UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA TESIS DOCTORAL Sobrevivir sin género en la zona gris: la deshumanización en los campos de concentración nazis en perspectiva feminista MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Paula Martos Ardid Directores Elena Hernández Sandoica Manuel Reyes Mate Rupérez Madrid, 2016 © Paula Martos Ardid, 2015 Sobrevivir sin género en la zona gris. La deshumanización en los campos de concentración nazis en perspectiva feminista PAULA MARTOS ARDID Bajo la dirección de: Elena Hernández Sandoica (UCM) Manuel Reyes Mate Rupérez (CSIC) FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA I Para Pedro y Jorge, quienes buscan conmigo la luna cada noche Agradecimientos Los últimos seis años de trabajo han sido duros y emocionantes a partes iguales y no los hubiera podido sacar adelante de no ser por el apoyo y el cariño de muchas personas. Mis directores han estado a mi lado todo este tiempo. Es imposible esconder la enorme influencia que ha ejercido el trabajo del profesor Reyes Mate en mi investi- gación. Tengo que agradecerle especialmente que me acogiera sin apenas conocerme y me otorgara su confianza hace ya tantos años, gracias a la cual pude entrar a for- mar parte de la familia del CSIC. Durante todos este tiempo ha respaldado mis idas y venidas, mis cambios de planteamientos y mis derivas filosóficas con paciencia, cariño y respeto. En cuanto a la profesora Elena Hernández Sandoica, he admira- do su trabajo desde que tuve la suerte de ser su alumna durante la licenciatura. Cuando aceptó dirigir mi tesis no sabía que iba a ser la responsable de que el barco resistiera a la zozobra. No sé que habría sido de mí sin su respaldo constante, sin su orientación y sin su pragmatismo. Durante los cuatro años que estuve como becaria en el Instituto de Filosofía del CSIC gracias al programa de Formación del Profesorado Universitario financiado por el Ministerio de Educación, he tenido la inmensa fortuna de trabajar con gente apasionante y apasionada que me han regalado su tiempo, sus conocimientos y su amistad de muy distintas formas. Su directora, Concha Roldán, me acogió en esta institución y ha apoyado incondicionalmente todas las iniciativas que hemos ido tramando los jóvenes investigadores durante estos años. Un recuerdo especial tendré siempre para María Jesús Santesmases, Ana Romero de Pablos, Agustín Serrano, Mario Toboso, Juan Mayorga y Txetxu Ausín. En el marco del Instituto de Filosofía, mi trabajo no habría podido salir adelante tampoco sin el soporte del Proyecto de Filosofía después del Holocausto. Tengo que agradecer especialmente a su investigador principal, José Antonio Zamora Zaragoza, que haya respaldado con entusiasmo esta investigación en época de vacas flacas. No sé qué habría sido de mí sin las muchas horas de penas y glorias compartidas con mis compañeros becarios. Mi “núcleo duro” lo forman Noelia González Cáma- ra, Carmen Domenech, Rosana Triviño, Pamela Colombo, Juan Manuel Zaragoza Bernal y David Rodríguez Arias. Lo cierto es que más bien debería agradecer a la tesis el haberme dado la oportunidad de conocer a todas estas personas maravillo- sas y de convertirlos en los extraordinarios amigos que son hoy. Otros fantásticos compañeros de fatigas con los que he tenido el placer de trabajar estos años son Rebeca Ibáñez, María González Aguado, María Navarro, Melania Moscoso, Ester Massó Guijarro, Diego Sanz, Fanny Hernández Brotons, Victoria Mateos y Miguel Sancho. Nunca olvidaré a Paco Guzmán, el más valiente de todos. Esta tesis es un monstruo de dos cabezas. Si la primera estaba en el Instituto de Filosofía del CSIC, la otra está en el Departamento de Historia Contemporánea III IV AGRADECIMIENTOS de la Universidad Complutense de Madrid. Tengo que agradecer en primer lugar al profesor Juan Pablo Fusi, que fue la primera persona en confiar en mí y el primero en sugerirme, cuando yo aún no estaba licenciada, que los historiadores quizás tendríamos algo más que decir sobre la literatura concentracionaria. También a la profesora Gloria Nielfa, de quien he sido alumna en varias ocasiones y cuyo rigor y palabras de aliento han tenido siempre un gran efecto en mí. Las sesiones del Seminario de Investigación del grupo de doctorandos que he- mos trabajado bajo la dirección de la profesora Hernández Sandoica han resultado también muy estimulantes. Gracias de corazón a Cristina Álvarez González, Car- men Doncel Sánchez, Inés Valle Morán, José Emilio Pérez y Mario Sánchez Villa, por sus comentarios, sugerencias y también por las confidencias que surgieron en el marco de esas reuniones y en las cervezas de después. Durante las estancias de investigación que he realizado en el doctorado he con- tado también con el apoyo de un buen número de investigadores internacionales que han revisado con interés mi trabajo y me han ofrecido una perspectiva renovada. La primera en la lista es la profesora Joanna Bourke, del Birkbeck College, que dio a mi tesis un soplo de aire fresco. Ella fue quien me ofreció la clave principal para estructurar mi análisis de género de la deshumanización. La profesora Dagmar Her- zog me abrió las puertas del CUNY Graduate Center y de los archivos neoyorkinos y conté con sus interesantes sugerencias a lo largo de toda mi estancia. La profesora Atina Grossman de la Cooper Union University me regaló generosamente su tiempo y sus conocimientos y me animó a centrarme definitivamente en los espectadores. El profesor Daniel Feierstein de la Universidad de Buenos Aires guió mis pasos en los archivos bonaerenses y el profesor Ricardo Ibarlucía me acogió en el Centro de Investigaciones Filosóficas de Buenos Aires algunos años después. Mi trabajo no habría llegado lejos tampoco de no ser por el personal anónimo de los archivos cuya documentación me he dedicado a rastrear: los archiveros del Imperial War Museum, del Center for Jewish History, del Archivo de Naciones Unidas y de la Fundación IWO de Buenos Aires. El cariño y la amistad de muchas personas nos han hecho a mí y a mi familia la vida mucho más fácil durante esos momentos confusos y fascinantes que son las estancias de investigación. Miguel Ardid, Adamma Aghaizu y Jorge Espí pusieron Londres a nuestros pies. Kat Mahaney, Alejandro Gómez del Moral, Carissa Véliz y Lee Douglas consiguieron a ratos que la ciudad de Nueva York no diera tanto miedo. Y la familia Colombo nos ha acogido siempre en Buenos Aires con gran afecto. Por el camino, muchas personas me han regalado su tiempo y su atención le- yendo y comentando parte de mi trabajo. El profesor Javier Fernández Vallina del Departamento de Estudios Hebreos y Arameos de la Complutense ha mostra- do siempre mucho interés hacia mi investigación y realizó una lectura crítica del primer borrador de mi primer capítulo. Jordi Maiso se aventuró a leer mis inarticu- lados pensamientos sobre Julia Kristeva. En Buenos Aires Daniel Brauer y Ricardo Ibarlucía me regalaron sus valiosos comentarios acerca de mi capítulo “Los espec- tadores: entre testigos y jueces”. Sin conocerme de nada, Carlos Carreter Oróñez, del blog Cuaderno de ruta 3.0 (http://carloscarreter.com/) se prestó muy gusto- sa y desinteresadamente a explicarme con pelos y señales sus impresiones sobre el funcionamiento de una cámara Ikonta. http://carloscarreter.com/ AGRADECIMIENTOS V La lista de amigos con los que he compartido en diversos momentos los miedos, las frustraciones y los problemas que van surgiendo a lo largo de todo el proceso investigador y sus aledaños es interminable. Me gustaría mencionar especialmente a Alejandro García Montón, Felipe Vidales, Manuel Burón, Angela Adammo, Eduar- do Sancho, Carolina Fernández, Diana Oliver y Gentzane Landa. Entre ellos, un agradecimiento especial va dirigido a Darío Cases, quién se ha prestado a traducir parte de este trabajo. Hay mucha familia detrás de todo esto. Mi abuela ha sido la persona que inculcó en mí el interés por la memoria. El afecto de mis tíos y mis primos me llega todas las semanas hasta lo más hondo, a veces en forma de tupperware. Mi suegros, Isabel y Pedro, me han regalado su tiempo, su respeto y tanta buena chacina como para llenar un granero. Aunque nada, absolutamente nada, habría sido posible sin mis padres. Su apoyo económico y logístico ha sido central, aunque no tan importante como la paciencia impaciente que han gastado conmigo durante todos estos años. Sin su cariñó, su respeto, su confianza y su volverme loca nunca lo habría conseguido. Como todo lo que tengo en esta vida, esta tesis no es sólo mía. No hay ni una sola palabra, ni un pensamiento, ni un solo gesto en todo este proceso que no haya estado influenciado directa o indirectamente por Pedro, mi compañero. Él ha escuchado todas mis dudas, me ha regalado los mejores consejos, me ha leído y corregido incansablemente, me ha preparado la comida, ha cuidado de nuestro hijo, me ha traído chocolate y horchata cuando más los necesitaba, ha aguantado mis momentos de desesperación, ha bailado conmigo todas las canciones, me ha acompañado hasta el fin del mundo y, en fin, me ha querido con tanta fuerza y tanta generosidad que a veces me mareo sólo de pensarlo. Para terminar, esta tesis es también un poco de Jorge puesto que ha tenido a su madre secuestrada y alejada de su pequeño mundo en algunos momentos importantes. Él es además el que ha puesto la guinda al pastel y al que tengo que agradecer que después de tanto tiempo a vueltas con el pasado, el presente y el futuro se me antojen de pronto tan prometedores. Índice general Agradecimientos III Índice de imágenes XIII Introducción 1 Introduction 15 Parte 1. CÓMO DESTRUIR SERES HUMANOS: APROXIMACIONES AL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO DESDE LA BIOPOLÍTICA Y LA SEXUALIDAD ABYECTA 27 Capítulo 1. La complicidad de la lógica moderna 29 Capítulo 2. ¿Qué entendemos por modernidad? 35 Capítulo 3. ¿Es todo campo de concentración? 41 Capítulo 4. El problema de la verdad: totalidad y dominio en la racionalidad occidental 45 Capítulo 5. La normativización científica de las sociedades modernas: antisemitismo, racismo y eugenesia 51 Capítulo 6. El biopoder totalitario 63 Capítulo 7. Humanidad y abyección 71 Capítulo 8. La deshumanización de los deportados desde una perspectiva de género 79 Parte 2. LIBERANDO A LOS MUERTOS VIVIENTES: LOS TESTIMONIOS DEL SER HUMANO SOBRE LA DESHUMANIZACIÓN 87 Capítulo 1. La disolución del universo concentracionario: el fin de la guerra, las marchas de la muerte y las liberaciones de los campos de concentración 89 Capítulo 2. La liberación del campo de concentración de Bergen-Belsen: un caso sintomático. 97 2.1. El campo de concentración de Bergen-Belsen: un poco de historia. 97 2.2. Los testimonios de Bergen-Belsen en el Imperial War Museum: papeles privados y fotografías. 104 VII VIII Índice general Capítulo 3. ¿Dónde estaban los seres humanos? La humanidad herida en el sistema concentracionario 127 3.1. La aparición de una nueva especie sub-humana: la abyección de las víctimas en el sistema concentracionario. 128 3.1.1. Los supervivientes, entre la vida y la muerte 133 3.1.2. Abyección, excrementos y comida 141 3.1.3. Perversiones morales en el corazón de la zona gris 145 3.1.4. La lavandería humana, símbolo de la rehumanización 151 3.1.5. La materialización de la nueva especie o el triunfo del nazismo 159 3.2. Diablos, bestias, inhumanos. Los verdugos o la encarnación del mal. 172 3.2.1. El nazi loco: el mal demoníaco 172 3.2.2. ¿Quiénes son los culpables? Premeditación y complicidad con el crimen. 187 3.3. Ahora nuestros chicos han visto esos horrores. Los espectadores: entre testigos y jueces. 202 3.3.1. ¿Quiénes son los espectadores? 202 3.3.2. Entre cadáveres y supervivientes: el espacio testimonial de los libertadores. 207 3.3.3. Liberando Bergen-Belsen: los espectadores frente a la deshumanización 216 3.3.4. ¿Héroes o culpables? La humanidad de los libertadores. 230 3.3.5. Derribar las alambradas: lo abyecto frente a lo humano 236 Parte 3. DEGENERADAS: SOBREVIVIR SIN GÉNERO EN LA ZONA GRIS 243 Capítulo 1. Desde el corazón de los barracones: la perspectiva de las víctimas para empezar. 245 Capítulo 2. El sexo herido: la deshumanización en los campos de concentración nazis desde una perspectiva de género. 263 2.1. La de-generación de la especie: la destrucción del dispositivo de sexualidad en el universo concentracionario. 263 2.1.1. Fantasmas andróginos: retrato del cuerpo de Margit Schwartz 264 2.1.2. El cuerpo como instancia deshumanizadora: la materialización anatómica de una nueva especie degenerada 274 2.1.3. Conductas sociales desviadas: la de-generación psicológica y moral. 283 2.1.4. La re-generación del cuerpo y de la moral como vías de rehumanización 289 2.2. Encuentros sexuales en el interior de la zona gris: amor, supervivencia y violencia. 302 2.2.1. Relaciones sexuales forzadas 304 2.2.2. Prostitución y supervivencia: el estigma de la belleza 308 2.2.3. Sexo por amor en el campo de concentración 313 2.2.4. Rehumanización: rehabilitación de la moral sexual de las víctimas 316 Conclusiones 321 Conclusions 327 Índice general IX DOCUMENTACIÓN 333 Literatura secundaria 335 Archivo Imperial War Museum 353 Archivo Naciones Unida en Nueva York 357 Documentos hemerográficos 359 Información online 363 X Índice general El objetivo de esta investigación es explorar la relación entre las cat- egorías de “ser humano” y “ser sexuado” mediante el análisis histórico de un acontecimiento extremo, la experiencia totalitaria que tiene lugar en el interior de los campos de concentración nazis, en el que ambas categorías son puestas a prueba al destruirse de manera violenta las condiciones que en las sociedades modernas se consideran generalmente como requisitos inalienables para man- tener y preservar dichas categorías. El producto por excelencia del campo de concentración, el llamado musulmán en la jerga del campo, es un ser al que resulta difícil nombrar como humano y en el que el sexo queda completamente disuelto: es un ser abyecto, expulsado de la norma humana y de la norma sexual. Lo que se pretende pues a través de este análisis, además, es ayudar a comprender de qué manera lo humano se construye siempre en un sentido sexual y, del mismo modo, se destruye a través de una desestabilización del género. Para dar forma a esta propuesta se ha optado por una aproximación histórica a los documentos producidos por los libertadores del campo de concen- tración de Bergen-Belsen en tanto que representantes del llamado grupo de los “espectadores del holocausto”. A través del estudio de estos documentos, con- servados en el Imperial War Museum de Londres, se pretende entender cómo se produjo en el interior de los campos la deshumanización tantas veces testimoni- ada por las víctimas del nazismo, de qué manera esta deshumanización adquirió la forma de una de-generación o desexualización, y en qué medida la mirada ajena de los espectadores se convirtió si no en cómplice, al menos sí en un ele- mento sancionador de dicho proceso de deshumanización. La comprensión del papel de los espectadores se considera singularmente importante porque ellos son los que conectan al resto de la sociedad con este acontecimiento. * * * The aim of this research is to explore the relationship between the cate- gories of “human being” and “sexual being” through the historical analysis of a radical event, the totalitarian experience which takes place inside Nazi concen- tration camps, during which both categories are tested through the violent de- struction of those conditions generally considered as unalienable requirements to maintain and preserve both categories within modern societies. The main product of the concentration camp, the so-called Muselmänner in the camp ar- got, is someone hardly perceived as human and whose sex has been completely dissolved: is an abject being, expelled from the human norm and from the sexual norm. Besides, which I am expecting with this analysis is to help to understand in which ways the human is always built in a sexual fashion and, likewise, is destroyed through a gender destabilization. To shape this proposal I have chosen an historical approach to de doc- uments produced by the liberators of Bergen-Belsen concentration camp, as representatives of the so-called group “bystanders of the holocaust”. Through the study of this documentation, held by the Imperial War Museum in Lon- don, I try to understand how the dehumanization testified so many times by Nazi victims was produced inside the camps, in what way this dehumanization Índice general XI acquired de appearance of a de-generation or a desexualization, and to what extent the foreign look of the bystanders became accomplice, or at least a val- idator of this dehumanization process. The comprehension of the bystanders role is considered very important because they are those who connect this event with the rest of society. Índice de imágenes Imagen 1: Extracto del reportaje “Atrocities” para revista Life 119 Imagen 2: Fotografía de George Rodger para “Atrocities” 119 Imagen 3: Fotografía de George Rodger para “Atrocities” 119 Imagen 4: IWM BU 3794. Mujeres pelando patatas mientras que en el fondo se apilan los cadáveres 164 Imagen 5: IWM BU 3803. Mujeres sentadas en el campo con muertos al fondo 164 Imagen 6: IWM BU 3802. Otra vista de cadáveres esparcidos por el campo 164 Imagen 7: IWM BU 3810. Las botas de los muertos se amontonaban y utilizaban como combustible 165 Imagen 8: IWM BU 3803. Esta mujer, demasiada enferma para moverse, duerme cerca de un cadáver 165 Imagen 9: IWM BU 5460. Escena general de chicas jóvenes y mujeres an- cianas preparándose para el baño 166 Imagen 10: IWM BU 5462. Lujos preciosos, una toalla limpia y un trozo de jabón 166 Imagen 11: IWM BU 5467. Una vez bañadas, las mujeres son rociadas con polvo anti-piojos 167 Imagen 12: IWM BU 5469. Después de recibir un baño, las mujeres son ayudadas a subir a bordo de un camión 167 Imagen 13: IWM BU 5473. Rociándolos con polvo anti-piojos 168 Imagen 14: IWM BU 5482. Una trabajadora de la Cruz Roja 168 Imagen 15: IWM BU 5474. Vista general de la sala de baños que una vez fue un establo 169 Imagen 16: IWM BU 5484. Vista general de la sala 169 Imagen 17: IWM BU 5478. La suciedad acumulada durante años está siendo fregada 170 Imagen 18: IWM BU 5487. Budapest fue su casa 170 Imagen 19: IWM BU 5479. El capitán W. A. Davis 171 Imagen 20: IWM BU 5486. Por primera vez en cuatro largos años de inter- namiento 171 Imagen 21: IWM BU 3780. SS Men had to Bury Slaves 194 Imagen 22: IWM BU 4024. Tropas de las SS cargando los camiones con los cuerpos que transportaronpara su entierro 194 Imagen 23: IWM BU 4030. Mujeres de las SS descargando de los camiones los cuerpos que tienen que depositar en una fosa común 194 Imagen 24: IWM BU 3750. Fotografía de Josef Kramer 195 XIII XIV ÍNDICE DE IMÁGENES Imagen 25: IWM BU 4260. El Dr. Klein retratado entre algunas de sus víctimas 195 Imagen 26: IWM BU 4064. Estudio del mal: las mujeres SS de Belsen 195 Imagen 27: IWM BU 4065. Mujeres de la especie nazi 195 Imagen 28: IWM BU 9680. Getrude Saurer 196 Imagen 29: IWM BU 9681. Getrude Feist 196 Imagen 30: IWM BU 9682. Johana Borman 196 Imagen 31: IWM BU 9685. Ilse Steinsbuch 196 Imagen 32: IWM BU 9686. Ilse Forster 197 Imagen 33: IWM BU 9689. Elisabeth Volkenrath 197 Imagen 34: IWM BU 9693. Hilde Licsewitz 197 Imagen 35: IWM BU 9695. Frieda Walter 197 Imagen 36: IWM BU 9700. Irma Grese 198 Imagen 37: IWM BU 9701. Irma Grese 198 Imagen 38: IWM BU 9702. Anna Hempel 198 Imagen 39: IWM BU 9707. Helene Kopper 198 Imagen 40: IWM BU 9710. Josef Kramer 199 Imagen 41: IWM BU 9711. Josef Kramer 199 Imagen 42: IWM BU 9714. Franz Heesler 199 Imagen 43: IWM BU 9720. Erich Barsch 199 Imagen 44: IWM BU 9721. Wilheml Door 200 Imagen 45: IWM BU 9730. Vladislav Ostrovski 200 Imagen 46: IWM BU 9731. Ignatz Schlomovitcz 200 Imagen 47: IWM BU 9733. Ferdinand Grosse 200 Imagen 48: IWM BU 9736. Eric Zeddel 201 Imagen 49: IWM BU 9740. Franz Starfl 201 Imagen 50: IWM BU 9741. Ausgar Pichen 201 Imagen 51: IWM BU 9745. Irma Grese y Josef Kramer 201 Imagen 52: IWM BU 4058. Una excavadora empujando cadáveres en la fosa 239 Imagen 53: IWM BU 3764. Una vista general de parte del campo 239 Imagen 54: IWM BU 3726. Esta mujer está cogiendo agua de un estanque sucio 240 Imagen 55: IWM BU 3736. Dentro del así llamado hospital 240 Imagen 56: IWM BU 3745. Una vista general de la suciedad del campo donde las mujeres tenían que lavarse 241 Imagen 57: IWM BU 4237. Mujeres disfrutando de una ducha caliente 241 Imagen 58: IWM BU 4525. Niños jugando en los columpios 242 Imagen 59: IWM BU 4526. El Mayor E. M. Griffen 242 Imagen 60: IWM BU 6369. Fotografía de Margit Schwartz 299 Imagen 61: IWM BU 6370. Fotografía de Margit Schwartz 299 Imagen 62: IWM BU 6371. La fotografía que Margit Schwartz ha conser- vado 299 Imagen 63: IWM BU 4026. Mujeres miran el cuerpo de una niña que ha muerto de inanición 300 Imagen 64: IWM BU 4027. Una madre y dos niños entre los muertos 300 Imagen 65: IWM BU 3813. Prisioneras quemando las ropas de los muertos 301 Introducción Siempre me he rebelado contra esa pretensión de objetividad que ha reivin- dicado la disciplina histórica. La historia, en mi opinión, no puede ser objetiva sencillamente porque está construida por personas que no están fuera del mundo, que no son dioses, que están situados y que poseen unas ideas y unos intereses muy concretos. Las historias que escribimos los historiadores son siempre subjeti- vas, por más que utilicemos un lenguaje y una metodología bien estructurados y delimitados. Lo que sí puede y debe ser esta historia que contamos es honrada: no mentir a sabiendas, no ocultar información que no nos gusta, ser siempre críticos con nuestro propio trabajo y, sobre todo, explicitar quiénes somos y cómo hemos llegado a proponer las cosas que proponemos. Cuando se presenta un trabajo ya cerrado como éste, a veces puede parecer que se tenía todo claro desde el principio: hacia dónde dirigir la mirada, dónde buscar, qué libros consultar. Y lo cierto es que esto nunca es así. En todo el proceso se producen muchas vueltas, muchos quiebros y requiebros, muchos momentos de tirarlo todo a la basura y volver a empezar. En fin, dado que nuestras historias son subjetivas, me parece que el lector debe contar al menos con algo de información sobre el autor y sobre el proceso productivo a lo largo del cual se ha ido forjando su investigación. Mi primer contacto con la historia de los campos de concentración fue durante la licenciatura. Entonces se nos daba la posibilidad de realizar un Trabajo Aca- démicamente Dirigido en lugar de un par de asignaturas que, a diferencia de los breves ensayos que elaborábamos en otras materias, era de una densidad conside- rable. Bajo la dirección del profesor Juan Pablo Fusi realicé una disertación en la que, con el título Recordando Auschwitz. Historia, testimonio y literatura, trataba de reivindicar la importancia de la literatura del holocausto en la creación de los discursos históricos. Exhortaba entonces a los historiadores a dejarse interpelar por el testimonio de los supervivientes que habían vuelto de los campos. De aquel primer trabajo y de las lecturas que realicé en aquel momento extraje además una conclusión adicional. Tardé un poco en darle forma en mi cabeza, pero de lo que me di cuenta entonces nítidamente, especialmente a raíz de la lectura de la trilogía de Charlotte Delbo, es de que había algunas vivencias concentracionarias altamente significativas que habían sido sistemáticamente olvidadas en los discursos oficiales sobre los campos y sobre la memoria del holocausto. De alguna manera y en ciertos asuntos, parecía como si los grandes narradores de Auschwitz no hubieran leído estas memorias de Delbo, ni tampoco, como averigüé más tarde, los relatos de Olga Lengyel, Liana Millu, Margarete Buber-Neumann, Gerda Weissmann Klein, Violeta Friedman y tantas otras supervivientes que habían conseguido vivir para contar. Comprendí que el testimonio de las mujeres había sido ninguneado al mismo tiempo que el de los hombres se había equiparado sistemáticamente a la Experien- cia Concentracionaria con mayúsculas, y que ahí donde ambos habían mostrado 1 2 INTRODUCCIÓN divergencias, la versión que se había impuesto había sido siempre la masculina. Una de las discrepancias que percibí con más inmediatez fue la soledad de la que solían dar cuenta los hombres supervivientes, frente a la importancia de la camaradería que recalcaban los relatos de las mujeres. Esta problemática fue la que orientó la Memoria Final que realicé en el marco del Máster Interuniversitario de Historia Contemporánea, nuevamente dirigida por el profesor Fusi, en la que me preguntaba si estas diferencias se deberían a una experiencia del campo radicalmente distinta o a la asunción de distintas estrategias narrativas. Esta memoria debía servirme además como punto de partida para mi investigación doctoral, y es por ello que traté de realizar un amplio estado de la cuestión, procurando comprender qué pa- pel había jugado el género en los estudios del holocausto, trazando un mapa de posibles fuentes que pudieran servirme y presentando el análisis de una de ellas a modo de ejemplo: las memorias que Margarete Buber-Neumann escribió sobre su experiencia como prisionera del totalitarismo y que en español se han recogido bajo el título Prisionera de Stalin y de Hitler. Desde ese momento tuve claro que en mi tesis trataría de recuperar esa memoria olvidada e imprimir una perspectiva de género al análisis de los campos de concen- tración. El profesor Reyes Mate se interesó entonces por mi trabajo y la profesora Elena Hernández Sandoica puso el contrapunto feminista a mi proyecto. Bajo la dirección de ambos, comencé esta investigación, que en un principio se llamaba “La mujer en el Lager” y que he podido realizar gracias al programa de Formación del Profesorado Universitario, del que obtuve una beca en el año 2009 que me permitió trabajar en el Instituto de Filosofía del CSIC hasta julio de 2013. Aunque, desde entonces, los objetivos que han animado mi trabajo se han visto profundamente trastocados. Quizás uno de los hitos más importantes que alteraron la intención inicial de mi estudio, que consistía en describir las características específicas de la experiencia femenina dentro del universo concentracionario, fue la lectura de los textos de Judith Butler, muy al principio de todo el proceso. Influenciada por la re- flexión de esta filósofa sobre la construcción performativa del género, durante algún tiempo me sentí incluso incapaz de utilizar los términos “hombre” y “mujer” en un discurso, por no contribuir a una definición ontológica, normativa y represiva de los dos conceptos que han servido para consolidar en el orden lingüístico el binarismo sexual. Afortunadamente superé esta fase, aparqué un poco la filosofía y me volví otra vez hacia mi disciplina, la historia. La historia nos enseña que todos los concep- tos, puedan o no ser defendidos como verdaderos, únicos, puros o naturales, están insertos en ella desde el mismo momento en el que aprendemos a pronunciarlos. Pe- ro de Judith Butler me quedó una necesidad de huir de narraciones excesivamente dogmáticas a la hora de distinguir entre una historia puramente femenina y otra masculina. ¿Cómo afrontar entonces la investigación que me traía entre manos? Por aquel entonces estuve revisando las fotografías clásicas que han servido para ilustrar la historia de Auschwitz y cayó en mis manos una imagen emblemática de cuatro niños desnudos, supervivientes de Auschwitz y de los experimentos médicos, que posaban erguidos y de frente ante la cámara. Lo que me llamó la atención de aquella fotografía es que, pese a estar completamente desnudos, había que fijarse mucho para distinguir si se trataba de niños o de niñas (y al final uno no podía estar del todo seguro). Con esta idea en la cabeza continué entonces revisando fotografías de los supervivientes liberados y me di cuenta de que con muchos de los adultos INTRODUCCIÓN 3 retratados sucedía exactamente lo mismo. De alguna manera el nazismo había conseguido anular el sexo en los cuerpos de sus víctimas de un modo que no era sólo retórico, sino que había cobrado forma evidente en la anatomía de los supervivientes. Esa evidencia me llevó a plantearme, por un lado, cómo habrían vivido los afectados esa pérdida de identidad sexual que para mí resultaba tan notoria y, por otro la- do, qué tipo de violencia habría provocado semejan- te efecto en los cuerpos de los deportados. Sentí que si el nazismo había conseguido que yo, una observa- dora ajena, fuera incapaz de identificar sexualmente a tantas personas, es que en algún nivel había teni- do éxito . Poco a poco fui entendiendo que esa des- trucción de la identidad sexual corría en paralelo a la destrucción de la identidad humana sobrehumana sobre la que tanto había leído en los últimos años. En ese momento me di cuenta de que esa relación entre deshumanización y esa suerte de “desexualización” era, sin lugar a dudas, el foco hacia el que tenía que dirigirse mi atención. Se me planteaba entonces una nueva pregunta ¿dónde buscar esta relación? Durante mucho tiempo mantuve en mi horizonte de estudio un rango de fuentes enormemente amplio: cine, teatro, fotografía, dibujos, literatura memorial, litera- tura de ficción y hasta entrevistas orales. Cualquiera con un mínimo de cordura se daría cuenta en seguida de que resultaba imposible abarcar de forma coherente todo el material que se ha producido sobre el holocausto desde 1945 hasta nuestros días, en todos estos soportes. Era necesario introducir acotaciones. La primera de estas acotaciones fue temporal: decidí centrarme en las fuentes elaboradas de forma temprana, en los años inmediatamente posteriores a la liberación de los campos1. A estas alturas ya había comenzado a familiarizarme con el concepto de abyección de Julia Kristeva y con su carácter fronterizo y su potencialidad subversiva, que se origina siempre en el límite mismo que separa lo que está adentro de lo que está afuera. Me parecía que una manera de apuntalar la centralidad de este concepto en mi análisis era elegir los testimonios que se habían producido en aquella suerte de “frontera” temporal y simbólica entre el adentro y el afuera del campo: el campo de concentración había existido hasta 1945, pero después, tras venirse abajo las sóli- das alambradas que habían servido para mantener herméticamente separado aquel universo del mundo considerado normal, durante algún tiempo se mezcló y convivió con la sociedad liberada, conminada a dar respuesta moral a los crímenes allí come- tidos. Lo que estaba dentro del campo salió fuera y al revés, y por un momento era posible quizás imaginar una sociedad subvertida por el contacto con la abyección concentracionaria. Esa bisagra temporal, a caballo entre dos momentos históricos (la guerra y la posguerra), se me antojaba como la más adecuada para explorar los efectos de dicha abyección. Aún así, el material era ingente y cada soporte distinto requería de una puesta al día sobre las metodologías específicas de análisis de cada tipo de fuente. Era 1Henry Greenspan ha trabajado esta respuesta inmediata de los supervivientes en Henry GREENSPAN, “ ‘An Inmediate and Violent Impulse’: Holocaust Survivor Testimony in the First Years after Liberation,” in Remembering for the Future 2000: The Holocaust in an Age of Geno- cide, ed. John K. ROTH and Elisabeth MAXWELL, vol. 3 (Basingstoke y Nueva York: Palgrave, 2001, pp. 108–16). 4 INTRODUCCIÓN imprescindible acotar un poco más. Durante mi estancia en Buenos Aires estuve realizando entrevistas orales a supervivientes del holocausto, contactados a través del Museo del Holocausto. Me di cuenta de que no estaba preparada para aquello, no sólo desde un punto de vista técnico, sino sobre todo desde un punto de vista emocional. Sabía que tenía que preguntar por abusos sexuales, por violaciones, por relaciones amorosas, por prostitución. Ni una sola vez fui capaz de sacar el tema y, por supuesto, es un tema que no sale sólo. De todas maneras, si circunscribía mi análisis a los testimonios tempranos, no habría forma de encajar aquellas en- trevistas. Así que este fue uno de los primeros materiales en ser eliminados de mi lista. Poco a poco fueron cayendo todos los demás: el cine, el dibujo, la literatura de ficción. La literatura testimonial de los supervivientes de los campos, que es la que me había llevado hasta allí, y las fotografías, que me habían permitido entender con claridad el giro interpretativo que debía tomar mi análisis, se convirtieron entonces en las fuentes principales de mi investigación. Entonces comenzó mi estancia en el Birkbeck College de Londres bajo la dirección de la profesora Joanna Bourke y comencé a consultar los archivos del Imperial War Museum. En un principio, mi objetivo había sido centrarme en el archivo fotográfico y, específicamente, en la abundante colección de fotografías de la liberación de Bergen-Belsen. Pero enseguida descubrí también toda la documentación escrita que existía sobre la liberación de este campo, que me dejó absolutamente impactada. Todo ese material tenía que formar obligatoriamente parte de mi trabajo. La profesora Bourke me dio las pistas que necesitaba para enfocar de manera coherente el análisis de todas las fuentes que había consultado. Pese a todo, seguí manteniendo dentro del cuerpo documental los testimonios tempranos de los supervivientes. Durante mucho tiempo me aferré a ellos con fir- meza. Estos testimonios habían sido siempre para mí, y aún lo son, la llave hacia la comprensión del holocausto puesto que, como expongo repetidas veces a lo largo de esta investigación, son los únicos que son capaces de describir los mecanismos de violencia biopolítica que se pusieron en marcha en el interior de los campos para activar el proceso de deshumanización. Sin embargo, trabajar con estos dos grupos de fuentes empezaba a resultar bastante complicado por una razón muy concreta: las fotografías y la documentación de Belsen habían sido elaboradas por una serie de personas completamente ajenas al proceso de deshumanización, que únicamente se convirtieron en espectadores de sus efectos en el estadio último de su desarrollo; mientras que los testimonios tempranos de los supervivientes, en cambio, habían sido lógicamente elaborados por individuos que habían sido las víctimas principa- les de aquella violencia inhumana. Era imposible equiparar en el análisis a ambos grupos porque ello significaría igualar el valor moral e histórico del testimonio de las víctimas y de los espectadores. No había justicia en ello. Habría tenido por tanto que realizar una investigación en dos niveles complementarios, distinguiendo nítidamente ambas perspectivas. Y esa fue mi intención durante algunos años. Llegué entonces a Nueva York, donde gracias al Proyecto de Filosofía después del Holocausto, pude realizar una estancia en el CUNY Graduate Center dirigida por la profesora Dagmar Herzog. Durante aquellos meses, estuve recopilando in- formación en dos instituciones: el Center For Jewish History (CJH) y los archivos de Naciones Unidas. En la primera de ellas, aunque revisé información relaciona- da con los libertadores y con las agencias y organizaciones que participaron en la INTRODUCCIÓN 5 atención a los judíos desplazados durante la posguerra, me centré sobre todo en un conjunto documental excepcional: los llamados protocolos húngaros, una serie de testimonios recogidos por el Comité Nacional Húngaro para la Atención a los Deportados entre los años 1945 y 1946, que incluye los testimonios de unos 5.000 supervivientes judíos y que están parcialmente traducidos al inglés. Esta colección es absolutamente extraordinaria y también, descomunal. Lo cierto es que sólo con ellos podría hacerse otra tesis completa. En el archivo de Naciones Unidas, por otro lado, estuve fundamentalmente revisando los papeles de la Administración de las Naciones Unidas para el Auxilio y la Rehabilitación (UNRRA, por sus siglas en inglés), relacionados con la labor realizada por esta organización con los refugiados (muchos de ellos supervivientes de los campos de concentración y de la persecución nazi) en la inmediata posguerra, incluida la administración del reconvertido campo de refugiados de Bergen-Belsen. Lo interesante de los papeles de la UNRRA es que en ellos se puede apreciar de una manera bastante evidente cómo ven los espec- tadores a los desplazados, qué acciones consideran que deben llevarse a cabo para atenderlos y cuán elaborados estuvieron, al menos sobre el papel, los programas de rehabilitación psicosocial. Todo ello conecta estrechamente y pone en perspectiva las visiones de la “rehumanización” de los prisioneros que surgen en los testimonios de los libertadores de Belsen. En fin, en pocas palabras, mi trabajo en estos dos archivos ponía de relieve la distancia existente entre los dos registros testimoniales con los que estaba trabajando. En Nueva York pude reunirme con la profesora Atina Grossman. Ella vio con claridad el dilema que yo afrontaba y me animó a centrarme en los observadores, cuyos testimonios se encontraban mucho menos trabajados que los de las víctimas. Además, el análisis del discurso superviviente planteaba otro problema en mi traba- jo a causa de mis limitaciones lingüísticas: aunque existía muchísima documentación traducida al inglés, al español y a otros idiomas que manejo (seguramente más de la que pudiera abarcar nunca), el grueso principal de los testimonios que se con- servan en algunos de los principales archivos del holocausto, incluido el CJH, se encontraba escrito en yiddish, en hebreo, en polaco y en otras lenguas que me son completamente ajenas. Así es como, poco después de mi vuelta a España, y persuadida finalmente por mis directores, tomé la decisión de centrarme en los documentos de los espectadores y, particularmente, en los de la liberación del campo de concentración de Bergen- Belsen. Consideré que se trataba de una documentación muy compacta y coherente y que, consecuentemente, podría servir como un sólido hilo conductor para un dis- curso centrado en la perspectiva de los observadores, que se completaría con otras fuentes, especialmente con aquellas que me ayudaran a ampliar la visión de estos espectadores en este momento histórico situado entre dos épocas: principalmente, documentos hemerográficos, las actas del juicio de Belsen y la documentación pro- ducida por la UNRRA, así como con algún otro texto secundario. Sin embargo, no abandoné del todo los testimonios de los supervivientes, que aunque no han sido objeto de un análisis exhaustivo en esta investigación, me han servido siempre de contrapunto y de referente último. * * * La metodología que he utilizado en este trabajo puede inscribirse dentro de la corriente más amplia del análisis crítico y contextual del discurso y de la imagen. 6 INTRODUCCIÓN Mi estrategia de aproximación a las fuentes ha consistido, en primer lugar, en ana- lizar las condiciones de producción y el contexto de conservación de los materiales con los que trabajo. Incorporo en este sentido una descripción pormenorizada de los documentos, de la institución principal que se ha ocupado de su conservación (el Imperial War Museum) y, en el caso de las fotografías, de las características del cuerpo militar que se encargó de su producción. Los documentos de Belsen son analizados en serie, de manera interrelacional, subrayando especialmente aquellos discursos y aquellas imágenes que se repiten a lo largo de toda la documentación o destacando algunas descripciones más singulares y tratando de entender su origi- nalidad atendiendo a las variaciones, las aliteraciones o las exageraciones grotescas que se producen dentro del corpus documental más extenso. Allí donde han apare- cido silencios o allí donde podría pensarse una alternativa, he tratado de completar la información con los documentos complementarios que señalaba más arriba, así como con otras interpretaciones historiográficas ya elaboradas. Todo mi análisis viene además precedido por una profunda reflexión sobre las condiciones estructurales que permitieron la consolidación de las lógicas totalitarias en el contexto de la modernidad y la utilización de la violencia biopolítica en el pro- yecto de deshumanización puesto en marcha dentro del sistema concentracionario, así como las claves de género que ampararon dicho proyecto. Toda esta reflexión juega un papel central en la elaboración del análisis documental desde una pers- pectiva crítica, a través del cual he tratado de descifrar las intencionalidades no evidentes o silenciosas de las fuentes y, por ende, las estructuras de dominación que se encuentran detrás de cada construcción lingüística y visual. En este caso concre- to, estas estructuras de dominación se revelan en muchos casos como las propias del enfrentamiento bélico y de la división entre vencedores y vencidos, pero también como aquellas que consolidan la escisión entre víctimas y espectadores. Aunque metodológicamente en el centro de mi análisis se sitúa sin duda la crítica feminista, basada en el cuestionamiento constante y sistemático de los discursos históricos con el objetivo de revelar las lógicas patriarcales que se esconden en su interior. No será este un estudio de la historia de las mujeres implicadas en la experiencia con- centracionaria, por más que esta experiencia sea particularmente significativa para desentrañar algunos de los principales aspectos que han animado esta investigación, sino más bien un examen de los campos de concentración proyectado a través de esta crítica feminista. He procurado, en fin, huir de la literalidad de los textos y de las imágenes y abordar este estudio de forma crítica. Reivindico por tanto el carácter plenamente interpretativo de mi trabajo, lo que en ningún caso me parece que pueda restarle credibilidad. Lo cierto es que cualquier investigación humanística (me atrevería a decir incluso científica), es interpretativa: la única diferencia es que mientras que algunos tratan de ocultar su punto de vista en aras de esa pretendida objetividad a la que antes aludía, otros preferimos explicitarlo. Por supuesto, desde otros pre- supuestos éticos, políticos o existenciales, o con un bagaje cultural distinto al mío, las conclusiones de otro autor podrían ser muy diferentes a las que yo apunto en estas páginas. No obstante, he procurado poner el mayor de los cuidados a la hora de referenciar mis interpretaciones y de insertarlas dentro del contexto discursi- vo y documental en el que se han gestado, de manera que mi trabajo pueda ser adecuadamente revisado y discutido. INTRODUCCIÓN 7 Resumiendo, los elementos centrales que articulan mi metodología son: la aten- ción a las condiciones de producción de los archivos y los documentos; un análisis interrelacional de los textos y las imágenes que forman parte del corpus documen- tal; la contrastación sistemática con documentación alternativa; un sólido abordaje filosófico de algunos de los problemas centrales que articulan la cuestión de la deshu- manización en el holocausto; y finalmente, una apuesta por la crítica interpretativa feminista. * * * Antes de seguir adelante, es necesario esclarecer algunos cuestiones problemá- ticas que asoman en mi texto. La primera de ellas está relacionada con la cuestión judía. Como ya he señalado, el objeto de este trabajo es explorar la relación entre la deshumanización y la destrucción de la identidad sexual de las víctimas de la violencia nazi que tuvo lugar en el interior de los campos de concentración. En tanto que considero también la muerte y el exterminio como lugares de encuentro entre esta destrucción de la condición humana y de la condición sexual, no pongo en cuestión en ningún momento que los judíos fueran los principales afectados por este proceso. Belsen además era un hervidero judío en el momento de su liberación. Por otro lado, como es lógico, la judeidad de la mayoría de las víctimas haría que esta conexión entre género y deshumanización adquiriera para ellas matices muy concretos (del mismo modo que los testigos de Jehová, los polacos, los húngaros, los gitanos y todos los demás grupos identitarios que visitaron las instalaciones de concentración y de exterminio vivirían este proceso de manera particular). Como indica Anna Reading, por ejemplo, para algunas judías ortodoxas el afeitado del cabello tenía una resonancia particular ya que en el mundo normal previo a la gue- rra que le raparan a una la cabeza como mujer, era algo que ocurría después del matrimonio2. No obstante, este ataque sexuado a la humanidad fue experimentado, en mayor o menor grado y de una forma u otra, por todos los que atravesaron este infierno. No fue una experiencia exclusiva de los judíos, y así, desde esta posición genérica, es como la he tratado en este texto. Con esto no he querido dar a entender que el sufrimiento en razón de género haya sido mayor que el sufrimiento por moti- vos culturales o religiosos. Tampoco pretendo que la experiencia concentracionaria se erija como la experiencia clave del régimen nazi, por encima del exterminio de los judíos. Y desde luego, aunque priorice las explicaciones raciales, sexuales y bio- políticas (más adecuadas para sondear la relación entre la violencia del régimen y su proyección sobre los cuerpos designados como abyectos) no estoy tratando de in- fravalorar el papel histórico del antisemitismo dentro del III Reich. En ningún caso estoy relativizando la singularidad del destino de los judíos en Europa. Sencilla- mente, los judíos no son los únicos sujetos objeto de esta investigación. Quizás esté de más realizar todas estas advertencias, pero al tratarse de una cuestión espinosa dentro de un debate muy enconado3, siento la necesidad de hacer estas aclaraciones antes de seguir adelante. 2Anna READING, The Social Inheritance of the Holocaust. Gender, Culture and Memory (Lon- dres: Palgrave Macmillan, 2002, p. 45). 3Por ejemplo, el historiador Omer Bartov echa en cara precisamente muchas de estas cuestiones al sociólogo Wolfgang Sofsky en su análisis sobre la estructuras y las condiciones del orden con- centracionario (Omer BARTOV, Germany’s War and the Holocaust: Disputed Histories, Nueva York: Cornell University Press, 2003, pp. 99-121 y Wolfgang SOFSKY, The Order of Terror: The Concentration Camp, Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1997). 8 INTRODUCCIÓN En segundo lugar y en relación con lo anterior, me gustaría explicar por qué durante casi toda la investigación me refiero principalmente al “sistema concen- tracionario”, a la “historia de los campos de concentración”, a la “experiencia con- centracionaria”, etcétera, en lugar de utilizar otras terminologías más usadas como holocausto, solución final, genocidio, Shoá o Auschwitz. En aquel primer trabajo que realicé en la licenciatura ya había elaborado una disertación sobre los distintos conceptos que se habían utilizado en historiografía para definir un mismo proce- so: el genocidio de una serie de sujetos, sobre todo judíos, fundamentalmente por motivos de índole política y racial, mediante fusilamiento, gaseamiento o median- te el sometimiento a condiciones extremas e infrahumanas de trabajo, higiene y alimentación. La mayor parte de este genocidio se llevó a cabo en el interior del sistema de campos de concentración y exterminio construido por la administración nazi. Pero no únicamente allí. Los guetos fueron también uno de los lugares más destacados en los que tuvo lugar este exterminio. Así mismo, la labor de los llama- dos Einsatzgruppen, escuadrones especiales de la muerte, que se inició antes de que tuviera lugar la Conferencia de Wannsee y la consiguiente puesta en marcha de la solución final para la cuestión judía, consiguieron liquidar a más de un millón de personas4. Para este proceso más amplio y más complejo, podría ser adecuado uti- lizar la palabra holocausto o solución final, especialmente si estamos centrándonos en el destino de los judíos. Personalmente, considero más apropiada la primera de ellas, ya que la segunda no deja de ser el eufemismo utilizado por el propio régimen nazi. Si se está hablando en términos generales, sin detenerse específicamente en el exterminio de judíos, quizás sería más adecuado hablar sencillamente de genocidio o genocidio nazi. En aquel primer trabajo yo utilicé mucho el término de Auschwitz en un sentido simbólico para referirme a toda esa experiencia de concentración y muerte. No obstante, en la presente investigación, en la que describo sobre todo la situación en el campo de concentración de Belsen (por más que en el momento de su liberación estuviera ocupado por cadáveres y por supervivientes procedentes de toda la red de campos nazis), no tenía tanto sentido utilizar a Auschwitz como símbolo. En fin, la forma más adecuada para describir la inscripción más general de mi trabajo ha sido refiriéndome a la historia de los campos de concentración, de la que sin duda forma parte esta liberación de Belsen y todos sus protagonistas. Así mismo, me gustaría adelantar un problema que trataré con mayor pro- fundidad en las siguientes páginas. ¿Por qué atender la voz de los espectadores? El interés que en mi opinión tienen sus testimonios radica en el hecho de que los espectadores, y particularmente los libertadores de Bergen-Belsen (en su mayoría militares que habían participado en la campaña británica y que solían tomarse en serio la misión histórica de los aliados de derrotar al nazismo), son representantes de la sociedad “normal” que existió de espaldas a Auschwitz y a los campos de concentración y que, en un momento dado, se vio obligada a lidiar con la realidad tan abyecta que se descubrió en el interior del sistema concentracionario. Como jus- tifico más adelante, nosotros, que también somos miembros de esa misma sociedad moderna, estamos pues conectados a la historia de los espectadores, con quienes compartimos estrategias narrativas. Cuando escrutamos un acontecimiento como 4El historiador Raul Hilberg ofrece cifras parciales del número de muertos a manos de los Einsatz- gruppen, adelantando la cifra de 900.000 muertos que constituirían, según él, sólo los dos tercios del total de exterminados, que rondarían por tanto aproximadamente 1.200.000 asesinados. (Raul HILBERG, La destrucción de los judíos europeos, Madrid: Akal, 2005, p. 430). INTRODUCCIÓN 9 el del holocausto y la violencia nazi, cualquiera de nosotros nos identificamos en primera instancia con los espectadores, a pesar de que la historiografía del nazismo haya demostrado que la arbitrariedad que caracterizaba al régimen de violencia que sostenía al III Reich podía habernos convertido fácilmente tanto en víctimas como en verdugos. Y es que de hecho nosotros, a través de los medios de comunicación de masas, ya somos de facto espectadores de cientos de desgracias que ocurren cada día en nuestro mundo y casi cada mañana debemos lidiar con nuestra responsabilidad más o menos indirecta en dichas desgracias. De ahí que no nos cueste nada adoptar su perspectiva. Examinar pues la historia de los espectadores es en mi opinión una manera de reflexionar sobre nosotros mismos, sobre lo que somos y sobre nuestras limitaciones, sobre lo que nos une a los verdugos y sobre nuestro deber para con las víctimas de ésta y de otras tragedias. * * * Me gustaría mencionar algunas cuestiones relacionadas con la inserción de esta investigación en la corriente más amplia de la historia feminista. Utilizo a conciencia la expresión historia feminista, en lugar de otras expresiones más populares como historia de género o historia de las mujeres. Pero ello no significa que reniegue de las formas académicas que ha adquirido tradicionalmente el feminismo dentro de la historiografía. Al contrario, soy perfectamente consciente de mi herencia. En este sentido, la influencia de la corriente más tradicional de la historia de las mujeres en mi trabajo es clave al menos en un sentido fundamental: las mujeres son un sujeto activo en la historia y por tanto sus voces deben ser tenidas en cuenta5. Quizás las mujeres no formen un grupo sociocultural compacto cuya historia sea posible describir de manera unitaria, que es probablemente uno de los mayores problemas que yo encuentro en ciertos estudios tradicionales de historia de las mujeres6. Pero el silenciamiento sistemático de los sujetos femeninos en la narración histórica ha 5Michelle Perrot habla con elocuencia sobre el silencio de las mujeres en la historia y la invisibilidad a la que habían a estado condenadas hasta que se rompió con este silencio (Michelle PERROT, «Mi» historia de las mujeres, 1 ed. en español, Sección de obras de historia, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008, pp. 17-24). 6Joan Scott se hace eco de esta problemática en el ensayo “La historia de las mujeres”, recogido dentro del volumen Género e historia, cuando se refiere a la imposibilidad de los historiadores de utilizar un sujeto representativo único y universal (en este caso el sujeto femenino) para englobar a distintas poblaciones. Scott plantea como precisamente la historia de las mujeres contribuye a poner en evidencia la existencia de una multiplicidad de diferencias sociales, raciales, culturales, económicas, sexuales, etcétera, que se solapan con las diferencias de género entendidas en un sen- tido tradicional (Joan Wallach SCOTT, Género e historia, México: Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 45). Dentro del feminismo, la tendencia que ha abordado esta cuestión de una manera más sistemática y que ha provenido principalmente del llamado feminismo postcolonial, es aquella que ha tratado de dar forma a la llamada “interseccionalidad” que alude al análisis combinado y simultáneo de factores tales como el sexo, la raza o la clase para superar la primacía de la categoría universal de “mujer” que ha manejado el feminismo hegemónico occidental. Algunos de los tra- bajos clave que han desarrollado esta perspectiva son: Margaret L. ANDERSEN y Patricia HILL COLLINS, Race, Class, and Gender: An Anthology (Belmont: Wadsworth Publishing Company, 1998); Gloria ANZALDÚA, ed., Making Face, Making Soul: Haciendo Caras: Creative and Cri- tical Perspectives by Feminists of Color, (San Francisco, CA: Aunt Lute Books, 1990); Kimberlé CRENSHAW, «Mapping the o Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color», Stanford Law Review 43, n 6 (julio de 1991): pp. 1241-99; Angela Y. DAVIS, Mujeres, raza y clase (Madrid: Akal, 2005); Gloria T. HULL, Patricia BELL SCOTT, y Barbara SMITH, eds., All the Women Are White, All the Blacks Are Men, But Some of Us Are Brave: black women’s studies (Old Westbury: Feminist Press, 1982); Teresa de LAURETIS, Diferencias: etapas de un camino a través del feminismo, Cuadernos inacabados 35 (Madrid: Horas y horas, 10 INTRODUCCIÓN sesgado en un sentido masculino la historia tenida por universal: en otras palabras, la exclusión de las voces femeninas de los grandes relatos históricos ha sancionado como universal un tipo de verdad histórica que es esencialmente masculina. Pero además no sólo las mujeres son sujetos históricos perfectamente válidos, sino que sucede, como se verá, que son también sujetos históricos privilegiados a la hora de problematizar el género, es decir, de indagar en las estructuras que han permitido que se consoliden una serie de relaciones de poder marcadas sexualmente, condicio- nadas por un sistema sociocultural que afirma la diferencia sexual como componente ordenativo esencial. Las mujeres son sujetos privilegiados (que no exclusivos) a la hora de dar cuenta del factor sexual porque las estrategias que han estructurado las grandes narrativas sociales y humanísticas han tendido a asociarle un signo sexual neutro a la experiencia masculina. Por supuesto, la experiencia masculina no es se- xualmente neutra; pero en tanto que existe la tendencia a ser percibida como tal, el lugar para desenmascarar esta supuesta neutralidad ha resultado ser precisamente la experiencia femenina. Como ya señalé, este trabajo no es en ningún caso una historia de las mujeres. Es una historia de los espectadores del holocausto, y concretamente de los liber- tadores del campo de concentración de Bergen-Belsen, hombres y mujeres. Pero se sirve de la herencia recibida a través de la historia de las mujeres. Sí es, sin embar- go, una historia de género7 que se inserta plenamente en la corriente historiográfica que tiene en Joan Scott uno de sus principales referentes. Es historia de género porque los mecanismos de construcción histórica del género y sus implicaciones po- líticas constituyen la línea argumental básica del presente análisis. No en vano, en el centro de esta investigación se sitúa el empeño por “desnaturalizar” la categoría de lo humano, cuya importancia política es incuestionable, puesta en entredicho en el universo concentracionario, así como las formas sexuales que se han impuesto históricamente para configurar y delimitar el concepto de humanidad y que fue- ron igualmente impugnadas durante la experiencia de los campos de concentración (particularmente, el binomio hombre/mujer). 2000); María LUGONES, Madina TLOSTANOVA, e Isabel JIMÉNEZ-LUCENA, Género y des- colonialidad, ed. Walter D. Mignolo (Buenos Aires: Ediciones del Signo, 2008); Chandra Talpade MOHANTY, Ann RUSSO, y Lourdes TORRES, eds., Third World Women and the Politics of Feminism (Bloomington: Indiana University Press, 1991); Uma NARAYAN y Sandra HARDING, eds., Decentering the Center : Philosophy for a Multicultural, Postcolonial, and Feminist World (Bloomington: Indiana University Press, 2000); Gayatri SPIVAK, ¿Pueden hablar los subalternos? (Barcelona: Museu d’Art Contemporani de Barcelona, 2009); Liliana SUÁREZ NAVAZ y Rosalva Aída HERNÁNDEZ CASTILLO, eds., Descolonizando el feminismo: teorías y prácticas desde los márgenes, Feminismos (Madrid: Cátedra, 2008). 7Aunque en la historia de género se ha impuesto la tendencia a establecer una distinción entre sexo y género, yo utilizo los dos conceptos del sistema sexo/género tan ampliamente descrito por Gayle Rubin como sinónimos. Me baso para ello en la propia Joan Scott (Joan Wallach SCOTT, «Algunas reflexiones adicionales sobre género y política», en Género e historia, pp. 245-70) y especialmente en Judith Butler, para quien, en la medida en la que el sexo biológico también es una construcción histórica, discursiva y performativa, no tiene sentido mantener una distinción que precisamente hace hincapié en la separación de la parte biológica de la parte cultural del sexo (Gayle RUBIN, “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo,” Nueva Antropología. Revista de Ciencia Sociales VIII, n. 030 [Noviembre de 1986]: pp. 95–145 y Judith BUTLER, El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, 1a ed, Género y sociedad 5 [México: Paidós, 2001]). INTRODUCCIÓN 11 No obstante yo he preferido decantarme por la expresión “historia feminista” por varios motivos. En primer lugar, me parece fundamental reivindicar la natura- leza política de los discursos que generamos desde la academia y su compromiso con la realidad social en la que operan. En mi caso, mi trayectoria investigadora ha que- dado fuertemente marcada desde un punto de vista político por mi compromiso con el feminismo: por una toma de conciencia de las desigualdades condicionadas por el género; por una reacción contra la imposición de esquemas jerárquicos de relaciones socio-sexuales; por la resistencia ante la consolidación de los discursos destinados a perpetuar las relaciones de dominación y sumisión históricamente constituidas desde el género; por una revalorización política de los conceptos de diversidad y diferencia dentro de sociedades que apuestan por la inclusión y la pluralidad, frente a los conceptos ilustrados de la igualdad y universalidad; etcétera. En este sentido, el concepto de género no tiene la fuerza reivindicativa que tiene la noción de femi- nismo, ni apela a la misma tradición histórica de lucha social8. En segundo lugar y en relación con esto último, la tradición de la historia feminista, que incluye a buena parte de la historia de las mujeres, es mucho más amplia que la historia de género. El género debería entenderse simplemente como una categoría analítica que ha tenido éxito dentro de dicha tradición. Priorizar este término es en mi opinión hacer prevalecer el carácter pretendidamente más neutro y científico que otorga el uso de esta categoría, a costa de invisibilizar el papel que ha tenido el pensamiento feminista a la hora de problematizar y dar forma a los discursos sobre el género. Finalmente, considero que la vocación crítica de una historia feminista, que debería estar orientada a cuestionar los cimientos de todo discurso histórico y a reevaluarlos a través de un prisma feminista, supera con mucho las posibilidades analíticas que brinda la articulación de la categoría de género. * * * Resumiendo, ¿qué es lo que encontrará el lector en las siguientes páginas? La investigación que presento a continuación es el resultado del análisis de los docu- mentos tempranos (producidos entre 1945 y 1950) relacionados con la liberación de Bergen-Belsen y conservados en el Imperial War Museum, análisis completado a su vez con otras colecciones documentales que amplían la visión de los espectadores (artículos de prensa, actas del juicio de Nuremberg y documentación producida por la UNRRA, principalmente). La exploración de estos documentos está animada por el intento de comprender la relación entre deshumanización y destrucción del géne- ro en el interior de los campos de concentración nazis. Para ello, trataré en primer lugar de entender cómo se conforma el sentido de lo humano y de lo inhumano en este contexto y en estos testimonios y, en segundo lugar, de comprender en qué 8El carácter aséptico del concepto de género, que se impone sobre otras terminologías con mayor carga política (feminismo, mujeres, etcétera), es un problema que se expresa con frecuencia en los textos que abordan epistemológicamente la cuestión del género en la historia. Para María Dolores Ramos, “el término constituye una herramienta pretendidamente «aséptica», «científica», «apolítica», «legitimadora», frente al peso político del feminismo” (en María Dolores RAMOS, «Arquitectura del conocimiento, historia de las mujeres, historia contemporánea. Una mirada española, 1990-2005», Cuadernos de Historia Contemporánea 28, 23 de noviembre de 2006: p. 37). Para Françoise Thébaud “el género, como término abstracto, puede percibirse como portador de menor radicalidad que la historia de las mujeres, menos ligado al feminismo, más aceptable y con más facilidad de integración” (en Françoise THÉBAUD, «Género e historia en Francia: los usos de un término y de una categoría de análisis», Cuadernos de Historia Contemporánea 28, 23 de noviembre de 2006: p. 44). 12 INTRODUCCIÓN medida dicha humanidad (o dicha falta de ella) se percibe a través de un prisma sexual, esto es, a través de la impresión de las marcas de género. Se trata pues, en definitiva, de un ensayo sobre la deshumanización de los campos de concentración nazis en perspectiva feminista, como bien apunta el título. He dividido este trabajo en tres secciones principales. La primera de ellas, titula- da “Cómo destruir seres humanos”, consistirá en una aproximación filosófico-política a algunas de las grandes cuestiones que se encuentran detrás de mi investigación: la complicidad de las lógicas modernas con el totalitarismo nazi; la culminación de la construcción biopolítica de la modernidad en el racismo nacionalsocialista; la apari- ción dentro de los campos de concentración, en tanto que espacios por antonomasia de la violencia biopolítica, de una nueva especie deshumanizada personificada en los llamados musulmanes; y, finalmente, el funcionamiento del dispositivo de sexua- lidad en un contexto presidido por estas fuerzas deshumanizantes que se instalaron en el interior del sistema concentracionario y que tenían por objetivo expulsar a los seres humanos de su propia especie. La segunda de estas secciones, titulada “Liberando a los muertos vivientes”, constituirá una primera exploración del corpus documental, guiada por la pregunta “¿dónde estaban los seres humanos?”. Lo que trataré de presentar en este capítu- lo es el sentido que adquieren las categorías de ser humano y de ser abyecto en los testimonios de los libertadores, analizando la posición respectiva que asoma en estos documentos sobre las víctimas, los verdugos y los espectadores. Obviamente la perspectiva que se impone aquí es la de estos últimos, pues son ellos los auto- res de las fuentes discutidas. Sin embargo, es interesante entender cómo aparecen representados víctimas y verdugos en estos relatos, puesto que estas descripciones dibujan un cuadro nítido de la concepción que tenían los espectadores sobre lo humano y lo inhumano y sobre cómo habían asimilado las consecuencias que la violencia biopolítica había tenido sobre estas categorías. En otras palabras, en este bloque me centraré en los efectos de la deshumanización sobre víctimas, verdugos y espectadores, pero tal y como son percibidos por estos últimos. En la tercera sección, titulada “Degeneradas”, desarrollaré el tema central de esta investigación mediante la exploración de la dimensión sexual de dicha deshu- manización. A través de los testimonios de los supervivientes, comenzaré trazando un cuadro general de la experiencia concentracionaria, atendiendo a algunas de las manifestaciones más dramáticas que han servido para expresar esta deshumaniza- ción y, particularmente, considerando aquéllas que han formulado la importancia de la identidad sexual en este contexto. De esta forma pretendo retratar de manera concisa el trasfondo sobre el que se proyecta todo mi trabajo. Seguidamente, re- tomaré los testimonios de los libertadores para analizar cómo las descripciones de la deshumanización que aparecen en sus narraciones se proyectan a través de un proceso que he denominado de de-generación. Esta de-generación o desexualización se manifiesta mediante la destrucción (o degeneración) de las marcas de género que aparecen en los cuerpos y los comportamientos utilizados para fundamentar la identidad sexual normativa de los sujetos y, con frecuencia, se percibe de una manera más inmediata que la propia deshumanización. Finalmente, en el último apartado de este capítulo me referiré a los encuentros sexuales en los que partici- paron los deportados y en la visión elaborada por los espectadores para dar cuenta de ellos. Algunos de estos encuentros se constituyen como manifestaciones sexuales de la deshumanización que no necesariamente implicaron una desexualización (en INTRODUCCIÓN 13 algunos casos más bien al contrario), mientras que otros directamente se formulan en resistencia a esa deshumanización. * * * No quiero terminar esta introducción sin hacer referencia a una cuestión muy personal que ha surgido durante la elaboración de este proyecto. Cuando comencé esta investigación, estaba convencida de que en el momento en el que dejara de emocionarme con el sufrimiento que aparecía representado en los testimonios, este trabajo habría perdido parte de su sentido. De alguna forma, sentí que para po- nerme en el lugar de las víctimas y escuchar verdaderamente sus voces tenía que conseguir compartir parte de su dolor. Lo cierto es que durante todos estos años mis emociones ante las evidencias recopiladas han fluctuado muchísimo. Supongo que es imposible mantener la alerta constante ante el dolor de los demás y uno puede acabar acostumbrándose, como sugiere Susan Sontag9. No obstante, aunque mis ni- veles de tolerancia han oscilado y se han visto influenciados por mis circunstancias vitales, las huellas del holocausto nunca han dejado de conmoverme. Cuando empe- zaba a soportar las historias que aparecían en los testimonios de los supervivientes, descubrí las fotografías y la rueda volvió a girar. Después aparecieron los textos de los libertadores, luego los protocolos húngaros. Más tarde me quedé embarazada y tuve un hijo. Y ahora escribo sobre esto, y leo aquello, y recuerdo ciertas historias y ciertos testimonios, a esas mujeres, a esos niños, a esos bebés, y certifico que pese a todo, ocho años después de aquel primer trabajo, sigue afectándome. 9Susan SONTAG, Ante el dolor de los demás (Madrid: Santillana, 2003). Introduction I have always rebelled against the objective aspiration that history as a disci- pline has reclaimed. History, in my opinion, can never be objective, simply because it is constructed by people that are not outside of the world, that are not gods, people that are here and have specific ideas and interests. The stories woven into history that we as historians write are always subjective, even if we employ a well structured and limited language and methodology. What the history we tell can and must be honest: we must not purposely lie, or hide information that we dislike. We must always be critical towards our own work and, above all, specify who we are and how we have come to propose the things that we do. When one presents a finished work such as this one, it might sometimes seem that everything was clear from the start: where to set one’s eyes, where to search, what book to consult. The truth is that this is never how it is. Throughout the whole process there are many shifts, turns and twists, many a time when we want to throw it all away and start again. In brief, considering our own histories as subjective, I believe the reader must have some information regarding the author and the creative process through which the investigation has been constructed. Mi first contact with the history of concentration camps came during my uni- versity degree studies. It was possible to avoid enrolling in two classes if one pre- sented a Academically Guided Work, that unlike the usual class paper, was meant to be considerably denser. Under tutorship of professor Juan Pablo Fusi I wrote a dissertation, Recordando Auschwitz. Historia, testimonio y literartura (Remembe- ring Auschwitz. History, Testimony and Literature), that attempted to reclaim the importance of holocaust literature in the creation of historical discourses. I urged historians to allow themselves to be questioned by the testimony of the survivors that had returned from the camps. From that first work and through the readings I undertook, I came to another conclusion. It took me a while to give it form within my head, but what I did vi- vidly realize, specially after reading Charlotte Delbo’s trilogy, was that some highly relevant concentration camp experiences had been systematically forgotten, exclu- ded from official discourse and memory concerning the holocaust. In a way and relevant to certain issues, it was as if the great narrators of Auschwitz had not read Delbo’s memories, nor, as I would later discovered, did they seem to know Olga Lengyel, Liana Millu, Margarete Buber-Neumann, Gerda Weissmann Klein, Violeta Friedman and so many other survivors that had lived to tell. I understood that wo- men’s testimonies had been brushed aside while simultaneously men’s experiences had systematically been elevated to Concentration Camp Experience with capital letters, and wherever a discrepancy may have arisen, it was the masculine version that ruled. One of the divergences I quickly caught sight of was the solitude that men survivors spoke of, in contrast to the camaraderie that women detailed. This 15 16 INTRODUCTION problematic was a guiding line for my Final Memory written for the Contemporary History Inter-university Master, again directed by professor Fusi, where I asked if these differences were due to a radically different camp experience or perhaps the use of different narrative strategies. This memory was to serve as the starting point for my Doctoral investigation, and because of that I tried to write an ample status of the issue, attempting to understand what role gender had played in holocaust studies, drawing out a map of possible sources. I presented the analysis of one of these sources as an example: the memoirs written by Margarete Buber-Neumann on her experience as a prisoner of totalitarianism and that has been called in Spanish Prisionera de Stalin y Hitler (Prisoner of Stalin and Hitler; Under Two Dictators was the 1949 English edition name). From that moment it became clear to me that through my thesis I would at- tempt to recover this forgotten memory and focus my study on concentration camps from a gender perspective. It was then that professor Reyes Mate became interes- ted in my work and professor Elena Hernández Sandoica would add the feminist counterpoint to my project. Under direction of both I began this investigation, that was initially to be called “Woman within the Lager” and that I have been able to undertake thanks to the Formación del Profesorado Universitario (FPU) program, through which I received a scholarship in 2009 that allowed me to work at the CSIC Philosophy Institute until July of 2013. However, from that moment onwards, the goals that stimulated my work have been profoundly shaken. Perhaps one of the most relevant events in modifying the initial intentions of my work, consisting in describing the specific characteristics of the feminine experience within the concen- tration camp universe, was reading the texts of Judith Butler right at the beginning of the whole research process. Influenced by the reflection of this philosopher on performative gender constitution, I felt, for a while, unable to use terms such as “man” and “woman” in a discourse, in order to avoid contributing to a definition of both concepts that was ontological, normative and repressive and that had served to consolidate a gender binary linguistic order. Thankfully I overcame this phase, I set philosophy aside slightly and returned to my discipline, History. History teaches us that all concepts, be they defended or not as truth, unique, pure or natural are embedded within history from the very moment we learn to pronounce them. But from Judith Butler I retained the need to flee from excessively dogmatic narrati- ves when it came to distinguishing between histories that were purely feminine or masculine. How then was I to tackle the investigation at hand? Back then I was going over some classic photographs that have served to illustrate the history of Auschwitz, amongst them an emblematic image of four naked children, Auschwitz and medical experimentation survivors, standing up in front of the camera. What called to me from the photograph was the fact that in spite of being completely naked, one had to take a good look to determine if they were boys or girls (and in any case one could never be truly sure). With this in mind I continued to look over photographs of liberated survivors and noticed this too happened when looking at adults. Somehow Nazism had managed to nullify its victims bodies’ sex in a way that was not INTRODUCTION 17 only rhetoric, but also in an obvious manner on the actual anatomy of the survivors. This evidence lead me to ask, on one hand, how had the victims been affected by this loss of sexual identity that for me was so notable, and on the other, what sort of violence had been necessary to produce these effects upon the bodies of the deported. I felt that if Nazism had managed to make it impossible for me, an outside observer, to sexually identify so many people, they had somehow, on some level been triumphant. Slowly I began to realize that this destruction of sexual identity went side by side with the destruction of human identity about which I had read so very much over recent years. I then realized that the relationship between dehumanization and “desexualization” was, without a doubt, the spot where my attention should aim. A new question arose, where might I find this relationship? For a long time I maintained a very wide horizon of sources: cinema, theater, photography, drawings, fiction, and even oral interviews. But any able minded person would quickly realize that it would be impossible to coherently embrace all the material produced re- levant to the holocaust since 1945 through all these fields. Limits would have to be introduced. The first of which was temporal: I decided to center my attention on sources that had been created early on, immediately after the liberation of the camps10. By then I was already familiar with Julia Kristeva’s concept of abjection, with its fringe quality and its potential for subversiveness, elements that arise on the boundaries that separate what is within and what is without. I felt that a way in which I could support the centrality of this concept in my analysis was by choosing testimonies that had come into existence along that temporal and symbolic “fron- tier” between the inside and the outside of the camp: the concentration camp had existed until 1945, but after that, once the solid wired fences that had hermetically separated that universe from what was considered the normal world had fallen, for a time, the camp mingled and lived within a freed society that was urged to give moral answers to the crimes committed within. What was held inside the camp emerged, and vice-versa, and for a moment it was possible to imagine a society subverted through contact with the concentration camp abjection. That temporal hinge, halfway between two historical moments (the war and the post-war), seemed to me to be the most adequate for studying the effects of said abjection. Even so, the source material was overwhelming and each format required a up- dating on specific analysis methodology for each type of source. It was necessary that I limit even more. During my stage at Buenos Aires I carried out interviews with holocaust survivors, contacted through the Holocaust Museum, I realized I was not prepared for that, not just from a technical stance, but specially from an emotional one. I knew I had to ask about sexual abuse, about rape, inquire into relationships of love or prostitution. Not once was I able to bring these things up, and obviously these type of questions simply do not arise by themselves. In any case, if I intended to limit my analysis to early testimonies, there was no way I could fit in those interviews. And so these were one of the first things to be dropped from my list. 10Henry Greenspan has studied the survivors immediate response in Henry GREENSPAN, “ ‘An Inmediate and Violent Impulse’: Holocaust Survivor Testimony in the First Years after Liberation,” in Remembering for the Future 2000: The Holocaust in an Age of Genocide, ed. John K. ROTH and Elisabeth MAXWELL, vol. 3 (Basingstoke y Nueva York: Palgrave, 2001, pp. 108–16). 18 INTRODUCTION Slowly all the rest followed: cinema, drawings, fiction. The memoirs that had taken me so far, and the photographs that had allowed me to clearly understand the interpretative twist that would form my analysis, became the primary sources of my investigation. Then begun my stage at Birkbeck college, London, under tutorship of professor Joanna Bourke and I began to consult the archives at the Imperial War Museum. At first, my goal had been set on the photographic archive, specifically on the abundant collection of Bergen-Belsen liberation photographs. But soon I discovered all the written documentation pertaining to the liberation of this camp, to such an extent that I was left in awe. Such an amount of material needed to form part of my work. Professor Bourke gave me the necessary hints in order to coherently focus my analysis taking into account all the source material I had consulted. In spite of everything I was still keeping within the source material all the early testimonies from survivors. For a long time I held onto them fiercely. These testimonies always were, and still are, the key to understanding the holocaust, because, as I say many time throughout the investigation, they are the only ones capable of describing the mechanisms of bio-political violence set in motion within the camps to activate the process of dehumanization. However, working with these two groups of sources was starting to be quite complicated for a specific reason: the documentation and images of Belsen had been created by people totally outside of the dehumanization process, that were to become bystanders only of the final stage of the events; the early testimonies of survivors however, had been, logically, given life to be individuals who had been the primary victims of such inhuman violence. It was impossible to equate the analyses of both groups because that would have meant equaling the moral and historic value of the testimonies of victims and bystanders. There was no justice in such an action. It would have been necessary to carry out a two level investigation, complementary but clearly separating both perspectives. And that was, for some years, my intention. I then came to New York, where, thanks to the Philosophy Project after the Holocaust, I was able to carry out a stage at CUNY Graduate Center, under tu- torship of professor Dagmar Herzog. During those months I recompiled information at two institutes: The Center for Jewish History (CJH) and the United Nations ar- chives. At CJH, although I did look over information concerning the liberators and the agencies and organizations that took part in attending the displaced Jews of the postwar, I centered my work on the exceptional body of available documen- tation: the so-called Hungarian protocols, a series of testimonies compiled by the Hungarian National Comity for Attending Deportees between 1945 and 1946, that included the testimony of approximately 5000 Jewish survivors, partially translated into English. This collection is absolutely outstanding and also huge. The truth is that with this alone one could write a thesis. At the UN archives, on the other hand, I spent my time looking into the United Nations Relief and Rehabilitation Administration documents, related to the labor carried out by this organization with refugees (many of which were survivors of concentration camps and Nazi per- secution) immediately after the war: amongst this was information relevant to the reconverted Bergen-Belsen refugee camp. The interesting thing about the UNRRA papers is that one can appreciate through them how bystanders view the displaced, what actions they believe should be carried out to attend them and just how well developed, in theory at least, the socio-psychological rehabilitation programs were. All of this ties in with, and situates, the visions of “rehumanization” of the prisoners INTRODUCTION 19 that emerge from the Bergen-Belsen liberators. To sum up, in a few words, my work at these two archives emphasizes the breech between the two types of testimony I was working with. In New York I was able to meet with professor Atina Grossman. She had lived the dilemma that I was facing and cheered me on to center on the observers, whose testimonies were a lot less refined than those of the victims. Also, the analysis of the survivors testimonies put forward another problem due to my linguistic limitations: although a large share of documentation was translated into English, Spanish and other languages I am able to work with (far more material than I could ever deal with), the main body of testimonies housed within the principle holocaust archives, including the CJH, was written in Yiddish, Hebrew, Polish and other languages that are totally strange to me. That is how shortly after returning to Spain, and convinced finally by my direc- tors, I decided to center on bystanders’ documents, specially on those concerning the liberation of Bergen- Belsen. I valued it to be a very compact and coherent do- cumentation and that, consequently, it could serve as a guiding line for a discourse centered on the perspective of bystanders that would be complimented with heme- rographic sources, along with the Belsen trial acts and the UNRRA documentation, along with other secondary texts, that would be complemented by other sources, specially with those that helped me widen the vision of these bystanders situated in this historic moment between two eras: mainly newspaper archives, the Belsen trial records and the documentation produced by the UNRRA, along with other secondary texts. However I did not abandon all the testimonies of survivors, that in spite of not having been exhaustively analyzed in this investigation, have served as a counterpoint and definite reference. * * * The methodology I have used in this work can be inserted within the wider trend of critical and contextual analysis of discourse and image. My strategy for approach to the sources has been firstly, to analyze the conditions in which they we- re produced and the context of conservation concerning the material I work with. I include, in this sense, a detailed description of the documents, the main institutions in charge of conservation (Imperial War Museum) and, relative to photography, the characteristics of the army unit in charge of their creation. The Belsen documents are analyzed as a series, interrelated, specially noting those discourses and images that constantly come up in the documentation, or underlining singular descriptions to understand their originality based on variations, changes, alliterations or grotes- que exaggerations that appear throughout the extensive documentary body. Whe- rever silences appear or where an alternative might be imagined, I have tried to fill in missing information with complementary documents such as the ones mentioned before, or by taking into account other preexisting historiography interpretations. The whole body of my analysis is preceded by a deep reflection concerning the structural conditions that allowed for the consolidation of totalitarian logics in the context of modernity and on the use of bio-political violence for the dehumanization project set in motion within the concentration camp system, accompanied by the key gender elements that supported said project. This reflection plays a central role in the creation of documentary analysis from a critical perspective, through which I have tried to unravel the hidden or silent purposes of the sources, and therefore, understand the structure of domination that lurks behind each linguistic 20 INTRODUCTION and visual construction. In this specific case, these domination structures prove to be those of a war conflict and the division between victors and defeated, but also the ones that consolidate the difference between victims and bystanders. Although methodologically feminist critique is situated at the heart of my analysis, which means the constant and systematic questioning of historic discourses with the goal of revealing the patriarchal logics that are hidden within. But this will not be a study of the history of the women implied in the concentration camp experience, even if their experience is relevant to unveiling some of the main aspects that inspired my research in the first place. Actually this will be an examination of concentration camps seen through the optic of feminist critique. I have tried, ultimately, to flee the literality of the texts and images and confront this research from a critical perspective. I therefore uphold the purely interpretati- ve character of my work, something, however, that in no case seems to me of less credibility. The truth is that any humanistic research (and I might dare add even scientific), is interpretative: the only difference is that while some try to hide their point of view in the name of objectivity, as I mentioned before, some of us prefer to make it explicit. Of course under different ethical, political or existential light, or carrying a different set of cultural values to my own, the conclusions of another author might be very different from the ones I support through the coming pages. However, I have tried to be as careful as possible when referencing my interpreta- tions and inserting them into the discourse and documentary context in which they were born, and so my work may be duly revised and debated. Summing up, the central elements that articulate my methodology are: atten- ding the conditions of production of the archives and documents; an interrelated analysis of the texts and images that are part of this documentary body; the sys- tematic contrasting of alternative documentation; a solid philosophical approach concerning some main problems articulating the issue of dehumanization in the holocaust; and finally, a bid for a feminist critical interpretation. * * * Before I continue I think it necessary to clear up some troublesome issues that arise in the text. The first is related to the Jewish question. As I have said before, the goal of this work is to explore the relationship between dehumanization and the destruction of Nazi victim’s sexual identity that took place within concentration camps. In as much as I also consider death and extermination as places of encounter for said destruction of the human and sexual condition, I do not doubt at all that the primary population affected by this were the Jews. What is more, Belsen was a practically a Jewish camp when it was liberated. On the other hand, as is logical, the Jewishness of the majority of victims would mean that the link between gender and dehumanization would acquire for them very specific nuances (as too would be the case for Jehovah’s Witnesses, Poles, Hungarians, Gypsies or all the other identitary groups inserted into the concentration and extermination machinery, that would experience the process in their own way). As Anna Reading points out, for example, shaving for some orthodox Jewish women also had particular resonance, since in the normal pre-war world shaving one’s head as a woman took place only after marriage11. However, this sexualized attack on humanity was experienced, to a greater or lesser extent, by all those who crossed this hell. It was not an experience 11Anna READING, The Social Inheritance of the Holocaust. Gender, Culture and Memory (Lon- don: Palgrave Macmillan, 2002, p. 45). INTRODUCTION 21 exclusive to Jews, and so, from this generic standpoint, I have developed this text. By this I do not wish to insinuate that suffering on a gender level was worse than cultural or religious. I also do not wish to elevate the concentration camp experience as the key element of the Nazi regime, above that of Jewish extermination. And of course, even if I do give priority to racial, sexual and bio-political explanations (more adequate for understanding the relationship between the regime’s violence and its projection upon the bodies’ of those considered abject), I am not trying to rest value to the historic importance of Antisemitism within the III Reich. Under no conditions is this an attempt to relativize the singular destiny of European Jews. Simply put, Jews were not the only subjects set to be the object of this investigation. Perhaps these things need not be said, but being a prickly question within a very fierce debate12, I feel the need to make these statements clear before I continue. Secondly and in relation the above, I would like to explain how throughout the investigation I talk of “concentration camp system”, of the “history of concentration camps”, the “concentration camp experience” etc., instead of using more frequent terminology such as holocaust, final solution, genocide, Shoá or Auschwitz. During the first work I undertook during my degree studies I had already developed a dissertation concerning the different concepts used in historiography to define the same process: the genocide of a series of subjects, especially Jews, based mostly on political and racial motives, through shooting, gassing or sometimes employing extreme hygiene and feeding conditions and subhuman labor systems. The majority of this genocide took place within the system of concentration and extermination camps built by the Nazi administration. But not just there. Ghettos were also a prominent place where this extermination took place. Also the work of the so called Einsatzgruppen, specialized death squads, whose activity started before the Wansee Conference and the start of the final solution to the Jewish question, managed to liquidate over one million people 1313. For this more complex and wider process, it might be useful to use the word holocaust or final solution, more so when con- centrating on the fate of the Jews. Personally I prefer the former, because the later is nothing more than the euphemism used by the Nazi regime. If we are to talk in general terms, without specifying the Jewish extermination, it might be more adequate to simply talk of genocide or Nazi genocide. In that first work I used the word Auschwitz a great deal in a symbolic sense, as a way of referencing the expe- rience of concentration and death. However, in this current investigation, in which I describe the situation at Belsen thoroughly (even though when it was liberated it was full of bodies and survivors sent from all over the network of Nazi camps), it made little sense to use Auschwitz as a symbol. And so, the most appropriate form of describing the most common reference in my work has been to speak of the history of concentration camps, where, without a doubt, Belsen and its protagonists make sense. 12For example, the historian Omer Bartov holds many of this issues against the sociologist Wolf- gang Sofsky in his analysis of structures and conditions regarding concentration camp order (Omer BARTOV, Germany’s War and the Holocaust: Disputed Histories, New York: Cornell University Press, 2003, pgs 99-121 and Wolfgang SOFSKY, The Order of Terror: The Concentration Camp, Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1997). 13The historian Raul Hilberg offers partial figures on the number of dead by actions of the Ein- satzgruppen, proposing the figure of 900,000 dead, that would be only two thirds of the total killed, approximately 1,200,000 murdered. (Raul HILBERG, La destrucción de los judíos europeos, Ma- drid: Akal, 2005, pg. 430). 22 INTRODUCTION Before I continue I would like to forward a problem that I will go into with more detail in the following pages. Why listen to the bystanders’ voice? The interest of their testimony lies in the fact that they are bystanders, specially so with the Bergen-Belsen liberators (mostly soldiers that had been part of the British campaign and took their historic mission against Nazism very seriously), and they represent “normal” society that existed beyond Auschwitz and concentration camps, and that at a given time was forced to face the atrocious reality it discovered within the camp system. As I justify further on, we, who are also part of that same modern society, are connected to the history of the bystanders, with whom we share narrative strategies. When we analyze an event, such as the holocaust and Nazi violence, we identify immediately with the bystanders, even when historiography concerning Nazism has proven that the arbitrary nature of the violent regime that upheld the III Reich might have easily turned us into either victims or executioners. The truth is that we, through mass media, are in fact spectators to the hundreds of tragedies that occur every day in our world, and each morning we must battle with our varying degree of responsibility in these matters. That is why it is easy for us to adopt such perspectives. To examine the history of the bystanders, is I believe a way of reflecting on who we are, and on our limits, and on what links us to the executioners and our responsibility towards victims of this and other tragedies. * * * Finally, I would like to mention some issues regarding the inclusion of this research in the wider feminist history movement. I am fully aware that I am using the expression feminist history instead of more popular expressions like gender history or women’s history. But this does not mean that I reject the traditional academics ways in which feminism has been developed inside the history. On the contrary, I am perfectly aware of the legacy I received. In this sense, the influence on my job of the more traditional women’s history school is essential at least in one fundamental way: women are an active subject in history and therefore their voices must be taken into consideration14. Maybe women do not shape a compact sociocultural group and maybe it is not possible to describe their history in a unique fashion, which is probably one of the biggest I identified in some traditional women’s history works15. But the silencing of the female subjects in the historical 14Michelle Perrot speaks eloquently about the silence of women in history and about the invisibility they had been a condemned to until this silence was broken (Michelle PERROT, «Mi» historia de las mujeres, 1 ed. en español, Sección de obras de historia, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2008, pp. 17-24). 15Joan Scott discusses this problem in the essay “La historia de las mujeres”, included in the book Género e historia (Gender and the Politics of History), when she refers to the unfeasibility of using one unique and universal subject (in this case, the female subject) to comprehend diffe- rent populations. Scott brings up how women’s history is contributing to outline the existence of a multiplicity of social, racial, cultural, economic and sexual differences overlapped with those gender differences understood in a traditional way (Joan Wallach SCOTT, Género e historia, México: Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 45). Inside feminism, the most methodical trend in analyzing this topic, coming from the postcolonial feminism, is the one which has tried to sha- pe the so-called “intersectionality”, referred to the combined and simultaneous analysis of several factors such as sex, race or class in order to understand the supremacy of the universal category of “woman” used by the Western hegemonic feminism. Some key works developed from this pers- pective are: Margaret L. ANDERSEN y Patricia HILL COLLINS, Race, Class, and Gender: An Anthology (Belmont: Wadsworth Publishing Company, 1998); Gloria ANZALDÚA, ed., Making Face, Making Soul: Haciendo Caras: Creative and Critical Perspectives by Feminists of Color, (San Francisco, CA: Aunt Lute Books, 1990); Kimberlé CRENSHAW, «Mapping the Margins: INTRODUCTION 23 narratives has distorted the history regarded as universal in a male way: in other words, the exclusion of the female voices from the major historical accounts has authorized as universal just the male side of the historical truth. Besides, not just women are perfectly acceptable historical subjects, but also they are extraordinary historical subjects to study gender, that is, to investigate the structures behind the gendered relations – those relations determined by a sociocultural system that asserts the sexual difference as an essential organic element. Women are privileged subjects (although not exclusives) in accounting for the sexual factor because the strategies structuring the major social and humanistic narratives have been inclined to associate a neutral sexual sign to the male experience. Of course, the male experience is not sexually neutral; but as long as the predisposition to consider it as neutral persists, the place to reveal this false neutrality will be precisely the female experience. As I pointed out, this work cannot be included inside women’s history. This work is a history of the bystanders of the holocaust, and specifically, a history of the liberators of Bergen-Belsen concentration camp, both men and women. But it makes use of the legacy received through women’s history. However, it is gen- der history: it is a history fully placed inside the historiographical trend that has in Joan Scott’s work one of its main references. It is gender history because the principal line of argument of this analysis are the mechanisms by which gender is historically produced and their political implications. Not for nothing, at the heart of this research takes place the resolution of “denaturalizing” the category of human being, questioned inside the concentration camp universe, and those sexual forms historically imposed to shape and demarcate the notion of humanity, challenged too during the concentration camp experience (specially, the classic male/female gender binary). However, I would rather choose the expression “feminist history” for several reasons. First, I think is essential to defend the political nature of the academic discourses and their compromise with the social reality in which they work. In my case, my research career has received a strong political influence through my fe- minist compromise: through an awareness of the gendered inequalities; through a reaction against the imposition of a hierarchical scheme of socio and gender re- lations; through the resistance against de consolidation of the discourses used to perpetuate gender relations of domination and subjugation; through a political re- valuation of notions such as diversity and difference... In this sense, the notion of Intersectionality, Identity Politics, and Violence against o Women of Color», Stanford Law Review 43, n 6 (julio de 1991): pp. 1241-99; Angela Y. DAVIS, Mujeres, raza y clase (Madrid: Akal, 2005); Gloria T. HULL, Patricia BELL SCOTT, y Barbara SMITH, eds., All the Women Are White, All the Blacks Are Men, But Some of Us Are Brave: black women’s studies (Old Westbury: Feminist Press, 1982); Teresa de LAURETIS, Diferencias: etapas de un camino a través del feminismo, Cuadernos inacabados 35 (Madrid: Horas y horas, 2000); María LUGONES, Madina TLOSTA- NOVA, e Isabel JIMÉNEZ-LUCENA, Género y descolonialidad, ed. Walter D. Mignolo (Buenos Aires: Ediciones del Signo, 2008); Chandra Talpade MOHANTY, Ann RUSSO, y Lourdes TO- RRES, eds., Third World Women and the Politics of Feminism (Bloomington: Indiana University Press, 1991); Uma NARAYAN y Sandra HARDING, eds., Decentering the Center : Philosophy for a Multicultural, Postcolonial, and Feminist World (Bloomington: Indiana University Press, 2000); Gayatri SPIVAK, ¿Pueden hablar los subalternos? (Barcelona: Museu d’Art Contempo- rani de Barcelona, 2009); Liliana SUÁREZ NAVAZ y Rosalva Aída HERNÁNDEZ CASTILLO, eds., Descolonizando el feminismo: teorías y prácticas desde los márgenes, Feminismos (Madrid: Cátedra, 2008). 24 INTRODUCTION gender is not as successful in its demands as the notion of feminism, and it does not appeal to the same historical tradition of social struggle16. Secondly, the tradition of feminist history, which includes part of women’s history, is much more wider than gender history. Gender should be understand only as an analytical category which has succeeded inside this tradition. Prioritize this term is in my opinion making the supposedly more neutral and scientific nature of this category prevail over the role of feminist thought to analyze and shape the discourses about gender. Finally, I consider that the critical tendency of feminist history, which should be orientated to question the foundations of the historical discourses and to revaluate them th- rough a feminist perspective, exceed the analytical possibilities of the category of gender. To sum up: what will the reader find in the upcoming pages? The research that I present is the result of analyzing early documents (created between 1945 and 1950) concerning the liberation of Bergen-Belsen, conserved within the Imperial War Museum, analysis which are complemented with other documentary collections that amplify the bystanders visions (press articles, Nuremberg trial records, and documentation created by UNRRA, mainly.) The exploration of these documents is impulsed by the effort to understand the relationship between dehumanization and gender destruction within nazi concentration camps. For this purpose I will, first of all, try and understand how the meaning of human and inhuman is fashioned within this context and through these testimonies, and secondly, try to understand in what degree said humanity (or lack of) is perceived through a sexual prism, in other words, the impression of the marks left by gender 17 . In essence it is an essay on dehumanization within the Nazi concentration camps through a feminist perspective, as the title clearly states. I have divided this work in three main sections. The first, titled “Cómo destruir seres humanos”, (How to destroy Human Beings) will be a political and philosop- hical approach to some major questions that will appear all through my research: the complicity of modern logics with totalitarian Nazism; the culmination of mo- dernity’s biopolitical construction in national socialism’s racism; the appearance within the camps, in as much as they were spaces par excellence for biopolitical violence, of a new type of dehumanized being in the form of the so called muslims; and, finally, the running of the sexuality mechanism in a context ruled over by dehumanizing forces that were set in place within the camps and whose goal was to expel humans out of their own species. The second part, titled “Liberando a los muertos vivientes”, (freeing the Living- Dead) would be a primary exploration of the documentary body, guided by the question “where were the human beings?”. What I will try to present in this chapter is the sense that categories such as human being and abject being acquire through 16The aseptic character of the notion of gender, imposed over other much more political no- tions such as feminism or women, is a problem frequently expressed in texts addressing from a epistemological point of view the question of gender in history. María Dolores Ramos says that “the expression turns out to be a tool supposedly «aseptic», «scientific», «apolitical», «validator», facing towards the political weight of feminism” (in María Dolores RAMOS, «Arquitectura del conocimiento, historia de las mujeres, historia contemporánea. Una mirada española, 1990- 2005», Cuadernos de Historia Contemporánea 28, 23 de noviembre de 2006: p. 37). Françoise Thébaud thinks that “gender, as an abstract word, can be perceived as bearing less radicalism than women’s history, less tied to feminism, more suitable and easily to be integrated” (in Françoise THÉBAUD, «Género e historia en Francia: los usos de un término y de una categoría de análisis», Cuadernos de Historia Contemporánea 28, 23 de noviembre de 2006: p. 44). INTRODUCTION 25 the testimonies of the liberators by analyzing the respective positions that can be made out concerning victims, executioners and bystanders. The ruling perspective here, obviously, is that of the bystanders, because they are the authors of the sources we are debating. However, it is interesting to understand how victims and executioners are represented in their narratives. This is so because the descriptions in which they appear draw out a sharp image of how the bystanders viewed the human and inhuman and how they assimilated the effect of biopolitical violence over both categories. In other words, in this block I will center my attention on the effects of dehumanization on victims, executioners and bystanders, but always from the point of view of the latter. The third block, titled “Degeneradas”, (Degenerates, in the female sense) deve- lops the main subject of this research through the exploration of the sexual element concerning dehumanization. Through the testimonies of the survivors I will start by drawing a general diagram summing up the concentration camp experience, pa- ying attention to some of the most dramatic examples, those that best represent dehumanization. In this sense specifically centering on those that have defined the relevance of sexual identity in this context. The idea is to portray specifically the background upon which my work is projected. After which I will take up again the testimonies of the liberators in order to analyze how the descriptions of dehu- manization that appear in their descriptions are projected throughout a process that I have called de-generation. This de-generation or desexualization manifests through the destruction (or degeneration) of gender signs that appear in bodies and behaviors used for basing normative sexual identity of subjects and, frequently, is easier to identify than dehumanization. Finally, in the last part of this chapter I will reference the sexual encounters that the deportees took part in and the vision of this elaborated by the bystanders when describing. Some of these encounters are established as sexual manifestations of dehumanization that do not necessarily mean there was desexualization (in some cases, quite the contrary), while in other cases they are formulated as a way of resisting dehumanization. * * * I do not wish to end this introduction without mentioning a very personal issue that has come to light while carrying out this project. When I began my investigation, I was convinced that the moment I stopped feeling the suffering that emerged from the testimonies, this work would have lost its sense. Somehow I felt that in order to situate myself in the place of the victims and truly hear their voices I needed to share part of their pain. The truth is that all through these years my emotions concerning the compiled evidence have varied greatly. I suppose that it is impossible to keep up a heightened sense of emotion when faced with others pain and one might grow accustomed, as Susan Sontag suggests17. However, even though my levels of tolerance have varied and have been influenced by circumstance relevant to my own life, the remnants of the holocaust have never ceased to move me. When I began to tolerate the testimonies, the photographs appeared, and the wheel turned once more. After that I discovered the documents written by the liberators, then came the Hungarian protocols. Later on I became pregnant and had a son. And now I write about this, read that, and recall certain stories, certain testimonies, remember those women, those children, those babies, and I am sure, that in spite of it all, eight years on from that first work, it all still gets to me. 17Susan SONTAG, Ante el dolor de los demás (Madrid: Santillana, 2003). Parte 1 CÓMO DESTRUIR SERES HUMANOS: APROXIMACIONES AL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO DESDE LA BIOPOLÍTICA Y LA SEXUALIDAD ABYECTA En esta primera parte, destinada a fundamentar teóricamente la investigación, voy a justificar desde un punto de vista epistémico mi hipótesis principal, a saber: que la deshumanización de los prisioneros de los campos de concentración nazis se produjo a través de la destrucción de sus identidades sexuales. Para desarrollar esa idea voy a tratar de construir el armazón teórico y metodológico sobre el que se erige esta proposición y cuya estructura se sostiene en cuatro pilares básicos: a. la complicidad entre las estructuras lógicas y políticas que sostienen tanto el nazismo como la modernidad b. el carácter biopolítico de la violencia concentracionaria; c. la condición abyecta de lo humano bajo el signo concentracionario, y d. las interpretaciones y teorías feministas sobre la identidad humana y la des- humanización. Todas éstas son cuestiones que han recibido una atención filosófica muy ex- haustiva y que han tenido un largo alcance en el pensamiento contemporáneo, pre- sentándose con frecuencia de manera interconectada. Lógicamente aquí sólo podré realizar una aproximación muy esquemática a cada uno de estos problemas y es muy probable que no llegue a abarcar todos los aspectos que ofrece una reflexión tan sumamente compleja. Pero creo que trazar un mapa teórico de mi hipótesis apoyándome en las coordenadas que acabo de señalar facilitará enormemente la tarea de comprender el viaje emprendido a través de los documentos que forman parte de esta investigación, las preguntas que han orientado su análisis y algunas de las respuestas obtenidas18. 18Ya adelanté parcialmente algunos de estos resultados en algunos trabajos publicados como Paula MARTOS ARDID, “Memoria e identidad de género. Experiencias y narraciones desde Auschwitz”, en Actas del XLVII Congreso de Filosofía Joven – Filosofía y crisis a comienzos del siglo XXI, Murcia: Universidad de Murcia, 2010 o Paula MARTOS ARDID, “El juicio del espectador y la responsabilidad de la mirada: reacciones desde Bergen-Belsen”, en Catherine HEENEY, Jordi MAISO y David RODRÍGUEZ-ARIAS (eds.), Perspectivas sobre la justicia Madrid: Plaza y Val- dés, 2015. También expuse algunas conclusiones de mi investigación en las ponencias tituladas “Las lógicas del Holocausto: totalidad y ciencia”, explicada en el marco del Seminario de Investi- gación del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid (departamento de Historia Contemporánea de la UCM, abril de 2013); “Cuerpos, cenizas y muer- tos vivientes. La destrucción de las identidades sexuales en los campos de concentración nazis”, con la que participé en el I Encuentro de Jóvenes Investigadores FYL (UAM) – CCHS (CSIC) (Facultad de Filosofía y Letras de la UAM, febrero de 2012); “Women’s testimony from Argentina: oral and narrative representations from survival experience”, leída en el Congreso Beyond Camps and Forced Labour. Current International Research on Survivors of Nazi Persecution (Imperial War Museum, Enero de 2012); “La destrucción de los cuerpos. Identidades sexuales en las primeras representaciones de la memoria concentracionaria”, ofrecida en el SIJI, Seminario Internacional de Jóvenes Investigadores (CCHS/CSIC, mayo de 2010); “Milena Jesenská y la memoria del silencio”, con la que participé en las IX Jornadas de la mujer. Diferencia, (des)igualdad y justicia (Facultad de Filología de la UCM, marzo de 2010); “La posibilidad de una aproximación intersubjetiva a la memoria femenina de Auschwitz”, expuesta en la Sesión Plenaria del Proyecto de Filosofía Después del Holocausto: Benjamín y Marx. A propósito de la “vuelta de Marx” (CCHS/CSIC, marzo de 2009); y “Volver de Auschwitz. Supervivencia, justicia e historia. Charlotte Delbo”, presentada en el Congreso Memoria, narración y justicia – JUSMENACU I (CCHS/CSIC, noviembre de 2008). Capítulo 1 La complicidad de la lógica moderna “El Holocausto se gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una fase avanzada de nues- tra civilización y en un momento álgido de nuestra cultura y, por esta razón, es un problema de esa sociedad, de esa civilización y de esa cultura” Zygmunt Bauman19 ¿Qué sentido tiene abrir un trabajo sobre el holocausto, sobre la deshumaniza- ción que tuvo lugar en el interior de los campos de concentración nazis, hacien- do referencia en primer lugar a la modernidad y a ciertos procesos considerados eminentemente modernos que parecen encontrarse en las antípodas de la violen- cia totalitaria ejercida por la administración hitleriana? Las palabras de Zygmunt Bauman que abren este capítulo sintetizan perfectamente la importancia de este punto de partida. El problema es que con demasiada frecuencia se ha defendido con fiereza que todo aquel sistema de campos de concentración y exterminio que floreció en el corazón mismo del Tercer Reich y que se propagó con relativa ra- pidez por todo el continente, representa una excepción, una mancha dentro de la “impecable” trayectoria cultural y política de Occidente, un retroceso que simple- mente pone entre paréntesis el proyecto civilizatorio de la modernidad. Aún hoy, poco tiempo después del ochenta aniversario de aquel incendio en el Reichstag que desencadenó el horror prevenido ya en el periodo de entreguerras por los llamados “avisadores del fuego”20; cuando se han cumplido ya setenta años de Dialéctica de la Ilustración (1944) de Theodor Adorno y Max Horkheimer, considerado como el primer libro que cuestionó el hecho de que el nazismo constituyera “la expresión de una recaída de la civilización en la barbarie”21; cuando han transcurrido poco 19Zygmunt BAUMAN, Modernidad y holocausto (Madrid: Ediciones Sequitur, 1997, p. XIII). 20Reyes Mate y Juan Mayorga han utilizado la expresión benjaminiana “avisadores del fuego” para referirse a aquellos pensadores encargados de “avisar de catástrofes inminentes para impedir que se cumplan” que fueron capaces de “leer en su tiempo los signos de la catástrofe venidera”. Entre ellos destacan autores como Franz Rosenzweig, Franz Kafka o el propio Walter Benjamin (Reyes MATE y Juan MAYORGA, «“Los avisadores del fuego”: Rosenzweig, Benjamin y Kafka», en Isegoría: Revista de Filosofía moral y política no 23 [2001]: pp. 45–68 y Reyes MATE, Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política, Madrid: Trotta, 2003, pp. 137–151). 21“[El ejercicio de iniciar una reflexión crítica sobre el presente a partir de Auschwitz] ya había sido intentado, justo después de la guerra, por Horkheimer y Adorno, los maestros de la Escuela de Frankfurt. A contracorriente de la visión entonces dominante, que interpretaba el nazismo co- mo la expresión de una recaída de la civilización en la barbarie, ellos veían la conclusión de una dialéctica negativa que había transformado la razón de instrumento emancipador en instrumento de dominación y el progreso técnico e industrial en regresión humana y social. Adorno definía el Holocausto como la expresión de «una barbaridad que se inscribe en el principio mismo de la civilización». Contra la tendencia tranquilizadora de ver el nazismo como una legitimación en ne- gativo del occidente liberal, estos filósofos lanzaron una señal de alarma severa. El totalitarismo ha 29 30 1. LA COMPLICIDAD DE LA LÓGICA MODERNA más de sesenta desde que se publicó por primera vez el libro de Hannah Arendt Los orígenes del totalitarismo (1951), que constituye el primer estudio sistemático sobre las condiciones estructurales que hicieron posible la aparición de los regímenes totalitarios22; y cuando ha pasado casi un cuarto de siglo desde la publicación del famoso libro de Zygmunt Bauman Modernidad y Holocausto (1989) que sirvió para relanzar el debate sobre la relación entre ambos conceptos23, sigue siendo frecuente encontrar interpretaciones del nazismo que lo definen como una barbarie antitética de la modernidad. ¿A qué se debe este empeño por desligar al nazismo del contexto moderno en el que ha tenido lugar? En mi opinión, es una forma de eludir las responsabilida- des que se derivarían del hecho de afrontar este proceso como un producto de la sociedad occidental en la que vivimos. Si podemos señalar a un culpable concreto, por ejemplo a los crueles alemanes de Hitler, podemos olvidarnos de buscar otro tipo de responsabilidades. En los propios testimonios que analizo en este trabajo, entre el personal médico y militar que participó en la liberación del campo de con- centración de Bergen-Belsen no es infrecuente encontrar solemnes reproches contra los alemanes, que son sistemáticamente caracterizados como brutales y malvados psicópatas llenos de crueldad. Lo curioso de algunos comentarios es que no tienen reparo en someter a los alemanes a un castigo que puede equipararse en brutalidad al de aquellos actos de los que los nazis fueron culpables. En una carta fechada el 26 de mayo de 1945 que la señora Kathleen J. Elvidge envía a un ser querido, presumiblemente a su marido, desde el campo de concentración de Bergen-Belsen, escribe: “Si alguna vez tuve una chispa de simpatía hacia los alemanes, ha desapare- cido ya completamente. Creo que la nación entera debería ser aniquilada y borrada de la faz de la tierra. Nunca antes había sentido tanto desprecio contra un pueblo, nacido en el seno de la misma civilización, es su hijo” (Enzo TRAVERSO, El pasado, instrucciones de uso: historia, memoria, política, Madrid: Marcial Pons, 2007, pp. 70–71). La Dialéctica de la Ilustración, cuyo título original era Philosophische Fragmente (Fragmentos filosóficos), empezó a circular a partir de 1944, aunque no fue hasta la década de los setenta, después de ser traducido al inglés, cuando comenzó a adquirir la importancia que tiene hoy en día: Juan José SÁNCHEZ “Introducción. Sentido y alcance de Dialéctica de la Ilustración”, en Theodor W. ADORNO y Max HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos (Madrid: Trotta, 1998). El carácter precursor del texto de Adorno y Horkheimer es bien conocido: “...todas las partes están de acuerdo en considerar a la Dialéctica de la Ilustración de Horkheimer y Adorno como el signo inconfundible de un cambio epocal en la conciencia que la modernidad tiene de sí misma. Esta ruptura tuvo su origen en la confrontación con los acontecimientos catastróficos de la segunda guerra mundial y del exterminio masivo que conmocionaron el mundo occidental de un modo hasta ese momento desconocido” (José Antonio ZAMORA ZARAGOZA, «Civilización y barbarie: Sobre la Dialéctica de la Ilustración en el 50 aniversario de su publicación», en Scripta Fulgentina no 14 [1997]: p. 255). 22Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951, constituye una búsqueda de las raíces del na- zismo que conduce a la autora a tratar de esclarecer la centralidad de la lógica totalitaria dentro de la modernidad. Este libro contribuyó de manera decisiva a difundir el término de totalitarismo y a dotarlo de significado (Hannah ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, 1 reimp., Madrid: Alianza, 2006). Según Enzo Traverso la introducción por parte de Arendt de esta nueva categoría política permite una reinterpretación de la historia del siglo XX bajo el signo del universo concen- tracionario (Enzo TRAVERSO, Auschwitz e gli intellettuali: la Shoah nella cultura del dopoguerra, Bologna, Il mulino, 2004, p. 15). 23Desde su primera publicación en inglés en 1989, Modernidad y Holocausto se ha convertido en la referencia principal de la reflexión que ha tratado de pensar la modernidad desde Auschwitz (Z. BAUMAN, Modernidad y holocausto). 1. LA COMPLICIDAD DE LA LÓGICA MODERNA 31 pero ahora mi sangre hierve ante la sola visión de un alemán”24. Asimismo, en una carta escrita probablemente en abril de 1945 por el capitán Maurice J. Hewlett y dirigida a su familia puede leerse: “No hay necesidad de pedir a mis hombres que no confraternicen. De hecho tenemos que contenerlos para que no maten a sangre fría al primer hombre, mujer o niño que se cruce en su camino”25. Sin embargo, como ha demostrado Hannah Arendt en su famoso libro Eichmann en Jerusalén (1961), esa tendencia tan generalizada a identificar a los responsables de las atrocidades nazis con monstruos sanguinarios y psicópatas no resulta siempre tan evidente. Lo que Arendt pone de manifiesto en este ensayo es la normalización del crimen en el seno del Tercer Reich, que se hizo posible mediante un proceso por el cual los aspectos morales del delito quedaron subsumidos dentro de un complejo entramado burocrático. De ahí, por un lado, que la inculpación de algunos jerarcas nazis presentara ciertas dificultades, puesto que las acciones criminales se filtraban a través de operaciones burocráticas a gran escala que tenían la virtud de alejar física y temporalmente al ejecutor directo de los verdaderos responsables. A este proceso de dilución de las responsabilidades se ha referido también Primo Levi cuando ha descrito la denominada zona gris de la indeterminación moral, una región en la que los verdugos, al obligar a las víctimas a llevar a cabo los actos más infames, crean una engañosa ilusión mediante la cual trasladan su culpabilidad hacia ellas26. Pero, por otro lado, ese empeño por caracterizar a los culpables como sádi- cos depravados, esto es, como desviaciones de la norma, como seres “anormales”, tiende a encubrir la profunda raigambre normativa de los crímenes del nazismo, su compromiso no sólo con la normalidad, sino principalmente con la “normalización” de la sociedad, que constituye su objetivo último. En otras palabras, lo que revela Hannah Arendt es “la banalidad del mal”, el hecho de que el mal del nazismo no sea el mal de los monstruos, de los desviados, de los perversos, sino de los hombres normales, de los burócratas, de los ciudadanos obedientes: “en las circunstancias imperantes en el Tercer Reich, tan solo los seres «excepcionales» podían reaccionar «normalmente»”27. Desde un punto de vista teórico, por tanto, mi hipótesis parte en primer lu- gar de esta complicidad de la modernidad con el nazismo. Explorar esta conexión constituye una suerte de ejercicio de autocrítica porque invita a cuestionarse la normalidad en la que vivimos, a no dar por sentadas las leyes que nos gobiernan, el sistema sociocultural que nos rige. Si Eichmann hubiera sido un “ser excepcional”, su respuesta ética habría sido la crítica y la desobediencia. De eso se trata también aquí, de cuestionarse radicalmente algunos de los principios en los que se sustenta la modernidad y que han hecho posible tanto el desarrollo de nuestra sociedad, como la institucionalización del crimen en la cultura política del Tercer Reich. La decisión de partir de esta reflexión crítica es por lo tanto una decisión ética: se trataría de 24Carta de 26 de mayo de 1945, en IWM Private Papers of Mrs. Kathleen J. Elvidge, Documents 1029, Ref. 89/10/1, p. 7. 25Carta de Maurice J. Hewlett, en IWM Private Papers of Squadron Leader E. F. Chapman, Reference 96/41/1, Doc.6336, p. 2. 26El ejemplo más claro de la esta zona gris estaría constituido por el Sonderkommando, una escuadra especial de trabajo formada por prisioneros seleccionados entre aquellos deportados a los campos de exterminio y que se encargaban del funcionamiento de las cámaras de gas y los crematorios (Primo LEVI, Los hundidos y los salvados, Barcelona: Muchnik, 2000, pp. 33-64). 27Hannah ARENDT, Eichmann en Jerusalén, trad. Carlos Ribalta (Barcelona: DeBolsillo, 2004, p. 47). 32 1. LA COMPLICIDAD DE LA LÓGICA MODERNA prestar atención, sobre todo, a aquello que potencialmente nos convierte a nosotros también en opresores, en los supervivientes privilegiados de una historia de guerras y sufrimiento, en los beneficiarios de un discurso impuesto históricamente cargado de normas excluyentes. Con esto no quiero decir que no deban depurarse las responsabilidades concre- tas, que no deba castigarse a los verdugos que estuvieron directamente implicados en la historia de sufrimiento que afectó a millones de personas. Tampoco quiero decir, en la línea de Daniel Goldhagen, que en su famoso Hitler’s Willing Execu- tioners (1996) convertía en culpables del horror nazi a todos y cada uno de los alemanes28, que la culpa pueda ser extendida exponencialmente a toda la socie- dad moderna. Desde luego, las responsabilidades no se reparten equitativamente. Sin embargo, es necesario no perder de vista que aunque el nazismo cobró forma finalmente en Alemania, se impuso también en un contexto global en el que se daban unas condiciones sistémicas determinadas que lo hicieron posible y que se encuentran también en la base de la sociedad y la cultura occidentales. Muchos historiadores han tratado de averiguar los motivos por los cuales el hitlerismo tuvo lugar precisamente en Alemania y no en cualquier otra nación29. Aunque no dudo del interés de muchos de estos estudios, lo cierto es que parten de una premisa falsa: aunque fuera posible identificar el origen del hitlerismo en Alemania, lo cierto es que sus políticas, incluidas aquellas encaminadas al exterminio masivo de judíos, se extendieron rápidamente por toda Europa, con la colaboración activa de individuos e instituciones de todo el continente. Por ello, la “alemanidad” del holocausto es se- cundaria en esta investigación. Lo que trataré de explorar más bien son los procesos que hicieron posible que semejante horror se desencadenara en el corazón mismo de la modernidad, en el centro del continente europeo y en un momento en el que los valores intelectuales, morales y políticos de la modernidad habían alcanzado todo su apogeo. Mi objetivo sería, como dice Elena Hernández Sandoica, entender cómo fue posible que el holocausto encontrara “legítima acogida, abrigo y alimento en la morada misma de la modernidad. Porque ésa (y no otra cualquiera) era también su casa”30. Zygmunt Bauman lo sintetizó bien al señalar que la modernidad es la condición necesaria para el genocidio, aunque en sí misma no sea causa suficiente: “Sin ser causa suficiente del genocidio, la modernidad es su condición necesaria. La capacidad de coordinar los actos humanos en una escala masiva, la tecno- logía que permite que uno actúe eficazmente a larga distancia del objeto de la acción, la división minuciosa del trabajo que posibilita, por una parte, el pro- greso espectacular de la expertise y desplazar la responsabilidad; por la otra, la acumulación de conocimientos incomprensibles para el lego y la autoridad de la 28Daniel Jonah GOLDHAGEN, Los verdugos voluntarios de Hitler: los alemanes corrientes y el Holocausto, trad. Jordi Fibla (Madrid: Taurus, 1997). 29Por citar algunos ejemplos: George L. MOSSE, La nacionalización de las masas: simbolismo político y movimientos de masas en Alemania desde las Guerra Napoleónicas al Tercer Reich (Madrid: Marcial Pons. Ediciones de Historia, 2005); Hans-Ulrich WEHLER, The German Em- pire: 1871-1918 (Oxford: Berg, 1997); Wolf LEPENIES, La seducción de la cultura en la historia alemana (Madrid: Ediciones AKAL, 2008); Hans MOMMSEN, From Weimar to Auschwitz: Es- says in German History, 1st. print (Oxford: Polity Press, 1991); Jürgen KOCKA, Facing Total War: German Society 1914-1918, trad. Barbara Weinberger (Leamington, Warwickshire: Berg Publisher, 1984) o Fritz FISCHER, From Kaiserreich to Third Reich: Elements of Continuity in German History, 1871-1945 (Londres: Allen & Unwin, 1986). 30Elena HERNÁNDEZ SANDOICA, “Modernidad y política en la crisis alemana de los años 30: el caso alemán”, en Chris WICKHAM, Henry KAMEN y Elena HERNÁNDEZ SANDOICA, Las crisis en la historia (Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2011, p. 159). 1. LA COMPLICIDAD DE LA LÓGICA MODERNA 33 ciencia que crece con aquella, el clima mental –patrocinio-de-la-ciencia– propio de la racionalidad instrumental, que hace posible que los diseños de ingeniería social se debatan y justifiquen mediante su referencia a la factibilidad técnica y disponibilidad de recursos «subutilizados» (todos los que puedan ponerse al servicio del deseo implacable de orden, transparencia e inequivocidad), todos son atributos integrales de la modernidad. Pero también son condición para que la acción instrumental desplace a la moral (mejor dicho, inyecte la instru- mentalización con significación moral), y haga posible realizar el genocidio –si hay fuerzas determinadas a realizarlo. En otras palabras, debilitando de raíz el poder de las inhibiciones morales, independizando las acciones a gran escala de los juicios morales y exentando la moralidad individual del impacto de las restricciones, la modernidad proporciona los medios para el genocidio”31. 31Zygmunt BAUMAN, Modernidad y ambivalencia (Barcelona: Anthropos, 2005, pp. 80-81) Capítulo 2 ¿Qué entendemos por modernidad? Antes de seguir adelante quizás sería conveniente adelantar, aunque sea de manera tentativa, una definición de modernidad que resulte operativa en el marco de esta investigación. Por supuesto, no aspiro a que esta definición sea exhaustiva, ni innovadora, ni a que se lea en sentido dogmático. Esta definición trata más bien de ser inclusiva, resumiendo de forma generalista algunos de los grandes rasgos que otros autores han atribuido a la modernidad. Y parte de una idea fundamental, esto es, que si algo caracteriza a la modernidad es su ambigüedad, de lo que se derivan serias dificultades a la hora de emprender cualquier intento por enunciar este concepto32. Esta ambigüedad, a su vez, complica extraordinariamente la relación entre el holocausto y la modernidad. Como muchas expresiones de uso generalizado en las ciencias sociales, el sig- nificado vigente del concepto de “modernizar” es relativamente nuevo y sólo desde mediados de la década de los setenta ha comenzado a adquirir cierta prominencia en los discursos culturales33. Las primeras referencias a este término en lengua inglesa datan del siglo XVIII y se utilizaba para denotar las alteraciones que se habían pro- ducido en las construcciones, en las lenguas y en las costumbres. A su vez, a partir de la segunda mitad del siglo XIX “lo moderno” adquiere una nueva connotación dentro del contexto europeo, una connotación que aún se mantiene hoy en día: la de mejora y aumento de la eficiencia. Según Couze Venn y Mike Featherstone esta acepción del término habría adquirido “la fuerza de un dogma en buena parte de la actual estrategia neoliberal para forzar la modernización como alternativa a la desaparición”. Desde un punto de vista conceptual, uno de los significados inmediatos que se asocian a la modernidad es el de “toda una época de la historia del mundo, la Edad Moderna, distinta de la edad media o la antigüedad clásica”34, esto es, un periodo histórico cuyos límites cronológicos han variado de manera considerable 32“El centro nace a medida que se disipa. Las imponentes narrativas de la modernidad instituyen su propio desmantelamiento característico y radical. El caos de la modernidad se alimenta del orden. El impulso de ordenar es un producto del caos. El modernismo necesita a la tradición para renovarse. La tradición nace de la rebelión” (Susan Friedman, «Definitional Excursus: The Meaning of Modern/Modernity/Modernism», recogido en Roger GRIFFIN, Modernismo y fascismo: la sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler, Madrid: Akal, 2010, pp. 69-70). 33“En el periodo de posguerra, hasta mediados de los setenta en sociología, el término dominante era el de capitalismo” (Couze VENN y Mike FEATHERSTONE, «Modernity», en Theory, Culture & Society Vol. 23, no 2–3 [2006], pp. 457 – 458). La cita siguiente en este mismo texto se encuentra en la página 258. 34Björn WITTROCK, «Modernity: One, None, or Many? European Origins and Modernity as a Global Condition», en Daedalus Vol. 129, no 1 (enero 2000): p. 31. Recopilado y traducido en Josetxo BERIAIN y Maya AGUILUZ, eds., Las a contradicciones culturales de la modernidad, 1 ed (Barcelona: Anthropos, 2007, pp. 287–318). 35 36 2. ¿QUÉ ENTENDEMOS POR MODERNIDAD? de un discurso a otro, en función sobre todo de cuál de las muchas perspectivas que definen a la modernidad ha reclamado la atención de los autores. Como ha expresado Zygmunt Bauman, la pregunta sobre cuán vieja es la modernidad resulta muy controvertida y no sólo no hay consenso sobre las fechas, sino que tampoco lo hay sobre qué es lo que debe ser datado. “Y una vez que comienza en serio el esfuerzo de fechar, el objeto en sí mismo comienza a desvanecerse”35. Por su parte, para Roger Griffin, la modernidad “más que definir un periodo concreto denota los efectos del proceso de modernización en cuanto fuerza social tanto objetiva como subjetiva”. Aunque no puede dudarse de que posee una cronología, se trataría de una cronología en litigio, imposible de trazar con precisión, de tal suerte que es factible encontrar argumentos para fechar su inicio en el siglo XVII, en el siglo XVIII o incluso en el siglo XIX36. Aunque quizás sea posible, como señala Penelope J. Corfield, reconciliar las diferentes aproximaciones a la modernidad, al menos hasta cierto punto, “advir- tiendo que los distintos autores están estudiando aspectos sutilmente diferentes de un gran y enmarañado proceso”37. Para demostrar esta complicada cronología mo- derna, Corfield analiza varios trabajos cuyos autores abordan los límites temporales de la modernidad de una forma distinta, llegando por supuesto a conclusiones nota- blemente divergentes. La mayoría de los grandes pensadores que se han ocupado de una forma u otra de la modernidad y sus límites, han concretado cronológicamente este periodo en base a distintos criterios. Max Weber, por ejemplo, puso el acento en la economía capitalista y el Estado moderno, cuya génesis estaría conectada, en su opinión, con los cambios fundamentales en las mentalidades, en los estilos de vida y en la moral que experimentaron las sociedades occidentales inmersas en la Reforma religiosa protestante desde el siglo XVI y, con más intensidad, desde el siglo XVII. Hannah Arendt, por su parte, estudió el desarrollo de la modernidad en etapas sucesivas, distinguiendo una protohistoria de la modernidad que se desa- rrollaría entre los siglos XV y XVII, seguida de lo que ella denomina propiamente la “Época Moderna” (siglos XVII-XX) que se caracteriza, en un sentido biopolí- tico, por afirmar la “vida” como fundamental punto de referencia, siendo el siglo XIX aquél en el que las lógicas modernas (antisemitismo, imperialismo, racismo) adquieren todo su sentido, para finalizar con la decadencia de la modernidad que culminaría con la explosión totalitaria de principios del siglo XX, las dos guerras mundiales y las bombas atómicas, dando paso a una última fase, la fase actual, cuyos rasgos estarían aún por definir. Reinhart Koselleck, en cambio, señaló el siglo XVIII como aquél que vio surgir el “nuevo mundo” de la mano del nacimiento de la sociedad burguesa. También para Foucault, fue en el siglo XVIII cuando los meca- nismos del poder moderno que él estudiaba empezaron a percibirse de forma más clara. En el caso de Anthony Giddens, por citar un último ejemplo, su preocupación ha radicado más en explorar los límites de la desintegración de la modernidad que en establecer sus orígenes. De hecho, Giddens considera que, muy al contrario de lo que tantos autores afirman, no estamos entrando en un periodo de posmodernidad sino en un periodo de radicalización de los procesos modernos38. 35Z. BAUMAN, Modernidad y ambivalencia, pp. 22-23. 36R. GRIFFIN, Modernismo y fascismo, p. 75. 37Penelope J. CORFIELD, «POST-Medievalism/Modernity/Postmodernity?», Rethinking His- tory Vol. 14, no 3 [2010]: p. 390. 38Véase Max WEBER, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona: Penínsu- la, 1989; Yolanda RUANO DE LA FUENTE, Racionalidad y conciencia trágica: la modernidad 2. ¿QUÉ ENTENDEMOS POR MODERNIDAD? 37 Pero no sólo los límites cronológicos de la modernidad se encuentran en liti- gio; también sus límites geográficos se han entendido de manera distinta según los puntos de vista. Aunque originariamente se concibió como un proceso circunscrito principalmente a las sociedades occidentales y las dificultades de delimitarla espa- cialmente vinieron dadas por los intentos de situar geográficamente su nacimiento, lo cierto es que resulta imposible entender la modernidad hoy en día sin reconocer su condición global39. De hecho, si tenemos en cuenta algunos de los fenómenos que sistemáticamente se asocian con este proceso (el colonialismo, el imperialismo, la globalización, etcétera), resulta bastante difícil concebir una modernidad cuyas redes no se extiendan a lo largo de todo el planeta. Para Anthony Giddens “la modernidad es intrínsecamente globalizadora” y es por ello que utiliza la expresión “mundialización de la modernidad” para referirse “a ese proceso de alargamiento en lo concerniente a los métodos de conexión entre diferentes contextos sociales o regiones que se convierten en una red a lo largo de toda la superficie de la tierra”40. La dimensión globalizada de la modernidad ha sido tratada en profundidad por el prolífico Immanuel Wallerstein en su análisis del capitalismo a través de la teoría del sistema-mundo que analiza las relaciones y las conexiones económicas que se desarrollan a escala global41. Finalmente, cada vez son más los estudios que reivin- dican la modernidad para las llamadas regiones periféricas, desde Asia a América Latina, pasando por todo el continente africano42, lo que ha hecho plantearse a según Max Weber, Madrid: Trotta, 1996; H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo; Hannah ARENDT, La condición humana, Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, 2005; Reinhart KOSE- LLECK, Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, trad. Rafael de la Vega y Jorge Pérez de Tudela, Madrid: Trotta y Universidad Autónoma, 2007; Michel FOU- CAULT, Genealogía del racismo, La Plata: Altamira, 1996; Michel FOUCAULT, Historia de la sexualidad. Vol.1. La voluntad de saber, Madrid: Siglo XXI de España, 2009; Michel FOUCAULT, Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France 1978-1979, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2010; Anthony GIDDENS, Consecuencias de la modernidad, Madrid: Alian- za, 1994); Anthony GIDDENS, Modernidad e identidad del yo: El yo y la sociedad en la época contemporánea, trad. José Luis Gil Aristu, Barcelona: Península, 1994. 39Es nuevamente Penelope J. Corfiel quien revisa las distintas estrategias que han utilizado los historiadores para definir los orígenes geográficos de la modernidad: “David Rollison encuentra The Local Origins of Modern Society [“Los orígenes locales de la sociedad moderna”] en Gloucestershire en el West Country británico, con una larga gestación desde 1500 hasta 1800. (...) O quizás la localización real fue en mitad del Atlántico, tal y como sugiere un nuevo estudio titulado America and the Birth of the Modern World, 1788– 1800 [de Jay Winik]. En contraste, en El nacimiento del mundo moderno de Christopher Bayly, la modernidad es un proceso global macrocósmico” (P. J. CORFIELD, «POST-Medievalism...?», p. 390). 40A. GIDDENS, Consecuencias de la modernidad, p. 67. 