1 UNA INTERPRETACIÓN DE LA MUERTE DE LA VIRGEN MARÍA EN EL IMPERIO BIZANTINO DURANTE LA CRISIS ICONOCLASTA: LA KOIMESIS SEGÚN SAN JUAN DAMASCENO José María Salvador González Profesor Titular Interino , Universidad Complutense de Madrid jmsalvad@ghis.ucm.es; jmsg05@telefonica.net Sacerdote y monje en el monasterio de San Sabas en Jerusalén, teólogo eminente al que se considera uno de los últimos Padres de la Iglesia griega oriental, San Juan Damasceno (c. 675-c. 749) fue el primer y más conspicuo defensor del culto de las imágenes durante la infausta coyuntura en que en el Imperio Bizantino arreciaba la represión iconoclasta, promovida por los emperadores León III y Constantino V. A título de muestra de sus planteamientos doctrinarios sobre el particular, examinaremos ahora el tema iconográfico de la muerte o dormición (Koimesis) de la Virgen María, tal como él lo plantea en tres homilías,1 pronunciadas en el huerto de Getsemaní, en el Monte de los Olivos de Jerusalen, lugar donde, según prístina tradición, fue sepultada María.2 En esas tres homilías3 el Damasceno desarrolla toda una compleja y sinuosa disertación retórica, concebida con el fin de legitimar con argumentos escriturísticos, patrísticos y teológicos los muy tempranos escritos apócrifos y una presunta tradición oral jerosolimitana,4 relatos según los cuales María, sepultada a su muerte en Jerusalén, resucitó poco después por voluntad divina y subió al cielo en cuerpo y alma.5 1 Usamos para nuestro estudio la traducción francesa de la siguiente edición bilingüe (griego/francés): S. Jean Damascène, Homélies sur la Nativité et la Dormition (Texte grec, Introduction, Traduction et Notes par Pierre Voulet), Paris, Les Éditions du Cerf, Coll. Sources Chrétiennes, 1961, 211 pp. 2 Según Pierre Voulet, el santo pronunció esas tres homilías el mismo día 15 de agosto, fecha que. ya desde el siglo V, había sido fijada como fiesta de la muerte o “memoria” de la Virgen, antes de ser, desde el siglo siguiente, designada como la fiesta de la Dormición. (Pierre Voulet, “Introduction”, en: S. Jan Damascène, Homélies sur la Nativité et la Dormition, op. cit., p. 9). 3 Precedido por el nombre de su autor (Damascène), citaremos esas tres Homilías por sus correspondientes números romanos (I, II, III), seguidas de los números arábigos, indicativos de los epígrafes en que se divide cada una de ellas. Las citas se completan con el número de página, correspondiente a la edición del texto que nos sirve de base (Cf. Nota 1). 4 Esa tradición oral y esos escritos apócrifos, designados como Transitus Mariae, se documentan hacia el siglo IV, antes de confirmarse en múltiples textos un siglo más tarde, y se emparentan directamente con los Evangelios apócrifos. 5 Como bien apunta Pierre Voulet (op. cit,, p. 28), desde el siglo V en Oriente se celebraba el 15 de agosto la fiesta de la Dormición, Traslación, Tránsito o Asunción de la Virgen María, sustituyendo con esas denominaciones la fiesta de la “memoria” de la Virgen (en recuerdo de su muerte), celebrada ese mismo día. Según Voulet, la indecisión producida entre esos dos significados (“muerte-dormición” y 2 Para mejor comprender el tema, ordenaremos el fragmentario y caótico discurso del Damasceno en torno a tres ejes: 1) la muerte de la Virgen; 2) su entierro; 3) su resurrección y asunción al cielo. 1. Muerte de la Virgen Como base de su alegato, el Damasceno retoma una tradición apócrifa jerosolimitana, asumiendo el testimonio que de ella ofrece Juvenal, arzobispo de Jerusalén, a la emperatriz bizantina Pulcheria, esposa del emperador Marciano, cuando ésta llegó a dicha ciudad buscando el cuerpo de la Virgen María para llevárselo a Constantinopla. Según el testimonio de Juvenal –suscrito al pie de la letra por el teólogo de Damasco —, aun cuando los Evangelios no precisan las circunstancias del deceso de la madre de Cristo, se relata desde inmemoriales tiempos que, al momento de morir ésta, los apóstoles, dispersos por diversos rincones del planeta, fueron transferidos en una nube por los aires,6 y reunidos en torno al lecho de la Virgen moribunda en Jerusalén, donde se le unieron profetas y santos, mientras un coro de ángeles, entonando cánticos celestiales, se les aparecieron cerca de ella, antes de que entregara su alma en manos del propio Cristo, quien acudió a recibirla.7 El cadáver de la Virgen fue llevado en un ataúd a la tumba y enterrado, entre cánticos de ángeles y apóstoles, en un magnífico monumento en el huerto de Getsemaní, en el Monte de los Olivos de Jerusalén. Siempre según la tradición referida por Juvenal, cuando los cánticos angélicos dejaron de oírse el tercer día, los apóstoles abrieron la urna funeraria para que su colega Tomás, único ausente en el sepelio, y recién venido, pudiese venerar el cuerpo de la Theotocos. Al encontrar vacío el sarcófago, donde sólo permanecían los vestidos funerarios, rezumantes de inefables perfumes, los apóstoles dedujeron que Dios había resucitado el cuerpo inmaculado de la Virgen, otorgándole la incorruptibilidad, y lo “asunción”) llevó al emperador Mauricio a fijar, a fines del siglo VI, la referida fecha del 15 agosto como fiesta de la Dormición de María. (Ibid.). 