error» (nº 77: 2). 215 Todos estos temas serían desarrollados también en artículos de temática estrictamente literaria. Nos limitamos en este apartado, no obstante, a aquellos trabajos que los abordan de forma monográfica. 292 requisito indispensable para la configuración de democracia plena: «Debemos acelerar el inevitable proceso de popularización del saber», porque sin una cultura popular, «no podrá nunca organizarse una democracia efectiva, donde la libertad, depurada de su profusa retórica politiquera, sea vocación constantemente adquirida y prácticamente realizable, capaz de formar ciudadanos aptos para ser gobernados como personas ilustradas, no como rebaño» (nº 48: 5). Ello pasaba, además, por la solución de ciertas condiciones sociales y económicas que afectaban a las clases populares. En el número 87 se publicaba un largo ensayo sobre «Luis Romero, La noria y la economía de España», en el que se reflexionaba sobre este punto. Se señalaba, en primer lugar, la situación de desigualdad que se vivía en muchas regiones del país: «He visitado Andalucía un año de sequía. Los hombres estaban esqueléticos y tristes en las plazas de los pueblos y nadie los contrataba» (nº 87: 3). Alude, además, a la poca empatía de los empresarios hacia los obreros, y a sus «ganancias excesivas», obtenidas en muchas ocasiones por vía del fraude fiscal. Al final del texto se señalaba la vinculación del novelista, Luis Romero, con la Falange (formó parte de la División Azul), y se subrayaba la vinculación explícita de esas demandas con el ideario del partido unitario. En todo momento, pues, se deja claro que estas demandas, con evidentes conexiones con ciertas ideologías de izquierdas, pasaban por el filtro de Falange. Se hace alusión explícita a ello en otro trabajo sobre economía, «Gironella, la Segunda República y la economía española»: «Para cualquier persona que, antes de 1936, tuviese el sentido social que normalmente se ha de poseer en una comunidad contemporánea, los partidos de izquierdas y, particularmente el comunista, acertaban bastantes veces, y sus soluciones eran deseables, si se pretendía un mejor nivel de vida para los españoles más menesterosos. Sin embargo, su fundamento filosófico y su actitud ante la vida son repulsivos para todo español cristiano» (nº 92: 8). Es decir, que se valoran como positivas muchas de las propuestas de estos partidos, pero se estiman insuficientes por chocar con algunos principios básicos para los falangistas: la tradición, el orden cristiano, el patriotismo. Por ello, se concluye: «Permitirá hacer compatible el patriotismo con la justicia social» (nº 92: 8). Así, se insiste de nuevo en esa tercera vía que la Falange representa, superación histórica del problema de las dos Españas que ha marcado el desarrollo de su historia desde el siglo XIX hasta la actualidad: «una distinción de derechas e izquierdas que, no solo está repudiada por los principios y los hechos políticos posteriores a 1936, sino que carece simplemente de sentido en las sociedades del siglo 293 XX» (nº 51: 4), y en la dictadura como una herramienta, un paso intermedio para la consecución de un orden superior, y nunca como un fin en sí mismo: «Un instrumento político, aun de tan grueso calibre como la dictadura, es, en cuanto tal, poco eficaz para una “labor intelectual”» (nº 51: 4). Sobre la compatibilidad de las ideas comprensivas con el ideario joseantoniano se reflexionó detalladamente en una polémica publicada en el número doble 37-38, a raíz del debate sobre el arte nuevo que marcó el desarrollo de la Primera Bienal. Gich la sintetiza en su «Crónica casi imparcial de una polémica otoñal». Señala allí el origen de la misma, el 8 de noviembre de 1951 en el diario de Madrid, donde se deslegitimaba un arte nuevo donde caben «todos los mayores absurdos y fealdades». En el texto se exponen diferentes puntos de vista al respecto y concluye transcribiendo en su totalidad «La campaña de los mediocres» de Ridruejo, con el que el autor coincide íntegramente. La posición de Ridruejo es coherente con su posición falangista y con la futura polémica comprensiva: La dirección de Madrid y otros invitan a los falangistas a ocuparse de cosas más serias que el arte nuevo y a no mezclar a José Antonio en estos asuntos. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Yo de José Antonio aprendí que aquello de la Falange era, sobre todo, un sistema claro de preferencias y aversiones: un modo de ser antes que un programa. Un modo de ser que se aplica a lo grande como a lo pequeño. Se me permitirá suponer que de ese modo de ser, yo entiendo más que la Redacción de Madrid y lo que puedo decirles es que en ese modo de ser el que me lleva no va a estar junto a la Bienal, o junto al arte de Dalí, o a firmar un telegrama, sino, sobre todo, a estar enfrente de ustedes, o a denunciar con alarma lo que ustedes representan: la invocación de todo lo noble, la especulación con todo lo grande para amparar con ello toda la mediocridad, toda la pereza, toda la falta de ambición, originalidad y claridad de la España que no nos gusta y que es un resto, pero un resto que al quedar vencida la otra —la mortal, pero francamente enemiga— se hace la peligrosa ilusión de haber vencido en exclusiva (nº 37-38: 9). El texto es de enorme interés: el arte nuevo como plaza de batalla entre los integristas de Madrid y el grupo falangista, la integración como parte intrínseca del ideario falangista y, en consecuencia, la cultura de los vencidos como algo que comprender y asimilar. No faltaron, por supuesto, las críticas directas al liberalismo y a la democracia como sistema político, más frecuentes en la etapa de Sánchez-Marín. Se cuestiona, pues, 294 la compatibilidad del ser nacional con el liberalismo como forma política: «Que el liberalismo, como experiencia política aplicada en España durante más de medio siglo, fracasó en parte por circunstancias que pudieron haberse remediado, pero principalmente por incompatibilidad con nuestro modo de ser… Y que esta razón le haría volver a fracasar, a la larga, si se repitiese la experiencia…» (nº 32: 11). Y se culpabiliza a la democracia de la debilidad de los estados europeos: «Nadie ve qué nexo de sentido puede haber entre el sistema democrático y las causas de la debilidad europea frente a los morbos que la amenazan para creer que el sistema democrático sea un remedio válido para el problema pendiente. No es un remedio, sino más bien un síntoma de subversión de valores» (nº 27: 1). Por ello, la solución pasa por que «nuestras mejores minorías» restauren el orden «cristiano tradicional» (nº 15: 12). En estrecha conexión con dichas críticas se sitúa la práctica totalidad de reflexiones sobre la Guerra Civil (hacia la cual no hay apenas muestras de actitud comprensiva). Se ensalzaba su carácter necesario en la defensa de los valores eternos españoles, y en la exaltación «del espíritu guerrero español» (nº 21: 5) y se responsabilizaba de la misma a la izquierda republicana, que rechazó «todas las posibilidades de estabilización» (nº 19: 3) y trató de resolver, erróneamente, «el problema de las dos Españas» con la solución ineficaz del liberalismo (nº 19: 3). En etapas posteriores de la revista, y a propósito de la publicación de Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella, se criticaba en numerosas ocasiones la visión sobre la guerra tal defendida por autores extranjeros como Hemingway, Koestler, Malraux y Bernanos: «han desvirtuado casi siempre la verdad, cuando no la han falseado con la mayor desfachatez» (nº 70: 4). Se lamenta, sobre todo, que subrayen que el carácter gratuito de la misma: «caímos un buen día unos sobres otros, ocasionando un millón de muertos, no por capricho o azar» (nº 67: 11, y se les acusa de desconocer los motivos profundos espirituales que condujeron a ella: «El aspecto político es el que menos me importa de la cuestión. Lo que duele positivamente no es que Koestler calumnie a la guardia civil, que Bernanos baraje cifras erróneas, que se afirme que la guerra fue un capricho sanguinario. Lo que duele es que se falsee la arquitectura espiritual del hombre español» (nº 57: 10). Otros autores, como José Luis Cano, se acerca al fenómeno desde una posición mucho más neutral, aludiendo de soslayo, además, a los autores del exilio: «La guerra española, gran suscitadora de vocaciones poéticas, no ha inspirado, sin embargo, como fuente temática directa salvo en pocos casos, a los poetas españoles, al menos a los que se 295 quedaron en España. Son escasos y, desgraciadamente, no de muy alta calidad, los libros de poesía que se inspiraron directamente en nuestra guerra o tomaron de ella su principal motivo» (nº 37-38: 2). O en la sección «En quince días», de forma mucho más explícita: «Y mientras tanto, la novela española lo daba de lado, por lo menos en la propia España (no se puede olvidar la trilogía de Barea)» (nº 87: 13). c) La autonomía del intelectual Subyacente a todos los temas abordados hasta este momento se situaba la problemática de la autonomía del intelectual: desde qué posiciones podía el escritor intervenir en la arena política y, en el desempeño de estas funciones, cuál era el papel del Estado y las relaciones entre este y el campo de los intelectuales. Ya nos hemos ocupado de la destacada importancia que tienen las campañas de Antonio Covaleda a favor de la organización gremial de los escritores en las primeras etapas de Correo Literario: coordina encuestas como «¿Hacia una sociedad de hombres de letras?» (nº 9), «¿Cuándo llegará la sociedad de hombres de letras?» (nº 10) y la longeva sección «Un sitio en la SGAE para los demás escritores» (nº 21, 22, 23, 24, 26, 33). Además, firma una columna de opinión sobre estos temas y otros vinculados bajo el rótulo de «Grandes minucias de la vida literaria» (entre los números 27 y 37-38), así como otros textos fuera de sección. Entre ellos se encuentra una entrevista a Julián Pemartín, director del Instituto Nacional del Libro Español, en el que se sintetiza de forma muy clara los principales puntos de las diferentes campañas de Covaleda: «Ya ve usted en qué grado juzgamos que nos compete traer a nuestro organismo a los escritores, hacer nuestros sus intereses, conocer sus necesidades, abrir cauce a sus aspiraciones, articular sus demandas con las realidades económicas de la industria y del comercio de librería y, en fin, sentirnos unidos y unirlos a ellos entre sí» (nº 14: 4). Es decir, la garantía de unos ciertos mínimos profesionales (fundamentalmente, económicos) desde los cuales el intelectual y el escritor pueda realizar su labor con independencia y con libertad de criterio. Esta independencia, sin embargo, no sería entendida de igual forma por todos los colaboradores de la revista. Aunque, como veremos, hay varias firmas que defienden la libertad del intelectual en unos términos compatibles con los de la existencia de un campo autónomo, definible exclusivamente por sus propios criterios y, por ende, realmente independiente del campo del poder, muchos otros resignifican dichos conceptos para 296 defender, en realidad, que el intelectual debe ser sumiso a determinados aspectos del poder políticos y religiosos en lo que respecta a ciertos temas. Entre los asuntos sobre las que se debatió se encontraba, por ejemplo, el sistema de premios literarios, en incipiente desarrollo en ese momento, como soporte económico de los escritores. Desde esta perspectiva, Eugenia Serrano defiende la necesidad económica de los premios estatales y la publicación oficial de poesía para la supervivencia del género (nº 9: 9). Para otros, como Cela (quien, sin embargo, supo aprovecharse de todos los resortes oficiales para lograr una posición de notable independencia, dado el contexto en que escribía), el premio es un mecanismo que sume al artista en un estado de dependencia con la entidad convocante: «No olvide el escritor que todos los premios, aun los que más libres se quieren presentar, encierran siempre un corazón, o un vientre, previsto y rigurosamente apto para adulterar las intenciones mejores. De balde nadie da nada y peor para quien no se lo crea» (nº 48: 3). En esta última línea de pensamiento de Cela, García Escudero defiende, apoyándose en las opiniones de Talamás publicadas en Alcalá, la conveniencia del segundo oficio del escritor como forma de independencia. Un mecenazgo oficial, pues, comprometería probablemente su libertad crítica, y, en el mejor de los casos, se reduciría, «a una protección esporádica e insuficiente, a una burocratización» (nº 63: 1). Todo ello entronca con el tema más amplio de la relación del intelectual con el estado. Ya vimos cómo Ruiz-Giménez, en «Arte y política», defendía la necesidad de un arte de servicio, pero no creía que el estado debía imponer ese servicio, sino que había de surgir naturalmente desde el propio arte, para que este no saliera dañado en el proceso. En las páginas dobles del número 20 se problematiza esta relación bajo el rótulo «La luz sobre el celemín». Coordinaba la sección el periodista sevillano José Jiménez Sutil, habitual firma de las publicaciones de Aparicio: El Español y La Estafeta Literaria, de la que llegó a ser redactor jefe. A las diferentes preguntas —«¿cuál es la misión social de los intelectuales?»; «¿en qué medida de dependencia o independencia deben estar, respecto de los estados respectivos, los intelectuales europeos?»; «¿cuáles son las fronteras de la libertad del intelectual?»; «¿debe ser la sociedad o debe ser el estado los que ofrezcan al intelectual la solución de sus dificultades económicas?», entre otras—, contestaron importantes ensayistas de la época como Díaz-Plaja, Pedro Caba, Fraga, Aranguren o Marías. Sus intervenciones se pueden dividir en dos grandes bloques. En primer lugar, los que señalan la dependencia del estado como deseable, y entienden que hay unos límites 297 marcados en la libertad del intelectual. Así, Fraga defiende que «en lo nuestro, como en todo, servidumbre y grandeza se tocan» (nº 20: 6), y García Escudero: «Los límites de nuestra libertad son: el dogma católico y la ley natural» (nº 20: 6). En un segundo bloque, se sitúan los que defienden su independencia de criterio y su autonomía económica, al margen de cualquier mecenazgo. Cela es muy claro a este respecto: «el estado podría ayudar —y muy eficazmente— al intelectual, limitándose a no entorpecer su camino» (nº 20: 7); y Marías defiende que dicha libertad ha de ser real, es decir, que no puede verse amenazada con unas posibles represalias a posteriori: «Hace falta, por último, que el ejercicio de las anteriores libertades no tenga malas consecuencias; quiero decir, que no acarree represalias estatales o sociales que hagan aconsejable a los intelectuales no hacer uso de una libertad tal vez ofrecida, pero peligrosa» (nº 20: 7). Algunos matizaban, sin embargo, que el intelectual debía desligarse de cualquier intencionalidad política: «la función intelectual y la función política son específicamente distintas» (nº 20: 7), afirmaba Aranguren. Por otro lado, hay que considerar las diferentes publicaciones de Sánchez-Marín en los editoriales de la revista durante su segunda etapa, bajo el rótulo «Esa vida literaria». Como ya aventuramos, en dichos trabajos defendió que la actuación del intelectual está inscrita en el marco de la libertad del hombre general, «y por esto tanto en la esfera moral como en lo social» (nº 19: 2). Proponía más bien un intercambio: si el intelectual se mantenía «un orden total de convivencia social, un sentido nacional y una conciencia misional» el estado debía proporcionarle «su libertad en la creación y su seguridad en la subsistencia» (nº 20: 2). Subrayaba como necesarios, pues, todos los riesgos que el mecenazgo oficial entrañaba para Cela. Este debate se planteó, asimismo, en relación con el caso concreto de las revistas culturales. En el número 42 se publicó una encuesta sobre las revistas literarias y su escasa difusión. Entre las cuestiones abordadas figuraba la intervención del estado y las revistas y lo que ello afectaba a la independencia de estas. Algunos de los directores de las principales cabeceras abogaron por la necesidad de una reducción de la intervención oficial como medio para lograr esta autonomía: entre otros, Gomis, de El Ciervo, Fernández Figueroa, de Índice, y Cano, de Ínsula, quien apuntaba los riesgos de los patrocinios oficiales, que convierten a las revistas, en muchas ocasiones, en «órganos de su propaganda cultural» (nº 42: 6). El problema de la censura —una de las prácticas en que de forma más clara se cristalizan las interferencias del campo del poder en el cultural— y otras formas de 298 coerción fueron abordados de forma implícita en varios lugares de Correo Literario (véase la respuesta Marías a la encuesta «La luz sobre el celemín», sobre las consecuencias del ejercicio de la libertad por parte de los intelectuales). Son varias las voces que, de forma más o menos tibia, se alzan en contra de este mecanismo vigente en la España de Franco. En el número 64, se publica el ensayo «Crisis de la crítica literaria hispanoamericano», de José Antonio Portuondo, publicado previamente en La última hora, y en el que, a propósito del sistema cultural hispanoamericano, se preguntaba: «¿No es sarcasmo, por otra parte, hablar de prensa independiente si un gobierno puede incautarse del periódico que le estorba o consentir que bandas armadas destruyan imprentas con absoluta impunidad?» (nº 64: 10). En relación con España, sin embargo, no encontramos ninguna manifestación tan contundente. La más clara es la que publica Gregorio Marañón en «El libro y el librero». En este texto, aunque no cuestiona el carácter pernicioso de determinados libros censurables, desestima que la censura sea el mecanismo adecuado para enfrentarse a ellos: «Cuando, por ejemplo, releemos hoy los índices inquisitoriales de hace tres siglos, nos llena de ternura el pensar que aquellos libros que se creyeron malos no lo eran casi nunca, y que hoy podemos leerlos, y hasta en los inventos se leen con la conciencia en paz» (nº 72: 8). Defiende, en consecuencia, la práctica de la conciencia crítica del lector para enfrentarse a estos libros problemáticos: «Cuando se pueden leer los versos de Ovidio sin sentirse pecador o El Capital, de Carlos Marx, sin lanzarse a la calle para increpar a los burgueses, es cuando se ha logrado elevar al hombre sobre el nivel del animal, esclavo de sus instintos» (nº 72: 8). En la sección del número 33, Magariños cita unas palabras de Jímenez Quílez, director de Mundo Hispánico, en que se aboga por una prensa libre de coacción: «No hay prensa libre. Tanto más que por la acción represiva del estado, la prensa pierde su libertad cuando, manejada por intereses económicos o por sectarismos políticos, abre sus columnas a la información parcial o las cierra a la verdad ajena» (nº 33: 8), que enjuicia negativamente, sin embargo, en la reseña que dedica a su ensayo: Libertad de prensa y soberanía informativa. Fernado Martín Sánchez-Juliá, finalmente, en «Crisis de la prensa y sus verdaderas causas», apuntaba a la coacción del estado, pero apuntaba también a otra serie de elementos que atentaban contra la libertad del periodista: «Pero no es solo el estado el que puede coartar la libertad periodística. Libre de la coacción inconveniente del estado, sí; pero libre también de la coacción capitalista, libre también de la pasión partidista, libre también de la influencia extranjera 299 perniciosa, libre también de tantas y tantas asechanzas como cercan al periodista» (nº 52: 11)216. No dejan de resultar contradictorias algunas de las opiniones expuestas en estas páginas, si tenemos en cuenta la posición desde la que escribían los autores que las firmaban: un estado totalitario y una publicación oficial sometida a censura217 y vinculada a una de las principales instituciones culturales del régimen. Es, en fin, una más de las ambigüedades del modelo comprensivo en algunos de sus puntos más polémicos, como fue el de la censura o, tal y como veremos más adelante, el del exilio. Sin embargo, ello no debe hacernos minusvalorar la importancia que tiene la introducción de esta problemática en el debate público. Y, en cualquier caso, tal y como ocurre con los otros puntos del programa comprensivo, es significativo que este aspecto —el de la defensa de la autonomía del intelectual— chocaba frontalmente con las ideas ortodoxas del equipo excluyentes. Por todas estas salvedades, no es posible hablar en ningún caso de que Correo Literario formara parte de un campo de revistas culturales verdaderamente autónomo, pero sin duda esa posibilidad estaba siendo planteada y muchos de los intelectuales que escribían en las páginas de la revista abogaban por unos márgenes mucho más amplios de libertad y autonomía. 2. Relecturas de la tradición: el exilio a) La literatura española de la primera mitad del siglo XX Uno de los principales puntos del programa comprensivo fue el que pasaba por rescatar determinados nombres considerados heterodoxos (por razones políticas, religiosas o estéticas) y reincorporarlos a la tradición nacional de la que formaban parte, 216 Totalmente favorable a la existencia de la censura, actitud poco frecuente en Correo Literario, fue el ensayo «El libro malo y los falsos axioma», en el que se defendía la intransigencia como actitud válida, y la censura como una herramienta necesaria para ejercerla: «Y debiera existir una ley humana que prestase investidura jurídica —fuerza punitiva— a los veros paladines de la terca y razonada intransigencia» (nº 87: 2). 217 Al contrario de lo que ocurre en el caso de las publicaciones en formato libro, la información sobre la censura de las revistas culturales en el Archivo General de la Administración se encuentra mucho más dispersa y desorganizada: los expedientes de las múltiples publicaciones están distribuidos en diferentes carpetas, sin guardar, además, ningún criterio claro de ordenación. Aun así, son varios los relativos a Correo Literario depositados en el archivo. Entre los fragmentos tachados destacan, principalmente, las críticas al gobierno franquista: se le culpa de la falta de accesibilidad de los libros españoles en México, a la religión (se elimina una opinión según la cual «una absoluta uniformidad de criterios religiosos y espirituales — situación cómoda para algunos— revela, en realidad, o un nivel de cultura bajísimo o bien una máscara cubriendo») y diferentes alusiones al comunismo, a propósito de autores como Neruda [vid. expedientes 5448-5684/24; 5459-61 y 62; 5684/24]. 300 y custodiaban, los intelectuales que detentaban dicha actitud. Recuérdese la acción de rescate que Ridruejo había emprendido, ya en 1940, con la figura y obra de Machado. El debate giró en torno a unos pocos nombres fundamentales —Unamuno, Ortega, García Lorca, Miguel Hernández, etc.— y a una época concreta: la primera mitad del siglo XX, pero fue extensible al acercamiento a muchas otras figuras de la historia literaria española. A raíz de determinadas fechas emblemáticas nos encontramos con acercamientos igualmente interesantes a figuras que se escapan de este esquema más general. Así, a propósito del centenario de Clarín, autor especialmente problemático por su ideología netamente liberal y, sobre todo, por su anticlericalismo, se denunciaba en Correo Literario: «El pasado año, fecha del centenario de su centenario, esperábamos una revalorización de la obra clariniana por medio de juicios serenos, sin los prejuicios peculiares en que están envueltos los acontecimientos recientes» (nº 68: 11). Y, un número anterior, se subrayaba la necesidad de estudiar su obra «con seriedad y rigor, con amplia comprensión» (nº 67: 5), al margen de aquellos puntos que «un español universitario católico de 1952 no puede compartir» (nº 67: 5). El siglo XIX, sin embargo, ocupó un espacio totalmente anecdótico en las páginas de la revista. El debate se centró, sobre todo, en la denominada generación del 98. En varios lugares se señaló a estos autores como maestros directos de los nuevos escritores falangistas. En el panorama general sobre el ensayo que se realiza en el número 25, Fraga se refiere al grupo de los ensayistas críticos, conformado por «el 98, sus hijos y sus nietos»: de Unamuno y Azorín, a Laín Entralgo y Agustín de Foxá (nº 25: 10), así como otras firmas de la misma página: Ramón Ceñal, por su parte, alude a Ortega como «maestro impar en el género», y el excluyente López Ibor —en un intento claro de disputarle estos maestros a sus rivales de Falange218 — señala la influencia de este último en los valores nuevos del círculo de Arbor (nº 25: 10). Estos autores representaron una época brillante de la cultura española (nº 24: 3) y una preocupación genuina por España y su problema, de la que las nuevas firmas se sentían continuadores: así, Arroita-Jáuregui conecta cuerda de presos, de Tomás Salinas, con dicha generación: «El paisaje, las costumbres de esta parte de España están en la novela tan sin adornos, que quizás —en novela— haya que remontarse a los hombres del 98 para encontrar algo semejante» (nº 90: 4) y Alberto Clavería destacaba su «preocupación medular por España, a ratos casticistas y a ratos europeizantes, y todos un 218 Vigón reflexionaba por su parte sobre los problemas que conllevaría eliminar del todo a los maestros españoles del fin del siglo: «¿con qué los sustituiremos? ¿Dónde hallar nuestros maestros?» (nº 45: 3). 301 tanto sociológicos» (nº 93: 12). Ello no fue óbice, sin embargo, para que muchos ensayistas se vieran en la necesidad de matizar algunos aspectos de su obra. El principal punto problemático fue, claro, el religioso: «Amaron a España, pero les faltó creer y esperar». Problema que sus discípulos han sabido corregir: «Los que vinieron después lo han realizado con corrección de miras» (nº 27: 9). Su apoyo a la Segunda República fue el segundo punto. Estos autores, con la excepción de Maeztu, no supieron ver los peligros que conllevaban ciertas ideologías políticas: «El nuevo régimen era el caballo que alojaba en su vientre incensarios con teas para prender fuego a los conventos, gobernantes capaces de contemplar las llamas con impadivez y socialistas dispuestos a acostar como tales y a levantarse como comunistas» (nº 62: 7)219. Se defiende la comprensión, sí, pero como escribía Souvirón, «con salvedades, claro está» (nº 85: 3): «No se puede decir, dado su matiz arreligioso, que Galdós es un escritor sin importancia, o citar incidental y superficialmente a Unamuno por su no catolicismo. Formúlense reservas y reparos, pero no se les esconda tras un silencio delictivo. Ni, tampoco, el fenómeno inverso» (nº 67: 10). Así pues, ni el silencio absoluto ni la aceptación sin reservas: un punto medio que, como veremos, fue el criterio que imperó en cada uno de los puntos del programa comprensivo. Desde esta perspectiva, se publicaron en la revista numerosos acercamientos a las distintas figuras que conformaban la nómina del 98. Pío Baroja fue, sin duda, como escritor vigente en la España del momento, uno de los más destacados en este sentido. Fue uno de los nombres regulares de las diferentes encuestas que se publicaban en Correo Literario (nº 8, 13, 23, 44, 87, II.4), se le entrevistó en dos ocasiones (nº 63, II.3) y su figura fue centro de atención de numerosos artículos que muchas veces ocupaban las páginas centrales de la revista, como ocurre en los números 40 y 91. Es especialmente interesante la sección «Barajando sobre Baroja». En ella, diferentes ensayistas — Marañón, Vázquez Díaz, Fernández Almagro, Entrambasaguas, entre otros— reflexionaban sobre la obra del novelista. Destacaban su realismo, su honestidad y su búsqueda de la verdad, así como su tono y talante popular, pues «ha sabido recoger las preocupaciones más cerca del pueblo» (nº 7: 12). Se le criticaba, en cambio, su estilo pobre, muy lejos del cuidado estilístico de las obras de Valle, Azorín y Juan Ramón 219 Cuando era posible, se subrayaban rasgos o rectificaciones de estos autores que no suponían ningún problema para la ortodoxia. Es el caso, por ejemplo, de una breve nota que se publicaba en «Cosas que se pasan, cosas que se dicen», a propósito de la inminente salida de las memorias de Pío Baroja: «Según nuestras referencias, en el libro se dicen cosas feroces contra la República, contra aquello y contra lo de más allá, como es ya costumbre en las memorias del anciano y eximio escritor» (nº 22: 2). 302 Jiménez. También algunas de sus ideas: «vulgarización ingeniosa de ciertas paradojas nietzscheanas que él debe considerar terribles y ni siquiera asustan al lector timorato» (nº 7: 12), relativizando, curiosamente, el carácter heterodoxo de la obra del filósofo alemán, criticada en otros lugares de Correo Literario. La valoración general, sin embargo, es que su obra novelística, pese a estos defectos, suponía uno de los ejemplos más originales y valiosos de la narrativa española reciente. Azorín fue otro nombre recurrente en la revista. Además de ser objeto de numerosos artículos y notas (nº 13, 21, 57, 75, 79, 82, 89), participó en la sección de entrevistas en el número 57 y se le dedicaron con frecuencia elogios a propósito de su ochenta cumpleaños y su anunciada retirada del mundo de las letras. Se le calificó de «gran renovador de nuestra prosa» (nº 75: 12), de «auténticamente fiel a su época y descubridor auténtico de España y maestro del amor de disgusto por la patria» (nº 86: 13). Se destacaba en todo momento su vinculación estrecha con el tema de España, planteado desde la perspectiva de su problema: «La obra de Azorín es una pura meditación española, un reflejo de toda una existencia transcurrida pensando en España. Primero con ira, más tarde con ternura, siempre con pasión» (nº 61: 5). Por todo ello, Correo Literario participó activamente de una campaña a favor de un homenaje nacional al autor de La voluntad, como se explicita en una nota incluida en el «En quince días» del número 86: «Correo Literario pone todas sus páginas a su disposición» (nº 86: 13). Los autores del 98 que ya habían fallecido tuvieron una representación mucho menor en la revista por dos motivos: porque no formaban parte de la actualidad cultural del mismo modo que otros como Pío Baroja; y por su carácter mucho más problemático. Aun así, sus nombres aparecieron de vez en cuando en la publicación. Sobre Valle-Inclán, por ejemplo, escribieron Rafael Narbona (nº 28), Benito Varela Jácome (nº 73), con un artículo sobre los contenidos hispanoamericanistas de su obra, y Juan Gich, que reseñó una reedición de las Sonatas (nº 92), así como algunas notas de carácter más anecdótico. Antonio Machado, invocado como modelo estético en gran parte de las poéticas publicadas en la revista, fue objeto de varios trabajos. José Luis Cano firma el artículo «Más sobre las cartas de amor de Antonio Machado», en el que defiende la existencia de Guiomar, y transcribe completo uno de los sonetos que el poeta sevillano escribió durante la guerra («De mar a mar entre los dos la guerra»), Ismael Moreno de Páramo evoca su figura en «Antonio Machado y aquel niño que yo fui» (nº 90) y se anota en varias ocasiones la organización de diferentes homenajes en su memoria: en el número 48, el realizado en Dueñas con la presencia del duque de Alba —el promotor del evento—, José 303 María Pemán y Rafael Laffón, entre otros; y en el número 10 de la época barcelonesa, Juan Goytisolo escribe sobre el acto organizado en la Maison de la Pensée Française por los artistas exiliados de la Escuela de París. Además, dentro de la sección «Cosas que pasan, cosas que se dicen», se publicó el poema «A la mémoire d’Antonio Machado», del poeta francés Claude Aubert (nº 51). Entraña mucha mayor complejidad la presencia en la revista de las dos figuras principales de la polémica comprensiva en la década de los cincuenta: Unamuno y Ortega y Gasset. Del autor de Niebla se publicó una poética para la sección de «Poesía y poética» (nº 2) y se le dedicaron varios artículos: «Cartas a autores», por Antonio Tovar (nº 9), «La experiencia teatral de don Miguel de Unamuno», Mariano Rodríguez de Rivas (nº 71), «Sobre don Miguel de Unamuno», Muñoz Alonso (nº 75) y «La poesía de Miguel de Unamuno», Santos Torroella (nº II.8). Además, se reseñaron diferentes volúmenes de las Obras completas que publicaba Afrodisio Aguado (nº 13, 21, 36) y algunas reediciones de obras como Paisajes (nº 34-35) y su Teatro (nº II.3), y fue una referencia continua en textos de carácter religioso, en los que se valoraba la figura de Unamuno como intelectual comprometido con la religión y se cuestionaba, asimismo, el carácter heterodoxo de muchas de sus ideas respecto de la iglesia católica y algunos de sus dogmas: en este sentido, fue una figura imprescindible del debate en torno de la literatura religiosa que se produjo en la última etapa madrileña. Unamuno recibió numerosos elogios: Ledesma Miranda le califica de «primer talento […] de nuestras letras contemporáneas» (nº 14: 5), se le atribuye el rasgo de «primer existencialista español» (nº 1: 5), se ensalza su poesía, modelo de las nuevas generaciones poéticas junto a Machado (nº II.8) y, a propósito de la salida de sus Obras completas, se habla de él como el «admirado, discutido y discutidor profesor de Salamanca» (nº 13: 8). Discutido fue, en efecto, por muchas de sus ideas relativas a la política y a la religión. Tovar, en su reseña de El drama religioso de Unamuno, de Hernán Benítez, cita unas palabras de este último en el que se critica los escarceos del bilbaíno con la política del primer tercio del siglo XX: «Fue una tragedia para Unamuno haber distraído los mejores años de su vida (1914-1924) con politiquería intranscendentes… Lo envolvió, pues, la vorágine política, causa de todos sus desastres», aunque celebra su regreso a la religión católica más ortodoxa: «retomando […] la fe de su infancia, curado ya de veleidades y despabilado del sueño protestante» (nº 9: 4). Tovar, por el contrario, defendió esta faceta de intelectual comprometido con su tiempo y posicionado (con mayor o menor acierto) ante los diferentes debates políticos de la época: «¿Es que debió 304 abstraerse de la lucha y encerrarse en una torre de marfil? ¿Le parece a usted que a la pequeña política de la pequeña España no merecía la pena de sacrificarle nada?» (nº 9: 4). Frente a los avisos de cautela y peligrosidad —«Nada es preciso decir al lector, si no es que la originalidad y la peligrosidad de pensamiento van muchas veces emparejadas en varios de ellos» (nº 21: 10)—, predominaron en las revistas las defensas de la obra de Unamuno, aun en sus aspectos más problemáticos. Así, Rodríguez de Rivas subraya que se ha malinterpretado su postura religiosa: «Toda postura, deliberada, de Unamuno, había sido incomprendida, incluso su ritmo, su estilo personalísimo, su manera de cristianismo en trance siempre contrito» (nº 71: 8); Aranguren subraya el valor de su heterodoxia, capaz de movilizar los sentimientos religiosos de escépticos y creyentes que se enfrentan al problema religioso —por eso afirma: «preferiré siempre el San Manuel Bueno, mártir, al “ortodoxo” Léon Morin, prête» (nº 64: 3); Laín Entralgo explica su anticlericalismo por la raíz antiburguesa de su pensamiento (nº 72: 2); Muñoz Alonso denuncia el debate maniqueo que se ha organizado en torno a él, en el que se ha llegado a olvidar el alcance real de los textos del autor: «una polémica de intereses […] sobre la arena de unos nombres, artificiosamente elegidos, y a la que no baña nunca, de ordinario, la luz de la doctrina ni el examen reposado de la figura que las huellas han señalado» (nº 75: 4). Su artículo acaba erigiéndose como una defensa de la actitud comprensiva: «acaso una invitación a la lectura de Unamuno sea una muestra de comprensión», que eleva a la categoría de política cultural. Es significativo de los intereses detrás de muchos de estos rescates, el hincapié que hace en leer estas obras a la luz de lo que ha representado en los discípulos: los problemas de figuras como al de Unamuno se resuelven si atendemos a los valiosos frutos producidos en los textos de sus seguidores (léase, los autores del bando comprensivo que revalorizaban estas posturas). Ortega, la otra gran figura reivindicada por los comprensivos en los años cincuenta, recibió igualmente numerosos elogios en muchos momentos diferentes de Correo Literario. En el número 13, Maravall cita constantemente al filósofo, a quien califica de «mi maestro» (nº 13: 5) como base de su argumentación, en el número 25 se le califica de «maestro impar en el género» del ensayo (nº 25: 10), Julián Marías lo reivindica junto a Zubiri (nº 71) y, en fin, a propósito de la organización del curso «El estado de la cuestión», se reivindica su labor europeísta frente a otros autores contemporáneos: «Él nos puso en contacto, a tiempo, con la realidad cultural europea y 305 por los caminos más propicios oreó nuestro rancio provincianismo rutinario y probetón» (nº 68: 9)220. De un modo todavía más militante que en el caso de Unamuno, los colaboradores de Correo Literario defendieron con fervor la figura del filósofo frente a los ataques a que su obra se vio sometida por parte de los autores excluyentes. Desde esta perspectiva, se reseña la obra Ortega y tres antípodas, de Julián Marías, en la que el discípulo defiende al maestro de las críticas por su pensamiento «peligroso o contrario a la ortodoxia católica» (nº 23: 8) y Gaspar Gómez de la Serna reivindica su figura en contra de sus detractores: «Pero ¡qué decirte, si sabes que hasta Ortega y Gasset les parece poco pensador, poco científico y nada sistemático! ¿No te acuerdas de los ascos que, hace unos años, le hacían a su curso de humanidades y no ves los que le siguen haciendo tanto aprendiz de metafísica a palo seco, tanto exquisito de la sistemática como ahora nos disfrutamos» (nº 91: 3). En la revista se publicaron, sin embargo, solamente dos artículos monográficos sobre el autor. «Ortega y Gasset ante Velázquez», en la portada del número 2 con una fotografía del filósofo, en el que se reseña la aparición de Papeles sobre Velázquez y Goya y se reivindica esta faceta del autor: «Es su preocupación estética lo que impone el señorío de Ortega sobre todos los pensadores contemporáneos» (nº 2: 1). Y «La experiencia más aguda de un español espiritual (Hispanoamérica en Ortega» (nº 73), paralelo al artículo sobre el americanismo de Valle-Inclán publicado en el mismo número, que sitúa al pensador en el origen genealógico de todos los ensayistas posteriores —y, por extensión, de la labor cultural del ICH— en relación con Hispanoamérica. «Una isla en las letras», publicado durante tres números por Ledesma Miranda, finalmente, analizaba la época de las vanguardias históricas y destacaba la labor de maestro que desempeñó el Ortega de La deshumanización del arte: «Ortega ejerció, desde entonces, una indudable fascinación en los jóvenes y un monopolio de nuestra actividad intelectual, y hubiera seguido ejercitándolos si el fenómeno español de la Guerra Civil […] no hubiese dado al traste con aquella formación» (nº 14: 5). Dentro de la valoración negativa del autor por muchos de estos ismos de moda, no culpa, en cambio, al filósofo, que se limitó a ejercer una función de animador y agitador cultural: «Si bien no es lícito confundir la impecable tarea 220 Sería tedioso enumerar aquí las menciones a la figura y obra del autor de España invertebrada, quien, como en otros medios del entorno comprensivo, apareció citado como referencia de forma continua, en artículos como «La espiritualidad del pueblo español» (nº 15-18), «Existencialismo por penúltima vez» (nº 1) o «El ensayo y los ensayistas españoles actuales» (nº 7). 306 del profesor Ortega y Gasset en su aula titular con la lección excathedra, de carácter multiforme, del brillante y agudo agitador de ideas y su consiguiente estrago en las mentalidades incipientes» (nº 16: 4). b) La adaptación estética de la poesía del 27 Si los problemas que podría conllevar la lectura de la obra de autores como Unamuno y Machado eran fundamentalmente de carácter político y religioso, la recepción de los poetas del grupo del 27 está marcada, asimismo, por el elemento estético. Desde su primera etapa, Correo Literario abogó por la defensa a ultranza de la rehumanización, que venía siendo la pauta estética hegemónica desde los años treinta221. Fueron muchas los textos teóricos que defendían esta postura. El poeta venezolano Aquiles Monagas declaraba: «La poesía de hoy ha de ser profundamente humana, ha de brotar del hombre y hacia el hombre dirigirse. Ha de tener una raíz vital. La poesía que no canta al hombre, que no se dirige a su corazón, es algo sin vida, es forma hueca, vacía» (nº 8: 5). Vuelta al hombre y al canto de la individualidad —«¡Abajo la máquina de trovar y el comunismo del alma! Yo soy Juan Eduardo Cirlot, solo canto mis problemas 221 Rivero Machina, en su volumen Posguerra y poesía. Construcciones críticas y realidad histórica, ha sintetizado las principales coordenadas estéticas de la poesía de posguerra. Así, partiendo del hecho de que la rehumanización actuó como presupuesto compartido por todos —no siempre «como una reacción frente a la «deshumanización» sino que esta «vuelta al hombre» se quiso construir asumiendo las «deudas de gratitud» para con las vanguardias y sus «conversos»» [2016: 371]—, se puede sintetizar la estética de le época en tres principios estéticos fundamentales. En primer lugar, el clasicismo como identidad de la poesía de posguerra: principalmente, a través de los referentes siglodoristas y la métrica clásica. En efecto, este clasicismo, que en algunas ocasiones se vinculó al formalismo de la poesía pura, fue valorado por todos los grupos como cauce necesario para la mesura y la contención necesaria del contenido emocional del poema. También fue compartida la búsqueda de una síntesis con un romanticismo entendido como compromiso con el hombre en su sentido más amplio: existencial, religioso, social, político, etc., pero que debía contar con el equilibrio formal de lo clásico. Finalmente, la vanguardia, aunque rechazada frontalmente por algunos y aceptada de forma plena por otros (los grupos en torno a Dau al set, Postismo y Verbo, por ejemplo), en general fue contemplada desde una visión moderada que aceptaba algunos de sus valores literarios: la imagen irracional, la metáfora surrealista, etc. Esta rehumanización se había elaborado teóricamente ya en los años de la preguerra, en textos como El nuevo romanticismo (1930), de José Díaz Fernández; «La rehumanización del arte» (1934), de Carlos y Pedro Caba, y «Para una poesía sin pureza» (1935), de Pablo Neruda, todos ellos como respuesta a La deshumanización del arte de Ortega (1925). Este discurso teórico, además, se había materializado en una serie de obras de los años treinta: La voz a ti debida (1933), de Pedro Salinas, Donde habite el olvido (1934), de Luis Cernuda, Cantos del ofrecimiento (1936), de Juan Panero o los Sonetos amorosos (1936), de Germán Bleiberg. Frente a lo defendido por Ortega: la búsqueda de «un objeto que solo puede ser percibido por quien posea ese don peculiar de la sensibilidad artística. Será un arte para artistas, y no para la masa de los hombres» [2010: 166-167], la propuesta de Neruda: «Una poesía impura como traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos» [1935: 6]. 307 particulares, mi espíritu, ilusión o no, particular» (nº 14: 8)—, como mejor forma de establecer la comunicación con el lector: Aleixandre, en su «Poética» del primer número, destacaba la comunicatividad del poema como su condición esencial, y definía la poesía como «una profunda verdad comunicada» (nº 1: 3), que debe buscar la emoción por encima de la belleza. Entraban en la ecuación también la veracidad y la honestidad del poeta, en oposición a la pirueta estética y el cuidado formal: «He aquí el camino del poeta: el de la veracidad. Todo engaño va contra la función del poema, que es para mí la de mostrarnos el mundo por medio de la belleza» (nº 12: 3). Esta perspectiva se conectaba muchas veces con los valores estéticos del romanticismo (véase, por ejemplo, el artículo «La poesía actual y el romanticismo», publicado en el número 8), pero estos debían estar atemperados con lo mejor del clasicismo, «no supone frialdad, molde previo, actitud de recelo ante el palpitar del mundo, sino cauce exacto, medida, para que este palpitar, para que la vida tal y como se presenta ante los ojos, el corazón, la inteligencia del poeta, nos llegue con sinceridad, con claridad, sin desbordamientos innecesarios, sin exceso verbal o cordial» (nº 73: 7). El principal motivo era evitar cualquier aproximación al tremendismo, rechazado frontalmente en las páginas de Correo Literario: gracias a la lección clasicista, pues, Ildefonso Manuel «nunca se desborda hacia esa forma exaltada y romántica de lo que llamamos tremendismo» (nº 88: 6) y el poemario Danza macabra, danza milagrosa, de Juan Guerrero Zamora, por otro lado admirable, cae en «algunos excesos conceptuales y verbales que pretenden servir a un ya trasnochado tremendismo sin añadir nada a la calidad evidente de muchas de las composiciones de este joven poeta» (nº 21: 10). En las diferentes secciones de «Crítica», este es el criterio estético que impera en la valoración de las obras. Así, de Ángel fieramente humano, de Blas de Otero, se destaca «su sentimiento caluroso de ser hombre, su sentir el plasma de la vida en sus propias entrañas» (nº 2: 8); se defiende que Deriva, de Gabriel Celaya, pertenece a la vía de «la humanización directa», porque «es fiel espejo, entrañable espejo […] de la vida, de la concretividad, de la montaneidad, de la instintividad» (nº 6: 8); de Con las piedras, con el viento, de José Hierro, Fernández Spencer valora especialmente el tema escogido: «es una ascensión hacia el más puro amor» (nº 8: 8); o, en fin, y por ejemplificar solamente con reseñas de la primera etapa, aunque fue una tendencia generalizada a la historia completa de Correo Literario, Manuel del Cabral, en la autocrítica que firma para el número 4, subraya que «ahora lo puramente humano es lo capital» (nº 4: 8). 308 La recepción de la poesía del 27222 tenía como primera parada obligatoria el anotar la primera etapa vanguardista de estos autores. Sin embargo, y en estrecha conexión con lo que ocurría en otras revistas literarias de la época, se insistió sobre todo en el viraje estético hacia la rehumanización que estos mismos escritores habían llevado a cabo desde los últimos años de la década de los veinte y los años treinta, aunque se señalaba el inicio de la Guerra Civil como el principal desencadenante del cambio: «Liquidado el superrelismo, hasta en la obra de los poetas que mejor lo caracterizaron (Aleixandre, Cernuda) […] ha de venir, está llegando ya, un momento literario en que el poeta invente poco y sienta mucho» (nº 7: 3). Desde esta perspectiva, se destaca la poesía de Guillén, «un cántico existencial de júbilo», los últimos poemarios de Salinas, «la poetización del amor», o la poesía de Cernuda escrita durante la guerra (nº 8: 4), cuya obra se relaciona con «un romanticismo apaciguado, triste y elegíaco» (nº 82: 4)223. Los autores mejor atendidos en la revista —y cuya recepción se adscribe perfectamente al planteamiento general que sucintamente acabamos de esbozar— fueron los tres miembros de la promoción que permanecieron en España una vez instaurado el régimen franquista: Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. El estudio de estos casos particulares resulta interesante para matizar y clarificar algunas de estas afirmaciones. Aleixandre desempeñó un papel especialmente relevante en Correo Literario. Su poética «Poesía, comunicación», que se recoge en el primer número, marca la pauta estética general que se seguiría en el resto de la publicación (sus palabras, de hecho, fueron reiteradamente citadas en artículos y ensayos). Además, todos sus poemarios de posguerra fueron reseñados muy elogiosamente (algunos de ellos en más de una ocasión): Sombra del paraíso (retrospectivamente, en una entrevista publicada en el número 72), Mundo a solas (nº 1), Nacimiento último (nº 74, 76) e Historia del corazón (nº II.5, II.6). En general, se destacaron aquellos rasgos que el propio autor defendió en la citada poética 222 Al margen de artículos en que se abordaba específicamente la obra de estos autores, como «Una isla en las letras» (nº 14, 15, 16), de Ledesma Miranda, «La generación de 1927 vista al cabo de veinticinco años» (nº 83), de Valbuena Prat, más todos los trabajos y reseñas sobre autores concretos que estudiamos a continuación, los poetas del grupo fueron una referencia continua en la revista como modelos de comparación con las obras y las problemáticas planteadas en las páginas de crítica. Así, el escultor gallego Cristino Mallo se acerca en sus presupuestos a los de la poética pura de Guillén (nº 6), la poesía de Votos Lescano recuerda a la de Miguel Hernández (nº 11), se rastrean huellas de Guillén y Cernuda en Clara Silva (nº 9), y de Cernuda y Aleixandre en Los ríos de la noche, de Leopoldo Chariarse (nº 70). 223 Asimismo, se matizaba el carácter plenamente vanguardista de la obra previa de los poetas del grupo. Se subrayaba que la expresión subjetiva de una individualidad nunca desapareció del todo: «Encontrábamos el mismo tipo de esencialismo y de afán de objetividad o deshumanización, si bien podía apreciarse siempre que se trataba de una objetividad a través de un sujeto que la recogía y la interpretaba» (nº 82: 4). 309 y en la entrevista que le realizó Fernández Cuenca: «La poesía es una profunda verdad comunicada […] Para mí el resultado más feliz de la poesía no es la belleza sino la emoción» (nº 72: 16). Es el planteamiento, por ejemplo, de Arroita-Jáuregui en su reseña de Nacimiento último: «Una comunicación arrolladora, sin trabas, entre poeta y lector; los versos de Aleixandre, digo, son de una claridad sorprendente, se nos ofrecen limpios, exactos, comunican con una sencillez esplendorosa, aquello que el poeta ha descubierto, revelado, desvelado» (nº 74: 4) o en la de Historia del corazón, donde se presenta al poeta «en su agónico hundirse en las raíces mismas de la vida, en su triunfal vencimiento» (nº II.6). Otras veces, sin embargo, se destacó su faceta más vanguardista. Eugenio de Nora califica Mundo a solas como «la más violenta antítesis de la humanización y centralización biográfica que busca la poesía de hoy», culminación de un proceso de creación de un mundo poético autónomo en que estuvo embarcado el autor desde 1929 (nº 1: 10), o Carlos Edmundo de Ory lo destaca, junto a otros autores como Juan Larrea y él mismo, como el único autor surrealista español; en un texto, por lo demás, no exento de ánimo provocador: «[el surrealismo] tiene su ética: una ética, por desgracia, del mal» (nº 50: 5). Dámaso Alonso estuvo igualmente presente en la revista, más en su faceta de profesor y crítico que en la de poeta. Se reseñan publicaciones suyas como La lengua poética de Góngora y Poetas españoles contemporáneos, y Fernández Cuenca le entrevista a propósito de su labor general como crítico. Rosales realiza un detallado elogio de la estilística en «Dámaso Alonso, embajador de la poesía española» y la vincula con la labor que los poetas de su grupo —Panero, Vivanco, Valverde, etc.— realizan desde el campo de la creación: «La poesía es la única manera de aprehender la realidad del ser del hombre. Hemos sufrido mucho. Hemos visto y vivido el dolor de nuestra época. El poeta debe testificar ese dolor» (nº 15: 3). Y Muñoz Cortes subraya especialmente los momentos del libro de Dámaso Alonso —Poetas españoles contemporáneos— en que se refiere al giro neorromántico del 27, paralelo y antitético de su interés previo por la poesía pura: «¿Y no habría influido ese centenario del Romanticismo en el quiebro neorromántico, como el de Góngora influye en el momento de poesía pura?» (nº 57: 4), así como las lecturas rehumanizadoras de algunos de estos autores: los «impulsos de vida» de Guillén y «la anchura cósmica» de Aleixandre (nº 57: 4). Algo diferente es el caso de Diego, quien, además de merecer una atención similar a la de aquellos —es entrevistado en el número 50, se reseñan sus libros Limbo (nº 41, 45) y Biografía incompleta (nº 68) y se comentan novedades de su trayectoria como 310 intelectual (en el número 66, por ejemplo, se recoge una crónica sobre la concesión al santanderino del premio Ciudad de Barcelona)— es un colaborador habitual de la revista, con veinticuatro trabajos publicados en la época madrileña. También difiere algo la recepción de su obra: si en los dos ejemplos anteriores se destaca sobre todo la dimensión humana de sus obras (con alguna excepción en el caso de Aleixandre), en las críticas publicadas sobre Diego se revaloriza sobre todo su faceta vanguardista. Así, José Luis Cano defiende que su etapa ultraísta «no merece menos admiración» que la humana por lo que supone de ejemplo «de poesía en libertad»; y, aunque su valor es «ya histórico», representó un momento «tan sincero como pueda serlo el más sencillo tradicionalismo» (nº 45: 5) y Arroita-Jáuregui destaca, en su reseña de Biografía incompleta, la máxima mallarmiana de que «los versos no se hacen con ideas, se hacen con palabras» (nº 68: 4). Al margen de estos autores, y en contra de la tendencia general de Correo Literario, la vanguardia fue revalorizada en varias ocasiones224. En general, se destaca la capacidad de ciertos poetas de crear mundos poéticos autónomos, independientes de las proclamas políticas y de los problemas del mundo real: «El poeta actual es, pues, un creador de mundos o, si se quiere, un poblador del mundo. La poesía contemporánea aspira a crearse un mundo suyo, completamente suyo: un mundo poético, totalmente ficticio, modelado por las manos del poeta en el barro de lo imposible. Esta es la suprema aspiración» (nº 40: 5). Desde este punto de vista, se valoró el ejercicio de depuración estética llevado a cabo por autores como Guillén, y que es rastreable igualmente en firmas contemporáneas como Carlos Salomón. A propósito de la publicación de Región luciente, de este último, se afirma: «Guillén llega a la depuración a través de una eliminación radical e inexorable de cuanto en su poesía estima impuro; la eliminación a que se someten sus versos […] 224 Siguen siendo una referencia ineludible en los estudios sobre la recepción de la vanguardia durante la posguerra los trabajos de Wahnón [1987, 1998] y Navas Ocaña [1993, 1995, 1996, 1997]. A partir del análisis de revistas literarias y culturales de la época como Escorial, Garcilaso, Espadaña y Proel dichas investigadoras periodizan las diferentes etapas por las que pasó la lectura de los ismos: desde el silencio absoluto (solo cabía el Aleixandre romántico, el Diego tradicionalista) hasta la asunción plena del purismo, el surrealismo y otros movimientos análogos. Dentro de esto proceso fue fundamental la revista Ínsula, con su número especial dedicado a Jorge Guillén, y críticos como Ricardo Gullón. Faltan todavía muchos trabajos, sin embargo, sobre la vanguardia literaria producida durante la posguerra. Al margen de estudios particulares sobre autores y movimientos como el postismo, destaca la monografía panorámica de Raquel Medina, en la que estudia las huellas del surrealismo en la poesía española de posguerra y los autores y grupos propiamente surrealistas: obras como Raíz (1944), de Hidalgo, Pisando la dudosa luz del día (1945), de Cela, la obra dispersa en revistas de Ory, Pájaros tristes y otros poemas a Pilar Bayona (1942), de Cirlot o Sumido 25 (1948), de Labordeta, así como movimientos organizados de vanguardia: el postismo, el introrrealismo de Darío Suro y Ory, el introvertismo del grupo de Verbo o el grupo de poetas catalanes en torno a Dau al Set. 311 lleva consigo una supervaloración inteligente, intelectual, de los elementos que estima deben componer su poesía, destruyendo elementos cordiales cargados de impurezas» (nº 88: 4). Dicha defensa del purismo estuvo íntimamente ligada a la reivindicación del arte abstracto comandada por movimientos como la Escuela de Altamira, e incluso la propia Correo Literario con textos relativos a la Segunda Bienal Hispanoamericana, tal y como hemos estudiado más arriba225. Sin embargo, la aceptación plena de la vanguardia pasaba por una doble vía. En primer lugar, previa valoración de todos los aspectos retóricos e intelectuales del movimiento, se hace una lectura que destaca su «carga vital de dramático latido» (nº 92: 3). Otras veces, la vanguardia fue un momento valioso (pero anterior y cerrado) de nuestra historia literaria que ha dejado importantes huellas y lecciones en los autores actuales. Así, «Panero fue, como lo fueron otros grandes poetas españoles, superrealista, y le complace mucho haberlo sido, como respondiendo a una necesidad de la evolución que conduce a las formas definitivas» (nº 86: 8); José Luis Cano, en su sección «Poesía de España y América», se refiere en numerosas ocasiones a «las conquistas que el surrealismo ha aportado a la expresión lírica» (nº 40: 4) y que «quedarán para siempre incorporadas al caudal de nuestra cultura y nuestra poesía» (nº 42: 4); y, en la reseña de Aquí yace la espuma, de Carrera Andrade, tras señalar las relaciones que mantiene el poemario con la estética de Mallarmé y Góngora, se celebra que el poeta haya sabido trascender esta primera adscripción vanguardista: «Por fortuna, no se queda Carrera Andrade en todos los poemas de este libro quemándose en el fuego de un ardiente esteticismo» (nº 5: 8). Ahora bien, Raquel Medina ha señalado cómo el surrealismo de posguerra estuvo marcado por el eclecticismo: así, «la conciencia social es un factor esencial en la poesía surrealista español» [1997: 15], las formas clásicas permean sus producciones y sus temáticas se inscriben en la vuelta al hombre y dentro de la órbita de las preocupaciones 225 Entre las colaboraciones poéticas de la revista, apenas nos encontramos con textos de filiación surrealista. Una de las excepciones a esta norma son los textos de Fernández Spencer publicados en el primer número, con ilustraciones de Fernando Sáez de claro influjo daliniano: «Y el caballo relincha, y yo lo amo / cuando mastica yerbas como rosas, / y yo lo beso cuando tiene un galope-paloma; / va volando con su gran carga encima / de mujeres que han muerto mirando en las ventanas» (nº 1: 3), con mención explícita, además, al postista Ory; «Aquella noche», de José Luis Hidalgo, en el que aparecen algunas imágenes próximas al irracionalismo: «Ya sé que puede suicidarse una flor en tu garganta / y tu corazón abrirse como un libro salpicando sangre» (nº 29: 4); el «Ensayo motigráfico» de Luis López-Motos, que presenta imágenes de sabor gómezserniano: «Los espantapájaros son la Guardia Civil de los gorriones ladrones» (nº 29: 4); o, finalmente, el poema de de José María de la Puerta publicado en el número 43: «El violín es un grillo, y la trompeta / joven ánade aún; el contrabajo / saca lustre a su piel de escarabajo, / y carga el timbalero su escopeta» (nº 43: 4). 