UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE MEDICINA TESIS DOCTORAL MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Luis Montiel Madrid, 2015 © Luis Montiel, 1981 Enfermedad y vida humana en la obra de Thomas Mann Departamento de Historia de la Medicina Luis Enrique Montiel Horente T T Ĵ ÎL "a c o iiiiiiiiiiii ' 5 3 0 9 8 5 5 7 9 8 UNIVERSIDAD COMPLUTENSE QX53n ENFERMEDAD Y VIDA HUMANA EN LA OBRA DE THOMAS MANN Departamento de Hisfcoria de la Medicina Facultad de Medicina Universidad Complutense de Madrid 1981 ## Luis Enrique Montiel Llorente ! Edita e imprime la Editorial de la Universidad j Complutense de Madrid, Servicio de Reprografxa I Noviciado, 3 Madrid-8 I Madrid, 1981I Xerox 9200 XB 480 Dep6sito Legal: M-11168-1981 F A C U L T A D D E M E D I C I N A CATEDRA DE HISTORIA DE LA MEDIQNA M A D R I D DIEGO M. GRACIA GUILLEN, CATEDRATICO DE HISTORIA DE LA MEDICINA DE LA FACULTAD DE MEDICINA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID, C E R T I F I C A ; Que la présente Tesis titulada "Enfermedad y vida humana en la obra de Thomas Mann” realizada bajo mi direccidn por D. Luis E. Montiel Llorente, reune condiciones suficien­ tes para que su autor pueda optar con ella al grado de Doctor en Medicina y Cirugfa por la Universidad Complutense de Madrid. T para que conste, expido el présente en Madrid a diecisiete de noviembre de mil nove- cientos ochenta. U N I V E R S I D A D C O M P L U T E N S E FA CU LT AD DE M E D I C I N A TESIS DOCTORAL Madrid, diciembre de 1.980 ENFERMEDAD Y VIDA HUMANA EN LA OBRA DE THOMAS MANN p o r Lu is E. M o n tie l L lo re n te I N D I C E Pâ&j INTRODUCCION, ............................. I Cap. 1.- 61ogra£fa intelectual de Thomas Mann... 9 Cap. 2.- El slgnlflcado de la enfermedad 21 Cap. 3.- El aentido de la muerte................ 110 Cap. 4.- Corporalldad y temporeidad. ......... 192 Cap. 5,- El enfermo y las relaciones Interhuma nas; la relacldn médico-enfermo....... 252 Cap. 6.- Los saberes médicos...... 302 NOTAS..................................... 376 BIBLIOGRAFIA....................................... 390 RESUMEN Y CONCLUSlONES............................ 401 II Deseo hacer patente ml agradeclmlento a mis maestros y compaheros del Departamen to de Historia de la Medicina -nmy en pr mer término al profesor Gracia Guillén, dJL rector de esta tesis- y a mi esposa, pues con su actitud de constante ayuda, han crea do en tomo a mi el ambiente necesario para dar fin a este trabajo. Ill "El que con frecuencia esté enfermo porque cura con frecuencia, no s61o toma mayor gusto a la salud, sino que posee también un sentido agu do para conocer lo que es sano y morboso en las obras y en los actos, propios y ajenos", (F. NIETZSCHE. "Utilidad de la enfermedad", Menschllches. Allzumenschliches.) "Nosotros, hombres nuevos, innominados, d^ ficiles de comprender, precursores de un porve- nir aün no demostrado, tenemos necesidad, para un fin nuevo, de un medio nuevo; de una nueva - salud, una salud mâs vigorosa, mâs aguzada, mAs résistante, roAs intrApida y mAs alegre que todas las saludes que ha habido basta el presents(...). Una salud que no solamente se posea, sino que - sea preciso reconquistarla todos los dias, por­ que hay que sacrificarla todos los dias". (F. NIETZSCHE. "La gran salud". Die frOhli- che Wissenschaft.) I N T R O D U C I O N I N T R O D U C C I O N El abordaje de la Hlstoria de la Medicina desde el punto de vista del Arte, y mAs particularmente, de la Litera tura, constituye una via altemativa de la clAsica, que se - ha esforzado con éxito en conocer la hlstoria de la asisten- cia y los saberes médicos desde su interior. Reconocido por pensadores de toda época, el carActer de instrumente del co- nocimlento atribuldo a la obra de arte no ha cesado de afir- marse, y en el présenta reclama perentorlamente carta de na- turaleza. No debe, por tanto, sorprender a nadie el hecho de que multiples universidades americanas y europeas incorporen a sus curricula, bajo el epigrafe general de "Humanidades Mé dicas" en la mayoria de los casos, el estudio de las obras - literarias que se consideran mAs directamente relacionadas - con las Ciencias de la Salud. Que la Medicina es un arte de vocacién decididamen te humanistica résulta évidente en razôn de lo que constitu­ ye su Area fundamental de investIgacién y trabajo, mAs aün, el objeto de su total actividad: la salud humana. Es, pues, mAs que llcito, obligado, utilizar cuantos medios se nos — brinden a fin de alcanzar la mejor comprensiôn de lo que, pa ra el hombre, representan la salud, la enfermedad y la muer­ te. Y entre estos medios se encuentran, desde luego, las di£ ciplinas nombradas clAsicamente "Humanidades". Cabe pregun— tarse a continuaciAn qué son para el hombre actual las Huma­ nidades; esta pregunta ha sido ya formulada y contestada por el espécialiste en temas de iconografla renacentista E. Pano& -2- ky, "En el curso de su evoluclAn hlstôrica", aflrma, "dos — slgnificaciones fAclimente diferenctables se ban dado al tér mlno 'humanltas'* La primera surge de la confrontée16n entre el hombre y lo que es inferior a Al, y la segunda, de la con frontaciôn entre aquel y todo cuanto le trasciende. En el - primer caso, 'humanités' es un valor; en el segundo, una li- mitaciAn (...). De esta concepclAn ambivalente de 'humanitas' se ha originado el humanismo. Este no es tanto un movimiento como una actitud que se puede définir como la fe en la digni dad del hombre,fundada a la vez en la reafirmaciAn de los va lores humanos (racionalidad y libertad) y en la aceptaciAn - de los limites del hombre (falibilidad y fragilidad). De es­ tos postulados se derivan consecuentemente la responsabili— dad y la tolerancia".^ Para este mismo autor el humaniste - "es, fundamentalraente, un hlstoriador" , que estudla las - obras humanas porque son las ûnicas que "evocan a la mente - una idea distinta de su existencia material". Como historia- dor de la Medicina pretendo, pues, aborder el anAlisis de la obra narrative de Thomas Mann por considérer la de primordial interAs para el conocimlento de lo que para el hombre del si glo veinte significan los conceptos de enfermedad, salud, - muerte y medicina. Que esta labor estA justificada résulta obvio si - se tiene en cuenta que, asi como el artiste es capaz de refie jar en forma clara y benchida de significado la realidad de su Apoca, es capaz el investigador y educador de, a partir - de las ensenanzas recibidas de aquel, modificar su entomo. Esta es, en suroa, la no descabellada tentative del humaniste -3- pues, slempre segûn Panofsky, al hombre atropellado por un automôvil le atropellan las mateméticas, la fîslca y la qujL 3mica , por lo que hoy es insostenible la distinciôn artifi­ cial entre disciplinas cientificas "activas" y "pasivas". La obra de arte en general, y la obra literaria en particu­ lar, poseen un contenido exprèsivo que résulta de la indiso lubie vinculaclAn de "la actitud fundamental de una naciôn, un periodo, una clase social, un credo religioso o filosôfi co" y la labor de reflexiôn y critica del artiste^. Esto - justifica que "los médicos busquen de mejor grado la filoso fia de su arte en Filosofia mismas. fia de su arte en la Literatura que en la Medicina o en la ,,5 Igualmente es oportuno acudir a la obra de Ortega, que brinda importantes argumentes en favor del anélisis de - la obra literaria tendante a los fines propuestos. La digni- dad cientifica del lenguaje metaférico ha sido sostenida de^ de siempre por este autor. Frueba de ello es el pequeRo ensa yo pleno de sugerencias que dedica al tema, en el que, por - ejemplo, afirma que la metéforà es necesaria "no s61o (...) para hacer (...) comprensible a los demés nuestro pensamien- to, sino que la necesitamos inevitablemente para pensar noso tros mismos ciertos objetos diflciles. Ademés de ser un me— dio de expresién, es la metéforà un medio esencial de inte— lecciôn"^, Y més lejos: "No hay metéforà poética sin un des- cubrimiento de identidades efactivas"^. En estos asertos del filésofo espahol se encuentra la justificaciôn del modo de - aproximacién "metaférico" a la Medicina que este trabajo pre tende llevar a cabo. -4- La literatura narrativa ofrece unas posibilidades de experimentaci6n y expresién que estén vedadas a las demés artes, més inexpresivas o més herméticas. Taies posibilida— des surgen de la fundamental de que dispone el autor de czear "psicologias imaginarias": "Decia (Ortega y Gasset) que la - materia de la novela es ante todo psicologia imaginaria (...). Se suele creer que lo psicoléglco obedece exclusivamente a - leyes de hecho, como las de la ffsica experimental, y que, - por tanto, solo cabe observer y copier las aimas existantes en sus procesos reales. No cabria, pues, imaginer un mundo - psiquico, inventer espfritus como se imaginan e inventan cu^ pos geométrlcos. Y sin embargo, el placer de leer novelas se funda en todo lo contrario (...). Existe, en efecto, una evi dencia a priori en psicologia como en matemética, y ello per mite en ambos érdenes la construccién imaginaria (...). Las aimas de la novela no tienen para qué ser como las reales, - g basta con que seen posibles." &Por qué basta con que seen posibles? Porque al no serle dado al hombre el crear de la - nada, toda construccién imaginaria impllca la utilizacién de elementos préexistantes, y dicha construccién seré real en po tencia, cuando no en acto, lo que es més que probable dada la cas! ilimitada complejidad de la existencia humana. De ahi la "evidencia a priori" de que habla Ortega. La posibilidad de enfrentarse a estas existencias supuestas en que el verdadero artiste cristaliza las realida des espirituales de su época es, al tiempo que una tentacién para el lector, una exigencia para el investigador que ne - puede ya desdehar el conocimlento "metaférico" de la reali— -5- dad circundante. El artista, el hombre que mantlene frente a su tiempo los ojos més abiertos, conoce o intuye su funcién, y por ello ha de ser extremadameute prudente y reflexivo, El mundo se hace, para él como para los demés filésofos, proble ma acuciante que importa resolver. Es 16gico,pues. que la no­ vela del siglo veinte se caracterice por el "tiempo lento, - monôlogo interior, relato simbélico, enfoque plural de un -g mismo suceso" , y que "todas las grandes novelas que hoy pre ferimos" sean "libres un poco pesados. El poeta puede echar a andar con su lira bajo el brazo, pero el novelists necesi­ te movilizarse con una enorme impedimenta (••«). Lleva a eues tas todo el atrezzo de un mundo". Queda ahora por explicar la eleccién de Thomas Mann frente a otros celebrados narradores de este siglo. La soste­ nida atencién prestada por este autor a la calidad de "enfer- mable" de la naturaleza humana, su educacién en la filosofia - de Nietzsche con lo que ésta conlleva de anélisis de la enfer medad y la "salud superior", y su constante aplauso a las na- cientes tendencies personalizadoras de la Medicina le hacen - acreedor de la atencién del médico. Por otra parte, Thomas - Mann ha sido considerado -con razôn- el "punto critico" de la narrativa alemana de ese siglo^^, asi como tal vez de la na- 12rrativa universal . Lukécs, comentando su papel en la cul tu 13ra contemporénea, le define como "espejo del mundo" occi— dental en la més amplia acepciôn de la palabra. De Nietzsche ha aprendido Mann que el arte no es un érea independiente à m tro del inmenso campo de la actividad humana, sino que debe 14desarrollar su latente entidad de organon de la Filosofia. —6— También a Nietzsche debe el conocimlento de que "a ciertas aimas no se las descubriré nunca a no ser que antes se las i n v e n t e Y esta invenciôn no es otra cosa que la "psico­ logia imaginaria" de Ortega. Mann se sabe moralmente autori. zado para esta tarea de creaciôn y experimentaciôn espiri— tuai desde el mwnento en que reconoce que sus personaj es no son sino emanaciones de su propio ser, y con ello potencla­ ies modos de ser de su época: "Todos los personajes, inclu­ se si se oponen en el relate, son emanaciones del "yo* que escribe el poema".^^ "No preguntéis nunca '^Quién es éste?* Yo continûo pintando monigbtes que (...) no representan a - nadie sino a mi mismo". En ocasiones, dentro de la metéforà que en si es - el relato, estos "monigotes" van a comportarse aün més meta- fôricamente: el carécter simbélico de la narraciôn llega a - exacerbarse hasta manifestarse en forma de visiôn, lo que en el caso de Mann no consigne sino confirmer la idea de Ortega ya mencionada, pues "no es un secreto que, a menudo, las vi- siones de este artiste encierran nûcleos, conflictos y pro­ blèmes que, por densidad, amplitud y complejidad, casi rayan en la ontologie".^® A través de las visiones "el autor (...) nos permite atisbar la armonia que nunca se pudo oir, la so- luciôn que nunca fue (...). El ser que se maniflesta en las visiones es un ser que, a peser de que indudab1emente es més intimo, es también més dilatado, més universel, y por lo tan 19to, més auténtico". Para concluir esta necesaria introduccién, bueno - -7- seré aceptar en favor del propôsito de este trabajo el termi nante argumente -permltaseme usar la autoironla que a nues— tro autor le era tan querida- que el propio Thomas Mann, co­ mo suponiendo que un tal anélisis de su obra no podia eludir se, brinda en la ültima de las novelas de su tetralogia bi— blica: "El arte del que cura y el del escritor deben ir de - la mano: cada une derrama luz sobre el otro y ambos se bene- fician de su mutua proximidad. Un médico posesionado del ar­ te del escritor sabré consoler mejor a aquel que se revueIca en la agonia; a la inversa, un escritor que conoce la vida - del cuerpo, sus jugos y fuerzas, venenos y facultades, posee una gran ventaja sobre el que nada entiende de estas cosas. Imhotep era un médico y escritor de esta indole. Un hombre - 20como Bios; deberian quemar incienso en memoria suya" La biografia intelectual de Thomas Mann ha de ser, sin duda, el primer tema a exponer en este trabajo, de modo que a la comprensién de la obra précéda y auxilie el conoci- miento de la més intima realidad -en cuanto ello sea posible- de la persona. A partir de este conocimiento trataré de escla recer el significado de la enfermedad y de la muerte en su - obra. Consecuencias de la conciencia de enfermedad y el pen- samiento en la muerte, importantes aspectos antropolégicos - que,s61o en estado de latencia, se encontraban en las criatu ras literarias, van a hacerse patentes a la consideracién sJL multénea del protagoniste y del lector, ante el cual vuelve aquél a vivir su existencia épica. Taies son la consideraci6n de la propia realidad corporal, la conciencia de la tempora- lidad inherente a la naturaleza humana, y las alteraciones - — 8— del comportamiento a que la nueva instalaclôn -la instala— ci6n patolôgica- en el mundo da lugar, las cuales se eviden cian fundamentsImente en el érea de las relaciones con los semejantes, dentro de cuyo marco aparece, ademés, una nueva y singular relacién: la del paciente con su médico; también de estos temas seré preciso ocuparse. Para terminar expondié lo que referente a los saberes médicos, técnicas de diagnôs- tico, terapéutica... etc., menciona Thomas Mann en su obra. BIOGRAFIA INTELECTUAL DE THOMAS MANN -9- BIOGRAFIA INTELECTUAL DE THOMAS MANN No es ml intenclôn ofrecer aqui una detallada bio grafla de Tomas Mann. Obras hay, y muy buenas, que se ocu— pan de ello. Lo que se précisa para comprender, con la mayor claridad posible, la labor del novelists, es un conocimiento suflelente de su modo de entender la vida y el mundo, y el - papel que en éste desempeha su persona. Mediante el anélisis de sus narraciones es posible accéder a este conocimiento, - pues a medlda que avanza la lectura résulta évidente que el motor de la actividad de Mann es la necesidad de explicarse su propia existencia y la funcién que debe desempehar entre sus semejantes. "Al individuo -leemos en Goethe- le queda la libertad de ocuparse de aquello que le atrae, de lo que le - proporcions satisfaccién, de lo que juzga ûtil, pero el ver- 21dadero estudio de la humanidad es el hombre" . Mann admite sin criticas esta frase de uno de sus maestros, y la aplica a la totalidad de su obra. Pero la lectura de ésta se veré, 6in duda, facilitada y enriquecida por el conocimiento de - aquellos datos de su acontecer biogréfico en los que se reve la su més Intima forma de ser, de responder a las instancias del mundo que le rodea. Acorde con el autor, comenzaré prestando atencién a la familia en el seno de la cual nace, el 6 de Junio de - 1875. Citando de nuevo a Goethe, afirma Mann: "Si me pregun to de donde proceden, hereditariamente, mis aptitudes, tan­ go que recorder el famoso verso de Goethe y decir que de mi padre me viene'la seriedad en la conducta', y de mi madré. -10- en camblo, 'la naturaleza Jovial', es decir, la inclinacl6n hacla el arte y lo sensible, y el 'gusto de fantasear', en 22el mâs amplio sentido de la palabra" . En otro lugar expli ca Mann este dltimo aserto, brindando con ello al lector co pia de preciosos datos para la comprensidn del despertar de los sentimientos estëticos en el nifio que fue; "Yo seguia - mës a gusto a mi madre cuando hacia musica (...) Permanecia arrebujado durante horas, en uno de los sillones acolchados de color gris claro, y escuchaba el modo de tocar, sensible y delicadamente sensual, de mi madre". AcompaRëndose de la voz, "de un timbre extremadamente agradable y encantador", Julia da Silva interpréta ante su hijo "todos los grandes - triunfos que ofrecia esta maravillosa esfera de Mozart y de Beethoven, pasando por Schubert, Schumann, Robert Franz, - Brahms y Listz, hasta las primeras manifestaciones postwagne rianas". Se muestra dispuesto a reconocer que "quizA el jo- ven cuya vida sentimental comenzaba, bajo la influencia de - Eichendorff, de Heine y de Storm, a fundir el lirismo con el elemento verbal, fuese sensible sobre todo a la alianza de - 23la palabra y el sonido" . En el mismo sentido se pronuncia al hablar de su Zauberbergt "Desde siempre la musica ha ejer cido un influJo muy fuerte en la formaciôn de mi estilo crea tivo (...) En lo que a ml respecta, debo contarme en el ndme ro de los escritores mdsicos. Para mi, la novela ha sido slm pre una sinfonia, una obra contrapuntistica, una textura te- mâtica en que las ideas desempehan el papel de los motivos - musicales"^^. Al lado de estas horas devotamente dedicadas a la — 11— müslca, las vacaclones de verano en TravemUnde serë siempre recordadas con nostalgia por el novelists, que las considé­ ra "los perfodos roës felices de mi infancia" (L.15), Tanto mës felices, cuanto que confiesa: "Por la escuela sentia - aborrecimiento, y nunca me somet! a sus exigencias. La des- preciaba como ambiante, criticaba los modales de sus direc- tores y pronto me encontré en una especie de oposicién lite raria a su esplritu, a su disciplina y a sus métodos de en- sefianza. Mi indolencia, acaso necesaria para mi particular desarrollo; mi necesidad de disponer de mucho tieropo libre para estar ocioso y leer con tranqui1idad, y una verdadera pereza de mi esplritu, que todavla hoy padezco, me hicieron odiar la sujeccidn escolar, llevëndome a hacer tercamente - case omiso a ella" (L.16), Escribe poemas y comedias infan­ tiles que represents, con ayuda de sus hermanos, en el ëmbl to familiar, A los 17 aGos publics una revista estudiantil. Per FrühlingsSturm -de la que s61o salen dos numéros- en la que "brillaba sobre todo como redactor jefe; con trabajos — de Indole filos6fico-revolucionaria", nos dice, con frase - no exenta de ironia (L.17), Huérfano de padre desde los 15, y habiëndose instalado su madre en Munich, Thomas permanece en Lübeck a fin de concluir el bachillerato elemental, dedjL cëndose mâa a sus primeros escarceos literarios que el estu dio. En consecuencia, se ve obligado a reconocer que "mi - propia suerte (...) era para ml mismo completamente oscura. Mas su inseguridad no consegula inquietarme, pues, a pesar de todo, yo me vela sano e Inteligente. Asistla a las clases pero, por lo demës, vivla a mi aire". Concluido el bachille rato elemental se desplaza a Munich, con su madre. "Y alll -12- -llevando en ml corazôn la palabra 'provislonalmente'- ingre sé como meritorio en las oficinas de una compaRia de seguros" (L.17). De la idea que de la imporLancia de su trabajo se ha- ce dan buena cuenta las siguientes lineas: "Alli, entre em— pleados que toslan acatarrados, yo copiaba formulerios de p6 lizas y a la vez escribia, a escondidas, sobre mi inc 1 inado pupitre, mi primera novela corta, titulada Gefallen, que me proporcion6 mi primer éxito literario" (L.18). Al cabo de un aGo abandonarë su trabajo para dedicarse a frecuentar circu­ las universitarios, formando parte de "una tertulia de café de gente Joven con aspiraciones teatrales y poéticas" (L.19), ayudado por su prestigio como autor de Gefallen. En 1895 viaja con su hermano mayor, Heinrich, a - Italia, residiendo en Roma y Palestrina. Tal vez no sea ocio 80 recordar que en esta ciudad ambientaré, casi al final de su vida, la estremecedora escene del pacto diabôlico de Doktor Faustus. Al aGo siguiente, después de una corta estancia en - Munich, vuelve a Italia, a Roma, donde aün esté Heinrich. En esta época se encuentra con la filosofia de Nietzsche, cuya - decisiva inf luencia en su obra seré mot ivo de comentario en - varias ocasiones a lo largo de este trabajo. Permaneceré en - Roma hasta 1898, escribiendo en este tiempo Per Kleine Herr Friedemann y una importante porcién de Buddenbrooks. De vuel- ta en Munich descubre Die Welt als Wille und Vorstellung, de Schopenhauer, que le emocionaré hasta el punto de obligerle a incluir, al final de Buddenbrooks, una descripciôn de las vivencias que su lecture le ha provocado. Tanto Nietzsche co mo Schopenhauer, profundamente conocidos e interpretados cri -13- tlcamente, de manera creative, constituirén fundatnentales - elementos de su cosmovisi6n. A su lado, y partiendo siempre de una esencial libertad intelectual que se manifiesta en - el personalisimo carécter de sus interpretaciones, declara- ré el escritor ser discipulo de los roménticos alemanes - -Arndt, Gbrres, Grim^^, Novalis^^- entre los que coloca en lugar privilegiado a Schiller, y de Goethe. Del interés que por estas dos ültimas figuras siente Mann dan cuenta las - obras a ellos dedicadas: la narracién breve Schwere Stunde y el Versuch über Schiller, al primero, y la novela Lotte in Weimar y los ensayos Goethe und Tolstoi, Goethe ala Représen­ tant des burgerlichen Zeitalters, Goethes Laufbahn als Schri- ftsteller, Goethe und die Demokratie y el Ansprache im Goethe- lahr. También a la persona y la obra de Schopenhauer dedica - Mann un ensayo, al paso que Nietzsche, de quien se ocupan di— versos trabajos, entre los que destaca Nietzsches Philosophie im Lichte unserer Erfahrung, es, en parte, protagoniste encu- bierto de Doktor Faustus y esté presents casi en cada pégina de Per Zauberberg y Bekentnisse des Hochstap1ers Felix Krull, asi como en otras obras. La obra y la persona de Richard Wag­ ner darén también materia de reflexiôn al escritor, que desde muy temprano ha apreciado sobremanera la mûsica de aquél; - Uber die Kunst Richard Wagners, Wie stehen v?ir heute Richard Wagner , Leiden und GrBsse Richard Wagners, Richard Wagner - und der 'Ring des Nibelungen' y ^ Wagners Verteidigung, en­ tre los ensayos; Buddenbrooks, Tristan y Doktor Faustus entre las novelas, dan fe la importancia que Mann concede a la figu ra de su compatriote. Esto en lo que se refiere a la literatu ra, el pensamiento y la mûsica. En cuanto a la pintura. Dure- — 14— ro esÿ para él,el autor més représentativo de su cosmovi— si6n: "Durero, Goethe, Schopenhauer, Nietzsche, Wagner: en un pasaje con dos notas marginales se encuentra de golpe - todo reunido, toda la complejidad del destino y de la co— 27yuntura estelar, un mundo, el mundo alemén" . Estos serén, a lo largo de su vida, los espejos en que el escritor no dejaré de mirarse. Su actitud frente a ellos seré cada vez més independiente, més personal, y - cada vez més respetuosa, pues de discipulo pasaré a ser ca marada de cada uno de los miembros de este panteén. Cuando Mann habla de Goethe, de Nietzsche, de Schopenhauer, esté - hablando de sus semejantes, de ese reducido grupo de espiri tus que considéra hermanos del suyo; tan reducido como el - grupo de contemporéneos con el que establece anéloga rela— ci6n: Hermann Hesse, Gerhart Hauptmann, y pocos més. Llega- ré incluso un momenta en que se veré obligado a reducir aûn més su circula de amistades. La llegada al poder del régi— men nazi le enajenaré la de E m s t Bertram -en buena medida su maestro en el aprendizaje de la filosofia de Nietzsche-, asi como la de Hauptmann y otros pensadares y artistes que declararén su fidelidad al nuevo régimen. Y ésto nos lleva a detenemos en la consideracién de la actitud polltica de Thomas Mann. S61o a duras penas se ocupa Mann de politics. Pe- ! ro, obligado por las circunstancias, habré de hacerlo con -I frecuencia y de manera comprometida. Desde la primera guerre II mundial hasta el fin de sus dias el artiste Mann, que se oaa -15- sidera représentante de su pueblo, tendré que hacer de su pluma blsturl, cuando no lanza, ante la para él ineludlble responsabilldad de hablar a los alemanes unas veces, y por los alemanes otras. Frente a los ataques que los escrlto— res europeos del érea francôflla lanzan sobre Alemania con motivo de la primera guerra mundial y, més aûn, frente a - los de su hermano Heinrich, que para Thomas representan - una traiciôn, un crimen de lésa patria, escribe éste su pe queGo ensayo Friedrich und die Grosse Koalition y, sobre - 28todo, las Be trachtungen elnes Unpolitischen • Esta obra, en la que trabajaré cuatro aGos, le costaré énormes sufri- mientos. La cita de Molière bajo cuya advocacién comienza a escribir -"Que diable allait-il faire dans cette galère ilustra perfectamente lo que para él représenté este libro. Una condena a galeras, aceptada en parte por la conciencia de ser représentante del pensamiento de su nacién, y en par te por la no menos ineludlble responsabilldad moral que le exige la frase de Goethe que acompaGa a la de Molière:"!Com pérate! !Descubre lo que eres!". Lo que comienza siendo una apasionada defensa de la culture alemana se convierte, poco a poco, en un exémen de conciencia en lo que concieme a la posicién polltica del autor. Los ataques irreflexivos a la idea democrética, motivados por el dolor que le produce ver que su hermano, el Zivilisations1itérât de las Betrachtun­ gen, toma partido por Francia y ataca furiosamente a Alema­ nia, terminan dando paso a una sospecha: "^Seré acaso que - mi ser (...) y también mis acciones no corresponden exacta- mente, en absolute, a mi modo de pensar y de sentir, que yo mismo, con una parte de mi ser, estuve y estoy destinado a -16- favorecer el avance de Alemania hacia lo que en estas pégi- nas, con un nombre harto icq>ropio, se denomina democracia?" (BU.32). La autoviviseccién llevada a cabo por el escritor en las Betrachtungen da sus frutos. En 1922 pronuncia una - conferencia Von deutscher Republik, a causa de la cual es - tachado de traidor y oportunista por elementos hostiles a la Repûblica de Weimar. Pero no hay tal oportunismo: cuando el partido nacionalsocialista comience a ganar adeptos, Thomas Mann seré uno de sus més encamizados adversaries, e inten- taré evitar que sus compatriotes se dejen arrastrar por la fanfarria hitleriana. Con tal objeto pronuncia conferencias para los universitarios, en las que trata de poner de relie ve el uso perverse que de los més nobles valores de la cul­ ture alemana pretende hacer la nueva idéologie; citéré tan s61o dos que me parecen sobremanera ilustrativas de esta ac titud de Mann: Die Stellung Freuds in der modeimen Geistes- geschichte (1929) y Leiden und GrOsse Richard Wagners (1933). Pero también habla para los obreros: Rede vor Arbeitem in - Wien (1932). En 1930 pronuncia en el auditorio de la Orques- ta Filarmônica de Berlin otra conferencia, Deutsche Anspra­ che. Ein Appell an die Vemunft, en la que insta a la burgue sia alemana a aliarse con las organizaciones obreras y demo- créticas para enfrenterse al peligro nazi. La conferencia - concluye de forma borrascosa y el director de orquesta Bruno Walter, uno de los més fieles amigos de Mann, tiene que sa— carie de la sala por una salida sécréta. Desde 1931 recibe - cartas y llamadas telefônicas amenazadoras. Por fin, en 1933, — 17— reclen nombrado Hitler canciller del Reich, viaja Mann a - Amsterdam, Bruselas y Paris para pronunciar su conferencia sobre Wagner. Una llamada telefônica de sus hijos Erika y - Klaus le convence de que por ningûn motivo debe volver a — Alemania. El nuevo régimen vigila su domicilio, se incauta de sus propiedades, congela sus cuentas bancarias y conclu­ ye privéndole de la ciudadania alemana asi como de sus dis- tinciones académicas, catorce dias después de que el escri­ tor haya aceptado la ciudadania checa que le ofrece el pré­ sidente Benes. Comienza su exilio, que duraré hasta su muer te en 1955; pero desde Suiza y Estados Unidos continuaré su incesanté actividad en contra del régimen nazi y en favor - de los alemanes exiliados. Escribe y pronuncia conferencias: Literature and Hitler (1934),Achtung, Europa! (1935), Bruder Hitler (1938), Vom kcwnmenden Sieg der Demokratie (1938), Pas Problem der Freiheit (1939), Crea, con la colaboracién de - otros escritores, entre ellos Gide, Sartre y Hesse, la re— vista Mass und Wert y, durante la guerra, émite a través de la B.B.C. mensajes al pueblo alemén -Deutsche Hërer! (1940- 45)-. En 1944 se convierte en ciudadano americano y, pese a las protestas de sus compatriotes se negaré a volver a su - pais después de la guerra, por considérer que la derrota del régimen de Hitler no lleva consigo, en todos los casos, un replanteamiento de la posture espiritual de aquellos que lo apoyaron. Esto es lo que parece comprobar en 1949, durante su viaje a Munich, Francfort y Weimar, realizado con objeto de pronunciar su conferencia conmemorativa del bicentenario del nacimiento de Goethe. "La experiencia que yo saco de es­ te viaje -escribe- es que hoy viviria en Alemania de un modo -18- aproxitnadamente Igual que en 1930: vlsto con simpatla por una minoria Intel Igente y culta, cuyo numéro tal vez haya auroentado algo a causa de las experiencias pasadas, y odia do y difamado como no alemén, como antlalemén, como trai— dor a la patria, por ampllas masas Incorregibles que han - 29vuelto a un nacionalismo Impertinente" . Desilusionado por la trayectoria seguida por los Estados Unidos -particular- mente por el macCarthismo- abendonaré este pais para pasar sus ûltimos aGos en Suiza, donde moriré. En esta sumarisima biografia politics llama la - atencién, ahora como en su momento, la evolucién del pensa­ miento de Thomas Mann a raiz de la conclusiôn de las Betrach- tungen. ^En qué consiste, realmente, esta évolueiôn que mot^ v6 que el escritor fuese vilipendiado por muchos de sus com­ patriotes?. A mi entender, se debe fundamentsImente a la adqp ci6n de una posture ético-pragmética que ya nunca abandonaré. "En tiempos de apremio -escribe en las Be trachtungen- la au- tonegacién séria una debilidad lamentable, puesto que en se- mejantes tiempos, el eutoconocimiento y la autoafirmacién de ben ser una misma cosa" (BU.142). En el prélogo a la misma - obra asegura: "El yo y el mundo son los objetos de nuestro - pensamiento y de nuestra literature, y no el papel que desem peGa un yo en la sociedad" (BU.27-28). Joseph und seine Bra­ der demuestra que ambas cosas son necesarias y exigibles al artiste. Pero, para llegar a este saber hace faits, como ve remos, morir y renacer dos veces. En las Be trachtungen erapie za a intuir el escritor que debe salir de si mismo, que la - "intimidad al resguardo del poder"^^ ha dejado de ser permi- -19- slble. Esta todavla oscura Intulcién le hace decir: "Ester llamado a algo -sea al saber o a la accién- para lo cual no se ha nacido, siempre me parecié el sentido de lo trégico; y donde hay tragedia, puede haber amor" (BU,140). El amor,- en cuyo nombre se exigiré el protagoniste de Der Zauberberg la negacién de la muerte, seré la fuerza que arrastraré a Mann a su compromise ético en lo politico y lo social. Nun­ ca abandonaré sus creencias més intimas: "Constituye un - error confundir lo supraindividual con lo social (...) pues la personalidad, y no la masa, es la verdadera portadora de lo general" (BU.240). Pero, sea como sea, "desde el momento en que la critica del arte se abre hacia fuera, desde el mo mento en que ejerce una funcién sobre la sociedad, se con— vierte en moral, y el art is ta se transforma en un moraliste social (...). En cuanto a la politico, aunque tan puesto en guardia estuviese el artiste contra ella, también él séria to capaz de resolver lo insoluble, y de abolir el vinculo inse­ parable entre el arte y la politica, el espiritu y la politjL ca, Âqui entra en accién, sensiblemente, la totalidad del - ser humano, que de ninguna manera se deja negar (...). En él la estética, la moral, lo politico-social, s61o forman una unidad"^^. Esta responsabilldad moral del artiste ante sus seme jantes se comprende aûn mejor a la luz de la siguiente déclaréeiôn: "No tengo mucha fe, pero tampoco creo mucho en la fe; més bien, y mucho més, creo en la bonded, que puede 32existir s in la fe, y precisamente derivar de la duda" . El imperative ético es ahora, de forma declarada, el motor y - la justificaciôn de la labor del artiste. La bondad y el - amor son los criterios del Mann maduro. De que estos crite- -20- rios han sldo elegidos con la més absolute convicclôn dan cuenta las frases con que Freud concluye su carta de fell- citacl6n a Thomas Mann en su sexagésimo anlversario: "Me - permitiré expresarle, en nombre de un nümero Incontable de admiradores suyos, nuestra certidumbre de que usted nunca haré nada, ni diré nada -las palabras de un escritor son - también acciones- que sea cobarde o vil. En tiempos y c ir­ cuns tanc ias que turban el Juicio, usted seguiré el buen ca 33mino, y lo mostraré a los dentés" EL SIGNIFICADO DE LA ENFERMEDAD — 21— EL SIGNIFICADO DE LA ENFERMEDAD En la obra temprana de Thomas Mann présenta la en fermedad un carécter biolôglca y axlolôgicamente negative. Tanto en sus primeras narraciones breves -Tristan, Tonio - Krflger, Der kleine Herr Friedemann, Der Tod in Venedig- cono en su primera novela extensa, Buddenbrooks « los protagonis­ tes, "como la perla herida, se hallan biolôgicamente prédis puestos al fin prematuro. Parten siempre hacia el fracaso y, antes de entrar en pelea, llevan ya herida la sien o alojan plomo en el ala"^^. La enfermedad es interpretada como reve laciôn de la errônea forma de ser en el mundo propia del - personaje que la padece. Tal error, lo veremos pronto, con£ tituye para el autor la esencia de la patologia, de la que el agente extemo -traumatismo, germen patôgeno- cuando lo haya, no serâ sino mero pretexto. 35En Buddenbrooks , Mann lleva a cabo la primera - tentative de explicaciôn y autojustificaciôn de su propia - existencia de artista. El mundo que retrata es aquel en que su infancia ha transcurrido, el de la hanseética Lübeck que, desde hace generaciones, alberga a su familia; y esta fami- lia, a su vez, tiene mucho que ver con la estirpe de Hanno Buddenbrook, el primer sosias literario de Thomas Mann. Las enfermedades que, a lo largo de la novela, padecerén los - distintos personajes, no son sino la epifania del ocaso de una era, la burguesa-hanseética, de la que aquellos son epi gonales représentantes.El modo de vida que conocen péricli­ ta, se manifiesta incapaz de responder a las exigencias que los nuevos tiempos traen consigo, y es asi como los ûltimos -22- Buddenbrok indefectlblemente llegan a ser los protagonistes de este modemo "crepûsculo de los dloses" -Ragnarbk, GOtter- dammerung- mito de dilatada existencia en el mundo germénico para el que représenta la conclusiôn de un ciclo cosmolôgico tras del cual, invariablamente, adviene un nuevo eôn. Hombres crepusculares en una época crepuscular: é^ to son los personajes de la temprana creaciôn manniana. No llega aûn el "Gran Hediodla" que Nietzsche anunciaba dece— nios atrés. El artista, exponente del modo de sentir de su época, madura su desazôn y analiza el objeto de ésta desde - diverses puntos de vista. La "decadencia" -Verfall-, que ya se anuncia en el titulo de le obra, es su més inmediato pro blema, Y se hace patente -asi como ejemplificable- en la en fermedad, en la manifestée iôn biolôgica de la pérdida de po sibilidades de ser. ;Bajo qué formas se présenta la decadencia? ^Cua- les son los fallidos modos de ser en el mundo que Mann estu dia en esta obra?. Por una parte, el absolute desajuste in­ consciente — o apenas consciente- de la propia forma de vi— vir con las exigencias del momento en que se vive: tal es - el caso de Christian Buddenbrook; por otra, la consciente - contradicciôn entre la funeiôn impuesta a la persona por la situaciôn en la que debe desenvolverse y las oscuramente co nocidas, deseadas y no satisfechas posibilidades de plenitud personal: este es el caso de Thomas Buddenbrook y su herma- na Antonie; por fin, la crisis en que desemboca la decaden­ cia del linaje se manifestaré en el personaje de Hanno, el hijo de Thomas, quien al menos en escorzo abandonaré el mo- -23- do de vida burgués por el artistlco, si bien en esta novela tal tentâtiva de supezaciôn desemboca todavla en el fracaso, como lo evidencia el destino del niGo. Veamos, en cada caso, el acontecer patolôgico que fundaments esta interpretaciôn. En la persona de Christian Buddenbrook, una de las "emanaciones del propio *yo' que escribe el poema", la pér­ dida del sentido de la propia vida se manifiesta en dos ras gos fundamentales : aficién morbosa a las bufonadas y desaten tada hipocondria, los cuales surgen de una necesidad imperio sa de comunicac iôn, exprès iôn de su radical vacio, de su - efectiva incapacidad para justificar su existencia desde si mismo y, a partir de esta necesaria justificaciôn, de encon trar una més sana relaciôn, una créâtiva reciprocidad con - los que le rodean. Sobre este fondo de vacio existencial - aparecen incardinados taies rasgos, siendo escasas las oca­ siones en que el subito espanto sobrevenido al personaje al experimentar éste sin previo aviso el desencadenamient o de - sus perturbadoras molestias no sucede a una exhibiciôn de su répertorie de parodias, generalmente bien aceptadas en los - ambiantes sociales que frecuenta, pero que suelen ser recha- zadas —por su contenido y por la forma en que las ejecuta- en el ambiante familiar. Estos rasgos morbosos de su caréc- ter se hacen patentes ya en la infancia. Muy temprano encon tramos en la novela un claro ejemplo de este tipo de compor tamiento, que con distintos pretextos se manifestaré a lo - largo de toda su existencia segûn un ritual invariable.A los postres de una comida, Christian abandons su melocotôn en el plato y, con las facciones desencajadas, se dirige al resto -24- de los comensales: "Imaginéos que por desculdo ... me trago el hueso y me atraganto... y no puedo resplrar... y me aho- go horrlblemente... y vosotros os preclpltéls.. . tras de lo cual se crispa sobre la mesa lanzando un gemido ahogado que produce el esperado pénico en sus familières quienes, - por un momento, llegan a creer que el accidente realmente ha sucedido. Sôlo entonces, al verse rodeado de la preocupada atencién de todos, considéra que puede tranquilizarles: "No, no (...) Pero jsd me lo hubiera tragado..."(B.48). Més tarde, ya en la edad adulta, este miedo a la muerte por asfixia se objetivaré en un trastomo que no précisa para manifestarse del grosero concurso de un hueso de melocotôn. Su hermana - Tony seré la primera en tener noticias del nuevo motivo de angustia de Christian. "Dime", pregunta el enfermo, "iCono- ces la sensaciôn... es dificil de describir... cuando a uno se le atraganta un bocado y se produce un dolor en la espa^ da.,.?" (B, 179). Cuando su hermana responde que, en taies casos, es suficiente beber un vaso de agua, Christian se re tira desolado constatando: "No, no creo que nos comprenda— mos", Poco més tarde reconoceré que "(...) la garganta, los mûsculos... simplements se niegan (...). Si, la cosa es que, sencillamente, no me atrevo a quererlo en la forma debida". (B. 180). A este trastomo irén suméndose otros muchos: mo­ lestias difusas en la piema izquierda, "en el lado izquier do, en el lado del corazôn... ExtraGo... Lo encuentro muy - extraGo...", cuya causa, segûn un especialists hamburgués, radica en la insuficiente longitud de los nervios del lado izquierdo del cuerpo (B.198); crisis asméticas de poca en- tidad que se aGaden a sus incorregibles trastomos de la de -25- gluciôn (B.213); todo aquello, en suma, que de lo anterior deduzca su enfermlzo Intelecto. Sin que pueda negarse que Christian Buddenbrook - sabe obtenez ostensibles bénéficiés de sus mûltiples padeci mientos -abandono de un trabajo desagradable: en su caso, - cualquier trabajo (B.302), exigencia continua de sumas im­ portantes de dinero a su hermano Thomas para costearse sus tratamientos sin abandonar su tren de vida habituai ,ademés de conseguir, en mayor o menor medida, atraer hacia si la - atencién de los que le rodean- es évidente que su enfermedad -la auténtica, de la que surgen tan variopintas manifestacio nés- tiene, por otro lado, carécter punitivo. El mismo lo re conoce cuando sus dolencias le asaltan en el curso de sus re presentaciones bufonescas, lo que, por otra parte, acontece comunmente (B.306) (B.366-367). Por tan complejos motivos ne cesita, ademés, describir minuciosamente sus angustias a - cuantos se près tan a oirle. A veces lo haré implorando corn— prensién: "No es un dolor, es un tormento, &sabes7, un tor— mento contlnuo, Indeflnible. El doctor DrCgemQller, de Ham- burgo, me ha dicho que en ese lado todos los nervios son de masiado cortos... IDate cuenta, en todo el lado izquierdo - de mi cuerpo los nervios son demasiado cortos! Es tan extra Go... A veces experimento la sensaciÔn de que en este lado se va a produc ir una especie de calambre o una parélisis, - una parélisis para siempre,., |No puedes imaginartel Ni una noche puedo dormir normalmente. Me despierto sobresaltado — porque mi corazén no late més, y siento un espanto terrible.. Esto no ocurre una vez, sino diez veces, antes de dormirme. No se si lo conoces... Te lo describiré detalladamente..." -26- (B.275). Otras lo haré irrltado, exiglendo^més que solici- tando^los derechos a que se cree acreedor a causa de su ca lldad de enfermo. En el reparte del patrlmonlo familiar se hace patente esta creencia suya: "jTonyl ;Gerda! (citando a las mujeres como testigos del siguiente desafuero de Tho mas) (Dice que esté més enfermo que yo! &Has estado quizé a la muerte en Hamburgo con un reumatismo articular?..." - (B.393). Y asi continuaré hasta ser interrumpido, amontonan do padecimientos como quien concatena razones en apoyo de — sus reivindicaciones econémicas. Incluso éstas tienen un ob jetivo radicado en lo patolôgico: Christian pretende former un hogar para conter con "alguien que me compadezca cuando esté enfermo" (B.395). Por esta misma razôn el criteria que fundamenta su elecciôn de compaGera es casi un criteria cil nico: "Es tan sana... itan sana!" (B.276). Merced a estos ejemplos podemos ver hasta que pun to es irreversible la instalaciôn de Christian Buddenbrook en la enfermedad. Lo més que se concede es la aspiracién a tener alguien saludable en su vecindad. Y esto aûn admitien do que sus dolencias no son sino "los estûpidos frutos de - una répugnante autoobservacién" (B.213), por decirlo con las propias palabras de su hermano. Del mismo modo, s61o acepta ci6n abûlica révéla el reconocimiento de que el tratamiento que sigue para corregir sus trastomos deglutorios no cuen­ ta para su accién més que con un discutible -en cuanto reco nocido por el paciente- efecto placebo: "Grabow me prescri­ be un ungüento para los mûsculos de la garganta... {Bien! - Si no lo uso, si lo descuido, me encuentro completamente per -27- dido y desamparado; estoy intranquilo, inseguro, angustiado, en desorden y no puedo tragar. Pero si lo uso siento que he cumplido con mi deber y que estoy en orden (...). El ungtien to no hace nada, creo yo ^sabes?. Pero la cosa es que una - imaginaciôn asi, entiendeme bien, s61o puede ser superada - por medio de otra imaginaciôn, de una contrairoaginacién. *' (B.218). En resumen, desde el comienzo de la narraciôn - Christian Buddenbrook se nos muestra como enfermo, como in­ curable y radicalmente enfermo, pues no son las dolencias - que aqueja, sino su total instalaciôn en la vida la que se encuentra marcada con el sello de lo patolôgico: Christian Buddenbrook ha perdido, desde la infancia, el gobiemo de - si mismo. Moriré sin encontrarlo. Mo es este el caso de su hermana Antonie -Tony, si utilizamos el apelativo con que comunmente se la nombra en - el seno de la familia-. Sin embargo, su conducts para consi­ go misma se revelaré igualmente errônea. Tal errer consisti- ria, en sintesis, en la adopciôn de un modo de vida que se corresponde casi a la perfecciôn con aquella primera "meta- morfosis del espiritu" de que habla Nietzsche en el prôlogo de su Zarathustra. en la que el espiritu se hace igual al - camello. En efecto: en Tony -y aûn en mayor grado en Thomas- la voluntaria aceptaciôn de los imperativos de la forma de - vida burguesa, el sometimiento a una disciplina basada en - creencias que ya no pueden mantenerse, seré el factor patôge no exclus ivo. Esta contranatural violencia se manifiesta, en el caso de Tony, en sus dos matrimonios de conveniencia -que, -28- a la postre, demuestran ser tan poco convenientes, incluso desde el punto de vista de la "raz6n social Buddenbrook"-, La primera vez con el propôsito de crear sdlidos vinculos financieros que coadyuven al mayor enriquecimiento de la - familia, renunciando previamente al que parecia un amor au téntico; intentando en la segunda ocasiôn corregir su situa ciôn de divorciada, poco recomendable socialmente, Tony Bud denbrook no hace més que malvender su vida. Consciente al - fin de su fracaso personal, asi como de la intima proximi— dad en que se halia su hermano Thomas, dedicaré todas sus - energias a apoyar la patética labor de éste. La importancia que a tal labor -el mantenimiento del nivel social de la familia- concede Tony, es lo que le pone a buen recaudo de trastomos morbosos auténticamente graves. Tan sôlo aquejaré -en repetidas ocasiones, desde lue go- molestos desarreglos géstricos y cefaleas, que se presen tan con especial intensidad en aquellos momentos en que una instancia exterior llega a perturber su precario equilibria. Asi, por ejemplo, en la vispera de la excursiôn en el tran^ curso de la cual se determinaré su segundo matrimonio: "La cabeza me duele... Mira, creo que tengo fiebre, y otra vez es el estômago; o tal vez sea clorosis, pues las venas de - mis sienes estén completamente hinchadas y laten (...)" - (B.230). En otra ocasiôn observamos la inmediata asociaciôn del cuadro sintomético a un impacto emocional: su segunda - hija muere a los pocos minutas de nacer y, ante el estreme- cedor suceso. Tony queda postrada en cama. Sus familières, que han acudido a Munich para estar présentes en la que pro -29- metla ser alegre ceremonia del bautlzo de la nlGa, encuen- tran a camblo a la frustrada madre, quien "mucho peer que en la primera ocasiôn, yacla abatida, y su estômago, victi ma de aquella atonia nerviosa ya que antes habia padecido, se negaba a aceptar casi todo tipo de alimento"(B,251). De nuevo se manifestarén estos trastomos cuando su segundo - matrimonio entre en crisis (B.255) (B.258). De todos modos, su fervorosa entrega al empeGo de mantener el prestigio de la familia obraré hasta el fin de la novela como lenitivo de sus padecimientos, si bien deberia entenderse como una - preciosa indicaciôn el hecho de que éstos desaparezcan como por ensalmo cuando Tony, invitada por una amiga de la ado— lescencia, pasa una temporada en el campo (B.307). La figura de Klara, la hermana menor, no tiene - apenas otra misiôn que la de ilustrar aûn més la merma de vitalidad que se observa en la familia. De ella sabemos que, desde muy temprano, aqueja molestias y frecuentes cefaleas (B.195)(B.248)(B.271), Asi mismo, su matrimonio résulta es- téril, lo que al parecer no le preocupa en absolute pues - "nunca habla deseado tener hijos" (B.248), Moriré joven, vie tima de lo que parece ser tuberculosis cerebral (B.291). Nos enfrentamos ahora al personaje sobre quien - recaen al unisono la mayor parte de la acciôn literaria y la exclusividad de la funeiôn de sostén de la familia: Thomas, hijo del cônsul Johann Buddenbrook, que llegaré a ser sena- dor de la ciudad libre hanseética. Del mismo modo que en la figura de Hanno se refleja el problème existencial -la Küns- tlerproblematik^^- del joven Thomas Mann, es licito recono- -30- cer en Thomas Buddenbrook al padre del novellaLa, al menos en un rasgo esencial, la "seriedad en la conducta" que, con frase goethiana, admite el autor como herencla patema. Ea ta seriedad debe ser interpretada en clave burguesa. Tréta se del natural presupuesto de una existencia que tiene por soporte el comercio entendido a la manera modema. Ahora - blent Asi como el cmnercio de cereales en el émbito mercan til de la Hansa decae en forma irreversible en los ûltimos lustros del pasado siglo ante la general remodelac16n de - las estructuras del mundo occidental, el modo de vida basa do en aquel ha de mostrarse necesariamente inopérante fren te a las nuevas instancies. La jovialidad del ilustrado - Johann Buddenbrook, primer cabeza de familia del que tene- mos noticia, dégénéra en progrèsiva neurosis religiosa en su hijo, el cônsul Johann (B.37,38,165), al que sucede Tho mas, en quien quedan refutadas la jovialidad del abuelo y la exacerbada religiosidad luterana del padre. El estado - de los négocies no le permite, en efecto, mantener aquella actitud de inmediata satisfacciôn ante la vida que caracte riza al primer Johann, y desde su juventud ha rechazado £n timamente la desaforada religiosidad que se adueGa del ho­ gar patemo. Lo que de cmnûn tiene con sus predecesores es su burgue s idad. Pero es la suya una burgue s idad tardla, - inadaptada, sin nervio, Sôlo permanece inalterable la super estructura, lo visible de esta actitud ante la vida: la ya mencionada seriedad, la compatitividad, el racionalismo -del que dimana el patolôgico atenimiento a la razôn social-, el mercantilisme... Falta en cambio el fundamento real sobre - el que pueda asentarse este andamiaje: Thomas Buddenbrook -31- no tiene una sola raz6n capaz de Justificar la condena a - trabajos forzados que a si mismo se imp one al asumir la mi 8iôn de mantener a flote la casa Buddenbrook, consistiendo su primer sacrificio por la causa en la ruptura de las re- lac iones que mantenia con una joven florista. Su dedicaciôn a esta tarea de Slsifo ejerceré una acciôn preventiva de - aquellas enfermedades cuya apariciôn podria trastomar el - equilibria econômico-social de la familia. La radical insu- ficiencia de esta ética del esfuerzo se manifiesta solamen­ te en ocasionales pérdidas de fuerza, de vitalidad, que sur gen ante trabajos excesivos (fi.285,326) para cuya realiza- ciôn se précisa algb més que el simple hébito, o en los es casos momentos en que se pregunta por la validez del modo - de vivir la propia vida que ha adoptado (B. 443,326). Nés - adelante pre s enc iaremos cômo estas debilidades momenténeas adquieren una dimensiôn irreversibleraente trégica tras el - reconoc imiento del fundamental error en que se ha mantenido^ pues la desmedida tensiÔn a la que se somete, no ha 1 land o - liberaciôn graduai en procesos morbosos de pequeRa cuantia, se resolveré so lamente con la muerte. Por este mot ivo puede, con razôn,decir a Christian, como vimos en una anterior oca siôn, que esté més enfermo que él, pues es la suya una enfer medad més certeramente létal que la de su hermano. Asi es el padre del ûltimo véstago del linaje, un nuevo Johann -Hanno para sus pariantes- con el que concluye la dinastia. Frente a su padre -si se quiere, en su proxim^ dad, pero nunca realmente junto a él- su madre, una compaGe ra de intemado de Tony, seré el segundo personaje al que - -32- deberemos dedlcar nuestra atencién si pretendemos compren- der la breve existencia del ûltimo Buddenbrook, Gerda Ar— noldsen es una holandesa con antecedentss no exentos de - exotismo, lo que asociado a su pasiôn por la musica -si es que en un ser tan frio como el autor hace a su criatura - puede hablar se de pas iôn- nos hace pensar inmediatamente en Julia da Silva Bruhns, la madre de Thomas Mann. En una Ju— lia da Silva respecto a la cual el niGo Hanno no podria en ningûn caso observer un amor tan exento de temor como el que Mann ai irma sentir hacia su madre. De hecho, Gerda es un per s ona je en t omo al cual la idea de amor no tiene cabida. El lector casi se siente tentado a hablar de nihilismo al refe rirse a esta mujer, y su entrega a la mûsica parece a la - larga no ser otra cosa que la utilizaciôn de este arte como medio de enajenaciôn, de embriaguez, peligro éste que ya - Nietzsche descubre en la época en que se désarroila la ac— 37ciôn de la novela , y més especialmente en el caso de la mûsica Wagneriana, de la que Gerda es temprana admiradora. Pues bien, la madre de Hanno es también sujeto de patolo— gia, atribuida resueltamente a la esfera espiritual. Las - distintas molestias que aqueja reciben por norma el califi cativo de "nerviosas" (B.208, 239,240), Por otra parte, - frente a la general repuisa que reciben en toda ocasiôn las lamentaciones de Christian, Gerda se complace en oirlas, - pues al parecer le resultan divertidas (B.307). Confrôntese esta actitud con la compasiôn activa -no apreciada por Chrto tian e inûtil por otra parte- que révéla la critica familiar. La esposa de Thomas considéra que al menos Christian no es - un burgués (B.307), a diferencia de sus hermanos. Y esta ca- -33- 1ificaciôn de "no burgués" apiica al miembro més desquicia do de la familia, que se atribuye a si mismo, con el consen timiento de su cuGada, cualidades artfsticas, es quizés el dato esencial para la comprensiôn de la figura de Hanno. El hijo de Thomas y Gerda esté dotado de un tempe ramento artistico entendido al modo roméntico. Muestra ante la vida una actitud plena de tristeza y temor, fruto de una exquisita sensibilidad que se manifiesta tempranamente. Ya en sus primeros dias de escuela, las figuras de los poemas infantiles que aprende -Des Knaben Wunderhom- le visitan - en sueGos, causéndole un profundo dolor aquellos relatos - poéticos sobre los que otros niGos pasarian con una sonrisa superficial. Su padre y su tia Tony, preocupados por sus pe sadillas, consultan al viejo médico de la familia que diag- nostica "pavor noctumus", reconoc iendo la inexistencia de algûn remedio eficaz frente a tal dolencia (B.314-316). Tan sôlo durante sus vacaciones en TravemUnde -lugar donde el - propio Thomas Mann, no lo olvidemos, pasaba sus vacaciones infantiles- consigne Hanno dormir en paz (B.432). Del mismo modo, al verse obligado a recitar un poema con motivo de la celebraciôn del centenario de la razôn social Buddenbrook, sabe que seré incapaz de BLevar a cabo tal imposiciôn: las - légrimas, por més que trate de inqiedirlo, brotarén esponté- neamente "como cuando los sébados en la Marienkirche, Herr Pfühl, el organiste, tocaba el ôrgano"(B.329). No es, como piensan los may ore s -o al menos no en primer término- el mie do al auditorio lo que le hace llorar. Son las estrofas del poema las que le producen incontrôlable emociôn. Pero no ha -34- de extrafiar que, de resultas de la incomprensiva critica pa terna, rootivada por el deseo de un sucesor que posea una do sis suficiente de virtudes burguesas, Hanno pierda cada vez mâs la confianza en la capacidad de comprensidn de los adul. tos: "Nunca, pensé Hanno desesperado, nunca hablaré con la gente** (B.331). A medida que crece puede comprobarse que su salud, que "habia sido sietnpre delicada" (B.348), no parece resuel ta a consolidarse. Primero es la denticién de leche lo que le provoca crueles padecimientos. MAs tarde, la denticién - définitiva harâ précisa la sistemAtica interveneién del den tista Herr Brecht, "un hombre pavoroso" (B.348) para el nl- no. Esta patologia estoroatolAgica, interpretada por Mainet- 38ti como un signo mAs de la decadencia biolégico-espiri— tuai de la familia^de acuerdo con el valor simbélico que el diente tiene en la obra de Freud,da pié a ulteriores tras— tomos digestives que repercuten evidenteroente en el estado general del pequeho paciente (B. 349). En esta época comien za Thomas a temer que sea la pasién de su hijo por la musi- ca lo que de tal forma ahoga su vitalidad, llegando a pen— sar que tal vez se trate de una forma de "enajenaciôn men— tal" (B.355). Esta es, en buena medida, la tesis sostenida por el autor. Para su pensamiento de esta época -un pensa- miento de "fin de siècle" el artiste es el modo epigonal, décadente y pleno de espiritualidad, de ser burgués. Hanno es la consecuencia inevitable del burgués ilustrado Johann, del Johann burgués-luterano y del burgués-camello que es - Thomas, vinculados por ese radical ingrédients que es la - -35- burguesidad, la tentâtiva de apropiacién del entorno nacida en los burgos europeos de la Baja Edad Media de que las ciu dades hanseAticas son paradlgmAtico exponente. Ni el segun- do Johann ni Thomas lograrAn encontrar una ultima raz6n a - su actividad vital. Tampoco Hanno llegarA a encontrarla, pe ro en Al se produce la inflexiénî rompiendo con el mercant^ lismo en que la farailia basa su existencia, anuncia -bien que 8in suficiente fuerza todavia- la posibilidad de una nue va respuesta a las nuevas exigencies existenciales. ^Con qte palabras ha de nombrarse esta respuesta?. Lo veremos mAs - adelante, cuando esta posibilidad que se esforzarAn en rea- lizar Tonio KrOger y Gustav von Aschenbach, protagoniste el primero de la narracién que lleva su nombre, y el segundo - de Per Tod in Venedig, se lleve a cabo por fin en Per Zauben- berg, al operarse def initivamente el paso de la filosofia de Schopenhauer -pesimismo, el artiste como embrién del asceta - en el camino hacia aquel ensimismamiento que se considéra la ùnica posibilidad de ser libre frente al mundo aparencial- al pensamiento de Nietzsche. Paulatinamente se van desarrollando en Hanno los rasgos que le harAn parecer un Christian refinado, o a la - inversa, aquellos que parecen dar razAn al aserto de Gerda acerca de la no burguésidad -de la distinta forma de ser - burgués, diriamos ahora- de su cuhado. Advertimos tan solo diferencias de grado entre los dos personajes: Hanno culti­ va con amor el arte musical, tan distante, al menos en la - forma, de las bufonadas de su tlo, y su salud, como hemos - visto hasta ahora y como él mismo expone a su ünico amigo — 36— -"...me hago un corte en el dedo, me hago dafio en cualquler parte... Es una herida que en otra persona curaria en ocho dfas. A mi me dura cuatro semanas. No quiere curarse, se en cona, se infecta y me produce molestias énormes"- es objet! vamente precaria (B.506). Pero sobre todo las dos déclara— clones que acompaRan a sus quejas establecen una inequivoca relacién entre su personalidad y la de Christian.Hanno adml te ante su amigo que su limitacién fundamental consiste en "no poder querer nada" (B.506), asi como que, lo que para - él constituye una Auténtica necesidad, interpreter al piano partituras musicales, "lo empeora todo" (B.507). Conviens - detenerse en esta frase que tan equivoca résulta para el lec tor no aleman. "Schlimmer machen"es la locucién que Hanno em plea para définir lo que con él hace la mûsica :"Ich kann es nicht lassen, obgleich es ailes noch schlimmer macht". Te— niendo en cuenta el diélogo que precede a esta frase podria considerarse este empeoramiento referido a sus padecimientos fisicos. Las palabras que siguen, del amigo y del autor, que pretenden ser aclaratorias, desvian la atenciôn del lector - hacia otro campo: "-Se a lo que te refieres- dijo Kai. Y los dos callaron. Se hallaban en una edad particular" (B.507). Para completar el cuadro, poco antes ha recordado Hanno lo que, tras su confirmacién, habia dicho sobre él el pastor - Pringsheim: "Deberian darme por imposible, yo descendia de una f ami lia podrida" (B.506), lo que a su vez nos retro trae a las primeras péginas de la novela. Cuando el primer Johann inaugura su nueva casa, su hijo menciona la decadencia de - sus anteriores propietarios. Para él esta decadencia es elrm tural resultado de una inevitable senescencia: "Esta vieja fe -37- milla habla passée" (B,17). En Hanno la familla Buddenbrook se déclara igualmente "passée" y se rinde a la evldencia de su sustituclén en el piano social por la familla HagenstrOm. El camino recorrido por los Buddenbrook parece la exacte re produce16n - (mitica7- del cubierto por sus predecesores, que conocemos por las palabras involuntarlamente proféticas del religioso Johann. A la rendicién en que culmina la decaden­ cia se refiere fundamentalmente el "empeoramiento" motivado pot la musica, o mejor, por ese temperamento artlstico que se maniflesta en el ûltimo Buddenbrook y que, no teniendo - cabida en el mundo en que vive, juzgado peligroso por el pro pio muchacho, se convierte en elemento raorboso, en factor de disgregaclén, de anonadamiento. En breve se declararé la en fermedad que ha de llevarse al dltimo véstago de la estirpe^ cuyo anélisis, dada su calidad de enfermedad mortal, cotres ponde a un préximo apartado. El problema planteado en Buddenbrooks « la "busqué da del burgués"^^, en palabras de Lukacs, seguiré constitu- yendo durante afios la tarea esencial de Thomas Mann. Per - kleine Herr Friedemann, Tristan. Tonio KrOger. KOnigllche Hoheit y Per Tod in Venedig son otras tantes tentatives de resoluciôn, cada una de las cuales supera en precisién a las anteriores. Los distintos ingredientes de la "Ktinstlerpro- blematik". como las lentes de un ccmiplejo aparato éptico, - van a ser apasionadamente pulidos, observados desde mûlti— pies puntos de vista y sometidos a distintos grados de ilu- minacién. Y el Interés que tal anélisis, que cabe calificar de vivisectivo y tnés aûn, de autovivisectivo -si la utilisa -38- cl6n de tal término es permis Ible- debe susciter en el es tu dioso de la obra manniana se deduce del aserto de K. Karst que, aûn cuando se refiere en particular a la obra de que - ya tenemos conoc imiento, Buddenbrooks « puede hacerse exten- 8ivo a toda la creacién del autor alemén: en ella "toda la burguésia europea puede verse representada"^^. Veiamos en Buddenbrooks cômo los "burgueses cons-41 clentes" -Thomas, Hanno- intentan, a partir de distintas concepciones de la vida, dar razén a su existencia. Thomas, mediante la hipertrofia de las virtudes burguesas, trata de evitar la disolucién que hace presa en su hermano Christian; "He llegado a ser como soy(...) porque no queria llegar a - ser como tû"(B.395). Hanno se slente llamado a una actividad distinta, la actividad artistica. Ya hemos visto lo que esto signifies para el autor alrededor de 1900. En Per kleine Herr 42Friedemann , el personaje que da nombre a la narraciôn es - asi mismo un ser enfermizo, cuya vinculacién con el arte da pie a que su creador le tache —irénicamente- de "epicûreo" (KHF. 60). Lo que fundamentalmente distingue a Friedemann de Hanno Buddenbrook, su contemporéneo en el sistema temporal dentro del cual, mégicamente, se entrelazan los sisteraas tem porales de cada narraciôn, es el carécter secundario que al temperamento artistico de Friedemann se atribuye. Asi como - en Hanno el arte se vincula a lo morboso mediante una rela— ciôn de causa a efecto que podria exponerse en los sigulen­ tes términos: El arte coexiste con las naturalezas débiles porque es lo nocivo, lo opuesto a la vida, en Friedemann se invierten los términos de la férmula: El arte coexiste con -39- las naturalezas débiles porque éstas, incapacitadas para - i otro tipo de satisfacciones, encuentran en la fruiciôn esté | tica una fuente de placer al cual, de otro modo, no tendrlan | acceso. Nada permite suponer, durante los primeros dias - de la vida de Johann Friedemann, que su actitud ante el raun j do lie garé a dar lugar a la precedente sentencia. Pero cuan j do un dia, al regresar a casa la madre y hermanas de éste, j que a la saz6n tiene alrededor de un.mes de edad, lo encuen tren en el suelo, donde se ha precipitado desde una mesa con la anuencia de su alcohélica ama de cria (KHF.57), el peque- no sefior Friedemann se habré convertido en el instrumente de que Mann se sirve para ilustrar la idea que acabamos de expo ner. De resultas de su accidente Johann Friedemann quedaré - déformé,aunque con sus funciones intelectuales conservadas. For ello, al alcanzar la edad adulta se ve obligado a reco- nocer que para el amor de la mujer, asi como para los ejer- cicios gimnésticos y los déportés, "no era apto" (KHF.59). Esta conciencia de la marginaciôn a la que lo enfermizo de su déformé constitucién le some te es lo que constriRe al - personaje a buscar en el arte sus momentos de felicidad. En este cambio de polaridad del vector que relaciona arte y en fermedad se encuentra en gérmen algo de lo que, aparentemen te, ni el propio Mann se da cuenta: (Seré preciso creer que la enfermedad, la pérdida mayor o menor de posibilidades vi taies, puede favorecer la entrada en el llamado "cosmos de la culture", que por lo general permanece oculto a las mira das del hombre, dirigidas comunmente sobre realidades més — -40- Inmediatas? (Podria afirmarse que del pretendido valor ne- gativo de la enfermedad puede, paradéjicamente, surgir un insospechado enriquecimiento vital?. Dejeraos sin respuesta estas preguntas, pues sin respuesta quedan en la obra de - Mann hasta la conclusién de la primera Guerra Mundial, y - continuemos nuestro camino a través de esta ingente créa— cién intelectual. Artistes enfermes son también Frau Klttterjahn y - 43Detlev Spinell, los protagonistes de Tristan . No grandes artistes pùblicamente conocidos, desde luego, sino burgue— ses con particular sensibilidad para el arte, como sus pre- decesores Hanno Buddenbrook y Johann Friedemann, a la que — se anade, en el caso del varén, el deseo de alcanzar la glo ria literaria. Su calidad de enfermes queda terminantemente afirmada por el ambiente en que se desarrolla el relate; am bos son pensionistas de un sanatorio antituberculoso de nom bre harto significative: "Einfried" -cercado, amurallado-. La introduceién de un tercer personaje clarifies aun més la intencién del autor. Tal personaje, Herr Klttterjahn, comer- ciante de poderosa constitueién fisica, es la contrafigura - de los otros dos. Spine11 percibe enseguida el aparente sin sentido que represents la unién de la espiritual Frau Klb- terjahn con su marido, unién que, a su modo de ver, es atroz mente contranatural, (Se trata tal vez de una parébola me— diante la que se pretende mostrar la prostitucién de un ar­ te mercenario?. Es posible, aunque no probable que ésta - sea la intencién fundamental del autor, pues no es éste el asunto que solicita su atencién. De lo que se trata es de - - 4 1 - hacer més vivo el contraste entre la salud cas! animal y la espiritualidad enfermiza, este contraste que résulta intole­ rable a Spinell, el literato frustrado, quizé porque adivi- na que en esa unién con la vida, con la salud animal despro vista de esplritu que Frau KlOterjahn ha aceptado, existe - una posibilidad de salvacién que a él le esté vedada; la mu jer ha dado a luz un hijo tras de lo cual, cierto es, vencl. da su naturaleza por el ininterrumpido esfuerzo de la gesta cién, se maniflesta su enfermedad. Pero ese hijo que tan ca ro le cuesta permanece como una creacién incontestable fren te al baldio esfuerzo literario de Spinell. Si a todo lo anterior aAadimos que la mûsica que interpréta la enferma -(es casualidad que Wagner y Chopin sean sus favoritos?- agrava su dolencia (T.182) a semejan- za de lo que ocurrla con Hanno, (seré preciso concluir que la ûnica solucién viable frente a la enfermedad sea el aban dono de la espiritualidad, el pacto con esa "salud animal"?. No es esto lo que piensa Thomas Mann, pues de ser asi no ha bria usado la enfermedad a modo de criterio axiolégico como, segùn su inveterana costumbre, vuelve a hacer con la prota- gonista de su novela: en realidad su pacto con la vida, a - pesar de ese logro évidente que es la matemidad, arrastra una secuela patolégica aun més grave que la producida por - la esterilidad del escritor. Tonio KrOger^^ intentaré dar - una respuesta més satisfactoria a la interrogée ién que el b^ nomio espiritu-enfermedad représenta en el pensamiento man- niano. Tonio KrOger recoge en forma casi autobiogréfica -42- gran cantIdad de datos de la Infancla y juventud del autor y, naturalmente, plantea de nuevo el problema de la raz6n de ser del artista. Buscando esta raz6n, Tonio Krbger se - ve impelIdo a adopter una existencia trashumante pues, co­ mo aAos més tarde se diré del Abraham de la tetralogia,"no siendo la vida sedentaria agradable al que duda, se habia puesto en marcha" (JSB.7). Llevaré primero una existencia bohemia en su patrie, viajando después al sur, a ese Medi- terréneo que sus admirados predecesores seRalan como inago table manantial del estro poético; volviendo luego a su ciu dad natal, porque intuye que "el hombre se hace a si mismo saliendo de los circulos de su ego (...)" a lo que "solo se puede llegar si antes se ha entendido la propia naturaleza"^^ poniéndose en marcha una vez més, en esta ocasién en direc— cién al norte, hacia el Béltico, desde donde anuncia su re- greso "allé abajo, a la Arcadia"(TK.254), Tonio Krttger inten ta comprenderse a si mismo. Su ciudad natal, el septentrién responsable del temperamento patemo -"considerado, metédi- co, correcto por puritanismo e inc1inado a la tristeza"-, el sur que hace a su madre "hermosa, sensual, ingenua, negligem te y apasionada por igual", son las coordenadas del modo de ser de Tonio Krëger, "una mezcla que encierra en si posibi­ lidades extraordinarias y extraordinarios peligros" (TK.255). La relacién del jéven poeta con una artista rusa es una paréfrasis de la mantenida a la sazén por Thomas Mann con la literatura de este pais, cuya e spontané idad admira pero no envidia, pues conlleva una cieta superficialidad que él - no puede aceptar. La carta del alemén a la rusa con que con- -43- cluye la novela (TK, 255-257) es précticamente la déclara— cién de principios del joven Mann. En ella adcnite hallarse -no del todo a gusto- a caballo entre dos mundos, el de los burgueses y el de los "adoradores de la belleza". Los prime ros, dice Kr5ger,*'son tontos", pero sus oponentes los es té­ tas desconocen la existencia de un talante artistico "tan - profundo, tan originario y fatal" que puede llegar a consi- derar deseable "la vulgaridad", que se simboliza en su amor hacia "los rubios de ojos azules", irénica nostalgia cuya - produc t ividad estética es entrevista -"No se burle usted de este amor, Lisaweta; es bueno y fructifero"-, raientras se - subordine a la que, sin ironia en este caso, es su creencia fundamental: "que las obras maestras sélamente nacen bajo - la opresién de una vida dificil, y que quien vive no traba- ja, y que es preciso haber muerto para ser un auténtico - creador" (TK. 221). Tras el ejercicio de sintesis que Tonio KrOger r^ présenta empieza a resolverse en forma satisfactoria la - "KÜnstlerproblematik". Kbnigliche Hoheit^^, la novela,igua% mente provista de abundantes notas autobiogréficas,escrita con motivo de su matrimonio con Katia Pringsheim, manifies- ta un mayor optimisme que la precedente. El protagoniste, - Su Alteza Real Klaus Heinrich, amado por su pueblo por su - buen carécter, no es tampoco un hombre sano en la més exac­ te acepcién de la palabra. Desde el nacimiento présenta una visible deformidad en una de sus manos. Pero esta malforma- cién congénita sélo positivamente va a influir en la vida - del principe. Sus compasivos vasallos le estimarén aun més —44— por considérer que esa deformidad acentûa su humanidad, que tan fécil résulta poner en entredicho en esos personajes - que, frente a la plebe, parecen vivir entre nubes olimpicas. Klaus Heinrich, en cuya educacién principesca no tendré ca­ bida la soberbia dado el recordatorio de su limitaciôn que constantemente lleva consigo, aprenderé también a aproximar se a aquellos cuyas limitéeiones son otras, abandonando sin sentirlo el modo de vida caracterlstico de las pequeRas cor tes. El secreto de la felicidad de Klaus Heinrich radica en el descubrimiento de su capacidad de identificacién con sus sûbditos -interpretada todavia, cierto es, en forma irénica-, que haré de él un simbolo encargado de représenter lo que - sus compatriotes son. La f une ién représentât iva de una "Al­ teza Real" -del artista- es entendida por Klaus Heinrich co mo un sistema sencillo -no por ello menos valioso- de educa cién reciproca entre el représentante y los representados. Asi pues, la vinculacién de la enfermedad con el talento artistico se plantea aqui con un criterio mucho més optimiste de lo que, ateniéndonos a las anteriores narracio nés, cabria esperar. Abundando en el tema, la conversacién de Klaus Heinrich con el poeta Martini parece responder sa- tisfactoriamente a las esperanzas concebidas por Tonio Krb— ger: "Mi salud es frégil, no puedo decir 'desgraciadamente', pues estoy conveneido de que mi talento esté inseparablemen te unido a mi debilidad corporal" (KH.129), dice el poeta. En esta obra, en fin, considérase la salud menesterosa co­ mo una carga leve en comparéeién con su contrapartida^ la - sensibilidad para el arte. —45— También en la narraciôn breve sobre Schiller - 47Schwere Stunde se afronta el tema de la enfermedad con el afén de demostrar cômo la superaciôn de la limitaciôn que aquella impone tiene al menos un valor productivo innégable en la esfera artistica. Esto es lo que afirma el Schiller manniano al reconocer en qué medida estaba enfermo cuando - escribiô Don Carlos (SS.284), y al demostrar con hechos que en medio de un deprimente y tenez resfriado es capaz de se- guir trabajando en su Wallenstein, lo que le induce a pre— guntarse si el propio talento no es, en suma, otra cosa que el dolor, el sufrimiento asumido en una titénica Aufhebung, y si la salud es, en realidad, simplemente la ausencia de - enfermedad: ";Ser lo suficientemente sano como para poder - ser patético; para pasar por alto, para sentir de modo ele- vado todo lo referente al cuerpol" (SS.285). Pero no va a de tenerse aqui el pensamiento de Thomas Mann. El del arte no es -o no debe ser- un cosmos cerrado, una parcela aislada de la vida humana. Mann tiene que demostrar que la artistica es una forma de vida capaz de responder a las més variadas exi­ gencies existenciales y exponer el camino que el burgués del siglo XX debe recorrer hasta instalarse a la perfecciôn en - esta nueva cosmovisiôn. Para ello, el viejo artista burgués tendré que cumplir una ceremonia mistérica de muerte y rena cimiento: la que Gustav von Aschenbach lleva a cabo en Der Tod in Venedig^ .