6 Así lo expresa el Damasceno: “Aquellos [los apóstoles] que estaban dispersos por toda la extensión de la tierra para su misión de pescadores de hombres (...) he aquí que por una orden divina la nube los llevaba, a la manera de una red, hacia Jerusalén, los apretaba y los reunía, como águilas, desde los extremos de la tierra.” (Damascène, II, 6, p. 139). 7 “Tomando la palabra, Juvenal respondió: ‘En la santa Escritura inspirada por Dios no se cuenta lo que pasó en la muerte de la santa Theotokos María, pero nosotros nos apoyamos en una tradición antigua y muy verídica de que en el momento de su gloriosa dormición, todos los santos Apóstoles, que recorrían la tierra para la salvación de las naciones, fueron reunidos en un instante a través de los aires en Jerusalén. Cuando estuvieron cerca de ella, unos ángeles se les aparecieron en una visión, y un divino concierto de las potencias superiores se dejó oír. Y así, en una gloria divina y celestial, la Virgen entregó en las manos de Dios su santa alma de una manera inefable’.” (Damascène, II, 18, pp. 171-173). 3 había llevado al cielo sin esperar la resurección universal en el Juicio Final.8 Ante tan sorpresivo descubrimiento, los emperadores Marciano y Pulcheria pidieron al arzobispo Juvenal que les enviase, sellado, el ataúd con los fragantes vestidos de la Virgen, que ellos depositaron en el santuario de la Theotocos en las Blaquernas en Constantinopla.9 Trascrito el legendario relato, el Damasceno pasa entonces a demostrar la necesidad de la muerte de María. En el sentir del panegirista, la Virgen, a ejemplo de su Hijo, necesitó morir realmente “según la carne” corruptible, para poder así alcanzar la incorruptibilidad, de modo que con su propia muerte fuese vencida la Muerte y ésta se trocase en fuente de inmortalidad.10 A juicio del panegirista, aquella que en su seno había dado vida humana al propio Dios, debía devolver su cuerpo a la tierra, de la que había sido formada, para subir al cielo, luego de resucitar, incorrupto e incorruptible.11 Así, asumiendo la plurisecular tradicion oriental, el Damasceno asegura que el trance último de María no es propiamente una muerte, sino más bien una dormición, un transitus o, mejor, una entrada triunfal en la casa de Dios Padre.12 Al instante de su fallecimiento, mientras los demonios tiemblan, desasosegados, un nutrido ejército de ángeles, en sus distintas jerarquías, acompaña y escolta con reverente 8 El arzobispo Juvenal prosigue así su relato ante la emperatriz Pulcheria: “En cuanto a su cuerpo, receptáculo de la divinidad, fue transportado y enterrado, en medio de cantos de los ángeles y de los Apóstoles, y depuesto en un ataúd en Getsemaní, donde durante tres días perseveró sin descanso el canto de los coros angélicos. Después del tercer día, habiendo cesado esos cantos, los Apóstoles presentes abrieron el ataúd a petición de Tomás, que era el único que había estado lejos de ellos, y que, venido el tercer día, quiso venerar el cuerpo que había llevado a Dios. Pero su cuerpo digno de toda alabanza, no pudieron encontrarlo de ninguna manera; no encontraron sino los vestidos funerarios puestos allí, de los que emanaba un perfume inefable que los penetraba, y ellos cerraron el ataúd. Presos de admiración ante el prodigio misterioso, he aquí lo único que pudieron concluir: aquel que en su propia persona se dignó encarnarse en ella y hacerse hombre, Dios el Verbo, el Señor de la gloria, y que guardó intacta la virginidad de su Madre después de su nacimiento, había querido aún, tras su partida de aquí abajo, honrar su cuerpo virginal e inmaculado con el privilegio de la incorruptibilidad; y con una traslación antes de la resurrección común y universal.” (Ibid.). 9 Damascene, II, 18, p. 175. 10 “¡Oh! ¿cómo la fuente de la vida es conducida a la vida pasando por la muerte? (...) Es preciso, en efecto, deponer lo que es mortal para revestir la incorruptibilidad, pues el propio Señor de la naturaleza no ha rehusado la experiencia de la muerte. Pues muere según la carne, y por su muerte destruye la muerte, confiere incorruptibilidad a la corrupción, y convierte a la muerte en fuente de resurrección. ¡Oh! esta alma santa, en el momento en que sale de la morada que había acogido a Dios, ¡cómo el Creador del mundo la recibe con sus propias manos, y qué legítimo honor le tributa!” (Damascène, I, 10, pp. 107- 109). 