312 existencialistas y aun social-realistas. Desde Correo Literario se reclama un surrealismo rehumanizado en esta misma dirección. En la entrevista que Ory le realiza a André Breton se defiende que «el surrealismo no ha cesado nunca de responder que debe recaer a la vez sobre el mundo exterior (su estructura económica y social) y sobre el mundo interior, es decir, sobre el entendimiento humano» (nº 10: 9): el surrealismo, pues, como una herramienta de denuncia y de introspección subjetiva. Desde esta perspectiva su carácter realista, sobre-realista, lo situaban en una posición antitética respecto del tremendismo (nº 55: 4). La recepción de la vanguardia fue algo diferente en lo que respecta a las artes plásticas y a la música. En estos casos la aceptación fue mucho mayor, sin matices ni ambigüedades. Sobre los nuevos planteamientos artísticos, vinculadas al abstraccionismo, al surrealismo y, en general, a las diferentes formas no figurativas — de los que se ha hablado anteriormente en relación con los debates desarrollados dentro del marco de las Bienales Hispanoamericanas de Arte—, cabe destacar importantes artículos como «La Escuela de Altamira» (nº 2), de Ricardo Gullón, «La unidad del espíritu europeo en el arte moderno» (nº 12), de Luis Felipe Vivanco, el manifiesto «Arte moderno. Sensibilidad moderna. Belleza moderna» (nº 31), que firma Joaquín Chamorro, y, en suma, las múltiples campañas que problematizaban la relación de estas formas artísticas de vanguardia con los más académicas: véase, por ejemplo, la rotulada «Dalí reta a los pintores modernos», en los números 18 y 19, y «Miró aconseja a nuestros pintores jóvenes», en el 20. Carlos-José Costas y Juan Eduardo Cirlot, en el terreno musical, abogaron por un arte musical deshumanizado, relacionado con el dodecafonismo y otras formas de expresión antirrománticas: así, Stravinsky ofrece «una visión de su personalidad totalmente deshumanizada» y aporta «una expresión musical son contactos con cualquier otro aspecto del arte» (nº 53: 6) y se destaca la labor de Schoenberg y la escuela atonal de Viena, «en la que la grandeza del arte depende, no ya de su belleza emocional, sino de que se haya obtenido precisamente a través de la más intensa de las disciplinas: el dodecafonismo» (nº II.8). Al margen del componente estético, que podía dificultar —o, al menos, adulterar— la recepción de ciertos autores como García Lorca y Miguel Hernández, estos eran problemáticos por otros motivos. No por ello, sin embargo, desparecieron de las páginas de Correo Literario. El autor de Romancero gitano está presente desde el primer número, en el que se reseña el estreno español de La casa de Bernarda Alba, a cargo del 313 grupo de Teatro de Ensayo La Carátula y bajo la dirección de José Gordón y José María de Quinto. Este último ha proporcionado detalles sobre su desafortunado estreno [1986, 1999]. Tras un importante esfuerzo por llevar la obra a las tablas (que conllevaba sortear tanto la censura como las condiciones que los herederos habían impuesto para las obras del granadino en la España del franquismo) se representó, en sesión única, el 20 de marzo de 1950. Su puesta en escena coincidió con un editorial de Ecclesia que prohibía la cobertura periodística de este tipo de representaciones. Tras la reacción internacional, desfavorable a esta restricción, «la Dirección General de Teatro tuvo que dar marcha atrás y pedir urgentemente a los periódicos que publicaran las críticas, las cuales se improvisaron de cualquier forma con tal de dar cumplimiento a la nueva orden» [1986: 26]226. Sorprende en este contexto, entonces, el texto que figura en la primera sección teatral de Correo literario: una crítica de la representación lorquiana a cargo de Jerónimo Toledano. En ella, se apunta la falta de atención crítica al drama lorquiano: «La crítica madrileña […] prácticamente ha prescindido de este estreno». Y se lamenta, en general, la recepción del poeta en España: «Estamos seguros del estupor que habrá producido en cuantos siguen nuestro movimiento teatral, especialmente en Hispanoamérica, donde el valor innegable de Federico García Lorca, poeta, y el evidente de su teatro más logrado […] tienen todo el calor y la alta valoración que también desde estas líneas proclamamos rotundamente» (nº 1: 11). García Lorca, sin embargo, tuvo que verse sometido en muchas ocasiones a un proceso de despolitización, en oposición a una serie de reacciones internacionales que hacían bandera, precisamente, del poeta en tanto intelectual fusilado por el régimen. Sobre ello se escribe en «La mort du póet y la muerte de García Lorca», una respuesta explícita a artículos publicados en Le Figaro y Nouvelles Litteraires en que se presentaba al dramaturgo como «víctima de la Falange» y se destacaban sus ideas políticas cercanas al socialismo. En el artículo de Correo Literario, se rebaten estas ideas y se subraya la actitud comprensiva sostenida por Falange hacia el autor: «Lorca no era un falangista, como tampoco era un socialista. Pero la Falange ha sentido siempre un gran respeto hacia el poeta, verdadera raíz de su extraordinaria personalidad, y las publicaciones falangistas nunca postergaron su nombre, ni su recuerdo, ni restaron méritos a sus obras» (nº 33: 5). Desde esta perspectiva del autor como intelectual despolitizado y valioso para la historia cultural de España, diferentes ensayistas de la revista lo defienden frente a ciertos 226 Hubo, no obstante, algunas reseñas interesantes de mayor extensión, como la de Marqueríe en ABC (22- III-1950) o la de Sergio Nerva en España (22-IV-1950). 314 ataques de las firmas excluyentes. Es el caso de Guerrero Zamora a propósito de una publicación de García Luengo en Cuadernos de Literatura y Política, a quien acusa de caer «en el pozo de un sistematismo ideológico y crítico subjetivamente egoísta» y de mostrar una actitud intransigente respecto del autor: «Luengo parece incapaz de ver objetivamente lo que no le es afín» (nº 36: 12). Entre los puntos en los que difiere, sobresale el del surrealismo, que Guerrero Zamora valora positivamente frente a la visión de García Luengo: «afirma que el superrealismo es escuela extremista, propia de espíritus inmaturos, en lo que ya va un error de lesa historia, pues el superrealismo, en su tiempo generatriz, fue, por el contrario, la salida poética de espíritus carcomidos por el hastío de lo circundante» (nº 36: 12). Y es el mismo enfoque presente en las diferentes noticias sobre la traducción de obras del granadino en otros países (n º 65, 78), la aparición de sus textos en otras revistas (nº 45) o la publicación de ensayos y trabajos sobre él (nº 3, 39). Además, su soneto inédito «Epitafio a Isaac Albéniz», ocupó la segunda página del número 5 en la segunda época de Correo Literario227. En contraste con el caso de García Lorca, y al margen ya de la nómina canónica del grupo del 27, la figura de Miguel Hernández no despertó ningún tipo de polémica228, ni necesitó ninguna adaptación ideológica o de despolitización. Aparecieron reseñadas las principales novedades editoriales relativas al autor de Orihuela: entre otros, Seis poemas inéditos y nueve más (nº 30, 34-35) y Noticia sobre Miguel Hernández (nº 39), y se consignó la presencia del poeta en medios extranjeros (nº 29), además de ensayos más generales sobre su figura (nº 48). Todos estos ejemplos responden a un deseo claro de «construir filiaciones a modo de genealogías intelectuales que intentan capturar para sí el capital cultural del homenajeado» [Pita González, 2012: 96]. Se trata, pues, de una serie de homenajes y reivindicaciones «a través de los cuales se pone en escena una batalla simbólica por hegemonizar relaciones de valor que dan sentido a la conceptualización que tiene el intelectual de sí mismo como actor social» [Pita González, 2012: 96]. Así, los autores comprensivos se situaban como herederos de los autores que habían ocupado las posiciones centrales del campo literario en las décadas anteriores, capitalizando para sí, 227 Sobre la recepción de García Lorca en la posguerra es imprescindible el artículo de Sultana Wahnón [1995], así como el capítulo introductorio de Javier Huerta a la edición del Teatro completo lorquiano, donde se refiere a la importancia de Guerrero Zamora en el proceso de recuperación de la obra de García Lorca durante el franquismo [2019: 41-52]. 228 No olvidemos, que fue precisamente la figura de Hernández la que supuso el exilio forzado de Magariños y, en consecuencia, su desaparición de Correo Literario [vid. nota 168]. Esta polémica, sin embargo, no tuvo ningún tipo de repercusión en ella. 315 de esta forma, el valor simbólico adquirido por aquellos en la lucha cultural entablada con los intelectuales excluyentes. c) La recepción del exilio Los autores del exilio representaban una serie de problemas añadidos, por lo que su recepción requiere de un tratamiento especializado. En primer lugar, la sola existencia de intelectuales forzados a vivir fuera de España era la prueba palpable de la naturaleza dictatorial del régimen franquista. Además, estos autores, que residían en países como Inglaterra, México o Buenos Aires, ejercían una importante labor contradiplomática respecto de las diferentes tentativas del régimen por afianzar sus lazos políticos y culturales con dichos países. Son muy significativas, en este sentido, las reacciones en contra de la denominada «embajada poética» a Hispanoamérica, entre cuyos miembros se encontraba Leopoldo Panero, las diferentes contrabienales organizadas para cada una de las convocatorias del certamen artístico, o, desde el otro lado, el lanzamiento, por parte de un ICH cuya aspiración era fundamentalmente internacionalista, de revistas como Cuadernos Hispanoamericanos, señalado de forma explícita como una respuesta a la revista de los exiliados mexicanos Cuadernos Americanos. El exiliado se convertía, pues, en una pieza clave dentro de una de las batallas culturales más importantes para el régimen en el medio siglo. En este contexto hay que leer textos publicados en aquella plataforma, como «En torno a una visión de España desde el exilio», de Ángel Álvarez de Miranda (nº 4), «Hispanismo y españolismo», de Julián Marías (nº 63) y, sobre todo, «La evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración», de José Luis López Aranguren (nº 38). Estos y otros textos tenían un doble destinatario: en primer lugar, el internacional, al que se le ofrecía una visión del régimen con una cultura integradora y más normalizada; en segundo lugar, para el nacional —que era un destinatario minoritario, perteneciente a la clase intelectual— representó una de las puntas de lanza del proyecto comprensivo que defendía y que autodefinía al grupo de la Falange intelectual229. 229 Sobre las relaciones entre exilio e interior se ha ocupado Fernando Larraz en El monopolio de la palabra. El exilio intelectual en la España franquista [2009]: entre otros asuntos, se ocupa de la visión del exilio en las revistas Ínsula, Papeles de Son Armadans e Índice; un año más tarde, en exclusiva sobre Cuadernos Hispanoamericanos [2010]; y, recientemente, sobre estas y otras revistas [2017b], así como un acercamiento de conjunto a la recepción de la cultura del exilio [2017a]. Ana Casas se ha ocupado de la recepción de la narrativa del exilio en algunas revistas del exilio: de forma exclusiva [2004] y de forma colateral en su monografía sobre el cuento en las revistas de posguerra [2007]. Sobre las relaciones entre el 316 Tales beneficios se debían también a que entre la intelectualidad exiliada se encontraban los agentes con mayor capital simbólico. Casi todos ellos formaban parte del denominado grupo del 27, definidos en la revista, según hemos analizado ya, como los principales maestros de las nuevas promociones de autores. Traspasar los problemas ideológicos que un Pedro Salinas o un Francisco Ayala pudieran provocar traía consigo unos beneficios nada desdeñables. En primer lugar, los comprensivos, cuyo valor principal era el intelectual, encontraban en los maestros del exilio una excelente forma de legitimar su propia posición frente a las posturas anti-intelectuales del grupo de Calvo Serer. O dicho de otra forma, su interés radicaba en transformar capital cultural (en cuyo campo ocupaban una posición dominante) en capital político: esto es, en una mejora de su posición dentro del campo del poder. Ahora bien, esto debía hacerse seleccionando aquellos textos y autores más fácilmente asumibles, y reinterpretando los elementos más problemáticos para que dicho diálogo fuera posible. De ahí que la reincorporación de los exiliados al discurso cultural del interior fuera progresivo: primero los textos menos conflictivos desde un punto de vista ideológico —la poesía y el ensayo— y aquellos autores menos posicionados políticamente —Francisco Ayala o Salvador de Madariaga, por encima de Max Aub o Rafael Alberti—. Por todo ello, el exilio fue una de las cuestiones más problemáticas —y, en consecuencia, más interesantes— dentro del programa comprensivo: situado en la frontera de lo decible, nos permitirá evaluar mucho mejor que otras cuestiones cuáles fueran las principales contradicciones y límites del discurso comprensivo. Así pues, en las siguientes páginas anotaremos los principales hitos de la recepción del exilio en Correo Literario y apuntaremos lo condicionantes ideológicos que marcaron la lectura de dicho fenómeno. En primer lugar, nos tenemos que referir a las colaboraciones en la revista de los propios exiliados. Estas suponen una pequeña muestra anecdótica dentro de la serie en su conjunto: se trata únicamente de cuatro textos, ninguno de ellos inéditos, y que ocupan, además, posiciones marginales dentro de la publicación, en secciones menores como «Cosas que pasan, cosas que se dicen» y «Correo de España y del mundo». El primer ejemplo lo encontramos en el número 3, dentro de la nota anónima «Manuel Altolaguirre, en España». En ella se anuncia: «Acaba de pasar unos días en Madrid, de regreso de Málaga y después de doce años de ausencia […] Correo Literario interior y el exilio a través de los epistolarios han trabajado, entre otros, Rickett [2016] y Montiel Rayo [2017a; 2017b]. 317 se ocupará próximamente, y con la extensión que merece, de su último libro de poemas [Fin de un amor]» (nº 3: 9) y se incorpora el «Soneto a un cántico espiritual» [Cruzó el césped tu sombra y, presuroso] y una reproducción autógrafa del poema [Recuerda todas las fechas]. Esta nota va acompañada de un dibujo firmado por otro exiliado, José Moreno Villa. En el número 14, en la sección «Poesía y poética» se reproducían unos fragmentos en prosa de Juan Ramón Jiménez, anteriormente publicados en el número 8 de Proel. En ellos, se elogia la obra de una firma habitual de Correo Literario, José María Valverde, y la poesía espiritual de dentro y fuera de España: «Lo espiritual, lo ideal, lo trascendente, que venía a mí, en lo contemporáneo poético español, desde Bécquer y Unamuno, acaba en España con mi jeneración. Por fortuna, empieza otra vez en la que viene después de la de Lorca, como una reacción natural y ansiosa contra el hartazgo físico. Hay en España ahora, dentro y fuera, jóvenes poetas españoles que son ejemplo claro de ello» (nº 14: 3). Juan Ramón Jiménez, en cualquier caso, fue una presencia habitual en la revista. Santiago Magariños reseña dos publicaciones menores del autor: Antología para niños y adolescentes (nº 32) y 50 Spanish Poems (nº 40); y se le dedican varios artículos: «La poesía desnuda de Juan Ramón», por Carlos Bo (nº 4), quien destaca la reanudación de las relaciones entre exiliados y poetas del interior —«En los últimos años, comprendidos entre la muerte de Antonio Machado y la reanudación de la labor y de las relaciones normales después de la guerra, se ha venido puntualizando, poco a poco, el desarrollo último de la poesía española, sobre todo de la poesía hecha por los poetas que han establecido su vida en América» (nº 4: 1)—; «Palabras para un retrato de Juan Ramón Jiménez», de Rafael Montesinos (nº 28); dos notas: «Requiebros a América» (nº 22) y «Juan Ramón o la juventud perenne» (nº 73); y una entrevista, rescatada de El Mundo: «Poeta en Puerto Rico. Juan Ramón Jiménez cree en la Federación Universal», por Luis Hernández Aquino (nº 14). Finalmente, en «Cosas que pasan, cosas que se dicen» (nº 28) se incluye una nota sobre Jorge Guillén, a la que se incorporan versos del poema «Tiempo libre», que ya había sido publicado en la revista Alcándora y en el «Correo de España y del mundo» del número 25 se recoge una breve nota de Ricardo Baeza a propósito de la muerte de Gabriel Miró. Durante los últimos años de la década de los cuarenta y principios de los cincuenta se publican en España algunas novelas y piezas teatrales que tematizan el exilio, reproduciendo algunos de los principales tópicos que ya figuraban en las revistas 318 culturales cuando se acercaban a este fenómeno. Fernando Larraz ha sintetizado algunos de estos motivos reiterados: «resentimiento, pérdida de la nacionalidad cultural y literaria, incapacitación artística, desconocimiento de la realidad española y consecuentemente deslegitimación de los juicios y desnacionalización, existencia de dos exilios según su actitud, prepotencia, ignorancia y animosidad hacia todo lo nacional» [2017a: 483]. En Correo Literario se publican fragmentos de algunos de estos textos. El primero de ellos es «El zapatero de Honfleur», perteneciente a Frontera, de Fernández Flórez230. En el pasaje publicado, se insiste sobre todo en el tópico del resentimiento del exiliado tras haber abandonado España: «aquello debió ser primero alegre rebeldía, esperanza, fe; después fracaso, rabia, crimen; y, ahora, un resentimiento acerado, frío, melancólico, que fluía incesantemente de sus ojos grises», así como en el de la nostalgia y el arrepentimiento final: «Después se supo que era un zapatero de Honfleur, un español emigrado que, al saberse gravemente enfermo del corazón, había querido morir en España, bajo el áspero manto de su patria» (nº 26: 12). Mucho más adelante, en el número 72, Arroita-Jáuregui reseña la novela de Fernández Flórez, aunque se centra más en su relación con la estética social-realista que en su enfoque temático del exilio. Frente a esta visión del exilio, más tópica y condescendiente, de Fernández Flórez, se sitúa un diálogo de Carmen Conde publicado en el número 5. En él se nos cuenta la llegada de un Hombre, que acaba de escapar de un campo de concentración, a la casa de su amigo Juan, en ese momento perteneciente al bando contrario231. En oposición a la actitud de acogida de este, sus hijos, bautizados con los alegóricos nombres Uno y Otro, demuestran una actitud totalmente diferente, de exclusión, frente al recién llegado: «¡No lo consentiremos! ¡Tiene que irse! […] El enemigo es mayor enemigo cuando se le vence […] ¿Qué sentimentalismos vamos a tolerar a los viejos?» (nº 5: 10). El final de la pieza, con Juan saliendo a la niebla del exterior junto a su amigo, el Hombre, tiene un simbolismo transparente respecto de la actitud de su autora, situada, así, en la línea comprensiva de la reconciliación y el diálogo entre vencedores y vencidos. 230 Además del texto de Fernández Flórez, se publican tres cuentos en los que se aborda la problemática del exilio: «En la laguna de Ibera», de Ángel del Campo, un argentino nos narra en primera persona el sentimiento de nostalgia que le atenaza desde que dejó su país: «Con la mano en la mejilla me asomaba yo a ese libro, como si fuera el alféizar de una ventana, para contemplar mi patria» (nº 23: 4); «¡Se va el caimán!», de Tristán Yuste, se refiere a un español que emigra a México (aunque no por motivos explícitos de exilio), y las aventuras que vive en el camino (nº 23: 4); y «Sastrería de La Habana», de Ramón Carnicer, relata los conflictos entre un emigrado en Cuba y un sastre procedente de Nueva York (nº 31: 4). 231 No se alude, pues, explícitamente al exilio pero sí que tematiza el motivo del regreso del vencido, razón por la cual lo incluimos también bajo este epígrafe. 319 También se publica el final de la pieza teatral Callados como muertos, de José María Pemán (nº 43). La obra se centra en los problemas —sociales y de conciencia— que genera en su protagonista, Martín, el expediente republicano del antiguo amante de su esposa. El fragmento publicado nos sitúa ante su decisión final de abandonar la carrera pública debida a las polémicas suscitadas tras ayudar a este personaje, exiliado en Puerto Grande del Sur: ««Mujer, diles que sí…, que nos callaremos… Que nuestra revistilla saldrá de puntillas para media docena de poetas y de ilusos… Que le diremos al cura también que predique bajito…, que nos sumaremos para que ruede el mundo al gran silencio de la misericordia y de la verdad… (Viendo que Pura no se mueve). ¿Qué haces ahí? Dile eso: que nos callaremos, mujer, ¡que nos callaremos como muertos!» (nº 43: 5). Este aspecto de la obra molestó, de hecho, a algunas comentaristas como Torrente Ballester, quien reflexiona sobre el mismo en el diario Arriba: «Cuando Martín acepta la separación de su carrera, se nos invita a compadecerlo; pero, además, a creer que se ha cometido con él un desafuero. Y esto no es cierto, Martín tiene razón, pero también la tiene el Estado» [1952]. Al margen de estos pocos textos creativos, en las diferentes secciones de críticas aparecen reseñadas otras obras que se sitúan en esta misma línea temática. Es el caso, por ejemplo, de Ciudad perdida, de Mercedes Fórmica, en los números 28 y 31. Además de señalarse su relación con diferentes autores y técnicas narrativas modernas —en la segunda, Fernando-Guillemo de Castro destaca su uso del monólogo interno en la línea de Joyce, Kafka, Faulkner y Sartre—, se subraya la importancia y actualidad del tema elegido: «El problema que plantea es humano, hondo, español y de palpitante actualidad: el de un hombre que, al volver a su patria con una tenebrosa misión, se ve obligado a enfrentarse consigo mismo y con el recuerdo de los tiempos pasados» (nº 28: 8). Es más relevante todavía la reseña de La librería de Araña, novela publicada en el exilio por Simón Otaola, y en la que se «nos ofrece un magnífico cuadro de la situación de la emigración española republicana en México». En la reseña se subraya sobre todo el carácter apolítico de la obra: «realizado con humor y, afortunadamente, sin que salga demasiado la política a relucir» (nº 74: 6), pero no se pierde ocasión para criticar algunos de los movimientos de los exiliados —en la línea de esas contra-acciones diplomáticas respecto de la política oficial de Franco de que hablábamos más arriba—: «Las Españas, esa revista tan bien presentada, pero tan sectaria, tan falsa y, lo que quizás sea peor de todo, tan oficial y tan amañada […] para impresionar a los gobiernos y hacer tomar parte a la ONU en el asunto español de una manera más terminante» (nº 74: 6). En cualquier 320 caso, se señala que es una obra de suma importancia, debido, precisamente, al tema que aborda. Los principales autores del exilio son citados continuamente como referencia y término de comparación en las diferentes secciones de crítica de la revista —por ejemplo, Guillén y Salinas, en relación con Estatua de aire, de Gonzalo Escudero (nº 22), o Alejandro Casona y la comedia Los armadores de la goleta Ilusión, de José Antonio Rial (nº 36)—, y, en alguna ocasión, sus obras aparecieron reseñadas de forma específica. En todos los casos, se trata de los autores y los géneros más fácilmente asimilables por el sistema ideológico de recepción —nunca aparecen nombres como Ramón J. Sender o Alberti, ni ninguna de las novelas del exilio, en las que cuestiones como la Guerra Civil y la Segunda República ocupaban un espacio privilegiado—. Predominó, pues, la prosa ensayística, de autores como Francisco Ayala (La invención del Quijote, nº 8), Salvador de Madariaga (Don Juan y la donjuanía, nº 31; Bolívar, nº 39), Joaquín Casalduero (Sentido y forma del teatro de Cervantes, nº 37-38), Américo Castro (Aranguren reseña en su sección del número 53 los Aspectos del vivir hispánico y España en su historia) y José Ferrater Mora (Diccionario de filosofía, nº 69), y algunos volúmenes de poesía: de Emilio Prados, Dormido sobre la yerba (nº 82) y Juan Ramón Jiménez: Antología para niños y adolescentes (nº 32) y 50 Spanish Poems (nº 42). Aunque la valoración de las obras y sus autores es en general positiva —de Ayala, por ejemplo, se escribe: «Un ensayo no puede bastar para jugar de manera absoluta la personalidad de Francisco Ayala y su obra larga, puntual y honrada» (nº 8: 8)—, en ninguno de los casos se menciona la condición de exiliado de sus autores232. El exilio también apareció de forma más o menos continua en otras secciones de la revista. En «Correo del hispanista» se anota la aparición de un libro de Amado Alonso (nº 2) y una conferencia de Ayala sobre El Quijote (nº 3); en «Correo de Ultramar» se consigna lacónicamente: «León Felipe acaba de publicar un libro de versos titulado: Llamadme republicano» (nº 5: 9) y la aparición de Literatura española, siglo XX, de Salinas (nº 9); y en «Correo del lector» se da cuenta de la aparición de la edición bonaerense del Cántico de Guillén (nº 8). En muchas entregas de la sección de «Revistas» —así como en otras como «Poesía de España y América» (nº 25, 28, 39)—, se destacaba 232 En las recensiones que se incluían entre los números 23 y 42 bajo el epígrafe «Libros publicados», figuraron algunos libros de exiliados, como Los poemas de Palencia (México, 1950), de R. Nieto Peña con prólogo de Domenchina, o Flor de retama (Buenos Aires, 1951), de Avelino Díaz. En la etapa barcelonesa aparecieron mencionadas algunas obras como La camarada Ana, de Madariaga (nº 7). 321 la participación de autores exiliados en publicaciones del interior, y algunas de las notas de «Cosas que pasan, cosas que se dicen» aludían a la realidad del exiliado: en el número 65 se daba cuenta, por ejemplo, de la participación de Domenchina en el jurado de un premio mexicano otorgado a Leopoldo de Luis y en el 60 se alaban los últimos montajes de Rivas Cherif en América. Y, en fin, aunque nunca se abordaba el problema de forma monográfica, iba apareciendo aquí y allá, en secciones tan diferentes como, «A través del castellano» (nº 24), «Correo de España y del mundo» (nº 43), «Cómo son las letras en…» (nº 53), «Correo de México» (nº 53), «Crónica de Puerto Rico» (nº 60) o incluso en el «Correo del concursante», en la etapa barcelonesa, en cuya tercera entrega se retaba al lector a adivinar el autor del poemario Drop a Star, de León Felipe233. Fueron, pues, pequeños pasos hacia la normalización cultural que resultaban, sin embargo, insatisfactorios desde diferentes puntos de vista: no se asumía la condición de desterrado de sus autores y no se abordaban las obras del exilio realmente problemáticas; además, cuando esto ocurría se materializaban todas las tensiones y los límites de la actitud comprensiva. Son varios los textos en que se aborda el fenómeno del exilio de una forma más detallada. En muchas ocasiones, se presenta al exiliado como un elemento positivo, puente entre los intelectuales españoles del interior y los hispanoamericanos. Así, en «Hace falta el hispanoamericanismo del tiempo» se destaca que los emigrados gallegos (exiliados o no) mantienen «viva la llama de nuestra cordialidad con América» (nº 42: 5), en un artículo sobre la emigración a Argentina y se refiere a las raíces establecidas en el país de la Plata, aunque se destaca su deseo «de un posible retorno» (nº 70: 1), para Luis Romero, el exiliado realiza una labor fundamental en la difusión de las obras españoles en América —«y menos mal que a veces están en la biblioteca de los primeros ingenios de la ciudad, algunos de ellos españoles que hace años no han pisado nuestro suelo» (nº 44: 11)—; y, en fin, Cela, entrevistado por Acquaroni tras su regreso a Hispanoamérica, reconoce explícitamente la labor de los exiliados en la tarea de la hispanidad: «Y en los centros y la labor de los españoles emigrados. La labor de hispanidad de estos aún no ha sido calibrada y, mucho menos, agradecida» (nº 86: 1). 233 Hay también menciones oblicuas a obras y autores del exilio: en un texto sobre la falta de novelas sobre la Guerra Civil se alude como excepción a la «trilogía de Barea» (nº 87: 13) o, en un artículo sobre la poesía de Juan Ramón Jiménez, se subraya la importancia de «la poesía hecha por los poetas que han establecido su vida en América» (nº 4: 1). 322 En general, se destaca que la relación entre exilio e interior es de cordialidad, y que ya no hay razones para que los intelectuales transterrados no regresen a España. El periodista Manuel Augusto García Viñolas afirma en una entrevista: «No creo que a estas alturas pueda hablarse ya de problema ni de exiliados cuando las leyes españolas han tenido la generosidad de olvidarse de todo motivo de exilio. Nada justifica ya esta denominación con esas malas intenciones de castigo que se les da» (nº 58: 9). Las razones para su permanencia allí son otras: «han creado en ella familia, intereses y sentimientos de los que ya no pueden prescindir. Es América quien los retiene y no España quien los rechaza. Y esto lo saben ellos» (nº 58: 10). Esta despolitización de las figuras de los exiliados se materializa especialmente en los diferentes textos que se publicaron en Correo Literario tras la muerte del poeta Pedro Salinas en diciembre de 1951. Así, en la semblanza que le dedica Díaz Plaja afirma: «Este gran escritor, que, por otra parte, no sentía de verdad otra política que la del espíritu. Y espiritual fue fundamentalmente su obra de poeta». Y, en su relación con España, se le retrata con el tópico del nostálgico que no puede regresar a su verdadera patria: «Ese [sueño definitivo] que llegó cuando la vigilia se ahogaba ya de la nostalgia de España» (nº 39: 6). José Cruset le dedicó el poema «A Pedro Salinas, en su muerte» (nº 41) y, mucho más tarde, en el número 92, Souvirón reseña el número de homenaje a Salinas que le dedica la revista Buenos Aires Literaria, con sentidas palabras a los fallecimientos de Ortega, García Morente y el autor de La voz a ti debida. En la semblanza de este último, no falta la despolitización de su condición de exiliado, que hemos visto también en casos anteriores: «Salinas murió fuera de España, llevado por el inseguro azar de la guerra hasta tierras americanas» (nº 92: 3)234. Pero esta visión del exilio como un fenómeno casual y nada problemático produce en otros muchos momentos enormes tensiones. En un primer nivel, se sitúa el desconocimiento de la obra y trayectoria de los escritores de la otra orilla. Torrente Ballester, en un panorama sobre la narrativa contemporánea escribe: «Imagino a los españoles del otro lado metidos en idéntica aventura narrativa, y de lo que estos hacen, que será bueno y malo, como aquí, tengo pocas noticias y menos lecturas. Lo lamento de veras» (nº 25: 5). Balance que se torna mucho más virulento cuando el desconocimiento procede del otro lado. Es lo que ocurre en un artículo de Panero sobre Pla, en el que, 234 En el número 50 se criticaba además la falta de repercusión de la muerte del poeta en algunos medios norteamericanos: «La United Press, por ejemplo, calló la muerte de Pedro Salinas y de los mexicanos Enrique González Martínez y Mariano Azuela, altos valores de las letras hispanoamericanas» (nº 50: 2). 323 mientras defiende que el catalán «es un escritor esencial e indeclinablemente liberal», ataca al novelista Sender, que acababa de publicar un artículo sobre la literatura española del interior, pasando por alto nombres como Riba, Marañón, Alonso, Laín Entralgo… y el propio Pla. Las razones, argumenta Panero, estriban en que este último «no le servía a Sender para apoyo de su amargura ni se acomodaba a sus fines ideológicos concretos», y no respondía a sus cánones estéticos: «Pretende exigir del escritor un testimonio, descarnado y deliberado, trágico y uniforme, excluyente y soldadesco, de la realidad» (nº II.1). La cuestión del conocimiento/desconocimiento está estrechamente relacionada con la inclusión/exclusión practicada en algunas obras de la época. El criterio selectivo seguido por el crítico, revelador, en la mayoría de las ocasiones, de su ideología, fue discutido ampliamente en las páginas de Correo Literario. Es el caso de la Literatura española contemporánea que Torrente Ballester publicó en 1949235. A propósito de ella, en el número 1 de Correo Literario se realiza una encuesta a varios escritores (Pemán, Ledesma Miranda, Adriano del Valle, Fernández Almagro, Mourlane Michelena y Diego), con intervención también del propio autor, quien reflexiona previamente sobre algunas de las omisiones enjuiciadas: «Unas son verdaderamente voluntarias; otras, resultan de las diversas fases por que atravesó el libro en su planteamiento y redacción; las hay que obedecen a un real e inocente olvido, y, por último, las menos son hijas del apresuramiento con que la última parte del libro fue escrito» (nº 1: 8). Entre los olvidos involuntarios, se refiere a Ledesma Miranda y a los exiliados Salvador Bacarisse y Alejandro Casona. Las referencias al exilio permean muchas de las respuestas a la encuesta. Pemán, por ejemplo, se centra en la etiqueta de literato oficial que le impone Torrente, y en cómo esa caracterización refuerza las críticas que le hacen desde el exilio: «Y, efectivamente, lo he oído en mis giras por América a mis enemigos, enemigos también de España. Yo sé lo incómodo que es pasear, a veces, por el mundo con ese sambenito y el trabajo que cuesta demostrar, cada día, contra esa mentira, la absoluta y limpia independencia política de mi pluma, que jamás he prestado a ninguna “oficialidad”. En adelante, mis enemigos estarán fortalecidos contra mí por las excelentes municiones que les suministra, desde España, el propio Torrente Ballester» (nº 1: 8). Destaca, por ejemplo, la de Gerardo Diego, quien denuncia que en el caso de los poetas del 27 detenga su análisis en 1936, 235 Larraz señala la ausencia en ella de todos los narradores exiliados, los novelistas socialistas de los años 30 y la obra del exilio de los poetas del 27 [2009: 85-87]. 324 especialmente por los casos donde su obra posterior es de importancia: Aleixandre y su Sombra del paraíso, o «españoles emigrados, como Emilio Prados y Juan José Domenchina, poetas estos cuya magnitud no se ha descubierto hasta ahora, en el destierro, ante su nostalgia de España» (nº 1: 8). Más inclusivo con el exilio fue el Diccionario de la literatura preparado por Federico Carlos Sáinz de Robles (1949-1950), y en el que aparecieron los principales narradores exiliados: Max Aub, Ramón J. Sender y Arturo Barea (previa advertencia de su tendencia política). En una entrevista que Sampelayo le hace para el número 28, Sáinz constata el agradecimiento epistolar de «los compatriotas Salinas y Guillén por su inclusión» (nº 28: 11). A propósito de otro diccionario, el preparado por Julián Marías para la Revista de Occidente, se critica la ausencia de nombres como Cansinos-Assens y León Felipe (nº 7). Más allá de estas polémicas puntuales sobre algunas ausencias y silencios, fueron varios los textos en que la recepción del exilio suponía un problema claro, y tensionaba el alcance real de la actitud comprensiva. Es significativo el artículo «Literatura española actual», en el que se defiende la literatura del franquismo de los ataques que había publicado el colombiano Germán Arciniegas en diferentes medios norteamericanos. Su tesis central era que «en España hoy no se escribe bien, y que el panorama de nuestra literatura es desolador» (nº 86: 1). El redactor anónimo de Correo Literario desacredita políticamente al ensayista, defensor de «un ideal político que se pretende liberal, pero que, ciertamente, puede encajarse en el filocomunismo» y defiende las letras peninsulares, en oposición con la literatura del exilio (en unos términos parecidos en los que Panero escribía su defensa de Pla en el texto citado más arriba), tanto en el campo de la narrativa: «Cualquiera de estos autores que citamos es, en cualquier aspecto, superior a Ramón J. Sender» (nº 86: 14), como en el de la poesía, que «tiene un tono excelente hoy en España» (nº 86: 14). Dentro de este género, reclama a Juan Ramón Jiménez como poeta del interior, por su presencia continua en las revistas españoles y en los debates estéticos del sistema peninsular: «Y, aunque alejado en el espacio, lo vive paso a paso y hasta origina polémicas con algunas de sus apreciaciones» (nº 86: 14). El texto pone en evidencia la existencia de dos bandos que ocupan posiciones radicalmente diferentes — geográfica y simbólicamente—, así como la pugna existente por una genealogía literaria de enorme capital simbólico. Esta visión del exilio como una literatura otra que amenazaba la legitimidad de la literatura peninsular figuró en otros lugares de Correo Literario. Por ejemplo, Sanz y 325 Díaz, en su «Galeón de la quincena» del número 25, ya había criticado a Germán Arciniegas por su pertenencia a la España equivocada: «el hombre no pierde ocasión para criticar cuanto a la España eterna se refiere. Arciniegas se siente hijo de la España peregrina…» (nº 25: 7). También Carmen Conde, aunque desde una actitud mucho más moderada, enfrenta la literatura de los exiliados con la peninsular, defendiendo que estéticamente es mucho más conservadora: «Tengo una teoría personal y de difícil comprobación por ahora acerca de la poesía española hecha fuera de España después de 1939, y es esta: que es menos importante que la hecha aquí desde 1940. Me refiero a su médula, no a su cantidad ni a su forma. Es que haberse ido de España significa muchos desacomodos, la adaptación a nuevas fórmulas de vida. En el fondo de la nostalgia, España permanece intacta: como era “entonces”, el inmediato pasado» (nº 34-35: 6). En la presentación tipográfica del artículo (titulado «Nuestra poesía»), se destaca sobremanera esta visión comparatista —que no deja de ser un párrafo dentro de un artículo que versa sobre la rehumanización— eligiendo como subtítulo precisamente la referencia al exilio, e incluso ilustrándolo con dos dibujos que parecen aludir a una situación de destierro, en cuanto que implican en su iconografía motivos de viaje. Estos artículos, que van apareciendo aquí y allá a lo largo de las diferentes etapas de Correo Literario, no son de extrañar si tenemos en cuenta uno de los textos programáticos que iniciaban la revista en su número primero: «A la mayoría siempre», por Juan Aparicio, quien daba el visto bueno a la publicación desde su posición de Director General de Prensa. En este, se refiere a la desaparecida La Gaceta Literaria y a la división espacial e ideológica de su equipo director: «quedando de la parte de acá Ernesto Giménez Caballero y expatriándose en la Argentina Guillermo de Torre, donde convive con los exiliados» (nº 1: 4). Otro caso en el que se materializa la existencia de estos dos bandos enfrentados es la polémica surgida en torno a la publicación de la biografía de Simón Bolívar, por Madariaga. Su visión crítica del líder venezolano le granjeó las acusaciones de muchos sectores hispanoamericanos. Hasta en tres ocasiones, desde Correo Literario se aprovecha esta coyuntura para reafirmar la posición intelectual de España en Hispanoamérica. La estrategia es clara: desacreditar a Madariaga desde la simpatía por lo americano, tal y como se puede ver en la crítica de Magariños (dentro de la sección «Libros hispanoamericanos»): «Su Bolívar tiene un contenido tendencioso, pues trata de amenguar la figura del protagonista y de su obra creadora de naciones libres. Hay en este 326 libro brotes que revelan una indudable intención de actualizar viejos resentimientos realistas que carecen de importancia en los tiempos presentes de noble hermandad hispanoamericana» (nº 39: 12). Además de ir en contra del principio de la hispanidad236, se desacredita al historiador por antiespañol, por ir en contra del «orgullo nacional español», por pertenecer, en fin, a una tradición distinta de la nacional. Así se trasluce de una nota incluida en la sección «Cosas que pasan, cosas que se dicen»: «Madariaga es “un gran mestizo intelectual”, carente de auténtica raigambre española en su formación, en su pensamiento y en su vida. No hay duda de que el Bolívar de Madariaga es el Bolívar de Madariaga: lo que ya no nos atreveríamos a afirmar tan firmemente es que estemos ante el Bolívar de un español» (nº 34-35: 2). Y en la portada del número 47, Pablo Tacla, escritor brasileño fundador de la Cruzada Anticomunista, con la que impartió varias conferencias en la España de los cincuenta, ataca a Madariaga, de nuevo, por su libro sobre Bolívar. Esta vez va más allá y se le acusa de obedecer instrucciones de Moscú, llegando a calificarle de «subrusamente español». También se refiere al país editor, México, como «paraíso americano de los comunistas», así como a las reacciones críticas desde diferentes estados hispanoamericanos, «una de las reacciones más formidables que se hayan producido jamás en toda América» (nº 47: 1)237. Al hilo de la organización de las Bienales, fueron varias las notas en las que se polemizaba explícitamente con el grupo de artistas que, Picasso a la cabeza, habían orquestada una intensa campaña de antipropaganda respecto de estas iniciativas oficiales del régimen (las llamadas Contrabienales)238. El número 34-35 reproducía íntegramente el manifiesto del pintor malagueño en contra de la Primera Bienal. En el mismo acusaba al ICH, por un lado, de «contrapesar idealmente la espantosa miseria que en la actualidad sufre el pueblo español, intentar oponer a tal realidad de miseria la fanfarronada imperial» y de «atraer a los artistas de habla española y de darse pretexto para acercarse 236 La polémica tiene el interés añadido de entroncar con uno de los principales ejes de actuación del ICH: la influencia en Hispanoamérica, que amenazaban los exiliados y, en concreto, la mejoría de la situación de España en el mercado del libro americano [Larraz, 2017a: 478]. 237 En la etapa barcelonesa, a propósito de la salida de una biografía alemana del político hispanoamericano, se recordaba la polémica: «Tras la biografía de Bolívar de Madariaga se levantaron en Hispanoamérica justificadas protestas» (nº II.4). 238 Anteriormente, Fernández-Collado había publicado una crítica al acercamiento del pintor malagueño hacia los postulados ideológicos y estéticos de Rusia: «Picasso, acuciado por la imposición de Moscú, ha vuelto a su realismo que, naturalmente, ya no le va, pues está hecho un poco a desgana, perdiendo entre los que escucharon su voz de profeta de avanzada los puntos que, más puro ideológicamente con relación a la obra, está ganando Matisse» (nº 11: 4). 327 culturalmente a los Estados Unidos». Así pues, entendía que era inmoral «celebrar las pasadas glorias españolas en un momento en que toda España muere de hambre». Para contrarrestar esta iniciativa, proponía en el mismo manifiesto la organización de una contrabienal en París. Tras el manifiesto de Picasso, se incluía una nota irónica en la que se deslegitimaba el discurso del pintor malagueño: «Como sus autores y firmantes se han quejado, según parece, de la escasa difusión que ha logrado por sus propios medios, nosotros nos prestamos muy gustosamente a publicarlo sin quitar ni poner coma» (nº 34- 35: 8). En el texto ya citado, Gich recogería algunas de las codas de esta polémica y, en el mismo número 37-38, Manuel Arce entrevistaba a varios pintores de Santander, todos ellos en desacuerdo con el manifiesto de Picasso. Ello culminó con la publicación de la conferencia «Picasso y yo», que pronunciara Salvador Dalí en el teatro María Guerrero el 11 de noviembre de 1951, dentro del contexto de las actividades de la Bienal. El texto, que se presentaba a página completa, con un gran rótulo en la parte superior que incorporaba detalles del manuscrito de Dalí, así como un retrato suyo en el centro rodeado de la siguiente frase: «Soy el salvador de la pintura moderna, con doce millones de Dalís, el mundo sería inhabitable». El texto de la conferencia comenzaba: «Picasso y yo, servidor de ustedes. Picasso es español; yo, también. Picasso es un genio; yo, también (risas y grandes murmullos). Picasso tendrá unos 72 años, y yo tendré unos 48 (risas). Picasso es conocido en todos los países del mundo; yo, también (grandes aplausos). Picasso es comunista; yo, tampoco (grandes aplausos)». Y seguía con críticas irónicas al pintor malagueño y a los «intelectuales rojos», frente a lo que oponía las virtudes del régimen franquista: «Franco rompe violentamente con esta falsa tradición instaurando la claridad, la verdad y el orden en el país y en los momentos más anárquicos del mundo»; aunque no faltaron tampoco los mecanismos de apropiación de la obra picassiana, que es «patrimonio inseparable de nuestro imperio espiritual». El número 41 fue el último que abordó el tema. Su portada anunciaba entre exclamaciones: «¡Se ganó la batalla de nuestra pintura!», se reproducía otro texto de Dalí, y se publicaba el artículo «La contrabienal raquítica. Réplica a un enviado “especial” de Le Monde», que firmaba Osvaldo Lira en respuesta a Creach. El artículo, aunque desautoriza el éxito de dicho certamen — «celebrada en París gracias a los esfuerzos, dignos de mejor causa, de Picasso, ha sobrepasado apenas el medio centenar de obras reunidas» (nº 41: 1)—, se centra, más bien, en replicar algunos de los juicios del crítico francés respecto al arte español del siglo XVII. 328 También en el caso de la Segunda Bienal fueron constantes las declaraciones en contra del manifiesto anti-bienalista de Picasso, anticipándose así a unas críticas que más adelante llegaron. Se subrayaba, en primer lugar, que estas reacciones se producían por recelo ante la creación de un bloque hispánico de artistas ajenos a la influencia de la llamada Escuela de París: «el que a la Bienal madrileña haya acudido un completo de las más modernas tendencias, que se les escapan a ellos y a la Bolsa de París, que hasta hace poco lo controlaba y administraba todo» (nº 80: 16). Esta perspectiva —que en muchas ocasiones no les negaba el mérito a estos artistas críticos en torno a Picasso: «porque él y la órbita que ha creado su talento indudable» (nº 80: 16), a veces se teñía de toques explícitamente políticos, defendiendo la Bienal como un foco de resistencia artística a la influencia comunista: «el judaísmo de cierto convencional “mentidero de París”, consigna comunista y organización comercial de marchantes, respaldados por el veleidoso y frívolo dinero de los snobs, secretamente dirigidos por ese marxismo semielegante que ya apenas puede engañar a nadie» (nº 82: 16), y a una maniobra política orquesta desde Moscú: «Puede asegurarse que es una enorme torpeza por parte de Moscú esta de pretender dar carácter político a una manifestación puramente estética, y tan es así, que la reacción, mínima por otra parte, que pudo haberse pulsado contra la Bienal, a las claras presenta características de dirección comunista» (nº 89: 16). Así, se defendió número tras número, en contraposición a esa postura, el carácter apolítico de la convocatoria. El ensayo «Apoliticidad de la Bienal» es el más explícito en ese sentido. En él, se defendía que la Bienal ha surgido «de una iniciativa autónoma de un haz de artistas, escritores y críticos españoles e hispanoamericanos que quisieron concertar un contacto perenne fructífero con las producciones transoceánicas» (nº 90: 16). Y, para probar este aserto, se señalaba la variedad de diferentes tendencias artísticas concurrentes: tradicionalistas, surrealistas, abstractos…, e incluso de la amplitud ideológica de los artistas seleccionados, haciendo especial hincapié en miembros de la Escuela de París como Óscar Domínguez, Pedro Flores y Emilio Grau. A todos ellos se les dedicó un artículo en el número 89 en el que se subrayaba la trascendencia de que estos tuvieran representación en el certamen: «No es necesario insistir a propósito de la excepcional importancia que tiene la presencia de la escuela española de París en la exposición de La Habana. Tal vez sea esta la primera ocasión en que la famosa Escuela, como tal grupo, asiste a un certamen hispanoamericano» (nº 89: 16). Finalmente, en la última etapa de la revista, se problematizó la relación exilio e interior con algunos matices nuevos. El desencadenante fue la polémica por la 329 publicación Canto personal como réplica al Canto gener, de Pablo Neruda, 239. La polémica se inició en el número 75240, en el que Arroita-Jáuregui reseña el poemario de Panero y sintetiza su visión de la dos posturas enfrentadas: «Una carta de hermano, que se duele con el hermano de la mentira brutal, y opone caridad —amor— al odio, y opone verdad mansa y descarnada al amaño de la propaganda» (nº 76: 4), insistiendo, así, en la política de mano tendida que el régimen de Franco promulgaba pero que se encontraba, sin embargo, con la negativa de muchos de los exiliados. En un artículo posterior241: «Panero versus Neruda. Poetas de habla española y la hermandad en el arte» (nº 81), se retomaba la polémica, partiendo, en primer lugar, del famoso artículo de Aranguren publicado en Cuadernos Hispanoamericanos: «Hace unos pocos meses, el ensayista español José Luis Aranguren escribía un llamamiento a los poetas exiliados de España. Su voz encontró eco simpático entre los escritores que añoran la tierra lejana desde las playas de América, y entre los que en la península creen sinceramente que los rencores políticos no deberían desunir a los hermanos en el arte» (nº 81: 13). Se defiende que el libro de Panero está escrito con ese mismo talante y se concluye que, aunque «Panero no se hace ilusiones de que el militante Pablo reniegue de su posición comunista y abandone la violencia del lenguaje controlado por los amos rojos», es posible que los exiliados españoles respondan a la llamada al diálogo del autor de Canto personal: «su llamada, como la más general y serena de Aranguren, puede encontrar generosa respuesta en los poetas que no han hipotecado su musa a una política», con el fin último de que «todos los poetas del habla española podrán volver a cantar al unísono sin estridencias» (nº 81: 13). 239 Pablo Neruda había acusado en su libro a determinados poetas del interior de tener las manos manchadas de la sangre de Miguel Hernández: «Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre / en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo». Panero decidió responderle con su Canto personal, un poemario complejo en el que se entremezclan lo político, lo estético y lo autobiográfico. Javier Huerta se ha ocupado en varias ocasiones del análisis del poemario de Panero, así como de la polémica en su conjunto [1989, 1992, 1993b, 1996]. 240 En el número 25 se había publicado la nota «Neruda, liricoco», en la que se cargaba contra Alberti — «se afilió al comunismo y desde entonces no ha producido más que bellotas»— y contra el poeta chileno por su adscripción a la causa comunista: se refiere a él como «vate de alquiler», que construye «poemas a sueldo» (nº 24: 3). En otros lugares, la lectura del autor de Canto general encajaba mejor dentro de la actitud comprensiva: pese a sus actitudes políticas, se afirma que Neruda merece «el primer lugar entre los poetas chilenos del momento» (nº 53: 11). 241 Se trata de una nota inicialmente publicada en la revista norteamericana Visión (21 de agosto de 1953) recogida en Correo Literario como una «prueba de que el libro de Panero está siendo, en el mundo entero, valorado con discreción» (nº 81: 13). Anteriormente ya se había incluido un texto de esta misma revista, como reacción ante «los últimos estertores de la red de publicaciones que los rojos españoles y sus adláteres sembraron por toda Hispanoamérica con objeto de presentar las cosas del mundo a través del estrechísimo ojo de su cerradura» (nº 53: 2). 330 No obstante, se trata de un todos restrictivo respecto de algunos sectores del exilio: en concreto, los que hacen explícita su bandería política. A ello alude Fernández Cuesta analizando el origen del poemario de Panero: «Pero un día cayó en manos de Panero el número de octubre de 1952 de cierta revista denominada Nuestro Tiempo, que publican comunistas españoles en Méjico, y que tiene la avilantez de rotularse corno “revista española de cultura”, confundiendo mendazmente la cultura española con la propaganda de Moscú, los ditirambos a asesinos y ladrones y los insultos a cuanto más hay de puro, elevado y libre en la insobornable conciencia española» (nº 86: 12), y aludiendo a un nosotros en oposición a ellos, el «grupito de fracasados y rencorosos», manifestantes de una actitud de incomprensión hacia la cultura española, tal y como se reveló en la misión poética a Hispanoamérica de 1949242. Todas las polémicas referidas materializan los límites de la comprensión en lo que respecta al exilio, que se convierte en un elemento peligroso cuando amenaza las posiciones de los escritores peninsulares. De ahí que Souvirón, tras acusar a Rafael Alberti y a los poetas agrupados en torno a la revista bonaerense Mairena de desconocer la realidad española —«Quisiéramos que el hermano poeta ausente viera con mayor claridad, quitándose esas telarañas que solo puede excusar parcialmente la ignorancia que produce la lejanía»— vea la necesidad de matizar su actitud comprensiva: «los comprensivos con salvedades, claro está» (nº 85: 3). El riesgo de acercarse a estos autores, sin embargo, merecía la pena, y por ello el exilio se convirtió, también en Correo Literario, en uno de las puntas de lanza del programa comprensivo. 3. El diálogo ibérico dentro del marco comprensivo a) Las secciones de enfoque internacional: el caso de Portugal Una de las principales aspiraciones del modelo comprensivo, en una línea de diálogo similar a la que hemos visto en referencia con el exilio, fue la de romper con el ostracismo internacional a que estaba sometida la política y la cultura del interior desde el final de la Guerra Civil. La presencia de textos de autores extranjeros, y la publicación 242 Sobre esta iniciativa escribía Guerrero Zamora en el número 37-38 de Correo Literario («De La Habana ha venido un barco con Dulce María Loynaz»): «Dulce María Loynaz fue, acaso, la mejor anfitriona, en Cuba, de la misión poética española que el Instituto de Cultura Hispánica envió a América. Los comunistas cubanos acusaron al poeta Luis Rosales de ser el causante de la muerte de García Lorca, cosa incierta totalmente, y Dulce María tomó la defensa contra tal calumnia» (nº 37-38: 15). 331 en lenguas diferentes al castellano, fue uno de los principales recursos que esgrimían las revistas en la lucha simbólica por defender su valor y autenticidad, así como un importante reclamo para un lector cansado de encontrarse siempre con una nómina de nombres muy similar. Por estos motivos, y si atendemos, sobre todo, a las publicaciones de poesía, nos encontramos con un panorama bastante amplio en lo que respecta a la presencia de firmas extranjeras, ya desde los años cuarenta: así, en Espadaña aparecieron textos de Valéry, Claudel, Cocteau, Aragon, Emmanuel, T. S. Eliot y W. B. Yeats; en Garcilaso, de Rilke, Emmanuel, Pessoa y Alberto de Serpa; en Proel, de Faulkner y Hemingway; y en Corcel, de Mallarmé, Novalis, Rilke, Rimbaud, Byron, Wordsworth, Hölderlin, Slaveïkov, Whitman, Goethe, Matisse, Valéry, Saroyan, Gide, Faulkner y Aragon. También en Escorial, plataforma propiamente del entorno comprensivo, encontramos varios textos de autores extranjeros como Virginia Woolf, Valéry, Claudel, Rilke, Goethe, Novalis, Hölderlin o Dickens, entre muchos otros. Con este mismo propósito se creaba el ICH, síntoma, como hemos visto, de un cambio de orientación en la política internacional del régimen a partir de 1945, con el nombramiento de Martín-Artajo como nuevo ministro de Asuntos Exteriores. En este sentido hay que valorar la orientación hispanoamericanista de las tres revistas culturales del Instituto, así como la línea más europea de Cuadernos Hispanoamericanos: «una revista de enlace intelectual entre América y Europa por el viejo puente de España» [ICH, 1953b: 6]. Correo Literario no fue, desde luego, ajena a este proceso. En la SEGUNDA PARTE hemos destacado la presencia en las diferentes etapas de la revista de los contenidos internacionales, que, si bien no se traduce en la colaboración de las firmas internacionales, más allá de algunos escritores hispanoamericanos, sí constituye una serie de variadas secciones (recogemos únicamente aquellas con un número significativo de entregas): Nombre Números en que aparece Autor Objeto de estudio Correo de ultramar nº 1-9 Sin firma Hispanoamérica Letras portuguesas nº 1, 13, 25 Ildefonso Manuel Gil y Dictinio de Castillo- Elejabeytia Portugal 332 Correo de Barcelona nº 14-17, 18, 27-28, 34, 37, 89 Rafael Santos Torroella Cataluña Literatura catalana nº 17-18, 20, 28, 34, 47-48, 50, 53, 55, 59, 61, 63, 66, 69, 72-74, 88 Rafael Santos Torroella Cataluña Correo de España y del mundo [Crónica de España y del mundo] nº 19-28, 30-31, 33-50, 52-53, 56 Varios España, Europa y América A través del castellano nº 23-27, 29-30, 32, 34, 37 Rafael Vázquez Zamora Europa Mirador de las letras europeas nº 25-26, 28-31, 33, 36-37, 39, 42-43, 45 Jesús Sainz Mazpule Europa Galeón de la quincena nº 25-28, 30, 32-34 José Sanz y Díaz Hispanoamérica Correo de México nº 30, 34-35, 39, 41, 48, 53, 56, 57, 60, 68 Luis de Santurce México Noticias sobre libros y premios en todo el mundo nº 30-31, 33-34, 36 J. S. Europa y América Cómo son las letras de… nº 44-45, 47, 53, 55 Varios Hispanoamérica: México, Venezuela, Perú, Chile y Puerto Rico Correo fraternal nº 82-90, 92-93 José María Souvirón Hispanoamérica Como es de esperar, lo hispanoamericano ocupa la mayor parte de la atención internacional de Correo. A ello hay que sumar, además, dos secciones de carácter europeo —«A través del castellano» y «Mirador de las letras europeas»—, que fueron complementadas en los diferentes «Correos» y «Crónicas» que se publicaban en la época barcelonesa: de Barcelona, Buenos Aires, París, Londres, Roma, Alemania, etc.; así como 333 las efímeras secciones de una sola publicación, que normalmente se centraron en países como Francia e Italia. Finalmente, y de forma excepcional, la literatura catalana y portuguesa contaron con secciones exclusivas. Al margen de secciones concretas, fueron muchos los artículos independientes que se ocupaban de autores y materias internacionales. La tendencia general, recordamos, y dejando de un lado el valor otorgado a lo hispanoamericano en la revista, estuvo inclinada claramente a favor de la cultura francesa y la norteamericana. El motivo es que algunos de los puntos del modelo comprensivo se encuadraban a la perfección en el espectro de preocupaciones de esas latitudes. Así, la literatura francesa planteaba interesantes problemas en lo que respecta a su relación con la filosofía existencialista y, fundamentalmente, a su tradición de literatura católica, al margen de una ortodoxia apologética que Correo Literario rechazó en una mayoría de sus textos; y la literatura norteamericana entroncaba con la incipiente estética social por la que apostaron los autores comprensivos. Por ello, en este capítulo nos ocuparemos ampliamente de establecer cuáles fueras las líneas de lectura, los problemas de recepción y las principales ideas a debate implicadas en el diálogo que las páginas de la publicación establecían con autores y textos contemporáneos de otras latitudes. Realizaremos, pues, una valoración general de cuál fue la función que la literatura extranjera ejerció en las páginas de Correo Literario en relación con el proyecto comprensivo de la que esta formaba parte. Para ello, tomaremos un ejemplo concreto, el de la literatura portuguesa, pues es especialmente interesante por varios motivos. En primer lugar, el interés por lo portugués estaba estrechamente relacionado con la atención que los intelectuales comprensivos dedicaron a la literatura catalana. Como veremos, las crecientes relaciones culturales entre España y Portugal contribuyeron a la creación de la imagen de una península unificada y dialogante, en la que lo castellano servía de eje vehiculante entre lo portugués y lo catalán. Este diálogo ibérico, de hecho, entroncaba con antiguas defensas de lo lusófilo, con Unamuno como figura simbólica del diálogo Portugal-España-Cataluña. Además, Portugal representaba en América una función cercana a la defendida para España por el ICH: en el periodo post-imperialista tras la Segunda Guerra Mundial, se defendió el discurso del diálogo inter-pares entre las diferentes naciones latinoamericanos y el papel mediador que los países ibéricos debían desempeñar entre las naciones americanas y las europeas. Así pues, si bien lo bien internacional, en general, fue interpretado en todo momento a través del discurso 334 comprensivo, quizá fue en el caso portugués donde de forma más explícita se percibe esta intencionalidad. En segundo lugar, la posición política de Portugal, en ese momento bajo la dictadura de Oliveira Salazar, hacía de este país un aliado estratégico como primer paso para recuperar las otras conexiones internacionales. Desde los años cuarenta, se fueron encadenando los éxitos diplomáticos en este sentido: Tratado de Amistad y No Agresión firmado el 17 de marzo de 1939 y renovado en 1948, primer encuentro entre los dictadores el 12 de febrero de 1942, creación del Bloque Ibérico ese mismo año y el simbólico nombramiento de Francisco Franco como doctor Honoris Causa por la Universidad de Coímbra en 1949243. A ello se unía una longeva tradición de iberismo que había sido impulsada en la década de los cuarenta. En su versión más integrista, esta estuvo representada, a partir de los modelos de Ramiro de Maeztu (Defensa de la Hispanidad, 1934) y António Sardinha (La alianza peninsular, 1925 en su primera edición española), por el secretario de Propaganda Nacional (SPN) portugués, António Ferro, y Eugenio Montes, director del Instituto Español en Lisboa, agregado cultural de la embajada española y, en definitiva, «el gran interlocutor del oficialismo cultural del franquismo en el Portugal salazarista durante década y media» [Rivero Machina, 2016: 714]. En esta línea se situaban otras figuras más vinculadas al mundo de la cultura: Eugenio d’Ors (dedica tres glosas del Nuevo glosario al integralismo portugués y prologa el volumen de António Ferro Oliveira Salazar. El hombre y su obra), Pedro de Lorenzo (Y al oeste, Portugal, 1946), Ernesto Giménez Caballero (Amor a Portugal, 1949; mismo año de su nombramiento como doctor en Coímbra), Wenceslao Fernández Flórez (traductor de Queirós y prologuista de Perfil de Salazar, de Luís Teixeira), José María Pemán o Adriano del Valle, homenajeado en las Jornadas Poética de Sintra en 1952244. Junto a esta línea de carácter más oficialista y propagandístico, existía una serie de intelectuales e iniciativas, con un sentido menos dirigido, consecuencia de algún modo de una mejora en la relación cultural entre ambos países. Estos escritores245, mucho más 243 No obstante, desde la constitución del Bloque Ibérico, pacto diplomático entre ambas naciones en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, hasta el simbólico Honoris Causa de Francisco Franco, son muchas las reticencias de Salazar [Jiménez Redondo, 1993: 190 y ss.]