41Immanuel WALLERSTEIN, El moderno sistema mundial, trad. Jesús Alborés (Madrid: Siglo XXI, 2010). 42Algunos ejemplos de estudios que apuntan en esta dirección son Sanjib BARUAH, «India and China: Debating Modernity», World Policy Journal Vol. 23, no 2 (julio 1, 2006): pp. 62–70; Sir Ni- colas CHEETHAM, New Spain: The Birth of Modern Mexico (Londres: Gollancz, 1974); Shmuel Noah EISENSTADT, Japan and the Multiplicity of Cultural Programmes of Modernity (Hong Kong: Social Sciences Research Centre, University of Hong Kong, 1994); Toby E. HUFF, The Rise of Early Modern Science: Islam, China, and the West (Nueva York: Cambridge Univer- sity Press, 2003); Kenneth INGHAM, Politics in Modern Africa: the Uneven Tribal Dimension (Londres: Routledge, 1990); Li SHIQIAO, «The Body and Modernity in China», Theory, Cultu- re & Society Vol. 23, no 2–3 (mayo 1, 2006): pp. 472–474; Olufemi TAIWO, How Colonialism Preempted Modernity in Africa (Bloomington: Indiana University Press, 2010); Donald Warren TREADGOLD, The West in Russia and China: Religious and Secular Thought in Modern Times (Londres: Cambridge University Press, 1973). 38 2. ¿QUÉ ENTENDEMOS POR MODERNIDAD? algunos autores si acaso no sería más conveniente hablar de “modernidades” en lu- gar de una única “modernidad”. La perspectiva de las modernidades múltiples, que pone el acento fundamentalmente en aspectos de tipo cultural, ha dado lugar en los últimos años a un fructífero debate académico43. La reflexión preocupada por el análisis de las claves de la modernidad ha ex- perimentado además un fuerte impulso de la mano de los debates sobre la pos- modernidad. En efecto, buena parte de la crítica actual a los sistemas modernos no podría entenderse sin la reacción posmoderna que ha pretendido afrontar, con más o menos éxito, las contradicciones o las “perversiones” que la modernidad ha producido. Desde la posmodernidad, se han criticado duramente las pretensiones positivistas de la modernidad articuladas a través de los grandes relatos o “meta- rrelatos” propios del saber científico moderno, sometidos a un proceso de validación íntimamente ligado a los discursos de legitimación del poder44. También se han criticado insistentemente los ideales universales de la razón moderna, a los que se les atribuye cierta tendencia a esconder las particularidades, las diferencias y las singularidades que atraviesan las distintas experiencias y perspectivas individuales. Más allá de los posibles excesos que puedan imputarse a algunos de los principa- les discursos posmodernos45, esta crítica posmoderna, de la que la Dialéctica de la 43La referencia principal en este debate la constituye el número especial de la revista Daedalus de enero del año 2000 (volumen 129) y, especialmente, el artículo que Shmuel Eisenstadt publicó en dicho volumen en el que define de manera general las principales características de esta po- sición que, básicamente, trata de atender las reclamaciones realizadas desde distintos enfoques culturales para reapropiarse y reelaborar el programa cultural de la modernidad pero sin caer en la occidentalización: “la construcción de modernidades múltiples es un intento de varios grupos y movimientos para reapropiarse y redefinir el discurso de la modernidad en sus propios y nuevos términos”: Shmuel N. EISENSTADT, «Multiple Modernities», en Daedalus Vol. 129, no 1 (enero 2000): p. 24. Para Björn Wittrock, por su parte, “(...) nunca hubo una única homogénea concepción de modernidad. Nunca hubo homogeneidad en las instituciones sociales, ni siquiera en el escenario europeo más restringido. Hubo siempre, desde los orígenes de las instituciones sociales modernas, una variedad de formas institucionales y culturales empíricamente innegable y fácilmente observa- ble, incluso en el contexto de la Europa occidental y central. Esto resultó incluso más obvio toda vez que los proyectos institucionales que habían sido originalmente conceptualizados en Europa se extendieron hacia otras regiones del mundo. Esta multiformidad significa que podemos todavía hablar de una variedad de diferentes civilizaciones en el sentido de que los orígenes de las institu- ciones y las raíces del pensamiento cosmológico son marcadamente distintos en las distintas partes del mundo”: B. WITTROCK, «Modernity: One, None or Many?», pp. 58–59. Para completar este debate, véase también Volker H. SCHMIDT, «Multiple Modernities or Varieties of Modernity?», en Current Sociology Vol. 54, no 1 (enero 2006): pp. 77–97; Willfried SPOHN, «Political Socio- logy: Between Civilizations and Modernities», en European Journal of Social Theory Vol. 13, no 1 (febrero 2010): pp. 49–66; Göran THERBORN, «Entangled Modernities», en European Journal of Social Theory Vol. 6, no 3 (agosto 2003): pp. 293–305; Raymond L. M. LEE, «In Search of Second Modernity: Reinterpreting Reflexive Modernization in the Context of Multiple Modernities», en Social Science Information Vol. 47, no 1 (marzo 2008): pp. 55–69. 44Uno de los pensadores ya clásicos de la crítica posmoderna es Jean-François Lyotard. Véase, por ejemplo, La condición posmoderna donde se profundiza ampliamente en esta relación entre saber- poder y en los problemas de legitimación del conocimiento científico (Jean François LYOTARD, La condición postmoderna: informe sobre el a saber., trad. Mariano Antolín Rato, 2 ed, Madrid: Cátedra, 1986). 45Entre las principales acusaciones que se han vertido contra los presupuestos posmodernos, ca- si todas perfectamente resumidas en la crítica habermasiana a la “antimodernidad”, podríamos destacar la aporía de la crítica a la razón desde la razón, una vocación crítica eminentemente destructiva y con consecuentes dificultades para proponer políticas constructivas, un exceso de subjetivación y una predisposición a expresarse mediante fórmulas puramente estéticas y vacías de significado. Véase por ejemplo Jürgen HABERMAS, «Modernidad: un a proyecto incompleto», 2. ¿QUÉ ENTENDEMOS POR MODERNIDAD? 39 Ilustración de Adorno y Horkheimer constituyó un precedente lejano aunque fun- damental y que Michel Foucault terminó de consolidar a través de su genealogía del poder moderno, configura inevitablemente el contexto en el que se enmarca la discusión en torno a la relación entre modernidad y holocausto. En fin, a grandes rasgos y de forma muy vaga, quizás podríamos resumir la mo- dernidad como la expresión utilizada desde la filosofía, la historia, la sociología y otras ciencias sociales para explicar el cambio sustancial que tuvo lugar en Occiden- te a raíz del desarrollo de ciertos fenómenos tales como el urbanismo, el capitalismo, el liberalismo, la Ilustración, la ciencia, la revolución industrial, la democracia o el estado-nación, y que produjo una transformación fundamental en la organización social, política y cultural. Además, trastocó de manera radical las relaciones en- tre individuos, las relaciones institucionales y las relaciones del ser humano con su entorno y provocó, en definitiva, un cambio profundo en las mentalidades, en las cos- tumbres, en las normas y en los modos de vida, con consecuencias a escala global en virtud del fuerte desarrollo de los transportes y las comunicaciones que ha acompa- ñado a una modernidad cuya idiosincrasia no podría caracterizarse adecuadamente sin los fenómenos del colonialismo o del imperialismo y sin la dominación ejercida por las naciones “modernizadas” sobre el resto del planeta. Del mismo modo, la modernidad se ha desarrollado gracias a la dominación de ciertas instituciones mo- dernas privilegiadas sobre todas las demás y ha sido regulada normativamente en un intento por preservar dichos privilegios. Aunque sus orígenes pueden rastrearse hasta el siglo XIII46, un buen número de autores han señalado el siglo XVIII como el punto de inflexión definitivo hacia la transformación moderna. Del mismo modo, la explosión totalitaria de la primera mitad del siglo XX marca para muchos el punto álgido de la modernidad, tras el cual habría comenzado a cobrar forma, de la mano de las muchas transformaciones que vienen produciéndose desde el final de la Segunda Guerra Mundial y con más intensidad desde finales de los sesenta, un nuevo paradigma y un nuevo momento histórico. Frecuentemente, este nuevo momento se ha asociado a la reacción crítica de la llamada posmodernidad aunque cada vez es más frecuente que se aluda más bien a un periodo de “segunda moder- nidad” o “modernidad reflexiva”, en palabras de Ulrich Beck47 o, en esta línea, a una radicalización de los procesos de la modernización y consecuentemente de sus contradicciones internas, tal y como sugiere Anthony Giddens48. en El debate modernidad-posmodernidad, ed. Nicolás CASULLO, 2 ed. (Buenos Aires: Puntosur Editores, 1989, pp. 53-63); Jürgen HABERMAS, El discurso filosófico de la modernidad (Madrid: Taurus, 1989). En mi opinión, aunque algunas de estas críticas son parcialmente ajustadas (aun- que no necesariamente negativas y no necesariamente insuperables), la última confunde la crítica posmoderna con ciertos aspectos de la cultura pop característicos de la sociedad tecnológica y post-industrial que se desarrolla en el seno de lo que ha dado en denominarse “era posmoderna”. 46Z. BAUMAN, Modernidad y ambivalencia, p. 22. 47Ulrich BECK, La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad, 1 ed. (Barcelona: Paidós, 1998). 48A. GIDDENS, Consecuencias de la modernidad, pp. 140–141. Capítulo 3 ¿Es todo campo de concentración? Conviene hacer una importante aclaración antes de introducir las líneas básicas que han delimitado el debate preocupado por la relación entre modernidad y holo- causto. Examinar este vínculo no tiene por objetivo rastrear las causas históricas del holocausto y del nazismo, sino tratar de comprender las condiciones estructu- rales que favorecieron el desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar en Europa en la década de los treinta y de los cuarenta del siglo XX. La diferencia quizás parezca sutil, pero no lo es. Por ello, en esta investigación no trataré de identificar las causas que convergieron en el nacimiento del nazismo, ni pretenderé desentrañar cómo se conjugaron las acciones concretas de los agentes implicados en este momento histórico para favorecer determinadas circunstancias sociopolíticas, ni cómo estas circunstancias propiciaron finalmente el desencadenamiento de los mecanismos que culminarían con la proclamación del Tercer Reich. Lo que a mí me preocupa es identificar el horizonte de condiciones que deter- minaron la naturaleza de esos agentes históricos implicados, de esos mecanismos y de las relaciones que se establecieron entre ellos, convirtiendo de esta forma al nazismo en una posibilidad quizás remota, pero desde luego real de la modernidad. Como señala Giorgio Agamben: “La pregunta correcta con respecto a los horrores del campo no es, por consi- guiente, aquella que inquiere hipócritamente cómo fue posible cometer en ellos delitos tan atroces en relación con seres humanos; sería más honesto, y sobre todo más útil, indagar atentamente acerca de los procedimientos jurídicos y los dispositivos políticos que hicieron posible llegar a privar tan completamente de sus derechos y prerrogativas a unos seres humanos, hasta el punto de que el realizar cualquier tipo de acción contra ellos no se considerara ya como un delito49” . Un estudio atento en este sentido no puede ocultar fácilmente que tanto el nazis- mo como las democracias liberales, pese a ser capaces de engendrar discursos y acciones políticas radicalmente distintas, comparten un mismo horizonte de condi- ciones, que queda enmarcado dentro de los contornos de dicha modernidad. Esta participación en un mismo sistema no quiere decir que ambos regímenes sean lo mismo, o que constituyan dos caras de una misma moneda. Lo que quiere decir es que, por un lado, la estructura sociocultural que nos delimita posee las condiciones necesarias para producir tanto democracias como totalitarismos; y, por otro lado, lo que resulta ciertamente más preocupante, que quizás sea posible identificar trazas del totalitarismo dentro de las estructuras constitutivas de las democracias tal y como las conocemos. Dicho de otra forma, el examen de esta vinculación nos aca- bará conduciendo no solamente a plantearnos el totalitarismo nazi como “un asunto 49Giorgio AGAMBEN, Homo Sacer I. El poder soberano y la nuda vida, Valencia: Pre-Textos, 2006, vol.1: pp. 217- 218 41 42 3. ¿ES TODO CAMPO DE CONCENTRACIÓN? muy moderno”50, sino que además nos obligará al menos a tener en consideración esta otra cuestión mucho más espinosa: ¿es la modernidad eminentemente totali- taria? Aunque Zygmunt Bauman se significa claramente sobre este asunto cuando dice que “partiendo del hecho de que el Holocausto es moderno no se llega a la conclusión de que la modernidad sea un Holocausto”51, lo cierto es que el carácter de esta relación no puede despacharse tan apresuradamente. Dice Agamben que algunos acontecimientos clave de la historia política de la modernidad (como las declaraciones de derechos) así como otros que constituyen una intrusión manifiesta de principios biológico-científicos en el orden político (la eugenesia nacionalsocia- lista, por ejemplo), adquieren pleno significado únicamente cuando son percibidos dentro del contexto biopolítico (o tanatopolítico) al que pertenecen. Es por ello que este autor llega a la conclusión de que “el campo de concentración, como puro, absoluto e insuperado espacio biopolítico (fundado en cuanto tal exclusivamente en el estado de excepción), aparece como el paradigma oculto del espacio político de la modernidad, del que tendremos que aprender a reconocer las metamorfosis y los disfraces”52. Sobre esta idea del campo como paradigma de la política moderna (en tanto que biopolítica) que repite constantemente Giorgio Agamben53 y que resume es- ta preocupación por el vínculo entre modernidad, democracias y totalitarismos, se interroga también Reyes Mate cuando plantea la pregunta “¿es todo campo de con- centración?”. Si, como señalan Mate y Agamben, “el lugar más visible de un estado de excepción es precisamente el campo de concentración”54 , y si, como apunta Walter Benjamin en su tesis VIII Sobre el concepto de historia (1942), “la tradición de los oprimidos nos enseña que «el estado de excepción» en el que vivimos es la regla”55, podríamos inferir efectivamente que, al menos simbólicamente, todo es campo de concentración. Sin embargo, Reyes Mate matiza esta afirmación: quizás el campo de concentración simbolice la política moderna, pero desde luego no para todos. “Para el soberano y para los que con él están el campo es lo otro”56. En cambio, para los oprimidos el estado de excepción es la norma y la “política que im- pone el vencedor es una permanente suspensión y, por tanto, exclusión del derecho”. Además, “donde tiene lugar el estado de excepción permanente para los oprimidos es en la idea de progreso, elevada a ley de la historia”57. Mate aclara que cuando Benjamin denuncia la existencia de un estado de excepción no está pensando en el hitlerismo sino en el Estado de Derecho, al que el filósofo alemán aludía al utilizar la figura del progreso. Por ello Benjamin exige a los historiadores que se asombren, pero no con ese asombro improductivo “propio de quienes no entienden cómo en una sociedad tan moderna puede florecer un producto anacrónico como es el fascismo”, 50R. MATE, Medianoche en la historia, pp. 149-150. 51Z. BAUMAN, Modernidad y holocausto, p. 128. 52G. AGAMBEN, El poder soberano y la nuda vida, p. 156. 53“Todo esto nos conducirá a considerar el campo de concentración no como un simple hecho histórico o una aberración perteneciente al pasado (...) sino, en algún modo, como la matriz oculta, el nómos del espacio político en que vivimos todavía” (G. AGAMBEN, El poder soberano y la nuda vida, p. 212). 54R. MATE, Memoria de Auschwitz, p. 83. 55R. MATE, Medianoche en la historia, p. 143. 56R. MATE, Memoria de Auschwitz, p. 84. La cita siguiente en la página 91 57R. MATE, Medianoche en la historia, p. 144. Las citas siguientes se encuentran en las páginas 149 y 161. 3. ¿ES TODO CAMPO DE CONCENTRACIÓN? 43 un asombro que “no lleva a ninguna parte porque nace de un prejuicio que se toma por verdad asentada: que el fascismo es un producto antiguo”. El asombro produc- tivo al que Benjamin estaría refiriéndose sería precisamente aquél que es capaz de indignarse al comprobar la ceguera imperante a la hora de entender la complicidad entre progreso y barbarie, entre modernidad y fascismo. Así, el progreso era para Benjamin ese “viento huracanado” del que hablaba en su tesis IX que impulsaba la historia hacia adelante de forma imparable, dejando a su paso poco más que ruinas, escombros y cadáveres. La lógica del progreso, esa ideología que perseguía “la realización del destino del hombre en la tierra”, justificaba plenamente esta destrucción. El problema radicaba en que “esta manía de pensar a lo grande significa trivializar el sufrimiento de quienes pagan el coste de la historia”. Ese es precisamente el problema de un progreso que goza de tanto prestigio en las sociedades modernas, que desdeña el sufrimiento humano y lo justifica en aras de un supuesto bien mayor, de un objetivo último en el que culminaría el porvenir de la humanidad. A continuación, en la línea de estos análisis que consideran el campo de concen- tración como el más absoluto espacio biopolítico y como el paradigma de la política moderna, voy a explorar un poco más en profundidad no tanto ese carácter mo- derno del holocausto del que se hace eco insistentemente Bauman en Modernidad y Holocausto, sino más bien esas trazas del totalitarismo presentes en la modernidad, que complejizan enormemente el estudio de este fenómeno y, sobre todo, dotan a una investigación como ésta de una fuerte vocación crítica. Capítulo 4 El problema de la verdad: totalidad y dominio en la racionalidad occidental Para poder comprender en qué medida la modernidad adquiere una cierta con- sistencia totalitaria sería interesante partir de la reflexión que se ha interrogado por las estructuras del conocimiento moderno y por su articulación a través de la razón ilustrada y las lógicas científicas. Una de las primeras referencias teóricas en este sentido la constituye la Dialéctica de la Ilustración de Theodor Adorno y Max Horkheimer en la que los autores desarrollan uno de los aspectos más importantes de aquellos sobre los que se asienta ese vínculo entre nazismo y modernidad: el problema de la verdad, esto es, aquél que procede de los intentos llevados a cabo por los seres humanos para conocer de forma unívoca su entorno, comprenderlo, dotarlo de sentido y, en consecuencia, dominarlo. De este ejercicio de verificación se derivan dos consecuencias de gran trascendencia para entender la relación entre modernidad y hitlerismo: que la verdad se encuentra atravesada por la lógica de la totalidad y que se instituye mediante la dominación. El problema de la verdad, y estos dos efectos funestos que conlleva, constituye la columna vertebral de la Dia- léctica de la Ilustración, en torno a la cual se van organizando el resto de las figuras que intervienen en la comprensión del carácter totalitario de la modernidad. A lo largo de los diversos fragmentos que componen este libro, ambos autores reflexionan sobre lo que, tras la experiencia de los campos de concentración, parece advertirse ya como el fracaso del proyecto ilustrado o, más bien, como la materia- lización de aquello que consideran la aporía fundamental de lo que a esas alturas bien podía considerarse como “el mito ilustrado”: la recaída de la Ilustración en la “mitología”58. El tortuoso camino emprendido por la Ilustración para alejarse de la “mitología” y de la “magia” se desliza por una pendiente empinada por la que los seres humanos persiguen el dominio absoluto de la naturaleza a través de la razón. Sólo que esta (re)caída les conduce de nuevo, directamente, hacia el mito. 58“El programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia”: T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 59. Para Javier ESCOBAR MONCADA, en «Mito y reconciliación. Sobre el concepto de mito en la Dialéctica de la Ilustración», en Areté. Revista de Filosofía XXI, N 2 (2009): pp. 381–400, los conceptos de mito e Ilustración en Adorno y Horkheimer “no pretenden expresar esencias eternas, sino ante todo una relación o forma de comportamiento con la natu- raleza: controlarla o dominarla, para disminuir nuestro miedo frente a ella o perderlo de modo definitivo” (p. 390); “La mitología es un intento de organización y ordenación del mundo, como se ve en Hesíodo, quien no solamente quiere narrar, sino revelar la verdad de «lo que ha sido, lo que es y lo que será»” (p. 392); “El proceso de desmitologización o, con Weber, de desencantamiento del mundo, que busca retrotraer lo múltiple a la unidad conceptual ha llevado a nuevos mitos quizás más poderosos y terribles que los antiguos, por el grado de destrucción potenciado por la ciencia y la técnica modernas. Mitos como el de la raza pura, del caudillo mesiánico, de la razón todopoderosa, de la nación que debe cumplir un destino divino” (pp. 393-394) 45 46 4. EL PROBLEMA DE LA VERDAD: TOTALIDAD Y DOMINIO Por lo demás, ya el propio mito, con su afán de narrar y explicar las esencias y, por consiguiente, de controlar y dominar la naturaleza, contiene el germen de la Ilustración: “el mito es ya Ilustración; la Ilustración recae en mitología”59. Esta es la tesis central, tantas veces repetida, de Dialéctica de la Ilustración y que José Antonio Zamora sintetiza de la siguiente manera: “la barbarie que el siglo veinte nos pone ante los ojos no es la obra de fuerzas atávicas o poderes irracionales que irrumpen inopinadamente a contrapelo del curso de la historia, sino el resultado del mismo proceso de emancipación del que ha surgido la sociedad moderna y que ella reclama para sí”60. “De este modo, la Ilustración recae en la mitología, de la que nunca supo escapar. Pues la mitología había reproducido en sus figuras la esencia de lo existente: ciclo, destino, dominio del mundo, como la verdad, y con ello había renunciado a la esperanza. En la pregnancia de la imagen mítica, como en la claridad de la fórmula científica, se halla confirmada la eternidad de lo exis- tente, y el hecho bruto es proclamado como el sentido que él mismo oculta”61. Al igual que la mitología niega la historia y se ocupa de aquellas esencias desti- nadas a perpetuarse y repetirse cíclicamente en el tiempo, la Ilustración persigue el conocimiento positivo, absoluto y objetivo como estrategia de dominación de la naturaleza y para ello niega lo accidental, lo diferente, aquello que no tiene cabida dentro de las explicaciones totales, que no se ajusta a la lógica totalitaria, que queda fuera de los límites de lo aprehendido: “El hombre cree estar libre del terror cuando ya no existe nada desconocido”62. Este sometimiento de la naturaleza a través del conocimiento racional y esta negación de las diferencias se traducen también en la estructuración social de relaciones humanas basadas en la dominación y la sumisión, que se perpetúan a lo largo de la historia mediante la objetivación de los sujetos a través de los usos y normas sociales convencionales, de manera que los seres huma- nos adquieren de esta forma roles meramente funcionales dentro del esquema social y cultural al que se encuentran adscritos. Ello, unido a aquella fe en la capacidad de la razón para producir conocimientos absolutos e inmutables, se traduce en una proyección de la lógica de lo esencial, de lo invariable, de lo verdadero sobre la experiencia histórica de la injusticia social, de tal suerte que ésta se percibe como parte de la propia naturaleza de las relaciones humanas y, por tanto, como algo que no puede ser corregido: “Bajo la etiqueta de los hechos brutos, la injusticia social, de la que éstos proceden, es consagrada hoy como algo inmutable”63. 59T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 56. 60J. A. ZAMORA ZARAGOZA, «Civilización y barbarie», p. 256 61T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 80. 62“El hombre cree estar libre del terror cuando ya no existe nada desconocido. Lo cual determina el curso de la desmitologización, de la Ilustración, que identifica lo viviente con lo no viviente, del mismo modo que el mito identifica lo no viviente con lo viviente. La Ilustración es el temor mítico hecho radical. La pura inmanencia del positivismo, su último producto, no es más que un tabú en cierto modo universal. Nada absolutamente debe existir fuera, pues la sola idea del exterior es la genuina fuente del miedo”: T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 70. 63“En el mundo ilustrado la mitología se ha disuelto en la profanidad. (...) Bajo la etiqueta de los hechos brutos, la injusticia social, de la que éstos proceden, es consagrada hoy como algo inmutable, de la misma manera que era sacrosanto el mago bajo la protección de sus dioses. El dominio no se paga sólo con la alienación de los hombres respecto de los objetos dominados: con la reificación del espíritu fueron hechizadas las mismas relaciones entre los hombres, incluso las 4. EL PROBLEMA DE LA VERDAD: TOTALIDAD Y DOMINIO 47 Aunque hablaré de ello un poco más adelante, la concepción del antisemitismo, tal y como aparece expuesta en el texto de Adorno y Horkheimer, puede servir para profundizar en las contradicciones que plantea el problema de la verdad. “El antise- mitismo como movimiento popular ha sido siempre lo que sus promotores gustaban reprochar a los socialdemócratas: «nivelamiento» o «igualación»”64. En la misma línea se expresa Bauman, para quien el racismo quedaría definido como un con- junto de métodos en el que estarían combinadas “las estrategias de la arquitectura, de la jardinería y de la medicina” al servicio de la construcción de un orden social artificial. Esto se conseguiría eliminando aquellos elementos de la realidad actual que ni se ajustan a la realidad perfecta soñada ni pueden ser modificados para que lo hagan: “En un mundo que se jacta de tener una capacidad sin precedentes pa- ra mejorar las condiciones humanas reorganizando los asuntos humanos sobre una base racional, el racismo manifiesta la convicción de que existe cierta categoría de seres humanos que no se puede incorporar al orden racional, por muchos esfuerzos que se hagan”65. También Neil Macmaster considera que el racismo difiere de otras formas de ordenación social (familia, tribu, pueblo, nacionalismo o etnicidad) en que “naturaliza la diferencia en términos absolutamente biológicos o culturales de forma que las fronteras entre colectividades se vuelven impermeables”66. En efecto, el antisemitismo, por un lado, muestra el fracaso del ideal ilustrado de la igualdad y la unidad entre los seres humanos y de la estrategias de asimilación y homogeneización desarrolladas por el pensamiento universalizante en la medida en la que, al tratar de exorcizar el terror a lo desconocido, a lo que está afuera, a lo que no ha podido ser dominado, reconoce la existencia de un afuera, de algo “extraño”, de algo que ha escapado a la norma: “La existencia y el aspecto de los judíos comprometen la universalidad existente debido a su falta de adaptación. La fidelidad inmutable a su propio ordenamiento de vida los ha colocado en una relación inestable con el orden dominante”67. Pero, por otro lado, el antisemitismo nazi realiza un último y colosal esfuerzo por lograr esa homogeneización mediante la pura y simple aniquilación de cualquier mínimo atisbo de diferencia, de anomalía, de extrañeza. De esta forma lo universal se confirma no como realidad esencial, sino como imposición violenta68. Mediante la violencia se construye de este modo una realidad que ya no está fragmentada, en la que ya no hay relieves, desniveles, relaciones de cada individuo consigo mismo. Éste se convierte en un nudo de reacciones y compor- tamientos convencionales, que objetivamente se esperan de él. (...) A través de las innumerables agencias de la producción de masas y de su cultura se inculcan al individuo los modos normativos de conducta, presentándolos como los únicos naturales, decentes y razonables. El individuo queda ya determinado sólo como cosa, como elemento estadístico, como éxito o fracaso. Su norma es la autoconservación, la acomodación lograda o no a la objetividad de su función y a los modelos que le son fijados” (T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, pp. 81–82). 64T. ADORNO y HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 215. 65Z. BAUMAN, Modernidad y holocausto, p. 90 66Recuerda Macmaster una anotación del teórico racista francés Vacher de Lapouge, para quien "El príncipe puede tanto convertir a griegos y marroquíes en hombres franceses como blanquear la piel de un negro, redondear los ojos de un chino o convertir a una mujer en un hombre". Según este autor esta sentencia sintetiza claramente esta condición del racismo." (Neil MACMASTER, Racism in Europe 1870-2000, Nueva York: Palgrave, 2001, p. 32) 67T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 214. 68“La raza no es, como pretenden los racistas, la particularidad natural inmediata, sino, más bien, la reducción a lo natural, a la pura violencia: la particularidad encerrada y obstinada en sí misma que, en la realidad existente, es precisamente lo universal”: T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 214. 48 4. EL PROBLEMA DE LA VERDAD: TOTALIDAD Y DOMINIO diferencias: el ideal ilustrado es alcanzado finalmente cuando todo queda nivelado con la fuerza de una apisonadora y la realidad se convierte de facto en universal, en total: “Entre antisemitismo y totalidad ha existido desde el principio la relación más estrecha. La ceguera alcanza a todo, porque no comprende nada”69. Esta lógica totalitaria que Adorno y Horkheimer identifican en el antisemitismo es lo que Bauman identifica como “el diseño del jardinero”: “el genocidio moderno, lo mismo que la cultura moderna en general, es el trabajo de un jardinero”. Dice Bau- man que aquellas visiones de la sociedad como jardín definen como “malas hierbas” a parte de su hábitat social. Estas malas hierbas deben ser arrancadas y separadas de la sociedad para que no se propaguen y, en último término, si estas medidas se demostraran insuficientes, sería necesario exterminarlas. Como señala este autor, las víctimas de los genocidios perpetrados por nazis y soviéticos no son el resultado de un trabajo de destrucción sino de un trabajo de creación, de una compleja inge- niería social que persigue “un mundo armonioso, dócil en manos de sus dirigentes, ordenado y controlado”. Pues bien, lo curioso es que estos diseños de jardinería, aunque su “fuerza creativa” se desatara con una energía hasta entonces descono- cida en el seno de los totalitarismos, se encuentran en la base de las estructuras políticas de la modernidad: no son diseños característicamente totalitarios sino dis- tintivamente modernos. Los genocidios en este sentido no traicionaron el principio de la modernidad, ni se apartaron del proceso civilizador, sino que constituyeron “las expresiones más coherentes y desinhibidas de ese espíritu”70. Para Hannah Arendt la lógica totalitaria se esconde también detrás de la “lógica de la idea” que anima el concepto de “ideología” al que se refiere en Los orígenes del totalitarismo. Las ideologías, según Arendt, permiten explicarlo todo a partir de una única premisa, de una idea, y siguen un proceso argumentativo que avanza sobre la lógica de la idea sin detenerse en nada, desdeñando radicalmente cualquier tipo de experiencia que pueda alterar el curso normal de este “movimiento lógico” y establecer un nuevo comienzo, una nueva premisa de la que partir. Aunque para Hannah Arendt las ideologías del siglo XIX no son en sí mismas totalitarias (ni siquiera el racismo y el comunismo, las dos ideologías decisivas del siglo XX, son “más totalitarias” que el resto), todas las ideologías contienen elementos totalitarios. Según esta autora, “la verdadera naturaleza de todas las ideologías se revelaba sólo en el papel que la ideología desempeña en el aparato de dominación totalitaria”71. No obstante, para Arendt no es la lógica del pensamiento ideológico como principio de acción básico del totalitarismo, ni el terror como la esencia de esta forma de gobierno, lo que conecta primordialmente a los totalitarismos con la modernidad. Lo que podría entenderse como la clave que articula la modernidad y el totalitarismo en el pensamiento de Hannah Arendt es la institucionalización de la soledad. En la soledad, “el sí mismo y el mundo, la capacidad para el pensamiento y la experiencia, se pierden al mismo tiempo”. La soledad imposibilita los procesos de identificación, la proyección de individualidades y la revelación de experiencias que contribuyan a generar esos nuevos comienzos y esas nuevas premisas, y que puedan situarse a contracorriente de la lógica ideológica, esto es, del movimiento lineal de la historia sobre el que se asientan los totalitarismos. El problema, como bien señala la filósofa, 69T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 217. 70Z. BAUMAN, Modernidad y holocausto, p. 128. Las citas anteriores en la página 127. 71H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, pp. 629-630. Las citas siguientes en las páginas 638 y 639. 4. EL PROBLEMA DE LA VERDAD: TOTALIDAD Y DOMINIO 49 es que “lo que prepara a los hombres para la dominación totalitaria en el mundo no totalitario es el hecho de que la soledad, antaño una experiencia límite en ciertas condiciones sociales marginales como la vejez, se ha convertido en una experiencia cotidiana de crecientes masas de nuestro siglo”. Lo que todos estos autores señalan de una forma u otra es el recorrido que realiza el conocimiento totalitario, un recorrido que no nos resulta del todo ajeno. La lógica de la idea, la ideología, el idealismo, el esencialismo que nos arrastra desde el mito a la Ilustración, para recaer nuevamente en el mito, son descripciones de la lógica totalitaria, de la reducción de lo múltiple a uno, de las partes a un Todo, de los seres humanos a lo Humano, y traen consigo el desdén hacia lo accidental y el desprecio por la experiencia, entendida como un obstáculo fundamental para el avance de esa fuerza histórica imparable y arrasadora, siempre en movimiento, siempre hacia delante, que constituye el progreso y que se manifiesta, al final, como el único objetivo auténtico de la política moderna. Esta lógica de la totalidad fun- ciona mediante la dominación porque pretende controlar toda la historia y toda la naturaleza bajo la forma de ideas y de conceptos científicos. Todo pretende quedar encerrado dentro de estas formas, nivelado, igualado, limadas sus aristas. Incluso los seres humanos son limitados y controlados: se reprime su volubilidad y se encie- rran sus cuerpos y sus comportamientos en férreos conceptos sociales, biológicos y sexuales. Por ello, el resultado último de la lógica de la totalidad sería la dominación total de todos los individuos, de sus acciones y de sus pensamientos, de su libertad física, de su libertad intelectual y de su libertad moral, y, consecuentemente, su desaparición en tanto que sujetos y su disolución en ese Todo humano perfecta- mente racionalizado y controlado, cuyas acciones son completamente previsibles y que se deja arrastrar sin reparos por el movimiento hacia delante del progreso, que se convierte de esta forma en el sentido último de la existencia humana. Capítulo 5 La normativización científica de las sociedades modernas: antisemitismo, racismo y eugenesia Acabo de explicar las dinámicas que se esconden detrás de la estructura del conocimiento moderno y su complicidad con la lógica de la totalidad, que se mani- fiesta entre otras cosas mediante los intentos por dominar racionalmente la historia y la naturaleza de los seres humanos. A continuación me gustaría prestar atención al desarrollo histórico e institucional de una de las “ideologías” más productivas a la hora de construir los mecanismos sociales y políticos de la dominación y que definió de manera fundamental el sistema ideológico del Tercer Reich: el racismo. Como ya he mencionado, en el centro de la crítica que Adorno y Horkheimer realizaron al proyecto ilustrado se sitúa una de las claves para comprender esa conexión en- tre la modernidad y el hitlerismo y que, además, se encuentra en varios sentidos íntimamente ligada a la problemática que introducían las lógicas de la totalidad y la dominación en la estructura de la racionalidad occidental: el antisemitismo, que para estos autores es la expresión fundamental del racismo. A continuación trataré de explorar más en profundidad estos dos conceptos y su relación con las socieda- des y las ciencias modernas, así como su derivación hacia complicados proyectos de ingeniería social que tienen por objetivo normalizar, disciplinar normativamen- te y, consecuentemente, dominar las estructuras sociales y los individuos que las componen, de acuerdo a una serie de ideales instituidos científicamente. En Dialéctica de la Ilustración el antisemitismo no es una consecuencia de las contradicciones del “mito ilustrado”, sino que forma parte del mito en sí mismo, es decir, constituye un eje explicativo básico para entender el carácter particular de la injusticia social72. Como señala José Antonio Zamora, el antisemitismo no es “un fenómeno marginal, sino la revelación violenta de la esencia del orden so- cial, la irrupción de los potenciales de represión acumulados en la historia natural de ese orden”73. Aunque cuando Adorno y Horkheimer escribían Dialéctica de la Ilustración el antisemitismo contenía una dimensión sociocultural muy precisa, la centralidad que el antisemitismo adquiere en este texto debe ser interpretada en 72Como señala Rabinbach, “aunque los «Elementos» fueron compuestos después de que se comple- taran el resto de las secciones y a pesar de que este capítulo nunca estuvo predestinado a formar parte de la Dialéctica de la Ilustración”, la decisión de Adorno y Horkheimer de hacer girar su empresa conjunta en torno al destino de los judíos en lugar de centrarla en el destino del sujeto burgués, venía de lejos (Anson RABINBACH, «Why Were the Jews Sacrificed? The Place of Anti- Semitism in Dialectic of Enlightenment», New German Critique, no 81 [2000]). Así lo demuestran la carta que Adorno escribió a Horkheimer en octubre de 1941 o el comentario que Horkheimer dirigió a Harold Laski ese mismo año, ambos recogidos por Rolf Wiggershaus en su libro La escue- la de Fráncfort (Rolf WIGGERSHAUS, La escuela de Fráncfort, trad. Marcos Romano Hassán, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica y Universidad Autónoma Metropolitana, 2010, pp. 389-390). 73J. A. ZAMORA ZARAGOZA, «Civilización y barbarie», p. 281. 51 52 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS sentido simbólico, como la fórmula opresiva esencial de la razón dominadora ilus- trada, esto es, como el fenómeno que representa de forma más clara el tipo de violencia característico sobre el que se consolida el orden y la injusticia social. De ahí que, tal y como sugieren los autores, las víctimas sean “intercambiables entre sí, según la constelación histórica: vagabundos, judíos, protestantes, católicos”. Del mismo modo, cada uno de estos grupos “puede asumir el papel de los asesinos, y con el mismo ciego placer de matar, tan pronto como se siente poderoso como la norma”74. La reflexión arendtiana que se preocupa por la centralidad de la lógica tota- litaria dentro de la modernidad parte también en Los orígenes del totalitarismo del estudio del antisemitismo. Sin embargo, a diferencia de lo que parecían sugerir Adorno y Horkheimer en el sentido de que las víctimas eran “intercambiables entre sí”, para Hannah Arendt el hecho de que los judíos se sitúen en el centro de los objetivos del totalitarismo no es una circunstancia arbitraria, sino que responde a razones fundamentales de carácter histórico y, concretamente, a la necesidad pro- pia del imperialismo totalitario de romper el equilibrio internacional en Europa75. Por tanto esta filósofa entiende que el antisemitismo es mucho más que la forma distintiva que adquirió el racismo totalitario en la Europa de la primera mitad del siglo XX. Para ella, el antisemitismo es un fenómeno con una dimensión histórica y política específica y con un papel concreto en el desarrollo de los totalitarismos. Aunque presenten conexiones históricas destacadas y aunque constituyan sendas manifestaciones de intolerancia y de rechazo hacia todo aquello caracterizado como “diferente”, el antisemitismo y el racismo son dos procesos relativamente indepen- dientes. Lo cierto es que en la historiografía existe un consenso bastante generalizado a la hora de distinguir la historia de cada uno de ellos. Así, según ciertos autores, las raíces del antisemitismo, que poseen un carácter netamente religioso, podrían hundirse en la antigüedad grecorromana76, mientras que sus ramas se extienden a lo largo de todo el Medievo, despuntando ostensiblemente en los albores de la modernidad con la expulsión de los judíos de los reinos de Castilla y Aragón en virtud del Edicto de Granada de 1492 promulgado por los Reyes Católicos y con la creación del gueto de Roma en 155577. En cambio la mayoría de los expertos 74T. ADORNO y M. HORKHEIMER, Dialéctica de la Ilustración, p. 216. 75Según Hannah Arendt los judíos habían cumplido una función fundamental a lo largo del siglo XIX, entre otras cosas, al haberse constituido como un elemento intereuropeo de gran trascenden- cia nacional en tiempos de conflictos y de guerras (H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, p. 84). 76Aunque, efectivamente, algunos autores se empeñan en retrotraer los orígenes del antisemitismo a la más remota Antigüedad y, particularmente, a la Grecia y a la Roma clásicas, lo cierto es que este tipo de interpretaciones resultan bastante problemáticas. Como bien señala el historiador León Poliakov “Las rivalidades entre clanes, tribus y pueblos son propias de todas las épocas y de todos los lugares, y en el caso del pueblo de Israel sería completamente inútil intentar establecer, en base a los documentos tradicionales de que disponemos, si la animadversión que hacia él sentían los pueblos vecinos revestía ya en los tiempos bíblicos algún sello particular, si comportaba una virulencia especial”. De hecho, para Poliakov en Occidente no se puede hablar de antisemitismo con certeza hasta el siglo XII (León POLIAKOV, Historia del antisemitismo: de Cristo a los judíos de las cortes, Barcelona: Muchnik Editores, 1986, p. 17). 77Daniel R. SCHWARTZ, «Antisemitism and Otherism’s in the Greco-Roman World», en Demo- nizing the Other: Antisemitism, Racism and Xenophobia, de Robert S. WISTRICH (Amsterdam: Harwood Academic, 1999, pp. 73–87); Walter LAQUEUR, The Changing Face of Antisemitism: From Ancient Times to the Present Day (Nueva York: Oxford University Press, 2006); Marvin 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS 53 parecen coincidir en situar los orígenes del racismo (tal y como entendemos esta noción hoy en día, esto es, en su sentido sociobiológico) en el siglo XVIII, aunque consideran el siglo XIX y la primera mitad del XX como el momento en el que las teorías raciales y el pensamiento racista alcanzaron su mayor desarrollo78. En este sentido, conviene recordar la advertencia que Michel Wieviorka realiza en las primeras páginas de su libro El espacio del racismo (1991) de que nos encontramos ante un concepto muy nuevo, que en realidad no apareció hasta el siglo XX, por más que el fenómeno fuera antiguo y el pensamiento social hubiera estado ocupándose de él al menos desde la primera mitad del siglo XIX79. También para Hannah Arendt las raíces del pensamiento racial “se remontan al siglo XVIII” aunque fue durante el siglo XIX cuando emergió “simultáneamente en todos los países occidentales”. La filósofa distingue entre el “pensamiento racial” ca- racterístico de los siglos XVIII y XIX y el “racismo” propiamente dicho, que concibe exclusivamente en relación con el imperialismo y que funcionaría fundamentalmente desde principios del siglo XX80. Una distinción similar, aunque con una cronolo- gía distinta, plantea también Michel Foucault cuando se refiere a “guerra de razas” y “racismo de Estado”. Para Foucault la aparición de la historia como “lucha de razas” es un elemento determinante en la configuración del mundo moderno, por lo que sitúa los orígenes del pensamiento racial entre los siglos XVI y XVII. Este autor distingue entre cuatro formulaciones principales de la discriminación, asocia- das cada una a un momento histórico determinado: “el viejo antisemitismo de tipo religioso” (que equipara a veces con un racismo religioso, en oposición al racismo biológico, y que sería propio del mundo premoderno), “la guerra de las razas” (que cobra forma a lo largo de los siglos XVI y XVII), “el racismo de Estado” o “racismo PERRY y Frederick M. SCHWEITZER, Antisemitism: Myth and Hate From Antiquity to the Present (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2002); Léon POLIAKOV, Historia del antisemitismo, 6 vols. (Barcelona: Muchnik Editores, 1980-1986). 78Para Christian Geulen “Sólo puede hablarse de racismo en la Antigüedad (...) si se proyectan sin más al pasado concepciones modernas y se trata de reconocerlas en cualquier forma de exclusión u hostilidad” (Christian GEULEN, Breve historia del racismo, Madrid: Alianza, 2010, pp. 30–31). George L. Mosse indica que “el inicio de la historia del racismo europeo se debe situar en el siglo XVIII, por más que puedan identificarse otros precedentes en épocas más lejanas. Fue en este siglo cuando se consolidó la estructura del pensamiento racista y cuando asumió las connotaciones precisas que ha mantenido hasta hoy” (George L. MOSSE, Toward the Final Solution: a History of European Racism, Madison: University of Wisconsin Press, 1985, p. xxx). En general, los textos clásicos que suelen citarse sobre los orígenes de la ideología racial se remontan sistemáticamente al siglo XVIII. Destacan, por ejemplo, La Historia del antiguo gobierno de Francia de Henri de Boulainvilliers (publicada en 1727); la Crítica botánica de Carl von Linneo (1737); la Historia Natural del conde Georges-Louis Leclerc de Buffon (1749); Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad de Johann Gottfried von Herder (1784-1791); la Filosofía de la historia de Vol- taire (1765); De Generis humani varietate nativa de Johann Friedrich Blumenbach (1776); o Los caracteres nacionales de David Hume (1777) (Alfonso GARCÍA MARTÍNEZ y Eduardo BELLO REGUERA, La idea de raza en su historia: textos fundamentales (siglos XVIII y XIX), Murcia: Editum ágora, Universidad de Murcia y Universidad de Almería, 2007 y Marvin HARRIS, «Apo- geo y decadencia del determinismo racial», en El desarrollo de la teoría antropológica: historia de las teorías de la cultura, Madrid: Siglo XXI, 1987, pp. 69–92). 79Michel WIEVIORKA, El espacio del racismo (Barcelona: Paidós, 1992, p. 27). Según John Jackson y Nadine Weidman, "tanto el término como el concepto de racismo fueron invenciones de la década de 1930" (John P. JACKSON, Jr. y Nadine WEIDMAN, Race, Racism and Science. Social Impact and Interaction, Santa Bárbara: ABC- CLIO, 2004, p. 130). 80H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, p. 255. 54 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS biológico-social” (que aparecería sólo después de la integración del poder discipli- nario en el biopoder, esto es, a partir del siglo XVIII y, fundamentalmente, en el siglo XIX) y “el nuevo antisemitismo” (que sería aquél que aparece en el siglo XIX y se consolida en la primera mitad del XX, retomando dentro del racismo de Estado toda la “energía y mitología” propia del viejo antisemitismo)81. Los antecedentes del racismo, tal y como lo entendemos hoy, pueden remon- tarse efectivamente al siglo XVI, en el contexto de la colonización y del primer imperialismo. Pero la formulación del pensamiento racial de la que parte el racismo responde a los intentos crecientes por articular explicaciones científicas y universa- les totales sobre el mundo natural y, concretamente, sobre la especie humana en tanto que elemento privilegiado de esa naturaleza. Progresivamente las argumenta- ciones raciales que pretendían dar cuenta de las diferencias anatómicas, psicológicas y sociales entre diferentes grupos y comunidades, tal y como eran percibidas por los occidentales, aspiraron cada vez más a una articulación de tipo científico. Como dice Wieviorka, “el racismo, convertido en valor central de la cultura occidental desde el siglo XIX, se presenta desde entonces como una forma de biologización del pensamiento social, que absolutiza la diferencia convirtiéndola en un rasgo natural”. De ahí que los discursos raciales se configuren “con la formidable convergencia de todos los campos del saber, con innumerables aportaciones de filósofos, teólogos, anatomistas, fisiólogos, historiadores, filólogos, pero también escritores, poetas y viajeros”82. La idea de raza empezó a alcanzar también un éxito notable en el marco del racionalismo ilustrado de corte universalista, más favorable a la igualdad entre los seres humanos y, consecuentemente, a la asimilación y protección de lo que se con- sideraban razas distintas e inferiores a la raza blanca de ascendencia europea83. En este contexto, las diferencias de índole “racial” se convirtieron simplemente en algo innato, natural, en una evidencia empírica de la que se debía dar cuenta científica- mente, a partir de explicaciones que aspiraban a revelar en su totalidad la esencia misma de la naturaleza humana84. Ello explica que el auténtico debate del siglo XIX, en parte heredado del siglo precedente, no girara tanto en torno a la veraci- dad de los prejuicios raciales, ya que prácticamente todos los científicos aceptaban la desigualdad entre las «razas» humanas y la jerarquización entre ellas, como en torno al origen de las «razas» humanas, que podía ser de tipo monogenista (un 81M. FOUCAULT, Genealogía del racismo. Robert Bernasconi realiza algunas apreciaciones in- teresantes sobre las distintas formas de racismo apuntadas por Foucault y algunos de los problemas que presenta esta clasificación. Véase Robert BERNASCONI, «The Policing of Race Mixing: The Place of Biopower within the History of Racisms», Journal of Bioethical Inquiry Vol. 7, no 2 (2010): pp. 205–216. 82M. WIEVIORKA, El espacio del racismo, p. 84 y p. 30, respectivamente. 83C. GEULEN, Breve historia del racismo, pp. 71–74. Sobre la construcción de la idea de raza en Occidente véase también Ivan HANNAFORD, Race: The History of an Idea in the West (Washington: Woodrow Wilson Center Press, 1996). 84“[El nuevo concepto de vida] se emancipó definitivamente de la doctrina eclesiástica cuando en 1735 Linneo clasificó dentro del reino animal también a los seres humanos, cuando se impuso en los comienzos de la Ilustración la idea de una evolución paulatina en la naturaleza y surgió el nuevo modelo de la historia natural. El concepto de «raza» con frecuencia asumió entonces la tarea de realizar una primera clasificación y esquematización de los grupos recién descubiertos, al tiempo que conservó la variedad de significados derivada de sus comienzos: se refería a la suma de sus características colectivas e individuales, era una categoría exterior de la diferenciación de grupos según sus rasgos físicos, y remitía a un orden «auténtico» original en las condiciones aparentemente complicadas del momento” (C. GEULEN, Breve historia del racismo, pp. 66–67). 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS 55 origen común de todas las razas humanas, diversificadas posteriormente) o de tipo poligenista (un origen diverso)85. En virtud de este proceso de asimilación científica quedaron por tanto difumi- nados los intereses primigenios de corte esclavista que habían amparado la aparición de los discursos raciales. Así, a partir del siglo XIX el pensamiento racial superó su filiación exclusivamente esclavista y comenzó a teñir también los argumentos utili- zados por los defensores de la corriente abolicionista, políticamente opuesta86. De hecho, fue a raíz del auge del abolicionismo cuando estas ideas raciales se transfor- maron definitivamente en una verdadera ideología científica87. La cuestión racial en los círculos académicos, especialmente en aquellos en los que fue consolidándose la antropología, se vio fortalecida por el debate entre esclavistas y abolicionistas que precedió a la Guerra de Secesión y que se trasladó a Gran Bretaña durante la década de 186088. Como sugiere Hannah Arendt, la abolición de la esclavitud, al enfrentar a las sociedades americana e inglesa con un problema real de construcción de una vida en común entre dos comunidades que habían permanecido segregadas durante varios siglos, “agudizó los conflictos inherentes en vez de hallar una solución para las serias dificultades que ya existían”89. En un contexto en el que, desde el punto de vista político, se equipararon las condiciones de ambas comunidades, resultó cada vez más necesario apuntalar las diferencias raciales de índole “biológica”: el racismo reinstaura la distancia institucional que había desaparecido con la supresión de la esclavitud90. El pensamiento racial decimonónico se ve además salpicado por una polémica singular: la cuestión de la mezcla o la hibridación entre razas. Durante la primera mitad del siglo XIX la idea de que los cruces raciales revertían en una mejora de la naturaleza de los individuos debido a su capacidad para atenuar aquellas cuali- dades indeseables de los sujetos pertenecientes a las consideradas “razas inferiores” 85A. GARCÍA MARTÍNEZ y E. BELLO REGUERA, La idea de raza en su historia, p. 19. Como señala George Mosse, apuntando a la ascendencia religiosa de muchas de estas interpretaciones, “existía una preocupación por los orígenes más que por el cambio, ya que eran éstos los que condi- cionaban las cualidades de la raza. (...) Estos monogenistas, como fueron llamados, podían creer aún en las razas inferiores y superiores; pero de alguna forma debían reconciliar esta convicción con el hecho de que Dios había creado a todos los hombres, un punto que a Blumenbach le encan- taba recordar, aunque, como hemos visto, esto no le impidió formular juicios estéticos y morales sobre los blancos y los negros” (G.L. MOSSE, Toward the Final Solution, pp. 32–33). 86Como señalan Alfonso García Martínez y Eduardo Bello Reguera, “Tanto esclavistas como abo- licionistas basarán sus teorías en posiciones racistas” y aunque ciertamente la corriente poligenista se implica de forma destacada con las posiciones esclavistas, tampoco es posible “establecer una relación directa entre esclavistas y poligenismo de un lado, y abolicionistas y monogenismo del otro, dado que las distintas posiciones ante la esclavitud se fundamentan indistintamente en ar- gumentos poligenistas y monogenistas” (A. GARCÍA MARTÍNEZ y E. BELLO REGUERA, La idea de raza en su historia, p. 20) 87“(...) una ideología difiere de una simple opinión en que afirma poseer, o bien la clave de la historia, o bien la solución de todos los «enigmas del universo» o el íntimo conocimiento de las leyes universales ocultas que, se supone, gobiernan a la naturaleza y al hombre. Pocas ideologías han ganado la suficiente importancia como para sobrevivir a la dura lucha competitiva de la persuasión y sólo dos han llegado a la cima y han derrotado esencialmente a las demás: la ideología que interpreta a la historia como una lucha económica de clases y la que interpreta a la historia como una lucha natural de razas” (H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, p. 255). 88José Luis PESET, Ciencia y marginación. Sobre negros, locos y criminales (Barcelona: Crítica, 1983, pp. 15–44). 89H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, p. 277. 90M. WIEVIORKA, El espacio del racismo, p. 80. 56 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS había adquirido cierta popularidad de la mano de pensadores como James Cowles Pritchard o Gustave d’Eichthal. Sin embargo, desde mediados de la centuria, fue imponiéndose toda una corriente de pensamiento que se articulaba en torno al con- cepto clave de “degeneración” y que defendía exactamente la postura contraria, esto es, que la mezcla de razas había producido la degeneración de la especie humana y, en último término, la decadencia de la civilización occidental. Aunque la referencia inevitable de esta tendencia es el conde Arthur de Gobineau y su obra Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-1855), a lo largo del siglo XIX y aún en el XX la oposición a la mezcla racial se consolidó en el pensamiento científico a partir de numerosas aportaciones91. No obstante, se encontraba bastante gene- ralizada la idea de que era la propia naturaleza la encargada de regular de forma eugenésica cruces raciales poco deseables, puesto que estaban convencidos de que la hibridación producía individuos estériles92. La idea de que la mezcla de razas revertía en una suerte de degeneración ra- cial, social y nacional o, cuando menos, producía sujetos “híbridos” deformados y defectuosos, se impuso además en el mismo momento en el que tenían lugar dos importantes aportaciones al pensamiento biológico que cambiarían completamente el signo de buena parte de los planteamientos científicos que imperaban hasta el mo- mento: la publicación de la obra de Charles Darwin El origen de las especies (1859) y la divulgación a partir de principios del siglo XX del trabajo Experimentos sobre hibridación de plantas (1866) de George Mendel, con el que se inaugura la genéti- ca. Dado que la idea de raza era una idea aceptada como premisa científica básica, prácticamente incuestionable (las razas existían, fueran cuales fueran sus orígenes y sus características)93, es impensable que el pensamiento racial no se proyectara en ese momento a través del prisma de estos descubrimientos y que, consecuentemen- te, el racismo no adquiriera una nueva dimensión al calor de los mismos. Las dos plataformas esenciales de las que se sirvió el racismo para redimensionarse fueron 91Destacan especialmente la de Bénédict Augustin Morel, quien al amparo científico de la Historia Natural del conde Georges-Louis Leclerc de Buffon, estableció la definición clásica de degenera- ción como una “desviación del tipo humano normal, transmitida a través de la herencia y que conduce progresivamente a la destrucción” (G.L. MOSSE, Toward the Final Solution, p. 83) y la de Valentin Magnan, que “modifica sustancialmente el concepto moreliano de degeneración al introducir en su argumentación la idea evolucionista de la lucha por la vida y la supervivencia, desplazando los conceptos místico-religiosos presentes en la obra de Morel –el mito del «ángel caído» fundamentalmente- y elaborando una teoría más científica y acorde con la ortodoxia posi- tivista de su tiempo” (Rafael HUERTAS GARCÍA-ALEJO, Locura y degeneración, Madrid: CSIC Centro de Estudios Históricos, 1987, p. 50). Véase también José Luis PESET y Rafael HUERTAS, “Del «ángel caído» al enfermo mental: sobre el concepto de degeneración en las obras de Morel y de Magnan”, Asclepio Vol. 38 (1986): pp. 215-240. 92Véase R. BERNASCONI, «The Policing of Race Mixing», pp. 209–211; J.P. JACKSON, Jr. y N.M. WEIDMAN, Race, Racism and Science, pp. 72–76; Paul FARBER, «Race-mixing and science in the United States», Endeavour Vol. 27, no 4 (diciembre de 2003): pp. 166–170. 93Como recuerdan John P. Jackson y Nadine M. Weidman, no es hasta la Segunda Guerra Mundial cuando se pone fin oficialmente al “racismo científicamente sancionado”, aunque el declive del concepto de raza comenzó algunas décadas antes (según estos autores podría remontarse a la década de 1890). Según parece, uno de los autores pioneros por su contribución al desprestigio científico de este concepto fue el antropólogo Franz Boas. Véase J.P. JACKSON, Jr. y N.M. WEIDMAN, Race, Racism and Science, p. 130; P. FARBER, «Race-mixing and science in the United States» y Michael L. BLAKEY, «Scientific Racism and the Biological Concept of Race», Literature and Psychology Vol. 45, no 1/2 (1999): pp. 29–43. 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS 57 el darwinismo social, cuyo principal exponente fue Herbert Spencer, y la eugenesia, desplegada en primera estancia por Francis Galton. El darwinismo social pretendió aplicar la teoría evolutiva de la selección natural a la historia de la organización de las sociedades humanas, articulándola a través de la expresión spenceriana “supervivencia de los más aptos” que había sido acuñada por Herbert Spencer en 1864 en sus Principios de Biología como una suerte de sinónimo de la idea darwiniana de “selección natural”94. Según parece, al propio Darwin le gustó esta expresión y en la quinta edición de El Origen de las Especies consideró que en ciertos contextos podía ser más precisa que la idea de “selección natural”. Para James Allen Rogers la decisión de asociar ambos conceptos “fue importante en el desarrollo del darwinismo social porque parecía ligar su fe en el progreso biológico con la fe de Spencer en el progreso social. Spencer había utilizado la supervivencia de los más aptos para describir el efecto «beneficioso» de la presión demográfica sólo en la sociedad humana. Darwin usó el término en El Origen de las Especies para describir únicamente el progreso biológico”. La consecuencia de todo ello es que la frase de Spencer en la teoría de Darwin reforzó la tendencia de los darwinistas sociales a pensar en la lucha por la supervivencia en términos más sociales que biológicos95. El propósito de esta perspectiva, por tanto, era justificar la existencia “natu- ral” de una jerarquía de relaciones sociales, que se pretendía además fundamentada “científicamente”, así como la importancia de la competición y de las guerras para asegurar la reproducción de los individuos más fuertes y más capacitados intelec- tualmente y de las naciones racialmente “superiores”96. Asimismo, el darwinismo social criticó la creciente inversión estatal en programas de asistencia social que, según ellos, no hacían más que mantener artificialmente con vida a individuos en- fermos que, según las “leyes de la selección natural”, deberían dejarse morir97. De esta forma los darwinistas sociales reivindicaron no sólo la preeminencia de las cla- ses medias y altas o la economía del laissez-faire (en la línea de Walter Bagehot o William Graham Somner), sino también la primacía de la raza blanca sobre todas las demás98, que en una de sus versiones más extremas, la desplegada por Ernst Haeckel, llegó incluso a abrir la puerta a la eliminación de los tipos raciales consi- derados más “débiles”99. Así, de forma explícita o implícita, el darwinismo social, al 94Véase John OFFER, Herbert Spencer and Social Theory, Basingstoke y Nueva York: Palgrave Macmillan, 2010, pp. 78-80. 95James Allen ROGERS, «Darwinism and Social Darwinism», Journal of the History of Ideas Vol. 33, no 2 [1972]: pp. 277-278. 96Karl Pearson, una de las figuras emblemáticas del darwinismo social, formulaba en 1900 algunas de las “bondades” de la guerra, cuando aseguraba que "la lucha por la supervivencia significa- ba «sufrimiento, intenso sufrimiento», aunque sus rasgos redentores estarían constituidos por la supervivencia de la raza más apta a «la terrible prueba de la que surge el mejor metal»” (N. MACMASTER, Racism in Europe 1870-2000, p. 40). 97N. MACMASTER, Racism in Europe 1870-2000, pp. 35-37. 98“Las doctrinas de la selección natural y de la supervivencia de los más aptos fueron fácilmente utilizadas como líneas guía para la clasificación racial. Lo que Darwin denominó la extinción de las formas menos desarrolladas podía aplicarse también a las razas inferiores. Aquellos que se encomendaron al Darwinismo para resolver problemas sociales proclamaron que la supervivencia de los más aptos, junto con los derechos de los sanos y fuertes, constituía el principio por el que debían gobernarse las vidas de los hombres y de los estados” (G.L. MOSSE, Toward the Final Solution, p. 72). 99N. MACMASTER, Racism in Europe 1870-2000, p. 39. 58 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS mismo tiempo que defiende la supervivencia de los más aptos, preconiza la elimina- ción de los más débiles, sentando así las bases para la progresiva invisibilización de las víctimas. No es de extrañar, en consecuencia, que la idea de “supervivencia de los más aptos” se encuentre también, de alguna manera, en el centro de la ideología nazi y de las políticas de Higiene racial del Tercer Reich y que el propio Hitler se refiriera a ella implícitamente en su libro Mein Kampf (1925)100. La eugenesia, por su parte, definida por el propio Galton como “la ciencia de la mejora del linaje” y que tenía en la herencia su clave discursiva fundamental101, “fue un movimiento internacional que articuló hipótesis genéticas, teoría social y prescripciones políticas. Originado en el Reino Unido, se extendió por Alemania, Escandinavia, Francia, Norte América y Australia, con un gran nivel de coherencia en el contenido de las ideas y de las proposiciones políticas que se generaron en todos estos lugares”102. No obstante, como han señalado varios autores, las afinidades entre los movimientos eugenésicos fueron especialmente significativas en el caso de Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, siendo en estos dos últimos países donde los programas de actuación de corte eugenésico fueron más ambiciosos y se implementaron de forma más generalizada103. De todas formas, el movimiento eugenésico aglutinó diversas corrientes de signo político e ideológico notablemente distinto, aunque algunas de ellas poseyeran efectivamente una notable coherencia a nivel internacional. Así, como señala Paul Weindling, la eugenesia se ha asociado sistemáticamente con la “eugenesia negativa”, cuando existió también una “eugenesia positiva” de largo recorrido durante la primera mitad del siglo XX, caracterizada por poner el acento en la educación, la información, la prevención y la expansión de los sistemas de salud públicos104 100“La Naturaleza misma suele oponerse al aumento de población en determinados países o en ciertas razas, y esto en épocas de hambre o por condiciones climáticas desfavorables, así como tratándose de la escasa fertilidad del suelo. Por cierto que la Naturaleza obra aquí sabiamente y sin contemplaciones; no anula propiamente la capacidad de procreación, pero sí se opone a la conservación de la prole al someter a ésta a rigurosas pruebas y privaciones tan arduas, que todo el que no es fuerte y sano vuelve al seno de lo desconocido. El que entonces sobrevive, a pesar de los rigores de la lucha por la existencia, resulta mil veces experimentado, fuerte y apto para seguir generando, de tal suerte que el proceso de la selección puede empezar de nuevo” (Adolf HITLER, Mi lucha, Ávila: Editora Central del Partido Nacionalsindicalista, Distribución para España, 1938, p. 85). 101Véase Raquel ÁLVAREZ PELÁEZ, Sir Francis Galton, padre de la eugenesia (Madrid: CSIC Centro de Estudios Históricos, 1985). 102Randall HANSEN y Desmond KING, «Eugenic Ideas, Political Interests, and Policy Variance: Immigration and Sterilization Policy in Britain and the U.S.», World Politics Vol. 53, no 2 (2001): p. 240. Sobre la introducción de la eugenesia en España, de la idea de degeneración y de las propuestas regeneracionistas, que cobran una especial importancia en el marco de la medicina y la higiene y no tanto en el de la antropología o la biología, como en el ámbito anglosajón, o en el de la psicología, como en el ámbito francés, véase Raquel ÁLVAREZ PELÁEZ, “Biología, medicina, higiene y eugenesia. España a finales del siglo XIX y comienzos del XX”, en Vicente SALAVERT y Manuel SUÁREZ CORTINA (eds.), El regeneracionismo en España: Política, educación, ciencia y sociedad (Valencia: PUV, 2007, pp. 207-239). 103Stefan KÜHL, The Nazi Connection: Eugenics, American Racism and German Socialism (Nueva York y Oxford: Oxford University Press, 1994) y R. HANSEN y D. KING, «Eugenic Ideas, Political Interests, and Policy Variance» 104Paul WEINDLING, Health, Race and German Politics Between National Unification and Nazism: 1870-1945 (Cambridge: Cambridge University Press, 1993, p. 344). 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS 59 Un ejemplo de este tipo de “eugenesia positiva” sería la de aquella corriente basada en la complicidad que se dio entre el movimiento eugenésico, el radicalis- mo y el feminismo, especialmente después de la Primera Guerra Mundial, en la que sobresalen figuras tales como el británico Havelock Ellis105, la estadounidense Margaret Sanger106 o la australiana Marion Piddington107, que se caracterizó por su fuerte preocupación por la extensión de los métodos de control reproductivo, pero a diferencia de la corriente eugenésica más conservadora, abogó generalmen- te por la educación y la decisión voluntaria de los individuos, en lugar de por la imposición obligatoria de medidas de control de la natalidad (como la esteriliza- ción forzosa)108. Igualmente, como señala Robert N. Proctor, “muchos higienistas raciales apoyaron una suerte de socialismo de estado por medio del cual un fuerte gobierno central dirigiera políticas sociales a través de programas para mejorar la raza”, entre ellos el propio Alfred Ploetz, quien acuñase en 1895 la expresión de “Higiene Racial” (Rassenhygiene)109 para referirse a las políticas de corte eugenési- co: “Ploetz, Schallmayer e incluso Ludwig Woltmann, fueron todos, al menos hasta algún tiempo antes de la Primera Guerra Mundial, prudentes defensores de ciertas formas de reformas sociales progresistas”. En Alemania, “el movimiento temprano de higiene racial no constituyó una estructura monolítica sino más bien una com- binación variada de Izquierda y Derecha, liberales y reaccionarios. Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, sin embargo, las fuerzas nacionalistas conservadoras controlaron la mayor parte de los más importantes centros institucionales de la hi- giene racial alemana; fue este ala a la derecha del movimiento de higiene racial la que fue finalmente incorporada al aparato médico nazi”110. La lucha por la supervivencia se encuentra en el núcleo de este tipo de euge- nesia conservadora, aunque a diferencia del optimismo que impregnaba la idea de progreso evolutivo de muchos darwinistas sociales, la eugenesia bebe más bien de aquella corriente de pesimismo que se escurría por Europa a finales del siglo XIX y principios del siglo XX111, más tarde agudizada con la explosión de la Gran Guerra. Ello explica la fuerte influencia de la idea de la degeneración de la raza sobre el movimiento eugenésico, una idea que se sostenía en dos axiomas principales: que las políticas públicas de protección hacia los más débiles estaban destruyendo la 105Ivan CROZIER, «Havelock Ellis, Eugenicist», Studies in history and philosophy of biological and biomedical sciences Vol. 39, no 2 (2008): pp. 187 - 194. 106Alexander SANGER, «Eugenics, Race, and Margaret Sanger Revisited: Reproductive Freedom for All?», Hypatia Vol. 22, no 2 (2007): pp. 210-217. 107Ann CURTHOYS, «Eugenics, Feminism, and Birth Control: The Case of Marion Piddington», Hecate Vol. 15, no 1 (1989): pp. 73 y ss. 108Gloria Nielfa asocia también el nacimiento del movimiento a favor de la contracepción a la aparición de la primera generación de mujeres médicas (en Gloria NIELFA, «¿El siglo de las mujeres?», Cuadernos de Historia Contemporánea 21 [1999]: p. 71). 109Para Paul Weindling, que califica a Alfred Ploetz de una suerte de “tecnócrata”, “el concepto de «higiene racial» proporcionó los medios para superar las diferencias entre la derecha y la izquierda políticas. Mientras que la ciencia de la higiene racial fue concebida como una fuerza políticamente neutra, sirvió para expandir el papel social de la élite de expertos científicos. Los conflictos políticos serían así desactivados por la ciencia” (P. WEINDLING, Health, Race and German Politics, pp. 123-124). 110Robert PROCTOR, Racial Hygiene: Medicine Under the Nazis (Cambridge [USA]: Harvard University Press, 1988, pp. 26). Las citas anteriores se encuentran en las páginas 21-22 y 22, respectivamente. 111Nicholas SHRIMPTON, «“Lane, you’re a perfect pessimist’: pessimism and the English Fin de siècle», The Yearbook of English Studies Vol. 37, no 1 (2007): pp. 41-57. 60 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS natural lucha por la supervivencia y estaban provocando un incremento del número de individuos indeseables, y que las políticas de corte maltusiano y las guerras ha- bían incidido negativamente en la reproducción de los individuos más aptos112. Pero a diferencia de muchos darwinistas sociales que abogaban por aplicar la práctica del laissez-faire tanto a las políticas económicas como a las demográficas, el mo- vimiento eugenésico alentó fuertemente el intervencionismo del Estado en materia demográfica113. La eugenesia, como es bien sabido, entendía la herencia genética como la clave explicativa de las características físicas y mentales de los individuos, así como de sus comportamientos. Dentro de su órbita, la mayoría de las aparien- cias y las conductas humanas (desde la ceguera o la sordera, pasando por muchas enfermedades mentales, hasta el alcoholismo, la prostitución o la delincuencia) se explicaron como un producto de dicha herencia. Además la eugenesia defendió la construcción de toda una ingeniería social basada en estas premisas, que debía po- nerse en marcha a través de una serie de políticas integrales en áreas tales como la familia (leyes matrimoniales, esterilización y aborto), la educación o la inmigración (restricciones de las cuotas migratorias)114. A lo largo de la primera mitad del siglo XX y especialmente a partir de la Primera Guerra Mundial las campañas y las políticas de corte eugenésico tuvieron cierta acogida en numerosos países115, destacando especialmente los Estados Uni- dos, donde varios estados aprobaron políticas de esterilización, miles de individuos fueron esterilizados y donde se adoptaron políticas migratorias basadas en la raza e inspiradas en la eugenesia116. Sin embargo, el programa político de higiene racial más ambicioso y radical fue el que se desarrolló en el interior de la Alemania nazi. La construcción eugenésica de la sociedad que caracterizó al nazismo, cuyo objetivo fue el perfeccionamiento de la raza, no sólo utilizó los métodos eugenésicos más ex- tremos (la esterilización y el aborto forzosos, las leyes matrimoniales restrictivas, la eutanasia), sino que completó su horizonte ideológico con una visión más netamente racista que defendía la supremacía absoluta de la raza aria, combinada con la idea de degeneración y con la fuerza estética de la mitología del nuevo antisemitismo. Esta relación entre el racismo y el nuevo antisemitismo la explica bien Foucault cuando dice: 112Como señala Raquel Álvarez Peláez, el propio Galton “consideraba que la raza inglesa estaba en decadencia, que la ciudad disminuía la fertilidad de las mujeres y el vigor de los jóvenes, y que agravaba el ya mal estado físico y mental de sus compatriotas” (R. ÁLVAREZ PELÁEZ, Francis Galton, p. 16). 113Annie L. COT, «“Breed out the Unfit and Breed in the Fit”: Irving Fisher, Economics, and the Science of Heredity», The American Journal of Economics and Sociology Vol. 64, no 3 (2005): p. 3. 114Véase R. HANSEN y D. KING, «Eugenic Ideas, Political Interests, and Policy Variance», pp. 237-263 y John C. WALKER, «Ideas of Heredity, Reproduction and Eugenics in Britain, 1800–1875», Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences Vol. 32, no 3 (2001): pp. 457-489. Para Galton, por ejemplo, la degeneración de la raza debía atajarse con un control estricto de los matrimonios, cosa que hubiera requerido de “una acción de estado que no coincidía con el liberalismo de la época” (R. ÁLVAREZ PELÁEZ, Francis Galton, p. 64). 115“La eugenesia, como verdadera política social que era, se irá institucionalizando a partir de los comienzos del siglo XX, cuando los grupos de intelectuales y profesionales que la defienden consigan ir teniendo fuerza, convirtiéndose en grupos de presión basados en el conocimiento y la ciencia, que estarán integrados por académicos, catedráticos, médicos, abogados y algún otro profesional” (R. ÁLVAREZ PELÁEZ, Francis Galton, p. 99). 116R. HANSEN y D. KING, «Eugenic Ideas, Political Interests, and Policy Variance», p. 241. 5. LA NORMATIVICACIÓN CIENTÍFICA DE LAS SOCIEDADE MODERNAS 61 “El antisemitismo se desarrolló en el momento en que el Estado trató de apa- recer, de funcionar y de proponerse como aquello que asegura la integridad y la pureza de la raza contra las razas que, atravesándola, introducen en su cuerpo elementos que son nocivos y por ende deben ser eliminados por razones de orden político y biológico. El nuevo antisemitismo retomó y utilizó, abre- vando en las viejas fuerzas del antisemitismo, toda una energía y toda una mitología que hasta entonces no habían sido utilizadas en el análisis político de la guerra interna, esto es, de la guerra social. Los judíos en ese momento aparecieron -y fueron descritos- como la raza presente dentro de todas las razas y que, por su carácter biológicamente peligroso, exige la puesta a punto por parte del Estado de cierta cantidad de mecanismos de rechazo y exclusión. Fue entonces la reutilización, dentro de un racismo de Estado, de un antisemitismo que tenía -creo- otras motivaciones para provocar los fenómenos del siglo XIX, que superpusieron los viejos mecanismos del antisemitismo al análisis crítico y político de la lucha de razas llevada adelante en una determinada sociedad”117. La afirmación de este racismo de Estado no habría sido posible en ningún caso sin el papel que el darwinismo social y la eugenesia tuvieron en la definitiva con- solidación del racismo biológico y en el prestigio social que conllevaba el hecho de situarse al amparo de la ciencia. El recorrido que me ha llevado desde el pensamien- to racial, a través de la ciencia biológica, hasta el nazismo, está marcado por una serie de procesos ideológicos formulados a partir de esa lógica de la totalidad típica del pensamiento moderno. Así por ejemplo, la idea científica incuestionable de la existencia de las razas humanas que vertebra todo este recorrido, se deriva de la tendencia de la racionalidad científica moderna hacia la clasificación, la objetivación y la normativización mediante las cuales persigue la dominación de la historia y la naturaleza, y se sirve de una serie de tecnologías de poder que tienden a esconder las relaciones de dominación que amparan estas voluntades científicas organizativas. El pensamiento científico así formulado, rastreador de esencias y verdades, preten- de tipificar y jerarquizar, destacar la norma y señalar lo que queda fuera de ella, lo ajeno, lo extraño, lo desconocido. El pensador que nombra, que disciplina, que normativiza, se erige, por su parte, siempre en la norma misma. Como señalaba Robert N. Proctor, las personas que desde 1905 quisieron unirse a la Sociedad por la Higiene Racial fundada entre otros por Alfred Ploetz, debían prometer que se abstendrían de contraer matrimonio si de alguna forma se consideraban “no aptos”; sin embargo “no hay ninguna evidencia de que nadie en esta sociedad admitiera nunca un defecto semejante”118. Al final, por lo tanto, lo que no admite este tipo de pensamiento, lo que no sabe incorporar, lo que sus defensores políticos quieren hacer desaparecer con toda la violencia que esté a su disposición, son las diferencias. Como señalaban Adorno y Horkheimer, en el centro de la racionalidad occidental se encuentra esa fuerza totalizante que aspira a “nivelar” e “igualar” la sociedad a toda costa. Nuevamente lo accidental y lo experiencial quedan fuera de la política. 117M. FOUCAULT, Genealogía del racismo, pp. 76-77. 118R. N. PROCTOR, Racial Hygiene, p. 17. Capítulo 6 El biopoder totalitario Hasta aquí he tratado de presentar la relación entre la modernidad y el holo- causto pero no a la manera de Zygmunt Bauman, quien se preocupó por demostrar el carácter moderno del holocausto, sino, al contrario, tratando de desentrañar el carácter totalitario que encierra la modernidad. No creo que podamos concluir que la modernidad sea eminentemente totalitaria, como tampoco estoy segura de poder resolver que sea eminentemente democrática. La modernidad encierra las potencia- lidades suficientes para poder desarrollarse en ambos sentidos y ello seguramente es consecuencia de una conexión compleja entre ambas formulaciones sociopolíti- cas. Lo que es innegable, en cualquier caso, es que parte del funcionamiento de la modernidad depende de lógicas que poseen un carácter fuertemente totalitario o, dicho de otra forma, que la modernidad está movida por una serie de impulsos totalizantes que, por supuesto, pueden arrojar a las sociedades hacia organizaciones decididamente totalitarias, pero que además actúan detrás de las formulaciones más democráticas. Por lo tanto, analizar esta vinculación de la modernidad y el holocausto des- de esta perspectiva es importante porque nos invita a responsabilizarnos de un acontecimiento animado por unas lógicas modernas que también funcionan silen- ciosamente en el corazón de nuestra sociedad y que pueden seguir identificándose como el origen de ciertas injusticias sociales. Para probar esta vinculación lo que he tratado de mostrar es que algunos fenómenos típicamente nazis, como el pen- samiento totalizante o el racismo eugenésico, hunden sus raíces plenamente en la modernidad y están animados por fuerzas declaradamente modernas, y por lo tanto, no pueden considerarse en ningún caso como una vuelta a la barbarie: constituyen procesos absolutamente modernos y como tal deben ser analizados. Esta reflexión no debe entenderse como una condena a la modernidad, sino como una crítica o más bien, una revisión crítica de las posibilidades que encierra la ambivalente lógica moderna y, particularmente, de algunas de sus potencialidades más perversas. El pensamiento biopolítico realiza también una revisión profunda de esta rela- ción tan estrecha entre modernidad y totalitarismo. Como dice Giorgio Agamben la rapidez con la que las democracias parlamentarias se han transformado en Estados totalitarios y, casi sin solución de continuidad, los Estados totalitarios en democra- cias parlamentarias se explica únicamente por el hecho de que “la vida biológica con sus necesidades se había convertido en todas partes en el hecho políticamente decisivo”. Según este autor, este tipo de transposiciones han tenido lugar en contex- tos en los que la política se había transformado hacía mucho en biopolítica y en los que “lo que estaba en juego consistía ya exclusivamente en determinar qué forma de 63 64 6. EL BIOPODER TOTALITARIO organización resultaría más eficaz para asegurar el cuidado, el control y el disfrute de la nuda vida”119. En las páginas precedentes me he referido en varias ocasiones a la biopolítica y al biopoder. Estos dos conceptos de gran trascendencia en la historia del pensamien- to político que popularizó Michel Foucault son fundamentales para entender esta relación entre modernidad y holocausto, como bien han demostrado posteriormente Agamben y Roberto Esposito120. Muchos de los procesos descritos hasta ahora ac- túan como un laboratorio de estudio excepcional para entender el funcionamiento del pensamiento biopolítico o, más bien, para entender cómo el pensamiento polí- tico se tornó en biopolítico al aspirar a controlar y, sobre todo, normalizar, todos y cada uno de los aspectos biológicos de la vida humana. En mi opinión, el biopo- der es la fuerza que permite descifrar la novedad radical de los sistemas políticos modernos, que aspiran al control de todas las funciones biológicas de los indivi- duos, en tanto que miembros de una especie, mediante el uso de las tecnologías que ya habían puesto en marcha los poderes disciplinarios y que consistían en la proyección, sistematización y objetivación de los cuerpos humanos a través de las disciplinas científicas121. Pues bien, la estatalización de esas tecnologías biológicas disciplinarias, que es precisamente uno de los procesos que hemos descrito en es- tas páginas al estudiar el desarrollo científico de la idea de raza y su progresiva implantación como eje vertebrador de los sistemas de regulación social, condujo al desarrollo del biopoder que, en su versión más “exitosa”, dio como resultado el totalitarismo nazi. Desde esta perspectiva, el nazismo podría entenderse no sólo como un acontecimiento histórico que deja en evidencia las contradicciones de la modernidad, sino, de algún modo, como el producto más rotundo del desarrollo de las lógicas modernas122. 119G. AGAMBEN, El poder soberano y la nuda vida, pp. 154-155. 120“Sin duda, el nazismo lleva los procedimientos biopolíticos de la modernidad al punto extre- mo de su poder coercitivo, imprimiéndoles un vuelco tanatológico” (Roberto ESPOSITO, Bios: biopolítica y filosofía, Buenos Aires: Amorrortu, 2006, p. 176). 121Aunque para Roberto Esposito, Foucault no terminó de decidirse entre dos cronologías enfren- tadas que asoció al desarrollo de la biopolítica: una que relaciona la biopolítica con el fin histórico del modelo de soberanía y por lo tanto que la caracterizaría como eminentemente moderna (o incluso posmoderna) y otra en la que la biopolítica transcurriría en paralelo al régimen soberano de manera que ésta podría remontarse incluso a la antigüedad clásica. El paradigma inmunitario que propone Esposito para explicar la biopolítica, en cambio, sí introduciría una clave absoluta- mente moderna. (R. ESPOSITO, Bíos, pp. 84-87). Esposito añade además que el hecho de “que la política siempre se haya preocupado, de algún modo, por defender la vida no excluye que sólo a partir de determinado momento, precisamente en coincidencia con el origen de la modernidad, esa necesidad de autoaseguramiento haya sido reconocida ya no simplemente como algo dado, sino como un problema y, además, como una opción estratégica. Esto significa que todas las civilizacio- nes, pasadas y presentes, plantearon la necesidad de su propia inmunización, y en cierta manera la resolvieron; pero únicamente la civilización moderna fue constituida en su más íntima esencia por dicha necesidad”. Para este autor incluso “cabría afirmar que no fue la modernidad la que planteó la cuestión de la autoconservación de la vida, sino que esta última plasmó, es decir, «inventó» la modernidad como aparato histórico-categorial capaz de resolver esa cuestión” (p.88). 122La visión del nazismo como desarrollo paroxístico de la modernidad es propia de la aproxi- mación foucaultiana a la cuestión biopolítica, mientras que para Esposito el nazismo sería más bien el fruto no de “la radicalización sino de la descomposición de la modernidad” (en Roberto ESPOSITO, Comunidad, inmunidad y biopolítica, trad. Alicia García Ruiz, Barcelona: Herder, 2009, p. 142). Véase también Melania MOSCOSO, «En torno a la norma: algunas o reflexiones sobre biopolítica y soberanía en diálogo con Michel Foucault y Roberto Esposito», Dilemata 5, n 12 (2013): pp. 1-13. 6. EL BIOPODER TOTALITARIO 65 Así pues, la instauración del biopoder viene marcada por una etapa inicial du- rante la cual se articularía la dimensión disciplinaria del poder mediante lo que Foucault denomina “anatomopolítica del cuerpo humano”123. Esta anatomopolítica consistiría en el desarrollo de una serie de tecnologías del cuerpo, esto es, de unos “saberes del cuerpo” encaminados a la disciplina y la dominación de sus capaci- dades, con el objetivo de que dichos cuerpos pudieran utilizarse económicamente como fuerza productiva: “el cuerpo sólo se convierte en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido”. Este poder disciplinario encargado de regular los aspectos anatómicos del cuerpo humano no funciona en sentido vertical, sino transversal, no es transcendente sino inmanente, no viene impuesto por las estructuras del Estado sino que se articula en los intersticios que se forman en las relaciones que se establecen entre éstas y los seres humanos. O como dice Foucault, se trataría “de una microfísica del poder que los aparatos y las instituciones ponen en juego, pero cuyo campo de validez se sitúa en cierto modo entre esos grandes funcionamientos y los propios cuerpos con su materialidad y sus fuerzas”124. Es en Vigilar y Castigar donde Foucault despliega con detalle todo el contenido sobre el que se articula este poder disciplinario, una forma de poder que tiene que ver con la formulación de las normas socioculturales que rigen nuestro comportamiento y nuestras relaciones humanas y, consecuentemente, con la creación de subjetivida- des, ya sean éstas normativas, que son las que se ajustan a la norma, o extrañas, insólitas, abyectas, esto es, que se salen de ella. La segunda etapa más tardía durante la cual terminaría de conformarse el biopoder sería aquella en la que, a partir de mediados del siglo XVIII, cobrarían forma los sistemas de regulación de la población puestos en marcha de manera cada vez más planificada desde el Estado y las instituciones sociales. Es en este momento durante el cual queda propiamente instituida la biopolítica, que según Foucault serían todas aquellas intervenciones directas centradas “en el cuerpo-especie, en el cuerpo transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad”. El biopoder, el poder sobre la vida, se consolidó por tanto en torno a estos dos polos constituidos por las disciplinas del cuerpo y la regulación de la población. En palabras de Foucault: “La vieja potencia de muerte, en la cual se simbolizaba el poder soberano, se halla ahora cuidadosamente recubierta por la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida. Desarrollo rápido durante la edad clásica de diversas disciplinas –escuelas, colegios, cuarteles, talleres; aparición tam- bién, en el campo de las prácticas políticas y las observaciones económicas, de los problemas de natalidad, longevidad, salud pública, vivienda, migración; explosión, pues, de técnicas diversas y numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones–. Se inicia así la era de un «biopo- der»”125. Para poder tomarse en serio a la vida, el poder no necesita servirse de la ley y de los sistemas jurídicos que se amparan en la amenaza, en la espada y en la muerte; para tomar la vida a su cargo, el biopoder necesita de “mecanismos continuos, 123M. FOUCAULT, La voluntad de saber, p. 148. 124Michel FOUCAULT, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, 16 ed. en castellano (Madrid: Siglo XXI Editores, 2009, p. 33). 125M. FOUCAULT, La voluntad de saber , p. 148. Las citas siguientes se encuentran en la página 153, 149 y 152, respectivamente. 66 6. EL BIOPODER TOTALITARIO reguladores y correctivos”: necesita ocuparse de las normas, esto es, integrar el poder disciplinario y las disciplinas del cuerpo de manera que pueda conseguir sus objetivos de “mejorar la especie” (mejorar la salud, la esperanza de vida o los nacimientos de una sociedad). “Una sociedad normalizadora fue el efecto histórico de una tecnología de poder centrada en la vida”. El biopoder se encuentra también en el centro del desarrollo histórico del capitalismo, que sólo pudo afirmarse mediante “la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos”. La biopolítica se inauguró entonces hacia mediados del siglo XVIII, en el mo- mento en el que los Estados se tomaron en serio las regulaciones de la población y el control de la vida. “«El umbral de modernidad biológica» de una sociedad se sitúa en el momento en que la especie entra como apuesta del juego en sus propias estrategias políticas”. En este sentido, uno de los principales efectos que se derivan de la aparición del biopoder es la conversión del espacio político privado en un espacio biopolítico, cada vez más sujeto y más controlado por el Estado y las insti- tuciones políticas y que, en consecuencia, adquiere un interés público. Dicho de otra manera, el desarrollo del biopoder viene marcado por la firme determinación de las instituciones públicas por controlar aquellos aspectos de la vida social relacionados con la conservación de la especie humana y cuya protección en épocas premodernas se encontraba al amparo del ámbito de lo privado, de lo familiar (el nacimiento, el parto, la lactancia, los hábitos alimenticios, la higiene, el cuidado de unos seres por otros, etcétera). Se produce de esta forma una confusión cada vez mayor entre los espacios tradicionales de lo público y lo privado (generalmente asociados en la historia de la filosofía a los conceptos griegos de polis y oikos, respectivamente). Esta confusión ha sido denominada por Hannah Arendt la esfera social, “un fenómeno relativamente nuevo cuyo origen coincidió con la llegada de la Edad Mo- derna, cuya forma política la encontró en la nación-estado”, y que “rigurosamente hablando no es pública ni privada”, como recuerda también Espósito126. La esfera social arendtiana coincidiría espacial y temporalmente con el espacio biopolítico foucaultiano, dando ambos cuenta del mismo proceso. “La división entre las esferas pública y privada, entre la esfera de la polis y de la familia, y, finalmente, entre actividades relacionadas con el mundo común y las relativas a la conservación de la vida [la cursiva es mía], diferencia sobre la que se basaba el antiguo pensamiento político como algo evidente y axiomático” habría quedado según Arendt borrada por completo en nuestras consciencias por nuestra tendencia a percibir “el conjunto de pueblos y comunidades políticas a imagen de una familia cuyos asuntos cotidia- nos han de ser cuidados por una administración doméstica gigantesca y de alcance nacional”. La aparición de esta suerte de paternalismo de Estado adquiere según 126En H. ARENDT, La condición humana, p. 55. La siguiente cita de Hannah Arendt se encuentra en la misma página. “Como ha recordado sobre todo Hannah Arendt, la preocupación relativa al mantenimiento y a la reproducción de la vida pertenecía a una esfera que en sí no era política ni pública, sino económica y privada, hasta el punto de que la acción política propiamente dicha asumía sentido y relevancia precisamente en contraste con ella”, (Roberto ESPOSITO, Comunidad, inmunidad y biopolítica, trad. Alicia García Ruiz, Barcelona: Herder, 2009, p. 126). También Giorgio Agamben explica la imbricación biopolítica de Arendt: “H. Arendt había analizado, en The Human Condition, el proceso que conduce al homo laborans, y con él a la vida biológica como tal, a ocupar progresivamente el centro de la escena política del mundo moderno. Arendt atribuía precisamente a este primado de la vida natural sobre la acción política la transformación y la decadencia del espacio público en las sociedades modernas” (G. AGAMBEN, El poder soberano y la nuda vida, p. 12). 6. EL BIOPODER TOTALITARIO 67 Hannah Arendt características muy parecidas a las que luego descifraría Foucault al establecer su paradigma de la biopolítica. Según Arendt, con el auge de lo social y la admisión de la familia y de las actividades propias de la organización doméstica en la esfera pública, esta nueva “esfera social” se caracterizaría por un crecimiento exponencial a expensas de las antiguas esferas de lo político y lo privado, y de la más reciente esfera de la intimidad. “Este constante crecimiento”, asegura Arendt, “cuya no menos constante aceleración podemos observar desde hace tres siglos al menos, adquiere su fuerza debido a que, a través de la sociedad, de una forma u otra ha sido canalizado hacia la esfera pública el propio proceso de la vida. En la esfera privada de la familia era donde se cuidaban y garantizaban las necesidades de la vida, la supervivencia individual y la continuidad de la especie”127. A diferencia de Hannah Arendt, quien no incluyó en su análisis exhaustivo del poder totalitario la aparición de este espacio de ordenación biopolítica caracterís- tico de la modernidad, la lectura biopolítica que hace Foucault del nazismo se ha convertido ya en una explicación clásica. Foucault comienza señalando la conexión de la aparición del racismo biológico, en su forma moderna, con el nacimiento del biopoder. Como apunta en Genealogía del racismo “lo que permitió la inscripción del racismo en los mecanismos del Estado fue justamente la emergencia del bio- poder”128. Por otro lado, la emergencia de este racismo de Estado, de un racismo biológico y centralizado, que él sitúa a finales del siglo XIX, fue en palabras de Fou- cault “si no profundamente modificado, por lo menos transformado y utilizado en las estrategias específicas del siglo XX”. Particularmente, los dos sistemas políticos que Foucault reconoce como transformadores del racismo de Estado en el siglo XX son el nazismo y el comunismo soviético. Concretamente, sobre el nazismo señala cómo se sirve políticamente de la reinscripción del racismo de Estado en la antigua leyenda de las razas en guerra. Cuando en La voluntad de saber está tratando de explicar la historia de la transformación de la sociedad simbólica de la sangre, que es la típica de la guerra de razas, en una sociedad analítica de la sexualidad (en la que la ley de la sangre viene a ser sustituida por la norma de la sexualidad), aclara también que el racismo en su forma moderna, estatal, biologizante, se forma en ese punto en el que se combina toda una política de la población, de la familia, del matrimonio, de la educación, de la jerarquización social y de la propiedad, con una larga serie de intervenciones permanentes a nivel del cuerpo, las conductas, la salud y la vida cotidiana y con “la preocupación mítica por proteger la pureza de la sangre y de hacer triunfar la raza”. Y añade que: “El nazismo fue sin duda la combinación más ingenua y más astuta -valga lo uno por lo otro- de las fantasías de la sangre con los paroxismos del poder disciplinario. Una ordenación eugenésica de la sociedad, con lo que podía llevar consigo de extensión e intensificación de los micropoderes, bajo la cobertura de una estatalización ilimitada, iba acompañada por la exaltación onírica de una sangre superior; ésta implicaba a la vez el genocidio sistemático de los otros y el riesgo de exponerse a sí misma a un sacrificio total”129. En pocas palabras: el nazismo desde esta perspectiva podría entenderse como la culminación absoluta del biopoder, por más que reinterprete el racismo de Estado 127H. ARENDT, La condición humana, pp. 67-68. 128M. FOUCAULT, Genealogía del racismo, p. 205. Las referencias siguientes se encuentran entre las páginas 73 y 74. 129M. FOUCAULT, La voluntad de saber , pp. 158-159. 68 6. EL BIOPODER TOTALITARIO recuperando ciertos elementos legendarios de la guerra de las razas y del simbolismo de la sangre. Y por si no quedaba lo suficientemente claro que el nazismo constituyó el punto más álgido del biopoder, Foucault lo aclaró nuevamente en Genealogía del racismo, donde expuso de forma clara como el nazismo trajo consigo el desarrollo paroxístico de los nuevos mecanismos de poder instaurados a partir del siglo XVIII. Ningún Estado habría sido más disciplinario que el régimen nazi y en ningún otro Estado la reactivación y administración de las regulaciones biológicas se habría producido de manera tan consistente. La sociedad nazi se sostuvo materialmente tanto en el poder disciplinario como en el biopoder, y seguramente los campos de concentración son la prueba más consistente de ello. “Ninguna sociedad fue más disciplinaria y al mismo tiempo más aseguradora que la instaurada, o proyectada, por los nazis. El control de los riesgos específicos de los procesos biológicos era de hecho uno de los objetivos esenciales del régimen”130. Como ya señalé, Giorgio Agamben va un paso más allá al establecer una relación entre biopolítica y totalitarismo cuando asegura que “el campo de concentración, como puro, absoluto e insuperado espacio biopolítico” constituiría “el paradigma oculto del espacio político de la modernidad, del que tendremos que aprender a re- conocer las metamorfosis y los disfraces”. En otras palabras, y como apunta Reyes Mate, el campo se convierte aquí en el lugar simbólico de la política moderna. En la modernidad el campo es todo: lo decisivo de la política moderna según Agamben es “el hecho de que, en paralelo al proceso en virtud del cual la excepción se convierte en regla, el espacio de la nuda vida que estaba situada originariamente al margen del orden jurídico, va coincidiendo de manera progresiva con el espacio político, de forma que exclusión e inclusión, externo e interno, bios y zoé, derecho y hecho, entran en una zona de irreductible indiferenciación”131. Pues bien, para Agamben el campo de concentración sería el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en regla, constituyéndose en el más absoluto espacio biopolí- tico que se haya realizado nunca, un espacio en el que el poder no tendría frente a si mismo más que la pura vida sin mediación alguna. “El campo de concentración y no la ciudad es hoy el paradigma biopolítico de Occidente”. Aunque conviene recordar nuevamente aquella aclaración de Reyes Mate a la que ya me referí, según la cual el campo quizás lo ocupe todo en la modernidad, pero desde luego no para todos: sólo para los oprimidos el estado de excepción es siempre la norma. Tenemos pues que la modernidad se inaugura de la mano de la biopolítica, que el nazismo es el desarrollo paroxístico del biopoder y que el campo de concentración es el paradigma biopolítico de la modernidad. Pero, si la modernidad se constituye cuando la vida se pone en el centro de la política y el nazismo constituye el pun- to álgido de este proceso, ¿cómo se explica el carácter fuertemente homicida del nazismo? “Un poder que consiste en hacer vivir, ¿cómo puede dejar morir? En un sistema político centrado sobre el biopoder, ¿cómo es posible ejercer el poder de la muerte, cómo ejercer la función de la muerte?”132. La explicación que da Foucault de esta aparente paradoja viene de la mano del racismo. Para Foucault, el racismo introduce una separación entre la vida que debe vivir y la que debe morir, con su 130M. FOUCAULT, Genealogía del racismo, p. 209. 131G. AGAMBEN, El poder soberano y la nuda vida, pp. 18-19. Véanse también las páginas 215, 217 y 230. 132M. FOUCAULT, Genealogía del racismo, p. 205. La cita siguiente es en la página 208. 6. EL BIOPODER TOTALITARIO 69 capacidad, por un lado, de introducir distinciones basadas en razas entre los seres humanos (“en el continuun biológico”, que diría Foucault) y, por otro, de sancionar la existencia de una competición entre razas (la guerra de las razas), de tal forma que la muerte de una raza supuestamente reforzaría la vida de las demás. “El ra- cismo asegura entonces la función de la muerte en la economía del biopoder, sobre el principio de que la muerte del otro equivale al reforzamiento biológico de sí mis- mo como miembro de una raza o una población, como elemento en una pluralidad coherente y viviente”. Roberto Esposito de la mano de su paradigma inmunitario es uno de los pen- sadores que más ha desarrollado el sentido de la relación entre la vida y la muerte en las sociedades biopolíticas. La inmunización describiría el proceso según el cual la vida quedaría protegida por la administración de dosis pequeñas, no letales, de aquello que la niega: en este caso de la misma muerte. Esposito contrapone etimoló- gicamente la noción de comunidad y la de inmunidad y sostiene que “la immunitas se revela como la forma negativa, o privativa, de la communitas: mientras la commu- nitas es la relación que, sometiendo a sus miembros a un compromiso de donación recíproca, pone en peligro su identidad individual, la immunitas es la condición de dispensa de esa obligación y, en consecuencia, de defensa contra sus efectos expro- piadores”. De esta forma la immunitas, dado que protege a su portador del contacto riesgoso con quienes carecen de ella, “restablece los límites de lo «propio» puestos en riesgo por lo «común»”133. Así, el proceso de inmunización se ve favorecido en la modernidad debido al desarrollo de la lógica individualista frente a la progresi- va relajación de los compromisos y deberes comunitarios. Esposito distingue tres principales mecanismos inmunitarios en el nazismo. El primero de ellos sería la normativización absoluta de la vida, que cobraría forma de manera imbricada en el orden biológico y en el orden jurídico134. Al segundo de estos mecanismos se refiere Esposito como el doble cierre del cuerpo, por el cual se derrumba el dualismo propio del pensamiento cristiano que diferenciaba entre el cuerpo y el alma, convirtiéndose el cuerpo en la esencia del “yo”: el cuerpo deja de ser un objeto de la vida espiritual para coinvertirse en el centro de la misma. La espiritualización del cuerpo, de lo biológico, alcanzaría su cenit de la mano del concepto de raza. El tercero de estos mecanismos sería la supresión anticipada del nacimiento, que se formularía prin- cipalmente a través de las políticas de esterilización puestas en marcha de forma temprana y masiva por la administración nazi135. También Agamben da cuenta insistentemente de esta deriva que él denomina “tanatológica” del biopoder que se hace especialmente manifiesta en las sociedades totalitarias: “[En el Estado nazi] una absolutización sin precedentes del biopoder de hacer vivir se entrecruza con una no menos absoluta generalización del poder de hacer morir, de forma tal que la biopolítica pasa a coincidir de forma inmediata con la tanatopolítica”136. El espacio por antonomasia donde cobran forma de la manera más extrema las lógicas tanatopolíticas y biopolíticas que estructuran el nazismo son los campos de concentración y exterminio, siendo las dos figuras más 133R. ESPOSITO, Bíos, pp. 81-82. 134Esposito habla de una biologización del derecho y de un aumento constante del control jurídico sobre la medicina durante el nazismo (R. ESPOSITO, Bíos, p. 223). 135R. ESPOSITO, Bíos, pp. 222-234. 136Giorgio AGAMBEN, Homo Sacer III. Lo que queda de Auschwitz: el archivo y el testigo, trad. Antonio Gimeno Cuspinera (Valencia: Pre-Textos, 2005, p. 87). 70 6. EL BIOPODER TOTALITARIO representativas de ambas lógicas las cámaras de gas, por un lado, y los musulmanes, por otro lado. El término musulmán es utilizado sistemáticamente por los supervivientes pa- ra referirse a aquellos que “parecen haber perdido cualquier forma de voluntad o conciencia”, a aquellos prisioneros que se habían abandonado totalmente, aquellos que parecían haber sido vencidos por la dinámica “deshumanizante” que envolvía a los campos, aquellos que ya no estaban en condiciones de pelear por la superviven- cia, que ya no luchaban, que se habían convertido en “despojos humanos” y que, por tanto, se encontraban tan solo a un paso de la muerte física. El origen de la expresión es dudoso aunque la explicación más razonable para Agamben es la de que provenga de la palabra árabe muslim, que se refiere a la persona que se “somete incondicionalmente a la voluntad de Dios”. Como dice este autor, la biopolítica al- canzaría su límite último en el musulmán, que sería la nuda vida en estado puro, un simple haz de funciones biológicas: “[Los campos] no sólo son el lugar de la muerte y el exterminio, sino también y sobre todo, el lugar de la producción del musulmán, de la última sustancia biopolítica aislable en el continuum biológico. Más allá no hay más que las cámaras de gas”. Por tanto, es lógico que el presente trabajo, en el que trato de dar cuenta de la deshumanización que experimentaron los prisioneros en los campos, se encuentre principalmente centrado en esta figura extrema de la biopolítica que es el musul- mán. De ahí que mi atención se dirija fundamentalmente a la violencia biopolítica y no tanto a la tanatopolítica, por más que ambas se encuentren fuertemente imbri- cadas en ese espacio simbólico del nazismo y de la modernidad que es el campo de concentración. En su interior los mecanismos de control biopolítico se desataron de la forma más extrema y más violenta, mediante la institucionalización de la tortura, provocando lo que los supervivientes han descrito como una auténtica expulsión de los seres humanos de su propia especie137. 137La reflexión más interesante en este sentido es la que realiza Robert Antelme, superviviente de Buchenwald y Dachau, en su ya clásico La especie humana (Robert ANTELME, La especie humana, Madrid: Arena Libros, 2001). Capítulo 7 Humanidad y abyección Si la crítica a la modernidad constituye el punto de partida para introducir y comprender la biopolítica, son la biopolítica y la fuerte actividad que ha desplegado el biopoder a lo largo de los últimos siglos, fiscalizando y normalizando todos los aspectos prácticos y discursivos que configuran el tránsito del individuo hacia el ser humano, las que nos sirven de plataforma para reflexionar sobre cómo las culturas modernas han afrontado el problema de la identidad humana. De lo que se trata aquí es de entender cómo se resuelve la cuestión de qué es precisamente lo que nos hace humanos y qué, en cambio, puede deshumanizarnos, es decir, de qué manera se determina qué es humano y qué no lo es, y cómo los dos productos de esta distinción (lo humano y lo inhumano) se constituyen en categorías ontológicas que reclaman de una acción ética y política. En otras palabras, ¿qué hay que hacer con lo que no encaja bien en la humanidad? Analizar todo ello en relación a los problemas planteados desde la biopolítica, es capital para abordar el estudio de los campos de concentración donde, como han señalado reiteradamente los supervivientes, lo que realmente estaba en juego era la humanidad de las víctimas. Pero quizás cabría partir de la pregunta qué es lo que entendemos por humano. Lo humano es una categoría que se ha utilizado a lo largo de la historia para designar a los miembros de nuestra especie, pero que casi siempre se ha formulado de manera excluyente, esto es, dejando fuera a determinados sujetos (mujeres, esclavos, individuos de distintas etnias o personas con discapacidad, entre otros) y cuyas fronteras siempre han estado muy difusas y en continuo movimiento. Judith Butler apunta con acierto que las normas han instituido una curiosa y casi imposible paradoja de un “humano que no es humano” o de un “humano que borra lo humano tal y como se conoce por los demás”. Y añade: “siempre que está lo humano, está lo inhumano”. Precisamente, el hecho de reconocer repentinamente la humanidad de un grupo de seres anteriormente excluidos de ella no hace más que corroborar la afirmación de que la humanidad es en sí misma una prerrogativa cambiante138. La laxitud de este concepto ha tenido unas consecuencias muy concretas en la vida de miles de personas, como bien ha demostrado la historiadora Joanna Bour- ke en su libro What it Means to Be Human, en el que realiza una aproximación tremendamente lúcida de cómo en el Reino Unido y en los Estados Unidos se han ido articulando durante los últimos siglos los límites dentro de los cuales se inscri- be dicha categoría139. Bourke analiza en esta obra los problemas que encierra la 138Judith BUTLER, Marcos de guerra: Las vidas lloradas, 1 ed (Barcelona: Paidós, 2010, p. 112) 139Por ejemplo, estudia los problemas a la hora de distinguir formalmente a la especie humana de algunos grandes simios; valora las reivindicaciones de ciertos grupos humanos para ser considerados legalmente al menos como “animales” y de esta manera adquirir mayores derechos y cobertura legal; plantea algunas de las discusiones que han cobrado forma en el momento de oponer los derechos 71 72 7. HUMANIDAD Y ABYECCIÓN categoría de lo “humano” partiendo del carácter conflictivo de la oposición axio- mática entre humano y animal, tal y cómo ha ido desarrollándose a lo largo de la historia. También interroga ciertas narraciones para entender cómo lo humano se ha construido de manera excluyente y la relevancia que en la práctica ha adquirido dicha exclusión (por ejemplo, a la hora de justificar la esclavitud, la tortura o la experimentación médica en aquellos cuerpos considerados como “poco humanos”): “La cuestión de «quién es verdaderamente humano» depende ampliamente del poder de la ley y de la práctica judicial. Aunque en el lenguaje común se asume con frecuencia que todos los humanos son «personas», lo cierto es que éste no es el caso. Es la ley la que distingue entre la existencia más básica compartida por los animales y las personas (la vida o la zoé) y la identidad completamente humana dentro de una polis o comunidad política (la vida significativa o el bios). Con frecuencia, esta distinción se basa en poco más que en circunstancias de nacimiento. Por ejemplo, un chico de piel negra nacido en Haiti podría tener decretado un estatus menor que un perro nacido en un hogar de clase media de California. «No es tanto que los humanos tengan derechos», explica el filósofo Costas Douzinas, «sino que el derecho hace a los humanos»”. Así mismo, la humanidad, aquello a lo que genéricamente nos hemos referido siem- pre como “los hombres”, “nunca ha incluido a todos los humanos. En distintos mo- mentos, los esclavos, las mujeres, las minorías religiosas, los judíos y los actores (so- bre la base de que pretenden ser otra persona) han sido apartados de los «derechos del hombre». Antes de las declaraciones de los derechos humanos, la «humanidad» se ha referido principalmente a los hombres heterosexuales bien situados”140. La conclusión que emana del estudio histórico de Bourke es altamente signifi- cativa: como decía antes, la autora consigue demostrar de forma fehaciente que el estar o no estar incluido en conceptos que no son más que puras generalidades me- tafísicas como “hombre” o “humano” y que no son nada fuera de un marco social y legal concreto, tiene un significado preciso y unas consecuencias de carácter práctico muy concretas. Estas consecuencias a lo largo de la historia se han manifestado, por ejemplo, en qué es lo que puede o no puede ser comido (el tabú del canibalismo), con qué cuerpos se puede experimentar (los cuerpos de los presidiarios, de los pobres, de los enfermos) o en qué individuos es legítimo infligir una cierta violencia o incluso una tortura (las mujeres, los niños, los esclavos, los condenados). En definitiva, ser “humano”, ser considerado como miembro de la especie, no es algo inocente, sino que es altamente significativo y adquiere una enorme relevancia no sólo discursiva, sino también práctica. Giorgio Agamben ha expresado con bastante claridad el alcance último del significado del término humano cuando dice “Homo sapiens no es, por lo tanto, ni una sustancia ni una especie claramente definida; es, más bien, una máquina o un artificio para producir el reconocimiento de lo humano”141. Esta máquina se construye mediante lo que Donna Haraway ha denominado “tecnologías de las co- municaciones”142, aunque ella reivindica con empeño el poder emancipador de estas animales a los derechos humanos (especialmente, en el marco de la experimentación científica) y las muchas contradicciones que han alumbrado todos esos discursos. 140Joanna BOURKE, What it Means to Be Human: Historical Reflections on What it Means to Be Human, 1791 to the Present, London: Virago Press, 2011, p. 131 y p. 136, respectivamente). 141Giorgio AGAMBEN, Lo abierto. El hombre y el animal (Buenos Aires: Pre-Textos, 2006, p. 58). 142“Las tecnologías de las comunicaciones y las biotecnologías son las herramientas decisivas para reconstruir nuestros cuerpos. Estas herramientas encarnan y ponen en vigor nuevas relaciones sociales para las mujeres a través del mundo. Las tecnologías y los discursos científicos pueden 7. HUMANIDAD Y ABYECCIÓN 73 tecnologías a través de su famosa propuesta del cyborg, “una especie de yo personal, postmoderno y colectivo, desmontado y vuelto a montar” que, entre otras cosas, debería encontrarse en el centro de toda propuesta feminista. Como dice Haraway “no está claro quién hace y quién es hecho en la relación entre el humano y la má- quina. No está claro qué es la mente y qué el cuerpo en máquinas que se adentran en prácticas codificadas. En tanto que nos conocemos a nosotras mismas en el dis- curso formal (por ejemplo, la biología) y en la vida diaria (por ejemplo, la economía casera en el circuito integrado), encontramos que somos cyborgs, híbridos, mosai- cos, quimeras. Los organismos biológicos se han convertido en sistemas bióticos, en máquinas de comunicación como las otras. No existe separación ontológica, funda- mental en nuestro conocimiento formal de máquina y organismo, de lo técnico y de lo orgánico”. Esta máquina humana posee un cuerpo cuyos parámetros han sido diseñados desde lo que Foucault ha identificado, que ya señalé, como la anatomopolítica. Dice Foucault que el cuerpo del Hombre-máquina se ha construido sobre dos registros, el anatomo-metafísico, que tiene en Descartes, los médicos y los filósofos su principal referente, y el técnico-político, que se habría desarrollado en el marco de los re- glamentos militares, escolares y hospitalarios, y mediante procedimientos empíricos y reflexivos. A través de estos dos registros se trata al mismo tiempo de explicar el funcionamiento del cuerpo y de someterlo. Se trata por tanto de disciplinar al cuerpo como “útil” e “inteligible”, de convertirlo en un “cuerpo dócil”. “Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser trasformado y perfeccionado”, apunta Foucault143. El filósofo francés señala que aunque existían procedimientos disciplinarios en los conventos, en los ejércitos y en los talleres desde mucho tiempo atrás, es en los siglos XVII y XVIII cuando las disciplinas se con- vierten en fórmulas generales de dominación. Y aclara que este tipo de dominación es distinta y más sutil que la esclavitud, la domesticidad, el vasallaje o el ascetismo. Esta dominación se instituye a través de “una política de las coerciones que cons- tituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone”. De esta manera surge co- mo mecánica de poder toda una “anatomía política” mediante la cual se consigue convertir efectivamente al cuerpo en máquina útil para el sistema económico. “La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos «dóciles»”. Esta conversión del cuerpo enmáquina de lo que da cuenta, en el fondo, es de los procesos de subjetivación que se producen dentro de las coordenadas biopolíticas de la modernidad. Las disciplinas médicas, filosóficas, jurídicas, biológicas crean sujetos tecnificados a medida para trabajar en los ejércitos y en los talleres, en ser parcialmente comprendidos como formalizaciones, por ejemplo, como momentos congelados de las fluidas interacciones sociales que las constituyen, pero deberían asimismo ser vistos como instrumentos para poner significados en vigor. La frontera entre mito y herramienta, entre ins- trumento y concepto, entre sistemas históricos de relaciones sociales y anatomías históricas de cuerpos posibles, incluyendo a los objetos del conocimiento, es permeable. Más aún, mito y he- rramienta se constituyen mutuamente. Además, las ciencias de las comunicaciones y las biologías modernas están construidas por un mismo movimiento, la traducción del mundo a un problema de códigos, una búsqueda de un lenguaje común en el que toda resistencia a un control instrumental desaparece y toda heterogeneidad puede ser desmontada, montada de nuevo, invertida o inter- cambiada”(En Donna HARAWAY, Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, Madrid: Cátedra, 1995, pp. 179-180). 143M. FOUCAULT, Vigilar y castigar, p. 140. Las citas siguientes están en las páginas 141 y 142. 74 7. HUMANIDAD Y ABYECCIÓN el campo o en el hogar. Las máquinas malogradas con frecuencia acaban en las cárceles, en los hospitales y en los manicomios. Son pues las disciplinas las que construyen esta máquina humana, las que determinan qué capacidades debe tener para que funcione adecuadamente; en otras palabras, son las disciplinas las que crean al ser humano y no al revés, como suele pensarse. Estos cuerpos humanos deben cumplir una función muy precisa, que no obs- tante cambia en distintos contextos espaciotemporales. Como indica Foucault, es un error creer que el cuerpo es un ente estático, sin historia, que no tiene “más leyes que las de su fisiología”. Al contrario, “el cuerpo está aprisionado en una serie de regímenes que lo atraviesan; está roto por los ritmos del trabajo, el reposo y las fiestas; está intoxicado por venenos –alimentos o valores, hábitos alimentarios y leyes morales todo junto”. Así pues “nada en el hombre –ni tampoco su cuerpo– es lo suficientemente fijo para comprender a los otros hombres y reconocerse en ellos”. El cuerpo sería entonces la superficie de inscripción de los sucesos, mientras que la genealogía, la historia “efectiva” que Foucault defiende, se encuentra allí donde se articulan el cuerpo y la historia: “[la genealogía] debe mostrar al cuerpo impregnado de historia, y a la historia como destructor del cuerpo”144. Tenemos pues que el ser humano no es más que una máquina, la expresión técnica y codificada de todo un conjunto de normas encaminadas a perpetuar las relaciones de dominación y sumisión entre los individuos de un grupo social. Es una abstracción con historia propia, que ha adquirido distintos significados en fun- ción de los mecanismos de poder que lo han constituido y sometido. En los últimos siglos esta sumisión se ha producido a través de procedimientos disciplinarios o anatomopolíticos, dirigidos fundamentalmente hacia la intelección y sumisión del cuerpo humano en tanto que materia privilegiada de inscripción de la identidad humana. Este tipo de inscripciones, por lo demás, tienen consecuencias concretas en la vida de los individuos que con frecuencia adquieren la forma de desigualdades, injusticias y vejaciones que se producen con el amparo de la norma jurídica y del conocimiento científico. No obstante, como han empezado a apuntar algunos pensa- dores como Donna Haraway, esta máquina humana no debe entenderse únicamente como el producto de fuerzas represivas, sino que encierra también potencialida- des emancipadoras si se acepta su carácter híbrido, cibernético y tecnológicamente construido. Judith Butler por su parte opina que no se debe tratar de encarnar la “norma humana”, sino que hay que entender esta categoría como un “diferen- cial de poder” que hay que aprender a evaluar política y culturalmente, y también hay que procurar afirmar el término allí donde parece que no puede ser afirmado (fundamentalmente donde se erige lo inhumano, su contraparte paradójica), con el objetivo de “impugnar el diferencial de poder mediante el cual opera”, es decir, de dinamitar las relaciones de dominación y el sufrimiento que instituye145. Pues bien, como señala Giorgio Agamben, el campo de concentración habría sido “el lugar en que se realizó la más absoluta conditio inhumana que se haya dado 144Michel FOUCAULT, «Nietzsche, la Genealogía, la Historia», en Microfísica del poder (Madrid: La Piqueta, 1980, p.19 y p.15). 145J. BUTLER, Marcos de guerra, p. 113. Butler realiza una apuesta emancipadora similar a la de Donna Haraway a través de la figura del queer, sujeto capacitado para la acción performativa, subversiva y paródica (véase Judith BUTLER, El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, 1a ed, Género y sociedad 5, México: Paidós, 2001). 7. HUMANIDAD Y ABYECCIÓN 75 nunca en la tierra”146. Como señala este autor “los judíos no fueron exterminados en el transcurso de un delirante y gigantesco holocausto, sino, literalmente, tal como Hitler había anunciado, «como piojos», es decir como nuda vida”. En otras palabras, los judíos y los demás prisioneros de los campos de concentración fueron en cierta manera expulsados de la vida humana y convertidos en pura vida biológica. El filósofo italiano, al referirse a los prisioneros utilizados como cobayas en los campos de concentración, asegura que al haber estado éstos privados de casi todos los derechos y expectativas que suelen atribuirse a la existencia humana, aunque aún se mantuvieran vivos (al menos biológicamente), se encontraban suspendidos en una zona límite entre la vida y la muerte, entre lo interior y lo exterior, en una región en la que no eran más que nuda vida “El intervalo entre la condena a muerte y la ejecución delimita, como el recin- to del lager, un umbral extratemporal y extraterritorial, en el que el cuerpo humano es desligado de su estatuto político normal y, en estado de excepción, es abandonado a las peripecias más extremas, y donde el experimento, como un rito de expiación, puede restituirle la vida”. Cuando más adelante Agamben reflexiona sobre el estatuto paradójico del campo de concentración como espacio de excepción, llega a la conclusión de que el hecho de que sea una porción de territorio situada fuera del orden jurídico normal no hace del campo también una espacio exterior. Al contrario, “lo que en él se excluye, es, según el significado etimológico del término excepción, sacado fuera, incluido por medio de su propia exclusión”. Es por ello que los habitantes del campo se habrían estado moviendo en una zona de indistinción entre lo exterior y lo interior, entre la excepción y la regla, entre lo lícito y lo ilícito, en la que no tenían ningún sentido los propios conceptos de derecho subjetivo y protección jurídica. Esta zona de indistinción en la que todo es posible es también aquella a la que Primo Levi se ha referido como la zona gris (véase página 4): “El ingreso en el Lager era, por el contrario, un choque por la sorpresa que suponía. El mundo en el que uno se veía precipitado era efectivamente terrible pero además, indescifrable: no se ajustaba a ningún modelo, el enemigo estaba alrededor pero también dentro, el «nosotros» perdía sus límites, los contendientes no eran dos, no se distinguía una frontera sino muchas y confusas, tal vez innumerables, una entre cada uno y el otro”147. Esta concepción de la zona gris como lugar de frontera, como espacio de abso- luta ambigüedad, como zona de indistinción entre el adentro y el afuera, entre lo humano y lo inhumano, como el marco en el que se produce la excepción mediante la expulsión o excreción, como el territorio por excelencia de la nuda vida, tiene mucho que ver con el concepto de abyección desarrollado por Julia Kristeva en su obra Poderes de la perversión (1980). Aunque ciertamente la caracterización que hace Primo Levi de la zona gris se refería fundamentalmente a la indeterminación moral que asomaba en cada rincón del campo de concentración, no debe olvidarse, tal y como nos recuerda Nicholas Chare, que el concepto de abyección que desarro- lla Kristeva posee también un fuerte componente moral, quedando descrita como 146G. AGAMBEN, El poder soberano y la nuda vida, p. 211. Las citas siguientes son en las páginas 147, 201, 202, 216 y 217 respectivamente. 147P. LEVI, Los hundidos y los salvados, pp. 34-35. Para profundizar en el significado de la zona gris véase Viridiana MOLINARES HASSAN, La zona gris: imposibilidad de juicios y una nueva ética (Barranquilla, Colombia: Editorial Universidad del Norte, 2012) y Paz MORENO FELIU, En el corazón de la zona gris: una lectura etnográfica de los campos de Auschwitz (Madrid: Trotta, 2010). 76 7. HUMANIDAD Y ABYECCIÓN “inmoral, tenebrosa, amiga de rodeos, turbia: un terror que disimula, un odio que sonríe, una pasión por un cuerpo cuando lo comercia en lugar de abrazarlo, un deu- dor que estafa, un amigo que nos clava un puñal por la espalda...”148. La abyección podría entenderse como aquello que sucede en la zona gris, mientras que la nuda vida, en cierta manera, podría ser la vida netamente abyecta. Lo que Kristeva pretende a través de la abyección, precisamente, es explorar ese límite, esa frontera que separa, y al mismo tiempo conecta irrevocablemente, lo propio con lo ajeno, lo conocido con lo extraño, lo humano con lo inhumano. La abyección es la frontera y, por ello, lo abyecto no debe confundirse totalmente con lo otro, con lo que está más allá. Cuando se habla de lo humano y lo inhumano, lo abyecto no se equipara a esto último, sino que se refiere al proceso por el cual lo humano puede potencialmente transformarse en inhumano, es decir, puede tornarse un ser no sólo distinto a sí mismo, sino desconocido, un ser vuelto de revés, extraño y amenazante que inspira rechazo. Ello implica, entre otras cosas, que lo humano contiene a lo inhumano y viceversa, esto es, que no son dos realidades extrañas: “Frontera sin duda, la abyección es ante todo ambigüedad, porque aún cuando se aleja, separa al sujeto de aquello que lo amenaza”, escribe Kristeva, para quien “hay en la abyección una de esas violentas y oscuras rebeliones del ser contra aquello que lo amenaza y que le parece venir de un afuera o de un adentro exorbitante, arrojado al lado de lo posible y de lo tolerable, de lo pensable. Allí está, muy cerca, pero inasimilable. Eso solicita, inquieta, fascina el deseo que sin embargo no se deja seducir. Asustado, se aparta. Repugnado, rechaza, un absoluto lo protege del oprobio, está orgulloso de ello y lo mantiene”149. El ser abyecto, más que el ser inhumano, sería de este modo el ser deshumani- zado. Los llamados musulmanes en los campos de concentración, por ejemplo, eran los prisioneros que habían recorrido este proceso violento y doloroso de la abyec- ción, convirtiéndose en seres que, si bien no dejaban de ser humanos, resultaban irreconocibles como tales: habían sido deshumanizados. “[El musulmán] no es ya humano aunque tampoco se encuentra fuera de lo humano. Es lo inhumano dentro de lo humano”. Lo inhumano entonces forma parte de nosotros y, al mismo tiempo, está apartado de nosotros. Como explica Nicholas Chare, “lo humano se produce mediante un proceso de purificación en el que lo inhumano queda al mismo tiem- po negado y preservado. En el campo de concentración, sin embargo, «un intento extremo y monstruoso de decidir entre lo humano y lo inhumano, ha terminado por arruinar cualquier posibilidad de distinción». Agamben describe al musulmán como el «no-humano que aparece obstinadamente como un humano» y «lo humano que no puede ser extirpado de lo inhumano»”150. En el fondo este proceso consiste en una pérdida de identidad, una desestabilización profunda del yo que se produce de forma traumática, como no podía ser de otra manera. Todas las abstracciones que servían para que los seres humanos se identificaran como tales son destruidas y 148La cita es de Julia KRISTEVA, Poderes de la perversión, 6 edición (México D.F., Buenos Aires y Madrid: Siglo XXI, 2006, p. 11) y queda recogida en Nicholas CHARE, Auschwitz and Afterimages. Abjection, Witnessing and Representation (Londres y Nueva York: I.B. Tauris, 2011, p. 80). 149Julia KRISTEVA, Poderes de la perversión (México D.F.: Siglo XXI, 2001, p. 18 y p. 7 res- pectivamente). 150N. CHARE, Auschwitz and Afterimages. Abjection, Witnessing and Representation, p. 128. 7. HUMANIDAD Y ABYECCIÓN 77 sólo queda el cuerpo silenciado, roto, torturado, entregado a la más salvaje y más absoluta supervivencia151. Esta metamorfosis se produce al más puro estilo Kafka: los nazis decidieron con- vertir en inhumanos, en insectos, en piojos, a aquellos que previamente ya habían designado como tales. ¿Y cómo lo hicieron? Nicholas Chare explica con precisión cómo los administradores de los campos de concentración consiguieron incitar esta crisis de subjetividad, debilitando deliberadamente a los prisioneros con raciones pobres e inadecuadas y estimulando en ellos un estado de astenia. El cuerpo resul- tante, el cuerpo del musulmán, era un despojo que actuaba de forma exactamente opuesta al del cuerpo nazi ideal, el del hombre musculoso. La ideología estética del nazismo giraba en torno al cuerpo, y su cuerpo perfecto se caracterizaba por ser marcadamente atlético, hiper-masculino y político. Este cuerpo perfecto era sólido, estaba en forma, tenía los contornos firmes, estaba bien apuntalado. En este cuerpo lo de fuera había quedado afuera y lo de dentro adentro, estando así sus límites perfectamente definidos. En cambio el cuerpo del musulmán estaba vuelto del re- vés. Los huesos de muchos prisioneros, por ejemplo, habían atravesado la propia piel, saliendo al exterior en forma de heridas inflamadas y ulcerosas. La máquina no funcionaba como se supone que tiene que funcionar. Se trata por tanto de un anti-cuerpo, un cuerpo contra el que puede definirse el cuerpo sano. El cuerpo del musulmán es el afuera constitutivo. La idealización y el mantenimiento de la ideología nazi es sostenible únicamente mediante un ataque a la apariencia de aquellos que amenazan la coherencia interna de esa idea, de ese ideal. Y en el Tercer Reich la amenaza queda representada por el cuerpo judío. Así no es de extrañar que en los campos la piel de los reclusos, el contorno de sus cuerpos, estuviera sometido a ataques sistemáticos. La primera irrupción en el cuerpo en este sentido se hacía mediante el tatuaje, que se convertía en un insulto permanente a la integridad corporal. Desde ese momento, el cuerpo quedaba sometido a una degradación gradual, convirtiéndose en algo cada vez más escabroso, marcado por los edemas, las erupciones, los derrames y las lesiones. El propio campo de concentración constituía un “mundo sin bordes”, puesto que mientras que en nuestro día a día expulsamos y convertimos en abyecto todo aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden, en los campos, “con mierda y muerte por todas partes”, todas estas perturbaciones se tornaban ubicuas152. Sin embargo, tal y como nos recuerda Agamben, no podemos simplemente que- darnos con esa negación de la humanidad de los musulmanes, pues esto significaría de hecho estar aceptando el veredicto de las SS, repetir su gesto153. Hay que ir más allá y aceptar el reto que, en cierta forma, la sola existencia de los musulmanes lanza al mundo normalizado fuera de las alambradas. En efecto, al subvertir su 151Como se recordará, Giorgio Agamben había descrito este proceso como la destrucción completa de la vida humana, y su transformación en pura vida biológica. Esta expulsión de la vida política, significaría en última instancia que la política se había tornado efectivamente en nada más (y nada menos) que en biopolítica: “el hecho de que, en paralelo al proceso en virtud del cual la excepción se convierte en regla, el espacio de la nuda vida que estaba situada originariamente al margen del orden jurídico, va coincidiendo de manera progresiva con el espacio político, de forma que exclusión e inclusión, externo e interno, bios y zoé, derecho y hecho, entran en una zona de irreductible indiferenciación” (G. AGAMBEN, El poder soberano y la nuda vida, pp. 18-19). 152N. CHARE, Auschwitz and Afterimages, p.105 y p.108. 153G. AGAMBEN, Lo que queda de Auschwitz, p. 65 78 7. HUMANIDAD Y ABYECCIÓN realidad humana y ponerla en entredicho, al convertirse en seres abyectos y des- cubrir la potencialidad inhumana de lo humano, se revelaban como una instancia crítica fundamental, produciendo una suerte de catarsis capaz de cuestionar el pro- pio significado de humanidad y de destapar la precariedad de las categorías que sostienen la propia identidad humana. Como dice Judith Butler: “Es necesario reconocer que la ética nos exige arriesgarnos precisamente en los momentos de desconocimiento, cuando lo que nos forma diverge de lo que está frente a nosotros, cuando nuestra disposición a deshacernos en relación con otros constituye la oportunidad de llegar a ser humanos. Que otro me deshaga es una necesidad primaria, una angustia, claro está, pero también una oportunidad: la de ser interpelada, reclamada, atada a lo que no soy, pero también movilizada, exhortada a actuar, interpelarme a mí misma en otro lugar y, de ese modo, abandonar el «yo» autosuficiente considerado como una especie de posesión. Si hablamos y tratamos de dar cuenta desde ese lugar, no seremos irresponsables, o, si lo somos, con seguridad se nos perdonará”154. Como se verá cuando valore la reacción de los espectadores ante el descubrimiento de los campos de concentración, este aspecto es central en mi análisis. ¿Estuvieron los espectadores a la altura a la hora de tratar de comprender aquello de lo que los musulmanes daban cuenta? ¿Se limitaron a certificar la inhumanidad de los supervivientes, o fueron capaces de poner su propia humanidad entre paréntesis a la luz de los descubrimientos realizados en el interior de los campos? Estas preguntas cobran especial importancia en este trabajo, además, si valo- ramos que de lo que voy a tratar de dar cuenta precisamente es de la reacción de los espectadores en uno de los momentos más abyectos de toda la experiencia con- centracionaria: la liberación. En efecto, la liberación, en tanto que acontecimiento fronterizo, en tanto que momento en el que colisionan el mundo de adentro y el mundo de afuera, en tanto que lugar y tiempo preciso en el que lo humano conoce lo inhumano (y se reconoce en ello), podría entenderse como el culmen de la abyec- ción. Como señala Paz Moreno Feliu “para muchos memorialistas, el momento de la liberación estuvo dominado por sensaciones enfrentadas de vergüenza y culpa ante lo que Levi llamaría «volver a ser hombres». En muchas memorias (Levi, Améry, Delbo) la liberación se muestra como el momento en que son conscientes de la in- capacidad de volver a vivir como antes, como si nunca hubiesen sido sometidos y se hubiesen adaptado a lo que hemos llamado la zona gris o el conocimiento venenoso que allí adquirieron”155. Pero sobre todo la liberación constituye el preciso momento en el que la sociedad normalizada descubre esa “nueva especie” creada ad hoc por los nazis en el interior de los campos. Es el momento en el que los seres humanos se ven obligados a enfrentarse con lo inhumano, con los seres deshumanizados que habitan dentro del universo concentracionario, y a dar cuenta de ello. Es entonces, en ese instante, cuando tiene lugar el encuentro entre la humanidad y la inhumani- dad o, en otras palabras, cuando lo inhumano interpela a lo humano y lo pone en jaque mediante esta interpelación. Podríamos decir que la humanidad se la jugaba en el momento exacto de la liberación. 154Judith BUTLER, Dar cuenta de sí mismo: violencia ética y responsabilidad (Buenos Aires y Madrid: Amorrortu, 2005, p. 183). 