UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Departamento de Antropología Social y Psicología Social TESIS DOCTORAL Las políticas de la "victimidad". Justicia transicional y subjetividades políticas en el contexto peruano MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Laura Tejero Tabernero Director Marie José Devillard Desroches Madrid 2019 © Laura Tejero Tabernero, 2018 UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIOLOGÍA Departamento de Antropología Social y Psicología Social TESIS DOCTORAL Las políticas de la “victimidad”. Justicia transicional y subjetividades políticas en el contexto peruano MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTORA PRESENTADA POR: Laura Tejero Tabernero DIRECTORA: Marie José Devillard Desroches Madrid, 2018 LAS POLÍTICAS DE LA “VICTIMIDAD” JUSTICIA TRANSICIONAL Y SUBJETIVIDADES POLÍTICAS EN EL CONTEXTO PERUANO Tesis Doctoral: Laura Tejero Tabernero Dirigida por: Marie José Devillard Desroches Madrid, 2018 5 ÍNDICE 0. Agradecimientos .................................................................................................... 9 0.0 Resumen .............................................................................................................. 15 0.0.0. Resumen en inglés .......................................................................................... 16 0.0.0.0. Listado de siglas y acrónimos .................................................................... 17 PARTE 1 – INTRODUCCIÓN. UNA APROXIMACIÓN ANTROPOLÓGICA AL ESTUDIO DE LA (IN)JUSTICIA TRANSICIONAL 1. Gobernando las realidades después del desastre. Algunos apuntes introductorios ........................................................................................................... 23 1.1. Propuesta de investigación .............................................................................. 27 1.2. Hipótesis y postulados de partida ................................................................... 29 1.3. La justicia transicional como nueva tecnología de gobierno .......................... 32 2. El tiempo de las víctimas ..................................................................................... 35 - La ciencia de las víctimas ................................................................................ 41 - Sobre la noción de “victimidad” ...................................................................... 47 3. Metodología de investigación .............................................................................. 50 3.1. ¿Por qué Perú? La selección del contexto de estudio .................................... 50 3.2. Etnografiando las realidades después de la violencia ..................................... 55 - Escenarios de observación ............................................................................... 57 - De la retórica testimonial a las dinámicas conversacionales ........................... 61 - Otras fuentes .................................................................................................... 67 3.3. Objetivando un objeto de estudio difuso ........................................................ 70 4. Ética de la investigación en contextos posconflicto ........................................... 75 PARTE 2 – GESTIONANDO UN PASADO VIOLENTO: LA COMISIÓN DE LA VERDAD Y LA RECONCILIACIÓN (CVR) O LA CONSAGRACIÓN DE 6 LA VÍCTIMA COMO NUEVA FIGURA MORAL 1. Breve introducción al conflicto armado peruano ............................................. 85 2.Transnacionalización de economías morales: el desembarco de la industria de la justicia transicional en el contexto peruano ...................................................... 92 - La CVR peruana como nuevo marco interpretativo ...................................... 106 3. Sobre el testimoniar. Parte I ............................................................................. 108 3.1. Las audiencias públicas: representación nacional e individual del dolor ..... 109 - La víctima despolitizada o la inocencia como lugar de enunciación ............. 116 - Los lenguajes del trauma ............................................................................... 123 3.2. Los testimonios de la CVR como memoria “depurada” ................................ 129 4. El catálogo de recomendaciones de la CVR o el camino hacia la re- institucionalización de los derechos humanos en el Perú ................................... 143 PARTE 3.1 - LAS POLÍTICAS DE LA REPARACIÓN EN EL CONTEXTO POST-CVR. DEL RECONOCIMIENTO DE LA VÍCTIMA A LA BUROCRATIZACIÓN DE SU EXPERIENCIA 1. Génesis sociohistórica de los programas masivos de reparación .................. 151 2. El Programa Integral de Reparaciones (PIR) en Perú: orígenes y marco normativo ................................................................................................................ 160 - (Des)pliegues institucionales ......................................................................... 163 3. Sobre la construcción legal de la categoría de víctima ................................... 169 3.1. “Ser” o “no ser” víctima ................................................................................ 172 - El artículo 4 y su impacto sobre las formas de reordenamiento de una experiencia victimada ....................................................................................... 173 - Víctimas sí, pero no beneficiarios: el caso de los inocentes liberados .......... 179 - El caso de las esterilizaciones forzadas - ¿política pública o desbordamiento de la violencia en el marco del CAI? ............................................................... 184 3.2. Las modalidades de victimización como síntesis de la violencia .................. 191 7 4. El Registro Único de Victimas como ensamblado sociotécnico ..................... 195 - El acceso a la información ............................................................................. 197 - El registro y la administración de la prueba ................................................... 202 - Sobre el testimoniar. Parte II ......................................................................... 207 - La co-producción documental de realidades víctimas ................................... 213 - Evaluación, análisis y calificación: funcionarios del RUV, dispositivos técnicos y representaciones expertas ................................................................ 222 5. De certificados y reconocimientos .................................................................... 234 6. Jerarquización de sufrimientos y burocratización del sujeto-víctima .......... 239 PARTE 3.2 – “¡QUEREMOS REPARACIÓN, NO DISCRIMINACIÓN!” LAS REPARACIONES EN LA PRÁCTICA 1. Y una vez registrados… Breves notas de campo ............................................ 251 2. “¿Cuánto vale mi muerto?” El decreto 051 y la batalla por las reparaciones económicas .............................................................................................................. 255 3. Las reparaciones como políticas de desarrollo: el caso de las reparaciones colectivas y de las reparaciones en salud y educación ........................................ 267 PARTE 4 - “AQUÍ ESTÁN, LOS QUE SIEMPRE LUCHARÁN”. LAS ORGANIZACIONES DE AFECTADOS EN EL CONTEXTO PERUANO DE RECUPERACIÓN POSCONFLICTO 1. Orígenes y evolución de las organizaciones de afectados en Perú. De su excepcionalidad histórica a su naturalización ..................................................... 277 1.1. El movimiento de víctimas hoy: de la diversidad a su debilitamiento y fragmentación ....................................................................................................... 285 1.2. “Divide y reinarás”: políticas públicas y estrategias de división .................. 290 1.3. “Bajar a las bases”. El liderazgo y la cuestión de la representatividad ...... 298 2. Las ONG como intermediarias. Recreación de los derechos humanos en el 8 ámbito local ............................................................................................................ 307 2.1. Sobre trasplantes, traducciones y vernacularizaciones ................................. 315 2.2. La verticalización de los derechos humanos como estrategia de acceso a la justicia ................................................................................................................... 327 - Ayacucho, agosto de 2013 ............................................................................. 336 2.3. “Nosotros, las víctimas”. Procesos de reapropiación y resignificación de los derechos de verdad, justicia y reparación ............................................................. 341 3. El contexto post-CVR: la víctima como sujeto político .................................. 352 3.1. Memoria, performatividad y visibilización en el espacio público ................ 353 - Lima, agosto de 2012 ..................................................................................... 356 3.2. “Les arrancamos la ley”. La movilización socio legal e interinstitucional . 372 - Lima, septiembre de 2013 .............................................................................. 376 3.3. Sobre el testimoniar. Parte III: la movilización del lenguaje del sufrimiento como estrategia de reconocimiento ...................................................................... 382 - Lima, octubre de 2013 ................................................................................... 387 CONCLUSIONES - DEL EMPODERAMIENTO A LA DESILUSIÓN: LOS LEGADOS AMBIVALENTES DE LA JUSTICIA TRANSICIONAL EN EL PERÚ - La justicia transicional, en función de las formas que adopte, puede contribuir tanto al reconocimiento y visibilización de las víctimas como a su invisibilización y re-victimización ................................................................... 400 - La justicia transicional, en función de las formas que adopte, puede perpetuar formas de violencia simbólica y estructural una vez la violencia política se acaba ................................................................................................................. 406 - Los derechos humanos empoderan a la vez que despolitizan. Últimos apuntes sobre la justicia transicional y la movilización sociopolítica de identidades victimadas ......................................................................................................... 410 BIBLIOGRAFÍA……………………………………………………...…………417 9 0. AGRADECIMIENTOS Una se imagina muchas veces lo inmensamente satisfactorio y liberador que puede llegar a ser esta parte de la escritura. El final: los agradecimientos. Lo que no se imagina (casi nunca…) es lo abrumador que puede llegar a ser echar la vista atrás. No sólo por el tiempo transcurrido, que hace tan difícil reconocerse en esa persona que, en un arranque de locura (y de sincera fascinación por el quehacer antropológico), decidió hace ya muchos años emprender este camino, sin saber muy bien a donde le llevaría. También por la inmensa cantidad de personas que rápidamente vienen a la mente. Aquellas que tan generosamente nos regalaron su tiempo, sus historias y sus vivencias durante las distintas estancias de campo en Perú. Aquellas con las que se han compartido tantas conversaciones y reflexiones sobre la práctica social de los derechos humanos y la justicia transicional; sobre las distintas formas de producir conocimiento, tanto dentro como fuera de los espacios académicos. Esas otras que siempre estuvieron ahí, apoyando de manera incondicional, sin muchas veces entender el por qué de tanta frustración y tanto desvelo. Si hay algo que me hace sentir profundamente afortunada al concluir este proceso es pensar en todas esas personas maravillosas que he tenido la oportunidad de conocer a lo largo de este trayecto y con las que he podido compartir tantas luchas, llantos y alegrías. Personas cuyo compromiso con la vida, la igualdad y la justicia social son un ejemplo inigualable de resistencia y perseverancia. Sois y seréis siempre un espejo en el que mirarme. Marie José, esta tesis no sería si no fuera por ti. Y lo digo muy sinceramente, con el corazón en la mano. Gracias, por tanto. Ha sido una carrera a largo plazo. Una auténtica maratón…. Dura, con muchos baches, dificultades y altibajos. Y tú has sido una luz firme y constante a lo largo de todo el camino; un ejemplo de rigurosidad, de ética y de respeto hacia el trabajo. Desde la primera clase que tuve contigo aprendí a “mirar” de otra manera; a hacer de la crítica un ejercicio reflexivo. Y desde entonces no has sido sino una fuente inagotable de paciencia, cariño, apoyo incondicional y sabiduría. Si hay alguien que me ha enseñado de verdad a “ser” antropóloga –y a sentirme cómoda y segura con esa etiqueta- esa persona eres tú. 10 Gracias por depositar en mi tantísima confianza. Tengo que agradecer también de manera muy especial a otras dos personas del Departamento de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid. Adela, has sido también una pieza clave en este proceso. Gracias por tus clases, de las que tanto aprendí. Por tu humor, tu afecto y tus palabras de aliento. Por acordarte siempre de mí. Gracias también a Marina Montoto, por su inmensa generosidad y compañerismo. Marina, sin ti, dudo mucho que hubiera sido capaz de ganarle el pulso a esta carrera burocrática. Gracias también a Pilar Montero. secretaria del departamento, por hacernos la vida más fácil, incluso en los momentos más difíciles. Gracias por tu amabilidad y profesionalidad. Quisiera acordarme también de todos los compañeros y compañeras del grupo de Antropología y Derechos Humanos del Instituto Madrileño de Antropología, con los que tantas mañanas de sábados hemos compartido. Álvaro, Gladis, Daniel, Sergio… Gracias por tantas ideas, debates y reflexiones. He aprendido muchísimo de todos y cada uno de vosotros y habéis estado muy presentes en el desarrollo de estas páginas. Hace muchos años, cuando esta tesis era un apenas unas pocas líneas de análisis, difusas y mal entrelazadas, coincidí en un congreso en Utrecht con dos personas que me abrieron las puertas a un universo que desde entonces no ha dejado de fascinarme. Gracias a Lidia y a Marije - y al resto de compañeras de Memorias en Red. Marta Malo escribió una vez sobre esas “iniciativas que se preguntan cómo romper con los filtros ideológicos y los marcos heredados, cómo producir conocimiento que beba directamente del análisis concreto del territorio de vida y cooperación y de las experiencias de malestar y rebeldía, cómo poner a funcionar ese conocimiento para la transformación social… en definitiva, cómo sustraer nuestras capacidades mentales, nuestro intelecto, de las dinámicas del trabajo, de la producción de beneficio y/o gobernabilidad, y aliarlas con la acción colectiva (subversiva, transformadora), encaminándolas al encuentro con el acontecimiento creativo”. Memorias en Red es un claro ejemplo de ello. Qué gran fortuna poder 11 formar parte de esta familia. Por muchos años mas. El año 2013 fue un año decisivo para el despegue y desarrollo de esta tesis, a través de una estancia en el Centro Internacional de Estudios sobre el Conflicto (INCORE) de la Universidad del Ulster. Fue en Irlanda del Norte donde tuve la oportunidad de asistir a varios de los cursos impartidos por Brandon Hamber y donde tuve el auténtico privilegio de trabajar mano a mano con Kenneth Bush. Recuerdo con especial gratitud y afecto nuestras charlas y debates sobre la ética de la investigación en contextos de conflicto y posconflicto. Gracias, Ken. Qué gran perdida que ya no estés entre nosotros. No puedo dejar de acordarme tampoco de mis compañeros de beca. Alex y Ariel, gracias por acercarme un poco mas a la realidad colombiana, por tantas (tantísimas…) pintas, y por hacer de la casa “Aberfoyle” un lugar alegre y acogedor. Mirando ahora hacia Perú, son muchas las personas de las que acordarse y a las que agradecer. Mercedes, quien desde el primer momento confió en mí. Gracias por abrirme las puertas de tu casa. Por adentrarme en el complejo mundo de las organizaciones de víctimas y afectados y por presentarme a tantísimas personas que tan importantes han sido para el desarrollo de esta investigación. Esta tesis no hubiera sido posible sin tu apoyo. Tú, y tu familia, estáis siempre muy presentes. Al personal del EPAF, por compartir conmigo tantas experiencias, consejos y reflexiones. Gracias por vuestra generosidad, estoy y estaré siempre en deuda. A María Eugenia Ulfe, por tu tiempo y tu cariño. Tu trabajo es, y ha sido siempre, una fuente de inspiración constante. A todos los y las voluntarias del Movimiento Ciudadano Para que No Se Repita. Compartir con vosotros y vosotras tantos momentos y espacios de lucha ha sido una de las mejores experiencias que esta tesis podía depararme. A todas las y los dirigentes e integrantes de las organizaciones de víctimas y afectados con las que he tenido la oportunidad de trabajar, gracias infinitas por vuestra confianza. Son tantísimas las personas con las que estoy en deuda que se me 12 hace difícil nombraros a todas y cada una. Luyeva, Sonia, Doris, Gloria…. Mi admiración hacia vosotras es tan grande que es imposible plasmarla en palabras. A mi queridísima Marly, por haberse convertido en uno de mis mayores referentes de superación, lucha y perseverancia. Que mi fuerza y mi cariño te acompañen siempre. A mi cholitresku, gracias por acompañarme siempre en todas mis andanzas limeñas. Estoy segura de que nos veremos pronto y celebraremos todo lo bueno por venir. Mientras tanto, sigamos caminando por los márgenes, golpeando nuestros tambores y gritando alto y claro: ¡Fujimori Nunca Mas! A mi antropóloga peruana favorita. Mi Pato. Fuente de inspiración y compañera de vuelos. Sin ti, esta tesis no sería. Gracias por hacer de Lima ese lugar al que siempre llamar hogar. Volviendo de nuevo al aquí y el ahora, quisiera agradecer a mis compañeras y compañeros de Amnistía Internacional. Por ser una fuente inagotable de aprendizaje y sabiduría. Porque el día a día cobra sentido cuando se piensa y se trabaja en colectivo. Gracias a mis colegas de la calle Valderribas, por tanto cariño y tantísima confianza. La de veces que habréis oído hablar de esta tesis…. Ahora nos queda la celebración. Gracias especiales a mi querido Ángel, por esta portada tan maravillosa (y por aguantar mis serenatas, mañana tras mañana). Special thanks to my dearest Patricia, the most amazing, generous and supportive manager –and friend- one could ever hope for. Thanks for giving me the space to grow, for always finding the right words, for always being there when I´ve needed you. Thanks for all the laughter. I am incredibly thankful for your friendship. Como no podía ser de otra manera, gracias a mi familia. A Miguelito. Acabo de escribir estas páginas lejos de ti, pero sintiéndote siempre 13 muy cerca. Gracias por haberme apoyado siempre, por no haber cuestionado nunca mis decisiones, por haberme permitido volar. A mis faroles, por ser luz, música, cuidados y alegría. Os quiero con locura. A mis niñas del alma, en especial a mi Lucius y a mi Olga, porque teneros cerca es lo mejor que me ha pasado nunca. Gracias por tantísimas risas y por seguir caminando a mi lado. A Chema y a Dave, porque a pesar de los años, la distancia y las diferencias, sigo sintiendo que tengo no uno sino muchos hermanos mayores. A mi Juanki, por haberte convertido en un pilar central de mi vida estos últimos años. Por tanta música, tantos viajes y tantísimos bailes. Por muchos más. Mirella, Fuyito, imposible olvidarme de vosotras. Sois el mejor regalo que Somosaguas me pudo hacer. A mi Nat: por ser un ejemplo de fuerza y valentía. Por tu sonrisa. Te adoro y estoy profundamente agradecida de tenerte siempre a mi lado. A mis compañeras del programa de doctorado, en especial a mi Carol. ¡Lo conseguimos! No sé muy bien cómo, pero lo hicimos. Parte de esta tesis es también tuya. A mis “apurvitos”, con los que aprendí lo que significaba hacer las cosas con cariño y con pasión. A los que se fueron (y tanto echo de menos) y, sobre todo, a los que están, más allá del tiempo y la distancia. Carlos y Rumpi: nos vemos pronto en Goa, donde las flores se enamoran, para seguir celebrando la vida. Soy muy feliz de teneros a mi lado. Larga vida a FotoVoz y a todos los nuevos proyectos por venir. A Jordi, porque eres mi hermano, pero también mi mejor amigo. Gracias por alimentarme, por escucharme, por estar ahí siempre. Gracias por cuidar de mi y por ser un grandísimo estimulo intelectual. Esta tesis es de los dos y pronto nos tocará brindar por la tuya. A mi madre. Te quiero y te admiro profundamente, aunque te lo diga menos veces de las que debería. Gracias por ser anclaje, por tus cuidados, tu sensibilidad. Gracias por los domingos, por tus arroces, por hacer familia. De ti he aprendido el 14 compromiso social, el activismo y la lucha; qué mejor nana que la Internacional. Gracias por llenar nuestra casa de libros y por inculcarme este inmenso placer por la lectura que tantas alegrías me aporta. A mi padre, por descubrirme Perú. Por contagiarme las ganas de viajar y conocer. Por enseñarme la importancia de la formación constante, del trabajo duro. Por ser un ejemplo de iniciativa y superación. De ti he aprendido que las zonas de confort están para romperlas; solo hace falta seguridad en uno mismo, y alguna que otra botella de buen vino. A mi abuelo, por tantísima ternura. Por lo feliz que fuiste siempre viéndome rodeada de libros. A mi tía Maribel. Te echamos de menos todo el rato. ************ Por último, quiero dedicar esta tesis a las más de 70.000 víctimas que dejó el conflicto armado peruano. A todas aquellas que siguen desaparecidas o padeciendo las secuelas de un conflicto armado atroz e inhumano. Sobre todo, quiero dedicar esta tesis a sus familiares, y a todas esas personas que todavía siguen luchando por defender la igualdad, la justicia social y la memoria de los que ya no están. 15 0.0. RESUMEN Las políticas de la “victimidad”. Justicia transicional y subjetividades políticas en el contexto peruano Este trabajo de investigación se interroga sobre los procesos de construcción socio histórica y política de la figura de la víctima de la violencia política en el contexto peruano, ateniendo a los distintos usos políticos, sociales y morales a los cuáles dicha categoría se ha visto sometida desde el desembarco del proyecto de justicia transicional en el año 2001, momento en el que se constituye formalmente la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). Para ello, se recurre al análisis de tres instancias concretas de gestión del pasado reciente peruano. En primer lugar, el de las audiencias públicas y el proceso de recogida de testimonios llevadas a cabo como parte del trabajo de la comisión, en un intento por destacar el impacto de este proyecto de justicia transicional en lo que definiremos como una consagración moral de la figura de víctima. En segundo lugar, se centra la mirada en el proceso de institucionalización de diferentes modalidades de victimización a través de la aplicación de políticas públicas de reparación a víctimas y familiares. Se analiza, de manera específica, el tipo de interacciones que tienen lugar con la puesta en marcha de dispositivos de gestión y administración del pasado. En concreto, a través del Programa Integral de Reparaciones (PIR) y del Registro Único de Victimas (RUV). En tercer y último lugar, se analiza el rol ejercido por diferentes organizaciones de víctimas a lo largo de este proceso y la manera en la que ellas mismas reinterpretan y negocian las formas de representación que les son impuestas desde el ámbito institucional y extra-institucional, a través del accionar de distintas organizaciones de derechos humanos. Dicha investigación es el resultado de un trabajo de campo de corte etnográfico y multi-situado, desarrollado entre 2010 y 2013 en distintas comunidades y zonas de las regiones de Lima y Ayacucho, a partir del cual se extraen algunas conclusiones que apuntan a las ambivalencias existentes en el proceso de implementación de dichos dispositivos y mecanismos de justicia transicional. En primer lugar, señalando las maneras en las que la justicia transicional actúa como una tecnología de gobierno que puede contribuir tanto al reconocimiento y visibilización de las víctimas como a su invisibilización y re-victimización, perpetuando formas de violencia simbólica y estructural una vez la violencia política acaba. Se plantea, también, de forma crítica, la manera en la que el discurso y marco interpretativo de los derechos humanos, a partir del cual se perfilan los usos sociales de los derechos de verdad, justicia y reparación de las víctimas, pueden contribuir al empoderamiento de estos agente sociales pero también a su despolitización, limitando así las posibilidades de un cambio social, político y económico verdaderamente efectivo. 16 0.0.0. RESUMEN EN INGLÉS The Politics of Victimhood. Transitional Justice and Political Subjectivities un the Peruvian Context This research examines the processes of sociohistorical and political construction of the figure of the victim of political violence in the Peruvian context, looking at the different moral, social and political uses to which this category has been subjected to since the landing of the transitional justice project in 2001, year in which the Truth and Reconciliation Commission (TRC) was formally established. With this aim, three specific management instances for dealing with the Peruvian recent past are analyzed. First, the public hearings and process of testimony gathering carried out as part of the work of the TRC, in an attempt to highlight the impact that the transitional justice project has had on what we define as a moral enshrinement of the figure of the victim. Secondly, we will look at the institutionalization processes of different modalities of victimhood through the application of specific public policies of reparation to victims and their relatives. More specifically, we analyze the type of interactions that emanate from the setting up of different institutional devices to manage and administer the past. We are referring here to the Comprehensive Reparations Program (PIR) and to the Victim’s Register (RUV). Thirdly and lastly, we analyze the role played by different victims’ organizations and the way in which they are re-interpreting and negotiating forms of representations imposed on them both by institutional and exta-institutional actors, including human rights organizations. This research is the result of extensive ethnographic and multi-situated fieldwork, conducted between 2010 and 2013 in different communities and areas in the regions of Lima and Ayacucho. Drawing from it, a set of conclusions are proposed which point out to the existing ambivalences in the implementation process of all these transitional justice mechanisms and institutional devices. Firstly, by highlighting the ways in which transitional justice acts as a technology of government, contributing both to the recognition and visibility of victims and to their invisibility and re- victimization, perpetuating forms of symbolical and structural violence once political violence is over. We also propose a critical approach to the way in which the discourse and framework of human rights -that through which the social life of the rights to truth, justice and reparation of victims is defined- can contribute to the empowerment of these social agents but also to their depolitization, ultimately limiting the existing possibilities for any effective and long-lasting social, political and economical change. 17 0.0.0.0. LISTADO DE SIGLAS Y ACRÓNIMOS AAA.- Asociación Americana de Antropología. AECID.- Agencia Española de Cooperación Internacional. AFDD.- Agrupación chilena de Familiares de Detenidos Desaparecidos. AHIDA.- Asociación Hijos del Distrito de Accomarca. AMAEF.- Asociación de Mujeres Afectadas por las Esterilizaciones Forzadas. ANFADET.- Asociación Nacional de Familiares de Asesinados, Desaparecidos, Ejecutados Extrajudicialmente y Torturados. ANFASEP.- Asociación Nacional de Familiares, Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú. APRA.- Alianza Popular Revolucionaria Peruana. APRODEH.- Asociación Pro Derechos Humanos. AQV.- Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria. ASFADEL.- Asociación de Familias Desplazadas de Lima. AVISAFAIP.- Asociación de Viudas de las Fuerzas Armadas y la Policía. CAD.- Comité de Autodefensa. CAI.- Conflicto Armado Interno. CCI.- Coordinadora Contra la Impunidad. CEAS.- Comisión Episcopal de Acción Social. CFD.- Comité de Familiares de Desaparecidos. CIES.- Consorcio de Investigación Económica y Social. CIDH.- Comisión Interamericana de Derechos Humanos. CGTP.- Confederación General de Trabajadores del Perú. CMAN.- Comisión Multisectorial de Alto Nivel. CNDDHH,- Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. CEJIL.- Centro por la Justicia y el Derecho Internacional. CEPRODEP.- Centro de Promoción y Desarrollo Poblacional. CICR.- Comité Internacional de la Cruz Roja. CIDH.- Corte Interamericana de Derechos Humanos. CLADEM.- Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de las Mujeres. 18 COFADER.- Comité de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Refugiados. COMISEDH.- Comisión de Derechos Humanos. CONADEP.- Comisión Nacional sobre Desapariciones de Personas. CONADIS.- Comisión Nacional de Discapacidad. CONAMUACAI.- Coordinadora Nacional de Mujeres Afectadas por el Conflicto Armado Interno. CONAVIP.- Coordinadora Nacional de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política. CORAVIP.- Coordinadora Regional de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política. CONDECOREP.- Coordinadora Nacional de Desplazados y Comunidad en Reconstrucción del Perú. CR.- Consejo de Reparaciones. CVR.- Comisión de la Verdad y la Reconciliación. CVT.- Center for the Victims of Torture DEMUS.- Estudio para la Defensa de los Derechos de la Mujer. DESCO.- Centro de Estudios y Promoción de Desarrollo. DINCOTE.- Dirección Nacional Contra el Terrorismo. EPAF.- Equipo Peruano de Antropología Forense. FEDEFAM.- Federación Latinoamericana de Familiares de Detenidos- Desparecidos. FF.AA..- Fuerzas Armadas. GEIN.- Grupo Especial de Inteligencia. GTZ.- Agencia de Cooperación Alemana. ICTJ.- Centro Internacional para la Justicia Transicional. IDEHPUCP.- Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontifica Universidad Católica del Perú. IDL.- Instituto de Defensa Legal. IMA.- Instituto Madrileño de Antropología. LUM.- Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social. MC PQNSR.- Movimiento Ciudadano Para Que No Se Repita. MHOL.- Movimiento Homosexual de Lima. 19 MINJUS.- Ministerio de Justicia y Derechos Humanos del Perú. MRTA.- Movimiento Revolucionario Tupac Amaru. NYSPCC.- New York Society for the Prevention of Cruelty to Children. OEA.- Organización de Estados Americanos. OIT.- Office of Transition Initiatives. ONG.- Organización No Gubernamental. ONU.- Organización de Naciones Unidas. OPD.- Oficina de Personas Desaparecidas. PCM.- Presidencia del Consejo de Ministros. PCP SL.- Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso. PIR.- Programa Integral de Reparaciones. PNIAF.- Plan Nacional de Intervención Antropológico-Forense. PNSRPF.- Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar. PNUD.- Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. PRONABEC.- Programa Nacional de Becas y Crédito Educativo. RAE.- Real Academia Española. RUV.- Registro Único de Víctimas. SERPAJ.- Servicio de Paz y Justicia. SIDH.- Sistema Interamericano de Naciones Unidas. SIN.- Servicio de Inteligencia Nacional. SISFOH.- Sistema de Focalización de Hogares. SPN.- Sala Penal Nacional. SPP.- Sala Penal Permanente de la Corte Suprema de Justicia. UITS.- Unidades Impositivas Tributarias. UNDP.- United Nations Development Programme. UNED.- Universidad Nacional de Educación a Distancia. UNMSM.- Universidad Nacional Mayor de San Marcos. USAID.- United States Agency for International Development 20 21 PARTE 1 – INTRODUCCIÓN. UNA APROXIMACIÓN ANTROPOLÓGICA AL ESTUDIO DE LA (IN)JUSTICIA TRANSICIONAL 22 23 1. Gobernando las realidades después del desastre. Algunos apuntes introductorios. “Estamos aquí desde las quince regiones mas afectadas por la violencia política para exigir el cumplimiento de todo lo asumido por el estado peruano. Sin embargo, nuestra voz se enciende cuando tenemos que reclamar porque hasta el momento no hay avances. Si bien es cierto, tenemos decretos, tenemos normas, tenemos el Plan Integral de Reparación, estas carecen de su implementación. Hasta el momento no se ha avanzado mínimamente en los 7 componentes que la Comisión de la Verdad entregó al estado. Es así que el día de hoy nos hemos dado cita aquí para reclamar a las diversas instancias el cumplimiento de esos compromisos. ¿Que hay de los más de 15.000 desaparecidos?, ¿dónde están los restos? Queremos encontrar a nuestros seres queridos para darles cristiana sepultura. Estamos exigiendo la creación del plan nacional de búsqueda de desaparecidos. Hasta el momento, el Ministerio de Justicia y el Estado de nuestro país, ha hecho oídos sordos. ¿Qué hay de la implementación del Plan Integral de Reparaciones, que tiene que ver con educación, con salud, con reparación económica individual? ¿Qué hay de la construcción de la memoria histórica? Hasta el momento seguimos esperando. ¿Cuánto más tenemos que esperar, hermanos y hermanas? ¿Cuánto más tenemos que esperar, conciudadanos de Lima y Perú? Cuanto mas”.1 El 28 de agosto de 2013 marcó el décimo aniversario de la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Perú. Como en años anteriores, organizaciones de víctimas y ONG de derechos humanos organizaron diferentes actividades en Lima para conmemorar los resultados de este informe y sensibilizar a la población sobre la importancia de esta fecha a través de marchas y manifestaciones, ferias informativas, exhibiciones públicas, actos religiosos, conciertos de música. Considerado como el día nacional de las víctimas del conflicto armado, el 28 de agosto es una fecha no sólo para recordar a todos aquellos que murieron y fueron desaparecidos sino también, y sobre todo, para reclamar el cumplimiento de los compromisos asumidos por el estado peruano en materia de derechos de verdad, justicia y reparación para las víctimas que dejó el conflicto armado en el país entre 1980 y el año 2000. Los autobuses empezaron a llegar a la capital desde primeras horas de la mañana y 1 Discurso público ofrecido por una representante de la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política (CONAVIP). Lima, agosto de 2013. 24 desde todos los rincones del país. Familiares y miembros de diferentes organizaciones de víctimas fueron convocados para reunirse en el Ojo que Llora, principal memorial en la ciudad de Lima.2 Después de un breve desayuno, cientos de mujeres y hombres comenzaron su marcha hacia el Congreso de la República. Encabezados por sus representantes, llevaban una serie de propuestas y demandas para presentar a los miembros del Congreso. La gran mayoría de estas demandas emergen de la falta de implementación del Programa de Reparaciones, establecido en el año 2005 como parte de las recomendaciones realizadas por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Los manifestantes también reclamaban nuevas iniciativas en el ámbito de la memoria, la aprobación de un plan nacional de búsqueda de personas desaparecidas, y garantías judiciales en un contexto de impunidad creciente a niveles tanto locales como nacionales. Mientras acompañábamos a los miembros de la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política (CONAVIP) en esta marcha y en el resto de las actividades que tuvieron lugar ese día, pudimos observar y presenciar como la indignación, la frustración, la rabia y el cansancio se iban desplegando poco a poco, y de manera fulminante, por las calles de la capital peruana. “Queremos reparación, no discriminación”, “más presupuesto para las reparaciones”, “20 años exigiendo justicia” o “cumplimiento de la Ley 28.592” fueron algunos de los clamores y demandas que pudieron oírse y leerse ese día, en los gritos de muchos de los manifestantes, y en los carteles y pancartas que portaban los miembros de las distintas organizaciones. Demandas que evocan la manera en la que el marco de la justicia transicional ha tomado forma en este contexto sociohistórico específico; el rol que juegan las ONG de derechos humanos y las organizaciones de víctimas dentro del proceso que se abrió con la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en 2001; su relación con el estado; procesos inacabados y expectativas por cumplir. 2 Abierto al público en agosto del 2005, el “Ojo que Llora” busca conmemorar a las víctimas del conflicto armado y servir como espacio para el recuerdo y la sensibilización sobre el pasado reciente peruano. Diseñado por la escultora de origen holandés Lika Mukal, este memorial toma la forma de un camino construido a base de cientos de pequeños cantos rodados con los nombres tallados de distintas personas muertas y desaparecidas. Para más información sobre las controversias que rodean a este memorial, véase Saona (2014). 25 Entre el material recolectado a partir del trabajo de campo etnográfico desarrollado entre 2010 y 2013, este tipo de imágenes son comunes y recurrentes. Imágenes que actúan como ventanas a través de las cuales adentrarnos en una compleja red de actores, discursos y prácticas que ha pasado a caracterizar el “día a día” de la justicia transicional en el Perú. Es a partir de este trabajo de campo que presentamos este intento de análisis sobre el impacto que el proyecto de justicia transicional ha tenido en el contexto peruano de recuperación posconflicto, centrando nuestra mirada en el complejo entramado institucional que deja este proyecto, así como en la prácticas sociales y políticas desarrolladas desde diferentes organizaciones de víctimas y afectados a lo largo y ancho del país. Prácticas que consideraremos como espacios etnográficos privilegiados para aprehender empíricamente el tipo de relaciones de poder que se construyen y despliegan en los contextos así denominados como transicionales. *********** La justicia transicional se ha constituido en las últimas tres décadas en un campo de producción profesional —y académica— extremadamente fecundo. Definida como aquella concepción de la justicia asociada a períodos de cambio político (Teitel, 2003: 69), hablar de justicia transicional significa referirse a un conjunto de medidas judiciales y políticas desarrolladas siempre con el fin último de garantizar el debido reconocimiento de las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos así como el establecimiento de garantías duraderas de no repetición.3 La proliferación de la justicia transicional, en tanto discurso y en tanto práctica, es fácilmente rastreable si atendemos al creciente número de comisiones de la verdad que se han establecido en países y contextos tan diversos como Chile (1990), República Democrática del Congo (2003) Indonesia (2004) o Liberia (2005). Comisiones a las que acompañan medidas paralelas como el establecimiento de mecanismos de reconciliación, tribunales internacionales, programas de reparación y la consagración de una serie de figuras jurídicas (crímenes de lesa humanidad, desapariciones forzadas, genocidios....) que permiten reinterpretar la violencia de 3 Medidas que, si bien supuestamente transitorias o excepcionales, llegan a constituirse en medidas permanentes que son institucionalizadas y, de alguna manera, normalizadas. 26 acuerdo a una serie de parámetros y marcos de interpretación que han pasado de su excepcionalidad histórica a ser hoy en día marcos comunes, ampliamente conocidos y compartidos, como consecuencia directa de la globalización del discurso y prácticas jurídicas de los derechos humanos, en tanto meta-discurso moral transnacional dominante en el mundo social contemporáneo (Goodale, 2006: 25). Desde los orígenes de la justicia transicional, que autores como Teitel sitúan en los juicios de Nuremberg (2003: 70), se ha ido tejiendo un entramado de conocimientos y prácticas jurídicas que ha contribuido a la institucionalización y transnacionalización de este campo. A partir de las lecciones aprendidas en contextos específicos —convertidos ya hoy en casos emblemáticos—4, se empieza a replicar este paquete de medidas prefabricadas, en un juego de importación y exportación de dispositivos, lenguajes y retóricas a contextos socio históricos y políticos de lo más diversos. Se ha puesto de esta manera de manifiesto la actualidad del estudio y el debate, no tanto sobre la violencia en sus manifestaciones más extremas -masacres, torturas, violaciones…- sino, y sobre todo, de los mecanismos que pueden ser empleados para gestionar sus legados. Son muchos los agentes sociales que interactúan en este campo. Desde los profesionales de lo legal, encargados del diseño de la institucionalidad necesaria para la aplicabilidad de diferentes tipos de leyes y dispositivos judiciales, pasando por los psicólogos y psiquiatras encargados de garantizar la salud mental de poblaciones “traumatizadas”, hasta los antropólogos forenses, especialistas de género y demás etcéteras, son diferentes los profesionales y las disciplinas que se tornan necesarias para gestionar y gobernar las “realidades después de la violencia” (Gatti, 2011: 427). Destaca también el rol desarrollado por las organizaciones de derechos humanos quiénes, como habría ocurrido en el caso peruano, son muchas veces responsables de la traducción del marco teórico transnacional de la justicia transicional de acuerdo a las particularidades sociales, políticas y culturales de los 4 Nos referimos aquí de forma específica al caso argentino. Algunos autores recogen esta idea planteando las formas en las que casos como éste han llegado a representar en el imaginario de la justicia transicional un modelo clave que emular (Burt, Amilivia y Lessa, 2013: 2), conduciendo a una sobre producción de trabajos académicos e investigativos sobre el mismo. Una situación similar podemos encontrarla en el caso de la Comisión de la Verdad sudafricana. 27 diferentes contextos locales en los cuales se inserta. Lo significativo sería, en cualquier caso, como se van activando dentro de este campo una serie de experticias que van determinando no sólo las formas de gestionar la violencia sino también los marcos disponibles para su interpretación y para la representación de una serie de figuras principales entre las que destaca —como no— la “víctima”. Una víctima que se convierte en el epicentro de estas intervenciones y sobre la que se imponen ciertos tipos de categorización que van perfilando los contornos morales, sociales y políticos que determinan las formas posibles de participación y reivindicación de sus derechos de acceso a la verdad, la justicia y la reparación. 1.1. Propuesta de investigación Este trabajo de investigación se interroga sobre esos procesos de construcción socio histórica y política de la figura de la víctima de la violencia política en el contexto específico peruano, así como sobre los distintos usos políticos, sociales y morales a los cuáles dicha categoría, y dicho conjunto de ideas, se ha visto sometida con el desembarco y establecimiento del proyecto de justicia transicional en el contexto específico peruano. Para ello, se recurrirá al análisis de tres instancias concretas de gestión del pasado reciente peruano dentro del proyecto de justicia transicional que se abre en el año 2001. En primer lugar, el de las audiencias públicas y el proceso de recogida de testimonios llevadas a cabo como parte del trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), en un intento por destacar el impacto de este proyecto de justicia transicional en lo que definiremos como una consagración moral de la figura de víctima. En segundo lugar, centraremos nuestra atención en el proceso de institucionalización de diferentes modalidades de victimización a través de la aplicación de políticas públicas de reparación a víctimas y familiares. Nos detendremos en analizar el tipo de interacciones que tienen lugar con la puesta en marcha de dispositivos de gestión 28 y administración del pasado. En concreto, a través del Programa Integral de Reparaciones (PIR) y del Registro Único de Victimas (RUV). En tercer y último lugar, analizaremos el rol ejercido por diferentes organizaciones de víctimas a lo largo de este proceso y la manera en la que ellas mismas reinterpretan y negocian las formas de representación que les son impuestas desde dichas instituciones y dispositivos de la justicia transicional. De esta manera, nuestro objetivo será el de rastrear diferentes espacios y narrativas en los que la víctima del conflicto armado interno (CAI) aparece y por los cuáles la víctima transita. Desde las audiencias públicas de la CVR y el meta-relato desarrollado en su informe final, hasta diferentes actos de conmemoración y memorialización, veremos cómo se va articulando una determinada forma de ser víctima y de representarla que no solo nos informa de los “mundos después de la violencia” sino que también los transforma. Se tratará, en última instancia, de examinar ya no la consistencia objetiva del estatuto de víctima —definido como una ratificación médico-jurídica— sino aquellos procesos que permiten a un individuo pensarse y ser percibido como tal (Ponet 2009: 71). En un acto de prudencia, del cual queremos dejar constancia ya desde estas primeras páginas, conviene recalcar que no pretenderemos a través de este análisis negar, en ningún caso, la dimensión objetiva de la violencia cometida y de su impacto sobre la población afectada —en términos de las experiencia y los sufrimientos que de ella se derivan— ni tampoco cuestionar la debida necesidad de poner en acción mecanismos que garanticen el acceso a los derechos de verdad, justicia y reparación a esas mismas poblaciones a las que haremos referencia a lo largo de este texto. Lo que sí planteamos, sin embargo, es la necesidad de un análisis crítico de los procesos que subyacen al establecimiento del campo de la justicia transicional en el contexto peruano y del impacto que esos mismos procesos tienen sobre las formas de movilización sociopolítica de una identidad victimada. Tal y como nos plantea Virginia Vecchioli en su investigación sobre el caso argentino: Es fundamental distinguir entre la construcción social de un problema en tanto objeto 29 de análisis académico –como es en este caso la institución de un discurso legítimo sobre las víctimas- y la realidad del problema social evocado en tales discursos (…) Ambas dimensiones no deben confundirse ya que, de lo contrario, se caería en el riesgo de relativizar y/o banalizar los hechos históricos al reducirlos a puras construcciones intelectuales. Un riesgo que imperativamente debe ser eludido a la hora de juzgar, recordar e investigar el pasado” (Vecchioli, 2013: 7-8). 1.2. Hipótesis y postulados de partida. Esta tesis parte de una idea y de una necesidad a simple vista muy sencilla: la de dejar constancia de las ambivalencias existentes en el proyecto que emerge en Perú con el despliegue del paradigma de la justicia transicional a partir del año 2001. Introducido por diferentes organizaciones de derechos humanos, tanto locales como internacionales, el marco de la justicia transicional se plantea teóricamente como una alternativa útil para las víctimas del Perú. Como habría sucedido en muchos otros contextos en el mundo, las organizaciones de derechos humanos y los activistas sociales operan como intermediarios, traduciendo e interpretando los discursos transnacionales de los derechos humanos y la justicia transicional para su uso y movilización local. Se trata de un proceso que autores como Merry han definido como un proceso de vernacularización, en tanto se apropia y traduce la retórica de la justicia transicional y los derechos humanos, localizándose, reinterpretándose y haciéndose accesible para distintas poblaciones en lugares remotos y ajenos a las lógicas que impone este marco interpretativo (Merry, 2006). Una retórica que las organizaciones de víctimas adoptan y usan para movilizar y reclamar derechos, especialmente tras el establecimiento de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en el año 2001, momento en el que se abre un nuevo espacio de oportunidad y expectativas en torno al acceso y cumplimiento de los derechos de verdad, justicia y reparación de las poblaciones más afectadas por el conflicto armado interno que tuvo lugar en el país. Tal y como nos plantea Tate en su estudio sobre el caso colombiano, los derechos humanos se construyen como una categoría que se establece y define a través de 30 tratados internacionales y acuerdos multilaterales, y que se difunde y moldea —en tanto discurso y en tanto constructo— a través de conferencias nacionales e internacionales en las que participan representantes de gobierno, diplomáticos y burócratas de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales. En tanto categoría y marco interpretativo que se construye y define en espacios muchas veces alejados de las realidades a las cuales interpelan, los derechos humanos se convierten también y, por otro lado, en herramientas para activistas, organizaciones locales y grupos de víctimas que operan a niveles locales y nacionales, en tanto legitima sus reclamos y facilita sus llamadas a la acción, otorgándoles cierta atención internacional (Tate, 2007: 300). Estos procesos de localización, traducción, apropiación y re-apropiación de marcos y categorías que circulan y se configuran a nivel transnacional, resultan especialmente llamativos para ser abordado desde una mirada antropológica. Podemos hablar, a este respecto, de un primer conjunto de propuestas planteadas por distintos antropólogos y antropólogas que se detendrán en examinar el tema de los derechos humanos, tratando de resaltar las tensiones que se plantean entre el universalismo de los derechos humanos y el relativismo cultural; en torno a las dificultades que plantea implantar reclamos y categorías universales en contextos culturales y sociales diversos (Engle, 2001; Messer, 1993). Pero ya desde inicio de los 1990 vemos como dicho debate va siendo superado dentro de la propia disciplina, de la mano de trabajos como el de la propia Merry que plantearán nuevas propuestas, alejándose del debate e interpretaciones de los derechos humanos como nueva forma de imperialismo cultural y legal que se impone inevitablemente sobre otras culturas y realidades. En palabra de la propia autora: Adoptar una visión antropológica de la cultura evita la construcción de la alteridad y la denigración de la cultura características del pasado colonial y fomenta una comprensión más compleja de las interacciones entre cultura local y transnacional. En lugar de percibir la cultura simplemente como un obstáculo que hay que modificar, una concepción más dinámica de la cultura reconoce su capacidad de innovar, apropiar y crear prácticas locales. Esta concepción de la cultura cuestiona a quienes sostienen que las reformas menoscaban su cultura y, al mismo tiempo, anima a los activistas a tomarse en serio el propósito y la práctica en contextos locales (...) En lugar de percibir los derechos humanos como una suerte de ley global que impone normas, resulta más apropiado considerarlos como una práctica cultural, como un 31 medio de generar nuevas concepciones y acciones culturales.5 (Merry, 2006: 228- 229) Sin negar las dinámicas de poder inherentes a estos procesos, el análisis se desplaza hacia el rol que poco a poco van ocupando diversos agentes sociales que intervienen en esos procesos de vernacularización y verticalización de los derechos humanos, y en los encuentros e intercambios que tienen lugar entre comunidades locales y la producción de derechos humanos en el plano transnacional. Nos referimos concretamente a la labor de intermediación desarrollados por diferentes organizaciones no gubernamentales, tanto locales como internacionales (Merry, 2006) que se abordará desde enfoques más o menos críticos, en algunos casos destacando las limitaciones de los enfoques mas legalistas o positivistas de los derechos humanos para dar cuenta de las subjetividades de víctima y perpetradores (Wilson, 1997; Cowan, Dembour y Wilson, 2001). Junto a estas propuestas, otras que ahondarán en el análisis de las distintas formas de activismo de derechos humanos que emanan de estos procesos, sea de la mano de profesionales locales o de las propias víctimas de las violaciones a los derechos humanos a las cuales se pretende dar respuesta (Tate, 2007; Speed, 2007). Serán estas propuestas —junto con los trabajos más recientes de autores como Ferrándiz y Gatti en sus respectivos estudios sobre la reapropiación y aparición de la figura del detenido desaparecido en España (Ferrándiz, 2010; Gatti, 2011)— las que tomaremos como punto de partida para nuestro análisis sobre las formas que adopta la justicia transicional en el Perú (en el plano tanto institucional como extra- institucional), así como sobre las figuras, categorías y subjetividades que de ella emergen. 5 Traducción de la autora. 32 1.3. La justicia transicional como nueva tecnología de gobierno Veíamos que la justicia transicional ha sido ampliamente definida como una concepción de la justicia asociada a periodos de cambio político que se caracteriza por ofrecer respuestas legales —y supra legales— a regímenes represivos y dictatoriales y a contextos de graves violaciones a los derechos humanos (Teitel, 2003). En este sentido, la justicia transicional puede entenderse como un marco normativo, pero también como un conjunto de procesos y mecanismo asociados con los intentos de una sociedad de llegar a término con un pasado violento, de cara a garantizar la rendición de cuentas, la justicia y la reconciliación (ONU, 2010). Desde sus inicios a mediados del siglo XX, hemos sido testigos de una expansión sin precedentes del conjunto de conocimientos, discursos y practicas asociadas con la justicia transicional. Esto habría llevado a un proceso de institucionalización y transnacionalización de este marco, que ha llegado a convertirse en un campo de actividad propio. Campo entendido aquí en el sentido más bourdiano del término, como un campo de fuerzas en el que distintos agentes se enfrentan, con objetivos e intereses diferenciados y determinados por las posiciones que ellos mismos ocupan dentro de la estructura de fuerzas del campo, contribuyendo bien al mantenimiento o a la modificación de dicha estructura (Reed-Danahay, 2004: 32). Como un campo profesional y académico vinculado a un conjunto de prácticas (enjuiciamientos, comisiones de la verdad, propuestas de construcción de memoria histórica, reparaciones, amnistías, indultos…), y de estructuras institucionales como el derecho internacional humanitario, los tribunales y cortes internacionales, los programas de desarrollo de Naciones Unidas (UNDP) y las organizaciones no gubernamentales (Hinton, 2010: 4). Debido a este crecimiento tan rápido, y a la tecnificación y profesionalización que lo acompaña —en tanto se crean practicas especializadas en la materia (programas de master específicos, grupos de investigación, revistas, publicaciones académicas e instituciones dedicadas única y exclusivamente a promocionar la justicia transicional en el mundo)—, podemos definir a la justicia transicional también como una 33 industria. 6 Una industria compuesta de equipos de expertos y consultores, de paquetes y bases de datos, y de una serie de asunciones sobre “cómo hacer memoria” y sobre el por qué la memoria es importante (Theidon, 2009). Una industria que se mueve rápido de un país a otro, en un juego de importación y exportación de medidas para una “adecuada” gestión de pasados de violencia. Es por este motivo por lo que planteamos, a través de este trabajo, la necesidad de referirnos a la justicia transicional no sólo como un marco normativo, o como una retórica, una práctica o una industria material, profesional e institucionalizada. Sino también, y sobre todo, como una tecnología de gobierno, entendiendo el acto de gobernar en el sentido más foucaultiano del término, como el acto de conducir nuestra conducta. Por tecnología de gobierno nos referiremos a lo largo de estas páginas al conjunto de dispositivos, reglas, normas, procedimientos, discursos y sistemas prácticos que operan como productores de subjetividades y como “administradores” de la conducta de los individuos, actuando sobre sus posibilidades de acción, y concientizándolos de las posiciones que ocupan dentro de un orden social concreto (Vásquez Rocca, 2013: 62). Como una tecnología de gobierno que incita a los sujetos a hacer uso de determinados discursos de la verdad, y de los marcos internacionales en expansión de la justicia transicional y los derechos humanos para expresar su descontento social y político, para dar nombre a sus necesidades, y para canalizar sus propias prácticas de disidencia (Odysseos, 2010). La justicia transicional como una forma de gobierno que produce nuevos sujetos, en este caso las víctimas de las violaciones a los derechos humanos, dando forma a las bases morales sociales y políticas que sostienen su acción y sus discursos en este campo concreto de interrelación con los expertos de la justicia transicional, con sus perpetradores, y con el Estado. 6 A modo ilustrativo, cabe destacar, entre otros, la labor del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ), organización estadounidense creada en el año 2001 con el objetivo de ofrecer asistencia técnica y especializada a gobiernos y “policymakers” en el ámbito de la justicia transicional, así como el de fomentar la investigación en este campo. A nivel académico, destacan la existencia de centros de investigación en justicia transicional en la Universidad del Ulster o en la Universidad de Oxford, donde cuentan con su propia revista especializada en la materia (International Journal of Transitional Justice). 34 Para dicho análisis se partirá también de la idea de que la categoría de víctima, en tanto categoría que da acceso a reparaciones, es a la vez impuesta y subvertida. Es decir, si bien recogemos en estas páginas la historia de la construcción socio legal de la categoría de la víctima, en relación al proyecto de justicia transicional que se inicia en Perú con la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, nos planteamos también la idea de la víctima como sujeto político que no recibe pasivamente las formas de categorización que se le imponen a través del despliegue de diferentes mecanismos y dispositivos formales sino que las resignifican y las movilizan como herramientas para generar espacios de reconocimiento social; y también, y sobre todo, como estrategias de resistencia, en una interminable lucha por acceder a unos derechos sistemáticamente negados en un contexto caracterizado —a pesar de las apariencias— por la ausencia de voluntad política, la indiferencia social y la prevalencia de la impunidad en sus múltiples formas. Un proceso que, lejos de ser exclusivo para el caso peruano, pareciera se va reproduciendo en muchos otros contextos a pesar de las diferencias históricas, sociales y culturales. 35 2. El tiempo de las víctimas En el texto “L´émergence des victimes”, publicado por el sociólogo francés Michel Wieviorka en 2003, encontramos una aproximación historiográfica interesante al fenómeno del surgimiento de la víctima como sujeto clave en las sociedades contemporáneas, y también como categoría analítica reconocida dentro del ámbito específico de las ciencias sociales. Tal y como nos dirá el propio autor, la víctima es en sí misma una figura propia de la modernidad, hija si se quiere de los acontecimientos determinantes y cambios en los paradigmas científicos que tienen lugar a lo largo del siglo XX (Wieviorka, 2003). Wieviorka reconoce cuatro sucesos y/o tendencias claves a este respecto sobre las que entendemos merece la pena detenernos, en tanto arrojarían luz para el análisis que nos proponemos aplicar al contexto específico peruano. En primer lugar, la víctima que ya desde finales del siglo XIX empieza a aparecer en los campos de batalla. Una de las características claves de las guerras modernas es el impacto significativo que empiezan a tener sobre la población civil. Lo que antes eran solo víctimas militares empiezan a ser víctimas también civiles, hecho que culminará con la Segunda Guerra Mundial en dónde se calcula que cerca del 50% de las bajas tuvieron lugar entre las poblaciones civiles afectadas. Así, se empieza a plantear la necesidad de establecer sistemas y mecanismos de protección civil en contextos de conflicto, facilitando la asistencia y atención directa a víctimas, tanto militares como no militares. Nos referimos concretamente, a la firma en 1864 de los Convenios o Convenciones de Ginebra, a partir de los cuales se empieza a regular por primera vez en la historia el derecho internacional humanitario, así como la asistencia directa a prisioneros de guerra, víctimas militares y civiles en contextos de conflicto armado. Dichos convenios se firmaron apenas un año después del nacimiento del Comité Internacional de Socorro a los Militares Heridos en Suiza, organización que más tarde se convertiría en el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Se sientan así las bases para el posterior desarrollo de los mecanismos de ayuda humanitaria tal y como los conocemos a día de hoy, perfilando también el 36 rol a ser ocupado por las organizaciones no gubernamentales en contextos de conflicto y posconflicto. Ya a mediados del siglo XX surgirán nuevas organizaciones que entrarán a formar parte de lo que algunos autores han definido como la segunda era del humanitarismo internacional (Fassin, 2008: 535). Organizaciones que dejarán atrás los preceptos de neutralidad e imparcialidad establecidos por el Comité Internacional de la Cruz Roja, y que sumarán a su decálogo de acciones ya no sólo la asistencia directa a víctimas de conflicto (sea en el plano material, legal, médico o psicológico) sino también la denuncia expresa de situaciones de violencia e injusticia social. Estas organizaciones se convertirán así en testigos del horror y en voceros y/o representantes de las víctimas, desarrollando nuevos marcos de interpretación sobre las causas y consecuencias de la guerra, así como nuevas categorías para definir las realidades de las poblaciones afectadas directamente por ellas. Veremos como, en algunos casos, la propia existencia de víctimas —y su reconocimiento— estará intrínsecamente ligada a la acción de estas mismas organizaciones. La situación de las víctimas de guerra va adquiriendo así una visibilidad central ya desde finales del siglo XIX. Las organizaciones humanitarias se multiplican y fortalecen, se extiende el derecho de injerencia y se hace posible la intervención humanitaria en contextos de lo más diversos, cuestionando incluso en algunos casos el derecho de soberanía de los estados. De la mano de nuevas convenciones, acuerdos y declaraciones internacionales, surgirán también nuevas formas de dar respuesta a las realidades que dejan estas guerras y conflictos, a través de nuevas categorías y de nuevas medidas para facilitar el acceso a la justicia, la verdad y la reparación de las poblaciones afectadas por conflictos armados. Como señalábamos con anterioridad, serán los juicios de Núremberg en específico los que sienten las bases para el desarrollo de los mecanismos de justicia transicional que se conocen a día de hoy. Será, por ejemplo, a través del Estatuto del Tribunal Militar Internacional de Núremberg, y de los instrumentos internacionales que de él derivarán, de donde surgirán tres figuras legales claves en este terreno: los crímenes contra la paz, los crímenes de guerra, y los crímenes contra la humanidad, de donde emergerá luego el 37 propio concepto de genocidio (Feirestein, 2008). Será también en este momento en el que surgirán los primeros movimientos de auto afirmación de víctimas, en este caso el de las víctimas judías del nazismo. Víctimas que se descubren como tal y que empezarán a organizarse paulatinamente, en un intento por demandar su debido reconocimiento por parte de gobiernos y de la comunidad internacional, cambios en los discursos de la historia y la memoria, así como una eventual reparación del daño sufrido. Junto a las víctimas de guerras y conflictos, nacerá una nueva figura de la mano del desarrollo del Estado del Bienestar, fruto del pacto entre obreros y capital tras la crisis de 1929. Se empiezan a erigir y a desplegar determinados acuerdos sociales y políticas públicas en EEUU y en Europa como manera de garantizar unas mínimas garantías sociales y económicas frente al riesgo y a la precariedad en las condiciones de los trabajadores y trabajadoras. El estado se convierte así en un estado protector que empieza a intervenir en la regulación de las relaciones laborales, a través del fomento de sistemas y mecanismos de protección tales como la seguridad social o las pensiones, garantizando unos derechos laborales mínimos que se materializaran a través de medidas como los salarios mínimos interprofesionales, o la cobertura por accidentes y enfermedad. Y es con este fomento y apoyo al establecimiento de sistemas de protección desde el estado que se introduce también una nueva lógica de reconocimiento de la víctima, en tanto se reconoce al trabajador como un sujeto vulnerable sometido a unas lógicas de gestión de su vida productiva altamente arbitrarias, sujeto a daños y riesgos que deben ser compensados y reparados, no ya desde lo penal (como había sido el caso hasta la fecha) sino desde la regulación legislativa y social. Una persona vulnerable que requiere de una determinada protección. Y junto a la protección a las trabajadoras y trabajadores en general, se irán instaurando también poco a poco en la lógica del sistema principios de protección específicos para las capas sociales más vulnerables (Ávila, 2012: 93). Se empiezan a desarrollar así nuevos dispositivos de protección social bajo la forma de los modernos servicios sociales, orientados justamente al desarrollo de medidas 38 paliativas de lucha contra la pobreza y la exclusión social de aquellas capas de la población considerada como vulnerables: víctimas de la desigualdad social, de la restructuración de los mercados laborales, del desempleo crónico. Sin adentrarnos en exceso en este punto, lo que se observa —de una manera similar a la forma en la que acabara por gestionarse la atención a víctima de conflictos y desastres naturales a las que nos referíamos con anterioridad— es el rol central que poco a poco irán ocupando las organizaciones no gubernamentales. Si bien estos mecanismos de protección social y servicios sociales (canalizados a través de dispositivos como las rentas mínimas de inserción social o los centros de asistencia a población inmigrante) dependerán de partidas de gasto público, su gestión caerá poco a poco en manos del nuevo llamado Tercer Sector. Un Tercer Sector formado por organizaciones de personalidad jurídica y titularidad privada, sin ánimo de lucro, que trabajan por la promoción de la persona y para la inclusión de los colectivos más vulnerables. Entre estas organizaciones, encontraremos cooperativas de iniciativa social, asociaciones, fundaciones, ONG y empresas de inserción social. De la mano de este proceso de externalización de los servicios sociales y de los dispositivos de protección social se irá creando, en gran parte del mundo occidental, un modelo de gestión público-privado de la protección e intervención social que tendrá también un impacto determinante en la manera en la que se irán reconfigurando el orden social, el lugar que las víctimas y poblaciones vulnerables irán ocupando en ese orden, así como su relación con el Estado y con los expertos encargados de la gestión de los servicios puestos a su disposición. Pero para hablar de lo que el propio Wieviorka define como un giro antropológico fruto de la consagración de la víctima como figura-sujeto moderno, hace falta centrar nuestra atención en las transformaciones masivas que impulsan a la víctima al espacio público durante la década de los 60. Entre dichos acontecimientos destacará, por un lado, la aparición de la víctima a propósito de las formas de violencia ejercidas específicamente contra las mujeres y los niños. Nuevamente, grupos considerados como vulnerables y necesitados de 39 protección. Se empiezan a erigir a finales del siglo XIX leyes en distintos países occidentales para asegurar la protección de los niños y niñas maltratadas, a la vez que se empiezan a reconocer nuevas y diferentes formas de ejercicio de la violencia, no sólo física sino también psicológica y moral.7 Junto a estos avances en el ámbito legislativo, destacará la labor llevada a cabo desde los movimientos de derechos civiles y, más específicamente, los movimientos de mujeres que empiezan también a posicionarse en el espacio público, visibilizando y problematizando las formas de violencia que les afectan de forma especifica en el ámbito tanto familiar como supra familiar. Se trata de una problemática que poco a poco abandona el espacio de lo privado; se empiezan a superar estigmas asociados con el hecho de ser víctima de violencia de género y se pasa a la acción. Las victimas emergen de esta manera también como actores políticos, dentro de movimientos colectivos que irán irrumpiendo en el espacio público, visibilizando otras formas de violencia en el plano colectivo, reclamando el acceso a nuevos derechos, así como el desarrollo de nuevos marcos legales y sistemas de protección por parte del Estado. Sera así, con el crecimiento de estos movimientos sociales, que se empiezan a desarrollar también mayores y más intensas actividades institucionales, así como programas y servicios específicos de atención a las víctimas: refugios para mujeres víctimas de violencia de género, centros de atención a víctimas de violaciones sexuales, entre muchos otros. Tal y como nos dirá Wieviorka, la acción colectiva contestataria de estos movimientos será clave para el avance y desarrollo del nuevo aparataje institucional de atención a la víctima. Será también en los años 60 cuando se sucederá el cuarto y último acontecimiento al que hacíamos mención, en relación en este caso a la atención de las víctimas de robos y crímenes violentos. Es en esta época, y en el contexto especifico estadounidense, que se empieza a registrar un aumento exponencial en el número de crímenes, provocando nuevamente la creación de nuevos movimientos de víctimas y grupos de apoyo que actuarán ejerciendo presión al gobierno para que se reconozca tanto sus experiencias como sus derechos específicos en calidad de víctimas (Kennedy y Sacco, 1998). Nuevamente, con el surgimiento y crecimiento de estas 7 Es en 1875 cuando se crea la primera organización dedicada exclusivamente a la protección de la infancia: la “New York Society for the Prevention of Cruelty to Children” (NYSPCC). Para más información, véase http://www.nyspcc.org/ (última consulta: 17/11/2016). http://www.nyspcc.org/ 40 organizaciones se impulsará también el crecimiento en el número de programas de apoyo y recursos disponibles para las víctimas de crímenes violentos. Destacará también, en este caso concreto, el impacto determinante sobre el ámbito legislativo y judicial. Si bien fue Nueva Zelanda el primer país en adoptar en 1963 una ley de indemnización a víctimas de robo, vemos como en otros contextos se irán generando cambios específicos dentro del ámbito del sistema de justicia criminal que serán determinantes. Nos referimos, por ejemplo, a la expansión del uso de informes de impacto sobre las víctimas en tribunales criminales o a través la participación y rol específico de las víctimas en el desarrollo e implementación de programas de justicia restaurativa (Kennedy y Sacco, 1998). Vemos así, a través del recorrido por estos distintos acontecimientos históricos, como la víctima, una categoría prácticamente invisible e inexistente hasta finales del siglo XIX, se convierte en una figura importante de la modernidad, en un sujeto individual y eventualmente colectivo, reconocido por la sociedad y por las instituciones. Las víctimas, nos dirá Gatti, se convierten en personajes centrales de la vida social contemporánea: Las hay por todas partes y las hay de todo. Se las ve en Europa, en Estados Unidos, en Oriente Medio y en África; se las ve, y mucho, en América Latina, donde se encuentran de sur a norte y de este a oeste. Su dolor se muestra organizado a veces, solitario otras. A veces ni se ve ni se oye directamente, pero sí a distancia de televisor o se intuye que es profundo cuando otros —expertos, profesionales, gentes solidarias…— nos hablan de él. Y lo son de muchas cosas, de muchos dolores distintos, con sufrimientos de intensidades y causas variadas, tantas que son incomparables. Pero son muchas, casi tantas como ciudadanos (Gatti, 2016: 117) Se generan cambios en la legislación y en el comportamiento de las autoridades públicas; se institucionalizan servicios y programas de atención a víctimas; surgen organizaciones dedicadas única y exclusivamente a este fin. Avances en el ámbito legal, social e institucional que sin embargo son insuficientes, en su forma, en su contenido y en su impacto. Avances y medidas incapaces de dar respuesta al heterogéneo universo de víctimas que surgen aquí y allá, como respuesta o resultado de las múltiples formas que adquiere la violencia, la violencia ejercida de manera puntual o como práctica sistemática, la violencia física, psicológica, sexual, política, 41 institucional, simbólica. Las víctimas se encuentran y se reconocen dentro de esta nueva categoría, poco a poco incorporan nuevos discursos, reclaman nuevos derechos, se organizan, se movilizan, se manifiestan. Se convierten en nuevos actores políticos que empiezan a operar no solo a escala local, sino también nacional y transnacional. - Las ciencias de las víctimas De la misma manera que, de la mano del accionar de distintos movimientos de víctimas y de reivindicación de derechos, empiezan a generarse cambios en el ámbito institucional y legal, vemos también como el advenimiento de estos nuevos sujetos modernos habría tenido un impacto decisivo, y habría estado influido por el desarrollo de conocimiento científico sobre este fenómeno concreto. La victima existe como tal y no es de sorprender que surjan una preocupación y pretensión científica, dando lugar a nuevas disciplinas científicas y académicas cuyo principal foco de atención y análisis será el de las víctimas. Nos referimos, concretamente, al nacimiento y desarrollo de la victimología en la década de los 40. Fattah establece el origen de esta nueva disciplina a finales de la Segunda Guerra Mundial, en tanto surge como complemento necesario a las ya bien establecidas investigaciones sobre los delincuentes en materia criminológica (Fattah, 2000). La criminología, fuertemente vinculada con la justicia penal, habría centrado hasta la fecha su atención y análisis en el crimen y en la figura específica de los criminales, obviando a la víctima de esos mismos análisis. En tanto subdisciplina de la propia criminología (aunque bebiendo también de otras disciplinas como la propia psiquiatría o la sociología de la desviación), la victimología apostará por un cambio de enfoque. Del análisis del crimen y las motivaciones de los criminales traslada su atención hacia las víctimas, en un intento por dilucidar las consecuencias que el crimen tiene sobre quien lo sufre. Se empiezan a explorar nuevas líneas de análisis en torno a, por ejemplo, la relación entre víctima y victimario, el causalismo victimal o las eventuales responsabilidades de la víctima. 