Elena CRIADO GIRBAL EL CID, DEL CANTAR A LA GRAN PANTALLA Máster Universitario en Literatura Española Departamento de Filología Española II (Literatura Española) Facultad de Filología Curso Académico 2015-2016 Convocatoria de Junio Tutor: Dr. J. Antonio CID MARTÍNEZ 8 de julio de 2016 MATRÍCULA DE HONOR (10) 2 3 TÍTULO: «El Cid, del Cantar a la gran pantalla» AUTORA: Elena Criado Girbal RESUMEN: A lo largo de la historia, la figura del héroe se ha ido gestando a partir de hechos o acontecimientos locales a través de la tradición oral –leyendas, romances, cuentos–, la literatura –poemas, obras de teatro, novelas– y el arte, hasta alcanzar una dimensión nacional e, incluso, supranacional. En el siglo XX, la aparición del cine ha dado a algunos una dimensión universal. Es el caso de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, con la exitosa película de mismo título de 1961, producida por Samuel Bronston y rodada en España. Éste es el proceso que se estudia en el trabajo, a través de las fuentes históricas y literarias, el papel de Menéndez Pidal (en palabras de Fletcher, «A través de la pantalla, el Cid de Menéndez Pidal ha sido dado a conocer a millones de personas en todo el mundo»), la intervención del protagonista, Charlton Heston, la acogida del público y el papel que jugaron la crítica, la propaganda y la censura para seguir ahondando en la figura del héroe, creando la imagen de un Cid intachable, cuasi mesiánico, que sigue vigente en la actualidad. PALABRAS CLAVE: Cid, Menéndez Pidal, Samuel Bronston, Charlton Heston, Sofía Loren, Alfonso VI, superproducción cinematográfica, héroe, crítica, censura. ______________________________________________________________________ TITLE: «El Cid, from the Poem to the screen» ABSTRACT: Over the time, the role of the hero has been developing from facts or local happenings through oral tradition –legends, romances, stories– , literature –poems, role-plays, novels– and art, until reaching national or even international dimensions. In the 20th century, the invention of cinema has given to some of these heroes a universal dimension. So it happened with Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, and the namesake successful film of 1961, produced by Samuel Bronston and filmed in Spain. This is the process studied in this work through historic and literary sources, the role of Menéndez Pidal (In Fletcher’s own words, “Throughout the screen, the Cid of Menéndez Pidal has been brought into the open to millions of people all around the world”), the intervention of the principal, Charlton Heston, the reception of the audience, the importance of reviews, propaganda and censorship to keep digging in the hero figure, creating a spotless or even messianic Cid that prevails in the present time. KEY WORDS: Cid, Menéndez Pidal, Samuel Bronston, Charlton Heston, Sofía Loren, Alfonso VI, blockbuster, hero, film review, censorship. 4 Quiero agradecer a mi querido tutor, el profesor Dr. Cid, sus excelentes clases, su generosidad a la hora de ofrecerse para dirigir este trabajo, su amplitud de miras, su sentido del humor y su ayuda inestimable. También al profesor Dr. Bustos –que me dio la idea de hacer este TFM–, sus consejos, su accesibilidad y su entrega encomiable a los alumnos. Este hombre, azote de su época, fue, por la habitual y clarividente energía, por la viril firmeza de su carácter y por su heroica bravura, un milagro entre los milagros del Señor. Ben Bassam Lo inventado e incluso lo fabuloso se puede mezclar con lo cierto sin que se malogre la finalidad de la historia popular y versificada, pues esto es, al fin y al cabo, la epopeya. Martín de Riquer 6 Índice Introducción ........................................................................................................................... 8 Menéndez Pidal y la película .............................................................................................. 13 Ficha técnica ........................................................................................................................ 23 Equipo técnico ................................................................................................................. 23 Actores ............................................................................................................................. 30 Localizaciones ................................................................................................................. 39 Puntualizaciones a la película ............................................................................................. 40 Recepción de la película ...................................................................................................... 53 La censura en El Cid ........................................................................................................ 53 Críticas de El Cid ............................................................................................................. 58 Conclusiones ....................................................................................................................... 71 Fuentes y Bibliografía ......................................................................................................... 73 Tabla de imágenes ............................................................................................................... 77 Apéndice .............................................................................................................................. 79 Carta del Secretario de la Academia de Historia (FRMP) .............................................. 81 Informe de don Ramón Menéndez Pidal (RAH) ............................................................. 82 Solicitud de asesoramiento de la DGCT a la RAH (RAH) ............................................. 83 Respuesta de la RAH al Director General de Cinematografía y Teatro (RAH) .............. 84 Anuncio del inicio de los preparativos al Director de la RAH (RAH) ............................ 85 Comunicación de la resolución favorable de la RAH (RAH) ......................................... 86 Borradores manuscritos de dos cartas (FRMP) ............................................................... 87 Nota manuscrita de Menéndez Pidal sobre el Cid (FRMP)............................................. 89 Felicitación de Félix Rodríguez de la Fuente (FRMP) .................................................... 92 Carta de Lydia Heston (FRMP) ....................................................................................... 93 Carta de José Luis Peña a Gonzalo Menéndez Pidal (FRMP) ....................................... 94 Guion de la Jura de Santa Gadea (FRMP) ....................................................................... 95 7 Horarios de un día de rodaje (FRMP) ............................................................................. 99 Carta de Jesús Pabón y foto de la visita de Menéndez Pidal al rodaje (FRMP) ............ 101 Carta de José Muñoz Fontán (FRMP) ........................................................................... 102 Carta de Emilio Delgado (FRMP) ................................................................................. 103 Carta de José Mª Miró Llull (FRMP) ............................................................................ 104 Carta de Rosa Sarró y transcripción (FRMP) ................................................................ 109 Telegrama y foto de la visita de Menéndez Pidal al rodaje (FRMP) ............................ 116 A. Zúñiga, «Nueva York: El Cid gana una nueva batalla», La Vanguardia, 12-XII-1961 ................................................................................................................... 117 Donald, «“El Cid”, en Londres», ABC, 7-XII-1961 ...................................................... 118 J. Mª Pemán, «El Cid, en Londres», ABC, 20-XII-1961 ............................................... 120 R.G., «“El Cid”, en el cine Capitol», El Alcázar, 29-XII-1961 .................................... 121 L. Gómez Mesa, «Capitol: Estreno en España de “El Cid”, en sesión benéfica», Arriba, 28-XII-1961 ..................................................................................................... 122 García de la Puerta, «“El Cid”», Pueblo, 30-XII-1961 ................................................. 123 I. de Montes-Jovellar, «“El Cid” en el Capitol», Madrid, 28-XII-1961........................ 124 A. Martínez Tomás, «“El Cid”», La Vanguardia, 28-II-1962 ...................................... 125 Juan Antonio Gaya Nuño, «“El Cid”: un insulto a la Historia de España», La Estafeta Literaria, nº 236, 1962 ............................................................................... 126 Jean Rochereau, «Le Cid», La Croix, 26-27 déc. 1961 ................................................. 129 Emilio Romero, «Sin rodeos. “El Cid”», Pueblo, 3-I-1962 .......................................... 130 Julián Marías, «Tres horas en la Edad Media», Gaceta Ilustrada, año VII, nº 318, 10-IX-1962 .................................................................................................................... 131 Artículos y notas de prensa consultados ........................................................................ 133 8 Introducción El origen de este trabajo está en otro anterior para la asignatura «El personaje literario en la Edad Media y los Siglos de Oro», impartida por el profesor Bustos Táuler. Un día, en clase, hablando sobre «el héroe», nos ofreció la película El Cid; nadie, excepto yo, la quiso ver, y, aunque reconozco que a mí, más que una cuestión académica, lo que verdaderamente me hacía ilusión era retrotraerme a la infancia, terminó por ser el tema de mi trabajo en esa asignatura. Presentado el trabajo, el Dr. Bustos me sugirió que podría desarrollarlo para el TFM. Como había tenido que ir a la Fundación Menéndez Pidal para recabar información sobre el asesoramiento del académico en la película, su presidente, el Dr. Cid Martínez, se interesó por mi investigación, ofreciéndose generosamente como director si decidía aprovecharla como tema para el TFM, profundizando en el papel que había tenido don Ramón Menéndez Pidal en la imagen que se había dado del Cid. La película El Cid nació tres años después que yo, lo que significa que la vi de pequeña. Para mí, Rodrigo Díaz de Vivar tiene la cara de Charlton Heston (lo que no está nada mal) y, como todo lo que nos ocurre en la infancia, me parecía algo absolutamente normal que se hubiera hecho una película tan espectacular sobre un caballero medieval castellano. Con el tiempo me he ido dando cuenta de lo increíble y, a la vez, maravilloso que es el hecho de que un personaje real, cuyas hazañas exageradas, cuando no inventadas, son divulgadas por el pueblo, fraguándose así su leyenda, acabe en una superproducción cinematográfica. La cinta tiene grandes errores en lo que se refiere a vestuario, arquitectura e historia. Pero el resultado final es el deseado: la figura del Cid es cada vez más grandiosa y, lo que es más importante, «A través de la pantalla, el Cid de Menéndez Pidal ha sido dado a conocer a millones de personas en todo el mundo»1. ¿Qué importan los errores cuando ya en la leyenda del Cid muchos de los hechos recogidos son dudosos? El mismo Menéndez Pidal reconoce, implícitamente, que la película versa sobre «el Cid de la epopeya en vez del Cid de la historia»2. Quizá recordaba lo que decía en 1807 el coronado posteriormente «Poeta nacional», Manuel José Quintana, para justificar la presencia de tantas hazañas fabuladas: «La relación de su vida [la del Cid] parecerá a muchos desabrida y desnuda de interés»3. En este paso de la historia a la leyenda resultan decisivos los primeros documentos existentes sobre el Cid. De ellos, cuatro se escribieron durante su vida o poco después de morir. 1 Fletcher, R., El Cid, p. 17. 2 «Sólo historiadores “a la violeta” pueden sostener que el Cid fue un salteador de caminos», Ya, Madrid, 17-I- 1962. 3 Quintana, M.J., Vidas de Españoles Célebres, Madrid, M. de Burgos, 1833, p. 2. 9 Se trata del Carmen campidoctoris, la Historia Roderici4y los escritos de los musulmanes Ibn Alqama e Ibn Bassam5, ambos hostiles a Rodrigo. Más tarde aparecerá el Cantar de Mio Cid, alrededor de 1140, según Menéndez Pidal –aunque muchos estudiosos actuales defienden una fecha bastante posterior–, procedente de tradiciones orales. Del siglo XIII es la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio, donde se recogen las proezas del Cid. Todos estos textos serán la base para que en los siglos posteriores la figura de Rodrigo Díaz de Vivar inspirara un sinfín de romances (ciclo de romances del Cid), que lo convierten en un personaje de leyenda en el que la historia es casi una menudencia. Aparte de su nacimiento hacia 1046 en Vivar y su muerte en Valencia en 1099, está constatado su servicio a tres reyes castellanos: Fernando I, Sancho II y Alfonso VI; los desencuentros con este último, causa de dos destierros; su continuo guerrear, alquilando su brazo y sus mesnadas tanto a reyes taifas (fue comandante en jefe durante años del ejército de Yusuf al Moutamin, emir de Zaragoza, que inspira al Moutamin de la película, el moro amigo) como a señores cristianos, hasta culminar con la conquista de Valencia en 1094, donde muere. En el siglo XVI, como no podía ser de otra forma, el Cid saltará a los escenarios, a ese nuevo espacio que ocuparía el vacío dejado por los juglares. Así, Juan de la Cueva –que también dramatiza otros episodios medievales no menos fantásticos como Bernardo del Carpio o los siete Infantes de Lara– lo hace intervenir en La muerte del rey don Sancho y reto de Zamora (Primera parte de las tragedias y comedias de Juan de la Cueva, 1583), uno de los episodios más debatidos de su leyenda, basado en el romance El cerco de Zamora. Será, sin embargo, Guillén de Castro –valenciano, por cierto, quizá reivindicando la ciudad que durante algún tiempo se conoció, precisamente, como «Valencia del Cid»– quien lo convierta en protagonista de una comedia doble, Las mocedades del Cid, escritas entre 1605 y 1615, en las que Rodrigo Díaz de Vivar encarna los ideales de nobleza, lealtad, fidelidad, religiosidad y sentimiento del amor al deber y el sacrificio por y para los suyos –se puede decir incluso por España, ya que este término aparece expresamente en ambas comedias, pero sobre todo en la segunda6– que impregnarán el teatro español del Siglo de Oro. Las mocedades del Cid tendrá una nueva versión en Le Cid de Corneille (1636), ésta sin el componente patriótico, lo que la convirtió en universal, ya que el tema principal es el amor 4 Primera biografía de un personaje de rango no real, junto con la del obispo Gelmírez (Historia Compostelana). 5 Las obras son Clara exposición de la desastrosa tragedia, sobre la conquista de Valencia por el Cid, y Tesoro de las excelencias de los españoles, respectivamente. 6 «¡Santiago!, dizen todos, / y todos, “España, España!”», v. 15-16; «¡Santiago! ¡Cierra España!», v. 48, Guillén de Castro, Las Mocedades del Cid, Comedia segunda, Madrid, Espasa-Calpe, 1975, pp. 140-141 10 imposible de nuestro héroe con Jimena. Por esta razón el autor la denominó, en un principio, tragedia; si bien, al no ser tan imposible, se decidiría a calificarla como tragicomedia. En el siglo XIX volverá de nuevo al teatro con el drama de Hartzenbusch, La jura de Santa Gadea (estrenado en 1845). No es de extrañar este retorno porque coincide con la época de exaltación romántica y de generación del sentimiento nacional: es el momento de la desaparición definitiva del «Antiguo Régimen» y la consolidación del Estado moderno, de las nuevas instituciones que precisan también de héroes del pasado como referencia. Lo supo ver muy bien Francisco de Paula Canalejas quien, en 1856, llegó a sostener que España, sin el Cid, no se entiende: «Es el alma de nuestra nacionalidad. Su memoria es nuestro pasado, y su recuerdo así enciende el corazón del joven como reanima el apagado aliento del anciano»7. Esto es lo que explica el éxito de la pintura de historia en la segunda mitad del siglo XIX – las Exposiciones Nacionales financiadas por el Estado terminarían por convertirlo en arte oficial– y, dentro de ella, los temas del Cid. Temas que, por cierto, versan sobre los asuntos más cuestionados históricamente, pero los que más se prestan a resaltar la ejemplaridad de la figura de Rodrigo Díaz de Vivar por las cotas de nobleza, fidelidad, heroísmo, patriotismo –ahora se puede emplear ya este término– religiosidad, etc., básicos para consolidar el sentimiento nacional antes aludido. Son también los temas más sugerentes y atractivos, por lo que no es de extrañar que constituyan el núcleo de la película que se estudia. Son aquéllos que hacen referencia al duelo con el Conde Lozano, el cerco de Zamora, la Jura de Santa Gadea o la afrenta del Corpes (episodio que no aparece en la película, pues en ésta las hijas son niñas al morir el Cid, cuando, en realidad, eran ya mujeres y estaban casadas en 1099). Significativamente, en esa pintura de historia, brillan por su ausencia los referentes a la conquista de Valencia, quizá por no ser un tema castellano, o por su caducidad, si bien sí hubo un intento fallido –no pasó de boceto– de inmortalizar la última y más increíble hazaña: El Cid llevado muerto a vencer en su última batalla (1878) de Manuel Ramírez Ibáñez. 7 Canalejas, F. de P., «El Cid considerado en sus relaciones con la nacionalidad española. Estudios histórico- literarios». La Razón, Madrid, segunda quincena mayo 1856. Cit. a través de Gutiérrez Burón, J., «Crónicas castellanas pintadas (siglo XIX)» en Historia de una cultura. La singularidad de Castilla, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1995, pp. 260-61. 11 La pintura de historia juega así un papel decisivo en la difusión de la leyenda del Cid porque, por una parte, contribuye a fijar la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el personaje, y, por otra, autentifica todas las aventuras al cuidar de reproducir fielmente arquitectura, atuendos y armas. En este sentido, dos cuadros son fundamentales, y los dos con el mismo título: Jura de Santa Gadea. El primero, del palentino Serafín Martínez del Rincón, presentado en la Exposición Nacional de 1862, y el segundo, del sevillano Marcos Hiráldez Acosta, del certamen siguiente, el de 1864. Curiosamente, ninguno de los dos es aprovechado para la escenificación de este hecho en la película. La Jura de Santa Gadea de Hiráldez Acosta A principios del siglo XX, en 1908, como una consecuencia más del peregrinar hacia la Castilla más profunda buscando la identidad española que protagoniza la Generación del 98, Eduardo Marquina lo retoma como argumento teatral en Las hijas del Cid. Un Cid que cruzará, incluso, los mares para ser protagonista de la novela Mio Cid Campeador (1928) del chileno Vicente Huidobro, resultado de las investigaciones emprendidas para escribir el guion de otra cinta sobre el héroe, del que hablaré posteriormente, con un final que parece anticipar el de la película: «El caballo y el caballero históricos son ahora un caballero y un caballo legendarios, un https://www.google.es/url?sa=i&rct=j&q=&esrc=s&source=images&cd=&ved=0ahUKEwilquq1hIDNAhWL7xQKHdzvCXQQjRwIBw&url=/url?sa%3Di%26rct%3Dj%26q%3D%26esrc%3Ds%26source%3Dimages%26cd%3D%26cad%3Drja%26uact%3D8%26ved%3D0ahUKEwilquq1hIDNAhWL7xQKHdzvCXQQjRwIBw%26url%3Dhttp://www.senado.es/web/conocersenado/arteypatrimonio/obrapictorica/fondohistorico/detalle/index.html?lang%3Des_ES%26id%3DSENPRE_014084%26psig%3DAFQjCNHnVaNGS8KkeGTthhG4TcU9OoAVbg%26ust%3D1464637073134365&psig=AFQjCNHnVaNGS8KkeGTthhG4TcU9OoAVbg&ust=1464637073134365 12 monumento que corre a través de los campos de la poesía, a través de la atmósfera de la imaginación. Corre, corre, corre; su última carrera épica y mortal»8. Así, la leyenda de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, lejos de agostarse en el siglo XX, coge nuevos bríos al incorporarse al lenguaje cinematográfico, el nuevo género artístico que tiene la virtud –y, a veces, el defecto– de llegar a millones de espectadores, con una inmediatez y una vigencia nunca alcanzadas antes por ninguno de los otros géneros artísticos. Éste ha sido precisamente el propósito del presente trabajo: estudiar cómo se forjó la película El Cid, la base histórica y literaria de su guion, el papel que jugó don Ramón Menéndez Pidal –el especialista por antonomasia en la figura de Rodrigo Díaz de Vivar– y la recepción de la película, para que el Cid traspasara los límites de la historia y de la leyenda oral y literaria y se convirtiera en el héroe de millones de espectadores. José María Pemán lo explicó muy bien al escribir, con motivo del estreno de la película en Londres: El Cid pasó de la vida al Poema, del Poema al romance, del romance al teatro. Pero luego se convirtió en Charlton Heston. […] En el mundo, y dentro de poco en España, tenemos ahora por héroe nacional a Charlton Heston. Menos mal que conserva todo el saldo arrollador de apostura y valentía que un héroe precisa. […] ésta es, sobre todo, la gran lección que expande la cinta por el mundo.9 El entonces príncipe Juan Carlos saluda a Charlton Heston 8 Citado por Valentín de Pedro en «Supervivencia literaria del Cid. Del Cantar a los romances, de los romances a la escena y de la escena a la pantalla», La Prensa, Buenos Aires, 3 de septiembre de 1961. 9 Pemán, J. Mª, «El Cid en Londres», ABC, Madrid, 20-XII-1961, apéndice p.120. 13 2. Menéndez Pidal y la película Don Ramón Menéndez Pidal fue requerido por la Real Academia de la Historia para que informara sobre el guion de la película El Cid10. Poco tiempo después, el Director General de Cinematografía y Teatro, don José Muñoz Fontán, le solicitaba directamente su parecer sobre esta película, la norteamericana de Samuel Bronston, y la española de Vicente Escrivá. Menéndez Pidal fotografiado por Lydia Clarke Heston (archivo FRMP) He tenido acceso al borrador de la respuesta a la segunda, que se guarda en la Fundación Menéndez Pidal. El comienzo es concluyente: «…mi primera impresión es altamente satisfactoria 10 La carta, firmada por Julio Guillén, Secretario de la Real Academia de la Historia, respondía a una consulta del Director General de Cinematografía a petición del productor de la película, Samuel Bronston, que solicitaba el pertinente permiso para rodar en España una película sobre el Cid (véase apéndice pp. 81 y 83, respectivamente). La carta de Secretario de la RAH está fechada el 29 de julio de 1960, mientras que la contestación de Menéndez Pidal es del 28 del mismo mes. Esto me lleva a pensar que hay un error en la datación de la primera, siendo junio en vez de julio. 