. 244 Contamos ya con varios trabajos que estudian estas figuras en su faceta lusófila. Son imprescindibles los acercamientos panorámicos de Rivero Machina [2015a, 2016], así como estudios particulares sobre Eugenio d’Ors [Cerdà, 2000], Pedro de Lorenzo [Rivero Machina, 2017] y la recepción oficial de Pessoa en los cuarenta [Sáez Delgado, 2018 y 2019; Cerdà, 2005]. 245 Las diferencias dentro de cada agente de este grupo son, sin embargo, notables: véase, por ejemplo, el caso de Entrambasaguas, vinculado al CSIC y otras plataformas del catolicismo tradicionalista, frente al de Ildefonso Manuel Gil, represaliado durante la Guerra Civil, sostenedor de una postura independiente durante la primera posguerra desde su puesto de profesor de instituto y exiliado en la década de los sesenta. 335 presentes en Correo Literario que aquellos, representaron «una actitud al margen de la oficialidad en la que ambas comunidades literarias —la portuguesa y la española— establecieron un fluido diálogo poético. Un diálogo basado en traducciones, estancias universitarias, viajes, congresos, epistolarios, intercambios de libros y colaboraciones “cruzadas”» [Rivero Machina, 2016: 900]. Nos referimos a autores como Pilar Vázquez Cuesta, becada por el Instituto para la Alta Cultura de Portugal en la Universidad de Coímbra (1946) y difusora de la obra de Miguel Torga; María Josefa Canellada, doctoranda de estancia en el laboratorio de fonética de la Universidad de Coímbra en 1942 y su marido Alonso Zamora Vicente, crítico de Ínsula que dedicó especial atención a la literatura portuguesa; Entrambasaguas, primer traductor de Pessoa (1946) y un importante mediador desde las revistas vinculadas al CSIC que él mismo dirigía; Charles David Ley, autor de Escritores e paisagens de Portugal (1942) y La moderna poesía portuguesa (1951); Rafael Morales, quien preparó una antología de poesía portuguesa para el número 80 de El Español y editó sendas antologías de Alberto de Serpa y Adolfo Casais Montero para Adonáis; y poetas como Ildefonso Manuel Gil: Historia de la literatura extranjera (1943), Ensayos sobre poesía portuguesa (1948), Medio siglo de lírica portuguesa (1952), Dictinio de Castillo- Elejabeytia, profesor de gallego y portugués en la Universidad de Murcia y habitual conferenciante en la Universidad de Coímbra, y Gabino Alejandro Carriedo, del círculo del conocido lusófilo Ángel Crespo, que desarrolló una importancia actividad en torno a la cultura portuguesa en los cincuenta y, con mayor intensidad, a partir de entonces. En tercer lugar, el interés por lo portugués distingue a Correo Literario de las otras dos revistas culturales del ICH, que publicaron muchos menos textos sobre el país vecino y, sobre todo, desde una perspectiva ideológica más marcadamente ortodoxa. Cuadernos Hispanoamericanos prometía en su primer número que los contenidos sobre el arte y la literatura portuguesa iban a ocupar un lugar relevante en el proyecto. Pérez Embid firmaba un artículo sobre las «Ideas actuales sobre estilo manuelino y mudejarismo portugués» y se incluía una nota sobre la revista Rumo. En concreto, se comenta por extenso el editorial-manifiesta de esta publicación, destacando su nacionalismo: «Revisar, volver a ver las posiciones mentales de la intelectualidad, genuinamente portuguesa […] Buscar las formas de una cultura específicamente propia para lograr, inmediatamente, una mejor y más exacta convivencia con los otros centros intelectuales de Europa y América» [Anónimo, 1948: 15], y se respondía a su invitación a reforzar los vínculos peninsulares e iberoamericanos: «Rumo dice: “¿Podremos alguna 336 vez dejar de dialogar con España y con las naciones hispanoamericanas?”. Y confiesa: “Romper este diálogo sería para nuestra cultura como separar el árbol de las raíces”, más allá de los lazos con la América hispana: “Es nuestra idea y nuestro propósito el dialogar no solo con los países de Hispanoamérica” [Anónimo, 1948: 153]. Pese a esta voluntad inicial, los artículos sobre literatura portuguesa permanecieron en segundo plano en la historia de la publicación: en el número 9 Constantino Láscaris comentó una colección filosófica dirigida por Joaquín de Carvalho desde Coímbra; en el 39, se reseñó la antología de Torga preparada por Vázquez Cuesta para el número 89 de la colección Adonáis (1952), subrayando especialmente el carácter ibérico del poeta: «Miguel Torga es un poeta ibérico, un poeta que necesita refrescarse en los seis grandes ríos de la Península, caminar por todas las tierras de España y Portugal» [I.A., 1953: 384], y la labor «de comprensión» de la editora [1953: 385]; en el nº 66 (junio de 1955) se publicaron «Cuatro romances ibéricos» de Adriano del Valle; y tres números antes José Osório de Oliveira reflexionaba sobre las historias literarias portuguesa y brasileña246; en el número 45, finalmente, se aludía precisamente a esta escasez de atención: «algunas veces tenemos todos un remordimiento de conciencia que se llama Portugal» [J.M.V., 1953: 352]. Fue más frecuente, sin embargo, la información de carácter político sobre el país vecino. El objetivo era subrayar el acercamiento diplomático entre España y Portugal, como puente de acceso a otros pactos internacionales que a lo largo de estos primeros años de los cincuenta se fueron obteniendo. Muchos de ellos se escribieron a propósito de acontecimientos históricos concretos. Cuando se firma la Declaración de Salta se incluye íntegramente su punto XVIII: «El Hispanoamericanismo reconoce solemnemente los vínculos excepcionales que unen a la comunidad hispanoamericana con España y Portugal en cuanto países forjadores de su personalidad. Ambos estados tendrán cabida, dentro de condiciones especiales, en el seno de la organización hispanoamericana» [Fojo Colmeiro, 1951: 37]; y, a propósito del XXV aniversario del régimen portugués, se escribía sobre su inclusión en el Pacto Atlántico del 28 de mayo de 1951 y la necesidad de que fuera acompañado por España: «El ingreso de Portugal en el Pacto Atlántico quedaba incompleto si no lo hacía respaldado por España (con quien se hallaba estrechamente vinculada). Razones de geopolítica aconsejaban que la Península entera se 246 Exclusivamente sobre literatura brasileña había escrito Cano en los números 7 («Introducción a la poesía iberoamericana») y número 9 («La poesía en el Brasil»); Casamayor en el número 16 (marzo-abril de 1950) reseñó Literatura del Brasil de Lida Besouchet y Newton Freitas. 337 involucrara en la defensa de Occidente frente al comunismo» [Barcia Trelles, 1951: 127]. Unos números más tarde, se publicó una alabanza al gobierno de Salazar en este mismo sentido: se destacaba el papel cristiano que desempeñaba Salazar, el lugar del imperio portugués en América, así como las relaciones ya establecidas con Franco tras el Bloque Ibérico de 1942: «Fiel a sí mismo, ha apoyado espiritualmente la actitud de Franco» [Horia, 1953: 243]247. Por su parte, Mundo Hispánico subrayó hasta en cuatro ocasiones la presencia de contenidos portugueses (recordemos que durante su primer año se señalaba en las primeras páginas del ejemplar aquellos países «que en cada número sean recordados o glosados especialmente»). Respondía a una serie de artículos de carácter variado, como «Lisboa cumplió 800 años», de Luis Méndez Domínguez (nº 3), «Y Lisboa es así», por Luis de la Barga (nº 5) y «Por tierras de Portugal» (nº 8), sin firma. Al margen de estas pocas muestras iniciales, que apenas continuaron en los años posteriores, destaca el suplemento especial del número de noviembre de 1949, dedicado a la visita de Franco a Portugal248, y que destacaba en la portada con la fotografía de los dos dictadores estrechándose la mano y como titular: «España y Portugal se abrazan. El viaje del generalísimo Franco al país luso». El número se abría con un artículo de Giménez Caballero sobre «España, Portugal y el mundo hispánico», en el que defendía una unión política ibérica que excluyera las ideologías «masónica y bolchevique». Luis de Galinsoga, en «La emoción de lo histórico», pintaba un sentimental retrato de Franco, cuyas lágrimas eran símbolo de su bondad y sensibilidad, así como de la trascendencia del acontecimiento histórico. El triunfalista artículo de Eugenio Montes se centra en uno de los actos cumbres del viaje: el nombramiento de Franco como doctor Honoris Causa, vinculando a Franco el nombre de Primo de Rivera. Los otros textos, en fin, de Wenceslao Fernández Flórez, Ismael Herraiz, Manuel Vigil y Luis Calvo, subrayaban la lectura oficialista —neoimperialista, ultracatólica y anticomunista— que recorre todo el número y los demás acercamientos de Mundo Hispánico a lo portugués. Así pues, Correo Literario se distinguió de estas dos revistas, en primer lugar, por el mayor peso que en ella ocuparon los contenidos lusófilos; en segundo lugar, porque 247 Otros textos de carácter político ya sea sobre Portugal o sobre Iberoamérica en su conjunto fueron: «Política portuguesa del espíritu» (nº 2); «La economía del bloque hispano-portugués» (nº 2); «Unión continental iberoamericana en defensa de la paz mundial» y «Economía internacional iberoamericana» (nº 3); «Barroquismo y caracterización de Iberoamérica» (nº 5-6); «La comunidad internacional iberoamericana» (nº 22) y «El fenómeno nacionalista en Iberoamérica» (nº 25). 248 En la memoria 1947-1951 se alude a este especial como uno de los «dos éxitos para Mundo Hispánico» en el año de 1949 [ICH, 1951]. 338 desaparece la intencionalidad política explícita que encontramos en los otros casos; debido, fundamentalmente, a que los artículos sobre Portugal corren a cargo de firmas situadas en ese segundo bloque de iberistas más centrados en lo cultural que en la defensa de los valores ideológicos del régimen. Publicaron en ella, entonces, nombres como los de Dictinio de Castillo-Elejabeytia, Ildefonso Manuel Gil, Gabino Alejandro Carriedo, además de Adolfo Lizón, mucho más vinculado con el poder político en cuanto corresponsal de la prensa del movimiento en Lisboa. En calidad de su carácter de mediadores, son firmas habituales de otras revistas del medio siglo: Lizón, por ejemplo, en sus colaboraciones en La Estafeta e Índice249. Si retomamos el cuadro de secciones que recogíamos más arriba, podemos observar que, además de los contenidos hispanoamericanos y europeos, figuran como secciones independientes únicamente dos dedicadas a literaturas peninsulares: la catalana, y un incipiente intento de sección portuguesa desde su primer número, «Letras portuguesas», que finalmente solo tuvo tres entregas. Del mismo modo, en la sección «Correo de España y del mundo»250, centrada fundamentalmente en España e Hispanoamérica, lo portugués ocupó un espacio notable no reservado para otras tradiciones251: con dos correos de Coímbra (nº 26, 39), dos de Lisboa (nº 19, 24) y tres generales de Portugal (nº 21, 42, 53)252. Es significativa, en este sentido, la página cuarta del primer número, pues parece revelar lo que podría haber sido el proyecto inicial en torno al iberismo. En ella encontramos, en primer lugar, el texto programático de Juan Aparicio «A la mayoría 249 Es significativo, especialmente, el caso de La Estafeta Literaria, pues fue de las pocas que intentó vehicular la información de lo portugués en secciones regulares. Rivero Machina lo ha explicado por su relación con el modelo por antonomasia del género hemerográfico del periódico cultural: La Gaceta Literaria: «Esta sección lusófila entraba en diálogo con otras como la también esporádica sección “Correo de Barcelona” en torno a la actualidad cultural en Cataluña —como “Correo de Lisboa” aparecida en el número 26, del 10 de mayo de 1945—, o las más regulares “Las provincias en La Estafeta” y “La Estafeta en el mundo”, estas dos presentes desde el primer número. Estas cabeceras, con guiños a la vertiente catalana y portuguesa en el ámbito cultural de la península, recuerdan, inevitablemente a las “Gacetas” portuguesa y catalana insertas en La Gaceta literaria de Giménez Caballero quince años atrás» [2016: 825]. 250 Incluimos bajo esta sección también los casos en que el nombre cambió puntualmente a «Crónica de España y del mundo». 251 Las únicas excepciones fueron Marruecos y Tánger, por el importante núcleo de escritores españoles residentes allí. Firmaban dichos Correos Abilio Parra, poeta residente en Larache, y Jacinto López Gorgé, poeta melillense. 252 Los datos de distribución de la revista también aportan datos relevantes. En la sección de «Envíos regulares ordenados por el Sr. Vicesecretario General», de la Memoria económica del ICH correspondiente al año 1953, y dejando a un lado los envíos a Hispanoamérica, se ve que Correo Literario se envió, de forma exclusiva, únicamente a Portugal (1), y conjuntamente con Mundo y Cuadernos, a Alemania (3), Italia (1) y Suiza (1). En cuanto a los «Envíos regulares por órdenes de canje de la biblioteca», encontramos que Portugal es el país europeo al que se dirigen más envíos de Correo (7), seguido por Francia (6), Italia (5) e Inglaterra (4); siendo, en todos los casos, la revista con mayor difusión de las tres en el país vecino. 339 siempre». En posición central, un texto sobre Valle-Inclán, integrante de la generación del 98, que sería, como hemos visto, la más fácilmente rescatable de ese pasado liberal al que se enfrenta el modelo comprensivo. En los márgenes, dos secciones de voluntad internacional: «Correo de Ultramar», sobre Hispanoamérica, y la efímera «Letras portuguesas». Dicho carácter protagonista se repite en otros lugares. Así, en el número extraordinario 25 (que hacía una suerte de recuento del estado cultural de España y otros países, al hilo del primer año de vida de Correo Literario) se reservó la página 7 para la crítica de obras internacionales: «Mirador de las letras», por Jesús Sainz Mazpule, sobre Europa; «Galeón de la quincena», por Sanz y Díaz, sobre Hispanoamérica; y «Letras portuguesas», por Castillo-Elejabeytia, sobre Portugal, que recibe, como se ve, un trato diferenciado respecto de lo europeo. No obstante lo cual, la mayor parte de la crítica sobre literatura portuguesa se publicó fuera de estas secciones. El conjunto, relativamente amplio, ofrece una visión panorámica de diversos aspectos de la cultura portuguesa, con especial atención a la poesía y, en concreto, a los autores jóvenes. Se estudia la obra de los siguientes: Críticos y académicos: José María Viqueira Barreiro (nº 5), João Cabral de Melo (nº 15), Lacerda (nº 26), Vieira de Lemos (nº 31), Álvaro Ribeiro (nº 36); poetas: Alberto Serpa (nº 1), Vasco de Lima Couto (nº 1), Taborda de Vasconcelos (nº 1), José Regio (nº 13), Leopoldo Araújo (nº 13), Francisco Correia das Neves (nº 25), Mihai Eminescu, en traducción portugués (nº 37-38), Guillermo de la Cruz Coronado (nº 42), Antero de Quental (nº 44), Teixera de Pascoaes (nº 69); narradores: Augusto Navarro (nº 90), Fernando Namora (nº 93; II. nº 3253); representaciones teatrales: Teatro Universitario de Coímbra (nº 36); y artistas: António-Lino Pires da Viega (nº 2), Mário de Oliveira (nº 19), José Sobral de Almada Negreiros (nº 21). Además, se reseñan las revistas portuguesas A Serpente (nº 22); Acto (nº 13); Portvcale (nº 43); Sísifo (nº 29); Bandarra (nº 79), y colaboran dos autores lusos con importantes contactos en España: el poeta Alberto de Serpa, con dos colaboraciones en los números 53 y 55; y Gaspar Simões, en el número 89254. Este interés por lo portugués respondía a una tendencia creciente de intercambio de colaboraciones literarias entre ambos sistemas hemerográficos. Publicaron autores 253 Esta reseña de Fernando Namora (en concreto, de la novela Escenas de la vida de un médico), firmada por Cristóbal González de Grau, fue la única inclusión de contenido portugués en los diez números de la etapa barcelonesa. 254 Este último hace un recuento, previamente publicado en el lisboeta Diario Popular, de las últimas generaciones de escritores portugueses: Fernando Namora, Mario Archer, Cabral, Manuel da Fonseca, Joaquina Ferreira Vinhais, Santana Quintinha, Cabral do Nascimento, Pedro Homem de Melo, Domingos Monteiro, José Ferreira Monte, Victor Matos, entre otros. 340 españoles en medios portugueses como Acto, Árvore, Bandarra, de subtítulo Artes e Letras Ibéricas, Cadernos do Meio-Día, O Comedio do Porto, Quatro Ventos, Seara Nova, Sísifo, Vértice255; y, en España, hubo presencia de firmas portuguesas en medios literarios como Ágora, Alba, La Calandria, Cisneros, Corcel, Deucalión, Doña Endrina, Espadaña, El Español, La Estafeta Literaria, Sazón, etc.256 El acercamiento también fue notable en las revistas de información cultural, así como en las secciones críticas de revistas literarias. No era anómalo que los medios del SEU (Haz, Jerarquía, La Hora, Alcalá, Alférez, Laye, Acanto Cultural) incluyeran contenido relativo a Portugal; en algunas ocasiones se dedicaron números monográficos al país vecino, como el número 50 (1942) del suplemento Sí, el número especial de noviembre de 1949 de Mundo Hispánico o el número 65-66 (julio-agosto de 1953) de la revista Índice de Fernández Figueroa, dedicado al fallecimiento del poeta Teixeira de Pascoaes; e incluso algunas muestras de diálogo entre revistas de ambos países: así, la revista Cisneros se declara en diálogo con Atlántico, Cuadernos Hispanoamericanos con Rumo y Espadaña define su poética en oposición a la de Poesia Nova; otras, en fin, como La Estafeta Literaria, incorporan con regularidad contenido sobre cultura portuguesa. Pero más allá del estudio de autores y textos portugueses concretos en Correo Literario, nos interesa valorar cómo la recepción de esta literatura —y, en suma, de las otras tradiciones internacionales presentes en la revista— sirvió de apoyo simbólico a muchos de los puntos del modelo comprensivo. En primer lugar, Portugal desempeñó un papel complementario en el acercamiento de los comprensivos a la cultura catalana, emulando el modelo de un intelectual como Unamuno, igual de vehemente en su acercamiento a la literatura catalana, a través sobre todo Joan Maragall, como a lo portugués, con múltiples trabajos sobre sus tierras y cultura (Por tierras de Portugal y de España como uno de sus ensayos más representativos en este sentido). Así, es frecuente que el crítico de Correo Literario, al ocuparse de lo portugués, subraye especialmente los casos de contacto y el carácter polisistémico de la península. En sus colaboraciones en la revista, Castillo-Elejabeytia, por ejemplo, se centra fundamentalmente en las instituciones e intelectuales mediadoras: en «Correo de España 255 Para todas ellas, vid. Pires (1986) y Rocha (1985). 256 Incluso se proyectó una revista portuguesa de un solo número, Cavalo de todas as cores, con sede en Barcelona. Fue una iniciativa de los poetas con mayor presencia efectiva en España por entonces: Alberto de Serpa y João Cabral de Melo e Neto. Publicaron en ella Vinicius de Moraes, Pedro Homem de Mello, José Régio y E. Tormo. 341 y del mundo» se refiere al doctor Lacerda y su laboratorio de fonética en Coímbra (nº 26), reseña obras de autores bilingües en portugués y español: Coímbra: piedra y paisaje, de Guillermo de la Cruz Coronado (nº 42), e incluso hace propuestas para intensificar las colaboraciones entre ambos sistemas: en el número 36 se refiere al Teatro Universitario de Coímbra y su representación de tres autos de Gil Vicente y propone: «Hemos hablado largamente con el doctor Quintela, y sabemos con cuánta alegría vendría el TEUC a Madrid para trabajar en colaboración con alguna entidad similar española. ¿No sería magnífico, decimos nosotros, una representación de las tres Barcas en el Teatro Español, las dos primeras por los portugueses y la tercera por los españoles?» (nº 36: 9) o defiende la unidad cultural peninsular, al margen de implicaciones políticas: «Acaba de aparecer el primer número de la nueva revista poética Sazón, otro alfil del ya complicado ajedrez lírico peninsular» (nº 25: 12). Esta visión es también compartida por los que intervienen en la revista de forma muy puntual. El crítico bajo las siglas A. O., a propósito de la obra pictórica del pintor António-Lino, resalta sobre todo las conexiones históricas de España y Portugal, con ejemplos como Garcilaso, la Galatea de Cervantes, las cantigas, etc. Por todo ello, afirma: «no es extraño, por tanto, que haya un pintor lusitano que venga ahora a España por su solo y personal impulso, por su hondo amor hispánico, porque nuestra luz y nuestro arte le llamen imperativos» (nº 2: 6). De la presencia portuguesa en el I Congreso de Poesía de Segovia, en fin, también deja constancia Correo Literario. Se recoge, en concreto, la conferencia impartida por Alberto Serpa, «La vida de los poetas portugueses», como muestra de la presencia de poetas internacionales en las jornadas257. En un texto, por otro lado, que refleja las mismas inquietudes sociales en ambas tradiciones, cuestión ampliamente debatida en el Congreso: «No quieren Mecenas, quieren el pan y el agua ganados con el sudor de su rostro, en trabajos que dejan las manos limpias como las almas y los igualan con los labradores que cuidan su tierra» (nº 53: 9). En segundo lugar, Portugal formó parte del discurso según el cual los países ibéricos, enclaves cristianos de Europa, protagonizarían la regeneración del viejo continente. Esta tesis, que ya aparecía en las visiones fascistas de los años cuarenta, se presenta ahora desligada de cualquier aspiración integrista, ligada, más bien, a la línea de un catolicismo aperturista en boga en países como Francia, y que Correo Literario 257 Participaron, además, el francés Claude Aubert, el inglés Roy Campbell y el colombiano Eduardo Carranza. Por el lado catalán, asistieron J. V. Foix, Marià Manent y Carles Riba. 342 defendería en muchas ocasiones. En este sentido, es significativa la carta abierta de Tomás Salinas258, «Iberismo, hispanismo, lusitanismo…», dirigida a Manuel da Silveira Carozo por su artículo «O imperialismo castelhano e eu» publicado en Latinoamérica. En este, defiende un iberismo alejado de cualquier noción imperialista o jerárquica: «De ahí arranca un movimiento que no pretende unificar nada, ni dar jefaturas ni capitanías a nadie, sino que en trato parigual busca afanosamente la amable concordia, la relación mutua entre los afines». Esta amable concordia debe ampliar sus márgenes y acoger toda la hispanidad, forjada históricamente por las naciones peninsulares: «Para ningún espíritu serio puede ofrecerle ni mediana duda que fueron las gentes peninsulares —lusitanas a la cabeza y en vanguardia— las que dieron a luz un continente». Desde esta perspectiva, y en consonancia con muchas de las ideas debatidas en el Congreso de Cooperación Intelectual, defiende el importante papel que todos los países latinoamericanos juegan en relación con Europa: «Que sean luego hombres lusitanos, brasileños, mexicanos o españoles los abanderados de las distintas causas, tanto nos da. Lo importante es que todas nuestras gentes sigan la bandera de aquel que sepa levantarla con gallardía, con entereza, con originalidad. Menguada sería la suerte de aquel que tuviera ínfulas de imperialismo» (nº 16: 9). En esta misma línea se sitúa el texto «La Península, sin influencias», de Gabino Alejandro Carriedo. En él, destaca tanto las conexiones ibéricas oficiales: António Sardinha y Carlos Malheiro Dias, como las iniciativas jóvenes: presencia de españoles en la revista Bandarra, o de portugueses en Deucalión, Doña Endrina, Ágora, Alba y Sazón. Por todo ello, es optimista: «Ahora, después de tantos años, el camino está nuevamente abierto a las mutuas influencias ibéricas, que es tanto como decir a la influencia propia, y al más justo y desinteresado espíritu de colaboración». Y defiende, además, a partir de un editorial de Bandarra, que, ante «una Europa doliente y que no sabe qué dirección tomar», la solución está cifrada en la actuación conjunta del bloque ibérico formado por España y Portugal (nº 79: 12). El afianzamiento de lazos diplomáticos con Hispanoamérica fue sin duda uno de los motores del desarrollo de las Bienales Hispanoamericanas de Arte. En la revista se refleja la voluntad inicial de que Portugal desempeñara un papel importante en la misma. Adolfo Lizón es el encargado de subrayar la presencia de los artistas portugueses. En el número 19 analiza la figura de Mário de Oliveira: destaca la influencia española y 258 Alto cargo del Instituto de Cultura Hispánica y firma habitual de sus medios. Ejerció de Secretario de los cursos de Derecho español e hispanoamericano y en 1974 fue Jefe de Conferencias. 343 francesa en su obra, así como el aporte rehumanizador de lo español: «Pues si la pintura no es arte deshumanizado, sí es un arte frío y nada afectivo, excepto en los pintores españoles» (nº 19: 9). En el 21 analiza la obra de Almada Negreiros: señala su doble ámbito de trabajo, Madrid y Lisboa, y destaca la participación de honor de los portugueses, filipinos y brasileños en la Bienal. Sobre este último respecto, Lizón coordina una encuesta, «Los pintores portugueses opinan sobre la Bienal Hispanoamericana», publicada en el número 24. Allí constata la falta de noticias sobre el certamen en el país vecino: «La tonalidad general de los artistas portugueses frente a la Exposición Hispanoamericana es la más completa desorientación. Nadie sabe nada, entre otras razones, porque Correo Literario no llega a las ciudades portuguesas. Ni siquiera a Lisboa. A la Brasileira del Chiado, el café más literario de Lusitania entera, llegaron con mucho jadeo los primeros números. Tres, acaso cuatro. Y se acabó. Ante tal notable desorientación decidí una actuación personal (nº 24: 5). Los encuestados —Francisco d’Avillez, Carlos Botelho, António Lino, Mário de Oliveira, Almada Negreiros— muestran su falta de conocimiento sobre la misma, así como su deseo de asistir. Además, Oliveira subraya el carácter iberoamericano de la misma, y Almada Negreiros afirma que «por peninsularismo —subraya la voz—, estoy seguro de que me aceptarán» (nº 24: 5). La encuesta se amplía en el número siguiente, con las opiniones de Guillermo Felipe, Lázaro Lozano y Tom-Tomaz, muy elogioso respecto del apoyo estatal de la Bienal: «La generosidad y el cariño que se dedica en vuestro país a los artistas es innegable. Me refiero, claro, al ángulo de vista estatal. Podrá tener defectos de orientación, pero no desinterés» (nº 25: 5). La Feria del Libro de 1950, que tenía como países invitados a Portugal, México y Francia, ocupó la página doble del número 26259. En dicha página central, que incluía una encuesta a editoriales españolas, un ensayo de Covaleda y una entrevista a Julián Pemartín, se reservaba un pequeño espacio para consignar la participación lusa en la Feria, con título «Portugal en la castellana». Allí, se destacaba la importancia del acontecimiento: «La participación de Portugal en nuestra Feria del Libro, uno de los acontecimientos más simpáticos del año, ha merecido justos elogios». Además, se 259 Anteriormente, ya había aparecido una nota en la que se hacía patente la voluntad internacionalista de esta y otras iniciativas oficiales: «Ya en este año, junto a nuestros editores y libreros, aparecen representaciones de Portugal, México y Francia. ¿Se convertirá con el tiempo en internacional? Creemos que ya se está dando vida a este propósito. Se piensa y desea en dar paso a Hispanoamérica y países europeos. ¿Podría esto conseguirse aprovechando la oportunidad de algún Congreso Internacional de Editores?» (nº 25: 4). 344 consignaban algunos actos oficiales: la comida con la presencia del Secretario Nacional de Información portugués, Da Costa, así como la conferencia de António Gonçalves Rodrigues «El libro portugués al servicio de la evangelización del Mundo», cuyo título revela la lectura más oficialista del fenómeno ibérico en la posguerra. Finalmente, el descubrimiento de Portugal y su tradición literaria se constituyó en un importante aliado simbólico en el rescate de los escritores liberales de anteguerra, así como de la modernidad estética en general. Habida cuenta del «modelo simétrico de espejos enfrentados con que se quiso ver el panorama poético ibérico» [Rivero Machina, 2015b: 170]260, lo portugués sirvió también como una forma indirecta de recuperar el pasado liberal de la tradición hispánica. En esta línea, en el «Cosas que pasan, cosas que se dicen» del número 29 se destaca la publicación de unos poemas de Miguel Hernández en la revista Sísifo y la próxima aparición de un estudio de Carmen Conde sobre el autor261. Adolfo Lizón, por su parte, publicó un artículo sobre el novelista portugués Fernando Namora en el que destacaba, fundamentalmente, su carácter neorrealista: «Seduce Fernando Namora por un amor, directo e irrebasable», y por escribir acorde con «el signo histórico de su país», al contrario de la mayoría de los literatos portugueses contemporáneos. En lo formal, lo relaciona directamente con las nuevas técnicas de los realistas norteamericanos: «En cuanto al estilo, Fernando Namora es, quizá, el novelista peninsular más parecido a los norteamericanos» (nº 93: 5-6). Tres números antes, Gabino Alejandro Carriedo había publicado una entrevista al novelista Augusto Navarro. El escritor subraya su labor de mediador ibérico en la dirección de la revista Bandarra, con firmas españolas como Laguardia, Crespo y Millán; se refiere a algunas revistas españolas que lee con asiduidad (Índice, fundamentalmente, pero también Correo); y reivindica la figura de muchos de los maestros liberales que se defendían de forma explícita desde otros lugares de la revista: Marañón, Ortega, Baroja, 260 Morales, por ejemplo, en su trabajo «Nueva poesía portuguesa», veía en las estéticas portuguesas contemporáneas un trasunto de la Juventud Creadora española (con maestros compartidos como Ridruejo y Torga); y Crémer destacaba las similitudes entre el grupo Poesia Nova y Garcilaso y la poesía de Novo Cancioneiro y Espadaña. 261 Se trataba de un conjunto de cinco poemas: «Sepultura de la imaginación»; «Desde que el alba quiso ser alba, toda eres»; «Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío»; «El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana»; «Solo quien ama vuela. Pero, quien ama tanto». Y se incluía, además, una nota final: «Hernández é um dos mais significativos poetas da geração de Lorca. Igual sorte os roubou à vida». En el segundo número Carmen Conde publicó su ensayo «Miguel Hernández Giner, poeta». Además, colaboraban los escritores José Hierro, Manuel Arce, Joaquín de Entrambasaguas y la propia Conde. En el tercer y último número publicaron Pura Vázquez y Manuel Pinillos. 345 García Lorca, etc., en el mismo número 90 en cuya portada se destacaba el artículo «Antonio Machado y aquel niño que yo fui», de Ismael Moreno. Si Lizón vinculaba la narrativa de Namora con el realismo norteamericano, Castillo-Elejabeytia, al abordar la nueva poesía portuguesa, la inserta en el contexto de la moderna poesía europea. Se refiere a la poesía de Francisco Correia das Neves y a las revistas Nova Alborada, Novo Cancioneiro, O Cavalo de Todas as Cores A Briosa y A Serpente, define algunas de sus características principales, cercanas a la poesía social de los 50: «el versolibrismo en la forma y el prosaísmo de la lengua coloquial, hoy en boga, en el fondo, con una variada temática y, a veces, la más arrebatada incoherencia» (nº 25: 7), y establece su genealogía: Sá Carneiro y Pessoa pero, sobre todo, la poesía occidental moderna: Rilke, Eliot, Spender y el surrealismo francés. Portugal podía servir, entonces, tanto para reivindicar figuras de la tradición republicana española, como para revincular el campo español con la historia de la modernidad estética europea. En resumen, el estudio de los contenidos relativas a la cultura y la literatura portuguesa en Correo Literario revela cómo la cultura extranjera, además de constituir per se un elemento más del ideario comprensivo —determinados nombres y estéticas disidentes respecto de la ortodoxia religiosa (Sartre y el existencialismo) o política (Steinbeck y la narrativa social)—, desempeñó una función auxiliar respecto de muchos de los valores reivindicados por los intelectuales en su batalla cultural frente a los excluyentes. Así, en los ensayos sobre la literatura portuguesa se reivindicó la reincorporación de lo catalán al canon hegemónico de la cultura oficial, se valoró el papel complementario que el país vecino debía desempeñar en la relación con Hispanoamérica y con Europa y se constituyó como un perfecto aliado en la recuperación de los autores heterodoxos españoles del periodo republicano, así como hito intermedio de las modernas corrientes estéticas europeas, de las cuales España se había alejado en los periodos de la dictadura de mayor autarquía. Los nombres internacionales, en definitiva, eran importantes recursos de doble cara: una alta carga simbólica que beneficiaba, en primer lugar, a los intelectuales que enarbolaban estas referencias, y la proyección de una imagen internacional tolerante y aperturista, que la política cultural de Franco, íntimamente ligada a la política externa, supo y quiso explotar. b) La literatura catalana 346 Se ha escrito ya bastante sobre la reincorporación de la cultura catalana en el proyecto comprensivo, en la que coincidieron diferentes grupos intelectuales y el propio estado: «Los pasos de una política cultural impulsada desde el Estado, relacionada con la cultura catalana e instalada en el engranaje de un programa liberalizador de alcance más vasto» [Gracia, 1993b: 90]. El interés por lo catalán estribaba en que, además de reproducir algunos de los más importantes principios ideológicos del modelo comprensivo —invitación al diálogo, integración de la heterodoxia en el seno de una cultura nacional—, este pasó a ser entendido «como el camino más corto para la consolidación de un proyecto de europeización» [Amat, 2007: 14]. De nuevo, pues, la internacionalización del régimen como razón subyacente a las diferentes tentativas comprensivas. Jordi Amat ha sido quien mejor ha estudiado el complejo fenómeno de acercamientos entre la intelectualidad oficial de Madrid y los escritores catalanes262, detallando los diferentes hitos conseguidos en el proceso: la presentación de las cartas entre Unamuno y Maragall en la Casa del Libro de Barcelona (30-XI-1951), en la que Ridruejo defiende públicamente por primera vez, al hilo del ejemplo de diálogo interpeninsular de los escritores homenajeados, «la necesidad de integrar la cultura catalana (la cultura que se expresaba en catalán) como riqueza de la española» [Amat, 2007: 26]; Curso de Extensión de Lengua y Cultura Españolas organizado por la Universidad de Barcelona (III-1952); la creación de las cátedras Juan Boscán de literatura catalana en la Universidad de Madrid y Milá y Fontanals de literatura castellana en Barcelona, paralelismo simbólico de un diálogo ya establecido; y, fundamentalmente, la organización de los Congresos de Poesía con el apoyo de Pérez Villanueva (Segovia, 1952; Salamanca, 1953; Santiago de Compostela, 1954), en los que la cuestión de la poesía escrita en lengua catalana fue una preocupación central. Todo ello no puede ser entendido sin el edificio ideológico que las revistas culturales fueron construyendo en paralelo. Así, en torno al medio siglo diferentes publicaciones comenzaron a incluir entre sus páginas poemas en catalán. Muchas de ellas crearían secciones especiales dedicadas a la crónica de la realidad cultural barcelonesa o, en el caso de las sitas en Cataluña, a fijar paralelismos entre este sistema y el madrileño 262 Fundamentalmente, en su trabajo Las voces del diálogo: poesía y política en el medio siglo [2007], en el que, a partir del estudio de los congresos de poesía de la década de los cincuenta y algunas de sus figuras más destacadas (entre otros, Santos Torroella), analiza el fenómeno general del catalanismo desde el punto de vista de su inserción en la política comprensiva. 347 (buen ejemplo de ello es la sección «Dos ciudades», de Destino), y en algunos casos, como en Alcalá y, más adelante, Correo Literario, ampliarían su domiciliación madrileña también a Barcelona. Además, se sucedieron los artículos y los números especiales consagrados a la literatura catalana: como el número 95 de Ínsula263, en el que se publicaron, entre otros, trabajos de José María Castellet («Notas sobre la situación actual del escritor catalán») y Paulina Crusat («La poesía femenina en la Renaixença catalana»); la intensa campaña desempeñada por Revista, con artículos de Ridruejo: «Poetas en la unidad», «En conversación abierta con Carles Riba»; y, de este último: «Carta abierta a Dionisio Ridruejo», «Los ecos de Segovia no deben perderse», tratando de reproducir, así, el diálogo entablado años atrás por Unamuno y Maragall. En Alcalá, finalmente, Ferraté ya había iniciado su sección dedicada a las letras catalanas, ejemplo paradigmático de lo que supuso Cataluña en el discurso comprensivo, labor que culminó con el homenaje a las letras catalanas del número 20. En el editorial que encabezaba dicho número se señalaba la importancia fundamental del diálogo con Cataluña «para una empresa de unidad española», se detallaba cuál debía ser la naturaleza de dicha comprensión: «Se trata de valorarla en lo peculiar y en lo autóctono verdadero, pero no para la adulación torpe […] ni tampoco para pretender imponerle moldes y modos que no son suyos». Y, finalmente, todo ello se entroncaba en el objetivo general del proyecto falangista de unidad cultural: «Y es claro que esta posición solo puede nacer cuando a España se la entienda como una unidad por encima de lo físico, de lo lingüístico y lo consuetudinario, como una unidad auténtica alejada de lo uniforme, no sometida a esquemas mentales, sino afincada en cordial propósito amoroso de entendimiento» [Anónimo, 1952b: 1]. En esta misma línea, en la publicidad del número se incluía una nota sobre el homenaje que Alcalá dedicaría en el próximo a Primo de Rivera. Como los otros puntos del programa comprensivo, el interés por lo catalán fue entendido y entendible desde el ideario falangista. Las tensiones se producirían con otros grupos intelectuales: el excluyente, aunque no opuesto frontalmente en el caso puntual que no ocupa, y el exilio, y en concreto, los exiliados catalanes, que 263 Ínsula destacó por su participación activa en este proceso, a raíz, sobre todo, de la amistad de los poetas Carles Riba y Vicente Aleixandre, quien recomendó a Paulina Crusat como crítica para la sección «Letras catalanas», donde además cubriría la información de los congresos de poesía, y en Adonáis, en la que publicó su importante Antología de poetas catalanes contemporáneos (1952), 348 fueron muy críticos con el acercamiento de escritores como Riba y J. V. Foix hacia Ridruejo y los otros intelectuales de su círculo. En otro trabajo del número, «La hispanidad es diálogo», se detallaría un importante presupuesto ideológico que marcó el diálogo con Cataluña: a partir de este relato de unidad cultural, la asunción conjunta de proyecto común católico al que también se incorporaría Hispanoamérica: «América no ve a España como un mundo aislado, sino como el cordón umbilical que la une a Europa, porque España le dio esta civilización cristiana, occidental, que ahora tratamos de salvar y se la dio cuando era, en el mundo de su tiempo, una nación rigurosamente moderna». En este proceso, Cataluña desempeñaría una función fundamental: «Estamos seguros de que Cataluña, despojada de aquella cáscara pequeña y de aquella contemplación narcisista y estéril en que quisieran sumirla algunas personas, puede adquirir ese puesto preeminente que como buenos catalanes deseamos para ella» [Anónimo, 1952c: 12]. La vinculación del homenaje a Cataluña con el proyecto comprensivo se hizo patente en varias ocasiones a lo largo del número: se anuncia, de hecho, la inminente publicación del artículo «Excluyentes y comprensivos» en Revista, y Ridruejo cerraba el especial con un artículo, «Unidad como libertad», ilustrado por Tàpies, en el que caracterizaba en términos parecidos a los ya expuestos «la naturaleza de nuestro diálogo». El resto de páginas se reservaban para una serie de trabajos sobre diferentes personalidades de la cultura catalana (novelistas, pintores, grupos teatrales, etc.) y las páginas centrales recogían una notable antología bilingüe con poemas de Carner, Riba, Foix, Espriu, Perucho, Palau Fabre, Reventòs, Rosselló-Pòrcel, Manent, Argenté, Verges, etc. En ese mismo número, además, se publicaban, en una sección independiente y en español, textos de Carlos Barral. En definitiva, el sistema hemerográfico de los años cincuenta desempeñó un papel fundamental en la configuración del discurso catalanista: en revistas alejadas de los núcleos comprensivos, como Ateneo y Arbor, pero sobre todo, Revista, de Ridruejo, y la universitaria Alcalá. Uno de los objetivos de los tres congresos de poesía fue, de hecho, crear una revista en lengua catalana que finalmente no fue autorizada: Monitor de les Artes y de les Lletres. Correo Literario estuvo estrechamente vinculada a Cataluña desde varios puntos de vista. El hecho más notable fue sin duda el cambio de domiciliación que se produce en su segunda época, cuando Masoliver asume la dirección de la publicación y empiezan a colaborar varias firmas de los círculos de Destino y Laye. Más allá de las posibles 349 razones de gestión e institucionales que explicaban el cambio, este reproducía simbólicamente el diálogo que se venía estableciendo entre Madrid y Barcelona desde principios de la década, e iba un paso más allá de Alcalá, que desde su número 20 incluía a Barcelona en su ficha de domiciliación. Y no hay que olvidar, además, que Gich, el director de las dos últimas etapas de la época madrileña, aunque residente en la capital, procedía de Gerona. Fue, sin embargo, mucho más decisivo el papel desempeñado por Santos Torroella, quien ya ejerció como corresponsal barcelonés desde que Panero se lo ofreciera por recomendación de Masoliver [Amat, 2007: 71], convirtiéndose desde entonces en una de las firmas habituales de la publicación en todas sus etapas. Asimismo, más adelante, cuando la revista se traslada a la ciudad condal, pasó a desempeñar la función de subdirector. Todo ello, sumado a la imbricación natural de la revista en la red de preocupaciones comprensivas, hacen del tema catalán uno de los más importantes, aunque el tono de las intervenciones al respecto se intensificaría notablemente a partir de la etapa de Juan Gich. Así pues, las colaboraciones y secciones que firmaba Santos Torroella conformaron el núcleo más importante de los textos en los que Correo Literario se definió en relación con este punto del modelo comprensivo. La primera intervención del crítico en este sentido se produjo en el número 14, cuando inaugura su sección «Correo de Barcelona», encuadrada como un subapartado de la página de arte y que se mantiene durante unas pocas entregas más en los números 15, 16 y 17. En el número 18 se ocupó por primera vez de los poetas catalanes, en una subsección de la más amplia «De provincias», primera formulación de la más longeva «Correo de España y del mundo». En esta importante página de la revista, Santos Torroella daría cuenta de las principales novedades editoriales y de otros aspectos de la vida cultural de Barcelona (nº 19, 27, 28, 34-35, 37-38, 46, 47, 48, 50). La sección más importante de Santos Torroella fue la denominada «La literatura catalana de hoy», luego «La literatura catalana», en cuya presentación en el número 47 realizó una beligerante defensa de la producción escrita en catalán, haciendo del hecho lingüístico, como veremos enseguida, el elemento central de la discusión. En las entregas de la sección, que estaban integradas en la página de crítica «El laberinto de las obras ajenas», se ocupó de importantes figuras de la literatura catalana. Dentro de esta misma línea reivindicativa, Santos Torroella firmó algunas otras reseñas sobre publicaciones en catalán en las que no se incluía, sin embargo, el rótulo de sección: son las que dedica a 350 Carles Riba (nº 50), J. V. Foix (nº 63), así como a un trabajo crítico sobre Jacinto Verdaguer de José Miracle (nº 61). Al margen de estas reseñas, Santos Torroella publicó trabajos de carácter variado sobre literatura catalana, entre los que destacan, sobre todo, el ensayo «Primera aproximación a Josep Pla» y la encuesta «Los poetas catalanes hablan», que coordina entre los números 17 y 18. En la época barcelonesa, Santos Torroella continúa colaborando en la revista, con reseñas sobre obras variadas en la sección de «Anaquel», crónicas de algunos acontecimientos destacados, como la Segunda Bienal Hispanoamericana de Arte y el III Congreso de Poesía de Santiago de Compostela, traduce los poemas de autores catalanes que se publican en las páginas poéticas y firma su nueva sección «Barcelona al pie de la letra», en la que abandona el modelo de crítica literaria practicada en la época madrileña, y se ocupa más bien del resumen mensual de las novedades de la vida cultural de la ciudad Existe por parte del crítico, pues, desde sus primeros pasos en la revista, un intento claro de sistematizar la presencia de lo catalán dentro de Correo Literario, en la línea de lo que otros compañeros como Crusat y Ferraté estaban realizando en Ínsula y Alcalá. Fundamentalmente durante la primera etapa de Gich y, sobre todo, con la celebración de uno de los primeros éxitos del diálogo Madrid-Barcelona que supone el Congreso de Poesía de Segovia, se ocupa habitualmente de obras de autores catalanes, en una sección propia que, sin embargo, no acaba adquiriendo una regularidad absoluta. Santos Torroella reaparece en la época barcelonesa, tras un paréntesis de silencio en el que, como veremos, Arroita-Jáuregui se hace cargo de la reseña de las principales novedades editoriales del entorno catalán. Más allá de esta relación de datos cuantitativos, nos interesa sobre todo analizar cuál fue el discurso ideológico seguido por el crítico en su reincorporación explícita de lo catalán a la vida oficial madrileña. En primer lugar, y a partir del modelo de intelectual que él mismo encarnaba, aquel que incorporaba creación y crítica, literatura y pintura, en una única figura —«uno de los rasgos más característicos del arte y la poesía de nuestro tiempo» (nº 14: 7)—, señalaba las diferencias entre la vida cultural de Madrid y de Barcelona, que estribaban, sobre todo, «en que quienes meten más ruido aquí [en Barcelona] no son los poetas o, en general, los escritores, sino los artistas» (nº 28: 7), en la misma línea seguida en un artículo publicado en el número 15 bajo el significativo título de «Más arte que literatura» y, en general, en la totalidad de sus trabajos sobre arte, en los que contrasta siempre la visión de una poesía «un tanto adormecida entre la sombra vernácula y floral y el formalismo exangüe de su mejor herencia última» y la labor 351 artística de los pintores catalanes que han hecho de Cataluña «el foco más intenso y vivaz de nuestra pintura contemporánea» (nº 14: 7). Además, denuncia en varias ocasiones el aislamiento cultural a que se ha sometido históricamente a la poesía catalana. A valorar esta circunstancia dedicó precisamente la encuesta «Los poetas catalanes hablan» que coordinó entre los números 17 y 18. En la presentación, escribía: «las menciones a lo aportado por Cataluña, si no inexistentes, pecan de sucintas e incluso de parciales, dada su parvedad», algo en lo que insisten los propios entrevistados, nombres importantes de la poesía —tanto en catalán como en castellano— en Cataluña: Josep Maria López-Picó, Teixidor, Fernando Gutiérrez, Julio Garcés (en el 17), Juan Brossa y Juan Eduardo Cirlot (en el 18). Sobre este punto insistieron muchos de los encuestados, y subrayaron, en general, la posición marginal que ocupaba Barcelona en el campo cultural español: Garcés, por ejemplo, afirma irónicamente que «los poetas de una ciudad de millón y medio de habitantes» portaban el «sambenito de provincianos», así como en otros lugares de la revista: Gomis, que protagoniza una entrevista realizada por Santos Torroella a propósito de la concesión de los premios Correo Literario de Poesía Breve y el Adonáis de 1951, denuncia la falta de atención crítica hacia la literatura catalana: «evolucionará en un sentido más amplio y poderoso cuando sea mejor conocida y se la comente con mayor frecuencia en el resto de la península» (nº 40: 11). Esta situación es la que se propone solucionar en su sección «La literatura de catalana de hoy», que presentaba en el número 47. Para Santos Torroella, en las discusiones en torno de la literatura catalana («una de las más copiosas y estimables literaturas peninsulares») la cuestión lingüística debería ser fundamental: «Ignoro por qué no se acostumbra a tenerse en cuenta el hecho, harto evidente por lo demás, de que la producción literaria de Cataluña es, esencialmente, producción en lengua catalana» (nº 47: 8), por lo que, en la revisión general que realiza en este primer número, valoraría cuestiones como la autotraducción y la situación de bilingüismo, en suma, que marca el funcionamiento del mercado editorial en Cataluña. Lo lingüístico es también un obstáculo para la recepción de la poesía catalana fuera de la región (no en el caso de la novela, que tiene a su disposición una serie de cauces de difusión de gran recorrido, como el premio Nadal, y, sobre todo, porque la traducción de obras narrativas resulta mucho menos problemática). Su solución pasaría por incentivar el interés mutuo entre las dos literaturas que coexisten dentro de Cataluña para, en última instancia, alcanzar la situación que habían 352 deseado Unamuno y Maragall: «que todo español de mediana cultura fuera capaz, como quería Unamuno, ya que no de hablar los diversos idiomas peninsulares, al menos de leer sus creaciones literarias» (nº 47: 8), aunque no deja de reconocer que este estadio final tiene algo de inalcanzable: «que no se hagan ilusiones, puestos a aprender otro idioma han de ser muy pocos los que, en el resto de España, y menos aún fuera de ella, se interesen por el catalán» (nº 74: 12). Sin embargo, defiende explícitamente la vía comprensiva como mejor forma de abordar ese problema de desconocimiento y aproximarse a dicha situación: «Y si este fenómeno nos empeñamos en prejuzgarlo por motivos extraliterarios y, acaso, en considerarlo negativamente desde ellos, no adelantaremos nada en la comprensión, que casi diría urgente, de cuanto en sí y por sus implicaciones encierra» (nº 47: 8). A este propósito están destinados los sucesivos trabajos que dedica a figuras concretas de la literatura: Espriu (nº 47), Vinyoli (nº 55), Riba (nº 59), Verdaguer (nº 61), J. V. Foix (nº 63) y Manent (nº 69), así como novedades editoriales relacionadas, como la Antología de poetas catalanas contemporáneos de Crusat (nº 50). En la mayoría introduce poemas de los autores en versión bilingüe264 —su sección se convierte, pues, en una suerte de antología poética—, que se acompaña de una valoración general del autor, en la que incide fundamentalmente en la estética de la rehumanización en la que se inscriben sus poéticas. Es el caso, por ejemplo, de Salvatge Cor, de Riba, donde alude a sus versos «tal vez demasiado humanos, según su autor nos previene» (nº 59: 4). De forma excepcional, encuadra la poesía de J. V. Foix dentro de la corriente surrealista, pero esta es reinterpretada desde los presupuestos de la rehumanización: «Y no precisamente porque, calificado de surrealista, ese mundo se encuentre más allá —por encima o por debajo— de las fronteras de toda realidad inmediata, de toda razón. Mejor diría que se trata precisamente de todo lo contrario: de que es poesía la suya cargada de razón y descendida a la mejor observada y más sentida realidad» (nº 63: 5). Subraya constantemente, asimismo, la cuestión lingüística: comenta las dificultades que entraña la traducción de poesía catalana, se excusa por algunos rasgos perdidos en el trasvase al español y, en definitiva, defiende, como en la presentación de la sección en el número 47, la especificidad de la lengua catalana y la necesidad de considerarla como elemento fundamental de la literatura en catalán: «la poesía de Foix, en sus rasgos inconfundibles, no podría darse sin la existencia de la lengua catalana» (nº 264 La única excepción es el poema de Manent, que aparece únicamente en su versión castellana. 353 63: 5). En este mismo sentido, defiende que dicha tradición constituye un sistema autónomo respecto de la española, razón que explica la marginalidad a que está sometida muchas veces: «La poesía catalana, como mundo cerrado y aparte que es, apéndice autónomo de la española de dos continentes, en la ventura de su rescatada y celosa intimidad —de su insobornable fidelidad a sí misma— lleva el riesgo de su incomunicación» (nº 50: 5). Requiere, por tanto, de un acercamiento específico que respete la especificidad lingüística y cultural de un movimiento literario que se encuentra entre «los más importantes de Europa» (nº 74: 12). En definitiva, las colaboraciones de Rafael Santos Torroella265 constituyen un proyecto sistemático y logrado de reivindicar la literatura catalana desde un paradigma explícitamente comprensivo: un ejercicio de diálogo en el que las cuestiones que identifican al receptor se sitúan en primer plano (la lengua catalana, un campo literario propio), para su posterior integración dentro de un sistema de referencias comunes; fundamentalmente, la rehumanización, en lo estético. Frente a los textos del homenaje a Cataluña de Alcalá, sobresale, asimismo, la ausencia absoluta de retórica falangista en sus planteamientos, mucho más en la línea de lectura de plataformas más independientes como Ínsula. Esta revisión general de los textos de Santos Torroella ha de ser completada con un grupo notable de trabajos y reseñas, que también se vieron incrementados durante la época de Gich. En primer lugar, fueron frecuentes las breves notas en las que, sin llegar a profundizar en la materia, se dejaba constancia al menos de la existencia de la polémica y se apoyaban estas tentativas de apertura. Así, la publicación se vinculó explícitamente con los acercamientos a Cataluña que se estaban practicando desde otras plataformas. En el número 48 se destacó la aparición de la nueva Revista, a medio camino entre Barcelona y Madrid, y con la «noble ambición de promover el necesario conocimiento e intercambio entre los dos centros culturales más importantes de España» (nº 48: 2), y, en el 61, se reseñó brevemente el número extraordinario de Alcalá sobre Cataluña: «La importancia del número, en el orden cultural y político, es extraordinario y pone de relieve, una vez más, la categoría y madurez de esta joven revista» (nº 61: 2). En otros textos se aludía a la cuestión de forma más o menos colateral: por ejemplo, en la crónica cultural del congreso de Cooperación Intelectual que ocupaba las páginas dobles del número 10, se destacaba la intervención en el mismo de Juan Estelrich, 265 En sus colaboraciones durante la época barcelonesa, crónicas de la vida cultural de la ciudad, desaparece prácticamente el tono beligerante y reivindicativo presente en las reseñas estudiadas. 354 en la que había defendido «la catalanización de España, que no significa, ni más ni menos, que Cataluña mire a España como cosa propia y la contagie de sus virtudes más vernáculas y positivas» (nº 10: 6) o Vázquez Zamora, en una nota sobre las traducciones de Shakespeare en España, destacaba la aportación catalana en la transmisión del dramaturgo inglés en dicha lengua. Y, si nos referimos a la época barcelonesa, son muy frecuentes, asimismo, este tipo de anotaciones, en las que se insiste, muchas veces, en el carácter europeísta de la cultura catalana, uno de los motivos, recordamos, por los que era tan importante establecer este diálogo para los comprensivos: es un ejemplo de ello la participación de Bartolomé Soler en la sección «El escritor», en la que se afirma: «¿Pues no ha sido Cataluña el insoslayable atajo que va de Europa a Cataluña?» (nº II.2). En segundo lugar, conformaron también un grupo notable los artículos que expresamente se ocuparon de la vida cultural catalana266: «Crónica del liceo de Barcelona» (nº 63), «Crónica morosa de las actividades editoriales de Barcelona en el año 52» (nº 64), «Barcelona prepara la fiesta del libro» (nº 70), así como las numerosas notas acerca de los premios ofrecidos allí: el Ciudad de Barcelona (nº 65, 66, 89, 90), el Nadal (nº 16, 41, 64, 74, 88) o el Planeta (nº 59, 82, 83), por citar unos pocos ejemplos; así como de figuras concretas: «Manuel de Cabanyes o el secreto milagro» (nº 84), «El Princep en la poesía de Juan Teixidor» (nº II.3) y «De Riba a Riba. El nombre y el hombre» (nº II.5), entre otros. Finalmente, nos tenemos que referir a las diferentes reseñas de obras en catalán que, fuera de la sección de Santos Torroella, aparecieron en las secciones de crítica de las sucesivas etapas de Correo Literario. Al margen de algunas pocas notas de contenido marcadamente político en la etapa de Sánchez-Marín —ejemplo de ello es la reseña de Los catalanes en la guerra de España en la que se defendía que la guerra había dado la oportunidad «a la juventud catalana de demostrar su entusiasmo y su abnegación en la lucha contra los enemigos de Dios y de España» (nº 25: 6)— se incidió, en general, en los mismos principios que defendía el crítico de Gerona. Así, se insistió, en primer lugar, en el valor que representaba la literatura expresada en catalán y en que, a pesar de ello, se encontraba en una situación de desconcertante desconocimiento. Desde este punto de vista, se criticaban las posiciones de aquellos que no realizaban este ejercicio de 266 En la época barcelonesa, como es natural, las referencia a esta serie de acontecimientos, más allá de las secciones específicas que firmaba Santos Torroella, fueron continuas a lo largo de todos los números de la serie, con muy especial atención al premio Planeta, dada la vinculación que mantenía la revista con esta editorial. 