42 Este cambio en los enfoques y paradigmas de la criminología se hará especialmente relevante a partir de los años 60 y 70 con la creación y proliferación de las encuestas de victimización en el contexto específico estadounidense. Diversos autores considerarán estas encuestas como uno de los desarrollos principales que contribuirán a la proliferación y reconocimiento de la victimología como nueva disciplina (Fattah, 2000; Kenedy y Sacco, 1998; Walkate, 2011). Estos estudios transformaron las características de los primeros estudios de la victimología. Se pasó de un acercamiento micro, centrado en el grado de participación de las víctimas en los delitos, a uno macro, centrado en el estudio de las tendencias y patrones de victimización y en las características sociodemográficas de las víctimas. Desde Estados Unidos, estas encuestas se trasladarán rápidamente a otros países como Francia, convirtiéndose poco a poco en prácticas rutinarias. En tanto facilitaban el análisis de la distribución espacial y social de algunos tipos de delitos (Fattah, 2000) estos estudios aportaban información útil para informar el desarrollo de políticas y mecanismos de seguridad pública y policial. Sin embargo, pronto empezarán a surgir críticas ante la incapacidad de estas encuestas de dar cuenta y facilitar la comprensión de las situaciones sociales y personales de las víctimas, las dinámicas psicosociológicas vinculadas con los procesos de victimización, las interacciones entre víctimas y delincuentes, entre otras muchos elementos y procesos. Se da así el paso de un enfoque positivista- biológico, más centrado en el análisis del causalismo victimal y la clasificación y/o estandarización de las víctimas, hacia nuevos enfoques que, de la mano de la psicología social, irán centrando la atención en el aspecto terapéutico y curativo (Paniagua Solórzano, 2010: 57). De este modo, se empieza a desarrollar un nuevo corpus de investigación y práctica profesional que alcanzará una amplia difusión a partir de los años 80. Se desarrollarán nuevas actividades, en un intento por problematizar los aspectos psicosociales existentes en las víctimas supervivientes y por ofrecer a las víctimas nuevas respuestas a sus situaciones, a través de aproximaciones clínico-terapéuticas, pero también a través del desarrollo de la mediación para la resolución de conflictos, o del desarrollo de nuevas políticas y aproximaciones al fenómeno de la reparación. Esta situación dará también lugar a la 43 creación y difusión de nuevos conceptos, categorías y formas de aproximarse a esta realidad social. Nos referimos, de manera específica, al nacimiento del trauma y de la categoría del estrés post-traumático como nueva manera a través de la cual identificar y definir víctimas, y poder dar cuenta de su sufrimiento en el plano tanto individual como colectivo. La ciencia de la víctima cobrará así vida también de la mano de psicólogas/os, psiquiatras y médicas/os, quienes contribuirán a generar nuevas maneras de definir quién es y quién no es una víctima, a establecer distintas tipologías de víctimas y de procesos de victimización8, a abordar el tema fundamental del traumatismo, y a proponer y discutir modelos concretos de apoyo terapéutico, reparación o indemnización. Se crean nuevos campos de especialización en la materia y se empieza a difundir determinado tipo de prácticas a contextos de lo más diversos, en un intento por garantizar la debida atención a víctimas, de una o múltiples formas de violencia. Frente a esta expansión e institucionalización de prácticas de atención psicosocial a las víctima, surgirán a su vez enfoques críticos que plantearán la necesidad de acercarse a este fenómeno desde nuevas miradas que centren su atención en las formas de producción de la condición de víctima, es decir, en los llamados procesos de victimización, así como en los aspectos subjetivos que derivan de ese tipo de experiencias y formas de vivir la violencia, en una o múltiples formas (Paniagua Solórzano, 2010: 58). Destaca, a este respecto, la propuesta del alemán Strobl quien, en un intento por dar cuenta de las dinámicas sociales y políticas que moldean el proceso de construcción y reconocimiento de la víctima, y de visibilizar las diferencias existentes entre las experiencias subjetivas de las víctimas y la interpretación que otros hacen de estas 8 Nos referimos concretamente a la propuesta de clasificación desarrollada por autores como Albertín (2006) que distingue diferentes niveles de victimización: la victimización primaria (aquella que deriva de haber padecido la violencia o ataque de manera directa); la victimización secundaria (aquella que se deriva de la relación de las víctimas con las instituciones sociales a través de procesos que reproducen la mecanismos de exclusión y estigmatización); y la victimización terciaria (la que se deriva de las relaciones de la víctima con su entorno social más amplio). 44 experiencias, propone el siguiente modelo de clasificación de la víctima en función de cuatro tipos. La primera categoría sería la de la “víctima real”, esa persona que se reconoce así misma como víctima y que también es considerada como tal por los otros, personas relevantes en el proceso de reconocimiento de las experiencias de victimización. La segunda categoría, de alguna manera contrapuesta a la primera, sería de la “no- victima”, esa persona que no se reconoce como víctima y que tampoco es reconocida como tal. La tercera categoría sería aquella de la “víctima rechazada”, persona que se considera a sí misma como víctima pero que no es reconocida como tal. Y en cuarto y último lugar, la “víctima designada”, persona que no se piensa a sí misma como víctima pero que, sin embargo, es percibida e identificada como tal desde el exterior. A través de esta tipología de víctimas, a simple vista bastante elemental, lo que pretende Strobl es poner de relevancia la naturaleza compleja de la víctima como construcción social, así como poner el acento sobre la dualidad existente entre los procesos de auto identificación de las víctimas y la manera en la que dicha categoría, y los elementos asociadas con ella, son también impuestos desde fuera. En palabras del propio autor: Ser considerado víctima o perpetrador no depende sólo de reglas formales... Depende también de normas informales que varían en las diferentes unidades culturales y subculturales. Convertirse en víctima en un sentido socialmente relevante conlleva, pues, la adscripción a un estatus social especial conforme a esas normas9 (Strobl, 2010: 5). Strobl subraya la variabilidad en las versiones socialmente aceptadas del estatuto de víctima y en la necesidad de las víctimas de alinearse con esos marcos y narrativas de cara a poder acceder a los programas sociales y recursos que se crean para atender, beneficiar y reparar a las víctimas. Y es aquí, desde esta postura de aproximación al fenómeno de la víctima desde la subjetivación y los procesos de construcción social de categorías y posiciones 9 Traducción de la autora. 45 sociales, que cobran especial relevancia determinados estudios y aportes sociológicos y antropológicos. Sin ánimo de ofrecer un análisis exhaustivo del extenso campo de producción académica y del corpus teórico existente sobre esta materia (elaborado tanto desde la academia francesa y anglosajona como desde áreas geográficas concretas como Latino América —altamente marcadas por la violencia política, las dictaduras y la represión—), queremos hacer mención a una serie de trabajos que se han convertido en referentes teóricos claves de este trabajo de investigación. Nos referimos concretamente a propuestas como la de Veena Das, en su estudio sobre las relaciones entre lenguaje, violencia y subjetividad a través del análisis de distintos estudios de caso. Para Das, la subjetividad —el sentimiento de experiencia interior de una persona que incluye sus posiciones en un campo de relaciones de poder— es producida a través de experiencias concretas de violencia y a través de la manera en la que el flujo de imágenes, capitales y personas a escala global se entremezcla con lógicas locales de producción de identidades (Das et al, 2000: 1). Recupera para su análisis la propuesta de Butler quien, desde el desarrollo de una teoría sobre el sujeto, plantea la manera en la que la experiencia de convertirse en sujeto se vincula de manera determinante con experiencias concretas de subyugación. Partiendo de esta premisa, Das plantea cómo las transformaciones de las representaciones sociales y experiencias colectivas de sufrimiento redefinen las respuestas interpersonales ante la catástrofe y el horror. En su estudio sobre la situación de las mujeres punjabi durante el contexto posterior a la Partición de la India, Das se pregunta sobre las formas en las que las mujeres que han sufrido violencia étnica o comunal, mediante actos de violencia específicamente relacionados con el género, llegan a convertirse —o no— en víctimas. En dicho proceso, nos dirá, intervienen determinados discursos de poder mediante los cuales se les atribuye a estas mujeres un tipo particular de subjetividad, y de posición social, como víctimas de determinadas formas de violencia de género. 46 Subjetividades y posiciones que se vinculan estrechamente con representaciones sociales y culturales del trabajo del duelo, así como con determinadas formas culturales del lenguaje utilizadas para expresar el dolor que les son impuestas desde fuera. Lo interesante del análisis de Das es plantear que, si bien estas construcciones y representaciones sociales efectivamente marcan la posición de estas mujeres como sujetos dentro de un entramado social y familiar —regido por normas culturales y religiosas, y por expectativas sociales muy concretas—, no se convertían en elementos únicos o determinantes. Es decir, las mujeres desarrollarán nuevas maneras de posicionarse y de nombrar el dolor y la violencia, desde los géneros culturales propios del lamento y el duelo, pero también desde otros. A través de un trabajo de domesticación, ritualización, y re-narración de los signos y marcas sociales que deja la violencia, desarrollan nuevas formas de dar voz y mostrar el dolor que se les infligió, al mismo tiempo que aprenden a ofrecer testimonio del daño infligido a la totalidad del tejido social (Das, 2008: 218-219). Veena Das plantea entonces el proceso de formación del sujeto en contextos de dominación o vulnerabilidad como un proceso en el que interviene una agencia compleja. Las mujeres asumen su rol como víctimas, o como figuras vulnerables, así como las representaciones asociadas a dicho rol y posición, a la vez que ocupan otras posiciones, algunas de ellas incluso de transgresión de la norma social a través de las cuales se las define y a partir de las cuales son capaces de articular nuevas identidades y comunidades de sentido. Este es solo uno de los muchos aportes de esta autora quien, en palabras de Gatti, habría abierto un nueva línea de análisis y aproximación a la figura de la víctima más sensible al humano en posición doliente, a las marcas que la violencia deja sobre sus cuerpos (“los cuerpos de las mujeres marcados por la violación, o las victimas de los desastres industriales cuyo dolor crónico los hace incapaces de mantener sus mundos morales, o las víctimas de la tortura cuya cercanía con sus propias cuerpos se ha visto destruida, son evidencias de que el cuerpo es la superficie sobre la cual se inscriben los programas políticos del Estado y del capital industrial”). Una propuesta que plantea la capacidad de las víctimas de generar 47 nuevos lenguajes y nuevas maneras de articular comunidad y sentido (Gatti, 2014a). Asimismo, resultarán especialmente relevantes, de cara a nuestra propuesta analítica para el caso peruano, algunos aportes realizados desde la academia francesa que plantean una aproximación critica al fenómeno de la víctima a través del análisis de los aparatos y dispositivos que se conforman por ellas, y para ellas. Dispositivos que intervienen de manera determinante en ese proceso de identificación y catalogación de las víctimas y de las distintas modalidades de victimización, generando procesos de reconocimiento institucional pero también de exclusión, negación y jerarquización de sufrimientos (Agier, 2008; Fassin y Rechtman, 2009; Boltanski, 2004). Se seguirán, entre otras, las líneas de análisis abiertas por autoras y autores como Lefranc, en su estudio sobre el impacto de los procesos de justicia transicional en el caso sudafricano; las de Ponet, con su análisis sobre el proceso de ratificación médica de las víctimas de accidentes de tráfico en el contexto francés; y, más concretamente, las propuestas de Fassin, a través de sus múltiples estudios sobre los procesos de construcción social de la figura de la víctima en contextos tan diversos como el del conflicto palestino, a través de la intervención de organizaciones humanitarias; el contextos sudafricano, con sus políticas de lucha contra el SIDA; o el propio contexto francés, a través de la articulación de nuevas políticas de asilo. - Sobre la noción de “victimidad” Antes de exponer la propuesta metodológica a partir de la cual toma forma este trabajo de investigación, nos parece importante destacar el uso especifico que se propone, a lo largo de estas páginas, del concepto de “victimidad”. Ha sido solo recientemente que se ha empezado a utilizar en el ámbito académico hispanoparlante este término, en tanto concepto y en tanto categoría analítica. Un término no reconocido por la Real Academia Española pero que se construye a partir 48 de una traducción directa del término anglosajón “victimhood”, entendido como “the estate of being a victim”, véase, el estado de ser víctima o de “encontrarse en situación de” víctima (según optemos por traducir el verbo “to be” como el acto de “ser” o de “estar”). El concepto de “victimidad” se nos hace así especialmente útil en tanto rebasa las limitaciones propias de los conceptos y acepciones del sustantivo/sujeto víctima que nos ofrece la lengua española: las de victimización y victimismo. La propia RAE define la victimización como el resultado de la acción de victimizar, véase del hecho de convertir en víctima a una persona o colectivo como resultado de un hecho concreto, de un acto de violencia especifica. Un concepto que se asocia rápidamente con nociones de parálisis e inmovilidad; la víctima como un ente estático, pasivo, resultado de algo que no controla. La víctima, por tanto, como sujeto sin agencia en tanto perdería la capacidad de transformar su propia experiencia. Por otro lado, el victimismo, que si bien hace referencia a proceso de auto- adscripción —véase, la posibilidad de una persona a considerarse como víctima (y a construir una identidad propia en torno a un hecho y/o experiencia de violencia concreta)— también lleva asociadas connotaciones negativas, que pueden fácilmente derivar en la estigmatización de las propias víctimas, en tanto el victimismo puede quedar definido y entenderse también como la tendencia y/o posibilidad de una persona de “hacerse pasar por algo que no es”. En contraposición, el concepto de “victimidad” se construye como un concepto polisémico, que desencializa la condición del sujeto víctima, a la vez que la problematiza. Se trata de un concepto que nos permite abordar los procesos de construcción de la víctima como sujeto social, legal, moral y político, resultado de relaciones, negociaciones y procesos intersubjetivos complejos que tienen lugar no solo en el ámbito de la experiencia individual, también en el ámbito de lo publico y/o colectivo. Una categoría analítica que nos aproxima a las realidades que deja la violencia y las violaciones masivas a los derechos humanos desde nuevas 49 perspectivas, cuestionando sentidos comunes y juicios morales y abriendo nuevas preguntas sobre las formas en las que la condición de ser víctima afecta a la(s) agencia(s) de los sujetos, y sobre las formas en la que podemos, desde lo académico, reconocer y responder a la experiencia de las víctimas evitando la construcción y solidificación de sus identidades como tal. De esta manera, y siguiendo las líneas de análisis abiertas por Fassin y Rechtman, plantearemos una aproximación a los procesos de construcción de la víctima en el contexto peruano desde su repolitización, centrándonos ya no tanto en las experiencias de victimización sino en los procesos de reconocimiento público de estas figuras —lo que definiremos en estas tesis como las políticas de la victimidad—, planteando una antropología del sujeto “liberada de la ilusión de las profundidades insondables del individuo y totalmente atenta a los procesos de subjetivación política” (Fassin y Rechtman, 2009: 279). 50 3. Metodología de investigación 3.1. ¿Por qué Perú? La selección del contexto de estudio. La toma de decisiones que llevó a elegir el contexto peruano como el contexto especifico de esta investigación sobre los procesos de justicia transicional y construcción social de la figura de la víctima, estuvo influida por motivos tanto científico-metodológicos como personales. Empecemos por los personales. Como parte de mis estudios de postgrado en antropología tuve la oportunidad, casi siempre de la mano de Marie José Devillard, de entrar en contacto con obras claves dentro del área de la antropología y los derechos humanos. De las propuestas de Sally Engle Merry que señalábamos antes, sobre la vernacularización y localización del discurso de los derechos humanos en distintos países del sudeste asiático, a los trabajos de investigadoras como Shanon Speed con su estudio sobre las movilizaciones de comunidades indígenas en Chiapas, fui poco a poco descubriendo un nuevo campo de investigación y análisis que me había pasado casi desapercibido durante los distintos años de las licenciaturas de sociología y antropología.10 Dicho interés dio sus resultados en un primer proyecto de investigación para mi trabajo final de posgrado, con un análisis de los discursos movilizados por distintas organizaciones no gubernamentales que trabajan en el ámbito de la educación para el desarrollo y los derechos humanos. Tomando como referencia el concepto de “ciudadanía global”, me adentré en un análisis sobre los discursos y prácticas educativas llevadas a cabo desde distintas ONG en España, tratando de detectar la manera en la que el marco conceptual e ideológico de la ciudadanía global se traduce, transmite y reinterpreta en distintos espacios de educación formal y no formal con el objetivo expreso de contribuir a un cambio de actitudes y 10 Cabe destacar la importancia central que tuvo para la definición de los objetivos y líneas de investigación propuestas con este trabajo, mi participación en el grupo temático de Derechos Humanos y Antropología del Instituto Madrileño de Antropología (IMA). Conversaciones, lecturas e intercambios con compañeras y compañeros que alimenta sin duda, y aunque sea de manera desapercibida, cada una de estas páginas y reflexiones. 51 comportamiento entre los públicos destinatarios de esas intervenciones. Este trabajo, y todas las lecturas que lo acompañaron, fueron compaginados (y estuvieron altamente influenciados) por mi propia actividad profesional dentro del ámbito de las ONG y el Tercer Sector (desde la cooperación internacional a la captación de fondos para organizaciones de ayuda humanitaria, a la gestión y planificación de proyectos de intervención social en la Comunidad de Madrid). Así, fui poco a poco interesándome más por los procesos sociales vinculados con la implantación en contextos locales de discurso transnacionales, como el de los derechos humanos o el de justicia transicional, atendiendo a las diferentes formas en las que se redefine constantemente la relación entre globalización, ciudadanía y derechos humanos a partir de la labor desplegada por diferentes organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales de base. La manera en la que, a través de esos discursos y prácticas, se generan nuevos marcos interpretativos a partir de los cuales aprehender e intervenir sobre las realidades sociales con las cuales y “para las cuales” se trabaja. Mientras tanto, mi trayectoria personal y mi experiencia vital se iba vinculando poco a poco y de una manera determinante con Perú. Mi padre, allá por el año 2007, tomó la decisión de asentarse en Lima por motivos de trabajo. De una manera casi inevitable, empecé a viajar a ese país. Lo que empezaron siendo pequeñas visitas durante los meses de verano, se convirtieron en estancias cada vez más largas. Me fui familiarizando poco a poco con la realidad del país, y con su historia reciente; conociendo personas dentro del mundo de la antropología y los derechos humanos; introduciéndome poco a poco en distintos espacios académicos y oenegeros, como oyente, como alumna, y como voluntaria. Y es así como, llegado el momento de plantear un proyecto de tesis, tuve la sensación de que distintas piezas encajaban. Perú es un país con una historia reciente de violaciones a los derechos humanos que habría marcado de manera determinante su realidad social y política actual. Violaciones a los derechos humanos que dejaron un universo de víctimas no sólo 52 enorme sino también altamente heterogéneo: víctimas con perfiles étnicos, sociales y lingüísticos diversos. Violaciones a los derechos humanos también múltiples, desde las violaciones sexuales en masa a las desapariciones forzadas como práctica sistemática de sometimiento y control de las poblaciones durante cerca de 20 años de conflicto. Un contexto donde las intervenciones por parte de organizaciones de derechos humanos, tanto locales como internacionales, son también variadas y extensas. Organizaciones que se articulan para dar respuesta a esta realidad, movilizando discursos internacionales para legitimar reclamos dentro del ámbito de los derechos de justicia, verdad y reparación. Tomando esta situación, y sumándole a ello mi interés y compromiso personal como puntos de partida, el contexto peruano se ofrecía como un lugar privilegiado en donde poder aprehender como estos discursos, prácticas y dinámicas tomaban forma en contextos locales concretos. Para poder observar y analizar in situ lo que de momento sólo había podido analizar a través de una lectura crítica de los cientos de materiales publicados y distribuidos por las ONG de derechos humanos más grandes y prestigiosas del mundo. Dentro de las particularidades que convertían a Perú en un caso especialmente interesante para su estudio conviene destacar las siguientes: 1- En el momento en el que se empieza a perfilar este proyecto de investigación, la implementación de distintos mecanismos de justicia transicional en el país era una realidad en marcha. Si bien la Comisión de la Verdad y la Reconciliación finaliza su investigación en el año 2003 con la publicación de su Informe Final, no es hasta el año 2005 que se aprueba formalmente el Programa Integral de Reparaciones para víctimas del conflicto armado. Si se quiere, la medida fundamental que ha emergido de ese trabajo investigativo y de las propuestas planteadas a la hora de facilitar el debido reconocimiento de las víctimas que dejo la violencia política en el país. Tendrán que pasar todavía dos años para que se inicien las primeras actividades en este ámbito y para que se empiecen a dar los primeros pasos 53 para la operacionalización del programa. A principios de 2010 los avances son escasos, y el proceso de registro de víctimas sigue en activo, a lo largo y ancho del país. Perú nos ofrecía, por tanto, la posibilidad para un análisis etnográfico de los micro procesos que tienen lugar como resultado de la implementación e institucionalización del campo de la justicia transicional; la posibilidad de poder observar de primera mano las relaciones que se establecen entre las propias víctimas, las organizaciones no gubernamentales y distintas estancias del estado en relación con el acceso a los derechos de reparación. 2- Centrando nuestra mirada en el ámbito específico de las reparaciones, Perú se presentaba también como un estudio de caso de especial interés. Dentro del campo profesional de la justicia transicional, el Plan Integral de Reparaciones peruano ha sido considerado como uno de los programas de reparaciones “más inclusivos” conocidos hasta la fecha. Inclusivo en tanto contempló la necesidad de reparación tanto en el ámbito individual como en el colectivo, tanto el económico como en el simbólico, tomando como elementos transversales las diferencias étnicas y de género existentes dentro del universo de víctimas. A la peculiaridad y “excepcionalidad” de este programa de reparaciones cabía sumar además la escasa producción de investigaciones antropológicas sobre la temática de las reparaciones. Desde las ciencias sociales se han llevado a cabo una gran variedad de estudios e investigaciones que han centrado su interés en los procesos sociopolíticos y medidas que acompañan o prosiguen una comisión de la verdad, tales como los procesos judiciales y reformas institucionales, analizando las diferentes formas en las que este tipo de instituciones, erigidas como estandartes de la justicia transnacional, pueden contribuir a la propia reconciliación de países divididos y fragmentados por conflictos armados y épocas pasadas –y presentes- de 54 violencia sociopolítica estructural.11 Sin embargo, en el momento en el que se iba dando forma a este proyecto de investigación, no eran tantas las investigaciones que centraban su interés en los procesos de reparación a las víctimas en épocas de transición (Laplante, 2007), atendiendo a las formas bajo las cuales se entremezclan los intereses del Estado, de la propia sociedad civil y de todas aquellas organizaciones internacionales y ONG que despliegan su labor sobre el terreno bajo un objetivo expreso de promoción y defensa de unos derechos humanos históricamente violados y negados.12 Partiendo de la hipótesis de que las reparaciones juegan un papel central en satisfacer las expectativas de justicia y reparación de víctimas y sobrevivientes (Minow, 2000), se abrían posibilidades de generar nuevo conocimiento en la materia desde un trabajo de investigación antropológico. Perú nos facilitaba así la oportunidad única de analizar las formas concretas bajo las cuales se está llevando a cabo la implementación de este programa que contempla tanto la indemnización económica a aquellas personas reconocidas como víctimas como su propia regularización jurídica, la creación de lugares de la memoria y la celebración de actos de reconocimiento público. 3- Otra de las peculiaridades interesantes de Perú era la existencia de una alta cantidad de organizaciones de víctimas y afectados. Durante la época de la violencia se fundaron algunas organizaciones, destacando a este respecto el caso de la Asociación Nacional de Familiares, Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP) en Ayacucho. Junto a esta organización surgieron otras, mayoritariamente organizaciones de desplazados que buscaban salida a una situación calificada por muchos analistas y miembros de ONG como de auténtica emergencia, ante la falta de recursos y la 11 Destacarán, de manera determinante, una serie de investigaciones realizadas específicamente sobre el caso de la Comisión de la Verdad en Sudáfrica. Entre ellas, los trabajos de Brandon Hamber (2000, 2002, 2011) y de Richard Wilson (2001, 2002). 12 Cabe destacar la importancia de dos trabajos recientes dentro de este ámbito: “Transitional justice from below: grassroots activism and the struggle for change”, editada por Kieran McEvoy y Lorn McGregor en el año 2008, y “Waging war, making peace. Reparations and human rights”, volumen editado por Barbara Rose Johnston y Susan Slymovics, que se plantea como una de las primeras aproximaciones conjuntas al fenómeno de las reparaciones desde la antropología. 55 situación de aislamiento social y extrema pobreza a la que dichas poblaciones se vieron sometidas. Será ya en la década de 2000, y al calor de la creación de la CVR y su posterior presentación de las recomendaciones incluidas en su Informe Final, que se puede hablar de una creciente proliferación de organizaciones de afectados en todo el país. De acuerdo al “mapeo” de organizaciones de afectados por la violencia política desarrollado por la sección británica de la ONG OXFAM, entre 1980 y 1990 se crearon 3 organizaciones; entre 1990 y 2000 se constituyeron otras 24; y sólo entre 2000 y 2003 se formaron 53 nuevas. La proliferación de organizaciones de víctimas no ha cesado desde entonces, estando en algunos casos vinculada, como veremos más adelante, a las exigencias que marca el propio del proceso de reparaciones colectivas en distintas comunidades. Consideramos que todos estos factores convertían a Perú en un contexto adecuado no sólo para el estudio de la manera en la que se implantan, desarrollan e institucionalizan distintos mecanismos de justicia transicional sino también y, sobre todo, para analizar los procesos de subjetivación y articulación política impulsados por las víctimas desde sus propias organizaciones. 3.2. Etnografiando las realidades después de la violencia. Una vez seleccionado Perú como nuestro contexto específico de estudio, llegó el momento de decidir la forma que esta investigación iba a adoptar. En un primer momento, se barajó la posibilidad de realizar un estudio de campo en una comunidad concreta que se hubiera visto afectada por el conflicto armado, en la que existieran formas de organización articuladas dentro del colectivo de víctimas y que estuviera siendo objeto de intervenciones tanto por parte de ONG como por parte del estado, dentro del contexto específico de implementación del Programa Integral de Reparaciones. Si bien existían múltiples posibilidades a este nivel (desde comunidades campesinas de la sierra de Ayacucho —la región más afectada por el 56 conflicto armado—, hasta zonas de la periferia de Lima con amplia presencia de comunidades desplazadas), se optó finalmente por la realización de un trabajo de campo etnográfico de carácter multisituado. Esta decisión estuvo marcada por varios motivos: por un lado, la intención expresa de evitar una sobre-investigación de los más vulnerables, en este caso, las comunidades más afectadas por el conflicto armado interno, ya de por sí sobre- intervenidas e investigadas si se tiene en cuenta la manera en el que se organizó el trabajo de investigación de la CVR bajo la forma de estudios de casos emblemáticos. Por otro lado, el intento de otorgar una cierta flexibilidad a nuestra propia propuesta metodológica, que nos permitiera acompañar a distintas organizaciones de derechos humanos en sus actividades por distintos lugares y espacios, así como abarcar las diferencias entre distintas organizaciones de víctimas y afectados, tanto en sus prácticas como en sus discursos. Organizaciones que, si bien en muchos casos operan a escala local, representando los intereses de víctimas en una comunidad dada, en muchos otros lo hacen a a escala nacional, representando los intereses de grupos de víctimas concretos (mujeres víctimas de violencia sexual, por ejemplo) y estando sus líderes y lideresas muchas veces asentados en Lima, lugar donde acontecen la gran mayoría de sus actividades de interlocución directa con el estado. En último lugar, se tuvo también en consideración el alto grado de centralismo que caracteriza las formas de accionar del gobierno peruano. De cara a organizar nuestras observaciones en espacios institucionales vinculados con la implementación del Programa de Reparaciones, se decidió empezar dichas observaciones en las oficinas centrales de estas instituciones en Lima (como espacios principales en la toma de decisiones) para de ahí extender nuestro análisis a otros contextos locales y regionales. En referencia a esto último, nos parecieron especialmente interesantes las propuestas de autores como Marcus, quiénes plantean las ventajas de la etnografía multisituada a la hora de intentar abordar, desde la antropología, la forma en que se desarrollan determinadas políticas públicas y los discursos que las sostienen. En efecto, algo de la mística y de la realidad del trabajo de campo convencional se pierde en el trayecto hacia una etnografía multisituada. Pero no todos los lugares se 57 tratan con un conjunto uniforme de prácticas metodológicas de la misma intensidad. Las etnografías multisituadas son inevitablemente fruto de bases de conocimientos de diversas intensidades y calidades. Realizar investigaciones etnográficas, por ejemplo, sobre las razones sociales que producen un discurso particular relativo a políticas, requiere de diferentes prácticas y oportunidades de las precisas para llevar a cabo trabajo de campo en las comunidades afectadas por dichas políticas. Para trasladar esos lugares al mismo marco de estudio y asumir sus relaciones sobre la base de investigaciones etnográficas de primera mano en ambos casos, es importante la contribución de este tipo de etnografía, independientemente de la variabilidad de la calidad y de la accesibilidad de dicha investigación en diferentes lugares13 (Marcus, 1995: 100) Así, lejos de centrar nuestra mirada sobre el impacto concreto de las políticas de reparación en una comunidad dada, nos pareció relevante plantear una propuesta que incluyera el análisis de los distintos procesos, dinámicas, espacios y agentes que intervienen en la definición, interpretación y aplicación práctica de las políticas de reparación en el país. Es así como se plantea un trabajo de campo que incluyó la realización de etnografía tanto en Lima como en Ayacucho, a través del acompañamiento a diferentes organizaciones de víctimas, organizaciones de derechos humanos, iniciativas ciudadanas dentro del ámbito de los trabajos de memoria, así como en distintas instancias administrativas y gubernamentales. Tomando esta propuesta y decisiones metodológicas como marco de referencia, se utilizaron diferentes técnicas de producción etnográfica encuadradas dentro de un trabajo de campo como etapa, con el fin de producir datos sobre el terreno. Entre estas técnicas: la observación participante, las entrevistas en profundidad y el análisis documental. - Escenarios de observación. La observación participante, en tanto técnica de investigación fundamental para la antropología, se caracteriza por la construcción de material empírico a través de lo 13 Traducción de la autora. 58 que el/la etnógrafo/a capta por sus sentidos y a través de sus relaciones con las personas o con los espacios, así como participando (en un mayor o menor grado) en las actividades que tienen lugar en los mismos. Como parte de este trabajo de investigación, se seleccionaron como escenarios de observación tanto espacios institucionales (como el de las oficinas del Registro Único de Víctimas) como extra-institucionales (marchas y manifestaciones impulsadas por organizaciones de víctimas, reuniones informales entre sus miembros, actos de conmemoración, entre otros). En cuanto a los primeros, se trataron principalmente de observaciones en distintos espacios de registro de víctimas y gestión de solicitudes de reparación, sean oficinas fijas o unidades móviles realizando campañas de registro en comunidades. Dada la imposibilidad de realizar observaciones en el proceso mismo del registro (al cual no se consiguió acceder dada la sensibilidad de los temas a tratar, y dada la existencia de clausulas y prácticas de confidencialidad impuestas por el propio registro), se optó por realizar observaciones en espacios adyacentes vinculados al proceso de registro: salas de espera, colas en la calle, reuniones informales, interacciones en despachos, etc. Dichas observaciones ofrecieron información relevadora no sólo sobre las formas en las que se articula el proceso de registro, sino también sobre los discursos, imaginarios y expectativas manejados por las personas reclamantes que día tras día se acercan a estas oficinas con el fin de ser calificadas como víctimas y así poder acceder a una o varias de las modalidades de reparación contempladas por el programa. En un intento por superar las limitaciones metodológicas que nos planteaba la imposibilidad de observar de primera mano los procesos de registro y la interacción directa entre la víctima reclamante y el funcionario en dichos contextos reglados y pautados, se realizaron también entrevistas directas a distintas funcionarias y funcionarios vinculados con el proceso de registro y con la evaluación de casos. Junto a esto, se consideraron también como espacios relevantes para la observación distintos actos púbicos organizados por el estado peruano y relacionados con la implementación del programa de reparaciones y de otros mecanismos de justicia transicional. Nos referimos, concretamente, a ceremonias de conmemoración y 59 reconocimiento público; actos de entrega de becas de reparación en educación; reuniones formales e informales con representantes de distintas organizaciones de víctimas; procesos judiciales; entre otros. Se tuvieron en cuenta también como espacios institucionales (que no gubernamentales) los contextos de trabajo de distintas ONG de derechos humanos. Se acompañó a distintas organizaciones que trabajan directa o indirectamente apoyando y asistiendo a víctimas del conflicto armado realizando observaciones en diferentes espacios como actos de conmemoración impulsados desde la sociedad civil; talleres y charlas informativas; reuniones internas; entregas de restos; visitas a domicilios y comunidades; etc. En relación a los escenarios extra-institucionales, he intentado alcanzar una muestra significativa de los enclaves y estrategias utilizadas por distintas organizaciones de víctimas para visibilizar sus acciones y reclamos, desde marchas y manifestaciones a vigilias religiosas, actos informativos, reuniones formales e informales con agentes institucionales, o visitas de líderes y lideresas a distintas comunidades. Cabe destacar, a este respecto, que mi vinculación personal como voluntaria y activista en muchas de las actividades desarrolladas por estas organizaciones ha proporcionado situaciones en las que la participación ha primado por encima de la observación. He participado, a lo largo de mis distintas estancias de campo, en la planificación de distintos actos públicos de conmemoración, en su evaluación, así como en el registro fotográfico de las actividades de muchas de estas organizaciones. He acompañado a lideres y lideresas de organizaciones de víctimas en muchos actos públicos, les he apoyado con la redacción de propuestas de proyectos de financiación para sus actividades. He participado activamente en sus reflexiones y en su acción colectiva. Mi implicación con las actividades de los sujetos estudios no ha sido escasa y merece, por tanto, ser puesta de relevancia. Tal y como plantea el antropólogo Sergio García, al referirse a su implicación personal en los contextos de estudio con los que trabajó como parte de su investigación sobre la co-producción de dispositivos securitarios en Carabanchel, esta situación de implicación o cercanía “militante” con el objeto de nuestro estudio 60 permite, en muchos casos, superar la distancia entre observación y participación, entre discurso y práctica, entre reflexión y acción. Facilita el ejercicio de cierta antropología aplicada de carácter extraprofesional con resultados muy satisfactorios, en tanto alimenta la acción colectiva de estas organizaciones, así como la propia reflexión etnográfica sobre las mismas (García García, 2012: 53). Por supuesto, todas esas participaciones o intervenciones sobre la realidad estudiada estuvieron sometidas a reflexiones posteriores de cara a garantizar la toma de distancia necesaria para la producción de conocimiento sobre estas dinámicas y procesos. Un proceso de objetivación que, como veremos más adelante, no fue siempre fácil de resolver, sobre todo en mis primeras incursiones en el campo. En cualquier caso, y a pesar de las dificultades para distanciar el compromiso personal como activista de mi rol como investigadora, cabe afirmar que, echando la vista atrás, lo considero una opción acertada. En primer lugar, porque ese rol y ese acercamiento a la realidad estudiada fue lo que facilitó el acceso a espacios íntimos dentro del universo de las organizaciones de víctimas al que dudosamente se hubiera conseguido acceder desde posturas más alejadas o “neutrales”. Permitió superar la barrera entre investigadora e investigada/o, entre entrevistadora y entrevistada/o, dándonos acceso a los mundos personales de lideres y lideresas de organizaciones más allá de sus perfiles como personajes públicos y de sus discursos y prácticas organizadas. La posibilidad de poder compartir reflexiones, momentos de frustración, lágrimas, fiestas de celebración, platos de comida, supuso un aporte incuestionable a esta investigación en tanto nos dio acceso a situaciones e intercambios, discursivos y no discursivos, de un tremendo valor reflexivo y analítico. En segundo lugar, porque nos hizo entender, a través de la propia experiencia investigativa, la afirmación expuesta por distintas autoras y autores involucrados en el estudio de situaciones y realidades de violencia y post- violencia. La confirmación de que toda investigación es política y de que la objetividad científica puede convertirse, muchas veces y al estudiar este tipo de contextos y situaciones, en una contribución inevitable al mantenimiento del estatus quo. En palabras de la propia 61 Sanford: No es infrecuente que en el ámbito académico se rechace la experiencia vivida por acientífica o por irrelevante para una investigación real y objetiva. Tal razonamiento es absolutamente retrógrado, ya que la academia es la que debe ser relevante para la realidad de la experiencia vivida. La labor de incidencia y el activismo no restan validez a la investigación académica personal. Al contrario, la investigación militante nos recuerda que toda investigación es intrínsecamente política, incluso, y tal vez especialmente, la investigación académica que se presenta bajo la apariencia de “objetividad” y que, en realidad, no es más que una defensa velada del orden establecido14 (Sanford, 2008: 14). - De la retórica testimonial a las dinámicas conversacionales. Las entrevistas cualitativas, también llamadas etnográficas o en profundidad, se presentan como una técnica especialmente válida para estudiar el decir sobre el hacer. Véase, para analizar las representaciones sociales e interpretaciones manejadas por los distintos actores sociales que participan de los procesos estudiados y a través de las cuales dan sentido a sus acciones y a su rol dentro de esos mismos procesos. Dichas entrevistas han venido a representar la principal técnica para la recogida de material discursivo a lo largo de esta investigación. Aún estando orientadas por una estructura concreta (de cara a garantizar la consecución de los objetivos específicos de esta investigación) todas las entrevistas se han realizado de una manera abierta, o poco directiva, con la intención de facilitar diálogos entre la investigadora y el sujeto investigado que permitieran generar información y datos significativos para el sujeto en un contexto apropiado. Si bien se ha realizado alguna experiencia de entrevistas en grupo, la mayoría de las entrevistas han sido individuales. Se han realizado un total de 57 entrevistas en profundidad. Los criterios de selección de las personas entrevistadas no han estado basados en la necesidad de obtener una muestra representativa de entrevistadas/os en función de variables de género o edad sino en función de la necesidad de abarcar diferentes tipos de organizaciones y de 14 Traducción de la autora. 62 actividades/posiciones ocupadas por los agentes sociales dentro del proceso de justicia transicional y de las reparaciones. Así, por ejemplo, dentro de las organizaciones de víctimas, se ha intentado obtener una muestra representativa de organizaciones que se articulan a distintos niveles geográficos (local y nacional) y que se organizan para representar los intereses de víctimas con perfiles particulares (comunidades desplazadas, personas indultadas, mujeres víctimas de violencia sexual, entre otros). Como veremos, el universo de las organizaciones de víctimas en Perú es altamente heterogéneo, así también las concepciones que manejan sobre la justicia y la reparación, y los objetivos y fines por los cuales luchan. En función de los objetivos de entrevista, y de los agentes sociales entrevistados, podemos clasificar estas entrevistas en tres grandes grupos. En un primer grupo, las entrevistas a profesionales y/o “expertas/os” que participan en diferentes organizaciones nacionales e internacionales y que trabajan activamente en el campo de la justicia transicional y en la atención y asistencia directa a víctima (incluyendo entre sus actividades labores de incidencia política y vigilancia en el proceso de implementación de distintos mecanismos de justicia transicional; atención psicosociológica directa a víctimas; formación y capacitación de líderes y lideresas en el ámbito de las organizaciones de víctimas y afectados; procesos de identificación de fosas comunes y de exhumación de cadáveres; trabajos de recuperación y fomento de la memoria histórica; entre otros). A través de estas entrevistas se ha pretendido acceder al repertorio discursivo e interpretativo que maneja el personal de estas organizaciones, a los usos y significados que le otorgan a determinados procesos y categorías, así como a las valorizaciones, concepciones y puntos de vistas que manejan sobre el propio trabajo de las organizaciones de derechos humanos y de su rol dentro del proceso de justicia transicional peruano. Se ha buscado también conocer las representaciones sociales a partir de las cuáles las entrevistadas y entrevistados construyen su relación e interacción con las víctimas y con el pasado reciente de violencia, teniendo en cuenta su propia trayectoria personal y profesional; las concepciones o 63 representaciones sociales que se promueven a través de organismos de derechos humanos sobre las propias víctimas y sobre su rol social y político dentro de este proceso.
En última instancia, lo que se ha pretendido es indagar en los dispositivos y estructuras de legitimación de determinadas narrativas sobre el saber experto, sobre la realidad de las personas afectas por la violencia política y sobre el tipo de intervenciones “necesarias” para dar respuesta a estas mismas situaciones. En un segundo grupo, las entrevistas realizadas a funcionarias y funcionarios públicas vinculadas con el proceso de justicia transicional. En el proceso de selección de informantes y entrevistadas/os se ha intentado contemplar la multiplicad de posiciones sociales que se ocupan dentro del entramado institucional que emerge desde la entrega del Informe Final de la CVR y en relación especifica al proceso de reparaciones a víctimas. Así, se han realizado entrevistas a: • Personal con cargos intermedios en distintos dispositivos institucionales, como la Comisión Multisectorial de Alto Nivel (CMAN) o el Consejo de Reparaciones (CR). Serán estos cargos intermedios los que participarán de la definición de muchas de las directrices y reglamentos a través de los cuales el Programa Integral de Reparaciones se operativiza. • Funcionarias y funcionarios encargados de los procesos de registro, evaluación y calificación de víctimas (con perfiles profesionales diferenciados, desde trabajadoras/es sociales a sociólogas/os o historiadoras/os). Dichas entrevistas se realizaron con el fin de acceder a las representaciones y discursos de aquellas personas que, en calidad de agentes institucionales, participan en la ejecución práctica (con mayor o menor grado de autonomía) de las políticas públicas de reparación. Agentes que tienen un contacto directo con la víctima en situaciones administrativas y que contribuyen de una manera determinante a construir los significados de la relación de la victima con el Estado, así como a regular el acceso —sea de manera directa o indirecta— a los derechos de reparación. • Personal vinculado con los servicios de asistencia psicosocial a víctimas del conflicto armado. Nuevamente, en un intento por sortear las limitaciones e 64 imposibilidad de realizar observaciones en contextos de atención psicosociológica a víctimas (de cara a la obtención de certificados médicos o como parte de proyectos de asistencia directa), se han realizado entrevistas a personal vinculado con estos servicios para obtener información sobre las interpretaciones y puntos de vista que manejan estas/os profesionales, la manera en la que definen y entienden su rol dentro del proceso así como sobre sus puntos de vista en torno a la mayor o menor adecuación de estos servicios a la hora ofrecer respuestas eficaces a las necesidades de las víctimas. • Representantes y personal de la Defensoría del Pueblo. Dichas entrevistas se han realizado con el objetivo de recoger discursos y datos de carácter principalmente descriptivo e informativo, en tanto la Defensoría del Pueblo se construye como uno de los principales órganos públicos de vigilancia y monitoreo en el proceso de implementación de los programas de reparaciones y de otros mecanismos y medidas de justicia transicional. Y en tercer y último lugar, las entrevistas realizadas a líderes y lideresas de organizaciones de víctimas o afectados por la violencia política. Con este tercer bloque de entrevistas se ha pretendido la recogida de información sobre las percepciones que las propias víctimas, a través de sus organizaciones, tienen sobre el proceso de justicia transicional que se abre en Perú en el año 2001. De manera específica, hemos pretendido indagar en los marcos interpretativos que estos sujetos manejan sobre los procesos de acceso a la justicia y la reparación, deteniéndonos en los siguientes aspectos:  cómo entienden la justicia y la reparación y los diferentes significados asociados a dichos conceptos;  cómo entienden el propio papel de la CVR y de las recomendaciones contenidas en su Informe Final en materia de promoción de derechos;  cuáles son las barreras que ellas y ellos mismos identifican y que impiden el acceso a dichos derechos; 65  como interpretan y reinterpretan sus propias experiencias personales en calidad de víctimas/supervivientes/afectados/as y cómo, de esa manera, conectan el nivel subjetivo de la experiencia personal con el nivel macro (avances y retrocesos en el contexto socio político en relación a los procesos de justicia transicional).  cómo entienden el papel de la víctima/superviviente/afectado/a dentro de un marco de promoción y reivindicación de nuevas formas de ciudadanía. Junto a esto, hemos centrado también nuestra atención en los usos discursivos que hacen los y las entrevistadas de la legislación existente y de la propia retórica de los derechos humanos y la justicia transicional, de cara a facilitar el análisis sobre las formas en las que están siendo apropiados determinados discursos transnacionales y las diferentes formas en las que están siendo aplicados a nivel local, para casos concretos en los que ellos mismos están implicados como víctimas y afectados por la violencia política. Sin duda, las entrevistas a estos actores sociales fueron las que presentaron un mayor desafío, no solo a nivel metodológico sino también a nivel emocional. Durante mi primera estancia en Perú, me resultó especialmente llamativa la manera en la que muchas de las y los entrevistados parecían aceptar estas entrevistas de buena gana y, en casi todos los casos, como si hubiera ya de antemano un objetivo compartido y pactado: la recogida de sus propios testimonios. Justamente el tipo de intercambio que se pretendía evitar desde mi investigación (en tanto no se buscaba indagar en sus historias personales de violencia sino en sus interpretaciones del proceso de justicia transicional en calidad de representantes de uno o varios colectivos de víctimas). Fui topándome con esta situación entrevista tras entrevista. Por mucho que pusiera en acción mis habilidades como investigadora, las técnicas aprendidas a lo largo de la carrera para abrir y reconducir mis conversaciones con los sujetos entrevistados, los testimonios y las experiencias personales de violencia de estas personas acababan siempre ocupando gran parte del diálogo y de la información recogida. La gran mayoría de informantes con los que me fui 66 encontrando parecían estar altamente familiarizados con las normas y reglas propias del contexto de entrevista; acostumbradas y acostumbrados a contar (y a repetir) sus propias historias personales de violencia de una manera rutinaria, como si fueran discursos aprendidos y altamente estructurados.15 Fue así como, de una manera no prevista, fui haciéndome consciente de la centralidad del testimonio, como articulación discursiva clave a partir de las cuales las organizaciones de víctimas, a través de sus lideres y lideresas, han aprendido a relacionarse con el mundo exterior, en especial con investigadoras/es sociales y medios de comunicación. El testimonio como la estrategia narrativa principal a partir de las cuales las víctimas legitiman sus reclamos y su presencia en el espacio público y en el debate político/mediático. Y es así como el testimonio, en tanto género discursivo y narrativo al cual había pretendido renunciar o esquivar desde un primer momento, se convirtió no en un tipo de información o de dato que buscara incorporar a mi investigación sino en un objeto de estudio clave, tal y como veremos a lo largo de las siguientes páginas. Volviendo de nuevo al plano metodológico, y como manera de sortear las dificultades que se nos planteaban, se optó por incorporar las conversaciones con distintos agentes sociales e integrantes de organizaciones de víctimas como un elemento central dentro de esta investigación. Las conversaciones se plantean como una técnica de producción de datos discursivos que se caracteriza por alejarse de la formalidad y la artificialidad propias de los contextos de entrevista. Se asemeja más a las situaciones de habla e intercambios que tienen lugar en el ámbito de lo cotidiano, bajo la forma de diálogos que priman la espontaneidad y la naturalidad. Como nos plantean Devillard, Franzé y Pazos, la conversación surge dentro de un contexto relativamente compartido, 15 Cabe resaltar que, con esta valoración, no pretendemos poner en cuestión de ninguna de las maneras la veracidad de los hechos relatados por las personas entrevistadas, ni sugerir tampoco que se trate de relatos manipulados o engañosos. Lo que pretendemos es dejar constancia de la manera en la que estos relatos se presentaban ante la investigadora como narraciones poco naturales o espontáneas. Si bien se trata de relatos y conversaciones que estuvieron casi siempre marcados por un alto grado de emotividad (en tanto se revivía a través de la narración el recuerdo del sufrimiento y la crueldad vividos), el uso y recurso del testimonio fue siempre una opción del propio/a entrevistado/a y no una exigencia impuesta por el propio contexto de entrevista, ni por la entrevistadora. 67 versa sobre temáticas y asuntos cotidianos, tiene una función esencialmente pragmática, y como tal suele responder a intereses propios de los agentes sociales en función de sus posiciones relativas en la estructura del campo y de lo que está en juego (Devillard, Franzé, Pazos, 2012: 357). En este caso, las conversaciones con lideres/lideresas y miembros de distintas organizaciones de víctimas nos permitieron superar la barrera de las expectativas de estos agentes sociales a la hora de ser formalmente entrevistados, así como abrir nuevas puertas para el acceso a información y datos sobre sus trayectorias personales de movilización, contradicciones existentes en el núcleo de las organizaciones de víctimas, percepciones subjetivas sobre sus roles de liderazgo, entre otros muchos aspectos y dinámicas. Cabe destacar que, si bien estas conversaciones se caracterizaron por un menor grado de directividad y estructuración que las entrevistas, no fueron sin embargo fruto de una “sociología espontánea” sino que fueron incorporadas dentro del diseño metodológico de la investigación y estuvieron sometidas a las mismas exigencias metodológicas que otras técnicas de producción de datos a través de un trabajo preparatorio previo (con el desarrollo de guías de conversación, reflexiones sobre usos del lenguaje, etc.) - Otras fuentes Este trabajo de campo ha sido combinado con la revisión exhaustiva de información y datos de carácter secundario. Tratándose de una investigación que propone como una de sus líneas de análisis principales la idea de la co-producción documental de la realidad social, no podía plantearse como tal si no es a través de un estudio pormenorizado de distintas fuentes secundarias y documentales que serán centrales para el análisis cualitativo planteado y para la comprensión de muchos de los procesos a los cuales haremos referencia a lo largo de las siguientes páginas y capítulos. 68 Entre los documentos principales que se han analizado como parte de este trabajo de investigación (tanto en su forma como en su discurso y contenido), destacan: - Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). - Testimonios directos de víctimas y afectados/as por la violencia, tal y como fueron registrados por la CVR y depositados en el Centro de Documentación de la Defensoría del Pueblo. - Audios y videos de las audiencias públicas que tuvieron lugar en el marco de la CVR. A ellos se han accedido, nuevamente, a través del archivo del Centro de Documentación de la Defensoría del Pueblo. - Guías de entrevista y materiales técnicos utilizados por el personal encargado de la recogida de datos e información que alimentaron el trabajo y los resultados investigativos de la CVR. - Documentación legal: leyes, reales decretos y reglamentos institucionales directamente relacionados con el trabajo realizado por la CVR, con el establecimiento del Programa Integral de Reparaciones, y con el desarrollo de los distintos cuerpos institucionales a partir de los cuales se operativiza dicho programa. De manera especialmente relevante, destaca el trabajo de revisión y análisis de los siguientes documentos y normas legislativas: ➢ Decreto Supremo 065-2001-PCM a través del cual se aprueba la creación de la Comisión de la Verdad; ➢ Ley 28952, a través de la cual se crea el Programa Integral de Reparaciones; ➢ Decreto Supremo 015-2006-JUS, a través del cual se aprueba el reglamento de la Ley 28952; ➢ Reglamento de Inscripción en el Registro Único de Victimas; ➢ Decreto Supremo 003-2008-JUS, a través del cual se modifica el reglamento de la Ley 28952; ➢ Decreto Supremo 051-2011-PCM, a través del cual se establece el plazo de conclusión del proceso de determinación e identificación 69 de los beneficiarios del Programa de Reparaciones Económicas y la oportunidad de otorgamiento de las reparaciones económicas. - Documentos, material publicitario e informativo producido desde distintas instancias institucionales relacionadas con el proceso de reparaciones: folletos, trípticos informativos, fichas, guías, entre otros. - Material periodístico producido por los principales medios de comunicación del país (en referencia a la cobertura mediática del conflicto armado y del proceso de justicia transicional). - Informes de la Defensoría del Pueblo en relación a las violaciones de derechos humanos cometidas durante el conflicto armado, y en relación a la implementación de los distintos mecanismos de justicia transicional en el país. 
 - Documentos producidos por diferentes ONG de derechos humanos, tanto locales como internacionales: informes, comunicados de prensa, cartas, etc. 