̂ Aschenbach ho es un bohemio como Tonio KrOger, ni un roméntico como Schiller. Objeto de distinciones académi- cas y de los elogios de la critica, sus textos constituyen -46- lectura obligatorla en las escuelas (TV, 347), Toda su pro­ duce i6n revela una extremada autoexigencia, que no se sati^ face con un "poco més o menos"(TV, 341), Pero en su fuero - intemo, Aschenbach esté descontento: la autodisc ip lina se le revela como Intima violencia cuando percibe que a su — obra le falta "esa caracterlstica alegria juguetona y ardien te" (t v . 342). En su persona el burgués domina todavia al - artista. Pero, al igual que Tonio, Aschenbach es un "burgués descarriado" (TK.231) o a punto de descarriarse, Al comien- zo de la novela se hace menciôn de una enfermedad que pade- ci6 anos atras atribuyéndola a ese esfuerzo continuo que de be realizar para no dejarse dominar por el apasionamiento que su naturaleza oculta (TV.342). Si bien a continuéei6n - se advierte que su salud se ha mostrado particularmente en- deble ya desde la ninez, la atribuciôn del papel predominan te en el desencadenamiento de su estado morboso a la violen cia que contra si mismo ejerce establece un signifientivo - paralelismo entre su forma de entender la vida -en este ca­ so, el arte- y la de Thomas Buddenbrook, que ya conocemos, y esto es lo que nos permite llamarle burgués aun cuando su actividad literaria parezca hacerle acreedor al calificati— VO de artista. Como es sabido, Gustav von Aschenbach moriré en Venecia en circunstancias que serén objeto de reflexién en el lugar correspondiente. Con él muere el artista burgiés, y sale a escena un nuevo modo de ser en el mundo, que el au­ tor considéra més adecuado, esto es, més sano. Va a producir se-enseguida veremos como- el trénsito de la concepciôn scho penhaueriana del artista a la més ambiciosa de Nietzsche a - que antes aludiamos, y que debia responder a las exigencies -47- exlstenclales formuladas por el nuevo siglo. El nombre de - esta concepciôn nietzscheana es el de "metaflsica de artis­ ta", "Künstlermetaghjrsik"^^ en la que desemboca la "KÜnstler­ problematik" manniana y que, en sintesis, pretende instaurar una nueva forma de aproximaciôn al conoc imiento de la reali- dad: la visiôn o intuiciôn estética. El artista no debe ser ya una excepciÔn, un descarriado del lina je humano. Muy al contrario, todo hombre debe llevar en si al artista cuya m^ rada sea capaz de descubrir la vida en toda s sus manifesta- ciones y de discemir, por tanto, cual sea la vida auténti- ca, esto es, sana, en cada caso. Que la enfermedad no es aj. go opuesto, ni tan siquiera ajeno a la salud seré el primer gran descubrimiento de esta "Künstlermetaphysik". La primera guerre mundial, violenta crisis en que desemboca el problema europeo de fin de siglo, représenta - en la obra de Thomas Mann el punto de inflexiôn que las an­ teriores narraciones preludiaban. El gigantesco exémen de - conciencia del modo de ser burgués iniciado en Buddenbrooks, que no ha de j ado de constituir el nudo gordiano de su crea- ciôn, alcanzaré ante tamafia instancia histôrica una concre- tizaciôn extrema de la que inmediatamente se siguen muy im portantes conclusiones. La novela en que se lleva a cabo - tan tremendo esfuerzo de sintesis es Der Zauberbeg.^^cuyo - marco temporal no puede ser més significativo: la acciôn se desarrolla en la Europa de preguerra (1907-1914). De la ex^ gencia de objetividad a que Mann se somete frente a este - trabajo dan cuenta los doce aRos que transcurren entre sus primeras notas y la publicaciôn del libro (1912-1924). Com- -48- temporéneas suyas son, ademés de otras obras menores, las Betrachtungen eines Unpolltlschen (1915-1918) y el ensayo Goethe und Tolstoï^^ (1922), que nos ayudarén a comprender buena parte de las teorlas expuestas en la novela, Séanos llcito tomar como punto de partlda para el anélisis de la nueva etapa del pensamiento manniano esta - frase de las Betrachtungeni "El de la salud no es un proble ma sencillo; la relacién entre salud y enfermedad no se re duce a la relacién entre optimisme y pesimismo, entre vir— tud progresista y simpatia por la muerte" (BU.419). Con es­ ta frase comienza el autor a responder a las preguntas que previamente, a lo largo de aRos de esfuerzos y tentatives, se ha planteado. Como desde el comienzo atisbaba, la valora cién de la enfermedad no tiene por qué presenter ese ûnico cariz negative que la caracteriza en su obra anterior. Y es la formidable exigencia del momento histérico lo que le - oblige a tomar partido frente al problema de mayor relevan- cia para él: frente a la autoviolencia-autotraici6n que ha­ ce sucumbir a sus primeros personajes, mantiene ahora que"... en tiempos de apremio la autonegacién séria una debilidad - lamentable, puesto que, en semejantes tiempos, el autocono- cimiento y la autoafirmacién deben ser una misma cosa..." (BU.142). De este modo, aquello que antes era tenido por sc» pechoso, como la propia vida de artista, -recuérdese la anéc dota de Tonio KrOger con el policia- esto es, la enfermedad que a este tipo de vida parece consustancial, va a ser afir mado en forma plenamente consciente y comprometida: "La en­ fermedad ha producido los valores més exquisitos.•."(BU.393), -49- ya que "••• la duda y el pecado son més fructiferos y hunm namente liberadores que la virtud, la dignidad racional, el orgullo de filisteo de propietario de la verdad.. (BU,394% Naturalmente, taies asertos serlan insostenibles sin una ar- gumentacién coherente; elaborarla seré el principal objetivo de la novela. Pero es importante advert ir que, desde la per£ pectiva de las Betrachtungen. Mann va a recuperar con deci— sién el mensaje cripticamente contenido en Tonio Krdgert su "... pathos situacional(...) bajo la influencia de Nietzsche, quien derivaba el valor cognoscitivo de su filosofia précisa mente del hecho de scntirse a sus anchas en ambos mundos, en la decadencia y en la salud" (BU.84), En Goethe und Tolstoi afirma explicitamente: "la enfermedad tiene doble rostro, - una doble relacién con lo humano y su diginidad en cuan to, por una acentuacién especial de lo corpéreo (...) actûa de modo deshuroanizador (...) y reduce al hombre a roera materia. De otra parte, es posible que la enfermedad sea considerada y sentida como algo altamente dignificador para el hombre, - ya que si llegéramos al extremo de manifestar que la enferme dad es espiritu, o en lugar de ést(^ -lo que pareceria muy ten dencioso- que el espiritu es enfermedad, veriamos que ambos conceptos estén perfectamente entrelazados. El espiritu, por de pronto, es orguiloso, es rebeldia émaneipadora -dichas pa labras tomadas en su acepcién légica y combative- contra la naturaleza (...); el espiritu es lo que en mayor grado dis— tingue al hombre, aquel ser enf rent ado en medida suma a toda la naturaleza, por encima del resto del mundo orgénico. Y el problema aristocrético consiste en saber si no adquiere una mayor eondicién de hombre cuanto més desprendido esté de la -50- naturaleza y, por tanto, cuanto més enfermo resuite", Poco més lejos afiade: "(No fue acaso Nietzsche el que désigné al hombre como *animal enfermo*7 (Y no queria decir con ello - que el hombre, en cuanto enfermo, era més que el animal?,En el espiritu, en la enfermedad, descansa la dignidad del hlotando su progrèsiva cegue ra para, segün el modelo de su padre Isaac, aumentar la im~ presién de solemnidad que su anciana figura produce (JSB. - 1323). Otro personaje muy proclive al abuso del estado - de enfermedad es Mut-em-enet, la desdichada esposa de Pete­ pré. Ya viraos de qué modo llega a lacerarse la lengua para —92— atraer sobre si al menos la compas16n de José. Ante el fra caso de su tentative caeré enferma, "con esa enfermedad - bastante imprecise que en todas las historiés ataca a los principes y a las hijas de los reyes cuando aman sin espe- ranza, enfermedad que, regularmente, 'sobrepasa el arte de los més famosos médicos* (...). Enfermé, pues, por dominan te deseo de impresionar (...). La levedad de su mal queda demostrada con el hecho de que, para su recepcién, pudo fectamente levantarse del lecho" (JSB.904). Més tarde, bu£ cando quedarse sole en la casa con José, alegaré ester "de£ greciadamente indispuesta ese dia, y claro esté que conve- nia entenderla en el discrete sentido de las palabras" (JSB, 932), siendo aceptada su excusa comprensivamente por las de­ més mujeres. No le ocurre lo mismo a Judé, hijo de Jacob, en situacién anéloga. Atormentado por la sensacién de culpabili dad que su exacerbada sensualidad le procura, asi como por el recuerdo del crimen cometido en la persona de su hermano, querria hurtarse a las fiestas y celebraciones pôblicas pe­ ro, como se ve obligado a reconocer amargamente, "sélo a los enfermos del cuerpo se les excusa de vivir. Si uno sélo es­ té enfermo del espiritu, eso no cuenta" (JSB. 1174-1175). Llegados a este punto se hace preciso preguntar- se: En esta etapa del pensamiento manniano ^se abandona la creencia en los valores positivos de la enfermedad?. Si y no, es preciso responder. Hemos visto de qué manera José, el ele gido, se educa en el sufrimiento. Que este sufrimiento no - adopte la forma de enfermedad, sino que se muestre como re- sultado de la accién humana y, més remotamente, de la volun- -93- tad divlna, parece léglco para una época en la que el pen­ ser filoséfico sobre la enfermedad no ha nacido aün, ocupan do su lugar el debido a la cosmovislén mftica. Sélo en el - marco de esta cosmovislén pueden darse enfoques positivos a determinados cuadros morbosos. Ejemplo évidente de esto, y que no sorprenderé a nadie medlanamente versado en Historia de la Medicina, lo constituye la creencia de Eknatén de que sus ausencias -^epilepsia?- no son sino el medio de que su padre el dios, el senor de Atén, se vale para transmitirle su palabra (JSB. 1030). Por otra parte, el Goethe manniano parece abjurar de la idea sostenida en Per Zauberberg acerca de la conquis^ ta de la salud superior. La primacia que concede a su Diwan sobre Werther se basa en que es "mejor, més maduro, evadido del dominio patolégico" 214). La enfermedad, digémoslo una vez més, debe ser analizada desde fuera. ^No ha sido e£ ta, en suma, la conducta del propio Thomas Mann hasta el - présente?. Desde luego. Pero tal vez en este momento esté - dejando de serlo. La creacién de Lotte in Weimar la lleva a 72cabo bajo los efectos de una torturante ciética . Pese a - esta ültima, haré decir a su Goethe :"Quizé es la patologia quien nos instruye mejor sobre la norma,y près lentes, a veces, que es por el lado de la enfermedad por donde podrian ha— cerse los més audaces s onde os en las tinieblas de la vida" (LW, 222). Con todo, no es este Goethe el mediador que bus- ca Thomas Mann. Siendonos cronolégica y culturalmente més - préximo, este Jûpiter nos es més ajeno, menos célido, menos humano que ese etemo adolescente que es José, en quien el -94- princlplo Hermes se hace c a m e y sangre. El elegido, tras - recorrer el camlno maravllloso, aunque a veces terrible, de su formacién, se convertiré en el Salvador de su pueblo y - del pueblo eglpclo. El soRador y vlvenciador de mltos acep- ta desempeRar un papel material y socialmente ütil. Esta de be ser la funcién del nuevo artiste. Su sucesor, Moisés, tra bajaré con tes6n en la formacién de su pueblo proclive a la barbarie. La idea es hermosa, tal vez el més bello y estre- mecedor tour de force que haya dado en la literatura, Jacob contra el angel invencible. Pero Mann, sin saberlo, esté co menzando a perder pie. El pueblo de dura cerviz al que Moi­ sés pretende educar no camina al mismo paso que el legisla- dor; tal vez ni siquiera lleva el mismo camino. Cuando Moi­ sés vueIva de su aislamiento en la cumbre del Sinai encon— traré a su pueblo entregado a la abyecta adoracién del bece rro de oro. El nacionalsocialismo corrompe a Alemania y la guerra dévasta Europa. El pacto de su pueblo con los pode— res demoniacos seré reconocido por ThcMuas Mann en forma des 73garradora en Doktor Faustus . Doktor Faustv nnaliza los môtivos que han hecho inevitable este pacto, y lo hace bajo el magisterio de Du­ rera. El cabal 1er o, la muer te j_ el diablo, la Mélancolie, la serie del Apocalipsis cum figuris, dirigen la pluma de Mann cuando tiene que describir la situacién espiritual de Alemania. Es la comprensién iniciética de una serie de sim bolos existantes desd* hace siglos en el arte alemén, su - ambiente de "cruz, muerte y sepulcro"^^ que Mann, con pala bras de Nietzsche, ha reconocido, lo que convierte a Doktor -95- Faustus en una Flugblatt de centenares de péginas. En efec- to: el ensimlsmainlento que convierte el aima alemana en "fortaleza asediada" (DF.7) que el impotente biégrafo del - protagoniste no consigue abandonar, produce en el lector una tensién que séria absolutamente insoportable, si no fuera - porque tiene que ser soportada, como no ha mucho nos ha en- seRado a decir el autor, y que nace, no tanto del sentimien to del absolute aislamiento, de la imposibilidad de salir - de si mismo del personaje en quien se simboliza una nacién, y quien sabe si algo més, cuanto del reconocimiento de la - inevitabilidad del destino que tal encierro permite prever. Adrian Leverkühn, el compositor protagoniste de la narra— cién, es una victime de la soberbia del intelecto, que en - él se muestra como innate, quizé en un intente por parte del autor de acentuar la consistencia ontolégica que en esta no vela -si novela puede llamarse- atribuye al mal. En él, y - ante la atroz pregunta que, con el grito de agonie de un - mundo, formula la historia, trataré el escritor una vez més de entender cémo el arte puede ser util a la vida, en vista de que los hechos le obligan a describir a un artiste cuyo distanciamiento insalvable de la vida, el amor y la bonded permiten que se le juzgue como el més funesto engaRador de la humanidad. En Doktor Faustus, tras un riguroso examen de conciencia, llevaré Mann a cabo una nueva catarsis, mucho més cruenta esta vez por cuanto no hay ya una Zauberberg - donde poder gozar del tiempo y el ambiente herméticos. Ni que decir tiene que, tratando esta obra del - mal, la enfermedad ocuparé en ella lugar destacado. Y, sien -96- do éste el aspecto que primordlalmente nos Interesa, seré forzoso aceptar como suflclente la precedente introduce16n, ARadiré tan sôlo que, a juicio de E. Trias, "para Mann ha- bria dos enfermedades de la volun ted, dos desmesuras, dos formas de caida original". Una de elles se deberia a "un - cuerpo que pretente desligarse del espiritu a través de esa embriaguez llamada enfermedad", y la otra, a "un espiritu - que pretende desligarse del cuerpo a través del pacto con el diablo" . Tenemos ya abundantes muestras de la primera; en la actual ocasién es inexcusable ocuparse de la segunda y, desde esta nueva perspectiva, ver cémo puede ser entendida "esa embriaguez llamada enfermedad". El Fausto del siglo veinte es un compositor, vés- tago de una acomodada f ami lia campes ina, de quien su mejor amigo no puede asegurar que haya querido a nadie: ";A quién habria amado aquel hombre?. Un tiempo, a una mujer, tal vez. A un nino, al final... es posible. A un joven frivolo y, con todo, encantador (..,). Un halo de frialdad le rodeaba" (DP, 10). Incluso la amistad del biégrafo, Serenus Zeitblom, es unilateral, pues en el idomento apocaliptico en que Lever— kOhn, parafraseando la Oratio Fausti ad studiosos del Faus­ to renacentista^^, reconoce su pacto con las potencias del mal al cumplir se el plazo, no es capaz de designer al amigo de la infancia con otro epiteto que el de "famulus" (DF.495). No es extraRo, pues, que su musica aspire por encima de to­ do a la objetividad matemética, de la que esté ausente todo "calor de establo" (DF,71) atentatorio contra el olfato del artiste. Semejante arte no aspira a educar al percipiente. -97- como desde el romanticismo viene afirmando toda una linea de artistes alemanes. Se satisface a si mismo en su conclu sa estructuracién arménica, en la que la frialdad a la que Zeitblom aludiré repetidamente en su biografia alcanza su més acabada expresién. Esta frialdad es el pecado de Adrien Leverkühn, del que la enfermedad formaré parte esencial al - tiempo que adquiere el carécter de una penitencia. El mal no aparece ex nihilo en la persona de - Adrien. En su infancia ha tenido ocasién de tomar contacte repetidas veces con ciertos aspectos oscuros de la existen cia, los que los experimentos de su padre, el farmacéutico Jonathan Leverkühn, ponen de relieve y que, en su presencia, han sido interpretados enfatizando el carécter extramoral y falaz de la naturaleza. Tal vez de aqui parta el nihilismo de Adrian y su culto a lo tenebroso y demoniaco. To11inchi no tiene reparos en afirmar que el padre del compositor es 77"un mago" en sentido estricto , y parece que de él vienen a su hijo tanto su peculiar jaqueca como su proclividad a dirigirse a las fuerzas cténicas. No es, con todo, la jaque ca, la enfermedad que détermina el ciclo vital de Adrién, - tan semejante en tantas cosas al de Nietzsche, como el pro­ pio autor ha reconocido, pero si senala en forma évidente el lugar de su persona en que enfermedad y culpa hunden sus - raices. El cerebro es el asiento de las f undone s intelectua les, y de lo que aqul se trata es del intelectualismo priva- do de calor humano como forma méxima de lo perverso, de lo - patolégico. Por eso la enfermedad que va a padecer el compo­ sitor, la sifilis, manifestaré una suerte de infernal volun- -98- tad propia de acantonarse en el sistema nervloso central - del enfermo. Preciso es reconocer que la eleccién de la en fermedad por parte del autor no podla ser més acertada^ En la conversacién diabélica se hace hincapié en su descubri- mlento renacentlsta; la concomltancla de su auge con el de la Reforma; el ambiente mistico que impregnaba la Alemania de la época; se menciona al "maestro Durero" (D.F.232) que también padec16 la enfermedad; se insiste en el carécter - de "metéstasis hacia arriba" (DF.235), "en lo metafIsico" (DF.233) que Mann quiere darle. Y,por fin, estableciendo — un juego dialéctico arrebatador en que el diablo, que ase- gura por mil modos su existencia, es mostrado como fruto — de la enfermedad o bien como creacién de la morbosa voluntad de Adrién -si es que no se trata de ambos casos de una misma cosa- accede el autor a la més pregnante descripcién de - aquel estado de radical aislamiento que insisto en seRalar (DF.235). Interesa, antes de nada, conocer cémo ha adquiri- 78do Leverkühn el morbo. Sigerist considéra fundamental pa­ ra la justa comprensién del talante de esta enfermedad el - hecho de que se adquiere como resultado de una accién indi­ vidual y voluntaria. En el caso del protagoniste de Doktor Faustus esto es doblemente cierto, pues no se limita a airiem garse al contagio, sino que lo busca y se entrega a él. Re- cordemos brevemente de qué manera ocurre esto: El joven Le­ verkühn, estudiante en Leipzig, es conducido por un cicerone infernal hasta las puertas de un burdel, donde percibe, més que distingue, a la hierédula que Satanés le ha destinado - -99- - insIsto, si es que Satanés esté fuera de él mismo-, e in mediatamente la identifica con una de las mariposas que - motivaban los admirados comentarios del padre (DF.142-143). Huiré del burdel, pero més tarde buscaré a su "Hetaira Es­ meralda", a quien su enfermedad ha obligado a abandonar su oficio, hasta hallarla. La mujer, pese a sus iniciales ne­ gatives, motivadas por el temor de contagiar al hombre que durante tanto tiempo la ha buscado, acabaré sucumbiendo a la voluntad de aniquilacién del mûsico, quien la abandona- ré llevando en su organisme pl pélido agente del pacto(DF. 153-155). Paralelamente a estos sucesos se désarroilan los estudios de Teologia de Adrién Leverkühn, que tienen por - escenario el que lo fué de las andanzas de Lutero, cuya som bra se proyecta aün sobre las aulas universitarias de Halle y Leipzig. En la conversacién en que el pacto se hace expH cito, Adrién se veré obligado a reconocer que sus estudios estaban encaminados més bien hacia la Demonologia que hacia la Teologia (DF.234). A esto colabora eficazmente uno de - sus profesores, Schleppfuss -"arrastra el pie"-, que apare ce y desaparece de la universidad cuando Adrién lo hace, - como si tan sôlo a su educaciôn estuviera destinado (DF.100), se ocupa fundamentalmente de demonologia y brujeria (D F. - 100-102), guarda un inexplicable parecido f isico con el gufa que conduce a Adrian al burdel (DF.141) y, por fin, seré - una de las apariencias bajo las que se présente el diablo en la conversaciôn de Palestrina (DF.245). Elucidar la exJs tencia de este diablo o, més,bien, del Diablo, no es tema - 1 0 0 - de este trabajo. Pero, en lo que se refiere a lo patolégi­ co, preciso es afirmar, con Thomas Mann, que no se trata - de una alucinacién febril, de un delirio del compositor.No obstante, tampoco podria existir sin él. Asi como Abraham, Isaac, Jacob, José y Eknatén crean a dios, Adrian Leverkühn créa al diablo. No habiendo en él lugar para el amor, el mal va con él. Aün cuando la siguiente afirmacién sea, sin duda, atroz, podria decirse que le es consustancial. Para alcan- zar la salud superior a partir de la enfermedad es preciso ser radicalmente sano, segün el magisterio de Nietzsche - -"Me tomo a mi mismo de la mano, vuelvo a curarme a mi mis mo; la condicién para ello es que en el fondo esté sano"^^-. El caso de Leverkühn es el contrario. HalIéndose radicalmen te enfermo, la enfermedad fisica no puede conducir a nada - bueno. En la büsqueda del contagio se dan tal vez al uni so­ no dos posibilidades contrapuestas: por una parte, el euro- peo del siglo veinte busca un pretext© cientifico, un modo de hacerse posible el pacto; por otra se le ofrece la posi- bilidad de humillar a ese intelecto soberbio que le hace - sentirse como un réprobo predestinado entre los que no pue de o no sabe llamar sus hermanos. Este acto incomprensible hace preguntarse a Serenus:"^Fue el amor lo que impulsé a Adrian? 0 si no iqué fue? iQué perversidad, qué desafio a Dios, qué apetito de conocer el castigo en el pecado?, en fin, iqué deseo profundo y secreto de concepcién demoniaca, de una transformacién quimica de su naturaleza, capaz de - provocar la muerte, se desencadené para que él, advertido, despreciase la advertencia y quisiera a la fuerza poseer - aquel la came?" (DF. 154-155). - 1 0 1 - S1 se quiere, en fin, abarcar de un golpe de vi£ ta todo lo que este acto de Adrian Leverkühn lleva en si, convendré tener en cuenta una de sus consecuencias: "Su ca£ tidad, desde enfonces, desde aquel abrazo, desde su pasaje ra enfermedad y la pérdida de sus médicos, no dependia ya de la ética de la pureza, sino de lo patético de la injure za" (DF. 221). Y no debe entenderse esta razén en el mismo sentido en que debe tomarse la inicial negativa de la "He- taira Esmeralda". 0, al menos, no sélo en ese sentido.Pues en el caso del compositor no se puede perder de vista el - carécter de medio que présenta el mortal abrazo. A Adrian no parece preocuparle tanto el poder contagiar a otros co­ mo el hecho de conseguir para si el contagio. "Lo patético de la impureza" se refiere aqui a la frialdad que es inse­ parable del protagoniste. El contagio no hace més que ce— rrarle el camino de retomo hacia los hombre s, si es que - aün existia alguno. Una vez contagiado acudiré Adrian a la consulta de un médico a fin de curarse al menos de sus lesiones ex temas. Antes de concluir el tratamiento, el médico mori- ré (DF. 156), y un segundo facultativo consultado seré de tenido por la policia sin conseguir para su paciente una curacién absolute. Tan sélo desapareceré la indolore pato logia local (DF. 158) como, por otra parte, habria ocurrido sin mediar accién extema alguna. Por fin, en el diélogo - de Palestrina -"^Un diélogo? ^Lp fue en verdad?. Para creer lo séria necesario que yo estuviera loco(...). Pero si aquel visitante no existié (...) es aterrador penser que aquel c^ - 1 0 2 - nlsmo, aquellos sarcasmos («..) brotaron del alma misma - del que expérimenté aquella prueba" (DF.222)- el diablo nom braré la enfermedad por su nombre renacentista, el mismo - que Faracelso le dié cuatrocientos aRos atrés; Franzosen (DF.229), y reconoceré como ejecutora de sus proyectos a la "Venus pélida, la Spirochaeta Palida, originaria de las Indies Occidentales" (DF.232). Expondré también una de las secretes razones de Adrian: "La enfermedad y sobre todo la dolencia répugnante, discrete, secrete, le pone a usted en oposicién con el mundo, con el término medio de la vida;le vuelve a uno rebelde e irénico para el orden burgués"(DF. 233). Leverkühn, en todo caso, como penetrado por la idea de la predestinacién, tenderé siempre, ya lo hemos visto, a aflojar los vinculos existantes més que a crear nuevos - lazos con la humanidad, impulsado tanto por la soberbia co mo por la desesperacién. Por fin, el diablo le concederé - veinticuatro aRos de tiempo creativo, de "existencia extra vagante" -el mismo tiempo que en el Faustô de Spiess, ya - citado- a cambio de algo que esté aceptado de antemano; la incapacidad de amar (DF.249). En vista de todo lo anteriormente dicho es inev^ table aceptar que "la salud superior no es, en el caso de Adrian Leverkühn, el més alto nivel de una ascensién evolu tiva, de un proceso de espiritualizacién, sino algo total­ mente nuevo, que no se produce en modo alguno a partir de lo preexistente. Puede solamente producirse en la paradéji^ ca posibilidad de un vue Ico -Umschlag-. Para que ese vuel- co sea posible, Adrian debe colocarse indefenso en el més —103— extremado peligro, en su calda en la enfermedad" . "La sa lud superior sôlo es posible como esperanza més allé de la desesperacién (...), milagro que esté por encima de la fe. Y este milagro no es otra cosa que lo que la Teologia com- 82prende bajo el concept© de Gracia" Resumlendo, en esta obra la doctrina de Mann so­ bre la realidad del enfermer alcanza su punto limite : con secuencia ineludible de un modo erréneo de existencia per sonal, en la medida en que esta existencia es, en cada ca so y muy particularmente en el del artista, expresién de la universal existencia humana, se carga de un sentido mo ral que, como sin sentirlo, nos arrastra més allé del con cepto biblico de enfermedad como deuda, hacia la idea de - la enfermedad como pecado, El carécter de mediador, de re­ présentante del género humano ante si mismo de que el art is ta es consciente, es lo que hace que "la disposicién de - Adrian hacia la enfermedad" sea "pecaminosa, porque con - ella no sélamente se entrega a si mismo como ofrenda, sino 83a la vez a la humanidad entera" . Desde este punto de vis ta, la teoria sustentada hasta ahora parece venlrse abajo. Kretzschmar, el primer maestro de Adrian en el campo de la composlelén musical, discute en una ocasién con Serenus,el amigo-famulus, acerca del concept© establecido de salud.Pa ra él, como para el Mann que conocemos, es preciso resaltar el "filisteismo" de tal concepto, pues la salud "no tiene mucho en comün con el espiritu y el arte"(DF.74). A la luz del destino de Adrian ^en qué queda este optimism©?. El ab surdo de los tiempos no permite otra respuesta que la re— -104- duccién al absurdo. No hay ya salud superior, sino tan sé­ lo la hipétetica posibilidad del Umschlag, de "la esperan­ za més allé de la desesperacién". No obstante, esta solucién dictada por la atritio cordis con que, como alemén, Thomas Mann ha interpretado el momento histérico, no encuentra -no puede encontrar- cabida en la cosmovis ién manniana. ARos més tarde afirmaré: "No ten go mucha fe, pero tampoco creo mucho en la fe; més bien, y mucho més, creo en la bondad, que puede existir sin fe, y - precisamente derivar de la duda"^^. Con Adrian Leverkühn pa rece haberse desmoronado una idea del arte en que la enfer­ medad y la muerte desempeRaban papales de indiscutible va— lor. Pero les esto realmente as!?. Ni Mann ni nosotros pode mos ya olvidar la fundamental enseRanza de Nietzsche : lo im portante es quién esté enfermo. En Leverkühn la enfermedad era pecado, cierto es. Pero no en Castorp, el inconsciente- mente audaz TannhHuser de nuestra época. Su creador no se - ha mantenido en la "fortaleza asediada" en que el ambiente - enrarecido provocaré el Impetu de autodestruccién de sus mo redores. Més bien, su fidelidad ha sido de una especie supe rior. Por eso no debe abandonar su tarea, no puede caer él también, a posteriori, en ese irrespirable provincialisme - luterano en que se corrompe Adrian Leverkühn. En cierto mo­ do, este lamentable personaje no deja de ser uno de los - "santos" mannianos, quizé el més extremado, pues la saIva— cién que a través del reconocimiento de su enfermedad, su - demencia y su muerte, puede llegar al resto de la humanidad, no puede ser siquiera esperada por él. -105- La linportancia que tal per sonaje tiene en la crea cl6n manniana es extraordinaria: ante el acoso de la reali­ dad, el autor debe abandonar su idilica idea del "elegido", del "divino", o al menos su confianza en la eficacia de un personaje que la naturaleza produce tan raramente. Para la mayoria de los hombres, el olfmpico no puede ser un media­ dor. Més aün, la propia idea del mediador, del educador uni versai se revela irénicamente como vacla de sentido y llena, en cambio, de un ilustracionismo settembrinesco. La natura­ leza misma ha llamado la atencién al autor: en el curso de la creacién de Doktor Faustus se ha visto aquejado de diver sas dolencias^^, una de las cuales es de suficiente en tidad como para romper con el mito de la hasta ahora "divina" sa­ lud del propio Thomas Mann: un céncer de pulmén del que de­ be ser operado con éxito . Me guardaré de asegurar que la asociacién de esta temible enfermedad con la experiencia - vital del autor no es casual. Tal aserto, que podria hacer se sin reparos en referencia a alguno de sus personajes, no séria admitido sin critica en el caso real del autor. Pero no es menos cierto que parece existir una intima, estremece dora consecuencia entre las ideas sostenidas por el escri— tor en su obra y su propia realidad. Se hace preciso, pues, abandonar la idea del ele gido. En la novela del mismo titulo, Der Erwfihlte, puede - comprobarse cémo tal carécter es interpretado irénlcamente, con un distanciamiento tolérante que no existe en el caso de José. La narracién no se basa en un hecho mitico, sino tan sélo legendario, y casi podria negarse a la historia - —1 0 6 — del papa Gregorio el titulo de leyenda. Su fuente es la Ges- 87ta Romanorum, especie de Decamerén medieval . Y el dios de quien Grigorss es elegido es un dios juguetén, inmoral, que se complace en la ambigUedad; en una palabra, Dionysos. El magisterio de Nietzsche, que ha estado latente en toda la - obra de Mann, da ahora sus frutos. El escritor reconoce en el inexplicable, injustificable, inmoral acontecer del mun­ do la inocencia del devenir, el luego côsmico, Dionysos. Y ante tal reconocimiento, sélo le es posible responder con - una actitud que le es connatural: la ironla. En sus ultimas 86obras. Die Betrogene y Bekenntnisse des Hochstap1ers Felix 89Krull , se hace explicite el deseo de aceptar como necesa­ rio todo lo que es, si bien no de manera pasiva, fatalista, sino con la pretensién de, afirmando el azar, situarse so­ bre él, como pretende Zarathustra. La vocacién critica y - pedagégica es, por otra parte, tan fuerte en Thomas Mann - que no hay que terner que sea la suya una postura de renun­ cia. Cuando menos, esté predicando el amor y la comprensién con el ejemplo. La protagonista de Die Betrogene es una defenso- ra a ultranza del vitalismo irracionalista nletzscheano.Que la naturaleza le engaRe, como veremos al referirnos a la - muerte, no basta para desautorizar su instalacién en la v^ da. En cuanto al ûltimo Hermes de Mann, Felix Krull, se — mueve en un mundo en el que la mixtif icacién esté en la ba se de toda apariencia. En el ambiente del Krull se confun- den, como en un estado de embriaguez dionisiaca, todos los conceptos, todo lo que pretende arrogarse los calificativos -107- de real, fljo justo... Es el mundo de las apariencias, el reino del dios niRo, del que lo apolineo no es sino el ins tante en que, en la superficie del cambio continuo, se pro duce la ilusién de lo ordenado, lo que aqui se nos descri­ be, El brillante, deslumbrador actor MUller-Rosé, que entu siasma al pequeRo Felix, enamorado del arte de disfrazarse, se muestra en el camerino como un anciano precoz afectado por una répugnante enfermedad cuténea (BHFK, 25). Krull, més adelante, trocaré su personalidad por la del marqués de Ve- nosta (BHKF. 190), llevando de este modo hasta el limite su renuncia a lo inmutable, a la radical:"^Qué mejor entreteni miento que éste?. Mi aima se mecia suave y sonadora a tal - pensamiento (...). Lo que me colmaba de felicidad era,sobre todo, el cambio y la renovacién de mi yo" (BHFK. 201). No puede sorprender que en tal ambiente la enfer medad no aparezca més que como una mixtificacién, sobre to do en el caso eximio del protagonista. Felix Krull simula, que duda cabe, todas sus enfermedades. Pero no es tanto por obtener de ello un beneficio material como por el placer - que la simulacién le produce por lo que hace ésto. Tan sé­ lo con ocasién del reconocimiento médico en el que debe - juzgérsele hébil o inütil para el servicio militer cabe re conocer la intenciôn de obtenez una ganancia pero, de todos modos, la descripcién que de su estupenda supercherie nos - hace el personaje permite comprobar que el gozo que expéri­ menta al simuler la crisis epiléptica no tiene precio para él (BHFK. 72-83). Lo mismo ocurre en su infancia, cuando, - més que simularlo, se pone enfermo a voluntad, pues ha lo— — 108— grado adqulrir un domlnio soberbio sobre su propio organi^ mo, para no ir a clase, pues los saberes que el colegio le ofrece no tienen para él el menor sentido. En su inaudita desfachatez envia cartas al colegio, reproduciendo la le tra y firma de su padre, en las que asegura ester suf riendo - "atroces côlicos" en una ocasién, y "un flemén purulento - en una encia y torcedura del brazo derecho" en otra (BHFK. 28). Sin llegar a estos extremos, sus simulaciones dejan - perfectamente conveneido al médico que le atiende y que a la vez desempeRa un papel importante en el logro del éxito de Felix: sabiendo éste que tendré que someterse al juicio del doctor, "asustado por mi propia audacia", reconoceré, "mi corazén y mi estémago eran presas de una temerosa exc^ tacién" (BHFK. 30). Pero no son solo estos misérables sintornas végé­ tatives los que Felix Krull es capaz de provocarse. la ta- quicardia no tiene secretos para él. (BHFK, 34), pero no re présenta la cüspide de su arte: "la ciencia médica quiere - que la fiebre sea sélo una consecuencia del envenenamiento de la sangre por los agentes patégenos, afirmando que no - existe fiebre que no tenga causa corporal |Que ridiculez! (,..). Me encontraba en un estado de embriaguez, profunda­ mente ensimismado en la representacién de mi comedia, en - la cual debia representar el papel de enfermo, en la cual debia superar mi propia naturaleza (...); me encontraba en un estado délirante, en ese esfuerzo permanente de tensién y distensién alternadas, necesario para conferir realidad, a mis ojos y a los de los demés, a algo que no existia; - -109- esos factores deternilnaron en mi una conmocl6n tal de to- dos mis procesos org^nicos que efectivamente el consejero de sanidad pudo comprobarla en su termdmetro" (BHFK. 34). Aun quedan rastros de aquellos otros personajes en cuya enfermiza personalidad se representan modos err6- neos de ser en el mundo; el padre de Fdlix(BHFK. 46), el - novio de su hermana (BHFK. 42), la escritora Francesa a la que cautiva por su dionisiaca inocencia (BHFK. 120) y el - decadente Lord Kilmanrock (BHFK. 167). Pero el autor renun cia a detenerse demasiado tiempo en algo que sus lectores conocen de sobra. Quien le importa es su temprana y ultima creacidn -Félix Krull aparece en la mente de Mann en 1906-. No conocemos el destino del falsificador, pues el novelists murid antes de concluir el relato de sus aventuras. Farece évidente que conoceré la cércel, pero esto no permite en mo do alguno juzgar el resultado de su modo de afrontar la vi­ da, pues el criteria que determine su encierro se basa, sin duda, en conceptos que le son ajenos en absolute. Con la - muerte de Mann queda sin contester la pregunta acerca del resultado de su ultima tentative. El més exquisito intézpre te de Nietzsche acaba sin descifrar del todo el criptico - mensaje de su maestro. EL SENTIDO DE LA MUERTE - 1 1 0 - EL SENTIDO DE LA MUERTE Afirrna Mainetti en su Epilogo sobre el problems de la muerte, con que concluye el libro la muerte en Medi cina, que el abordaje mds inmediato a la idea de la muer­ te es el estético. Alega en defense de su aserto que "la - imaginacidn trata de llenar el vacfo -de la meditacidn so­ bre la muerte- mediante analogies desde la vide que trans- forman la muerte en algo que elle no es No sin ra— 90z6n se muestra tan rice la poética de la muerte" . Bajo M te lema vamos a continuer viaje a través del dilatado cos­ mos estético de Thomas Mann con el fin de conocer, en esta ocasiôn, la idea que del humano morir se hace el artiste, asf como aquellas otras que, dado su carécter de observador e intérprete del mundo que le rodea, ha considerado latil - plasmar en su obra. 2Hasta qué punto se halle el autor penetrado por el pensamiento de su mortelidad?. Veémos lo que él mismo - confiesa al respecte: "He visto morir a mi padre, sé que - moriré y este pensamiento me résulta familier entre todos. 91Esté en el segundo piano de lo que pienso y escribo" . En la introduceién a la obra antes mencionada senala Mainetti aquellos razonamientos mediante los cuales se ha llegado a sostener "que toda creacién humane responde originariamen- 92te a la necesidad de supervivencia extrabiolégica" , En - vista de todo lo anterior, parece defendible la idea que - Trias se hace de la tarea de creacién manniana; segün este - 1 1 1 - autor, esta tarea representarla un intente de "superar la 93tentaciôn del abisoio y la nostalgia de la muerte" . Mien tras que, en el caso de la enfermedad, Thomas Mann descri^ be sobre todo lo que ve y lo que piensa acerca de eso que ve en los demés, y en muy pocos casos lo que a él mismo le ocurre, en el caso de la muerte -dada, desde luego, la im- poslbilidad de vivir la propla muerte y referirla- la expe riencia del morir ajeno, tal como se présenta al artista, es referida con un carécter més inmediato que el que pré­ senta la contemplacién de la ajena experlencia morbosa.Si puede hablarse de especulacién en lo que se refiere a la - £iloso£ia de la en£ermedad de Thomas Mann, hombre £undamen talmente sano hasta sus ültimos ahos, y se pretende dar un cierto aire de censura a aquel término en vista de este he cho, seré preciso concéderle al menos que, en lo que respeç ta a la tanato£iloso£la no existe otro camino que la especu laciôn sobre el morir del prôjimo. En el caso de Thomas - Mann, el recuerdo de aquel primer cadéver y de las impresio nés que suscité en él seré el punto de partida de su tanato £iloso£ia, siendo evocado en dos personajes de extraordina­ ria importancia en su obra: Hanno Buddenbrook y Hans Castorp. En Buddenbrooks re£iere el autor no tanto la deca dencia de una £amilia como la de un modo de vida; la en£er- medad, ya lo hemos visto, se presta maravillosamente a su - propôsito. No obstante, dado que en esta etapa del pensanden to manniano la superacién de y por la en£ermedad no es aün 2reconocida por el novelista,traténdose de criticar en £orma éuficientemente ejemplar el modo de vida caduco de la bur— - 1 1 2 - guesla europea, résulta évidente que la decadencia ha de concluir con la muerte. Primero, porque de este modo se - lleva al extremo la utilizacién de lo bionegativo como cr^ terio de valor, respondiendo asi con absolute consecuencia al programa que el escritor se ha marcado, y por fin, por­ que el joven Mann tiene la idea de que s61o a partir de la muerte y sepelio de la insuficlente cosmovisién burguesa - es posible plantearse la tarea de construlr un nuevo modo de existencia. Un punto de vista cartesiano, como puede - verse, que sin duda ha de complicarse -y hasta refutarse- posteriormente. En el fondo, y tal vez de manera inconscien te, se esté complicando ya, ya esté saliendo de este aparen te cartésianisme. Thomas Mann no parece haber pensado toda- vla en el mito como explicaciôn cosmolégica, y sin embargo, como ya he adelantado, en ésta su primera obra comienza a advertirse un modo de pensar cuya base parece incluir esque mas miticos. Como en el mito nérdico, la decadencia de la - estirpe parece iniciarse con la ereccién del Walhall. Recor demos las proféticas reflexiones de Johann Buddenbrook hijo acerca de la decadencia sobrevimlda a los antiguos morado— res y propietarios de la que ahora es la casa de los Budden brook (B.17), asi como la ruptura de los resortes vitales en Thomas tras el titénico esfuerzo que debe realizar para llevar la firma a su méximo esplendor, sehalado por la cons truccién de una nueva mansién. En el reconocimiento de este esfuerzo, de esta tensién que imp1ica sometimiento, disci— plina, violencia ejerclda contra si mismo, se reconcilian - 94la actitud irracional, mitica, y la explicaciôn racional Para comprender mejor las intenciones de Mann veamos ahora, -113- una por una, las muer tes de los personajes en t o m o a los cuales se desarrolla la accl6n novellstica. Nunca se Insistiré lo suficiente en el papel - esencial que la autonegacién desempeRa en la génesis de la enfermedad y su curso hacia la muerte, forma suprema de ne gacién, Sin embargo, tal postura vital puede estar enmasca rada y, en cierta medida, resultar sostenible para el que la adopta hasta el advenimiento del casi siempre Inevita— ble reconocimiento del error. La forma moralmente més ace£ table, incluso en ocasiones creativa, de la autoviolencia es la disciplina. Ya en el precedents capitule se hizo pre ciso distinguer entre enfermes responsables e irresponsa— bles, y se pudo ver a qué patrones se ajustaban las enfer- medades de cada tipo. Puede advertirse asi mismo una funda mental diferencia entre las postures que ante la muerte - adoptan. Aquellos que no tienen a su cargo la defensa de - la razén social, incapaces de encontrar justificacién a su existencia, especie de muertos en vida, se entregarén con pasmosa facilidad a la anlquilacién. Los més claros ejem— plos de ésta actitud se dan en los personajes de Klara Bud denbrook, la menor de las hermanas de Thomas, y en su pri­ ma Klothilde, la siempre hambrienta Tilda, que parece te— ner que afirmar su existencia devorando ingentes cantida— des de alimentes, pese a lo cual se mantiene perennemente delgada. Siendo radicalmente insuficiente esta confirmacién biolégica de la existencia, parece légico aceptar con el au tor que "sentla deseos de envejecer répidamente, para resoj[ ver asi todas sus dudas y esperanzas" (B.122). Dudas y espe -114- ranzas que, por otra parte, se refieren exclusivaroente a - su estado civil y no consiguen quitarle el sueno, ni el - apetlto. De Klara conocemos las tenaces cefaleas y el cardc ter nada relevante de su papel en la novela. Su ünica mi— si6n consiste en mostrar la sinrazôn de su existencia, por cuyo motivo moriré joven sin que sus hermanos, aunque emo- cionados, se sorprendan con el anuncio de su muerte, pues reconocen que "siempre habia manifestado poco apego por la vida" (B« 291). Otro personaje poco apegado a la vida, al menos en teorla, es Hiérèse -Sesemi- Weichbrodt, directora de un pensionado para seRoritas que alberga en su juventud a Tony y a Gerda. Con los aRos y los achaques da en la ma­ nia de asegurar cada Navidad que la présente es la ultima que célébra (B.372) y espera con resignacién que le llegue la muerte. Paradéjicamente seré uno de los escasos persona jes que queden vivos al acabar la novela, afirmando en pre sencia de Tony y Gerda, sus antiguas pupilas y ultimas re­ présentantes de la familia, la realidad dé una vida después de la muerte. En boca de semejante personaje esta aiirma— cién no es sino ironia, ditirambo. Y, sin embargo, en cier ta medida a la que ya nos tienen acostumbrados las ültimas lineas de las novêlas de Mann, deja abierta la via a una - nueva idea de la muerte, que el autor va a désarroilar en breve. Volveremos sobre ello, pero antes es preciso ver - de qué modo la muerte va a constituirse en supremo juez de la vida que los principales protagonistes de Budenbrooks - ban recibido como herencia y aceptado, El primer Johann, el ilustrado, tiene su primer -115- contacto con la muerte -al menos dentro del émblto de la - novela, que es, no lo olvidemos, donde ünlcamente tiene vJL da-en circunstancias particularmente trégicas: Su esposa - muere al dar a luz su primer hijo, Gotthold, lo que motiva el inextinguible odio del padre hacia su criatura: "Habia sentido ya un odio amargo hacia el nuevo ser, desde el ins tante en que sus primeros e inconscientes movimientos cau- saron a la pobre madré insufribles dolores, y le seguia - odiando el dia en que llegé al mundo, sano y rebosante de vida, al tiempo que Josephine, moviendo la exangüe cabeza entre las almohadas,exhalaba su ûltimo suspiro" (B.39). Tras haber perdldo la esposa a la que amaba^su ünico mévil en la vida es ocuparse de su empresa de cereales. Pero este hom— bre que ha conocldo el amor no es en modo alguno tan perfeç to burgués como su hijo y su nieto* Su norma de trabajo, he redada de sus antecesores, reza asi: "Atiende con énimo tus negocios durante el dia, pero emprende sélamente aquellos - que no te priven del sueAo de la noche" (B.40). Casado en - segundas nupcias con una mujer rica llevaré una vida desprem cupada hasta que su segünda esposa enferma de muerte. Senta do junto a la moribunda, junto a la fiel con^aRera, que no amada, que le abandona, el humano morir se présenta ante él de manera mucho més desapasionada. A la luz de su propia - conducta frente a esta segunda pérdida descubre lo que ha sido su vida durante los cuarenta y seis aRos que han tran^ currido desde la muerte de Josephine: "una existencia super ficial y relumbrante que se alejaba insensiblemente, reso— nando en su oido atento con un eco lejano... A veces murmu- raba para si: |CuriosoI ...|Curloso!..." (B. 49). El ambien -116- te que se respira en la casa no puede por menos de acentuar tal sensacién de asombro: "No era cosa de estar mano sobre mano, pues las visitas eran frecuentes Era preciso - arreglar los dormitories y préparer buenos almuerzos, a ba se de cangrejos y vino de Oporto, mientras en la cocina se asaba y se frefa sin césar" (B.49), La vivencia de vaclo - existencial que taies sensaciones deben producir basta pa­ ra comprender el final del anciano. La renuncla, la actitud desesperanzada se desvelan en la frase con que anuncia a su hijo su retirade de la vida activa: "Jean ... assez, &no? - (B.50). Con el pretexto de un resfriado se entregaré a la - muerte dos meses més tarde. Su segundo hijo, el religioso Johann, que le su- cede en la direccién del negocio, moriré relativamente jo­ ven, en el curso de una tarde en la que los prolegômenos - de un aguacero parecen ilustrer la situaciôn de insoporta- ble tensién en que el hasta ahora director de la razén so­ cial vive: "...Bruscamente (...) prodüjose algo silencioso, terrible. El bochorno parecié aumentar, notése un vertigino so ascenso de la presién atmosférica que angustié el cere— bro, oprimié el corazén y suprimié el allento (...). Y es­ ta opresién incomprensible, esta tensién, esta asfixia cre ciente del organisme, hubieran sido insoportables de haber se prolongado aün la més minima parte de un instante, si al alcanzar su fuerza méxima no se hubiera producido una laxi- tud, una distensién... una especie de rompimiento nimio, 1^ berador (...) si en aquel preciso momento (...) no se hubie ra desplomado la Iluvia, a céntaros, llenando las calles - -117- hasta Inundar las aceras en espumoso torrente..."(B.169). Desde la muerte de su esposo, la religlosldad de la consulesa Buddenbrook aumenta de manera ostensible, tal vez porque, en general, "las defunciones suelen despertar un estado de énimo propenso a las anslas celestiales" (B. 189). -"^Qué es el sentimiento religioso?. El pensamiento 95de la muerte", afirmaré Thomas Mann en otro lugar -. L o ­ que, para sus allegados, parecfa ser un estado transitorio, se convierte en costumbre. Los rezos y cénticos a todas ho ras, las reuniones con otras damas igualmente rellgiosas, las reiteradas visitas de diferentes pastores al bien pro- visto hogar de tan distinguida oveja, son objeto de las - criticas de los hijos, principalmente de Tony, que no pler de ocasiôn de zaherir a los numerosos visitantes que acu— den, como moscas a la miel, a la mansién de la Mengstrasse. En el fondo de esta religiosidad se oculta "un vago afén de conciliar el cielo con su fuerte vitalidad y conseguir de - él la gracia de concederie una dulce muerte, no amargada — por su tenaz apego a la vida" (B.382). En resumen, lo que el autor pretende es que la consulesa ha vivido todos estos - aRos pensando en la muerte, en su muerte. No ha de extraRar que, cuando ésta se anuncie, encuentre a su victima -en este caso lo es- inerme ante ella, pues no se ha preocupado tanto de obtener una concepcién religiosa del trénsito como de in tentar establecer un pacto con un poder superior. Tampoco - la vida erréneamente vivida puede venir en su ayuda: "Le - faltaba aquel trabajo de zapa del sufrimiento que va minan- do lentamente, con el arma del dolor, nuestra vida misma, o -118- al menos va borràndo de nuestro espirltu las condiclones - bajo las cuales la hemos recibido y despierta en nosotros el dulce anhelo de un fin, de una paz eterna*.." (B. 382). De este modo, "a medida que la enfermedad empeoraba Iba - agudizéndose su cerebro, y todo su interés se concentraba en la dolencia, que observaba con terror y odio manifiesto" (B. 381-382). Su neumonla progresa hasta el punto en que, - tomado por asalto el ultimo reducto del rechazo consciente de la muerte, "se produce en el enfermo un cambio (...) sa- len de su boca ciertas palabras (...) que le cierran todo - retroceso hacia la vida (...) y ni aunque fuera la persona més idolatrada nos séria ya posible desear su restablecimim to, porque si este se produjera no séria més que para esp^ cir horror en torno suyo, como si estuviera recién salido - del sepulcro" (B.384). La terrible agonia de la consulesa, que se asfi­ xia a lo largo de interminables horas por causa del edema pulmonar, capaz de hacer estremecerse al lector més distan te, adopta el aspecto de "una lucha con la vida por la muer te" (B. 386). La desdichada moribunda reclama incluso a los médicos alguna ayuda material para bien morir, para termi­ ner con su fantasmagérico combate (B.386). Su muerte no es un dejar de exlstir, como en el caso de otros personajes, alguno de los cuales puede considérer la cesacién de la - existencia como un bien deseable. La consulesa Buddenbrook es arrebatada por el mundo de los muertos: "|si! (...)|Aho ra voy! En seguida..." (B. 387), El més allé, la ultratum- ba, la reclaman. Parte de este mundo como presa del otro. -119- arrebatada por el Hintervelt^^, el trasonindo que se ha vis to obligada a crear para negar la propie finitud, y en cu­ ya tarea de creacién ha dejado la vida. Siguiendo la misma pauta cronoldgica que Thomas Mann emplea, por razones évidentes, en su narraciôn, llega mos al momento en que se hace preciso reflexionar sobre la muerte de Thomas Buddenbrook, y dado que es éste el ünico personaje que, junto con la consulesa, aunque por distinto camino, trataré de prepararse para la muerte, veremos tam- bién de qué modo responde a tan formidable instancia antro polégica; en una palabra, su tanatofilosofla. En su calidad de cabeza de familia, ya quedé di- cho, las obligaciones que recaen sobre Thomas Buddenbrook van a impedirle tanto enfermar como detenerse a pensar en su condicién de mortal. Més aün, su ünica tanatofilosofla en tanto que responsable de la familia consiste en la ace£ tacién de la necesidad de afrontar con viril entereza el - espectéculo de la muerte ajena, sin permitir que reflexio­ nes extemporéneas supongan una merma en su capacidad de tza bajo. Tanto el miedo a la muerte como el pensar en algo de por si irremediable concilian mal con las virtudes burgue- sas. Por este motivo critica acerbamente la medrosa conduc ta observada por Christian durante la agonia de su madré - para, de este modo, dar ejemplo indirectamente a su hijo - Hanno, a quien aterrorize la idea de contemplar el cadéver en su ataüd (B.399-400). No obstante, como ya sabemos, con el tiempo lie- - 1 2 0 - garé Thomas a cuestionar el valor de toda su actividad. Es tados de debilidad, fatiga y depresién se suceden, y el - pensamiento de la muerte se va abriendo peso en su cerebro; "Eue por aquellos tiempos en que Thomas Buddenbrook contaba cuarenta y ocho aRos, cuando empezé a sentir que sus dias - finalizaban y a enfrentarse con la idea de la préxima muer­ te” (B.443). Lo hace, como todo lo que emprende en su vida, de manera consciente y responsable: "Y desde las primeras investigaciones obtuvo por resultado una tremenda falta de preparacién, una falta de madurez de su esplritu para moiir” (B.444), Ha confiado en la sucesién dinéstica como modo de pervivencia, pero su hijo Hanno le demuestra con su existen cia hasta que punto debe desconfiar de tal posibilidad. Guia do por una fuerza misteriosa recuerda una compra incidental sobre la que no habia vuelto a detener su atencién; un li— bro, un tratado de filosofla que el autor acaba por su par­ te de leer y que considéra indispensable comentar en su - obra: se trata de Die Welt als W ille und Vorstellung, de Ar thur Schopenhauer, y més precisamente del capitule Uber den Tod und sein Verhaltnis zur UnzerstSrbgrkeit unseres Wesens an sich -Sobre la muerte y su relacién con la indestructibi- lidad de nuestro ser en si— . Tras la lecture se slente recon fortado, més aün, cambiado, capaz de aceptar gozosamente la muerte, pues ésta "era el penosisimo regreso de un camino - errado, la rectificacién de un grave error(...) la repara— cién de una lamentable desgracia" (B.447). &Cémo no habia de entender Thomas Buddenbrook esta filosofia que parece escrl ta para él, pensando en él?. jQuién sino él, el burgués ejem plar y consciente, puede darse cuenta de lo extraviado de - - 1 2 1 - su camino? Y ^Quién mejor que él puede entender la falacia de la individualidad, pues desde la ciega creencia en su - realidad ha vivido hasta ahora? "^Fin y disolucién? ;Tres veces digno de piedad quien se atemorice ante cosa tan ba- ladil &Qué acabar£a y qué se disolveria?. Aquel cuerpo su­ yo, aquella su personalidad e Individualidad, aquel obsté- culo torpe, pertinaz, vicioso (...) &Acaso todo hombre no es un desacierto y un error?" (B.447). Reconoce que su mo­ do de vivir se ha basado hasta ahora en creencias delezna- bles, la més mendaz e incapacitante de las cuales era la - i lus ién de la individualidad. La muerte, el regreso etl se- no de la naturaleza, de donde brota toda vida, le parece - ahora la ünica forma posible de pervivencia. Pero la vuel- ta al quehacer cotidiano, el reencuentro de las obligacio­ nes profesionales y politicos, le hacen olvidar los pensa- mientos suscitados por la lectura, e incluso le obligan a | preguntarse "si, en caso de presentarse la muerte, podria i sostenerlos con la necesaria flrmeza" (B.449). Dudando de su capacidad para operar con semejantes ideas intenta bu£ car respuesta en la religién, "que no exigia entendimiento, sino tan sélo fe profunda" (B.450). Pero tampoco la fe es patrimonio de Thomas Buddenbrook. I; Con todo, la lectura de Schopenhauer ha produc i- i | do su efecto, aün cuando éste no sea el que Thomas buscaba. La toma de conciencia del proplo error existencial, cuando sobreviene en unas circunstancias en que el hombre no tie­ ne ya las fuerzas necesarias para salir de él, se resueIve en la enfermedad y la muerte. Thomas Buddenbrook veré de— - 1 2 2 - caer su vitalidad hasta el dia en que una odontalgia le - obliga a abandonar una sesiôn del Parlamento (B.460) en - busca del dentista, que al procéder a la extraccién de la pleza danada no puede evitar que las raices queden encla- vadas. De acuerdo con su paciente, pospone la conelus16n de la intervenei6n para el siguiente dia; pero la septice mia que arranca del foco dentario acaba répidamente con - el senador (B.463-467). El comentario de Gerda, la esposa de Thomas, pone de relieve lo que para Mann es fundamental en la muerte de su personaje; su aspecto grotesco, que accn tùa el carécter critico del 6bito: "Fue un sarcasmo y una - ignominia que esto haya llegado asi!" (B.464). Las reflexio nes de sus conciudadanos no se quedan atrés: "De una muela. El senador Buddenbrook ha muerto de una muela (.,.). Pero, (diablos!, de una muela no se muere nadie (...). ^Oyése nun ca cosa semejante?" (B. 469). La intenciôn moralizadora del novelista es clara; dirigido por ella decide cargar las tin tas en el caso de aquellos personajes que, pese a no ser ca paces de responder en la forma més conveniente a las instan cias existenciales, pueden susciter en el lector junto con una peligrosa simpatia, la equivocada idea de que su crea- dor pueda estar apoyando la actitud vital que representan. Evidentemente, Hanno tiene asi mismo que morir. Sin romper con todos los vinculos de su herencia burguesa - no le es posible al artista emprende r la creaciôn de un nuis vo modo de vida, de una nueva cosmovisién. Sabemos ya hasta qué punto es débil, enfermizo e inhébil para la vida el ul­ timo Bunddenbrook. Desde su nacimiento dificil, que obliga -123- a confesar al médico de la familia que hasta el ûltimo mo­ mento ha temido por la vida del niRo (B.270), hasta su tern prana muerte, su corta existencia esté marcada por la enfer medad, el sufrimiento y el miedo a vivir. Haciendo gala una vez més de su capacidad slmbolizadora, el autor haré derivar el discurso de felicitacién de uno de los trabajadores de - la firma Buddenbrook en el bautizo de Hanno hacia el pensa­ miento en "aquel dia en que nos encontremos todos ante su trono, puesto que algün dia tendremos que bajar todos al - sepulcro..." (B. 273). El mismo Hanno se siente destinado a la esterilldad y la muerte prematura. Incluso su relacién con el arte se interprets en clave schopenhaueriana, como se seRalé en el capitule anterior, como una especial afin! dad con la decadencia, con la muerte. Hanno siente este - "ser para la muerte" en forma tan clara e irrebatible, que se veré impelido a trazar bajo su nombre, en el libro ge- nealÔgico de la familia, dos lineas horizontales, justifi- cando ante su enojado padre su conducta con un triste "crei que no habia continuacién" (B.356). No obstante, no debe in ferirse de su mala dotabién para la vida la posibilidad de que, como otros personajes, conciba la muerte como solucién; no olvidemos que ha tenido que presenciar la atroz agonia - de su abuela y que, junto a su féretro, seré capaz de perc^ bir entre el de las flores otro olor que le turba profunda- mente, y que le informa mejor que ninguna otra impresién - acerca del aspecto material del morir (B.400-401). El "anhe lo de muerte"(B.511) que revelan sus improvisaciones musica les, lo qué sin duda encaja a la perfeccién dentro del pen­ samiento de Schopenhauer bajo cuya égida se desarrolla, en -124- buena medida, la novela, es dificil de conciliar con la - irrebatible realidad material de la descomposicién. El cam bio de rumbo intentado por Hanno no puede fructificar. No hay en él posibilidad de afirmar la vida; por ello seguiré répidamente a su padre a la tumba. La enfermedad que se lie va al muchacho reclbe un nombre en la novela: Tifus* I ndu so es descrita por el autor con tal minuciosidad que es po sible seguir, a lo largo de algunas péginas, las manifesta clones clinicas cuya évolueién en "septenarios" sigue hoy consideréndose caracterlstica de la fiebre tifoldea (B.511- 512). Sin embargo, pese a la erudicién demostrada por Tho­ mas Mann en dicha descripcién, el pensamiento capital del autor no es en modo alguno un pensamiento cientlfico, pues advierte que no es posible saber "si la enfermedad que se denomina 'tifus' represents en aquel caso concreto el re­ sultado de un accidente sin importancia fundamental; si es la desagradable consecuencia de una infeccién que tal vez hubiera podido evitarse y que se puede combatir con los re cursos de la ciencia, o si constituye, sencillaroente, una forma de la disolucién, la vestidura misma de la muerte, - que hubiera podido presentarse bajo otra méscara cualqule- ra y contra la cual no crece ninguna hierba"(B. 513). Tho­ mas Mann esté afirmando, notémoslo bien, que incluso la - muerte cientificamente razonable, incluso la enfermedad pro ducida por un agente patégeno que seré aislado, Identifica- do y estudiado en sus més nimios detelles no son, en absolu to, fruto de un infeliz azar, sino que tienen su razén més intima en la propia biografia del paciente. Para esta forma de disolucién no crece ninguna hierba. No hay otra posibiM -125- dad de salvacién que la reconcialiacién del enfermo con la vida. "P.ero si tiembla de terror y repugnancia ante la voz de la vida que le llama, si ante estos recuerdos y estos - sones alegres y retadores sacude la cabeza y extiende la - mano con gesto de repulsién, lanzéndose por el camino que le brinda la libertad ... entonces no hay duda posible; mo riré" (B.514). El estado de enajenacién febril, el delirio, la obnubilacién que acompaRan a la enfermedad representan para el autor el morboso rechazo del mundo, la entrega a - ese otro mundo de fantasmagorie que esté en oposicién a la vida. Y para quien ha traspasado el umbra1 es dificil, si no imposible, rechazar esa mortal libertad. De esta manera muere el ültimo Buddenbrook. No - podia dejar de morir, porque los rasgos que el autor da a su personaje lo invalidaban para la vida, lo que por otra parte entraba desde el principio en los planes del novel!s ta. Y por si existiera el riesgo de que el lector, cegado por el subtitulo de su novela -Verfall einer Famille- no - comprendiera el real alcance de su tentative, se esforzaré en mostrar que la decadencia y la muerte alcanzan por igual a todo el estamento burgués. Recordemos, una vez més, el - juicio del cénsul Buddenbrook sobre los anteriores propie­ tarios de la casa de la Mengstrasse (B.17). El cônsul Krfi­ ger, emparentado con la familia protagoniste, muere de ira y repugnancia - "Die Canaille !" (B.135) tras el nunca visto acontecimiento que cae como una bomba en la apacible Lü— beck: una timide protesta de los obreros portuarios. Uno - de los Mdllendorpf, por més seRas decano de los senadores. — 126— muere "de manera grotesca y horrible. Enfermo de diabetes, habia perdldo en sus ültimos tiempos el instinto de conser vacién hasta tal punto que se dejo dominar por una verdade ra pasién hacia las golosinas Le encontraron un - dia muerto, con la boca llena de pastel a medio masticar" (B.277), El marido de una amiga de Tony se suicida tras un rêvés econémico (B.421). Otro cônsul, Peter DBhlmann, tras ver evaporarse su fortuna sucumbe victima de los excesos - alcohôlicos (B.473).... No es una familia, es todo un mun­ do el que se viene abajo. Y el artista no puede, como Han­ no, dejar de responder al reto de la vida. Es preciso se— guir pregunténdose sobre el hombre y el mundo. Es preciso seguir escribiendo. Sabemos ya como ha evolucionado la idsa que de la enfermedad se hace Thomas Mann en esta obra de ju ventud; veamos ahora cômo, de igual manera, va modelandose su pensamiento sobre la muerte. Entre Buddenbrooks y Per Tod in Venedig la medl- tatio mortis del autor no progresa de forma significativa. Los relates, generaImente breves, escritos en esta época,- alguno de los cuales casi no se ocupa més que de la muerte, no aportan nada esenclalmente nuevo. Con todo, se esté ges tando en este periodo la revoluciôn tanatolôgica que saldré a la luz en la novela veneciana y, muy especialmente, en - Per Zauberberg. Hallazgos fragmenterios, asi como temas es- bozados o planteados claramente en Buddenbrooks se dan cita en las narraciones que sornerameute vamos a réviser y que - marcan el trénsito a una nueva etapa en el pensamiento man­ niano. -127- Buddenbrooks pretende ilustrar la idea nietzschea na del ultimo hombre, esto es, del nihilismo europeo; de la situaciôn del hombre para quien todos los valores se han de rrumbado y que, teniendo la suficiente sinceridad como para aceptar descubrimiento tan terrible, no tiene atin la fuerza necesaria para resurgir de entre sus cenizas. Este ultimo - hombre sigue ocupando lugar destacado en la obra de este pe riodo, en el que sôlamente Tonio Krbger y Klaus Heinrich pa recen representar el inicio de una nueva aurora. Nihilista y abocado a la muerte es el caballero protagoniste de Ent— tëuschung« que sospecha que incluso la muerte seré, tan sô- lo, una "ultima desilusiôn": "He aqui la muerte, me diré en mi ültimo momento, y ...&solo es éstoî" . El tedio vital - del personaje, causado no tanto por la sinrazôn de la exis­ tencia como por la desconfianza que alcanza incluso las pro pias emociones, que desespera de toda posibilidad de reden- ciôn no solo racional, sino tarobién estética, es la més de- saforada negaciôn que puede lanzarse al rostro de la vida. El hombre consciente de semejante estado de cosas, asi como de su particular incapacidad para superarlo, solo puede ser, como Thomas Buddenbroock, objeto de burla, incluso de la - propia despiadada sétira. Por eso el protagoniste de Per Ba- jazzo concluye su relato autobiogréfico "colmado de asco". "Deseo morir", afirma, "pero zacaso no séria ahora mi muer­ te demasiado herôica para un Bajazzo (bufôn)?. Sucederé, lo temo, que seguiré viviendo, comiendo, durmiendo y actuando - para acostumbrarme a ser una persona sin sentido, una figura 98infeliz y ridicule" . Infeliz y ridicule es el abogado Jaco by, que no dispone de tiempo para acostumbrarse a su ridicu- - 1 2 8 - lez; que se le desvela en forma abrupta, y con cuya grote£ ca muerte —disfrado de cocotte ante el pübllco convocado - por su esposa para presenciar la malévola farsa de que ella 99misma es autora- finalize la novela titulada Luischen . De modo anélogo fenece Johann Friedemann. Frustrada su aspira- ci6n de emocionar a la adusta Frau von Rinnlingen, que le - encuentra ridiculo por su deformidad, se suicida ahogandose en un rio. Anteriormente, al comprobar la poca atencién que la mujer concede a su persona, habia pensado ya en esta for ma de suicidio. Pero rechaza tal pensamiento pues lo que de sea no es "una tranquilidad en la nada vacia y hueca, sino una paz tranquila, benigna, saturada de pensamientos bienhe chores y sosegados" (KHF.73), y sabe que la muerte no puede concéderle esta ataraxia. Ahora bien: cuando la mujer le - desprecia y se burla de él; cuando la büsqueda de compren— si6n, de calor, en un ser humano da por resultado la risa - hirlente; cuando la propia realidad aparece ante los ojos - del que la contempla como el més desatentado sarcasmo, como algo ridiculo en grado sumo, debe esperarse como irremedia­ ble un final anélogo al del abogado Jacoby. El suicidio de Friedemann révéla una determinacién, una voluntad negadora irrefrenables: "Se arrastré un poco sobre el vientre y le- vanté un poco la cabeza para dejarla caer inmediatamente - dentro del agua. Y no volviô sacarla. Ni siquiera movié més las piernas, que descansaban sobre la hierba de la orilla" (KHF. 78). "iQué le ocurriô realmente?", se pregunta el au tor. "Tal vez el rencor voluptuoso que habia sentido al ver se humillado, al sentirse tratado como un perro, se conver­ tie en una loca rabia que le hacia revolverse Incluso con— -129- tra si mismo, que le hacia sentir una verdadera repugnancia de la vida, que le hacia hervir en deseos de aniquilarse,de dejar de ser.