11 “¡Así pues, ella ha muerto, la fuente de la vida, la Madre de mi Señor! Sí, era preciso que el ser formado de la tierra regresase a la tierra, y por esta vía subiese al cielo, recibiendo de la tierra, después de haber entregado su cuerpo, el don de una vida perfectamente pura. Era preciso que como el oro, una vez rechazado el peso terrestre y opaco de la mortalidad, la carne, hecha incorruptible y pura en el crisol de la muerte, revestida con el esplendor de la incorrupción, resucitase de la tumba.” (Damascène, III, 3, p. 187). 12 “Así, yo no diré de tu santa partida que es una muerte, sino una dormición, o un tránsito, o más propiamente una entrada en la morada de Dios. Saliendo del dominio del cuerpo, tú entras en una condición mejor.” (Damascène, I, 10, p. 111). Y en otro pasaje anterior asienta: “su dormición fue gloriosa, verdaderamente sagrada y digna de una religiosa alabanza” (Damascène, I, 3, p. 87). 4 devoción a la Virgen, a quien miran con amor, inspirados por el Espíritu Santo.13 Son precisamente las jerarquías angélicas las que se encargan de trasladar en triunfo a María y de elevarla hasta la morada celestial de Dios. Así lo expresa el propio homilista: Los ángeles, con los arcángeles, te han trasportado juntos. A tu salida los espíritus impuros que contaminan los aires han temblado. (...) Entonces las Potencias te escoltan, los Principados te bendicen, los Tronos te cantan, los Querubines, estupefactos, se alegran, los Serafines glorifican a quien, por naturaleza y en verdad, es la madre de su propio Señor.14 Junto a los obsequiosos ángeles, asisten también a la Virgen en su último trance y en sus funerales todos los apóstoles, quienes acuden, solícitos, a dar los postreros cuidados a la Madre de su Maestro.15 Entre ellos destaca Juan, el discípulo predilecto, quien, por su condición de virgen sirve mejor a la siempre virginal Theotocos,16 mientras a su vera escoltan tambien a María los principales patriarcas y los profetas que preanunciaron su maternidad divina.17 Según la tradición apócrifa subsumida por el arzobispo Juvenal, y compartida por el Damasceno, junto a los apóstoles asisten a la muerte de la Virgen San Timoteo, primer obispo de Éfeso, y Dionisio Areopagita.18 A guisa de síntesis, nuestro homilista acota así el cortejo celestial que acompaña a María en su sobrenatural tránsito: En este día en que tú te fuiste hacia tu Hijo, los ángeles, las almas de los justos, de los patriarcas, de los profetas te rodeaban de honor; los apóstoles te escoltaban, con la muchedumbre inmensa de los Padres divinamente inspirados; de los extremos de la tierra, por orden de Dios, ellos estaban reunidos, transportados como sobre una nube hacia esta divina y santa 13 “pero la asamblea misma de los ángeles no estaba excluida. (...) Ellos estaban junto a ella; la luz del Espíritu resplandecía, y sus rayos resplandecientes los iluminaban, mientras que, con respeto y temor, inmóviles en una actitud de amor, fijaban sobre ella la mirada pura de su espíritu.” (Damascène, II, 6, p. 141). Y en otro momento apunta: “Los ejércitos de los ángeles te veían sin duda y esperaban tu partida de la vida de los humanos.” (Damascène, I, 10, p. 109). 14 Damascène, I, 10, p. 111. 15 “He aquí en Sión el arca del Señor Dios de los ejércitos, y corporalmente los Apóstoles han venido a asistirla; ellos brindan los últimos cuidados al cuerpo que fue principio de vida y receptáculo de Dios. Inmaterialmente e invisiblemente, los ángeles lo rodean con temor, asistiendo como servidores a la Madre de su Maestro.” (Damascène, III, 4, pp. 191-193). Ya antes había proclamado: “¡Qué escoltas de ángeles hacen brillar la dormición de la Madre que fue el principio de la vida! ¡Con qué divinas palabras los Apóstoles beatifican los funerales del cuerpo que recibió a Dios!” (Damascène, I, 4, p. 91). 16 “Así los profetas te celebran, los ángeles se te someten, los apóstoles están a tu servicio; el discípulo que permaneció virgen y el oráculo de Dios, te sirve, a ti, la siempre-virgen y la Madre de Dios.” (Damascène, I, 9, p. 107). 17 “Convenía también que los principales ancianos justos y profetas se uniesen a su escolta, para tomar parte en esta guardia sagrada, ellos, que habían preanunciado que el Verbo Divino debía nacer de esta mujer por causa nuestra, y debía encarnarse por amor a los hombres.” (Damascène, II, 4, p. 141). 18 “Estando presentes entonces los Apóstoles, el santo apóstol Timoteo, primer obispo de Éfeso, y Dionisio Areopagita, como lo testimonia él mismo, el gran Dionisio, en sus discursos dirigidos a dicho apóstol Timoteo, a propósito del bienaventurado Hieroteo, tambien presente entonces...” (Damascène, II, 18, p. 173). 