 - Documentos producidos por organizaciones de víctimas: manifiestos, discursos públicos, cartas, etc. - Webs y redes sociales institucionales de organizaciones de derechos humanos y de organizaciones de víctimas. 70 3.3. Objetivando un objeto de estudio difuso. La sociología no puede constituirse como ciencia efectivamente separada del sentido común sino bajo la condición de oponer a las pretensiones sistemáticas de la sociología espontánea la resistencia organizada de una teoría del conocimiento de lo social cuyos principios contradigan, punto por punto, los supuestos de la filosofía primera de lo social (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 2005: 30) Podemos afirmar que el proceso de construcción del conocimiento antropológico se caracteriza por un viaje continuo de ida y vuelta entre el trabajo de campo, la recogida de información y el análisis de datos al calor de diferentes teorías. A través del trabajo de campo y la observación sistemática, el antropólogo o antropóloga se sumerge en otras realidades y establece relaciones con su objeto de estudio que, tal y como nos plantean Bourdieu, Chamboredon y Passeron, van más allá del puro conocimiento, en tanto los datos se nos presentan como configuraciones vivas, singulares, humanas, que tienden a imponerse como estructuras de objeto (2005: 29), haciendo que resulte difícil escapar a la influencia de las nociones comunes y de las realidades y configuraciones que se nos proponen a través de la percepción sino es a través de la puesta en acción de múltiples técnicas de objetivación y distanciamiento. Será este ejercicio de vigilancia epistemológica el que nos permitirá, en última instancia, trascender esa percepción y conocimiento directo del mundo y de las realidades en un intento por ofrecer respuestas analíticas y explicativas válidas de lo que acontece en un contexto social determinado. En el caso especifico de esta investigación, ese viaje de ida y vuelta continuo se extendió a lo largo de casi cuatro años y se caracterizó no solo por el distanciamiento y vigilancia epistemológica necesaria para escapar de esas percepciones inmediatas del mundo, sino también a través de la distancia física y geográfica. La incapacidad de poder realizar estancias prolongadas en el campo de más de tres meses (por la necesidad económica de sostener la propia actividad investigadora, al no contar con becas o apoyos de ningún tipo) se tradujo en una inmersión discontinua en esa realidad que, si bien vivida como una dificultad añadida para la recogida de datos, se construye hoy en día, y a la vista de los 71 resultados planteados en esta tesis, como un elemento que jugó a nuestro favor por varios motivos. En primer lugar, porque dicho distanciamiento de nuestro objeto de estudio nos permitió tomar distancia también de la implicación personal y política con la realidad del trabajo, así como superar algunas de las tensiones existentes entre la necesidad de producir conocimiento antropológico valido y relevante, y el compromiso emocional y personal que se encontraba siempre latente cuando interactuábamos con los sujetos de nuestro análisis. Víctimas de conflicto armado y personal de distintas organizaciones de derechos humanos con las cuáles interactuábamos desde un rol dual, en tanto investigadora, pero también en tanto voluntaria y, si cabe, en tanto compañera de lucha. Personas con las que se compartieron lloros, alegrías, marchas, horas interminables de autobuses, pachamancas, fiestas de cumpleaños…. Personas que nos abrieron las puertas de sus casas, sus historias de dolor. Que nos invitaron a participar de sus recuerdos y de sus sufrimientos. Vivencias y experiencias que, en un primer momento, hicieron que nuestros objetivos de investigación se vieran ciertamente difuminados, que resultara especialmente difícil ejercer esa vigilancia epistemológica, en tanto su lucha se convirtió en una lucha compartida en pro de la justicia, que venía marcada ya no por imperativos de carácter académico o metodológico sino y sobre todo de carácter moral. Sin darme cuenta incorporé el discurso de los derechos humanos y de las víctimas como si fuera mío; había acabado por reducir mi análisis sociológico/antropológico a una reproducción encantada del punto de vista y de los discursos de aquellos con los cuales me sentía identificada política y valorativamente. Fue así como la distancia física y emocional con el campo se convirtió en un elemento fundamental para romper con dichas percepciones e interpretaciones “encantadas” del mundo que investigaba y con el cual interactuaba. A esta distancia se sumaron los consejos inagotables y comentarios siempre pertinentes de Marie José Devillard —sin duda determinantes y en gran parte explicativos de la forma final que ha adoptado esta tesis—, así como las múltiples lecturas de los trabajos de 72 otras autoras y autores quienes, desde otros contextos, nos hablaban de las dificultades encontradas y de las estrategias desarrolladas para superar ese efecto de “encantamiento”. Entre estas lecturas, cabe mencionar sin duda la de los trabajos y reflexiones de Virginia Vecchioli desde Argentina. En palabras de la propia autora, objetivar el campo de investigación de los derechos humanos en Argentina se presenta como una tarea altamente difícil. Dado que para muchos argentinos la reivindicación de la memoria de los desaparecidos es parte de una lucha política por revelar la verdad histórica del terrorismo de Estado y de un compromiso moral con la memoria de las víctimas y con la memoria acerca de las responsabilidades de sus victimarios (…) En este marco, la adjudicación de tal condición para aquellos que ya no están presentes se proclama como un “hecho” incuestionable y autoevidente y la categoría víctima se vuelve expresión del universo moral que informa las vidas de estos agentes y que involucra un compromiso afectivo, moral y político tan fuerte que parecen resistir a cualquier problematización (…) Emprender un análisis académico de esos mismos procesos, otras premisas requieren ser activadas, especialmente aquellas que hacen posible trascender la percepción y el conocimiento directo del mundo y desarrollar un punto de visa menos “encantado” de las categorías y las lógicas sociales que organizan al universo social de los derechos humanos. Si esto es válido para toda investigación en el campo de las ciencias sociales, esta vigilancia epistemológica requiere ser extremada en el estudio del activismo en derechos humanos (Vecchioli, 2013: 10-11) Partiendo de estas premisas, Vecchioli reflexiona sobre la existencia de un sinfín de investigaciones sobre víctimas y asociaciones de familiares en el caso argentino. Trabajos que promueven ideas y aproximaciones al fenómeno de los derechos humanos y la memoria que parecieran ser casi siempre coincidentes con los discursos y puntos de vista de los agentes investigados, como una mera traducción al lenguaje académico de los discursos de los activistas. Un trabajo de traducción que naturaliza el uso de determinadas categorías, como la propia categoría de los derechos humanos, o la de la víctima. Esto en contraposición a la ausencia de trabajos que aborden las perspectivas y/o percepciones de los militares (los perpetradores) o de determinadas organizaciones que participan del ámbito de los derechos humanos y que movilizan discursos menos coincidentes con los puntos de vista hegemónicos sobre el pasado reciente del país. Serán estas reflexiones las que le llevarán a defender la necesidad de nuevas investigaciones que permitan el desarrollo de una perspectiva sociológicamente comprensiva del universo social de 73 los derechos humanos. Trabajos que expliciten la existencia de estas categorías no como realidades dadas sino como construcciones sociales que se movilizan dentro de tensiones y luchas de poder por establecer una narración única y hegemónica sobre el pasado reciente en Argentina. Fueron estas propuestas, junto con algunas otras consideraciones a las que nos referiremos a continuación, las que nos hicieron optar por un viraje en nuestra investigación, alejando nuestra mirada de las víctimas y de sus organizaciones y reorientándola hacia el rol desarrollado por otros agentes sociales que interactúan y dan forma a este campo: las organizaciones de derechos humanos y las/os distintas/os funcionarias/os y expertas/os que participan del engranaje institucional a partir del cual cobra forma el Programa Integral de Reparaciones en Perú. Cabe destacar que este distanciamiento fue también fundamentalmente necesario para evitar el “agotamiento emocional” propio de trabajos de campo que te enfrentan a las catástrofes y horrores sociales mas difíciles de pensar. Relatos constantes de torturas y violaciones sistemáticas…. Comunidades arrasadas…. Proyectos de vida que se rompen a través de la carcelería injusta de estudiantes…. Los efectos de la desaparición forzada sobre aquellos que dejan…. Como nos dirá Gatti (autor que no solo ha dedicado gran parte de su carrera académica al estudio de esta violación, sino que también la ha vivido en carnes) la desaparición forzada es una experiencia devastadora, una catástrofe para la identidad y el lenguaje; algo casi impensable que bordea los límites de lo socialmente imposible (Gatti, 2014b). El desaparecido –la desaparecida- se convierte en un ser ausente que sin embargo sigue presente; sus cuerpos no están, pero la posibilidad de recuperarlos pervive. Un duelo eterno a través de un dolor inimaginable. Una presencia-ausencia que nos acompañó en todo momento durante los cuatro años de trabajo de campo en Perú. Ha sido hace apenas pocos meses que he entendido el verdadero significado de esa necesidad que a veces se me imponía, irracionalmente, como si me paralizara. Una necesidad a la que mi mente se resistía, negando los aullidos del cuerpo. La necesidad de tomar distancia para así poder conseguir superar momentos 74 especialmente difíciles a nivel personal, y aprender también a pensar mi objeto de estudio desde otro lugar, rebajando la carga emocional tan presente en mi trabajo a través de la incorporación de la teoría al análisis de mis datos. Fue así como esa dinámica de presencia discontinua en el campo (meses de trabajo de campo, seguidos de meses de “descanso”, seguidos de nuevo trabajos de campo) hizo posible que, a día de hoy y casi seis años después, sea todavía capaz de confrontarme al horror contenido en tantos testimonios y tantas entrevistas, esta vez desde un lugar distinto. 75 4. Ética e investigación en contextos posconflicto ¿De qué manera chocan la ética, la investigación académica y los derechos de las comunidades? ¿De qué manera cambian las obligaciones éticas del/de la investigador/a en zonas de guerra y áreas con un conflicto en curso? ¿Cómo afecta ello a la propia investigación y visión del mundo? ¿Y cuáles son las implicaciones en el ámbito académico?16 (Sanford, 2008: 2) Sobre todo, para los y las etnógrafas que trabajan con supervivientes de muchas formas de violencia y escriben sobre ellos y ellas, la figura del testigo se convierte en un poderoso espacio en el que autorizar y legitimar los dolorosos y a menudo devastadores relatos que nosotras y nosotros, las antropólogas y antropólogos, podemos escuchar y, en ocasiones, ver con nuestros propios ojos. Sin embargo, pese a las buenas intenciones, no reconocemos ni la responsabilidad del testigo ni las muchas maneras en las que se pide testimonio de un modo no siempre noble. Al aceptar plenamente la noción del antropólogo/a como testigo, no se cuestionan totalmente las condiciones que hacen posible nuestro trabajo ni se evalúan de manera crítica las consecuencias de nuestra producción etnográfica17 (Angel-Ajani, 2008: 79) Desarrollar cualquier investigación social supone siempre un reto a nivel no sólo metodológico o epistemológico, también a nivel ético. La producción de conocimiento sobre una realidad dada, siendo la etnografía nuestra principal herramienta metodológica y analítica, nos sitúa a los y las antropólogas sociales en una posición especialmente delicada: estamos presentes, intervenimos directamente sobre la realidad que estudiamos, y dicha presencia y dicha intervención no pueden ni deben ser pasadas por alto. Es necesario tener en cuenta las condiciones que hacen posible nuestra investigación y examinar críticamente las consecuencias que nuestra producción etnográfica tienen sobre las poblaciones que estudiamos y con las cuáles trabajamos. Cuando una toma la decisión de trabajar en un contexto de conflicto o post- conflicto, en los que la violencia —y el sufrimiento que de ella emerge— se convierte en el elemento central sobre el cual gira una investigación (ya sea sobre la manera en la que la violencia se manifiesta o sobre sus legados sobre individuos o poblaciones que han estado sometidos a ella), las implicaciones éticas de nuestra investigación se multiplican y la vigilancia se convierte ya no en un requisito sino en 16 Traducción de la autora. 17 Traducción de la autora. 76 una imperativo predominante. Es por ello que queremos recoger de forma breve en estas páginas las diferentes reflexiones y dilemas que se nos han presentado a lo largo de este proceso investigativo y de las distintas estancias de campo realizadas como parte del mismo. *********** Gracias a una beca Marie Curie tuve la oportunidad de realizar una estancia de investigación en Irlanda del Norte, uno de los contextos posconflicto si se quiere más paradigmáticos del mundo. Uno de los beneficios asociados a esta beca era la posibilidad de realizar trabajo de campo pagado por la propia universidad en el país en donde cada uno de los becarios y becarias estuviéramos llevando a cabo nuestra investigación. La oportunidad era sin duda única, sobre todo para alguien que se encontraba realizando la tesis en sus ratos libres, al salir de trabajo o en sus periodos de vacaciones. Sin dudarlo, y a las pocas semanas de aterrizar en Derry/Londonderry (lugar donde, paradójicamente, fui capaz de encontrar la paz y las soledades tan necesarias para perfilar las líneas de análisis que poco a poco fueron dando forma a esta tesis), empecé el papeleo para iniciar mi marcha a Perú. La primera barrera con la que me topé, y que desconocía por completo, era la necesidad de someter mi proyecto de investigación a una evaluación por parte del comité ético de la universidad. Un trámite desconocido, al no ser un requisito obligado en mi universidad de partida en España. Lo que parecía un mero trámite burocrático se convirtió en una experiencia de gran relevancia para esta investigación, en tanto me obligó a articular sobre el papel ideas y reflexiones que de una u otra manera venían rondando mi cabeza, así como mis experiencias sobre el terreno. Diferentes autoras/es e investigadoras/es sociales trabajando en contextos de conflicto o posconflicto (Goodhand, 2000; Bush and Duggan, 2015) ya han destacado algunas de las maneras en las que las realidades y tensiones propias de estos contextos pueden afectar el diseño, el desarrollo y la socialización de los resultados de una investigación. Se destaca la necesidad de tomar una serie de precauciones de partida que, como señalábamos, van más allá de lo meramente 77 metodológico o epistemológico —incluso de lo logístico— y que implican importantes reflexiones y decisiones a nivel ético. A este respecto, se torna elementos centrales la necesidad de una cierta apreciación y comprensión del contexto de investigación para evitar posibles riesgos físicos y políticos para el/la investigador/a y/o para los sujetos investigados. Una preparación previa que puede trabajarse a través del conocimiento sobre la historia del propio conflicto y a través de análisis previo y comprensión del clima político actual, de las dinámicas locales de poder, y de los posibles intereses que se van tejiendo en espacios en los que la reconstrucción —durante y después del conflicto— no son meros procesos sociales, económicos o políticos sino respuestas a situaciones de emergencia social en las que la integridad física y los derechos básicos de determinados sectores de la población están en riesgo. Dicho trabajo de preparación resulta especialmente complicado –o incluso insuficiente- cuando la investigación que va a realizarse versa y se enfrenta, directa o indirectamente, con el sufrimiento humano y con hechos de violencia extrema. Nuevamente se torna necesario prestar especial atención a los posibles impactos negativos que nuestra investigación puede tener sobre los sujetos entrevistados a distintos niveles. En primer lugar, a través de los riesgos que se plantean por el mero acto de hablar, o preguntar. La recogida de testimonios, o las entrevistas directas a víctimas de violencia, pueden implicar serios riesgos de lo que se ha definido como posibles procesos de “re-traumatización”, especialmente en personas que padecen de algún tipo de aflicción o estrés, social o psicológico, vinculado con los hechos de violencia experimentados. El simple acto de recordar o de nombrar esa violencia puede tener consecuencias poco predecibles o difíciles de controlar. El silencio se construye, en muchos de estos contextos y tal y como veremos a lo largo de esta tesis, no sólo en una opción política, o en una estrategia para garantizar la convivencia al interior de comunidades dividas por la violencia. Es también, para muchas personas, un mecanismo de defensa, una alternativa para hacer frente a sus propias experiencias de victimización. Un silencio que debe ser respetado y tenido en cuenta también 78 como una práctica (no) discursiva más, susceptible de ser analizada y considerada como una variable explicativa del tipo de dinámicas que tienen lugar en estos contextos. Tal y como plantea Castillejo, en su estudio sobre el caso sudafricano, la cuestión del silencio, y el contexto social que define sus contornos y contenidos propios, es decir el momento propio de su enunciación y articulación, tienen que ser tomado en consideración no solamente para comprender las diferentes maneras que toma el recuerdo social, sino también para problematizar una serie de prácticas investigativas centrales en el proceso de construcción de saberes sobre lo traumático (Castillejo, 2005: 40). Fue esto, junto con otras muchas consideraciones, lo que nos llevó a decidir no trabajar directamente con víctimas que no formaran parte de alguna organización y que no fueran “políticamente activas”. Si bien se han mantenido infinidad de conversaciones informales con víctimas poco acostumbradas a la interacción con investigadoras/es o medios de comunicación (al visitar comunidades, participar en manifestaciones o realizar observaciones en distintas oficinas de registro) solo se planificaron y realizaron entrevistas formales a líderes y lideresas de organizaciones. Personas que, como señalábamos antes, han aprendido a hacer de sus historias de dolor y sufrimiento una herramienta a través de la cual comunicarse con el mundo. Otro aspecto a tener en cuenta a la hora de plantear un trabajo de campo éticamente sensible en un contexto de conflicto/posconflicto, son los riesgos —físicos, sociales o políticos— que rodean la participación de los sujetos involucrados en una investigación. A las exigencias éticas propias de cualquier trabajo antropológico (véase, la necesidad de honestidad y transparencia sobre nuestras afiliaciones académicas, nuestros objetivos de investigación y los diferentes usos que se van a hacer de toda la información y material recopilados), se suman otras que buscan garantizar la protección de nuestros informantes con respecto a esos riesgos a través, en este caso, de garantías de confidencialidad y anonimato. Es por este motivo por el que a lo largo de estas páginas el lector o lectora no encontrará referencias directas a nombres propios de nuestros informantes, salvo cuando se trate de intervenciones y discursos de personas con perfiles claramente públicos. En algunos casos, las 79 garantías de anonimato nos han llevado a sustituir también referencias directas a las comunidades u organizaciones de las cuales forman parte esas personas para evitar cualquier posible identificación. Lo que sí encontrará el lector o lectora, de cara a facilitar la contextualización de la información y discursos recogidos, son referencias a datos de tipo sociodemográfico (esencialmente, edad, género y, en algunos casos, origen étnico/lingüístico) así como datos sobre el rol que ocupan dichos sujetos en el campo especifico de la justicia transicional. Sin embargo, nuestra preocupación principal, en tanto se presentaba como uno de los dilemas éticos más evidentes en nuestra investigación, era que se pudiera contribuir a través de nuestro estudio a un fenómeno de sobre-intervención en lugares o contextos construidos como “zonas de peligro”, o sobre comunidades consideradas como vulnerables. Comunidades afectadas por el conflicto armado que se han visto, desde el cese de la violencia política, intervenidas por agentes y representantes del gobierno (de la mano del proceso de recogida de información de la propia Comisión de la Verdad), por investigadoras/es sociales, historiadoras/es, sociólogas/os y trabajadoras/es sociales encargados de la recogida de testimonios; integrantes de distintas organizaciones nacionales e internacionales dedicadas al fomento de la justicia transicional y los derechos humanos, y a la atención directa a víctimas (ya sea desde el plano material, psicológico o social). Intervenciones que, intencionada o inintencionadamente, contribuyen a imponer sobre dichas poblaciones determinadas maneras de entender los procesos de reconciliación y recuperación posconflicto, y a construir una determinada imagen de la víctima muchas veces como sujeto pasivo, sufriente, vulnerable y necesitado de protección. Una imagen que, lejos de fomentar la participación activa de esas poblaciones en la toma de decisiones sobre los procesos que les afectan, pareciera más bien limitar sus posibilidades de acción a través de la desmovilización. Cabe pensar entonces sobre los riesgos de nuestra investigación en tanto intervención, y plantear un análisis crítico del por qué último de nuestras investigaciones: qué beneficios emergen de ellas y, especialmente, para quién(es). La pregunta fundamental entonces es sí, en tanto científicas/os sociales operando en 80 este contexto e interrelacionándonos de manera directa con víctimas de violaciones a los derechos humanos, estamos de alguna manera instrumentalizando ese sufrimiento humano para nuestro propio beneficio académico. Si, a través de esta práctica investigativa estamos contribuyendo a perpetuar nuevas relaciones de poder y dominación/explotación de los ya oprimidos. Se convierte en un problema ético sobre todo cuando nos planteamos la manera en la que ese sufrimiento (a través de testimonios directos o de narraciones en torno al mismo) se convierte en una mercancía, que poco a poco va inundando tesis doctorales y artículos académicos, que va circulando de conferencia en conferencia, de museo en museo, de aquí allá. Productos, resultados y beneficios que se encuentran, las más de las veces, fuera del país investigado. Se va difundiendo en contextos posconflicto un imperativo de “deber de memoria” que se impone muchas veces sobre poblaciones con pocos o ningún motivo para querer recordar. Para quienes los circuitos de la memoria histórica existen como algo lejano y ajeno. Nos estamos refiriendo, en última instancia, a las políticas que rigen la producción de conocimiento, y al tipo de jerarquías y dinámicas de poder que son construidas y reforzadas a través de la intervención investigativa. Cuestiones y reflexiones que nos llevan más allá de meras consideraciones éticas formalizadas y estáticas, tal y como quedan recogidas por el código ético de conducta de la Asociación Americana de Antropología (AAA). La necesidad de garantizar el consentimiento informado y libre de los sujetos a participar en nuestro estudio, teniendo en cuenta las particularidades sociales, políticas y culturales de las personas/comunidades investigadas. O la consideración y necesidad de ser transparentes a la hora de plantear las condiciones para la devolución de los resultados de nuestras investigaciones, de cara a garantizar el debido reconocimiento de los individuos u organizaciones que hayan contribuido a la investigación, sea a través de la validación, la confirmación o el mero agradecimiento. Consideraciones todas ellas relevantes, a la vez que insuficientes. Ha sido bastante común, al realizar trabajo de campo en comunidades afectadas por 81 la violencia política en el Perú, oír comentarios de desencanto —incluso de burla— hacia el rol jugado por la CVR y por determinadas organizaciones de derechos humanos. Comentarios y discursos que se relacionan con lo que algunos autores han definido como el “robo del sufrimiento de la víctima”. Aquello que ocurre cuando las ONG —u otros agentes— hablan en nombre de las víctimas, con la intención de involucrar a otros para hacer algo para acabar con su sufrimiento (Madlingozi, 2010: 211). Esto se experimenta en muchos casos como un robo, sobre todo para esas mujeres y hombres que han compartido sus historias de sufrimiento y violencia, que ha incorporado el lenguaje de la victimización y los discursos del legalismo de los derechos humanos y quienes, al final, no han experimentado ninguna cambio ni impacto positivo en sus condiciones de vida. Tal y como nos plantea este autor: Como “el relato” es el principal punto de encuentro entre el reconocido experto y la víctima marginada, “la responsabilidad para con el relato” debería entrañar algo más que ser amable con las víctimas o ceñirse a rigurosas normas científicas y éticas; debería también —o, sobre todo— abordar la redistribución de los recursos y el poder. Al ejercer la responsabilidad para con el relato, los expertos deben desmantelar la tutela y la reproducción de relaciones coloniales. (Madlingozi, 2010: 211). Es justamente estas dinámicas, y este proceso reflexivo, lo que nos lleva al reconocimiento de la necesidad de diseñar proyectos de investigación que tengan en consideración el tipo de relaciones de poder que se construyen y refuerzan en procesos de justicia transicional, no sólo entre las propias víctimas y los investigadores o investigadoras sociales sino también entre las víctimas y otros actores sociales claves: los expertos y expertas de la justicia transicional. Y es en este sentido, precisamente, que creemos que esta investigación arroja cierta luz, aportando ideas y propuestas qué igual, si bien diseminadas, pueden contribuir al desarrollo de un enfoque crítico y más efectivo en el diseño e implementación de mecanismos de justicia transicional que puedan convertirse en verdaderos catalizadores de transformaciones sociales positivas. 82 83 PARTE 2 – GESTIONANDO UN PASADO VIOLENTO: LA COMISIÓN DE LA VERDAD Y LA RECONCILIACIÓN (CVR) O LA CONSAGRACIÓN DE LA VÍCTIMA COMO NUEVA FIGURA MORAL 84 85 1. Breve introducción al conflicto armado peruano Sin pretender ofrecer al lector o lectora una descripción exhaustiva del conflicto armado interno que asoló el Perú entre 1980 y el año 2000, recogemos a continuación algunos datos clave sobre dicho conflicto y sobre los rasgos que lo caracterizaron, en un intento por contextualizar las experiencias y relatos de los distintos actores sociales que poco a poco irán apareciendo a lo largo de esta investigación. Existe un cierto consenso, a nivel histórico y académico, a la hora de situar el inicio del conflicto armado peruano en la noche del 17 de mayo de 1980. Noche en la que, en el distrito ayacuchano de Chuschi, un grupo de jóvenes robaba y quemaba públicamente las ánforas electorales para las elecciones presidenciales previstas para el siguiente día, las primeras después de 12 años de régimen militar. Será el propio Partido Comunistas del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) quien reivindique este acto, años después, como el inicio de una “guerra popular prolongada” bajo el objetivo último de llevar el país a una inminente utopía socialista, rompiendo con los mecanismos de dominación de las masas jóvenes y campesinas que habían imperado en el país hasta la fecha. El PCP-SL surgió en 1970 como resultado de las luchas internas del Partido Comunista Bandera Roja, teniendo como base partidaria fundamental al Comité Regional de Ayacucho, bajo el liderazgo de Abimael Guzmán. Hasta el momento mismo de iniciar sus acciones armadas, el PCP-SL estaba mayoritariamente constituido por una elite intelectual provinciana mestiza de maestros rurales, profesores y estudiantes universitarios, muchos de ellos provenientes de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga, principal centro de captación de Abimael Guzmán y de la cúpula de su partido. Pregonando la necesidad de la lucha armada y la violencia revolucionaria como único camino para la conquista del poder, El PCP-SL fue aumentando las bases de su partido, consiguiendo poco a poco apoyos desde distintas organizaciones gremiales y de izquierdas.18 Sin embargo, 18 Para un análisis detallado sobre la genealogía política del PCP-SL, su marco ideológico y discursivo y su organización interna, véanse entre otros los trabajos de Degregori (1989) y Stern (1999). 86 hacia 1980 el PCP-SL no era percibido todavía como una amenaza real sino mas bien como una pequeña organización regional, poco conectada con los grandes movimientos sociales que habían conmocionado al país en la segunda década de 1970.19 Tal y como recoge Degregori, la atención de los medios y de los aparatos de inteligencia del estado en esas fecha se concentraba en esos movimientos y en los partidos de izquierdas que los acompañaban (Degregori, 2011: 26). Dicha situación permitió la expansión vertiginosa de Sendero Luminoso sin encontrar una respuesta planificada por parte del Estado peruano, al que el inicio de la guerra armada por parte de las tropas del PCP-SL tomaría por sorpresa. Degregori señala dos grandes etapas en las primeras acciones armadas senderistas. Una primera etapa de avance, sobre todo en las zonas rurales ayacuchanas, que se extiende hasta finales de 1982 y que vendrá marcada, justamente, por la falta de reacción por parte del gobierno civil de Fernando Belaúnde (1980-1985). Durante este periodo inicial, las acciones del PCP-SL se concentraron en el trabajo político antes que en el militar. Sus miembros implementaron tareas de propaganda, de organización de comités de apoyo y de organización de la producción y la distribución en algunas bases (Theidon, 2004: 28). Así, el PCP-SL fue llenando poco a poco los vacíos de un estado inexistente, desarrollando campañas de concientización de las poblaciones rurales —especialmente a través de las escuelas—, y tomando poco a poco control de la justicia comunal. La presencia de las FF.AA. en esas zonas del país era casi inexistente (después del desgaste de 12 años de gobierno militar) lo que deja al PCP-SL enfrentado únicamente durante ese primer periodo a las Fuerzas Policiales (Degregori, 2011: 147). La segunda etapa se abrirá a finales de 1982, momento en el que el PCP-SL entra en combate abierto con las FF. AA. El presidente Belaúnde, ante el inminente avance del PCP-SL, iniciará el primero periodo de contraofensiva. Se desencadenará así lo que se ha conocido como la época de la “guerra sucia”, con la expansión de las acciones senderistas hacia otras áreas del país, y con el aumento exponencial en el 19 Nos referimos concretamente al movimiento campesino que empieza a organizarse desde finales de los años 50 con la toma de tierras en distintas zonas del país, así como a las movilizaciones de obreros y trabajadores que desembocarán en los paros nacionales de 1977 y 1978. 87 número de muertes y masacres, a manos tanto de las FF.AA. como de las propias tropas de Sendero. De acuerdo con los datos recogidos por la CVR, será justamente en este período (1983-1985) cuando se contabilizará un mayor numero de muertes y desapariciones a lo largo de todo el conflicto armado interno. Las estrategias de contrainsurgencia de las fuerzas de seguridad del Estado peruano partían de la base de que el enemigo se encontraba entre el campesinado, reprimiendo indiscriminadamente a individuos y comunidades. Las acciones de las tropas senderistas no fueron menos violentas o sangrientas. Responsables de múltiples arrasamientos de comunidades y de asesinatos indiscriminados de autoridades locales (y, en definitiva, de cualquier que se enfrentara a su mando y sus doctrinas), el PCP-SL impuso un sistema de gestión y control de la vida comunal en múltiples aspectos (desde lo económico-productivo hasta lo cultural, pasando por el control directo de los sistemas de justicia comunal). Es por este motivo por el que surgirá, como una manera de aproximarse a los hechos de la violencia y a los efectos que tuvo sobre la población civil, una interpretación del conflicto armado que enfatizó la idea de una población que se encontraba “entre dos juegos” (interpretación, que, como veremos, formo parte central también de la meta-narrativa del informe Final de la CVR). 20 Sin embargo, tal y como plantearán Degregori y Theidon, se trata de una narrativa que no reflejará fielmente la realidad de un conflicto armado en el que el campesinado también desarrolló un rol activo. Por un lado, porque existieron apoyos reales a las acciones y propuestas del PCP- SL. Tal y como plantea Theidon a través de su investigación en distintas comunidades de la sierra ayacuchana, el discurso de la igualdad para todos y todas resultó tentador. Las campañas de propaganda desarrolladas por el PCP-SL, y la organización de comités de apoyo dio sus frutos y no fueron pocos los campesinos y campesinas que, en inicio, simpatizaron con las propuestas senderistas. El PCP-SL consiguió poco a poco apoyos en estas comunidades canalizando los sentimientos de rencor y búsqueda de venganza existentes entre sectores importantes de la población ante los ataques inminentes por parte de las FF.AA. (Theidon, 2004: 28). Sin 20 Encontramos una primera referencia a esta representación de las comunidades atrapadas “entre dos fuegos” en uno de los informes de Amnistía Internacional publicado en 1989 y titulado, justamente, “Perú: entre dos fuegos”. 88 embargo, rápidamente surgieron conflictos también al interior de las comunidades, enfrentamientos directos entre las autoridades comunales y las tropas senderistas, y formas articuladas de respuesta del campesinado ante la violencia ejercida por el PCP-SL. Emergerá así un nuevo actor en el conflicto armado interno a través de la articulación y masificación de los llamados comités de autodefensa (CAD) 21 , mediante la alianza subordinada del campesinado con las FF. AA, en un intento por parar el avance de PCP-SL. Tal y como se recoge en el propio Informe Final de la CVR, las rondas campesinas contrasubversivas se distinguieron de acciones contrainsurgentes anteriores porque ya no se trataba solamente de una reacción espontánea y defensiva ante los ataques y formas de control comunal del PCP-SL, sino que se convirtieron en parte central de estrategias ofensivas que incluyeron la organización de pueblos, vecinos y patrullas de búsqueda para capturar subversivos (CVR, 2003). Fue a partir de 1984 que las rondas campesinas contrasubversivas fueron ganando protagonismo sobre todo en zonas del departamento de Ayacucho donde el conflicto armado se manifestó con una mayor intensidad. Otro actor armado importante que surgiría también durante esta primera etapa del conflicto armado interno fue el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru –MRTA, una guerrilla de corte marxista-leninista con vínculos e inspiración en otras organizaciones latinoamericanas (como el Frente Sandinista de Liberación Nacional, en Nicaragua, o el propio M-19 en Colombia). En palabras de Degregori, el MRTA surgió en el Perú con la pretensión de ser una guerrilla heroica que desarrollaría una “guerra limpia” en contraposición a la del SL (Degregori, 2011: 110). Fundado en 1982 por Víctor Polay Campos, el MRTA iniciará sus acciones armadas en 1984, autoproclamándose brazo armado del movimiento popular. En un intento por distanciarse de las prácticas sangrientas y de ataques directos contra las comunidades y la población civil desarrolladas por SL hasta la fecha, el MRTA desarrollará formas de lucha armada propias, usando distintivos para diferenciarse de la población civil y ocupando otros espacios territoriales, desarrollando una 21 También conocidos como “rondas campesinas contrasubversivas”. No será hasta fines de 1991, con el decreto legislativo 741, que se estandarice la denominación de las rondas contrasubversivas como Comités de Autodefensa (CAD). 89 mayor presencia en las zonas de selva alta central. Sin embargo, el MRTA incurrió también en acciones criminales, recurriendo a asesinatos selectivos, secuestros y ataques directos contra minorías sociales, entre otros.22 Volviendo de nuevo a la cronología del conflicto armado interno (CAI), cabe destacar que después del gobierno de Belaúnde se abrirán 5 años de gobierno de Alán García (1985-1990) en el que la violencia, los enfrentamientos abiertos y las violaciones a los derechos humanos contra la población civil se seguirán sucediendo de manera indiscriminada, aunque con una menor intensidad. Será ya en el año 1990 cuando tomé el poder Alberto Fujimori, formándose un nuevo gobierno en el país que durará hasta el año 2000. Será durante esta fase cuando se produzca un cambio tanto en la estrategia política y militar del PCP-SL como en las respuestas organizadas por parte del gobierno central y las Fuerzas Armadas. A modo de resumen cabe destacar los avances del PCP-SL desde el interior del país hacia las zonas urbanas, en especial en Lima, ciudad donde el SL conseguirá desarrollar una presencia significativa. Tal y como recoge Burt en su obra “Violencia y Autoritarismo en el Perú: bajo la sombra de Sendero y la dictadura de Fujimori” ya en 1988 Abimael Guzmán había señalado en una entrevista la importancia estratégica que tenía la capital para el objetivo final de Sendero Luminoso de apoderarse del poder estatal. Es así como el PCP-SL empieza a expandirse y a tomar posiciones en distintas barriadas y zonas de la periferia urbana (los llamados “conos”), construyendo bases de apoyo político, radicalizando las luchas populares a través de la penetración en distintas organizaciones sociales de base, y empleando la violencia y la intimidación como mecanismos de control (Burt, 2009a: 162-163). Junto a los asentamientos humanos y barriadas de la periferia de la ciudad, la CVR hará referencia a otros dos escenarios centrales en el despliegue del PCP-SL en la ciudad: los sindicatos y las universidades. Con respecto a los primeros, el informe recoge las formas en las que el PCP-SL intentó radicalizar las huelgas sostenidas por sindicatos, aumentando las 22 Tal y como quedó recogido en el Informe Final de la CVR, los actos de terror contra minorías sexuales fue una de las formas de violación a los derechos humanos llevadas a cabo por las tropas emerretistas. Varios de estos ataques fueron denunciados públicamente por el Movimiento Homosexual de Lima (MHOL). 90 confrontaciones sociales a través de la organización de paros armados, y muchas veces recurriendo al asesinato selectivo de funcionarios, gerentes de empresas líderes sindicales. En relación con las universidades, el PCP-SL desarrolló un intenso trabajo para captar aliados que pudieran actuar como voceros, propagando su ideología y sus propuestas, aumento sus destacamentos militares y el apoyo al interior de la ciudad. Destaca, a este respecto, su avance en universidades públicas como la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Otra de las cuestiones que caracterizará la acción del PCP-SL durante esta época será el recurso a los atentados y ataques contra la población civil como manera de sembrar el terror también en la capital. Nuevamente recurriendo a los datos recogidos por la CVR, vemos como entre abril de 1989 y diciembre de 1992 se produjeron solo en Lima 907 ataques y atentados; prácticamente, un promedio de un atentado por día. Con respecto a las formas de accionar del gobierno de Fujimori cabe destacar el impacto determinante del golpe de estado de abril de 1992, momento en el que se quiebra el orden constitucional con la promulgación de diferentes medidas y Decretos Ley que endurecerán significativamente la legislación antiterrorista, sin contemplar el respecto de garantías mínimas del debido proceso, y aumentando el poder de las FF. AA para actuar en zonas declaradas de emergencia, avanzando así en el desarrollo de su estrategia contrasubversiva. Esta época del conflicto armado quedará especialmente caracterizada por la desaparición forzada de estudiantes en distintas universidades de la capital (como La Cantuta o la Universidad de Callao); por el encarcelamiento masivo de líderes de organizaciones barriales y sindicales; por los juicios con jueces sin rostro; por las torturas y vejaciones sexuales al interior de las cárceles. Será también una etapa del conflicto en la que cobrarán especial protagonismo los grupos especiales del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) y de la Dirección contra el Terrorismo (DINCOTE) de la Policía Nacional del Perú, quienes operarán con independencia de los poderes judiciales y políticos, siendo responsables también de un gran número de casos de violaciones a los derechos humanos durante esta década. 91 Será justamente el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la DINCOTE el responsable de la captura final de Abimael Guzmán en septiembre de 1992. Desde este momento, las acciones armadas del PCP-SL disminuirán significativamente, mientras que el MRTA continuará sus acciones militares en las zonas de la ceja de selva central. Ambas organizaciones tendrán dificultades para continuar con su ofensiva, encontrándose cada vez más debilitadas, fruto en parte de disputas y divisiones internas. Paralelamente, el gobierno de Fujimori continuó sus acciones contrasubversivas, a pesar del evidente descenso en la actividad de ambos grupos armados. Esto ha llevado a que la propia CVR se refiriera al periodo de 1993 al 2000 como a un periodo de “contrasubversión sin subversión”. 23 En aras de garantizar la perpetuación del régimen, el gobierno de Fujimori recurrirá al pretexto de la contrasubversión como forma de control social, político y mediático, negando las violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes estatales y/o militares y sembrando un manto de impunidad por todo el territorio peruano que quedará finalmente oficializado con la aprobación en 1995 de Ley de Amnistía. Esta situación se perpetuará hasta el año 2000, momento en el que, como veremos en las siguientes páginas, se dará final al conflicto armado interno con la caída del gobierno de Fujimori y su salida del país. Se abrirá así un nuevo periodo en la historia reciente peruana con la creación de un gobierno de transición que tendrá que hacerse responsable de la gestión de los legados de estos 20 años de violencia política y conflicto armado interno. 23 Véase el capítulo 1 del Informe Final “Los periodos de la violencia” (CVR, 2003). 92 2.Transnacionalización de economías morales: el desembarco de la industria de la justicia transicional en el contexto peruano. Partimos de la base de que para poder aproximarnos al impacto de las comisiones de la verdad como mecanismos claves dentro del campo de la justicia transicional se hace necesario conocer cuáles fueron las lógicas y dinámicas que permitieron su conformación, así como las relaciones de fuerzas que determinaron dichos procesos. Como señalan autores como Lefranc, será al capricho de las distintas olas de democratización que tendrán lugar en las últimas décadas del siglo XX24, y de la multiplicación de las experiencias de transito de un régimen autoritario o represivo a nuevos regímenes democráticos, que se empiezan a desarrollar y a difundir el uso de nuevas técnicas de reconstrucción de la relación de los países con sus propios pasados de violencia. Entre dichas técnicas y dispositivos, las más “innovadoras y unánimemente saludadas” por la comunidad internacional serán, sin duda, las comisiones de la verdad (Lefranc, 2004: 194). Dispositivos que, como señalábamos con anterioridad, se han multiplicado en América Latina y también en otras regiones del mundo. Priscilla Hayner25, en su estudio sobre el origen y la evolución de las comisiones de la verdad, llega a contabilizar un total de 21 comisiones creadas entre 1974 y 2001 (fecha en que se publica su trabajo)26. Cabe destacar que si bien no todas ellas 24 Nos referimos, concretamente, a los procesos de transición a la democracia que tendrán lugar como parte de lo que Huntington denomina la tercera oleada de democratización, aquella que comenzaría en 1974 con la Revolución de los Claveles en Portugal, marcando la expansión de procesos de democratización en la zona mediterránea (Grecia y España), y en distintos países de América Latina, Asia Oriental y Europa del Este con la descomposición final de bloque soviético (Huntington, 1994). 25 Hayner es considerada, hoy en día, como uno de los referentes claves en el estudio de la justicia transicional a nivel internacional. Su obra “Verdades Innombrables” fue uno de los primeros trabajos de sistematización sobre las experiencias de las comisiones de la verdad en el mundo, a través de un análisis detallado de las experiencias y dinámicas que tuvieron lugar en Argentina Chile, El Salvador, Sudáfrica y Guatemala. Hayner fue una de las fundadoras, en el año 2001, del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ, en sus siglas del inglés), organización no gubernamental que trabaja por y para la promoción de la justicia transicional a nivel internacional. 26 Cabe destacar la existencia de nuevos estudios y análisis sobre los procesos de justicia transicional y conformación de comisiones de la verdad que arrojan nuevas y actualizadas cifras, en paralelo a aquellas recogidos por Hayner en su investigación. A modo de ejemplo, cabe destacar el trabajo 93 responden al nombre específico de comisión de la verdad (encontramos otras denominaciones como “comisión de desaparecidos” para el caso argentino o ugandés, o “comisión de esclarecimiento histórico” en el caso de Guatemala) se opta por utilizar el nombre de comisión de la verdad como denominación genérica para referirse a este tipo de organismos propios de contextos de transición. ¿Pero a qué nos referimos específicamente cuando hablamos de comisiones de la verdad? La propia Hayner establece una serie de rasgos comunes que caracterizarían a las comisiones de la verdad, o a lo que ella misma denomina como tipos concretos de investigación sobre prácticas sistemáticas de violaciones de los derechos humanos y abusos generalizados cometidos por las fuerzas del Estado, y a veces también por la oposición armada. Entre dichos rasgos comunes o características cabe destacar, en primer lugar, que se trata de organismos que centran su atención en el pasado; su investigación está orientada a arrojar luz sobre patrones concretos de abuso cometidos a lo largo de un periodo concreto del pasado o historia reciente de un país, y no en relación con hechos o sucesos concretos. En segundo lugar, se trata de organismos de carácter temporal. En general, y de acuerdo con la información recogida sobre las distintas comisiones de la verdad que habrían sido desarrolladas hasta el año 2001, Hayner destaca que suelen funcionar por periodos que van de los seis meses a los dos años. Su labor finaliza con la presentación pública de un informe final en el cual quedan recogidos los principales hallazgos de ese proceso investigativo, así como paquetes de recomendaciones y/o propuestas. En cuarto y ultimo lugar, se trata de organismos que cuentan con el aval, la autorización y el poder temporal del Estado (y de la oposición armada en el caso de comisiones que sucedan a acuerdos de paz entre dos o mas bandos y/o grupos armados). En palabras de la propia autora, será justamente esté carácter oficial lo que concede a las de análisis realizado por Olsen, Payne y Reiter. en la Universidad de Wisconsin, con la creación de una base de datos cuantitativa que recoge información sobre cerca de 900 mecanismos de justicia transicional en el mundo, incluyendo tribunales, comisiones de la verdad, programas de reparación, y otros. Para el año 2010, estas autoras contabilizan un total de 53 comisiones de la verdad en 37 países distintos. Para más información, véase la página web del proyecto: http://www.tjdbproject.com/ (última consulta: 17/11/2016) http://www.tjdbproject.com/ 94 comisiones de la verdad “un mejor acceso a las fuentes de información oficial, más seguridad para llevar a cabo investigaciones delicadas, y más posibilidades de que las autoridades tomen en serio su informe y sus recomendaciones” (Hayner, 2008: 41). Por supuesto, la existencia y reconocimiento de dichas características comunes no significa que se niegue el peso e impacto que las realidades y contextos sociopolíticos concretos de cada país tendrán sobre el mandato, la forma final y el funcionamiento de cada una de estas comisiones, así como sobre los recursos que se pondrán a su disposición. Tal y como señala Lefranc, será necesario tener en cuenta las relaciones de fuerza que existirán, en cada contexto político concreto, entre las figuras “salientes” (aquellos responsables del régimen autoritario) y los nuevos responsables gubernamentales, en tanto dicha relación de fuerzas determinará el margen de maniobra del que dispondrán los propios miembros de las comisiones para llevar a cabo su mandato. También marcará el grado de independencia de dichas comisiones en relación con el marco legal (y, por tanto, en relación con las intenciones de los gobiernos), según la concepción que tienen sus miembros de su misión o de la importancia de la movilización e influencia de las víctimas en cada país en específico (Lefranc, 2004: 195). *********** En el caso concreto peruano, la posibilidad de una comisión de la verdad fue hecho posible del momento histórico que se abre con el colapso del régimen autoritario de Fujimori en el año 2000, momento en el que irrumpen en el espacio mediático una serie de vídeos que pusieron en evidencia las tramas de corruptela tejidas dentro de este gobierno.27 Ante las presiones sociales y políticas, Fujimori huye a Japón dando 27 Dichos videos son conocidos popularmente como los “Vladivideos”, en tanto se trató de una serie de videos elaborados por el propio Vladimiro Montesinos, asesor presidencial de Fujimori, en las instalaciones del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN). Montesinos utilizó esas grabaciones como medio de extorsión y soborno de distintos actores y personalidades de la política nacional y local, el mundo de la empresa y los medios de comunicación Gran parte de estos vídeos son de acceso público actualmente a través de Internet. Véase: http://larepublica.pe/politica/778712-vladimiro-montesinos-publican-en-youtube-gran-coleccion- de-vladivideos (última consulta: 17/11/2016) http://larepublica.pe/politica/778712-vladimiro-montesinos-publican-en-youtube-gran-coleccion-de-vladivideos http://larepublica.pe/politica/778712-vladimiro-montesinos-publican-en-youtube-gran-coleccion-de-vladivideos 95 paso a la constitución de un gobierno de transición liderado por el presidente Valentín Paniagua, quién tendrá que hacer frente al legado de la violencia política que había asolado el país desde que las tropas armadas de Sendero Luminoso iniciarán su ataque al estado peruano en el mes de mayo de 1980. Este contexto político transicional fue percibido por distintos actores como un espacio de oportunidad en el que poder plantear demandas dentro del plano de los derechos de verdad y justicia a través de la implantación de mecanismos concretos de justicia transicional. Sin embargo, cabe destacar que la propuesta final de una comisión de la verdad no fue, en ningún caso, el resultado de un consenso generalizado entre los diferentes actores políticos implicados en el proceso de transición, ni tampoco el resultado de demandas generalizadas por parte de la sociedad peruana (cómo si había ocurrido en otros países como Argentina tras la caída de la dictadura militar en 1983). En el momento de la caída de Fujimori, nos encontramos en Perú con una sociedad civil altamente indiferente ante las consecuencias que había tenido la violencia política para amplios sectores del país, especialmente dentro de los sectores citadinos (limeños) de clases medias/altas. Una indiferencia que se explica, por un lado, como consecuencia de procesos sociohistóricos de racismo y centralismo anteriores al propio conflicto; por el otro, como resultado de la instalación de una serie de sentidos comunes entre la sociedad civil peruana que, de alguna manera, habrían legitimado la violencia cometida por el Estado y las Fuerzas Armadas durante la época del gobierno de Fujimori. En palabras de Degregori: los principales voceros del régimen propagaron insistentemente un mensaje que, apoyado por importantes líderes de opinión y amplificado por la mayoría de los medios de comunicación, se volvió sentido común: las violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes del Estado durante el conflicto habrían sido el costo necesario que el país tuvo que pagar para acabar con la violencia subversiva desatada en 1980 por el PCP-SL y, cuatro años más tarde, por el MRTA (2003:76) 96 Es importante tener en cuenta, por tanto, que el propio colapso del régimen de Fujimori no se explica por una creciente indignación ante las violaciones que se habían sucedido durante la época del conflicto armado interno sino, más bien, como consecuencia del descontento generalizado producido por la crisis económica, el fraude electoral y la corrupción institucionalizada (Degregori 2003: 77). El trabajo de las organizaciones de derechos humanos a este respecto será fundamental. Desde el inicio del conflicto se comprometieron con las labores de documentación y denuncia de las graves violaciones que se estaban cometiendo, trabajando con los familiares de las víctimas de la violencia para que pudiesen presionar de manera más efectiva por sus demandas ante las autoridades, promoviendo, a su vez, el desarrollo de redes de solidaridad a nivel internacional. A través de esta incesante labor de documentación, asistencia y denuncia, dichas organizaciones consiguieron poco a poco desarrollar una narrativa pública contraria a aquella instaurada por el régimen, dando una cierta visibilización a las prácticas desarrolladas desde el estado, la policía nacional y las fuerzas armadas no ya como excesos o como “el coste necesario para acabar con la violencia subversiva”, sino como prácticas sistemáticas de violación a los derechos humanos cometidas contra amplios sectores de la población del país, tanto por parte del estado como por parte de los propios grupos armados del PCP-SL y el MRTA. Todo ello, en un contexto de alta polarización social, persecución y amenaza política. Con la caída del régimen de Fujimori se plantea, por tanto, una nueva coyuntura política de cierta apertura democrática que permitirá la emergencia de estas demandas y reclamos en el espacio público con mayor fuerza y apoyos. Así, gracias al trabajo de presión, sensibilización e incidencia política se consigue incorporar los reclamos contra las violaciones cometidas al paquete de reformas del nuevo gobierno de transición, incluyendo la creación de una comisión de la verdad como fórmula para esclarecer los hechos de la violencia política y resarcir a las víctimas en sus derechos de acceso a la verdad y la justicia. Como afirman Guillerot y Magarrell, la decisión de crear una comisión de la verdad fue el resultado del acuerdo entre un sector muy articulado —pero no numeroso— de la sociedad civil, 97 donde coincidieron defensores de los derechos humanos y demócratas radicales con el ala política del gobierno de transición que era afín a estas causas (Guillerot y Magarrell, 2006: 21). La fuerza de dichos actores para posicionar sus demandas en el mandato del nuevo gobierno se explica, en parte, por la debilidad que caracterizó la actuación de los partidos políticos tradicionales durante la época de la transición. Una debilidad que facilitó a su vez el protagonismo de la sociedad civil a lo largo del proceso, una sociedad civil de clases populares y sectores medios, representados en muchos casos a través de las propias organizaciones de derechos humanos (Degregori, 2003: 78). Por otro lado, cabe destacar la existencia de un contexto internacional favorable a la aplicación de mecanismos concretos de justicia transicional. Como señalábamos con anterioridad, las comisiones de la verdad proliferaban en el mundo, y de manera especialmente significativa en América Latina. En los países del Cono Sur, con el fin de las dictaduras militares (Argentina 1983, Chile 1990); en América Central, con el fin de los conflictos armados internos (El Salvador 1992, Guatemala 1997). Comisiones de la verdad y mecanismos de justicia transicional a la vez impulsados y promovidos desde la comunidad internacional, a través de agencias de cooperación y organismos no gubernamentales de Estados Unidos y Europa. Y es así como, teniendo en cuenta las condiciones políticas internas del país y el contexto internacional más amplio, el trabajo de incidencia política impulsado desde las organizaciones de derechos humanos finalmente conduce a la asunción de compromisos con la conformación y mantenimiento de una comisión de la verdad por parte de diferentes ministros y grupos políticos por mediación de sus candidato a la presidencia, quienes refrendarán el mandato de la comisión durante el proceso electoral de 2001. Con la promulgación del Decreto Supremo nº 065-2001-PCM, se crea en el año 2001 la Comisión de la Verdad peruana (CV) con el mandato último de “esclarecer el proceso, los hechos y responsabilidades de la violencia terrorista y de la violación a los derechos humanos producidos desde mayo de 1980 hasta noviembre 98 de 2000, imputables tanto a las organizaciones terroristas como a los agentes del Estado, así como proponer iniciativas destinadas a afirmar la paz y la concordia entre los peruanos”. En ese mismo año, y a través del Decreto Supremo 101-2001- PCM, se modificará su nombre por el de Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), en tanto se considerará como uno de sus objetivos principales el de “sentar las bases para un profundo proceso de reconciliación nacional, a partir del esclarecimiento de los hechos, así como el restablecimiento de la justicia”. Se constituye así el campo formal de la justicia transicional en Perú, dando lugar a un proceso de investigación que convocó a expertos de distintas áreas, así como a toda una serie de consultores nacionales e internacionales. Se perfiló el marco teórico, legal y ético-moral que guio el trabajo de la comisión y que quedó materializado en la recogida de cerca de 17.000 testimonios, la organización de 13 audiencias públicas, creación de múltiples grupos de trabajo, así como la revisión de estudios e informes publicados por diferentes organizaciones de derechos humanos que venían operando en este campo desde el inicio del conflicto armado. Los resultados de dicha investigación quedaron finalmente recogidos en el Informe Final de la CVR presentando en el año 2003. Informe que se convirtió en una suerte de “hoja de ruta” para reinterpretar el conflicto armado y para guiar la puesta en práctica de un paquete de recomendaciones que garantizaran la sostenibilidad del proyecto iniciado. Cabe destacar que la posibilidad de una comisión de la verdad en Perú fue también posible gracias al apoyo recibido desde el exterior. Perú, y su pasado violento, consiguen captar la atención de la comunidad internacional. Diferentes fondos se hacen disponibles desde distintas agencias internacionales a través de la firma de tratados de cooperación con la propia CVR. De acuerdo a la información financiera hecha publica por los comisionados, cerca del 40% del total de los costes asociados con el trabajo de la CVR fueron cubiertos gracias a estos fondos internacionales. En total fueron 11 las agencias de cooperación y fundaciones privadas que colaboraron económicamente con el trabajo de la comisión.28 Entre sus principales donantes 28 Para acceder al listado completo de agencias y financiadores internacionales, véase: 99 destacará la Agencia Estadounidense de Desarrollo Internacional (United States Agency for International Development – USAID) a través de su Oficina de Iniciativas Transicionales (Office of Transition Initiatives - OIT). Tal y como queda recogido en el informe final de evaluación del programa de la OIT para Perú, su estrategia estuvo orientada al “apoyo de procesos de transición democrática pacífica en el Perú, visibilizando a su vez los esfuerzos del gobierno estadounidense con este propósito”. Este apoyo financiero internacional no finalizó con el trabajo de la CVR, sino que se hizo disponible también para la implementación de sucesivos mecanismos de justicia transicional. Así, por ejemplo, para el caso del Programa de Reparaciones sabemos que se contó con el apoyo institucional y económico de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID) y de la Agencia de Cooperación Alemana (GTZ).29 Lo interesante, en cualquier caso, es ilustrar el rol central que tendrán diferentes agencias internacionales, tanto gubernamentales como no gubernamentales, en la promoción y desarrollo de los derechos humanos y la justicia transicional en Perú, a niveles tanto locales como nacionales. Se apoya el proceso de conformación y desarrollo de la CVR desde el plano económico, pero también desde el plano institucional e ideológico, si se quiere. Gran parte del trabajo de la comisión, así como su diseño, estuvieron altamente influenciados por la concurrencia de agente externos, bajo la figura de “observadores internacionales”, “consultores” y “expertos” de la justicia transicional. Se contó así, por ejemplo, con el apoyo de entidades como la American Association for the Advancement of Science, ofreciendo ayuda técnica para el trabajo de inferencia estadística necesario para el establecimiento de cifras de muertos y víctimas en el país; el apoyo de entidades como el Institute for Justice and Reconciliation de Sudáfrica y de organizaciones internacionales como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y el Centro Internacional de la Justicia Transicional (ICTJ), quienes apoyaron positivamente los esfuerzos y el trabajo de http://www. cverdad.org.pe/ingles/lacomision/ifinanciera/financiamiento.php (última consulta: 03/04/2014). 29 Como veremos, el apoyo financiero al proceso de justicia transicional se canalizará también a través del apoyo y subvención directa de programas y proyectos desarrollados desde las propias organizaciones de derechos humanos. 100 incidencia realizado para el establecimiento de la comisión (Burt, 2009b: 389).30 La industria de la justicia transicional desembarca así en Perú, a través de la figura de estos expertos y consultores. Se toma como referencia las experiencias de comisiones y procesos vividos en otros países, con la intención de tomar esas “lecciones aprendidas” para garantizar una adecuada implementación y adaptación de los distintos mecanismos de justicia transicional a la realidad sociopolítica y cultural específica del caso peruano. Vemos, por ejemplo, como se toma prestado del caso sudafricano la propuesta de organización de las audiencias públicas como estrategia para garantizar una mayor compromiso y atención al proceso por parte de la sociedad peruana, como forma de reconocimiento formal a las víctimas, y como una suerte de reparación simbólica a los daños ocasionados (Hayner, 2008: 218). Como señala Lefranc, lo que tiene lugar es un proceso de aprendizaje y de universalización de saberes a escala internacional. Esta puesta en común de las experiencias y de las observaciones contribuye a la universalización de los postulados relativos al buen funcionamiento de las comisiones, de las justificaciones de su establecimiento, así como a los criterios de evaluación de su trabajo (Lefranc, 2004: 198). Justificaciones y postulados que se asentarán y vendrán marcados por concepciones compartidas sobre la democracia y la necesaria promoción de los derechos humanos, y sobre las formas que debe adoptar la “buena política”. Una concepción ampliamente compartida de la buena política, la cual se basa en un principio central: la verdad deber se restablecida a ojos de todos, de tal manera que las víctimas participen en la producción y eventualmente en la difusión publica de esta verdad, encontrando en ella un alivio, la ocasión de efectuar el duelo de sus muertos o de sus desaparecidos, de manera, también, que los culpables sean, si no castigados, al menos estigmatizados. El proceso de establecimiento y de difusión pública de la verdad histórica así concebido de contribuir a la promoción de una cultura democrática y de los derechos humanos, incluso a la disuasión de los crímenes políticos. Este principio parece tener un carácter de evidencia, naturalizada en un sigo que la visto lo peor. (…) Pero está ligada a una concepción singular de la buena política de salida de la violencia, y, por lo tanto, a un análisis específico del 30 Resulta especialmente interesante, a este respecto, la manera en la que Alejandro Castillejo, antropólogo colombiano especializado en el estudio de procesos transicionales, narra su experiencia como observador internacional y consultor para la CVR peruana. Para más información, véase la entrevista realizada por Adriana Villalón para la revista de la Asociación Vasca de Antropología (Ankulegi): http://aldizkaria.ankulegi.org/index.php/ankulegi/article/view/9 (última consulta: 03/05/2016) http://aldizkaria.ankulegi.org/index.php/ankulegi/article/view/9 101 papel de las comisiones de la verdad. Funda una “universalización” de las justificaciones, en el sentido de que el modelo de la comisión de la verdad se ve revestido de un alcance universal (Lefranc, 2004: 199). Se exportan, por tanto, experticias y marcos de interpretación de la realidad social. Se establecen una serie de premisas sobre las formas de gestión del pasado que se consideran internacionalmente como las “más adecuadas”; sobre la necesidad de establecer verdades históricas oficiales; sobre el propio trabajo de la memoria. Premisas que, como nos indica esta autora, se convierten en evidencias, construyéndose casi en fórmulas del sentido común, permeando los discursos y las prácticas de los distintos agentes sociales y organizaciones que interactúan y participan del campo de la justicia transicional a escala tanto local como nacional e internacional. A modo de ejemplo, recogemos a continuación las palabras de José Miguel Vivancos, director para las Américas de Human Rights Watch, a través de su prólogo a la edición en español de la obra de Hayner “Verdades Innombrables”, donde recoge su trabajo de análisis sobre las comisiones de verdad. “A pesar de las profundas diferencias políticas, culturales e históricas de lo países que ha recurrido a este tipo de instancias y, desde luego, a las peculiares características de la transición de cada uno de ellos, todos presentan un cuadro similar de necesidades. Estas incluyen la necesidad de sociedades que emergen de la violencia política y a opresión de narrar la verdad acerca de atrocidades ocultas o ignoradas por décadas; de recordar y reivindicar la dignidad de las víctimas; de diseñar programas de reparación; de promover la justicia; de fortalecer el Estado de derecho y la futura protección de los derechos humanos, así como de tender puentes para la reconciliación entre diversos sectores históricamente antagónicos” (Vivancos, 2008: 13) Se sobreentiende que, si bien las realidades socio políticas de cada país son distintos y particulares, las necesidades que se plantean en contextos de transición suelen ser siempre similares. Necesidades (sean reales, percibidas o impuestas) que no se formulan en el orden de lo práctico y/o material (véase, por ejemplo, la necesidad de reconstruir infraestructuras en zonas concretas del país, o de desarrollar proyectos de inversión económica y promoción del empleo para comunidades y grupos sociales especialmente afectados por guerras o conflictos) sino en el ámbito de lo ético o 102 moral. La dignificación de las víctimas, la promoción de la justicia, o el establecimiento de una verdad histórica, no se entienden como procesos, o como resultados de dichos procesos, sino como necesidades; como imperativos morales que deberán orientar el accionar de los nuevos gobiernos de transición. Volviendo de nuevo al caso peruano vemos como dichos supuestos e imperativos serán también rápidamente incorporados por las organizaciones de derechos humanos en el país, en tanto serán estas organizaciones las que impulsarán de manera determinante el proceso de conformación y desarrollo de la comisión de la verdad así como el trabajo de “traducción” del marco interpretativo de la justicia transicional a la realidad específica peruana, y de los razonamientos y supuestos legales y morales sobre los cuales la justicia transicional —en tanto conjunto de ideas, saberes, y dispositivos expertos— basa su propia existencia. Al conversar con diferentes miembros de dichas organizaciones, y al preguntarles por las motivaciones que guiaron el trabajo de incidencia política realizado tras la caída de Fujimori, fue fácil encontrar respuestas como la siguiente: “No era posible tener una transición democrática si no era investigando los hechos de nuestra historia reciente. En alianza con distintas organizaciones de familiares, insistimos porque consideramos que, si el gobierno peruano no procesaba lo que había pasado en uno de nuestros peores periodos de la historia de nuestro país, no era posible hablar de democracia o de derechos humanos en nuestro país. Tuvimos que salir y convencer, y finalmente lo logramos” (Entrevista personal, representante de ONG de derechos humanos. Lima, mayo de 2013). Es importante destacar también que la labor de las organizaciones locales de derechos humanos no sólo determinó el propio establecimiento de la CVR (y sus contornos morales) sino también, desde el plano más operativo, la definición de muchos de sus contenidos, metodologías de trabajo, y resultados finales. Colaboraron activamente con consultores y expertos internacionales, con los comisionados y con los propios equipos de trabajo de la CVR. Dicha labor estuvo regulada, también en su caso, a través de la firma de convenios de cooperación. 103 Se firmaron convenios con varias de las principales organizaciones de derechos humanos en el país, entre ellas la propia Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH), a través de los cuales se fue definiendo la actividad de estas organizaciones en el trabajo de la CVR .31 Entre dichas actividades, destacar entre otras: • La entrega de información y datos recopilados durante la época del conflicto armado (registros de denuncias, relación de víctimas materiales documentales, informes de casos de violación a los derechos humanos, etc.). • La colaboración en las investigaciones facilitando contacto con víctimas y testigos y participando activamente en el proceso de recogida de testimonios. • La difusión, capacitación y sensibilización organizando talleres y seminarios para visibilizar la labor de la CVR, publicaciones, etc. • La organización de talleres de capacitación de lideres locales y población en general sobre las funciones, objetivos y atribuciones d la CVR. • La participación activa en el diseño, organización y desarrollo de audiencias públicas. • La colaboración en la definición de propuestas y recomendaciones en distintas áreas, como por ejemplo el área de reparaciones. • El asesoramiento a equipos locales de salud mental y apoyo psicosociológico directo en la preparación de las audiencias publicas y en la preparación de procesos de exhumación de fosas. • La organización de talleres, seminarios y sesiones de capacitación, tanto para los propios comisionados como para el grupo técnico de la comisión. No es de extrañar, por tanto, que para muchos analistas y grupos sociales la CVR no fuera, en sí misma, un producto directo del estado sino más bien percibida como una “extensión” de las ONG de derechos humanos y del trabajo que se venían realizando desde hacía casi dos décadas. Resulta interesante, a este respecto, rescatar el trabajo de investigación de Antonio Zapata Velasco sobre la relación de los medios de 31 Se puede acceder al listado completo de los convenios de colaboración y cooperación suscritos por la CVR a través del siguiente enlace a su web: http://www.cverdad.org.pe/lacomision/cnormas/index.php (última consulta: 17/11/2016) http://www.cverdad.org.pe/lacomision/cnormas/index.php 104 comunicación ayacuchanos con el trabajo de la CVR. Zapata señala como muchos periodistas rechazaron la comisión desde su conformación, alegando que estaba compuesta única y exclusivamente por “élites políticas limeñas”, miembros de ONG de derechos humanos y “pseudo intelectuales” sin contar con la participación de ningún representante de organizaciones regionales (Zapata Velasco, 2010). La conformación y el trabajo de la CVR no estuvo, por tanto, exento de polémicas. Fueron múltiples las críticas que se esgrimieron en contra de este proyecto. Por un lado, aquellas que se articularon desde sectores del poder político, económico, militar y mediático cercanos a Fujimori y Alán García, contrarios, como era de esperar, a que se realizará ningún tipo de investigación sobre los hechos de la violencia que ocurrieron durante sus gobiernos y bajo sus mandatos. Por otro lado, quejas y críticas, como veíamos, procedentes de medios de comunicación y entidades sociales regionales, como el Frente de Defensa de Ayacucho32, incluso por parte de algunas de las organizaciones de derechos humanos que participaron activamente de trabajo de la comisión. Es importante señalar, a este respecto, que, si bien existía una suerte de consenso entre las principales ONG de derechos humanos del país en torno a la necesidad de establecer mecanismos de justicia transicional y esclarecimiento de la verdad en el país, no todas estuvieron de acuerdo con la forma final que adoptó la CVR, ni tampoco con la manera en la que se fue perfilando el trabajo de investigación y la definición de sus recomendaciones finales. Existieron voces divergentes, críticas con las negociaciones que tuvieron lugar a lo largo del proceso, con las colaboraciones que se establecieron con distintas instancias gubernamentales (a través de ministerios claves como el Ministerio Público o el Ministerio de Educación), con el proceso de selección y nombramiento de los/as comisionados/as, entre otros muchos aspectos. 32 Entidad integrada por la base local del Sindicado Único de Trabajadores de la Educación en el Perú-SUTEP, la Federación Agraria Departamental de Ayacucho-FADA, la Federación de Barrios y los sindicatos de trabajadores del Hospital, de la Municipalidad, del Mercado y Construcción Civil. 105 A este respecto, y a modo de ejemplo, destacar el conflicto abierto que tuvo lugar entre la CVR y el Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF). El EPAF es una organización no gubernamental peruana dedicada a las investigaciones de graves violaciones a los derechos humanos e iniciativas de desarrollo humano que se constituye en febrero de 2001, justamente al calor de la creación de la CVR y ante la necesidad que plantea la inexistencia de equipos forenses independientes que pudieran representar a la sociedad civil peruana en las investigaciones sobre el conflicto armado interno.33 Si bien se realizaron diferentes colaboraciones con la CVR, estas finalizan en mayo del 2002, momento en el que el EPAF emite un comunicado oficial anunciando su renuncia a seguir colaborando con la comisión. Dicha renuncia se debía, tal y como fue expresado por el presidente de la organización, a las presiones que se ejercieron desde el Ministerio Publico y la Fiscalía de la Nación hacia la CVR y que afectarían las investigaciones de fosas comunes, así como la participación del propio EPAF en dichas investigaciones. Tales amenazas, relacionadas con trabajos forenses realizados por el propio EPAF en el caso Chavín de Huantar34, fueron percibidas como un intento por descalificar a los integrantes de la organización como posibles peritos forenses y así evitar, en palabras de los propios trabajadores del EPAF, que las Fuerzas Armadas pudieran “irritarse” y enfrentarse al trabajo de la CVR.35 33 Información extraída de la página web de la organización: http://epafperu.org/ (última consulta: 23/04/2016) 34 El caso Chavín de Huántar está relacionado con la investigación realizada sobre la operación militar que tuvo lugar en 1997, bajo el mandato de Fujimori, para rescatar a los rehenes que habían caído en manos del MRTA después de que dicho grupo armado tomará la Residencia del Embajador de Japón en Lima en diciembre de ese año. Como resultado de dicha operación militar, los 14 integrantes del MRTA que participaron en la toma de la residencia fueron abatidos. Si bien el gobierno y las fuerzas militares justificaron el recurso a la fuerza por parte del estado como única estrategia para la liberación de los rehenes, dicha interpretación fue puesta en entredicho. Contando con el apoyo de distintas organizaciones de derechos humanos, los familiares de las víctimas del MRTA presentaron su caso ante la CIDH, alegando que varias de dichas muertes fueron realmente ejecuciones extrajudiciales injustificadas. La CIDH emitió su sentencia final en julio de 2015, determinando al Estado peruano como responsable de la ejecución extrajudicial de al menos una persona que estaba fuera de combate, y denunciando la no realización las investigaciones pertinentes en su momento para esclarecer los hechos ocurridos. Para más información sobre la polémica levantada por dicha sentencia, véase: https://www.cejil.org/es/reflexiones-caso-chavin- huantar (última consulta: 17/11/2016) 35 Véase, http://grancomboclub.com/2010/02/otra-polemica-de-la-cvr.html (última consulta: 17/11/2016) http://epafperu.org/ https://www.cejil.org/es/reflexiones-caso-chavin-huantar https://www.cejil.org/es/reflexiones-caso-chavin-huantar http://grancomboclub.com/2010/02/otra-polemica-de-la-cvr.html 106 Pareciera, por tanto, que la independencia de la CVR con respecto a los poderes públicos no fue tanta y que la necesidad de establecer pactos y concesiones para garantizar la viabilidad del proyecto de la propia comisión influyeron de manera directa sobre su trabajo y sobre sus conclusiones finales. - La CVR peruana como nuevo marco interpretativo. Tomando distancia de todos estos conflictos y negociaciones durante el proceso de confirmación y desarrollo del trabajo de la CVR lo importante es destacar como ese trabajo quedará resumido y contenido en su Informe Final, documento presentado públicamente en el año 2003 y que habrá de convertirse, de alguna manera, en la gran meta-narrativa sobre el conflicto armado interno en le Perú. Una meta-narrativa compartida por las grandes organizaciones de derechos humanos en el país, y por las propias organizaciones de víctimas y afectados, en tanto se construye también como una primera forma de reconocimiento de las violaciones a los derechos humanos cometidos durante esos 20 años. Podemos referirnos, por tanto, a la CVR peruana como a un nuevo marco interpretativo sobre los hechos de la violencia en el país; un marco interpretativo que se construye en base a esos hechos de violencia, denunciados e investigados, y también en torno a cifras concretas. Según el Informe Final de la CVR, el conflicto armado interno que vivó el Perú entre 1980 y 2000 constituyó “el episodio de violencia más intenso, más extenso y más prolongado de toda la historia de la República”. Se estima que la cifra más probable de víctimas fatales del conflicto es de 69.280, incluyendo tanto a personas muertas como desaparecidas. De esas cerca de 70.000 víctimas en torno a un 75% se caracterizarían por su pertenencia indígena, campesina, quechua hablante y por su bajo estatus social y económico. Las regiones más afectadas fueron justamente las zonas más pobres del país, concretamente la región de Ayacucho (donde se habrían concentrado más de un 40% de los muertos y desparecidos reportados por la CVR). A esos muertos y desparecidos se sumarán 107 cientos de miles de personas desplazadas forzosamente, víctimas de tortura y violencia sexual, reclutamiento forzado, ente otras muchas violaciones a los derechos humanos. Con respecto a las responsabilidades, la CVR considerará al PCP-SL como el principal perpetrador durante el periodo de conflicto armado interno, grupo armado al que se le adjudicarán un 54% de las víctimas fatales contabilizadas. Frente a este 54% cerca de un 30% de las muertes se le adjudicarán a las FF. AA del estado peruano, y apenas un 1,5% al MRTA. La CVR emerge y se construye, así, como un proceso que, en palabras de Rodríguez Maeso, siguió una lógica representacional, donde las operaciones principales fueron la denuncia pública —que fija y legitima la condición de las víctimas—, y la acusación —que refiere a la revelación de las acciones e intenciones de los perpetradores y a su posterior definición y adjudicación de responsabilidades— (2011: 590). De acuerdo a esta doble operación se desarrolla un marco de interpretación de los hechos de la violencia en el que la víctima, clasificada de acuerdo a arreglos jurídicos que remiten a formas y tipificaciones del derecho internacional humanitario, es finalmente consagrada como figura moral dentro de la vida social y política peruana. Véamos de qué manera. 