••"(KHF. 78). El ültimo paso del nihilismo se da cuando las propias fuerzas se vuelven contra si mismo,- cuando la energia creadora, no teniendo qué crear, se em— plea en la destrucciôn, en la autode s truccién. Por este camj^ no que. Junto con sus contenporéneos, recorre el escritor, sé lo es posible ha1lar la salvacién més allé del ültimo paso. No son personajes como Jacoby o Friedemann quienes pueden - darlo. Aquel bufôn capaz de someterse a autocritica, sin que esto suponga la autodestruccién, con el que tanto tiene que ver el autor, que prefiere hacer morir sus propias ideas ca- ducas en sus personajes, tal vez... Cuando la autonegacién supone la vue1ta de las pro pias armas contra uno mismo, la muerte es inevitable. Cuando adopta la apariencia de la entrega, cuando més que buscar la muerte, se la espera, hay al menos tiempo para la esperanza. En el seno de Buddenbrooks se atisba la creencia en la supe­ racién, que el novelista encomienda a su creacién por venir. Los relatos breves de que ahora nos ocupamos no son otra co sa que ensayos, tentatives de comprender en su pluralidad - de apariencias la crisis de los fundamentos existenciales - de la época, y séria erréneo suponer al autor més prôximo a las opiniones sustentadas en una narraciôn de escasas pégi­ nas que al trabajo de aRos que représenta su primera novela extensa. En esta etapa existen también muestras de aquella otra actitud, de nihilismo pasivo, podriamos decir, que alia da a ese otro tipo de nihilismo agrèsivo que no traspasa la -130- esfera de lo literarlo seré capaz de superar el punto cri­ tico. Una de estas muestras es Per Tod narraciôn en - forma de diario de un hombre que esté convencido de cono— cer la fecha de su muerte y la espera con aire estoico, - "con un sentimiento de devota unciôn y de mudo terror" (DT, 51). Incluso el escenario que elige para morir, una casa - aislada junto al mar, révéla el oculto temor a la desilu— siôn définitiva que el personaje comparte con el caballero de Enttfiuschung:"Me agobiaba pensar que la muerte pudiera ser plebeya y ordinaria. Todo debe ser extrafio y singular a mi alrededor cuando llegue ese dia enigmético, trasceden tal, grave..." (DT.51), El médico que le atiende, encontrén dole algo apagado, diagnostics sin saberlo el mal incura— ble, mortal, del protagoniste: "{No lea! {No piense! |No me dite!. Le tengo a usted por un verdadero filôsofo" (DT.53). El buen doctor pretende liberar de preocupaciones a su pa— ciente -si asi puede llamérsele, pues es més como anfitriôn del médico como le présenta el autor-, pero la irônica inten ciôn del novelista es la de disfrazar, bajo las prescripcio nes dictadas por la incapacidad de la ciencia ante un pro­ blems que no tiene formulaciôn cientifica posible, la real entidad del morbo mortal: "El doctor Gudehus me tiene por - un filôsofo, pero mi cabeza esté muy debilitada y solo pue- do pensar: ; La muerte! ; La muerte!" (DT.53). Los dos tienen razôn: un verdadero filôsofo, en la época en que transcurre la narraciôn (1897) dificilmente podria leer, pensar ni me- ditar nada "que no fuera recuerdo de la muerte", en palabras de Quevedo. Por eso el innominado protagonists de Per Tod no puede més que querer su muerte, si bien esta querencia apare - 1 3 1 - ce omada por un ultimo,Irrazonable aunque no incomprensi­ ble gesto de consideraciôn para consigo mismo: la concesiôn de un plazo. Friedemann se suicida de forma impulsive y sajL vaje. El autor del diario que constituye el relato, seguro de que "existe una relacién perpétua entre el hombre y la m u ^ te (...) y puedes conseguir que se adelante -la muerte- al momento que quieras" (DT.53), se concede tiempo. Tiempo que no ha de utilizer, que sélo se colma con la espera de la - muerte, que quizés se llena de sentido precisamente porque es limitado. Y en esta espera el pensador hace examen de con ciencia: "2Qué es el suicidio? ^La muerte voluntaria?. Pero nadie muere involuntariamente. El término de la vida y el - trénsito a la muerte no se diferencia en nada de la debili­ dad, y esta debilidad es siempre la consecuencia de una en­ fermedad del cuerpo o del aima, o de los dos a la vez. Nose muere sin que uno esté de acuerdo con ello" (DT.54). El re­ conocimiento de este principio va a permanecer invariable a lo largo de toda la vida y la obra de Thomas Mann. Lo que - de ningün modo puede reconocerse es la actitud de entrega, pues ésta, al negar la propia vida, parece renegar por ex­ tension de toda la humanidad. La muerte del protagoniste - va precedida por la de la pequeRa Asuncién, su ünica hija (DT.55), que sélo cuenta con él en la vida. La nina necesi ta de él para vivir, o mejor: él no puede morir sabiendo - que deja a la niha séla: la necesidad egoista de morir, de acabar con el sinsentido de la propia vida, acarrea la abo minable consecuencia de la muerte del ser amado, o més - bien, del ser inocente capaz de amar. En buena medida anélogo es el désarroilo de otra -132- narraclôn breve, Per Wille zum en la que un jo— ven artista dotado de rasgos méridionales, con un notable parentesco, por tanto, con Tonio Krbger y con el propio - Mann, herido de muerte por una afeccién cardiaca, va a pro rrogar su existencia hasta conseguir una felicidad egoista, el matrimonio con una joven cuyo padre trata, en principio, de impedir la unién, atemorizado por la precaria salud del joven (WG.39), Confiado en el amor de la muchacha, Paolo — Hofmann -tal es el nombre del protagoniste- llegaré a un co nocimiento anélogo al del personaje central de Per Tod:";.Ciee rias que, si yo quisiera, podria simplemente acostarme aqui y morir?" (WG.42). La "voluntad de felicidad" que da titulo a la novela le haré resistir a la muerte hasta lograr su ob jetivo, asi como, una vez colmada, daré pébulo a su muerte: "No ténia ya motivo alguno para vivir" (WG.45). Pese a lo - que el narrador afirma sobre la exprèsién del rostro de la joven viuda, que muestra "la ceremoniosa y vigorosa grave— dad del triunfo" (WG.45), en el cortejo fünebre, Mann no se considéra en modo alguno satisfecho con tan pirrica victo­ ria. En su fuero intemo rechaza la posibilidad de esta sa- tisfaccién egoista. La pretendida expresién triunfante de - la viuda no es en absolute creible en comparéeién con la - triste muerte de la pequena Asuncién en Per Tod. Pesde lo - més profundo del reconocimiento de la menésterosidad del ser humano, comenzando por su propio ser, surge en el artista - una forma superior de solidaridad, de amor, que précisa tra ducirse en obras, en respuesta a tan acuciante problema. - "2Qué més podia esperar de la vida si esta habia sido vivi­ da ya en toda su plenitud en aquella primera infancia, pere -133- zosa, sofiadora y nostdlglca?. S6Io quedaba entonces recono- cer que el pasado habla pasado y con 41 toda posibilldad de felicldad, o que a 4ste s61o podia afiadirse el tardlo reco- nocimlento de lo que fue y una dolorosa y casl herdlca re— creacl6n de ese pasado a través del trabajo (...) con el - 102cual pagar la deuda contraida con el mundo" . A la volun- tad de fellcidad opone Mann una dtlca del esfuerzo que pré­ tende producir frutos de que toda la humanidad, o al menos gran parte de ella pueda gozar. Por eso, pese a que toda la produce16n de esta etapa estd marcada por la tentaciôn de - la muerte, la intenclôn del autor es la de romper los clrcu los que en torno al tema estâ descrlbiendo. La madré del Ba- jazzo muere sin oponer resistencia alguna a la muerte*^^; el protagoniste de Per Tod espera su ultimo momento con la con- viccidn de que serd "seductor y de una indescriptible dulzu- ra" (DT.54); Petlev Spinell, el frustrado escritor que apare ce en Tristan, se entrega a la voluptuosa confusiôn del amor y la muerte a los acordes de Tristan und Isolde (T.185-186), y afirma que la muerte es "la total madurez" cuyo principal atributo es "una sabia melancolia" (T.190). Pero ya en Tonio KrCger asume Thomas Mann aquella ética sefialada més arribat "Admiro a los orgullosos y frlos que se aventuran en las - sendas de la grande, demonlaca belleza, y menosprecian al - hombre. Pero no los envidio. Pues si algo es capaz de trans­ former a un simple literario en poeta es este amor mio, tan burgués, a todo lo humano, lo vivo y lo normal" (TK.255). Le serd dificil combatir la romdntica afinidad con la muerte - que domina esta primera fase de su actividad. Pero el cono- cimiento de la realidad material del morir que comporte con -134- Hanno puede ayudarle. Este mlsmo conoclmlento es lo que ha ce a su Lorenzo de Medicis, dos aAos m4s tarde , buscar el consuelo de la filosofia y luego el de la religidn ante la muerte: "El fuego del purgatorio es mds sencillo que Pla t6n” (F,.780), responde el Magnifico a Marsilio Ficino, que intenta demostrarle la inmortalidad del aima apoydndose en aquél y en Aristdteles. Lorenzo terne humanamente a la muer­ te, querrla no tener que morir o, al menos, desearla acabar con la Clara conciencia de haber colmado su existencia:"Hay todavia tantas cosas por elucidar (...). No veo mds que ti- nieblas y confusién" (F.778). Y no es la menos importante - de estas cuestiones la que formula a sus amigos: "^Qu4 hay, por fin, de la inmortalidad del aima?"."He amado tanto la - vida que ténia a la misma muerte por su triunfo(...). Todo ha acabado, todo se hunde... la nada acaba de abrirse ante mi, la espantosa fosa de la podredumbre y de la nada" (F. 779). Luigi Pulci estd del lado del Magnifico, y esta vez no con afén cortesano: "jNo te mueras, Lauro, séria una ton teria! (...), (El cuerpo es lo esencial!. No hay armonia de las esferas que pueda remplazarlo" (F. 779). Las ultimas - frases del agonizante ante el hermano Girolamo, su persona- je antitético, obligan al lector a reflexionar sobre las au ténticas intenciones del autor. El Magnifico muere afirman- do a gritos su amor por la vida, en nombre del cual es pré­ cise impedir a toda costa la accién destructora del prior: "(Apoderaos de él!(Atadle! (Quiere romper las grandes alas! (Al calabozo, a las cadenas! (A la fosa de los leones! (Que alguien mate a éste que quiere matarlo todo!" (F.811). El - hedonists seAor de Florencia perece ante el apôstol de la - -135- destrucciôn, y su defensa de la belleza y de la vida resul^ ta absolutamente ineficaz frente a la incontestable reali­ dad del triunfo del hermano Girolamo, al que sus partida— rios acuden a rescatar en masa de lo que consideran una em boscada del Magnifico (F.812). Si la muerte continua tenien do para el autor carécter de juicio, habremos de considérer que la postura vital de Lorenzo no es completamente vélida. Y el tono de la obra no hace sino resaltar esta opinién. El humanisme renacentista résulta insuficiente, corre el grave riesgo de degenerar en auténtica mojigateria de la belleza y del esplritu y no es capéz de responder a las preguntas que acerca del sentido de la vida formula la muerte. Pero - su fracaso no signifies el triunfo de Savonarola, el nihi— lista destructor que, ante el prendstico de su destino, so­ lo sabe responder: "Amo el fuego" (F.812). La muerte en la hoguera de Savonarola es, de este modo, tan efactiva en la pieza dramâtica como la de Lorenzo el Magnifico, y su afén de destruir la belleza, la vida, acabaré con la suya propla. En Fiorenza, pues, se hace exprexa abjuréei6n de la nostalgia roméntica de la muerte, y se afirma con nuevo vigor su cardeter negative. En el espejo del artiste el timo hombre, bajo diverses figuras, se ha dado muerte a si mismo. El artiste querria ahora, de acuerdo con el ideario formulado en Tonio Krgger. dar ese peso que ha de 1leverle mds allé del nihilisme, mds allé del ültimo hombre. Pero - adn queda mucho por destruir. La muerte tiene todavia tra­ bajo, pues los aspectos de la decadencia y del error que - hay que desvelar son todavia numerosos. Incluse dentro del -136- amblente optimiste de KPnigliche Hoheit encuentra Thomas Mann ocasidn de utilizer el medio tendtico que tan buenos resultados le estd dando; el Gran Duque padre de Albrecht y Klaus Heinrich muere "de una terrible enfermedad, que te nia algo de escueto y abstract© y con ningün otro nombre, fuera del de muerte, podia designarse" (KH.88). Poco mds - lejos le dard el autor el mismo nombre que ya le otorgd en el caso de Hanno Buddenbrook; "disolucién" (KH.88). El Gran Duque Johann Albrecht "no oponia ninguna resistencia a la - muerte. Daba signos de un tedio infinite" (KH.88). S61o Klaus Heinrich, como ya sabemos, serd capaz de escapar a la enfer medad y a la muerte gracias al descubrimiento y a la acepta ci6n de su cardcter de représentante de los suyos, de una - parte al menos del género humano, que como aspecto del amor complementario de aquel otro que le liga a Imma Spoelmann - da sentido a su vida. En el punto a que Mann ha llegado, la cuestiôn - esencial que cabe plantearse es la siguiente: si de lo que se trata es de acabar con aquello que hace imposible la vi da, hasta el extremo de provocar la muerte del personaje y del modo de vida que représenta; si, ante la mirada del ar tista y del pensador, todo aquello que hasta el memento se ténia por vélido se derrumba, arrastrando en su calda al - hombre y a la humanidad; si el inevitable fin de la vida humana solo puede, en el mejor de los casos, entenderse co mo enmienda de un fundamental error, y el artiste, impeli­ do por fuerzas dificiles de nombrar, pretende iniciar una nueva cosmovisi6n, jno seré precise dejar muerte y bien en -137- terrado al hombre y al artista caduco, renegar a muerte de la agonizante instalaciôn en el mundo propia del siglo die cinueve?, Pero esta era ya la idea rectora de Buddenbrooks. aQué falta, pues, a este holocauste para ir mds alld de la mera negacidn?. Negar la muerte, matar la muerte, si posi- ble fuera, posponerla... pero no al modo del protagoniste de Per Tod, no viviendo para la muerte. Matar al hombre - vieje sin que por elle acabe la vida, hacerlo para que pue da surgir el nuevo hombre, este es lo que hace el autor. Una ceremonia inicidtica de muerte y renacimiento, un via- je mistérico al Hades, la voluntaria penetracidn en el rel no de los muertos, donde el nedfito se inicia en los miste rios. Un viaje que comienza en 1911 con Per Tod in Venedig y no acaba hasta 1924 con Per Zauberberg. En Per Tod in Venedig Thomas Mann parece hacerse eco de la ensehanza de Nietzsche en 5derates y la Tragedia; "...las gentes se declan que la poesia misma se habfa perdl do, y por burla enviaban al Hades a los atrofiados, enfla— quecidos epigonos,.." . En efecto, el artista viejo, epi- gonal, de cuyo arte esté ausente la frescura de lo original, lo primigenio, no puede sino morir por consuncidn. Pero a Gustav von Aschenbach se le brinda la posibilldad de una re encamacidn, de un renacimiento. O al menos, de un viaje al Erebo, donde permaneceré slete ahos en la figura de Hans - Castorp, que seré quien, al cabo de este tiempo méglco, re corra el camino de Euridice. Repasemos la peripecia del pro tagonista de Per Tod in Venedig. Sabemos ya quien es Gustav von Aschenbach, y cono -138- cemos el motivo de su profundo dlsgusto consigo mismo. Su arte, admirado por la sociedad, no es sino el resultado de una disciplina y un formalisme estëriles. Profundamente - hastiado, paseando sin rumbo fijo, llega al cementerio de Munich, en cuya entrada divisa, de pronto a un extrafio per sonaje: "...su sombrero de paja, de grandes alas rectas,le daba un aire extranjero e incluse exôtico. Cierto que 11e- vaba tambien una mochila de montaha a la espalda (...) y, en la mano derecha, un bastén con contera de hierro, apoya do oblicuamente en el suelo y que servie de apoyo a la ca- dera del hombre, que habia cruzado los pies" (TV.339). Re­ pent inamen te le acômete el deseo de viajar, de abandonar - su pequeho mundo cotidiano en busca de una experlencia nue va. En su mente se suceden fugaces imégenes de un mundo - nunca visto, una jungla en la que, entre mil formas capri- chosas de vida, acecha el tigre que da la muerte y, aun mâs oculto, insospechado, el no menos létal bacilo del cèlera. Este mundo primitivo, oscuro, que no conoce el orden huma­ no y que deviene segün una ley y una justicia que nada tie ne que ver con lo que bâjo tal nombre conoce el escritor, le atrae con una fuerza inaudita, si bien reconoce ensegui da que no es preciso ir tan lejos para salir de la asépti- ca claridad de lo acostumbrado. Su viaje y su existencia - terrena tendrénfin en Venecia, la ciudad de inseguros ci— mientos, la aparentemente consentida por el mar, por ese - mar que dispone de tiempo sin limite para dictar su ley.El unico personaje que, contra los deseos de Aschenbach, le - aborda fugazmente en el barco que le conduce a la ciudad - del Adriético, es un décadente fantoche, que s61o de lejos -139- conslgue, gracias a gran copia de afeites, parecer joven,- cuya real depauperacièn, que el maquillaje no logra ocul— tar, turba profundamente al escritor (TV.350). Este falso rejuvenecimiento, esta tentative ignara y preternatural de jugar con el tiempo existencial suscitan la repugnancia y el miedo de Aschenbach junto con el presentimlento de estar entrando en un mundo en el que nada es lo que parece. Su - llegada al Lido muestra en forma definitive el trénsito al Hades, al reino de la muerte: un gondolero nada simpâtico le conduce, pese a sus protestas, a través de la laguna - (TV.354). Es fécil ver en esta escena el cruce del Aqueron te, el rio infernal, a bordo de la barca gobernada por Ca- ronte, quien ya antes ha aparecido en la obra de Mann, en - el sueno de Lorenzo "el Magnifico" (F.777), Pero Aschenbach no es un difunto comûn. Su estancia en el Hades tiene un ob jetivo bien definido y perspectives de retomo. El proceso éducative superior por el que ha de atravesar debe ser diü gido por manos més hébiles, las del conductor de las aimes, Hermes Psicopompos. Por esta causa queda en suspense el pa­ ge del trénsito del Aqueronte; cuando el escritor decide pa gar al gondolero descubre que ha desaparecido (TV.355). Es­ ta metéfora de la barca de Garante se encuentra también en Nietzsche, en el capitula De las tablas viejas % nuevas del Zarathustra^^^: "Ahi esta la barca, tal vez navegando hacia la otra orilla se vaya a la gran nada. zQuien quiere erabar- carse en ese tal vez?. ;Ninguno de vosotros quiere embarcar se en la barca de la muerte! &C6mo pretendéis ser entonces hombres cansados del mundo! (...). Si no queréis volver a correr alegremente, entonces debéis (iros al otro mundo! - -140- (...). Pero se necesita més valor para poner fin que para escribir un nuevo verso: esto lo saben todos los tnédicos y todos los poetas Mann lo sabe, pero compartiendo con Aschenbach el temor de no acabar la obra iniciada (TV. 341), de no conseguir la actualizaciôn de todas las potencialida des que dentro de si laten en vertiginoso desorden, opta - por la muerte mlstérlca, por el punto final origen de una nueva etapa. El protagonista de la novela no es del todo - insensible a las sugerencias de su creador: las negras g6n dolas le hacen pensar en el ultimo viaje (TV,353) y el corn portamiento del gondolero, bien que de modo distinto que - al lector, evoca en su pensaroiento la idea de las moradas de Hades (TV.355). Ya en el Lido, y siempre semiconsciente de su destino, le pareceré hallarse "en los Campos Eliseos" (TV.371). Y es aqui donde va a encontrarse con el guia de - las aimas, el P s i c o p o m p o s , que a la vez es el mistagogo 108divino , el que enseha la verdad iniciética, el que infun de el conocimiento mistérico en sus adeptos^^^, en la figu­ ra de un hermoso adolescente polaco cuya semejanza con la - idea que de los arquetipos griegos permite hacerse el cono­ cimiento de mitologia y el arte helénicos -Tadrio es compa- rado con Jacinto (TV.377), con Narciso (TV.379) y con Gani- medes (TV.375)- es puesta de relieve por el autor. La estre mecedora realidad del cèlera, la enfermedad que nace en las selvas que Aschenbach, bajo la inspiracièn de aquel otro - Hermes, el viajero del cementerio de Muchich, ha evocado,no es capaz de hacerle retroceder, salir del reino de la muer­ te. El reconocimiento de las énormes posibilidades éducati­ ves de le ceremonia iniciética se expresa con el pago de la -141- deuda contraida con Caronte al fantasmagdrico mandolinero que dirige la danza de la muerte (TV.388). Tras renunciar a la huida hacia la apacible seguridad de la vida burgue- sa, con la imagen del mensajero divino en la mente (TV.392), Gustav von Aschenbach tiene un sueho revelador: una multi- tud de hombres y animales, en tumultuoso, orgiéstico movi- miento, rinde culto al "dios extranjero" (TV.393). Hermes, apartando las nubes ante el neèfito, como Boticelli le re­ présenta en Iæ primavera^^^, le muestra la realidad que, - en su soberbia obcecaciôn, no ha sabido ver hasta ahora: - bajo la aparicencia del orden, la claridad, la norma, se - halla la marea de la vida, del cosmos, el principio dioni- siaco, el "dios extranjero". Lo ordenado, lo humano, lo apo lineo, no es sino un fugaz moroento ilusorio. Aschenbach mi£ mo se ve arrastrado por esta fuerza esencial, primitiva, so brehumana. DueRo de este conocimiento superior abjuraré, de buen grado, de sus errores pasados. Y para que esta debela- ci6n sea més évidente Thomas Mann, partiendo del mismo razo namiento con que Nietzsche explica en Ecce Homo la elecciôn de Zarathustra para acabar con la falsedad de la distinciôn entre bien y mal, haré que sea un onirico Sécrates quien re nuncie a la intelecciôn, al conocimiento lôgico, a la creen cia en la razèn como supremo instrumento y, sobre todo, a - la pretensién de generar belleza sin bordear cuando menos - los limites de lo apolfneo, normal, sano (TV.397-398). Con todo, la posibilldad de un culto a lo desordenado, a lo que desde el ultimo fondo de la condicièn humana se considéra perverso, el araparo en el reconocimiento de la falta de 16- gica del cosmos para escapar a las exigencias de la reali— -142- dad apolfnea, generadora y necesltada de orden y 16gos del ser humano, es negada y rechazada como culpable. Cuando - Aschenbach, falseado por los tintes y maquillajes, como - aquel pasajero del barco que le trajo a Venecia, persiga a Tadrio por las calles de la "ciudad enferma" (TV. 396), con siderando "abatido el orden moral" y pareciéndole "lleno de promesas todo lo monstruoso" (TV. 394), habré de verse frus trado, desaparecido su guia, y enfermo, derrotado, hundido por la fiebre y la debilidad, sentado en grotesca postura al pie del brocal de un pozo. Consumada la renuncia a la - confiada y cerril seguridad del espiritu burgués, adverti- do del incalculable riesgo que corre aquel que decide aban donar tan gastados fundamentos sin guardar lo que de valio so e inmutable pueda haber en ellos, el artista Aschenbach se extingue, siguiendo al "adorable Psicagogo" (TV. 399)que le precede sobre el mar. Que Hans Castorp se encuentra en las moradas de Hades -a quien, por cierto, Heréclito identifica con Diony- sos^^^- es algo que el autor se esfuerza en advertir desde el comienzo de Per Zauberberg. En su primer paseo por los alrededores del sanatorio, acompanado de su primo, encuen­ tra el ingeniero por primera vez al clarividente SettembrJL ni, el dnico que parece saber realmente cual es el lugar - en que se hallan. Al conocer el motivo de la visita de Cas torp y su envidiable libertad -que, como sabemos, perderé en breve- para disponer de su propio tiempo, considéra in­ -143- dispensable advertirle de cual es, en verdad, el mundo en que acaba de introducirse. Hans Castorp, el sano, el libre, se halla en la montaRa mégica como "Odiseo en el reino de las sombras" (Z.62), situacièn privilegiada que en su mano esté conserver. Por si la expresién utilizada fuese poco - clara para el inexperto joven, el italiano sigue usando me téforas procédantes del lenguaje homérico, y no duda en nom brar a los dos médicos del sanatorio del mismo modo que a - los jueces infernales: Minos y Rhadamante (Z.62). Ante la - extraReza que sus afirmaciones causan al joven, intentaré - por fin explicar en qué medida las metéforas infernales son vélidas para esa sociedad de enfermes, que no es otra cosa que una muestra de la total sociedad del occidente: "(Que - audacia, ascender hasta estas profundidades en que habitan muertos irreales y privados de sentido!". Y cuando Hans,to mando todavia a broma esta lïltima frase del humaniste le - conteste que, en su opiniôn, résulta dificil confundir con un descenso el viaje que acaba de realizar, terminaré de nm nifestar Settembrini su més intimo pensamiento: "Usted se - ha figurado eso. Mi palabra de honor, que no es més que una ilusién (...). Somos unas criaturas que han caido muy bajo" (Z.62), lo que el propio Joachim se ve obligado a aceptar. En esta breve conversacién con Satana -asi es como el autor présenta a Settembrini en el titulo del capitulo- se resume el pensamiento tanatolôgico a que Mann ha llegado en Per Tod in Venedig. Més adelante, cuando el italiano compruebe con - espanto que el discipulo en quien tiene puestas sus esperan- zas no consigne liberarse de los hechizos de la "montafia mé- gica", 1nsistiré en abrirle los ojos respecto a la auténtica — 144— entidad del mundo en que se encuentra, y al riesgo que im­ plies su peligroso juego con las fuerzas de la disoluclôn: "Bien, ingeniero, &que tal le ha parecido la granada?(..«). Dioses y mortales han visitado algunas veces el reino de - las sombras y han encontrado el camino de regreso. Pero los habitantes de los infiemos saben que quien corne el fruto — de su imperio queda prisionero en él para siempre" (Z.375- 376). Los muertos de este Bératro son criaturas que han caj. do muy bajo, segün Settembrini, que estén embrutecidos, se­ gün Joachim. Se trata de aquella especie de enfermo, el ül­ timo hombre, cuya impronta negative podria quedar grabada en el carécter de Castorp por mor de la sut il impregnacién que el amblente del llano favorece, pero que, presentada en forma chocante, llamatlva, potenciadas sus caracterlsticas por el medio hermético en que el protagonista se halla, es susceptible de obrar como agente inmunizador, si la respue^ ta del sujeto que padece su agresiôn es la adecuada. En ca­ so contrario, los temores de Settembrini se confirmerfan... Como la de la enfermedad, la vecindad de la muer te puede obrar milagro, résulter un modo superior de apren dizaje. En las compllcadas Betrachtungen eines Unpolitischen sostiene Mann esta idea en relaciôn con el hecho histürico que esté viviendo, la primera guerre mundial. Tanto esta - obra como la novela responden a una misma exigencia, si - bien en Per Zauberberg modifica el autor no pocas de las - ideas sostenidas en aquella. Y, aün cuando en la novela la guerra s61o se hace realidad pocas péginas antes del final, podrfa tal vez asegurarse que la situacién vital que la ca -145- racterlza es la que marca el tempo de todo el relate; se­ gün Lukécs la guerra no fue, para muchos, més que "unas - 112largas vacaciones" , la misma expresién con que se desi^ na la estancia de no pocos de los paclentes y, en ocasio- nes, del protagonista en el Berghof. Parece, pues, justifj. cado revisar conjuntamente, como ya se hizo para la enfer­ medad, las ideas expuestas en ambas obras. Siendo las Betra­ chtungen més directamente abordables a causa de su carécter de exémen de conciencia -al menos en lo que al tema que nos ocupa se refiere, no estando éste complicado por el deslum- brador tomasol estético con que, en la novela, pretende - Mann poner a la vista del lector el mayor nümero posible de aspectos del problems- encuentro razonable comenzar por di- cha obra. En ella daremos con el esqueleto de la filosofia de la muerte que se expone en Per Zauberberg. Al Thomas Mann de las Be t rach tungen le ocurre al̂ go parecido a lo que ocurrla a su Gustav von Aschenbach jun to al pozo y que, incomprensiblemente, parece haber olvida- do en la dificil situacién que, al lado de su pais, atravie sa. La apasionada defensa de lo alemén contra los ataques - de otros intelectuales y artistes, sobre todo alemanes, le hace perder el equilibrio en mültiples ocasiones. Y un ar­ tista que, como él, busca las verdades mirando en Los abi£ mos, necesita més que nada el equilibrio para no perderse — para siempre. Algunos de sus pensamientos sobre la muerte, que serén vélidos en el amblente de Per Zauberberg, no lo - son en modo alguno referidos a la guerra. El propio Mann,ya lo veremos, corregiré més tarde estos errores causados por -146- el acaloramlento de la polémica. Pero, aün asi, mucho de - cuanto en las Betrachtungen se dice de la muerte humana es fruto de una reflexiün més madura y tranquila y, como tal, va a man tener se incôlume en la novela. Cuando Mann ataca - los recursos de que se sirve el huroanitarismo periodistico antialemén se deja arrastrar por sus rivales a la démago­ gie: "La multiplicaciün por decenas de millares de la muer te es una ilusién (...) en realidad la muerte no abandona los limites individuales, y (...) el individuo siempre mue re s61o su propia muerte, y no, (...) la de los demés. La muerte no se torna més terrible por el hecho de que se muJL tiplique por decenas de miles ante nuestros ojos. El huraa- nitarismo no irapide que todos estemos condenados a una amar ga muerte; y existen muertes en el lecho tan horrendas como cualquier muerte en el campo de batalla" (BU.450). Este no es el Thomas Mann que conocemos, que pretende en todo moraen to afirmar el amor a la vida y a la humanidad por encima de toda negacién. Si bien es cierto cuando afirma acerca de la imposibilidad de la muerte de trascender los limites indivi duales, no lo es menos que cualquier ser humano, él mismo - muy en primer término, no puede dejar de estremecerse de ho rror ante las espantosas matanzas provocadas por la libre - (?) voluntad del hombre, ante lo que, al final de Per Zau— berberg, llamaré "fiesta mundial de la muerte" (Z.757). Con todo, junto a desafueros como el anterior se encuentran ideas que han de fructificar, que ya estén fructificando en la gran novela catértica. El que desde los comienzos ha sido conocimiento - - 1 4 7 - fundamental de Thomas Mann, que "la muerte forma parte in­ nate de la vida, vivir es morir y, no obstante, crecer a - un tiempo" (BU. 183), conocimiento excepcionaImente rico en posibilidades gnoseolôgico y ético-précticas, seré lo que, a la large, permits al autor abandonar , del brazo de su - personaje Hans Castorp, el peligroso estado de desorienta- cién que su momenténeo apasionamiento habia motivado. Aigu nas lineas més lejos de la sospechosa frase antes citada - se revelan, de pronto, las que han de ser ideas rectoras - del pensamiento tanatolégico de Per Zauberberg. Y résulta enormemente significativo el empleo de un término que el - autor subraya a la hora de estudiar los efectos que la dia ria presencia de la muerte puede producir en un hombre por lo demés sencillo, como su Hans Castorp. Este término, que el escritor se esfuerza en resaltar como fruto de una de— terminacién consciente, y no como mero artificio literario es el de "peligro". "El peligro", dice, "radica fundamental mente en un refinamiento del hombre individual ocasionado - por una vida bélica tan prolongada, un refinamiento apropia do para enajenarlo para siempre a su vida cotidiana" (B U. 452). Esta frase resume la situaciôn espiritual del "einfa- cher" Castorp en Per Zauberberg. En la carta de un teniente del frente de Flandes (BU.451) descubre Thomas Mann que, su perado el limite de la capacidad humana para el horror, se accede a "la insensibilidad, el éxtasis, u otra cosa aün, inaccesible a la imaginacién del inexperto: la libertad" - (BU.451-52). La intenclôn del novelista al citar esta car­ ta sigue siendo la de combatir el humanismo antibelicista de los que sôlo critican la postura de Alemania ante la gue -148- rra. Mann, al lado de su pals, se encuentra en el Hades, - con la vista ofuscada por la contemplaciôn de las sombras semihiunanas y, con caminar inseguro, se acerca peligrosamm te a los abismos. Pero sôlo en ellos, segün su maestro, es posible hallar verdades profundas, y en cuanto la turbia - mirada del aventurera se aclare seré capaz de distinguir - la trampa que la muerte ha tendido al Joven teniente, en la que él mismo ha estado a punto de caer: "Es notable que ficen te a semejantes inconmensarables exigencias en materia de - padecimientos y peripecias uno tenga ganas de reir, hasta - tal punto se siente libre de todas las preocupaciones, de to da responsabilidad" (BU.451). Mann sabe lo que ésto signif1 ca; le ha ocurrido a Hanno, a Thomas Buddenbrook, al gran - duque Johann Albrecht, le esta ocurriendo a Hans Castorp.... Se trata de la disoluclôn. Nunca ha estado Thomas Mann tan cerca de sucumbir al lado de sus personajes como en esta - ocasiôn. Su Castorp, como él mismo, como el teniente de - Flandes caeré en las redes de la despreocupaciôn, de la li­ bertad disolvente y corruptora, y se salvaré, como en parte hemos visto, mediante un vigoroso esfuerzo de la voluntad y de la conciencia, comparable al que el pastor de Zarathustm necesita para, de una dentellada, seccionar la cabeza de la serpiente que le ahoga^^^. Para que esto ocurra son necesarias dos cosas: re conocer el valor educativo de la peligrosa situaciôn que - se atraviesa y rechazar las tentaciones de la disoluclôn, aceptando el reto de la vida. Estos serén los objetivos de la novela; pero algo de esto hay ya en las Be trachtungen, -149- sobre todo en lo que a aquel reconocimiento se refiere: "No se requlere una imaginacién poética para evaluar intuitiva- mente la elevacidn, la profundizacidn y el ennoblecimiento espiritual e intelectual que produce en el hombre la vecin­ dad diaria, experimentada durante anos, de la muerte" (BU. 480). De nuevo cita una carta de un joven oficial, esta vez del frente de Lorena, que afirma entusiasmado haber descu— bierto la literature gracias a una grave herida de guerra - que le obliga a permanecer en un hospital de campaRa duran­ te una larga temporada, llegando a asegurar: "El hecho de - que (...) tenga una deuda de gratitud para con la guerra en general, y para con la artillerie francesa en particular,es un curioso fenômeno subsidiario de estos tiempos(...)y, como es sabido, lo mismo que a ml le ocurriô a una infinita legiôn de soldados" (BU.453). Desaforado aserto éste ültimo. Lo pro bable es que la legiün de los muertos y los desdichados a - causa de la guerra sea en mayor medida innumerable. Séria su mamente censurable aceptar sin més la frase del oficial ale­ mén, como el propio Mann parece hacer. Sôlo con la mente lü- cida de postguerra y con aquel "lo importante es qulén..." de Nietzsche, a que me he referido hasta la sacledad -quién y su circunstancla, habrla tal vez que decir para eludir en lo posible un doctrinarismo exagerado- puede aceptarse la — posibilldad de una elevaciôn del individuo gracias a tan te mibles medios como son la guerra, la enfermedad, la muerte. En los ültimos capftulos Thomas Mann parece dispuesto a - abandonar el punto de vista radical -no irônico que le es - tan ajeno. La inflexiôn se produce en las mismas péginas que acabo de revisar. Al menos, en ellas aparece la siguiente -150- pregunta: *VEs seguro que alguna persistante enfermedad vil hubiese llevado también a ese joven al descubrimiento de la literatura7”(BU.454), a la que Per Zauberberg respon deré en breve. También -muy al final, cierto es- concluye por descubrir el error que ya conocla, pero que su apasiona miento habfa momenténeamente velado: "La mayor parte de los seres humanos piensa técitamente en la libertad respecto a la verguenza y a la decencia cuando clama en procura de li­ bertad" (BU. 507). Mucho tiempo y grandes sufrimientos han sido pre- cisos al escritor para disipar las nieblas de su espfritu. De que lo ha logrado da testimonio su obra magna, Per Zau­ berberg. Por ello puede rendir tribute, aün cuando sôlo sea a titulo personal, a la dolorosa experiencia atravesada, - fruto de "una época revulsiva de vida febriImente intensifl. cada, que todo lo amp1ifica (...)lo noble y lo malo, y que produce modificaciones que normaImente sôlo son obra de mu­ chos decenios; una época de privaciones y conmociones que - nos consumen, que al mismo tiempo obligan al hombre a pen— sar, a descubrir y a tomar partido como ninguna otra ante— rior (...); una época que obra como la muerte: ordenando a pesar de toda confusiôn, aclarando, definiendo; que nos en- sefia lo que fuimos y lo que somos, y que, atormenténdonos, nos confiere firmeza y modestie; ;Y no hemos de tener el de recho de calificar de grande a une época semejante !" (BU. - 459-460). Después de tan largo como,a mi entender, necesa- - 1 5 1 - rio rodeo, volvemos a Per Zauberberg advertidos de las in­ tenciones del autor: la vecindad de la muerte, su cotidia­ na contemplaciôn, los pensamientos que ésta suscita, van a compléter la tarea educative superior iniciada por la enfer medad. Simulténeamente a la superaciôn de la propia enferme dad, que en el caso del protagonista es més un mal del esp^ ritu que del cuerpo, se hace preciso superar esa nostalgia roméntica de la muerte, de la que aquella enfermedad nace, se nutre y crece hasta conducir a la aniquilaciôn a su vie tima. Pos son los aspectos bajo los que hay que considérer el humano morir en Per Zauberberg. Por una parte, el ya co nocido, segün el cual la muerte actüa como criterio de va­ lor refutando un modo de vivir errôneo. Por otra, el que se refiere a la meditaciôn sobre la muerte que tiene por mis iôn "ordenar a pesar de toda confusiôn, aclarar, définir y ense fiar lo que fuimos y lo que somos". Y la principal diferen— cia entre esta tanatofilosofia y la buscada en Schopenhauer por Thomas Buddenbrook se halla en que, mientras que ésta - aspira a la preparaciôn para bien morir, la educaciôn supe­ rior de Hans Castorp ha de capacitarie para bien vivir. Vea mos cômo. En Per Zauberberg alcanza su punto méximo la la­ bor de destrucciôn emprendida en Buddenbrooks, y hay que - senalar que el autor pone especial énfasis en el derribo - de las formas de vida, de las cosmovisiones que, a primera vista, pueden parecer més sôlidas o més nobles, si bien en esta ocasiôn lo haré con la suficiente precisiôn quirürgi- ca como para separar y conserver lo que de ellas sea nece- - 1 5 2 - sario para la vida. Personajes secundarios hay con cuya - muerte queda refutado un error existencial que les incapa­ cité para la vida; pero es a los principales companeros de Hans a quienes el autor tiene especial interés en dar muer te de forma irrebatiblemente explicita. Las de Joachim Ziem ssen, Lodovico Settembrini, Léon Naphta y Mynheer Peerper— k o m no son, en modo alguno, formas vulgares de ser en el - mundo. Pero en todas y cada una de ellas se da al menos - una radical insuficiencia que las hace inviables para vi— vir. Algo de cada una de ellas deberé aceptar el maleable protagonista si pretende superar su absoluta falta de fun­ damentos: la honrada eticidad del militer, el humanitaris- mo progresista del pedagogo italiano, el antirracionalismo del jesuita y el vitalismo del holandés, que por separado son incapaces de preserver de la muerte a sus mantenedores, son necesarios en la debida proporciôn para arrancar al nue vo Castorp del ambiente hermético del sanatorio. Joachim - muere porque su més tajante acto voluntario, la rebeliôn - contra las normas del sanatorio, nace de una libertad que - no es tal, pues su voluntad, médiatizada por un rigido con­ cept o del deber, no sabe querer nada que no se baya previa- mente seRalado como justo, como vélido. Desde dentro de su instalacién en el mundo su fin, a la par que irremediable, es al menos reconocido como digno por todos los testigos, incluido su primo. Behrens, a modo de epitafio, afirma del joven Ziemssen que murié "en el campo del honor", lo que - constituye "un honor para la muerte" (Z.568). Castorp es - més explicite: "El sabla que iba a morir, pero prefiriô mo rir antes que seguir al servicio de la cura" (Z.529-630). -153- De todos modos, esta elecciôn -"Dos cosas estaban claras: - primera, que Joachim iba a la muerte con toda conciencia y segunda, que lo hacia en paz consigo mismo y satisfecho de si" (Z.56A)- no puede ser aceptada por Hans. Lo que "para - un soldado" es vélido y honroso deja de serlo en el caso de "un paisano" (Z.630), el suyo propio. Esto es aün més eviden te para Castorp por cuanto ha podido sorprender, en ocasio­ nes, una cierta expresiün de pudor en el rostro del militer, que interpréta como resultado de la verguenza del que va a morir a exponerse a las miradas de la vida (Z.561). Aün c u m do Joachim esté intimamente conforme con su eleccién, su si. tuaciôn le produce turbaciôn y pudor frente al resto de los pensionistas, a quienes su claudicaciôn puede perjudicar y que, por otro lado, con mayor o menor fortuna, son espaces de mantenerse en una vida a la que él mismo no puede ya afe rrarse. La apariciôn de Joachim en la reuniôn espiritista, en uniforme de lansquenets (Z.721) ilustra simbôlicamente el desfase de su actitud vital frente a las exigencias del mo­ menta. Por todo lo anterior no puede Hans Castorp mostrarse solidario con el modo de pensar de su primo ni con su vuel- ta al llano, pues "la ruptura con el mundo de la enfermedad y con la vecindad de la muerte es una deserciôn de las posi bilidades del proceso de conocimiento hermético"^^^. En cuanto a Settembrini, "es demasiado unilateral, no irônico, para ser realmente h u m a n o " ^ P e s e a esforzar- se en que su personaje, en el que no se dan pocos de los rasgos que catacterlzsban al "literato de civilizaciôn" de las Betrach­ tungen, resuite simpético al lector desde el primer momento. -154- corrlglendo as! lo que de exagerado, apaslonado y polémico hay en su obra de guerra, el autor se ve en la obligacl6n - de hacerle quedarse en la montana. Incurable en espera de - la muerte, por considérer que su optimisme y su confianza - en un progreso lineal de la humanidad, entendidos a la mane ra decimonônica, no son vélidos para superar la profunda - crisis en que el occidente se encuentra. Los idéales de pro greso y de humanismo ilustrado que han de producir como por mor de un desarrollo matemético la consecuciôn del mejor de los mundos posibles se estén viendo negados por los hechos del momento, y un apôstol de taies ideas no tiene cabida en un mundo en el que el terreno que deberia sostenerle se tor na movedizo. No podré asistir al congreso progresista de - Barcelona (Z.260) ni correr al mundo en apoyo de su facciôn durante la guerra (Z.753), viéndose reducido por su enfenne dad y su prôxima muerte al confinamiento en el mundo que él mejor que nadie reconoce como territorio de las sombras. Los otros dos personajes que en relaciôn con la - educaciôn superior de Castorp he citado, Naphta y Peeperkorn, tienen una sorprendente caracteristica comün; ambos se suic^ dan. De nuevo encontramos aquella voluntad que se niega a si misma, que vuelve sus propias fuerzas contra si en un anhelo de autode s trucc iôn, la absoluta negaciôn. &Por qué hace Mann acabar asi a estos dos personajes?. Pues el hecho es suficira temente llamativo como para buscarle una explicaciôn. Y, a mi entender, esta explicaciôn es la siguiente: Tanto Naphta co­ mo Peeperkorn incluyen en su pensamiento modos radicalmente nuevos -tal vez profundamente antiguos, pero no empleados h ^ -155- ta el momento- de abordar el problema de lo humano y su Ins talaciôn en el mundo; en ambos hay mucho Nietzsche, y el — respeto que su filosofia merece a Mann es conocido. Incluso, como ya sabemos, Naphta utiliza en alguna ocasiôn frases del propio Mann que, tomadas fuera de contexte, resultan treraen— damente peligrosas y contrarias al espiritu del autor (Z.490), Naphta juega tan pronto con el irracionalismo como con la ra- z6n si ello résulta beneficioso para su filosofia corrosiva y hostil a la vida. En él se dan cita los desafueros de las Betrachtungen con las més fructifères ideas del autor inter pretadas de menera perversa, igual que ocurre con cuanto de cristianismo y de Nietzsche hay en su discurso. Este persona je représenta una advertencia de las malas interpretaciones o, lo que es més grave, del uso perverso y corruptor que de - aquello que para Mann es més noble y valioso puede hacerse. Por esta razôn es preciso que su muerte sea sobremanera ej^ plar, fruto de un acto de salvajismo y barbarie sin limites, como el que su suicidio, con el que responde al acto magnén^ mo de Settembrini, represents. De modo anélogo, creo yo, debe interpretarse el - suicidio de Peeperkorn. Més que un hombre parece este perso naje una fuerza de la naturaleza, tan arrollador résulta pa­ ra todos los que le rodean. Para él, las interminables discu siones filosôficas entre Settembrini y Naphta no valen nada: "Si, si (...). Son... son...SeRoras y seRores, llamo vuestra atenciôn... Cerebrum...cerebral. |Ya me entienden!" (Z.615). Incluso considéra censurable utilizer el aire priroaveral que estos dos seRores respiran para emitir semejantes flati vocis — 156— (Z.625). El vitalismo, lo sabemos, es coordenada decisive - de la filosofia de Nietzsche. Casi parece que es a él a quien estamos oyendo, eti la parodia de la Ultima Cena, cuando Pee perkom alecciona a Hans: "La vida, joven, es una mujer ten dida, con los senos llenos y apretados, con un gran vientre liso y blando entre las caderas robustes, con los brazos - frégiles, las nalgas redondas y los ojos entomados, que, en su provocaciôn magnffica y burlona, exige nuestro més alto favor, toda la tensién de nuestra potencia de macho que le haga frente o que se rinda venclda" (Z.597). Pero "su perso na, reducida a la simple vitalidad, su ineptitud para la Iro nia y la articulaciôn demasiado unilateralmente vitalistas, representan para Hans Castorp una posibilidad de vida que es incapaz de compartir" , El vitalismo, antidoto fundamental del nihilisme fin de siècle, no es sino actitud huera si no esté basado en un pensamiento capaz de justificarlo. Y Hans Castorp debe huir, si quiere salvarse, de toda postura radi- 117cal. Tiene que "transformerse de conservador en irônico" ^Es Clawdia la vida?. Para Peeperkorn lo es, desde luego. No creo que Castorp llegue a atribuir a la persona de la rusa - semejante valor simbôlico. Pero la mentada unilateralidad - del holandés no le deja otra salida que el suicidio ante el descubrimiento de su fracaso con la mujer, que tiende peli- grosamente a acercarse a Castorp, su fraternal competidor. La muerte como juicio de valor; hasta aqui ha ac- tuado Thomas Mann como en toda la narrative précédante, de acuerdo al parecer con el criterio de que se sirve el "Jd- piter de Weimar" en Goethe und Tolstoi al comentar: "Acaba de fallecer SBmerring y aün no habia cumplido los misérables -157- cincuenta y siete aRos. {Qué ruflanes son los hombres! {No tienen nl coraje para lograr mayor edad que ésta!. Elogio a mi amigo Bentham, ese neclo ultrarradical; se mantiene - bién, a pesar de tener unas semanas més que yo". Pero queda por terminer la tarea que se iniciô en Per Tod in Venedig , cuyas ideas rectoras se esbozan, més o menos nitidamente, - en las Be trachtungen: superar la nostalgia de la muerte,sea de cuRo roméntico o nihiliste, y hacer de la educaciôn en la muerte un sostén para la vida. Volvamos, pues, a Hans Castozp, nuestro neôfito cuya sencillez le permite entrer casi tam— quam tabula rasa en el lugar de los mlsterios. En este lugar el joven va a recibir ciertas impresiones que incitarén a - su mente a emprender un trabajo creativo: el de cubrir esta tablilla impoluta con rasgos cuyo significado oriente hacia la vida. Veamos eueles son esas impresiones e ideas. A pesar de su axiomética simplicidad, Castorp ha - trabado conocimiento precoz con la muerte. En este sentido - séria més exacto afirmar que la primera etapa de su educaciôn consiste en erradicar de su espiritu las nociones errôneas - que del humano morir se ha formado. Sus padres mueren siendo él niRo, al parecer sin aspavientos, s in luchar demasiado - por la vida. Muerta la madré en la vispera de un par to "a eau sa de una obstrucciôn de los vasos, consecuencia de una infla maciôn de las venas; de una embolia, como decia el doctor - Heidekind, que habia paralizado instanténeamente el corazôn" (Z.23). La singularidad de la manera en que se présenta esta muerte. -"La madré acababa de reir, sentada en la cama, y se hubiera dicho que a fuerza de reir habia caido de espaldas; - 1 5 8 - pero lo que sucedia es que habfa muerto” (Z.23)- résulta - tan Incomprensible para su esposo que, desorlentado, comete Importantes errores en los négocias y termina rindiéndose a la enfermedad y la muerte con la ayuda de una neumonla ( Z. 23), También el abuelo, a cuyo cargo queda el huérfano, mue re a causa de una neumonla. Pero su actitud ante la enferme dad y la muerte es de rebeldla (Z.30). Con todo, tampoco el abuelo represents una opciôn valida de vida. El pequeRo Hans ha encontrado siempre a su venerado abuelo fuera de lugar en el mundo en que le ha tocado vivir. Y cuando le vea en el fé retro vestido con el arcaico traje de ceremonia de senador - de la vieja ciudad hanseética,,aprobard ”con todo su corazôn que el abuelo apareciese con toda su autenticidad” (Z.30).E^ te mismo personaje es quien adoctrina por primera vez a Hans respecta a la muerte. El niho, sobrecogido de religiose emo- ci6n, contempla una y otra vez, guiado por la sugestiva sono ridad de las palabras del abuelo, la bandeja bautismal en la que estén grabados los nombres de los sucesivos jefes de la familia Castorp, esa llnea genealégica evocadora de "tumba y de tiempos pasados que expresaba sin embargo una relaciôn piadosamente mantenida con el présenté, con su propia vida (...). Sensaciones devotas se mezclaban a las sllabas sordas, a los pensamientos de la muerte y la historia, y todo eso pa recia al muchacho una cosa bienhechora” (Z.26). En su educa- ci6n burguesa la continuidad dindstica alcanza el nivel de - realidad de la historia, y de ahf la veneraciôn con que el - niRo mira la muerte, proveedora de esta realidad supraindiv^ dual. Mâs o menos la misma idea se daba en Thomas Buddenbrook, que s61o se siente inerme frente a la muerte cuando fallan - -159- 8US esperanzas de supervivencla dlnâstica. MAs tarde, i n d u so una vez olvidada conscientemente la razdn de su venera— ciôn religiose hacia la muerte, el sentimiento de su profun da dignidad seguird determinando en buena medida la activi- dad del joven. No conocemos otra experiencia del morir ajeno, en el caso de Hans Castorp, previa a su permanencia en el sana torio. C6n todo, se hace preciso admitir que, pese al empe- no del narrador en hacernos tener por einfach a su criatura, las citadas son més que suficientes para hacer dificil, hu- manamente dificil, una évoluei6n hacia un vitalismo superior, que sdlo la proximidad mantenida de la muerte y la ineludi- ble reflexiôn sobre elle pueden hacer factible. Esta misma - proximidad no serd, por otra parte, empleada en forma créatif va por todos los pacientes, tel coroo ocurria con la enferme­ dad. Quizé es por esta radical impotencia por lo que el espec tâculo de la muerte trata de evitarse cuidâdosamente a los — pensionistas del Berghof. "Ya comprenderâs que eso se trata con mucha discrèciôn; no’ se sabe nada basta que uno se ente­ ra casualmente. Todo sucede con el mayor misterio cuando mue re alguien, y eso se hace principaImente por consideraciôn a los pensionistas (..,). Traen el ataüd de madrugada, cuando todos estdn todavia durmiendo, y no vienen a buscar al inte- resado mâs que a determinadas horas, por ejemplo durante las comidas”(Z. 57), responde Joachim a su primo cuando ëste le pide informéei6n sobre las defunciones que no pueden por me­ nos de producirse en el sanatorio. La unica pretensiôn de los pacientes en lo que a ésto se refiere -y, en consecuen— — 160— cia, el ünico logro en el mejor de los casos- consiste en - la adopciôn de una posture de defense frente a tan macabro recordatorio. Tal posture es lo primero que Hans reconoce - como nuevo en su primo, ya en el trayecto de la estaciôn al sanatorio, cuando le comenta con aire displicente que, en - invierno llega a hacerse preciso transporter los cadéveres en trineo (Z.13). La real entidad de este cambio de cardcter es acertadamente definida por Castorp: "^Y me lo dices con tanta tranquilidad? -Te bas vuelto un cinico, amigo mio, en estos cinco meses!". Joachim lo niega en principio, pero aca ba admitiendo que "es muy posible que uno se vue 1 va cinico - entre nosotros" (Z.13). Muy poco mds tarde, al mostrar su ha bitaciôn al nuevo inquilino, dard de nuevo muestras de esta frialdad de enfermo profesional, necesaria para resistir la presencia de la muerte en el sanatorio; "Anteayer muriô aqui una americana(...)• Behrens manifesté que la cosa quedaria - liquidada antes de que tu vinieses, y que, por lo tanto, po- drias disponer de la habitacién" (Z.15). No ha de extranar - que Hans, en un primer momento, suscriba la actitud de su - primo, al darse cuenta de que esté ocupando la misma cama en que una persona ha muerto hace tan poco tiempo. "Sin duda no es la primera -se dijo, como si esto pudiese tranquilizarle algo-. En suma es un lecho de muerte, un lecho de muerte corn pletamente vulgar" (Z.22). A pesar de esta tentative de ané- lisis, su subconsciente liberaré en el sueRo aquellas tensio nés que ha ido almacenando en sus primeros contactes con el mundo de los muertos (Z.22). Junto al féretro de su abuelo, el niRo Hans Castorp -161- ha descublerto lo mlsmo que aquel otro nlno, Haiino Budden­ brook, de mente fantaseadora y sentidos desplertos; que ba Jo la aparlencla de nobleza, de eaplritualidad que la inmo vllidad pétrea del cadéver y la suntuosldad del decorado - sugleren, se encuentra la incontestable realidad de la na- turaleza material del morir, y "a causa de esa segunda na­ ture leza de la muerte se producfa el hecho de que el abue­ lo difunto (...) no apareciese en modo alguno coroo el abue lo (..,). El que se hallabà alll, o més exactamente, lo que se hallaba tendido allî no era, pues, el abuelo mismo, eran unos restos que Hans Castorp sabfa perfectamente que no eran de cera, sino hechos de su propia materia (...); era tan po CO triste como todas las cosas que conciernen al cuerpo y - que no ataGen més que a él" (Z.32). Ya en el sanatorio vol- veré a encontrar esta configuracién jénica del morir. Acom- paRando a Behrens se most^raré a sus ojos, durante una frac- ci6n de segundo, el rostro de un moribundus -asl le llama - el consejero (Z.113)- al que éste rinde visita. Hans no pue de conocer la escena que, tras la puerta de la habitacién, - se desarrolla entre el médico y su paciente, con lo que, me- diatizado por su romàntica veneracién por la muerte, encuen­ tra en el rostro del moribundo una expresién de dignidad que le impresiona profundamente. Pero cuando consiga penetrar en el secreto de las habitaciones de sus compafieros de confina- miento, descubriré que esta impresién de nobleza y dignidad es sélo fantasia. Cuando el paciente ve todavia lejana la - propia muerte puede plantearse abandonar el mundo "comme hé­ ros (...) a l'espagnol" (Z.327). Pero, a la hora de la ver— dad, si el cuerpo dispone todavia de fuerzas para ello, las -162- reacclones de terror son las més frecuentes. La respuesta trreflexlva de la joven Hujus, que se esconde, grltando de pavor, bajo las mantas cuando se le lleva el viétlco (Z.58- 59) son compartIdas en muchas ocaslones por horabres maduros (Z.308), lo que desde el punto de vista de Joachim es evi— dentemente censurable y motiva la dréstica intervenei6n del consejero, como en el caso de "uno de esos que para termi— nar provocan una escena espantosa y no quieren morirse de - ninguna manera. Entonces Behrens le llamô al orden; |No ha- ga tantos dengues!, dijo, e inmediatamente el enfermo se - calmé y murié completamente tranquilo" (Z.60). Incluso en - si mismo llega a reconocer este otro aspecto, nada espiri— tuai ni digno, del morir. En la sala de radiologie, Behrens le permite contempler su propia mano bajo la accién de los rayos RBntgen. "Y Hans Castorp vié lo que ya debia haber e£ perado, pero que, en suma, no esté hecho para ser visto por el hombre (...); miré dentro de su propia tumba. Vié el fu­ ture trabajo de la descomposicién, lo vié prefigurado por - la fuerza de la luz, vié la carne, en la que él vivia, des- compuesta, aniquilada, disuelta en una niebla inexistante (...) y por primera vez en su vida comprendié que estaba - destinado a morir" (Z.232-233). Semejante revelacién ascét^ ca représenta por si séla un adecuado correctivo del senti­ mentalisme roméntico que se hace de la muerte una idea suma mente parcial e infundada. Hans se da cuenta de que tiene - que aprender de la muerte, sin que aén sepa bien si el re— sultado seré la préparéeién para una buena muerte o para una mejor vida. De todos modos, aquella postura sentimentsl-rq_ méntica es un buen punto de partida para la labor de escla =163- reclmiento que se ve ImpelIdo a emprender. Sélo un hombre que, como él, afIrma que "un moribundo es, en clerto modo, sagrado" (Z.60) y que "cuando la muerte anda en juego (...) me siento en ml elemento" (Z.116), y al que se brinda la - oportunidad de preguntarse acerca del motlvo real de esta creencla, puede llegar a establecer los limites entre lo - que, en la meditacién sobre la muerte, es sano y lo que es enfermizo. Sin entrer todavia en sus fecundas discusiones - con sus més preclaros compafieros de destierro, la principal ocasién se le présenta para preguntarse por estos limites - es, sin duda, la muerte de uno de los pacientes, acaecida - en circunstancias particularmente polémicas. Y esto, sobre todo en funeién de las consecuencias que sobre su posterior actividad va a tener este hecho. Segûn informa una de las - enfermeras a los primos, se habfa conseguido retrasar apre- ciablemente el desenlace a expenses de "prodigiosas cantida des de oxlgeno (...). Esto habla costado muy caro, como los seRores podlan comprender, y era preciso ademés considérer que su mujer, en brazos de la cual habla muerto, se quedaba 8in recursos" (Z.308). Joachim da la razén a la enfermera y censura la poco comprensible postura de los médicos, pero - Hans, que se niega a aceptar cualquier enfoque racionalista cuando de la muerte se trata, protesta airadamente afirman- do que "un agonizante tiene derecho a todos los respetos y todos los honores" (Z.308).No es capaz de argumenter en fa­ vor de su aserto, pero de algûn modo comprends que la acti­ tud que los demés adoptan ante la realidad del morir no es — 164— en modo alguno véllda. Hay que afrontar la muerte no segûn crlterlos clentificos o econômicos, sino de otra forma que desconoce pero que, como poco, tiene que basarse en la com­ pas ién. Su modo de ser le exige este respeto, esta solidarj. dad. Y el fruto de esta tendencia irracional, emotiva, no - puede ser otro que el que la etimologfa de la palabra perm^ te suponer, un padecer activamente la muerte del otro, lo - que conlleva un més radical conocimiento de lo que ella es. Por este motivo intenta, durante la comida, "llevar la con- versacién sobre este fallecimiento, pero se habfa encontra­ do confundido e indignado" (Z.309) al comprobar que sus corn paReros de mesa no quieren saber nada de las defunciones - que van diezmando su sociedad. Y Hans Castorp, arrastrando tras de si a Joachim, inicia su revolucién. Con la autoriza cién del consejero éulico comienza a visiter a los enfermos més graves con intencién de brindarles su compaRfa, asi co­ mo de reconocer, pûblicamente y ante si mismo, la real pre­ sencia del morir humano en el seno de la vida (Z.313). Con las mismas intenciones cultivan los primos -més bien Hans, pues Joachim sélo pasivamente acompana sus andanzas- la amis tad de una joven, Karen Karstedt, cuyos ûltimos meses consi guen llenar al menos de un afectuoso calor humano. Su rela- cién con esta joven, algo més duradera que la mantenida con otros pacientes graves, asl como la posibilidad de acompa— Rarles en sus paseos de que, en un principio, goza Karen,da pie a Castorp para llevar aûn més lejos su reconocimiento de la muerte. A instancies de éste visitarén los très el ve cino cementerio. Incluso Joachim, tras momenténea vacilacién, reconoceré que no conduce a nada enganar a la joven eviténdo -165- le el pensamiento de su préxlma muerte, de la que, por otra parte, es plenamente consciente (Z.338). Nuevamente es un - Impulso sentimental, ascético, el que ha movido al ingenie- ro a realizar esta excursion. Considéra que "se podla esti­ mer que, aquel paseo, desde el punto de vista moral, era - més conveniente para ella que muchas otras distracciones" - (Z.338). Aûn cuando éste es su personal punto de vista, lo que hace que la tentative sea particularmente arriesgada, - la muchacha no defrauda con su conducta las esperanzas que Hans ha puesto en su proyecto. Meses més tarde moriré; pero el autor, obrando en esta ocasién como la direccién del sa­ natorio, nos hurta el conocimiento detallado de las circun^ tancias de su muerte (Z.474). La infeliz joven va a ocupar, pues, su lugar entre los habitantes del cementerio, jévenes en su mayoria, a los que el autor, intimamente horrorizado por el significado de su propia metéfora, pone bajo la ad- vocacién de "un pequeno angel o un muchachito de piedra, — con un gorrito de nieve algo inc1inado sobre la cabecita, - (...) con un dedo sobre los labios',' de manera que "podia pa sar por el genio del silencio, de un silencio que daba la - impresién de ser el antfpoda de la palabra y, por consigukn te, de un mutismo no desprovisto de sentido ni vacio de vi- 118da" (Z.339). De nuevo Hermes . El autor se résisté a entre gar a la nada la juventud europea, de la que se siente men— tor, y la pone, como a Castorp, bajo la custodia del Psico— pompos. Esta juventud, esta humanidad, tienen que salvarse - en Castorp, el joven europeo que, tomando el criptico mensa- je de sus antecesores, debe extraer de él una norme de vida nueva. Castorp no da la espalda al espectéculo de la muerte -166— ni se lo ahorra a sus elegidos. A estos ûltimos, que lo re- ciben de una forma pasiva, puede no servirles més que para hacerles aceptar lo inevitable, pero él mismo debe llegar - més lejos. Ademés de la compasién necesita, para ello, de - la reflexién, del consejo, del diélogo. Por eso busca la so ciedad de los dialécticos -Septtembrini, Naphta- y de los - peritos -el observador y veterano Joachim, Behrens-. De Joa chim aprende lo que morir signifies para el hombre crepuscu lar: "Estar enfermo y morir no es, verdaderamente, una cosa séria; es més bien cuestién de negligencia" (Z. 56); a cos­ ta suya, lo acertado de su atencién a la muerte ajena: "Nues tra muerte es més un asunto de los que nos sobreviven que - de nosotros mismos" (Z.560), sobre todo cuando el que ha de morir se entrega a la muerte con esa "negligencia" de la fra se de Joachim. La muerte, pues, se hace problema para el que sigue vivo, mientras que, para el que va a morir, todo se - torna "tranquilidad indiferente, irresponsabi1idad y una - inocencia sumamente egoista" (Z.560). La 6impatfa hacia la muerte de que Hans da prueba al comienzo de su estancia exaspéra a Settembrini, que inten ta comprenderla desde sus propios esquemas mentales raciona- listas: "Usted quiere decir (...) que el contacte precoz y - frecuente con la muerte inclina a un estado de espiritu que nos hace més delicados y més sensibles (...) al cinismo de - la vida ordinaria"(Z.212). Castorp asiente entusiasmado, pe­ ro el italiano le previene; "La ûnica manera sana y noble - (...) de considérer la muerte consiste en encontrarla y expe rimentarla como una parte, como un complemento, como una con -167- dlclén sagrada de la vida y no (...) en separarla de ella - (...). La muerte es digna de respeto como la cuna de la vi­ da, como el seno de la renovacién. Pero opuesta a la vida y separada de ella se convierte en un fantasma, en una mésca- ra o en una cosa peor todavia. La muerte tomada como una po tencia espiritual independiente es enormemente licenciosa - (...); séria sin duda el més espantoso extravio del espiri­ tu humano querer simpatizar con ella‘* (Z. 212-213). Bien se- Ralados los aspectos negativos de la Weltentzweiung y el - riesgo de una simpatla hacia la muerte; condenada al fraca- 80, en cambio, el ansia de pervivencia que late en la defi- niciôn de la muerte como "cuna de la vida", pensamiento al que, ya lo hemos visto, traté de asirse desesperadamente Tho mas Buddenbrook, sin éxito. A lo largo de la novela manten- dré Settembrini su idea de la muerte como parte de la vida individual y, més aûn, como elemento de una especie de vida supraindividual que no es otra que la presentada por la idea de la supervivencla dinéstica burguesa multiplicada hasta ci fras inveroslmiles en todo lo que vive. Desde estos puntos - de vista prevendré a Hans frente a Naphta, al que llama "vo- luptuoso", pues, al poner la muerte en oposicién a la vida, como Castorp tiende asl mismo hacer, se "desata y libera" de la disciplina que impone la vida. La muerte, entendida de es ta manera, "es liberacién, pero no liberacién de lo perverso, sino liberacién perversa" (Z.433-434). De la mano de Behrens aprende Hans que, cientlfi- camente, se hace dificil diferenciar dos estados tan eviden temente dis tint os entre si como son la vida y la muerte. Be — 168— hrens acaba de expllcarle que la descomposicién cadavérica se debe a la oxidacién de las sustancias orgénicas. "lY la vida?", pregunta Castorp. "Tatnbién, también, joven. Tamblén oxidacién (...). SI, vivir es morir", se ve precisado a re­ conocer el consejero, "Une destruction organique, como no - sé quë francés, con su ligereza innata, bautizé a la vida". Para tratar de salir del atolladero, Behrens concluye: "La vida es lo que conserva la forma en el seno de la transfor- macién de la materia" (Z.282). Pero cuando Hans, esquiando - bajo la nevada, recuerde el aspecto de las cristalizaciones gélidas del agua, descubriré que "cada uno de esos frlos - productos era de una uniformidad absoluta y de una regular! dad glacial, y precisamente en esto estaba lo inquiétante, lo antiorgénico y lo hostil a la vida (...). La vida repug- naba una precisién tan exacta que juzgaba mortal, que era - el misterio mismo de la muerte" (Z.505-506). ^Entonces....? Entonces Hans Castorp, perdido en la tormenta, se halla en el camino de descubrir que todo radicalismo, toda exageracién de la forma y de lo informe, es incompatible con la vida. Que la vida no es ciencia, precisién, claridad, si­ no misterio. El joven, que ha desafiado el frio, inhumane po der de la montana, corre el riesgo de perder la vida, adorme cido bajo la nieve. En su sueRo experiments la visién de la realidad bifronte de la vida: lo apolineo, claro, ordenado, tras de lo cual se oculta lo dionisiaco con su estremecedora realidad. Solo quien concilie estas dos ideas en su espiritu, el afén de orden, de permanencia, con la necesidad de péri— clitar; la légica, con lo que se rige por leyes que la razén -169- del hombre no alcanza; lo bueno y lo malo con lo que esté - més allé del bien y del mal, puede salir indemne del comba- te con inmoderadas fuerzas césmicas, que desconocen la pie- dad, sin convertirse por ello, matador de monstruos, en - 119monstruo él mismo . El neéfito, en el culmen de su ceremo nia de iniciacién, se muestra digno de la visién que expert menta: "No se sueRa énicamente con la propia aima; segûn me parece se sueRa de un modo anénimo y colectivo, aunque con un estilo propio. La gran aima, de la que solo eres una pe- queRa parte, sueRa a través de ti, a tu manera, cosas que en secreto sueRa siempre de nuevo: sobre su Juventud, su espe— ranza, su felicidad, su paz (...) y su festin de sangre"(Z. 521). El neéfito se ha convertido en "el seRor de los opues tos" (Z.523) y comprends que ésta es su més alta dignidad: "Quiero, con toda mi aima, quedarme con ellos, y no con - Naphta, como tampoco con Settembrini; son dos charlatanss. Uno es sensual y perverso, y el otro sélo toca el pequefio - cuerno de la razén y se imagina que puede llevar a ella in­ cluso a los locos" (Z.522). Con todo, a Settembrini debe al menos el haberse apartado de la atencién unilateral a la - muerte, tan errénea como su sistemética negacién, asi como el conocimiento de "fenémenos de sensibilidad disminuida, - narcosis espirituales, expedientes de la naturaleza" que - "ponen al hombre de modo que pueda entenderse con la enfer­ medad" y, en su caso, con la amenaza de muerte por congéla- cién que pesa sobre él. Pero su descubrimiento, la revelacién de que ha sido objeto, le oblige a combatirlos, "pues tienen un doble aspecto, son equivocos hasta el més alto grado se— gûn se les quiera apfeciar. Son provechosos y bienhechores - — 17 O— cuando el camino esté perdido para siempre, pero son malos y extremadamente censurables por poco que se pueda penser en encontrar el camino, como me pasa a mi, pues mi corazôn, que late tumultuosamente, no piensa en modo alguno dejarse recubrir por esta cristalometria estûpida y regular" (Z.510- 511). La muerte, parte de la vida, sostiene Settembrini. Momento de un ciclo etemo en el que s61o diferencias acci— dentales esteblecen distincién entre lo que fué, lo que es y lo que seré. La muerte, parte de la vida, sabe ahora Castorp. Pero Junto a ella, segundo a segundo desarrolladas, vividas, trabadas entre si en unidad bifronte; realidades y simbolos de realidades superiores; individusles, personales hasta la mëdula; sin embargo, comprensibles imégenes de lo supraindi­ vidual y suprapersonal; conocimiento de si propio y cosmovi- si6n. Ya puede asegurar Hans Castorp que "la muerte es el - principio genial, la res bina, la lapis philosophorum, y es también el principio pedagégico, pues el amor de ese princi­ pio conduce al amor de la vida y del hombre (...). Hay dos - caminos que llevan hacia la vida. Uno es el camino ordinario, directo y honrado. El otro es peligroso, es el camino de la muerte, y éste es el camino genial" (Z.630). Una vez cumplida la ceremonia iniciética que com- parte con su personaje, vencida al fin la roméntica nostal­ gia de la muerte, el autor sabe que "el hombre no debe dejar que la muerte reine sobre sus pensamientos en nombre de la - bondad y el amor" (Z.523). Este es el mandamiento que da a - - 1 7 1 - 8U8 lectores, de cuya recta comprenslén dan cuenta las pala bras con que Charles Du Bos reclbe a Mann pûblicamente en - Paris: "Conocer la muerte y testimoniar el amor a la vida. Usted nos ha dado la divisa vélida"^^^. Thomas Mann ha esco gido el camino genial y ya no lo abandonaré. Trétase ahora de jugar con la nueva, fecunda idea de la muerte, divino Jue go de la creacién artistica, permitido s61o por los dioses a sus elegidos. Su compaRero de camino seré en esta ocasién Jo sé, elegido de su dios, y su ilimitado terreno de juego, el mito. Casi todas las muertes posibles se dan en la te— tralogia: la muerte dada a si mismo y al préjimo, la muerte como entrega, como renuncia a la vida, la muerte como con— clusién de la obra bien hecha, de la vida bien vivida y, so bre todo, esa forma de muerte creadora, renovadora, que ya no puede sernos extraRa, la muerte iniciética, con su prome sa de renacimiento. En ese irrepetible momento de la obra - de Mann, y tal vez de la literature universal, que es el H5- llenfahrt, pértico de la tetralogia a través del cual el na­ rrador nos arrebata a las coordenadas espacio-temporales en las que nuestro acontecer tiene lugar, se encuentran aquellas ideas cuya aceptacién es indispensable para revivir con el - novelists "la hermosa historia inventada por Dios de José y sus hermanos" (JSB. 1363). Lo que constituia el descubrimien to fundamental de Hans Castorp se convierte ahora en punto - de partida de la narracién: el enfrentamiento entre vida y - espiritu, vivenciado por el joven Mann como problema esencial, no es sino visién parcial, una apariencia més en este mundo - - 1 7 2 - de aparlenclas, que para el observador intramundano son y no pueden dejar de ser realidades pero que, en tanto que - capaz de mirar al mundo desde fuera, el artiste, seRor de las oposiciones, sabe incardinar en multiforme unidad con mirada irénica. A primera vista -incluso si se realize es­ ta primera observacién a través de los ojos de la mentali- dad mitica- el aima creada por Dios, queriendo unirse a la materia a fin de conocerse a si misma, de jugar consigo mi^ ma a crear formas, habria pagado esta unién al precio de la finitud. El mismo Dios, compadecido del destino de la malha dada pareja, habria creado el espiritu y lo habria enviado como mensajero suyo al aima, con la misiÔn de instarla a - arrancarse de la materia y volver a su pureza inicia1. Con esto, continua Mann, desaparecerla la muerte del mundo, al desaparecer las apariencias: pues no existe la muerte sino en la medida en que existe el mundo fenoménico. Pero de es­ te modo, el espiritu se limitaria a constituirse en ejecu— tor de una impia sentencia. Negando el mundo de las formas y de la apariencia se niega de raiz la posibilidad de vida, y ésta es para Mann, la més atroz e irremediable pervers ién - del intelecto. "Pero hay algo en el espiritu, como en el em bajador en un pais hostil, que acaba por aclimatarse al ca- bo de cierto tiempo y por adopter inconscientemente la mane ra de pensar y el punto de vista de la potencia extranjera ante la que esté acreditado" (JSB. 30). No sorprende que el mensajero divino se résista a llevar al limite aquello mismo que debe corregir en lo parcial. ^Se encontraré la clave del problema en el mito del jardin del Edén?. Porque si lo que — Adén y Eva conocen en el paraiso no es el bien y el mal, si- -173- no la muerte -como sostiene Thomas Mann (JSB.32)- o mejor aûn, si para el hombre son el mal y la muerte conceptos mu tuamente relacionados ^no serfa misidn del espiritu abolir el mal? (JSB.32). Hemos aprendido que la muerte es realidad necesaria en el mundo de las formas; pero también que hay - muchos tipos de muerte, alguno de ellos preRado de signifi- caciûn ética. Cuando la muerte no es forzosidad sino claudi caciûn,culpable renuncia al mundo humano y a la vida; cuan­ do presentimos que la voluntad -o la falta de ella- delsuje to tiene que ver con la finalizacién de la existencia perso nal; cuando la muerte es voluptuosa y enfermiza oposicidn a la vida, es entonces cuando descubrimos en el mundo lo demo niaco, lo ilimitadamente perverso, la Hybris. La forma ex— trema de muerte es la negacién de la vida. Para esta nega— cién se ha acuRado un término: el mal. No "lo malo" como pre dicado opuesto a "lo bueno", sino el mal con calidad ontolé- gica, del que fue preciso hablar con motivo del anélisis de Doktor Faustus. Este es el adversario contra el que combate el espiritu, y el reconocimiento de la real funcién del es­ piritu représenta el jubiloso baRo lustral del artiste, que ya no transita los caminos de la muerte como sujeto de una - ceremonia de iniciacién, sino como un ser capaz de asentar - su pie con igual seguridad en ambos mundos, pues el mundo de la muerte es ahora, para el artiste, compresente al de la vi da. "Cuando, como narradores", dice el novelista, "nos aven- turamos en el pasado, gustamos la muerte y el conocimiento - de la muerte; de ahf nuestro placer y nuestra pélida angus— tia". La "fiesta de la narracién" es asi la "fiesta de la - muerte", el "traje de lujo del misterio vital" (JSB.39).Y en -174- esta fiesta el narrador, como Isthar, Isis y Orfeo, vuelve a la vida para nosotros en el anillo éureo del etemo re tor no a José, el elegido. Lo que preocupa a Jacob, la relacidn exenta de te mor de su hijo bienamado con el reino de la muerte, es lo - que hace a éste tan caro al narrador, pues represents la se fiai de su predestinacién para la misiér de mediador, de se- fior de las contradicciones. El joven José, educado en el - pensamiento mitico, sabe que la muerte es el paso de una a otra forma en el mundo de las apariencias y, por tanto, que el hombre desaprovecha la mayor parte de las posibilidades - pedagégicas que la muerte ofrece si se limita a hacer de eUa el hecho aislado en que consiste su propio final como sercon£ ciente. En el seno de la vida hay o puede haber muertes y re nacimientos en los que la voluntad del iniciado célébra sus nupcias con la ley del cosmos, con el devenir. Jacob conoce el mito, y lo conoce bien. Pero sélo en escasas ocasiones - llega a vivirlo, y esto es lo que le sépara de su hijo. Al - comienzo del relato cuenta cémo, viéndose a si mismo en sue- fios con su hijo José, en la actitud de Abraham ante Isaac en el momento del sacrificio, se rebela contra Dios y se niega a cumplir su mandate. José, capaz hasta el limite extremo de identificarse miticamente con los arquetipos, no puede com— prender cémo Jacob se ha hecho reo de semejante desacato co— nociendo anticipadamente el desenlace de la historia. Pero - Jacob esté demasiado inmerso en su individuslidad como para resolverse a aceptar la identificacién: "Si yo era Jacob, y no Abraham, nada probaba que las cosas hubieran ido como la -175- otra vez" (JSB.77). Pero José sabe encontrar una respuesta que trasciende de Igual modo la individual Idad y la repetjL cl6n pure y simple del acontecer: "Mientras tû sufrias la - tortura no eras ni Abraham ni Jacob. Tiemblo al decirtelo: Tû eras el Sefior, que probaba a Jacob de la misma manera - que a Abraham (...). Mi padrecito se ha divertido, sin duda, pregunténdose si seria capaz de llevar a cabo lo que el se­ Ror impidié a Abraham, y se entristece de haber descubierto que no se atrevié ni se atreverla jamés a ello"(JSB. 77).Ja cob ha querido saber si séria capaz de llegar hasta la renun cia de lo més querido en el amor a su dios. Y José le insta a celebrar el descubrimiento de que la muerte sacrificial - del ser humano no puede ser nunca una prueba de amor, ni por tanto querida por Dios pues, ante sus ojos, "esto es, senci- 1lamente, una abominacién" (JSB.78), Para el rigido criteria de Jacob, el verbo de su hijo sélo a médias expresa la ver— dad. Més, con todo, consigne su efecto, como el propio Jacob se ve obligado a reconocer: "&De dénde viene ésto de que las frases de mi hijo son tan sutiles que chocan, alegremente en crespadas, contra las rocas de la verdad y caen haciéndose - espumas, en un corazén que salta de gozo?" (JSB.78). En es— tas llneas, mito e ironla se unen indisolublemente, pues lo que José esté haciendo no es sino llevar a la préctica le en sefianza de Thomas Mann en Ironie und Radikalismus: "Fiat jus­ tifia, o veritas, o libertés, fiat spiritus- pereat mundus et vita. Asl hablan todos los radicalismos. *^Es acaso la verdad un argumenta, si ello cuesta la vida?