5 Jerusalén, y a ti, que fuiste la fuente del cuerpo del Señor, principio de la vida, ellos dirigían himnos sacros en un trance totalmente divino.19 Y en otro lugar de su segundo sermón precisa aún más la fabulada escena, con significativos detalles, muchos de los cuales recogerá luego la iconografía bizantina: Imagino a los elementos quebrantados y conmovidos, voces, rumores, estruendos, y, tal como conviene, los himnos de los ángeles que preceden, acompañan y siguen. Los unos cumplían su deber y escoltaban al alma irreprochable y toda santa, y la acompañaban en su subida al cielo, hasta el trono real, a donde condujeron a la Reina, mientras otros se colocaban en círculo alrededor de su cuerpo divino y sagrado, y con sus cánticos angélicos celebraban a la Madre de Dios. En cuanto a aquellos que se mantenían muy cerca de ese cuerpo santo y sagrado, con temor y ardiente amor, con lágrimas de alegría, rodeaban ese divino y muy feliz tabernáculo, lo abrazaban, besaban todos sus miembros, tocaban ese cuerpo, colmados por su contacto de santidad y bendición. Entonces las enfermedades huían, las bandas de demonios eran derrotadas, expulsados por todas partes hacia las moradas subterráneas.20 Conforme al imaginario oriental recogido por el apologista de Damasco, el propio Dios tiene una presencia protagónica en aquellos instantes postrimeros de la Virgen, por dos motivos complementarios: ante todo, Dios Padre no podía estar ausente de allí, por su propia condición de necesario omnipresente;21 mucho más importante aún, Dios Hijo no podía tampoco dejar de acudir, con infinita piedad filial, para asistir a su madre en el trance postrero, y recibir entre sus manos su alma beatífica, máxime cuando la prerrogativa de ser acogido en el cielo por Dios, otorgada a cualquier justo, le corresponde con mayor justicia a la propia Madre de Dios.22 2. Entierro de María Según la tradición apócrifa asumida por el Damasceno, el cuerpo de la Virgen María fue llevado a hombros por los apóstoles, en medio de un cortejo compuesto por los santos y los fieles de la Iglesia presentes en Jerusalén, y sepultado en un monumento en 19 Damascène, I, 9, p. 107. 20 Damascène, II, 11, p. 151. 21 “El Señor mismo está allí, él, el omnipresente, él, que lo llena todo, que abraza el universo, y que no está en ningún lugar, pues el universo está en él, como en la causa que lo ha creado y que lo contiene.” (Damascène, III, 4, pp. 191-193). 22 “Pues, si es cierto, según esta divina Escritura, que ‘las almas de los justos están entre las manos del Señor’, ¿cómo ésta, con aún mayor razón, no entregaría su alma a las manos de su Hijo y de su Dios?” (Damascène, I, 4, p. 91). 6 el huerto de los Olivos en Getsemaní, de donde resucitaría al tercer día.23 El séquito funerario fue escoltado a todo su rededor por cohortes de ángeles, que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, entonaban con los apóstoles himnos celestiales y hacían sonar instrumentos musicales.24 Fueron precisamente los ángeles quienes prepararon la tumba, embalsamaron el cadáver y lo perfumaron con aromas sobrenaturales.25 Si bien muerto y enterrado, el cuerpo de María no se corromperá: en virtud de su virginidad inmaculada y del extraordinario privilegio de ser la Madre de Dios, será bendecida con la incorruptibilidad de su cuerpo, el cual, por eso mismo, en vez de permanecer en la tierra, fue subido al paraíso celestial. Allí, presente en cuerpo y alma, María preside a la vera de su Hijo como Reina del Cielo. Por ello, el Damasceno exulta: “¡‘Que se regocije la tierra’ de recibir el cuerpo, y que el aire tremole por la ascensión del espíritu! ¡Que las brisas soplen, suaves como el rocío y llenas de gracia! ¡Que toda la creación celebre la subida de la Madre de Dios (...)!”26 Para cimentar su planteamiento doctrinario, el homilista señala poéticamente que el entierro de la Virgen fue prefigurado en el Antiguo Testamento en una serie de acontecimientos. Compara, por ejemplo, a María con el arca de la alianza judía, por cuanto, así como ésta contuvo en su interior la presencia virtual de Dios (su palabra revelada), así María es la nueva y más genuina Arca divina, por haber contenido en su seno al propio Dios en presencia real; y, así como en otro tiempo la antigua y prefigurante arca de la alianza fue trasladada a hombros por los sacerdotes judíos en medio de su pueblo, atravesando el Jordán para llegar a la Tierra Prometida, así el cuerpo de la Virgen, nueva y genuina Arca del Dios presente, es trasportada a hombros por los apóstoles hasta la tumba, para introducirla en el Cielo Prometido, la Jerusalén celeste.27 El Damasceno compara incluso el entierro del cuerpo de la Virgen y el ingreso 23 “En seguida el cuerpo es llevado al lugar santísimo del Getsemaní. Hay todavía besos y abrazos, aún alabanzas e himnos sacros, invocaciones y lágrimas; el sudor de la angustia y del dolor se expande. Y así el cuerpo santísimo es colocado en el glorioso y magnífico monumento. Desde allí, después de tres días, es llevado en las alturas hacia las moradas celestiales.” (Damascène, II, 14, p. 157). 24 “He aquí por qué tu cuerpo sagrado y sin mancha fue entregado a su santa tumba. Los ángeles lo precedían, lo rodeaban en círculo, lo seguían: ¿qué no hacían ellos para servir dignamente a la madre de su Señor? Los Apóstoles y la Iglesia en su plenitud cantaban himnos divinos y tocaban instrumentos al soplo del Espíritu.” (Damascène, I, 12, pp. 115-117). 