108 3. Sobre el testimoniar. Parte I Dentro de nuestro análisis sobre los procesos de construcción y consagración de la figura de la víctima en el contexto peruano, nos parece relevante detenernos a analizar las formas que tomaron sus testimonios, en tanto género discursivo principal a partir del cual se articula la toma de la palabra por parte de la víctima en el marco de los procesos de justicia transicional, así como la enunciación pública, verbalización y transmisión social de sus experiencias de violencia. Siguiendo las líneas de análisis de Pollak, consideraremos estos testimonios no sólo como relatos factuales, limitados a una función informativa, sino como instrumentos de construcción y reconstrucción de identidades, entendidas estas identidades como imágenes de sí para sí mismos y para otros (Pollak, 2006: 55). Distinguiremos, a lo largo de estas páginas, las distintas formas de testimonio que han emergido como parte —o como consecuencia— del proceso de justicia transicional en el Perú: desde los testimonios históricos que se ofrecieron en el contexto del trabajo de investigación de la CVR, hasta los testimonios o narraciones de carácter más autobiográfico, movilizados en el espacio público por “víctimas activistas”, pasando por las declaraciones de carácter más judicial que tendrán lugar como parte del proceso de registro de víctimas en el marco específico del programa de reparaciones. Tal y como nos plantea el propio Pollak, los testimonios son el resultado del encuentro entre la disposición del superviviente a hablar y las posibilidades de ser escuchado. Entre aquel que está dispuesto a reconstruir su experiencia biográfica y aquellos que le solicitan hacerlo o están dispuestos a interesarse por su historia se establece una relación social que define los límites de lo que es efectivamente decible (Pollak, 2006: 56). Nuestro objetivo es, por tanto, indagar sobre las condiciones de posibilidad de esos mismos testimonios, sus contextos de producción, las relaciones y normas sociales específicas a partir de las cuales se articulan, y las subjetividades y construcciones identitarias que emanan de esos actos de toma de la palabra por parte del sujeto declarante. 109 3.1. Las audiencias públicas: representación nacional e individual del dolor. Muchos de los que habitan la condición de víctima acceden a circuitos que les permiten obtener miradas, cuidado, reconocimiento e incluso palabra y si formulamos la pregunta “¿Puede hablar la víctima?” (…) responderemos que sí, que puede hacerlo siempre cuando lo haga bien: que denuncie, que testimonie, que se encabalgue siempre el quejido y/o en el combate. Como el subalterno, la víctima puede hablar… si habla adecuadamente (Gatti, 2015: 809) Tal y como se ha señalado anteriormente, una de las actividades centrales de la Comisión de la Verdad y Reconciliación fue la organización de audiencias públicas. De acuerdo a la definición que nos deja la propia comisión, las audiencias públicas fueron consideradas como sesiones solemnes en las que los comisionados reciben directamente, ante la opinión pública nacional, el testimonio de víctimas o testigos sobre hechos que hubieran afectado gravemente a la víctima y a su grupo familiar o social, o que por su magnitud y complejidad hubieran marcado al país y creado grave preocupación en la comunidad internacional.36 Estas audiencias complementaron el proceso de recogida de testimonios llevado a cabo por los y las investigadoras de la comisión (sobre el que nos detendremos más adelante) con tres objetivos principales: - Enriquecer la investigación de la comisión incorporando la versión de las víctimas, su experiencia y expectativas respecto a justicia, reparación y prevención. - Convertir la información recibida en un instrumento pedagógico para la ciudadanía en general alimentado por un diálogo permanente que propenda a la reconciliación nacional. - Dignificar a las víctimas de los crímenes y violaciones ocurridas, expresándoles la solidaridad del país.37 36 http://cverdad.org.pe/apublicas/audiencias/index.php (última consulta: 23/04/2016) 37 Estos objetivos quedan así recogidos en el informe sobre las audiencias públicas desarrollado por http://cverdad.org.pe/apublicas/audiencias/index.php 110 De esta manera, se desarrollaron un total de 13 audiencias en ocho ciudades del país. Se realizaron 8 audiencias de casos, con participación directa de víctimas y familiares, y 5 audiencias temáticas, en las que se buscó presentar problemáticas que configuraron patrones de violaciones a los derechos humanos de grupos determinados: desplazados, mujeres o universitarios, entre otros. En este caso, los testimonios o declaraciones de víctimas fueron acompañados de intervenciones de expertos y expertas en cada una de esas materias. En términos generales, las audiencias duraban uno o dos días (salvo casos excepcionales como el de Ayacucho, donde las audiencias duraron cuatro días, al tratarse de la región donde se habían registrado un mayor número de violaciones y casos), con toda una gama de personas que prestaban testimonio cada día y eran interpeladas por un panel de comisionados. En total, se contó con la presencia de 422 testimoniantes, sumando 318 casos y contando con la participación directa, como público o invitados, de unas 9.500 personas. 38 Cabe resaltar que las audiencias no sólo contaron con público presencial, sino que fueron también retransmitidas por radio y televisadas a través del canal estatal “Televisión del Perú” y del canal por cable “Canal N”. Se buscó, de esta manera, acercar las audiencias públicas, y los relatos de las víctimas, al mayor número posible de personas, para así reforzar los objetivos “pedagógicos” y de “dignificación y reconocimiento nacional” marcados por la comisión y sus comisionados. Por supuesto, los límites de tiempo y espacio impedían que la comisión pudiera llevar a cabo audiencias públicas en todas las regiones del país, o que pudiera “dar la palabra” a todas las comunidades de una u otra manera afectadas por los hechos de la violencia política. Es así como se tuvieron que establecer una serie de criterios de selección para decidir quién testimoniaría públicamente en estos espacios; quién se convertiría, en última instancia, en una voz legítima –o autorizada- para actuar como representante, ya no de su experiencia individual Sofía Macher, comisionada y miembro del Grupo de Trabajo que elaboró el anteproyecto para la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Más información en: https://www.newtactics.org/sites/default/files/resources/Public-Audiences-ES.pdf (última consulta: 23/04/2016) 38 Datos extraídos de la web oficial de la CVR: http://www.cverdad.org.pe/ingles/lacomision/balance/index.php (última consulta: 23/04/2016) https://www.newtactics.org/sites/default/files/resources/Public-Audiences-ES.pdf http://www.cverdad.org.pe/ingles/lacomision/balance/index.php 111 sino del sufrimiento colectivo de una “nación herida”.39 De acuerdo con la información recogida por la comisionada Susana Macher en su informe “Audiencias Públicas: un espacio para legitimar el testimonio y dignificar a las víctimas del conflicto armado en el Perú”, los criterios utilizados para la selección de casos públicos fueron los siguientes:40 - En el caso de las audiencias temáticas el criterio fue territorial: que estuvieran representadas todas las regiones donde se sufrió el mismo patrón de violación. - En el caso de las audiencias de historias regionales el criterio fue abarcativo: que figuraran todas las organizaciones y partidos políticos que tuvieron una actuación relevante en el proceso. Vemos, así, como de acuerdo a criterios supuestamente técnicos, relacionados con las limitaciones de tiempo y presupuestos y las necesidades de representatividad, se van definiendo poco a poco límites a ese acto de toma de la palabra pública dentro de las estructuras institucionalizadas oficiales que ofrece la propia CVR. Siguiendo nuevamente las palabras de Pollak: Más allá de las condiciones físicas y morales del mantenimiento de una identidad y de la posibilidad de testimoniar, es necesario abordar la cuestión de las condiciones sociales que hacen que ciertos testigos potenciales tomen efectivamente la palabra o sean llamados a hacerlo. Dicho de otro modo, la cuestión no es solamente saber lo que, en estas condiciones “extremas”, vuelve a un individuo capaz de testimoniar, sino también lo que hace que se lo soliciten, o lo que le permite sentirse socialmente autorizado a hacerlo en algún momento (Pollak, 2006: 60-61) 39 Hamber y Wilson, en su análisis sobre la comisión sudafricana, cuestionan abiertamente lo que ellos denominan como un proceso de “psicologización de la nación” de acuerdo al cual los procesos de gestión del pasado, sanación y reconciliación serían equivalentes o concurrentes a nivel nacional e individual. Desde su análisis, destacan la manera en la que este planteamiento de equiparación del trauma nacional e individual puede convertirse en una ideología de subordinación de las necesidades individuales de las víctimas al proyecto más amplio de reconciliación y unidad nacional. Para más información, véase Hamber y Wilson (2002). 40 Dicho informe fue parte de una serie de materiales desarrollados por la organización estadounidense “Center for Victims of Torture” (CVT), a través de su programa “New Tactics in Human Rights”. Dicho programa se crea con el objetivo de facilitar herramientas, recursos formativos y el desarrollo de nuevas “tácticas” para trabajadores/as, activistas y defensores y defensoras de los derechos humanos a nivel internacional. Dicho proyecto fue financiado, entre otros, por la Fundación Ford y la Fundación Open Society. Para más información, véase: https://www.newtactics.org/about-us (última consulta: 23/04/2016) https://www.newtactics.org/about-us 112 Por supuesto, estos criterios de selección no estuvieron exentos de polémica. Dados los cuestionamientos realizados tanto por los medios de comunicación como por parte de las propias comunidades afectadas (básicamente, por qué unas y no otras), se aprobó la organización, junto a estas audiencias, de lo que ha pasado a conocerse como asambleas públicas, espacios organizados directamente por organismos de la sociedad civil pero que operaron bajo el mismo objetivo y reglamento que las audiencias organizadas directamente por la comisión. Se realizaron un total de 7 asambleas públicas en otras 7 ciudades del país, para así intentar dar cabida, en el marco del trabajo de la comisión, a un mayor número de casos y multiplicidad de tipos de afectación. Veremos cómo, a pesar de estas soluciones alternativas, la organización del trabajo investigativo de la CVR y de las audiencias públicas en torno a la idea de casos (que pasarán a convertirse en “casos emblemáticos”, bien por su representatividad o por su capacidad de condensar las diferentes dimensiones o facetas que adoptó la violencia armada en el país) contribuirá, al menos indirectamente, a ese proceso de jerarquización de víctimas o jerarquización de sufrimientos al que nos referiremos más tarde en nuestro análisis sobre el Programa Integral de Reparaciones. La selección de testimonios y de testimoniantes, aún respondiendo a criterios de orden práctico, tendrá consecuencias relevantes sobre la manera en la que se fueron configurando las imágenes y narrativas en torno al pasado de violencia. A modo de ejemplo, destaca que en la audiencia pública temática sobre los Comités de Autodefensa (CAD) sólo testimoniaron hombres. No se contó con la presencia de ninguna mujer a pesar de haber quedado demostrada, a través de distintas investigaciones, la participación activa de las mujeres en estos comités. Tal y como nos plantea Theidon, estos criterios de selección/exclusión sirvieron para reforzar y reproducir la imagen del hombre como héroe (sobre todo si tenemos en cuenta la manera en la que los propios “ronderos” se construyeron discursivamente a sí mismo como héroes de la Patria y como actores claves en la derrota de los grupos subversivos), en contraste con la imagen de la mujer como “víctima” o como mero actor pasivo en el contexto del conflicto (Theidon, 2004). Volviendo de nuevo a las dinámicas de funcionamiento de estas audiencias, cabe 113 destacar que todas ellas estuvieron presididas por un panel compuesto por varios comisionados —incluido Salomón Lerner, presidente de la Comisión—, representantes de organismos internacionales como las Naciones Unidas o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, miembros de diferentes organizaciones no gubernamentales, miembros de la prensa e invitados internacionales, entre los que destacaría el doctor Richard Lyster, en calidad de representante de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica.41 Como señalábamos, uno de los objetivos principales de estas audiencias fue el de dignificar a las víctimas, creando un espacio para su reconocimiento oficial y cumpliendo con la obligación de “escuchar y hacer escuchar a las víctimas”.42 Se buscó así conferir a las víctimas un cierto protagonismo en el proceso, de acuerdo al imperativo de “dar voz a los sin voz”, y a la necesidad de situar a las víctimas en el “centro” del proceso —otorgando de esta manera una suerte de legitimidad moral al trabajo que venía siendo desarrollado por la comisión—. Dicho imperativo queda de alguna manera reflejado en las palabras de apertura de la primera audiencia pública desarrollada en Ayacucho por el que fuera presidente de la comisión, Salomón Lerner: “Nosotros estamos convencidos de que, entre los grandes daños ocasionados a la población afectada por la violencia, uno de los más grandes es el perjuicio moral, el despojo de la dignidad del que fueron víctimas. Ese robo de la dignidad fue causado en primer lugar por los perpetradores (…) pero además esos atropellos se vieron agravados por la prolongada indiferencia del resto de la sociedad ante el sufrimiento de las víctimas. “Las audiencias públicas son, en efecto, una instancia en la que la CVR quiere dar la palabra a quienes durante muchos años tuvieron que soportar el silencio, numerosos atropellos, crímenes imposibles de describir. Deseamos pues poner fin a ese silencio y hacer que todo el país escuche”. “Este es un espacio y un tiempo que pertenece a las víctimas. Esta es una ocasión para que ellas cuenten la dura historia que vivieron y para que el resto del país les brinde el reconocimiento por tanto tiempo negado.” Las audiencias se estructuraron, así. como discurso y como práctica de 41Su presencia no fue, por supuesto, casual, si tenemos en cuenta la manera en la que la CVR peruana replicó gran parte de la estructura y marco programático de la comisión sudafricana. 42 http://www.cverdad.org.pe/ingles/lacomision/balance/index.php (última consulta: 23/04/2016) http://www.cverdad.org.pe/ingles/lacomision/balance/index.php 114 reconocimiento hacia las víctimas. Como un espacio que “pertenecía a las víctimas” pero que, sin embargo, quedó reglado de acuerdo a lógicas, protocolos y reglamentos muy concretos que les fueron, de alguna manera, impuestos. La pregunta que nos hacemos, por tanto, es ¿bajo qué condiciones, y de acuerdo a qué límites, se hace posible ese ejercicio de toma de la palabra y de escucha activa en el marco de las audiencias públicas de la CVR? La lógica de funcionamiento de las audiencias —tal y como puede observarse en las grabaciones de las diferentes sesiones43—, siguió patrones muy concretos. Organizadas bien por casos o por temáticas, era menester de las autoridades allí presentes invitar a distintas víctimas de graves violaciones a los derechos humanos —en el sentido legal del término—, a ofrecer sus testimonios y contar sus historias de violencia y sufrimientos frente al público allí presente. Tras unas primeras palabras de presentación y apertura por parte de los comisionados, en las que se recordaba al público la naturaleza de su misión y los principios y objetivos bajo los cuales operaban esas audiencias, llegaba el momento de “darle la palabra” a las víctimas. De acuerdo al protocolo establecido, los testimoniantes debían prestar, al inicio de cada audiencia individual, el juramento solemne de expresar la verdad, “con honestidad y buena fe”. Una vez expresado el compromiso del declarante, los comisionados van invitando a las víctimas a que se unan a ellos en la mesa semicircular que actuaba performativamente como estrado desde el cual interpelar al público y, en última instancia, a la sociedad peruana en general. Con la intención expresa de evitar el formato de tribunal, se estableció esta única mesa en la que se reservó un espacio a las víctimas para que pudieran ofrecer sus testimonios al mismo nivel que los comisionados y las autoridades presentes. Se buscaba conferir una sensación de igualdad, “afecto” y respeto a la diversidad que se manifestó también en la posibilidad ofrecida a las víctimas de que pudieran otorgar sus testimonios tanto en castellano como en su lengua materna, quechua en la mayoría de los casos. Se contó por tanto con interpretación simultánea, a la vez 43 Muchas de estas grabaciones están disponibles en internet a día de hoy, a través de los canales oficiales de YouTube del Centro de Documentación e Investigación del Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM), espacio institucional inaugurado en diciembre del 2015 en Lima y construido gracias al apoyo económico de la agencia alemana de cooperación internacional y desarrollo. 115 que se trabajó cuidadosamente otra serie de detalles para tratar de facilitar la puesta en escena de esos mismos testimonios y evitar, en la medida de lo posible, cualquier impacto negativo sobre la integridad física y emocional de las víctimas testimoniantes.44 Estas referencias continuas a los detalles logísticos y de escenografía, tanto en los protocolos escritos que rigieron las audiencias como en los análisis realizados por los propios comisionados y por distintos investigadores e investigadoras, invitan a pensar inevitablemente en una suerte de representación teatralizada del sufrimiento de las víctimas. Con la intención de facilitar el acto de testimoniar, dignificar a las víctimas y de evitar cualquier tipo de perturbaciones que pudieran poner en peligro el bienestar emocional de los y las declarantes, se van definiendo también las condiciones de posibilidad de esos mismos testimonios, los contextos sociales de la denuncia pública así como los espacios sociales, dinámicas y relaciones que se irán estableciendo entre la víctima, el Estado y la sociedad peruana de cara a su visibilización y reconocimiento. La toma de palabra, como decíamos, se hizo tanto en castellano como en lenguas indígenas. Las víctimas compartían sus experiencias sin ser interrogadas o sometidas a preguntas por parte de los comisionados. Podemos decir que los testimonios fueron, en este sentido y de alguna manera, “libres”. Sin embargo, son varios los análisis que han puesto de manifiesto los condicionantes que limitaron y determinaron estas formas de testimoniar. Las historias narradas tenían que coincidir con ciertos criterios para poder ser presentadas públicamente en el contexto de las audiencias. De hecho, se realizaron “ensayos” con los y las testimoniantes como parte del trabajo de preparación previo a las audiencias. Estos ensayos y trabajo preparatorio fueron explicados y justificados por la propia comisión como una necesidad que emanaba de la propia complejidad de las experiencias vividas por los y las testimoniantes y de la dificultad para conseguir que esas experiencias fueran narradas de acuerdo a estrategias que se ajustaran a las limitaciones de tiempo existentes y, sobre todo, a los objetivos educativos y pedagógicos que orientaban el 44 En el informe redactado por Sofia Macher, a la que hacíamos referencia con anterioridad, se hace mención a todos estos detalles de escenografía y logística, desde los pañuelos al agua, las vías de tránsito para que las víctimas accedan al espacio de las audiencias, etc. 116 trabajo de la propia comisión. Los protocolos que marcaron el funcionar de las audiencias, si bien presentados en tanto fórmula para garantizar el debido respeto y dignificación de las víctimas, supusieron también un condicionante claro para muchos testimoniantes. Fue común ver cómo los comisionados cortaban o limitaban los discursos de muchas víctimas, por no ajustarse a las limitaciones de tiempo o a las temáticas marcadas. Tal y como plantea Winter al referirse a varios casos y ejemplos en los que se impusieron este tipo de “límites”, lo que se puso de manifiesto fue también un juego de relaciones de poder de acuerdo al cual el imperativo de “dar voz a los sin voz” implícitamente incluía también la posibilidad de quitar o limitar esa voz si no era utilizada de la manera adecuada (Winter, 2009: 99). Pero no fueron estos los únicos condicionantes que operaron como normas o imperativos, predeterminando los actos de habla y los sentidos y significados de las narraciones presentadas. Junto a los condicionantes que marcó el propio contexto situacional de unas audiencias públicas altamente protocolizadas y ritualizadas, se sumaron también otros que escapan a ese contexto específico y que se encontrarían relacionados con el marco sociopolítico más amplio, nacional y global, en el cual tiene lugar estos actos de toma de la palabra por parte de víctimas testimoniantes. - La víctima despolitizada o la inocencia como lugar de enunciación “Ahora que oportunidad, yo vengo acá a dar mi testimonio, para poder pedir a la Comisión. Necesito reparación, reparación del honor, reparación del daño que nos han hecho (…) tantas personas, tantos campesinos, tantos inocentes, que nosotros vivíamos tan tranquilos en nuestra chacra, nuestras casas, vivíamos tranquilo, feliz ¿Qué nos faltaba? Ahora que estamos sufriendo en la ciudad, escapando, y no tenemos casa, trabajo, ni estudios. Sufrimos.” (Extracto de testimonio ofrecido en la primera sesión de las audiencias públicas de casos en Huamanga. 8 de abril de 2002). “Los familiares de Pomatambo se encontraban consternados por el hecho, todos de duelo, niños lloraban, señoras lloraban, padres lloraban… todos, era una desesperación porque todos son personas inocentes que han muerto, si tuvieran realmente… ¿no?, si fueran los verdaderamente, como dicen los militares, terrucos, yo lo admito; pero son personas inocentes que han 117 muerto, ha dejado seis hijos, cinco hijos, ocho hijos, todos huérfanos han quedado…” (Extracto de testimonio ofrecido en la segunda sesión de las audiencias públicas de casos en Huamanga, 8 de abril de 2002) Estos dos extractos muestran la manera en la que se recurrió, en muchos de los testimonios que se ofrecieron en las diferentes audiencias públicas llevadas a cabo, a la imagen de una víctima inocente. A modo meramente ilustrativo, se ha realizado un análisis de la frecuencia con la que aparecen los términos “inocente” o “inocencia” en las transcripciones de las audiencias públicas incluido en el anexo 10 del Informe Final de la CVR.45 La palabra inocente aparece 173 veces; la palabra inocencia otras 33. La pregunta entonces es, ¿por qué esta insistencia –o necesidad percibida- por parte de los testimoniantes en confirmar o expresar su inocencia y la de sus familiares, vecinos u otras personas afectadas por la violencia? En el análisis realizado por la propia CVR sobre las motivaciones de las víctimas a ofrecer sus testimonios ante la comisión destaca, de manera llamativa, la oportunidad que las audiencias ofrecían para “limpiar su honra o la de sus familiares”.46 Esa necesidad de demostrar la inocencia de los y las testimoniantes se vincula, en dicho análisis, con la fuerte sospecha que existía en el país —y que todavía persiste a día de hoy…— en relación a la pertenencia a los grupos subversivos, en especial a Sendero Luminoso. Tal y como señalábamos en apartados anteriores, las estrategias de contrainsurgencia llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad del Estado una vez iniciado el conflicto con el levantamiento en armas de las tropas de Sendero Luminoso partían de la base de que el enemigo se encontraba entre el campesinado. Fueron estas suposiciones, junto con la incapacidad o renuencia del Estado de distinguir entre los militares de Sendero Luminoso y la población civil, las que 45 Puede accederse a la versión digital de este Anexo 10 a través del siguiente enlace: https://www.scribd.com/doc/47936410/Anexo-10-Transcripcion-de-las-Audiencias-Publicas-de- Casos (última consulta: 23/04/2016) 46 Para más información, véase: http://cverdad.org.pe/apublicas/audiencias/impacto.php (última consulta: 23/04/2016) https://www.scribd.com/doc/47936410/Anexo-10-Transcripcion-de-las-Audiencias-Publicas-de-Casos https://www.scribd.com/doc/47936410/Anexo-10-Transcripcion-de-las-Audiencias-Publicas-de-Casos http://cverdad.org.pe/apublicas/audiencias/impacto.php 118 favorecieron todo tipo de masacres indiscriminadas, ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas, sobre todo de líderes comunitarios o de cualquier persona perteneciente a organizaciones de la sociedad civil que pasaron a ser consideradas como “el brazo legal del terrorismo”. El miedo se fue instaurando en la mentalidad peruana; miedo a los ataques de los grupos subversivos y miedo a ser considerado como tal por las fuerzas armadas. La sospecha sobre el “otro” se convirtió en un elemento central en la manera en la que se rearticularon las relaciones sociales en el país, una sospecha particularmente agravada por la fuerte segmentación social presente en el Perú en términos de clase social y antecedentes étnicos (Burt, 2009a: 326-327). En resumidas cuentas, era más fácil ser considerado terrorista si se era campesino o campesina, habitante de las zonas del interior, pobre y quechua hablante. Esas sospechas se fueron instaurando también en el seno de la vida de las comunidades. Si alguien era apresado, desaparecido o asesinado, era posible que hubiera razones para ello. Cabe destacar que este miedo que se fue cultivando durante los años 80 fue luego instrumentalizado durante el gobierno de Fujimori como estrategia para favorecer una suerte de consenso con su proyecto autoritario y así mantener a la población civil desmovilizada. Tal y como ilustra Burt en su trabajo sobre la violencia y el autoritarismo en el Perú de los años 90, el miedo se convirtió en un mecanismo de control, en un instrumento de poder, y en una narrativa discursiva desplegada tanto por el gobierno como por medios de comunicación. El miedo ante la amenaza terrorista, y la incapacidad de las instituciones democráticas durante 10 años para acabar con el terror, facilitó un contexto en el que las libertades civiles y políticas esenciales para la democracia fueron vistas como prescindibles, y las soluciones de mano dura, desde arrestos y detenciones arbitrarios hasta asesinatos extrajudiciales, considerados como aceptables (Burt, 2009a: 330). Matar terroristas —o cualquier persona sospechosa de serlo—, se convirtió en un recurso legitimado por amplios sectores de la sociedad civil en aras del orden y la seguridad. Por supuesto, participar en cualquier tipo de organización civil, desde sindicatos hasta organizaciones universitarias, era un elemento de sospecha y un recurso utilizado por el régimen para acallar voces contestatarias. Prueba de ello fue, por ejemplo, el asesinato, en diciembre de 1992, de Pedro Huilca, Secretario General de la 119 Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP) por parte del Grupo Colina, destacamento paramilitar vinculado a los servicios de inteligencia. Teniendo en cuenta este contexto, no es de extrañar entonces esa sensación de necesidad experimentada por muchas víctimas declarantes —sobre todo para aquellas que sufrieron violaciones a manos de agentes estatales—, de querer demostrar su inocencia. Tal y como lo expresó uno de los testimoniantes al ser entrevistado por personal de la CVR: “Para mí, específicamente, las audiencias públicas es solamente hacer saber a la opinión pública la realidad de lo que nosotros (…) en el caso mío, específicamente, de que soy una persona totalmente inocente, de que ahí me echaron la culpa.” (Lima. Hombre de 56 años injustamente apresado)47 Sin negar la efectiva inocencia de las personas que ofrecieron sus testimonios a lo largo de las diferentes audiencias públicas realizadas, nos parece importante, y necesario, problematizar estas narrativas, así como la idea de la inocencia en tanto lugar de enunciación predominante para las víctimas testimoniantes. Vemos, a través de las citas y testimonios señalados, como la inocencia pasa de ser un mero estado a convertirse en un elemento clave en el proceso de recuperación de la verdad. Ante las acusaciones cometidas contra las víctimas, se plantea la inocencia como estrategia discursiva de restitución de la verdad, y de los derechos asociados. Tal y como nos plantea Rodríguez Maeso en su análisis sobre las políticas del testimonio en el contexto de la CVR peruana, el reconocimiento a las víctimas se estableció tomando en cuenta determinadas narrativas instauradas, previas al trabajo de la comisión y que sin duda condicionaron las interpretaciones que emanaron del trabajo investigativo llevado a cabo, así como las ideas y prácticas de ciudadanía centrales en el discurso de la comisión (Rodríguez Maeso, 2010). Entre estas narrativas destaca principalmente, esa que nos habla de las poblaciones campesinas como poblaciones “entre dos fuegos”, sometidas tanto a los ataques de los grupos 47 Cita extraída del Informe “El impacto de las Audiencias Públicas en los participantes”. http://cverdad.org.pe/apublicas/audiencias/impacto.php (última consulta: 23/04/2016) http://cverdad.org.pe/apublicas/audiencias/impacto.php 120 subversivos como a las violaciones contra los derechos humanos llevadas a cabo por las fuerzas armadas y policiales. Una imagen que se fue construyendo tanto desde dentro como desde fuera de las comunidades a las cuales se hacía referencia. Vemos, por un lado, y como ya señalábamos más arriba, la necesidad social y política de las comunidades campesinas de las zonas del interior del país de desmarcarse de las actividades subversivas de Sendero Luminoso. El estigma que se fue fraguando durante los 20 años de duración del conflicto sobre estas poblaciones, en tanto sospechosas de apoyar la lucha armada, determinó su necesidad de reforzar una imagen de estas mismas comunidades, y de sus pobladores, como inocentes y a ajenos al proyecto senderista. Se identifica, así, un cierto patrón narrativo en los testimonios ofrecidos por las víctimas que comparecieron en las audiencias públicas en los que se neutraliza cualquier vinculación con la militancia política y se enfatiza la idea de Sendero como un elemento externo a las comunidades. “Hasta esa fecha estábamos tranquilos (…) nosotros estábamos una población como de treinta familias. Estamos trabajando un día 11 de julio, a horas cinco de la tarde. Ingresaron una cantidad, un promedio de 80 senderistas rodeando al pueblo (…). Llegaron gritando, explosiones, disparos entre hombres y mujeres y así, chicos también de doce, trece años… Entonces, ellos comienzan a matar toda la gente que ha visto” (Extracto de testimonio ofrecido en la tercera sesión de las audiencias públicas de casos en Huanta, 12 de abril de 2002). En el pueblo por dos veces incursionaron los terroristas. En la primera matanza, que fue un catorce de abril de 1988, murieron seis autoridades, que fueron alcalde, regidores, teniente gobernador y uno más, campesino (…) Llegaron a las nueve de la noche, en el concejo municipal. De ahí tomaron el micrófono diciendo << ¡Compañeros! ¡Así se mata a los paristas! ¡Así se mata a los chismosos! ¡Así se mata a los mentirosos!>> Ya se fueron vivando, las tres vivas. << ¡Que viva el presidente Gonzalo, que viva el Partido Comunista!>>. Ya pasaron cuatro años. Por la segunda matanza llegaron nuevamente. Yo y mi esposo habíamos ido al campo. Llegamos ciertas horas de la noche, no sabíamos que en el pueblo habían regresado.” (Extracto de testimonio ofrecido en la segunda sesión de las audiencias públicas de casos en Lima, 21 de junio de 2002). Narrativas que, por otro lado, invisibilizan las complejidades de un conflicto armado en el que los campesinos también fueron, como señalábamos anteriormente, en gran parte protagonistas (Ponciano del Pino, 1999; Theidon, 2004). Si bien sometidos en muchos casos a las presiones ejercidas por los cabecillas de Sendero (“estas con nosotros o contra nosotros”), fueron muchos también los campesinos que, de una 121 manera u otra, participaron activamente de la lucha armada, reapropiando los discursos ideológicos senderistas y apoyando sus prácticas al interior de las comunidades. Los testimonios mostraron así diferentes modos de movilizar discursivamente la representación ideológica del campesino y del indígena como “ignorante” y como “inocente” y, por tanto, ajeno a lo político (Rodríguez Maeso, 2010). La víctima se despolitiza en un intento por ajustarse a esas representaciones ideológicas en torno a la inocencia que fueron también reforzadas a través del propio discurso de los derechos humanos. Un discurso que se fue localizando y adaptando a las realidades de un contexto sociopolítico que, todavía tras la caída de la dictadura fujimorista, seguía estando altamente polarizado y condicionado por los discursos del miedo a los que hacíamos referencia con anterioridad.48 Amplios sectores de la población y del poder político y mediático (sobre todo aquellos vinculados con los gobiernos de Alán García y Fujimori) seguían considerando a Sendero Luminoso como el principal responsable de los hechos de la violencia, incluso como el único. Las labores de contrainsurgencia de las fuerzas armadas y policiales seguían siendo entendidas y/o justificadas como “meros excesos” que fueron inevitables, incluso necesarios, para acabar con el germen terrorista. Pero cabe resaltar que la invisibilización de la vida política al interior de las comunidades, y la necesidad de privilegiar la identidad de las víctimas como “víctimas inocentes”, no fue sólo el resultado de las presiones del propio contexto sociopolítico sino que también estuvo reforzado por la manera en la que se fueron perfilando los contextos de enunciación y denuncia dentro del proceso de la propia CVR y a través del trabajo de intervención que se venía realizando desde distintos organismos de derechos humanos, tanto nacionales como internacionales. La necesidad de establecer responsabilidades claras y de definir no sólo el universo de víctimas sino también aquel de los perpetradores —de cara a poder establecer 48 Escribimos estas palabras a principios del año 2016, en plena campaña electoral en el Perú. Vemos como estos discursos del miedo siguen operando y siguen siendo movilizados para neutralizar a nuevas fuerzas políticas de izquierdas. Keiko Fujimori, hija de Alberto Fujimori, se establece como la candidata con mayor intención de voto en las encuestas. Mientras tanto, se despliega desde los medios de comunicación campañas de descrédito de la candidata Veronika Méndoza, líder de la coalición política de izquierdas Frente Amplio, acusada de mantener fuertes vínculos con los grupos terroristas. 122 recomendaciones concretas en el ámbito de la justicia—, impidió que se abrieran espacios discursivos alternativos que abordaran las “zonas grises” 49 que caracterizaron los hechos de la violencia en el Perú. Como señalábamos, uno de los resultados claves de la CVR, tal y como quedó recogido en su Informe Final, fue el establecimiento de una clasificación de víctimas y perpetradores, contribuyendo a un proceso de simplificación de la realidad de la violencia armada vivida durante los años 80 y 90. Se ordenó, de esta manera, la experiencia de la violencia, una violencia que, como señalan Bourgois y Scheper- Hughes, desafía, en sí misma, categorizaciones fáciles. “La violencia puede ser todo o nada; legitima o ilegitima, visible o invisible, necesaria o inútil, gratuita, sin sentido o extremadamente racional y estratégica” (Bourgois y Scheper-Hughes, 2004: 2). La violencia es, así, y ante todo, una experiencia desordenada que queda reducida, en proyectos como las comisiones de la verdad de acuerdo a una lógica binaria que divide a víctimas y a perpetradores, constituyéndose, por tanto un discurso de la ley y la verdad que, como señalaba Foucault, “toma los tonos grises de la historia como un dato superficial que hay que reordenar de acuerdo con algunos principios estables y fundamentales” (Foucault, 2003: 60). Es así como se fue moldeando poco a poco la idea de que “sólo los inocentes tienen derechos en el Perú”, en tanto el acto de denunciar y reclamar es considerado como un derecho exclusivo de las “víctimas inocentes” (Theidon, 2004). Una interpretación que, como veremos más adelante, pasará a quedar recogida incluso en la legislación, contribuyendo de una manera decisiva a silenciar una parte importante de la historia reciente del país y a determinar los espacios subjetivos desde los cuáles la víctima puede hablar y, en última instancia, reclamar sus derechos de verdad, justicia y reparación. 49 Utilizamos aquí el concepto acuñado por Primo Levi para referirse a las condiciones de vida en los campos de concentración nazis y a la manera en la que muchos prisioneros, ante situaciones de vida extremas, se convirtieron de alguna manera en “cómplices” de las atrocidades llevadas a cabo por sus propios verdugos, en un intento por complejizar la manera en la que el proyecto nazi se convirtió no sólo en un arma de destrucción física sino también moral. Si bien los contextos de referencia son aquí cualitativamente distintos, creemos que se trata de un concepto que nos permite ilustrar, también en este caso, las dificultades que se presentan, en los análisis de procesos de violencia extrema, a la hora de poder establecer delimitaciones claras entre víctimas y perpetradores y a la necesidad de evitar interpretaciones simplificadas que se limiten a santificar a las víctimas y a demonizar a sus verdugos. 123 - Los lenguajes del trauma Y junto a la inocencia se le presupondrán a la víctima otra serie de rasgos, aquellos que nos informan de lo que Fassin denomina una nueva economía moral (2009, 2012), fruto de la consagración a nivel internacional del humanitarismo como nueva forma de gobierno de las poblaciones y de gestión e interpretación de las realidades durante y después del desastre. El humanitarismo, nos dirá Fassin, es un fenómeno socio histórico relativamente reciente que se construye como una nueva forma de gobierno en el que se entremezclan las acciones de ONG, organismos internacionales, estados, administraciones locales e individuos. Gracias al poder de los nuevos medios de comunicación de masas, este humanitarismo se apoya en la diseminación y circulación a escala global de historias e imágenes de sufrimiento y terror provenientes de todos los rincones del mundo; imágenes de víctimas de guerras, hambrunas o catástrofes naturales; imágenes de pobres, personas sin hogar o desempleados de larga duración. Una nueva forma de gobierno en la que se movilizan emociones, categorías y juicios morales; tecnologías y conocimientos expertos muy concretos, personificados en la figura del cooperante, el médico o el psicólogo que ofrece asistencia en un campo de refugiados, o en la figura de la trabajadora social responsable de la asignación de prestaciones sociales a familias inmigrantes sin recursos en una ciudad europea cualquiera. El gobierno humanitario queda definido, por tanto, como “el despliegue de sentimientos morales en la política contemporánea” (Fassin, 2012: 1), facilitando la movilización de la empatía y la compasión, y la puesta en acción de nuevos discursos, lenguajes y prácticas. Y es a través de la puesta en acción de estos nuevos discursos y prácticas que se empiezan a incorporar también nuevos conceptos y categorías de pensamiento que poco a poco irán moldeando nuestra manera de aprehender el mundo. Entre estas categorías, vemos una que adquiere un lugar central: el trauma. 124 Cuadro 1. Definición de “trauma” la Real Academia Española (RAE) El concepto de trauma, y sus secuelas, se han convertido en el marco predominante para relacionarnos y dar respuesta al sufrimiento ajeno en el plano internacional. En tanto categoría social, se trata de una construcción histórica relativamente reciente. Fassin y Rechtman, en su intento por presentarnos una suerte de genealogía del trauma, ilustrará como en apenas 25 años el trauma habría pasado de ser una categoría o noción únicamente confinada al mundo de la psicología y la psiquiatría a convertirse en una noción en constante circulación, y sujeta a múltiples usos sociales y políticos. Este giro se explica, en parte, por la influencia que determinados movimientos sociales (véase la lucha de los veteranos de guerra o la de las mujeres víctimas de violencia) van teniendo en estos círculos profesionales; se van construyendo alianzas que poco a poco van dando lugar a nuevas formas de diagnóstico de las secuelas que deja la violencia. Emerge así el “estrés postraumático” no sólo como diagnóstico sino también como elemento constitutivo de un nuevo régimen de verdad que legitima la intervención de un nuevo conjunto de expertas y expertos en situaciones donde antes no estaban presentes: nos referimos a la presencia de psicólogos/as y especialistas en salud mental en zonas de desastre, guerra o posguerra. Se legitima su intervención a la vez que se legítima también una nueva condición de víctima, la de la víctima portadora de un sufrimiento que se hace visible y reconocible, con heridas y secuelas –físicas y mentales- que ya no son puestas en cuestión. Una víctima que irrumpe en el espacio público y en la vida política, suscitando simpatía y compasión. Trauma. Del gr. τραῦμα traûma 'herida'. 1. m. Choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente. 2. m. Emoción o impresión negativa, fuerte y duradera. 3. m. Med. Lesión duradera producida por un agente mecánico, generalmente externo . 125 Creemos que la realidad del trauma no reposa en la psique, la mente o el cerebro, sino en la economía moral de las sociedades contemporáneas. El hecho de que el trauma se haya convertido en un factor tan predominante en nuestro mundo no es consecuencia de la difusión exitosa de un concepto producido en el ámbito científico de los psiquiatras y de su posterior exportación al espacio social de los sufrimientos. Es, más bien, producto de una nueva relación con el tiempo y la memoria, con el duelo y las obligaciones, con la desventura y el desventurado. El concepto psicológico “trauma” nos ha permitido dar nombre a dicha relación (Fassin y Rechtman, 2009: 276)50 Una economía moral que se caracterizaría, entonces, por una universalización del lenguaje del trauma y del discurso emocional del sufrimiento. Un discurso que se transnacionaliza de la mano de una nueva industria de expertos, reconfigurando las formas de relacionarnos con pasados de violencia y, sobre todo, de representar sus legados, personificados en la figura de una víctima “traumatizada”. “Parecía que me estaba negando a buscar a mi esposo. Me sentía con una culpabilidad de conciencia [llora] Pero llegué a Lima. No estaba tranquila. Yo no tenía trabajo. Mis hijos no habían terminado sus estudios de ese año. Se habían traumado tanto; se habían traumado mis hijos.” (Extracto de testimonio ofrecido en la primera sesión de las audiencias públicas de Huanta. 11 de abril de 2002) “Agarrando arma me tomaban la foto. Después, ahí, yo estaba tanto golpeada, maltratada, el que… encima que estaba abusada (…) El examen médico me dijo que estaba abusada… estaba embarazada. Yo desde esa fecha yo me he puesto traumada totalmente. Estaba traumada. No estaba bien, normal.” (Extracto de testimonio ofrecido en la primera sesión de las audiencias públicas de Huamanga. 8 de abril de 2002) “Señores, no solamente nos han dejado agredir permanentemente y se nos ha partido el alma, sino que se ha dejado esta secuela de enfermos. Tenemos nietos, sobrinos traumados, niños que, al ver que sus padres fueron sacados por unos encapuchados y con unos reflectores potentes de sus domicilios, en sus caritas se han quedado traumados. Muchos meses no han podido dormir ni recibir sus clases en sus colegios. Tenemos testimonios que hay madres y padres, los dos han fallecido a consecuencia del dolor inmenso.” (Extracto de testimonio ofrecido en la cuarta sesión de las audiencias públicas de casos en Trujillo. 26 de septiembre de 2002). “Hinaptin, warmachaytachu watasqam sacha mutuyman uraysinqanpata hinarqusq, maqaspa, sipispa, hasta que warmachay kanankama trauma (…) Total, desnapi, traumado uma, wawakunapas mana educakuyta atin (Extracto de testimonio ofrecido en la primera sesión de las audiencias públicas de Huamanga, 8 de abril de 2002) 50 Traducción de la autora. 126 “¿Por qué este fenómeno? ¿Por qué esta matanza? (…) Mi comunidad, cuando no había pasado este fenómeno, era bien laborioso, trabajador, progresista, que hasta el exterior resonaba sus trabajos mancomunados de la comunidad. Y ahora todo parece que se ha vuelto en cero; son tímidos y hay personas que en realidad… enfermos. Y hasta mis hijos también con la trauma que han sufrido, hasta ahora son enfermos. Cuando beben un poquito, son locos, se alteran.” (Extracto de testimonio ofrecido en la primera sesión de las audiencias públicas de casos en Huancayo. 22 de mayo de 2002). Estas son sólo algunos de los muchos extractos que ilustrarían las experiencias y narrativas que quedaron recogidas como parte de las 13 audiencias públicas que se organizaron dentro del marco de la CVR. Las incluimos aquí con el objetivo de destacar la centralidad que ocupó ese paradigma traumático en los enunciados que se manifestaron a través de los testimonios brindados por las víctimas que participaron de forma voluntaria en las mismas. La referencia al “trauma”, a lo “traumático”, o al hecho de “estar traumado”, se utiliza para dotar de sentido tanto a experiencias personales (“yo me he puesto traumada totalmente”) como a experiencias ajenas (esas de los hijos, los vecinos, o de la comunidad como colectivo traumatizado). El lenguaje del trauma se incorpora así en las de las víctimas testimoniantes, incluso de aquellas quechua hablantes. Esta incorporación no es, por supuesto, espontánea sino el resultado de las interacciones que van tomando cuerpo con la apertura de nuevos espacios sociales vinculados a la intervención humanitaria y al proyecto de justicia transicional que se inicia en el año 2001 con la creación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. En su trabajo de investigación etnográfica sobre los procesos de micro reconciliación en 7 comunidades y distritos ayacuchanos, Theidon establece una clara correlación entre la presencia de ONG y el uso del discurso del “estar traumado” por los pobladores de estas mismas comunidades. Pareciera que en las comunidades en las que se ha producido una intervención directa por parte de ONG, los campesinos y campesinas habrían aprendido a “hacer caber” su sufrimiento dentro de un idioma que lo hace reconocible para los expertos. En palabras de la autora, los campesinos y campesinas, en sus interacciones con estos 127 agentes externos, “aprenden a sufrir al estilo moderno” (Theidon 2004: 91). Se van modificando las posiciones subjetivas desde las cuales estas poblaciones hablan y se hacen reconocibles, en tanto estrategia que les permite legitimar su dolor frente al otro. Legitimar su condición de víctima y, en última instancia, sus reclamos de justicia y reparación. Estas interacciones con expertas y expertos de la salud mental tuvieron también un lugar central en el transcurso y en la organización de las propias audiencias públicas. Veíamos más arriba como se fueron desarrollando protocolos de actuación muy específicos para intentar evitar, en la medida de lo posible, que el acto de recordar/testimoniar públicamente pudiera tener un impacto negativo sobre los y las declarantes, en el sentido de reabrir antiguas heridas, “revivir el trauma”, o propiciar episodios de alto estrés o ansiedad. Es así que se facilitó el despliegue de un servicio de soporte emocional, asegurando que cada testimoniante estuviera acompañado personalmente por un profesional del área de salud mental, antes, durante y después de su participación en las audiencias. Será justamente con estos profesionales con los que los y las testimoniantes tendrán una mayor interacción. A modo meramente ilustrativo, resulta interesante que, en el informe que mencionábamos también más arriba (en el que se recogen diferentes reflexiones desde la CVR sobre el impacto de las audiencias sobre estas personas), se hablé de algunos casos “excepcionales” en los que los testimoniantes se negaron a recibir este apoyo por diversas razones. Esta negación se asocia, en palabras de los propios autores, a “miradas estigmatizantes” y a los “prejuicios” de quienes siguen asociando la atención psicológica con personas que padecen “graves enfermedades mentales”. Mediante la comprensión de las víctimas como pacientes, vemos como sus vivencias van siendo reconfiguradas y reinterpretadas desde un discurso clínico, centrado en la necesidad de reconocer y tratar los “síntomas” que dejan esas experiencias traumáticas. Si bien este modelo clínico permite desplegar una atención especializada muchas veces necesaria, lo interesante es como a la vez 128 niega, o hace invisible, las dimensiones políticas del trauma. Y con esto no nos referimos a que el trauma sea, efectivamente, el resultado de una violencia o persecución política, sino más bien que el estado subjetivo que aparece ante nosotros como "síntoma", es en realidad el producto de una intervención en sí misma política. Intervención que actúa de una manera performativa, creando imágenes de víctimas que se presentan como sujetos que reciben pasivamente esa violencia, neutralizando, en última instancia, nuestra capacidad para reconocerles plenamente como sujetos políticos (Benegas, 2013). En el caso específico peruano, la centralidad que ocupa el paradigma traumático en el contexto específico de las audiencias públicas de la CVR contribuyó decisivamente a afianzar esa imagen de la víctima como pasiva y sufriente. Una víctima que nos habla —dados los contextos y las formas de enunciación que se hacen disponibles— desde el dolor de la pérdida del ser querido, la vulnerabilidad debida a las violaciones experimentadas o la desolación ante la indiferencia social y el abandono institucional que de alguna manera posibilitó la existencia y propagación de dicha violencia, impidiendo la rearticulación de las experiencias de violencia en el país —tanto de sus causas como de sus consecuencias en el presente— en términos de resistencia, de responsabilidades jurídicas o en clave de justicia social. Vemos, así, como a través del acto de testimoniar se empiezan a producir determinadas imágenes de la víctima de la violencia política, imágenes y construcciones sociales que son a la vez constitutivas y amortiguadoras de agencia política (Rodríguez Maeso, 2010: 35). Se hace por tanto necesario agudizar nuestra mirada para de ese modo poder desnaturalizar y re-politizar el trauma. Ver de qué modo el trauma, como discurso cultural performativo, va dando forma a las experiencias de esos actores. Y, sobre todo, ver cómo estos actores habitan esos discursos y como los despliegan como herramientas semióticas para alterar, cambiar y adaptarlos a sus necesidades y objetivos (Butler, 1993; Fassin, 2012; Benegas, 2013; Berlant, 2000). 129 3.2. Los testimonios de la CVR como memoria “depurada” Existe una complejidad inherente al ejercicio de escuchar que plantea la dificultad de asir la densidad semántica e histórica de una frase. El problema no es darle una voz al otro, como reza el argumento neocolonialista, sino re-calibrar la capacidad propia de escuchar con profundidad histórica, y en cierto sentido, re-archivar. Adicionalmente, oír o escuchar está determinado por el contexto de enunciación que le impone unos límites a ese escuchar e incluso a ese decir (Castillejo, 2007: 87) Sin duda el silencio y la memoria son parte de una misma unidad. Se conforman y producen simultáneamente en el proceso de construcción de sentidos del pasado y en la transmisión, en la elaboración del testimonio y estructuración de la narrativa. El testimoniar es la estructura fundamental de transición entre la memoria y la historia, dice Paul Ricoeur. Permite visibilizar la memoria, dando lugar a su registro y archivo. Sin embargo, como él mismo advierte en las distintas formas de memoria –memoria impedida, manipulada, y obligada- las tensiones entre lo que se dice y no se dice, se visibiliza e invisibiliza, están mediadas por las imposibilidades y/o intencionalidades propias del proceso de recordar y transmitir (Ponciano del Pino, 2008: 11) Antes de dar paso a nuestro análisis sobre las recomendaciones y el proceso de reparaciones que seguirá al trabajo de la CVR, no podemos dejar de hacer mención a los 16.917 testimonios (individuales y colectivos) que, junto con aquellos ofrecidos en las 13 audiencias públicas organizadas, fueron recogidos como parte del trabajo de investigación y “levantamiento de información” llevado a cabo por la comisión en sus casi dos años de duración. La recogida de estos testimonios, si bien más orientada a la creación de una verdad histórica y al esclarecimiento de los hechos de la violencia a través de la recogida de información de primera mano, compartió también los objetivos de “dignificación” de las víctimas y de “dar voz a los sin voz” que marcaron la puesta en escena de los testimonios de las víctimas en el proceso de las audiencias públicas. Dichos objetivos quedaron recogidos no sólo en el decreto de creación de la CVR y en su Informe Final, sino también en los distintos manuales y materiales de preparación que fueron distribuidos entre los y las entrevistadoras encargadas de la toma de testimonios a lo largo y ancho del país. Es el caso, por ejemplo, del documento “Materiales del Entrevistador: equipo de apoyo metodológico”, en cuya introducción 130 se recoge la siguiente aproximación a las entrevistas que iban a ser llevadas a cabo: “La entrevista tiene dos dimensiones. La primera es una dimensión dignificadora y reparadora debido a que el declarante comparte con una persona, representante de una institución oficial, aquellos problemas que en ocasiones no ha podido contar a nadie más. La entrevista se convierte así en un espacio de escucha, reconocimiento y de solidaridad con el dolor del declarante (…) Esto permitirá un espacio de reivindicación de la dignidad de las víctimas, sus familiares y comunidades mediante el registro de sus historias.” O de los boletines que la propia CVR fue produciendo a lo largo de sus dos años de duración: “Escuchar con el corazón” Cuando iniciamos el trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (…) Dijimos al inicio, que esa tarea debería ser cumplida con la más amplia participación de la ciudadanía, y que deberíamos escuchar la voz de todos los sectores del país, sobre todo la de los que nunca han ido escuchados. Ahora, que nos encontramos a mitad de camino del mandato encomendando por la Nación, constatamos que nuestras percepciones eran algo equivocadas: la tarea es aún más compleja; al drama y dolor que vivieron nuestros compatriotas, cuya magnitud ni siquiera habíamos imaginado, se suman las consecuencias feroces que ha dejado la violencia en todos los peruanos. Un poco de indiferencia, otro poco de injusticia y quizá algo de rabia son algunas de las sensaciones que ahora podemos sentir al conocer esos testimonios. Hasta las pantallas de televisión han llegado las historias de numerosas personas que nos han conmovido con su sufrimiento. Pero no nos quedemos allí, viendo el dolor a través de la televisión, como quizá vimos la violencia años atrás. Hagamos un alto para escuchar con el corazón –como ha dicho una de las testimoniantes- y actuemos para que esta historia no se vuelva a repetir (Editorial del Boletín de la CVR. N1 3, julio 2002). Pero aun compartiendo unos objetivos similares, la naturaleza de estos testimonios fue notablemente diferente. En primer lugar, porque son testimonios que no fueron expuestos ante la opinión pública; no hubo una puesta en escena ni una ritualización en torno a los mismos como si había ocurrido con los testimonios ofrecidos en las audiencias públicas. Esto supuso que no hubiera tampoco un trabajo de preparación previa de los y las testimoniantes que, en este caso, se limitaron a interactuar con los equipos de entrevistadores/as que, poco a poco y como parte del trabajo de la CVR, fueron visitando distinta comunidades y ciudades. El contexto de producción de estos testimonios fue, por tanto, 131 notablemente distinto. Pero no sólo eso, sino también el tipo de dinámicas conversacionales y narrativas que emergieron de esos actos de testimoniar y, sobre todo, el tipo de expectativas que condicionaron la toma de palabra. Veremos cómo estas entrevistas, si bien concebidas como “espacios de escucha, reconocimiento y reivindicación” fueron también y, ante todo, el resultado de una relación social de negociaciones implícitas entre el testimoniante y el destinatario que lo solicita, en este caso el personal de la CVR como representación del cuerpo social del estado peruano. *********** El decreto de formación de la CVR ordenó que al final de su trabajo se creara un archivo con todos los materiales producidos como fruto del trabajo de investigación llevado a cabo. Este archivo quedaría en manos de la Defensoría del Pueblo “bajo estricta reserva de su contenido”. 51 Fue con la promulgación de la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública (Ley del 24 de abril de 2003) cuando se toma la decisión final de abrir al público este archivo que quedaría finalmente en manos del Centro de Información para la Memoria Colectiva y los Derechos Humanos”.52 Sin duda, un espacio privilegiado para la investigación. Este Centro se presenta, así, como el espacio institucional, situado en el centro histórico de Lima, donde se encuentran archivados los expedientes y registros audiovisuales producidos durante el periodo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Fotografías, grabaciones en video de las audiencias públicas, fichas 51 La Defensoría del pueblo es un órgano institucional autónomo creado en 1993. Tal y como queda recogido en su propia página web, su misión es la de “proteger los derechos constitucionales y fundamentales de la persona y de la comunidad, supervisar el cumplimiento de los deberes de administración pública y la prestación de los servicios públicos a la ciudadanía”. Entre sus principales actividades, la Defensoría es el órgano encargado de recoger y atender las quejas, consultas y pedidos de ciudadanos que hayan experimentado vulneraciones a sus derechos, así como la redacción de informes recomendaciones y exhortaciones a las autoridades. Para más información, véase: http://www.defensoria.gob.pe/defensoria.php (última consulta: 4/05/2017) 52 Para más información sobre la historia y funcionamiento actual de este Centro, véase Aguirre (2009). http://www.defensoria.gob.pe/defensoria.php 132 de entrevista y audios de los testimonios e informes, entre otros muchos materiales. Resulta interesante destacar, en primer lugar, que, si bien los cerca de 17.000 testimonios recogidos por la CVR están disponibles en audio, sólo un promedio de unos 600 tienen la transcripción literal del audio, original o traducción al castellano.53 Cuando le pregunto a la persona responsable del archivo si hubo un criterio para la transcripción de unos y no otros me dice que no hubo ninguno; se pretendía transcribir todo, pero se paralizó el proceso por falta de presupuesto. De aquellos no transcritos, es posible encontrar resúmenes por escrito que recogen los puntos de “mayor interés” dentro del testimonio. Estos resúmenes, que adoptan la forma de pseudo-transcripciones (incluyendo citas textuales de las narraciones de los y las testimoniantes) forman parte de los expedientes originales sobre los cuales trabajaron los y las entrevistadoras responsables de la tarea de recogida testimonios. Esos mismos entrevistadores y entrevistadoras fueron los encargados de “interpretar” el testimonio de acuerdo a una serie de puntos preestablecidos con el objetivo de poder sistematizar y sintetizar la información recogida. Algunos apuntes interesantes sobre estos expedientes o “fichas de entrevistas”: La primera catalogación o clasificación se realizó en función del tipo de violación a los derechos humanos experimentada y narrada a través de ese testimonio. En la codificación que encabeza la ficha de entrevista se recogen 10 tipos de violaciones: muerte; desaparición; tortura o malos tratos; detención; secuestro; procesos judiciales; despojo o destrucción de bienes y propiedades; utilización forzada de personas; fosas; otros temas “especifique”. A simple vista, resulta llamativo que no existiera un apartado concreto para catalogar las violaciones o los abusos sexuales. Se ve que la magnitud de la violencia y las violaciones experimentadas por la población afectada desbordó, de alguna manera, los primeros planteamientos o aproximaciones de la comisión, más si tenemos en cuenta los resultados incluidos en el apartado “Violencia y 53 Si bien algunos testimonios fueron recogidos en más de un idioma, el porcentaje aproximado de testimonios recogidos en español fue de un 70% frente a un 30% en quechua. A penas 101 testimonios fueron recogidos en otros idiomas indígenas distintos del quechua. 133 Desigualdad de Género” del Informe Final. Se reconoce en este texto la incapacidad de las cifras cuantitativas presentadas (apenas 538 casos de violencia sexual reportados) para dar cuenta de la magnitud de este problema y de la violencia sexual como práctica común y generalizada durante el contexto del conflicto, tal y como se infiere de los relatos presentados por los y las declarantes: En innumerables relatos, luego de narrar los horrores de los arrasamientos y ejecuciones extrajudiciales y torturas, se señalan, al pasar, las violaciones a mujeres. En la medida que los testimoniantes no pueden dar los nombres de las mujeres afectadas ellas no son «contabilizadas» a pesar de que se cuenta con el conocimiento de los hechos. Lo que la CVR quiere destacar en este caso específico de violación sexual es que, si bien numéricamente no puede demostrarse la amplitud de estos hechos, la información cualitativa y tangencial permitirían afirmar que la violación sexual de mujeres fue una práctica generalizada durante el conflicto armado interno.54 Según voy consultando distintos expedientes puedo ver la manera en la que quedaron catalogadas esas violaciones: en algunos casos, son testimonios que nos hablan de un solo caso, o una sola violación; en otros, de varias muertes o desapariciones, de varios hijos, hermanos o familiares. De masacres generalizadas. La víctima nos habla, por tanto, y en algunos casos, de experiencias de violencia colectivas basadas en recuerdos e interpretaciones individuales. Cada ficha viene referenciada con un número: testimonio 200570, 200657, 200710. Se utilizaron estos códigos numéricos en sustitución de nombres propios para así proteger la identidad y seguridad de los y las testimoniantes y garantizar su anonimidad, a la vez que se facilitaba la codificación y sistematización de la información. Junto con esta primera codificación, se van registrando también los datos sociodemográficos de los y las testimoniantes (incluyendo actividad, religión, nivel de estudios, si ocupaba o no cargos públicos, número de hijos, etc.) así como datos concretos sobre el contexto de la entrevista (lugar y fecha de la entrevista, nombre 54 Para más información sobre este temática y sobre el análisis presentado por la CVR, véase: http://cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VIII/SEGUNDA%20PARTE/Impacto%20diferenciado %20de%20la%20violencia/2.1%20DISCRIMINACION%20DE%20GENERO.pdf (última consulta: 04/05/2016) http://cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VIII/SEGUNDA%20PARTE/Impacto%20diferenciado%20de%20la%20violencia/2.1%20DISCRIMINACION%20DE%20GENERO.pdf http://cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VIII/SEGUNDA%20PARTE/Impacto%20diferenciado%20de%20la%20violencia/2.1%20DISCRIMINACION%20DE%20GENERO.pdf 134 de los/as entrevistadores/as, idioma de la entrevista). Es ya en la parte de “observaciones” donde se incluyen datos concretos de la violación (qué ocurrió, en dónde y a manos de quién) y en la parte de “notas de la entrevista” donde aparecen sistematizados los relatos presentados por los y las testimoniantes. Vemos, así, como en este primer proceso de levantamiento y sistematización de la información, el relato va siendo depurado de sus dimensiones narrativas para convertirse en una relación de fechas, eventos y datos de carácter factual. La información es traducida y sistematizada para poder luego convertirse en una serie de estadísticas y patrones de abuso que permitirán llegar a una serie de hallazgos y conclusiones generales, dejando por fuera toda una serie de dimensiones humanas (Castillejo 2009: 316), consideradas como secundarias o de menor relevancia para el propio trabajo investigativo. Estos testimonios y relatos, además de ser sistematizados y preparados para su codificación, son también estructurados de acuerdo a una lógica secuencial que se le impone a los y las testimoniantes a través del propio contexto de la entrevista. En el documento que citábamos más arriba (“Materiales del Entrevistador: equipo de apoyo metodológico”) se les ofrece a los y las entrevistadoras encargadas de la recogida de testimonios una serie de pautas y consejos para garantizar una “buena” recogida de información. Entre estas pautas, se establece la necesidad de ajustar el testimonio a una estructura predeterminada: 1.- Información general; 2.-Antecedentes; 3.- Acciones realizadas por la persona (si denunció o no, por qué si o por qué no, a dónde fue, etc.); 4.-Secuelas; 5.- Expectativas. Junto con esta estructura, se le ofrecen también al entrevistador o entrevistadora un ejemplo de baterías de preguntas. Vemos, así, como los testimonios (tal y como quedan recogidos en los audios y en las transcripciones sistemáticas que tenemos la oportunidad de consultar) se van sucediendo preguntas (y por tanto interacciones concretas entre el/a la testimoniante y el/la entrevistador/a) de una naturaleza muy parecida: 135 - Preguntas sobre el hecho/la violación sufrida: “¿Qué pasó?” “¿Cómo se enteró?” “¿Cómo pasó?” “¿Quiénes se lo llevaron?” (indagando en hora y lugar) “¿Cómo entraron a su casa?” “¿Cuántos? ¿Qué hicieron?” - Preguntas sobre la situación de la persona después del hecho: “Cuándo le han matado a su papá y a su mamá, ¿usted cómo se sintió?” “¿Qué siente tu cabeza?” “Después de que desapareció… ¿Cómo cambió tu vida?” “¿De tu salud, como te has encontrado desde que desapareció tu hijo?” “¿Después que cosas has sufrido desde que desapareció tu hijo?” “¿Qué cosas te faltaban?” - Preguntas sobre las expectativas del/de la testimoniante: “Según tú, ¿Cómo la comisión de la verdad, el gobierno, ¿cómo les debería de reparar?” “Ya sabes más o menos del trabajo de la CVR. De acuerdo a lo que trabaja, ¿qué cosas nos recomendarías?” “Según tú, ¿lo que trabaja la CVR está bien o no?” “Señora, de lo que desapareció tu hijo, ¿Qué pediría a la CVR?” “¿Qué es lo que quieres?” “¿Cómo deben pagar las responsabilidades? ¿qué castigos darían a los que han desaparecido, que han matado?” “¿Cómo la justicia actuaría con esas personas? ¿Cómo harías pagar su culpa?” “¿De qué forma podría reparar a las víctimas? ¿quisiera que haya justicia?” El relato se va construyendo como una combinación de asociaciones libres realizadas por el testimoniante, tal y como se puede apreciar en muchos de los audios disponibles. Asociaciones libres que dan lugar a narrativas personales, complejas, en algunos casos difusas… confusas. Narrativas que se van construyendo como una suma de memorias personales y de interpretaciones sin duda mediatizadas por comprensiones locales de las diferencias de género, de clase y de etnia que se ponen en acción en el momento en el que el testimoniante entra en contacto con los técnicos de la CVR. Pero se trata a su vez de relatos que, inevitablemente, se van ordenando de acuerdo a una lógica que se le impone al testimoniante, en tanto resultado de una sucesión de respuestas a preguntas concretas que poco a poco van marcando el orden secuencial y cronológico del relato. La violencia con un antes, un durante y un después. Pero sin intentar indagar en la estructura precisa o en la forma narrativa concreta que adquirieron estos testimonios (análisis que daría lugar, sin duda alguna, a otra tesis distinta), lo que nos interesa es poner de relevancia lo que entendemos fue el condicionante fundamental que marcó estos relatos y estas formas de testimoniar. 