*. Esta pregunta es la - 121férmula de la ironie" . -176- En José la famlliarldad con el relno de la muerte es esponténea y ccxaprendlda por él mismo como parte de su - here ne ia: De su padre ha recibido el amor a la claridad, la eticidad -menos puntillosa que la de Jacob, y més acorde - con la idea de un dios infinitamente superior a sus criatu- ras- y "la bendiciôn que desciende del cielo" (JSB.39). De Raquel, a la que casi no ha conocido, pues al dar a luz a - Benoni, el "hijo de la muerte" (JSB.289), partié hacia el - reino de las sombras -hacia Occidents, como aprenderé a de­ cir en Egipto, el pals del culto a los muertos aborrecido - por Jacob (JSB.270)- el vlnculo con este dominio, "la bendi cién que asciende del abismo" (JSB, 39). "José" -cita Lukécs a Slochower- "asume la problemética espiritual de Tonio Kr6 122ger" . Lo que sin duda alguna asume José de Tonio KrOger es su doble herencia, prolongando las caracteristicas racia les y socioculturales hasta los puntos extremos a que el pen samiento humano puede llegar. La ensefianza recibida de Elie- cer, iguaImente proclive a perderse sonadoramente en la iden tificacién mitica, desempena asl mismo un importante papel - en la idea que de la muerte se hace José: "La vida y la muer te estén la una incluida en la otra; y esto lo sabe aquel - que es un iniciado (...), Considéra el grano de trigo; ape— nas ha sido hundido en la tierra perece, para resucitar en - la cosecha. Pues la hoz esté cerca de la espiga, cuya joven vida germina bajo la luna oscura (...). La hoz que siega la espiga distribuye a la vez muerte y vida" (JSB.363), El dere cho del elegido a la ketonet, la vestidura nupcial de Raquel, se basa asl mismo en la identificacién mitica de que la muer te es pieza inexcusable: "^No sabes tû que la muerte tiene el -177- poder de modificar la naturaleza de los seres, y que Raquel revive para Jacob, aunque en otra forma? (...). Yo y ml ma­ dré ho hacemos més que uno" (JSB.373). Este es el muchacho que con Inocente maIdad infan til haré, como es sabido, sufrir a sus hermanos hasta el ex tremo de hacerles desear su muerte, de arrojarse salvajemen te sobre él, golpeéndole y confinéndole en espantoso encie- rro. Una vez sumido en las tinieblas delpozo, que "represen taba la entrada al mundo de abajo en cuanto tal pozo, en - primer lugar, y también por la piedra que servia de cubier- ta y que simbolizaba la muerte: pues cubrla el orificio co­ mo las tinieblas ocultan la luna oscura" (JSB.436). Se iden tifica entonces con esta luna, con los "dioses de la clari­ dad", con el mismo joven divino Tammuz, el despedazado, el hermano mesopotémico de Osiris, a quien Isthar, como Isis - en el mito egipcio, rescataré del reino inferior. Y ésto, - que es recurso intelectual ante el temor de la muerte, es - simulténemnente realidad. que el asombrado y aterrado nifio - descubre. El sangriento atentado cometido por sus hermanos hace imposible el regreso a la vida anterior, y su aprendi- zaje entre las sombras, que incluye el reconocimieito de la culpa en que ha incurrido, le mueve a aprobar en su ser In­ time cuanto ha ocurrido, pues era necesario y juste (JSB. - 437). No es José el ûnico que piensa de este modo. El mensa jero celestial, esa especie de abuelo de Hermes que ya an— tes, bajo la figura de Anup, se ha presentado a Jacob, tran quiliza a Rubén en cuanto a la muerte de su hermano. "Yo no sé lo que tu entiendes por muerto y por vivo (...). Permite — 17 8— me recordarte el grano de trigo en el seno de la tierra, y - preguntarte lo que piensas de la vida y de la muerte respec to a dicho grano de trigo (...). Para producir nuevos frutos es menester que el grano sea enterrado en el surco y que mue ra" (JSB.464). Una vez en poder de los mercaderes de Madién José se siente "renacido", pues "entre el présente y el pasado - (...) un profundo abismo se abrla: la tumba (...). No se con sideraba ya como el antiguo José, sino un José nuevo. Si es­ tar muerto significa estar indisolublemente unido a un esta­ do que prohibe aunque sea une seflal, aunque sea un saludo ha cia atrés, o anudar el menor contacte con la vida pasada(...) en tal sentido, José estaba bien muerto" (JSB.499). En esta creencia abandons su nombre (JSB.505), trocéndolo por el de Usarsiph (JSB. 518). Pese a todo, no puede disimular su espm to al averiguar que su destino es Egipto, el reino del culto a la muerte (JSB.510), que se transforma en sorpresa cuando su amo le explica que dicho culto no tiene otro fundamento - que la esperanza del renacimiento y la vida etema en Osiris, idea que comporte un punto esencial con una de José que ya co nocemos: "^Debo inferir de ello que la muerte tiene el poder de cambiar la naturaleza de los seres?" (JSB.516). En este — pais de los muertos José va a sufrir una segunda muerte y un nuevo renacimiento, simbolizados por su prisién tras la de— nuncia de Mut-em-enet y su liberacién como resultado de la in terpretacién de los suefios del faraén. El encierro de José - coincide con el periodo de siembra, que era asi mismo "el pé­ riode de duelo: en él se sepultaba al sefior del trigo, se me- -179- tla en la tumba de Osiris (...) y la esperanza sélo se vls- lumbraba lejos (,..). A élV^ piensa José, "también se le en terraba de nuevo (...) en seflal de que aqui también un gran afio acababa de terminer y traia la repeticién, la renovacién de la vida, el descendimiento en el abismo" (JSB.967). En es ta creencia se funda su esperanza: "^Quién puede decir que - mi nariz no oleré la hierba de la vida y que mafiana no me - elevaré en el horizonte del mundo?" (JSB. 971). Y José rena- ceré, distinto y més sabio. Conocemos en qué consiste esta - sabiduria activa que le convertiré en Ernfihrer, en proveedor y Salvador de dos pueblos al borde de una crisis de hatnbre, y cémo gracias a sus especulaciones primarias y a su triple nacimiento ha llegado a ser lo que es, un hombre ûtil a le sociedad. Como Castorp, no puede desconocer lo que debe a - la experiencia de la muerte, de ésta muerte dentro de la vi­ da, principio creador y pedagégico. Egipto ha sido para él el Schéol; pero lo que ésto significa para José es muy dis­ tinto de lo que significaba para Jacob: "Conocia José a es­ tos hijos de Egipto, pafp de la rigidez mortal y de las turn bas de los dioses, cierto es; pero que sobre este fondo som brio estaban llenos de puerilidad y candidez, y con los cua- les se podia vivir" (JSB. 975). La nueva doctrine vital de - José dice asi: "La simpatla es un encuentro de la vida con - la muerte; la verdadera simpatfa no existe sino donde una y la otra se equilibran. El sentido sélo de la muerte engendra la rigidez y la tristeza; el sentido sélo de la vida créa el hébito chato, desprovisto de malicioso espiritu" (JSB.1127). Exaltado por el faraén, no duda en fijar su residencia en Men fé, Men-nefru-Miré, la ciudad dedicada a la tumba del faraén -180- Miré (JSB.559), "alegre metrépoli de las tumbas" (JSB.1128), La mayorla de los eglpclos, en cambio, como los - compafieros de Castorp, estén tan inmersos en el Schéol, de^ conocen de tal modo esa simpatla que ha de salvar a José, - parmitiéndole a provechar la ensefianza de la muerte, que no pueden gozar de la posibilidad de la muerte en vida, de la muerte iniciética, y deben conformarse con reunirse en y con Osiris al final de su existencia terrenal (JSB. 516,568,644, 722). En ellos la vocacién de muerte supera con creces a la vocacién de vida. Los distintos faraones que aparecen en la obra, Petepré, Montkaw, Huij y Tuij, los padres del flabeH fero, comparten no pocos de los rasgos que bacfan a los Bud denbrook y sus contemporéneos inhébiles para la vida. Los - padres de Petepré,Huij y Tuij, comienzan por restringir su capacidad de apertura hacia el préjimo uniéndose incestuosa mente. Para reparar su culpa, tal como ellos la entienden, deciden no exponer a su hijo a los riesgos de la existencia sexuada, sacrificando a los dioses la virilidad del nifio, lo que por otro lado debe garantizar su propio rescate cuando - en el dfa del juicio Osiris les acuse de haberse unido como sélo los dioses pueden hacerlo (JSB.650-651). A causa de es ta mutilizacién Petepré se tiene por un muerto en vida, sien do su lecture favorite el "Canto del cansado de la vida en - alabanza de la muerte" (JSB.684). Su esposa Mut, condenada a tan insatisfactorio matrimonio, le niega el derecho a vivir, y para lograr a José piensa incluso en envenenar a su marido. "iNo esté ya su cuerpo muerto para la vida, sirve acaso para algo?", razona (JSB.876). -181- La "muerte modesta de Mont-Kaw" (JSB.728), Inten­ dante de Petepré y jefe directo de José, es Interpretada por éste segûn distinto criterio. Para José, esta muerte forma - parte del plan de su dios, es condicién necesaria para su en salzamiento (JSB.731,737). Y en esta medida le es dolorosa, por cuanto s61o bénéficies ha recibido del administrader. To cado por la muerte al perder a su esposa e hijo, Mont-kaw se mantiene en la vida con el objetivo ûnico de ayudar a su In­ for tunado bienhechor, Petepré. Pero cuando descubre en José los rasgos espirituales que denotan la eleccién divina, trocaré su misién por la de colocar a José a la diestra del flabeH fero, pues le sabe capaz de irradier en torno suyo la bendi cién que ha recibido. Mont-kaw lo intuye el mismo dia de la compra de José y sufre una agudizacién de su mal (JSB.734). Siete afios més tarde, conveneido del carécter espirituaImen te superior de su protegido, y habiendo hecho por él cuanto en su mano estaba, no le queda més que dejarle el campo li— bre; José esté mejor dotado que él para ayudar al senor.Jun­ to al moribundo prodiga José sus artes oratories para apaxtar su mente de los sufrimientos, evocéndole el déscanso. Pero - comprueba, aterrado, que su discurso -como el de Schopen­ hauer para Thomas Buddenbrook- no represents para Mont-Kaw més que una incitacién a entregarse a la muerte (JSB.738). Intentaré, entonces, cambiar el contenido de sus alocuciones, pero Mont-kaw, que se sabe incurable y al borde la muerte, le pediré por el contrario que le ayude con su palabra a abando nar esta vida a la que ya no pertenece. El discurso de despe dida, la oracién fûnebre de José, que no puede por menos de reconocer que no hay posibilidad de salvacién para Mont-kaw, -182- obra como la nave de Osiris, conduciendo dulceroente al mor^ bundo de una a la otra orilla (JSB. 745-747). José puede lo grar lo que parecla tarea s61o propia de un dios, del Psico pompos, porque, nacido de un pueblo y aclimatado en otro - que guardan celosamente sus creencias ancestrales, ha sido el ûnico que ha sabido entender el mensaje del mito. En la fiesta de Osiris, por ejemplo, contempla José cémo los fie- les portan en procesién por las calles multitud de sfmbolos félicos (JSB.720-721), reconociendo en la historia de Osizis la indisoluble vinculacién entre el acto procreador y la - muerte, y con ello, que de la muerte surge la vida nueva.Pe ro ésto, que para los egipcios no es més que tradicién mal interpretada, para él es saber vivenciado, que conduce al - conocimiento de que no es preciso que la existencia indivi­ dual acabe para renacer a una nueva vida. Afios més tarde,al celebrar su unién con una hija de Egipto (JSB.1137-1138), - tanto José como los que le rodean -desde bien distintos pun tos de vista- tendrén présente esta asociacién, incluso en la decoracién de las habitaciones y las danzas de la fiesta, que hacen su leitmotiv del ejemplo del grano de trigo, tan a menudo utilizado en esta obra. Heredero aprovechado de una - concepcién mitica del cosmos, José consumiré su existencia, digémoslo una vez més, ayudando desde su esplendor a la casi totalidad del mundo entonces conocido. Todo lo expuesto hasta este momento es lo que de novedoso ofrece la tetralogia biblica sobre el significado de la muerte. No tan novedoso, si se considéra que la mayor parte de las ideas aqui expuestas lo habian sido ya, o esta -183- ban al menos préflguradas en obras anterlores. Pero el es— clarecimiento de estas Ideas a que contribuyen las cuatro - novelas de José es le suficientemente importante como para Justificar su inclusion en el présente apartado. NI que de- cir tiene que a lo largo de las m^s de mil péginas de que - consta la obra se repiten modos de morir, postures ante la muerte e ideas de elle que nos son ya de sobra conocidas, - por lo que no estarla justificado un prolijo e innecesario recuento de taies ejemplos. Junto a la de José, tel vez vajL drfa la pena exponer como paradigméticas otras dos actitu— des ante la muerte: la de Onén y la de Benjamin. Dentro del esquema de pensamiento que Thomas Mann debe a Nietzsche, el talante vital que explica el comporta- miento de Onén, de sobra conocido para que sea preciso en— trar en detalles, es la que corresponde al pensamiento nih^ lista. Su actitud ante el mundo es "de negacién de vida. No de su vida personal (...) pero si de toda continuée16n de - la vida a través de él (...) La vida era un callején sin sa lida y (...) no se prolongarla ni deberla prolongarse por - mediaeién suya" (JSB. 1171). Como si pretendiese certificar el pensamiento manniano sobre la muerte, la Biblia nos in— forma de la prematura muerte del hijo de Judé. El personaje de Benoni-Benjamin parece représenter ese punto extremo del nihilismo en que se produce la infle- xién y que, por este mismo motivo, deje ya de ser negacién para convertirse en otra cosa, en promesa al menos de une - nueva afirmacién . Al peso que Jacob acepta la muerte de Jo -184- sé, pensando en el mejor de los casos en descender al lugar de la muerte a buscarle, como Astarté (JSB. 485), o en reen carnarle en un golem de arc11la (JSB. 489), Benoni no puede creer de ningûn modo, pese a los multiples datos que revls- ten de credlbllldad al relato de sus herraanos, comenzando - por la ketonet desgarrada y ensangrentada, en la muerte de José. Se trata de una creencia apasionada, irracional. Y es ta "incapacidad natural para creer en la muerte, negacién - de una negacién, reviste un carécter afirmatlvo" (JSB.484), Sin llegar al grado de afirmacién que José represents, qua­ ds reseüado el carécter positive de la actitud que simboll- za Benjamin, el vlgoroso e inmediato acto de la voluntad - por encima de la consideracién racional negativa e incapacjL tante, dando pébulo a la esperanza: "José volveré (...) o - nos haré seguirle" (JSB,484). La historia de José no acaba con su vida. Mann la interrumpe dejando a su personsje en la plenitud de su es— p lender, Imégen inmutable en la memoria de los hombres, co- 123mo aquel etemo nine. Per Knabe Henoch , con el que el pe queho José gustaba de identificarse, inalcanzable por la - muerte. José es etemo, imperecedero como arquetipo. "Unica mente lo que ha muerto conoce la duracién", dice Mut en una ocasién (JSB.843). Muerto en vida en ambos pozos, José cam­ bia, crece y se hace sabio. Mann, como Isthar, le rescata - para nosotros del reino de la muerte y abandons luego, fijan do su imégen para siempre en el momento de su grandeza. El - lector inquieto quisiera, tal vez, saber de qué manera aban- donarfa José su existencia individual no mitica. Pretensién desatentada, no siendo voluntad del autor la de separar el - — 185— ser mltlco de José de su nuda realldad espaclo-tempora1. Pe ro el novellsta mismo expérimenta la necesidad de dar una - leve indicacién, de permitimos lanzar una mirada en el miŝ terio. Si por boca de Eliecer habla el Eliecer del antepasa do; si àquel Abraham en que comienza la genealogia de José tiene, miticamente, que ver con el viajero arquetipico, y - su hijo Isaac, la victime del sacrificio, es confundido por José con su propio abuelo ^No séria la muerte de Jacob, el elegido de Dios para su revelacién, prefiguracién de la del hijo auténtico?. Nos esté permitido suponer que, como Jacob adopta ante su préxima muerte las maneras de Yitzchak, as! obraré José a la hora de despedirse para siempre de los su- yos. Asi pues, conozcamos c6mo muere Jacob. El padre de José alcanza una avanzada edad, de - acuerdo con la doctrine goethiana ya referida. Ante el faraén alardea de tener ciento treinta ahos (JSB, 1313), lo que se- gun Mann es un solemne embuste pero, de cualquier modo, per- mite aventurer la suposicién de que ha alcanzado una edad de esas que se ha dado en llamar patriarcales, que consigue dar a esta cifra visos de verosimilitud. Cumplido su ciclo vital al encontrar al hijo bienamado a la derecha del més poderoso senor de la tierra, y protegido por la bondadosa mirada del senor de los cielos y de los abismos, decide dar por conclu^ de su existencia. Cuando por medio de Neftali llama a José a su presencia "no estaba enfermo y sabla que no se trataba de un répido desenlace. Controlaba su vida y sus fuerzas, sope- saba con exactitud el tiempo que le restaba; sabla que le que daba aiîn algun margen" (JSB. 1326). Despué s de disponer lo - —186— que desea que, a su muerte, se haga con su cadéver, cae en fermo. Visitado por José y sus hljos les tranquiltza advlr tiendo que aun no ha decidido partir, y que esta flebre que le ha atacado no lo ha hecho con la suflclente fuerza para acabar con él; "Las enfermedades graves y virulentes son - para la juventud y la vigorosa virilidad. Atacan con vio— lencia y llevan bailando, a la tumba (...). La enfermedad no roza sino débilmente, con manos s in vigor, a quien ago- bia el peso de los aRos, para apagarle su llama. Pero no - se ha extinguido la mia. Mi mal es més débil que yo" (JSB. 1332). No es Jacob hombre que se deja morir a causa de una fiebre. "Mi mal es més débil que yo", proclama orgulloso. Y el autor le cree, porque no puede ser de otra manera.Cuan do Jacob lo considéré conveniente, reuniré a sus hijos a - fin de despedirse de ellos, bendiciéndolos. Préximo el fin, no lo esté tanto como para poder sobreponerse a la voluntad del anciano. Tiene que dar su mensaje de bendicién a sus hj. jos y nietos; sélo después de cumplido el rito puede morir. Espéra para convocarles hasta la hora suprema en que "le que daban tentas fuerzas como necesitaba" (JSB.1340) y, una vez utilizadas, abandona apaciblamente el mundo. De la del padre puede, tal vez, inferirse la muerte del José terrenal. Pero, insistamos en ello, la intencién del autor es otra. Gracias a su juego arriesgado con la muerte dentro de la vida, al - aprendizaje en la muerte, alcanza José la inmortalidad del - mito. En lo arquetipico, lo vélido més allé del tiempo de del espacio, encuentra Thomas Mann la respuesta definitiva, una doble respuesta. Por una parte, la que responds a la pregun- ta sobre lo que es bueno y valioso para la vida; por otra,la — 187— que soluclona medlante reduce16n Irénlca ad absurdum la do­ lorosa, incapacltante oposlciôn entre vida y muerte. En Die vertauschten Kgpfe plantea Thomas Mann una situacién limite que no duda en calificar de "juego de dico tomla e identidad"^^^, que hunde sus raices en la idea de - la unidad de vida y muerte. Uno de sus protagonistas,e 1 in- teligente Schridaroan, manifiesta a su inseparable amigo, el fuerte Nanda, acerca de la Cran Madré Kali: "Ella es todo y no s61o lo Uno: vida y muerte, ilusién y sabidurla, encanta dora y liberadora" (VK.564). "AsI como la belleza y el espf ritu confluyen en el entusiasmo, confluyen en el amor la vjL da y la muerte" (VK.565). Ambas frases, procédantes de su - acervo cultural védico, surgen ante la inspiracién que para el muchacho représenta la contemplacién del semidivino cuer po de Sita, la que serâ luego su esposa. En el amor de Sita entran en conflicto la brillante mente de Schridaman y el - atractivo y vlgoroso cuerpo de Nanda. Consciente el marido de la atraccién que Sita expérimenta hacia su mejor amigo, se inmola en sacrificio a Durga, decapiténdose. Nanda, fiel a la amistad y horrorizado por lo que cree su culpa, imita a Schridaman. Cuando Sita prétende seguir el ejeonplo de sus dos amados, la Cran Madré, incapaz de soportar tanta pueri- lidad en una sola noche, conmina a su descarriada hija, con lenguaje insospechado en una diosa de tan racio abolengo - -{Saca la cabeza del lazo, o habré bofetadas! (VK.584)- a que désista de su idea de ahorcarse, y repare el error de - los amigos volviendo a unir, milagrosamente cada cabeza a su cuerpo. Sita, en su aturdimiento -&es realmente aturdimien- — 188— to7- coloca cada cabeza sobre el cuerpo que no le correspon de. En el fondo, lo que Sita pretendia era realizar una sin tesis més satisfactoria, la cabeza del inteligente sobre el cuerpo del robusto. Pero esto contradice de tal modo la ley de la naturaleza que no puede sostenerse por mucho tiempo. Bajo el dominio de la cabeza de Schridaman el cuerpo de Nan da, mero apéndice, se t oma blando, y lo contrario ocurre - con el cuerpo prestada a Nanda por Schridaman. La ünica so- lucidn que queda a los amigos es volver al seno de la gran madré, donde acaba el velo de Maya y no hay diferencia en— tre lo Uno y el Todo, renunciando a sus falsas existencias. El "senorlo sobre las oposiciones" no debe entenderse de - tan errôneo modo como lo ha hecho Sita, pues no constituye asi sino otra forma de hybris. A partir de esta coda del pensamiento mitico de - la tetralogla la meditacién de Thomas Mann sobre la muerte no iré més lejos. ^Podrla, en cualquier caso, llegar més - allé de donde ha llegadq?. En la medida en que responds a - sus més intimos interrogantes, no. Por ello, en alguna de las obras contemporéneas a Joseph und seine BrOder y en to- das las suces ivas no encontramos més que repeticiôn de motivo s, analizados con distinta profondidad y en relaciÔn con medios y personajes muy diversos, pero siempre dentro del pensamien to que ya conocemos. Asi, Goethe aparece en Lotte in Weimar como un hombre que terne a la muerte, hasta el extremo de ne- garse a asistir en los dltimos momentos a su esposa, lo que segûn su hijo Augustus se debe "a la amistad precaria con la vida" (LW.156) que infiere de ciertas enfermedades que su pa -189- dre ha padecido -"gota, côlicos nefrlticos y litlasls"- pe ro que ha llegado a ser quien es porque sabe que "todo lo - que es grave dériva de la muerte, del respeto que ella ins­ pira. Mas el temor a la muerte implica la renunciacién a la idea, porque hay desénimo en la vida" (LW.208). En Doktor Faustus vuelve a aparecer en toda su - plenitud la idea de la muerte como crltica de un modo de vi da, que coincide en este caso con la idea del mal ya comen- tada. Adrian LeverkOhn, el mûsico diabôlico, reparte la muerte,como reconoce en su confesién final, y muere dos ve- ces, pero no como José, sino pasando "desde una noche pro­ funda a la noche total" (DF.7). El compositor caeré primero en la demencia para terminar muriendo sin recobrar la luci- dez. Siéndonos ya conocido el personaje de Adrian Leverkühn y lo que représenta, no puede sorprendemos este final con el que Thomas Mann pretende abrir los ojos a Europa frente a los peligros que, desde dentro de su propia cultura, le - acechan. Y esta advertencia résulta aün més terrible si se tiene en cuenta que Adrian no se limita a concluir su exis­ tencia de un modo tan triste como el descrito, sino que pre viamente ha sido el causante de la muerte de las dos perso­ nas con las que hubiera podido establecer una relacién de - afecto -pura una, equlvoca al menos la otra- después de - aceptar el pacto que expresamente le prohibe el amor. La tra bazén entre la aventura del compositor y la aventura nazi no permite confusiones en la interpretacién del sentido de la - muerte en la més triste de las novelas de Mann. -190- En Per Erwahlte, Felix Krull y Die Betrogene vue^ VC el autor a su visién irénica de la vida Humana, siempre bajo la divisa lanzada en Der Zauberberg y recogida con per^ picacia por Du Bos: "conocer la muerte y testimoniar el - amor a la vida". Grigorss, el hijo de los hermanos y esposo de su madré, llega a pensar en darse muerte para purger su - propia existencia salida del pecado (E.411), pero desecha la idea porque prefiere "reflexionar con tiempo", esto es, acc£ tar el reto que la vida, como a un nuevo Edipo, le ofrece.Fe lix Krull no puede, en su fuero intemo, aprobar el suicidio de su padre motivado por la quiebra: "Cuando todo le falI6 - cay6 en la més honda desesperaciôn y como, ademés, probabla­ mente creia que nos estorbaba (...) decidié acabar con su vi da" (BHFK. 46), Esta decisién, fruto de una idea equivocada de la vida y de la muerte, es censurada por Felix; "La vida no es en modo alguno el bien supremo (...) sino (...) una pe sada y severe tarea (...). Abandonarla antes de tiempo cons­ tituye indudablemente un acto inmoral" (BHFK. 48). Rosalie von TUmmler, Die Betrogene, que interpréta los primeros sin t ornas de un céncer uterino como un renac iraient o de su fertj. lidad, ni ante las puertas de la muerte sabe renegar de la naturaleza, quejarse de su pretendido engaRo: "No hables nun ca del engaAo y la sarcéstica crueldad de la naturaleza", - aconseja a su hija. "Ni la critiques, ni la dénigrés (...). Aunque para mi adopté la forma de una resureccién (...) no - fue ningén engaRo, sino bondad y gracia" (DB.729). Frente a los que hacen de la muerte la injusticia de la vida, la con ducta de Rosalie proclama una verdad muy distinta, la afir­ macién de la vida pese a su aparente sinrazén. El talante - de sus ûltimas frases es idéntico al que exhiben las pala— -191- bras de Nietzsche en el capitule "De la visién % el enigma" del Zarathustra: "El valor es el mejor matador, el valor que ataca: éste mata la muerte misma, pues dice: '&Era esto la - 125vida? {Bien! (Otra vez!" . Establecida la comprensién esté tica de la vida y la muerte tras largo y exigente trabajo, - vida y muerte se han convertido en conceptos cargados de con tenido ético. Bien mirado, nunca han dejado de estarlo en la obra de Thomas Mann. Pero la radical comprensién de esta eti cidad es el magnifico logro, capaz de justificar una vida y una obra, de la decidida pesquisa del autor. CORPORALIDAD Y TEMPOREIDAD -192- CORPORALIDAD Y TEMPOREIDAD El hombre sano, dotado de la totalIdad de sus ca- pacldades, dirige autométicamente su atenciôn sobre el mun­ do que le rodea con el fin de apropiarselo intelectual y ma terialmente, y no para mientes, por lo comûn, en aquella - realidad que le permite llevar a cabo esa apropiacién: su - propio cuerpo animado, caracterizado por una determinada or denacién de sus partes en el espacio y dotado de una facul- tad que no se da en ninguna otra especie: la de vivir el pa so del tiempo. Pero la salud, como tantes veces se ha dicho, es un estado transitorio que no conduce a nada bueno; la en fermedad y la muerte son ingredientes inexcusables de la vd da, y cuando aquélla se présenta o ésta se evoca, no puede el hombre dejar de considérer, con atencién renovada, su - propio organismo, sede de su problems vital, y su instala— ci6n temporal, dado que la enfermedad, limitando las posibi lidades de accién sobre el entorno, y el pensamiento de la muerte, rememorando la finitud de la existencia consciente, introducen en el hombre, como compaRera de otras sensaciones més o menos desagradables, la conciencia del paso del tiem­ po existencial, definitiva limitacién de les posibilidades de ser que al hombre se ofrecen. Thomas Mann, conocedor del enfermer y el morir humanos, no podla pasar por alto verda- des tan évidentes, ni dejar de considérer las posibilidades pedagôgicas que, también sobre la conciencia del cuerpo y - la temporalidad, guardan en su seno la enfermedad padecida y la muerte pensada. Recorramos, de nuevo, las péginas de - su extensa obra en busca de cuanto sobre la instalacién es- -193- pacio-temporal del hombre y su revelacién por la enfermedad y la muerte se dlga en ellas. En Buddenbrooks son Christian y Hanno los persona jes que, por razones évidentes, suministran mayor cantidad de informéeién sobre la conciencia del propio organismo.Chr^ tian como hipocondriaco y Hanno como "enfermo esencial", si es permisible user esta exprèsién, son los ûnicos miembros de la familia que no pueden dejar de oir la voz de su corpo ralidad enferma. Pues aun cuando las suyas sean, més que na da, enfermedades del esplritu, la decidida voluntad del au­ tor de no caer en el error de la dicotomia nos pone al res- guardo de consideraciones maniqueas en lo que toca a la uni. taria realidad humana; ejemplo méximo, la enfermedad de que se sirve para llevarse del mundo al muchacho. Comenzaremos, por motivos de simple cronologia, por Christian Buddenbrook. Nada hay que anadir al cuadro de su personalidad neurética - para comprender la actitud de medrosa observacién -"repugnan te", como vimos, en opinién de su hermano Thomas- que mantle ne ante su organismo, tanto cuando éste le atormenta como - cuando permanece en calma. Recordemos, por ejemplo, la preo- cupacién que le produce el dolor de su piema por tratarse - de la que esté "en el lado corazén" (B.199), y la hipercons- ciencia de su musculature faringea, causante de sus trastor- nos deglutorios (B.180). Tal concentracién en la propia rea­ lidad orgénica conduce a que ella esté siempre présente al - desgraciado Christian, y asi se explica lo que sus hermanos no consiguen entender, si bien intuyen que refleja su desazre glo espiritual: su increible afirmacién de que "las manos es -194- tén satlsfechas" (B.185) cuando da por flnalizado un traba­ jo que, por otra parte, no es lo que se dice un trabajo ma­ nual. Igualmente es él el mejor dotado de los personajes pa ra analizar uno por uno los desarreglos que produce "el be- ber con exceso ponche sueco" (B.370). Tan eximio es su arte que el més sobrio de los espectadores no puede reprimir una sensacién de desazén y repugnacién anéloga a la que Chris— tian Buddenbrook esté evocando. En Hanno, como ya quedé senalado, lo espiritual - trasciende inmediatamente su propia esfera para incidir en lo somético, a veces en forma harto conocida como para ser tachada de patolégica -el sonido del despertador con que co roienza la jornada le produce "esa contraccién en sus entra- Ras, originada por una mezcla de cèlera, pesar y desespera- ci6n" (B.477)- y otras de manera menos comdn: al verse obljL gado a recitar de memoria un texto de Ovidio que no ha apren dido, pero que consigue leer a escondidas en el libro de su compaRero, expérimenta "una especie de desazén en la piel" causada por "el goce furtivo de tener el libro abierto ante si" (B.497). En la misma maRana de clase tiene ocasién de - pasar revista a otros érganos de su cuerpo. tas angustias - que se suceden con las distintas asignaturas le producen - "néuseas" (B.496) en ocasiones, y en otras le obligan a "a^ pirar profundamente para dar actividad al corazén que, des- fallecido y vacilante, parecla inhibirse de sus funeiones" (B.488). Por fin, no sélo en clase le asalta este tipo de - manifestéeiones orgénicas originadas en la esfera pslqulca. Le hemos visto confier a su amigo Kai las sensaciones que ex -195- perlmenta cuando Improvisa temas musicales; al concluir una de estas improvisaciones se ve obligado a tenderse a descan sar pues "estaba sumamente pélido, las rodillas le flaquea- ban y los ojos le ardlan" (B.5I1). Kn general, cada vez que el autor habla de Hanno Buddenbrook se ve obligado a descri bir las desagradables molestias que los menores contratiem- pos, cuando no la s6la sospecha de ellos, le provocan. Qui- zé sea por esta asociaciôn tan patente entre lo fisico y lo espiritual por lo que el pequeRo Hanno rechaza desde el pr^ mer momento el juego de los adultos frente al atadd de la - consulesa: "Aquella no era la abuelita. Cierto que alll es­ taba la cofia que se ponia para recibir visitas (...). Pero aquella nariz afilada, aquellos labios deprimidos, aquella barbilla saliente (...) no le pertenecian (...). La muerte la habla trocado para siempre en aquella figura de cera"(B. 400). El cadéver, aun manteniendo la estructura corporal - que él conoce, no es persona, ni tan siquiera cuerpo humano. Ha dejado de serlo para convertirse en pavorosa muneca de ce ra. Tanto en las narraciones breves contemporéneas de Buddenbrooks como en las que van surgiendo hasta la época - de Der Zauberberg, enfermedad y muerte siguen constituyendo aspectos de primordial Interés para el autor. Hemos podido verlo con anterioridad y de ello podemos ahora inferir que la busqueda de referencias a la conciencia del propio orga­ nismo en este periodo no seré estéril. Algo hay, en efecto, apuntado en esta serie de obritas que seré preciso considé­ rer para accéder con el autor al mundo crlptico de Der Zau­ berberg. 196- Tenemos, por una parte, el caso de los enfermos que, a causa de su enfermedad, vense obllgados a tener pre sente su propio cuerpo. Esto es lo que ocurre al Schiller de Schwere Stunde: Desviada su atencién de la tarea artfs- tica que tiene entre manos por el pertinaz resfriado que - le aturde y que parece que nunca llegaré a curarse, obliga do por la dura coacciÔn de la enfermedad a oir la voz de - su propio organismo, es éste quien, momenténeamente, mono­ polize su pensamiento: "Durante aquellos aRos habla pecado (...) contra el delicado instrumenta de su cuerpo. Todo se vengaba ahora cruelmente. ; Los excesos de su juventud exub£ rente; las noches pasadas en vela, viviendo sélo para el es piritu, sin pensar nunca en el cuerpo (...)!" (SS. 284). Sa bemos ya cémo la superacién de la limitacién, en el ejemplo de Schiller, pesa por la aceptacién de la enfermedad y, por tanto, por la toma de conciencia de la propia corporalidad: "{Ester lo suficientemente sano como (...) para sentir de - modo elevado todo lo referente al cuerpo!" (SS.285), esto es, ni atenimiento sélo al cuerpo, fruto degenerado de la - enfermedad, ni errénea y morbosa espiritualidad aislada. Tarn bién Gustav von Aschenbach expérimenta en diverses ocasio— nés sensaciones sométicas desagradables (TV. 359, 365, 375, 396, 398) que, sin ser propiamente sintomas de una enferme dad especifica, son heraldos de su préxima muerte y trasun to de la crisis existencial que ha de conducirle a ella. Sin que pueda hablarse exactamente de enfermedad, hay al menos très personajes en la obra de Thomas Mann en - quienes la conciencia de la propia corporalidad, estando - -197- exacerbada por una deformldad flslca, détermina tipos de - comportamiento especiales. Trétase de Klaus Heinrich, de Johann Friedemann y del hipnotizador Cipolla de Mario und der Zauberer . En cuanto al protagoniste de KOnigliche - Hoheit, quedé ya explicado en su momento el modo de ser que i la atrofia de su brazo condiciona. También fue preciso ha— I blar, en el capitula sobre la enfermedad, de la deformidad I del Kleine Herr Friedemann y su secuela de "epicureismo", Cipolla, por su parte, consigue apenas disimular una defor midad de columna que tal vez permita comprender el afén de dominer a su pûblico hasta obligerle a ponerse en ridiculo; el sentimiento que nace de la intima consciencia de su tris te figura le mueve a vengerse de los sanos, Jévenes y bien conformados. 0 quizé -y esto parece lo més probable- dicha deformidad intuida, més que vista, que hace sentirse incémo do al narrador por su imprécisién, sentimiento de desagrado causado por la imposibilidad de admitir, sin més, un décré­ ta de la naturaleza, parangonab1e al que Aschenbach expéri­ menta ante el viejo falsamente rejuvenecido, no es sino el medio de que se vale el autor para advertir al lector del - carécter perverse del personaje, siendo esta perversidad - tanto més peligrosa cuanto que imposible de detectar en for ma inequivoca; recuérdese, por otra parte, que los estudio- sos de Mann coinciden en ver en esta obra un ataque al ya - pujante fascisme italiano. El propio Mann no es, en esta - ocasién, excesivamente explicite al respecte. Otro personaje de KOnigliche Hoheit, la Gran Du- quesa, puede ser incluido en el grupo de los anteriormente -198- mencionados. AI Ir envejeciendo adopta esta mujer una acti­ tud patolégica, enterréndose en vida en sus habitaciones, - donde no permite que la luz sea medianatnente intense, y lie gando a sufrir convulsiones si es vista por cualquiera que nos pertenezca al circule de sus intimos (KH. 94-95). Para el autor, la razén del desquiciamiento de la Gran Duquesa - no es otra cosa que el narcisismo en la més burda de sus - acepciones; "Como su corazén habia sido dure, como sélo de su belleza(...) se habia preocupado, como su belleza habia sido su aima y no habia querido ni amado nada fuera de la - exaltadora fuerza de su belleza (...) no sabia ahora qué ha cer; sumamente empobrecida, no podia encontrar interiormen- te trénsito a este nuevo estado" (KH.94). Nos encontramos - ante el reverso del Schiller manniano. 127Herr und Hund, Idyll escrito en la época de Der Zauberberg, mue s tra en forma évidente el interés antropolégjL co que, més que nunca, preside ahora la actividad intelec— tuai de Thomas Mann. En diversas ocasiones el narrador infie re del comportamiento de Bauschan, su perro, o de su estruc tura anatémica, caracteristicas espirituales -si es permisi- ble emplear este término- similares a las que la contempla— cién de un ser humano podria susciter. Al describimos a Baus chan al comienzo del relato, senala: "La exprèsién de la ca­ beza, una exprèsién de comprensiva probidad, révéla una viri lidad de su ser moral que ratifies en lo fisico la constitu- cién del cuerpo" (HH.403). Con ocasién de las escenas venato rias, cuando el perro debe permanecer en observacién por una s hémorragies, y en tentas otras ocasiones, el comportamiento -199- de Bauschan es interpretado por su dueno segun crlterlos an tropocéntrlcos. Esto es algo que sin duda se da en todo pro pletarlo de un animal de companla, sobre todo de uno que, - como el perro, ha vlsto ligada su existencia desde tiempos - remotlsimos a la del hombre. Pero en el caso de Mann la preo cupacién antropolégica siempre viva explica aûn en mayor me­ dida la declarada intencién del autor de hominizar a su com­ paRero, llegando a la inferencia de cualidades psiqulcas, es pirituales, a partir de la corporalidad del animal, menos - que nebulosaroente consciente para éste. No en vano se encuen tra el novelists en plena labor hermenéutica de lo humano pa tolégico en Der Zauberberg, novels en la que la enfermedad, entre otras no menos importantes, cumple la funeién de recor dar al hombre excesivamente atenido al esplritu lo que a su cuerpo debe. Hans Castorp tiene madera de buen enfermo, y esto signifies para Thomas Mann ester particularmente sensibili- zado frente a los toques de alerta del propio organismo. Sa bemos que Hans Castorp lo esté. Recuérdese, en caso contrario, lo que el autor refiere sobre su "costumbre de corner abundan temente por cons iderac ién a si mismo" (Z.18). Desde su llega da al Berghof experimentaré perturbadoras sensaciones sométl. cas que le llevarén en primer término a detener, aun en ma— yor medida, su atencién sobre su propio organismo; més tarde, a intentar comprender los mécanismes por los que dichas sen­ saciones se producen; por fin, y de manera insensible, a com pietar su saber acerca de la enfermedad y de la muerte con - un més agudo conocimiento del valor -no sélo de los mecanis- -200- mos- de su propia realldad natural. Comencemos, pues, por la primera es tac ién de este recorrido en t o m o a la corpo­ ra lidad de Hans Castorp. Durante su primera cena en el restaurante del sa natorio sufre el joven los primeros asaltos de su cuerpo, que pugna por liberarse del envaramiento del llano por me­ diae ién de la enfermedad: "Su rostro le quemaba ahora con més fuego. Pero su cuerpo continuaba frlo y en todos sus - miembros habia una inquietud particularmente alegre, pero que, al mismo tiempo, le atormentaba un poco" (Z. 18). El carécter revoltoso de estas manifestaciones no escape al - que las experimentaba: "Si solamente pudiera saber (...) - por qué tengo semejantes palpitaciones (...), Cuando el co razén late por si mismo, sin ritmo ni razén (...) se me an toja extranamente inquiétante (...). Es poco més o menos co mo si el cuerpo siguiese su camino propio y ya no tuviese relacién con el aima" (Z. 76-77). El cuerpo de Hans Castorp réclama su derecho a ser reconocido, y no cejaré en su empe Ro hasta conseguir llevar a su poseedor a un estado que ha­ ga inevitable este reconocimiento (Z.92,109). Particularmen te expresivo al respecte es el episodio del paseo montaRa - arriba, hacia el torrente junto al que Hans revive la ima— gen de su compaRero de colegio. Entusiasmado por su aleja— miento de la sociedad humana y su fugaz contacte con la na­ turaleza elemental, canta mientras camina. Ni que decir tie ne que, dada su falta de entrenamiento para dichos meneste­ res, al poco tiempo empieza a hacérsele dificil mantener am bas actividades. "Pero por idéalisme, por amor a la belleza —201— del canto, reslstié, lanzando frecuentes suspires, y persi^ ti6 hasta el ültimo aliento; hasta que, completamente falto de aire, ciego, con el pulse batiente y no teniendo ante - los ojos més que un resplandor multicolor, se dejé caer jun to al tronco de un pine, sintiéndose dominado de pronto, - después de una exaltacién tan extraordinaria, por un mal hu mor penetrante, por un dolor de cabeza que llegaba a la de- sesperacién" (Z. 125), desesperacidn producida por el triun fo de su cuerpo sobre su esplritu, de lo natural sobre lo - bello. Pero, después de la derrota infligida al idealists, su cuerpo va a mostrarle las posibilidades espirituales de que es detentador. Junto al torrente al que le conduce su - accidentado paseo, sobre el que parece flotar la sombra de Heréclito, sufre Castorp una epistaxis -como si la naturale za, por simpatla, quisiera infundir en su alma el mensaje - del filésofo de Efeso- detenida la cual permanece el sons— dor tendido en un rtjstico banco. "No sentia malestar, sino més bien tranquilidad producida por aquella abundante san— gria, y se hallaba en un estado de vitalidad singularmente disminuida, pues cuando aspiraba el aire, durante algun tiem po no tenia necesidad de aspirarlo de nuevo sino que, con el cuerpo inmévil, dejaba que su corazén palpitara repetidas ve ces antes de aspirer de nuevo, tardia y perezosamente" (Z. - 125-127). Y es bajo estas peculiares condiciones fisicas, de las que el protagoniste es extraordinariamente consciente, - como se le va a presenter la visién anunciadora del nuevo - concepto del tiempo de que en breve hablaremos, y que tan im portante papel desempeîïaré en su educacién superior. Cuando una simple epistaxis arrastra tan insospechadas consecuen— -202- clas ;qué no haré una enfermedad peligrosa, de évolue 16n Im predecible, capaz de reducIr las posibilidades de actuar so bre el entomo hasta hacer més que nunca permisible el uso del concepto "vitalidad singularmente disminuida"?. Castorp, predispuesto desde el principio a escu— char a su cuerpo —si bien siempre ha tratado de colocarle en un discrete segundo piano, reservandoel primero para los valores espirituales que identifies con la cultura recibida- lo haré ahora con absoluta decisién, pues ha podido compro- bar que en el misterio de su naturaleza se halla escondido un pensamiento necesario para la vida. A nadie puede extra­ der, por tanto, que en cuanto tenga ocasién se entregue fer vientemente a la lecture de libros de Biologie y Medicine, sin olvidar la Astronomie y la Fis ica; no en vano es he red e ro de una concepcién del hombre -la de PareceIso- como mun- dus minor. Y este afén por aprender coincide con una pérdi- da de interés por la actividad fisica, parangonable en cier ta medida a aquella "vitalidad disminuida" que, contra lo - que podria pensarse, tan présente ténia la propia corporaM dad y que tan sorprendente resultado produjo. Opera Hans ba jo "la pereza y la fatiga de su cuerpo, enemigo de todo mo- vimiento, y la agitacién de su espiritu" (Z. 287). Pero es­ te cuerpo perezoso esté siempre présente a su conciencia:"Su curva de temperature habia subido (...). Pero Hans Castorp pensaba que esa combustién intensificada de su cuerpo se ha llaba precisamente relacionada con aquella agitacién y aque lia movi lidad espiritual" (Z.288). iQué es lo que ha produc Ido -203- esta agitacién, esta necesidad de saber?. Digétnoslo en po- cas palabras: su inclinacién hacia Clawdia Chauchat, que el autor llama enamoramiento, advirtiendo que "lo que consti- tula la esencia de su enamoramiento era més bien una varian te bastante atrevida e indefinible de esa demencia, mezcla de frlo y de calor, como el estado de un hombre febril (...). Lo que faltaba era precisamente un elemento de cordialidad - que man tuviese unidos los dos extremes" (Z. 243-244). Ya des de el primer momento advierte Mann al lector de la asocia— cién entre enfermedad y erotismo que se da en su personaje, y de la necesidad de hallar un elemento conciliador, iréni- co, capaz de hacer vélida para la vida esta unién. Més e xpH cito es aûn al explicar el objeto del amor de Hans:"Este - amor se referla, por otra parte, con una espontaneidad que hacia palidecer al joven (...) a la rodilla de Madame Chau­ chat y a la linea de su piema, a su espalda, a la vértebra cervical (...) en una palabra, a su cuerpo, forma carnal in dolente y amplificada, acentuada infinitamente por la enfer medad; a su cuerpo, convertido doblemente en cuerpo. Por - otra parte, habia algo muy fugitive e inquieto, un pensamien to, no, un sueRo, un sueRo espantoso e infinitamente seduc- tor de un joven cuyas preguntas précisas, aunque formuladas inconscientemente, no habian recibido de él mismo més que - un complète silencio" (Z.244). Hans Castorp es el especta— dor del misterio. Un incontenible impulse erôtico le mueve a prestar exquisita atencién al cuerpo de Clawdia Chauchat, descubriéndole al propio tiempo que ni su propia enfermedad, ni la enfermedad de la rusa, son en modo alguno ajenas a su interés. El cuerpo humano -el suyo, el que como una seRal - -204- se le mue8tra contlnuamente en la figura de su compaRera- es naturaleza y, como tal, misterio. Y este misterio natural, cuya arcana norma es inaccesible al neéfito, es un misterio de libertad, de irresponsabilidad més bien, de disolucién; la enfermedad es su reino. Cuando Clawdia-Perséfone le admi^ ta en sus dominios, devolviéndole el saludo al encontrarle en el paseo, amor, cuerpo y enfermedad volverén a entrer en efervescencia después de un periodo anodino: "La depresién humiliante de la naturaleza de Hans Castorp estaba vencida por el saludo que habia cambiado con Clawdia Chauchat (...). {El mercurio volvia a ascender! Cuando Hans Castorp, de vue^ ta de su paseo, consulté el termémetro, éste subié hasta 38 grades" (Z.250). Este amor, esta atencién dedicada al cuer­ po de la rusa, le moveré a buscar una ocasién favorable pa­ ra contemplar el retrato que, toméndola como modelo, ha rea lizado el doctor Behrens. Las actitudes que, ante su obra, maniflestan el consejero y su invitado, no pueden ser més - dispares, al menos en la superficie. Aûn cuando se comenta entre los pensionistas del Berghof la atraccién que sobre - el director parece ejercer la rusa, interpréta éste la téc- nica con que ha llevado a cabo su creacién desde un punto - de vista raciona1-cientIfico para el que la pintura es, en palabras de Leonardo, cosa mentale; tal vez sea preciso in­ terpreter la actitud del consejero éulico como una irénica llamada de atencién del autor sobre la confianza que hay que prestar al cientificismo que podria creerse ver a menudo en su obra. Dice el consejero: "Es, en efecto, muy util, y no - puede perjudicar, que se sepa también lo que pasa bajo la - epidermis, y que se pueda pintar al mismo tiempo lo que no -205- se ve. En otros tërminos; que se tengan con la naturaleza relaclones més* amp lias que las puramente llricas", a loque su profesién se près ta a las mil maravillas (Z.274), y a£ir ma que el contemplador de su obra "no ve sôlamente aqui las capas mucosas y cérneas de la epidermis, sino también, re- presentado en pensamiento, lo que esté debajo, el tejido - dérmico con sus gléndulas sebéceas y sudorlparas, sus vases sanguineos y sus papilas y, més abajo, la capa grasa" ( Z. 274). Castorp invita al doctor a seguir explayéndose en t 6 minos anatémicos, pues quiere conocer primero el porqué de la estructura, de la forma corporal que se muestra a la vi^ ta despertando el apetito del misterio. Conoce as! a qué se debe la forma de los turbadores ojos de Clawdia -"lo que le engaRa es el epicantus (...), una mixtificacién algo inquie tante", reconoce el consejero (Z. 273)- y que es la grasa - lo que "détermina las exquisitas formas femeninas" (Z.274). "Ese tejido esté cargado de grasa, principalmente en el pe- cho y en el vientre de la mujer, en la parte superior de - las nalgas, en una palabra, alll donde se encuentra algo pa ra el corazén y para la mano" (Z. 277). En este momento se produce el encuentro entre la oratoria de Behrens -y tal vez su sentimiento més oculto- y la receptividad de Castorp, pa ra quien el cientificismo del conferenciante sélo es el me­ dio de que se vale para accéder al més alto grado de pose— sién -acentüo el significado erético del término- de la mi^ teriosa realidad del cuerpo enfermo de Clawdia. Bajo la in- fluencia de este deseo incita al médico a que continue dén- dole explicaciones, ahora desde un punto de vista fisiolégi co, no contenténdose con el conocimiento de aquello que ma- -206- yor relaclén guarda con lo meramente sensible -la piel, que el consejero define como "cerebro extemo" (Z.278)- sino - que pugna por alcanzar el conocimiento de lo més radical y oculto. Tal es el sentido de su pregunta por "el movimiento de la linfa" (Z.280). Y como, a pesar de todo, el misterio continua eludiendo los asaltos del joven, manifiesta éste, al fin, sus deseos en forma abrupta: "iQué es el cuerpo? - (...) iQué es la came? iQué es el cuerpo humano? ^De qué - se compone? {Explfquenos eso esta tarde, senor consejero!. Diganos eso de una vez para siempre y exactamente, para que lo sepamos" (Z.281). No siendo capaz el doctor Behrens de - responder a satisfaccién de Hans, decide éste buscar la res puesta a sus interrogaciones en las péginas de diverses tra tados de variadas disciplinas. Y plantea enfonces su acuciem te pregunta en términos aûn més radicales: "^Qué era, pues, la vida?"(Z.290, 291, 292). Y la respuesta es siempre la mis ma: El misterio de los misterios, lo impenetrable por anto- nornasia para el entendimiento humano, que debe detenerse con religiose temor &ante qué cosa? Ante "un secreto y sensual atisbo de movimiento en el frio virginal del universo, una impureza intimamente voluptuosa de nutricién y excrecién". La vida era "el desarrollo y la proliferacién de algo hin— chado, hecho de agua, de albûmina, de sal y de grasas, que se llama c a m e y que se convierte en forma, imagen y belle­ za, pero que es el principio de la sensualidad y del deseo" (Z.292). Esta sensualidad preside toda la labor de estudio que, a lo largo de unas pocas horas de la noche, récapitula Hans Castorp en su chaise-longue bajo la mirada impertérri- ta de los astros. Anatomfa, Fisiologia, Histologie, Genêti- — 207— ca, Embrlologla, Anatomla patol6glca. Macro y Mlcrofisica danzan en dlonisiaco orgiasmo en el perplejo Intelecto del joven, movléndole a preguntarse: "La enfermedad era la for ma depravada de la vida. la vida? ;No era qulzd también una enfermedad Infecclosa de la materia, lo mismo que lo - que podia llamarse la génesis de la materia no era tal vez mds que la enfermedad, irritaciôn y proliferacidn de lo in material?. El primer paso hacia el mal, la voluptuosidad y la muerte habia partido, sin duda alguna, de alii donde, - provocada por el cosquilleo de una infiltracidn desconoci- da, esa primera condensacidn del espiritu, esa excrecencia patoldgica y superabundante se habia producido, medio por placer, medio por defense, constituyendo el m6s temprano - grado de lo sustancial, la transiei6n de lo inmaterial a lo material. Esto era el pecado original. La segunda generaciôn espontânea, el nacimiento de lo orgdnico a partir de lo Inw gdnico, no era mds que una peligrosa ascensidn de la corpo­ ral idad a la conciencia, lo mismo que la enfermedad del or­ ganisme era una exageracidn embriagada y una acentuacidn de pravada de su naturaleza fisica. La vida no era ya mds que una progrèsiôn por el camino aventurera del espiritu que se habia vuelto impüdico" (Z. 302). Poco después, en la Walpur- gisnacht, solicitard Hans a la rusa que le permita contem— plar su radiografia - "Moi, 1'ai vu ton portrait extérieur. J'aimerais beaucoup mieux voir ton portrait intérieur" (Z.- 359)- que guardard consign cuando Perséfone saiga del reino inferior para su ciclica vuelta al llano (Z. 369). En la con versacidn con Behrens se muestra Castorp consciente -mds o menos consciente- de la vinculacidn existante entre el miste — 208— rlo del cuerpo, de la vida, y la enfermedad como fruto de la dislucidn a que conduce la intrusi6n del hombre en el - mundo natural, cuyas leyes son todo menos éticas: "Quien se interesa por el cuerpo se interesa también por la enferme­ dad, sobre todo por la enfermedad" (Z. 278). Con todo, pe- se a los incalculables riesgos de la empresa, el neéfito - sigue consideréndola digna de su esfuerzo. Instantes des— pués de pedir a Claudia su radiografia, en medio de un ra£ to erético que sorprende a la rusa, asegura Hans que "l'a­ mour (...) pour le corps humain, c'est de même un intérêt extrêmement humanitaire et une puissance plus éducative que toute la pédagogie du monde" (Z.362). Esta pédagogie alcanza su objetivo con motivo de la visién experimentada por Hans en Schnee. El camino reco rrido hasta la iniciacién se contempla ahora a la inversa: "Quien conoce el cuerpo y la vida, conoce la muerte. Y eso no es todo, a lo més es un principio, si uno se coloca des- de el punto de vista pedagégico. Es preciso ahadir el otro aspecto, el reverso. Pues por interés que se expérimente ha cia la muerte y la enfermedad, no es més que una forma de - interés que se experiments por la vida" (Z.522). La enferme dad obliga al individuo a volver la mirada sobre si mismo, es el principio narcisista, el medio hermético para accéder al conocimiento de si propio a que invita el oréculo délfi- co. Si, como Narciso, el hombre no sabe o no puede salir de si mismo, la autocontemplaciôn y la enfermedad le conduci— rén a la muerte. Fero si las circunstancias le son favora— bles, si un dios benévolo y cuidadoso dispone el azar segün -209- deslgnlos impénétrables, Narciso seré capaz de derramarse, como la rebosante copa de Zarathustra, sobre sus compafte— ros de viaje, y su compromise consciente con lo perverse - se revelaré como una forma superior -aunque superiormente peligrosa- de ëtica, El narcisismo de José se trueca en accién creati va en razén de su propio desarrollo. Este narcisismo, dir^ gido en mayor medida a las cualidades espirituales de que el muchacho se sabe detentador -a su bendicién- tiene tam­ bién por objeto su hermoso cuerpo joven, para la real com- prensién de cuya belleza advierte el autor que "debemos te ner en cuenta el punto de vista del pals y de su gente" - (JSB. 46), Fero también de esta veleidad sabe extraer José ensenanzas provechosas; reconvenido por el misterioso gufa que le acompafïa al encuentro de sus hermanos, que advierte - que "esos cabellos caerén lamentablemente y esos dientes, ahora blancos, también; esos ojos no son més que una gela­ tine de sangre y agua que correrén cada una por su lado, y toda esa vana gracia de 1# carne se atrofiaré y se disipa- ré ignominiosamente" (JSB* 404-405), encuentra una respues ta que indica en qué medida esté siendo capaz de adentrar- se por el camino del conocimiento: "0 es la vida lo que es ilusién, o la belleza; no encontrarés las dos cosas reuni- das en la realidad" (JSB. 405). A los ojos de Hermes, esta limitacién inherente a la especie humana résulta sobremane ra lamentable: "Esa es precisamenZe la razén por la que des apruebo este mundo de la dualidad, y no comprendo la preocu pacién por un linaje respecto al cual sélo puede hablarse - -210- de pureza por contraste y por comparéel6n" (JSB. 405). El gnia, el mlstagogo, que no duda en robar algunas de las - provislones de José para hacer més fécil su identificacién, va infundiendo en el aima de su compaRero de viaje el mensa je de su predecesor literario Castorp, la necesidad de con­ vertir se en "seRor de los opuestos" para accéder a una exaç ta comprensién del mundo y del papel que al hombre corres— ponde en él; papel cuya entidad esté condensada en la creen cia que José profesa, tan antigua al menos como su propia fabulosa estirpe: "El hombre era el pequeRo todo, que se co rresponde exactamente con el grande" (JSB.301), y en tal co rrespondencia radica la facultad poética del ser humano. - Quien sabe de si mismo sabe del cosmos, y es capaz de educar, de ejercer su seRorio sobre ambas realidades, hasta el extre mo de suspender, con su prévisién, el decreto de la naturale za que condenaba a la tierra a siete aRos de hambre. Coexistiendo con la investigaclén acerca del lu- gar que la corporalidad debe ocupar en la escale de valores del hombre, que en la obra que nos ocupa no hace sino rea- firmar el descubrimiento realizado en Per Zauberberg, el mar co histôrico en que tiene lugar la maravillosa existencia de José da pébulo a la erudicién del autor -siempre suavizada por un discreto matiz irénico- respecto a los conocimientos y las creencias que acerca del cuerpo humano poseen los mo- radores del émbito geogréfico y cronolégico -en una palabra, cultural- en que transcurre la accién. Remonténdose a la ge nealogia préxima del elegido, refiere el narrador cômo el - perverso Ismael aconsejaba a Esaû el asesinato de su padre -211- Isaac, seguido de una especie de banquete totémlco. "Le re- comendé que, después de asesinar a su padre, cotniera abundan temente de su carne para asimilar su sabldurla y su poder, - la bendicién de Abraham que llevaba en si, y con este fin no debia cocinar el cuerpo de Isaac, sino consumirlo crudo, con sangre y huesos" (JSB . 