25 “Que los ángeles precedan al tránsito de la divina morada y preparen la tumba; que el resplandor del Espíritu lo decore. Preparad aromas para embalsamar el cuerpo todo inmaculado y todo lleno de un delicioso perfume. Que venga una onda pura, y que ella acopie la bendición en la fuente sin mancha de la bendición.” (Damascène, III, 4, p. 193). 26 Ibid. 27 “Los Apóstoles juntos te llevaron sobre sus espaldas, a ti, el arca verdadera, como en otro tiempo los sacerdotes trasportaron el arca figurativa, y te depositaron en la tumba: entonces, por medio de ésta, 7 de su alma en el Cielo con el traslado definitivo del arca de la alianza hasta el interior del templo recién construido por Salomón en Jerusalén, en cuyo sancta sanctorum, por orden de dicho rey, la introdujeron los sacerdotes, bajo las alas de los querubines:28 así sucede también con el tránsito de María, cuando, el propio Dios –genuino Salomón, Rey de Reyes y verdadero constructor del Universo entero— hace trasladar el cuerpo- arca divina de su madre a hombros de los apóstoles hasta el sepulcro, mientras su alma es llevada por los ángeles directamente al cielo. Por tal motivo, en un pasaje de su segunda homilía, el teólogo de Damasco expresa: Por los ángeles, introduce el alma en el Santo de los Santos, en los arquetipos verdaderos y celestes, sobre las alas mismas de los animales de cuadruple figura, y la establece cerca de su propio trono, al interior del velo, en el que Cristo mismo, como precursor, ha penetrado corporalmente. En cuanto al cuerpo, es llevado en procesión, mientras el Rey de reyes lo recubre con el resplandor de su invisible divinidad, mientras la asamblea entera de los santos camina delante de él, emite santas aclamaciones y ofrece “un sacrificio de alabanza”, hasta el momento en que es introducido en la tumba como en una cámara nupcial y, a través de ella, en las delicias del Edén y en los tabernáculos celestiales.29 III. Resurrección y asunción de María al cielo en cuerpo y alma En concordancia con las tradiciones apócrifas, el Damasceno estima que el propio Cristo descendió del cielo para recibir en sus propias manos el alma impoluta de su madre.30 Jesús realiza tan excepcional gesto, para retribuir a su dilecta madre por haberlo engendrado, nutrido y acompañado en todo momento, hasta su muerte en cruz y su sepelio.31 A su vez, la Virgen encomienda en las manos de su Hijo no sólo su alma como por medio de otro Jordán, te hicieron llegar a la verdadera Tierra Prometida, quiero decir, a “la Jerusalén celestial” (Damascène, I, 12, pp. 115-117). 28 “para hacer reposar el arca espiritual, no de la alianza del Señor, sino de la Persona misma del Verbo de Dios, el nuevo Salomón, príncipe de la paz y Señor Obrero del universo, ha convocado hoy a las órdenes hipercósmicas de los espíritus celestes y los jefes de la nueva alianza: los Apóstoles, con todo el pueblo de los santos que se encontraban en Jerusalén.” (Damascène, II, 12, pp. 153-155). 29 Ibid. 30 “En ese momento ciertos hechos debieron suceder, de acuerdo con esas circunstancias y reclamados por ellas, me parece: quiero decir la venida del Rey hacia su propia madre, para acoger, con sus manos divinas y puras, su alma santa, toda clara e inmaculada.” (Damascène, II, 10, p. 149). 31 “¡Desciende, desciende, oh Soberano, ven a pagar a tu madre la deuda que ella merece por haberte nutrido! Abre tus manos divinas: recibe el alma maternal, tú, que sobre la cruz entregaste tu espíritu entre las manos del Padre.” (Damascène, III, 4, p. 191). 8 inmaculada, sino también su cuerpo, para que no se corrompa aquel receptáculo en cuyo interior habitó él durante su encarnación. María pide además a su Hijo que la lleve junto a él para habitar en su morada celestial, como él había habitado temporalmente en su propia morada carnal,32 sin olvidarse tampoco de interceder ante Dios por los fieles de la Iglesia, para quienes pide consuelo y bendiciones.33 Una vez recibida la invitación de Cristo para acompañarlo al cielo, María entrega su alma en manos de éste, quien se la lleva consigo al cielo, para compartir con él la gloria y el poder que detenta como Dios,34 y hacerla disfrutar de todo bien y toda felicidad.35 Al suscribir la tradición, el homilista acepta que María, tres días después de su muerte real, gozó de una milagrosa resurrección anticipada. Así lo expresa, enfático: ¿Cómo llamaremos entonces ese misterio que se cumple en ti? ¿Una muerte? Pero si, como lo exige la naturaleza, tu alma, toda santa y bienaventurada, se separa de tu cuerpo bendito e inmaculado, y, si ese cuerpo es entregado a la tumba según la ley común, sin embargo, él no permanece en la muerte ni es destruido por la corrupción. Para aquella cuya virginidad permaneció intacta en el nacimiento, al inicio de esta vida, el cuerpo es conservado sin descomposición, y colocado en una morada mejor y más divina, fuera