136 Nos referimos justamente a esas expectativas que aparecen referenciadas en la estructura de la entrevista y que entendemos son claves para entender las motivaciones que determinaron el acto de toma de la palabra en este contexto, y los significados que emergen de muchos de estos relatos. Distintos autores y analistas han puesto ya sobre la mesa, en repetidas ocasiones, las dificultades que planteó la toma de testimonios en el contexto específico peruano. Señalábamos con anterioridad el miedo que se fue instaurando, sobre todo en las comunidades de la sierra peruana donde de alguna manera convivían víctimas con victimarios, sean estos miembros de Sendero Luminoso o representantes de las fuerzas armadas o policiales. Estos últimos, si bien no físicamente presentes de una manera permanente, si lo estaban en las mentes de campesinos y campesinas atemorizadas ante la idea de denunciar, de posibles represalias, de que se reavivara el terror. Testimoniar era, por tanto, percibido como un riesgo. A este miedo se sumaba también una suerte de indiferencia, incluso de desconfianza, hacia el trabajo realizado por la propia CVR. La antropóloga estadounidense Wendy Coxshall, en su investigación en la comunidad de Pallqa, puso de manifiesto la distancia existente entre los objetivos marcados por la propia comisión y la manera en la que ese trabajo era percibido por los habitantes de la comunidad. Como un trabajo ciertamente irrelevante al no percibirse una conexión directa ni con sus propias experiencias de violencia (Coxshall, 2005: 208) ni con la vida sociopolítica al interior de la comunidad. Hablar con la CVR, ofrecer testimonio, no era percibido por muchos habitantes como algo beneficioso, más bien al contrario. Como un acto que podría suponer no sólo una amenaza a su integridad física sino también a su integridad moral; como un elemento que podría alterar las posiciones de los habitantes dentro de la red de relaciones, familiares y comunales, que conforman la dinámica de la comunidad. Testimonios que podrían tener consecuencias ambiguas y negativas para algunas personas, al comprender que podrían reforzar posiciones de mayor vulnerabilidad; eso entremezclado con sentimientos de humillación o vergüenza, sobre todo en el caso específico de aquellas mujeres afectadas por violaciones de índole sexual. Es así como se van articulando junto a las narrativas todo un conjunto de silencios 137 que también irán acompañando el trabajo de la CVR. Silencios que la propia Coxshall interpreta como una opción moral tomada por la gente que decide no dar su testimonio a la CVR, como una forma de preservar su dignidad e integridad, a nivel personal y colectivo, subjetivo y político. Esconder el dolor personal negándose a hablar y a compartir ese conocimiento es tanto un medio de autoprotección como de preservación de la propia integridad personal. Compartir la experiencia de dolor de uno con otra persona conlleva exponerse a sí mismo de un modo que incrementa la sensación de vulnerabilidad personal, que es intrínseca a la experiencia del dolor. La persona tiene que sopesar las ventajas y desventajas recíprocas de compartir su experiencia de sufrimiento para evaluar en qué medida se puede ver amenazada su capacidad de supervivencia. “Guardar” silencio es, pues, una manera de proteger la propia integridad personal (Coxshall, 2005: 213)55 Pero dados los distintos motivos que habrían llevado a estas poblaciones a optar por el silencio y por la decisión de no testimoniar, la pregunta que nos hacemos es justamente otra: cuáles fueron los motivos que llevaron a optar por la opción contraria. En definitiva, ¿por qué testimoniar? ¿Qué le lleva a la víctima a participar de esta “industria investigativa”? El incentivo económico pareciera una de las respuestas más consensuadas a este respecto (véase aquí los análisis de autoras como Laplante o Theidon). No el incentivo económico directo, en el sentido de “doy mi testimonio y a cambio me dan dinero” pero si entendido como una oportunidad —en un contexto donde son más bien escasas…— para solicitar y reclamarle al estado (encarnado en el cuerpo de los y las entrevistadoras) ayudas, compensaciones, derechos negados. El testimonio se convierte así en el fruto de una negociación y en el resultado de una relación que se construye sobre la base de una suerte de reciprocidad percibida: yo te cuento, pero con la expectativa de recibir algo a cambio. En la guía de entrevistadores que citábamos más arriba, junto a las baterías de preguntas, apuntes metodológicos y orientaciones prácticas, se incluye también un apartado específico que hace referencia directa a “las expectativas del declarante”. 55 Traducción de la autora. 138 “Es probable que los declarantes se acerquen a la CVR con expectativas que se encuentran claramente fuera de nuestro alcance. En todos los casos resulta de vital importancia explicar claramente, antes del testimonio, que es lo que la CVR puede hacer y que no le corresponde (…) La regla de oro para el manejo de las expectativas de los declarantes es no realizar promesas u ofrecimientos que no seremos capaces de cumplir siendo ésta la única forma en que podemos generar confianza en el trabajo de la CVR.” Si bien se intenta “calibrar” las expectativas de los y las declarantes, teniendo en cuenta que puede ser frecuente que haya peticiones y reclamos por su parte, la realidad es que la cuestión de las expectativas se constituyó como uno de los temas centrales en la recogida de los testimonios. No se quería crear expectativas “fuera del alcance del trabajo de la CVR” pero, sin embargo, era necesario recoger la opinión de las poblaciones a este respecto para poder emitir un conjunto de recomendaciones que estuvieran basadas en las necesidades expresas de la gente, y en sus visiones de las formas que deberían tomar la justicia y la reparación en el contexto posconflicto peruano, a niveles tanto locales como nacionales. Revisando varios de los testimonios y entrevistas transcritas y archivadas en el Centro de Memoria de la Defensoría del Pueblo, se hizo frecuente encontrar fragmentos como los siguientes al final de muchas de estas entrevistas (coincidiendo con ese bloque de preguntas sobre las “expectativas” del/de la testimoniante): Entrevistador: Según tú, cómo la Comisión de la Verdad, el gobierno, ¿cómo les debería reparar? De lo de que tu papá y tu mamá han muerto. Declarante: A nosotros deberían ayudarnos, eso quisiéramos señor. E: ¿Qué clase de ayuda? D: En lo que sea, en dinero, aunque sea pues señor. E: Y después, ¿con qué más? D: Por ejemplo, con alimentos, con esas cosas (…) De acuerdo a lo que ellos digan pues señor, según la voluntad sería pues (Extracto del testimonio 200519) Entrevistador: Señora, de la desaparición de tu hijo, que pediría a la Comisión de la Verdad, ¿qué es lo que quieres? Declarante: Bueno, que nos den su voluntad, aunque sea que me compren mi terreno, para hacer mi casa, eso nomás quisiera. E: ¿Y para tus hijos? D: Quisiéramos que les ayuden a mis hijos. E: ¿Cómo sería la ayuda? D: Se están educando, por eso me podrían ayudar, el otro de mis hijos ya está terminando y quiere ingresar a la universidad. Para eso queremos. Trabajo. (Extracto de testimonio 200550). 139 Entrevistador: ¿Y cómo les ha afectado? Declarante: Como locos han quedado, en la chacra. He trabajado, he lavado ropa, mis vecinos me han ayudado (…) A mi último hijo también le han llevado a golpes. Veintiséis años, muy joven. Si mi esposo viviera mis hijos hubieran estudiado más. E: ¿Qué cosas le pides a la CVR? D: Pido mi casa. E: ¿Qué cosa más? D: Qué me den, aunque sea una computadora, que me apoyen con algo (Extracto testimonio 200570) Entrevistador: ¿Usted qué es lo que podría pedir a las autoridades para que no vuelva a suceder este tipo de problemas? Declarante: Dicen que si hubiera ayuda, trabajo, entonces ya no se comprometerían las personas con estas cosas. Dicen que si hubiera suficiente trabajo no habría este tipo de problemas. Entonces pediríamos trabajo suficiente. Si hubiera trabajo quizás habría tranquilidad. E: ¿cómo les podrían dar reparación a ustedes? D: Nosotros necesitamos. De acuerdo a su voluntad, necesitamos su apoyo, su ayuda. Nosotros necesitamos bastante ayuda. E: ¿En qué podría consistir esa voluntad? D: La voluntad podría consistir en dinero, en cualquier forma. En alimento. El apoyo podría ser en cualquiera de esas formas. U otras (…) Nosotros quisiéramos que nos apoyen porque somos personas m uy necesitadas, hoy día no encontramos trabajo ni en las casas. Pero si somos de la chacra, somos personas totalmente desempleadas, necesitamos urgentemente trabajo. (Extracto de testimonio 200670) Cabe señalar que sería un error por nuestra parte reducir las motivaciones que orientaron el acto de toma de la palabra al simple binomio “testimonio=dinero”, sea esté dinero en la forma de una casa, una computadora o una beca escolar. Las lógicas, tanto individuales como sociales, que operan detrás de estas motivaciones orientando su conducta, son sin duda de una densidad mayor y mucho más compleja, escapando a la propuesta que presentamos en estas páginas y en el trabajo investigativo desarrollado. En aras de evitar propuestas analíticas reduccionistas o superficiales, se hace necesario reconocer como se van entremezclando en la toma de decisiones por parte de los agentes sociales implicados distintas lógicas e imperativos. Se ha podido detectar, en muchas de las entrevistas y observaciones realizadas a lo largo de nuestro trabajo de campo (especialmente a través de nuestras interacciones con miembros y líderes de organizaciones de víctimas y familiares), la necesidad de muchas víctimas de hablar como respuesta a una suerte de obligación moral, para limpiar la honra de sus familiares muertos o de sus comunidades, o como un “deber de memoria” para evitar que se repita esa misma historia de 140 violencia. En algunos casos, tal y como ejemplifica este extracto de entrevista, como un deber que nuevamente se les impone a los sujetos testimoniantes: “Ya cuando sale lo de la Comisión de la Verdad. Entonces ahí como que… hasta el año 2000 yo no hablé nunca de mi papá. Y en casa de mi mamá tampoco, porque nosotros mismas nos pusimos de acuerdo para no tratar ese tema. No hablábamos, nunca hablábamos… Pero a veces yo de noche lloraba, porque lo recordaba… Y en el año 2000, este amigo [representante de una organización de Derechos Humanos] me dice “yo conozco al comisionado, te voy a llevar”. Y le digo “no, ¿para qué? Justicia… Acá no hay justicia en el Perú”. “Tienes que hablar”, me dice. Y yo le decía “¡no quiero!”. Hasta que un día va a mi casa y me dice “ven un ratito, vamos a ir ahí a la oficina, acompáñame”. Y yo “ya”, le digo. Y rummm me trajo acá a Salaverry con Pershing. Ahí es la oficina de la Comisión de la Verdad. Y yo ahí le digo, “pero ya te he dicho que no quiero hablar”. Y de frente me metió y me presentó al comisionado. “Ella es XXX, yo la conozco desde hace años. Ella tiene un caso emblemático. Tiene que hablar”. Y ya me quedé muda. Entonces, de ahí es cuando me entrevistan y comienzo a dar mi testimonio. Fue horrible porque…no se…yo no podía hablar. O sea, me ahogaba en llanto” (Entrevista personal. Lima, mayo de 2013. Mujer de unos 40 años, líder de una organización de familiares de víctimas) Pero es necesario también poner sobre la mesa como, en muchos casos, el ser víctima a través del acto de testimoniar se convierte en un rol que se asume de acuerdo a una lógica mucha más práctica, sobre todo cuando nos referimos a grupos sociales y poblaciones quienes, a las violaciones concretas a los derechos humanos sufridas durante la época del conflicto armado, se les suman otras muchas formas de vivir y experimentar la violencia estructural y la marginación social. Formas de violencia anteriores —y posteriores— a la guerra, que determinan las formas de relación con el Estado y con el resto de los agentes sociales implicados en este campo específico, incluidas las organizaciones de derechos humanos y el personal de la CVR. *********** A través de estas páginas lo que hemos pretendido es destacar como a través de la creación de estos espacios y lugares de enunciación se contribuyó también a la creación de una determinada imagen de la víctima y al establecimiento de una 141 determinada manera de articular en el espacio sociopolítico —y mediático— las experiencias de violencia vividas. Experiencias que quedaron relegadas, de alguna manera, al sufrimiento vivido que se hace público, abandonando el espacio de lo íntimo y/o privado, para convertirse en una pieza más dentro del juego político de redefinición de las responsabilidades simbólicas del estado peruano en el contexto de recuperación posconflicto. Se conforman e institucionalizan determinadas formas de representación pública de la víctima a la vez que se establece también el espacio discursivo y las posiciones subjetivas desde las cuales las personas podían hablar (Theidon, 2010: 97) y, en última instancia, reclamar al estado el cumplimiento de una serie de derechos en base a los preceptos de la verdad, la justicia y la reparación. De esta manera, las modalidades de la victimización de acuerdo a las lógicas señaladas —inocencia, pasividad, vulnerabilidad y sufrimiento— pareciera que se convirtieron también en estrategias narrativas desplegadas por estos mismos actores como forma de hacer valer sus derechos y sus reclamos. Estrategias narrativas que incluyeron también el uso constante y recurrente a los conceptos a partir de los cuales se estructuró el trabajo desarrollado por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación: “violaciones a los derechos humanos”, “victimas y perpetradores”, “violencia política”, “reparación”, “trauma”. Conceptos que, de igual modo, determinaron el lenguaje que se usaría para nombrar y referirse a ese pasado, y para articular las responsabilidades morales y políticas, presentes y futuras, relocalizando las narrativas de la violencia y anclándolas en discursos de índole jurídico-política (Das, 2000: 293). He ahí su espectacular fuerza performativa. Tal y como nos plantea Castillejo, a través de su análisis de la Comisión de la Verdad en Sudáfrica, se localizó el pasado en el espacio creado por el discurso de los derechos humanos y su apego al maltrato físico como efecto de la violencia política. Esto iluminó una dimensión de la guerra, a la vez que hizo invisibles muchas otras (Castillejo, 2009: 320). Permitió formas concretas de construcción de una identidad victimada que se fueron posicionando en el espacio público peruano, a la vez que hicieron invisibles otras muchas. Es así que señalábamos como va 142 desarrollando, poco a poco, un marco de interpretación sobre el conflicto armado interno y sobre los hechos de la violencia, quedando la víctima finalmente consagrada como figura moral dentro de la vida social y política peruana. 143 4. El catálogo de recomendaciones de la CVR o el camino hacia la re-institucionalización de los derechos humanos en el Perú. Decíamos que uno de los objetivos principales con los cuales se crea la CVR era el de emitir un catálogo de recomendaciones al gobierno peruano que permitiera resarcir a las víctimas de su daño, facilitando el camino a la reconciliación nacional y el fortalecimiento del régimen democrático constitucional. Tal y como queda recogido en el artículo 2 del Decreto Supremo 065-2011-PCM que crea la Comisión de la Verdad, se encuentran entre sus objetivos los de “elaborar propuestas de reparación y dignificación de las víctimas y de sus familiares; recomendar reformas institucionales, legales, educativas y otras, como garantías de prevención, a fin de que sean procesadas y atendidas por medio de iniciativas legislativas, políticas o administrativas; y, establecer mecanismos de seguimiento de sus recomendaciones”. Presentamos a continuación, y a modo de contextualización, un breve resumen de tales propuestas y recomendaciones, tal y como quedan recogidas en el capítulo 2 del tomo IX del Informe Final.56 Reformas institucionales Dichas reformas institucionales se definen y entenderán como “cambios o modificaciones de la pauta, institucionalidad o normativa vigente que tendrán un impacto en un determinado ámbito, actividad o sector de la acción del Estado. Se expresan como cambios organizacionales o como lineamientos de política pública, a través de reformas constitucionales, leyes, u otras normas o políticas de gobierno, dependiendo de su nivel y de su profundidad” (CVR, 2003). La CVR agrupa estas reformas institucionales en cuatro grandes grupos: 56 Se puede acceder al texto completo del Informe Final a través de la web oficial de la CVR: http://cverdad.org.pe/ifinal/ (última consulta: 17/11/2016) http://cverdad.org.pe/ifinal/ 144 A. Recomendaciones para lograr la presencia de la autoridad democrática y de los servicios del Estado en todo el territorio, recogiendo y respetando la organización popular, las identidades locales y la diversidad cultural, y promoviendo la participación ciudadana. Entre estas medidas destacarán el desarrollo de políticas y normas para una mayor colaboración y coordinación entre la Policía Nacional, los municipios y la ciudadanía; el fortalecimiento de los Comités por la Paz y el Desarrollo; mejoras en el acceso a la justicia aumentando el número de defensores de oficio, el número de dependencias judiciales y dotando de mayores recursos a Consultorios Jurídicos Populares; la creación de un sistema de defensa de los Derechos Humanos a través de la creación de instancias especializadas a nivel policial, judicial y del Ministerio Público para la investigación de casos de violaciones a los derechos humanos; el reconocimiento e integración de los derechos de los pueblos indígenas y sus comunidades en el marco jurídico nacional, a través, por ejemplo, de la inclusión de sus derechos individuales y colectivos en la propia Constitución; entre otras. B. Recomendaciones para afianzar una institucionalidad democrática, basada en el liderazgo del poder político, para la defensa nacional y el mantenimiento del orden interno. A través del desarrollo de una política nacional de seguridad que incluya una estrategia nacional de pacificación, apuntando a la reconciliación y la presencia del Estado en todo el territorio, o a través de la creación de mecanismos de control civil democrático de los servicios de inteligencia militar. C. Recomendaciones para la reforma del sistema de administración de justicia, para que cumpla efectivamente su papel de defensor de los derechos ciudadanos y el orden constitucional. Para ello se apuntará hacia el fortalecimiento de la independencia del sistema de administración de justicia a través del diseño de un sistema independiente de designación, evaluación y sanción de magistrados y magistradas; la creación de un ente autónomo responsable del Programa de Protección de Victimas y Testigos que facilite la investigación de la corrupción y la vulneración a los derechos humanos 145 desde el Estado en la década de 1980; propuestas para garantizar el debido proceso y del respeto a los derechos humanos, a través de la creación de un sistema especializado temporal para procesar los casos de crímenes y violaciones a los derechos humanos; creación y desarrollo de unidades especializadas de investigación en el Ministerio Publico, programas de capacitación en derechos humanos a jueces, fiscales y abogados, etc. D. Recomendaciones para la elaboración de una reforma que asegure una educación de calidad, que promueva valores democráticos: entendiendo entre dichos valores el respeto a los derechos humanos, el respeto a las diferencias, la valoración del pluralismo y la diversidad cultural. Se señala como un elemento necesario para el desarrollo de ese nuevo programa educativo la incorporación de visiones actualizadas y complejas de la realidad peruana, especialmente en las zonas rurales (áreas donde el conflicto armado interno tuvo un mayor impacto). Plan Nacional de Intervención Antropológico-Forense (PNIAF) Ante la magnitud del número de personas desaparecidas y ejecutadas extrajudicialmente que deja el conflicto armado, se plantea la necesidad de impulsar un plan nacional de intervención antropológico-forense que facilite la exhumación e identificación de las víctimas de estas violaciones, la recuperación adecuada de los restos humanos, así como la identificación y determinación de los hechos, las causas de la muerte y los presuntos autores de dichos crímenes y violaciones. Tal y como queda recogido en el texto del informe, dicho trabajo estará orientado a “la resolución de los procesos de investigación de cara a aportar información y conocimiento que sirva como base para el desarrollo de programas de reparaciones que incluyan, entre otros aspectos, la restitución de los restos de las víctimas al entorno familiar y social afectado” (CVR, 2003). Entre algunos de los objetivos específicos que se definirán para este programa, destacan la creación de equipos multidisciplinarios de expertos forenses, la 146 aplicación de criterios técnicos y científicos establecidos internacionalmente para la intervención antropológica forense y adecuados para la realidad nacional, así como el establecimiento de programas de apoyo psicológico y jurídico a las familias de víctimas de desaparición forzada o ejecuciones extrajudiciales. Entre las recomendaciones se incluirán también propuestas para la operativización e implementación del plan a través de la creación de una Comisión Nacional para Personas Desaparecidas por el conflicto armado interno entre 1980 y 2000, en tanto instancia responsable de la coordinación y supervisión de la implementación y ejecución del Plan. Se planteará también la creación de Oficinas de Personas Desaparecidas por el conflicto armado interno (OPD) como entidades operativas autónomas e independientes encargadas de la ejecución del Plan. Dichas oficinas estarán a su vez conformadas por distintas unidades operativas, entre ellas, unidades especializadas en investigación preliminar de personas desaparecidas; unidades de evaluación, análisis, exhumación y recuperación de restos mortales y evidencias; unidades de análisis post mortem; y unidades de identificación de victimas. En el Informe Final se recogerán también propuestas para organizar el proceso investigativo a través de diferentes pasos y fases de ejecución, y teniendo en cuenta diferentes aspectos técnicos a través de la adaptación de protocolos específicos en la materia. Programa Integral de Reparaciones La propuesta de establecimiento de un programa de reparaciones se establece como una de las recomendaciones centrales del trabajo de la CVR y como la medida que recibirá una mayor atención por parte del estado peruano, mediante el establecimiento y conformación de distintas instancias institucionales a través de las cuales operativizar dicho plan. El “deber” de reparar se establece en el texto del Informe Final en base a dos dimensiones fundamentales: 147 La dimensión jurídica: en tanto es un deber jurídico y una obligación del estado establecer propuestas de reparación y dignificación de las víctimas y de sus familiares, tal y como quedan recogidas por el derecho interno peruano y por el derecho internacional. La dimensión ética: la reparación entendida como un “gesto y una acción que reconoce y reafirma la dignidad y el estatus de las personas”. Se considera, por tanto, como un deber moral del estado plantear estas propuestas en un intento por reparar el daño causado, pero también como estrategia para promover nuevas formas de empatía social y equidad hacia los colectivos más afectados por el conflicto armado interno. En la propuesta planteada a través del Informe Final de la CVR se establecerá, de manera detallada, los objetivos y alcances del programa, definiciones concretas de víctima y beneficiarios, así como propuestas concretas para el desarrollo y operacionalización de los distintos componentes que debería de incluir dicho Plan, desde las indemnizaciones económicas a la reparación en el ámbito simbólico. Veamos a continuación la manera en la que dicho programa de reparaciones tomará forma en la práctica. 148 149 PARTE 3.1. - LAS POLÍTICAS DE LA REPARACIÓN EN EL CONTEXTO POST- CVR. DEL RECONOCIMIENTO DE LA VÍCTIMA A LA BUROCRATIZACIÓN DE SU EXPERIENCIA 150 151 1. Génesis sociohistórica de los programas masivos de reparación. Los programas masivos de reparación 57 pueden definirse como dispositivos sui generis creados con el objetivo de gestionar el debido reconocimiento a víctimas de violaciones a los derechos humanos en contexto transicionales. Su origen, enmarcado dentro de los Estados-nación modernos, se encuentra vinculado con el desarrollo creciente del derecho internacional humanitario y de distintos mecanismos y dispositivos de la justicia transicional a través de los cuales se pretenden transformar las realidades después de la violencia. En primer lugar, a través del esclarecimiento y reconocimiento de contextos de violaciones masivas a los derechos humanos. Y, en segundo lugar, a través de una definición precisa de las responsabilidades del Estado para resarcir los distintos tipos de daños que puedan haber sufrido las víctimas como consecuencia de esos crímenes y violaciones. De cara a aproximarnos al origen y desarrollo sociohistórico de estos dispositivos, se hace necesaria exponer, en primer lugar, el marco sociolegal en el cual dichos dispositivos se enmarcan, así como establecer una serie de distinciones de partida relativas a la manera en la que la reparación, como concepto y como práctica, ha sido conceptualizada desde diferentes instancias, tanto legales como supra legales. En primer lugar, referirnos a las diferencias entre las concepciones puramente jurídicas de la reparación, vinculadas con la aplicación de normas legales y medidas concretas por parte de tribunales nacionales y regionales58 (y particularizadas para dar repuesta a casos aislados), y la concepción de reparación que se establece en el marco de los programas de reparación de cobertura masiva. Concepciones, en este último caso que responden a la necesidad de instaurar políticas de estado coherentes en contextos de violaciones masivas a los derechos humanos donde la capacidad de respuesta de los estados por la vía judicial queda desbordada ante la magnitud del 57 También conocidos como programas de reparación de cobertura masiva. Ambos términos podrán ser usados indistintamente a lo largo del texto. 58 Nos referimos, específicamente, a litigios sobre reparaciones ante jurisdicciones regionales como la Corte Interamericana o la Corte Europea. 152 número de casos y reclamantes. Las diferencias entre ambas concepciones de la reparación —jurídica y extra- jurídica— no atañen simplemente a la magnitud de la violencia que se hace necesario “reparar” y ante la cual se pretende dar una respuesta desde el Estado, sino también a los contextos concretos de su aplicación y al significado otorgado al término reparación en cada caso. Mientras que las concepciones jurídicas de la reparación que emanan del derecho internacional se establecen en un sentido amplio, incluyendo no sólo la compensación directa a víctimas sino también otras formas de acceso a la justicia (tal y como sería la revelación de la verdad, la justicia penal o la reforma institucional), no es el caso de los programas de reparación masiva donde las reparaciones son concebidas en un sentido más restringido, como beneficios directos —económicos o simbólicos— a un universo de víctimas amplio y generalmente heterogéneo (De Greiff, 2008). Las reparaciones quedan así definidas y delimitadas, en estos casos, como parte de un proyecto político más amplio de recuperación posconflicto, promoción de la paz y la reconciliación nacional. En relación al marco sociolegal en el cual se enmarcan dichos programas masivos, nos interesa también establecer una distinción entre los sistemas de reparación que emanan del derecho internacional de responsabilidad estatal, los que emanan del derecho internacional de derechos humanos y aquellos que proceden de las jurisprudencias nacionales. El derecho internacional de responsabilidad estatal, tal y como nos indica Luis M. Cruz, requiere a un estado que haga las pertinentes reparaciones cuando no ha cumplido, ya sea por acción u omisión, una obligación de derecho internacional. Es, por tanto, un derecho que se deriva de casos interestatales entre partes jurídicamente iguales. De ahí que, aunque las indemnizaciones pueden deberse a violaciones por parte de un Estado a personas individuales, “las reparaciones son debidas al Estado del cual esas personas son nacionales (…) Este estado puede adoptar la reclamación como propia y demandar al Estado trasgresor” (Cruz, 2010: 185) 153 A efectos de este trabajo, nos centraremos, sin embargo, en aquellas medidas y formas de reparación que emana del derecho internacional de derechos humanos, en tanto es este cuerpo de la jurisprudencia internacional el que sienta las bases para la definición e implementación a nivel local/nacional de programas de reparación similares al implantado en Perú una vez emitidas las recomendaciones finales de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en su informe de 2003. Es en la aprobación por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas en 1948 de la Declaración Universal de Derechos Humanos donde encontramos la base fundacional del derecho internacional de derechos humanos. Es en ese documento clave donde se recoge por primera vez una definición clara de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales básicos de los que todos los seres humanos deben gozar, así como una serie de normas fundamentales y obligaciones que los estados ratificantes de dicha convención tienen que respetar. Una serie de tratados internacionales de derechos humanos y otros instrumentos adoptados desde esta fecha han conferido una base jurídica a los derechos humanos inherentes y han desarrollado el conjunto de derechos humanos internacionales. Nos interesa especialmente destacar, como referencia más notable en materia de reparaciones, la aprobación por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas en 2005 del documento “Principios y directrices básicos sobre los derechos de las víctimas de violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos y violaciones graves del derecho internacional humanitario a interponer recursos y obtener reparaciones” (Naciones Unidas, Consejo Económico y Social. E/2005/30 Distr. General, 10 de agosto de 2005). Este documento recoge por primera vez los contornos legales del derecho a la reparación a partir de un trabajo de síntesis del creciente cuerpo de jurisprudencia que había emergido tanto de sucesivos tratados internacionales59 como del propio derecho consuetudinario y de la 59 Cabe destacar, a este respecto, las disposiciones existentes en diferentes convenios regionales, tratados y/o convenciones como la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (art. 14); Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (art. 2); Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos (art. 7); Convención Americana sobre Derechos Humanos (art. 25); Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales (art. 13). 154 ley doméstica de diferentes países que se habrían convertido en casos “ejemplares” al sentar precedentes en materia de reparaciones a víctimas de la violencia política, dictaduras y conflictos armados. A través de este documento no sólo se establece una primera definición consensuada a nivel internacional sobre las reparaciones (incluyendo diferentes modalidades que van de la indemnización económica a la restitución de derechos, la rehabilitación física y psicológica, el establecimiento de garantías de no repetición o la búsqueda de personas desaparecidas) sino también una definición concreta y consensuada de la categoría de víctima de violaciones de derechos humanos: “toda persona que haya sufrido daños, individual o colectivamente, incluidas lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdidas económicas o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que constituyan una violación manifiesta de las normas internacionales de derechos humanos o una violación grave del derecho internacional humanitario. Cuando corresponda, y en conformidad con el derecho interno, el término “víctima” también comprenderá a la familia inmediata o las personas a cargo de la víctima directa y a las personas que hayan sufrido daños al intervenir para prestar asistencia a víctimas en peligro o para impedir la victimización.” Es esta definición oficial de víctima la que sentará precedente para posteriores definiciones y procesos de categorización de formas y modalidades de victimización en distintos contextos locales, así como para la necesaria delimitación de los y las beneficiarios y beneficiarias de los programas de reparaciones impulsados por diferentes estados, incluido, en este caso, y como veremos con posterioridad, el Estado peruano. *********** En la obra “The Handbook of Reparations”, editada por Pablo De Greiff en el año 2008, se recogen una serie de casos que son considerados como precedentes y/o paradigmáticos a la hora de plantear una posible genealogía socio histórica de los programas de reparación a víctimas de violaciones de los derechos humanos, tal y como se conocen a día de hoy. 155 De la misma manera que muchos autores coinciden en situar los orígenes de la justicia transicional en los juicios de Núremberg (Teitel, 2003: 72), el programa de reparaciones a víctimas del Holocausto en la Alemania post-segunda guerra mundial (programa de reparaciones alemán-israelí de 1955) ha sido también considerado como un precedente histórico a nivel de desarrollo de programas masivos de reparación a víctimas de guerra y/o de violaciones a los derechos humanos (Colonomos y Armstrong, 2008: 390). Hasta ese momento, las reparaciones eran parte de un marco de relaciones entre naciones después de la guerra que obligaba a los estados perdedores a compensar por los daños incurridos por sus oponentes durante el curso de una guerra. Sin embargo, las reparaciones en la Alemania de la posguerra no se limitaron a este marco de compensación interestatal, sino que incluyeron, como parte de los acuerdos de Luxemburgo firmados en septiembre de 1952, un conjunto de medidas y leyes que permitieron el acceso directo a las reparaciones por parte de víctimas individuales y de miembros e integrantes de distintas organizaciones judías. Dichas medidas incluyeron desde la indemnización económica directa a personas privadas de su libertad y a familiares de personas asesinadas durante el Tercer Reich, hasta la restitución de propiedades, la compensación por pérdidas y daños económicos, la atención médica garantizada para personas con secuelas físicas o el pago de pensiones a oficiales y empleados de comunidades e instituciones judías. Si bien el programa de reparaciones alemán ha sido el programa de reparaciones más grande implementado hasta la fecha (sumando un total de cerca de 4,3 millones de solicitudes para reparaciones individuales, de las cuales aproximadamente 2 millones fueron aceptadas) no estuvo exento, sin embargo, de polémicas. Entre las críticas principales: - La definición de tipologías de víctima y la exclusión de amplios colectivos, entre otros las personas víctimas de esterilizaciones forzadas y de trabajos forzados, personas con vínculos con organizaciones comunistas, personas de etnia gitana y homosexuales. 156 - Las complejidades del propio proceso, sobre todo para casos de compensación por daños y secuelas físicas y psicológicas. Colonomos y Armstrong, en su análisis sobre el programa de reparaciones germano- israelí, destacan también una serie de problemáticas y dificultades ya no vinculadas con la manera en la que fue diseñado el programa sino con su modelo de implementación y con el tipo de interacciones entre “víctima” y “experto” que poco a poco fueron tomando forma a lo largo del proceso: El procedimiento que desemboca en la compensación resultaba extenuante para las víctimas. Lo era particularmente en los casos de daños corporales y para la salud (…). Cuando la víctima presentaba una denuncia por daños corporales y para la salud, la denuncia se remitía a la oficina de reparaciones en Alemania, donde era tramitada y aceptada o rechazada. Si era rechazada, la víctima podía llevar su caso ante los tribunales. La víctima tenía que contratar los servicios de un abogado y el tribunal designaba a expertos. La víctima era entrevistada por médicos generalistas, especialistas y, en los casos de problemas psicológicos, por psiquiatras. (…) Este proceso también obligaba a las víctimas a enfrentarse a las valoraciones de los evaluadores, burócratas, doctores y, a veces, de los jueces. Muchas víctimas se quejaban de la complejidad del procedimiento. Afirmaban que tenían que sufrir el tono frío, impersonal e inhumano de los evaluadores (Colonomos y Armstrong, 2008:410)60 Polémicas y experiencias que, como veremos, no son exclusivas del caso alemán sino más bien comunes a los procesos de implementación y gestión de este tipo de programas también en otros contextos: las dificultades a las que se enfrenta la maquinaria estatal y burocrática para hacer frente a volúmenes extraordinarios de casos, peticiones y reclamantes; las complejidades a la hora de evaluar las dimensiones objetivas y subjetivas del daño y el sufrimiento (especialmente, en casos de daños psicológicos) y la manera en la que estas se vinculan con los hechos de la guerra; los roles, posiciones e imágenes que van emergiendo, tanto de la víctima como del experto encargados de su diseño y gestión práctica. Los examinadores tenían orden de aplicar el procedimiento seriamente, pero se les criticaba que fueran insensibles. Su falta de sensibilidad, la sensación de rutina experimentada por los examinadores era consecuencia del gran número de casos que tenían que evaluar. Aquellos examinadores —médicos y jueces— se estaban 60 Traducción de la autora. 157 acostumbrando al sufrimiento humano (Colonomos y Armstrong 2008:411)61 Junto con el caso alemán, más recientemente cabe destacar también, por su importancia simbólica dentro del subcontinente latinoamericano, el caso argentino. La transición a la democracia en Argentina, tras la época de violaciones a los derechos humanos que se produce durante la dictadura militar que se abre en el país desde el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 hasta finales del año 1983, incluyó la creación de la Comisión Nacional sobre Desapariciones de Personas (CONADEP), enjuiciamientos de militares oficiales de alto rango así como el desarrollo de una política nacional de reparaciones económicas (Guembe, 2008:21). Esta política estuvo definida, en primer lugar, por la proclamación de una serie de leyes de reparación entre 1984 y 1985, cuyos beneficios no eran única y exclusivamente económicos, sino que iban más bien orientados a la restitución. Una forma de reparación que quedaría definida por la necesidad de restituir a las víctimas a su situación original, anterior a la violación concreta sufrida. Esta restitución tomó forma, por ejemplo, a través de la ley 23058 de 1984 a partir de la cual se reincorporaron al servicio público a todos aquellos funcionarios y funcionarias públicas que fueron despedidas durante la época de la dictadura. O través de la ley 23238 de 1985 para la reincorporación de profesoras y profesores, también despedidos por motivos políticos y/o por afiliación sindical. Estas leyes sentaron el precedente para posteriores procesos y medidas de reparación a víctimas y afectados por el terrorismo de estado en el país, la gran mayoría de las cuales se desarrollaron durante el mandato del presidente Carlos Menem, entre 1989 y 1999, no sin largos debates y oposiciones dentro del propia movimiento de víctimas y familiares.62 Entre estas medidas destacarán las pensiones a esposas, hijos e hijas de personas desaparecidas, pensiones que incluían un pago monetario mensual así como el acceso gratuito a la asistencia médica y a medicinas; reparaciones económicas a detenidos políticos, personas en el exilio, menores afectados por la dictadura militar, o víctimas de la operación Cóndor. 61 Traducción de la autora. 62 Para más información, véase Guembe (2006). https://es.wikipedia.org/wiki/Golpe_de_Estado_en_Argentina_de_1976 https://es.wikipedia.org/wiki/1983 158 Pero resulta especialmente relevante, a efectos de este trabajo, destacar el caso sudafricano, dadas las similitudes entre los procesos de justicia transicional que se abren en ambos países con el establecimiento de sendas Comisiones de la Verdad y la Reconciliación. Será también a través del Informe Final emitido por la CVR sudafricana que se emitirá una propuesta final de recomendaciones, incluyendo el establecimiento de un paquete de reparaciones a las víctimas del apartheid, entendido como un deber moral del gobierno sudafricano y como un esfuerzo y una oportunidad para contribuir al proceso más amplio de reconciliación nacional. Dicha propuesta de reparaciones quedará recogida en el capitulo 5 del volumen 5 de dicho informe, e incluirá diferentes componentes de la reparación: desde compensaciones económicas individuales (incluyendo un paquete de reparaciones urgentes para víctimas en situaciones de especial vulnerabilidad) al desarrollo de programas de rehabilitación comunitaria (a través de, entre otros, la construcción de escuelas comunitarias, desarrollo de proyectos de viviendas o la creación de centros de tratamiento y grupos de apoyo a supervivientes); reformas institucionales, administrativas y legales encaminadas a prevenir futuras de violaciones a los derechos humanos; así como reparaciones simbólicas, incluyendo entre otras el establecimiento de un día para el recuerdo de las víctimas y la reconciliación, el renombramiento de calles, la creación de memoriales y monumentos o el desarrollo de proyectos museísticos.63 Se planteó, por tanto, un programa de reparaciones amplio, tomando en consideración aspectos y necesidades a niveles tanto individuales como colectivos e intentando dar respuesta a la complejidad y heterogeneidad de experiencias de victimización que dejaron más de 40 años de segregación racial, discriminación social, violencia institucional y brutalidad policial. Sin embargo, tal y como se plantea a través de la investigación realizada por Brandon Hamber, pocas, por no decir ninguna, de estas recomendaciones han sido 63 Para más información, véase http://www.justice.gov.za/trc/report/finalreport/Volume5.pdf (última consulta 12/03/2018) http://www.justice.gov.za/trc/report/finalreport/Volume5.pdf 159 aplicadas (Hamber 2011: 76). Cabe hacer una especial mención a los conflictos derivados de las formas especificas que adoptaron las reparaciones económicas y/o indemnizaciones. Una modalidad de la reparación que se caracterizó, ante todo, por la lentitud e ineficacia en la gestión de los pagos así como por las constantes idas y venidas en los montos a ser asignados a las distintas víctimas clasificadas como tal. En el año 2011, más de diez años después de que la CVR emitiera su primer conjunto de recomendaciones sobre reparaciones, el presupuesto destinado por parte del gobierno sudafricano a las reparaciones económicas seguía distando mucho de lo recomendado. Veremos, más adelante, las similitudes con los procesos y formas que adoptarán las reparaciones económicas también en el caso peruano. 160 2. El Programa Integral de Reparaciones (PIR) en Perú: orígenes y marco normativo Como señalábamos con anterioridad, fue en 2001 que se crea, bajo el decreto supremo 065-2001-PCM, la Comisión de la Verdad en Perú. Entre los objetivos expresos que se recogen en su mandato de recomendaciones se encontraba, entre otros, el de elaborar propuestas de reparación y dignificación de las víctimas del conflicto armado interno y de sus familiares. Para lograr los objetivos del decreto de su creación, la CVR decidió organizar su labor en cuatro grupos de trabajo y una unidad especializada: proceso nacional de la violencia política; esclarecimiento de hechos; secuelas, reparación y reconciliación; comunicación y educación; audiencias públicas. El área de secuelas, reparaciones y reconciliación, que luego pasaría a denominarse “área de secuelas, reparaciones, prevención y salud mental”, tuvo como objetivo principal el de trabajar un enfoque sobre las reparaciones a partir de un análisis y búsqueda de respuestas a las diferentes secuelas que habían sido detectadas entre la población afectada por el conflicto durante el proceso de recogida de testimonios y levantamiento de información llevado a cabo en las primeras fases de trabajo de la comisión (Bebbington, Schurrah y Bielich, 2011: 240). El trabajo realizado por el personal designado a esta área estuvo altamente influenciado por la labor que venía siendo desarrollada en paralelo por parte de diferentes organizaciones de derechos humanos, tanto nacionales como internacionales. Cabe destacar, a este respecto, el impacto determinante que tuvo el desembarco del personal del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ) en Perú en el año 2001 quiénes, en colaboración con la ONG de derechos humanos peruana APRODEH64 , empezaron a trabajar fuertemente el tema de las reparaciones, ejerciendo un papel clave de incidencia 64 La Asociación Pro Derechos Humanos (APRODEH) se fundó en 1983, pocos años después de iniciado el conflicto armado peruano. Entre sus principales funciones, APRODEH se ha encargado del apoyo directo a víctimas y familiares a través del asesoramiento y patrocinio legal, incluyendo la denuncia de graves violaciones a los derechos humanos ante la Corte Interamericana y otras instancias internacionales. APRODEH forma parte de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH), organización paraguas que agrupa actualmente a 79 organizaciones en todo el país. 161 sobre el trabajo desarrollado por la propia comisión. Los objetivos de su intervención quedaron recogidos en el informe final del 2002 “Parámetros para el diseño de un programa de reparaciones en el Perú”: “Buscar contribuir, desde una perspectiva teórica y a partir de la experiencia internacional, a definir un marco justo y realista dentro del cual la sociedad peruana pueda debatir la mejor manera de reparar el inestimable daño ocasionado a individuos y comunidades durante 20 años de violencia y represión. El debate sobre las reparaciones no ocurre en un vacío, sino que debe acoplarse a ciertas normas internacionales y nacionales; además, tiene la posibilidad de aprovechar la experiencia de otros países que han enfrentado un desafío similar. Por ello, el informe incluye un análisis de las consideraciones jurídicas relevantes y de la experiencia de otras comisiones de la verdad, sin perder de vista el contexto jurídico, social y económico peruano””65 Es así como los marcos y experiencias internacionales en materia de reparaciones desembarcan en Perú, a través de un ejercicio de reinterpretación del marco internacional de derechos humanos en relación a las realidades locales que dejó el conflicto armado peruano, en una apuesta por intentar plantear una propuesta coherente en materia de reparaciones que pudiera ayudar a los comisionados en su trabajo de elaboración de recomendaciones al estado peruano. El rol de los expertos y expertas de la justicia transicional fue haciéndose notable, no sólo en el propio proceso de definición del marco de reparaciones sino también, y como veremos, en la objetivación de una categoría oficial de víctima y en la representación técnica y profesional de los intereses de este colectivo. La publicación de este informe fue determinante, marcando un viraje en el enfoque propuesto por la CVR en materia de reparaciones que, hasta la fecha, se había centrado exclusivamente en la reparación de las secuelas que dejó el conflicto armado. Los comisionados acabarán incorporando las propuestas de la comunidad de derechos humanos en lo que pasó a definirse como un “enfoque de restitución de derechos”. Se desplaza así el énfasis desde los daños a los derechos, en un intento por procurar limitar el grado de discrecionalidad del Estado en la aplicación de estas medidas (Laplante y Theidon, 2007) y como medida para garantizar que las 65 Se puede acceder a dicho informe a través de la web del ICTJ: https://www.ictj.org/sites/default/files/ICTJ-Peru-Parametros-2002-Spanish.pdf (última consulta 17/12/2015) https://www.ictj.org/sites/default/files/ICTJ-Peru-Parametros-2002-Spanish.pdf 162 reparaciones formaran parte de un marco comprehensivo que incluyera no sólo medidas en materia de reparación de daños (físicos, psicológicos y económicos) sino también medidas de reparación simbólica y a nivel de restitución de derechos ciudadanos (incluyendo, por ejemplo, el registro y emisión de documentos de identificación oficiales para personas indocumentadas). Como señalábamos en apartados anteriores, el resultado final de este trabajo quedó recogido en el capítulo 2, tomo IX, del Informe Final de la CVR, escrito de 67 páginas en el que se detallan tanto los fundamentos éticos y jurídicos del propuesto programa de reparaciones como sus objetivos y alcances; definiciones concretas de víctima y beneficiarios; y enfoques transversales. Junto a esto, se detallan también los distintos programas que darán forma al plan final de reparaciones: • Programa de reparaciones simbólicas; • Programa de reparaciones en salud; • Programa de reparaciones en educación; • Programa de restitución de derechos ciudadanos; • Programa de reparaciones económicas • Programa de reparaciones colectivas Quedaron así establecidos los cimientos de lo que luego pasó a definirse técnicamente como el Programa Integral de Reparaciones a víctimas del conflicto armado en el Perú (PIR). Junto a esta definición detallada de los objetivos y marco de las reparaciones, la CVR planteó también propuestas concretas para el desarrollo del aparataje institucional necesario para garantizar la viabilidad técnica y práctica de este programa y de la política pública del Estado peruano en esta materia. Entre estas propuestas, la necesidad de establecer un ente nacional de coordinación y supervisión de la ejecución de los distintos componentes y medidas contenidos en el programa de reparaciones, un ente con representación tanto del Poder Ejecutivo como de la sociedad civil y la Defensoría del Pueblo, con carácter descentralizado y 163 con capacidad para trabajar en estrecha coordinación con otras entidades públicas existentes (desde ministerios a gobiernos regionales y/o otras instituciones, tanto públicas como privadas). De esta manera, se pretendía garantizar una mayor efectividad, comprensión y facilidad de difusión y acceso, haciendo posible que “las víctimas o sus familiares beneficiarios identifiquen desde el primer momento a las personas o entidades a quienes el Estado peruano encarga el cumplimiento de esta tarea y facilitando la ubicación de los lugares donde deberán presentarse quienes tienen que ejercitar y acreditar su derecho a la reparación” (CVR, 2003). Entre las funciones principales de este ente coordinador: el asesoramiento directo a la población afectada, el desarrollo de programas de difusión, información y capacitación, la calificación de las víctimas y la acreditación de los y las beneficiarias. Garantizando, en todo momento, criterios de confidencialidad en el otorgamiento de los beneficios “para evitar cualquier tipo de estigma social o de discriminación de los beneficiarios”. - (Des)pliegues institucionales Fue a principios del 2004 cuando se empezaron a dar los primeros pasos para la institucionalización del Programa Integral de Reparaciones con la creación, el 5 de febrero de ese año, de la Comisión Multisectorial de Alto Nivel (CMAN). La CMAN se constituye así como órgano encargado de la coordinación y el seguimiento de las acciones y políticas del Estado en los ámbitos de la paz, la reparación colectiva y la reconciliación nacional”.66 Los miembros de esta comisión (representantes de distintos ministerios, órganos públicos y organizaciones de derechos humanos) empezaron a realizar su labor pero no fue hasta julio de 2005 que finalmente se consiguió instaurar el marco legal de creación del Programa Integral de Reparaciones (PIR) con la promulgación de la Ley 28952 (también conocida como Ley PIR). Una ley que fue, nuevamente, el resultado de un fuerte trabajo de incidencia política por parte de distintas organizaciones de derechos humanos que finalmente concluyó con su aprobación por unanimidad por parte de la 66 Véase http://www.minjus.gob.pe/reparaciones/ (última consulta 21/12/2015) http://www.minjus.gob.pe/reparaciones/ 164 Comisión Permanente del Congreso Peruano. Dicha ley recogió la propuesta de la CVR pero con algunas modificaciones, fundamentalmente la incorporación de un componente sobre vivienda y facilitación al acceso habitacional, y la exclusión de las reparaciones económicas individuales. Sin embargo, a través de sucesivos decretos y modificaciones a dicha ley, fruto nuevamente de una incesante labor de incidencia política por parte de organizaciones de derechos humanos y organizaciones de víctimas, se consiguió finalmente reincorporar y reconocer el componente de reparación económica, tanto a nivel individual como colectivo (véase cuadro 2 en el que se recogen los distintos componentes del PIR tal y como están establecidos a día de hoy). Una vez aprobada la ley 28.592 en julio de 2005 se creó también el Consejo de Reparaciones, así como un organismo particular que dependería del mismo y que recibió el nombre de Registro Único de Víctimas (RUV). Mediante el Decreto Supremo 015-2006-JUS se crea su reglamento que recoge como finalidad única la de “reconocer la condición de víctima o beneficiario individual o colectivo a todas las personas o comunidades que se han visto afectadas durante el proceso de violencia, y (…) reconocer el derecho fundamental de las víctimas y beneficiarios a obtener alguna de las modalidades de reparación plasmadas en el PIR”.67 Es así como, a partir de este momento, se empieza a poner en marcha todo un engranaje institucional para facilitar la identificación de víctimas, a través de la apertura de oficinas temporales de registro a nivel local y regional, así como a través del desarrollo de “campañas de registro” itinerantes por comunidades directamente afectadas por la violencia. Campañas que, como veremos, han sido insuficientes en su funcionamiento, y también en su alcance. 67 Artículo III del Reglamento de Inscripción en el Registro Único de Víctimas a cargo del Consejo de Reparaciones. Extraído de http://www.ruv.gob.pe/normas.html (última consulta 23/09/2013) http://www.ruv.gob.pe/normas.html 165 Cuadro 2. Componentes del PIR.68 68 Fuente: página web del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos del Perú (MINJUS). http://www.minjus.gob.pe/reparaciones/ (última consulta 21/12/2015) COMPONENTES DEL PROGRAMA INTEGRAL DE REPARACIONES (PIR) ▪ Programa de Restitución de Derechos Ciudadanos Se regulariza la situación jurídica de las personas desaparecidas, indocumentadas o indebidamente requisitoriadas, etcétera. ▪ Programa de Reparaciones en Educación Se otorgan becas integrales, se realizan programas de educación para adultos, etcétera. ▪ Programa de Reparaciones en Salud Comprende la capacitación del personal especializado, campañas de atención de salud mental, etcétera. ▪ Programa de Reparaciones Colectivas Comprende el saneamiento legal de comunidades, la recuperación de infraestructuras, el apoyo al repoblamiento, etcétera. ▪ Programa de Reparaciones Simbólicas Se realizan actos de reconocimiento, ceremonias, etcétera. ▪ Programa de Promoción y Facilitación al Acceso Habitacional Se otorgan facilidades por intermedio del Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento para el acceso a la vivienda a las víctimas y/o sus familiares que como producto del proceso de violencia perdieron sus viviendas o fueron desplazadas del lugar donde habitaban. ▪ Programa de Reparaciones Económicas Dirigido individualmente a los familiares de las víctimas fallecidas o desparecidas; a las personas que como resultado de los atentados tienen una discapacidad física o mental permanente, parcial o total (reconocida por la Comisión Nacional de Discapacidad – CONADIS) y a aquellas que han sido víctimas de violación sexual. http://www.minjus.gob.pe/reparaciones/ 166 El marco legal e institucional del Programa Integral de Reparaciones descrito, si bien ha sentado sus bases, fundamentos y modelos de funcionamiento, se ha caracterizado también por una alta volatilidad. Son múltiples los cambios que han impactado a este programa y a los entes encargados de su coordinación y ejecución desde su oficialización en el año 2005. Cambios de la mano de decretos y aprobaciones de nuevos reglamentos, que responden a la identificación y respuesta ante nuevas necesidades, pero sobre todo (y en la mayoría de los casos) a los vaivenes de una política nacional cambiante, cada vez menos favorable al proyecto de justicia transicional que se inicia en 2001. De esta manera, a través de la inclusión de nuevas medidas, reglamentos internos y requisitos, se van poco a poco limitando las opciones de acceso a la reparación, accionándose un modelo de gestión de las realidades después de la violencia que lejos de contribuir a un proyecto global de reconciliación nacional —o de reducción de la conflictividad social, como más tarde veremos— lo que hace es perpetuar nuevos mecanismos de sujeción- control de las poblaciones afectadas, quiénes se verán sometidas a escenarios burocráticos y legales cambiantes, a juegos de despiste, idas y venidas, y procesos de desgaste. Es necesario hacer mención, a este respecto, a la entrada al poder de Alán García en julio de 2006. Alán García, quien fuera presidente de la nación entre 1985 y 1990, uno de los periodos de mayor violencia registrada a lo largo del conflicto armado peruano. Como era de esperar, la promoción de los derechos humanos y del proyecto de justicia transicional y de reparación a víctimas y familiares no se encontró entre las prioridades de su gobierno. Su segundo mandato (2006-2011) se caracterizó más bien por el impulso de una agenda neoliberal, a través de la firma de nuevos tratados de libre comercio y de grandes concesiones a empresas mineras y petroleras en todo el país, así como por el aumento de los niveles de conflictividad social69, el retroceso en la lucha contra la corrupción y los escasos avances en 69 Uno de los indicadores utilizados para medir los niveles de conflictividad social al interior del país ha sido el número de “muertes por violencia social”, una categoría utilizada para identificar los decesos producidos por enfrentamientos de manifestantes contra la policía durante los bloqueos de carretera o invasiones de terrenos, los enfrentamientos entre pobladores por posesión de las tierras o las disputas de comunidades por linderos en desacuerdo. De acuerdo con el informe sobre conflictividad social y gobernabilidad en el Perú, publicado por el PNUD en el año 2012, la 167 materia de garantías sociales. En lo relativo a las reparaciones, fue un período marcado por la escasez de recursos económicos (limitando las posibilidades reales de implementación de los distintos componentes del programa) y por la entrada en vigor del Decreto 051-2011-PCM. A través del artículo 3 de este decreto se establecieron los montos finales para la reparación económica individual (casi 6 años más tarde desde que entrará en vigor el PIR), ascendiendo a la suma de 10.000 nuevos soles (unos 2.500 euros de acuerdo a las tasas de cambio oficial en esas fechas) por víctima fallecida, víctima desaparecida, víctima de violación sexual o por víctima con discapacidad conforme a lo establecido en el reglamento del PIR. Como era de esperar, se trató de un monto ampliamente rechazado por la comunidad de derechos humanos y por las organizaciones de víctimas y afectados quienes lo consideraron como “un insulto directo a su sufrimiento”, como “una nueva fuente discriminación”, como “una burla”, como “un chiste70”. Sumar a esto, la manera en la que se concibió la distribución de dicho monto a víctimas con varios familiares directos. En estos casos, se estableció que el 50% iba a corresponder al cónyuge o concubino y el otro 50% a ser distribuido a partes iguales entre los familiares, ya sean hijos, hijas, padres o madres. Esto en un país donde la tasa de hijos por mujer es de 2,5, llegando a alcanzar los 3,2/3,5 hijos por mujer en determinadas regiones del interior. Veremos más adelante las implicaciones que dicha medida tuvo a nivel tanto técnico (dificultades para su implementación práctica) como social y político. Junto al establecimiento del monto y de la forma de distribución de las reparaciones económicas, este decreto incluyó también otras medidas que generaron una alta controversia, llegándose a poner en peligro la propia legalidad y legitimidad del programa de reparaciones. Entre ellas, la decisión de limitar las reparaciones económicas sólo a aquellas personas inscritas con anterioridad al 31 de diciembre cifra ascendió a 191 muertes por conflictos sociales en apenas 5 años. Véase http://papep- undp.org/sites/default/files/PAPEP/conflictibilidad_social_y_gobernabilidad.pdf (Última consulta: 04/01/2016) 70 Frases y comentarios extraídos de entrevistas y conversaciones informales mantenidas con distintos miembros y representantes de organizaciones de afectados en Lima y Ayacucho. http://papep-undp.org/sites/default/files/PAPEP/conflictibilidad_social_y_gobernabilidad.pdf http://papep-undp.org/sites/default/files/PAPEP/conflictibilidad_social_y_gobernabilidad.pdf 168 del 2011. Si bien no se planteó el cierre del registro, lo cual hubiera supuesto ir en contra de su propio mandato de creación (a través del cual se le otorgó un carácter permanente) si se limitó claramente las opciones reales de acceso a la reparación para amplios sectores de la población que, a partir de ese momento, sólo podrían ser beneficiarios/as de las modalidades de reparación no económicas. Modalidades que, como veremos, tampoco han sido implementadas sin grandes controversias. 169 3. Sobre la construcción legal de la categoría de víctima Junto con el desarrollo de la ley 28592 y con el establecimiento de la CMAN y el Consejo de Reparaciones, se empiezan a desarrollar también toda una serie de procedimientos, reglamentos y protocolos internos a partir de los cuales operacionalizar la ejecución del programa de reparaciones y definir el funcionamiento de los cuerpos institucionales creados en aras de su efectiva aplicación. Fue, así, como el Programa Integral de Reparaciones (PIR) fue constituyéndose, poco a poco, bajo la forma de un dispositivo, entendido como “un conjunto decididamente heterogéneo, que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas (…) El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos” (Foucault, 1984). Partiremos de esta definición de dispositivo porque entendemos aporta elementos muy útiles para el análisis que pretendemos esbozar en las siguientes páginas. Un análisis de lo que hemos querido definir como un proceso de construcción institucional y legal de la víctima que centra su atención, no tanto en las secuelas psicosociales que deja la violencia —y la manera en la que estas secuelas condicionan y determinan las realidades presentes de las personas que la han experimentado (tal y como plantean aproximaciones más psicologizantes a este fenómeno)—, sino en los procesos que median entre el ejercicio de la violencia sobre una persona y la clasificación social —y reconocimiento oficial—, de esa misma persona o colectivo como víctima de esa misma violencia. En tanto red de relaciones o red de saber/poder entre un conjunto heterogéneo de componentes o elementos institucionales, los dispositivos están situados históricamente —espacial y temporalmente— y su emergencia siempre responde a un acontecimiento que es el que lo hace aparecer (García Fanlo, 2011: 2). En el caso que nos ocupa: la necesidad de gestionar un pasado violento y de reorganizar, colocar y ordenar esa misma violencia dentro del nuevo campo de la justicia 170 transicional que emerge en Perú en el año 2001 con la conformación de la CVR. Una necesidad que como veíamos, viene impuesta por imperativos internacionales que poco a poco van permeando en distintos contextos locales: el necesario establecimiento de garantías institucionales de no repetición y de sistemas de reparación y acceso a la justicia para las víctimas que deja la violencia en contexto definidos como de “recuperación posconflicto”. Pero lo más interesante, en cualquier caso, es la manera en la que esos mismos dispositivos se establecen como productores de determinados sujetos y formas de subjetividad, inscribiendo en los cuerpos de esos sujetos un modo y una forma de ser; un conjunto de praxis, saberes, instituciones, cuyo objetivo consiste en administrar, gobernar, controlar, orientar, dar un sentido que se supone útil a los comportamientos, gestos y pensamientos de los individuos (García Fanlo, 2011: 2). De esta manera, y en tanto dispositivo, el Programa Integral de Reparaciones se convierte también en un mecanismo de producción de sujetos y subjetividades. De él emergen distintas modalidades del “ser”, “sentirse”, y “representarse” víctima, fruto de la interacción entre la persona reclamante y el cuerpo institucional. Y junto a la víctima, no olvidarnos del experto.71 Ese conjunto de profesionales que van incorporando determinados discursos y prácticas a lo largo del proceso, viendo cómo sus identidades —en tanto formas de ser y deber, para sí y para los otros— son también alteradas y reconfiguradas en su interacción con la víctima y con los diferentes elementos que componen el dispositivo en el cual se enmarcan sus acciones. Es nuestra intención, por tanto, la de reconstruir empíricamente este dispositivo a través del análisis de diferentes discursos, tecnologías y formas de conocimiento experto que intervienen y participan en el proceso de clasificación y gestión de un pasado violento. Y es precisamente a través de un enfoque y aproximación 71 Mediante el uso de la categoría experto nos referimos al conjunto de profesionales al mando del diseño y gestión práctica del programa, desde el personal sanitario encargado de los procesos de certificación médica a los funcionarios y funcionarias dedicadas a las distintas fases del registro, análisis y calificación de casos. 171 etnográfica desde donde se hace posible el estudio de los microprocesos que tienen lugar al interior de estos dispositivos, los espacios institucionales que se hace necesario transitar, las interacciones que tienen lugar en dichos espacios, y la manera en las que esas mismas interacciones se enmarcan en luchas políticas más amplias por definir el pasado reciente y la responsabilidad presente del Estado peruano con determinados segmentos de su población. Para ello, acompañaremos al lector a través del recorrido a lo que se ven sometidos las personas afectadas por el conflicto armado peruano de cara a garantizar su certificación y reconocimiento último como víctima y, por tanto, como beneficiarias del PIR (en una o varias de sus modalidades). A lo largo de este camino, que incluye múltiples fases (desde la presentación de testimonios y documentos en el registro hasta los procesos de evaluación, análisis y calificación), veremos cómo se van activando también una serie de experticias que van determinando no sólo las formas de gestionar la violencia sino también los marcos disponibles para su interpretación y para la representación de la víctima. Una víctima que se convierte en el epicentro de estas intervenciones y sobre la que se imponen determinados tipos de categorización, perfilando los contornos morales, sociales y políticos que determinan las formas posibles de participación y reivindicación de sus derechos de acceso a la verdad, la justicia y la reparación. Examinaremos también el giro narrativo que acontece desde los primeros testimonios recogidos por la CVR hasta el tipo de interacciones y narrativas que se producen y reproducen en el contexto específico del Registro Único de Víctimas. Interacciones que, como veremos, tendrán un impacto determinante sobre la burocratización de las experiencias de sufrimiento y la emergencia de nuevas subjetividades políticas entre las víctimas reclamantes. Testimonios y narrativas que tendrán lugar dentro de un nuevo régimen de verdad (Foucault, 2011[1970]) en tanto los testimonios ya no serán prueba suficiente de la veracidad de los hechos relatados sino que requerirán de una validación experta por parte de funcionarios y funcionaras a través de la evaluación minuciosa de los distintos tipos de marcas, tanto físicas y sociales, que deja el conflicto en cada cuerpo sufriente. 172 Artículo 3.- Definición de víctima Para efecto de la presente Ley son consideradas víctimas las personas o grupos de personas que hayan sufrido actos u omisiones que violan normas de los Derechos Humanos, tales como desaparición forzada, secuestro, ejecución extrajudicial, asesinato, desplazamiento forzoso, detención arbitraria, reclutamiento forzado, tortura, violación sexual o muerte, así como a los familiares de las personas muertas y desaparecidas durante el período comprendido en el artículo 1 de la presente Ley. 3.1. “Ser” o “no ser” víctima. Cada acto de nominación y clasificación es un acto político (Agier, 2008) Pero antes de adentrarnos en ese recorrido, nos parece importante detenernos un momento a reflexionar sobre la manera en la que la categoría de la víctima queda definida legalmente a lo largo de esta primera fase de institucionalización. Quiénes son reconocidos oficialmente como víctimas, y quiénes no lo son. Cuadro 3. Artículo 3, Ley 28592. Como vemos, es a través del artículo 3 de la ley 28592 que crea el Programa Integral de Reparaciones (PIR) desde donde se establece una definición oficial de la víctima del conflicto armado. Una definición que nos recuerda a las primeras definiciones que surgieron en el contexto del trabajo de investigación de la CVR pero también a definiciones internacionalmente aceptadas, tales como la que establece las propia ONU. Nos lo recuerda especialmente el hecho de reconocer como víctima no sólo a las personas que sufrieron directamente violaciones a los derechos humanos durante el contexto del conflicto armado sino también sus familiares. En este caso, todos los familiares directos de personas muertas o desaparecidas entre 1980 y el año 2000. También en la inclusión no sólo de las violaciones que emanan de actos perpetrados por agentes estatales sino también aquellas que derivan de sus omisiones, en este caso, las violaciones cometidas por Sendero Luminoso y el Movimiento 173 Revolucionario Tupac Amaru72. Es a partir de esta definición de la cual se desprenderá una tipología aceptada de afectaciones, llegándose a registrar un total de 18 modalidades de víctimización73, desde las personas asesinadas o ejecutadas extrajudicialmente, a las personas que sufrieron desplazamientos forzados o casos más concretos como los hijos e hijas fruto de una violación. Una clasificación que surge como respuesta a un problema que se presenta como de orden práctico: una evaluación realista y coherente de las posibilidades de desarrollar una política de reparaciones integral que tenga en cuenta “la heterogeneidad del universo de víctimas que deja el conflicto armado”, facilitar su identificación y su posterior reparación. - El artículo 4 y su impacto sobre las formas de reordenamiento de una experiencia victimada. Y junto a ese artículo 3, el artículo 4. Las exclusiones, las “no” víctimas. Cuadro 4. Artículo 4, Ley 28592. 