355 entendimiento: «No son pocos los que dicen que la poesía catalana actual, aun reconociendo que ha alcanzado una indudable categoría, es ciertamente un tanto lejana. […] Señalan también la preocupación manifiesta de beber y acercarse a fuentes poéticas lejanas» (nº 68: 5), y se reivindicaba la labor de las iniciativas que trabajan en esta dirección: así, se reseña elogiosamente la traducción de Elegías de Bierville de Riba por Costafreda en la colección Adonáis —«esta incorporación de los poetas catalanes a ella la convierte, si no lo fuera ya, en una colección de poesía como no se ha dado en España hasta la fecha» (nº 74: 7)— o se sugiere la traducción al castellano de La nit de Sant Joan, que había aparecido en el primer número de Quaderns de Poesia (nº 87). En un gran número de reseñas, la literatura catalana representó una función similar a la que ejercía la portuguesa; se hacía especial hincapié, fundamentalmente, en el carácter europeísta de dicha cultura y en las múltiples conexiones que esta tenía respecto de algunos autores españoles de la preguerra que formaban parte del bloque heterodoxo en el sistema de recepción franquista. Por ejemplo, Arroita-Jáuregui, en su reseña de Sombra elegida, de José Cruset (en castellano), realiza un repaso de las influencias de los poetas del 27 y concluye que, al contrario de la tendencia general de la poesía de su tiempo (en la que apenas se rastrea la huella de Aleixandre) el volumen de Cruset «se viene a insertar a la sombra de Pedro Salinas muy especialmente, y también a la de José Moreno Villa» (nº 83: 6); y José María Castellet, en «Analogía entre dos poetas», compara las obras de Aleixandre y J. V. Foix en su relación común con el surrealismo y su valor más estimable: «la creación de un mundo original, propio y autónomo», así como en aquellos elementos que distinguían una poética de la otra, entre los cuales la lengua y la cultura diferente en la que estos insertaban era la más destacada: «cada lengua aportaba una tradición distinta y, en consecuencia, el comienzo de una nueva ruta a seguir» (nº II.5). También como en el caso de las reseñas de literatura portuguesa, este propósito se vinculaba explícitamente con la vía comprensiva y con la noción de diálogo. Lo destacaba Gich, en una reseña de Fernando Valls Taberner, al que califica de «uno de los primeros catalanes que se percataron de la necesidad de un diálogo» y subraya el marco oficial como mejor forma de cumplir una serie de objetivos que en principio pueden parecer inalcanzables en un contexto dado: «No perdáis tiempo luchando contra el Estado —decía Valls a los políticos de Cataluña—, apoderaos de él […] No intentéis crear una universidad contra la Universidad —recomendaba a sus compañeros de estudio—; infiltraros en ella y dominadla» (nº 76: 4). 356 En este mismo sentido podemos encuadrar la reseña de Cataluña, síntesis de una región, de Lull y Casasnovas, que Gich elogia por su esfuerzo de solucionar «el tremendo equívoco que ha ido subcreándose a través de los años entre Madrid y Barcelona«, y que inscribe en una línea de trabajos que, todos ellos, «servirán para un mayor acercamiento y una más perfecta compenetración entre estas dos regiones tan profundas y eminentemente españolas que son Cataluña y Castilla» (nº II.3). Aunque, como decíamos, en la sección de Santos Torroella se incluían de forma habitual versos en catalán, no sería hasta la época barcelonesa cuando la poesía catalana se publicara de forma independiente, en las mismas secciones de creación que ocupaban los poemas en español. Se trató de los poetas J. V. Foix, a quien se le dedicaba una doble página en el número 4, Alain Bosquet (nº 6), acompañado de una breve nota explicativa y una ilustración de Santos Torroella, quien traduciría los poemas de ambos autores, y Joan Fuster, en traducción de Masoliver (nº 8). De forma todavía más excepcional —y motivado, quizá, por la celebración del III Congreso de Poesía en Santiago de Compostela— en el número 6 se publicó un poema, en gallego sin traducción, de José María Álvarez Blázquez. Además de en artículos y reseñas, la cuestión catalana fue abordada ampliamente en las diferentes crónicas que Correo Literario dedicó a algunos importantes encuentros culturales en que empezaban a fraguarse dichos vínculos entre la intelectualidad madrileña y catalana. El primero de ellos fue el curso de «Historia de la lengua y de la literatura española», que se celebró en Barcelona, al que se dedicarían varias páginas en el número 47267. El análisis del acto, en el que se recoge la participación de muchos de los intelectuales y políticos del grupo comprensivo, como Pérez Villanueva y Laín Entralgo, se completó en el número 50, con la crónica de algunas de las principales intervenciones. Se destaca, fundamentalmente, la de Ridruejo, quien, además de incorporar a figuras como García Lorca, Alberti, Salinas o Cernuda en su lectura sobre la poesía contemporánea, situaba al catalán Joan Maragall junto a Unamuno, Machado y Juan Ramón Jiménez, todos ellos constitutivos de la «generación poética fundamental de la poesía española moderna» (nº 50: 8). 267 En este mismo número, Santos Torroella comienza su sección sobre «Literatura catalana» y aparece la primera alusión, asimismo, al Congreso de Poesía de Segovia. Todo ello, sumado al comienzo de la nueva etapa de la revista con la incorporación de Gich como director, otorgan a este número un gran peso simbólico en cuanto punto de partida del problema catalán en Correo Literario. 357 Ya nos hemos referido a la importancia que los tres Congresos de Poesía que organizó el círculo comprensivo con el beneplácito del director general de Enseñanza Universitaria Pérez Villanueva en su política de diálogo con Cataluña: y es que, aunque oficialmente no se organizaron con esa finalidad, los congresos tuvieron como motor principal la incorporación de la cultura catalana en el modelo de cultura nacional que encarnaban los comprensivos. Así lo ha defendido el investigador que con más rigor se ha dedicado a su estudio, quien defiende que las tres convocatorias trataron de «posibilitar el establecimiento de conatos entre los literatos de más prestigio del catalanismo cultural con una serie de intelectuales que estaban tanteando un nuevo camino», matizando que «no era, por tanto, una trampa. No se pretendía hundir su disidencia silenciosa» [Amat, 2007: 113]. Se trataba, más bien, de aceptar la vía posibilista que los propios comprensivos estaban tanteando para sí mismos: «Situando la cultura catalana no al margen, sino en el centro de una problemática española. Ir a Segovia, de alguna manera, podía suponer la entrada del catalanismo en el modelo cultural comprensivo» [2007: 114]. Así, junto a poetas extranjeros como Giuseppe Ungaretti, Alberto Serpa, Roy Campbell, Edmond Vandercammen, Claude Aubert, Charles David Ley; e hispanoamearicanos: Eduardo Cote, Antonio Fernández Spencer, Eduardo Carranza, José Coronel Urtecho, participaron los escritores en lengua catalana Carles Riba, Marià Manent, Juan Teixidor, Joan Fuster y Foix. Esta naturaleza de encuentro interpeninsular fue subrayado especialmente en las diferentes crónicas publicadas en Ínsula, a cargo de José Luis Cano, quien más adelante destacaría la importancia de «este canto a la libertad que por primera vez se escuchaba en un recinto público en la España de Franco sin que fuera suspendido por la policía» [en Amat, 2007: 159], Pueblo, el propio Correo Literario y, sobre todo, en Revista, en la que actuó de detonante de una serie de textos cruzados entre Ridruejo y Riba en los que se detallaban los términos del modelo comprensivo en torno de la cuestión catalana. La primera referencia al Congreso de Poesía de Segovia en la revista del ICH la encontramos en su número 46, donde se publica «Hacia un congreso de poesía española». En el texto se subraya la participación de poetas de todas las regiones y tendencias y se fija el tema principal de la convocatoria: «poesía dirigida, en la que se estudiaría si es posible que la poesía sirva, y en qué medida, a una idea política» (nº 46: 9); entroncando, pues, con otro de los pilares del modelo comprensivo: la poética social. Con la organización del congreso ya avanzada, se publicitaba en la portada del número 50 y, en el siguiente, ya terminado el encuentro, se recogía una extensa crónica que ocupaba toda 358 la página inicial y parte de las interiores. De entre las actividades y conferencias organizadas, se destacó especialmente la ponencia de Carles Riba, «la más interesante del congreso», que versó sobre literatura catalana y estuvo «llena de sugerencias para el diálogo y aun para la controversia», y se entroncaba, finalmente, con «el diálogo vivo, a veces violento, pero eficacísimo, de Unamuno y Maragall» (nº 51: 1), ejemplo simbólico, como hemos visto, del ejercicio de comprensión que los intelectuales participantes querían reproducir en los cincuenta268. El II Congreso de Poesía, que se celebró en Salamanca en julio de 1953269, apareció ampliamente reseñado en las páginas dobles de los números 77 y 78. En el primero, se publicaba una extensa «Crónica puntual y verídica», acompañada de numerosas fotografías y retratos de algunos participantes como Ungaretti y Carranza, que se complementaba con un texto de tono ligero sobre algunas conclusiones y anécdotas del encuentro, «Notas sobre el II Congreso de la Poesía», y con un ensayo sin firma, «Salamanca, el diálogo y la poesía». En este se reflexionaba sobre algunos de los éxitos logrados en la convocatoria de Segovia, con especial hincapié en los que atañían a la cuestión catalana: «El Congreso de Segovia dio sus mejores frutos en la incorporación definitiva a la poesía española de la poesía catalana. Ahora no es del caso ver las razones que mantenían distanciados a los poetas catalanes de los lectores españoles de poesía, de esa minoría que son siempre los lectores de poesía. Esto ahora, ya, es lo de menos. Lo importante es que a la cita de Segovia acudió un grupo de poetas catalanes, a la cabeza de ellos, Carles Riba, quizá uno de los poetas más alto de la lírica universal, y que acudieron con la sinceridad más rabiosa por delante» (nº 77: 8). Se subrayaba el diálogo público mantenido por Ridruejo y Riba y se celebraba la incorporación de nombres como el propio Riba, Foix, Manent, Teixidó, etc. a la tradición poética española, en cuanto «poetas españoles que no se expresan en castellano, pero que están cantando en español y desde España» (nº 77: 8). El Congreso de Salamanca no había hecho más que confirmar esta tendencia, y se subrayaba, en este sentido, la aparición en Salamanca de un libro de Riba en edición bilingüe270. 268 Todavía se publicarían algunas notas más sobre el congreso en números posteriores: en el 53, vuelve a ocupar la portada, donde se publican algunas de las conferencias pronunciadas, y en el 55, dentro de la sección «Cosas que pasan, cosas que se dicen», se da cuenta de la publicación de una crónica firmada por el portugués Alberto Serpa en las Edicioes Saber. 269 Sobre esta convocatoria en particular, contamos con el documentadísimo trabajo de José Luis Puerto [2014] en el que se detalla la relación de participantes y de actividades organizadas, con importantes notas, además, sobre su recepción en la prensa contemporánea. 270 En el «Pequeño retablo anecdótico del II Congreso de Poesía» que Federico Muelas publicó en las páginas 8 y 9 del número siguiente, se volvía a insistir en el carácter comprensivo del diálogo, manifestado 359 En un contexto de creciente tensión —Laye y Revista entraron en crisis, la polémica comprensiva se recrudeció y la autorización fallida del proyecto de revista en catalán, Monitor de les Arts y de les Lletres, provocó la distancia de algunos de los poetas catalanes que hasta entonces se habían situado en la órbita comprensiva— se celebró la tercera edición del congreso, esta vez en Santiago de Compostela y durante el mes de julio de 1954. A algunos de estos desencuentros y tensiones alude Santos Torroella, ya en la época barcelonesa, recordando los encuentros: a propósito de la organización de sendos homenajes a los escritores José María de Sagarra y Carles Riba —que «no son extraños a la iniciativa de los dos congresos poéticos celebrados en Segovia, el primero, y en Salamanca, el segundo» (nº I.1)— advierte de que «muchos nos tememos que persistan aquí, en ciertos grupos insolidarios siempre, la animadversión y el recelo contra empresas como las de esos congresos, que solo estuvieron animados por la cordialidad, el respeto y la comprensión mutuos» (nº I.1). También el crítico se ocuparía del citado III Congreso, en dos artículos publicados en los números 5 y 6, y en los que extiende el alcance del diálogo también a los poetas en lengua gallega: «allí estaban los poetas gallegos, nuestros huéspedes; esos poetas que tan escasamente conocemos», señalando, asimismo, la estrecha vinculación que estas iniciativas mantenían con las perspectivas iberistas que defendían muchos de los invitados al congreso: «vueltos como están, casi formando un mundo aparte, hacia la prolongación ultramarina de su ámbito, recordándonos aquella figura, imaginada por don Miguel de Unamuno para el Portugal vecino» (nº II.5). No se olvida, sin embargo, de la importancia que seguía manteniendo el grupo catalán, y en ese sentido cita unos pocos versos en esa lengua de Maragall (nº II.6) —de nuevo, Unamuno y Maragall como figuras simbólicas del diálogo— y concluye que la convocatoria sirvió de encuentro entre «las escuelas de las tres lenguas peninsulares, las de los dos hemisferios donde la lengua hispana se habla, y aun de otras lenguas» (nº II.5). No obstante, los protagonistas de estos encuentros entendían que se había alcanzado una frontera. Ridruejo, uno de los principales impulsores de la vía catalanista, se había dado cuenta de que el marco de la oficialidad tenía unos límites claros, los que marcaba un campo cultural profundamente intervenido por los poderes políticos, y que las iniciativas culturales no tenían todavía la capacidad de traspasarlos: «Se había sobre todo en la naturaleza bilingüe de muchas de las intervenciones: «La representación catalana, tan completa que alguien la calificó de antología, se distingue desde el primer instante por su cordialidad y por su delicadeza […] Todas las lecturas se hicieron a la vez en castellano y catalán» (nº 78: 9). 360 liberalizado en buena parte la vida intelectual española, sin duda, pero el Estado seguía inalterable. La cultura como herramienta de intervención política ya no daba más de sí, el modelo comprensivo estaba agotado» [Amat, 2007: 226]. A diferencia de lo que ocurría en el modelo comprensivo aplicado al exilio, en el cual el límite lo constituían algunos presupuestos ideológicos de la doctrina falangista detentada por muchos de los productores de dichos discursos de recepción, el diálogo con Cataluña y algunas de sus aspiraciones más específicas: entre otras, la creación de una publicación verdaderamente independiente editada en lengua catalana, chocaron con un Estado totalitario que había fijado de antemano el marco y las condiciones del diálogo. El desencanto que ello conllevó estuvo detrás, sin lugar a dudas, de la «política de oposición a las claras» [en Amat, 2007: 219] que se materializó por primera vez en las revueltas estudiantiles de 1956. No habría sido posible sin la tentativa comprensiva de superar esas fronteras, sin el descubrimiento de que existía esa frontera. 4. Catolicismo y existencialismo La religión, el catolicismo y otras cuestiones relacionadas como la finalidad y naturaleza de un arte, un cine y una literatura religiosos (en sus diferentes manifestaciones genéricas: novela, poesía, teatro) fueron una preocupación constante a lo largo de la historia completa de la revista; no solo en numerosos artículos y ensayos que ocupaban espacios privilegiados dentro de la publicación, sino también en campañas y secciones específicas que convocaron a algunas de las principales firmas en dicha materia: entre las más destacadas, «Arte y altar» y «También entre los libros anda el señor», así como en las secciones de reseñas, donde la nueva literatura católica, en auge en países como Francia, mereció una enorme atención por parte de los críticos de Correo Literario. Frente a publicaciones religiosas netamente ortodoxas, como Ecclesia, Ateneo e incluso Mundo Hispánico —en las que el catolicismo era, principalmente, uno de los componentes fundamentales de la ideología de los vencedores y, desde su perspectiva excluyente, no requería de cuestionamiento alguno, Correo Literario se integraba, más bien, en el circuito de revistas católicas, que podríamos denominar heterodoxas, como El Ciervo, Estría o Espiritualidad seglar. En ellas, fueron centrales cuestiones como la vinculación del catolicismo con el protestantismo, el surgimiento del existencialismo y la filosofía del absurdo como interrogantes de lo religioso o incluso la posibilidad de un arte y literatura católicos actuales, adaptados a las nuevas corrientes estéticas de la 361 modernidad. Y, en general, fue una problemática de gran interés para el entorno comprensivo en otras revistas no estrictamente religiosas como Alcalá y Revista. El catolicismo, en cuanto componente ideológico común a toda la intelectualidad de la época —excluyentes y comprensivos—, se convirtió, así, en otro campo de batalla simbólico en el que estos últimos tratarían de diferenciarse por una serie de rasgos afines a los otros elementos del modelo comprensivo: aperturismo ideológico, visión cosmopolita, preocupación estética moderna, etc. No hay que olvidar, asimismo, que en esta época ejercían como ministros importantes figuras del denominado catolicismo aperturista o progresista: Ruiz-Giménez, en Educación, y Martín-Artajo, ya desde hacía unos años, en Exteriores271; y que instituciones de reciente creación, como el mismo ICH, respondíaN fundamentalmente al creciente poder de estas figuras, debido, en gran parte, al enorme interés que el régimen había puesto en ellos: tal y como hemos estudiado ya en los puntos del modelo comprensivo relativos al exilio y la cultura catalana, un catolicismo en sintonía con las nuevas corrientes religiosas europeas272 se convirtió en una herramienta imprescindible para la mejora de la imagen internacional de España durante la década de los cincuenta. En Correo Literario se publicaron algunos textos inscritos dentro de esa primera mirada integrista, sobre todo en la etapa de Sánchez-Marín: en su serie de artículos «Humanismo natural y humanismo cristiano» (nº 27, 28, 29), en algunas de las reseñas que publicaba Sainz Mazpule en la sección «Mirador de las letras europeas» y, como veremos en detalle más adelante, en algunos de los artículos que enjuiciaban negativamente el existencialismo, por su carácter heterodoxo respecto de lo religioso. Julián Ayesta, en la entrega del número de 92 de su columna «Quiero y no puedo», sintetizaba el hilo argumental de esta otra postura: el catolicismo, en primer lugar, «no constituye ningún problema», en cuanto que se da completamente por aceptado: «es una evidencia social, un hecho natural». Por esto mismo, no se entiende la necesidad de adaptarlo a las nuevas corrientes de la filosofía moderna (prevalece, pues, su función 271 El trabajo de referencia sobre la relación de los intelectuales católicos con la esfera del poder político durante el franquismo sigue siendo el volumen Franco y los católicos. La política interior española entre 1945 y 1957, de Javier Tusell [1984]. Una valoración general de las iniciativas culturales que estos llevaron a cabo durante el medio siglo puede encontrarse en García Escudero [1992] y Montero [2005]. 272 Cuenca Toribio ha señalado que «los años cincuenta revistieron […] una fisonomía especial al ofrecerse como el tramo de la edad contemporánea en el que quizás el aporte del catolicismo francés al hispano adquirió mayor densidad», llegando incluso a calificar la década, a partir de la influencia del Concilio Vaticano II, como la etapa de la «colonización francesa del catolicismo español» [1997: 13]. Las principales firmas del catolicismo francés fueron especialmente queridas por los católicos aperturistas, que encontraron en estas un ejemplo de «la solidaridad del católico con su entorno social y su época», en oposición al católico integrista [1997: 14]. 362 como cohesión social de España): «¿Que no hay en España literatura o pensamiento católico moderno? Bueno, ¿y qué? Vale más la tranquilidad espiritual de muchos millones de hombres que la vanidad de una docena de esnobs» (nº 92: 3). No obstante, la postura mayoritaria dentro de las páginas de la revista fue la elaborada por Aranguren273 en su sección «También entre los libros anda el señor», publicada entre los números 47 y 86 y que, como ya hemos visto, fue destacada en numerosas ocasiones como uno de los principales reclamos de la publicación del ICH: Antonio Lago la destacaba como «la más buscada, la más esperada y la más interesante», precisamente, por haber sabido «poner rigor y exigencias intelectuales en los temas de nuestra fe católica» (nº 88: 3). Al margen de esta sección específica, fueron muchos los espacios que Correo Literario dedicó a glosar la figura y la obra del filósofo, en los que se incidía, sobre todo, en su faceta de católico aperturista. A propósito de libros publicados durante la década como Catolicismo y protestantismo como formas de existencia (1952), se destacaba el rigor y honestidad de Aranguren, encarnación, para Gullón, de «una especie casi nueva en España de intelectual católico laico» (nº 56: 2), y ejemplo de la política del diálogo tan querida por los comprensivos: «postula su mejor consecuencia: el diálogo» (nº 65: 1). Un diálogo ausente del discurso del clero regular que entablaría especialmente con otros intelectuales heterodoxos respecto del catolicismo ortodoxo: «Él ha sido el escritor audaz que ha lanzado el primero una hipótesis espléndida, la de un acercamiento de los cristianos herejes a la casa común, un acercamiento en virtud no pequeña de una nueva manera de mirarles y tenerles en cuenta los católicos» (nº 91: 3), sin que ello signifique, sin embargo, una aceptación ciega de los presupuestos ideológicos de la heterodoxia: «No es que Aranguren disculpe aberraciones o desustancie contenidos doctrinales; lo que intenta es un descubrimiento de las fuentes genuinas del pensamiento religioso de muchos intelectuales» (nº 53: 4)274. Esta fue, en efecto, la finalidad que el propio Aranguren explicitaría en numerosas ocasiones a lo largo de la sección. Ya hemos aludido a cómo en la presentación de «También entre los libros anda el señor» en el número 48 se dirigía especialmente a los 273 El pensamiento religioso de Aranguren ha sido ampliamente estudiado, con trabajos puntuales como el de Manuel Fraijó, acerca de su evolución desde un catolicismo más o menos ortodoxo hasta un cristianismo completamente desligado de la iglesia oficial [1997], o el más completo y general El pensamiento religioso de José Luis L. Aranguren, tesis doctoral, todavía inédita, de Carmen Herrando [2004] dirigida por aquel. Esta última, además, actualiza la «Bibliografía de y sobre José Luis L. Aranguren» que publicara Feliciano Blázquez [1997]. 274 Manuel Fraijó ha recogido algunas de las reacciones a la sección externas a Correo Literario. Para González de Cardedal «alertó a los españoles de cuanto ocurría en Europa de valioso, ejemplar y aleccionador, tanto intelectual como religiosamente» [1997: 169]. 363 jóvenes desencantados con la iglesia institucional —«hay muchos, jóvenes, sobre todo, que, desencantados de casi todo, quizá hasta de la Iglesia misma, todavía nos otorgan confianza» (nº 48: 9)— desde una posición de declarada independencia: «sin dependencias burocrático-administrativas, sin afiliación, sin insignia, sin mayúsculas» (nº 48: 9). A lo largo de las diferentes entregas, continuó desarrollando esta postura comprensiva. En primer lugar, y en una actitud radicalmente opuesta a los defensores de una España sin problema, era necesario identificar la existencia de la heterodoxia, el problema —y el peligro— del catolicismo en la sociedad contemporánea: «Debe elegir entre estas dos posibilidades: permanecer bien envuelto en el amparo tradicional o afrontar resueltamente el peligro. Porque de lo que no cabe duda es de la existencia de este» (nº 56: 5). Defendía que esa era la verdadera postura intelectual, frente a la del político o del clero: «lo que muchas veces equivale —según el juicio de quienes pretenden que en “su bando” está el bien todo, sin mezcla de mal alguno, y en el contrario a la inversa— a resolverlas y embarullarlas» (nº 59: 8). En segundo lugar, el intelectual católico debía ser tolerante —más adelante identifica explícitamente esta postura con la de los comprensivos— con «el herético» y «el hombre pecador» (nº 55: 8). En este sentido, defiende que «el cristianismo, para mí, no es una receta», y que, por tanto, debe estar sujeto al diálogo con otros posicionamientos (entre las que menciona el existencialismo y el comunismo): por ello lamenta que determinados escritores, «con la “disponibilidad” para la comprensión y el diálogo» no se acerquen a estas obras heterodoxas (nº 60: 5). Denunciaría en muchas ocasiones los perjuicios de la actitud excluyente para la propia religión católica. Desde esta perspectiva, critica una publicación como Ecclesia y pone en duda el que cumpla una efectiva «acción católica» (nº 73: 3). Actitudes como la denunciada no cumplen el propósito de conseguir «que los españoles reales y concretos […] lleguen a ser religiosos, o más religiosos de lo que son» (nº 86: 3), sino que, más bien, tratan de preservar «una religiosidad esencialmente pacata, bien avenida y tradicional», desde unas posturas de un claro «conservadurismo político» (nº 82: 3). Se limitan, pues, a una «serie de solemnes, abstractas e inoperantes proclamaciones del catolicismo de España» (nº 86: 3). Para que la actitud contraria, la que defendía Aranguren y otros integrantes del grupo comprensivo, fuera posible, era necesario que el intelectual católico ejerciera su 364 labor desde una posición autónoma respecto de la iglesia y el poder político275. Era imprescindible, en primer lugar, contar una «gran revista católica, moderna independiente, hecha por seglares» (nº 49: 4), que todavía no existía en España, aunque plataformas como El Ciervo o Correo Literario se aproximaban al ideal deseado. Defendió en muchas ocasiones la existencia de formas de existencia religiosas al margen de la vida católica oficial: «personalmente prefiero las personas que, por libre decisión, abandonan la misa, a aquellas que prosiguen asistiendo a ella por motivos extrarreligiosos» (nº 58: 8), y cuestionó algunos de los planteamientos de la ortodoxia católica, como el sacramento de la confesión —«al hombre se le conoce conviviendo con él: la “experiencia de la vida” se adquiere no “oyéndola”, sino viviéndola» (nº 54: 5), las exhortaciones, alejadas de la vida real de la gente, en contra del pecado —«pedir que las gentes no pequen es pedir demasiado. Yo me conformo con que sepan y no olviden que están pecando» (nº 58: 8) y, en fin, desestimó la posibilidad de un Estado católico eficaz en su labor de inculcar el espíritu religioso entre los ciudadanos. Sobre este último punto reflexionó sobre todo en el número 81, que estructuró en los epígrafes «La tentación de perfección legal», «Catolicismo público y catolicismo privado» y «Moral y religión». En ellos, cuestiona la utilidad de la creación de un «Estado católico» como herramienta para despertar el sentimiento religioso: «Cumpliendo todos los preceptos externos de la religión se puede ser muy poco moral» y apunta que esta idea está relacionada con principios anacrónicos vinculados con el «Medievo y la Contrarreforma» y que no responden a una serie de realidades modernas —«pluralidad de confesiones religiosas, existencia de importantes concepciones de la vida no católicas, crisis colectiva de la fe y la esperanza, pesimismo de nuestro tiempo»— a las cuales el catolicismo debe adaptarse (nº 81: 3). Así pues, la labor de Aranguren, y, en general, del intelectual católico según el modelo fijado por aquel, pasaba, en primer lugar, por el reconocimiento de la existencia de una serie de corrientes estéticas y filosóficas modernas —pintura abstracta, neorrealismo, existencialismo, dodecafonismo, etc.—, en aras de que el catolicismo 275 Ignacio Sotelo ha estudiado, a través de un análisis exhaustivo de la obra ensayística y filosófica de Aranguren, su visión del intelectual y de su labor ética en relación con la política, desarrollando muchos de los temas que aquí solo apuntamos. Su conclusión es que el autor de Ética y política defendió una separación radical de las esferas intelectuales y política, limitando aquella al ámbito estrictamente moral. La autonomía que defendía para el escritor de los años cincuenta no se entendía, como haría Bourdieu, como una forma de posicionamiento de crítica política, sino más bien como una condición de independencia para el desarrollo de su labor creativa y filosófica. Sobre este mismo asunto, vid. también Bonete Perales [1986], Díaz [2007] y Panea Márquez [2015], quien además estudia la influencia del pensamiento de Unamuno y Ortega en la obra de Aranguren. 365 español no persista en su ostracismo respecto del internacional: «En este país, donde somos muy católicos pero tan escasamente intelectuales católicos que nos enteramos tarde y mal de lo que, en cuanto a catolicismo, se piensa en el mundo (y, por supuesto, no participamos en ello)» (nº 83: 3). Esta es la finalidad de su acercamiento comprensivo a corrientes ideológicas heterodoxas. Reconoce, así, el valor religioso que puede tener la actitud atea, a la cual reconoce importantes raíces espirituales: «Pero hoy —Nietzsche fue el inventor de esta nueva actitud— el intelectual no católico, lo que hace es debatirse furiosamente contra Dios en un ateísmo exasperado que cuenta, quiera o no, con Él» (nº 47: 7), argumento que apoya en palabras de Ortega: «“Algunos espíritus groseros podrán confundir el ateísmo y la irreligiosidad; sin embargo, han sido y seguirán siendo cosas distintas”» (nº 69: 3). Pero, sobre todo, defiende lo que hay de valioso para un católico en el ideario protestante, «traer referencia aquí, de cuando en cuando, de lo que piensan los protestantes» (nº 69: 3): a este dedica los siguientes epígrafes de su sección: «Catolicismo y protestantismo» (nº 69), «Los seglares en la iglesia protestante» (nº 76), «Situación actual del protestante» (nº 79), «Protestantismo de la reforma» (nº 79) y «Catolicismo, helenismo y protestantismo» (nº 83)276. Desde esta misma perspectiva se acerca a figuras como la de Unamuno, a quien reconoce el valor de una heterodoxia con una capacidad de despertar el sentimiento de lo religioso, aunque sea en términos problemáticos, muy por encima de las propuestas ortodoxas —«la tarea que los seglares españoles tenemos pendiente consiste en llegar a hacer, en dirección ortodoxa, lo que Unamuno logró por modo heterodoxo» (nº 65: 3); algunos de los principales pensadores del existencialismo francés, como Sartre y Camus; escritores católicos como Claudel, Mauriac y Bernanos; y, en general, todas aquellas figuras fuera del marco del catolicismo pero que se encuentran, sin embargo, entre lo más valioso del pensamiento moderno: «los mejores poetas y prosistas, y los mejores pensadores de nuestro país, no han sido católicos» (nº 84: 3). En definitiva, plantea la necesidad de una literatura religiosa —«¿Cómo es posible que un tema tan rico, tan tremendo, tan cargado de pasión, de tragedia, de muerte y de vida, no haya inspirado en 276 Aunque no de forma sistemática como en el caso de la sección de Aranguren, en otros lugares de Correo Literario se hizo referencia a esta necesidad de aproximarse a algunos de los valores rescatables del protestantismo. Así, en la crítica de «El gran teatro del mundo, de Einsiedeln», se destaca la convivencia en el público entre «católicos, protestantes e indiferentes» (nº 5: 11) o se condenaban los juicios implacables e irremisibles a los que se había sometido el ideario de Lamennais, quien imaginaba «una iglesia con algo de estado liberal, una monarquía con algo de iglesia protestante, un pontificado sin fuerzas ni autoridad» (nº II.5). 366 España ninguna gran novela y ninguna novela religiosa, ni grande ni chica?» (nº 60: 5)— , siguiendo el modelo de Mauriac y la forma como inserta lo religioso en sus obras (nº 61: 10), alejado de «la apologética religiosa» que critica en varias ocasiones (nº 64: 3)277. El catolicismo aperturista definido por Aranguren a lo largo de las diferentes entregas de su sección se constituyó en modelo para las otras firmas que se ocuparon de asuntos religiosos en las páginas de Correo Literario. Se materializó, sobre todo, en aquellos textos centrados en determinadas figuras heterodoxas del catolicismo, a quienes se les reconocía el valor de modernidad en su acercamiento al problema religioso, ejemplo de «un catolicismo crítico, en el que la discusión lo refuerza antes que debilitarlo» y que está «a la altura de los tiempos», tal y como argumenta Talamás (nº 57: 6-7). Este fue el carácter de los trabajos publicados en el número 61 a propósito de la concesión del premio Nobel a François Mauriac, a quien se entronca en «la tradición viva de los católicos franceses» pero que, por su vinculación con Voltaire no sido reconocido y valorado en España (nº 61: 1) y se defiende, citando al filósofo marxista Henri Lefebvre, la forma como el novelista insertó lo católico en sus obras: «hacer obra católica, mostrar esta ausencia de catolicismo y las consecuencias lamentables que ello entraña» (nº 61: 7). De otras figuras, en fin, como Jacques Maritain se defiende su modelo político de «convivencia y colaboración política entre los ciudadanos de distintas confesiones y creencias» (nº 50: 2); la actualidad de Thomas Merton, quien «ha colocado a la Iglesia católica en el primer plano de la actualidad, atrayendo sobre ella la atención de hombres totalmente ajenos no ya al catolicismo sino hasta a cualquier preocupación religiosa» (nº 76: 12); y de Graham Greene, finalmente, y pese a reconocer la condición «poco edificante» de algunos de sus planteamientos (nº II.5), se valora «su carácter de reportaje, de testimonio vivo de un católico converso» (nº 91: 5), fundamental para aquellos que admiten la existencia de problemas en el seno del catolicismo y en la vida religiosa en general. La defensa de un arte y una literatura católicos verdaderamente actuales, en sintonía, pues, con las últimas corrientes modernas europeas, se convirtió en uno de los principales ejes de los artículos y secciones sobre religión que se publicaron en Correo 277 Estos textos, así como algunas de sus primeras obras de los años cincuenta, Catolicismo y protestantismo como forma de existencia (1952) —cuya segunda parte estaba compuesta por los trabajos publicados en la sección de Correo Literario—, Catolicismo, día tras día (1955) o La ética de Ortega (1958) despertaron los recelos de la jerarquía católica, que «no veía con buenos ojos que un seglar invadiese el campo de la teología, reservado entonces al clero» [Fraijó, 1997: 173], desde esta perspectiva heterodoxa que se acentuaría en obras posteriores como La crisis del catolicismo (1969). 367 Literario. Y fue, en general, una constante en el panorama de las revistas culturales de la época. García Ruiz ha destacado la pasión con que «se producían discusiones y polémicas por asuntos de teatro» en las revistas literarias de la época, cómo «dentro siempre de unos límites Alfonso Sastre, José María de Quinto o Buero Vallejo encontraron plataformas desde las que exponer con alguna holgura sus puntos de vista» [2006: 12] y señala que «la preocupación por el arte y la literatura católicas es un fenómeno general en la Europa continental, vinculado a la experiencia de la Guerra Mundial y aún más a la de la posguerra» [2016: 152]. En Correo Literario, en primer lugar, se defendió la necesidad de una novela católica —escasamente cultivada en España salvo algunas excepciones como José María Gironella, Vicente Risco, Rufo Gamazo y Luis de Castresana— a partir de los modelos de los novelistas europeos: Graham Greene, François Mauriac, Julien Green, Georges Bernanos o Carlo Cóccioli. Esta necesidad surgía como reacción a una literatura tremendista, plagada de «escabrosidades, inmoralidades y demás etcéteras» (nº 77: 1), a la que había oponer «una literatura honrada, católica», en sintonía, además, con las preocupaciones estéticas y éticas de «nuestra actualidad» (nº 77: 3). Para conseguir este propósito, sin embargo, había que aceptar la dimensión problemática presente en muchas de estas obras. Ello se debe a la inclusión del mal y del pecado como preocupación central dentro de las novelas católicas modernas, que analiza detalladamente Souvirón en «Presencia del mal en la novela contemporánea» (nº 50). Pero esto, lejos de entenderse como «un catolicismo demasiado luteranizado, inquieto y angustiado» (nº II.4), se valoraba, más bien, como una posición que se alejaba de la beatería ortodoxa y afrontaba de lleno un problema actual y real: «no ignoran la existencia del pecado original y de los demás pecados sucesivos» (nº 65: 4). García Escudero reflexiona largamente sobre ello en «Sobre el valor religioso de la moderna novela católico». En el artículo denuncia la autosatisfacción en que caen las obras inscritas en un «catolicismo de orden y de seguridad». Por el contrario, la literatura del pecado, que, en efecto, es probable que «escandalice», tienen la virtud de contrarrestar dicha autosatisfacción, sin sacrificar por el camino el acercamiento a Dios y al sentimiento religioso, fin último de la literatura católica: «Atiendo solo a lo que contiene de la invitación angustiosa y desgarrada que dirige a Dios el hombre que ya no tiene nada. Entonces puede ocurrir que en esa literatura aprendas también a rezar a Dios» (nº II.4). Además, esta perspectiva era compatible con las nuevas técnicas narrativas de los novelistas norteamericanos. En la reseña de Mi idolatrado hijo Sisí, de Delibes, se 368 destaca, precisamente, su vinculación con el objetivismo narrativo de la estética social y en sintonía con «la novela católica que actualmente se hace en el mundo». En este último sentido, se destaca su forma de introducir los contenidos religiosos en la obra: «no se predica moral explícitamente ni se insiste machaconamente y aburridamente en una moraleja. La enseñanza se desprende sola» (nº 83: 4); que fue, en definitiva, la posición general de Correo Literario a lo largo de toda su historia. El problema de la poesía religiosa también ocupó un lugar destacado en la revista278. Como en el caso de la novela, se destacaba la necesidad de una poesía «de ingreso en el templo» (nº 49: 5), la cual, además de tener en cuenta los temas y preocupaciones estrictamente poéticos, incorporaría «el punto de vista del catolicismo» (nº 84: 5)279, siguiendo el modelo de poetas como Thomas Merton y, sobre todo, Paul Claudel, citado continuamente como principal referencia en esta tendencia. Autores como López Anglada negaron la existencia en España de poetas encuadrables dentro del marco religioso. Señala, en primer lugar, la ausencia de referentes previos a la Guerra Civil, desestimando «el escéptico y triste agonizar espiritual de don Antonio Machado», el «luteranismo recargado» de Unamuno o el catolicismo puramente estético de García Lorca. La generación de posguerra, que se volcó con fervor en la poesía religiosa, sin embargo, no ha dado resultados satisfactorios, en cuanto que «en todos ellos se encuentra la resonancia unamuniana desviándoles de su verdadera solución ortodoxa» (nº 85: 1), con la excepción, no realizada en su plenitud, de Bousoño y Valverde. El ensayo de López Anglada supuso, no obstante, una excepción dentro de la posición general de Correo Literario. Es mucho más representativo de esto último el trabajo de Antonio Revillo «No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos. Notas sobre poesía religiosa», previamente publicado en Estría. En el artículo denuncia la proliferación de poemas de contenido católico a los que califica de «poesía seudorreligiosa» de «tono de panteísmos, de fe sin concreciones» y, en fin, de poesía «sin sinceridad» (nº 91: 1). Unamuno, frente a esta poesía «que suena tan profundamente a hueco» (nº 90: 4), sí constituía, en este caso, un modelo a imitar. 278 A estos trabajos de reflexión literaria y de crítica hay que sumar, por supuesto, las abundantes muestras de poesía religiosa que se publicaron en Correo Literario: por ejemplo, los artículos de Fernando Gutiérrez (nº 5), José María Valverde (nº 8), el padre Ángel Martínez (nº 13) o Jorge Blajot (nº 41). 279 En un sentido parecido, el número 25 recogía una encuesta sobre la poesía española del medio siglo. García Nieto aludía a «la necesidad de una poesía católica y española» (nº 25: 13), al igual que otros encuestados como Vivanco y Blajot. 369 A esta crítica se sumaba, en otros lugares, la que atañía a la vertiente estrictamente poética. En este sentido, es significativa la reflexión que se recoge de García Nieto en la que apunta que el catolicismo no impide al poeta religioso «las más arriesgadas aventuras líricas» y que el servicio religioso no entra en contradicción con el ejercicio de libertad en que consiste toda obra literaria (nº 22: 3). Era necesario, pues, buscar el equilibrio entre los dos prerrequisitos del poema católico: «ser poeta y ser hombre religioso» (nº 91: 1). Jorge Blajot realizaba esta misma apreciación en su comentario de «Un poema de José María Valverde»: «Repetiremos, con el ejemplo de esta página de Valverde, que para hacer poesía religiosa no es preciso mentar a los santos ni rimar con nombres de virtudes. Lo que sí es indispensable es el sentido, la imantación religiosa, sea cual fuere el argumento» (nº 55: 7). Muchos de estos acercamientos a la novela y poesía religiosa estaban estrechamente relacionados con la estética social: en primer lugar, por su carácter común de literatura como un acto de servicio, ya sea a un credo religioso o a una ideología política (nº 91: 14); en segundo lugar, por compartir una serie de actitudes y temas como el de la angustia, «que, a fin de cuentas, no llega a ser otro que un problema de religión, aun cuando a veces aparezca como un problema social» (nº 85: 1). Asimismo, por una serie de iniciativas que diferentes organizaciones religiosas como la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) y la JOC (Juventud Obrera Cristiana), realizaron dentro del ámbito social y que conectaban con proyectos semejantes como las misiones obreras de Francia o el movimiento-católico social de México y otros países hispanoamericanos (nº 56). Todas ellas —se destacaba en la revista—, desempeñaron la función de «sacar al cristiano medio de su conformidad con el orden social injusto en que tan tranquilos vivimos» (nº 67: 4) y, supusieron, además, un importante punto de encuentro entre los falangistas y los católicos posibilistas, tal y como se ha destacado en varias ocasiones: «La crítica y la denuncia social, en nombre de la doctrina y los propios fundamentos del régimen, de la retórica socializante falangista, era otra forma de autocrítica, en este caso de las insuficiencias o traiciones del régimen a su espíritu fundacional. Por eso la autocrítica social se convierte en un lugar común, un terreno en el que convergen los intelectuales católicos y falangistas en un camino de conversión» [Montero, 2005: 58]. Este vínculo se hizo especialmente patente en el caso del teatro, a partir de la encuesta «La verdad y la máscara», presente en los números 23 y 36, más la «Contestación espontánea a una encuesta sobre teatro social» de Sastre, publicada en el número 24. En esta, se reflexionaba sobre la posibilidad de un teatro católico, que no se 370 identificaba, al igual en los trabajos publicados sobre los otros géneros, con un teatro de tema católico: «Cualquier tema —y cuanto más zarandeado por el oleaje, mucho mejor, puede y debe recibir un enfoque católico» (Enrique Llovet); y que podía entroncar, además, con problemáticas sociales planteadas desde la perspectiva católica: «un tema social o de conciencia de carácter universal resuelto de acuerdo con las normas de la iglesia» (Jorge de la Cueva). En la entrega de «Crónica de la quincena» del número 89, Quinto subrayaba esta misma distinción: entre un «teatro deliberadamente católico, sin gazmoñerías, concesiones ni escapatorias», que cifra en una obra como El cuarto de estar, de Greene, y un teatro católico «de signo evasivo, marcadamente estético» y ajeno a «la honda razón existencial por la que discurre la literatura dramática de nuestro tiempo» (nº 89: 10). En el número siguiente, Sastre respondía con una «contestación espontánea a una encuesta sobre teatro católico» en la que señala la incongruencia de rechazar, como en efecto hace una mayoría de los encuestados, el teatro de propaganda católica, que es como entiende Sastre cualquier teatro católico: «¿por qué eliminar […] el teatro verdaderamente católico, el teatro de propaganda católico: el único teatro que puede llamarse de verdad católico?». Sin por ello defender, dada su postura social-realista, un teatro de pureza estética: «creo que el dramaturgo debe enrolarse en una determinada forma ideológica de vida, aun a costa de la pureza objetiva de su testimonio y de la pureza artística de su trabajo (nº 24: 2). El propio Sastre iniciaría a continuación de esta intervención una intensa campaña a favor de un teatro social: coordinó la encuesta «Los autores españoles ante el teatro como arte social» en el número 30 y publicó artículos como «Sobre las formas sociales del drama. Respuesta a Eusebio García Luengo», en el 39, que se completaron con otras intervenciones sobre la materia: «Ya tenemos teatro social, ¡viva!», de Leocadio Machado (nº 31) y «Teatro social», de Emilio Romero (nº 34-35) y, sobre todo, en las etapas de Gich y Arroita-Jáuregui, cuando colabora regularmente, junto a Quinto, en la página de «Teatro»280. Muchos de estos textos entroncaban con otra polémica ampliamente abordada en la revista: la convocatoria de los premios de novela y teatro del empresario Agustín Pujol, 280 De menor interés son las respuesta que, unos diez números después, ofrece la Tertulia Teatral de Zaragoza ofrecía sobre las cuestiones preguntadas. Allí defienden «un teatro viril, polémico, que combata con energía a todos los grandes pecados de la civilización actual» (Pedro Galán Bergua), de «sencillez evangélica» en el estilo, que no necesitaría más ayuda «que la de Dios para una buena voluntad de creyente» (José María Salvador) y que combata el «teatro amargo, escéptico, con fuerte sabor ateo en su fondo y tintes de traducción americana» (Dámaso Santos y J. Giménez Aznar) (nº 36: 5). 371 rotulados en Correo Literario como el «Plan Marshall de nuestras letras». Además de una crónica en la portada del número 29, esta campaña ocupó la página final de los números 31 y 33, en las que autores como Sastre y Quinto se posicionaban en una polémica que atañía cuestiones como el teatro de tesis, arte y religión y, por supuesto, la incipiente poética social281. El estudio de las relaciones entre estética y religión fue especialmente intensa en las secciones de arte y, sobre todo, en algunas las campañas promovidas durante la etapa de Sánchez-Marín282. La más importante en este sentido fue la rotulada «Arte y altar», que apareció por primera vez en el número 30 (en portada y contraportada), aunque ya se anunciaba en el anterior: «En el próximo número de Correo Literario se abre una importante polémica sobre las relaciones entre arte nuevo y arte religioso». El debate surgía de un texto de Celso Constantini que exploraba la conveniencia o no del arte sagrado de adaptarse a las nuevas directrices del arte. Los títulos de los artículos publicados en la contraportada son buena síntesis de las diferentes posturas adoptadas: «Hay que escandalizarse menos por la incorporación de innovaciones formales al arte sagrado», de Vivanco, y «La novedad, única posibilidad», de Aranguren, frente a «Novedad, vocablo peligroso en la doctrina católica», de Muñoz Alonso. Los primeros defendían la conveniencia de adaptar el arte católico a los nuevos tiempos para, en primer lugar, conseguir «que los artistas creadores vuelvan a pertenecer a la iglesia», que, así, conseguiría estar al nivel «de las innovaciones formales que le dan una estatura tan alta al arte europeo» [Luis Felipe Vivanco]. En segundo lugar, como una estrategia más en la adaptación del catolicismo a los nuevos tiempos, tal y como defendía Aranguren, «el problema de las relaciones entre el arte nuevo y el arte sacro se reduce a este otro: el de las relaciones entre nuestro tiempo y el catolicismo». Muñoz Alonso, por el contrario, no veía posibilidad de conciliación entre ambos extremos: «El arte sagrado, por ser esencialmente figurativo —no todo el arte lo es—, supedita su encarnación a una realidad o esencialidad que le conforma. Cualquier libertad que rompa ese equilibrio de configuración la deforma». En cualquier caso, el debate quedaba abierto en este número, que publicaba la siguiente nota: «esperamos ahora la opinión de nuestros artistas, a quienes reiteramos la invitación a participar en esta encuesta enviando a Correo Literario 281 Por su vinculación con dicho punto del modelo comprensivo, todos estos textos, aquí solo apuntados, serán ampliamente estudiados en el capítulo siguiente. 282 A ellas habría que sumar, asimismo, una cantidad relevante de artículos publicados de forma independiente y que se ocuparon igualmente de este tema: entre otros, «Humanismo por cuaderna vía» (nº 17), «Arte sagrado que deforma» (nº 28) o «El problema del arte nuevo» (nº 30). 372 formulación concisa de sus criterios» (nº 30: 12). La llamada fue respondida notablemente. En el número siguiente, las páginas dobles se reservaron a la publicación de las opiniones de artistas como Santiago Lagunas, Pancho Cossío y Gregorio Prieto, entre otros. Aunque todavía hay voces que defienden a Constantini —Gregorio Prieto afirma: «Entiendo que la iglesia no debe desaprovechar el mensaje que le brinden los artistas de su tiempo, siempre que estos artistas lo sean de verdad, no arribistas, que esconden en unas hipotéticas modernizadas su falta de condiciones, sus falsos trucos, su mediocre condición»—, en general casi todos ellos están a favor de un arte religioso nuevo que incorpore las novedades de la vanguardia y la abstracción, que son totalmente compatibles. Por ejemplo, Santiago Lagunas defiende el arte abstracto como una de las formas del arte religioso: «La representación de imágenes religiosas en un cuadro no es garantía de religiosidad en el fondo, ni la ausencia de tales imágenes excluya la posibilidad de que una pintura releve la existencia de un fondo de religiosidad positivo» (nº 31: 7). En los números próximos siguieron publicándose opiniones en uno u otro sentido: las páginas dobles del 33 se dedicaban por entero a la polémica, con opiniones de Tharrats, Mampaso, Caballero, Rodríguez Aguilera, etc., así como la quinta página del número 34-35. Además, en las secciones internacionales se fueron consignando los ecos del debate en otras latitudes: así sucede en el «Correo de España y del mundo» relativo a Holanda de los números 34-35 y 39, y se publicaron artículos sueltos al respecto (enmarcados bajo el rótulo de la sección): por ejemplo, «Novedad estética, sí; esquizofrenia artística, no», de María Viñuelas, en el número 32; o el «Diálogo con Carlos Lara» del número 36. Aunque son muchos los matices y consideraciones respecto de la introducción de técnicas modernas en el arte litúrgico, el balance final es que Correo Literario apostó por la novedad, y defendió en numerosas ocasiones que la Bienal iba a ser un escaparate de excepción en esta postura: «Arte religioso y arte nuevo no están regidos, y en la próxima Bienal podremos convencernos de ello» (José Caballero, nº 33: 7)283. Este fue el mismo punto de vista adoptado a la hora de considerar lo religioso en otras formas culturales como el cine. Es el caso de las encuestas que se publicaron en las 283 Específicamente sobre arquitectura versó la campaña «La gran catedral de nuestros días», que surge del artículo que Vivanco publica en el número 18 y tiene sucesivas réplicas en los números 20, 22 y 28. En dicho trabajo, el crítico defendía que el concepto más alto de arquitectura religioso estaba representado por Gaudí («todo lo que viene después que él es más discreto, alicortado, tradicionalista» (nº 18: 7) y proponía un concurso de proyectos de arquitectura religiosa en el marco de la Bienal. 373 páginas dobles del número 19, y en la página 10 del número 20, bajo el rótulo de «Del cine al cielo». Allí se preguntaba sobre si «la utilización de toda la fuerza persuasiva del cinema como eficaz medio de cristianización de masas» (F. Soria, nº 19: 6) era adecuada o no. En general, todos los preguntados —entre otros, Fernando Martín-Sánchez, Aranguren, Leopoldo Eulogio Palacios y Muñoz Alonso— coinciden en la capacidad propagandística del cine y la necesidad de aprovecharla para transmitir los valores de la religión284. Esta postura general, sin embargo, sería matizada de muchas formas. Nos interesa especialmente la argumentación de Ángel Sagarminaga, puesto que condensa de forma muy clara un punto central de la discusión: «La primera característica esencial de un cine católico es que sea cine. Nos hemos preocupado más de que sea católico, olvidándonos de su primera característica» (nº 19: 6). Para que la propaganda católica sea realmente efectiva, es preciso, en primer lugar, que la película merezca la pena desde un punto de vista cinematográfico. Además, el contenido religioso debe ser implícito —una visión cristiana de la realidad que permee todos los conflictos—, pues las películas hagiográficas y apologéticas alejan al público. Así lo defiende Aranguren: «No es tanto el tema religioso y mucho menos la conversión final, el happy end vertido a lo divino, como la religiosidad profunda, lo que realmente importa» (nº 19: 7). La recepción del existencialismo, estrechamente vinculada con la cuestión religiosa, resultó mucho más problemática. La filosofía existencialista, de raíces ateas y anticlericales, presentaba una serie de cuestiones de difícil conciliación para los católicos más ortodoxos que publicaron en Correo Literario. Se analizaba, en muchas ocasiones, como un conjunto de ideas radicalmente enfrentadas al pensamiento religioso, síntoma, además, de una Europa desorientada en gran medida por haberse desentendido de sus orígenes espirituales. Desde esta perspectiva, se valoraban iniciativas que se oponían a las de grupos «que tratan de hacer triunfar ideas no católicas, como, por ejemplo, las ideas del teatro de Jean-Paul Sartre» (nº 5: 8) y se criticaba su carácter ateo y blasfemo, que, como última consecuencia, provocaban el escándalo del lector no avisado: «Se acaba de estrenar en París […] una obra dramática entre histórica y metafísica, entre existencialista y blasfematoria, que viene envuelta con todos los atributos del escándalo» (nº 28: 2). El primer motivo por el que se rechazaba el existencialismo fue de carácter religioso, tal y 284 Un número antes se había insistido en este mismo punto: «Por medio de la luz material del cine, millones de espectadores pueden ver la luz o dirigirse hacia las tinieblas. Si se trata de la verdadera luz, esta será un reflejo de la luz de Dios» (nº 18: 9). 374 como se explicitó en varias ocasiones: «Eso que llaman existencialismo me repugna, pero no por razones literarias ni artísticas, sino religiosas» (nº 20: 9); contradecía, pues, las recomendaciones de la iglesia oficial, que aconsejaba alejarse de estos «innovadores inexpertos» (nº 9: 5). El segundo motivo atañía a razones políticas. Se vinculaba a algunas de las principales cabezas del existencialismo francés y otros filósofos con los que se les asociaba, como Nietzsche y con la ideología de los regímenes comunistas: así, «Nietzsche, junto con Carlos Marx y Hegel, es el filósofo a quien la barbarie bolchevique dio entrada en el Kremlin» (nº 1: 5) y se comparaba el acercamiento estético al hecho teatral de Sartre con el realismo soviético: «Desde el punto de vista técnico-teatral no es más que la utilización de los más manidos resortes. Corresponde a esa pintura proletaria, al uso en Rusia, de un realismo de baja estofa» (nº 29: 2). Finalmente, hay otra serie de textos que lo enjuiciaban desde un punto de vista estrictamente filosófico. Se criticaba, en concreto, la ideología del individualismo propugnada por el existencialismo, «el de preferirse a sí mismo a todo lo demás, sea divino, sea humano» (nº 7: 1), que derivaba, muchas veces, en un libre albedrío sin responsabilidad moral ni orden: «el hombre es absolutamente libre, sin normas ni esencias, determinándose a sí mismo no solo sus acciones, sino también su mismo ser, arrojado en un lugar donde no existe orden» (nº 41: 5). Muy ligado a este punto, se criticó, además, el carácter radicalmente materialista de dicha filosofía, que superponía los valores del apetito y el instinto a los de la razón y la trascendencia religiosa: «el de preferirse a sí mismo específicamente como apetito, y no como entendimiento y razón» (nº 7: 1). Por todo ello, se concluía que el existencialismo era una moda pasajera que iba a perder actualidad próximamente: «pronto va a dejar de ser actual Sartre» (nº 9: 8). No obstante, fueron mucho más numerosos los textos que se aproximaron al existencialismo desde una perspectiva comprensiva, tratando de adaptar algunos de sus rasgos más problemáticos, y subrayando aquellos elementos que pudieran ser de valor para el catolicismo. Así pues, se entendía, en primer lugar, que el existencialismo era una vía no elegida por algunos pensadores que no habían encontrado un asidero espiritual en la religión frente a las dificultades y problemas que imponía la vida moderna. A este respecto, es especialmente significativa la semblanza del existencialista que firma Emiliano Aguado en el número 4. En ella, aunque no se acepte esta filosofía en todos sus aspectos, se comprenden las razones por las cuales algunos hombres se han dejado seducir por ella: «Y, cómo en esos terribles momentos de amnesia que todos hemos padecido en 375 la adolescencia, el existencialista echa mano de todos sus resortes, de sus recuerdos, de sus propósitos, de sus méritos, de sus fuerzas: los necesita para no sucumbir a la angustia de una vida vacía que al propio tiempo, como el mar en la noche, la aterra y la seduce» (nº 4: 6). Javier Herrero culpa, en concreto, a «un orden liberal y capitalista que rompió todos los moldes jerárquicos de la sociedad» y que han llevado a una situación en la que «lo presente se ha perdido y el hombre flota en una vaga nebulosa de ideas y pasiones» (nº 74: 9). Por este carácter profundamente histórico, le disculpa, desde un tono, en efecto, paternalista, algunas de los fallos y vacíos en su argumentación: «No es culpa suya si no ha cuajado en sistemas ni quedan muchos hallazgos como conquistas del espíritu» (nº 4: 6). En otros lugares, se estimó lo que este tenía de valor por razones estrictamente filosóficas —suponía una reacción frente al idealismo imperante hasta entonces, pero una reacción equivocada, que condenaba al hombre al abismo (nº 10: 4)— e incluso religiosas. En términos parecidos a los que hemos analizado en la sección de Aranguren, se argumentaba que en muchos de los ensayos existencialistas en que se defendían posturas ateas, latía, sin embargo, un profundo sentimiento religioso: así lo argumenta Daniel Rops en un artículo significativamente titulado: «¿Ausencia de Dios?»: «No se puede dejar de pensar que esta insistencia [de Jean-Paul Sartre] de negar a Dios es ya, en sí misma, un homenaje rendido a la Potencia Divina» (nº 30: 5), o, a propósito de la figura de Simone Weil, se argumenta que «precisamente por esta ausencia de Dios hay un ateísmo que purifica», en relación con la afirmación de Chesterton: «hoy solo los ateos creen en Dios» (nº 74: 9). Del mismo modo, en «El drama y la noche en la literatura contemporánea», se releía la filosofía del absurdo de Camus, donde se puede hallar «un llamamiento a la lucha y no una complacencia en lo absurdo», y se valoraba la utilidad que su discurso podía tener para un lector católico: «No es, ciertamente, un mensaje cristiano, pero es un mensaje para los cristianos, y sus carencias nos obligan a meditar, sin rodeos engañosos ni recatos monjiles, en la urgente tarea de dar testimonio de la verdad» (nº 77: 15). Salvados estos matices, se defendió, entonces, que era necesario conocer las obras y autores del existencialismo, en cuanto que formaban parte indisoluble del pensamiento europeo moderno285. De El hombre rebelde, de Camus, por ejemplo, se afirma que es 285 Muy diferente fue la visión del existencialismo tal y como se expresó en otros medios del ICH, como Mundo Hispánico. En su número 40, se publicaba un trabajo de título «Los malditos del existencialismo» en el que se aludía a las guerras mundiales como detonantes de la «descomposición espiritual» (nº 40: 7) de Europa, y al existencialismo como uno de sus más destacados síntomas. Se denunciaba, además, que el existencialismo servía de inmoral distracción a una juventud que, de esta forma, no se hacía consciente de 376 «imprescindible su lectura para un pleno entendimiento de las etapas subversivas, incluidas en ellas esta que vivimos» (nº 54: 1) y, en general, el conocimiento del existencialismo serviría de revulsivo para el «provincialismo equívoco» del católico español (nº 50: 4). Además, las obras existencialistas, filosóficos y creativas, presentaban elementos de valor per se. La obra de Camus, así pues, aunque cuestionable en el campo filosófico, está compuesta por «inapreciables joyas literarias» (nº 59: 9) y se defienden los valores estéticos concretos de El extranjero (nº 85: 5); y Sartre «es único, por la fecundidad y por la profundidad», remarcando, además, que «es necesario estampar esta afirmación sin atenuantes de ningún género» (nº 64: 4) y demuestra «más penetración filosófica de lo que es moda atribuirle en España» (nº 67: 1). Desde esta perspectiva fueron varias las reseñas de diferentes obras en las que ya nos encontramos una aceptación plena de su valor: sin puntualizaciones, matices ni adaptaciones. Es la lectura que se hace de los personajes en la obra de Sartre, en relación con El proceso de Kafka (nº 54), o en el estudio comparado que Alberto del Campo realiza a propósito de El extranjero y La náusea, con el hilo conductor del análisis de las relaciones entre las emociones y la literatura (nº II.8). Bajo esta premisa, se lamenta que la novela española «está muy lejos de alcanzar esa tensión y esa densidad intelectual» que sí encontramos en las obras de autores europeos como Sartre, Mauriac y Camus (nº 23: 5). Y aunque en algún trabajo se trató de eliminar la etiqueta de existencialista a algunos textos de la literatura española de posguerra —«se confunde, a mi juicio, quien juzgue existencialistas obras como La familia de Pascual Duarte o Nada e incluso Historia de una escalera, aunque estas obras supongan, en efecto, un mal gusto truculento (acompañado de una excelente técnica artística)» (nº 23: 5)— en general este rasgo se valoró como un componente positivo. Así se estimó en el caso de El túnel, del argentino Ernesto Sábato (nº 68: 4); José Luis Cano, a propósito de Las cartas boca arriba, de Gabriel Celaya (nº 32: 4); o Torrente Ballester sobre Escuadra hacia la muerte: «Alfonso Sastre parte de una situación claramente influida por el teatro de Jean-Paul Sartre» (nº 67: 7)286. las novedades políticas y militares de la Francia de posguerra. Todo ello acompañado de numerosos fotografías de gran tamaño con una clara intención ridicularizadora, como una de unos jóvenes borrachos con el siguiente pie de foto: «Esta muestra del existencialismo no ofrece mucha originalidad, salvo que la borrachera no es la excepción de un día a la semana, sino lo cotidiano. Mientras, los últimos héroes se queman en Indochina» (nº 40: 8). 