155P. MORENO FELIU, En el corazón de la zona gris, p. 81. Capítulo 8 La deshumanización de los deportados desde una perspectiva de género Si el nazismo constituyó efectivamente un producto de la modernidad, su fun- cionamiento hubo de estar forzosamente marcado por una de las principales con- tradicciones que la modernidad ha cobijado: la desigualdad sexual, o más bien, la hegemonía de los sujetos que, dentro del sistema heterosexual masculino de domi- nación, se reconocen y son reconocidos como “hombres heterosexuales”. En otras palabras, si el nazismo puso verdaderamente en evidencia las contradicciones de la modernidad, esto es, si el nazismo fue esencialmente moderno, entonces el nazismo debió también, de alguna manera, constituir una suerte de manifestación de lo que en el debate feminista ha dado en llamarse el patriarcado, esto es, el sistema polí- tico y cultural por el cual ha quedado instituida históricamente en las sociedades modernas occidentales la heteronormatividad y la dominación masculina. El término patriarcado constituye la clave interpretativa de los análisis de cor- te ilustrado propuestos por las feministas de la “segunda ola” para entender la desigualdad sexual y las relaciones de dominación basadas en el género. Este con- cepto, cuya andadura comenzó de la mano de los ensayos de los antropólogos del siglo XIX Johan Jakob Bachofen y Lewis Henry Morgan, ya había sido utilizado por el pensamiento marxista decimonónico, destacando especialmente la obra de Fredrich Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado en la que el autor describía, entre otras cosas, los orígenes de la división sexual del trabajo. Simone de Beauvoir también se sirvió de él en El segundo sexo, aunque fue Kate Millett en 1970, de la mano de su Política Sexual, quien desde el feminismo desarrolló su contenido de forma sistemática. El feminismo ilustrado ha entendido el patriarcado como el sistema universal de dominación de los hombres sobre las mujeres en todos los ámbitos (político, económico, familiar e ideológico), de tal suerte que sus lazos se extienden como una red sobre toda manifestación política o cultural. El sesgo “patriarcal” de todas estas manifestaciones las convierte en me- dios de reproducción de la dominación sexual, es decir, el lenguaje, las instituciones o las costumbres sociales, contribuyen a que siga perpetuándose la opresión sexual propia del patriarcado. Aunque desde los años setenta el concepto de patriarcado ha experimentado un desarrollo enorme, habiéndose publicado numerosos estudios que han tratado de analizar sus causas y sus claves, en muchos casos este término se ha introducido en el lenguaje de los discursos feministas de una forma acrítica y un tanto vacía, utilizándose como sinónimo de poder y dominación masculina. En los últimos años este concepto ha singularizado muchos de los problemas que se le achacan al feminismo ilustrado (la complicidad con el colonialismo, la dicotomía de su planteamiento que refuerza el binarismo de la división sexual o su incapacidad para percibir la pluralidad femenina, entre otros) y, por ello, su uso dentro de las 79 80 8. LA DESHUMANIZACIÓN DE LOS DEPORTADOS corrientes del postfeminismo y del feminismo queer ha decaído notoriamente, popu- larizándose en cambio otras acepciones como “heteronormatividad” (en referencia al carácter heterosexual que predomina en la construcción y articulación de las nor- mas sociales), “sexismo” o “discriminación sexual”, que parecen describir mejor los dispositivos de dominación sexual que funcionan en la mayoría de las sociedades modernas occidentales, así como los mecanismos de los que se valen estos dispo- sitivos para reproducirse (las subjetividades normativas que produce o las normas sociales que regulan las relaciones entre los sujetos). En mi opinión, este término debe ser utilizado con precaución y en relación al desarrollo histórico del capita- lismo, para referirse a aquellas culturas en las que este concepto se ha consolidado discursivamente156. No obstante, cuando me refiero al carácter “patriarcal” del nazismo, no estoy apuntando tanto a la cuestión de la dominación masculina en el Tercer Reich, o a la particular victimización de las mujeres por la administración nacionalsocialista. Esta última cuestión es sumamente rebatible, pero se repite con cierta frecuencia en los estudios de género que se han ocupado del nazismo. Miriam Gillis-Carlebach por ejemplo asegura que “las mujeres sufrieron cuatro veces más que el sufrimiento humano general”, aduciendo como motivos de esta circunstancia el duro trabajo que debieron realizar, muy por encima de su fuerza física; la pérdida de su identidad sexual a través de la ropa, el afeitado del cabello o la retirada de la menstruación; los abusos sexuales sufridos; o la ruptura de los lazos familiares157. En mi opinión, este tipo de aproximaciones, que suelen concluir con la idea de que las mujeres sufrieron más y, por lo tanto, fueron las víctimas principales de la administración de Hitler, malinterpretan de muchas maneras distintas la particular problemática de género que encierra el racismo nacionalsocialista y la experiencia concentracionaria asumiendo, para empezar, la existencia de diferencias esenciales y naturales entre hombres y mujeres y dando por hecho, para seguir, que sólo las mujeres poseían una identidad sexual o unos lazos familiares (o cualquier otra cosa) susceptibles de ser perdidos, que sólo en su caso el trabajo se encontraba por encima de sus condiciones físicas o que sólo ellas fueron víctimas de abusos sexuales. Cuando yo hablo de patriarcado lo que me interesa más bien es señalar el hecho de que el poder nazi, en tanto que biopoder, estuviera consagrado a la perpetuación de una jerarquía específica de relaciones sexuales y que, consecuentemente, se sustentara en todo un dispositivo de sexualidad tendente a normalizar lingüística, cultural, moral, jurídica e institucionalmente una serie de prácticas e identidades sexuales y a reprimir con la mayor de las violencias posibles todas aquéllas que no encajaran 156En esta contextualización del concepto de patriarcado he tomado en consideración principal- mente elementos de Valerie BRYSON, «“Patriarchy”: A concept too useful to lose», Contemporary Politics Vol. 5, no 4 (1999): pp. 311– 324; Friedrich ENGELS, El origen de la familia, de la propie- dad privada y del estado (Madrid: Ayuso, 1972); Simone de BEAUVOIR, El segundo sexo, trad. Alicia Martorell (Madrid: Cátedra, U. de València, Instituto de la Mujer, 2005); Kate MILLETT, Política sexual (Madrid: Cátedra, 1995); Judith M. BENNETT, History Matters: Patriarchy and the Challenge of Feminism (Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2006); Jane WARD y Beth SCHNEIDER, «The o Reaches of Heteronormativity: An Introduction», Gender & Society 23, n 4 - Heteronormativity and Sexualities (agosto de 2009), pp. 433-39; y Gerda LERNER, The Creation of Patriarchy (Nueva York y Oxford: Oxford University Press, 1987). 157Miriam GILLIS-CARLEBACH, «Jewish Mothers and their Children during the Holocaust: Changing Tasks of the Motherly Role», en Remembering for the Future 2000: the Holocaust in an Age of Genocide, ed. John K. ROTH y Elisabeth MAXWELL, vol. 1 (Basingstoke y Nueva York: Palgrave, 2001, p. 230). 8. LA DESHUMANIZACIÓN DE LOS DEPORTADOS 81 bien en este esquema normativo. Es esta dimensión biopolítica del nazismo la que más me interesa analizar desde una perspectiva feminista. Es en el centro mismo de la reflexión biopolítica, en el marco del discurso fou- caultiano, donde queda definido el llamado dispositivo de sexualidad, entendiendo como tal todo el constructo sociocultural e histórico que nos determina e insti- tuye como seres sexuados158. Ese biopoder o “poder sobre la vida”, que se erige como el poder específicamente moderno y que se afirma, como ya señalé, a través de las prácticas anatomopolíticas, tiene por objetivo el control rígido e implacable de los cuerpos en tanto que cuerpos humanos, pero también en tanto que cuerpos sexuados. Estos cuerpos aparecen marcados como humanos en tanto que quedan identificados sexualmente. Por tanto, estos cuerpos así inscritos sirven también pa- ra perpetuar las relaciones de dominación sexual159. No en vano dice Foucault que “estamos en una sociedad del «sexo» o, mejor, de «sexualidad»: los mecanismos de poder se dirigen al cuerpo, a la vida, a lo que la hace proliferar, a lo que refuerza la especie, su vigor, su capacidad de dominar o su aptitud para ser utilizada. Salud, progenitura, raza, porvenir de la especie, vitalidad del cuerpo social, el poder habla de sexualidad y a la sexualidad; ésta no es marca o símbolo, es objeto y blanco”160. Esta centralidad de la cuestión sexual en las sociedades modernas viene además reforzada por el desarrollo del racismo “en su forma moderna, estatal, biologizan- te”. Conviene recordar aquí nuevamente aquellas palabras de Foucault que mencioné hace algunas páginas, en el sentido de que fue precisamente de la mano de este ra- cismo, en el momento en el que la preocupación mítica por proteger la pureza de la sangre y hacer triunfar la raza cobró protagonismo, cuando las políticas de pobla- ción, familia, matrimonio, educación, jerarquización social y propiedad, así como toda una larga serie de intervenciones permanentes sobre el cuerpo, las conductas, la salud y la vida cotidiana, recibieron su mayor empuje. Racismo y sexismo se convertirían así en dos formas de violencia política formuladas paralelamente en las sociedades modernas. Pues bien, el nazismo, con su extrema “ordenación eugenésica de la sociedad” (la expresión vuelve a ser de Foucault), representa la culminación histórica de la conexión entre ambos procesos. Así lo ha analizado insistentemente la historiadora Gisela Bock, para quien tan- to el sexo como la raza constituyen los dos mecanismos normativos indispensables 158Para Foucault, el dispositivo de la sexualidad es el conjunto heterogéneo de discursos, ins- tituciones, prácticas sociales, reglamentos, leyes, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, concepciones morales, etcétera, que se configura como un entramado complejo de diferentes as- pectos conectados entre sí y que se despliegan constituyendo todo un mecanismo de control y sujeción de los individuos. Véase Michel FOUCAULT, «El juego de Michel Foucault» entrevista por Alain GROSRICHARD, Ornicar (1977), traducción castellana por Javier Rubio: Diwan, 2-3, 1978, pp.171-202. Accesible online: http://www.con-versiones.com.ar/nota0564.htm. 159“La vieja potencia de la muerte, en la cual se simbolizaba el poder soberano, se halla ahora cuidadosamente recubierta por la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida. (...) Se inicia así la era de un «bio- poder». (...) si el desarrollo de los grandes aparatos de Estado, como instituciones de poder, aseguraron el mantenimiento de las relaciones de producción, los rudimentos de anatomopolítica y de biopolítica, inventados en el siglo XVIII como técnicas de poder presentes en todos los niveles del cuerpo social y utilizadas por instituciones muy diversas (la familia, el ejército, la escuela, la policía, la medicina individual o la administración de las colectividades), actuaron en el terreno de los procesos económicos, de su desarrollo, de las fuerzas involucradas en ellos y que los sostienen; operaron también como factores de segregación y jerar- quización sociales, incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros, garantizando relaciones de dominación y efectos de hegemonía” (en M. FOUCAULT, La voluntad de saber, pp. 148-150)”. 160FOUCAULT, La voluntad de saber, p. 156. Véanse también las páginas 158 y 159. 82 8. LA DESHUMANIZACIÓN DE LOS DEPORTADOS sobre los que se sostiene el régimen eugenésico del Tercer Reich, no pudiendo enten- derse el racismo nacionalsocialista sin el sexismo y sin las políticas antinatalistas de género fuertemente represoras puestas en marcha por el aparato del régimen161. Esta historiadora ha tratado de demostrar que, contrariamente a lo que han enfa- tizado la mayoría de historiadores del nazismo, no en todas las explicaciones puede anteponerse el elemento racial al sexual. Bock considera el problema desde una perspectiva inversa y entiende que el elemento racial sirvió, entre otras cosas, para sancionar un modelo de género basado en la sumisión femenina: “Uno no debe asu- mir, como suele hacerse, que el sexismo nazi concernió únicamente a las mujeres «superiores», mientras que el racismo nazi afectó sólo a las mujeres «inferiores». Tanto el racismo como el sexismo nazi afectaron a todas las mujeres, inferiores y superiores (...). El racismo puede utilizarse, y de hecho se ha utilizado, para impo- ner un tipo de sexismo dirigido a incrementar la participación de mujeres superiores en el trabajo doméstico no remunerado”162. La centralidad de la marca de género y de las relaciones de dominación sexual en las prácticas anatomopolíticas y biopolíticas, esto es, en los procesos puestos en marcha primero horizontal y luego verticalmente para humanizar y socializar a los cuerpos de manera que éstos quedaran bien disciplinados y bien orientados hacia una vida biológica convenientemente productiva en el marco de las economías capitalistas, explica en parte el hecho de que hoy en día resulte una tarea imposible tratar de ocuparse de lo humano y de la humanidad sin acudir a la fértil reflexión que se ha ocupado más recientemente de esta cuestión dentro del debate feminista. En el prefacio de su obra El género en disputa (1990), Judith Butler se plantea precisamente esta cuestión desde un punto de vista de género: “¿qué constituye una vida inteligible y qué no, y cómo las suposiciones acerca del género y la sexualidad normativos deciden por adelantado lo que pasará a formar parte del campo de lo «humano» y de lo «vivible»? Dicho de otra forma, ¿cómo actúan las suposiciones del género normativo para restringir el campo mismo de la descripción que tenemos de lo humano?”163. Proyectado a través de la crítica feminista contemporánea, lo humano ha ad- quirido una dimensión nueva, entendiéndose como un producto sociocultural pro- pio del pensamiento heterosexual falogocéntrico que ha objetivado y totalizado a la humanidad y a sus sujetos, y que ha pretendido destruir y nivelar la pluralidad de identidades humanas (y sexuales), y reducirlas al binarismo sexual normativo propio de las sociedades modernas occidentales. Así lo ha entendido por ejemplo Monique Wittig, para quien “todos tenemos una idea abstracta de lo que quiere decir «humano», aunque lo que denominamos «humano» es siempre del orden de lo potencial, de lo posible, de aquello que no ha sido aún realizado”164. Como bien señala esta autora, pese a sus pretensiones universalistas, lo que nuestra filosofía occidental ha considerado hasta ahora como «humano» sólo se refiere a una minoría de personas: los hombres blancos, los propietarios de los medios de producción y los filósofos, que teorizan su punto de vista como si fuera exclusivamente el único 161Gisela BOCK, «Racism and Sexism in Nazi Germany: Motherhood, Compulsory Sterilization and the State», en Different Voices. Women and the Holocaust, ed. Carol Ann RITTNER y John K. ROTH (Minnesota: Paragon House, 1993, pp. 161–186) 162G. BOCK, «Racism and sexism...», p. 177. 163J. BUTLER, El género en disputa, p. 26. 164Monique WITTIG, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, trad. Javier Sáez y Paco Vidarte (Madrid: Egales, 2005, p. 73). 8. LA DESHUMANIZACIÓN DE LOS DEPORTADOS 83 posible. En esta misma línea comenta Judith Butler que “la marca de género está para que los cuerpos puedan considerarse cuerpos humanos” y, en consecuencia, “las figuras corporales que no caben en ninguno de los géneros están fuera de lo humano y, en realidad, conforman el campo de lo deshumanizado y lo abyecto contra lo cual se conforma lo humano”165. Lo humano, por lo tanto, quedaría así definido como la norma social, racial y, sobre todo, sexual. Todo lo que se mantiene fuera de la norma se mantiene también fuera de la humanidad. De hecho, tal y como sugiere Iris Marion Young, aquello que no se ajusta bien a la norma no es sólo que quede fuera de la humanidad sino que queda expulsado, es decir, se convierte en algo abyecto, siendo el único objetivo de esta abyección el de reforzar la propia norma. Es por ello que el yo expulsado se considera peligroso porque amenaza con volver a entrar, con destruir la frontera establecida entre él y el yo separado. El sujeto siente esta separación como una pérdida y en consecuencia siente añoranza, pero al mismo tiempo rechaza volver a ser atrapado por el “otro”. “La defensa del yo separado, la vía para mantener fija la frontera, es la aversión del «otro», la repulsión por temor a la desintegración”166. “La matriz excluyente mediante la cual se forman los sujetos requiere pues la producción simultánea de una esfera de seres abyectos, de aquellos que no son «sujetos», pero que forman el exterior constitutivo del campo de los sujetos”167. Expulsar de la norma todo aquello que contribuye a su corrupción sería pues, según estas filósofas, el sentido de los planteamientos sexistas o racistas que confor- man (bio)políticamente a las sociedades heteronormativas occidentales. Es en este punto donde considero que cobra sentido la línea argumental que anima esta in- vestigación. La deshumanización de los prisioneros de los campos de concentración nazis, de la que han dado cuenta los testimonios de los supervivientes y de algunos observadores externos (por ejemplo, los aliados que participaron en la liberación de los campos), se produjo de la mano de la descomposición del sentido normativo de las identidades de los prisioneros, es decir, esa descomposición cobró fuerza a medida que las identidades de los deportados se destruían y se tambaleaban y los individuos comenzaban a recorrer el camino de la abyección, de la transformación en algo que resultaba ajeno y repulsivo o, como decía Primo Levi, el camino de los musulmanes, de aquellos que “han seguido por la pendiente hasta el fondo”168. Pues bien, si lo humano se define de forma característica de acuerdo a una norma sexual, es decir, en la medida en la que circulan social y culturalmente una serie de “marcas” o “identidades” de género normativas, dispuestas para que “los cuerpos puedan considerarse cuerpos humanos”, entonces esa deshumanización, esa expulsión de la norma, debe poseer inexorablemente una dimensión sexual. En otras palabras, el proceso de deshumanización (o de abyección) por el cual se pretende expulsar de la humanidad a los prisioneros de los campos nazis, no puede producirse 165J. BUTLER, El género en disputa, p. 225. 166“El proceso de la vida en sí mismo consiste en la expulsión exterior de lo que está en mí, con el fin de mantener y proteger mi vida. Reacciono con repugnancia respecto de lo expulsado porque la frontera de mí misma debe permanecer en su lugar. Lo abyecto no debe tocarme, porque temo que rezume, destruyendo la frontera entre el interior y el exterior que es necesaria para mi vida y que surge en el proceso de expulsión”: Iris Marion YOUNG, La justicia y la política de la diferencia, trad. Silvina Álvarez (Madrid: Ediciones Cátedra y Universitat de València, 2000, pp. 242–243) 167Judith BUTLER, Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del «sexo», 1 ed., 5 reimp, Género y cultura 11 (Buenos Aires [etc.]: Paidós, 2005, p. 19). 168Primo LEVI, Si esto es un hombre (Barcelona: Muchnik Editores, 2001, p. 98). 84 8. LA DESHUMANIZACIÓN DE LOS DEPORTADOS sin la desestabilización de las identidades de género de los sujetos víctimas de dicho proceso. No en vano, como veremos, con frecuencia en los documentos que analizaré se expresan dudas formales acerca del género de los prisioneros, pues éstos no se ajustan bien a las reglas de género que circulaban en la sociedad normalizada: en los supervivientes la norma de género no está bien inscrita, los contornos corpora- les se tornan imprecisos también allí donde empieza el sexo y la sexualidad. Pero lo que es interesante resaltar es que esta suerte de desexualización, esta destruc- ción del género, no es únicamente una manifestación más del proceso más amplio y enrevesado de la deshumanización: ambos procesos se encuentran fuertemente imbricados. Si el género humaniza, si en el mismo momento en el que hablamos de seres humanos hablamos de seres sexuados, si nos “humanizamos” a la par que nos “sexuamos”, entonces es impensable concebir una deshumanización desligada del sexo, una destrucción de nuestra humanidad (de las normas que sirven para huma- nizarnos) que no venga acompañada de una destrucción de nuestra sexualidad (de las normas que se utilizan para sexuarnos). Dentro del proceso de deshumanización o de abyección viene implícita por tanto una transformación radical y violenta de las normas mediante las cuales se inscriben las identidades de género. Aunque no sea uno de mis objetivos de partida, llegados a este punto, una vez justificada mi hipótesis a través de la teoría crítica, biopolítica, psicoanalítica y feminista, espero poder esbozar, aunque sea de una forma fragmentaria, una serie de interrogantes que quizás puedan no sólo contribuir al desarrollo de una historia de género más comprometida con el pensamiento feminista, sino también interpelar de alguna manera al feminismo mismo, contribuyendo quizás a apuntalar algunas de las perspectivas de aproximación al conocimiento que se plantean hoy en día desde la crítica feminista. Por ejemplo ¿Pueden las víctimas de la deshumanización servir de punto de partida para la reformulación del dispositivo de sexualidad moderno? ¿Con qué tipo de sujeto sexuado podrían identificarse los supervivientes deshumanizados de los campos de concentración? ¿Tienen estas figuras desexualizadas la misma capacidad subversiva que los sujetos abyectos propuestos tradicionalmente por el feminismo como las lesbianas o los travestidos? ¿Podría considerarse en cierta manera que la desestabilización sexual a la que se ven sometidos, impuesta con violencia por terceras personas, demues- tra la necesidad social de disponer de un marco de significación normativo, de un dispositivo de sexualidad dentro del cual podamos identificarnos de forma segura como sujetos sexuados? ¿O, más bien, lo que pone en evidencia es que estos marcos siempre y en todo momento se constituyen de forma violenta, más o menos explícita, y que nunca y en ningún momento nadie está a salvo de convertirse en sujeto abyecto y padecer en carne propia los efectos psicóticos ocasionados por la desestabilización de un sistema normativo cuya construcción responde a una serie de intereses públicos y sociales determinados? Aunque estos asuntos serán tratados detenidamente en su momento, no quisiera cerrar esta aproximación teórica y contextual sin apuntar brevemente una cuestión que, sin duda, es clave para comprender las conexiones que se establecen a lo largo de toda mi argumentación. Me refiero a la proposición ético-política que se ha for- mulado desde el feminismo queer, apelando en parte a su herencia materialista, con 8. LA DESHUMANIZACIÓN DE LOS DEPORTADOS 85 vistas a reconstruir la aproximación a conceptos o ideales normativos tales como “humano”. Monique Wittig lo ha resumido perfectamente al argumentar que, para superar las contradicciones que plantea lo “humano”, se requiere una reformulación de la pregunta sobre qué es lo humano que debe realizarse desde una posición ra- dical, desde el punto de vista más extremo (y más abyecto): “Así por ejemplo, ser una lesbiana, estar en la vanguardia de lo humano (o de la humanidad) representa histórica y paradójicamente el punto de vista más humano”169. La proposición de Judith Butler queda formulada a su vez de una forma mucho más complicada y posee muchos matices, pero básicamente podría decirse que ella dota a lo abyecto de una dimensión subversiva capaz de cuestionar radicalmente y, consecuentemente, de transformar de manera performativa, la realidad normativa. Para Butler, si lo abyecto es la frontera y la norma se conforma mediante la abyección, es decir, me- diante la expulsión de todo lo que no se ajusta a ella, entonces lo abyecto constituye también “una amenaza para tales fronteras, pues indica la persistente posibilidad de derrumbarlas y rearticularlas”170. La norma siempre se construye de manera negativa, mediante la exclusión, mediante la expulsión de una serie de aspectos particulares que quedan fuera del modelo normativo. Por tanto, la abyección, el acto de expulsión, de deshumaniza- ción, no revela lo verdaderamente humano, como tampoco revela lo verdaderamente masculino o femenino. Prestando atención a la abyección lo único que se consigue es poner en evidencia la existencia de unas “regulaciones políticas” y de unas “prác- ticas disciplinarias” que construyen esa norma humana o esa norma sexual. Aún constituyéndose en límite, en frontera, lo abyecto no revela ninguna verdad de la norma (de lo humano, de lo sexual), sino todo lo contrario, dejaría al descubierto su mentira fundacional: que la norma no es tal norma, no es natural, no es esencial; que la norma es una construcción performativa y que puede subvertirse constante- mente y adquirir una nueva realidad a partir de nuevas prácticas y discursos que la reifiquen y la disloquen. De todo ello se infiere la fuerte carga política que posee el sujeto abyecto, puesto que, al subvertir la norma, al “volverse del revés”, es quien hace saltar por los aires el camuflaje “naturalista” y “esencialista” de los dispositivos de normalización (entre ellos, el dispositivo de sexualidad) mediante los cuales se contrala y se sujeta a los individuos. El siguiente pasaje de El género en disputa es altamente significativo desde esta perspectiva: “Actos, gestos y deseo crean el efecto de un núcleo interno o sustancia, pero lo hacen en la superficie del cuerpo, mediante el juego de ausencias significantes que evocan, pero nunca revelan, el principio organizador de la identidad como una causa. Dichos actos, gestos y realizaciones –por lo general interpretados– son performativos en el sentido de que la esencia o la identidad que pretenden afirmar son invenciones fabricadas y preservadas mediante signos corporales y otros medios discursivos. El hecho de que el cuerpo con género sea performativo muestra que no tiene una posición ontológica distinta de los diversos actos que conforman su realidad. Esto también indica que si dicha realidad se inventa como una esencia interior, esa misma interioridad es un efecto y una función de un discurso decididamente público y social, la regulación pública de la fantasía 169WITTIG, El pensamiento heterosexual, p. 73. 170“(...) la construcción del género opera apelando a medios excluyentes, de modo tal que lo humano se produce no sólo por encima y contra lo inhumano, sino también a través de una serie de forclusiones, de supresiones radicales a las que se les niega, estrictamente hablando, la posibilidad de articulación cultural. (...) Estos sitios excluidos, al transformarse en su exterior constitutivo, llegan a limitar lo «humano» y a constituir una amenaza para tales fronteras, pues indican la persistente posibilidad de derrumbarlas y rearticularlas”: J. BUTLER, Cuerpos que importan, p. 26. 86 8. LA DESHUMANIZACIÓN DE LOS DEPORTADOS mediante la política de superficie del cuerpo, el control fronterizo del género que distingue lo interno de lo externo, e instaura de esa forma la «integridad» del sujeto”171. La importancia ética y política de los sujetos abyectos –que en el caso de esta investigación serían los sujetos deshumanizados y expulsados de la sexualidad en el interior de los campos de concentración– fuerza al pensamiento a volver su vista inexorablemente hacia ellos, puesto que constituyen la clave para desenmascarar a aquellos poderes que instauran la norma y se ven favorecidos por su perpetuación. Desde este punto de vista, parece obvio que la deshumanización de los prisioneros de los campos de concentración y su expulsión de la sexualidad normativa constituye un proceso que debe situarse en el centro de cualquier análisis sobre el racismo, el sexismo y otras formas de exclusión propias del nazismo. Pero además, si tornamos al punto de partida y atendemos a la reflexión que describe el nazismo como un producto de las contradicciones de la modernidad y que ha considerado el campo como el principal espacio biopolítico, es decir, como el espacio político más representativo del poder moderno, el estudio de este proceso puede adquirir una importancia capital no sólo para tratar de comprender el Tercer Reich, sino para entender la sociedad occidental en la que vivimos y reformularla desde un punto de vista ético. Este punto de vista radical, el punto de vista más extremo, el punto de vista más abyecto, es el de las víctimas, el el de los sujetos que sufren, el de los oprimidos. Éste debe ser también, como señala Walter Benjamin, el “peligro” al que se dirija el discurso del historiador, su manera de “cepillar la historia a contrapelo”: “Articular históricamente lo pasado no significa «conocerlo como verdaderamente ha sido». Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro”172. Valgan para sintetizar el valor de esta reivindicación de la posición más abyecta, la de las víctimas deshumanizadas, las siguientes palabras de Reyes Mate: “[La víctima, el sujeto que sufre] es el sujeto que puede conocer lo que los demás (el que oprime o manda o pasa de largo) no pueden conocer. Su plus cognitivo es una mirada cargada de experiencia y proyectada sobre la realidad que habitamos todos. Esa mirada es la que puede decir, dentro de un Estado social de derecho, que ahí los oprimidos viven en un permanente estado de excepción o que lo que para la mayoría es progreso es en el fondo un proceso de ruinas y cadáveres, como dice el ángel de la historia de la tesis IX. Las imágenes se suceden para explicar esta capacidad cognitiva del sujeto que sufre. Conocer es disponer de una agudeza visual, capaz de ver en objetos, situaciones o acontecimientos que todos miramos algo insólito. Es una mirada que conmueve las seguridades establecidas que sirven de fundamento a la vida en común, incluso en democracia”173. 171J. BUTLER, El género en disputa, p. 266. 172Comienzo de la Tesis VI de Benjamin (“Sobre el concepto de historia”, edición y traducción de Reyes MATE, Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin «Sobre el concepto de historia», Madrid: Trotta, 2006, p. 113). 173R. MATE, Medianoche en la historia, pp. 20–21. Parte 2 LIBERANDO A LOS MUERTOS VIVIENTES: LOS TESTIMONIOS DEL SER HUMANO SOBRE LA DESHUMANIZACIÓN Capítulo 1 La disolución del universo concentracionario: el fin de la guerra, las marchas de la muerte y las liberaciones de los campos de concentración La desintegración del universo concentracionario estuvo condicionada por los avatares que caracterizaron el final de la guerra, siendo el más evidente de todos la presión cada vez más fuerte ejercida sobre el Reich por los ejércitos aliados a partir de junio de 1944, con el desembarco de Normandía y el fin de la operación Overlord, en el frente occidental, y con el desarrollo de la Operación Bagration y la liberación de parte de Polonia, en el frente oriental, frente que quedo establecido durante el resto del año 1944 a pocos kilómetros de Varsovia. Pese a todo, el año 1944 se caracterizó aún por la contención del ataque aliado por parte de la Wehrmacht. De hecho, las fuerzas del Reich se encontraban aún en la suficiente buena forma como para acometer en marzo de 1944 la ocupación de Hungría. Este acontecimiento fue uno de los hitos fundamentales que marcó la recta final de la historia del holocausto y de la maquinaria de concentración y exterminio. El 14 de mayo de 1944 empezaron las deportaciones en masa de judíos húngaros a Auschwitz, al ritmo de entre doce y catorce mil judíos diarios. Los crematorios de Birkenau tuvieron que trabajar a todo rendimiento y todo el sistema concentracionario sufrió grandes trastornos a consecuencia de la presión demográfica ejercida por los húngaros recién llegados. Las deportaciones de los judíos húngaros se detuvieron el 9 de julio de 1944. Para entonces 438.000 judíos habían sido deportados a Auschwitz, 394.000 de los cuales fueron exterminados de inmediato. De los seleccionados para el trabajo, muy pocos seguían vivos al final de la guerra. Con tan sólo quince años, el Premio Nobel Imre Kertész fue uno de ellos. Europa vivió durante el año 1944 los últimos coletazos del antisemitismo nazi. La furia antisemita de Hitler, lejos de flaquear, parece que se intensificó durante los últimos meses de la contienda. La administración nazi siguió ordenando y perpetrando el exterminio de grandes y pequeñas comunidades judías, e incluso después de la ofensiva soviética sobre Polonia y Alemania a partir de enero de 1945, la Gestapo siguió enviando citaciones para la evacuación1. Pero si algo caracterizó a esta etapa de desintegración del universo concen- tracionario fue, en primer lugar y a medida que se producía el avance aliado, la evacuación de los campos de exterminio del este y progresivamente también de los campos situados a lo largo de todo el territorio del Reich, con la consiguiente y precipitada destrucción de todas las pruebas de las actividades criminales llevadas a cabo por los nazis en aquellos centros, y, en segundo lugar, y en parte como con- secuencia de lo anterior, la extensión a lo largo de todo el continente de las famosas 1Saul FRIEDLÄNDER, El Tercer Reich y los judíos (1939-1945). Vol. 2. Los años de exterminio, trad. Ana Herrera (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2009, pp. 783-860). 89 90 1. LA DISOLUCIÓN DEL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO marchas de la muerte, esto es, desplazamientos en masa y a gran escala de prisio- neros que eran trasladados de un lugar a otro y que se desarrollaron en durísimas condiciones. Un altísimo porcentaje de los prisioneros que fueron embarcados en estas marchas tristemente famosas pereció durante las mismas. Los campos de exterminio de Treblinka, Sobibor y Belzec fueron desmantela- dos en el otoño de 1943, ordenándose a las administraciones de estos centros que los destruyeran sin dejar rastro. En Treblinka se construyó una granja y en Belzec se plantaron pinos, aunque después de la guerra un investigador polaco descubrió los restos de este último campo toda vez que se encontró el terreno levantado, con despojos humanos por todas partes, en aquellas zonas donde la población local ha- bía estado buscando objetos valiosos2. No hubo tiempo en cambio de destruir las evidencias de los crímenes nazis, incluidas las cámaras de gas, en el campo de ex- terminio de Majdanek. Aunque los alemanes habían empezado a evacuar a algunos de los internos de este campo hacia Auschwitz ya en abril de 1943, en julio de 1944 y ante la proximidad del Ejército Rojo, los SS trataron de completar la evacuación a toda prisa, pero sólo lo lograron parcialmente. Los prisioneros organizados en un comité de resistencia política obligaron a los alemanes a dejar a varios cientos de prisioneros atrás. Así, cuando los soviéticos alcanzaron Majdanek encontraron en el lugar a más de mil deportados. Majdanek se convirtió así en el primer campo importante en ser liberado por los aliados. Rápidamente los descubrimientos que allí se hicieron fueron publicados en los periódicos de todo el mundo: fotografías de las instalaciones de la muerte y de las pertenencias de las víctimas, incluidas montañas de gafas, de pelo y miembros ortopédicos. La Unión Soviética promovió ampliamente la cobertura mediática a la historia de Majdanek, no sólo dentro de sus fronteras, sino también en Occidente. La primera persona en escribir públicamente sobre Majdanek fue Konstantin Simonov, una figura muy conocida en Rusia que publicó su reportaje en el periódico oficial del Partido Comunista, el Pravda. Al artículo de Simonov le siguió otro escrito por Roman Karman, también un corresponsal muy conocido, en el que señalaba: “En el curso de mis viajes en el territorio liberado nunca había visto nada tan abominable como Majdanek, cerca de Lublin, el famoso Vernichtungslager [campo de exterminio] de Hitler, donde más de medio millón de europeos, hombres, mujeres y niños han sido masacrados... Esto no es un campo de concentración, es una planta gigante de asesinato”. Las autoridades soviéticas habilitaron incluso a dos reporteros occidentales en el campo de concentración. El primero de ellos fue H.W. Lawrence del New York Times, que escribió un largo y muy gráfico artículo que comenzaba con la famosa frase: “Acabo de ver el lugar más terrible sobre la faz de la tierra”. El segundo de los reporteros occidentales fue Alexander Werth, un inglés que era bien conocido por su inclinación pro-soviética. Su historia debía haber sido emitida por la BBC, pero fue rechazada por considerarla un truco propagandístico ruso. El reportaje de Werth no apareció en los medios hasta septiembre de 1944, en el periódico The Christian Science Monitor. Al mes siguiente The Illustrated London News publicó 12 fotografías de Majdanek, que vinieron acompañadas de un texto en el que se indicaba que se había tomado la decisión de mostrar aquellas imágenes para conju- rar los rumores de que los crímenes nazis eran pura propaganda y aportar pruebas sólidas que los lectores pudieran entender de que las atrocidades eran reales. Pese 2Raul HILBERG, La destrucción de los judíos europeos (Madrid: Akal, 2005, pp. 1079-1093). 1. LA DISOLUCIÓN DEL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO 91 a todo, el impacto de la noticia de la liberación de Majdanek en Occidente fue muy limitado. “Aquellos que lo habían creído, confirmaron sus opiniones; aquellos que no lo habían creído se mantuvieron escépticos”. Un alto porcentaje de occidentales tomó las imágenes y los relatos de Majdanek efectivamente como propaganda so- viética. En el único lugar donde la liberación de este campo causó una verdadera conmoción fue dentro de la propia Alemania, siendo entonces cuando muchos de los súbditos de Hitler creyeron realmente en la existencia de las cámaras de gas3. Fue en el contexto de las evacuaciones de los campos y del progresivo avance aliado cuando empezaron a producirse las primeras marchas de la muerte. Según Saul Friedländer la primera marcha de la muerte a gran escala fue la marcha de va- rias decenas de miles de judíos procedente de Budapest y con destino a Austria, que partieron de la capital húngara a finales de octubre de 1944. El Reich tenía grandes necesidades de trabajadores, especialmente para nutrir el programa de construcción de cazabombarderos y misiles V-2 liderado por Hans Kammler. Se decidió entonces que se emplearía el trabajo esclavo de los judíos húngaros, toda vez que se había restablecido el control en Hungría tras el arresto del regente Miklós Horthy y su hijo y el nombramiento de un gobierno encabezado por el líder del partido fascista de la Cruz Flechada, Ferenc Szálasi. El único problema era que todo el sistema de transporte se había venido abajo, por lo que la única manera de trasladar a los judíos era a pie. Así los judíos, muchos de ellos mujeres, se embarcaron en un viaje sin retorno y sin comida, a través de la nieve y la lluvia. Aunque Szálasi canceló todas las marchas el 21 de noviembre a causa de las altas tasas de mortalidad que produjeron entre las mujeres, a esas alturas ya habían partido al menos 30.000 ju- díos de Budapest4. El desgaste de estos esclavos en los contingentes de trabajo fue muy alto. Más adelante, durante la retirada alemana, muchos de estos desplazados fueron ejecutados y muchos otros conducidos nuevamente a pie hacia el campo de concentración de Mauthausen y hacia el campo de Gunskirchen, ciudad próxima a Wells. Los supervivientes fueron liberados por el Ejército americano. Como bien señala Hilberg, en 1944 sólo quedaba un campo de exterminio fun- cionando a pleno rendimiento y éste era por supuesto Auschwitz. Entre mayo y octubre de 1944 casi 600.000 judíos fueron trasladados a este centro. El 7 de oc- tubre de 1944 se produjo en Auschwitz la famosa rebelión del Sonderkommando cuyos miembros, ante la certeza de que pronto serían ejecutados, se armaron con explosivos y, a la desesperada, se enfrentaron a las SS. Durante la batalla, en la que murieron 450 presos y tres hombres de las SS, se prendió fuego y se destruyó el Crematorio III. No obstante, en noviembre de ese año Himmler decidió que a efectos prácticos la cuestión judía podía darse por resuelta y el 25 de este mes él mismo ordenó desmantelar las instalaciones de exterminio. Auschwitz seguía no obstante 3Jon M. BRIDGMAN, The End of the Holocaust: the Liberation of the Camps (Londres: Batsford, 1990, pp. 17-21). 4R. HILBERG, La destrucción de los judíos europeos, pp. 948-950. Raul Hilberg señala que en una carta enviada el 21 de noviembre de 1944 al Ministerio de Exteriores del Reich y firma- da por Edmund Veesenmayer, oficial de las SS y plenipotenciario del Reich en Hungría des- de marzo de 1944, se concluía que “sólo” se habían logrado enviar 30.000 judíos de los 50.000 previstos. No obstante, Saul Friedländer mantiene la cifra de 50.000 judíos como participantes en esta marcha de la muerte (S. FRIEDLÄNDER, El Tercer Reich y los judíos [1939-1945], p. 834). El Museo del Holocausto de Washington eleva por su parte esta cifra a 70.000 ju- díos (http://www.ushmm.org/wlc/es/article.php?ModuleId=10007574, accedido el 07 de mayo de 2015). 92 1. LA DISOLUCIÓN DEL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO albergando decenas de miles de presos, recibiendo su último transporte en fecha tan tardía como el 5 de enero de 1945. Durante dos meses permaneció a la espera de que se produjera la ofensiva soviética, que se demoró hasta el 12 de enero. Cinco días después, el 17 de enero, tuvo lugar la última revista en el campo, contándose 31.894 en Auschwitz-Birkenau y 35.118 en Monowitz5. Entonces se decidió evacuar a los presos. En los dos días siguientes fueron trasladados 58.000 prisioneros a pie que marcharon a través del invierno polaco. Los presos enfermos permanecieron en los hospitales. El 20 de enero se dieron instrucciones de liquidar a los prisioneros que habían quedado atrás, fusilándose entonces a 200 deportadas judías y volándose los crematorios I y II. También los archivos del bloque médico fueron arrasados, aunque el Dr. Mengele se llevó con él las notas de sus experimentos con gemelos. También la fábrica de la I.G. Farben situada en Monowitz destruyó toda su documentación. En la madrugada del 27 de enero las SS estallaron el último de los crematorios de Auschwitz que quedaba en pie, el crematorio IV, que se había mantenido hasta el final para eliminar a los últimos cadáveres. Ese mismo día por la tarde el Ejército Rojo liberó Auschwitz y con él a varios miles de supervivientes6. A diferencia de la cobertura mediática dada al campo de Majdanek, el gobierno soviético no sólo no publicitó de la misma manera la liberación de Auschwitz, sino que parecía determinado a prevenir que el mundo tuviera cualquier noticia sobre el centro de exterminio más infame de todos. De hecho, el primer relato completo elaborado por los rusos se publicó el 7 de mayo de 1945, pero la historia quedó completamente sepultada bajo la noticia de la rendición incondicional de Alemania que se produjo ese mismo día7. Tras el desencadenamiento de la ofensiva soviética el 12 de enero de 1945, el Ejército Rojo avanzó rápidamente espoleado por el objetivo de poner fin a la guerra en Europa en 45 días. A su paso, dejaba todo arrasado: asesinatos en masa, saqueos, violaciones y destrucciones de todo tipo. Cientos de miles, quizás millones, de mujeres alemanas fueron violadas por los soldados rusos, la mayoría de ellas en la ciudad de Berlín8. No era raro encontrar pueblos ocupados por las fuerzas soviéticas en los que todas las mujeres de entre 12 y 30 años habían sido violadas. La violencia descontrolada que acompañó al avance aliado, particularmente desde el este, fue una de las experiencias traumáticas que más impacto psicológico tuvo sobre la población alemana durante los años de posguerra. Como consecuencia de 5La población de Auschwitz en julio de 1944 era de 135.000 prisioneros, lo que significa que desde entonces hasta la evacuación ya se había producido un descenso demográfico considerable (J. BRIDGMAN, The End of the Holocaust, p. 23). 6Raul Hilberg apunta la cifra de 7.000 supervivientes que saludaron al Ejército Rojo, mientras que Jon Bridgman señala que de los 6.000 prisioneros que fueron dejados atrás tras la evacuación del campo, sólo 3.000 estaban vivos el 27 de enero, y otros 1.000 morirían en los días posteriores a la liberación. Esta última cifra se aproxima a la de 2.819 supervivientes que daban Vasili Grossman y Ilyá Ehrenburg en El libro negro (R. HILBERG, La destrucción de los judíos europeos, p. 1084; J. BRIDGMAN, The End of the Holocaust, p. 26 y Vasili GROSSMAN y Ilyá EHRENBURG, eds., El libro negro (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2011, p. 1060). 7J. BRIDGMAN, The End of the Holocaust, pp. 26-27. 8Atina Grossmann señala que las estimaciones más conservadoras apuntan a 110.000 mujeres violadas repetidamente en Alemania, de las que 10.000 habrían muerto como consecuencia de esta violencia sexual. Otras estimaciones aumentan la cifra de mujeres violadas hasta 1 o incluso 2 millones a lo largo de toda Alemania, siendo Berlín siempre la ciudad más maltratada, con 1 de cada tres mujeres violadas sobre un total de millón y medio (Atina GROSSMANN, Jews, Germans, and Allies: Close Encounters in Occupied Germany, Princeton: Princeton University Press, 2007, p. 49). 1. LA DISOLUCIÓN DEL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO 93 esta situación, durante los últimos meses de la contienda se produjeron millones de desplazamientos. El pánico ante la llegada soviética hizo a muchos alemanes abandonar sus hogares precipitadamente. Las carreteras y los caminos se llenaron entonces de refugiados y el caos empezó a invadirlo todo. En este contexto, además, se terminaron de desarrollar las evacuaciones de los campos que quedaban en el este, lo que contribuyó sin duda a empeorar la anarquía imperante en Europa en aquellas horas difíciles9. La evacuación de los campos del este se llevó a cabo con mucha confusión. Co- mo señala Friedländer, los documentos parecen indicar que nadie parecía saber bien quién estaba a cargo de las evacuaciones10. En respuesta a una duda expresada por Ernst Heinrich Schmauser, responsable de las evacuaciones en el área de Silesia, a mediados de enero Himmler redactó una orden en la que se especificaba que ningún prisionero sano debía dejarse atrás durante las evacuaciones de los campos. Al pa- recer Himmler había asegurado que el Führer haría responsables a los comandantes de los campos de que cualquier prisionero cayera vivo en las manos del enemigo. Sin embargo, otros testimonios aseguran que el destino de los prisioneros se dejó en manos de los propios comandantes. Con frecuencia, las órdenes de evacuación se recibieron en el último momento, lo que dejó poco margen para los preparati- vos. En cualquier caso, durante la evacuación de Auschwitz y de sus subcampos se estableció la pauta de dejar atrás a los enfermos, a aquellos incapaces de realizar el viaje a pie. Como señala Daniel Blatman, el quedarse atrás era con frecuencia percibido como una condena a muerte11. No obstante, lo cierto es que la dureza de las marchas hizo que fuera justamente al contrario. Al final de su testimonio en Si esto es un hombre, Primo Levi retrata bien esta certeza de estar sentenciados que perseguía a los prisioneros abandonados a su suerte en Auschwitz, frente al optimismo con el que se marchaban los evacuados. Levi recuerda a dos muchachos húngaros que se encontraban aún convalecientes pero que decidieron unirse a los marchantes, atemorizados por lo que pudiera ocurrirles de permanecer en el campo. Y recuerda a su amigo Alberto, quien se despedía de él “alegre y confiado”, pero al que nunca más volvería a ver. “Debían de ser cerca de veinte mil, procedentes de varios campos –explicaba Levi– . En su casi totalidad, desaparecieron durante la marcha de evacuación: Alberto entre ellos”12. Tampoco durante las marchas parecían estar muy claras las órdenes a seguir. Los miles de prisioneros fueron evacuados parcialmente en trenes de mercancías, apilados en vagones sin techo, y parcialmente a pie, atestando los caminos que se encontraban ya densamente invadidos por los soldados y los civiles en retirada. Las columnas de deportados se extendían a lo largo de muchas millas y los guardias situados a la cola con frecuencia perdían de vista la cabecera, lo que complicaba sobremanera cualquier intento de enviar un mensaje o detener la marcha. Los guar- dias tenían órdenes de disparar a cualquier prisionero que tratara o pareciera tratar de escaparse o que se quedara rezagado. Los caminantes tuvieron que marchar so- bre la nieve, con una vestimenta totalmente inadecuada y con apenas provisiones alimenticias. El contar o no con un buen par de zapatos constituyó en ocasiones la 9Daniel BLATMAN, The Death Marches. The Final Phase of Nazi Genocide (Cambridge [MA] y Londres: The Belknap Press of Harvard University Press, 2011, pp. 75-79). 10S. FRIEDLÄNDER, El Tercer Reich y los judíos (1939-1945), p. 842. 11D. BLATMAN, The Death Marches, p. 81. 12Primo LEVI, Si esto es un hombre (Barcelona: Muchnik Editores, 2001, p. 169). 94 1. LA DISOLUCIÓN DEL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO diferencia entre la vida y la muerte. Los caminos de la Alta Silesia se plagaron de fosas comunes en las que acababan amontonados los cadáveres de todos los prisio- neros que sucumbieron durante las marchas. Además, el personal nazi a cargo de las evacuaciones con frecuencia ni siquiera parecía saber con exactitud cuál era su destino o qué ruta debían seguir13. Las marchas de la muerte se extendieron por Europa a lo largo de los siguientes cinco meses. A medida que los ejércitos aliados avanzaban hacia el interior del continente, nuevos campos eran evacuados, con los consiguientes traslados en masa de sus habitantes. El siguiente en la lista fue Gross-Rosen, que en las semanas previas a su evacuación se había convertido en un campo de tránsito que había dado acogida a prisioneros procedentes de Auschwitz, albergando unos 97.000 prisioneros en febrero de 1945. Las condiciones en el campo durante esas pocas semanas fueron absolutamente dantescas y la mortalidad se disparó. El 6 de febrero se emitió una orden para evacuar los campos y subcampos de Gross-Rosen, comenzando así la segunda oleada de marchas de la muerte, que se dirigían en esta ocasión hacia Buchenwald, Mittelbau- Dora y Flossenbürg. El campo sería liberado el 13 de ese mismo mes por el Ejército soviético14. Desde febrero de 1945, todos estos prisioneros evacuados desde el este empe- zaron a llegar progresivamente a los campos situados en el interior del Reich. Su llegada generó mucha inquietud y acabó convirtiéndose en un problema de enor- mes magnitudes, ya que si bien Alemania necesitaba mano de obra esclava para afrontar el envite aliado, el sistema de campos de concentración alemán no estaba absolutamente preparado para dar acogida a semejante aluvión de prisioneros. Las condiciones en los campos empezaron por tanto a deteriorarse a gran velocidad. La presión ejercida por la población deportada llegada del este provocó que durante los últimos meses de existencia de la Alemania nazi se produjera un repunte de las me- didas de aniquilación, con una política específica encaminada a eliminar a aquellos “prisioneros peligrosos”, considerados susceptibles de convertirse en una importante amenaza durante la llegada de los Ejércitos aliados. Esta nuevo repunte del asesi- nato en masa se dirigió también de una forma especial hacia los deportados más débiles y adquirió tanta relevancia que en algunos campos situados en el corazón de Alemania, como Ravensbrück o Dachau, se llegaron a construir cámaras de gas después de enero de 1945. En estas circunstancias, en la primavera de 1945 se produjo la última oleada de evacuaciones y de marchas de la muerte. Mittelbau- Dora fue uno de los pri- meros campos en ser evacuados (las operaciones de evacuación comenzaron el 8 de marzo, aunque el grueso de los traslados se llevaron a cabo en los primeros días de abril, siendo Bergen-Belsen el destino principal de la mayoría de los deportados, adonde, entre el 8 y el 11 de abril, llegaron unos 23.700 prisioneros procedentes de este campo). Los americanos liberaron Mittelbau- Dora el 11 de abril de 1945, encontrando en Boelcke (uno de sus subcampos de este complejo que había sido convertido en enero en un campo de concentración de enfermos) únicamente 100 supervivientes enfermos, la mayoría de los cuales murieron en los días sucesivos, y unos 2.000 cadáveres15. 13D. BLATMAN, The Death Marches, pp. 79-97. 14D. BLATMAN, The Death Marches, pp. 97-105 y R. HILBERG, La destrucción de los judíos europeos, pp. 1084-1085. 15D. BLATMAN, The Death Marches, pp. 126-143. 1. LA DISOLUCIÓN DEL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO 95 Ese mismo día, el 11 de abril de 1945, los americanos entraron también en el campo de concentración de Buchenwald. El 6 de abril ya habían alcanzado uno de sus subcampos, Ohrdruf, donde habían descubierto más de mil cadáveres de prisioneros exterminados. En esta ocasión, las autoridades nazis decidieron no dejar atrás ningún superviviente tras la evacuación del campo. Las terribles imágenes de Ohrdruf llegaron a la prensa16 y se convirtieron rápidamente en uno de los símbolos del horror. En cambio, la entrada aliada en Buchenwald, situado a unos 50 kilómetros, fue muy distinta ya que este campo de concentración fue el primero y el único liberado por los propios deportados. Para cuando los americanos hicieron acto de presencia, los prisioneros ya se habían hecho con el control del lugar y ondeaba una bandera blanca. Aunque no fue hasta el 13 de abril cuando el ejército estadounidense tomó el mando del campo de concentración. Las dramáticas condiciones en las que se encontraban los supervivientes se hicieron también eco en los periódicos y Buchenwald, como algunos días después Bergen-Belsen, se erigió en emblema de las atrocidades nazis17. Al ser el primer gran campo en ser liberado por los aliados occidentales, enseguida se convirtió en un lugar de peregrinación para muchas autoridades y para otras figuras de mayor o menor relevancia pública que querían “ver con sus propios ojos”. Eisenhower y Patton visitaron el campo. Al primero de ellos, las escenas que encontró en aquel lugar le causaron un gran impacto, o al menos esto se deduce de la huella que dejaron en sus escritos y memorias sobre la guerra. A sugerencia de Eisenhower, además, Churchill envió una delegación de miembros del Parlamento británico cuya misión era verificar las atrocidades y dar credibilidad a aquel descubrimiento que parecía confirmar de una vez por todas la perversidad innata alemana18. Las evacuaciones de la primavera de 1945 trajeron consigo nuevas y notables atrocidades durante el transcurso de las marchas de la muerte. Una de las más famosas y publicitadas fue la masacre de Gardelegen, perpetrada contra un grupo de unos mil deportados procedentes principalmente de una marcha que había salido de Mittelbau y de sus sub-campos varios días antes con destino a los campos de Bergen-Belsen, Neuengamme o Sachsenhausen. A causa de los bombardeos aliados, las rutas hacia el norte de Alemania que partían del área de Gardelegen estaban interrumpidas y miles de prisioneros desplazados se habían quedado atrapados en la zona, en un momento marcado por la retirada de los ejércitos alemanes y la eminen- te llegada de las tropas americanas. Las autoridades responsables eran Kreisleiter Gerhard Thiele, el líder del partido nazi en el distrito de Gardelegen, Paul Marx, cabeza local del Frente Alemán del Trabajo (DAF), Hans Debrodt, comandante del llamado Volkssturm (Fuerzas de Asalto del Pueblo) y miembro del Partido Nazi desde 1933, y Josef- Rudolf Kuhn, militar a cargo de las caballerías en Gardelegen, entre otros. A los ojos de estas autoridades (especialmente de Thiele) los prisioneros representaban una grave amenaza para la población de la zona, especialmente si 16Una fotografía del general Eisenhower en el campo de Ohrdruf sirvió de portada para The Illustrated London News el 28 de abril de 1945. Otras imágenes de este campo aparecieron en “Nazi Mass Murders on Eve of Defeat Prepare for New War”, en el NY Daily Worker, jueves 19 de abril de 1945, p. 2 o en “Scenes From German Murder Factory”, en The Washigton Post, sábado 21 de abril de 1945, p. 3, por ejemplo. 17Destaca por ejemplo el artículo “Buchenwald: the Lowest Point of Human Degradation”, en el Daily Telegraph and Morning Post, sábado 28 de abril de 1945, p. 2. 18D. BLATMAN, The Death Marches, pp. 143-154 y J. BRIDGMAN, The End of the Holocaust, pp. 77-82. 96 1. LA DISOLUCIÓN DEL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO caían con vida en manos aliadas, ya que temían que tras su liberación saquearan, destruyeran y violaran todo lo que se les pusiera por delante. La solución a ojos de estos individuos estaba clara: era necesario liquidarlos. Así es como el 13 de abril de 1945 llevaron a más de 1.000 prisioneros a un granero situado a unos pocos kiló- metros al noreste de la ciudad, en la granja de Isenschnibbe, los encerraron dentro y prendieron fuego al edificio, disparando a cualquiera que tratara de escapar. A lo largo de la madrugada del 14 de abril comenzaron las tareas de ocultación del crimen, lideradas por otro de los miembros del Volkssturm, Hermann Holtz, y que implicaron a una gran cantidad de individuos locales, concentrados en cavar fosas y enterrar a los muertos. Entre los cadáveres surgían con frecuencia supervivientes fatalmente heridos, que eran rematados en el acto. No obstante, la proximidad de los americanos impidió a este batallón poder terminar completamente esta labor de limpieza. Al día siguiente, el 15 de abril de 1945 el ejército de los Estados Unidos ocupó la ciudad. Ese mismo día, un grupo de unos 15 hombres pertenecientes al 2o Batallón del Regimiento 405 que patrullaban los alrededores del lugar, encontraron a un joven polaco vestido con el uniforme del campo de concentración y que apenas era capaz de tenerse en pie. Era Edward Antoniak, uno de los pocos supervivientes de la masacre. Cuando los americanos alcanzaron el granero, donde aún quedaban varios cientos de cadáveres, fueron testigos de las imágenes más dantescas de todas las que llegaron a la prensa en aquellos días, convertidas rápidamente en todo un símbolo de las atrocidades y del horror que acompañaba a las terribles marchas de la muerte19. En los días sucesivos, los campos de concentración que aún quedaban en pie fueron siendo progresivamente liberados por los aliados: Bergen-Belsen, fue liberado por los británicos el 15 de abril de 1945; Sachsenhausen, Ravensbrück y Stutthof, fueron liberados por los soviéticos respectivamente el 22 de abril, el 30 de abril y el 9 de mayo; y Dachau y Mauthausen, fueron liberados ambos por los americanos el 29 de abril y el 5 de mayo, respectivamente. Progresivamente, el sistema de campos de concentración quedó así desmantelado, aunque con ello no terminó la pesadilla para los supervivientes, convertidos entonces en refugiados, muchos de ellos sin familia y sin hogar al que regresar, que quedaron atrapados en una red burocrática en el corazón de Europa, en algunos casos durante largos años, antes de poder emigrar y echar raíces en algún rincón del mundo20. 19Imágenes de la masacre de Gardelegen aparecieron pronto publicadas en diversos medios, entre ellos el Daily Worker londinense (sábado 21 de abril de 1945, p. 2), The Daily Telegraph and Morning Post (lunes 23 de abril de 1945, p. 8) o en el reportaje titulado “Atrocities” y publicado por la revista Life el 7 de mayo de 1945 (p. 35). 20Atina Grossmann señala que en enero de 1946 en el territorio occidental de Europa aún perma- necían en torno a 1 millón de desplazados, la mayoría de ellos concentrados en las zonas americana y británica, el 20 por ciento de los cuales eran niños, y muchos de éstos huérfanos (A. GROSS- MANN, Jews, Germans, and Allies, p. 132). En el capítulo cuarto de este libro, Grossmann explica también algunos de los principales problemas que debieron afrontar los desplazados y los refugiados en la inmediata posguerra antes de ser admitidos por algún país y poder fundar un hogar propio. Capítulo 2 La liberación del campo de concentración de Bergen-Belsen: un caso sintomático. “Probablemente ya has leído sobre Belsen; no era tanto un campo de tortura como un vertedero al que los alemanes enviaban a aquellos seres humanos que no querían y allí les dejaban morir de hambre y enfermedad” Teniente C.H.W. Hodges21. 2.1. El campo de concentración de Bergen-Belsen: un poco de historia. Como señala Daniel Blatman, a principios de 1945 el campo de concentración de Bergen- Belsen encarnaba perfectamente la última etapa de la maquinaria del exterminio nazi. De alguna manera, este campo se había convertido en una especie de microcosmos en el que quedaban perfectamente reflejados los últimos avatares de la guerra y el progresivo deterioro del universo concentracionario. No en vano, Belsen fue uno de los últimos destinos para esos millones de prisioneros evacuados que estuvieron pululando por Europa durante los últimos meses de la contienda, así que en cierta manera para muchos fue el último estadio de la experiencia con- centracionaria. Sin embargo, este campo de concentración no había sido siempre el “infierno en la tierra” descrito por las fuerzas libertadoras británicas que llegaron al lugar en abril de 1945. Muy al contrario, durante buena parte de su historia Belsen se había tenido por un campo “privilegiado”. Entre 1935 y 1938 el área situada alrededor de las dos torres de Bergen y Belsen, en el Brezal de Luneburgo, a cien kilómetros al sur de la ciudad de Hamburgo, sirvió como localización de una serie de barracas y terrenos que se utilizaron para el entrenamiento de las unidades militares de las divisiones panzer del ejército alemán y más tarde, a partir de 1940, para albergar un campo de prisioneros de guerra denominado Stalag XIC/311. Ese año 600 prisioneros de guerra franceses y belgas fueron alojados en sus instalaciones y en junio de 1941 se les unieron entre 20 y 30 mil prisioneros de guerra soviéticos. Las historia de estas decenas de miles de hombres fue catastrófica. Los alemanes no respetaron las obligaciones que habían adquirido con la firma en 1929 del Convenio de Ginebra sobre el trato a los prisioneros de guerra, por lo que las condiciones de cautiverio de estos individuos fueron penosas, hasta el punto de que la mortalidad alcanzó un ratio de 100 muertos diarios y para enero de 1942 se estima que entre 11 y 14 mil de estos hombres habían perecido debido al abandono, la enfermedad y la malnutrición. De hecho, este campo de prisioneros fue el más mortífero de toda 21Carta escrita el 20 de mayo de 1945 desde Bergen-Belsen por el teniente Hodges, en IWM Private Papers of Lieutenant C.H.W. Hodges, Documents 11560, Ref. 01/32/1, p. 2. 97 98 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN Alemania. Entre abril de 1943 y enero de 1945, además, algunas de sus instalaciones fueron utilizadas como campo hospitalario para prisioneros de guerra enfermos, entre los que había franceses, holandeses, italianos y rusos22. Los orígenes del campo de concentración de Belsen se remontan no obstante a la primavera del año 1943, cuando el Ministerio de Exteriores alemán y las SS llegaron a un acuerdo para establecer en una de las secciones vacías del complejo de Bergen-Belsen un campo de detención en el que se alojarían a aquellos judíos que los alemanes consideraban prominentes o con conexiones que podían conver- tirlos en sujetos de interés para los aliados, con vistas a poder ser intercambiados por prisioneros alemanes o por bienes materiales. Aunque podía haber tenido el estatus de campo de internamiento civil, fue inmediatamente integrado en el sis- tema de campos de concentración gestionado por la administración económica de las SS. De esta forma se evitaban estar sujetos a las inspecciones de la Cruz Roja Internacional y podían en un momento dado deportar a sus prisioneros a cualquie- ra de los centros de exterminio que formaban parte del sistema concentracionario. Bergen-Belsen quedó a cargo de dos administraciones distintas, la Dirección General Económico-Administrativa de las SS (WVHA) y la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA), que descuidaron completamente el gobierno del campo, con edificios destartalados e instalaciones sanitarias totalmente inadecuadas23. Un primer grupo de deportados llegó a Belsen el 25 de abril de 1943, procedente del campo de concentración de Natzweiler-Struthof, seguido por otros tres grupos procedentes de este mismo campo y de Buchenwald, que arribaron entre abril y mayo de ese año, alcanzando la cifra de 600 prisioneros. Ellos serían los encargados de erigir las barracas del campo y se convertirían en sus primeros habitantes. Entre junio y julio de 1943 llegaron también los primeros judíos destinados al intercambio: un total de 2.400 judíos polacos con pasaportes y “promesas” (papeles prometiendo pasaportes) latinoamericanos. No obstante, para entonces Alemania ya había de- cidido no reconocer esas “promesas” y deportó a sus propietarios a Auschwitz en los meses sucesivos. A lo largo del verano y del otoño llegaron nuevos transportes. Entre ellos, destaca la llegada de 360 judíos sefarditas procedentes de Salónica, que portaban en su gran mayoría pasaporte español y que fueron alojados en una sección separada dentro del campo especial conocida con el nombre de “campo neutral”, en la que disfrutaron de relativas buenas condiciones. Después de largas negociacio- nes, este grupo fue aceptado en España en febrero de 1944 y, desde ahí, enviado a Palestina. A principios de 1944, 3.670 judíos destinados al intercambio fueron deportados desde los Países Bajos y alojados en una sección de Belsen que comenzó a conocerse con el nombre de “campo estrella” debido a que a sus habitantes se les permitió con- servar sus ropas de civiles, en las cuales, a causa de las leyes antijudías holandesas, llevaban bordada una estrella de David de color amarillo como símbolo distintivo. Otros 200 judíos procedentes del norte de África, Bélgica, Francia, Yugoslavia y Al- bania fueron también instalados en el “campo estrella” lo que confirió al lugar una atmósfera cosmopolita. En total, en julio de 1944 unos 4.000 judíos de diferentes 22David CESARANI, «A Brief History of Bergen-Belsen», en Belsen 1945: New Historical Pers- pectives, ed. Suzanne BARDGETT y David CESARANI (Edgware: Vallentine Mitchell, 2006, pp. 13-14). 23Christine LATTEK, «Bergen-Belsen: From “Privileged” Camp to Death Camp», en Belsen in History and Memory, ed. Joanne REILLY et al. (Londres: Frank Cass, 1997, pp. 44-45). 2.1. EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN: UN POCO DE HISTORIA. 99 nacionalidades destinados al intercambio permanecían retenidos en Bergen- Belsen, pero tan solo 358 de ellos fueron realmente intercambiados: 222 judíos que poseían lazos con Palestina fueron trasladados a Haifa en julio de 1944 y 136 prisioneros con papeles de países sud y centroamericanos llegaron a Suiza en enero de 194524. Para la mayoría de estos judíos de Belsen, por lo tanto, el intercambio fue siempre una quimera. Este grupo se vio obligado a permanecer en el campo en condiciones que empeoraban cada día. Aunque las SS catalogaron al “campo es- trella” como un campo “con privilegios”, lo cierto es que la situación en la que se encontraban los internos distaba mucho de ser privilegiada: estaban sometidos a duros trabajos forzados, las raciones diarias de comida eran terriblemente magras, debían soportar la crueldad y el sadismo arbitrario del personal de las SS respon- sable, y aunque se permitió a las familias permanecer unidas, las largas e intensas jornadas de trabajo apenas permitían a las madres reencontrarse con sus hijos. Por lo demás, los prisioneros alojados en las distintas secciones del campo disfrutaban de diferentes tratamientos. Los habitantes del “campo neutral” no estaban someti- dos a trabajos forzados. Otros 350 polacos permanecían aislados en otro complejo, presumiblemente por su conocimiento de la maquinaria de exterminio en funciona- miento en el este. En julio de 1944 se abrió una tercera sección a la que trasladaron a 1.700 judíos procedentes de Hungría y que habían llegado a Belsen enviados allí por Eichmann como gesto de buena voluntad en el marco de las negociaciones surgidas a raíz de la propuesta nazi de liberar un millón de judíos húngaros a cambio de 10.000 camiones y otros suministros para el Tercer Reich. Pese al fracaso de estas negociaciones (que según Friedländer constituían una trampa para los aliados) los judíos húngaros recibieron un trato relativamente bueno y consiguieron finalmente ser admitidos en Suiza en los últimos meses de la guerra25. Finalmente existía una cuarta sección denominada Häftlingslager en la que estaban confinados unos 1.000 prisioneros regulares, cuyas condiciones no diferían de las de los demás internos en el resto de la red concentracionaria26. A lo largo de 1944 Bergen-Belsen se integraría plenamente dentro del sistema de campos de concentración nazis a raíz de dos circunstancias fundamentales. La primera fue su conversión en “campo de recuperación” o “campo hospitalario” al que se destinaron prisioneros enfermos y exhaustos procedentes de todo el sistema concentracionario, siendo el primer transporte enviado al campo uno formado por 1.000 inválidos y tuberculosos procedente de Mittelbau- Dora (de los cuales sólo sobrevivirían 57). Estos enfermos se alojarían en el Häftlingslager donde, sin me- dicinas, sin comida y sin servicios sanitarios adecuados, se convirtieron en un foco de enfermedades infecciosas que rápidamente alcanzarían rango de epidemia dentro de esta sección, aunque no se propagaran al resto del campo a causa de la rígida separación que existía entre los distintos complejos. La segunda circunstancia fue la creación de un campo de mujeres en agosto de 1944 como consecuencia de la llegada sistemática de prisioneros en tránsito hacia las fábricas de municiones situadas en los campos del oeste como Buchenwald o Flossenbürg. A lo largo del otoño siguieron llegando transportes cargados con deportadas procedentes de Auschwitz-Birkenau, la mayoría de ellas enfermas y extremadamente débiles, que permanecieron en el 24D. CESARANI, «A Brief History of Bergen-Belsen», pp. 16-17 y C. LATTEK, «Bergen-Belsen: From “Privileged” Camp to Death Camp», pp. 44-46. 25S. FRIEDLÄNDER, El Tercer Reich y los judíos (1939-1945), pp. 807-813. 26J. BRIDGMAN, The End of the Holocaust, pp. 37-38. 100 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN cada vez más superpoblado y sucio campo de concentración, constituyendo para diciembre de 1944 el grupo más grande de Belsen, formado por 8.000 mujeres. Al principio las nuevas internas tuvieron que vivir en tiendas de campaña, aunque más adelante acabaron hacinadas en el “campo estrella” junto con sus antiguos habitan- tes. Es indudable que las instalaciones de Belsen se habían quedado pequeñas. La función “privilegiada” original que había tenido el campo, función que implicaba unos niveles poblacionales reducidos, no había ayudado precisamente a promocio- nar el desarrollo de las infraestructuras y los servicios al nivel de otros centros del sistema concentracionario, por lo que el campo no se encontraba en absoluto pre- parado para afrontar las condiciones tan terribles que iban a imponer estos nuevos traslados. De ahí que la degradación fuera tan rápida y notoria. Tanto es así que un grupo de 3.000 mujeres llegadas de Auschwitz a principios de noviembre encontró la dura situación en Belsen absolutamente impactante27. En diciembre de 1944 Belsen, que estaba preparado como mucho para albergar a 7.500 prisioneros, alojaba a más de 15.000, casi todos judíos. Las condiciones empezaban a deteriorarse con mucha rapidez y Himmler decidió mandar a Josef Kramer, entonces comandante de Auschwitz-Birkenau, a hacerse cargo de la situa- ción. Kramer llegó a Belsen acompañado de varios individuos del personal SS que había trabajado con él en Auschwitz. Con su llegada, los judíos destinados al inter- cambio perdieron los privilegios que les quedaban, se instauró el sistema de Kapos que funcionaba en el resto del sistema concentracionario28, el maltrato físico y las escuadras de trabajo se convirtieron en la norma y se abolieron todos los vestigios que quedaban de las instituciones judías de autogobierno. Belsen se convirtió así en un campo de concentración con todas las letras. En los tres meses siguientes las condiciones empeoraron a una velocidad pasmosa. Para marzo de 1945 la pobla- ción del campo casi se había triplicado, albergando más de 41.000 prisioneros. La mayoría de las mujeres procedían de Auschwitz, Gross Rosen y otros sub-campos de Silesia que habían sido evacuados a raíz de la ofensiva soviética. La mayoría de los hombres eran trabajadores procedentes de las fábricas de municiones. En una carta escrita por Kramer el 1 de marzo de 1945 y dirigida al general de las SS Richard Glücks, aseguraba que la capacidad de alojamiento de las barracas se había sobrepasado en un treinta por ciento, hasta tal punto que los prisioneros no podían dormir tumbados y debían permanecer sentados. Además había habido un brote de tifus que no hacía más que extenderse y los suministros de alimentos eran altamente insuficientes. Como consecuencia de todo ello, las tasas de mortalidad habían pasado de unos 60 o 70 muertos diarios, a entre 250 y 30029. El 10 de abril de 1945 el general de las SS Kurt Becher llegó al campo de concentración de Belsen con la intención de supervisar la situación. Se entrevistó con Kramer, quién le describió un cuadro espeluznante con 1000 prisioneros grave- mente enfermos (este dato parece hoy muy corto), sin abastecimiento de pan en las últimas dos semanas y con una tasa de mortalidad que había alcanzado la cifra de entre 500 y 600 defunciones diarias. El Dr. Rudolf Kastner, un judío húngaro pro- minente que había acompañado a Becher en este viaje, sugirió como única forma de 27C. LATTEK, «Bergen-Belsen: From “Privileged” Camp to Death Camp», pp. 52-55 y J. BRIDG- MAN, The End of the Holocaust, p. 39. 28Sobre la cuestión del autogobierno en el campo véase por ejemplo Wolfgang SOFSKY, L’Ordine del Terrore (Bari: Laterza, 2002, pp. 194-216). 29J. BRIDGMAN, The End of the Holocaust, p. 44 y siguientes. 2.1. EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN: UN POCO DE HISTORIA.101 prevenir una total catástrofe traspasar el campo intacto a las tropas británicas que se encontraban próximas. Kramer estuvo de acuerdo y también lo estuvo Himmler cuando Becher le expuso su recomendación. Al día siguiente Becher volvió a Belsen llevando una autorización para la capitulación del campo. El 12 de abril el coronel Schmidt de la Wehrmacht y el coronel Taylor-Balfour del Octavo Cuerpo de la Armada llegaron a un acuerdo para ceder el control del campo al ejército británico. A cambio los alemanes se comprometían a mantener una zona neutral alrededor de Belsen de unos seis a ocho kilómetros a la redonda. Las tropas alemanas en el área debían garantizar el orden durante unos cuantos días y luego se les permitiría regresar a sus líneas. En cuanto a los guardias de las SS debían marcharse antes de la llegada de los británicos, advirtiéndose de que cualquiera que permaneciera allí sería tratado como prisionero de guerra, aunque se acordaba la permanencia de unos 80 individuos del personal administrativo del campo. Así fue como Kramer ordenó a los guardias abandonar Belsen el 13 de abril, permaneciendo él junto con 80 hombres y mujeres del cuerpo administrativo de las SS, algunos soldados húngaros y soldados alemanes encargados de mantener el orden en el campo. El 15 de abril de 1945 los británicos entraron finalmente en Bergen-Belsen. Una avanzadilla liderada por el oficial Derrick Sington entró en Belsen megáfono en mano anunciando la liberación del campo. No obstante se advirtió a los prisioneros que no estaba permitido que nadie abandonara el recinto y que los soldados húngaros permanecerían temporalmente en sus puestos bajo mandato británico, con órdenes de prevenir que cualquiera tratara de salir. También se anunció el arribo inminente de comida y medicamentos30. A su llegada los británicos encontraron un campo de más de medio kilómetro de largo por 400 metros de largo. Entre 40 y 45 mil prisioneros se alojaban en el campo principal (Campo I), dos tercios de los cuales eran mujeres (unas 25.000 mujeres), y otros 15.000 habían quedado instalados en el campo temporal (Campo II) habilitado en los últimos meses en la escuela panzer para acoger a la inmensa masa de evacuados llegados del resto del sistema concentracionario. La mayoría de los liberados en Bergen-Belsen eran judíos que se habían convertido en los únicos supervivientes de toda su familia. Además, unos 13.000 cadáveres, a los que pronto habría de sumárseles otro tanto (entre la liberación y junio de 1945 murieron casi 14.000 internos) se amontonaban en todos los rincones del campo31. El Campo I se encontraba dividido en seis secciones separadas entre sí por alam- bradas: tres de ellas estaban ocupadas por mujeres, dos por hombres y la última constituía el área administrativa. Entre 400 y 800 internos se alojaban en barracas preparadas como mucho para albergar 180 habitantes. El campo disponía de cinco cocinas y un crematorio. Apenas existían instalaciones sanitarias y el suministro de agua era muy precario, consistiendo en varios tanques y piscinas altamente conta- minados. Además, se vio interrumpido en los últimos seis días a consecuencia de un fallo en el sistema eléctrico. También se había interrumpido el suministro de comida en los tres días previos a la liberación lo que, unido a las condiciones alimentarias fuertemente precarias que arrastraban los prisioneros desde hacía meses, ocasionó 30Derrick SINGTON, Belsen Uncovered (Londres: Duckworth, 1946 31“Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945”, en IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945, Documents 9230, Ref. Misc 104 (1650), p. 2. Véase también Paul KEMP, «The British Army and the Liberation of Bergen-Belsen, April 1945», en Belsen in History and Memory, ed. Joanne REILLY et al. (Londres: Frank Cass, 1997, p. 138) y J. BRIDGMAN, The End of the Holocaust, pp. 47-49. 102 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN que se registraran casos de canibalismo. La epidemia de tifus, infravalorada primero por la administración SS (que sólo había admitido 1.500 casos de individuos enfer- mos de tifus antes del traspaso del campo) y más tarde también por los oficiales del RAMC, era rampante: según el informe inicial del 16 de abril elaborado por el brigadier Glyn Hughes, al frente por entonces de las unidades médicas del ejército enviadas a la zona, los alemanes habían exagerado las cifras de tifus, dándose según él únicamente entre 900 y 1.000 casos de esta enfermedad. Sólo retrospectivamente admitió que los enfermos de tifus en el momento de la llegada británica habrían sido en realidad en torno a 10.000, cifra que se elevaría en los días sucesivos como consecuencia del escaso control de la epidemia (hasta el 22 de abril no se pusieron en marcha las medidas de desparasitación con DDT necesarias para terminar con la epidemia, mientras que la evacuación de los pacientes se retrasó hasta finales de ese mes) y que sería una de las causas principales del repunte en el número de muertos en las semanas posteriores a la liberación, junto con la administración indiscrimi- nada de comida que tuvo consecuencias desastrosas en los famélicos cuerpos de los deportados32. Las disposiciones más inmediatas puestas en marcha por los británicos fueron restablecer el suministro de agua y el suministro eléctrico; organizar el abastecimien- to, la preparación y la distribución de alimentos; realizar labores de saneamiento (entre ellas fundamentalmente la incineración de los miles de cadáveres); arreglar un área hospitalaria en la escuela panzer para poder trasladar a los enfermos tras su evacuación, previo paso por un área de desparasitación dispuesta en los establos y que recibió el elocuente nombre de “Lavandería Humana” (“Human Laundry”); o garantizar las necesidades de ropa, sábanas, mantas y demás útiles necesarios, así como de medicamentos. Una de las primeras decisiones médicas tomadas en el cam- po fue segregar a los supervivientes de acuerdo a un “estándar de salud” que resultó ser enormemente laxo y genérico, por lo que produjo una ordenación de los internos muy precaria e inexacta. El objetivo de esta medida era principalmente distinguir a aquéllos que tenían alguna posibilidad de sobrevivir y que podrían beneficiarse de la asistencia médica disponible, y aquéllos cuya posibilidades eran ínfimas. Las tres categorías producto de esta división fueron: los muertos, los casos de camilla y los caminantes33. Algunas de las unidades militares implicadas en todas estas tareas fueron el Destacamento 10 Garrison (HQ 10 Garrison Detachmant), la Sección de Control 102 (102 Control Section), las Unidades Móviles de Lavandería y Baño 102, 104 y 314 (102, 104, 314 Mobile Laundry and Bath Unit), el Regimiento Antiaéreo Li- gero 113 de la Real Artillería (113 LAA Regiment, Royal Artillery), la Undécima 32Paul WEINDLING, «“Belsenitis”: Liberating Belsen, Its Hospitals, UNRRA, and Selection for Re-emigration, 1945– o 1948», Science in Context 19, n 3 (2006): pp. 402-407. 33Véase “Over to you” [agosto de 1945], en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 22. En la segunda parte del informe titulado Administrative Report – Belsen Concentration Camp, escrita por el teniente coronel J.A.D. Johnston en junio de 1945 (en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 7), se explican también brevemente las consecuencias de esta clasificación y los motivos para introducirla: “El problema médico se incrementó a causa de los altos índices de enfermedad que se desarrollaron en el área de los barracones de los Campos II y III, entre los internos que habían sido evacuados del Campo I como sanos. La razón de esto procedía del hecho de que el 70% del total de los internos de Belsen de verdad necesitaban hospitalización. Esto, sin embargo, habría sido una tarea imposible por lo que desde el principio hubo que implantar un «patrón de salud de Belsen». Un individuo que era capaz de caminar hasta la cocina de campaña y sostenerse a sí mismo era considerado sano”. 2.1. EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN: UN POCO DE HISTORIA.103 Sección de Baños Móviles de la División Armada (11th Armoured Division Mobile Bath Section), la Ambulancia de Campaña 163 del Cuerpo Médico del Real Ejérci- to (163 Field Ambulance RAMC), los Hospitales Generales número 9, 29 y 81 del RAMC (9, 29, 81 British General Hospital), las Secciones 30 y 76 de Higiene de Campaña del RAMC (30, 76 Field Hygiene Section), Puesto de Tratamiento a las Víctimas número 32 (32 Casualty Clearing Station), el Sexagésimo tercer Regimien- to Anti-Tanque de la Real Artillería (63rd Anti Tank Regiment Royal Artillery), el Laboratorio Bactereológico Móvil número 7 (7 Mobile Bacteriological Laboratory) o la Sección Número 5 de la Unidad de Cine y Fotografía del Ejército Británico (No 5 Army Film and Photographic Unit)34. En los primeros días del mes de mayo lle- garon también 96 estudiantes de medicina procedentes de los hospitales londinenses y que trabajaron en el campo bajo las órdenes del Dr. Meiklejohn de la UNRRA (Administración de las Naciones Unidas para el Auxilio y la Rehabilitación, por sus siglas en inglés), convirtiéndose en los primeros en atender de manera sistemática a los enfermos que se agolpaban en el Campo I. La llegada de estos estudiantes, unido a la puesta en marcha finalmente de un programa de desinfección con DDT auspiciado por el mayor Davis de la Comisión para el Tifus del Ejército Estadouni- dense, se consideran dos de los motivos principales de que las tasas de mortalidad comenzaran a descender35. La liberación del campo de concentración de Belsen se puede considerar con- cluida después de la evacuación de todos los supervivientes que se encontraban en el Campo I, que terminó el 19 de mayo de 1945, y de la quema simbólica de las últimas barracas, que tuvo lugar el 21 de mayo. Así, desde junio de 1945 el campo funcionó primero como área hospitalaria y progresivamente también como campo de refugiados para personas judías desplazadas. A partir del 8 de agosto de 1945 la UNRRA se hizo progresivamente con el mando del Hospital de Belsen36. Antes de terminar este recorrido convendría destacar, con Daniel Blatman37, que la evolución de Bergen-Belsen durante los últimos meses de la guerra, durante los cuales pasó de ser un campo de importancia secundaria a convertirse en un campo de exterminio en masa, no puede explicarse únicamente como consecuencia de la evolución del sistema concentracionario después de la ofensiva soviética y las evacuaciones desde el este. Al contrario, aunque Belsen no fuera planificado como un centro de exterminio desde sus orígenes, el desarrollo paradigmático que experi- mentaría el campo sería un componente intrínseco al sistema concentracionario del 34Una lista más completa está disponible en la dirección web http://www.bergenbelsen.co.uk/ pages/Database/UnitList.asp (accedido el 26 de mayo de 2015). 35P. WEINDLING, «Belsenitis», p. 404 y Ben SHEPHARD, «The Medical Relief Effort at Belsen», en Belsen 1945: New Historical Perspectives, ed. Suzanne BARDGETT y David CESARANI (Edgware: Vallentine Mitchell, 2006, pp. 31-50). 36Véase “Belsen Camp Hospital” (16 de agosto de 1945), carta de Raphael Cilento, en UN Ar- chives, UNRRA European Regional Office, Box: S-0523-0574; Folder: S-1448-0000-0168: UNRRA Supervision of the Hospitals at Belsen Camp 1944-1948; Hagit LAVSKY, «A Community of Survi- vors: Bergen-Belsen as a Jewish Centre after 1945», en Belsen in History and Memory, ed. Joanne REILLY et al. (Londres: Frank Cass, 1997, pp. 162-177); Hagit LAVSKY, New Beginnings: Holo- caust Survivors in Bergen-Belsen and the British Zone in Germany, 1945-1950 (Detroit: Wayne State University Press, 2002, pp. 47-48); Ben SHEPHARD, After Daybreak: The Liberation of Belsen, 1945 (Londres: Jonathan Cape, 2005, p. 122 en adelante); United States Holocaust Me- morial Museum, «Bergen-Belsen Displaced Person Camp», Holocaust Encyclopedia, accedido el 15 de agosto de 2013, http://www.ushmm.org/wlc/en/article.php?ModuleId=10007066. 37D. BLATMAN, The Death Marches, pp. 134-136. 104 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN nazismo. Como ya señalé, a principios de 1945 Belsen ejemplificaba perfectamente la última etapa de la maquinaria de exterminio nazi. Sus procedimientos muestran una falta total de coherencia y se dirigen de forma indudable no sólo hacia la ani- quilación de los prisioneros a través de la enfermedad y el hambre, sino también a propiciar su degradación psicológica y moral de acuerdo con los estándares de la época. Bergen-Belsen además sintetiza bien la desgracia de los judíos europeos. Ningún otro campo albergaba en 1945 tantos judíos como éste, ni en ningún otro hubo tantos supervivientes de este pueblo, todos ellos huérfanos, desamparados, sin hogar al que regresar, ni familia a la que buscar. Muchos reharían su vida nue- vamente allí, en el reconvertido campo de refugiados de Bergen- Belsen, antes de emigrar hacia nuevos destinos. 2.2. Los testimonios de Bergen-Belsen en el Imperial War Museum: papeles privados y fotografías. Los materiales que voy a utilizar para analizar en profundidad cómo es inter- pretada y narrada por los observadores aliados la deshumanización a través del género que tuvo lugar en los campos de concentración, forman parte de la colec- ción de documentos conservados en el archivo del Imperial War Museum (IWM) de Londres, en Lambeth Road, en relación a la liberación del campo de concentración de Bergen-Belsen por el ejército británico en abril de 1945. Complementariamente, me serviré de otros documentos adicionales que utilizaré para contrastar las infor- maciones depositadas en el archivo del IWM y para sondear alguno de los silencios recurrentes que aparecen en la documentación principal. Estos materiales adiciona- les son fundamentalmente las actas del juicio de Bergen-Belsen contra Josef Kramer y otros cuarenta y cuatro acusados, celebrado en la corte de Luneburgo entre el 17 de septiembre y el 17 de noviembre de 1945, artículos de prensa aparecidos en las principales publicaciones periódicas estadounidenses y británicas (principalmente The New York Times, The New York Herald Tribune, The Washington Post, The Times, The Manchester Guardian, The Observer, The Daily Mirror, The Daily Herald, The Daily Worker, The Daily Express, News Chronicle o The Illustrated London News) y la documentación conservada en los archivos de Naciones Unidas sobre la actuación de la UNRRA en Europa al final de la guerra y en la inmediata posguerra. Para comprender las colecciones del IWM y el corpus documental que es ob- jeto de la presente investigación, es necesario adentrarse primero en la historia de este museo. El Imperial War Museum fue ideado y constituido durante la Primera Guerra Mundial y, tal y como señala Gaynor Kavanagh, fue en parte una maniobra propagandística y en parte un sincero intento por registrar la guerra. La decisión política de fundar el Imperial War Museum (nombre que recibió en enero de 1918 en sustitución del original National War Museum) se tomó en marzo de 1917, poco después de que el liberal David Lloyd George se pusiera al frente de un gobierno de coalición formado con los conservadores (diciembre de 1916). Al parecer, el nuevo primer ministro era muy consciente de la importancia de la opinión pública a la hora de canalizar los esfuerzos bélicos, por lo que la propaganda se convirtió en uno de los ejes centrales de su política de “guerra total”38. Por lo demás, todos los autores parecen coincidir en señalar la batalla del Somme, que sólo en su primer 38Gaynor KAVANAGH, «Museum as Memorial: The Origins of the Imperial War Museum», Jour- nal of Contemporary o History 23, n 1 (1988): p. 94 y pp. 79-80. 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 105 día (1 de julio de 1916) produjo más de 57.000 bajas británicas, entre heridos y fallecidos, como un hito fundamental en la creación del museo. Como señala Diana Condell, las víctimas de esta batalla “no eran soldados corrientes o reclutas, no eran hombres que en condiciones normales hubieran considerado adecuada la carrera mi- litar. Eran voluntarios procedentes de todos los estratos de la sociedad, tenderos, profesores, abogados, empleados de la banca, chicos recién salidos de la escuela, obreros, mineros y granjeros, procedentes de cada pueblo y de cada ciudad del país. Quizás por primera vez en la historia británica, el coste de la guerra, en términos humanos, afectó prácticamente a cada familia del país”. El contexto creado por este desastre militar contribuyó a generar el caldo de cultivo ideal para que cuajara la idea de crear un museo nacional de la guerra para conmemorar el inmenso esfuerzo acometido desde todos los niveles sociales, tal y como quedó expresada en una car- ta publicada en The Times a principios de 1917 y que contaba con el beneplácito del director general de obras públicas británico y principal promotor del museo, sir Alfred Mauritz Mond. El espíritu que encarna un episodio como el del Somme es significativo para mi trabajo porque apela a un enfoque conmemorativo “desde abajo”, esto es, que dirige su atención hacia los individuos y hacia las experiencias personales de guerra. Ello podría explicar que las fuentes privadas, que ponían el acento en los sujetos corrientes, aunque aún no tuvieran la importancia que han llegado adquirir en la colección actual del IWM, ocuparan desde el principio un lugar muy relevante en el esfuerzo colector del museo39. Igualmente, entre los in- tereses archivísticos del museo destacó desde el principio la colección y preservación de fotografías, películas y videos, siendo el archivo de cine y vídeo del IWM el más antiguo del mundo40. Finalmente, otra iniciativa importante que da buena cuenta del particular carácter que adquirieron las colecciones conservadas por el museo desde sus orígenes fue la creación de una subcomisión específica encargada de reco- pilar materiales relacionados con el trabajo de las mujeres durante la guerra. Esta subcomisión fue la responsable de organizar en octubre de 1918 una de las primeras exhibiciones realizadas por esta institución, albergada por la Whitechapel Art Ga- llery, cuya temática fue precisamente el trabajo de las mujeres, llegando a cosechar un éxito muy notable con la asistencia de 82.000 personas, incluida la reina41. Desde la fundación del museo hasta su ubicación definitiva en la sede de Lam- beth Road en 1936, en el lugar que ocupaba anteriormente el Hospital Real de Bethlem42, varios edificios albergaron sucesivamente al IWM: primero, en junio de 1920 abrió sus puertas oficialmente en el Palacio de Cristal, espectacular edificio 39No en vano, detrás de los cupones para manteca de la cartilla de racionamiento de 1918 se imprimió un llamamiento para recopilar materiales relacionados con las experiencias de guerra (Diana CONDELL, «The History and Role of the Imperial War Museum», enWar and the Cultural Construction of Identities in Britain, ed. Barbara KORTE y Ralf SCHNEIDER, Ámsterdam y Nueva York: Rodopi, 2002, pp. 29-30). 40Roger SMITHER y David WALSH, «Unknown Pioneer: Edward Foxen Cooper and the Imperial War Museum Film o Archive, 1919-1934», Film History 12, n 2 (2000): pp. 187-203. 41G. KAVANAGH, «Museum as Memorial», p. 90. 42El Hospital Real de Bethlem es una de las instituciones psiquiátricas más antiguas de Europa. Tal y como apuntan Steven Cooke y Lloyd Jenkins, la transformación de este espacio destinado al tratamiento de ciertos individuos considerados como “degenerados”, en un museo con fuertes aspiraciones educativas, encaja bien en el modelo de regeneracionismo social propio de la política de la época. Véase Steven COOKE y Lloyd JENKINS, «Discourses of Regeneration in Early Twentieth-Century Britain: from Bedlam to the Imperial War Museum», Area 33, no 4 (2001): pp. 382-390. 106 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN construido con motivo de la exposición universal de Londres de 1851, ubicado origi- nalmente en Hyde Park y trasladado posteriormente a Sydenham Hill, al sureste de Londres, que resultaba totalmente inadecuado como sede del museo43; y después, en 1924, se trasladó a una serie de galerías anejas al Instituto Imperial, en South Kensington, que todavía se ajustaban peor a sus necesidades prácticas. Estos vai- venes sin duda fueron uno de los principales síntomas de la fragilidad inicial de esta institución, que hubo de afrontar en sus primeros años de vida numerosos proble- mas ocasionados por los drásticos recortes en el gasto público que se produjeron en el periodo de la inmediata posguerra y por una amnesia política deliberada como estrategia para afrontar el pasado más reciente44. Sin embargo, la reapertura del IWM en Lambeth Road en 1936 le dio un nuevo impulso al museo, cuya función pública terminó de consolidarse tras la Segunda Guerra Mundial. Efectivamente, aunque el IWM estuvo cerrado durante la ma- yor parte de la Segunda Guerra Mundial, al igual que la mayoría de los espacios susceptibles de convocar a un grupo más o menos numeroso de gente, este enfrenta- miento relanzó la actividad coleccionista del museo, que emprendió otra campaña de recopilación de materiales relacionados con el nuevo conflicto. En 1953, tras la guerra de Corea, mediante una acción parlamentaria, este llamamiento se extendió formalmente a la adquisición de materiales relacionados con los principales conflic- tos en los que Gran Bretaña y la Commonwealth hubieran participado desde 1914. Gracias a toda esta actividad desarrollada después de 1945, la colección del IWM experimentó una gran expansión, lo que derivó en un incremento del espacio y de los recursos destinados a esta institución. Desde mediados de la década de los sesenta se produjo también un aumento significativo del personal que revirtió en la forma- ción de un Centro de Documentación y la puesta en marcha de un archivo sonoro, mientras que la década de los ochenta trajo consigo el comienzo de una importante reforma y transformación del espacio y las galerías del museo, que culminaría en el año 2000, con la remodelación de las últimas galerías, entre las que se incluye aquella en la que se sitúa actualmente la exposición permanente del Holocausto45. Recientemente, con motivo del Centenario de la Gran Guerra, el IWM llevó a cabo una nueva y gran remodelación, destinada a abrir nuevas galerías de la Primera Guerra Mundial, a mejorar el estado de las ya existentes y a reestructurar el atrio central, entre otras cosas46. La documentación actual que alberga el museo está dividida en siete grandes secciones. La primera de ellas es la de arte y diseño popular, que incluye en pri- mer lugar una colección de arte, formada por unas 20.000 piezas entre pinturas, grabados, dibujos, esculturas y obras audiovisuales de fotografía, sonido y video. Dentro de esta colección destaca el repertorio formado por los trabajos realizados bajo el auspicio del War Artists Advisory Committee (WAAC) durante la Segunda 43D. CONDELL, «The History and Role of the Imperial War Museum», p. 31. 44G. KAVANAGH, «Museum as Memorial», p. 92. Sobre las fases de memoria y desmemoria que siguen a la Gran Guerra, al menos a tenor del volumen de publicaciones en las que se rela- tan experiencias y recuerdos bélicos, véase Antoine PROST, In the Wake of War: Les Anciens Combattants and French Society (Providence y Oxford: Berg, 1992, pp. 11-14). 45D. CONDELL, «The History and Role of the Imperial War Museum», pp. 33-36. Sobre la exposición del Holocausto véase Tom LAWSON, «Ideology in a Museum of Memory: A Review of the Holocaust Exhibition at the Imperial War o Museum», Formerly Totalitarian Movements and Political Religions Vol. 4, n 2 (2003): pp. 173-183. 46Información disponible en la página web del IWM: http://www.iwm.org.uk/visits/iwm- london/transforming-iwm- london, accedido el 20 de abril de 2015 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 107 Guerra Mundial, de los cuales más de 3.000, entre pinturas dibujos y esculturas, se conservan en el IWM. En segundo lugar, gran importancia ocupa también dentro de esta sección el denominado War Artists Archive (Archivo de artistas bélicos), en el que se integran unos mil expedientes, entre correspondencia y documentos administrativos, que dan cuenta de los diversos detalles relacionados con el encargo y la adquisición de las obras de arte bélicas. Finalmente, se integra aquí la colec- ción de diseño popular e ilustraciones, que aglutina unos 20.000 posters, grabados populares, postales y carteles publicitarios, entre otros. La segunda de las siete grandes secciones documentales que alberga el museo es la de libros y publicaciones, que incluye un apartado de libros e informes rela- cionados con las unidades militares y con los diferentes aspectos de las contiendas históricas de las que se ocupa el museo, otro apartado de panfletos y publicacio- nes periódicas (revistas, periódicos, panfletos propagandísticos, entre otros) y una colección específica sobre el trabajo de las mujeres durante la Primera Guerra Mun- dial, reunida a partir de 1919 por el subcomité de trabajo femenino, que incluye crónicas, estadísticas, relatos personales y otros documentos sobre el papel de las mujeres tanto en el frente exterior como en el doméstico. La tercera de estas secciones es la de los documentos escritos y en ella se incluye la importantísima colección de papeles privados, que asciende a unos 18.000 archivos formados por documentos tales como cartas, diarios o memorias escritas después de 1914 por personal militar y personal civil implicado en los acontecimientos bé- licos. También se incluye aquí el archivo de documentos extranjeros, especialmente relacionados con la Segunda Guerra Mundial y los juicios de Nuremberg y Tokio, y el archivo de los memoriales de guerra (War Memorials Archive), que contiene información sobre más de 60.000 memoriales de guerra distribuidos por el Reino Unido, las islas del Canal y la isla de Man. La cuarta sección es la de objetos materiales e incluye piezas tales como uni- formes, banderas, emblemas, insignias, medallas, condecoraciones, equipamiento di- verso (cámaras, radares, radios), armas, municiones, vehículos, aeroplanos, barcos y objetos personales. La quinta de las secciones está constituida por el archivo de cine y vídeo que, como ya señalé, es el archivo fílmico más antiguo de la historia y que hoy en día incluye más de 23.000 horas de grabación. En la misma línea, la sexta de estas sec- ciones es la de fotografía, con un total de unos 11 millones de imágenes conservadas y la séptima y última de las secciones documentales está constituida por el archivo de audio, que contiene unas 33.000 grabaciones47. Buena parte de los materiales que conforman estas colecciones se encuentran indexados en el catálogo digital del IWM, que constituye una herramienta de bús- queda fundamental cuando se pretende afrontar la investigación en este archivo. Muchos de los materiales audiovisuales, incluidas numerosas entrevistas orales, son accesibles online por esta vía. En el caso que nos ocupa, una búsqueda simple del término “Belsen” en este catálogo arroja un resultado de 1.237 entradas documen- tales48, repartidas entre varias categorías: fotografías (422 entradas), documentos 47Toda esta información está disponible en la página web del IWM: http://www.iwm.org.uk/ collections- research/about, accedido el 20 de agosto de 2013. 48Sólo una de estas referencias, el primer fragmento del vídeo titulado GAUMONT GRAPHIC 386 (IWM 1061-09h) y fechado en diciembre de 1914, no tiene que ver con el campo de concentración de Belsen, con su liberación, con su conmemoración o con el conocido como juicio de Lüneburg o juicio contra “Josef Kramer y otros 44 acusados”, en el que se procesó al personal nazi y algunos 108 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN sonoros (367), papeles privados (142), libros (115), películas (75), arte (32), recuer- dos (29), uniformes e insignias (12), equipamiento (10) y armas y municiones (5). El corpus documental de esta parte de mi trabajo está compuesto únicamente por materiales procedentes de dos de estas categorías: fotografías y papeles privados. No obstante, he utilizado también algunos libros y grabaciones sonoras como fuentes secundarias, especialmente en el tratamiento de las fotografías, en un intento por dotar de una mayor profundidad a la mirada siempre escurridiza de los fotógrafos49. En lo que respecta a las fotografías, cabe destacar que la base de datos del catálogo digital del IWM no es tan completa como las bases de datos que pueden consultarse físicamente en el archivo fotográfico del IWM, situado en Austral Street, también en Londres. Aunque muchas de las imágenes que utilizaré a lo largo de este capítulo están ordenadas y descritas en el catálogo digital (e incluso en algunos casos pueden visualizarse online), la selección de fotografías en la que me baso (imágenes relacionadas con la liberación de Belsen y contenidas en la colección completa que se conserva en el Departamento de Fotografías del archivo del IWM, clasificadas en la sección “Second World War British Official Photographs”) es más amplia que aquella que aparece recogida en la plataforma digital del museo. Concretamente, las imágenes tomadas en Belsen durante la liberación, esto es, entre los meses de abril y junio de 1945 por la Sección Número 5 de la Unidad de Cine y Fotografía del Ejército Británico (AFPU, por sus siglas en inglés), encargada de cubrir las operaciones del ejército británico en la campaña militar del noroeste del Europa, entre ellas la liberación de Bergen-Belsen, ascienden a más de 43050. Las fotografías realizadas por el ejército británico no son las únicas que se conservan de la liberación del campo de concentración de Bergen-Belsen. Gran importancia han adquirido también en la memoria visual del holocausto la serie de fotografías realizada por George Rodger el 20 de abril de 1945, pocos días después de la liberación, y publicada en la revista Life el 7 de mayo de ese mismo año, en un reportaje denominado “Atrocities”, en el que también aparecían las fotografías tomadas en Buchenwald por Margaret Bourke-White (Imagen 1)51. Sin embargo, de los kapos que se encontraban al frente de la administración del campo de Bergen-Belsen en abril de 1945. 49En este sentido, he consultado las entrevistas realizadas entre los años 1979 y 2008 a diversos miembros de la Sección Número 5 de la Unidad de Cine y Fotografía del Ejército Británico (No 5 Section AFPU), que desde abril de 1945 se encargó de recopilar imágenes y materiales fílmicos que sirvieran para documentar las condiciones imperantes en el campo de concentración de Bergen- Belsen y la labor realizada por las tropas británicas y las unidades asistenciales tras su liberación. Entre estas entrevistas cabe señalar las realizadas a Ian James Grant en 1978 (No 3865), a Harry Oakes en 1979 (No 4302), a William F. Lawrie en 1984 (No 7481), a Richard Leatherbarrow en 1984 (No 8253), a Harold Haywood en 2005 (No 28155), entre otros. 50De las 422 entradas archivadas como fotografías que aparecen en el catálogo digital del IWM cuando se introduce el término “Belsen”, no todas constituyen imágenes tomadas durante la libera- ción. Algunas son imágenes del juicio de Lüneburg, otras de actos conmemorativos de la liberación del campo, otras referencias cruzadas a Belsen que aparecen en la descripción de fotografías de te- mática diversa, etc. En cambio, en el catálogo fotográfico que alberga en formato físico el IWM en el edificio de Austral Street, dentro del la serie “Second World War British Official Photographs”, aparecen anotadas y descritas en los volúmenes I y II, más de 430 fotografías tomadas en Belsen por los cámaras del AFPU del ejército británico entre el 17 de abril y el 21 de mayo de 1945, clasificadas todas ellas entre los registros BU 3722 y BU 7989. 51Véase el reportaje titulado Life Behind the Picture: the Liberation of Buchenwald, 1945, que la revista Life dedicó a las fotografías de Margaret Bourke-White, accesible online: http://life.time.com/history/buchenwald-photos-from- the-liberation-of-the-camp-april- 1945/#17, accedido el 27 de agosto de 2013. George Rodger, fundador en 1947 de la prestigiosa 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 109 en este trabajo he decidido prescindir de esta serie de instantáneas y centrarme en aquellas tomadas por la AFPU por dos motivos: en primer lugar, porque he preferido primar la coherencia documental y decantarme por una única colección, en este caso, la conservada en el Imperial War Museum de Londres; y en segundo lugar, porque George Rodger únicamente estuvo un día en el campo de Belsen y como consecuencia, la serie de fotografías que realizó, aunque de gran calidad, es mucho más limitada que el amplio repertorio recopilado por los miembros de la AFPU, que cubrieron con gran detalle no sólo la labor del ejército británico a lo largo de las varias semanas que duró su intervención en el campo de concentración de Belsen hasta su destrucción el 21 de mayo de 1945, sino también la situación de los supervivientes a partir de junio de 1945, tras la refundación del campo en área hospitalaria y en campo de refugiados. Ello no quiere decir que las fotografías de Rodger no sean significativas desde el punto de vista documental y que no puedan ocupar un lugar central en otros análisis que se ocupen de la representación y la memoria del holocausto y del horror. Al contrario, esta serie contiene ciertas imágenes muy sugestivas (véanse imágenes 2 y 3). Una vez aclarado este punto, conviene señalar brevemente la historia del cuerpo militar que se encuentra detrás de estas fotografías. Tras las fuertes críticas recibi- das desde la opinión pública por el pobre papel informativo del gobierno británico durante la Operación Dinamo que tuvo lugar en mayo de 1940 en las playas de Dunkerque, el Director de Publicidad del Ministerio de la Guerra, Ronald Tritton y el Consejero Honorario de la División de Cine del Ministerio de Información, Sidney Bernstein, bajo el auspicio del jefe de esta División, Jack Beddington, comenzaron a reunirse dos veces por semana desde agosto de 1940 para tratar de solucionar los problemas que habían surgido entre las compañías de noticias y el ejército, de cara a afrontar la acuciante necesidad británica de contar con películas propagandísticas que pudieran difundirse tanto dentro como fuera del país. De estas reuniones surgió la idea de constituir una unidad de cine dependiente del Ministerio de la Guerra, que se materializó con el nombramiento de David Macdonald en noviembre de 1940 como el director de la nueva Unidad Militar de Cine (AFU, por sus siglas en in- glés), predecesora de la AFPU. Pero esta recién creada unidad debía aún vencer la fuerte resistencia existente dentro de los mandos militares hacia cualquier forma de publicidad visual, cosa que nos se produjo hasta octubre de 1941, cuando, gracias a la intervención del nuevo ministro de Información Brendan Bracken, el ejército finalmente aceptó la necesidad de ampliar la unidad de cine, que pronto aparece- ría renombrada como Unidad de Cine y Fotografía (Army Film and Photographic Unit). La creación de la AFPU suponía un cambio cualitativo importante en la pro- ducción de material fílmico propagandístico por parte del ejército británico, puesto que los hombres que formarían parte de ella estarían destinados por primera vez a la primera línea del frente de batalla. Ello provocó también que esta unidad, a diferencia de los modelos anteriores, no estuviera formada por profesionales pro- cedentes de la industria del cine, sino por personal militar, por soldados, con una agencia de fotoperiodismo Magnum Photos junto con Robert Capa, Henri Cartier-Bresson y Da- vid Seymour (alias “Chim”), ha sido considerado erróneamente el primer fotógrafo en retratar la liberación del campo de concentración de Belsen (véase Carole NAGGAR, George Rodger: An Ad- venture in Photography, 1908-1995, Siracusa: Syracuse University Press, 2003, p. 3). Lo cierto es que las primeras fotografías tomadas en el campo, que datan del día 17 de abril, fueron realizadas por los miembros de la Sección No 5 de la AFPU. 110 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN experiencia más o menos reducida en la materia, que eran entrenados y capacita- dos para utilizar los equipos de filmación y de fotografía del ejército en tan sólo ocho semanas. En otras palabras, a diferencia de su primo hermano americano, el U.S. Signal Corps, la AFPU fue una unidad formada por unos pocos fotógrafos y cámaras profesionales y semi- profesionales y una gran mayoría de fotógrafos com- pletamente amateurs, sin ninguna experiencia previa en la toma de fotografías y el rodaje de películas. La función fundamental de esta unidad era la de recopilar material fílmico que sirviera como arma propagandística contra el ejército enemigo. Otra función que se asignaba a la producción de fotografías por parte del ejército era de carácter estratégico: se quería contar con material visual capaz de proporcio- nar información sobre las armas del enemigo. Finalmente, otra de sus aspiraciones era la de producir documentos gráficos sobre la historia del ejército británico52. Los fotógrafos de la AFPU que entraron en el campo de concentración de Bergen-Belsen formaban parte, como ya he señalado, de la Sección Número 5 de esta unidad, constituida para documentar visualmente la campaña militar aliada en la Europa occidental. La lista de los miembros de esta unidad que entraron en el campo de concentración, la mayoría de ellos armados con una cámara Super Ikonta, es muy numerosa, aunque los autores de las fotografías que forman parte de esta selección se reduce a los siguientes nombres: el capitán Edward G. Malindine (uno de los fotógrafos con más experiencia de la AFPU y que trabajó para el Daily Herald antes y después de la guerra), el teniente Wilson, el sargento Jim Mapham (reportero del Leicester Mercury y uno de los siete fotógrafos de la AFPU que participó en el desembarco en Normandía), el sargento Bert Hardy (fotógrafo del Picture Post), el sargento Hewitt, el sargento Harry Oakes (que después de la guerra desarrollaría toda su carrera en la industria cinematográfica, realizando diversas funciones como cámara, cámara de efectos especiales o director de fotografía, y participaría en grandes éxitos como Thunderbirds, emitida en España con el nombre Guardianes del espacio, Superman o Aliens, el regreso), el sargento Peter Norris y el sargento Norman Midgley. Varios de ellos han manifestado en diversas entrevistas que no se encontraban en absoluto capacitados, ni psíquica ni profesionalmente, para lo que se encontraron en el campo de concentración53. Los fotógrafos, acostumbrados a retratar el campo de batalla y al personal militar, no recibieron ninguna instrucción específica de cómo fotografiar escenas tan terribles como las que escondía Belsen, en la que estaban implicados tantos civiles. De hecho, sorprendentemente, no existía ninguna pauta oficial de cómo retratar las muertes militares y los miembros de la AFPU se habían autoimpuesto una serie de reglas para abordar estas representaciones que se resumían básicamente en filmar a los enemigos muertos y no filmar a los aliados malheridos o muertos. Estas normas, en parte propiciadas por la extrema sensibilidad mostrada por los editores jefes de los noticieros a la hora de emitir determinadas imágenes, se habían trasladado también a los cadáveres de civiles. Sin embargo, en Bergen- Belsen se vino abajo todo este sistema de autocensura y ello se debió en buena medida a que a las dos motivaciones tradicionales que habían 52Véase Kay GLADSTONE, «The AFPU: the Origins of British Army Combat Filming during the Second World War», Film History 14, n 3/4 (2002): pp. 316-331 y Fred McGLADE, The History of the British Army Film & Photographic Unit in the Second World War (Solihull: Helion & Company, 2010, pp. 25-43). 53Por ejemplo, en las entrevistas realizadas al sargento Harry Oakes (año 1999, No 19888) y al sargento William Lawrie (año 1984, No 7481), conservadas en el IWM. 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 111 guiado el trabajo de los miembros de la AFPU (compilar material audiovisual que dejara constancia histórica de los acontecimientos más significativos en los que participaba el ejército británico y proporcionar material propagandístico susceptible de ser difundido por los medios de comunicación), se sumó entonces una nueva y fundamental finalidad: dar testimonio de las atrocidades llevadas a cabo por los alemanes. Este nuevo propósito estaba orientado hacia el proyecto de confeccionar un documental sobre dichas atrocidades, cuya idea, de la que era responsable Sidney Bernstein, había sido gestada en una fecha tan temprana como febrero de 1945. Así mismo, esta documentación visual sería más tarde proyectada en el llamado juicio contra Josef Kramer y otros cuarenta y cuatro acusados54. Por tanto, para entender adecuadamente las imágenes de la liberación de Belsen es imposible obviar que éste era uno de los objetivos comunicativos perseguidos por los fotógrafos de la AFPU, algunos de los cuales reconocieron años más tarde haberse servido de determinados recursos, como la perspectiva o el encuadramiento, para resaltar el contenido del horror55. No obstante no conviene olvidar aquello que recordaba Susan Sontag cuando se refería a que las fotografías sólo son indicios de los restos, de algo póstumo: “Esta realidad póstuma es a menudo la recapitulación más incisiva. Como se- ñaló Hannah Arendt poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, todas las fotografías y las películas de actualidades de los campos de concen- tración son engañosas porque muestran los campos en el momento en que las tropas aliadas entraron en ellos. Lo que vuelve insoportable tales imágenes -las montañas de cadáveres, los sobrevivientes esqueléticos- no era de ningún modo lo habitual en los campos, pues en ellos, cuando estaba funcionando, exterminaban a los presos sistemáticamente (con gas, no con la hambruna y la enfermedad), y después los incineraban de inmediato”56. Aunque la hambruna y la enfermedad sí formaron parte de la estrategia de deshu- manización puesta en marcha por los nazis, tal y como ha demostrado Wolfgang Sofsky57, el impacto de estas políticas desestabilizadoras no resultaba en absoluto tan dramático como el que parecían revelar las fotografías tomadas en el interior de los campos. La degradación extrema que experimentaron los campos de concen- tración durante las horas postreras de la contienda amplificó notoriamente algunos efectos de los horrores concentracionarios y fue de eso, fundamentalmente, de lo que dieron cuenta las fotografías. Estos documentos sin embargo no fueron capaces de mostrar otros de los hechos más notables y execrables de los que habían formado parte típicamente de las aberraciones llevadas a cabo contra los prisioneros en el interior de los campos (las selecciones, las palizas y vejaciones, las incineraciones y, por supuesto, los gaseamientos). En conclusión, debo insistir en que estas fotogra- fías, al igual que la mayoría de los documentos que trabajo en esta investigación, no deben tomarse como testimonios de la experiencia concentracionaria, sino como 54Y ello a pesar de la dudosa capacidad de este tipo de materiales para aportar evidencias reales susceptibles de ser tenidas en cuenta en un juicio o de clarificar responsabilidades legales, como bien señala Lawrence Douglas en Lawrence DOUGLAS, «Film as Witness: Screening “Nazi Con- centration Camps” Before the Nuremberg Tribunal», Yale Law Journal 105, n 2 (1 de noviembre de 1995): pp. 449-81. 55Véase Toby HAGGITH, «The Filming of the Liberation of Bergen-Belsen and Its Impact on the Understanding of the Holocaust», en Belsen 1945: New Historical Perspectives, ed. S. BARD- GETT y D. CESARANI, pp. 89-122. 56Susan SONTAG, Ante el dolor de los demás (Madrid: Santillana, 2003, pp. 97-98). 57W. SOFSKY, L’Ordine del Terrore, pp. 293-315. 112 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN evidencias de algunos de sus efectos, como registros del último estadio del universo concentracionario y la deshumanización que tuvo lugar en su interior. Como he señalado, el periodo a lo largo del cual se desarrolla la labor de docu- mentación llevada a cabo por la AFPU para dar cuenta de la intervención británica en Belsen es relativamente extenso. Ello unido a la gran variedad de aspectos de interés que encerraba un acontecimiento como éste, hace que la temática de las imá- genes conservadas sea tremendamente variada. Sin embargo, podríamos agrupar las fotografías en siete grandes cuestiones: instalaciones y paisajes, actos simbólicos, ca- dáveres, supervivientes, personal militar y civil de rescate, verdugos y visitantes. Por supuesto, muchos de estos temas se mezclan y son numerosas las imágenes en las que se retrata a un grupo de supervivientes sobre un paisaje salpicado de cadáveres o en las que aparecen los verdugos apilando cuerpos en las fosas comunes, o las fuer- zas de rescate empujando a los muertos con una excavadora, por poner unos pocos ejemplos. Por supuesto, no todas las imágenes tienen la misma finalidad, aunque nuevamente se mezclan significados e interpretaciones en cada una de las tomas. Así, las imágenes con mayor protagonismo de las fuerzas militares o del personal voluntario, tienen un carácter más netamente propagandístico y tratan de resaltar en todo momento la labor británica llevada a cabo en Belsen. Las fotografías de las fosas comunes, de los cadáveres y de los supervivientes en peores condiciones físicas evocan de forma elocuente el horror que simboliza Bergen-Belsen. Cabe destacar, no obstante, que esta labor se topó con condicionamientos importantes. Por ejemplo, los supervivientes en peores condiciones físicas se encontraban principalmente in- movilizados y amontonados en el interior de las barracas, tal y como han explicado insistentemente los testigos58. Sin embargo, las condiciones lumínicas en el interior de las barracas eran muy desfavorables y por ello los fotógrafos de la AFPU se de- cantaron principalmente por las fotos de exterior, siendo relativamente escasas las imágenes que se conservan del interior de las barracas y, consecuentemente, de los supervivientes que se encontraban en peor estado59. Asimismo, esta circunstancia les permitió subrayar una situación bastante llamativa que tenía lugar en el campo de concentración: la disolución de las fronteras entre la vida y la muerte, que apa- recía caracterizada una y otra vez en las fotografías a través de la convivencia de supervivientes y cadáveres, naturalmente aceptada por los primeros. De gran inte- rés son también los materiales en los que se narra la recuperación física y moral de los supervivientes (aspecto éste que trataré en profundidad más adelante, cuando analice cómo se representan los procesos de deshumanización y rehumanización en los documentos seleccionados), en los que los fotógrafos procuran siempre captar los semblantes más amables de los prisioneros y en los que la presencia de las fuerzas 58Entre los documentos conservados en el IWM véanse, por ejemplo, la primera parte del informe titulado “Administrative Report – Belsen Concentration Camp”, fechada el 18 de abril de 1945 y redactada por el teniente coronel J.A.D. Johnston, que se conserva entre los papeles privados de Jean McFarlane, donde se comenta que “los muertos se extienden a lo largo de todo el campo y en pilas fuera de los bloques de barracas que albergan lo peor de los enfermos y a las que se mal llama hospitales” (IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1) o el informe titulado “Medical Report on Belsen Concentration Camp by DDMS Second Army”, fechado entre el 15 y el 19 de abril de 1945, firmado por el brigadier Glyn Hughes y conservado entre los papeles privados del teniente coronel del RAMC Robert J. Phillips en el que se lee “las fotografías adjuntadas como Apéndice «C» no consiguen reproducir los peores horrores, que sólo podrían apreciarse echando un vistazo al interior de las peores barracas” (IWM Private Papers of Lieutenant Colonel R. J. Phillips, Documents 13505, Ref. 05/44/1). 59T. HAGGITH, «The Filming of the Liberation of Bergen-Belsen...», pp. 107-108. 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 113 de liberación británicas juega un papel fundamental, pues se manifiestan como el elemento clave que hace posible esa transición. Hablaré de todo ello en las siguientes páginas. Las fotografías tomadas por los miembros de la AFPU en el campo de con- centración de Bergen-Belsen tuvieron bastante difusión en la prensa escrita aliada durante la primavera de 1945, apareciendo en los periódicos y medios de comunica- ción impresos más importantes de Estados Unidos y Gran Bretaña60. Los fotógrafos y los cámaras del ejército enviaban a Gran Bretaña las películas compiladas, acom- pañadas de hojas informativas en las que incluían un informe más o menos detallado del contenido y del contexto de cada imagen o secuencia y realizaban ciertas indi- caciones sobre las condiciones técnicas de la toma de cara a facilitar el revelado, que tenía lugar ya en suelo británico. De esta forma, aquellos que recibían las imá- genes en Inglaterra contaban con toda la información antes de pasar las secuencias a las diferentes agencias de noticias. Una vez aquí y antes de ser publicados, estos materiales debían someterse al escrutinio de editores y censores, que eran quienes decidían qué debía y qué no debía aparecer en los periódicos británicos y en los cines del país61. Por lo que respecta a las fotografías de las atrocidades nazis, los editores ex- presaron serias preocupaciones a la hora de presentar retratos tan gráficos de estos crímenes al público británico, que a lo largo de la contienda había estado muy poco expuesto a las imágenes de horror y muerte que llegaban desde el frente de batalla. Las dos principales preocupaciones eran, primero, que el público se mostrara tan impactado por las instantáneas que se negaran a mirarlas y, segundo, que descon- fiaran de su autenticidad y las tomaran simplemente por propaganda. De ahí que los materiales que se publicaron en la prensa en estos primeros momentos no fue- ran ni mucho menos aquellos con las imágenes más crudas62 y que incluso algunos periódicos manifestaran públicamente su intención de no divulgarlos debido a su 60Por señalar sólo algunos, véanse The New York Times (21 y 22 de abril y 3 de mayo de 1945), The Boston Globe (21 de abril de 1945), Los Angeles Times (19 de abril de 1945), Newsweek (28 de mayo de 1945), The Times (19 de abril de 1945), Sunday Times (22 de abril de 1945), The Evening Standard (20 y 23 de abril de 1945), Daily Mirror (19 y 21 de abril de 1945), News Chronicle (21 de abril de 1945), Daily Mail (20 y 23 de abril de 1945) o The Illustrated London News (28 de abril de 1945). 61Durante la guerra, la prensa británica se guiaba por un modelo de autocensura voluntaria, condicionado no obstante por dos normas aprobadas en 1940 que permitían al gobierno bloquear cualquier material que fomentara la oposición a la guerra e, incluso, cerrar cualquier publicación que sistemáticamente excitara dicha oposición. La consecuencia más dramática de esta normativa fue el cierre de los periódicos Daily Worker (sostenido por el Partido Comunista) y The Week en enero de 1941. Sin embargo, el progresivo incremento de la presión ejercida por grupos tales como el National Council for the Civil Liberties (NCCL) contra esta normativa y contra el bloqueo de estas dos publicaciones, unido ello al completo apoyo otorgado por el Partido Comunista a la guerra después de la incorporación de la URSS al bando aliado en 1941, contribuyeron decisivamente a la decisión gubernamental de agosto de 1942 de levantar el bloqueo. Después de esto, aunque la presión del gobierno británico sobre la prensa siguió siendo relevante, disminuyó de forma considerable y aunque la normativa de 1940 siguió vigente, no se emprendió ninguna otra acción similar a aquellas promovidas contra The Week y Daily Worker (Aaron L. o GOLDMAN, «Press Freedom in Britain during World War Two», Journalism History Vol. 22, n 4, Invierno de de 1997: pp. 146-155). 62Algunas de las imágenes más terribles y hoy por hoy más conocidas de Belsen, como la de la excavadora empujando cadáveres hacia una fosa común, sólo fueron divulgadas varios años, o incluso varias décadas, después de la liberación (T. HAGGITH, «The Filming of the Liberation of Bergen-Belsen...», pp. 91-92). 114 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN “naturaleza repulsiva”63. La preocupación por la verificación de la autenticidad de las imágenes dio como resultado la constitución de una delegación, auspiciada por el general Eisenhower y formada por miembros del Parlamento británico para visitar los campos de concentración y recopilar “pruebas oculares y de primera mano sobre las atrocidades”. El viaje realizado por esta delegación al campo de concentración de Buchenwald fue ampliamente divulgado por los medios de comunicación, pues constituía una forma de contrastación de las evidencias físicas que llegaban desde el universo concentracionario. Por lo demás, el temprano y contundente impacto que tuvieron estas imágenes sobre la población civil fue también sistemáticamente recogido por los medios de comunicación64. En fin, la difusión de estas fotografías se ha extendido y complicado mucho desde el año 1945 hasta nuestros días, llegando a ocupar un papel primordial en la memoria visual del holocausto65. En cuanto a los papeles privados, es importante recordar que únicamente for- man parte de este corpus documental aquellos que fueron producidos entre los años 1945 y 1950, que constituye el marco cronológico general en el que se inscriben los materiales que son objeto de esta investigación. Éste es uno de los motivos por los que sólo he utilizado una parte de esos 142 documentos relacionados con Bel- sen que aparecen clasificados como papeles privados en el archivo del IWM. Así, aquellos escritos elaborados en épocas posteriores (fundamentalmente memorias y relatos breves basados en los recuerdos de la experiencia de la liberación) o cuya fecha de producción resulta incierta, han sido descartados. También he prescindido de aquellos testimonios cuya autoría no pueda incluirse dentro de la categoría de los observadores: los (limitados) documentos producidos por las víctimas y conser- vados en esta colección han sido por tanto también descartados66. Finalmente, he desechado aquellos materiales que resultaban demasiado fragmentarios, esquemáti- cos, ilegibles o irrelevantes desde el punto de vista que nos ocupa. Los autores de los documentos que conforman esta colección proceden de am- bientes socioculturales muy diversos, lo cual se deja notar fácilmente en los escritos que se conservan. Un gran número de ellos, entre los que destacan significativamente el equipo de estudiantes de medicina procedentes de diversos hospitales de Londres que se ofrecieron como voluntarios para colaborar en la liberación de Europa, son 63Véase el Daily Telegraph de 21 de abril de 1945. En cambio, según Antero Holmila, muchos lectores de algunos periódicos en los que sí se publicó el material de las atrocidades consideraron “una obligación pública observar las fotografías y recordar. De la misma forma, muchos se mostra- ron agradecidos a los periódicos por publicar tan desagradable material. En la sección de cartas al editor, un lector de The Times agradecía al diario haber publicado las desagradables imágenes de las atrocidades, puesto que ello ayudaba a los británicos a comprender realmente la crueldad de los campos nazis” (Antero HOLMILA, Reporting the Holocaust in the British, Swedish and Finnish Press, 1945-50, Houndmills, Basingstoke, Hampshire y Nueva York: Palgrave Macmillan, 2011, p. 27). 64Véase por ejemplo el artículo titulado “British Anger Deep at Atrocity Proof”, publicado en The New York Times el 20 de abril de 1945. 65Hannah CAVEN, «Horror in Our Time: Images of the Concentration Camps in the British Media, 1945», Historical o Journal of Film, Radio and Television Vol. 21, n 3 (2001): pp. 205- 253. 66Por ejemplo, el testimonio de una mujer judía superviviente de Auschwitz y Belsen, recogido en el álbum que se conserva entre los papeles privados de Miss Barbara McDouall (IWM Private Papers of Miss Barbara McDouall, Documents 154, Ref. 89/19/1), en el que se presentan ciertas experiencias y recuerdos de las asistentes a la “Worlds Y.W.C.A. Conference” (celebrada entre el 8 y el 11 de abril de 1947 en la ciudad de Lübeck, en el campo para personas desplazadas), aunque resulta sumamente interesante, no forma parte de este apartado. 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 115 personas con educación, con una carrera profesional y, dentro de los cuerpos mili- tares, que han alcanzado una cierta gradación. De los escritos redactados por otros autores, en cambio, se desprende un grado de instrucción bastante menor. Es el caso por ejemplo del soldado de artillería del 113th Ligth Anti-Aircraft Regiment, George Walker67. Tomando como referencia la autoría, he ordenado la lista final de los documentos utilizados en cuatro categorías, tal y como se observa en las tablas 1, 2, 3 y 4, adjuntas a este epígrafe: personal militar (oficiales y soldados rasos trabajando en las distintas unidades del ejército que participaron en la li- beración de Belsen), personal médico militar (médicos, enfermeras y especialistas de las distintas unidades del Royal Army Medical Corps que tomaron parte en las tareas médicas relacionadas con la liberación de Belsen), personal civil, médicos y voluntarios (principalmente, estudiantes de medicina, miembros de la Cruz Roja y miembros de otros cuerpos de socorro como el Friends Relief Service o la Friends’ Ambulance Unit, entre los que se encuentran enfermeros, conductores de ambulan- cia, trabajadores sociales, intérpretes y colaboradores de toda clase, y en los que destaca la participación de las mujeres) y otros (artistas, periodistas, religiosos). He dividido a los autores en estas cuatro categorías porque he considerado, en primer lugar, que existían diferencias sustanciales entre las experiencias narradas por el personal militar implicado en las tareas de saneamiento y en la organización del campo, y el personal civil voluntario, gran parte del cual estaba dedicado a labo- res relacionadas con la atención médica y, en consecuencia, se encontraba mucho más involucrado en el trato con los ex-prisioneros. Sin embargo, he considerado importante señalar una categoría intermedia, la del personal médico militar, con gran presencia en el campo de concentración a través de las numerosas unidades del RAMC que participaron activamente en la liberación68. Estas personas, aún formando parte del ejército y habiendo servido en él a lo largo de toda o buena parte de la contienda, y a pesar de compartir por tanto con el resto del personal militar numerosas experiencias y actitudes vitales, se encargaron de la dirección y coordinación del personal civil sanitario y, al igual que éste, mantuvieron una relación bastante próxima con los pacientes, a los que atendieron durante varias semanas. La última categoría es genérica y en ella he incluido a aquellos autores que no encajan en ninguno de los tres apartados anteriores. La mayoría de ellos son observadores pasivos de la liberación del campo. Toda esta documentación ha llegado al archivo del IWM bien porque el propio museo se ha puesto en contacto con los implicados solicitando determinados ma- teriales o bien, más habitualmente, porque los autores o sus familiares decidieron en cierto momento donar estos papeles. La mayor parte de esta colección está con- formada por cartas, relatos breves, diarios, informes y ponencias, redactados bien entre abril y junio de 1945 desde el propio campo de concentración, bien poco tiem- po después. Muchos de estos escritos se conservan junto con otros documentos de diverso tipo que constituyen recuerdos de la guerra y de la liberación (recortes de periódico, postales, agendas, boletines, telegramas, órdenes de traslado, permisos 67IWM Private Papers of G. Walker, Documents 3858, Ref. 84/2/1. 68Estas unidades eran 32nd Casualty Clearing Station (32 CCS), 11th Light Field Ambulance (11 LFA), 30th Field Hygiene Section, 76th Field Hygiene Section, 9th British General Hospital, 163rd Field Ambulance, 35th CCS y 29th British General Hospital. Véase el informe titulado “Administrative Report – Belsen Concentration Camp” (junio de 1945), J.A.D. Johnston y F.M. Lipscomb (IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1) y P. KEMP, «The British Army and the Liberation of Bergen-Belsen», pp. 136-140). 116 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN de entrada en el campo, documentos de identidad, hojas de servicio...). La finalidad y la difusión de estos materiales difiere de forma notable. Las cartas, los relatos breves y los diarios poseen un carácter fundamentalmente privado, por más que en ocasiones trasciendan este ámbito y acaben en los periódicos o en otros medios de comunicación69. No obstante, como consecuencia del fuerte impacto que causaron los relatos y las imágenes de Belsen en la opinión pública, muchos de estos escritos, aunque estaban en principio destinados a la esfera familiar, destilan cierta vocación de notoriedad que se pone de manifiesto de forma directa en el propio contenido del testimonio70. Los informes, por su parte, tienen por objetivo describir los problemas prácticos que se derivan de la administración del campo, la situación de los prisio- neros recién liberados, las necesidades logísticas o las acciones llevadas a cabo por las unidades militares, entre otras cosas. Tienen un carácter informativo y, en últi- ma instancia, pretenden contribuir a optimizar el trabajo del ejército. En principio, están destinados a circular de forma interna, dentro del ámbito militar, aunque mu- chos de estos informes fueron más tarde editados y difundidos en boletines y otras publicaciones informativas71. En cuanto a las ponencias, los discursos y los artículos de prensa, su vocación es netamente pública, teniendo por objetivo el de informar a una audiencia más o menos amplia de los diversos pormenores que se derivan de la difícil situación encontrada en el campo de concentración de Bergen-Belsen y de las acciones emprendidas por el ejército británico y los cuerpos de voluntarios durante la liberación. En cualquier caso, la conservación en el archivo del IWM de todos estos documentos les ha dotado de una dimensión más significativa, al trascender la finalidad específica que adquirían en su contexto productivo y aspirar a una re- sonancia de carácter histórico, con cierta capacidad para trascender las barreras puramente contextuales. De hecho, muchos de los testimonios que configuran este corpus han adquirido un gran protagonismo en las narraciones históricas sobre la liberación de Bergen-Belsen, destacando por ejemplo el discurso pronunciado a fi- nales de 1945 por el teniente coronel del RAMC Mervin Willet Gonin titulado “The 69Por ejemplo, Miss Jean McFarlane escribió una carta a su madre, Mrs. Alex. J. McFarlane, el 23 de abril de 1945, que ésta última reenvió a varios periódicos locales, entre ellos el Tunbridge Wells Advertiser, donde acabó publicándose el 4 de mayo de 1945 (IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1). 70Por ejemplo, en la carta escrita el 15 de mayo de 1945 por Cyril J. Charters, proyeccionista que trabajaba en la 37 Kinema Section del Royal Army Ordenance Corps (RAOC), y destinada a su mujer, puede leerse “Desearía poder publicar esta carta en el «Western Independent» para que las gentes de Westcountry pudieran conocer el testimonio de un hombre de Westcountry, [para que crean] en la verdad de lo que han leído y visto en los periódicos y en las películas” (IWM Private Papers of C. J. Charters, Documents 3103, Ref. Con Shelf). Asimismo, en la carta escrita parte el 18 de abril y parte el 24 de abril de 1945 por el soldado R. Pope y dirigida a sus padres, se indica: “Nunca olvidaré lo que he visto, por más que viva. Así que, si escucháis a alguien diciendo que es imposible que sucedieran estas cosas o sintiendo pena por lo que los alemanes están pasando ahora, no tenéis más que enseñarles esta carta y quizás así cambien su opinión (...)” (IWM Private Papers of R. Pope, Documents 12586, Ref. 03/23/1). 71Destaca por ejemplo el folletín editado por el capitán Andrew Pares, publicado por el 113th Light Anti-Aircraft Regiment (Durham Light Infantry) Royal Artillery, impreso en Hannover y titulado “The Story of Belsen”, en el que se recogen varias fotografías del campo de concentración y un breve relato de la situación encontrada en Belsen durante la liberación, así como las tareas realizadas por el ejército británico y un breve recuento de las atrocidades cometidas por los alemanes en este lugar (“Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945”, en IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945, Documents 9230, Ref. Misc 104 [1650]). 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 117 R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp”72, las cartas y relatos redactados por la voluntaria de la Cruz Roja Miss Jean McFarlane73 o el relato fechado el 18 de abril de 1945 y escrito por el fotógrafo de la AFPU Norman Midgley74. En cuanto a los temas principales de los que se ocupa esta documentación, son también muy heterogéneos, aunque es posible identificar una serie de cuestiones comunes que aparecen en casi todos estos relatos. Predominan las descripciones sensoriales del campo de concentración, especialmente en las cartas, en los diarios y en los relatos. En general, la estructura de estas narraciones es siempre la mis- ma y comienzan relatando la progresiva aproximación al campo, que se encuentra emplazado en un entorno idílico, el descubrimiento de los carteles que advierten del peligro de tifus, las alambradas, el perfil de los barracones, las instalaciones destinadas al alojamiento del personal militar y humanitario (que en algunos casos son meras tiendas de campaña) y, finalmente, la entrada en el recinto concentracio- nario. El primer contacto con el campo de concentración propiamente dicho, que se representa sistemáticamente como algo que se encuentra más allá de la imagi- nación o de cualquier descripción, como algo que es necesario ver para creer, es siempre muy impactante. Las estampas del horror que transitan estos relatos, en contraste con el entorno paradisiaco descrito en las primeras escenas, aportan una sensación muy nítida de estar atravesando las puertas del infierno. Este infierno de Belsen se caracteriza sobre todo por la suciedad y la mugre, la falta total de higiene, la enfermedad, el hambre, el olor pútrido, la corrupción, lo abyecto y la muerte. Los habitantes de Belsen causan pena, pero sobre todo repulsión, y presentan in- variablemente comportamientos que se identifican como desviados, corrompidos y depravados. Los verdugos, marcados como bestias animales, también son una pre- sencia constante en estos relatos. Por extensión, la culpabilidad criminal se extiende a todo el pueblo alemán, al que no con poca frecuencia se le desea el exterminio total75. Poco a poco los relatos incluyen también descripciones de las tareas llevadas a cabo por los distintos cuerpos de intervención. Curiosamente, en muchos de estos testimonios los autores coinciden en no saber muy bien qué hacer con su tiempo, al menos durante algunos días, lo que sin duda es indicativo de los problemas relacio- nados con la organización de la ayuda y la administración del campo. En cambio, las fuerzas de rescate se presentan insistentemente como el elemento humano más noble y trabajador de aquellos presentes en Belsen durante las últimas semanas de vida del campo de concentración. Finalmente muchas de estas descripciones hacen hincapié en la recuperación progresiva de los pacientes, que con frecuencia se tilda 72“The R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp”, IWM Private Papers of Lieutenant-Colonel M. W. Gonin, Documents 3713, Ref. 85/38/1. Una parte muy importante de esta conferencia, de gran interés para esta investigación (aquella en la que se refiere a la llegada de una remesa de pintalabios y al rol que éstos jugaron en la recuperación de los pacientes), ha pasado a formar parte incluso del “manifiesto” de Banksy, un famoso artista callejero británico (Véase BANKSY, Banksy: Wall and Piece, Londres: Century, 2005, p. 202). 73IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1. 74Relato fechado el 18 de abril de 1945, en IWM Private Papers of A.N. Midgley, Documents 4052, Ref. 84/50/1. 