72 Violaciones, recordemos, que de acuerdo con las conclusiones emitidas por la CVR en su Informe Final ascendieron a un 54% del total de las violaciones registradas, convirtiéndose así los grupos subversivos en los principales perpetradores a lo largo de los 20 años de conflicto armado. 73 Nos referimos aquí, de forma específica, a las modalidades de victimización que se establecen dentro de la lista de beneficiarios individuales del proceso de reparación. A ellas habría que sumar aquellas consideradas dentro la lista de beneficiarios colectivos. Para más información, véase http://www.ruv.gob.pe/registro.html (última consulta 23/09/2013) Artículo 4.- Exclusiones No son consideradas víctimas y por ende no son beneficiarios de los programas a que se refiere la presente Ley, los miembros de organizaciones subversivas. No son considerados beneficiarios aquellas víctimas que hubieran recibido reparaciones por otras decisiones o políticas de Estado. Las víctimas que no estén incluidas en el PIR y reclaman un derecho a reparación conservarán siempre su derecho a recurrir a la vía judicial. http://www.ruv.gob.pe/registro.html 174 Mientras que se plantea, dentro de este artículo, la no consideración como beneficiarios del PIR a todas aquellas personas que hubieran recibido reparación por otras decisiones o políticas del Estado, no se les niega en ningún momento su reconocimiento formal como víctimas del conflicto armado. Si es el caso, sin embargo, cuando nos referimos a todas aquellas personas que formaron parte de grupos subversivos. En este caso se explicita claramente en el cuerpo de la ley que “no serán considerados como víctimas” y, por tanto, tampoco como beneficiarios del derecho a la reparación. Se trata de una disposición que no emana de las recomendaciones de la CVR y que se establece con independencia de las posibilidades reales de que estas personas pudieran haber sido igualmente víctima de alguna violación. Una disposición que se contrapone claramente a los estándares y normas que emanan de derecho internacional humanitario74, planteando un serio reto para considerar a los derechos humanos como inalienables, un principio que debería ser uno de los fundamentos básicos de los programas de reparación (ICTJ, 2013: 6). Se aplicó así una doctrina de “Manos Limpias” (“Clean Hands”) de acuerdo a la cual las actividades llevadas a cabo por una parte lesionada limitaban su acceso a la reparación. De acuerdo a las conversaciones mantenidas con diferentes funcionarios y miembros de ONG, se trata de una decisión que fue fruto de lo que se ha descrito como un “pacto político necesario para poder dar viabilidad al proyecto de reparación”, ante las constantes campañas de deslegitimación del proyecto de justicia transicional esgrimidas por parte de sectores importantes del poder político, económico y mediático vinculados a los gobiernos de Alberto Fujimori y Alán García. Campañas que contribuyeron a reforzar la percepción negativa de la opinión pública hacia todo lo relacionado con Sendero Luminoso o el MRTA, haciendo todavía más difícil la aceptación de la consideración como víctimas de violaciones a los derechos humanos de aquellas personas que hubieran estado vinculadas, directa o 74 Referirnos, de manera especial, al principio de no-discriminación que se establece a través del documento “Principios y directrices básicos sobre los derechos de las víctimas de violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos y violaciones graves del derecho internacional humanitario a interponer recursos y obtener reparaciones” de Naciones Unidas. 175 indirectamente, con actividades subversivas. A través de este extracto de entrevista se refleja como desde las propias capas de gestión intermedia del Consejo de Reparaciones se reconoce esta decisión como una decisión de corte político, y no como el resultado de consideraciones de índole técnica y/o jurídica. Se refleja también la constancia del impacto que dicha decisión tendrá sobre los protocolos y formas de accionar del propio registro de víctimas. “Esta ley tiene un artículo cuarto que es el artículo de exclusiones. Te lo menciono porque es un tema que luego ha trascendido y ha generado algunas dificultades. Que es lo que dice ese artículo cuatro: que no son consideradas víctimas los miembros de grupos subversivos. Entonces, los excluye de todo proceso de reparaciones; los excluye del reconocimiento como víctimas. Más allá de que estemos de acuerdo o no con esto, es lo que nos trae la ley. Digamos… fue como un acuerdo político en ese momento, si se quiere, en ese momento para poder darle viabilidad al tema de las reparaciones a las víctimas. Se dijo “ok, va a haber reparaciones, vamos a reconocer que hubo víctimas y que se les requiere reparación, pero no queremos que estén los terroristas ahí”. Entonces, esa fue la condición. Más allá de las concepciones que podamos tener de que un terrorista, por más terrorista, puede ser víctima, puede haber sufrido violación a sus derechos fundamentales. Más allá de eso, lo que primó aquí fue una… una necesidad de darle viabilidad al proceso de reparaciones y esa fue como la condición si se quiere. No terroristas. Entonces, este es el artículo que luego marca también la pauta de cómo se trabaja este registro, cuáles son los filtros, cuáles son las tareas que hay que hacer para garantizar un adecuado cumplimiento de esto, que fue como una condición para que resuelvan las reparaciones”. (Entrevista personal. Cargo intermedio del Consejo de Reparaciones. Lima, mayo de 2013). Vemos, así, como el marco de referencia del derecho internacional humanitario se negocia y moldea de acuerdo a las especificidades del contexto socio histórico y político en el cual se insertan. Pugnas y decisiones políticas que empiezan, ya desde su traducción en marcos jurídicos, a crear posiciones diferenciales dentro del universo de víctimas que deja el conflicto armado en sus posibilidades reales de acceder a los derechos de justicia y reparación. Tal y como plantea Lisa Laplante: Si no se establecen límites claros y explícitos a la doctrina de las Manos Limpias en el derecho internacional de los derechos humanos, pueden surgir nuevos tipos de violaciones de derechos fundamentales a través de políticas y prácticas del Estado que discriminan entre las personas beneficiarias de los programas de reparación creados para dar respuesta a violaciones sistemáticas y generalizadas de los derechos humanos. Así se constata de la manera más desgarradora en los países que salen de un contexto político que causa divisiones, como una guerra civil o un conflicto armado interno (…). Sin métodos de protección negociados, los ex combatientes 176 dependen de la buena voluntad del Estado en el respeto de las protecciones internacionales existentes, consagradas en los tratados y el derecho consuetudinario. No obstante, puesto que, en la práctica, la plena observancia de las normas sigue siendo un ideal lejano, el derecho a la reparación para quienes padecen estas acciones injustas del Estado ha pasado a ser, de facto, un derecho condicional. En efecto, los criterios de inocencia y culpabilidad —aunque no hayan sido probados con certeza jurídica— se convierten en una base política no jurídica para determinar quién merece reparación y, por tanto, quién goza de una protección plena de sus derechos humanos básicos (Laplante, 2007: 68-69) Podemos rastrear el impacto de esta decisión política en varios niveles. En primer lugar, y como nos indican el propio personal del Consejo de Reparaciones, en la aplicación práctica del PIR y en el funcionamiento del registro de víctimas. La necesidad de que “no haya terroristas” hace, como veremos más adelante, que se endurezcan los filtros y requisitos necesarios para poder ser calificado como víctima. El proceso se hace más complejo en el momento en el que no sólo es necesario demostrar las violaciones sufridas sino también la no participación en las actividades llevadas a cabo por los grupos subversivos en contextos locales donde, como ya hemos señalado, las fronteras entre el ser víctima y el ser perpetrador fueron, cuanto menos, borrosas. Distintas organizaciones de derechos humanos han puesto también sobre la mesa los problemas que se derivan de la inexistencia de criterios claros para determinar si alguien fue o no miembro de un grupo subversivo y, por tanto, elegible como beneficiario de las reparaciones. Tal y como recoge y recomienda el ICTJ (2013) en uno de sus últimos informes: Una posibilidad para ello habría sido exigir la existencia de una condena judicial que determinara esa afiliación, otra sería basarse en la información proporcionada por las autoridades locales o los servicios de seguridad. El Consejo podría adoptar cualquiera de estos criterios, rechazando formalmente algunas solicitudes en base a la exclusión y dejando a los afectados por la decisión la posibilidad de impugnarla y la constitucionalidad del artículo 4, en los tribunales (ICTJ, 2013: 7). Lejos de tomar en cuenta estas recomendaciones, la situación se agrava todavía más en el momento en el que se aprueba, en enero de 2013, la ley 29.979 que modifica 177 este artículo 4, ampliando la definición de la exclusión para aquellos acusados de haber cometido crímenes de terrorismo o de apología al terrorismo. Este artículo quedará a partir de este momento reformulado de la siguiente manera: Cuadro 5. Artículo 4, Ley 29979. Si tenemos en cuenta la cantidad de personas que fueron acusadas de delitos de terrorismo o de apología del terrorismo durante los años del conflicto armado, muchas veces de manera totalmente infundada y sin pruebas fehacientes que lo demostraran, como estrategia para sembrar el temor y acallar voces contestatarias provenientes de organizaciones de la sociedad civil (pensemos, por ejemplo, en los asesinatos de líderes sociales sindicales, en los estudiantes de diferentes universidades limeñas detenidos y desaparecidos….), el universo de personas excluidas de la reparación crece, con esta modificatoria, de manera exponencial. En segundo lugar, nos interesa especialmente resaltar el impacto de este artículo sobre las imágenes de la víctima que se construyen y que emanan de esta ley. Esta construcción legal contribuye a reforzar, de una manera determinante, la idea de que “sólo los inocentes tienen derechos en el Perú” (Theidon, 2010: 106). Una inocencia que, a partir de este momento, queda definida a partir de dos acepciones: no sólo el hecho de haber padecido de algo —sin responsabilidad propia— sino también el hecho de no haber estado implicado políticamente en el conflicto. Una imagen de la víctima “entre dos fuegos”, ajena al proyecto revolucionario senderista y despolitizada. Tal y como cabría esperar, esta decisión no estuvo libre de controversias. Así, a Artículo 4.- Exclusiones No son consideradas víctimas y por ende no son beneficiarios de los programas a que se refiere la presente Ley, los miembros de organizaciones subversivas y las personas procesadas por delitos de terrorismo o apología del terrorismo hasta la definición de su situación jurídica. 178 simple modo de ejemplo, se pudo observar en un ciclo de conferencias organizado en agosto de 2012 cómo diferentes personas cuestionaron públicamente la exclusión en calidad de “víctimas” de mujeres vinculadas a Sendero Luminoso que denuncian haber sido torturadas y sometidas a violaciones sexuales en diferentes centros penitenciarios. Reclamaciones que también han sido esgrimidas por algunos grupos de apoyo a presos políticos del MRTA y SL. Se va evidenciando como las formas que adopta la ley en este contexto concreto van estableciendo distintas figuras y posiciones sociales accesibles para los sujetos, determinando quiénes y bajo qué condiciones acceden a determinados derechos, y quiénes no. Se empiezan a regular y a reordenar las experiencias de violencia de acuerdo con marcos interpretativos que poco a poco van permeando también en las percepciones sociales de la población sobre este proceso y en las subjetividades que de él emanan. Recordamos, a este respecto y a modo meramente ilustrativo, una de las entrevistas que mantuvimos con Graciela, antigua integrante del MRTA que estuvo presa durante casi 20 años en la cárcel limeña de Chorrillos. Entrevistada: En esta segunda detención, la carcelería si fue terrible. Los primeros días que yo llego, que todavía estábamos… nos trasladaban a lo que era el máxima seguridad de Chorrillos. Era una venganza. Total. Con todo. Mira, poner a gente que está sana mentalmente en un ala donde hay cuatro o cinco personas psiquiátricas, que tú sabes que le dan crisis y va como en cadena. Entonces no era solo que no salías en las 24 horas. Por tres meses nadie salía de su celda. Y la comida era una asquerosidad. Realmente asquerosidad. Se han llegado a sacar una cola de gato. Nos daban… Malos tratos… De todo. Era así la cárcel, que aquí no era entre comillas para redimir, o lo que tú pienses. Era para exterminar, fue una cárcel de exterminio realmente. Razón por la cual muchas chicas tuvieron problemas de secuelas psiquiátricas (…) Y esa era la política del gobierno, destrucción en lugar de querer… En todo caso, si consideran que se ha actuado mal, pues pagar lo que es justo ¿no? Pero no, el objetivo era el exterminio. Investigadora: Y Graciela… Vistos todos los abusos a los que estuvisteis sometidas también… Encarcelamientos sin garantías judiciales, malos tratos… que se yo. ¿Vosotros consideráis que habéis sido también víctimas de todo esto? ¿Crees que os mereceríais también algún tipo de reparación? Entrevistada: sabes que te digo… yo ahora miro todo con otro ojo. Yo no soy víctima. Yo pienso que lo que hubo es uso y abuso de poder. Ante esto que es lo más… Pero al final sobrevivimos. Somos supervivientes. Y hay que continuar. Yo sigo firmando, yo estoy prohibida de ir a reuniones de tipo político. No podía ni ir a los actos de Humala. Estoy prohibida total de todo eso. Pero yo pienso bajo una óptica diferente, no diferente de querer el bien, sino en la forma en la que se debe empezar una 179 revolución (…). ¿Reparación? Ahora mi reparación es espiritual y en eso trabajo yo. (Entrevista personal. Lima, septiembre de 2011. Mujer de unos 50/55 años, exintegrante del MRTA) Veíamos más arriba como ciertos grupos de apoyo a presos de Sendero y el MRTA han reclamado públicamente el acceso a reparaciones por violaciones sufridas a manos de fuerzas del Estado. Sin embargo, vemos también a través de las palabras de Graciela como personas pertenecientes a este colectivo no habrían incorporado a nivel subjetivo ni la idea de ser víctima (en todo caso, “superviviente”) ni tampoco el hecho de considerarse, ni siquiera potencialmente, como sujeto con derechos a ningún tipo de reparación. Graciela nos habló de malos tratos y violaciones, de prácticas sistemáticas de exterminio, de secuelas físicas y psicológicas, de compañeras que murieron en las cárceles por no recibir atención médica especializada. Sin embargo, la superación de esas secuelas y de esas prácticas violatorias se considera como un trabajo de carácter individual (“mi reparación es espiritual, y en eso trabajo yo”), al margen de los dispositivos de la justicia transicional. - Víctimas sí, pero no beneficiarios: el caso de los inocentes liberados Volviendo sobre los otros casos que quedan recogidos en esta disposición (“aquellas víctimas que hubieran recibido reparaciones por otras decisiones o políticas de Estado”), cabe resaltar de manera especial el de los “inocentes liberados”. Tal y como establece la Asociación Reflexión, una de las principales organizaciones creadas con el objetivo de defender los intereses y derechos de acceso a la justicia y reparación para este colectivo, se define como inocentes liberados a “todas aquellas personas, hombres y mujeres, que estuvieron injustamente encarcelados o detenidos: indultados, absueltos y liberados por derecho de gracia, quienes fueron acusados de terrorismo y traición a la patria; que alcanzaron su libertad gracias a las investigaciones realizadas por la Comisión AD HOC de indultos y corroboradas por organismos de derechos humanos, quedando legalmente comprobada su inocencia. Muchos abandonaron las cárceles bajo la forma jurídica del indulto debido a la 180 coyuntura política del momento, otros como realmente correspondía mediante la absolución.”75 “Yo trabajaba en el Agustino, trabajaba en una empresa para la municipalidad...tenía dos hijas, tenía un esposo, una linda casa. Y, de repente, un 26 de octubre, vienen a mi casa, más o menos cuarenta efectivos con pasamontañas...Intervienen mi casa a las cuatro de la mañana, nos señalan a mí y a mi esposo y nos llevan a la DINCOTE.76 En la DINCOTE estuvimos una semana incomunicados (…) hicieron un acta de incautación y habían encontrado unos volantes. En ese tiempo, “sembraban”. ¿Qué significa sembrar? Vamos a intervenir, si no encontramos nada, sembramos. Ese era el lema de la DINCOTE. Entonces estaban buscando en mi casa, revisando todo, y en un sitio, no sé en donde, encontraron unos volantes que decían “No al paro, viva Abimael Guzmán”. Entonces dicen, ya acá está (…) Parecía una pesadilla al principio. Estuve más o menos cuatro días sin que me toquen. Al quinto día me empiezan a torturar, previa presión psicológica. Ahí me decían “aih ya, así que tú eres terruquita”. Los cabellos, como los tenía largos, los jalaban así hacia el piso. Entonces, era un previo antes de la masacre que te daban. Porque si no te preparaban psicológicamente entonces tú no hablabas nada. (…) Me llevan a un cuarto de la DIRCOTE, con música muy alta, y me desnudan. Me desnudan, entonces me tiran al piso y me empiezan a dar en la articulación. Porque no te daban en el cuerpo, en el cuerpo te dejaba marca (…) Entonces me decían “¡habla! ¿Quién eres? ¿Has matado? ¿No has matado? ¿¡Quién eres!? ¿¡Eres mando!?¿¡Eres masa!? Entonces yo me di cuenta de que me habían sindicado porque realmente yo no era nada de eso (…) Entonces, me llevan a la fiscalía. En la fiscalía del Callao, yo doy mi manifestación. Digo que soy inocente pero igual paso a penal. Del penal, después de 8 meses, me llevan a un tribunal sin rostro. Tribunal sin rostro.... Me dice, me habla, que esto, que lo otro...20 años de sentencia”. (Entrevista personal. Lima, agosto de 2012. Mujer de unos 40 años, integrante de la Asociación Reflexión) Experiencias como ésta nos hablan de la realidad de las detenciones y el encarcelamiento masivo durante los años del conflicto armado interno, especialmente durante la época del gobierno de Fujimori (1990-2000), momento en el que se endurece la estrategia contraterrorista en el país. Prefabricación y siembra de pruebas, inexistencia de garantías judiciales, torturas, jueces sin rostro…. Todavía a día de hoy es difícil dar con cifras exactas sobre el número de personas que fueron injustamente encarceladas en estos años acusadas de participar activamente en las actividades subversivas llevadas a cabo por Sendero Luminoso y 75 Definición extraída de la página web de la organización: http://inocentesliberados.galeon.com/ (última consulta 12/12/2015). 76 La DINCOTE es la Dirección Nacional contra el Terrorismo, unidad especializada de la Policía Nacional peruana que se crea en 1981. http://inocentesliberados.galeon.com/ 181 el MRTA. A modo ilustrativo, tomaremos como referencia los datos publicados por Ernesto de La Jara en su informe “Memorias y batallas en nombre de los inocentes”: 21.795 detenidos por terrorismo o traición a la patria entre 1992 y el 2000, de acuerdo a los datos del Registro Único de Detenidos. De estos, 6.190 fueron liberados antes de pasar a juicio, dada la inexistencia de pruebas. De los 15.680 que sí pasaron a juicio, cerca del 60% fueron finalmente absueltos (porcentaje calculado por la Sala Corporativa de Terrorismo). Junto a los absueltos, las 502 personas indultadas a través de las recomendaciones emitidas por la Comisión Ad Hoc de Indultos creada en 1996. Ante el desorbitado número de presos políticos en las cárceles del país, y ante las fuertes presiones que se venían ejerciendo desde diferentes organizaciones de derechos humanos –tanto nacionales como internacionales77-, se crea finalmente esta Comisión con el encargo de “evaluar, calificar y proponer al Presidente de la República, en forma excepcional, la concesión del indulto, para quienes se encuentren condenados por delitos de terrorismo o traición a la patria, en base a elementos probatorios insuficientes que permitan a la Comisión presumir, razonablemente, que no habrían tenido ningún tipo de vinculación con elementos, actividades u organizaciones terroristas.”78 Se trata de una comisión que se estableció con anterioridad a la CVR y a partir de la cual se abrieron vías hacia la reparación para este colectivo que, todavía a día hoy, caminan en paralelo a las que se abren con la creación del PIR. Los indultados se empiezan a organizar, ante la necesidad de defender los intereses de un colectivo altamente estigmatizado, llegando en algunos casos a plantear la vía judicial como alternativa, a través de demandas colectivas ante la Corte Interamericana de 77 Véase, a modo de ejemplo, el comunicado emitido por Amnistía Internacional: “Amnistía Internacional insta al presidente Fujimori a excarcelar a los presos inocentes”. https://www.amnesty.org/download/Documents/144000/amr460061999es.pdf. (última consulta 23/01/2016) 78 Tal y como queda recogido en la Ley 26655. http://www2.congreso.gob.pe/sicr/cendocbib/con4_uibd.nsf/2B53DF03A628E90505257BF8007E5F F4/$FILE/14.pdf (última consulta 23/01/2016). El trámite realizado por la Comisión Ad Hoc, para la concesión de indultos y derechos de gracia, fue posteriormente reproducido por el Consejo Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia que acabaría otorgando este beneficio a otras 249 personas. https://www.amnesty.org/download/Documents/144000/amr460061999es.pdf http://www2.congreso.gob.pe/sicr/cendocbib/con4_uibd.nsf/2B53DF03A628E90505257BF8007E5FF4/$FILE/14.pdf http://www2.congreso.gob.pe/sicr/cendocbib/con4_uibd.nsf/2B53DF03A628E90505257BF8007E5FF4/$FILE/14.pdf 182 Derechos Humanos. “(…) porque éramos un grupo, digamos, estigmatizado. Hablar de indultados a veces es decir terroristas. Entonces, a pesar de eso, nosotros esa situación la revertimos y la convertimos en una oportunidad (…) Porque luchar con el estigma es difícil, pero yo creo que lo más importante es que somos un grupo político. Porque no lloramos sino simplemente sobrevivimos a un régimen y le ganamos ¿Por qué? Porque salimos fortalecidos, salimos vivos, pero salimos a denunciar lo que pasamos ahí. Entonces creo que fue revertir una situación, transformarla. Entonces, con todo eso, nosotros hemos avanzado muchísimo. Somos un referente. Nuestros compañeros indultados digamos que son el primer grupo de víctimas que son debidamente reparados (…) A Alán García, le arrancamos el tema del terreno en Huachipa. 200 lotes para 200 indultados, 107 metros para cada uno. Porque cuando uno salía de los penales, no tenía casa, no tenía esposo, no tenía hijos... Tenías que armar, nuevamente, tu proyecto de vida. Entonces, para eso, Alejandro Toledo nos cita en el palacio y nos da una disculpa pública, en nombre del estado para los indultados. Nos dio la disculpa pública. Yo estaba ahí. Y crea una comisión especial para asistencia al indultado inocente que veía una reparación integral: salud, vivienda, educación y trabajo. Y de eso nos agarramos.... Nos tienen que asignar un terreno” (Entrevista personal. Lima, septiembre de 2012. Hombre de unos 45 años, representante del colectivo de inocentes liberados) Su reconocimiento como víctimas de la violencia se construyó, por tanto, a través de la puesta en marcha de estrategias y dispositivos diferenciados y a través de la aplicación y adhesión a otras categorías y formas del ser/reconocerse “víctima”, distintas a aquellas que, como veremos, se construyen en el marco del PIR. Categorías que cuentan con el reconocimiento oficial del Estado y que permiten el acceso a determinados derechos pero que se fueron construyendo a través de otras formas de interrelación con el Estado. Víctimas sí, pero de otra manera. A través de un proceso en el que los derechos de reparación son interpretados como “derechos ganados” y no como concesiones del Estado. Concesiones a las que también se aspira, motivo por el cual se empiezan a diseñar nuevas estrategias para ser incorporados en el proceso de reparación que se abre con el PIR. Entrevistada: creo que el grupo de indultados es el más avanzado. Estamos trabajando el tema de violencia sexual porque los indultados están excluidos del Plan Integral de Reparaciones. Investigadora: ¿Sí? Entrevistada: Si. Nosotros estamos excluidos y por eso lo importante del trabajo de la dirigencia es que, frente al estigma, la exclusión, es que nosotros hemos transformado eso. Entonces, el APRA dijo “No les vas a dar tú a ellos reparación económica porque ya tienen terreno”, “no les vas a poner como para que accedan a 183 beneficios en el PIR porque ya tienen seguro integral”. Entonces nos excluyeron. Pero, sin embargo, no pueden excluir la violencia sexual que se ha cometido con los indultados. Entonces, este es el trabajo mío ahora ¿no? Investigadora: Y así es como estáis consiguiendo registraros como víctimas en el RUV…. Entrevistada: Sí, porque tienen que registrarte sólo como una afectación. Pero en el Consejo de Reparaciones, en el banco de datos, apareces también como víctima de violencia sexual. Porque era también una forma... era una estrategia de guerra por parte de la DIRCOTE, del estado. Una estrategia de guerra era vulnerarte. Tocarte, violarte, corriente en los genitales, desnudos forzados.... Entonces, todo eso fue recogido y ahora estamos tratando de ver el tema de violencia sexual, que está muy avanzado (Entrevista personal. Lima, agosto de 2012. Mujer de unos 40 años, integrante de la Asociación Reflexión) Vemos, así, como las experiencias de violencia se van reordenando y re conceptualizando. Como las propias víctimas van desplegando sus propias estrategias y repertorios de acción para reinterpretar la ley y sus categorías, y así verse finalmente representados como parte de esos grupos de los cuales habían sido excluidos en un primer momento. Los indultados empiezan a posicionarse en el espacio público no sólo como víctimas de carcelería injusta, también como víctimas de tortura o de violencia sexual. Se ponen así en acción nuevas subjetividades que, tal y como nos plantea Fassin, adquieren significado político en el marco de interacciones sociales determinadas y a través de la movilización de determinadas categorías y formas de auto-identificación. En este caso: las interacciones que tienen lugar son reguladas a través del dispositivo del PIR. La subjetivación de la que hablo no presuponía que los individuos fueran actores racionales y autónomos, una postura a veces aplaudida por los sociólogos, ni remitía a las subjetividades enterradas en el subconsciente, que los psicoanalistas exploran. Mi interés se centra en las imágenes empleadas para describir a personas, y con las cuales se las identifica, se reconozcan o no en ellas (…). Mediante sus categorías y a través de sus testimonios formulan también una nueva lectura de los conflictos contemporáneos: hablan de la violencia en el lenguaje de la subjetividad (Fassin, 2012: 202)79 79 Traducción de la autora. 184 - El caso de las esterilizaciones forzadas - ¿política pública o violación a los derechos humanos en el marco del CAI? Entre 1996 y el año 2000, bajo el gobierno de Fujimori, se diseñó e implementó el Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar (PNSRPF). Un programa que se justificó y legitimó públicamente como una política de control del crecimiento de la población y como estrategia nacional de desarrollo económico y reducción de la pobreza en el país. “Si hablamos de futuro tenemos que hablar de planificación o control de la natalidad. Todos los niños son hermosos, son el signo de la vida, pero qué penoso es ver niños hambrientos, desnutridos, desamparados, viviendo en la calle, algunos germinando como delincuentes. ¿Hay algo más dramático que esto? Está en nuestras manos obrar y obrar con realismo, con apego a la razón y no al temor que puedan infundir tabúes y mitos. Por ello el Estado promoverá que las familias de bajos ingresos y de menor nivel educativo, tengan el mismo acceso a los métodos de planificación familiar con que cuentan las clases de mayores ingresos. Sería una hipocresía hacerse de la vista gorda, sabiendo que se aplican diferentes métodos para familias de diversas clases sociales. Lo justo es difundir, he dicho difundir, a fondo, los métodos de planificación familiar.”80 La principal población diana de este programa de planificación familiar fueron mujeres peruanas, indígenas y residentes en las áreas periféricas urbanas, rurales, andinas y amazónicas del país (Citroni, 2014: 97). El resultado de la implementación de esta política de control poblacional fue el sometimiento de miles de mujeres a lo que se definió en su momento como operaciones de “Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria (AQV)”, desarrolladas como parte de amplias campañas de esterilización en distintas comunidades del país. Operaciones que, lejos de ser voluntarias, fueron fruto en muchos casos de amenazas y engaños, realizándose en contra la voluntad del paciente y sin su consentimiento previo e informado. Operaciones que, por otro lado, se desarrollaron en puestos de salud mal implementados y con condiciones sanitarias deficientes, implicando, en los casos más extremos, la muerte de algunas de estas mujeres. Estamos hablando, por tanto, de casos de esterilización forzada, crimen de 80 “Mensaje a la Nación” de Alberto Fujimori ante el Congreso el 28 de julio de 1995. En http://www.congreso.gob.pe/museo/mensajes/Mensaje-1995-2.pdf (Última consulta 02/05/2016) http://www.congreso.gob.pe/museo/mensajes/Mensaje-1995-2.pdf 185 naturaleza sexual reconocido por los distintos mecanismos jurídicos que regulan el derecho internacional humanitario y que implica la violación de numerosos derechos humanos reconocidos, destacando el derecho a la integridad personal, el derecho a la salud, y de acuerdo con las circunstancias del caso, el derecho a la vida, y el derecho a la igualdad ante la ley (Citroni, 2014: 96). Pero ¿cómo es posible que estas violaciones tuvieran lugar de una manera generalizada y sistemática a lo largo y ancho del país, afectando a miles y miles de mujeres —y hombres— peruanas? Las variables explicativas son múltiples. Entre las principales destaca el propio contexto, caracterizado por el impacto de la violencia política y por la crisis económica que afectaba al país, llegándose a registrar altos niveles de inflación, hasta de cuatro dígitos en estos años. En un contexto tal no fue sorprendente que una política presentada como una solución de desarrollo económico para el país tuviera un alto grado de aceptación social y popularidad. Aunque el desarrollo económico nacional se situara por encima, y a expensas, de los derechos humanos de las mujeres. A esto se sumó, tal y como nos indica la politóloga, Christina Ewig, la capacidad de los actores políticos locales y nacionales para apropiarse y utilizar exitosamente los discursos feministas nacionales y globales, sobre derechos sexuales y reproductivos (Ewig, 2014: 52-53). Recordemos, a modo ilustrativo, el mensaje principal de un spot televisivo que fue ampliamente difundido en diferentes canales de televisión durante los últimos años del gobierno de Fujimori: “Quiénes no comprenden esto, no comprenden al Perú. Parecen no saber que por falta de planificación cada 5 horas muere una madre gestante. Que cada año haya 250 mil abortos y más de 120.000 embarazos no deseados de madres adolescentes. Hablar y tener hijos es muy fácil. Por eso ahora que el Estado te respalda, ¡tú como mujer debes hacer respetar tus derechos!”81 La manipulación política de estos discursos sin duda sirvió también como estrategia para legitimar sus acciones. Sobre todo, cuando se trataba de políticas destinadas y 81 El spot está disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=b7Nneyi1iM4 (última consulta: 02/05/2016) https://www.youtube.com/watch?v=b7Nneyi1iM4 186 focalizadas hacia una población mayoritariamente indígena y campesinas. Así, el racismo social e institucional se convertiría en uno más de los ingredientes que facilitaría la violación indiscriminada de los derechos de estas poblaciones. A nivel de cifras, de acuerdo al último informe publicado por Amnistía Internacional dentro de su campaña nacional “Contra su voluntad”82, y de acuerdo a los datos recogidos por la Defensoría del Pueblo, se contabilizan a día de hoy más 270.000 casos de operaciones de ligaduras de trompas y de vasectomías realizadas en el país de manera forzada. A pesar de la magnitud de estos hechos y del desorbitante número de víctimas afectadas —y más allá de las presiones ejercidas por distintos organismos de derechos humanos y grupos feministas—, se trata de una violación a los derechos humanos que no quedó recogida ni documentada por el trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación y que, por tanto, no ha sido definida como una de las modalidades de victimización que dan acceso a los diferentes tipos de reparación contemplados por el PIR y por el marco legal que regula su aplicación. Si bien la CVR adoptó una definición amplia de violencia sexual, incluyendo formas de abuso más allá de la violación (como la prostitución forzada o la esclavitud sexual), las esterilizaciones forzadas se convirtieron en una excepción clave. El silenciamiento fue la opción política que primó en este caso. Y ¿por qué este silenciamiento? Tal y como afirma Theidon, abrir la definición de víctima y beneficiaria para incluir a los miles de mujeres y hombres sometidos a la esterilización forzada implicaría aceptar un enfoque del Estado peruano como el principal perpetrador durante el periodo de conflicto armado interno, en este caso por medio del Programa de la Planificación Familiar bajo el segundo mandato del expresidente Fujimori (Theidon, 2014: 7). Una interpretación que contradeciría la meta-narrativa central a partir de las cuales se consiguió dar cierta viabilidad política al proyecto de justicia 82 Para más información, véase http://www.nomas.pe/contrasuvoluntad (última consulta 17/12/2015) http://www.nomas.pe/contrasuvoluntad 187 transicional en el Perú. Véase, que el estado no había sido el principal perpetrador de la violencia durante los 20 años del conflicto armado interno sino Sendero Luminoso, responsable de acuerdo a los resultados de la CVR de al menos un 54% de las violaciones registradas. A nivel práctico habría que sumar además la inviabilidad, social, económica y política, de semejante afirmación. Reconocer a las personas esterilizadas durante finales de los años 90 como víctimas de la violencia política –y, por tanto, como sujetos con derecho a una reparación- hubiera supuesto expandir el universo de víctimas del estimado de 70.000 personas que recoge el Informe Final de la CVR, a cerca de 350.000. Se optó por excluir las esterilizaciones forzadas del marco de la CVR, a la vez que se contribuyó a relativizar y —neutralizar— las responsabilidades del Estado, durante y después del conflicto. Fue así como se generó y expandió también un cierto consenso de acuerdo al cual las esterilizaciones forzadas no se consideraron como crímenes vinculados con los hechos de la violencia política sino como formas de violencia contra la población que respondieron a una mala gestión de determinadas políticas de Estado desarrolladas en esos años. Un fenómeno que, por tanto, no quedo incluido en el mandato ni de la CVR ni del PIR. Marcos de interpretación que fueron incorporados por los propios funcionarios y funcionarias encargadas de las distintas fases de implementación de este programa, en un intento por legitimar su trabajo y atajar las críticas que se venían esgrimiendo desde diferentes plataformas organizadas de la sociedad civil. Investigadora: Claro, todo le tema de esterilizaciones forzadas yo no sé si está aquí…. Funcionaria: No, eso está fuera de la ley del PIR, porque si bien fue una política que se implementó durante el régimen de Fujimori, no tiene un correlato con el contexto de violencia de la lucha antisubversiva. Todo esto está trabajado en el contexto de la lucha antisubversiva, los excesos del estado o las violaciones que cometieron los subversivos. Está enmarcado en esto, violencia terrorista si se quiere, respuesta del estado para reprimirla…. Ese es el contexto donde nosotros trabajamos. Y las esterilizaciones forzadas…. Política de estado, probablemente, en el gobierno, en el periodo, pero no en este marco, en este contexto. Obedece a una lógica distinta. 188 Investigadora: Y eso ¿tampoco está recogido en el trabajo de la CVR? Funcionaria: No… creo que no. Porque también la CVR tiene este marco de violencia terrorista ¿no? Y eso más bien obedece a otra cosa; política de estado, pero de otra naturaleza. (Entrevista a cargo intermedio de la Secretaría Técnica del Consejo de Reparaciones. Mujer de unos 40 años. Lima, mayo de 2013) Lo interesante, nuevamente, es ver como la catalogación y reconocimiento de quiénes son y quiénes no son víctimas en este contexto responde a decisiones de corte político, y no tanto a datos objetivos o a las directrices que emanan de la jurisprudencia internacional. *********** Son todas estas decisiones —y concesiones—, y la manera en la que permean en marcos legales e institucionales concretos, las que nos hablan también de la economía moral a partir de la cual se regulan las medidas de recuperación postconflicto en el Perú. Una economía moral que determina la manera en la que ciertos cuerpos sufrientes son reconocidos —a través de la puesta en práctica de determinados valores morales— y otros no lo son (Fassin 2005: 372). Que procede mediante la definición y desarrollo de nuevas barreras destinadas a dividir a la población. De esta manera, vemos cómo se desarrolla un sistema de gestión — respaldado en múltiples leyes, decretos y reglamentos— que, en última instancia, lo que hace es legitimar e instaurar un sistema de inclusión/exclusión y de acceso diferencial a los derechos de justicia y reparación para las poblaciones afectadas por la violencia política. A este respecto, nos parece interesante rescatar un concepto desarrollado por la antropóloga Débora Ávila en su estudio sobre los procesos y dinámicas de gestión de lo social en la Comunidad de Madrid. Nos referimos al concepto del “sistema de esclusas” que ella misma define de la siguiente manera: Una de las imágenes más adecuadas para aprehender mentalmente esta gestión de lo social que opera en la actualidad y que, de hecho, funciona, es la de un sistema de 189 esclusas. Un sistema de esclusas que, en el caso de la población migrante, no crea sólo dos figuras, como se pretende en la retórica migratoria de la Unión: por un lado, el inmigrante sin papeles que, en virtud de la infracción o delito cometido (según la legislación de cada país) de entrar en Europa sin el permiso administrativo correspondiente, debe ser internado y deportado sin excesivos miramientos; por otro, el inmigrante llegado por los cauces administrativos y consulares establecidos, respetuoso de la ley, las costumbres y el orden, al que deben reconocérsele plenos derechos y abrírsele la oportunidad de una plena integración. No. Para los inmigrantes, el sistema de esclusas lo que instaura, más bien, es un largo camino, lleno de duras pruebas y peligros, que lleva desde la condición de clandestinidad total del sin papeles hasta la plena ciudadanía, sólo asegurada con la obtención de la nacionalidad, pasando por diferentes tipos de tarjetas, cada una de las cuales asegura diferentes derechos. Pero, además, ese camino no es igual para todos los inmigrantes: puede ser más o menos largo, más o menos arduo, en función del país de origen, la historia colonial de España con él, el tipo de racismo asociado a su fenotipo (…) este continuum está compuesto por un conjunto de discontinuidades, de umbrales, de divisiones, de segmentos que las tecnologías de gestión permiten gobernar como un todo, como una misma población. Por tecnologías de gestión nos referimos a una serie de mecanismos, institucionales o no, que se trazan en el interior del territorio europeo, generando nuevas formas de control selectivo y exclusión/inclusión diferencial de las poblaciones, así como diferentes intensidades de vulnerabilidad. Los distintos niveles de inclusión/exclusión pasan a ser variables de una acción gubernamental que tiende a multiplicar los casos, las situaciones y los estados entre estos dos extremos, modulando las divisiones y diferencias (Ávila, 2012: 26-27). Al igual que estaría ocurriendo en el caso concreto de la Comunidad de Madrid, y el contexto más amplio de la Unión Europea, vemos también como, para el caso concreto peruano, se estarían aplicando sistemas de esclusas y tecnologías de gestión y gobierno de las poblaciones que operarían de maneras similares. Se establecen posiciones diferenciales para los sujetos en su acceso a derechos básicos a través de múltiples categorizaciones y formas de ser o no ser considerado como víctima. O de ser considerado víctima, pero sólo a medias. Posiciones de partida en lo que veremos se convierte en una suerte de carrera de obstáculos —legales y administrativos— en el acceso pleno a los derechos de reparación tal y como quedan perfilados, segmentados y parcelados, por el propio Programa de Reparaciones. Quien es víctima y quien no es reconocida como tal es parte, por tanto, del juego político-legal que se pone en acción una vez se inicia el proceso de la CVR y que se complejiza todavía aún más con el proceso de registro de víctimas e implementación del Programa de Reparaciones. El que queda fuera desarrollará sus propios repertorios de acción para reclamar esos derechos que se le niegan a través de los mecanismos y dispositivos formales de justicia transicional en el país. Es el caso, 190 como veíamos, de las personas que fueron liberadas a través de la Comisión Ad Hoc de indultos, pero también el caso de todas esas mujeres (y hombres) que sufrieron esterilizaciones forzadas. Surgirán, así, distintas asociaciones de afectadas, como la Asociación de Mujeres Afectadas por las Esterilizaciones Forzadas (AMAEF) de Cuzco y del Comité de Defensa de los Derechos Humanos de las mujeres esterilizadas de Huancabamba, en la región de Piura. Organizaciones y mujeres que lucharán por sus derechos caminando en paralelo a otras víctimas, y recurriendo en muchos casos a la vía judicial como única alternativa.83 Imagen 1. Mujeres del Comité de Defensa de los Derechos Humanos De Mujeres Afectadas por Esterilización Forzada De La Provincia De Huancabamba (CDME) en un encuentro realizado en julio de 2015 (Imagen extraída de www.noticiasser.pe) 83 Destaca, a este respecto, el caso de Mamérita Mestanza contra Perú, el primero en materia de esterilizaciones forzadas llevado ante la Corte Interamericana. El caso fue llevado a la CIDH/OEA por distintas organizaciones nacionales de derechos humanos y de defensa de los derechos de la mujer. Entre ellas, DEMUS, APRODEH, CEJIL y CLADEM. Para más información, véase: http://www.cladem.org/programas/litigio/litigios-internacionales/12-litigios-internacionales- oea/23-caso-mamerita-mestanza-peru-esterilizacion-forzada (última consulta: 02/05/2016) http://www.cladem.org/programas/litigio/litigios-internacionales/12-litigios-internacionales-oea/23-caso-mamerita-mestanza-peru-esterilizacion-forzada http://www.cladem.org/programas/litigio/litigios-internacionales/12-litigios-internacionales-oea/23-caso-mamerita-mestanza-peru-esterilizacion-forzada 191 3.2. Las modalidades de victimización como síntesis de la violencia 28 de agosto de 2010. Hace escasas dos semanas que he llegado a Lima para iniciar mi trabajo de campo. Se inician los actos de conmemoración de la entrega del Informe Final de la CVR. Como parte de las muchas actividades que tienen lugar en este ciclo conmemorativo, se encuentra la organización de una feria informativa en la Plaza San Martín, una de las plazas más representativas de la capital limeña. La feria informativa se compone de 12 stands, cedidos a diferentes organizaciones de la sociedad civil, desde ONG de derechos humanos a organizaciones de víctimas, incluyendo también proyectos de recuperación de memoria histórica a través de exhibiciones fotográficas y artísticas. El objetivo de la feria, tal y como se comparte en las distintas reuniones de planificación a las que tengo la oportunidad de asistir, es el de acercar el trabajo de la CVR al público general, así como conseguir mayores apoyos en el trabajo de incidencia desarrollado por diferentes organizaciones de afectados. A primera vista, parece el espacio de observación perfecto para entrar en contacto con nuevas organizaciones, ver cómo se posicionan en el espacio público, los discursos que despliegan y la manera en la que interactúan con la población. Sin embargo, lo que paradójicamente llama más mi atención es el stand del Consejo de Reparaciones. Lo institucional también está presente en la feria, y de una manera muy particular. *********** El stand apenas se compone de una mesa con dos sillas, una para cada una de las funcionarias allí presentes, y de un cartel que, a primera vista, resulta un tanto extraño (véase imagen 2). Según me acerco puedo fijarme en que se trata de una imagen compuesta por 9 pequeños dibujos que parecieran simular una simbología de comic. Dibujos acompañados de breves leyendas en quechua. Mi sorpresa al darme cuenta de que se trata de representaciones gráficas de las principales tipologías de afectación que quedaron recogidas y oficializadas en la definición de víctima que se propone en el marco de la Ley PIR. 192 Imagen 2. Cartel desplegado por el Consejo de Reparaciones en el acto de conmemoración de la entrega del informe final de la CVR en agosto de 2011 (foto de la autora). 193 Imágenes que si bien localizadas —a través no sólo de las leyendas en quechua sino también de las vestimentas de los personajes, sus sombreros, sus trenzas, sus calzados…— evocan inevitablemente imágenes, concepciones y figuras de la víctima cuasi universales. Así, de la misma manera que desembarcan de la mano de los expertos de la justicia transicional determinados dispositivos, tecnologías y experticias, desembarcan también imágenes y representaciones de la violencia que nos recuerdan a lo que algunos autores han definido como “figuras arquetípicas de la víctima” (Gatti, 2014a). La del detenido desaparecido, por ejemplo, esa figura que surge en el contexto de la dictadura militar argentina y que ha quedado posteriormente incorporada al derecho internacional a través de un proceso de transnacionalización concreto. El detenido-desparecido se ha convertido en una figura realmente inmutable. Nació, en un parto complicado, en los chupaderos de Argentina, que alumbraron el arquetipo de desaparecido y que, posteriormente, experimentó dos transformaciones. En primer lugar, sin perder nada de su complejidad, pero desprendiendo algunos matices por el camino, el desaparecido arquetípico se convirtió en desaparecido transnacional mediante un intenso proceso de traducción jurídica. Posteriormente se convirtió en la norma para estudiar, medir y enjuiciar las múltiples causas de los desaparecidos locales ya incluidos en el tipo transnacional (Gatti, 2014b:162).84 Imágenes de la víctima que se construyen a través de una serie de rasgos y/o criterios ya establecidos y afianzados en el sentido común de “la acción humanitaria”. Rasgos como la vergüenza de la mujer víctima de violencia sexual, sentada de espaldas al espectador para mantener su anonimato…. El hombre torturado, vendado y atado de pies y manos…. La mujer, madre e hija, sosteniendo la foto de su familiar desaparecido. Imágenes que nos transportan rápidamente a mediados de los años 80 y a las primeras manifestaciones organizadas por las “mamitas” de ANFASEP, portando sus banderolas junto con las fotos de sus familiares. Pero también a Buenos Aires y los plantones que años tras año, desde 1977, organizan cada jueves las Abuelas de la Plaza de Mayo. 84 Traducción de la autora. 194 Este proceso de transnacionalización y reapropiación local de determinadas figuras e imágenes de la víctima lo que permite, en última instancia, es que distintas experiencias de violencia puedan ser identificadas e interpeladas desde un modelo de justicia transicional común. Que distintas personas, también al interior del país — desde los campesinos quechua hablantes de distintas comunidades ayacuchanas hasta los familiares de estudiantes universitarios de las clases medias limeñas— puedan sentirse identificadas con una imagen en un cartel. Un cartel que, con apenas 9 dibujos, es capaz de resumir e ilustrar 20 años de violencia. Se trata, por tanto, de una representación visual y de un sistema de clasificación que pareciera responder a una necesidad práctica: facilitar la identificación de víctimas. Pero también a una necesidad mayor: la de racionalizar y objetivar la barbarie, así como el propio sufrimiento de la víctima. Se trata así de una clasificación que permite pensar de una forma “ordenada” las consecuencias del conflicto armado interno en términos de una multiplicidad de tipos de afectación que remiten a concepciones universales de víctimas, formas de pensar la violencia importadas, que son definidas y legitimadas a partir de una serie de arreglos jurídicos como, por ejemplo, la Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas o la Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles. Imágenes que, en última instancia, nos hablan de personas de carne y hueso. Todos esos hombres y mujeres, madres e hijas que nos iremos encontrando a lo largo de nuestro trabajo de campo, haciendo colas en las puertas de entrada de las distintas oficinas de la CMAN, dando sus testimonios a funcionarios y funcionarias del RUV, marchando en las calles. 195 4. El Registro Único de Víctimas como ensamblado sociotécnico (…) Indudablemente la acción de gobierno en tanto que «estructura un campo de acción posible» se diluye en el entramado social al particularizarse en una serie de normativas, prescripciones, reglamentos, etc. que son puestos en acción por una miríada de agentes interpuestos, desde los múltiples funcionarios de las escalas básicas de la administración hasta las capas altas de los gobiernos. Su responsabilidad es desigual pero compartida y permite incluir en la propia acción de gobierno a muchos de los afectados negativamente por ella. (Ávila, 2012: 134-135) Tal y como planteábamos con anterioridad, el Registro Único de Víctimas se crea en el marco de la Ley PIR como herramienta técnica para la identificación de la población afectada, facilitando el reconocimiento y el proceso de acreditación de víctimas en su calidad de beneficiarios de las distintas modalidades de reparación plasmadas en el PIR. El RUV se nos presenta, así, como un espacio idóneo para aproximarnos a los aspectos sociotécnicos de los procedimientos derivados del establecimiento del Programa Integral de Reparaciones y del proceso de reconocimiento de víctimas, planteando una serie de reflexiones sobre el rol de los expertos, el diseño de los procesos de registro, los criterios de valoración y el marco político en el cual adquiere vida este ensamblado. Un ensamblado sociotécnico (Latour, 2004, 2005) en tanto espacio en el cual las interacciones humanas son mediadas y legitimadas por dispositivos técnicos que comprenden distintas formas de conocimiento científico o experto y a partir de los cuales se produce y coproduce una determinada realidad social. *********** Mañana del 27 de septiembre de 2011. Me dirijo, por primera vez a las oficinas del Registro Único de Víctimas (RUV), situadas en el barrio limeño de Pueblo Libre, con la intención de acercarme un poco más a las formas institucionales y administrativas que habría tomado el proceso de gestión del pasado reciente peruano. 196 Gracias a la ayuda de una de las ONG de derechos humanos con las que vengo trabajando desde mi llegada a Perú en agosto del 2010, puedo concretar una cita con una de las personas responsables de esta instancia gubernamental. Instancia que rápidamente se siente familiar…. un ejemplo claro de la forma y lógica espacial que adopta la burocracia estatal. Primer paso: identificarse. Segundo paso: tomar asiento. Tercer paso: esperar. La oficina no es muy grande y se conforma de cuatro espacios diferenciados. El primero de ellos —el más grande—, hace las funciones de sala de espera. Son apenas las 9.30 de la mañana pero ya encuentro a 14 personas sentadas pacientemente mientras esperan a ser atendidas. La mayoría son mujeres, algunas de ellas ataviadas con los trajes propios de las zonas de sierra (perfil que inevitablemente nos recuerda el impacto diferencial que tuvo el conflicto armado en el país). Casi todas llevan consigo carpetas o sujetan en sus manos algún tipo de papel o documento. Esperan mientras dirigen su mirada a una pequeña televisión que sintoniza el canal 4. El hecho de que haya una televisión en un espacio como ese (un espacio temporal, compuesto por un conjunto de casetas de obra), hace pensar que las esperas son más bien largas. Esperas que comparten un mismo objetivo: suministrar una serie de documentos y declaraciones ante funcionarios públicos para ser oficialmente reconocidos como víctimas y así poder aspirar a los beneficios recogidos dentro del PIR. Si bien me sorprende encontrarme a tantas personas ya esperando a horas tan tempranas, de acuerdo a lo que comentan se trata de “un día tranquilo”. Parece que, después de más de 3 años desde que se iniciarán las labores de registro, el número de solicitantes se ha ido reduciendo evitando que se formen “largas colas de gente en la puerta”. Junto a esta zona de espera, conviven en esa misma sala varias estanterías repletas de documentos. Como luego me explicarán, son en esos archivadores los que 197 contienen todos los “casos” que ya han pasado por esa oficina desde que abriera sus “temporales” puertas en 2007. Estanterías y archivadores que recogen un sinfín de relatos, memorias y experiencias de violencia. En esa misma sala: dos escritorios desocupados, una fotocopiadora. Más allá de ella: tres despachos desde los que poco a poco se va atendiendo a las diferentes personas que pareciera, día tras día, van acercándose al registro. Una vez se cruza esa puerta llega el momento de dar testimonio y de proveer a los registradores de toda la documentación necesaria para que los casos puedan pasar a trámite. - El acceso a la información Son muchas las preguntas que emergen una vez se accede a los espacios del RUV y se encuentra una, por primera vez, con la realidad de la espera, las colas infinitas, los papeles en las manos, las caras de perplejidad e incertidumbre, los “no se…”, los “vengo para ver si me informan…”. Entre estas preguntas, ¿cómo llegan aquí todas estas personas? ¿Cuáles son los canales —oficiales y extraoficiales— por los cuales se distribuye y disemina la información necesaria para poder iniciar “un proceso de reparación”? Tal y como lo recoge una de las funcionarias del Consejo de Reparaciones: “Si nosotros desde un principio no hemos tenido un presupuesto ideal para poder planificar, para poder llevar a cabo las estrategias necesarias para difundir todo este trabajo de inscripción. Y, sobre todo, digamos que nuestra geografía a nivel del interior, de provincia, no es tan buena. Hay sitios que están muy alejados, no hay medios de transporte, de comunicación. Entonces, con el poco presupuesto que el Consejo ha tenido se hizo al principio unos spots radiales, en castellano, quechua, aymara y ashaninka así como dípticos para difundir. Pero no ha sido suficiente. Entonces la gente en realidad se sigue enterando del proceso, informándose a través de la voz, de la boca. Por medio del vecino, del amigo que viajó al pueblo, hasta en taxi como te digo. Y una señora una vez me comentó que el taxista le dijo “no, pero hay una oficina” y ella llega ahí. Entonces, digamos que es la manera más común que la población tiene” [Entrevista personal. Funcionaria del RUV. Mujer de unos 45/50 años. Lima, mayo de 2013). Vemos como este primer paso, el de la difusión y acceso a la información, se plantea 198 ya como un paso complicado. La falta de presupuesto se convierte en un condicionante fundamental para la puesta en marcha de las distintas acciones necesarias para garantizar que la población afectada pueda beneficiarse de la reparación. Una muestra clara del lugar que las reparaciones ocupan en la jerarquía de los objetivos políticos nacionales, y del escaso interés del gobierno por hacer de las reparaciones una política pública efectiva y con amplio alcance. Ha sido común al entrevistar a técnicos encargados de las fases de registro oír comentarios como este: “Yo iba a pueblos de Lima y Ayacucho que habían sufrido la violencia y que no sabían nada de que existía esto. Nada.” (Entrevista personal. Registrador. Hombre de unos 50/55 años. Villa el Salvador, septiembre de 2013) “La gente no sabe, no sabe nada. Todo esto, cuando llegas a sus comunidades, es todo nuevo (…) Gente que no ha tratado con el gobierno, no sabe que es la reparación, que es su derecho.” (Entrevista personal. Funcionaria del RUV. Mujer de unos 45/50 años. Lima, septiembre de 2011) Ante esta escasez de recursos, se empiezan a desarrollar diferentes estrategias que involucrarán a diversos agentes sociales. Desde el propio Consejo de Reparaciones se pondrán en marcha distintos tipos de convenios con instituciones como la Defensoría del Pueblo, las municipalidades o los gobiernos regionales, en un intento por llegar a “las zonas más alejadas”. Se desarrollarán así campañas de registro a través de unidades móviles de registradores que irán rotando por distintas comunidades intentando informar a la población de sus derechos y de los beneficios a su alcance, facilitándoles su acceso al registro, sobre todo para el caso de comunidades alejadas de las grandes ciudades y capitales de provincia. Campañas que implicaron un despliegue de técnicos y expertos en lugares donde la presencia del Estado es escasa, incluso a veces inexistente. Encontramos un ejemplo de este tipo de convenios y colaboraciones en Villa El Salvador, distrito situado en la periferia de la capital peruana donde la presencia de poblaciones desplazadas por la violencia política es bastante significativa. Se firma en 2009 un Convenio de Cooperación Interinstitucional entre la Presidencia del 199 Consejo de Ministros (órgano del que depende el Consejo de Reparaciones en esa fecha) y la Municipalidad de Villa El Salvador, con el fin de apoyar el proceso de elaboración del Registro Único de Victimas y de esta manera contribuir a la identificación y certificación de víctimas individuales y grupos humanos afectados por la violencia. En agosto de 2010 se emite un informe (Nº 80-OPC-MVES/2010) donde se recogen las distintas acciones y actividades llevadas a cabo por la oficina de Participación Ciudadana de la Municipalidad de Villa El Salvador, en un intento por responder a las obligaciones adquiridas a través de la firma del convenio antes señalado. Entre esas actividades, la realización de dos campañas distritales bajo el lema “Sin Registro no hay Reparación”. De acuerdo con las cifras presentadas en dicho informe, en el año 2010 había 467 personas de Villa El Salvador debidamente inscritas y certificadas por el Consejo de Reparaciones. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos compartidos por distintas instancias del gobierno peruano, a niveles tanto locales como nacionales, vemos que los resultados son muchas veces insuficientes. En septiembre de 2013 tuvimos la oportunidad de participar en una de estas campañas itinerantes, organizada por la municipalidad de la ciudad de Lima justamente en el distrito de Villa El Salvador. La organización de esta campaña, tal y como pudimos averiguar, no fue una iniciativa directa de la municipalidad sino el resultado de un trabajo de presión y negociación impulsado por una de las muchas organizaciones de desplazados que viven en la zona. La organización se había creado hacia más o menos un año con el objetivo de poder solicitar su registro como comunidad de desplazados y así poder optar también a las reparaciones colectivas. Su principal meta: conseguir la cesión de un pequeño terreno para que las personas de esa comunidad de desplazados tuvieran por fin un lugar propio en Lima, después de vivir años y años pagando alquileres abusivos por casas con techos y suelos de estera, o directamente viviendo de manera ilegal en terrenos ocupados. Los dirigentes de esta organización, al iniciar los trámites para su inscripción como comunidad en el registro colectivo, se percataron de que 200 muchos de sus vecinos y vecinas, también afectados de una u otra manera por la violencia, no se habían registrado todavía de manera individual. Desconocían, en muchos casos, la existencia siquiera del programa de reparaciones y de los beneficios a los que podrían optar. Sumar nombres al registro supondría un beneficio claro para todos y una manera también de apoyar el trabajo de la organización en ese esfuerzo colectivo. Entrevistado: Nosotros nos encontramos registrados en Lima metropolitana. Hace más o menos un año, ya se avanzó casi todo. Investigadora: ¿te refieres a las personas de la organización? Entrevistado: Si. También nos ha reconocido la municipalidad de Villa. Y ahora estamos esperando a que nos aprueben el certificado a nombre de la institución. Para así dar paso a la reparación colectiva. Investigadora: Ah, ok. Entonces os reconocen como comunidad…. Entrevistado: Aja. Son urbanas. Como organizaciones urbanas. Así es, esa es la forma. Investigadora: ¿Y qué os pidieron para eso? Entrevistado: Nos han pedido… Que los organizados deben estar inscritos en registros públicos. Reconocidos legalmente con sus respectivos estatutos. Y ya eso lo hemos tenido, lo hemos metido a un juez. Y ya tenemos más o menos una cantidad de 26, 27 personas… Para que ellos ya hagan la evaluación. Porque el registro está aprobando de 20 personas. Mínimo de 20 personas. Investigadora: Y ahora si acreditan a más gente hoy… Entrevistado: Igual, igual… todo va a ser para bien de nosotros. Pero hay que estar bien constante. Se pierde tiempo… Por ejemplo, hoy ya ¿no? Un día tan especial, que se va a evolucionar en el caso nuestro. Pero el respaldo de las instituciones… Es una lucha también de meses, de años, frente a las autoridades para tu derecho. Para conseguir tu derecho. [Entrevista personal con líder de organización de desplazados. Hombre de unos 40 años. Villa El Salvador, septiembre de 2013] La solicitud, esa “lucha con las instituciones”, vemos que dio sus frutos, consiguiéndose finalmente que se llevara a cabo esa nueva campaña de registro, en este caso haciendo uso de las inmediaciones de la parroquia donde la organización suele reunirse. Un local pequeño, con paredes y techos de chapa, sin puertas, en una zona del distrito sin asfaltar y a apenas 300 metros de un gran basurero ilegal. 201 A lo largo de todo día pudimos presenciar la manera en la que se fue acercando la gente para preguntar qué era lo que estaba pasando, qué se podían obtener de todo eso. Los líderes de la organización se fueron paseando por distintas casas, tiendas y espacios públicos ofreciendo información, respondiendo a preguntas, y animando a la gente a que se acercara a hablar con alguno de los 8 registradores y registradoras que se habían desplazado hasta el lugar. Vemos, así, como serán las propias organizaciones de víctimas y afectados quienes se encargarán, muchas veces, de llenar los vacíos que deja una administración incapaz de llegar a todos estos lugares. Actuando como intermediarias entre el Consejo de Reparaciones —y sus distintas unidades de registro— y las poblaciones afectadas, identificando lugares y comunidades, familias y personas. Y junto al trabajo de las organizaciones de afectados, veremos también como, de manera recurrente, serán las distintas organizaciones de derechos humanos trabajando esta materia las que apoyarán, desde dentro y desde fuera, el proceso de registro, certificación y acceso a la reparación, lanzando campañas propias y difundiendo información en las comunidades con las cuales y para las cuales trabajan. Su papel será central hasta tal punto que en muchos casos serán ellas mismas las encargadas de hacer entrega de los certificados de víctimas emitidos por el Consejo de Reparaciones. No es de extrañar que, realizando trabajo de campo con víctimas y población afectada, pudiéramos oír comentarios recurrentes del tipo “son los derechos humanos los que nos reparan”. Los derechos humanos personificados en esas mismas organizaciones que poco a poco irán suplantando al estado en muchos de sus deberes y obligaciones. La lejanía del estado es tal que ni siquiera se le reconoce como agente reparador. 202 - El registro y la administración de la prueba Tomando como referencia la tipología de víctimas que se establece en el marco de la Ley PIR, se establecen también los criterios y requisitos básicos para definir a sus potenciales beneficiarios, a niveles tanto individual como colectivo. Entre dichos requisitos destaca, como elemento central, la presentación de documentos que acrediten la violación alegada85. La documentación que se solicita es diferente para cada caso o tipo de afectación. Así, por ejemplo, es necesario para ser certificado como familiar de una víctima fallecida o víctima de desaparición forzada, presentar distintos documentos que prueben la existencia previa de la víctima (véase, por ejemplo, una partida de nacimiento o un certificados de estudios); copias de la denuncia original de la desaparición ante la autoridad competente; declaraciones juradas de funcionarios del Consejo de Reparaciones o de otros funcionarios, autoridades civiles o religiosas que acrediten haber verificado la coincidencia de la presencia de grupos terroristas o de agentes del Estado en el lugar y fecha del fallecimiento; así como un mínimo de tres declaraciones juradas de testigos coincidentes con el relato de los hechos efectuados por el familiar de la víctima que solicita la inscripción. En el caso de víctimas de lesiones graves, se solicita junto con las declaraciones juradas de funcionarios y testigos, certificados médicos o documentos similares que indiquen el estado físico de la víctima, “incluyendo eventuales secuelas físicas o mentales”. Certificados médicos similares son solicitados a aquellas personas que aleguen su condición de víctimas de tortura. Los casos más delicados son, sin lugar a duda, aquellos de personas víctimas de violación sexual o de otras formas de violencia sexual. Junto con los certificados médicos, y teniendo en cuenta la dificultad de que estos casos fueran denunciados en su momento, lo que se solicita son, tal y como se recoge en el documento oficial publicado por el Registro Único de Víctimas en su página web: “documentos o 85 Capítulo III “Definiciones, criterios y requisitos básicos de calificación para los diferentes tipos de víctimas” Reglamento de Inscripción en el Registro Único de Víctimas. 