286 Sobre la incidencia del existencialismo en la novela española de posguerra ver los trabajos clásicos de Sobejano [1975] y Barrero Pérez [1986]. 377 En definitiva, el existencialismo formó parte indisoluble del modo como Correo Literario abordó el catolicismo. El modelo seguido fue el desarrollado por Aranguren en su sección, que se sumaba, así, a la labor que otros críticos como García Escudero estaban realizando en medios como Arriba, luego publicadas en su volumen Catolicismo de fronteras adentro, o Gomis en El Ciervo. Todos ellos se inscribían en el grupo de los «autocríticos religiosos», denominación acuñada por el propio Escudero, y que algunos críticos han utilizado como elemento definitorio del periodo 1951-1956: la etapa de «la autocrítica religiosa o “examen de conciencia” del catolicismo español» [Montero, 2005: 44]. Este mismo crítico ha defendido cómo fue precisamente su vinculación con el catolicismo europeo francés y el existencialismo la estrategia seguida en su oposición con el catolicismo tradicional que defendía el grupo excluyente y en su crítica a determinadas formas de práctica religiosa y, en general, de entender la religiosidad. Todo ello fue incentivado en las diferentes actividades de debate y reflexión que se organizaron durante las décadas de los cuarenta y cincuenta, como las Conversaciones de Gredos y las de San Sebastián, las cuales tenían como fin último el «establecer el máximo de lazos con los catolicismos europeos y los diversos foros internacionales» [Montero, 2005: 51]. Al igual que en los otros puntos del modelo comprensivo, fueron las revistas las protagonistas en la elaboración y desarrollo del discurso autocrítico religioso. Como ha destacado González Casanova, su mensaje crítico «no se dirigió directamente contra el régimen imperante», sino que se limitaron, más bien, a discutir «las formas sociales y la mentalidad del catolicismo nacional». Pese a estas limitaciones, los autocríticos —los comprensivos, en general, decimos nosotros— lograron afectar «las bases mismas de la legitimación del sistema» [1992: 194-195]. Tras la crisis de 1956, su discurso alcanzaría cotas críticas inéditas hasta el momento, con la incorporación en el debate del socialismo y de marxismo. La evolución del propio Aranguren y del político Ruiz-Giménez, tal y como quedó plasmada en su plataforma Cuadernos para el Diálogo, son buena muestra de ello. 5. La estética social Otro punto fundamental dentro del programa comprensivo fue la defensa de la estética social, de una literatura-testigo de la realidad de su tiempo y crítica con aquellas condiciones sociales y políticas que perpetuaban las situaciones de desigualdad e 378 injusticias detectadas. Fue esta estética el sello de identidad de una serie de escritores — la mayoría de ellos jóvenes—, formados en el realismo de posguerra, y que a finales de los años cuarenta y durante el medio siglo comenzaron a publicar obras influenciadas por los autores franceses de la literatura engagée —muy vinculados, asimismo, con el existencialismo de autores como Sartre, quien definió su postura comprometida en ¿Qué es la literatura? (1948)— y las nuevas técnicas narrativas del objetivismo norteamericano de autores como Dos Passos y Steinbeck. La estética fue, además, transversal a todos los géneros y formas artísticas de la época, aunque fue en la narrativa donde de forma más clara y militante se manifestó: novelistas como Aldecoa, Fernández Santos y Juan Goytisolo; poetas como Ángela Figuera, Caballero Bonald, Ángel González, Celaya; dramaturgos como Sastre y Quinto; o cineastas como Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem. Esta nueva forma de entender la literatura, definida y elaborada, fundamentalmente, por el grupo de autores jóvenes, fue apoyada de forma clara y decidida por los autores falangistas que copaban las revistas culturales de la época. De hecho, es en estos medios donde los escritores sociales se formaron y publicaron sus primeras obras. La paradoja —una más de las muchas que rodean al fenómeno comprensivo en los diferentes puntos de su programa cultural— ha sido apuntada en varias ocasiones por la crítica. Jordi Gracia, en concreto, ha analizado la convergencia de estas firmas jóvenes, comprometidos con una posición de izquierdas que iría haciéndose progresivamente cada vez más militante, y ciertos sectores de la Falange cultural —en especial, aquellos relacionados con el SEU y algunas de sus iniciativas: publicación de revistas (Alcalá, Laye y, más adelante y de forma mucho más clara, Acento Cultural, la actividad de los teatros universitarios, los cine-clubs, entre otras)—, que les proporcionaron algunas importantes plataformas de difusión y fundamentación crítica: «el trasfondo que explica a Sánchez Ferlosio y Fernández Santos, a Aldecoa y a Goytisolo, a Martín Gaite y a Sastre, la gestación de una literatura crítica y de vocación opositora, se fraguó no solo aprovechando circunstancialmente la prensa falangista, seuísta, sino contando también con su complicidad y su respaldo explícito, institucional pero muy transitorio» [Gracia, 1997: 89]. Ello también explica el peso otorgado a la poética social, junto a la integración de la cultura catalana, en las tres iniciativas de los Congresos de Poesía. Como en los otros elementos del programa comprensivo ya estudiados, la estética social fue fácilmente adaptable desde algunos de los presupuestos de la ideología 379 falangista, y aun de la cultura oficial franquista: «son muy escasos los indicios de que la censura pusiera reparos a la descripción de problemas sociales en la literatura» [Oskam, 1991b: 336]. En primer lugar, esta respondía a una serie de preocupaciones políticas y sociales, inscritas en el ideario falangista desde su fundación, y acentuadas en la evolución que el movimiento experimentaría durante el medio siglo. Además, coincidía, como ya hemos apuntado someramente, con una serie de inquietudes inscritas en el ámbito del catolicismo heterodoxo, que defendía una literatura de ideas, crítica con las injusticias de la realidad contemporánea desde un punto de vista cristiano: «Se había llegado a desligar la crítica social de sus planteamientos prefranquistas y se produjo su inserción en la problemática interna del régimen» [Oskam, 1991b: 338]. Asimismo, la defensa de la estética social fue un elemento imprescindible en la batalla cultural que los falangistas y católicos heterodoxos entablaron con el grupo integrista. Se trató más bien de la tentativa de capitalizar el capital simbólico de la estética social para sus propios intereses como grupo, de autodefinirse y diferenciarse de los excluyentes del Opus Dei y otros ámbitos afines a este. En dicha batalla existía un interés claro en la alianza establecida con aquellos jóvenes autores heterodoxos que habían publicado sus obras social-realistas en los mismos medios que el SEU editaba y cuyos méritos fueron leídos «como éxitos concretos y propios» [Gracia, 1997: 90]. Dos tradiciones antitéticas, la del falangismo evolucionado, por un lado, y la de «la reconstrucción intuitiva de una sensibilidad y un pensamiento de izquierdas» [1997: 91], que tuvo, sin embargo, un carácter meramente coyuntural, tal y como demuestran las evoluciones posteriores experimentadas por ambos grupos: «a unos los instalaría finalmente en la burocracia del Estado y a los otros empezaría por excluirlos» [1997: 90]. Desde esta perspectiva, es de enorme interés el análisis realizado por Gracia de las similitudes entre los discursos de Arroita-Jáuregui, director de Alcalá y subdirector y principal crítico de Correo Literario en sus últimas etapas madrileñas, y Castellet, uno de los teóricos más importantes de la estética social en sus diferentes intervenciones públicas en las revistas culturales de la época y, sobre todo, con su volumen La hora del lector, «biblia objetivista con la que […] alcanzó un alto predicamento entre los jóvenes novelistas» [Barrero Pérez, 1991: 14]. El primero se instituyó como defensor a ultranza en Alcalá de los valores de la objetividad, precisión, cotidianeidad y depuración sentimental a partir de sus reseñas de obras de autores como Aldecoa, los directores cinematográficos norteamericanos y del neorrealismo italiano y del nuevo teatro comprometido, a partir de las críticas que él mismo encargó a Juan Emilio Aragonés. Para 380 ello, y como muestra de su oposición a los autores del Opus y al falangismo más conservador, encontró en Castellet uno de sus principales aliados: «La restauración de la historicidad de la literatura es meta clara de las arengas de Castellet y la comparte Marcelo Arroita. Acusa […] una voluntad de réplica al avance del Opus Dei, aludido también cuando ansía una crítica cultural que no tolere “injerencias extrañas a la finalidad de su propia labor, y mucho menos, amenazas, sean del tipo que sean”» [Gracia, 1997: 78]. Castellet, de hecho, definió en gran medida el discurso a favor de la estética social en la época barcelonesa de Correo Literario287. Se trató de cuatro trabajos: uno introductorio, titulado «La literatura que llega» (nº 6), y tres «Panorama de los jóvenes» dedicados al teatro, la narrativa y la poesía en los números 7, 8 y 9, respectivamente. En ellos, defendía la literatura desde el punto de vista de su función social, según la cual esta debía «incorporar al espectador unos materiales éticos, sociales, que a este, en la esencial diversidad de la vida cotidiana, le escapan de su dominio» (nº II.7). Ello debía plantearse, además, como «una serie de problemas y cuestiones que aunque quedan sin resolver muchas veces no por eso dejan de inquietar al espectador», sin caer, así, en un teatro de tesis, cuyo único resultado es el de «convencer a los convencidos y excitar a los que no lo están, sin convencerles» (nº II.7). Apuntaba, finalmente, la incorporación en estas obras de las nuevas técnicas que los autores internacionales estaban ensayando en sus producciones, y que el crítico detecta de forma mucho más clara en la literatura catalana que en la castellana, con mayor presencia del elemento social. Desde este planteamiento, fija una nómina de los principales autores de la literatura joven —Sastre, en teatro; Matute, Aldecoa, Juan Goytisolo, Sánchez Ferlosio y Lacruz, en narrativa; Hierro, Costafreda, Nora, Bousoño, Caballero Bonald, Lorenzo Gomis, Valverde y Ferrán, en poesía— y propone una caracterización de «la literatura que llega». Esta integraría la preocupación social y el enfoque realista de la literatura actual con determinados elementos de irrealidad y experimentación formal que ya comienza a detectar en narradores y dramaturgos como McCullers, Capote, William Goyen, Beckett, Adamov y Ionesco. El enfoque de Castellet es fácilmente rastreable en la época madrileña de Correo Literario. Son varios los textos en los que se defiende que «política y literatura son dos términos indesligables, dos expresiones de un mismo grave suceso: estar vivo y ser hombre» (nº 26: 12), que «el hombre, individual y colectivamente, debe responsabilizarse 287 Laureano Bonet se ha ocupado con cierto detalle del estudio de los textos del crítico publicados en la revista [1994: 91 y ss.]. 381 de la época en que vive» (nº 70: 3) y se recogen, en fin, testimonios como el de Valente, previamente publicado en Índice, en el que defiende la postura sartriana del compromiso: «La crítica debe, pues, como toda tarea de la inteligencia, afrontar esta responsabilidad, hacer a pesar de todo su propia libertad, porque así lo exige de ella un compromiso social del que difícilmente podría evadirse» (nº 70: 2). Al margen de estas referencias aisladas, fueron varios los trabajos más extensos en los que críticos como Juan Emilio Aragonés o Carlos Talamás definieron la que sería la postura de Correo Literario en torno a la cuestión social. En primer lugar, se cargaba contra el arte por el arte, contra una literatura «desvinculada de su sociedad», marcada por «un retoricismo frío, radical casi en su inexpresividad y en su difícil comunicación» (nº 81: 9). Se calificó en varios lugares de literatura de «evasión» (nº 81: 9), de «literatura centrista […] sin relación alguna con lo circundante» (nº 80: 3), con una función de mero entretenimiento dirigida a un público pequeñoburgués poco exigente (nº 51: 8). Así, fueron constantes las críticas dirigidas a movimientos concretos: a unos poemas existenciales «angustiados sin angustia» (nº 81: 9), a la poesía pura, «insensato entretenimiento de los ismos» (nº 80: 3), al tremendismo, «sin más reflejo interior que el de un puro dominio del lenguaje de estercolero», e incluso a la obra católica que se limitaba a «colocar a un cura en sus páginas» (nº 81: 9). La apuesta por la estética social y comprometida, sin embargo, se matizaba con una serie de reservas importantes. Manuel Alonso García, por ejemplo, advierte: «No cabe tampoco confundir la conexión literatura-sociedad con el ejercicio de la vocación y la virtud literarias sobre el pie forzado de un tema de “los llamados sociales”» (nº 81: 9). La razón esgrimida es que estos temas limitaban la libertad del artista, que no podía «amarrarse a unos a prioris ideológicos» (nº 81: 9). Ni literatura de evasión ni literatura de invasión, concluye. Es la misma reserva que formula el crítico teatral Juan Emilio Aragonés: «el teatro comprometido por el que se aboga implica compromiso en la lucha, pero no en una determinada facción de ella; por eso estamos hablando de literatura testimonial y no de literatura mercenaria o de partido» (nº 80: 3), o Talamás, quien distingue entre literatura de ideas y una literatura con ideas «tendenciosa» (nº 51: 8). De forma excepcional, en otros lugares se realizaba una oposición directa contra la estética social, que se relacionaba con la ideología comunista: «la nueva consigna soviética de adoptar el realismo socialista como estilo popular obligatorio solo ha 382 conducido a aumentar la confusión» (nº 85: 9). Se trató, sin embargo, de unas pocas notas marginales dentro de la tendencia general de la publicación del ICH288. A pesar de estos matices y salvedades, la postura general de Correo Literario fue de decidido apoyo por la nueva estética, caracterizada detalladamente en varios trabajos. Se imponían, en primer lugar, dos requisitos imprescindibles: la sinceridad y la actualidad (nº 81: 9). Sinceridad en la elección de los temas: «una literatura […] que va al toro de la verdad y cuya pluma se ejercita constantemente en la declaración de los hechos según son ellos», que esgrime «verdades como puños» (nº 80: 3); y actualidad en el enfoque de los mismos: esta literatura tendría como función, pues, reflejar «esas cuestiones que hacen sufrir, luchar, amar o morir a los hombres» (nº 51: 8), instituirse en «verídico testigo de nuestros días» (nº 80: 3) y, en fin, siguiendo el modelo de lo mejor de la narrativa existencia, plantear problemas (nº 51: 8), frente a esa literatura a la que atacaba duramente Arroita-Jáuregui en su ensayo «Consagración de una literatura sin problemas» de Alcalá. Todo ello conectaba con uno de los pilares de la estética de la rehumanización, tal y como fue definida en la revista a partir de la propuesta de Aleixandre: la función del arte era «esencialmente comunicadora» (nº 80: 3), y la literatura debía, en consecuencia, transmitir un mensaje «al hombre de nuestra sociedad» (nº 81: 9). En este proceso, la importancia otorgada a los jóvenes fue absoluta. Talamás, en su texto en defensa de la literatura con ideas, señalaba la falta que hacía en España de «una literatura juvenil y verdadera en España» y reflexionaba sobre la relación que estos debían mantener con unos maestros que habían manifestado una notable falta de atención a proyectos universitarios como La Hora: «siendo, como era, una revista de estudiantes, es algo perfectamente natural que la ignorasen los maestros» o, en el mejor de los casos, «la condescendencia afectuosa». En este sentido, afirma que se debe confiar poco «en el aprendizaje por parte de sus hermanos mayores consagrados». Por ello, su apuesta se dirige hacia una literatura joven y nueva que se opondrá «a lo viejo, lo cansado, lo que está ahí un poco por inercia» (nº 51: 8) y que identifica con algunas iniciativas incipientes en estos primeros años de la década. Juan Emilio Aragonés, sin embargo, contestaba a Talamás en un artículo sobre El hombre rebelde de Camus, indicando que la rebeldía y disconformidad defendida por aquel, y que personaba, fundamentalmente, en el literato joven, debía ser encauzada «dentro de un orden superior capaz de señalarles límites, 288 Más adelante, cuando abordemos de forma individualizada la incidencia de la estética social en cada uno de los géneros, valoraremos más en detalle de qué forma se salvó este punto de conexión con la ideología comunista. 383 fronteras, líneas precisas de demarcación, que no deben, sin grave riesgo para la autenticidad de cada personal actitud, superarse» (nº 53: 4). El estudio de estos artículos, más allá de matices y discrepancias, revela el importante lugar que el debate en torno a la estética social desempeñó en las páginas de Correo Literario. Dicha cuestión centralizó las discusiones en torno a la actualidad y el porvenir de cada uno de los géneros literarios y otras formas culturales como el cine. El motivo es que aunaba temas y preocupaciones que atañían a muy diferentes grupos de la época: la denuncia social y la defensa de una literatura actual formaban parte del ADN falangista desde su fundación, y eran perfectamente coherentes, además, con las preocupaciones sociales del catolicismo más progresista; la claridad, sinceridad y comunicabilidad como rasgos fundamentales de la estética eran elementos ya presentes en las poéticas rehumanizadoras de los maestros consagrados que ocupaban espacios relevantes dentro de los diferentes medios e iniciativas organizadas desde el ICH; los jóvenes escritores, que eran los que principalmente estaban dando forma a esta corriente, se veían apoyados en importantes plataformas de la época; y el poder político, en fin, se beneficiaba por otro elemento más que sincronizaba la cultura española con las nuevas corrientes estéticas internacionales de países como Estados Unidos y Francia. El estudio individualizado de cada uno de los géneros nos permitirá una mejor comprensión de esta compleja confluencia de intereses en torno a la cuestión social. a) La poesía Los conceptos de protesta y de compromiso aplicados al género lírico ya estaban presentes en algunas de las principales poéticas de los años cuarenta: «La protesta que se había asentado en la poesía a partir de 1944 era inicialmente de índole personal o existencial, con entonación de exasperación, agonía o desesperanza» [Prieto de Paula, 2020]. Fue en los cincuenta, sin embargo, cuando esta protesta de carácter metafísico derivó hacia la denuncia de las circunstancias sociales concretas que posibilitan la existencia de situaciones de desigualdad. Entre las principales publicaciones se encuentran los siguientes libros de 1954- 1955: España, pasión de vida, de Nora, Cantos iberos, de Celaya, y Pido la paz y la palabra, de Otero; y otros de cronología más dispersa: posteriores: Belleza cruel (1958), de Ángela Figuera, Teatro real (1957), de Leopoldo de Luis, y anteriores: 384 Tranquilamente hablando (1947), Las cosas como son (1949) y Las cartas boca arriba (1951) de Celaya, Los imposibles pájaros (1949), de Leopoldo de Luis, etc.; a los que se suman los primeros libros de los autores jóvenes que dominarán el centro del sistema en la década siguiente: Ángel González, Caballero Bonald, Gil de Biedma, Valente, entre otros289. La poesía social se manifestó por primera vez como nueva tendencia de la literatura española en la Antología consultada (1952), de Francisco Ribes, en la que un grupo de cincuenta y tres encuestados seleccionó la siguiente nómina de autores: Bousoño, Celaya, Crémer, Vicente Gaos, Hierro, Morales, Nora, Otero y Valverde. Este importante giro de la poesía española hacia lo comunicativo se subrayó en la antología Veinte años de poesía española (1939-1959) (1960), de Castellet, y emitió su canto de cisne en la fundamental Poesía social (1965), de Leopoldo de Luis, a partir de la cual se observa cierto declive de la poética comprometida. En Correo Literario el género poético fue en el que de forma más vaga se materializó la defensa de la estética social. Frente a otros casos como el del teatro y el del cine, en los que firmas muy concretas —Sastre y Quinto para el primero; Arroita- Jáuregui, para el segundo— realizaron una campaña sistemática a favor de la orientación comprometida, en poesía nos encontramos, más bien, con una serie de opiniones dispersas de muy distinto signo que no constituyen, además, el sello de identidad de la revista. La principal razón fue el importante peso otorgado en la plataforma del ICH al grupo de poetas en torno a Panero y Rosales y su estética rehumanizadora. La defensa de una poética de vuelta al hombre, que abordara los temas del paisaje, la familia y la religión desde un punto de vista trascendental a partir de los modelos de Machado y Unamuno, monopolizó las páginas poéticas de la revista, dejando poco espacio, en consecuencia, para su vertiente comprometida. Ello no significa, sin embargo, que esta estuviera ausente de la publicación. Al contrario, la estética social, tal y como se materializó en el género poético, fue defendida en varias ocasiones. Se destacaba, en primer lugar, su interés como reacción frente a la tendencia esteticista del arte por el arte, y que se había manifestado fundamentalmente en la revista Garcilaso. A ello se refiere Crémer en la poética que publica en el número 32: 289 La poética social, como la rehumanización en su conjunto, encuentra sus raíces en la preguerra, cuando ya se publicaron libros como los siguientes: Un fantasma recorre Europa (1933), Consignas (1933), Nuestra diaria palabra (1936), de Alberti; Calendario incompleto del pan y del pescado (1933-1934), de Prados), así como toda la poesía de la Guerra, como el Viento del pueblo (1937), de Miguel Hernández. 385 «Se advierte que el buen gusto al que se alude es una especie de tarta jardinera, empalagosa y tontaina. Un buen gusto aderezado con palabras desustanciadas» (nº 32: 4). La solución no pasaba, sin embargo, por caer en el opuesto contrario del tremendismo poético: «Como reacción, algunas gentes dicen esas palabrotas con olor a humedad — sangre, dientes, entrañas—, que no conducen a nada» (nº 32: 4). En otros lugares, la crítica abarcaba también las estéticas de vanguardia: Arroita-Jáuregui, en un ensayo publicado en el número 64, las relacionaba con «la evasión, el canto intemporal» y con una «objetividad racionalista de una fórmula química» (nº 64: 5). En este mismo texto fija algunas de las principales características de la poética social. Así, defiende que «la poesía tiene que cumplir algún deber social», incorporando entre sus temas determinados valores extrapoéticos, «que pueden ir desde lo religioso a lo publicitario, pasando por lo político». Además, a partir de la conferencia «Poetas, expresadnos», que pronunciara Laín Entralgo en el Congreso de Poesía de Segovia, argumentaba que los poemas son siempre «fruto de una circunstancia» humana concreta: es decir, vinculados a un aquí y a un ahora, y, por tanto, debían responder a los problemas concretos de los lectores y debían estar expresados en «el lenguaje del tiempo que corre» (nº 64: 5). En general, en Correo Literario se defendió la condición actual de la poesía. Gerardo Diego, a propósito de lo que suponía Tregua en la evolución poética del otrora garcilasista García Nieto, destacaba que «conducta social y verso apasionado se habían de encrespar y enfurecer al compás de las crueldades, miserias e infamias de los tiempos guerreros, subversivos o políticos que atravesamos» (nº 48: 5), se establecían la sinceridad y autenticidad como condiciones a priori de cualquier obra poética: «una exigencia ineludible en cualquier elaboración artística que aspire a ser duradera: la autenticidad» (nº II.8), y se valoraba, en fin, la fórmula aleixandriana de poesía como comunicación, consecuencia última de esta serie de características: «Es imprescindible lograr una poesía que supere el monólogo, porque si la poesía no es una conciencia de destino común, si no es altura en la que unir a los hombres por encima de cuanto bajo y triste los separa, bien poco es», señala Leopoldo de Luis (nº 25: 13). El poemario Quinta del 42, de José Hierro, cuya poesía se define como «poesía de testimonio» (nº 66: 4), es leído, así, como perfecta cristalización de esta corriente poética. Todo ello permitía, además, conectar con las nuevas tendencias poéticas del extranjero: Valverde apunta su deseo de que la poesía del interior «sea un poco menos española en el sentido limitativo de la palabra» (nº 25: 13) y en el número 93 se publicaba 386 un extenso trabajo sobre «La poesía francesa actual en sus dos dimensiones» en el que se defendía las propuestas estéticas de autores como Jacques Prévert. El punto fundamental de la poética social fue, sin embargo, el que atañía a los temas elegidos. Así lo destaca López Anglada a propósito de la obra de Morales y Crémer: «hombres buenos que se rebelan y hablan de ella, no por mero afán de comentar, sino por ver si alguien es capaz de curar las llagas» (nº II.7) o de Nora, de quien Castellet destaca «su apasionado compromiso de cantar sin rebozos políticos el dolor que el poeta siente por su patria, por su tierra pobre, por sus hombres siempre en peligro de escisión» (nº 75: 12). De algunos de estos autores, de hecho, se publicaron poemas que podríamos encuadrar dentro de esta última preocupación. Crémer publica el «Prólogo» a sus Nuevos cantos de vida y esperanza, una suerte de metapoética en la que el poeta se situaba entre los trabajadores humildes: «Yo os canto aquí a vosotros, mis amigos. / Hombres de mi linaje: / albañiles, mineros, labradores», y defendía la sinceridad y autenticidad de su canto: «La verdad de mi canto / es como la luz y el aire» (nº 32: 4), y Morales publica su «Cántico doloroso al cubo de la basura», uno de los más celebrados cantos a lo humilde en la posguerra: «Oh, viejo cubo sucio y resignado, / desde tu corazón la pena envía / el llanto de lo humilde y lo olvidado» (nº 47: 2), y ocupa con tres poemas una página completa en el número 65: entre ellos se incluyen los cuartetos de «Suburbio», con este mismo enfoque temático: «Qué doloroso eres, viejo barrio nocturno, / sonoro de zapatos que arrastran su pobreza. / Desde tu frío asfalto, manchado y taciturno, / sube negra una ola de callada tristeza» (nº 65: 7). No obstante, tal y como ya anunciábamos, la defensa abierta de la estética social aplicada a la lírica fue una excepción dentro de la tendencia general de la revista. Prevalecieron en ella, en cambio, los textos que, aun valorando algunos de los elementos constitutivos de esta poética —fundamentalmente, aquellos que tenían que ver con la rehumanización—, tenían como objetivo principal el señalar los defectos y peligros de una tendencia que en estos primeros años de la década amenazaba con convertirse en la hegemónica. Se subrayaba, en primer lugar, el prosaísmo en el que podría incurrir esta poética, el riesgo de caer en un retoricismo hueco decididamente antipoético. Es la principal crítica que se realiza de libros como Ángel fieramente humano, de Otero: «Preferimos los sonetos, con toda su música y su intimidé, a los restantes cantos de hermandad y de combatiente elocuencia» (nº 2: 8); Áspera brisa, de Luis Merino Reyes: «una poesía decididamente combatiente, construida con materiales espurios, no tanto de 387 prosaísmo cuanto de palabras panfletarias» (nº 65: 5); o El grito inútil, de Ángela Figuera: «tiende a un realismo violento, echando mano de elementos prosaicos» (nº 65: 5). Se señalaba, además, que el texto social quedaba reducido a su condición de documento, sin llegar a alcanzar la verdadera dimensión de poema y su fin principal la búsqueda de la trascendencia, la belleza. Diego, en su reseña de Tus rosas frente al espejo, de José María Alonso Gamo, aludía a «la marea antiestética en la poesía» que la había llevado a un estado «revuelto y amenazador» y se refiere a un poema de Gloria Fuertes como «este documento con voluntad de poema» (nº 71: 5) y Pío Gómez Nisa advertía que «no hay que dar de lado a la margen fundamental de toda poesía y es la de ser una manifestación de belleza» (nº II.8). Es significativa, en este sentido, la encuesta que Sastre coordina en el número 66 (6-7). Frente a la postura del coordinador, que apuntaba un cambio de tendencia: «El lírico parece que abandona los cuarteles de su intimidad —delicada y puramente cuidada en otro tiempo— para dar voces de alarma y gritos de desesperada denuncia», y las opiniones de poetas como Celaya: «toda poesía auténtica de hoy es […] poesía social» y Garciasol: «la poesía que no sea social es inhumana», la tendencia general de los encuestados fue la del matiz, cuando no el rechazo absoluto. Gomis afirma que «la poesía no ha nacido para servir» y Jesús Juan Garcés se refiere a esta «forma impurísima de la lírica» y a sus cultivadores, entre los que incluye a firmas como Alberti y Neruda, como «falsos poetas agitadores de masas». Y otros, en fin, advierten que el tema social debe ir acompañado del cuidado formal y la atención a la belleza: «Lo que ocurre es que la mayor parte de esa poesía llamada social es mala porque no es poesía» (José Luis Cano); «Lo fundamental sigue siendo el que sea poesía» (Javier de Benchoechea). Por todo ello, en el caso de la poesía es harto frecuente que el crítico que se enfrenta a una obra inscrita en la estética social realice un ejercicio de adaptación de la pieza respecto de algunos de los presupuestos de la rehumanización y, sobre todo, de la literatura religiosa, tal y como se venía defendiendo en otros lugares de Correo Literario. Desde esta perspectiva, Redoble de conciencia, de Otero, conjuga el enfoque social y el espíritu antiburgués con uno «profundamente humano y religioso» (nº 33: 4); Las adivinaciones, de Caballero Bonald es un ejemplo del enfoque social y cristiano del tema del vencido de la vida: «viene ocupando la pluma caritativa de nuestros poetas jóvenes, unas veces con acento de rebeldía social, otras de callada y eficaz caridad cristiana» (nº 54: 4); y Alfonso Moreno, en la citada encuesta de Sastre, declara que «la realidad social no tiene para el poeta de hoy otro escape que la forma última y más alta de la poesía 388 religiosa», que evitaría, además, el peligro del enfoque puramente social de dar a la luz «grotescas creaciones» (nº 66: 6). b) El teatro En el caso del género dramático, la apuesta por su inscripción en la estética social sería mucho más decidida y sistemática: a partir, fundamentalmente, de las colaboraciones de Quinto y Sastre. Ello también se debe a la importancia que desempeñaron en sus páginas teatrales los grupos e iniciativas dramáticas jóvenes, a las que se relacionaba explícitamente con este nuevo teatro actual, con preocupaciones sociales y en la línea de las más modernas corrientes europeas y norteamericanas. Dentro de su planteamiento panamericanista la revista se refirió ampliamente a los teatros universitarios españoles, así como a los hispanoamericanos y de otras latitudes —el teatro universitario de la UNAM (nº 6), el Teatro Experimental de la Universidad de Chile (nº 61) o el teatro universitario de Coímbra (nº 36)—. Apenas aparecieron críticas de los espectáculos del TEU pero sí valoraciones generales de la labor que estos desempeñaron en la renovación del panorama teatral español. En el número 81, Ferrán, tras exponer el creciente interés por lo dramático en los medios hemerográficos, elogia ampliamente el lugar del SEU en el panorama teatral actual: «Una de las cosas que más agradablemente me sorprendieron fue indudablemente la constatación de que el esfuerzo que mantuvo el SEU en el pasado curso (1952-1953), en lo que al teatro se refiere, ha sido seguido con unanimidad y con expectación por la inmensa mayoría de españoles que se preocupan por el teatro» (nº 81: 3); en el nº 84 se reclamaba la celebración de un congreso en Santander para tratar los problemas que achacaban al teatro en el cual se reservaba al TEU y al TPU un papel importante (nº 84: 13); o, en el nº 62, a propósito de la representación de Tres sombreros de copa en 1952, se alababa la labor excepcional y destacable de dicho grupo en un contexto de «bajísima temperatura artística» caracterizado por la «languidez y el amaneramiento» (nº 62: 9). Se alabaron, igualmente, las lecturas dramáticas organizadas en el entorno del SEU, las cuales representaron una función importante, descuidada por las iniciativas oficiales, en lo que respecta a la conexión con las nuevas corrientes internacionales. Así lo destaca Gich en el número inicial de la época barcelonesa: «Ello significa una excelente información de última hora, siempre útil, y más todavía cuando el teatro comercial y el oficial no están, o no quieren estar, demasiado al corriente de lo que ocurre por estos 389 mundos» (nº II.1), y Quinto, en un artículo en el que también se refiere al TPU y al TEU de Granada, escribe: «Los profesionales conscientes de teatro podían tomar contacto con las más importantes piezas del teatro moderno», señalando el caso particular de El cuarto de estar, de Graham Greene, que fue conocida en España por primera vez en una lectura (nº 92: 10). La revista acoge, finalmente, dos artículos de Gordón, germen de su futuro libro Teatro experimental español (1965). En ellos parte del teatro de comienzos de siglo y las andanzas de la Barraca hasta llegar a su presente inmediato. Del TEU en concreto destaca su propósito y dirección inicial —a cargo de Enrique Azcoaga y Modesto Higueras— pero critica la deriva iniciada en 1948: «la programación fue cada vez más desacertada y descendió la calidad del cuadro de actores». El momento presente (1952), con Salvador Salazar como director, «promete ser una manifestación interesante» (nº 55: 8). Asimismo, dedica un amplio espacio a exponer la trayectoria del grupo Arte Nuevo, cuyos miembros, entre los que el propio Gordón se encuentra, tuvieron un especial protagonismo en las páginas dramáticas de Correo Literario. Y, en general, iniciativas de grupos como La cortina gris (nº 23) y La Carátula (nº 37-38). Pero fueron las representaciones del Teatro Popular Universitario las principales protagonistas en lo que respecta a los contenidos teatrales. Quinto repasó, en su sección «Crónica de la quincena», las principales iniciativas del grupo (en las entregas de los números 70, 75, 85, 86 y 92). Además se publicaron artículos dedicados exclusivamente a glosar la labor y méritos de dicho grupo teatral. En una de las notas de «En quince días» se subraya: «Pocas veces en el teatro español, en esta historia últimamente tan despoblada de nuestro teatro, habíamos podido seguir paso a paso un empeño de tanta nobleza como el que nos ofrece el Teatro Popular Universitario del SEU» (nº 86: 13). En el número 66, a propósito del estreno de Escuadra hacia la muerte de Sastre, comentada extensamente por Torrente Ballester en el 69, se publica una entrevista al director del TPU, Gustavo Pérez-Puig, en la que se sintetizan los principales valores que este tipo de iniciativas representaron en las páginas teatrales de Correo Literario. En primer lugar, su sincronía respecto de lo que se estaba realizando en otros países: «pretendemos hacer un teatro moderno y actual, resuelto conforme a las nuevas técnicas». Se vinculaba este tipo de dramaturgia con temas, preocupaciones sociales y «problemas vigentes» que afectan y apelan al hombre contemporáneo. Y, finalmente, se defendía la indisociabilidad de estas iniciativas con el grupo de nuevas firmas jóvenes: «¡Esto, de verdad, empieza con sabor de teatro y de teatro joven!» (nº 66: 3). 390 Esta serie de cuestiones que atañían a una nueva concepción de lo teatral, y a las que se aludía brevemente en los textos referidos hasta ahora, fueron discutidas en otros lugares de la revista. Sobre todo, la cuestión de lo social en el arte, muchas veces planteada desde un enfoque religioso, pero también con un grupo importante de trabajos que abordaban esta problemática de forma monográfica. Al frente del manifiesto por un Teatro de Agitación Social, Sastre y Quinto habían afirmado que «lo social, en nuestro tiempo, es una categoría superior a lo artístico». Sobre esta premisa Sastre prepara, en el número 30, una encuesta en torno al teatro social. En el texto introductorio se refiere al éxito de dicho manifiesto y defiende la naturaleza social del hecho teatral: por su proyección masiva y porque el dramaturgo ha de «recoger la angustia social de esta hora y denunciarla». Lamenta, además, que esta visión no coincide con la postura de la mayoría de los dramaturgos: «Pero los autores españoles de hoy se manifiestan, de modo unánime, en desacuerdo con estas ideas». Los encuestados, en efecto, expresaron su oposición: Calvo Sotelo, López Rubio (con un rotundo «no» como respuesta), Pemán, quien expuso una elaborada respuesta en referencia a la anterior polémica sobre teatro católico, y Buero Vallejo, afirmando que todo verdadero teatro «es por esencia el arte representativo de las sociedades humanas» (nº 30: 5). Leocadio Machado, en el número siguiente, también se haría eco de la encuesta y le respondería a Sastre con ironía afirmando que «¡Ya tenemos teatro social!». Se refería a los polémicos Premios Pujol, dotados con la generosa suma de 100.000 pesetas290. Sastre le responde en «Pocas palabras sobre el concurso Pujol», dentro de una sección de título «Los Pujol, plan Marshall de nuestras letras». Allí critica la misma concepción del concurso y sobre todo la falsa noción de lo social que propagaba —y que motivó la respuesta airada de Machado—: «Ya el hecho de proponer una tesis es detestable. Pero es que, además, las tesis propuestas eran superficiales y, en definitiva, falsas» (nº 32: 12). En la misma página, Quinto se refería a que el concurso, «al exigir una tesis, se convertía, desde su nacimiento, en el concurso más antiteatral e ineficaz de todos cuantos se han convocado hasta la fecha», de ahí el título del artículo: «La tesis es la tisis del drama» (nº 32: 12). Desde unos presupuestos muy diferentes Emilio Romero cargaba contra cierta idea de teatro social, político, vinculado con el socialismo: «Este teatro social de detrás 290 Como afirma García Ruiz, «se les criticaba su inutilidad ya que podía concurrir cualquier escritor, consagrado o no, que, además, debía ceñirse a unos temas de tipo social o ideológico que se les marcaban como condición» (2006: 21-22). Los premiados fueron autores consagrados con obras forzadas para su adecuación a las condiciones del concurso. 391 del socialismo podría tener su ocasión […] Pero corrientemente se transforma en teatro político, en mera peripecia o aventura, que en nuestro país alcanza sus tonos más inconvenientes»; para acabar defendiendo una noción de lo social totalmente vaga e imprecisa: «El teatro social, ¿no será exclusivamente aquel que nos diga lo que sucede en las almas, y no en lo que pasa en la vía pública?» (nº 34-35: 7). No obstante, las notas de rechazo referidas ocuparon un lugar marginal dentro de la postura general de Correo Literario, definida fundamentalmente por las colaboraciones de Sastre y Quinto, primero en trabajos sueltos, luego, a partir del número 81, en la página de «Teatro», subdividida en «Cuaderno de notas» y «Crónica de la quincena». Ambos críticos habían desarrollado ya una intensa campaña a favor de un Teatro de Agitación Social en plataformas oficiales como La Hora y, tras su clausura a finales de la década de los cuarenta, comenzaron a escribir con asiduidad en las dos revistas culturales del ICH: Cuadernos Hispanoamericanos y, muy especialmente, Correo Literario, como se ha señalado en repetidas ocasiones [Caudet, 1984: 126; Aznar Soler, 1993: 210; García Ruiz, 2006: 119-129]. En esta última desarrollaron una teoría elaborada en lo que respecta a una dimensión social que, ya plenamente establecida en el extranjero, empezaba a apuntarse en algunas de las propuestas dramáticas nacionales. Estas corrieron a cargo, fundamentalmente, de los jóvenes hombres de teatro, quienes, pese a las dificultades impuestas por el régimen político y un sistema teatral acomodaticio y estancado, promovieron una nueva concepción de lo teatral. Quinto, en «Teatro lírico y teatro de ensayo», advierte en las nuevas hornadas de jóvenes «un entronque con el teatro allende de nuestras fronteras, tanto en un sentido formal como ideológico» (nº 78: 10); y Sastre celebra «la incorporación al teatro de grandes sectores juveniles que empiezan ya a ocupar, con curiosidad y pasión, las salas de los teatros dando a los estrenos un nuevo color y una nueva temperatura» (nº 76: 14). Defendieron, en sus secciones fijas y en colaboraciones publicadas con anterioridad, la necesidad de un teatro comprometido, dentro, pues, de la denominada estética social. Quinto lamentaba que «la dimensión social-política del teatro ha sido olvidada de todos», entregado como estaba al «disentimiento y a la evasión» (nº 92: 10). Para él, un verdadero teatro social, que en alguna ocasión denomina neorrealista (nº 75: 10), resultaría mucho más eficaz que la dramaturgia intimista, burguesa y psicoanalítica: en oposición a ello, pues, defiende «la comedia sencilla, profundamente humana, nacida de la simple selección documental de una vida» (nº 75: 10). Ahora bien, para asegurar la 392 calidad de este tipo de teatro, se debían rehuir los planteamientos maniqueos, éxito que logra Anouilh en La salvaje: «Son dos mundos: el de los ricos y el de los pobres, no el de los malos y el de los buenos» (nº 83: 10). En «Lo intimista en la literatura social», desarrolla esta advertencia, distinguiendo entre literatura social y literatura de propaganda. Para Quinto, la teoría teatral de Piscator ha perjudicado el devenir de este tipo de dramaturgia, al reducir las obras a mero teatro de tesis. El modelo escogido es el de aquellos autores, como Toller, Upton, Sinclair y Miller, que saben conjugar lo social con lo individual o intimista, evitando, de esta forma, el peligro de la propaganda (nº 61: 3). Del mismo modo, Sastre, desarrolla en las páginas de Correo Literario una elaborada teoría dramática que luego formaría parte de Drama y sociedad (1956) y en menor medida de Anatomía del realismo (1965). Propone una caracterización del mentado teatro social, el cual se define: «1º. Por su proyección (sobre extensas zonas de espectadores). 2º. Por su tema (temas en que están interesados grandes grupos humanos en cuanto grupos). 3º. Por su intención (el dramaturgo intento, deliberadamente, una repercusión social purificadora)» (nº 39: 14) [Sastre, 1956: 69-72]. El autor de Escuadra hacia la muerte distingue también entre un teatro-propaganda y un verdadero teatro de ideas: «Falla por este costado el teatro cuando queda convertido en el mero soporte de una tesis» (nº 77: 10). La ideología e intención social de una obra, defiende Sastre, debe desprenderse naturalmente del texto y su representación, matiz que también aplica en el caso del teatro católico: en «Teología del drama», por ejemplo, critica el motivo del juicio cristiano final como un modo de dirigir ideológicamente las conclusiones de la obra. Una importante cuestión que subyace a lo anteriormente referido fue el debate en torno al realismo y a la capacidad referencial del arte. Esto es, en qué medida el teatro tenía la capacidad de reflejar las condiciones de vida de los espectadores y, en el caso de que fuera posible, de qué modo debía articularse para cumplir ese propósito. Sastre fue un firme detractor de la vía antirreferencialista o deshumanizada respecto de las artes plásticas: afirma que no cree «en el porvenir del arte geometrizante, afigurativo», ni en la belleza como fin último de la pieza artística: «para mí la belleza es algo secundario (nº 79: 9). Y, por supuesto, en relación con el teatro. Sobre ello reflexiona por extenso en «Otra vez la belleza», ensayo que luego incorporaría a Drama y sociedad. En él, se refiere a la época de los vanguardias, dominada por los «invasores» de «la desintegración» y «la deshumanización» que encumbraron la belleza como fin último del arte. Sin embargo, 393 augura una nueva época, marcada por «la responsabilidad ético-social» y «la purificación social» como la principal finalidad del hecho escénico (nº 81: 10). En el caso concreto del teatro, además, el realismo es sinónimo de género trágico. En este sentido, Buero Vallejo, en un emotivo comentario sobre su Historia de una escalera, exponía su propósito: «yo había intentado, bajo la superficie sainetesca y costumbrista de mi obra, deslizar una tragedia auténtica» e insistía en el carácter amargo de su obra, de ahí el título del artículo, como una advertencia: «Cuidado con la amargura» (nº 2: 8-9). Reclamaba, en fin, la catarsis como finalidad de la obra teatral y denunciaba la proliferación de comedias y revistas frívolas que solo buscaban la risa fácil291. En esta misma línea, es conocido el artículo «Teatro de magia y teatro de angustia» en el que Sastre apuesta, como Buero, por la amargura como posible revulsivo de la aletargada escena española. En él, la identificación de lo trágico —el teatro que él denomina «teatro de angustia», en oposición al teatro de magia y «fantásticas evasiones»— con lo social es evidente. Así, lo sitúa en la línea de «los postulados del realismo» que dan forma al teatro moderno y se refiere a los autores inscritos en esta corriente como «los grandes dramaturgos testigos» (nº 55: 8). Desde esta perspectiva, Sastre llevó a cabo una sistemática reflexión sobre el género trágico, a partir de numerosos artículos de carácter teórico: «Tragedia» (nº 70: 10), «Eugene O’Neill en la resurrección de la tragedia» (nº 86: 12), «Tragedia antigua y tragedia moderna» (nº 86: 10), «La “katharsis” trágica» (nº 90: 10) o «La tragedia y el tiempo» (nº 92: 10), entre otros. También Quinto reclamaba una mayor presencia del género trágico en las tablas españolas292. Criticaba la «marejada de teatro amable, blando, tranquilizador» que adormecía las conciencias y alejaba al espectador de «la realidad política y social de nuestro tiempo». Por ello, defendía que hasta que «la tragedia no haga su aparición no podremos hablar seriamente de teatro nacional» (nº 82: 10). En otros lugares volvería sobre estos temas desde una perspectiva parecida: ante «la falsa y evasiva mentiras de las comedias frívolas», oponía el «aliento auténtico y purificador» del género trágico (nº 87: 10). O en el número 55, donde critica un arte de «evasión» y deshumanización, al que 291 También en una entrevista a Calvo Sotelo realizada por Sastre se insistía en la falta de dramaturgos trágicos en la escena: «Nuestro teatro actual está servido más por comediógrafos que por dramaturgos. Me parece percibir un deseo latente, en los espectadores y en los autores, de enfrentarse con los grandes temas de nuestros días» (nº 40: 12). 292 En 1962, Quinto publicaría La tragedia y el hombre (Notas estético-sociológicas) en el que, desde una perspectiva mucho más teórica, reivindica la necesidad de una tragedia moderna. 394 opone el realismo, donde «se siente el pálpito del testimonio documental de la época» (nº 55: 1). Las ideas defendidas por Sastre y Quinto contaron con detractores en la revista. Charles David Ley, por ejemplo, a propósito de las discutidas tragedias contemporáneas, afirmaba que «presentan escenas muy dolorosas de la vida contemporánea en diversas partes. Pero, desde el punto de vista de la tragedia, los problemas que presentan me parecen demasiado parciales y locales» (nº 80: 10). Una de las obras que cita como ejemplo es La muerte de un viajante de Arthur Miller —estrenada el 10 de enero de 1952 en el teatro de la Comedia de Madrid, en versión de José López Rubio y bajo la dirección de José Tamayo—, la cual ya había provocado cierta polémica en la revista, y sobre la que Sastre reflexionaría largamente en sus libros teóricos. Los protagonistas de la disputa, iniciada en el diario Arriba, fueron los habituales Torrente Ballester y Sastre. El crítico gallego argumenta que la obra es una pieza naturalista de tesis y la califica de alegato, en cuanto que, como fotografía realista, selecciona aquella parte de la realidad, en este caso los aspectos más desagradables, para demostrar, falsamente, una tesis concreta. Critica, además, la concepción social del arte, aunque siempre dentro de un mismo paradigma realista («el arte, según mi anticuado entendimiento, sirve a cosas más altas, referidas, precisamente, al hombre»), según la cual el drama «muestra, denuncia, hace patente algo» (nº 43: 12). En esa misma página figuraba la respuesta de Sastre. En ella, defiende en primer lugar la actualidad y vigencia del teatro documento —además de Miller, menciona a Saroyan o Steinbeck, entre otros— y su validez como fundamento de una tragedia: el autor parte «del documento existencial, es decir, del comportamiento real del hombre en lugar y momento determinados. Penetra esta forma en el hombre, a través de su existencia, según diversos grados de profundización que pueden llegar al hallazgo esencial, a la emoción universal humana, ontológica» (nº 43: 12). En otro lugar, Sastre reflexiona también sobre cómo la cuestión social (el hecho de que una reforma del sistema de trabajo resolvería la situación del protagonista) afecta a su condición genérica, concluyendo que esto no afecta a su sustancia trágica, puesto que, aunque haya una posibilidad de salir de su situación, Loman no la ve y no puede hacer nada por cambiar sus condiciones. Además, concluye, si una solución en las condiciones que posibilitan el hecho trágico hicieran la obra ininteligible para un espectador futuro la pieza habría cumplido su función: «Creo que esta es la mayor gloria del escritor» (nº 92: 10). Del escritor social, claro. 395 Quinto se haría eco de esta polémica en su artículo «Europa, América y sus dos teatros». En él, tras rebatir el supuesto carácter naturalista de la obra de Miller, defiende la vigencia realista del teatro norteamericano, caracterizado por dos aspectos esenciales: «De un lado el signo social, y de otro, el meramente humano, ambos estrechamente ligados entre sí. […] Antes, el héroe trágico tenía necesariamente que estar representado por un rey, por una alta dignidad humana. Hoy, por el contrario —debemos comprenderlo de una vez— el héroe trágico es un William Loman cualquiera, un hombre gris, indeterminado, componente de la masa» (nº 54: 8). Así pues, en Correo Literario prevaleció, sin duda, el interés por propuestas del circuito alternativo, como diversas compañías de teatro de cámara y ensayo, diferentes TEU españoles y extranjeros y grupos como Arte Nuevo y TAS. Quinto y Sastre, ya conocidos teóricos teatrales y polemistas en una de las revistas del SEU, La Hora, utilizaron Correo Literario como plataforma desde la que exponer sus ideas acerca del teatro, definiendo de este modo la postura final de la publicación en torno a la significación social del hecho dramático y, como cuestión de fondo, las diferentes formas y posibilidades del realismo. c) La narrativa En el campo de la narrativa no existió, al contrario que en el teatro, ninguna sección fija que vehiculara los contenidos relativos a este género y, en particular, a su dimensión social. Ello se debió a que la narrativa fue, por decirlo de algún modo, el género por defecto de Correo Literario, ya muy presente en las páginas generales de la revista, por lo que la creación de una sección específica resultaría redundante. Se publicaron, así pues, numerosos ensayos de carácter teórico sobre su naturaleza y finalidad, ocupó la mayor parte de las secciones de crítica y fue, finalmente, el género más publicado en la revista: frente a la poesía, que dejó de publicarse regularmente tras la etapa de Sánchez- Marín, el cuento, sobre todo, y la pieza narrativa, en general, estuvo presente durante toda la historia de la publicación. A partir del cambio de dirección de Gich, las nuevas corrientes norteamericanas y europeas del compromiso y la denuncia social, en lo temático, y del objetivismo y ciertas formas de experimentación narrativa, como el fragmentarismo y el monólogo interior, en lo formal, pasaron a ocupar en la revista un lugar preeminente. Actuaron, 396 pues, como un catalizador a partir del cual diferentes ensayistas y críticos se posicionaron en torno a cuestiones centrales como el realismo y el compromiso. La primera revisión que se publicó sobre la literatura norteamericana fue el trabajo «Novelistas jóvenes en Norteamérica», de Bernardo Clariana. En él, se realiza un repaso sistemático por varias generaciones de novelistas americanos, desde Faulkner y Wolfe, hasta Calder Willingham y Elizabeth Fenwick, pasando por Hemingway, Dos Passos y Steinbeck. Aunque su visión de la novela social es crítica en muchos de sus aspectos — se refiere, por ejemplo, a «la prosa telegráfica» que daba forma a «la efímera novela proletaria»—, valora muy positivamente la figura de Steinbeck y Las uvas de la ira, considerada como «la más influyente de todo el periodo contemporáneo», por reflejar el «estado de depresión espiritual, amargura, cinismo y desilusión social» desde un estilo de «descarnado realismo» (nº 52: 5). En el número 73, Ismael Moreno de Páramo planteaba que «Norteamérica no ocupa el centro de la novela», con un ánimo explícito de polémica —«el propósito de nuestro colaborador consiste en criticar la baraúnda organizada en torno a la novela americana, criticando también las excesivas y excluyentes teorías que en torno a ella han circulado y circulan» (nº 73: 12)—, que sería continuada en los números posteriores. En general, el autor defendía un modelo tradicional de novela, encarnada por autores como Balzac, Stendhal, Proust, Mann y, en España, Baroja, y criticaba explícitamente la propuesta narrativa de Faulkner: «Sin asociaciones de ideas, sin monólogos interiores de cerebros de idiotas enamorados de una vaca (Zumbido y frenesí), ni siquiera sabía hacer un libro en el cual el título no tuviera ninguna relación con el contenido, ni con él era posible resolver palabras cruzadas o jeroglíficos de cómo se realizó una violación (Sanctuary)» (nº 73: 12). Jesús Ibáñez Alonso, en el número inmediatamente posterior, ya se hacía eco de la polémica, aunque desde un punto de vista muy diferente. El crítico aborda la novelística actual desde el punto de partida de la fuerte influencia norteamericana y del concepto de compromiso como rasgo distintivo: «El carácter más acusado de la novela actual es el de ser comprometida», y defiende que la perspectiva social, lejos de considerarse una forma de sectarismo, «expresa la responsabilidad del escritor, en el tiempo, ante sí mismo y ante el mundo» (nº 74: 1). Entre los autores que aborda bajo el epígrafe de «La novela social» incluye a Farrell, Caldwell, Steinbeck, Miller, Faulkner, Wolfe y Dos Passos, y valora el objetivismo como rasgo fundamental de su escritura. 397 Fueron, en fin, varias las ramificaciones de esta polémica. Y, aunque algún crítico se mostrara «contrario a la novela yanqui» (nº 78: 6), criticando que esta no era sino el modelo de la literatura de bajos fondos que empezaba a predominar en España con obras como Lola, espejo oscuro, de Fernández Flórez293, en general la actitud predominante fue de aceptación. Es el caso, por ejemplo, de Edmundo Meouchi, quien defiende la interrelación entre la novela norteamericana y la europea (nº 84: 12) y de Hernardo Valencia en «Revisionismo e inquietud», en el que subraya la inconformidad y protesta de la literatura norteamericana, que relaciona con la poética noventayochista en España y con la tentativa del intelectual contemporáneo por conseguir una postura de independencia «frente al halago de la masa, frente a la presión del poder económico y frente a la mentira de los dilemas políticos» (nº 78: 12). Algunas de las obras de los autores norteamericanos fueron, de hecho, reseñadas positivamente en la publicación. De Faulkner, por ejemplo, cuya obtención del premio Nobel fue destacada en el número 14, se destacaba el interés de sus complicadas técnicas narrativas —«monólogo interior, la asociación de ideas, la ruptura de acciones, los temas paralelos, el corte tajante en subversión cronológica de tiempos»—, con las que conseguía, frente a la monotonía de las novelas de posguerra tradicionales, mantener la tensión en el lector (nº 69: 4). En consecuencia, estas dificultades estaban perfectamente justificadas (nº II.8). Además, en el número 80 se reseña El gran Gatsby, de Truman Capote, del que se subraya su crítica social, en la misma línea de Dos Passos, y en el 89, a raíz de un texto de Valverde sobre Faulkner, publicado en Revista, se reflexionaba sobre la obra de Hemingway, valorada muy positivamente con la excepción de Por quién doblan las campanas (nº 89: 1). En las reseñas de obras de otros autores internacionales no directamente relacionados con el círculo de novelistas norteamericanos se destacó igualmente su adscripción a esta nueva corriente. Del alemán Hans Werner Richter, por ejemplo, se reseña Destinos rotos, dentro de la tendencia de la novela-reportaje, valiosa en tanto «testimonio de una conciencia de la mentalidad de una derrota» (nº 71: 4). De Míster Johnson, del irlandés Joyce Cary se destaca su «pura objetividad», según la cual «el 293 En otros lugares, se publicaron opiniones en contra de las nuevas corrientes narrativas norteamericanas. En general, se criticaba la falta de inventiva de la novela-reportaje: «son apenas reportajes, como casi todas las norteamericanas, y con ello aspiran a disfrazar sus autores la lamentable carencia de fantasía» (nº 50: 6) y se les acusaba de ejercer de «guardianes-fotógrafos del estercolero», reproduciendo una imagen errónea de la realidad: «Gracias a ellos […] hasta los niños saben que la vida es —por lo menos— una espléndida porquería» (nº 52: 10). 