75Véase por ejemplo la carta mencionada en el capítulo I (p. 4) que Mrs. Kathleen J. Elvidge, enfermera del 29th British General Hospital, escribió el 26 de mayo de 1945 desde el campo de concentración (el destinatario es un ser querido desconocido), en la que señala que “si antes tenía una pizca de simpatía por los alemanes, ahora ha desaparecido completamente. Creo que toda la nación debería ser aniquilada y extirpada de la faz de la tierra” (IWM Private Papers of Mrs. Kathleen J. Elvidge, Documents 1029, Ref. 89/10/1) 118 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN de milagrosa, y en los espacios habilitados para lograr esa recuperación, como el gran almacén de ropa destinada a los prisioneros conocido con el nombre de Ha- rrods o, sobre todo, la llamada “lavandería humana”, un área de desparasitación e higienización a la que llevaban a los pacientes recién evacuados del campo, antes de ingresarlos en el zona hospitalaria. Otros temas recurrentes en estos documen- tos son las celebraciones del día de la victoria, la quema simbólica de las últimas barracas del campo de concentración, las reuniones y las fiestas que tenían lugar en ciertas zonas de ocio y recreo ubicadas dentro del área concentracionaria76, las impresiones sobre los alemanes presentes en el campo o en sus alrededores o los preparativos para los juicios de Lüneburg. Todo este corpus documental, algunos de cuyos rasgos más generales he descrito en las páginas precedentes, es lo que voy a analizar en profundidad a continuación con el objetivo de demostrar históricamente la hipótesis fuerte que anima esta investigación, esto es, que la deshumanización de los prisioneros que tuvo lugar en el interior del sistema concentracionario se produjo a través de la destrucción metódica de sus identidades sexuales. 76Existía por ejemplo una especie de club nocturno llamado “Cocoanut Grove”, ubicado en el Campo II, y un gran centro de recreo al que se le bautizó como “Casino” (véanse las entradas del 2 y del 23 de mayo de 1945 del diario del Dr. Bradford, en IWM Private Papers of Dr. C. Bradford, Documents 1918, Ref. 86/7/1) 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 119 Imagen 1: Extracto del reportaje denominado “Atrocities” y publicado en la revista Life el 7 de mayo de 1945, con fotografías del campo de concentración de Bergen-Belsen, tomadas por George Rodger (arriba y a la izquierda), y del campo de concentración de Buchenwald, realizadas por Margaret Bourke-White (abajo a la derecha). Imagen 2: Fotografía de George Rodger, 20 de abril de 1945. El pie de foto que acompaña a esta imagen en el repertorio online de la revista Life titulado At the Gates of Hell: the Liberation of Bergen-Belsen, April 1945, reza “Un médico británico administra tratamiento anti-piojos DDT en la falda levantada de una prisionera con aspecto azorado en Bergen- Belsen, 1945” (http://life.time.com/history/at- the-gates-of-hell-the- liberation-of-bergen- belsen-april-1945/#12, accedido el 27 de agosto de 2013). Imagen 3: Fotografía de George Rodger, 20 de abril de 1945. En este caso, la información que aporta el pie de foto es mucho más escueta, le- yéndose únicamente: “Dos prisioneras en el recién liberado campo de concentración de Bergen- Belsen, 1945” (http://life.time.com/history/at- the-gates-of-hell-the-liberation-of- bergen- belsen-april-1945/#17, accedido el 27 de agosto de 2013). 120 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN 98 TABLA 1. PERSONAL MILITAR Colección Referencia Nombre del documento Tipo de documento Fecha Autor Rango y puesto en 1945 Private Papers of S.G. Wyer Documents 2281 Ref. 86/12/1 Notes on Belsen Camp Informe 18 de mayo de 1945 H.W. Bird Coronel – 102 Control Section, Second Army Private Papers of Jean McFarlane Documents 9550 Ref. 99/86/1 “Belsen” en Supplement to British Zone Review Relato basado en documentos oficiales 13 de octubre de 1945 Desconocido ...... Private Papers of Lieutenant Colonel SG Champion Documents 2323 Ref. 93/11/1 - Interim Report of No 1 War Crimes Investigation Team... - Belsen Concentration Camp - Informe - Relato - 22/06/ 1945 - 30/04/ 1945 - Savile Geoffrey Champion - Derrick Sington - Mayor – Legal Staff No 1 War Crimes Investigation Team - Intelligence Corps – OC 14 Amplifying Unit Private Papers of Major H St C Stewart Documents 1355 Ref. 91/21/1 Visit to the Concentration Camp at Belsen near Celle Relato 19 de abril de 1945 H. St.C. Stewart Mayor – Al mando del Nº5 Army Film and Photo Section Private Papers of Squadron Leader F J Lyons Documents 11135 Ref. P435 “Yesterday, in company with one of our medical officers...” Carta 18 de junio de 1945 F.J. Lyons Jefe de escuadrón en la RAF Private Papers of G. Walker Documents 3858 Ref. 84/2/1 Carta de George Walker Carta 20 de mayo de 1945 George Walker Soldado de artillería en la 370 Battery, del 113th Ligth Anti- Aircraft Regiment RA (21st Army Group) Private Papers of W.J. Barclay Documentos 4101 Ref. 84/59/1 Belsen Relato 21 de abril de 1945 W.J. Barclay Sargento de la 649 Company RASC, 11th Armoured Divisional Transport Private Papers of R. Pope Documents 12586 Ref. 03/23/1 “Dear Mum and Dad” Carta 18 y 24 de abril de 1945 R. Pope Soldado raso, conductor de camiones en la 6th Airbone Division Private Papers of Squadron Leader E F Chapman Documents 6336 Ref. 96/41/1 “Dear all...” Carta Abril de 1945 Maurice J. Hewlett Capitán del 113th Ligth Anti- Aircraft Regiment RA (21st Army Group) Private Papers of Captain D C Colwell Documents 15918 Ref. 04/44/1 “My dear D.J.B.” Carta 19 de abril de 1945 David C. Colwell Capitán de la B.B.C. Section, c/o D.A.D.P.R. 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 121 99 Private Papers of Major General W.J.F. Eassie Documents 7479 Ref. 75/55/1 - “The Administrative of Second Army in the N.W. Europe Campaign – Appendix B – Belsen Concentration Camp” - “A Brief History of the Provision of Supplies to Second Army from the 1st October 1944 until the handover to Corps District in June 1945 – PART V – Belsen Concentration Camp” Informes Entre mayo y julio de 1945 William James Fitzpatrick Eassie Mayor general del R.A.S.C. Private Papers of Brigadier R.B.T. Daniell Documents 5771 Ref. 67/429/2 ...... Álbum de recuerdos, entradas diario personal Abril 1945 Robert B.T. Daniell Brigadier a cargo del 13th Regiment Honourable Artillery Company of the Royal Horse Artillery Private Papers of Major General Lyne Documents 13160 Ref. 71/2/5 Autobiografía – Capítulo: “Command of the 7th Armoured Division – The last gallop” (p.188 – p.26 del capítulo). Transcripción de entrada en diario personal Abril 1945 Lewis Owen Lyne Mayor general al mando de la 7th Armoured Division Private Papers of A.N. Midgley Documents 4052 Ref. 84/50/1 “Today I visited a German Concentration Camp at Belsen” Relato 18 de abril de 1945 A.N. Midgley Fotógrafo en la No 5 Army Film & Photographic Unit Private Papers of C J Charters Documents 3103 Ref. Con Shelf - Letter Nº39 - Letter Nº40 - Letter Nº41 - Letter Nº57 Cartas Entre el 15/05/45 y el 12/06/45 Cyril J. Charters Proyeccionista con la 37 Kinema Section, RAOC Private Papers of John H. Dunn Documents 2091 Ref. 93/4/1 Brutality! Barbarity! Bestiality! Belsen!” Relato 1945 C.R. Thompson Mayor del R.A.S.C. Private Papers of Lieutenant C.H.W. Hodges Documents 11560 Ref. 01/32/1 Carta desde Belsen Carta 20 de mayo de 1945 C.H.W. Hodges Teniente del Essex Regiment, Defence Coy, 102 Control Section, B.L.A. Private Papers of General Sir Evelyn Barker Documents. 10776 Ref. P78 “Belsen” en Supplement to the British Zone Review Relato – Fragmento de informe 13 de octubre de 1945 R.I.G. Taylor Teniente coronel al mando del 63rd Anti-Tank Regiment Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945 Documents 9230 Ref. Misc 104 (1650) - Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945 - The Story of Belsen - Informe -Folleto/ Relato 1945 - Desconocido - Andrew Pares ..... -Capitán del 2nd/5th Battalion The Durham Light Infantry 122 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN 100 Private Papers of General Sir Michael Gow Documents 1660 Ref. Con Shelf Carta a su madre Carta Abril de 1945 Michael Gow Teniente del 3rd Battalion Scots Guards TABLA 2. PERSONAL MÉDICO MILITAR Colección Referencia Nombre del documento Tipo de documento Fecha Autor Rango y puesto en 1945-1946 Private Papers of S.G. Wyer Documents 2281 Reference 86/12/1 Instruction for the Discharge of Patients Instrucciones de actuación 17 de mayo de 1945 J.H. Dunn Teniente coronel del RAMC al mando del No. 9 (Br) General Hospital Private Papers of Captain J E Stone Documents 14911 Ref. 06/52/1 Some Impressions of Belsen Camp Relato 1945 J. E. Stone Capitán del RAMC, en la 32 Casualty Clearing Station Private Papers of O G Prosser Documents 13408 Reference 05/2/1 Lecture to the E. York Branch B.L.A. Ponencia 20 de marzo de 1946 O G Prosser Oficial del RAMC, 10 Garrison Detachment Private Papers of Major C R G Barrington Documents 2454 Ref. 93/29/1 Belsen. Bergen. Our Camp Nota telegráfica Abril de 1945 Colville Robert Gardner Barrington Médico del RAMC del 34th West African General Hospital Private Papers of Sister E.E. Biggs Documents 16768 Ref. 09/66/1 “My dearest Dorrie” Carta 14 de junio de 1945 Elizabeth E. Biggs Enfermera militar del Nº9 British General Hospital, B.L.A. Private Paper of Miss J Rudman Documents 3109 Ref. 94/51/1 “My Dearest Bill” Carta 14 de mayo de 1945 Miss J. Rudman Enfermera militar en el Nº9 British General Hospital, B.L.A Private Papers of Mrs. Kathleen J. Elvidge Documents 1029 Ref. 89/10/1 “My Darling” Carta 26 de mayo de 1945 Mrs. Katheleen J. Elvidge Enfermera del Queen Alexandra’s Imperial Military Nursing Service (QAIMNS), en el Nº29 British General Hospital Private Paper of E. Fisher Documents 3056 Ref. 95/2/1 Belsen Relato 19 y 21 de abril de 1945 Emmanuel Fisher Radiógrafo en el 32 CCS del RAMC, B.L.A. Private Papers of Jean McFarlane Documents 9550 Ref. 99/86/1 - Administrative Report – Belsen C.C. - Medical Appreciation – Belsen C.C. - Medical Progress Report – Belsen C.C. Informes - Junio de 1945 - 18 de abril de 1945 - Abril de 1945 - J.A.D. Johnston y F.M. Lipscomb - J.A.D. Johnston - J.A.D. Johnston Ambos son tenientes coroneles del RAMC, 32 (Brit) CCS Private Papers of Lieutenant Colonel SG Documents 2323 Ref. 93/11/1 In the matter of war crimes and atrocities at Belsen Deposición 29/05/19 45 J.A.D. Johnston Teniente coronel del RAMC OC 32 (Brit) CCS 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 123 101 Champion Private Papers of Lieutenant- Colonel M. W. Gonin Documents 3713 Ref. 85/38/1 The R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp Discurso 1945- 1946 Mervin Willett Gonin Teniente coronel RAMC al mando de 11th Light Field Ambulance (6th Guards Armoured Brigade) Order of the Day, 11th Light Field Ambulance, 1945 Documents 9589 Misc 105 (1657) “Special Order of the Day by Lieut- Colonel M.W. Gonin R.A.M.C.” Orden militar Mayo de 1945 M.W.Gonin Teniente coronel RAMC al mando de 11th Light Field Ambulance Private Papers of Captain J. Gant Documents 9161 Ref. 98/82/1 “This is not going to be a particular cheerful letter” Carta 18 de abril de 1945 J. Gant Capitán de la 11 (Br) Light Field Ambulance BLA (en el catálogo aparece como capitán de la 21 Light Field Ambulance, pero este dato posiblemente esté equivocado, ya que esta unidad no participó en la liberación y en cambio la 11 estuvo en Belsen desde el 17 de abril). Private Papers of Lieutenant Colonel R. J. Phillips Documents 13505 Ref. 05/44/1 - Medical Report on Belsen Concentration Camp by DDMS Second Army - Belsen Concentration Camp Informes - 15-19 de abril de 1945 - 31 de mayo de 1945 - Glyn Hughes - R.J. Phillips - Brigadier, Deputy Director Medical Services 2nd Army - Mayor del RAMC, Asesor psiquiátrico, Second Army TABLA 3. PERSONAL CIVIL, MÉDICOS Y VOLUNTARIOS Colección Referencia Nombre del documento Tipo de documento Fecha Autor Rango y puesto en 1945 Private Papers of Dr. C. Bradford Documents 1918 Ref. 86/7/1 Dr. Bradford’s Diary Diario personal Abril-mayo 1945 Dr. C. Bradford Estudiante de medicina Private Papers of Dr. Michael H. Coigley Documents 1062 Ref. 91/6/1 “Dear Sir” Carta 5 de mayo de 1945 Dr. Michael H. Coigley Estudiante de medicina Private Papers of Miss E T Clarkson Documents 17339 Ref. 11/20/1-2 - “Dear Dr. Burns” -“Dearest Stella” -“My dear Joyce and George” - A.P.S.W. at Large - Carta - Carta - Carta - Relato 01/06/1945 02/06/1945 11/06/1945 27/01/1947 Elizabeth T. Clarkson Miembro del Quaker Relief Team 124 2. LA LIBERACIÓN DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE BERGEN-BELSEN 102 Private Papers of Miss E T Clarkson Documents 17339 Ref. 11/20/1-2 Bergen Belsen Concentration Camp Informe 06/05/1945 Jane Elinor Leverson Miembro del Quaker Relief Team – Primera voluntaria de origen judío en entrar en Belsen Private Papers of R.D. Pearce Documents 13407 Ref. 05/14/1 The London Hospital Gazette Relatos Agosto de 1945 - T.C. Gibson -J.H.S. Morgan - J.B. Walker - P.W.G. Tasker Estudiantes de medicina Private Papers of Miss E. L. Barker Documents 10541 Ref. 01/16/1 - Cartas: 27 de abril, 15 de mayo, 21 de mayo, 1 de junio - Memories of Civilian Relief - Cartas - Relato - Abril- Junio 1945 - 1945 Effie Lucille Barker Enlace en la Cruz Roja Británica Private Papers of Miss E. L. Barker Documents 10541 Ref. 01/16/1 Report by Mr. Gardiner: Belsen Concentration Camp Informe Abril-mayo 1945 Mr. Gradiner Miembro de la Friends Ambulance Unit Private Papers of Eryl Hall Williams Documents 2420 Ref. 93/27/1 - “My dear Friends” - Carta a su familia -Carta circular -Carta - Mayo de 1945 - 26 de mayo de 1945 Joyce M. Parkinson Miembro del Friends Relief Service Private Papers of Eryl Hall Williams Documents 2420 Ref. 93/27/1 Friends Relief Service: Reports on team 100 at Belsen Camp Recopilación de informes Junio de 1945 V.A.: J.M. Parkinson, Elizabeth T. Clarkson, Lilian Impey, Marjorie Ashbury, Michael Hinton, Bill Rankin, Bill Broughton, Hugh Jenkins, Kathleen F. Broughton Miembros del Friends Relief Service Private Papers of Jean McFarlane Documents 9550 Ref. 99/86/1 - Over to you - Molly Silva Jones’ Diary - Boletín - Extractos de diario personal - Agosto 1945 - Abril 1945 .... - Milly Silva Jones - Cruz Roja Británica - Enfermera de la Cruz Roja Private Papers of Jean McFarlane Documents 9550 Ref. 99/86/1 - Murder? I think so - Letter on Tunbridge Wells Advertiser - Account - BRC work in Germany - Relato - Carta - Relato - Charla -13/12/45 - 23/04/45 - ¿? 1945- 1949 - Marzo de 1949 Jean McFarlane Empleada de la Cruz Roja Private Papers of Dr. P J Horsey Documents 1345 Ref. Con Shelf Dr. Horsey’s album Álbum de recuerdos 1945 P.J. Horsey Estudiante de medicina Private Papers of Miss M. W. Ward MBE Documents 12799 Ref. 03/44/1 Letters from Margaret W. Ward to her mother Cartas Mayo de 1945 Miss Margaret Wyndham Ward Miembro de la Cruz Roja Británica 2.2. LOS TESTIMONIOS DE BERGEN-BELSEN EN EL IMPERIAL WAR MUSEUM 125 103 Private Papers of Dr. Michael John Hargrave Documents 7272 Ref. 76/74/1 Michael Hargrave’s Diary Diario personal – Extractos 28 de abril- 18 de mayo de 1945 Michael Hargrave Estudiante de medicina Private Papers of Dr. Dennis H. Forsdick Documents 1344 Ref. 91/6/1 Nota manuscrita Belsen Nota Memoria 1945 Dennis Forsdick Estudiante de medicina Private Papers of Miss M. J. Blackman Documents 11454 Ref. 01/19/1 “Letter on Non-Frat – Relief Team Account” Relato Julio de 1946 Muriel Joan Blackman Asistente de enfermería de la Cruz Roja Private Paper of Lady Limerick Documents 12044 PP/MCR/162 Lady Limerick visit to Belgium, Holland and Germany, May 1945 Diario – Extractos 24 de mayo de 1945 Lady Angela Limerick Miembro de la Cruz Roja Británica TABLA 4. OTROS Colección Referencia Nombre del documento Tipo de documento Fecha Autor Rango y puesto en 1945 Private Papers of Miss M. Kessell Documents 18803 Ref. 11/11/1 Miss Kessell’s Diary Diario – Extractos Agosto de 1945 Mary Kessell Official British War Artist Private Papers of Miss Mary Bouman Documents 16779 Ref. 09/12/1 Letter from Mary Bouman on May 28th, 1946 Carta 28 de mayo de 1946 Mary Bouman Traductora de la División Legal en Zonal Executive Offices Control Commission for Germany British Element Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan Documents 3100 Ref. 95/8/1 MEA 4: Letter to Jean, June 10th, 1945 Carta 10 de Junio de 1945 Mary Eleanor Allan (Mea Allan) Periodista para el Daily Herlad Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan Documents 3100 Ref. 95/8/3 MEA 11 C: “I have spent Peace Day here in Belsen” Telegrama 8 de mayo de 1945 Mea Allan Periodista para el Daily Herlad Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan Documents 3100 Ref. 95/8/4 MEA 12 G: The Luckier people of Belsen back to life Artículo 15 de mayo de 1945 Mea Allan Periodista para el Daily Herlad Belsen message, Senior Jewish Chaplain BLA, 1945 Documents.3 110 Misc 180 (2719) Belsen message Circular 1 de junio de 1945 Reverend Isaac Levy Rabino del 2nd Army (British Liberation Army Private Papers of G A Priestley Documents 15698 Ref. 06/52/1 “I don’t Know whether I ought to write this” Relato 1945 Reverend T.J. Stretch Reverendo sirviendo en 10 Garrison Detachment, Second Army Private Papers of Reverend T.J. Stretch Documents 11561 Ref. 01/30/1 “I don’t Know whether I ought to write this” Relato 1945 Reverend T.J. Stretch Reverendo sirviendo en 10 Garrison Detachment, Second Army Capítulo 3 ¿Dónde estaban los seres humanos? La humanidad herida en el sistema concentracionario “Lo que tratan de lograr las ideologías totalitarias no es la transformación del mundo exterior o la transmutación revolucionaria de la sociedad, sino la transformación de la misma naturaleza humana. Los campos de concentración son los laboratorios donde se ensayan los cambios en la naturaleza humana, y su ignominia no atañe sólo a sus internos y a aquellos que los dirigen según normas estric- tamente «científicas»; éste es un asunto que afecta a todos los hombres. Y la cuestión no es el sufrimiento, algo de lo que ya ha habido demasiado en la tierra, ni el número de víctimas. Lo que está en juego es la naturaleza humana como tal (...)”. Hannah Arendt77 “Pero no hay ambigüedad, seguimos siendo hombres, mori- remos siendo hombres. La distancia que nos separa de otra especie sigue intacta, no es histórica. El hecho de creer que tenemos como misión histórica cambiar la especie es un sueño SS”. Robert Antelme78 En este capítulo trataré de profundizar en algunos de los problemas teóricos que abordaba en el primer capítulo, aunque ahora voy a afrontarlos desde una aproxi- mación netamente histórica, a través del análisis documental. Concretamente, voy a interrogar los documentos seleccionados guiándome por la pregunta que enca- beza este epígrafe ¿dónde estaban los seres humanos? y que Reyes Mate formula ampliamente en su libro Memoria de Auschwitz. A través de este interrogante, Ma- te trata de entender de qué manera la humanidad en su conjunto quedó dañada después de que algunos individuos fueran sometidos a las condiciones del terror concentracionario. Para ello, dice, “habría que mirar en tres direcciones distintas – hacia las víctimas, hacia los verdugos y hacia los espectadores”. Pues bien, mi intención aquí, antes de adentrarme plenamente en la problemática de género que constituye el centro neurálgico de esta investigación, es comprender cómo se enten- dió y cómo se transmitió el proceso de deshumanización fruto de dicha violencia concentracionaria, del que participaron no sólo los prisioneros que lo sufrieron o los verdugos que lo pusieron en funcionamiento, sino también los propios observadores que trataron de darle sentido mediante categorías naturalizadas fuera de los límites de las alambradas, dentro de la sociedad reconocida como “normal” y “civilizada” y considerada popularmente como la antítesis de la barbarie que simboliza el universo concentracionario. Como dice Mate: 77Hannah ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, 1 reimp. (Madrid: Alianza, 2006, p. 615). 78Robert ANTELME, La especie humana (Madrid: Arena Libros, 2001, p. 225). 127 128 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? “El problema de la estrategia del espectador, que es también la de la historia posterior y, por tanto, la nuestra, es la de imaginar un lugar exterior al campo desde el que poder juzgar imparcial y objetivamente los hechos. Ese lugar no existe pues en él no habita la víctima, ni el verdugo, ni tampoco el espectador. La inhumanidad ha alcanzado a la víctima, al verdugo y ha contaminado al espectador porque ese crimen masivo hubiera sido imposible sin la complicidad del espectador”. De lo que hablaré en las siguientes páginas, por tanto, es de cómo aparecen des- critos –y consecuentemente enjuiciados– en los testimonios de los observadores (de aquellos que participaron en la liberación de Belsen y que contaron sus experien- cias) los musulmanes, esto es, los seres humanos deshumanizados, y los verdugos, últimos responsables de poner en ejecución dicho proceso de deshumanización. Sin embargo, como se verá, estos testimonios fuertemente cargados de juicios de valor relativos a la condición moral y humana de los habitantes del campo, son, en última instancia, documentos que dan cuenta del propio estatus humano de los observa- dores y, por extensión, de la sociedad civil de la que proceden y a la que tienen que tratar de hacer comprender con palabras inteligibles un mundo que se antoja increíble, inimaginable e indecible, que se sitúa más allá de todo lo conocido. Mate sintetiza bien el problema cuando recoge una anécdota de Robert Antelme en la que cuenta cómo, durante uno de los traslados de un campo de concentración a otro, atraviesan un pueblo en el que se para a refrescarse en una fuente donde tropieza con una mujer que se espanta al verle: “Si la señora se asustó al descubrir humanidad en el prisionero, fue sin duda porque creyó estar ante un espectro. Eso no podía ser un humano, sólo podía parecerlo, sólo podía ser una visión espectral. La humanidad real estaba del otro lado, de su lado. Esa acotación material de la humanidad a una determina- da figura significa de hecho la liquidación metafísica del concepto del hombre. Negando la humanidad al muerto viviente que salía del campo, la espectadora alemana expresaba su propia inhumanidad [la cursiva es mía]. En el preciso momento en que dos miradas se cruzan, el hombre reacciona con la humanidad o inhumanidad que lleva dentro”79. 3.1. La aparición de una nueva especie sub-humana: la abyección de las víctimas en el sistema concentracionario. Quisiera comenzar este análisis presentando cuatro descripciones típicas de los internos del campo de concentración de Bergen-Belsen, extraídas de los testimonios de la liberación conservados en el IWM: “Llegué allí a tiempo para ver lo que se me había descrito como «muy buenas barracas». En ellas estaban tumbados esqueletos humanos a los que sólo les restaba el último aliento de vida. No era posible considerarlos seres humanos. Eran meros despojos concentrados en los más débiles esfuerzos por llevar a ca- bo acciones tales como andar, estirarse, alimentarse o mirar. No parecían ser conscientes de nada de lo que pasaba en torno a ellos. Sus ojos no pestañeaban, estaban imperturbables, y en cada una de aquellas pobres caras estaban gra- badas las horribles indecencias a las que habían estado expuestos y que habían sufrido”80. 79Reyes MATE, Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política (Madrid: Trotta, 2003, pp. 194-210). 80“MEA 4: Letter to Jean” (10 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan, Documents 3100, Ref. 95/8/1. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 129 “Los propios pacientes daban pena, algunos estaban simplemente tumba- dos ahí, tan inmóviles que parecían estar muertos excepto por leves movimien- tos cuando respiraban. Otros se comportaban como animales y pedían comida a gritos, y esto era casi lo peor de todo”81. “Sólo los instintos animales parecían haber permanecido en sus desgracia- das mentes. La muerte o el traslado de los muertos no parecían alzar ninguna mirada pasajera. No sé si considerarían esto como un afortunado consuelo o si pensarían en el espacio adicional del que dispondrían en los osarios aquéllos a los que todavía les quedaba un hálito de vida”82. “Incluso ahora, después de seis semanas de buena comida, todavía comen como cerdos y nunca parecen tener suficiente. Acumulan todo y de todo, lo que no pueden comer lo ocultan en sus colchones. Entras en una habitación que apesta hasta el último cielo, rebuscas por todo el lugar y encuentras carne y pescado en toda clase de sitios, cubiertos de moscas, y ellos casi se vuelven locos cuando lo quitas de ahí. Obtienen mantequilla fresca, carne y patatas dos veces al día, diez onzas de pan blanco y cuatro onzas de pan negro. Cantidad de miel y dulces y los hombres cigarrillos todos los días, pero siguen sin estar satisfechos”83. Esqueletos humanos o esqueletos vivientes84, despojos, espantajos85, animales o bes- tias86 (desde cerdos hasta simios87, pasando por lobos88) y seres sub-humanos89, son sólo algunas de las muchas expresiones que salpican estos testimonios al tratar de definir a los habitantes del campo de concentración, a los musulmanes. Los su- pervivientes no sólo son caracterizados como cosas, sino además como cosas feas 81Relato de Jean McFarlane (1945-1949, posiblemente 1945), en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 9. 82C.R. Thompson, “Brutality! Barbarity! Bestiality! Belsen!” (1945), en IWM Private Papers of John H. Dunn, Documents 2091, Ref. 93/4/1. 83Carta “My dearest Dorrie” (14 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Sister E.E. Biggs, Documents 16768, Ref. 09/66/1. 84Esta expresión es muy recurrente. Así aparecen descritos, por ejemplo, en el informe redactado por el teniente coronel R.I.G. Taylor, cuando señala que “un buen número de ellos eran poco más que esqueletos vivientes de caras amarillentas y demacradas” (en IWM Private Papers of General Sir Evelyn Barker, Documents. 10776, Ref. P78). 85Así los describe el teniente coronel J.A.D. Johnston, tal y como queda recogido en la entrada del 9 de mayo del Dr. Hargrave, cuando dice “un gran número de aturdidos y apáticos espantajos humanos, deambulando alrededor del campo de un modo completamente maquinal, vestidos con harapos y algunos incluso sin harapos” (IWM Private Papers of Dr. Michael John Hargrave, Documents 7272, Ref. 76/74/1, p. 38). 86Término que aparece en el relato titulado “Belsen”, recogido en Supplement to British Zone Review, cuando se afirma que “los deportados habían perdido todo el respeto propio, estaban moralmente degradados al nivel de bestias” (IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1). 87“Había intentado imaginar el interior de un campo de concentración, pero no lo había imagi- nado como esto. No había imaginado la extraña multitud simiesca, agolpada contra las vallas alambradas” (D. SINGTON, Belsen Uncovered, p. 16). 88Como señalaba el capitán Andrew Pares “en el momento de la distribución de alimentos se comportaban más como lobos famélicos que como seres humanos” (“The Story of Belsen”, IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945, Documents 9230, Ref. Misc 104 [1650]). 89Así los denomina Molly Silva Jones en su diario cuando dice “nada de lo que pudiéramos hacer era suficiente para tratar de restablecer cierto nivel de salud mental y física en aquellos sub- humanos” (IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1). También es la expresión que utiliza el capitán Stone cuando apunta “Uno descubre que la quejumbrosa y abatida persona sub-humana que estaba tratando puede muy bien haber sido un famoso profesor universitario o una persona que había sido deportada por algún acto de sabotaje particularmente osado” (“Some Impressions of Belsen Camp”, en IWM Private Papers of Captain J. E. Stone, Documents 14911, Ref. 06/52/1). 130 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? y aterradoras (desechos, despojos, esqueletos, espantajos). Aparecen también des- critos como animales o como miembros de una especie animal que podría tener algo que ver con la especie humana, pero no se sabe muy bien en qué consistiría esta relación. “No era posible considerarlos seres humanos” afirma rotundamente la periodista Mea Allan en una carta, impresión ésta que no duda en trasladar a la prensa con su artículo en el Daily Herald titulado “The luckier people of Belsen come back to life”, en el que apunta “la mayoría de los internos en Belsen no son todavía completamente seres humanos”90. Y aunque no todas las formulaciones que utilizan los observadores para describir este estado de la condición humana son tan categóricas, suelen incidir de una forma más o menos abierta en este aspecto. “Eran en su mayoría deplorables despojos de humanidad” dice Jean McFarlane refirién- dose a los supervivientes91. “Vemos más y más de esas frágiles criaturas – resulta difícil pensar en ellos como seres humanos”, indica Cyril J. Charters, y agrega “hay veces que uno anhela la visión de sangre para que añada un toque de realidad a esta extraña escena; algo que pruebe que realmente son seres humanos lo que vemos a nuestro alrededor”92. Para Effie Lucille Barker, enlace de la Cruz Roja británica, estar en Belsen era como “vivir en una ciudad de seres humanos de otra esfera”93, mientras que el soldado George Walker considera que “la mayoría de ellos no volverán a convertirse nunca en seres humanos”94. Esta impresión tan generalizada llega incluso a ilustrar las descripciones que se realizan en los documentos oficiales emitidos por los mandos militares presentes en Belsen, lo que en cierta forma contribuye a oficializar este “estado animal”. Así, en el informe elaborado por el Destacamento 10 Garrison, cuyo objetivo era mostrar de la forma más “aséptica” y “objetiva” posible las condiciones en el campo de concentración, en el apartado de la introducción que hace referencia a la situación psicológica de los supervivientes, puede leerse: “Los internos en el Campo I han sido reducidos mediante el hambre y la falta de facilidades para la vida humana normal, al estado de animales”95. Este tipo de afirmaciones son reproducidas hasta por la comisión de parlamentarios británicos que visitaron el campo de concentración de Buchenwald, al que describieron como “el punto más bajo de degradación al 90MEA 12 G: “The Luckier people of Belsen back to life”, IWM Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan, Documents 3100, Ref. 95/8/4. Curiosamente, al revisar el telegrama enviado por Mea Allan al editor de noticias internacionales del Daily Herald, William Towler, el 8 de mayo de 1945 y que conforma el sustrato de dicho artículo (MEA 11 C: “I have spent Peace Day here in Belsen”), se observa que el adverbio “completamente” (en inglés “fully”), fue añadido en la versión editada que apareció finalmente en prensa, quizás para suavizar la propuesta original de la periodista que rezaba simplemente “la mayoría de los internos en Belsen no son todavía seres humanos”. La diferencia que introduce el adverbio “completamente” es interesante: sin el adverbio, la periodista está olvidando que, de hecho, sí son seres humanos, por más que a ella le cueste creerlo; con el adverbio, en cambio, se añade un matiz: son seres humanos, pero de alguna manera incompletos, lo que podría resultar más “políticamente correcto” de cara a la opinión pública. 91Relato de Jean McFarlane (1945-1949, posiblemente 1945), en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1. 92Letter No 41 (18 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of C. J. Charters, Documents 3103, Ref. Con Shelf, p. 5. 93Carta de Effie Lucille Barker (15 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of Miss E. L. Barker, Documents 10541, Ref. 01/16/1. 94Carta de George Walker (20 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of G. Walker, Documents 3858, Ref. 84/2/1, pp. 7-8. 95“Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945”, en IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945, Documents 9230, Ref. Misc 104 (1650), p. 4. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 131 que la humanidad ha descendido hasta ahora”96. También la prensa, por supuesto, sanciona estas aproximaciones. Baste como ejemplo el artículo publicado en el News Chronicle el sábado 21 de abril de 1945 con el título “The living dead of Belsen” en el que su autor Henry Standish escribe “los seres humanos han sido reducidos al estado de animales”97. Los musulmanes, los representantes de esa suerte de nueva especie sub-humana que habita el campo de concentración, son fácilmente reconocibles por su aspecto físico. Extraordinariamente demacrados, de piel grisácea, cabeza afeitada, cubier- tos de llagas y úlceras, sucios y malolientes, lo que de verdad les identificaba como miembros de su especie era aquella mirada vacía e indiferente, enmarcada en un rostro apático. En algunos casos (en los de aquellos que se encontraban en mejores condiciones), esta apatía se reconocía también en la forma de caminar que les era propia, mediante la cual se desplazaban casi inconscientemente, pesadamente, sin un destino u objetivo concreto. “Caminaban como estúpidos animales sin sentir ni pensar nada”98. La falta de espíritu humano, de autoconciencia, de razón, que pare- cía adivinarse detrás de esta existencia abúlica es lo que impedía a los observadores reconocer a los supervivientes como seres humanos. El Doctor O.G. Prosser, oficial del RAMC, lo sintetizó perfectamente en una ponencia impartida el 20 de marzo de 1946 ante la filial del este de Yorkshire de la British Medical Association sobre el trabajo médico en Bergen-Belsen. En ella señalaba: “Yendo por la calle principal vimos cierto número de prisioneros desplazándose arriba y abajo del camino. Su movimiento era más de la naturaleza de un vagabundeo de aquí para allá, sin rumbo alguno. Una de las primeras cosas que me impresionó fue la expresión de sus caras – con una mirada bastante inexpresiva y desconcertada y una suerte de media sonrisa tonta dirigida hacia nosotros. Esta expresión se encontraba tan generalizada que la llamábamos «el rostro de Belsen». Sentía que me estaba encontrando con la misma persona una y otra vez”. En la descripción del Dr. Prosser, además, esta condición semi-humana de las vícti- mas, distinguidas por ese “rostro de Belsen”, se antoja hasta cierto punto irreversible. No en vano el autor señala que volvió al campo dos meses después de su primera visita99, cuando los barracones ya habían sido destruidos, y a pesar de percibir una gran mejora en las condiciones generales de los supervivientes que aún quedaban allí, todavía se cruzó con algunas de estas mismas expresiones faciales100. El doctor Prosser introduce también otra apreciación importante cuando dice “sentía que me estaba encontrando con la misma persona una y otra vez”. Algo parecido señala el radiógrafo del RAMC Emmanuel Fisher cuando apunta “aque- llas mujeres no eran fácilmente distinguibles; todas estaban cortadas por el mismo 96“Buchenwald: the Lowest Point of Human Degradation”, en el Daily Telegraph and Morning Post del sábado 28 de abril de 1945, p. 2. 97Henry STANDISH, “The living dead of Belsen”, en el News Chronicle del sábado 21 de abril de 1945, p. 1. 98“I don’t Know whether I ought to write this”, en IWM Private Papers of Reverend T.J. Stretch, Documents 11561, Ref. 01/30/1, p. 1. 99Como miembro del HQ 10 Garrison, debió estar en Belsen hasta el 29 o 30 de abril de 1945. Véase “Belsen”, en Supplement to British Zone Review, en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1. 100“Lecture to the E. Yorks Branch B.L.A.”, en IWM Private Papers of O. G. Prosser, Documents 13408, Reference 05/2/1. 132 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? patrón del cuello para abajo, eran sólo esqueletos humanos”101. Este proceso de des- trucción de la identidad ha sido estudiado en profundidad por la filósofa Hannah Arendt: “La dominación total”, dice Arendt, “que aspira a organizar la pluralidad y la diferenciación infinitas de los seres humanos como si la humanidad fuese justamente un individuo, sólo es posible si todas y cada una de las personas pudieran ser reducidas a una identidad nunca cambiante de reacciones, de forma tal que pudieran intercambiarse al azar cada uno de estos haces de reacciones. El problema es fabricar algo que no existe, es decir, un tipo de especie humana que se parezca a otras especies animales, cuya única «libertad» consistiría en «preservar la especie»”102. Pues bien, esto es precisamente lo que se consigue en el interior de los campos de concentración que son, según Arendt, “los laboratorios en los que se experimenta la dominación total, ya que, siendo la naturaleza humana tal cual es, esta meta sólo puede alcanzarse bajo las circunstancias extremas de un infierno fabricado por el hombre”. Para Arendt esta desintegración de la personalidad pasa por diferentes estadios: el del arresto arbitrario, en el que se destruye la personalidad jurídica; el del aislamiento en campos de concentración, en el que se destruye la persona- lidad moral; y, finalmente, “el último estadio – dice Arendt- es la destrucción de la individualidad misma y se logra por la permanencia e institucionalización de la tortura”103. Según esta filósofa, para despojar a los seres humanos de su individuali- dad y transformarlos en haces de reacciones idénticas es necesario cortar con lo que los individualiza en el seno de una sociedad humana, esto es, con cualquier rasgo o gesto que los haga identificables e inconfundibles104. A continuación trataré de comprender, a través de los ojos de los observadores de la liberación de Belsen y de sus testimonios, en qué consiste exactamente y cómo se materializó en los cuerpos y comportamientos de los habitantes del campo de con- centración este proceso de destrucción progresiva de la identidad que hizo posible la identificación de una nueva especie de “animales pervertidos”105, de “seres humanos deshumanizados” en el corazón mismo de Europa. De forma general podría decirse que todo este proceso está marcado por la institucionalización de la zona gris, que se despliega en cada uno de los intersticios del campo de concentración, en todas las acciones y formas de vida que se constituyen en su interior. Como ya señalé, la zona gris fue una expresión acuñada por Primo Levi mediante la cual el escritor turinés conceptualizó la figura que, en el contexto del universo concentracionario, servía para referirse a la indeterminación moral, a la frontera ética que permeaba entre los verdugos y las víctimas y que los nazis se encargaron de levantar cuando trata- ron de que las víctimas arrastraran la culpa por sus propios crímenes106. Pues bien, esta figura puede extenderse también a otros ámbitos de la vida concentracionaria: 101Relato de Emmanuel Fisher, en IWM Private Paper of E. Fisher, Documents 3056, Ref. 95/2/1. 102H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, p. 589. 103Hannah ARENDT, «Las técnicas de las ciencias sociales y el estudio de los campos de con- centración», en Ensayos de comprensión 1930-1954: escritos no reunidos e inéditos de Hannah Arendt, trad. Agustín Serrano de Haro Martínez (Madrid: Caparrós Editores, 2005, pp. 295-296). 104Hannah ARENDT, «Los hombres y el terror», en Ensayos de comprensión 1930-1954: escritos no reunidos e inéditos de Hannah Arendt, trad. Agustín Serrano de Haro Martínez (Madrid: Caparrós Editores, 2005, p. 368). 105Esta es la expresión que utiliza H. Arendt en el texto de la cita anterior. 106Primo LEVI, Los hundidos y los salvados, 2 Edición (Barcelona: Muchnik, 2001, pp. 33-64). 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 133 se encuentra allí donde se produce una suerte de incertidumbre, de imprecisión, allí donde una identidad resulta indiscernible y se confunde fácilmente con su contraria. En este sentido, la zona gris se conforma como un punto de abyección, como lugar fronterizo, como espacio o momento subversivo que causa rechazo y que, al mismo tiempo, revela una suerte de “verdad” interior. La zona gris se erigiría por tanto en aquel punto en el que los seres humanos dejan de ser reconocibles como tales y se convierten simplemente en animales, o más bien, en algo más incierto todavía, en una especie seudoanimal nueva. La zona gris ocuparía el terreno en el que se produce el encuentro entre la vida y la muerte, esto es, en el que los muertos se enmarañan con los vivos. La zona gris sería también el rincón en el que las mujeres se confunden con los hombres, en el que desaparece la distinción sexual. En cierta forma, la zona gris es un espacio cultural biologizado en el que se pervierten las señas de identidad culturalmente adquiridas y se deja a los seres humanos a merced de su nuda vida, convertidos en “haces de funciones biológicas”. De ahí que desde la posición de los observadores, que se encuentran fuera de la zona gris, se perciba todo como subvertido, como puesto del revés. Esto no quiere decir que este espacio se haya creado con un objetivo subversivo: quiere decir que su simple existencia constituye un reto para el mundo normalizado, que funciona a partir de normas morales, vitales, sexuales y culturales a las que deben ajustarse los sujetos. La simple existencia de la zona gris con su ambigüedad pone en evidencia la “naturalidad” de la que pretenden imbuirse estas normas socioculturales: en otras palabras, evidencia la “culturalidad” de la norma. 3.1.1. Los supervivientes, entre la vida y la muerte . En los testimonios de los observadores, una de las señas de identidad más caracterís- ticas de esta zona gris así instituida es efectivamente la desaparición del “abismo” que la cultura occidental había establecido como frontera entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. De ahí, como se ha visto en los textos señalados, que otra de las formas típicas de caracterizar a los supervivientes del campo sea la de referir su completa indiferencia respecto a la muerte, con la que conviven abier- tamente, en los mismos barracones, con la que incluso comparten lecho, que se ha convertido en un elemento constante del paisaje: sigue ahí cuando comen, cuando cocinan, cuando se bañan, cuando duermen. “Cuando los británico entraron en el campo”, señalaba la enfermera Mrs. Kathleen J. Elvidge, “había 10.000 muertos amontonados en pilas y aquellos que aún estaban vivos utilizaban los cuerpos de los muertos como almohadas”107. “Aquí y allá”, escribía el Doctor Hargrave, “podía verse a una persona muerta tumbada entre dos vivas, las cuales no reparaban en ella para nada y directamente seguían comiendo, tosiendo o simplemente tumbadas”108. Varios meses después Elizabeth Clarkson sintetizaba esta situación de la siguiente manera: “Muchas personas que han pasado por el campo de concentración o por la ocupación te dirán como al final se volvieron hasta cierto punto impasibles a la visión de la muerte, incluso en terribles circunstancias. Hasta cierto punto esto fue relevante en Belsen en las primeras semanas después de la liberación, cuando la muerte estaba a la orden del día y no era algo que hubiera que recibir corriendo las cortinas y en voz muy baja, y en ese sentido, imprimía también 107Carta de 26 de mayo de 1945, en IWM Private Papers of Mrs. Kathleen J. Elvidge, Documents 1029, Ref. 89/10/1, p. 6 108Entrada del 3 de mayo de 1945 del diario del Dr. Michael Hargrave, IWM Private Papers of Dr. Michael John Hargrave, Documents 7272, Ref. 76/74/1, p. 20. 134 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? mucho menos terror. Aunque la vida humana todavía no vale demasiado entre algunos grupos en Europa, es interesante percibir que uno de los primeros signos de recuperación de los valores sociales normales es que la muerte se reviste de su grandeza”109. Esta fría convivencia con la muerte es también uno de los temas recurrentes en las fotografías de la liberación de Belsen. En las imágenes se tiende además a acentuar este contraste yuxtaponiendo escenas que evocan la más estricta normalidad, con escenas propias del infierno, de ese mundo abyecto que simboliza Belsen. Algunas de estas contraposiciones son radicalmente crudas, proyectando a grupos de super- vivientes reunidos realizando tareas rutinarias (cocinar, comer, pelar patatas), y en muchos casos incluso sonrientes, sobre un fondo en el que se perfila un paisaje salpicado de cadáveres amorfos y anónimos, apilados los unos contra los otros. Por supuesto, los pies de foto dan buena cuenta de este recurso representativo con des- cripciones sintéticas que rezan “Mujeres pelando patatas, mientras que en el fondo se apilan los cadáveres” (Imagen 4) o “Mujeres sentadas en el campo con muertos al fondo” (Imagen 5). El sargento Midgley, autor de la primera de estas tomas, dejó por escrito la fuerte impresión que le había causado esta imagen: “en otras partes del campo se esparcían centenares de cuerpos tumbados, en muchos casos apilados en pisos de cinco y seis. Entre ellos se sentaban mujeres pelando patatas y cocinando restos de comida. Parecían bastante despreocupadas y cuando levanté mi cámara para fotografiarlas, incluso sonrieron”110. Para Barbie Zelizer estas representaciones tienden además a reforzar el papel doméstico de las mujeres, que prevalece incluso en el contexto de las más graves atrocidades111. Resulta evidente que en las composiciones que se presentan en perspectiva, la proyección de los “vivos” en planos más cortos pretende centrar la atención sobre la extraña figura del superviviente, empeñado en desarrollar tareas “normales” en un mundo que resulta completamente anormal, lo que no deja de acentuar su posición excepcional, a medio camino siempre entre un extremo y otro. Esto se confirma cuando se observan otra tomas en las que se ha invertido esta disposición, privile- giando a los cadáveres, que se representan más adelantados, frente a los supervi- vientes, cuya imagen se vuelve imprecisa al pasar a un segundo término, empañando su presencia. La escena así configurada pierde parte de su fuerza (Imagen 6). En otras de estas imágenes, en cambio, los cadáveres tan sólo aparecen sugeridos, han sido de alguna manera silenciados detrás de objetos tales como zapatos o harapos 109“A.P.S.W. at Large” (27 de enero de 1947), en IWM Private Paper of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 5. 110Relato fechado el 18 de abril de 1945, en IWM Private Papers of A.N. Midgley, Documents 4052, Ref. 84/50/1, p. 7. 111“La rutina doméstica a veces aparece como un desafío a las nociones acerca de lo que la domesticidad significa en determinadas circunstancias. Una serie de fotos mostraban a un grupo de mujeres en Belsen pelando patatas en el primer plano de la imagen. Utilizada como foto de portada en el británico News Chronicle, la instantánea produjo turbación precisamente por la yuxtaposición entre el primer término y el fondo de la imagen; en el fondo aparecían motones de cadáveres, apilados a lo largo del horizonte. La yuxtaposición de las mujeres realizando trabajo femenino y la evidencia de la masacre no sólo reforzaba la domesticidad de las mujeres, sino que sugería que el trabajo femenino prevalecía, pese a las atrocidades que se acumulaban junto a ellas. La yuxtaposición también subrayaba como la supervivencia –al menos para las mujeres– se produce de forma asociada a una reanudación de la llamada rutina normal o doméstica” (Barbie ZELIZER, «Gender and Atrocity: Women in Holocaust Photographs», en Visual Culture and the Holocaust, ed. Barbie ZELIZER, New Brunswick: Rutgers University Press, 2000, pp. 259- 260). 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 135 mugrientos que, amontonados, apelan a los ausentes y que, en última instancia, dan cuenta del olvido que acompaña irremediablemente a la muerte concentracionaria (Imagen 7). Una de las fotografías más interesantes para tratar de comprender esta des- composición de los límites entre la vida y la muerte es aquella cuyo pie de foto recoge “Esta mujer, demasiado enferma para moverse, duerme cerca de un cadáver” (Imagen 8). Lo relevante de esta imagen es que, observándola, resulta imposible distinguir con seguridad a la mujer enferma de la muerta. El pie de foto no sólo no contribuye a aclarar el problema sino que es parte fundamental del malentendido, puesto que, de otra forma, el espectador nunca habría tenido que afrontar semejan- te dificultad y, por lo tanto, no se hubiera encontrado enfrentándose directamente a una representación tan efectiva de la desaparición de ese abismo entre la vida y la muerte que es propia de la vida concentracionaria. De alguna manera, esta fotografía no sólo representa dicha destrucción, sino que la activa en la mirada del espectador reinstaurando la duda, la interrogación, la incertidumbre, que se tornan reales para el que observa. Además, si se observa con detenimiento, se descubren un par de pies que bien podrían pertenecer a una tercera figura, escondida bajo el montón de abrigos, lo que complicaría aún más este acertijo. Quizás, después de mucho cavilar, podría pensarse que el cadáver es la figura en primer plano, ya que los muertos no necesitan guarecerse del frío, pero nunca podríamos estar completamente seguros. Esta última fotografía introduce una cuestión que se repite en muchos testi- monios, esto es, que los musulmanes “parecían” muertos, que resultaba complicado distinguirlos de ellos. “Algunos estaban simplemente tumbados ahí, tan inmóviles que parecían estar muertos” decía Jean McFarlane en el texto recogido unas líneas más arriba. “Era difícil decidir si estaban vivos o muertos”, señalaba también el fotógrafo Norman Midgley112. Según Arendt, el ser humano inanimado, el ser hu- mano que ya no puede ser psicológicamente comprendido, quizás podría retornar al mundo psicológicamente humano o inteligiblemente humano, pero únicamente a través de un camino que “se parece estrechamente a la resurrección de Lázaro”113. En cierta forma, para dejar de ser musulmanes tendrían que ser capaces de atra- vesar ese abismo que les ha situado del lado de los muertos, pero con la dificultad añadida de que, a causa de los efectos de ese gran experimento de dominación total, los contornos de esa frontera se han desdibujado hasta casi desaparecer. Tanto es así, que ni siquiera los propios muertos que se amontonan en el campo de concen- tración han conseguido liberarse del estigma de la “deshumanización”. Al contrario, no sólo los musulmanes “parecían” muertos, sino que los propios muertos “parecían” también musulmanes. Así Molly Silva Jones describe como “los hombres de las SS estaban transportando fuera [de las barracas] las grotescas, desnudas e inhumanas formas muertas”114. “Debía haber al menos quinientos cadáveres allí tumbados”, comentaba el mayor H. St. C. Stewart al mando de la Sección No5 de la AFPU, “tirados unos sobre otros, tan delgados y demacrados que resultaba difícil creer 112Relato fechado el 18 de abril de 1945, en IWM Private Papers of A.N. Midgley, Documents 4052, Ref. 84/50/1, p. 4. 113H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, p. 593. 114Extractos del diario de Molly Silva Jones, en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Docu- ments 9550, Ref. 99/86/1, p. 8. 136 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? que hubieran sido personas”115. “Sencillamente”, apuntaba de nuevo Jean McFar- lane refiriéndose a los cadáveres, “no parecían haber estado nunca sanos y bien alimentados, como yo. Parecían más como de cera, al menos algunos de ellos”116. Al morir, los musulmanes no se convierten en cadáveres humanos, no recuperan su humanidad cuando transgreden definitivamente los confines del ámbito de la vida; cuando mueren, los musulmanes, los miembros de esa nueva especie, dejan tras de sí cadáveres de musulmanes, de seres humanos deshumanizados. Y es por ello que comparten muchas de sus características. “De repente”, escribía el soldado Derrick Sington, “a unas 60 yardas de distancia, vi una montaña de muertos sin incinerar. Se extendían en una pila enmarañada, extrañamente elocuente y macabra debajo de los abedules. De cerca parecían inhumanos; ninguna cara resultaba visible, sólo brazos y piernas y feas nalgas...”117. “Extendidos y desnudos, permanecían tumbados en su último y eterno des- canso, y viendo a los muertos desde lo alto, me resultaba difícil comprender que aquellos restos de humanidad hubieran estado vivos alguna vez. Hombres, mujeres y niños tendidos, arrodillados y agazapados en la posición en la que habían sido arrojados a la masa. Tenían todos un parecido impresionante”118. Al igual que los musulmanes, los cadáveres que se producen en el interior de esa fábrica de muerte que son los campos de concentración, no tienen rostro, no tienen identidad, son todos iguales, como los tornillos que se elaboran en una cadena de montaje. Sólo son feos despojos. Por eso también los hombres, las mujeres y los niños yacen juntos, sin distinción, sin límites que separen unos grupos de otros. Además, en ese último pasaje, escrito por el mayor C.R. Thompson, a los muertos no sólo se les niega la humanidad, sino que se pone en duda su propia existencia. Como dice Hannah Arendt: “Los campos de concentración tornaron la muerte en sí misma anónima (ha- ciendo imposible determinar si un prisionero está muerto o vivo), privaron a la muerte de su significado como final de una vida realizada. En un cierto sentido arrebataron al individuo su propia muerte, demostrando por ello que nada le pertenecía y que él no pertenecía a nadie. Su muerte simplemente pone un sello sobre el hecho que en realidad nunca había existido”119. Este poder total sobre la propia muerte podría quizás considerarse la última victoria que los nazis obtuvieron sobre los seres humanos en el contexto de los campos de concentración: asesinar al individuo de manera tal que pareciera como si el individuo no hubiera existido nunca, arrojarlo de esta forma a las fauces del olvido. En algunos casos, esta indeterminación entre la vida y la muerte trae consigo consecuencias sorprendentes. En el relato del sargento de la AFPU Norman Midgley se recoge una anécdota terrible que da buena cuenta de algunos de estos efectos. El sargento Midgley narra cómo, toda vez que comenzó a abastecerse con leche el campo de concentración, una mujer que agarraba a un bebé se acercó al soldado 115“Visit to the Concentration Camp at Belsen near Celle” (19 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Major H St C Stewart, Documents 1355, Ref. 91/21/1, p. 1. 116Carta del 13 de abril de 1945, dirigida a su madre, Mrs. Alex J. McFarlane y publicada más tarde en el periódico local Tunbridge Wells Advertiser (4 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1 117D. SINGTON, Belsen Uncovered, p. 49. 118“Brutality! Barbarity! Bestiality! Belsen!”, en IWM Private Papers of John H. Dunn, Documents 2091, Ref. 93/4/1, p. 2. 119H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo, p. 607. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 137 que estaba a cargo de la distribución para pedir un poco para el recién nacido. Tras acceder, la mujer le pidió que le sujetara al niño para poder echarse al suelo y besar sus botas. En ese momento, el soldado se percató de que el bebé llevaba muerto algún tiempo. Cuando se lo devolvió, la mujer se alejó de allí apretándolo fuertemente contra su pecho120. Esta anécdota se erige en testimonio de la frágil situación psicológica de los supervivientes, apelando precisamente a su incapacidad para distinguir la vida de la muerte. Los supervivientes se encuentran en tierra de nadie, a medio camino entre varios mundos. Aunque todavía se les declara seres vivos, se encuentran cómodos pululando por los pasillos del Hades, no desentonan en ese paisaje. Incluso parecen poder comunicarse con los muertos, sentirlos como si aún estuvieran vivos. Para los observadores, esta posición en medio de la zona gris que separa la vida de la muerte, es percibida como un indicio de deshumani- zación. Los supervivientes están pervirtiendo el mundo normalizado con este tipo de comportamientos abyectos, dando la espalda al mundo de los seres humanos y colocándose claramente del lado de esa nueva especie deshumanizada. Sin embargo, a la luz de la narración que aporta el sargento Midgley, quizás quepa otra lectura alternativa. La historia de la mujer que pide leche para su hijo muerto también aparece recogida, aunque de forma más dramática y confusa, en el testimonio de otro miembro de la AFPU, el mayor Stewart. La diferencia más significativa que introduce este relato, escrito un día después que el del sargento Midgley, es que la mujer, tras tirarse a los pies del soldado y besar sus botas, de- positó al niño en sus brazos y salió huyendo121. Los desenlaces significativamente diferentes que contemplan ambas versiones, introducen matices importantes. En mi opinión, la primera versión, aunque pretende erigirse en símbolo del estado de locura de los supervivientes del campo de concentración, podría interpretarse en realidad como un testimonio del verdadero estado de humanidad de los musulma- nes. En efecto, este episodio evoca de alguna manera una cierta resistencia ante la indiferencia que impone el tipo de muerte que se produce en el interior de aquellas fábricas de cadáveres del nazismo que son los campos de concentración. La locura de los musulmanes, en este caso, parece ser capaz de situarlos mucho más cerca de las auténticas víctimas del nazismo: los muertos destinados a engrosar esas fosas de cadáveres anónimos, de los que no quedará ni huella. De algún modo, la proxi- midad con los muertos, este empeño por aferrarse obstinadamente a ellos, aunque puede entenderse como una suerte de perversión extrema capaz de arrastrar defini- tivamente a los habitantes del campo a la zona gris, también puede interpretarse, al menos simbólicamente, como una manera de resistirse al olvido que impone la muerte concentracionaria. Por ello, más que un testimonio de deshumanización, la actitud de esta mujer podría dar cuenta de un alto grado de humanización, o al menos, de una gran capacidad de acogida del otro, incluso allí donde la muerte se instituye como barrera. Quizás sea por eso que la segunda de las versiones trata de “revisar” este desen- lace, haciendo a la mujer abandonar el cadáver de su propio hijo, al que ella consi- deraba aún vivo, al cuidado de un soldado. Esta segunda narración encaja mucho 120Relato fechado el 18 de abril de 1945, en IWM Private Papers of A.N. Midgley, Documents 4052, Ref. 84/50/1, p. 15. 121“Visit to the Concentration Camp at Belsen near Celle” (19 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Major H St C Stewart, Documents 1355, Ref. 91/21/1, p. 3. Esta versión es también la que queda recogida en la famosa alocución realizada Richard Dimblebey para la BBC el 19 de abril de 1945: http://www.bbc.co.uk/archive/holocaust/5115.shtml. 138 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? mejor con la imagen deshumanizada de los supervivientes que tienen los observa- dores y, en este caso, se ve además reforzada por un componente de género: la profunda alteración en el comportamiento femenino maternal que la sociedad occi- dental percibe como normal y correcto. Además, la conexión que realiza el mayor Stewart entre falta de instinto maternal y deshumanización viene reforzada por el siguiente pasaje, que aparece también en este relato: “El oficial médico superior del cuartel general del ejército había visto a una mujer con un bebé en sus brazos que se acercaba a una pila de cadáveres, depositar al bebé en la pila y alejarse sin mirar ni lanzar ningún gesto”. Un último aspecto interesante a través del cual los observadores tratan de referir esta complicada relación entre la vida y la muerte propia del campo de concentración es el testimonio acerca de los episodios de canibalismo que tuvieron lugar antes de la llegada de las tropas británicas. El canibalismo, esto es, el hecho de que los supervivientes se alimentaran de la carne de los cadáveres humanos y, particularmente, dado el grave estado de desnutrición de la mayoría de los muertos, de aquellos pocos órganos de los que todavía podía recuperarse algo de carne, como el hígado o el corazón, aparece de forma recurrente referenciado en estos documentos como signo indudable del grado de deshumanización de los prisioneros, que no tienen reparos en alimentarse de sus compañeros. Por supuesto, el canibalismo es también un símbolo de la zona gris en la medida en la que se convierte en lugar abyecto de encuentro entre los vivos y los muertos. Entre los textos del IWM, destaca especialmente un pasaje en una carta escrita por la periodista Mea Allan que sintetiza de forma rotunda el sentido de esta vinculación entre vida y muerte que alcanza su último estadio con el canibalismo: “El sistema de inanición estaba tan bien implantado que los internos habían tenido que recurrir al canibalismo. Abrían a los muertos y extraían el corazón, los riñones y el hígado. Los muertos se habían convertido para ellos no sólo en un medio de prolongar la esperanza de vida, si no en vida misma. Utilizaban a los muertos como almohada, como colchón y a las pilas de cadáveres que se encontraban fuera de las barracas como lugar para apoyarse”122. Para Julia Kristeva dos aspectos esenciales de la abyección son precisamente la comida y la muerte y ambos convergen inevitablemente en la alimentación carnívora y, de una forma especialmente significativa, en esta suerte de perversión caníbal. Según Kristeva, mientras que “quizá el asco por la comida es la forma más elemental y arcaica de la abyección”, el cadáver “es el colmo de la abyección. Es la muerte infestando la vida”123. “Cuando el alimento aparece como objeto contaminante”, añade Kristeva, “no lo es como objeto oral, sino en la medida en la que la oralidad significa una frontera del cuerpo propio. Un alimento sólo se vuelve abyecto cuando es un borde entre dos entidades o territorios distintos. Frontera entre la naturaleza y la cultura, entre lo humano y lo no-humano”. Además, “la autorización de la alimentación a base de carne” se entiende como una suerte de reconocimiento de la “indesarraigable «pulsión de muerte» aquí, en lo que tiene de más primario o más arcaico la devoración”. No cabe duda de que los cadáveres que dejan los seres humanos se vuelven doblemente abyectos cuando se convierten en comida, en la 122“MEA 4: Letter to Jean, June 10th, 1945”, en IWM Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan, Documents 3100, Ref. 95/8/1, p. 3. 123Julia KRISTEVA, Poderes de la perversión, 6 edición (México D.F., Buenos Aires y Madrid: Siglo XXI, 2006), pp. 9 y 11. Las citas siguientes en las páginas 101 y 129. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 139 medida en la que se erigen en frontera entre “la naturaleza y la cultura”, “lo humano y lo no-humano”. Pero además, si como señala Kristeva comer carne es un signo de la “pulsión de muerte”, comer carne humana incrementa esa pulsión, ya que pone en contacto íntimo y carnal a los seres humanos con individuos (muertos) de su propia especie. En otras palabras, los musulmanes entregados a la pura supervivencia y al canibalismo, se sitúan definitivamente en el interior de la zona gris, en la frontera indeterminada entre la vida y la muerte. Sin embargo, el canibalismo permite introducir a Kristeva una visión distinta de lo que significa lo abyecto. A diferencia del ejemplo de la madre que se empeña en considerar vivo a su hijo muerto, el canibalismo contribuye de alguna manera a cimentar el olvido concentracionario puesto que interviene en la operación destinada a hacer desaparecer a los muertos. De alguna manera, el canibalismo, en tanto que implica devorar al otro para garantizar la propia existencia, se erige también como una forma contundente de desdén hacia el principio ético de alteridad. Como dice Kristeva, la capacidad de renuncia al canibalismo deriva de “un intento de separar al ser hablante de su cuerpo, para que éste acceda al rango de cuerpo propio, es decir, inasimilable, incomible, abyecto”. Es decir, la abyección de mi cuerpo, que según Kristeva se produce al ser expulsado del cuerpo de la madre, me conduce al respeto más básico hacia mi semejante que consiste en no querer comérmelo. Cuando se produce el canibalismo, en cambio, cuando se abandonan los tabúes, resulta imposible considerar al cuerpo propio como abyecto y, consecuentemente, percibir al otro. La abyección, en este sentido, al poseer la capacidad de poner del revés los marcos normativos, al sacar lo otro que hay en mi yo mediante la pura perversión de las normas, es lo que me permite en última instancia descubrir a ese otro como un ser radicalmente diferente y, al mismo tiempo, como alguien perfectamente reconocible, en definitiva, como un ser abyecto. De entre los varios pasajes en los que los observadores mencionan el caniba- lismo, encuentro particularmente interesante aquél recogido en la carta escrita por el capitán Maurice J. Hewlett desde el campo de concentración de Bergen-Belsen, probablemente en abril de 1945. “Antes de que llegáramos no había letrinas o lavatorios. La gente estaba tan hambrienta que hubo bastante canibalismo. Cuando la gente moría, se le arran- caba el hígado; los hígados eran los más populares, pero hay casos de genitales y orejas extraídas y hervidas. También dejaban que las mujeres estuvieran embarazadas de ocho meses para matarlas y quitarles a los bebés para comer- los”124. No hace falta decir que se trata de una descripción exagerada y posiblemente incier- ta, ya que es altamente improbable que, en el deplorable estado físico y psíquico en el que se encontraban las víctimas del campo (cuya degradación, además, se había precipitado tan sólo en los últimos meses) existiera una premeditación tal como para “engordar” a las mujeres embarazadas para poder así asesinarlas y devorar a sus bebés. Además, no existen más testimonios que den cuenta de que sucediera algo semejante. No obstante, el hecho de que esta historia haya sido probablemente fabricada exprofeso para certificar el estado de deshumanización de los prisioneros abandonados a la mera supervivencia, y que aparezca asociada con otros incidentes 124En la carta escrita por el capitán Maurice J. Hewlett (abril de 1945), conservada en IWM Private Papers of Squadron Leader E. F. Chapman, Documents 6336, Ref. 96/41/1. 140 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? cuya veracidad sí parece demostrable, no hace más que añadir valor a la narra- ción125. Pareciera como si para este testigo no fuera suficiente dar cuenta en pocas palabras de un hecho como el canibalismo, fácilmente reconocible como abyecto. Al contrario, entiende necesario adornarlo con detalles que acentúen su condición perversa. De ahí que, para empezar, sexualice la práctica del canibalismo añadien- do a la lista de órganos devorados el de los genitales. No es posible determinar si este punto es cierto o constituye un mero adorno. En cualquier caso, lo importante es la decisión de incluir este detalle, puesto que, en tanto que lo sexual conforma otro de los aspectos esenciales de la abyección, con él aumenta significativamente el grado de depravación que arroja el relato. Además, otros pormenores, como la alusión a la preparación de los órganos, que son “extraídos y hervidos”, contribuyen significativamente a decorar la exposición. 125Me permito aquí hacer una puntualización. Cabría recordar un asunto que con frecuencia olvidamos los historiadores: todas las fuentes históricas son pura interpretación, subjetividad con- densada en el momento de la escritura. Podríamos decir con Hayden White que la historia es toda una ficción, un tropo (Hayden WHITE, Metahistoria: la imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, 1 ed. en español, México: Fondo de Cultura Económica, 1992 y María Inés MU- DROVCIC, Historia, narración y memoria: los debates actuales en filosofía de la historia, Akal Universitaria 244, Tres Cantos: Akal, 2005). Y esa ficción parte de los propios documentos, sean del tipo que sean. Normalmente hay una serie de fuentes a la que se le acusa más insistentemente de falta de objetividad, de dar demasiada cabida a la interpretación, a acontecimientos ficticios, imaginados o recreados (las fuentes orales, por ejemplo, han sido la diana de muchos de estos dardos) (Alessandro PORTELLI, «Lo que hace diferente a la historia oral», en La historia oral, ed. Dora SCHWARZSTEIN, Buenos Aires: Centro Editor de America Latina, 1991, pp. 36-52). Pero yo sospecharía de cualquier discurso que hiciera esta distinción entre fuentes, que tratara de proyectar un mayor grado de objetividad sobre un tipo de fuentes que sobre otro. No hay un do- cumento objetivo. No hay documento que no sea inventado, imaginado y, por supuesto, subjetivo. Al menos de la manera en la que inventamos e imaginamos cada conjunto de palabras que sale de nuestra boca. Por eso es inútil tratar de descartar ciertas fuentes basándonos únicamente en la sospecha de que su contenido está falseado de alguna manera ya que la mera acción de “falsear”, la necesidad de presentar una historia añadiendo tintes sustancialmente irreales, además de ser algo consustancial a cualquier forma de comunicación, tiene un significado preciso, una función concreta que da testimonio de algo, sea lo que sea (un temor, una percepción, un sentimiento), que sí es verdadero (esta problemática ha estado presente en algunos de los textos más citados de la historiografía de las a últimas décadas como en Jacques LE GOFF y Pierre NORA [Dir.], Hacer la historia, 2 ed., Barcelona: Lai, 1985 y Pierre NORA, Les lieux de mémoire, París: Ga- llimard, 1997). Un documento puede esconder un sentido de verdad, informar sobre un proceso verdadero, por más que su contenido sea pura fantasía. Eso lo sabe bien Jorge Semprún, quién se regocijó en la dimensión imaginaria de la memoria en su famosa opera prima El largo viaje. Este libro memorial expone con precisión cómo lo inventado es perfectamente capaz de dar buena cuenta de la memoria, de la historia y del pasado (Jorge SEMPRÚN, El largo viaje, Barcelona: Tusquets, 2004). Esta reflexión sobre la referencialidad histórica de cualquier documento se conec- ta directamente con uno de los problemas centrales que ha ocupado en las últimas décadas a la historiografía: el de la posibilidad de adquirir discursivamente cualquier tipo de certeza histórica. Este debate adquiere una dimensión particularmente importante en el marco de la investigación sobre el holocausto como consecuencia fundamentalmente de los envites del negacionismo. Lógi- camente, no es el lugar de recapitular sobre este asunto pero, para dar por concluido este inciso, cabría recomendar el trabajo compilatorio de Saul Friedländer recogido en la obra En torno a los límites de la representación, en la que aparecen algunas de las voces más interesantes de todas las que se han pronunciado sobre este problema (Saul FRIEDLÄNDER, ed., En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final, Bernal [Buenos Aires]: Universidad Nacional de Quilmes, 2007). 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 141 Aunque sin duda es la introducción del macabro episodio del asesinato de mu- jeres y el banquete de bebés lo que termina de rematar este relato. Según el plan- teamiento de Kristeva, si el canibalismo se relaciona con una ausencia cultural de lo propio y, consecuentemente, también de lo abyecto, si “la abyección (de la madre) me conduce al respeto del cuerpo del otro, mi semejante, mi hermano” y eso es lo que anima la renuncia al canibalismo, entonces en la sociedad caníbal de Belsen, que ha dejado de percibirse a sí misma como abyecta, que ha naturalizado los com- portamientos abyectos, que ya no se reconoce en esa abyección original conectada a la eyección del cuerpo de la madre que permite a un individuo identificarse como un otro, resulta aceptable que desaparezca el “miedo a la madre procreadora”, a la que simplemente se le da muerte para comer el fruto de su vientre. 3.1.2. Abyección, excrementos y comida . El pasaje apuntado más arriba se abre con la frase “antes de que llegáramos no había letrinas o lavatorios”. Pues bien, dicha afirmación conecta este episodio ex- tremo de canibalismo, símbolo de la función que ocupa la abyección como elemento interpretativo del sistema concentracionario, con otro de los temas centrales a tra- vés de los cuales los observadores pretenden dar cuenta de la condición abyecta de los habitantes de Belsen: la inmundicia, la excrecencia y la mugre que conforman el paisaje del campo y con la que conviven despreocupadamente los musulmanes. La asociación narrativa entre el problema de la indiferencia ante la muerte, por un lado, y, por otro, la excrecencia como elemento fundamental para entender la deshumanización de los prisioneros, vuelve a repetirse en el testimonio del capitán Gant, que escribe: “Así que, como ves, toda la importancia de la vida ha cambiado y la muerte ya no significa nada. Al parecer los guardias tenían una suerte de juego que consistía en disparar a los deportados cuando estaban defecando... Sus nalgas blancas constituían un buen objetivo”126. La inmundicia del campo, la suciedad y, particularmente, las excrecencias que pro- ducen los prisioneros intensamente afectados por la disentería y la diarrea, que inundan todo el terreno y que contribuyen de manera fundamental a generar aquel olor nauseabundo al que se refieren casi todos los observadores al describir el cam- po, es efectivamente uno de los temas habituales en estas narraciones testimoniales. A la aversión profunda que despiertan las condiciones higiénicas del campo en los observadores, se une nuevamente el extraño comportamiento que perciben en los supervivientes en relación a dichas condiciones. Al igual que ocurría con la muer- te, los supervivientes parecen sentir una indiferencia completa hacia toda aquella porquería. Conviven con ella sin que se aprecie en ellos el más mínimo rastro de rechazo. Sus propios cuerpos están cubiertos de toda esta suciedad sin que parezca que ello les preocupe demasiado. Tanto es así que cuando tienen la posibilidad de mejorar sus condiciones higiénicas, su reacción parece indicar que prefieren seguir coexistiendo con la porquería. Eso se desprende por ejemplo del testimonio del doc- tor Michael John Hargrave quien, en la entrada de su diario correspondiente al 5 de mayo de 1945, describe la deplorable situación de la barraca número 217 del Campo I. 126“This is not going to be a particular cheerful letter” (18 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Captain J. Gant, Documents 9161, Ref. 98/82/1, p. 3. 142 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? “Lo sorprendente de esta barraca” señala el doctor Hargrave, “eran las personas que se encontraban en buenas condiciones, y debía haber allí unas 200 personas en buen estado, casi gordas, y sin embargo estaban conformes permaneciendo en aquel barracón, viviendo en aquel ambiente sucio y sofocante, en lugar de trasladarse a alguna de las barracas que estaban limpias y medio vacías”127. En este relato, como en tantos otros que abordan el tema de la suciedad, se recalca la animalidad de los prisioneros, que se asocia a su aparente indiferencia de vivir entre basura. Sin embargo, lo chocante aquí es la incongruencia que el autor per- cibe entre la apariencia física y la conducta de los supervivientes: mientras que su aspecto no se ajusta a la imagen preconcebida de ese ser sub-humano que habita Belsen, su comportamiento encaja perfectamente con el modelo del musulmán. El asombro del doctor Hargrave procede, por tanto, del desconcierto que le produce el hecho de que una persona que no “parece” tan deshumanizada como el resto por- que está bien alimentada, pueda encontrarse a gusto en medio de la inmundicia, por más que ello conlleve “descender a los abismos de la inhumanidad”. De alguna manera, este proceder “irracional” e “ilógico” denota, para el observador, un grado aún mayor de deshumanización. Sin embargo, nuevamente esta mirada cargada de intención olvida posibles causas que podrían encontrarse en el origen de este tipo de comportamientos y que podrían interpretarse de manera radicalmente opuesta. ¿Quién sabe, por ejemplo, si las mujeres de la barraca 217 que decidieron quedarse a vivir entre la inmundicia aún pudiendo instalarse en un sitio mejor, no lo hicieron porque prefirieron permanecer allí y cuidar de sus compañeras enfermas? En este caso, no cabría duda de que este testimonio no serviría, como pretende su autor, para explicar la deshumanización de los prisioneros sino, muy al contrario, el alto grado de humanidad de muchos de los supervivientes. Otro de los comportamientos abyectos de los supervivientes que los observa- dores señalan sistemáticamente en sus testimonios en relación a la suciedad del campo, ha sido la perversión total de las normas socioculturales que en las socie- dades occidentales regulan las excreciones físicas. Los internos de Belsen no sienten ningún tipo de pudor a la hora de realizar sus deposiciones. Allí donde les viene la necesidad, se acuclillan y defecan, sin importar sobre qué, ni quién esté mirando. Si se encuentran demasiado débiles para moverse, se lo hacen encima, en el sitio donde están. En el testimonio del teniente coronel J.A.D. Johnston sobre la situa- ción en el campo de concentración de Belsen, que sirvió más adelante de prueba en el juicio contra Josef Kramer y otros cuarenta y cuatro acusados, puede leerse una descripción precisa de las condiciones higiénicas en el campo a la llegada de las tropas británicas: “Las instalaciones sanitarias eran inexistentes a efectos prácticos. Había dispo- nibles en cantidades completamente inadecuadas agujeros que, sólo en algunos pocos casos, se remataban con bancadas de madera. A causa del hambre, la apatía y la debilidad, la mayoría de los internos defecaban y orinaban don- de se encontraban sentados o tumbados, incluso dentro de las barracas donde vivían”128. El mayor Stewart escribía también: 127Entrada del 5 de mayo de 1945 del diario del Dr. Michael Hargrave, IWM Private Papers of Dr. Michael John Hargrave, Documents 7272, Ref. 76/74/1, p.26. 128“In the matter of war crimes and atrocities at Belsen” (29 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of Lieutenant Colonel SG Champion, Documents 2323, Ref. 93/11/1, p. 1. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 143 “Entonces descubrí algo que ponía en evidencia una fase más extrema de degra- dación. Hombres y mujeres realizaban las necesidades elementales del cuerpo con toda desvergüenza al aire libre y todos revueltos. Uno de mis oficiales me dijo que vio a una mujer usando un cadáver como asiento sobre el cual mitigar su disentería y lo creí perfectamente. Se levantaban sin ninguna intención de limpiar sus traseros”129. Cuando el doctor Prosser trataba de describir una “típica escena de Belsen” que le había referido uno de los estudiantes de medicina, apuntaba: “Me encontraba parado y horrorizado en medio de toda esta inmundicia tra- tando de acostumbrarme al hedor cuando escuché algo escarbando el suelo. Miré hacia abajo a media luz y vi una mujer acuclillada a mis pies. Tenía el pelo negro y mate, bien poblado y sus costillas sobresalían como si no hubie- ra nada entre ellas y sus brazos eran tan delgados que resultaban horribles. Estaba defecando pero estaba tan débil que no podía elevar sus nalgas del suelo y como tenía diarrea el líquido amarillo se deslizaba burbujeando por sus muslos”130. Como se deduce de las palabras del mayor Stewart, los observadores consideran este tipo de comportamientos como la culminación de la degradación de la especie humana, el último y más grave síntoma de deshumanización. “Están volviendo a ser animales” dice el capitán Gant cuando describe el modo en el que excretan los supervivientes131. Del mismo modo, en el Apéndice F de los Informes Oficiales sobre la Liberación del Campo de Belsen, se explica: “El 18 de abril todo el Campo I era una masa de mugrientos andrajos y basura. Esto se situaba claramente entre las responsabilidades de la 76 Field Hygie- ne Section. Al principio los internos se encontraban tan débiles y afectados por la disentería que eran incapaces de levantar un dedo para aliviarse. Gra- dualmente fueron recobrando sus instintos más primitivos de seres humanos y ayudaron a recoger los desechos en pilas que luego despejaba la 76 Field Hygiene Section”132. En otras palabras, uno de los estadios últimos de la deshumanización era no mostrar reparos en convivir con la inmundicia, ni mostrar pudor a la hora de de defecar en público, ni sentir repugnancia hacia el contacto con las propias excrecencias. En cambio, un síntoma del retorno a la humanidad era recobrar este sentido de la abyección, del asco hacia la mierda propia y ajena. Este elemento extremo de deshumanización, además, se percibe fuertemente conectado con la destrucción de las identidades normativas de género que tiene lugar en los campos de concentración, como veremos. Para Kristeva los excrementos, en tanto que objetos contaminantes procedentes de los orificios corporales (constituyendo éstos puntos de referencia que limitan el territorio del cuerpo), “representan el peligro proveniente del exterior de la iden- tidad: el yo (moi) amenazado por el no-yo (moi), la sociedad amenazada por su 129“Visit to the Concentration Camp at Belsen near Celle” (19 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Major H St C Stewart, Documents 1355, Ref. 91/21/1, p. 1. 130“Lecture to the E. Yorks Branch B.L.A.”, en IWM Private Papers of O. G. Prosser, Documents 13408, Reference 05/2/1, pp. 5-6. 131“This is not going to be a particular cheerful letter” (18 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Captain J. Gant, Documents 9161, Ref. 98/82/1, p. 2. 132“Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945”, en IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945, Documents 9230, Ref. Misc 104 (1650), p.18. 144 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? afuera, la vida por la muerte”133. Pero no olvidemos que esta pensadora entiende que no es “la ausencia de limpieza o salud lo que vuelve abyecto, sino aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo mixto”. Lo abyecto es aque- llo que nos repele, como los desechos corporales expulsados. Expulsamos algo que nos es propio (“nuestros desechos”), pero que no nos gusta, que no queremos, que procuramos dejar fuera de nosotros mismos porque no nos reconocemos en ello. “A diferencia de lo que entra en la boca y nutre, lo que sale del cuerpo, de sus poros y de sus orificios, marca la infinitud del cuerpo propio y provoca la abyección. Las materias fecales significan, de alguna manera, aquello que no cesa de separarse de un cuerpo en estado de pérdida permanente para pasar a ser autónomo, distinto de las mezclas, alteraciones y podredumbres que lo atraviesan. Sólo al precio de esta pérdida el cuerpo se hace propio”. Esto quiere decir que el objeto expulsado fuera del cuerpo, al igual que el cadáver que es el último desecho corporal, nos resulta insoportable porque nos muestra los límites de nuestra condición de vivientes. Nos repele porque nos recuerda que la pérdida es el modo constitutivo de lo humano. Sólo con la pérdida de los desechos “el cuerpo se hace propio”. La concepción abyecta que tienen los observadores de esta relación tan estrecha entre los supervivientes y sus desechos, relación que transgrede ampliamente las normas socioculturales predominantes en las sociedades occiden- tales sobre los bordes corporales, viene perfectamente sintetizada en el siguiente párrafo: “Abyecto es lo que escapa de la pureza, de la identidad definida y única, sin escisiones. Es la falta de límites precisos lo que perturba al sujeto. Y el objeto caído es ambiguo en tanto que forma parte del interior y del exterior, «parece venir de un afuera o de un adentro». Así lo abyecto presenta la característica de la ambigüedad y de la mezcla: por ello los fenómenos sociales y simbólicos que muestren de algún modo esta ambigüedad serán percibidos como abyectos. (...) La formación de la subjetividad posible excluye lo otro como lo abyecto. Toda figura corporal ambigua o poco delimitada será rechazada como abyecta (...). Lo que está en cuestión es la humanidad o dignidad de los sujetos. Los seres rechazados, excluidos por la norma reguladora de lo social, no se consideran humanos”134. Así, los musulmanes que no tienen reparos en saltarse las limitaciones sociales, que adquieren formas corporales ambiguas, que no rechazan sus propios desechos y que no ponen límites entre su interior y su exterior, entre el objeto íntimo y el objeto expulsado, crean un enorme trastorno a los observadores que, viendo amenazada su propia subjetividad, aquella surgida dentro del orden simbólico en el que se encuentran cómodos, prefieren creer que no tienen delante verdaderos seres humanos, sino miembros seudo-humanos, seudo-animales, de una nueva especie. Algo parecido ocurre con la comida. Unas líneas más arriba recordaba esa famosa frase de Kristeva según la cual el asco por la comida puede considerarse “la forma más elemental y arcaica de la abyección”. En Belsen, la comida es doblemente un principio de abyección. Para los prisioneros mal alimentados desde hace días, semanas o incluso meses, la comida es un requisito indispensable para la vida y sólo 133J. KRISTEVA, Poderes de la perversión, p. 96. Las citas siguientes en las páginas 11 y 145, respectivamente. 134Isabel BALZA, «Éticas sexuales: el cuerpo abyecto de Monique Wittig», en Escritoras y pen- sadoras europeas, ed. Mercedes ARRIAGA FLOREZ et al. (Sevilla: Arcibel Editores, 2007, pp. 40-41). 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 145 los que logran tener un acceso mínimo a los alimentos, aunque sea en su forma más abyecta (raíces y hierbas, pieles de patatas, restos de basura, insectos, animales vivos o la carne de los cadáveres), logran sobrevivir a las terribles condiciones del campo. “¿Has visto alguna vez a gente abalanzarse sobre un cerdo y comerlo crudo, incluidas sus entrañas, estando vivo todavía?”, se preguntaba el reverendo Stretch135. “Uno veía”, decía el teniente coronel Gonin, “a hombres comiendo gusanos mientras se aferraban a media hogaza de pan simplemente porque habían tenido que comer gusanos para vivir y ahora apenas podían señalar la diferencia entre el pan y los gusanos”136. Pero tras la llegada de los británicos, la comida se convierte también, en sí misma, en un motivo de muerte. El grave estado de salud de muchos de los internos, sometidos a largos periodos de inanición, deshidratados y expuestos al tifus, a la disentería y a unas condiciones higiénicas altamente infecciosas, provocó que la administración indiscriminada de alimentos durante los primeros días de la liberación, muchos de ellos con alto contenido en grasas, se convirtiera en una de las primeras causas de mortalidad en el campo. La comida, en este sentido, se torna rápida y letalmente en desecho, en vómito y en excrecencia. Finalmente, como en tantas otras cosas, desde el punto de vista de los espec- tadores el comportamiento de los supervivientes en relación a la comida se percibe como completamente degenerado. La acción de comer, al igual que la acción de excretar, no se ajustaba a las normas sociales que funcionaban al otro lado de las alambradas y, por ese motivo, los habitantes de Belsen eran percibidos como seres abyectos que amenazaban la conformación de la identidad humana normativa, co- mo animales sub-humanos de una nueva especie. Todo ello quedaba perfectamente expuesto en el pasaje extraído de la carta de la enfermera Biggs del 14 de junio de 1945 que ya he recogido, en el que se registra un episodio característico de este comportamiento anómalo y animal de los supervivientes a la hora de relacionarse con la comida. “Comen como cerdos”, dice esta enfermera, y además, acumulan todo lo que cae en sus manos y lo esconden en los lugares más insólitos, de tal suerte que la comida, sus jugos y sus olores, acaban invadiéndolo todo. El capitán Andrew Pares lo sintetizaba también en su “The Story of Belsen” cuando señalaba: “Los deportados habían perdido todo el respeto propio y habían sido degrada- dos moralmente al nivel de bestias. Sus ropas eran harapos y estaban plagadas de piojos; no tenían ni utensilios ni platos para comer y en el momento de la distribución de comida se comportaban más como lobos famélicos que como seres humanos”137. 3.1.3. Perversiones morales en el corazón de la zona gris . La zona gris que contamina toda la vida concentracionaria y que en la mirada de los observadores se establece mediante la institucionalización sistemática de la ab- yección, produce en su interior, por tanto, una nueva especie sub-humana formada por seres deshumanizados a los que en la jerga del campo se conoce como musulma- nes. Estos musulmanes, como se ha visto, se caracterizan por una apariencia física y un comportamiento radicalmente abyectos. Pero además, su condición moral, al 135“I don’t Know whether I ought to write this”, en IWM Private Papers of Reverend T.J. Stretch, Documents 11561, Ref. 01/30/1, p. 1. 136“The R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp”, IWM Private Papers of Lieutenant-Colonel M. W. Gonin, Documents 3713, Ref. 85/38/1, p. 5. 137“The Story of Belsen”, IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945, Docu- ments 9230, Ref. Misc 104 [1650], p. 4. 146 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? menos en la forma depravada en la que es percibida por los observadores, da cuenta de la existencia de un espacio de indeterminación ética en el interior del campo de concentración que nos remite al sentido original de la definición de zona gris elaborada por Primo Levi. “Muchísimos han sido los caminos imaginados y seguidos por nosotros para no morir: tantos como son los caracteres humanos”, anotaba el escritor turinés. “Todos suponen una lucha extenuante de cada uno contra todos, y muchos, una suma pequeña de aberraciones y de compromisos. El sobrevivir sin haber renunciado a nada del mundo moral propio, a no ser debido a poderosas y di- rectas intervenciones de la fortuna, no ha sido concedido más que a poquísimos individuos superiores, de la madera de los mártires y de los santos”138. Para la mayoría de los observadores que estuvieron en el campo de concentración de Belsen durante su liberación, los efectos de esta decadencia moral que señalaba Primo Levi resultaban más que obvios. Según Miss Elizabeth T. Clarkson: “En estas precarias condiciones se producen muchos desvíos de la moralidad, que van desde el asesinato y el homicidio hasta los más comunes de mentir, robar o emborracharse. Todo esto debe considerarse en el contexto de trastorno social, inseguridad, lucha por la pura supervivencia física y extrema violencia, de origen consciente o inconsciente, liberada por el reino de la fuerza. Como dirán los supervivientes, en el campo de concentración muchas de las mejores personas se desmoronaron por carecer de la despiadada vitalidad necesaria para empujar a los débiles fuera de su camino. Normalmente era necesario robar para vivir”139. Por su parte, la periodista Mea Allan comenta, refiriéndose a las internas alemanas que ejercían como enfermeras: “Sólo ellas entraban en la categoría de seres humanos. Pregunté a una de ellas cuánto tiempo había estado en Belsen y me quedé pasmada cuando dijo que tres años. La miré fijamente y le pregunté cómo es que estaba viva y con ese buen aspecto. En su respuesta no había vergüenza alguna: «Simplemente por- que he robado comida de mis compañeros deportados». Estas mujeres habían sido las supervisoras. En cada barracón había un supervisor, cuya función era mantener el orden y recoger la comida de las hileras que se formaban en las fi- las de las barracas. Así que sencillamente engullían tanta comida como podían meterse en el espacio de tiempo que transcurría desde que la recogían de los camiones que la distribuía entre las barracas de los deportados. Incluso cuando yo estuve allí, cuando alguno de los internos que ejercían como doctores hacían la ronda para ayudar con los cuidados de los enfermos y los moribundos, se repetía esta amoralidad nacida de la desesperada lucha por la existencia. Estos doctores aún no se daban cuenta de que los alimentos llegaban con regularidad a cada hora de comer, así que era fácil encontrarles en las despensas saqueando la comida de los pacientes”140. Jane Elinor Leverson explica con detalle un eufemismo muy conocido dentro del sistema concentracionario y que ilustra bien el comportamiento moral de los prisio- neros: 1389 P. LEVI, Si esto es un hombre, p. 101. 139“A.P.S.W. at Large” (27 de enero de 1947), en IWM Private Paper of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, pp. 4-5. 140“MEA 4: Letter to Jean” (10 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan, Documents 3100, Ref. 95/8/1, pp. 2-3. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 147 “Hay una expresión en el Lager, «organizar», que significa coger aquello que se te pone por delante, sin tener en cuenta si te pertenece o no. La «organización» era habitual en el Lager y era un habito difícil de perder. Todo el mundo robaba algo y algunos lo robaban todo. Esto complicaba un poco la vida”141. Incluso los informes de carácter oficial recogían esta percepción de la moral desviada de los supervivientes: “El cambio psicológico predominante consistía en la pérdida de los valores mo- rales normales y el sentido de la responsabilidad hacia el bienestar de los otros, y era más o menos proporcional al grado de desnutrición. Al principio las vícti- mas ayudaban sólo a sus amigos, después se interesaban sólo por los hijos o los padres y finalmente únicamente les quedaba el instinto de supervivencia”142. Al contrario de lo que ocurre con las imágenes de la abyección y de la zona gris que he analizado anteriormente, las representaciones de la condición moral de los prisioneros no son tan uniformes y dan lugar a multitud de ambigüedades y contra- dicciones. Para empezar, algunos observadores tratan de mostrarse comprensivos con este tipo de comportamientos, pues entienden que, por muy molestos que resul- ten, son fruto del ambiente del campo de concentración. Como señalaba Elizabeth Clarkson inmediatamente después de la descripción de la moralidad de los deporta- dos que realizaba en su relato “A.P.S.W. at Large” y que he apuntado en el párrafo anterior, “esto está lejos de pretender ser una acusación contra los supervivientes, entre los que cuento con numerosos amigos; es únicamente un resumen de la situa- ción que aparece como inevitable a causa de las condiciones que imponen el tifus y la tuberculosis”143. Sin embargo, con frecuencia esta tolerancia es sólo formal y los textos terminan desprendiendo un profundo recelo y animadversión hacia el comportamiento de los supervivientes. Esa es la impresión que se desprende, por ejemplo, de la siguiente descripción a cargo del doctor T.C. Gibson, que asoma en el relato “Belsen, 1945”, publicado en The London Hospital Gazette: “Reclutamos enfermeras entre las internas que se encontraban en mejores con- diciones, y en general hicieron cuanto pudieron. Sin embargo, me daba la sensa- ción de que no desarrollaban las labores de cuidado por razones humanitarias, sino más bien porque recibían comida extra. No se les podía culpar perso- nalmente por ello, en tanto que sus mentes se estaban despertando en ese momento al hecho de que existían otras personas en el mundo”144. Por más que se subraye el hecho de que no pueda culparse a estas mujeres por dicha actitud, los recelos que despiertan los motivos espurios de unas enfermeras que deberían estar estrictamente movidas por “razones humanitarias” son más que 141“Bergen Belsen Concentration Camp” (6 de mayo de 1945), Jane E. Leverson, en IWM Private Paper of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 5. Sobre el concepto y uso del término “organizar” en el contexto del Lager, véase Paz MORENO FELIU, En el corazón de la zona gris: una lectura etnográfica de los campos de Auschwitz (Madrid: Trotta, 2010, pp. 137-178). 142Tercera parte del informe “Administrative Report – Belsen Concentration Camp” (13 de junio de 1945), teniente coronel F.M. Lipscomb, en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 12. 143“A.P.S.W. at Large” (27 de enero de 1947), en IWM Private Paper of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 5. 144“Belsen, 1945” de T.C. Gibson, publicado en The London Hospital Gazette (agosto de 1945), en IWM Private Papers of R.D. Pearce, Documents 13407, Ref. 05/14/1, p. 146. 148 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? evidentes. Aún así, todavía es posible encontrar fragmentos en estos documentos en los que el desprecio hacia los supervivientes ni siquiera trata de camuflarse: “De alguna forma no puedo conseguir que me gusten los internos porque están convirtiendo este campo en un infernal desastre y toda su destrucción es un completo sinsentido ya que arrasan cualquier cosa que no les resulte útil en el momento presente, sin tener en cuenta el hecho de que podrían quererlo más tarde y todavía viven bajo la «ley de la garra»”145. Por otro lado, existen algunas descripciones positivas de los internos. Las menos, como la que encontramos en el texto de Jane Elinor Leverson, parecen francas: “El «espíritu» de los internos es hoy extraordinario. El campo de concentración se conoce coloquialmente en alemán con la expresión “el Lager”, y existe una ca- maradería del Lager que es necesario ver para creer. A mí me ha impresionado especialmente la gran mayoría de los supervivientes que ejercen como doctores. El examen meticuloso de los pacientes, especialmente de aquellos asustados de ellos, o de la muerte, y la confianza de los pacientes en los doctores, es bastante increíble. Hay tantos pacientes que a mí me resulta difícil recordar que cada uno de ellos está enfermo tanto física como mentalmente y que todos son perso- nas con sentimientos muy reales. No hay prácticamente doctores que no traten a cada paciente como si fuera alguien de suma importancia. Las enfermeras no tienen la suficiente preparación y en muchos casos se encuentran enfermas, cansadas y con demasiado trabajo (y los doctores también), trabajando doce horas al día, siete días a la semana, con menos de dos horas libres en todo el día para comer. Los sentimientos que unen a las enfermeras y a los doctores entre sí es también asombroso. Mientras que los trabajadores de la Cruz Roja Británica que se encuentran en buen estado de salud encuentran el trabajo extenuante, estos médicos no se relajan en absoluto y muchos de ellos se han recuperado del tifus tan sólo en las últimas semanas”146. La mayoría, en cambio, suelen presentar a estos “buenos” supervivientes a modo de excepción y los utilizan para acentuar las profundas diferencias que existen entre estos habitantes “anómalos” del campo y el cuerpo ordinario de supervivientes que conforman los cimientos del universo concentracionario. Este tipo de descripciones dan cuenta, en mi opinión, de lo fuertemente cargadas de prejuicios que se hallan las imágenes de índole paisajista que pretenden acreditar el estado general del campo, puesto que en el fondo demuestran que cuando se dirige la mirada hacia los individuos, hacia las idiosincrasias personales de los habitantes del campo, es posible percibir una gran gama de colores entre las sombras. En otras palabras, este tipo de pasajes, que suelen centrarse en un grupo de personas con identidad propia, con rostro y con nombre, demuestran que, cuando el observador aumenta la escala de percepción y se centra más en lo particular, en el detalle, la zona gris en la que estaba perdida la masa anónima de supervivientes tiende a desaparecer. Me gustaría comentar un poco más en profundidad dos ejemplos que presen- tan grandes paralelismos y que dan cuenta de las consecuencias que trae consigo esta concreción de la mirada. El primero de ellos, lo descubrimos en la carta que Effie Lucille Barker, enlace de la Cruz Roja británica, escribió a su familia el 1 de junio de 1945. En esta carta, Miss Barker describe con sorpresa el alto grado de “dignidad”, de “cultura”, en definitiva, de todo un compendio de características que se asocian sistemáticamente con “humanidad”, que observa en un grupo de supervi- vientes. Con la descripción de este grupo la autora resalta el desconcierto que causa 145Entrada del 19 de mayo de 1945 del diario del Dr. Michael Hargrave, IWM Private Papers of Dr. Michael John Hargrave, Documents 7272, Ref. 76/74/1, p. 76. 146“Bergen Belsen Concentration Camp” (6 de mayo de 1945), Jane E. Leverson, en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 4. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 149 encontrar a personas como aquellas en un contexto como el de Belsen, al que no parecen pertenecer. Pero no conviene llamarse a engaño: este texto está muy lejos de pretender exonerar el comportamiento de los supervivientes. Muy al contrario, como se verá, es un texto radicalmente implacable, que no hace concesión alguna: “Anoche fui invitada a tomar café con unas mujeres checas. Eran judías que habían pasado por los horrores de Auschwitz y Belsen y que habían sido eva- cuadas del Campo I tan débiles que ni siquiera podían levantar sus cabezas. Nos recibieron vestidas de forma encantadora con ropas hechas con la tela de algún mantel colorido. Su pequeña habitación era como un salón en miniatura con numerosos jarrones de lilas. La conversación hacía justicia a cualquier ce- na de fiesta. Una mujer, obviamente muy distinguida y dueña de una preciosa casa en Praga (...) me aseguró que ella no tenía miedo al futuro. Ella nunca miraba hacia atrás, siempre hacia delante, una filosofía que había salvado su vida y su razón. Rara vez he escuchado tanta sabiduría como la que expuso al hablar acerca de la futura paz en Europa. Resulta difícil creer que hace seis semanas estuviera rebuscando en la basura para quedarse con los restos de piel de patata. Esto por supuesto es sólo un ejemplo de lo poco bueno que sale del sumidero. La mayoría, sinceramente, estarían mejor muertos tanto por ellos mismos como por todos los demás”147. Este fragmento, que culmina con esta última y demoledora frase (especialmente si tenemos en cuenta que proviene de un miembro de la Cruz Roja), simboliza perfectamente la idea que he expresado en el párrafo anterior. Por un lado, el esta- blecimiento por parte de la autora de una relación más cercana con algunos super- vivientes suscita una valoración más positiva y afectuosa que las representaciones habituales a las que nos tienen acostumbrados los observadores. Pero, por otro lado, la capacidad de apreciar el lado más “humano” de los supervivientes cuando éstos son percibidos como individuos, no exime de culpa al común de los habitantes del campo. De hecho, la autora entiende que estos virtuosos supervivientes son sólo “un ejemplo de lo poco bueno que sale del sumidero”. Es decir, la excepción, la flor que crece entre la inmundicia. Para la mayoría, no sólo no hay esperanza, sino que ni siquiera hay posibilidad de redención, de recuperación. Simplemente, “estarían mejor muertos”. Bastante similar resulta la actitud del Dr. P.J. Horsey, uno de los estudiantes de medicina que fueron a Belsen como voluntarios. Su testimonio es interesante porque contradice algunas de las descripciones más comunes que pueblan los textos de los observadores lo que, al igual que en el caso anterior, es el resultado de un mayor acercamiento a las víctimas y, consecuentemente, de una observación más próxima y atenta de su carácter. En efecto, cuando los observadores valoran “la masa” anó- nima de víctimas desde la distancia, sin dar nombres, sin establecer un vínculo real con estas personas, los supervivientes se les antojan seres sucios y desagradables, ruidosos y egoístas que pululan sin rumbo fijo de aquí para allá, que roban, que mienten y que engañan. En cambio, en el pasaje del doctor Horsey que sigue a continuación, como en el anterior de Miss Barker, el autor alude a una serie de supervivientes concretas, con nombre y apellido y, entonces, mostrándose entonces perfectamente capaz de observar las muchas virtudes que tienen, en lugar de dejarse arrastrar por prejuicios y por los rasgos más molestos de su comportamiento. “Todas estas personas, a pesar de los meses y los años viviendo en la más te- rrible suciedad, rodeadas de inquietud y brutalidad, no han perdido nada de 147IWM Papeles Privados de Miss Effie L. Barker, Carta “My darlings” (1 de Junio de 1945), Documento 10541, Ref. 01/16/1. 150 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? su respeto propio. De haberlo hecho, habría sido excusable y yo no me debe- ría sentir sorprendido. Pero están desesperadamente ansiosas por mantenerse físicamente limpias y su honestidad es del orden de aquella que uno ha deja- do de reconocer hace mucho tiempo en Inglaterra. Moralmente, están hechas de la fibra más dura que he visto en mi vida y a pesar de haber pasado los mejores años de sus vidas segregadas de la forma más antinatural y aborre- cible, en compañía de criminales y prostitutas alemanes, su comportamiento estuvo de principio a fin por encima de todo reproche. Sólo tenían un objetivo, únicamente un objetivo: ayudar en todo cuanto pudieran y después adquirir permiso para establecer contacto con el mundo del que se les había arrancado repentina y brutalmente tanto tiempo atrás”148. En este caso, ese comentario mediante el cual pretende mostrarse comprensivo con la condición moral de las víctimas (“[De haber perdido el respeto propio], habría sido excusable...”), se revela completamente fingido cuando uno se adentra en las páginas de su diario, en las que exterioriza recelos bastante duros hacia ciertos internos más fastidiosos y en peores condiciones. En estos casos, su relación con ellos es lógicamente más distante y no los trata por su nombre. Por ejemplo, en la entrada de su diario del 10 de mayo, puede leerse: “La mujer que sufrió un colapso ayer ha sido una terrible molestia: no dejó dormir a nadie con sus gemidos y aunque se le ha proporcionado una bacinilla perfectamente válida, tenía que usar un cuenco de comer. Teresa me suplicó que la sacara de allí, así que cogí a los húngaros para que se la llevaran de vuelta a la barraca 206. Entonces fui yo mismo a llevarle un jergón y una almohada (de paja) que es más de lo que tiene cualquier otro. Estoy bastante seguro de que estará muerta en un día o dos. Aunque suene cruel, realmente no merece la pena malgastar mucho tiempo con ella porque aunque sobreviva, nunca será un miembro útil para la comunidad”149. Como en el caso anterior, esta última frase lapidaria expresa una intransigencia extrema hacia la situación de los supervivientes, cuya condición inhumana (e inútil en este caso) se torna irreversible. Estos dos ejemplos evidencian una circunstancia que consideraré más amplia- mente cuando me ocupe específicamente de la imagen que se proyecta de los obser- vadores en estos documentos. No obstante resulta imposible seguir avanzando sin adelantar brevemente parte del significado que arrastran consigo estos pasajes, esto es, que en última instancia, lo que se pone en juego en estas descripciones que tratan de ilustrar la condición humana de las víctimas, no es la humanidad de los supervi- vientes, sino la de los observadores que narran y tratan de dar sentido a todas las experiencias que recogen durante la liberación de Belsen. Como se verá, no sólo la supuesta amoralidad de los prisioneros no está tan extendida como algunos de ellos pretenden, tal y como acabo de demostrar utilizando sus propios testimonios, sino que el mismo comportamiento de los observadores dentro del campo los coloca en una situación muy inestable como para aspirar a erigirse en verdaderos jueces. En cualquier caso, lo que está claro es que la actuación de los supervivientes es objeto de valoraciones muy diversas y, por lo tanto, no es posible certificar que su conduc- ta moral se hubiera visto decididamente pervertida por la vida concentracionaria, 148“The Belsen Camps”, segunda parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Private Papers of Dr. P J Horsey, Documents 1345, Ref. Con Shelf, p. 12. 149Entrada del 10 de mayo de 1945 del diario del Dr. Horsey, recogida en la tercera parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Private Papers of Dr. P J Horsey, Documents 1345, Ref. Con Shelf, p. 25. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 151 como pretende Primo Levi, o que, todo lo contrario, se hubiera visto reforzada po- sitivamente por las vicisitudes del campo que pudieron haber empujado a muchos (y especialmente a muchas mujeres) a la solidaridad y a la camaradería. 3.1.4. La lavandería humana, símbolo de la rehumanización . Para terminar de redondear el perfil físico y psicológico de las víctimas, tal y co- mo queda expresado en estos testimonios, es necesario hacer referencia a otro de los lugares comunes que se repiten una y otra vez en estos documentos: en qué consiste y cómo se produce la recuperación de los supervivientes. Esta recupera- ción tiene lugar a través de un proceso que muchos observadores identifican como rehumanización puesto que comporta el hecho de que algunos musulmanes dejen de ser musulmanes, que abandonen las filas de esa nueva especie sub-humana pa- ra recluirse nuevamente dentro del perímetro marcado por los límites de lo que la sociedad occidental reconoce como la naturaleza humana. El significado último de esta rehumanización viene bien sintetizado tanto en el comentario que recoge Eliza- beth Clarkson en su relato “A.P.S.W. at Large” (“Una vez más uno se percata de la fundamental necesidad humana de seguridad; «hacía mucho tiempo», escribía una chiquilla judía en un inglés más bien precario, «que [no] sentíamos el suelo firme bajo nuestras piernas»”150), como en el que aparece en la narración realizada en 1946 por la enfermera de la Cruz Roja Miss Muriel Joan Blackman (“Nunca me he sentido tan inútil y aún así trabajábamos 12 y 14 horas al día intentando confor- tar, consolar y rehabilitar las mentes de esta gente. No podíamos hacer mucho por ellos físicamente, pero lo que necesitaban más que cualquier otra cosa era recupe- rar el sentimiento de seguridad”151). En efecto, existe una necesidad perentoria de seguridad, de sentir el suelo firme bajo los pies, de contar con normas estables y sólidas (al menos en apariencia) que sirvan de guía para acomodar el aspecto, el comportamiento y el carácter de las relaciones humanas. En otras palabras, los seres humanos, para reconocerse como tales, parecen necesitar de un modelo normativo que les sirva para poder identificarse de forma segura y relacionarse con aquellos a los que son capaces de personificar dentro de ese mismo marco de regulaciones. No obstante, como ya se ha visto, el problema de este tipo adscripciones (un problema que además se pone significativamente en evidencia con el apogeo del poder totalitario en el interior de los campos de concentración) es, por un lado, que siempre hay otros que no encajan bien dentro de estas formulaciones normativas, que quedan por tanto en situación de exclusión y que establecen una relación asi- métrica con aquellos que se sitúan dentro de los límites que sirven para describir la “auténtica” naturaleza humana; y, por otro lado, que por más que guarden una apa- riencia dura y consistente, estos modelos son en realidad performativos e históricos, es decir, se encuentran siempre y en todo momento sometidos al efecto de las trans- formaciones, sus bordes están sujetos a cambios incesantes como consecuencia de la abyección que amenaza constantemente la estructura de las formas naturalizadas, pudiendo ser estos cambios de carácter ético-político, cuando tienen lugar a través de un proceso subversivo buscado por los sujetos excluidos (abyectos), o de carácter biopolítico, cuando la subversión violenta del esquema normativo se produce desde las instituciones de poder con el objetivo de producir un desequilibrio en el interior 150“A.P.S.W. at Large” (27 de enero de 1947), en IWM Private Paper of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 6. 151“Letter on Non-Frat – Relief Team Account” (1946), en IWM Private Papers of Miss M.J. Blackman, Documents 11454, Ref. 01/19/1, p. 3. 152 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? del marco normativo que sea capaz de producir nuevos seres abyectos y, de esta forma, convertir al biopoder en poder totalitario. En cualquier caso, el proceso de rehumanización que describen los observado- res consiste básicamente en recomponer la estructura de normas socioculturales en funcionamiento en la Europa de la década de los cuarenta y posibilitar la integra- ción de los supervivientes en su interior interviniendo en su aspecto (mediante la alimentación y poniendo a su disposición determinados elementos materiales tales como ropas, cuchillas de afeitar o pintalabios, entre otros) y, en menor medida, en su conducta (sobre todo, tratando de propiciar la participación de los supervivien- tes en actividades culturales y en las labores organizativas del campo). Aunque, a pesar de las varias peticiones que aparecen tanto en los informes oficiales como en los otros tipos de documentos de esta colección para que se considerase la posibili- dad de llevar trabajadores sociales a Belsen que fueran capaces de poner en marcha una terapia efectiva con las víctimas, lo cierto es que el grueso del tratamiento que recibieron los enfermos actuaba únicamente sobre sus condiciones físicas, tanto mé- dicas como higiénicas. Habría que esperar al desarrollo de los campos de refugiados y a la llegada de los equipos de la UNRRA para que se pusieran en marcha este tipo de programas, y aún entonces se aplicaron de forma muy limitada152. La rehumanización de los prisioneros es uno de los procesos que aparece más fuertemente cargado desde un punto de vista de género en los documentos de la liberación conservados en el IWM. Es difícil encontrar un pasaje en el que no se realice una distinción explícita entre las diferentes estrategias para rehabilitar a los hombres y a las mujeres o entre las diferentes reacciones que despiertan en hom- bres y mujeres estas tácticas de rehumanización. No en vano, toda la estructura de normas socioculturales que rigen el comportamiento y las relaciones humanas “na- turalizadas” se encuentra intrínsecamente sexualizada, es decir, condicionada por el género. De ahí que cualquier intento de establecer un marco sociocultural esta- ble se produzca inexorablemente a través de una codificación sexual. En el campo de concentración de Belsen esta rehabilitación se cifraba fundamentalmente en la recuperación de unos estándares físicos, higiénicos y morales en buena medida de signo sexual, que se adquirían sobre todo a través de la alimentación, la higiene corporal (sexualizada) o la vestimenta (también sexualizada). Los siguientes pasa- jes, el primero extraído del informe oficial titulado “Administrative Report – Belsen Concentration Camp” y el segundo del informe psiquiátrico realizado por el teniente coronel (entonces mayor) Phillips, resumen perfectamente en qué consiste para los observadores este proceso de rehumanización: “La recuperación del comportamiento normal corre en paralelo con la mejora en la salud corporal y con frecuencia sucedía sorprendentemente rápido, de- jando únicamente un sentimiento parecido al de haber tenido una pesadilla. Después de unos pocos días en el hospital todos, excepto los que estaban más gravemente enfermos, comenzaron a recuperar el respeto por sí mismos: las chicas se arreglaban el cabello y los hombres pedían cuchillas de afeitar”153. “El proceso de eliminar la suciedad, bañar, limpiar y desinfectar había sido completado y los deportados de pronto se descubrieron a sí mismos en salas 152P. WEINDLING, «Belsenitis», pp. 401-18. 153Tercera parte del informe “Administrative Report – Belsen Concentration Camp” (13 de junio de 1945), teniente coronel F.M. Lipscomb, en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 13. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 153 aseadas y ventiladas, con ropas limpias, buenas camas y algo que no había experimentado desde hacía un tiempo considerable, a saber, atención a sus necesidades. Muchos parecían indiferentes incluso a esto, pero la gran mayo- ría parecía apreciar realmente su nuevo entorno, y aunque las llamadas de la naturaleza seguían todavía obedeciéndose de una forma animal, uno sentía que los esfuerzos realizados por nuestras unidades médicas habían merecido la pena”154. Más adelante profundizaré más en esta dimensión de género. Lo que sí me gustaría analizar a continuación es una pieza de vital importancia en este proceso de reha- bilitación puesto en marcha tras la liberación de Belsen por las tropas británicas, que fue clave en la evacuación del campo y que está presente significativamente en las descripciones de la mayoría de los observadores: la llamada “Human Laundry”, la lavandería humana, símbolo esencial de la rehumanización. En pocas palabras, la lavandería humana, instalada en los antiguos establos, era un servicio puesto en marcha por la dirección militar británica a cargo de la administración de Belsen por el que debían pasar antes de ingresar en el área hospitalaria todos aquellos pacientes en peores condiciones que eran evacuados del Campo I155. Hasta allí eran trasladados con los harapos que traían del campo de concentración en ambulancias “contaminadas” y, una vez allí, les despojaban de todas sus ropas, les lavaban, les afeitaban y les fumigaban con DDT. En caso de que fuera necesario, también se les rapaba la cabeza. De allí salían, por lo tanto, aseados y desinfectados, en pul- cras camillas y cubiertos con sábanas limpias y eran transferidos en ambulancias esterilizadas hasta el hospital. Sus antiguas ropas y las sábanas en las que habían llegado eran incineradas y las ambulancias que los traían desde el Campo I eran regularmente lavadas de arriba a abajo. La lavandería humana empezó a funcionar el 21 de abril de 1945, día que comenzó finalmente la evacuación del Campo I. En su interior albergaba varias decenas de mesas para atender a los supervivientes, al frente de las cuales se encontraban doctores alemanes de la Wehrmacht y enfer- meras alemanas. Todo este personal se encontraba a su vez bajo las órdenes del patólogo de la 32 CCS y de los hombres del 7 Mobile Bacteriological Laboratory del RAMC. De los 320 pacientes que pasaron por la lavandería humana el primer día, llegó a alcanzarse la cifra de 637 pacientes el día 28 de abril, aunque a partir del 10 de mayo la tasa diaria de evacuaciones descendió progresivamente156. Más allá de los aspectos formales que estructuraron el funcionamiento de la lavandería humana, los significados que se esconden detrás de este espacio de rehu- manización son enormemente amplios y presentan múltiples aristas. En algunas descripciones realizadas por los observadores, salta a la vista que el propósito ori- ginal de este espacio (contener la epidemia de tifus y evitar que se propagara más allá de los límites del área concentracionaria) queda desdibujado detrás del sentido simbólico que encarna este lugar: 154“Belsen Concentration Camp”, en IWM Private Papers of Lieutenant Colonel R. J. Phillips, Documents 13505, Ref. 05/44/1, p. 2. 155En el caso de los internos en mejores condiciones, la evacuación se producía a través de unos baños provistos de duchas en los que no disponían de la misma asistencia. Tras ducharse, y a no ser que necesitaran atención médica posterior, estos pacientes eran conducidos hasta los Campos II y III. 156“Appendix F - Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945” (1945),en IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, Documents 9230, Ref. Misc 104 (1650), p. 18. Véase también P. KEMP, «The British Army and the Liberation of Bergen-Belsen», pp. 139-140. 154 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? “Cuando la gente comenzó a ser evacuada del «campo del horror» eran exac- tamente como animales, cubiertos de suciedad e inmundicia, mugrientos y sin ninguna noción de higiene social. Tan sucios estaban que tuvimos que abrir una «lavandería humana»”. Esto lo escribía la enfermera Elizabeth Biggs, seguramente un poco confundida, como si de lo que se tratara fuera efectivamente de contar con un sistema eficaz y racionalizado en el que poder introducir el mayor número de cuerpos sucios para extraerlos limpios y resplandecientes157. En este sentido, su nombre resulta ya ex- traordinariamente elocuente, pues evoca un establecimiento cotidiano de la sociedad occidental en el que se ofrece un servicio mecanizado de limpieza integral de prendas sucias que se introducen en la cadena de lavado para salir pulcras y relucientes. Sólo que en este caso lo que ingiere este sistema automatizado de lavado no son objetos, sino cuerpos y además, cuerpos humanos. Lo que sugiere esta denominación, por lo tanto, es que nos encontramos en un lugar en el que no sólo es de esperar que se introduzcan los cuerpos maltratados de los supervivientes para que, toda vez que hayan atravesado el recorrido mecánico de la cadena, salgan físicamente limpios, sino que, en virtud de este proceso de purificación material, su condición humana perciba de alguna manera también los beneficios de esta purga y emerja de aquella zona decisivamente saneada. En cierta forma, la lavandería humana encarna el momento mismo de la rehu- manización, pues no sólo es el primer paso de los supervivientes en dirección “a la salida”, sino que en este espacio son sometidos a una completa depuración durante la cual, de alguna manera, se espera que se desprendan de todo aquello que les había convertido en seres abyectos (la mugre, la suciedad, los harapos, la enfermedad o la muerte) y los había arrojado a los márgenes de la humanidad, a un punto muerto e indiscernible que se encontraba a medio camino del animal, del ser humano y del ser inhumano. Todos los aspectos materiales de la deshumanización desaparecían en ese momento y con ellos se esperaba también que se esfumaran las secuelas psicológicas y morales que arrastraban los supervivientes como consecuencia de este proceso. Según testifican los observadores, en algunos casos esta transformación física revir- tió efectivamente en cambios a nivel más profundo; sin embargo, como se ha visto en algunos de los testimonios analizados, a la mayoría de los supervivientes, aún fuertemente tocados por el hambre, la enfermedad y los años de tortura, todavía les quedaba un largo camino por delante para poder reclamar su pertenencia a la humanidad. La lavandería humana marcaba, como bien señaló la periodista Mea Allan, “una línea fronteriza entre la muerte y un camino casi sin esperanzas hacia la recuperación”158. Pero además el recorrido por la lavandería humana presentaba reminiscencias manifiestas con uno de los procesos que había dejado una huella más duradera y terrorífica en los supervivientes: el ingreso en el campo de concentración. Además, debido al carácter retorcidamente eufemístico del lenguaje nazi, ambos procesos compartían vocabulario. Así, el propio término “evacuación”, como se recordará, era utilizado por la administración de Hitler para referirse a la deportación de los judíos. Del mismo modo, los británicos en Belsen utilizaban con frecuencia la 157“My dearest Dorrie” (14 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Sister E.E. Biggs, Documents 16768, Ref. 09/66/1, p. 1. 158“MEA 4: Letter to Jean” (10 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan, Documents 3100, Ref. 95/8/1, p. 3. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 155 palabra “selección”, cuyo arraigado significado en el sistema concentracionario era particularmente sombrío, para referirse a la segregación de los pacientes de acuerdo con su estado de salud de cara a la evacuación del campo. Si a ello le unimos la controvertida presencia de personal alemán en las estancias que componían la lavandería humana159 y las semejanzas entre los procedimientos que se ponían en marcha en el interior de este recinto y los que se desplegaban durante el ingreso en el campo de concentración (separar a los internos de sus seres queridos, desnudarles y desposeerles de todas sus pertenencias, lavarles o ducharles, afeitarles, desinfectarles e, incluso, raparles la cabellera), es fácil entender el asombro que manifiesta el doctor Hargrave en la entrada de su diario del 14 de mayo de 1945, cuando señala “siempre me sorprende que no mueran más de ellos cuando pasan por la «Lavandería»”160. En efecto, como indica la periodista Mea Allan, la lavandería humana ocasionaba una conmoción tan grande a los pacientes por “el agua, la sustracción de la ropa, el calor también, que muchos se desmayaban y algunos morían”161. Así lo corrobora también el doctor Prosser, quien señala que “no era raro que una persona considerada sana se desmayara y muriera mientras recibía un baño”162. Como se explica tanto en el informe realizado por el HQ 10 GARRISON como en el relato titulado “Belsen” y 159“Las enfermeras alemanas constituían un caso de estudio interesante. Al principio, sus risas y sus bromas eran realmente truculentas, no hacían ningún esfuerzo por tener las cosas preparadas del trabajo que tenían entre manos, malditas si iban a hacer ellas algo por los británicos. Y entonces los primeros pacientes comenzaron a llegar. Mi amigo a cargo de la lavandería me dijo que éste fue uno de los momentos más dramáticos en Belsen, el lugar del drama interminable. Aquellas enfermeras permanecían con las bocas abiertas y observaban el horror que había golpeado a aquellos cuerpos que iban entrando, y primero una y luego otra empezaron a sollozar hasta que casi todas las sesenta estaban llorando. No hubo más insolencia después de esto. Aquellas chicas trabajaron como esclavas, cayeron afectadas por el tifus y murieron, pero otras tomaron su lugar, se tornaron débiles y se tornaron pálidas pero trabajaron y se esforzaron desde las ocho de la mañana hasta las seis de la noche. Se ganaron nuestro respeto y al final les dábamos té a media mañana y cigarros” (“The R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp”, IWM Private Papers of Lieutenant-Colonel M. W. Gonin, Documents 3713, Ref. 85/38/1, pp. 8-9). Esta polémica, que recoge Paul Weindling en su artículo ya citado “Belsenitis” (pp. 401-18), se prolongó durante varios meses. Después de que la UNRRA tomara el control del campo en agosto de 1945 y decidiera mantener a un buen número de alemanes al frente de las tareas hospitalarias, fue esta organización la diana de las mayores críticas. La discusión está bien documentada en una serie de cartas conservadas en el archivo de la UNRRA, concretamente en la carta que el doctor Neville M. Goodman escribió a sir Raphael Cilento, director de la UNRRA en la zona de ocupación británica, el 6 de noviembre de 1945; en la respuesta de éste último fechada el 5 de diciembre de 1945; en la carta escrita por el superintendente médico del hospital Glyn Hughes en Belsen el 11 de diciembre de 1945 y dirigida al Dr. Ellery Phillips, director médico de la UNRRA; y en la carta escrita por Miss R. Radin, directora adjunta en la división de personas desplazadas, el 18 de diciembre de 1945 y dirigida al doctor Neville Goodman (en UNRRA Box: S-0523-0574; Folder: S-1448-0000-0168: UNRRA Supervision of the Hospitals at Belsen Camp 1944-1948). 160Entrada del 14 de mayo de 1945 del diario del Dr. Michael Hargrave, IWM Private Papers of Dr. Michael John Hargrave, Documents 7272, Ref. 76/74/1, p. 50. También es el Doctor Hargrave quien indica los problemas que traía consigo el ingreso en la lavandería humana al separar a los familiares: “Hubo una pequeña dificultad porque en muchos casos ciertas hermanas fueron separadas durante su paso por la lavandería, pero todos estábamos muy ocupados como para preocuparnos de eso y esperamos que al final todo se solucionara” (Entrada del 13 de mayo, p. 48). 161“MEA 4: Letter to Jean” (10 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan, Documents 3100, Ref. 95/8/1, p. 3. Aunque según Ben Shephard, sólo murieron dos personas de las 14.000 que pasaron por la lavandería humana (B. SHEPHARD, After Daybreak, p. 59). 162“Lecture to the E. Yorks Branch B.L.A.”, en IWM Private Papers of O. G. Prosser, Documents 13408, Reference 05/2/1, p. 6. 156 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? publicado en el Supplement to British Zone Review el 13 de octubre de 1945, hubo que instalar una sala de reanimación próxima a los baños porque todo el proceso de evacuación y el ingreso en la lavandería humana provocaba mucha ansiedad en los internos y como consecuencia muchos colapsaron163. No hay que olvidar que el estado de salud tanto mental como físico de aquellos que franqueaban la lavandería humana era sumamente precario, por lo que aquel recorrido, cuando no resultaba letal, podía producir efectos terriblemente dolorosos en sus cuerpos torturados: “Esta «lavandería humana» era una buena prueba para los pacientes pues no es para nada gracioso que le restrieguen a uno jabón en una dolorosa úlcera”164. De todos los documentos que se refieren a la lavandería humana en la colección del IWM que manejo para esta investigación, quizás los más representativos del significado último que los observadores dan a este lugar sean las fotografías conte- nidas en la serie realizada por el sargento Hewitt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. Las nueve instantáneas de esta serie tomadas dentro de este recinto y la película grabada por el sargento Parkinson en el mismo momento, constituyen las únicas imágenes que se conservan del interior de la lavandería humana. En cambio, las escenas en las que se retratan otros aspectos de la evacuación (el desalojo de las barracas, el traslado en camillas o las ambulancias) son mucho más abundantes y se remontan a varios días antes (específicamente al 22 de abril de 1945). El motivo de esta escasez de imágenes de la lavandería humana es de carácter estrictamente material: las condiciones lumínicas en el interior de los establos no favorecían pre- cisamente la labor de los cámaras y de los fotógrafos, por lo que éstos hubieron de esperar a que dichas condiciones fueran las adecuadas. El sargento Parkinson lo ex- presa claramente en la aclaración que adjunta a su película, en la que advierte a los técnicos en los estudios de Pinewood de la AFPU que había tomado esa secuencia “habiendo esperado varios días la luz adecuada” y que si era necesario volvería a repetirla si se presentaba “una ocasión oportuna cuando el sol brille a través de las ventanas”165. La serie completa de fotografías tomada por el sargento Hewitt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945, que abarca las instantáneas catalogadas entre los números BU 5450 y BU 5489, tiene el propósito, tal y como queda puntualizado en el encabezado que introduce los pies de foto correspondientes a estas imágenes, de “mostrar los tremendos esfuerzos realizados por los servicios médicos británicos y aliados para salvar lo que todavía puede ser salvado de los abatidos cuerpos y de las almas de los desafortunados prisioneros de Belsen y, dentro de los límites que impone el medio fílmico, el éxito que hasta ahora ha acompañado a nuestros esfuerzos”166. Esto ya 163“La excitación por ser seleccionados para la evacuación y el esfuerzo de entrar y salir en los camiones y de un baño caliente provocó muchos colapsos a causa del agotamiento, por lo que fue necesario establecer un área de reanimación en los baños” (“Appendix E - Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945” (1945), en IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, Documents 9230, Ref. Misc 104 (1650), p. 16 y “Belsen” en Supplement to British Zone Review [13 de octubre de 1945], en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 5). 164Entrada del 7 de mayo de 1945 del diario del Dr. Michael Hargrave, IWM Private Papers of Dr. Michael John Hargrave, Documents 7272, Ref. 76/74/1, p. 33. 165En Sargeant Parkinson, Secret Caption Sheet A700 322/1, 1 de mayo de 945, recogido en T. HAGGITH, «The Filming of the Liberation of Bergen-Belsen...», p. 108. 166“Belsen Concentration Camp” (1-4 de mayo de 1945), sargento Hewitt, en Departments of Photographs – Second World War British Official Photographs Captions BU Series, Vol. 1, BU 5450 – BU 5489. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 157 anuncia en parte el contenido de las representaciones, que tendrán un carácter emi- nentemente propagandístico y hace prever que la rehumanización constituya uno de los temas abordados en este repertorio. La serie trata de mostrar de forma coherente toda la secuencia temporal de operaciones que implica la evacuación. Así, comienza mostrando el interior de las barracas en las que aún quedan supervivientes y acto seguido pasa a retratar los trabajos realizados por las ambulancias para evacuar a los prisioneros y llevarlos al edificio de los baños, en el caso de los supervivientes que podían andar y sostenerse por sí mismos, o a la lavandería humana. Por supuesto, también reproduce el interior de los baños y, como ya he dicho, de la lavandería. De ahí, pasa a fotografiar a las enfermas que se encuentran ingresadas en el área hospitalaria, las cuales muestran a la cámara la mejor de sus sonrisas. La secuencia acaba revelando una imagen de la muerte, siempre ineludible en Belsen, concreta- mente de las fosas que contenían los últimos cadáveres para incinerar tras todos los esfuerzos de limpieza llevados a cabo por las fuerzas británicas. Lo más interesante de estas imágenes son los contrastes que se aprecian entre los distintos conjuntos de fotografías que componen la serie. Así, las primeras repre- sentaciones constituyen planos generales del interior de las barracas que tienen por objetivo mostrar al espectador el horror que encarna el campo de concentración y dentro del cual deben poner orden las fuerzas aliadas. Tal y como indica el propio sargento Hewitt en el pie de foto, se trata de “mostrar algunas de las viejas barracas en las que lamentablemente muchos internos esperan todavía el día que podamos evacuarlos a un lugar mejor. La aglomeración de gente, la suciedad y la miseria son nuestros peores enemigos”. Tras tomar varias instantáneas de transición en las que muestra la labor de las ambulancias de las fuerzas de rescate moviendo a los supervivientes de un lugar a otro, el sargento Hewitt se traslada al interior de los baños y retrata a las mujeres desvistiéndose (Imagen 9), recibiendo toallas limpias y jabón (Imagen 10), bañándose y siendo desinfectadas (Imagen 11), plasma el pro- cesamiento de la ropa infectada que dejaban atrás los deportados (que era quemada y enterrada con la ayuda de una excavadora) y finalmente capta la imagen de los camiones que se encargan de trasladar a los prisioneros ya rehumanizados hacia sus nuevos destinos (Imagen 12). En los baños, los supervivientes se despojan de toda la carga material que arrastran del campo (la suciedad, la mugre, los harapos), dejan atrás el recuerdo de esas barracas infectas que se mostraban al principio de la serie y se embarcan hacia una nueva vida. Todo ello, por supuesto, gracias a los atentos cuidados del personal británico, siempre pendiente de sus necesidades. Sin embargo, el contraste más grande se da entre el conjunto de fotografías que retratan el interior de la lavandería humana, a la que son trasladados, como bien indica el sargento Hewitt en la leyenda de la foto BU 5471, “aquellos prisioneros que por enfermedad o malnutrición, son incapaces de andar”, y el conjunto suce- sivo, en el que se recogen imágenes del interior del hospital, al que transfieren a aquellos supervivientes enfermos que previamente habían pasado por la lavandería. Las desoladoras imágenes del interior de la lavandería humana, en las que aparecen retratados los cuerpos y los rostros confundidos de los prisioneros recién evacuados mientras están siendo lavados por las serias enfermeras alemanas (Imágenes 13 y 17) e inspeccionados por el mayor Griffin del 7 Mobile Bacteriological Laboratory del RAMC, que estaba a cargo de la administración de la lavandería humana, por el capitán W.A. Davis, que lideraba la Comisión Estadounidense contra el Tifus (Imagen 19), y por alguno de los médicos alemanes, contrastan de manera radical 158 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? con las pacientes que son representadas acostadas en las camas del hospital, todas ellas limpias y sonrientes (Imagen 18), charlando despreocupadamente con el per- sonal de la Cruz Roja (Imagen 14), leyendo el periódico (Imagen 20) o peinándose. Mientras que la actitud de los primeros es completamente pasiva, la de las segun- das retratadas empieza por fin a resultar algo activa. El proceso de rehumanización queda de esta manera claramente representado a través de estos contrastes. La luz, mucho más nítida en estas últimas escenas, contribuye a amplificar este efecto. Ambos conjuntos presentan además los mismos recursos formales, lo que facilita la comparación. Así, por ejemplo, ambos combinan planos en los que se centra la atención en un paciente concreto, o en el paciente y la persona que lo está atendiendo, con planos generales de una sala, en los que se representa la colección de camas o de tablas que se esparcen a lo largo del espacio (Imágenes 15 y 16). En el conjunto de esta serie es además destacable como se recalca la labor del personal británico, siempre presente de una forma u otra en estas imágenes (excepto en las primeras de las barracas, de cuya condición turbadora no son responsables), siempre colaborando con una sonrisa (véanse las Imágenes 9, 10 y 12, por ejemplo). Los británicos son los agentes últimos que se encuentran detrás de esta transformación y estas fotografías reivindican su papel. En las Imágenes 13 y 14, por ejemplo, la luz entra en ambos casos difuminada por una ventana que se sitúa en la parte izquierda de la imagen, produciendo un ambiente algo saturado. Sin embargo, esta saturación se torna lúgubre en la primera de las tomas, en la que los elementos que la componen no contribuyen precisamente a suavizar el siniestro aspecto del campo y de sus habitantes. Al contrario, el escenario de esta fotografía se presenta como descuidado y contiene todavía elementos materiales propios de esa miseria típica del campo, incluido el propio prisionero, que dedica al fotógrafo una de esas miradas vacías de las que tanto hablaban los observadores. En cambio, la luz que difumina la Imagen 14 y que reverbera en las sábanas y los ropajes blancos, favorece de alguna manera que la escena “brille”, lo que unido a la actitud claramente más optimista de las personas retratadas, contribuye a proyectar un mensaje bien distinto que la imagen anterior. También la información contenida en el pie de foto acentúa este efecto al aportar datos personales de la mujer retratada en la segunda instantánea (“Una trabajadora de la Cruz Roja habla con una muchacha checa que había sido prisionera durante cuatro años”), lo que interviene en su individualización, frente al formato críptico y genérico de la primera imagen (“Rociándolos con polvo anti-piojos”), formato éste que se repite en las leyendas de todas las imágenes tomadas dentro de la lavandería humana. Ya no se trata por tanto de mostrar los últimos vestigios de la abyección, sino los primeros indicios de la rehumanización, que sólo ha sido posible, por supuesto, gracias a los esfuerzos británicos. Lo mismo ocurre al compara las Imágenes 17 y 18. Nuevamente, las distintas formas de representar a los supervivientes saltan a la vista. La expresión huera del protagonista de la primera imagen, que dirige su mirada al infinito, contrasta con la actitud alegre de la mujer representada en la segunda, que mira directamente al fotógrafo. La primera representación corresponde todavía a la de un musulmán; en la segunda, en cambio, nos encontramos ya ante un ser humano rehumanizado. Las leyendas que acompañan a estas dos imágenes, por lo demás, no hacen más que reforzar esta oposición. En la nota que ilustra la primera de ellas, ni siquiera se menciona al hombre que se encuentra en el centro de la escena: “La suciedad 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 159 acumulada durante años está siendo fregada”. La información es completamente impersonal y el individuo desaparece: de lo único de lo que se habla es de “la sucie- dad acumulada durante años”. En cambio, la segunda leyenda, pese a su brevedad, aporta una cantidad considerable de información sobre la mujer representada: “Bu- dapest fue su casa. Su casa está en ruinas, pero esta feliz mujer todavía piensa que tiene mucho por lo que sentirse agradecida”. Así sabemos que proviene de Budapest y, por si la imagen no lo había dejado claro, se constata que está feliz y, además, que tiene “mucho por lo que sentirse agradecida” (este agradecimiento remite implí- citamente a la labor británica). El individuo reaparece así en esta segunda imagen, ya completamente rehumanizado. 