14 al ver que la figura del Cid quizá vaya a tener dos representaciones cinematográficas […] Yo, a petición de la Academia de la Historia, he dado un informe aprobatorio»11. El informe para la Real Academia de la Historia, con fecha del 28 de julio de 1960, es sencillo y categórico: A LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA Encargado por el señor Director de informar acerca del guión cinematográfico original de Fred Frank y Enrique Llovet, titulado EL CID, de la Productora Samuel Bronston Production Inc., y examinado con atención, debo manifestar que: Este guión aprovecha y enlaza una serie de episodios cidianos fundados siempre en la Historia, en el poema del CID, Crónica particular, y en el Teatro del Siglo XVII. Estos episodios han sido adaptados convenientemente a una presentación cinematográfica. Las figuras del CID, de JIMENA, y de los REYES DE CASTILLA están siempre tratados con noble simpatía.12 Más tarde, invitado al rodaje de la película, le confesaría a Anthony Mann: «Me llena de satisfacción ver que la historia del Cid va a ser desplegada ante el mundo con tal lujo y con tan cuidado esmero en los detalles»13. El Cid de la película se asemeja al de la leyenda porque «es un héroe de nobleza inferior, envidiado y perseguido por la alta nobleza de la Corte del Rey. Es la afirmación de la nobleza de los hechos sobre la nobleza de la herencia»14. Sin embargo, Enrique Alarcón, decorador de la película, sostiene que don Ramón, en un primer momento, no mantuvo esta actitud favorable: A Bronston le interesaba mucho contar con la colaboración de D. Ramón para tener una garantía, un marchamo de prestigio. Tanto D. Ramón como su hijo Gonzalo me ayudaron mucho. En una salita de proyecciones que tenían en su casa, me proyectaban imágenes de armas y otros instrumentos medievales, me indicó itinerarios y lugares por donde pasó el Cid. Al principio D. Ramón se mostraba algo reacio a colaborar en la película. Pensaba que la maquinaria económica 11 Nota manuscrita, Archivo de la Fundación Menéndez Pidal. Carpetas 41/F9 y 41/F10 (véase apéndice p. 87). 12 Biblioteca de la Real Academia de la Historia, ELCID_c80 (véase apéndice p.82). Al parecer, el informe de don Ramón fue decisivo porque en una carta fechada el 29-VII-1960, dirigida al Ilmo. Sr. Director Gral. de Cinematografía y Teatro y firmada por el Académico Secretario Perpetuo de la RAH, puede leerse: «Mas como ésta [la RAH] no celebrará su primera junta sino el viernes 2 de octubre, esta Secretaría, ante la posible urgencia del caso y la máxima autoridad del ilustre maestro que lo informa, no estima aventurado el asegurar que la corporación en su día lo hará suyo en todas sus partes. Lo que me permito participar a V.S.I. por si este escrito pudiera suplir de momento el solicitado informe, ya de antemano presumido como favorable por las razones expuestas, y que sólo podrá remitirse en los primeros días del nuevo año académico». Efectivamente, se empezaron los preparativos antes de que la RAH diera su aprobación, ya que en otra carta dirigida al director, don Francisco Javier Sánchez Cantón, del 1-VIII-1960, se lee: «Mi querido Director: El sábado -¡por fin!- vinieron el arquitecto y el contratista para echar un vistazo y emprender cuanto antes las obras. […] Desio [José Antonio de Sangroniz y Castro, Marqués de Desio] me habló de tu conformidad en punto a que D. Ramón informe el guion del Cid. Este lo ha evacuado muy favorable (Gonzalo anda en el ajo)…» (véase apéndice pp. 84 y 85, respectivamente). 13 «Informaciones cinematográficas», ABC Sevilla, 29-XII-1961. 14 Véanse nota 11 y apéndice p. 87. 15 norteamericana era tan potente que terminaría arrasándolo todo y desvirtuando la figura del Cid. En cierto sentido, fui yo quien le convenció para que colaborase, diciéndole que él, que era el mayor experto en el tema del Cid, tenía la responsabilidad de asesorarnos, para, a pesar de las concesiones comerciales que evidentemente iba a hacer Bronston, la figura y la historia del Cid no salieran demasiado desfiguradas.15 Una vez convencido, don Ramón fue el asesor oficial de la película. Al verla, es evidente la mano de nuestro erudito, pues como escribe en La España del Cid: El poema nos da, además de multitud de tipos, sucesos y costumbres de época, la más integral representación del carácter del Cid. Atiende a ensalzar la acción guerrera del Campeador, lo mismo que la Historia Roderici; y, más animadamente que ésta, expone la inconmovible fidelidad del desterrado hacia el injusto rey. Pero el poema, además, se fija en otras cualidades íntimas, como la gran benignidad del vencedor para con los moros, y sobre todo añade la nota entrañable del amor familiar, elevado a inspirador de la conducta y a estímulo del valor heroico del Cid, pues el corazón del caballero siempre animoso se exalta al sentirse en la batalla contemplado por los ojos de doña Jimena y de sus tiernas hijas.16 Así lo entiende también el hispanista Fletcher, para quien A través de la pantalla, el Cid de Menéndez Pidal ha sido dado a conocer a millones de personas en todo el mundo. […] En él, [el libro La España del Cid] un patriota cuya tierra natal atravesaba tiempos turbulentos presenta a sus compatriotas la figura de un héroe nacional que podían admirar y cuyas virtudes se podían emular.17 No fue sólo al protagonista al que Menéndez Pidal impuso su impronta. También es suya la visión poco favorecedora que se da de uno de sus antagonistas, el Alfonso VI cinematográfico, muy criticada, ya que para la mayoría de los historiadores fue un gran rey. Aunque don Ramón está de acuerdo en que «como gobernante, se mostró decidido continuador de la renovación de España, iniciada por su padre y abuelo; como caballero, fue guerreador incansable», sin embargo, respecto a su persona, sostiene que 15 Linares, A., Entrevista con Enrique Alarcón, VV. AA. La Dirección Artística, Nickel Odeón 27 (Verano 2002), p. 95. 16 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, pp. 5-6. En su libro En torno al Poema del Cid, aunque publicado en 1963, es decir, posteriormente a la película, amplía esta descripción: «Esa suprema fortaleza la manifiesta nuestro Cantar exponiendo cómo el Cid, hundido en extrema pobreza por la calumnia de sus enemigos y por la ira del rey, vence la fortuna muy adversa y llega al mayor poder por su solo esfuerzo, desamparado de toda ayuda. En la epopeya medieval el vasallo desterrado combate libremente a su rey, pues a ello tenía derecho; pero en el caso del Cid, aunque la voz pública condena unánime la conducta del rey (¡Dios, qué buen vasallo si hobiese buen señor!, v. 20), el Cid renuncia a su derecho. Pero si el Cid no lucha con su rey, lucha de continuo con sus otros enemigos, y en ese caso también renuncia a los despiadados derechos del vencedor: con los moros es benigno cuando puede, los moros e las moras bendiciéndol’ están, 541, 854 […] Esta magnánima confianza en sí, ante su rey y ante sus enemigos, es la sencilla ejecutoria de su noble fortaleza heroica. Con esta fuerza, inmensa y moderada, conquista el gran reino de Valencia, y no se hace rey, sino que, en bien de la cristiandad, pone su reino en vasallaje de Alfonso; así el vasallo que no tenía buen señor, se contenta, según frase de la Primera Crónica General de España, con ser “el mayor hombre del mundo que señor tuviese”» (Menéndez Pidal, R., En torno al Poema del Cid, p. 229). 17 Fletcher, R., El Cid, p. 17. 16 por otra parte, criado Alfonso como preferido de sus padres y hermana, beneficiado por ellos con injusticias enormes, fue egoísta, ególatra […] sobre todo, tuvo el defecto habitual de los que dirigen sin generosidad […] Alfonso prefirió al incapaz; y en la hecatombe de Uclés vio consumarse la serie de expiaciones con que hubo de pagar su incomprensiva antipatía hacia el Cid, siempre invicto, y su cómoda predilección por el siempre vencido García Ordóñez.18 Es evidente que el Alfonso cinematográfico es la versión que da Menéndez Pidal a lo largo de La España del Cid, con las malas relaciones continuas entre Alfonso y Rodrigo, por más que en la Historia Roderici se señale que «Tras la muerte de su señor el rey Sancho, que le había amparado y apreciado bien, el rey Alfonso le recibió con honor como vasallo suyo y le incluyó en su séquito con respetuoso afecto»19. Tal vez se les fuera un poco la mano, pues no se le retrata únicamente como el rey «egoísta, el niño mimado de sus padres y sin confianza en sí mismo, que no podía soportar que los demás triunfaran; en definitiva, como una víctima de su envidia enfermiza»20, sino incluso como afeminado y enormemente débil, siempre apoyándose en su hermana Urraca. Si nos atenemos a sus escritos, Menéndez Pidal no pudo estar de acuerdo con el hecho de que la jura de Santa Gadea fuera una afrenta del Cid a su rey, pues, según él, era algo habitual, máxime cuando Rodrigo había sido alférez de Sancho. Sin embargo, la secuencia de la Jura parece una recreación exacta del relato del académico: Alfonso jura en Santa Gadea, según el sencillo relato juglaresco: los evangelios puestos sobre el altar y las manos del rey sobre los evangelios; pues para ser válida la jura, el que la prestaba debía tocar algún objeto sagrado. El Cid pide al rey que jure no haber participado en la muerte del rey don Sancho, y Alfonso con los doce compurgadores responden el «Sí juramos» sacramental. Entonces el Cid lanza lo que en términos jurídicos se llamaba la confusión: «Pues si vos mentira yurades, plega a Dios que vos mate un traidor que sea vuestro vasallo, así como lo era Vellid Adolfo del rey don Sancho». Alfonso y sus doce caballeros tienen que aceptar la maldición respondiendo «Amén»; pero al pronunciar esta palabra solemne, el rey perdió el color. Por tres veces el Cid exige la misma jura, según era derecho, y recibido el triple juramento, quiso besar la mano del rey, pero éste se la negó. Tal enojo de Alfonso pertenece a la ficción poética, lo mismo que la palidez emocional que acompaña el «Amén». Alfonso no tenía por qué enojarse públicamente con quien cumplía con él 18 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, p. 438. Fletcher, después de aclarar que «Ramón Menéndez Pidal [es] uno de los medievalistas más sobresalientes de los tiempos modernos por cuya erudición siempre debemos sentir respeto» (El Cid, p. 17), rebate tajantemente este juicio, aduciendo que «Tal interpretación del temperamento de Alfonso VI es insostenible, por la sencilla razón de que las fuentes no la confirman. […] Los archivos presentan a Alfonso VI como uno de los gobernantes más destacados de su época. Ciñó la corona de monarca durante casi cuarenta y cuatro años, treinta y siete de los cuales los pasó dirigiendo con fortuna un gran reino en expansión. Vio cumplidas las esperanzas propias de un monarca del siglo XI con notable éxito, excepto una; pero no fue culpa suya, sino un accidente genético: no logró dejar ningún heredero varón. (Tampoco se pude decir que no lo intentara: tuvo cinco esposas y al menos dos concubinas.)» (El Cid, p. 124). 19 Fletcher, R., El Cid, p. 123. 20 Ibídem, p. 124. Son palabras que Fletcher atribuye a Menéndez Pidal. 17 una función que, aunque de desconfianza, era al cabo una función jurídica ritual, muy propia de quien había sido alférez del difunto. Es de suponer que no le fuese muy grato el Cid, el vencedor de Golpejera, pero no le negó su mano a besar, sino que, según la historia, le recibió desde luego por vasallo y le honró con distinciones especiales, captándose con esto el partido de los intransigentes.21 Es cierto que la versión juglaresca es mucho más atractiva que la real y, de esa manera, hay excusa para el destierro del Cid y todas las peripecias posteriores de su leyenda. La relación entre Urraca y Alfonso, otro de los puntales de la película que, además, por contraposición, tanto contribuye a engrandecer la figura del Cid, parece también inspirada en el texto de Menéndez Pidal: Ciertamente hay que descontar mucho de las fervorosas alabanzas que el palaciego autor de la Historia Silense tributa a Urraca: «la cual, aunque por de fuera llevaba galas mundanas, observaba interiormente el monacato, unida a Cristo como a su único esposo». No cabe dudar […] que fue tiernísima con su hermano Alfonso, a quien, como una madre, alimentó y vistió en la niñez. Pero si amaba al predilecto con todo el amor de sus entrañas («medullîtus», dice la Silense), no tuvo para los otros hermanos sino entrañas de fiera. Ya vemos lo que ahora esta mujer, talentosa y enérgica, pero de ánimo feroz («femina mente dira»22), pudo hacer con don Sancho; en seguida veremos su alevosa crueldad con el hermano menor García.23 Como vemos, don Ramón defiende los sentimientos maternales de Urraca hacia su hermano Alfonso, que creo son los que se reflejan en la cinta y no, como algunos pretenden ver, incestuosos. Don Ramón no tenía duda alguna al respecto porque unas páginas antes aclara que una desvergonzada hablilla, acogida por fray Gil de Zamora en el siglo XIII, decía que Urraca amó incestuosamente a su hermano Alfonso, y cuando éste volvió del destierro toledano le forzó a que se maridara con ella para entregarle Zamora. Los documentos coetáneos sólo nos descubren que el amor entrañable que Urraca sentía por Alfonso la llevó a guerrear y a tender crueles asechanzas a los otros hermanos y quizás a maquinar un fratricidio, y nos revelan también que Alfonso, recién vuelto del destierro, trató públicamente a Urraca como reina, al par de sí mismo, cosa que no hizo con Elvira.24 21 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, pp. 134-135. En las pp. 95-98 del apéndice puede leerse el guion de la secuencia de la Jura de Santa Gadea que enviaron a Gonzalo Menéndez Pidal para que diera su aprobación. 22 Literalmente, la traducción sería «mujer de mente cruel». La expresión se encuentra en el epitafio del rey Sancho en San Salvador de Oña, y el verso entero sería: Femina mente dira, soror, hunc vita expoliavit («Una mujer de mente cruel, su hermana, lo despojó de la vida»). Agradezco al Dr. Juan Luis Arcaz las indicaciones que me ha dado sobre el significado de esta expresión. 23 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, p. 126. El autor se refiere aquí, con lo de «veremos su alevosa crueldad con el hermano menor García», a que Alfonso –se cree que instigado por su hermana Urraca– lo tuvo preso y encadenado durante diecisiete años, hasta que murió por enfermedad, negándose a que le quitaran las cadenas. En su epitafio se lee: «Aquí descansa don García, rey de Galicia y Portugal; preso con engaño por su hermano; murió en cadenas el 22 de marzo de 1090» (Menéndez Pidal, La España del Cid, p. 139). 24 Ibídem, p. 94. 18 En otro párrafo nos habla de «la impetuosa infanta Urraca, a quien los romances atribuyen amor por el Cid y despechados celos por Jimena»25, elementos que, aunque no explícitamente, sí se entrevén en la película. El que no es, ni por asomo, parecido al descrito por nuestro académico, es García Ordóñez. En lo único que coinciden ambos personajes –el de la película y el histórico– es en su cargo: alférez del rey Alfonso VI. Pero mientras Menéndez Pidal mantiene que, a lo largo de toda su vida, tuvieron muy malas relaciones (debido a la envidia de García Ordóñez), en la película, éste se redime y muere con el nombre del Cid en los labios, creyendo en él de la misma manera que Ben Yusuf cree en Mahoma, dándole a Rodrigo un carácter casi mesiánico. Por supuesto, sus amores hacia Jimena son inventados, esta vez del todo, pues no aparecen reflejados en ningún texto. Aunque, eso sí, contribuye a confirmar el papel que juega el amor como desencadenante de muchos de los acontecimientos de la película. Un personaje que no parece inspirado por Menéndez Pidal es el desconcertante y cuestionado Bellido Dolfos, protagonista del cerco de Zamora. Cuenta don Ramón que, según la leyenda, Sancho envió a Rodrigo a hablar con la infanta Urraca para que entregara la ciudad. Fracasada la misión, los leoneses, exhaustos, enviaron un caballero de extraordinaria osadía, llamado Vellido Adolfo, el cual se entró desconocido en el campo de los sitiadores, sorprendió al rey descuidado y le atravesó el pecho con la lanza. […] El sitiador de Zamora cayó a tierra, con igual género de muerte que él había contribuido a dar a su tío el rey Ramiro de Aragón en el sitio de Graus. Vellido, echando al galope su rapidísimo caballo […] entró salvo en la ciudad. La historia romana hubiera honrado a Vellido como un Mucio Scévola que no yerra el golpe. La historia medieval, aun la más partidaria de Alfonso, empapada en las ideas de caballeresca lealtad, calificó unánime la muerte de Sancho como dolo, traición o fraude; así hacen la Historia Silense, Pelayo de Oviedo y el Cronicón Compostelano.26 Parece claro por este texto que don Ramón no está muy de acuerdo en tratar de traidor a Bellido Dolfos, como se reitera en la película, sino más bien de héroe, al compararlo con Mucio 25 Ibídem, p. 144. 26 Ibídem, pp. 122-123. La alusión a Cayo Mucio Scévola no es gratuita porque fue un héroe romano (s.VI a. de C.) que intentó matar al rey etrusco Lars Porsena, cuando éste sitiaba la ciudad de Roma. Apresado y amenazado con quemarlo vivo si no confesaba quiénes eran sus cómplices, el romano puso la mano en el fuego, diciendo, según Tito Livio: «Mira y aprende cuán ligeramente consideran sus cuerpos aquéllos que aspiran a una gran gloria». Admirado por su valor, Porsena lo dejó en libertad y Mucio llevó siempre el apodo de «scévola», ya que, en latín, «scaevus» significa «zurdo», pues su mano derecha había quedado inutilizada (Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, Libro 2, p. 59). 19 Scévola; sin embargo, sí llama la atención sobre el hecho de que Sancho hubiera empleado el mismo método para librarse de su tío, el rey Ramiro de Aragón. Hace referencia, en cambio, a los relatos juglarescos en que se contaba que «Vellido Adolfo había obrado por loco amor hacia la infanta Urraca»27, lo que en la película se da a entender, de una manera más sexual que amorosa, por las miradas equívocas que intercambian Urraca y Bellido Dolfos. Alude también a la capacidad intrigante de la reina, que le había confesado al Cid, cuando éste le requiere la entrega de Zamora: «Yo muger soy et bien sabe él que yo non lidiaré con él, mas yo le haré matar en secreto o a la luz del sol»28. Pero, lo que no está descrito en ningún texto y parece una invención de los guionistas, es el hecho de que Ben Yusuf «contratara» a Bellido Dolfos como sicario, para desequilibrar la armonía de los reinos cristianos de la península. Tal vez fuera para cargar más las tintas sobre el musulmán africano, el invasor, el malo. En este episodio del cerco de Zamora, cuentan las fuentes históricas –siempre según Menéndez Pidal– que el Cid, «hallándose solo, se vio inesperadamente acometido por 15 caballeros zamoranos, […] el de Vivar mató a uno de ellos, hirió y derrocó a otros dos y puso en fuga a los demás»29. Este lance parece haber sido el inspirador de la escena en la que el Cid se enfrenta a los trece caballeros que llevan prisionero a Alfonso VI y los vence sin esfuerzo (aunque con la ayuda de Dios). Pero, al margen de los personajes, creo que Menéndez Pidal influyó enormemente en lo que tantas críticas suscitó: la reiterada aparición de la palabra «España», que no existía en el siglo XI, en lugar de «Castilla». Por contra, don Ramón defiende que «el Estado único, en que los visigodos reunieron la extrema provincia del Imperio de Roma, es la primera expresión política de la nueva idea de España»30 y «Castilla, más evolutiva, más innovadora que León, podía, mejor que éste, servir de guía a España en el momento de renovación que representa el siglo XI»31. De Castilla saldría el Cid cuya mayor señal de modernidad […] es la fidelidad hacia el rey perseguidor, virtud contraria al carácter de los demás héroes épicos perseguidos. […] el rey y «la tierra», o sea la patria, son para él una misma cosa; […] supedita los móviles personales al amor patrio […] El sentimiento 27 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, p. 123. 28 Ibídem, p. 125. 29 Ibídem, p. 122. 30 Ibídem, p. 31. 31 Ibídem, p. 37. 20 nacional lo manifiesta además el Cid en su famoso propósito de reconquista de toda España, propósito agrandado en el Poema hasta ambicionar que Marruecos pague parias a Alfonso.32 Por ello, no le desagradaría a don Ramón que, en la escena de su muerte, el Cid diga que sólo ansía «la paz de España», para después, añadir: «No he fracasado: España tiene un rey». Igualmente coincide con la teoría de don Ramón la tolerancia del Cid –por cierto, no compartida por los censores, como veremos luego– repetida en la película, al distinguir «entre el moro español, con el que se debe convivir, frente al moro de África invasor», es decir, el sarraceno, «el enemigo irreconciliable»33. Evidentemente, en la película el moro extranjero, «el malo», está encarnado por Ben Yusuf y el moro español, «el bueno», por Al Moutamin. Las relaciones de los cristianos con los moros sometidos [tenían] un carácter de íntima convivencia, muy favorecida por las circunstancias. Aquel partido andalusí o español, formado a la caída del Califato, y que según Ben Haiyon unía, por odio hacia los berberiscos, en estrecha solidaridad a los árabes de raza con los muladíes o descendientes de españoles cristianos islamizados, surge ahora bajo nueva forma en cada ciudad predispuesto a entenderse con los cristianos del Norte enfrente al otro partido, intransigente en política y religión, aliado natural de los africanos. El partido español se entenderá con Alfonso VI en Toledo y con el Cid en Valencia; el rey de Zaragoza, muy español, entregará el gobierno de su tierra al Cid y buscará en éste su defensa contra los africanos. […] En el siglo del Cid la vida española sufrió mudanzas más decisivas que nunca […] la España que […] vio nacer al Cid no parece continuarse en la que le vio morir. En este siglo se desgozna una España antigua, y toma nuevos ejes y nueva órbita otra España diferente.34 Pero la prueba más fehaciente de la satisfacción que a don Ramón le produjo la realización de esta gran película fue la visita que hizo a los estudios de filmación a los pocos días de cumplir los 92 años, el 17 de marzo de 196135. Coincidió con el día del rodaje de la Jura de Santa Gadea, en un decorado que representaba la plaza de la catedral de Burgos. «¡Esto es asombroso!», exclamó al llegar, mientras bromeaba comentando que hasta el suelo estaba bien hecho, ya que «en el siglo XI no se conocía el macadam». Lo recibió el Cid/Charlton Heston llevando un halcón en su brazo. La escena debió ser memorable, porque don Ramón se emocionó tanto que se lanzó a recitar los primeros versos del Cantar: «Las alcándaras vacías, / sin pieles y sin mantos, / y sin halcones / y sin azores mudados». Charlton Heston le ofrece el brazo libre y así, con don Rodrigo36 por un lado y don Ramón por otro, van hacia donde están los demás protagonistas: Geneviève Page (doña 32 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, pp. 445-446. 33 Véase nota 11 y apéndice p. 91. 34 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, p. 42. 35 La visita fue recogida por la prensa del momento, e incluso se hicieron eco de ella periódicos extranjeros, como La Nación de Buenos Aires (6-IV-1961). Yo cito por «Menéndez Pidal presenció ayer el rodaje de la Jura en Santa Gadea», Ya, Madrid, 18-III-1961. 36 El halcón que proporcionó Rodríguez de la Fuente para la película se llamaba don Rodrigo, como homenaje al Cid, evidentemente. 