398 narrador esfuma sus apreciaciones íntimas, disolviéndose él, para moverse solo por las realidades e impulsos de sus personajes» (nº 75: 5). También, en fin, el propio Arroita- Jáuregui, en su reseña de Un albergue en el camino, del australiano Godfrey Blunden, remite a Castellet como principal teórico de la nueva estética, y enumera algunas de las principales características «de la actual manera de hacer de los novelistas nortemaericanos»: entre ellas, la objetividad, el perspectivismo, el monólogo interior y la «desaparición del autor como una especie de Dios o personaje central de la novela» (nº 73: 5). En las trabajos sobre literatura hispanoamericana fue constante, asimismo, su adscripción al objetivismo norteamericano y a la corriente social en general. Así, se sitúa las obras de Carlos de Santiago (nº 28:9) y de Eduardo Mallea (nº 55: 9) en la línea de Faulkner, a quien se reconoce una poderosa influencia en la narrativa joven de Hispanoamérica, en parte, debido a «la infiltración cultural de los Estados Unidos» (nº 55: 9). Y a otros novelistas, como Jorge Icaza y Ciro Alegría, se les valora en tanto principales representantes de la novela social en Hispanoamérica, tendencia en la que se sitúan los mejores narradores de la región (nº 67: 2)294. La situación es diferente cuando el foco de atención es la Rusia soviética y sus planteamientos realistas. Desde la postura marcadamente anticomunista de Correo Literario se critica duramente la dirección política de la literatura que preconizaban los autores soviéticos. He ahí uno de los límites —pocas veces explicitado, sin embargo— de la estética social: su vinculación con ciertos presupuestos del comunismo literario. Luis Vera, por ejemplo, denuncia la nueva «consigna soviética de adoptar el “realismo socialista” como estilo popular obligatorio» (nº 85: 9, 2); y Sainz Mazpule, a cargo de la sección «Mirador de las letras europeas», critica el cambio estético operado en Rusia: «En los años precedentes los escritores soviéticos habían gozado de relativa libertad. A partir de 1946 fueron obligados a atenerse a las consignas del partido y sus temas a ser mediatizados. La doctrina literaria oficial se apoya en el “realismo socialista”» (nº 31: 3). Y señala, además, el cambio de orientación de las nuevas generaciones, que prefieren a Gógol y Tolstói por encima de Gorki. De ahí que se subraye tanto la intervención de André Malraux en el Congreso por la Libertad de la Cultura en contra del realismo socialista soviético. En el número 52 se incluía una reportaje del congreso, dentro de la subsección «Crónica de París», en el que 294 Esta reflexión vuelve a publicarse en el primer número de la época barcelonesa, dentro de la entrega de «Galería» dedicada a Jorge Icaza. 399 se destacaba la crítica realizada por el escritor francés a regímenes políticos como el comunista por atentar contra la libertad de expresión, así como a las obras del realismo socialista, que considera burguesas (nº 52: 9). En el número 54 Malraux ocupó la portada de Correo Literario, con el significativo título de «André Malraux contra el “realismo socialista”. ¡Por la libertad de la cultura!». Se resumía su intervención en congreso y se concluía: «estos postulados niegan, naturalmente, los supuestos del “realismo socialista soviético”» (nº 54: 1). Estos planteamientos, que hemos estudiado en relación con lo norteamericano y otros autores extranjeros, estuvieron presentes en los acercamientos críticos a la narrativa española295. En general, se lamentaba que esta estuviera anclada a unos modelos narrativos ya desfasados, y que apenas se detectaran en ella huellas de las más modernas corrientes. Así lo subrayan, por ejemplo, Esteban Pinilla de las Heras, quien reclama una mayor carga realista en las novelas de su tiempo (nº II.4) y Talamás, según el cual Balzac es el modelo más reciente para los narradores españoles, con algunas otras pocas excepciones: «Apuntan unos tímidos toques de Joyce en algún que otro Nadal y alguna que otra muestra de literatura masiva a lo Dos Passos» (nº 51: 8). Por todo ello, desde distintos lugares se reclamaba la necesidad de una literatura problemática, igual de problemática que es la existencia contemporánea, alejada, pues, del conformismo burgués y el enfoque puramente evasivo (nº 77: 15). Desde esta perspectiva, Cela solicitaba que debía abandonarse el modelo narrativo de Madame Bovary por el del Lazarillo: «han dejado de ser problema novelesco por dilucidar las esposas casquivanas, sentimentales y soñadoras, pero sigue vigente el hambre, la mala fe y la desazón del siervo de cien amos» (nº 47: 6). Este planteamiento teórico, abiertamente favorable a la nueva narrativa social, no aparece refrendado en los numerosos resúmenes y panoramas sobre la novela española reciente que se publican en las dos primeras etapas de la revista. En trabajos como «La 295 Si contáramos con más espacio del que aquí disponemos, habría que precisar nuestro análisis a partir de la subdivisión que Sanz Villanueva realiza entre la tendencia neorrealista: «no ajena a la problemática histórica-social del hombre aunque en sus libros esta se analice desde una postura más humanitaria que política» [1980: 319], y la novela propiamente social: «una concepción utilitaria del arte narrativo que, por encima de valores estéticos, pretende denunciar las injusticias sociales, contribuir a una concienciación del lector y favorecer las condiciones de un cambio político» [1980: 382]. Entre los primeros sitúa a autores como Aldecoa, Fernández Santos, Sánchez Ferlosio y Matute y, entre los segundos, a Juan Goytisolo, Caballero Bonald y García Hortelano, entre otros. Creemos que esta distinción, sin embargo, no es pertinente en nuestro análisis de Correo Literario, en tanto que los críticos de la revista agrupaban a todos estos autores dentro de la misma etiqueta del compromiso, entendida, pues, de un modo más amplio. Del mismo modo, se les vinculaba con el empleo de determinadas técnicas narrativas, presentes en autores como Faulkner, que no tienen por qué formar parte necesariamente de la estética social. 400 novela española de hoy. Lo metafísico y lo humanista» (nº 17: 4), «Panorama de la novela española», de Gonzalo Santamaría (nº 18: 10), «Hacia un renacimiento de la novela española», de Serrano (nº 23: 5) o en «¿Renacimiento de la novela?», de Torrente Ballester (nº 25: 5) apenas hay referencias a los autores que empezaban a destacar en este sentido, como Fernández Santos, García Hortelano y Juan Goytisolo, con dos excepciones: Rafael Sánchez Ferlosio, citado repetidas veces como autor joven de valor junto a los nombres mayores de la generación del Treyntaséis (nº 23: 5; 25: 5), y, de forma mucho más acusada, Ignacio Aldecoa, que además de ser la firma más repetida en la sección de cuentos, es mencionado en los ensayos teóricos como el autor joven de más valor. Así lo suscriben Manuel Pilares en su «Noticia sobre cuentos y cuentistas jóvenes»: «Ignacio de Aldecoa es, entre los muy jóvenes, lo que Tomás Borrás y Sánchez Silva son entre los consagrados» (nº 56: 9); y Arroita-Jáuregui en su crítica de Adelaida y otras historias (nº 77: 6). Tampoco se suscribe en estos trabajos la poética social. Se apostaba, más bien, por una perspectiva netamente realista, según la cual la novela no debía perder contacto con la realidad; más desde una perspectiva transcendente, rehumanizada, que crítica: «Pidámosles que se zambullan enteramente, radicalmente, en la humanidad que nos rodea, y saquen de su inmersión, si saben, pedazos de vida palpitante. Y cuando sus manos se hayan contagiado del dolor y del misterio, que lo cuenten sencillamente» (nº 25: 5)296. A partir de la etapa de Gich297, sin embargo, son frecuentes las reseñas que valoran positivamente determinadas obras relacionadas con la estética social. Así, Sánchez Ferlosio reseña una de las primeras novelas netamente sociales de la generación jóvenes: 296 Excepcionalmente, se publicaron notas en las que se valoraba el estilo de una novela por su alejamiento de los planteamientos narrativos e ideológicos de la narrativa social. Es buena muestra de ello el ensayo «Hacia una literatura oxigenada», donde se afirma: «Tanto el realismo moderno como su consecuencia extrema: el naturalismo, deforman, mutilan y falsifican la vida fotografiándola. Para aprehender en toda su complejidad y revelarla artísticamente es preciso humillarse ante ella» (nº 88: 12), y, en reseñas sobre obras concretas, se destaca de Las últimas horas de Suárez Carreño que «no es un cuento hinchado, esto no es una novela social ni de época, este es el libro de un escritor de verdad» (nº 12: 2) y se reivindica el estilo de La vida como es, de J. Antonio de Zunzunegui, sin deudas con la novela moderna (nº 90: 7). 297 Anteriormente, la única excepción a la tendencia apuntada fue La ciénaga, de Reyes Huerta, señalada como modelo de novela social (nº 36: 9) y La colmena, de Camilo José Cela, de cuya aparición se da cuenta en el número 3. En el número 5 se incluye una «Autocrítica» en la que su autor destaca su marcado carácter documental: «Esta novela mía no aspira a ser más cosa —ni menos, ciertamente— que un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre, exactamente como la vida discurre». Se relativizaban, sin embargo, las razones por las que tuvo que publicarse en Argentina: «Mi novela —por razones puramente particulares— sale en la República Argentina» (nº 5: 8). 401 Los bravos, de Fernández Santos298. Se destaca el objetivismo: «El estilo desaparece del alma del autor, el estilo es el mundo mismo que se expresa en él», así como su perspectiva realista enfocada en el pueblo: «La estructura desaparece y en su lugar se levanta la imagen del pueblo, como la única, posible y verdadera estructura que tenga razón de ser y que pueda dar paso a la expresión de la realidad» (nº II.6). Castellet se ocupa de algunas de estas novelas en su ya citado «Panorama de los jóvenes. La novela» pero también en otros trabajos independientes como «Tres primeras novelas». En estos analiza El fulgor y la sangre, de Aldecoa, «una visión fragmentada de la vida española de hoy y de su inmediato pasado» (nº II.10), Juego de manos, de Juan Goytisolo, que refleja «una influencia técnica de los más recientes y mejores novelistas mundiales» (nº II.8) o Pequeña teatro, de Matute299, cuyo argumento, una lucha entre hermanos, interpreta como trasunto de la Guerra Civil española (nº II.8). Otras reseñas, en fin, incidían sobre estos mismos asuntos. En algunos casos se introducía algún reparo en la consideración de lo social y las nuevas técnicas narrativas en la novela. De La Noria, de Luis Romero, por ejemplo, se apunta: «Tanto los soliloquios mentales que, usados además en esta forma fragmentaria y, entre paréntesis, dan a la obra un aspecto de preparación no acabada» (nº 56: 4); y de El vendedor de vidas, de Elisabeth Mulder, se celebra que haya sabido trascender la mera transcripción automática de la realidad en la que muchas veces caían estas novelas-reportaje (nº 73: 6). La pauta general, sin embargo, fue la que marcó las reseñas de obras como La sangre, de Elena Quiroga, caracterizada por la ruptura del orden lógico del discurso y el uso del fragmento (nº 66: 4); Fiesta al noroeste, de Matute, que se señalaba próxima a Faulkner (nº 72: 7); El metal de los muertos, de Concha Espina: antiburgués por su planteamiento socialista, 298 Sanz Villanueva se refiere a ella como «una de las más importantes en el proceso de creación de una conciencia crítica y como uno de los libros que más influjo ejerció entre los compañeros de promoción» [1980: I, 334] 299 En Correo Literario fue notable la presencia de narradoras, dentro de una misma tendencia creciente que también se detecta en las otras revistas culturales de la época. Así pues, y aun estando en minoría, es notable la presencia en la revista de cuentos y narraciones de Ana María Matute, Dolores Franco, Mercedes Ballesteros de la Torre, Ana Inés Bonnin Armstrong, Elisabeth Mulder, Eulalia Galvarriato y Eugenia Serrano. Además, y es, quizá, el punto de mayor interés, la literatura escrita por mujeres fue una cuestión abordada en numerosas ocasiones a lo largo de la publicación: entre otros, «El escritor visto por una escritora» (nº 17), «Novelas de mujeres» (nº 28), «Escritoras. Igualdad entre hombres y mujeres» (nº 30), «La novela de una mujer» (nº 31), «Las mujeres en la Academia» (nº 36), así como en el campo de la poesía, con las crónicas que se realizaron de las tertulias de «Versos con faldas» (nº 21, 24). En muchos de estos textos se reclamó una mayor presencia de la escritora en la vida cultural y se reflexionaba sobre algunos de los obstáculos que le impedían alcanzar este estado de igualdad: Fernando-Guillemo de Castro, por ejemplo, aduce que «es un problema que yo recargo sobre nuestra estructura social (nº 31: 3). Sin embargo, esta problemática nunca formó parte del ideario comprensivo, motivo por el cual dejamos constancia de ello únicamente en esta breve nota. 402 manteniendo, sin embargo, un carácter profundamente religioso (nº 52: 12); o La sierra en llamas, de Ángel Ruiz Ayúcar: que incorpora ya acontecimientos recientes de la vida española, «camino este que quizás sirva de acceso para esa necesaria presencia de la hora actual en nuestra novela» (nº 68: 5). En otras ocasiones, finalmente, se lamenta la falta de objetividad en algunas de las novedades narrativas. Es la crítica que Arroita-Jáuregui le hace a la nueva novela de Fernández Flórez, Frontera: «Hay cualquier cosa menos objetividad. El autor se nos aparece continuamente, juzgando, calificando, interpretando, disfrazando, interviniendo en unas vidas supuestamente auténticas, tergiversando esas existencias, no entregándonoslas de verdad» (nº 72: 6). La vinculación del cuento con la estética social requiere que lo abordemos de forma específica. En primer lugar, por el importante peso detentado por el género en las revistas culturales de la década de los cincuenta: «la prensa periódica alienta, durante la posguerra, el auge del cuento español. Las revistas, como soporte natural del relato breve, albergan toda suerte de fenómenos relacionados con él (concursos, reseñas de libros, textos de creación, etc.) y se convierten en un importante impulso para su desarrollo» [Casas, 2007: 217]. Este factor está íntimamente relacionado con la consagración institucional del género durante el medio siglo. En efecto, en esos años se conceden Premios nacionales a los volúmenes de cuentos Tiempo pasado (1955), de Jorge Campos, Cabeza rapada (1958), de Fernández Santos, Los conspiradores (1960), de Daniel Sueiro y el premio Fastenrath de la RAE a Miguel Delibes con Siestas con viento sur (1957), entre otros. Además, se crean varias colecciones dedicadas al cuento: Leopoldo Alas, de Rocas; El Reloj de Sol, de Pareja y Borrás; y Narraciones, de Taurus; así como diferentes concursos dedicados exclusivamente a la narrativa breve, bien ligados a editoriales (Bibliotecas Gabriel Miró, Sésamo, Leopoldo Alas…), bien a revistas culturales y literarias: Correo Literario (1951), Ínsula (1951), Juventud (1952), La Hora (1956), Acento Cultural (1961). Algunas de estas, de hecho, crean secciones específicas: «Un cuento cada mes» (Ínsula), «Todos los meses un cuento» (Índice), «Narraciones» (Revista Española), «La plazuela del conde Lucanor» (Papeles de Son Armadans). El cuento, además, se erigió como una suerte de plataforma de la nueva generación de narradores jóvenes Las nuevas formas literarias del neorrealismo y del realismo socialista se desarrollaron sobre el molde del relato breve y entraron en circulación literaria a través de diferentes medios hemerográficos: desde iniciativas particulares que contaban con una mayor independencia, como Ínsula o Revista Española, hasta medios 403 fuertemente institucionalizados, como las revistas del SEU, o vinculados a intelectuales posicionados cerca de los centros del poder político. Correo Literario formó parte activa de este proceso. Publicaron en ella un total de cincuenta y dos autores de relatos diferentes, de los cuales solo repitieron cinco de ellos —Aldecoa, Francisco Alemán Sainz, García Nieto, Adolfo Lizón y Serrano—. La sección de cuentos, que fue modificando su fisonomía a lo largo de la historia de la revista, se inició ya en el número segundo con «Kuno», de Manuel del Cabral, y se mantuvo de forma regular hasta el número 93, con algunos paréntesis notables entre los números 66 y 74 y entre los números 83 y 93. Alternaban en ella relatos breves, propiamente dichos, y otras formas de narrativa breve: prosa narrativa de diferente tipo, así como la anunciada sección nunca rotulada que inaugura Carmen Martín Gaite y su Fiesta al noroeste, que incluía un fragmento de novela larga junto a la autocrítica de su autor. La relación completa de colaboradores incluye, junto a algunos de los autores consagrados del 36, como Cela y Rosales, un grupo considerable de autores pertenecientes a las nuevas promociones realistas: Aldecoa, Caballero Bonald, Fraile, Goytisolo, Quinto, Matute, así como otros nombres vinculados con la poesía social, como Leopoldo de Luis y Ramón de Garciasol. Aunque en general nos encontramos ante textos de enfoque realista y tradicional sin voluntad de testimonio crítico —como muestra de ello solo hay que leer los cuentos premiados en el certamen de relato breve que organizó la propia revista: «La figura del tapiz», de Mercedes Ballesteros, «Un vagabundo va de vacaciones», de José Luis Acquaroni, y «Un niño cuenta cómo era una calle que vio», de Francisco García Pavón— , hay un grupo notable de ellos en los que se aplican, aunque, en muchos, quizá de forma tibia, algunas de las nuevas técnicas narrativas de los narradores norteamericanos. Asimismo, son numerosos los relatos que podemos encuadrar dentro del ámbito de la literatura social. Además de algunas notas de testimonialismo que encontramos aquí y allá, hallamos en muchos de ellos una voluntad clara de denuncia. Es el caso de «El río», de Leopoldo Luis, una reflexión sobre las relaciones laborales que se establecen en un pueblo: «Si el hombre nace libre —se decía—, ¿por qué ha de ser esclavo de un río? El río nos domina. Nos aterroriza, a cambio de un miserable pan. Solo a los colonos ricos, a los propietarios de la madera, sirve este río odioso» (nº 11: 10); y de «El envidiado Míster Vyman», de Eugenia Serrano. En este último se plantean las diferencias sociales entre dos vecinos y sus respectivas familias: «La noche en que míster Vynan —el otoño 404 aún era una delicia— dio una gran cena fría, seguida de baile, en su jardín, Claudia tosía mucho y los pequeños se quejaron de comer todos los días igual y poco», para subrayar, de nuevo, que a todos les une una misma indefensión ante la vida, que en este caso se remarca argumentalmente por el suicidio del vecino rico, pese a que la focalización del relato recae en el pobre y su voluntad de quitarse la vida: «Saltar desde su pobre casa de obreros, fea, maloliente y ruidosa, al perfumado y atractivo jardín. Pero de un solo salto mortal. Sí, que su sangre de paria apagara, aunque fuese por un solo segundo, la distinguida sonrisa del millonario» (nº 14: 10). Los capítulos de novela publicados a partir de la tercera etapa continúan esta misma tónica. Las luciérnagas, de Matute, por ejemplo, nos sitúa en la vida de una familia pobre, en cuya caracterización se incluyen no pocos rasgos de la picaresca: «El pequeño Daniel iba siempre con las rodillas sucias. Y el pantalón, excesivamente corto, dejaba al descubierto sus piernas flacas y amoratadas. Bajaba a jugar con los chicos de la calle, y aunque en la academia donde ejercía el viejo latinista los muchachos Cuatrero recibían enseñanza gratuita, el pequeño no quería estudiar, y a los siete años era un golfillo ladrón y malicioso» (nº 45: 11). Guarda muchas similitudes con el fragmento de Fiesta al Noroeste, cuya obtención del premio Café Gijón se celebraba con una página completa dedicada a la autora (nº 46: 6), tan solo un número después de la publicación del pasaje de Luciérnagas. Con una prosa descriptiva plagada de imágenes sorprendentes se nos pinta un entorno de pobreza: «Sus casuchas medio borradas por los sucios dedos del hambre», marcado por un sino trágico de estatismo e inmovilismo: «Treinta años habían transcurrido tal vez. Y eran los mismos niños, con las mismas pisadas y la misma sed. Las mismas casas míseras, el mismo arado bajo el cielo, la misma muere al Noroeste». Esta incompatibilidad entre los deseos y las condiciones socio-económicas del individuo se subrayaban en la autocrítica: «Para él, para ellos, Dios es el comodín con que jugar la baza difícil de un vivir involuntario, que no viene, o no se vive, como se quisiera». Fue finalista de ese mismo certamen la novela La tarde del domingo, de Fernando Guillermo Castro, sobre la cual reflexiona su propio autor en el número 54, e incide en el enfoque realista con el que ha creado su narración: «Me preocupó conseguir un ambiente: el de la casa donde está sirviendo, el de la calle. Un ambiente vulgar, terriblemente real. El desprecio con que la gente humilde mira a las criadas; el trato desconsiderado, cruel, que reciben las muchachas de servir. Como si no fueran seres humanos, iguales a los demás» (nº 54: 11). 405 Sobre la guerra escribió Juan José Mira, en un fragmento del primer premio Planeta, En la noche no hay camino. En él, un narrador tercera persona, aunque con focalización en el protagonista, Andrés, nos narra los pensamientos desordenados de este soldado, incidiendo especialmente en aquellos pensamientos que lo hacen más humano: el miedo, el remordimiento y, finalmente, la liberación del sueño que desemboca en el llanto: «De pronto, se daba cuenta de que su abuela no era su abuela, sino Libertad, que le hablaba, explicándole algo muy conmovedor. Y él lloraba. Pero las lágrimas eran dulces, de liberación» (nº 59: 11). Finalista de ese mismo premio fue Tierra de promisión, de Severiano Fernández Nicolás. Sin embargo, en la página que se le dedica en el número 60 se incide especialmente en su pertenencia a la generación mayor que participó en la guerra: «combatiente, con estrellas de alférez provisional en los años de la lucha», así como en su estilo tradicional, «no viene con extravagancias ni snobismos», alejado de cualquier impostura existencialista: «es moderno sin estridencia y actual sin falsas —y sospechosas— angustias» (nº 60: 11). Nada que ver, pues, con el enfoque que tenía el fragmento de El mundo de los espejos, la primera novela de Juan Goytisolo, en la que se hacía un duro análisis de la institución familiar, lastrada por el fingimiento y la monotonía: «Entre tanto la vida seguía en apariencia su rumbo habitual, con una monotonía que hacía más difícil, al padre y a los hijos, el ajuste completo de sus máscaras» (nº 52: 8). La «Autocrítica» que escribe José María de Quinto para su fragmento de «Toque de silencio», en fin, sintetiza a la perfección el guion que marcó la selección de fragmentos para la sección: «Una novela realista escrita impetuosamente. Creo que el realismo es la única manera de entender lo literario en nuestro tiempo. Claro es que, si después de esta afirmación resulta que mi novela no es realista ni realismo lo que yo entiendo por realismo, a mí me va a dar igual» (nº 49: 11). Pero es Ignacio Aldecoa el nombre central en este sentido. No solo porque su nombre sea uno de los pocos de la nueva generación apoyados en las secciones ensayísticas y críticas de la revista, ni por la cantidad de cuentos recogidos en sus páginas300 , sino también por el marcado carácter testimonial y crítico de estos. Veámoslo en dos ejemplos significativos. 300 La relación completa de los cuentos publicados de Aldecoa es la que sigue: «Las cuatro baladas extrañas. Crónica geográfica e ingenua para soñadores» (nº 13: 10), «La muerte de un curandero meteorólogo» (nº 19: 5), «Pedro Lloros y sus amigos» (nº 27: 4), «El aprendiz de cobrador. Honesta historia de un hombre humilde» (nº 36: 4), «Ciudad de tarde» (nº 48: 11) y «… Y aquí, un poco de humo» (nº 63: 11). 406 «El aprendiz de cobrador. Honesta historia de un hombre humilde» (nº 36: 4) se publica en el número 36, en un periodo en el que la sección de cuentos pierde su espacio propio y pasa a compartir página con la sección de poesía, concentrando así toda la parte creativa de la revista. El cuento se acompaña de tres ilustraciones de Lara que acentúan el ambiente asfixiante mediante el uso exclusivo del color rojo e inciden en el ánimo de desolación de su trama: una escena panorámica junto al título y, en la sección inferior, dos primeros planos de los protagonistas con la mirada vacía. En el relato, se nos describe un ambiente de insoportable calor: «En julio, señores, siendo cobrador en un tranvía, cuesta sonreír. En julio se suda demasiado; la badana de la gorra comprime la cabeza; las sienes se hacen membranosas; pica el cogote, y el pelo se pone como gelatina». Y se narra, en una suerte de actualización del cuento de la lechera, las aspiraciones burguesas de ese hombre humilde enunciado en el título: «Leocadio imagina que ya está casado, que tiene dos hijos, chico y chica; que los días de fiesta come en casa de sus suegros; que las vísperas ha ido al cine con su mujer, y se han divertido; que de vuelta han encargado un muchacho, porque todavía están muy enamorados». Sin embargo, el ambiente de opresión descrito y apoyado por las ilustraciones, y, sobre todo, el final abierto y circular, acentúan la sensación de que todas estas aspiraciones de ascensión social y de estabilidad son vacías: «A la mañana siguiente, Leocadio no sonríe en el tranvía. Está lleno de preocupaciones. El calor le atosiga. Los dedos le responden seguros cuando corta los billetes […] Julio exprime su cera sobre la ciudad» (nº 36: 4)301. La prosa de Aldecoa es un ejemplo de la poética de tono menor que defendía Gracia, como un modo de oposición al poder establecida desde las herramientas autónomas del campo literario: frente a la «superinflación ideológica de la lengua del poder» [Gracia, 2004: 30], una narrativa «de tono menor, contingente y nada idealista, pero abocada a una forma particular de compromiso con su propio tiempo: algo apagada pero entretenida, sin ampulosidad y con honradez lingüística, alusiva pero sin el brillo de ningún fulgor» [Gracia, 2004: 30]. Adquiere otro sentido, desde este punto de vista, el adjetivo «honesta» del subtítulo. 301 Por una nota incluida en el «Cosas que pasan, cosas que se dicen» del número 28, relativa al Primer Concurso de Relato Breve, sabemos que Aldecoa concurrió con dicho cuento (con una ligera modificación en el nombre): «Todos elogian la maestría narrativa del autor [de “El aprendiz de tranviario”], su aguda observación, su buen estilo. Pero… Hay peros. Que si la amargura, que si no hay solución, que si ya está bien de bajos fondos… Sánchez Bella llama la atención sobre la ejemplaridad que supone, sobre todo para los jóvenes, la concesión de un premio literario. Sánchez Bella y Fernández Almagro intervienen decididamente a favor de la no adjudicación» (nº 28: 2). Faltaban todavía unos meses para la apuesta decidida de Correo Literario por la estética social. 407 «Ciudad de tarde» se publica a página completa en el número 48, dentro de la subsección de capítulos de novela con autocrítica. En él se nos narra el mismo proceso de aprendizaje del protagonista: desde que obtiene su primer trabajo hasta la desilusión anunciada de su entrada en la vida adulta: «Pasarán los años y ni los sueños quedarán. Se convertirá en un hombre mamotreto, insensible, pesado, sucio de polvo, lleno de números, reventado de trabajar tontamente», y, frente a eso, la amenaza de la pobreza: «pensó en los vagabundos típicos; en los que las noches de frío tienen que dormir en los vagones abandonados, en los pajares de las afueras de los pueblos, sintiendo colarse el aire por las junturas abiertas, como llagas, por los agujeros, y luego, por los rotos del traje». Todo ello está subrayado por una prosa de grandes aciertos poéticos: «Los faroles entristecían la calle que nacía en la plaza. Nunca tuvo Miguel mayor sensación de desierto»; «A las diez de la noche, después de acompañar a Anita, Miguel volvió a su casa con una tristeza de aullido de lobo en los ojos», así como de un inteligente juego de contrastes que acentúan el motivo del aprendizaje de la desilusión: por ejemplo, en este pasaje en el que, en un contexto obrero, se compara la lámpara del taller, con la que le acompañaba las lecturas juveniles: «En el taller sonaban las máquinas con ruidos alternos y medidas de reloj gigante […] En el techo de la oficina jugueteaba el espectro de la llama de la autógena. Miguel alzaba la cabeza para mirarla. Era parecida a los fantasmas de la niñez que la lámpara de cristales arrojaba sobre las paredes de la habitación, las tardes de enfermedad simple pasadas en la butaca, al lado del radiador, con un libro de viajes o de aventuras sobre las piernas». El motivo del inmovilismo, en oposición a la idea infantil del viaje, se subraya continuamente en los monólogos internos del protagonista: «Yo pensaba haber sido otro. Ir, andar. Volver. Ya no. Me doy cuenta; he dicho que ya no», así como en el inicio del relato: «Partió el tren. Pasaron diez minutos. El andén quedó vacío» (nº 48: 11). En definitiva, la narrativa fue uno de los principales géneros en torno al cual se revalorizaron nociones como el objetivismo, el compromiso y la perspectiva social en general. A estos valores se sumaban, además, las técnicas experimentales (perspectivismo, monólogo interior…) que algunos narradores norteamericanos estaban desarrollando como vía de renovación de la novela realista y naturalista que todavía contaba con numerosos seguidores. Frente a los casos del teatro y el cine, una importante novedad en el tratamiento de la narrativa es que dicho discurso a favor de lo social no estuvo vinculado a unas firmas y secciones concretas: fue, en cambio, un enfoque general de Correo Literaria y que se hace patente, sobre todo, a partir de la etapa de Gich. 408 Además, la sinergia natural entre cuento y revista cultural, en sintonía con una tendencia palpable en el campo hemerográfico del medio siglo, posibilitó que algunos de los postulados defendidos desde los textos ensayísticos y teóricos se materializaran en muchos de los relatos publicados en la revista. d) El cine El caso del cine, como ya hemos aventurado más arriba, es muy similar al del género dramático. Fue Arroita-Jáuregui, en las colaboraciones de la página de «Cine» que firmó durante toda la etapa final de la época madrileña, quien definió y detalló la posición de Correo Literario en torno a la estética social aplicada al cine, y, en concreto, a la escuela neorrealista italiana, que algunos jóvenes cineastas españoles como García Berlanga y Bardem defendían frente al anquilosado sistema cinematográfico nacional. Antes de la antedicha sección302, los contenidos sobre cine publicados en la revista son escasos y, en la mayoría de los casos, relativos a su vinculación con el catolicismo. En ellos, sin embargo, se trasluce un discurso muy próximo al que más adelante defendería Arroita-Jáuregui con un mayor grado de detalle. En este sentido, es muy significativa la encuesta «El cine y la norma», que se publica en las páginas dobles del número 54 y en la que varias personalidades del mundo cinematográfico responden a diferentes cuestiones a propósito de la aprobación de la nueva normativa nacional de protección al cine español. Junto a autores de prestigio como Carlos Fernández Cuenca y José Luis Sáenz de Heredia, aparecen entre los encuestados los mencionados Berlanga y Bardem, quienes defienden posiciones próximas a las de Arroita-Jáuregui. Así, este denunciaba el estado general de las películas nacionales, «colosales superproducciones de dramones históricos, tiernas zarzuelas y sermones patrioteros y edificantes» y García Berlanga se refería a la censura política y religiosa como obstáculo insalvable para que pudiera originarse en España un cine verdaderamente valioso (nº 54: 7). Este último protagonizó junto a José Luis Colina un artículo-entrevista de Antonio Manuel Campoy, a raíz de la obtención del Premio Nacional del Espectáculo por su película Familia provisional. En sus respuestas, ambos defendieron un cine como «crónica» anclado a las circunstancias actuales, con un tema «actual y humano» y, en 302 Los contenidos cinematográficos tal y como se presentaban en la época barcelonesa de Correo Literario se centraron más bien en las grandes producciones norteamericanas y en la crónica de la vida de los famosos de Hollywood. 409 consecuencia, con el objetivo de alcanzar a «los hombres de hoy». Fue el mismo discurso que defendió uno de los directores más queridos de Arroita-Jáuregui, el italiano Cesare Zavattini, entrevistado por Fernández Cuenca en el número 68 a propósito de la celebración en Madrid de la Semana del Cine Italiano. Allí, y a partir, sobre todo, del comentario de su película Ladrón de bicicletas, defendió su concepción estética realista: «La existencia del cine […] no es reproducir novelas, sino hacer la novela de la realidad, prescindiendo de ver las cosas como tales cosas y ahondando siempre en las ideas de las cosas» (nº 68: 12)303. A grandes rasgos, estos fueron los principales objetivos desarrollados por Arroita- Jáuregui en su sección304. A partir de la denuncia del «mal gusto literario», el abuso de los elementos «folletinescos», los «diálogos “trascendentes”» (nº 75: 11) y el retoricismo vacío y seudoliterario (nº 78: 11), defiende como solución las propuestas de los jóvenes talentos: «Hay que abrir paso a los jóvenes, sobre todo a los que aún no se han contaminado con la mediocridad de nuestro cine; sobre todo, a los que llegan con algo que decir o dispuestos a decir las cosas de una manera distinta» (nº 72: 11), que se inscribían dentro del marco de preocupaciones y estilo de la estética social. Para Arroita-Jáuregui, la estética social se definía, en primer lugar, por los temas elegidos. Así lo define en uno de sus artículos más significativos en este sentido: «presentarnos al hombre, a nuestro semejante, ese gran desconocido de la vida ciudadana contemporánea». Dentro de este marco rehumanizado, además, el neorrealismo incide en «el aislamiento de los individuos en un mundo donde la solidaridad no existe, ni el sentimiento de comunidad» (nº 71: 11). Frente a un cine de evasión, «un cine de denuncia, un cine con problemas» (nº 73: 11). De ahí que en el número 89, a propósito de la concesión de los premios del Círculo de Escritores Cinematográficos, apunta que en España la dimensión más relevante del cine: «la cultural, la política», no tiene la atención que su importancia requiere (nº 89: 11). En sus repasos quincenales de la cartelera encuentra, sin embargo, algunas notables excepciones —es el caso, por ejemplo, de Bienvenido, míster Marshall o La sed, en cuyo guion colaboraron, entre otros, Aldecoa y Quinto— y abordaba «el problema de Los Monegros, el de la tierra sedienta y los 303 En ese mismo número colaboraba Arroita-Jáuregui con una «Noticia y comentario de la Semana del Cine Italiano» en la que incidía en estos mismos puntos defendidos por Zavattini. 304 En la SEGUNDA PARTE nos hemos ocupado en detalle de analizar cuáles fueron las principales características de la sección en lo que respecta al tipo de textos incluidos, las películas y directores reseñados, así como algunas de las problemáticas abordadas. Nos limitamos ahora, pues, a señalar en qué medida se transparenta en ella el discurso social. 410 campesinos que tienen que marchar, espoleados por el hambre, en busca de terrenos quizá menos fértiles, pero más fecundos» (nº 70: 11)305. Fue fundamental, asimismo, la forma a través de la cual el cine social vehiculó esta serie de problemáticas. Así, frente al efectismo, la truculencia y el melodrama del cine comercial, se defendió la sencillez del neorrealismo, que aprovechaba el género documental para disponer, sin complicaciones estructurales, «un trazado lineal de la existencia cotidiana, banal, pero ejemplar en esa misma medida de su vulgaridad» (nº 71: 11). Para conseguir esta sencillez —muy en relación con la poética del tono menor defendida por Gracia en relación con la narrativa de denuncia [2004: 30]— era preciso que se cumpliera la condición del objetivismo. Para ello, la denuncia no debía ser explícita en la obra, sino que tenía que aparecer integrada en las imágenes y acciones mostradas. En ese caso, se conseguiría una obra «de tesis» (nº 71: 11), más cercana al panfleto que al buen cine. En este sentido, lamenta la tendencia creciente de películas partidistas sobre la Guerra Civil desde el punto de vista del vencedor, como reacción a las realizadas previamente desde la perspectiva republicana (nº 86: 11). Dicho distanciamiento objetivista se conseguía también mediante el trabajo actoral: para lograr la «ausencia de ficción en los actores» (nº 79: 11) se debía buscar la naturalidad en la interpretación, que pasaba, muchas veces, por escoger a actores improvisados, aunque no siempre con buenos resultados (nº 71: 11). El realismo francés, que a veces giraba en torno a unas problemáticas parecidas, fallaba, sin embargo, en su falta de objetividad: «No está recogida de la realidad viva, sino elaborado concienzudamente y con una falta radical de objetividad» (nº 83: 11). Ello se debía a la doble filiación de este tipo de cine: por un lado, el realismo literario francés, esto es, la novelística tradicional decimonónica (nº 83: 11); por el otro, el existencialismo literario y el «carácter desesperado y fatalista» de sus personajes (nº 84: 11). Le acusaba de ser un cine demasiado literario (nº 89: 11), de no aprovechar, pues, los mecanismos propios del cine. * * * 305 Como en el caso de sus artículos sobre narrativa social, en varias ocasiones vincula este cine de denuncia y temáticas actuales con un cine de perspectiva católica. Así, además de ocuparse de películas estrictamente religiosas como La guerra de Dios, de Rafael Gil (nº 82), señala que el cine neorrealista «ha constituido una especie de llamada para la sensibilidad cristiana fundamentalmente, una suerte de incitación a la caridad» (nº 71: 11). 411 Así pues, la estética social desempeñó un papel importantísimo en las páginas de Correo Literario. En connivencia con la rehumanización, paradigma estético transversal a todos los géneros y tendencias de la posguerra, las nociones de compromiso, denuncia, sinceridad y actualidad irían adquiriendo cada vez una mayor importancia, hasta el punto de que, a partir de la etapa de Gich, se puede considerar que es la estética hegemónica de la revista del ICH. Esto fue debido, fundamentalmente, a una serie de autores concretos, como Sastre, Quinto y Arroita-Jaúregui, quienes, en sus secciones específicas sobre teatro y cine establecieron un canon del compromiso y definieron teóricamente esta orientación ética y estética. En el caso de la poesía —de forma más vaga— y, sobre todo, en el de la narrativa, el debate sobre lo social permeó por completo la revista, llegando a convertirse, así, en una de las principales problemáticas en torno de las cuales los colaboradores de Correo Literario se tuvieron que posicionar. En este último caso, además, las ideas defendidas desde los textos de crítica y ensayo aparecieron refrendados en los propios cuentos y fragmentos novelescos publicados. Como en lo que respecta al catolicismo, la defensa de la estética social tuvo un importante componente internacionalista. Los debates en torno a esta cuestión, de hecho, giraron en torno a las nuevas corrientes extranjeras del compromiso —entre otras, el objetivismo crítico norteamericano, el teatro político de Piscator, el cine neorrealista italiano e incluso el catolicismo europeo y su enfoque social—, cuyas obras y hallazgos teóricos fueron ampliamente comentados y debatidos en la revista. Al igual que en los otros puntos del modelo comprensivo, la apertura hacia lo exterior fue, pues, parte indisoluble de la propuesta política y poética del grupo. En definitiva, la estética social, en tanto que parte del modelo comprensivo, representó como ningún otro de los elementos de su discurso la alianza efectiva establecida en la década de los cincuenta entre los autores de la Falange cultural —que tuvieron la necesidad, como en los otros casos, de matizar y releer algunos de los aspectos más problemáticos de dicha estética— y algunas de las principales firmas jóvenes que se iniciaron en la escritura y en la teoría literaria bajo el paraguas simbólico e institucional que les proporcionaban estos mismos intelectuales, y que fueron desarrollando posturas políticas cada vez más progresistas. Una confluencia de intereses —que beneficiaba al propio régimen franquista, en tanto que contribuía a la normalización cultural y a la internacionalización del mismo— representada simbólicamente por la convivencia en la revista de Arroita-Jáuregui, censor, declarado falangista y defensor de lo social en la narrativa y en el cine, y Castellet, con tímidas participaciones en la época madrileña de la 412 revista y, ya en el Correo Literario de Masoliver, con un importante ciclo de artículos en torno a la literatura joven y el compromiso en el que ya figuran las ideas que convirtieron al crítico en el principal teórico español de la orientación social del arte, del papel y función del intelectual en las sociedades modernas y, en fin, de la responsabilidad ética que conlleva el ejercicio de la inteligencia. 413 414 CONCLUSIONES 415 416 Correo Literario fue una pieza fundamental dentro del entramado de revistas comprensivas y en la batalla cultural originada desde el comienzo mismo de la guerra y desarrollada a lo largo de toda la historia del franquismo. El debate estético, ideológico y político entablado entre los miembros de la Falange y el catolicismo aperturista, frente a sus rivales intransigentes del CSIC, el Ateneo y los círculos religiosos más ortodoxos, fue construido en gran medida en las diferentes plataformas periódicas con las que dichos agentes contaban para desarrollar su labor como intelectuales. Hemos defendido que un mejor entendimiento del fenómeno complejo y problemático de la comprensión debe pasar necesariamente por un estudio detallado y metódico de aquellas revistas (las de unos y las de otros) desde una concepción de las mismas, no como meros soportes de textos, sino como objetos autónomos significativos, con la capacidad de generar, a través de los diferentes discursos de que se componen (literario, social, gráfico, económico…), las tomas de posición que estructuran, en última instancia, el campo cultural en que estas se insertan. Así, en las primeras páginas de esta tesis hemos realizado un repaso exhaustivo de las diferentes propuestas metodológicas que han abordado la revista desde este punto de vista: un objeto autónomo de estudio, que requiere, en consecuencia, de herramientas metodológicas específicas. En estrecha conexión con ello, hemos destacado, asimismo, las importantes aportaciones de las denominadas teorías sistémicas a la renovación de los estudios hemerográficos: fundamentalmente, la teoría del campo de Pierre Bourdieu. Conceptos como el de campo, toma de posición, autonomía, habitus, capital e interés resultan de gran interés para el análisis de la revista literaria y, sobre todo, para valorar su inserción en los sucesivos campos de los que esta forma parte: hemerográfico, literario, cultural, político. Habida cuenta de nuestra focalización en la polémica comprensiva, y las diferentes posiciones intelectuales que se construyeron en torno a esta, el marco bourdiano se convierte en un aporte fundamental con el que conectamos estas dos realidades: la materialidad y características específicas de la revista como objeto y el espacio social en que esta se inscribe. Por ello, entendemos el estudio de la revista literaria desde dos puntos de vista diferentes. En primer lugar, la revista como espacio de tomas de posición: como un espacio de socialización en el que los diferentes agentes que la ocupan defienden su posición dentro del campo cultural e intentan conquistar posiciones centrales mediante su participación en los debates promovidos dentro de dicho espacio textual. Las nociones espaciales —la propia materialidad de la revista y la cotextualidad resultante de la 417 confluencia de diferentes nombres en ella—, y temporales: dado su carácter periódico, la revista está en un proceso de continuo cambio en el que se modifica la jerarquía de los intelectuales que trabajan en ella y, con estos, las líneas estéticas e ideológicas principales, son, en este sentido, fundamentales. Es la perspectiva seguida en la SEGUNDA PARTE, en la que nos hemos centrado en analizar Correo Literario en su historia completa, desde la fundación de la entidad financiadora, el Instituto de Cultura Hispánica, y su creación de un detallado programa cultural en el que la edición de revistas ocupaba un lugar fundamental, hasta los sucesivos cambios —humanos, materiales, estéticos, ideológicos— que se fueron desarrollando durante las múltiples etapas que constituyen la biografía de la publicación. En segundo lugar, la revista como una toma de posición en sí misma, como una forma de exhibición simbólica: en un primer momento, en relación con los productos hemerográficos con los que convive y compite, pero, en última instancia, con los problemas abiertos en el campo literario, cultural, político, etc., general. En la TERCERA PARTE, nos hemos ocupado, precisamente, de valorar de qué forma Correo Literario vehiculó y generó los diferentes elementos constitutivos del programa comprensivo. El análisis detallado de cada uno de estos debates, tal y como se manifestaron en la revista, creemos que es fundamental, primero, para una correcta comprensión del papel simbólico que la publicación del ICH desempeñó en el medio siglo y, en segundo lugar, para resituar muchos de los planteamientos críticos en torno a estos puntos. El análisis concreto de Correo Literario, sin embargo, resultaría incompleto sin antes atender al campo intelectual en que esta se inscribe. En la PRIMERA PARTE hemos estudiado la polémica comprensiva que marcó la agenda política y cultural durante las dos primeras décadas de la dictadura, así como la constitución de un incipiente campo de las revistas culturales sin el cual es imposible comprender en su complejidad los éxitos y fracasos de la Falange intelectual en estos años. Del panorama detallado de dicha problemática allí expuesto —desde sus inicios en la época de Escorial hasta las enormes diferencias de la historiografía literaria contemporánea al respecto—, podemos extraer una serie de conclusiones. En primer lugar, que el enfoque teórico bourdiano, ya aplicado por algunos estudiosos de la cultura franquista, resulta adecuado para acercarnos de forma crítica y rigurosa a un fenómeno tan complejo: el rescate de la heterodoxia cultural de determinados autores, las alianzas interesadas entre el poder político franquista, la Falange intelectual y los escritores jóvenes críticos, las tensiones y luchas entre los 418 autodenominados comprensivos y los excluyentes, los diferentes equilibrios de poder a lo largo de las primeras décadas del régimen, así como su conexión con acontecimientos fundamentales como las revueltas estudiantiles de 1956 y sus repercusiones en la política de Franco, no pueden ser reducidos a un esquematismo maniqueo, más cercano a los «juicios sumarísimos sin abogado defensor» de los que hablara Barrero Pérez [2005: 437] que al análisis crítico de cuáles fueron las implicaciones (literarias, políticas, ideológicas, etc.) de cada una de las ramificaciones de la polémica. Tampoco creemos legítimo el enfoque ingenuo que desatiende las posiciones políticas y económicas de los agentes del grupo comprensivo y las grietas y ambigüedades de muchas de sus lecturas. No se pueden obviar, pues las importantes conexiones existentes entre el ideario joseantoniano y su propósito de unidad nacional —en la que cabían, transformadas y asimiladas, todas las corrientes, ortodoxas y heterodoxas, de la historia cultural de España—, ni los réditos simbólicos, políticos y económicos que los protagonistas comprensivos obtuvieron gracias a sus tomas de posición. En definitiva, el marco bourdiano posibilita acercarse a esta realidad múltiple, compleja y plagada de ambigüedades de forma que lo importante no sea tanto la valoración personal de cuáles fueron las intenciones, voluntarias o involuntarias, de tal o cual determinado agente, sino el entender cuáles fueron las implicaciones de la polémica comprensiva en las trayectorias intelectuales de los escritores implicados, así como en la naturaleza y evolución del campo cultural franquista. Partiendo de esa base, hemos defendido la necesidad de distinguir entre campo político y campo cultural, y el funcionamiento de la ortodoxia y la heterodoxia en cada uno de ellos. En los años que nos ocupan, no podemos hablar en ningún momento de una heterodoxia política real y operativa. En primer lugar, porque la polémica tuvo un marcado carácter elitista —fue esta, entre otras, la condición sine qua non de que el régimen tolerara estas tentativas de aproximación a los límites del espacio de los posibles—, entre intelectuales que partían de la premisa fundamental de que el sistema político vigente era legítimo o, en el mejor de los casos, la opción más adecuada en un contexto internacional de enfrentamiento entre el capitalismo y el comunismo, ambos rechazados frontalmente por católicos y falangistas. Es, asimismo, muy revelador que las pocas tentativas de transformar capital cultural en capital político resultaran en la intervención del poder político reestructurando el juego de posiciones dentro del campo cultural. Prueba de ello es lo ocurrido con la crisis desencadenada en 1953 tras la publicación de «La política interior en la España de Franco», de Rafael Calvo Serer, y 419 que cristalizó la imposibilidad de acceder al poder desde plataformas culturales; al igual que, y de forma mucho más intensa, en las revueltas estudiantiles de la Universidad de Madrid en 1956, que contaron con el apoyo —y la consiguiente penalización política— de, entre otros, Pedro Laín Entralgo, entonces rector de dicha universidad, y Dionisio Ridruejo, quien a partir de ese momento practicaría una verdadera oposición política y ya no solo cultural. Desde este punto de vista, y gracias al marco conceptual proporcionado por las unidades de análisis bourdianas de toma de posición, riesgo e interés, hemos defendido que los años cincuenta y, sobre todo, a partir del reajuste ministerial de 1951 —con el cual se generó la circunstancia de que los miembros de la Falange intelectual, que ocupaban posiciones centrales dentro del campo cultural, contaran con importantes apoyos dentro de algunas importantes instituciones políticas (los ministerios de Exteriores y Educación, muchas de las principales universidades nacionales, entidades como el ICH, etc.)— supusieron un momento fundamental en la ampliación del marco de lo decible. Sus tomas de posición, arriesgadas en tanto que recogían y defendían discursos heterodoxos culturales (con las consiguientes tensiones con los grupos intelectuales que encontraban en la más rígida ortodoxia su principal valor), reportaban inmediatos beneficios simbólicos, traducidos en una mejora de sus posiciones (dirección de revistas, publicación en editoriales oficiales, obtención de premios, organización de congresos y certámenes, etc.). Se trató, sin embargo, de una heterodoxia controlada y con unos límites bastante claros —tal y como hemos tenido la ocasión de demostrar con cada uno de los puntos del programa comprensivo desarrollados en Correo Literario—, pero que al régimen le interesaba fomentar en cuanto que comunicaba al exterior una imagen de normalización cultural acorde con las nuevas corrientes estéticas y de pensamiento internacionales. Esta exploración de los límites, la constatación, tras el espejismo aperturista del periodo 1951- 1956, de que existía un límite controlado por los poderes políticos, marcó profundamente a unos jóvenes intelectuales que habían iniciado sus carreras bajo el paraguas oficial de los propios miembros de la Falange comprensiva y que entendieron, en este momento, la imposibilidad de producir un cambio efectivo en las estructuras de poder del régimen franquista mediante la vía estrictamente cultural. Así pues, el discurso heterodoxo cultural, defendido entonces por agentes que ocupaban posiciones de ortodoxia política, debía revincularse con sus discursos políticos heterodoxos homólogos. La Falange intelectual, en definitiva, contribuyó—al servicio de sus propios intereses y fines y gracias 420 a la confluencia de una serie circunstancias específicas (apoyos políticos en el gobierno, necesidad del régimen de mejorar su posición en el contexto internacional)— a la continuidad de ciertos discursos heterodoxos desde la perspectiva del nuevo estado franquista. Este complejo proceso sería ininteligible si no tomáramos en consideración la importancia que las revistas culturales desempeñaron en él. Si el discurso heterodoxo, así como las diferentes polémicas generadas por este, fue posible, se debió a la existencia de un campo de revistas culturales, si bien todavía en incipiente estado de formación. La creación de plataformas institucionales como La Hora, Alcalá o Laye, que gozaban de una cierta independencia frente a mecanismos coercitivos como el de la censura, o de revistas como Ínsula, controladas por intelectuales de claro talante liberal que supieron aprovechar algunas de las brechas del campo cultural en esta coyuntura histórica concreta, sentaron las bases de una estructura de pequeños espacios de libertad donde era posible la disidencia y la heterodoxia —cultural y política— y, en definitiva, el ejercicio real de la función intelectual, tal y como se entendía entonces en países como Francia y Estados Unidos. No sería, sin embargo, hasta la década siguiente, con el desarrollo de un mercado cultural y una cultura de masas que posibilitaba la existencia de dicho mercado, cuando el campo de revistas políticas superara esta fase inicial embrionaria y se convirtiera, así, en un espacio donde pudo desarrollarse un poder intelectual real con un cierto peso social. En definitiva, descartada la lectura ingenua según la cual los falangistas comprensivos optaron desinteresadamente por asumir posiciones de riesgo en favor de la continuidad cultural y política de la modernidad que se había iniciado a principios del siglo XX, y la visión enjuiciadora que les condena por sus efectivas posiciones privilegiadas dentro del nuevo estado franquista, defendemos que, al servicio de sus propios intereses, y, sin que en ninguno de los casos (y en el contexto de los años a los que se adscribe nuestra investigación) se tratara de acciones de oposición directa al régimen, el discurso comprensivo desempeñó dos importantes funciones para un correcto entendimiento de la evolución posterior de la cultura española: en primer lugar, amplió los marcos de lo decible, exploró los límites a partir de los cuales el poder político intervenía, incorporó en el debate público muchas cuestiones que hasta el momento se encontraban en una situación de forzoso letargo; y, en segundo lugar, fijó las bases estructurales de un campo de revistas culturales constituido como tal campo: es decir, un espacio con un grado notable de autonomía donde los escritores podían desarrollar su labor como intelectuales. 