160-161), proposicién que llena de ho rror a Esaé, dicho sea en honor de este personaje, compresen te y necesario al bendito en el plan divino, no tanto perver 80 o demoniaco cuanto "morne moitié d'ombre" que, segén Valé ry, supone la existencia de aquel cuya mlsién es "rendre la 128lumière" . Bajo la influencia del mismo pensamiento animis ta que dicta los pérfidos consejos de Ismael, Mut llegaré a acudir al encantamiento a fin de atraer hacia si a su esquif vo servldor,utilizando para ello cabellos del amado (JSB. - 918). En el momento en que la esposa de Petepré decide usar del hechizo su cuerpo ha cambiado, adquiriendo al paso que crecia su desec una rotundidad, una exacerbacién de sus for mas femeninas que se corresponde con la aceptacién Intima— mente culpable y desesperada de su impulso erético. Como en Per Zauberberg, lo inmoderado, la enfermedad, el erotismo - bruscamente desvelado al personaje que, erréneamente, se - consideraba fuera de sus dominios, se acompahan de una acen tuacién de lo corporal que, en la narrativa manniana, llega a confundirse con la propia esencia de la enfermedad. Més allé de la mégica, una mentalidad precientifi ca pugna por abrirse camino en las mentes de mesopotémlcos y egipcios. Ya quedé senalada la correlacién macrocosmo-mi crocésmica que esté en la base del pensamiento de José, que -212- le peiHDlte coroprender mediante similes antropolégicos el si£ nificado de los fenômenos naturales -"la tierra seré fecunda da por las agtias viriles del cielo" (JSB. 82)-. Bajo la di— reccién de Eliecer, y tanto con fines adivinatorios como mé- dicos, estudia José el cuerpo humano, aprendiendo que "se - compone de materlas sdlidas, liquidas y gaseosas, en corres- pondencia con la triada césmica", que "la grasa del rifion de bia ser sobremanera apreciada, pues el 6rgano rodeado por - ella estaba en relacién con el de la procreacién, y consti— tufa la sede de la fuerza vital", y que debia considerar al "higado como lugar de origen de las emociones" (JSB. 302). En Die vertauschten KPpfe se hace patente, de igual modo que en Joseph und seine Brüder, la existencia de un pen­ samiento animiste, al menos entre las clases populares de la India. Asi, por ejemplo, cuando los habitantes de un poblado ofrecen alimentes al vecino monte (VK. 558). En lo que se re fiere a los personajes centrales de la narracién es fécil su poner que, dado el argumente de ésta, la conciencia de la - propia corporalidad desempeRaré un papel primordial. Recorde mes que, en este relate, la protagonista intenta enmendar la plana a la naturaleza cambiando entre si las cabezas de sus enamorados y sus cuerpos respectives. Desde el comienzo de las aventuras del trio, antes, por tanto, de que tenga lu— gar el desafortunado trueque, la distincidn entre lo corpo­ ral y lo espiritual es patente a los amigos Nanda y Schrida man, en buena parte por su propia configuracién antitética, y no en menor proporci6n por causa de la educacién religio- sa que, en distinto grado, han recibido. Schridaman, el més versado en los Vedas, explica en repetidas ocasiones a su - -213- amigo cômo existe un mundo de las apariencias -el velo de Maya- que el sabio debe poder atravesar para accéder al co nocimiento de las esencias, que constituyen lo ônico real, al paso que el velo de Maya no es sino espejismo. Cuando - ambos jôvenes contemplan en el lugar dedicado a Kali, jun­ to al rio, la desnudez de Sita, Schridaman se siente obli- gado a justificar su acteônica conducts, que a priori con­ sidéra vergonzosa, y lo hace merced a la doctrine recibida de los libros sagrados: la belleza del cuerpo de Sita sôlo es el medio de que se vale la divinidad para atraer a los hombres al conocimiento de su ser interior. De este modo, - ni contemplerla es vergonzoso, ni -como aseguraba Nanda- pe caminoso el a£én de la muchacha por adomarse, pues con es­ to no hace otra cosa que satisfacer los deseos de la Cran - Madré (VK. 562-564). Con motivo del discurso de Schridaman su amigo, emocionado, asegura que, de ser él mismo capaz de expresarse en forma tan elocuente, se "amarla y estimarla - en todos sus miembros" (VK, 565), y con parecido lenguaje - se expresa Schridaman al confier a Nanda los padecimientos que su amor por Sita le causa: "El gérmen de un sufrimlento ha penetrado en mi aima (...), ha infiltrado todos mis miem bros hasta sus més fines ramificaciones, ha consumido las - fuerzas de mi espiritu..,". Este sufrimlento es tal que, si Schridaman no consigne a Sita, esté seguro de que sus "espj[ ritus vitales se voletilizarian por si mismos" (VK. 568). Como sabemos, la maniobra de Sita no alcanzaré el resultado apetecido. Bajo el influjo de las cabezas troca— des, los cuerpos se modificarén hasta convertirse cada uno en el que a su cabeza corresponde. Esta évolueiôn parece dar -214- la razôn al asceta Kamadamana, al que el tr£o consulta en medio de su perplejidad, que concede a la cabeza de Schri­ daman con el cuerpo de Nanda la posesiôn de Sita (VK, 603). El autor, en esta ocasiôn, se muestra acorde con el yogui, pues considéra "decisive" "la significaciôn que la cabeza tiene a los ojos de todos para la identidad de una persona humana" (VK, 606), Perdida, en fin, la propia identidad, la conciencia de si propio, como resultado de la hybris de Si­ te, no queda a los amigos otra salida que volver al seno de lo primordial, el Todo en lo Uno, déndose muerte. Y para - que su acciôn sea del todo justa, la llevarân a cabo acuchi llando cada uno el corazôn del otro, por ser éste, en realJL dad, su propio corazôn (VK, 619), Este respeto al cuerpo - ajeno y al propio, que en el medio histôrico en que se de— senvuelve José no es en modo alguno extremado, como las re- ferencias a castigos corporales permlten comprobar (JSB.130, 900-901), seré estatuido legalmente por Moisés: "Es abomina ciôn (...) mutilarse el rostro en seRal de luto por un difun to" (G,654), décréta en lo que se refiere al propio cuerpo, al paso que el quinte mandamiento del Decélogo vela por el respeto al ajeno. En Lotte In Weimar aparece de nuevo el tema del - equilibrio irônico entre cuerpo y espiritu en la persona del elegido, considerado esta vez desde el punto de vista de los que le rodean. De éstos es Riemer, su secretario, quien més atinados juicios formula sobre la cuestiôn. En su conversa- ciôn con Lotte, y como introduceiôn a su casi monôlogo en - tom o a Goethe, parte Riemer del que para Mann es supuesto -215- Indispensable para reflexionar con justeza sobre tan esplno so asunto: "Es apenas posible hablar de un ser tan ambigUo como el hombre de otra forma que con amblgtiedad" (LW, 36). En su t r a t o cotidiano con el genio, Riemer ha aprendido que toda unilateralidad es imposible traténdose de lo huma­ no, En la lûdica -y por tanto arriesgada- aceptaciôn de es­ ta necesaria ambigüedad radica la bendicién: "Se trata de - la doble bendicién que conceden el espiritu y la naturale— za" (LW. 59), gracia que a Riemer le ha sido negada: "Por - importantes partes de su ser el hombre pertenece a la natu­ raleza, pero por otras, que podria considerar decisivas, e£ té unido al mundo del espiritu" (LW, 59-60), Este modo de - ester a caballo entre dos mundos, problemética instalacién inherente al ser humano, formulada por primera vez en forma expresa en Tonio KrCger, produce vértigo al secretario de - Goethe, que no duda en tener esta posicién por extremadamen te peligrosa, Adn cuando reconoce que, en el gran hombre, - el predominio del espiritu no con1leva la negacién de la na turaleza (LW, 60), carece del valor necesario para arrles— gar las vértebras cervicales de su seguridad moral en tan - azaroso empeRo, Se encuentra en el estado "precastorpiano" del conocimiento, pero carece de la ingénuidad que hace al hamburgués capaz de una educaciÔn superior, cuyo resultado es un superior equilibrio. Por ultimo, insistiendo en algo que el novelista pretende dejar claro, al menos desde Per - Tod in Venedig, Goethe advierte que la aceptacién de la Ley natural no debe implicar el culto al desorden. Bajo las hé- biles manos de su peluquero, médita en alta voz: "Guida la cabeliera, empélvala y ademés, con las tenacillas, rizala —216— en algunos sItlos; uno se siente otro hombre cuando los ca belles despejan la frente y las slenes, y los lleva bien - arreglados; entonces la fragata esté lista para el combate, la cabeza esté clara, pues entre la cabeliera y el cerebro hay una cierta relacién; &Qué vale una cabeza despeinada?" (LW. 215). En el caso de Adrian Leverkühn el cuerpo, divor- ciado del espiritu soberbio, demoniaco, aparece rodeado de aquel halo de frlaIdad, de inhumanidad, de que el apasiona- do biégrafo daba cuenta ya en las primeras péginas de la na rraciôn. La frontera entre lo natural y lo preternatural se borra, como parece indicar el detalle del silbato emisor de sonidos que sôlo el perro Kaschperl, paréfrasis de la meta- morfosis de Mephisto en el Fausto de Goethe, es capaz de es cuchar (DE. 259) y que, dentro de su aparente cientificismo, ilustra la aterradora vinculaciôn del compositor con fuer— zas que no son humanas. Parecidos sentimientos suscita en - el lector la constataciôn de la gran similitud existente en­ tre los ojos de Adrian y los de su equivoco amigo -si asi - puede considerérsele- Rudiger Schildknapp (DE. 171). En cier ta ocasiôn constata el narrador la "profunda contradicciôn" que existe "en el hecho de que un hombre sea sensible, como lo fué Leverkühn, al ojo humano", citando en apoyo de su - aserto los nombres de diverses personajes cuya importancia en la vida del biografiado se ve sospechosamente subrayada "por la magie de unos ojos negros o azules", "y que al mi£ mo tiempo se niegue a percibir el mundo por medio de aquel ôrgano" (DE, 177), Adrian se interesa més por el signifies -217- do méglco de la mirada humana que por su simple capacidad de percibir, con mayor o menor nitidez y penetraciôn, pero de manera que podriamos apellidar natural, el mundo en tor no. En esta novela se repite el motivo de la dama de sociedad que se oculta al envejecer. Trétase aqui de la viu da de un senador -que guarda, por cierto, algûn parentesco con la madré de Thomas Mann-,quien, no teniendo palacio en qué enclaustrarse, se retira al campo, a la granja de los - Schweigestill, en la que asi mismo habita el compositor. La propietaria del lugar ha conocido ya casos parecidos y los interpréta de forma anéloga a como el autor lo hacia en Kd- nigliche Hoheit, si bien sin aquel matiz évidente de censu­ ra que habia en las palabras del Mann joven (DE.326). Erau Schweigestill, como el Thomas Mann que escribe Doktor Eaus- tus, ha visto tantes cosas a lo largo de su existencia como para no mirer con tolerancia ciertas debilidades humanas. No todo el mundo ha tenido ocasiôn de tocar la orla del ve£ tido del genio, como Lotte Kestner, toméndose asi capaz de sentir "que el envejecimiento es un simple signo fisiolôgi- co externo, sin poder sobre la inmutabi1idad de nuestro ser intimo" (LW.21). No es ésta la opiniôn de Rosalie von TUmmler, la protagonista de Die Betrogene, que sôlo a reganadientes - acepta la retirade de su menstruaciôn y que se agarra al - clavo ardiendo que representan unaf metrorragias, que no - son otra cosa que sintomas de un céncer uterino, pero que -218- para ella slgnifican la respuesta de la naturaleza a sus - no formulados ruegos. Frau von TUmmler es una devota de la naturaleza, como la mayorfa de los personajes de la galerfa manniana lo son del espiritu. Esto hace, por una parte, que no experimente el menor temor ante lo que le vlene de la na turaleza, del cuerpo; por otra parte, que pueda ser engafia- da, burlada por sus hemorragias. El desarrollo de la novela se basa precisamente en este lado oscuro, trégicamente irô­ nico, de su £e en la naturaleza. En cuanto a aquel la confian za inveterada ante lo que de su organisme le viene, queda - suficientemente llustrada en las palabras que dirige a su hija, aquejada a la sazôn de dismenorrea: "Reconozco que - esos dolores que sientes son molestos y no absolutamente ne cesarios (...) pero (...) el dolor, para nosotras las muje- res, es algo distinto que el dolor (...) en los hombres, - que sôlo lo sienten cuando estén enfermes (...) Este dolor (,..) es una exprèsiôn de la vida pletôrica de nuestrès ôr- ganos matemales" (DB. 682-683). No puede extrafiar que, an­ te la desapariciôn -que se prornete definitive- de ese sagra do dolor Rosalie, por motives distintos que la Gran Duquesa y la senadora Rodde, se encuentre abatida y tenga que ser - su "espiritual" hija quien la reconforte (DB.684-685). Atemperado por una inmadurez moral semicuIpable, el solipsisme de estirpe -si se me permite usar tan barroco 129término- que constituye el argumente de Wfllsungenblut es utilizado de nuevo por el autor como punto de arranque del relate de tema medieval Der Ervfihlte, cuyo ambicioso erapefio no es otro que el de recrear orgiésticamente el mite de Edi -219- po. El narrador, honesto fraile medieval, comienza su obra previniendo al lector contra el cuerpo humano (E. 284),esa carga de limitaciones y pecados por obra de la cual va a - surgir ante nuestros extasiados ojos la fantéstica narra— ciôn; pues de la debilidad de la c a m e y la mendacidad de la naturaleza -o mejor, de la incapacidad de los sentidos para entenderla rectamente- se ocupa el relato de "Clemen­ te el irlandés, ordinis divi Benedicti" (E,282), La fala— cia del pretendido orden natural se pone de manifiesto con el incesto de Sybilla y Willigis y sus consecuencias; Sy- billa afirma que "no crela posible" (E. 304) quedar embara zada de su hermano: si el pecado es contra natura, jcômo - puede dar frutos tan naturales?. Més tarde, su hijo Grigorss se couvertiré en su esposo, con lo que toda confianza ingé­ nue en la pretendida ley natural se vendré abajo para los - protagonistas, mostréndoseles en forma cada vez més insis— tente el carécter lôdico del existir; carécter que sus men­ tes medievales son incapaces de captar en su totalidad, pe­ ro que représenta el mensaje fundamental de la novela para el lector del siglo veinte. Distorsionando la situaciôn ha£ ta donde la propia leyenda medieval lo permite, Thomas Mann convertiré a Grigorss en un pequeno y peludo ser, semejante a un erizo, al cabo de sus diecisiete largos anos de peni— tencia en la roca (E. 424). Sôlo recuperaré su figura huma­ na después de ser rescatado y abundantemente nutrido por los visionarios que han de convertirle en Papa (E, 451). Fese a ser hijo del pecado y a haber -bien que in conscientemente- vivido algun tiempo contra la naturaleza. -220- Grlgorss liégaré a ser un Papa amado por la cristlandad. No por él, sino por su carécter de Erwëhlte, de elegido de la divinidad, de la ley que es incomprensible por la adolescen te razén humana. Y como tal elegido, sabe de su cuerpo y de su espiritu, y de la indisoluble vinculaciôn existente en— tre ambos; "su cuerpo era més bien delgado y no estaba dota do de grandes fuerzas (...) mas en los certémenes y juegos que tenian lugar en el patio (...) vencla Grigorss més ve— ces con su delicadeza que otros con su fuerza y energ£a(...) porque en la lucha empleaba todas sus facultades reunidas - y no sôlo las fuerzas del cuerpo, como bacfan los otros" - (E.344), Cuando, en defense de Sybilla, tenga que pelear con el hasta entonces invencible duque burgundio, no lo haré sin considerar que "ese hombre (...) debe poseer el don de con— centrarse en un grado superior a la medida comân, y de reu— nir todos sus espiritus vitales en un punto" (E. 369). En - cuanto a su madré Sybilla, reconfortada espiritualmente por la penitencia impuesta por su santo hijo, de que ya se hizo mèneiôn, no caeré en las garras de la enfermedad y la muer­ te, sino que seguiré siendo la arrogante dama de siempre, - pues "muy raramente la nobleza del cuerpo se inclina como - se inclina el aima cristiana por la conciencia del pecado" (E. 462) como, bien que a disgusto, el buen Clemente se ve obligado a reconocer. Llegamos por fin a la ôltima -e incompleta- nove la de Thomas Mann: Bekentnisse des Hochstaplers Felix Krull, en la cual se superan définitivamente las antinomies cuerpo- espiritu y realidad-apariencia, superaciôn que, desde Der - -221- Zauberberg, no ha dejado de hacerse cada vez més évidente y perfecta hasta alcanzar su culminaciôn en el relato autobio gréfico de Felix Krull. Entre el primer libro, escrito a - edad temprana por el autor, y su continuéeiôn hay, qué duda cabe, évidentes diferencias, explicables por la évolueiôn - del pensamiento del escritor a lo largo de los anos. Ocasiôn habré de ver alguna de elles. En cualquier caso, la idea del artiste dionisiaco, del hombre dionislaco, intuida ya por el joven Mann, precisaba de una élaboréeiôn de aRos que ju£ tifica més que suficientemente el largo hiato temporal que sépara el llamado Buch der Kindheit de los siguientes.Con to do, esta idea infunde en tal medida el pensamiento del autor que la obra, pese a dichas contradicciones,guarda una innega ble unidad. La mutabilidad esencial de nuestra realidad, que hace preciso sustituir la idea del ser por la del acontecer -el devenir- si pretendemos lograr una visiôn més clara de lo que, pretenciosamente, llamamos nuestra esencia, es reco nocida desde las primeras péginas. Hablando de su nacimiento dice Krull: "Yo -si es .que puedo llamar yo a ese para mi ex trafio ser- ..." (BHFK. 8). Temprano, como ya quedô dicho, - descubre Felix la omnipresencia de lo aparenclal en el mun­ do que se présenta a los sentidos, aceptando esta revelaciôn en detrimento de la habituai tentativa de reduce iôn a princi^ pios abstractos cuya realidad, primero supuesta, es luego - aceptada casi por modo creencial. Tiene lugar esta revelaciôn en el caraerino del actor Müller-Rosé, donde éste muestra im- püdicamente su cutis enfermo. Félix comprende que el atractl. vo aspecto del actor en el escenario es un engafio, y sin em­ bargo es ésto lo que los espectadores, el mismo incluido,van -222- buscando. No puede por menos de preguntarse: "^Se dejaban embaucar por él7 ^0 era que en un acuerdo téclto no consj deraban engaRo a este engaRo? (...) {Guérdate de decidir - en uno o en otro sentido!" (BHFK. 26). Desde este momento, el j6ven Krull renuncla a buscar el fondo de las cosas, e£ to es, a la metaf£slca,preservéndose todo entero para el - juego azaroso del acontecer. El universe todo no es, para - él, tanto raz6n cuanto voluntad, voluntad Iddlca. Y él mis­ mo tomaré como su razén de ser el juego de su voluntad més allé de las categories "bueno" y "malo". Sus primeros escar ceos son ya apaslonantes; recuérdese que, para obtener cier tos beneficlos -y no sélo por esta razén-es capaz de juger a voluntad con su organisme para simular cuadros morbosos - de mayor o menor entidad. Erraré quien piense que sélo con fines utilitarios se entrega Felix Krull a este juego con - su propia naturaleza. Lea quien lo dude las siguientes II— neas: "Es sabido',' dice Felix, "que los movimientos de nues- tras pupilas, tanto la contractién como la distensién, de— penden de la intensidad de la luz que las hiere. Yo me ha— bla propuesto someter a mi voluntad este movimiento reflejo de los obstinados müsculos. De pie, frente a un espejo(...) reunla todas mis energies internas para ordenar a mis pupi­ las contraerse y ampliarse segûn mi voluntad". Con algo de ejercicio conseguiré hacerlo, lo que le produce la natural satisfaccién "acompaRada de una especie de temor frente a - los misterios de la naturaleza humana" (BHFK. 11-12). Para concluir este breve recorrido por el Buch - der Kindheit de Felix Krull, mencionareraos aquel punto a que - 2 2 3 - no ha mucho nos referfamos en relaciôn con los cambios de opinlén que el paso del tiempo produce en la obra de Mann. Trétase de una referenda al acto sexual, que Félix Krull considéra una forma harto prlmaria, y hasta cierto punto - criticable, del placer, pues "nos deprime porque nos satis face hondamente y nos convierte en malos amantes del mundo; por una parte, porque le quita su hechizo, y por otra, por que nos despoja de nuestra gracia y atractivo, pues sélo - es atrayente quien desea y no quien ya esté satisfecho" - (BHFK. 41). Sorprendente punto de vista socrético-platéni- co en una obra que es ilustracién eximia del pensamiento - de Nietzsche. Perô no hay que olvldar que esta primera par te del Krull es contemporénea de Der Tod in Venedig, donde esta misma idea, aceptada al principio, seré rechazada por el protagonista pocas üneas antes de concluir la narracién. En la tardla contlnuacién de les Bekentnisse Felix Krull, - como en su momento Gustav von Aschenbach, y de manera aun - més explicita, abandonaré aquel punto de vista. Sinceramen- te horrorizado por unos versos que Zouzou, la hija del pro- fesor Kuckuck, dice haber leido en un libro religioso, con cuyo ideario se maniflesta acorde, y cuyo objetivo es depre ciar ostensiblemente el valor del cuerpo humano, sobre todo en su calidad de vehiculo de placer erético, Felix protesta airadamente: "Esos viles versillos estén hechos para des— truir la fe en la belleza, en las formas y en la imagen,en todo fenémeno que es apariencia y ensueno. Pero &qué séria de la vida y de la alegria, sin la cual no puede haber vi­ da, si ya no tuvieran validez alguna las apariencias y la superficie del mundo de los sentidos?. Voy a decirle una - -224- cosa, encantadora Zouzou: sus devotos versillos son més pe caminosos que el més pecaminoso de los placeres de la car­ ne, porque echan a perder el juego de las cosas, y echarle a perder el juego a la vida es no sôlo pecaminoso, sino I j L sa y llanamente demoniaco" (BHFK. 279-280). Profesiôn de - £é, de ética nietzscheana. Es bueno lo que acrecienta la - voluntad de vida. Y ésto, a su vez, es lo aparencial, cuya accidentaiidad brinda motivos més que sobrados para hablar de juego y de inocencia en el acontecer côsmico. Tal proie siôn de fé se nos muestra como elevada a la enésima poten- cia cuando nos damos cuenta de que es el deseo de Zouzou - lo que dota de tan célida fluidez al verbo de Felix, quien repite la experiencia gnoseolôgica de Hans Castorp en la - terraza del Berghof. Krull reconoce el poder que, en ese - mismo instante, obra sobre él. A temprana edad descubre el protagoniste una de las més importantes fisuras en la ciclôpea construccion - que es el modo de vida burgués: "La alabanza o la censura (...) sôlo se aplican al ôrden moral, no al natural; a la- bar el mundo natural parece, desde este punto de vista, co sa injuste y frivole" (BHFK. 52); desde ese mismo instante, el muchacho decide no aceptar esa ley, si no es complicén- dola un poco, sacéndola de su estéril unilateralidad. Con- templando viejas fotografias familières se asegura de que su hermoso aspecto nada debe a la herencia, con lo que "no me quedaba més remedio", conflésa, "para explicar el ori— gen de mis excelencias, que buscarlo en mi propio interior" (BHFK. 52). "iSeria -continua- verdadero el inequivoco sen -225- tlmlento de que tales cosas eran, y en un grade significa­ tive, mi propia obra, y que ml voz podla haber sido cooiple tamente vulgar, mis ojos apagados y mis plemas torcidas, si mi aima hubiera sido més négligente?". Concluye con una cita casi literal de Nietzsche^^^; "Quien araa verdaderamen te al mundo, se modela asi mismo para gustarie" (BHFK. 53). Con su nueva sabiduria, con su Gaya Scienza, es­ te Hermes terrena1 que es Felix Krull, como su ditlrémbica amante parisina llega a intulr, puede responder al otro - Hermes, al inhumano a fuerza de ser divino, que acompanaba a José y que tan desagradables ideas expresaba acerca del cuerpo humano, y més particularmente, de los ojos. "jEsa - mucosidad que descansa en una concavidad 6sea, destinada a corromperse algun dia, inanimada, en la tumba, a disolver- se en un residuo acuoso, es capaz, empero, mientras la anl. me la chispa de la vida, de tender los més hermosos y eté- reos puentes sobre todos los abismos que separan a un ser humano de otro!" (BHFK. 66). {Orgullo de la apariencia efi mera, que alcanza su madurez en el instante!. El mismo or gullo que maniflesta el protagonista,desnudo en una fila - de jôvenes desnudos como él, en espera del exémen del médi. co militari "El verdadero y real orden de jerarquias se e£ tablece précisa y ûnicamente en ese estado originario, y - (...) la desnudez sôlo puede llamarse justa en la medida - en que proclama la naturaImente injuste constitueiôn del - género humano, injuste en cuanto a su aristocracia"(BHFK. 72). Procédé ahora hablar de la experiencia cosmolôgi. -226- ca de Felix Krull. Y conviene hacerlo en este lugar por - cuanto, como veremos, para Krull igual que para Castorp, - cosmologie y antropologia no son sino dos cares de una mi£ ma realidad. En feliz fdrmula expresa este concepto el ya mencionado profesor Kuckuck ante el protagonista: "Un vie- jo arquitecto solia decir que quien quiera construir un - edificio tiene que reconocer primero la perfecciôn de la - figura humana, pues en ella estén contenidos los més profun dos secretos de la proporciôn. Los misticos de la propor— ciôn sostienen que el hombre (...) ocupa exactamente el pim to medio entre el mundo de lo completamente grande y el de lo comple tamente pequeRo" (BHFK. 210). Continuando con su explicaciôn, Kuckuck conduce de la mano a Felix a través - de las mismas nociones que, en la noche fria, se hacian po co a poco patentes a Hans Castorp. Asi aprende el dionisia co personaje, como su antepasado hamburgués, que "no sôlo hubo una generaciôn esponténea, sino très tel asalto al ser de^ de la nada, el despertar de la vida en el ser, y el naci— miento del hombre " (BHFK. 212). Y el pensamiento de Felix Krull sigue definiéndosê: "La naturaleza, por magnifica e interesante que sea, no atrae tanto nuestra atenciôn cuan­ do nuestro pensamiento esté ocupado con lo humano" (BHFK. 247), idea que el autor suscribe cuando, en Meerfahrt mit Don QuiiOte, cita a Goethe: "iNo es verdad que la contem- placiôn cosmolôgica del mundo lleva en si algo de puéril - en comparéeiôn con su antinomie, la contemplaciôn psicolô- 131gica?" . El saber acerca del cosmos es valioso en tanto - que dirigido a responder las preguntas que el hombre se for mula en torno a su propia realidad; con esta creencia visl- -227- ta Felix el Museo de Ciencias Naturales de Lisboa, dirigi­ do por el mismo Kuckuck. Los metazoos inferiores que alii se ven son, para el aventurera, ensayos de la naturaleza para llegar a él (BHFK. 236). Con religiose atenciôn contempla, después, las fidedignas reproduceiones de sus remotos ante pasados, en quienes se deja ya sentir la hue 11a del espirJL tu, de la tercera generaciôn (BHFK. 239), y esta impresiôn completaré las recibidas en el vagÔn comedor durante la - conversaciôn con Kuckuck. Lamentablemente hemos de suspender aqui la bus- queda, como en anteriores ocasiones, pues la novela queda sin continuaciôn pocas péginas més lejos. De todos modos, lo hasta ahora visto parece suficiente para afirmar, una - vez més, la decidida toma de partido del autor por aspec— tos capitales de la obra de Nietzsche. Sôlo teniendo presen te la influencia de esta filosofia en el pensamiento de Tho mas Mann seré factible afrontar con posibilidades de éxito el anélisis del concepto del tiempo -fundamentalmente en re laciôn con la enfermedad- en su obra literaria. Hasta que en Der Zauberberg, calificada por el - 132autor de "novela del tiempo en un doble sentido" , se lie ve a cabo un detenido anélisis del tiempo -mejor hariamos - en decir la temporalidad como ingrediente existencial-,elte ma de la finitud de la existencia humana, puesta de manlfiea to por la enfermedad mortal, es abordado desde un punto de vista nada nuevo; el paso del propio tiempo existencial,que se sabe prôximo a acabar, détermina en el sujeto una angus- -228- tla que trata de evitarse mediante el rechazo de la consi- deraciôn del devenir temporal, en el caso del protagonista 133de Der Kleiderschrank , o que, por el contrario, es aprove chada como decadente elemento estético, capaz de llenar, en cierta medida, esas mismas horas que separan al aujeto de - su propio fin, que de otro modo estarlan vacias de signifi- cado, siendo ésto mismo lo que en iSltimo término da pébulo a la voluntad de autoaniquilaciôn de que es victima el per­ sonaje central de Der Tod. En el primero de estos dos casos, Albrecht van der Qualen, desahuciado por los médicos, "no - usaba reloj (...). No le gustaba saber a que hora, en qué - dia de la sémana se encontraba. Y tampoco ténia calendarlo. Hacia tiempo que se habia librado de la costumbre de querer saber el dia del mes o sôlamente el mes, y hasta el aRo en que vivia. 'Todo ha de estar en el aire', solia penser; y - esta exprèsiôn, més bien oscura, ténia un claro signifIcado para él. Raras veces, por no decir nunca, se veia arrancado de esta ignorancia del tiempo, porque ténia buen cuidado en apartar de si todas las ocasiones que pudiesen sacarle de - ella" (K.114). En cambio, el protagonista y narrador de Der Tod anota en su diario: "Ahora sôlo puedo mirer hacia delan te, penser en lo que va a suceder, esperar sôlo ese dia fa- tidico y trascendental, el doce de Octubre del cuadragésimo aRo de mi vida No tengo miedo, pero siento que ese - doce de Octubre va acercéndose con penosa lentitud" (DT.52). Dias més tarde, precisamente el treinta de Septiembre, es— cribe; "|E1 ultimo Septiembre!. Ya queda poco, ya queda po— co. Son las très de la tarde, me he dedicado a calculer los minutos que todavia faltan para el doce de Octubre. Son ocho -229- mll cviatroclentos sesenta" (DT, 53). La negacién en un caso, la contemplaciôn obsesiva en el otro, seRalan bien a las cia ras la importancia que el paso del tiempo ha adquirido para estos dos hombres que saben prôxlma su muerte. Gustav von Aschenbach, que sabe nebulosamente que viaja a Venecia para morir, se hace también cuestiôn del - tiempo que le ha sido concedido, cuya extensiôn desconoce - todavia. Al comienzo del relato siente Aschenbach "el temor del artiste a no acabar, esa preocupàciôn por que el reloj se detenga antes de haber realizado su tarea y haberse dado plenamente" (TV. 341). En consecuencia, deseaba vehemenbemente llegar a viejo" (TV,343). Para él, morir es, simplemente, - "perder al tiempo, salir de él", como se dice en Die Geschi- chten Jaakobs (JSB,38). La segunda parte de la frase no se - ha escrito aün, cuando Aschenbach muere. Fero en su muerte se esté empezando a pensar, comienza, decidido, su periodo gestacional: "pero también',' concluye Mann, "ganar la eterni dad y la actualidad plena —Allgegenwart- y, por consiguien- te, lograr la verdadera vida. Pues la esencia de la vida es el presents". Para llegar a ésta criptica afirmaciôn es pre ciso recorrer un largo camino, sobre el que, tal vez, en aJL gun lugar se encuentra un portai de piedra ante el que seré necesario entablar conversaciôn con cierto enano, orainoso - parésito que pesa sobre los hombros del viajero. Esta conver saciôn a la luz de las estrelias se llama, en la obra escri- ta de Thomas Mann, Der Zauberberg. Para engolfarse en el anélisis de esta novela des- -230- de el punto de vista del tiempo conviene, antes de nada, oir lo que el propio novelista tiene que decir de su obra desde este particular enfoque. En su conferencia de Princeton défi ne Mann su novela como "Zeitroman -novela del tiempo- en un doble sentido; por un lado, histÔricamente hablando, pues in tenta realizar el retrato intemo de una época, la europea -13J, de preguerra, pero también porque el puro tiempo es su tema" . Después de semejante declaraciôn se hace preciso al leç tor mantenerse bien despierto para intentar extraer de la - lectura todo cuanto en la narracién, a menudo mediante alego rias, se dice sobre el asunto. Sélo asi es posible darse - cuenta de que, desde las primeras Ifneas, la nocién corrien- te del transcurrir del tiempo va a experimenter serios ata- ques. El joven Castorp se encuentra todavia en el tren, via jando hacia los Alpes, cuando ya el escritor ofrece a nues­ tra consideracién las siguientes reflexiones; "Dos jornadas de viaje alejan al hombre -y con mucha més razén al joven, cuyas débiles ralces no han profundizado aun en la existen­ cia- de su universe cotidiano (...), mucho més de lo que pu do imaginer en el coche que le conducla a la estacién. El - espacio que, girando y huyendo, se interpone entre él y su punto de procedencia, desarrolla fuerzas que se cree, de or dinario, reservadas al tiempo. De hora en hora, el espacio determine transformaciones interiores muy semejantes a las que provoca el tiempo, pero que, de algun modo, sobrepasan a éstas. Lo mismo que el tiempo, trae el olvido; pero lo — hace desprendiendo al hombre de sus referencias, para tran^ portarle a una situaciôn libre y original (...). El tiempo, segun se dice, es el Leteo. Pero el aire de las lejanlas es -231- un brebaje semejante, y si su efecto es menos radical es, - en cambio, mucho més répido” (Z.7-8), Las evoluciones del - tren complican adn nés la situaciôn, pues "se hacian para— das ante pequeRas estaciones misérables, empalmes que el - tren abandonaba en sentido inverso, lo que producla un efeç to desconcertante, pues no era posible saber en qué direc— ci6n se viajaba" (Z,9), En estos primeros composes el autor da la impresiôn de querer separar, de forma que luego demo£ traré artificiosa, la conciencia del tiempo de la del espa­ cio. Sin duda que para Hans Castorp ésto es asi y cualquie- ra que le preguntara su opiniôn al respecto no escucharla - de sus labios otra cosa que una ferviente confirmaciôn de - los razonamientos que el autor acaba de exponer. Lo que, en efecto, produce sensaciôn de novedad en el ingeniero no son los dos dIas transcurridos, sino el desplazamiento en el es pacio que en ese tiempo ha tenido lugar, su abandono del - "universo cotidiano". Pero el lector critico, que conoce lo que espera al protagonista de la novela, no puede dejar es- capar la sugerencia que este término -Alltagswelt- encierra en su interior. El alejamiento en la distancia détermina, - segûn dicho término, la separaciôn de una realidad que, asen tada en un marco espacial, tiene un carécter temporal que la palabra utilizada para nombrarla reconoce. El desplazamiento en el espacio a que se somete el protagonista arrastra el - abandono -tal vez sôlo momenténeo- de los jalones temporales de que se sirve en su vida diaria. Asi ocurre que su desozien taciôn espacial lleva consigo una cierta desorientaciôn tem­ poral y, en su condiciôn de peregrino, de colono que debe — apoderarse del medio mégico de la montana, tendré que replan - 2 3 2 - tear se sus Ideas sobre el tiempo y su relacl6n con el espa- cio -parte del cual, y no poco importante, la constituye,co mo vimos; su propia corporalidad- para adaptarse de tnanera positiva a las exigencias del que, a lo largo de siete anos, va a ser su medio. Vamos a ver c6mo se realiza esta adapta- ci6n. El aprendizaje de Hans Castorp comienza, en éste como en otros aspectos, bajo la tutela de su primo Joachim. Interrogado por éste sobre la duracién de su visita, respon de Hans que seré de très semanas. Aprende entonces de qué - distinta manera se considéra el tiempo entre los pacientes del Berghof: "Très semanas no son casi nada para nosotros, los de aqui arriba; pero para tl, que estés de visita, très semanas son, desde luego, mucho tiempo (...) 'jDentro de - très semanas, a casa!', eso son ideas de abajo" (Z.ll). Los enfermes, los que acuden al sanatorio en busca de curacién, saben que no pueden disponer con libertad de su tiempo. La mayoria, como sabemos, se rendiré a la enfermedad entregén- dole su tiempo vacio, sih encontrar en sus creencias el va­ lor necesario para luchar por Ilenarlo. Castorp acude como sano estando, por el contrario, tan enferme como casi todos los que "abajo" se creen en posesién de la salud. Por eso - es, en principle, un hombre apresurado a quien très semanas resultan adn demasiado largas para dedicarlas al ocio. Al - saber que Joachim tiene, todavia, para seis meses, no puede evitar escandalizarse: "jMedio afio! &Estés loco? (...) (Na­ dia puede disponer de tanto tiempo!". Y Joachim, comprensi- vamente, aclara: "Si, el tiempo(...). Aqui se toman unas li - 2 3 3 - bertades con el tiempo de la gente,como no puedes hacerte idea " (Z.ll). Ese tiempo que tan seriaroente considéra el bur- gués Hans Castorp es mercancia con la que los Jerarcas del sanatorio, generaImente con el consentimiento de sus clien tes, se toman insospechadas libertades. El cambio de medio geogréfico primero, y ahora la conturbadora sensacidn de - no poder fiarse de los propios criterios para medir el tiem po sumergen al joven en una especie de vértigo. Todo cuan- to sobre el tema manifiesta su primo va directamente con— tra sus més acendradas creencias, contra todo aquello en - lo que, hasta ahora, se ha basado su modo de vida. Joachim, que lleva cinco meses en la montana, no parpadea al confe- sar a Hans que "cuando uno esté instalado aqui por toda una etexmidad" todo cambio es recibido como una liberaciôn. Por ello le esté agradecido por su visita: "Es una especie de - corte, un hito en esta monotonia etema e infinite". "Pero el tiempo debe pasar aqui bastante deprisa", aduce el sor— prendido joven. "Deprisâ y despacio, como quieras (...).Quie ro decir que no pasa de ningûn modo. Aqui no hay tiempo, ni tampoco vida" (Z.18). Hemos llegado al planteamiento del auténtico pro­ blème. La existencia irresponsable de los pacientes del sa­ natorio, que entregan su tiempo a las autoridades médicas, es vacia e inauténtica, tan s61o comparable a la muerte.Cuan do Settembrini pretende que Hans Castorp vue1va al llano, - considéra esencialmente mejor que su joven pupilo sea dueho -234- '“1de su proplo tiempo, llenéndolo s e n d 1lamente con sus ta— reas civiles burguesas. Pero el esplritu de Castorp, que - ha experimentado ya una séria conmociÔn al ver difuminarse, de la noche a la mahana, creencias que tenla por sôlidas e incontrovertibles, sobre las que se fundaba su capacidad - de actuar, ha perdido toda posibilidad de retomo a su an- tiguo modo de vida. Debe rehacer su propia existencia, mo- dificando aquellas creencias de acuerdo con la nueva Infor maciôn que el medio mégico le ofrece. La idea del tiempo vital, la duracién consciente de la propia vida, del tiempo para algo que rige en el pais llano es, segûn Hans ha aprendido, la siguiente: Una de las coordenadas de la vida, quizé la més fundamental, es su li- mitaciôn -en otro sentido, su duracién-. Vivir es, desde el punto de vista de la temporalidad, llenar el tiempo de que se dispone. La actividad ciega, sea metédica o desordenada, es suficlente para alcanzar este objetlvo. Pero algo innom brable en el ser humano, que exige de él una explicacién - teleolégica suficientemente satisfactorla para esta activ^ dad, no se satisface con la mera sucesién de actos semlme- cénicos y acontecimientos impredecibles. El anhelo de jus- tificar radicalmente la propia actividad y de dominer, en la medida de lo posible, el acontecer, es connatural al - ser humano, y cuando algûn accidente suf icientemente signj^ ficativo -ejemplo excelso, la enfermedad- lleva la aten— cién del hombre hacia si mismo, sus puntos de partida exis tenciales pueden verse seriamente cuestionados. La respue£ ta més fécil a tan dura interrogacién consiste en el aban- -235- dono del proplo tiempo -de la propia libertad, de la pro­ pia responsabilidad, en suma, de la propia vida, segun la acertada expresién de Joachim- en manos de aquel a quien - se considéra sano, superior, capaz de dominer la situacién. De aqui la emigracién de estos enfermas al sanatorio, a la "montafia mégica", donde consumen sus existenciasvacias en la irresponsabilidad total. En lenguaje de Nietzsche, son éstos los trasmundanos. De todos ellos podria decirse, ir6 nicamente, lo que Joachim explica a Hans acerca de los corn ponentes de la "Asociacién de los medlos pulmones": {Son - tan libres..,! (...). El tiempo no tiene importancia para ellos" (Z.56). No la tiene, porque han renunciado a la im­ portancia en aras de su puéril, irresponsable satisfacciôn. Con el tiempo, Hans descubre que la gran mayoria de los pa cientes ha llegado al grado extremo de la pérdida de la ca pacidad de sentir el paso del tiempo: "No tenian concien— cia de los intervalos" (Z.218), reconoce el joven cuando - comprueba que nadie se da cuenta de su regreso al comedor, después de pasar très semanas en cama. Légicamente -sieopœ segûn la patolégica de la "montaRa mégica"- alcanzar seme- jante grado de inconsciencia représenta el méximo logro de los enfermes, y asi los veteranos consideran un signo de - debilidad la necesidad que ocasionalmente experimentan los novicios de recurrir a la lectura. Ellos, en cambio, "ha- bian aprendido, desde hacia tiempo, a destruir el tiempo - mismo sin distracciones ni ocupaciones intelectuales, y a hacer que éste resbalase gracias a un virtuosismo interior" (Z.288). Este virtuosismo no es, de todos modos, tan exqui­ site como pretenden aquellos que hacen gala de él. &C6mo en -236- tender, en caso contrario, la furlbunda entrega a las dis­ tintas modes que, en determinados momentos, se aduenan del ambiante sanatorial?. Téngase en cuenta, sobre todo, que - dichas modes tienen como rasgo comûn la voluntad de aniqul 1er el tiempo, aniquilacién que rare vez puede ser complé­ ta con la lectura, por intrascendente que sea ésta. Castorp asistiré asorobrado a la sucesiva eclosiôn de varias de es­ tas modas. En primer lugar, "la fotografia de aficionado", que "se habia convertido, durante semanas y meses, en una locura general, de manera que no habia nadie que no se in- clinase sobre un aparato apoyado encima del estémago, que no enfocase un objetlvo y que no terminase por hacer cir­ cular fotografias durante las comidas" (Z.664-665), También de locura general es calificada la aficiôn filatélica cuan­ do se sale del pequeno circula de pacientes que siempre han hecho gala de ella. Aün més deroencial parece el reconoci— miento subito "de que el buen tono exigia, por ejemplo, que se reuniesen y devorasen grandes cantidades de chocolate de las marcas més variadas". Los dlbujos de un solo trazo, pre ferentemente con los ojos vendados, alcanzan luego tal acep tacién que incluso llegan a exiglr "los ultimos pensamien— tos, las postreras manifestaciones de energia de los mori­ bund os" (Z.665). Finalmente, en el caso del procurador Para vant, la actividad que monopolize todo su interés y a la - que dedica todo su tiempo, es la tentative matemética, de - rancio abolengo, de lograr la cuadratura del circule, de eu ya posibilidad se muestra francamente conveneido (Z.666-667). De todo lo anterior se desprende la siguiente consecuen— cia: "Se hubiera juzgado inhébil y brutal decir a algulen - -237- que se encontraba aqui desde hacia tres afios" (Z.A35). El tiempo existencial puede abandonarse de forma falazmente Inconsciente; pero el reconocimiento de este abandono im- plicaria el retomo a la responsabi lidad. Y ésto es algo que los enfermizos habitantes del sanatorio no pueden per mitirse. La destrucei6n del tiempo -de la responsabilidad, de la vida- es condicién indispensable de su exangUe super vivencia. De este modo venden, pues, su tiempo y su aima - los trasmundanos. Pero Hans Castorp aprenderé pronto a co- nocer, al lado de éstos, abocados al mismo final, pero étl. camente muy diferentes, a aquellos otros que, sin abando— nar la tipologia nietzscheana, llamaremos "los que desean 135su propio ocaso" . Pues también de este tipo de hombres se dan ejemplos en ese mosaico de la sociedad occidental - que es el Sanatorio Intemacional Berghof. Trétase de Joa­ chim Ziemssen y Lodovico Settembrini. Ziemssen, lo sabemos ya, es consciente del malévolo juego con el tiempo a que - se entregan sus compaReros de encierro, juego en el que no es capaz de participar y que provoca su angustia y su re— puisa: "... y es necesario que mo estanque aqui, como una ciénaga" (Z.208), se queja a su primo. Todo su ser se rebe la ante la idea de destruir, de perder el tiempo, quisiera volver al pais llano, a la vida activa. Pero no hay que ol vidar que es allf donde ha contraido su enfermedad y donde, aRos més tarde, dando un mentis a la calidad existencial - de su modo de vida, su tuberculosis se agravaré hasta 11e- varle a la tumba. Tampoco el pals llano, con su modo de yl — 238— vir el tiempo, responde a las desconocldas exigencias del militar. Pero éste considéra preferlble, ya lo vimos, "mo rir a seguir al serviclo de la cura (Z.629), Todo antes - que dejar pasar una etemidad de tiempo vaclo, sin peso, sin entidad. Asl lo reconoceré ante su primo durante los primeros dies de su estancia en Davos: "Me gusta totnarme la temperatura cuatro veces al dla, porque en ese momento uno se da verdaderamente cuenta de lo que es, en realidad, un minuto y también siete minutes mientras que de los sie te dlas de la sémana no se hace aqui ningûn caso; ésto es lo espantoso" (Z.70), Suf icientemente sensible para cotnpren der lo terrible de la situacién. Joachim Ziemssen elegiré su propio ocaso, lo que no escape, como sabemos, a Castorp, ni al que otorga el tiempo en el sanatorio, Rhadamante - -Behrens, quien no duda en atribuir el exltus letalis (Z. 577) del militar a su reencuentro con el tiempo de abajo, tiempo lleno y acelerado que ha precipitado los aconteci­ mientos (Z.567-568). Tan^oco Settembrini se encuentra a gusto en el mundo intrascendente y aséptico de la cumbre. Echa de me­ nas contInuamente su perdida libertad, y lucha por devol- ver a Castorp a la vida activa, por considerarlo lo mejor para él. En su primer encuentro reconoce envidiar la posi bilidad de que el joven dispone, de utilizer unidades de medida del tiempo que los enfermas se han visto obligados -o han decidido, en la mayoria de los casas- a olvidar - (Z.63). El humanista piensa con nostalgia en el tiempo per dido, y trata de conseguir que, en el cémputo general del -239- suyo, aquél no prédominé sobre el tiempo activo, lleno. Y ésto es diflcll cuando, voluntaria o involuntariamente, - el propio tiempo es "administrado" (Z.62) por los jueces infernales. Trataré de mantenerse libre en la medida en que se lo permita su enfermedad, como demuestra su comentario referente a las periédicas intervenciones de una orquesta en el Berghof. Pregunta Hans al italiano si le gusta la - müsica, a lo que éste responde: "No por reglamento (...). No segûn el calenderio; no cuando trae olor de farmacia y me es concedida por razones sanitarias. Me interesa toda­ via un poco mi libertad, o al menos ese resto de libertad y de dignidad humana que aûn conservâmes" (Z.119). Settem brini es quizé el ûnico enfermo consciente del incalcula­ ble peligro que encierra el abandono de la responsabilidad en la replecciôn del propio tiempo, y trata en toda ocasiûn de prévenir a su discipulo. Como Joachim, terminaré renun- ciando a las dulzuras de la cura, confinéndose para concluir su vida en una habitaciûn alquilada donde, mal que bien, es dueho del tiempo que le ha sido concedido. Igual que el mi­ litar, considéra més honrado acabar libremente con su vida que aceptar una existencia inauténtica, en la que la prolon gacién de la duracién de la vida se consigne a expenses de su contenido. Volvamos con el protagoniste. Bajo la influencia de la régula vitae del Berghof, la desorientacién temporal se apodera répidamente de él, hasta el extremo de no ser ca paz, a los pocos dies de su llegada, de recorder su propia edad cuando Settembrini le pregunta por ella (Z.91). Y iqué -240- decir de la sorpresa que manifiesta cuando su primo le re— cuerda que no lleva todavia un dla compléta en el sanatorio, y ya habia de marcharse? "|Dios miol -exclama- ^No nos ha— llamos més que en el primer dla?. Tengo la compléta impre— sl6n de que me encuentro entre vosotros los de aqui arriba, desde hace mucho tiempo" (Z.88). La propia Naturaleza pare­ ce complacerse en este juego: en pleno mes de Agosto "esta- 116 una formidable tempested de nieve" (Z.lOO), fenémeno na da raro en el lugar, al decir de Joachim: "Puede decirse - que no pasa un mes sin que nieve (...). Hay dlas de invier- no y dlas de verano, dlas de primavera y dlas de otoRo, pe­ ro lo que se dice verdaderas estaciones, eso no existe aqui arriba" (Z.lOO), |Ni siqulera es posible guiarse por el rit mo de las estaciones, el més antiguo criteria para la medi­ da del tiempo junto con la altemancia dla-noche I. No hay - més ritmo temporal que el que determinan las autoridades del sanatorio: para un mismo dla, las horas de las comidas; pa­ ra las semanas, el intervalo de siete dlas, independlente del calendario -funcién tan s61o de la fecha de ingreso de cada paciente- que sépara las sucesivas facturas (Z.170); en lo que se refiere a las quincenas, son las conferencias de Krokovskl y las actuaciones de la orquesta quienes las deli mitan (Z.171) y los meses, para Hans, representan el pério­ de de tiempo que media entre dos visitas consécutives a la peluquerla (Z.574). En estas circunstancias es comprensible que la - conciencia se vuelva hacia el nuevo problème que se le plan tea. Y en la primera ocasiôn en que Castorp hace ésto descu -241- bre la dlferencla existente entre el tiempo mensurable por convenciôn y el tiempo existencial:"El tiempo no tiene nin- guna realidad. Cuando nos parece largo, es largo, y cuando nos parece corto, es corto; pero nadie puede saber qué can- tidad de longitud ni de brevedad tiene". Joachim opone a é£ te el siguiente argumente: "Un minuto es tan largo... dura tanto como el tiempo que emplea la aguja del segundero en - recorrer su circule". "Pero emplea en eso tiempos muy dife­ rentes, segun nuestra apreciacién", objeta Hans. "Medimos, pues, -contihûa- el tiempo por medio del espacio. Es, por - consiguiente, poco més o menos, lo mismo que si quisieramos medir el espacio con la ayuda del tiempo, cosa que no se les ocurre més que a gentes desprovistas en absolute de espiritu cientifico (...). Decimos: el tiempo pasa. {Bueno, que pa- se! {Pero en lo que se refiere a medirle...!. Para que se - le pudiera medir séria precise que transcurriese de una ma­ nera uniforme Para nuestra conciencia, en todo caso, no es asi" (Z.71), Una y otra vez vuelve el autor sobre es­ ta idea: "El tiempo, en realidad, no tiene cortes, no hay - trueno ni sonido de trompetas al principio de un mes nuevo o de un afio nuevo, ni incluso en el alba de un nuevo siglo; ûnicamente los hombre s disparan cafionazos y echan al vuelo las campanas" (Z.239). Una cosa es medir el tiempo, y otra muy distinta vivirlo. Y ésto, tengémoslo en cuenta, lo aprende Hans Caŝ torp gracias a la enfermedad. Son las ya comentadas decla- raciones de su primo acerca del tiempo empleado en tomarse la temperatura las que motivan la excursiôn filoséfica que -242- acabamos de presenciar. El pàso de los dlas, meses y aRos, daré ocaslén al joven de ejercltar su recién estrenada ca­ pacidad analltica relativa al tiempo. "Se cree que la nove dad y el carécter interesanté de su contenido hacen pasar el tiempo, es decir, lo abrevian (...). Monotonia y vacio alargan, sin duda, algunas veces, el instante y la hora y los hacen aburridos, pero abrevian y aceleran, hasta redu cirlas casi a la nada, las grandes y vastes cantidades de tiempo. Por el contrario, un contenido vivo e interesante es, sin duda, capaz de abreviar una hora e incluso un dla pero, considerado en conjunto, presta al curso del tiempo amplitud, peso y solidez, de tal manera que los anos ricos en acontecimientos pasan mucho més lentamente que los aRos pobres, vacios y ligeros, que el viento barre y que se van volando" (Z.110-111). El paso del tiempo no es, entonces, algo que pueda desligarse de la vida personal. La vida hu­ mana se realiza en el tiempo, y en tal medida da éste pébulo a aquella.^Qué ocurre en la "montaRa mégicâ"?. El tiempo se ha vaciado de su contenido existencial, ha dejado de ser - tiempo biogréfico para convertirse en mero tiempo biolégi- co, més frlamente aün, en "biorritmo" -valga el neologismo, aceptado al menos por los clinicos-. Para quien mantenga - todavia alerta los sentidos del esplritu, el tiempo se ha reducido a "un mismo dla que se repite sin césar. Pero, co mo siempre es el mismo, es, en el fondo, poco adecuado ha— blar de repetlcién; séria preciso hablar de identidad, de un présente inmôvil o de eternidad (...) y lo que se te re vela como la verdadera forma del ser es un présente sin ex tensién en el que te traen eternamente la sopa"(Z.195).Asi -243- lo entiende Hans Castorp cuando se ve obligado a guardar cama durante tres semanas. Pero el abandono del lecho no acaba con el problems. Poca dlferencla hay entre la habl- tacl6n numéro 34 y el sanatorio del que forma parte. "Alii -afirma Karthaus- el tiempo sin peso, pobre en aconteci— mientos, va a ser experimentado siempre como repeticidn - de lo mismo, se encoge finalmente hacia un 'presente sin - extension', y por eso no puede hablarse ya de tiempo, pues ésto supondrla llenar de un ünico contenido una serie de - instantes irrepetibles" . Por ello, cuando al cabo de las siete primeras semanas reflexions el ingeniero acerca del tiempo que ha pasado en el sanatorio, debe reconocer que - "le parecia a la vez de una brevedad y de una longitud po­ co naturales. Un s61o aspecto de este tiempo se le escapa- ba: su duracién real, adroitiendo que el tiempo sea una co­ sa natural y que sea posible aplicarle la nociôn de reali- dad"(Z.233). El problems del tiempo, del tiempo existen— cial, del temps vécu de Minkowski -cuyo pénsamiento habré de ayudamos, més adelante, a resumir comprensivamente la évolueién de Hans Castorp- se toma acuciante desde el mo­ mento en que el joven intuye que la renuncia a la responsa bilidad sobre el propio tiempo vitales el sintoma primor— dial, si no la causa, de la enfermedad. Inconsciente, invo luntarlamente, Hans parece preguntarse: &Qué ha ocurrido - con el modo lineal^^^ de vivir el tiempo que, junto con - Settembrini, la burguesfa progresista europea ha considéra do vélldo desde sus origenes histéricos?. Si el modo de vi da basado en esa comprensién lineal, evolucionista ad inf 1- nitum, se viene abajo de tan lamentable modo, ^cémo debe. -244- pues, plantearse el hombre la comprensién de la esencia - -no digamos realidad, pues asi lo quiere el autor- del tiem po?. En medio de su enfermedad, Castorp ha tenido el atis- bo de otra posible idea del tiempo: la repeticién. iSe de^ cubre ya la anunciada presencia de Nietzsche?. Todavia no. El autor se ha apresurado a llamar la atencién del lector sobre el error que representarla tomar, demasiado a la li gera, por repeticién lo que sélo es identidad. La imagen - del ciclo, del anillo, que tal vez asoma a la mente del - protagoniste y del lector ante la reiteracién de un numéro muy limitado de fenémenos que se presentan a sus sentidos, puede, en todo caso, asociarse a las doctrinas que afirman el etemo retorno al modo antiguo, la repeticién ciclica - del cosmos. Pero este pensamiento no es en modo alguno sal vador. Si la creencia en el progreso ilimitado del indivi- duo y de la especie en el tiempo no baste para justificar la propia vida, ^cémo habrfa de hacerlo una doctrine que - suprime de raiz la libertad y desvalorize los propios ac— tos?. La repeticién pura y simple hasta la identidad es la esencia misma de lo morboso, la sopa etema del enfermo en camado, el modo vicioso de vivir el tiempo al que acceden los derrotados en el empeno de vivir segün una idea recti- Ifnea de aquél. Para hacer ésto aün més évidente, el autor acude al expediente de crear un personaje victime de una enfermedad cuya principal caracteristica es su carécter c^ clico. El persona je al que me refiero es Peeperkom, y su enfermedad, el paludisme. Con todo, la personalidad de Pee perkom aparece como un ensayo frustzado de un nuevo modo - de vida. Pese a su ya comentado final, es el holandés un - -245- hombre que, casi de forma mégica, despierta la admiraciôn y el respeto de cuantos le rodean, incluido Hans Castorp. El hecho ha sido suficientemente comentado por Karthaus, y constituye el toque de atencién del novelists hacia dos a£ pectos de la idea del etemo retomo: De un lado, su insu- ficiencia para sostener la vida si es entendida como mera reiteracién; de otro, la posibilidad de encontrar en dicha concepcién del tiempo la clave para concilier libertad y - necesidad, azar y voluntad. Henos aqui, plantados junto a Hans Castorp frente al portai de que antes hablébamos, lie vando sobre nuestros hombros al esplritu de la pesadez. Ese portai en cuyo dintel se lee la palabra "instante”, ante - el cual tiene lugar el diélogo que cada Zarathustra sostie ne consign mismo, cuyo resultado es la mptura del anillo mostrenco de la repeticién mediante la afirmacién de la pro 138pia voluntad . Veamos de qué modo se plantean al joven la visién y el enigma de Zarathustra. Es preciso recorder cémo Hans ha ascendido, a du ras penas, hasta el torrente de la montaRa, viéndose sor— prendido alll por una incoercible epistaxis. Anteriormente hice alusién al modo con que la juguetona naturaleza pare­ ce querer 1lever a su espiritu la idea de Heréclito de que 139"todo fluye", idea tan estiraada por Nietzsche como fér- mula del devenir. Todo fluye, todo deviene, nada permanece idéntico. Aün cuando las posibilidades de ser sean limita- das y deban haberse dado ya infinités veces, y deban volver a darse veces infinités, a lo largo de las dos etemidades que confluyen en el portén del instante, "nadie se baRa dos —246— veces en el mismo rio"^^^. Segûn Fink, quizé el més fino intérprete de Nietzsche, "esta repeticién de lo mismo pre supone la diversidad real, la diferencia de los momentos temporales Para nuestro modo de concebir ordinaria mente la repeticién damos por supuesto que el tiempo es - rectilineo: distinguimos lo anterior y lo posterior. Més - la idea de una repetibilidad etema élimina precisamente - lo anterior y lo posterior". Esta interpretacién exige, se gün Fink, considérer dos émbitos del tiempo: el Intramunda- no y el tiempo del mundo, en el seno del cual surgirfa - aquel como etemo retorno del numéro limitado de posibili- 141dades de ser . Desde el conocimiento superior de ese tiem po, recipiente del nuestro, "todo lo pasado es a la vez to do lo futuro", y libertad y necesidad se toman conceptos 142hueros de significado . La voluntaria aceptacién de lo - que debe ser constituye el grado méximo de libertad, asf - como el méximo nivel del conocimiento: "no es el ser el que vuelve, sino que es el propio retomar el que constituye el ser (,,,). No vuelve lo uno, sino que el propio volver es lo uno que se afirma en lo diverso o en lo multiple"^^^. Ser y tiempo no son representacién a la manera schopenhaue riana. El primero es la manifestacién apolfnea de lo dlonl sfaco, y el segundo su euelidad fundamental, "la manera co mo el fondo del mundo ejerce su dominio: el juego de Dyon^ SOS es el devenir puro"^^^. Pues bien: junto al arroyo, ba jo el efecto de la epistaxis, reçuerda Castorp con pasmosa claridad su ûnica couversacién con su compaAero de escuela Prlbislav Hippe, el niAo de los ojos rasgados que fue ca— paz de atraerle misteriosamente. lA qué viene este recuer- -247- do? 2̂ 8 la expresién de los ojos de Clawdia quien evoca en él la imagen del companero? (0 es la breve conversaciôn - sostenida con Hippe, a causa de un lépiz, prefiguracién de la que, en la Walpurgisnacht, entablaré con Clawdia con la misma excusa?. Para Karthaus —siempre dentro del pensamien to nietzscheano- es preciso contester afirmativamente am— 145bas preguntas . Castorp comprenderé pronto cémo bajo di- ferente apariencia Clawdia y Hippe representan para él lo mismo. Asi lo reconoce en su conversacién de la Walpurgis­ nacht « como vimos en el capitule segundo de este trabajo - (Z.361). Arrebatado por el ambiante orgiéstico del c a m a — val toca Hans de nuêvo la esfera de lo dionisiaco, de mane ra que hace exclamar a Clawdia; "Tu es chez toi dans 1*éter­ nité, sans aucun doute, tu la connais a fond" (Z.356). Es­ ta es la cuestién: Hans Castorp se aventura en los dominios de la etemidad, sale -o al menos pretende hacer lo- del tlm po intramundano. De este modo llega a entregarse a la acti- tud religiosa en que hace poco le veiamos cuando, tendido en su chaise-longue, se dejaba penetrar por el misterio.Ho ra es ya de traer a colâcién a Minkowski, o més bien la lu cida sintesis de su pensamiento sobre Le temps vécu reali- zada por Lain Entralgo. La actitud del joven Castorp al ter minar sus estudios es, como vimos, sumamente insegura. Se encuentra a la espera de lo que la vida le depare, no es - senor de su propia vida. Esta actitud de espera es, para - Minkowski, "la retraceién de nuestra vida sobre si misma an te lo que el devenir més inmediato pueda traerle. Asi enten dida, la espera engloba todo el ser viviente, suspende su actividad y le fija, angustiado, en la expectacién de lo - — 248— que va a ocurrir (...). La expans 16n vital se trueca en trechamlento del ser viviente; la vivencia del tiempo como marcha o avance hacia el parvenir es sustituida por otra - de signo inverso ; el parvenir viene hacia nosotros para ha cérsenos presents, como un iceberg que caminase hacia la proa de un navio para chocar con ella. La espera, en suma, pane a la vida ante la perspectiva de la muertd^^^. En estas M neas puede verse, resumido, cuanto acerca del estado moral del joven hamburgués refiere el novelista. Sabemos cémo - Castorp va a ver estrechada su érea vital hasta caer enfer mo, y cémo el pensamiento de la muerte -primero dominador, luego dominado- va a ocupar en todo momento el primer pia­ no de su actividad. Sélo cuando sea capaz de convertirse - en "seRor de las contradicciones" se veré libre de la enfiœ medad y de la muerte en vida que se traduce en su abandono del propio tiempo existencial en manos de las autoridades del sanatorio. Para Minkowski, la actitud diametralmente opues- ta a la espera es aquella que, reconociendo la ingobemabi lidad de lo absolute, es capaz de eleverse hasta ello des­ de un grado superior de libertad en lo personal, bajo la - forma de "la plegaria y el acte ético". "La plegaria de la que habia Minkowski -dice Lain- no es un acte religiose con fesional, sino el fenémeno vital que hace natureImente po- sibles las plegarias de todas las religiones. Es la ûnica actitud posible frente a un parvenir que supera nuestra personal y humana capacidad de esperar"^^^. Porvenir, hay que aRadir, cuyo sélo planteamiento es imposible para el - -249- hombre que, ante lo Inmediato, adopta la actitud inactive, expectante, que Minkowski llama espera (attente). Sabemos cuénto tiempo y qué experiencias son precises al protago­ niste de Der Zauberberg para llegar al instante en que se slente con fuerzas para afrontar el misterio. En la noche estrellada, Hans Castorp muestra una actitud religiosa que delate el efecto sanador que la visién del eterno retomo, con su correlate de eternidad, ha tenido para él. "En la - plegaria -continua Lain explicando a Minkowski- nos eleva­ mos por encima de nosotros mismos y de todo cuanto nos ro- dea, y dirigimos nuestra mirada hacia un horizonte infini­ te, hacia una esfera més allé del tiempo % del espacio,lie na de grandeza y claridad, pero también de misterio"^^^-el subrayado es m£o-. Sélo cuando trata de razonar, de expre- sar con la palabra - logos- cuanto intuitivamente percibe, fracasa el joven, pues la palabra no sabe, no puede salir del tiempo y del espacio. Al intenter explicar a Joachim - su descubrimiento recae Hans en la interpretacién intramun dana del etemo retorno: "Uno se siente arrastrado al cir­ cula con la esperanza de algo que es de nuevo un punto de inflexién. {Punto de inflexién en el circule!. Todos estos puntos de inflexién de que se comoone el circule no tienen extensién, la inflexién no puede ser medida(...) y la eter nidad no es 'todo recto, todo recto', sino 'carrusel, carru sel'."(Z.392). Esta recaida en la interpretacién limitada y, por tanto, falsa, del etemo retorno hace que Hans se - sienta "poseido por la angustia". Angustia que nunca aban- donaré del todo al joven, salvo en sus imprevistas relacio nés con lo etemo, las dos vivencias religiosas, en el més -250- amplio sentido de la palabra, que ya conocemos: el viaje al abismo en la noche estrellada y la visién en la nieve que le conseguiré el seflorlo sobre las diferencias, la - iluminacién reveladora que surge en la negrura de la noche, 149el relémpago que gobiema el todo -segûn la misteriosa fértmila del cédrida de la que parte la tentative de compien sién de su filosofla llevada a cabo por Fink y Heidegger mostrando lo mûltiple en el seno de lo uno. Asi pues, Hans Castorp no es, seguramente, capaz de entender de forma plena cuanto hasta aqui se ha dicho,o de otro modo, cuanto el autor ha dispuesto que le suceda. Pero el lector, dotado del envidiable privilégie de asistir desde fuera a las vivencias del personaje -"el Diablo es - quien tiene mejores vistas de Dios, por vivir tan lejos"^- comprende que este acontecer espiritual, solo a médias en— tendido por el protagoniste, es factor insustituible para - el es tablée imiento de la nueva cosmovisién que ha de llewr le més allé de la enfermedad, de esa misma enfermedad que, haciendo extraordinarlamente sensible el paso del tiempo al que la padece, le ha obligado a hacerse cuestién de esta - fundamental coordenada de la propia vida. Esta, y no otra, es la intencién del autor, que dirige sobre el hombre de - c a m e y hueso el reflejo problemético de su imagen en la fi gura de nuestro "niRo mimado de la vida". La nueva concepcién del tiempo surgida en Der Zau­ berberg seré amp1lamente désarroilada en Joseph und seine - BrRder y, aunque no con la misma intensidad, en Bekentnisse — 251— des Hochstap1ers Felix Krull. Todavia en Der Zauberberg se ocupa el autor del problems filosôfico del tiempo con in— dependencia del acontecer del relato, o mas bien, refirién dose al propio acontecer més que a los sucesos que lo con^ tituyen. Pero dado que, en estas ocasiones, el pensamiento sobre el tiempo no es inducido por la enfermedad ni por la meditatio mortis -salvo lo ya comentado sobre las muertes iniciéticas de José y su vivencia de su propio tiempo y el del cosmos, creo conveniente, teniendo a la vista los obje tivos del trabajo, abandonar el tema, al menos por esta - ocasién. EL ENFERMO Y LAS RELACIONES INTERHUMANAS ; LA RELACION MEDICO-ENFERMO. -252- EL ENFERMO Y LAS RELACIONES INTERHUMANAS ; LA RELACION MEDI- CO-ENFERMO.- E1 estado de enfermedad represents un modo nuevo, distinto, de vivir la propia vida. Esto es algo que, al me nos desde Goldstein, nadie discute. En consecuencia, tanto las més Intimas vivencias -ya lo vimos- como la vida de re- lacién van a experimentar cambios notables. Las relaciones con el préjimo no van a ser, no pueden ser las que eran.La peculiar situacién del enfermo arrastra limitaciones sin - cuento, estados de ansiedad o de depresién que alteran su modo de ser en sociedad y sus relaciones interindividuales, incluso en el seno de la propia familia. También el hombre sano se ve obligado, en presencia del enfermo, a varier de forma sustancial su conducts, pues bien a las claras se le manifiesta que el ser humano ante el que se encuentra es, - de algûn modo, otro del que era hasta el advenimiento de su enfermedad. Por otra parte, en el émbito de las relaciones interpersonale s del enfermo va a aparecer una muy particular modalidad de comunicacién: La relacién médico-enfermo, esen cialmente distinta a cuantas el hombre, hasta entonces sano, ha mantenido con sus semejantes. De estas cuestiones preten­ de ocuparse el présente capitule. La obra de Thomas Mann brinda dos diferentes cam- pos para el estudio de la relacién del enfermo con su préj^ mo. De una parte tenemos los enfermes que sufren su dolen— cia, y ocasionalmente su muerte, en soledad o en medio de - -253- un reducido circulo de familières o de amigos sanos. De otra, los que por una u otra causa se encuentran confinados en una institucién sanitaria constituyendo lo que podria llamarse - una sociedad patolégica. Der Zauberberg es el méximo ejemplo de este segundo terreno de observéeién. Entre los enfermos - del primer grupo que, por razén de su patologla, dan ocasién al escritor para analizar los aspectos que nos ocupan, hay - que citer en su primera obra, Buddenbrooks, a Christian y la consulesa. Tanto en ésta como en las demés obras que cornenta ré, me ocuparé en primer lugar de aquellas relaciones que no incluyan las de tipo profesional, dejando éstas para la se— gunda parte del capitulo. Veémoslas, pues. Mucho, si no todo, quedé dicho en precedentes ca­ pitules sobre la conducta de Christian Buddenbrook, dado que es el suyo un trastomo del modo de ser en el mundo cuya sin tomatologla casi ûnica consiste en el morboso afén de atraer sobre su persona la atencién de cuantos le rodean. Es un en­ fermo y necesita ser tenido por enfermo; exige un cariRo -una procura- que su insustancialldad le veta; recuérdense sus bu fonadas y sus protestas neuréticas, asi como el criterio que gula su eleccién de esposa.De su inmadurez personal se des— prende, inevitablemente, el terror que expérimenta ante el - sufrimiento y la muerte ajenos, que queda suficientemente - ilustrado por su derrumbamiento moral ante el lecho de muer­ te de la consulesa. Carece de la fortaleza necesaria para p ^ manecer junto a su madré, intentando al menos acompaRarla en su agonla. En cambio la criada y la hija de Tony, aûn niRa, "bajo la influencia del sopor producido por aquellos acompa- f -254- sados y dolorosos gemldos, se hablan quedado profundamente dormldas en los slllones, con las mejilias rosadas por el - dulce sueRo" (B.386). Por su parte Thomas, como méximo res­ ponsable de la familia, trata de mantener en todo momento - la calma, y de auxiliar afectivamente a su madré. Cuando co noce el diagnéstico de neumonfa bilateral, que précticamen- te asegura la muerte a corto plazo de la anciana, toma la - determinaciôn de ocultar a la enferma el real alcance de su dolencia, pues conoce de sobra su miedo a la muerte: "Han d^ cho los médicos (...) que nuestra querida madré, dentro de - pocos dies, volveré a ester buena. Si no lo estés ya, es de bido a que esa maldita tos te ha atacado ligeramente el pul m6n... Pero no llega a ser inflamacién pulmonar (...) y, aun que asi ocurriese, no séria nada del otro mundo. {Hay cosas mucho peores!" (B.381). NaturaImente, sus consoladoras fra— ses no alcanzan su objetlvo. Sabemos lo suficiente sobre la actitud de la consulesa frente a la muerte como para compren der lo que, poco més lejos, nos dice de ella el autor: "Sus allegados sentian pena al observar la indiferencia con que la anciana les recibia; acogialos con una especie de menos- precio, como diciendo: 'No podéis hacer nada por mi* (...). Era como si quisiera decir: 'Muchachos, todos sois muy ama— bles, pero yo, tal vez, voy a morir'. En cambio, recibia a - los médicos con gran calor y vivacidad y conversaba con eUos" (B.383). Actitudes anélogas a la de Christian y la de su ma dre muestran, respectivamente, Giovanni de Médicis, el hijo del Magnifico, y Albrecht van der Qualen, el enfermo desahu- -255- ciado de Per Klelderschrank. El cardenal de Médicis déclara ser incapaz de permanecer junto a su padre durante los ûltJL mos dlas de su vida. El enfermo ha cambiado tanto, que bien claramente se ve que su muerte esté muy préxima. Y Giovanni no quiere penser en la muerte, lo que, segûn él, no debe ex traBar a Lorenzo, que ha enseRado a sus hijos a apartar de si todo lo feo, triste y doloroso, reservando para su espi­ ritu sélo lo bello y lo agradable (F.739). Esta es una de - las mil criticas que Thomas Mann plantea al humanisme rena- centista, cuya admirada jovialidad es, para él, intrascenden te -sin negar, desde luego, que dicha época es creadora de valores incontestables- pues no nace de una superior compren sién de lo negativo, sino de la nada espiritual postura que - constituye su rechazo, entendida por el autor como radicalmen te inmadura e irresponsable. Van der Qualen, por su parte,ex­ periments al pasear por la ciudad un sentimiento, mezcla de - libertad y menasterosidad, derivado de su total aislamiento, de su separacién de la sociedad de los hombres, que él mismo ha elegido a causa de su enfermedad y su cercana muerte; "An do entre esta gente -piensa-, tan solitàrio y extraRo a to­ do el mundo, como posiblemente nunca lo ha estado nediei.No ten go ningûn negocio ni ningûn propésito. No tengo ningûn bas— tén en que apoyarme. Nadie més libre, més de s intere sado de - todo, més independiente que yo. Nadie tiene nada que agrade- cerme, a nadie tengo que agradecer nada. Dios no me ha tendi^ do nunca su mano. Tfo ha querido. Verdadero infortunio el mio, sin caridad. No esté mal; puedo decir que no debo nada a Dios" (R.115). Ante la desgracia adopta van der Qualen una actitud estoica, lo que diferencia, en parte, su segregacién del mun- -256- do de les sanos de la aceptada por la consulesa Buddenbrook. Téngase, por otra parte, en cuenta que esta narracldn esté - escrita en 1899, esto es, en la etapa en que la mltologîa - ndrdica constltuye el caflamazo sobre el que se trenza la na­ rrât iva de Mann, y tanto el peslmlsmo como la actitud herdi- ca ante la muerte deben ser caracterfstlcas de sus persona— Jes protagonistas. Fero de sobra sabemos ya que el escrltor no se limita a repetir, novela tras novela, una idea que con sidera feliz, sino que trata de afinar cada vez mds su pensa miento. El talante herdico de van der Qualen deja al lector con un regusto amargo, precisamente a causa del encierro en si mismo, en su alueinado mundo, a que se entrega el protago nista. El de Paolo Hofmann, en Der Wille zum Glück, muestra mâs a las claras su cardeter negative e intolerable, y compar te algunos rasgos con el nada herdico comportamiento de Chris^ tian Buddenbrook. En esta ocasidn, el escritor formula bien - claramente su Juicio sobre la conducta del protagoniste : "El instinto egolsta del enfermo ténia el ansia de unirse con una floreciente salud que a dl le habia side negada" (WG. 39). En su momento cornentd la intencidn moralizadora del autor al ex- poner al Juicio de sus lectures el comportamiento egoista de este enfermo, asi como el del protagoniste de Der Tod. Si la enfermedad puede hacer del hombre que la pa- dece un egoista; si puede dar motivo al sano para roostrar - su benevolencia, no es menos cierto que puede hacer de esta benevolencia del sano, por caminos extraviados, una cierta - forma de egoismo. Esto es lo que ocurre con Tobias Mindemiç 152kel, protagoniste del relato que lleva su nombre , y con - -257- la baroneaa Anna, personaje central de Eln G10ck;en el su- puesto, més que problemdtico en el caso del prlmero, de que pueda hablarse realmente de salud. Pues Tobias Mindemlckel, dlgdmoslo desde ahora, es un enfermo. Bien entendldo, un en fermo e spiritual. Su soledad, su aislamiento, sus extrafios modales y vestimenta ban hecho de dl objeto de burla para - los niRos que juegan en la calle donde vive, lo que inevita blemente le ha convertido, cuando menos, en un cascarrabias, palabra cuya Jocosa resonancia no debe hacemos olvidar la tristisima realidad que define, y que el autor se esfuerza en roostrar. Pero dolencias mds évidentes, aunque menos rad^ cales que la suya, pueden hacerle, por un momento, sentirse sano y, en consecuencia, capaz de ejercitar esa benevolencia para con el prdjimo que a si misma se recompensa, y que tam- pocas veces tiene ocasidn de conocer. Uno de los dias -prdc ticamente todos- en que la horda de niRos le persigue, de - lejos, hacidndole objeto de sus burlas, un niRo cae y se hie re. Tobias se acerca a dl, le consüela y le vende con su pa- Ruelo. Despuds de hacer dsto, "su actitud y su rostro mostra ban una expresidn dec id idamente diferente de la acos tumbrada. Andaba erguido y con peso firme, y bajo su estrecha levita, su pecho respiraba profundamente; sus ojos parecian haberse ensanchado, brillaban y miraban con seguridad a hombres y co sas, mientras su boca dibujaba una dolorosa sonrisa de feli- cidad". Este acto tiene como consecuencia inmediata que sus vecinos dejen, durante algunos dias, de molestarie, de bur- larse de dl. Pero "al cabo de algdn tiempo fueron olvidando su sorprendente conducta de aquel dia, y una multitud de gar gantas infantiles, sanas y crueles, volvieron a gritar al pa — 258— so del hombre encorvado y tfmido" (TM.107), Quizd por esta raz6n decide comprar un perro de unos cuatro meses, que sin duda serd un compaRero poco exigents. Pero la compania de - un perro no puede comparer se a la comunidn, aunque de dura- ci6n limitada, con un ser humano. Mds adn, la Juguetona ale gria del animal provoca la envidia rencorosa de su dueRo. - La reconciliacidn tiene lugar por un motivo andlogo al que did lugar a la corta tregua en las burlas de los ninos. Hid rese accidentalmente el perro, y Tobias se lanza a auxiliar le. "De repente, cambid la expresidn de su rostro, en el - que parecid reflejarse un rayo de gozoso alivio. Con sumo - cuidado, colocd al perrito, que no cesaba en sus lamentos, sobre el divdn, y con inimaginable abnegacidn se did a cui- dar al enfermo. Durante el dia no se separaba de dl, y por la noche lo acostaba en su propio lecho, lo limpiaba y lo - curaba, lo acariciaba cariRosamente, lo consolaba y lo com- padecia con infatigable cuidado "(TM.111). El marginado To­ bias Mindernickel se siente necesario y, mds aûn, bueno, y esta sensacidn le hace feliz. Pero, en su aima enferma, es­ te sentimiento se desviard patoldgicamente, basta inducirle a provocar situaciones que le den ocasidn de manifester su bondad, y experimentar asi, de nuevo, esa dicha que acaba - de conocer. El perro sano es una porcidn de vida de una in- mediatez y una jovialidad irrebatibles e insultantes. Minder nickel necesita un perro doliente, enfermo, herido.... Por - eso se lanza sobre el animal y, poseido de siniestra locura, le acuchilla. Esta vez serd vano su intento de curar al infe liz Esau. -259- Menos extremadoj el caso de la baronesa Anna es - parecido. Prdcticamente Ignorada por su marldo, médita tris temente sobre su existencia, cuando, de pronto, se le ocuixe: "^Y si estuviera enfermo?. No es diflcil imaginer que un ma- lestar suyo, por insignificante que fuese, resucitarla en tu interior un mundo nuevo de ensueüo en el cual aparecerlas - tü como una paciente enfermera del hombre querido que, desam parado e invdlido, recurre a ti y, finalmente, se te entrega". No obstante, recapacita inmediatamente; "Pero,fno te averguen 153za eso?. ^No te horroriza?" . Arcano es el dmbito de las - relaciones del hombre con sus semejantes, y nos reserve, sin duda, muchas sorpresas. Conozcamos ahora las que nos depara la lecture de aquellas obras en que los enfermos, desarraiga dos de su ambiante cotidiano, se encuentran reunidos en una institucidn sanitaria. Tristan y Der Zauberberg son, como es sabido, las novelas cuya accidn transcurre en una de estas - instituciones: los sanatorios para enfermos tuberculosos Ein fried y Berghof, respectivamente. Estos sanatorios constitu- yen un medio ambiante particular, en el qua pulula una socie dad cuya caracterlstica esencial es el estado de enfermedad qua todos sus componentes comparten. La separacidn del modo de vida tenido por normal y la conciencia de estar enfermo - son los factores que determinarân en los pacientes pautas de conducta qua as interesante conocer. Entrâmes en este mundo patoldgico, en Der Zauber­ berg, del brazo de Hans Castorp. iQué le sucede al qua, co­ mo sano, accede al habitat sanatorial?. Castorp, al menos, reconoce pisar por primera vez el comedor del sanatoria con - 2 6 0 - "un llgero temor de reciblr Impresiones terribles, pero se sentie defraudado; todo el mundo parecia lleno de actividad en aquella sala, no se tenia la sensacidn de haliarse en un lugar de sufrimientos" (Z.49). Poco a poco, ciertas compro- baciones van hacidndole penetrar en el autdntico ambiente - del sanatorio. Una mirada mds detenida a la sala le permite distinguir, globeImente, al menos dos tipos de enfermos:"La mayoria se mostraban dgiles, sin una razdn particular, sin duda porque se veian reunidos en gran ndmero. Algunos, en - verdad, se hallaban sentados a la mesa con la cabeza apoya- da entre las manos, mirando fijamente ante si. A dstos se - les dejaba que mirasen y nadie se ocupaba de ellos"(Z. 49). No parece necesario recalcar el cardcter pronôstico de esta constatacidn del visitante. Junto a estas primeras observa- ciones, las informaciones que su veterano primo le brinda - le ayudardn a hacerse una idea cada vez mds exacts de c6mo son las relaciones entre los pacientes del sanatorio. De una senorita que estd confinada desde edad temprana dice Joachim que es "poco sociable", conducta comprensible, para el mili­ ter, a causa de "que desde entonces no habia vivido Jamds en sociedad" (Z.17). Como van der Qualen, elige vivir su exis— tencia doliente en soledad, sin dejarse atraer a la sociedad patoldgica que forman sus companeros. Estos, por el contra— rio, adaptan sus existencias vacias a un fantasmagdrico modo de vida que reproduce de manera morbosa el del llano. Joachim explica a Hans que los pacientes rusos siguen manteniendo vi­ vas las diferencias sociales, reuniéndose a comer en dos me— sas distintas, la de los "rusos vulgares", y la de los "dis— tinguidos" (Z.46). De todos modos, lo veremos mds tarde, las — 261— categories sociales van a ser establecidas en el Berghof a partir de un criterio muy distinto* Un rasgo comdn a todos los pacientes es la especial proclividad a la murmuracidn. Incluso el mismo Joachim se considéra victime de ese vicio (Z.19). Hasta cierto punto, esto es algo que cabia esperar, dadas las especiales circunstancias en que se desenvuelve - la vida de los pacientes. Estas mismas circunstancias -encie rro, ndmero limitado de pensionistas que, por lo general,son fijos, incluso esa particular inclinacidn a los comadreos- deberian, en apariencia, favorecer el conocimiento mutuo de los enfermos. Ziemssen se apresura a sacar a Castorp de su error. "En general -afirma- no es aqui muy fâcil trabar co­ nocimiento, por el hecho de haber muchos extranjeros entre los pensionistas, y yo mismo, aunque llevo aqui algün tiem­ po, conozco personaImente a muy poca gente" (Z.46). ^Cdmo po dria ser de otra manera?, se pregunta el lector. Pero no a - causa de la Babel de lenguas que sabemos no se da en el Berg hof, sino a causa de la insustancialidad del modo de vida de sus habitantes. Donde nada -o casi nada- hay, nada es posi ble conocer. A Joachim se le escape el real significado de - su observacidn, tan iluminadora de la real calidad de vida - de sus compaüeros de encierro. Salvo en los casos excepcionales de aquellos enfer mos que, pese a su incapacidad para abandonar un modo de vi­ da errdneo, mantienen hasta el final la nobleza de su espiri tu -Settembrini, Joachim-, los demâs habitantes del Berghof experimentan una maligna alegria cuando alguien cae en las - redes de la enfermedad. Hans Castorp puede comprobarlo en su -262- prop la persona al cabo de las très primeras semanas, cuando descubre que tiene fiebre y decide acudir a la consulta de Behrens. Enterados sus compaReros de mesa, adoptan una actj. tud que sorprende al ingeniero; "Todos le aroenazaron con el indice. Era muy chocante. Toraaron un aire burl6n, movieron la cabeza, guiRaron un ojo y agitaron el indice a la altura de la oreja como si acabasen de enterarse de cosas escabro- sas y picantes de alguien que hubiese presumido de virtuoso". Cuando Hans afirma que no se trata més que de un resfriado, sus vecinos, casi a coro, se burlan de él: "Si, si, pampli- nas, excusas, un pequeRo resfriado, ya sabemos, ya sabemos" (Z.182-183). "Esta noticia -concluye el autor- les habia animado". Ya en otra ocasidn ha podido comprobar el nedfito la satisfacciôn que produce a algunos enfermos la constata- ci6n de la mayor gravedad del padecimiento de otros. En el - comedor comenta Frau StGhr, de forma nada caritativa e indis creta, la brusca salida de uno de los comensales, que se ve obligado a utilizer el frasquito para los esputos y que, na- turalmente, no quiere hacerlo ante los demds pacientes:"{Deg graciado! -dijo-. Ese esté con un pie en la sepulture. ;Mi- ren c6mo tiene que entrevistarse de nuevo con Enrique el - Azul" (Z.83). Solo los enfermos superiores reaccionan del mo do opuesto. Tanto Joachim (Z.197) como Settembrini (Z.205)la mentan muy de veras que el hamburgués se vea obligado a se— guir la cura. En el mejor de los casos la caridad es, para - el resto de los enfermos, un lujo morboso, muy parecido al - buscado por Tobias Mindernickel. En Tristan refiere el autor de qué modo, habiendo sido programada una excursion para los enfermos menos graves, deciden éstos guardar silencio ante - - 2 6 3 - los menos afortunados, porque "a todos les halagaba poder - demostrar cierta compasi6n y tener algiin miramiento"(T. 179). Poder sentirse sano -o menos enfermo- durante unos momen- tos, bien vale esa compasidn. Y también los més desgraciados entran, a veces, en el Juego. Tous-les-deux, la mejicana que ha perdido a uno de sus hijos y esté a punto de perder al - otro, encuentra en el paseo a los primos. "Se detuvo al ver un personaje nuevo -escribe el narrador- y esperd, contra- yendo ligeramente los hombros, a que se acercasen los dos jd venes pues, al parecer, consideraba necesario enterarse de - si el extranjero conocia su suerte y deseaba recoger su opi- nidn" (Z.115). El siguiente descubrimiento de Castorp es el del concepto de aristocracia establecido por los pacientes del Berghof, al que no ha mucho aludiamos en oposicidn al del - llano, que sdlo los rusos parecen seguir respetando. "Los - elementos leves no eran tenidos muy en cuenta. Hans Castorp habia deducido esta conelusidn de algunas conversaciones que habia oido. Se hablaba de ellos con desdén, segun la escala que era tenida en cuenta aqui, y se les miraba de arriba aba jo; no sdlamente los enfexmos graves obraban asi, sino tam- bién aquellos que a si mismos se llamaban 'ligeros'. A decir verdad, éstos se desdeAaban en su interior, pero salvaguarda ban su dignidad sometiéndose a esa escala de valores (...). Tal era el espiritu que reinaba entre ellos y que era una eg pecie de manera aristocrética. Hans Castorp se inclinaba an­ te ella por un respeto innato a la ley y a las reglas"(Z.217). Este "respeto innato a la ley y a las réglas", desprovisto de -264- crltlca, es, pues, una de las causas déterminantes de la en fermedad de Hans, y el novelista tiene buen cuidado en sub- rayarlo. Por ello volveré sobre el tema, haclendo preguntar se al protagonlsta, al verse, en princlplo, desdenado por - Clawdia: "^Era él un fütil visitante de paso que no podia - participar de su esfera, o habia pronunciado ya los votos - en virtud de poseer una lesién pulmonar hûmeda? ^No se habia situado en las filas como 'uno de nosotros, los de aqui arri ̂ ba', con dos buenos meses tras él, y el mercurio no habia su bido, ayer noche mismo, a 37,8...?" (Z.248). La espiritual - protagonlsta de Tristan, Frau KlOterjahn, se saIva de caer - en el mal paso en que ahora contemplamos a Hans Castorp. En un significativo fragmenta, el autor nos la muestra en con— versaciôn con su marido, siguiendo "con una sonrisa sus pala bras y sus gestos: no con el aire de indulgencia superior - que ciertos enfermos adoptan con las personas sanas, sino - con la alegria amable y compasiva que los enfermos de buen - carécter experimentan ante las optimistes exprèsiones vitales de aquellos otros que se sienten muy a gusto en su pellejo" (T.168). Nada tiene que ver esta alegria con el rebuscado ex pediente con que los otros enfermos tratan de hacerse més - aceptable su situacién. No hay "alegria compasiva" posible - en pacientes que, como los del Berghof, "estaban ocupados ex clusivamente de si mismos, es decir -puntualiza, de manera aûn més incisiva, Thomas Mann- de su interesante cuerpo"(Z. 218). El propio Castorp, como veiamos hace poco, se deja lie var, de algûn modo, por este egoismo general que adapta los valores a su radical morbosidad. Durante un largo periodo - -el que transcurre entre el momento en que descubre que los -265- crlterlos del llano han perdido su validez para la vida, y - aquel otro en que, a través de la enfermedad, puede dar por elaborada su cosmovisi6n-, el joven ingeniero haré concesio- nes peligrosas, aunque necesarias, a las normes de vida de - la cumbre. Asi, por ejemplo, cuando unos amigos del hijo de Behrens, muchachos sanos donde los haya, visiten el sanato— rio, evitaré cruzarse con ellos y dirigirles la palabra, re- conociendo que "todo un mundo separaba al que formaba parte de 'los de aqui arriba' de esos cantores, de esos turistas - que blandfan sus bastones; no querfa saber ni oir nada de - ellos" (Z.303). Porque, en esta etapa, "Hans Castorp se sen­ tie unido a los de aqui arriba por una especie de solidaridad demasiado estricta y demasiado intima" (Z.332). Muy de tarde en tarde escribe postales a su famille, informando someramen- te de su estado. Como obrando bajo un acuerdo técito, sus pa­ riantes le responden de la misma manera pues, como él, ample— zan a considérer que los mundos en que uno y otros habltan - son tan dispares, tan incomparables sus experiencias y viven- cias, que s61o en el frio lenguaje utilizado para la relaciôn de las pruebas y diagnôsticos por una parte, y el comedido - que sirve para desear, civilizadamente, una pronta mejorla - por la otra, es posible comunicarse, si comunicaciôn puede Ua marse a este vacio intercambio epistolar (Z.410). Por suerte para el joven, pronto se le ofrece ocasidn de comprender que, si la vue1ta al modo tradiciona1 de vida le esté vedada, tam- poco es el suyo el mundo del sanatorio. Joachim Ziemssen, de- sesperado, decide volver, contra toda opinldn sensata, a la - vida de las armas. Cuando Hans comprueba que su primo habia - en serio, piensa: "{Es posible que me deje sdlo aqui, a mi que -266- no vine més que para visiterle? (...). Esto séria enloquece- dor y espantoso, séria tan loco y espantoso que siento que - mi rostro se hiela y que mi corazdn late atrope1ladamente, - pues si me quedo s61o aqui (...) es para siempre, pues yo so lo no podré encontrar jamés el camino de la llanura" (Z.A38). Si Joachim se va, se queda solo. Su familia nada tiene que - ver con él, pero los pensionistas del sanatorio, Settembrini incluido, tampoco. Y, como vemos, no es su intencidn, aunque pudiera parecerlo, la de quedarse de por vida disfrutando de sus singularss vacaciones. El solo pensamiento de que eso - llegara a ocurrir se le présenta como algo "enloquecedor y - espantoso". Y la idea de la soledad, de la congélacidn en una sociedad falsa y sin fundamento, es lo que en primer término se le révéla como estremecedor e insoportable. Grande seré - su alivio cuando Joachim vueIva, y tan pasajero como grande, pues comprends enseguida que su primo vuelve para morir. Con motivo del regreso del militar se producen algunas reacciones entre los pacientes que dicen tanto en favor de éstos como de aquél. "Todos los que le conocian —asegura el narrador- sen tian pesadumbre y satisfacciôn, ambas cosas sinceramente,pues el carécter leal y caballeresco de Joachim le habia ganado la simpatia general, y el juicio inexpresado de muchos enfermos era que Joachim habia sido el mejor de todos" (Z.528). Digna es de senalarse esta sincera pesadumbre después de haber teng do ocasiôn de comprobar que la desgracia ajena es, en la ma— yor parte de los casos, motivo de regocijo para estos persona jes. Parece imposible que, en un ambiente en el que la - —267— enfermedad campa por sus respetos, llegue a tener éxlto la pretenslôn de llamar la atenclôn mediante un comportamiento histérico. S in embargo, el ser humano es una auténtica caja de sorpresas, y si Castorp lo es en un sentido positive, en nada le ceden Herr Albin y el profesor Popôw en el negative. Albin busca siempre la compaRla femenina. Pero no la de una mujer, sino la de varias. En su presencia relata curiosas - anécdotas, se hace mimar y reconvenir por no atender como de be a su salud y, llegado el momento que considéra adecuado, muestra su revôlver, desatando una tempestad de gritos de pa vor. "Naturalmente -advierte- esté cargado Por otra parte, no he comprado este objeto para divertirme". Acosado por las preguntas de su auditorio, continûa: "Lo tengo prepa rade para el dia en que comience a encontrar demasiado a bu— rrido este asunto, y en que tendré el honor de despedirme de ustedes. La cosa es bastante sencilla. La he estudiado dete- nidamente, y ya he decidido sobre cual es la mejor manera de liquider esto". Mientras expone su teoria, apoya el caRén del revôlver en su sien, alcanzando el méximo punto de tensién en su auditorio; auditorio que, como el método para impresionar- le, ha sabido elegir. Por eso recibe el premio esperado:"|Herr Albin, Herr Albin, fuera el revôlver, quitese el revôlver de la sien, no podemos soportar ver esol (Herr Albin, usted es - joven, se curaré, volve ré a la vida y se haré célébré (...). Se lo suplicamos por su vida, por su joven y preciosa vidal" (Z. 86). En cuanto a Popôw, parece preferir susciter el espan to -y un espanto, como veremos, sazonado por escabrosos pre­ sent imientos- y la reaccién de huida de su auditorio, més - bien que su compasién; pero, se mire por donde se mire, tam— — 268— bien la huida y el temor testimonian la atenciôn concentrada sobre quien los provoca* Fop6w sabe elegir también su ambien te: el comedor, a la hora en que casi todos los pensionistas se encuentran en él, despachando una de las pantagruélicas — comidas que forman parte del tratamiento. Inesperadamente, - el paciente ruso "fue presa, a mitad de una comida, de una - violenta crisis de epilepsia; se revolcô por el suelo, al la do de su silla, lanzando ese grito que se ha calificado de - demoniaco e inhumano, y comenzé a sacudir las piernas y los brazos con espantosas contorsiones Las mujeres (...) se suroieron en los més variados estados, de tal manera que - estuvieron a punto de igualar a Herr Popôw. Sus gritos eran estridentes. No se veian més que ojos nerviosamente cerrados, bocas abiertas y cuerpos retorcidos. S61o una prefirié desma yarse en silencio. Hubo conatos de ahogo, pues todo el mundo habia sido sorprendido en el momento de mascar y tragar. Una parte de los pensionistas se did a la fuga por todas las puer tes, incluso por las de la terraza". Pero la cosa no acaba - aqui; "este incidente, aûn siendo espantoso, ténia un aspecto extraRo y chocante; nadie dejÔ de relacionarlo con la ultima conferencia del doctor Krokovski". En esta conferencia, Kro- kovski ha hecho de la epilepsia "un équivalente del amor", lo que hace que los demés pacientes interpreten "la conducta del profesor Popûw como una ilustraciûn de la conferencia, como - una confesiûn crapulosa y como un escéndolo misterioso"(Z.316- 317). Incluso en un ambiente en el que cada uno se preocupa - exclusivamente de si mismo, es posible al neurûtico encontrar respuesta a sus patolûgicas llamadas de socorro. Ne siento — tentado a asegurar, en vista de lo anterior, que Albin y Popûw -269- tienen més éxito con sus compafîeros, aûn encerrados en un - egoismo morboso, que, por ejemplo, Christian Buddenbrook con su familia, casi rebosante de salud si se la compara con la sociedad del Berghof. Parece, en suma, que al enfermo le es més fécil sintonizar afectivamente con los de su condiciûn. Dada la larga estancia de Hans Castorp en el sana­ torio, séria extraRo que no se registraran, al menos en aigu na ocasidn, situaciones conflictivas dimanadas de la propia inanidad de la vida que los pensionistas arrastran, aRo tras ano, entre cuatro paredes de sobra conocidas. Trétase, prime ro, de pequeRas escaramuzas como la que tiene lugar entre - dos pacientes: "Schmitz, director de una fébrica -comunica Behrens a Hans- grita y se lamenta porque Rosenheim ha ex— pectorado durante el paseo con 'Gaffky 10’. Debo darle un ra papolvo. Pero (...) no puedo ponerle en la calle, tendria - que habérmelas entonces con la direcciûn general" (Z.527).En esta ocasiûn Hans, conocedor del auténtico motivo de la que­ rella, puede iluminar al consejero: "Tal vez haya en ellos - puntos de coincidencia fuera del campo de la higiene, al me­ nos asi me lo parece. Schmitz y Rosenheim son, los dos, ami­ gos de la seRora Pérez de Barcelona (...)• Es por aqui por - donde hay que buscar" (Z.528). Pero més tarde -consideremos el paralelismo de la situaciûn narrative con la europea que - pretende retratar- el enrareciraiento de las relaciones entre los pacientes se hace progrèsivo y general, a la par que gro- tesco e incomprensible. Unos caballeros polacos acuden al '^ro cedimiento de honor" para saldar sus diferencias; mediante pan fletos que se distribuyen en todo Davos declaran los ofendidos -270- 8U Intenciôn de exlgir una reparaclôn a sus ofensores, que a su vez contes tan en el mismo tono. La cuestlûn se resuelve - con un par de bofetadas académlcas, y el incidente todo, tal como lo expone el autor, es de una ridlculez sin tasa (Z.725- 729), Castorp comprueba, a partir de este momento, que en el enrarecido aire del Berghof flota "un espiritu de querella, - una crisis de irritaciûn, una impaciencia sin nombre, una ten dencia general a discusiones envenenadas, a explosiones de - ira. Grandes discusiones (...) estallaban cada dia entre ind^ viduos o entre grupos enteros, y la caracteristica de estos - ataques era que los que no tomaban parte en la disputa, en lu gar de sentirse movidos a tranquilizar a los que discutian y se peleaban, tomaban una parte activa en ella y se abandons— ban al mismo vértigo" (Z.722). Un joven colegial insulta sal- vajemente a Una de las camareras, asegurando que el té que le ha servido no esté lo suficientemente caliente. La violenta - reaccién del joven, absolutamente desproporcionada al inciden te que la motiva, es compartida por los demés comensales."Al­ gunos se habian sobresaItado y cerraban también los punos, ha cian rechinar los dientes y tenian la mirada encendida. Otros, que permanecian sentados, se habian puesto pélidos y tembla— ban" (Z.723). Llega el t u m o después a un judio y un antisem^ ta que "una tarde (...) se agarraron por los pelos con una - violencia bestial y desenfrenada (...). Se arahaban la cara, se agarraban por la nariz y por la garganta, se golpeaban uno contra otro (...) caian por el suelo, presas de una cèlera ne gra, se escupian y se daban patadas" (Z.724). Concluye, por - fin, esta gran irritacién con el duelo entre Naphta y Settem­ brini, en lo que concieme al microcosmos sanatorial, y la - -271- guerra, en lo que a Europa se refiere. En este momento es - cuando el piano simbdlico del relato se funde completamente, con toda claridad, con el piano histôrico y la novela, cumpli da su funcién, concluye. Pero, durante este tiempo, y fuera - de mantenerse, en mûltiples ocasiones, como simple espectador, {c6mo se ha planteado Hans Castorp sus relaciones con el res­ to de los pensionistas?. Al joven ingeniero le ocurre lo que a su creador. - Estaré, tal vez, en el Berghof en la privilegiada situacidn - de Odiseo en el reino de las sombras. Incluso cuando més con- fundido se encuentre y, en consecuencia, més prôximo a caer - en el marasmo que alii es norma de vida, seré imposible con— fundirle con el resto de los pacientes; "pero si uno se encum tra encerrado en el mismo horizonte -escribe Thomas Mann en bien distinta ocasién- se preocupa de ellos"^^^. Por razones évidentes, Hans se siente feliz al comprobar la emociôn que a su primo produce su visita (Z.18) y, en consecuencia, "experl. menta una cordial piedad" hacia Joachim cuando, al acercarse la fecha prévista para su partida, al cabo de las très sema— nas, se pregunta "si tendria valor para dejar solo a Joachim". "Esta piedad -continûa el escritor- le quemaba como una bra sa, y por esta razûn comenzé a hablar lo menos posible de su partida" (Z.172-173). La partida, como sabemos, no tendré lu­ gar, y a lo largo de su estancia en el sanatorio Hans experi- mentaré, cada vez con mayor intensidad, aquella solidaridad - de que no ha mucho hablébamos. Hay que senalar que ésta ten— dré por objeto, fundamentalmente, a los pacientes més necesi- tados de ella, esto es, a los muy graves y a los moribundos. -272- Capitulos atrés vimos como surge en él la Idea de inlclar eg ta TotentaDz -danza macabra-, como la llama el autor, cuyos motlvos, por otra parte, son complejos: "La protesta contra el egoismo relnante no era més que uno de los motlvos. Una - de las cosas que también le habian decidido era la necesidad de su espiritu de tomar en serio la vida y la muerte y poder honrarlas, necesidad que esperaba satisfacer y fortificar - acercéndose a los enfermos graves y a los agonizantes" ( Z. 313). La primera visita que realize, guiado por tan com- plicadas razones, tiene un éxito relative. Funtualicemos: aj. canza plenamente su objetivo en lo que al paciente visitado se refiere, pero no consigue satisfacer plenamente las aspi- raciones de Castorp. Esta primera visita tiene por objeto lie var unas floras, asi como algo de compania, a una jovencita que se agosta entre hemoptisis. Tras breve conversacién, la madre de la enferma acompaha a los primos a la puerta, déndo les gracias "por las hortensias y porque con su visita habian distraido a su hija y le habian proporcionado un poco de fel^ cidad". Pero, a continuéeidn, ofende la sensibilidad de Hans al decirle que, para su hija, "las hortensias eran como un - triunfo en el baile, y aquella conversacién con dos caballe— ros habia sido (...) como un atractivo y pequeRo flirt"(Z.320). Y esto, que deberla ser més que suficiente para el ingeniero, si no fuera porque, como sabemos, aun no ha sido capaz de sa­ lir de su rigidez para convertirse en un irônico, en la actual situaciûn no consigue més que molestarie, como si de un insu^ tante malentendido se tratase. Pese a esto ultimo, "estaba - -273- muy animado y bien impresionado para la realizacién de su - proyecto" (Z.320). En consecuencia, los dos jévenes contintm rén sus visitas a los pacientes més graves, auxiliéndoles mo menténeamente o, como en el caso de Karen Karstedt, durante un periodo de tiempo tan largo como la evoluciôn de su enfer medad lo permita (Z.320-340). Igual que en anteriores ocasio nés, Settembrini desconfiaré del carécter moral de estas vi­ sitas, y del valor educative que puedan tener para su pupilo. Confiaré a Hans, en consecuencia, que sus expediciones a los dominios de la muerte le parecen peligrosas, exhorténdole - con lenguaje biblico; "Esté escrito: Dejad que los muertos - entierren a sus muertos". A lo que Hans responds alzando los brazos, como si quisiera expresar con su gesto "que muchas - otras cosas estaban también escritas, de manera que era difI cil descemir las me j ores e inspirer se en elles". Se da cuen ta de que los argumentos de Settembrini no carecen de razôn. "Pero, aunque (...) estaba siempre dispuesto a escucharle, a creer ûtil escucharle, con toda suerte de reserves y sin corn promise (...) estaba muy lejos de penser en renunciar, por - nada del mundo (...) a empresas que (...) le parecian toda— via un medio (...) de un alcance considerable" (Z.326-327), de manera que continuaré, por algûn tiempo, désarroilando es ta labor humanitaria que se convertiré, a la larga, en uno - de los factores que colaborarén en su educaciûn para la vida. De esta educaciûn sacaré fuerzas, tiempo més tarde, para ayu dar a bien morir a su infortunado primo. Con su estilo rudo y casi ofensivo, Behrens le confiesa que le cree capaz de ha cerlo: "Hans Castorp, {quiere usted mucho a su primo? (...). Entonces, sea usted amable con él durante esas seis u ocho - -274- semanas" (Z.558-559).Hans sabe que Joachim lo necesita. No - ha frecuentado, como él, la compaRfa de la muerte. Por ello, sin tratar de dar le vanas esperanzas, lo que no va con su ca récter, trata al menos de evitarie las ocasiones que puedan hacerle pensar en su préximo trénsito. Esta es la razén por la que, a pesar de sus ideas, més o menos abstractas y apli- cables exclusivamente a si mismo, reaccionaré violentamente ante la inhumane frase de la enfermera, en presencia de Joa­ chim; "No, verdaderamente no me hubiera imaginado nunca que séria un dia llamada a cuidar de uno de estos seRores hasta su muerte". En respuesta a este despropôsito "Hans Castorp, espantado, le mostrô los puRos con una expresiôn salvaje,pe ro ella comprendié apenas lo que queria decirle" (Z.564).La muerte de Joachim, sentida, vivida incomparablemente més de cerca que las demés, concluye esta etapa de la educaclén de Hans. La ultima ocasidn en que le vemos a la cabecera de un enfermo grave -y, aunque no lo sepa, de un hombre cuya muer te esté muy préxima- es al concluir una de las crisis febri les de Peeperkom. Reconociendo, en parte, el carismético - atractivo de este enfermo, y en parte con el afén de confor tarie, afirma el joven; "Soy yo quien debo manifester mi - agradecimiento por poder sentarme un instante cerca de usted (...). Pero (Qué calificacién més singular e inexacte hace - usted de su persona ! : 'Un anciano enfermo'. Nadie podria adi vinar que se refiere a usted" (Z.635). A lo largo de toda la conversacién se hace évidente que Hans ha sabido eludir el - peligro en que le veia Settembrini, consiguiendo hacer de su relacién con los enfermos y moribundos, como de la enferme— dad y la muerte, un medio insustituible para alcanzar la sa- -275- lud. El joven ex-ingenlero no rehuye el enfrentamlento con - estas ideas, ni con su incontestable realizacién en si mis­ mo y en el préjimo. En esta medida su pensamiento se convi^ te en vivencia, en actitud ante la vida, cuya utilidad queda afirmada por el ulterior destino del protagonlsta. Pasemos ahora a ocuparnos de aquel tipo de relacién de que hablébamos al comienzo del presents capitule, la que se establece entre el paciente y su médico. Un personaje ha­ bituai en la literature hasta bien entrado el siglo veinte - es el médico de familia. Su figura, légicamente, no podia - faltar en la obra de Thomas Mann. Ni que decir tiene, que su presencia seré tanto més frecuente e importante cuanto més - distantes nos hallemos, en el tiempo, de la actualidad, y en el espacio, de las instituciones cerradas. No tan lejos, deg de luego, como para abandonar el marco de los dos ûltimos sjL glos. En pocas palabras, Buddenbrooks es la novela en que ma yor cantidad de datos podemos recoger acerca de esta figura. La familia patricia protagoniste cuenta con los servicios - del doctor Grabow quien, ademés de médico, es considerado - amigo de la familia. Desde la primera comida en la mansiénde la Mengstrasse aprendemos a reconocerle como comensal habi— tuai de los Buddenbrook en las grandes solemnidades, ocasio­ nes en las que, corounmente, debe hacer uso de su arte, si se tiene en cuenta lo abondante y exquisito de los manjares y - la proclividad de los niRos a engullir més de lo que pueden digerir. Ya en aquella primera comida tiene ocasién de adver tir, primero (B.13), y corregir después, los riesgos del abu 80 de la comida en Christian. La terapéutica que utiliza, bas -276- tante sensata en este caso -"{Dleta rigurosa... Un trocito - de pichén con una rebanadita de pan francés!" (B.26)- parece ser, como se comprueba a lo largo de la novela, la ûnica que conoce, pues la prescribe en las més dispares situaciones. Con el tiempo, los més Jôvenes de la familia se verén en con diciones de evaluar la préparéei6n del que, hasta donde al— canzan sus recuerdos, ha sido su médico: "Grabow va siendo - ya viejo. Es un hombre todo corazén, de gran probidad, y per sona de todas prendas; pero, en cuanto a su ta lento como mé­ dico (...) yo no lo tengo en gran cosa (...) siempre recetan do su palomino y su pan francés y, cuando el caso es més se­ rio, su cucharadita de malvavisco" (B.316). Quien asi habia es Tony, convertida ya en Frau Permaneder, quien, ademés de por lo citado, intuye que uno de los motivos por los que Gra bow, pese a ser una buena persona, no es ni puede ser un buen médico, es su incomparable bonhomie de burgués: "Un hombre - de talento tiene otro aspecto, y ya desde joven demuestra que hay algo en él. Grabow ha vivido la época del cuarenta y ocho; entonces era joven. Pero {piensas que se preocupé nunca de la libertad, de la justicia, de la aboliei6n de privilégies y del libre albedrio? (...). Nunca se preocupé de taies temas, nun­ ca salié de sus casillas" (B.316). Seguramente esté pensando en Morten Schwarzkopf, su amor juvenil, que altemaba sus es- tudios de Medicina con la actividad en una asociacién univer- sitaria cuyos miembros se preocupaban por todo lo arriba men- cionado. Pero esto no devalûa, en modo alguno, la critica de Tony. Elle se da cuenta de que el médico, para serlo de forma compléta, debe poseer un talante humaniste; debe hacer del - hombre, del hombre como complejisima unidad, su multiforme ob -277- Jeto de atencién; y Grabow ha renunciado, al menos desde el comienzo de esta hlstorla, a cualquler tipo de compllcacio- nes. Consciente de que las comidas que se sirven en la casa Buddenbrook, asi como en otras de los notables de la ciudad, hacen més mal que bien a la salud, "no séria precisamente - él, Friedrich Grabow, -dicese, para su coleto, mientras atlen de a Christian- quien intentera dar al traste con las costum bres familiares de todas aquellas excelentes, ricas y simpét^ cas families de négociantes... Acudiria en caso de ser llama do, recomendaria una severe dieta, durante uno o dos dias:un pedacito de pichôn, una rebanadita de miga de pan...eso,eso.." (B.26). Sobre todo, como buen conocedor de las exquisiteces - de la cocina que, ocasionaImente, le es dado degustar. Sélo - cuando el riesgo es inminente sabe Grabow enfrentarse a sus - ricos pacientes. Asi, por ejemplo, cuando amonesta "con toda la energfa de que era capaz" (B.277) al senador MBllendorpf, el diabético devorador de pasteles cuya grotesca muerte ha si do ya comentada. Aûn més acerba es la critica de que Mann hace obje to a este tipo de médico en Bekentnisse des Hochstap1ers Fe­ lix Krull. El encartado se llama aqui "consejero de sanidad Dûsing", y de él opina Felix lo siguiente: "Ese hombre podia resultarme peligroso, no precisamente por su capacidad profe sional, de la que segûn creo, se hallaba muy poco dotado(...) sino por cierta astucia humana innata que le era propia(...). Estûpido y ambicioso, este indigno discipulo de Esculapio ha­ bia conseguido obtener el tltulo de consejero de sanidad por relaciones personales (...). Significative de su carécter era -278- el hecho de que, como yo mismo tuve ocacién de comprobar, en su consultorio pasara por alto el orden de llegada de sus en fermos y atendiera primero a los més poderosos e influyentes, mientras hacia esperar a los més modestos; trataba con exage rado cuidado y obsequios idad a la gente acaudalada, y a la - pobre e insignificante, en cambio, con actitud ruda y recelo sa (...). Yo estaba conveneido de que aquel hombre no se ha- bria detenido ante ninguna mentira, ninguna corrupcidn o ma- nejo licito, si creia que con ello se hacia agradable a las autoridades" (BHFR. 32). Grabow no tiene carécter, ni neces^ dad de llegar a este grado de abyeccién. Pero es enormemente 1lamativo el hecho de que, tanto en su obra més temprana co­ mo en la postrera, Mann haga de este personaje, el médico - desprovisto de ética, mercenario de los poderosos, objeto de sus ataques. A raiz de la ultima enfermedad de la consulesa, el doctor Grabow comienza a trabajar en unién del que seré su - sucesor, el doctor Langhals, hijo de otra notable familia han seética. {Seré éste idealists y apasionado, como Morten?. En modo alguno. Temperamentos entusiastas, parece querer decir el autor, ha habido, hay ya habré siempre. Pero, por lo co— mün, no hacen escuéla. Ademés, lo que Mann pretende con su - novela es mostrar al lector aquello que de criticable encuen tra en la sociedad que le ha tocado vivir. Y, a su entender, el arquetipo del médico que, a finales del pasado siglo, va a suplantar a aquel otro inocuo, representado por Grabow, es el que muestra como rasgo fundamental de su carécter la so— berbia y la frialdad que parecen inherentes al cientificismo -279- exagerado. Langhals se considéra en posesién de un elevado - saber cientifico, que exige de él el atenimiento més absolu­ te a sus reglas y el repudio de aquella forma, demasiado sen sible y familiar, de abordar al paciente que conocemos por - su antecesor. En la conversacién de los dos médicos con Tho­ mas, con motivo de la enfermedad de su madre, se hace paten­ te el muy diferente modo de entender la relacién médico-enfer mo por parte de Grabow y por parte de Langhals. Mientras el primero trata, por todos los medios a su alcance, de tranquj. lizar a Thomas -en parte por su ya conocida filosofia de la vida, en parte por delicadeza-, el segundo parece considérer injustificable el faltar a la verdad cientifica. "Uno de sus pulmones esté ligeramente afectado", aduce Grabow ; "Neumonia", especifica Langhals. Y cuando el veterano asegura que intenta rén, por todos los medios, aislar la "ligera inflamacién", - aüadiré el Joven: "Pero eso no obsta para que haya suficien­ te motivo de inquietud" (B. 378) (Diabélica combinacién, la que forman estos dos galenos, capaz de acabar con la ecuani- midad del hombre més templadol. Sélo cuando Grabow comprends que "habia llegado la hora, y aûn pasado, en que la pulmonla doble no podia ser ocultada por més tiempo" (B. 383), advier te a Thomas de que haga volver a Christian, permitiéndole de ducir, pese a sus abundantes frases de esperanza, que el pro néstico de la dolencia de su madre no admite dudas. Durante la terrible agonia de la consulesa insistiré, con su mejor - voluntad, en su intento de aliviar a los familiares, ya que no puede hacer lo propio con la enferma. Trataré, en conse— cuencia, de convencerles de que la consulesa no esta vivien- do, realmente, su agonia: "(No! (...) Eso engafîa (...). La - -280- conclencia carece de lucldez... Lo que usted ve aqui no son, en su mayor parte, més que movlmlentos reflejos". "Pero un - nlRo -808tiene el narrador- hubiera podido darse cuenta, - al mirar los ojos de la consulesa, de que en ella la concien cia conservaba todo su vigor y que todo lo percibfa" (B.385- 386). Durante la larga agonia es Grabow quien, como amigo de la familia lleva la voz cantante. S61o se menciona a Langhals con ocasién de las séplicas de la agonizante, pidiendo algo que le haga dormir. Tanto el joven como el anciano se ven - obligados a negarse, pues "conocian su deber. Tratébase de - prolonger aquella vida lo més posible, y un narcético hubie­ ra acarreado un inmediato desfalléeimiento del espiritu. Los médicos no estaban en el mundo para traer la muerte, sino pa ra conserver la vida a toda costa. A esta misma idea tendian ciertos principios morales y religiosos que habian oido invo car en la Universidad" (B. 386). Cuando Grabow abandons la escena quedaré Langhals, como estaba previsto, en su puesto, y entre sus pacientes se contarén los miembros de la familia Buddenbrook, que se da— rén cuenta enseguida de que, sin perder nada -era casi impo sible-, nada han ganado con el cambio. Al finalizar una visj. ta semiprofesional a la casa Buddenbrook, dejando la salud - de Hanno al cuidado de los pasados banos de mar, cuyo efecto "ya se manifestaré", se despide "con esa inclinacién impreg- nada de superioridad, complacencia y optimisme, propia del - médico de cuyos labios y ojos se halla uno pendiente" (B.435). En su afén, heredado de Nietzsche, de prévenir al lector con­ tra el culto a la ciencia, no ahorra Mann rasgos desagradables -281- a su personaje. Y lo hace porque, como en Christian, Tony, Thomas y los demés personajes, advierte en él -en el tipo humano que représenta- caracterfsticas que, a su juicio, hay que combatir. De todos modos, el médico amigo de la fa milia empieza a constituir una especie que se extingue, y cada vez va a tener un papel menor en la narrativa de Mann. En Per Zauberberg, dadas las caracterfsticas de la familia de Hans Castorp, volveremos a encontrar un personaje pareci^ do al doctor Grabow, el doctor Heidekind, tan amable e ino- cuo como su predecesor, de quien s61o tenemos levfsimas re- ferencias, dado el ambiente en que tiene lugar la accl6n de la novela. También, por razones évidentes, aparece un perso naje similar -el médico de cdmara- en KOnigliche Hoheit . Por causa de su especialfsima situaciôn, este galeno se ve obligado a sufrir un aluvidn de injustes recriminaciones al descubrirse la deformidad con la que nace Klaus Heinrich - (KH. 18). Pero, fuera de este ambiente patricio -en el Ul­ timo caso, principesco- este tipo de médico esté dejando de tener un lugar en la sociedad y, en consecuencia, en la obra de un escritor que pretende retratarla fielmente. Quien piense, en virtud de lo hasta ahora dicho, - que s61o crfticas hacia la profesién médica pueden esperarse de Thomas Mann, se equivoca. Hasta ahora se ha limitado a - criticar a los afortunados médicos de un estamento superior, que hace del ejercicio de la medicine un modo de vida nada - comprometido y por demés amable. A lo largo de la obra de - Mann no son, con todo, escasos los comentarios laudatorios ha cia otro tipo de médicos, por ejemplo, hacia aquel innomina- -282- do profeslonal que explora "con cautelosa energfa" al peque- Ro Johann Friedemann después de su accidente (KHF. 57), El - simple reconocimiento de estas dos virtudes, energia y caute la, o mejor adn, de esa unica virtud atemperada, la energia cautelosa de que habla el autor, parece crear en torno a la persona del médico, por otra parte indefinida, un halo de hu manidad que brota de una realidad interior inmediatamente - perceptible, aunque inexpresada. Incluse en Buddcnbrooks, a pesar de su conocida intencién critica, aparece un médico a quien el autor trata con mâs afecto que a Grabow y, desde 1l£ go, a Langhals. Trétase del dentiste Herr Brecht, el "horobre pavoroso" para Hanno de quien ya se hizo mencién. Posiblemen te es su propia actividad lo que le pone al resguardo de los defectos de sus colegas en el relate: "Nunca habla podido so porter aquellas torturas que su oficio le obligaba a infli— gir", lo que se comprueba cada vez que debe extraer una pie- za de Hanno — "cuando la abominable operacién terminaba (...) se vela obligado a senterse un memento, secarse la frente su dorosa y beber un vase de ague" (B.349)-, asi como con moti­ ve de la extraccién de aquella que provocaré la muerte de - Thomas (B.462-463), En Mario und der Zauberer alaba el narra dor, calificéndole de "leal servidor de la ciencia" -y, en este caso, sin la menor intencién irénica- al médico italia no que, en dos circunstancias nada extremadas -esto es, sin posibilidad de que la lealtad cientlfica de que es detente— dor pueda tener, como en el caso de Langhals, consecuencias negatives- rehusa decir a los que le han consultado lo que quieren oir, esto es, que la tosferina es terriblemente con­ tagiosa, y que la mordedura de un cangrejo s6lo es compara— — 283— ble a la herida de Filoctetes (MZ, 505, 508), En Doktor Faustus aparecen varies médicos. No po— d£a ser de otro modo, dada la casi constante presencia de la enfermedad en la novela. En general son tratados por el autcr con consideracién, y la critica que ocasionalmente se permite Mann es algo menos céustica que en otras obras. En la présen­ te près ta particular atencién a la opinién que, al primer gol̂ pe de vista -consecuentemente, a expenses de su propio subcons ciente- se forman los paclentes del médico que les atiende. Especialmente curioso es el caso del pediatra de quien se di­ ce que "era un hombre tan pequeRo que no hubiera estado a la altura -en sentido literal- de una clientele de adultos", y al que, paradéjicamente, acude un amigo de Serenus, "hombre - barbudo y de aspecto robusto, pero de cœnplexién nerviosa muy delicada" cuando necesita asistencia médica (DF. 30). De uno de los dermatélogos que atienden a Adrian nos dice que era - muy propenso a conter chistes escabrosos, sumado a lo cual - "una especie de tic que le levantaba una mejilia, y al mismo tiempo el éngulo de la boca, con un guiRo cémplice por parte del ojo, producia en el visitante una molesta impresién de dis gusto, con algo de siniestro, de molesto y de fatal" (DF.157). Por fin, en esta misma obra damos con un médico rural, el doc tor KOrbis, que es, seguramente, el profesional de la medici- na mejor tratado por Thomas Mann. El medio en el que Kürbis - se desenvuelve le ayuda a conserver los rasgos positivos del médico de familia, eviténdole, por otra parte, caer en sus 11 mitaciones. Trabamos conocimiento con él con motivo del parto de una seRorita perteneciente a la alta sociedad de Bayreuth. -284- Esta joven va a dar a luz a la granja de los Schweigestill y es abendIda por Kürbis, "a quien le importaba muy poco c6 mo habla sido concebida la criatura, con tal que todo suce- diera regularmente y no se presentase atravesada" (DF. 210). Més adelante volvemos a encontrar a este hombre, ocupado en combatir con sus escasas fuerzas la meningitis de Eco. Cuan do llega a un diagnéstico cierto, lo anuncia a Adrian con - sinceridad exenta de aquella frialdad cientlfica que hemos conocido en Langhals. Rehusa dar vanas esperanzas a los que rodean al niAo, observando un comportamiento tan consolador como le es posible. A lo largo de su nada fécil ejercicio - profesional, Kürbis parece haber aprendido a concilier el con trol de si mismo, sin el cual un médico no puede, en modo aJL guno, auxiliar a sus pacientes, y el amor hacia el ser huma­ no, sin el cual su actividad se convierte en frio ejercicio de una técnica, mejor o peor aprendida, cuyo real objetivo - se ha olvidado. En este sentido hay que entender lo que el - autor dice del "grito hidrocéfalo tlpico" de Hanno, "contra el cual el médico se halia més o menos armado, precisamente porque lo considéra como tlpico. Todo lo que es tipico comu- nica frialdad de énimo, s61o lo que se comprends de un modo individual lo pone a uno fuera de si. Ese es el apaclguamien to sereno que procura la ciencia. Ello no impid16 a su discX pulo campesino que pronto pasaré del bromuro y el clorai de su primera receta, a la morfina (...). Tal vez se decidié a hacerlo asi en favor de los habitantes de la casa (...) como también por compasién hacia el nifio torturado" (DF.474). Su honradez cientlfica le ntueve a indicar a Adrian la convenien cia de consulter con una autoridad de la capital -"yo no soy -285- que un hombre de buena voluntad. En este caso es menesber una competencia superior" (DF.474)- pese a que conoce "la to tal inanidad de su ciencia ante aquella fatal intrusi6n"(DF. 474). La erainencia que acude desde Munich, el profesor von - Rotenbuch, no hace més que confirmer las prescripciones de - Kürbis, salvo en lo que concierne a la morfina, "porque po— drla determiner las apariencias de un estado comatoso que to davia no se habla producido (...). La pérdida de conciencia, légitima y no obtenida prematuraraente por la acciôn de la mor fina, no tardarla en presentarse, y se acentuarla muy pronto. El nifio, entonces, padecerla menos y acabaria por no padecer ya més". De nuevo se rebela Mann, sarcésticamente, contra el academicismo desprovisto de humanidad: "Manifiestamente, té­ nia empeno en que el caso se desarrollara en todas sus fases, correcte e impecablamente" (DF. 475), Seré Kürbis quien, has ta el final, trate de hacer més llevadera para todos la ago­ nie del nifio. También en la tetralogla damos con un médico -un sa nador, si se prefiere- por el que el autor maniflesta una e^d dente s impat la. Se trata de Mai-Sachme, el gobemador de la - prisién egipcia a la que José es conducido por causa de la - acusacién de Mut; el médico poeta a quien pertenece la frase sobre Imhotep citada en la introduceién. Téngase en cuenta que en el personaje de Mai-Sachme se da el justo equilibrio anhela do por Mann entre el técnico -no diré cientlfico por razones évidentes- y el humaniste. Después de describir numerosas do- lencias padecidas por los soldados y esclavos de la fortaleza de Zawi-Rê, escribe Mann: "El comandante se encargaba de tra- — 2 86- tar todos estos males sin retroceder ante ninguno, y para - cada uno -si no era la muerte lo que llegaba- posela un - remedio". Enumera, a continuacidn, estos tratamientos, y - afiade: "Todo ello iba acompafiado por una brizna de magia,pa ra reforzar el efecto de los remedios y expulsar al demonio, subrepticiamente entrado; pero esta magia no consistia tan­ te en fôrmulas (..*) como en una emanaciôn de la personali- dad de Mai-Sachme* Daba una calma apaciguadora al enfermo. Este dejaba de sentir terror -sierapre funesto- ante su en fermedad y cesaba de retorcerse (,,,). Y los pacientes, ten didos, veian llegar, con ojos serenos, la curaciôn o la - muerte (...). Asi pues, era aquel un lazareto lleno de sere nldad, del que estaba desterrado el pavor" (JSB, 990-991). El mismo José no se comporta de otro modo con el agonizante Mont-kaw, por lo que, sin ser médico en sentido estricto, - merece ser citado aqul. La manera sublime de consular a su bienhechor y de conducirle, con su alada palabra, hacia la muerte, es comparable, si no idéntica, a la magia verbal - del comandante de la guamicién de Zawi-Rê (JSB, 745-746). Con Mai-Sachme entrâmes en otro ambiente, el de las institu clones cerradas. Séria exagerado comparar la situaciÔn en - el lazareto de Zawi-Rê con la que se da en los sanatorios Einfried y Berghof, y no lo haremos. Abandonemos, pues, el Egipto de José para trasladamos a los sanatorios de alta montana, con intencién de conocer las caracteristicas de la relacién médico-enfermo en este nuevo y particular ambiente. Tanto un sanatorio como el otro disponen de dos - — 287— médicos. Llémanse éstos, en Tristan, doctor Leander y doc­ tor Müller, y en Der Zauberberg, doctor Behrens y doctor - Krokovski, que, por otra parte, nos son ya conocidos. El r_e parto de los papeles es también anélogo: Leander y Behrens son las més altas autorldades y, a su lado, casi a su som— bra, se desarrolla la actividad de Müller y Krokovski, no - muy apreciada por sus superiores, ni por los propios pacien tes. De Müller, por ejemplo, dice el autor "que ténia a su cargo los casos ligeros y los desesperados. Pero éste no es més que un doctor Müller y no merece que nos ocupemos de él" (T.164), traduciendo la que parece opinién generalizada en el Einfried. Sin ser tan extremado, el juicio que los pacien tes del Berghof hacen de Krokovski es también bastante nega tivo. Krokovski es, ante todo, psicoanalista, y no parece - intervenir, casi en ningûn caso, en la actividad médico-qul rûrgica de su jefe. Por esta razôn, cuando, con motivo del duelo a pistola entre Settembrini y Naphta, los padrinos de los duelistas caen en la cuenta de la conveniencia de lie— var consigo un médico, piensan en primer lugar en Behrens; pero, natureImente, en su calidad de méximo responsable del sanatorio, el consejero prohibiria el duelo entre dos de - sus pensionistas. Queda s61o Krokovski. Y, considerando que "no era en absolute seguro" que este espiritual personaje, siempre a la sombra del gran clinico, fuese capaz de curar una herida de bala, deciden unénimemente celebrar el duelo sin médico (Z. 742). La estricta organizacién jerérquica de ambos sanatorios détériora, pues, de manera considerable,la confianza de los pacientes en los médicos subaltemos, ha— ciendo imposible una sana relaciÔn entre ambos estaroentos. — 288— De todos modos -y en parte por comprensibles razones de es paclo- el escritor no se limita en Der Zauberberg a despe dir en dos lineas a su Krokovski. No esté dispuesto a hacer de él "un simple doctor Krokovski, que no merece nuestra - atencién", parafraseando su aserto de Tristan. La admiracién que Mann siente por el psicoanéliais, de la que hablaré en breve, imposibilita esta conducta. Ya hemos visto cual es - la consideracién de que goza el psicoanalista desde el pun- to de vista de la medicina cientffico-natura1. Para los pa­ cientes -y en parte, para Behrens- Krokovski no es, en sen tido estricto, un médico. Ahora bien; admitida, de algün mo do, su actividad, ^c6mo es aceptada? ^C6mo se comporta, pro fesionalmente, Krokovski con sus enfermos? lY cômo respon— den éstos7. Para la may or la de los pacientes, el psicoanélj. sis es més una curiosidad que una actividad util. Los comen tarios de Joachim en el trayéeto desde la estacién al sana­ torio (Z.13) y la actitud de los asistentes a las conferen- cias quincenales de Krokovski (Z.132-137), asi como la de - los propietarios del sanatorio, que anuncian en los prospec tos el "tratamiento psiquico segûn los més modernos princi- pios" (Z.138), lo demuestran. Como atraccién quincenal se - interpretan las conferencias sobre psicoanélisis, e igualmen te como placer prohibido, los tratos con lo oculto que, fru- to de una desviacién de su afén de conocer, establece Krokov ski cuando se aventura, con un grupo de elegidos, a evocar a los difuntos (Z. 707). Los enfermizos habitantes del Berghof s61o saben ver el lado escabroso de la exploraciôn psicoana- lltica -recuérdese el caso Popéw-, y seré vano el intento - de Krokovski de descubrirles su valor educativo y sânador. — 289— NI slquiera la propaganda que hace de su saber al cabo de su conferencia sobre "El amor como fuerza patégena" (Z.123), pese a la acertada eleccién del momento, parece aumentar en forma sensible la afluencia de pacientes a su consulta, dan do, en cambio, lugar a incidentes tan grotescos como el que acabamos de recorder. El establéeimiento de una relacién profesional en tre Krokovski y Castorp va a ser, al principio, probleméti- co. El primer encuentro entre el psicoanalista y su futuro paciente no es, en modo alguno, prometedor. Comienza moles- tando a Castorp la Jovialidad del médico, que el joven con­ sidéra carente de e spontané idad -"cierta cordialidad jovial, vigorosa y estimulante, como si quisiera dar a entender que, en coloquio con él, toda timidez era superflue y énicamente una confianza alegre era lo indicado" (Z.20)-. El disgusto de Hans alcanza su punto méximo cuando Krokovski se burla - de su creencia de hallarse perfectamente sano: "2De verdad? (...) |En este caso es usted un fenémeno completamente dig- no de ser estudiadol" (Z.21). El desagrado se hace ensegui- da mutuo; enterado el psicoanalista de que el recién llega- do es ingeniero, y suponiendo que, en consecuencia, debe ha llarse en posesién de una sélida y burguesa mente cientlfi­ ca, parece darle por perdido para la causa psicoanalitica: "IAh, ingeniero! (...) Perfectamente. Por lo tanto, no ten- dré usted necesidad aqui de ninguna clase de tratamiento roé dico, ni de orden fisico ni de orden psiquico (...) (Pues - bien! Duerma, sefior Castorp, con la plena conciencia de su inmejorable salud. (Duerma bien, y hasta la vista!" (Z.21). -290- Esta despedlda confirma el juicio de Joachim acerca de la - tal vez excesiva suceptibilidad del psicoanalista (Z.22),ex plicable en alguien que esté conveneido de tener algo impor tante que ofrecer a sus semejantes, y acostumbrado a reel— bir a cambio su incredu1idad. Con todo, cuando Hans comprue ba que Krokovski elude su habitacién al hacer su recorrido diario por el sanatorio, comprobando las hojas de temperatu ra e intereséndose por el estado de los pacientes, "se sin- ti6 un poco vejado de que se le pasara por alto de aquella manera y se le desdefiase" (Z.87), Krokovski dejaré de obser var esta conducta cuando Behrens diagnostique la enfermedad de Hans. Cuando esto ocurre, Krokovski se apresura a vis!— tarie para poner fin al malentendido de su primera entrevis ta: "No quiero hacerme pasar por més clarlvidente de lo que soy, no pensaba en ningûn lugar hûmedo, querla hablar de un modo més general, més filosôfico. Expresé mis dudas sobre - la cuestién de saber si las palabras hombre y salud perfec- ta pueden ser compatibles" (Z.203). Inmediatamente confia a Hans su incredu1idad frente al diagnéstico de su superior: "y hoy, aun después del resultado de su examen, a diferencia de mi querido y honorable jefe, no puedo estimar que ese pun to hûmedo (...) deba interesarnos sobrémanera. Para mi no es més que un fenémeno secundario... Lo orgénico es siempre se- cundario" (Z.203). En adelante, durante algunas sémanas se - encontrarén repetidas veces ambos personajes para tratar di­ verses temas, siempre desde un caracterlstico enfoque idea— lista que ambos comparten (Z.386). Las relaciones de Krokov^ ki con Joachim, en cambio, seguirén siendo frias, dada la ac titud del militer, de rechazo abierto del psicoanélisis(Z.715). -291- Corresponde ahora ocuparse de Behrens. Como ire— mos viendo, si hubiera que encasillarle en un tipo determ! nado de médico, séria fécil -y estaria justificado- hacer lo en el que Lain denomina "tipo Skoda" .Su antecesor li- terario, el doctor Leander, es definido como "persona a quien la ciencia ha vuelto frio, duro y henchido de un peslmlsmo - taciturne pero indulgente", que "se impone con sus modales - severos y reservados a los pacientes, a todos esos indivlduos que, demasiado débiles para darse leyes a si mismos y obser­ ver las, le confian su destino, para conseguir el derecho a - dejarse protéger por su severidad" (T. 163). En estas frases esté condensada la esencia de la relacién médico-paciente en el Einfried y en el Berghof, la personalidad del médico y su actitud frente a los pacientes que de él dependen, y la que éstos observan frente a aquél a quien entregan sus responsa- bilidades y su libertad. Como en el caso de su ayudante MÜ— lier, la personalidad del director del sanatorio es aqui de- finida més que artisticamente dibujada. Pero este modo de - comportarse "a lo Skoda" se veré ilustrado, y muy en detalle, en el personaje de Behrens. Conozcémoslo. Cuando Joachim le présenta a Hans, recién llegado, Behrens le espeta, sin més contemplaciones: "Usted séria un enfermo mejor que su primo, puedo asegurarlo (...). Tiene ma dera de buen enfermo". Inmediatamente, tras observar las con juntivas del joven, continua : "Completamente anémico, natu— ralmente, como ya le decia (...). No ha hecho usted ninguna tonteria al abandonar, por algûn tiempo, a esa querida Ham- burgo a su (Propia suerte. Es, por otra parte, una institu— -292- ci6n a la que debemos mucho, esa querida Haroburgo. Gracias a su nieteorologia, tan alegremente humeda, nos proporciona cada afio un bonito contingente (•..). En su caso no se pue de hacer nada més ingenioso que vivir, por algün tiempo, - como si tuviese una ligera tuberculosis pulmonum" (Z. 51). El mismo diagnôstico e idéntica recomendacién haré el conse jero al t£o de Hans cuando, extrafiado por la obcecaciôn de su sobrino en permanecer en el sanatorio, acuda en su busca. Le conviene comportarse, segün el consejero, como si pade— ciera "una ligera tuberculosis pulmonum que, por otra parte, existia en todos los organismos". (Z.457-458). Joachim refe riré a su primo, en distintas ocasiones, anécdotas sobre el comportamiento que Behrens mantiene ante sus pacientes; por ejemplo, cuando una paciente se queja ante él de sufrir una otalgia, Behrens la examina y la abandona a su suerte con - un displicente "puede usted estar tranquila, no es tubercu­ lose" (Z.175-176). Esta atencién exclusive a lo que conside ra su especialidad parece ser otro de los rasgos sobresalien tes de Behrens. Sélo como fruto aberrante de la especializa- ci6n cabe considérer la conducta que mantiene, segün el rela to de Settembrini, ante una paciente que, mes tras mes, ase- gura encontrarse peor que antes de acudir al sanatorio. "Se le hizo saber que ünicamente el médico podfa juzgar c6mo se encontraba, lo ünico que se concede es el derecho de decir c6mo se encuentra uno, y eso importa muy poco" afirma el ita liano. Behrens considéra que la pérdida de peso ayuda a me- jorar el estado de sus pulmones, pero cuando la paciente lie gue a desmayarse en la consulta y, més aün, a no poder tener se en pie, Behrens se veré obligado a reconocer que lo mejor -293- I que puede hacer con la enferma es devolverla a la vida acti va (Z.208), Recordemos, por fin,lo que, al comentar la esce na de la administracidn del viético a la nifia Hujus, refie- re Joachim acerca del enfermo adulto perteneciente a la ca- tegoria "de esos que, para terminer, provocan una escena e£ pantosa y no quieren morirse de ninguna manera". En vista - de su conducta, Behrens le llamô al orden;"|No haga tantos dengues! dijo, e inmediatamente el enfermo se calmé y murié completamente tranquilo" (Z.60). Con el tiempo Castorp podré prescindir de este ti po de historiés, pues se le presentaran sobradas ocasiones para conocer al hombre de quien depende la suerte de sus - convecinos y, hasta cierto punto, la suya propia. Si deja— mos a un lado el estilo grandilocuente, jocoso y un poco - agresivo con que, comunmente, se dirige a sus pacientes, in cluso cuando los temas de que se trata no son de natureleza profesional- lo que, por otra parte, dadas las caracteris­ ticas del ambiente sanatorial no excluye la posibilidad de que este comportamiento sea, al menos parciaImente, afecta- do, tendente a confirmar al enfermo en su abandono a la fuex za superior de su médico- convendré, cuando menos, referir- nos a las exhortaciones de que hace objeto a Hans con moti­ vo de la partIda y el regreso de su primo. En la primera de estas ocasiones, mientras administra al joven una inyeccién le recomienda que, dado el ascendiente que tiene sobre Joa­ chim, intente disuadirle de su idea de abandonar el sanato­ rio, sin ahorrar a su oyente exprèsiones rudas: "Deberia us ted amonestÀrle seriamente y con firmeza. Ese muchacho re— -294- ventaré at traga demasiado pronto su simpétlca niebla de - allé abajo" (Z.372). Castorp fracasaré, como es bien sabido, y cuando, al finalizar uno de los reconocimientos, Joachim notifique al consejero su deseo de volver al llano, lo acep taré primero educadamente para, inmediatamente despües esta llar ante Hans por un motivo fütil, victima, al decir del - militer, de un "ataque de locura" (Z.442). Cuando Joachim - vue1va, Behrens rehuiré durante algün tiempo, a Castorp, haŝ ta que resueIve enfrentarse a él y responder a sus pregun— tas ; "Usted quiere que le dore la pildora. Quiere usted im- portunarme y fastidlarme para que le anime en su condenada hipocresia, y para que pueda usted dormir con toda inocen- cia (...) usted quiere siempre que todo sea inofensivo,Cas­ torp. Posee usted ese temperamento (...). Su primo es un ti po muy diferente, de otro temple. El sabe a qué atenerse - (...). No se agarra a los faldones de las gentes para que - le digan tonterlas y frases confortadoras" (Z.557-558). Joa chim lo sabe en su fuero interne, no porque Behrens se lo - haya dicho. Incluso el asalto de que el médico hace objeto a Castorp persigue exclusivamente, darle a entender la grave dad del estado de su primo, para concluir con la recomenda­ cién que ya conocemos. Si no tan ofensivas, las frases con - que intenta consular a la madré de Joachim ante la ya préxi- ma muerte de su hijo son, cuando menos grotescas; "Un idili- co asunto del corazén, querida senora (...)* Esto me produce un gran placer, me satisface extraordinarlamente que vaya to mando un curso cordial, si puede decirse asi, y que no haya necesidad de esperar el edema de glotis y otras viles cosas. De esta manera se evitaré mucho jaleo. El corazén cede répi- -295- damente, tanto mejor para él y tanto mejor para nosotros" - (Z.565). Grotesco, si. Y, sin embargo, aceptado, exigido ca si por los enfermos. Recuérdese lo que se dijo sobre Lean— der. Este aire de fuerza, estos sones de fanfarria que pare cen acompafiar en todo momento al consejero, constituyen to­ da la justificacién que los enfermos -estos especiallsimos enfermos- necesitan para abandonarle su libertad. Los pa— cientes del Berghof son como nifios dependientes de un padre todopoderoso. Se sienten felices de ser objeto de su aten— ci6n, de que, por orden riguroso y sin acepciôn de personas, el consejero se siente cada vez en una de las mesas del come dor, entre ellos, de que participe con ellos en las diversio nes autorizadas -por ejemplo, en la fiesta de carnaval-.Itas una breve conversaciôn, la madre de Joachim, una extranjera en el Berghof, vueIve al llano con la conviccién de que su - hijo "se hallaba en las majores manos" (Z.533). El mismo Beh rens parece haber aceptado esta especie de dependencia pater no-filial, y no es un azar que, al comunlcarle Hans la vuel- ta de su primo declare que "en cuanto a él, Behrens, no re— prochaba jamés nada a nadie, abrla patemalmente sus brazos y estaba dispuesto a degollar una temera en obsequio del hJL jo prédigo" (Z.528). Como ultimo dato para la comprensién de la relacién establéeida entre el consejero y sus pacientes, citaré lo que ocurre al final de la cena no autorizada orga nizada por Peeperkorn; " A las dos de la madrugada corrié la noticia de que el viejo, es decir, el Dr. Behrens se acerca- ba a marchas forzadas al salén. Entonces se produjo un gran pénico entre los pensionistas fatigados. Fueron derribadas 8illas y cubos y se dieron a la fuga por la biblioteca. Fee -296- perkom, posefdo de una cèlera regia al ver c6mo se disper- saba bruscamente su fiesta de la vida, did grandes punetazos sobre la mesa y traté de esclavos miedosos a todos los que - huian" (2.604). Lo que hasta ahora hemos ido viendo nos permite - suponer, con grandes posibilidades de acertar, que al menos uno de los huéspedes de Rhadamante no va a ajustarse a este juego. Trétase,como féciImente se comprends, precisamente - de quien con tal nombre désigna al consejero: de Lodovico - Settembrini. Sabemos ya que, tratando de abrir los ojos al perplejo Hans, le ha comunicado cuanto ha llegado a su oidos referente a errores cometidos por este médico, tenido por in falible por los demés pensionistas. No pararén ahi sus crItX cas. El italiano ataca a los médicos responsables de todos - los sanatorios de la zona pues, segün él, sélo buscan el di- nero de sus pacientes. Behrens es el inventor de las curas - de verano; antes de llegar él, los pacientes volvian a sus - casas durante la estacién célida y el sanatorio se cerraba. El médico jefe de otro sanatorio, Dr. Kafka, anunciaba al - principio de esta estacién que abandonaba el sanatorio por - ocho dias, dejando sin firmar las autorizaciones para los pa cientes que desean regresar con sus familias. Su ausencia,na turalmente, se prolonge siempre mucho més de lo anunciado, - de manera que"los desgraciados esperaban y, sea dicho de pe­ so, veian cémo iba engrosando la nota de gastos. Se llamaba a Kafka que se hallaba en Fiume, pero él no se ponla en mar­ cha hasta que se le aseguraban al menos 5000 francos suizos (...). Naturalmente, al dfa siguiente de la llegada del maes[ — 297— tro celebrisslmo, el enfermo se apresuraba a morirse". El director de un tercer sanatorio, Prof. Salzmann, acusa a Kafka de no tener limp las las Jeringas para infecter a sus pacientes, y Kafka, siempre segün Settembrini, asegura que "en casa de Salzmann se imponia a los enfermos el fruto re confortante de los pémpanos, con objeto también de aumen— tar las facturas, en tal cantidad que los enfermos morian como moscas, no de tlsis, sino de alcoholismo" (Z.67-68). Hay que considérer que el italiano es uno de los escaslsi- mos enfermos contra su voluntad que se dan en la novela, y ha quedado probado de sobra que considéra indigno entregar se, sin la menor vergüenza, a la norma de vida sanatorial. Ante las constantes critlcas de Settembrini, Hans no puede por menos de terciar, en alguna ocasiôn, en defense del con sejero: "Pero ese hombre 2̂ 0 es honorable y no tiene cierto mérito?. En suma, es un bienhechor de la humanidad que su— fre. Le encontré recientemente cuando salla de hacer una - operacién, una extraccién de costillas, asunto en el que se jugaba el todo por el todo. Me causé una impresién muy pro­ funda verle volver de un trabajo tan dificil y tan ütil, - que entiende tan perfectamente" (Z.137). Si no como persona -esto es algo en lo que Hans no desea entrar-, al menos co­ mo servidor de un saber de tan inapreciable valor como es - la Medicina es Behrens un hombre honorable y de mérito. A - través de su représentante rinde el joven homenaje a una - ciencia que considéra sobremanera estimable, no por su per- feccién interna y otras cualidades sobre las que ni siquie- ra se detiene, sino por la dificultad y la utilidad que di- manan de su -bbjetivo: el ser humano enfermo y presumiblemen -298- te sanable. En lo que se refiere a la persona del galeno, - Hans tiene ciertos motives de desconfianza. En otro lugar - vimos c6mo reacciona ante la noticia de que Behrens es, al parecer un tuberculose como sus pacientes: "La camaraderfa del médico y del enfermo debe ser aprobada y se puede adm^ tir que ünicamente el que sufre puede ser el guia y el Sal­ vador de los que sufren. ^^^ro se puede concebir un verdade ro dominio espiritual sobre una potencia, ejercido por al­ guien que se cuenta entre sus esclavos?. El que esté escla- vizado 2Puede dar la liberacién?" (Z.140). Las opiniones de Settembrini y sus propias preguntas harén imposible a Cas— torp la entrega a la autoritaria figura del consejero. Su - salvacién depende, en buena medida, de ello. Este capitule quedarla incomplete si no dedicara- mos alguna atencién al personal sanitarie no médico, pues - también éste es, de vez en cuando, objeto de la observacién del escritor. En Buddcnbrooks dedica Mann algunas lineas a la labor de la enfermera solicitada por Thomas para atender a la consulesa durante su ültima enfermedad. Se trata de una monja catélica, y en la eleccién de la enfermera por su rell gién radica el interés que para nosotros tiene su presencia en la obra, en lo que a la relacién profesional con el enfer mo se refiere. La consulesa, protestante como todos los Bud- denbrook, se escandaliza al conocer la,para ella, desatina- da decisién de su hijo. Y Thomas la justifies como sigue:"Es toy persuadido de que las Hermanas Grises catélicas son mas abnegadas y fieles que las Protestantes Negras. Estas no lo son por conviccién, no piensan mas que en casarse en la pri- -299- mera ocasién que se les présente; en una palabra: son terre nales, egolstas, ordinaries. En cambio, las Grises tienen - un espiritu més elevado; SI; no hay duda de que estén més cerca del cielo" (B.381). El autor dedica las siguientes H neas a mostrar lo acertado de la eleccién de Thomas, llegan do a decir de la enfermera que "cuando acudla a releverla - otra hermana, se retiraba a descansar por breves horas, un poco avergonzada de la necesidad humane que a ello le forza ba" (B.381). Auxiliar de los médicos con forméeién académica que aparecen en Joseph und seine Brtider, la figura del cu- randero, del emplrico, tiene también un lugar en la narra- cién. Tenemos ocasién de conocer el modus operandi de uno de ellos con ocasién de la enfermedad mortel de Mont-Kaw. De modo anélogo a como lo harla Langhals en Buddcnbrooks, - después de reconocer a su paciente "le dijo en plena cara - que sus rifiones estaban agusanados" (JSB.733). En parte por la inoperancia del tratamiento, y en parte por considérer - peligrosa la sinceridad del curandero, o mas bien, la mane­ ra abrupte con que da curso a esa sinceridad, José solicita y obtiene de Petepré que sea un médico de la "Casa de los - libros" quien se ocupe del intendante. Més préxima a la de Panza Quemada que a la de sor Leandra parece la conducta de las enfermeras del Berghof. Tuvimos ya unà prueba de ello - cuando, al lado de Castorp, acompafiébamos a Joachim, postra do en el que seré su lecho de muerte.La mirada homicida con que Hans responde al desafortunado comentario de la enferme ra carece dé efecto, y poco més lejos volveré ésta a incu— -300- rrir en un parecldo desatino: empapando un panuelo en agua de colonie y manteniéndolo bajo la nariz de Joachim le dice, haciendo gala de una peregrina amabilidad: "Tome (...) dése usted todavia un poco de buena vida, sefior teniente" (Z.564). La enfermera jefe, por su parte, es la encargada de 1lever a cabo un primer reconocimiento en los pacientes nuevos, prepa rando asi el camino al doctor Behrens y, curiosamente, adop­ ta durante sus exploraciones un tonillo que de sobra conoce­ mos "ise le ocurre a usted venir aqui y resfriarse?. Aqul no debemos hablar de resfriados, honorable joven, son tonterlas de allé abajo" (Z.17.7). Frau von Mylendonck no se limita a dirigir los casos importantes hacia el Dr. Behrens, sino que ademés, supongo que involuntarlamente, por puro "contagio", brinda al enfermo una primera visién de lo que ha de ser su relacién con el consejero éulico. A lo largo de todo este recorrido por la obra de Thomas Mann hemos podido ver distintos modos de la relacién médico-enfermo que el autor considéra més o menos censura— bles o plausibles. Pero si hubiera que resumir en pocas 11- neas el pensamiento del escritor en lo que a este tema se - refiere, habrla que acudir, en primer lugar,a la frase que pone en boca de Anna, la hija de Rosalie von Tümraler: "Opi- no que hay enfermedades demasiado sutlies para los doctores" (DB. 713), por lo que no todo el que posee un tltulo es en - opinién de Mann, capaz de ayudar eficazroente a sus pacientes. Sélo alguno de estos profesionales tiene el don de susciter, merced a su "aire de inteligencia y bondad", aquella indefi- nible sensacién de humanidad que emanaba, también, del médi- — 301— CO que atiende al pequefio Friedemann, la confianza que ma ni. fiesta el narrador de Herr und Hund -"yo le habrfa encomen dado sin titubeos el cuidado de mi persona y la de todos los mi os " (HH.452)-, Paradéjicamente -;siempre la ironfa!