3.1.5. La materialización de la nueva especie o el triunfo del nazis- mo. En mi opinión, lo que en última instancia revelan estos testimonios en relación a la percepción que tenían los observadores de las víctimas, es la victoria absoluta del biopoder totalitario nazi. En efecto, como en el mito kafkiano de La metamorfosis, la acción biopolítica puesta en marcha por el nazismo contra sus víctimas convirtió en realidad aquellas imágenes negativas y ficticias que habían ido extendiéndo- se para identificar a los enemigos del régimen (especialmente a los judíos). Estas imágenes fructificaron en la figura del musulmán, de tal suerte que los atributos formales que los nazis habían utilizado para describir a aquellos grupos que en su visión racial y social debían quedar excluidos de la humanidad, se tornaron reales en el interior de la zona gris, donde surgió aquella nueva especie sub-humana típica del campo de concentración. En otras palabras, todos aquellos aspectos que habían sustentado en el plano discursivo el carácter abyecto de los grupos que el nazismo quería excluir de la estructura social racialmente constituida, cobraron forma mate- rial mediante la acción biopolítica sobre los cuerpos de las víctimas sometidas a la violencia concentracionaria, de manera que aquella abyección se extendió del plano meramente discursivo, al ámbito de lo experiencial. Pues bien, los testimonios de los observadores certifican la existencia material de la zona gris y, en su interior, de los musulmanes, de esa nueva especie a la que perciben exactamente como los nazis habían descrito a los grupos destinados a la exclusión en aquella visión socio-racial de la humanidad que perseguían. En su libro Representar el Holocausto, el historiador Dominick LaCapra explica bien la forma en la que los nazis trataron simbólicamente de convertir a los “grupos externos dentro de la nación”, esto es, a los “otros”, a aquellos que “perturbaban la bella totalidad” (judíos, homosexuales, gitanos, comunistas, entre otros), en una amenaza “que debía ser exorcizada por medio del esencialismo o la hipostatización raciales que convierten al otro «dentro» en un ente localizado en forma comple- tamente diferenciada y separada del nosotros”. Estos grupos “formaban un afuera constitutivo para los nazis (marcando el adentro de un modo que resulta negado y reprimido), convirtiéndose así en la causa fantasmática de todo mal y en el depósito proyectivo de las angustias y enfermedades del mundo moderno”. De esta forma, el autor trata de subrayar el poder de las prácticas de representación simbólica; para ello, explica algunas de las imágenes más populares que utilizaban los nazis para representar a los judíos: “La representación de los judíos como un roedor es un claro ejemplo de la imbricación entre angustias higiénicas, rituales y eróticas. La rata es la porta- dora por antonomasia de la infección y la enfermedad. Como habitante de las cloacas es una figura del mundo más bajo, y un mediador sucio típicamente 160 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? demonizado entre aquél y el mundo idealmente sano que vive en la superficie”. Además, “se puede observar que las características adscritas a los judíos fue- ron atribuidas a los homosexuales y a los «gitanos», que en cierto sentido eran también los otros dentro de la Volksgemeinschaft que planteaba una amenaza ritual y fóbica. Los judíos, como los homosexuales, estaban codificados cultu- ralmente como femeninos y como «sucios», y, al igual que los «gitanos» eran nómades, no tenían arraigo y carecían de sentimiento de patria”167. James Waller explica este mismo proceso en su estudio sobre la psicología del mal. “Los nazis”, dice Waller, “redefinieron a los judíos como «bacterias», «pará- sitos», «alimañas», «demonios», «sífilis», «cáncer», «excrementos», «inmundi- cia», «tuberculosis» y «plaga». En los campos, a los deportados varones nunca se les llamaba «hombres» sino Häftlinge (prisioneros) y cuando comían, el ver- bo que se usaba para referirse a ello era fressen [devorar], palabra que aludía a la acción de los animales cuando comen. Los estadistas y las autoridades sanitarias con frecuencia no listaban los cadáveres como cadáveres sino como Figuren (figuras o piezas), simples cosas o incluso harapos. Igualmente, en un memorándum de junio de 1942 etiquetado como «Asunto Secreto del Reich», se hacía referencia a las víctimas de los furgones de gas de Chelmno como «la carga», «el número de piezas» y «la mercancía». Como ejemplo final, pero no menos exhaustivo, un oficial de la Gestapo le dijo una vez a un miembro del Consejo Judío de Varsovia: «Tú no eres humano, no eres un perro, eres un judío»”168. Lo que dice Waller es que esta destrucción de la identidad de las víctimas permi- te a los perpetradores tomar distancia de éstas, despejando así el camino hacia la violencia genocida. Pero lo que no dice es cómo esta deshumanización es capaz de trascender el marco en el que se ha generado y en el que actúan los perpetradores y de instalarse primero en los cuerpos de las víctimas y más tarde también en la visión de los espectadores, contribuyendo a configurar la imagen que éstos tienen de ese grupo designado como “inhumano”. Precisamente, las descripciones de los observadores que he analizado sobre los habitantes de los campos de concentración, ponen en evidencia el hecho de que, en cierta manera, esta codificación discursiva de carácter simbólico se ha materializado, es decir, ha cobrado forma real en los cuerpos de los supervivientes. La exclusión simbólica de los “otros” se ha hecho efectiva y tanto es así que, insisto, los espectadores han tenido que buscar un sub- terfugio terminológico (sub-humanos) para referirse a este grupo que ya ha quedado definitivamente fuera de aquello que resulta reconocible como “la especie humana”. Los observadores de Belsen certifican por tanto que aquellos que habían sido decla- rado “otros”, aquellos que habían sido declarados “ratas” o “seres abyectos”, se han convertido, de hecho, en “alimañas”, en pura abyección.´ Los testimonios de los observadores confirmarían de alguna forma que el famoso cuento de Kafka ha dejado de ser un sueño imaginado y que la biopolítica de domi- nación implantada por los nazis ha tenido éxito. No obstante, desde la perspectiva de Robert Antelme no resulta de ninguna manera posible expulsar al ser humano de la especie. “Estamos a punto de parecernos a todo aquello que lucha solamente para comer y muere por no comer, a punto de nivelarnos con otra especie, que nunca será la nuestra y hacia la cual nos encaminamos”, dice Antelme y añade, como apuntaba al inicio del epígrafe, “pero no hay ambigüedad, seguimos siendo hombres, moriremos siendo hombres. La distancia que nos separa de otra especie 167Dominick LACAPRA, Representar el Holocausto: historia, teoría, trauma (Buenos Aires: Pro- meteo Libros, 2008, pp. 118-119). 168James E. WALLER, Becoming Evil: How Ordinary People Commit Genocide and Mass Killing (Nueva York: Oxford University Press, 2007, p. 208). 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 161 sigue intacta, no es histórica. El hecho de creer que tenemos como misión histórica cambiar la especie es un sueño SS”. Para Antelme, la peor de las víctimas no sirve sino para constatar que “en su peor acción, el poder del verdugo tan sólo puede ser un poder más del hombre: el poder de matar. Él puede matar a un hombre, pero no puede transformarlo en algo distinto”169. Desde esta posición, el testimonio de los observadores no puede servir para certificar algo que en ningún caso puede producirse; algo que, por más que se intente, no será más que una historia kafkia- na, “un sueño SS”. Pero, por otro lado, esta valoración unánime en las narraciones testimoniales del tipo de efectos que tienen las políticas nazis en el interior de los campos no puede ser ignorada. Si los verdugos no tienen la potestad de expulsar a los seres humanos de la especie, de convertirlos en algo distinto a seres humanos, entonces ¿cómo se explica que todos los observadores insistan una y otra vez en declarar a los habitantes de los campos de concentración miembros de una nueva especie sub-humana y que, consecuentemente, den carta de naturaleza al proyecto de deshumanización puesto en marcha por el nazismo? ¿Cómo se explica esta gran coincidencia testimonial? Sin duda, esta concurrencia a gran escala entre los testimonios es indicativa de una experiencia real común, esto es, de una percepción generalizada de un acon- tecimiento o situación concreta, en este caso, la percepción de la experiencia de la deshumanización de las víctimas del nazismo. Pero, ¿quiere eso decir que la des- humanización fue real? Al contrario que Robert Antelme, yo opino que sí. Sí, en tanto que la idea de humanidad se construye performativamente a partir de la con- solidación de una serie de normas que constituyen el núcleo de dicha idea y cuya institucionalización genera exclusiones que contribuyen a expulsar del concepto de humanidad todo aquello que no se ajuste a dichas normas. En otras palabras, desde sus cimientos, toda la idea de humanidad se basa sistemáticamente en la exclusión, en dejar fuera aquello que no se ajusta a la norma170. Pues bien, los nazis consi- guieron efectivamente que sus víctimas fueran percibidas como algo abyecto, como un desecho, como algo que no se ajustaba a la idea normativa de humanidad. En este sentido, la biopolítica nazi de deshumanización tuvo éxito. Pero hay que recalcar una última cosa. Los testimonios de los observadores de- muestran que la deshumanización nazi de las víctimas tuvo éxito porque consiguió que los supervivientes fueran percibidos como miembros de otra especie. Es decir, la cultura perceptiva de estos observadores, lo que Judith Butler denomina “marcos 169R. ANTELME, La especie humana, pp. 225-226. 170Tengo que recordar aquí sendos pasajes sobre esta idea de humanidad de Monique Wittig y Judith Butler, muy aclaratorios y ya citados anteriormente: “Todos tenemos una idea abstracta de lo que quiere decir «humano», aunque lo que denominamos «humano» es siempre del orden de lo potencial, de lo posible, de aquello que no ha sido aún realizado. En efecto, a pesar de su pretensión universal, aquello que ha sido considerado hasta ahora como «humano» en nuestra filosofía occidental sólo se refiere a una minoría de personas: los hombres blancos, los propietarios de los medios de producción, y los filósofos, que desde siempre teorizan su punto de vista como si fuera exclusivamente el único posible” (Monique WITTIG, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, trad. Javier Sáez y Paco Vidarte, Madrid: Egales, 2005, p. 73). “La marca de género está para que los cuerpos puedan considerarse cuerpos humanos. (...) Las figuras corporales que no caben en ninguno de los géneros están fuera de lo humano y, en realidad, conforman el campo de lo deshumanizado y lo abyecto contra lo cual se conforma lo humano” (Judith BUTLER, El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, 1a Ed., México: Paidós, 2001, p. 225). 162 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? del reconocimiento”171, estaba condicionada de tal manera que para ellos resultaba perfectamente factible reconocer el universo simbólico proyectado por el nazismo. Para que esto fuera posible, la ideología nazi que planeó y construyó los marcos de esta deshumanización, tenía por fuerza que compartir una serie de códigos sim- bólicos con la cultura moderna occidental a la que pertenecen estos observadores. Ambos tenían que participar, por ejemplo, de una idea de humanidad no inclusiva, estrecha, cerrada, con poca capacidad para asumir la diferencia y de un horizonte comúnmente reconocible de ritos de polución, esto es, de prácticas abyectas conce- bidas como amenazas para la comunidad. Sólo la existencia de un nexo entre las formas de comprensión simbólicas del nazismo y la modernidad permitiría a los observadores ser capaces de identificar inequívocamente a los seres sub-humanos concebidos exprofeso por el nazismo; sólo un nexo así explicaría que estos obser- vadores hayan prestado en los testimonios una mayor atención a los efectos de la violencia nazi que a la violencia en sí misma. En efecto, el hecho de que los espectadores se hayan preocupado más por enten- der y describir con todo tipo de detalles la zona gris y el estado de deshumanización de los supervivientes, que por comprender cómo han funcionado en este contexto los mecanismos de violencia política a través de los cuales ha sido posible generar tama- ña desestabilización en la identidad de las víctimas, es de alguna forma indicativo de que existen, como señalaba al inicio de esta investigación, “impulsos totalizantes” detrás de las lógicas de la modernidad. En mi opinión, esta actitud es consecuencia de que la zona gris, en tanto que punto de abyección, se percibe como un peligro para la sociedad normalizada, instituida a partir de un proceso de normalización que se asemeja bastante al emprendido por el poder totalitario. Lo que hacen los supervivientes es poner en evidencia la existencia de esta zona gris y, con ella, la vulnerabilidad de las normas sociales, sujetas en todo momento a los efectos de la abyección. Pero, como se ha visto, la reacción de los observadores en este contexto se caracteriza sistemáticamente por ver a los agentes de dicha abyección no como víctimas que dan testimonio de la zona gris, sino como una amenaza, y por ello, sus narraciones tienden a amplificar las diferencias que los separan, en tanto que seres abyectos, de los seres humanos “normales”. En definitiva, los testigos-espectadores de la liberación de Belsen dan carta de naturaleza a la abyección, en lugar de to- marse en serio el reto autocrítico que estos “seres abyectos” ponen sobre la mesa: comprender que toda norma se constituye siempre de forma violenta, que siempre genera exclusión y que aquello que la amenaza al tratar de quebrar sus fronteras, constituye en realidad toda una invitación ético-política a cuestionarse las líneas guía de conceptos excluyentes tales como el de “humanidad”. En fin, el significado último del texto de Robert Antelme cobra en este punto una nueva dimensión: “Porque somos hombres como ellos es por lo que los SS se verán en definitiva impotentes frente a nosotros. Porque habrán intentado cuestionar la unidad de esta especie es por lo que serán finalmente derrotados. Pero su comportamiento y 171La “reconocibilidad” a la que se refiere Judith Butler en Marcos de guerra “caracterizara las condiciones más generales que preparan o modelan a un sujeto para el reconocimiento; los términos, las convenciones y las normas generales «actúan» a su propia manera, hacienda que un ser humano se convierta en un sujeto reconocible (...).Estas categorías, convenciones y normas que preparan o establecen a un sujeto para el reconocimiento, que inducen a un sujeto de este género, preceden y hacen posible el acto del reconocimiento propiamente dicho” a (Judith BUTLER, Marcos de guerra: Las vidas lloradas, 1 ed., Barcelona: Paidós, 2010, p. 19). 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 163 nuestra situación no son más que la exageración, la caricatura extrema –en la que nadie quiere, ni puede sin duda, reconocerse– de comportamientos, de situaciones que se dan en el mundo y que constituyen incluso ese viejo «mundo real» con el que soñamos. Allá, en efecto, todo transcurre como si hubiese diferentes especies –o, más exactamente, como si el hecho de pertenecer a la especie no fuese algo seguro, como si se pudiera entrar y salir de ella plenamente, o no alcanzarla jamás, ni siquiera a costa de sacrificar generaciones–, como si la división en razas o en clases fuese el canon de la especie, manteniendo siempre a punto el axioma, la última línea de defensa: «No es gente como nosotros»”172. 172R. ANTELME, La especie humana, p. 225. 164 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Imagen 4 (IWM BU 3794). Fo- tografía tomada por el sargento Norman Midgley entre el 17 y 18 de abril de 1945. La leyenda que adjunta la AF- PU a reza “Muje- res pelando pata- tas, mientras que en el fondo se apilan los cadá- veres”. Esta foto- grafía fue porta- da en el británi- co News Chroni- cle, el 21 de abril de 1945. La artis- ta y supervivien- te del holocausto Alice Lok Caha- ne se identificó a sí misma años más tarde como una de las “pe- ladoras de pata- tas” que aparecen en esta foto (B. Zelizer, “Gender and Atrocity”, p. 270). Imagen 5 (IWM BU 3803). Fotografía toma- da por el sargento Morris de la AFPU, entre el 17 y el 18 de abril de 1945. La leyenda que la acompaña reza, “Mujeres sentadas en el campo con muertos al fondo”. Imagen 6 (IWM BU 3802). Fotografía tomada por el sargento Morris de la AFPU, entre el 17 y el 18 de abril de 1945. La leyenda que la acompaña reza, “Otra vista de cadáveres esparcidos por el campo”. En este caso, el propio pie de foto no menciona ese recurso de contraposición de escenas antagóni- cas y los supervivientes desaparecen incluso de la descripción textual, pese a encontrarse claramente insertos en la escena, adquiriendo los cadáveres el principal protagonismo. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 165 Imagen 7 (IWM BU 3810). Fotografía reali- zada por el sargento de la AFPU Norman Mid- gley entre el 17 y el 18 de abril de 1945. La le- yenda que la acompa- ña reza “Las botas de los muertos se amonto- naban y utilizaban como combustible”. La imagen de la monta- ña de zapatos de Belsen es una de las más repe- tidas en los testimonios de la liberación. Su fuer- za radica en la efectivi- dad que posee para evo- car la ausencia. En este caso se contrapone con la aparente normalidad del trabajo doméstico fe- menino. Esta imagen fue publicada en el Daily Express el 21 de abril de 1945. Cuatro días des- pués, el 25 de abril, se publicaba en este mis- mo periódico la historia de cómo el cabo John Mason había reconocido a su prometida Marce- lle Denasse gracias a es- ta imagen. Imagen 8 (IWM BU 3808). Fotografía toma- da por el sargento de la AFPU Norman Mid- gley entre el 17 y el 18 de abril de 1945. En la leyenda que la acompa- ña puede leerse, “Esta mujer, demasiado enfer- ma para moverse, duer- me cerca de un cadáver”. Como comentaba ante- riormente, resulta impo- sible distinguir cuál de los dos (o quizás tres) cuerpos representados es el cadáver, lo que activa en la mirada del espec- tador la confusión en- tre la vida y la muerte que es propia del campo de concentración, mate- rializando de esta forma, en cada acto de observa- ción, las propiedades en las que se sostiene la zo- na gris. 166 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Imagen 9 (IWM BU 5460). Fo- tografía tomada por el sargento Hewitt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. El pie de foto reza “Es- cena general de chicas jóvenes y mujeres ancianas preparándo- se para el baño”. La imagen en movimiento, en la que contras- ta el ambiente en penumbra con la luz lateral que entra por la ventana y que ilumina y da vo- lumen al grupo de supervivien- tes, produce un efecto de gran belleza. En una posición más adelantada se observa la som- bra de una silueta masculina, proyectada a contraluz, que se esconde del objetivo del fotó- grafo, casi como si no estuviera allí, pero que vigila y controla toda el proceso y de alguna ma- nera se convierte en protagonis- ta principal, aunque anónimo, del mismo. Imagen 10 (IWM BU 5462). Fo- tografía tomada por el sargento Hewitt entre el 1 y el 4 de ma- yo de 1945. El pie de foto re- za “Lujos preciosos, una toalla limpia y un trozo de jabón”. La cara de sorpresa de las prisio- neras centra la atención del fo- tógrafo. Como en la fotografía anterior, la sombra del perso- nal británico, siempre vigilante, parece reivindicar su presencia silenciosa. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 167 Imagen 11 (IWM BU 5467). Fotografía toma- da por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. El pie de foto reza “Una vez bañadas, las mujeres son rociadas con polvo anti-piojos. Este traba- jo lo realizan un núme- ro de internas, muchas de las cuales eran en- fermeras preparadas an- tes de su deportación, y son supervisadas por el RAMC”. Imagen 12 (IWM BU 5469). Fotografía toma- da por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. El pie de foto reza “Después de re- cibir un baño, las muje- res son ayudadas a su- bir a bordo de un camión que las llevará a sus nue- vos y temporales hoga- res. Un soldado inglés les echa una mano bien dispuesta”. Como en las imágenes anteriores, la ayuda británica se torna otra vez imprescindible en esta representación. 168 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Imagen 13 (IWM BU 5473). Fotografía toma- da por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. El pie de foto reza simplemen- te “Rociándolos con pol- vo anti-piojos”. Imagen 14 (IWM BU 5482). Fotografía toma- da por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945, cuya le- yenda reza “Una traba- jadora de la Cruz Ro- ja habla con una mucha- cha checa que había sido prisionera durante cua- tro años”. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 169 Imágenes 15 y 16 (IWM BU 5474 e IWM BU 5484). Fotografías toma- das por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. El pie de foto de la primera de ellas reza “Vista gene- ral de la sala de baños que una vez fue un es- tablo para las monturas de la caballería de las SS” y el de la segunda simplemente “Vista ge- neral de la sala”. Co- mo puede comprobarse, ambas escenas son ca- si simétricas, presentan- do una composición muy similar, con un punto de fuga oblicuo, así co- mo elementos formales muy parecidos, lo que sin duda contribuye a establecer una compara- ción entre lo represen- tado. La repetición de planos y encuadres en las instantáneas toma- das por los fotógrafos de la AFPU es una conse- cuencia de la sistema- tización de su trabajo, orientada a pautar las series de imágenes reco- piladas y, de esta for- ma, simplificar los cana- les ulteriores orientados a su verifica 170 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Imagen 17 (IWM BU 5478). Fotografía toma- da por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. El pie de foto reza “La suciedad acumulada durante años está siendo fregada” Imagen 18 (IWM BU 5487). Fotografía toma- da por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945, en cu- ya leyenda puede leer- se “Budapest fue su ca- sa. Su casa está en rui- nas, pero esta feliz mujer todavía piensa que tiene mucho por lo que sentir- se agradecida”. 3.1. LA APARICIÓN DE UNA NUEVA ESPECIE SUB-HUMANA 171 Imagen 19 (IWM BU 5479). Fotografía toma- da por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. El pie de foto reza “El capitán W.A. Davis, jefe de la Comisión Estadouniden- se contra el Tifus, exa- mina a uno de los pa- cientes junto al mayor Griffin”. Imagen 20 (IWM BU 5486). Fotografía toma- da por el sargento He- witt entre el 1 y el 4 de mayo de 1945. El pie de foto reza “Por pri- mera vez en cuatro lar- gos años de internamien- to, esta encantadora mu- chacha checa lee la ver- dad, de un periódico bri- tánico”. 172 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? 3.2. Diablos, bestias, inhumanos. Los verdugos o la encarnación del mal. “A la luz de aquel cráneo me pareció descubrir de repente, iluminado como una vasta llanura bajo un cielo resplan- deciente, el problema de la naturaleza del criminal, un ser atávico que reproduce en su persona los instintos feroces de la humanidad primitiva y de los animales inferiores. Así se explicaban anatómicamente las enormes mandíbu- las, los altos pómulos, los prominentes arcos superciliares, las separadas líneas en las palmas de las manos, el tamaño extremo de las órbitas, las orejas sésiles y con forma de asa que observamos en los criminales, en los salvajes y en los simios, insensibles al dolor, de visión extraordinariamente aguda, tatuados, excesivamente indolentes, con una gran afición por las orgías y con un apetito irresistible hacia el mal por el mal mismo, con el deseo no sólo de quitar la vi- da a la víctima, sino también de mutilar su cadáver, rasgar su carne y beber su sangre”. Cesare Lombroso173 “De lo que resulta la imposibilidad de decretar la inhuma- nidad del mal (...). En Buchenwald, las [unidades] S. S., los Kapos, los soplones, los torturadores sádicos, forma- ban parte de la especie humana al mismo título que los mejores, los más puros de nosotros, de entre las víctimas (...). La frontera del mal no es la de lo inhumano, es algo totalmente distinto”. Jorge Semprún174 3.2.1. El nazi loco: el mal demoníaco. La imagen que las sociedades europeas y americana de 1945 tuvieron de los crimina- les nazis estuvo dirigida en todo momento hacia la construcción de una explicación sobre el mal demoníaco, absoluto y extremo que se intuía debía existir detrás de un horror semejante al que se había descubierto cuando los aliados occidentales entra- ron en Buchenwald, Bergen- Belsen o Dachau. Se trataba en cierta medida de poder entender cómo había sido posible algo que para las conciencias morales de occiden- te resultaba desde todo punto de vista incomprensible. El primer y más inmediato intento de comprensión se produjo a través de la construcción de la figura del “nazi loco” a la que se refiere James Waller en su estudio sobre la naturaleza del mal. Tal y como indica Waller, esta imagen se había desplegado ampliamente a través de la propaganda aliada, en la que se retrataba sistemáticamente a los líderes nazis como “diabólicos, siniestros, viciosamente sádicos y lunáticos demoníacamente desquicia- dos”. Esta tendencia a articular la imagen del enemigo como un ente demoníaco no es exclusiva de los aliados, como bien señala Antero Holmila en su estudio sobre la reacción de la prensa británica, sueca y finlandesa ante el holocausto: “La creación de una imagen del enemigo es un proceso psicosocial común en todas las relaciones humanas y en última instancia extendido al nivel de los estados-nación. Fundamentalmente, las imágenes del enemigo dependen de las categorías de «nosotros» y «ellos», puesto que sólo pueden funcionar si se contrastan con los estándares y las normas civilizadas que representa ese «no- sotros». Al contrario que el enemigo, «nosotros» somos los defensores de la ley y el orden, de todo lo que es moralmente correcto y justo. Más aún, «nosotros» 173Gina LOMBROSO FERRERO, Criminal Man according to the Classification of Cesare Lom- broso. Briefly Summarised by his Daughter Gina Lombroso Ferrero. With an Introduction by Cesare Lombroso. Illustrated (Nueva York y Londres: G. P. Putnam’s Sons, 1911, p. xv). 174Jorge SEMPRÚN, La escritura o la vida (Barcelona: Tusquets, 1995, p. 181). 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 173 no sólo estamos defendiéndonos a nosotros mismos, sino a la civilización ente- ra. Tal y como señala Harold Laswell en Propaganda Technique in the World War , un estudio pionero sobre como la imagen del enemigo se filtra a través de la propaganda, el enemigo se retrata como agresivo y militarista haciendo referencia a ejemplos históricos; el enemigo representa la injusticia y la barba- rie, la decadencia moral y la impiedad. Además, al mismo tiempo el enemigo aparece como débil, internamente incoherente e irracional. Por consiguiente, la función de la imagen del enemigo es negar la humanidad enemiga, o en otros sentido, representarlo como una encarnación del mal”175. Esta estrategia de representación del enemigo fue tan efectiva en el caso de la Segunda Guerra Mundial que los profesionales de la salud mental que trataron a los acusados en los juicios de Nuremberg no se cuestionaron en absoluto el hecho de que todos ellos debían padecer algún tipo de psicopatología; únicamente se limitaron a valorar el grado de perturbación psicológica que sufrían. “La idea de que alguno de los acusados pudiera resultar parecerse mucho a la gente normal y ordinaria sencillamente no se consideró. Estaba más allá del campo de lo racionalmente posible. ¿Por qué? Pues en primer lugar porque era y es más cómodo creer que ninguna persona «normal» o «sana» estaría dispuesta a comprometerse en este tipo de atrocidades contra la humanidad. Resulta más sencillo para nosotros tomar distancia de las atrocidades nazis si consideramos a todos los perpetradores como asesinos psicópatas e inherente- mente malvados”176. Esta imagen de los verdugos es precisamente la que despunta en los testimonios de la liberación de Bergen-Belsen que conforman el corpus documental de este traba- jo. Cabe destacar, no obstante, que debido al tono más puramente vivencial que destilan la mayor parte de estas narraciones, los verdugos aparecen como persona- jes secundarios y las reflexiones en torno a su figura suelen ocupar una posición marginal en el desarrollo de la escritura, actuando frecuentemente como conclusión de la narración. Las estrategias de representación del verdugo en estos relatos son significativamente distintas a las estrategias de representación de la víctima, en- tre otras cosas porque su presencia en el campo de concentración en el momento de la liberación y, sobre todo, a medida que van desarrollándose las labores hu- manitarias, es muy limitada. Conviene recordar que los administradores nazis del campo de concentración fueron trasladados a la cárcel de la vecina ciudad de Celle el 29 de abril de 1945, en tanto que buena parte de la documentación que mane- jo aquí fue producida por personal voluntario y sanitario que no llegó al campo hasta después de esa fecha177, por lo que resulta comprensible que la aparición de los verdugos en estos relatos sea significativamente menor. Es por ello que aquí 175Antero HOLMILA, Reporting the Holocaust in the British, Swedish and Finnish Press, 1945- 50 , Houndmills, Basingstoke, Hampshire y Nueva York: Palgrave Macmillan, 2011, p. 23. 176James E. WALLER, Becoming Evil: How Ordinary People Commit Genocide and Mass Killing (Nueva York: Oxford University Press, 2007, pp. 61-64). Sin embargo, como indica este autor, las conclusiones extraídas por algunos de los psicólogos que participaron en la valoración de los acusados en Nuremberg (particularmente, los resultados obtenidos por Douglas M. Kelley tras realizar el test de Rorschach a los acusados, hechos públicos sólo varios años después), acabaron contradiciendo esta visión del “nazi loco” y situando a los criminales dentro del espectro de lo “normal”. 177Destaca sobre todo la documentación producida por los estudiantes de medicina, quienes lle- garon al campo de concentración en los primeros días de mayo, por lo que difícilmente pudieron ofrecer su visión sobre la figura del verdugo (Ben SHEPHARD, «The Medical Relief Effort at Belsen», en Belsen 1945: New Historical Perspectives, ed. Suzanne BARDGETT y David CESA- RANI, Edgware: Vallentine Mitchell, 2006, p. 41). 174 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? la documentación adicional (fundamentalmente la prensa británica y las actas del juicio de Bergen-Belsen) tendrá un peso muy destacado como medio para sortear los silencios testimoniales. No obstante, en algunos de los primeros relatos sí aparecen descripciones más detalladas de los verdugos en las que se aportan datos del aspecto, siempre frío y despiadado, del personal SS y de las mujeres supervisoras que quedaban al mando del campo en el momento de la liberación. A los testigos les gustaba especialmente recrearse en la forma en la que los británicos obligaron a todos ellos, así como a algunos de los kapos al frente de los barracones y de los comandos de Belsen, a cargar y descargar los cadáveres en camiones y depositarlos posteriormente en las fosas comunes. De hecho, algunas de las imágenes más famosas de las tomadas por la AFPU dentro de Bergen-Belsen son precisamente aquellas que muestran al personal SS recién arrestado participar en las labores de saneamiento del campo. Este tema alcanzó una gran popularidad en la prensa178. Como consecuencia de esta labor, muchos de ellos enfermaron de tifus y algunos murieron; otros se suicidaron o fueron disparados al tratar de escapar. Entre estas descripciones me gustaría destacar las dos siguientes, extraídas de los relatos del reverendo Stretch y del capitán Gant respectivamente: “Fueron los alemanes los que dirigieron este campo y otros muchos como és- te, los hombres de las SS con su comandante SS, una bestia enorme y odiosa llamada Josef Kramer. Les encantaba su trabajo y se regodeaban con el sufri- miento que presenciaban, que era como alimento y bebida para ellos. Y había mujeres alemanas al frente de la sección femenina del campo. Yo las he visto con su cara de piedra, rígidas y duras mujeres. Algunas veces se comportaban de una forma más despiadada y diabólica incluso que los hombres. Algunos las llamaban las «Novias del Infierno». Nunca nadie se ha ganado tanto un nombre. Los hombres de las SS podrían muy bien haberse llamado los «Hijos del Infierno» puesto que es ahí donde han vivido durante años sin percatarse, en un auténtico infierno en la tierra para incontables de miles de seres hu- manos que lentamente degeneraban hacia un estado animal y eran entonces entregados a la muerte”179. “Los hombres de las SS están siendo obligados a descargar los cadáveres en los camiones para ser transportados a las fosas. Estos son los Guardias «Directores de la Muerte» que administran el campo. De las mujeres se ha dicho que eran todavía más despiadadas que los hombres. Las he visto arrastrando los cuerpos desde una pila interminable, completamente aterrorizadas, guiadas por supervisores que no mostraban ningún tipo de compasión. Nadie que haya visto este sitio podría tenerla. Toda la escena estaba rodeada por los internos, para los que el espectáculo resultaba terriblemente divertido, y se burlaban y reían cuando uno de los guardias caía sobre un cadáver”180. 178Destaca por ejemplo el artículo publicado en la página 4 del Daily Herald del 21 de abril de 1945 titulado “S.S. Men Had to Bury Slaves”, que se presenta precisamente acompañado por una de las imágenes tomadas por la AFPU en el interior de Belsen, la BU 3780 (imagen 21), en la que aparecen unos guardias de las SS cargando cuerpos en un camión. La misma imagen acompaña el artículo del New York Herald Tribune del 21 de abril de 1945 titulado “SS Men Bury Torture Dead at Belsen Camp”. También el artículo publicado en el neoyorkino Daily Worker el 8 de mayo de 1945 viene acompañado de varias imágenes de la AFPU, dos de las cuales representan precisamente al personal SS cargando cadáveres (las imágenes 22 y 23: BU 4024 y BU 4030). 179“I don’t Know whether I ought to write this”, en IWM Private Papers of Reverend T.J. Stretch, Documents 11561, Ref. 01/30/1, pp. 2-3. 180“This is not going to be a particular cheerful letter” (18 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Captain J. Gant, Documents 9161, Ref. 98/82/1, p. 2. 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 175 Salta a la vista que estos retratos son ante todo caricaturas en las que se deforma de una manera exagerada la perversidad de los verdugos, que se percibe en ellos como intrínseca y natural. Esta deformación resulta especialmente recargada en el caso de las mujeres, cuya figura se llena de atributos especialmente duros me- diante los cuales se pretende resaltar el sadismo innato de estas criminales, que en ellas alcanza límites realmente insospechados en la medida en la que este carácter perverso que se les asocia desvirtúa por completo todo el imaginario de virtudes ligado al ideal de femineidad. En este sentido, su comportamiento dentro del campo de concentración corrompe totalmente este ideal; de ahí que las mujeres- verdugo, calificadas sistemáticamente como más perversas incluso que los hombres, represen- ten a los ojos de los observadores efectivamente lo peor del mal del nazismo. Dice Joanna Bourke en su análisis histórico sobre los violadores, que a las perpetradoras, y especialmente a aquéllas que cometen violaciones, se les ha considerado “mucho peores que sus compañeros de atrocidades masculinos: no sólo eran inhumanas, eran monstruosas. Aun en los casos en los que las mujeres estaban perpetrando abusos no explícitamente sexuales, el mero hecho de que las perpetradoras fueran mujeres sexualizaba sus acciones. Por definición, la actuación femenina era pornográfica”181. Como señala Barbie Zelizer cuando se refiere a las representaciones fotográficas de estas mujeres, “severas, aviesas, enfadadas y con frecuencia maníacas, las perpe- tradoras constituyeron el consciente lado oscuro de la participación femenina en la historia de las atrocidades. Las perpetradoras eran la antítesis de todo lo que re- sultaba conveniente y deseable acerca del comportamiento de género de las mujeres en los campos”182. En muchos de los testimonios, incluso en muchos de aquellos producidos por testigos que no estuvieron frente a frente con los verdugos, los responsables nazis aparecían descritos como una especie de mano invisible, de ente malévolo, abstracto e indefinido que se encontraba detrás de todas las atrocidades materialmente apre- ciables en Belsen. En este sentido, los nazis aparecen con frecuencia representados como una fuerza diabólica, es decir, como dioses malignos con poderes sobrenatu- rales que han sido capaces de construir el infierno en la tierra. En esos términos se expresaba el reverendo Stretch, tal y como he señalado al principio de este epígrafe: “[Las mujeres] algunas veces se comportaban incluso de una forma más des- piadada y diabólica que los hombres. Algunos las llamaban las «Novias del Infierno». Nunca nadie se ha ganado tanto un nombre. Los hombres de las SS podrían muy bien haberse llamado los «Hijos del Infierno» puesto que es ahí donde han vivido durante años sin percatarse, en un auténtico infierno en la tierra para incontables de miles de seres humanos que lentamente degeneraban hacia un estado animal y eran entonces entregados a la muerte”. También en la carta que Jean McFarlane escribía a su madre el 23 de abril de 1945 aparece una descripción similar, aunque más específica: “Los campos de concentra- ción alemanes son el infierno y no sé cómo comenzar a describir los horrores que esos demonios han promovido”183. El mayor general Lyne se expresa en este mismo sentido cuando anota en su diario que “semejante degradación de la mente y del 181Joanna BOURKE, Los violadores: historia del estupro de 1860 a nuestros días, trad. Enrique Herrando Pérez (Barcelona: Crítica, 2009, p. 258). 182B. ZELIZER, «Gender and Atrocity: Women in Holocaust Photographs», p. 252. 183Carta del 13 de abril de 1945, dirigida a su madre, Mrs. Alex J. McFarlane y publicada más tarde en el periódico local Tunbridge Wells Advertiser (4 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1. 176 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? cuerpo humanos se merecen un terrible castigo. Los alemanes deben ser considera- dos responsables. No necesito más pruebas de que el régimen nazi es ciertamente el Anticristo”184. “No son humanos estos alemanes” recogía por su parte el brigadier Robert B. T. Daniell en la entrada del 20 de abril de su diario. Y añadía “no esta- mos luchando contra seres humanos sino contra una encarnación del mal como el mundo nunca ha visto y estoy seguro de que todo esto no haremos más que olvidarlo demasiado pronto”185. Con esta última sentencia, el brigadier Daniell introduce otra fórmula descrip- tiva muy común a la hora de retratar a los verdugos y que, curiosamente, aparecía también en las descripciones de los supervivientes: aquella que hace referencia a la inhumanidad de los verdugos, a su relación distante con la especie humana. Aunque a diferencia de lo que ocurría con los supervivientes, la inhumanidad del verdugo, como se ha visto, aparece asociada a una suerte de divinidad malévola, esto es, a una posición poderosa. Esta relación entre lo inhumano y lo diabólico queda tam- bién expresada en un pasaje de la carta 41 que el proyeccionista Cyril J. Charters envió a su esposa el 18 de mayo de 1945: “¿Tus pensamientos dan vueltas en torno al sufrimiento y a la tortura que han tenido que conducirles tan lenta y dolorosa- mente a estas condiciones? Sí, las palabras bestial, inhumano y diabólico resultan demasiado buenas para describir a los responsables”186. Con esta frase, Charters incorpora un tercer lugar común que despunta en las descripciones de los verdugos y que, nuevamente, estaba notablemente extendido en las descripciones de los supervivientes: la animalidad de los verdugos, su carácter netamente salvaje. No en vano el apodo con el que fue conocido en todo el mundo Josef Kramer, comandante del campo de Belsen, fue “la bestia de Belsen”, mientras que a Irma Grese, cuya figura venía a entenderse como la contrapartida femenina de Kramer, se le llamó “la bestia bella”. De alguna manera, esta inhumanidad y esta animalidad del verdugo están relacionadas con la inhumanidad y la animalidad que se le achacaba también al superviviente en las descripciones de los observadores. De esta forma, víctimas y victimarios aparecen a los ojos de los espectadores afectados por un proceso similar de deshumanización y, en cierta manera, igualados en el interior de la zona gris que queda instalada dentro del campo de concentración. No obstante, tal y como señala Reyes Mate este proceso de deshumanización adquiere un signo distinto para las víctimas y para los verdugos, puesto que “la víctima se siente deshumanizada y no tiene rubor en confesarlo”, mientras que “el verdugo también se había deshumanizado, pero no lo puede reconocer”187. Aunque lo cierto 184“Command of the 7th Armoured Division – The last gallop”, capítulo X de su autobiografía inédita, en IWM Private Papers of Major General Lyne, Documents 13160, Ref. 71/2/5, p. 188. 185Pasajes del diario del brigadier Robert B.T. Daniell recogidos en álbum de recuerdos (entrada del 20 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Brigadier R.B.T. Daniell, Documents 5771, Ref. 67/429/2, p. 1. 186Letter No41, 18 de mayo de 1945, en IWM Private Papers of C. J. Charters, Documents 3103, Ref. Con Shelf, p. 5. 187“El verdugo, a diferencia de la víctima, no estaba dispuesto a reconocer su inhumanidad. Pero esa no conciencia de su inhumanidad es la señal cainita de su destino: un irás (hasta la inhumanidad que destruyes) pero no volverás, un viaje sin retorno porque su buena conciencia la vela la posibilidad de reconocerse humanamente desnudo” (R. MATE, Memoria de Auschwitz, pp. 202-204). Cobran aquí nuevamente sentido las palabras ya apuntadas de Robert Antelme: “Porque somos hombres como ellos es por lo que los SS se verán en definitiva impotentes frente a nosotros. Porque habrán intentado cuestionar la unidad de esta especie es por lo que serán finalmente derrotados” (R. ANTELME, La especie humana, p. 225). 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 177 es que en las descripciones realizadas por los observadores no se aprecia que éstos sean conscientes de la forma tan diferente en la que afecta la deshumanización a unos y a otros. Más bien al contrario, su lenguaje muestra una cierta tendencia a afianzar esa nivelación de la condición humana de víctimas y verdugos dentro del campo de concentración al utilizar categorías muy parecidas para referirse a unos y a otros, lo que a su vez contribuye a apuntalar la zona gris también en el imaginario creado, interiorizado y difundido por los propios espectadores. En fin, desde el punto de vista de los espectadores de la liberación, la personali- dad del verdugo queda así perfectamente definida a partir de estas tres coordenadas (su carácter diabólico, inhumano y animal), salpicadas por supuesto de otros atri- butos puntuales como la crueldad o el sadismo, tal y como refieren Jean McFarlane (“por lo que hemos visto en Belsen podemos poner las manos en el fuego por el amor alemán hacia la crueldad”188), el capitán David C. Colwell (“[La mentalidad alemana] es asombrosa. He visto chicas carcajeándose y lanzando risitas mientras transportaban un cadáver y no era una risa histérica. Las mujeres son unas sádicas y como consecuencia los hombres unos fanáticos. Es algo terrible decir esto de una raza, pero en mi opinión es completamente cierto”189), Miss J. Rudman (“Siempre he odiado a los alemanes en esta guerra, pero ahora que he visto lo que han hecho con esta gente siento que los odiaré para siempre; nunca creerías que una crueldad así puede existir”190), George Walker (“nunca podré entender como los alemanes pudieron ser tan crueles como lo han sido con estas pobres almas [...]. Cuando los guardias alemanes querían un poco de entretenimiento, solían pensar que nada era más entretenido que coger a unas pocas de estas pobres y desafortunadas perso- nas y quemarlas vivas; habían ido incluso tan lejos como para coger a los niños y obligarlos a observar la escena de sus propias madres y sus propios padres siendo in- cinerados vivos”191) o el teniente coronel J.A.D. Johnston (“Me gustaría dejar muy claro en este documento oficial que las condiciones encontradas en Belsen fueron el resultado de una crueldad bestial y deliberada”192). La figura del “nazi loco” quedó también subrayada de forma recurrente en la prensa británica de la época, vehículo documental en el que la figura de los per- petradores fue absoluta protagonista193. A la excitación propagandística propia de los medios de comunicación en tiempos de guerra, se le sumó aquí la curiosidad casi obscena por entender quién se escondía detrás de la máscara del criminal na- zi. El título de un artículo del News Chronicle publicado el 24 de abril de 1945 y escrito por Colin Wills, “Estos nazis torturaron a mujeres y hombres por placer”, 188Relato de Jean McFarlane (1945-1949, posiblemente 1945), en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 18. 189Carta “My dear D.J.B.” (19 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Captain D C Colwell, Documents 15918, Ref. 04/44/1, p. 2. 190Carta “My Dearest Bill” (14 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of Miss J. Rudman, Documents 3109, Ref. 94/51/1, p. 9. 191Carta de George Walker (20 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of G. Walker, Docu- ments 3858, Ref. 84/2/1, pp. 3-6. 192Segunda parte del informe “Administrative Report – Belsen Concentration Camp” (Junio de 1945), teniente coronel J.A.D. Johnston, en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Docu- ments 9550, Ref. 99/86/1, p. 7. 193A. HOLMILA, Reporting the Holocaust in the British, Swedish and Finnish Press, 1945-50, p. 26. 178 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? resulta muy elocuente194. Del grupo de imputados en el llamado juicio de Bergen- Belsen contra Josef Kramer y otros 44 acusados, que se inició en septiembre de ese mismo año en la corte de Luneburgo, los cuatro nombres que más fama adquirie- ron en los tabloides fueron los de Josef Kramer e Irma Grese, por supuesto, y los del Doctor Fritz Klein (“El doctor chalado de Belsen”, como lo llamaban en The Daily Mirror195), acusado entre otras cosas de realizar experimentos médicos y de participar en las selecciones en Auschwitz, y Juana Bormann, famosa por utilizar a su perro contra las prisioneras. La preocupación por comprender al depravado criminal nazi que se encontraba detrás del horror de Bergen-Belsen se remonta a los primeros días después de la liberación. Así, las fotografías tomadas en el campo de concentración a Kramer o al Dr. Klein (imágenes 24 y 25, por ejemplo) pronto se hicieron hueco en algunos de los principales periódicos196. Igualmente, en fecha tan temprana como el 23 de abril de 1945, varios diarios, entre ellos el The Hull Daily Mail y el Derby Evening Telegraph197, se hicieron eco de la entrevista que el corresponsal de guerra Tom Downes realizó a Josef Kramer cuando se encontraba ya custodiado por el ejército británico. Llama la atención que la mayoría de las preguntas que el periodista lanza al recién apresado comandante de Belsen sean de carácter estrictamente personal: dónde había nacido, quiénes eran sus padres, cómo era su vida antes de casarse, si creía en Dios o si se consideraba un “buen alemán”. Una pregunta llama especialmente la atención: “¿Sueña usted por las noches con la gente que ha muerto en su campo?”. De ella extrae Downes el título para su artículo: “El asesino Kramer sin remordimientos”. Y el dibujo del monstruo, de la “bestia”, termina así de redondearse. Esta entrevista pone ya en evidencia lo que constituirá el carácter básico de los juicios morales que se realizarán sobre los inculpados por los crímenes del nazismo: no se trata tanto de juzgar a estas personas por sus acciones, ni siquiera de buscar una explicación a sus actos; lo que interesa al público es más bien conocer la natu- raleza del criminal que se esconde detrás de dichas acciones, entender su condición, su perversidad intrínseca. El artículo titulado “Los peores crímenes de la historia. Millones no están vivos para compartir la victoria” y publicado por el neoyorkino 194“These Nazis Tortured Men and Women for Pleasure”, de Colin Wills, en News Chronicle, Martes 24 de Abril de 1945. 195The Daily Mirror (Sábado 28 de Abril de 1945, no 12903, pp. 4-5). 196La fotografía de Kramer custodiado por los británicos en Belsen apareció en casi todos los periódicos. Por citar algunos: The Daily Mirror (Viernes 20 de Abril de 1945, no 12896, p.1), The Daily Herald ( Viernes 20 de Abril de 1945, no 9096, p.1), News Chronicle (Viernes 20 de Abril de 1945, no 30866, p. 1), The Daily Mail (Viernes 20 de Abril de 1945, no 15275, p.1 y Sábado 21 de Abril de 1945, no 15276, p. 4), The Times (Sábado 21 de Abril de 1945, no 50123, p.8), The Daily Express (Sábado 21 de Abril de 1945, no 14003, p.1), The Press and Journal (Sábado 21 de Abril de 1945, no 28176, p.1) o The Illustrated London News (Suplemento del Sábado 28 de Abril de 1945, p. III), mientras que la fotografía del Doctor Klein realizada por la AFPU puede verse, entre otros, en The Daily Mirror (Sábado 28 de Abril de 1945, no 12903, pp. 4-5), en The Hull Daily Mail (Sábado 28 de Abril de 1945, No 18552, p.1), en el británico Daily Worker (Sábado 23 de Abril de 1945, p.3) y en el americano (Viernes 4 de Mayo de 1945, Vol. XXII, no 107, p. 3). Los rótulos que acompañaban estas imágenes resultaban especialmente locuaces. Así en The Daily Mirror anunciaban a Kramer como el “Comandante de tortura” (“Commandant of torture”), mientras que en The Daily Express lo introducían como “El monstruo de Belsen encadenado” (“The Shackled Monster of Belsen”). De hecho, las primeras y en muchos caso las únicas imágenes que publica la prense sobre Belsen son precisamente la de los “verdugos”. 197The Hull Daily Mail (Lunes 23 de Abril de 1945, no 18547, p.3) y Derby Evening Telegraph (Lunes 23 de Abril de 1945, Vol. CXV, no 19868, p.5). 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 179 Daily Worker el 8 de mayo de 1945 es muy elocuente en este sentido. En él, su autor Samuel Sillen subraya la importancia de “conocer al enemigo” y apunta: “Lo que finalmente necesitamos en estos momentos de regocijo por la caída de Alemania es una comprensión realista del enemigo que ha sido puesto de rodillas. Necesitamos el tipo de consciencia que el tiempo nunca borra. Y su esencia, simplemente, es que no puede haber compromiso entre la humanidad y la barbarie del fascismo”198. Más incisivo resulta todavía el artículo escrito por J.L. Garvin en el Daily Tele- graph & Morning Post, el 26 de abril de 1945 en el que, reforzando ese carácter demoníaco y sobrenatural que se le achaca al nazismo, acusa a Alemania de forjar un régimen satánico, dirigido por la mente más diabólica y perversa de todas, la de Adolf Hitler199. La sociedad a la que le son descubiertos los horrores cometidos por el nazismo no habría suscrito la proposición de James Waller, según la cual “los perpetradores de un mal extraordinario son extraordinarios sólo por lo que han hecho, no por lo que son”200. Todo lo contrario. Como ya se ha visto, los testimonios parecen indicar que no había forma de aproximarse a estos criminales sino era a través de la premisa de que no se trataba de seres humanos normales, sino de seres diabólicos cuya personalidad había sufrido algún tipo de alteración siniestra. Para los observadores de la época era de esto de lo que resultaba necesario dar cuenta y no tanto de las acciones criminales en sí mismas. Por supuesto, en el marco procesal propio del juicio de Luneburgo serán princi- palmente las actuaciones de los acusados las que se encuentren en el punto de mira. De ahí que a lo largo del proceso cobren importancia hechos que, ante la magnitud del horror del que son responsables los acusados, parezcan casi irrelevantes (por ejemplo si golpearon a alguien en un momento dado o si participaron en algún ahorcamiento). Sin embargo, incluso en este contexto sobresalen preguntas simila- res a las formuladas por Downes en su entrevista, que fueron las que mayor calado tuvieron en la prensa. Por ejemplo, el día 9 de octubre el coronel Backhouse, uno de los abogados de la acusación, comenzaba su interrogatorio preguntando a Kramer si creía en Dios. El propósito de esta pregunta en este momento concreto del juicio era verificar en qué medida era posible fiarse del juramente de una persona que ya había faltado a su palabra en varias ocasiones. Sin embargo, la prensa se hizo eco de ella de forma descontextualizada, como si de lo que de verdad tratara el juicio fuera de establecer en qué medida la “bestia” Josef Kramer podía compartir los princi- pios morales de toda una comunidad de creyentes201. Su propio abogado defensor, el mayor Winwood, que basó parte de su defensa en que la actuación de Kramer se había ajustado al principio de obediencia debida, retomó el día 10 de octubre de 1945 la pregunta del coronel Backhouse, y en un sentido similar al periodista Tom Downes cuando le preguntaba si se consideraba un buen alemán, lanzó al acusado 198SILLEN, Samuel. “The Worst Crimes in History. Millions Not Alive to Share Victory”, en Daily Worker , Nueva York, Martes 8 de Mayo de 1945. 199GARVIN, J.L. “How Nazi Germany Has Been Barbarised. Scientific Satanism and World’s Revolt”, en Daily Telegraph & Morning Post, Jueves 26 de Abril de 1945, p.4. 200J.E. WALLER, Becoming Evil, p. 20. 201La anécdota se recoge por ejemplo en el artículo titulado “Gas Chamber Massacre”, publicado en el Dundee Curier and Advertiser (Miércoles 10 de Octubre de 1945, p.3). 180 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? el siguiente interrogante: “Le han preguntado si cree usted en Dios. ¿Cree usted en Alemania?”202. No obstante, ya entonces aparecieron algunos indicios que sugerían que la natu- raleza del criminal nazi no tenía por qué ser tan extraordinaria como se pretendía. Llaman particularmente la atención los artículos que afloran en la prensa descri- biendo el cautiverio de Kramer y sorprendiéndose con el carácter dócil y manso que había mostrado el ex comandante de Belsen en esos momentos203. Esta sumisión resultaba inexplicable y no acababa de encajar bien con la imagen que se estaba proyectando de la “bestia”. Pero sin duda la figura que más desentonaba en el re- trato de Kramer era la de su esposa, Rosina Kramer, que hizo su aparición en la corte de Luneburgo de forma estelar, para participar en el juicio como el único testigo de la defensa en la acusación contra su marido. En mi opinión, la prensa no supo muy bien cómo afrontar la experiencia que aportaba la señora Kramer y particularmente no supo cómo incorporar al retrato público del criminal las decla- raciones que esta mujer realizó sobre su marido, a quien calificó de esposo y padre afectuoso y a quien trató de describir como un hombre con cierta conciencia moral y preocupado por lo que pasaba a su alrededor. Una de sus frases más sonadas fue aquella en la que aseguraba que el comandante le había confesado en una ocasión que no entendía cómo podían dormir tranquilos los responsables de que tantas vi- das estuvieran siendo destruidas 205 . Pero la imagen del hombre “normal”, con una vida privada corriente, no podía encajar con la imagen de la “bestia de Belsen” que había calado en la prensa británica. Por ello la estrategia principal que utilizaron los medios para tratar con Rosina Kramer fue la del descrédito y la burla, siendo retratada sistemáticamente en los tabloides como una mujer frívola y bobalicona. Los periódicos ridiculizaron a Rosina Kramer fundamentalmente en dos ocasiones: primero, cuando se le impidió el paso a la corte el 25 de septiembre de 1945 por no tener entrada, y más tarde, el 10 de octubre de 1945, cuando tras salir del juzgado después de su declaración fue increpada por un grupo de mujeres, una de las cuales, al parecer esposa y madre de varias víctimas de Auschwitz, le propinó una bofetada en la cara204. En el Western Morning News del miércoles 26 de Septiembre de 1945, por ejemplo, aparece la siguiente descripción del primero de estos incidentes: 202Raymond PHILLIPS, Trial of Josef Kramer and Forty-Four Others: The Belsen Trial (Lon- dres, Edimburgo y Glasgow: Hodge, 1949, pp. 173 y 180). La transcripción de las notas ta- quigráficas oficiales del juicio de Belsen es accesible también por internet, en la dirección http://www.bergenbelsen.co.uk/pages/TrialTranscript/Trial_Contents.html (accedido el 17 de marzo de 2014), donde se recoge todo el desarrollo del juicio con mucho más detalle que en la versión editada por Raymond Phillips e impresa en 1949. 203Destacan la breve columna que aparece en la página 3 del Daily Express del Jueves 26 de abril de 1945 titulada “Belsen boss is a meek man now” (“El jefe de Belsen es ahora un hombre dócil”) y el artículo algo más largo publicado ese mismo día en la página 4 del Daily Mirror bajo el título “«The Beast» is tame now” (“«La Bestia» se encuentra ahora domesticada”). Ambas publicaciones se basan en las declaraciones de Edward G. Jenkins, el guardia encargado de vigilar a Kramer mientras se encontraba en prisión. En el artículo del Daily Mirror se hace mucho hincapié en que esta sumisión es el producto de un cambio drástico en la actitud de Kramer, que ha transformado su arrogancia de antaño en docilidad. Cuando explican las declaraciones de Kramer según las cuales decía haberse preocupado por las condiciones de los deportados, escriben la palabra “worried” entrecomillada, dando a entender de alguna manera que esta preocupación no puede tomarse en serio. 204En “Kramer «So Kind»”, The Western Morning News, Miércoles 26 de Septiembre de 1945, p.3. Sobre estos incidentes y sobre la aparición en la escena pública de Rosina Kramer véase también´, por ejemplo, “Frau Kramer Has Her Face Slapped”, en Derby Evening Telegraph, Miércoles 10 de 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 181 “Frau Rosina Kramer, mujer de «la Bestia de Belsen», rompió a llorar cuando le fue negada la entrada al juzgado ayer tras un largo viaje desde Augsburg. Ella había confiado al abogado de su esposo que «fuera lo que fuera lo que hayan dicho de mi marido, yo tengo fe en él. Ha sido muy afectuoso conmigo y mis tres hijos. He escuchado un mensaje en Radio Luxemburgo de que era requerida aquí. ¿Hay algo que pueda hacer?» Vestía un par de preciosas botas rusas. (...)”. Desde el principio esta descripción de la mujer de la “bestia” (como si las bestias pudieran casarse igual que cualquier otra persona), que rompe a llorar cuando se encuentra humillada y agotada a las puertas del juzgado, al que acudía bien dis- puesta a defender la causa indefendible de un marido al que ciegamente describe con cariño, queda profundamente deslegitimada. Y vestir un par de hermosas bo- tas, en el contexto de la Europa destrozada y hundida de la inmediata posguerra, termina de restar credibilidad al personaje y de confirmar lo que en cualquier caso ya se entiende como verdad: las bestias, bestias son. La imagen del criminal nazi como poseído por una naturaleza perversa y demo- niaca, como la encarnación de la bestia, como un mal atávico e indomable, queda reforzada en la serie de sesenta y siete fotografías tomadas en la cárcel de Celle el 8 de agosto de 1945 por la misma sección No 5 de la AFPU que había fotografiado el interior del campo (imágenes 28 a 51)205. Se trata de una serie de instantáneas bastante simples tanto desde un punto de vista formal como compositivo, consis- tiendo básicamente en una sucesión de retratos en planos medios cortos en los que se presenta a los inculpados de pecho para arriba, proyectándose su imagen general- mente sobre una pared cercana de color claro en cuya superficie pueden apreciarse numerosas grietas (probablemente se trata de la pared de la prisión), lo que, unido a la proximidad entre el fotógrafo y el retratado, dota a la composición de muy poca perspectiva. Todo ello ligado a la solidez de las composiciones triangulares y cuadrangulares que enmarcan estos retratos y a una ligera tendencia a la sobre- exposición lumínica en muchas de estas fotografías, repercute en representaciones muy planas y con poco volumen. A través de todos estos rasgos sin duda se inten- ta reforzar el carácter objetivo y poco alegórico de una serie que manifiesta una gran uniformidad, uniformidad que probablemente sea también producto de esta intención de fortalecer la pretendida neutralidad de estas instantáneas206. En general, este tipo de composiciones en las que se fortalece el tono neutro de la representación, en la que aparecen los sujetos retratados de forma individual, sobre un fondo indefinido, sin apenas expresión facial de manera que puedan dis- tinguirse claramente y a simple vista alguno de sus rasgos más característicos, se inscribe plenamente en la tradición fotográfica de los retratos criminales que hunde sus raíces en el siglo XIX. El patrón tantas veces repetido en las fotografías deci- monónicas realizadas en los contextos disciplinarios (cárceles, orfanatos, hospitales Octubre de 1945 y “Kramer’s Wife Has Her Face Slapped”, en Gloucestershire Echo, Miércoles 10 de Octubre de 1945. 205En el archivo fotográfico del IWM, esta serie de fotografías se extiende entre las referencias BU 9678 y BU 9745. 206Unas pocas fotografías desentonan dentro de la serie: se trata de aquéllas en las que aparecen representados Irma Grese y Josef Kramer. Si todos los demás prisioneros son fotografiados una sola vez con un retrato de su rostro, ellos son fotografiados en varias ocasiones: con un retrato del rostro y otro de cuerpo entero y también, curiosamente, posando juntos en tres de las tomas. De esta forma se recalca la importancia que tienen entre todos los arrestados. 182 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? psiquiátricos) que reconocía John Tagg en su libro The Burden of Representation aparece nuevamente aquí: “El cuerpo aislado, el espacio reducido, el sometimiento a una mirada sin re- torno, el examen de los gestos, de las caras y de las expresiones, la claridad de la iluminación y la nitidez del enfoque, los nombres y los números borda- dos. Estas son las huellas del poder, repetidas incontables veces, allí donde un fotógrafo prepara el disparo en la celda policial, en la prisión, en la sala de interrogatorios, en el asilo, en casa o en la escuela”207. Más recientemente Jonathan Finn lo ha descrito en términos similares: “Las fotografías policiales hunden sus raíces en el arte del retrato fotográfico de mediados del siglo XIX. Aquí quedaron definidas las convenciones formales de la imagen: frontal, despejada, mostrando la cabeza y los hombros y, en la medida de lo posible, sin expresión facial. El objetivo era el mismo para los dos tipos de retratos: capturar una representación precisa de la cara del modelo. Se entendía que las fotografías policiales debían ser tan fieles y objetivas como para frustrar cualquier intento posterior del sujeto de evitar una identifica- ción proporcionando un nombre falso u otras informaciones ficticias tras un arresto”208. La enorme popularidad que ha adquirido a lo largo de la historia de la fotografía este tipo de composición a la hora de utilizarse para retratar criminales provoca en el espectador una familiaridad inmediata con el tema: casi no hace falta leer las explicaciones de estas imágenes para darse cuenta de que nos encontramos ante sujetos repudiados por sus acciones, de cuyo anatema no duda aquí el fotógrafo en dejar testimonio con su mirada inmortal. Pero esta familiaridad, este reconoci- miento inmediato del criminal simplemente al identificar las formas culturales que tradicionalmente se han utilizado para representar al delincuente, no hace más que agudizar un problema que se genera en el marco del acto fotográfico, esto es, que los sujetos identificados como criminales por sus acciones, pasen de pronto a poseer una “condición” (la condición de criminales) que de alguna manera puede ser compren- dida y explicada, absorbida por el conocimiento científico como un detritus, en el momento mismo de la fotografía. Jonathan Finn lo explica mucho mejor cuando da cuenta de cómo la imagen fotográfica dejó de funcionar como una “representación” del criminal para funcionar como una “inscripción” del crimen y de la criminalidad, esto es, como un vehículo de producción del conocimiento sobre los criminales: “La cámara originalmente sirvió como una herramienta de representación, cuyo uso se desarrolló dentro de las prácticas de identificación criminal de los cuerpos de seguridad. La fotografía se utilizó para documentar la identidad de los criminales bajo custodia policial. Sin embargo, hacia el final del siglo XIX, la fotografía se utilizó también para el estudio del cuerpo de los criminales”. En efecto, Finn se refiere aquí a los estudios realizados por Cesare Lombroso y Francis Galton, el primero con el propósito de trazar un mapa exhaustivo con las características morfológicas de los criminales, divididos tipológicamente, y el segun- do con el objetivo de confirmar sus teorías sobre la herencia de los rasgos morales, rastreables éstos a su vez en los rasgos físicos de los individuos. Ambos estudios 207John TAGG, The Burden of Representation: Essays on Photographies and Histories. (Hound- mills, Basingstoke, Hampshire y Londres: Macmillan, 1988, p. 85). 208Jonathan FINN, Capturing the Criminal Image: From Mug Shot to Surveillance Society (Min- neapolis: University of Minnesota Press, 2009, p. 2). 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 183 apoyaron sus conclusiones en series fotográficas que son aquí tratadas como mar- cos referenciales indiscutibles en los que se inscribe el criminal. Las fotografías de Lombroso y Galton no tienen por objetivo representar a un criminal concreto, de identificarlo entre todos los demás. Más bien, entre toda una serie de representa- ciones, tienden a seleccionar aquellas que sirvan mejor para explicar la “naturaleza del criminal”, concepto que por supuesto precede a la selección fotográfica. Por eso las llama Finn inscripciones: se trata de inscribir en la imagen lo que ya sabemos (o creemos saber) de los criminales: por ejemplo, que son feos, que tienen las orejas grandes o el mentón muy pronunciado. El problema es que, además, Lombroso y Galton trataron de utilizar estas imágenes como pruebas fehacientes de dicha ins- cripción, es decir, las fotografías seleccionadas arbitrariamente son reivindicadas por su supuesto carácter probatorio, lo que a la larga formula un círculo vicioso del que puede resultar difícil escapar. Pues bien, las fotografías de los criminales de Belsen tomadas en la cárcel de Celle padecen este preciso problema. Para empezar, cabe destacar el carácter gene- ralista de la función pública que adquieren los materiales producidos por la AFPU, que como ya señalé, están orientados hacia la propaganda o hacia la documenta- ción de los grandes hitos de la guerra. En este caso concreto, según aparece en la descripción realizada por el sargento Silverside, fotógrafo a cargo de la serie, los retratos se realizaron a petición del Ministerio de Información, aunque no se sabe con qué fin. Podría pensarse que se realizaron para ser utilizadas en el juicio de Luneburgo para ayudar a la identificación de los acusados, pero lo cierto es que para ello se usó una serie alternativa de fotografías, tomadas por el brazo cinema- tográfico de la llamada Unidad de Reconocimiento del Segundo Ejército Británico (la RECCE Unit). La función de las fotografías de la RECCE adquirió un carácter mucho más concreto, ya que se utilizaron para que los testigos pudieran identifi- car a los acusados cuando prestaron declaración en los meses previos al juicio en forma de afidávit, ante el personal encargado de instruir el procedimiento209. Sin embargo, las fotografías tomadas por la AFPU no tuvieron una función tan clara de forma inmediata. A largo plazo sí han sido ampliamente difundidas con fines de identificación. Así, por ejemplo, en el volumen editado por Raymond Phillips ya en 1949 con las actas del juicio de Belsen, aparecen muchas de estas imágenes entre las ilustraciones como representaciones de algunos de los acusados en el proceso. Hoy en día, se exhiben sistemáticamente asociadas a los nombres de los criminales nazis cuando se rastrea información sobre ellos en internet. Pero originalmente es- tos retratos, tomados seguramente bajo los criterios propagandísticos de la AFPU, tenían más de inscripción que de representación. Se trataba de captar la esencia del mal que se escondía detrás de un fenómeno tan terrible como el de Bergen-Belsen. La dificultad se deriva del hecho de que las caras de los criminales no nos dicen nada en sí mismas. De hecho, algunas resultan aterradoramente corrientes, otras incluso agradables. Pero al observarlas, al saber a quiénes estamos contemplando y, además, al reconocer los convencionalismos formales que se han utilizado a lo largo de la historia en los retratos criminales, enseguida tratamos de “inscribir” en estas 209Esta serie fotográfica, que formaba parte de la lista de pruebas documentales aporta- das en el juicio de Luneburgo con el nombre de “Exhibit 06: Photographs used for por- puses of identification in affidavits” (R. PHILLIPS, "Appendix II", en Trial of Josef Kra- mer and Forty-Four Others, p. 652), puede consultarse en la siguiente dirección web: http://www.bergenbelsen.co.uk/pages/TrialTranscript/Exhibits/Trial_Exhibits_006.html (acce- dido el 2 de abril del 2014). 184 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? imágenes todo lo que sabemos o creemos saber que debe ser un criminal: grotesco, huraño, altivo, arrogante, monstruoso. De nuevo, en el esfuerzo de interrogar estas representaciones y de darles algún tipo de sentido, se aviva aquí el problema de la naturaleza del criminal, cuya condición se nos revela casi evidente en estas imáge- nes, como si hubiera sido imposible no reconocerlos, no ver en su mirada un rastro del monstruo que los habita. Como en tantas otras representaciones de criminales, la mirada y la boca cons- tituyen en esta serie de fotografías dos de las instancias enunciativas fundamentales y, sin duda, están dotadas en sí mismas de un gran significado. La gran uniformidad a la hora de captar estos dos elementos en todas estas instantáneas da cuenta de forma palmaria de su importancia simbólica. Todas las bocas se muestran cerra- das y rígidas, apretadas y tiesas, imprimiendo una gran seriedad y aspereza a los rostros. Ciertamente, esta mueca resulta la más apropiada y políticamente correcta para unos retratos con el contenido temático de éstos. Sin embargo la insistencia en perpetuar este gesto a lo largo de toda la serie, este “devenir objeto” de todos los representados210, arroja algunas dudas al espectador. ¿Es este posado una exigencia del fotógrafo, es consecuencia del estado de ánimo de los retratados o constituye más bien una suerte de actitud política de éstos frente a la cámara? En cuanto a la mirada, aunque representada también con una gran uniformidad, dota de cierto carácter a algunos de estos retratos. En los ojos de los representados puede quizás localizarse el famoso punctum que describe Roland Barthes. Recorde- mos que para Barthes el espectador se relaciona con una fotografía a través de la contraposición de dos elementos: el studium y el punctum. El studium constituye el elemento que el espectador identifica en la imagen haciendo uso de lo que ha apren- dido a lo largo de su existencia: tiene que poner dedicación en ello y su capacidad está determinada por la cultura y los conocimientos que posee, pero el descubri- miento no requiere de ninguna agudeza especial. Para entender el studium de una fotografía el sujeto no debe poseer una agudeza excepcional, sino simplemente unas herramientas culturales estándares que le permitan entender la situación presen- tada, que le permitan identificar un determinado campo a través de los elementos enfocados. En este caso, el studium nos remitiría principalmente al marco referen- cial de la fotografía criminal, tal y como he explicado. El punctum, en cambio, en palabras de Barthes: “Viene a dividir (o escandir) el studium. Esta vez no soy yo quien va a bus- carlo (del mismo modo que invisto con mi conciencia soberana el campo del studium), es él quien sale de la escena como una flecha y viene a punzarme. (...) Ese segundo elemento que viene a perturbar el studium lo llamaré punctum; pues punctum es también: pinchazo, agujerito, pequeña mancha, pequeño cor- te, y también casualidad. El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza)”211. Así, frente al concepto de studium, que implícitamente tiene como protagonista la mirada del fotógrafo (aunque depende, por supuesto, de la capacidad comprensora del observador a la hora de recibir dicha mirada), el concepto de punctum pone el acento en el spectator: en la medida en la que el punctum no puede ser provocado por 210Para Roland Barthes el “devenir objeto” era el proceso según el cual "ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte" (Roland BARTHES, La cámara lúcida: Nota sobre la fotografía, Barcelona: Paidós, 2010, p. 34). 211R. BARTHES, La cámara lúcida, pp. 45-46. 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 185 el fotógrafo (si es una provocación, entonces se desvirtúa su efecto traumatizante), depende de una respuesta concreta del espectador, que no puede ser aprendida ni enseñada, sino que es en cierta medida puramente subjetiva. El punctum es la “marca distintiva de la respuesta del espectador” y puede entenderse también como una “respuesta antiteatral en el sentido de que implica una distinción fundamental, que se remonta a Diderot, entre lo que se ve y lo que se muestra”. En cierta forma, el punctum es un “artefacto del encuentro entre el producto de ese acontecimiento y un espectador u observador determinados”212. Lo que Roland Barthes trata de explicar es que el punctum existe, es decir, que ciertas fotos esconden algo que nos conmueve, aunque ese algo resulte inexplicable y no pueda reducirse a una serie de normas: la única norma es la necesidad de escudriñar las fotografías que nos trastornan en busca de la identificación de ese punctum, cuyo carácter puede ser de lo más diverso. El punctum tiene además otra virtud: crea imaginariamente para el espectador una referencia que no es evidente, que no aparece representada en el cuadro fotográfico. El punctum es sugerente, hace que el espectador imagine cosas que están más allá de la fotografía, que en la imaginación darían vida a los sujetos objetivados que aparecen representados, que animan, por tanto, la fotografía. En la serie de fotografías de la cárcel de Celle, la mirada de los retratados es portadora de una experiencia individual y sugerente, que el espectador capta en el acto mismo de contemplar. La mirada anima así la imagen, la llena de sentido y a la vez de misterio, da al rostro un aire inquietante y abre la representación al producir interrogantes en el espectador. Quizás sean los ojos de los verdugos los que hablen más personalmente al espectador que se detiene a contemplar estos retratos, y aunque su visión se vea mediatizada por aquellos convencionalismos formales a los que me refería antes, seguramente sean también los que comuniquen de una forma más directa y real, pero también más insondable, el significado último del retrato y el “espíritu” del retratado. De ahí que, pese a los intentos de dotar de uniformidad a esta serie, el espectador pueda percibir en última instancia que no todos los retratados comparten una misma naturaleza o que el mal del nazismo responde a criterios que son difíciles de simplificar mediante abstracciones morales y formales. Esta serie de fotografías constituye finalmente una prueba de la victoria aliada sobre el enemigo. El acto de fotografiar al enemigo, un enemigo además caracteri- zado de manera indiscutible como criminal malvado, constituye una estrategia de dominación que sirve para designar sin lugar a dudas a aquéllos que han perdido la contienda y que ahora deben someterse a la voluntad de los vencedores. Éstos hacen gala del poder que han pasado a detentar en virtud de su victoria y se ocultan tras la cámara, desde donde imponen la fotografía a los detenidos y, con ella, su propia visión del mundo. En el acto fotográfico el rostro del vencido queda así señalado, reducido, categorizado y perpetuado como El Rostro del Enemigo. La fotografía por tanto evidencia la dominación del vencedor, la imposición de su poder sobre el ven- cido, que queda expuesto y desnudo ante la cámara. El control de la cámara le da al vencedor también el control de la situación, de las reglas del juego compositivas. El que observa domina; el que es observado, es dominado. El acto de fotografiar se convierte así en un mecanismo de poder, que en este caso sirve entre otras cosas para aliviar la propia culpa de los vencedores al concretar la responsabilidad de todo lo acaecido en la imagen de los vencidos, que son retratados en tanto que “los 212Michael FRIED, El punctum de Roland Barthes, Murcia: CENDEAC, 2008, pp. 20-22. 186 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? culpables”, “los malos”, “los criminales”, “los responsables de la guerra”213. Es decir, estas fotografías proponen una única explicación sobre la culpa al señalar con el dedo a los culpables, al identificarlos inequívocamente, invalidando así cualquier tipo de indagación ulterior sobre el crimen del nazismo y sobre sus responsables. La idea de que detrás del mal del nazismo se esconden monstruos perversos, dia- bólicos e inhumanos no empezó a superarse hasta la década de 1960. Como sugiere Stephen Miller en su artículo “A Note on the Banality of Evil”, estas consideracio- nes sobre la maldad nazi se cuestionaron por primera vez a raíz de la publicación en 1961 del famoso libro de Hannah Arendt sobre el juicio a Adolf Eichmann, en el que la filósofa acuñó la expresión que ha pasado a la historia de “la banalidad del mal”. Según Miller, la idea del mal que encerraba la formulación arendtiana era casi completamente nueva; surgida al calor de la experiencia del holocausto, venía a superar tanto la concepción pre-ilustrada del mal que situaba su origen en fuer- tes pasiones (orgullo, ambición, envidia, odio), como la concepción ilustrada que lo situaba en el marco de las injusticias sociales214. El concepto de banalidad del mal de Arendt hay que entenderlo principalmente referido al carácter de los cri- minales que participaron en el exterminio masivo de miles de seres humanos, a los que la filósofa, basándose en sus impresiones sobre Adolf Eichmann, describe como extraordinariamente normales, vulgares y ordinarios. Arendt sitúa el origen de la complicidad con el crimen en el imperativo de obediencia a la autoridad que guiaba la moralidad nazi, así como en la imbricada lógica burocrática que impregnaba todo el sistema político-administrativo del Tercer Reich, permitiendo de esta forma que las responsabilidades ante determinados actos se encontraran muy diluidas. Este concepto tendrá un recorrido muy amplio, desarrollándose posteriormente en obras históricas de importante calado tales como la ya clásica Aquellos hombres grises: el batallón 101 y la Solución Final en Polonia, de Christopher Browning, en la que el autor explora de manera compleja las causas y condiciones que hicieron posible que un grupo de hombres corrientes de Hamburgo se convirtieran en asesinos de masas215. Esta noción arendtiana destruye los mecanismos de distanciamiento con el mal a los que se refería Waller: después de los campos de concentración queda claro que el paraguas de la “normalidad” no salva a nadie de mancharse las manos y convertirse en criminal. En otras palabras, el mal del nazismo pone en evidencia que no es posible instaurar esa distancia entre un “nosotros los inocentes” y un “ellos los culpables”. La banalidad del mal significa que nadie está libre de convertirse en un criminal, si se dan las circunstancias adecuadas. Al igual que los criminales nazis, que eran gente común y “normal”, cualquiera de nosotros es potencialmente capaz de perpetrar las más perversas atrocidades. Precisamente, esto es a lo que da nombre Hannah Arendt. Pero esta es una verdad a la que los testigos de la liberación de 213Decía Susan Sontag que “fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. Significa establecer con el mundo una relación determinada que parece conocimiento, y por lo tanto, poder” (Susan SON- TAG, «En la caverna de Platón», a en Sobre la fotografía, trad. Carlos Gardini, 3 ed, Barcelona: Debolsillo, 2010, p.14). Decía también que “las fotografías objetivan: convierten un hecho o una persona en algo que puede ser poseído” (Susan SONTAG, Ante el dolor de los demás, Madrid: Santillana, 2003, p. 94). 214Stephen MILLER, «A Note on the Banality of Evil», en The Wilson Quarterly Vol. 22, n 4 (1998): pp. 54-59. 215Christopher R. BROWNING, Aquellos hombres grises: el batallón 101 y la Solución Final en Polonia, trad. Montse Batista (Barcelona: Edhasa, 2002). 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 187 Bergen-Belsen no querían hacer frente y por eso se empeñaron en construir una muralla que los separara de manera tajante de los verdugos. Para ello se valieron de las categorías descriptivas que he mencionado antes, todas ellas muy próximas a la noción de mal diabólico que había servido para explicar el mal del nazismo antes de que se hiciera popular la idea de la banalidad del mal arendtiana. 3.2.2. ¿Quiénes son los culpables? Premeditación y complicidad con el crimen. Además de la identificación de los verdugos con la figura del “nazi loco”, con la encarnación humana del mal más absoluto, más diabólicamente perverso, otra de las constantes que aparece en los testimonios analizados en relación a los perpetradores es la firme creencia en que sus acciones tenían por objetivo directo el exterminio en masa. Las descripciones de los testigos prestaron una enorme atención a la cuestión de la consciencia y la premeditación que existía detrás de las acciones llevadas a cabo por los verdugos con el objetivo de determinar si existió o no una voluntad específica de perpetrar en Belsen un asesinato en masa utilizando como armas el hacinamiento, la enfermedad y el hambre. Esta preocupación se reveló especialmente significativa en el marco de los preparativos del juicio de Bergen- Belsen, como es natural. Así, por ejemplo, en la deposición realizada por el teniente coronel J.A.D. Johnston el 29 de mayo de 1945, destaca la siguiente declaración: “En mi opinión, todos aquellos en algún modo responsables de ordenar o llevar a cabo órdenes que hicieran posible la situación descrita anteriormente debían forzosamente haber sabido que estaban destinadas a provocar muertes en una escala gigantesca, y que dichas muertes serían el único resultado posible fruto de aquellas órdenes y de su puesta en práctica. En pocas palabras, estas órdenes y su puesta en práctica dispusieron el exterminio en masa”. Esta deposición sería recogida más tarde como prueba de la acusación en el juicio de Belsen, aunque estuvo envuelta en una polémica que afectaba precisamente al párrafo antes mencionado (el párrafo ocho) y a los dos siguientes (los párrafos nueve y diez), muy similares. Efectivamente, durante el juicio, el abogado defensor de Kramer, el mayor Winwood, expuso sus objeciones a la hora de que la Corte aceptara como válida la información que aparecía en estos epígrafes. El propio fiscal militar dijo encontrar bastante objetable el párrafo diez, en el que el teniente coronel Johnston expresaba la siguiente opinión: “No puedo imaginar a ningún oficial, ni a ningún otro rango médico o de cualquier otro tipo, hombre o mujer, obedeciendo órdenes que condujeran a la situación anteriormente descrita y cualquiera de los oficiales u otros rangos comprometidos en la medida que sea con el Campo debía haber sabido que estaba tomando parte en un asesinato masivo”216. Ante estas objeciones, el coronel Backhouse, que actuaba como fiscal en el proceso, aceptó no incluir este párrafo como evidencia y es por ello que ni siquiera aparece recogido en las actas del juicio. Los otros dos párrafos, el ocho y el nueve, fueron leídos ante la Corte, la cual decidió admitirlos como comentarios aceptables proce- dentes de un oficial médico, pero omitiendo las referencias que aparecían en las que Johnston se refería a la complicidad de los procesados con el exterminio masivo. 216Deposición del teniente coronel J.A.D. Johnston, “In the Matter of War Crimes and Atrocities at Belsen”, en IWM Private Papers of Lieutenant Colonel SG Champion, Documents 2323, Ref. 93/11/1, p. 2. 188 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Esta polémica ilustra perfectamente esa preocupación por comprender el grado de premeditación que existía en las acciones de los acusados en relación con el asesi- nato masivo, una premeditación que de demostrarse, como es lógico, podía traer consigo graves consecuencias judiciales217. Por otro lado, en los testimonios la figura del verdugo no siempre queda con- cretada en los guardianes de Belsen, en los kapos o en cualquier otro responsable directo de las atrocidades del campo. El ámbito de la responsabilidad se amplía con frecuencia al pueblo alemán en su conjunto. Destaca por ejemplo el artículo “Nazi Mass Murders on Eve of Defeat Prepare for New War” publicado en el Daily Worker neoyorkino el 19 de abril de 1945 en el que se afirma que “sólo en la medida en la que nos demos cuenta de lo profundamente arraigado que se encuentra este animalismo en la nación alemana podremos afrontar la tarea de terminar con todos los vestigios del fascismo”218. También uno de los titulares que aparecen en el Daily Herald del 19 de abril de 1945 reza “Reeducando a Alemania: lección primera” y se utiliza para explicar una fotografía en la que aparecen habitantes de Weimar obligados a visitar Buchenwald para presenciar las atrocidades219. No en vano esta imagen de los “alemanes reeducados”, obligados a ser testigos de la barbarie o incluso forzados a participar en las labores de saneamiento de los campos liberados, es una de las preferidas por la prensa británica. De alguna forma este tipo de historias refuerzan la idea de la complicidad del pueblo alemán y de su maldad intrínseca y avalan el papel aleccionador de las naciones aliadas, llamadas a convertirse en jueces. Así pues, el argumento de que todos los alemanes fueron cómplices de los crí- menes del nazismo no se lo debemos a Daniel Goldhagen, por más que su hipótesis haya adquirido algunos matices bien conocidos220. En cierto modo, con varias dé- cadas de retraso, Goldhagen da carta de naturaleza a la retorcida imagen que los espectadores de la liberación de Bergen- Belsen, instigados por el efecto de va- rios años de inmersión en la propaganda aliada, tenían de los alemanes corrientes. Antero Holmila da buena cuenta de cómo se inscribió en la prensa británica esta tendencia a identificar al conjunto de todos los alemanes con el mal más absoluto, tendencia a la que este autor se refiere como “vansittartismo”, en honor al barón Robert Vansittart, diplomático británico conocido por sus opiniones duras contra Alemania, a la cual consideraba militarista y agresiva por naturaleza. Según Hol- mila, la identificación de los alemanes como culpables apenas fue cuestionada en los 217R. PHILLIPS, Trial of Josef Kramer and Forty-Four Others, pp. 44-47). 218“Nazi Mass Murders on Eve of Defeat Prepare for New War”, en el Daily Worker (Nueva York), Jueves 19 de Abril de 1945, p. 5. 219En The Daily Herald, Jueves 19 de Abril de 1945, p.1. 220Las tesis suscritas por Daniel Goldhagen en su famoso libro Los verdugos voluntarios de Hitler: los alemanes corrientes y el Holocausto (Madrid: Taurus, 1997) sobre las causas del holocausto y sobre el carácter antisemita del pueblo alemán, han sido ampliamente discutidas en los siguien- tes trabajos: Geoff ELEY, ed., The «Goldhagen effect»: History, Memory, Nazism. Facing the German past (Ann Arbor: University of Michigan Press, 2003); Federico a FINCHELSTEIN, ed., Los alemanes, el Holocausto y la culpa colectiva: el debate Goldhagen, 1 ed (Buenos Aires: Eudeba, 1999); Bernard RIEGER, «“Daniel in the Lion’s Den?” The German Debate about Gold- hagen’s “Hitler’s o Willing Executioners”», History Workshop Journal, n 43 (1997): pp. 226-33; Volker ULRICH et al., La controversia Goldhagen, trad. Elisa Renau y Manuel Canet (Valencia: Alfons el Magnànim, 1997); VV.AA., «La controversia Goldhagen. Los alemanes corrientes y el Holocausto», Suplemento Debats 61 (Otoño de 1997): p. 205. 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 189 principales periódicos221. Recuperando algunas de las citas señaladas más arriba como aquella en la que Jean McFarlane suscribía “por lo que hemos visto en Belsen podemos poner las manos en el fuego por el amor alemán hacia la crueldad”, o en la que el capitán David C. Colwell apuntaba “[La mentalidad alemana] es asombrosa. He visto chicas carcajeándose y lanzando risitas mientras transportaban un cadáver y no era una risa histérica. Las mujeres son unas sádicas y como consecuencia los hombres unos fanáticos. Es algo terrible decir esto de una raza, pero en mi opinión es completamente cierto”, o en la que Miss J. Rudman indicaba que “siempre he odiado a los alemanes en esta guerra, pero ahora que he visto lo que han hecho con esta gente siento que los odiaré para siempre”, etcétera, es fácil apreciar que estos testigos no se están refiriendo aquí ni a Josef Kramer, ni a Irma Grese, ni a Adolf Hitler, ni a Heinrich Himmler, ni a Adolf Eichmann, ni a ningún otro implicado directa o remotamente en la organización de los crímenes del nazismo, sino al con- junto de los alemanes, a los alemanes en tanto que pueblo. No se trata de que todos los alemanes hayan podido ser responsables “políticos” de la tragedia, en el sentido esgrimido por Karl Jaspers en su famosa obra sobre la culpabilidad alemana222. Se trata de que todos los alemanes son entendidos como radicalmente perversos, como si la esencia de lo germano fuera la maldad en estado puro. En definitiva, de acuerdo con los testimonios analizados, pareciera como si los alemanes estuvieran biológicamente condicionados para hacer el mal. Es desde este prisma desde el que me gustaría comenzar a analizar uno de los pasajes que más me han impresionado de todos los testimonios del IWM que he estudiado. Se trata de un extracto de las notas elaboradas por el brigadier Robert B. T. Daniell sobre los acontecimientos que vivió dentro del Grupo 21 del Ejército (21 Army Group) desde que cruzaron el Rin hasta que llegaron al Elba. Al parecer, el brigadier Daniell fue uno de los primeros soldados aliados en entrar en el campo de concentración de Bergen-Belsen, hecho que menciona en su diario de guerra ya el 17 de abril de 1945. La anotación que me gustaría destacar aquí, no obstante, se refiere a la visión que él tiene de los alemanes en general, a los que identifica en su conjunto como los perpetradores y a los que, como ya indiqué algo más arriba, describe como seres inhumanos, como una encarnación del mal (“No son humanos estos alemanes (...). No estamos luchando contra seres humanos sino contra una encarnación del mal como el mundo nunca ha visto y estoy seguro de que todo esto no haremos más que olvidarlo demasiado pronto”). En concreto, el pasaje que me gustaría recalcar es el siguiente: “Estas gentes son salvajes, todos y cada uno de ellos y están todavía estancados en la idea de que son la Raza Elegida. Tres días antes de que alcanzáramos el Elba un alemán fue a nuestro intendente y pidió protección para su hija, que según él había sido violada por un prisionero de guerra ruso. El intendente dijo que aquello no le interesaba, que era exactamente lo mismo que los alemanes habían hecho a los rusos y a los polacos durante años. A lo que el sorprendido alemán respondió, «Oh, pero eran pueblos conquistados». Son animales estos alemanes y no dejes que nadie te diga lo contrario. No debe haber ningún tipo de compasión hacia ellos. Ya andan gimoteando por ahí: intentarán quejarse 221A. HOLMILA, Reporting the Holocaust in the British, Swedish and Finnish Press, 1945-50, pp. 28-30). 222Karl JASPERS, El problema de la culpa: sobre la responsabilidad política de Alemania, Pen- samiento Contemporáneo 52 (Barcelona: Paidós, 1998). 190 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? todo el camino hasta que estalle otra guerra. No debe haber compasión de ninguna clase”223. Lo interesante de este pasaje, entre otras cosas, es como una descripción de los alemanes en tanto que perpetradores, que pretende llamar la atención sobre su maldad intrínseca y sobre su arrogancia, acaba convirtiéndose de una manera tan palmaria en un retrato claro y nítido de los observadores, tanto del propio testigo que relata como de alguno de sus compañeros. El problema es que la imagen que proyecta el brigadier Daniell sobre los espectadores resulta de lo más inquietante. Destaca para empezar la expresión que utiliza para introducir el relato que el alemán realiza de la violación de su hija. La expresión que aparece en el texto original es “he said”, “él dijo”, que yo he traducido como “según él”: “a German came to the QM and asked for protection for his daughter, who he said had been raped by a Russian POW” (“un alemán fue a nuestro intendente y pidió protección para su hija, que según él había sido violada por un prisionero de guerra ruso”). El testimonio pone el acento así en la voz del alemán. No hay pruebas de la violación. Es necesario fiarse de la palabra de un sujeto que en este testimonio aparece representado como un necio arrogante y que pertenece a un pueblo que es la encarnación misma del mal. No es difícil darse cuenta de que el uso de esta expresión sirve para sembrar la desconfianza en el lector y que éste no se crea demasiado deprisa lo que cuenta el alemán. De lo contrario, nótese como cambiaría el sentido de la oración, que tomaría una dirección más asertiva, si se suprimieran estas simples dos palabras: “who had been raped by a Russian POW” (“que había sido violada por un prisionero de guerra ruso”). Pero tal y como está redactada esta anécdota la veracidad de la violación se pone en entredicho. En otras palabras, el relato contribuye a la negación del crimen y, además, de un tipo de crimen que ha sufrido una ocultación particularmente destacada a lo largo de la historia (y que en el contexto de la guerra, especialmente en aquellos interludios bélicos en los que se reducía la intensidad de las batallas, ha tenido siempre una gran incidencia y se ha utilizado sistemáticamente para atentar contra la integridad de género de los grupos designados como enemigos)224. La figura del intendente que aparece en este relato resulta particularmente con- trovertida. No sólo se niega a escuchar al alemán, sino que rechaza investigar la denuncia y lo despacha de la forma más tajante, con el mayor de los desprecios, recordándole con rencor los males que los alemanes habían infringido a otras per- sonas. La torpe respuesta del alemán causa la indignación del brigadier Daniell que 223Pasajes del diario del brigadier Robert B.T. Daniell recogidos en álbum de recuerdos (entrada del 20 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Brigadier R.B.T. Daniell, Documents 5771, Ref. 67/429/2, p. 5. 224“Históricamente, parece verosímil establecer una relación causal directa entre el combate militar y la violencia sexual. Desde la guerra civil americana de la década de 1860 en adelante, cuanto más próximo estaba un conflicto de parecer una «guerra total», es decir, un conflicto librado por ciudadanos soldados sin que exista una distinción clara entre el frente doméstico y la zona de combate, más aumentaba la probabilidad de que se produjeran brutalidades, entre ellas la violación de mujeres enemigas. Los conflictos más enconados del siglo XX han proporcionado ejemplos claros de esta propensión”; “Cuando las fuerzas aliadas entablaban combates intensos, como en el período trascurrido entre los desembarcas del Día D en Normandía en junio hasta finales de julio de 1944, los índices de violación también eran bajos. No obstante, esta situación podía cambiar con extrema rapidez. Así sucedió en Francia entre agosto y septiembre de 1944 y en Alemania durante marzo y abril de 1945, cuando los combates fueron mucho menos intensos y se establecieron amplios contactos entre las tropas y las ciudades recién liberadas” (J. BOURKE, Los violadores, pp. 239-240). 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 191 da testimonio de este encuentro. El episodio le sirve para reforzar un sentimiento que había asomado también en las páginas de su diario: los malvados alemanes no merecen compasión. Desde luego, esta historia da cuentas de un alemán altivo, que desdeña los sufrimientos de aquellos a los que no es capaz de mirar como seres humanos, sino como “pueblos conquistados”. Pero sobre todo da cuentas del rencor y del odio del que se había estado alimentando el personal militar aliado, de su intolerancia e intransigencia, de sus prejuicios, de su negligencia a la hora de lidiar con un problema tan extendido como el de los abusos sexuales en el frente de ba- talla, de su incapacidad para percatarse de las víctimas que también ellos dejaban al borde del camino, de su tendencia a distinguir un “otros” de un “nosotros” (en este caso, esos “otros” son los alemanes, metidos todos ellos en el mismo cajón) y a deshumanizarlos mediante distintas categorías lingüísticas y a través de acciones violentas. Este testimonio da cuenta así de lo peligroso que puede resultar demo- nizar al enemigo, en la medida en la que esa demonización puede servir de excusa para ignorar o incluso perpetrar cualquier otro tipo de atrocidad225. Igualmente, este relato pone en evidencia que en muchos sentidos la condición moral de los aliados no difería tanto de la de los alemanes, que todos ellos habían alimentado la separación radical entre aquellos a los que consideraban amigos y los que consi- deraban enemigos y que sobre estos últimos, distinguidos siempre por sus formas animales e inhumanas, no cabía ningún tipo de misericordia, sino más bien todo lo contrario: que cayera sobre ellos todo el peso de la desgracia, que sufrieran, que fueran violentados, que su identidad se viera resquebrajada226. La facilidad con la que los testigos son capaces de culpar al pueblo alemán en general y de imponer la necesidad de reeducarlo, contrasta aquí con su incapacidad para cuestionarse su propia responsabilidad o la de los estados aliados. Esta inca- pacidad queda recogida en el análisis de Antero Holmila sobre la prensa británica, que señala entre las excepciones el caso de una carta publicada en The Times el 21 de abril de 1945, escrita por el parlamentario Stephen King-Hall, en la que acusaba a las democracias de haber enviado a sus emisarios con siete años de retraso, y el artículo publicado en The Daily Mirror y titulado “Atrocities – Are these men guilty?”, en el que se cuestionaba la pertinencia de extender la culpa al conjunto de los alemanes por el mero hecho de “saber” (como hacía, por ejemplo, un artículo publicado en el Daily Telegraph el 2 de mayo de 1945227), señalando: “¿Podemos decir que Lord Halifax es moralmente responsable? Él sabía y sabiendo, cenó y brindó con los líderes nazis... durante aquellos seis años nosotros los mantuvimos 225En esta línea, otro testimonio que da cuenta de cómo la demonización del enemigo se utiliza de manera auto- exculpatoria y acrítica queda reflejado en el artículo “Devil’s Advocacy”, publicado en el Dundee Courier and Advertiser (Martes, 9 de Octubre de 1945, p.2) en el que el autor rehúsa hacer frente a la acusación vertida contra los británicos durante la defensa de Kramer de ser “los primeros en establecer un campo de concentración”, aduciendo simplemente que aquellos campos no tenían nada que ver con los horrores de Belsen. Este tipo de argumentos adquirirá más tarde una gran popularidad a la hora de eludir las propias responsabilidades criminales. 226No es el único testimonio que destaca en este sentido. Por citar un segundo ejemplo, la enfermera militar Kathleen J. Elvidge, que sirvió en el 29 British General Hospital, una de las unidades médicas que participó en las tareas de rescate de Belsen, aseguraba que “si antes tenía una pizca de simpatía por los alemanes, ahora ha desaparecido completamente. Creo que toda la nación debería ser aniquilada y extirpada de la faz de la tierra” (IWM Papeles Privados de Mrs. Kathleen J. Elvidge, Carta “My darling...” [26 de Mayo de 1945], Document 1029, Ref. 89/10/1). 227“Germans Knew All About Camps, Says Lord Simon”, en The Daily Telegraph and Morning Post, Miércoles 2 de Mayo de 1945. 192 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? en el poder y les otorgamos nuestra autoridad moral”228. También en el londinense Daily Worker aparece un artículo firmado por William Rust en el que se cuestio- na la responsabilidad británica: “Admitamos la vergonzosa verdad. Gran Bretaña sabía de estos campos y permaneció en silencio, apartó su mirada. Los alemanes antifascistas nos contaron estos horrores, famosos demócratas de todas las naciones, nos llamaron a la acción hombres y mujeres de las ciencias y las letras, de la ley y la religión, pero nosotros no escuchamos”229. En esta misma línea, quizás la única excepción entre la documentación del IWM aparezca en la carta que la periodista Mea Allan escribió el 10 de junio de 1945 en la que se aproximaba de manera somera a la responsabilidad británica cuando se cuestionaba la responsabilidad de los alemanes corrientes: “Una pregunta que me han hecho muchas veces es ¿eran conscientes los ale- manes que estos horrores se estaban produciendo? Es una pregunta difícil de responder, aunque por supuesto los alemanes sabían bastante bien que existían espacios como los campos de concentración. Aunque era raro, algunos internos fueron puestos en libertad y alguna vez sucedió una fuga, y las historias de estas personas llegaron incluso a Gran Bretaña, ya que se escribieron libros sobre los campos. Me imagino que no hicimos nada por dos razones, una que la mayoría de los prisioneros (sólo la mitad en el caso de Belsen) eran judíos, y en segundo lugar porque inmiscuirse en los métodos carcelarios de otro país habría constituido una declaración de guerra. En lo que se refiere al propio Belsen, un campo habitado por tanta desesperación y tanto espanto, resultaba imposible poder ver algo desde fuera”230. La pregunta acerca de si los alemanes sabían o no lo que estaba pasando se repite una y otra vez en esta serie documental231. Pero a Mea Allan hay que concederle el mérito de poner sobre la mesa la importante cuestión de la responsabilidad aliada (o, al menos, de la responsabilidad británica), que la periodista plantea en paralelo a la responsabilidad alemana. Sin embargo, llama la atención como Allan, a medida que va desplegando su explicación sobre la complicidad de los alemanes corrientes con los crímenes nazis y a medida que va percatándose de que, en cierta medida, esta complicidad tiene mucho que ver con ciertas formas de inacción política que descubre en su propia casa, en la casa aliada (“no hicimos nada”), va tratando de suavizar esta responsabilidad, reduciendo la capacidad de acción primero de los observadores aliados (“inmiscuirse en los métodos carcelarios de otro país habría constituido una declaración de guerra”) y después, de todos los observadores en ge- neral (“En lo que se refiere al propio Belsen [...] resultaba imposible poder ver algo desde fuera”). Al final, como muestra este pasaje y el artículo arriba citado del The Daily Mirror, poner en relación la responsabilidad de los aliados con la responsabi- lidad de los alemanes corrientes, en lugar de para reconocer que esta complicidad 228A. HOLMILA, Reporting the Holocaust in the British, Swedish and Finnish Press, 1945-50, pp. 29-30. 229RUST, William. “The Death Camps”, en Daily Worker, Londres, Sábado 21 de abril de 1945, p.2. 230“MEA 4: Letter to Jean” (10 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Miss Mary Eleanor Allan, Documents 3100, Ref. 95/8/1. 231Por mencionar un ejemplo, en la entrada correspondiente al 25 de abril del diario de Molly Silva Jones puede leerse: “Las mujeres fueron obligadas a marchar desde Hanover tres semanas antes de que los ingleses llegaran a Belsen. Recorrían 25 millas cada día, cuando muchas de ellas habían estado meses encerradas sin caminar más allá de los alrededores del patio de la prisión. Los alemanes debieron verlas pasar a través de las ciudades y de los pueblos, debían saber que aquellas que caían al borde del camino eran arrojados en zanjas” (Extractos del diario de Molly Silva Jones, en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 9). 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 193 con el crimen no debe entenderse como una particularidad nacional, sino como un fenómeno cultural a gran escala, como una acción plenamente humana232, acaba sirviendo prácticamente para poco más que para desviar la atención sobre la propia pasividad de los alemanes. Por resumir, en lo que se refiere a los verdugos, los testimonios de los espec- tadores de la liberación de Belsen, cuyos silencios he tratado de completar aquí con la información que proporcionan algunas publicaciones periódicas británicas así como con las actas del juicio de Luneburgo, reproducen la imagen de unos per- petradores demoníacos, natural y absolutamente malvados, perversos y feroces, con el asombroso poder de reproducir el infierno en la tierra. Retratados como bestias e inhumanos, los verdugos quedaban en estos testimonios lingüísticamente igualados a las víctimas, como si el proceso de deshumanización que se desplegó en el inte- rior del campo de concentración hubiera afectado a ambos en el mismo sentido. En cierta forma, por tanto, los discursos de los espectadores reforzaban la existencia de una zona gris dentro del área de las alambradas, en la que no era posible distinguir a las víctimas de los verdugos. Las narraciones de los espectadores muestran, ade- más, una ostensible incapacidad para identificar de manera concreta a los culpables y tienden más bien a extender (y consecuentemente a diluir) la responsabilidad criminal. Paralela y contradictoriamente, el empeño por ampliar el espectro de cul- pables no deriva, salvo en contadas excepciones (fundamentalmente procedentes del periodismo), en una actitud autocrítica que les lleve a cuestionarse su propia responsabilidad en la tragedia, ya sea como elementos activos o pasivos de ésta. Finalmente, la caracterización del verdugo como “malo malísimo”, esto es, como ser naturalmente perverso que se encuentra más allá de toda compasión, permite a los observadores disculpar sus propias responsabilidades. 232En un sentido similar se expresó Christopher Browning en un artículo publicado en The Chro- nicle of Higher Education en 1996 al señalar que “Cualquier intento por comprender a los per- petradores del Holocausto –no sólo a los alemanes, sino a todos aquellos que participaron en la maquinaria de destrucción– requiere una investigación de la naturaleza humana. Aportamos poco a nuestra capacidad para entender tanto el Holocausto como otros sucesos de asesinatos y geno- cidio aparecidos en la primera página de nuestros periódicos diarios si ignoramos esta cuestión” (Christopher R. BROWNING, «Human Nature, Culture, and the Holocaust», The Chronicle of Higher Education, 18 de octubre de 1996, p. 72). 194 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Fotografías de la AFPU aparecidas en la prensa británica y americana en las que se retrata al personal de las SS y a las guardias femeninas de Belsen, realizadas en abril de 1945 en el interior del campo de concentración Imagen 21 (IWM BU 3780) Fo- tografía realizada por el sargento Midgley y publicada en la página 4 del Daily Herald del 21 de abril de 1945, junto al artículo titulado “S.S. Men Had to Bury Slaves” y en el New York Herald Tribune del 21 de abril de 1945 junto al artículo ti- tulado “SS Men Bury Torture Dead at Belsen Camp”. En la leyenda ad- juntada por la AFPU puede leerse “Los hombres de las SS que fueron capturados en el campo están sien- do obligados a cargar los camiones con numerosos cuerpos que son lle- vados a enterrar”. Imágenes 22 y 23 (IWM BU 4024 y BU 4030). Fotografías tomadas por el sargento Oakes el 18 de abril de 1945 y publicadas en el neoyorkino Daily Worker el 8 de mayo de 1945. La leyenda de la primera reza “Tropas de las SS cargando los camiones con los cuerpos que transportados para su entierro” y la de la segunda “Mujeres de las SS descargando de los camiones los cuerpos que tienen que depositar en una fosa común”. 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 195 Imágenes 24 y 25 (IWM BU 3750 y BU 4260). Dos de las imágenes que más aparecen en la prensa en las que se retrata respectivamente a Josef Kramer (apodado “La bestia de Belsen” y al Dr. Fritz Klein (apodado “el doctor chalado de Belsen”). La primera foto fue tomada por el capitán Malindine entre el 17 y el 18 de abril y la segunda por el sargento Oakes el 24 de abril. Sobre la primera imagen se indica “El comandante del campo – Hauptsturm Fuhrer de las SS Josef Kramer, ahora apresado con grilletes en sus muñecas”; sobre la segunda “El Dr. Klein retratado entre algunas de sus víctimas” y también “El Dr. Klein es un doctor de las SS que ha enviado a la muerte a miles de hombres, mujeres y niños. Experimentó hasta cierto punto inyectando bencina en sus víctimas para ver cómo dañaba sus arterias”. Imágenes 26 y 27 (IWM BU 4064 y BU 4065). Estas dos instantáneas, tomadas por el teniente Wilson el 20 de abril de 1945, vienen acompañadas de la siguiente leyenda: “Las mujeres de las SS también han sido obligadas a trabajar. Estas mujeres son iguales que los hombres en cuanto a brutalidad”. Ambas imágenes se exhiben en varias publicaciones periódicas. La primera apareció el día 23 de abril tanto en el Daily Mail como en el Daily Express. La segunda se mostró el 22 de abril en The Observer y el 24 de abril en el Daily Worker americano. El Daily Mail encabezó la imagen 26 con el titular “Estudio del mal: las mujeres SS de Belsen” y describía a las retratadas elocuentemente como mujeres bien vestidas, bien alimentadas y gordas. También el Daily Express, bajo el título “Blandían sus látigos por Himmler” destacaba el buen estado físico de estas mujeres y recogía esta comparación realizada por la AFPU entre la brutalidad femenina y la masculina. El Daily Worker se hizo también eco de esta analogía cuando presentó la imagen 27, que tituló “Mujeres de la especie nazi”. 196 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Selección de imágenes de la serie de fotografías tomadas por el sargento Silverside de la AFPU en la cárcel de Celle el 8 de agosto de 1945 (IWM BU 9678 - BU 9745). Imagen 28 (IWM BU 9680): Getrude Saurer Imagen 29 (IWM BU 9681): Getrude Feist Imagen 30 (IWM BU 9682): Johana Borman Imagen 31 (IWM BU 9685): Ilse Steinsbusch 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 197 Imagen 32 (IWM BU 9686): Ilse Forster Imagen 33 (IWM BU 9689): Elisabeth Volkenrath Imagen 34 (IWM BU 9693): Hilde Licsewitz Imagen 35 (IWM BU 9695): Frieda Walter 198 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Imagen 36 (IWM BU 9700): Irma Grese Imagen 37 (IWM BU 9701): Irma Grese Imagen 38 (IWM BU 9702): Anna Hempel Imagen 39 (IWM BU 9707): Helene Kopper 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 199 Imagen 40 (IWM BU 9710): Josef Kramer Imagen 41 (IWM BU 9711): Josef Kramer Imagen 42 (IWM BU 9714): Franz Heesler Imagen 43 (IWM BU 9720): Erich Barsch 200 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Imagen 44 (IWM BU 9721): Wilheml Door Imagen 45 (IWM BU 9730): Vladislav Ostrovski Imagen 46 (IWM BU 9731): Ignatz Schlomovicz Imagen 47 (IWM BU 9733): Ferdinand Grosse 3.2. DIABLOS, BESTIAS, INHUMANOS 201 Imagen 48 (IWM BU 9736): Erich Zeddel Imagen 49 (IWM BU 9740): Franz Starfl Imagen 50 (IWM BU 9741): Ausgar Pichen Imagen 51 (IWM BU 9745): Irma Grese y Josef Kramer 202 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? 3.3. Ahora nuestros chicos han visto esos horrores. Los espectadores: entre testigos y jueces. “Nunca me he sentido capaz de describir mis reacciones emocionales cuando por primera vez me puse cara a cara con la evidencia indisputable de la brutalidad nazi y de la despiadada carencia de toda pizca de decencia... Visité to- dos los rincones y ranuras del campo [de Ohrdruf] porque creí que era mi deber situarme a partir de entonces en po- sición de testificar de primera mano sobre estas cosas, por si acaso prospera en alguna ocasión en casa la creencia o asunción de que «las historias sobre la brutalidad nazi fue- ron únicamente propaganda»... Entendí que la evidencia debía ser inmediatamente puesta delante del público bri- tánico y americano de una manera que no dejara resquicio alguno para la duda cínica” General Dwight D. Eisenhower233. Con estas palabras describía el general Eisenhower en sus memorias lo que había significado para él el descubrimiento de los campos de concentración nazis tras su liberación por los aliados occidentales durante las últimas semanas de la contienda en territorio continental. Esta imagen sintetiza bastante bien el papel que se arro- garon los aliados en estas horas dramáticas de la historia reciente de Europa: no sólo se erigieron en libertadores y rescatadores, sino también en testigos excepcio- nales de “primera mano” de los horrores del nazismo, cuya existencia sienten tener el deber de revelar al mundo ignorante. Así, los militares, las enfermeras de la Cruz Roja o los fotógrafos y periodistas que entraron en Buchenwald, en Bergen-Belsen o en Dachau, muchas veces justificaron su presencia en estos campos en calidad de testigos espectadores. Aunque hasta ahora he realizado una aproximación a las figuras de las víctimas y de los verdugos, lo cierto es que sobre los que verdaderamente hablan los materiales objeto del presente estudio es sobre sus autores, que se agrupan plenamente dentro de la categoría de los llamados “espectadores”. En efecto es la visión del mundo de los espectadores la que se proyecta a través de estos textos y estas imágenes y, por tanto, es su perspectiva la que debemos juzgar en este análisis. 3.3.1. ¿Quiénes son los espectadores? La categoría de espectadores, los denominados bystanders en los estudios del ho- locausto, ha recibido una atención exhaustiva en las últimas décadas. Su papel empezó a cuestionarse especialmente a partir del juicio de Eichmann (1961) y fue ampliamente discutido en la historiografía de la década de los ochenta234. Se trata 233Dwight D. EISENHOWER, Crusade in Europe, Nueva York: Doubleday, 1977, pp. 408-409. 234Dos de las obras clave en la década de los sesenta en relación al papel de los llamados espec- tadores fueron la obra de teatro del dramaturgo Rolf Hochhuth titulada Der Stellvertreter (El Vicario) en la que cuestionaba el papel de la Iglesia Católica y su inacción ante el asesinato de los judíos europeos, y el libro de Arthur. D. Morse, cuyo título, While Six Millions Died: A Chronicle of American Apathy, sintetiza más que bien el argumento de este texto (Rolf HOCHHUTH, The Deputy: A Play, Nueva York: Grove Press, 1964 y Arthur D. MORSE, While Six Millions Died: A Chronicle of American Apathy, Nueva York: Random House, 1968). La lista de títulos que se ocuparon del papel de los observadores durante el holocausto se amplió notablemente a partir de la década de los ochenta. Por citar algunos de ellos: Irving ABELLA and Harold TROPER, None is Too Many: Canada and the Jews of Europe, 1933-1948 (Toronto: Lester and Orpen Dennys Ltd., 1982); Yehuda BAUER, American Jewry and the Holocaust: The American Jewish 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 203 de un concepto enormemente amplio que aglutina a distintos sujetos y colectivos históricos y da cabida a muy diversos temas. En general, se ha utilizado para re- ferirse a “aquellos que presenciaron o fueron testigos del genocidio sin ser ni sus víctimas ni sus perpetradores”235. Normalmente su figura se asocia a la idea del silencio, al acto de dar la espalda al destino de los judíos en la Europa del nazismo y se ha usado para referirse a la actuación de aquellos “vecinos” que presencia- ron la catástrofe pero que no participaron de ella. Así, los espectadores fueron los alemanes corrientes, los polacos corrientes, los franceses corrientes, los holandeses corrientes, en fin, todos aquellos europeos de a pie que, de un modo u otro, fue- ron testigos directos o indirectos del holocausto (de los arrestos arbitrarios, de la concentración forzosa en guetos, de las deportaciones o de los propios campos de concentración y exterminio). Pero también, significativamente, el término se hace extensivo a las naciones aliadas (sobre todo a Estados Unidos y Gran Bretaña) y a los estados neutrales (especialmente, Suiza y el Vaticano), quienes, a pesar de conocer desde bien temprano los detalles de la Solución Final, “no pensaron en los judíos”236. Del mismo modo, se aplica para referirse a la población civil de estas naciones, perfectamente conocedoras de los pormenores de la catástrofe gracias a la prensa internacional, que, aunque de forma sesgada y con muchas lagunas, publicó con regularidad y desde el comienzo de la guerra noticias de los guetos, los campos, las deportaciones y, más adelante, del exterminio. Como señala Ron Hollander en el artículo titulado «We Knew» algunos de los principales periódicos americanos informaron de la solución final entre 1941 y 1945, lo que demuestra que “aunque la cobertura fue inconsistente, las noticias acerca de la destrucción masiva de judíos se extendieron temprana, prominente y ampliamente por América”237. En su artículo Joint Distribution Committee, 1939-1945 (Detroit: Wayne State University Press, 1981); Mar- tin GILBERT, Auschwitz and the Allies (Nueva York: Holt, Rinehart and Winston, 1981); Raul HILBERG, Perpetrators, Victims and Bystanders: The Jewish Catastrophe, 1933-1945 (Nueva York: Harper Collins, 1992); Ernst Klee et al. (ed.) The Good Old Days: The Holocaust as Seen by its Perpetrators and Bystanders (Nueva York: Free Press, 1991); Walter LAQUEUR, The Terri- ble Secret: An Investigation into the Suppression of Information about Hitler’s “Final Solution” (Londres: Weidenfeld and Nicolson, 1980); Deborah E. LIPSTADT, Beyond Belief: The American Press and the Coming of the Holocaust, 1933-1945 (Nueva York: Free Press, 1986); Michael MA- RRUS, “Bystanders”, en The Holocaust in History (Hanover y Londres: Brandeis University Press y University Press of New England, 1987, pp. 156-183); Monty Noam PENKOWER, The Jews Were Expendable: Free World Diplomacy and the Holocaust (Urbana: University of Illinois Press, 1983). Entre las obras más recientes cabría señalar: Victoria BARNETT, Bystanders: Conscience and Complicity during the Holocaust (Westport: Greenwood Press, 1999); David CESARANI y Paul A. LEVINE, “Bystanders” to the Holocaust: a Re-evaluation (Londres: Frank Cass, 2002); Tony KUSHNER “Liberal Culture and the Post-War Confrontation with the Holocaust”, en The Holocaust and the Liberal Imagination: a Social and Cultural History (Oxford: Blackwell, 1994, pp. 205-269); o Tony KUSHNER y Donald BLOXHAM, “The Bystanders: Towards a More Sophis- ticated Historiography”, en The Holocaust: Critical Historical Approaches (Manchester y Nueva York, Manchester University Press, 2005, pp. 176-211). 235Tom LAWSON, «The Deputy: Bystanders to the Holocaust», en Debates on the Holocaust (Manchester y Nueva York: Manchester University Press, 2010, p. 87). 236“Durante la Segunda Guerra Mundial, los judíos adoptaron como suya la causa de los Aliados. Ahuyentaron muchas ideas sobre su propio desastre, y ayudaron a conseguir la victoria final. Las potencias aliadas, sin embargo, no pensaron en los judíos. Las naciones aliadas que lucharon contra Alemania no lo hicieron para ayudar a las víctimas judías. Los judíos de Europa no tenían aliados. En su hora más dura, la comunidad judía permaneció sola” (Raul HILBERG, La destrucción de los judíos europeos, Madrid: Akal, 2005, p. 1165). 237Pese a ello, como recuerda este autor, “el mito que hemos estado alimentando en este intervalo de medio siglo y que fue promovido en ese momento, es que los americanos, los hombres y mujeres 204 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? «Turning Away From the Holocaust: The New York Times» Max Frankel explica también que este periódico “llevó cientos de historias durante los tres primeros años de la guerra sobre deportaciones a Polonia, sobre la legislación social y económica contra los judíos y sobre las condiciones en los guetos y en los campos de concen- tración” y que a partir de 1942, poco después de la Conferencia de Wansee, “el Times, junto con otras organizaciones de noticias, informó de la masacre de cientos de miles de judíos”238. Finalmente, la judería internacional se ha convertido en otro de los grandes agentes históricos señalados como “espectadores del Holocausto”239. En el contexto de este trabajo manejo un concepto de espectador bastante am- plio e inclusivo ya que he preferido obviar aquellas valoraciones de tipo más ontoló- gico preocupadas por definir de manera exhaustiva que debería o no considerarse un espectador en el contexto del holocausto. Mi aproximación tiene que ver únicamente con los usos historiográficos que ha recibido el término, limitándome simplemente a incluir en el concepto a todos los grupos que la historiografía y la reflexión posterior al nazismo ha considerado en un momento u otro como espectadores. Y dado que los individuos que han conformado estos grupos son prácticamente todos aquellos que no sufrieron directamente la persecución nazi (que no fueron víctimas) o que no tuvieron una responsabilidad política concreta en la maquinaria de la deportación y el exterminio (que no fueron verdugos), la categoría de espectadores sirve en cierta forma para entender simbólicamente el papel jugado por la sociedad moderna en su conjunto ante el holocausto. No obstante, la utilización de esta categoría en una investigación conducida en castellano, como la presente, conlleva un problema añadido que se deriva sobre todo de las dificultades para traducir de manera apropiada el término bystanders. Los corrientes de la calle, supieron por primera vez de la solución final en Abril y en Mayo de 1945, cuando la agencia de noticias Fox- Movietone mostró las imágenes de los esqueletos andantes y los cadáveres apilados como si fueran troncos de leña” (Ron HOLLANDER, «WE KNEW: America’s Newspapers Report the Holocaust», en Why Didn’t the Press Shout?: American & International Journalism During the Holocaust, ed. Robert Moses SAPHIRO, Hoboken: KTAV PubHouse, 2002, pp. 41-42). 238“El Times había informado desde hacía tiempo del plan de los Nazis de vaciar de judíos primero Alemania y luego toda Europa y había dejado claro que las deportaciones a Polonia formaban parte de este plan, aunque al principio se presumía que esto significaba emigración y no exterminio (8 de Agosto de 1940, p.11; 4 de Feb. de 1941, p.5; 14 de Nov. de 1941, p.11). El 27 de Junio de 1942 el New York Times indicó que esta política había cambiado. En la página cinco (...) aparecía un artículo de dos párrafos bajo el breve titular «Un total de 700.000 muertos judíos» [«Jews’ toll 700,000»]. Atribuyendo la información al gobierno polaco en el exilio, el artículo describía el asesinato de setecientos mil judíos en Polonia a manos de los Nazis como «la mayor masacre masiva de la historia». Citando la declaración gubernamental, el Times declaraba que «Se habían empleado muchos métodos letales: balas de metralleta, granadas de mano, cámaras de gas, campos de concentración, palizas, instrumentos de tortura e inanición». Los especialistas consideran el informe en el que está basado esta información preciso y escrupuloso” (Max FRANKEL, «Turning Away From the Holocaust: The New York Times», en Why Didn’t the Press Shout?: American & International Journalism During the Holocaust, ed. Robert Moses SAPHIRO, Hoboken, NJ: KTAV PubHouse, 2002, 61-63). 239El término queda bien acotado en el texto de Deborah Lipstadt “The Failure to Rescue and Contemporary American Jewish Historiography of the Holocaust”: según esta autora, tradicio- nalmente se han visto como espectadores “los gobiernos y las agencias neutrales, los judíos que vivían con una relativa seguridad, los países ocupados, los alemanes corrientes y, sobre todo, los gobiernos aliados” (Deborah LIPSTADT, “The Failure to Rescue and Contemporary American Je- wish Historiography of the Holocaust: Judging From a Distance”, en Michael J. Neufeld y Michael Berenbaum [eds.], The Bombing of Auschwitz, Nueva York: St. Martin’s, 2000, p.228). 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 205 angloparlantes, que son principalmente los que han internacionalizado la historia del holocausto y toda su problemática propia, distinguen entre “witness”, “bystanders”, “onlookers”, “observers” y “spectators” con una variedad de matices que nosotros no podemos emular con nuestro “testigo”, “espectador” y “observador”. La palabra que se ha usado insistentemente en nuestra lengua para designar a este grupo histórico ha sido “espectadores” y en menor medida “observadores”. Como señalaba más arri- ba, en castellano el término espectador se ha utilizado para designar a esa categoría intermedia de sujetos con una relación más o menos próxima (y más o menos pasi- va) con los acontecimientos del holocausto, pero que no son ni víctimas ni verdugos. Literalmente hablando, sin embargo, espectador equivaldría a spectator, una figura con un grado de pasividad muy alta y muy marcada. Pero la categoría en uso en la historiografía anglófona del holocausto no es sino bystander, que aunque suele traducirse por espectador o testigo, tiene un significado con mayores implicaciones, refiriéndose a “el que está allí mientras todo pasa”, “el que está al lado de lo que pasa”, “transeúnte” o algo parecido. No hay una alternativa en castellano capaz de reflejar eficazmente este vocablo. En cuanto a los temas que han ido vertebrando el debate en torno a la figura de los espectadores, han sufrido una gran polarización de posturas y se han abor- dado desde un prisma fuertemente maniqueo. En este sentido, uno de los debates más intensos acerca del papel jugado por los espectadores ha sido aquel que ha planteado la cuestión de si éstos podrían o no haberse implicado de una forma más decidida en contra de las medidas conducentes a la solución final llevadas a cabo por la administración de Hitler. Así por ejemplo, mientras que algunos autores han defendido obstinadamente que los aliados desarrollaron políticas marcadamente an- tisemitas240, otros han sustentado de forma testaruda que en ningún caso pudieron haber hecho más de lo que ya hicieron241. Como bien señalan David Cesarani y Paul A. Levine, este tipo de polarizaciones quedan bien resumidas en el título que se utilizó en un paquete de materiales educativos producidos por el IWM sobre la cuestión de los aliados, en el que se preguntaban: «Los aliados: ¿libertadores o espectadores?»242. Además de analizar la inacción o la acción de algunos de los sujetos históricos antes mencionados (como del Vaticano o de la comunidad judía internacional), otros temas que se han tratado ampliamente dentro del marco de estudios sobre los espectadores de la historia del holocausto han sido las políticas relacionadas con la emigración y la acogida de refugiados desarrolladas por ciertas naciones desde la década de los treinta, la recepción periodística de las noticias relacionadas con la solución final, el papel de los llamados “rescatadores” que ayudaron a escapar de una u otra manera a aquellos condenados por el régimen de Hitler, la liberación de los campos de concentración nazis y el problema de la culpa y de la responsabilidad colectiva. Finalmente, debido a las condiciones particulares de los crímenes del nazismo, que como ya se ha visto se sirvieron de la institucionalización sistemática de esa región simbólica denominada zona gris, la categoría de los “espectadores” y la de los “verdugos” se presentan muchas veces de la mano: los seres humanos 240Es el caso del libro ya citado The Jews Were Expendable, de Monty Noam Penkower. 241Como en el libro de William D. Rubinstein, The Myth of Rescue (W. D. RUBINSTEIN, The Myth of Rescue: Why the Democracies Could Not Have Saved More Jews from the Nazis, Londres y Nueva York: Routledge, 2002). 242“«The Allies: liberators of bystanders?»” (David CESARANI y Paul A LEVINE, eds., «Bys- tanders» to the Holocaust: A Re-Evaluation, Londres: Frank Cass, 2002, p. 8). 206 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? corrientes que se convirtieron en los verdugos de Hitler, en el brazo ejecutor de sus políticas de exterminio, no estaban radicalmente separados de aquellos otros individuos corrientes que simplemente miraron para otro lado243. La importancia que desde un punto de vista ético adquieren los espectado- res en tanto que sujetos políticos, ha quedado perfectamente sintetizado por Tony Kushner, cuando señala: “La preocupación moral por los espectadores proviene de la asunción harto complaciente de que pocos de nosotros nos transformaremos en perpetradores, y de un optimismo a la misma altura de que no nos convertiremos en víctimas, mientras que, al mismo tiempo, somos conscientes de que en una época de comunicaciones globales casi instantáneas, todos nosotros somos testigos co- presenciales, aunque sea únicamente a través de los medios de comunicación, de genocidios, limpiezas étnicas y otras manifestaciones de racismo extremo que empañan el mundo contemporáneo”244. Dicho de otra forma, cuando pensamos en el holocausto o en los campos de con- centración, no nos identificamos simbólicamente como verdugos, ni como víctimas, por más que la historiografía haya demostrado que el funcionamiento totalitario y arbitrario del nazismo podría fácilmente habernos convertido en miembros de cualquiera de estos dos grupos: con quien nos identificamos sistemáticamente es con los espectadores. Y es que, de hecho, ya somos espectadores, puesto que, como señala Kushner, cada día presenciamos de forma pasiva cómo se perpetran los más terribles crímenes políticos, raciales, machistas o genocidas. Pero además compar- timos la estrategia del espectador de Auschwitz, como diría Reyes Mate, porque somos herederos de aquella sociedad moderna que los espectadores encarnaban, de ese “mundo libre” al que apelaban las víctimas del holocausto, somos nosotros para quienes los supervivientes testimoniaron, somos los que debíamos atender las palabras que traían de vuelta del campo, somos de los que se esperaba una res- puesta contundente. Los observadores se encontraron en la tesitura de tener que dar sentido al horror mediante categorías naturalizadas fuera de los límites de las alambradas, dentro de la sociedad reconocida como “normal” y “civilizada” y con- siderada popularmente como la antítesis de la barbarie que simboliza el universo concentracionario. Conviene recordar nuevamente las palabras de Mate con las que abríamos este capítulo: “el problema de la estrategia del espectador, que es también 243En su polémico libro Los verdugos voluntarios de Hitler, Daniel Goldhagen directamente dina- mitaba cualquier frontera existente entre verdugos y espectadores, extendiendo la culpa a todos los alemanes corrientes (Daniel GOLDHAGEN, Los verdugos voluntarios de Hitler: los alemanes corrientes y el Holocausto, Madrid: Taurus, 1997). Como ya mencioné anteriormente, bastante más interesante resulta el análisis de esos seres humanos corrientes convertidos en verdugos que realiza Christopher Browning en su afamado análisis sobre el batallón 101 de la Ordnüngpolizei, la policía del orden (Christopher R. BROWNING, Aquellos hombres grises: el batallón 101 y la Solución Final en Polonia, trad. Montse Batista, Barcelona: Edhasa, 2002). Esta cuestión, que en el fondo no deja de ser una revisión de "la banalidad del mal" que planteaba Hannah Arendt en su análisis de la figura de Adolf Eichmann (Hannah ARENDT, Eichmann en Jerusalén, trad. Carlos Ribalta, Barcelona: DeBolsillo, 2004), ha sido también tratada recientemente desde una perspectiva psicológica por James Waller en su ensayo sobre los orígenes de la maldad (James E. WALLER, Becoming Evil: How Ordinary People Commit Genocide and Mass Killing, Nueva York: Oxford University Press, 2007). 244Tony KUSHNER, «“Pissing in the Wind?” The Search for Nuance in the Study of Holocaust “Bystanders”», en «Bystanders» to the Holocaust: A Re-Evaluation, ed. David CESARINI y Paul A LEVINE (Londres: Frank Cass, 2002), p. 60. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 207 la de la historia posterior y, por tanto, la nuestra, es la de imaginar un lugar exterior al campo desde el que poder juzgar imparcial y objetivamente los hechos”245. Primo Levi no dudó en referirse a nosotros, en tanto que individuos no implica- dos emocionalmente en el campo de concentración pero conocedores de los horrores que habían tenido lugar en su interior gracias al testimonio, con el apelativo de “jueces”. Así decía haberse decantado por el lenguaje del testigo para presentar sus recuerdos sobre el Lager, pues éste era, según él, el más adecuado para “preparar el terreno para el juez”. Y añadía “los jueces sois vosotros”246. Al convertirnos en jueces Primo Levi está exigiendo de nosotros una respuesta, un veredicto. Esta respuesta, esta reacción ante el descubrimiento de los crímenes del nazismo, es vital también a la hora de comprender la dimensión histórica y política de los espectadores y, sin embargo, ha quedado repetidamente fuera de los estudios que se han encargado de analizar esta categoría, más empeñados en la dicotomía entre acción e inacción. No se trata, por supuesto, de eximir ni a los sujetos activos, ni a los inactivos, de su responsabilidad frente al crimen. De lo que se trata, más bien, es de evitar la histo- ria contrafactual y, en cambio, prestar atención a la historia de la injusticia, que es irreversible, pero que exige de nosotros una respuesta247. Aunque el sujeto reactivo no tenga la capacidad de revertir la injusticia, sí tiene el poder de actualizarla, de renovar su vigencia, de revisitarla a través de su reacción y transformarla en el presente. Esto es precisamente lo que insinuaba Jean Améry, desde una posición totalmente opuesta a la de Primo Levi, emplazado en el más puro resentimiento, cuando nos conminaba a “romper con nuestro padre”. Améry se rebelaba contra un mundo “que congela históricamente lo incomprensible”, “que perdona y olvida” los crímenes del nazismo y que conmina a las víctimas a enterrar su animadversión248. Este mundo del que habla Améry es ese “nosotros” de Levi, a veces ciego, gene- ralmente silencioso, receptor de la palabra del testigo que ha vuelto de Auschwitz. Pero también es un “nosotros” que posee un horizonte común con los espectadores del holocausto: el horizonte de la modernidad. Con ellos compartimos estrategias narrativas ya que, de una forma u otra, a través de la observación directa o a través de la memoria, ambos nos hemos convertido en depositarios de la experiencia del horror. 3.3.2. Entre cadáveres y supervivientes: el espacio testimonial de los libertadores. 245Reyes MATE, Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política (Madrid: Trotta, 2003, p. 210). 246Primo LEVI, Si esto es un hombre, Barcelona: Muchnik Editores, 2001, p. 194. 247No hay que olvidar que el propio concepto de “espectador” denota ya una pasividad innata. Los espectadores son por definición sujetos pasivos, inactivos. En el momento que actúan, se con- vierten en “actores” y dejan de ser puramente “espectadores”. De ahí la importancia que adquiere políticamente el papel de los llamados “rescatadores” pues en cierta manera pone en cuestión la propia categoría de “espectadores”, principalmente negando que la pasividad de muchos sujetos históricos que presenciaron los crímenes del nazismo fuera inexorable. En cualquier caso, desde la historia, toda vez que nos referimos al papel de los espectadores, es imprescindible que nos hagamos cargo de su carácter netamente pasivo. 248Jean Améry grita a ese mundo “¿No queréis oír? Oíd, ¿no queréis saber dónde nos puede conducir nuestra indiferencia, en cualquier momento? Yo os lo diré. Los acontecimientos pasados no os interesan porque los desconocíais o eráis demasiado jóvenes, ¿o acaso ni siquiera habíais nacido? Habríais debido aguzar la vista, vuestra juventud no es un salvoconducto, romped con vuestro padre” (Jean AMÉRY, Más allá de la culpa y la expiación: tentativas de superación de una víctima de la violencia,Valencia: Editorial Pre-Textos, 2004, p. 186). 208 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? La historia de los sujetos que participaron en la liberación de los campos de con- centración se inscribe plenamente dentro de la historia de los espectadores del ho- locausto. Además, los libertadores constituyeron un grupo muy significativo dentro de esta categoría, ya que, más allá de los directamente implicados, fueron los únicos que estuvieron propiamente en el interior del universo concentracionario y que vie- ron con sus propios ojos los engranajes que habían hecho funcionar la maquinaria de la tortura y del exterminio. Podría decirse que fueron espectadores paradigmá- ticos, en el sentido de que presenciaron de primera mano el último capítulo de ese universo construido por los verdugos y habitado por las víctimas, pero sin haber estado ellos mismos implicados en los acontecimientos: digamos que sólo “pasaban por ahí” para convertirse en testigos de las ruinas, de lo poco que quedó en pie después del devastador paso del nazismo. Este grupo, se diferenció de otros obser- vadores (por ejemplo, de los alemanes corrientes) en que en ningún momento se cuestionaron sus propios actos, esto es, en que no sintieron pudor o vergüenza por su actuación. Todo lo contrario, no fue infrecuente que se rodearan de un halo de heroicidad a la hora de identificar su participación en estos eventos. En los apartados precedentes se ha visto cómo el proceso de deshumanización que tiene lugar en el interior del campo y que afecta a víctimas y verdugos es perci- bido y transmitido por los espectadores. De lo que se trataría ahora es de entender en qué medida repercute esta deshumanización en aquellos que no padecieron esta experiencia en sus propias carnes y que únicamente fueron testigos de sus efectos más perversos. Como dice Reyes Mate “la inhumanidad ha alcanzado a la víctima, al verdugo y ha contaminado al espectador porque ese crimen masivo hubiera sido imposible sin la complicidad del espectador”249. El problema fundamental a la hora de analizar cómo afecta a estos espectadores esa deshumanización que tiene lugar en los campos de concentración, es que los documentos que ellos mismos produjeron pocas veces tienen como intención directa hablar de cómo se vio dañada su propia humanidad por las escenas que presenciaron durante la liberación. Por ello, es ne- cesario afrontar esta cuestión indirectamente, analizando sus narraciones mediante una “lectura entre líneas”. De lo que se trataría, por tanto, es de entender cómo la humanidad de los espectadores se ha visto atravesada por la deshumanización de la que son testigos y si esto queda reflejado de alguna manera en la imagen que proyectan voluntaria o involuntariamente sobre sí mismos en esta documentación. Sin embargo, antes convendría aclarar una cuestión importante que tiene que ver directamente con las palabras de Eisenhower con las que abríamos: ¿hasta qué punto son realmente los libertadores testigos excepcionales de la deshumanización concentracionaria? Los testimonios de los libertadores y la prensa aliada mostraron en aquellos momentos un empeño creciente en convertir en testigos extraordinarios a aquellos que habían estado en los campos de concentración liberados. No en vano, llama la atención la enorme acogida que tuvo en casi todos los periódicos la noticia de que un grupo de parlamentarios británicos visitaría el campo de concentración de Buchenwald a petición del propio Eisenhower en calidad de testigos, con titulares tales como “M.P.s see for themselves” (“Los miembros del Parlamento ven con sus propios ojos”) o “M.P.s bring facts from Buchenwald” (“Los miembros del Parlamen- to traen hechos de Buchenwald”)250. Otras informaciones destacadas de las que se 249R. MATE, Memoria de Auschwitz, p. 210. 250“M.P.s See for Themselves”, en el londinense Daily Worker, 24 de abril de 1945 y “M.P.s bring facts from Buchenwald”, en News Chronicle, 23 de abril de 1945. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 209 publican en la prensa y que acentúan esta función testimonial de los espectadores son, por ejemplo, la que aparece el 20 de abril de 1945 en el Daily Worker londinense acompañando a una foto de una fosa común en Belsen, que queda enmarcada con la frase “Los soldados aliados han contemplado la realidad” (“Allied soldiers looked upon the reality”) o el artículo publicado en ese mismo periódico el día 25 de abril de 1945 y titulado “Now our boys have seen these horrors” (“Ahora nuestros chicos han visto esos horrores”), en el que viene a defenderse que desde el momento en que los soldados británicos (“our boys”) vieron los horrores con sus propios ojos, la población británica no podía poner en duda por más tiempo la barbarie de los monstruos nazis, ni descartarla como mera propaganda. En todos estos artículos se pone el acento en la “mirada propia”, que se entiende como una mirada privilegiada a la hora de certificar las atrocidades ocurridas. Además, a través de las fotografías, se pretende hacer extensiva esta naturaleza testimonial a toda la población: como veremos, existe una obligación social y moral de observar estas fotografías, a través de las cuales se intenta convertir a todo el mundo en espectador de la barbarie. En este sentido, cabe señalar que las mujeres espectadoras cobran un papel especialmente significativo ya que su reacción se considera fundamental a la hora de certificar la gravedad de los hechos. De hecho, en Belsen los mandos militares prohibieron la entrada de mujeres al Campo I, que era el área más afectada, precisamente para prevenir que se convirtieran en espectadoras: el paternalismo de la época imponía la necesidad de “proteger” las sensibilidades de las mujeres, a las que se tenía por incapaces de soportar semejante horror251. De ahí también, por ejemplo, que una de las anécdotas más comentadas al dar la noticia de la visita de la comisión parlamentaria a Buchenwald sea que la única mujer que integraba dicha comisión se pasara tres horas llorando mientras realizaban la inspección del lugar252 o que el neoyorkino Daily Worker expresase directamente que conocer la reacción de las mujeres ante las fotografías era clave para saber cómo había afectado a los americanos el descubrimiento de los horrores de los campos nazis. “¿Cómo han recibido las mujeres estas impactantes y detalladas imágenes de la barbarie fascista?”, se preguntan en el artículo “Seeing Atrocity Films a Duty, Many Feel”, publicado el 7 de mayo de 1945 en este último periódico. Y para la sorpresa de los periodistas del Daily Worker, parece ser que hubo muchas más mujeres que hombres en las salas de cine253. En el Daily Express publicado el 14 de mayo de 1945 se recogía también la noticia titulada “Dublin Sees Belsen Film”, en la que se relataba que algunas mujeres asistentes al teatro en el que se proyectó la película de Belsen se mostraron incapaces de mirar a la pantalla. Sin duda uno de los pensadores que más nos puede ayudar a aclarar la cues- tión de la excepcionalidad o no de los libertadores en tanto que testigos del horror nazi es Giorgio Agamben, que ha estudiado profundamente la figura del testigo de Auschwitz. Es bien conocido el pasaje de Lo que queda de Auschwitz en el que Agamben realiza una aproximación etimológica al problema del testimonio, expli- cando las diferencias entre las dos palabras que en latín se utilizan para referirse a un testigo: testis y superstes. Testis se aplicaría a “aquél que se sitúa como tercero 251Joanne REILLY, «Cleaner, Carer and Occasional Dance Partner? Writing Women Back into the Liberation of Bergen-Belsen», en Belsen in History and Memory, ed. Joanne REILLY et al. (Londres: Frank Cass, 1997, p. 157). 252“Woman M.P.s 3 Hours of Tears”, en The Daily Mirror, 23 de abril de 1945. 253“Seeing Atrocity Films a Duty, Many Feel”, en el neoyorkino Daily Worker, lunes 7 de mayo de 1945, p.11. 210 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? en un proceso o en un litigio entre dos contendientes”, mientras que superstes sería el que “ha vivido una determinada realidad, ha pasado hasta el final por un aconte- cimiento y está, pues, en condiciones de ofrecer un testimonio sobre él”254. Cuando Agamben analiza estos dos términos está tratando de esclarecer qué clase de testigo es el superviviente de Auschwitz y llega a la conclusión de que el término que más se aproxima es manifiestamente el de superstes. También aclara que el término que utilizaban los griegos para referirse al testigo, martis (mártir) tiene poco que ver con el testigo que sobrevivió a los campos. Como decía Bruno Bettelheim “al llamar «mártires» a las víctimas de los nazis, falsificamos su destino”255. A diferencia de los supervivientes, a simple vista parecería que el término que mejor encaja a la hora de definir el tipo de testigo en el que se convirtieron los libertadores es el de testis, “aquél que se sitúa como tercero en un proceso o en un litigio entre dos contendientes”. Cabría suponer que los “dos contendientes” en este caso serían las víctimas y los verdugos. Pero lo cierto es que en los campos las víctimas libraron su batalla contra sí mismas y sus compañeros de cautiverio. Éste es sin duda uno de los aspectos más oscuros de la experiencia concentracio- naria y representa la esencia misma de la zona gris tantas veces mencionada en las páginas precedentes. Precisamente, ésta es una de las mayores dificultades que entraña lo que Agamben ha denominado “el testimonio de Auschwitz” puesto que la experiencia que define esencialmente este proceso y de la que se necesita dar cuenta testimonialmente es la institucionalización de la zona gris. La paradoja está servida: el éxito de la zona gris en el contexto concentracionario implicaba una confusión elemental entre las categorías de víctima y verdugo y entre las responsabilidades éticas de cada una de estas figuras. ¿Cómo podría por tanto un tercero dar cuenta adecuadamente de dicho éxito y al mismo tiempo identificar correctamente a las víctimas y a los verdugos? El hecho de que los libertadores tuvieran problemas para diferenciar lingüísticamente a ambos grupos, tal y como vimos, ya es indicativo de su poca lucidez para desentrañar esta enrevesada madeja. En cierta forma, en el contexto de la liberación de los campos, la relación testimonial que se establece entre los libertadores, en tanto que testis, y los super- vivientes, en tanto que superstes, adquiere un carácter similar a la que Agamben identifica entre los supervivientes y los musulmanes. Recordemos que para Agam- ben los musulmanes son los “verdaderos testigos”, los “testigos integrales”, pues son los únicos que, retomando la definición del término superstes, “han pasado hasta el final por un acontecimiento”. Y en el caso de Auschwitz, llegar hasta el final del proceso significa la muerte. Los que no murieron de hambre, de fatiga, o de enfermedad, los que no conocieron las cámaras de gas, no son los verdaderos testi- gos. Pero los que conocieron todo eso, los que encontraron la muerte en Auschwitz, ya no pueden testimoniar. Por tanto los verdaderos testigos “no tienen historia, ni rostro, ni mucho menos pensamiento” y son los supervivientes los que tienen que testimoniar por ellos256. Esta paradoja testimonial se repite en el contexto de la 254Giorgio AGAMBEN, Homo Sacer III. Lo que queda de Auschwitz: el archivo y el testigo, trad. Antonio Gimeno Cuspinera (Valencia: Pre-Textos, 2005, p. 15. 255Bruno BETTELHEIM, Sobrevivir: el holocausto una generación después (Barcelona: Crítica, 1983, p. 121). 256Según Primo Levi “los testigos, por definición, son los que han sobrevivido y todos han disfru- tado, pues, en alguna medida, de un privilegio. El destino del prisionero común no lo ha contado nadie, porque, para él, no era materialmente posible sobrevivir (...). El prisionero común también ha sido descrito por mi cuando hablo de musulmanes, pero los musulmanes no han hablado” 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 211 liberación de los campos entre libertadores y supervivientes en el sentido de que los supervivientes no se encuentran claramente en condiciones de dar testimonio y son los libertadores los que dan testimonio en su lugar. En la obra ya clásica Testimony, Dori Laub ha señalado muy acertadamente que: “Durante la era de la persecución nazi, la verdad sobre el acontecimiento pudo haber sido registrada tanto perceptiva como memorísticamente, bien desde dentro o desde fuera, por los judíos o por cualquiera de una serie de sujetos ajenos al hecho en sí. Testigos ajenos pudieron ser, por ejemplo, el vecino de la puerta de al lado, un amigo, un compañero de trabajo, instituciones sociales como la policía o los tribunales de ley, así como los espectadores y los rescatadores potenciales y los aliados procedentes de otros países”. Sin embargo, como añade esta autora “a medida que el genocidio de los judíos se va desplegando, la mayoría de los testigos reales o potenciales fracasaron uno a uno a la hora de ocupar su posición como testigos, y en un determinado momento pareciera como si no quedara nadie para testimoniar sobre lo que estaba aconteciendo”257. Al mismo tiempo el mundo occidental se empeñó en dar la espalda a los supervi- vientes y a otras voces procedentes del interior de la experiencia concentracionaria, acusando su falta de objetividad258. Así, tanto esta autora como Agamben coinci- den en considerar el holocausto como un acontecimiento cuya naturaleza misma, el modo en que fue concebido y concretado por las autoridades nazis, imposibilita la existencia del testimonio: se trataría por tanto de un acontecimiento sin testigos, siendo el silencio la nota que define la esencia de esta experiencia totalitaria y de su posterior memoria. Al igual que Agamben, Reyes Mate se percata del terrible dilema que plan- tea Auschwitz: si los campos nazis estaban concebidos para el exterminio, sólo los exterminados son los verdaderos testigos. Pero los muertos no pueden dar testimo- nio. Sin embargo, Mate percibe en el filósofo italiano un intento de infravalorar la experiencia y el testimonio de los supervivientes y se resiste a aceptar al silencio como el único testimonio válido. En cambio, sugiere la existencia de dos tipos de testigos: ese que ya no puede hablar al que se refiere el filósofo italiano, y el que sí puede hacerlo y lo ha hecho. Además hace una matización importante: no todas las víctimas silenciosas fueron musulmanes, puesto que muchas ni siquiera pasaron (Primo LEVI, Entrevistas y conversaciones, Barcelona: Península, 1998, pp. 215 y siguientes); “No somos nosotros, los supervivientes, los verdaderos testigos (...). Los que hemos sobrevivido somos una minoría anómala, además de exigua: somos aquellos que por sus prevaricaciones, su a habilidad o su suerte, no han tocado fondo" (Primo LEVI, Los hundidos y los salvados, 2 Edición, Barcelona: Muchnik, 2001, pp. 77-78). 257Shoshana FELMAN y Dori LAUB, Testimony: Crises of Witnessing in Literature, Psychoa- nalysis, and History (Nueva York y Londres: Routledge, 1992, pp. 80-81). 258Una de las diferencias principales que se presupone que deberían existir entre las dos acepciones relacionadas con la figura del testigo que mencionaba Agamben es su imparcialidad: el testis, en tanto que tercero, en tanto que figura ajena al problema, se considera un sujeto imparcial y objetivo. Su palabra se tiene como más fiable que la de un superstes, que constituye un sujeto directamente implicado en el acontecimiento y, por tanto, con intereses propios que no garantizan su objetividad. Sin embargo, una de las consecuencias que tiene Auschwitz sobre la epistemología del testimonio es precisamente que dinamita esta relación entre los testigos y su imparcialidad. No hay testigos objetivos de Auschwitz, todos estamos implicados en el acontecimiento porque lo que allí se puso en juego fue el concepto mismo de humanidad. Además, el superviviente es el testigo mejor situado para arrojar cierta luz sobre un acontecimiento que se ha forjado por y para el olvido. 212 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? por el campo de concentración, sino que fueron directamente a la cámara de gas sin tener la oportunidad de “seguir por la pendiente hasta el fondo”, como diría Primo Levi259. Del mismo modo, tampoco todos los testigos que sí llegaron a comunicar su experiencia fueron supervivientes: un caso famoso, por ejemplo, es el del testimonio de Zalmen Gradowski, desenterrado por una comisión de investigación soviética el 5 de marzo de 1945 en las proximidades del crematorio III de Birkenau. Gradowski había sido un miembro del Sonderkommando y había muerto en Auschwitz, pro- bablemente asesinado tras la revuelta del Sonderkommando de octubre de 1944. Junto a alguno de sus compañeros, enterró su testimonio de manera que pudo ser preservado y rescatado tras la liberación del campo260. Según Mate no es de recibo menospreciar a ninguno de estos testigos, ni basar toda la posibilidad testimonial de Auschwitz solamente en uno de ellos: “El testigo que da testimonio valora (...) la palabra y el silencio. Sabe que su testimonio es propio de un privilegiado en el campo o, en cualquier caso, de alguien que no recorrió todo el camino de la inhumanidad que sí hizo la mayoría de los deportados. Por eso habla en su nombre y quiere que su palabra remita al silencio de aquéllos. No deben callar pero no pueden decir todo lo que ocurrió”261. Así pues, aunque el testigo que habla no pueda contarlo todo por no haber recorrido “todo el camino de la inhumanidad”, su testimonio no sólo es perfectamente válido, sino que además es el único que puede traer de nuevo al mundo el recuerdo de los otros testigos, aquellos que inevitablemente ya no pueden hablar. En cierta forma podría decirse que la memoria de los campos de concentra- ción y exterminio se construye a partir de un núcleo central que es el silencio y se desarrolla desde sus bordes, en espiral, de adentro hacia afuera, partiendo de las víctimas que perecieron, desplegándose a través del testimonio de los supervivien- tes, atravesando la alambrada y alcanzando a unos pocos testigos oportunamente situados para observar desde el otro lado. Ese silencio sepulcral de las cámaras de gas de Auschwitz y de los millones de muertos que perecieron atrapados en la ma- quinaria del exterminio y la deshumanización sólo puede conocerse indirectamente, siguiendo el recorrido trazado por los testimonios del Sonderkommando, por las pa- labras de los supervivientes que desde Auschwitz fueron desplazados a otros campos de concentración como Bergen-Belsen y también, parcialmente, por los testimonios de los libertadores y de otros espectadores. Pero el contacto con el silencio de las víctimas que establecieron estos outsiders, término que utiliza Dori Laub para refe- rirse a los “espectadores”, es muy reducido. Además su testimonio no está mediado por la experiencia de las víctimas “silenciosas” en el mismo sentido, puesto que los espectadores, por más cerca que estuvieran de los campos de concentración o de 259P. LEVI, Si esto es un hombre, p. 98. 260Zalmen GRADOWSKI, En el corazón del infierno: documento escrito por un Sonderkomman- do de Auschwitz-1944 (Barcelona: Anthropos Editorial, 2008). 261Reyes MATE, Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política (Madrid: Trotta, 2003, p. 237). 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 213 las cámaras de gas, no tenían a esas víctimas como horizontes de referencia, es de- cir, su condición no se erigía ante ellos como una amenaza real, como una alusión constante al que podría ser su irremediable destino. Por tanto, en todo caso cabría decir que los libertadores son sólo testigos desta- cados en la acepción de testis, de outsider, de aquéllos que se sitúan como terceros. Pero esto sólo podría convertirlos en los testigos por antonomasia del horror con- centracionario si se admitiera la premisa que queda implícitamente establecida al aceptar las dos acepciones latinas relacionadas con la figura del testigo, según la cual el testis, en tanto que tercero, en tanto que figura ajena al problema, es un sujeto imparcial y objetivo. Su palabra se tiene como más fiable que la del superstes puesto que éste segundo constituye un sujeto directamente implicado en el acontecimiento y, por tanto, con intereses propios que no garantizan su objetividad. Sin embargo, una de las consecuencias que tiene Auschwitz sobre la epistemología del testimonio es precisamente que dinamita esta relación entre los testigos y su imparcialidad. No hay testigos objetivos de Auschwitz, todos estamos implicados en el acontecimiento porque lo que allí se puso en juego fue la naturaleza misma de lo humano. En efec- to, la comprensión de la experiencia desgarradora de deshumanización que emana de los campos requiere de un compromiso tan íntimo que no sólo imposibilitaría a cualquier testigo-espectador mantener su condición de testis, de tercero, sino que prácticamente disuadiría a cualquier ser humano de seguir declarándose como tal. ¿Cómo podría el ser humano, el espectador, dar cuenta del ser deshumanizado, el superviviente, sin que su humanidad se vea resentida? De todo ello se tiene, en primer lugar, que el “verdadero testigo” del exterminio y la deshumanización, o mejor dicho, el testigo mejor situado para arrojar cierta luz sobre un acontecimiento que se forjó por y para el olvido, es únicamente el superviviente. También que cualquier testimonio de los campos de concentración que pretenda adquirir cierta consistencia debe pasar por el superviviente, escuchar su voz y procurar traer de vuelta su palabra y con ella, la de los muertos. Finalmente, el testigo de la deshumanización, para tenerse como tal, no puede pretender que su humanidad salga indemne del contacto con esta experiencia extrema, por lo que lo 214 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? único que podemos esperar de su testimonio es que evidencie una transformación radical en sus ideas sobre lo humano, lo normal, lo abyecto, lo político o lo justo. Así pues, el testigo de la deshumanización tendría que situarse en el camino que han reclamado muchos supervivientes, como Jean Améry: demostrar una vocación sincera de hacer justicia por las víctimas. Para Améry no se trataba simplemente de venganza: la ley del talión no procedía en este caso. “No deseo convertirme en cómplice de mis torturadores” decía, “exijo más bien que se nieguen a sí mismos y me acompañen en la negación”. Pero ¿qué significa esto exactamente? En realidad, lo que estaba defendiendo era un completo programa de anamnesia, esto es, lo que perseguía era una actualización del crimen, una “resolución del conflicto irresuelto en el campo de acción de la praxis histórica”. El resentimiento supone una distorsión antinatural del sentido del tiempo, pues aboca al pasado al que lo padece e impide que su mirada se dirija al futuro, a esa “dimensión auténticamente humana”. Y lo que es peor, ese resentimiento se recrudece cuando se constata que el mundo que rodea a la víctima, el de los espectadores, trata de “superar” ese pasado arroyándolo, pasando por encima de él, en definitiva, olvidándolo. El individuo movido por el resentimiento, en cambio, aunque desea con fuerza abolir ese pasado, es consciente de que eso no puede ocurrir y por ello no puede olvidarlo. De ahí que la primera reacción instintiva que siga al resentimiento sea la venganza262. ¿Qué se debe esperar, por tanto, de los espectadores y de su testimonio? Que muestren una vocación clara de hacer justicia por las víctimas. ¿Qué tipo de reac- ciones cabe esperar de los espectadores comprometidos con este propósito? Para Améry el perdón y el olvido constituirían dos tipos de reacciones amorales en la medida en que suprimen la relación de responsabilidad que une al criminal con su crimen. Pero también excluye la venganza: “la aplicación del jus talionis” dice Améry “habría representado una sinrazón moral e histórica”. Por tanto, ni venganza ni expiación. Pero entonces, ¿cuál es la salida para el resentimiento? ¿Cómo puede solventarse ese conflicto irresuelto? ¿Qué reacción de los espectadores puede contri- buir a impartir justicia toda vez que se constata que la injusticia es irreversible? En este sentido, la única reacción eminentemente justa es aquella que se funda sobre la anamnesis, esto es, aquella que es capaz de recuperar el pasado en el presente, de exteriorizar y actualizar el crimen a través de una memoria que ponga el acento en la experiencia de los vencidos. Citando a Adorno, decía Reyes Mate que “no podemos saber qué son el bien absoluto, la norma absoluta o incluso qué son el ser humano, o lo humano, y la humanidad, pero sabemos perfectamente qué es lo inhumano”263. De la misma for- ma, seguramente tampoco podamos saber qué es la justicia, pero comprendemos perfectamente qué es la injusticia. Como dice Mate “la injusticia es una experiencia 262“Wajs, el SS de Amberes, asesino en serie y torturador particularmente experimentado, ha pagado con la vida. ¿Qué más puede exigir mi malvada sed de venganza? Pero la cuestión no estriba en si he escudriñado a fondo en mi fuero interno, no consiste en la venganza ni tampoco en la expiación. La persecución era en última instancia la experiencia de una extrema soledad. Lo que me importa es redimirme de un desamparo que aún perdura desde entonces. Wajs, el hombre de las SS, cuando se situó frente al pelotón de ejecución, experimentó la verdad moral de sus crímenes. En aquel instante estaba conmigo –y yo ya no me encontraba a solas con el mango de la pala-. Quiero creer que en el momento de su ejecución deseó, exactamente como yo, revertir el tiempo, cancelar los hechos. Cuando se le condujo al patíbulo dejó de ser enemigo para convertirse de nuevo en prójimo” (J. AMÉRY, Más allá de la culpa y la expiación, p. 151). 263Citado en R. MATE, Memoria de Auschwitz, p. 119. Las citas siguientes se encuentran en las páginas 246 y 251. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 215 de sufrimiento y la justicia es la respuesta a esa injusticia. Preguntar por la justicia de la víctima es reconocer que la injusticia de la víctima es el lugar de la justicia”. Y añade: “No los espectadores del crimen (...) sino quien padece la injusticia tiene la palabra que desencadena el proceso de la justicia”. Sin embargo, dado que “hacer justicia a la víctima tiene como condición necesaria el reconocimiento de la vigencia de la injusticia pasada”, además de la figura del testigo, la otra figura que se con- vierte en fundamental es la del oyente del testigo. Este sería el papel fundamental que debería arrogarse el espectador. Ningún espectador debería tenerse por testigo excepcional. Del mismo modo, todos nosotros deberíamos aspirar a convertirnos más que en jueces, en oyentes excepcionales264. Por tanto, desde esta perspectiva el testimonio, y con él la justicia, parten de la víctima, de su voz, de su experiencia, y dependen de la reacción de los espectadores, de su capacidad para no olvidar ni dar la espalda al sufrimiento: “que nada se pierda”265, que no se olvide esa experiencia de sufrimiento que el progreso y la razón han declarado insignificante. La historia que recoge los testimonios sobre los que se construye la memoria, se convierte así en el principal instrumento de la justicia. Pero no sirve cualquier historia: no nos sirven esas historias contadas por los vencedores, que instrumentalizan el pasado y lo adecúan a las exigencias de normalización que plantea el presente, que se construyen siempre de cara al futuro, con la mirada puesta en el progreso; lo que hace falta es a lo que Reyes Mate se refiere como una historia passionis, que asuma los planteamientos políticos que subyacen al materialismo histórico del que habla Benjamin, que convierta “en el horizonte del presente” los proyectos frustrados, las ilusiones sesgadas, los sueños rotos de aquellos que sufrieron y que quedaron aplastados en el camino. “La memoria que actualiza la injusticia pasada no salda la deuda, sólo la hace presente, y tiene como consecuencia interpretar la política como duelo”. Así, el primer sentido de la justicia de la víctima consistiría “en reconocer la actualidad de la injusticia cometida”. Pero además, la mirada de la víctima tiene la potestad de protestar “contra esa injusticia” y de declarar que “«el sufrimiento es la condición de toda verdad» porque forma parte de la realidad”. De esta forma llegamos al segundo sentido de la justicia de la víctima que pasaría por “reconocer que posee una mirada singular de la realidad y que lo que es así visto forma parte de la realidad”, es decir, “que la víctima ve algo que escapa al verdugo o al espectador, a saber, el significado del sufrimiento declarado insignificante por la cultura dominante [la cursiva es mía]”. En definitiva, cuando las víctimas de la injusticia, sabedores de la irreversi- bilidad de los crímenes contra ellos cometidos, se vuelven hacia los espectadores occidentales266, hacia aquellos que en algún momento dirigieron su mirada hacia 264Como bien señala Iris Marion Young “la reflexión racional sobre la justicia comienza con el acto de escuchar o de prestar atención a una demanda más que con la acción de afirmar o controlar un estado de cosas que, en cualquier caso, es ideal” (Iris Marion YOUNG, La justicia y la política de la diferencia, trad. Silvina Álvarez, Madrid: Ediciones Cátedra y Universitat de València, 2000, p. 14). 265Decía Walter Benjamin en su Tesis Tercera sobre el concepto de historia que “El cronista que narra los acontecimientos sin hacer distingos entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad, a saber, que para la historia nada de lo que una vez aconteció ha de darse por perdido” (en Reyes MATE, Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin «Sobre el concepto de historia», Madrid: Trotta, 2006, 81). 266Aunque Jean Améry se refería fundamentalmente a la sociedad alemana, es necesario no perder de vista aquello que ya traté en el primer capítulo de esta investigación, esto es, que el nazismo se impuso en un contexto global en el que se daban unas condiciones sistémicas determinadas que lo 216 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? los campos de concentración y su oído hacia la voz de las víctimas, y les reclaman que hagan justicia, les están exigiendo que reaccionen de modo que ese recuerdo y esa voz no se diluya, que su experiencia no se olvide. Para que la reacción del espec- tador pueda considerarse responsable y aspire a hacer justicia por las víctimas, debe situarse “más allá de la venganza y de la expiación”, debe basarse en la memoria, debe pretender desmantelar la amnesia de la cultura y de la sociedad europeas y poner a los vencidos en el centro de los discursos memorísticos. Recordar otra vez, hacer memoria, enraizar en el presente la experiencia de los oprimidos para, de esta forma, según una expresión utilizada por el propio Améry, “moralizar la historia”. 3.3.3. Liberando Bergen-Belsen: los espectadores frente a la des- humanización. A la hora de analizar los testimonios de los libertadores y tratar de comprender cómo les afectó la deshumanización con la que se encontraron de bruces al entrar en el campo, habría que ver hasta qué punto estos testigos cedieron a la tendencia a la objetivación, la regulación, la cosificación y la normalización característica del pensamiento occidental, o por el contrario, en qué medida fueron capaces de dar acogida a la experiencia radicalmente diferente que traían los supervivientes de los campos y de transformar integralmente su propia concepción del mundo. Dicho de otra forma, lo que habría que procurar es dirimir si los espectadores se “apropiaron” de la realidad concentracionaria y la constriñeron dentro de sus propias ideas y concepciones, o por el contrario, si se dejaron “golpear” por la experiencia que les fue contada por las víctimas, si de alguna forma se sintieron interpelados por éstas, de tal manera que su única respuesta posible fuera trastocar profunda y radicalmente su visión del mundo. Por supuesto, no todas las respuestas de los libertadores fueron iguales. Entre los distintos grupos que participaron en la liberación de Bergen-Belsen, podríamos afirmar con bastante seguridad que los testimonios del personal médico, particu- larmente los civiles pero también los militares, fueron los que se mostraron más intransigentes con el comportamiento de los musulmanes. Esto seguramente fue consecuencia de que fueron ellos (especialmente las enfermeras de la Cruz Roja y los estudiantes de medicina) los que mantuvieron un contacto más estrecho con los prisioneros de Belsen. El personal médico militar, aunque también tuvo cierto contacto con las víctimas, se encargó más de cuestiones organizativas y de super- visión, por lo que probablemente su implicación emocional fuera algo menor. El resto de los militares tuvieron en general una relación bastante más distante con las víctimas (conversaban con ellos, les regalaban comida, cigarros y poco más) y ese quizás sea el motivo de que se muestren normalmente más benévolos a la hora de justificar su comportamiento. Sin embargo, uno de los grupos que se mostró más comprensivo con las víctimas, o al menos eso se desprende de estos testimonios, es el que se constituye al amparo de la llamada Sociedad Religiosa de los Amigos, los hicieron posible y que se encuentran también en la base de la sociedad y la cultura occidentales. Aunque el hitlerismo se materializara en Alemania, lo cierto es que sus políticas, incluidas aquellas encaminadas al exterminio masivo de judíos, se extendieron rápidamente por toda Europa, con la colaboración activa de individuos e instituciones de todo el continente y con la pasividad explícita de otras naciones extra-continentales. Así pues, el universo concentracionario y el holocausto no pueden entenderse sólo como un capítulo de la historia de Alemania, sino como un hecho central de la historia europea y occidental, que también necesitan reclamar su patrimonio negativo. Por lo tanto, esa reacción en pos de la justicia no debe reclamársele únicamente Alemania, sino a toda Europa, a toda la cultura moderna. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 217 cuáqueros, que estuvieron representados en el campo de concentración de Bergen- Belsen a través de dos dispositivos: el Friends Relief Service y el Friends Ambulance Unit. Reitero que estoy hablando en líneas generales y por supuesto hay excepcio- nes. No obstante, me gustaría comenzar destacando en esta línea el testimonio de Elizabeth T. Clarkson, voluntaria en Belsen con el Friends Relief Service. En una carta dirigida a Joyce y George apuntaba lo siguiente: “Muchos vienen de la clase media y creo que los viejos hábitos de compor- tamiento se reafirmarán en un entorno familiar. Entre las mujeres, resultaba asombroso el efecto tan distinto que causaba en su moral un nuevo peinado y unos vestidos bonitos. Sin embargo, existe un problema con esto, pues cuando muchas de ellas vuelvan a un mundo posbélico cargado con sus propios pro- blemas y dificultades, no parecerán demasiado distintas de todos los demás, por lo que cuando se comporten de forma extraña e irracional, pocas personas tendrán la suficiente comprensión para hacerles concesiones”267. Las palabras de Elizabeth Clarkson reflejan cierta lástima y compasión, así como una confianza positiva en la capacidad de recuperación de los seres humanos. Aun- que quizás de una manera muy cándida, parece que fue capaz de entender el reto que tenía la sociedad de cara a recibir en su seno a estos supervivientes. De hecho, a diferencia de la mayoría que insisten en la necesidad de que los supervivientes se normalicen lo más rápido posible y así puedan queda asimilados en la sociedad nor- mal, ella pone el acento en las dificultades reales que implica dicha normalización y solicita más bien que sea la sociedad quien realice dicho esfuerzo. Esto se aprecia también en un párrafo que aparece en una carta anterior: “Sólo el cielo sabe que les pasará a muchas de estas personas y cómo encajarán en un mundo posbélico preocupado ya por sus propios problemas, pero yo estoy repleta de admiración por la forma en la que la naturaleza humana tiene la vitalidad de emerger de las mayores profundidades (y ellos se encontraron en estas profundidades, tanto aquí como en otros campos de concentración)”268. Y aunque no puede esconder algunos de sus prejuicios, por ejemplo al referir que la pertenencia a la clase media pudiera suponer una ventaja a la hora de afrontar la rehabilitación, su reacción desprende una voluntad de comprensión bastante mayor a la de la media. Así lo demuestra en un tercer pasaje, en esta ocasión recogido den- tro del relato denominado “A.P.S.W. at Large”, escrito en 1947, en el que describía la pobre condición moral de las víctimas: “En estas precarias condiciones se producen muchos desvíos de la moralidad, que van desde el asesinato y el homicidio hasta los más comunes de mentir, robar o emborracharse. Todo esto debe considerarse en el contexto de trastorno social, inseguridad, lucha por la pura supervivencia física y extrema violencia, de origen consciente o inconsciente, liberada por el reino de la fuerza. Como dirán los supervivientes, en el campo de concentración muchas de las mejores personas se desmoronaron por carecer de la despiadada vitalidad necesaria para empujar a los débiles fuera de su camino. Normalmente era necesario robar para vivir. Esto está lejos de pretender ser una acusación contra los supervivientes, entre los que cuento con numerosos amigos; es únicamente un resumen de la situación que aparece como inevitable a causa de las condiciones que imponen el tifus y la tuberculosis”269. 267IWM Papeles Privados de Miss Elizabeth T. Clarkson, Carta “My dear Joyce and George” (11 de Junio de 1945), Documento 17339, Ref. 11/20/1-2: p. 3. 268IWM Papeles Privados de Miss Elizabeth T. Clarkson, Carta “Dear Dr. Burns” (1 de Junio de 1945), Documento 17339, Ref. 11/20/1-2. 269IWM Papeles Privados de Miss Elizabeth T. Clarkson, “A.P.S.W. at Large” (27 de Enero de 1947), Documento 17339, Ref. 11/20/1-2: pp. 4-5. 218 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? El testimonio de Clarkson es uno de los más “comprensivos” de todos los que com- ponen este corpus documental. Lo que distingue a Clarkson de la mayoría de estos testigos, como veremos, es que trata de evitar los juicios de valor a la hora de re- tratar la conducta de los internos, una conducta que no puede más que antojarse extraña a cualquier persona ajena a la realidad del campo. No por ello se abstiene de describir muchos de los comportamientos de los supervivientes, ni esconde el carácter problemático que planteaban los mismos: pero trata de comprenderlos, de entender el sentido de todo este sufrimiento. Es capaz de reconocer a estas personas como víctimas, y aunque no acierta del todo al tratar de identificar el origen del problema (que ella sitúa en la enfermedad y en la lucha por las supervivencia, en lugar de en la violencia del nazismo), al menos no las convierte en las responsables últimas de la situación del campo. Finalmente, se plantea las complicaciones que van a surgir cuando los habitantes del campo atraviesen las alambradas y vuelvan al mundo considerado “normal”, y aunque sitúa el origen de estas complicaciones en “la irracionalidad de las víctimas”, se muestra preocupada por la falta de comprensión que sabe mostrarán algunos de los individuos de una sociedad quizás demasiado centrada en sus propios problemas. El testimonio de Clarkson es uno de los más “comprensivos” de todos los que componen este corpus documental. Lo que distingue a Clarkson de la mayoría de estos testigos, como veremos, es que trata de evitar los juicios de valor a la hora de retratar la conducta de los internos, una conducta que no puede más que antojarse extraña a cualquier persona ajena a la realidad del campo. No por ello se abstiene de describir muchos de los comportamientos de los supervivientes, ni esconde el carácter problemático que planteaban los mismos: pero trata de comprenderlos, de entender el sentido de todo este sufrimiento. Es capaz de reconocer a estas personas como víctimas, y aunque no acierta del todo al tratar de identificar el origen del problema (que ella sitúa en la enfermedad y en la lucha por las supervivencia, en lugar de en la violencia del nazismo), al menos no las convierte en las responsables últimas de la situación del campo. Finalmente, se plantea las complicaciones que van a surgir cuando los habitantes del campo atraviesen las alambradas y vuelvan al mundo considerado “normal”, y aunque sitúa el origen de estas complicaciones en “la irracionalidad de las víctimas”, se muestra preocupada por la falta de comprensión que sabe mostrarán algunos de los individuos de una sociedad quizás demasiado centrada en sus propios problemas. Aunque Elizabeth Clarkson no fue la única en demostrar una reacción más o menos “comprensiva” ante las víctimas, las respuestas “cáusticas” fueron mucho más abundantes. Valgan como ejemplo los siguientes dos pasajes, extraídos respectiva- mente del diario del doctor Hargrave y del álbum de recuerdos del doctor Horsey y ya mencionados270: 270Los doctores Horsey y Hagrave formaron parte, junto a tantos otros, del equipo de estudiantes de medicina procedentes de diversos hospitales de Londres que se ofrecieron para colaborar en la liberación de Europa y que fueron destinados a Belsen entre el 2 y el 29 de mayo de 1945 como voluntarios de la Cruz Roja británica. Desde el punto de vista sanitario, su papel en las tareas de liberación del campo fue fundamental, ya que se ocuparon de atender a los enfermos y a los desnutridos antes de la evacuación del campo, cuando aún se hacinaban en el interior de los barracones. Contaron con recursos muy limitados para desarrollar esta tarea. Una de sus principales funciones fue la clasificación provisional de los enfermos de cara a una optimización básica de las tareas de evacuación. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 219 “De alguna forma no puedo conseguir que me gusten los internos porque están convirtiendo este campo en un infernal desastre y toda su destrucción es un completo sinsentido ya que arrasan cualquier cosa que no les resulte útil en el momento presente, sin tener en cuenta el hecho de que podrían quererlo más tarde y todavía viven bajo la «ley de la garra»”271. “La mujer que sufrió un colapso ayer ha sido una terrible molestia: no dejó dormir a nadie con sus gemidos y aunque se le ha proporcionado una bacinilla perfectamente válida, tenía que usar un cuenco de comer. Teresa me suplicó que la sacara de allí, así que cogí a los húngaros para que se la llevaran de vuelta a la barraca 206. Entonces fui yo mismo a llevarle un jergón y una almohada (de paja) que es más de lo que tiene cualquier otro. Estoy bastante seguro de que estará muerta en un día o dos. Aunque suene cruel, realmente no merece la pena malgastar mucho tiempo con ella porque aunque sobreviva, nunca será un miembro útil para la comunidad”272. El doctor Hargrave no parece sentir ninguna vergüenza a la hora de reconocer su poca voluntad comprensiva. En mi opinión, esta afirmación constituye una demos- tración de la raigambre que adquirió en las conciencias occidentales la zona gris del nazismo. La confusión que emana de este texto, en el que los supervivientes son designados como los máximos culpables de que el campo se hubiera convertido en un infierno, es muy sintomática. Los espectadores de la liberación sólo han visto el resultado de las políticas del terror, perceptibles entonces únicamente en los cuerpos torturados de los deportados. Y sin atender a la memoria se olvida que detrás del comportamiento de los supervivientes se encuentra la violencia del nazismo. De este modo, lo que ven los espectadores “con sus propios ojos” es la victoria del biopoder totalitario, consumado en la anatomía de las víctimas del sistema concentracio- nario, al que además dan carta de naturaleza al resolver que aquéllos que habían sido declarados insectos por los nazis, son efectivamente parásitos: ellos, esos seres inhumanos, son los verdaderos responsables de ese estado de cosas. Cabría recordar en este punto algo que ya mencioné, esto es, que los observa- dores se referían con frecuencia a las víctimas de Belsen como seres “sub-humanos”, “inhumanos” o simplemente, “no del todo humanos”. Así los denomina Molly Silva Jones en su diario cuando dice “nada de lo que pudiéramos hacer era suficiente para tratar de restablecer cierto nivel de salud mental y física en aquellos sub- humanos”273. También es la expresión que utiliza el capitán Stone cuando apunta “uno descubre que la quejumbrosa y abatida persona sub-humana que estaba tra- tando puede muy bien haber sido un famoso profesor universitario o una persona que había sido deportada por algún acto de sabotaje particularmente osado”274. “De cerca parecían inhumanos; ninguna cara resultaba visible, sólo brazos y piernas y feas nalgas...”, escribía el soldado Derrick Sington para referirse a los cadáveres275. 271Entrada del 19 de mayo de 1945 del diario del Dr. Michael Hargrave, IWM Papeles Privados de Dr. Michael John Hargrave, Documento 7272, Ref. 76/74/1: p. 76. 272Entrada del 10 de mayo de 1945 del diario del Dr. Horsey, recogida en la tercera parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Papeles Privados de Dr. P J Horsey, Documento 1345, Ref. Con Shelf: p. 25. 273IWM Papeles Privados de Jean McFarlane, Documento 9550, Ref. 99/86/1 274“Some Impressions of Belsen Camp”, en IWM Private Papers de Captain J. E. Stone, Document 14911, Ref. 06/52/1. 275Derrick SINGTON, Belsen Uncovered (Londres: Duckworth, 1946, p. 49). 220 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? “No era posible considerarlos seres humanos” señalaba la periodista Mea Allan276. “Resulta difícil pensar en ellos como seres humanos”, indicaba el proyeccionista Cyril J. Charters277. “Eran en su mayoría deplorables despojos de humanidad” apuntaba Jean McFarlane278. En cuanto al doctor Horsey, parece plantearse el mismo problema que Elizabeth Clarkson, a saber, el encaje de las víctimas en la sociedad “normal”, pero recurriendo a un cinismo bastante acentuado: de las víctimas se espera que se adapten al mundo “normal” con la mayor brevedad posible, que vuelvan a ser útiles para la comunidad. De lo contrario, es preferible no malgastar demasiado tiempo con ellas. El doctor Horsey no tiene ningún pudor en valerse de criterios puramente culturales (porque la “utilidad” de un ser humano no es un criterio médico) para situarse más allá de la vida y la muerte. El autor de este testimonio no sólo no demuestra ninguna capacidad para ponerse en el lugar del otro, de la víctima sufriente, sino que no duda en proyectar la lógica del progreso sobre la realidad concentracionaria y en declarar el sufrimiento completamente inútil. La idea de que la recuperación de muchas víctimas es inútil porque sus vidas no van a tener ningún valor para sus comunidades es un argumento que se repite en muchos testimonios. Lo encontramos también, aunque más suavizado, en la carta circular escrita por Miss Joyce M. Parkinson, también miembro del Friends Relief Service, en mayo de 1945 y conservada entre los papeles de Eryl Hall Williams cuando señala: “Una de las cosas que hemos tenido que afrontar es que muchas de las personas que han sobrevivido a los terribles sufrimientos de estos campos nunca serán realmente un activo de valor para su comunidad”279. En general, el comportamiento anormal de las víctimas tuvo más éxito a la hora de despertar una reacción mordaz, que una respuesta “comprensiva”. Recupero el pasaje de la carta que Effie Lucille Barker, enlace de la Cruz Roja británica, escribió a su familia el 1 de junio de 1945 y que ya analicé. En este documento vuelve a aparecer ese enaltecimiento del progreso a la hora de valorar las circunstancias del campo: “Anoche fui invitada a tomar café con unas mujeres checas. Eran judías que habían pasado por los horrores de Auschwitz y Belsen y que habían sido eva- cuadas del Campo I tan débiles que ni siquiera podían levantar sus cabezas. Nos recibieron vestidas de forma encantadora con ropas hechas con la tela de algún mantel colorido. Su pequeña habitación era como un salón en miniatura con numerosos jarrones de lilas. La conversación hacía justicia a cualquier ce- na de fiesta. Una mujer, obviamente muy distinguida y dueña de una preciosa casa en Praga (...) me aseguró que ella no tenía miedo al futuro. Ella nunca miraba hacia atrás, siempre hacia delante, una filosofía que había salvado su vida y su razón. Rara vez he escuchado tanta sabiduría como la que expuso al hablar acerca de la futura paz en Europa. Resulta difícil creer que hace seis semanas estuviera rebuscando en la basura para quedarse con los restos de piel de patata. Esto por supuesto es sólo un ejemplo de lo poco bueno que sale del sumidero. La mayoría, sinceramente, estarían mejor muertos tanto por ellos mismos como por todos los demás”280. 276“MEA 4: Letter to Jean” (10 de junio de 1945), en IWM Papeles Privados de Miss Mary Eleanor Allan, Documento 3100, Ref. 95/8/1. 277Letter No41 [18 de mayo de 1945], en IWM Papeles Privados de C. J. Charters, Documento 3103, Ref. Con Shelf: p. 5 278Relato de Jean McFarlane (1945-1949, posiblemente 1945), en IWM Papeles Privados de Jean McFarlane, Documento 9550, Ref. 99/86/1. 279IWM Papeles Privados de Eryl Hall Williams, Carta Circular de Miss Joyce M. Parkinson (mayo de 1945), Documents 2420, Ref. 93/27/1, p.8. 280IWM Papeles Privados de Miss Effie L. Barker, Carta “My darlings” (1 de Junio de 1945), Documento 10541, Ref. 01/16/1. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 221 La descripción de este grupo sirve a la autora para dejar constancia de lo que se espera de las víctimas, entre otras cosas, que recuperen los valores materiales que funcionan como símbolo de humanidad en las sociedades occidentales, tales como “vestirse de forma encantadora” o adornar la habitación con “numerosos jarrones de lilas”. Las víctimas deben mirar para adelante, no aferrarse al recuerdo de los sufrimientos pasados y afrontar su rehumanización, ajustándose rápidamente a las normas de la sociedad ajena a los campos, entre ellas, significativamente, a las nor- mas de género, que se convierten en uno de los pilares básicos sobre los que se asienta la recuperación. En este pasaje, la autora se expresa de una forma radical- mente implacable; según sus palabras, más allá de algunos internos excepcionales, los supervivientes “estarían mejor muertos”. En ocasiones no parecen existir muchas diferencias entre las reacciones que des- piertan en los espectadores las víctimas y los verdugos. En efecto, los espectadores no sólo tienden a utilizar categorías muy parecidas para referirse a unos y otros (ambos son descritos como animales, como parásitos y como inhumanos, como ya vimos), sino que tanto a las víctimas como al pueblo alemán en su conjunto les desean un destino similar. Este testimonio en el que Effie Lucille Barker no sentía ningún rubor al afirmar que la mayoría de los supervivientes “estarían mejor muer- tos”, se asemeja significativamente a aquel otro ya apuntado en el que la enfermera militar Kathleen J. Elvidge aseguraba que “toda la nación [alemana] debería ser aniquilada y extirpada de la faz de la tierra”281. Esta tendencia no hace más que reforzar la institucionalización de la zona gris, tal y como he señalado anteriormen- te, ya que refuerza esa igualación de las víctimas y de los verdugos proyectada por el nazismo. Podríamos decir que dentro de los testimonios de los espectadores de la li- beración de Belsen, las respuestas de tipo “cáustico” o “visceral” como la de los doctores Hargrave y Horsey o la de la voluntaria Effie Lucille Barker, son bastante más abundantes que la reacción más “comprensiva” de Elizabeth Clarkson282. No obstante, la reacción más típica de los espectadores tiene un carácter intermedio y resulta ciertamente más comedida. Quisiera presentar un ejemplo a continuación, analizando la descripción que hacen tres testigos de una figura particular y tam- bién importantísima de todas aquellas que participaron en las tareas de atención y evacuación de las víctimas en Belsen: el personal médico interno, esto es, super- vivientes en condiciones físicas supuestamente adecuadas, normalmente con algún tipo de educación o experiencia sanitaria previa (desde estudiantes de medicina, hasta esposas de médicos). La mayoría eran mujeres que dentro del campo reali- zaron labores de enfermería. Su papel fue trascendental, entre otras cosas porque, como ya mencioné, las autoridades militares británicas habían prohibido la entrada de mujeres al Campo I, que constituía el área más afectada de todo Belsen, con lo que durante la primera etapa de las labores de rescate no se contó con el apoyo vital del cuerpo de enfermeras del Ejército y de la Cruz Roja. Se situaron general- mente a las órdenes de un estudiante de medicina y fueron las que estuvieron en 281IWM Papeles Privados de Mrs. Kathleen J. Elvidge, Carta “My darling...” (26 de Mayo de 1945), Documento 1029, Ref. 89/10/1. Véase también la cita 75 en la página 95. 282Así lo afirma por ejemplo Johannes-Dieter Steinert, para quien este tipo de discursos no eran en absoluto excepcionales (Johannes-Dieter STEINERT, «British Relief Teams in Belsen Concen- tration Camp: Emergency Relief and the Perception of Survivors», en Belsen 1945: New Historical Perspectives, ed. Suzanne BARDGETT y David CESARANI, Edgware: Vallentine Mitchell, 2006, p. 71). 222 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? contacto directo con los enfermos antes de la evacuación. En general, este grupo de prisioneros era más fácil de “humanizar” para los espectadores por el trato más próximo que mantuvieron con ellos. En el pasaje reproducido más arriba de Effie Lucille Barker puede apreciarse la descripción tan positiva que hace de este tipo de prisioneros, “lo poco bueno que sale del sumidero”, según ella. El doctor Horsey, por su parte, dedicó palabras de profunda admiración hacia el grupo de mujeres que trabajaron a sus órdenes realizando labores de enfermería, que contrastan con la actitud antes mencionada que gastó contra aquella otra enferma283. No obstante, su figura fue controvertida principalmente por dos motivos dis- tintos. En primer lugar, aunque se suponía que estas personas debían estar en condiciones físicas más o menos buenas, lo cierto es que la mayoría estaban muy débiles, habiendo sufrido los efectos de la malnutrición severa, la falta de higiene y el hacinamiento, y habiéndose recuperado en muchos casos muy recientemente del tifus o de otras enfermedades. Así que, en definitiva, se trataba de enfermos atendiendo a otros enfermos. En segundo lugar, fueron ampliamente criticadas por favorecer principalmente a sus amigos y compatriotas, a los que habrían destinado más y mejor comida y a los que habrían privilegiado de cara a su evacuación del campo. “Me ha impresionado especialmente la gran mayoría de los supervivientes que ejercen como doctores. El examen meticuloso de los pacientes, especialmente de aquellos asustados de ellos, o de la muerte, y la confianza de los pacientes en los doctores, es bastante increíble. Hay tantos pacientes que a mí me resulta difícil recordar que cada uno de ellos está enfermo tanto física como mentalmente y que todos son personas con sentimientos muy reales. No hay ninguno de estos doctores que no trate a cada paciente como si fuera alguien de suma importancia. Las enfermeras no tienen la suficiente preparación y en muchos casos se encuentran enfermas, cansadas y con demasiado trabajo (y los doctores también), trabajando doce horas al día, siete días a la semana, con menos de dos horas libres en todo el día para comer. (...) Mientras que los trabajadores de la Cruz Roja Británica que se encuentran en buen estado de salud encuentran el trabajo extenuante, estos médicos no se relajan en absoluto y muchos de ellos se han recuperado del tifus tan sólo en las últimas semanas”284. “Reclutamos enfermeras entre las internas que se encontraban en mejores con- diciones, y en general hicieron cuanto pudieron. Sin embargo, me daba la sensa- ción de que no desarrollaban las labores de cuidado por razones humanitarias, sino más bien porque recibían comida extra. No se les podía culpar perso- nalmente por ello, en tanto que sus mentes se estaban despertando en ese momento al hecho de que existían otras personas en el mundo”285. “Sólo ellas [las enfermeras internas] entraban en la categoría de seres humanos. Pregunté a una cuánto tiempo había estado en Belsen y me quedé pasmada cuando dijo que tres años. La miré fijamente y le pregunté cómo es que estaba viva y con ese buen aspecto. En su respuesta no había vergüenza alguna: «Simplemente porque he robado comida de mis compañeros deportados». Estas mujeres habían sido las supervisoras. En cada barracón había un supervisor, cuya función era mantener el orden y recoger la comida de las hileras que se formaban en las filas de las barracas. Así que sencillamente engullían tanta 283IWM Papeles Privados de Dr. P J Horsey, Álbum de recuerdos – Segunda Parte, Documento 1345, Ref. Con Shelf: pp. 11-14 284“Bergen Belsen Concentration Camp” (6 de mayo de 1945), Jane E. Leverson, en IWM Papeles Privados de Miss E. T. Clarkson, Documento 17339, Ref. 11/20/1-2: p. 4. 285“Belsen, 1945” de T.C. Gibson, publicado en The London Hospital Gazette (agosto de 1945), en IWM Papeles Privados de R.D. Pearce, Documento 13407, Ref. 05/14/1: p. 146. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 223 comida como podían meterse en el espacio de tiempo que transcurría desde que la recogían de los camiones que la distribuía entre las barracas de los deportados. Incluso cuando yo estuve allí, cuando alguno de los internos que ejercían como doctores hacían la ronda para ayudar con los cuidados de los enfermos y los moribundos, se repetía esta amoralidad nacida de la desesperada lucha por la existencia. Estos doctores aún no se daban cuenta de que los alimentos llegaban con regularidad a cada hora de comer, así que era fácil encontrarles en las despensas saqueando la comida de los pacientes”286. La primera reacción, que es la única positiva de las tres, es la de Jane Elinor Le- verson, compañera de Elizabeth Clarkson en el Friends Relief Service y primera voluntaria judía en Belsen. Aunque no es la única espectadora que ve con buenos ojos a estos supervivientes, su actitud no se encuentra ni mucho menos generali- zada. Así, la segunda descripción de las enfermeras internas, que corre a cargo del doctor T.C. Gibson, otro de los estudiantes de medicina, contrasta notablemente con la anterior. Aunque contenida, es imposible obviar la crítica que subyace a este texto, en el que queda más que patente que las razones espurias de las enfermeras, que deberían estar estrictamente motivadas por principios puramente humanita- rios, no son bien recibidas. Es muy frecuente que los espectadores se expresen de esta forma ambigua y que presenten sus críticas hacia el comportamiento de las víctimas con subterfugios, declarando formalmente que ellos se abstienen de juzgar, pero proyectando en sus descripciones un sin número de (pre)juicios morales. En esta línea se sitúa también la última de las reacciones, esta vez a cargo de la periodista Mea Allan. Aunque formalmente también quiere dar la impresión de abstenerse de valorar el comportamiento de los internos, no duda en sancionar ese carácter sospechoso de la víctima. Las enfermeras y los doctores se encontraban en la suficiente forma física para ejercer como tales sólo porque durante años habían robado la comida de sus compañeros. El carácter sospechoso de los supervivientes es otra de las constantes que se repite insistentemente a lo largo de estos testimonios. La propia Elizabeth Clarkson en uno de los pasajes antes recogidos, se hacía eco de estos recelos cuando señalaba que “las mejores personas se [habían desmoronado] por carecer de la despiadada vitalidad necesaria para empujar a los débiles fuera de su camino”. Como veremos, además esta desconfianza se extiende de manera particularmente frecuente a las mujeres supervivientes que se encontraban en me- jores condiciones físicas, sobre las que enseguida recaía la sospecha de prostitución, de haber mantenido relaciones sexuales con los alemanes o de haber intercambiado sexo por comida o alguna otra comodidad287. Por tanto, en las descripciones de la deshumanización de los supervivientes y de las condiciones de vida en el campo de concentración, lo que destilan estos tes- timonios de forma más general es la incomprensión más absoluta hacia la situación de las víctimas. Por supuesto, hay actitudes compasivas. Entre los testimonios se- leccionados, una de las posturas más sensibles en este sentido es la que muestra Cyril J. Charters, proyeccionista con la 37 Kinema Section (RAOC), en las cartas que escribe a su mujer. 286“MEA 4: Letter to Jean” (10 de junio de 1945), en IWM Papeles Privados de Miss Mary Eleanor Allan, Documento 3100, Ref. 95/8/1, p. 3. 287Aunque entraremos en mayores detalles más adelante, por citar un ejemplo de este tipo de descripciones, destaca el relato que hace uno de los estudiantes de medicina, P.W.G. Tasker, de una de las internas llamada Miryan Feder y que queda recogida en The London Hospital Gazette (IWM Papeles Privados del doctor R.D. Pearce, Documento 13407, Ref. 05/14/1: pp. 151-153). 224 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? “Ayer, mientras atravesaba un pasillo, oí una voz fúnebre y medio susurrante que murmuró «¡camarada!», casi como si con ese susurro quisiera asegurarse a sí mismo que se encontraba en buenas manos. Me volví y le sonreí con compasión y amabilidad; pero su siguiente palabra tocó una fibra sensible en mí y me hizo sentir mal con impotencia y conmiseración. La palabra era simplemente «pan», pronunciada con todo el fervor y la súplica de un hombre hambriento”288. Sin embargo, en general, no se perciben intentos consistentes de establecer una relación basada en la alteridad, de ponerse en el lugar del otro. Al contrario, algunas de las sensaciones que se perciben más claramente en los textos escritos por los libertadores son asco, repugnancia, fastidio y molestia. La descripción que hace la enfermera del No9 British General Hospital Elizabeth Biggs y que recogíamos en otro apartado es un ejemplo claro de la antipatía que suelen despertar los internos: “Incluso ahora, después de seis semanas de buena comida, todavía comen como cerdos y nunca parecen tener suficiente. Acumulan todo y de todo, lo que no pueden comer lo ocultan en sus colchones. Entras en una habitación que apesta hasta el último cielo, rebuscas por todo el lugar y encuentras carne y pescado en toda clase de sitios, cubiertos de moscas, y ellos casi se vuelven locos cuando lo quitas de ahí. Obtienen mantequilla fresca, carne y patatas dos veces al día, diez onzas de pan blanco y cuatro onzas de pan negro. Cantidad de miel y dulces y los hombres cigarrillos todos los días, pero siguen sin estar satisfechos”289. Llama la atención también la falta de contención con la que se representan en estos documentos la impudicia y la indecencia que perciben los observadores en todos los rincones del campo y especialmente en sus habitantes, tanto en los vivos como en los muertos. Ya expliqué anteriormente con mucho detalle cómo se despliegan las múltiples facetas de la abyección en estas narraciones a la hora de representar a los prisioneros. Es importante dejar claro que, en estos testimonios, esa percepción de la abyección reside fundamentalmente en la mirada de los libertadores, es decir, que es ante todo una estrategia narrativa, algo que preside las formas de transmisión de los propios observadores, firmemente asentados en una normalidad que nada tiene que ver con la “normalidad” que instituye el campo de concentración. El hecho de que para muchos supervivientes la abyección también ocupara un lugar central en la experiencia concentracionaria no justifica el empeño de los ob- servadores por recalcar lo abyecto de los supervivientes, entre otras cosas porque el valor que se le da al sufrimiento de las víctimas es incomparable en los testimonios de unos y otros. Pero, sobre todo, a fin de cuentas lo que los supervivientes han reivindicado es que esta posición abyecta, paradójicamente, les situaba en última instancia “en la vanguardia de lo humano”, en tanto que poseedores de la perspectiva más radical y más extrema290. ¿Qué quiere decir esto? Que la experiencia extrema de deshumanización vivida por estas víctimas del nazismo ha convertido a los su- pervivientes de los campos en testigos excepcionales de lo humano. La visión de los espectadores, que veían materializado el estadio más postrero de la humanidad en esos seres que plagaban el universo infrahumano de los campos de concentración, 288Letter No39 (15 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of C. J. Charters, Documents 3103, Ref. Con Shelf, pp. 1 y 2. 289Carta “My dearest Dorrie” (14 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Sister E.E. Biggs, Documents 16768, Ref. 09/66/1. 290Como ya señalamos, Monique Wittig se expresaba en un sentido muy similar al referirse al sujeto lesbiano como sujeto de la abyección por antonomasia (Monique WITTIG, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, trad. Javier Sáez y Paco Vidarte, Madrid: Egales, 2005, p. 73). 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 225 y que señalaban el límite mismo de lo humano como amenazado por la inmundicia más extrema, por la falta de moral y por la desvergüenza, se contrapone por tanto a esa otra visión según la cual estos seres abyectos estarían en realidad movidos por un último y colosal esfuerzo por agarrarse a la vida, por una formidable voluntad que lejos de ser inhumana, sólo puede concebirse como sobrehumana. Margaret Myers Feinstein lo sintetiza bien cuando advierte de que las moles- tias que causaban los supervivientes desplazados a los trabajadores de la UNRRA y de otras agencias de socorro debido a su alborotador comportamiento, se atribuía siempre a la deshumanización que venía implícita en la experiencia concentracio- naria en lugar de reconocer en este comportamiento una suerte de “renacimiento político y reafirmación de su autonomía”291. Podría decirse que los espectadores, empeñados en señalar desde un punto de vista puramente formal la abyección de las víctimas, no parecieron percibir lo que según Agamben constituye “la aporía ética específica de Auschwitz”, esto es, que los campos se hayan convertido en el lugar “en el que no es decente seguir siendo decentes, en el que los que creyeron conservar dignidad y respeto de sí sienten vergüenza con respecto a los que la habían perdido de inmediato”. Las fotografías tomadas en Belsen constituyen uno de los documentos menos contenidos de toda esta serie. Llaman la atención especialmente por la ruptura tan radical que introducen en las fotografías que la AFPU había realizado durante el resto de la contienda. Como ya señalé, en Belsen se vino abajo todo el sistema de autocensura que se habían impuesto los fotógrafos de la AFPU a lo largo de la gue- rra a la hora de representar a los muertos y a los heridos: como se recordará, este sistema consistía básicamente en no retratar los cadáveres y los cuerpos malheridos de los militares aliados y de los civiles. En cambio, en Belsen nos encontramos de pronto fotos muy turbadoras, que se alejan radicalmente de la prudencia que había demostrado este cuerpo de fotógrafos en los años anteriores. La imagen 52 (BU 4058), que constituye una ruptura más que palpable con la tradición fotográfica en la que se inscriben las representaciones de la AFPU, es un claro ejemplo de esta repentina procacidad. Esta fotografía quebranta completamente las normas de representación validadas como moralmente aceptables. Quizás éste sea uno de los motivos por los que esta imagen apenas se divulgó en los meses posteriores a la guerra292. Y sin embargo, años más tarde y fundamentalmente como consecuencia de la utilización de la secuencia filmada por la AFPU sobre la labor realizada en Belsen por la excavadora que hizo Alain Resnais en su famoso documental Nuit et Brouillard, esta imagen se convirtió en todo un símbolo del holocausto y el genoci- dio, lo que no deja de resultar curioso, como bien señala Sylvie Lindeperg, cuando en realidad la escena que representaba valdría más como símbolo de las labores de saneamiento realizadas por los aliados durante la liberación de los campos nazis. Según Lindeperg, muchos espectadores confundidos pensaron que aquella excava- dora la manejaba un alemán y que, por lo tanto, la fotografía venía directamente del corazón del horror. Además en algunos contextos se jugó deliberadamente con el equívoco utilizando estas imágenes: en una de las versiones de Nuit et Brouillard proyectada en la Alemania del este, por ejemplo, se cercenó deliberadamente la 291Margarete Myers FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957 (Cam- bridge y Nueva York: Cambridge University Press, 2010, p. 251). 292Hannah CAVEN, «Horror in Our Time: Images of the Concentration Camps in the British Media, 1945», Historical o Journal of Film, Radio and Television 21, n 3 (2001): p. 231. 226 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? narración original que acompañaba al documental y las imágenes de la excavadora quedaron integradas dentro de una secuencia en la que se enfatizaba la relación entre el fascismo y el capitalismo, acompañándose del comentario “una vez más, los carniceros producen montañas de cadáveres bajo las que se derrumban”. La frase original que explicaba esta escena (“Cuando los aliados abren la puerta”) se traslada al final de este montaje de manera que, como apunta Lindeperg, las imágenes que- daban completamente sacadas de contexto y atribuidas a los nazis, convirtiéndose así de manera efectiva en una metáfora de la muerte industrializada en los campos de concentración bajo los auspicios del fascismo y del capitalismo293. Lo que no dice Lindeperg es que los propios británicos también trataron de explicar esta escena como una prueba incontestable de las atrocidades: su razona- miento fue que la terrible situación encontrada en Belsen les había obligado a utilizar la excavadora como única forma de aligerar las tareas de saneamiento del campo y evitar que empeoraran las condiciones sanitarias, con montañas de cadáveres infec- tados de tifus294. Pero la recepción posterior de la imagen y fundamentalmente el hecho de que muchos espectadores llegaran a creer que el que manejaba la excava- dora era un alemán, pone en evidencia la problemática que encierra esta fotografía al tratar de erigirse como símbolo de la atrocidad. Quizás estaría más justificado interpretarla, como hace Antoine Capet, como una demostración de la fuerza bruta del macho dominante personificada en la potencia con la que trabaja la excavadora que empuja el soldado británico295. En cualquier caso, la ambigüedad está servida y la escena nos remite nuevamente a la tantas veces referenciada zona gris, con la notable salvedad de que ahora la confusión se produce entre los verdugos y los espectadores. 293Jean-Michel FRODON, Cinema and the Shoah (Albany: SUNY Press, 2010, pp. 77-78). Lo cierto es que, como apunta Raúl Hilberg, en algunos campos los alemanes también utilizaron un método parecido (empujar los cuerpos con una excavadora hasta una fosa) para deshacerse de los cadáveres (R. HILBERG, La destrucción de los judíos europeos, p. 1078). 294Según se apunta en el apéndice G del informe realizado por HQ 10 GARRISON entre el 18 y el 30 de abril de 1945 y conservado dentro del archivo Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945 (Documents 9230, Ref. Misc 104 [1650], p. 19), la excavadora se utilizó en dos ocasiones para empujar cuerpos en un avanzado estado de descomposición. El autor del informe admite que no es una práctica recomendable, pero la justifica por las necesidades del momento y la escasez de mantas con las que mover los cuerpos. En su libro sobre Belsen Joanne Reilly menciona el episodio de la excavadoras y afirma que “los libertadores no pudieron consolarse a sí mismos con el pensamiento de que las víctimas estaban recibiendo una sepultura adecuada. Quizás de todas las fotografías y películas procedentes de Belsen durante aquellas primeras pocas semanas, una de las imágenes más impactantes fue aquella de un soldado británico empujando unos cadáveres con una excavadora hacia una fosa sin ningún tipo de ceremonia. Según un informe oficial, esto ocurrió sólo en dos ocasiones. Dos de las enormes pilas de cadáveres destinadas a ser incineradas se estaban descomponiendo mucho. Las mantas no podían ser derrochadas y sin mantas los cuerpos no podían manejarse. Como única solución, se escavaron fosas todo a lo largo de los cadáveres y estos fueron empujados por la excavadora” (Joanne REILLY, Belsen: The Liberation of a Concentration Camp, Londres: Routledge, 1998, p. 28). Curiosamente en la nota que acompaña a este pasaje, Reilly apunta que habría al menos un testigo que aseguraba que la excavadora fue utilizada más de dos veces con este propósito. Ello indicaría que este discurso justificativo está un poco cogido por los pelos, pero lo interesante aquí es que Reilly, con las pruebas que tiene a mano, no problematice la actuación británica en el texto principal y la valide sin cuestionarla demasiado. 295Antoine CAPET, «The Liberation of the Bergen-Belsen Camp as Seen by Some British Official War Artists in 1945», en Belsen 1945: New Historical Perspectives, ed. Suzanne BARDGETT y David CESARANI (Edgware: Vallentine Mitchell, 2006, p. 172). 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 227 Otra fotografía sorprendente es la imagen 53 (BU 3764). En ella se retrata una escena que aparece una y otra vez en los textos escritos por los libertadores: supervivientes acuclillados defecando en público, a la vista de todos, en cualquier sitio, de cualquier manera y sin ningún decoro. Aunque este episodio se repite una y otra vez en las narraciones, no hay apenas fotografías que den cuenta del mismo. Esta imagen tomada por el teniente Wilson es una excepción. Llama la atención que el pie de foto que la acompaña se limite a referir “vista general de una parte del campo”, sin hacer referencia explícita a los prisioneros, lo que contrasta con otras leyendas mucho más exhaustivas de esta misma serie296. Parece, por tanto, que existe cierto pudor a la hora de representar una escena que parecía ser bastante habitual en el campo (o al menos, que había impactado lo suficiente a los libertadores como para que la dejaran plasmada por escrito una y otra vez). Pero, pese a todo, aquí está esta fotografía que pretende erigirse en testimonio de la degradación física y moral de los prisioneros de Belsen. No cabe duda de que el testimonio fotográfico de esta situación constituye una invasión bastante violenta de la intimidad de unos sujetos que, no lo olvidemos, han sido víctimas de la violencia y las vejaciones sistemáticas perpetradas por los nazis. No es comparable a las narraciones escritas por una razón muy sencilla: esta fotografía no garantiza el anonimato de las víctimas y, por tanto, vuelve a situarlas en una situación de vulnerabilidad. Esta imagen suscita en todo caso más preguntas que respuestas, especialmente en relación a la figura del fotógrafo. ¿Qué resorte saltaría en la mente del fotógrafo para considerar que era legítimo tomar una fotografía de un acto que de forma generalizada la cultura occidental considera como algo íntimo y, por lo tanto, difícilmente susceptible de convertirse en una imagen pública (excepto quizás en contextos artísticos pretendidamente subversivos)? ¿Pediría permiso a los retratados o simplemente, en virtud de ese papel que se habían arrogado de grandes testigos del universo concentracionario, se creería en pleno derecho de disparar la fotografía en tanto que “la cámara es el ojo de la historia”297? ¿Justificaría esta imagen como su particular intento de conmover las conciencias británicas ante la desamparada situación de las víctimas del nazismo? Aunque estas cuestiones se presentan de una forma bastante evidente al exa- minar esta fotografía en concreto, lo cierto es que uno puede plantearse preguntas muy similares para casi todas las fotografías de Belsen en las que aparece represen- tada la miseria de los supervivientes en sus distintas facetas. Por aportar algunos ejemplos, las fotografías de las imágenes 54, 55, 56 y 57, entre muchísimas otras, suscitan problemas similares. Los textos nos relatan, por ejemplo, que las mujeres prisioneras ya no sentían pudor a la hora de exponer su cuerpo desnudo pública- mente. ¿Pero ello legitima fotografías como la de la imagen 54 o la de la 57, en la que, en virtud del retrato, ciertas mujeres concretas quedan expuestas de esta manera? ¿Contaría el fotógrafo con el visto bueno de las retratadas para realizar 296Por poner un ejemplo, las fotografías anteriores vienen acompañadas por las siguientes notas: “La única fuente de agua para los prisioneros, una piscina infestada y de olor nauseabundo”; “Prisioneros que se paran a observar a otro deportado que ha muerto de hambre en el lugar donde yacía” 297Según Susan Sontag ésta fue precisamente la expresión utilizada por Mathew Brady para justificar las fotografías de soldados muertos que la casa fotográfica que él dirigía había tomado durante la guerra de Secesión estadounidense (Susan SONTAG, Ante el dolor de los demás, Madrid: Santillana, 2003, p. 63). 228 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? esta fotografía? Aunque no lo sabemos, es fácil presuponer que en la mayoría de los casos no tenían la aprobación expresa de los retratados. Sin embargo, hay un caso concreto en el que sabemos que sí había habido consentimiento y que nos permite hacernos una idea de la importante diferencia que introduce el hecho de que exista esta conformidad. Se trata de la imagen 61 (BU 6370) en la que se retrata el demacrado y desfigurado cuerpo desnudo de Margit Schwartz, de pie, sosteniéndose con los brazos apoyados en sendas camas y respaldada por una enfermera. Hay dos fotografías de Margit Schwartz y una tercera en la que se reproduce una antigua fotografía suya, anterior a la deportación, en la que se aprecia la magnitud de su transformación física en el contexto de los campos. En la leyenda de estas imágenes, tomadas por el sargento Hewitt entre el 16 y el 17 de mayo de 1945, se explica que cuando la enferma vio aparecer una cámara, a pesar de su extrema debilidad, hizo el increíble esfuerzo de levantarse de la cama sin ayuda y posar de pie para la fotografía. El lenguaje narrativo de esta secuencia (una primera foto tomada en la cama, otra de la enferma de pie en una actitud de posado y con una proximidad que no se ve en ninguna otra foto de Belsen) parece corroborar esta descripción. El hecho de que Schwartz quisiera ser retratada y que al parecer realizara un esfuerzo de estas características para lograr su objetivo, que quisiera que su imagen de alguna manera trascendiera de forma pública, es altamente significativo y otorga a este documento un valor que otras fotografías posiblemente “robadas” no tienen. Puede ser que no se encontrara en las mejores condiciones físicas y mentales como para tomar conscientemente esta decisión, pero aún así en algún momento de su experiencia de supervivencia ella quiso que cierto público tuviera esta imagen de sí misma. En este tipo de retratos, el que exista una voluntad del retratado para ofrecer una imagen de sí mismo es vital para valorar desde un punto de vista ético la legitimidad de una fotografía que pretende erigirse como testimonio moral de la historia. Muchas de estas fotografías llegaron a la prensa. Los fotógrafos no estaban en condiciones de saber qué fotografías serían publicadas, pero sabían que cualquiera de sus tomas era susceptible de aparecer en los periódicos. La durísima imagen 55, en la que aparecen los cuerpos dolientes, demacrados y llenos de llagas de muchas mujeres muy jóvenes hacinadas en uno de los barracones, cuyos rostros desfigurados se aprecian perfectamente, se publicó en el Daily Worker londinense el 21 de abril de 1945. El hecho de que sus rostros sean visibles podría considerarse un intento de humanización de las víctimas. Dice Judith Butler que ante una imagen “nuestra capacidad para reaccionar con indignación, impugnación y crítica dependerá en parte de cómo se comunique la norma diferencial de lo humano mediante marcos visuales y discursivos” y, siguiendo a Levinas, para quien es la cara del otro el que exige de nosotros una respuesta ética, la inclusión o no del rostro en una imagen tendría una importancia vital a lo hora de asignar quién es humano y quién no. Al analizar las fotografías de Abu Ghraib, Butler se plantea si nuestras normas de humanización exigen el nombre y el rostro o si quizás el rostro funciona como un elemento de ocultación de dichas normas. Por desgracia, la fotografía no puede restituir la integridad al cuerpo que registra, puesto que “la huella visual no es lo mismo que la plena restitución de la humanidad a la víctima, por deseable que esto sea”. Aunque quizás la fotografía mostrada y puesta en circulación pueda convertirse en un requisito necesario para la indignación y para una visión política basada en ella, Butler se da cuenta también de que poner al descubierto a la víctima sería en 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 229 cierta manera reiterar el delito por lo que la tarea de denunciarlo se transformaría en toda una documentación no sólo de los actos del torturador, sino también de quienes pusieron al descubierto, difundieron y publicaron la noticia298. Como dice Angi Buettner, “al representar sus cuerpos de una manera que obliga a volver la mirada hacia cómo sus cuerpos fueron marcados o destruidos por el sufrimiento, se convierte reiteradamente en objetos a los sujetos que ya se habían visto desprovistos de su subjetividad en el marco de una catástrofe (por fuerzas de la naturaleza o por la fuerza humana) y se les encierra en un ciclo interminable de objetivación”299. En algunas ocasiones, la prensa recibe lo que sin duda interpreta como una recompensa por la información que ofrece y las imágenes que publica. La imagen número 7 aparecía en el Daily Express del 21 de abril de 1945. Cuatro días más tarde, el 25 de abril, ese mismo periódico recogía la buena nueva de que, gracias a la publicación de dicha fotografía en aquellas páginas, una de las prisioneras fotogra- fiadas era reconocida por el Cabo John Mason de la RAF como Marcelle Denasse, su prometida de origen belga. No sorprende así que el 2 de mayo el Daily Express, que había organizado una exposición en sus salas de lectura con las fotografías de los campos de concentración, al describir las reacciones de los asistentes a la misma, ratificase la opinión expresada por alguno de ellos de que mirar aquellas imágenes era todo un deber. También el neoyorkino Daily Worker, en un artículo del 7 de mayo de 1945, manifiesta la opinión de que observar las películas que llegan de los campos es considerado por muchos como un deber. Mirar los cuerpos maltrechos de las víctimas nazis se consideraba por tanto una obligación. De hecho, el New York Herald Tribune recoge el 21 de abril de 1945 una sorprendente noticia, según la cual unos soldados aliados habían interceptado a unas cuantas personas que habían tratado de escaparse de un teatro en Leicester Square por no poder aguantar las imágenes que se estaban proyectando sobre el horror concentracionario. Los sol- dados habrían obligado a estas personas a regresar al teatro. Según se recoge en esta noticia, el Daily Mirror había informado de que esta escena se repetía a lo largo de todo el país300. Esta obligación se extiende a la propia población enemiga, siendo una de las acciones más inmediatas que toman los aliados en algunas de las poblaciones que pasan bajo su control la de obligar a los propios alemanes a ob- servar dichas fotografías301. Dentro de la campaña de reeducar a los alemanes que mencioné, el 20 de abril de 1945 el Daily Mirror publicaba un artículo en el que pedía que todos los propietarios del Reich colgaran de las ventanas de sus viviendas un poster con las fotos de los horrores y que se ordenara a todos los prisioneros de guerra alemanes observar esas fotografías302. 298Judith BUTLER, Marcos de guerra: Las vidas lloradas, 1 ed (Barcelona: Paidós, 2010, p. 113, p. 115 y p. 138). 299Angi BUETTNER, «Skeletal figures: Presence and the Unrepresentable in Images of Catas- trophe», Continuum: o Journal of Media & Cultural Studies 23, n. 3 (junio de 2009): p. 358. 300“Soldiers Insist Britons See Nazi Atrocity Movie”, en New York Herald Tribune, Sábado 21 de Abril de 1945. 301Barbie ZELIZER, Remembering to Forget: Holocaust Memory Through the Camera’s Eye (Chicago: University of Chicago Press, 1998, p. 137). 302“Monuments of Shame”, The Daily Mirror, Viernes 20 de Abril de 1945, p.2. Paradójicamente, el autor de este artículo, que firma como B.B.B., nos recuerda no obstante que la mente nazi no es exclusivamente germana y que lo que había pasado en Alemania podía también pasar en Gran Bretaña. 230 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Y es que las fotografías de las liberaciones se convirtieron en las pruebas defi- nitivas de la realidad concentracionaria y sirvieron para abundar en la certeza de que la Segunda Guerra Mundial había sido una guerra necesaria, “una guerra que debía librarse”303. Su objetivo último era contribuir a borrar cualquier posible du- da de que la información sobre las atrocidades era propaganda aliada. En el libro The Liberators: Eyewitness Accounts of the Liberations of Concentration Camps, en el que se transcriben algunos fragmentos de las entrevistas realizadas a ciertas personas que participaron de una forma u otra en las liberaciones de los campos de concentración, elaboradas por el proyecto de historia oral del Centro de Estudios, Documentación e Investigación para el Holocausto del Brooklyn College, se lee un testimonio que es altamente significativo en este sentido. Se trata del testimonio del sargento David Malachowsky, del ejército americano, que participó en la liberación del campo de concentración de Nordhausen: “De hecho yo poseo evidencias concretas y físicas sobre lo que vi: las fotografías que tomé. Cuando volví a los Estados Unidos, algunas personas aquí denun- ciaron estas imágenes como falsas porque nadie podía ser de ninguna manera tan inhumano. Tuve un montón de trabajo convenciendo a la gente de que debería informarse mejor y que los alemanes eran capaces de hacer justo lo que nosotros habíamos dicho que estaban haciendo. Sé que tengo negativos así que sé que no he falseado estas fotos”304. En fin, las fotografías de los supervivientes y su reproducción en los medios de comunicación de masas no hacen más que revalidar esta imagen deshumanizada de los prisioneros, pero además con un componente añadido de objetivación de sus cuerpos (en tanto que se convierten en objetos para la mirada sobre los que, además, pesa una obligación de ser mirados). Al revelar sus rostros y sacarlos del anonimato en el que se encontraban dentro de la masa informe descrita en los testimonios escritos, la intimidad de los sujetos retratados sufre un nuevo envite y con ella su dignidad. La producción y la reproducción de estas imágenes perpetúa así en cierto modo el sufrimiento de las víctimas. 3.3.4. ¿Héroes o culpables? La humanidad de los libertadores. Por el contrario, la tendencia generalizada de los libertadores es retratarse a sí mismos como los grandes héroes del acontecimiento. A diferencia del carácter fuer- temente deshumanizado que imprimen en las descripciones de los prisioneros, en sus testimonios predomina una suerte de exaltación de su propia humanidad. En este sentido, la leyenda con la que se introducen la serie de fotografías que van desde el número BU 5450 y BU 5489 recoge cuál es el objetivo de este conjunto de documentos visuales, a saber, “con estas fotografías estamos tratando de mostrar el tremendo esfuerzo realizado por los británicos y por los servicios médicos alia- dos para salvar lo que aún puede ser salvado de los cuerpos y almas sufrientes de los desafortunados prisioneros de Belsen, y con las limitaciones del medio fílmico, el éxito que hasta ahora ha asistido a nuestros esfuerzos”. Los resultados de este esfuerzo son descritos en otra leyenda (BU 4679 – BU 4691) como un auténtico milagro: “El personal médico está trabajando magníficamente. Enfrentados a una 303S. SONTAG, Ante el dolor de los demás, p. 44. 304Yaffa ELIACH y Brana GUREWITSCH, eds., The Liberators: Eyewitness Accounts of the Liberations of Concentration Camps (Brooklyn: Center for Holocaust Studies, Documentation and Research, 1981, p. 14). 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 231 enorme tarea, la están llevando a cabo a pesar de tener muy poco personal. Aunque podría hacerse mucho más, sus esfuerzos han producido una suerte de milagro”. Las imágenes en las que aparecen representados los libertadores son muy va- riadas. Normalmente se les retrata realizando algunas de las tareas de rescate que les habían sido asignadas como transportar cuerpos en una camilla, conducir una ambulancia o atender a los enfermos en los hospitales. Ya expliqué algunas de estas imágenes (imágenes 10, 12, 14, 16 o 19). Aunque casi todas las fotografías recalcan su labor “humana”, algunas hacen un especial hincapié en ella. Destacan por ejem- plo las imágenes 63 y 64 en las que aparecen militares jugando y preocupándose por algunos de los niños supervivientes. En la leyenda de la primera fotografía nos explican que los columpios fueron construidos por un destacamento del cuerpo de Ingenieros Eléctricos y Mecánicos (REME) y se observa en ella a algunos solda- dos empujando a varios niños que se columpian. En la siguiente fotografía aparece el mayor E.M. Griffen de la RAMC, posando junto a varias niñas y abrazando cariñosamente a una de ellas que sonríe entusiasmada para la cámara. Es significativo además el tratamiento tan distinto que se les da en estas fo- tografías a víctimas y libertadores. En las leyendas de las imágenes tomadas en el interior de la lavandería humana, como ya se ha visto, no aparecen en ningún caso distinguidos individualmente los pacientes, a los que además se tiende a cosificar en las descripciones. En cambio, el personal sanitario aparece sistemáticamente men- cionado, especialmente el de origen británico o, como en el caso de la imagen 19, estadounidense, de los que incluso se aportan sus nombres propios. Así la leyenda de esta fotografía reza “El capitán W.A. Davis, jefe de la Comisión Estadounidense contra el Tifus, examina a uno de los pacientes junto al mayor Griffen”. Los internos no aparecen identificados de una manera más consistente hasta que no empiezan a abordar el proceso de rehumanización, como ya comenté, algo que ocurre pos supuesto gracias a la intervención británica. Así en el pie de foto de la imagen 20 podía leerse “Por primera vez en cuatro largos años de internamiento, esta encan- tadora muchacha checa lee la verdad, de un periódico británico”. A diferencia de la imagen 19, en la que la presencia del paciente quedaba completamente silenciada, en la que el superviviente sin rostro parecía simplemente un objeto dispuesto sobre una tabla, en esta segunda fotografía se pretende de alguna forma reforzar el men- saje de la recuperación del paciente, restableciéndose incluso su agencia mediante la lectura. Aunque sorprendentemente también en esta imagen los verdaderos pro- tagonistas son los británicos, y eso a pesar de no haber sido representados en ella: queda claro que son los libertadores los que han posibilitado estas transformaciones, que son ellos los que por primera vez en mucho tiempo ofrecen a los supervivientes la oportunidad de leer un periódico y conocer la verdad. Las descripciones que recogen los testimonios escritos son muy similares. En la carta del 5 de mayo de 1945 escrita por el Doctor Michael Coigley, del equipo de estudiantes de medicina, aseguraba que el RAMC y el Regimiento de Artillería ha- bían “operado un milagro”305. Otro estudiante de medicina, el Doctor T.C. Gibson, también habla de milagro y asegura que durante su estancia en Belsen “aprendieron a apreciar, entre otras cosas, la entregada atención que las enfermeras del RAMC daban a los pacientes” o que sin duda el 113 Regimiento Ligero Anti-aéreo (el 113th 305“Dear Sir” (5 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of Dr. Michael H. Coigley, Documents 1062, Ref. 91/6/1. 232 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? L.A.A. Regiment) “aglutinaba a los hombres que más honra merecieron en la his- toria de Belsen”306. La descripción que hace Jane E. Leverson en su informe sobre Belsen es muy elocuente: “El «espíritu» de los trabajadores británicos requiere también ser tratado con atención. En los primeros días de la liberación del campo, los trabajadores bri- tánicos estaban conmocionados por los horrores que habían visto y no pudieron hacer suficiente por ayudar a los internos. Les dieron numerosos presentes en forma de cigarrillos y dulces. Los sargentos ingleses sonaban las narices de los niños inválidos y les mimaban. Ningún trabajo era demasiado, las horas nun- ca eran demasiado largas. La situación era más excitante que el peor de los bombardeos de Londres. Sin embargo, muchos de los trabajadores británicos se encuentran ahora cansados; a medida que los internos ganan fuerza y a medida que se dan cuenta de que la «liberación» no les salvará de contraer el tifus, ni les otorgará felicidad inmediata y libertad, se vuelven cada vez más difíciles y menos agradecidos, y esto repercute muy poco favorablemente en los trabajadores británicos”. Leverson quiere justificar de esta manera la actuación británica frente a las quejas cada vez más frecuentes de los internos. Según ella misma indica, estas quejas inclu- yen protestas hacia el hecho de que los británicos obtuvieran pan blanco, mientras que los internos sólo disponían de un pan negro incomible; reproches porque no se consultara a sus propios médicos antes de introducir personal médico y de enfer- mería alemán; o críticas porque al llegar al campo los británicos se pasearan por sus inmediaciones con una suerte de triunfalismo en el mismo coche utilizado por el comandante militar alemán (Kramer). Según Leverson hay demasiadas críticas y muy pocos elogios, pese a que, en su opinión, “aunque existen pequeñas formas en las que los británicos podrían haberse comportado mejor, en general y en un pe- riodo tan corto, habían conseguido introducir una cantidad de orden considerable a un área de caos”307. Que los británicos no consideran mínimamente razonables ninguna de estas protestas queda también patente en el relato que hace J.H.S. Morgan, otro de los estudiantes de medicina enviados como voluntarios, en el que vuelve a aparecer el problema del pan blanco: “La enfermera me preguntó por qué los trabajadores del campo tenían pan blanco y los enfermos no, y en el tema se involucraron todas las partes, polacos, alemanes y húngaros, todos adhiriéndose a su demanda de pan blanco para los enfermos. Resultaba difícil de explicar, en francés, que no había suficiente pan blanco para compartirlo entre todos, y que los enfermos no obtendrían de él tantos beneficios como los que obtendrían las personas sanas. Ella no lo entendía. Dispuesto a resolver la cuestión, llame a un intérprete. El intérprete me miró con pena: «Señor doctor, estas personas nunca entenderán porque no quieren entender»”308. ¿Quién no quería entender? Es obvio que serían posibles otros repartos del pan blanco que tanto escaseaba y la discrepancia de los prisioneros con ese distribución después de las privaciones que arrastraban consigo parece bastante natural. Sin embargo, nada de esto importaba porque la discusión quedaba cerrada en el mismo momento en el que los supervivientes se erigían en representantes de lo inhumano, en 306“Belsen, 1945” de T.C. Gibson, publicado en The London Hospital Gazette (agosto de 1945), en IWM Private Papers of R.D. Pearce, Documents 13407, Ref. 05/14/1, pp. 147-148. 307“Bergen Belsen Concentration Camp” (6 de mayo de 1945), Jane E. Leverson, en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 5. 308“Hut 19” de J.H.S. Morgan, publicado en The London Hospital Gazette (agosto de 1945), en IWM Private Papers of R.D. Pearce, Documents 13407, Ref. 05/14/1, pp. 149-150. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 233 las voces de la sinrazón, frente a los libertadores que personificaban la Humanidad y la Razón con mayúsculas. Este estatus quedaba validado incluso en alguno de los informes oficiales, por ejemplo en el informe realizado por el Destacamento 10 Garrison, en cuya introducción puede leerse que “el 53 Regimiento Anti-Tanque y las tropas adjuntas estaban realizando un excelente trabajo a la hora de implementar esta política [proveer agua y alimentos y evacuar el campo I] y era innecesario cambiar nada de lo que estaban haciendo”. Todos los problemas se achacaban a la falta de hombres para cubrir las tremendas necesidades de la liberación y, por supuesto, al comportamiento de los internos, que acaparaban la comida y no la repartían equitativamente entre sus compañeros309. El discurso laudatorio pronunciado por el teniente coronel Mervin Willett Go- nin a finales de 1945 es sin duda uno de los más famosos en este sentido. En él, al mismo tiempo que aseguraba que “prácticamente todos los internos eran mental- mente anormales”, alababa ampliamente la labor realizada por los oficiales médicos mientras se encontraban destinados en Belsen: “Estuvieron magníficos; se pasaban entre las 8 de la mañana y las 5 de la tarde, con una hora para comer, en aquellas barracas sumidas en el peor hedor del mundo, con la peste de los sucios seres que convivían con todas las enfermeda- des existentes en la tierra de Dios, mezclados con muertos sin incinerar desde hacía mucho. Tenían que quitar los harapos de aquellos muertos vivientes, en- volverlos en mantas y llevarlos a las ambulancias. Tuvieron que usar la fuerza bruta para prevenir que aquéllos que se encontraban más o menos bien se pe- learan por abrirse camino hasta los vehículos y discutir con nerviosos doctores centroeuropeos medio locos para explicarles por qué sus amigos particulares no podían ser trasladados. Su orgullo por su trabajo era fantástico y casi tuve un motín en mi unidad cuando quise traer a algunos de los camilleros que habían estado teniendo un trabajo agradable y confortable en el área hospitalaria para relevarlos. Fui capaz de darles a cada uno de estos hombres un día de completo descanso antes de que estos camilleros comenzaron a caer también con tifus. Sesenta hombres, incluyendo tres oficiales de mi unidad que trabajaban en el campo y veintiuno de ellos y un oficial, se enfermaron de tifus antes de que tuviéramos limpio el campo”. En los mismos términos elogiosos se refería a los voluntarios de la Cruz Roja y de la Orden de St. John: “Me encantaría hablar durante horas de la Cruz Roja Británica y de St. John. Estuvieron soberbios, se hicieron cargo de todos los trabajos bajo el sol y, lo que es mejor, no esperaban a que se les dijera qué hacer. Ninguna tarea era demasiado grande, ni demasiado sucia, ni demasiado aburrida para que ellos la realizaran. Si uno se encontraba cansado o abatido y todo parecía ir mal, sólo tenía que buscar a Elsie o Vivian o Tony (creo que nunca me aprendí sus apellidos) y en pocos minutos se encontraba en la cima del mundo”310. También hay algunas voces críticas con la actuación británica, aunque estas críticas son muy comedidas. En el documento mencionado unas líneas más arriba, J.H.S. Morgan se quejaba de la frialdad británica a la hora de tratar a los prisioneros y aportaba una anécdota en la que describía su encuentro con un oficial administrativo que había movilizado una ambulancia en la que cabían cinco pacientes para sólo 309Informe realizado por el regimiento HQ 10 GARRISON entre el 18 y el 30 de abril de 1945 y conservado dentro del archivo Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945 (Documents 9230, Ref. Misc 104 [1650], p. 2). Cabe señalar que aunque en el informe se hace referencia al “53 A TK Regt”, este dato se encuentra errado ya que el regimiento que estuvo desplazado en Belsen fue el 63 Regimiento Anti-Tanque. 310“The R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp”, IWM Private Papers of Lieutenant-Colonel M. W. Gonin, Documents 3713, Ref. 85/38/1, pp. 8-10. 234 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? cuatro personas. Morgan solicitó que se completara el transporte con uno de sus pacientes, y el oficial le echó en cara el preocuparse por los individuos en lugar de ver la situación de conjunto311. También en la carta circular escrita por Joyce M. Parkinson quedan registradas ciertas notas disconformes con la organización militar. Aunque Miss Parkinson empieza alabando la actuación británica y ensalzando la cifra de 12.000 pacientes evacuados en 18 días de trabajo, se queja principalmente de la “completa falta de información”: “Esto ha conllevado que los trabajadores no hayan tenido apenas idea de lo que el resto de sus compañeros estaban haciendo y les resultara imposible ayudar a los pacientes tanto como lo hubieran podido hacer de contar con suficiente información fiable sobre las políticas presentes y futuras para acallar los rumo- res que circulan, especialmente acerca de la repatriación. Se daban órdenes, se revocaban y se reemplazaban por otras con gran rapidez, sin intención alguna de consultar a aquéllos que se encontraban realmente haciendo el trabajo y que tenían que lidiar con las situaciones creadas por órdenes inapropiadas o que se encontraban en conflicto”. Pese a la complacencia general que predominó al describir la intervención aliada, lo cierto es que, tal y como ha estudiado Paul Weindling en “«Belsenitis»: Liberating Belsen, Its Hospitals, UNRRA, and Selection for Re-emigration, 1945–1948”312, el papel británico durante la liberación del campo de concentración de Belsen dejó mucho que desear. Entre los problemas más flagrantes que Weindling señala sobre la incapacidad británica, a cuya actuación eso sí no le niega las buenas intenciones, destaca sobre todo el hecho de que se subestimara profundamente la incidencia de la epidemia de tifus y se tratara de atajarla con medidas epidemiológicas propias de la Primera Guerra Mundial, tales como desparasitar e higienizar a los enfermos de manera individual para segregar a los limpios de los que aún estaban contaminados (procedimiento que, como ya he explicado, se realizaba a través de la lavandería humana). Esta tarea podía demorarse muchísimo, cuando se había demostrado la efectividad de otras aproximaciones más dinámicas como rociar de forma masiva a los enfermos con DDT (Weindling sugiere incluso la utilización de aeroplanos para saturar un área contaminada de tifus, técnica que ya se había experimentado militarmente con éxito). Según explica Weindling, en un primer momento se dio mayor importancia a atajar la emergencia alimentaria y se consideró que los alema- nes habían exagerado las cifras de afectados por el tifus. Sin embargo, Weindling señala que la evolución de los índices de mortalidad en las semanas posteriores a la liberación indican que hubo negligencia a la hora de controlar la epidemia. Hasta el 26 de abril la tasa de mortalidad se mantuvo elevada, alcanzando el día 23 de abril la fatal cifra de 1.700 muertos. El 26 de abril, no obstante, se registraron “sólo” 343 nuevos cadáveres. Pero pocos días después, el 30 de abril, esta cifra volvió casi a duplicarse alcanzándose el número de 600 muertes. Según Weindling, esta nueva máxima es la que sugiere que se produjo una reinfección, pues el tifus tiene un periodo de incubación de 12 a 14 días. Dado que la desparasitación con DDT no comenzó a realizarse hasta el día 22 de abril, todo parece indicar que este retraso contribuyó de manera crucial a la escalada que experimentó el número de muertos. Además, la prohibición de que los prisioneros, incluidos los sanos, abandonaran el 311“Hut 19” de J.H.S. Morgan, publicado en The London Hospital Gazette (agosto de 1945), en IWM Private Papers of R.D. Pearce, Documents 13407, Ref. 05/14/1, p. 149. 312Paul WEINDLING, «“Belsenitis”: Liberating Belsen, Its Hospitals, UNRRA, and Selection for Re-emigration, 1945– o 1948», Science in Context 19, n. 3 (2006): pp. 401-18. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 235 campo, unido ello a la relativa libertad para desplazarse por su interior, contribuyó por un lado a una concentración del foco infeccioso y, por otro lado, a que el tifus entrara en zonas del campo que se encontraban previamente a salvo de él. Según Weindling, todo ello comprometió gravemente el control de la epidemia y la salud de los supervivientes. Otro de los problemas que contribuyó a empeorar la situación en Belsen fue la falta de personal con la formación adecuada para tratar la situación. Weindling observa cierta tendencia endogámica a la hora de reclutar equipos de trabajo para hacerse cargo de las tareas de rescate. Las autoridades militares británicas que se hicieron con el control del campo, prefirieron delegar todas las tareas en los propios cuerpos del ejército y en la Cruz Roja Británica, cuyo entrenamiento estaba dirigido principalmente a las contingencias ocurridas en el campo de batalla, en lugar de considerar una colaboración con la UNRRA, organización que contaba con personal capacitado para comunicarse con los internos y experiencia manejando epidemias de tifus. Weindling sostiene que el mando militar británico dio la espalda a varios grupos civiles de auxilio, incluido uno de los equipos constituidos como punta de lanza de la UNRRA, y rechazó llamar a varias unidades bien adiestradas de enfer- meros judíos y cuáqueros que se encontraban en Gran Bretaña listos y a la espera de ser desplazados precisamente al escenario de una catástrofe de esta magnitud. Isaac Levy, rabino militar del ejército, que llegó al campo tres días después de que lo hicieran las tropas británicas, se percató de las profundas carencias con las que contaban los aliados no sólo en relación a la escasez de enfermeras, medicamentos y materiales necesarios para la asistencia de los enfermos, sino también en rela- ción a la inexistencia de una lengua para comunicarse con ellos. Cuando varios días después se enteró de que en Holanda había un grupo de auxilio judío que aún no había sido desplegado, montó en cólera. Aunque Weindling no lo menciona, a todo ello hay que sumarle también la prohibición expresa del mando militar de que las mujeres, incluidas aquellas enfermeras que trabajaban para el RAMC, entraran en el Campo I313, que como se recordará era el que estaba en peores condiciones. Esta prohibición sin duda añadió más dificultades a la ya de por si precaria situación en lo que a personal capacitado se refiere y obligó a la nueva administración del campo a tener que contar de forma sistemática con enfermeras seleccionadas de entre las internas para atender a todos los prisioneros confinados durante semanas dentro de las alambradas. En muchos sentidos, la burocracia militar estaba obstaculizando las tareas de rescate. Otra de las acusaciones más flagrantes que lanza Weindling contra la ayuda británica es la de que vieron en Belsen una oportunidad para experimentar sobre humanos en cautividad. Concretamente, Weindling señala que el método que se utilizó para abordar el tratamiento nutricional de los pacientes, que se encontra- ban en un estado de desnutrición muy severo, era completamente experimental y 313Véanse “BRC work in Germany” de Jean McFarlane (marzo de 1949), en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p.11; “Letter on Non-Frat – Relief Team Account” de Muriel Joan Blackman (julio de 1946), en IWMPrivate Papers of Miss M.J. Blackman, Documents 11454, Ref. 01/19/1, p.3; y “Letter of April 27” de Effie Lucille Barker (27 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Miss E.L. Barker, Documents 10541, Ref. 01/16/1. A diferencia de los ingleses, los americanos sí contaron con el personal femenino para atender esta emergencia, tal y como demuestra el testimonio de Charlotte Chaney, recogido dentro del proyecto oral del Centro de Estudios del Holocautso del Brooklyn College (Y. ELIACH y B. GUREWITSCH, The Liberators, pp. 45-48). 236 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? su intención era testarlo aquí ante la perspectiva de la inminente liberación de los prisioneros británicos cautivos en Japón. Este tratamiento consistía básicamente en la administración de una mezcla alimentaria muy rica que ya se había utilizado en 1943 como fórmula para paliar los efectos de la hambruna de Bengala. Pero en Belsen los resultados no fueron buenos. Los pacientes que estaban en condiciones de ingerirlo por sí mismos, lo rechazaban debido a su sabor y su textura, a los que culturalmente no estaban acostumbrados por lo que les producían náuseas y un profundo malestar. En lo que se refiere al resto de los pacientes, la única forma de administrarles esta mezcla era intubándolos. Este fue el motivo por el que se envío a Belsen al grupo de estudiantes de medicina procedentes de los hospitales londinen- ses, expertos en intubaciones, que deberían encargarse de la administración de esta sustancia. Sin embargo, los supervivientes, temerosos todavía de los experimentos médicos que habían conocido en los campos nazis, reaccionaron ante los tubos y las agujas de manera tan dramática que fue prácticamente imposible suministrarles el tratamiento de esta manera314. Otra mala decisión que Weindling critica en su artículo es la de emplear a médicos y enfermeras alemanes en lugar de contratar personal médico procedente de alguna organización judía o polaca. Esta decisión fue fuertemente criticada y las críticas se extendieron más tarde a la UNRRA cuando esta administración, después de tomar el control del área hospitalaria de Belsen en agosto de 1945, decidió mantener este personal en lugar de reclutar individuos más afines a los internos desde un punto de vista étnico y cultural315. Weindling recalca también que la atención humanitaria y psicológica a las víctimas a medio y largo plazo dejó mucho que desear y que, además, la UNRRA se plegó a los estándares de salud y utilidad impuestos por los países dispuestos a acoger cuotas de inmigrantes, de manera que esta organización contribuyó ampliamente al desarrollo de auténticas selecciones entre la población desplazada basadas en criterios bastante poco humanitarios. 3.3.5. Derribar las alambradas: lo abyecto frente a lo humano. He creído necesario destacar la crítica de Paul Weindling a la actuación aliada para cuestionar algunas de las imágenes que oficializan los testimonios de la liberación en el momento mismo de la fundación de la memoria pública de la violencia nazi. Lo que he querido poner en revisión, entre otras cosas, es ese empeño de los espectadores por situarse más allá del bien y del mal, por encima de la vida y la muerte, una estrategia que, por lo demás, nosotros también compartimos con ellos. Los espectadores se han descrito a sí mismos como héroes, llegados a Belsen con dos únicas funciones: salvar esas pobres existencias humanas que quedaban aún en pie y convertirse en testigos objetivos, capaces de dar cuenta de primera mano y con más autoridad que nadie del desastre, con la mirada limpia del que se sabe no implicado de forma directa en los acontecimientos. Así, cuando resaltan la falta de moral que perciben en el 314Joanne REILLY et al., eds., Belsen in History and Memory (Londres: Frank Cass, 1997, p. 143). Aunque en esta misma página se recogen testimonios encontrados sobre la efectividad de esta mezcla alimenticia en los prisioneros de Belsen. 315Información relevante sobre las discrepancias que surgieron en el seno de la UNRRA a la hora de mantener la colaboración del personal médico alemán puede encontrarse en los documentos clasificados como UNRRA Supervision of the Hospitals at Belsen Camp 1944-1948 (Box: S-0523- 0574; Folder: S-1448-0000-0168), conservados en el Archivo de Naciones Unidas. Véase también la nota 160, en la página 136. El tema se trata también en Atina GROSSMANN, Jews, Germans, and Allies: Close Encounters in Occupied Germany (Princeton: Princeton University Press, 2007, p. 124). 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 237 comportamiento de los internos, creen hacerlo desde la posición más privilegiada y más objetiva posible. Nadie más está en condiciones de testificar sobre todo ello. Lo que me parece fundamentalmente necesario es rebatir esa dicotomía entre los supervivientes “inhumanos”, “Inútiles” e “irracionales” frente a los libertadores “súper-humanos” y “héroes”. Creo que he ofrecido bastantes argumentos en estas páginas para reconocer que esta categorización se encuentra excesivamente pola- rizada y que, en cambio, estos roles se pueden comprender desde una perspectiva completamente subvertida. No se trata de hacer una enmienda a la totalidad en lo que respecta a la actuación aliada, esto no es una suerte de acusación contra los li- bertadores: no creo que sea legítimo despreciar a los hombres y a las mujeres aliados que entraron en Belsen en las últimas horas de vida de este campo de concentra- ción. Pero sí me gustaría haber contribuido a superar interpretaciones históricas maniqueas que se encuentran firmemente asentadas en nuestra memoria. En general, el verdadero problema de los testimonios de los espectadores es la facilidad con la que emitieron juicios de valor sobre los supervivientes y, sin embargo, la poca vocación para hacer autocrítica, para valorar su propia responsabilidad en los hechos. Es sintomático, por ejemplo, contrastar los fuertes reproches que lanzaron contra los supervivientes por su escaso sentido de la propiedad y por su empeño en robar todo lo que encontraban a su paso, con la actitud tan relajada que mostraron al describir cómo algunos de ellos se adueñaron de objetos valiosos que habían encontrado en el campo de concentración, de objetos que habían sido arrebatados a las víctimas por los SS (por ejemplo, varios cientos de relojes) y cómo los introdujeron en Inglaterra de contrabando316. Es difícil imaginarse a unos individuos que valoran de forma tan laxa su propia actuación y con tanta dureza la actuación de los “otros”, de los “oprimidos”, construyendo una sociedad capaz de incorporar de manera integral el sufrimiento de las víctimas. Decía antes que es sintomático el hecho de que los observadores no hayan sabi- do conectar adecuadamente las atrocidades que encontraron en los campos con la violencia totalitaria, es decir, que fueran incapaces de identificar dichas atrocidades como los efectos de dicha violencia. Sus testimonios no son capaces de transmitir ese deslizamiento que sitúa a los musulmanes perpetuamente entre lo humano y lo inhumano, esa metamorfosis que se ha impuesto a sus cuerpos, y, en cambio, se los presenta sistemáticamente como si aquella inhumanidad mediante la que se les caracteriza fuera en verdad parte de su naturaleza. Además de constituir esto un indicio de los “impulsos totalizantes” que existen detrás de la lógica de la moderni- dad, que es la lógica de los observadores, es de alguna forma indicativo también de su capacidad real de hacer justicia por las víctimas. Lo que ellos hacen es dar carta de naturaleza a esa zona gris, es decir, no contribuyen precisamente a esclarecer las responsabilidades tan perversamente diluidas en el interior del campo. La reacción de los observadores se caracteriza por no entender a los supervivientes como vícti- mas que dan testimonio de la zona gris, sino como una amenaza para la sociedad “normal”, y por ello, son sistemáticamente caracterizados por aquello que les separa de los seres humanos “normales”. De esta forma, su actitud sirve para certificar el triunfo del paradigma de deshumanización biopolítica que proyecta el nazismo, es decir, sirve para demostrar la efectividad de la maniobra de corte kafkiano puesta 316Esta historia aparece bien detallada por ejemplo en el diario del doctor Bradford, otro de los estudiantes de medicina (IWM Papeles Privados del Doctor Bradford [Abril-Mayo de 1945], Documento 1918, Ref. 86/7/1). 238 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? en marcha por el III Reich a través de la cual se consiguió de facto convertir en “alimañas”, en pura abyección, a todos aquellos que habían sido previamente decla- rados “otros”, que habían sido proclamados “ratas” o “seres abyectos” y que habían sido enviados a los campos de concentración. He hablado con más detalle de todo esto anteriormente. Los espectadores no consiguieron, por tanto, tomarse en serio el reto autocrí- tico que les habían lanzado los musulmanes y en el que estaba en juego la justicia por las víctimas. Este reto consistía básicamente en erigirse no tanto en testigos excepcionales sino en oyentes excepcionales, es decir, en acoger el testimonio de las víctimas con verdadera vocación crítica, con la intención plena de sentirse in- terpelados y transformar por completo sus propias concepciones sobre lo humano. Didi-Huberman recordaba la figura emblemática de Zalmen Gradowski cuando es- cribía que para aguantar su testimonio, su lector hipotético debía hacer lo mismo que tuvo que hacer él, esto es, despedirse de todo: “De sus antepasados, de sus puntos de referencia, de su mundo, de su pensa- miento. «Tras haber visto estas crueles imágenes –escribe [Gradowski]-, ya no querrás vivir en un mundo en el que se pueden perpetrar acciones tan inno- bles. Despídete de tus mayores y de tus conocidos, porque, sin duda, tras haber visto las acciones abominables de un pueblo digamos culto, querrás borrar tu nombre de la familia humana»”317. Quizás esto es lo que deberían haber hecho los espectadores modernos si se hubieran tomado en serio el papel de jueces que les otorgaban las víctimas. 317Georges DIDI-HUBERMAN, Imágenes pese a todo: memoria visual del Holocausto, Biblioteca del presente 27 (Barcelona: Paidós, 2004, pp. 57-58). 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 239 Imagen 52 (IWM BU 4058). Fo- tografía tomada por el sargento Oakes el 19 de abril de 1945. El pie de foto reza “Una excavado- ra empujando cadáveres en la fosa”. Como he explicado, esta imagen se popularizó especial- mente a raíz de la película de la película de Alain Resnais Nuit et Brouillard. Imagen 53 (IWM BU 3764). Fo- tografía tomada por el teniente Wilson entre el 17 y el 18 de abril de 1945. En el pie de fo- to puede leerse “Una vista ge- neral de parte del campo”. En esta imagen se representan va- rios prisioneros defecando, una escena que aparece descrita una y otra vez en los testimonios de los libertadores. 240 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Imagen 54 (IWM BU 3726). Fo- tografía tomada por el capitán Malindine entre el 17 y el 18 de abril de 1945. El pie de foto reza “Esta mujer está cogiendo agua de un estanque sucio”. En la fotografía puede observar- se una mujer con el pecho descubierto. Imagen 55 (IWM BU 3736). Fo- tografía tomada por el capitán Malindine entre el 17 y el 18 de abril de 1945. La leyenda dice “Dentro del así llamado hospital. La mayoría de los internos se mueren de tifus, disentería y fiebre tifoidea”. Esta fotografía fue publicada en el londinense Daily Worker el 21 de abril de 1945. 3.3. AHORA NUESTROS CHICOS HAN VISTO ESOS HORRORES 241 Imagen 56 (IWM BU 3745). Foto- grafía tomada por el capitán Malindine entre el 17 y el 18 de abril de 1945. En el pie de foto puede leerse “Una vista general de la suciedad del campo donde las mujeres tenían que lavarse”. Imagen 57 (IWM BU 4237). Fo- tografía tomada por el sargen- to Oakes el 21 de abril de 1945. El pie de foto dice En el pie de foto puede leerse “Mujeres dis- frutando de una ducha caliente. Este es el primer baño que se han dado en tres años”. 242 3. ¿DÓNDE ESTABAN LOS SERES HUMANOS? Imagen 58 (IWM BU 4525). Fo- tografía tomada por el sargento Oakes el 26 de abril de 1945. La leyenda dice “Niños jugando en los columpios que fueron levan- tados por un destacamento de la REME. Un soldado británi- co les echa una mano”. Imagen 10 (IWM BU 5462). Fo- tografía tomada por el sargento Hewitt entre el 1 y el 4 de ma- yo de 1945. El pie de foto re- za “Lujos preciosos, una toalla limpia y un trozo de jabón”. La cara de sorpresa de las prisio- neras centra la atención del fo- tógrafo. Como en la fotografía anterior, la sombra del perso- nal británico, siempre vigilante, parece reivindicar su presencia silenciosa. Parte 3 DEGENERADAS: SOBREVIVIR SIN GÉNERO EN LA ZONA GRIS Capítulo 1 Desde el corazón de los barracones: la perspectiva de las víctimas para empezar. “La belleza del cuerpo se halla por entero en la piel. En efecto, si los hombres viesen lo que hay bajo la piel, dota- dos, como los linces de Boecio, de la capacidad de penetrar visualmente los interiores, la mera vista de las mujeres les resultaría nauseabunda: esa gracia femenina no es más que saburra, sangre, humor, hiel. Pensad en lo que se oculta en las fosas nasales, en la garganta, en el vientre: suciedad por doquier... Y nosotros, a quienes nos repugna rozar incluso con la punta del dedo el vómito o la porquería, ¡cómo po- demos desear estrechar entre nuestros brazos a un simple saco de excrementos!”. Odón de Cluny1 Las historias de la deportación, la concentración y el exterminio comienzan casi siempre con un viaje en tren. Se trataba de los famosos trenes coordinados desde la oficina de Adolf Eichmann que, procedentes de todos los rincones del continente, trasladaron en masa a judíos, gitanos, prisioneros políticos y otras reconocidas amenazas para el Reich, a los campos situados en Alemania, Polonia y otras regiones del este de Europa2. Hacinados, sin comida, sin agua, sin apenas poder respirar, muchos de ellos perecían durante el viaje. Éste constituía el primer estadio hacia la deshumanización. “El trato que recibían durante la subida a los trenes no dejaba lugar a la menor duda sobre el destino que esperaba a los pasajeros. Ciento cincuenta y a veces hasta ciento ochenta o doscientas personas eran acomodadas a la fuerza en recios vagones de carga. No se les daba nada de beber durante los tres días que duraba el viaje. La sed que sufrían era tan intensa que muchos bebían su propia orina. Los guardias exigían cien zlotis a cambio de un sorbo de agua y era frecuente que tras cobrar el dinero se alejaran sin más. Los judíos viajaban apretujados unos a otros; muchas veces lo hacían de pie. Cada viaje se cobraba la vida de algunos pasajeros ancianos y enfermos del corazón. Ello ocurría con más frecuencia en los tórridos días de verano. Como las puertas no se abrían hasta la llegada al punto de destino, los cadáveres comenzaban a descomponerse, emponzoñando en aire que se respiraba en los vagones. Si alguno de los viajeros se atrevía a encender una cerilla en las noches, los guardias abrían fuego sobre las paredes del vagón”3. “Aquí estaba, ante nuestros ojos, bajo nuestros pies, uno de los famosos tre- nes de guerra alemanes, los que no vuelven, aquellos de los cuales, temblan- do y siempre un poco incrédulos, habíamos oído hablar con tanta frecuencia. 1En el segundo tomo de las Collationes de Odón de Cluny, según aparece citado en Georges DIDI-HUBERMAN, Venus rajada: desnudez, sueño, crueldad (Madrid: Losada, 2005, p. 73). 2Raul HILBERG, La destrucción de los judíos europeos (Madrid: Akal, 2005, pp. 450-455). 3Vasili GROSSMAN y Ilyá EHRENBURG, eds., El libro negro (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2011, p. 988). 245 246 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES Exactamente así, punto por punto: vagones de mercancías, cerrados desde el exterior, y dentro hombres, mujeres, niños, comprimidos sin piedad, como mer- cancías en docenas, en un viaje hacia la nada, en un viaje hacia allá abajo, hacia el fondo. Esta vez, dentro íbamos nosotros”4. “Hay gente que llega. Busca con los ojos entre la multitud de los que esperan a quienes la esperan. Los besa y dice que está cansada del viaje. Hay gente que se va. Dice adiós a quienes no se van y besa a los niños. Hay una calle para la gente que llega y otra para la que se va. Hay un café para las llegadas y otro para las salidas. Hay gente que llega y gente que se va. Pero hay una estación a la que quienes llegan son precisamente los que se van una estación a la que quienes llegan nunca han llegado, de la que quienes se van nunca han regresado. Es la estación más grande del mundo. Es a esta estación a la que llegan, vengan de donde vengan. Llegan después de días y noches de atravesar países enteros llegan con los niños, hasta con los más pequeños que no deberían estar en ese viaje. Se han llevado a los niños porque no se separa uno de los niños para un viaje así. Quienes tenían oro se lo han llevado porque creían que el oro podían serles útil. Todos se han llevado lo que les era más querido porque no hay que dejar lo más querido cuando uno se va lejos. Todos se han llevado la vida, era sobre todo la vida lo que había que llevarse. Y cuando llegan creen que han llegado al infierno posible. Aunque no creían en él. No sabían que hubiera un tren para el infierno pero ya que lo han tomado se arman de valor y se sienten dispuestos a afrontarlo con los niños las mujeres los padres ancianos con los recuerdos y los papeles de la familia. No saben que a esta estación no se llega. Esperan lo peor, no lo inconcebible. Y cuando les gritan que se alineen de cinco en fondo, los hombres a un lado, las mujeres y los niños a otro, en un idioma que no entienden, entienden los golpes con las porras y se alinean de cinco en fondo porque se esperan cualquier cosa” 5. La llegada a Auschwitz, a Treblinka, a Majdanek, a Mauthausen. Las puertas de los trenes se abrían y los muertos se confundían con los vivos. Los deportados eran sacados del tren a golpes. Las mujeres a un lado y los hombres a otro. Sin saberlo, despedirse para siempre de los seres queridos. “– Los hombres a la izquierda. Las mujeres a la derecha. Cuatro palabras dichas tranquilamente, indiferentemente, sin emoción. Cuatro palabras simples, breves. Sin embargo, era el momento en que me separaría de mi madre. No había tenido tiempo de pensar, cuando ya sentí la presión de la mano de mi padre: quedamos solos. En una fracción de segundo, pude ver a mi madre, a mis hermanos, ir hacia la derecha. Tzipora estrechaba la mano de mamá. Las vi alejarse; mi madre acariciaba los cabellos rubios de mi hermana como para protegerla, y yo continuaba andando con mi padre, con 4Primo LEVI, Si esto es un hombre (Barcelona: Muchnik Editores, 2001, p. 15). 5Charlotte DELBO, Auschwitz y después I. Ninguno de nosotros volverá (Madrid: Turpial, 2003, pp. 9-10). 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES 247 los hombres. Y no sabía que en ese lugar, en ese instante, me separaba de mi madre y de Tzipora para siempre”6. Todos en filas de a cinco. Al final de la misma esperaba un médico. Por ejemplo Josef Mengele, el más famoso de ellos. En pocos segundos examinaban a los recién llegados y mandaban a unos hacia un lado, a otros hacia el otro. Menores, ancianos y madres a cargo de niños pequeños eran sistemáticamente apartados para el exterminio. Caminaban directamente hacia las cámaras de gas. Aunque unos pocos afortunados se salvaron por los pelos. Arbeit Macht Frei. “Entonces, lo comprendí fácilmente en alemán, querían saber cuántos años te- níamos. Les dijimos: «Vierzehn, fünfzehn» [Catorce, quince], según el caso. Protestaron enseguida, gesticulando con manos y cabezas, moviendo todo el cuerpo: «Sechzain» [Dieciséis], nos susurraron por todas partes, «Sechzain». Eso me sorprendió y les pregunté: «Warum?» [¿Por qué?]. «Willst di arbei- ten?» [¿Quieres trabajar?], preguntó uno de ellos, clavando su mirada vacía y cansada en la mía. Le respondí: «Natürlich» [Naturalmente], para eso esta- ba allí. Después él me agarró del brazo con sus manos amarillentas, huesudas y duras, y me sacudió diciéndome: «Sechzain... Verstaist di?... Sechzain!...» [Dieciséis... ¿Lo entiendes?... Dieciséis...]. Al ver que estaba enojado y que le daba tanta importancia a la cuestión, nos pusimos de acuerdo entre los mu- chachos, y entre bromas le prometí: «Bueno, pues tengo dieciséis años»”7. “ –¡Eh, chico! ¿Qué edad tienes? Me lo preguntaba un detenido. No podía ver su cara, pero su voz era cálida y cansada. –Todavía no cumplí quince. –No. Dieciocho. –Pero no –respondí–. Quince. –Grandísimo idiota. Escucha lo que yo te digo. Después preguntó a mi padre, quien respondió: –Cincuenta años. Más furioso aún, el otro siguió: –No, cincuenta no. Cuarenta. ¿Oyen? Dieciocho y cuarenta”8. Pero sólo una minoría se incluía entre estos privilegiados. El destino de la mayoría de los deportados a Auschwitz y a otros centros de exterminio era bien distinto. Los testimonios que recogen Grossman y Ehrenburg sobre las deportaciones a Auschwitz dan buena cuenta sobre ello: “Éramos 3.650 personas en el tren. De ellos tan sólo 265 hombres y unas ochenta mujeres permanecimos en el campo” decía Yakov Gordon; “De esas dos mil quinientas personas, unas trescientas fuimos enviadas al campo, mientras las demás, y entre ellas mi madre, mi hermana y su hijo de cinco años, fueron llevadas directamente a los crematorios”, señalaba David Sures; “De las tres mil personas que viajaron en nuestro tren, no fuimos más de trescientas cincuenta las que permanecimos en el campo”, aseguraba Georg Kitman; en el tren de Ziska Speter viajaban unas mil cien personas y sólo doscientas cinco fueron seleccionadas para el trabajo; junto con Anna Kepich llegaron tres mil prisioneros, de los cuales sólo quinientos entraron en el campo; etcétera. “Algunos saben lo que les espera. Por ejemplo, una mujer que avanza rápido, con una prisa contenida. Un niño pequeño de carita sonrosada y mofletuda, un querubín, la persigue con los 6Elie WIESEL, La noche (Barcelona: El Aleph Editores, 2002, p. 45). 7Imre KERTÉSZ, Sin destino (Barcelona: El Acantilado, 2006, p. 83). 8E. WIESEL, La noche, p. 46. 248 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES brazos estirados, pero no consigue alcanzarla, mientras grita llorando: «¡Mamá! ¡Mamá!». –¡Mujer, coge a ese niño en brazos! –¡Señor, señor, este niño no es mío, no es mío! –la mujer grita histérica y huye tapándose el rostro con las manos. Quiere esconderse entre las mujeres que no montarán en el camión, las que irán andando, las que van a vivir. Es joven, guapa, saludable y quiere vivir. Pero el niño corre detrás de ella quejándose en voz alta: –¡Mamá, mamá, no te vayas! –¡No es mío, no es mío, no! Andriej, un marinero de Sebastopol, la alcanza. El vodka y el calor han borrado la expresión de sus ojos. La agarra, la tumba de un enérgico puñetazo, la coge de los pelos y la levanta. El marinero echa chispas. –Ach, ty, jebit twoju mat’, blad’ jewrejskaja! ¡Así que tienes la cara de huir de tu hijo! ¡Ya te daré yo, puta judía! Andriej la coge por la cintura y con la otra manaza la estrangula para impedir que grite; después la tira con fuerza, como si fuera un saco de trigo, al camión. –¡Toma! ¡Coge también esto! ¡Puta! –Y le tira el niño a sus pies. –Gut gemacht , bien hecho, así es como se trata a las madres inhumanas –dice un SS que se encuentra al lado del camión–. Gut, gut ruski , buen ruso, sí señor”9. “Cada vez que llegaba un nuevo convoy, la gente entraba por el gran portal del Crematorio y era dirigida hacia la escalera subterránea que llevaba a la sala de desnudarse. Eran tan numerosos que veíamos la cola que se alargaba como una gran serpiente. Cuando entraban los primeros, los últimos estaban aún cien metros más atrás. Tras la selección en la rampa, las mujeres, los niños y los ancianos eran enviados primero, luego llegaban los hombres. En la sala de desnudarse había colgadores con números a lo largo de la pared, y también pequeñas tablas de madera en las que la gente podía sentarse para desnudarse. Para engañarlos mejor, los alemanes decían a la gente que se fijaran en los números para recuperar más fácilmente sus cosas al salir de la «ducha». Tras algún tiempo, añadieron también a las instrucciones la de atar los zapatos por pares. En realidad se trataba de facilitar la selección cuando las cosas llegaban al Kanadakommando. Por lo general, las instrucciones las daba el SS de guardia, pero a veces un hombre del Sonderkommando que hablaba la lengua de los deportados les transmitía directamente las instrucciones. Para tranquilizar a la gente y asegurarse de que iban deprisa y no creaban problemas, los alemanes les prometían también una comida después de la «desinfección». Muchas mujeres se apresuraban para llegar primero y acabar enseguida con todo aquello. Tanto más cuando los niños, aterrorizados, permanecían apretu- jados junto a sus madres. Para ellos, más aún que para los demás, todo debía de ser extraño, inquietante, sombrío, frío”10. “Su muerte lo era todo salvo una muerte dulce. Era una muerte inmunda, sucia. Una muerte forzada, difícil y distinta para todos. Nunca lo había contado hasta ahora; es tan abrumador y triste queme cuesta hablar de esas visiones de la cámara de gas. Podíamos encontrar gente con los ojos desorbitados por el esfuerzo que había hecho el organismo. Otros sangraban por todas partes, o se habían ensuciado con sus propios excrementos, o con los de los demás. Por los efectos del miedo y del gas sobre el organismo, las víctimas evacuaban a menudo todo lo que tenían en el cuerpo. Algunos cuerpos estaban muy rojos, otros muy pálidos, cada cual reaccionaba de un modo distinto. Pero todos habían sufrido en la muerte. Suele pensarse que el gas se arrojaba y ya está, la gente moría. ¡Pero qué muerte!... Les encontrábamos agarrados unos a otros, todos habían buscado desesperadamente un poco de aire. El gas tirado todo el mundo quería encontrar aire, aunque para ello fuera necesario trepar unos sobre otros hasta que el último muriera. A mi entender, no puedo estar seguro de ello, pero pienso que muchas personas morían antespersonas morían antes incluso de que arrojaran el gas. Estaban tan apretados unos contra otros que los más pequeños, los más débiles, inevitablemente se asfixiaban. En cierto momento, bajo esa presión, esa angustia, te vuelves egoísta y sólo buscas una 9Tadeusz BOROWSKI, «Pasen al gas, señoras y señores», en Nuestro hogar es Auschwitz (Madrid: Alba Editorial, S.L., 2004, pp. 135-136). 10Shlomo VENEZIA, Sonderkommando. El testimonio de un judío obligado a trabajar en las cámaras de gas (Barcelona: RBA, 2010, pp. 85-87). 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES 249 cosa: salvarte. Ese era el efecto del gas. La imagen que veíamos al abrir la puerta era atroz, ni siquiera puedes hacerte una idea de lo que podía ser”11. “Recuerdo que cierto día, entre los cadáveres sacados de la cámara de gas, los hombres encontraron el cuerpo de una mujer increíblemente hermosa. Tenía la perfecta belleza de las estatuas antiguas. Quienes hubieran debido meterla en el horno no conseguían decidirse a hacer desaparecer una imagen tan pura. Mantuvieron su cuerpo con ellos el mayor tiempo posible, luego se vieron obligados a quemarla, también a ella. Creo que es el único caso en el que realmente «miré»; de lo contrario, todo ocurría maquinalmente, no había nada que ver. Ni siquiera en la sala de desnudarse prestábamos atención; no teníamos derecho a enternecernos”12. La muerte, como todo lo que ocurría dentro del universo concentracionario, también se había deshumanizado. El trabajo de Shlomo Venezia, miembro del Sonderkom- mando y autor de las líneas arriba apuntadas, era cortar el cabello y extraer los dientes de oro de los cadáveres después de que fueran gaseados. Aunque el proce- dimiento no era igual en todos los campos de concentración, o al menos eso parece indicar el relato que realiza Vasili Grossman de Treblinka: “Hay una peluquería instalada en el barracón al que acceden las mujeres. Las mujeres desnudas son rapadas y las ancianas despojadas de sus pelucas. Enton- ces se producía un curioso fenómeno psicológico: según cuentan las peluqueras, aquella sesión de corte de pelo realizada en la antesala de la muerte conven- cía como ninguna otra cosa a las mujeres de que en verdad las llevaban a las duchas. Algunas jóvenes se palpaban las cabezas recién rapadas y pedían a la peluquera: «Aquí no ha quedado muy bien: emparéjemelo, por favor». Por regla general, la sesión de corte de pelo sosegaba a las mujeres. Casi todas sa- lían del barracón llevando una toalla doblada y una pequeña pastilla de jabón. Algunas jóvenes lloraban la pérdida de sus bonitas trenzas. ¿Cuál era el pro- pósito de rapar a aquellas mujeres? ¿Engañarlas? En modo alguno. Alemania necesitaba aquel pelo. Era materia prima...”13. Al otro lado de las alambradas, en el campo de concentración, los prisioneros que habían conseguido escapar a la muerte inmediata en las cámaras de gas también debían hacer frente a las tijeras del peluquero. Aunque su experiencia no solía ser descrita como “esperanzadora”, en la línea de Grossman, si no como terriblemente impactante y devastadora: “Recuerdo el instante en que, al salir de la sala de desinfección, vi por primera vez la muchedumbre de cabezas mondas y su repugnante blancura: parecía un campo de repollos. Espectáculo alucinante: debí de quedarme un rato fuera de órbita, sin rela- cionarme a mí con aquel mar de cabezas relucientes. «Son unas locas», me dije, y esperé. Pero la puerta abierta seguía vomitando más cabezas de repo- llo. ¡Sorprendente! Es una enfermedad que tiene siempre los mismos síntomas: las mismas orejas despegadas, la misma cara cérea, el mismo rictus estúpido y mortificado. Una de ellas me señala con el dedo: «¡Dios mío, qué pinta». Pero en la cabeza monda se le abulta una vena azul. Esa voz la había oído ya antes; ese monstruo me recuerda a alguien... ¡Illus de Miskolz! La preciosa Illus, rubia. (Incluso el centinela se había brindado a facilitarle la evasión de la fábrica de ladrillos). Me llevo la mano a la cabeza, aunque de repente lo tengo todo claro. Illus hace un además lenitivo, como para que me resulte más llevadero el momento atroz por el que acaba de pasar ella; despojada del adorno más espléndido que darse pueda, se esfuerza de forma conmovedora en consolarme, a mí, que sólo he perdido dos míseras trenzas. 11S. VENEZIA, Sonderkommando, pp. 84-85. 12S. VENEZIA, Sonderkommando, p. 119 13V. GROSSMAN y I. EHRENBURG, El libro negro, p. 996. 250 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES –¿Qué nos importa el pelo –dice– si lo hemos perdido todo, incluso las lágrimas para llorar? Vuelve a crecer, ya verás, vuelve a crecer muy deprisa. La miro, sin palabras. ¡Si se viera! ¡Tiene unas orejas gigantescas! ¡Y qué forma más increíble de cabeza! Me parece que todas las penas, que todas las pérdidas fueron suaves comparadas con ésta. Como si la maquinilla de afeitar me hubiera cortado de mi misma [la cursiva es mía]. A lo mejor somos una nueva especie que la historia no ha registrado aún; un descubrimiento típicamente alemán: entre el ser y el objeto. De los atributos humanos sólo le queda la capacidad de sufrir. O, para ser exactos: un objeto que sufre”14. “Después de habernos desprovisto de nuestros vestidos, empezaba el temido proceso de la búsqueda de piojos. Esta función la desempeñaban dos testigos de Jehová. Una de ellas se llamaba Emmi. Invitaba a las mujeres con una dulce sonrisa a que se sentaran, examinaba con toda atención y celo las cabezas y ¡pobre de la que tuviera huella de piojos o presentara liendres recientes! Se sacrificaban las cabelleras sin compasión. Tuve ocasión de observar a Emmi realizar su tarea durante años. El corte de pelo se había convertido en su ma- yor placer. Cuanto mayor era el fervor de una mujer mendigando y suplicando, cuanto más hermoso y abundante era su pelo, con celo más demoníaco prepa- raba Emmi –testigo de Jehova– su máquina de cortar el pelo y convertía una cabeza rizada y atractiva en una triste calva”15. “Entramos en una sala enorme y bien iluminada, donde había presos traba- jando con navajas y máquinas rasuradoras: eran los peluqueros. Me acerqué a uno de ellos que estaba situado a la derecha. Probablemente me indicó que me sentara –yo no hablaba su idioma– en el taburete que había delante de él. Me cortó el cabello hasta el último pelo, dejándome la cabeza totalmente afeitada. Después cogió la navaja, me indicó que levantara los brazos y me afeitó los sobacos. A continuación se sentó delante de mí, me agarró el órgano más delicado y me quitó todo el vello con su navaja, toda aquella pelambrera que apenas había empezado a crecer y que constituía mi orgullo como hombre. Es posible que parezca absurdo, pero la pérdida de aquel vello me resultó aún más dolorosa que la pérdida de mi cabello. Estaba muy sorprendido y un tanto molesto, pero comprendí que sería ridículo salirme de mis casillas por una cosa que, al fin y al cabo, no tenía mayor importancia. Los demás muchachos se en- contraban en la misma situación y le gastaban bromas al Suave, preguntándole cómo se defendería con las chicas”16. El rasurado del cabello se vive siempre como un ataque a la identidad de género: a la feminidad y a la masculinidad. La máquina de deshumanización que se había puesto en marcha ya en los trenes (y en muchos casos, bastante antes), anulando progresivamente la voluntad de los deportados y convirtiéndolos en rebaño, se ceba ahora con sus cuerpos, que quedan desprovistos de cualquier atributo de identifi- cación: las marcas de género, que constituyen uno de nuestros soportes identitarios básicos, son las primeras en ser impugnadas. “Al terminar, nos quedamos cada uno en nuestro rincón y no nos atrevemos a levantar la mirada hacia los demás. No hay donde mirarse, pero tenemos delante nuestra imagen, reflejada en cien rostros lívidos, en cien peleles mise- rables y sórdidos. Ya estamos transformados en los fantasmas que habíamos vislumbrado anoche. Entonces por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instan- te, con intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no 14Ana NOVAC, Aquellos hermosos días de mi juventud , Áncora y Delfín 1178 (Barcelona: Destino, 2010, pp. 35-36). 15Margarete BUBER-NEUMANN, Prisionera de Stalin y de Hitler (Barcelona: Galaxia Guten- berg : Círculo de Lectores, 2005, p. 243). 16I. KERTÉSZ, Sin destino, pp. 99-100. 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES 251 existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado las ropas, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían. Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido permanezca”17. Todo el proceso de admisión al campo, con el colofón final del rasurado del cabello, es vivido sistemáticamente como el momento en el que se revela de forma palpable la pérdida de la identidad individual. El asalto material al cuerpo de los prisioneros ha sido clave para que tenga lugar esa sacudida, que culmina con el tatuaje. “Häftling: me he enterado de que soy una Häftling. Me llamo 174.517; nos han bautizado, llevaremos mientras vivamos esta lacra tatuada en el brazo izquierdo”18. El cuerpo se convierte así en la puerta de entrada a la humanidadde los prisioneros. Pero la pérdida de identidad humana, el proceso de deshumanización, se despliega también en otros ámbitos que afectan a la conducta y a la psique humanas. “Los hombres nos amaban también, pero con desdicha. Experimentaban, más punzante que ningún otro, el sentimiento de estar mermados en su fuerza y en su deber como hombres, porque no podían hacer nada por las mujeres. Si nosotras sufríamos al verlos desgraciados, hambrientos, desamparados, ellos sufrían todavía más por no estar en condiciones de protegernos, de defendernos, por no seguir asumiendo solos el destino”19. Todo lo que viene después ya es historia. El hambre, las sed, la enfermedad, el cansancio, el hacinamiento y el trabajo. Sobre todo el trabajo. El trabajo esclavo y extenuante, concebido para resultar insoportable y para socavar cualquier rastro de energía que pudiera quedar en los seres humanos. El objetivo otra vez era el exterminio y, de por medio, la deshumanización. Que no quedara rastro del ser humano, que cualquiera que observara aunque fuese por un instante a aquellos despojos no reconociera en ellos a otra cosa más que a insectos, a locos, a alimañas. Mejor todos muertos. “La dura y lenta jornada hecha de una angustiosa espera y de hambre. Palas, picos, vagonetas, la sal espesa en la boca y en los ojos, bloques por llevar, rieles por colocar, hormigón por fabricar, transportar, derribar, máquinas por arrastrar, y SS, Kapos, Vorarbeiter , Meister , centinelas, que golpean hasta el agotamiento”20. “Tenía sed desde hacía días y días, una sed como para perder la razón, una sed que me impedía comer porque no tenía saliva en la boca, que me impedía hablar porque no se puede hablar cuando no hay saliva en la boca. Tenía los labios agrietados, las encías hinchadas, la lengua como un trozo de madera. La hinchazón de las encías y la lengua me impedía cerrar la boca, que llevaba siempre abierta, como una perturbada, con las pupilas dilatadas y la mirada huraña, como una perturbada. Al menos eso me dijeron después las demás. Creían que me había vuelto loca. Yo no oía nada ni veía nada. Creían incluso 17P. LEVI, Si esto es un hombre, p. 26. 