de las garras de la muerte, y capaz de durar por toda la infinidad de los siglos.36 Junto a esa previsible aceptación del relato tradicional y los escritos apócrifos, la verdadera originalidad en el planteo del Damasceno consiste en los diversos argumentos –basados en figuras bíblicas y razonamientos teológicos— con los que intenta justificar la resurrección temprana de María y su asunción en cuerpo y alma al cielo. Y es que, si bien la glorificación del alma de la Virgen era entonces admitida casi por unanimidad, su asunción corporal, en cambio, no gozaba de tan universal predicamento. De ahí la 32 “Y ella, sin duda, dice entonces: En tus manos, Hijo mío, encomiendo mi espíritu. Recibe mi alma, que te es querida, y que has preservado de todo pecado. A ti, y no a la tierra, encomiendo mi cuerpo; conserva sano y salvo este cuerpo en el que te dignaste habitar, y del que, al nacer, preservaste la virginidad. ¡Llévame junto a ti, para que allí donde tu estás, fruto de mis entrañas, esté también yo, para compartir tu morada! Me apresuro a regresar a ti, que descendiste hacia mi, suprimiendo toda distancia.” (Damascène, II, 10, p. 149). 33 “En cuanto a mis hijos bien amados, a quienes has querido llamar tus hermanos, consuélalos tú mismo después de mi partida. Añade a la que ya tienen una nueva bendición mediante la imposición de mis manos.— Y, levantando las manos, se puede creer que ella bendijo a los asistentes reunidos.” (Ibid.). 34 “Ven, oh bella “mi bienamada”, por la belleza virginal más resplandeciente que el sol; tú me has hecho compartir tus bienes: ven, goza conmigo de lo que me pertenece. Acércate, o Madre, a tu Hijo: acércate y comparte el poder real con Quien, nacido de ti, vivió contigo en la pobreza.” (Damascène, III, 4, p. 191). 35 “Después de aquellas palabras, ella oyó a su vez una voz: Ven, mi bendita madre ‘a mi reposo’. ‘Levántate, ven, mi bienamada’, bella entre las mujeres: ‘pues he aquí que el invierno ya pasó, y el tiempo de la poda de las ramas ha llegado.’ ‘bella está mi bienamada, y no hay defecto en ti.’ ‘¡El olor de tus perfumes sobrepasa todos los aromas!’ Después de oír estas palabras, la Santa entrega su espíritu entre las manos de su Hijo.” (Damascène, II, 10, pp. 149-151). 36 Damascène, I, 10, p. 109. 9 relevancia decisiva que adquieren en este tema los aportes argumentativos de nuestro homilista. A juicio del Damasceno, la anticipada resurrección y la subida al cielo de María se basa en los siguientes motivos: 1) Por ser la Madre de Dios, simbólicamente figurada como la morada corporal en la cual el Verbo se hizo carne. Ahora bien, si el cielo es la morada de quienes gozan de la felicidad perpetua, con mayor razón deberá ser la morada de quien es la fuente de la felicidad (por haber sido madre de Dios), y, mucho más aún, por la necesidad de que quien fue el tabernáculo terrenal de Dios Hijo en su encarnación habite de inmediato en el tabernáculo celestial, donde reside el fruto de sus entrañas.37 Así, la Virgen no podría ser “la viviente ciudad del Señor Dios”, si no es asumida en cuerpo y alma al cielo.38 2) Por la pureza virginal y la santidad perfecta de María. Tan eximias virtudes eximen a la Siempre-Virgen y a la Toda-Santa de ver corrompido su cuerpo tras la muerte,39 la cual conserva un vínculo esencial con el pecado, y le garantizan como premio necesario su inmediata asunción al cielo. Al estar María unida a Jesucristo en su lucha contra el pecado y la muerte, su victoria efectiva frente a ambos en su vida terrestre se hará efectiva sólo al verse excluida de pecado y de corrupción. Dios otorga así a la Virgen el privilegio exclusivo de resucitar antes de la resurrección universal, por dos razones: a) por haber sido concebida de modo excepcional (el milagro de nacer de madre estéril),40 b) y por haber preservado su virginidad tanto al concebir a Cristo como al darle a luz en el parto. Por ello, Dios salvaguarda a María de la muerte y la corrupción, al considerar que aquella a quien le fue dada la prerrogativa de recibir la vida terrena de manera extraordinaria, y el privilegio exclusivo de ser fuente de la vida divina, no podía ser vencida por la Muerte.41 37 “Era preciso que la que había dado asilo al Verbo divino en su seno, viniese a habitar en los tabernáculos de su Hijo. Y como el Señor había dicho que él debía ser en la medida de su propio Padre, era preciso que su madre habitase en el palacio de su Hijo, ‘en la casa del Señor, en la casa de nuestro Dios.’ Pues, si allí está ‘la morada de todos los que están en la alegría’, ¿dónde habitaría la causa de la alegría?” (Damascène, II, 14, pp. 157-159). 38 “La viviente ciudad del Señor Dios de los ejércitos es elevada a las alturas, y los reyes traen un presente inestimable, del templo del Señor, la ilustre Sión, en la Jerusalén de arriba, la que es libre, la que es su madre: aquellos a quienes Cristo estableció como jefes de toda la tierra –los Apóstoles— escoltan a la Madre de Dios, a la siempre Virgen.” (Damascène, II, 3, p. 135). 