421 Este ha sido, pues, el planteamiento teórico e histórico general que ha guiado nuestra lectura de la revista Correo Literario. En la SEGUNDA PARTE, nos hemos ocupado concretamente de valorar cuál fue el propósito inicial de la publicación, así como su posterior desarrollo hasta la época barcelonesa final. De dicho análisis, destacamos, en primer lugar, la importancia de su encuadramiento oficial. El ICH la concibió como una plataforma complementaria de las dos revistas culturales que ya editaba desde finales de la década de los cuarenta: Mundo Hispánico y Cuadernos Hispanoamericanos. Se situaría, así pues, a medio camino entre la primera, de carácter misceláneo, con una presentación lujosa y cuidada y enfocada a un público amplio, y la publicación de Laín Entralgo y Rosales, de alcance minoritario y centrada en los temas estrictamente culturales. Respecto a esta última, además, desempeñó en sus comienzos una importante función de complementariedad: con Leopoldo Panero al frente del nuevo noticiario cultural del Instituto, se cristalizaba la alianza efectiva entre católicos y falangistas que representó el órgano dependiente del MAE. Como aquellas, Correo Literario fue un importante vehículo del discurso de la hispanidad, en el que el régimen de Franco fiaba su principal vía de acceso político y cultural al restablecimiento de los lazos diplomáticos con los países hispanoamericanos, en una primera instancia, y, finalmente, con Estados Unidos y las diferentes naciones europeas. El subtítulo de la publicación durante la mayor parte de su historia, Artes y letras hispanoamericanos, fue claro a este respecto, así como la orientación de muchas de sus principales secciones. Junto al discurso ideológico del ICH, en Correo Literario tuvieron cabida muy diferentes concepciones de la estética y la política, en tensión y lucha por la legitimidad a lo largo de toda su historia, pero con un peso variable en cada una de sus etapas. Creemos que uno de los méritos de este trabajo de investigación es, de hecho, el de haber clarificado la división interna de la revista, la cual, por falta de datos, se prestaba a importantes confusiones y los consiguientes errores de análisis: tal y como se demuestra en las apreciaciones erróneas que se refieren a Panero y Gich como únicos directores de la publicación. Así, gracias al trabajo de archivo —epistolarios, publicaciones internas del Instituto y del MAE, entre otra documentación— hemos propuesto una división en cinco diferentes etapas y dos épocas, en función de los cambios en el cuadro de dirección. Creemos especialmente relevante el haber clarificado cuál fue el papel concreto de Leopoldo Panero al frente de la revista: la dirección de unos pocos números iniciales, en oposición al «subdirector» Faustino G. Sánchez-Marín, en realidad director de la misma 422 hasta el número 45. Asimismo, hemos incorporado al análisis algunos nombres nunca relacionados con Correo Literario: muy especialmente, Rafael Santos Torroella, en cuanto principal colaborador de la revista, corresponsal barcelonés y, en la última etapa barcelonesa, subdirector en funciones frente al reducido papel que pareció desempeñar Juan Ramón Masoliver. Del análisis detallado de la orientación, desarrollo, cuadro de colaboradores, secciones y otras características formales, ideológicas y estéticas de cada una de estas etapas, podemos extraer las siguientes conclusiones de alcance general. En primer lugar, la notable variabilidad del equipo humano encargado de confeccionar la revista. El grupo de intelectuales que se habían reunido inicialmente en torno a Escorial, así como otros escritores afines, comenzó ocupando los principales espacios de Correo Literario en su etapa inicial: Julián Marías, Camilo José Cela y Gerardo Diego firmaron columnas de opinión y temáticas durante varios números, Cela, Luis Felipe Vivanco y Eugenio d’Ors publicaron sus memorias biográficas y literarios por entregas y, en fin, como demuestra el epistolario de su director, Panero, estuvieron muy pendientes de la nueva publicación, que nacía como un complemento promocional de Cuadernos Hispanoamericanos, su principal plataforma tras la pérdida de importancia y cese de Escorial. En la etapa de Sánchez-Marín este papel lo desempeñaron una serie de intelectuales de marcado carácter conservador, como Julio Trenas López, Jesús Sainz Mazpule, José Sanz y Díaz o Santiago Magariños, con las colaboraciones puntuales, además, de los excluyentes Jorge Vigón, Vicente Marrero y Florentino Pérez Embid. En sus secciones de opinión y reseñas de autores internacionales se configuró, de forma más clara que en ningún otro momento de la revista, el discurso de la hispanidad y sus diferentes ramificaciones políticas y culturales, con cuyo fin el ICH había creado e impulsado la publicación. Las dos últimas etapas madrileñas, con un joven Gich como director y, a partir del número 70, con la incorporación de Arroita-Jáuregui en la subdirección, el grupo de Escorial recuperó gran parte del peso perdido, con un especial protagonismo en las nuevas secciones de crítica, pero, por encima de ellos, destacó la proliferación de autores muy vinculados a las revistas del SEU y, muy especialmente, a Alcalá. Nos referimos a firmas como las de Carlos Talamás y, sobre todo, a hombres de teatro como Sastre y Quinto y narradores como Matute, Aldecoa, Goytisolo y Caballero Bonald, entre otros. Con ellos, cambiaron las principales preocupaciones que la revista había expresado hasta ese momento: del problema de la hispanidad y la vinculación entre arte y religión, la 423 estética social, el compromiso en las artes, la integración de la cultura catalana en la nacional, el peso de las firmas jóvenes en la literatura del interior, el problema del exilio, etc. Los diferentes puntos del modelo comprensivos, presentes a lo largo de toda la historia de la publicación, fueron desarrollados muy especialmente en estos últimos números. Finalmente, con el cambio de domicilio a Barcelona, y la incorporación en el cuadro de dirección de Masoliver y Santos Torroella, el cuadro de colaboradores de Correo Literario adquirió un mayor protagonismo catalán: Antonio Sabaté Mill, Cristóbal González de Gray y Carlos Puchy de Morales firmaron la mayor parte de las colaboraciones, y diferentes firmas asociadas a plataformas como Destino y Laye participaron por primera vez en la revista: entre otros, César González Ruano, Julio Coll, Fernando Gutiérrez, Carlos Barral, José María Castellet, Enrique Badosa, Ramón Carnicer y Esteban Pinilla de las Heras. Atendiendo a las variaciones en el equipo humano de la revista se podría afirmar, de hecho, y de una forma, quizá, un tanto simplista, que con estas variaron los diferentes modelos hemerográficos a los que Correo Literario se aproximaba en cada etapa. Así pues, la etapa de Panero fue decididamente escurialense y, por esto mismo, en una clara sintonía con el papel que representaba Cuadernos Hispanoamericanos en esos años. Con la asunción por parte de Sánchez-Marín de las labores de dirección, las preocupaciones de la publicación se acercaban más a las de revistas del círculo excluyente como Ateneo: de hecho, el periodista extremeño fue subdirector de esta última, e impulsó una de las principales secciones de Correo Literario en su segunda etapa, la denominada «Las tardes del Ateneo», donde se reseñaban pormenorizadamente las conferencias y otras novedades asociadas con dicha institución. Las dos últimas etapas madrileñas, en cambio, dieron el protagonismo a las temáticas discutidas en las revistas universitarias (pero, fundamentalmente, en Alcalá, de la que Arroita-Jáuregui llegó a ser director) y, en general, en los diferentes círculos de los jóvenes escritores que se estaban formando al amparo de los marcos oficiales que proporcionaba el régimen. La época barcelonesa, finalmente, contó con importantes conexiones —humanas, estéticas e ideológicas— con la universitaria Laye, cercana en muchos aspectos a Alcalá, pero sin la adscripción más oficialista de esta, ni su vinculación declarada con los hermanos mayores de Escorial. Todo ello fue acompañado de algunas notables modificaciones en la orientación de los textos incluidos y en las secciones que los agrupaban. Muchas de estas se mantuvieron, con unos u otros nombres, a lo largo de toda la historia de Correo Literario: 424 numerosas secciones de carácter misceláneo en las que se anotaban las principales novedades de la vida cultural en los últimos quince días («Cosas que pasan, cosas que se dicen», «Sucedió mañana», «Anécdota y creación de la quincena», «Noticias sobre libros y premios de todo el mundo», «Cada cual con su opinión», «En quince días», etc.), entrevistas a reconocidas figuras de prestigio («El autor y su libro», «El autor y su obra preferida», «Pasado, presente y porvenir del escritor en España», «El escritor», etc.), secciones concretas ligadas a un autor específico y de marcado carácter personalista (Cela y sus diferentes secciones ensayísticas, Sainz Mazpule: «Mirador de las letras europeas», Sanz y Díaz: «Galeón de la quincena», Vázquez Zamora: «A través del castellano», Aranguren: «También entre los libros anda el señor», Souvirón: «Correo fraternal», Sastre: «Cuaderno de notas», Quinto: «Crónica de la quincena» o Arroita-Jáuregui a cargo de las páginas de cine, entre muchos otros ejemplos), las sucesivas secciones de crítica y reseñas («Crítica», «Los libros de la quincena», «En el laberinto de las obras ajenas», «Anaquel») o la página de «Arte», en la que se siguió detalladamente el desarrollo de las dos primeras Bienales Hispanoamericanas de Arte. Sin embargo, y aunque se mantenía el esquema general de la publicación, el contenido de estas secciones presentaba notables diferencias, en la mayoría de los casos en coherencia con la línea ideológica de la etapa correspondiente. Un buen ejemplo de ello es la diferente orientación que fueron adquiriendo las páginas de enfoque internacional, agrupadas como tal sección en «Correo de España y del mundo», en efímeras secciones bajo nombres como «Correo de», «Crónica de» o «Carta de» o, finalmente, en forma de artículos publicados fuera de sección. Así, el enfoque inicial, fundamentalmente hispanoamericanista —con mayor o menor incidencia del discurso de la hispanidad en las reseñas incluidas—, fue sustituyéndose de forma progresiva por contenidos relativos a Estados Unidos, Francia o, si incluimos también en este apartado la página de «Cine», Italia, y, en consecuencia, por las preocupaciones estéticas y filosóficas que se debatían en estos países: el compromiso social, el existencialismo, el neorrealismo, el objetivismo, etc. En otros casos, los cambios no fueron de mera orientación, sino de secciones y áreas de contenido que fueron incluyéndose o desapareciendo. En el primer caso nos encontramos, por ejemplo, con las secciones de teatro y cine, las cuales, aunque figuraron de forma tímida en etapas previas, no adquirieron un peso significativo hasta las etapas de Gich y Arroita-Jáuregui. En segundo lugar, sobresale la situación de los diferentes textos creativos publicados en Correo Literario. Frente al protagonismo que detentaban 425 las páginas de poesía y de narrativa en las primeras etapas de la revista (tendencia recuperada en la época barcelonesa), hasta su situación más bien marginal en las últimas, en las que la revista ya sobresalía como publicación de pensamiento y reflexión, en detrimento de los textos de ficción. Asimismo, hubo tres importantes cambios de formato. La primera presentación de la revista —12 páginas por número, subtítulo Artes y letras hispanoamericanas, tamaño periódico— se mantuvo durante la mayor parte de la historia de Correo Literario. En el número 70, sin embargo, la extensión alcanzó las 16 páginas, desapareció el subtítulo y el tamaño se redujo ligeramente, en un formato más manejable, acorde con el predominio de artículos y ensayos largos que requerían, pues, de una lectura más reposada, en oposición a la preeminencia de las secciones de notas y el enfoque de noticiario de las etapas anteriores. Este cambio de formato subrayaba, además, el afianzamiento de la orientación seuísta de la revista: con la incorporación explícita de Arroita-Jáuregui en el cuadro de dirección y el predominio ya absoluto de las preocupaciones comprensivas. Mucho más radical fue el cambio de imagen en el traslado de la revista a Barcelona, que se acercaba, en muchos aspectos de su presentación, al enfoque visual de Mundo Hispánico: en lo que respectaba, por ejemplo, al tratamiento de los contenidos cinematográficos. Ello se acompañaba de la presencia en la publicación de empresas privadas, como los diferentes anunciantes que utilizaban las páginas iniciales y finales de cada número y, sobre todo, la editorial Planeta, la cual, como ya vimos, se planteó adquirir la revista cuando el ICH decidió dejar de editarla. La biografía de Correo Literario sintetizó, aunque de forma frustrada, la tendencia general del campo de las revistas culturales franquistas que hemos descrito ya en varias ocasiones: un primer estadio de carácter oficialista, en el que se trataban de forzar los límites que imponía dicho marco institucional, y la ulterior búsqueda de mayores márgenes de autonomía mediante la apertura hacia un mercado que soportaría económicamente a la empresa hemerográfica. Al igual que en el caso de la Revista de Dionisio Ridruejo, la publicación falló en este proceso de adaptación a los nuevos tiempos y las nuevas exigencias para unos intelectuales mucho más autoconscientes de su función y responsabilidad social. Era necesario este exhaustivo recorrido por la biografía completa de Correo Literario, un análisis pormenorizado de cómo fueron cambiando las problemáticas, los grupos intelectuales que las discutían y las propias condiciones materiales de dicho debate, para valorar correctamente la forma como los diferentes elementos del discurso 426 comprensivo se manifestaron en cada una de las heterogéneas etapas de la revista. El modelo comprensivo no tuvo, pues, la misma incidencia en cada una de ellas: en cambio, y aunque algunos de sus puntos tuvieron un carácter más transversal (la recepción del exilio, por ejemplo), las propuestas que se discutían en las páginas de publicaciones como Alcalá y Revista fueron incorporándose progresivamente a la revista del ICH, con un momento de claro predominio en sus últimas etapas, sobre todo a partir del número 70 y en las diez entregas de la época barcelonesa. En la TERCERA PARTE, a partir, pues, de la antedicha perspectiva diacrónica, hemos realizado una revisión de la revista en su totalidad, reivindicándola como una pieza imprescindible de la red de publicaciones comprensivas de los años cincuenta. En este sentido, hemos defendido que cualquier análisis de esta polémica —tradicionalmente centrado, sobre todo, en las revistas del entorno del SEU— resulta incompleto si no atiende, asimismo, a los proyectos hemerográficos de la otra gran institución heterogénea de la época: el ICH, organismo que simbolizó, de forma más clara que ningún otro, la alianza efectiva en el medio siglo de los falangistas y los católicos aperturistas. Nos referimos a Cuadernos Hispanoamericanos, que sí ha sido estudiada en alguna ocasión desde esta perspectiva, y, por supuesto, a Correo Literario. El estudio de esta última, por primera vez analizada en profundidad en esta tesis doctoral, creemos que es especialmente interesante: las tensiones que en ella se producen entre intelectuales con posiciones muy diferentes dentro del campo cultural son reveladoras de los problemas y límites de muchos de los diferentes puntos del programa comprensivo, lo cual nos ha permitido valorar cuál fue el alcance real de cada uno de ellos dentro de las élites intelectuales franquistas, inmersos en el medio siglo en su batalla cultural con sus rivales excluyentes del CSIC, el Ateneo y los círculos católicos más intransigentes. Así pues, a partir del estudio de una serie de textos generales en apoyo de la actitud comprensiva y algunas de sus principales manifestaciones en la época —la postura de Laín Entralgo en la polémica sobre el problema de España, la labor política y cultural del ministerio de Ruiz-Giménez—, y acerca de conceptos políticos y acontecimientos históricos como el liberalismo, la democracia, la experiencia de la Guerra Civil, el fenómeno de la censura o la necesidad de unas ciertas condiciones de autonomía para la actividad del intelectual, hemos defendido la existencia de dos importantes a prioris que marcaron la postura comprensiva durante la década de los cincuenta. En primer lugar, la compatibilidad de cada una de las problemáticas heterodoxas abordadas con el ideario 427 falangista de José Antonio Primo de Rivera. En ningún momento, si nos referimos a este punto concreto de su trayectoria, los intelectuales que escribían Correo Literario abandonaron esta posición: asumían, en cambio, la coherencia falangista de estas operaciones de rescate y se situaban a sí mismos, por esto mismo, como la minoría rectora que mejor podía dirigir dicha reincorporación de la heterodoxia y el problema al discurso político y cultural unitario de la España de Franco. Al igual que Calvo Serer en 1953, se proponían como la vía tercera conciliadora de las tensiones ideológicas detectadas en Occidente y en el propio régimen. Para ello, era preciso, en segundo lugar, imponer una serie de requisitos y límites a los autores y textos y rescatados, más o menos estrictos en función de lo problemático que resultara el objeto del rescate para la consecución de sus objetivos: asegurar su posición, ya hegemónica, en el campo cultural, y acceder, por esta vía, a la posición homóloga en el campo del poder. El estudio pormenorizado de los diferentes puntos del discurso comprensivo nos ha permitido, en primer lugar, fijar detalladamente cuál fue el propósito, función y desarrollo de cada uno de ellos dentro de dicho discurso, y, en segundo lugar, valorar en qué medida estos límites y problemas se materializaron en cada caso. Así, hemos analizado cuáles fueron los mecanismos mediante los cuales el escritor comprensivo trató de capturar para sí el capital cultural de algunos de los principales intelectuales de la tradición nacional: Unamuno y Ortega, y los diferentes problemas religiosos y políticos que sus obras entrañaban, y muchos de los poetas del 27, a quienes había que reinterpretar fundamentalmente en términos estéticos. La dimensión vanguardista de poetas como Gerardo Diego, Vicente Aleixandre o Jorge Guillén debía ser readaptada al nuevo marco estético de la rehumanización o, un poco más adelante, al paradigma del compromiso y la responsabilidad social. Además, la condición de exiliados de muchos de estos autores suponía un obstáculo extra por varias motivos: revelaba la naturaleza dictatorial del régimen franquista y, dado que una mayoría de ellos se habían integrado en los campos culturales hispanoamericanos hacia los que se dirigían las principales actividades del ICH, entorpecían algunas de estas propuestas, como la denominada embajada poética a América o las Bienales Hispanoamericanas de Arte. Por este motivo, las relecturas del exilio estuvieron marcadas por una serie de matices y prerrequisitos imprescindibles: la despolitización del exiliado, el silencio respecto de su misma condición de exiliados y respecto de los componentes más problemáticos de sus obras. En algunos casos, de hecho, a propósito, por ejemplo, de algunas figuras como Alberti, no era posible llevar a cabo 428 esta operación. En numerosas ocasiones, la literatura del exilio —en casos como el citado, o a raíz de polémicas concretas en las que hemos centrado nuestro análisis— era leída como una literatura otra que amenazaba la legitimidad del interior: se revelaba, así pues, la existencia de dos bandos enfrentados. Los límites de la comprensión estribaban, en esta ocasión, en la seguridad de las posiciones de estos intelectuales: la literatura del exilio debía ser reintegrada en la cultura del interior, pero no si ello amenazaba el lugar central que estos ocupaban. El discurso comprensivo tenía un marcado componente internacionalista: se procuraba romper con la autarquía de la cultura española, revinculándola, de esta forma, con algunas de las últimas corrientes estéticas y políticas de Occidente. En ello residía, fundamentalmente, el interés que el poder político tenía en él, y que se materializó de forma muy clara en organismos como el ICH, dependiente del ministerio de Martín- Artajo: la vía cultural, pues, como forma de acceso al restablecimiento de las relaciones diplomáticas en el contexto internacional después de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Esta vocación cosmopolita se manifestó en todos los puntos del discurso comprensivo: el catolicismo aperturista, que conectaba con los nuevos movimientos religiosos de Estados Unidos y Francia, así como con el existencialismo, o la estética social, que se vinculaba con tendencias como el teatro político de Piscator, el neorrealismo italiano y el objetivismo norteamericano. Y fue especialmente patente en los artículos y reseñas que versaban explícitamente sobre las otras culturas internacionales. A partir, sobre todo, del caso concreto de Portugal, hemos defendido la función auxiliar —además del valor que lo internacional tenía, por sí mismo, dentro del discurso aperturista— que los contenidos internacionales desempeñaron en relación con el ideario comprensivo. Fue fundamental, en primer lugar, como apoyo simbólico de las diferentes operaciones de lectura de las corrientes heterodoxas de la preguerra: era necesario reincorporar a autores como Unamuno o García Lorca en cuanto que conectaban con las preocupaciones estéticas modernas que se estaban desarrollando en la Europa del medio siglo. Además, y muy especialmente en el caso de Portugal, posibilitaba un viaje de ida y vuelta respecto de una de las principales preocupaciones comprensivas: el acercamiento a Cataluña. La cultura expresada en catalán actuó como la vía más rápida en el proyecto de europeización del régimen: Cataluña, pues, como un puente entre la autárquica cultura española y la europea. 429 Respecto de este último punto —transversal a otros grupos intelectuales del medio siglo: también los excluyentes abrazaron la cultura catalana, si bien de otra forma y con otros propósitos—, hemos destacado una nueva dimensión de los límites de la comprensión. La frontera no estribaba en la seguridad de las posiciones falangistas, ni en la compatibilidad de algunos aspectos especialmente problemáticos, sino en las condiciones impuestas por el propio poder político: en este caso, la creación de una publicación independiente editada íntegramente en lengua catalana. Sirvió, sin embargo, al igual que los otros choques con el Estado franquista producidos en los cincuenta, para tomar conciencia de que la vía posibilista —comprensiva—, la reforma del sistema desde dentro, tenía un alcance y una trayectoria limitada. Del estudio de los textos de problemática religiosa y, sobre todo, de las colaboraciones regulares de Aranguren, extraemos una serie de conclusiones importantes. En primer lugar, que el catolicismo, en tanto que elemento común a la totalidad de los intelectuales españoles del interior, fue un campo de batalla de gran importancia en el que era fundamental que los comprensivos se distinguieran de sus rivales ortodoxos. Este es el sentido de los acercamientos aperturistas, previa advertencia de los peligros y riesgos que entrañaban dichos movimientos, a las posturas anticlericales y ateas de autores como Unamuno, Nietzsche, al catolicismo moderno de Mauriac, Maritain, o Merton o al existencialismo de Sartre y Camus. En general, y aunque se reconocían los problemas religiosos, políticos y filosóficos de dichas tendencias, se defendía la necesidad de conocer sus obras, que se contaban entre lo más valioso del pensamiento moderno. En segundo lugar, el catolicismo aperturista, de forma mucho más clara que en los puntos comprensivos anteriores, evolucionó naturalmente hacia posturas progresistas, con la paulatina incorporación de diferentes elementos procedentes del socialismo y el marxismo. Finalmente, le hemos dedicado un amplio espacio a abordar la incidencia de la estética social en las páginas de Correo Literario. La defensa de nociones como el compromiso, la responsabilidad social del intelectual, la voluntad de testimonio crítico plasmada en diferentes formas y técnicas objetivistas que se venían desarrollando en Norteamérica produjo la agrupación coyuntural, más que cualquier otro punto del discurso comprensivo, entre ciertos sectores de la Falange cultural, por un lado, y el grupo de autores jóvenes, que habían comenzado sus carreras bajo el amparo oficial de estos (en instituciones, revistas y otras plataformas culturales) y que liderarían, unos años más tarde, la oposición interna al régimen franquista, ya sin los límites y las ambigüedades 430 que detectamos en las propuestas comprensivas. Las preocupaciones sociales, finalmente, entroncaban también con las de los católicos aperturistas, que ya estaban impulsando iniciativas de reforma social desde una óptica cristiana a través de plataformas como la HOAC y la JOC. Asimismo, la estética social es especialmente ilustrativa de la evolución de la propia Correo Literario. No tanto en el caso de la poesía como en el del teatro, el cine y la narrativa, la incorporación progresiva de textos en este sentido marcó de forma muy clara el cambio de orientación que figuras como Gich y Arroita-Jáuregui imprimieron a la revista frente a su periodo más conservador. Del mismo modo, dicha estética —y los referentes a los que se asociaba— es sintomática del desplazamiento del foco de atención de Correo Literario (y del régimen franquista en general) en lo que respecta a los contenidos foráneos: desde Hispanoamérica y la política de la hispanidad hasta Estados Unidos y Francia como principales centros simbólicos en el marco internacional. En definitiva, creemos que hemos cumplido de forma satisfactoria los objetivos que nos proponíamos al inicio de esta tesis doctoral. A partir de un marco teórico de marcado carácter bourdiano, así como de las diferentes teorías hemerográficas que lo han aplicado previamente, hemos elaborado una propuesta metodológica para el análisis de las revistas culturales y, sobre todo, para el estudio de su inscripción en un campo cultural determinado. Desde esta perspectiva, nos hemos ocupado en detalle de la revista Correo Literario —desde sus inicios dentro el proyecto editorial del ICH, en relación con las otras revistas culturales del organismo: Mundo Hispánico y Cuadernos Hispanoamericanos— como un espacio donde confluyeron, en una estructura jerárquica variable, muy diferentes voces y discursos constitutivos de las diferentes problemáticas del franquismo del medio siglo. De entre estos, sobresalió el denominado programa comprensivo, que fue articulándose a lo largo de los diferentes números de la publicación, pero con una especial incidencia en sus últimos números. El análisis detallado de los puntos que lo conformaron —la relectura de la tradición nacional heterodoxa, el exilio, la literatura escrita en catalán, el catolicismo aperturista y la estética social en sus diferentes manifestaciones—, nos ha permitido, en primer lugar, valorar la estrecha relación que mantienen entre sí: por su común vinculación con algunos de los elementos de la ideología joseantoniana (muy en especial, a través los conceptos de integración y de cultura unitaria), así como por su marcado componente internacionalista; todos ellos contribuían a la internacionalización 431 de la propia revista y, por extensión, del propio régimen, uno de sus principales objetivos en esta década. En segundo lugar, hemos analizado la confluencia de los diferentes intereses en torno a la problemática comprensiva: la Falange intelectual, con una posición central del campo cultural, buscaba capitalizar el debate como una forma de acceder al campo político, en un momento especialmente propicio para ellos, en tanto que contaban con importantes apoyos a partir del reajuste ministerial de 1951; los excluyentes, quienes, en este momento de hegemonía falangista, veían peligrar sus posiciones, llegando a proclamarse ante Franco, en una toma de posición arriesgada, como la posible tercera fuerza que debía regir el discurso ideológico nacional; los jóvenes escritores universitarios, formados al amparo de los medios controlados la Falange cultural y que optaban a ocupar posiciones centrales dentro del campo cultural para, de esa forma, ensanchar los márgenes de su autonomía; y el propio poder político, beneficiario de una serie de tentativas aperturistas que contribuían a la difusión en el exterior de una cultura normalizada como forma de restablecer determinadas relaciones diplomáticas. Finalmente, hemos subrayado cuáles fueron los límites, en todos los puntos del programa cultural falangista, más allá de los cuales la comprensión no era posible. En unos casos, como el exilio, estos eran de carácter interno, de incompatibilidad con algunos elementos de su ADN ideológico; en otros (por ejemplo, el acercamiento a Cataluña), los límites los imponía el poder político cuando estimaba que determinadas iniciativas podían hacer peligrar su estabilidad. En general, todos ellos son sintomáticos de la complejidad del campo cultural franquista en los años cincuenta: con un importante debate abierto dentro de los círculos católicos, que fue el origen de la evolución de algunas trayectorias de intelectuales hacia posturas cercanas al socialismo y al marxismo, o la confluencia de intereses entre la Falange intelectual y los jóvenes universitarios en torno a la estética social y la noción del compromiso, que llevó a ambos grupos hacia el punto y aparte que supusieron las revueltas en la Universidad de Madrid de 1956. Son muchas, por supuesto, las preguntas que permanecen abiertas, así como los aspectos que nos hubiera gustado abordar pero de las que hemos prescindido finalmente por falta de espacio. Aunque en todo momento hemos concebido nuestro objeto de estudio, la revista Correo Literario, como un lugar desde el que esclarecer algunos de los problemas generales en el campo de investigación de la cultura franquista del medio siglo, esta propuesta de trabajo habría de completarse con una mirada más amplia hacia las otras revistas culturales de la década: se habrá de establecer, pues, cuáles fueron las conexiones 432 y divergencias entre las plataformas que construyeron los diferentes discursos ideológicos que optaban a ocupar el puesto central del campo cultural, en relación con las características formales y materiales de las diferentes revistas, los equipos directivos y colaboradores, así como las problemáticas incluidas y el enfoque de las mismas, entre otros aspectos. Este estudio comparativo ideal debería llevarse a cabo haciendo uso de las diferentes herramientas tecnológicas de análisis y cruce de datos. A partir de esta posible base de datos conjunta, constituida a partir de algunos de los índices y trabajos hemerográficos con los que ya contamos, resultaría en nuevas conclusiones y preguntas que nos permitirían enfocar la cuestión, siempre abierta, de la comprensión desde puntos de vista inéditos. Por el momento, sirva esta tesis doctoral como una modesta contribución a esta apasionante área de investigación. En Astorga, Madrid y Barcelona, entre 2017 y 2021 433 434 BIBLIOGRAFÍA ABELLÁN, MANUEL L. (1985): «Los diez primeros años de Ínsula (1946-1956)», Sistema, 66, 105-114. ALONSO PERANDONES, JUAN JOSÉ (2016): «Luis Cernuda, Felicidad Blanc y Leopoldo Panero: historia de una amistad, enfado y enamoramiento», Argutorio, 35, 66-74. ____ (2012): «El último legado de Leopoldo Panero (cartas y textos de autores del 27 y del 36)», Astorica, 31, 131-164. ALONSO VALERO, ENCARNA (2016) coord.: Poesía y poetas bajo el franquismo, Madrid, Visor. 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Fernández Spencer, A.: «Poema en donde hay ruiseñores» [Hablan los resplandores, hay la leña]; «Poema que no tiene nombre» [No me miren ya más de nuevo mis amigos], POESÍA Y POÉTICA p. 3. Gil, Ildefonso Manuel: LETRAS PORTUGUESAS, p. 4. Garcés, Jesús Juan: «Cartas que vuelven a escribirse», p. 4. Aparicio, Juan : «A la mayoría, siempre», p. 4. CORREO DE ULTRAMAR, p. 4. Oromi, Miguel. O.F.M.: «Existencialismo por penúltima vez», p. 5. Galvarriato, Eulalia: «Excursión hacia tierras calientes», p. 7. [Cuento]. «Un libro examina a los libros», p. 8. Ory, Carlos Edmundo: «El viejo Baroja vive al día, sin darse mucha cuenta de su fama», p. 9. Nora, Eugenio de: [«Aleixandre, Vicente: Mundo a solas»], CRÍTICA. LIBROS, p. 10. Moreno, Alfonso [A. M.]: «Quousque tandem recitales?», CRÍTICA. CONFERENCIAS, p. 10. Zunzunegui, José Antonio de: «José Antonio de Zunzunegui habla de su nueva novela Las ratas del barco», AUTOCRÍTICA DE LIBROS, p. 10 Palá Berdejo, Dolores : «El Orfeo Catalá actúa en Madrid después de treinta y ocho años», CRÍTICA. MÚSICA, p. 10. Toledano, Jerónimo: «La casa de Bernarda Alba, en Madrid», CRÍTICA. TEATRO, p. 11 Diego, Gerardo: «Aleluyas de Aparicio» [¿Vuelve el toreo a su quicio]; «Los cohetes del “Litri”» [Banderillas de fuego], LA SUERTE O LA MUERTE, p. 11. [Poesía]. Vivanco, Luis Felipe: «La humildad de ser poeta. I», p. 11. Gamallo Fierros, Dionisio: «Mallarmé, por Rubén Darío», p. 12. 2 (1 de julio de 1950) Camón Aznar, José: «Ortega y Gasset ante Velázquez», pp. 1, 4. Oliver, Antonio: «Tres cartas de Maragall y Miró», pp. 1, 4-5. LO QUE SE VIVE SE ESCRIBE, p. 2. Cela, Camilo José: «La cucaña. Memorias de Camilo José de Cela, II», p. 2. Gil, Ildefonso Manuel: «Bajo la luz herida del recuerdo I» [En esta dulce paz del campo, en esta]; «II» [Estoy conmigo mismo entre los pinos], POESÍA Y POÉTICA, p. 3. Unamuno, Miguel de: «Una poética de Miguel de Unamuno», POESÍA Y POÉTICA, p. 3. Chávez, Fermín: «Seis poetas jóvenes argentinos», p. 5. 455 CORREO DEL HISPANISTA, p. 5. «Poesía en Guadalupe», p. 5. A.O.: «El pintor portugués António-Lino», ARTE, p. 6. Gullón, Ricardo: «La Escuela de Altamira», ARTE, p. 7. Artola, Josefina: «Exposición de la caza en el arte. A la “caza de información”», ARTE, p. 7. «Noticias de Arte. Certamen de pintura hispanoamericana; Exposición de Raúl Calderón Soria; Sobre el arte maya», ARTE, p. 7. Moreno, A.: «Las últimas horas, por José Suárez Carreño. Premio Eugenio Nadal, 1949. Ediciones Destino. Colección Ancora y Delfín. Barcelona», CRÍTICA. LIBROS, p. 8 Fernández Spencer, Antonio: «Pedro Henríquez Ureña: Las corrientes literarias en la América hispánica. 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Ángel Mª del Sagrado Corazón: «El peso errante (Con mi madre)» [Tu voz me suena a viento que se ciega], POESÍA, p. 4. Ruiz Peña, Juan: «Otoño desde un puente» [Traslúcida blancura de las nubes], POESÍA, p. 4. Gil Albert, Juan [Albert, Juan M.]: «La sombra» [Solícita y ligera, dulce sombra], POESÍA, p. 4. Albala, Alfonso: «Sus manos» [Como una niña cuando baja al huerto], POESÍA, p. 4. Aldecoa, Ignacio de: «La muerte de un curandero meteorólogo», p. 5. [Cuento]. DEL CINE AL CIELO, pp. 6-7. T. S. M.: «Pueblos y estados. Leopoldo V. Ranke. Fondo de Cultura», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. S. C.: «Romanticismo y política, por Eduardo Aunos Editado por Sociedad General Española de Librería. Madrid, 1951. 382 páginas», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. Velloso, José Miguel: «Félix Ros. Sesenta notas sobre Literatura. Ediciones Cultura Hispánica. Colección Hombres e Ideas. Madrid, 1951», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. «Pedro Caba. Europa se apaga. Editorial Colenda. Madrid, año 1951», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. 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T.: «Una gran exposición de pintura catalana moderna se está organizando en Buenos Aires», p. 11. «En la exposición caben todos los estilos siempre que sean arte», ARTE. I BIENAL HISPANOAMERICANA DE ARTE, p. 12. «Hay que romper nuestra insularidad cultural», ARTE. I BIENAL HISPANOAMERICANA DE ARTE, p. 12. «Las provincias españolas se preparan para la Bienal», ARTE. I BIENAL HISPANOAMERICANA DE ARTE, p. 12. «Se crea en Nicaragua el Premio Somoza», ARTE. I BIENAL HISPANOAMERICANA DE ARTE, p. 12. «Tablón de exposiciones», ARTE. I BIENAL HISPANOAMERICANA DE ARTE, p. 12. 20 (15 de marzo de 1951) Marañón, Gregorio: «Una novela universal y perdurable [Rafael Sánchez Mazas: La vida nueva de Pedrto de Andía]», p. 1. «Ya se conocen las bases de la Bienal», p. 1. Santos Torroella, Rafael: «Miró aconseja a nuestros pintores jóvenes», p. 1. Lefebvre, Alfredo: «Un gran libro sobre estilística de poesía actual [Carlos Bousoño: La poesía de Vicente Aleixandre]», pp. 1, 9. Trenas, Julio: ANÉCDOTA Y CREACIÓN DE LA QUINCENA, p. 2. COSAS QUE PASAN, COSAS QUE SE DICEN, p. 2. Sánchez-Marín, Faustino G.: «La luz sobre el celemín», ESA VIDA LITERARIA, p. 2 «Convocatoria de los Premios nacionales de periodismo», p. 2. Serrano, Eugenia: «El delfín del ABC y de las masas», LAS TARDES DEL ATENEO, p. 3. LAS TARDES DEL ATENEO, p. 3. Rosales, Luis: «La convivencia desde la libertad absoluta», p. 3. Gomis Sanahuja, Lorenzo: «Los padres» [Compraremos un niño], POESÍA, p. 4. Schulze Arana, Beatriz: «A destiempo» [Ayer llegó], POESÍA, p. 4. Darío, Rubén (Nieto): «Autumnal» [Presente soledad en la agonía], POESÍA, p. 4. Schroeder, Juan Germán: «Es aquí, junto al mar» [Es aquí, junto al mar, Señor del mar], POESÍA, p. 4. Gómez Galán, Antonio: «Pino» [Si la estrella, el río, la alborada], POESÍA, p. 4. Salcedo, Emilio: «Pica-pleitos», pp. 4-5. [Cuento]. García Luengo, Eusebio: «Por tierras de la Siberia extremeña», p. 5. [Cuento]. Jiménez Sutil, José: LA LUZ SOBRE EL CELEMÍN, pp. 6-7. «Almanaque de teatro y cine. 1951, Madrid», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. Cela, Camilo José: «Huésped de mi viña, poema en prosa de Vicente F. de Bobadilla. Prólogo de José de las Cuevas», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. «José Perdomo García: Los incomprensibles del pensamiento en Pascal y las antonomias kantianas; y La dialéctica del conocimiento de Dios: inmanencia y trascendencia», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. «Manuel Fraga Iribarne: Sociedad, política y gobierno de Hispanoamérica. Ediciones Cultura Hispánica», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. «Revistas», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. Gordón, José: «Galería de grandes periódicos desaparecidos. I. Alma española», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. 474 «Alabanza de España, por Santiago Magariños. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1950. Tres volúmenes», CRÍTICA. LIBROS, p. 8. Sastre, Alfonso: «Nota sobre Lenormand», CRÍTICA. TEATRO, p. 8. «Bibliografía», CRÍTICA. BIBLIOGRAFÍA, p. 8. 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[Poesía]. Meouchi M., Edmundo: «Riesgos y amarguras de una entrevista», p. 8. 523 Varela Jácome, Benito: «Crónica cultural de Galicia», p. 8. Díaz-Plaja, Guillermo : «Martí y España», EN EL CENTENARIO DE MARTÍ, p. 8. «Agradecimiento; La novela actual; Cannes a la vista; Ruiz-Conteraras; Conrado del Campo », EN QUINCE DÍAS, p. 9. Campoy, Antonio Manuel: «Pasa María Raquel Adler», p. 10. «Dos fichas de escritores hispanoamericanos», p. 10. «Siete fichas de editoriales francesas», p. 11. Marti, Dolores: «Panorama de la literatura haitiana», p. 11. Fernández Cuenca, Carlos: «En solo una semana escribió Buero Vallejo la primera versión de En la ardiente oscuridad», EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA, pp. 12, 10. 524 I. 4 Dir. Juan Gich / Sub. Marcelo Arroita-Jáuregui nº 70 (15 de abril de 1952) – 93 (1 de abril de 1953) 70 (15 de abril de 1953) «Nueva etapa», p. 1. Castroviejo, José María: «La realidad porteña, los emigrados, la morriña» , BREVES IMPRESIONES ARGENTINAS, pp. 1, 14. REVISTAS, p. 2. COSAS QUE PASAN, COSAS QUE SE DICEN, p. 2. CADA CUAL CON SU OPINIÓN, p. 2. «Gran certamen de confraternidad intelectual del mundo hispánico», p. 2. Aranguren, José Luis: TAMBIÉN ENTRE LOS LIBROS ANDA EL SEÑOR, p. 3. Romero, Luis: «Esos falsos escoriales…», PULSO DEL TIEMPO, p. 3. Gich Bech de Careda, Juan: «Los cipreses creen en Dios [de José María Gironella]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Delgado, Jaime: «Una historia de España», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Valbuena Briones, Ángel: «Libros hispanoamericanos [Francisco Lluch Mora: Cuaderno de sonetos], EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Warleta Fernández, Enrique: «Folklore aragonés [Arcadio de Larrea: El dance aragonés y las representaciones de moros y cristianos; Cuentos populares de los judíos del norte de Marruecos; Romances de Tetuán]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Ramón Basterra [Carlos Antonio Areán: Ramón de Basterra]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Vega, Rafael de la: «Los ríos de la noche [de Leopoldo Chariarse]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Rosa al quirófano [de Pedro Raida]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Aragonés, Juan Emilio: «Europa ausente [de George Uscatescu]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Gich Bech de Careda, Juan: «José Mª Gironella», LA FIGURA DE LA QUINCENA, p. 6. E. A. LL.: «Mercedes Formica, directora de La novela del sábado se propone desintoxicar de extranjerismos los quioscos de la ciudad», p. 7. NOTICIARIO BIBLIOGRÁFICO, p. 7. Seijas, Germán: «Dufy», p. 8. Gich Bech de Careda, Juan: «Breve biografía de Raoul Dufy», p. 8. Díaz Sal, Braullo: «Notas sobre un problema urgente. ¿Por qué, y hasta cuándo, eso de Latinoamérica?», p. 9. Quinto, José María de : «Mucho ruido y pocas obras», TEATRO. SÁBADO DE GLORIA, p. 10. Sastre, Alfonso: «Tragedia», TEATRO, p. 10. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Los estrenos que no fueron. El sábado de gloria», CINE. CRÍTICA IMPOSIBLE, p. 11. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Bienvenido, míster Marshall», CINE, p. 11. Salvador, Tomás: «Barcelona prepara la fiesta del libro», p. 12. Loaisa, Juan de: «Cosas que me ocurren ahora mismo», p. 12. 525 «El eterno Charlot; Una ausencia lamentable; Incitación a la crítica; Diálogo, pero de verdad», EN QUINCE DÍAS, p. 13. J. C. E.: «Modesto Ciruelos expone en Madrid», p. 14. Rosales, Luis: «Contemplación del recuerdo» [Verte es saber tu destino], UN POEMA DE LUIS ROSALES, p. 15. [Poesía]. «Luis Rosales», UN POEMA DE LUIS ROSALES, p. 15. Fernández Cuenca, Carlos: «Camilo José Cela escribió La familia de Pascual Duarte aislándose en una oficina sindical», EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA, pp. 16, 14. 71 (1 de mayo de 1953) C. L.: «Eugenio d'Ors dicta su primera lección universitario», pp. 1, 14. CADA CUAL CON SU OPINIÓN, p. 2. J. M. 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Arroita-Jáuregui, Marcelo: «El charco [de Tomás Salvador]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Gich Bech de Careda, Juan: «Vida y obra de Ganivet [de Melchor Fernández Almagro», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Leopoldo Panero», LA FIGURA DE LA QUINCENA, p. 6. Gich Bech de Careda, Juan: «La editorial Afrodisio Aguado, S. A. nació en Palencia hace 30 años y se trasladó a Madrid en 1939», p. 7. Caltofen, R.: «María Chapdelaine y los millones del editor Grasset», p. 7. Rodríguez de Rivas, Mariano : «La experiencia teatral de don Miguel de Unamuno», pp. 8-9. Gutiérrez Girardot, Rafael: «Sobre la filosofía en Hispanoamérica», p. 10. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «El neorrealismo está empezando», CINE, p. 11. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Saludo al cine de revista», CINE, p. 11. G. J.: «Otro muralista mexicano: Juan O'Gorman», DESDE MÉXICO, p. 12. Loaisa, Juan de: «Lo que se me ocurre», LO QUE ME OCURRE, p. 12. «La fiesta del libro; Vento; Dos bailarinas; España e Hispanoamérica; La cátedra Juan Boscán; Stravinsky», EN QUINCE DÍAS, p. 13. Fernández-Cid, Antonio: «El maestro Conrado del Campo y la música española», p. 15. Fernández Cuenca, Carlos: «En una sola tarde estableció Juan Marías el plan completo de su Introducción a la filosofía», EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA, pp. 16, 14. 526 72 (15 de mayo de 1953) Fraga Iribarne, Manuel: «Donoso Cortés y la Sociología del Arte» , pp. 1, 14. REVISTAS, p. 2. COSAS QUE PASAN, COSAS QUE SE DICEN, p. 2. CADA CUAL CON SU OPINIÓN, p. 2. Aranguren, José Luis L.: TAMBIÉN ENTRE LOS LIBROS ANDA EL SEÑOR, p. 3. Santos Torroella, Rafael: «La crítica en entredicho», PULSO DEL TIEMPO, p. 3. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «[Dolores Medio: Nosotros, los Rivero]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Delgado, Jaime: «[Fernando Soldevilla: Historia de España]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Escurdi, José Luis [J. L. E.]: «En la noche no hay camino [de Juan José Mira]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Fernández Spencer, Antonio: «Presencia del recuerdo [de Marina Romero]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Fernández-Flórez, Darío: «Esto y aquello [R. Larrien y R. Thomas: Histoire illustrée de la Litérature espagnole]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Valbuena Briones, Ángel: «Los tres mundos de Don Quijote y otros ensayos [de Rafael Maya]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 5-6. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Frontera [de Darío Fernández Flórez]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «García Berlanga, Luis», LA FIGURA DE LA QUINCENA, p. 6. Escurdi, José Luis: «Historia de un pueblo gallego [Ramón Canosa: Historia menuda de un pueblo gallego]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 6-7. Loaisa, Juan de: LO QUE SE ME OCURRE, p. 7. Talamas Lope, Carlos : «Fiesta al noroeste [de Ana María Matute]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Marañón, Gregorio: «El libro y el librero», p. 8. Valbuena Prat, Ángel: «El ángel de las ciudades», p. 9. Llop, Enrique A.: «Los libros que más venta han tenido en los meses de marzo-abril», p. 10. Sastre, Alfonso: «Nueva salida del Teatro Popular Universitario», CUADERNO DE NOTAS, p. 10. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Hay que aprovechar la lección de Cannes», CINE, p. 11. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Juegos prohibidos: Un tema trágico y desolador (Sencilla y magnífica película francesa)», CINE, p. 11. Forestier, Edouard: «Diez millones de lectores tiene una colección policiaca francesa», p. 12. «Cannes; Novelas españolas; Graham Greene estrena teatro; Revista; Antonio Tapies», EN QUINCE DÍAS, p. 13. Robertet, Pierre: «La Bruja del Louvre en Madrid», p. 14. Panero, Leopoldo: «Carta con Europa en los ojos, a Luis Rosales» [Contemplo toda Brujas derramada], p. 15. [Poesía]. Panero, Leopoldo: «Prólogo-dedicatoria, a Dámaso Alonso, del próximo libro de Leopoldo Panero», p. 15. Fernández Cuenca, Carlos: «Mientras corregía un poema tuvo Vicente Aleixandre la intuición total de Sombra del paraíso», EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA, pp. 16, 14. 527 73 (1 de junio de 1953) Lago Carballo, Ángel Antonio: «La experiencia más aguda de un español espiritual (Hispanoamérica en Ortega)», pp. 1, 14. Rossler, Osvaldo: «La poesía argentina en lo que va de siglo», pp. 1, 14. CADA CUAL CON SU OPINIÓN, p. 2. COSAS QUE PASAN, COSAS QUE SE DICEN, p. 2. REVISTAS, p. 2. Aranguren, José Luis L.: TAMBIÉN ENTRE LOS LIBROS ANDA EL SEÑOR, p. 3. «Cuzco, aunque tiemble», PULSO DEL TIEMPO, p. 3. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «La puerta de paja [de Vicente Risco]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Muñoz Alonso, Adolfo: «[Ismael Quiles y Julio Rey Pastor: Diccionario filosófico]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Un albergue en el camino [de Godfrey Blunden]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Costafreda, Alfonso: «Hacia otra luz [Carlos Bousoño: Hacia otra luz]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Gich Bech de Careda, Juan: «[José María Jove: Mientras llueve en la tierra]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Gich Bech de Careda, Juan: «[El periodismo. Teoría y práctica]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. «Mares y veleros en España [Jesús Evaristo Casariego: Mares y veleros de España]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 5-6. Santos Torroella, Rafael: «El vendedor de vidas [de Elisabeth Mulder]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Siempre [de Eugenio de Nora]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. «Convocatoria del Premio Adonáis de Poesía 1953», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. B. de C.: «[fray Justo Pérez de Urbel: Fernán González. El héroe que hizo a Castilla]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 6-7. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Un poeta joven argentino [Osvaldo Rosseler: Reservando mi lágrima para lo cálido de mis cenizas]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Gich Bech de Careda, Juan: «[Hermann Leicht: Historia del arte]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Aragonés, Juan Emilio: «Panorama político de la Europa actual», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Castillo-Elejabeytia, Dictinio de: «Los gallos nocturnos [Elena Bono: I Galli Notturni]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Varela Jácome, Benito: «América vista por Valle-Inclán», pp. 8-9. Caltofen, R.: «Vallauris: capital de la alfarería francesa», p. 10. Hebertot, Jacques: «Jacques Hebertot cree que una escuela de jóvenes salvará al teatro», p. 10. C. L.: «Homenaje a Xavier Zubiri, Alcalá», p. 10. Mannarini, Aldo: «En su próximo film, Camilo Mastrocinque contará la historia de un actor negro», CINE, p. 11. 528 Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Buenos días, sr. Elefante (Sencilla, tierna, humana, profunda: Una excelente película de Vittorio de Sica)», CINE, p. 11. Moreno de Páramo, Ismael: «Norteamérica no ocupa el centro de la novela», p. 12. «Juan Ramón o la juventud perenne; Festivales musicales; Unos libros de historia tienen por protagonista a Hitler; Tres pintores catalanes; Ejemplo francés que pudiera ser imitado en España», EN QUINCE DÍAS, p. 13. Cortés, Juan: «El I congreso internacional de artes plásticas», p. 15. «Una exposición de Julio Antonio», p. 15. Escurdi, José Luis [J. L. E.]: «La escultora Susana C. Polac expone una colección de sus obras», EN EL MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO, p. 15. «El teatro de más éxito de la temporada en París», p. 16. Fernández Cuenca, Carlos: «En El hombre perdido plantea Ramón Gómez de la Serna la novela de la nebulosa y del azar», EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA, pp. 16, 14. 74 (15 de junio de 1953) «Jornadas literarias en Salamanca», pp. 1, 14. Valbuena Briones, Ángel: «Don Juan Valera y la idea de América», pp. 1, 14. «La Bienal del Caribe », pp. 1, 14. CADA CUAL CON SU OPINIÓN, p. 2. COSAS QUE PASAN, COSAS QUE SE DICEN, p. 2. REVISTAS, p. 2. Cabañas, Pablo: «Una carta de Pablo Cabañas», p. 2. Aranguren, José Luis L.: TAMBIÉN ENTRE LOS LIBROS ANDA EL SEÑOR, p. 3. Escurdi, José Luis: «El tema de Madrid», PULSO DEL TIEMPO, p. 3. Gich Bech de Careda, Juan: [«Juan Antonio Gaya Nuño: El Santero de San Saturio»], LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Nacimiento último [de Vicente Aleixandre]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. P. R.: «Et la lumiere fut… [de Jacques Lusseyran]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Gomiz, Lorenzo: «[Philippe Diolé: La aventura submarina]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 5-6. Loaisa, Juan de: «Defensa de la censura; El maestro Azorín reniega de su paraguas rojo; Calamares literarios; Los estadistas son muy elocuentes; Pero ¿es ruso o no?», LO QUE SE ME OCURRE, p. 6. Escurdi, José Luis [J. L. E.]: «La librería de Arana [de Otaola]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Escurdi, José Luis [J. L. E.]: «Ver y contar [de José Javier Aleixandre]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 6-7. «Premio Eugenio Nadal 1953», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Gich Bech de Careda, Juan: «Daniel Vázquez Díaz», LA FIGURA DE LA QUINCENA, p. 7. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «El diablo fuera de juego [de Rufo Gamazo]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Santos Torroella, Rafael: «La expansión del arte catalán en el mundo [Sebastià Gasch: L'expansió de l'art catalá al món]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Elegías de Bierville [de Carlos Riba]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. «Premios de Biografía Aedos 1953», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. «V Premios Joanot Martorell», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. 529 «La novela del sábado», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Robertet, Pierre: «Georges Rouault: pintor cristiano», p. 8. Herrero, Javier: «Simone Weil: impaciente peregrina», p. 9. Álvarez, Guzmán: «En Holanda aman la cultura española», p. 10. G. J.: «Una gran exposición antológica del Greco se celebra en Burdeos», p. 10. Fontefrías, Luis: «Los escritores olvidan lo que prometen», p. 10. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «¿Qué va a pasar con el cine en relieve?», CINE, p. 11. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Jennie: versión a la cursilerías de las teorías científicas de Einstein (Retórica, aburrida, sensiblera y comercial, esta película es buena muestra de un cine con pretensiones que no logra alcanzar)», CINE, p. 11. Santos Torroella, Rafael: «Primera aproximación a Josep Pla», p. 12. Marcel, Jean: «Una entrevista con Erskine Caldwell», p. 12. «Acaba de aparecer una revista importante: Espiritualidad seglar; El premio Eugenio Nadal son 75000 pesetas; Bela Bartok en el conservatorio; La poesía española actual y Le Journal des Poetas», EN QUINCE DÍAS, p. 13. Caballero Bonald, José Manuel: «El espejo», p. 15. [Cuento]. Masoliver, Juan Ramón: «Bodas de plata de Guillermo Díaz-Plaja y sus libros», p. 15. Fernández Cuenca, Carlos: «De 150 a 600 páginas evolucionó en cuatro ediciones la Breve historia de la pintura española de Enrique Lafuente Ferrari», EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA, pp. 16, 14. 75 (1 de julio de 1953) «La Bienal del Caribe», p. 1. «Jornadas literarias en Salamanca», p. 1. Ibáñez Alonso, Jesús: «La novela está en América», pp. 1, 14. CADA CUAL CON SU OPINIÓN, p. 2. Montesinos, Rafael: «La tertulia literaria hispanoamericana de Madrid», COSAS QUE PASAN, COSAS QUE SE DICEN, p. 2. REVISTAS, p. 2. Tamayo Alarcón, José: «La idea del mal en la literatura inglesa», p. 3. Gutiérrez Girardot, Rafael: «Los setenta años de Karl Jaspers», PULSO DEL TIEMPO, p. 3. Escurdi, José Luis: «Nota urgente», p. 3. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Canto personal [de Leopoldo Panero]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Gich Bech de Careda, Juan: «Las hadas [de María Luisa Gefaell]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Gich Bech de Careda, Juan: «Ballet español [de Juan Gyenes]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Historia de la cuenca minera [de Manuel Pilares]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Moreno, Ismael: «Míster Johnson [de Joyce Cary]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Muñoz Alonso, Adolfo: «Sobre don Miguel de Unamuno [Ramis Alonso: Don Miguel de Unamuno. Crisis y crítica]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Juan Pedro el Dallador [de Ildefonso Manuel Gil]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 5-6. López Anglada, Luis: «Testigo de excepción [de J. L. Prado]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. 530 Marcel, Jean: «Los problemas del teatro en la capital francesa», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Gutiérrez Girardot, R.: «Seis ensayos en busca de nuestra expresión [Pedro Henríquez Ureña: Ensayos en busca de nuestra expresión]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 6-7. Escurdi, José Luis [J. L. E.]: «El perro negro [de Rafael Jijena Sánchez]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. Escurdi, José Luis [J. L. E.]: «La vida en vilo [de Bartolomé Mostaza», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. «Determinaciones históricas de la Generación del 98 [de Antonio Sequeros]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. «Premio Pedro Henríquez Ureña», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 7. «Crónica de la feria del libro», pp. 8-9. Quinto, José María de: «El actual teatro italiano en la escena española», TEATRO, p. 10. Satre, Alfonso: «Ugo Betti», TEATRO. CUADERNO DE NOTAS, p. 10. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Azorín ha publicado un libro sobre el cine actual», CINE, p. 11. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «El rebozo de soledad (Una película mexicana que se pierde en la sensiblería y convierte en folletín un buen tema dramático y lleno de fuerza. Con todo, tiene una innegable calidad)», CINE, p. 11. Castellet, José María: «Historia secreta y pública del Premio Boscán 1953», EL PREMIO VISTO POR EL SECRETARIO, p. 12. «Azorín ha cumplido los ochenta años», p. 12. «Música para el veraneo; Homenaje a Eduardo Carranza; Los estudiantes franceses y sus preferencias literarias; Un poeta regresa a su patria», EN QUINCE DÍAS, p. 13. Arias, Augusto: «Distancia y actualidad de Salamanca», p. 15. Ortuño, Alonso de: «En Brasil están los grandes maestros de la poesía. Un escritor brasileño habla de la literatura de su país», p. 15. Albort, Juan Luis: «Actualidad de Stefan Zweig», pp. 16, 14. 76 (15 de julio de 1953) E. C.: «El veraneo de la cultura», pp. 1, 18. CADA CUAL CON SU OPINIÓN, p. 2. COSAS QUE PASAN, COSAS QUE SE DICEN, p. 2. REVISTAS, p. 2. Aranguren, José Luis L.: TAMBIÉN ENTRE LOS LIBROS ANDA EL SEÑOR, p. 3. «Segunda Bienal Hispanoamericana de Arte», p. 3. Gich Bech de Careda, Juan: «Una edición ejemplar [Rafael Benet: Historia de la pintura moderna]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Gich Bech de Careda, Juan: «[Fernando Valls Taberner: Obras selectas]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. «Libros hispanoamericanos (Poesía chilena) [Luis Oyarxún: Ver; David Rosenmann Taub: Los surcos inundados; Pablo Guíñez: Miraje solitario]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. «Picasso visto por su secretario [Jaime Sabartés: Picasso. Retratos y recuerdos]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. «Nacimiento último [de Vicente Aleixandre», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. 531 «Tres nuevos títulos de El mensaje [Edgar Allan Poe: Historias extraordinarias. Poemas; León Hebreo: Diálogos de amor; El libro de los muertos]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 5-6. Gutiérrez Girardot, Rafael: «La idea del descubrimiento de América [Edmundo O'Gorman: La idea del descubrimiento de América. Historia de esa interpretación y crítica de sus fundamentos]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Gich Bech de Careda, Juan: «Solana [Manuel Sánchez Camargo: Solana. Pintura y dibujos]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Valbuena Briones, Ángel: «Lejos [de Pablo Cabañas]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Castro, Fernando Guillermo de: «Autocrítica de Las horas del día, premio Café Gijón», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Zubiaurre, J. 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Díaz Sal, Braurio: «El premio Cervantes para las letras hispánicas», EN QUINCE DÍAS, p. 13. «El ambiente americana respecto a la Bienal, es completamente favorable, asegura el famoso grabador Prieto Nespereira, que ha recorrido América últimamente», LA BIENAL DE LA HABANA, p. 15. «Los directores de las salas de exposiciones madrileñas, de acuerdo con la Bienal», LA BIENAL DE LA HABANA, p. 15. «Noticiario de la Bienal», LA BIENAL DE LA HABANA, p. 16. «Entrevista con Juan Ramón Masoliver, delegado de la Bienal en Barcelona», LA BIENAL DE LA HABANA, pp. 16, 15. 84 (15 de noviembre de 1953) Molist Pol, E.: «Manuel de Cabanyes o el secreto milagro», pp. 1, 14. Delgado, Jaime: «Claroscuro de México», pp. 1, 14. Anguita, Eduardo: «Cristóbal Colón, portador de Cristo», p. 2. «Premio Club España de México», p. 2. Aranguren, José Luis L.: «Escritores católicos», TAMBIÉN ENTRE LOS LIBROS ANDA EL SEÑOR, p. 3. Souvirón, José María: CORREO FRATERNAL, p. 3. 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Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Una casa con goteras [de Santiago Lorén]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Gich Bech de Careda, Juan: «Las sonatas de don Ramón», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. M Arroita-Jáuregui, Marcelo [M. A.]: «Un hombre y un destino [de María Elena Ramos Mejía]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Otero, Carlos Peregrín F.: «El idioma hispánico (Ante las II Jornadas de Literatura)», p. 5. Aragonés, Juan Emilio: «El teatro religioso en el Siglo de Oro», p. 5. «Primera exposición de pintura femenina hispanoamericana», p. 5. Rodríguez-Méndez, José María: «La literatura de los hombres de acción. Lawrence de Arabia sobre Los siete pilares de la sabiduría», p. 6. Meouchi M., Edmundo: «Tribulaciones de un joven decente (Notas sobre México)», p. 6. Ferrán, Jaime: «El nuevo salón de los Once», p. 7. Velarde Fuertes, Juan: «Gironella, la Segunda República y la economía española», pp. 8- 9. Quinto, José María de: «Comentarios a un fenómeno ya habitual. Confesión de un alejamiento. Lecturas escenificadas. La Sociedad General de Autores y el caso de las lecturas», TEATRO. CRÓNICA DE LA QUINCENA, p. 10. Sastre, Alfonso: «La tragedia y el tiempo», TEATRO. CUADERNO DE NOTAS, p. 10. Arroita-Jáuregui, Marcelo [M. A.]: «El beso de Judas», CINE, p. 11. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Todo es posible en Granada», CINE, p. 11. Fernández Cuenca, Carlos: «Cuatro años tardó José María de Sagarra en hacer los quince mil versos del Poema de Montserrat», EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA, pp. 12, 14. «Mampaso; Concierto con variaciones; Crítica por correspondencia; Santi Suros; Otra vez, la crítica», EN QUINCE DÍAS, p. 13. Luelmo, José María: «Más sobre teatro católico», p. 14. 548 «El Instituto Nacional del libro de Río de Janeiro», p. 14. Otero, Carlos Peregrín F.: «La Bienal, fenómeno contemporáneo», LA BIENAL DE LA HABANA, p. 16. Pasay, Miguelito: «Una exposición de cuadros filipinos, chinos e indios en Manila», LA BIENAL DE LA HABANA, pp. 16, 15. 93 (31 de marzo de 1954) «Despedida, no. Hasta luego», p. 1. Pfeiffer, Johannes: «El acceso a la poesía», pp. 1, 14. Mejía, Ernesto: «Edgar Allan Poe en México», p. 2. Díaz Sal, Braulio: «El libro español y sus lectores de Iberoamérica», p. 2. Gómez de la Serna, Gaspar: CARTAS AL LECTOR, p. 3. Ayesta, Julián: QUIERO Y NO PUEDO, p. 3. Souvirón, José María: CORREO FRATERNAL, p. 3. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «[Luisa Forrellad: Siempre en capilla]», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. Gich Bech de Careda, Juan: «Las cien mejores crónicas de González Ruano», LOS LIBROS DE LA QUINCENA, p. 4. J.: «Gerardo de Nerval [Eduardo Aunós: Gerardo de Nerval, el desdichado]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Gich Bech de Careda, Juan: «[Luis S. Granjel: Retrato de Pío Baroja]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. B. de C.: «[Gavin Maxwel: Yo compré una isla]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Gich Bech de Careda, Juan: «Antología de leyendas [V. García de Diego: Antología de leyendas de la literatura]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 5. Lizón, Adolfo: «Fernando Namora, novelista portugués», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 5-6. M. C. C.: «Análisis psíquico y síntesis existencial [de Igor A. Caruso]», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, p. 6. Salabert, Miguel de: «La poesía francesa actual en sus dos dimensiones», EN EL LABERINTO DE LAS OBRAS AJENAS, pp. 6, 14. Moreno de Páramo, Ismael: «Ricardo Baroja, mi amigo», p. 7. Moreno Galván, José María: «Carlos Pascual de Lara y el muralismo español», p. 8. Aycena, Luis: «Djan, arrastrador de su cola», p. 9. [Cuento]. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Nueva carta para Carlos Lara [Un hombre, el campo, el cielo. Un niño pide]», p. 9. [Poesía]. Quinto, José María de: «Diálogos de Carmelitas, el estreno más comentado. El cronista dice adiós a los lectores. Presagio», TEATRO. CRÓNICA DE LA QUINCENA, p. 10. Sastre, Alfonso: «El teatro y el cine», TEATRO. EL TEATRO Y EL CINE, p. 10. Arroita-Jáuregui, Marcelo [M. A.]: «Los sobornados», CINE, p. 11. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Genoveva», CINE, p. 11. Arroita-Jáuregui, Marcelo [M. A.]: «Despedida», CINE, p. 11. Clavería, Alberto: «La regeneración y el 98», p. 12. Robles Pérez, E.: «Modos de leer y de escribir. Infralectura e infraescritura», p. 12. «Notas musicales; Poesía moderna argentina; Voluntad integradora; La ópera es teatro», EN QUINCE DÍAS, p. 13. 549 «Dionisio Ridruejo y Luis de Armiñán, premios Mariano de Cavia y Luca de Tena respectivamente», p. 14. Otero, F.: «Una exposición de arquitectura brasileña contemporánea se inaugura el día 3, en el Círculo de Bellas Artes», p. 15. L. T.: «Fermín González Prieto. Pintor español formado en La Habana, habla de la Bienal y de la pintura cubana de hoy », p. 15. Fernández Cuenca, Carlos: «Quince páginas de una conferencia se convirtieron en las 124 del Discurso de la vida de Aunós», EL AUTOR Y SU OBRA PREFERIDA, pp. 16, 14. 