-, el hombre que merece sernejante frase laudatoria, es el veterina rio que se ocupa de Bauschan. LOS SABERES MEDICOS -302- LOS SABERES MEDICOS La ültima de las etapas que me he propuesto cu— brir en este trabajo esté dedicada a la recopilaciün y co­ mentar io, cuando procéda, de los saberes médicos en la obra de Thomas Mann y, dadas las caracteristicas de una parte - muy importante de ésta, de sus conocimientos histéricomédJL COS. En vista de todo lo hasta ahora escrito, no cabe dudar que el caudal de datos correspondientes a esta estera seré précticamente inabarcable. Un autor que, como Mann, plantea la situacién de algunas de sus novelas en el dominio de lo - patolégico, se ve obligado a manejar informacién que, ocasio naImente, puede tener valor para el historiador de la Medlci na; de no ser asi, en el peor de los casos conseguiré, al me nos, informer al lector que busca en la novela algo més que mero pasatiempo sobre lo que la Medicine ha sido y es, a los ojos del que desde fuera de ella misma —si bien con partiel^ 1er perspicacia- la contempla. El médico mismo, el mismo hi^ toriador, pueden verse auxiliados o complementados por esta visiôn en perspective de la que tan frecuentemente, si no ha bituaImente, carecen. Algunas cosas, y no pocas, hemos podi­ do conocer en los capitulos precedentes. De las demés me ocu paré ahora, intentando soslayar cuanto de la enorme copia de datos sobre temas médicos sea, a mi entender, superflue. En razén de esta misma sobreabundancia, he elegldo no seguir al pie de la letra el esquema més utilizado en este tipo de tra bajos -saberes anatémicos, fisiolégicos, diagnésticos, etc-, dado que algunos de estos temas han sIdo ya parcialmente tra -303- tados, y que otros, de ser arrancados artlflelaImente a su contexto, convertir fan este capitule en una prolija exposj^ cl6n de datos alslados, repetldos en uno y otro lugar, has ta la sacledad. En una lectura global del material de que dispongo, distingo dos grandes apartados: En el primero de ellos trétase del conocimiento de las enfermedades, su dia^ nôstico y su comprensién etiolégica y fisiopatolégica. En - el segundo, de la terapéutica empleada para rescatar al en­ fermo de su estado, en razén de cuanto sobre la entidad de dicho estado conoce el terapeuta. Por motivos que juzgo corn prensibles, afrontaré el estudio de estos dos grandes temas ateniéndome a una cronologla que no seré la hasta ahora em­ pleada -genealogla de la obra manniana-, sino la pura cro­ nologla histérica. Comenzaré, pues, por Joseph und seine - Brüdcr. Dado el marco geogréfico y cultural en que se de­ sarrolla la accién de las novelas de José, encontraremos en elles très modos fondamentales de entender la enfermedad y, en consecuencia, la asistencia al enfermo. Por orden de an- tigüedad estas très actitudes mentales son: la emplrica, la mégico-religiose y la que trata de ser, sin lograrlo toda— via, cientlfica. De las très se ocupa Thomas Mann, perfecta mente informado, como veremos, en muchos casos, y bordeando el anacronismo -cuando no cayendo en él- en otros. La pe- ripecia existencial de José, que comienza en el seno de un pueblo de pastores némadas y concluye en el Egipto faraéni- co, nos brinda la posibilidad de conocer lo que de éstos - très modos de entender la medicina sabe Thomas Mann. Los pri -304- meros afios de la vida del elegido transcurren, como hemos dicho, entre las tiendas del 1inaje de su padre. En esta - etapa tanto José como el lector no tienen ocasién de cono­ cer otro tipo de medicina que la que corresponde a la act^ tud emplrica, més o menos entreverada con elementos mégi— COS. Las enfermedades que se describen son las que cabrla esperar en una reducida comunidad némada que intenta subsia tir en parajes semidesérticos. Âbundan las referencias a la patologia ocular, siendo, al parecer numerosos los casos de conjuntivitis y blefaritis, favorecidos por la vida al aire libre y al sol, asf como por la escasa higiene. Lea, una de las esposas de Jacob, y sus hijos, padecen crénicamente es­ tas dolencias (JSB.63, 109, 250), y los tratamientos con - bélsamos a base de sustancias vegetales no consiguen acabar con allas (JSB. 63, 109). De Hemor, el sefior de Shekem, afir ma el autor que "sufria de nudosidades en las articulaciones" (JSB. 115); més lejos, abandonando el lenguaje y la actitud mental de los personajes del relato, y para mejor compren— 8ién del lector actual, advierte que la enfermedad que de - ese modo se maniflesta no es otra que la gota (JSB.119). La descripcién del rostro de Laban hace penser en una paré11— sis facial: "Un guifio ténia a medio cerrar uno de sus ojos (...). Al mismo lado de la cara, una roueca netamente infer­ nal marcaba la comisura de la boca. Esta pendia paralizada sobre la barba" (JSB. 174). Fruto de la observacién directe es también el conocimiento que Jacob tiene de la entidad de los padecimientos de sus rebafios; cuando envia a José en - busca de sus hermanos, lo hace con el pretexto de saber si sus reses sê encuentran sanas "o si la putrefaccién en el — -305- hlgado o las inflatnaciones hacen estragos” (JSB.392). En lo que se refiere a la terapéutica, ya hemos visto c6mo este - pueblo ndtnada no dispone, en general, de otros recursos que los que su propia experiencia le brinda, por ejemplo, los - bâlsamos citados para los padecimientos oculares, o el ace^ te con que los madianitas curan a José al rescatarle del po zo (JSB. 498). Estos reducidos saberes empiricos, patrimonio del linaje y, nés particularmente, de los cabezas de fatnllia,se complican enormemente -no siempre para bien- en el medio urbano. Empirico es el conocimiento del cuerpo humano que - se supone a los sacerdotes pues, dada la frecuencia con que deben aplicar su magia en favor de los enfermos, se les con sidera més capacitados que a otros hombres para, en el ejem plo utilizado por Mann, realizar una pequena intervenei6n - quirurgica, y més cuando ésta tiene carécter religioso: una circuncisién (JSB. 127-128), En este caso, el autor parece desconfiar de la visién de este tipo de profesionales, en— turbiada por su modo de penser mégico-creencial. Poco més - lejos leemos: "El sacerdote no se habia mostrado tan exper­ te y no habia sabido evitar (...) una inflamaciôn, la fie— bre y violentes dolores" (JSB. 129). Téngase en cuenta que, en este caso particular, Mann no inventa, o inventa poco;se trata de la aOagaza tendida por los hijos de Israel a los - siquemitas. Aûn més complicado y bastardo résulta el empiria mo de un personaje ya conocido, Panza Quemada, el jefe de - los jardineros de Petepré, "boticario y charlatén experto en -306- jugos (...) sefior de las decocciones, de los extractos, de los ungQentos, las lavativas, los eméticos y las cataplas- mas, que preparaba a las gentes y a las bestlas en caso de enfermedad" (JSB. 659-660). Al decir "las gentes" bay que - sefialar que dnlcamente se refiere el autor a los siervos - del flabelifero, pues los senores prefieren hacerse atender por médicos de la "Casa de los libres". En opinién de Mann, la observacién de cases parecidos permite al jardinero dia£ nosticar adecuadamente la enfermedad de Mont-kaw: "Consulta do acerca de cierta pesadez sorda que el intendante sentie a menudo en la espalda y en el costado izquierdo, y dolores en la regiôn cardiaca con vértigos frecuentes, digestiones penosas, faite de suefSo y excesiva necesidad de orinar, Pan za Quemada, el charlatén, le asesté, en plena cara que te— nia los rinones agusanados" (JSB.733). En esta ocasién el - autor parece ir demasiado lejos, pues nada permite suponer que los egipcios conocieran el rifiôn como viscera^^^. Asi - mismo, en el tratamiento instaurado por el empirico se men- ciona la sangria mediante sanguijuelas, procedimiento que, al parecer, se desconoce tamblén en la época que nos ocupa (JSB. 736). Otros remédios utilizados por este personaje - son las répugnantes mixtures en cuya composiciôn entran, en tre otros ingredientes, sangre, cerumen, orlna y estiércol (JSB. 736) lo que, con todo, es mucho més creible que la te rapéutica a base de sangrias. Asi mismo empirica, aunque - plena de buen sentido, es la conducta del Moisés de Pas Ge- setz, a quien Mann atribuye la confeccién de un filtro para eliminar algunas de las sustancias que hacen desagradable y nociva el a&ua encontrada en el desierto (G.641). Como ade- -307- lantado de la higlene individual y publica, y sin apartarse - una linea del espiritu de la Escritura, dicta el legislador de Mann normas para mantener limpio el campamento, evitando la aparicién de enfermedades epidémicas, asi como otras so­ bre alimentaciôn, higiene individual e higlene sexual (JSB. 651-653). Coexistante con la mentalidad empirica, la méglco- rellgiosa es aplicada en diferentes ocasiones a la compren— si6n de la enfermedad y de la acciôn terapéutica en la tetra logia. Grande es, como veremos a contlnuaclôn, la erudiclén de Thomas Mann en lo que a esta concepciôn de la mediclna se refiere. Toda enfermedad cuya causa no sea inmedlatamente - comprensible précisa ser explicada a expensas de la accl6n - de poderes maléficos. Esto es lo que ocurre, por ejemplo,con las enfermedades epidémicas. Las gentes del llnaje de Abra— ham las conocen y las temen (JSB. 43, 63-64, 71-72), y la ex plicaciôn que dan a estas desgracias es de carécter emlnente mente religioso. Para ellos es "Nergal, el elamlta", repre- sentado en el cielo por nuestro planeta Marte, qulen "repar­ te la peste" (JSB. 43). Jacob, variando un poco el pensamlen to de su pueblo, afirma que es el dios ünico quien puede ca^ tigar con enfermedades a los que, conociéndole, se apartan - de él para adorar a dioses falsos (JSB. 63-64, 71-72); pese a ser un reformador religioso, aûn vive el Jacob de Mann In- merso en la creencia del dios que castiga con la enfermedad. Los embarazos y partos, rodeados de mil riesgos para la ma— dre y para el hijo en la época en que tiene lugar la acclén, son ocasiones en que se hace especlaImente necesarlo apacl— —308- guar a los poderes capaces de acarrear desgracias. Lo vemos en el caso de la esposa de Laban y, aûn con més detalle, en el de Raquel. Durante el embarazo de Adina, esposa de Laban, "més de una vez habian sido ofrecidos alimentes a Nergal, el rojo: cerveza, panes de espelta y corderos en sacrifieio, pa ra que impidiera manifestarse a sus cuarenta servidores por- tadores de enfermedades. Gracias a esta precauciûn, en ningu na de estas cireunstancias se revolvieron los ôrganos inte— riores de la mujer, y la bruja Labartu no atrancô el orifi— cio de su cuerpo" (jSB. 211). Al comienzo del de Raquel, da­ do que la embarazada manifiesta trastornos més o menos preo- cupantes, "su madré le aplicaba constantemente ungUentos con feccionados segûn viejas recetas, y cuyas virtudes tenlan - dos fines: mégicamente, tenfan el poder de espantar a los ene mlgos invisibles y, naturalmente, tenian un efecto lenitivo. Mezclaba lenguas de perro, berros del Jardin y la raiz de la planta destinada a Nantar, el dueno de las sesenta enfermeda des, combinando esta mezcla con aceite sobre el que habia - pronunciado un conjuro". La administraciûn de este reraedio - se lleva a cabo, al igual que su preparaciûn, en medio de en salmos: "Apértense el malo Utukku, el malo Alu; malos espiri tus de los muertos, Labartu, Labaschu, mal de corazûn, maies de cabeza, maies de muelas, Assaku, poderoso Namtaru, salid de la casa, os conjurâmes por el cielo y la tierra" (JSB. 251). Las medidas mégico-profilécticas se refuerzan en los dias que preceden al parto: "le hicieron tragar desagradables mixtures, gran cantidad de aceite conteniendo polvo de piedras de pre­ nez machacadas; sufriû numerosas cataplasmes de asfalto; su jetaban a sus miembros, con cordelillos, partes enteras de - —309— animales impures. . A la cabecera de la cama (...) ténia - siempre un cabritillo para que sirviera de victima propicia toria a los espiritus évidos. Una muheca de arcilla, repre- sentando a Labartu salida del pantano, estaba noche y dia - junto a su lecho; en la boca de la estatuilla, un corazûn - de cerdo estaba destinado a atraer a la horrible bruja lejos del cuerpo de la mujer encinta (...) para reintegrarlo a su efigie, que era necesario destruir cada très dias a golpes de espada y enterrer en un rincôn cerca del muro, operaciûn durante la cual no se podia mirer etras (...). Una muralli- ta de harina hervida rodeaba el lecho de Raquel, y très mon tones de cereales se alzaban en su habitéei6n, segûn las - instrucciones del adivino. Cuando se anunciaron los primeros dolores, se apresureron a impregnar las paredes con sangre - de cerdo y a pintar la puerta de la casa con yeso y asfalto" (JSB. 256). Los diversos espiritus maléficos mencionados en estos rituales -Labartu, Alu (llu), Utukku, Namtaru, Assa­ ku (Ashakku)— pertenecen realmente a la mitologia asirio-ba bilûnica, y son responsables de enfermedades^^^. También las "piedras de prefiez" de que habia Mann son amuletos comunmen- 158te utilizados en dicha culture . El resto del ritual pare­ ce haber sido inventedo por el adivino que se menciona en el pérrafo, sobre la base del patrimonio religioso y culturel - comûn. Quizé sea éste el momento més oportuno para referir - el modo en que, segûn descripciûn de Mann, se lleva a cabo - la asistencia a la parturienta: colûcase ésta "arrodillada so bre dos ladrillos (...) Los brazos de una comadrona la retie- nen por detrés mientras otra, en cueillies junto a elle, vigj. la la salida del recién nacido" (JSB. 211). Otra ocasién que -310- se brinda al lector para comprobar la erudiciûn histûrico- médica de Thomas Mann es aquella en la que, preocupado Laban por la salud de Raquel, le pregunta si sufre a causa de "el gusano de los dientes" (JSB.277), especie de demonio a quien, en el émbito asirio-babilônico, se atribuyen las dolencias -j , 159dentales La interpretaciôn mégico-religiosa de la enferme­ dad hace imprescindible el uso profiléctico de medios mégi- cos: los talismanes y amuletos. Hemos visto ya algunos ejem plos de su uso combinado con exorcismos y procediroientos - transferenciales, sobre todo en el caso del embarazo y par­ to de Raquel. En otras ocasiones vuelve a mencionarse el - uso de estos amuletos. Al présentâmes a José, el autor de- tiene un momento su atencién sobre "un saquito en el que ha bian sido cosidas raices bénéfices, que colgaba sobre su pe cho" (JSB. 44). Igual que él, Schridaman, uno de los prota­ gonistes de Die vertauschten KOpfe, porta una "bolsita-amule to" (VK. 554). Conocedor de la enfermedad que se ceba en el faraén, el rey de Mitanni no duda en envier le una imégen de Isthar, famosa por sus milagrosas curaciones (JSB. 723). Pe ro, cuando la enfermedad ha caido sobre un hombre, los ta— lismanes y amuletos son insuficientes. Es preciso, enfonces, procéder a la terapéutica expulsatoria, al exorcismo. Cite- mos, como ejemplo de exorciste, al sacerdote eglpcio colabo rador de Mai-Sachme, que cura a sus pacientes con encanta— mientos, en la creencia de que "la enfermedad de un érgano (...) indicaba c1eramente que la divinidad protectora de esa parte del cuerpo la habia abendonado voluntaria o involunta- -311- rlamente, para dejar libre el campo a un demonio hostil;e^ te huesped funesto bacla entonces de las suyas y debfa ser exorcizado para obllgarlo a retlrarse. Para ésto, el encar- gado del temple posela una cobra que guardaba en una cesta. Une simple presiûn en la nuca le bastaba para transformer - al reptil en varilla mégica; gracias a elle habia obtenido algunos éxitos" (JSB. 989). Tamblén de un modo mégico es in terpretada la accién de los baAos en determinados lugares, en Die vertauschten KDpfe. Habia, se nos dice, "banos famo- sisimos, que quitan todas las méculas, y donde uno recibe - nuevo nacimiento” -obsérvese la relacién entre enfermedad y manche fisica o moral- alguno de los cuales anuncia, inclu­ se "sus efectos milagrosos" incitando a banarse en sus aguas a los enfermos, para lo que se establece un riguroso turno que sépara a los ricos de los pobres (VK. 552-553). Hora es ya de prestar atencién al pronéstico tel como lo entiende esta mentalidad. Dos son las vias por las que puede llegarse a predecir los sucesos que pueden acae— cer a un hombre, entre ellos las enfermedades y su evoluclén, o el desarrollo de una gestacién y el resultado de un parto: la adivinacién y la interpretacién de los suenos. De ambos - métodos encontramos ejemplos en la tetralogia. Mencionemos, en primer lugar, la lecanomancia. Al Llegar a su quinto mes el embarazo de Raquel acuden Jacob, laban y sus respectivas esposas a un adivino, para pedirle que pronostique la suer- te de la madré y el hijo. Tras criticar éste las précticas religiosas y adivinatorias de los sacerdotes de Astarté, pro cede al sacrificio ritual de un cordero, explicando antes a -312- los que le consultai! el modo de llevarlo a cabo:"Es costum bre darme la parte posterior del cordero, su lana y un pu- chero de caldo Ademés, los tendones y la mitad de - las entraAas, conforme a las tablas y prescripciones. Los rlAones, los muslos y un buen pedazo de lomo pertenecen al dios, y el resto nos lo comeremos en nuestro yantar en co­ mûn en el teroplo" (JSB. 253), Finalmente, realize sus presa gios mediante las figuras que dibuja el aceite en el agua (JSB. 254). Los sueAos son, igualmente, revelaciones sobre venidas al hombre capaz de interpreterlos. De sobre conoc^ dos son los de José, Jacob, el faraén y sus funcionarios.La interpretacién que de ellos se daré en la obra manniana se atiene, en ocasiones, al relato biblico; por ejmplo, en el caso de los suenos del rey. Pero, en otras, la formacién - psicoanalitica del autor se permite algunas licencias, po- niéndolas incluse, a veces, en boca de los personajes. Acué^ tase José disgustado con sus hermanos y consigo mismo, al - no haber logrado convencerles de lo acertado de su interpre tacién del sueAo de las gavillas. Por este motive, aduce el autor, "rehizo su sueAo (...) de una manera tan pomposa,que esta confirmacién recibié a sus ojos un carécter més categé rico que si la visién de las gavillas se hubiera repetido - exactamente (...). Y asi se vié él, el nifio José, amo y se­ fior efectivo de las esferas que rodaban a través del Zodfa­ ce". "No olvidemos mencionar -afiade, a modo de explicacién- que aquel mismo dia, a la sombra del érbol de la ensefianza habia aprendido una leccién del vieje Eliecer, leccién que se relacionaba con (...) el triunfo del Salvador sobre los reyes paganos, las fuerzas estelares y los dioses del Zodia -313- co (...). Una sustituclén y una equlvâlencla puerlles se - efectuaron en su espiritu entre el divino héroe escatolégi- co y su propia persona de ensuefio" (JSB. 385). Anos més tar de José, en oposiciôn a la mentalidad mégica del copero y - el panadero del faraén, argumentaré con mentalidad psicoana litica en t o m o al tema de la interpretacién de los suenos. Los dos funcionarios reales niegan, en principio, a José su confianza, alegando que, para esos suefios que parecen pedir a gritos ser interpretados, es necesario contar con especia listas versados en la méntica: "Cada uno de dios habia tenĵ do su adivino titular (...) provisto, ademés de los mejores repertories y tratados de casuistica onirica, tanto babilo- nios como egipcios. Les bastaba hojearlos cuando no sabian qué pensar. En los casos difidles y excepcionales, ambos - senores tenian el recurso de convocar a los profetas del tem plo y a los doctos escribas, cuyos esfuerzos conjugados es- clarecian forzosamente el misterio" (JSB. 1011). El elegido no es de esta opinién; los contenidos del inconsciente no - pueden, en modo alguno, hallarse tipificados en los libres de los antepasados. José sabe lo suficiente de los hombres - como para poder asegurar que "la accién de sonar forma un - todo en que el sueno y su interpretacién son inseparables; sélo en apariencia el sonador y el intérprete son distintos; en realidad son intercambiables y no hacen sine uno, pues am bos forraan un todo. Quien suefia interpréta a la vez, y quien interpréta debe haber sonado (...). La interpretacién prece­ de al sueno, y sonamos ya la interpretacién. Si no, &cémo po dria ser que, a menudo, el hombre sepa muy bien que la inter pretacién es errénea y grite al adivino: jMérchate, charla— — 314— tén! iQuiero otro que me diga la verdad!?" (JSB.1012). Tan to en esta ocasién, como cuando es llamado a Interpretar - los suefios del faraén, adoptaré José una actitud y haré - uso de una técnica comparables a las de un pslcoanallsta - del slglo veinte, lo que no Impide que, en el relato, sea conslderado como un elegido de los dioses por los que a él acuden. En Egipto encontraré José, por primera vez, médi- cos que tratan de entender su actividad sin acudir a expli- caciones mégicas, si bien carecen todavla de auténtica men­ talidad cientifica, tal como hoy la entendemos. Es sobre to do su talante lo que les hace parecer més préxlmos a los - hombres que han de sentar las bases de la mediclna cientif^ ca. Estudian y observan con mayor capacidad crltlca que el resto de sus contemporéneos, tal vez mayor también en la flç cién novelistica de lo que lo fué en la realidad, Con moti­ ve de la enfermedad de Mont-kaw trabamos conocimiento con - un médico de la "Casa de los libros", esto es, con un repre sentante de la mediclna oficial egipcia, que es reclamado - por Petepré para atender a su intendante. Este médico criti ca las medidas adoptadas por el jardinero, en particular las sanguijuelas, "pues se deduce de la palidez del enfermo -ad vierte- que el alivio que signe a la sangria se paga caro, con la pérdida de la savia nutricia que estimula la vida" - (jSB. 736), y prescribe remedies para cuya composicién se - utilizan materlas més nobles que las usadas por el curande- ro: "miel y cera, belefio, pequefias dosis de jugo de adormi- dera, cortezas amargas, sosa y uva de oso" (JSB. 736). Més -315- tarde conoceré José al que ha de ser su valedor ante el fa­ raén, el gobemador de la fortaleza de Zawi-Rê, cuyas ideas sobre la entidad humanistica de la mediclna nos son ya cono cidas. El autor dota a este personaje de una mentalidad cr_i tica y un ansla de saber que le hacen parecer un hombre mo­ derne. Poco le preocupan las tradiciones de su pais, y en - poco tiene a los poderes mégieos de la naturaleza o de los dioses. Comentando ante José y los funcionarios que le ro— dean la historié de una reina que queda encinta por haberle entrado en la boca una astilla de un determinado érbol, die tamina: "eso es cosa muy contraria a la experiencia médica para que pueda aceptarse con confianza" (JSB. 981), De la - experiencia pretende extraer Mai-Sachme todo su saber. Pero de una experiencia razonada. El autor le define como "un sa nador diligente que se levantaba temprano todas las mafianas para inspeccionar las deyecciones de soldados y convictos - en la enfermeria". En su gablnete de trabajo se pueden en— contrar "un herbario, morteros, frascos y ungüentos". Consul, ta alli la obra "En beneflclo de los hombres" y "otros tex­ tes llenos de madura sabiduria". Y no se limita a consulter los y a obrar segûn le indican sus papiros, sino que se plan tea cuestiones que, para él, no estén del todo claras, y que deberian resolverse: "gEran los vasos sanguineos que corrian en parejas desde el corazén hasta las extremidades, sépara— des del cuerpo, y que tan expuestos estaban a la oclusién,al endurecimiento e inflamacién, y que a menudo no respondfan - al tratamiento, sélamente veintidés, o cuarenta y sais, como él se sentie inclinado a creerf^^ ^Eran los gusanos del cuer po (...) la causa de ciertas enfermedades, o més correctamen -316- te su resultado?. En otras palabras: iSb forraaba un tumor - al producirse una lnterrupcl6n en uno o més vasos, tumor que no tenia via de salida y eventuaImente se pudria y originaba gusanos?" (JSB. 988-989). Para este soldado-médico, no es - aceptable la conducta de los sacerdotes, cuyos conocimientos proceden, exclusivamente, del "examen y la muerte ritual de las bestias de sacrificio" (JSB. 989). A mitad de camino en­ tre el empirico y el cientifico, Mai-Sachme sabe interpreter lo que ven sus ojos, sin el auxilio de explicaciones mégicas y sin atenerse exclusivamente a lo tradieionaImente aceptado. Muestra de lo primero es el consejo que da a José cuando és­ te, de vue1ta de un recorrido por los depésitos de grano de los que es méximo responsable, pretende hablar con él: "jNo quieres comenzar por refrescar tu rostro con agua?.No hay - que dejar que el sudor se seque en los poros y las cavida— des del cuerpo. Eso corroe e Irrita, sobre todo si esté mez clado con polvo arenoso" (JSB, 1187). De lo segundo, el mé- todo de que se vale para expulser a las ratas de la fortale za -poner por todas partes grasa de gato, cuyo olor las ha ce huir— , asi como la plaga de moscas, que combate con una mezcla de "sosa, carbén de lena y la hierba bebet" (JSB,990), tareas que el sacerdote no es capaz de llevar a cabo con sus ensalmos. Siguiendo la cronologia propuesta, nos vemos obli- gados a dar un importante salto en el tiempo, nada menos que hasta la Edad Media europea, marco histérico, como sabemos, del relato titulado Der Erwflhlte. En esta historia se encuen tran todavla" algunas referencias a la intervencién divina en -31/- la causacién de los fenômenos naturales, si bien la inter­ pretacién general de éstos difiere grandemente de la mégi­ ca de que acabamos de ocupamos ; ésto es de sobra conocido y no exige, a mi entender, comentario alguno que, sin duda, séria insultante para el lector. Vaya como ünico ejemplo de esta actitud mental -y ello por atenemos con la mayor fi- delidad posible al relato- la interpretacién que el supues to narrador, el mon je que ya conocemos, da del tardio y de- seado embarazo de la condesa Baduhenna: "^Ocurrié porque el mismo arzobispo de Colonie, de Utrecht, del Mosa y Lieja in- tercedié con misas solemnes y procèsiones rogativas?. Asi - lo creo. El caso es que, después de largos titubeos, el To- dopoderoso levanté, por fin, la maldicién y la condesa cono cié las alegrias de la maternidad" (E, 288). Pero, sin dejar de ver en todo lo que acontece los designios de Dios, Clemen te el irlandés atribuye la parélisis que acaba con la vida - del conde Grimald a los excesos alcohélicos: "A decir verdad, desde que dejé de tener a su lado a su mujer, este principe se habia entregado en demasia y con creciente aficién al cia rete" lo que, al cabo de los afios, le hace sucumbir victima de un accidente vascular cerebral. El narrador utiliza un in treducible nombre medieval -Tannewetze1- para designer la - enfermedad, cuyos sintomas son inconfundibles: "El Tannewet- zel le alcanzé en la sien de modo que vino a quedar muerto - todo el lado derecho: ya no pudo mover los miembros de este lado, y hasta se vié privado en parte del habia, pues sélo - por el éngulo izquierdo de la boca conseguia balbucear algu­ nas palabras que sonaban como un soplido. Su médico de Lovai, na, asi como el grlego Klias, a quien hizo llamar, no le - -318- ocultaron que el Tannewetze1 muy pronto y féciImente podia volver a atacarle, de modo que quedarlà Irremlsiblamente - muerto también el lado izquierdo de su cuerpo" (E, 299). Clemente concilia las explicaciones religiosas con las natu rales; cuando Grigorss, el hijo del pecado, es abandonado a su suerte en el Canal de la Mancha, Dios dispone que las co rrientes y los vientos hagan llegar la barrica que contiens al nino a las costas de Inglaterra en sélo dos noches y un dia; "y estoy seguro -afiade- que ningûn nifio habria podi- do soportar més tiempo, ni aun traténdose de la criatura - més fuerte y bien nutrida" (E.335). El poder divino no obra ya contra las leyes de la naturaleza, sino que las usa en - provecho de sus designios. Menos natural es, en cambio, el relato que el monje nos hace del estado a que se vié reduci do Grigorss al cabo de los afios de penitencia en la roca: "No era més grade que un puerco espin, peludo y éspero, cu- bierto de un musgo que ya formaba parte natural de su cuer­ po, al que ninguna inclemencia de las estaciones podia ya - alcanzar; lo que le habia quedado de sus miembros, unas pier nas y unos brazos diminutos, lo mismo que los ojillos y la pequena boca, apenas se reconocian como taies" (E. 424). Fuera de la parélisis de Grimald, pocas son las - enfermedades que se mencionan en el relato. Sabemos que Sy- billa y Willigis padecen la varicela cuando cambian la den- ticién, quedéndoles cicatrices por el rascado, y cayéndose- les transitorlamente el cabello (E.290). Mayor atencién se presta a los embarazos y partos, en parte por su importante papel en el relato, y en no menor medida a causa de que los -319- rlesgos de que se ven rodeados no han disminuido de forma notable desde los tlempos de José y Jacob. Sin ir més le­ jos, en las primeras péginas nos enteramos de que Baduhen na fallece después de dar a luz a Sybilla y Willigis ( E. 288). Cuando Sybilla queda embarazada se adoptan todas las precauciones conocidas: la noble matrôna a cuyo cargo queda ocultar y auxiliar a la pecadora, la "auscultaba y palpaba" (E. 313), vigilando contfnuamente su estado. Cuando llega el momento del parto, se mantiene vivo un Uameante fuego, - en la creencia de que esto facilita en gran medida la labor de la parturientat Con las primeras contracciones se adminis tra a la madré "un bano caliente, que afloja los müsculos y activa la cosa” (E. 314), y la castellana que la auxilia ad- vierte estar dispuesta a dar "dos o très palmadas" al recién nacido en caso de que éste no rompa a llorar enseguida, lo - que, por suerte, no llega a ser necesario. Més lejos nos in­ forma el cuidadoso cronista que el tiempo fijado para la per manencia en cama de la madré tras el parto es, habituaImente de seis semanas (E. 319). Antes de cumplirse este plazo, a - Sybilla "se le retiré la leche, lo que le produjo ardiente - fiebre" (E. 319). Por este camino busca el abad, a cuya pre- sencia conducen los Pescadores ingleses al nino que acaban - de recoger, una explicacién que permita evitar las murmura— clones que, sin duda, ha de susciter la presencia de la per­ son! lia recién aparecida en su pequena comunidad. Encomiénda lo al cuidado de uno de los pescadores, advirtiéndole; "Cuan do la gente os pregunte a tu mujer y a tl cémo es que tenéis siete hijos en lugar de seis -aunque, &quien puede noter la difercncia?- les diréis que éste es de la hija de tu her -320- mano, la que vive en la isla de San Aldhem (...) que, pade- ciendo de astna su pecho, no puede criar al nifio" (E. 334). Veamos, por fin, qué es lo que nos dépara esta no vela tocante a la asistencia médica. Como siempre, nada que no sepamos, pero si algunos datos cuyo interés radica en co nocer la erudiciôn histôrico-médica del autor. Thomas Mann no ignora que la asistencia a los enfermos es, en esta épo­ ca, més bien obra de beneficencia que otra cosa. De la nece sidad de llevar a cabo esta obra da fe la penitencia que - Grigorss impone a su madré, consistente, como se sabe, en - la fundacién de una institucién dirigida por ella misma, que procuraré asistencia gratuits a los enfermos, incluidos los leprosos (E. 412). Abandonando el mundo, Sybilla construye un pequefio asilo "que no pudo ofrecerle siquiera la comodi- dad de vivir separadamente, de modo que tuvo que hacerlo en compania de los enfermos y tullidos que se recogian del ca­ mino o que se llegaban hasta las puertas de madera del asi­ lo" (E. 461). En éste, naturalmente, la asistencia que se - brinda al enfermo no es, ni rerootamente se parece a lo que hoy entendemos por asistencia médica. Sybilla "daba aloja— miento" a los menesterosos y les alimentaba con papillas y cuajada, dedicéndose también "a lavarles las llagas, a ba— fiarlos y a atenderlos" (E. 461). Héblase en otra de un mon- je que habia extirpado un bocio a una campesina, la cual ha bia muerto dias més tarde, por no guardar el reposo que se le habia prescrite. Se sornete a la opinién de Grigorss, con vertido ya en papa, la cuestién de decidir si el monje pue­ de seguir ejerciendo sus funciones sacerdotales: "Si, contes -321- t6 Gregorio; cierto es que no résulta muy aceptable que un religioso se de a un oficio manual de éste género, mas és­ te no lo ha hecho por ambicién de dinero, sino por human1- dad y por amor al arte de la mediclna" (E.A59). La adoles- cencia de dicho arte hace que la asistencia al enfermo se limite al ciudado de sus més acuciantes necesidades, pero un hombre de recto criterio no se permite castigar a otro que se ha aventurado "por humanidad" y "por amor" a este - arte. Esta es la ûltima pincelada, por lo que a nosotros - respecta, del hermoso fresco medieval que Thomas Mann nos ofrece en Der Erwëhlte. Continuando nuestro recorrido cronolégico llega- mos a la Toscana renacentista, a Fiorenza,la obra draméti- ca en la que asistimos al enfrentamiento entre Lorenzo de Médicis, el Magnffico, y Girolamo Savonarola. Dado que este enfrentamiento tiene lugar en los ültimos dias de la vida - del sefior de Florencia, la mediclna y los médicos tienen un importante papel en la obra. Dos médicos aparecen en ella: Pierleoni, el médico de cémara de Lorenzo, y un médico ju- dio de Pavia quien, cuando la accién comienza, ha abandona do ya la villa del Magnifico tras prescribirle "una costo- sa pocién" en la que los familières y amigos del enfermo - tienen puestas sus esperanzas (F. 732). Tanto un médico co mo el otro son cientificos, représentantes de la ciencia - oficial de su tiempo. Pierleoni, hombre de "aire excéntrico, con una cierta inclinacién hacia la charlataneria y la ma— gia" (F. 766), asegura que la pocién, de haber produc ido aj. gün efecto, ha actuado negativamente sobre las fuerzas de - -322- 8u paclente. Crltlca acerbamente la actitud de los Médicis, que no han querido fiarse exclusivamente de él y que, sin - consulterle, han acudido al judio, quien, a su modo de ver, sélo pretende enriquecerse; ha prescrite su pocién, a base de piedras preciosas machacadas (F. 738), y se ha apresura- do a abandonar la villa una vez que ha recibido sus exorbi­ tantes honorarios. Por otra parte, el judio parece descono- cer las reglas del arte pues, segün advierte Pierleoni, ha administrado su remedio "sin siquiera considerar la posicién de los astros, pues no conoce en absolute los influjos astra les, mientras que yo no prescribe ningunos polvos ni aplico sanguijuelas sin determinar primero cuidadosamente si la ho ra estelar es favorable" (F. 766-767), Pero, a pesar de su ciencia, tampoco Pierleoni es capaz de ayudar a su sefior. In terrogado por Pico délia Mirandola acerca del nombre de la - enfermedad que padece el Magnifico, se niega a responderle, pues asegura que el ünico nombre que cabria darle es demasia do horrible (F. 767), Sélo se pronuncia acerca de la fisiopa tologia del proceso morboso. A su entender, "la médula de la vida esté siendo atacada por la descomposicién" (F. 739).Pre güntale, entonces, Pico, si se trata de un envenenamiento, a lo que el médico, con aire equivoco, contesta: "veneno... se gün como se tome... segün como se tome" (F, 767). En lo que respecta a las prescripciones terapéuticas, las dudas de Fier leoni no son tentas. Observando que el pulso del Magnifico no es regular, se plantea la posibilidad de hacerle una nueva - sangria. Pico teme que el paciente no lo résista, pero Fier— leoni, ateniéndose a sus conocimientos, asegura que "el hombre no necesita la décima parte de su sangre" (F. 776). Como en -323- otros casos, es el héblto emplricamente conseguido lo que le permite juzgar con mayor acierto que su ciencia. Veamos otro ejemplo; en determinado momento envidia Luigi Pulci,- el poeta, el aparentemente reposado sueno del Magnifico,pe ro Pierleoni le saca de su error; el del senor de Florencia "no es de esos en los que se ven fluir las fuerzas de la na turaleza" (F, 776). Independientemente de las opiniones profesionales aqui recogidas, la enfermedad de Lorenzo da pébulo a los co mentarios de sus çortesanos, que nos ofrecen un curioso ver gel de supersticiones que conviene traer a colacién. En pri mer lugar se plantea la hipôtesis de que Flore, la amante - del Magnifico, le baya embrujado para hacerle morir de amor. Enseguida aparece alguien que asegura conocer la composiciôn de sus filtros: "Ha hecho hervir ombligos de nifios en aceite robado a las lémparas perpétuas y se los ha hecho corner". Y esta explicacién no es motivo de chanza, dado que, segün ad vierte uno de los artistes de la corte medicea, un primo su yo que es sacerdote, no cree en la transubstanciacién y si en la brujeria (F. 757). Otro de los présentes refiere haber padecido un extrano mal en la nariz que le obligé a buscar el consejo de los médicos. "Recurri -asegura- a los excre- mentos de lobo machacados con canela en baba de caracol, y las sangrias me debilitaron terriblamente"; el mal no desa- parece, y el enfermo se slente cada vez més ahogado, de mo­ do que sus amigos le lievan " a un maestro de las ciencias ocultas, Eratéstenes de Siracusa, un babilisimo nlgromante, alquimista y sanador", que provoca una espesa humareda que- -324- ntando diversos polvos, mientras murmura unos conjuros. En­ tonces, continua el narrador, "fui preso de estornudos tan violentos ccmio no habia conocido en la vida y, mientras ml cuerpo era sacudido de arriba abajo, un animal se escapô - de mi nariz, un gusano, un pélipo, tan largo como mi dedo més largo y del aspecto més répugnante; peludo, atigrado, - resbaladizo y provisto de ventosas y de patas. Pero mi nariz estaba libre" (F, 768), El propio Pico della Mirandola, prin cipe de los ingenios de su tiempo, se siente inclinado a bu£ car explicaciones cuando menos complicadas. Menciona casos - de sujetos sanos que han enfermado al recibir una carta, o - viajando en una litera, sin que causa alguna permitiera ima­ giner c6mo se ha producido su enfermedad. Pero, como vimos, considéra més factible la hipôtesis de un envenenamiento,por ejemplo con polvo de diamantes (F, 777). Esta ultima actitud, que ha ido abriéndose camino en la mente occidental, seré la dominante en el resto de la obra de Thomas Mann. Téngase en cuenta que la acciôn de la novela que analizaré a continua- ciôn transcurre ya en los primeros afios del pasado siglo. iQué enfermedades se mencionan en Lotte in Weimar? Aparté las ya citadas de Goethe -reumatismo, litiasis del - aparato urinario- recuerda el novelista las epidemias surgi das durante la guerra sostenida contra las tropas napoleôni- cas: "De Erfurt, que estaba sitiada -comenta uno de los teŝ tigos de aquellas jomadas- los heridos, los mutilados, los tificos, los que padecian disenteria, afluian a nuestroS ho^ pitales -habia, naturalmente, de Weimar-, y bien pronto las epidemias que llevan tras si las guerres asolaron nuestra — -325- cludad. En novlembre, en una poblaclôn de seis mil aimas se dieron quinientos casos de tifus. No habia médicos; todos - nuestros doctores estaban asi mismo enfermos (...). Dos ve­ ces al dia se haclan fumigaciones de pez blança por toda la ciudad (...). La dificultad de procurarse alimentes provocé muchos suicidios" (LW, 128-129), Cuando en 1814 se determi­ ne crear un cuerpo de voluntaries que se uniré al ejercito aliado, la sefiora de Schiller reconoceré no haber querido - impedir "a ningdn precio" que su hijo se aliste en dicho - cuerpo, pues "se habria puesto enfermo de melancolia" (LW. 134). Pero ésta es ya una patologia muy distinta, individual, como va a ser toda referenda a este tema que encontremos,en adelante, en la novela. Problemética de identificar résulta la enfermedad padecida por Goethe en 1801, que sus deudos de nominan Blaterrose (LW, 155) y que, al parecer, se trata de una erisipela bullosa , tras de la cual padeciÔ "una fie­ bre del pecho" (LW. 155); de una de las mujeres con que se relaciona a lo largo de su vida, Lili SchUnemann, se dice en una ocasién que estaba enferma de "tisis" (LW, 166), y ya po co més podemos encontrar de interesante en lo que a la men— cién de enfermedades se refiere, excepcién hecha de la "icte ricia" (LW. 144) que ataca a la prometida del hijo de Goethe a causa, segün se dice, de sus propias dudas acerca de la - conveniencia de este matrimonio. A falta de mejor tratamien­ to, adopta la joven la medida de "mirarse en alquitrén" por­ que "segün dicen, es bueno" para esta enfermedad -curioso re siduo de la creencia en la terapéutica transferencial por los opuestos -, para lo cual tiene contlnuamente bajo la cama - un recipiente con brea (LW. 144); sirvanos esta anécdota de - -326- puente para pasar al apartado de terapéutica. La balneoterapla es el uso terapéutico que més a menudo se menciona en ésta novela. Goethe es visitante asï- duo de las instituciones balnearias més famosas, pues en - elles encuentra alivio a sus dolencias, para las que la me­ dicine de su tiempo no puede, todavia, ofrecer un remedio - més eficaz. Su secretario Riemer menciona "una estancia pro longada, revigorizante, en Carlsbad" (LW. 68), y de su con- versacién se deduce que no se trata de un hecho aislado(LW. 68-69). En la conversacién de Auguste con Lotte encontramos confirmada esta suposicién: "Mi padre no sabla donde ir es­ te verano. Parece cansado de las estaciones termales de Bo­ hemia; fue por ûltima vez a Tbplitz en 1813" (LW. 161). En el turbulente 1814 pasa una temporada "tomando las aguas en Berka" (LW. 136). Por fin, en Mayo de 1815 "fue a Wiesbaden", continûa Auguste,"do, i permanecié hasta finales de Julio" - (LW. 165). De la conversacién del hijo de Goethe se deduce - que, ademés de buscar consuelo a sus dolencias, el escritor acude a estas instituciones cuando necesita apartarse del - mundane1 ruido —esto es, cuando no tiene su conciencia muy tranquila y pretende retirerse de la escena püblica; por - ejemplo, cuando en 1814 prohibe a su hijo que se aliste en el ya mèneionado cuerpo de voluntaries, cubriéndole de des- honor-. Sobre medicines marginales, ademés de la citada re­ ferenda a la terapéutica transferencial, encontramos toda­ via un date: la sospecha que Goethe expérimenta acerca de la salud de uno de sus servidores, frecuentador de burdeles:"Yo creo que toma drogas de curandero, porque ha cogido alguna -327- cosa después de haber regresado de Tennstadt". Y, a continua cién, su Juicio indirecte sobre la eficacia de semejantes re medios: "Si mis suposiciones son fundadas, no podré protéger lo. Le hablaré (...) No, a él no, mejor al médico de la cor­ te, Rehbein" (IW. 203). Cmmo cientifico, Goethe maneja con facilidad tér- minos pertenecientes al lenguaje médico. No es extrafio que el descubridor de un supuesto hueso intermaxilar -dato que se recoge en la novela (LW. 198)- utilice el eufemismo "in tervencién quirürgica" (LW. 204-205) para referirse a la - censura de libros que ocasionaImente practice. Califica a - uno de sus amanuenses de "asmético", atribuyendo su enferme dad a la profesién que desempefla, la cual le oblige a pasar "horas y horas (...) entre polvorientos libros" (LW.225-226), por lo que el maestro le recomienda hacer vida al aire libre y abandonar el uso dei -abaco (LW. 226-227), Parece creer en la transmisién hereditaria de las enfermedades, al menos de las psfquicas. Baséndose en que uno de sus tfos patemos «m rié loco, admite: "Subsiste en ml algo de demencia" (LW.219). En el dominio de la psicologia médica, censura la tendencia - de la ley, que "ha empezado a dar pruebas de blandura con los criminales en materia de responsabilidad". Se pregunta si - "los testimonios e informes médicos no se proponen sustraer al malhechor del castigo merecido" (LW. 230) y alaba, en cam bio, la firmeza de un cierto doctor StriageImann, "que en ca SOS parecidos demuestra siempre s u firmeza" (LW. 230). Como ültimo detalle anecdético relacionado con la mediclna en Lo­ tte in Weimar, mencionaré la gestién que Goethe, con su pode -328- rosa Influencla, lleva a cabo para conseguir a uno de los hijos de Lotte, médico de profesién, "el derecho de burgue sia y una cétedra en el Institute Médico-Quirürgico" (L W. 66). Pasemos ahora a Buddenbrooks, con su ambiante fin de siècle y su enorme cantidad de datos médicos, de varia— ble importancia. Dado que ha sido necesario ocuparse en va­ rias ocasiones de esta obra, mucho es lo que sabemos ya - acerca del estado de la mediclna -sieoq>re, desde luego, ba jo la éptica del novelista- en esta época. Pero aün quedan bastante8 aspectos por conocer, que nos permitirén hacemos cargo del saber médico de Thomas Mann. Comenzaremos por fi- jar nuestra atencién en las enfermedades de que se hace men cién en ésta su primera obra extensa. Con motivo de aquella primera indigestién de Christian veiamos al doctor Grabow - rememorando los casos que ha conocido de honrados patricios a los que una suculenta comida ha ayudado a abandonar este valle de légrimas (B. 26). Tony Buddenbrook, por su parte, padece durante la edad adulte desarreglos géstricos de ori­ gan nervioso, que fueron comentados en el lugar correspon— dlente, y que se acompafian de "una tosecllla nerviosa" que tampoco abandona a la mujer (B, 260)356). Hasta cierto pun- to se puede mencionar aqui la muerte del senador Mttllendorpf, diabético, precipitada por la irresponsable ingestién de una elevada cantidad de pastelillos (B. 277). El enfermizo Hanno, por su parte, aprende enseguida que "una cucharadita de més - de creroa de almendras le producla terribles trastornos géstri cos" (B. 367), que le obligan a acostarse boca arriba y a to- -329- mar blcarbonato, sin conseguir con ello ningün alivio: "una fiebre latente zumbaba en su cabeza, y el corazén, que a eau sa del castigado estémago se sentla algo oprimido y angustia do, latia despacio, con violencia e irregularidad" (B, 372). Como enfermedades més tlpicamente infantiles se mencionan el saran^ién y la varicela, asi como una cierta "ictericia" pa­ decida por Tony en los primeros afios de su vida (B. 39). Tarn bién en los nifios y Jévenes, aunque no sélo en ellos, es fre cuente el diagnéstico de anemia. Tony padece esta enfermedad o, al menos, esté predispuesta a ella, como asegura el estu- dianté de mediclna Morten Schwarzkopf. Basa el joven su diag néstico en la observacién de la ingurgitacién de los vasos - de las sienes (B. 86). Esta predisposicién se confirma en s^ tuaciones de demanda, como el embarazo (B. 118). La debili— dad caracterlstica de Hanno es atribuida, asi mismo, a la de ficiente produceién de glébulos rojos (B, 423), vigiléndose, en consecuencia, su estado mediante anélisis de sangre (B. - 435). El novelista no olvida mencionar que tanto Thomas como Tony, al alcanzar la cuarentena, se ven obligados a utilizar lentes (B. 306, 413). A lo largo de la obra aparecen distin­ tos personajes de menor entidad que padecen enfermedades o trastornos que el autor menciona a vuelapluma. Pero no sien do mi intencién, como ya confesé, confeccionar una simple - lista de las entidades morbosas nombradas por Mann pasaré, sin més, a comentar las enfermedades de los miembros de la familia Buddenbrook de que el autor se ocupa con mayor deta lie, y que describe con profusién de conocimientos médicos. Entre los varios esquemas que podrian elegirse pa -330- ra 1lever a cabo la tarea arriba expuesta me decide, por no considérerlo ni major ni peor que los otros, por el que se atiene a la genealogfa de la familia. Comenzaré, pues, por la esposa del senador Johann Buddenbrook. La enfermedad que la lleva a la tumba, cuyo nombre desconocemos, se inicia - con "un indefinible malestar" y "un ligero catarro intesti­ nal" que, répidamente, da paso a "una fuerte diarrea, secun dada por vdmitos" (B. 48). La enfermedad de la senadora du- rarâ dos semanas, al cabo de las cuales la enferma exhala - "sin lucha alguna, su postrer suspiro" (B. 49), Adn he lle- gado a tiempo de oir a los viejos clfnicos afirmar que esta es una de las très causas de muerte mds frecuentes en los - ancianos, en recuerdo de una mentalidad que, a faits de un diagndstico etiolégico satisfactorio, veiase obligada a li- mitarse a nombrar la enfermedad por sus manifestaciones. La causa de la muerte del hijo de la senadora, el cdnsul Johann, queda también en la oscuridad. Los slntomas por los que su - muerte se anuncia son las "palpitaciones y congestiôn" que - le sobrevienen cuando intenta subir répidamente las escale— ras, y opresidn en la cabeza al leer en voz alta (B. 167). ^Quizd alguna cardiopatfa?. No parece interesar al autor dé­ finir de forma exacts la dolencia larvada del cônsul, dado - el caràcter simbôlico que, como hemos visto, pretende dar a su muerte. El diagndstico de la enfermedad mortal de Gotthold, el descarriado hermano de Johann, es mucho mâs exacto; "Una - noche sufriô una angina de pecho y murid en brazos de su es­ posa" (B. 187). De las dolencias de Christian sabemos ya bas tante; su temperamento neurdtico, su hipocondria, los tras— tomos de la deglucidn, el asma y las roolestias en el lado - -331- izqulerdo del cuerpo, tan peregrinamente Interpretadas por "el doctor DrOgemüller, de Hamburgo", nos son ya de sobra - conocldas. Lo mismo ocurre con la enfermedad mortal de Tho­ mas y la de Klara, la meningitis tuberculosa de la que lo — dnico que nos falta por conocer es el prondstico; "si es tu berculosis -asegura Thomas- no hay nada que esperar" (B. 293). De este modo nos quedan las dos enfermedades de que — Thomas Mann se ocupa mds pormenorizadamente, la neumonla de la consulesa y la fiebre tifoidea de Hanno. En ambos casos, pero sobre todo en el segundo, el novelists muestra una gran erudicidn médica. Los primeros slntomas de la enfermedad de la consulesa, "escalofrlos", "una punzada en el costado y dl ficultad respiratoria" y "fiebre", ponen a los médicos en cqn diciones de realizar el diagndstico (B. 378), asl como de ad vertir a Thomas que es prévisible "que el asma se intensifi- que (...) se produzca el delirio" e incluso que la enferma - expulse "esputos rojizos, hasts sanguinolentos". Todo ello, aRaden, "séria Idgico, propio del caso" (B. 379). Estos sln tornas y signos van presentândose paulatinamente, y se corn— prueba "que ya no era s61o un Idbulo del pulmdn derecho, si no todo dl, el atacado, y si los slntomas no mentlan, i n d u 80 el izquierdo presentabs seRales de afectacidn, fendmeno éste que el doctor Langhals (...)denominaba hépatisation" - (B. 382) -recién importado el término de Francia, la pato- logla alemana no parece haber pensado^ adn, en buscarle tra duccidn-. Al paso que aumenta la afectacidn pulmonar, la - larga permanencia en cerna da lugar a dlceras por decdbito - (B.384). Por fin, la disnea alcanza un grado tan intenso — que oblige a la agonizante a peruanecer "apoyada en varias -332- almohadas", sin que esta ntedlda le produzca apenas allvlo. A estas alturas, explica el doctor Grabow, de lo que se trata es ya de "lo que llaroamos apoplejla pulmonar". Tony, que re cuerda lo que aprendid en la vecindad de Morten, sabe expl^ car lo que dsto significat "Se produce frecuentemente en ca SOS de neumonla... Es una especie de fluido acuoso que se - acumula dentro de los Idbulos pulmonares y, en casos agudos, impide respirar" (B. 385). La enferma cae, por fin, en el de lirio, realizando movimientos carfoldgicos -"agitaba los - brazos, como ansiando agarrarse a algdn punto de apoyo o a - unas manos que se le tendieran" (B. 387)- y, media hora mds tarde, expira. A lo largo de varias pdginas, y con una tdcnica - eminentemente novelistica, Thomas Mann da a conocer a sus - lectures la historia natural de una neumonla, la neumonla de la consulesa Buddenbrook. La historié natural de la fiebre tifoidea va a ser tambidn relatada por el autor, pero sigulen do una técnica distinta. La enfermedad de la consulesa le in- teresa desarrolléndose en el tieoq)o, vivida por la paciente y por los que la rodean; le interesa la agonla, en sentido li­ teral, la lucha con la muerte o, como diré en esta ocasidn, la lucha con la vida por la muerte (B. 386). En el caso de - Hanno, arrebatado por la muerte, la enfermedad ha de ser des crita de forma autdnoma, ha de tener carâcter propio y, mâs aün, dimensiôn ontolôgica. Es por ésta, y no por otra razôn, por lo que la descripcidn de la fiebre tifoidea parece -o es- transcripci6n casi literal de un texto de patologla.El capitule tercero de la undécima parte comienza asl: "El ti- -333- fus se desarrolla de la slguiente manera:*'« Mann no refiere en esta ocasiôn lo que Hanno expérimenta, sino c6roo se de— senvuelve la enfermedad. Y supondria un més que déficiente conocimiento del autor el pretender tomar ésto por cientifi cismo. Pero veamos c6mo describe el novelista la evolucidn de la enfermedad: "El hombre siente nacer en si una depre- si6n moral que pronto se intensifies hasta convertirse en - desesperado abatimiento, y al mismo tiempo le domina una po£ traciôn fisica que se extiende no s61o a los musculos y los nervios, sino a las funciones orgénicas intexmas. El estdom go empieza a ingerir por fuerza los alimentos; prodûcese - una intensa necesidad de dormir, a pesar de lo cual el sue- fio es intranquilo (...) duele la cabeza (...) y de vez en - cuando, sin el menor motivo aparente, fluye sangre de la na riz. Tel es la introducei6n. Vienen luego fuertes escalo— frios que sacuden todo el cuerpo (...) slntoma de la fiebre que no tarda en alcanzar la màxima temperature. En la piel - del vientre y del pecho se forman unas manches rojas (...) - del tamaRo de lentejas, que desaparecen bajo la presiôn del dedo, para reaparecer cuando ésta cesa. El pulso corre loca mente, cien pulsaciones por minuto. Y asi transcurre, con — una temperatura de cuarenta grados, la primera sémana. La se gunda cesan los dolores de cabeza y los musculares; en cam- bio, el vértigo se intensifies notablamente y en los oidos - se produce un zumbido tan intense que casi produce sorders (...). La conciencia se entenebrece; el sueRo domina al en­ ferme y a menudo se convierte en letargo (...)las encias,los dientes y la lengua se cubren de una caps negruzca que provo ca un aliento pestilente. Con la regién abdominal hinchada, - J J 4 - el paciente yace Inmôvil, sobre la espalda Todo en él trabaja deprlsa, febril y superfIcialmente (...) se alcanzan las clento veinte pulsaciones por minuto (...) las mejillas no arden ya con el calor de la fiebre, como al principio, sJL no que toman un color azulado. Las manchas rojas y lenticule res del pecho y vientre ban aumentado. La temperatura del - cuerpo alcanza cuarenta y un grados. En la tercera semana la debilidad llega al punto méximo. Los ruidosos delirios ban - cesado y nadie puede decir ya si el espirltu del enfermo es­ té bundido en la nocbe vac fa o si, extrafio al estado del cuer po, lleva una vida latente en unos sueRos lejanos, profundos y silencioSos (...). Este es el momento critico" (B, 511-512) Ocupémonos ahora de la terapéutica. No insistiré - en la terapia universal de doctor Grabow, consistante en su sempitema pecbuga de pichén con pan de miga, de la que no - ba mucbo bemos ocupado. SI mencionaré, por considerarlo al - menos Igualmente sospecboso, el tratamiento que aconseja a Cbristian para combatir sus trastornos respiratorios de ti- po asmético. Supone dlcbo tratamiento, en primer lugar, el - uso de un abanico y, en segundo, el de unos polvos verdes que deben quemarse para que Cbristian aspire el humo que producen (B. 213). El primero de estos dos remedios llega a ser tole- rado, incluso en la oficina. "Pero cuando un die (...) sac6 del bolsillo los polvos y, encendiéndolos, desparramô por la oficina un olor infernal, provocando una violenta tos en la mayorfa de los présentes" (B. 213) motivaré un escéndalo om ydsculo y la tajante probibicién de repetir su tentative. Més eficaz que estos tratamientos de Grabow resultaré la pre •335- venciôn de la anemia mediante la ingesti6n de aguas minéra­ les, recomendada a Tony por el médico que la asiste durante su primer embarazo (B. 118) • Hanno no tiene tanta suerte co mo su tia, y s61o recibe como tratamiento de su anemia dos dosis diarias de "ace i te de higado de bacalao, bueno, amar_i llo, graso, espeso, que debla ser administrado (...) con - una cuchara de porcelana" (B. 423) ; "y para regular la di— gestidn -continûa el autor- existia en el raundo el aceite de ricino, bueno, espeso, brillante como la plata, del que se toma una cucharadita que se desliza por el paladar como una viscosa anguila y durante très dies se huele, se gusta y vuelve a la boca dondequiera que uno se halle" (B. 424). Para fortalecer su corazôn, victime de ciertos desarreglos que nos son desconocidos, el doctor Langhals le prescribe - "con algün nerviosismo, una medicine que fue del agrado del nlAo y que produjo unos efectos magnificos e inolvidables: plldoras de arsénico" (B.424). Gimnasia y natacién, tan odio sas para Hanno como el ace i te de ricino y el higado de baca­ lao, completan el tratamiento con el que se pre tende hacer de él un muchacho sano (B. 424-425). Los balnearios constjL tuyen todavia una opcidn terapéutica bastante bien conside- rada. A falta de otra cosa, no es malo un période de descan 80 en TravemOnde (B. 199, 429, 451, 453). Pero es mejor to­ davia visiter las estaciones balnearias més prestigiosas. MenciÔnanse, de éstas, en la novela Obersalzbrunn, Ems, Ba­ den-Baden, Kissingen (B. 165), Kreuth (B. 242) y Oynhausen (B. 296). En su juventud se recomienda a Thomas, a causa de una leva lesién pulmonar, "una cura de aire en el sur de - Francia", por lo que se traslada una temporada a Pau (B.144). -336- La ausencla de un tratamiento especlflco para la mayorla de las dolencias signe haciendo estos métodos tan apreciables como en los tiempos de Goethe. Para terminar, ocupémonos de las medidas recomendadas, en la época en que transcurren - los sucesos referidos en la novela, para combatir la fiebre tifoidea. Taies medidas estén perfectamente determinadas, - de manera que a un médico bien preparado "no le ha de ca— ber la més minima duda" acerca de la conducta a seguir:"Pro curaré para el enfermo una habitacién lo més amplia posible, de fécil ventilacién y cuya temperature no exceda de los die cisiete grados. Exigiré la méxima limpieza, y mediante un - constante cambio de ropas de la cama, procuraré resguardar al paciente mientras sea posible (...) de las dlceras por d£ cubito. Cuidaré de la perfecta limpieza de la cavidad bucal (...) y en cuanto a medicine, recetaré una mezcla de yodo y yoduro potasio, quinine y antipirina y, sobre todo, encontn^m dose en estado lastimoso el estémago y los intestinos, orde- naré una dieta extraordinariamente ligera y rigurosa. Comba- tiré asi mismo la fiebre devoradora por medio de baRos com— p letos en los que, de très en très horas, dia y noche, habré de ser sumergido el enfermo, y estos deberén enfriarse empe- zando por el extremo de la baRera correspondiente a los pies. Después de cada baRo deberé administrerse al paciente algo - fuerte y estimulante, coRac o champaRa". Pero, con todo, "e£ tos remedios han de enqtlearse a la buena de Dios, para el ca so, probable sélamente, de que puedan surtir el efecto desea do (...). Porque hay una cosa que no sabe" (B. 513). Esta - cuestién cardinal que el médico del pasado siglo desconoce - es la real entided de la enfermedad y, en consecuencia, el mo -337- do de atajarla. Otra fuente de Informacidti sobre los conocimlentos médicos de la época -o més bien, insisto, sobre lo que acer ca de este tema sabe Thomas Mann- la constituyen las conver saciones de Tony con Morten Schwarzkopf, el estudiante de me dlcina a quien nos hemos referido en més de una ocasién. La primera vez que el joven Schwarzkopf toca estos temas lo ha- ce para recomendar a Tony que coma miel, pues es un alimento natural que le es muy necesario, dado que "el aire que aqui se respira activa el intercambio material -Stoffwechsel- " (B. 84). Intereséndole el tema, formule Tony varias pregun- tas al estudiante, por ejemplo, si "es cierto que un huevo produce el mismo efecto que un cuarto de libre de came"(B. 87). De Morten aprende, igualmente, a interpreter la tume- faccién de las venas de sus sienes como signo de anemia (B. 86), asl como la fisiopatologla del edema pulmonar que recor daré, como hemos visto, en bien trégicas circunstancias (B. 89). Dos enfermedades, la deformidad congénita de Klaus Heinrich y la nefrolitlasis de Spoelmann, son principal ob- jeto de la atenciôn de Thomas Mann en KPnigliche Hoheit. Con siste la primera en la atrofia de la mano izquierda, explica da por uno de los médicos que aparecen en la obra como signe: "Esta insuficiencia de désarroilo tiene una causa puramente mecénica. Ha sido provocada por un impedimento mecénico du— rante el desarrollo del feto. A taies enfermedades 1lamamos detenciones del desarrollo -HeamungsbiIdungen- (...).Pueden originarse de varias maneras. Pero, en nuestro caso, puede - -338- tenerse la aegurldad de que la culpa es del amnios (...)una de las envolturas del huevo. Bajo ciertas circunstancias, la separacidn del embridn de esta envoltura puede demorarse de tel modo, que se formen ligamentos (...) filamentos amnidtj. COS, como los 1lamamos nosotros. Estos filamentos anmidticos pueden ser peligrosos, pueden rodear y atar los miembros del niüo (...) y priver complet amen te de vida a una mano" (K H. 20). Spoelmann, por su parte, padece "mal de piedra", tiene "piedras en los rlRones" (KH. 110), motivo por el cual acu- de a tomar las aguas al ducado de Klaus Heinrich. Los peri6 dicos del ducado, enterados de la llegada del millonario,de dican a su persona péginas enteras. De elles nos interesa - rescatar la informéei6n debida al asesor médico de uno de - los periédicos. Se extraRa tel personaje de que Spoelmann no practique la equitacién, dado que las sacudidas facilitan la expulsién de los célculos. Pero més tarde esta extraReza se trocaré en sorpresa al saber que el millonario posee una né quina vibradora que utilize con este objeto (KH. 134). Una agudizaciôn de su mal, un célico nefritico acompafiado de - "fiebre, escalofrlos y hasta pequeRos vahidos" hace précisa una inyeccién de morfina e induce a los médicos a penser en una interveneién quirûrgica (KH. 162-163), que no seré pre- ciso realizar gracias a las bénéfices aguas del ducado, de las que el narrador afirma que eran, por lo general, "alca­ lines", siendo la fuente més apreciada dentro y fuera del - pequeRo pais una recién descubierta, "extraordinariamente rj. ca en sales de litio" (KH. 25). Entre los muchos datos que Thomas Mann ofrece al lector para facilitarle el exacto co­ nocimiento de su ficticio ducado figura, aparté del que aca -339- bamos de leer sobre los manantlales de aguas médicinales, - uno de gran interés médico: "En los anales oficiales de Me dicina -nos dice- se hizo pûblica la queja de haberse no tado un empobrecimiento en los medios de alimentacién y, co mo consecuencia, una degeneracién en la poblaciôn rural(,,.) Los propiebarios de ganado se habian empenado en convertir en dinero toda la leche disponible", sustituyéndose la le— che en la alimentacién familiar por "sustitutivos, grasas - de plantas pobres en contenido nutritive y también, por de^ gracia, por el uso de bebidas alcohôlicas" (KH. 27). Por ültimo, en lo que se refiere a instituciones asistenciales, dejando a un lado los balnearios, de los que nada nuevo se dice en la novela, hay que citar las "institu clones bénéfices" que se encargan de los ciegos (KH. 217)y, sobre todo, el hospital infantil que visitan Klaus Heinrich e Inma Spoelmann. Este hospital esté dirigido por el médico a quien hemos visto explicar la deformidad de Klaus Heinrich. El doctor Sammet -asi se llama- consigue tel sinecura por haber ayudado a bien morir al Gran Duque Johann Albrecht, ad ministréndole ciertas inyecciones que provocan "muda irrita- cién" a los otros médicos que atienden al regio paciente(KH. 90). Otros médicos, asl como una comunidad de diaconisas,tra bajan bajo su direccién en el hospital. Lo primero que los - visitantes comprueban al entrar en la instituciôn es que "to das las parades de la casa estaban pintadas de blanco y eran lavables (...) se movia uno entre adelantos higiénicos". Pue den verse, en el lugar correspondiente "aparatos circulares para esterilizar los biberones (...) una mesa con cojines de -340- hule para envolver a los nlRos, una mesa de operaclones y - un armarlo con sustanclas allmenticlas" (KH, 152-153). Fa— Ban después a las salas de enfermes, una para muchachas y - otra para chlcos mayores, hasta catorce aflos (KH. 155).Mués traies luego el director algunos casos de interés més que - cientifico, huroano: un niRo herido de bala por su padre,que ha asesinado a la madré y los hermanos del pequeRo, y otro al que se ha rescatado medio ahogado, del que dice que "es muy poco veroslmil que se haya caido al agua s61o" (KH. 156). A continuacién les enseRa piezas de autopsia conservadas en alcohol y preparaciones para el microscopio (KH. 156-157) y, por fin, "en una especie de es tufa que producla un calor unjL forme (...) un niRo prematuro" y, en la misma sala, otros re cién nacidos patolégicos (KH. 157), con lo que concluye la - aleccionadora visita al hospital y nuestro recorrido por KR- nigliche Hoheit. En Per Tod in Venedig, la materia de que el autor se ocupa fundamentaImente, desde el punto de vista de la me dicina, es, por razones obvias, el cèlera. S61o en una oca- si6n manif iesta su erudicidn médica en un tema que no es el que acabo de nombrar; ocurre esto cuando Aschenbach observa en el ascensor la transparencia de los dientes de Tadrio, - "esa frégil transparencia que se advierte a menudo en los - anémicos" (TV. 365). En cuanto al cèlera, Thomas Mann tiene el mayor interés en seRalar la inmoral actitud de las auto- ridades italianas, que tratan de ocultar la epidemia el ma­ yor tiempo posible para no perjudicar al turismo (TV. 380- 381, 384, 387-388), tratando de combatir la propagacièn de - 3 4 1 - la enfermedad mediante el uso de Innomlnados desInfectantes e informando al publico de que "en vista de ciertos trastor nos del sistema géstrico muy propios de la época, habla que abstenerse de comer ostras y crustéceos en general, y des— confier del agua de los canales" (TV, 380). Desde este mo— mento, Aschenbach no dejaré de percibir "un olor dulzén, de farmacia, que hacla penser al mismo tiempo en la miseria,en llagas y en una higiene sospechosa" (TV. 380), lo que, en - adelante, se llamaré "el olor de la ciudad enferma" (TV.381). For fin conseguiré que un informedo inglés, empleado en una agenda de viajes, confirme sus sospechas expllcéndole, ade més, de manera detallada, la ruta seguida por la epidemia: "Salida de las tôrridas marismas del delta del Ganges (...) habia asolado durante largo tiempo, y con desacostumbrada - virulencia, todo el territorio indosténico, y se habia propa gado més tarde a China (...) y a Persia y Afganistén, para - seguir, al fin, las rutas de las grandes caravanes y 1lever el terror hasta Astracén e incluso hasta Moscü (...). Casi - en el mismo instante, aparecié en varlos puertos mediterré— neos (...). Aquel aRo, a mediados de Mayo, habian sido descu biertos los terribles vibriones en Venecia, en el espacio de un s61o dia, en los cadéveres descamados y ennegrecidos de un baterelo y de una vendedora de legumbres" (TV. 390); le - informa, también, de las dimensiones que, actualmente, alean za el mal: "Parecla, incluso, que la epidemia habia experi— mentado un recrudecimiento y que sus gérmenes eran cada dia més tenaces y virulentes. Los casos de curaciôn eran escasos; el ochenta por ciento de los enfermes morian de muerte espan- tosa"; sus caracteristicas clinicas: "El mal (...) tomaba a -342- menudo su forma més pellgrosa, la que suele llamarse cèlera seco. En estos casos, el cuerpo no podla slqulera evacuar — las secreclones que producfan en abundancla los vasos san— gufneos. El enfermo se secaba en unas horas y se ahogaba en tre convulsiones y estertores, porque su sangre se volvfa - viscosa como la pez. Podlan considerarse afortunados aque— llos cuya crisis, después de ligeros trastornos, desemboca- ba en un profundo desvanecimiento, del cual difIciImente de£ pertaba, o no despertaban nunca" (TV, 391); la actitud de - las autoridades: "se llenaron silenciosamente los pabelIones de infecciosas del Ospedale civico; pronto faltè sitio en - los dos orfanatos, y se iniciè en atroz y continua viaje de ida y vue1ta entre los Nuova Fundamenta y San Michele, la i^ la del cementerio. El miedo de causer perjulclo a la comuni­ dad, habida cuenta de la reclente inauguréeièn de una exposi cièn de pintura en los Jardines, de las énormes pérdidas que, en caso de pénico (...) amenazaban a los hoteles (...) demo£ trè ser més fuerte en la ciudad que el amor a la verdad(...). El médico jefe de sanldad de Venecia, hombre de grandes méri^ tos, dimitiè, indignado, y fue sustituido disimuladamente - por una persona més manejable" (TV. 391);y, por fin, la des- moralizacièn del pueblo como corolario de la inmoralidad de sus rectores: "La corrupcièn de los jefes (...) trajo consigo cierta desmora1izacièn de las clases inferlores, un despertar de instintos tenebrosos y antisociales, que se tradujo en to­ da clase de excesos (...) y en un aumento de la delincuencia" (TV. 391). Como en tantas otras ocasiones, el novelista hace innecesaria cualquier aclaracièn por lo que, a través de Tris­ tan, entraremos sin dilacièn en el mundo de Per Zauberberg. -343- Lo primero que aprendemos en Tristan es que la - utilidad de un sanatoria de alta montafia no queda restringj. da a los enfermas del pulmèn. En el Einfried hay "no s61o - tlsicos, sino pacientes de todas clases (...). Hay aqui gas trôpatas (...) seflores con trastornos cardiac os, paraliticos, reuméticos y nerviosos de todas clases. Un general diabético consume aqui su pensièn sin dejar de grunir un momento" ( T. 163). Ya sabemos lo que ésto signifies para Mann. En cuanto a los métodos terapéuticos empleados en el sanatoria desta- can los "masajes, inyecciones, tratamientos eléctricos, du­ chés, bafios, gimnasia y el sudar e inhaler en las dependen­ cies correspondientes, provistas de todos los adelantos mo- dernos" (T.164), Sèlo en el caso de Frau Klbterjahn da el - autor informéeièn més detallada acerca de su dolencia y la terapéutica con que se la combate. Sabemos que su tuberculo sis se pone de manifiesto a raiz de un parto (T. 167); co— mienza a expectorer sangre, y su médico de cabecera le orde na"repo8o complete, que trague pedacitos de hielo" y "morf^ na para detener los accesos de tos" pues, en su opinièn, tan sèlo esté afectada la tréquea, lo que parece consoler enorme mente al marido de la enferma (T, 166). En principio, la cu­ ra climética en el Einfried parece cumplir su misièn; desape rece la fiebre y la tos y la paciente mejora (T. 173). Pero esta mejoria es transitoria y, a la larga, el cuadro morboso parece incluso acentuarse. Repitense las expectoraciones he- méticas y el doctor Leander se ve obligado a advertir, para evitar falsas esperanzas, que el hecho -més que discutible, por otra parte- de que el pulmèn no esté afectado, no es - tan tranquilizador como podrîa, a primera vista, parecer, da —344- do que "la tréquea es un èrgano importante" (T. 188). No ob£ tante, en todo lo anterior no encontramos més que premonicio nés, de lo que habremos de hallar en Per Zauberberg. Por es­ te motivo se hace imprescindible cambiar de sanatoria, tras- ladéndonos del Einfried al Berghof. Pese a que la tuberculosis constituye "el interés profesional de todos" (Z.455) en el Berghof -y en el caso de los enfermas, el interés més bien existencial- se encuentran en la obra referencias a otras enfermedades, como es el caso del paludisme (Z.586) que padece Peeperkom, la anemia (Z.34) sufrida por Hans Castorp en el "pais llano" y la hipertensién arterial (Z.41) del tio abuelo del protagoniste que contrain­ dice, a juicio del médico de familia doctor Heidekind, el cam bio de aires que no duda en recomendar a Hans y que daré ori­ gan a la situéeièn novelistica. De las enfermedades que acaba mos de mencionar vale la pena detenerse en el paludisme, cu­ ya descripcièn clinica parece tornade -y sin duda lo esté,co- nociendo la técnica del autor- de cualquier traCado de pato- logia de la época. El relato que de la crisis palûdica hace - Mann tiene, en consecuencia, auténtico valor documental. Helo aqui: "El holandés se sentie atacado aproximadamente cada eue tro dies. Empezaba a castaRetear los dientes y luego el ardor - comenzaba, acompaRado de transpiracièn y esplenomegalia" (Z. 586). En cuanto a la patocronia de esta enfermedad, distin— gue "la fase frie, la fase ardiente y la fase hûmeda" (Z.634) que reflejan fieImente la evolucièn del proceso dejado a su - libre curso por la ausencia de una terapéutica suficientemen- te désarroilada. Tampoco falta en esta descripcièn de la "fie -345- bre cuartana" (Z.586), como denomlna el director del sanato rio. Doctor Beherens, a esta enfermedad, segdn la terminolo g fa clésica, una referenda a los datos anatomopatoldgicos caracterlsticos de la enfermedad: Segdn el mismo doctor Be­ hrens "el bazo y el higado de Peeperkom le daban mucho tra bajo, y el estémago no se hallaba en su estado d é sico"(Z.649). Respecto a la etiologia el autor no menciona, como casi ca— bria esperar de él, el nombre del agente causal del proceso, pero advierte desde luego que tal fiebre ha sido "contraida en los trépicos" (Z.579). Més interesante es el pérrafo que Mann dedica al tratamiento de esta misma enfermedad. La éni- ca terapéutica conocida a la sazôn es "un febrifugo a base de quinina" (Z.610), respecto al cual el autor se complace en - poner en boca del arrollador holandés toda la erudicièn que él mismo ha adquirido acerca de este principio maravilloso, - manifestando una vez més su pasièn por el conocimiento. A lo largo de dos péginas se extiende Mann en considéréeiones de - matiz levemente irènico sobre la Farmacologia, que curiosamen te se esté constituyendo a la sazèn en ciencia cada vez més - exacte. Comenta al respecto las ligeras diferencias de grado que separan un férmaco de un veneno, describiendo de mano - maestra los efectos tèxicos de la quinina: "Cuatro gramos de quinina dejan sordo, producen el vértigo, cortan la respira- cièn, turban la vista como la atropine, embriagan como el al̂ cohol" (Z.611). La disertacièn toxicolèglca continua con un repaso de boténica tropical aplicada a la ciencia de los ve- nenos, y también se menciona, cèmo no, el veneno de serpien- te, que no es otra cosa que "albumine" la cual "produce efeç tos sorprendentes en la circulacièn de la sangre, puesto que —346- no es tamos acostiunbrados a considérât la albûmlna como un - veneno. Pero la materia contiene, al mismo tiempo, la vida y la muerte" (Z.610). Exceptuando esta importante disquisi- ciôn, la novela sôlamente se ocupa de la tuberculosis en - multiples localizaciones y estados evolutivos, cuyo diagnd^ tico, pronèstico y terapéutica abordaremos a continuacién. La peripecia espiritual del protagoniste de "Per Z a u ber ber g " se desarrolla entre los anos 1907 y 1914,e s decir, en una época en la que la terapéutica etiolégica de la tuberculosis no solo es desconocida sino que hasta se lie ga a negar su mere posibilidad. En este sentido es ilustrât^ vo el prélogo de Daremberg a la obra L'hygiène des tubercu­ leux, de Chuquet, publicado en 1906 -un aRo antes, por tan to, del comienzo de la narracién- en el que se encuentran frases como la siguiente; "Cada vez se relegan més al segun do piano los medicamentos en el tratamiento de la tisis pujL monar, mientras que las reglas de la higiene estén cada vez mejor especificadas"^^^. Las particulares caracteristicas de la terapéutica higiénica de la tuberculosis van a permitimos reunir gran cantidad de informéeién referente a los très jui cios cllnicos -diagndstico, pronéstico y terapéutico- en el momento y el lugar en que tiene lugar la accién. Lo més digno de mencién tocante al diagndstico c M nico en el sanatorio es la poca o ninguna importancia que su director, Dr. Behrens,concede a la patografla. No tenemos no ticia de una sdla historié cllnica realizada por el conseje- ro éulico. Se gula tan sdlo por algunos datos recogidos casi -347- al azar, por la confianza an la pericia de sus colegas del "pals llano" y, fundaoientalmente, por la exploracidn clln^ ca manual e instrumental. De hecho, el dnico factor biogré fico a que el director parece resuelto a concéder importan cia, -por cierto bastante mayor de la que merece- es la - herencia. Tal preponderancia es fiel exponente de la menta lidàd de la época, como puede comprobarse con s61o curiosear algunos tratados sobre el tema fechados a principios de si­ glo. En Per Zauberberg se encuentran abondantes referencias al respecto. El Dr. Behrens, por ejeoq>lo, asegura no hallar se sorprendido por la reactivacién de un foco de tuberculo­ sis en Castorp dados sus antecedentes familiares (Z.191) - -primo tuberculose, ambos progenitores muertos por enferme­ dades del aparato respiratorio- que hoy no serlan en abso­ lute demostrativos, pues la muerte de la madré de Hans fue debida a una "embolie y paralizacién del corazôn" (Z.23),lo que hoy llamariamos "cor pulmonale agudo", embolie pulmonar, y el padre victime de una neumonla "por el frio" (Z,23),an­ tecedentes estos que de ningûn modo permitirlan hoy presumir la tuberculosis del protagoniste. Respecto a otro importante personaje del relato, el