21 Urraca), Raf Vallone (García Ordóñez) y John Fraser (Alfonso VI). Faltaba, desgraciadamente, Sofía Loren (Jimena), que estuvo muy poco tiempo en el rodaje (las malas lenguas dicen que es porque tenía un caché muy alto, pero seguramente fuera debido a problemas de agenda). Allí estuvo conversando don Ramón un par de horas, aclarándoles a los actores sus dudas históricas. «¿Doña Urraca era rubia?», preguntó Geneviève Page. «Tal vez sí»; según don Ramón, había mucha sangre germánica entonces en la península (es evidente que la querían rubia porque la actriz va claramente teñida). «¿Alfonso VI mató a su hermano?», inquirió John Fraser. «Las preguntas del Cid fueron categóricas, y categóricas las respuestas del rey. Sin embargo, la grandeza del poema está en que no divide entre buenos y malos. Nos deja sin saber si Alfonso VI es culpable o no», respondió el sabio. Luego, Samuel Bronston regaló al profesor una réplica de la Tizona y le invitó a quedarse en la grabación, tranquilizándole con las siguientes palabras: «No tiene por qué preocuparse con relación a la fidelidad de esta escena. La vamos a realizar siguiendo con exactitud el relato que hace usted en La España del Cid». Pero, como indiqué anteriormente, aunque siguen fielmente su relato, la realidad es que sacaron la escena a la plaza de la catedral, cuando don Ramón, siguiendo la tradición, defiende que fue dentro de la iglesia «juradera» de Santa Gadea. «El Cid» visita a su biógrafo 22 Una vez terminada la toma, Charlton Heston acompañó a don Ramón al coche y éste le comentó: «¡Qué pequeño me siento junto al Cid!», a lo que Heston, que, además de guapo y alto, debía ser encantador, respondió rápidamente: «Al lado del Cid, usted es verdaderamente un gran hombre». La diferencia de altura queda constatada en una foto que recoge la visita que Charlton Heston le había hecho anteriormente, en enero, bajo el título «“El Cid” visita a su biógrafo»; el comentario de don Ramón fue: «Me honro mucho con tener al Campeador en mi casa»37. El asesoramiento de Menéndez Pidal no se limitó a la parte argumental, sino que abarcó otros campos como la música; así lo recoge el periódico La libre Belgique, ilustrándolo con una fotografía del compositor, Miklós Rózsa, consultando un libro con don Ramón en su estudio. En el pie de foto se puede leer que el compositor «se ha asesorado de un eminente especialista en música ibérica antigua: Ramón Menéndez Pidal, un profesor emigrado, titular del premio Nobel, de 92 años…», deslices –lo de profesor emigrado y premio Nobel– que le sirve al diario Pueblo para reproducirlo irónicamente bajo el título de «El despiste internacional»38. Menéndez Pidal y Miklós Rózsa (archivo FRMP) 37 «“El Cid” visita a su biógrafo», Hoja del lunes, 23-I-1961, Madrid. Charlton Heston fue acompañado por su mujer, Lydia Clarke, fotógrafa de profesión. 38 «El despiste internacional», Pueblo, Madrid, 8-XII-1961. 23 Al margen de todas estas anécdotas, creo, sin temor a equivocarme, que para don Ramón Menéndez Pidal fue una alegría y un precioso regalo poder ver, al final de su vida, una película sobre un personaje, «su» Cid Campeador, al que había dedicado tantas horas y tantas ilusiones, y constatar que la leyenda seguía viva y creciendo. 3. Ficha técnica 3.1. Equipo técnico «La razón por la que quise hacer El Cid fue por el tema –un hombre cabalgó a la victoria muerto sobre su caballo–. Me enamoré del concepto de ese final. Todo el mundo desearía hacer eso en la vida»39. Si a estas declaraciones del director de la película unimos la que aparece en otra entrevista – «Me interesa mucho la España del siglo XI y la leyenda del Cid; es uno de los periodos más fascinantes de esa historia. Bronston se enamoró del tema y yo también»40–, parecen claras las razones por las que Bronston y Mann se embarcaron en semejante empresa. La película El Cid se estrenó en España en el cine Capitol de Madrid el 27 de diciembre de 1961. El rodaje había empezado un año antes, el 14 de noviembre de 1960, para finalizar el 15 de abril de 1961. Pero la idea de hacer una película sobre el Cid es anterior; Rafael Gil tenía los derechos, mientras que Vicente Escrivá, con el asesoramiento de Gonzalo Menéndez Pidal, el hijo de don Ramón, escribía el guion. Para los papeles protagonistas se había pensado en Paco Rabal y Madeleine Fischer. Pero Samuel Bronston acabó comprando los derechos de la película y, finalmente, del guion inicial no quedó prácticamente nada.41 Todos hablan bien de Bronston, todos le están agradecidos. No es de extrañar. Llegó a finales de 1957 a España, donde creó un imperio cinematográfico, que alcanzó los 3.251 empleados fijos en nómina. Se hablaba, incluso, de un «Hollywood español», ya que muchos de los productores americanos vinieron a España a rodar sus películas. Las razones, se ha dicho 39 Anthony Mann entrevistado por Félix Martialay (Film Ideal), cit. por Matellano, V. y Losada, M. en El Cid, p. 118. 40 Missiaen, J.C., Anthony Mann, cit. por Matellano, V. y Losada, M. en El Cid, p. 118. 41 Hubo otros intentos de llevar la figura del Cid a la pantalla. Suevia Films quiso, en 1955, hacer en coproducción con Italia una película dirigida por Alessandro Blasetti y con Ray Milland y Hedy Lamarr como protagonistas, mientras que Benito Perojo, en 1924, lo había intentado con un texto de Benavente. El actor y productor Pedro Larrañaga quiso hacer una película del Cid en 1929 sobre un texto de Vicente Huidobro, por sugerencia de Douglas Fairbanks (al menos, de ahí salió un libro de Huidobro, Mío Cid Campeador. Hazaña), asesorándose también con Menéndez Pidal. Y, por último y a la vez que Bronston llevaba adelante su proyecto, Miguel Picazo, en colaboración con Mario Camus, Francisco Regueiro y Joaquín Jordá, escribió el guion de Jimena, que no llegó a buen término a causa de la censura. (García de Dueñas, J., El Imperio Bronston, p. 188). 24 siempre, estaban en la mano de obra barata. Pero no se trataba sólo de eso. También la climatología, la luz, el sindicato vertical, los grandes espacios naturales (con construcciones de época, como en El Cid), los técnicos españoles y, sobre todo, una fórmula para sacar rentabilidad a los capitales inmovilizados que las grandes distribuidoras de cine obtenían por la exhibición de sus películas. Se hicieron entonces grandes producciones, mezclándose los técnicos americanos con los españoles y utilizando, como extras, pueblos enteros. Es el caso de esta película. Samuel Alsdeutscher Bronstein nació en Izmail, la Besarabia rusa (actualmente pertenece a Ucrania) en 1908. Emigró a París y, a mediados de los años treinta, a Hollywood, donde produce varias películas hasta que se independiza. Después vivirá en Italia para recalar, por fin, en España. Aquí realizará cinco superproducciones: Rey de Reyes, El Cid, Cincuenta y cinco días en Pekín, La caída del Imperio Romano y, con la que comienza su declive, El fabuloso mundo del circo, dejando Isabel de España, su siguiente proyecto, en mantillas. Bronston estaba dispuesto a hacer una producción colosal con El Cid y no dudó en gastarse dinerales para conseguirlo, superando al mismo Hollywood. Las anécdotas que se cuentan son interminables42. Se rodeó de un equipo de reconocido prestigio, que ya había trabajado en películas de enorme éxito, y lo mismo ocurrió con los actores. El resultado no pudo ser mejor: fue el mayor triunfo de su carrera. El Cid recaudó sólo en el primer año 35 millones de dólares (había costado seis). Menéndez Pidal con Bronston, Mann y Heston (fotografía de A. Luengo, archivo FRMP) 42 Desde la secretaria que pide 10.000 pts. al mes (cuando lo normal eran 1.500) y acaban pagándole 10.000… a la semana, hasta personas que vivieron el resto de sus días de lo que ganaron (y/o robaron) en esa época gloriosa del Imperio Bronston, pasando por los actores que cobraron sin trabajar. (Matellano, V., Losada, M., El Cid). 25 Éxito que no volvió a repetirse. Bronston murió arruinado en enero de 1974, en Hollywood. Pidió que sus restos fueran trasladados a España (lo que da una idea del amor que profesaba a nuestro país), donde se encuentran enterrados en el cementerio de las Rozas, en Madrid. En su lápida se lee: «Era un hombre, en todo y por todo, como no espero hallar otro semejante»43. Y, como bien dicen Matellano y Losada: Es posible que Samuel Bronston dilapidase en exceso, que no supiese ser previsor, que intentase ir más allá de sus posibilidades, pero puso con letras de oro a España en el mapa del cine mundial, atrajo hacia nosotros las miradas de mucha gente del mundillo cinematográfico e hizo valorar a nuestros técnicos y trabajadores entre los grandes profesionales del cine.44 La dirección corrió a cargo de Anthony Mann, que venía escaldado de Hollywood (le habían despedido de Espartaco45 y había tenido numerosos problemas en el rodaje de Cimarrón46). Además, su venida a España tenía una motivación personal: se había casado con Sara Montiel, nuestra Sara. Heston cuenta la impresión que le hizo, al conocerlo: «un hombre duro y experimentado con algunas excelentes películas en su haber […] parecía tener mucha confianza en sí mismo»47. En su diario del rodaje, había escrito: «dentro de este técnico incansable hay un artista que lucha por salir»48. No sé si consiguió salir en algún momento porque, cuando llegó al rodaje, prácticamente todo estaba decidido. Quiso rodar algunas escenas de acción, pero todos – especialmente, Heston– preferían a Yakima Canutt, del que hablaré más tarde. Pero, lo realmente importante para la película era la idea que tenía Mann, que coincide con la sensación que sacarían los espectadores, explicando su éxito: Si uno tuviera que reducir El Cid a su quintaesencia se podría decir que El Cid es un western español; lo único que sucede es que va un poco más lejos que el western debido a la introducción de la leyenda en su obra. Porque el final es pura leyenda, y lo que la gente, los cronistas y los trovadores escribieron sobre este hombre debe tener muy poco que ver con la historia real. Lo que sí me interesaba era la leyenda, junto con los sentimientos y la manera de pensar del Cid. En el fondo, también en el oeste tenemos ese mismo tipo de leyendas del hombre que marcha por la calle bajo el sol, con el rifle entre sus manos, para matar a los hombres que luchan contra la sociedad. Pues bien, en ciertos aspectos el Cid hizo lo mismo cuando cabalgó por esa playa matando moros. […] La gente siempre ha tenido deseos de ver a estos héroes que, solos, fueron capaces de enfrentarse con los mayores peligros y salir triunfantes de las peores pruebas. Esto es algo que la experiencia me ha enseñado: resumiéndolo mucho, podría decirse que el público quiere ver a alguien haciendo algo, y cuanto más difícil y arriesgado es lo que tiene que hacer, 43 Shakespeare, Hamlet, acto 1. 44 Matellano, V., Losada, M., El Cid, p. 46. 45 Espartaco es una película de 1960 que finalmente fue dirigida por Stanley Kubrick. Protagonizada por Kirk Douglas, que fue el encargado de despedir a Mann, del que comenta: «Me gusta la gente que expone ideas para mejorar las cosas y Tony Mann tenía muy poco que decir. Parecía asustado ante la amplitud del proyecto» (García de Dueñas, J., El Imperio Bronston, p. 194). 46 Cimarrón es una película de 1960, dirigida por Anthony Mann. 47 Heston, Ch., Memorias, p. 264. 48 Ibídem, p. 297. 26 mayor es el triunfo final. […] la gente quería ver a alguien grande, que empezó como ustedes y como yo y, sin embargo, fueron capaces de lograr algo extraordinario, poco corriente.49 Sofía Loren, Charlton Heston y Anthony Mann El guionista de la película fue Philip Yordan, que tenía, según las malas (y las buenas) lenguas, una cohorte de «negros», elegantemente llamados «Story Development Group». El guion no estaba ultimado cuando se empezó a rodar, y Heston intervino para introducir algunos cambios. Pero, aun después de rehecho, siguió descontento porque las escenas tendían a ser demasiado recargadas […] el diálogo incluye cosas que la cámara puede mostrar mejor y más rápido […] los guionistas que trabajan para una película de época suelen recurrir a una sintaxis complicada para sugerir que la acción transcurre en una época remota. […] Después de eliminar un poco de paja […] salieron ganando.50 49 Matellano, V., Losada, M., El Cid, p. 99. 50 Heston, Ch., Memorias, p. 273. 27 Philip Yordan y Samuel Bronston Para eliminar la paja se contrató a Ben Barzman, que le dio un aire más fresco al guion. Pero, a pesar de todas estas críticas, nuestro actor apreciaba a Yordan como guionista y como productor, ya que, según él, dominaba «el rollo»; esto es, convencía con maestría a los posibles financiadores de la película e incluso a él mismo, cuando aún no estaba seguro de intervenir en la cinta. Bronston también contrató a Fredric M. Frank, especializado en temas históricos y ganador de un óscar por El mayor espectáculo del mundo51. Para la versión española, se contó con Enrique Llovet, y con Diego Fabbri para la italiana. Los productores asociados eran Michael Waszýnski y Jaime Prades, ambos vicepresidentes de la Compañía Bronston; el primero se dedicaba a la cuestión artística, el segundo, un uruguayo de origen español, se ocupaba de las relaciones con España y de la economía. El (falso) príncipe Waszýnski era el hombre de confianza de Bronston. Nadie creía su origen aristocrático ni confiaba demasiado en él, pero tampoco negaba su saber hacer y su gusto refinado, lo que le hacía indispensable en los asuntos artísticos. La dirección artística estaba a cargo de la pareja formada por el italiano Veniero Colasanti –que había trabajado haciendo escenografías para Visconti en cine y teatro– y el inglés John 51 Película dirigida por Cecil B. de Mille en 1952. 28 Moore. Juntos montaron unos maravillosos escenarios con todo lujo de detalles52, lo que les valió la nominación al óscar. Todos estaban entusiasmados con ellos, incluso Heston, porque Que yo sepa, eran los únicos capaces de diseñar desde un decorado hasta todo el vestuario. Evidentemente era un buen fichaje. Me enseñaron sus bocetos y los croquis de los interiores del siglo XI que se construirían para la película; los exteriores, desde luego, serían los auténticos castillos de España. Todo resultaba impresionante y, de hecho, surtiría el mismo efecto en la película.53 Un espontáneo Para la banda sonora se contó con el prestigioso compositor húngaro Miklós Rózsa, que ya había ganado tres óscar – uno de ellos por Ben Hur– y sería propuesto para otro por ésta y por la canción El halcón y la paloma54. Rózsa, al igual que Heston, se entrevistó –y fotografió– con Menéndez Pidal, que le aconsejó estudiar las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio. Hizo lo propio con la música arábigo-andaluza, el Llibre Vermell del Monasterio de Montserrat y los cancioneros populares españoles recopilados por Felipe Pedrell55. Se preocupó de que se utilizaran instrumentos originales y de crear otros para la grabación. El resultado fue magnífico, logrando temas muy diferentes para las distintas escenas: bélicas, palaciegas o románticas. Tuvo problemas para poner música en las batallas, ya que los técnicos de efectos sonoros querían que sonasen los clics de las espadas, lo que a Ródzsa le parecía, lógicamente, un sacrilegio. Al final, y a pesar de las protestas del compositor, se quitaron veintitrés minutos de música. 52 Se copiaron (lo hizo Maciek Piotrowski) los frescos románicos del Museo de Arte de Cataluña; los paños para los actores eran catalanes y su manufactura estuvo a cargo de la casa Cerratelli en Florencia y de Cornejo en Madrid. La creación de todo el armamento fue encargada a la fundición de los Hermanos Garrido, en Toledo. La Tizona y la Colada fueron obra del yugoslavo Oscar Colombatovich, cuyo taller estaba en Olías del Rey. El joyero Albert Pareggi se ocupó de las joyas y las mallas (García de Dueñas, El Imperio Bronston, p. 202). 53 Heston, Ch., Memorias, p. 264. 54 El título es metafórico: Rodrigo es el halcón y Jimena, la paloma. 55 Las Cantigas son del siglo XIII, es decir, doscientos años posteriores a la época que refleja la película. En cambio, el Llibre Vermell sí es del siglo XI. 29 La fotografía estuvo a cargo del australiano Robert Krasker, ganador, por este trabajo, del premio de la Sociedad Británica de Directores de Fotografía. Un fotógrafo lento, según Heston56, «pero cuando estaba Krasker en rodaje, mandaba Krasker»57. Mandaba sobre los fotógrafos españoles, Berenguer y Paniagua, a los que, al parecer, no dejaba meter baza. A Sofía Loren, sin embargo, le preocupaba la posibilidad de que el nuevo guion no la favoreciera y que la iluminación tenue de Bob Krasker no sacase el máximo partido de su rostro. Estaba muy equivocada en este sentido, no creo que sea posible fotografiar mal a Sofía, y yo no comprendía su preocupación.58 Un hombre muy importante para el rodaje fue Yakima Canutt, un falso indio estadounidense (su verdadero nombre era Enos Edward Canutt) que se ocupó de las escenas de acción. Labor que ya había realizado en Ben Hur (a él le debemos la maravillosa escena de la carrera de cuadrigas). Oficialmente, era el «director de la segunda unidad». Bien conocido y muy apreciado de Heston, para quien «Si Yakima Canutt se encargaba de la segunda unidad, una cosa estaba garantizada: las escenas de acción serían estupendas»59. No sólo hizo eso, sino que se ocupó de conseguir caballos y jinetes, para lo que contó con la colaboración del comandante Jesús Luque, jefe de la Policía Montada Municipal de Madrid. Canutt tuvo como especialistas a sus hijos Tap y Joe, quienes, saliendo a padre, habían intervenido en la susodicha carrera de cuadrigas. Yakima recibió un óscar honorífico en 1967 y se le considera el creador la profesión de especialista. 56 Heston, Ch., Memorias, p. 371. 57 John Cabrera cit. en El Cid, de Matellano, V. y Losada, M, p. 116. 58 Heston, Ch., Memorias, p. 273. Yo, tampoco. 59 Ibídem, p. 265. Charlton Heston juega con su hijo 30 Otro personaje destacado en la preparación del Cid fue el romano Enzo Musemuci Greco, un campeón de esgrima con un impresionante historial como deportista olímpico y una gran experiencia en enseñar a los actores a fingir que luchaban. Era un hombre callado y modesto, pero tenía unas piernas rapidísimas y una muñeca de acero forjado. Evitar sus estocadas era como tratar de desviar un tren.60 3.2. Actores Para el papel protagonista se eligió desde un principio a Charlton Heston, que ya había interpretado otros grandes personajes históricos o legendarios como Moisés, Marco Antonio o Ben Hur. Quizás su único fallo era que no tenía aspecto de castellano; por lo demás, cumplía los requisitos: era un hombre alto, atractivo, fuerte y, sobre todo, muy varonil. El actor tenía 36 años cuando recibió el guion de El Cid. Estaba ya en la cumbre de su carrera, máxime habiendo ganado el óscar al mejor actor protagonista por la película Ben Hur en 1959. Le pareció que «el guion en sí no era bueno, estaba entre lo mínimamente aceptable y lo infecto»61, pero hubo varias razones que le animaron a aceptar el papel. Una, que le gustaban los hombres que habían existido de verdad y, aunque no conocía prácticamente nada de Rodrigo Díaz de Vivar, sabía que era un héroe castellano medieval; además, pensó que podía influir en el guion, como efectivamente hizo. Otra, que «el guion infecto» se rodaba en España, que era igual a la descrita por Hemingway y, según pudo comprobar, los españoles son maravillosos: llenos de intensa vida, de orgullo vibrante, con un acerado sentido de la responsabilidad. La amistad de un español es sólida como una roca, y sospecho que lo mismo puede decirse de su enemistad, aunque yo no he tenido ocasión de comprobarlo.62 60 Heston, Ch., Memorias, p. 271. 61 Ibídem, p. 262. 62 Ibídem, pp. 263-264. Es evidente que su visión de España y, sobre todo, de los españoles, era más que romántica. 31 Para «animarlo», Bronston le envió una «impresionante caja de cartón llena de libros»63 y aunque Heston reconoce que, durante su etapa escolar, en historia sólo había aspirado al aprobado, después de esta inmersión en el siglo XI hispánico, llegó a la conclusión de que «la historia no es sólo la asignatura más importante, puede que sea la única asignatura»64, y el Cantar de Mio Cid (según él, escrito dos siglos después de la muerte del héroe) «es una de las obras maestras de la Edad Media, una de las mejores obras de la literatura española hasta Cervantes»65. Tanta cultura le llevó a la conclusión de «ver a Rodrigo como una figura bíblica, una especie de Job desafiante y paciente»66. A mí esta última afirmación me parece un oxímoron. No sé si, además de la pila de libros sobre el Cid, Heston se habría leído la Biblia, porque, aunque Job ha pasado a la posteridad como el prototipo de hombre paciente y resignado, la verdad es que no para de quejarse (y con razón). Lo más curioso de todo es que, según el actor, Menéndez Pidal «juzgó aceptable la forma en que yo había decidido interpretar al Cid, como un Job bíblico»67. Yo pongo en duda esta versión, ya que otras, como la de Llovet, refieren que don Ramón, al preguntarle por esta apreciación de Heston, contestó, con algo de guasa: «No se preocupen, porque si el Cid existió, ¿por qué no iba a ser así…?»68. También el actor mantiene que fue él, quien, tras documentarse sobre su personaje y enterarse de que la máxima autoridad en la materia era Menéndez Pidal, le pidió a Bronston que le organizara un encuentro. Según otras fuentes, sin embargo, La primera decisión que tomó Bronston cuando se empeñó en abordar la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador […], fue enviar a Charlton Heston a entrevistarse –y fotografiarse– con el venerable don Ramón Menéndez Pidal. Para Bronston era fundamental disponer de la sanción favorable, desde el punto de vista científico, de la máxima autoridad mundial en el personaje que se disponía biografiar. Y la consiguió.69 Bronston no sólo envió al actor, también propició un encuentro con el compositor de la banda sonora, Miklós Rózsa, para que el sabio le orientase en su trabajo. Además, le invitaría al rodaje, como se ha dicho antes y recoge extensamente la prensa del momento. Por último, para dar a su superproducción una pátina de seriedad y credibilidad, contrató como asesor histórico y lingüístico a Gonzalo Menéndez Pidal, hijo de don Ramón. Siempre me pregunté, al ver las numerosas fotos en que aparece don Ramón charlando animadamente con el actor, en qué idioma lo harían. Según Heston, su español no era muy bueno 63 Heston, Ch., Memorias, p. 265 64 Ibídem 65 Ibídem 66 Ibídem 67 Ibídem, p. 269 68 Llovet, E., cit. por García de Dueñas, J., en El Imperio Bronston, p. 188. 69 García de Dueñas, J., El Imperio Bronston, p. 187. 32 y el inglés de Menéndez Pidal, limitado, «pero por suerte él hablaba con acento de Valladolid, que es muy claro y fácil de entender para un extranjero»70. El relato que hace el actor de tal encuentro no tiene desperdicio. Don Ramón invitó a nuestro hombre a comer y éste bajó del coche a media manzana de la «minúscula casa»71, para «evitar a toda costa la imagen de estrella de Hollywood»72. Sinceramente, no sé por qué ir en coche, aunque éste fuera un haiga, daba la imagen de «estrella de Hollywood»; pero, en cualquier caso, no creo que a don Ramón le impresionara lo más mínimo recibirlo en su «modesta» casa73. La comida fue provechosa y, aunque Heston no recuerda el menú, quedó muy satisfecho con la visita, comentando que don Ramón era exactamente como se lo había imaginado, con «una mente despierta y vigorosa» y que, a pesar de su avanzada edad (contaba ya más de 90 años), se daba cuenta de que nuestra película crearía entre el público la impresión permanente del hombre al que había dedicado gran parte de su vida. Era consciente del poder del cine y quería hacer todo lo que estuviese en su mano para tener la seguridad de que haríamos las cosas como era debido.74 No sería su único encuentro; se repetiría otra vez, acompañando a Heston su mujer, Lydia Clarke, fotógrafa, que dejó testimonio de la ocasión75. La preparación física a la que se sometió Heston para desempeñar su papel fue, desde luego, épica. Le dedicó varios meses y no creo que tuviera nada que envidiar a la que recibiera el propio Cid. Yakima Canutt fue el encargado de dársela y de encontrar dos Babiecas que Heston montaba todas las mañanas, por la orilla del río Manzanares. Actividad placentera, según él, entre 70 Heston, Ch., Memorias, p. 269. Luis G. de Valdeavellano cuenta de Menéndez Pidal que «su infancia y juventud transcurrieron en Asturias, en el Concejo de Pola de Lena, que era la tierra de sus padres y de sus abuelos, la tierra a la que don Ramón amó siempre como a la tierra nativa y de la que llevaba en su persona misma el sello inconfundible de su acento asturiano en el hablar». (Seis semblanzas de historiadores españoles, p. 142). 