18P. LEVI, Si esto es un hombre, p. 27. 19Charlotte DELBO, Auschwitz y después II. Un conocimiento inútil , vol. II (Madrid: Turpial, 2004, p. 10). 20David ROUSSET, El universo concentracionario, Memoria Rota. Exilios y Heterodoxias 39 (Barcelona: Anthropos Editorial, 2004, p. 22). 252 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES que me había quedado ciega. Más tarde me llevó mucho tiempo explicarles que no estaba ciega pero no veía nada. Tenía los sentidos anulados por la sed”21. “Estamos todos aquí para morir. Éste es el objetivo que los SS han escogido para nosotros. No nos han fusilado ni colgado, pero cada uno, privado racional- mente de comida, debe convertirse en el muerto previsto, dentro de un tiempo variable. Así pues, la única finalidad de cada uno de nosotros es impedir es- ta muerte. El pan que comemos está bueno porque tenemos hambre, pero si calma el hambre, sabemos y sentimos también que gracias a él la vida se de- fiende en el cuerpo. El frío es doloroso, pero los SS quieren que muramos de frío, debemos protegernos de él porque en el frío está la muerte. El trabajo es enajenante –absurdo para nosotros–, pero desgasta, y los SS quieren que el trabajo nos mate; así que tenemos que ahorrar trabajo porque la muerte está dentro de él. Y también está el tiempo: los SS piensan que a fuerza de no comer y de trabajar acabaremos por morirnos; los SS piensan que podrán con nosotros gracias al cansancio, es decir, gracias al tiempo, la muerte está en el tiempo”22. Y la mierda, por supuesto. Había mierda y suciedad por todas partes. “Las barcazas tienen una aplicación que a nadie se le había ocurrido (¡la ima- ginación tiene sus límites!). Al bajarme de la cama esta mañana se me hunde el pie en una masa fofa. Me quedo clavada en el sitio, fulminada, alelada. Una puta guarra que se ha confundido de cagadero. Por desgracia, soy la única en saber que esa guarra no soy yo. Con un pie metido en la mierda y el otro en el aire, pasmada, reniego mucho más de lo que se pueda concebir”23. “Llenando otra vez de agua el hueco de la mano, comencé a frotar. El vello púbico, que me habían afeitado a la llegada, había vuelto a crecer. Estaba enmarañado con restos de excremento seco y era muy difícil desenredarlo. Si hubiera podido devolverle su longitud y sus rizos me habría sentido verdadera- mente limpia, pero habría tenido que estar en remojo durante horas. Frotaba y frotaba hasta arañarme sin lograr lo que quería. Era repugnante. Y qué fría estaba el agua. Me helaba el vientre. Era el momento de atacar otra zona. No veía lo que frotaba, pero sí veía mis muslos y mis piernas, mis pies, negros de mugre. Sumergidos en la transparencia del agua que los bañaba desde hacía un rato, no habían cambiado de color”24. La violencia y la tortura endémicas, que adquirieron las formas más diversas y más perversas, fueron elementos necesarios para llevar a cabo con éxito el proyecto de deshumanización. “Un hombre, las manos atadas, arrodillado sobre una barra de hierro que pe- netra lenta, inexorablemente, en la piel, el rostro empapado de sudor, los ojos desorbitados frente a una lámpara implacable, inmóvil, imponiéndole unas ho- ras que parecen eternas, le quema los párpados, vacía el cerebro habitado por temores demenciales y deseos imposibles: la suerte del concentracionario. Por todos los medios y todo el tiempo, los SS han impuesto la violencia. El hombre no puede evadirla y vive la vida con angustia expectante y zozobra, a la espera de su llegada. La violencia corrompe extraordinariamente todas las resistencias y todas las dignidades. Los hombres de verde son los grandes maestros de estas ceremonias, los cínicos sacerdotes de estas expiaciones. En los talleres, colman de gritos e improperios a los hombres enloquecidos, pisotean y liquidan cual- quier posibilidad de revuelta. Se nutren de dudosas satisfacciones como matar a golpes a los cuerpos indefensos. Incluso en la tarde, al regreso, en los Blocks, aun en aquel lugar se encuentran presentes; no existe el descanso para el con- centracionario y mucho menos el olvido. En el momento en el que las cadenas 21C. DELBO, Un conocimiento inútil , pp. 39-40. 22Robert ANTELME, La especie humana (Madrid: Arena Libros, 2001, pp. 43-44). 23A. NOVAC, Aquellos hermosos días de mi juventud , p. 190. 24C. DELBO, Un conocimiento inútil , p. 56. 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES 253 del trabajo cesan, forjan el metal de los trabajos inútiles, de los tormentos innombrables, de las torturas gratuitas. Los criminales son indispensables en el universo de los campos; aseguran la continuidad en la destrucción de las mentes”25. “Faltaba una. La encontraron en uno de los barracones, dormida en su jergón. Con las manos detrás de la espalda, la enana empieza a dar vueltas alrededor de la desventurada, que, medio dormida aún, da también vueltas alrededor de ella. Por fin la polaca se detiene y hace una seña a Otto, un Lagerkapo. Y ahora es cuando se hace un completo silencio, como si miles de personas dejasen de respirar a un tiempo, y veo que la chica está perdida. Pero ella no se da cuenta. Mira a la contrahecha con algo que parece confianza, con cara de decir: pero si yo no tengo la culpa de nada, sólo estaba durmiendo. A Otto lo conozco de cuando pasan lista; es alemán y lo condenaron a once años de cárcel por Schwerverbrecher [asesino] antes de la guerra. Un Goliat de pelo a cepillo, grueso, de tez rubicunda y salpicada de pecas (que le motean incluso las manazas). Le hace una seña a la chica, que se acerca, y le ordena que estire las manos. Ella obedece, dócil como en la escuela. La fusta cae dos veces; lanza un gemido, pero sigue de pie. –¡Desnúdate! Las manos ensangrentadas intentan desabrochar la blusa blanca, pero no tie- nen suficiente fuerza. Otto se la arranca con las propias manos. Se quita la chaqueta de cuero y la pone en el suelo tras haberla doblado con cuidado. Esa forma primorosa y sosegada de preparar el asesinato me trastorna más que todo cuanto viene a continuación. Por fortuna, la chica se desmaya casi enseguida. Otto sigue golpeando hasta quedarse sin resuello. Sudoroso, con la camisa pegada a la piel; lo que golpea no es ya sino algo informe. Ha cumplido con la tarea, pero se encarniza por gusto. Se lo pasa bien. Por fin la enana lo detiene. Se inclina hacia el cuerpo y alza la cabeza con la punta del tacón. Otto se seca la frente. Se llevan a la que ya ha dejado de ser un número. Siguen pasando lista”26. “Las orgías nocturnas que implicaban utilizar la violencia contra las mujeres y jóvenes hermosas seleccionadas de entre las recién llegadas al campo y some- terlas a toda suerte de vejaciones constituían una de las diversiones favoritas de los alemanes. Después de esas noches de perversión, los propios violadores conducían a las mujeres a las cámaras. Así se divertían en Treblinka los SS, fundamento del régimen hitleriano y orgullo de la Alemania fascista”27. “Muchas de las mujeres que arribaron a Auschwitz en agosto de 1944 lo hi- cieron acompañadas de niños de entre cinco y doce años de edad. Todas esas criaturas fueron a parar a los crematorios junto a sus madres. Yo llegué al campo embarazada de siete meses. Cuando el doctor König se percató de mi embarazo, ordenó llevarme al barracón V-3, en Birkenau. Allí había otras se- senta y cinco mujeres en mi situación. Tres días más tarde me practicaron una inyección en la zona pélvica para provocarme un parto prematuro. La operación se repitió durante cuatro días hasta que al quinto día di a luz a una criatura que me quitaron inmediatamente. En el tiempo que permanecí en aquel barracón presencié otros catorce casos similares. Tanto los recién na- cidos como los prematuros eran sacados inmediatamente del bloque sin que supiéramos adónde los llevaban”28. 25D. ROUSSET, El universo concentracionario, pp. 43-44. 26A. NOVAC, Aquellos hermosos días de mi juventud , pp. 137-138. 27V. GROSSMAN y I. EHRENBURG, El libro negro, p. 1014. 28V. GROSSMAN y I. EHRENBURG, El libro negro, p. 1081. 254 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES “Nunca olvidaré la agonía de una madre que me contó que había sido obligada a desvestir a su hija y a observar mientras la chica era violada por unos perros que los nazis habían entrenado especialmente para ello”29. La deshumanización se abre así paso a la fuerza, allí donde no queda nada. Lo ocupa todo, es el eje vertebrador de la conducta concentracionaria, la vivencia en común de la que todos los testimonios tratan de dar cuenta. “Los que vivís seguros En vuestras casas caldeadas Los que encontráis, al volver por la tarde, La comida caliente y los rostros amigos: Considerad si es un hombre Quien trabaja en el fango Quien no conoce la paz Quien lucha por la mitad de un panecillo Quien muere por un sí o por un no.. Considerad si es una mujer Quien no tiene cabellos ni nombre Ni fuerzas para recordarlo Vacía la mirada y frío el regazo Como una rana invernal”30. “Decir que entonces nos sentíamos impugnados como hombres, como miem- bros de la especie, puede parecer un sentimiento retrospectivo, una explicación posterior. Sin embargo, eso es lo que vivimos de forma más inmediata y perci- bimos constantemente. Y, por otra parte, eso es exactamente lo que desearon los otros”31. “Un grupo de obreros y curiosos se había reunido a lo largo del tren. Sin duda nunca habían visto un tren con semejante cargamento. Pronto, aquí y allá, los trozos de pan empezaron a caer en los vagones. Los espectadores contemplaban a estos hombres esqueléticos que se mataban entre sí por un bocado. Un trozo cayó en nuestro vagón. Decidí no moverme. Además, sabía que no tendría fuerzas para luchar contra esas decenas de hombres enfurecidos. No lejos de mí un anciano se arrastraba a cuatro patas. Acababa de apartarse de la pelea. Se llevaba la mano al corazón. Al principio creí que había recibido un golpe en el pecho. Pero después comprendí: bajo la chaqueta llevaba un trozo de pan. Con rapidez extraordinaria, lo extrajo y se lo llevó a la boca. Sus ojos se iluminaron; una sonrisa semejante a una mueca resplandeció en su rostro muerto. Enseguida se apagó. Una sombra acababa de alargarse a su lado. Y esa sombra se arrojó sobre él. Molido a golpes, el viejo gritaba: –¡Meir, mi pequeño Meir! ¿No me reconoces? Soy tu padre... Me estás matan- do... Asesinas a tu padre... Tengo pan para ti también... para ti también... Y se desplomó. Todavía tenía en el puño cerrado un trocito de pan. Quiso llevárselo a la boca. Pero el otro se arrojó sobre él y se lo arrebató. Entonces el anciano murmuró algo, lanzó un estertor y murió en medio de la indiferencia general. Su hijo lo registró, tomó el trozo de pan y comenzó a devorarlo. No pudo ir lejos. Dos hombres lo habían visto y se precipitaron sobre él. Otros se agregaron a ellos. Cuando se apartaron, a mi lado había dos muertos, padre e hijo”32. Pese a todo, incluso en el campo de concentración, la vida resistió de forma tenaz y con ella se mantuvo también la esperanza. Ambas normalmente con consecuencias fatales. 29Olga LENGYEL, Five Chimneys. A Woman Survivor’s True Story of Auschwitz (Chicago: Academy Chicago Publishers, 1995, p. 199). 30P. LEVI, Si esto es un hombre, p. 9. 31R. ANTELME, La especie humana, p. 11. 32E. WIESEL, La noche, pp. 125-126. 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES 255 “Nuestras jefas (incluyo en el lote al fotógrafo) no paran de agobiar a la futura madre con consejos «innobles»: y llegan hasta a encargarse de traer al almacén a una especialista, una abortadora, que hace años que ejerce en el campo su especialidad. –¡Qué se guarden su abortadora! –mascullan las chicas hunas. –Aquí a los bebés los matan, los estrangulan o les ponen una inyección... ¿No os dais cuenta? –¡Podéis decir lo que queráis! Nunca nos vamos a creer que Dios permita algo así. Traduzco, y sólo entonces las polacas se ponen a decir a voces todo lo que llevan dentro: todo lo que Dios consiente que pase en la tierra, y en Plaszow en particular. –¡Pero los niños pequeñitos...! Las chicas hunas son de lo más cabezotas. –¡No, que nadie toque a nuestra Rozzi! ¡Con lo esperado que era ese niño! –Pero ¿qué os parece que le va a pasar aquí? –Lo que nos pase a nosotras. La madre escucha toda esta escandalera como si no fuera con ella. Pero, pese a todo, llega un momento en que me da un codazo: –Si les hacen a los niños lo que dicen ésas, ¿a la madre qué le pasa? –Pues lo mismo que al niño, supongo. –¿A los dos juntos? –Sí. Albergamos la esperanza de que con eso se lo piense. Y, efectivamente, se lo piensa, porque al cabo de un ratito me dice: –Vale más así. Por la tarde, son las primas las que toman por su cuenta, sin mayor éxito. –Dios no permitiría eso. –¿Y si a pesar de todo...? –Pues entonces es que no existe –dice–. Y entonces, ¿para qué vivir? Nos pasamos el día dándole de comer. Y, sin embargo, no para de adelgazar. Incluso su pobre tripa parece que le ha mermado. Es posible que el niño por el que está dispuesta a morir ya esté muerto”33. “Yo no sabía qué hacer; el alarido doloroso de la parturienta me entraba en las carnes produciéndome una pena insoportable. Le aferraba la mano y al acariciarla noté que estaba fría y mojada. Bajo la luz titubeante de la vela veía la cara exaltada de Adela, el perfil duro de Erna, que lucía una hermosa bata rosa pero estaba arrodillada sobre la paja y no se preocupaba de que se le pudiera ensuciar. Y alrededor, entre la luz y la sombra, la cara huesuda de Elenka, el cabello rojizo de Aërgi, la camisa rayada de Rosette. «Oh, bonne Mère, bonne Mère!», repetía sin cesar Rosette. «¡Está a punto de nacer un crío! ¡Escuchad, escuchad cómo grita la pobrecilla!» En Erna, en Elenka, en Aërgi, en Rosette, en todas las mujeres allí agolpadas, había una espera casi mística, la espera vibrante de misteriosa deferencia que invade religiosamente a quienes presencian el san- griento rito de la maternidad. –¡Un poco más! –decía la vieja–. ¡Ya sale! ¡Bien! ¡Ya sale! En el inesperado silencio que siguió al último grito desgarrado, Adela se levantó con algo entre los brazos; una cosa rosada, tierna, pequeñísima”34. También, y esto a penas lo advirtieron los libertadores cuando dieron testimonio, hubo resistencias. Muchas veces sutiles, otras quizás inadvertidas, otras explosivas. Resistencias en todo caso de lo más variadas. La principal de ellas, por supuesto, fue sobrevivir. Pero no fue la única. “Le toca la vez en los grifos. Se desnuda, empieza a rociarse. Me pide que le frote la espalda con un cepillo ingenioso (un trozo de manta enroscada en un palito), está mucho rato lavándose los dientes. No tiene en la cabeza más pelo que nosotras, pero consigue un corte «a lo chico» que nos deja con la boca abierta. Y no hemos llegado al cabo de las sorpresas. ¡Cómo se las apaña con su saco (esa misma tela informe que nos flota alrededor del cuerpo), ciñéndoselo a los huesos con una maña que roza la magia! Se permite el lujo 33A. NOVAC, Aquellos hermosos días de mi juventud , pp. 142-143. 34Liana MILLU, El humo de Birkenau, trad. Celia Filipetto (Barcelona: El Acantilado, 2005, p. 88). 256 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES de algo que parece casi un vestido y le realza las «formas» (de las que carece). Y es casi elegante esa silueta que se aleja con paso ingrávido, moviendo las «caderas». Tiene la nariz ganchuda y la barbilla saliente, no es guapa. Y, sin embargo, todas las miradas convergen en ella, deslumbradas. Esa que sale de la Waschraum es una Mujer”35. “–¡Qué guapa estás! ¡Qué elegante! –le dije con entusiasmo. Lily sonrió complacida, arreglándose el pelo con gesto instintivo. –A veces, la kapo me manda coser –me explicó–. Así consigo «organizar» algo de hilo para arreglarme la ropa. Aduje que jamás de los jamases habría dedicado a la costura alguna que otra hora de la tarde del domingo. Ya podía estar hecha una andrajosa, que yo, el domingo, me lo pasaba con los ojos cerrados. Y además, ¿para qué ponerme guapa? En el campo no tenía ningún hochane, no tenía que gustarle a nadie. –¡Es por nosotras mismas! –dijo Lily con tono de reproche”36. “El resorte de nuestra lucha no habrá sido más que la reivindicación enloque- cida, y casi siempre solitaria por sí misma, de seguir siendo, hasta el final, hombres. No creemos que los héroes que conocemos, de la historia o de la li- teratura, aunque hayan clamado al amor, a la soledad, a la angustia del ser o del no ser, a la venganza, aunque se hayan rebelado contra la injusticia, con- tra la humillación, se hayan visto obligados a expresar, como única y última reivindicación, un último sentimiento de pertenencia a la especie”37. “GRACIAS A LAS DEMÁS Un fantasma equilibrista que bailaba por la noche en los hilos del telégrafo No sabía que yo lo veía Ensayaba Iba vestido de fantasma y sin embargo nadie lo veía Yo no habría aguantado si nadie me hubiera visto, si vosotras no hubierais estado allí”38. “Todo se había programado detalladamente. Por fin, se había decidido no tener en cuenta a los resistentes en el exterior del campo, pues se negaban a acordar una fecha. A mi entender, la revuelta fue iniciada entonces por el Sonderkom- mando porque parecía evidente que los últimos convoyes de Hungría estaban llegando y que, muy pronto, no quedaría ya nadie para gasear. Nos tocaría entonces el turno a nosotros. Había que jugarse el todo por el todo. Aunque la esperanza fuese vana, todos estábamos convencidos de que más valía la pena actuar y que nos mataran, antes que morir sin haberlo intentado”39. Aquellos que consiguieron resistir hasta el final, se toparon con la liberación. Aunque todas aquellas fantasías sobre la llegada de los aliados y la vuelta al mun- do libre que habían estado alimentando durante su cautiverio se desplomaron. La liberación resultó ser muy distinta a lo imaginado. “Quizás habíamos embellecido nuestra espera nuestra espera lo que esperábamos. Todo en nosotras estaba tendido hacia lo que esperábamos 35A. NOVAC, Aquellos hermosos días de mi juventud , p. 192. 36L. MILLU, El humo de Birkenau, p. 13. 37R. ANTELME, La especie humana, p. 11 38C. DELBO, Un conocimiento inútil , p. 32. 39S. VENEZIA, Sonderkommando, pp. 136-137. 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES 257 nuestras manos listas para coger duras suaves sensibles impacientes nuestros corazones listos para dar impacientes ávidos inagotables nuestras manos y nuestros corazones tenidos hacia lo que esperábamos que no era lo que nos esperaba”40. “A decir verdad nunca fui consciente del peligro que entrañaba, para dos muje- res solas, vivir en una casa aislada con las puertas desvencijadas. Hasta que esa noche, la última que habíamos de pasar en Zarrentin, supimos cuán impres- cindible era disponer de cerrojo. Debía de ser medianoche cuando me desperté sobresaltada. Fuera se oían ruidos. Conteniendo la respiración, escucho aten- tamente: son pasos que se aproximan a la entrada. El círculo luminoso de una linterna enfoca la pared y alguien avanza tanteando. De repente se enciende la luz de la sala. Bajo el dintel de la puerta aparece un soldado americano. Ya nos ha visto. Emmi y yo dormimos en dos catres situados al fondo de la estancia, ella en el jergón de arriba y yo en el de abajo. Avanza tambaleándose, se detiene para quitarse el casco de acero y lo arroja estrepitosamente sobre la mesa. Ahora puedo verle la cara. Está totalmente borracho. Con pasos in- seguros llega hasta mi cama y se deja caer pesadamente al pie del catre. Aún adormilada me incorporo de golpe. Más que con temor, reacciono con furia antes esta visita nocturna y grito: –Get out! ¿Se puede saber qué quieres? Ciertamente una pregunta ingenua, pues yo sabía muy bien cuáles eran sus intenciones. Mi preocupación inmediata es cómo mantenerle lejos. Pero no hay tiempo para largas meditaciones. Ya tiene la mano sobre mis pies y trata de ascender por la pierna”41. “El 6 de mayo de 1945, divisamos una columna de carros que asomaban de una nube de polvo: ¡eran nuestros libertadores! Esta vez, tenían los ojos al bies, porque eran tártaros. Sucios, destrozados; ninguno de ellos parecía tener edad de afeitarse... ¡Habían visto la muerte cara a cara, pero no a unas muertas fuera de sí que les daban besos! El espectáculo que les brindábamos los impresionó muchísimo. Pese a su religión (mahometana) empezaron a emborracharse y ya no lo dejaron, ni de día ni de noche. Circunstancia que no impidió nada. Con aquellas libidos frustradas pero impetuosas, se abalanzaron sobre las vivas, las muertas o las moribundas. Sin discriminación alguna. Acordes con la mejor tradición de los vencedores”42. “Volver del campo volver a la normalidad después de la historia el día a día después del maquis la rutina cotidiana. Decíamos qué bella será la vida cuando sea libre qué ardiente será la vida cuando seamos libres todo será sencillo transparente todo nos será devuelto con la libertad la belleza el amor la amistad todo la libertad es todo sólo habrá que vivir ¿hay algo más sencillo 40Charlotte DELBO, Auschwitz y después III. La medida de nuestros días, vol. III (Madrid: Turpial, 2004, p. 58). 41M. BUBER-NEUMANN, Prisionera de Stalin y de Hitler , pp. 439-440. 42A. NOVAC, Aquellos hermosos días de mi juventud , p. 278. 258 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES más fácil para quien sabe sufrir para quien sabe morir? Volver ¿Quién de nosotros se atrevía a mirar más allá? Volver era ya pedir lo imposible era pedir todo ¿atreverse a pedir más? Volver todo nos sería restituido. Volver no es todo es volver para ponerse otra vez a vivir a vivir todos los días a trabajar y a contraer deudas a vender jabón porque uno no sabe hacer otra cosa a volver a la oficina porque uno no sabe hacer otra cosa en la vida de todos los días a buscar alojamiento porque no se puede vivir de otro modo a estar a la hora porque en el trabajo hay que estar a la hora. ... ¿De qué os quejáis la vida es la vida con qué soñabais en ese allí vuestro? Con comer a placer con dormir a placer con amar a placer. Comer dormir amar lo hacéis desde que volvisteis. La historia ha terminado sed felices como todo el mundo la historia es un momento ahora es la vida. ¿Y por qué queríais volver? Salir de la historia para entrar en la vida intentadlo también vosotros y veréis”43. Con estas breves pinceladas, he querido trazar algunas de las líneas guía más impor- tantes de la experiencia concentracionaria haciéndome eco de la voz de los super- vivientes44, puesto que ellos son, como veíamos en el anterior capítulo, los testigos por antonomasia de dicha experiencia. Lo que aprendemos de sus testimonios es, entre otras cosas, que la deshumanización se situó efectivamente en el corazón del campo de concentración y que adquirió formas similares a las descritas por los li- bertadores. No obstante, el testimonio de los supervivientes introduce importantes matices. Para empezar, hacen mucho más hincapié, como hemos visto, en las pe- queñas y grandes acciones de resistencia. Y esto es así, nada más y nada menos, porque por más que no puede negarse el éxito del proceso de deshumanización, es- tas acciones también formaban parte de su rutina. Resistir, sobrevivir pese a todo. A fin de cuentas, “el hecho de creer que tenemos como misión histórica cambiar la especie es un sueño SS”45. 43C. DELBO, La medida de nuestros días, pp. 70-72. 44Los únicos fragmentos de todos los anotados más arriba que no han sido redactados por un superviviente son los pertenecientes al relato que Vasili Grossman hizo sobre Treblinka en su libro negro. He creído pertinente añadir también algunas notas de este texto por su elocuencia y por tratarse de un relato elaborado a partir de testimonios de supervivientes, tal y como señala el propio Grossman (V. GROSSMAN y I. EHRENBURG, El libro negro, p. 983). 45R. ANTELME, La especie humana, p. 225. 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES 259 Los supervivientes además reconocen el valor de lo que se ha perdido. Entienden el sufrimiento como algo más que una anécdota, porque han sido ellos los que han sufrido, los que han visto sufrir y los que han visto como “otros morían en su lugar”. “Murió Yvonne Picard que tenía unos pechos tan bonitos. Murió Yvonne Blech que tenía los ojos almendrados y unas manos tan expresivas. Murió Mounette que tenía la tez de seda la boca golosa y una risa tan cantarina. Murió Aurore que tenía los ojos de color malva. Tanta belleza tanta juventud tanto ardor tantas promesas... Valientes todas como héroes de la antigua Roma. Y también murió Yvette que no era bonita pero sí valiente como ninguna. Y tú Viva y yo Charlotte en no mucho tiempo habremos muerto nosotras que ya no tenemos nada bien”46. Ellos no son los responsables de que haya tenido lugar este proceso, como podrían pretender tergiversar sus verdaderos artífices. Los auténticos responsables que se encuentran detrás de esta deshumanización son las SS y los demás verdugos que sostenían ese régimen de violencia. Robert Antelme lo expresa claramente cuando dice: “No hay que morir, he aquí el verdadero objetivo de la batalla. Porque ca- da muerte es una victoria de los SS. Pero los presos no han decidido explotarse mutuamente para vivir. A todos los explotan los SS y los presos comunes”. Según Antelme, un observador ajeno al campo podría fácilmente confundirse al ver “la cara gordinflona del capo”, que ha conservado su humanidad, o “la sonrisa del SS”, que no parece la de un monstruo, y comparar estos rasgos con los cuerpos destro- zados de los prisioneros, con su conducta obscena, que pelean y se matan por un trozo de pan. “Los que se pelean o se insultan de este modo no son enemigos”, dice Antelme, “justamente entre ellos se llaman camaradas, porque ellos no han elegido esta lucha, sino que es su propio estado”. Éste es, como ya he señalado en varias ocasiones, el mundo subvertido del campo “en el que no es decente seguir siendo decentes”. Y esto es, precisamente, lo que son incapaces de entender muchas veces los libertadores de Belsen. La deshumanización fue un proceso que alcanzó su cenit en el interior de los campos de concentración, aunque tuviera un primer desarrollo en los guetos ju- díos y en otros espacios óptimos para el desarrollo de la violencia nazi. La vida concentracionaria, algunos de cuyos fundamentos, como he dicho, sólo pueden ser testimoniados por los supervivientes, fue el centro neurálgico del proyecto deshu- manizador puesto en marcha por el nazismo, un proyecto que se extendió en una doble dirección: la de la vida y la de la muerte. En efecto, los dos productos más exitosos de los campos de concentración, el musulmán y el cadáver, se erigen en símbolos claros de la deshumanización. La vida deshumanizada sólo rivaliza con la muerte deshumanizada. Como se ha visto, la puerta de entrada de la deshumanización es el cuerpo y su materialidad, pues es lo primero en sentir sus efectos a través de una transformación 46C. DELBO, Un conocimiento inútil , p. 46. 260 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES radical de la apariencia física, de un ataque a sus fronteras y de una desviación con- siderable respecto a los estándares normativos de salud. Aunque, paralelamente, la deshumanización comienza a afectar también al comportamiento de los prisioneros, que se vuelve taciturno, huidizo, huraño, extraño e incluso violento y amoral. Estas breves notas testimoniales demuestran bien que esta deshumanización, proyectada a través de estos dos niveles, posee una dimensión de género que es imposible obviar. Al bajar de los trenes, el sexo se convierte en uno de los elementos principales, junto con la edad y la responsabilidades familiares, que se erigen como frontera entre la vida y la muerte. El cuerpo deshumanizado deja de tener sexo en el mismo momen- to en el que los prisioneros son admitidos al campo. Algunos consiguen rebelarse precisamente reivindicando su identidad de género por encima de todas las cosas. Otros de pronto descubren la sexualidad exuberante de un cuerpo que desafía a la muerte deshumanizada y eso les hace, por un momento, poner en perspectiva la aberrante cotidianidad en la que están inmersos. Otros más, incapacitados para comportarse como se solía esperar de ellos por su género, se sienten impedidos como seres humanos. No es una cuestión de hombres y mujeres. No se trata de que las mujeres hayan sufrido más o menos, como algunos parecen reivindicar. Decía Primo Levi en su introducción al libro de Liana Millu El humo de Birkenau, que las condiciones de las mujeres eran mucho peores que las de los hombres por varios motivos, entre ellos, “la menor resistencia física a los trabajos” y “el tormento de los afectos familiares”47. Lo cierto es que las condiciones físicas que imponía el trabajo eran muy superiores a las capacidades de cualquiera de los prisioneros de los campos de concentración, como no han dejado de explicar una y otra vez los testimonios de los supervivientes. Por otro lado, textos como el de Elie Wiesel demuestran de forma fehaciente que los “afectos familiares” fueron objeto importante de sufrimiento tanto para unos como para otros. Pretender lo contrario no es más que contribuir a extender un prejuicio notablemente asentado sobre la dureza sentimental que implica la masculinidad. No se trata por tanto de eso. Lo que me interesa destacar más bien es el hecho de que el género se utilizara de forma indiscutible como elemento de tortura, que entrara a formar parte palmariamente del proyecto de deshumanización. Este pro- yecto se sustentó en la destrucción de todos los rasgos de identidad individuales, especialmente de aquellos que se tienen por más humanos. Pues bien, el género es uno de los rasgos identitarios humanos que se adquieren de forma más inmediata y, al mismo tiempo, que resultan también más vulnerables. El género, además, se encuentra emplazado en el cuerpo y atado a nuestro comportamiento, por lo que es fácilmente abordable desde los presupuestos destructivos del sistema concentra- cionario. Estaríamos hablando, por lo tanto, de cómo en el contexto de los campos de concentración la violencia totalitaria se ve complementada y a veces se transmu- ta en violencia sexual, en violencia de género. Dicho de otra manera: la violencia totalitaria no sería tal si en ella no participara de manera destacada la violencia de género, que en el contexto concentracionario adquiere formas verdaderamente sutiles y dramáticas. Si, como decía en el primer capítulo, el (bio)poder nazi se sustenta en un dispositivo de la sexualidad muy concreto, altamente normativo y represor, allí donde este (bio)poder se despliega sin ninguna cortapisa, en los cam- pos de concentración, es lógico que ese dispositivo de la sexualidad adquiera una 47L. MILLU, El humo de Birkenau, p. 7. 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES 261 mayor significancia y se utilice para apuntalar el proyecto de represión más brutal y más violento de todos: el de la deshumanización. No obstante, dado el sesgo “universalista” que han adquirido tradicionalmente los discursos memorísticos e históricos, en los que la experiencia masculina, blanca y occidental se ha erigido en experiencia universal, marginando y convirtiendo en anécdotas al mismo tiempo otras experiencias, los testimonios de las mujeres se han convertido en los testimonios del género por antonomasia. Como es bien sabido, los ejercicios discursivos que nos definen social y culturalmente han hecho que se instale en nosotros la noción de que sólo las mujeres tienen género. Su experiencia, por tanto, es la experiencia específica de los sujetos con género, mientras que la experiencia de los hombres se tiene por experiencia universal, neutra, sin signo sexual, compartida por todos, sea cual sea nuestra condición. Simone de Beauvoir explicó con bastante precisión el proceso por el cual ha quedado históricamente significada esta primacía de lo masculino: "(...) existe un tipo humano absoluto que es el tipo masculino. La mujer tiene ovarios, útero; son condiciones singulares que la encierran en su subjetividad; se suele decir que piensa con las glándulas. El hombre olvida olímpicamente que su anatomía también incluye hormonas, testículos. Percibe su cuerpo co- mo una relación directa y normal con el mundo, que cree aprehender en su objetividad, mientras que considera el cuerpo de la mujer lastrado por todo lo que lo especifica: un obstáculo, una prisión. (...) La humanidad es masculina y el hombre define a la mujer, no en sí, sino en relación con él. (...) así recibe el nombre de «el sexo» queriendo decir con ello que para el varón es esencial- mente un ser sexuado. La mujer se determina y se diferencia con respecto al hombre, y no a la inversa; ella es lo inesencial frente a lo esencial: Él es el Sujeto, es el Absoluto: ella es la Alteridad”48. Esto plantea un problema en un trabajo como éste en el sentido de que, lógicamen- te, esta maniobra de arrinconamiento de la experiencia femenina y de equiparación de la experiencia masculina con una experiencia universal, es falsa, y mantener esta estrategia no sería más que una forma de apuntalar nuestros prejuicios sexuales. Pero, por otro lado, los textos con los que trabajamos los historiadores (incluidos los que utilizo en esta investigación) están en muchos casos orientados por este tipo de prejuicios, de manera que donde efectivamente se perciben con más claridad las huellas del dispositivo de sexualidad es en los relatos que aluden a la experiencia femenina (y también, aunque estos son siempre más escasos, en los que hacen refe- rencia a otros sujetos de sexualidades marginales). Es por ello que en las siguientes páginas me centraré muchas veces en episodios que afectaron particularmente a las mujeres, aunque no por ello cejaré en el empeño de sondear los silencios que asoman también en los relatos sobre la experiencia masculina. Llegamos así, por tanto, al meollo de la cuestión. Lo que voy a hacer a conti- nuación es revisar nuevamente los testimonios de los libertadores para entender qué papel jugó el género en las descripciones de los mecanismos de deshumanización y rehumanización elaboradas por los libertadores de Bergen-Belsen. Aunque ya lo 48Simone de BEAUVOIR, El segundo sexo, trad. Alicia Martorell, Madrid: Cátedra, U. de Va- lència, Instituto de la Mujer, 2005, p. 50. Como señala también Monique Wittig “a pesar de su pretensión universal, aquello que ha sido considerado hasta ahora como «humano» en nuestra filosofía occidental sólo se refiere a una minoría de personas: los hombres blancos, los propietarios de los medios de producción, y los filósofos, que desde siempre teorizan su punto de vista como si fuera exclusivamente el único posible” (Monique WITTIG, El pensamiento heterosexual y otros ensayos, trad. Javier Sáez y Paco Vidarte, Madrid: Egales, 2005, p. 73). 262 1. DESDE EL CORAZÓN DE LOS BARRACONES he señalado en repetidas ocasiones, vuelvo a añadir que los libertadores no estaban capacitados para dar testimonio sobre el proceso de deshumanización en sí, sino sobre sus efectos en el cuerpo y en el comportamiento de los supervivientes, que se- rán las dos dimensiones fundamentales que guiarán este análisis. Esta incapacidad se deriva en primer lugar del hecho de que esta deshumanización, como veíamos en los textos arriba indicados, se sostenía inexorablemente en la violencia sistemática e implacable puesta en marcha por la administración nazi en el interior de los cam- pos, y de la que los libertadores obviamente no pudieron testimoniar en primera persona. El matiz es fundamental porque por el camino, viendo sólo los estragos causados por dicha violencia y sin percibir la puesta en escena de la misma, era fácil olvidar, como decía Antelme, quiénes eran los verdaderos responsables de ese estado de cosas. De ahí que, en la mayoría de los casos, como ya he argumentado en el apartado titulado “La materialización de la nueva especie o el triunfo del nazis- mo”, los testimonios de los libertadores-espectadores, cuya estrategia compartimos nosotros en tanto que miembros de pleno derecho de esa modernidad expectante y cargada de impulsos totalizantes, hayan servido para sancionar de alguna manera el proyecto deshumanizador del nazismo. Las descripciones sobre el cuerpo y el comportamiento de los supervivientes serán, por tanto, el eje conductor de mi análisis. Sin embargo, ambas dimensiones confluyen de manera destacada en un aspecto particular: las relaciones sexuales. Como veremos, abordar la experiencia de la sexualidad en los campos de concen- tración no es tarea fácil porque se trata de una de las prácticas más silenciadas, especialmente allí donde tenían lugar de manera forzada y violenta o se percibían como una degradación. Y los testimonios de los libertadores no contribuyeron pre- cisamente a dinamitar todos los prejuicios que han contribuido al ostracismo de este tipo de vivencias. Más bien al contrario, tanto sus palabras como sus acciones, como demuestran algunos de los textos antes señalados, dejaron en muchos casos constancia de que el sexismo que funcionaba detrás de las políticas nazis y que se desató con la mayor de las violencias en el interior de los campos de concentración, se encontraba plenamente asentado en el corazón de la sociedad libre y moderna que tanto se vanagloriaba de su repudio al nazismo. Capítulo 2 El sexo herido: la deshumanización en los campos de concentración nazis desde una perspectiva de género. “Aquí, sobre la mesa, tenemos las fotografías. El gobierno español nos las manda con paciente pertinacia dos veces por semana. No son fotografías de placentera contempla- ción. En su mayor parte, son fotografías de cuerpos muer- tos. En el grupo de esta mañana, hay una foto de lo que puede ser el cuerpo de un hombre o de una mujer. Es- tá tan mutilado que también pudiera ser el cuerpo de un cerdo (...). Estas fotografías no son un argumento. Son simplemente la burda expresión de un hecho, dirigida a la vista”. Virginia Woolf49 2.1. La de-generación de la especie: la destrucción del dispositivo de sexualidad en el universo concentracionario. En su estudio sobre los supervivientes del holocausto en la Alemania de posgue- rra, Margarete Myers Feinstein decía que la reconstrucción del género comenzaba por el cuerpo50. Esto es cierto, pero sólo a medias. Como veremos, las descripciones que hacen los espectadores de la liberación de Bergen-Belsen insisten una y otra vez en presentar un cuerpo sin sexo, en el que es imposible percibir anatómicamente la identidad sexual de las víctimas. Como aseguran muchos de ellos, la desnutrición severa hace desaparecer los sexos. Sin embargo, desde el cuerpo, desde su carne, desde su cabello, desde sus fluidos, desde su piel, el sentido de esta desexualización rápidamente se desplaza, casi sin solución de continuidad, hacia los bordes de la anatomía humana, hacia el lugar donde la materialidad del cuerpo se funde con la de las costumbres, los hábitos, los comportamientos. Así, aquello que los especta- dores perciben como falta de higiene, nulo sentido del pudor, escasa atención hacia el aspecto propio o hacia el aseo personal, abunda en esta desexualización. En el contexto de los campos de concentración, entiendo por desexualización todo aquel ejercicio de destrucción del sexo, todo aquel movimiento encaminado en dirección a hacer desaparecer las marcas de identificación sexual. El resultado de este proceso no sería la aparición de otro sexo distinto, como puede ocurrir en el caso de los cuerpos transexuales o travestidos, sino la desaparición pura y simple del sexo, o más bien, de toda capacidad de los espectadores para aprehenderlo dentro del marco concentracionario. Por tanto, no se trata de que en Belsen apareciera un 49Virgina WOOLF, Tres guineas (Barcelona: Lumen, 1980, p. 19). 50Margarete Myers FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957 (Cam- bridge y Nueva York: Cambridge University Press, 2010, p. 108). 263 264 2. EL SEXO HERIDO tercer o un cuarto sexo: se trata más bien de dar cuenta de un viaje hacia la nada, hacia el no-sexo, hacia la destrucción. La contestación a este proceso de destrucción fue referida también insistente- mente por los espectadores cuando aluden a ese otro proceso de signo inverso del que ya he hablado en un apartado anterior: la rehumanización. Al igual que ocurre con la deshumanización, la rehumanización se percibe en términos de género y se produce en el momento en el que el cuerpo comienza a ser sexualmente reificado y la conducta de los supervivientes reproduce signos que indican una pertenencia se- xual. Puede que el cuerpo sea primero en estas descripciones, pero en la medida en que la recuperación de su salud física y psíquica depende también de la capacidad de las víctimas para recobrar lo que se entiende como “antiguos hábitos de aseo e higiene”, esta rehabilitación sexual del cuerpo depende estrechamente del desarrollo de un comportamiento que sea percibido cada vez como más normalizado desde un punto de vista de género. En otras palabras, en la visión de los libertadores, la reconstrucción de la identidad de género de los supervivientes depende de la transformación de los cuerpos y de la modificación de los comportamientos, en un movimiento en el que ambas metamorfosis resultan a veces indiscernibles. 2.1.1. Fantasmas andróginos: retrato del cuerpo de Margit Sch- wartz. Ya he hablado con anterioridad de la fotografía de Margit Schwartz realizada por el sargento Hewitt, sin duda una de las imágenes que más eco han recibido de las realizadas en Bergen- Belsen (imágenes 60, 61 y 62). Ha aparecido en expo- siciones sobre el holocausto, incluida la exposición permanente del Museo Estatal Auschwitz-Birkenau, exhibiéndose en la sección dedicada al holocausto en Hun- gría51, se ha utilizado en la literatura especializada52 y ha servido como base a nuevas creaciones artísticas53. Sin embargo, no llegó a publicarse en la prensa con- temporáneamente a la liberación, lo que sin duda es indicativo de que no resultaba una fotografía adecuada para ocupar las páginas de los periódicos, en un momento en el que los medios de comunicación afrontaban con muchas precauciones la pre- sentación de este tipo de imágenes. Como señala Barbie Zelizer, la prensa expuso con más frecuencia fotografías de grupos que de individuos, pues las primeras encar- naban una imagen mucho menos gráfica del horror y hacían hincapié en la expresión de la colectividad, algo que resultaba interesante para los medios de comunicación 51La utilización desubicada dentro del memorial del campo de Auschwitz de esta fotografía to- mada en Belsen, por más que en la leyenda de la exposición se explicite el lugar en el que fue realizada, contribuye a enfatizar el carácter simbólico que adquiere la imagen, a costa de la pér- dida de parte de su referencialidad histórica. Este desplazamiento simbólico es habitual en las fotografías de las atrocidades que han servido para ilustrar los crímenes nazis, tal y como se expli- ca en Barbie ZELIZER, Remembering to Forget: Holocaust Memory Through the Camera’s Eye (Chicago: University of Chicago Press, 1998). 52Algunas de las publicaciones en las que aparece esta imagen o en las que se hace referencia a ella son: Clément CHÉROUX, Memòria dels camps: fotografies dels camps de concentració i extermi- ni nazis (1933-1999) (Barcelona: Museo Nacional de Arte de Cataluña - Marval, 2002); Annette BECKER, «Exterminios. El cuerpo y los campos de concentración», en Historia del cuerpo (III). Las mutaciones de la mirada. El siglo XX., ed. Jean Jacques COURTINE (Madrid: Santillana Ediciones, 2006, pp. 320-321) y Barbie ZELIZER, «Gender and Atrocity: Women in Holocaust Photographs», en Visual Culture and the Holocaust, ed. Barbie ZELIZER (New Brunswick: Rut- gers University Press, 2000, p. 264). 53Véase el portafolio del artista Stefano Albanese, accesible en http://www.c- collec- tion.org/index.php?show=161&A=49 (accedido el 5 de julio de 2015). 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 265 del momento. Además, al principio fueron los cadáveres los que captaron la ma- yor atención y no fue hasta algo más adelante (ya en la década de los cincuenta), cuando la representación de los supervivientes se convirtió en uno de los símbolos más importantes para evocar el holocausto visualmente54. Como se verá, en el caso concreto de la fotografía de Margit Schwartz, su completa desnudez también pudo ser un factor importante para que la prensa optara por inhibirse de publicar esta imagen. Al igual que los niños de Auschwitz a los que me refería en la introducción, Margit Schwartz posa de pie y desnuda ante la cámara. Ya mencioné el esfuerzo sobrehumano que describe el fotógrafo en sus anotaciones; la mujer se había levan- tado de la cama por su propio pie y había tratado de mantenerse erguida para posar ante el objetivo, emulando de alguna manera aquella mueca que mantenía en esa foto de antes de la guerra que aún conservaba: “Este desgraciado y ulceroso cuerpo y esta mente trastornada es todo lo que queda de Margit Schwartz de 31 años, nacida en Budapest de padres judíos. Que ella siga viva es tan increíble como desafortunado. Está casi completa- mente acabada y una de las pocas cosas que hace reaccionar a su mente es la fotografía de sí misma, que es obviamente su más querida posesión. Cuando pusimos una cámara delante de ella hizo la cosa más increíble. Aunque no ha- bía sido capaz de moverse y tenía que ser alimentada e incluso volteada en la cama por la enfermera, Margit Schwartz no sólo salió trepando de la cama sin ayuda, sino que además consiguió permanecer de pie en una posición similar a aquella con la que aparecía anteriormente en la fotografía antigua, mientras que el compungido fotógrafo realizaba dos tomas”. Pero, ¿por qué el retrato del cuerpo desnudo y ulceroso de Margit Schwartz nos interpela y nos conmueve? Porque no lo reconocemos. Porque en algún punto nos resulta ininteligible. Y no se trata de que no lo reconozcamos como un ser humano: resulta evidente que se trata de un cuerpo humano. Un cuerpo terriblemente des- gatado y en las últimas pero, sin lugar a dudas, un cuerpo humano. Lo que nos cuesta distinguir más bien es que ése sea el cuerpo de una mujer. Y ésta es quizás la clave del problema. Cuando se nos anunciaba que ahí estaba el cuerpo de Margit Schwartz lo que esperábamos encontrar, ante todo, era el cuerpo de una mujer. Pero apenas hay rastro de esa mujer imaginada, anticipada. O si lo hay, la estructura narrativa de esta composición fotográfica nos impide verlo. En cualquier caso, el resultado es el mismo: no podemos evitar preguntarnos ¿es eso una mujer? Una mujer sin pechos, sin apenas vello, sin carnes, una mujer cuyo cuerpo ha quedado reducido a colgajos, a pellejos, a heridas y huesos ¿sigue siendo una mujer? Pero ¿qué otra cosa si no podría ser? ¿Podría ser un hombre? Si no tuviéramos más referencias, es posible que dudásemos, especialmente si observamos la fotografía en la que aparece aún postrada en la cama. Aunque un examen atento de la imagen 61 (BU 6370) seguramente nos haría descartar esta opción. Y aún así, después de desechar esta idea, es probable que siguiésemos preguntándonos si ese cuerpo es acaso el de una mujer. ¿Cómo es posible que ocurra esto? Porque todas las marcas de identificación sexual que utilizamos normalmente para dar sentido al cuerpo humano, que el len- guaje ha ido modulando y reiterando a lo largo del tiempo al mismo tiempo que se materializaban performativamente dentro de ese espacio de significación que que- da constituido dentro de nuestras fronteras corporales, han desaparecido de alguna manera del cuerpo de Margit Schwartz. O al menos han sufrido un desgaste tan 54B. ZELIZER, Remembering to Forget, pp. 110-112 y 160-162. 266 2. EL SEXO HERIDO profundo que resultan irreconocibles. Se confirma la paradoja que apuntaba Zelizer en el capítulo “Gender and Atrocity”, incluido dentro del libro Visual Cultural and the Holocaust, según la cual en algunas imágenes las ropas, tanto de los cadáveres como de los supervivientes, jugaban un rol extraño porque muchas veces asumían el poder referencial que habían perdido los cuerpos desnudos55. ¿Cómo es posible que en estas fotografías el cuerpo haya dejado de funcionar como soporte de iden- tificación sexual, siendo como es en nuestra cultura el referente por antonomasia para establecer la diferencia sexual, el lugar al que acudimos cuando en un determi- nado contexto se hace necesario esclarecer dicha diferencia, el espacio que se asume como productor natural del género, donde se admite de forma corriente que dicho sexo surge antes incluso de que aparezca cualquier estrategia lingüística utilizada para designarlo y cualquier relación de poder usada para reiterarlo y reproducirlo? Dicho brevemente ¿cómo es posible que el cuerpo fotografiado de Margit Schwartz no tenga marcas de género? ¿Qué es lo que ha pasado aquí y cómo es que podemos llegar a mirar esta imagen de un desnudo preguntándonos si eso que ha sido allí retratado es realmente el cuerpo de una mujer? Ciertamente, no se trata de que falten referentes en la historia de las repre- sentaciones para lidiar con la ambigüedad que denota el cuerpo hundido de Margit Schwartz. Algunas de las imágenes más comunes de la ambigüedad sexual a lo largo de la historia han sido aquellas que se han hecho eco del mito del Andrógino o el de Hermafrodito. No obstante, aunque raros, también existen singulares ejemplos en los que se alude directamente a la identidad sexual ambigua de un sujeto con- creto. Uno de los más famosos podría ser quizás el cuadro de La mujer barbuda de José de Ribera (1631), en el que se juega deliberadamente con el contraste entre la apariencia masculina de su protagonista y el acto del amamantamiento, típica- mente femenino56. Desde bien pronto, también la fotografía incorporó este tipo de representaciones. Es el caso, por ejemplo, de las célebres fotografías realizadas por Félix Nadar en 1860 a una persona intersexual en un hospital parisino. Sin embar- go, en general las imágenes modernas de la ambigüedad sexual se perciben como la representación de algo enfermizo, patológico, anómalo o cuanto menos denotan siempre un carácter extraño, raro, excéntrico. Se trata, una vez más, de una repre- sentación de la abyección, en este caso, del sexo abyecto, del sexo expulsado de la norma sexual, de aquello que conforma el exterior constitutivo al sexo, de aquello que no encaja en el interior de dicha norma pero cuya encarnación como desecho sirve para su reafirmación. 55B. ZELIZER, «Gender and Atrocity», pp. 263-264. 2 56Varios autores han comenzado a reivindicar este tipo de representaciones no tanto como un ejercicio de captación del natural de un sujeto monstruoso y grotesco, sino más bien como un retrato de tipo ejemplificador o moralizante. En otras palabras, en un momento histórico en el que el modelo imperante no era el del binarismo sexual que hoy nos gobierna, sino aquél que Thomas Laqueur ha denominado el “modelo del sexo único” (Thomas LAQUEUR, La construcción del sexo: cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, Madrid: Cátedra, 1994), las mujeres barbudas no se representaban en tanto que “fenómenos de la naturaleza”, sino que serían algo así como las anti-vírgenes, la representación idealizada de la lujuria y lo demoníaco, aquello en lo que podían convertirse las mujeres dominadas por los “humores” masculinos (Fernando RODRÍGUEZ DE LA FLOR, «La “puella pilosa”. Representaciones de la alteridad femenina [de Sánchez Cotán a José Ribera, pasando por Sebastián Covarrubias]», en La península metafísica: arte, literatura y pensamiento en la España de la Contrarreforma, Madrid: Biblioteca Nueva, 1999, pp. 267-305). 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 267 No es hasta el siglo XX cuando comienzan a aparecer imágenes marcadamente transgresoras que reivindican la ambigüedad sexual como materia política y artís- tica, aunque aún hoy este lenguaje resulta para muchas personas profundamente inquietante y no suele entenderse bien. De la mano de alguno de los pioneros de la sexología como Havelock Ellis o Magnus Hirschfeld, la homosexualidad y las formas sexuales situadas fuera de la heteronormatividad dominante comenzaron a dejar de ser percibidas como patológicas. Éste último, de hecho, se refirió a la homo- sexualidad, al hermafroditismo o al travestismo como “transiciones sexuales”57 y acompañó una de sus obras más emblemáticas (Geschlechtsübergänge, publicada en 1905) con una serie de fotografías en la que aparecían representados sujetos con sexualidades no normativas. Estas fotografías han sido entendidas como retratos mucho más acogedores con lo que hasta entonces no se consideraban más que puras “perversiones” sexuales58. De esta época fueron también las fotografías del barón Wilhelm von Gloeden, así como las de una de las pioneras en reivindicar estética y políticamente la ambigüedad sexual: Claude Cahun, artista polifacética y muy original del periodo de entreguerras a cuya obra, significativamente, apenas se le prestó atención hasta la década de 199059. Sin embargo, aunque a la altura de 1945 las representaciones visuales de la sexualidad ambigua, extraña o abyecta ya formaban parte, como hemos visto, del lenguaje figurativo, estas imágenes se seguían moviendo en círculos muy minorita- rios, situándose todavía en los márgenes del imaginario colectivo. Incluso hoy en día las obras que se erigen contra la integridad clásica del cuerpo y, por ende, con- tra el sistema normativo, utilizando para ello la encarnación de una corporalidad abyecta, vuelta del revés, invadida por los implantes o por las excrecencias, siguen despertando una enorme turbación y no han sido incorporadas con naturalidad60. La representación normativa del cuerpo humano desnudo, en cambio, requiere siem- pre de la marca de género para tornarse inteligible. Las imágenes de un cuerpo sin sexo no encajan bien en el imaginario visual normalizado, de manera que el sexo de la figura representada suele constituir una referencia insoslayable. Pareciera como si la sociedad no estuviera preparada para procesar algo así de manera adecuada, co- mo si una figura sin sexo resultara inconcebible. Al igual que ocurre con el lenguaje verbal, que para articularse requiere constantemente expresar una diferenciación de género, el lenguaje figurativo ha mostrado esta misma necesidad. Tanto es así, que 57Elena MANCINI, Magnus Hirschfeld and the Quest for Sexual Freedom: A History of the First International Sexual Freedom Movement (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2010, pp. 61-71). 58El carácter reivindicativo de las fotografías de Hirschfeld es considerado por Jana Fun- ke en “Photographs as Evidence”, entrada publicada en el blog oficial de la Wellcome Co- llection (http://blog.wellcomecollection.org/2015/03/18/photographs-as-evidence/, accedido el 30 de junio de 2015), donde recoge sus reflexiones sobre las impresiones de los visi- tantes que se habían acercado a la exposición denominada “The Institute of Sexology” (http://wellcomecollection.org/exhibitions/institute-sexology, accedido el 30 de junio del 2015), organizada por la Wellcome y dedicada al trabajo de los pioneros de la sexología. 59Diana SALDAÑA ALFONSO, «Claude Cahun: el tercer género o la identidad polimorfa», Arte, Individuo y Sociedad 14, n 0 (1 de enero de 2002): pp. 197-215. 60Aunque, siguiendo a Hal Foster, Pilar Sánchez opina que este tipo de representaciones deli- beradamente repulsivas, que saben de antemano que mediante su inserción dentro del orden de lo abyecto tienen asegurado el rechazo y, por tanto, podrán cubrir su necesidad de “completarse negativamente”, en realidad “más que poner en quiebra los fundamentos del sistema, lo que ha- cen es ratificar su autoridad” (Pilar SÁNCHEZ, «Arte[s] abyecto[s]: El cuerpo en el panorama artístico contemporáneo», en Contrapuntos estéticos, ed. Antonio NOTARIO RUIZ, Salamanca: Universidad de Salamanca, 2005, pp. 147-161). 268 2. EL SEXO HERIDO incluso ahí donde se ha querido presentar el cuerpo dañado, el cuerpo afectado, el cuerpo violentado, la herida nunca se utiliza para poner en tela de juicio la sexua- lidad: no la compromete, sino que se superpone a ella. La herida, por tanto, no es herida de género. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con el cuerpo que representa Botticelli en la Historia de Nastagio degli Onesti61 o con el cuerpo de la Venus en el espejo de Velázquez en el simbólico momento en el que es apuñalada por la sufragista Mary Richardson en 191462. En ningún de estos casos la herida sirve para subvertir el género: se trata en ambas circunstancias del cuerpo femenino dañado. Así pues, el lenguaje de la representación visual exige como norma que el género quede notoriamente explicitado, mientras que la marginalidad de las imágenes del cuerpo humano desexualizado dificulta la incorporación de aquellas representacio- nes de la ambigüedad sexual que no se encuentren bajo el signo de lo abyecto, lo incomprensible o lo extraño. Este requisito ineludible que presentan las imágenes normativas se vuelve evidente al escudriñar la historia del desnudo fotográfico. El desnudo había sido una temática difícil de incorporar a la iconografía fotográfica sin que pesara sobre él la sombra de lo “pornográfico”. De hecho, las dificultades para reproducir en la prensa cotidiana y en los circuitos no especializados la fo- tografía de Margit Schwartz pudieron ser en parte consecuencia de estas cautelas que todavía despertaban las fotografías de cuerpos desnudos, lo que podría haber redundado en una exacerbación de lo que Caroline Brothers, en referencia a una serie de fotografías de la guerra civil española en la que aparecían los cadáveres de varios niños asesinados, ha denominado “la pornografía de la guerra”63. Y esto era algo que se quería evitar a toda costa: las fotografías de la liberación de los campos de concentración causaron tal conmoción en la población civil y fue tan complicado disuadir al público de que no se trataba de simple propaganda, que se consideró más oportuno publicar aquellas imágenes más “contenidas” y dejar a un lado las “peores”, las más impactantes, aquellas que revolvieran de una forma más violenta el imaginario colectivo64. En cualquier caso, los desnudos fotográficos, tanto los considerados obscenos como muy especialmente los tenidos por artísticos65, compartían esta tendencia a la demarcación sexual como norma de inteligibilidad, tendencia por lo demás presente también en otros artes figurativos. Ni siquiera hacía falta que la representación del cuerpo fuera completa o que aparecieran significados los órganos sexuales del retratado. Las fotografías de Edward Weston son en este sentido significativas. Como señala Jorge Lewinski en The Naked and the Nude, aunque muchas de sus 61G. DIDI-HUBERMAN, Venus rajada, pp. 79-102. 62Lynda NEAD, El desnudo femenino: arte, obscenidad y sexualidad, Metrópolis (Madrid: Tecnos, 1998, pp. 61-79). 63Caroline BROTHERS, War and Photography: a Cultural History (Londres y Nueva York: Routledge, 1997, p. 175) 64De hecho, como bien señala Barbie Zelizer, las precauciones a la hora de publicar estas imágenes, precauciones de las que se dejaron constancia continuamente en la propia prensa, provocaron que el público recibiera el mensaje de que las fotografías de las verdaderas atrocidades no eran aquellas que aparecían en los periódicos, sino las que no aparecían (B. ZELIZER, Remembering to Forget, pp. 94-97). 65Esta separación radical entre la desnudez obscena y el desnudo artístico fue articulada níti- damente por el historiador del arte Kenneth Clark y discutida profusamente en distintos textos posteriores, entre los que cabe destacar los de Linda Nead y Georges Didi-Huberman (Kenneth CLARK, El desnudo: un estudio de la forma ideal, Madrid: Alianza, 1981; L. NEAD, El desnudo femenino: arte, obscenidad y sexualidad ; y G. DIDI-HUBERMAN, Venus rajada). 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 269 fotografías son parcialmente abstractas y están altamente simplificadas, una de sus características más evidentes es que representan a mujeres reales, cargadas de sensualidad66. Ni el vello intenso que cubre el cuerpo de algunas de estas mujeres consigue persuadirnos de distinguirlas inmediatamente como tales. Otros desnudos famosos de este periodo fueron los de Edgar Degas, Pierre Louys, Ernest J. Bellocq, Alfred Stieglitz, Erwin Blumenfeld, Horst P. Horst o Man Ray. En todos ellos la condición sexual de los sujetos representados (casi siempre mujeres) aparece perfectamente definida: no puede soslayarse. La serie de fotografías tomadas por la AFPU en el interior de Bergen-Belsen, evidencia fuertes contradicciones a la hora de decidirse a retratar el cuerpo femenino desnudo. En cierta manera, esta serie transmite la inexistencia de un consenso sobre lo que se debía hacer a la hora de captar los cuerpos desprovistos de ropa, especialmente los de las mujeres, tan abundantes en el campo de concentración. Así por ejemplo, sorprende ver una fotografía como la BU 4237 (imagen 57), en la que da la impresión de que el fotógrafo se ha colado en el interior de las duchas (cuyo perímetro había sido acotado mediante la colocación de una serie de mamparas), para dar cuenta “del primer baño de estas mujeres en tres años”, tal y como indica la leyenda. A diferencia de otras representaciones del desnudo en Belsen, como la que aparece en la BU 3726 (imagen 54), en la que la mujer retratada mira directamente a la cámara, interpelando al fotógrafo con su mirada, en la fotografía de las duchas tenemos a un fotógrafo que mira sin ser visto. Ninguna de las mujeres que aparecen aquí le devuelve la mirada, como si no se hubieran percatado de que estuviera allí. La referencia al fotógrafo, a la autoría, desaparece en esta representación, enfatizándose así la sensación de “toma robada” de la imagen. ¿Es legítima la imagen 57, en la que se da la impresión de que el fotógrafo se ha escurrido en el interior de un ambiente tradicionalmente íntimo, para dar cuenta de una escena que, más allá de ciertas fantasías artísticas o de ciertas aficiones voyeuristas, no estaría destinada a trascender públicamente si se produjera al otro lado de las alambradas? ¿Cómo se conjuga esto con la preocupación insistente que manifiestan los espectadores, como veremos, hacia la falta de recato que caracteriza la conducta de las supervivientes? Esta imagen contrasta además con la secuencia conformada por las fotografías BU 4026 y BU 4027 (imágenes 63 y 64), en las que se observa el cadáver de una mujer joven (una niña, según especifica la leyenda). En la primera toma, realizada desde cierta distancia, observamos a un grupo de mujeres alrededor del cadáver, que yace completamente expuesto sobre una manta, aunque la composición impide que podamos apreciar claramente las formas de su cuerpo. Para la segunda fotografía, en cambio, el fotógrafo se aproxima al cadáver y realiza un plano cenital del mismo. La cercanía con el cuerpo desnudo hubiera permitido que quedaran evidenciadas las formas anatómicas del cadáver, de no ser porque, entre la primera y la segunda toma, alguien intervino en la escena para cubrir ligeramente aquel cuerpo con la manta sobre la que yacía, lo que denota cierto pudor ante esta desnudez67. 66Jorge LEWINSKI, The Naked and the Nude: a History of Nude Photography (Londres: Wei- denfeld and Nicolson, 1987, p. 85). 67Esta fotografía ha sido analizada por Barbie Zelizer que, no obstante, me parece que se ha equivocado a la hora de insertarla en el contexto adecuado. En los pie de foto enviados por la AFPU que acompañan a las imágenes de Belsen, la fotografía BU 4027, en la que se recoge el primer plano del cadáver, comparte leyenda con la fotografía BU 4028. Los fotógrafos de la AFPU a veces recurrían a esta estrategia para explicar secuencias de fotos sobre un mismo asunto. Sin embargo, 270 2. EL SEXO HERIDO En la fotografía de Margit Schwartz la desnudez tampoco resulta un hecho casual. Como señala Annette Becker en el capítulo que dedica a los campos de con- centración dentro del tercer volumen de la Historia del cuerpo, dirigido por Jean Jacques Courtine, “la falta de ropa o la utilización de ropa no adecuada para el clima, andrajos que dejan ver la desnudez” son características propias del cuer- po recluido en el campo de concentración68. Pero no es la primera vez que en un contexto similar se opta por el desnudo parcial o completo como la forma de re- presentación más adecuada. El antecedente más famoso quizás lo encontremos en las fotografías de los soldados unionistas detenidos en la prisión de Andersonville durante la guerra de Secesión (1861-1865), quiénes aparecen desnudos ante la cá- mara, luciendo únicamente un pequeño trapo que cubre sus genitales. Algunas de las fotografías más conocidas de los campos de concentración administrados por los británicos durante la Segunda Guerra Bóer (1899-1902) se sirvieron también del desnudo para retratar las terribles condiciones a las que estuvieron sometidos las mujeres y los niños allí confinados. Estas referencias anteriores revelan por tanto una cierta predilección hacia la iconografía del desnudo a la hora de dar cuenta de la abyección de los cuerpos torturados por el hambre y la enfermedad en ambientes carcelarios o concentracionarios. Pues bien, la fotografía de Margit Schwarzt ven- dría a confirmar que en estas imágenes el desnudo sirve para sancionar el pathos del sufrimiento. La secuencia fotográfica mediante la cual el sargento Hewitt presenta a esta superviviente comienza con una toma en la que Schwartz aparece tumbada en la cama vestida con un camisón o camisa. Recordemos otra vez la leyenda que acompaña a esta imagen: “Este desgraciado y ulceroso cuerpo y esta mente trastornada es todo lo que queda de Margit Schwartz de 31 años, nacida en Budapest de padres judíos. Que ella siga viva es tan increíble como desafortunado. Está casi completa- mente acabada y una de las pocas cosas que hace reaccionar a su mente es la fotografía de sí misma, que es obviamente su más querida posesión. Cuando pusimos una cámara delante de ella hizo la cosa más increíble. Aunque no ha- bía sido capaz de moverse y tenía que ser alimentada e incluso volteada en la cama por la enfermera, Margit Schwartz no sólo salió trepando de la cama sin ayuda, sino que además consiguió permanecer de pie en una posición similar a aquella con la que aparecía anteriormente en la fotografía antigua, mientras que el compungido fotógrafo realizaba dos tomas”. Esta descripción evoca una sucesión de acontecimientos a lo largo de los cuales Schwartz, pese a encontrarse en un estado lamentable y sin apenas fuerzas, habría conseguido salir de la cama por su propio pie y se habría colocado de pie delante del fotógrafo, realizando un esfuerzo colosal. Pareciera casi como si se quisiera dar a entender que este gesto estaba condenado a ser su penúltimo movimiento antes en este caso se trata de una simple errata. En la fotografía BU 4028 aparecen los cadáveres de dos niños abrazados, a los pies de un cuerpo del que no se aprecia nada más y en la leyenda dice “Una madre y dos niños entre los muertos”. La confusión de Zelizer es comprensible: de acuerdo con esta leyenda, ella entendió que la figura de la primera imagen correspondía a la madre y la de la segunda a los niños. Sin embargo, ello es indicio de que no había revisado la serie completa, puesto que en la fotografía que precede a estas dos, en la que aparece el grupo de mujeres alrededor de un cadáver que es sin lugar a dudas el mismo que el de la foto 4027, no hay ni rastro de esos dos niños, que claramente pertenecen a un contexto completamente distinto (B. ZELIZER, «Gender and Atrocity: Women in Holocaust Photographs», pp. 257-258 y B. ZELIZER, Remembering to Forget, pp. 115-117). 68A. BECKER, «Exterminios. El cuerpo y los campos de concentración», p. 321. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 271 de morir. Sin embargo, lo que no cuenta esta historia es que, en algún momento durante todo este proceso, Margit Schwartz también se desvistió. ¿Cómo sucedió esto? ¿Fue ella también la que tomó la iniciativa? ¿O se desnudó a petición del fotógrafo? Y lo más importante de todo ¿por qué en una explicación tan detallada como ésta, en contraste con las que acompañan normalmente al resto de las imá- genes estudiadas, el fotógrafo opta por ocultarnos una información que sin duda contribuiría a reforzar el sentido de la proeza que se está intentando transmitir? Lógicamente no tengo una respuesta para ninguna de estas preguntas. No obstante, estas cuestiones son indicativas de una cosa: la desnudez de Margit Schwartz es fundamental para que esta composición adquiera pleno sentido. El hecho de que de pronto aparezca desnuda, es decir, que no se explicite el momento en el que se ha desprendido de la ropa (a pesar de que este desvestirse forme parte incuestionable de toda esta secuencia), que se intente no dar importancia a este hecho, que se haya optado por obviarlo, significa por el contrario que tiene mucha trascendencia. Esta ocultación hace que asumamos la desnudez de Schwartz con ingenuidad, que no la aprehendamos como una acción con significado propio, como si éste fuera el estado natural de la retratada, como si fuera la mejor forma de expresar su autén- tica naturaleza (aquella que no se pone en cuestión, que no es necesario detallar, que se encuentra en ella naturalizada). No en vano, si como afirma Lynda Nead el desnudo femenino en la historia del arte ha pretendido “contener y regular el cuerpo sexual femenino”, circundarlo, cerrar sus orificios y evitar que “la materia marginal vulnere las fronteras que dividen el adentro del cuerpo del afuera”69, es lógico que cuando se pretende dar cuenta de un estado de abyección, se vuelva otra vez al cuerpo desnudo, pero en este caso, al cuerpo vuelto del revés, al cuerpo que contradice todos los presupuestos estéticos transmitidos históricamente a través de las idealizaciones artísticas. La imagen de Margit Schwartz, en cierto sentido, pone en evidencia la falacia que se esconde detrás de ese ejercicio epistemológico que pretende naturalizar el gé- nero y que se ha servido de las representaciones del cuerpo y, particularmente, del cuerpo femenino desnudo, para consolidarse, para sancionar un modelo concreto de feminidad. En su análisis sobre la materialidad de los cuerpos, dice Judith Butler que la “materialidad” es el efecto formativo o constitutivo del poder, es decir, que el poder se formula de manera exitosa allí donde es capaz de dar forma a un objeto, construir un campo de inteligibilidad, “como una ontología que se da por desconta- da”, que no se cuestiona, que se estima que nos viene dada sin que exista mediación por parte de los sujetos. En otras palabras, la “materialidad” no es ni más ni me- nos que la materialización del poder, pero producida de tal manera que los efectos materiales de dicha materialización se tengan por hechos primarios, naturales, in- discutibles, más allá de la historia y más allá del lenguaje. Al aceptarse este efecto material como un punto de partida epistemológico, es decir, como lo que nos viene dado, como el lugar en el que se origina cualquier argumentación posterior, como lo indiscutible, lo natural, lo primario, etcétera, lo que se está haciendo es enterrar y enmascarar las relaciones de poder históricas que constituyen esta materialidad70. Pues bien, la materialización del sexo en las representaciones de los cuerpos huma- nos desnudos ha generado una serie de efectos tangibles al contribuir a establecer 69L. NEAD, El desnudo femenino, p. 19. 70Judith BUTLER, Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del «sexo», 1 ed., 5 reimp, Género y cultura 11 (Buenos Aires [etc.]: Paidós, 2005, p. 64). 272 2. EL SEXO HERIDO aquellos referentes incuestionables que sirven para organizar la sexuación de los seres humanos reales. Las marcas de identificación sexual son el fruto principal de esta materialización y lo que tienden a ocultar es el poder heteronormativo que las instituye performativamente, es decir, mediante un doble juego que combina la reiteración forzada de las normas con su dislocación y contestación sistemáticas. Por expresarlo de una forma sencilla: si es en el cuerpo humano donde se origina el sexo, donde el sexo se genera de manera natural y primaria, pero somos inca- paces de distinguir la naturaleza sexual de Margit Schwartz al observar su cuerpo desnudo, de manera que su figura en cierta forma está construida en disonancia con la norma, como una contestación irreverente a la normalidad ¿no podría eso ser un indicio de que el cuerpo en realidad no posee un sexo de manera innata y que es más bien un lugar de inscripción histórica, cultural y social de esa norma sexual? Yo opino que sí. No obstante, cabría señalar como objeción que nosotros no estamos observando en realidad el cuerpo desnudo de Margit Schwartz sino una representación fotográfica de dicho cuerpo, una representación sujeta a sus propias convenciones formales y que inscribe el cuerpo desnudo de Margit Schwartz en un doble marco: el propio de la representación fotográfica y el que queda instituido por el poder heteronormativo al que antes me refería. Sin embargo, aunque es necesario dilucidar en qué manera específica el marco fotográfico contribuye a instaurar en es- te caso concreto el carácter ininteligible que ofrece el cuerpo de Margit Scwhwartz, cabría apuntar que en realidad cualquier abordaje del cuerpo se realiza mediante una representación (artística, periodística, médica, anatómica o de cualquier otra índole) en la que se insertan un sin número de demarcaciones que actúan de forma cruzada y que condicionan nuestra comprensión del objeto, esto es, el campo de inteligibilidad en el que éste queda inscrito. Es decir, en ningún momento podemos observar directamente el cuerpo desnudo, pues nuestra mirada se encuentra siem- pre mediada y se articula en cada momento en un sentido referencial, esto es, se materializa en referencia al contexto sociocultural, lingüístico y sexual en el que se produce. Por eso, el hecho de que entre el cuerpo desnudo de Margit Schwartz y nosotros medie una representación fotográfica no implica que esta ambigüedad se haya generado concretamente en el lugar que ocupa la fotografía: lo que implica es, ni más ni menos, que esta ambigüedad sexual se expresa aquí también a través del lenguaje fotográfico. Por consiguiente, no se trataría tanto de recordar, como hace Henri Zerner en el capítulo “La mirada de los artistas” que escribe para el segundo volumen de La historia del cuerpo de Alain Corbin “que un cuerpo representado no es nunca un cuerpo real”71, sino más bien de destacar que, de alguna manera, un cuerpo real es siempre un cuerpo representado. Recapitulando, tenemos por tanto que la observación de la fotografía de Margit Schwartz nos desconcierta no tanto porque no consigamos distinguir a la retratada como un ser humano, sino particularmente porque no conseguimos aprehenderla como mujer, esto es, como ser humano sexuado. La imagen de un cuerpo humano sin sexo sitúa además a esta fotografía en los márgenes de la representación figurativa y, al negar uno de los horizontes básicos de inteligibilidad de la imagen (el sexo), convierte a este retrato en algo que se desliza hacia lo inconcebible. El hecho de que Schwartz sea retratada desnuda, esto es, con buena parte de su anatomía visible, un hecho que no es casual, sirve para terminar de persuadirnos de esa naturaleza 71Henri ZERNER, ed., «La mirada de los artistas», en Historia del cuerpo (II). De la Revolución Francesa a la Gran Guerra. (Madrid: Santillana Ediciones, 2005, p. 94). 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 273 abyecta de la imagen. Aunque en definitiva, lo que esta imagen pone en evidencia es que el cuerpo anatómico no puede ser considerado como el espacio natural en el que aparece el sexo de forma innata, sino como uno de los lugares en el que el sexo queda inscrito culturalmente (del mismo modo que queda inscrito en los ropajes, las joyas, los hogares o los espacios públicos). ¿Qué es lo que realmente está mostrando esta imagen? No creo que arriesgue demasiado si digo que se trata de una fotografía de las “ruinas”, de los “restos”, de lo poco y de lo frágil que ha quedado en pie tras la vorágine del nazismo. Todo lo que queda de Margit Schwartz, efectivamente no es mucho: ese cuerpo andrógino destrozado que ya no tiene nada que lo identifique, ni siquiera un género, y esa fotografía que conserva, “su más querida posesión”. Pero, entonces, vuelvo a reiterar ¿qué es esto si no es el cuerpo de una mujer? Me gustaría aventurar una respuesta a esta pregunta: Margit Schwartz es ante todo un fantasma. Y, como muchos fantasmas, no tiene sexo. En efecto, podría decirse que el cuerpo de Margit Schwartz, como la mayoría de los cuerpos enfermos de Belsen, es un cuerpo fantasma. Pero en el caso de Schwartz, además, su devenir- fantasma queda marcado por dos procesos. El primero de ellos lo constituiría la violencia ejercida por el nazismo contra el cuerpo concreto de esta víctima a lo largo de todo su paso por el sistema concentracionario, violencia que consigue convertirla en un auténtico “espectro de lo que era”. Y para certificar este devenir-fantasma, Margit Schwartz (y esto es lo que realmente la diferencia de todas las demás víctimas y seguramente el motivo por el cual esta mujer en particular llamó la atención del fotógrafo) tiene en su poder una fotografía antigua: “su más querida posesión”, “lo único que le hace reaccionar”, como subraya la leyenda. Esta fotografía actúa como marco de referencia para entender el sufrimiento de la víctima. En cierta forma, constituye el referente, el objeto real del que da cuenta esta nueva imagen capturada de Margit Schwartz. Esa era Margit Schwartz. Lo que vemos en la fotografía de Belsen, es otra cosa. Son sus restos, sus ruinas, lo poco que queda de ella. Pero además el devenir-fantasma de Margit Schwartz viene marcado por un segundo proceso que afecta propiamente a todos los cuerpos fotografiados, como bien señala Philippe Dubois72, y que en este caso además queda explicitado me- diante aquel comentario que visibiliza la acción del fotógrafo, normalmente silen- ciada (“mientras el compungido fotógrafo realizaba dos tomas”). En consecuencia, el devenir-fantasma de Schwartz es doble y su espectro fantasmagórico presenta también dos referentes distintos: el primero es la antigua fotografía anterior a su detención (que en tanto que cuerpo fotografiado, también es el fantasma de otra Margit que se tiene por más “auténtica”), y el segundo es el cuerpo torturado de Margit Schwartz en Belsen que, tal y como parece sugerir el fotógrafo en su expli- cación, se yergue por última vez antes de abrazar a la muerte, gesto que sin duda agudiza en sí mismo su carácter fantasmal . 72Philippe DUBOIS, El acto fotográfico: de la representación a la recepción, 3a. ed. (Barcelona [etc.]: Paidós, 1999, p. 208). También Roland Barthes alude implícitamente a este carácter fan- tasmal de la fotografía, cuando asegura que ésta sirve para certificar no lo que ya no es, sino lo que ha sido. No es que sea una “copia de lo real”, sino “una emanación de lo real en el pasado: una magia, no un arte”. En definitiva, como dice Barthes, “todos esos fotógrafos que se agitan por el mundo consagrándose a la captura de la actualidad no saben que son agentes de la Muerte” ((Roland BARTHES, La cámara lúcida: Nota sobre la fotografía, Barcelona: Paidós, 2010, p. 98, p. 100 y p. 104). 274 2. EL SEXO HERIDO Tenemos por tanto que la función mimética de esta fotografía se ha visto du- plicada también debido a esa mueca casi paródica que queda enfatizada en la des- cripción que acompaña a la imagen cuando se dice “ Margit Schwartz no sólo salió trepando de la cama sin ayuda, sino que además consiguió permanecer de pie en una posición similar a aquella con la que aparecía anteriormente en la fotografía antigua”. Este eterno retorno a lo real doblemente sellado en esta secuencia foto- gráfica y rematado con la aparición de esta “fotografía dentro de una fotografía”, convierte al cuerpo de Margit Schwartz retratado por el sargento Hewitt nada más y nada menos, que en el fantasma de un fantasma, en los restos de los restos. La fotografía, aquí más que en ningún otro sitio, se confirmaría como la “aparición de una ausencia”73. Ausencia porque para cuando miramos, ya no queda nada de lo representado, de ese cuerpo que no podrá aguantar demasiado tiempo erguido, ni demasiado tiempo vivo. Ausencia porque ese cuerpo nos remite a su vez a otro cuerpo del que tampoco queda ya absolutamente nada: ni sus carnes prietas, ni sus curvas, ni su sexo. Todo se perdió en la distancia que separa aquélla imagen de ésta. Y la ausencia más terrible de todas: la del vacío que dejan aquellos otros dos cuerpos de la fotografía antigua que ya no pueden ser mimetizados ni parodiados de ninguna forma. Margit Schwartz es por lo tanto un fantasma: un fantasma sin sexo. Pero este devenir- fantasma, este llegar a ser un espectro asexuado, viene precedido del re- cuerdo de un cuerpo que no sólo tenía género, sino que se definía de acuerdo con él: el cuerpo de una mujer. De ese cuerpo de mujer ya no queda nada: es ausencia en estado puro. Pero el hecho de que sepamos que allí hubo una mujer, o mejor dicho, que hubo un cuerpo de mujer, y que tengamos una fotografía antigua que nos lo recuerda, indica algo más que la presencia de un ser fantasmal. Apunta directa- mente al sentido de la pérdida, al movimiento, a la transformación, a la distancia que instaura esta metamorfosis. Sugiere que en realidad no es que el fantasma no tenga sexo, sino que su devenir-fantasma está marcado por el signo de la desexua- lización, esto es, por el daño, por la herida, por la destrucción. A diferencia de la Venus rajada de la que nos habla Didi-Huberman o de la Venus dañada a la que se refiere Lynda Nead, la herida aquí sí es herida de género. Y es esta herida de género la que, en primera instancia, contamina a todo el cuerpo y lo deshumaniza, volviéndolo fantasmal. La degeneración del cuerpo adquiere así un sentido renovado en la medida en que no puede concebirse sin una de-generación, esto es, sin una destrucción previa de la identidad de género que lo enmarca (y que en este caso, queda doblemente enmarcado a través de la imagen antigua de Margit Schwartz). 2.1.2. El cuerpo como instancia deshumanizadora: la materializa- ción anatómica de una nueva especie degenerada. En el pasaje de Virginia Woolf recogido en Tres Guineas con el que abría este capí- tulo, la autora hablaba de un cuerpo fotografiado que se encontraba tan mutilado que no se sabía si era de un hombre o de una mujer. Y añadía “también pudiera ser el cuerpo de un cerdo”. Aunque Woolf se refería a una fotografía de la Guerra Civil española, este pasaje suyo sintetiza bien lo que más tarde ocurriría en los cam- pos de concentración nazis. La degeneración de la especie diseñada y perpetrada por los nazis en el interior del universo concentracionario, mediante la cual preten- dían animalizar, cosificar y convertir a sus víctimas en algo inhumano, se instaura 73P. DUBOIS, El acto fotográfico, p. 225. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 275 mediante un proceso de de-generación, de destrucción del sexo. Así el cuerpo de Margit Schwartz, como se ha visto, es puesto en cuestión en primer lugar en tanto que cuerpo de mujer, al igual que los cuerpos maltrechos de otras tantas retratadas por el ejército británico durante la liberación del campo. En pocas palabras, la ima- gen de Margit Schwartz da cuenta de la desaparición en el interior de los campos de concentración del dispositivo de la sexualidad moderno, expresión utilizada por Foucault, como ya mencioné, para referirse al constructo sociocultural e histórico que nos determina e instituye como seres sexuados (véase página 53). Esta desapa- rición viene mediada por el deterioro del cuerpo, en primera estancia, y también, como veremos en el siguiente epígrafe, por lo que se percibe como una ruptura con los hábitos, las costumbres y las prácticas morales sexualmente significadas. Ambos planos de la destrucción (cuerpo y conducta) se encuentran en cualquier caso in- trínsecamente unidos. No en vano la conducta humana se percibe en relación a un cuerpo concreto, y con frecuencia consigue materializarse plenamente en el centro de la anatomía humana mediante la reiteración continua de algunas de aquellas prácticas que actúan directamente sobre la superficie corporal (los hábitos de hi- giene, el cuidado del aspecto personal o la atención a la indumentaria). Pero me ocuparé de ello un poco más adelante. En los documentos analizados, el cuerpo torturado, desgastado y enfermo de los supervivientes constituye uno de los espacios más básicos sobre los que se inscribe la deshumanización. Como se recordará, Nicholas Chare apuntaba que el cuerpo del sub- producto típico del campo, el cuerpo del musulmán, se definía justamente en oposición al cuerpo ideal del nazismo, hiper-masculino, hiper-musculado, com- pletamente cerrado, con sus bordes bien apuntados74. En el Lager, tampoco hay apenas rastro del cuerpo femenino idealizado, bello, redondo, cerrado. Lo poco que aparece a los ojos de los observadores en seguida se recubre de un aura especial y queda asociado con esa minoría que se encuentra en condiciones medianamente buenas. En cambio, la mayoría de los cuerpos están abiertos, las llagas y las úlceras dejan su interior al descubierto y los convierten en un amasijo de huesos, pellejos y miasmas enmarcados por una cabeza calva, “un repollo”. “Dos mujeres tenían un pie ulcerado hasta tal punto que proveía una completa lección de anatomía: los ten- dones y los vasos sanguíneos estaban expuestos, incluso los huesos”, escribía Joyce M. Parkinson75. En estos cuerpos abiertos el género se revela con gran inmediatez como una de las instancias fundamentales que hacen que ese cuerpo sea percibido como torturado o enfermo y, por tanto, como deshumanizado: como en el caso de Margit Schwartz, un cuerpo herido es aquel que, en primer lugar, aparece con el sexo herido. La herida de género se hace visible en los cuerpos cuando en éstos aparecen vulneradas sus marcas de identificación sexual. Esta situación la resume con gran precisión Effie Lucille Barker, cuando señala “en un estado de inanición los sexos se convierten prácticamente en inexistentes”76. En la misma dirección, el doctor Bradford apunta “hay muy poca diferencia sexual en este sitio; no puede haberla 74Nicholas CHARE, Auschwitz and Afterimages. Abjection, Witnessing and Representation (Lon- dres y Nueva York: I.B. Tauris, 2011, p. 105). 75Primera parte del documento “Friends Relief Service: Reports on team 100 at Belsen Camp”, escrita por Joyce M. Parkinson (junio de 1945), en IWM Private Papers of Eryl Hall Williams, Documents 2420, Ref. 93/27/1 p. 5. 76Carta de Effie Lucille Barker (15 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of Miss E. L. Barker, Documents 10541, Ref. 01/16/1. 276 2. EL SEXO HERIDO cuando todos los baños son bancos agujereados sobre zanjas situados al aire libre, sin ningún tipo de protección”77. Esta idea se oficializa además cuando aparece en el informe elaborado por el Destacamento 10 Garrison, en cuyo apéndice F, que se ocupa de la situación médica, higiénica y sanitaria en el campo de concentración, se apunta: “los internos se encontraban tan malnutridos que el sexo no existía, y no tenían ningún sentido de la modestia”78. La herida de género afecta a alguno de los principios biológicos más básicos sobre los que se asienta la diferencia sexual. Jane E. Leverson, por ejemplo, refiere: “La mayoría de los internos están anémicos, hasta tal punto llega esto que prácticamente ninguna de las mujeres han tenido periodos menstruales por varios meses”79. Ni siquiera la mancha de la menstruación asoma para paliar los efectos de la indistinción sexual. Como señala el general Michael Gow, “estaban todas tan delgadas que era prácticamente imposible afirmar que eran mujeres”80. En los casos más extremos, en los de aquellos internos, hombres y mujeres que, utilizados como cobayas por los médicos nazis, fueron castrados, la herida de género se abrió de la manera más irreversible y la de-generación se desató con la mayor de las violencias81. En fin, los cuerpos de las víctimas quedaron así “desmarcados” sexualmente, de-generados: éste es el primer paso para que los sujetos, sometidos a un proceso de igualación del que ni siquiera se escapan los cuerpos de los muertos, se convirtieran en seres indistinguibles. El primer estadio de esta de-generación del cuerpo tenía lugar durante el pro- ceso de ingreso al campo, siendo el afeitado del cabello el tema central de toda esta vivencia. Los supervivientes se han referido a este hecho clave en infinidad de ocasiones. Más arriba recogía algunos pasajes sobresalientes en los que se describe esta iniciación a la vida concentracionaria. Ana Novac se sorprendía al descubrir de pronto todo un “campo de repollos” y aseguraba que había sentido como si la maquinilla de afeitar “le hubiera cortado a sí misma”. El muchacho al que da vida Imre Kertész en Sin destino asegura que la pérdida del vello genital, que constituía su orgullo “como hombre”, le había resultado aún más dolorosa que la pérdida del cabello. Margarete Buber-Neumann expresaba sus sospechas acerca de la verdade- ras motivaciones de la peluquera de Ravensbrück, en el sentido de que las razones que parecían impelerla en algunos casos al rapado no tenían tanto que ver con el descubrimiento de parásitos, como con la aparición de una cabellera singularmen- te atractiva o de una mujer particularmente empeñada en preservarla. Entre los libertadores de Belsen, muchos llegaban a la misma conclusión: “el afeitado de las cabezas parece tener como objetivo la degradación y no motivos de tipo higiénico”, se lee en el boletín Over to you emitido por la Cruz Roja británica82; “El afeitado 77Entrada del 7 de mayo de 1945 del diario del Dr. Bradford, en IWM Private Papers of Dr. C. Bradford, Documents 1918, Ref. 86/7/1, p. 7. 78APÉNDICE F, “Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945”, en IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945, Documents 9230, Ref. Misc 104 (1650), p. 18. 79“Bergen Belsen Concentration Camp” (6 de mayo de 1945), Jane E. Leverson, en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 2. 80Carta escrita por el general sir Michael Gow (entonces teniente) a su madre (abril de 1945), en IWM Private Papers of General Sir Michael Gow, Documents 1660, Ref. Con Shelf, p. 3. 81“Estos experimentos fueron principalmente obstétricos; las mujeres fueron esterilizadas tanto quirúrgicamente como mediante glucosa y otras inyecciones; los hombres habían sido castrados” (“Bergen Belsen Concentration Camp” [6 de mayo de 1945], Jane E. Leverson, en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 2). 82“Over to you” [agosto de 1945], en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 22. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 277 del cabello se realizaba según parece no por motivos higiénicos, sino únicamente como forma de degradación”, apuntaba Jane E. Leverson83. La fuerte impresión que causaba en los deportados el ingreso al campo, dejaba en sus cuerpos una huella casi permanente. No en vano otro de los símbolos de este ingreso, al menos en Auschwitz, fue el tatuado de un número identificativo, cuya importancia como fórmula de inscripción en el universo de la abyección ha sido bien explicada por Nicholas Chare. Según Chare el tatuaje se graba en el cuerpo mediante la vulneración de su frontera primordial, la piel: el cuerpo es agredido desde sus bordes. Además durante el doloroso proceso del tatuado el “yo”, el sujeto, se reconstituye en otra cosa: en este caso, en un cuerpo designado como “tatuable” y en un número que queda para siempre impreso en la piel. Finalmente, el tatuaje es permanente, de manera que el sujeto, si sobrevive, no podrá nunca huir completamente de aquel individuo transformado en número que fue una vez en el interior de un campo de concentración84. En fin, el profundo arraigo en los cuerpos de los deportados de estas marcas tempranas de violencia, que son reiteradas una y otra vez a lo largo de toda la experiencia concentracionario (el cabello se rapa continuamente, las vestimentas se mudan por otras cada vez más andrajosas, los zapatos resultan a cada paso más inadecuados y la mugre acaba por invadirlo todo), es percibido inmediatamente por los observadores a través de un prisma de género. En efecto, al igual que las víctimas, los espectadores se mostraron aturdidos, aunque también interpelados, por el espectáculo que ofrecían las mujeres con la cabeza rapada. En el diario del doctor Horsey, en la entrada del 14 de mayo, puede leerse un pasaje revelador: “las mujeres francesas constituían la visión más espeluz- nante, ya que casi todas ellas eran tuberculosas y todas tenían las cabezas rapadas. Nunca pude y nunca conseguiré acostumbrarme a ver a una mujer sin su cabello. Aunque no hay nada particularmente repugnante en ello, me parecía horrible”85. En este pasaje, el horror que despierta la visión de las prisioneras está marcado por la enfermedad (la tuberculosis) y el afeitado, entreviéndose en ambos signos la misma capacidad para generar consternación en el espectador. El rapado se entiende ade- más como una ofensa específica hacia el género: “nunca conseguiré acostumbrarme a ver una mujer sin cabello”. La contradicción que plantea el doctor Horsey en su última frase “no hay nada particularmente repugnante en ello” pero aún así “me parecía horrible”, resulta también altamente significativa. Aunque no todo el mundo comparte esta opinión. Para Jane E. Leverson, quien se refería al afeitado del cabello como un asunto muy doloroso para los internos, resultaba sorprendente lo pronto que “se acostumbra uno al aspecto de las cabezas rapadas”, y lo poco que acababa notándolo86. En cualquier caso, ambos comentarios certifican el carácter peculiar de estas cabezas: Leverson se sorprende de lo rápido que acepta algo que a priori identifica como extraño, 83“Bergen Belsen Concentration Camp” (6 de mayo de 1945), Jane E. Leverson, en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 2. 84Nicholas CHARE, Auschwitz and Afterimages. Abjection, Witnessing and Representation (Lon- dres y Nueva York: I.B. Tauris, 2011, pp. 99-101). Véase también la página 49 de la presente investigación. 85Entrada del 14 de mayo de 1945 del diario del Dr. Horsey, recogida en la tercera parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Private Papers of Dr. P J Horsey, Documents 1345, Ref. Con Shelf, p. 35. 86“Bergen Belsen Concentration Camp” (6 de mayo de 1945), Jane E. Leverson, en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 2. 278 2. EL SEXO HERIDO mientras que el doctor Horsey se sorprende de todo lo contrario, esto es, de lo mucho que le disgusta algo que en realidad no tiene nada de malo. Así, las cabezas rapadas se convierten en un elemento insólito del que hay que dar cuenta como tal. Pero mientras que Jane E. Leverson describe una experiencia de aceptación, el doctor Horsey expresa un sentimiento de rechazo. Está claro que, por más que se empeñe el doctor Horsey, “algo repugnante” per- cibe en ello, porque de lo contrario estas cabezas no podrían resultarle tan horribles. Sin embargo, parece como si al analizar su propio comentario el doctor Horsey se diera cuenta de que no puede objetivar exactamente qué es ese algo. Después de to- do ¿qué hay de malo en una mujer con la cabeza rapada? En una carta fechada el 18 de junio de 1945 el oficial F. J. Lyons apunta una posible respuesta a esta inquietud del doctor Horsey cuando señala que muchas de las víctimas que habían sufrido el afeitado del cabello “eran indistinguibles como hombres o mujeres”87. Eran huma- nas, pero no lo parecían sencillamente porque sus cabezas no parecían femeninas. Los prisioneros sometidos a este tratamiento no eran sexualmente identificables, es decir, a los ojos de los observadores el rapado había eliminado rápida y eficazmente su adscripción sexual. Así, como ocurría con el cuerpo desnudo de Margit Schwartz, las cabezas rapadas interpelaban a los observadores porque resultaban ininteligibles. El horror incomprensible que despertaban en el doctor Horsey procedía de su ca- rácter extraño, de su capacidad para remitir a un lugar que no había sido codificado por la norma sexual y que por tanto quedaba fuera de esa norma, pero no como lo otro sino como lo expulsado: las mujeres seguían siendo mujeres pero se les había expulsado del interior del dispositivo de sexualidad, habían dejado de ser recono- cibles como tales: en otras palabras, habían sido de-generadas. Aquellas cabezas rapadas eran sin duda cabezas de mujeres (o de hombres, en algunos casos), pero resultaban incomprensibles como tales porque encarnaban todo aquello que había querido exorcizarse al definir el modelo de feminidad, la norma sexual femenina. En otras palabras, las cabezas rapadas constituyen otra dimensión de esa abyección que inunda toda la experiencia concentracionaria: perturban a los espectadores porque convierten al cuerpo en un cuerpo abyecto de sexo indiscernible. Además, en el pasaje del doctor Horsey la angustia que produce la imagen de una cabeza rapada se sitúa al mismo nivel que la que generan las huellas de una enfermedad como la tuberculosis inscritas sobre un cuerpo. La degradación produ- cida por la enfermedad se asimila por tanto a la degradación de género producida por el afeitado. Y esta equiparación introduce un elemento que también asoma in- sistentemente en los testimonios de los espectadores: que el estado de salud está condicionado por la integridad de género. ¿Necesitaba por tanto una mujer de su cabello para estar saludable? En realidad no. Pero necesitaba de su cabello para ser considerada saludable, que venía a ser casi lo mismo y tenía consecuencias similares. En Belsen, donde las condiciones de asistencia sanitaria eran limitadas, el estado de salud de los pacientes dependía, más que en ningún otro sitio, de cómo valoraran los médicos la apariencia general de los internos. Es decir, “parecerle más o menos horrible al doctor Horsey” podía tener repercusiones enormes para un individuo y así lo demuestran efectivamente algunos documentos. El estado de salud de los deportados dependía pues directamente del juicio que hiciera el personal médico destinado al campo, estando este juicio en realidad basado 87Carta (18 de junio de 1945) firmada por el jefe de escuadrón F.J. Lyons, en IWM Private Papers of Squadron Leader F J Lyons, Documents 11135, Ref. P435, p. 1. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 279 en una observación muy superficial del aspecto físico de los supervivientes. Como ya expliqué (véanse las páginas 77 y 78), los británicos introdujeron un patrón de salud para separar a los habitantes de Belsen en tres categorías: los muertos, los casos de camilla y los caminantes. Dado que la mayoría de los supervivientes requerían hospitalización inmediata y los medios con los que contaban los británicos estaban muy restringidos, esta división en grupos se realizó de manera muy superficial. Como señalaba el teniente coronel J.A.D. Johnston la forma que se utilizó para clasificar a los pacientes fue muy sencilla: “un individuo que era capaz de caminar hasta la cocina de campaña y sostenerse a sí mismo era considerado sano”88. De acuerdo con este testimonio, el estándar de salud que se atribuía a cada paciente dependía por tanto de una funcionalidad concreta: poder o no caminar hasta la cocina. Sin embargo, esta herramienta de clasificación se antoja bastante precaria a la hora de ponerla en práctica y, de hecho, eso es lo que puede intuirse tras una lectura más atenta del resto de los testimonios, que contradicen la afirmación de Johnston (afirmación que utilizo aquí de referencia por ser la que aparece en un escrito oficial del ejército). En efecto, a lo largo de los documentos consultados se aprecia que no existe en realidad un consenso sobre cómo evaluar y catalogar la salud de los pacientes. En una nota manuscrita que aparece entre los papeles del doctor Dennis Forsdick se describe en un par de líneas en qué consistía dicho estándar de salud, asegurándose que una persona era considerada “sana” cuando podía andar y dar tres pasos89. Según anota el doctor Michael Hargrave en su diario los llamados “sanos” eran en- viados al campo III, siendo el estándar de salud la capacidad para trepar los dos escalones que había en los camiones con la ayuda de un soldado británico90. Para Jean McFarlane este patrón de salud dependía de que los internos fueran o no capa- ces de andar y de cuidar más o menos de sí mismos91. Miss Effie Barker distinguía tres niveles de salud: aquellos que podían andar, aquellos que se tambaleaban y aquellos que permanecían tumbados92. En el relato denominado “Belsen” y recogi- do en el Supplement to British Zone Review, se afirmaba que los primeros en ser evacuados habían sido aquellos catalogados como con “claras posibilidades de recu- peración”93. Esta separación entre aquellos que tenían posibilidades de sobrevivir y aquellos que, según el criterio médico, no las tenían (separación que se aplicaba sólo a los denominados “unfit”), se utilizó por tanto para decidir quiénes debían ser evacuados primero de entre dichos enfermos (que eran la gran mayoría), tal y como 88Administrative Report – Belsen Concentration Camp, (Junio de 1945) escrito por el teniente coronel J.A.D. Johnston y F.M. Lipscomb, en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 7. 89Nota manuscrita en IWM Private Papers of Dr. Dennis H. Forsdick, Documents 1344, Ref. 91/6/1. 90Entrada del 9 de mayo de 1945 del diario del Dr. Michael Hargrave, IWM Private Papers of Dr. Michael John Hargrave, Documents 7272, Ref. 76/74/1, p. 38. Como indica el doctor Hargrave un poco más adelante, la precariedad de este sistema se hizo evidente cuando todos los considerados “sanos” que habían sido trasladados al campo III empezaron a caer enfermos como moscas. 91Relato de Miss Jean McFarlane (entre 1945 y 1949), en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, pp. 7-7bis. 92“Memories of civilian relief” (1945) en IWM Private Papers of Miss E.L. Barker, Documents 10541, Ref. 01/16/1. 93“Belsen”, en Supplement to British Zone Review, en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 4. 280 2. EL SEXO HERIDO se confirma en el apéndice E del informe oficial elaborado por el Destacamento 10 Garrison94. En conclusión, el estándar de salud resultaba tan laxo que lo más probable es que la segregación de los pacientes se ajustara más bien a las estimaciones parti- culares de los médicos que estuvieron al frente del proceso. El doctor Horsey es por fin bastante claro en este sentido: “Vuelta dada con una pieza de tiza y mar- cados todos los casos de tifus y valorado su grado de severidad 0, 00, 000 (según la fuerza de agarre y la apariencia general)”95. Resumiendo, no existía un patrón fijo de salud y la segregación de los pacientes dependía del criterio médico. Este criterio médico consistía básicamente en un “juicio estético”, y estaba condicionado por cuestiones de género; es decir, su capacidad para distinguir entre un cuerpo enfermo y un cuerpo sano estaba mediada por convencionalismos formales de gé- nero y, particularmente, por una visión muy idealizada de la belleza y la salud del cuerpo femenino96. Veamos también los siguientes ejemplos, extraídos ambos de los papeles priva- dos del doctor Horsey: “Primero estaba Marilla. Tenía entre 22 y 23 años, pero parecía más joven. Era la única que hablaba un francés óptimo en la Habitación 1, así que me ayudó hasta que me di cuenta de que no estaba realmente en condiciones para hacerlo. Era la persona más culta de todas ellas: como había vivido 18 años en Francia, su francés era un placer para el oído y nunca tuve ninguna dificultad para entenderla. Aunque estaba lejos de encontrarse bien, y muy anémica, era a todas luces muy hermosa. Su buena disposición a ayudar y la facilidad con la que yo me llevé con ella me llevó a pedirle demasiado, y después de unos pocos días insistí en que no debía trabajar más. Estaba lamentablemente delgada y demasiado débil para andar alegremente. Sin embargo cuando hubo descansado y le hube proporcionado la mejor comida disponible, se recuperó muy satisfactoriamente. Yo estaba muy preocupado porque pudiera tener TB [tuberculosis], pero después de un examen atento de su pecho, me alivió no encontrar nada”97. “Mujeres de todas las edades, algunas, pocas, bien alimentadas, sanas y atrac- tivas. Unas pocas se encuentran razonablemente bien vestidas. Pero la mayoría están muy débiles y enfermas, 28 con tifus, 12 con disentería aguda, 4 o 5 con malaria, y prácticamente todas con diarrea. Las literas se apilan en tres nive- les, con una media de dos por cama por el día. Suelo limpio. Letrinas llenas, pero en la cumbre de la limpieza comparadas con algunas. La mayor parte de la mañana pasada con la «Blokober», la jefa de la barraca (nombrada por los 94APÉNDICE E, “Report by HQ 10 GARRISON on period 18-30 April 1945”, en IWM Official Reports on the Liberation of Belsen Camp, 1945, Documents 9230, Ref. Misc 104 (1650), p. 15. 95Entrada del 3 de mayo de 1945 del diario del Dr. Horsey, recogida en la tercera parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Private Papers of Dr. P J Horsey, Documents 1345, Ref. Con Shelf, p. 18. 96La relación cultural entre género, belleza, cuidados personales, aspecto físico y salud ha sido tratada entre otros en: Cathy COLEBORNE, “«She Does Up Her Hair Fantastically»: The Pro- duction of Femininity in Patient Case-Books of the Lunatic Asylum in 1860s Victoria,” en Forging Identities: Bodies, Gender and Feminist History, ed. Jane LONG, Jan GOTHARD, and He- len BRASH (Nedlands: University of Western Australia Press, 1997), 47–68; Sander L. GILMAN, Creating Beauty to Cure the Soul: Race and Psychology in the Shaping of Aesthetic Surgery (Dur- ham: Duke University Press, 1998); Michael HAU, The Cult of Health and Beauty in Germany: A Social History, 1890-1930 (Chicago: University of Chicago Press, 2003); Georges VIGARELLO, Historia de la belleza: el cuerpo y el arte de embellecer desde el Renacimiento hasta nuestros días, . 97“The Belsen Camps”, segunda parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Private Papers of Dr. P J Horsey, Documents 1345, Ref. Con Shelf, p. 13. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 281 alemanes). Tiene unos 25 años, rusa, bien alimentada y bastante atractiva en una suerte de estilo robusto”98. En el primer caso, la salud de Marilla no está muy clara: aunque está débil, parece aparentemente sana y se recupera bien gracias a las atenciones extraordinarias que recibe. De lo que no cabe duda es de que tanto su belleza femenina como el hecho de haber estado viviendo en Francia la mayor parte de su vida, la convierten en algo distinto al resto de los prisioneros. No tenía nada que ver con “los europeos del este incivilizados” o los gitanos que poblaban el campo y robaban cualquier cosa que cayera en sus manos, a los que se refería el teniente Hodges en una carta enviada a sus padres99. Ni tampoco con aquellas otras cabezas rapadas que el propio Horsey describía como horripilantes. Recordemos que el doctor Horsey fue también el que se quejaba de aquella molesta mujer que había sufrido un colapso, señalando que no merecía la pena “malgastar mucho tiempo con ella porque aunque sobreviva, nunca será un miembro útil para la comunidad” (véase ”Liberando Bergen-Belsen de esta investigación). Pero con Marilla, tan culta y bella, sí valía la pena realizar un esfuerzo extra. En el segundo caso, la relación entre buena salud y el aspecto atractivo de las deportadas es más que evidente. Pero además, en este pasaje estos principios se relacionan también con la vestimenta de las supervivientes (“Unas pocas se encuen- tran razonablemente bien vestidas”), de manera que se aprecia ya ese deslizamiento del género instalado en el cuerpo hacia el género instalado en los bordes del cuerpo, en sus fronteras. Como veremos, el grado de salud de los deportados se percibe directamente en dependencia con el grado de desgaste de las prendas que llevan: cuanto más andrajoso, más enfermo. Como si la indumentaria fuera una extensión de la propia piel, como si formara parte del cuerpo y fuera un síntoma más de cual- quier problema. Además, las ropas acentúan notablemente la desexualización de los prisioneros: cuanto más harapiento más irreconocible resulta su sexo. Se confirma esa contradicción a la que se refería Zelizer, ya señalada, de que en el universo con- centracionario las ropas adoptan el poder de referenciar el género que han perdido los cuerpos. Este proceso de de-generación de los cuerpos testimoniado por los libertadores fue tan extremo que alcanzó incluso al cuerpo que, en tanto que cuerpo reproductivo, se encuentra más sexualmente significado: el cuerpo embarazado. En efecto, ante el embarazo y el parto, los textos de los observadores expresan principalmente sorpresa y desasosiego. Los nacimientos que se producen en el campo recién liberado reivindican la vida, sí, pero bajo el signo de la muerte: en un universo regido por la muerte, la vida no puede más que convertirse en algo puramente abyecto. Se trata de nuevo de la muerte contaminando la vida, un aspecto que ya he analizado anteriormente como uno de los ejes centrales de la abyección en el Lager. Si en el análisis de Kristeva el cuerpo femenino y sus secreciones (la menstruación, la lactancia) constituye el cuerpo más temido y el que se quiere exorcizar del universal masculino, el cuerpo embarazado es sin duda el cuerpo abyecto por antonomasia. Este cuerpo materno, cuya evocación “induce la imagen del nacimiento como acto 98Entrada del 3 de mayo de 1945 del diario del Dr. Horsey, recogida en la tercera parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Private Papers of Dr. P J Horsey, Documents 1345, Ref. Con Shelf, p. 18. 99Carta escrita el 20 de mayo de 1945 desde Bergen-Belsen por el teniente Hodges, en IWM Private Papers of Lieutenant C.H.W. Hodges, Documents 11560, Ref. 01/32/1, p. 4. 282 2. EL SEXO HERIDO de expulsión violenta por el cual el cuerpo naciente se arranca a las sustancias del interior materno”100, es el lugar en el que se produce una confusión primaria entre el yo y el otro, entre el sujeto y el objeto: “en la condición de parturienta, el cuerpo materno está en el borde de las categorías y disuelve los márgenes de la identidad socialmente construidos y la distinción entre vida y muerte, el yo y el otro”101. La identificación del parto como un fenómeno de abyección, como fuente de impureza y de contaminación es una constante que se presenta en multitud de culturas distintas, tal y como ha demostrado Mary Douglas102. Como decía, en Belsen este fenómeno también es percibido como algo que re- fuerza la abyección de los sujetos. “Las mujeres alumbraban niños y conseguían sobrevivir. He visto a una madre con un bebé de unas pocas horas”, decía Jean McFarlane en una carta103. En un relato posterior, McFarlane volvía a reiterar esta inquietud: “había incluso una madre con un bebé de unas pocas horas: ambos tuvie- ron que pasar por el lavado y la desinfección. ¿Cómo era posible que un niño naciera y viviera en tan terribles condiciones y que su madre sobreviviera?”104. El cuerpo embarazado, tan precario, es el culmen de la abyección y así quedaba atestiguado en un relato que ya analicé en otro apartado, realizado por el capitán Hewlett en el que se mezclaban el embarazo y el parto con fantasías sobre el canibalismo: “Antes de que llegáramos no había letrinas o lavatorios. La gente estaba tan hambrienta que hubo bastante canibalismo. Cuando la gente moría, se le arrancaba el hígado; los hígados eran los más populares, pero hay casos de genitales y orejas extraídas y hervidas. También dejaban que las mujeres estuvieran embarazadas de ocho meses para matarlas y quitarles a los bebés para comerlos”105. Para terminar de explorar la situación del cuerpo de-generado en los relatos de los espectadores de la liberación de Bergen-Belsen me gustaría aportar una última descripción: “Una cara se impulsó hacia el límite de una de las literas de arriba. El cabello había sido rapado y yo pensé que parecía un muchacho. Todo el labio inferior y la barbilla colgaban hacia abajo en un esfacelo grande y negro y aunque esta criatura trataba de hablarme, evidentemente no lo consiguió. Averigüé que se trataba de una mujer casada de 21 años con un bebé, que había sido «la chica más bonita de la barraca y una de las grandes favoritas»”106. Esto lo apuntaba el doctor Prosser, oficial del RAMC, en una ponencia impartida en marzo de 1946. Este pasaje sintetiza perfectamente algunas de las notas más importantes que caracterizan al cuerpo deshumanizado, y el sentido de esta de- generación que estoy tratando de explicar. El doctor Prosser se sirve del lenguaje 100Julia KRISTEVA, Poderes de la perversión, 6 edición (México D.F., Buenos Aires y Madrid: Siglo XXI, 2006, p. 135). 101L. NEAD, El desnudo femenino, p. 57. 102Mary DOUGLAS, Pureza y peligro: Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú, 1 ed, Claves (Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 2007). 103Carta a Mrs. Alex J. McFarlane (23 de abril de 1945), escrita por Jean McFarlane, en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1 104Relato de Miss Jean McFarlane (entre 1945 y 1949), en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 8. 105En la carta escrita por el capitán Maurice J. Hewlett (abril de 1945), conservada en IWM Private Papers of Squadron Leader E. F. Chapman, Documents 6336, Ref. 96/41/1. 106“Lecture to the E. Yorks Branch B.L.A.”, en IWM Private Papers of O. G. Prosser, Documents 13408, Reference 05/2/1, p. 5. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 283 escrito para resaltar un estado muy similar al que retrataba el sargento Hewitt por medio del lenguaje fotográfico. El cuerpo deshumanizado que aparece en este retra- to es un cuerpo femenino, un cuerpo materno que se presenta como cuerpo abierto, abyecto, irreconocible, como un cuerpo puesto del revés, tocado por una herida que penetra en la piel y revela la carne, marcado por la gangrena, por la misma muerte, convertido en excrementos que cubren completamente su superficie. El cuerpo ab- yecto es el cuerpo degenerado, el cuerpo sucio, el cuerpo dañado. Como sucedía con Margit Schwartz, en este caso el cuerpo además puede fijarse también dentro del horizonte de la abyección mediante una de-generación, dado que se presenta como sexualmente irreconocible, como trastocado o dado la vuelta. La degeneración ad- quiriría así su sentido más pleno. Este cuerpo abyecto, este cuerpo de-generado, no expresa nada, no nos permite reconocer a nadie detrás, no es capaz de dar forma a un ser humano: cualquier rastro de humanidad se desvanece en el mismo momento en el que se extingue el sexo, en el que desaparece la edad, en el que toda la carne se tiñe de muerte. Por eso pierde su voz (y esta es la gran aportación que realiza el doctor Prosser cuando registra esta escena) y con ella su capacidad para autonom- brarse, para identificarse a sí misma como mujer, como madre, como joven, como ser humano. Del mismo modo que Margit Schwartz se aferraba a aquella fotografía antigua, en esta escena alguien recuerda que la mujer descrita por el doctor Prosser fue un día “la chica más bonita de la barraca”. Pero la evidencia presente se pone ante los ojos del doctor Prosser, convertido en testigo, que se apropia de la narra- ción para certificar que de esa chica ya no queda absolutamente nada. De nuevo, nos encontramos ante un fantasma. 2.1.3. Conductas sociales desviadas: la de-generación psicológica y moral. “Hay muy poca diferencia sexual en este sitio; no puede haberla cuando todos los baños son bancos agujereados sobre zanjas situados al aire libre, sin ningún tipo de protección”107, decía el doctor Bradford, expresando claramente la relación entre el género y los hábitos de higiene. Esta idea quedaba también oficializada en el “Informe médico sobre el campo de concentración de Belsen” firmado por el briga- dier Glyn Hughes, cuando éste afirma “en este campo no puede haber ni vergüenza ni sexo”108: resultaba impensable que pudieran haber persistido las diferencias de género en un lugar en el que no existían espacios adecuados para que se expresasen y preservasen dichas diferencias. La desaparición en el interior de los campos de concentración de las líneas fronterizas que habían servido durante la modernidad ara demarcar la separación entre el espacio público y el espacio privado, espacios cuya naturaleza había sido codificada también mediante la asignación específica de un contenido de género109, no contribuyó en absoluto a la preservación de la 107Entrada del 7 de mayo de 1945 del diario del Dr. Bradford, en IWM Private Papers of Dr. C. Bradford, Documents 1918, Ref. 86/7/1, p. 7. 108“Medical Report on Belsen Concentration Camp by DDMS Second Army” (15-19 de abril de 1945), firmado por el brigadier Glyn Hughes, en IWM Private Papers of Lieutenant Colonel R. J. Phillips, Documents 13505, Ref. 05/44/1, p. 25. 109Sobre este asunto, es muy relevante el número 1 del volumen 15 de Journal of Women’s His- tory, publicado en 2003, en el que se hace una recopilación de los temas y de las autoras que vertebran el estudio desde perspectivas feministas de la dicotomía histórica entre lo público y lo privado, destacando el trabajo de RYAN, Mary P. «The Public and the Private Good: Across the Great Divide in Women’s History» y TURBIN, Carole «Refashioning the Concept of Public / Private. Lessons from Dress Studies», en las páginas 10-27 y 43-51 respectivamente. En este 284 2. EL SEXO HERIDO división sexual y de las identidades de género en el corazón del universo concentra- cionario. La desarticulación del funcionamiento de estos dos espacios clásicos tuvo consecuencias dramáticas para la supervivencia del sentido de la intimidad y del pudor, al menos tal y como eran entendidos por los observadores, lo cual queda insistentemente reflejado en los testimonios consultados. En Belsen pareciera ade- más como si el género se desvaneciese al mismo tiempo que desaparecía el pudor y que las excrecencias dejaban de esconderse en la intimidad de una letrina privada, para pasar a contaminar el espacio público. No hay visión más de-generada para los observadores que la de las mujeres defecando en cualquier parte, de cualquier manera, completamente indiferentes a las miradas ajenas: “Muchos de ellos están tan acabados que han perdido todo el sentido de la decencia humana: las mujeres se acuclillan en cualquier parte para defecar u orinar, algunas incluso hacen esto encima de los cuerpos sobre los que están tumbadas”110. “Para un gran número de personas, las únicas letrinas que conocían eran sus camas. Estaban demasiado débiles para levantarse y prácticamente todos pre- sentaban diarrea aguda: los que podían utilizaban platos y viejas latas, y esos recipientes contaminaban las camas y el suelo y se derramaban constantemente. Un buen número eran demasiado vagos para salir afuera, un número asombroso parecía pensar que el sitio correcto era contra el muro de su propia barraca. Los británicos llevaron alemanes civiles para limpiar parte del desastre y para echar arena. Éstos también excavaron fosas entre las barracas, pero incluso entonces había tantos que persistían en sus antiguos hábitos como que usaran las fosas. Incluso cuando se pusieron protectores de tela alrededor, muchas de las mujeres no se molestaron en aprovecharse de ellos”111. Del cuerpo torturado los testimonios saltaban por tanto al comportamiento desviado para ahondar en el problema de la de-generación. Por tanto, ya no era sólo que las mujeres no parecieran mujeres, sino que además no se comportaban como mujeres. Para describir esta situación era bastante frecuente en los textos de los observadores que se recurriera a laasociación de ideas entre la falta de higiene (por más que ésta dependiera muy a menudo de las condiciones del campo y no tanto de la voluntad de los internos) y a la pérdida del sentido de la decencia, que se entendía como particularmente grave en las mujeres. Esta pérdida de la decencia podía ser además una manifestación de un estado mental alterado. En un pasaje recogido en el relato del doctor Dennis Forsdick aparece bien simbolizado este paso del cuerpo torturado al comportamiento desviado: el cuerpo malnutrido engendraba perturbaciones psicológicas importantes que producían una desviación considerable de los valores socialmente admitidos, siendo el símbolo de todo ello la depravación que se observa en la conducta femenina, completamente carente de pudor: “El grado sentido, véanse también las obras clásicas de LANDES, Joan B (ed.). Feminism, the public and the private (Nueva York: Oxford University Press, 1998); GOODMAN, Dena. «Public Sphere and Private Life: Toward a Synthesis of Current Historiographical Approaches to the Old Regime» History and Theory v. 31, no 1, 1992, pp. 1-20; DAVIDOFF, Leonore y HALL, Catherine. Fa- mily Fortunes: Men and Women of the English Middle Class, 1780-1850 (Chicago: Univestity of Chicago Press, 1987); y, por supuesto, la obra de Carole Pateman en torno al contrato sexual como medio de justificación de la jerarquización espacial de las actividades vinculadas al género: PATEMAN, Carole. The Sexual Contract (Standford: Standford University Press, 1988). 110Relato fechado el 18 de abril de 1945, en IWM Private Papers of A.N. Midgley, Documents 4052, Ref. 84/50/1, pp. 5-6. 111“The Belsen Camps”, segunda parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Private Papers of Dr. P J Horsey, Documents 1345, Ref. Con Shelf, p. 8. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 285 de malnutrición de la mayoría de los enfermos resultaba sorprendente: sus cuerpos parecían poco más que un armazón de huesos cubierto de pergamino amarillo. El estado mental de muchos de los prisioneros era destacable. Algunos no sabían quiénes eran, muchos no sabían de dónde habían venido. Los valores y las virtudes socialmente aceptados estaban en su mayor parte completamente ausentes, y todos los signos de pudor habían desaparecido, incluso en las mujeres”112. Otro testimonio en el que se salta sin apenas solución de continuidad del cuerpo al comportamiento para incidir en el sentido de esta de-generación, es el del doctor Michael Coigley cuando dice: “El hedor de estos sucios y demacrados cuerpos to- davía no ha dejado de molestarme, y ellas hace mucho tiempo que han dejado de tener ningún sentido de la decencia o del pudor femeninos”. En este pasaje, cuerpo y conducta se encuentran tan estrechamente entrelazados culturalmente que re- sulta complicado distinguirlos. La decencia y el pudor son valores eminentemente femeninos, valores cuya preservación normalmente requiere de espacios íntimos y de las condiciones materiales adecuadas para que puedan reproducirse (elementos de aseo, ropas dignas, etcétera), que por supuesto no están presentes en el campo de concentración. Mediante estas prácticas, mediante la reiteración de estos hábitos, el género se materializa también en el cuerpo. Así, por ejemplo, fuera del campo el mal olor se trataría en la intimidad del cuarto de baño con el jabón apropiado, pero en el interior del Lager resulta completamente imposible de eludir. Sin embargo, esto no es óbice para que los observadores se muestren hasta cierto punto incapaces de percibir estas carencias y lo atribuyan todo a una “falta de decencia”. Además, el hedor se percibe como un signo especialmente negativo en las mujeres, pues éstas, idealmente tocadas por un sentido superior de la dignidad y tenidas por más vir- tuosas, debían, en cualquier circunstancia, poner especial cuidado en estos asuntos como forma para garantizar su feminidad. Dicho de otra forma: el hedor aunque está inscrito en el cuerpo, es un síntoma de una conducta moral desviada, en este caso, de la falta de recato que acompaña a lo que se percibe como una despreocu- pación total por la higiene y que, en tanto que valor fundamentalmente femenino, constituye un síntoma claro de de-generación que queda inscrito doblemente en el cuerpo y en la conducta. La afirmación del doctor Coigley viene a confirmar algo que ya apuntaba Mar- garete Myers Feinstein, esto es, la tendencia natural de los observadores a achacar a causas psicológicas o al deterioro moral, la falta de higiene que reconocen en los internos. Tanto es así que, en su papel de libertadores, incurrieron en contradiccio- nes muy similares a las que más tarde han denunciado los supervivientes a la hora de describir la lógica neurótica de la violencia nazi en el interior de los campos. Por ejemplo, Feinstein recoge un episodio que aunque tiene lugar en el campo de Landsberg para personas desplazadas, sirve bien para explicar la manera en la que los aliados reproducen las lógicas del nazismo. Parece ser que el ejército estadou- nidense al mando del campo había colgado en las letrinas unos carteles, impresos en papel bastante fino, en los que explicaban la importancia de mantener limpios los retretes. Sin embargo, se olvidaron de proporcionar cualquier tipo de material que hiciera posible seguir estas recomendaciones de limpieza, incluido el papel hi- giénico. El resultado fue que los internos se sirvieron del papel de los carteles, que 112“Belsen”, relato del doctor Dennis H. Forsdick (1945) en IWM Private Papers of Dr. Dennis H. Forsdick, Documents 1344, Ref. 91/6/1, p. 3. 286 2. EL SEXO HERIDO en seguida acabó colapsando completamente las letrinas113. Esta escena recuerda inevitablemente a la explicación de Primo Levi de cómo se introducía en Auschwitz el betún para los zapatos, un material imprescindible para la vida en el Lager por la obligatoriedad sellada en el reglamento de que cada mañana se embetunaran y sacaran brillo a los zapatos, norma que contrastaba con la inexistencia de una asignación periódica de betún a los barracones, lo que sin duda era el resultado de una lógica esquizoide114. Otro ejemplo interesante que aporta Feinstein, ocurrido esta vez en Bergen- Belsen, es aquel en el que recoge la historia de Hadassah Bimko (más tarde apelli- dada Rosensaft), dentista y superviviente de Belsen que ejercía en el campo como personal sanitario115, en la que cuenta la visita de un joven psiquiatra británico al campo de concentración con el objetivo de estudiar el comportamiento de los internos. Tras su llegada, se dedicó a observar a los pacientes hospitalizados con la intención de identificar los casos psiquiátricos y entonces informó a la doctora Bim- ko de que había encontrado su primer caso: una chica que peinaba su cabello con un cepillo roto mientras se miraba en un espejo roto. Hadassah Bimko se sorprendió de la elección y preguntó al psiquiatra qué era lo que había encontrado peculiar en su comportamiento. El psiquiatra repitió entonces la descripción de la chica, insistiendo en que se estaba peinando con un cepillo roto mientras se observaba en un espejo igualmente roto. Entonces Bimko le sugirió que quizás debería ofrecerle un cepillo y un espejo que estuvieran en buen estado116. En cualquier caso, tenemos pues que las mujeres no sólo no parecían mujeres, sino que no se comportaban como tales. Los prisioneros no sólo resultaban indistin- guibles físicamente por su sexo, sino que lo eran también por su comportamiento: las mujeres ya no sentían pudor, ni vergüenza, no se aseaban convenientemente y no se molestaban en hacer uso de las instalaciones preparadas por el ejército británico para preservar su intimidad. En una carta escrita por el teniente coronel Phillips en mayo de 1945 en la que hacía un breve resumen de la situación psiquiátrica en Bergen-Belsen, el autor explicaba que, pese a la mejora general en el comportamien- to, aún prevalecían los hábitos infantiles. Para ilustrarlo contaba como un oficial del RAF había llevado una caja de dulces a una de las salas del hospital y casi fue aplastado por una turba formada por lo que él calificaba como “mujeres desnudas y desvergonzadas”. El teniente coronel Phillips no habla de mujeres hambrientas, ni 113M. M. FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957, pp. 18-20. Aunque esta anécdota es recogida por un oficial que se muestra bastante comprensivo con la situación y que en seguida identifica el origen del problema en la falta de papel higiénico, esta escena, se asemeja notablemente a algunas de las descritas en los testimonios de Belsen y que consiguen sacar de sus casillas en más de una ocasión a los miembros de los equipos del ejército y demás personal que intervino en las tareas de liberación del campo: las quejas de la enfermera Biggs hacia los pacientes que acumulaban la comida debajo de los colchones, dejándola allí a veces hasta que se pudría, volviéndose locos cuando alguien la localizaba y trataba de tirarla (Carta “My dearest Dorrie” [14 de junio de 1945], en IWM Private Papers of Sister E.E. Biggs, Documents 16768, Ref. 09/66/1); o a la anécdota, a la que me referiré en las siguientes páginas, de un oficial de la RAF entrando en una de las habitaciones del hospital con una caja de dulces y siendo arrollado por una turba de enfermas (“Belsen Concentration Camp”, en IWM Private Papers of Lieutenant Colonel R. J. Phillips, Documents 13505, Ref. 05/44/1, p. 3); etcétera. 114P. LEVI, Si esto es un hombre, pp. 91-92. 115Hadassah ROSENSAFT, Yesterday: My Story (Nueva York y Jerusalén: Yad Vashem and the Holocaust Survivors’ Memoirs Project, 2005). 116M. M. FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957, p. 20. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 287 de mujeres privadas de lo más básico durante años y años de cautiverio. En cambio, prefiere referirse a mujeres que presentan una conducta infantil, lo que se demuestra en el hecho de permanecer desnudas (no se sabe muy bien porqué están desnudas, aunque la narración parece sugerir una suerte de voluntad propia en esta desnudez) y en su desvergüenza, al abalanzarse sin ningún reparo sobre un pobre oficial del ejército, haciendo otra vez una demostración de comportamiento animal117. En el ejemplo siguiente las condiciones higiénicas no sólo denotan en sí mismas la precariedad moral de los supervivientes, indiferentes a todo, sino que se comienza a traslucir uno de los trastornos más grandes que se perciben en la identidad de género: la abulia respecto a los roles tradicionalmente asignados. El objetivo de este pasaje, que forma parte del ya mencionado discurso del teniente coronel Gonin, era realizar un retrato que fuera capaz de plasmar parte del horror de Belsen. De ahí que venga precedido por el enunciado “no hay forma de ofrecer una descripción ajustada del campo de horror en el que yo y mis hombres íbamos a pasar el siguiente mes de nuestras vidas”: “Pilas de cadáveres, desnudos y obscenos, con una mujer demasiado débil para permanecer de pie apoyándose contra ellos mientras cocinaba en una fogata la comida que le habíamos proporcionado; hombres y mujeres acuclillados en cualquier parte al descubierto mitigándose de la disentería que estaba purgando sus intestinos, una mujer completamente desnuda lavándose con algo de jabón en el agua de un tanque en el que flotaban los restos de un niño”118. Este texto demuestra que no basta con mostrar cierta predisposición a recuperar “las buenas costumbres”, como por ejemplo, los hábitos de aseo. Parece que se requiere también una suerte de reacción de rechazo por parte de los supervivientes hacia toda esta situación de horror que les circunda. La apatía no es bien comprendida y, específicamente, la indolencia de una mujer que no parece poner reparos a la hora de bañarse junto al cadáver de un niño clama al cielo, puesto que atenta contra el carácter maternal del ideal femenino. En efecto, no es sólo que el cuerpo maternal sirva para expresar el grado último de la abyección que tiene lugar en el Lager, tal y como señalé un poco más arriba, sino que se pone en entredicho todo el comportamiento maternal de las mujeres como forma para ilustrar su extrema degradación. Tanto el sargento Midgley como el mayor Stewart aportaron sus propias versiones de aquel episodio que ya expliqué en el que una mujer se acercaba a un soldado con un bebé en los brazos para pedir algo de leche, descubriéndose al final que el niño estaba muerto. Como se recordará, en la versión del mayor Stewart, la mujer además salía huyendo, dejando abandonado el cadáver del recién nacido. Ambas explicaciones daban cuenta de una mujer-madre, aquejada de algún tipo de perturbación psicológica, propiciada por las condiciones del campo y sobrevenida quizás, en último término, por la muerte del hijo: la locura se representa por tanto como una posible consecuencia de la maternidad, o más bien, de la pérdida de la misma. En la versión de Stewart, además, la madre se presentaría como doblemente abyecta porque, además de estar trastornada, presenta una conducta social claramente desviada que se manifiesta en el abandono del bebé. 117“Belsen Concentration Camp”, en IWM Private Papers of Lieutenant Colonel R. J. Phillips, Documents 13505, Ref. 05/44/1, p. 3. 118“The R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp”, IWM Private Papers of Lieutenant-Colonel M. W. Gonin, Documents 3713, Ref. 85/38/1, p. 5. 288 2. EL SEXO HERIDO Que la maternidad era un elemento que no encajaba bien con la experiencia del Lager y que sin embargo podía tener un papel destacado como elemento de tortura y deshumanización era algo que sabían bien los nazis, que se sirvieron de abortos o, sencillamente, del exterminio de las mujeres embarazadas, para ahorrarse este problema en el interior de los campos. Lo curioso es que también a los observadores se les antoje con frecuencia como algo extraño. Incluso allí donde asomaba un com- portamiento maternal plenamente legítimo, los libertadores no supieron muy bien cómo tratarlo y lo abordaron como algo problemático. Precisamente en el apartado elocuentemente titulado “El problema de los internos”, recogido en el informe ela- borado Joyce M. Parkinson, aparece una historia mediante la cual se pretende dar testimonio nuevamente del comportamiento extraño de los supervivientes: “Una madre en mi estancia tenía una hija de doce años con ella que estuvo lista para ir a recoger las ropas antes que su madre. La fui a buscar una tarde para ir al almacén. Cuando llegó a la ambulancia con el resto del grupo, la niña de pronto estalló en lágrimas, pero la persuadimos para que marchara y, mientras, encontré arriba a la madre en medio de un ataque de histeria, y ninguna de mis promesas de que su hija estaría de vuelta en media hora tuvo el más mínimo efecto en ella; y cuando la niña efectivamente volvió, sollozaron la una sobre los hombros de la otra durante un largo rato”119. En mi opinión, esta historia, más que dar cuenta de un “problema en los internos”, como sugiere el texto, denota la estrechez de miras de los libertadores, incapaces de entender adecuadamente la angustia que podía llegar a generar, después de la durísimas vivencias atravesadas por los supervivientes, la separación de un ser querido. Una y otra vez los libertadores no se percataban de que algunos de los procedimientos que habían puesto en marcha para hacer funcionar el campo tenían claras reminiscencias con aquellos implementados por la administración nazi. En general, esta tendencia de los observadores a percibir y presentar conductas que se insertan ya en el camino hacia una normalización, como tocadas todavía por la abyección es bastante acusada. Abundan imágenes como las BU 3794 (imagen 4), BU 3810 (imagen 7) o BU 3813 (imagen 65), en las que aparecen representadas mujeres realizando tareas cotidianas tenidas como típicamente femeninas (cocinar, arreglar la ropa, etcétera). Como ya apunte, Barbie Zelizer interpreta estas imáge- nes, bastante bien acogidas por la prensa, como una forma de reafirmar la domes- ticidad femenina incluso en los contextos más extremos120. Aunque hay algo más en estas imágenes, que por supuesto, representan a los prisioneros que se hallaban en mejores condiciones (a los considerados como “sanos”), pues, entre otras cosas, eran ellos los que permanecían en el exterior de los barracones, más fácilmente fotografiables (como ya dije, la imágenes más dramáticas proceden del interior de los barracones, aunque son menos abundantes por las condiciones materiales de la captura fotográfica). El sargento Midgley, autor de algunas de estas fotografías, realiza la siguiente descripción: “En otras partes del campo se esparcían centena- res de cuerpos tumbados, en muchos casos apilados en pisos de cinco y seis. Entre ellos se sentaban mujeres pelando patatas y cocinando restos de comida. Parecían bastante despreocupadas y cuando levanté mi cámara para fotografiarlas, incluso 119Primera parte del documento “Friends Relief Service: Reports on team 100 at Belsen Camp”, escrita por Joyce M. Parkinson (junio de 1945), en IWM Private Papers of Eryl Hall Williams, Documents 2420, Ref. 93/27/1 p. 8. 120B. ZELIZER, «Gender and Atrocity: Women in Holocaust Photographs», pp. 258-260. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 289 sonrieron”121. Este contraste producido por las figuras de las mujeres inmersas en sus tareas cotidianas y el paisaje de las atrocidades puede que sirva para reforzar el papel doméstico de las mujeres, pero también hace hincapié en la oposición en- tre lo normal y lo abyecto: en este caso, una conducta normal queda contaminada irremediablemente por la abyección a causa del contexto en el que se produce. Así, la sonrisa de la retratada, en lugar de tenerse por un signo de normalización, se percibe en este contexto como algo extraño, como algo inapropiado, como algo que da cuenta de un comportamiento, cuanto menos, un poco desordenado. Esta incongruencia queda plasmada de una forma aún más extrema en el re- lato del capitán Hewlett, en el que además la promiscuidad asoma también como elemento que produce cierto malestar: “¿Puedes imaginar ver en un área de cua- tro metros cuadrados a 10 personas de ambos sexos, cuatro de ellos desnudos y muertos, tres en medio de un ataque de diarrea crónica, tres tratando de cocinarse un guiso de mondas de patatas en una hoguera de ropa infestada de tifus, todos ellos más delgados que mis brazos?”122. Como veremos más en profundidad en el siguiente capítulo, esta tendencia a distorsionar negativamente escenas que son in- dicativas de cierta normalidad dentro del campo alcanza su cenit en la inclinación sistemática a establecer una conexión entre la prostitución y el buen estado físico de las supervivientes, lo que traslada nuevamente los prejuicios de los aliados a la visión que desarrollan de los internos del campo. En resumen, la atención a los comportamientos desviados es aprehendida por los espectadores a través de un filtro de género: dichos comportamientos se conside- ran inadecuados en la medida en la que desentonan con los roles tradicionalmente asignados para afirmar la diferencia sexual. En otras palabras, este tipo de com- portamientos contribuyen a la desidentificación sexual de los supervivientes: ya no es sólo que las mujeres no parezcan mujeres, sino que no se comportan como ta- les. Pero además, ciertos roles entendidos como específicamente femeninos, como la maternidad o los cuidados, no casan bien con el paisaje infernal del campo, por lo que incluso allí donde han conseguido preservarse, al ser proyectados sobre este escenario devuelven una imagen que se percibe como deformada, lo que contribuye sin duda a reforzar el sentido de-generado de la zona gris. 2.1.4. La re-generación del cuerpo y de la moral como vías de rehu- manización. Curiosamente, las descripciones que mejor apuntalan en los relatos de los obser- vadores el carácter de-generado de la deshumanización son aquellas que atienden precisamente al proceso opuesto, esto es, a aquél al que en otro capítulo me he referido como rehumanización. Al igual que la deshumanización, la rehumaniza- ción se encuentra sexualmente condicionada: en este caso, podríamos hablar de un auténtica re-generación. En esta re-generación, además, cuerpo y comportamiento aparecen tan íntimamente ligados que con frecuencia resulta imposible comprender dónde empieza el uno y dónde acaba el otro. En este tipo de relatos las ropas, el maquillaje, el afeitado y el peinado juegan un papel primordial. En el apartado denominado “Manifestaciones psiquiátricas”, que se incluye en la segunda parte del informe administrativo sobre la situación en Bergen-Belsen, firmada por el teniente 121Relato fechado el 18 de abril de 1945, en IWM Private Papers of A.N. Midgley, Documents 4052, Ref. 84/50/1, p. 7. 