203 testimonios que demuestren la detención o retención del o de la solicitante en determinados centros de detención oficial o no oficial en los que existan patrones o antecedentes comprobados de violación sexual; la residencia del solicitante en zonas de tránsito de columnas de grupos subversivos o de patrullas militares o policiales, o en las cercanías de bases o lugares de campamento o acuartelamiento de fuerzas militares o policiales, o de escondite de grupos subversivos, en los que existan patrones o antecedentes comprobados de violación o de violencia sexual”. Se trata, por tanto, de presentar un catálogo de “pruebas” que atestigüen cada una de las modalidades de victimización, a través del establecimiento de una serie de requisitos que, tras una pretensión de garantizar la objetividad del proceso de registro y certificación, parecieran a la vez limitar las opciones disponibles para el acceso a la reparación. Resulta relevante, a este respecto, como diferentes personas vinculadas al proceso resaltan lo común de las dificultades que se les plantean a muchos afectados a la hora de hacer entrega de todos los documentos que se les exigen, especialmente a aquellos que viven en zonas alejadas de las capitales, ajenas a las formas de proceder jurídico administrativas. Recogemos a continuación dos fragmentos de conversaciones mantenidas con personal de las oficinas del RUV en la ciudad de Lima en las que se ilustran estas formas de sometimiento, así como las imágenes de la “victima” que ellas mismas suscitan: “A veces lo difícil que... no solamente por el lenguaje, que son quechua hablantes... sino porque son personas que siempre han vivido y siguen viviendo en su mundo, que es pequeñito. Su campo...que están al margen de toda esta globalización... del concepto de trámites, de este papel que significa esto, que tiene que dejar un papel, que tenemos que firmar acá... Todo eso es ajeno a ellos. Entonces, es también eso, no es solamente el lenguaje, es toda la comprensión, digamos, todas esas experiencias diferentes a la nuestra...totalmente diferente. Es difícil también porque uno a veces tiene que estar deteniéndose en poder explicar pasito a pasito. Entonces claro, en media hora que tú le des...y además también porque acá hay un montón de información, entonces tú le vuelcas toda la información...” (Entrevista personal. Funcionaria del RUV. Mujer de unos 45/50 años. Lima, septiembre de 2011) “Es para una persona, que está viviendo en el campo que su medio es su campo, sus animales, sus vecinos, sus hijos y nada más. De un momento a otro venir y “oye 204 tienes que hacer eso…” En principio, tener que romper, me imagino en ellos, el temor de venir a la ciudad. Por otro lado, poder entender este proceso, que te hablen… Y claro, uno trata de hablar lo más lento, lo más sencillo posible para que nos puedan entender pero, claro, hablarles de un certificado de discapacidad para ellos es totalmente nuevo. Entonces hay todas esas dificultades. Y claro, eso genera mucha más molestia, para ellos es mucho más tedioso, imposible… ¿Y ahora qué?, sales de acá y ¿ahora qué hago? ¿Qué hago primero?” (Entrevista personal. Funcionaria del RUV. Mujer de unos 40 años. Lima, septiembre de 2013) A estas dificultades se suma, por otro lado, la inexistencia muchas veces de la documentación exigida (certificados de matrimonio, partidas de nacimiento, partidas de defunción, etc.) como consecuencia del propio contexto de violencia y del efecto que tuvo en términos de desmantelamiento de muchas de las comunidades afectadas. Las problemáticas que se derivan de estos requisitos y situaciones quedan reflejadas en esta conversación mantenida con el personal de una ONG que trabaja activamente apoyando el proceso de registro y acceso a las reparaciones en distintas comunidades ayacuchanas. Investigadora: Si, si lo que me pareció además impresionante es la cantidad de documentación que les piden para poder registrarse…. Entrevistado 1: Y lo malo es que estamos hablando de comunidades que para los 70, 80 y parte de los 90, que la cultura de la escritura y de tener documentos, no está difundido digamos. Y durante la violencia, muchas municipalidades, muchas entidades fueron quemadas…Entonces, que es lo que están exigiendo ahora, que nos hemos dado cuenta. Es que, a la mujer viuda, le están exigiendo la partida de matrimonio. Y, es otro problema. Estamos como que.... Se maneja una mentalidad etnocéntrica. Como que tú tienes acceso a la documentación y todo y piensas que es la misma realidad en la sierra y en la selva. Estamos hablando de comunidades en las que la población, mayoritariamente la costumbre es que no todo se maneja con papeles o con documentos. En otros casos, es la convivencia básicamente. Tienes tus hijos y normal. Entonces, están exigiendo eso…. Entrevistado 2: el estado no actúa de buena fe. Definitivamente, el estado parte de una concepción en la cual tú tienes que probar que eres una víctima (Entrevista personal. Personal de ONG de derechos humanos encargado del desarrollo de proyectos de recuperación de memoria histórica y apoyo a organizaciones de víctimas y afectados. Hombres, entre los 35 y los 45 años. Lima, mayo de 2013) Problemáticas que son también percibidas y reconocidas por el propio personal del registro y del Consejo de Reparaciones: 205 Investigadora: Y en esos casos, donde no hay documentación alguna ¿se invalida la solicitud directamente? Entrevistada: claro, en estos casos, cuando… Lo que pasa es que trae cola. En algunos casos es imposible. (…) Uno de los temas es todos estos problemas que ellos han tenido de identidad, que se les quemaron las partidas, que no tuvo nunca… En fin, todo esto. Nosotros si podemos inscribir con partidas de nacimiento, ahí si podemos constatar, las partidas si nos ayudan. Pero hay todas esas situaciones que, digamos, nosotros nos hemos tenido que sentir en la necesidad de que ellos también nos apoyen, nos ayuden en este proceso. Porque precisamente cuando ellos traen la documentación eso significa que están contribuyendo a este proceso y así lo hacemos ver. “señores, miren…en el caso de ustedes si puede contribuir trayendo sus documentos mucho mejor”. Obviamente, hay casos en que te dicen “no lo voy a poder conseguir”. Y esos casos, se les pone si no van a poder conseguir documentos, ver la manera de cómo evaluar. (Entrevista personal. Funcionaria del RUV. Mujer de 45/50 años. Lima, septiembre de 2011) Sin embargo, vemos cómo aún siendo conscientes de las dificultades que estos trámites plantean para las víctimas solicitantes —dificultades asociadas al lenguaje, al desconocimiento de las lógicas burocráticas, de la propia noción de “certificado” o “trámite”—, se impone un discurso sobre la necesaria participación y activación de las propias víctimas a lo largo del proceso. La víctima que “apoye” y “contribuya” activamente al proceso tendrá mayores garantías de ser certificado como víctima y como beneficiario de la reparación. Pareciera que el éxito del proceso de registro fuera, así, una responsabilidad de carácter compartido. Otro aspecto a tener en cuenta, a este respecto, se refiere a la problemática de las declaraciones de autoridades. Veíamos como, junto a certificados, denuncias, partidas de nacimiento o defunción, uno de los requisitos compartidos para casi todas las modalidades de victimización es la necesidad de presentar declaraciones de autoridades y testigos que respalden las narraciones de los declarantes. En un contexto sociopolítico como el peruano, caracterizado por una institucionalidad débil —fruto de la combinación de servicio públicos deficientes y la escasa capacidad de supervisión y ejecución del estado (Loayza, 2008)— así como por altos niveles de corrupción e informalidad86, no es difícil imaginar el tipo de 86 Gustavo Yamada y Ricardo Montero, en su estudio sobre la burocracia, la corrupción y la 206 lógicas a las que habría dado lugar la petición y emisión de estas declaraciones en muchas comunidades del país. “Si además tiene documentación que respalde…y cuando digo documentación que respalde, nosotros no pedimos denuncia policial, o el atestado, o el proceso judicial por la muerte porque sabemos que eso no existe. O sea, los muertos y desaparecidos difícilmente se han denunciado. Lo que si les pedimos son constancias de autoridades. Esto si es bastante sencillo de conseguir, porque las autoridades locales han funcionado como un filtro; o sea, en tu comunidad, tu teniente alcalde, tu gobernador, no te va a dar la constancia si no te conoce como familiar de una víctima. O sea, la experiencia nos dice que eso ha funcionado. No es perfecto porque se presta también a que las autoridades o te cobren o si te conocen te dan o si no te conocen no te dan…” (Entrevista personal. Cargo intermedio del Consejo de Reparaciones. Hombre de unos 50 años. Lima, mayo de 2013) Son varias las organizaciones y víctimas individuales que han denunciado este tipo de situaciones: comunidades donde, después de 20 años, ha habido un relevo en los cargos políticos comunitarios y donde se hace difícil conseguir el apoyo de personas que “conozcan tu historia”; casos también donde se impone el pago de “coimas” para la emisión de estos documentos. Un gasto que se suma a los demás, que muchas veces tienen que realizar las víctimas solicitantes para viajar a sus comunidades de origen y así poder ir sumando los documentos solicitados. Pareciera que el proceso es sencillo y las declaraciones fáciles de conseguir, pero no siempre, ni gratis, ni para todos los casos. Se trata de un proceso que implica costes que no son sólo económicos, sino también simbólicos: el esfuerzo a ser realizado por la víctima para “apoyar” y “contribuir al proceso” consiguiendo todos los papeles que se le solicitan. La obligación de pasar nuevamente revista a su dolor y sufrimiento. inequidad en los servicios públicos en Perú, destacan como una práctica normalizada el pago de “coimas” o sobornos a distintos funcionarios públicos como manera de agilizar procesos y de garantizar, en última instancia, el acceso efectivo a determinados servicios. A modo ilustrativo, destacan como más de un 30% de los hogares peruanos habrían reportado el pago de coimas a la policía; cerca de un 8% en el caso de sistemas e instituciones judiciales. 207 - Sobre el testimoniar. Parte II La solicitud de hablar de recuerdos humillantes y la dificultad de hacerlo puede fácilmente crear un sentimiento de obligatoriedad de testimoniar, pero también de tener que justificarse con relación a los hechos evocados y, en consecuencia, de sentirse no testigo sino acusado (Pollak 1990: 186)87 Junto con la presentación de todo el catálogo de documentos y pruebas necesarias para poder iniciar una solicitud de inscripción en el registro, se suma la necesidad de tener que ofrecer declaración de las violaciones sufridas. Surge así una nueva forma de testimonio en el proceso que abre la CVR. Teniendo en cuenta el contexto específico en que ese testimonio tiene lugar —el espacio institucional de las oficinas de registro y los módulos de atención del RUV—, su forma se asemejaría sobre todo a la de una declaración judicial. Tal y como nos plantea Pollak, los testimonios que se ofrecen en situaciones oficiales quedan restringidos a un número limitado de acontecimientos, en respuesta a preguntas precisas realizadas por interlocutores muy concretos —representantes del Estado— con el objetivo expreso de poder reconstruir la veracidad de los hechos relatados y, en este caso, de poder validar la condición de víctima de la persona reclamante. Estas declaraciones llevan pues la marca de los principios de la administración de la prueba jurídica: limitación al objeto del proceso, eliminación de todos los elementos considerados como fuera de tema (…) Los rasgos de esos testimonios son protocolos formalizados; número del acta, carátula de la causa, fecha y hora de llegada del testigo, nombre del secretario del protocolo, nombre, fecha y lugar de nacimiento, profesión, domicilio del testigo… (Pollak, 1990: 62) Los objetivos y las dinámicas que adquieren las formas de testimoniar en este caso son distintas de aquellas que se adoptaron durante la fase de recogida de información llevada a cabo durante el trabajo investigativo de la CVR. En esta primera fase, tal y como veíamos en capítulos anteriores, lo que se buscaba era principalmente eso: recoger información de primera mano para, a través de la sistematización de las informaciones y experiencias recogidas, poder esclarecer los hechos acontecidos y poder construir, en última instancia, una narrativa sólida sobre 87 Traducción extraída de Jelin, E. (2014). 208 los hechos de la violencia vividos. Un proceso de dignificación de la víctima a través de su debido reconocimiento por parte del Estado. Si bien estos relatos estuvieron también mediados por las expectativas de los testimoniantes de poder “recibir algo a cambio” —más allá del mero reconocimiento simbólico—, los testimonios que se ofrecieron a los grupos investigadores de la CVR fueron en cualquier caso fruto de decisiones voluntarias. En este caso, sin embargo, el testimonio adquiere la forma de una “prueba” y el acto de testimoniar, por tanto, en un paso obligado y reglado por normas y dinámicas muy concretas. Ofrecer testimonio ya no es un acto voluntario sino una exigencia marcada por el propio proceso. La víctima —si víctima—, tiene la obligación, en este caso, de recordar y de facilitar a los y las registradoras una serie de fechas, eventos, detalles de la violación que puedan ser debidamente contrastados con las bases de datos que maneja el Consejo de Reparaciones para así poder validar la veracidad de lo relatado. En muchas de las conversaciones mantenidas con registradores y personal del Consejo de Reparaciones, se destaca lo delicado de esta parte del proceso. “Lo que pasa es que el proceso en esas situaciones se alarga demasiado y a una persona que lleva esperando 20 o 30 años alargarle más esto es generarle mayor angustia, mayor ansiedad y esto es perjudicial para ellos. Ellos, no todos han podido superar del todo los traumas, lo que han pasado y todas esas nuevas emociones, o todo eso que le genera acá este proceso, pone su salud mental… nuevamente vuele a decaer. Entonces es… difícil. Pero definitivamente, es necesario saber que pasó (…) Verificación de la información, constatación de los hechos. Porque tenemos digamos que constatar el hecho que provoca la afectación, la afectación propia y también la condición de víctima de la persona. El tema es que es necesario” (Entrevista personal. Cargo intermedio del Consejo de Reparaciones. Ho Lima, mayo de 2013) “Para el tema de violencia sexual no se piden requisitos, no se pide ni un solo documento. Nada escrito. Lo que ahí hacemos es traer el contexto, se cruza información con zonas que finalmente tenemos datos, bases militares, campamentos de Sendero Luminoso cercanos o influencia de Senderos para reclutamiento, raptos… En fin. Y, digamos, también por la información del registrador, ahí entra mucho la observación, mucho. Hay las personas que han sufrido este ataque, muchas vienes con estrés postraumático… muchas, muchas. Y en el momento en el que finalmente ya entran y sabe que tienen que hablar… ya están con algunos… digamos, algunas señales características de este problema psicológico. Entonces ya comienzan con la sudoración, a temblar, a no querer contar, el silencio. Les es difícil empezar… hay personas que vienen y dicen, no te miran… Te dicen, “he venido, pero no quiero recordar”. Y con eso ya te está diciendo bastante. Pero… este… Claro uno no quiere hacerle recordar, pero basta que le digas, 209 “aproximadamente cuando fue” y ya tuuuuuruuuu…. (Entrevista personal. Funcionaria del RUV. Mujer de unos 40 años. Lima, septiembre de 2011) Testimoniar supone entonces, en muchos casos, abrir viejas heridas, reavivar traumas. Pero, a pesar de todos estos riesgos, se impone la necesidad de poder constatar la información, de verificar datos y de validar solicitudes. Se trata de situaciones “difíciles” donde a veces se impone el temor, el silencio, la vergüenza y la desconfianza. La gente no quiere hablar, no quiere recordar… Registrador: Entonces hay que informarles, hablarles y quitarles los miedos, también eso. Investigadora: ¿Por qué? ¿Generaba mucha desconfianza todo esto? Registrador: Si, un poco. Era poco creíble, poco creíble. Y la gente no quería registrarse. Pero bueno, se hacía lo que se podía en provincia también. Y también en Arequipa, a pesar de que en Arequipa no hubo violencia, había muchos desplazados. Incluso desplazados que, ya habiendo avanzado en estudios universitarios, en una relativa estabilidad laboral, ya no querían saber nada de ese momento, de esa historia. Y menos registrarse. Yo conversaba con ellos y yo les decía “mire, pero usted es desplazado ¿por qué no se registra?” “No. Así no más”. Porque de alguna manera, el presentarse como afectado en una sociedad en donde todos son universitarios y profesionales, lo veían como una forma de ser relegado. Sin embargo, en la parte de la sierra de Arequipa, también había mucha gente desplazada, muchas víctimas. Y ahí la gente estaba muy resentida. En aquel entonces, los mismos gobiernos locales, los municipios, estaban dirigidos por cabecillas de senderistas. Yo llegaba a los municipios, a los pueblitos, y me entrevistaba con ellos para poder hacer un registro (…) Lo primero, lo formal es entrar y hablar con las autoridades, pedir permiso, vamos a estar haciendo esto. Y ellas decían “acá en Arequipa no ha habido nada, no ha habido violencia”. Y cuando iba a los mercadillos y conversaba con la gente “él ha sido terrorista”, “el mató a mi papá”, “el asesinó a mis hermanos”. Y yo le digo ¿y por qué no los registra a sus familiares? No quieren. La autoridad está ahí y como acusan a la autoridad. Es terrible. Investigadora: Y en esos sitios entiendo entonces que no habéis podido registrar…. Registrador: Se registraba a la gente, pero muy poca…. Porque tenían mucho temor. Los mismos alcaldes saben quiénes son, incluso hay mamas que se registraban, pero no querían decir el nombre del terrorista, porque estaban sus primos, sus sobrinos…. Y ellas decían “a mí me ha violado un terrorista, pero no sé cómo se llama”. Es bien difícil esa situación. Familias enfrentadas…. Entonces ¿cómo obligarlos también? Por más que uno dice “es tu derecho, defiéndete, te han hecho daño, es tu vida”. Pero… Por un parte el riesgo, porque son las autoridades las que están, pero por otra parte porque son sus familiares los que han estado participando en todo eso. (Entrevista personal. Registrador. Hombre de unos 50 años. Villa el Salvador, septiembre de 2013) De acuerdo a las palabras de este informante, el proceso de registro se insertaría 210 dentro de una red compleja de tensiones sociales y políticas al interior de las comunidades. Señalábamos en apartados anteriores, al referirnos a la fase de recogida de testimonios desarrollada por la CVR, como muchas personas y comunidades habían optado por el silencio como manera de garantizar la convivencia y la integridad física y emocional, tanto individual como colectiva. Se trata de una opción que ya no se encuentra disponible en esta fase del proceso. Recordar se convierte en un acto no sólo necesario (por un imperativo de deber moral, de hacer memoria, de evitar que la historia se vuelva repetir…) sino también obligatorio para todos aquellos que quieran beneficiarse de la reparación. “Sin Registro no hay Reparación” decía el lema de las campañas desarrolladas por la municipalidad de Villa El Salvador. Como respuesta a la dureza de estas situaciones y los riesgos que plantea, la propuesta del Consejo de Reparaciones es garantizar una atención atenta, empática y personalizada. Varios de los registradores y registradoras con los que hemos tenido la oportunidad de hablar han enfatizado la necesidad de crear espacios seguros, de confianza, para que las personas puedan hablar. “En ocasiones una tomada de mano, un abrazo a la hora de despedirme, palabras de apoyo porque… efectivamente es fuerte. Es fuerte. Y para lograr precisamente que ellos puedan tener la suficiente facilidad para que puedan sentirse digamos, tranquilos, seguros, al contar esta historia tengo que darles signos de confianza y esa confianza es a través de diferentes acciones. De todo, para que ellos se sientan…. Y si pues algunas herramientas que te ayudan de alguna manera a poder digerirlo, como decimos… Pero es fuerte, es fuerte” (Entrevista personal. Registradora. Mujer de unos 30/35 años. Lima, septiembre de 2011) “Bueno, la dinámica de acá del Consejo tiene varias partes, pero una de las esenciales es poder dar una atención personalizada al público. Porque el proceso digamos de estudio, de calificación de su caso, de sus historias, son algunas muy poco entendibles y, por lo tanto, complejas. Personas que no recuerdan exactamente la fecha de muerte porque quedaron muy pequeños…. En nuestra zona andina, las fechas de nacimiento o los nombres completos de las personas como que no lo tenían muy claro, porque basta con el nombre o el sobrenombre que tenían y no celebraban mucho los cumpleaños, las fechas importantes… Entonces es un poco difícil porque las historias tienen fechas aproximadas, como hay otros casos que sí, que las particularidades han sido muy específicas. Entonces se pensó en dar una atención personalizada porque lo queríamos era la población afectada tenga digamos un acercamiento diferente con el estado. Por lo que significaba este proceso, se pensó en eso. En poder devolver un poco el derecho que tiene un ciudadano de que el estado los escuche, y sobre todo en este periodo que lo que queríamos es que la persona pueda, de alguna manera, denunciar lo que antes no hizo por temor, por una serie de cosas…. Y el otro era porque, efectivamente, las historias que las 211 personas venían a darnos eran historias muy fuertes. En algunas ocasiones, era la primera vez o simplemente nunca lo habían hecho, en fin… había mucha desconfianza, mucho temor. Entonces, teníamos que adecuar de alguna manera que la aproximación de la población hacia el estado, que en algún momento se convirtió en agresor, que cambien esa figura” (Entrevista personal. Cargo intermedio del Consejo de Reparaciones. Lima, mayo de 2013) Pero la realidad es que la maquinaria burocrática del registro se acaba imponiendo. Dada la escasez de registradores, si tomamos en cuenta el número de solicitantes que día tras día se van acercando a las oficinas del RUV en Lima y en otras ciudades de provincia, el tiempo para atender a cada solicitante es muchas veces escaso. Si bien se intenta reducir la violencia del propio contexto, facilitar el acto del testimoniar desde la empatía y la comprensión, a través de “una tomada de mano”, de “un abrazo”, los registradores se ven aun así sujetos a las necesidades que les marca el propio protocolo y a las limitaciones de tiempo existentes. La solución será la de recurrir a herramientas como los catálogos de preguntas y las fichas para garantizar de esa manera que se consiga recabar toda la información necesaria para la posterior evaluación de casos. Hacen falta datos concretos —“fechas concretas”— sobre las formas de violencia experimentadas, pero también sobre el contexto socio histórico en el cual tienen lugar. Los y las solicitantes se ven así sometidas a breves “interrogatorios” a partir de las cuales se reestructuran sus vivencias y sus narraciones. Interrogatorios que se convierten, a su vez, en cuestionamientos de su memoria. Las historias narradas deben de ser coincidentes con la documentación presentada, en un juego dialéctico donde la prueba documental moldea la historia, a la vez que la historia moldea la prueba. Pero tendrán que ser además coincidentes con la información que maneja el propio registro, con el meta-relato sobre la violencia que emerge del propio trabajo de la CVR, y con los límites que establece el propio marco legal de acuerdo al cual el registro opera. Marcos e interpretaciones sobre la realidad que son incorporados también por los y las registradoras: “Se les pide testimonio y toda la documentación porque mucha gente por ambición pues se ha detectado que estaba intentando inscribirse y que no había sufrido o que 212 estaba en las filas de los subversivos. Y, claro, no es lo legal ni lo justo. Esto es sólo para la gente que de verdad lo necesita” (Registradora de la municipalidad de Lima. Mujer de unos 30/35 años. Villa el Salvador, septiembre de 2013). Vemos cómo se impone el protocolo y, pareciera, se impone también la sospecha. Victimizarse se hace así más necesario que nunca para acceder a los recursos que el RUV y el programa de reparaciones ofrece. No sólo hay que demostrar que uno efectivamente ha sufrido una violación, que es hijo o hija de una persona desparecida, o una mujer víctima de violencia sexual. Para conseguir superar las barreras que marcan también los diagnósticos y valoraciones personales de los registradores, hay que demostrar que uno es una víctima pura, inocente, verdadera. Una víctima que “de verdad lo necesita”. El Registro Único de Víctimas se va convirtiendo, por tanto, en un mecanismo de producción de credibilidad y reconocimientos (a través de la emisión de los certificados de víctimas que validan determinadas experiencias de dolor y sufrimiento) pero también en un dispositivo más de control y vigilancia dentro del entramado burocrático peruano. Las relaciones interpersonales que tienen lugar entre el técnico experto y la víctima se organizan como si se anticiparan amenazas o riesgo de engaño o trampa. La “ambición” del sujeto marginal o subalterno que busca aprovecharse de los recursos bienintencionados del Estado. Y es así como la recogida de testimonios en este contexto específico se ve atravesada por formas de atención y vigilancia ostensiva similares a las que tendrían lugar en el contexto de las notarías colombianas cuando se obliga a un pensionista a tener que dar fe de estar vivo en plazos de cada 3 meses para poder seguir reclamando su pensión (Ashmore y Restrepo, 2013) o en una oficina cualquiera de los servicios sociales madrileños a la hora de tener que tramitar una Renta Mínima de Inserción Social (Ávila y Garcia, 2013). 213 - La co-producción documental de realidades victimadas Señalábamos como uno de los condicionantes fundamentales de la actividad del registro ha sido la falta de recursos económicos y presupuestarios y, por tanto, la falta de personal. En total, y de acuerdo a la información ofrecida por el propio Consejo de Reparaciones, están o han estado en activo 32 módulos de atención del Registro de Víctimas en 14 departamentos del país. Sin embargo, veíamos también las dificultades que las limitaciones de recursos habrían generado para poder llegar a todas las comunidades y lugares afectados por la violencia, y las dificultades también para poder ofrecer atención personalizada a las personas que acuden al registro, bien para registrarse o para solicitar información sobre el proceso y los beneficios asociados a la reparación, o para preguntar y hacer seguimiento a sus inscripciones. A este contexto se suman también la existencia e implicación de distintos agentes, entidades e instituciones en la gestión de las distintas fases de la reparación, desde la primera inscripción en el registro, a los saltos de administración en administración para poder obtener los documentos exigidos, a la entrega del certificado final de víctima, a la obtención de las reparaciones y reconocimientos asociados con cada modalidad de victimización. Ya de entrada, la división de funciones y responsabilidades entre el Registro Único de Víctimas (a cargo del Consejo de Reparaciones) y la Comisión Multisectorial de Alto Nivel (encargada de la gestión de las reparaciones para víctimas ya certificadas) se convierte en una fuente de confusión —y muchas veces de ansiedad —, entre las víctimas solicitantes. La falta de coordinación entre ambas entidades, sumado a unos servicios de atención deficitarios, hace que muchas víctimas sean, en palabras de una ex empleada del Consejo, “pelotadas y repeloteadas”, “de acá para allá”, de una oficina a la otra. Entonces muchas vienen a la oficina, algunas iban a la CMAN y en la CMAN parece que tampoco les saben entender a las personas. El proceso es lento, recontra lento. Primero tienes que pedir tu certificado como víctima, una vez tienes tu certificado como víctima tienes que esperar más o menos de dos a tres meses porque el Consejo 214 de Reparaciones tiene una fecha tope donde junta todas las víctimas que han sido calificadas como víctimas y se les entrega el certificado. Entonces esa relación de nombres se le pasa a CMAN, entonces la CMAN a partir de esas listas elabora su listado para saber a qué personas les corresponde o no la reparación económica y les van poniendo en un grupo, en listas numeradas. Pero todo ese proceso es lento. Entonces hay personas que tienen su certificado y el Consejo recién le ha dado el nombre a la CMAN y entonces el nombre no figura todavía en la CMAN. Entonces la CMAN que le decía a la víctima, “no, no sale tu nombre”. Y punto. No más. Ya. Y la persona, que pensaba la víctima… “No, tengo un problema con la reparación”. Y regresaba al Consejo. “Señorita, vengo de la CMAN y me ha dicho que tengo un problema porque no aparece mi nombre”. Y sabes que, entrabas al sistema, buscabas y estaba acá. La señora ya tiene su certificado, recogió su certificado. Y ella ya empieza a dudar, esa palabra…no estaban seguras de sí habían recibido o no. Pero allá tienen que decírselo. O sea, tienen que haber un diálogo, una comunicación. Tú, como parte del estado que estás siendo en un momento, asegurarte de que la víctima te está entiendo. Tú no puedes hablar, hablar, ya le dije todo e irte. Y no preocuparte de si la víctima te entendió o no. No, tienes que estar segura de que te ha entendido. ¿Y por qué no le explican eso a la señora? Porque la señora vuelve acá al Consejo, ella ya tiene su certificado y no está más en el Consejo, está en la CMAN, y la CMAN tiene que cumplir la orden formal de informar a la víctima. No le puedes decir “señora no está”, y ya. Y eso era casi todos los días… Varias personas venían, “vengo de la CMAN”, “vengo de la CMAN”… Había señoras que las peloteaban y repeloteaban, y de acá para allá y sólo por no haberlas explicado bien. Hay bastante falta de atención a la víctima. (Entrevista personal. Ex trabajadora del Consejo de Reparaciones. Mujer de unos 30/35 años. Lima, septiembre de 2013) Algunos trabajadores y trabajadoras reconocen, por tanto, estas deficiencias, y lo enrevesado que resulta el propio proceso sobre sobre todo si se tiene en cuenta el perfil de la mayoría de las víctimas declarantes, con escasos capital sociales y culturales a la hora de transitar los espacios y las lógicas burocráticas que, paso a paso, van regulando el proceso y el propio acceso a determinados derechos. Pero lejos de plantear alternativas de simplificación de la prueba y el trámite, o una posible centralización en la gestión y tramitación de documentos, certificados y modalidades de reparación, lo que surge son nuevos dispositivos con el objetivo de orientar a la víctima solicitante en la inmensa y compleja maquinaria de la reparación. Dispositivos que toman la forma de nuevos documentos. Se van desarrollando así breves fichas, trípticos informativos, listados de documentación y anexos para que las personas puedan acceder a toda la información necesaria para completar con éxito las distintas fases del proceso. 215 En nuestras sucesivas visitas a las oficinas del RUV y de la CMAN tanto en Lima como Ayacucho, así como a través de la propia página web del Consejo de Reparaciones, hemos podido recopilar una amplia muestra de estos documentos. Hojas con los requisitos y listados específicos de documentos que se hace necesario presentar para certificar cada modalidad de victimización; trípticos con información básica sobre los beneficios asociados a la reparación en salud y al tipo de atención al que da acceso el Seguro Integral de Salud (SIS); y muchos más. Documentos que pretenden hacer un poco más accesible la información a la persona a pie de calle, rebajando los tecnicismos y las fórmulas jurídicas y ofreciendo, aunque sólo en algunos casos, traducciones al quechua, idioma materno de un alto porcentaje de las personas a las cuales van dirigidas estos servicios. Y es así como más y más documentos se van haciendo necesarios a lo largo del proceso: - Documentos informativos para explicar a los y las reclamantes el funcionamiento de un sistema claramente complejo y sujeto a lógicas burocráticas y administrativas ciertamente ajenas para la mayoría de ellos. - Documentos necesarios para validar la veracidad de una solicitud. Declaraciones, certificados, y más certificados, para poder ser certificado. La jungla de papeles y procedimientos se va imponiendo a distintos niveles. Veíamos los problemas derivados de las declaraciones de testigos y autoridades cuando se convierten en monedas de cambio. Las dificultades añadidas para personas y comunidades, de alguna manera, “indocumentadas”. Detengámonos ahora en la problemática de las certificaciones médicas. *********** 216 En su quinto seminario sobre hospitalidad, Jacques Derrida (1997) expone la siguiente contradicción: “Existe una antinomia, una antinomia no dialectizable, entre, por una parte, la ley de la hospitalidad ilimitada (ofrecer al que llega la totalidad de su hogar y de sí mismo, ofrecerle lo de uno, lo nuestro, sin preguntarle el nombre, sin pedir nada a cambio, ni siquiera el cumplimiento de la más mínima obligación) y, por otra parte, la leyes (en plural), aquellos derechos y obligaciones que siempre son condicionadas y condicionales” (…). La exigencia de una certificación médica y el aumento de la importancia del trauma en los certificados médicos se enmarcan en el contexto de dicha contradicción. (Fassin y Rechtman, 2009: 219) Fassin y Rechtman recuperan las palabras de Derrida en un intento por destacar el lugar central que ha acabado ocupando el paradigma traumático y la emisión de certificados médicos en el contexto de las políticas de asilo en la Francia contemporánea, haciendo referencia, como vemos, a las contradicciones palpables que esta situación estaría generando. Contradicciones entre principios y derechos supuestamente universales (el derecho de asilo, en este caso, tal y como queda recogido por el artículo 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos) y la manera en la que esos derechos son gestionados —y limitados— mediante la práctica legal y administrativa. A través de su análisis, Fassin nos plantea como, hoy en día, los certificados médicos se han convertido en la principal prueba para poder atestiguar torturas o violaciones en el país de origen del solicitante de asilo, y así poder legitimar y validar su solicitud. Estos certificados, que hasta hace escasos 20 años se limitaban a dar cuenta de las marcas físicas que las torturas habrían dejado en los cuerpos físicos de los y las solicitantes (“la cicatriz como testigo”), se han convertido también en la actualidad en documentos probatorios de las marcas que la violencia y la persecución habría dejado en “las mentes” de los y las solicitantes. El estrés post- traumático y otro tipo de secuelas mentales, una vez diagnosticadas y reconocidas por profesionales expertos en la materia, se habrían constituido también en evidencias de las persecuciones alegadas, a ser recogidas y validadas por esos mismos certificados. Tal y como nos plantea el autor, a través de las entrevistas y conversaciones mantenidas con distintos profesionales y personal de ONG dedicadas a la atención 217 directa a este colectivo, son varios los problemas y dificultades que impone esta manera de proceder, no sólo a nivel práctico (dado el aparataje técnico que se hace necesario y la manera en la que limita y ralentiza el sistema de gestión de solicitudes) sino también, y sobre todo, a nivel ético. Nos referimos a la manera en la que está práctica implica un cuestionamiento, de entrada, de la validez de las narraciones y declaraciones verbales presentadas por los y las solicitantes. Sus palabras no son suficientes sino vienen respaldadas por las de expertos, capaces de conferirles la “objetividad”, “imparcialidad” y “transparencia” exigida por el propio proceso de administración de la prueba. Así, mientras que se desestiman y desautorizan las declaraciones verbales de los y las solicitantes como pruebas fehacientes en el proceso de gestión de solicitudes, la relación causal establecida por un experto entre los signos observados y las persecuciones alegadas por un solicitante si se convierte en prueba suficiente de que esas persecuciones de hecho ocurrieron. A pesar de las distancias —políticas, sociales, culturales y geográficas—, entre el contexto francés y el peruano, y a pesar de las diferencias entre las realidades de las políticas de asilo a nivel europeo y aquellas de la reparación a víctimas en contextos nacionales concretos, entendemos que la propuesta y análisis de Fassin es fácilmente extrapolable y puede utilizarse como referencia para entender las dinámicas concretas que se nos presentan a través del caso que nos ocupa en estas páginas. Como señalábamos con anterioridad, el reglamento del Programa de Reparaciones establece que, para el caso de víctimas de tortura y de lesiones graves, se hace necesario hacer entrega, junto al resto de documentos probatorios, de certificados médicos que indiquen el estado físico de la víctima, “incluyendo eventuales secuelas físicas o mentales”. En distintas conversaciones mantenidas con personal del Consejo de Reparaciones, se señala las dificultades prácticas que plantea la obtención de estos mismos certificados, sobre todo para personas que viven en zonas alejadas con escaso acceso a hospitales o centros especializados. Estas dificultades se tienen en cuenta y se habla de una cierto “flexibilización” de los protocolos. 218 Entrevistada: Cada afectación tiene su protocolo para digamos, la calificación. Investigadora: Si, te quería preguntar, porque otro tema que me ha comentado mucha gente… Para la reparación económica, las personas torturadas tienen que certificar algún grado de discapacidad que devenga de ese hecho, de esa tortura. Y me comentan que solo en Ayacucho hay dos médicos que pueden emitir ese certificado y que está haciendo que mucha gente que tiene secuelas… Bueno, que no están pudiendo acceder por el problema de no tener el certificado médico. Entrevistada: Bueno, en el protocolo para la calificación de discapacidad se exige que la persona pueda acreditar la limitación física o mental generada por la acción de violencia y estos mecanismos son… Se establecen desde CONADIS, esta institución que establece la condición de discapacitado y con lo cual estás sujeto a la legislación de personas discapacitada. Pero otro es a través del certificado de discapacidad que otorga cualquier hospital nacional. Esos dos documentos están aceptados por este Consejo. ¿Qué es lo que pasa?, que el protocolo establece que nosotros tengamos que establecer de que la limitación este generada por esta acción. Lo que pasa es que hay algunas personas que efectivamente viene con una discapacidad física o “yo tengo una discapacidad y yo tengo acá mi certificado” pero no todas las discapacidades han sido generadas por la violencia. Por ejemplo, una enfermedad, o un problema… con los riñones que se dializa y el estado les otorga… Pero nosotros tenemos que establecer que este problema de que los riñones no están funcionando viene realmente de esta tortura. Quien nos ayuda a establecer esto es el médico. Porque hay otras enfermedades… digamos, convulsiones… y vienen y nos dicen esto, convulsionando, y es por una epilepsia. Y sabemos que para la epilepsia hay miles de razones. Pero si el médico dice “por constantes golpes” (…) Un certificado de discapacidad. El hospital que lo emite viene con su logo. Entonces, acá hay un diagnóstico y te dice a causa de que y el médico tratante lo rellena. Más fácil es, digamos, una persona que ha sido amputada de un brazo, o una herida de bala, es rápidamente herida de bala. Pero hay discapacidad que está provocada por una enfermedad, pero no necesariamente está vinculada. Entonces el medico en estas revisiones que hace al paciente, a la persona, lo pone y eso ayuda en la historia de violencia, ayuda rápidamente a poder establecer. Es por eso que pedimos este… y porque el protocolo exige que sea este documento. Ahora bien, en caso de que la zona donde él está no haya digamos un hospital, pero si haya un centro médico, pero si hay un médico de turno en ese centro que puede certificar “yo como médico certifico que este señor tiene la discapacidad...” ese documento si se acepta. Es decir, dentro del protocolo también tenemos esa flexibilidad, entiendo digamos lo complejo de la realidad que tiene esa persona para poder conseguir esto. (Entrevista personal. Funcionaria del Registro de Víctimas. Mujer de unos 40/45 años. Lima, mayo de 2013) Se aceptan certificados de distintas “autoridades médicas” y, en algunos casos, los funcionarios afirman que se da por válida hasta la observación directa en el contexto de registro. Las secuelas “físicas” son a veces -nos dirán- fácilmente identificables. El registrador, en un intento por agilizar el propio proceso, se construye a sí mismo como experto con suficiente capacidad como para poder certificar dicha lesión: 219 “Si viene la persona y yo como registradora le atiendo y desde un inicio veo que cojea y en la historia que me está contando me dice “si pues, fui herido de bala”… el señor igual no me lo dice, hay señoras que no te lo dicen, pero sin embargo el registrador “señor, disculpe, pero usted ha entrado y yo he podido apreciar, he podido ver esa cojera y esa cojera es resultado de ese impacto de bala” y te dicen si y yo constato. Puedo apreciar la cojera, y hay mismo estoy yo certificando porque eso si puede hacer el registrador, pero de algo visible” (Entrevista personal. Funcionaria del Registro de Víctimas. Mujer de unos 45/50 años. Lima, mayo de 2013) Sin embargo, y a pesar de esa “flexibilización” y maleabilidad de los protocolos para ajustarse a realidades variadas y complejas, los registradores se encuentran de manera recurrente con problemas que vienen dados por la escasez de recursos dentro del sistema de salud formal, sobre todo para casos donde lo que se hace necesario es certificar secuelas a nivel de salud mental. La presencia de psicólogos o psiquiatras especializados no es tan frecuente, siendo muchas veces inexistente cuando nos referimos a esas comunidades donde el acceso queda limitado al centro de salud de atención primaria. “Ahora lo lamentable es las personas con digamos con discapacidad mental, ahí es el tema. Porque claro, tú, digamos, un problema físico rápidamente es notorio… Pero una ansiedad generalizada, cuadros depresivos crónicos…eso tiene que estar evaluado pues ya no va a ser tan fácil de que el registrador lo pueda hacer. Entonces, ahí ya pues cuando tú ves, ahí puedes profundizar un poco más en la entrevista… digamos, detectar algunas cosas o en todo caso sugerir a la persona que puedo bueno ir a tal médico específico, que se yo, para que pueda certificar… Pero necesariamente, si hay un certificado” ((Entrevista personal. Funcionaria del Registro de Víctimas. Lima, mayo de 2013) Se detectan, por tanto, ciertos puntos ciegos en el proceso haciendo que las posibilidades de ser certificado como víctima de tortura queden limitadas a aquellos casos donde la marca o la lesión sea visible; donde, como nos decía Fassin, existan “cicatrices” que actúen como testigo y prueba válida de las violaciones alegadas. Pero lejos de centrarnos en analizar estas limitaciones, que como vemos se van sumando a una larga lista de obstáculos en el proceso de registro y certificación, lo que nos parece más interesante es destacar el poco cuestionamiento institucional con el que nos hemos encontrado al conversar con registradores y funcionarios 220 públicos implicados en el proceso. Si bien se plantea abiertamente la problemática de estos certificados desde una lógica práctica, y vemos cómo se van activando alternativas para agilizar los procesos, sorteando, en algunos casos, las propias limitaciones que establecen los protocolos, la realidad es que el certificado se sigue considerando, en todos los casos, como un trámite no sólo obligado sino también necesario. Se hace necesario verificar que, efectivamente, la declaración de la víctima reclamante es verdadera; y qué la discapacidad o enfermedad alegada sea realmente el fruto de la violencia ocurrida durante los 20 años de conflicto que marca la Comisión. De la misma manera que se hace necesario evitar que se registren personas de alguna manera relacionadas con actividades subversivas (o personas “ambiciosas” que busquen aprovecharse la situación), se hace necesario también controlar que no se registren personas que, en un intento por burlar la norma, estén utilizando su discapacidad como una oportunidad más para beneficiarse del sistema de reparaciones. No es sólo que la palabra de la víctima solicitante no sea considerada como prueba válida, sino que esa misma palabra es puesta en cuestión a lo largo de todo el proceso. *********** Volviendo de nuevo nuestra mirada a las experiencias de las víctimas solicitantes, fue relativamente común al conversar con las personas que acudían a las oficinas del RUV, o con aquellas que esperaban a ser atendidas en contextos de grandes campañas de registro, ver como todos estos objetos y documentos —declaraciones de testigos, certificados médicos…— iban adquiriendo un valor trascendental para ellas, en tanto constituían las únicas garantías para una inclusión más rápida en el RUV. Nos enseñan uno a uno cada uno de los documentos archivados en las carpetas y dosieres que portan consigo, nos explican lo que significa cada uno, las dificultades que han tenido en muchos casos para conseguir cada una de esas “pruebas” en papel. Nos hablan también de los meses de espera, de sus expectativas… “Esperemos que ahora sí pase”. Estas carpetas y estos documentos eran también un recurso para muchas de las personas que hemos visitado y 221 entrevistado a lo largo de nuestro trabajo de campo en sus domicilios. En algún momento dado de la conversación, fue frecuente que recurrieran a esos documentos como una manera de validar sus narraciones, sus propias historias de vida y de violencia. De probar, también ante una investigadora como yo, que lo que me estaban contando era “oficialmente” cierto. El documento se convertía así en una prueba, pero también en un símbolo ante las constantes muestras de rechazo y negación experimentadas desde múltiples instancias y espacios de la sociedad civil y el poder político y mediático. Trataban las carpetas con una delicadeza que resultaba llamativa; según avanzaba la conversación recurrían a uno u otro documento, sacándolo y devolviéndolo a sus carpetas, plásticos y archivadores con sumo cuidado; como una manera de proteger y salvaguardar esas mismas historias, y los beneficios asociados a ellas. Vemos, así, como todos estos objetos como fichas, cuestionarios y documentos anexos van tomando vida en las cotidianidades de los reclamantes a lo largo del proceso, reconfigurando sus vivencias, prioridades, espacios, decisiones y acciones, entre otros muchos elementos de sus subjetividades (Mora-Gámez, 2013: 16). Las directrices y protocolos internos que rigen el RUV van configurando, así, toda una serie de prácticas y de experiencias que van siendo incorporadas por los reclamantes en un intento por ajustarse a esa lógica institucional que, inevitablemente, se les impone. Siguiendo las líneas de análisis abiertas por otros autores, podemos hablar de este proceso como de un proceso de co-producción documental de la realidad social (Mora-Gámez, 2013; 2016). Para que una persona sea considera como víctima, y una experiencia de sufrimiento reconocida como tal, ésta debe ser debidamente acreditada y certificada, en un proceso en el que el funcionario del RUV (o el médico, o el experto…) se convierte en “voceros” legítimos de las víctimas declarantes, y las fichas, los certificados, las declaraciones, los cuestionarios, y demás documentos, en auténticos mediadores técnicos (Latour, 2004). Un proceso, en definitiva, de construcción documental y de producción de la verdad y la credibilidad de las historias de violencia que día a día van inundando las oficinas del Registro Único de Víctimas en Perú. 222 - Evaluación, análisis y calificación: funcionarios del RUV, dispositivos técnicos y representaciones expertas. Una vez presentados los testimonios y todos los documentos probatorios solicitados por el Registro Único de Victimas, se inicia el trabajo de “evaluación, análisis y calificación” de los casos registrados. Un trabajo centralizado en las oficinas del Consejo de Reparaciones en Lima y llevado a cabo por personal distinto a aquel encargado del “levantamiento de información”. De esta manera, se trata de funcionarios y/o expertos que no mantienen un contacto directo con las víctimas solicitantes, hecho que, como veremos, determina el tipo de relación que establecen con los “casos” que analizan, una relación que ya no viene marcada por la emotividad y dificultades que nos planteaban las personas encargadas de la recogida de testimonios, sino por la distancia física y emocional. La víctima, sus relatos dolorosos, sus experiencias de violencia quedan convertidas, en esta nueva fase del proceso, en archivos, documentos, casos cuya veracidad tiene que ser debidamente contrastada. Se despersonalizan las historias y se sustituye la empatía, la comprensión y el trato cercano por meros nombres, apellidos, números y fichas de casos. En las distintas entrevistas mantenidas con el personal responsable del proceso de evaluación al interior de Consejo de Reparaciones, se define dicho trabajo como un trabajo sistemático a la par que objetivo. Se detallan las distintas fuentes de datos a las cuales se recurre para contrastar la información y poder verificar la veracidad de los hechos relatados por la víctima solicitante.88 Sistematicidad, rapidez, coherencia son algunos de los adjetivos a partir de los cuales se define y presenta públicamente este proceso. Un proceso cuya objetividad queda legitimada a través del uso y recurso a pautas, criterios, reglamento, requisitos, y demás instrumentos técnicos. “Nuestro proceso de calificación es bastante rápido porque como te decía, 88 El listado de bases de datos que maneja el Consejo de Reparaciones es diverso, recurriéndose a fuentes tanto de ONG como de otras administraciones públicas, a niveles local, regional y nacional. Destacan: el censo y datos recopilados por la CVR; el censo de población desplazada; alegaciones y denuncias por desaparición forzada; el censo de víctimas de Huancavelica; listados de indultos y otros datos manejados por la Defensoría del Pueblo; el censo de víctimas de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, reclamaciones y casos denunciados ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos; entre otros. 223 recogemos la información a nivel nacional y hemos descentralizado este proceso. El recojo de información ni tiene limitaciones; se recoge absolutamente todo (…) ¿Cómo se procesa aquí en Lima? Aquí si hay una parte interesante. Nosotros hemos elaborado para la evaluación y calificación, hemos elaborado criterios, pautas, tenemos un reglamento con requisitos y todo eso, pero lo más importante es que tenemos instrumentos como una base de datos de contexto. ¿Qué es lo que nos da esta base de contexto? Distintas fuentes de información: la propia CVR, la coordinadora de derechos humanos que tenía su base de datos, la defensoría del pueblo, DESCO, nuestra propia base de datos del RUV, algunas otras que se me están pasando…. Bases de datos de contexto distritales, la fuente de los sitios de entierro, los desaparecidos… Varias fuentes de información de las que podemos extraer una base de datos que nos dice “en tal época…”. Entonces, esa base de datos me va a decir A, B, C…. Tengo un contexto ya bastante detallado. Entonces, los casos que yo voy a trabajar, los contrasto con esto. Juan Pérez, desaparecido en la base militar de Chuschi en el año 84, en el mes de junio… Entonces yo veo mi base de datos y, efectivamente, había un contexto de violencia y tal y tal. Y puede ser que este nombre esté en la base de datos de la coordinadora o lo hayan reportado en DESCO, o la propia CVR ¿no? Entonces, pese a que este puede ser un caso que no tiene información, que no se tiene constancia o que no tiene ningún otro respaldo, con esto yo puedo construir el caso. Y eso está sistematizado, es automático… Quién analiza el caso, lee la ficha, revisa la coherencia del relato, revisa que los datos estén bien, que el nombre esté bien escrito, la fecha de nacimiento, los datos de la víctima. Y luego, al analizar los datos del hecho, es que lee la coherencia y lo contrasta con la base de datos” (Entrevista a personal de alto cargo dentro de la Secretaría Técnica del Consejo de Reparaciones. Mujer de unos 40 años. Lima, mayo 2013). Sin embargo, lejos del relato oficial, técnico, encontramos también otras vivencias y experiencias que nos hablan de este proceso como de un “trabajo en cadena” que tiene lugar en u contexto de alta competitividad: “¿Qué pasaba? Uno, falta de compromiso de las personas que trabajan con esta chamba. Dos, como la mayoría había entrado en el consejo…. Ya cuando entre yo en el 2009, habían empezado a entrar con esta modalidad de producción, producción, producción. Un factor que se daba a raíz del gobierno, son tantas las víctimas que hay que calificarlas y hay que hacerlo rápido, rápido, rápido. Pero a veces dejaban de lado la calidad del trabajo por la cantidad. Entonces, era que cada uno tenía que hacer su cuota de 20 casos por día. Así, como una fábrica de producción. Entonces era también la competencia: “Ya, a ver quién hace más casos”. Obviamente de que por la rapidez de querer hacer, ya no te ponías… Entonces ponías pendiente, pendiente, pendiente” (Entrevista a una ex trabajadora del Consejo de Reparaciones. Mujer de unos 30/35 años. Lima, septiembre de 2013) La magnitud de las solicitudes recibidas, y la celeridad que se les requiere a los propios trabajadores y trabajadoras para intentar dar salidas a los casos, plantea un escenario que, en vez de quedar definido por la objetividad y la coherencia, quedaría más bien limitado por las dificultades que plantean la falta de recursos 224 humanos y económicos y las constricciones de una agenda política poco favorable a las reparaciones. volviendo de nuevo las palabras de esta informante, ex trabajadora del CR: “Eres objetivo siempre y cuando tengas, como asistente, todas las herramientas para poder evaluar ese caso. Si no conoces el tema, sino por lo menos, ya, tenías un ralo conocimiento de lo que pasó en esos años… Pero si estás trabajando, te pones a leer más. Te preparas más, te informas más ¿para qué? para así no cometer el error de poner pendiente a casos que si pasan. Yo me he jalado los cabellos escuchando a veces a personal que no tenía el conocimiento de lo que significaba CAI [siglas de Conflicto Armado Interno], o sea, yo me jalaba los cabellos. ¡Pucha! ¿Y a estas personas las están poniendo como responsables de esto? ¿Pero en base a qué? ¿Cuál es el criterio de poder decidir? ¿Cuál fue el criterio de selección de estas personas? (…) A mí lo que me molestaba y me indignaba es que yo misma me encontraba errores en casos que ya habían sido revisado por personas que trabajan ahí como asistentes. Errores como, por ejemplo, había un señor que había sido calificado como víctima y ahí se decía bien claro que lo habían detenido, acusándolo de Senderista cuando no lo era y él había denunciado que esos policías habían abusado de su persona y que lo habían llevado a un tipo de bote. Bote era cuando los militares tomaban una cancha deportiva o un terreno y dentro hacían una especie de pozo, cavaban y lo llenaban de agua, agua sucia, con las lluvias se iba juntando todo el dolor, y botaban la basura, miccionaban ahí…era como una especie de basura liquida y metían a la gente. Y yo leía y decía, “si pues, es víctima” y la persona, la asistente que había revisado el caso ponía pendiente. Y yo… y cuando pone pendiente, según esta persona, no calificaba porque según su criterio esto no tenía que ver con el conflicto” (Entrevista a una ex trabajadora del Consejo de Reparaciones. Lima, septiembre 2013) Un trabajo de evaluación y calificación que, si bien reglado por una serie de pautas y protocolos técnicos, pareciera quedara supeditado a las subjetividades de los propios evaluadores y evaluadoras quienes, con niveles diversos de formación y conocimiento sobre el contexto del conflicto armado, aplican también en algunos casos sus propios criterios para determinar que “casos pasan” y “que casos se quedan pendientes de una nueva revisión”, prolongando un proceso ya de por sí dilatado que, en ocasiones, llevaría a un abandono por parte de las víctimas solicitantes. A esto sumar las dificultades en la aplicación práctica de protocolos que parecieran no ajustarse a la realidad de las complejidades que plantean las diferentes experiencias de victimización que circulan por el registro, experiencias que 225 escaparían al estatismo de las definiciones de víctima que emanan de las leyes y tecnicidades a partir de las cuales se enmarca este proceso. Protocolos y criterios que lejos de ser inamovibles, también se han ido modificando a lo largo del tiempo, en un intento por ir ajustando la “norma” a unas realidad que se va presentando cada vez más compleja según van emergiendo, en los procesos de registro y en los discursos y narrativas que van inundando sus oficinas, nuevas formas de experimentar y vivir la violencia que desbordan los márgenes de las categorías legalmente establecidas y oficializadas a través de los marcos institucionales puesto al servicio de esta empresa. “En ese tiempo lo que a mí me llamó la atención es que todavía no había criterios establecidos sobre como poder calificar el caso de violencia sexual, y violación sexual ¿Por qué? Porque había muchos casos que decía, tanto el hombre como la mujer, que decía “me desnudaron, me obligaron a quitarme la ropa en la plaza pública”. Y eso ya es violencia sexual. (…) Yo venía de ONG y de atender a víctimas. Entonces para mí sí era violencia sexual” (Entrevista personal. Funcionaria del RUV. Lima, mayo de 2013) Nos referimos, concretamente, al caso de las “otras formas” de violencia sexual que poco a poco fueron incorporándose en el marco del PIR. Si bien la CVR optó por una definición amplia de la violencia sexual, incluyendo formas de abuso que iban más allá de la violación, no fue el caso del PIR que, en un primer momento, solo consideró la violación como categoría reparable (Theidon, 2014: 15). Gracias al trabajo de incidencia realizado desde distintas organizaciones de derechos humanos y grupos feministas que venían trabajando esta materia, en un intento por que se reconociera las experiencias de violencia específicas que sufrieron las mujeres durante el conflicto armado debido a su género, se logra proponer el proyecto de ley 2906 en mayo de 2008 que buscó ampliar el PIR para incluir como víctimas beneficiarias a personas que habían sufrido “otras formas” de violencia sexual durante el conflicto armado: la esclavitud sexual, las uniones forzadas, la prostitución forzada y el aborto forzado. Se buscó reconocer también como víctimas a los hijos e hijas fruto de violaciones sexuales. Pero incluso después de aprobarse esta modificatoria, seguían existiendo otras muchas formas de violencia sexual que no quedaban recogidas en ninguna de estas categorías. Nos referimos a 226 tocamientos, vejaciones de todo tipo, desnudos forzados, tal y como se hacía referencia en la cita anterior. Los y las registradoras empiezan a verse enfrentadas, de manera constante y recurrente, con formas de violencia sexual de “difícil catalogación”. Se activa así una suerte de creatividad que llevará, al menos en algunos casos, a contemplar este tipo de vejaciones como torturas, por ejemplo, en un intento por garantizar que esas personas pudieran calificar igualmente como víctimas en el proceso de registro, ajustándose a una o varias de las modalidades de victimización reconocidas. Definiciones de víctimas y de “no víctimas” que también determinarán el tipo de controles a ser puestos en acción para garantizar la viabilidad social y política del proyecto de reparaciones. Nos referimos, nuevamente, a ese artículo 4 y las dificultades prácticas que plantea a la hora de distinguir entre víctimas legítimas e ilegítimas, aquellas vinculadas de una u otra manera con la actividad de los grupos subversivos. Tal y como relata un alto cargo de la Secretaría Técnica del Consejo: “No querían que hubiera terroristas en el registro. Entonces, a la secretaría técnica le encargan hacer todas las consultas, realizar todos los filtros posibles para poder detectar quiénes pudieran tener alguna vinculación con grupos subversivos. Entonces, hacemos consultas a fuentes formales, a distintos tipos de fuentes… e incluso revisamos los propios testimonios de las víctimas de donde se puede desprender alguna indicación. Tenemos algún testimonio que dice “tal persona, que efectivamente fue asesinado por los militares, era terrorista y participó en la muerte de mi padre”. O sea, ese señor al que el ejército mató, antes había matado a mi padre, porque ese señor era terrorista. Y ese señor ya está muerto, no va a ser procesado, pero ese señor no va a poder ser inscrito. Ahora, nosotros tenemos nuestras dificultades, de cómo superamos el aspecto formal, porque mientras no tenga una sentencia condenatoria que diga que el subversivo, el consejo no puede calificar a una persona como que es subversiva. No somos un tribunal, no decimos quien es o quien no es subversivo. Esa es una dificultad real. La otra dificultad real es que el consejo dice “yo tengo dudas en inscribir a esta persona” porque hay testigos que dicen que el mató siendo subversivo. Esto puede significar un costo político bastante alto. O sea, los familiares del que el supuestamente mató, van a cuestionar que él esté inscrito en el registro. Cómo es posible que al asesino de mi padre lo ponga junto en el registro con mi padre. Esto…. Nos hizo tener en cuenta que debíamos revisar muy bien la información y poner en el registro a aquellos que no hay esa indicación, que no vayan a generar esta suerte de polémica. A pesar de todo esto, se ha generado, porque nosotros no tenemos, pues, la posibilidad de conocer absolutamente todo lo que las personas dicen, saben… Porque no se denunció. Incluso, actualmente, de acuerdo a la información que recogemos, en una comunidad, en un distrito, pueden estar conviviendo quiénes fueron subversivos con sus victimados. Todos lo saben…no lo denuncian, por temor, porque ya es pasado, porque saben que necesitan continuar con sus vidas… por distintas razones, tienen 227 todavía temas no resueltos en su propia comunidad. Temas que se reavivan con nuestro registro. Vamos nosotros con la lista, o va CMAN con su lista: estos son los que van a recibir la reparación económica. Y sale “cómo van a repararle a él si él era subversivo”. Salen este tipo de situaciones, que hemos intentado prever o minimizar al máximo, pero, como te digo, no hay manera de conocer toda la información que la comunidad tiene solamente en su fuero interno y que sale en este tipo de momentos ¿no? Esa es una dificultad. Ahora, hemos dejado estacionados, un poco en stand-by estos casos complicados, estos casos en los que había alguna indicación o indicio para poder profundizar en la investigación” (Entrevista a personal de alto cargo dentro de la Secretaría Técnica del Consejo de Reparaciones. Lima, mayo 2013). A estas dificultades para poder establecer distinciones claras entre víctimas y aquellos considerados como subversivos o potenciales perpetradores, se suma también las tensiones que emergen de las relaciones entre las comunidades y una institución central, como sería el propio Consejo de Reparaciones o la CMAN. Se observa en primer lugar, tal y como se extrae de esta cita, la incapacidad de esta institución de conocer a fondo las dinámicas al interior de las comunidades. En segundo lugar, la desconfianza que emerge cuando una institución alejada de la realidad cotidiana de estas personas y comunidades llega para marcar la pauta. Tal y como plantean Ulfe, Ríos y Málaga en su análisis sobre el proceso de reparaciones en comunidades de Ayacucho, más allá de las dinámicas que tienen lugar en el proceso de registro a nivel local, a través de los distintos módulos y unidades descentralizadas del RUV que se van creando en distintas comunidades y ciudades de provincia, la percepción generalizada —tanto por las víctimas como por los propios registradores— es que es Lima la que observa, la que evalúa y, en última instancia “la que decide”. En muchos casos, sin tener acceso a toda la información necesaria para poder realizar una evaluación detallada y en consonancia con la realidad de lo acontecido en una población dada. Un proceso que pareciera ser nuevamente resultado del centralismo y el racismo institucional tan característico de un país como Perú. La memoria y el reconocimiento como aproximaciones teóricas y de reflexión nos ayudan para mirar cómo, de un lado, desde las poblaciones se encuentran nuevas formas y mecanismos para vincularse institucionalmente con el Estado a partir del Registro Único de Víctimas. Y, por otro lado, siglos de centralismo, racismo, discriminación y exclusión marcan la forma como desde el Estado se mira y se trabaja con las poblaciones locales (Del Pino 2011, Méndez 2011, Rénique 2004), y 228 ahí es donde se hallan las escisiones, fragmentaciones y los procesos inacabados (Ulfe et al, 2013: 36-37). Vemos como, por muy precisa que sea la definición de tipologías de victimización, los requisitos exigidos y los protocolos técnicos que se establecen a través de sucesivas leyes y reglamentos, la evaluación de casos queda finalmente sujeta a interpretaciones variables. Los funcionarios del Consejo se encuentran, inevitablemente, ante la necesidad de tener que tomar decisiones sobre la base de valores y juicios morales más que sobre meros criterios técnicos. Si bien ellos mismo no se auto identifican como jueces (“no somos un tribunal”) su labor cotidiana les convierte en árbitros de este proceso. Se ponen así en acción nuevos dinámicas de poder de acuerdo a las cuales las decisiones tomadas por funcionarios de un poder central, en muchos casos con poco o escaso conocimiento sobre la realidad del conflicto y las formas múltiples de victimización que deja, limita las opciones reales de acceso a la reparación para cientos (miles) de personas. Incluso en los casos en los que la reparación queda finalmente garantizada, y se consigue ese tan ansiado certificado, el proceso en sí mismo puede llegar a constituirse en una nueva fuente de violencia, si bien no como una violencia física directa sí como violencia institucional. *********** Y es así como el perfil y la imagen de la víctima se va modificando a lo largo del proceso, a través de la articulación de nuevos marcos técnico-legales y de nuevos espacios de representación e interacción con el Estado y con el conocimiento experto. Mientras que en el proceso de recogida de testimonios y durante las audiencias públicas desarrolladas por la CVR se partía del supuesto de la veracidad de los hechos relatados, sin poner en cuestión la “buena fe” de las poblaciones afectadas, no es el caso durante el proceso de registro donde la veracidad de las historias de vida y de violencia relatadas son puesta en cuestión, situando a las 229 víctimas en una situación de estar bajo “constante sospecha”89, quedando la decisión final de si se es o no se es victima sujeta a un proceso de escrutinio en el que se entremezclan diferentes criterios y en el que se ponen en acción nuevas formas de sometimiento que parecieran incluso reproducir aquellas que se dieron durante el contexto de conflicto armado interno. Fue relativamente común, al realizar trabajo de campo en comunidades afectadas por el conflicto, encontrar muchos de esos “casos pendientes”. Recuerdo especialmente el de Alejandra, madre de tres hijos, que vivía en la zona de viviendas de Huachipa. 90 Su expediente había quedado paralizado porque, en la documentación entregada y bases de datos de referencia, no aparecía como esposa sino como conviviente y se hacía necesario por tanto establecer un nuevo filtro para garantizar que no había dos personas (esposa “certificada” y mujer conviviente) solicitando una doble reparación por una misma víctima desaparecida. Lo interesante es que si había sido certificada como víctima con anterioridad al ser uno de los 485 casos reconocidos por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en el comunicado emitido el 22 de febrero de 2001.91 Aun así, el consejo le estaba solicitando nuevas pruebas: constancia de convivencia de tres autoridades locales en su comunidad de origen. Nueva documentación que suponía nuevos viajes y nuevos desembolsos de dinero. Esto, sumado a la impotencia y el total desconocimiento de los criterios y mecanismos de funcionamiento interno del Consejo de Reparaciones, había llevado a esta mujer a considerar seriamente su renuncia a sus derechos de reparación y a un cuestionamiento del proceso abierto desde el establecimiento de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación: 89 Contribuye también a este fenómeno la existencia de mecanismos de impugnación. Está contemplado dentro del reglamento interno del RUV la posibilidad de que cualquier persona impugne el caso de alguien certificado como “víctima” por considerar que esa misma persona no fue realmente víctima, o porque considere que estuvo, de alguna manera, vinculada a los grupos subversivos, o que mintió al alegar lazos de parentesco con la víctima directa. 90 Santa María de Huachipa es uno de los centros poblados situados al noreste del área metropolitana de Lima. Fue en Huachipa donde, tras largos años de negaciones, la Asociación Nacional de Familiares de Asesinados, Desaparecidos, Ejecutados Extrajudicialmente y Torturados (ANFADET - Casos CIDH) consiguió la cesión de un terreno por parte del Estado peruano, dentro del marco de reparaciones integrales que emanaba de los compromisos asumidos por éste a raíz de la publicación del comunicado de la CIDH. Decenas de familias viven en esos terrenos a día de hoy, en muchos casos sin acceso a recursos básicos como agua o electricidad. 91 Para más información, véase http://www.cidh.org/Comunicados/Spanish/2001/PERU.htm (última consulta 29/12/2015) http://www.cidh.org/Comunicados/Spanish/2001/PERU.htm 230 “…En este país no hay justicia. Y claro no me van a devolver a mi marido… hay que ser realistas. No es que sea conformista, pero si esperábamos algo más. No esto”. Supuestamente, estos casos entrarían dentro de lo que el propio personal de registro define como “casos difíciles”, en contraposición a los “fáciles”, aquellos que fueron ya investigados por la propia CVR o que figuran ya en alguno de los censos o bases de datos de las que maneja el propio registro. “Hay 20.000 casos que hemos dejado pendientes. Hemos procesado estos 100 y pico mil, que ya están inscritos con este criterio bastante más flexible, pero hemos dejado 20.000 en los que tenemos un grado de dificultad mayor. Puede ser que no tengo… o el nombre del menor o la fecha de nacimiento no coinciden con la fecha de muerte, o me dicen que el menor nació en el 91 pero yo tengo que la persona desapareció en el 89. Entonces, en ese caso, yo necesariamente le pido partida de nacimiento (…) En los casos en los que, si tengo problema, si me pongo más estricta porque necesito verificar más. Y esos son los casos que ahora están generando estos pendientes. Ya hemos acabado con el grueso de casos “fáciles”, entre comillas, y ahora si estamos ya con los casos “difíciles”. Entonces ahora si las personas tienen esa sensación de, o se han vuelto más estrictos o me piden más documentos, pero es porque ya hemos pasado a la etapa de trabajar los casos difíciles. Y sí, soy consciente de que vamos a tener ese grado de dificultad con las personas. ¿Por qué ahora me piden partida de nacimiento? ¿Por qué? Porque es un caso difícil que ha quedado pendiente (…) Lo fácil, ya lo agotamos. Ya los inscribimos a los que pasaban así por un tubo, ya los hemos podido inscribir. Y estamos ahora en lo que llamamos siempre esta segunda etapa, una etapa de uno a uno. Ahora ya no me demoraré 40 minutos en un caso; ahora me demoraré a veces dos meses. A la que voy y pido información al poder judicial, a la fiscalía…” (Entrevista a personal de alto cargo dentro de la Secretaría Técnica del Consejo de Reparaciones. Lima, mayo 2013). Sin embargo, encontramos que también entre los casos supuestamente “fáciles” existen personas que no han sido todavía acreditadas y certificadas como víctimas. Casos que formaron parte de la investigación de la CVR, como el de los campesinos desaparecidos del Santa.92 A través de conversaciones mantenidas con personal de una ONG de derechos humanos que trabajaba en la zona, en el año 2014 todavía había tres personas, familiares de las víctimas desaparecidas, sin ser acreditadas. 92 Para más información, véase el Informe Final de la CVR, Tomo VII, sección 2.53 (http://cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VII/Casos%20Ilustrativos- UIE/2.53.%20CAMPESINOS%20DEL%20SANTA.pdf) (última consulta 27/04/2016) http://cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VII/Casos%20Ilustrativos-UIE/2.53.%20CAMPESINOS%20DEL%20SANTA.pdf http://cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VII/Casos%20Ilustrativos-UIE/2.53.