71 Ibídem, p. 269. Charlton Heston recalca lo pequeña que era la casa de Menéndez Pidal. Es cierto que, comparada con la suya (de la que he visto fotos y medidas), lo sería, pero debía de comprender que todas saldrían desfavorecidas a su lado, una mansión impresionante en una superficie de 12.000 m2. 72 Ibídem 73 La que fue casa de Menéndez Pidal alberga hoy la Fundación que lleva su nombre. Es una casa de un tamaño más que considerable, con un gran jardín. 74 Heston, Ch., Memorias, p. 269 75 En el capítulo IX de la serie «El ministerio del tiempo», «Tiempo de silencio», dedicado al Cid Campeador, se recrea esta entrevista, pero no como fue, sino en el despacho de don Ramón y con un intérprete. Heston está retratado como un hombre inculto que pregunta al académico si en tiempos del Cid existían los rifles y qué relación había entre éste y Cristóbal Colon. La respuesta de Menéndez Pidal es: «¡Madre del amor bendito, este hombre, si nace más simple, nace botijo! Dígale [dirigiéndose al traductor] que la única relación que tienen es la letra “c”: de Cid, de Cristóbal, de Colón y de los cojones que hay que tener para hacer esas preguntas». Tendría cierta gracia si no fuera porque no existe ningún parecido con la cordial entrevista que fue en realidad y porque es fastidiosa esa manía generalizada de los españoles de retratar a los estadounidenses como paletos e ignorantes. 33 otras cosas porque «Eran unos animales maravillosos, de una belleza sensual con la que sólo pueden compararse las mujeres desnudas y los bebés dormidos»76. Canutt quería que las escenas de combate fueran las mejores; para ello se contrató a un reputado maestro de armas para nuestro hombre: Enzo Musemuci Greco. A Heston, aprender a luchar con espada le parecía una nimiedad al lado de conducir una cuadriga, por lo que se entregó a la tarea con entusiasmo, ya que, de propina, se puso en forma y «Ambas cosas son importantes para un actor: saber manejar la espada y tener buenos abdominales»77. Las clases de esgrima le dieron la idea a nuestro hombre de cómo aparecer envejecido en la segunda parte de la película. Cuando rodaban la escena de la lucha entre el padre de Jimena y el Cid, el primero estaba doblado por Enzo, lo que le libró a Heston de sufrir un accidente, ya que éste se equivocó en la coreografía y la profesionalidad del maestro evitó un golpe fatal. Todo quedó en un rasguño que hizo que al actor se le ocurriera cómo «envejecer», ya que «quería que a mi Job-Rodrigo se le notaran las huellas del sufrimiento, pero la barba canosa en la que ya había pensado no era suficiente. Una cicatriz en la nariz sería perfecta»78. Pruebas de maquillaje de la cicatriz 76 Heston, Ch., Memorias, p. 270 77 Ibídem, p. 272. 78 Ibídem, p. 275. 34 Para completar su formación, recibió clases de toreo de salón del diestro Domingo Ortega, consiguiendo que sus movimientos, en los lances de esgrima, fueran más armoniosos.79 Los decorados, muchas veces reales, influyeron, como no podía ser menos, en la caracterización del personaje. El propio Heston resalta uno de las escenas más gloriosas: la entrada en Valencia. El actor la había preparado mucho, pero lo olvidó todo cuando vio a los dos mil lugareños desgañitándose: «¡Cid, Cid, Cid!», «cálidos y abiertos como una mujer»80. Después de esta aclaración, comprendo que Heston dijera que Una cosa así no hace falta interpretarla. No se puede interpretar. Estuve allí. Me sucedió a mí. Ahora comprendo, porque lo he vivido, lo que se siente al tomar una ciudad. Sí, es como una experiencia sexual. Es una experiencia sexual elevada a la décima potencia.81 No todo iban a ser mieles para nuestro héroe. Esos mismos «españoles maravillosos» que lo aclamaban, le dieron la espalda en cuanto se descuidó. Una noche (lo cuenta él mismo, lo que tiene su mérito), después del rodaje, fueron a cenar a un pequeño restaurante unos cuantos actores. La muchedumbre, abarrotando la calle, los miraba desde la puerta, siempre de manera respetuosa, lo que enterneció a nuestro hombre y, sintiéndose en la obligación de firmar unos cuantos autógrafos y obsequiar con unos apretones de manos, se acercó a ellos. Pero, en cuanto los actores se levantaron, esos pueblerinos desagradecidos se introdujeron en el local para disfrutar de un partido de fútbol en un televisor recién encendido. ¡Ay, la plebe! Para el papel de Jimena se eligió a la sin par Sofía Loren desde el principio, aunque Sara Montiel mantuviera que Me ofrecieron hacer de doña Jimena, pero los productores que me tenían contratada en exclusiva no me dejaron hacer el papel. Entonces cada película mía que se estrenaba batía récords de taquilla. Y los productores pensaban que no me vendría bien hacer el personaje de una mujer que tan sólo espera con sus dos hijas a que su marido volviese de la batalla.82 Como consideraba que no era papel de su altura, Sarita sugirió para el papelillo a Sofía Loren, una chica italiana que no estaba mal. A Sofía tampoco le entusiasmó el rol de 79 Toda esta preparación no sólo le sirvió para conseguir un héroe creíble, sino para disfrutar de una tarde triunfal en la inauguración de la plaza de toros de Castellón, donde fue a hacer una exhibición con Babieca II, ataviado con traje campero, noticia también recogida por los periódicos de la época. 80 Heston, Ch, Memorias, p. 279. 81 Ibídem, 279-280. El método Stanislavski a lo bestia. 82 Matellano, V., Losada, M., El Cid, p. 13. Sara Montiel es la única que mantiene esta versión de que le ofrecieron a ella primero el papel de Jimena y que lo rechazó. En un artículo de Antonio Astorga (ABC Cultural del 28-XII- 2011), aparece el siguiente diálogo: «Víctor Matellano le pregunta: “¿Le ofrecieron a la Montiel el papel de doña Jimena?” Y Enrique Herreros remata la faena: “Es como si a mí Vicente del Bosque me ofrece el puesto de ariete para la próxima Eurocopa”». 35 Jimena/Penélope83, y sus exigencias fueron tantas84 que una semana antes de comenzar el rodaje se barajó el nombre de Jeanne Moreau. Finalmente, y mediante la intercesión de su amigo Basilio Franchina, Sofía aceptó. Ella no tenía aún un óscar (lo conseguiría en 1961 por su papel protagonista en Dos mujeres85), ni falta que le hacía: era ya una estrella internacional. En sus memorias, no le dedica ni una línea a la película, simplemente la despacha con que era «una especie de “superwestern” histórico»86 y, su papel, el de «madre sufridora de las dos gemelas del Cid»87. Doña Jimena y sus pequeñas hijas Estoy de acuerdo con Sofía en que su papel es bastante limitado, porque era una actriz que podía ofrecer algo más que un físico espléndido. Limitado a unos primeros planos en los que únicamente nos muestra sus bellas facciones impecable y excesivamente maquilladas. Gaya Nuño 83 En la escena en que recibe a doña Urraca en el Monasterio de Cardeña, está tejiendo un tapiz, lo que he entendido como un trasunto de Penélope, ya que, realmente, Jimena se pasa la película esperando a su marido. 84 Sofía Loren demandó a la productora porque quería que su nombre tuviera el mismo tamaño que el de Charlton Heston (puede observarse en los títulos de la película que ambos son, injustamente, iguales). Pero antes había exigido un cambio de guion para tener mayor protagonismo, no permitió que la envejecieran, tenía peluquero particular… 85 Dos mujeres es una película italiana de 1960 dirigida por Vittorio De Sica y basada en el libro La campesina, de Alberto Moravia. 86 Loren, S., Ayer, hoy y mañana, Lumen, 2014, p. 186. 87 Ibídem, p. 193. 36 mantiene que es demasiado hermosa para hacer de Jimena88. Bien es verdad que, por una cuestión de estadística, no creo que Jimena fuera tan guapa89, pero hay que reconocer que existe un exceso de maquillaje y de peluca. Basta con ver a la Sofía que, poco después, rodó Dos mujeres, maquillada para parecer que no. Todo ese exceso la hace bellísima, pero también un personaje poco creíble. Sofía/Jimena no se despeina ni en pleno destierro. En cambio, Charlton/Cid sí que se despeina y le salen pelos y cicatrices, pero él mismo reconoce que, respecto a las actrices «es frecuente que se preste más atención a su físico que a su talento»90. La negativa de Sofía Loren a envejecer91 (negativa que ha mantenido a lo largo de toda su vida real) tuvo una consecuencia importante: las hijas no pudieron crecer, siendo condenadas a un enanismo crónico; hubiera sido poco creíble que, a la muerte del Cid, fueran –como efectivamente eran– dos mujeres casadas… ¡con esa madre! John Fraser, Charlton Heston, don Ramón Menéndez Pidal, Geneviève Page y Raf Vallone (fotografía de A. Luengo, archivo FRMP) 88 Gaya Nuño, J.A., «“El Cid”: un insulto a la Historia de España», La Estafeta literaria nº 236, Madrid, 1962, apéndice p. 106. 89 Tampoco creo que el Cid fuera tan guapo y tan alto como Heston. Esto no sólo no lo dice nadie (ni siquiera Gaya Nuño), sino que a todos les parece que es un actor idóneo para ese papel. Habría que preguntarse las causas. 90 Heston, Ch., Memorias, p. 272. La reflexión del actor queda constatada por el hecho de que a Geneviève Page la avisan 45 minutos antes que Charlton Heston, se supone que para someterla a una larga sesión de maquillaje (véase apéndice p. 99). 91 Véase nota 84. 37 Geneviève Page, actriz francesa, fue la elegida para el papel de doña Urraca; es el único papel femenino de la película aparte del de Jimena. Urraca está secretamente enamorada del Cid y defiende con uñas y dientes a su hermano Alfonso. Es una mujer dura, que no sonríe a lo largo del todo el metraje. Creo que no da en absoluto el perfil de dama castellana, y no sólo porque vaya teñida de rubio. Parece más bien una vampiresa medieval, contrastando con el retrato que de ella hacen Guillén de Castro y, sobre todo, Corneille, anteponiendo, en una lucha de caracteres trágicos, su deber como reina a su amor plebeyo por don Rodrigo. La relación con su hermano Alfonso la veo más maternofilial –al igual que Menéndez Pidal– que, como opinan algunos, incestuosa, movida siempre por el despecho y el rencor. Pero, según Heston, su elección «fue un gran acierto […]. Estuvo soberbia en el papel. Era una actriz maravillosa y además una excelente mujer».92 Su hermano, el príncipe Alfonso, está interpretado por el actor escocés John Fraser, hombre más guapo que varonil, sobre todo en esta película, en la que va maquillado de manera excesiva. ¿Por qué tanto rímel? ¿Querían un rey afeminado o sólo débil? Me parece significativo el hecho de que Fraser fuera un homosexual reconocido, opuesto a Gary Raymond, que da vida a Sancho II. Este actor inglés es «más hombre», moreno, de facciones más duras y… no va maquillado como una mujer. El conde Ordóñez está interpretado por Raf Vallone, conocidísimo actor italiano, un hombre atractivo y viril. Su papel es una miscelánea del personaje histórico, el legendario y una buena dosis de invención. Interpretado por Andrew Cruickshank, actor inglés, el conde de Gormaz, padre de Jimena, es un hombre desagradable, que ya nos cae mal nada más verlo, por reteñido, fondón y malencarado. Es una elección perfecta para que, de primeras, nos pongamos de parte de ese Cid tan buen mozo. En la película contaba sólo con 54 años, curiosamente cuatro más 92 Heston, Ch., Memorias, p. 268. 38 que el padre del Cid, Michael Hordern, también inglés, que históricamente era mucho mayor. Por más que el padre de Jimena vaya teñido, se le ve más viejo que al del Cid, éste mucho más digno con su pelo blanco. Otros actores secundarios son el estadounidense Hurd Hatfield, en el papel de Arias; Massimo Serrato, italiano, en el de Fáñez; Frank Thring, australiano, es Al Kadir, el emir de Valencia fofo y amanerado, frente al encantador Al Mutamin, al que da vida el inglés Douglas Wilmer. Mención aparte merece Herbert Lom, nacido en Praga y nacionalizado británico, que encarna a la perfección al terrible Ben Yusuf, que nos aterra sólo con su mirada, pues sus ojos son lo único que enseña a lo largo de todo el metraje93, exceptuando unos breves instantes, en la escena de la muerte de García Ordóñez, en la que podemos contemplar su cara al completo. Douglas Wilmer como Al Mutamin, el moro «bueno» Aparte de los extras, algunos actores españoles tuvieron pequeños papeles. Maruchi Fresno es la dama de Jimena (aunque no aparece siquiera en los títulos de crédito). Pero las más destacables son las gemelas Paloma y Lola Vergara, las hijas del Cid. Aquí el casting fue encomiable, porque las niñas son, angelitos, exactas a su abuelo materno; yo estaba convencida de que eran sus nietas de verdad. Pero no, son dos niñas madrileñas que desaparecieron del panorama cinematográfico después de esta exigua aparición. 93 En Así empieza lo malo, de Javier Marías, p. 272, se dice de Herbert Lom: «Tenía unos ojos tan vidriosos como magnéticos, de una frialdad intensa que casi llegaba a turbar». 39 3.3. Localizaciones Las localizaciones, ampliamente destacadas tanto por la censura como por la crítica, contribuyeron a la caracterización y éxito de la película. El Cid se rodó en Ávila, Ampudia (Palencia), Burgos, Calahorra (La Rioja), castillo de Belmonte (Cuenca), haciendo las veces de Zamora; Manzanares el Real (Madrid), Peñíscola (Castellón), como una magnífica recreación de Valencia; Toledo, Torrelobatón (Valladolid), Monasterio de Ripoll (Gerona), León, y en la Ermita de Nuestra Señora de los Remedios (Colmenar Viejo, Madrid). Se utilizaron para los interiores los estudios madrileños de Chamartín, Sevilla Films y C.E.A. y los estudios Titanus Appia de Roma. Como conclusión de la ficha técnica, quiero destacar el hecho de que Martin Scorsese le dará una segunda vida a los 182 minutos de esta película en 1993, restaurándola, sin los recortes de la Censura, y haciendo una edición de lujo. Para el célebre director, «El Cid es una de las películas épicas más grandes jamás realizadas».94 94 Matellano, V., Losada, M., El Cid, p. 181. 40 4. Puntualizaciones a la película La película arranca con una voz en off recitando unos versos del Cantar: «¡Feridlos, cavalleros, por amor del Criador! / Yo so Roy Díaz, El Çid de Bivar Campeador!»95. Dato importante porque es en el Cantar donde por primera vez se le llama «Cid» a Rodrigo, apelativo que él nunca usó, ni usaron los demás, mientras vivió96. Según explica Menéndez Pidal en el vocabulario lexicográfico del Cantar, «Cid» es un «título honorífico, derivado del árabe cid “señor”; lleváronlo varios personajes cristianos, sin duda por haber vivido entre los moros o tener vasallos musulmanes»97. Otra teoría mantiene que «Cid» significa «león», epíteto árabe con significado militar y guerrero98; hipótesis doblemente atractiva por novedosa y por el episodio del león que aparece en el Cantar. No sucede lo mismo con el apelativo «Campeador», que ya usó Rodrigo en vida y que aparece en el Carmen Campidoctoris. Menéndez Pidal aclara que «Este sobrenombre del Campeador era altamente encomiástico. Significaba vencedor de batallas […] Que al Cid se aplicase ese título por antonomasia y desde muy joven, no sólo lo asegura el Carmen, sino también la Historia Roderici…»99 La voz en off continúa presentándonos al Cid con otras dos conocidas expresiones del Cantar: «que en buena hora nació y en buena ciñó espada». Pero, inexplicablemente, nos sitúa la acción en el año 1100, cuando el Campeador muere en 1099 y, en consecuencia, los sucesos recreados en la película son bastante anteriores. Después de presentar al Cid como aquél que «se elevó sobre las rencillas locales y convocó a todos los habitantes de España a luchar contra el enemigo común que amenazaba con destruir los hombres, las tierras, y la civilización prometida», aparece, como antítesis, significativa por el posterior desarrollo de la película y el papel atribuido al Cid, el emir africano Ben Yusuf, (en realidad, Yusuf ibn Tasufin), lanzando una arenga sobrecogedora a sus seguidores, de una escalofriante actualidad, animándolos a destruir a los infieles. 95 Vv. 720-721 del Cantar. 96 «Y eso se debe principalmente a los 3730 versos del Cantar que inmortaliza sus hazañas, del que 441 llevan la palabra «Cid», ya sea acompañada de «Mio» (333 veces), o sin ese refuerzo (108). También se le llama ahí «Campeador», pero con menos frecuencia (184 veces). Su nombre de pila suena todavía menos: «Ruy Díaz» (33) o «don Rodrigo» (18)» (Hernández, F.J. «En la prehistoria de la materia épica cidiana: el Cid no era el Cid», Revista de Filología Española, volumen LXXXIX, nº 2, Madrid, julio-diciembre 2009, p. 258). 97 R. Menéndez Pidal, Cantar de Mio Cid. Texto, Gramática y Vocabulario, 4ª ed. (Madrid, 1969), H, 574-77. 98 Epalza, M. de, «El Cid = El León: ¿epíteto árabe del Campeador?», Hispanic Review, Philadelphia, 45/1, 1977, pp. 67-75 99 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, p. 105. 41 Un equívoco reiterado a lo largo de toda la película es esta invocación a España, que por aquella época no existía –ya se verá más tarde cómo en la Censura llaman la atención sobre este tema–, formulada en algunos momentos culminantes. Lo hace, por ejemplo, Ben Yusuf en la soflama antes mencionada; lo hace el Cid, cuando grita «¡Por España!», doblemente enardecido por descubrir a sus fieles esperándolo a la puerta del pajar y por la romántica noche pasada con Jimena. «¡Nos extenderemos por el mundo entero!» La película tiene el mérito de amalgamar diferentes fuentes de la vida del Cid, y digo mérito porque creo que el resultado es grandioso. Una prueba patente de esta mezcolanza es la importancia que tiene el amor a lo largo de toda la película, tema sacado de Las mocedades del Cid de Guillén de Castro en primer lugar y, posteriormente, de Le Cid de Corneille. El amor de Rodrigo y Jimena, que alcanza tanta relevancia que le hace confesar al primero, mientras esperan ambos el resultado del juicio por su «traición», que le ha llevado a perdonar la vida a los reyes moros; confesión, como mínimo, desconcertante, pues podría justificar la acusación. Pero no es sólo el amor entre los dos protagonistas el que va a influir en las peripecias de la historia. También el del conde Ordóñez por Jimena. Ya he aclarado que éste es el personaje con más dosis de invención de la película; aunque bien es verdad que, si Jimena tuviera el físico de Sofía Loren, sería fácilmente comprensible. Ese amor no aparece en ningún texto. El conde Ordóñez es un personaje histórico que, siempre según Menéndez Pidal, fue, en un primer momento, amigo del Cid, siendo uno de los dos fiadores (el otro fue el conde Pedro Ansúrez) de las arras en su boda con doña Jimena en 1074100. Es cierto que don Rodrigo y él tuvieron un enfrentamiento en la misión que el rey Alfonso VI encomendó al primero, enviándole a cobrar las parias al rey moro de Sevilla, mientras que el conde ayudaba al rey de Granada. El Cid hizo 100 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, p. 211. 42 prisionero al conde Ordóñez en Cabra (Córdoba) y de ahí pudo surgir la enemistad, aunque, como indiqué antes, Menéndez Pidal mantiene que, a pesar de ser el alférez de Alfonso VI y, en consecuencia, el preferido101, García Ordóñez «siempre se manifestó tan ambicioso como ineficaz»102 y se reconcomía de envidia por nuestro héroe. Él es quien acusa de traición al Campeador, para anularlo como pretendiente y, después de la muerte del padre de Jimena, en la cripta que alberga su sarcófago, se le ofrece para vengarlo, aunque reconociendo la superioridad de su adversario, al que sólo puede derrotar con malas artes, cuando dice: «Luchar no, lo mataré». Al final, rendido por la fidelidad de Jimena a su esposo, es decir, por el amor, acaba por ayudarla a escapar de la prisión donde la ha confinado Alfonso VI, convirtiéndose él también en uno de los más fieles seguidores del Cid, hasta el punto de morir como un mártir antes que traicionarlo. Es de destacar que esta «conversión» afecta, en mayor o menor medida, a prácticamente todos los personajes. El padre de doña Jimena es el encargado de estropear tanta felicidad, ya que, si no, no habría lugar a las venturas-desventuras de la pareja y se acabaría la película. Se enfrenta a su futuro consuegro y lo reta, arrojándole el guante a la cara. Fórmula de desafío anacrónica; en el siglo XI se mesaban las barbas del oponente, «injuria gravísima que los fueros declaraban causa de enemistad perpetua»103. Seguramente no lo plasmaron así en la película porque la mayoría de los espectadores, además de no entenderlo, lo hubieran encontrado grotesco. El enfrentamiento de los frustrados consuegros, en el que parece adivinarse una contraposición entre la rancia nobleza leonesa –el pasado– y los infanzones castellanos –el futuro, la nueva España– , dará lugar al posterior duelo y venganza del Cid y, en consecuencia, a la tragedia en su relación con Jimena. Suceso que aparece, por primera vez, en Las mocedades del Cid y, posteriormente, en Le Cid (aunque, en ambas obras, el conde le da un bofetón a don Diego), enfrentando honor y amor –Jimena le espeta a Rodrigo: «Has comprado tu honor con mi duelo»– y llegando a la conclusión de que su relación es imposible. Lo que no está nada claro es el origen del desencuentro104 que, según Menéndez Pidal, es totalmente falso, «todo esto son cuentos de 101Menéndez Pidal, La España del Cid, p. 438: «Alfonso prefirió al incapaz…» (véanse pp. 16 de este trabajo). 102 Ibídem, p. 142. 103 Ibídem, p. 179. 104 Según Víctor Said Armesto, «Ningún romance –de los conocidos, claro es– registra la causa de esta afrenta. Sobre los antecedentes del duelo entre Rodrigo y el Conde, nada dicen tampoco las Crónicas en prosa. El rom. 28 de la Prim. (Durán, 726) atribuye la injuria recibida por don Diego a un lance de caza: “Hijos, mirad por la honra, / que yo vivo deshonrado. / Porque les quité una liebre / a unos galgos que cazando / hallé del Conde famoso, / Conde Lozano llamado, / palabras sucias y viles / me ha dicho y me ha ultrajado.” –La Crón. Gral. de 1344 dice con extremado laconismo que andando Laínez por Castilla, “tovo gresgo con el Conde don Gómez, señor de Gormaz, e ovieron su lid entre amos, e Rodrigo mató al Conde”. La Crón. Rimada es más explícita, pues cuenta que el Conde “a Diego Laynes fiso daño / ferióle los pastores e robóle el ganado” (vv. 280-281), y agrega que Laínez, en desquite, corrió las tierras del insolente magnate, quemóle el arrabal y le secuestró las lavanderas que 43 juglares tardíos, ensueños de poetas […] La lucha de agravio y de amor entre Jimena y Rodrigo alcanza su positivo valor histórico cuando Guillén de Castro la idealiza dentro del sistema teatral de Lope de Vega, y la impone a la mente de Corneille…»105 El duelo de Calahorra está sacado también de las Mocedades de Rodrigo y de los dos textos antes mencionados, cogiendo de aquí y de allá, aprovechándolo para insistir en la ideología de la película. Así, mientras que Fernando I de Castilla y León habla siempre de los intereses de España, Ramiro de Aragón sólo piensa en su reino. No es un hecho histórico, ya que Calahorra, en aquellos momentos, era una plaza de Navarra, que se anexiona posteriormente el reino de Castilla y León bajo Alfonso VI. En consecuencia, ni Jimena le pidió a Martín el Grande que fuera su paladín, ni, por supuesto, Urraca se ofreció a darle sus colores al Cid. Pero hay que reconocer que es un buen golpe de efecto. «Dios se ha dignado a darme fuerzas, señor» La boda es espectacular. Resaltan la indecisión de Jimena y la angustia de Rodrigo. También los extras. Esos extras maravillosos que aparecen cuando, inexplicablemente, se abre la puerta de la catedral dando paso a un ventarrón que no presagia nada bueno. Esos extras que, a lo largo de toda la película, ponen la nota de realismo; esos hombres medievales, cejijuntos, genuinos. El pueblo llano, en definitiva. Después de esta boda (al parecer no consumada, ya que ella le aclara, con una crueldad inusitada, que se ha casado únicamente para poder vengar a su padre, si bien flojea cuando Rodrigo la besa, lo que es muy comprensible), Jimena se retira a un monasterio, a pesar de la cariñosa iban al río. – Del bofetón algo apuntan los romances (cfr. Durán, 728, 729, y Men. Pidal, El Rom. Esp., pág. 57), pero sin expresar la causa ni suponer al Conde envidioso de Laínez por una preferencia palaciega.» (nota p. 13 de Las Mocedades del Cid de Guillén de Castro). 