39 “Yo me la represento, más santa que los santos, sagrada entre todos, venerable entre todos, como esta dulce morada del maná, o, mejor y más verdaderamente, como su fuente, extendida sobre un lecho de descanso, en la divina y célebre ciudad de David, en esta Sión ilustre y coronada de gloria”. (Damascène, II, 4, p. 137). 40 Damascene, I, 5, pp. 95-97. 41 “Pues tu alma, con toda seguridad, no ha descendido ‘a los Infiernos’, sino, mas bien, tu carne misma ‘no ha visto la corrupción’. Tu cuerpo sin mancilla y muy puro no fue abandonado a la tierra; por el contrario, a las moradas reales de los cielos fuiste llevada, tú, la reina, la soberana, la señora, la Madre de Dios, la verdadera Theotokos.” (Damascène, I, 12, pp. 115-117). 10 3) Por su unión íntima y su alianza indisoluble con su hijo Jesús. Según el panegirista de Damasco, dos son los nexos afectivos complementarios que hicieron posible la asunción de la Virgen al cielo en cuerpo y alma: el amor maternal y la piedad filial . a) Por su vehemente amor maternal, María quiere unirse con su Hijo en cuerpo y alma.42 b) Por su piedad filial, Jesús quiere reencontrarse con su Madre y llevarla consigo al cielo en cuerpo y alma.43 Y es que, por el misterio de la encarnación del Verbo y de la maternidad divina de María, Dios quiso unirse de manera efectiva con aquella a quien eligió por madre y lo llevó en su seno. De este modo, asociada al misterio de Cristo desde el principio y hasta su pasión, muerte y resurrección, mal podría justificarse que María tuviese que separarse de su Hijo al morir ella. 4) Por la necesidad de asimilarse y asociarse a Jesús. María también debe morir, como lo hizo su Hijo, pero, como él, también ella resucita al tercer día. El Damasceno proclama que, así como el cuerpo de Cristo, fruto de las entrañas virginales de María, resucitó al tercer día, así también el cuerpo de ésta tenía que abandonar su tumba incorrupto,44 y, después de resucitar a los tres días, ser ascendido directamente al sancta sanctorum del cielo, para asociarse con Jesús, disfrutar con él de la gloria celestial,45 y presidir, desde el trono real de su Hijo, como reina de los ángeles, los patriarcas, los santos, los profetas y el cielo entero, en la más perfecta y gozosa felicidad.46 5) Por la necesidad de establecerse como vínculo entre Dios y los hombres, como arca o morada de Dios en medio de los hombres. Según el homilista, María es el 42 Tras señalar que Cristo bajó del cielo para recibir en su manos el alma de María moribunda, el Damasceno prosigue: “Y ella , sin duda, dijo entonces: En tus manos, Hijo mío, encomiendo mi espíritu. Recibe mi alma, que tú amas, y que has preservado de toda falta. A ti, y no a la tierra, entrego mi cuerpo.guarda sano y salvo este cuerpo en el que te dignaste habitar, y del que, al nacer, preservaste la virginidad. ¡Llévame junto a ti, para que allí donde tú estás, tú, el hijo de mis entrañas, esté también yo, para compartir tu morada! Me apresuro a regresar a ti, que descendiste hacia mi, suprimiendo toda distancia.” (Damascène, II, 10, p. 149). 43 “¡Cómo el Verbo de Dios, que por misericordia se dignó convertirse en su Hijo, sirve, con sus manos soberanas, a esta mujer toda santa y toda divina, como se sirve a una madre, y recibe su alma sagrada! ¿Oh, el perfecto legislador! Sin estar sometido a la ley, cumple la ley que Él mismo ha traído. Pues es Él quien prescribió el deber de los hijos hacia los padres: ‘Honra, dice, a tu padre y a tu madre’.” (Damascène, I, 4, p. 91). 44 “¡Aléjate, oh Soberana, aléjate! Ya no es la orden dada a Moisés: ‘Sube – y muere...’ ¡Muere, más bien, y luego elévate por esta muerte misma! Entrega tu alma en las manos de tu Hijo, y devuelve a la tierra lo que es de la tierra: también eso mismo será llevado contigo.” (Damascène, III, 4, p. 191). 45 “Pero, de la misma manera que el cuerpo santo y puro, que el Verbo divino, por medio de ella, había unido a su Persona, resucitó el tercer día de la tumba, ella debía también ser arrancada de la tumba, y la madre ser asociada a su Hijo. Y, como él descendió hacia ella, así también ella misma, objeto de su amor, debía ser transportada hasta ‘el tabernáculo más grande y más perfecto’, ‘hasta el cielo mismo’. (Damascène, II, 14, pp. 157-159). 46 “pero tú te has adelantado hacia el trono real de tu Hijo mismo, en la visión directa, en la felicidad, y, con una gran e indecible seguridad, te mantienes junto a él: para los ángeles alegría inefable, y con ellos para todas las potencias que dominan el mundo; para los patriarcas, delectación sin fin; para los justos, alegría inexpresable; para los profetas, perpetua exultación.” (Damascène, I, 11, p. 113). 