122En la carta escrita por el capitán Maurice J. Hewlett (abril de 1945), conservada en IWM Private Papers of Squadron Leader E. F. Chapman, Documents 6336, Ref. 96/41/1. 290 2. EL SEXO HERIDO coronel Lipscomb el 13 de Junio de 1945, su autor realiza una síntesis bastante ajustada de la rehumanización y de sus implicaciones desde un punto de vista de género: “La recuperación del comportamiento normal corría en paralelo a la mejoría de la salud corporal y se producía con frecuencia sorprendentemente rápido, dejan- do únicamente un sentimiento similar al de haber tenido una pesadilla. Después de unos pocos días en el hospital todos excepto aquellos que se encontraban más gravemente enfermos comenzaban a recobrar la autoestima: las chicas se arreglaban el cabello y los hombres preguntaban por maquinillas de afeitar”123. Recuperar el “comportamiento normal” dependía por tanto de volver a incorporar aquellos há- bitos de aseo que permitían a los internos recobrar una apariencia sexual normal. Todo ello además se entendía como un síntoma de salud física y psicológica. En general, la ropa se percibió desde el primer momento como un elemento de rehumanización. En el informe elaborado por la Cruz Roja británica y publicado con el nombre de Over to you, se señala que “la importancia psicológica de la ropa es enorme. Era maravilloso ver lo diferentes que parecían cada uno de los pacientes en el momento de vestirse. Como alguien lo describió, era «como si los vieras volver a la vida delante de tus ojos»”124. También el capitán Stone apunta que “el mejoramiento de la moral con la llegada de la ropa fue muy notable”125. En una carta escrita por Miss Elizabeth Clarkson y dirigida a un tal doctor Burns, ésta comenta: “Muchos de ellos se muestran exigentes con su ropa, lo que resulta interesante desde distintos puntos de vista, pero en general nosotros lo tomamos como un signo positivo de recuperación moral”126. Pero lo que queda también patente en estos testimonios es que esta mejora psicológica que se adquiere mediante el cuidado del aspecto personal, gracias a la adquisición de nuevas prendas y a la incorporación progresiva de los viejos hábitos de aseo, está intercedida por cuestiones de género. Es decir, de lo que se trata en primer lugar es de que los internos recuperen su apariencia sexual. Se trata pues de abolir esa indiferenciación sexual, esa androginia, y de procurar que las víctimas vuelvan progresivamente a recuperar ciertos rasgos de identidad y, en primer lugar, de su identidad sexual. En otras palabras, como ya apuntaba unas líneas más arriba, la rehumanización pasaba indefectiblemente por la re-generación: “Entre las mujeres, resultaba asombroso el efecto tan distinto que causaba en su moral un nuevo peinado y unos vestidos bonitos”127. “La mayoría de las mujeres del Campo I parecían estar recuperando de nuevo su autoestima ahora que se vestían con ropas decentes (todos los hombres, mujeres y niños de la provincia de Luneburgo en la que está situada Belsen 123En la segunda parte del informe titulado Administrative Report – Belsen Concentration Camp, escrita por el teniente coronel F. M. Lipscomb (junio de 1945), en IWM Private Papers of Miss Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, pp. 12-13. 124“Over to you” [agosto de 1945], en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 23. 125“Some Impressions of Belsen Camp”, en IWM Private Papers of Captain J. E. Stone, Documents 14911, Ref. 06/52/1, p. 2. 126Carta al señor Burns de Elizabeth T. Clarkson (1 de junio de 1945), IWM Private Papers of Miss E T Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 2. 127IWM Papeles Privados de Miss Elizabeth T. Clarkson, Carta “My dear Joyce and George” (11 de Junio de 1945), Documento 17339, Ref. 11/20/1-2: p. 3. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 291 han tenido que donar un juego de prendas para los internos), están tratando de mantenerse limpias y de tener buen aspecto”128. “Ayer estaba esperando fuera de un despacho del hospital cuando llegó una ambulancia. En ella había una docena de mujeres que parecían todas muy emocionadas y estrechando en sus brazos el valioso fardo de ropas que acaba- ban de proporcionarles. Una o dos de ellas se habían calzado ya sus nuevos zapatos y daban unos pasos con mucho cuidado, y era obvio que estaban encon- trando bastantes dificultades para mantener el equilibrio. Pero su entusiasmo y felicidad eran realmente tonificantes. Ninguna mujer recién llegada de las rebajas con una ganga bien ganada podría haberse mostrado tan triunfante. Ninguna niña vistiendo los zapatos de tacón de su madre podría haber parecido tan orgullosa”129. Aunque sin duda el pasaje más famoso de todos los que presentan esta asociación entre rehumanización y re-generación es el que sigue: “Fue poco después de la llegada de los equipos de la Cruz Roja británica, aun- que puede que esto no tenga ninguna relación, que llegó también una gran cantidad de pintalabios. No era en absoluto lo que nosotros, los hombres, que- ríamos; estábamos pidiendo a gritos centenares y miles de otras cosas y no sé quien pidió barras de labios. Desearía fuertemente haber descubierto quién hi- zo esto, porque fue la obra de un genio, de una absoluta y completa genialidad. Creo que nada hizo más por aquellas internas que los pintalabios. Las muje- res estaban tumbadas en la cama sin sábanas ni camisas pero con los labios escarlatas; podías verlas deambulando por ahí con nada más que una manta sobre sus hombros, pero con los labios escarlatas. Llegué a ver incluso a una mujer muerta sobre la mesa mortuoria agarrando firmemente entre sus manos un trozo de pintalabios. ¿Ves lo que quiero decir? Por lo menos, alguien había hecho algo para conver- tirlos en individuos otra vez; volvían a ser alguien, y no solamente un número tatuado en el brazo. Finalmente pudieron empezar a interesarse por su apa- riencia. Aquel pintalabios comenzó a devolverles su humanidad. Quizás esta sea la cosa más patética que ocurrió en Belsen, quizás sea la cosa más patética que ha ocurrido nunca, no lo sé. Pero esta es la razón por la que la visión de un trozo de pintalabios hoy día me hace sentir un poquito incómodo”130. Este pasaje, que ha trascendido ampliamente los discursos académicos131, es uno de los más citados en la historiografía del holocausto para explicar las implicaciones de género que tuvo la experiencia concentracionaria. Anna Reading, por ejemplo, extrae de esta entrada una conclusión que va muy en sintonía con el propósito de la presente investigación: “Sin embargo, lo que hemos advertido en las articulaciones de género de las distintas fases del Holocausto es que se utilizaban para despojar a la gente de su humanidad, una humanidad que en parte incluía el armazón cultural de la feminidad y la masculinidad. Así, una de las enfermeras que trabajaba en la ayuda humanitaria en Belsen anotaba en su diario cuán diferentes habían comenzado a comportarse las mujeres de Belsen después de que se les propor- cionaran ropas y maquillaje. Como concluye el propio Gonin: «Por lo menos, alguien había hecho algo para convertirlos en individuos otra vez; volvían a 128Entrada del 23 de mayo del diario de doctor Hargrave, en IWM Private Papers of Dr. Michael John Hargrave, Documents 7272, Ref. 76/74/1, p. 76. 129Letter No 57 (12 de junio de 1945), en IWM Private Papers of C. J. Charters, Documents 3103, Ref. Con Shelf, p. 3. 130“The R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp”, IWM Private Papers of Lieutenant-Colonel M. W. Gonin, Documents 3713, Ref. 85/38/1, p. 11. 131Ya expliqué que este pasaje había sido incluido por el artista Banksy en su manifiesto (Véase BANKSY, Banksy: Wall and Piece, Londres: Century, 2005, p. 202). 292 2. EL SEXO HERIDO ser alguien, y no solamente un número tatuado en el brazo. Finalmente pu- dieron empezar a interesarse por su apariencia. Aquel pintalabios comenzó a devolverles su humanidad»”132. La prensa recogió también, con la mayor de las elocuencias, la llegada a Belsen de una remasa de pintalabios. En una breve nota publicada en el Daily Herald el 21 de mayo de 1945, podía leerse el efecto “milagroso” de estos pintalabios sobre las supervivientes, de quienes se afirmaba que hacía nada más un mes eran “sub- humanas”. De algunas de ellas se llegaba a decir en esta nota periodística que habían sido deliberadamente degradadas por los nazis y convertidas en “rameras desnudas y caníbales”. Este apunte en una nota tan breve es desconcertante. La asociación de ideas que arroja denigra completamente a las supervivientes, resaltando algunos de los aspectos más atroces de la experiencia concentracionaria (la prostitución, el canibalismo) y poniéndolos todos juntos en una frase al servicio de la descalificación de las víctimas. Por lo demás, las ropas y el maquillaje se consideran en este artículo como elementos de rehumanización porque consiguen devolver a esas mujeres tan degradadas parte de su decencia133. En cualquier caso, este episodio sintetiza bien el significado que tiene la rehuma- nización para los espectadores. Como señala el texto de Gonin, la rehumanización comporta convertir a las víctimas nuevamente en individuos, permitir que dejen de formar parte de esa masa tatuada anónima y amorfa que poblaba el campo de concentración. En otras palabras, la rehumanización requiere ante todo revertir esa desintegración de la identidad del individuo que constituía uno de los efectos más perversos de la violencia totalitaria. La rehabilitación de los supervivientes y su identificación como miembros de pleno derecho de la especie humana se encuen- tra aquí íntimamente ligada a la recuperación de aquellos estándares socioculturales convencionalmente asociados a una apariencia física decente y saludable. Por tanto, la recuperación de la humanidad tiene una dimensión material que pasa inexorable- mente por la restauración de una serie de atributos puramente superficiales que se identifican positivamente con lo humano. Pero esta descripción, además, contribuye a insertar esta rehumanización en un contexto de re-generación o resexualización. En otras palabras, esta rehumanización se produce ineludiblemente a través una resexualización, es decir, a través de la reparación de la identidad sexual de las víc- timas o, más bien, del restablecimiento del dispositivo de sexualidad134 (en este caso por obra de un pintalabios) que regulaba las relaciones sociales fuera de los campos de concentración (en la sociedad considerada “normal”). El restablecimiento de este dispositivo constituye por consiguiente uno de los cimientos básicos sobre los que se cifra la recuperación de la identidad humana. Todo el proceso de rehumanización, al igual que el de deshumanización, se encuentra por tanto sexualmente codificado. 132Anna READING, The Social Inheritance of the Holocaust. Gender, Culture and Memory (Londres: Palgrave Macmillan, 2002, pp. 46-47). 133”Lipstick goes to Belsen”, en The Daily Herald, lunes 21 de mayo de 1945. 134El dispositivo de sexualidad es el constructo sociocultural e histórico que nos determina e instituye como seres sexuados. Como decía Foucault, es el conjunto heterogéneo de discursos, instituciones, prácticas sociales, reglamentos, leyes, enunciados científicos, proposiciones filosófi- cas, concepciones morales, etcétera, que se configura como un entramado complejo de diferentes aspectos conectados entre sí y que se despliegan constituyendo todo un mecanismo de control y sujeción de los individuos. Véase Michel FOUCAULT, «El juego de Michel Foucault» entrevista por Alain GROSRICHARD, Ornicar (1977), traducción castellana por Javier Rubio: Diwan, 2-3, 1978, pp.171-202. Accesible online: http://www.con-versiones.com.ar/nota0564.htm. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 293 Por otro lado, los espectadores se arrogaron insistentemente el mérito de haber propiciado esta recuperación de la autoestima de los prisioneros. En la ponencia del teniente coronel Gonin en la que se incluía el pasaje sobre los pintalabios, éste atribuye al ejército británico una suerte de papel divino al señalar como uno de los objetivos específicos del RAMC en Bergen-Belsen “ayudar a los supervivientes a recuperar su humanidad”135, como si estuviese realmente en su mano cumplir esta misión. “No hay duda de que en esta etapa se necesitaran cientos de trabajadores sociales para despertar el interés, escribir cartas y en general para devolver a las mujeres el contacto con el mundo. Para reeducarlas, en definitiva, en el sentido de la dignidad propia”, podía leerse en Supplement to British Zone Review136. Ciertamente, el envío de trabajadores sociales se convirtió en una de las inter- venciones principales de los aliados para paliar la situación de los supervivientes, que tras la contienda se convirtieron en “desplazados”. Sin embargo, la labor de estos trabajadores sociales falló a causa de la aguda tendencia que mostraron a extender sus propios criterios y convicciones al proceso rehumanizador, que que- dó impregnado por aquellas normas sociales, culturales y sexuales que resultaban inteligibles para los aliados, pero no necesariamente para los supervivientes. Así por ejemplo resulta curioso que, como señala Elizabeth Clarkson en el informe del Friends Relief Service, en el almacén de ropa instalado en el campo para aprovisio- nar a los internos y que en el argot de Belsen fue denominado Harrods, se instalara una sección femenina y otra masculina, de manera que la regulación de este espacio se producía mediante la incorporación de la división sexual espacial normalizada en las sociedades occidentales. En general, los estándares de higiene, de vestimenta y de conducta que se im- pusieron primero en los campos liberados y después en los campos para personas desplazadas fueron aquellos que se encontraban en circulación en la cultura de los estados aliados. Ello dio lugar a numerosos problemas, ocasionados por la dispa- ridad de modelos que revirtió inevitablemente en que unos y otros sintieran sus expectativas truncadas. Como señala Margarete Myers Feinstein, muchos supervi- vientes no habían conocido las instalaciones sanitarias modernas antes de la guerra, puesto que éstas no habían llegado a sus comunidades y por ello poseían diferentes estándares de higiene que los observadores aliados. Del mismo modo, las mujeres procedentes de las casas judías no habían utilizado cosméticos antes de la guerra137. La imposición de los estándares aliados de rehumanización y re-generación pro- vocaron la aparición temprana de “resistencias” entre los desplazados. Atina Gross- man señala por ejemplo los problemas de los que dieron cuenta muchos trabajadores sociales a la hora de convencer a las mujeres de adoptar las prácticas de higiene que ellos entendían como más convenientes, especialmente en lo relacionado con 135“The R.A.M.C. at Belsen Concentration Camp”, IWM Private Papers of Lieutenant-Colonel M. W. Gonin, Documents 3713, Ref. 85/38/1, p. 4. 136“Belsen”, en Supplement to British Zone Review, en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Documents 9550, Ref. 99/86/1, p. 4. 137M. M. FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, pp. 20-21 y 122. No está de más recordar en este punto el estudio clásico de Georges Vigarello Lo limpio y lo sucio, en el que realiza una genealogía de la higiene y demuestra que las prácticas de higiene que en el siglo XX se tenían por normales (el baño con agua y jabón, por ejemplo) tenían en realidad una historia muy reciente (Georges VIGARELLO, Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media, Madrid: Alianza Editorial, 1991). 294 2. EL SEXO HERIDO el cuidado, la alimentación y la lactancia de los bebés y de los niños138. Era fre- cuente, por ejemplo, que tuvieran que pelear duramente contra hábitos tales como regurgitar la comida antes de ofrecérsela a los bebés o niños pequeños139. Y aunque ciertamente muchas mujeres dieron la bienvenida a los modelos aliados de belleza y feminidad, algunas supervivientes de los campos de concentración vistieron botas e indumentaria miliar y rehusaron el maquillaje, decantándose así por el modelo más contestatario y masculinizado de “la partisana”, que tendría en las soldados rusas su principal referente. La “partisana” sería descrita como una mujer “sencilla, dura y heroica” que contrastaba con el tipo moldeable y cuidadosamente acicalado que representaban las enfermeras occidentales140. Hubo varias organizaciones cuya intervención en materia de rehabilitación con los supervivientes de los campos y, en general, con los desplazados a causa de la guerra, fue muy destacable. Cabría nombrar, por ejemplo, a la American Jewish Joint Distribution Committee (JDC), al británico Jewish Committee for Relief Abroad, la llamada Sociedad del Trabajo Agrícola y Artesanal, conocida por sus siglas ORT o la Sherit Ha Pleitá. Entre todas ellas, merece la pena detenerse un poco en la labor realizada por Administración de las Naciones Unidas para el Auxilio y la Rehabilitación o UNRRA, por sus siglas en inglés, la más significativa para este trabajo pues es la que encarna principalmente el espíritu de los aliados occidentales en materia de rehabilitación y, consecuentemente, la que da mejor cuenta de este empeño por imponer sus propias referencias socioculturales a la hora de participar en la recuperación de los deportados que tanto caracterizó a su intervención. La UNRRA fue fundada por los aliados en 1943 en previsión de las enormes necesidades de ayuda humanitaria que se calculaba tendrían que afrontar tras una eventual victoria. No obstante, según el historiador Ben Shepard, resultó ser una organización tremendamente ineficaz, sobre todo durante la primera fase de la in- tervención humanitaria141. También Margarete Myers Feinstein asegura que se vio completamente desbordada, entre otras cosas debido a la inesperada respuesta de muchos desplazados, especialmente judíos polacos, que se negaron a ser repatriados a sus países de origen142. Entre octubre de 1944 y febrero de 1945 la UNRRA incor- poró en sus programas de rehabilitación todo un proyecto de atención a las mujeres desplazadas, lo que es extremadamente elocuente para comprender la importancia, al menos sobre el papel, que se le dio al género en materia de rehabilitación. En el primer borrador de la “Guía de la UNRRA para la asistencia social” (“UNRRA Welfare Guide), fechado en octubre de 1944, en el apartado dedicado a los “grupos especiales” aparece una referencia muy extensa sobre los niños y una breve observa- ción sobre los ancianos y los inválidos, pero no hay ni rastro de las mujeres, que aún no han sido designadas como “grupo especial”143. Sin embargo, en una revisión de 138Atina GROSSMANN, Jews, Germans, and Allies: Close Encounters in Occupied Germany (Princeton: Princeton University Press, 2007, p. 202). 139UNRRA Box: S-1021-0143; Folder: S-1021-0143-19. Publications - Information - Special Release to Women’s Program Directors, Washington, D.C., no. 7 1945-1945. 140M.M. FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957, pp. 112-122. 141Ben SHEPHARD, «The Medical Relief Effort at Belsen», en Belsen 1945: New Historical Perspectives, ed. Suzanne BARDGETT y David CESARANI (Edgware: Vallentine Mitchell, 2006, p. 33). 142M.M. FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957, p. 15. 143“Welfare Guide. Displaced Persons and Refugees” (octubre de 1944), en UNRRA Box: S-0523- 0597; Folder: S- 1449-0000-0128. U.N.R.R.A. Welfare Guide 1944-1948, pp. 12-13. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 295 dicho borrador realizada entre febrero y marzo de 1945, se incluyó toda una sección en la que se recogían los servicios especiales de asistencia que debían destinarse a las mujeres y a las niñas 144144. Entre la elaboración de ambos documentos, dentro de la División de Servicios Sociales de la UNRRA que dirigía Mary McGeachy145, se había creado una “Subcomisión de atención a los problema de mujeres y niñas”, dirigida por Eleanor Plumer, que aparecía por primera vez mencionada en los docu- mentos de la UNRRA el 2 de febrero de 1945, y que tenía como objetivo facilitar el trabajo en las áreas de recepción para establecer los servicios que fueran necesarios para atender de manera especial a este colectivo146. El trabajo de esta Subcomisión se centró inicialmente en las mujeres francesas desplazadas, catalogadas en tres gru- pos principales: las deportadas por motivos políticos (consideradas como elementos de gran altura moral), las deportadas por motivos raciales, y las llamadas “travai- lleuses”, que constituían el grupo más numeroso de los tres y que estaba formado principalmente por trabajadoras “voluntarias” que habían ido a trabajar a Alema- nia y que se encontraban terriblemente estigmatizadas (la UNRRA, por cierto, no contribuyó precisamente a luchar contra este estigma, pues calificó sistemáticamen- te a estas mujeres como de “baja moral”, poca educación, brutalizadas y altamente promiscuas). En estos documentos se insiste, de forma similar que en los testimonios de Belsen, en la necesidad de facilitar la recuperación de la dignidad propia, que quedaría garantizada a través de la protección de la intimidad, la atención sanitaria y la disposición de los medios adecuados para la higiene personal147. Progresivamente el trabajo de esta comisión se dejaría sentir en otras accio- nes de la UNRRA y, particularmente, en el desarrollo de un “Programa para las mujeres” en el que, entre otras cosas, se integrarían medidas para desarrollar la educación doméstica y disposiciones dirigidas a aliviar las carencias alimentarias de la población, que incluían lecciones específicas de cocina para las mujeres, en las que se les trataba de instruir en el uso de ciertos productos enviados por la ayuda exterior que hasta entonces les habían resultado desconocidos (como por ejemplo la fruta deshidratada)148. Aunque de entre todos los programas puestos en marcha en el seno de esta organización, uno de los más fuertes fue sin duda aquel conocido como “Nursing Education”, desarrollado por los equipos de enfermería y que consis- tía en la creación de escuelas en las que se enseñaban fundamentos de enfermería a mujeres que aún estaban en los campos de refugiados. Uno de los propósitos esen- ciales de este programa era mejorar la moral y la calidad de vida de las mujeres que asistieran a dichos cursos. En este caso, la rehumanización no sólo se inscribía plenamente dentro de una perspectiva de género (la profesión de enfermera resulta perfectamente acorde con el ideal de feminidad que predominaba en Occidente), 144“Welfare Guide. Services to United Nations Nationals Displaced in Germany” (febrero-marzo de 1945), en UNRRA Box: S-0523-0597; Folder: S-1449-0000-0128. U.N.R.R.A. Welfare Guide 1944-1948, p. 13. 145Mary KINNEAR, Woman of the World: Mary McGeachy and International Cooperation (To- ronto: University of Toronto Press, 2004). 146Carta firmada por Miss McGeachy y dirigida a sir George Reid (2 de febrero de 1945), en UNRRA Box: S-0523- 0589; Folder: S-1449-0000-0044. Miss Branscombe’s and Miss Bradford’s Visit to Paris to Discuss Women’s and Girl’s Problems 1944-1948. 147UNRRA Box: S-0523-0589; Folder: S-1449-0000-0044. Miss Branscombe’s and Miss Bradford’s Visit to Paris to Discuss Women’s and Girl’s Problems 1944-1948. 148UNRRA Box: S-1021-0143; Folder: S-1021-0143-19. Publications - Information - Special Release to Women’s Program Directors, Washington, D.C., no. 7 1945-1945. 296 2. EL SEXO HERIDO sino que además venía caracterizada por la asunción por parte de las personas des- plazadas de atribuciones que eran específicas de los aliados y de los trabajadores encargados de facilitar la recuperación a estos individuos149. La rehumanización a través de la impartición de cursos educativos especial- mente diseñados para restituir las conductas de género, ha sido también recogida por Feinstein, cuando destaca la oferta en los campos para desplazados de cursos de artesanías dirigidos a mujeres que tenían por objetivo “el aprovechamiento de sus ratos de ocio y el poder expresarse a sí mismas a través de estas ocupaciones mediante la elaboración de artículos útiles y bonitos para sus casas”. Las labores domésticas formaban así parte esencial de la rehabilitación femenina, y constituían un elemento clave de esta re-generación. “El embellecimiento del ambiente físico estaba dirigido a contribuir a la re-socialización de los supervivientes, instruyendo a las mujeres en los roles domésticos adecuados”150. Por supuesto, la re-identificación sexual de los supervivientes dentro del dis- positivo de sexualidad moderno como mecanismo de rehumanización, que era en definitiva lo que pretendían tanto los libertadores como los trabajadores sociales, afectaba a todas las víctimas del nazismo, no sólo a las mujeres. Sin embargo, una de las pocas referencias directas que encontramos en los testimonios de Belsen a las estrategias de masculinización y resexualización del cuerpo masculino la consti- tuye el pasaje ya mencionado que aparecía en el informe redactado por el teniente Lipscomb, según el cual después de unos cuantos días en el hospital “las chicas se arreglaban el cabello y los hombres preguntaban por maquinillas de afeitar”. En mi opinión, este silencio se debe fundamentalmente a las diferencias a la hora de articular narrativamente las experiencias masculinas y femeninas y, sobre todo, a la tendencia a asignar un signo neutro a la experiencia masculina, en contraste con la experiencia femenina, que sirve sistemáticamente para ilustrar la incidencia del género y la sexualidad en los procesos descritos. Al analizar bajo esta premisa los testimonios de Belsen se deduce que, a dife- rencia de lo que podría parecer tras una lectura ligera de estos textos, no es que las estrategias de re- generación tengan únicamente un signo femenino o que sólo fueran efectivas para rehumanizar a las mujeres, como parece sugerir Miss Elizabeth T. Clarkson en su carta del 2 de junio de 1945 (y más tarde en el relato de Belsen que realiza en 1947) cuando señala “las mujeres parecen recuperar sus fuerzas mu- cho más rápido con la ayuda de un corte de pelo y algunas ropas respetables, pero los hombres resultaban bastante patéticos”151. Lo que ocurre, más bien, es que la relación entre masculinización y (re)humanización se invisibiliza en función de la tendencia de la cultura moderna a describir lo humano de acuerdo a una norma que es esencialmente de signo masculino (y blanco, y heterosexual). Así, por ejemplo, nos encontramos también con comentarios como el que aparece en la carta que la trabajadora de la Cruz Roja Británica Effie Lucille Barker envió desde Belsen el 21 de Mayo de 1945: “La malnutrición extrema reduce a ambos sexos al mismo nivel, pero ahora las mujeres están recuperando su sentido de la feminidad”152. De 149UNRRA Box: S-0523-0563; Folder: S-1448-0000-0046. Nursing Reports from Germany 1944- 1948. 150M.M. FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957, p. 21. 151Carta a Stella escrita por E.T. Clarkson (2 de junio de 1945), en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, pp. 2-3. 152Carta de Effie Lucille Barker (21 de mayo de 1945), en IWM Private Papers of Miss E. L. Barker, Documents 10541, Ref. 01/16/1. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 297 alguna forma, como se ve, aunque según este testimonio “los dos sexos han queda- do reducidos al mismo nivel”, sólo la feminización de las mujeres se destaca como significativa a la hora de intervenir en la recuperación de los prisioneros. En gran medida, por tanto, en la perspectiva de los espectadores, la de-generación sólo afectaba a las mujeres. Los libertadores se mostraron parcialmente incapacita- dos para ver también a los hombres como seres sexuados puesto que la mentalidad moderna ha tenido la tendencia de designar el sexo como lo otro, como lo extraño, como aquello que aparece fuera del sujeto universal y neutro, asexuado, que es el sujeto masculino: el sexo suele ser por tanto lo femenino. Me referí a ello más atrás. No obstante, esta tendencia se ha visto además reforzada en los análisis académicos sobre el holocausto. Es destacable por ejemplo la afirmación que hace Lillian Kremer en el sentido de que los hombres judíos “no perciben la desnutrición como un asalto a su masculinidad ya que la mayoría fueron educados para rehuir la demostración de destreza física y para valorar el rezo, la erudición y los logros profesionales”. En cambio las mujeres “que habían sido socializadas en el valor del atractivo físico y en la atención a la buena salud para la procreación, quedaron consternadas por las implicaciones de su menoscabada apariencia femenina”153. Por fortuna, cada vez son más los autores que tienen en consideración las consecuencias de la violencia nazi sobre las masculinidades. En el libro ya citado de Margarete Myers Feinstein se menciona que aspectos tales como que el pelo volviera a crecer o el disponer de ropas nuevas, tuvieron efectos claros tanto sobre la feminidad como sobre la mas- culinidad de las víctimas. En particular, la autora señala la tendencia de muchos hombres liberados a vestir con botas y ropas militares, tendencia que ella entiende como la forma adoptada por los supervivientes para distanciarse de los alemanes e identificarse con los aliados154. También los estudios de Jonathan C. Friedman y Sarah Horowitz corroboran que los hombres sufrieron igualmente experiencias de humillación concreta debido a su sexo, por motivos tales como la circuncisión o el afeitado de la barba y los mechones de las orejas155. * * * Resumiendo, cuando los aliados entraron en el campo de concentración de Bel- sen encontraron un universo en ruinas, los restos de los restos del sistema concen- tracionario nazi, habitado por seres fantasmales que aparecían ante sus ojos como una sombra de lo que habían sido en otro tiempo. En aquellos fantasmas quedaba poco de los seres humanos de antaño: su cuerpo era un amasijo de huesos y heri- das que se presentaba completamente abierto y su comportamiento resultaba tan extraño y fuera de toda moral, que se entendía como desviado. Pero este cuerpo vuelto del revés y esta conducta perturbada se aprehendían en tanto que sexuales: el género o, mejor dicho, la destrucción del mismo, era la instancia que filtraba de una manera más inmediata la deshumanización de las víctimas. Los fantasmas 153S. Lillian KREMER, «Gender and the Holocaust: Women’s Holocaust Writing», en Remembe- ring for the Future 2000: The Holocaust in an Age of Genocide, ed. John K. ROTH y Elisabeth MAXWELL, vol. 3 (Basingstoke y Nueva York: Palgrave, 2001, p. 574). 154M. M. FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, p. 111 155Jonathan C. FRIEDMAN, Speaking the Unspeakable: Essays on Sexuality, Gender, and Holo- caust Survivor Memory (Lanham: University Press of America, 2002, p. 42) y Sara HOROWITZ, “Women in Holocaust Literature: Engendering Trauma Memory,” en Women in the Holocaust, ed. Dalia OFER and Lenore J WEITZMAN (New Haven y Londres: Yale University Press, 1998, pp. 364–78). 298 2. EL SEXO HERIDO eran fantasmas porque no eran nada más que una sombra de lo que habían sido. En ellos quedaba ya poco inteligible del ser humano anterior a la guerra: ni siquiera su sexo. Las mujeres no podían identificarse como mujeres porque habían dejado de parecerlo y habían dejado de comportarse como tales. Y en la medida en la que ya no podían ser designadas como mujeres, tampoco podían ser ya nombradas como seres humanos. La paradoja que pone sobre la mesa la aprehensión del cuerpo foto- grafiado de Margit Schwartz lo expresa con la mayor de las nitideces: sabemos que ese era un cuerpo humano, por más que se encuentre completamente devastado, pero no podemos estar seguros de que se trate del cuerpo de una mujer. Pues bien, es esa pérdida concreta de feminidad, esa desexualización, esa de-generación, lo que deshumaniza en última instancia a Margit Schwartz. La de-generación se sitúa en el centro de la degeneración de la especie perpetrada por el nazismo. Por tanto, la destrucción del dispositivo de sexualidad moderno en los campos de concentración es lo que deja el camino expedito para la deshumanización de las víctimas. Por otro lado, el proceso de rehumanización, que aparece también filtrado a través de un prisma de género, constituye en estos testimonios una expresión cla- ra de la mentalidad de los espectadores, que tendría su continuidad en la de los trabajadores sociales que desarrollaron su labor con los supervivientes convertidos en desplazados después de la guerra. Esta rehumanización adopta la forma de una re-generación cuyo objetivo sería precisamente revertir el proceso de de-generación, recuperar ese dispositivo de sexualidad y conseguir que los supervivientes puedan ser nuevamente reconocidos como seres sexuados. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 299 Imágenes 60, 61 y 62 (IWM BU 6369-6371). Fotografía tomada por el sargento Hewitt entre el 16 y el 17 de mayo de 1945. La leyenda de las dos primeras fotos dice “Este desgraciado y ulceroso cuerpo y esta mente trastornada es todo lo que queda de Margit Schwartz de 31 años, nacida en Budapest de padres judíos. Que ella siga viva es tan increíble como desafortunado. Está casi completamente acabada y una de las pocas cosas que hace reaccionar a su mente es la fotografía de sí misma, que es obviamente su más querida posesión. Cuando pusimos una cámara delante de ella hizo la cosa más increíble. Aunque no había sido capaz de moverse y tenía que ser alimentada e incluso volteada en la cama por la enfermera, Margit Schwartz no sólo salió trepando de la cama sin ayuda, sino que además consiguió permanecer de pie en una posición similar a aquella con la que aparecía anteriormente en la fotografía antigua, mientras que el compungido fotógrafo realizaba dos tomas”. El mensaje de la última de estas tres fotos reza “La fotografía que Margit Schwartz ha conservado, en la que aparece ella vistiendo un traje de baño, con su marido y su hija, tomada pocos días antes de ser arrestada en Budapest por agentes de la Gestapo”. 300 2. EL SEXO HERIDO Imagen 63 (IWM BU 4026). Fo- tografía tomada el 18 de abril por el sargento Oakes. En la leyenda puede leerse “Mujeres miran el cuerpo de una niña que ha muerto de inanición”. Imagen 64 (IWM BU 4027). Fo- tografía tomada el 18 de abril por el sargento Oakes. La leyen- da probablemente no corres- ponde con esta foto, sino con la siguiente en el catálogo. En ella se lee “Una madre y dos niños entre los muertos”. 2.1. LA DE-GENERACIÓN DE LA ESPECIE 301 Imagen 65 (BU 3813). Fo- tografía realizada entre el 17 y el 18 de abril de 1945 por el sargento Mid- gley. La leyenda reza “Pri- sioneras quemando las ro- pas de los muertos”. 302 2. EL SEXO HERIDO 2.2. Encuentros sexuales en el interior de la zona gris: amor, supervivencia y violencia. “Cientos de mujeres fueron violadas durante la guerra, pero nadie ha oído de ellas... Las Annas Frank que sobrevivieron a la violación, no han contado sus historias”. Judith Magyar Isaacson156 Analizar los encuentros sexuales que tuvieron lugar a lo largo de toda la experien- cia de cautiverio en los campos de concentración y durante la posterior liberación, así como sus secuelas, constituye sin duda uno de los ejes más problemáticos pa- ra cualquier estudio preocupado por el género y la sexualidad en el holocausto. No en vano, se trata de una de las situaciones más silenciadas de toda la expe- riencia concentracionaria157. Existen varios motivos por los cuales estas vivencias fueron particularmente ocultadas y arrinconadas, no sólo en los testimonios de los supervivientes, sino también en los estudios académicos. El primero de ellos viene determinado por el hecho de que, a pesar de que los nazis documentaron meticulosa- mente casi todas sus acciones, no existe apenas documentación sobre la violación y los abusos experimentados por mujeres judías y clasificadas como pertenecientes a las razas inferiores. Esta falta de documentación sin duda estuvo determinada por la importancia de la prohibición que pesaba contra la llamada “profanación de la raza” (Rassenschande), esto es, por la proscripción punible de que los hombres arios mantuvieran relaciones con mujeres no- arias. Como bien ha señalado Wendy Jo Gertjejanssen, la existencia de esta política de Rassenschande ha provocado que incluso hoy en día muchos académicos se resistan a creer que los alemanes perpe- traron de forma masiva y sistemática violaciones y abusos de todo tipo contra las llamadas “razas inferiores” y, particularmente, contra las mujeres judías158. Además, a ello se unen otras circunstancias, como el hecho de que muchas de las personas que sufrieron violaciones fueran inmediatamente asesinadas, las estigmatización de las víctimas, a las que muchas veces se culpaba de estas situaciones, y por supuesto, la documentadísima tendencia de las damnificados a enmascarar una experiencia que se consideraba particularmente vergonzosa159. 156Judith MAGYAR ISAACSON, Seed of Sarah: Memoirs of a Survivor (Chicago: University of Illinois Press, 1990, pp. 143–144). 157Helene SINNREICH, «“And It Was Something We Didn”t Talk about’: Rape of Jewish Women during the o Holocaust», Holocaust Studies v. 14, n 2 (Diciembre de 2008): pp. 1-22; Elizabeth D. HEINEMAN, «Sexuality and o Nazism: The Doubly Unspeakable?», Journal of the History of Sexuality 11, n 1/2 (Enero de 2002): pp. 22-66. 158Wendy Jo GERTJEJANSSEN, “Victims, Heroes, Survivors: Sexual Violence on the Eastern Front during World War II” Tesis doctoral. (University of Minnesota, 2004, p. 12). 159Ellen BEN-SEFER, “Forced Sterilization and Abortion as Sexual Abuse,” en Sexual Violen- ce Against Jewish Women During the Holocaust, ed. Sonja M. HEDGEPETH and Rochelle G. SAIDEL (Hanover y Londres: University Press of New England, 2010, p. 2) y Esther DROR and Ruth LINN, “The Shame Is Always There,” en Sexual Violence Against Jewish Women During the Holocaust, ed. Sonja M. HEDGEPETH and Rochelle G. SAIDEL (Hanover y Londres: University Press of New England, 2010, pp. 275–91). Al parecer una estrategia común para dar cuenta de estas agresiones es testimoniarlas en tercera persona, esto es, hablando como si fuera algo que le hubiera pasado a otras (Eva FOGELMAN, “Sexual Abuse of Jewish Women during and after the Holocaust: A Psychological Perspective,” en Sexual Violence Against Jewish Women During the Holocaust, ed. Sonja M. HEDGEPETH and Rochelle G. SAIDEL, Hanover y Londres: University Press of New England, 2010, p. 258). 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 303 Este silencio, además, no afectó principalmente a las experiencias normalmente tenidas como mas vejatorias, como la prostitución o las violaciones, que se encuen- tran silenciadas en numerosos contextos históricos y, especialmente, en situaciones bélicas160, sino que se extendió a casi cualquier contacto sexual que tuviera lugar en el campo. Tanto es así, que entre los libertadores se da la sorprendente paradoja de que las relaciones sexuales “consentidas” en las que intervienen los deportados, se perciben en ciertos casos como más abyectas que las que se producen en un marco de coacción. En cierta forma, se diría que a los espectadores les cuesta aceptar la idea de que aquellos cuerpos fuertemente deshumanizados y sexualmente irrecono- cibles que pueblan los campos de concentración muestren todavía algún indicio de deseo sexual. Por otro lado, la violencia sexual fue una herramienta fundamental de la deshu- manización, tal y como ha explicado Alana Fangrad en Wartime Rape and Sexual Violence. Según esta autora “la humillación a la que eran sometidas las mujeres judías a través de los actos de violencia sexual, permitía a los perpetradores poder catalogarlas más fácilmente como subhumanas, y de esta forma distanciarse de las implicaciones morales de sus acciones asesinas”161. En un sentido inverso, además, como indicaba Joanna Bourke en su excelente estudio sobre la historia de los vio- ladores, “es más fácil abusar del enemigo y torturarlo sexualmente en las campañas en las que se considera que el enemigo es racial y culturalmente ajeno e inferior. El discurso racista hacía que en realidad no se viera a las mujeres como humanas”162. Para Fangrad, “la violencia sexual era una herramienta indispensable de destruc- ción dentro del sádico arsenal del nazismo para la aniquilación”, resultando en “una forma particularmente efectiva de deshumanización”163. En los testimonios de los libertadores del campo de concentración de Bergen- Belsen analizados en este trabajo, la atención a este tipo de sucesos es residual, pero no por ello menos significativa. A continuación trataré de analizar la perspectiva de los espectadores a la hora de dar cuenta de las relaciones sexuales de los internos y, también, el papel igualmente silenciado que ellos mismos jugaron en este tipo de encuentros. Con el objetivo de tratar de vadear estos silencios, tendré que recurrir con frecuencia a la contrastación con otras fuentes primarias y secundarias, que espero me permitan ofrecer una perspectiva más completa sobre este complicado asunto y la visión de los espectadores en un sentido amplio. He dividido esta sección en cuatro apartados. En el primero me ocuparé de las violaciones y los abusos sexuales, en el segundo de la prostitución y las relaciones se- xuales mediadas por el intercambio y la supervivencia, en el tercero de los romances 160Joanna Bourke describe como los crímenes y las vejaciones sexuales que tienen lugar en un contexto bélico se silencian sistemáticamente en las narraciones memoriales. En la guerra, además, sucede con frecuencia que la experiencia de las mujeres en tanto que víctimas queda desatendida en la medida en la que los analistas privilegian las interpretaciones que señalan estas agresiones como “ataques contra el enemigo masculino”, o agresiones y humillaciones “del enemigo mediante un ataque a sus mujeres”. Las víctimas masculinas de violación, por lo demás, han silenciado su experiencia en casi cualquier contexto por el estigma que pesa sobre su masculinidad (Joanna BOURKE, Los violadores: historia del estupro de 1860 a nuestros días, trad. Enrique Herrando Pérez, Barcelona: Crítica, 2009, pp. 463-469 y pp. 293-294). 161Alana FANGRAD, Wartime Rape and Sexual Violence: An Examination of the Perpetra- tors, Motivations, and Functions of Sexual Violence Against Jewish Women during the Holocaust (Bloomington: Author House, 2013, p. 69). 162J. BOURKE, Los violadores, p. 462. 163A. FANGRAD, Wartime Rape and Sexual Violence, p. 76 y p. 81. 304 2. EL SEXO HERIDO y en el último trataré de abordar la reconstrucción posbélica, dentro del contexto ya analizado de rehumanización, de este tipo de encuentros. Esta clasificación, no obstante, no deja de presentar problemas a la hora de aplicarla a la experiencia concentracionaria por un motivo muy concreto. Casi todas (o todas) las relaciones sexuales que tuvieron lugar dentro de estas cuatro categorías estuvieron presididas por el sentido de la supervivencia y el temor a la violencia, la tortura o la muerte. Como consecuencia de ello, los límites del consentimiento se tornan terriblemente difusos. Muchas autoras, de hecho, consideran la mayoría de estas relaciones como violaciones o abusos sexuales164. Además, definen también otras circunstancias tales como la esterilización forzosa como violencia sexual165. Aunque yo me he referido a este asunto de pasada en el capítulo anterior, su inserción dentro de los “abu- sos sexuales” me parece también perfectamente legítima. Por otro lado, Brigitte Halbmayer, por ejemplo, utiliza la expresión de “violencia sexualizada”, en lugar de “violencia sexual”, para referirse globalmente a toda la violencia sexualmente carac- terizada que tiene lugar en el interior del sistema concentracionario (y en la que se incluirían no únicamente las violaciones, sino casi todos casos de de-generación anteriormente analizados)166. En cualquier caso, no se trata de categorías cerradas, sino que se encuentran interrelacionadas: en el contexto concentracionario, es difícil decir dónde comienza una y dónde empieza la otra. 2.2.1. Relaciones sexuales forzadas. En los últimos años, la historiografía del holocausto ha prestado una atención espe- cial a las violaciones y los abusos sexuales acaecidos en el marco de la persecución nazi. Esta tendencia ha permitido contradecir una idea que se encontraba profunda- mente arraigada, como ya he señalado: la de que debido a la fuerte prohibición que pesaba sobre los hombres alemanes de no mantener relaciones sexuales con mujeres de las consideradas razas inferiores, las violaciones y los abusos sexuales no habían sido hechos representativos en los operativos de violencia, tortura y destrucción puestos en marcha por el nazismo contra judíos, polacos, gitanos y demás pueblos tenidos por subalternos. Lo que han demostrado estas investigaciones, sin embargo, es que pese a la llamada Rassenschande, las violaciones y los abusos no sólo se pro- dujeron, sino que en algunos lugares (fundamentalmente en el frente oriental, dentro la labor de aniquilación llevada a cabo por los Einsatzgruppen) tuvieron un papel fundamental como herramienta de deshumanización, destinada a inhibir cualquier tipo de prevención moral en los perpetradores, mediante el fortalecimiento de los mecanismos sobre los que se cimentaba el odio genocida. 164Como dice Kirsty Chatwood “el sexo por supervivencia debe entenderse siempre como una for- ma de violencia sexual en el que interviene en algún grado la voluntad personal” (Kirsty CHAT- WOOD, “Schillinger and the Dancer: Representing Agency and Sexual Violence in Holocaust Testimonies,” en Sexual Violence Against Jewish Women During the Holocaust, ed. Sonja M. HEDGEPETH and Rochelle G. SAIDEL, Hanover y Londres: University Press of New England, 2010, pp. 61–74). 165Ellen BEN-SEFER, “Forced Sterilization and Abortion as Sexual Abuse.” Brigitte HALB- MAYR, “Sexualized Violence against Women during Nazi ‘Racial’ Persecution,” en Sexual Vio- lence Against Jewish Women During the Holocaust, ed. Sonja M. HEDGEPETH and Rochelle G. SAIDEL (Hanover y Londres: University Press of New England, 2010, pp. 156-173) 166Aunque, curiosamente, Halbmayr no identifica esta violencia sexualizada como una parte esen- cial del proceso de genocidio (Brigitte HALBMAYR, “Sexualized Violence against Women during Nazi ‘Racial’ Persecution,” en Sexual Violence Against Jewish Women During the Holocaust, ed. Sonja M. HEDGEPETH and Rochelle G. SAIDEL, Hanover y Londres: University Press of New England, 2010, pp. 29–44). 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 305 Según estos estudios, se produjeron abusos y violaciones sexuales en todo el re- corrido de la persecución: durante las matanzas de los Einsatzgruppen, en los guetos, en los campos de trabajo, en los campos de concentración, durante las liberaciones y, también, en los escondites en los que se refugiaron algunos perseguidos. Estos abusos, además, adoptaron todas las formas imaginables, siendo la más frecuente la de la agresión verbal. No obstante, las historias de sadismo sexual han acompañado a la historia del holocausto desde sus comienzos167. En cuanto a los perpetradores, hubo también para todos los gustos, desde los compañeros prisioneros, pasando por los nazis, hasta los propios SS, incluidas sus mujeres168. Como suele ser costumbre en estos casos, la participación de las mujeres en este tipo de crímenes es tenida co- mo especialmente perversa, pues, al contrario de lo que ocurre con los hombres, que la utilizan como vía para reforzar su masculinidad, se entiende como una desviación considerable de la norma femenina169. En los testimonios de la liberación de Bergen-Belsen analizados aparecen sólo dos referencias directas a violaciones sexuales. La primera de ellas asoma en la carta escrita el 18 de abril de 1945 por el capitán Gant, cuando éste señala “muchas de las chicas están embarazadas por haber sido violadas por esos mismos guardias”. Algunas líneas más adelante, en la misma carta, vuelve a insistir: “Parece ser que los guardias tenían una suerte de juego que consistía en disparar a los internos cuando estaban defecando... Sus nalgas blancas constituían un buen objetivo. Muchas de las mujeres están embarazadas de esos mismos hombres”170. En esta narración, las violaciones forman parte, por supuesto, del retrato por el que se pretende dar cuenta del estado de deshumanización general en el que se encuentran inmersos los prisioneros del campo. La primera de las referencias viene precedida de un relato en el que se habla del regocijo de los internos al ver a los SS trabajar en la inhumación de los cadáveres y en el que se menciona la presencia de algunos niños muy pequeños y en muy malas condiciones entre los deportados. La referencia a estos niños y a estas violaciones sirve para recordar al lector que esos guardias de los que se burlan los internos son los responsables de aquella situación. La segunda referencia también viene precedida de una anécdota en la que se relataba el desquite de los prisioneros sobre un guardia al que habían disparado cuando trataba de escapar. Aunque en esta segunda anotación todavía se refuerza más el escabroso trasfondo sobre el que se proyectan estos actos de venganza. Nuevamente el sentido de las atrocidades se refuerza con la aparición en escena de las violaciones. 167En su reconstrucción de la historia de Treblinka para el Libro negro, Vasili Grossman fue, como ya vimos, extremadamente gráfico a la hora de describir las “orgías” en las que, según este autor, eran introducidas a la fuerza las mujeres destinadas a la cámara de gas (Vasili GROSSMAN y Ilyá EHRENBURG, eds., El libro negro, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2011, p. 1014). 168Ne’ama SHIK, “Sexual Abuse of Jewish Women in Auschwitz-Birkenau,” en Brutality and Desire: War and Sexuality in Europe’s Twentieth Century, ed. Dagmar HERZOG (Basingstoke y Nueva York: Palgrave Macmillan, 2009, pp. 221–46). 169Dice Joanna Bourke que “se sabe que han existido perpetradoras femeninas de abusos sexuales en conflictos anteriores, desde Buchenwald hasta los Balcanes. Pero fácilmente se las margina, tanto en las descripciones como en la teoría. (...) Se consideró que estas mujeres eran mucho peores que sus compañeros de atrocidades masculinos: no sólo eran inhumanas, eran monstruosas. Aun en los casos en los que las mujeres estaban perpetrando abusos no explícitamente sexuales, el mero hecho de que las perpetradoras fueran mujeres sexualizaba sus acciones. Por definición, la actuación femenina era pornográfica” (J. BOURKE, Los violadores, p. 258). 170“This is not going to be a particular cheerful letter” (18 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Captain J. Gant, Documents 9161, Ref. 98/82/1, p. 2 y p. 3. 306 2. EL SEXO HERIDO Por lo que parece, el capitán Gant deduce las violaciones del estado de ges- tación de algunas supervivientes. Es decir, presupone que, en las condiciones del campo, estos embarazos sólo pueden ser frutos de la violencia. Por otro lado, de su testimonio se desprende que no son las violaciones lo único que le interpela como símbolo de deshumanización, sino, sobre todo, el hecho de que estas mujeres tu- vieran que cargar para siempre con la descendencia de aquellos hombres. Lo que transmiten sus palabras es el horror de pensar que las mujeres supervivientes están embarazadas de los mismos guardias que perpetraron estos horrores, y no tanto de que hubieran sido violadas por ellos. La segunda de las referencias a una violación aparece en el relato ya mencio- nado del brigadier Robert B.T. Daniell, aunque en este caso, describe un fenómeno completamente distinto. Recordemos este pasaje: “Estas gentes son salvajes, todos y cada uno de ellos y están todavía estancados en la idea de que son la Raza Elegida. Tres días antes de que alcanzáramos el Elba un alemán fue a nuestro intendente y pidió protección para su hija, que según él había sido violada por un prisionero de guerra ruso. El intendente dijo que aquello no le interesaba, que era exactamente lo mismo que los alemanes habían hecho a los rusos y a los polacos durante años. A lo que el sorprendido alemán respondió, «Oh, pero eran pueblos conquistados». Son animales estos alemanes y no dejes que nadie te diga lo contrario. No debe haber ningún tipo de compasión hacia ellos. Ya andan gimoteando por ahí: intentarán quejarse todo el camino hasta que estalle otra guerra. No debe haber compasión de ninguna clase”171. Como ya expliqué, el incidente de la violación en esta historia es utilizado por el brigadier Daniell para ilustrar la maldad y la estupidez alemana. Sin embargo, de lo que da cuenta realmente es de la indiferencia aliada hacia uno de los episodios más terribles que acompañaron al fin de la contienda: la violación sistemática y reite- rada de mujeres durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Tanto Atina Grossmann como Margarete Myers Feinstein han estudiado la utilización de la violación sexual por parte de los soldados y los prisioneros de guerra soviéticos, y también por los supervivientes judíos (aunque ambas señalan que su incidencia fue significativamente menor), contra las mujeres alemanas como forma de venganza. Dice Feinstein que “los años de propaganda nazi celebrando a la mujer alemana como el ideal femenino y denigrando a los hombres del este de Europa como si fueran bestias, habían alentado esta forma de «venganza y deseo de probar el fruto prohibido». Como poco este tipo de contactos sexuales volvían del revés el orden racial nazi, demostrando su derrota”172. Aunque los crímenes de violación perpe- trados por los aliados occidentales fueron mucho más silenciados (según Bourke, las transgresiones sexuales representaban un tabú mayor que los asesinatos legitimados por el Estado en situaciones de combate) y no alcanzaron nunca los niveles soviéti- cos (como recoge Grossmann “la gran novedad para el ejército estadounidense era, sin embargo, que por primera vez en la historia de los hombres vivientes alguien 171Pasajes del diario del brigadier Robert B.T. Daniell recogidos en álbum de recuerdos (entrada del 20 de abril de 1945), en IWM Private Papers of Brigadier R.B.T. Daniell, Documents 5771, Ref. 67/429/2, p. 5. 172Margarete Myers FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957 (Cam- bridge y Nueva York: Cambridge University Press, 2010, p. 116) y Atina GROSSMANN, Jews, Germans, and Allies: Close Encounters in Occupied Germany (Princeton: Princeton University Press, 2007, pp. 61–68). 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 307 se estaba comportando peor que un soldado americano”), esta forma de agresión también predominó entre británicos y estadounidenses: “En abril de 1945, el auditor de guerra en Europa reveló que cada semana tenía que ocuparse de unos 500 casos de violación en los que había estadounidenses involucrados. En palabras de un oficial del servicio de inteligencia de Estados Unidos que había sido testigo de la ocupación de la ciudad alemana de Krefeld, la «conducta de nuestras tropas, lamento decirlo, no fue como para enorgu- llecerse de ella». (...) Este oficial del servicio de inteligencia se veía obligado a llegar a la conclusión de que «después de la batalla, los soldados de todos los países son más o menos lo mismo». Los «guerreros de la Democracia no eran más virtuosos que lo que se decía que eran las tropas del Comunismo», se lamentaba. Hubo 971 condenas por violación dentro de las fuerzas estadou- nidenses, impuestas en consejos de guerra celebrados entre enero de 1942 y junio de 1947, a la conclusión de los cuales fueron ejecutados setenta solda- dos. No se podía culpar de la crisis a una indisciplina más general dentro del ejército. Como concluía un investigador después de analizar las estadísticas estadounidenses durante la segunda guerra mundial, «los índices de las viola- ciones cometidas por el ejércitos en el escenario bélico... ascendieron hasta ser varias veces los índices de las que se producían en el ámbito civil, mientras que los índices de otros delitos violentos cometidos por miembros del ejército eran más o menos equivalentes a los índices del ámbito civil». En otras palabras, la violencia sexual era la forma de agresión preferida”173. Finalmente, Grossmann confirma un hecho, presente también en numerosos tes- timonios de supervivientes, que resulta aún más flagrante si cabe desde el punto de vista que nos ocupa: la violación sistemática por parte de las tropas libertado- res de las supervivientes de los campos de concentración: “En el caos del fin de la guerra, las mujeres judías se encontraron a sí mismas amenazadas (en ocasiones literalmente) por los mismos soldados que las liberaron y las protegieron, algunas veces con una amabilidad extraordinaria”174. Peor paradas salieron todavía muchas veces las alemanas que habían ido a parar al campo por razones políticas, pues su alemanidad podía pesar más que su compromiso ideológico. En su análisis sobre los abusos sexuales en Auschwitz-Birkenau, Na’ama Shik apunta precisamente que las principales víctimas de los libertadores soviéticos no fueron las mujeres judías (aun- que éstas también sufrieron), sino las alemanas no-judías175. Recordemos la frase que anotaba al principio de este capítulo con la que Ana Novac se refería al día de la liberación del campo: “Con aquellas libidos frustradas pero impetuosas, se aba- lanzaron sobre las vivas, las muertas o las moribundas. Sin discriminación alguna. Acordes con la mejor tradición de los vencedores”176. Y es que, efectivamente, estas agresiones confirman mejor que cualquier otra cosa que los libertadores compar- tían con los verdugos nazis un mismo lenguaje, un mismo horizonte de significación respecto a las categorías de lo humano y lo inhumano, lo normal y lo abyecto, lo posible y lo imposible. Así mismo, nos permiten entender que los supervivientes de los campos de concentración están encerrados irrevocablemente en su condición de víctimas: ellos no serán nunca los vencedores. Y, por si les cabía alguna duda, los libertadores vuelven a recordárselo haciendo uso de una de las herramientas de violencia más utilizada por los nazis para apuntalar el proceso de deshumanización: las violaciones sexuales. 173J. BOURKE, Los violadores, pp. 440–442. 174A. GROSSMANN, Jews, Germans, and Allies, p. 63. 175N. SHIK, “Sexual Abuse of Jewish Women in Auschwitz-Birkenau,” p. 222). 176Ana NOVAC, Aquellos hermosos días de mi juventud, Áncora y Delfín 1178 (Barcelona: Des- tino, 2010, p. 278). 308 2. EL SEXO HERIDO En fin, toda esta situación descrita deriva en una certeza: en relación a las violaciones y abusos sexuales en el marco de los campos de concentración, los tes- timonios de los libertadores de Bergen-Belsen optan principalmente por el silencio. Este silencio se deriva en parte del desconocimiento, en parte de los tabúes existen- tes en torno a este tipo de violencia y en parte también, a la propia complicidad de los libertadores, ya sea en calidad de perpetradores de estas agresiones, ya sea como encubridores o simpatizantes de las mismas. 2.2.2. Prostitución y supervivencia: el estigma de la belleza. Así como los testimonios sobre violaciones fueron minoritarios, los testimonios que daban cuenta de episodios relacionados con la prostitución y otro tipo de encuentros sexuales mediados por la supervivencia fueron abundantes. Como ya señalé, los límites entre estas categorías resultan en el contexto con- centracionario sumamente difusos. Particularmente, el concepto que tenían los es- pectadores de lo que quedaba incluido dentro de la prostitución era tremendamente amplio: no sólo la participación en los burdeles puestos a funcionar en los campos de concentración, o la más conflictiva figura del intercambio de sexo por comida: incluían también aquellos encuentros que se producían por mediación de coacciones o amenazas. Todos estos casos tenían en común que las víctimas se encontraban fuertemente estigmatizadas. El grado de estigmatización que pesaba sobre este tipo de comportamientos queda bien expresado en los documentos de la UNRRA relativos al retorno de las mujeres francesas desplazadas, especialmente al referirse a las ya mencionadas “travailleuses”, grupo formado por trabajadoras que habían ido voluntariamente a trabajar a Alemania, bien en busca de un marido que había sido tomado como pri- sionero, o porque en Alemania se les prometía el trabajo que en Francia no tenían, o en fin, huyendo a veces de una vida de miseria. A lo largo de los documentos de la UNRRA estas mujeres, de muchas de las cuales se sospechaba que habían acabado trabajando en burdeles, intercambiando sexo por alguna comodidad o, simplemen- te, dejándose arrastrar por la promiscuidad y el libertinaje que, según estos textos, imperaba en los campos de trabajo a los que fueron destinadas, son sistemática- mente calificadas como “elementos de la más baja moralidad”. El problema, que reconocen estos mismos documentos es que, en la práctica, en los centros de repa- triación estas mujeres no son fácilmente distinguibles de aquellas otras que habían sido deportadas por motivos políticos y raciales y a quienes, por el contrario, se consideraba de moral muy elevada. De las deportadas políticas se llegaba a decir que se encontraban entre “los mejores y más valientes espíritus del país”. Sin embar- go, esta sólida división que establecía la UNRRA entre estos dos grupos, que estaba llamada a tener consecuencias prácticas a la hora de la repatriación (se esperaba poder privilegiar a las deportadas políticas), chocaba de lleno con la realidad, pues- to que ambos grupos habían compartido espacio en los campos de trabajo y ambos iban a confluir en los centros de repatriación. Dado que las condiciones de todas ellas eran pésimas y era imposible distinguir físicamente a las “travailleuses” de las deportadas, toda esta insistencia a la hora de facilitar la segregación de ambos gru- pos (se reitera una y otra vez lo inconveniente que resultaría la convivencia entre ambas clases, considerándose que las deportadas podrían “contaminarse” de la falta de moralidad de las trabajadoras) está llamada, en el mejor de los casos, a fracasar, y en el peor, a extender esta estigmatización a todas las francesas desplazadas. 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 309 Pero lo importante para esta investigación es que los documentos de la UNRRA demuestran hasta qué punto se encontraba institucionalizada la enorme estigma- tización que pesaba sobre las mujeres sospechosas no sólo de haber ejercido la prostitución, sino también de haber mostrado una moral sexual relajada o liber- tina. Y ello sucedía en el seno de una administración destinada a lidiar con los problemas de los refugiados, que se había preparado a conciencia para tratar de adelantarse a algunas de las dificultades que iba a afrontar la ayuda humanitaria en materia de salud física y psicológica o rehabilitación social, y concretamente, en el marco de una subcomisión que tenía por objetivo incorporar las necesidades concretas de mujeres y de niños. Llama la atención, en este sentido, la enorme can- tidad de contradicciones que pueblan estos textos a la hora de referir la actitud hacia las “travailleuses”. Por un lado, se cree necesario facilitar la integración en Francia de aquellas desplazadas cuya conducta en Alemania se tenía por “dudosa”, pero por otro lado se insiste en calificarlas como elementos peligrosos y en consi- derar necesaria su segregación social. Además, al mencionar la necesidad de que se realicen revisiones ginecológicas en previsión de atajar las enfermedades venéreas, aunque se considera que éstas en ningún caso pueden ser obligatorias pues atenta contra la dignidad de las mujeres (aunque se les debe animar a ello, especialmente a los casos “sospechosos”), en la práctica se aportan datos extraídos a través de las revisiones médicas realizadas en los centros de trabajo no sólo de la incidencia de estas enfermedades, o de los casos de aborto, sino incluso de las cifras de virginidad obtenidas177. En fin, entre los trabajadores que iban a ocuparse de atender a los supervivien- tes de los campos de concentración y al resto de los desplazados como consecuencia de la guerra, la visión que se tenía sobre aquellas mujeres de las que se sospechaba que habían estado implicadas en este tipo de intercambios sexuales era fuertemente negativa y aparecía con frecuencia relacionada con una falta de moralidad, abortos, embarazos extraconyugales, enfermedades venéreas e incluso falta de higiene. En otras palabras, este tipo de encuentros constituían un elemento más de deshuma- nización en la visión de los espectadores. Lo curioso en los testimonios de los libertadores de Belsen es que este mecanismo de deshumanización no se superpone a todos los demás. Veamos algunos ejemplos: “Todavía los muertos reposaban apilados, los cuerpos yacían horriblemente contorsionados y los vivos se arrastraban alrededor de los muertos. Los vivos vestían sucios harapos, pijamas de rayas. Había unas pocas chicas, decente- mente vestidas, paseando, riendo y charlando. Éstas debían haber sido aquellas mantenidas para el uso de los alemanes, 14 «clientes» por día y dos días libres a la semana, así es el orden germánico”178. “Es muy difícil proporcionar una descripción adecuada de los prisioneros. Va- riaban desde las criaturas sucias, exiguas y cubiertas de úlceras que yacían en el suelo y gimoteaban «Herr Doktor, Schmerze» cada vez que alguien se les acercaba, hasta las jóvenes mujeres de aspecto fuerte y saludable que no habrían desentonado en una multitud inglesa. De estas últimas una buena pro- porción habían recibido tratamiento especial por parte de los alemanes, bien porque eran prostitutas, bien porque habían trabajado en las cocinas y por lo tanto se habían alimentado bien. Aunque yo trabajé con varias que no habían 177UNRRA Box: S-0523-0589; Folder: S-1449-0000-0044. Miss Branscombe’s and Miss Bradford’s Visit to Paris to Discuss Women’s and Girl’s Problems 1944-1948. 178Extractos del diario de Molly Silva Jones, en IWM Private Papers of Jean McFarlane, Docu- ments 9550, Ref. 99/86/1, p. 8. 310 2. EL SEXO HERIDO recibido este tratamiento y que sin embargo parecían considerablemente en forma, a pesar de haber tenido el tifus desde su llegada a Belsen en enero”179. “Mientras la mayoría de los internos se encontraban en el abominable estado ya descrito, un pequeño porcentaje se encontraban en buen estado de salud comparativamente. Estos podían haber trabajado en las cocinas, haber tenido allí amigos cercanos, haber realizado algún trabajo administrativo o haber salvado sus vidas mediante la prostitución. Miryan era uno de estos individuos relativamente sanos”180. Sólo el primero de estos ejemplos alude a la prostitución plenamente “legalizada” en el interior de los campos de concentración y que se articulaba en torno a los burdeles construidos en algunos de los campos más importantes, entre los que no obstante no se encontraba Bergen-Belsen. Robert Sommer señala que estos lugares fueron con- cebidos por Himmler como formas de bonificación para estimular el trabajo de los reclusos, de manera que la esclavitud sexual de las mujeres se convirtió en incentivo y privilegio para algunos deportados privilegiados181. La existencia de estos burde- les ha estado bien documentada desde el principio y sobre sus habitantes siempre ha pesado una gran lacra. Ya en el análisis temprano realizado por Eugene Kogon sobre El Estado de las SS aparecen mencionados los burdeles y a sus moradoras se las describe en los siguientes términos: “Las mujeres se habían presentado volunta- riamente, acogiéndose a la promesa de que en seis meses serían puestas en libertad. Los historiales médicos que traían consigo hacían referencia, de todos modos, a ciertas enfermedades sufridas anteriormente, de las que se deducía una vida pasada no demasiado seria. Con muy pocas excepciones se adaptaron a su destino con bas- tante descaro”. Según explica Sommer, en realidad los SS combinaron dos métodos para reclutar prostitutas para los burdeles: el primero consistía en prometer unas condiciones de vida y alimentación mucho mejores y ser liberadas en un periodo de seis meses a aquellas mujeres que se presentaran como “voluntarias”, mientras que el segundo método consistía sencillamente en reclutar a la fuerza a aquellas que se considerasen como más adecuadas. Kogon añade además que el objetivo de estos burdeles era el de “corromper, vigilar y distraer de la política a los presos políticos, que eran quienes tenían preferencia. La dirección ilegal de prisioneros del campo de Buchenwald dio orden de no utilizar el establecimiento; no sólo por los motivos que acabamos de mencionar, sino también por consideraciones sociales: habría sido una vergüenza que el dinero mandado por las esposas y las madres de los prisioneros, ahorrado frecuentemente con muchas privaciones, sirviera para que éstos pagasen la entrada de dos marcos en el burdel”182. Los demás testimonios se refieren al intercambio más o menos consentido de sexo por alimentos y, en menor medida, por otros productos. Nomi Levenkron ha descrito este tipo de relaciones como aquellas que sufrieron un estigma más 179“The Belsen Camps”, segunda parte del álbum de recuerdos del Dr. Horsey, en IWM Private Papers of Dr. P J Horsey, Documents 1345, Ref. Con Shelf, p. 11. 180“Miryan Feder” de P.W.G. Tasker, publicado en The London Hospital Gazette (agosto de 1945), en IWM Private Papers of R.D. Pearce, Documents 13407, Ref. 05/14/1, p. 151. 181Robert SOMMER, “Sexual Exploitation of Women in Nazi Concentration Camp Brothels,” en Sexual Violence Against Jewish Women During the Holocaust, ed. Sonja M. HEDGEPETH and Rochelle G. SAIDEL (Hanover y Londres: University Press of New England, 2010, pp. 45–60). 182Eugen KOGON, El Estado de la SS: el sistema de los campos de concentración alemanes (Barcelona: Alba Editorial, 2005, p. 259). 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 311 acuciado. Del mismo modo que ocurría con los burdeles, se trataba de sucesos bastante controvertidos porque con frecuencia eran los propios deportados los que se instalaban en una situación de abuso de poder. En cualquier caso, a diferencia de los mecanismos de deshumanización de-generados que he analizado en el apartado anterior, que se utilizaban para describir a las víctimas que se encontraban en peores condiciones, la deshumanización provocada por la prostitución afectaba a los supervivientes que se hallaban en mejores condiciones. De ahí que se fundara en principios distintos, que nada tenían que ver, por cierto, con los de la de-generación ya descrita. La intención general de estos pasajes, en este sentido, resulta clara: se pretende relacionar prostitución con un buen estado de salud y con un aspecto relativamen- te decente. El último de estos testimonios, realizado por el doctor Tasker, resulta particularmente significativo, puesto que su autor está constantemente tratando de afianzar de una forma más o menos velada esta conexión entre el atractivo físico de Miryan Feder y su supervivencia. En el último párrafo de su relato por fin se decide a plantear la cuestión claramente cuando dice: “A lo largo de toda esta historia nos quedamos desconcertados por el hecho de que Miryan consiguiera escapar en cada ocasión. Le preguntamos sin rodeos si había sido o no una prostituta. Lo ne- gó. Posiblemente a intervalos alguna ligera infracción de esa línea le salvó, aunque definitivamente nunca fue profesional. Quizás una combinación de esto, su inteli- gencia y que gozara de auténtica suerte es lo que ha permitido a esta historia ser contada”. En otras palabras: pese a que Miryan negara de plano haber ejercido la prostitución, su interlocutor asume que su buen aspecto y su atractivo físico, unidos ambos al hecho de que haya conseguido sobrevivir una y otra vez, son indicios más que suficientes para dar por descontado que, aunque quizás nunca fuera prostituta “profesional”, sí debió obtener algún tipo de prebenda gracias al sexo. Esta relación de ideas entre supervivencia, belleza física y prostitución caló hondamente durante la posguerra y no únicamente entre los espectadores: también muchos compañeros supervivientes contribuyeron a que se extendiera esta presun- ción183. Monika J. Flaschka ha estudiado este aspecto en profundidad y ha llegado a la conclusión de que los abusos sexuales en el contexto de la desexualización concen- tracionaria, sirvieron en cierta manera para reafirmar el sentimiento de identidad femenina184. Para la investigación que nos ocupa ésta es sin duda una cuestión central y, también, una de las más difíciles de resolver porque políticamente tiene implicaciones problemáticas y potencialmente peligrosas en el sentido de que, si aceptamos esta teoría, podríamos estar trazando una línea invisible que relacione abuso sexual y empoderamiento femenino, que es lo que parece insinuar a veces el análisis de Monika Flaschka, cuyo artículo, en síntesis, viene a decir que, en un contexto en el que la desexualización de las mujeres se percibe como una vía de deshumanización, el abuso sexual funciona narrativamente reforzando la identidad femenina de las víctimas y, por tanto, como ruta de escape de esa deshumanización. Este análisis se situaría argumentalmente en la línea de Ann J. Cahill, para quien la violación constituye una fuerza feminizante, es decir, que no es sólo que los cuer- pos tradicionalmente designados como susceptibles de ser violados hayan sido los 183E. FOGELMAN, “Sexual Abuse of Jewish Women during and after the Holocaust,” p. 255. 184Monika FLASCHKA, «Only Pretty Women Were Raped»: The Effect of Sexual Violence on Gender Identities in Concentration Camp, ed. Sonja M. HEDGEPETH and Rochelle G. SAIDEL (Hanover y Londres: University Press of New England, 2010, 77-93). 312 2. EL SEXO HERIDO cuerpos de las mujeres, sino que la feminidad ha quedado definida y ha adquirido significado simbólico “dentro de un contexto que, debido a una jerarquía basada en el sexo, señala [a los cuerpos femeninos] desproporcionadamente, y específicamente por su sexo, como débiles, hostiles, y responsables del peligro que continuamente les amenaza”185. Ello explicaría entre otras cosas por qué las víctimas masculinas de abusos sexuales se presentan a menudo como “feminizadas”, mientras que la masculinidad de los perpetradores implicados en abusos sexuales sale casi siempre reforzada (incluso ahí donde la víctima ha sido un hombre). Ciertamente, algunas de las estrategias narrativas que han dado cuenta de los abusos sexuales ocurridos en el interior del universo concentracionario, especial- mente de aquellos cuyas víctimas fueron mujeres186, han utilizado marcas de género fuertes y evidentes para describir a las víctimas de estos abusos, en contraposición con el resto de las víctimas que son descritas sistemáticamente como seres asexua- dos. Sin embargo, no me parece legítimo concluir, como hace Flaschka, que ser seleccionadas como víctimas de la violencia sexual sirva “para reforzar la identidad de las mujeres en tanto que mujeres”, ni tampoco insinuar que existe algún tipo de resistencia hacia la deshumanización en el hecho de identificarse como víctima de un abuso sexual. Privilegiar de esta forma estas estrategias narrativas es obviar la existencia de otras que hacen hincapié en la desesperación que se esconde detrás de tantas otras historias de violaciones acaecidas en los campos. Recordemos por ejemplo el pasaje apuntado al principio de este capítulo y recogido por Olga Leng- yel en sus memorias en el que señalaba: “Nunca olvidaré la agonía de una madre que me contó que había sido obligada a desvestir a su hija y a observar mientras la chica era violada por unos perros que los nazis habían entrenado especialmente para ello”187. No cabe duda de que esta otra narración no sirve en absoluto para reforzar la identidad de género de la víctima, como tampoco sirven aquellas que se refieren a episodios de castración o amputación de órganos genitales. En el caso que nos ocupa, es innegable que en sus testimonios los libertadores de Belsen han identificado discursivamente la prostitución como elemento “sexuali- zador”, al menos en relación a las mujeres. Sin embargo, no por ello estas mujeres se encontraban en estos textos menos deshumanizadas. Sencillamente, se habrían visto afectadas por una forma de deshumanización que, en la visión patriarcal de los libertadores, no habría contribuido a socavar la sexualidad de las víctimas sino, por el contrario, a enaltecerla. Estaríamos por tanto ante una manifestación extraña dentro de la experiencia de violencia biopolítica nazi en la que la deshumanización 185Ann J. CAHILL, Rethinking Rape (Ithaca: Cornell University Press, 2001). 186La experiencia masculina en este sentido se encuentra más silenciada, por lo que siempre es complicado extraer conclusiones. En los testimonios de Belsen analizados, por ejemplo, no he encontrado referencias a los hombres como víctimas de violaciones. Monika Flaschka, que revisa testimonios de supervivientes, sí habla de la experiencia masculina, aunque también para ella resulta difícil de analizar en la medida en que los hombres han expresado con mayor dificultad el significado de los ataques contra su masculinidad. Según sus conclusiones, las víctimas masculinas habrían experimentado una feminización, un efecto que encajaría bien con la idea de la violación como fuerza feminizante. No obstante, no está claro que esto constituya estrictamente hablando una desexualización, al menos no en el sentido que le he dado a esta idea a lo largo del presente texto, esto es, como la desaparición del sexo en favor de la nada más absoluta. La víctima masculina feminizada, más que desexualizada, habría sido travestida. 187Olga LENGYEL, Five Chimneys. A Woman Survivor’s True Story of Auschwitz (Chicago: Academy Chicago Publishers, 1995, p. 199). 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 313 no se percibiría como el fruto de una desexualización, sino como todo lo contrario, como el producto de una sexualización de las víctimas188. Por lo tanto, la prostitución o mejor dicho, la esclavitud sexual a la que se vieron sometidas algunas prisioneras en los campos, así como ciertas formas de sexo consentido que implicaban el intercambio de servicios sexuales por alimentos o alguna comodidad, fue la forma que tuvieron los espectadores de explicar que algunos prisioneros tuvieran un aspecto relativamente saludable y que hubieran podido escapar a las penalidades más terribles del campo. Obviamente, el hecho de que su cuerpo no manifestara el mismo desgaste físico que el de las otras víctimas hizo que no fueran percibidas como igualmente deshumanizadas. Fue principalmente su comportamiento moral el que se puso en entredicho, un comportamiento que, en los documentos de la UNRRA, viene también articulado en el sentido de una pérdida de dignidad y decencia. No en vano estos internos se habían librado del destino de sus compañeros por haber firmado lo que se entendía como una especie de pacto con el diablo: habían sobrevivido, habían conseguido preservar su salud, pero a costa de perder su dignidad sexual, su dignidad humana. Una de las historias que recoge Liana Millu en su testimonio sobre Auschwitz describe perfectamente el antagonismo que surge entre dos prisioneras, dos hermanas antaño fuertemente unidas, cuando una de ellas, Lottie, decide presentarse en lo que Millu denomina el Puffkommando, el barracón de las prostitutas. Gustine enferma gravemente en Birkenau y acaba muriendo, pero durante todo el tiempo que está allí desprecia y repudia a su hermana porque no soporta pensar en lo que se ha convertido. Lottie, en cambio, no está dispuesta a morir y se agarra a la única oportunidad que se le ofrece para sobrevivir: la prostitución. En Belsen, ambas hermanas serían representantes de los dos tipos de supervivientes que pueblan el campo: Gustine simboliza al musulmán, mientras que Lottie sería la viva imagen de estas supervivientes cuyo buen estado sólo se explican los libertadores por el uso que hubieran podido dar a su sexualidad. A la primera no se la reconoce física y sexualmente, a la segunda se la repudia moralmente. A lo largo de este proceso, ambas sufren las secuelas de una deshumanización, aunque de signo distinto. Finalmente cabría destacar que las casas de prostitución se mantuvieron en los campos de deportados. Elizabeth Clarkson se refiere a ello en su testimonio. Por supuesto, seguían estando regentadas por víctimas de la persecución, reconvertidas durante la posguerra como ya dije en desplazadas. Los clientes, en este caso, además de los refugiados de distintas nacionalidades, fueron también los soldados de los ejércitos aliados189. 2.2.3. Sexo por amor en el campo de concentración. Si hay un aspecto que se encuentra particularmente silenciado en los testimonios de los libertadores en relación a los encuentros sexuales acaecidos en el interior del sistema concentracionario, es la cuestión del sexo definido en un sentido “romántico” 188En los testimonios de Belsen analizados no he encontrado referencias a los hombres como víctimas de violaciones. Monika Flaschka, que revisa testimonios de supervivientes, sí se refiere a la experiencia masculina, aunque también para ella resulta problemática en la medida en que los hombres han expresado con mayor dificultad el significado de los ataques contra su masculinidad. Según sus conclusiones, las víctimas masculinas tampoco habrían experimentado estrictamente una desexualización sino más bien, una feminización. No es exactamente lo mismo. En el primer caso, el sexo desaparece en favor de la nada más absoluta. En el segundo, el sexo sólo se traviste. 189“A.P.S.W. at Large” (27 de enero de 1947), en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 3. 314 2. EL SEXO HERIDO o al menos consensuado. Esta categoría resulta particularmente difícil de especificar en el contexto del campo en la medida en la que en casi todas las relaciones media- ban comportamientos orientados a la supervivencia. Como dice Atina Grossman, “la derrota y la ocupación militar, con la enorme presión que generó a la hora de comprometerse en el sexo instrumental, hace en muchos casos que sea difícil de des- enredar el sexo coercitivo, del pragmático, del que puede considerarse genuinamente consensuado”190. Narrativamente, una de las formas más sencillas que encuentran estos testimonios de validar el romanticismo de este tipo de relaciones y conjurar cualquier tentación de incluirlo dentro de relaciones tenidas por espurias, ha sido la del matrimonio: si la pareja en cuestión terminaba casándose, entonces su rela- ción en el campo quedaba legitimada como “romántica”. En el relato de Elizabeth Clarkson explica cómo fueron certificadas estas relaciones después de la guerra: “En los campos para desplazados, y no cabe duda que ocurrió igual en los campos de concentración y de trabajo durante la guerra, un hombre podía con frecuencia tomar una «lager frau». El matrimonio legal de los trabajadores extranjeros parece ser que estaba prohibido en Alemania y cuando, inmedia- tamente después de la guerra, los oficiales de enlace fueron autorizados para realizar ceremonias matrimoniales en los campos de tránsito, hubo una ava- lancha de parejas que querían casarse antes de regresar a casa. Sus hijos con frecuencia tenían que esperar fuera durante la ceremonia”191. De entre los testimonios analizados, la única referencia directa a una de estas re- laciones la encontramos precisamente en este documento firmado por Clarkson, escrito ya desde la perspectiva de los campos de refugiados: “Una chica polaca encantadora estaba prometida a un francés a quien había conocido en un campo de trabajos forzados. Al final de la guerra, él regresó a casa, dejándole a ella su dirección, pero la chica no obtuvo respuesta a sus cartas y se encontraba muy deprimida sintiendo que él debía haberla olvidado completamente. Lo cierto es que las cartas nunca le llegaron; él se encontraba igual de infeliz ante la falta de noticias y al final decidió ir a buscarla. Así que de pronto apareció en el campo, habiendo ignorado toda la normativa, eludido a los guardias fronterizos y, de alguna forma, habiendo conseguido localizar a su prometida de entre las miles de polacas en el área. Le dimos a la chica la mitad de un paracaídas alemán sin usar, fabricado con una preciosa seda blanca, como ajuar, y se fueron a Francia a casarse”. No obstante lo cierto es que el hecho de que este tipo de relaciones fueran legitimadas por las comunidades judías y por los propios trabajadores humanitarios, no quiere decir que no tuvieran su lado oscuro. Atina Grossmann habla de “matrimonios por desesperación”, que se sellaban de forma vertiginosa, a veces en cuestión de días y que sirvieron a los supervivientes como una suerte de herramienta para conjurar el pasado de muerte y lanzarse a la vida. Sin embargo, estos matrimonios no siempre consiguieron su objetivo y prueba de ello es el testimonio de Celia K. que recoge Fogelman en su trabajo: “Sin dinero, sin habilidades. Nunca aprendí a hacer nada porque estuve mimada, en la escuela, teníamos doncellas. No sabía qué hacer. Así que lo primero que hice fue casarme. Vi un hombre que me quería y me casé. No sabía hacer nada por mí misma. La única forma para mí de sobrevivir era casándome. Así que estuve buscando un marido”. Según Fogelman, Celia se casó después de tres semanas de conocer a su marido, siendo la única razón aducida para tanta urgencia el hecho de saber que estaban violando a muchas chicas. Y Celia 190A. GROSSMANN, Jews, Germans, and Allies, p. 70. 191“A.P.S.W. at Large” (27 de enero de 1947), en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 3. 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 315 añadía: “No hubo romance, no hubo compatibilidad (...). Muchos matrimonios se hicieron así en 1944 y 1945”192. Según Jonathan C. Friedman la decisión de contraer matrimonio durante la persecución (él se refiere a los matrimonios contraídos en los guetos y en los escondites) no siempre estaba motivada por el romance: la mayoría de las veces era una cuestión de supervivencia193. Es decir, que el matrimonio, al igual que otros encuentros sexuales ocurridos en el marco de la persecución nazi, funcionó muchas veces como una relación de supervivencia. Pese a todo, tal y como ha mostrado Friedman, los romances y el sexo con- sensuado pervivieron dentro de los campos de concentración y a lo largo de toda la experiencia de persecución, así como durante la inmediata posguerra194. Pero entonces ¿por qué los libertadores de Belsen no mencionaron apenas este tipo de encuentros? ¿Por qué insistieron en que todas las mujeres embarazadas en Belsen habían sido violadas, se habían prostituido o simplemente, habían llegado ya así al campo? Por más que todos estos casos estuvieran presentes y, probablemente, un gran número de estos embarazos hubieran sido concebidos efectivamente con anterioridad al cautiverio, llama la atención que se silencie esta experiencia concre- ta. Quizás la respuesta a esta pregunta podría ser más sencilla de lo que parece: este tipo de vivencias se obviaron porque no contribuían a apuntalar el proceso de deshumanización que se encontraba en el centro de los relatos de los libertadores puesto que, de hecho, estas relaciones no sirven en absoluto para dar cuenta de dicho proceso. Todo lo contrario: en el campo los romances, al igual que la amistad o la camaradería, se utilizaron para evocar los últimos restos de humanidad que quedaban en los supervivientes. Sin embargo, esta explicación no es suficiente para dar cuenta de este silencio puesto que, precisamente, las referencias a la camarade- ría, a la solidaridad entre seres queridos y a la formación de familias de mujeres, sí aparecen una y otra vez a lo largo de estos documentos195. Como señalaba al principio de este apartado, me da la impresión de que este tipo de relaciones resultaban particularmente ininteligibles para los espectadores. En su visión de un universo deshumanizado y desexualizado como el de Belsen, habitado por cuerpos percibidos como asexuados, quizás resultara complicado inscribir un comportamiento altamente sexual y tan normalizado como el de un romance. Es posible que la destrucción física y psicológica de las víctimas les hiciera pensar en 192E. FOGELMAN, “Sexual Abuse of Jewish Women during and after the Holocaust,” p. 270. 193Jonathan C. FRIEDMAN, Speaking the Unspeakable: Essays on Sexuality, Gender, and Holo- caust Survivor Memory (Lanham: University Press of America, 2002, p. 77). 194J. FRIEDMAN, Speaking the Unspeakable, pp. 73–96. 195“Una muy fuerte camaradería creció entre algunos de aquellos que habían estado en los campos de concentración juntos”, decía Elizabeth Clarkson (“A.P.S.W. at Large” [27 de enero de 1947], en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 3). “Existe una camaradería del Lager que es necesario ver para creer”, apuntaba Jane E. Leverson (“Bergen Belsen Concentration Camp” [6 de mayo de 1945], Jane E. Leverson, en IWM Private Papers of Miss E. T. Clarkson, Documents 17339, Ref. 11/20/1-2, p. 4). De hecho, en los campos de mujeres y en las secciones femeninas de los campos de concentración, se popularizó la expresión de “hermanas de campo”, para referirse a los grupos de mujeres que, sin que mediaran lazos de parentesco entre ellas, funcionaron como auténticas familias en el interior del universo concentracionario y ejercieron la misma labor protectora que éstas tenían en la sociedad normalizada. Brana Gurewitsch ha estudiado en profundidad esta condición en Brana GUREWITSCH, Mothers, Sisters, Resisters: Oral Histories of Women Who Survived the Holocaust (Tuscaloosa: University of Alabama Press, 1998). 316 2. EL SEXO HERIDO algún tipo de disfunción evidente que impidiera el normal desarrollo de las relaciones sexuales, del amor y del deseo. Desde esta perspectiva podrían entenderse los resultados de un estudio reali- zado por varios médicos entre 1947 y 1952 sobre un grupo de 1282 daneses que habían sobrevivido a varios periodos de internamiento en los campos de concentra- ción nazis durante la Segunda Guerra Mundial y que fueron publicados en 1952. El objetivo de este estudio era comprobar los daños físicos y psicológicos genera- les sufridos por individuos sometidos a condiciones extremas de hambruna durante un largo periodo. Entre los resultados obtenidos en este trabajo, llama la atención que destacaran como uno de los efectos del internamiento en estas condiciones “la reducción o total desaparición de la libido”. Curiosamente, estos médicos no en- contraron ningún indicio de que este desvanecimiento de la libido tuviera algo que ver con la malnutrición, ni con ninguna de sus secuelas físicas, y se inclinaron más bien hacia una explicación de tipo psiquiátrica. Según ellos “el miedo, la tensión mental y el sentido de la inseguridad contribuyeron a ello sin ninguna duda”, a lo que habría que añadir también “la ausencia de estímulos”. Por lo demás, siempre se- gún los autores de este estudio, la mejora considerable de las condiciones dietéticas durante el periodo terminal de su internamiento tampoco produjeron cambios sig- nificativos en este sentido. Aunque cifran la presencia de relaciones homosexuales, consideran que éstas se daban principalmente entre algunas categorías de internos (alemanes antisociales, fundamentalmente), pero que era rara entre los internos or- dinarios, produciéndose casi siempre como resultado de coacciones o dentro de un intercambio de comida. Igualmente, los supervivientes admitían haber practicado la masturbación mientras estuvieron temporalmente recluidos en suelo danés, pero aseguraban haberlo dejado de hacer poco después de su llegada a los campos de concentración196. Por supuesto, sobra decir que, como hemos visto, los testimonios de supervivien- tes de los campos de concentración, así como otras circunstancias (los embarazos ocurridos en el interior de los campos o la contracción de enfermedades venéreas, por ejemplo) contradicen de plano esta evaluación. Pero el texto danés resulta su- mamente interesante porque muestra la manera en la que se desarrollaron este tipo de estrategias para conjurar el miedo que parecía producirles a los libertadores la sexualidad de los internos, dando carta de naturaleza a una asexualidad que parecía concurrir mucho mejor con el estado de de-generación que percibían los espectadores en los supervivientes. 2.2.4. Rehumanización: rehabilitación de la moral sexual de las víc- timas. La rehabilitación de la sexualidad de las víctimas desde el punto de vista de las relaciones sexuales se cifró no tanto en una recuperación física o psicológica, como en el caso de los procesos de re-generación descritos en el apartado anterior, sino en la recuperación moral y emocional de los supervivientes. No hay testimonios sobre esto en los documentos de los libertadores, probablemente porque excede consi- derablemente el marco contextual en el que fueron producidos estos documentos. Sin embargo, pueden mencionarse brevemente algunas circunstancias que podrían 196Per HELWEG-LARSEN et al., Famine Disease in German Concentration Camps. Complica- tions and Sequels. With Special Reference to Tuberculosis, Mental Disorders and Social Conse- quences. Acta Psychiatrica et Neurologica Scandinavica (Copenhage: Ejnar Munksgaard, 1952, p. 205 y p. 245). 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 317 ayudarnos a entender cómo fue entendida esta rehabilitación. Para ello me serviré otra vez de los trabajos de Atina Grossmann y Margarete Myers Feinstein, las dos autoras que estoy utilizando en este texto para aproximarme a la realidad de los campos de desplazados, lugares que, tras el fin del holocausto, se convirtieron en los espacios por antonomasia de la rehabilitación de los supervivientes (aunque no exclusivamente y en su interior convivieran también con refugiados no procedentes del sistema concentracionario). Así mismo, analizaré un documento especialmente significativo de la UNRRA en el que se refiere un experimento de rehabilitación de prostitutas. Tanto Grossmann como Feinstein coinciden en identificar un fenómeno que describen como una suerte de “despertar sexual”, que habría afectado fundamen- talmente a los supervivientes. Este despertar sexual, que Grossmann define como una “hipersexualidad” desesperada, vendría motivado por el redescubrimiento del cuerpo y sus placeres, la reivindicación de la libertad, el aferrarse a la vida y el intento de recuperar el tiempo perdido197. Sería una forma de revertir el proceso de desexualización puesto en marcha en el interior de los campos de concentración, pero de una manera que nada tenía que ver con la preconizada por los trabaja- dores humanitarios. Como señala Feinstein, éstos tenían la costumbre de tratar de imponer sus propios valores y ideas de género en los refugiados, por lo que insis- tieron en la rehabilitación moral de las víctimas, que pasaba por desalentar todo tipo de relaciones sexuales que se produjeran fuera de los lazos matrimoniales. En cierto modo, consideraban que las mujeres se habían convertido en salvajes y que debían ser civilizadas de nuevo. Ello chocaba, no obstante, con el comportamiento de los soldados aliados, que se convirtieron para muchas mujeres supervivientes en el medio ideal para emprender ese viaje de redescubrimiento198. Desde esta perspectiva, no desentona el proyecto recogido en la carta del 12 de mayo de 1945 que Miss Marjorie Bradford, delegada de la UNRRA en Francia para tratar la situación de las mujeres y los niños desplazados, enviaba a sir George Reid. Este proyecto se situaba en la dirección de poner en marcha un programa de rehabilitación de prostitutas dirigido a las mujeres francesas repatriadas y se basaba en un experimento que se había realizado en Francia durante los años 1936 y 1939. El experimento había consistido en reunir a estas mujeres en una casa y proporcionarles un ambiente agradable y moralmente adecuado, en el que se les pudiera brindar una mínima educación y, sobre todo, en el que se les ayudara a reforzar sus habilidades domésticas (de ahí que se tratara de dirigir su actividad hacia la cocina, la calceta u otras labores de la casa). Durante los tres años que funcionó, no obstante, sólo pudo constatar la recuperación de 40 mujeres lo que, en mi opinión, no lanzaba previsiones demasiado alentadoras para una organización que estaba a punto de lidiar con la repatriación de miles y miles de refugiados. Aunque no hay constancia de que este proyecto llegara finalmente a desarrollarse, al menos bajo el auspicio de la UNRRA, el interés de esta comisión por estudiar esta posibilidad es indicativo de varias cosas: para empezar, que la moral sexual de las futuras repatriadas francesas preocupaba enormemente a esta subcomisión de la UNRRA, la cual, además, estaba convencida de que la prostitución entre las refugiadas era realmente un problema endémico; y para seguir, que los mecanismos de rehabilitación secundados por esta organización, fuertemente moralizantes, se encontraban completamente al margen 197A. GROSSMANN, Jews, Germans, and Allies, p. 186. 198M.M. FEINSTEIN, Holocaust Survivors in Postwar Germany, 1945-1957, pp. 125–128. 318 2. EL SEXO HERIDO de las necesidades reales de los supervivientes y los desplazados, que se inclinaban más hacia la sensualidad y los placeres como forma de afrontar su rehabilitación199. Una prueba irrefutable de cuál fue la opción principal de los supervivientes judíos a la hora enfocar su rehabilitación sexual fue la constatación de otro fenó- meno particularmente interesante: el baby-boom. Como dice Grossman, “en 1946, la Alemania ocupada, lejos de estar judenrein [libre de judíos], contaba con un índice de natalidad judío que se estimaba como «más alto que el de cualquier otro país o población» en el mundo. Sólo un año después de la liberación, al mismo tiempo que los alemanes se lamentaban por la alta incidencia de suicidios, de mortalidad infantil y juvenil y de abortos, y que las mujeres alemanas estaban tratando deses- peradamente de mantener con vida a los niños que ya tenían, los refugiados judíos se casaban y producían bebés en números record”. 750 bebés nacían cada mes úni- camente en los campos de refugiados situados en la zona americana. Casi un tercio de las mujeres judías de entre 18 y 45 años estaban embarazadas o con bebés recién nacidos. Si a principios de 1946 era complicado encontrar niños judíos en Alemania menores de 5 años, estas cifras se dieron completamente la vuelta para la segunda mitad del año. Es nuevamente Grossmann la que sintetiza perfectamente lo que significaban para los supervivientes estos nacimientos: “Para los propios desplazados, así como para aquellos que los dirigían y obser- vaban, la avalancha de matrimonios, embarazos y bebés representaban colec- tivamente una afirmación consciente de la vida judía, así como una evidencia material definitiva de supervivencia. Esto fue cierto tanto para hombres como para mujeres. Pero las mujeres estaban especialmente determinadas a recla- mar los roles reproductivos domésticos que se le habían prometido una vez, en un pasado muy lejano y ya fantástico. Las mujeres supervivientes de los campos de la muerte, a veces de los experimentos médicos, estaban ansiosas para reafirmar su fertilidad tanto como a probar la potencia masculina (que, según se había rumoreado largamente, había estado sometida a pociones y experimentos castradores en los campos)”200. Por tanto, en los campos de concentración, así como a lo largo de toda la expe- riencia de persecución, y más tarde, también durante la liberación, los encuentros sexuales tuvieron una gran incidencia en las vidas de las víctimas del nazismo. Estos encuentros variaron drásticamente entre la violación, la esclavitud sexual, el sexo instrumental o las relaciones consensuadas. Algunas de estas relaciones se insertaron plenamente en el proceso de deshumanización puesto en marcha por la administración nazi en el interior de los campos. Sin embargo, no todas sir- vieron para apuntalar la de-generación de las víctimas: algunas, por el contrario, se expresaron mediante discursos abiertamente sexualizantes, lo que en los testi- monios de los libertadores contribuyó a instaurar una fractura entre dos tipos de supervivientes: los que se encontraban en buenas condiciones y los musulmanes. Finalmente, muchas de las relaciones consensuadas entorpecieron en cierta medida la implementación del mencionado proceso de deshumanización. Los libertadores, por cierto, participaron también de todas estas formas de encuentro sexual. Por lo demás, a pesar del criterio moralizante de los trabajadores humanitarios aliados, los encuentros sexuales tuvieron un papel destacado a la hora de reestruc- turar la sexualidad y favorecer la rehabilitación de los supervivientes que, para 199UNRRA Box: S-0523-0589; Folder: S-1449-0000-0044. Miss Branscombe’s and Miss Bradford’s Visit to Paris to Discuss Women’s and Girl’s Problems 1944-1948. 200A. GROSSMANN, Jews, Germans, and Allies, pp. 184-190. 2.2. ENCUENTROS SEXUALES EN EL INTERIOR DE LA ZONA GRIS 319 conjurar los años de privaciones, de enfermedad y de muerte, se lanzaron al descu- brimiento de los placeres sexuales, lo cual tuvo consecuencias importantes de orden demográfico que sirvieron igualmente para apuntalar la supervivencia de la vida antaño amenazada. Por último, desde el punto de vista de esta investigación lo más interesante sea quizás el silencio y el pudor de los libertadores, su aparente incapacidad para percibir y expresar algunas de estas relaciones. Esta torpeza quizás pueda derivar- se del hecho de que, en un contexto marcado por la destrucción del género, un comportamiento que se reivindica como primera y primordialmente sexual resulta completamente ininteligible y se convierte en lo impensable, en lo abyecto de lo que resulta imposible dar cuenta porque escapa a toda idea de norma, de lo normal. Conclusiones I. A lo largo de estas páginas creo haber cumplido con el objetivo que había animado mi investigación: demostrar que la deshumanización más extrema que tuvo lugar en los campos de concentración, personificada en la figura de los musulmanes, se produjo a través de la destrucción de las identidades sexuales de los deportados. Esta conclusión tiene importantes repercusio- nes porque indica que el género fue utilizado por el nazismo como una herramienta de violencia biopolítica para consolidar el proyecto de deshu- manización implementado en el interior de los campos. Es decir, parece que se confirma que explorar las disfunciones que se produjeron en el dispositi- vo de sexualidad al calor de la violencia concentracionaria es fundamental para comprender adecuadamente el nazismo: la crítica feminista adquiere pues así plena importancia en la historia de los campos de concentración. II. Las sociedades democráticas modernas comparten en algunos aspectos la misma lógica que impulsa la formación de sociedades totalitarias, igual- mente modernas. Al principio de esta investigación, al analizar la relación entre modernidad y holocausto, sugería que si bien no podemos concluir que la modernidad sea eminentemente totalitaria, tampoco podemos decir que sea eminentemente democrática. Decía entonces que, de hecho, la mo- dernidad tiene la capacidad de formularse en ambas direcciones, lo que en cierta forma es indicio de que, a todos los niveles (político, cultural, social, económico, sexual, científico, etcétera), su estructura básica se ha generado a partir de una serie de impulsos totalizantes que en las democracias no han conseguido nunca subsumirse del todo. III. La perspectiva de los espectadores pone en evidencia la complicidad que se esconde detrás de la relación entre modernidad y totalitarismo al sancio- nar el proyecto de deshumanización nazi. Los espectadores, en tanto que representantes simbólicos de la sociedad moderna que observa el univer- so concentracionario desde fuera de las alambradas, en tercera persona, compartieron estrategias discursivas con los verdugos que sirvieron para sancionar el experimento de deshumanización llevado a cabo en el interior de los campos. Como decía en el apartado titulado “La materialización de la nueva especie o el triunfo del nazismo”, los nazis consiguieron que su proyecto de deshumanización triunfara porque lograron que los musulma- nes fueran percibidos como seres abyectos también por los espectadores. Es decir, el subproducto específico del campo, el ser humano deshumanizado, el musulmán, fue todo un éxito precisamente porque fue reconocido por los espectadores como ser inhumano: es la mirada de los espectadores lo que 321 322 CONCLUSIONES confirma a los supervivientes como seres ininteligibles, deshumanizados, ex- pulsados de la especie. Los que habían sido designados por el nazismo como otros, como enemigos, se metamorfosearon así en insectos al más puro estilo kafkiano. El hecho de que la visión de los espectadores, a quienes en este trabajo han dado voz principalmente los libertadores de Bergen-Belsen, sirviera para sancionar los resultados de este experimento, es indicativo de que las estructuras de reconocimiento de estos espectadores, su cultura percepti- va, tenían lo suficiente en común con las del totalitarismo nazi como para que pudieran reconocer un producto tan específico de su ideología como era el musulmán. Para poder aprehender a los musulmanes a partir de las mismas coordenadas, espectadores y verdugos necesitaban compartir un mismo enfoque sobre lo humano y sobre lo abyecto, tenían que tener un lenguaje común, poseer herramientas lingüísticas similares y participar de una misma codificación simbólica. La capacidad inequívoca de los espec- tadores para reconocer a este subproducto creado específicamente por el nazismo sólo se explica en la medida en que ambos grupos, espectadores y verdugos, compartieran las mismas tecnologías de comunicación. Por lo demás, no es sólo que los espectadores se muestren perfectamen- te capaces de reconocer a los musulmanes, sino que su actuación está en muchas ocasiones motivada por reflexiones que recuerdan peligrosamente a aquellas que habían servido para amparar la estructura que dio cobijo a los crímenes del nazismo. Así es, por ejemplo, cuando dudan de la con- veniencia de destinar recursos para la supervivencia de ciertas víctimas y cifran estos recelos en la escasa utilidad que prevén tendrán dichos super- vivientes para la comunidad en la que se inserten en el futuro. También es lo que ocurre cuando pasan por alto el sufrimiento que puede acarrear a las víctimas acciones tales como recibir en la llamada “lavandería humana” un tratamiento que guardaba tantos paralelismos con aquel otro al que fue- ron sometidos durante su ingreso en el campo de concentración; o cuando se olvidan del terror que les provoca el ser atendidos por personal médico alemán en el que todavía no confían. Igualmente, es lo que ocurre cuan- do se empeñan en aplicar sus propias concepciones culturales a la hora de plantear la rehabilitación, y arrollan completamente la propia perspectiva de los supervivientes. Finalmente, es lo que pasa cuando igualan, al menos discursivamente, la inhumanidad de las víctimas con la de los verdugos. Todo ello son síntomas de una concepción del mundo con cierta tendencia totalitaria, incapaz de incorporar las diferencias, que declara el sufrimiento como algo inútil y molesto y que condena a las víctimas al olvido. IV. La experiencia de la abyección concentracionaria interpela éticamente a la sociedad moderna en la que se constituye y la emplaza a una transforma- ción capaz de integrar el sufrimiento de las víctimas. Cabría preguntarse si hubiera sido posible que el testimonio de los espectadores no sancionara el experimento de deshumanización nazi. Pues bien, se han visto algunos ejemplos donde de hecho fue posible. No todos los testimonios fueron igua- les. Como hemos visto, algunos estuvieron animados por una actitud mucho CONCLUSIONES 323 más comprensiva y trataron en la medida de lo posible de no juzgar aque- llo que no terminaban de entender. En lugar de dar por hecho que los supervivientes tenían que “normalizarse” lo antes posible para convertirse nuevamente en personas útiles para su comunidad, se plantearon la cuestión en el sentido inverso, esto es, entendiendo que debía ser la sociedad la que se transformara para dar cabida al sufrimiento de las víctimas. Este matiz puede parecer mínimo, pero no lo es. No es lo mismo pretender que aquello que ha sido declarado abyecto dé la espalda a la experiencia de sufrimiento que certificó dicha expulsión, dicha abyección, para poder ser readmitido en el mundo normalizado, que esperar que dicho mundo sea capaz de recono- cer el reto que plantea la abyección visibilizando los mecanismos mediante los cuales las normas que nos dominan se constituyen siempre y en todo momento mediante la exclusión. Este deslizamiento es importante porque implica reconocer que la norma es siempre exclusiva: se forma expulsando todo aquello que resulta extraño, irreconocible, ininteligible, que produce asco, que revuelve y que se quiere exorcizar. En otras palabras, pretender que aquello que se ha convertido en símbolo de la abyección dentro del universo concentracionario (los musulmanes) des- aparezca y que los supervivientes vuelvan sencillamente a integrarse dentro de la categoría de lo humano, dando así en cierta forma la espalda a toda su experiencia vital de persecución, es perpetuar los mecanismos de inclu- sión/exclusión por los que se instituye la norma y, al mismo tiempo, lo abyecto. Es, nuevamente, declarar el sufrimiento inútil. En cambio, desa- rrollar una actitud comprensiva hacia lo abyecto (en este caso, hacia los musulmanes), implica (o puede implicar) que dichos mecanismos de inclu- sión/exclusión queden explicitados, que se revele su funcionamiento y se pongan así al descubierto las relaciones de poder que se instituyen a lo largo de todo el proceso de normativación que ha permitido que lo abyecto sea declarado como tal. En fin, se trataría en definitiva de lograr que la so- ciedad moderna no niegue la experiencia de abyección que ha tenido lugar en el campo, que no se limite a pretender que los supervivientes recuperen sus estándares de humanidad, sino que se deje golpear por esta experiencia de sufrimiento de tal manera que sea ella la que se transforme irrevocable- mente, hasta el punto de que no pueda ya reintegrase en aquel modelo de normalidad que dio cobijo a las lógicas que habían propiciado semejantes atrocidades. V. Los musulmanes no son inhumanos, sino que han sido deshumanizados. Como decía, es importante señalar el deslizamiento. Pero esto es algo que no siempre consiguen los espectadores. Ellos hablan de seres inhumanos, de animales. Este tipo de expresiones sirven para certificar el éxito del na- zismo. En cambio, yo he preferido referirme siempre a los musulmanes no como inhumanos, sino como seres deshumanizados. No es lo mismo. Hablar de deshumanización es hablar de un proceso. Es poner el acento en el movi- miento: el ser humano anterior al campo se transforma en otra cosa, en un ser abyecto sin duda, que se desliza hacia lo inhumano, pero que no pode- mos calificar plenamente como inhumano, puesto que sabemos, en el fondo, 324 CONCLUSIONES que sigue perteneciendo a nuestra especie. Sabemos, eso sí, que ha sido des- humanizado. La deshumanización de los prisioneros sólo puede expresarse en voz pasiva: no son “deshumanos”, sino que han sido deshumanizados. La deshumanización puede ser también un estado (está deshumanizado), pero no se inscribe en la naturaleza de los supervivientes. Hablar de deshu- manización implica también referirse implícitamente a la existencia de una fuerza externa que es la que habría puesto en marcha dicho proceso: han sido deshumanizados por los nazis. En cualquier caso, hablar de deshuma- nización es hablar de algo que se nos antoja difícil de nombrar y que, por lo tanto, nos pone en un compromiso: nos señala a nosotros, los humanos normales, los que se reconocen en la norma, como incapaces de nombrar, de entender, de categorizar. El musulmán deshumanizado se resiste de es- ta manera a ser aprehendido y cosificado y nos deshumaniza a nosotros, porque al impedir que lo reconozcamos totalmente, al deslizarse entre va- rias categorías, al definirse en movimiento, nos quita aquello que nos hace humanos: la palabra, el concepto, la norma. VI. Interesarse por la abyección implica poner en evidencia la fragilidad del sistema de normas al que estamos sujetos. Cualquier sistema normativo, incluido el dispositivo de la sexualidad mediante el cual quedamos norma- lizados como seres sexuados, se encuentra siempre en movimiento, no es estático. Esto quiere decir que evoluciona, pero también, en ocasiones, co- mo en el caso de los campos de concentración, que se fractura, que puede ser repentinamente destruido con la mayor de las violencias. Pues bien, si los sujetos se identifican en relación a una serie de marcos normativos, su destrucción repentina está llamada a desestabilizar completamente dichos procesos de identificación. Así pues, aceptar la premisa de que estas normas de identificación están sujetas a transformaciones constantes y que pueden desintegrarse de manera repentina, es advertir que la seguridad que ofrecen las normas no es más que una ficción. VII. Los espectadores dieron cuenta de la fractura del dispositivo de sexualidad que tuvo lugar en los campos, esto es, de la de-generación de los prisioneros, mediante descripciones que ponen el acento principalmente en el cuerpo y la conducta. Precisamente, como decía en la primera de estas conclusiones, el proceso más significativo que he tratado de explicar en las páginas pre- cedentes es el de esa fractura del dispositivo de sexualidad que ocurre en el interior del universo concentracionario, tal y cómo es percibida por los espectadores. Como se ha visto, los espectadores han dado cuenta de esta destrucción fundamentalmente mediante la atención en sus descripciones a dos de las instancias fundamentales en las que se ha materializado la inscripción sexual a lo largo de la historia: el cuerpo y el comportamiento. Estas descripciones han señalado de forma patente que uno de los procesos centrales de la experiencia concentracionaria fue aquél que yo he identifi- cado como de-generación o desexualización, y que habría consistido en la destrucción completa de todas aquellas marcas que históricamente habían servido para identificar a los seres humanos sexualmente. Este proceso no sólo habría transcurrido en paralelo al proceso de deshumanización sino que en muchos casos lo habría antecedido: allí donde aún era posible identificar CONCLUSIONES 325 un rastro humano, resultaba ya imposible reconocer alguna marca sexual. En este sentido, la de-generación habría sido incluso más extrema que la deshumanización. VIII. De entre los supervivientes es el musulmán, el producto más extremo de la deshumanización, el que queda definido sistemáticamente como de-generado. No toda la deshumanización estuvo precedida por una de-generación. Hubo formas de violencia que apuntalaron el proceso de deshumanización pero que no fueron percibidas en paralelo a una desexualización. En algunos casos, como por ejemplo en el de ciertas supervivientes a las que se identi- ficaba como víctimas de algún tipo de abuso sexual, esta deshumanización se describió en términos de hipersexualización. Es la deshumanización más extrema la que se percibe como una desexualización: donde no queda nada del sujeto, ni siquiera su sexo, aparece el musulmán. Es el musulmán, el producto más extremo y más exitoso de la violencia biopolítica desatada en el interior de los campos, el que se ha visto afectado por la confluencia de ambos procesos de forma más virulenta. Pero lo que llama la atención en el estudio de los testimonios de los libertadores de Belsen es que este musulmán, este ser deshumanizado, este ser abyecto que se desliza en un movimiento perpetuo hacia lo inhumano, es descrito en primera instan- cia como de-generado. Es decir, que la destrucción del género precede en muchos casos a la destrucción de lo humano, que la destrucción del dispo- sitivo de sexualidad se percibe con más inmediatez que la desaparición de la norma mediante la cual se instituye lo humano. IX. El proceso de rehabilitación de los supervivientes, en cuya puesta en marcha se impone la visión de los espectadores, constituye uno de los ejes narrati- vos más importantes para dar cuenta de la relación entre deshumanización y de-generación. En efecto, en los testimonios analizados una de las expe- riencias que asoma con más fuerza a la hora de tratar de explicar el alcance de esta conexión entre deshumanización y de- generación es la de la reha- bilitación de los prisioneros, que en estos textos adquiere la forma de una rehumanización, precedida a su vez por una re-sexualización: los supervi- vientes se perciben como rehumanizados en la medida en la que recuperan alguna marca de género y vuelven a inscribirse dentro del dispositivo de sexualidad. Aunque los espectadores conciben esta re-generación sólo en la medida en la que sea capaz de reconstituirse dentro del dispositivo de sexualidad que ellos identifican como válido, y que muchas veces no tiene nada que ver con el que reconocen las víctimas. Así, por ejemplo, el sur- gimiento de modelos de feminidad alternativos como el de la partisana o la explosión de la vida sexual y el descubrimiento de los placeres que si- guieron a la liberación, no encajaron bien en el ideal de moralidad humana preconizado por los trabajadores aliados que gestionaron los programas de rehabilitación en el interior de los espacios de rehumanización por antono- masia de la posguerra: los campos de refugiados. Estas reafirmaciones de la identidad que cuestionaban la norma aliada pueden entenderse, también, como resistencias puestas en marcha por los supervivientes. 326 CONCLUSIONES X. El musulmán también interpela al feminismo. Que el análisis de género y la crítica feminista son importantes para entender la deshumanización pro- yectada por el nazismo ha quedado claro. Sin embargo, antes de terminar me gustaría recuperar algunas de las preguntas que lanzaba en el capítulo I sobre la importancia que podría tener una investigación como ésta a la hora de interpelar al feminismo. No estoy segura de que el musulmán posea la misma capacidad subversiva para poner en cuestión las lógicas patriar- cales que el sujeto lesbiano o el travestido, que han sido los dos sujetos abyectos por antonomasia sobre los que se ha estructurado el pensamiento crítico feminista. La diferencia entre éstos y aquél es evidente: el musulmán fue expulsado a la fuerza del dispositivo de la sexualidad, mientras que las lesbianas y los travestidos han decidido por voluntad propia disgregarse de él. De ahí que, aunque se registraran resistencias, la mayoría de los mu- sulmanes que sobrevivieron al campo de concentración optaran en seguida por reintegrarse de nuevo dentro de la norma sexual. Sin embargo, tanto el musulmán como el sujeto lesbiano sirven para afirmar la fragilidad de las normas a la que antes me refería. Aunque las normas ofrecen seguridad, también generan debilidad en la medida en la que nos hacen dependientes de ellas y, cuando se desestabilizan, pueden hacernos navegar a la deriva. En este sentido, podría darse la paradoja de que el lugar más seguro sea en realidad el lugar de la abyección consciente, esto es, aquél que reivindi- ca como propio el sujeto ubicado fuera de la norma, desde el que genera resistencia. Pues bien, éste es precisamente el punto de partida de la teoría queer, según la cual toda identidad se construye en realidad de manera performativa, siempre en movimiento, a partir de un enfrentamiento constante entre estas normas y las resistencias que genera. En el seno de este enfrentamiento se reifican permanentemente los límites entre el adentro y el afuera de la norma, articulados a su vez en una combinación de formulaciones materiales y discursivas. El musulmán simboliza en esta secuencia al sexo abyecto que sirve para validar la norma y el orden establecido, representando una amenaza que pretende conjurar un peligro (el peligro de lo extraño, de lo ajeno); mientras que la lesbiana representa al sexo abyecto que pone la norma en cuestión al reivindicarse en un lugar de resistencia que se sitúa más allá de dicha norma. Entre ambos sujetos se establece una tensión: la tensión entre la norma sexual y el sexo abyecto es en definitiva lo que marca el ritmo de la historia del sexo o, dicho de otra manera, lo que confirmaría precisamente que el sexo tiene una historia. Conclusions I. Throughout these pages I think I have fulfilled the objective that originally encouraged my research: to prove that the most extreme dehumanization that took place within the concentration camps, personified in the figure of Muselmänner, took place through the destruction of deportees’ sexual identity. This conclusions brings about important repercussions because it means that gender was used by Nazism as a tool for biopolitical violence in order to consolidate the dehumanization project set in motion within the camps. In other words, it can apparently be confirmed that to explore the dysfunctions that took place within the sexuality mechanism in the context of concentration camp violence is key to understanding Nazism properly: feminist critique therefore acquires a relevant role in the history of concentration camps. II. Modern democratic societies share some aspects of the logic that push to- talitarian societies forward, including modern ones. At the begging of this research, while analyzing the relationship between modernity and the ho- locaust, I suggested that even if we cannot conclude that modernity is ultimately totalitarian, we cannot conclude either that it is totally demo- cratic. I said then, as a matter of fact, that modernity has the ability to formulate in both directions, which in a way indicates, on all levels (politi- cal, cultural, social, sexual, scientific, et cetera) that its basic structure has been generated from a series of totalizing impulses that democracies have never quite managed to subsume. III. The perspective of the bystanders shows the hidden complicity between mo- dernity and totalitarianism that legitimized the Nazi dehumanization pro- ject. Bystanders, in as much as they symbolically represent a modern society that observes the concentration universe from outside of the barbed-wire, through the third person, shared discursive strategies with the executioners that served the purpose of legitimizing the dehumanization process taking place within the camps. As was said within the chapter titled “La mate- rialización de la nueva especie o el triunfo del nazismo”, Nazis assured the triumph of their dehumanization project because they managed to make the Muselmänner seem abject even in the eyes of the bystanders. In other words, the specific sub-product of the camp, the dehumanized human, the Muselmann, was a total success precisely because it was recognized by the bystanders as an inhuman being: it is the gaze of the observers that con- firms the survivors to be unreadable beings, dehumanized, expelled from 327 328 CONCLUSIONS the species. Those that Nazism deemed to be the others, as others, were metamorphosed into insects in a Kafkan sense. The fact that the point of view of the bystanders, in this case voiced by the Bergen- Belsen liberators, served the purpose of legitimizing this ex- periment, truly indicates the structure of recognition of these bystanders, their perceptive culture, had enough in common with Nazi totalitarianism, that it allowed them to recognize such a specific product of Nazi ideology as was the Muselmann. In order to conceive Muselmänner from the same coordinates, bystanders and executioners needed to share the same focus on human things and abjection, they needed a common language, to sha- re linguistic tools and so share a same symbolic coding. The unmistakable capacity of the bystanders for recognizing this sub-product specifically crea- ted by Nazism can only be explained in as much as both groups, bystanders and executioners, shared the same communication technologies. At the same time, it is not just that the bystanders are perfectly capa- ble of recognizing the Muselmänner, their actions on many occasions are motivated by reflections that are dangerously similar to those that served the purpose of supporting the structure that upheld Nazi crimes. This is the case, for example, when they have doubts concerning how to dedicated resources to the survival of certain victims based on the scarce benefit they predict these survivors will bring to future communities. It is also the case when they do not see the possible suffering that could arise when victims are being treated within the “Human Laundry” in ways similar to those they had experienced during their internment; or when they forget the te- rror experienced when attended by German medical personnel that they do not yet trust. It is precisely what happens when they insist on applying their own cultural perspectives when contemplating rehabilitation, and end up totally over running the survivors perspectives. Finally, it is what hap- pens when they equalize, albeit in discourse, the inhumanity of victims with that of the executioners. All of these things are symptoms of a world view harboring a certain totalitarian tendency, unable to incorporate differences, that declares suffering as a useless and bothersome thing, and so condemns victims to oblivion. IV. The experience of concentration abjection ethically calls to the modern so- ciety in which it is constituted and summons it to undertake a transforma- tion capable of integrating the suffering of victims. It is pertinent to ask if it would have been possible for the bystanders discourse to not legitimize the Nazi dehumanization project. Well, there are a few examples that prove that as a matter of fact it was possible. Not every testimony was the same. As we have seen, some were stimulated by a far more sympathetic attitude and tried, as much as possible, not to judge that which they did not un- derstand. Instead of assuming that survivors had to “normalize” as soon as possible and so become useful people to their society, they asked the ques- tion in an opposite sense, that is, they understood that it was society that had to change in order to house the victim’s suffering. This nuance might seem small, but it is not. To pretend that that which has been declared CONCLUSIONS 329 abject turn its back to the experience of the suffering that certified said expulsion, the aforementioned abjection, in order to regain access to the normalized world, is not the same thing as expecting that that world be able to recognize the challenge that abjection becomes, by visualizing the mechanisms used by the norms that rule us as always establishing themsel- ves through exclusion. This conceptual slide is important because it implies acknowledging the fact that the norm always excludes: it originates by ex- pelling everything alien to it, things that cannot be recognized, understood or that disgust and revolt, against which there is an attempt at exorcising. In other words, expecting that those elements that became abject within the concentration camp universe (the Muselmänner) disappear, and that the survivors merely integrate into the human category, somehow turning their back on their own experience of persecution, is a way of perpetuating the inclusion/exclusion mechanisms that institute the norm and at the same time the concept of abject. Once again, it means to declare that suffering is useless. On the other hand, developing an understanding attitude towards the abject (in this case towards the Muselmänner) means (or might imply) that said inclusion/exclusion mechanisms become explicit, shedding light upon their inner working and thus exposing the relationships of power that are established throughout the normative process and thus allow for abjection to be declared so. In any case, it would be a matter of making sure that modern society does not deny the experience of abjection that took place within the camps, and going beyond pretending that the survivors might simply recover their standards of humanity. Instead it is a matter of allowing society to be hit by this experience of suffering in such a way that it might be transformed irrevocably, to the extent that it could no longer adjust to the normality that allowed for logic systems that favored such atrocities in the first place. V. The Muselmänner are not inhuman, they have merely been dehumanized. As I was saying, this conceptual slide must be signaled out. But this is something that bystanders do not always manage to do. They speak of in- human beings, of animals. These type of expressions serve the purpose of certifying Nazi triumph. On the other hand I have preferred to refer to the Muselmänner not as inhuman, but as dehumanized beings. It is not the same thing. To speak of dehumanization is to speak of a process. A means of accentuating the movement: the human prior to the camp is transformed into something else, and abject being, without a doubt, that slides towards the inhuman, but we still know that he belongs to our species. We do know, however, that they have been dehumanized. Dehumanization of prisoners can only be expressed by a passive voice: they are not “unhuman”, they have been dehumanized. Dehumanization can also be a state, (to be dehu- manized) but that is not etched into the nature of the survivors. To speak of dehumanization implies an implicit reference to the existence of an ex- ternal force, the one that started the process: the have been dehumanized by the Nazis. In any case, to speak of dehumanization is to speak of so- mething that is hard to name, and therefore places us in an uncomfortable situation: it points towards us, normal humans, self-identified within the 330 CONCLUSIONS norm, as unable to name, to understand or to categorize. The dehumanized Muselmann resists being conceived and objectified and so dehumanizes us, because by avoiding that we completely identify them, by sliding between categories, by being defined through movement, we are denied that which makes us human: word, concept, norm. VI. To be concerned about abjection is to prove the fragility of the normative system which dominates us. Any normative system, including the sexual mechanism which defines us as sexualized beings, is always moving, never static. This means that it is evolving, but also, sometimes, as was the case within concentration camps, that it fractures, and can even be suddenly destroyed with the utmost violence. Therefore beings that identify based on a series of normative frames, when faced with a sudden destruction, will feel their identification processes totally shaken. And so, to accept the premise that identification norms are subject to constant transformations and that they can even be suddenly disintegrated, is to acknowledge that the supposed security these norms offer is nothing but fiction. VII. The bystanders bore witness to the fracture of the sexuality mechanism that occurred within the camps, in other words, the de-generation of the inma- tes, through descriptions that center mostly on the body and its behavior. Precisely, as I was saying in the first part of these conclusions, the most re- levant process that I have tried to explain in previous pages is the fracture of the sexuality mechanism that takes place within the concentration camp universe, exactly as it is perceived by the bystanders. As we have seen, bystanders have basically described this destruction by paying attention in their description to two fundamental elements that have materialized sexual definition through history: body and behavior. These descriptions have signaled out that one of the main processes of the concentration camp experience was the one that I identified as de-generation or desexualiza- tion, simply put the complete destruction of any element that historically might have identified humans sexually. This process did not only run pa- rallel to the dehumanization process, what is more in many cases it was prior: wherever it was possible to still identify a human remain, it was to- tally impossible to identify any sexual mark. In this sense, de-generation was more extreme than dehumanization. VIII. Amongst the survivor it is the Muselmann that has become the most ex- treme product of dehumanization, ending up systematically defined as de- generated. Not all dehumanization was preceded by a de-generation. There existed some forms of violence that supported the dehumanization pro- cess without running side by side with th desexualization one. In some ca- ses, for example, concerning certain victims thought to have been sexually abused, this dehumanization was described in terms of hipersexualization. Desexualization is seen as the most extreme example of dehumanization: when nothing of the subject is left, not even their sex, is is then that the Muselmann comes to be. The Muselmann is the most extreme product and the most successful one of biopolitical violence unleashed within the camps, within their bodies both forms of violence meet. But the thing that CONCLUSIONS 331 is most compelling about the Belsen liberators’ testimonies is that the Mu- selmann, the dehumanized and abject being, constantly sliding towards the inhuman, is directly described as a de-generate. In other words, the des- truction of gender, in many cases, precedes the destruction of humanity; and so the destruction of sexuality mechanisms is easier perceived than the disappearance of the norm that constitutes a human. IX. The process of rehabilitation by the survivors, whose starting point is defined by the bystanders, is one of the most relevant narrative keys when explaining the relationship between dehumanization and de-generation. True enough, throughout the analyzed testimonies one of the experiences that appears the strongest while trying to explain the reach of this connexion between dehumanization and de-generation is that of prisoners rehabilitation. In these texts it appears as a form of re-humanization, preceded in turn by a re-sexualization: the survivors are perceived as re-humanized in as much as they recover certain signs of gender and once again can be counted within the sexualized mechanism. Although the bystanders conceive this re-generation only in the sense that it might reconstitute them according to the sexual mechanism that they consider to be valid, even if in many cases their vision has nothing to do with the one held by the victims. And so, for example, the emergence of alternative feminine models, such as the partisan or the explosion of sexual life and the discovery of pleasure after liberation, did not fit in properly into the idea of human morality defined by allied workers in charge of administering the rehabilitation programs wit- hin the archetypal re-humanization spaces of the post-war: refugee camps. These reaffirmations of identity that questioned the allied norm, can also be understood as resistances set in motion by the survivors. X. The Muselmann also addresses feminism. It has become clear that gender analysis and feminist critique are important for understanding dehumani- zation as projected by Nazism. However, before finishing I would like to recover some of the questions launched in the first chapter concerning the importance of an investigation such as this one when addressing feminism. I am not sure if the Muselmann holds the same subversive capacity for questioning patriarchal logics as do the lesbian or the cross- dresser, which are the two classic abject figures used to structure critical feminist thin- king. The difference between one and the other is obvious: the Muselmann was forcefully expelled from the sexual mechanism, while cross-dressers and lesbians have done so willingly. That is why, although we might no- te resistances, the majority of surviving Muselmänner quickly decided to reintegrate into the sexual norm. However both the Muselmann and the lesbian serve to show the fragility of the afore mentioned norms. Although norms offer security, they also breed weakness in as much as we depend on them, and if they break can end up leaving us stranded. It is a strange paradox that perhaps the safest place is actually conscientious abjection, in other words, to claim for oneself the subject that is situated outside of the norm, and from there generate resistance. 332 CONCLUSIONS This is precisely the starting point for queer theory, according to which every identity is created in a performative manner, always shifting, star- ting from a constant confrontation between the norms and the resistances it generates. Within this confrontation the limits between within and without the norm are redefined constantly, becoming articulate in a combination of material and discursive formulas. The Muselmann symbolizes within this sequence the abject sex that serves to validate the norm and established order, representing a threat that aims to conjure up a type of danger (the danger within things strange, unknown); while the lesbian represents the abject sex that questions the norm by asserting herself within a place of resistance beyond said norm. 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United States Holocaust Memorial Museum. «Bergen-Belsen Displaced Person Camp». Holocaust Encyclopedia. Accedido 15 de agosto http:// www.us hmm.org/w lc/en/article.php?ModuleId=10007066. 363 Tesis Paula Martos Ardid PORTADA AGRADECIMIENTOS INDICE GENERAL ÍNDICE DE IMÁGENES INTRODUCCIÓN INTRODUCTION Parte 1. CÓMO DESTRUIR SERES HUMANOS: APROXIMACIONES AL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO DESDE LA BIOPOLÍTICA Y LA SEXUALIDAD ABYECTA Capítulo 1. La complicidad de la lógica moderna Capítulo 2. ¿Qué entendemos por modernidad? Capítulo 3. ¿Es todo campo de concentración? Capítulo 4. El problema de la verdad: totalidad y dominio en la racionalidad occidental Capítulo 5. La normativización científica de las sociedades modernas: antisemitismo, racismo y eugenesia Capítulo 6. El biopoder totalitario Capítulo 7. Humanidad y abyección Capítulo 8. La deshumanización de los deportados desde una perspectiva de género Parte 2. LIBERANDO A LOS MUERTOS VIVIENTES: LOS TESTIMONIOS DEL SER HUMANO SOBRE LA DESHUMANIZACIÓN Capítulo 1. La disolución del universo concentracionario: el fin de la guerra, las marchas de la muerte y las liberaciones de los campos de concentración Capítulo 2. La liberación del campo de concentración de Bergen-Belsen: un caso sintomático. 2.1. El campo de concentración de Bergen-Belsen: un poco de historia. 2.2. Los testimonios de Bergen-Belsen en el Imperial War Museum: papeles privados y fotografías. Capítulo 3. ¿Dónde estaban los seres humanos? La humanidad herida en el sistema concentracionario 3.1. La aparición de una nueva especie sub-humana: la abyección de las víctimas en el sistema concentracionario. 3.1.1. Los supervivientes, entre la vida y la muerte 3.1.2. Abyección, excrementos y comida 3.1.3. Perversiones morales en el corazón de la zona gris 3.1.4. La lavandería humana, símbolo de la rehumanización 3.1.5. La materialización de la nueva especie o el triunfo del nazismo 3.2. Diablos, bestias, inhumanos. Los verdugos o la encarnación del mal. 3.2.1. El nazi loco: el mal demoníaco 3.2.2. ¿Quiénes son los culpables? Premeditación y complicidad con el crimen. 3.3. Ahora nuestros chicos han visto esos horrores. Los espectadores: entre testigos y jueces. 3.3.1. ¿Quiénes son los espectadores? 3.3.2. Entre cadáveres y supervivientes: el espacio testimonial de los libertadores. 3.3.3. Liberando Bergen-Belsen: los espectadores frente a la deshumanización 3.3.4. ¿Héroes o culpables? La humanidad de los libertadores. 3.3.5. Derribar las alambradas: lo abyecto frente a lo humano Parte 3. DEGENERADAS: SOBREVIVIR SIN GÉNERO EN LA ZONA GRIS Capítulo 1. Desde el corazón de los barracones: la perspectiva de las víctimas para empezar. Capítulo 2. El sexo herido: la deshumanización en los campos de concentración nazis desde una perspectiva de género. 2.1. La de-generación de la especie: la destrucción del dispositivo de sexualidad en el universo concentracionario. 2.1.1. Fantasmas andróginos: retrato del cuerpo de Margit Schwartz 2.1.2. El cuerpo como instancia deshumanizadora: la materialización anatómica de una nueva especie degenerada 2.1.3. Conductas sociales desviadas: la de-generación psicológica y moral. 2.1.4. La re-generación del cuerpo y de la moral como vías de rehumanización 2.2. Encuentros sexuales en el interior de la zona gris: amor, supervivencia y violencia. 2.2.1. Relaciones sexuales forzadas 2.2.2. Prostitución y supervivencia: el estigma de la belleza 2.2.3. Sexo por amor en el campo de concentración 2.2.4. Rehumanización: rehabilitación de la moral sexual de las víctimas Conclusiones Conclusions DOCUMENTACIÓN Literatura secundaria Archivo Imperial War Museum Archivo Naciones Unida en Nueva York Documentos hemerográficos Información online