105 Menéndez Pidal, La España del Cid, p. 81. 44 reconvención de la madre abadesa, que le recuerda que ella está hecha para el mundo. No me cabe duda de que al mundo no se le puede sustraer una fuerza de la naturaleza como Sofía Loren. Pero es una invención de la película; lo que sí dice la leyenda es que el Cid, al partir para el destierro, deja a Jimena y sus hijas en el monasterio de Cardeña. Pero a los guionistas les debió de chirriar mucho meter a Sofía Loren en un monasterio masculino. Se comprende. Aunque sí hubo un enfrentamiento entre Sancho y Alfonso a la muerte de su padre, no ocurrió tal y como aparece en la película. Sí es histórica la lucha entre los cinco hermanos – incluyendo a los dos que se ignoran en la cinta, don García y doña Elvira–, ya que Sancho, el primogénito, quería a toda costa ser el único heredero. En la película, no llega a matar a Alfonso gracias a la intervención de su hermana, pero lo condena a «sus dominios»: los calabozos de Calahorra. Esta decisión permite al Cid rescatar a Alfonso, enfrentándose en solitario y, por supuesto, venciendo, al grupo de soldados –exactamente trece– que lo custodian, y llevarlo a Zamora, lugar seguro, pues es la ciudad de Urraca. Ya he hablado de este episodio y volveré a hacerlo. Así, el héroe cumple con la promesa hecha al padre, Fernando I, el rey muerto, pues, según contaban los juglares, «el rey había encomendado sus hijos al Cid para que los aconsejase, y les había hecho jurar que respetarían su partición de los reinos; juramento que todos hicieron menos don Sancho»106. Este episodio desencadena el cerco de Zamora, ya comentado, que tendrá como consecuencia otro hecho legendario: la Jura de Santa Gadea, que sirve para reforzar el papel de liderazgo, rectitud y hombría del Cid, capaz de lo impensable, pues, como le advierte Urraca a Jimena: «Nadie puede ordenar a un rey que jure». Es también el triunfo del pueblo contra el poder establecido. Como anécdota, hay que señalar el inexplicable desliz del texto del juramento que, al trasluz, se ve escrito en castellano actual. Camino del destierro, ganado por su osadía, el Cid se encuentra a un leproso, llamado Lázaro107, saciando su sed y demostrando que no sólo es un hombre valeroso, sino también la persona caritativa que se atreve a hacer lo que nadie haría. Momento en el que aparece, como salida de la nada, Jimena, que ¡por fin!, le confiesa su amor y le ofrece su apoyo (y otras cosas, como se verá más tarde). 106 Menéndez Pidal, R., La España del Cid, p. 91. 107 Este episodio del encuentro del Cid con un leproso aparece por vez primera en las Mocedades de Rodrigo, para luego hacerlo en Las mocedades del Cid y, por supuesto, en Le Cid. El leproso es, en realidad, san Lázaro. 45 La famosa niña del Cantar no podía faltar, aquí más amable y pícara, tal vez porque, en la película, el rey sólo ha amenazado a los que ayudaran al Cid con despojarles de sus bienes y cortarles las manos, en vez de sacarles los ojos «y aun el cuerpo y el alma»108. Les ofrece, a Rodrigo y Jimena –después de hacerle a esta última una indiscreta pregunta: «¿Es que ya no lo odiáis?»– un pajar de lo más apañado. Pajar donde van a consumar el matrimonio. Escena, por supuesto, inexistente en la tradición cidiana, pero una de las más gloriosas de nuestro héroe como hombre. En ese pajar acogedor, que tiene incluso un puchero al amor de la lumbre, amanecen después de una noche memorable, de lo que da fe la reciente esposa, ya sin cara de haba. Jimena a Rodrigo: «Aguarda un momento para que pueda recordar esto» Pero cuando Jimena sale de este pajar, con vistas a la muchedumbre que los espera después de tan espléndido encuentro, constata que de nada han servido sus armas de mujer (que eran muchas, por no decir todas), porque en su ya marido, de hecho, pesa más el sentimiento nacional, y de nuevo al grito de «¡Por España! ¡España!», se pone al frente de sus mesnadas; mientras, ella, resignada, torna al monasterio. Sin solución de continuidad, aparece el Cid ante Alfonso VI, ya con barba109 y una cicatriz que le atraviesa la cara para, como ya he dicho, recalcar el paso del tiempo. El rey le aclara que no lo ha perdonado, pero lo necesita para luchar en Sagrajas. Sin embargo, nuestro héroe, con una visión, de nuevo, nacional, trata de disuadirlo y le pide ayuda para conquistar Valencia. Ocasión que da lugar a la escena del agravio a los reyes moros aliados, donde se pone de manifiesto el mutuo respeto que se profesan con el Cid, no compartido por Alfonso VI y su corte. Nuestro héroe 108 Cantar de Mio Cid, v. 28. 109 En el Cantar, el Cid se deja la barba en el destierro: «Y al creçe la barba / e vale alongando; / ca dixera mio Çid / de la su boca atanto: / “por amor de rey Alffonsso, / que de tierra me a echado” / nin entrarié en ella tiger, / ni un pelo non avrié tajado, / e que fablasen desto / moros e cristianos» (vv. 1238-1242). 46 insiste en que también ellos tienen como enemigo a Yusuf, distinguiendo de nuevo entre los moros invasores y los españoles. Primera aparición del Cid con barba En la escena siguiente, Rodrigo visita a Jimena y a sus hijas –a las que todavía no conoce– en el monasterio. En la película se llaman Elvira y Sol, como en el Cantar, y no como en la realidad, Cristina y María. Estas niñas no eran gemelas y entre ellas, además, existía un varón llamado Diego, que murió en la batalla de Consuegra dos años antes que su padre. Me he preguntado el porqué de esas niñas gemelas que costaría encontrar en una España en que no había tantas; he llegado a la conclusión de que era para demostrar que sólo había existido un ayuntamiento entre el matrimonio, confirmando la fidelidad de Jimena, pero debían aparecer dos hijas, ya que ése es uno de los datos más conocidos de la leyenda del Cid. El Cid desoye a su rey y, con la ayuda de otro rey, Al Moutamin, parte hacia Valencia. Este moro110, recto y fiel a su amigo, es un personaje que tiene algo de adorable desde el principio. Jura fidelidad al Cid y lo cumple hasta después de su muerte. Alfonso VI es derrotado en Sagrajas y, en represalia, después de una patética demostración de su valor (y de la calidad del rímel), encarcela a Jimena y a las niñas, dando pie a que el Cid abandone el asedio de Valencia –tras preguntar, retóricamente: «¿No soy un hombre como los demás?»– demostrando que quiere ser antes esposo y padre que caudillo, que es de carne y hueso (y de corazón). Pero en su ayuda viene, como hemos indicado antes, García Ordóñez, 110 Interpretado por Douglas Wilmer, que falleció el 31 de marzo de 2016 (mientras yo escribía este trabajo) y se hizo famoso por su interpretación de Sherlock Holmes en una serie de la BBC de los años 60. 47 ganado por la fidelidad de Jimena (y asombrado de su belleza inmarchitable a pesar del tiempo que lleva presa). No voy a hablar de la sucesión de batallas en Valencia, sino de aquellas escenas que sirven para aumentar el personaje del Cid, aunque no tengan rigor histórico ni base textual. La primera, el asalto en sí. Frente a la crueldad de la que hizo gala el verdadero Cid en algunos momentos y su sed de riquezas, aquí aparece como el hombre que, en sus propias palabras, «va a llevar la paz, la libertad, la vida y el pan» (esto último es literal, ya que se lanzan hogazas con las catapultas). Segundo, conquistada Valencia, cuando Al Moutamin le ofrece la corona, el Cid la rechaza, trasladándola a «mi señor Alfonso», y diciendo las siguientes palabras: «¡Valencia por Alfonso, rey de España por la gracia de Dios!». Esto reafirma el respeto del Cid a su señor, el rey, pues, como sostiene Menéndez Pidal, «Es hostilizado por el rey en la conquista de Valencia, y, a pesar de ello, declara que la ciudad queda bajo “el señorío de mi señor el rey don Alfonso”»111. Es en esta escena donde aparece la famosa frase, «¡Dios, qué gran vasallo si tuviese buen señor!», dicha por Al Moutamin, cuando, en realidad, en el Cantar son los «burgeses e burgesas» quienes la pronuncian. Este ofrecimiento de la ciudad, prueba de lealtad a su rey, hace que hasta el propio Alfonso VI se rinda a la personalidad del Cid y pronuncie estas significativas palabras: «¡Qué raza de hombre!», muy a tono con la imagen que da la película, que tanto gustó a críticos y espectadores. «¡Valencia por Alfonso, rey de España por la gracia de Dios!» 111 Menéndez Pidal, La España del Cid, pp. 445-446. 48 Todos los enfrentamientos que nuestro héroe tuvo en Valencia quedan reducidos a una batalla en la que es herido por una flecha perdida. El episodio sirve para que Jimena acepte el destino del Cid como héroe. Un héroe que, con la llegada de Alfonso VI, ve cumplida su misión y puede decir: «No he fracasado. España tiene un rey». El Campeador está acompañado del moro «bueno», Al Moutamin, que, en realidad, llevaba ya varios años fallecido, mientras que Ben Yusuf, el moro «malo», que le sobreviviría siete años, muere en el choque que da pie a la tradición de que el Cid ganara una batalla después de muerto, inspirándose en las leyendas de Cardeña112, en el epitafio que, se dice, había sobre la sepultura del Campeador en el mismo monasterio113 y en las palabras del leproso Lázaro114. La película termina, cómo no, con el Cid muerto atado a la montura, cabalgando sobre Babieca, alejándose por la playa, plasmando el episodio más conocido de la leyenda de nuestro héroe, haciendo realidad las palabras de Huidobro recogidas en la introducción. Para finalizar este capítulo, quería llamar la atención sobre la personalidad del Cid que nos da la película, muy lejos del héroe del Cantar, al que la sangre le chorreaba por el codo115. Éste es un hombre conciliador, que se parece más a aquél por el que Felipe II incoó un proceso de canonización, basándose en las apariciones de san Gabriel, san Lázaro y san Pedro (este último anunciándole su muerte); el olor de santidad que desprendía su sepulcro de Cardeña y su cuerpo incorrupto, que sólo se enterró cuando, al cabo de diez años, se le cayó la nariz116. Esta visión beatífica del Cid queda patente ya en la secuencia en la que Rodrigo se ve obligado a matar al padre de Jimena para restituir el honor del suyo, después de sus infructuosos intentos para evitar el duelo, rogándole, con las manos entrelazadas, que diga, simplemente, una palabra: «Perdón». Pero el conde Gormaz es soberbio y tan sólo responde: «No quiero, no puedo» a nuestro héroe, al que no le queda 112 Véase Fletcher, R., El Cid, p. 210. 113 «Cid Ruy Díez só, que yago aquí encerrado / e vencí al rey Bucar con treinta y seis reyes de paganos. / Estos treinta e seis reyes, los veinte e dos murieron en el campo; / vencílos sobre Valencia / desque yo muerto encima de mi caballo. / Con esta son setenta e dos batallas que yo vencí en el campo. / Gané a Colada e a Tizona: por ende Dios sea loado. Amén» (Goyri, N. de, Apuntes para las biografías de algunos burgaleses célebres, p. 107). 114 «Y tanto, que sólo a ti / los humanos te han de ver / después de muerto vencer» (Guillén de Castro, Las mocedades del Cid, comedia primera). 115 Cantar de Mio Cid, v. 1724: «por el codo ayuso / la sangre destellando». 116 Gómez Moreno, Á., Claves hagiográficas de la literatura española (del Cantar de Mio Cid a Cervantes), p. 66. 49 otra que desenvainar la espada. Lo que resulta llamativo es que, tras tres eternos minutos de clics y clacs, Rodrigo le dé la estocada final a su adversario bajo las escaleras, impidiendo la visión del fatal desenlace. Esta muerte obscena, en el sentido griego de la palabra, sugiere que se ha ocultado para que no veamos a nuestro héroe, pacífico como nos lo quieren presentar, quitando la vida a un hombre mucho mayor que él, su futuro suegro para más escarnio. Refuerza esta impresión el contraste entre la representación de esta escena en la pintura de historia, donde un joven y orgulloso Rodrigo le enseña a su sobrecogido padre la cabeza del conde Gormaz –no en vano el cuadro se llama «Primera hazaña del Cid»– y el fotograma de la película, en la que se ve en un segundo plano a un Cid abatido por lo que acaba de hacer, contra su voluntad, para lavar el honor de su padre. Primera hazaña del Cid, Juan Vicens Cots (1864) El Conde Gormaz a Jimena: «Véngame como si fueras un hijo» 50 A lo largo de toda la película, Dios acompaña al Cid, que le invoca constantemente. Cuando recoge el guante del duelo de Calahorra, está seguro de que Dios le dará fuerzas, lo que repite después de su triunfo, «Dios se ha dignado a darme fuerzas» y es recalcado por el rey: «No hay duda de que Dios Nuestro Señor estaba con vos», confirmando así el valor que tenía el llamado «juicio de Dios». También al liberar a Alfonso VI, el Cid no se arredra ante el número de sus guardianes, trece, número asociado a la mala suerte, diciéndoles una frase lapidaria: «Lo que hacéis es contrario a la ley de Dios; aunque fuerais trece veces trece, yo no estaría solo», señal de que está seguro de su presencia. Existen numerosas insinuaciones a la posible «santidad» del Cid; ya en el inicio, cuando se ve, en un poblado asolado por «la morisma», un monje que llora de rodillas ante un altar y pide a Dios: «Envíanos a alguien que nos devuelva la esperanza», mientras el Cid, la espada ensangrentada, irrumpe por el lado izquierdo de la pantalla. Ayuda al religioso a levantarse y, al ver la mirada compungida que éste dedica al Cristo asaeteado, le quita las flechas y lo descuelga del altar. Pero no lo lleva de cualquier manera, sino como la iconografía cristiana ha representado a Cristo portando la cruz y al Cirineo117 ayudándolo. «¡Ayúdanos, Señor, envíanos a alguien que nos devuelva la esperanza!» No terminan ahí las coincidencias, ya que el monje le pregunta al Campeador: «¿Quién eres tú?». Esta misma pregunta se la hacen a Jesucristo sacerdotes y levitas, y más tarde, el pueblo en general118. Ese mismo monje que, sin soltar a su Cristo, después de que Rodrigo haya dejado 117 El Cirineo aparece en Mc 15:21, Mt 27:32 y Lc 23:26. Corresponde a la antigua quinta estación del Viacrucis; actualmente, después de la reforma de Juan Pablo II, a la octava. Es una imagen, por esta razón, fácilmente identificable por el pueblo. 118 Jn 1:19 y Jn 8:25, respectivamente. 51 en libertad a los moros, proclama sin ambages: «Dios es quien te ha enviado a nosotros, hijo, Dios es quien te ha enviado». Aunque, como he dicho anteriormente, según la leyenda, al Cid se le aparecen san Gabriel, san Pedro y san Lázaro, en la película sólo lo hace este último. Y el escenario es muy particular: tres cruces que nos recuerdan, lógicamente, al Gólgota. Este Lázaro ya aparece en las Mocedades de Rodrigo, del que recibe ayuda para atravesar un vado, y en Las Mocedades del Cid, con el que comparte plato y comida. En la película, el Cid sólo le da agua y, cuando el leproso, es decir, San Lázaro, le llama «Mío Cid», y nuestro héroe le pregunta cómo sabe su nombre, responde: «Porque sólo hay un hombre en España que pueda humillar a un rey y dar de beber a un leproso en su propia bota». Después de esto, Lázaro lo bendice: «Que todas las manos se tiendan para ayudarte dondequiera que vayas, Mío Cid». En la cinta, el leproso es siempre un hombre de carne y hueso, por decirlo de alguna manera, mientras que, en los textos preliminares, se muestra primero como persona y, más tarde, como aparición. También en este sentido es destacable la pregunta retórica, ya aludida, que hace el Cid en el sitio de Valencia, justificando su resolución de abandonar el asedio para ir a liberar a Jimena y a sus hijas: «¿Es que no soy un hombre como los demás?». No, no lo era y es sospechosa la similitud entre la entrada del héroe en Valencia y la de Jesucristo en Jerusalén el Domingo de Ramos. Pero creo que el momento más significativo, máxime cuando en ningún texto aparece y es una completa invención de los guionistas, es la escena de la muerte de García Ordóñez y su diálogo con Ben Yusuf. Parece más la profesión de fe de un mártir –que es a lo que se asemeja García Ordóñez, ensartado con flechas a una cruz en aspas, como un nuevo san Andrés– que la de un guerrero fiel a su señor: - G.O.: Cuando un hombre ha de morir, es mejor que sea por una causa noble. - B.Y.: ¿Y por qué causa puedes tú soportar esta tortura? - G.O.: ¡Por el Cid! - B.Y.: El Cid es un hombre como los demás. Morirá. Yo lo mataré. Como a ti. - G.O.: El Cid no morirá. - B.Y.: ¿No? - G.O.: Nunca. - B.Y.: ¿Es que crees en él como yo creo en el Profeta? - G.O.: Sí, creo. - B.Y.: Esto será más que una batalla. Será nuestro dios contra el vuestro. 52 «Cuando un hombre ha de morir, es mejor que sea por una causa noble…¡Por el Cid!» Por último, el Cid, al negarse a que le extraigan la flecha, sacrifica su vida para cabalgar al frente de sus fieles –«Ellos ven por mis ojos»– y ganar así su última batalla. Este triunfo legendario del Cid después de muerto tiene algo de «resurrección» y la escena en la que cabalga por la playa solitaria parece una metáfora de eternidad, de apoteosis y de subida a los cielos. El Cristo de la película (colección particular) 53 5. Recepción de la película 5.1. La censura en El Cid Como era obligatorio en toda producción literaria o cinematográfica, la película El Cid tuvo que pasar el trámite de la censura. Según consta en el expediente del Archivo General de la Administración119, la Junta de Clasificación y Censura estaba formada por los siguientes miembros: presidente, don Jesús Suevos Fernández; vicepresidente, don Alfredo Tímermans Díaz; vocales de la rama de Censura, padre Juan Fernández, padre Andrés Avelino Esteban, don Mariano Daranas, don Patricio González de Canales y don José Luis García de Velasco. Se completaba con el vocal técnico, don Rafael de Casenave, y el secretario, don Francisco Ortiz Muñoz. Hubo otro censor, aunque no viene recogido su nombre en el acta, cuya firma es indescifrable. La mayoría de los censores coinciden en su preocupación por la parte moral, entendida ésta como el sexto mandamiento. Es verdad que también hay alguna crítica a la falsedad histórica y a las inconveniencias políticas, pero parece que todo eso se perdona porque se trata de una realización fabulosa, que servirá para lanzar al mundo la figura grandiosa del Cid, esencia y símbolo del caballero, compendio de virtudes cristianas. Todo el desarrollo argumental constituye una exaltación del héroe, hasta el punto de que los españoles no lo hubiéramos podido concebir mejor. Es evidente que la película cae en inexactitudes de orden histórico pero, a mi juicio, lo importante es la autenticidad de fondo y ésta está plenamente conseguida.120 Yo creo que ahí está el quid. Atrás quedan las suspicacias, el «¡A ver cómo tratan a nuestro héroe estos yanquis!», una vez que descubren la grandiosidad innegable y el trato de favor que se le da, durante tres horas, a «nuestro» Cid. Los dos religiosos, pese a clamar por que el latín de la boda sea el correcto, la consideran incluso como una obra ejemplar, una «película espectacular y de una interpretación colosal. La figura del Cid queda ennoblecida y se pone de manifiesto su lealtad, rectitud, religiosidad, etc.»121 A todos les preocupan los besos. Esos besos (pocos, todo hay que decirlo) que se dan el Cid y Jimena dentro del sagrado sacramento del matrimonio pero poco castos para la época (en los que el matrimonio estaba, en principio, para procrear sin romanticismos). Se critica, en particular, pidiendo su eliminación fulminante, el que un Charlton/Cid enardecido le da a Sofía/Jimena cuando ésta reconoce que lo quiere, en pleno destierro, para más inri, y delante de 119 Expedientes (3)1221.2, 36/03871 y 36/03876. 120 Corresponde este juicio al censor que no he podido identificar. 121 Padre Juan Fernández. 54 esas tres cruces, símbolos del Gólgota particular de nuestro héroe. Es muy comprensible (el beso, quiero decir). Besos y «efusiones» Algunos aconsejan eliminar todos los besos y «efusiones»122 entre los esposos; Ortiz Muñoz, más generoso, recomienda dejar «solamente el último, suave, entre el Cid y doña Jimena en la escena de reconciliación». Pero es que ese beso es tan poca cosa que no es ni un roce con derecho a nada. Yo creo que a quien querían censurar esos señores123 es a Sofía Loren, que ella en sí misma era como un pecado ambulante. Me pregunto si se hubieran puesto tan pesados con los besos si la protagonista fuera una actriz algo más recatada (lo que no sería difícil). Parece que la pareja intuyó a los censores, porque la despedida en el supuesto Monasterio de Cardeña, algo más tarde, es más bien seca, y Jimena no le dedica ni una sonrisa a su marido, «porque sería falsa»; o sea que, de «efusiones», ni hablamos. Todos coinciden también en acortar por poco ejemplar –no lo dicen pero se presupone– la lucha fratricida entre Sancho y Alfonso, esos dos hermanos enfrentados por unos terrenitos de nada. En la España de Franco, todas las familias se llevaban bien, ya fueran ricos o pobres, y eso 122 José Luis García de Velasco. 123 Lógicamente, todos los censores eran hombres. ¿Sería igual la censura si hubiera habido mujeres? 55 debía ser válido incluso para la Edad Media. Que se peleen un rato por la herencia, pero no demasiado. Otra cuestión que podía atentar contra la exclusividad de la Iglesia Católica y Apostólica era la comprensión o la mínima concesión para el Islam, no hay que olvidar que la unidad de la futura España se forjaría sobre la supremacía incuestionable del cristianismo124; el moro era un ser odiado por los españoles desde tiempos remotos y, por si esto fuera poco, España acababa de salir de la vergonzosa y silenciada guerra de Ifni125, por lo que todos los censores están de acuerdo en eliminar la frase «¿Por qué no hemos de convivir moros y cristianos en paz?», que dice un enamorado Cid –que, como tal, veía todo color de rosa– a una no menos enamorada Jimena, mientras escuchan, de refilón, cómo sus padres urden sus destinos. Alguno apunta que también hay que hacerlo con la del Cid y el emir ante Valencia126. Amigos, los justos. Al Kadir, emir de Valencia, en su harén Por último, la escena de ese emir fofo y pusilánime rodeado de su harén, escandalizó a los censores, a pesar de su escasa duración, pues la súbita irrupción del terrible Ben Yusuf provoca la huida de las mujeres. 