550 II. 1 Dir. Juan Ramón Masoliver nº 1 (mayo de 1954) – 10 (febrero/marzo de 1955) 1 (mayo de 1954) GUION. Gironella Pous, Pedro: «Con Wenceslao Fernández Flórez», EL ESCRITOR. La Rosa, Tristán: «Entre Londrés y Moscú [de Joachim von Ribbentrop]». Ferrán, Jaime: «Un poema de Mettlach» [Bajo este cielo gris que aborrascadamente]. [Poesía]. Laiglesia, Álvaro de: «Historia de un señorito». [Cuento]. Gutiérrez, Fernando: «Historia de la pintura moderna [de Rafael Benet]». Gich, Juan: «Mes de música; Poco teatro, pero bueno; Dos exposiciones; Calma literaria», CORREO DE MADRID. Gandara, Consuelo de la: «¿Nos salvarán las viejas tías?; Después de la santa, la pecadora; Pintura: una exposición de Gentilini», CORREO DE ROMA. ESCAPARATE. «El sacerdote como protagonista; El teatro; Libros; Pintura española», CORREO DE PARÍS. CORREO DEL CONCURSANTE. Otero, Carlos Peregrín: «Una exposición de arquitectura brasileña se celebrará en España». Panero, Leopoldo: «Universal, desde su rincón [José Pla]». Sabaté Mill, Antonio: «Un nuevo mundo para Aldous Huxley». CORREO DEL CURIOSO. Lorenzo, Pedro de: «La palabra en el camino», PUNTO DE VISTA. Buck, Pearl S.: «Amor y hogar». [Cuento]. Santos Torroella, Rafael: «La ciudad al pie de la letra», CORREO DE BARCELONA. GALERÍA [Jorge de Icaza]. BIBLIOGRAFÍA. «Más elocuente que las palabras». Mantua, Cecilia A.: «H. G. Wells y el cine actual». Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Temas de Unamuno, por Carlos Clavería», ANAQUEL. Gich, Juan [J. G.]: «Nueva poesía panameña, selección y estudio de Agustín del Saz», ANAQUEL. Maisterra, Pascual [P. M.]: «Pescamos toda la noche, por Willard Motley», ANAQUEL. G. de R.: «Destino y vocación de Iberoamérica, por Alberto Wagner de Reyna», ANAQUEL. Comín, Javier [J. C.]: «Historia de la guerra del Peloponeso, por Tucídices. Introducción, traducción y notas de F. Rodríguez Adrados», ANAQUEL. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Origen y meta de la historia, por Karl Jaspers», ANAQUEL. M.: «James Ensor, Aquafor-Tiste, por Louis Lebeer», ANAQUEL. Gich, Juan [J. G.]: «España cambia de piel y La ruta de los conquistadores, por Waldo de Mier», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «El diamante, por John Meade Falkner», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «La gran Taiga siberiana, por R. S. Minzlov», ANAQUEL. 551 Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: CORREO DE PROVINCIAS. USTED, LECTOR. «El arte de la biografía; El corazón de una heroína de novela», RECORTES. 2 (junio de 1954) LA ACTUALIDAD. NUESTRO CONCURSO FOTOGRÁFICO. GUION. Heidegger, Martin: «En la experiencia del pensar». Tarín-Iglesias, José: «Los Juegos Florales, estímulo de vocaciones literarias». «Usted y los juegos florales». Aguirre, José Fernando: «Al encuentro de Bartolomé Soler», EL ESCRITOR. Carranza, Eduardo: «Alhambra» [Fue cuando el alma apareció en columnas]. [Poesía]. Carnicer, Ramón: «La novela y lo que no son novelas», PUNTO DE VISTA. Ballesteros, Mercedes : «Carmen Laforet pasa su frontera». Latcham, Ricardo A.: «Sobre un libelo literario de don Luis Alberto Sánchez». Dago, Julio: «Dos poemas de Julio Dago» [1. No te daré nada. Pero, ven; 2. El mar era una tristeza verde]. [Poesía]. Gich, Juan: «Dos libros y un ingreso; El Teatro Real a la vista; Dos acontecimientos», CRÓNICA DE MADRID. Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Adaptación al cine». Serna y Répide, Víctor de la: «Cuando los franceses saben geografía». Mata Peón, M.: «Actualidad artística en Londres». Gandara, Consuelo de la: «Dos pintores en Roma». Otero, Carlos Peregrín: «Arturo Capdevila, peregrino jacobeo», GALERÍA. BIBLIOGRAFÍA. Romero, Luis: «El 65 Salón de los Independientes». Clavería, Alberto: CORREO DEL EDITOR. Voltes, Pedro: «Thomas Mann y España». Petit, Juan: «Mundo clásico y humanismo». Sabate Mill, Antonio: «Lo viejo, siempre nuevo». ESCAPARATE. Santos Torroella, Rafael: «La meca del cubismo», CORREO DE CÉRET. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Roma, por Aldo Palazzeschi», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «El payaso y su hija, por Halide Edib», ANAQUEL. Gich, Juan [J. G.]: «Los manuscritos de Américas en las bibliotecas de España, por José Tudela de la Orden», ANAQUEL. Gich, Juan [J. G.]: «San Pablo, por Daniel-Rops», ANAQUEL. Gich, Juan [J. G.]: «Con la muerte al hombro, por José Luis Castillo Puche», ANAQUEL. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «La poesía hebraica posbíblica, selección y traducción de José M. Millás Vallicrosa», ANAQUEL. Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: «Aforesaid, de Robert Lee Frost», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «Destinos rotos, por Hans Werner Richter», ANAQUEL. Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: BARCELONA AL PIE DE LA LETRA. J. R. de T.: «España y su problema; Los cursillos de conquista; Vuelve O. Henry», RECORTES. Closa, Manuel: NUESTRO CONCURSO FOTOGRÁFICO. 552 «Ediciones Cultura Hispánica». Fernández Flórez, Wenceslao: «Un cadáver en el comedor». [Cuento]. CORREO DEL CONCURSANTE. 3 (julio de 1954) LA ACTUALIDAD. GUION. Jiménez, Juan Ramón: «Tres poemas inéditos. Los pasos de la entraña que encontré [En esta abierta estela vuelan hacia mi fijo estar]. El corazón de todo el cuerpo [Yo fui y vine contigo, dios, entre aquel pleomar unánime]. Choque de pecho con espada [Eres lo limitado de mi órbita y eres lo ilimitado]». [Poesía]. Bonet Baltrá, Juan: «Estudio, en profundidad, de la tragedia de mosén Jacinto (Al margen de un libro reciente)». González-Ruano, César: «Una tarde con don Pío Baroja», EL ESCRITOR. Llopis, Arturo: «Lo que lee el verano. Vacaciones sin libros, son vacaciones perdidas». «Los editores y el veraneo». Gomis, Lorenzo: «En busca del lector ingenuo», PUNTO DE VISTA. Mata Peón, M.: «Miscelánea londinense». Gutiérrez, Fernando: «El hombre acompañado» [No os alejéis de donde estoy. Os pido]. [Poesía]. Bohigas, Pedro: «Los cantares de gesta franceses». Romero, Luis: CORREO DE PARÍS. Ulises: «El príncep, en la poesía de Juan Teixidor». Teixidor, Juan: «La vertitat» [Hauria estat un amor com els dies]». [Poesía]. Carnicer, Ramón: «Las Jornadas Literarias por la Mancha». Gich, Juan: «Daniel Vázquez Díaz; Carlos Lara; Pedro Laín, en la Academia», CRÓNICA DE MADRID. GALERÍA [Jorge Luis Borges]. Sabaté Mill, Antonio: «Tierras y hombres de España». «La Bienal en La Habana». Santos Torroella, Rafael: «La Segunda Bienal en quinientas palabras». «El MLC Aniversario del nacimiento de San Agustín; La UNESCO auténtica escuela de traductores; Azorín y su homenaje; Ya no escribirán en chino», DÍA Y NOCHE DEL MUNDO. Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: «Tapies y el grupo R; Els Quatre Gats; Los premios condado de San Jorge», BARCELONA AL PIE DE LA LETRA. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «Escenas de la vida de un médico, por Fernando Namora», ANAQUEL. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «La sang du Carmel, ou la veritable Passion des seize carmélites de Compiègne, por Bruno de J. M.», ANAQUEL. Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: «Las oscuras raíces, por Carmen Conde», ANAQUEL. J. M. S.: «Canción desde el destino, por Enrique Castaño López-Mesas», ANAQUEL. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Ramón Llull, pedagogo de la cristiandad, por J. Tusquets», ANAQUEL. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «La duda peregrina, por Domingo Casanovas», ANAQUEL. Gich, Juan [J. G.]: «Cataluña, síntesis de una región, por Maximiano García Venero», ANAQUEL. G.: «Charlas de la Segunda Bienal, por Fernando de la Presa», ANAQUEL. 553 Gich, Juan [J. G.]: «Teatro de Miguel de Unamuno. Edición, prólogo y notas de M. García Blanco», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «En la misión de París, por Bela Just», ANAQUEL. Baum, Vicki: «El papagayo» [Cuento]. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Dios a la vista», RECORTES. G.: «Corrección a la historia; Sobre las traducciones», RECORTES. ESCAPARATE. Inza, Francisco de: «Martín Corcuera» [Cuento]. CORREO DEL CONCURSANTE. Closa, Manuel : NUESTRO CONCURSO FOTOGRÁFICO. 4 (agosto de 1954) «La muerte de don Jacinto Benavente», LA ACTUALIDAD. GUION. Foix, J. V.: «Un poema de J. V. Foix» [Era una vall entre clarors vexades]. [Poesía]. González-Ruano, César: «Una tarde con el doctor Marañón», EL ESCRITOR. Pinilla de las Heras, Esteban: «El escritor y la sociedad». Llopis, Arturo: «Trabajar y descansar. El veraneo y los novelistas». «Lo que busca el lector». Meouchi, Eduardo: «Martí, en su exacta medida». Gómez Nisa, Pío: «Los animales» [Traigo un toro del alto Guadarrama]. [Poesía]. Sabaté Mill, Antonio: «Revalorización de la retórica». Masoliver, Juan Ramón: «Confesiones del jefe de los asesinos». García Escudero, José María: «Sobre el valor religioso de la moderna novela católica», PUNTO DE VISTA. Carnicer, Ramón: «La novela picaresca y Zunzunegui». Gich, Juan: «La nueva escuela de Madrid [M. Sánchez-Camargo: Pintura española contemporánea. La nueva Escuela de Madrid]». Mata-Peón, M.: «El teatro en Londres». Viñuella de Latour, J.: «Un mes de Buenos Aires». Romero, Luis: CRÓNICA DE PARÍS. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Castilla, de la Mancha al mar». Santos Torroella, Rafael: «Daniel Vázquez Díaz», LOS GRANDES PREMIOS DEL AÑO. Monreal y Tejada, Luis: «José Clará», LOS GRANDES PREMIOS DEL AÑO. Gich, Juan: «Ortega Muñoz», LOS GRANDES PREMIOS DEL AÑO. Gifreda, Mario: «Joaquín Sunyer», LOS GRANDES PREMIOS DEL AÑO. Castillo, Alberto del: «Manuel Humbert», LOS GRANDES PREMIOS DEL AÑO. Sánchez Camargo, Manuel: «Carlos Pascual de Lara», LOS GRANDES PREMIOS DEL AÑO. Cortés, Juan: «Llorens Artigas», LOS GRANDES PREMIOS DEL AÑO. Teixidor, Juan: «Joan Miró», LOS GRANDES PREMIOS DEL AÑO. Gich, Juan: «La cultura veranea; De nuevo Vázquez Díaz; Centenario de Jenaro Pérez Villaamil; Un poeta pakistaní; La exposición nacional», Crónica de Madrid. Gutiérrez Girardot, Rafael: «El Bolívar de un alemán», CARTA DE FRIBURGO. Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: BARCELONA, AL PIE DE LA LETRA. O.: «Mariano Picón Salas», GALERÍA. BIBLIOGRAFÍA. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «Ancha es castilla, por Eduardo Caballero Calderón», ANAQUEL. 554 González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «A la buena mantequilla, por Jean Dutourd», ANAQUEL. B. de C.: «Historia de la literatura hispanoamericana, por Enrique Anderson Imbert», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «Demasiado Íntimo, por Hans Fallada», ANAQUEL. J. R. de T.: «Los consejos de J. B. Priestley», RECORTES. L. S.: «Peligros y desviaciones de la novela policial», RECORTES. G.: CORREO DEL EDITOR. CORREO DEL CONCURSANTE. ESCAPARATE. Cot, Lucas: «Reflejos. Matices del cine latino», CORREO DEL CINE. P. B. C.: «El gran carnaval (Big Carnival)», CORREO DEL CINE. Mora, César [C. M.]: «Gina Lollobrigida, la hermosa de Subiaco, intérprete de una compleja provinciana», CORREO DEL CINE. «Cañas y barro, según la novela de Vicente Blasco Ibáñez», CORREO DEL CINE. P. B. C.: «La dignificación del género del oeste», CORREO DEL CINE. Robson, Mark: «Retorno al Paraíso», CORREO DEL CINE. «El hombre tranquilo de John Ford», CORREO DEL CINE. CORREO DEL CINE. INSTANTÁNEAS. Granger, Stewart: «Soy un trotamundos», CORREO DEL CINE. Edelstein, Richard: «Mr. Richard P. Edelstein habla sobre Vistavisión», Y USTED… ¿QUÉ DICE…? «Madrid; Berlín; París; Buenos Aires», CORREO DE LOS CUATRO VIENTOS. Verga, Giovanni: «Qué es el rey». Closa, Manuel : NUESTRO CONCURSO FOTOGRÁFICO. 5 (septiembre de 1954) «Arte moderno y libre», LA ACTUALIDAD. GUION García Lorca, Federico: «Un inédito de Lorca. Epitafio a Isaac Albéniz» [Esta piedra que vemos levantada]. [Poesía]. González-Ruano, César: «Dos tardes con don Jacinto Benavente», EL ESCRITOR. Torrente Ballester, Gonzalo: «Benavente visto por Gonzalo Torrente Ballester». Sordo, Enrique: «Notas sobre Benavente». Gich, Juan: «Informe de las II Jornadas de Literatura Hispánica». Moreno Galván, José María: «Crónica gallega de las jornadas». Caballero Calderón, Eduardo: «La difusión del libro español e hispanoamericano», PUNTO DE VISTA. Nadal, Santiago: «Maura, gran esperanza, gran decepción». Souvirón, José María: «Lamennais, en su centenario». Mercader, Manuel: «El catolicismo de Graham Greene». Villaclara, Juan: «El pensamiento biológico de Xavier Zubiri». Zepeta Henriquez, Eduardo: «Suspenso con fondo de alba» [¿Cómo saber si este aire,]. [Poesía]. Diego, Gerardo: «Revisión de Gabriel y Galán». Gomis, Lorenzo: «De Riba a Riba. El nombre y el hombre». Morales, Rafael: «Cantiga de enamorado» [No quiero dormir, no quiero]. [Poesía]. Santos Torroella, Rafael: «El III Congreso de Poesía». 555 M. G.: «Con Alfonso Rodríguez Pichardo, gran premio de arquitectura de la Bienal». Cirlot, Juan Eduardo: «En torno a Arnold Schoenberg». Voltes, Pedro: «Tumba y realidad de Tristán». Quinto, José María de : «XIII Festival Internacional del Teatro, en Venecia». Díez de Medina, Fernando: «Suelo y poblador en el ande boliviano». Gich, Juan: «Julio Trenas, premio Lope de Vega; Don Jacinto; Díaz-Plaja, premio Henríquez Ureña; Una excelente guía de Madrid», CRÓNICA DE MADRID. Rojas, Román: «El Festival de Aviñón». Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Una novela española escrita fuera de España [José Blanco Amor: La vida que nos dan]». Macdermott, Doireann: CRÓNICA DE LONDRES. Santos Torroella, Rafael: «Paréntesis estival», BARCELONA AL PIE DE LA LETRA. Sabate Mill, Antonio: «De frontera a frontera: Teatro de Salinas; Los nuevos retóricos; Baroja en su escenario». Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Ascética del hombre de la calle, por Lamberto de Echeverría», ANAQUEL. J. M. C.: «La voz profunda, por José Ramón Medina», ANAQUEL. Pinilla de las Heras, Esteban [E. P. H.]: «Memorias de los años de Victoria. Los años de derrota, por el mariscal Rommel», ANAQUEL. Castellet, José María: «Antología entre dos poetas» [Vicente Aleixandre: Historia del corazón; Josep Vicenç Foix: On he deixat les claus…]. Cot, Lucas: «Reflejos. Cine tributario de la literatura», CORREO DEL CINE. R.: «Dos grandes actores frente a frente por primera vez», CORREO DEL CINE. Mora, César [C. M.]: «Una historia genovesa contada por el director Mario Costa», CORREO DEL CINE. Mora, César [C. M.]: «España en el cine internacional. La princesa de Éboli interpretada por Oliva de Havilland», CORREO DEL CINE. B. C.: «Otra gran novela al cine», CORREO DEL CINE. Williams, Esther: «Esther Williams escribe… Originales números de natación», CORREO DEL CINE. CORREO DEL CINE. INSTANTÁNEAS. P. B. C.: «El talento de Josh L. Mankiewicz», CORREO DEL CINE. «Barcelona; Madrid; Berlín; Hollywood; Roma; París; Buenos Aires», CORREO DE LOS CUATRO VIENTOS. López, Emilio: «Don Emilio López», Y USTED… ¿QUÉ DICE? «Premios Círculo de Bellas Artes patrocinado por el ICH; Concurso Internacional de la revista Diógenes», CONVOCATORIAS. «En torno a Kafka; Sobre los diccionarios y don Julio Casares; La lengua española, hecha para la poesía; Más obras y menos autores; Cuando los eruditos se entienden», DÍA Y NOCHE DEL MUNDO. Otero, Carlos Peregrín: «Juana de Ibarbourou», GALERÍA. BIBLIOGRAFÍA. Bohigas, Pedro: «El culto a la verdad en Maragall», RECORTES. «Una mejora para Granollers». ESCAPARATE. Closa, Manuel : «Nuestro concurso fotográfico». 6 (octubre de 1954) LA ACTUALIDAD. 556 GUION. Bosquet, Alain: «Dos poemas de Alain Bosquet. Testament [Je lègue ma souffrance à ceux qui aiment]. Poème [Je ne sais pas ce que cela veut dire]». [Poesía]. González-Ruano, César: «Una tarde con Eugenio d'Ors», EL ESCRITOR. Santos Torroella, Rafael: «El III Congreso de Poesía (y II)». Sabaté Mill, Antonio: «Homenaje a un escritor olvidado: José Yxart». Badosa, Enrique: «Cursos de verano en Barcelona». López Gorgé, Jacinto: «Hombre del Rif» [Hombre del Rif, amigo de mis horas]. [Poesía]. Álvarez Blázquez, José Mª: «Saudade» [Iste delor da terra, que me raña]. [Poesía]. Pinilla de las Heras, Esteban: «Hitler ante la historia». Castellet, José María: «La literatura que llega», PUNTO DE VISTA. Moreno Báez, Enrique: «La literatura y los textos clásicos». Ulises: «A propósito de Historia del corazón, de Vicente Aleixandre». Plazaola, Jaime: «Cézanne, ¿pintor religioso?». Romero, Luis: «Bounjor tristesse, la novela de la temporada [de Françoise Sagan]», CRÓNICA DE PARÍS. Sánchez Ferlosio, Rafael: «Una primera novela: Los bravos [de Jesús Fernández Santos]». Quinto, José María de: «XIII Festival Internacional de Venecia (y II)». Gasch, Sebastián: «Una historia del cuplé». Cirlot, Juan Eduardo: «Thomas Mann y Herman Hesse». Carnicer, Ramón: «Viaje por el Rin». Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: «Divagaciones», BARCELONA AL PIE DE LA LETRA. «Pound, en la brecha; Picassos de hace 35 siglos; Las cenizas del inca; Vacaciones frustradas; Inauguración de la temporada de premios», DÍA Y NOCHE DEL MUNDO. MacDermott, Doireann: «Polémica sobre Yeats», CRÓNICA DE LONDRES. C.: «José Ramón Medina», GALERÍA. Pinilla de las Heras, Esteban [E. P. H.]: «Aquelarre trágico, por Alexander Weissberg Cybulski», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [C. P. de M.]: «Breve historia de México, por José Vasconcelos», ANAQUEL. Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: «Cita con el pasado, por César González-Ruano», ANAQUEL. A. S.: «Elogio de la locura, por Erasmo de Rotterdam. Traducción de Pedro Voltes», ANAQUEL. C. P.: «El pantano, de Concha Lagos», ANAQUEL. Castellet, José María: «La gota de mercurio, finalista del Nadal [de Alejandro Núñez Alonso]», ANAQUEL. Lorén, Santiago: «Serafín Pedreña, hombre de amor». [Cuento]. Cot, Lucas: «Reflejos. Vampiresas de ayer y de hoy», CORREO DEL CINE. P. B. C.: «Shakespeare vuelve al cine…», CORREO DEL CINE. G. P.: «Exclusiva Floralva presenta el film de Christian-Jaque Adorables criaturas», CORREO DEL CINE. CORREO DEL CINE. INSTANTÁNEAS. Campos, J.: «Apache. Logrado equilibrio de humanidad y aventuras», CORREO DEL CINE. Crespo, Isidro M.: «Confesión sin penitencia. Julita Martínez cuenta que ha terminado su cuarta película, Felices Pascuas, y otras cosas», CORREO DEL CINE. «Columbia informa… lo que ha dicho la crítica norteamericana de El motín del Caine», CORREO DEL CINE. P. B. C.: «Los matrimonios cinematográficos de Hollywood», CORREO DEL CINE. 557 «Hollywood; Madrid; Londres; París; Venecia; Buenos Aires», CORREO DE LOS CUATRO VIENTOS. Bori, Casimiro Bori: «Don Casimiro Bori, director-gerente de C. B. Films S. A., habla de las innovaciones técnicas cinematográficas», Y USTED… ¿QUÉ DICE? CORREO DEL CONCURSANTE. Closa, Manuel : NUESTRO CONCURSO FOTOGRÁFICO. 7 (noviembre de 1954) «El tercer Premio Planeta de Novela», LA ACTUALIDAD. GUION. Benn, Gottfried: «Sobre la situación del hombre actual. ¿Nihilista o positivo?». González-Ruano, César: «Una tarde con Ana Mª Matute», EL ESCRITOR. Pujols, Francesc: «La obra orsiana». Díaz-Plaja, Guillermo: «El europeo». Torrente Ballester, Gonzalo: «Ors, en ocho glosas». Arroyo, María Dolores: «Los años. A Julio Garcés» [Lo que lloro no es este polvo de lágrimas y cenizas]. [Poesía]. Valls, Aurelio: «El otro día…». B. de C.: «Crónica del Premio Planeta 1954». Badosa, Enrique: «Cine y literatura». Castellet, José María: «Panorama de los jóvenes. El teatro». Arbo, Sebastián Juan: «El tema de las traducciones», PUNTO DE VISTA. Marías, Julián: «La época mínima». Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Columna de sucesos» [El suceso fue así: ya estaba oscuro]. [Poesía]. Caralps, Antonio: «La escuela americana de médicos de tórax». López Anglada, Luis: «Una nueva etapa en la obra de Rafael Morales». Sabaté Mill, Antonio: «La cita en Villafranca». Gomis, Lorenzo: «Barcelona en la mano». Viñuela de Latour, J.: «Vila Arrufat y Puig-Dengolas; Interés por el Ballet; IV Salón Nacional de grabado y dibujo; Últimas novedades literarias», CORREO DE BUENOS AIRES. Quinto, José María de : «Temporada de ópera en la arena de Verona». Voltes, Pedro: «Los Archivos Nacionales, abrazo de la historia y la vida», DESDE PARÍS. Carnicer, Ramón: «El palacio de Mambrú», CRÓNICA DE LONDRES. Tharrats, J. J.: «El escultor Isern y el pintor Aleu, en Noruega; El museo de arte moderno de Nueva York cumple 25 años», CORREO DE LAS ARTES. Santos Torroella, Rafael: «En la muerte del glosador; Se inicia la temporada», BARCELONA AL PIE DE LA LETRA. Gich, Juan: «El teatro de Alfonso Sastre; Dos escritores en Madrid», CRÓNICA DE MADRID. Macipe, Antonio [A. M.]: «La protección al libro español», RECORTES. Otero, Carlos Peregrín: «Ricardo Rojas», GALERÍA. BIBLIOGRAFÍA. C.: «Los demonios sueltos», ANAQUEL. Gutiérrez Girardot, Rafael [R. G. G.]: «Russland Heute, por Paul Distel», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [C. G. de G.]: «Mi padre Roberto Schuman, por Eugenia Schuman. Traducción de Eduardo Valentí», ANAQUEL. 558 Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «El paraíso perdut, de John Milton. Traducción y notas de J. Mª Foix», ANAQUEL. Comín, Javier [J. C.]: «Cajal, historia de un hombre, por Santiago Lorén», ANAQUEL. Moreno Báez, Enrique [E. M. B.]: «La primitiva épica francesa a la luz de una nota emilianense, por Dámaso Alonso», ANAQUEL. Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: «Libro de apuntes. Poesía completas, por Samuel Feijóo», ANAQUEL. ESCAPARATE. Cot, Lucas: «Reflejos. Integridad», CORREO DE CINE. «El motín del Caine», CORREO DE CINE. B.: «Cuando la técnica prevalece», CORREO DE CINE. Parker, Eleanor: «La belleza en el Antiguo Egipto», CORREO DE CINE. P. B. C.: «John Ford en la cúspide», CORREO DE CINE. CORREO DEL CINE. INSTANTÁNEAS. P. Balart C.: «Cuando el folletín está bien realizado: Esclava del pecado, un ejemplo», CORREO DE CINE. «Todos están de acuerdo», CORREO DE CINE. «Barcelona; Hollywood; Madrid; Marsella; Roma», CORREO DE LOS CUATRO VIENTOS. Alba, César: «Don César Alba, director de M. G. M. Ibérica, habla del Plan de Exhibidores Perspecta», Y USTED… ¿QUÉ DICE? Puchy de Morales, Carlos: «El lecho de los suicidas». [Cuento]. CORREO DEL CONCURSANTE. 8 (diciembre de 1954) LA ACTUALIDAD. GUION. Diego, Gerardo: «Un poema de Gerardo Diego» [Esta noche hay un eclipse]. [Poesía]. González-Ruano, César: «Tarde con Rafael Sánchez Mazas», EL ESCRITOR. Fuster, Joan: «L'Oceà» [Ací comença el No, que no el misteri]. [Poesía]. Molist Pol, Esteban: «Los últimos momentos de Péguy». Badosa, Enrique: «¿Por qué y para qué escribe usted?». Castro, Carmen: «Japón, años 1000». Carnicer, Ramón: «Poesía macho y poesía hembra», PUNTO DE VISTA. Delgado, Jaime: «Orígenes de la España moderna». Campo, Alberto del: «Las emociones y la literatura». Nadal, Carlos: «Función del mundo físico en El Lazarillo». Santos Torroella, Rafael: «La poesía de Miguel de Unamuno». Castellet, José María: «Panorama de los jóvenes. La novela». Cirlot, Juan Eduardo: «Magia y disciplina. Noticia sobre Gurdjieff». Gómez Nisa, Pío: «Poesía árabe de intención social », CORREO DE TETUÁN. Barral, Carlos: «La Orestíada en el Odeón de Herodes Atica», CORREO DE ATENAS. Gándara, Consuelo de la: «Cartas desde Capri; Fellini, nuevo valor del cine», CORREO DE ROMA. Tharrats, J. J.: «Ha muerto el primero de los fauves; La Trienal de Milán; Un Museo de Arte Moderno en Venecia; Pintura y ballet; Los mosaicos de Fermand Léger», CORREO DE LAS ARTES. Beneke, Walter: «El Teatro de Bellas Artes en El Salvador ». Fernández-Cid, Antonio: «Las semanas musicales de Berlín». Otero, Carlos Peregrín: «Gilberto Freyere o un regionalismo universalista». 559 Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: «Tribuna de conferenciantes; Actualidad de Ungaretti; El impresionismo y su época; La buhardilla», BARCELONA AL PIE DE LA LETRA. Sabaté Mill, Antonio: «La malagueña Caracola; El Carbayón; Tudela por Servet; Ávila sin santa», DEL UNO AL OTRO MAR DE ESPAÑA. Romero, Luis: «En busca de un mundo perdido», DESDE PARÍS. Gich, Juan: «Labor cultural de los colegios mayores; Carmen Martín Gaite, premio Café Gijón; Pintores catalanes en Madrid», CRÓNICA DE MADRID. C.: «Una buena iniciación a Faulkner [Mientras agonizo]», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [C. P. de M.]: «Poemas del viajero, por Jaime Ferrán», ANAQUEL Puchy de Morales, Carlos [C. P. de M.]: «Materia de ángel, por Gonzalo Escudero», ANAQUEL. Mora, César [C. M.]: «Guadalquivir, por Joseph Peyré», ANAQUEL. J. M. C.: «Paraules al vent, por Miquel Martí Pol», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [C. G. de G.]: «Los inocentes de París, por Gilbert Cesbron», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [C. G. de G.]: «Europa al desnudo, por Alejandro Deulofeu», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [C. G. de G.]: «Y lo que queda es el hombre, por Kurt Ziesel. Traducción de Joaquín Verdaguer», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [C. P. de M.]: «Memorias de poco tiempo, por José Manuel Caballero Bonald», Anaquel. «Una habitación de la casa de la ciencia», RECORTES. Cot, Lucas: «Reflejos. La Historia en versión cinematográfica», CORREO DEL CINE. Daniel, J. J.: «Cámaras del cinemascope en París», CORREO DEL CINE. Codina, Pedro B.: «Características del cine de Alfred Hitchcock y su último film», CORREO DEL CINE. Balart C., P.: «La época histórica de Sinuhé, el egipcio», CORREO DEL CINE. CORREO DEL CINE. INSTANTÁNEAS. E. S.: «Arthur Rimbaud», DÍA Y NOCHE DEL MUNDO. «Novelas de once países, con protagonista español; Bienal en cifras; La ciudad sumergida; Nueva luz sobre Napoléon», DÍA Y NOCHE DEL MUNDO. «Movimiento librero en España (1953)». CORREO DEL CONCURSANTE. Gutiérrez, Fernando: «Las manos calientes». [Cuento]. 9 (enero de 1955) LA ACTUALIDAD. Vasconcelos, José: «Una página inédita de José Vasconcelos» Llopis, Arturo: «Los poetas en su ínsula». Badosa, Enrique: «¿Por qué y para qué escribe usted?». Gironella Pous, Pedro : «Con Manuel Pombo Angulo», EL ESCRITOR. Molina, Ricardo: «Siesta» [Trompetas blancas aroman]. [Poesía]. La Rosa, Tristán: «La causa de la derrota alemana». Sux, Alejandro: «El español, asesinadito», PUNTO DE VISTA. Madaule, Jacques: «El novelista Paul-André Lesort». Laín Entralgo, Pedro: «La medicina, expresión de la modernidad». Arroita-Jáuregui, Marcelo: «Noticia poética [José María Souvirón: El corazón durante un año]». 560 Cortés, Juan: «Vila Casas». Tharrats, J. J.: «Muere un gran hispanista; Películas sobre arte; Un dentista coleccionista de arte; La obra grabada de Kandinsky; Surrealista sin saberlo; El primer SALÓN DE ESCULTURA ABSTRACTA; ARTE MEDIEVAL ESPAÑOL EN NUEVA YORK», CORREO de las artes. Sabate Mill, Antonio: «Carmen Martín Gaite, y Salamanca; Cañas, catalán en el trópico; Los poetas y San Juan; Una vida de Santander», ESPAÑA, DE MAR A MAR. Barral, Carlos: «Delos, fragmento». Gich, Juan: «La muerte y la pintura española». Gich, Juan [J. G.]: «Valente y Goytisolo, Adonáis 1954; Concurso Nacional de Pintura; Un concurso equivocado; Premios nacionales de Literatura; Premios y más premios; Una buena exposición», CRÓNICA DE MADRID. Santos Torroella, Rafael: «Paraíso de premios», BARCELONA AL PIE DE LA LETRA. Viñuela De Latour, J.: «México: Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros son íntimos enemigos; Colombia: Obra poética de Alberto Carvajal; Venezuela: Un nuevo libro de Rómulo Gallegos; Argentina: Las ediciones», NOTAS DE HISPANOAMÉRICA. Otero, Carlos Peregrín: «Enrique Labrador Ruiz», GALERÍA. Castellet, José María: «El pequeño teatro del mundo [de Ana María Matute]», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [P. de M.]: «Ángel en el país del águila, por Ángel Martínez Baigorri», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [P. de M.]: «El árbol de fuego, de Rafael Jijena Sánchez», ANAQUEL. Santos Torroella, Rafael [R. S. T.]: «Canción sobre el asfalto, de Rafael Morales», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [C. P. de M.]: «Estampas de la costa grande, por Carlos Samayoa Chinchilla», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [P. de M.]: «El manantial, por Ayn Rand», ANAQUEL». Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Pedagogía de la comprensión, por Luis Alonso Schökel», ANAQUEL. Ferrater, Gabriel [G. F.]: «Proses, por Ramón Reventós», ANAQUEL. «La nueva literatura noruega», RECORTES. Cot, Lucas: «Reflejos. El difícil cine ligero», CORREO DEL CINE. B.: «Actores jóvenes», CORREO DEL CINE. «Una ingenua asume la interpretación de un complejo personaje. Vira Silenti en la versión cinematográfica de Lo que nunca muere», CORREO DEL CINE. P. B. C.: «Los Cangaceiros»., CORREO DEL CINE. CORREO DEL CINE. INSTANTÁNEAS. Codina, Pedro B.: «La comicidad por la mímica. Danny Kaye, un representante», CORREO DEL CINE. ESCAPARATE. Romero, Luis: «El crimen de la tarde». 10 (febrero-marzo de 1955) «Hay algo más en los premios; Hay otro más antiguo; España en el tercer programa; Castles in Spain; El radioteatro tiene su obra maestra; La heráldica, contra Lope», DÍA Y NOCHE DEL MUNDO. «Los grandes premios de la Segunda Bienal», LA ACTUALIDAD. «Un Índice equivocado» 561 Ibarbourou, Juana de: «Dos poemas de Juana de Ibarbourou. Romance de la luna roja [¿Quién brunó la luna roja,]. Nunca jamás [Mañana he de hacerle falta,]». [Poesía]. Llopis, Arturo: «Escritores del 98 en Barcelona». Goytisolo, José Agustín: «Dos poemas. La mitad de los días se me fue [La mitad de los días se me fue]. Ni a ti, ni a mí, nos consultaron [Ni a ti ni a mí nos consultaron]». [Poesía]. Badosa, Enrique: «¿Por qué y para qué escribe usted?». Coll, Julio: «¿Séptimo arte?», PUNTO DE VISTA. Moreno Galván, José María: «Con Alfonso Sastre», EL ESCRITOR. Macdermott, Doireann: «La novela de Joyce Cary». Nadal, Carlos: «Valor actual de Ganivet». Hohoff, Curt: «El nimbo perdido». Ayesta, Julián: «Sobre los teatros de cámara». Castellet, José María: «Panorama de los jóvenes: la poesía». Sabaté Mill, Antonio: «Recuerdo de Varela; Peñafiel y su infante; La tabla redonda; Pintores de la montaña», DE MEDIA ESPAÑA. Tharrats, J. J.: «El Presidente Eisenhower hace pública su admiración por el Museo de Arte Moderno de Nueva York; Ben Nicholson y el amor al oficio; Florencia y la galería Número; ¿Qué es Madí?; Bernard Buffet pinta los horrores de la guerra; El último libro de Steinberg», CORREO DE LAS ARTES. Santos Torroella, Rafael: «España, raíz de la arquitectura americana». Luzón, Manuel S.: «La primera asamblea de casas de estudiantes alemanas», CRÓNICA DE ALEMANIA. Goytisolo, Juan: «Una confrontación franco-alemana; Polémica en torno a Port-Roya; Homenaje al poeta Antonio Machado», CARTA DE PARÍS. «La hora del libro hispánico; La literatura en cifras; Alfilerazos al genio; Premios argentinos», LAS LETRAS EN EL MUNDO. Beneyto, Juan: «Cuando Dios nos dé nombre». Gich, Juan: «Los premios de la Bienal; Carlos Lara; Miguel Fisac, arquitecto premiado; Reformas en el Museo del Prado», CRÓNICA DE MADRID. J. M. C.: «Tres primeras novelas», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «Solo se mueren los tontos, por Álvaro de Laiglesia», ANAQUEL. Sabaté Mill, Antonio [A. S. M.]: «Valores filosóficos del catolicismo, por Adolfo Muñoz Alonso», ANAQUEL. Ferrater, Gabriel [G. F.]: «Vida de Manolo contada per ell mateix, por José Pla», ANAQUEL. Mora, César [C. M.]: «Las obras recientes de Anna Hyatt-Huntington, por E. Schaub- Koch», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [P. de M.]: «Antología poética y la llama pensativa, por Evaristo Rivera Chevremont», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «Sorge, jefe de espionaje soviético, por Charles A. Willioughby», ANAQUEL. González de Grau, Cristóbal [G. de G.]: «Ven, amado mío, por Pearl S. Buck», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [P. de M.]: «Cañamazo (Poemas de Bluenfields), por Santos Cermeño», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [P. de M.]: «El reino, por Miguel Ángel Echeverrigaray», ANAQUEL. Puchy de Morales, Carlos [C. P. de M.]: «Los misterios, por Vicente Trípoli», ANAQUEL. 562 Puchy de Morales, Carlos [P. de M.]: «Luz en el claustro, por Roberto Marletta», ANAQUEL. Cot, Lucas: «Reflejos. La revista musical en el cine», CORREO DEL CINE. P. B.: «Las vampiresas cinematográficas y los temas frívolos», CORREO DEL CINE. P. Balart. C.: «Oasis. Su director y su intérprete», CORREO DEL CINE. CORREO DEL CINE. INSTANTÁNEAS. P. B. C.: «Los trillados géneros cinematográficos», CORREO DEL CINE. «Los niños actores», CORREO DEL CINE. Böll, Heinrich: «Libros y autores alemanas», RECORTES. Otero, Carlos Peregrín: «Nicolás Guillén», GALERÍA. Núñez Alonso, Alejandro: «Réquiem». 563 564 ANEXO II. ÍNDICE DE COLABORADORES A Acquaroni, José Luis Aguado, Emiliano Aguirre, J. M. Aguirre, Joaquín Aguirre, José Fernando Agustí, Ignacio Alba, César Alba, Emilio Albalá, Alfonso Albareda, Ginés de Albort, Juan Luis Aldecoa, Ignacio de Aleixandre, Vicente Alejandre, Manuel Alemán Sainz, Francisco Alfonso, José Allue y Morer, F. Almagro, Martín Almenara, Martín Alonso del Real, Carlos Alonso Domínguez, Roberto Alonso García, Manuel Alonso, Dámaso Alonso, Eduardo Altabella, José Álvarez Blázquez, José Mª Álvarez de Sotomayor, Fernando Álvarez Esteban, José Álvarez Villar, Alfonso Álvarez, Germán Álvarez, Lili Anderson Imbert, Enrique Anguita, Eduardo Anselmi, A. J. Aparicio, Juan Aquino, Susana de Aragonés, Juan Emilio Aranguren, José Luis L. Arce, Manuel Arias Campoamor, J .F. Arias, Augusto Arroita-Jauregui, Marcelo Arroitia, A. de Arroyo, María Dolores Arteche, Miguel Artola, Josefina Asenjo, José Luis Asiain, Horacio Aubert, Claude Ausa, Pedro de Aycena, Luis Ayesta, Julián Ayllón, José Azcoaga, Enrique B Babino, Ernesto F. Barceló, Pedro Badosa, Enrique Ballesteros de la Torre, Mercedes Baquero, Gastón Barberán, Cecilio Barral, Carlos Baum, Vicki Beneke, Walter Beneyto, Juan Benítez, Joaquín Benito Ruano, E. Benn, Gottfried Berger, Paul C. Bernal Jiménez, Miguel Bernárdez, Francisco Luis Bertrán, Juan Bautista Blajot, Jorge Blasco, Ricardo Bleiberg, Germán Bo, Carlo Bohigas, Pedro Böll, Heinrich Bonet Baltrá, Juan Bonnin Armstrong, Ana Inés Borsacchi, Umberto Bori, Casimiro Bori Bosquet, Alain Bousoño, Carlos Bragaglia, Anton Giuliu Buchynskvi, Dmytro Buck, Pearl S. Buero Vallejo, Antonio Busuioceanu, Alejandro 565 C Caba, Pedro Caballero Bonald, José Manuel Caballero Calderón, Eduardo Caballero, Andrés Cabañas, Pablo Cabezas, Juan Antonio Cabral, Manuel del Cabrera, Evaristo Callejo, Carlos Caltofen, Rodolfo Calvo Sotelo, Joaquín Cambronero, Alberto Camón Aznar, José Campillo, J. Campo Urbano, S. del Campo, Alberto del Campo, Ángel del Campos, Jorge Campoy, Antonio Manuel Camps, Jacques Cane, Gigi Cano, José Luis Cañete, Andrés Capuleto, Francisco Caralps, Antonio Carnicer Blanco, Ramón Carpenter, Hilary J. Carranza, Eduardo Carrasco, Juan Luis Carriedo, Gabino Alejandro Carrión Gutiez, Manuel Casares, Julio Cascorro, Raúl G. de Castellet, José María Castiella, Miguel Ángel Castillo, Alberto del Castillo Puche, José Luis Castillo-Elejabeytia, Dictinio de Castresana, Luis de Castrillo, Luis Castro, Carmen Castro, Dolores Castro, Fernando Guillermo de Castro, Rogelio S. Castroviejo, José María Cebollada, Pascual Cela Trulock, Jorge Cela, Camilo José Ceñal, Ramón Chaaib Caddur, Mohammedi Chamorro, Joaquín Chávez, Fermín Chicharro, Eduardo Chirico, Giorgio de Cirlot, Juan Eduardo Cisneros, R. Clariana, Bernardo Clavería, Alberto Closa, Manuel Codina, Pedro B. Coll, Julio Colomar, Miguel Ángel Comín, Javier Conde, Carmen Constantini, Celso Corbalán, Pedro Córdoba, José Correa Calderón, E. Cortés, Juan Cossío, Pancho Costafreda, Alfonso Costas Solano, Carlos-José Cot, Lucas Cote Lamus, Eduardo Covaleda, Antonio Crémer, Victoriano Crespo, Ángel Crespo, Isidro M. Cruset, José D Dacier, Michel Dago, Julio Dalí, Salvador Dalmau, Wifredo Dam, Luis Darío, Rubén (Nieto) Delgado, Jaime Delgado, Jesús Díaz Lewis, Juan O. Díaz Sal, Braulio Díaz-Plaja, Guillermo Diego, Gerardo Díez Crespo, Manuel Díez de Medina, Fernando Díez de Urdanivia, Alberto Domínguez, M. Luis 566 Durán, Juan E Echebarría, Francisco Echevarría, Víctor Edelstein, Richard Enguidanos, Miguel Entrambasaguas, Joaquín de Escurdi, José Luis F Feal, Margarita Fenellos, Ernesto Fernández Almagro, Melchor Fernández Álvarez, Manuel Fernández Aquino, Luis Fernández Blanco, Fernando L. Fernández Collado, Diego Fernández Cuenca, Carlos Fernández Cuesta, Raimundo Fernández Figueroa, Juan Fernández Flórez, Darío Fernández Nicolás, Severiano Fernández Otero Fernández Spencer, Antonio Fernández-Cid, Antonio Fernández-Collado, Diego Ferrán, Jaime Ferrant, Ángel Ferrater, Gabriel [G. F.] Ferrer, Vicente Ferreras, Rafael Fisac, Miguel Foix, J. V. Fombona Pachano, Jacinto Fontanillas, Nicolás Fontefrías, Luis Forestier, Edouard Fórmica, Mercedes Forns, José Fraga Iribarne, Manuel Fraga, María del Carmen Fraile, Medardo Francés, José Franco, Dolores Frutos, Eugenio Fuster, Joan G Galván, Antonio Galvarriato, Eulalia Gamallo Fierros, Dionisio Gándara, Consuelo de la Gaos, Alejandro Garcés, Jesús Juan García Blanco, M. García Escudero, José María García Lorca, Federico García Luengo, Eusebio García Marruz, Fina García Martí, Victoriano García Nieto, José García Noroña, Juana García Pavón, Francisco García Roca, José Manuel García Rodríguez, José María Garciasol, Ramón de Garzón, Ernesto Gasch, Sebastián Gaya Nuño, Juan Antonio Gefaeli, María Luisa Gich Bech de Careda, Juan Gifreda, Mario Gil Albert, Juan Gil Tovar, F. Gil, Héctor Gil, Ildefonso Manuel Giménez Caballero, Ernesto Gironella, José María Gironella Pous, Pedro Goicoechea, Antonio Goicoechea, Ramón Eugenio de Gómez de la Mata, Germán Gómez de la Serna, Gaspar Gómez Galán, Antonio Gómez Mesa, Luis Gómez Nisa, Pío Gómez-Santos, Marino Gómez, César Armando Gomis, Lorenzo González de Grau, Cristóbal González Ruano, César Gordón, José Goytisolo, José Agustín Goytisolo, Juan Granger, Stewart Guerrero Zamora, Juan 567 Gullón, Ricardo Guruchaga, Miguel Gutiérrez Girardot, Rafael Gutiérrez Gutiérrez, Ernesto Gutiérrez Macías, Valeriano Gutiérrez, Fernando H Hamilton, Carlos Haro Tecglen, Eduardo Hebertot, Jacques Heidegger, Martin Hermida, Ángel de la Hermida, José Hernández Aquino, Luis Herrero, Javier Herrero, José Luis Hohoff, Curt Horcajada, Rómulo Hoyos, Antonio Huécar, Martín I Ibarbourou, Juana de Inza, Francisco de J Jardiel Poncela, Enrique Jiménez Sutil, José Jiménez, Fernando Jiménez, Juan Ramón Jorge, Luis de Junco, Alfonso K Klatovksy, Richard Knops, Pedro L Labordeta, Miguel Lacruz Muntadas, Mario Laforet, Carmen Lafuente Ferrari, Enrique Lago Carballo, Ángel Antonio Laguna, Salvador Lagunas, Santiago Laiglesia, Álvaro de Laín Entralgo, Pedro Lama, Antonio G. de La Rosa, Tristán Latcham, Ricardo A. Lawrence, D. H. Ledesma Miranda, Ramón Lefebvre, Alfredo Leicea, José Luis Leisen, H. Van Ley, Charles David Lindo, Hugo Lira, Osvaldo Lisarrague, Salvador Lizón, Adolfo Llanos, José María de Llop, Enrique A. Llopis, Arturo Llorens Artigas Llosent, Eduardo Loaisa, Juan de López Anglada, Luis López Gorgé, Jacinto López Ibor, I. López-Motos, Luis López, Emilio López, Juan Lorén, Santiago Lorenzo, Pedro de Lostau, Aníbal Lozano, Antonio Luelmo, José María Luis, Leopoldo de Luzón, Manuel S. M Macdermott, Doireann Machado, Leocadio Macipe, Antonio Madaule, Jacques Magariños, Santiago Maisterra, Pascual [P. M.] Mannarini Aldo Mantua, Cecilia A. Marañón, Gregorio Maravall, José Antonio Marcel, Jean Marías, Julián 568 Marqueríe, Alfredo Marrero Suárez, Vicente Marti, Dolores Martín Sánchez-Julia, Fernando Martínez López, Enrique Martínez, Ángel Martino, Arnoldo Masach, Jorge Masoliver, Juan Ramón Massip y Fonollosa, Jesús Mata Peón, M. Matute, Ana María Mejía Sánchez, Ernesto Menéndez y Arranz, Juan Meouchi M., Edmundo Mercader, Manuel Miquelarena, J. Mira, Juan José Miró, Rodrigo Mistral, Gabriela Moallá Montesinos, Francisco Molina, Ricardo Molist Pol, Esteban Monreal Tejada, Luis Montesinos, Rafael Mora, César [C. M.] Mora y P, Enrique de la Morales, Rafael Moreno Báez, Enrique Moreno de Páramo, Ismael Moreno Galván, José María Moreno, Alfonso Moreno, José María Morón, Guillermo Mouchet-Radaelli Moya Huerta, M. Muelas, Federico Mulder, Elisabeth Muñoz Alonso, Adolfo Muñoz Cortes, Manuel Muñoz Rojas, Juan Antonio Murillo Rubiera, Fernando Muxart, Jaum N Nadal, Carlos Nadal, Santiago Narbona, Rafael Navarro, Diego Navarro, Francisco F. Nonell, Carolina Nora, Eugenio de Núñez, Vicente Núñez Alonso, Alejandro O Olay, Pelayo G. Oliver, Antonio Ollero, C. Ombuena, José Oromi, Miguel O. F. M. Ors, Eugenio d' Ortiz Paniagua, Ernesto Ortuño, Alonso de Ory, Carlos Edmundo de Osuna, José M. Oteiza, Jorge de Otero Pedrayo, Ramón Otero, Blas de Otero, Carlos Peregrín P Palá Berdejo, Dolores Palencia, Benjamín Panero, Leopoldo Pardo, Jesús Parker, Eleanor Parra, Abilio Pasay, Miguelito Paso, Alfonso Pedrero, José Luis Pemán, José María Perdomo García, José Perena, Luis Pérez Camarero, Arturo Pérez Embid, Florentino Pérez Navarro, Francisco Petit, Juan Pfeiffer, Johannes Picasso, Pablo Pilares, Manuel Pinell, Olle Pinilla de las Heras, Esteban Piñeiro Vanrell, Teófilo Plazaola, Jaime Ponce de León, Luis Portuondo, José Antonio 569 Pozo García, Luis Prado Coelho, Jacinto del Prieto Castro, Enrique Prieto, Gregorio Puchy de Morales, Carlos Puerta, José María de la Pujols, Francesc Q Quinto, José María de Quiñones, Fernando Quirós, Bernaldo de R Radaella, Sigfrido A. Ramírez, Alberto Ramos Mejía, María Elena Ramos, Joaquín Reizabal, J. Renault, Abgar Restrepo, Félix Revillo, J. Antonio Revuelta, Jesús Reyes, Antonio Riaza Ballesteros, José María Ribera Chevremont Ridruejo, Dionisio Rived, Ignacio Robertet, Pierre Robles Pérez, E. Robson, Mark Rocamora, Pedro Rodó, José E. Rodríguez Aguilera, Cesáreo Rodríguez de Rivas, Mariano Rodríguez Monegal, Emir Rodríguez-Méndez, José María Rodríguez, Claudio Rodríguez, Josefina Rog Nedov, Alejandro Roggiano, Alfredo A. Rojas, Luis Rojas, Román Rojas, Rosa María Romero, Emilio Romero, Luis Rops, Daniel Rosales, Luis Rossler, Osvaldo Ruiz-Giménez, Joaquín Ruiz Peña, Juan Rumazo, José S Sabaté Mill, Antonio Sáez Alonso, Mercedes Sainz Mazpule, Jesús Salabert, Miguel de Salanova, Ramón Salcedo, Emilio Salinas, Tomás Salvador, Pedro Salvador, Tomás Sampelayo, Juan San Juan, José María Sánchez Catalá, M. L. Sánchez-Camargo, Manuel Sánchez-Marín, Faustino G. Sánchez-Silva, José María Sánchez Ferlosio, Rafael Sánchez, Luis Alberto Sandy, Ignacio María Sanín Cano, B. Santamaría, Gonzalo Santeiro, José Ramón Santiago, Carlos de Santibáñez, José Santos Torroella, Rafael Santurce, Luis de Sanz y Díaz, José Sarto, Juan del Sastre, Alfonso Saura Atares, Antonio Scarpa, Roque Esteban Schneider, Reinhold Schroeder, Juan Germán Schulze Arana, Beatriz Schulze Arana, Santiago Seijas, Germán Seral Casas, Tomás Serna y Repide, Víctor de la Serna, Víctor de la (Hijo) Serpa, Alberto Serrano, Eugenia Sierra, Stella Simões, João Gaspar Sola, María Jesús de 570 Sopeña, Federico Sordo, Enrique Souvirón, José María Suárez de Deza, Enrique Suárez de Deza, Isabel Sux, Alejandro T Tacla, Pablo Talamas Lope, Carlos Tamayo Alarcón, José Tarín-Iglesias, José Teixeira, Moacir Teixidor, Juan Tharrats, Juan José Thibon, Gustave Toledano, Jerónimo Tormo, Francisco Torrente Ballester, Gonzalo Torres Cordero, Juan Torres, Julián Tovar, Antonio Toynbee, Arnold J. Trabazo, Luis Trenas, Julio Turbay, Félix U Ubeda, Joaquín Unamuno, Miguel de Undurraga, Antonio de Utrilla, Miguel V Val, Ricardo de Valbuena Briones, Ángel Valbuena Prat, Ángel Valencia Goelkel, Hernando Valencia, Antonio Valle, Adriano del Valle, Juvencio Valls, Aurelio Valverde, José María Varela Jácome, Benito Vargas Coto, Joaquín Vasconcelos, José Vázquez Dodero, José Luis Vázquez-Zamora, Rafael Vázquez, Pura Vega, Rafael de la Velarde Fuertes, Juan Velloso, José Miguel Vera, Luis Verga, Giovanni Veyra, Jaime C. de la Vicent, Octavio Vigón, Jorge Villaclara, Juan Villacorta, Juan Carlos Villarrazo, Bernardo Villaverde, Aníbal Viñuela de Latour, J. Viñuelas, María Vitier, Cintio Vivaldi, Gonzalo M. Vivanco, Luis Felipe Voltes, Pedro Vossler, Emma W Warleta Fernández, Enrique Williams, Esther Y Yuste, Tristán Z Zepeta Henriquez, Eduardo Zubiaurre, Antonio de Zubiaurre, J. M. Zunzunegui, José Antonio de Zúñiga, Neptalí 571 572 RESUMEN / ABSTRACT De excluyentes y comprensivos. La revista Correo Literario y la cultura franquista del medio siglo En esta tesis doctoral, nos ocupamos de estudiar la revista Correo Literario: desde su fundación en 1950 hasta su etapa final barcelonesa y posterior clausura en 1955. Las revistas culturales, en tanto estructuras estructurantes de las principales polémicas que se desarrollaron dentro de los círculos de poder intelectual franquistas y estructuradas por los discursos ideológicos y estéticos de los diferentes grupos en pugna por la hegemonía cultural, son objetos de estudio fundamentales para la historiografía literaria. Desde esta perspectiva, este trabajo supone una contribución a la descripción y análisis del campo de las revistas culturales, en germen en la década de los cincuenta, y, en particular, al intenso debate que se produjo entre comprensivos y excluyentes, con raíces en los años cuarenta pero que llegó a sus cotas más altas de intensidad en el medio siglo. Hemos desarrollado, en primer lugar, un modelo teórico de análisis de las revistas literarias y culturales, eficaz para la generación de nuevos significados y la apertura de nuevas preguntas, reproducible en otros objetos de estudio más allá del caso concreto de Correo Literario. A partir de un enfoque teórico deudor de Pierre Bourdieu hemos defendido la idoneidad de la teoría del campo en la consideración del producto-revista como un objeto autónomo, que requiere, por tanto, de herramientas metodológicas específicas, y que permite relacionar la realidad material de la revista (en su doble dimensión espacial y temporal), con el espacio social en que esta se sitúa. En la PRIMERA PARTE nos hemos ocupado de dicho campo a partir de la principal polémica de la época dentro de los círculos oficiales: aquella que enfrentó a los falangistas y católicos autodenominados comprensivos, defensores de la integración de las culturas heterodoxas dentro de la cultura unitaria nacional, y los excluyentes, partidarios, en cambio, de una política del silencio. Con ello, hemos querido, en primer lugar, aplicar el marco bourdiano a uno de los puntos más conflictivos dentro de la historiografía del franquismo, pues creemos que contribuye a una valoración del fenómeno desde puntos de vista poco explorados. En segundo lugar, hemos estudiado cuál es el papel desempeñado por el conjunto de las revistas culturales de los cincuenta en dicha polémica. 573 En la SEGUNDA PARTE, centramos nuestro análisis en el caso concreto de Correo Literario y, muy especialmente, en su encuadramiento oficial en el Instituto de Cultura Hispánica. En este punto, nos hemos propuesto como objetivo el realizar una descripción exhaustiva de la publicación a lo largo de las diferentes etapas en que hemos dividido los 103 números editados: : I. 1 Leopoldo Panero (nº 1-18). I. 2 Faustino G. Sánchez-Marín (nº 19-44). I. 3 Juan Gich (nº 45-69). I. 4 Juan Gich y Marcelo Arroita-Jáuregui (nº 70- 93). II. 1 Juan Ramón Masoliver (nº II.1-10). Se han aclarado muchos datos confusos: en concreto, los cambios de dirección que se produjeron a lo largo de las sucesivas etapas, y su relación con la estructuración de los contenidos (secciones, temáticas, textos incluidos) y el equipo humano detrás de la publicación. En la TERCERA PARTE, finalmente, hemos estudiado cuál fue el lugar que Correo Literario ocupó dentro del conflicto entre comprensivos y excluyentes. En particular, nos hemos centrado en los siguientes cuatro puntos que formaron parte del discurso comprensivo: la relectura de los autores heterodoxos de la tradición nacional, con especial atención al exilio, la recepción de la literatura extranjera (con Portugal como caso de estudio), el diálogo establecido con la literatura en lengua catalana, el catolicismo aperturista y su relación con movimientos europeos contemporáneos como el existencialismo y la estética social, tal y como se manifestó en los diferentes géneros literarios y en el cine. Además de valorar el papel específico que la revista desempeñó en dicha polémica, hemos delineado cuáles fueron las principales líneas argumentativas que marcaron el desarrollo de cada uno de los puntos del discurso comprensivo. Resultado de dicho análisis, podemos extraer las siguientes conclusiones: 1) El discurso comprensivo desempeñó dos importantes funciones: en primer lugar, amplió los marcos de lo decible, incorporó en el debate público muchas cuestiones que hasta el momento se encontraban en una situación de forzoso letargo; y, en segundo lugar, fijó las bases estructurales de un campo de revistas culturales constituido como tal campo: es decir, un espacio con un grado notable de autonomía donde los escritores podían desarrollar su labor como intelectuales. 2) Correo Literario debe ser entendida desde la lógica institucional que la sitúa como parte de un proyecto más amplio, pero también desde los diferentes cambios que los sucesivos cambios de dirección provocan en la estructuración de los contenidos y en la red de colaboradores: desde la etapa conservadora de Sánchez-Marín hasta el enfoque seuísta de Gich y Arroita-Jáuregui. La biografía de la revista sintetizó la tendencia general del campo de las revistas culturales durante el franquismo: un primer estadio de carácter 574 oficialista y la ulterior búsqueda de mayores márgenes de autonomía mediante la apertura hacia un mercado económico. 3) El estudio de la incidencia en la revista de los diferentes puntos del modelo comprensivos nos permite afirmar que esta perteneció (aunque con intensidad variable en cada una de sus etapas) a dicha red de revistas. El carácter polifónico de la publicación periódica revela, asimismo, cuáles fueron los límites de cada una de las dimensiones del programa cultural comprensivo: en el caso del exilio, estos eran de carácter interno, de incompatibilidad con algunos elementos ideológicos fundamentales del ideario falangista y católico; en el acercamiento a Cataluña, los límites eran de naturaleza externa, impuestos por el poder político en aquellos momentos en que veía peligrar su estabilidad. En todos los casos, el análisis de los debates establecidos contribuye a esclarecer el desarrollo de algunas trayectorias intelectuales posteriores y al punto de inflexión que supusieron las revueltas estudiantiles de 1956. Excluyentes and comprensivos. The magazine Correo Literario and the Franco culture of the 1950s In this essay, we study the magazine Correo Literario: from its foundation in 1950 to its final stage in Barcelona and its subsequent closure in 1955. Cultural magazines, as structuring structures of the main controversies that developed within the circles of Franco's intellectual power and structured by the ideological and aesthetic discourses of the different groups in struggle for cultural hegemony, are fundamental objects of study for literary historiography. From this perspective, this work supposes a contribution to the description and analysis of the field of cultural magazines, in germ in the 1950s, and, in particular, to the intense debate that took place between comprensivos and excluyentes. We have developed, firstly, a theoretical model for the analysis of literary and cultural magazines, effective for the generation of new meanings and the opening of new questions, reproducible in other objects of study beyond the specific case of Correo Literario. Starting from a theoretical approach due to Pierre Bourdieu, we have defended the suitability of the field theory in considering the product-magazine as an autonomous object, which requires specific methodological tools, and allows to relate the material 575 reality of the magazine (in its double spatial and temporal dimension), with the social space in which it is situated. In PART ONE we have dealt with this field from the main controversy of the time within official circles: that which confronted the Falangists and Catholics, defenders of the integration of heterodox cultures within the national unitary culture, and the excluyentes, supporters, on the other hand, of a politics of silence. We wanted, in the first place, to apply the Bourdian framework to one of the most conflictive points within the historiography of Francoism, since we believe that it contributes to an assessment of the phenomenon from little-explored points of view. In the second place, to study the role played by all the cultural magazines of the 1950s in this controversy. In PART TWO, we focus our analysis on the specific case of Correo Literario and, very especially, on its official setting at the Institute of Hispanic Culture. At this point, we have set ourselves the objective of making an exhaustive description of the publication throughout the different stages into which we have divided the 103 published numbers:: I. 1 Leopoldo Panero (nº 1-18). I. 2 Faustino G. Sánchez-Marín (nº 19-44). I. 3 Juan Gich (nº 45-69). I. 4 Juan Gich and Marcelo Arroita-Jáuregui (nº 70-93). II. 1 Juan Ramón Masoliver (nº II.1-10). Many confusing data have been clarified: specifically, the changes of direction that occurred throughout the successive stages, and their relationship with the structuring of the contents (sections, themes, texts included) and the human team behind the publication . In PART THREE, finally, we have studied what was the place that Correo Literario occupied within the conflict between comprensivos and excluyentes. In particular, we have focused on the following four points that were part of the comprehensive discourse: the reading of the heterodox authors of the national tradition, with special attention to exile, the reception of foreign literature (with Portugal as a case study), the dialogue established with Catalan-language literature, open-minded Catholicism and its relationship with contemporary European movements such as existentialism and social aesthetics, as manifested in the different literary genres and in the cinema. In addition to assessing the specific role that the magazine played in this controversy, we have outlined the main lines of argument that marked the development of each of the points of the comprehensive discourse. Result of this analysis, we can draw the following conclusions: 1) Comprehensive discourse performed two important functions: first, it broadened the frames of what can be said, it incorporated into the public debate many 576 issues that until now had been in a situation of enforced lethargy; and, secondly, it established the structural bases of a field of cultural magazines constituted as such: that is, a space with a remarkable degree of autonomy where writers could develop their work as intellectuals. 2) Correo Literario must be understood from the institutional logic that places it as part of a broader project, but also from the different changes that successive changes of direction provoke in the structuring of the contents and in the network of collaborators: from the conservative stage of Sánchez-Marín until the seuísta approach of Gich and Arroita-Jáuregui. The biography of the magazine synthesized the general trend in the field of cultural magazines during the Franco regime: a first stage of an official character and the subsequent search for greater margins of autonomy by opening up to an economic market. 3) The study of the incidence in the magazine of the different points of the comprehensive model allows us to affirm that it belonged (although with variable intensity in each of its stages) to the comprehensive network of magazines. The polyphonic character of the periodical publication also reveals what were the limits of each of the dimensions of the comprehensive cultural program: in the case of exile, these were internal, incompatible with some fundamental ideological elements of the Falangist and Catholic ideology. In the approach to Catalonia, the limits were of an external nature, imposed by the political power in those moments in which it saw its stability in danger. In all cases, the analysis of the established debates helps to clarify the development of some later intellectual trajectories and the turning point that the 1956 student revolts represented. Tesis Javier Domingo Martín PORTADA ÍNDICE DE CONTENIDOS PRESENTACIÓN DE LOS OBJETIVOS Y MARCO TEÓRICO 1. Estado de la cuestión: las revistas culturales de posguerra 2. La revista en la teoría sistémica del campo literario a) La revista como objeto autónomo de estudio. Algunas propuestas 1. Dimensión material: aspectos técnicos 1. 1. Lugar de ubicación (repositorios) 1. 2. Formato, cantidad de páginas y diseño de la portada 1. 3. Impresión, papel y encuadernación 1. 4. Lugar, cantidad de números y etapas 1. 5. Precio, venta y periodicidad 1. 6. Tiradas y zonas de difusión 2. Dimensión material e inmaterial: aspectos de contenido 2. 1. Título y subtítulo 2. 2. Manifiestos, programas y notas editoriales 2. 3. Índices, secciones y distribución de páginas 2. 4. Temas y problemas 2. 5. Ornamentación 2. 6. Publicidad y novedades 3. Dimensión inmaterial: la geografía humana 3. 1. Director, comité editorial y administración 3. 2. Administración, amigos e impresor 3. 3. Colaboradores (de texto y gráficos) 3. 4. Corresponsales y distribuidores 3. 5. Lectores y/o suscriptores 3. 6. Traductores 3. 7. Referentes b) Revistas, campo literario y lucha por la hegemonía 3. Objetivos y desarrollo de la investigación b) Revistas, campo literario y lucha por la hegemonía 3. Objetivos y desarrollo de la investigación PRIMERA PARTE. COMPRENSIVOS Y EXCLUYENTES EN EL CONTEXTO DEL MEDIO SIGLO 1. Comprensivos y excluyentes. Una propuesta bourdiana a) Breve historia de una polémica b) El problema comprensivo desde una óptica bourdiana 2. El campo de las revistas culturales de los cincuenta a) Las revistas oficiales b) Las publicaciones periódicas del MAE y el SEU c) Las revistas independientes SEGUNDA PARTEUNA BIOGRAFÍA DE CORREO LITERARIO 1. El Instituto de Cultura Hispánica: las revistas a) Mundo Hispánico b) Cuadernos Hispanoamericanos 2. Correo Literario. Artes y letras hispanoamericanas (1950-1955) a) Etapa I. 1. (marzo-1950 / febrero-1951). Leopoldo Panero (nº 1-18) i. Aspectos formales y principales colaboradores ii. Los ilustradores de la época madrileña iii. Secciones misceláneas iv. Contenidos internacionales la Primera Bienal y el Congreso de Cooperación Intelectual v. Poesía y cuento vi. Los textos memorialísticos vii. La sección de «Crítica» b) Etapa I. 2 (marzo-1951 / abril-1952). Faustino G. Sánchez-Marín (nº 19-44) i. Aspectos formales y principales colaboradores ii. Las campañas informativas de las páginas centrales iii. Secciones misceláneas iv. Contenidos internacionales v. Poesía y cuento vi. La sección de «Crítica» de Santiago Magariños c) Etapa I. 3 (abril-1952 / abril-1953). Juan Gich (nº 45-69) i. Aspectos formales y principales colaboradores ii. Secciones misceláneas iii. Contenidos internacionales iv. Las secciones de entrevistas v. Nuevas secciones: las columnas de autor vi. La publicación de capítulos de novelas y otros textos de creación vii. La nueva sección de crítica d) Etapa I. 4 (abril-1953 / marzo-1954). Juan Gich y Marcelo Arroita-Jáuregui (nº 70-93) i. Aspectos técnicos y principales colaboradores ii. Continuidad respecto de la etapa anterior iii. Nuevas secciones nominales: las páginas de «Cine» y «Teatro» iv. Los textos de creación v. Contenidos internacionales vii. La ampliación de las páginas de crítica e) Etapa II. 1. (mayo-1954 / febrero, marzo-1955). Juan Ramón Masoliver (nº 1-10) i. Aspectos técnicos y principales colaboradores ii. Los ensayos publicados iii. Entrevistas y secciones nominales iv. Contenidos internacionales: los «Correos» v. Los textos de creación vi. Otras secciones: las reseñas de «Anaquel» TERCERA PARTE. CORREO LITERARIO Y EL MODELO COMPRENSIVO 1. La actitud comprensiva a) En torno al problema de España y la polémica comprensiva b) Los matices de la comprensión c) La autonomía del intelectual 2. Relecturas de la tradición: el exilio a) La literatura española de la primera mitad del siglo xx b) La adaptación estética de la poesía del 27 c) La recepción del exilio 3. El diálogo ibérico dentro del marco comprensivo a) Las secciones de enfoque internacional: el caso de Portugal b) La literatura catalana 4. Catolicismo y existencialismo 5. La estética social a) La poesía b) El teatro c) La narrativa d) El cine CONCLUSIONES BIBLIOGRAFÍA ANEXO I. ÍNDICE DE CONTENIDOS ANEXO II. ÍNDICE DE COLABORADORES RESUMEN / ABSTRACT