11 vínculo gracias al cual Dios se asegura el contacto estrecho con los hombres, no sólo por haberse encarnado Cristo en ella, sino porque Dios la asocia a sí como intercesora. Comparándola con el arca de la alianza –testimonio de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo elegido—, el Damasceno concibe a la Virgen como el tabernáculo de Dios en la Iglesia, que queda en tierra, y como garante de la alianza divina con la humanidad. Eso explica la insistencia con que el teólogo utiliza varios relatos y símbólos veterotestamentarios, que prefiguran la asunción (transitus) de María como Madre de Dios: arca de la alianza, contentiva de la presencia de Dios, morada de Dios en medio de Israel, templo de Sión, colina de Sión, ciudad de Dios e, incluso, escala de Dios.47 De entre todas esas figuras bíblicas destacan las referentes al arca de la alianza, en tres sucesivos momentos o situaciones de su historia: a) el arca que, llevada por sacerdotes y escoltada por el pueblo de Dios, pasa el Jordán y entra en la Tiera Prometida; b) el arca que David ordena trasportar a hombros de sacerdotes hasta la ciudad de Jerusalén; c) el arca que Salomón manda trasladar al santuario del templo recién construido en Jerusalén.48 Así la Virgen, verdadera arca que contuvo a Dios (y no meramente el rollo en que se escribió su palabra), es asumida (transitus) en cuerpo y alma, e ingresa en el templo espiritual e imperecedero del cielo.49 Por ello, en múltiple referencia retórica a las figuras veterotestamentarias preanunciadoras de la muerte y la asunción de la Virgen, el Damasceno proclama: Hoy, de la Jerusalén terrestre es conducida la ciudad viviente de Dios hacia “la Jerusalén de arriba”; aquella que habìa concebido como su primogénito e hijo único al Primogénito de toda criatura y al Hijo único del Padre, viene a habitar en “la Iglesia de los primogénitos”: el arca viviente y espiritual del Señor es trasportada al reposo de su Hijo. Las puertas del Paraíso se abren para acoger la tierra productora de Dios, donde germinó el árbol de la vida eterna que ha borrado la desobediencia de Eva y la muerte infligida a Adán. Es Cristo, causa de la vida universal, quien recibe la gruta excavada, la montaña no trabajada, de donde se separó sin intervención humana la piedra que llenó la tierra.50 47 “Hoy, la escala espiritual y viva, por la cual el Altísimo descendió para hacerse visible y conversar con los hombres, ha subido, por los peldaños de la muerte, desde la tierra al cielo.” (Damascène, III, 2, p. 181). 48 Estas figuras simbólicas del arca, que preanuncian ahora la asunción de la Virgen, son –como lo vimos antes— exactamente las mismas que el Damasceno utiliza para prefigurar el entierro de María. 49 “Hoy la santa y única Virgen es llevada al templo hipercósmico y celeste (...) Hoy el arca sagrada y viva del dios vivo, la que llevó en su seno a su Autor, descansa en el templo del Señor, no hecho por mano humana, y David, su ancestro y ancestro de Dios, exulta; y los ángeles dirigen sus coros con él, los arcángeles aplauden, las Virtudes tributan gloria, los Principados exaltan con él, las Dominaciones se alegran, las Potencias se contentan, los Tronos están de fiesta, los Querubines cantan alabanzas, los Serafines proclaman: ‘¡Gloria!’ Pues no es para ellos una débil gloria glorificar a la Madre de la Gloria.” (Damascène, II, 2, p. 127). 50 Damascène, III, 2, p. 183. 12 A la postre, un par de conclusiones substantivas se impone: 1) En cuanto a las circunstancias de la muerte, entierro y asunción de la Virgen María, si bien es cierto –como ya dijimos— que San Juan Damasceno no ofrece mayor originalidad, por cuanto asume sin más las tradiciones orales y los escritos apócrifos, sin embargo, casi todas esas circunstancias, tal como son por él referidas, serán retomadas al pie de la letra por la iconografía bizantina durante los siglos subsiguientes. Gracias al indiscutible prestigio del Damasceno como teólogo y mariólogo, de profunda y extendida influencia en la Iglesia de Oriente, los fabulosos detalles por él referidos en este tema (Cristo recibiendo en sus manos el alma de su madre, presencia de ángeles, apóstoles, patriarcas y santos en torno al lecho de la Virgen moribunda, besos y abrazos a su cuerpo, Jerusalén terrestre y Jerusalén celeste, asistencia del obispo San Timoteo y de Dionisio Areopagita, así como otros detalles menores), se reflejarán elocuentemente con reiterativa similaridad estructural en los mosaicos, frescos, iconos, miniaturas y otras expresiones artísticas bizantinas de las centurias posteriores. 2) En cuanto a los argumentos para justificar la asunción de María en cuerpo y alma al cielo, la originalidad del Damasceno resulta tan indudable como decisiva. De hecho, en virtud de su incontestada autoridad como sobresaliente Padre de la Iglesia oriental, tales argumentos serán retomados –en calidad de esenciales soportes teológicos y patrísticos— en la bula Munificentissimus Deus, con la que el papa Pío XII proclamaba el 1 de noviembre de 1950 el dogma de la Asunción de la Virgen.