124 Respecto a este asunto, se encuentra en la misma carpeta de la censura una carta dirigida al Ministro de Asuntos Exteriores y firmada por Joaquín Martínez-Correcher, conde de Sierragorda, desde la Embajada en Karachi (Pakistán), informando de la suspensión de la exhibición de la película El Cid debido a las numerosas quejas que ha recibido el gobernador civil de esta ciudad, por herir los sentimientos religiosos del pueblo musulmán. Se había escrito una nota (que finalmente no fue incluida en la función de gala, cuyos beneficios iban destinados al Fondo de Ayuda para la Defensa Nacional) ensalzando «los valores positivos en cuanto a la coexistencia de razas y credos que El Cid encarna». El Sr. Correcher achaca las protestas a la presión de sectores exaltadamente nacionalistas y de ciertas embajadas, especialmente, la de Argelia. 125 La guerra de Ifni, ocurrida entre octubre de 1957 y abril de 1958, enfrentó a españoles y marroquíes. Diez años después, los marroquíes conseguirían Ifni, otorgado por el gobierno de Franco el 12 de octubre de 1968. 126 Luis García de Velasco. 56 Definitivamente, las obligadas «adaptaciones» quedaron concretadas en: - Rollo 4º.- Dejar reducida al mínimo la secuencia amorosa entre El Cid y Doña Jimena, y eliminar la frase de él: «¿Por qué no hemos de convivir moros y cristianos en paz?».- - Rollo 9º.- Reducir al mínimo la lucha fratricida a puñal.- - Rollo 10.- Suprimir la escena en el harén.- - Rollo 13.- Suprimir el beso largo en la boca, dejando solamente el último, suave, entre El Cid y Doña Jimena en la escena de la reconciliación. Fuera de estas coincidencias, hay que destacar el informe de García de Velasco, porque deja traslucir cuestiones más ideológicas, como las referencias a la monarquía (todavía no se había aprobado la Ley de Sucesión), encerrada en «hace falta ser un buen rey», frase que atribuye a doña Jimena127, por lo que sugiere suprimir toda la secuencia. Más enjundia tiene la crítica al lenguaje «pobrísimo y falso» y, sobre todo, al hecho de aludir a «España a troche y moche, en vez de Castilla». Por ello, se atreve, incluso, a dar un toque de atención a nuestro erudito porque El sabio Menéndez Pidal comenta que la interpretación histórica de la intriga se escuda tras su aval. Tendrá que jurar en Santa Gadea la buena fe de su indulgencia. Alfonso VI fue un gran rey y un gran guerrero y el Cid no fue nunca, nunca, un pacifista.128 Pero es Patricio González de Canales el que hace una crítica exhaustiva de la película. Transcribo literalmente su dictamen, tal como aparece redactado: Obra de difícil enjuiciamiento para un español, examinada desde diversos prismas resulta lo siguiente: Primero: Factores negativos.- Históricamente está desenfocada y sus personajes –especialmente Alfonso VI– no responden a la verdad. Al pretender actualizar –diplomática y pacíficamente– al Cid, se desvirtúa la naturaleza de su Caudillaje. Otro tanto puede decirse de la consideración de España –voz entonces no usada– como un todo político en la mente del Cid. Tampoco el lenguaje resulta, a veces, apropiado. Frente a esto, resulta, Segundo: a) Los factores integrantes positivos de la persona del Cid se acentúan y engrandece (lealtad a la Corona, carismas del Caudillaje, familia, etc.). b) No se ha pretendido hacer una película histórica, sino una película caballeresca y para ello, como tipo caballeresco se ha escogido a la persona del Cid, al que se atribuyen (y tal es la verdad) las virtudes de los caballeros constantinianos, conforme a la tradición europea de la escuela caballeresca de Carlomagno, con sentido universal. c) La documentación, la escenografía y el paisaje son magistrales. Resulta chocante el «colorido», pero así fue la España mozárabe cuyos gustos entonces imperaban. El empleo, con el románico, de elementos decorativos del arte astur, constituye un acierto extraordinario (con ocasión del 127 Lo que realmente dice doña Jimena es: «Se necesita algo más que valor para ser todo un rey». 128 No fue el único en pedirle cuentas a don Ramón; véase la carta de Rosa Sarró en el apéndice, p. 109. 57 Milenario de Castilla tuvimos ocasión de estudiar este tema y las coincidencias –torneo, corte, armamento, etc.– son fieles). Lo árabe, bien. d) La interpretación de Heston es francamente «fenomenal», dominando el personaje y metido en él. No en el Cid, sino en el ideal caballeresco. La de Sofía Loren es discreta. El movimiento de masas es muy bueno. Color, horizontes, música, lo acompañan. e) Moralmente es una película ejemplar para la moral masculina y el sentimiento de lo patrio contra las tendencias materialistas que gobiernan el mundo. Especialmente el valor y la lealtad, sobre todo. El matrimonio es ejemplar. f) Políticamente. Debemos felicitarnos de que haya sido escogido el Cid para actualizar la estampa actual de la Caballería y el mundo del Honor, con extraordinaria grandeza (Carlomagno, S. Luis y otros muchos podrían haber sido escogidos), apelando al nervio de la Historia castellana (único país que había hecho la revolución de la libertad). El Cine español no hubiera hecho esta obra con tales dimensiones. Por desgracia son falsos Alfonso VI y Dª Urraca, pero es verdad el caudillaje del Cid, y la grandeza de la obra. g) Estimamos, por las consideraciones apuntadas, que al centrar en España las virtudes de la caballerosidad cristiana, debe declararse esta obra de interés nacional y autorizarse para todos. Comentario: se podrían haber ahorrado las «propinas» para evitar polémicas. No hubieran sido necesarias. [Apostilla:] Para hacer un Cid histórico, se hubiera hecho con Fray Justo Pérez de Urbel.» Tras este informe que parece más bien el manifiesto del ideal político de su autor –un periodista falangista pero de la facción disidente hedillista, por lo que llama un poco la atención su presencia en un organismo tan relevante como la Censura– no parece que haga falta añadir más comentarios, porque es la mejor explicación de la transformación del personaje histórico en héroe legendario. Su ejemplaridad radica en que, por encima de los errores históricos –más adelante, se verá cómo Gaya Nuño ridiculiza los elementos decorativos que González de Canales califica de «aciertos extraordinarios»– en el personaje del Cid y, por lo tanto, en la película, se defienden los ideales caballerescos, «frente a las tendencias materialistas que gobiernan el mundo», apelando a la historia castellana, «único país que ha hecho la revolución de la libertad». Esa llamada al caudillaje –violencia incluida– a la «estampa actual de la caballería» y esas «virtudes cristianas», valor, lealtad, unidad, matrimonio ejemplar, ¿no parecen un reclamo en la España de los primeros sesenta que comenzaba a sufrir la agitación estudiantil y minera, las primeras huelgas, que parecían formar un frente común contra el Régimen?129 No es extraño, pues, que terminara reclamando la declaración de «obra de interés nacional y autorizarse para todos los públicos». 129 A esta situación habría que añadir los contactos entre varios partidos y posiciones individuales que culminarían en el llamado Contubernio de Munich. Entre el 5 y 8 de junio de 1962, se reunieron en esa ciudad 118 españoles, tanto del interior como del exilio, que buscaban fórmulas para transformar la dictadura de Franco en una democracia. Tusquets acaba de publicar un libro, Recuerdos de un contubernio de Jordi Amat, dedicado a este episodio. 58 Apostilla su informe desautorizando implícitamente el asesoramiento de Menéndez Pidal, siguiendo un poco la línea de García de Velasco. Él hubiera preferido como asesor a Fray Justo Pérez de Urbel, primer abad del Valle de los Caídos y catedrático de la Edad Media de España en la entonces Universidad de Madrid, y fiel representante del Régimen con distintos cargos institucionales. Finalmente, y según una carta de la Dirección General de Cinematografía del 22 de enero de 1962, la película El Cid fue declarada de «Interés Nacional». Charlton Heston y Sofía Loren en una celebración durante el rodaje 5.2. Criticas de El Cid Uno de los medios más fidedignos para conocer la recepción de una película es bucear en los periódicos del momento. El Cid se estrenó en Londres y Nueva York antes que en Madrid130, alcanzando un gran éxito. Así lo atestigua el triunfalista título de la crónica del corresponsal de La Vanguardia en Nueva York: «El Cid gana una nueva batalla»131. En el texto, tras aclarar que es «un “film” realmente interesante, que debe acogerse con aplauso», apunta ya uno de sus grandes logros: «Representa un noble intento, que trae en sus alforjas navideñas la mayor publicidad y 130 Se estrenó en Italia el 24 de octubre, el 5 de diciembre en Londres y el 14 del mismo mes en Estados Unidos. 131 Zúñiga, A., «Nueva York: El Cid gana una nueva batalla», La Vanguardia, Barcelona, 12-XII-1961, apéndice p. 117. 59 homenaje para nuestro país. No creo que, antes de ahora se haya realizado otro que tanto y tan bien hable de España». Se extiende luego en resaltar los valores de la película: el ideal de la Monarquía como símbolo de la unidad de la Patria. […] la nobleza castellana del «Cid» que podrá querellarse contra los desafueros del rey, pero que mantiene la lealtad y el respeto, la vigencia también de la única solución para la unidad perdida de España que se tuvo en la época visigoda. […] Puntillosamente, podrán señalarse licencias; errores gruesos, creo que no. […] El film debe considerarse como un gran homenaje a España. […] Toda la narración es un homenaje patriótico hecho por unos norteamericanos. Finaliza presentando al Cid como contrapunto de don Quijote, con el que, desgraciadamente, tantas veces se ha identificado a España: Final glorioso para un personaje que en la victoria representa el polo opuesto a Don Quijote, aunque de la misma fibra leal, noble y caballeresca. Polos de dos sociedades distintas: la que crea y hace ancha a Castilla y la que duda ya, ante los primeros descalabros de una misión nacional. Atrás quedaban las suspicacias de los españoles sobre el trato que iba a recibir su héroe en manos de unos extranjeros, como presagiaba Vignau Miró132: Pero yo no puedo menos de estremecerme ante este Cid de Anthony Quinn133, ante este Charlton Heston que viene a montar a «Babieca» con desgarro de «cow-boy» del Oeste, oliendo a pólvora, a tabaco y a rancio tufo de «saloon»… Si por lo menos el insigne don Ramón, que desde la azotea de sus noventa y tres años debe considerar a don Rodrigo como un hijo espiritual, figurase al pie de las carteleras en calidad de «supervisor histórico» [...] entonces ya sería otra cosa y nuestras inquietudes ortodoxas se desvanecerían por completo. […] Porque lo cierto es que los amorosos estudios de los sabios, hechos de largas vigilias y de casi biológica compenetración con el personaje legendario, no van a poder competir con estos noventa minutos en technicolor y vistavisión. Entre el Cid de Menéndez Pidal y el Cid de Hollywood, el mundo preferirá este último. […] Preparémonos para la nueva herejía cidiana con optimismo y buena voluntad. Otra de las preocupaciones de los agoreros es la elección de personajes: Porque hemos leído la noticia de que ha sido escogida para hacer de «Jimena» una actriz italiana que es lo más opuesto físicamente para tal papel. […] En el cine, «Jimena» ha de ser «Jimena» nada más aparecer en la pantalla: una belleza castellana, fina, escueta casi, purísima… todo lo contrario de esa belleza volcada hacia una exterioridad sensual que es la de la actriz italiana en quien se ha pensado para hacer de «Jimena». ¿Es que no hay actrices, no hay mujeres españolas capaces de encarnar el personaje de la amada del Cid? Estamos absolutamente seguros de que sí. Y con toda lealtad se lo decimos al gran director de cine, con la gratitud anticipada por la atención que preste a nuestra advertencia…134 132 Vignau Miró, A., «El cowboy y Mío Cid», La Vanguardia, Barcelona, 6-V-1961. 133 Imagino que se referiría a Anthony Mann. 134 Lázaro, A., «Advertencia a un director cinematográfico. El Cid y Jimena», La Vanguardia, Barcelona, 17-XI- 1960. 60 No difiere mucho de A. Zúñiga, Donald, enviado especial de ABC al estreno en Londres135, en el cine Metropol, que califica la película de «deslumbrante espectáculo», y «Sobre todo, y para satisfacción de los españoles, place señalar el tacto y la dignidad con que está tratada la figura del Campeador, los rasgos de su carácter, sus andanzas guerreras, y la exaltación que se hace de su lealtad». Pero va más allá que el de La Vanguardia porque se anticipa a las posibles reticencias sobre la fidelidad histórica o legendaria, precisando que la misión del cinematógrafo no es, cuando se tratan estos temas, convertirse en anexo de las Academias de la Historia, sino idealizar, y con un personaje entrevisto por la Historia y la Poesía suscitar el sueño, el personaje que escape a la Historia y a la Poesía misma. También en ABC –y, lo que es más importante, en la prestigiosa tercera página– se ocupa de este estreno en Londres José María Pemán136, para quien «El Cid es el primer personaje hispánico que tiene una idea unitariamente nacional». Afirmación en apariencia muy simple, pero que encierra toda una loa a la figura del Cid recogida en la película y a su papel en la historia, máxime cuando señala a continuación: La mayor parte de los ingleses que acudían al estreno de Londres no tenían idea de quién era el Cid. […] Pero luego en la pantalla se encontraban con un Cid suficiente, hercúleo, batallador, victorioso. Probablemente el mismo Cid de cualquier español de la calle que no sea un erudito. Donald, ahora ya en su papel habitual de crítico de cine de ABC, se ocupa del estreno de la película en el cine Capitol de Madrid, el miércoles 27 de diciembre de 1961, en una gala a beneficio del Patronato del Niño Jesús del Remedio, presidida por doña Carmen Polo (Franco no pudo asistir por un accidente de caza), presentado por Federico Gallo y «completamente lleno de público, entre el que contaban altas personalidades de la política, las finanzas, las artes, las letras y la cinematografía, ofrecía un aspecto de extraordinaria brillantez». Después de este apunte de «sociedad» (que confirma, por otra parte, la gran repercusión que tuvo la película), insiste en lo señalado ya con motivo del estreno en Londres: «es más exaltación poética que escrupuloso trabajo de indagación de historiadores», lo que aprovecha para desacreditar las reservas de sus colegas británicos: Algunos de los críticos ingleses, tras reconocerle sus valores, se han mostrado en algún momento reticentes con esta película, pero hubieran prescindido de sus reticencias, de fijo, de haber sido el héroe Drake, Robin Hood o haber tenido a Isabel I, «la vestal de Occidente», por heroína. Los nacionalismos también entran en juego en la crítica cinematográfica.137 135 Donald, «“El Cid”, en Londres», ABC Madrid, 7-XII-1961, apéndice p. 118. 136 Pemán, J. M., «El Cid, en Londres», ABC Madrid, 20-XII-1961, apéndice p. 120. 137 Donald, «Se estrena en función benéfica “El Cid” en el cine Capitol», ABC Madrid, 28-XII-1961. 61 Estreno de El Cid en el cine Capitol de Madrid (fotografía de Juan Fco. Díez) En Sevilla, el estreno tuvo lugar el 29 de diciembre138, igualmente con una finalidad benéfica: los damnificados por las inundaciones. El crítico, después de reconocer que «no era fácil la empresa fílmica […] había que conjurar lo verídico con la ficción, de modo que la autenticidad histórica se mantuviese sin […] efectos contrarios a la legítima grandeza del personaje y sus geniales hazañas», admite, evidenciando la ideología monárquica del periódico, que se ha llevado a la pantalla con portentoso esmero y, sobre todo, con un admirable respeto […] magnífico relato, que, como símbolo de unidad de la Patria, expone aquellos altos ideales de la Edad Media, en que la lealtad a su Rey, el mantenimiento de una justicia popular y la caballerosidad sin límites… Volviendo al estreno en Madrid, en El Alcázar139 aparece una reseña destacando la ejemplaridad del Cid, con un lenguaje a tono con la línea del periódico: el personaje que trata, tan nuestro, tan español por excelencia, es una empresa gigantesca, enaltecedora de los inconmensurables valores humanos; de lealtad, de trascendencia histórica, de cariño y bondad que el Mío Cid representó y representa […] El relato del que traspasó los umbrales de la Historia para entrar en la leyenda ha sido trasplantado al cine con el mayor despliegue de lujo cinematográfico. Despliegue desplegado, sobre todo, en las escenas de masas, a las que se refiere también con dosis de orgullo nacional: 138 A.S., «El Cid», ABC Sevilla, 30-XII-1961. 139 R. G., «“El Cid” en el cine Capitol», El Alcázar, Madrid, 29-XII-1961, apéndice p. 121. 62 destacaremos por su emocionador efecto, sobre todo, las secuencias del torneo por la posesión de Calahorra, que supera con creces todo los que se puede decir en su mérito, y las batallas por Valencia, ambas de tan enormes proporciones escénicas y plásticas. Alabanzas que extiende a Miklós Rózsa, que «ha compuesto las más brillantes notas, basadas en temas españoles antiguos y que prestan el fondo dramático hermoso intercalado con precisión y efecto». Luis Gómez Mesa escribe para Arriba140 un artículo muy significativo porque, aparte de las consideraciones técnicas, interpreta la película desde los valores del «Movimiento Nacional», identificados con los del Cid (¿y tal vez con Franco?); no en vano este diario era su órgano oficial. Comienza subrayando la españolidad del argumento y, en terminología actual, su globalidad: «Tema muy español –reciamente castellano– con resonancias universales. […] Esta película aunque realizada en nuestra Patria, es extranjera». Continúa haciendo un panegírico de Don Rodrigo Díaz de Vivar, figura extraordinaria, vigoroso y heroico, creyente y fiel a muy nobles conceptos, que no vacila en imponer a su propio Rey, pero no por motivos de ambición o traición, sino contrariamente, por razones de lealtad. Valores que, además, avalan la interpretación de Charlton Heston como «Don Rodrigo Díaz de Vivar. Se explica que le entusiasme el personaje por sus virtudes, siempre firmes, por su excepcionalidad de gran guerrero invicto y por sus ejemplares cualidades humanas. […] ¡Para tan gran personaje un gran actor!». Menos generoso se muestra con Sofía Loren, «extraordinariamente guapa, es una Doña Jimena que solamente en unos pocos momentos expresa una emoción o una alegría». Termina el artículo insistiendo en la universalidad de los valores del Cid y, gracias a la película, también de España: Los más variados y mejores medios expresivos, artísticos, técnicos y espectaculares del cine han sido, expertamente, utilizados en esta película de tema, de latidos genuinamente españoles, compendiados en su protagonista: nuestro histórico y legendario Don Rodrigo Díaz de Vivar. Y por sus cualidades y el valor de difusión del cine se exhibirá en todas las pantallas del mundo esta película que, como el «Poema del Mio Cid», es un canto al significado heroico y de fidelidad a lo espiritual de nuestra Patria. Por ello, no es extraño que, emocionado, demuestre su gratitud: «Nosotros les damos con sincero júbilo las gracias por tan gran propaganda de lo “cidiano”, o sea, de lo resplandecientemente español». Si bien, para que la dicha fuera completa, aventura que, respecto 140 Gómez Mesa, L., «Capitol: estreno en España de “El Cid” en sesión benéfica», Arriba, Madrid, 28-XII-1961, apéndice p. 122. 63 a la música, en lugar de Miklós Rózsa, «Hubiera sido un acierto encargar esa tarea a un compositor español». En el vespertino diario Pueblo, órgano del Sindicato Vertical, Tomás García de la Puerta141 parte del hecho de que no era una película fácil porque En la figura de Rodrigo Díaz de Vivar se mezclan, en proporciones que es muy difícil determinar, la historia y la leyenda. [Además de] la dificultad de crear un personaje, e incluso un ambiente, idealizados ya en la imaginación del público. Especialmente, claro está, del público español. Haber[lo] conseguido (porque se ha logrado de verdad) […] es la primera clave del éxito de la película y uno de sus méritos principales.[…] Lo único importante es que pudieron ser así, tal y como aparecen en la película de Samuel Bronston. […] Otra clave, otro valor evidente de «El Cid», es su fidelidad al espíritu de los episodios y del ambiente, cualidad más decisiva y más considerable, desde luego, que la fidelidad a la letra en el cine y fuera de él. Continúa restando importancia al hecho de que no se mantengan los acontecimientos relatados en el Cantar (¡como si la película se basase en él!) porque consigue reflejar La esencia del Cid, de su valor y su lealtad legendarios, lo fundamental de su significación histórica como campeón de la unidad española […] Heston hace un Cid verdaderamente impresionante y, sin duda, convincente. Ha sabido entender y sentir la gran figura del héroe castellano… 141 García de la Puerta, «El Cid» Pueblo, Madrid, 30-XII-1961, apéndice p. 123. 64 Y, además, «Tiene aún “El Cid” otro mérito genérico descollante, que cualquiera percibe: la gran dignidad, fruto del cariño y el cuidado puestos por todos en la realización de la película…». Por todo ello, repite el agradecimiento de Gómez Mesa, porque noble condición es el agradecimiento, expresar a todo el equipo director de «El Cid» nuestro reconocimiento por haber hecho así, con una tal calidad, esta gran película, de la que va a derivarse en todo el mundo una extraordinaria propaganda en pro de España. No tan elocuente, ni en los términos ni en la extensión, se muestra Ignacio Montes- Jovellar en el diario Madrid142, si bien destaca que «por primera vez, los americanos han hecho en nuestro país una verdadera superproducción sobre un tema tan arraigado en nuestra Historia. Y lo han hecho con respeto a su integridad y resaltando las gestas más heroicas e importantes de la vida del Cid Campeador». Al igual que los otros críticos, tiene un elogioso comentario para Heston, que «consigue hacer una de sus mejores creaciones de su carrera artística, al incorporar a Rodrigo, el héroe que llena en todo momento esta fabulosa historia española y que desde el principio al fin de la película constituye el máximo aliciente». En esta línea de valoración de la película de acuerdo con las cualidades del Cid, su condición de héroe, de figura histórica, destaca la reseña de Antonio Martínez Tomás143 en La Vanguardia porque, aparte de resaltar también su difusión universal gracias a la película, en un arranque de nacionalismo, termina por defender su superioridad sobre el héroe francés, Rolando: «El Cid» es una de las más bellas y logradas películas de tipo espectacular. […] Hasta ahora muy pocas películas de este tipo habían llegado a tal punto de perfección y de verismo en la reevocación plástica del pasado español. […] Desde ahora habrá también otro Cid más, o sea, el surgido de esta mezcla de la leyenda y de la historia que ha creado el cine, esa figura grandiosa, dramática y patética que rebosa realidad y humanidad. […] Hasta ahora el Cid era una gran figura nacional, uno de esos titanes que ha creado la raza, pero de escasa proyección fuera de las fronteras. […] Y sin embargo, Rodrigo Díaz de Vivar fue un personaje superior al Rolando de la gesta francesa, tan universalmente conocida. […] Charlton Heston es un Rodrigo Díaz de Vivar humano, real, recio como nos lo pinta la leyenda, pero razonable y cordial como lo encontramos en la historia, que alcanza fases de expresión excepcionalmente subyugantes. Entusiasmado como está, no duda en deshacerse también en alabanzas con la protagonista por su identificación con Jimena: De Sofía Loren no recordamos ninguna película en la que estuviera tan ajustada y deslumbrante. Con su apostura majestuosa, su asombrosa riqueza de medios de expresión y su intuición singular de las peculiaridades psíquicas de la figura que interpreta, la extraordinaria actriz se sitúa esta vez, indiscutiblemente, en la primera fila de las grandes figuras del cine. Hay 142 Montes Jovellar, I., «“El Cid” en el Capitol», Madrid, Madrid, 28-XII-1961, apéndice p. 124. 