revolucionario-reaccionario Naphta, se afirma también el valor del factor heréditario: "Habia he redado de su madré el gérmen de la tisis" (Z.465) y més le— jos: "Bajo la Influencia del clima nocivo y de sus esfuerzos intelectuales, su mal hereditario realizé taies progresos..." (Z.470). También la madré de una nine agonizante se acusa de ser la responsable de la muerte de su hija por haber padeci- do ella misma la enfermedad aRos antes de casarse (Z.320).La influencia de la climatologla en el desarrollo de la enferme -348- dad, utllizada como hemos advertido ya con fines terapéuti­ cos, se manifiesta también en el érea del diagnéstico, don- de se le concede un valor similar al atribuido a la heren— cia. Basta con observar lo que anteriormente se dijo de Na­ phta para darse cuenta de que en la gènesis de la enfermedad se consideran fundamentales "el clima nocivo" y los "esfuer­ zos intelectuales", aspecto éste que merece la pena conside- rar a distancia del Dr. Behrens, quien no parece muy dispues to a admitir cuanto se séparé del émbito de la medicina cien tifico-natural més que con una olfmplca condescendencia. Tarn bién en el caso de Castorp el hecho de vivir en la hémeda y contaminada ciudad de Hamburgo es considerado por el conseje- ro como factor de riesgo. Behrens reconoce que gran cantidad de sus pacientes proceden de la insalubre ciudad portuaria - (Z.51). A excepcién de estos factures la patografla, insista mos en ello, parece no tener valor para el exponente de la - medicina cientifico-natural de comienzos de siglo retratado por Mann en la figura de Behrens que, al presentarse como ûn^ co mantenedor de dicha mentalidad en la novela, alcanza las - dimensiones de lo simbélico. Muy al contrario de lo que sucedia con la anamne­ sis, la exploracién cllnica manual e instrumental adquiere dimensiones excesivas en la escala de valores del consejero. En la primera entrevista con Castorp, Behrens realize una - perçusién detallada en la que hace patentes las recénditas - lesiones anatomopatolégicas del pulmén del joven, transfozmen do los sonidos que errance al térax en imégenes de gran plas­ tic idad (Z.191). A continuacién somete a Hans a la ausculta- cl6n, técnica en la que es considerado un virtuoso. El pro pic Castorp comprobaré que Behrens es capaz de ausculter - mientras conversa con el paciente (Z.439), lo que no deja de hacerle, a fin de cuentas, sospechoso de divismo. Si Behrens posee la habilidad précisa para tradu- cir plésticamente lo que le révéla el oido, cuenta también con un medio enormemente résolutive para no tener que enco- mendarse exclus ivamente a las técnicas de Auenbrugger y - Laennec: la radiologia. Castorp, que ha oido hablar de esta técnica, afirma ante su primo que son la "radioscopia y ra- diografia" quienes "permitirén sôlamente un diagnôstico obje tivo" (Z.198). En todo lo anteriormente dicho se hace paten te el carécter predominantemente visual del conocimiento - -pues asi como antes se tra baba de imaginer plésticamente lo que el sonido représenta, ahora se confia el diagnéstico a la visualizaclôn directe de la lesiôn-. No obstante, la con fianza en el nuevo método es exagerada, pues el propio Set- tembrini, que no es sino un paciente como Hans, conoce al me nos una anéctoda capaz de atemperar bastante el entusiasmo - que el hamburgués demuestra f rente a él. Tal anécdota tiene por protagoniste a un joven completamente sano que permane- ciô en el Berghof una larga temporada por aparecer en su ra diografia unas imégenes que fueron interpretadas como caver nas (Z.208). La excesiva confianza en la novedad del método, en el prestigio que le confiere su base f isico-quimica y su carécter de inmedlatez han conducido a los profesionales al error. La descripcièn de la exploracién radiolégica a la -350- que se somete el protagoniste tiene para nosotros doble in­ terés t Por una parte, el que se desprende de su carécter de documente histérico; por otra, el derivado de la observacién de las sensaciones que Castorp expérimenta y refiere puntua^ mente. A este respecto confiesa que "no se sabla si uno se - hallaba en el taller de un fotégrafo, en una cémara oscura, en el taller de un inventor o en una oficina técnica de he- chiceria (Z.228). En cuanto a los aspectos ténicos del pro­ ceso, contemplamos junto con Hans Castorp el desarrollo de una exploracién radioscépica llevada a cabo en 1907 : "esta- llaron descargas como disparos. Una chispa azul vibré en la punta de un aparato. Unos relémpagos subieron crepitando a lo largo del muro (...) y una botelia, a la espalda de Joa­ chim, se llené de un liquide verde" (Z.229). Otro medio diagnéstico empleado en el Berghof lo constituye la baciloscopia del esputo, cuya valoracién se efectéa de acuerdo con la escala de Gaffky, y que se mencio na en repetidas ocasiones a lo largo de la obra. Del crédi­ te concedido a esta escala, que hoy nos parece excesivo, da cuenta la siguiente fraset "Expresaba sin error las posibi- lidàdes de curacién del enfermo, el némero de meses o de - aRos que habia de pasar todavia aqui(...)" (Z.366). Menos - utilizado es el heroocultivo, cuya fiabilidad es menor a los ojos del consejero que la de la baciloscopia, y al que sola mente recurre ante la irréductible fiebre de Hans, que no - remite tras la curacién de las lesiones radiolégicamente ob servables. Behrens confia en hallar estreptococos en el he- mocultivo (Z.662), y no es de extraRar que lo consiga al ca -J5i- bo de unos dfas, tal vez por contaminéeién del cultivo. De cualquier forma, no confiando Behrens demasiado en este re su1tado, intenta a continuacién el diagnéstico ex juvanti- bus, para lo cual utilize un tratamiento con autovacunas - (Z.663) que no produce el resultado apetecido tal vez por no hallarse el estreptococo més que en los cultivos, o qui zé por la més que dudosa eficacia de este tratamiento. El personal auxiliar del sanatorio demuestra asi mismo una cierta perspicada en el diagnéstico, adquirida sin duda a través de largos afios de préctica continuada, que en muchos casos esté avalada por un conocimiento cientifico su ficiente. Tal es el caso de la enfermera jefe, quien repren de a Hans por haber afirmado que padece un "resfriado". Se- gén ella no es permisible hablar de resfriados, sino de "una infeccién que uno esté predispuesto a sufrir; se trata sola- mente de saber si nos hallamos en presencia de una infeccién inofensiva o de una infeccién menos inofensiva" (Z.177). La confianza que en sus capacidades demuestra el Dr. Behrens - llega al extremo de permitirle, en ocasiones, llevar a cabo una labor de diagnéstico y tratamiento previa a la définit^ va del propio director. Esto es precisamente lo que sucede con la laringitis tuberculosa de Joachim Ziemssen (Z.554). Estos son los més importantes ejemplos que Mann - nos ofrece en el campo del diagnéstico. Pocas cosas pueden decirse sobre el juicio pronéstico en el marco del Sanato­ rio Intemacional Berghof. Mann no parece tan interesado - por éste como por el diagnéstico y el tratamiento, y su in- -352- terés fundamental en este campo se centra sobre todo en los julclos emltldos por los propios pacientes, en la medida en que aquellos sirven para conocer el calibre espiritual de - cada personaje y las modificaciones producidas en el caréc­ ter por la conciencia de la propia enfermedad. NaturaImente, es Frau Sttthr el personaje més interesante a este respecto. Recordemos sus poco caritativas palabras para Herr Blumen— kohl, el paciente que se ve obligado a abandonar, en una - ocasién, el comedor debido a su necesidad de expectorer tras un ataque de tos. Cuando Joachim se vea obligado a regresar al sanatorio después de su fallida tentative de vida en el - llano, manifestaré idéntica complacencia al comprobar el la­ mentable estado en que se encuentra el militer, que ademés - confirma el sombrio pronéstico que la desagradable dama ami­ tié al conocer su salida (Z.529). El comportamiento de Frau StChr es el de una personalidad no educada para el sufrimien to, en consecuencia, incapaz de educarse por el sufrimiento. Atemorizada y dolida por la conciencia de su propio estado, sélo encuentra alivio al comprobar que otros pacientes se ha llan amenazados de muerte con mayor inminencia que ella mis­ ma. El doctor Behrens casi nunca formula con veracidad sus pronésticos, al menos en presencia del interesado, pues es consciente de que pocos de sus enfermes resistirian el - golpe que para ellos representaria el saber que deben perma- necer en el sanatorio a lo largo de varios aRos, siendo por el contrario capaces de aceptar el engaRo que en cada consu^ ta se repite con el consentimiento técito de ambas partes, - -355- cuando el enfermo eacucha que adn deberé permanecer algunas semanas o meses en el Berghof. Lar raras ocasiones en que - el consejero emite un pronéstico sin inhiblciones son aque- llas en que espera obtener por este medio una enseRanza mo­ ral -si se permlte la utilizaciôn de este término en un sen tido harto restringido- para el resto de los pensionistas. Tal es el caso de una paciente que abandons el sanatorio con tra la opinién del consejero: en su ausencia, Behrens anun— cia a los demés pacientes que"en otoRo (...) la seRora Salo­ mon estaré de vuelta, y para siempre" (Z.380). Los mismos pacientes conocen a veces, con mayor o menor exactitud, la existencia de ciertos signos de valor - pronéstico, como ya vimos al mencionar el desagradable héb^ to de Frau StOhr, y como se pone de manifiesto con motivo - del reingreso de Joachim, cuya disfagia hace sospechar a to do el mundo la proximidad de su fin. Un Ultimo ejemplo de - este conocimiento emplrico se nos muestra en la breve anéc­ dota de Karen, la joven paciente amiga de los primos, de la que el autor nos dice que "sabia a qué atenerse y cual era la significacién de la necrosis de las puntas de sus dedos" (Z. 338), significacién no tan clara para nosotros pues, si bien las falanges de los dedos son lugar adecuado para el - asiento de la infeccién en niRos y jévenes, el término ne— crosis sugiere més bien una enfermedad vascular, tal vez la de Raynaud o alguna de las comprendidas bajo la denominacién genérica de "fenémeno de Raynaud". No siendo nuestro objeto llegar a un diagnéstico rétrospective sino ilustrer con un ejemplo lo que sobre el pronéstico refiere Mann en su nove- -354- la, abandonamos por fin el tema pasando a estudlar el ter- cer momento cllnico en Per Zauberberg. Como ya hemos advertido, en la vigencia de la te rapéutica higiénico-climatica encuentra su base el relato. El intemamiento en el Sanatorio Intemacional Berghof, con vertido en Zauberberg para gran numéro de pacientes entre - los que se cuenta Castorp, es el hecho que da pie a la expe riencia espiritual que el Joven "esté predispuesto a sufrir" y el acontecer cotidiano en este santuario de alta montafia es descrito con la precisiôn que cabrla esperar del autor - una vez que tenemos noticia de su estancia de très semanas - en el lugar de los hechos. Respecto a la terapéutica de base Mann nos informa acerca de la ingestién de seis copiosas co- midas que diariamente efectdan los pensionistas, asl como del rep oso en la terraza, bien abrigados, en cualquier época - del afio, segdn el uso propugnado por Dettweiler en su sanato rio de Falkenstein^^^, considerado por los profesionales de principio de siglo como una de las més iaq>ortantes institu­ ciones para el tratamiento de la tuberculosis. Con estas me­ didas y algunos paseos se aspira a mejorar, al menos, las - condiciones de resistencia de los pacientes, ya que "1 arse­ nic (...), les phosphates, I'iodoforme (...) e^ même la creo- sote"^^^, dnicas posibilidades farmacol6gicas de la época, - han demostrado su inutilidad para detener el proceso tubercu loso. Sin embargo, la terapéutica higiénica tiene, a pe ear de sus defensures, no pocos puntos oscuros. Por ejmplo, -355- Joachlm Ziemssen, a expensas de sus proplas observaclones y tal vttz de unos leves conocimientos de microbiologie, manl- flesta en una ocasldn sus dudas acerca de la salubrldad del sanatoria. Recuerda que su primo présenté "en otro tlempo, leslones de las que nadle se ocupaba y que se curaron corn— pletamente por si solas" (Z.198), y plensa que si Hans no - hubiese Ido a vlsltarle qulzé no se hubleran reactIvado las leslones. De hecho, el contacte mantenldo con paclentes In- tensamente baclllferos a que Hans se ve sometldo justlflca los temores de su primo. El proplo Behrens conflesa en una ocaslén al protagoniste sus dudas respecta a la eflcacla del tratamlento, pues advierte que "el aire que tenemos aqul es bueno contra la enfermedad (...) pero al mlsmo tlempo, este aire (...) comlenza por apresurer su curso, revaluelona el cuerpo, hace estallar la enfermedad latente..." (Z.193). De todas formas, no es poslble contentarse con atrlbulr toda - la responsabllldad al "aire de aqul", desde el momenta en - que la etlologla Infecclosa de la enfermdad es deldomlnlo - pébllco. Por ello, uno de los paclentes eleva una protesta al doctor Behrens al descubrlr a otro enferma expectorando en el suelo en lugar de arrojar el esputo en el frasqulto - destlnado a tal fin. Y considéra tanto més culpable esta trans greslén de las normes hlglénlcas, cuanto que el enferma acu- sado de negllgencla présenta una elevada tasa de bacterlas - en el esputo (10 en la menclonada escala de Gaffky) (Z.527). Poco més se encuentra en la obra referente a tratamlentos no qulrûrglcos, a no ser la ya menclonada terapéutlca con quln^ na para el paludlsmo de Peeperkom y un tratamlento a base - de "pastillas y compresas" (Z. 554), que se prescribe a Joa- -356- chim para calmar su dolor de garganta, por lo cual pasare- mos inmediatamente a conocer las técnicas qulrürglcas en - uso en el Berghof. El procedlmlento qulrûrglco més empleado en el - Berghof parece ser el neumotérax, pues es sln duda el que - mds relteradamente se menciona. Hay ademàs un hecho que con fIrma esta presunclén, y es la exlstencla de clerto ndmero de paclentes que, agrupados bajo el rasgo coraûn de haber si do sometldos a dlcha técnlca, han constltuldo la llamada - "socledad de los medlos pulmones" (Z,55). Cuando Joachlm in forma a su primo reclén llegado acerca de esta "socledad" - expllca tamblén, a requerlmlento de Hans, en qué consiste - el neumotérax terapéutlco, ddndonos de nuevo una muestra de la erudlclén médlca del autor: "Cuando un pulmôn esté muy - carcomldo, ^comprendes?, y el otro esté sano, o relatlvamen te sano, se dispensa al lado enfermo, durante algün tlempo, de su actlvldad, para darle descanso... Es declr, que le ha cen a uno un corte aqul, en el lado, no sé exactamente d6n- de (...). Luego se mete gas, nltrégeno, asabes?, y el pulmôn relleno de gas queda fuera de actlvldad. El gas, naturalmen- te, no permanece mucho tlempo. Es preclso que sea renovado - cada quince dlas, poco môs o menos (...). Y cuando ésto ha - durado un ano o môs y todo va bien, el pulmôn puede curar gca clas a ese reposo. No slempre, ya se comprende, y hasta es - un asunto bastante pellgroso. Pero parece que han sIdo obte- nldos muy buenos resultados por medlo del neumotÔrax" ( Z.55). En la precedents descrlpclôn de Joachlm no se omlte -357- la menclôn a los pellgros que esta técnlca conlleva. Més - adelante algunos de ellos son referldos por algunos paclen­ tes que han padecldo graves accidentes. Asl, un contertullo ocaslona1 de los prlmos describe en repetldas ocasiones su experlencla de un "choque en la pleura", especle de shock refleJo que, al parecer, era extraordlnarlamente frecuente y temlble en el curso de estas Intervenclones. El relato - de tan desagradable experlencla es el slgulente: "Cal pre- sa de un sineope, de très slncopes a la vez, uno verde,otro tnoreno y otro viole ta. Ademés, todo aquello hedla, pues el sineope, el choque se producla sobre ml olfato. Sehores, - aquello hédla de iin modo loco a hldrôgeno sulfurado, como (k be pasar en el Inflemo (...)" (Z.328). De todos modos, las partleularIdades referldas por este paclente no parecen del todo dignes de conflanza, dada la tendencia Imperante en el sanatorlo a atrlbulr una Importancla exceslva a los proplos padeclmlentos. El segundo accidente descrlto en la obra no apa rece con la suf le lente claridad como para permit Imos reco- nocer con evldencla su entldad cllnlca. Una paclente trata- da con neumotôrax ha acudldo a un médlco, al parecer poco - experlmentado en esta técnlca, para hacerse "rehInchar" (Z. 325). Desde entonces se encuentra mal, con dlsnea y opreslén precordlal. El doctor Behrens dice que esté "demaslado llena" dlagnéstlco que no llumlna grandemente la realldad del proce 80 ante el cual nos hallamos, y que por su cllnlca y evolu— cl6n hasta la muerte podrla tratarse de un neumotôrax valvu­ lar. Otra técnlca utlllzada por el consejero es la to- racoplastla, que el doctor Behrens practice resecando "sels -358- o siete" costillas y bajo anesteala "en la médula espinal" (Z. 321). El ûnlco caso en que se realize esta Intervenclôn a lo largo de la novela es el de un joven, victime de un error dlagnéstlco, con qulen toda otra terapéutlca ha falla do. El Intento desemboca en el fracaso total con la muerte del joven. La ûltlma Intervene16n qulrdrglca sobre el térax que se menciona en "Per Zauberberg " es una neumotomia que va a practlcar. Behrens en un caso de gangrena pulmonar, cu- yo caracteristlco esputo verdoso y pûtrldo es descrlto por el autor, qulen asl mlsmo expllca que tal Intervene16n con­ siste en la "resecclén de un pulmôn" (Z.455), slendo ésta - una "operaclôn que el consejero reallzaba de un modo magis­ tral". A continuéelôn vamos a conocer las noclones so­ bre temas médlcos que poseen los personajes de ” P e r Z a u ­ berberg". Narrador conclenzudo del acontecer humano, Thomas Mann no plerde de vlsta el hecho comprobado de que el enfer mo crônlco busca Informéelôn acerca del estado de su dolen- cla. Algunos paclentes, como Hans Castorp, llegan Incluso a Investlgar en auténtlcos tratados de Medlclna y, en el caso particular del protagoniste, su Interés human!stleo le 1le­ va a estudlar tamblén Flsiologia humane. Histologie y en re sumen, las clenclas médlcas béslcas. De aqul que las oplnlo nés de Castorp sobre la enfermedad y la medlclna sean de par tlcular Interés para este trabajo. De todas formas, conviens comenzar por las apreclaclones menos alqultaradas de éste y de los demés paclentes, concluyendo con una breve resefia de las oplnlones fundamentadas en un conoclmlento de base clen tifIca. -359- Los campos de la medlclna més al alcance del pro­ fane han sldo slempre la hlglene y la dletétlca. Por tanto, no es de extrafiar que la mayor parte de las oplnlones sobre medlclna versen sobre estos temas. Asl, Hans Castorp plensa al comlenzo de la narraclén que "tal vez era Imprudente y - malsano dejarse transporter asl, a esas reglones extremes - para él, que habla nacldo y estaba habltuado a resplrar a - algunos metros apenas sobre el nlvel del mar, sin heber pe- sado prevlamente algunos dlas en algün lugar lntermedio"(Z. 8). Una vez 1ns ta lado en el sanatorlo, Hans atrlbuye sus sen saclones desagradables (ardor en la cara, pérdlda del gusto por el tabaco, febrlcula...) a un proceso de acllmatacién a la altura (Z.4lO), que considéra reallzado cuando récupéra el gusto por sus clgarros. Otros paclentes concedenasl mlsmo g ran Importancla a la cllmatologla. Se nos dice, en efecto, que a finales del mes de Marzo y tras unas nevada s, sobrevle- ne un camblo de tlempo, més bien una alteracién climatolégi ca ya conoclda, el FOhn,que era "prevlsto, presentldo por - los paclentes més sensibles" (Z.383). Tal située lôn climétl. ca goza de una triste celebrldad. La presunclôn de estos pa clentes "meteoroléblles" se cumple en breve, y su repercusiôn no se hace esperar: dos enfermas se ven atacadas por crisis depreslvas mientras que una tercera, que no es otra que nue£ tra conoclda Frau StOhr, "expresata, de hors en hora, el te­ rror supertlcloso de un slncope, pues pretendla que el Fbhn los favorecla y provocaba" (Z.383), Frente a lo anterlormente referldo, el estimable dilettantisme de Castorp le permite interpreter la influen- - 3 6 0 - \ cia del clitna desde un punto de vista més clentifico que el exhibido por sus compafieros de recluslôn y por él mlsmo en los prlmeros tlempos de su estancla en el Berghof. Su pr<>— pla experlencla, el contacte con Behrens y sus lectures le permlten expllcar a su tlo, de visita en el sanatorlo, que "este aire tenla poderosas vlrtudes. A peser de que acelera ba la combustlén general, el cuerpo aslmllaba la albilmlna. Ese aire era capaz de curar todas las enfërmedades que el - hombre lleva latente en si, pero comenzaba por favorecer - 8enslblamente su aparlclén y, por un Impulso orgénico gene­ ral, provocaba en algûn modo una alegre exploslén" (Z.452), algo de paracelslsmo hay, a ml entender, en esta atrlbuclén de "vlrtudes estlmulantes" al aire de Davos. En cuanto a la dletétlca, sabemos desde el comlenzo de la narraclén que - Hans Castorp "tenla la costumbre de corner abundantemente por conslderaclén a si mlsmo" (Z. 18). Por un razonamiento ané- logo, Peeperkom hace gran consume de alcohol y café (Z.585- 586), pues asegura que son dos buenos remedies para su cuar- tana. Por fin, Joachlm Zlemssen, vlctlma de la afecclôn fa— rfngea que pone de relieve la proxlmldad de su fin, utiliza como lenitive la llmonada muy éclda "porque asl contrala - los tejldos y le aliviaba"(Z.547). Fuera de la dletétlca y la cllmatologla no hay - apenas manlfestaclones de saber médlco entre los paclentes espaces de trascender el émblto de la tuberculosis. Unlcamen te merece la pena destacar la descrlpclôn, fruto de la auto- observaclôn a que se somete el enfermo, senslblllzado en ex- ceso frente a su proplo cuerpo, de la somatlzaclôn de un es- —3 6 1 — tado de ansledad: "...incidentes de este género ejercian no sobre el corazôn o el esplritu, sino sobre los nervios del estômago, un efecto tan prolongado como el mareo en un via- je por mar" (Z. 705). Esta descrlpclôn tlene lugar al flna- llzar una reunlôn espirltlsta en la cual el autor compara - el trance por el que atravlesa la medium a "eso que los sa- blos tocÔlogos llaman eclampsia" (Z. 718). En cuanto a la - Influencla que la consulta de obrar de medlclna tlene en la evoluclôn de los julclos de Castorp, bastaré con cltar aigu nos de los que formula a lo largo de la novela para hacerla patente. For ejemplo,la contemplaclôn de una enferma con - clanosls labial le hace sospechar que padece "falta de ai­ re" (Z, 324), mientras que la "hlnchazôn en el rostro" del agonlzante Joachlm révéla, a su entender, "el mal estado de su corazôn" (Z. 566). Con el tlempo llegaré a atrlbulr su - propie slntomatologla a las "toxlnas solubles" (Z.412), hl- pôtesls predllecta del doctor Behrens, y a conocer la pato- genla de la enfermedad de sus compafieros: "El senor Magnus producla azucar y la senora Magnus albûmlna" (Z.449), lo que en esta frase alcanza el carécter de "prlmum movens" de la - enfermedad. Veamos, por fin, el papel del pslcoanéllsls en Per Zauberberg. El doctor Krokovskl, représentante de la naclen­ te mentalIdad pslcoanalltlca, desarrolla una labor paralela a la del médlco jefe Behrens, qulen en nlngûn caso Intervie ne en las actlvldades del pslcoanallsta, al paso que éste, cuando colabora con Behrens, lo hace en calldad de subalter no de Inflma catégorie. Asl, por ejemplo, le vemos en una - — 362— ocaslôn anotando al dietado los datos de una exploraclôn - que el cllnlco lleva a cabo (Z. 189). Su incluslôn en la - plantllla del sanatorlo parece obedecer a motives propagan- dlstlcos més que a la creencla, por parte de la dlrecclôn, en la Importancla de su quehacer terapéutlco. Los enferroos tuberculosos, a Julclo de esta dlrecclôn, preclsan exclus1- vamente un buen cllnlco; pero, dadas las caracterlstlcas de los sanatorlos antltuberculosos de la época, que, en buena medlda son lugares a los que se acude como de vacaclones, - se ha conslderado de buen gusto ofrecer a los clientes un - pleante Ingredlente Inesperado: el "tratamlento pslqulco se gûn los més modemos prlnclplos", que se menciona en la - cuenta mensuai de sanatorlo (Z. 138).^Cômo Interpretan la - actlvldad de Krokovskl los enfermos del Berghof?. El primo del protagonists, paclente veterano, en un Intento de expll car a su parlante lo que en realldad hace Krokovskl, défini ré su labor como "dlsecclôn del aima" -en el original, See- lenzerg1lederung-(Z. 13). El mlsmo no es capaz de darse cuen ta de hasta qué punto es acertada esta deflnlclôn. ^De qué - manera més acertada cabrla traduclr llteralmente el térmlno pslcoanéllsls?. Ademés, la radical comprenslôn de este pro­ ceso dlsectlvo es lo que va a llevar al protagonists, Hans Castorp, a una Idea del alcance del método pslcoanall^tlco - que tal vez escapa a su proplo creador. Tal es, al menos,la oplnlôn de Thomas Mann^^^. Actxnpahemos, pues, al protagonl^ ta en su busqueda del sentIdo de esta particular modalldad de dlsecclôn. La primera sorpresa que la reflexlôn sobre estas -363- palabras méglcas nos depara no es pequefia; la labor dlsectjL va, anatÔmlca, tradlclonalmente represents tan s61o un medio de conocer en detalle lo que hasta el momento s61o globalmen te se habia aprehendldo. Esto es igualmente clerto para el - médlco tradlclonal y para el pslcoanallsta, pues a cada uno descubre su particular forma de dlsecclôn lo que permanecia oculto a su vlsta, Pero, en el caso del pslcoanéllsls, la cu raclôn va -o pretende Ir- de la mano de este desvelamlento de lo oculto, anéllsls y curaclôn son una misma cosa. Esta - modalldad de dlsecclôn es terapéutlca, més aôn, sotérlca, a més corto plazo que su para le lo clentifico-natural. En su - Idea del pslcoanéllsls traduce Mann el mensaje de una flloso fia y una mltologla que slempre le han sldo prôxlmas: el hom bre sablo, el que, ober xendo el mandate del oréculo, sabe de si mlsmo, es Igualmente sano y bueno ; esto dice la flloso fia. Para saber de si mlsmo debe abrasarse en la luz de Apo- lo, sufrlr, cual nuevo Marslas, su deslumbradora anatomla, - la "anatomla de la tumba", de la que habla Castorp al refe— rlrse al pslcoanéllsls (Z.412), la muerte mlstérlca por la - que se accede al conoclmlento de Dionysos bajo la aparlencla de Apolo; esto ensefia el mlto. En Per Zauberberg sufrlré el protagoniste esta muerte y se près taré a esta dlsecclôn, pues comprende que le va la vida en el empeho de saber acerca de - si mlsmo. A través de sus oplnlones, principeImente, y de las de sus compaheros de enclerro, alguno de cuyos puntos de vls­ ta conocemos ya, vamos a aproxlmamos a la figura del pslcoa­ nallsta. Lo prlmero que sorprende en Krokovskl es su aspec —364— to; pequeho, més bien desastrado, "de una palldez casl fos- forescente", etemamente vestldo de negro y ostentando como calzado una especle de sandallas y calcetlnes de lana (Z.20), parece mostrar un gran deslnterés por todo convenclonallsmo, reconoclendo; tal vez, con la negrura de su vestlmenta, su Incllnaclôn -si no su pertenencla- al relno de las sombras, al domlnlo donde los sentldos se muestran partlcularmente In seguros. En lo que hace a su gablnete de trabajo, baste sa— ber que reclbe los nombres de "cavema analltlca" (Z.389) y "calabozo analltlco" (Z. 696) para comprender que esté en - consonancla -al menos en la fantasia de los paclentes- con - el aspecto extemo de su titular. Cuando algun penslonlsta - decide vlsltarle lo hace a escondldas, pues, para las mentes burguesas de los clientes del sanatorlo, el desvelamlento - del lado oscuro, no reconocldo de su personalldad, tlene al­ go, y qulzé mucho, de antlnatural, de pecamlnoso. En el caso particular de Joachlm, el primo de Hans, represents ademés - una debllldad que no puede ser tolerada por su étlca de mill tar. Esto hace que se considéré traielonado al descubrlr por azar que su primo frecuenta el trato profeslonal, ademés del no profeslonal del pslcoanallsta (Z. 389). Por su parte, Joa­ chlm tan s61o se dlgna a referlr alguno de sus suenos a Kro­ kovskl, en parte para ponerse al abrigo de su antipatla y - tamblén por un curloso sentlmlento de pledad, que llustra - bien a las claras la Idea que de la utllldad del pslcoanéll­ sls se hace la mayorla de los paclentes: "De vez en cuando le cuento algûn suefto, para que tenga algo que dlsecar" (Z. 22). En varias ocasiones he mènelonado ya las conferen- -365- clas con que, perlodlcamente,pretende Krokovskl Interesar a sus potenclales paclentes en su cantpo de trabajo, Una de ellas, gulada por el pensamlento del fundador del pslcoané llsls tanto como por el de sus precursores, los fllôsofos y artlstas del romanticIsmo alemén y, sobre todo, por el de Nietzsche, tlene por tltulo y tema "El amor como fuerza pa tôgena" (Z.123). En ella expone Krokovskl, més o menos fle^ mente, la ensehanza de : u maestro acerca de la etlologla de las neurosis, si bien él mlsmo preflere utilizer, en lugar de este térmlno, el més general -y, por tanto, amble los o- de enfermedad. "^Bajo .qué forma y qué méscara -pregunta el ora dor a sus oy entes- aparece el amor no admit Ido y rechazado?" El mlsmo contesta: "Bajo la forma de la enfermedad" (Z.135- 136). Después de tal revelaclén, aprovechando la concentrada atenclén de su pûbllco, y adopt and o un aire de arrebato cua- slmlstlco "hacla una gran propaganda a favor de la dlsecclôn anlmlca (...) ;Venld a ml -decia, poco més o menos- todos los que estais afllgldos y cargados de penas! Y no admitla duda - alguna en lo que se reflere a la convlcclôn de que todos, sln excepclôn, estuvlesen cargados de penas y afllgldos. Hablô - del sufrlmlento oculto, de la vergtienza y la trlsteza, del - efecto Salvador del anéllsls; alabô la llumlnaclôn del Incon^ dente, preconlzô la transformée lôn de la enfermedad en senti, mlento consciente, exhortô a la conflanza, prometlô la cura— ciôn" (Z.137), Hasta tal punto es dlflcll vencer la reslsten- cla de todos esos honrados burgueses que, hasta el momento, - han conslderado su doble moral como una soluclôn, nunca como algo problemétlco, y menos aûn como causa del desorden morbo- so que les encadena al mundo falso del sanatorlo. — 366— Gracias a esta conferencla aprende Hans Castorp - que la enfermedad y la salud pueden no ser otra cosa que dos dlferentes nivelas de conclencla, y acepta el ofreclmlento - de qulen asegura poder sacar a la luz las causas remotas de la enfermedad. SI bien no de manera excluslva, la relaclôn -sôlo a veces profeslonal- con el pslcoanallsta, ayudarô al Joven a desclfrar el enigma de su persona. Pero como toda - clencla nueva, el pslcoanéllsls no sabe, todavla, demaslado de si mlsmo. Y asl como el pslcoanéllsls ayudaré a Castorp en el esclareclmlento de su fundamental pregunta acerca de su realldad, el novellsta pretende ayudar al naclente saber a conocerse. En Per Zauberberg Thomas Mann juzga necesarlo seRalar las desvlaclones a que puede dar lugar la Indeflnl- clôn de los objetlvos del nuevo método. Krokovskl, que no - conoce todavla los limites de su clencla, évoluelona en sus conferenclas desde los temas que ya conocemos hacla "los mis terlos de la magla" (Z. 691). Da la Impreslôn de haber perd! do el norte, y esta ImpreslÔn seré aûn més fuerte cuando, - con un grupo de elegldos, se dedlque a evocar los esplrltus de los dlfuntos en su "caverna analltlca". Pero su empeno es noble, y el autor sale al paso de los poslbles detractores - del médlco asegurando que esta desvlaclôn era tan fécllmente predeclble como dlfIcllmente evitable. "Desde slempre habla hecho su campo de estudlos de esa reglôn oculta y tenebrosa del aima, deslgnada con el nombre de subconsciente, aunque se harla mejor en hablar de una supraconsclencla, puesto que rebasa en mucho la conclencla del Indlvlduo (.,.). El dotnl— nlo del subconsciente oculto, en el sentldo proplo de esta - palabra, séria, pues, Igualmente oculto en el sentldo més 11̂ — 36 7— mikado del vocablo y constitulrla una fuente de los fendme- nos que provislonaImente denomlnamos ocultos,Esto no es to­ do. Qulen reconoce en el slntoma orgénico de la enfermedad el resultado de sentlmlentos rechazados fuera de la vlda - consciente del alma (...) reconoce el poder creador de lo pslqulco en el domlnlo de la materia, un poder que hay que conslderar como la segunda fuente de los fendmenos mégicos" (Z.692). Desvlacldn pellgrosa del objetIvo original, a la - que se llega de la mano del talante féustlco que, Inevlta— blamente, goblerna la actlvldad del que qulere saber. Qulen se busca a s l mlsmo debe estar dlspuesto a perderse. Krokoys kl parece perderse, o al menos asl parece a Castorp, que abem donaré las reunlones ocultlstas con la nebulosa conclencla - de estar recorriendo el camlno equlvocado. No obstante, al - Igual que el autor, su crlatura reconoce la nobleza del empe Ro y la dlfIcultad de eludlr el error. El pslcoanéllsls,plan sa Hans Castorp, es "muy semejante a las cosas de la tumba y su sospechosa anatomla"; sln embargo, o qulzé por eso mlsmo, es tamblén"favorable a la accldn y el progreso" (Z.412). To­ da la perlpecla del protagoniste tlende a demostrar la nece- sldad del rlesgo y, més aûn, de la muerte ritual y el renaci mlento a la nueva vida, para accéder a un grado superior de humanldad. El pslcoanéllsls es medlo esenclal, aunque no ûni. co, para alcanzar este objetlvo. ^Cabrla, pues, esperar que no estuvlese sometldo al rlesgo de errar?. Thomas Mann no lo cree poslble. Dlscipulo de Nietzsche, sabe que sôlo la auda- cla que pasa Incluso sobre la muerte accede a la vida. Las - experlenclas ocultlstas slrven a Castorp para decldir hasta que punto debe contar con la clencla de Krokovskl, para cono —3 6 8— cer sus limites; al lector, sea clentifico o profano, para descubrlr el rlesgo que entrana el carécter arcano del mé­ todo, la poslbllldad de una Interpretaclén perversa. Este tema, que surge al final de la novela, preocuparé al escr^ tor hasta el extremo de InducIrle a exponer, en forma de - conferencla^^^, su Idea de este pellgro. Pero, a lo largo de su vida, sostendré por enclma de todo su creencla en el efecto "favorable a la acclén y el progreso" del pslcoanéll sis. El hecho de que el més libre de sus usuarlos en Per - Zauberberg sea capaz de abandonar el sanatorlo como un hooH bre nuevo, représenta la profeslén de fe en el pslcoanéllsls de Thomas Mann. El protagonlsta de Doktor Faustus comparte con su modelo, Friedrich Nietzsche, la propenslén a las cefaleas, que Mann considéra heredada del padre (DF. 16, 26, 35, 74). Los ünlcos medlos con que cuenta el mûslco para enfrentarse a ellas son el enclerro en una habltaclén sllenclosa y oscu ra, y la Ingestlén de té muy cargado con llmén (DF. 257).Pe ro, pese a que le acompaha desde la Infancla, no es la jaque ca la enfermedad més Interesante que ha de padecer Adrian.Es te papel queda reservado a la slfllls, al lado de la cual, - dada su slgnlfIcaclén en la obra, las demés enfermedades que se menclonan -y no son pocas- plerden préctlcamente su Inte rés. Ya es conoclda la ocaslén en que LeverkOn contrae la In fecclén y visita a dos médlcos mientras dura la slntomatolo­ gla local. Como en el caso de Nietzsche, es dlflcll saber si, a partir de este momento, las cefaleas de Adrian son o no fru to de la enfermedad que acaba de contraer. Igualmente juega - -369- el autor con la poslbllldad de que la presencla del dlablo, en la escena del pacto, sea s61o resultado de la afectaclén del slstema nervloso del compositor. Freclsamente en esta - escena es donde encontramos los pérrafos de mayor Interés - clentifico e hlstérlco-médlco, que reproduclré a continua— cl6n. Recordemos que el Interlocutor de Adrian nombra su en fermedad al modo de Paracelso, Franzosen (DF. 229), y llama por su nombre al agente causal: "Entonces fue cuando los pla netas exactos se encontraron bajo el slgno de Escorplén, co­ mo lo dlbujé doctamente el maestro Durero en la hoja volante médlca; entonces fue cuando llegaron el pals alemén los espl rllos, aquellos Inflnltamente pequenos, dellcados, amables - huéspedes orlglnarlos de las Indlas Occidentales (...) nues- tra Venus péllda, la Splrochaeta palllda". Poco més lejos ad vlerte que éstos "Inflnltamente pequenos huéspedes" estén - "domestlcados desde largo tlempo, y en los viejos palses don de estén como en su casa desde hace siglos no se entregan ya a las grandes chanzas de antano, chancros ablertos, pestllen cia, narlces corroldes..." (DF. 232-233). Ensegulda pasa el orador de la historié de la enfermedad a su explIcaclén clen tlflca: "La me tae spIroque tos1s es el proceso menlngeo (...) parece que algunos de esos Inflnltamente pequeRos tengan pre dllecclén por las partes superlores, una debllldad por la re glén de la cabeza, las meninges, la dura-mater, la tlenda - del cerebro y la pla, que en el Interior protege el dellcado parénqulma" (DF. 234), Lo que el autor no parece dispuesto a aceptar es que, como "aseguran clertos doctores", exista un género de estos gérmenes con una particular tendencia a ac— tuar sobre el cerebro, sino que es la propla persona qulen - -370- determlna en si misma la propenslén a la afectaclén de éste érgano. Estoy conveneido de que esta ültima afirmaclén no - tlene, en el caso de Thomas Mann, s6lamente valor alegôrlco. En su conversaclén con Adrian, el dlablo menciona otro caso de slfllls; pero este otro enfermo, desprovlsto del Inteleç tuallsmo de Adrian, no puede contarse en el numéro de los - elegldos. No hay aqul "metéstasIs en lo metafIslco" (DF. 233). Su enfermedad le dépara una cardiopatfa (DF. 411) y, segûn - el dlablo, "un dla dentro de unos aRos, se presentaré la afo nia o la sordera y reventaré sln pena ni gloria" (DF. 233). Més tarde, sufrlré Adrian crisis de "una afecclén" que "se prolongaba durante una parte de la semana y se repe- tla con frecuencla, acompaRada de jaquecas y vémltos que du- raban horas enteras y hasta dlas (...). A los ataques suce— dla una atonla profunda, unlda a una vlva y tenaz senslblll- dad de la retina para la luz". Estas crisis confundlrén, al principle, al médlco que le atlende, que pensaré en primer - lugar en una ûlcera de est&nago. reparé al paclente a la - Idea de una poslble sangria, a la que luego renunclé, y entre tanto le hlzo absorber una soluclén de pledra Infernal -nitœ to de plata-. Como aquel remedlo no produjo efecto, le adml— nlstré, dos veces al dla, fuertes dosls de qulnlna" que sélo producen un allvlo pasajero. A la larga, Ktirbls comenzaré a sospechar "un orlgen en parte nervloso, y lo atrlbuyé por - conslgulente al centro, al cerebro, el cual, por lo demés, - comenzé a representar un papel en sus hlpétesls" (DF.342-343). Instaura entonces un tratamlento pallatlvo -boisas de hlelo y duchas frlas en la cabeza- que conslgue mejores résulta— -371- dos (DF. 343). El insonmlo se apodera de Adrian, obligéndo- le a tomar luminal "para compensar, con la profundidad, la poca duracidn del sueflo" (DF. 361). Més tarde, aun cuando - estos sintomas desaparezcan, Serenus seré capaz de descubrlr un slgno de la Incuestlonable afectacldn del slstema nervlo­ so: "Advert1 -reflere- que las pupllas, que no eran del to do redondas, algo estlradas irregularmente en longltud, per- maneclan slempre con una dlmenslén constante, como si nlngûn camblo de luz pudlese estlmularlas" (DF. 483). En medlo de - su paréfrasls de la Oratlo Faust1 ad Studlosos, Adrian se - desplomaré sobre el piano y ya no volveré a recobrar la ra— z6n. El dlagnéstlco reallzado por el director de la instltu- clén a que se le traslada -"una enfermedad mental de curso progreslvo" (DF. 505)- clerra la patoblograffa del composi­ tor. La enfermedad mortal de Eco merece, tamblén, ser estudlada. "Tomando en cuenta las primeras senales de una al̂ teraclén del estado general -comlenza el autor- todo se de senvolvlé en apenas dos semanas. Durante la primera, nadle (...) preslntlé el horroroso aconteclmlento" (DF. 472). El - nlRo parece hallarse resfrlado, molesto e Inapetente, y no - soporta el ruldo. "Daba angustla verle acercarse a las perso nas que él amaba (...)y apartarse de ellas ensegulda sln ha­ ber ha1lado allvlo" (DF, 472). Pronto aparecen el atroz do— 1er de cabeza, los vémltos y lâs convulsionss; el doctor KÜr bis observa que " las pupllas contraldas marcaban propenslén al estrablsmo. El pulso se aceleraba. Comenzaban a marcarse contracclones musculares y rlgldez en la nuca. Era la menln- -372- gitis cerebro-espinal" (DF. 473-474). Practlcaré entonces "la punclén en la tnédula e spinal, cuya urgencla se Imponfa para confirmer el dlagnéstlco, y tamblén porque era la ûni ca manera de allvlar al enfermo" (DF. 474). En otro lugar - se hablé del uso que Kürbls hace de la morflna y de la actltud del médlco de Munich ante este tratamlento. Por fin, el nl- Ro entra en la agonie: "Acostado de lado, hecho un ovlllo, con los codos en las rod11las (...) hacla una Inspiréelén - profunda, y la slgulente se hacla esperar largo rato. Los - pérpados no estaban completamente cerrados (...). Las pupl­ las, cada vez més dllatadas, aunque de tamaRo dlferente, - acababa por ellmlnar casl todo el Iris (...). A veces, en la rendlja que formaban los pérpados, no se vela sino blancura, y entonces los bracltos se crIspahan més fuertemente contra los costados, y el espasmo, acompaRado del crujlr de dlentes, retorcla los pequeRos mlembros, cosa que tal vez no producla dolor, pero era horrible de ver" (DF. 478). "Eco, aquel nlRo querldo que fue el ûltlmo amor de Adrian, se extingulé doce horas més tarde" (DF. 479). Para conclulr con Doktor Faustus, entresacaré del plélago de pérrafos que ponen de relieve la erudlcién médlca del autor, très que me parecen de mayor Interés que el resto. En primer lugar, consldero convenlente hacer mencién por su - novedad en la obra mannlana, de la Introducelén de un persona je adlcto a las drogas. Trétase de una mujer, Inès Rodde, de cuya hermana me ocuparé a continuéelén. Parece Iniciarse en - el vlclo de la mano de una amlga con fama de morfInémana —fa ma que, en vlrtud de lo anunclado, tlene bien ganada-. Su per -373- sonalldad, al declr del narrador, facilita enormemente la - adlccldn a este producto; aprecla Serenus "la dualldad de - su naturaleza", que es lo que, a su julclo, le Itnpele a en- tregarse al vlclo (DF* 327). Con el tlempo, reuniré Inès en torno a si a un grupo de mujeres, de las que se nos dice - que "el elemento que las unla era la morflna(...) lazo sln- gularmente poderoso. Porque si aquellas damas, por clerta - equfvoca camaraderia, se ayudaban mutuamente para obtener la droga funesta, dlspensadora de fellcldad, desde el punto de vlsta moral existe Igualmente una solldarldad tenebrosa y, - con todo, tlema, llena de estima reciproca, entre los esc la vos de la misma paslén, de la misma flaqueza" (DF. 385-386). El aseslnato de Rudl Schwertfeger por Inès es Interpretado - por Serenus como algo en clerta medlda positive, pues supone la capacldad de salir del embruteclmlento moral producIdo - por el uso relterado de la droga (DF. 387). En la hermana de Inès, Clarissa Rodde, retrata Mann a su propla hermana Caria, y el sulcldlo del personaje llterarlo es descrlto con los mis mos térmlnos que el de la hermana en Lebensabrlss (DF. 381- 384, L. 37-38), Interesa observar las huelias que tan terri­ ble suceso ha dejado en el énlmo del novellsta qulen, cuaren ta aRos después, se ve Impelido a reconstruir el suicldio de su hermana en la novela. El tercero y ûltlmo de los ejemplos cltados es el que brlnda una frase de Adrian sobre la mûslca; para expre- sar sus Ideas utlllza un slmll médlco, que concluye con la slgulente afirmaclén: "Segûn un reclente descubrlmiento, los dlentes muertos pueden determiner el reumatlsmo articular"; -374- sabe, ademés, el nombre del agente causal de dlcha enferme­ dad: estreptococo (DF. 151).Clto este pérrafo de una de sus conversaclones con Serenus porque nos permite comprobar en qué medlda esté Thomas Mann al corrlente de clertas noveda- des en Medlclna, Incluso en temas que no se relaclonan dl— rectamente con las enfermedades de que se ocupa en sus obras; téngase en cuenta que Doktor Faustus se publics en 1947. Para dar fin a éste capitule, nada me parece més adecuado que recorder los hallazgos que, defInltlvamente, - permlten dlagnostlcar el cancer génital de Rosalie von Tflm- mler: "El examen bimanual -comlenza el autor- descubrlé - un étero exceslvamente grande para la edad de la paclente, un tejIdo anormalmente engrosado en la contlnuaclén del oyl ducto y, en vez de un ovarlo ya pequeno, un tumor Informe. El legrado dl6 como resultado células de carcinoma, que pa­ rée lan procéder en parte de los ovarlos y que (...) hablan prendldo y desarrollédose en el ûtero". Se Intenta "propor- clonar, en todo caso, una prolongaclén de la vida", a la pa dente, practlcando "la extlrpaclén total hasta la ûltlma - flbra de conjuntlvo de la pelvis menor y (...) del teJIdo - llnfétlco" (DB. 727). Pero la apertura de la cavldad abdod nal acaba con toda esperanza: "No sélo se trataba de que to dos los érganos de la pelvis estuvleran afectados; tamblén la cavldad abdominal presentaba, a simple vlsta, la mortal 1nstalaclén de las células; todas las gléndulas del slstema llnfétlco se hallaban hlnchadas por el carcinoma, y no que- daba duda de que exlstla tamblén un foco de células cancero sas en el hlgado" (DB. 727). A la vlsta de éste macabro es- -375- pectéculo razona el glnecélogo, para si y para su ayudante: "Si observa que el tej ido de los uréteres esté tamblén Inva dldo por metéstasls, habré obaervado bien. La uremia no pue de tarder en presentarse. Es Indudable que el ûtero produce por si mlsmo el tejldo mallgno. Sln embargo, le aconsejo que acepte ml conjetura de que el hecho procédé de los ovarlos, sobre todo de las Inservlbles células granuloses que desde el naclmlento descansan a veces, pero que con el cllmaterlo, y Dlos sabe por qué fenémeno estlmulante,alcanzan un desarro llo mallgno. Y, entonces, el organisme, post festum si usted lo qulere, se llena, se satura de hormones estrogénlcas, lo que conduce a una hlperplasla hormonal de la mucosa del ûte­ ro, con las obllgadas hemorraglas". "No se puede extlrpar to do eso", concluye (DB 728). De todos modos, se procederé a la Intervenclûn, procurando "dejarle lo vital, si en este ca so puede emplearse esa palabra". Dos semanas més tarde, "el coma urémlco la sumlé (...) en una profunda Inconsclencla", durante la que se Instaura una neumonia bilateral. Tras un - breve perlodo de lucldez, Rosalie fallece. Con su muerte y - con la modéllca descrlpclôn -tanto més cuanto que venIda de un novellsta- de los hallazgos anatomopatolôglcos y la f1- slopatologla de su enfermedad, doy por concluldo este HPllen- fahrt, este vlaje a los arcanos de la obra de Thomas Mann, - donde todavla quedan rlquezas sln cuento para todo aquel que, como Aschenbach, al perclblr la llamada del Pslcopompos, se levante para segulrle. N 0 -376- N O T A S (1). PANOFSKY, E. (80), pp. 17-19. (2). PANOFSKY, E. (80), p. 21. (3). PANOFSKY, E. (80), p. 36. (4). PANOFSKY, E. (80), p. 29. (5). CANGUILHEM,G;Cit. por MAINETTI, J. (62), pp. 55-56. (6). ORTEGA, J. las dos grandes cietéforas, en (79),vol.II, p. 390. (7). ORTEGA, J, las dos grandes metéforas, en (79), vol.II, p. 393. (8), ORTEGA, J. Ideas sobre la novela, en (79), vol.III, pp. 417-418. (9). LASSO, J. (57), p. 61. (10). ORTEGA, J. Ideas sobre la novela, en (79), vol.III, p. 415. (11). MAYER, H. (69), p. 25. (12). LASSO, J. (57), p. 68. -377- (13). LUKACS, G. (61), p. 14. (14). FINK, E. (33), p. 20. (15), NIETZSCHE,F."Vom Baum am Berge", en Also sprach Zara- thustra, (74), vol. II, p. 307. (16). MANN, Th. Bllse und Ich, en (11), p. 24. (17). MANN, Th. Bllse und Ich, en (11), p. 31. (18). T0LLINCHI,E.(94), p.5. (19). T0LLINCHI,E.(94), pp. 7-12. (20). MANN, Th. (4), p.979. En adelante, cltado en el tex to: (JSB. pg.) (21), MANN, Th. Meerfahrt mit "Don Qullote" en (10), vol. I, pp. 315-316. (22). MANN, Th. Lebensabrlss, en (14), p. 15. En adelante cltado en el texto: (L, pag). (23). MANN, Th. Das Blld der Mutter, en (14), p. 65-66, (24). MANN, Th. Clt. por KARST, R. (47), pp. 138-139. (25). MANN, Th. Die S te Hung Freuds In der mode m e n Gels- -378- tesgeschichte, en (10), vol. Ill, p.157. (26). MANN, Th. Freud und die Zukunft, en (10), vol.Ill, p. 174. (27), MANN, Th. Durero, en (16), p. 153. (28). MANN, Th. (12). En adelante, cltado en el texto:(BU. pag). (29). MANN, Th. Clt. por SANCHEZ PASCUAL, A. (86), p. 213. (30). LUKACS, G. (61), p. 30. (31), MANN, Th. Der KUnstler und die Gesellschaft, en (11), pp. 435-437. (32). MANN, Th. Der KOnstler und die Gesellschaft, en (11), p. 411, (33). TRISTAN, F. (Ed.) (97), p. 255. (34). LASSO, J. (57), p. 80. (35). MANN, Th. (1). En adelante, cltado en el texto:(B.pag) (36). HOFMANN, F. (44), p. 248. (37). NIETZSCHE,F.(75), p. 19. -379- (38). MAINETTI, J. (62), p. 59. (39). LUKACS, G. (61), p. 13. (40). KARST, R. (47), p. 60. (41). TRIAS, E. (96), pp. 74-75. (42). MANN, Th. (9), vol.I. En adelante, citado en el tex to: (KHF. pag). (43). MANN, Th, (9), vol. I. En adelante, citado en el texto: (T. pag). (44). MANN, Th, (9). vol, I. En adelante, citado en el - texto: (TK. pag) (45). TOLLINCHI,E. (95), p. 73. (46). MANN, Th. (2). En adelante, citado en el texto:(KH, pag). (47). MANN, Th. (9), vol. I. En adelante, citado en el - texto: (SS. pag). (48). MANN, Th. (9), vol.I. En adelante, citado en el texto: (TV.pag). (49). FINK, E. (33), pp. 9-50. -380- (50). MANN, Th. (3). En adelante, citado en el texto:(Z.pag). (51). MANN, Th. (13). En adelante, citado en el texto: (GT. pag). (52). LUKACS, G. (61), p. 38. (53). MANN, Th. Cit. por KARST, R. (47), p. 135. (54). HOFMANN, F.(44), p. 248. (55). Este personaje esté tornado "del natural". Existiô un Luigi Settembrini, cuyas tneoiorias se mencionan en la bibliograffa (89). (56). HOFMANN, F.(44), p. 253. (57). HOFMANN, F.(44), p. 249. (58). MANN,Th. Freud und die Zukunft. en (10), vol. III, p. 185. (59). MONTIEL,L. (70). (60). MANN, Th. Pariser Rechenschaft. en (14), p. 221. (61). MANN, Th. Nietzsches Philosophie im Lichte unserer Er- fahrung, en (10), vol. III, p. 237. -381- (62), MANN, Th. Die Stellung Freuds in der modemen Geis- tesgeschichte« en (10),vol. III, (63). MANN, Th. (5). En adelante, citado en el texto: (LW. pag). (64). TRIAS, E. (96), pp. 80-82. (65). TRIAS, E. (96), pp. 82. (66). MANN, Th. (18), vol. I, p. 352. (67). MANN, Th, (9), vol.II, En adelante, citado en el tex to: (G.pag). (68). MANN, Th. (9), vol.II. En adelante, citado en el tex to: (VK.pag). (69). MANN, Th. (7). En adelante, citado en el texto:(E.pag) (70). ROGER, J. (83), p. 133. (71). FILLIOZAT,J.(32), p. 78. (72). MANN, Th. (15), p. 10. (73), MANN, Th. (6). En adelante, citado en el texto: (DF. pag). (74 (75 (76 (77 (78 (79 (80 (81 (82 (83 (84 (85 (86 (87 — 382— . MANN, Th. Schopenhauer, en (10), vol. III, p.223. . TRIAS, E. (96), p. 91. . SPIES, J. (92), pp. 218-227. . TOLLINCHI, E.(94), p. 26. . SIGERIST,H. (90), p. 62,y (91), p. 186. . Cit. por JASPERS en (45), p. 183. . TOLLINCHI,E.(94), p. 18. . HOFMANN,F. (44), p. 258. . HOFMANN,F. (44), p. 262. . HOFMANN,F. (44), p. 251. . MANN, Th. Der Ktinstler und die Gesellschaft, en (11), p. 441. . MANN, Th. (15), capitules VII-XIII. . MANN, Th. (15), capitule XIII. . MANN, Th. (15), p. 130. - 3 8 3 - (88). MANN, Th. (9), vol.II. En adelante, citado en el - texto: (DB.pag). (89). MANN, Th. (8). En adelante, citado en el texto:(BHFK. pag). (90). MAINETTI,J. (63), pp. 209-210. (91). MANN, Th. Fragmento sobre el sentimiento religioso, en (16), p. 207. (92). MAINETTI,J. (63), p. 22. (93). TRIAS, E. (96), p. 34. (94). TRIAS, E. (96), p. 85. (95). MANN, Th. Fragmente sobre el sentimiento religioso, en (16), p. 207. (96). NIETZSCHE,F,Also sprach Zarathustra, en (74),vol.II, p. 297. (97). MANN, Th. EnttSuschung, en (9), vol.I, p. 50. (98). MANN, Th. (9), vol.I, p. 104. (99). MANN, Th. (9), vol.I. — 3 8 4 — ( 1 0 0 ( lo i (102 (103 (104 (105 (106 (107 (108 (109 (110 (111 ( 1 1 2 . MANN, Th. (9), vol.I. En adelante, citado en el - texto: (DT.pag). • MANN, Th. (9), vol.I. En adelante, citado en el - texto: (WG. pag). . TRIAS, E. (96), p. 34. . MANN, Th. (9), vol.I, p. 87. . MANN, Th. Fiorenza, en (9), vol. II, En adelante, cjL tado en el texto: (F.pag). . NIETZSCHE,F.(76), p. 213. . NIETZSCHE,F."Von Alten und Neuen Tafeln",en Also sprach Zarathustra,(74)«vol.II, p.433. . TOLLINCHI,E.(95), p.96. WIND, E. (100), p. 127. . WIND, E. (100), p. 128. . WIND, E. (100), pp.86, 128. . WIND, E. (100), p. 128. . KIRK, G. & RAVEN, J. (51), p. 298. . LUKACS, G. (61), p.41 (Lukécs reconoce haber tornado do la idea de E. Bloch). 113 114 115 116 117 118 119 120 121 122 123 124 — 385— . NIETZSCHE,F. "Vom Geslcht und Rfitsel", en Also sprach Zarathustra, (74), vol.II, p. 410. . KARTHAUS,Ü. (48), p. 286. . KARTHAUS,U. (48), p. 292. . KARTHAUS,U. (48), p. 288. . KARTHAUS,U. (48), p. 304. . WIND, E. (100), p. 21n. . NIETZSCHE,F. Jenseits von Gut und BGse, en (74), vol. II, p. 146. . MANN, Th. Pariser Rechenschaft, en (14), p. 197. . MANN, Th. Ironie und Radikalisinus, en (10), vol. II, p. 41. . LUKACS, G. (61), p. 58. . MANN, Th. (9), vol. II. . MANN, Th. (18), vol.II, p. 131. 125). NIETZSCHE,F. "Vom Geslcht und Rfltsel", en Also sprach Zarathustra, (74), vol.II, p. 408. — 3 8 6 — (126). MANN, Th. (9), vol.II. En adelante, citado en el - texto: (MZ.pag). (127). MANN, Th. (9), vol.II. En adelante, citado en el - texto: (HH.pag). (128). VALERY, P. (98), p. 46. (129). MANN, Th. (9), vol. I. (130). NIETZSCHE.F.Die frChliche Wlssenschaft. (74),vol.II, p.158. (131). MANN, Th. Meerfahrt mit "Don Quijote", en (lO),vol. I, p. 315. (132). Cit. por KARTHAUS, U. (48), p. 299. (133). MANN, Th. (9), vol.I. En adelante, citado en el tex to: (K.pag). (134). Cit. por KARTHAUS, U. (48), p. 299. (135). NIETZSCHE.F.Also sprach Zarathustra.(74), vol.II,p.281. (136). KARTHAUS,U. (48), p. 274. (137). KARTHAUS,U. (48), p. 288. —387— 138), NIETZSCHE,F. "Vom Geslcht und Râtsel", en Also sprach Zarathustra, (74), vol. II, pp. 406-410. 139). NIETZSCHE,F. Also sprach Zarathustra, (74),vol.II, p. 447. 140). KIRK, G. & RAVEN, J. (51), p. 278. 141). FINK, E. (33), pp. 117-119. 142). FINK, E. (33), p. 126. 143). DELEUZE, G. (30), p. 72. 144). FINK, E. (33), p. 43. 145). KARTHAUS, U. (48), p. 282. 146). LAIN, P. (54), p. 618. 147). lAIN, P. (54), p. 620. 148). LAIN, P. (54), p. 620. 149). KIRK, G. & RAVEN, J. (51), p. 282. 150). HEIDEGGER, M. & FINK, E. (40), p. 11. 151). NIETZSCHE,F. Jenseits von Gut und B8se,en(74),vol.II, p.634. -388- 152 153 154 155 156 157 158 159 160 161 162 163 164 165 , MANN, Th, Tobias Mlndernlckel, en (9), vol.I. En adelante, citado en el textoî(TM.pag). . MANN, Th. (9),vol.I, p. 271. . MANN, Th. Meerfahrt mit "Don Quijote", en (10),vol. I, p. 312. . LAIN, P. (55), p. 206. . GALIOUNGHI,P.(35), p. 106. . ZARAGOZA,J. (102), p. 71. . CONTENAU,G. (28), p. 157. . ZARAGOZA,J. (102), p. 73, . GALIOUNGHI,P.(35), p. 102 . VEIL, W. (99), p. 29. . GIL, L. (37), p. 279. . CHUQUET, A. (29), p.I. . CHUQUET, A, (29), p.VII. . CHUQUET, A. (29), p. VI. -389- (166). MANN, Th. Die Stellung Freuds in der modemen Gels- tesgeschlchte, en (10), vol.III, p.167. (167), MANN, Th. Die Stellung Freuds in der modemen Geis- tesgeschlchte, en (10), vol,III. B I B L I O G R A F I A -390- F U E N T E S NOVELAS (1). MANN, Th. Buddenbrooks. Verfall elner Famille. Frank furt am Main, 1978. (2). MANN, Th. Kbnigllche Hoheit. Frankfurt am Main,1978. (3). MANN, Th. Per Zauberberg. Frankfurt am Main, 1978. (4). MANN, Th. Joseph und seine Brüder. (3 Bd.) Frankfurt am Main, 1975. (5). MANN, Th. Lotte in Weimar. Frankfurt am Main, 1976. (6). MANN, Th. Doktor Faustus. Das Leben des deutschen Ton- setzers Adrian Leverktlhn, erzfihlt von einem Freunde. Frankfurt am Main, 1979. (7). MANN, Th. Der ErwBhlte. Frankfurt am Main, 1967. (8). MANN, Th. Bekenntnisse des Hochstaplers Felix Krull. Frankfurt am Main, 1978. OTRAS NARRACIONES (9). MANN, Th. Die Erzflhlungen. (2 Bd.) Frankfurt am Main, 1978. -391- ESCRITOS CRITICOS Y AÜTOBIOGRAFICOS (10). MANN, Th. Essays. (3 Bd.) Hrsg. MANN, M.& KURZKE, H. Frankfurt am Main, 1978. (11). MANN, Th. Altes und Neues. Frankfurt am Main, 1953. (12). MANN, Th. Betrachtungen aines Unpolltischen. Frank— furt am Main, 1956. (13). MANN, Th. Adel des Ceistes. Frankfurt am Main, 1955. (14). MANN, Th. Autohiographisches. Frankfurt am Main,1968. (15). MANN, Th. Die Entstehung des Doktor Faustus. Roman - eines Romans. Amsterdam, 1949. (16). MANN, Th. El artista y la sociedad. Trad, esp., Madrid, 1975. (17). MANN, Th. Tagebücher 1918-1936. (3 Bd.) Frankfurt am Main, 1979. CORRESPONDENCIA (18). MANN, Th. Briefe. (3 Bd.) Hrsg. MANN, E. Frankfurt am Main, 1979. (19). MANN, Th.& MANN, H. Briefwechsel 1900-1949. Hrsg. WYS- LING, H. Frankfurt am Main, 1975. -392- (20). MANN, Th. Briefwechsel mit selnem Verleger Bermann Fischer 1932-1955. Hrsg. DE MENDELSSOHN,?. Frankfurt am Main, 1975. (21). MANN, Th. & KERENYI, K. Gesprflch lin Brief en. Hrsg. KE RENYI, K. Zürich, 1960. B I B L I O G R A F I A C R I T I C A (22). ALTENBERG,F.Die Romane Thomas Manns. Versuch eine Deu- tung. Homburg vor der Hohe, 1960. (23). BAER, L. The concept and function of death in the work of Thomas Mann. Philadelphia, 1932. (24). BAUMGART,R. Das Ironische und die Ironie in den Werken Thomas Manns. Frankfurt am Main, 1964. (25). BERGER, W. 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R E s u M E N C O N C L U S I O N E S -401- OBJETIVOS DEL TRABAJO La obra artlstica en general, y en particular la literaria, tiene un innegable valor como testimonio indivj. dual, social e histdrico. El escritor refleja, tanto més cuanto més excelso es su arte, ague1los aspectos de la vi­ da que para él, y para la sociedad de la que forma parte, son de interés esencial. No es, pues, extraKo, que el médi co décida acudir a la consulta de una obra literaria para conocer ciertos aspectos del mas prdximo pasado de su pro- fesidn. Mi interés se ha centrado en la narrative de Thomas Mann por considérer que este autor ha sabido, mejor que - ningûn otro, analizar la enfermedad de la culture occiden­ tal, advertida ya por otros pensadores de los que, en cier ta medida, es heredero. La idea de una culture enferma obli ga al escritor a internarse en el mundo de lo patoldgico y le fuerza a meditar sobre el alcance transhumano de las - ideas de enfermedad, decadencia y muerte. Con todo, la cul­ ture es obra de los hombres, y la enfermedad de la culture no puede ser otra cosa que trasunto de la patologia radi— cal y colectiva de los individuos# Para comprender y tratar de remediar la crisis de su mundo, Mann tendré que reflexio nar sobre la enfermedad y la muerte no solo en sentido abs- tracto, sino también en el més inmediato piano de la reali­ dad -aün cuando ésta sea, a menudo metaférica-, con lo que, al tiempo que su obra brinda un documente social e histÔri- co de primer orden y alcance general, en lo particular suraj. nistraré preciosos datos al historiador de la Medicina. Es- -402- to es algo que cualquler lector aslduo de la obra de Mann ha, cuando menos, atisbado, y lo que me propongo demostrar con el presente trabajo. -403- MATERIAL Y METODO Con este pensamiento como gula, me he servldo de la obra compléta de Thomas Mann en sus originales alemanes, asl como de cuanta blbllografla crltlca sobre el autor y - su obra, fundamentalmente en lo que se reflere a aquellos aspectos que mâs direct amen te tlenen que ver con el tema - que nos ocupa, he sldo capaz de recopllar. La lectura de este material me ha permltldo ela­ borer un flchero documental en el que se recogen datos bio grdflcos y autoblogrdfIcos del autor, julclos de su obra - desde el punto de vista meramente llterarlo, asl como In ten tos de lnterpretacl6n de la mlsma, lundamentaImente en lo - que al uso de lo patol6glco se reflere, y por fin todo cuan to, en la propla obra de Mann, guarda relacldn con la enfer medad y la salud, la muerte y la medlclna, tanto en el ind^ vlduo como en el marco social e hlstdrlco en el que le ha - tocado vlvlr. -404- CONTENIDO DE LA TESIS Una vez conocida la totalidad de la obra de Mann, me ha parecido lo mejor ordenar su gran caudal ideoldglco en estos temas bajo los siguientes epigrafes: tras de una suclnta blografla Intelectual del autor, que permite cono- cer desde qu4 supuestos culturales opera su pensamiento,se pasa a la btjsqueda del slgnlfIcado de la enfermedad en su obra, e Inmedlatamente, a la del sentldo de la muer te. Con secuencia dlrecta del estado de enfermedad y del pensamlen to en la muerte, se hardn patentes al hombre su corpora11- dad y temporeIdad. El nuevo estado traerd conslgo Inevita­ bles modIfIcaclones en las relaclones Interhumanas, con la aparlcl6n de un particular modo de comunlcaclôn: la rela- cl6n médlco-enfermo. Anallzados estos temas, he juzgado con venlente contraster las oplnlones de Thomas ^ n n con sus - conoclmlentos en materla de medlclna, reallzando une recopJL laclén crltlca de los aaberes médlcos en su obra, hablendo llegado a las siguientes concluslones. C O N C L U S I O N E S I.- En el primer capitule pretendo brlndar una suclnta blografla del escrltor, 11mltada a aquellos aspec­ tos que permltan comprender mds perfectamente el contenldo ideolôglco de su obra. En este lugar se adelanta Informa— cl6n, que luego se verd ampllada, sobre los eut ore s que - mds dlrectamente contrlbuyen a la formée16n del pensamlen- -405- to de Mann. Son estos,fundamentaloiente, los romdnticos aie mânes, Goethe, Schopenhauer, Wagner y Nietzsche. Asl mlsmo se advlerte la Importancia que la perlpecla hlstdrlca de - Alemanla tuvo en la evoluclôn de la fllosofla mannlana. II.- En el segundo capltulo se aborda el proble ma del slgnlfIcado de la enfermedad. Son varlos los auto— res de fines del slglo XIX, a la cabeza de ellos Friedrich Nietzsche -pensador con el que Mann se slente profundamen- te IdentlfIcado- que creen ver en su época un momento de - camblo hlstôrlco radical. La culture occidental se halia - mortalmente enferma y, frente a ella, el profeta Nietzsche cree otear, en un prôxlmo futuro, el alborear de una nueva era, la de la "transmutée16n de todos los valores". Esta - es, tamblén, la era de la "gran salud". III.- Vlendo en Nietzsche a un profeta que ha sa bldo comprender la mas profunda realIdad hlstôrlca de Euro pa, asume Mann la tarea de 1lustrar con su obra la dlflcll fllosofla nletzscheana. Una época hlstérlca se halle enfer ma, agonlza, va a morlr. Es preclso conocer la entldad de la enfermedad mortal para que la nueva vida nazca saluda— ble. Esta labor dlagnéstlca preside la obra temprana de - Mann. IV.- La enfermedad humana es utlllzada, en con- secuencla, como crlterlo de valor: Enferma aquél que no es capaz de vlvlr en forma sana, esto es, en correcte ajuste no s61o flslco, slno tamblén, y muy especlalmente, espirl- “406“ tuai, con el mundo en que vive. Esta experlencla de la en­ fermedad es Interpretada, en primer lugar, desde el proplo punto de vlsta del artiste, que cuestlona la eflcacla de - su actlvldad vital; y en segundo, en la medlda en que el - artlsta ps capaz de plasmar en su obra el modo de ser de - su época* V.- La causa dltlma de la enfermedad es, segün esta Idea, la autovlolencla, la tralclén hecha a la pro­ pla llbertad, sea por desconoclmlento culpable de la pro­ pla realIdad exlstenclal o por el sometlmlento a una exl- gencla exterior que no se comprends, pero que se acepta, ante la dnlca altematlva de usar en forma recta la prop la capacldad de declslén, con la responsabllldad que ello con lleva. Tal conducta producIré de forma Irreversible la de- cadencla bloléglca y esplrltual de un modo de vida, de una cosmovlslén que, por errônea, no puede aspirer a otro des­ tina. VI.- La enfermedad en que esta decadencia va a - verse representada no es solamente, como tal vez podrfa su ponerse, la enfermedad pslqulétrlca, la neurosis; aün cuan do ésta se muestra en forma Insistante a lo largo de la - obra de Mann, el autor tlene especial Interés en resaltar que toda enfermedad responds en ùltlmo extremo a dlcha eau sa. VII.- Todo cuanto basta aqui se ha dicho es apll- cable por Igual al Indlvlduo y a su socledad. El autor se —407— esfuerza, en cada obra, en mostrar la enfermedad en cmiltl- ples personajes dotados, en su mayorfa, de un alto grado - de repre8entatividad hlstdrica. La vida Individual en su - Irrenunclable dlmensién histdrica es el auténtico objetivo de la crltlca de Mann, VIII.- Hundlendo sus ralces en el pensamiento - mltlco-religloso, la cosmovlsldn errdnea, el fallldo ajus­ te con el mundo, serdn Interpretados por el artlsta como - culpable8, pecamlnosos en alto grado, tanto mds cuanto ma­ yor sea la capacldad representatlva y el nlvel de Influen- cla del que de tal modo yerra: El proplo artlsta, en conse cuencla, puede llegar a ser el mds culpable, el mds radl— cal y pecamlnosamente enfermo de los hombres. IX.- Paralela a esta Idea, subsiste en la men te del autor aquella otra, esbozada por el RomanticIsmo - alemdn, segdn la cual la enfermedad, dependlendo de las ap tltudes de quien la padezca, y de la actltud que frente a ella adopte, es capaz de revelarse como un medlo educatlvo de primer orden, susceptible de conduclr al hombre a niva­ les superlores de espirltuallzaclôn. El efecto mds lmpor— tante de la enfermedad séria, por tanto, el de renovar en forma creadora la cosmovislôn caduca que, en dltlma 1nstan cia, habrla generado el estado morboso. X.- En este caso, el cotejo de los dlstlntos modos de ser en el mundo con la pledra de toque que la en­ fermedad représenta, permitIrla rechazar lo que en ellos - —408“ hay de Insuflelente, de negative, y configurât con lo que de vdlldo y sano subsiste la nueva régla de vida a la que el artlsta, ctxno représentante de la socledad, aspira. XI,- La muerte, tema del tercer capltulo, repre senta tamblén para el autor, en muchos casos, la sentencla de la naturaleza a un modo de vida erréneo. Aquellos enfer mos que no conslgan extraer de su mal una ensebanza para - la vida, no serén capaces de superar su enfermedad, que - les conduclré a la muerte. El abandono final y el rechazo desesperado de la muerte son los dos modos polares de recp nocer el fracaso de un modo de vlvlr. XII.- En su crltlca de las formas equlvocadas de ser en el mundo, descubre Mann un nuevo y fructlfero expé­ diante: la muerte en vida, la muerte seguida de renacl- mlento, el hundlmlento del modo de ser antlguo que el hom­ bre consciente acepta y casl busca, slendo capaz de resls- tlr para, como en una ceremonla Inlclétlca, nacer a una - nueva vida. XIII.- De esta muerte sacrificial, al contrario - de lo que ocurre con la natural, hay poslbllldades de re— greso. Y, a su relngreso en el mundo, el renacldo lleva con slgo un conoclmlento nuevo: la muerte no es el térmlno de - la vida, o s61o lo es para el Inconsciente,para aquél para quien la muerte es censura. El renacldo sabe que la vida humana - gana su carécter de destlno por su flnltud, y que la acepta cl6n de la propla mortalldad constltuye una necesldad prl— -409- mordial para vlvlr la propla vida como en realIdad es. XIV.- La aceptacldn del valor positive de la en fermedad y la muerte constltuye el paso declslvo para acce der a la "transmutaclôn de todos los valores" de Nietzsche. Conoclendo el autor la errdnea interpretacldn de que tal - idea ha sldo objeto, apresdrase a expllcar en su obra c6mo esta transmutacldn, que se reflere fundamentalmente a las - relaclones del hombre con su propla vida y con el cosmos, no anula en modo alguno la étlca del Decélogo, véllda slem pre para sus relaclones con los semejantes. XV.- El fendmeno morboso atree la atencldn del hombre, a veces de manera excluslvlsta, bacla su proplo - cuerpo, sede de lo que, para él, surge como problema vital. La conslderacldn de la propla flnltud, despertada por el - pensamiento en la muerte que toda enfermedad grave suscita, le hace parar mlentes en el paso del tlempo, en el paso de su vida en el tlempo. De ambos temas se ocupa el capltulo cuarto. XVI.- En el caso del enfermo superior, la refie xl6n sobre la propla corporalldad llevarâ a una més cabal comprensldn de la realIdad que es la persona; por otra par te, en el marco de una correspondencla entre macro y micro cosmos que Mann parece aceptar, se desarrollaré, a partir de este conoclmlento de si, una més perfecta comprenslôn - del mundo, y del papel que en él desempeba el hombre. -410- XVII*- La dimens16n temporal de la vida humana es lo que le confiere carécter de proyecto. Seré, en conse cuencla, enfermo el que abandone su proplo tlempo, su 11— bertad, en manos ajenas. Esto es lo que aprende Thomas Mann en sus personajes enfermlzos. S61o quien aprende a utilizer en forma creative su proplo tleo^o esté vlvlendo. XVIII.- Para que esta recta utlllzacién sea posl- ble, es necesario ante todo reconocer la real entldad del tlempo de que se habla. Para el escrltor tal entldad es do ble. De un lado se halla el tlempo del mundo, que segün - Mann solo puede entenderse desde la Idea nletzscheana del etemo retorno. Del otro, el tlempo Intramundano, la dura- cl6n de los seres -en el caso que nos ocupa, de la vida hu mena- que no puede ser vlvlda en su plenltud si se Ignora la realIdad temporal superior que la subsume. XIX.- El quinto capitule anallza la influencla que la conclencla de la enfermedad, propla o ajena, tlene - en el campo de las relaclones Interhumanas. Senala el autor los tlpos de conducta que considéra paradlgmétlcos: por par te del enfermo, el alslamlento y rechazo de la socledad de los sanos, en algunos casos, y en otros la necesldad de ver se, por el contrario, rodeado por la sollcltud de sus seme- jantes més afortunados; por parte del sano, la hulda de la proxlmldad del dollente, o la voluntad de auxlllarle, por - motlvos nobles-carIdad, solldarldad-o egoistas -setlsfacclén personal, confIrmaclén de la propla superiorIdad-, - 4 1 1 - XX.- Igual que en capitules anterlores hay que resaltar el Interés que, como medlo educatlvo, concede - Mann a las relaclones con el enfermo y el morlbundo, sub- rayando el carécter més pragmétlco que teérlco que tal me dlo présenta frente a los basta ahora menclonados. XXI.- En el mlsmo capltulo Incluyo, como modo - particular de las relaclones Interlndlvlduales, la que se establece entre el médlco y su paclente. El novelists Juz- ga positiva la que se basa en la modestie del médlco que - conoce el real alcance de su arte, tlene una formaclén, - académlca o no, que Incluye saberes no clentifIcos, slno - proplos del érea de las humanldades y considéra al enfermo, antes que nada, como persona. XXII,- Frente a este modelo, crltlca al exponents de la mentalIdad clentifIco-posltlva, que considéra Innece sarlo enfrenterse al paclente de otro modo que el purameu­ te clentifIco, tenléndole por un mero problema que hay que resolver. Como contrafIgura de éste, la representada por - la Introduce16n del pensamiento pslcoanalltlco en medlclna es anunclada por Mann, que sebala al tlempo las poslbles - desvlaclones en que el naclente pensamiento puede Incurrlr. XXIII.- La relaclén del paclente con su médlco debe ser, hasta clerto punto, de dependencla, pero sin que esto Implique el abandono de la responsabllldad y la llbertad en manos del que tlene el poder de curar. Esta conducta es, pa ra el escrltor, motivo de enfermedad de la que, por otra - -412- parte, hace imposible la curacl6n. XXIV»- En cuanto a los saberes médlcos e hist6r_l co-médlcos en la obra de Thomas Mann, tema del sexto capitu lo, hay que decir que son abundantIslmos y, en buena medlda, exact os. A partir de este necesario conoclmlento se consldjs ra el escrltor con derecho a exponer sus Ideas del modo en que hemos vlsto que lo hace a lo largo de los dlferentes ca pltulos de esta tesls. XXV.- En suma, a lo largo de toda su obra utll_l za Mann la enfermedad y la muerte de manera metaf6rlca, pro cedlendo, en primer lugar, al dlagnôstlco de la enfermedad hlstdrlca para, slempre bajo la églda de Nietzsche, buscar los elementos de la "gran salud". Taies elementos son: el re conoclmlento de los valores posltlvos que la enf e rmedad-h1s tôrlca o Individual- encierra; la aceptacldn libre de la - propla flnltud; el reconoclmlento de la ley del cosmos, que escape a los crlterlos de valor humanos, sln que Inpllque - la renuncla a estos crlterlos en lo que a la relaclôn Inter humana se reflere; en pocas palabras, la dlflcll concilia— cl6n entre llbertad y necesldad que constltuye la clave del pensamiento de Nietzsche, la aceptaclôn de lo que, para - Nietzsche y Mann slgnlfIca ser hombre. D!GLtOT£CA