143 Martínez Tomás, A., «El Cid», La Vanguardia, Barcelona, 28-II-1962, apéndice p. 125. 65 momentos en que no cabe mayor exactitud ni hechizo en la actitud vital de esa «doña Jimena» memorable. En el fondo de estas consideraciones favorables sobre la película, late el sentimiento de satisfacción al ver el tratamiento de la figura del Cid que se extiende en la España del momento, sintetizado en el título con el que se anunciaba el estreno de la película: «“El Cid” debe considerarse un gran homenaje a España».144 A la vista de estas críticas, hay que reconocer el éxito de la campaña de promoción de la película a través de los anuncios de prensa –sus lemas parecen impregnar esos comentarios– en una estudiada progresión, tanto de su tamaño como de su contenido. Así, mientras en el anuncio a cuarto insertado en El Alcázar (22-X-1961), la leyenda dice: «Todos los españoles sentirán el orgullo de un héroe, que personifica la lealtad, la valentía y la fidelidad, en un espectáculo sin precedentes», en el del día 23, ya aparece a media página, con dos textos dispuestos estratégicamente arriba –«“¡Qué buen vasallo si tuviese buen señor!” es el lema de este héroe que en buena hora fue armado caballero, sublimación de una actitud heroica y humana hecha de lealtad y responsabilidad…»– y abajo: «La figura épica de Rodrigo Díaz de Vivar, los altos ideales caballerescos de la Edad Media, la lealtad y el valor, en una obra de arte sin precedentes en la historia del cine». La campaña, en la que significativamente se resalta más el personaje que la calidad de la película, se remata el día del estreno, el 27 de diciembre de 1961, con anuncios a página entera; en Madrid del día 28, con la leyenda que aparecía antes en la parte inferior del anuncio; en ABC, ese mismo día y también a toda página, la leyenda varía algo: «¡Un personaje de leyenda en el que concurren la lealtad, el valor, la fidelidad y el heroísmo en el marco romántico de un espectáculo sin precedentes!». Frente a esta coincidencia en las alabanzas al héroe y a la película, quiero resaltar dos críticas disonantes que tuvieron una especial relevancia: la del historiador de Arte Juan Antonio Gaya Nuño y la del profesor francés Jean Rochereau .Como cierre, la que creo que es más equilibrada y perspicaz: la del filósofo y gran cinéfilo Julián Marías. Juan Antonio Gaya Nuño, invocando su condición de soriano y hasta el parentesco del apellido –«como uno de los jueces del Castilla»–, con un título demoledor, «“El Cid”: un insulto 144 «Películas. “El Cid” debe considerarse un gran homenaje a España», Ya, Madrid 27-XII-1961. 66 a la Historia de España»145, arremete contra la película acusándola de destruir la realidad y el recuerdo del Cid: Todo ello, hasta que cierta desatinada película, verdadero concurso de premeditados errores, de falsedades inútiles y de tramoyas necias, acaba de dar por tierra con nuestro Cid y con su tiempo. Considero todo ello tan delictivo y tan monstruoso que no tengo más remedio que denunciar los hechos. Se niega a admitir que hubiera contado con la asesoría del «venerable apellido del director de la Real Academia» y, bajo el epígrafe de falso lujo y arbitrariedad, resaltaba el anacronismo de la arquitectura –la de Burgos propia del románico pirenaico y la de Valencia típica de la nazarita– indumentaria, ropas, armas y bagajes. Descalifica los diálogos, en especial en los «choques» Rodrigo-Jimena, por recurrir a «la necia psicología necesaria para los films norteamericanos («Te amo», «No te amo», «¿Me amas?», «¡Te aborrezco!», etc.), haciendo descender a lo ínfimo cualquier capacidad de emoción y de posible verdad». Encuentra totalmente inadecuados a los personajes y los actores y actrices elegidos, con excepción de Charlton Heston, de quien, coincidiendo con la opinión generalizada, sostiene que es un magnífico actor. Mucho de Cid y de Rodrigo –si no todo– muestra en los últimos momentos de la película y, singularmente, en el único trozo aceptable, que es aquél en que muerto e izado sobre Babieca irrumpe en las filas musulmanas y se pierde por la playa. Pero este digno fragmento no es suficiente para hacer olvidar las tres horas anteriores de disparates destinados a analfabetizar al mundo y a crearle un siglo XI a capricho del señor Anthony Mann y de su complaciente asesor. No salva ni a doña Urraca –ni siquiera menciona a la actriz– ni a Sofía Loren, Jimena: Y es que no es posible ser la ladrona novia del taxista146 al mismo tiempo que Jimena. ¡Qué despiste tan extraordinario el del señor Mann éste de elegir a Sofía Loren para el cometido de Jimena! La Jimena verdadera podía ser menos bella, pero ante todo, su belleza era muy otra; una belleza más recia, más firme, más varonil, y no menos femenina, más medieval, más castellana, más primitiva, más tradicional. Con Alfonso VI se muestra verdaderamente mordaz: 145 Gaya Nuño, J.A., «“El Cid”: un insulto a la Historia de España», La Estafeta literaria nº 236, Madrid, 1962, apéndice p. 126. 146 Gaya Nuño se refiere a la película La ladrona, su padre y el taxista, de 1954, que Sofía Loren había protagonizado, junto a Marcello Mastroianni y Vittorio de Sica, bajo la dirección de Alessandro Blasetti. 67 Pero todavía subleva mayormente que Alfonso VI, el gran monarca conquistador de Toledo, de Lisboa y de cien plazas más, un rey de cuerpo entero, aparezca en la película como un muchachete anormal y malvado, intrigante y rastrero. No gozaba de menor personalidad que Rodrigo; pero he aquí que el actor elegido para su papel es un mozo que normalmente desempeña el cometido de vaquero medio necio, medio perverso, y mozo medio necio, medio perverso continúa siendo aquí hasta en la batalla de Sagrajas, cuando Alfonso VI, de verdad, no contaba menos de cincuenta y siete años. Por todo ello, no es de extrañar que pida que no se autorice para todos los públicos, «Porque si mala cosa es que hombres de cincuenta o sesenta años presencien una carnavalada que se ríe de la Historia de España, cuidemos de la conciencia histórica de los niños», y que no se proyecte en Burgos: «Lo repito y lo suplico. En Madrid, todo es posible. Pero que no sea posible en Burgos. Se ruborizarían hasta las piedras del Arco de Santa María». La otra crítica disonante, la del profesor francés Jean Rochereau en La Croix, periódico de la Iglesia católica francesa, lamentaba la benevolencia con la que se trataba al Cid, pasando por alto sus crímenes, crueldades y desmanes probados históricamente, para convertirlo en un héroe de leyenda no lejos de los protagonistas de los westerns americanos. Valgan, como síntesis, algunos párrafos: Il est donc regrettable que les scénaristes américains, soucieux –disent-ils– de vérité historique, ne se soient pas assez méfiés des héros de légende. Car, à tous égards, le véritable visage du « condottiere » eût été autrement pittoresque, dramatique et, malheureusement, humain jusque dans ses crimes, que le profil marmoréen, noble et aseptisé du Cid hollywoodien. Cela dit –dans les limites étroites d’une histoire légendaire– on peut admettre qu’Anthony Mann a tenté et réussi une évocation somptueuse, la transposition, dans les sierras castillanes, d’un western dont le héros est, obligatoirement, pur comme un ange et rave comme un…shérif !! […] Ce Cid, donc, symbole d’une alliance hispano-américaine, bâtarde comme il se peut, guerrière comme il se doit, apprendra aux écoliers français une « histoire » tout aussi fausse que celle de Corneille, mais plus mouvementée.147 Esta crítica habría pasado desapercibida si no hubiera sido interpretada como un ataque a España, la histórica y la del momento. Emilio Romero, en uno de sus habituales «gallitos», del vespertino Pueblo148, tildaba a Rochereau de «liberal» –con lo que esto suponía en la España del 147 Rochereau, J., «Le Cid», La Croix, mardi 26, mercredi 27, déc. 1961, apéndice p. 129. «Es, por tanto, de lamentar que los escenógrafos americanos, preocupados –según ellos– por la verdad histórica, no hayan desconfiado bastante de los héroes de leyenda. Pues, a todas luces, la verdadera cara del “condottiere” hubiera sido, muy al contrario, pintoresca, dramática y, desgraciadamente, humana hasta en sus crímenes, no como el perfil marmóreo, noble y aséptico del Cid hollywoodiense. Dicho esto –en los límites estrechos de una historia legendaria– puede admitirse que Anthony Mann ha intentado y conseguido una evocación suntuosa, la trasposición, a las sierras castellanas, de un western cuyo héroe es, obligatoriamente, puro como un ángel y bravo como un… ¡¡sheriff!! Este Cid, pues, símbolo de una alianza hispano-americana, espúrea como se puede, guerrera como se debe, enseñará a los colegiales franceses una “historia” tan falsa como la de Corneille, pero más movida». 148 Emilio Romero, «Sin rodeos. “El Cid”», Pueblo, Madrid, 3 de enero de 1962, apéndice p. 130. Este artículo recibió el premio Luca de Tena 1962, con lo que, nuevamente, fue publicado en ABC, Madrid, 2 de abril de 68 momento–, denunciaba ocultos intereses –«Parece claro que ya no se trata de inhabilitar a la España actual aludiendo a sus orígenes y a su constitución»– contraatacaba recurriendo a la situación interna de Francia –«¿En la época de los Derechos del Hombre puede el general Salam, desterrado por De Gaulle, encontrar en la Constitución francesa licitud a su guerra contra su antiguo señor?»– y, aunque admitía que el Cid estaba «tratado con más benignidad de lo que era corriente el comportamiento de un guerrero en aquel período y que afectaba a todo el medievo de Europa», defendía la película porque tiene una enseñanza oportuna que arranca precisamente de nuestro pasado y sirve para nuestro presente; la figura del rey, su papel; y los derechos y responsabilidades del pueblo, encarnado en el héroe. ¡Qué buen vasallo si oviera buen señor! O aquello otro de un castellano dirigiéndose al rey: Cualquiera de nosotros vale tanto como vos, y todos juntos más que vos. Menéndez Pidal intervino también en la polémica149, no por iniciativa propia, sino a requerimiento del matutino Ya, con unas declaraciones en las que descalificaba a Rochereau, al artículo y al periódico: «No veo el motivo de tanta indignación como se ha levantado. Ni el periódico es tan importante ni quien firma el artículo es tan conocido que merezca la pena tomar en cuenta lo que allí se dice». También rechazaba frontalmente la acusación de que el Cid era «un bandit de grand chemin», porque, parafraseando a Cadalso, aclara: «Que el Cid haya sido un salteador de caminos sólo pueden mantenerlo historiadores a la violeta». Frase que daría título a la entrevista.150 En definitiva, la crítica de Rocherau consiguió que al final se terminara por hablar más de la figura del Cid que de la película, acrecentando su dimensión histórico-legendaria al convertirlo en un personaje del momento, en «caudillo» de la nueva España, como parece desprenderse del cuadro de Bertuchi en el que el Cid cabalga por tierras castellanas al frente de sus mesnadas, formadas por requetés y falangistas. 1962, edición de la mañana. No fue el único en responder a Rochereau, aunque algunos no dudaban en reconocer que no habían visto la película. Dicho de otra forma, lo que les movía a la réplica era sólo nacionalismo herido. 149 La polémica saltaría a la prensa internacional, apareciendo en La Segunda, Santiago de Chile, 29-I-1962 («Menéndez Pidal reclama por mal trato al Cid») y El Diario Ilustrado, Santiago de Chile, 30-I-1962 («Tópicos, el Cid y don Ramón»). 150 «Sólo historiadores “a la violeta” pueden sostener que el Cid fue un salteador de caminos», Ya, Madrid, 17- I-1962. Otra entrevista de similares características salió el mismo día en Pueblo, con el título «Menéndez Pidal defiende al Cid». No andaba descaminado don Ramón al cuestionar la autoridad de Rochereau, ya que éste, entre otras «perlas», mantenía que Jimena era «mère de deux jumelles –ce qui est historique» (p. 129), lo que se explica únicamente por la influencia de la película. 69 Bertuchi, M., El Cid Por lo que respecta a la crítica de Julián Marías sobre El Cid, publicada después de casi un año de su estreno151, he querido ponerla en último lugar porque, como apunté antes, creo que es la más completa, equilibrada y juiciosa. El filósofo vio la película en su momento y volvió a hacerlo meses después, para formarse una opinión más reposada, no sólo de ella, sino también de la reacción del resto de los espectadores, ya que Muchos dieron por supuesto que el resultado sería deplorable […] se dio por descontado que se iba a tratar de una grotesca y burda presentación del héroe castellano, un western celtíbero. Confieso que cuando se estrenó «El Cid» fui a verla con alguna aprensión: las dificultades eran tan evidentes, que mis esperanzas no eran demasiado grandes; pero me gusta juzgar las cosas después de verlas. Me interesaba también la reacción del público, de diversos públicos, En España y fuera de ella. Ahora, al cabo de muchos meses, he vuelto a ver «El Cid». Quisiera hacer algunas reflexiones sobre esta película y sus ecos. Su primera y significativa conclusión es que la película «ha entusiasmado al pueblo y ha irritado a los cultos», ya que los primeros 151 Julián Marías, «Tres horas en la Edad Media», Gaceta Ilustrada, año VII, nº 318, Madrid, 10-IX-1962, apéndice p. 131. 70 llenan las salas de cine y los segundos denuncian su infidelidad a la historia, su deformación de la figura de Rodrigo Díaz de Vivar y de su mundo. Parece que las personas que hacen esta acusación conocen al dedillo todos los entresijos del siglo XI, se saben de memoria el «Cantar de Mio Cid», recitan antes de acostarse el Romancero, han leído el «Carmen Campidoctoris», las crónicas árabes y los libros de Conde y Dozy, y tienen en su mesilla de noche los dos gruesos volúmenes de «La España del Cid», de don Ramón Menéndez Pidal. […] Con este criterio, habría que hacer una gigantesca hoguera con casi todo el contenido del Museo del Prado, del Louvre, la National Gallery o las pinacotecas italianas, alemanas u holandesas, tan dispuestas a vestirnos a la hija del Faraón como una dama veneciana del siglo XVI, o a llenar de gorgueras las bodas de Caná. Y, aunque admite una cierta distorsión de la figura del Cid y de la época, la salva por la licencia poética de toda creación artística, o dicho en otras palabras más apropiadas para el objetivo de este trabajo, está reconociendo implícitamente la capacidad que tiene el nuevo lenguaje artístico, el cine, de ayudar a transformar a las figuras históricas en héroes: La película «El Cid» es, como no puede menos, una simplificación de la figura, la historia y el mundo en que vivió […] Pero la selección de materiales que se ha hecho me parece lícita, y pertenece ese derecho a la legítima libertad del productor y del director […] ¿por qué ha de haber licencias poéticas y no ha de haberlas cinematográficas? […] ¿es que puede pedírsele a un director cinematográfico que resista a la tentación de la última escena impresionante del Cid muerto cabalgando fantasmalmente por la playa, llevando así a sus mesnadas por última vez a la victoria? Sobre todo cuando el «ganar batallas después de muerto» forma parte de la realidad popular y tradicional del Cid, y es algo tan entrañable que ha pasado hasta nuestra lengua. Si a todos estos argumentos se añade que «Charlton Heston hace un Cid admirable» y «Sofía Loren hace una Jimena –de quien se sabe tan poco– de espléndida hermosura –¡que parece irritar a algunos!– y muy suficiente humanidad», se explican la reflexión y agradecimientos finales: la historia española, una porción esencial de ella, ha empezado a circular, con plena dignidad, por primera vez, en ese mundo verdaderamente universal que es el cine. Ante «El Cid» siento sólo un poco de melancolía de que no seamos los españoles capaces de haberlo hecho, de haber llevado nuestra realidad a todas las pantallas, pero esa melancolía está lejos de despertar en mí un movimiento poco elegante de rencor: más bien siento gratitud. Julián Marías venía a reconocer así el triunfo de la película, pese a las reticencias iniciales, y el engrandecimiento del personaje histórico y su leyenda, como apuntara ya Miguel Utrillo en un artículo de título muy apropiado: «El Cid gana su última batalla: la cinematográfica»152. 152 Utrillo, M., «El Cid gana su última batalla: la cinematográfica», Pueblo, Madrid, 12-I-1962. 71 6. Conclusiones Tras el análisis de la gestación de la película, las posibles influencias para la elaboración del guion, el papel que tuvo el académico y máximo especialista en la figura del Cid, don Ramón Menéndez Pidal, y de la acogida que le dispensó la crítica, puedo concluir que: 1. La película El Cid es, por ahora, el último eslabón de la cadena que a través de los primeros textos, el Cantar, los romances, el teatro, la pintura de historia, etc., convierten al personaje histórico Rodrigo Díaz de Vivar en leyenda, en «El Cid», el héroe castellano y español por antonomasia. Cartel de «El Cid», obra de «Jano» (Fco. Fdez.-Zarza) 2. Menéndez Pidal dejó su impronta en la película mucho más de lo que puede sugerir su escueto informe de aprobación a requerimiento de la Real Academia de Historia. Los personajes y hechos están inspirados, en buena medida, en los descritos en La España del Cid. 3. Charlton Heston puso su granito de arena a la imagen que se da del Cid. Influyó en el guion y creó un personaje: no se limitó únicamente a actuar. 4. La película no es histórica en sentido estricto, pero sí recrea fielmente el espíritu de la época. 5. La crítica, salvo contadas excepciones, como hiciera también la censura, acoge con entusiasmo la película porque, por encima de los anacronismos e inexactitudes históricas, destaca los ideales de caballerosidad, hidalguía, nobleza, sentido patriótico, devoción 72 familiar, etc.; los ideales de la Castilla histórica y, por qué no, de la España del momento. Colabora así a la reafirmación del Cid como héroe nacional. 6. Entre las excepciones de la crítica destacan dos. Una, la de Gaya Nuño, por atañer sólo a los aspectos histórico-artísticos, pasó prácticamente inadvertida. Otra, la de Rochereau, se tomó como una afrenta nacional y, curiosamente, contribuyó, por reacción, a ensalzar y defender al héroe incluso por encima de la película. 7. Creo que hay que destacar la crítica de Julián Marías, que supo distinguir entre historia y creación artística, observando agudamente que El Cid «ha entusiasmado al pueblo y ha irritado a los cultos». Por todo ello, se puede afirmar que la película El Cid, como arte de masas, ha contribuido a dar dimensión universal a Rodrigo Díaz de Vivar, tanto desde el punto de vista de la difusión del personaje como desde la grandeza del héroe. Se comprende así la satisfacción de don Ramón Menéndez Pidal al enjuiciarla y la afirmación tajante de José Mª Pemán que recogía en la introducción: «En el mundo, y dentro de poco en España, tenemos ahora por héroe nacional a Charlton Heston»153. «El héroe nacional» Charlton Heston 153 Véase nota 9. 73 Fuentes Archivo de la Fundación Menéndez Pidal (FRMP) Archivo General de la Administración (A.G.A) Biblioteca de la Real Academia de la Historia (RAH) Hemeroteca Municipal de Madrid Bibliografía Anónimo, Poema de Mio Cid (edición, introducción y notas de Ramón Menéndez Pidal), Madrid, Espasa-Calpe, 1911, edición 1980. Anónimo, Cantar del Cid (prólogo de Martín de Riquer), Madrid, Espasa-Calpe, 1976. Anónimo, Mio Cid Campeador. 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Díez) ............. 61 Dos recortes de periódicos: anuncios del cine Capitol y de una excursión a Peñíscola ......................................................................................................................... 63 Juan Antonio Gaya Nuño ................................................................................................ 66 El Cid de Mariano Bertuchi ............................................................................................. 69 Julián Marías .................................................................................................................. 69 Cartel de El Cid, obra de «Jano» (Francisco Fdez.-Zarza) .............................................. 71 El héroe nacional Charlton Heston ................................................................................. 72 Don Ramón con el Cid, Alfonso VI, doña Urraca y García Ordóñez (FRMP) ............. 101 Menéndez Pidal, Rodríguez de la Fuente y Heston con don Rodrigo (FRMP) ............ 116 Charlton Heston ante la casa de don Ramón Menéndez Pidal (FRMP) ........................ 141 79 Apéndice Carta del Secretario de la Academia de Historia (FRMP) .............................................. 81 Informe de don Ramón Menéndez Pidal (RAH) ............................................................. 82 Solicitud de asesoramiento de la DGCT a la RAH (RAH) ............................................. 83 Respuesta de la RAH al Director General de Cinematografía y Teatro (RAH) .............. 84 Anuncio del inicio de los preparativos al Director de la RAH (RAH) ............................ 85 Comunicación de la resolución favorable de la RAH (RAH) ......................................... 86 Borradores manuscritos de dos cartas (FRMP) ............................................................... 87 Nota manuscrita de Menéndez Pidal sobre el Cid (FRMP)............................................. 89 Felicitación de Félix Rodríguez de la Fuente (FRMP) .................................................... 92 Carta de Lydia Heston (FRMP) ....................................................................................... 93 Carta de José Luis Peña a Gonzalo Menéndez Pidal (FRMP) ....................................... 94 Guion de la Jura de Santa Gadea (FRMP) ....................................................................... 95 Horarios de un día de rodaje (FRMP) ............................................................................. 99 Carta de Jesús Pabón y foto de la visita de Menéndez Pidal al rodaje (FRMP) ............ 101 Carta de José Muñoz Fontán (FRMP) ........................................................................... 102 Carta de Emilio Delgado (FRMP) ................................................................................. 103 Carta de José Mª Miró Llull (FRMP) ............................................................................ 104 Carta de Rosa Sarró y transcripción (FRMP) ................................................................ 109 Telegrama y foto de la visita de Menéndez Pidal al rodaje (FRMP) ............................ 116 A. Zúñiga, «Nueva York: El Cid gana una nueva batalla», La Vanguardia, 12-XII-1961 ................................................................................................................... 117 Donald, «“El Cid”, en Londres», ABC, 7-XII-1961 ...................................................... 118 J. Mª Pemán, «El Cid, en Londres», ABC, 20-XII-1961 ............................................... 120 R.G., «“El Cid”, en el cine Capitol», El Alcázar, 29-XII-1961 .................................... 121 80 L. Gómez Mesa, «Capitol: Estreno en España de “El Cid”, en sesión benéfica», Arriba, 28-XII-1961 ..................................................................................................... 122 García de la Puerta, «“El Cid”», Pueblo, 30-XII-1961 ................................................. 123 I. de Montes-Jovellar, «“El Cid” en el Capitol», Madrid, 28-XII-1961........................ 124 A. Martínez Tomás, «“El Cid”», La Vanguardia, 28-II-1962 ...................................... 125 Juan Antonio Gaya Nuño, «“El Cid”: un insulto a la Historia de España», La Estafeta Literaria, nº 236, 1962 ............................................................................... 126 Jean Rochereau, «Le Cid», La Croix, 26-27 déc. 1961 ................................................. 129 Emilio Romero, «Sin rodeos. “El Cid”», Pueblo, 3-I-1962 .......................................... 130 Julián Marías, «Tres horas en la Edad Media», Gaceta Ilustrada, año VII, nº 318, 10-IX-1962 .................................................................................................................... 131 Artículos y notas de prensa consultados ........................................................................ 133 81 82 83 84 85 86 87 Mi distinguido amigo: Recibo su carta y mi primera impresión es altamente satisfactoria al ver que la figura del Cid quizá vaya a tener dos representaciones cinematográficas como el Quijote tiene varias y varias todas las grandes figuras históricas que unas a otras sirven de estímulo y de reclamo. La figura del Cid admite múltiples interpretaciones como lo muestran tantos dramas y novelas; bien merece que vaya repetidas veces a la pantalla. La película norteamericana está en vías inmediatas de realización, muy adelantados los trabajos de guión y estudios técnicos preparatorios. Tendremos un Cid cinematográfico si no surgen tropiezos imprevistos. Yo, a petición de la Academia de la Historia, he dado un informe aprobatorio. De otra película me han comunicado un guión que ahora agobiado de trabajo, (aplazada ineludiblemente para Setiembre, para unos coloquios de San Isidoro en León con [la] Historia de España de la Unesco, ambos aplazados en Setiembre, sin contar pruebas de imprenta urgentes) no puedo estudiar ahora. Es de suponer que será bueno y me felicito de su iniciativa. He tenido el sentimiento hace años [de] ver fracasar otro guion italiano sobre el Cid que no pudo […] 88 Mi distinguido amigo: Recibí su amable carta y mi impresión es altamente satisfactoria al ver que la figura del Cid quizá vaya a tener dos expresiones cinematográficas. El Quijote tiene ya varias y varias tienen todos los grandes personajes históricos, unas realizaciones sirven de estímulo a otras y a la vez se sirven de recíproco reclamo. La Academia de la Historia me pidió informe sobre el guión norteamericano a que Vd. alude y lo he dado aprobatorio. Creo que los trabajos para su realización van muy adelantados y pronto podremos tener una película del Cid, lo que me satisface en gran manera, pues no hace muchos años tuve el sentimiento de ver fracasar otro guión del Cid venido de Italia. El guión de los productores españoles lo he recibido hace pocos días pero ahora, agobiado con el trabajo nivelador de vacaciones (dos empeños urgentes para entregar en setiembre), no puedo estudiarlo. Supongo que será bueno y desde luego me felicito de esta nueva iniciativa. Le saluda muy afectuosamente su buen amigo. 89 El Cid es el más tardío héroe de la gran Epopeya medieval, es tres siglos posterior a KM [Carlomagno] y muchos más posterior a Sigfrido o Teodorico el Grande. Relevante carácter de modernidad en su Vida y en su Leyenda épica. Su Poema y la Ch[anson de] Roland son dos obras maestras con que se inician las dos grandes literaturas. Comparación inevitable. Roland –irrealidad mítica, poco histórico, mínimo–, es el prototipo superior de todo el género de los Cantares [de] Gesta, conocido e imitado en toda Europa. M[io] Cid –realismo muy ceñido a la historia y al carácter biográfico– es más original, se sitúa aparte, contradice los modelos habituales del género épico. Su influjo es muy pequeño. Los héroes épicos se distinguen por su energía desbordante con desmesura. Roland posee fuerzas de ser sobrehumano, a su pundonor con desmesura inhumana sacrifica 20.000 vidas. Cid es humanamente fortísimo, siempre mesurado en su fortaleza. Este singular carácter del Cid está imitado en el personaje de los Nibelungos, el margrave Rüdiger, nombre no germánico calco del de Rodrigo; es héroe de una mesura extraña a los demás héroes de los Nibelungos que le rodean. 90 La Epopeya glorifica al vasallo desterrado que combate a su Rey injusto. El Cid en poema y en realidad renunció al derecho de guerra y cuando conquista Valencia la pone a los pies de su Rey que le desterró. Mira hacia el Estado moderno que restringe los derechos y el poder de la nobleza y afirma el poder regio. La Venganza es la gran inspiradora de la Epopeya. Veng[anza] privada. Veng[anza] de sangre, es un alto deber en la clase noble. El Cid transforma esa Veng[anza] en un proceso jurídico ante la corte del Rey, proceso terminado con un duelo tras el cual los inf[antes] de Carrión son declarados malos y traidores. Mío Cid no es un poema de la alta nobleza como la mayoría de los Cant[ares] de Gesta. Es el poema de un héroe de nobleza inferior, envidiado y perseguido por la alta nobleza de la Corte del Rey. Es la afirmación de la nobleza de los hechos sobre la nobleza de la herencia. Los envidiosos hacen que el Rey le destierre; Él en el destierro conquista un reino y se hace más poderoso que sus envidiosos. El Rey casa las hijas del Cid con los Inf[antes de] Carrión, pero éstos rompen y ultrajan ese matrimonio y el Cid casa segunda vez sus hijas con los herederos de los reyes de España. 91 El sarraceno en todos los poemas de Esp[aña] y de Fr[ancia] es únicamente el enemigo irreconciliable. Cid de poesía y de realidad activó la política de convivencia distinguiendo entre el moro español con el que se debe convivir, frente al moro de África invasor. Con el moro español es benigno. Ellos bendicen a su vencedor y le despiden con lágrimas. En la realidad es un moro español el que nos deja conocer la grandeza sublime del Campeador, Ben Bassam, coetáneo: clarividencia y energía, y éxitos infalibles un milagro de los grandes milagros del Creador. Supranacional. Poema respira amor a Castiella la gentil como Roland a la dulce Francia, pero Roland espíritu feudal no tiene en su pensamiento cuando combate y cuando muere sino a su señor KM [Carlomagno]. El Cid refiere todas sus batallas y trabajos, conquistas, a la cristiandad, la buena cr[ristiandad], la limpia «la noble», y cristiandad es universalidad occidental. En Rol[and] chrestientet no significa más que «religión cristiana» (no «pueblos cristianos») y esa voz nunca aparece en boca de Roland ni de Carlo[magno]. 92 Distinguido Señor Recordando la grata conversación que tuve el honor de celebrar con Vd., durante el rodaje de la película El Cid, me complace enviarle la estampa de mi halcón “Dn Rodrigo” y desearle muy felices Pascuas y venturoso año nuevo. Respetuosamente Dr. F. Rodríguez de la Fuente 93 Madrid 15 de abril Ilustrísimo Señor, Creo que posiblemente le gustaría tener estas fotos que saqué en su casa. Están entre mis favoritas del milion que he sacado en su España belisima! Sinceramente, Lydia Heston 94 95 96 97 98 99 100 101 Don Ramón con el Cid, Alfonso VI, doña Urraca y García Ordóñez (archivo de la FRMP) 102 103 104 105 106 107 108 109 110 111 112 113 114 115 ROSA SARRÓ 16-3-62 Distinguido Sr. Menéndez Pidal; Ante todo perdone usted por robarle un rato de su precioso tiempo, pero antes de hacer mi trabajo, he procurado y he querido que Vd. único en sus investigaciones procure ayudarme. Sé de Rodrigo Díaz que nació en las orillas de Ubierna, en el solar de Vivar, por los años 1043; que en calidad de alférez peleó en Llantada y Golpejares; que se halló en el cerco de Zamora, donde Dolfos asesinó a Sancho II el Fuerte; que exigió a Alfonso VI prestar juramento de no haber tenido parte en la muerte de su hermano; que casó con Jimena Díaz, hija del Conde de Oviedo, Diego Rodríguez y biznieta de Alfonso V de León. Más tarde su rey le destierra de Castilla y recorre las tierras de Lérida, se apodera de Monzón, Tamarite, Almenar, toma prisionero al Conde de Barcelona, Berenguer; se reconcilia con Alfonso VI en 1087 va a Zaragoza y derrota en el pinar de Tevar al rey de Lérida y al conde de Barcelona con 5.000 de los suyos. Rinde la ciudad de Valencia en 1090 y permanece en ella hasta su muerte ocurrida en 1099. Su esposa Jimena, trasladó sus restos al monasterio de San Pedro de Cardeña. Esto es todo lo que sé de la vida del Cid. Pero ahora en nuestra ciudad se está proyectando su vida, y yo pensando que quizás me ayudaría un poco más, para sacar más materia para mi historial, decidí ir a verla y la verdad, que me he hecho verdaderamente un gran lío. Precisamente en un pasaje del Cid, cuando el sale de Vivar para dirigirse a Burgos, no menciona para nada a su mujer y ya sale con sus hombres de esta ciudad, ¿por qué pues se marcha de ahí con su Jimena y sus vasallos los esperan a la salida del mesón o pajar donde los acogen en la película? ¿Por qué en el film Garci Ordóñez muere en favor del Cid, si toda su vida le había tenido envidia en el cantar? Maguer plogo al rey, mucho pesó a Garci Ordóñez: Semeja que en tierra de moros non a bivo omne quando assí faze a su guisa el Çid Campeador… Dixo el rey al conde «dexad essa razón que en todas guisas mijor me sirve que vos» [vv. 1345-1349 del Cantar] Luego, ¿por qué muere el Cid cuando sus hijas son aún niñas, en la película, si también en el cantar muere después que las casó por segunda vez con los infantes de Navarra y de Aragón? Veed qua londra creçe al que en buen ora nació, Quando señoras son sus fijas de Navarra e de Aragón. [vv. 3722-3723] Pasado es deste siglo mio Cid de Valencia señor El día de cinquanesma; de Cristus aya perdón Assi ffagamos nós todos justos e pecadores! [vv.3726-3728] Ahora y si no es mucho abusar, quisiera que usted me aclarara lo siguiente, Doña Jimena, luego que Rodrigo mató a su padre, ¿atentó verdaderamente en combinación con Garci Ordóñez contra la vida del Cid? ¿Verdaderamente salieron juntos con los caballeros y Jimena? ¿Murió Garci Ordóñez en favor del Cid? Y, por último, ¿murió el Cid en Valencia a consecuencias de una herida siendo sus hijas niñas, o murió cuando estuvieron casadas por segunda vez y él pudo vengar a sus hijas por la afrenta hecha a sus hijas por los infantes de Carrión en el robledo de Corpes? Y, por último, ¿montó verdaderamente una vez muerto sobre Babieca o esto forma parte de la leyenda que se ha tejido en derredor de ese gran héroe? Le estaría muy agradecida por sus respuestas que allanarían muchísimo mi trabajo. Perdone que no me haya presentado antes pero voy a hacerlo en este momento, soy estudiante de la universidad de Barcelona, hija de un catedrático de la misma Dtr. Sarró. Y estudiante además de hebreo y de arte en la escuela de artes Massana. Sin más que decirle y deseando que me pueda facilitar los datos que le pido si no le causan ninguna molestia, se despide atentamente, Rosa Sarró 116 Existo Cid [Éxito Cid] De derecha a izquierda: don Ramón Menéndez Pidal, Félix Rodríguez de la Fuente y Charlton Heston con don Rodrigo (archivo de la FRMP) 117 Ángel Zúñiga, La Vanguardia, 12-XII-1961 118 Donald, ABC, 7-XII-1961 119 Continuación 120 José Mª Pemán, ABC, 20-XII-1961 121 R.G., El Alcázar, 29-XII-1961 122 Luis Gómez Mesa, Arriba, 28-XII-1961 123 García de la Puerta, Pueblo, 30-XII-1961 124 Ignacio de Montes-Jovellar, Madrid, 28-XII-1961 125 A. Martínez Tomás, La Vanguardia, 28-II-1962 126 Juan Antonio Gaya Nuño, La Estafeta Literaria, nº 236, 1962 127 Continuación 128 Continuación 129 Jean Rochereau, La Croix, 26-27 déc. 1961 130 Emilio Romero, Pueblo, 3-I-1962 131 Julián Marías, Gaceta Ilustrada, año VII, nº318, 10-IX-1962 132 Continuación 133 Artículos y notas de prensa consultados ABC 1. Calvo, L., La barba del Cid de Juan Cristóbal, Sevilla, 12-IX-1948. 2. Un empeño gigantesco. La versión cinematográfica del Cid, Madrid, 5-VII- 1960. 3. Charlton Heston será el Cid Campeador, Madrid, 27-VII-1960. 4. Charlton Heston es recibido por Anthony Mann en el aeropuerto de Barajas, Madrid, 9-VIII-1960 (Foto Cifra). 5. Azorín, Recuadro del Cid, Sevilla, 7-IX-1960. 6. Álamo Salazar, Varias escenas de «El Cid» serán rodadas en Ampudia, Madrid, 22-IX-1960. 7. Álvaro, F., ABC en Valladolid: Charlton Heston y «El Cid», Madrid, 10-XI- 1960. 8. Sofía Loren es recibida por Charlton Heston en el aeropuerto de Barajas, Madrid, 13-XI-1960 (Foto T. Naranjo). 9. Un Cid de película, Sevilla, 19-XI-1960 (Foto Cifra). 10. Azorín, Recuadro de las dos realidades, Sevilla, 27-XI-1960. 11. Azorín, Recuadro de una lección, Madrid, 30-XI-1960. 12. Pérez Ferrero, M, El Cid de Huidobro, para Douglas Fairbanks, Madrid, 9- XII-1960. 13. Ídem, Sevilla, 10-XII-1960. 14. Foto del rodaje de «El Cid», Madrid, 24-XII-1960. 15. Sofía Loren vuelve a Madrid para reincorporarse al rodaje de El Cid, Madrid, 28-XII-1960 (Foto Fiel). 16. Menéndez Pidal recibe a Charlton y Lydia Heston en su casa, Madrid, 24-I- 1961 (Foto Cifra). 17. Sofía Loren sufre una caída en Madrid, Sevilla, 28-I-1961. 18. Sofía Loren vuelve escayolada a Roma, Madrid, 31-I-1961 (Foto Cifra). 19. Menéndez Pidal visita el rodaje de «la Jura de Santa Gadea», Madrid, 18-III- 1961 (Foto Cifra). 20. D. Ramón Menéndez Pidal habla con «El Cid», Sevilla 18-III-1961 (Cifra). 21. Continuación del artículo anterior. 22. Monerris, A.G., El Cid «conquista» Valencia, Sevilla, 25-III-1961. 134 23. Continuación del artículo anterior. 24. Donald, «El Cid», en Londres, Madrid, 7-XII-1961. 25. Continuación del artículo anterior. 26. Pemán, J. Mª, El Cid, en Londres, Sevilla, 19-XII-1961. 27. Ídem, Madrid, 20-XII-1961. 28. GACETILLAS, Coliseo España. – Charlton Heston, actor de época, Madrid, 28-XII-1961. 29. García, P.F., Don Ramón, Premio Nobel, Madrid, 28-XII-1961 (foto T. Naranjo). 30. Donald, Se estrenó en función benéfica «El Cid» en el cine Capitol, Madrid, 28-XII-1961. 31. Gacetillas, Coliseo España.- El ilustre historiador don Ramón Menéndez Pidal, en el rodaje de «El Cid», Sevilla, 29-XII-1961. 32. A. S., El Cid, Sevilla, 30-XII-1961. 33. Anuncio de El Cid en el Coliseo, Sevilla, 5-I1962. 34. R., «El Cid» conquista el mundo, Madrid, 11-I-1962. 35. Anuncio a toda página de la película El Cid, Madrid, 7-II-1962. 36. Ídem, Madrid, 22-IV-1962. 37. Distinción al productor de «El Cid», Madrid, 29-XII-1962. 38. Con asistencia del cónsul de España se entregó en Los Ángeles el premio «Cóndor», concedido al productor de «El Cid», Sevilla, 29-XII-1962. 39. Anuncio de El Cid, Madrid, 29-XII-1962. 40. Los ingresos de la película «El Cid», Madrid, 21-II-1963. 41. Romero, E., Premio «Luca de Tena» 1962, «El Cid», Madrid, 2-IV-1963. 42. Burgos, A., Cuando don Ramón sea «El Menéndez Pidal», Sevilla, 15-X- 1968. 43. García Cárcel, R., El Cid, historia y mito, Cultural, 18-IX-1999. 44. Torres-Dulce, E., El hombre del Oeste, Cultural, 24-VI-2006. 45. Astorga, A., El Cid vuelve a campear, Cultural, 28-XII-2011. Arriba 1. El nombre del Cid subsiste en la vida española, 22-XII-1961. 135 2. El ilustre historiador don Ramón Menéndez Pidal en el rodaje de «El Cid», 23-XII-1961. 3. «El Cid», la más asombrosa producción de estos últimos tiempos, 26-XII- 1961. 4. Zúñiga, Á., «El Cid» debe considerarse como un gran homenaje a España, 27-XII-1961. 5. Charlton Heston, actor de época, 28-XII-1961. 6. Gómez Mesa, L., Capitol: Estreno en España de «El Cid», en sesión benéfica, 28-XII-1961. 7. «El Cid» en Madrid, 29-XII-1961 (Foto Cifra). 8. Montes, E., El Cid en el cine y en la poesía, 4-I-1962. Blanco y Negro Guillermo Bolín, El Cid gana nuevas batallas en los campos de España, (reportaje en color de la película), 28-I-1961. Contestaciones a Rochereau  A propósito del estreno en España de la película «El Cid».  Emilio Romero, Sin Rodeos, El Cid (Pueblo, 5-I-1962).  Fray Valentín de la Cruz, O.C.D., El Cid, puesto en la cruz (Diario de Burgos, 6-I-1962).  Nicolás López Martínez, No me extraña (Diario de Burgos, 7-I-1962).  José Pérez Carmona (profesor del Seminario), Por los fueros de la verdad, Carta abierta a Jean Rochereau, redactor de «La Croix» (Diario de Burgos, 9-I-1962).  Teófilo López Mata (cronista de la Ciudad y Provincia), El Cid de Castilla y el Cid de «La Croix» (Diario de Burgos, 10-I-1962).  Matías Álvarez Merino, Los cristianos de hoy y el Cid. 136 El Alcázar 1. El estreno de «El Cid» en España, el 27, a beneficio del Patronato del Niño del Remedio, 18-XII-1961. 2. Dos actores espléndidos para una gran producción, 21-XII-1961. 3. Anuncio de El Cid, 22-XII-1961. 4. Ídem, 23-XII-1961. 5. Foto de El Cid, 27-XII-1961. 6. Anuncio de El Cid, 27-XII-1961. 7. A Cid Heston le quitaron dos veces el clavel en el estreno de su película. Se lo habían puesto unas señoritas que los vendían con fines benéficos, 28-XII- 1961. 8. R. G., «El Cid» en el cine Capitol, 29-XII-1961. 9. El miércoles 27, se efectuó el estreno de «El Cid», 29-XII-1961. 10. Foto de El Cid, 3-I-1962. 11. Ídem, 5-I-1962. 12. Ídem, 9-I-1962. 13. «El Cid» gana el entusiasmo del público, 11-I-1962. 14. Doco, Cine en mi bloc, Curiosidad, 13-I-1962. Estafeta literaria 1. Joaquín Pablos, Al galope de Babieca. «El Cid», nº 234. 2. Juan Antonio Gaya Nuño, «El Cid»: un insulto a la Historia de España, nº 236. Gaceta Ilustrada Julián Marías, Tres horas en la Edad Media, nº318, 10-IX-1962. Hoja del Lunes 1. P., «El Cid» visita a su biógrafo, 23-I-1961. 2. Continuación del artículo anterior. 137 3. El patriarca de las letras españolas cumple hoy noventa y dos años, 13-III- 1961 (foto Donis). 4. Mr. Harold Lamb, famoso biógrafo americano, en Madrid, 24-VII-1961 (foto Cifra). 5. Sofía Loren, que pasó el domingo con grandes dolores, sale hoy hacia Roma, 30-I-1961 (foto Cifra). La Vanguardia 1. Castellón de la Plana.- El director Anthony Mann…, 31-VII-1960. 2. Charlton Heston será el Cid Campeador, 30-III-1960 (EFE). 3. Una película sobre el Cid Campeador, 28-VII-1960. 4. Charlton Heston, en Madrid, para rodar «El Cid», 9-VIII-1960. 5. Conferencia de prensa de Charlston (sic) Heston, 11-VIII-1960. 6. Filmayer distribuirá «El Cid Campeador», 30-VIII-1960 (Foto Saiz). 7. Ava Gardner se establece definitivamente en España, 21-X-1960. 8. Sofía Loren será «Doña Jimena», en «El Cid», 1-XI-1960. 9. Sofía Loren rechaza el papel «Doña Jimena», en «El Cid», 9-XI-1960. 10. Llegó Raf Vallone para la película «El Cid», 9-XI-1960. 11. Sofía Loren nos visitará, 11-XI-1960. 12. Ángel Lázaro, Advertencia a un director cinematográfico. El Cid y Jimena, 17-XI-1960. 13. Foto de Sofía Loren, 29-XI-1960. 14. Llegada del cineísta (sic) americano Bronston y de Sara Montiel, 25-XII- 1960. 15. Charlton Heston visita a Don Ramón Menéndez Pidal (foto), 24-I-1961. 16. Sofía Loren sufre la fractura de un hombro, 28-I-1961. 17. Sofía Loren regresa a Roma con un equipaje de 440 Kg., 31-I-1961 (Cifra). 18. «El Cid», montado sobre «Babieca» (foto), 23-II-1961. 19. Excursión colectiva a Peñíscola, 24-II-1961 (Cifra). 20. Anuncio de viajes a Peñíscola de la agencia Cosmos, 26-III-1961. 21. La música de «El Cid», 9-IV-1961 (Cifra). 22. Charlton Heston visita, en Burgos, los lugares cidianos, 23-IV-1961 (Cifra). 23. Continuación del artículo anterior. 138 24. Alfonso Vignau Miró, El cowboy y Mio Cid, 6-V-1961. 25. El compositor Miklos Rozsa está componiendo la música de la película «El Cid», 9-VI-1961. 26. La «primera mundial» de «El Cid», 12-XI-1961. 27. C. S., París: don Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, campea a orillas del Sena, 10-XII-1961. 28. El estreno de «El Cid» en diversas ciudades, 20-XII-1961. 29. Ángel Zúñiga, Nueva York: El Cid gana una nueva batalla, 12-XII-1961. 30. Dos fotogramas de El Cid. 31. Éxito del estreno de «El Cid», en San Francisco, 7-II-1962. 32. La co-producción hispano italiana «La hija del Cid», 7-II-1962. 33. Sofía Loren retira una querella presentada contra los productores de «El Cid», 21-II-1962 (Cifra). 34. A. Martínez Tomás, «El Cid», 28-II-1962. 35. La película «El Cid» declarada de interés nacional, 8-III-1962. 36. Don Ramón Menéndez Pidal cumple 93 años, 14-III-1962. 37. Los premios del Círculo de Escritores Cinematográficos, 8-IV-1962. 38. El estreno de «El Cid» en Washington, 6-VI-1962. 39. Éxito de «El Cid» en Alemania, 14-VI-1962. 40. Una película de moros y cristianos, 11-VII-1962. 41. «El Cid», extraordinario film, 21-VII-1962. 42. «El Cid», proyectada en Roma para los padres conciliares de habla española, 6-XII-1962 (EFE). 43. El premio «Cóndor», concedido al productor de «El Cid»30-XII-1962 (EFE). 44. M. T., Sofía Loren, una singular «Isabel la Católica», 8-III-1963. 45. Samuel Bronston, galardonado con el «Trofeo de los Continentes» por su producción «El Cid», 6-XI-1963. Madrid 1. Anuncio de El Cid, 19-XII-1961. 2. Ídem, 20-XII-1961. 3. Charlton Heston asistirá al estreno de «El Cid», 21-XII-1961. 4. Anuncio de El Cid, 22-XII-1961. 139 5. Ídem, 23-XII-1961. 6. Ídem, 26-XII-1961. 7. Ídem, 27-XII-1961. 8. Esta noche se estrena «El Cid», 27-XII-1961. 9. Sergio Río, «Campeador» Heston, a la conquista de Madrid, 27-XII-1961. 10. Eficaz, Noches de Madrid, «¡Cosas veredes…!», 28-XII-1961. 11. Ignacio de Montes-Jovellar, «El Cid», en el Capitol, 28-XII-1961. 12. La música de «El Cid», basada en antiguos temas españoles, 28-XII-1961. 13. Anuncio de El Cid a toda página, 28-XII-1961. 14. Fotograma del Cid con una cruz, 2-I-1962. Mundo Hispánico E. M. S., reportaje de la película. Pueblo 1. El despiste internacional, 8- XII-1961. 2. Anuncio de El Cid, 20-XII-1961. 3. Corredera, La cetrería, caza espectáculo del futuro. El doctor Félix Rodríguez de la Fuente –asesor en «El Cid»-, autoridad en la materia, 20-XII-1961. 4. Charlton Heston asistirá al estreno de «El Cid», 22-XII-1961. 5. La más fastuosa de las películas, 27-XII-1961. 6. Anuncio de El Cid a toda página, 28-XII-1961. 7. El nombre del Cid subsiste en la vida española, 28-XII-1961. 8. Anuncio de sesión matinal en el cine Capitol, 30-XII-1961. 9. García de la Puerta, «El Cid», 30-XII-1961. 10. Foto de Franco escayolado, 1-I-1962. 11. Emilio Romero, Sin Rodeos, El Cid, 3-I-1962. 12. Miguel Utrillo, El Cid gana su última batalla: la cinematográfica, 12-I-1962. 13. «El Cid» gana el entusiasmo del público, 15-I-1962. 14. Dámaso Santos, Menéndez Pidal defiende al Cid, 17-I-1962. 15. Detalle del artículo anterior. 16. Ídem. 140 17. Ídem. 18. Charlton Heston interrumpió su «Cena de Pascuas» para pasar veinticuatro horas en Madrid, 28-XII-1962. 19. La música de «El Cid», basada en antiguos temas españoles, 30-I-1962. Ya 1. Menéndez Pidal presenció ayer el rodaje de la jura en Santa Gadea, 18-III- 1961. 2. Anuncio de El Cid, 26-XII-1961. 3. En el Pardo, después del accidente, 27-XII-1961 (fotos Santos Yubero). 4. Foto de Franco escayolado (continuación del artículo anterior). 5. «El Cid», la más asombrosa producción de estos últimos tiempos, 26-XII- 1961. 6. Anuncio de El Cid, 27-XII-1961. 7. «El Cid» debe considerarse como un gran homenaje a España, 27-XII-1961. 8. La música de «El Cid», basada en antiguos temas españoles, 28-XII-1961. 9. Anuncio de la sesión matinal en el cine Capitol, 29-XII-1961. 10. Anuncio de la película con la foto del Cid ante una cruz, 3-I-1962. 11. Sólo historiadores «a la violeta» pueden sostener que el Cid fué un salteador de caminos, 17-I-1962. 12. Continuación del artículo anterior. 13. Las fiestas de San Antón en Madrid (pareja disfrazada de Rodrigo y Jimena), 18-I-1962. 141 Charlton Heston ante la casa de don Ramón Menéndez Pidal (archivo de la FRMP)