%20CAMPESINOS%20DEL%20SANTA.pdf 231 Encontramos una situación similar en la comunidad de Raccaya-Umasi. Tras largas investigaciones forenses, se consiguieron recuperar los cuerpos de 41 personas de esta comunidad de la provincia de Víctor Fajardo (Ayacucho) que habían sido desaparecidas y ejecutadas extrajudicialmente. Entre ellas, 25 niñas y niños. En el momento en el que se hizo entrega de estos cuerpos por parte del Ministerio Público93, en septiembre de 2014, todavía dos personas del núcleo de familiares seguían sin acreditar. Y a todos estos casos pendientes o paralizados por supuesta falta de pruebas, se suma también todo ese conjunto de víctimas y familiares de víctimas de desaparición forzada que han sido excluidas del proceso de reparación en tanto siguen siendo consideradas como “supuestos subversivos”, a pesar de haberse demostrado (muchas veces por la vía judicial) la inocencia de esas mismas personas y la escasa credibilidad de las acusaciones que fueron realizadas contra ellas desde el estado. Destaca, a este nivel, el caso de Kenneth Anzualdo Castro, estudiante de la Universidad del Callao, secuestrado y desparecido el 16 de diciembre de 1993 durante el gobierno de Alberto Fujimori en los sótanos del Servicio de Inteligencia del Ejército. Marly, su hermana, se ha convertido en una de las caras visibles del movimiento de víctimas y familiares de afectados por el conflicto, participando activamente en diferentes organizaciones como la Coordinadora Contra la Impunidad (CCI). Tras muchos años de lucha, el 22 de septiembre de 2009, la Corte Interamericana de Derechos Humanos determinó la responsabilidad del Estado peruano en la desaparición forzada de Kenneth Anzualdo. El 23 de julio de 2013, el Ministro de Justicia, en presencia del presidente del Consejo de Ministros, reconoció en un acto público la responsabilidad del Estado peruano por la desaparición de Kenneth y pidió disculpas a sus familiares, cumpliendo luego de 4 años sólo parte de la sentencia de la Corte IDH. A día de hoy, hay un proceso judicial abierto por lo ocurrido en los sótanos del CIES que incluye tanto el caso de Kenneth como el de 93 Para más información sobre este caso y sobre el acto de entrega de restos, véase el comunicado emitido por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH): http://derechoshumanos.pe/2014/09/se-entregaron-restos-de-41-victimas-del-caso-raccaya-entre- ellos-25-ninos/ (última consulta 27/04/2016) http://derechoshumanos.pe/2014/09/se-entregaron-restos-de-41-victimas-del-caso-raccaya-entre-ellos-25-ninos/ http://derechoshumanos.pe/2014/09/se-entregaron-restos-de-41-victimas-del-caso-raccaya-entre-ellos-25-ninos/ 232 Martín Roca, otro estudiante de la Universidad del Callao, también desaparecido. En el momento de mi última conversación con Marly, en octubre de 2013, su padre seguía sin haber recibido su certificado como familiar directo de una víctima desaparecida. Al parecer, el nombre de Kenneth seguía figurando en las bases de datos del Ministerio del Interior como supuesto subversivo, tal y como reza la denuncia original que fue interpuesta contra él en la DIRCOTE. La reparación sigue siendo un derecho negado para la familia Anzualdo. Una reparación que se imagina, en este caso, como algo que va mucho más allá de una mera compensación económica, o del acceso a unos servicios básicos de salud o educación. O de una pedida de disculpas pública por parte del Estado. En palabras de la propia Marly en un discurso público: “Muchas gracias. Pocas veces nos encontramos frente a las autoridades. En estos 20 años soy parte de las más de 15.000 familias de desaparecidos del Perú. Por eso les quiero contar lo que hemos caminado, a ustedes que son las autoridades. Las sentencias internacionales son honradas y cumplidas en lo que respecta al plano económico. Igualmente, deberían ser cumplidas, esos compromisos internacionales, en lo que corresponde a los derechos humanos. También debería de venir en políticas públicas, en las que nosotros, esos más de 15.000 peruanos, estamos con esperanzas. Es el caso del Plan Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas, que no solamente significa recuperar huesos, significa restituir ciudadanos. Derechos. Reintegrarlos a nuestras familias. Eso sería para nosotros reparación. También necesitamos que el Ministerio de Defensa… Ante la ley todos somos iguales. Pero necesitamos investigación en el área de justicia. Que el Ministro de Justicia sea por favor un ciudadano más comprometido con la justicia y que abra todos los datos que necesitan los fiscales para hacer una defensa adecuada. Nosotros estamos también muy preocupados, porque… Estos años, venimos luchando porque se haga justicia. Pero, sin embargo, llegamos a los tribunales y nos encontramos con jueces que absolutamente son paralizados. Y entendemos que los fiscales comprometidos hacen toda la labor para defendernos. Sin embargo, hay jueces o tribunales que saltándose las leyes permiten liberación, permiten amnistías. Por favor, nuestros gobiernos que han pasado han sido responsables de más de 70.000 peruanos. En nombre de ellos de todos los que se fueron, somos familias que estamos luchando por un Perú mejor, una nación mejor con justicia. Es en ese sentido que ahora que les tengo cerca a ustedes, a las autoridades, es mi voz la de familias que no encontramos voz en la prensa, pero las hemos encontrado en las calles, las hemos encontrado con los estudiantes. No queremos amnistías, no queremos indultos. Queremos que la sangre de nuestros familiares sirva para un Perú mejor (…) Políticas públicas de salud mental. Creemos que toda la violencia que está pasando en nuestro país no es simplemente cuestión de unos cuantos locos, como tampoco fue que los desparecidos estuvieron en el lugar equivocado” (Extracto del discurso de Marly Anzualdo en el acto de disculpas públicas por parte del Estado que tuvo lugar el 23 de julio de 2013) 233 El nombre de Kenneth descansa hoy en uno de los cerca de 40.000 cantos rodados que componen el memorial “el Ojo que Llora” en Lima, creado en honor de las víctimas del conflicto armado interno. Su cuerpo sigue tristemente desaparecido. Imagen 3. Foto de la autora 234 5. De certificados y reconocimientos El resultado final del proceso de registro queda materializado en el certificado de víctimas que emite el Consejo de Reparaciones. Un certificado que se construye no sólo como prueba documental de la veracidad de los hechos relatos y vividos por la víctima reclamante sino también como garantía de acceso a una o varia de las modalidades de reparación recogidas dentro del programa. La víctima certificada se convierte así en una víctima reconocida y legitimada por el engranaje jurídico- institucional, como víctima y como sujeto de derechos. El certificado es por tanto una forma de reconocimiento a la vez que un elemento de alto carácter práctico: el trozo de papel necesario para poder solicitar una indemnización económica, un seguro de salud o una beca de estudios para la universidad. En última instancia, la puerta de acceso a una mejora —al menos relativa— en la calidad de vida de un sector de la población peruana altamente afectada por los niveles de desigualdad socioeconómico que caracterizan el país. Volviendo a la idea del certificado como forma de reconocimiento, merece la pena preguntarse de que tipo de reconocimiento estamos hablando. Tal y como nos plantea Butler: (…) si el reconocimiento caracteriza un acto, una práctica o, incluso, un escenario entre sujetos, entonces la “reconocibilidad” caracterizará las condiciones más generales que preparan o modelan a un sujeto para el reconocimiento; los términos, las convenciones y las normas generales “actúan” a su propia manera, haciendo que un ser humano se convierta en un sujeto reconocible, aunque no sin falibilidad o sin resultados no anticipados. Estas categorías, convenciones y normas que preparan o establecen a un sujeto para su reconocimiento, que inducen a un sujeto de este género, preceden y hacen posible el acto del reconocimiento propiamente dicho. En este sentido, la reconocibilidad precede al reconocimiento (Butler, 2010: 19) Vemos como, en este caso, el acto del reconocimiento se hace posible a través de una “reconocibilidad” que se activa con la puesta en marcha de un entramado jurídico-técnico que determina, y limita, las formas de ser y existir como víctima “reconocida”. Categorías legales de víctima, tipificaciones de delitos y violaciones a los derechos humanos, normas y protocolos técnicos para la recogida y validación 235 de pruebas, la evaluación de esas mismas pruebas y su adecuación a los estándares y criterios marcados por un complejo entramado burocrático-institucional. Tal y como habría sucedido, y estaría sucediendo, en otros contextos de implementación de los marcos de la justicia transicional, la dimensión política —y simbólica— del reconocimiento de víctimas viene precedido y cobra sentido únicamente dentro de una dinámica de carácter sociotécnico (Mora-Gámez, 2016: 79). Se trata por tanto de un reconocimiento que, si bien facilita el acceso a unos determinados derechos, implica también la asunción de un orden jerárquico y desigual, y de la autoridad y el poder de quién reconoce (Ranciére, 1998). De la misma manera que ocurriría con el caso de personas en situación de migración, el reconocimiento se construye como un acto de representación en el cual las personas son incorporadas dentro de sistemas formales que garantizan el control sobre su ubicación, movilidad y formas de empleo a cambio de goce de ciertos derechos (Papadopoulos, Stephenson y Tsianos, 2008). En este caso, la ubicación de las víctimas dentro de un orden social consistente con un proyecto estatal concreto al que nos referiremos un poco más adelante: las reparaciones entendidas como políticas de desarrollo y como estrategia de contención de poblaciones. En última instancia, un reconocimiento que viene mediado por la participación de sistemas expertos de registro y gestión de acuerdo a los cuales la víctima es, siempre y cuando el estado así lo certifique. La cuestión, en cualquier caso, es intentar dilucidar como los actores sociales implicados —víctimas y expertos— se posicionan, asumen o cuestionan estos regímenes representacionales. Más concretamente, qué significados adquieren estos certificados para las personas que los producen y para aquellas que los reciben. En el ámbito de los expertos, encontramos de nuevo posturas ambivalentes. Por un lado, funcionarios y funcionarias que definen y significan el proceso de registro, así como sus resultados —materializados en ese certificado de víctimas como último reconocimiento de las violaciones sufridas—, de una manera positiva: “Sabes que cuando diseñamos este proceso de recabar información para poder levantar todos los elementos necesarios, queríamos darle esta connotación de ser un proceso que también ayude a la víctima. La mayoría de la población afectada no ha tenido la atención del estado. El estado los ha tenido por mucho tiempo relegados (…) Entonces 236 el registro tenía que ser, de alguna manera, un proceso reparador para la sociedad, y dentro de ese proceso reparador encontramos esto importante, que se dé un espacio adecuado y dentro de las posibilidades que la víctima pueda, digamos, volcar todo lo que finalmente le pasó y que el estado le escuche (…) El certificado de acreditación es un certificado que nosotros también le hemos puesto que recoge todo eso. Es que es la conclusión digamos de toda su lucha... de todos esos años en que estas mujeres han estado tratando que finalmente le crean su verdad, de lo que le pasó a su esposo, al hijo, al primo, al hermano. Es, digamos, la conclusión.” (Entrevista personal. Funcionario del RUV. Lima, septiembre de 2011) La intención, según este informante, fue la de construir el proceso de registro como un proceso en sí mismo reparador. Como un acercamiento del Estado a las poblaciones afectadas, como un acto de escucha activa. Y el certificado, como un reconocimiento sincero, no sólo a las violaciones sufridas sino también a las luchas impulsadas por las víctimas más allá del abandono institucional y la indiferencia generalizada. Sin embargo, si nos alejamos del ámbito de las intenciones, vemos como el proceso se construye en la práctica de una manera muy distinta. El proceso de registro y de obtención del certificado, como veíamos, no es inmediato, ni tampoco fácil, para la mayoría de las víctimas. Los reclamantes se enfrentan a una serie de “pruebas”: presentación de documentos, declaraciones, evaluaciones, ratificaciones… Pero incluso una vez superadas esas pruebas, toca el momento de la espera. Una espera nuevamente acompañada de desconocimiento, falta de información, racismo institucional, problemas de presupuesto, responsabilidades difusas, cuanto menos. “Y bueno, el desconocimiento en las víctimas es bárbaro… Bárbaro, bárbaro. Había personas que ya tenían el certificado, pero… ese también es otro problema. No se cómo se les entrega el certificado. Parece que van, llegan, le entregan la hoja a la persona y te vas, no les dicen nada. Entonces la persona, para empezar, la mayoría son analfabetas en el castellano, saben el quechua pero no saben el castellano y todo está en el castellano. Entonces, les entregas el papel y la persona no sabe que dice. Y muchas veces son personas de edad que su hijo o su hija tampoco sabe leer muy bien entonces tampoco le sabe hacer entender. Entonces el papel queda ahí, sin ningún significado ni de para qué hacer. Entonces ellas lo único que piensan en su cabecita es, tengo que ir a la oficina hasta Lima, porque tienen en su cabecita que si voy a Lima me van a entender mejor, me van a hacer más caso, me van a dar más información. Allá está todo” [Entrevista personal. Trabajadora de una ONG de derechos humanos. Lima, mayo de 2013] 237 El certificado se convierte, así en una nueva fuente de inteligibilidad del proceso y de la distancia social, política y simbólica entre las poblaciones objeto de estas políticas, el gobierno central y las realidades burocráticas a partir de las cuales ese certificado cobra vida. Y eso, cuando llegan… Si los certificados acaban adquiriendo un verdadero significado, tanto simbólico como práctico, es muchas veces, gracias al trabajo de traducción realizado por esas ONG, líderes de organizaciones de víctimas y personas individuales que poco a poco llenan los vacíos que va dejando la administración. Un trabajo de traducción que hace inteligible lo ininteligible, y que facilita y permite la necesaria comprensión de los derechos asociados con el estatuto ahí reconocido, con las posibilidades que ofrece y con los trámites todavía a la vista. Investigadora: Me comentaban el otro día sobre el tema de los certificados, que hay organizaciones que son ellas las que están haciendo entrega porque el estado no va… Entrevistada: Si… Hay personas y ONG que tienen compromiso y preocupación por el tema. Que dicen, se comunican con el Consejo, y van. Yo he visto a personas individuales de confianza que dicen ya “yo voy a ir a trabajar ahí algo, entonces dame”. Porque están comprometidas en el tema, conocen a las familiares de las organizaciones. “Y dicen, ya dame los certificados y yo voy”. Porque ya, el gobierno no da el presupuesto o no asume el coste y los certificados no llegan…no llegan [Entrevista personal. Trabajadora de una ONG de derechos humanos. Lima, mayo de 2013] Resulta interesante, a este respecto, la manera en la que muchas personas despliegan y movilizan esos mismos certificados de víctima emitidos por el Consejo de Reparaciones en diferentes espacios públicos y actos de protesta, cuando interactúan con los medios de comunicación y con las autoridades. Un certificado que se convierte en símbolo de su validez como interlocutor, de sus derechos y de la legitimidad de sus reclamos. Estos certificados se convirtieren así, para muchas víctimas, en una prueba fundamental de su condición como sujetos de unos derechos que les habían sido históricamente negados. El certificado como sinónimo de derechos y de beneficios económicos, como fuente de legitimidad. Sin embargo, se trata de un fenómeno 238 dual, tal y como nos indica Fassin en su trabajo sobre la producción de certificados médicos en el contexto de las políticas de asilo en Francia. Si bien esos certificados pueden convertirse, en este caso concreto, en la prueba necesaria de las violaciones vividas que daría acceso a ese estatuto de refugiado, o de víctima, en la práctica veremos cómo su eficacia es más bien limitada (Fassin 2012: 117). Imagen 4: Acto de inauguración del espacio "Rosales por la memoria". Lima, Agosto 2012. Foto de la autora 239 6. Jerarquización de sufrimientos y burocratización del sujeto- víctima El hecho de ser víctima de la represión política es significado como aquello que determina la vida y define la propia subjetividad, diferenciando a quienes son (víctimas) de quienes no lo son. La (o las) experiencias represivas son relatadas como el hecho fundante que origina una cadena tan amplia y compleja de acontecimientos que termina produciendo una manera de vivir distinta a la de quienes no han sufrido la violencia. Las expectativas normativas de otros/as y de sí mismo/as son vividas como demandas implacables que determinan sus opciones en diversos ámbitos, y que marcan fuertemente la diferencia entre lo que son y pueden llegar a ser las personas normales, es decir, que no han sufrido la represión política. Se va configurando así la existencia de una categoría social e identitaria, la de víctima de la represión política. Desde la vivencia de un cuerpo dañado por la tortura, la experiencia subjetiva de sus heridas, hasta la de una sociedad marcada por la violencia; las diversas dimensiones de la identidad serían constituidas por las cicatrices dejadas por la violencia. Los discursos del trauma político asumen una esencialidad para la identidad de víctima, y se refieren a la necesidad de rescatar dicha esencia como condición necesaria para la elaboración social del daño. (Piper, 2004) A través de este recorrido por distintos marcos legales, mecanismos y espacios institucionales hemos intentado poner de relieve la primacía de un principio que se presenta de manera transversal a lo largo de todo proceso: el hecho de “ser víctima” y de pretenderse víctima no es suficiente para acceder inmediatamente al reconocimiento y a las posibles “ventajas” que dicho estatuto es susceptible de aportar (Lefranc y Mathieu 2009: 13). Vemos como se hace necesario, para poder ser reconocido como víctima, ser ratificado —médica y judicialmente— como tal, a través de un proceso en el que ley y sus dispositivos adquieren un carácter dual. Por un lado, vemos como el Programa de Reparaciones se convierte en una suerte de herramienta emancipatoria, en una oportunidad histórica para un sector bastante significativo de la población peruana. Son muchos los potenciales beneficios relacionados con la obtención del certificado oficial de víctima emitido por el Consejo de Reparaciones; beneficios que son imaginados, por muchas víctimas, como respuestas a procesos históricos de injusticia social y económica. Ser víctima se convierte en un estatuto que da acceso a nuevas oportunidades en el ámbito económico, laboral, educativo, sanitario y habitacional. Oportunidades, y derechos, 240 hasta el momento negados. Recordemos algunos de los extractos de los testimonios que fueron recogidos en la fase de investigación de la CVR: las víctimas declarantes eran claras al expresar sus expectativas. “Queremos trabajo”, “una computadora”, “alimentos”, “educación”. Estas expectativas y reclamos no han cambiado mucho desde el año 2002, más bien se mantienen muy vivos hasta el día de hoy, inundando las calles en cada nueva marcha o movilización; invadiendo nuestros diarios de campo, uno tras otro. Son los reclamos de las personas con las que hemos podido conversar mientras hacían cola en las oficinas del RUV o de la CMAN; los reclamos también expresados por líderes y lideresas de organizaciones de víctimas y afectados en distintos actos públicos y políticos, entrevistas con investigadores y medios de comunicación. Sin embargo, hemos visto también como el Programa de Reparaciones, y los distintos dispositivos a través de los cuales toma vida y se articula, se habrían convertido a su vez en instrumentos que vehiculizan y pone en acción relaciones de dominación y de poder. Entenderemos dichas relaciones como: un modo de acción que no actúa directa e inmediatamente sobre los otros, sino que actúa sobre su acción. Una acción sobre la acción, sobre acciones eventuales, o actuales, futuras o presentes (…) El ejercicio de poder (…) es un conjunto de acciones sobre acciones posibles: opera sobre el campo de posibilidades adonde viene a inscribirse el comportamiento de sujetos actuantes (Foucault, 2001[1982]: 238). De esta manera podemos hablar del proceso de registro de víctimas como de un catálogo de acciones conducentes a que los agentes sociales se involucren o no en un proyecto de reparación, definiendo y/o excluyendo a quienes se reconozcan licitados o no, imponiendo las condiciones, y dictando la forma de llevarlo a cabo (Devillard, 2015: 903). El candidato a la reparación queda así subordinado a una serie de procesos que le invitan, inevitablemente, a adaptarse a las reglas de juego, viéndose además sometido a los lenguajes y formas de proceder jurídico administrativas que le son, las más de las veces, ajenas. Lo que hasta el momento había sido una asunción “voluntaria” del rol de la víctima dentro del proceso de justicia transicional, y, más específicamente en el proceso de recolección de testimonios y de 241 presentación de los mismos en las audiencias públicas conducidas, se convierte en un paso obligado, al encontrarse los potenciales beneficios y reparaciones contemplados en el PIR sujetos a un proceso previo de clasificación y validación de “pruebas” que atestigüen la veracidad de la violación sufrida. Nos referíamos con anterioridad a lo que algunos autores han definido como un sistema de esclusas para definir e ilustrar los procesos y tecnologías de gestión de lo social que acaban derivando en formas de control selectivo y exclusión/inclusión diferencial de las poblaciones de determinado tipo de derechos. Hemos visto también como este sistema de esclusas pareciera aplicarse al caso específico del acceso a la reparación en el contexto peruano. En primer lugar, por las diferencias claras que se establecen ya desde la casilla de partida. Se crean, desde el inicio, distintas figuras y categorías para determinar quién puede o no puede ser considerado como víctima dentro del programa. Se establecen criterios de exclusión (veíamos el caso de las personas consideradas subversivas, o el de las esterilizaciones forzadas) a la vez que se establecen, también para las víctimas reconocidas como tal, distintas opciones y gradientes de acceso a la reparación. Así, mientras que los familiares de personas desaparecidas o asesinadas, personas torturadas, o personas que hayan sufrido violación sexual, tendrán derecho a recibir la reparación en todas sus modalidades (incluida la compensación económica) no es el caso para, por ejemplo, las personas desplazadas, que sólo podrán acceder a reparaciones en salud, en educación o en vivienda quedando excluidas de la opción económica (véase el gráfico 1 a este respecto). Estas formas de acceso diferencial a la reparación (más para algunos, menos para los otros) se explican, en parte, desde una lente económica. Los recursos para sostener el proyecto de la reparación son limitados. Esta escasez hace necesario limitar las opciones disponibles para un universo de víctimas difícil —si se quiere— de reparar, al menos desde lo estrictamente monetario. Las 242 Gráfico 1. Modalidades de reparación tal y como quedan contempladas en el PIR. Elaboración de la autora. 243 compensaciones económicas, por tanto, serán exclusivas de las modalidades de victimización consideras como más serias o graves. Para todos los demás, tendremos sistemas de reparaciones parciales que, como veremos más adelante, se irán implementando de forma difusa y en muchos casos como meras substituciones o como contrapartidas de programas de desarrollo social y económico más amplios. Se pondrá así de manifiesto la manera en la que los objetivos y el marco internacional de la justicia transicional chocarán, en este caso, con la realidad de un país caracterizado por una agenda económico-política abiertamente neoliberal. En palabras de Ulfe: La consolidación del modelo económico neoliberal antes de la ejecución de cualquier programa de reconstrucción de posguerra limitó de manera efectiva el alcance de dichos programas a una mera “compensación” económica en lugar de ofrecer el reconocimiento y la dignidad más amplias que las víctimas buscaban. Incluso con el cambio de narrativa política sobre la violencia durante la era post Fujimori, la aplicación de políticas de restitución siguieron ancladas en el enfoque neoliberal que, en última instancia, hizo tanto por estratificar y “castigar” a las víctimas como por compensarlas (Ulfe, 2015: 4) La realidad, en cualquier caso, es que serán estas decisiones de corte económico (y político, en tanto serán reflejo y resultado de la escasa prioridad otorgada desde las élites políticas limeñas al proyecto de justicia transicional y a la implementación eficaz de un programa de reparaciones adecuado y comprehensivo con el universo de víctimas que deja la violencia en el país), las que permearán y darán lugar a los marcos y reglamentos que regularán el acceso a los derechos de reparación en sus distintas modalidades, creando distinciones de partida en función del tipo de violación y de la manera en la que se define e interpreta la severidad y el impacto de esa violación en la vida de la persona afectada. No es una pérdida equivalente —al menos en términos cuantitativos— la de una mujer que se queda sin marido teniendo que hacerse cargo ella sola del cuidado de su casa y de sus hijos, que la de una persona que pueda haber sido secuestrada o encarcelada durante años a pesar de su inocencia. Lo que se genera, en última instancia, es una suerte de jerarquía de sufrimientos 244 dentro del colectivo de víctimas que, poco a poco y a través de la aplicación de distintas leyes, decretos y dispositivos, va siendo clasificado, fragmentando y dividido en distintas categorías. Categorías que, no obstante, se presentan como de difícil aplicación cuando uno se acerca a la realidad que deja la violencia, una realidad compleja y llena de matices, donde las distinciones entre quién es víctima y quién es un perpetrador no son siempre tan claras; donde muchas veces las violaciones sufridas no son solo una, sino varias. Las víctimas sin embargo participarán del proceso intentando encajar sus historias y vivencias dentro de las categorías y de los marcos interpretativos que la ley y la norma pone a su disposición. Una víctima disciplinada que recurrirá, uno tras otro, a los distintos espacios abiertos para ella desde la administración. Veremos más adelante el impacto determinante que este proceso de categorización y fragmentación ha tenido en la manera en la que las propias víctimas se articulan para reclamar sus derechos y en la manera en la que esas experiencias de sufrimientos van poco a poco adquiriendo un significado político. Pero no serán estos los únicos mecanismos de diferenciación que se les irán imponiendo a las víctimas. Este sistema de esclusas va tomando forma también a lo largo del propio proceso de registro y calificación. Un proceso lleno de pruebas y obstáculos, más o menos largo y complicado en función de los perfiles étnicos, lingüísticos y sociodemográficos de las víctimas solicitantes; de los capitales sociales y culturales que cada una de ellas maneje; y de las prenociones y juicios de valor de los distintos agentes implicados. Los agentes sociales con mayores capacidades o recursos para participar en la lógica burocrática, o para ajustar sus historias de violencia a las imágenes, narrativas y expectativas que se van gestando a lo largo del proceso, tendrán mayores probabilidades de ser finalmente certificados como víctimas y poder acceder a una o varias de las modalidades de reparación. Las vivencias de estos agentes sociales, su propio acceso a la reparación, decíamos vendrán también marcado por las relaciones que poco a poco irán construyendo con los distintos funcionarios implicados en el proceso. Funcionarios que, en tanto profesionales en una institución, participan también en la construcción de las 245 tipologías de usuarios/reclamantes y de las modalidades de problemáticas sociales y vivencias que allí se plantean. Un trabajo de modelación, definición y categorización que hará que algunos casos sean considerados como más o menos fáciles, que algunos pasen y otros se queden pendientes de una nueva valoración. Trabajos, procesos e interacciones que tienen lugar en un contexto institucional que se presenta como altamente ambivalente, no sólo para la víctima que se acerca a él desde el desconocimiento y la desinformación, desde el miedo, incluso desde el resentimiento y el recelo contra un Estado que todavía es considerado como un agente agresor. También para los propios funcionarios y funcionarias que tendrán que operar en un contexto de marcos normativos cambiantes, de protocolos y lógicas de trabajo ajenas y alejadas a las realidades de las personas con las cuales y “para” las cuales se trabaja. Una ambivalencia que, como veíamos, da lugar a múltiples fricciones, tensiones y ambigüedades, haciendo que se difumine el supuesto carácter reparador que se pretendía dar al propio proceso de registro, calificación y reconocimiento oficial de las víctimas de la violencia política en el país. Un proceso que se convierte en una nueva forma de sometimiento y de control. Es interesante como, en este caso, la gestión social de las diferencias en lo que al acceso a las reparaciones se refiere ya no responde estrictamente a decisiones de corte económico, como si pareciera ocurrir con las distinciones de partida que marca el propio programa en función del tipo de afectación. Este proceso responde a una lógica que pareciera menos evidente, que en algunos casos se torna casi invisible en el momento en el que se naturaliza y deja de ser cuestionada. Nos referimos concretamente a la manera en la que opera la burocracia como mecanismo determinante a la hora de decidir quién tiene acceso a qué derechos y de qué manera. La burocracia, como nos dirán García y Ávila, se construye en un dispositivo de gobierno clave en el control y sujeción de los estratos más bajos —y potencialmente más disruptivos— de la población. En un mecanismo de reproducción (y producción) de desigualdad social, a través de toda una jungla de requisitos de accesos, cortapisas, regulaciones, normativas, interpretaciones subjetivas, desinformaciones, derivaciones, tratos diferenciales, sanciones y un larguísimo 246 etcétera de mecanismos que acaban haciendo del aparto burocrático el lugar en el que se administran determinados derechos sociales básicos (Ávila y Garcia, 2013). Así, junto a este proceso de jerarquización de sufrimientos, de categorización y creación de posiciones de acceso diferencial a los derechos de reparación, lo que nos parece interesante también es destacar como, a través del accionar de estos dispositivos y tecnologías de gobierno, se ponen en marcha también una dinámica de racionalización y burocratización de los sujetos-victima. Se burocratiza una experiencia de sufrimiento en el momento en el que la identidad de la víctima queda reducida, por parte del Estado y de la opinión pública, a la obtención del reconocimiento oficial materializado en ese certificado de víctima, marca y símbolo de la manera en la que los marcos de la justicia transicional van tomando forma en la realidad peruana. Estas formas de reconocimiento de la víctima no serán únicas ni exclusivas sino que caminarán en paralelo a otras muchas formas de reconocimiento de las experiencias de violencia, aquellas que tienen lugar el en el espacio público a través de la interacción con organizaciones de la sociedad civil; a través de la participación activa en espacios de construcción popular de la memoria histórica del país; aquellas que tienen lugar en el ámbito de lo familiar o comunitario, muchas veces tomando forma justamente a través del olvido y el silenciamiento. Sin embargo, si serán determinantes a la hora de plantearnos la manera en la que poco a poco se van construyendo una suerte de identidad-víctima en el país. En tanto se construye como la única alternativa posible para la reparación (exceptuando, por supuesto, la vía judicial), ser víctima —en tanto se es para los otros— significará, en este contexto concreto, someterse inevitablemente a ese sistema de registro, clasificación y racionalización burocrática. Como nos dirá Ponet, lo que se activa es un proceso mediante el cual: (…) se institucionaliza la vida del individuo y su experiencia traumática a la vez que se pone en marcha un proceso de interiorización e incorporación de determinadas maneras de hablar de ella: determinadas formas de nombrar dicha experiencia, sus consecuencias y los derechos asociados a la misma (2009: 82) 247 *********** Es posible que el análisis que hemos planteado a lo largo de estas páginas pueda resultarle al lector extrañamente coherente. Como una visión excesivamente monolítica que toma a las víctimas como un grupo amplio, sí, pero a la vez difuso, sometido a un aparataje legal y administrativo que se le impone dejándole sin alternativas. No es nuestra intención negar la heterogeneidad existente dentro del colectivo de víctimas, ni tampoco su capacidad de acción y de toma de decisión. La víctima, como nos recuerdan Ulfe, Malaga y Rios, no constituye una masa homogénea de sujetos sociales, sino al contrario, un conjunto de grupos diversos con, como veremos más adelante, intenciones y agenda definidas y específicas (Ulfe et al, 2013). Son múltiples las formas en las que la víctima incorpora estos discursos, dinámicas y formas de representación. Sin embargo, nuestro objetivo ha sido demostrar cómo, a pesar de estas diferencias, las alternativas que el proceso de reparaciones deja para el ejercicio de la autonomía son más bien limitadas. En este caso, la decisión de la aceptación o el rechazo de la reparación y de actuar de acuerdo a las posiciones que el propio proceso abre: la de una víctima pobre, pasiva y sufriente. Es así también como nos planteamos la importancia de analizar las formas de subjetivación que activa este proceso, las diferentes formas a partir de los cuales los sujetos interpretan estas experiencias y recogen todas estas categorías que se les van haciendo disponibles, y la manera en la que hacen uso de las mismas dentro del juego social, atendiendo a las particularidades que ofrece el caso peruano y a las diferencias observadas en las formas de organización, repertorios de acción y registros discursivos desplegados desde las diferentes organizaciones de víctimas y afectados que operan en ámbitos tanto locales, como regionales y nacionales. Siguiendo la definición propuesta por Butler, entenderemos que la subjetivación política consiste precisamente en la dependencia fundamental de un discurso que nunca se elige pero que, paradójicamente, inicia y sostiene nuestra agencia y significa el proceso de ser subordinado por el poder, así como el proceso de constitución como sujetos (Butler, 1997: 2). Una subjetivación política que se 248 produce en una doble operación en la que el juego de reglas es impuesto, a través del campo de la justicia transicional y de sus representaciones, y que a la vez es apropiado o incluso subvertido (Fassin, 2008: 554). Demos paso, pues, a este análisis, a través del trabajo etnográfico realizado con las principales organizaciones de víctimas y afectados en el país. Pero detengámonos primero, al menos brevemente, a analizar cómo las reparaciones, una vez superados los obstáculos de los registros y las certificaciones, estarían tomando forma en la práctica. 249 PARTE 3.2. “¡QUEREMOS REPARACIÓN, NO DISCRMINACIÓN!” LAS REPARACIONES EN LA PRÁCTICA 250 251 1. Y una vez registrados… Breves notas de campo Estamos a principios de octubre de 2013 y nos dirigimos a Huaycan, un cerro en las afueras de Lima donde vive un alto porcentaje de personas y comunidades que fueron forzosamente desplazadas durante los años de la violencia. Voy acompañando a varios integrantes de la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política (CONAVIP). Me han invitado a participar en lo que ellos mismos definen como un día “para bajar a las bases” y encontrarse con diferentes miembros de organizaciones más pequeñas que forman parte de esta organización “paraguas”. Según llegamos a Huaycan, después de más de dos horas de ruta y tres cambios de “combi”, nos dan la bienvenida las mujeres y “mamitas” de Mama Quilla, una asociación de familias desplazadas víctimas del conflicto armado interno, asentada en esta zona y liderada por mujeres quechua hablantes, en su mayoría provenientes de los departamentos de Ayacucho, Huancavelica, Apurimac y Huancayo. Las mujeres de Mama Quilla se han hecho “famosas” en los círculos de los derechos humanos por sus arpilleras, trabajos textiles a través de los cuales han ido creando sus propias narrativas sobre el conflicto y sus experiencias de violencia y desplazamiento, en un intento por participar activamente del trabajo de preservación de la memoria colectiva de sus comunidades. Nos reciben en su pequeño taller y nos ofrecen refrescos y un pequeño “piqueo”. Tras la primera ronda de saludos y bienvenida, se da paso a la labor que allí nos ha convocado: la de facilitar un espacio para que personas de la comunidad puedan lanzar sus preguntas y compartir con sus líderes sus preocupaciones más urgentes. Lidia fue la primera en compartir su experiencia aquel día. Originaria de una pequeña comunidad de la sierra ayacuchana, tuvo que abandonar su hogar y viajar a Lima en 1988 después de que las tropas de Sendero Luminoso mataran a sus padres. Acompañada de sus seis hermanos y hermanas pequeñas, finalmente consigue llegar a Huaycan donde se unió a otras personas de su comunidad que también se vieron forzadas a viajar a la capital huyendo del contexto de violencia indiscriminada que poco a poco había ido tomando las zonas del interior del país. En el momento en el 252 Imagen 5. Arpillera titulada “La violencia en nuestras comunidades de origen”. Extraída del blog de la asociación: http://mamaquillahuaycan.blogspot.com.es/ que hablaba, Lidia era una de las 30.000 víctimas registradas que ya se había beneficiado de la reparación económica. Como veíamos, tal y como se establece a través del Decreto Supremo 051-2011-PCM, la reparación económica individual asciende a 10.000 soles (unos 2.500 euros) a ser repartidos en un único pago a víctimas de violación sexual, víctimas de tortura con discapacidad, familiares de personas asesinadas y desaparecidas. En estos dos últimos casos, esta cantidad ha de ser dividida entre los diferentes miembros de la familia: 50% para la esposa o esposo, y el otro 50% a repartir entre el resto de la familia, ya sean hijos, hijas o padres de la víctima. Una vez aplicada esta forma de distribución de la reparación individual, a Lidia le correspondieron unos 1.500 soles (400 euros) por la muerte de su padre. Como puede resultar obvio, no se sentía ni reparada ni satisfecha, más bien indignada. Nos contó, con lágrimas en los ojos, como consideraba esta cantidad “un insulto a su sufrimiento”, un símbolo más de la constante discriminación a la que las víctimas del conflicto armado peruano se han visto y se siguen viendo sometidas 10 años después de la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Sólo había sido compensada por la muerte de su padre y no estaba http://mamaquillahuaycan.blogspot.com.es/ 253 todavía claro si iba a ser finalmente compensada también por la muerte de su madre o por la pérdida de su casa y de todas sus pertenencias, las cuales por supuesto no pudo portar consigo cuando tuvo que abandonar su hogar una fría noche de 1988 con sus seis hermanos y hermanas de la mano. Entre las participantes allí presentes había muchos otros casos como el de Lidia. Rocío, por ejemplo, no había podido registrarse todavía como víctima ya que su caso aún estaba pendiente de confirmación después de cerca de 11 meses. Una vez se abrió el proceso de registro, tuvo que viajar de vuelta a su comunidad para solicitar documentos a diferentes autoridades locales que pudieran probar la violación alegada. Su caso seguía “en espera”. Otros que ya habían conseguido superar el proceso de registro y ser finalmente certificadas como víctimas no tenían ni siquiera claro cuáles eran los beneficios asociados con el reconocimiento de esa condición. Según fueron surgiendo distintas dudas y preguntas, los miembros de CONAVIP tuvieran que explicar de forma clara y detallada la manera en que ese certificado se materializaba en la práctica en diferentes modalidades de reparación, desde las becas de estudios para sus hijos e hijas hasta la atención básica en salud. Las conversaciones, las rondas de preguntas y respuestas, se alargaron durante más de tres horas hasta que llegó el momento de regresar a Lima. En el viaje de vuelta uno de los representantes de CONAVIP me comentó lo agotador que se estaba volviendo para él tener que afrontar ese tipo de situaciones. Se hacía duro no sólo oír las historias de violencia y sufrimiento de las personas sino también y sobre todo ver la manera en la que poco a poco iban perdiendo fe en el proceso. *********** A través de esta experiencia lo que hemos pretendido es ejemplificar las múltiples fricciones, sociales, políticas económicas e institucionales que han pasado a caracterizar el proceso de justicia transicional en Perú desde la entrega del Informe 254 Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Aunque nuestro interés se encuentra enfocado en el tema específico de las reparaciones, encontramos tensiones similares cuando las víctimas discuten y nos hablan de las dinámicas y resultados de los procesos de justicia transicional en materias como la judicialización de casos o en relación a la búsqueda de los cuerpos de personas desaparecidas. Encontramos referencias constantes a problemáticas y dificultades vinculadas al rechazo de documentos en las distintas oficinas de registro, a sentimientos de vergüenza y humillación ante compensaciones económicas irrisorias, desinformación y retrasos constantes a lo largo de todo el proceso y, sobre todo, y de manera generalizada, sensaciones de abandono institucional y discriminación social. Tristemente, el caso de las mujeres de Huaycan no es una excepción sino más bien lo común entre las muchas víctimas y personas afectadas con las que hemos tenido la oportunidad de hablar, tanto en Lima como en comunidades de Ayacucho. Revisando diferentes cuadernos de campo, encontramos casos de jóvenes certificados como víctimas que, sin embargo, no han podido acceder a los sistemas de becas escolares al no cumplir todos los requisitos establecidos por el programa; conflictos familiares intergeneracionales derivados del sistema de reparto de las reparaciones económicas; mujeres ancianas que no han podido hacer efectivo el cobro de su reparación económica al no tener cuenta en el Banco de la Nación. Veamos detenidamente las lógicas a las que responde cada uno de estos casos. 255 2. “¿Cuánto vale mi muerto?” El decreto 051 y la batalla por las reparaciones económicas Hacíamos referencia en apartados anteriores al impacto determinante que habría tenido el Decreto 051-2011-PCM sobre el sistema de reparaciones económicas. Emitido a finales del segundo mandato de Alán García (2006-2011), este decreto establecía, entre otras cosas, la “conclusión del período de determinación e identificación de los beneficiarios del programa de reparaciones económicas” con fecha 31 de diciembre de 2011, así como el monto final de la reparación económica en 10.000 soles (unos 2.500 euros). Tal y como señalábamos, en el caso de los familiares de personas asesinadas o desaparecidas, esa cuantía deberá ser distribuida de la siguiente manera: 50% para el cónyuge o concubino sobreviviente y el otro 50% a partes iguales entre el resto de familiares directos (hijos/as, padres cuando corresponda). Como veíamos también, se trata de un decreto que ha sido altamente cuestionado por las distintas organizaciones de derechos humanos en el país, por las organizaciones de afectados y por las propias víctimas. Pero no sólo por la cuantía que establece sino también por el propio proceso que dio lugar al Decreto: “¿Cómo llegamos a este decreto supremo? En enero de 2011, CMAN lo que hace es encargar a una comisión. Porque la norma le dice “¿cómo vas a determinar el monto de la reparación?” Tienes que crear una comisión integrada por Ministerio de Economía, por la propia CMAN y por el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social. Le dice, “tú vas a crear esta comisión y esta comisión va a elaborar un informe técnico que va a decir cuál va a ser el monto”. Esta comisión es de tres nada más. Y esta comisión produjo un informe en el que te daba 3 alternativas: si no recuerdo mal te daba montos de 7.000 soles, 10.000 soles y de 20.000 soles. Varias alternativas. Fue cuestionado este informe técnico porque no fue muy técnico. Fue como muy… no recogía componentes de reparación sino más bien de cómo se estaban trabajando otros programas de pobreza. Cosas medio complicadas ¿no? No dio tiempo a revisarlo bien, a trabajarlo, a que la sociedad civil participe, aporte. En lo que se discutía este informe técnico y se presentaba al pleno de CMAN, CMAN dijo “tenemos que revisar bien ese informe, veamos…tal tal tal…” Pero en junio sale este decreto, sorprendiendo a todos. Tomando como base este informe técnico. Formalmente, se había cumplido con el informe técnico que te daba tres opciones; cogieron una, no sabemos con qué criterio, y sacan el decreto supremo. Esto fue ya una decisión política, no tanto una decisión técnica. Dijeron “ya, queremos empezar con las reparaciones”. ¿Por qué? Porque en julio de 2011 había cambio de 256 gobierno. Entonces, entiendo yo…cual fue la necesidad. Este gobierno saliente tiene que empezar las reparaciones económicas. Tenemos que comenzar, poner la primera piedra en las reparaciones económicas. Por eso la prisa” (Entrevista a personal de alto cargo dentro de la Secretaría Técnica del Consejo de Reparaciones. Lima, mayo 2013). Como nos dice la entrevistada las decisiones, nuevamente, no fueron de corte técnico sino político. La “prisa política” marcó el proceso que se caracterizó por la ausencia de participación y consulta directa a las personas afectadas, representadas a través de sus organizaciones. Investigadora: Y no había habido tampoco consulta a ese nivel ¿no? Entrevistada: No, no. O sea, sí. Hicieron un trabajo de talleres, una cosa así… convocaron a algunas personas, pero lo que nos comentaron fue que en estos talleres lo que se hizo fue preguntar a la gente ¿y en qué vas a gastar la plata? ¿Para qué quieres tú la reparación? Cosas poco…poco técnicas ¿no? Digamos, se hicieron talleres de este tipo. A ver, te paso una encuesta, pero…nada muy sistemático, nada muy consultivo. No es que te convoco para juntos construir una propuesta (Entrevista a personal de alto cargo dentro de la Secretaría Técnica del Consejo de Reparaciones. Lima, mayo 2013). Un decreto que, adornado de tecnicidad, sale a espaldas de las víctimas y de las organizaciones de la sociedad civil. Pocas semanas después se produce un cambio de gobierno y un cambio al interior de las instituciones. En agosto de 2011 Isabel Coral es nombrada nueva Secretaria Ejecutiva de la CMAN. Socióloga de formación, Isabel Coral es considera por las organizaciones como una persona “cercana a las víctimas”. Antes de asumir este cargo político, trabajó durante años como directora de la ONG Centro de Promoción y Desarrollo Poblacional (CEPRODEP), organización que acompañó casos de desapariciones forzadas hasta finales de los 90. Fue también asesora de la CVR en materia de reparaciones. El decreto entra en vigor a la par que se abre un nuevo espacio de oportunidad para poder modificar ese decreto y poder introducir cambios significativos en el modelo 257 de gestión de las reparaciones. Con la entrada de Isabel Coral se convocan nuevas mesas de consulta con líderes de organizaciones de víctimas y familiares para revisar el decreto y diseñar una propuesta de modificatoria. De acuerdo a la información recogida a través de distintas entrevistas, pareciera que estas reuniones tampoco estuvieron caracterizadas por el consenso. El reclamo de las víctimas era de 100.000 soles (unos 20.500 euros). A pesar de las buenas voluntades en la nueva dirección de la CMAN este monto se considera como poco realista, dada la escasez de recursos y lo ajustado del presupuesto que se estaba heredando de mandatos anteriores. Tras largas discusiones, se llega al acuerdo equivalente a 10 Unidades Impositivas Tributarias (UITS) por víctima, más o menos unos 36.000 soles (unos 7.400 euros). Una vez llegados a este acuerdo, se presenta desde la CMAN una propuesta a la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) que recogía este nuevo monto, así como otras medidas y peticiones, entre ellas, que se deje sin efecto el cierre del registro para víctimas con opción a la reparación económica. Estamos a diciembre del 2011 y se vuelven a suceder cambios en el escenario político peruano. Salomón Lerner (sí, el mismo que actuó como presidente de la CVR) abandona su cargo como presidente del Consejo de Ministros, tras un mandato muy breve de apenas 5 meses. Con la salida de Lerner se producen también cambios inevitables en su gabinete. Isabel Coral abandona también la Secretaría de la CMAN. El proceso de modificatoria quedó paralizado, al no ser un tema prioritario dentro de la agenda del nuevo Premier, Óscar Valdés. La prioridad a partir de ese momento es ejecutar el presupuesto ya aprobado para las reparaciones (unos 100 millones de soles) de acuerdo con los criterios marcados por este decreto y por decretos anteriores. La sensación dentro del colectivo de víctimas es de una vuelta a empezar. Tal y como nos decía una antigua lideresa de una organización de afectados a nivel nacional: “Cada vez que tu negocias, viene un… Cambian de ministro y vuelves a negociar de cero. Se va el ministro, llega el nuevo y te dice “no se ¿qué es?” “No entiendo”. O sea, no sabes de verdad... Entonces, otra vez a comenzar de cero” (Entrevista personal. Mujer de unos 60 años. Lima, septiembre de 2013) 258 Cabe mencionar que sí se sucedieron ciertos movimientos. A la propuesta de modificatoria que se presenta formalmente ante la PCM hay una respuesta por parte del Ministerio de Economía señalando algunas observaciones. Principalmente, la ausencia de un “sustento técnico”, y de un análisis detallado en términos de coste beneficio para aumentar el monto de los 10.000 soles a las 10 UITs. La pelota vuelve a estar sobre el tejado de las víctimas. Entre idas y venidas, reuniones con organizaciones y servicios de consultoría varios, se prepara un nuevo informe técnico, en este caso con un análisis de coste-beneficio detallado defendiendo la opción de incrementar el monto. Entre los principales argumentos destacará, por un lado, la posibilidad de que el estado peruano se exponga a potenciales demandas internacionales ante organismos supranacionales, como la Corte Interamericana, si no responde a su deber de reparación con un monto digno. Si fuera el caso, y el estado empezara a recibir más y más demandas, la suma total que tendría que afrontar sería mucho mayor. Por otro lado, se recurrirá a establecer comparaciones con reparaciones otorgadas al margen del Programa Integral de Reparaciones. Véase, los 39.000 soles que el estado peruano otorgó de manera excepcional y antes de que se abriera el proceso de la CVR a los ronderos, personas que formaron parte de los Comités de Autodefensa. Una indemnización que se dio como reconocimientos por participar en la “lucha contra la subversión”. Pareciera, en este caso, como si los héroes merecieran más que las víctimas. Como si unos muertos valieran más que otros. Y es por este motivo por el que se plantea al menos una reparación similar para el caso de las víctimas civiles. Como nos comentaba una entrevistada al hablar sobre este proceso, lo que pedía era por lo menos que fueran “tratados de igual manera”. Las desigualdades en el acceso a los derechos de reparación, y el trato discriminatorio, vuelven a convertirse en el eje vector del proceso y en la percepción generalizada para muchas de las personas vinculadas con el movimiento de víctimas y afectados. 259 “Claro, es que se juegan otros intereses pues. Y qué tipo de gente... la gran mayoría de los 70.000 ¿quiénes son? No son la élite. En Argentina fue otro, en Chile fue otro. En cambio acá, fue la gente de la zona andina, de la selva, del interior del país, quechua hablantes. No les importa... Es otra categoría. Y como es otra categoría, 10.000 soles es bastante (…) Con esto nos dicen “¿saben qué? Ustedes no valen nada”. Esa es la valorización que tienen. La desigualdad es abismal acá en el país… Es abismal.” (Entrevista personal con una de las fundadoras de CONAVIP. Esposa de desaparecido. Mujer de unos 55 años. Lima, septiembre de 2011) A diciembre del año 2013 se consigue que se apruebe finalmente una modificatoria al decreto 051. Una modificatoria que se limitó a abordar el tema de los criterios de priorización para el pago de las reparaciones, tal y como se presentaba en la disposición complementaría final del decreto. El criterio que se había establecido, priorizando el cobro en función de la edad de la persona (65 años o más para cónyuges de personas muertas o desaparecidas, 80 años o más para padres y 65 años o más para personas víctima de violación sexual o discapacidad) se elimina quedando como único elemento para la priorización en los pagos la fecha del evento. Así, se dio respuesta única y exclusivamente a una cuestión que no implicaba ni amplias decisiones a nivel político ni tampoco la destinación de mayores recursos económicos para el programa. Se abordó el tema que presentaba menor dificultad, sorteando los reclamos de las víctimas y zanjando de alguna manera el proceso de consulta que se había abierto. La voluntad política, y económica, de hacer de las reparaciones un proceso verdaderamente reparador, de dignificación y reconocimiento a las víctimas, vuelve a brillar por su ausencia. No es de extrañar que se conozca y defina popularmente al decreto 051 como el “decreto de la vergüenza”. Dejando al margen las discusiones de corte político y económico, podemos rastrear también el impacto de la entrada en vigor de este decreto a niveles más micro. Las formas de división de los pagos entre familiares (cónyuges, hijos y padres) se convertirán, de manera recurrente, en una fuente más de confusión a lo largo del proceso (quién cobra qué), incluso de potenciales conflictos intra-familiares. Recogemos a modo ilustrativo, una conversación que pudimos presenciar entre 260 familiares de una persona desaparecida y el representante de una ONG que ofrece servicios de asistencia a víctimas en relación a sus derechos de verdad, justicia y reparación. Representante ONG: Me comentaste que estabas teniendo problemas con tu abuelita. Usuaria: Sí, con la abuelita… Ha pasado bastante, porque el certificado que yo tenía de ella, de mi abuelita, no lo entregue. Pero como mi tío… tengo dos tíos. Pero este… él es así flojito, no le gusta trabajar. Así que pensando en eso dije “mi tío si lo va a recoger se va a gastar toda la plata”. Así que mejor nosotras mismas lo recogimos y se lo compramos su carro, sus cositas que le falten. Y se lo damos a ella. Pero no fue como habíamos pensado. ¿Y mi tío que había hecho? le dio el número… todo, todo. Y mi tío le ha entregado todo el papelito. Mi tío se había ido a la oficina y había hecho la denuncia y que se yo… y había sacado el duplicado. Representante ONG: El duplicado del certificado para la abuelita… Usuaria: Ajá, para la abuelita. Diciendo que mis sobrinas no me quieren entregar. Pero nosotras no somos de eso, somos así conscientes ¿no? Porque yo sé que es su madre. Y de ahí paso un tiempo y yo vengo y le digo, ¿sabes tío? Así tu mamá no tiene derecho a recibir. “A seguro”, me dijo. Y de ahí como no le había entregado el certificado mi tío estaba molesto. Y al poco tiempo me enteré que la había sacado y la había llevado a sacar la plata. Y así ha sido. Y yo he viajado a Hualla para hacer papeleos y he entregado todo… Y el gastito, así, si tiene voluntad. Para el pasaje al menos, porque mi mamá ni ha recibido. Aunque sea que se reconozca a ella. Pero mi tío dijo “no, de eso que se hubiera encargado el estado. Ustedes no tienen que ver nada porque es inútil”. Y así nos dijo y así se quedó en nada. Pero mi abuelita también se empezó a amargar y me dice “para que tienes que hablar tú”. Esto es de mi hijo, por esto y por lo otro…. Representante ONG: Ya, ¿pero lo real entonces es que cobró tu abuelita y cobraron ustedes? Y tú mamá no. Usuaria: Si… Representante ONG: Yo te explique por teléfono. Para empezar, es un problema que a tu abuelita le hayan dado porque en este caso está la esposa, es tu mamá. Pero ustedes vieron cuando fuimos al registro que tu mamá estaba como huérfana, no estaba como viuda. Entonces la señora nos dijo que iba a cambiar esa certificación. Que en su certificado que salía como huérfana que le iba a poner como viuda porque era como más le iba a beneficiar. ¿Por qué cuantos hermanos son tu mamá? Usuaria: Son tres hermanas también. Representante ONG: ¿Y las tres tienen el certificado? Usuaria: Si Representante ONG: Entonces ahí hay un problema. En el sentido de porque no reconocieron a tu mamá como viuda y si a tu abuelita. La verdad es que tu papá ya 261 tenía su pareja, tenía sus hijos y al final según las reparaciones es ya para la familia del señor. Ya la abuelita, lamentablemente ya no entraba en el tema de reparación. Pero, son 10.000 soles por familia. Entonces a tu abuelita le ha tocado 5.000 soles. Usuaria: No, 2.500 cada uno. 2.500 entre cuatro. Por igual. Igualitos. Representante ONG: Ah, ya. 10.000 entre las hijas y la mamá. Ya. Si no hubiera ocurrido eso lo que hubiera pasado es que a tu mamá le hubiera tocado 5.000 y de los 5.000 que quedaban se lo hubieran repartido ustedes entre tres. Eso hubiera sido lo real. Les hubiera tocado a ustedes 1.700 y algo. Ahora no ha pasado eso. Ha pasado todo lo contrario. Entonces… ¿Tu abuelita está viva todavía por parte de tu mamá? Usuaria: No, ya no. Representante ONG: Ya falleció. Ya, entonces lo que va a pasar ahora… Y es un poquito difícil de entender. ¿De qué año es tu abuelito? ¿Qué fue asesinado o desaparecido? Usuaria: Mi abuelito se queda en el… 88. Representante ONG: ¿Desaparecido, entonces? Usuaria: No. Este es que ha venido de la sierra. Como él era alcalde de gobierno de mi pueblo, el vino a pedir apoyo a Lima, diciendo apóyanos porque estaba en la lista de los terroristas. Pero en Huanca le estaban esperando y se fueron por allá para matarlo (…) Representante ONG: ¿Y él está entonces desaparecido? Usuaria: Si, desparecido. Representante ONG: ¿Y tu papá también está desaparecido? Usuaria: También desaparecido. Así no, no hemos visto ni su cuerpo ni nada. Representante ONG: Ya. Entonces lo que va a pasar ahora es que como… Del 88 es tu abuelito. Ahorita salió una lista ya pues de los hijos que como ustedes ya han cobrado. Esa lista va a salir, no va a salir pues… Va a ir por partes. Cada 4 años. Ahorita lo que ha salido es del 80 al 84. Todos los casos de asesinato, violación, desaparición. Todos esos años sale en la lista. La otra lista que iba a salir ahora en noviembre, pero parece que ya se retrasa para el otro año. Pero no sabemos nada, no nos dicen nada. Esa lista cuando salga será de julio del 84 a julio del 88. Entonces y en esa lista debería de salir tu mamá como huérfana. Ya. Y lo que va a pasar ahí es que 10.000 se tienen que dividir entre 3. Porque son tres hermanas. Les va a tocar 3.300 y algo. Eso es lo que le va a tocar a tu mamá. Eso debería tocarle. Pero ustedes tienen que estar al tanto de que le toque eso, porque están habiendo casos donde están dándole menos. De repente… Ya, ¿Qué hubiera pasado si tu mamá no hubiera estado como huérfana sino cómo viuda? Lo que hubiera pasado es que a tu mamá le iban a dar 5.000 y ustedes se tendrían que dividir 5.000 entre tres. Porque yo estoy seguro de que… La abuelita no debería de haber entrado en la repartija. Las mamás ya no…. Entonces, por eso te digo. Si las cosas se hubieran hecho como dicen las leyes era como les decía. 262 Vemos a través de este ejemplo el tipo de situaciones que estarían generando las formas de gestión del pago de las reparaciones. No es sólo el conflicto que surge en la familia, cuando unos cobran, en nombre de otros, dinero que se considera no les corresponde. Cuando se cuestiona el uso que unos y otros pueden hacer de un dinero que se entiende como compartido. Es también la propia dificultad del proceso, lo enrevesado de los criterios establecidos; es incluso difícil para el representante de la ONG saber exactamente cuáles son los montos y lo que le corresponde a cada persona cuando ha de enfrentarse a situaciones familiares tan complejas con esta, con varios muertos y varias personas con derecho a reparación. Padres, madres, abuelitas, hijas, cónyuges, excónyuges… Y si a esto sumamos encima los errores cometidos por la propia administración lo que tenemos es una situación donde la reparación pareciera se convierte en cualquier cosa menos en una reparación. Lamentablemente, el cobro de las reparaciones económicas no solo se ha convertido en una fuente de conflictos dentro del ámbito familiar, también en el comunitario. Hemos hablado con anterioridad de los listados que va emitiendo la CMAN una vez va recibiendo la información de las víctimas que han sido registradas por el Consejo de Reparaciones. En esos listados, y teniendo en cuenta el criterio de priorización en función del año de la violación, se van publicando los nombres y apellidos de las personas que poco a poco han ido siendo seleccionadas para cobrar su reparación. Estos listados se convierten así en uno de los principales canales de comunicación entre la CMAN y las víctimas y familiares. Y también en un elemento de carácter público. Se trata de listados que son publicados por la CMAN a través de distintos medios, desde el propio Boletín Oficial del Estado (El Peruano) hasta los tablones de anuncios existentes en las oficinas de las distintas municipalidades. Quién es víctima y quién no lo es acaba siendo, de esta manera, en una información abierta a todos y todas. Los principios de confidencialidad y anonimato que primaron durante la recogida de testimonios llevada a cabo por la CVR pareciera que deja de ser pertinente en esta fase del proceso. Al preguntar por estos listados, por su carácter público, encontramos dos tipos de respuestas en los distintos agentes con los que conversamos. Por un lado, la 263 dificultad de establecer comunicación directa con todas las personas certificadas hace necesario que se desarrollen mecanismos de comunicación indirecta. Estos listados, inevitablemente y por exigencias del propio proceso, tienen que hacerse públicos. Se considera que es la única manera de garantizar que la información llegue efectivamente a sus destinatarios a lo largo y ancho del país, sobre todo en las zonas más alejadas donde las nuevas tecnologías distan de ser una realidad compartida. Pero además de esto, nos comentarán, su carácter público es necesario para dar solidez al sistema de impugnación de solicitudes en el RUV. ¿A qué nos referimos con esto de las impugnaciones? A través del Artículo 36 del Reglamento de Inscripciones del RUV, se establece que cualquier ciudadano o ciudadana pueda oponerse a la inscripción de una persona o comunidad en el Registro, antes o después de aprobarse ésta. Esta oposición tomará la forma de una impugnación. La persona que presente dicha impugnación tendrá que facilitar pruebas al Registro que demuestren los motivos por los que se opone a la inscripción de esa otra persona como víctima. Bien porque no sea cierta la violación relatada o bien porque dicha persona haya estado, de alguna manera, relacionada con los grupos subversivos. La necesidad de garantizar la exclusión de supuestos “terroristas” de todo el proceso de reparaciones, ante las presiones constantes esgrimidas desde los grupos mediáticos y políticos cercanos a los gobiernos de Fujimori y García, hará que mecanismos como este tengan que ponerse en marcha. El Consejo de Reparaciones tendrá que defender, una y otra vez, la rigurosidad y transparencia de su trabajo. Recogemos, a modo ilustrativo, un comunicado emitido por el mismo consejo en septiembre de 2012 bajo el nombre “Consejo de Reparaciones aclara que no inscribe a terroristas” (Imagen 6). Sin entrar a indagar mucho más en los motivos políticos que habrían llevado a la puesta en marcha de este sistema de impugnaciones de solicitudes, lo que nos interesa es destacar el tipo de dinámicas que dicho sistema habría generado al interior de las comunidades afectadas por el conflicto. Ser o no ser víctima es algo que, a través de este sistema, puede ser nuevamente puesto en cuestión. Ya no por 264 Imagen 6. Comunicado oficial del RUV. Extraído de su web institucional. 265 parte del Estado sino por parte de los propios vecinos, vecinas y conciudadanos. Si bien pareciera, de acuerdo con las estadísticas que maneja el Consejo, que no son muchos las solicitudes de impugnación, lo importante es tener en cuenta el tipo de conflictos que dicho sistema podría favorecer. Sobre todo, en contextos locales que, como veíamos, se caracterizan todavía hoy en día por la existencia de barreras extremadamente borrosas entre las víctimas y sus perpetradores. Y junto a estos conflictos y problemáticas, la frustración como cara y bandera del proceso. Pareciera que las trabas se suman una detrás de la otra. Incluso el propio cobro de la reparación, una vez uno ha conseguido registrarse, informarse, ser certificado, se convierte en un nuevo obstáculo. El sistema de gestión de los pagos, tramitados a través del Banco de la Nación, obliga a las víctimas a cobrar sus reparaciones a través de esta institución, siendo necesario tener una cuenta abierta donde se pueda depositar la suma correspondiente en cada caso. Recordemos el perfil de la víctima que nos deja las investigaciones realizadas por la CVR. Imaginémonos a cientos (miles) de mujeres ancianas, campesinas, quechua hablantes, muchas de ellas incapaces de leer o escribir en castellano. Serán los hijos los que jugarán aquí el papel de traductores, no sólo de un idioma escrito que desconocen sino también de una lógica bancaria y administrativa que les es totalmente ajena. Un requisito más que alarga y dificultará nuevamente el proceso. Frustración también entre aquellas víctimas que, dada la fecha de cierre que establece el Decreto 051 a diciembre del 2011, se quedarán directamente sin poder acceder a su derecho de reparación. Investigadora: Y, cuándo le decís a la gente que está recién llegada, que recién se enteró, que ha perdido ese derecho a la reparación económica, ¿qué reacción tienen? Entrevistada: Hay diversas reacciones del público. Una de ellas es, bueno, el rostro que definitivamente evidencia la decepción, el “pucha, se me escapó la oportunidad”. En otros casos, lloran de la propia impotencia. Tienen todavía esta impotencia… En otras te dicen, “bueno, si ya no hay reparaciones económicas ¿para qué entonces hacer este proceso?”. De alguna manera, ahí se les trata de indicar que bueno, efectivamente la reparación económica es importante, pero que también que lo vean como la oportunidad que ellos tienen bajo este proceso de poder decir su verdad, de poder decir la verdad y a partir de eso poder tener el 266 reconocimiento del estado peruano para que también ellos, de alguna manera, sientan un mínimo de justicia que, por algún lado, este proceso les otorga. El hecho digamos de ser reconocido como víctima eso ya, para ellos, para tantos años que viene luchando, que viene denunciado a diferentes instituciones, diferentes organismos y que sientan que se les cierran las puertas, que se les cierran las puertas. Esta es la oportunidad que ellos tienen de que es el propio estado… y porque tienen ese derecho que no hay que perder de vista. Lo importante de este proceso, el derecho que les otorga a ellos. Hay algunos que acceden y logran dejar digamos… y porque también se les da a conocer “bueno, no es solamente la reparación económica, hay también otros beneficios” (Entrevista a personal de la Secretaría Técnica del Consejo de Reparaciones. Lima, mayo de 2013) Veamos a continuación a que otros beneficios se refiere esta entrevistada. 267 3. Las reparaciones como políticas de desarrollo: el caso de las reparaciones colectivas y de las reparaciones en salud y educación. Como veíamos en apartados anteriores, uno de los componentes incluidos en el Programa Integral de Reparaciones (PIR) era el de la reparación colectiva para comunidades y/o colectivos sociales especialmente afectados por la violencia política. Dicho programa de reparaciones se define con el objetivo de: “contribuir a la reconstrucción y consolidación de la institucionalidad colectiva de las comunidades, asentamientos humanos y otros centros poblados que como consecuencia del período de violencia perdieron parcial o totalmente su infraestructura social y física, y compensar la descapitalización sufrida por poblaciones enteras, poniendo a su alcance recursos técnicos y de capital para su reconstrucción integral” (CVR, 2003). Se considerarán como beneficiarios de dicho plan (y por tanto como víctimas colectivas a nivel de su registro): • a las comunidades campesinas, comunidades nativas y otros centros poblados afectados por el conflicto armado; • a los grupos organizados de desplazados no retornantes provenientes de las comunidades afectadas, en sus lugares de inserción. Entre las propuestas realizadas por la propia CVR, se definieron como posibles acciones a desarrollar en materia de reparaciones colectivas: la recuperación y reconstrucción de infraestructura productiva; la recuperación y ampliación de servicios básicos (a través de la construcción, recuperación y rehabilitación de escuelas, centros médicos o locales comunales, entre otros); la puesta en marcha de acciones para el fomento del empleo y la generación de empresas, proporcionando “capacidad técnica y en gestión empresarial, asistencia y asesoría empresarial y financiera a comunidades y grupos de desplazados” (CVR, 2003). Para ello, se acordó la transferencia a las comunidades afectadas y debidamente registradas en el RUV de un monto total de 100.000 soles (unos 25.000 euros) a ser gestionados 268 desde la autoridad local correspondiente (municipalidades distritales y otras instancias de gobierno a nivel local). De acuerdo con la información publicada por el propio Consejo de Reparaciones, el programa de reparaciones colectivas ha sido el programa con mayor avance desde que se establece el PIR. Conforme a la información accesible a través de la página web del RUV, existen un total de 5.665 comunidades registradas (véase imagen 7). Como cabría esperar, si tenemos en cuenta la geografía del conflicto armado interno, la región o departamento con mayor número de comunidades registradas será Ayacucho (con 1.379 registros), seguida de Huánuco (850 registros) y Junín (750 registros). En agosto de 2013, la Defensoría del Pueblo peruano emitió su Informe Defensorial nº 162, ofreciendo un balance de los avances y retrocesos en materia de acceso a los derechos de verdad, justicia y reparación en el país, coincidiendo con el décimo aniversario de la entrega del Informe Final de la CVR. De acuerdo con la información recogida en dicho informe, entre los años 2007 y 2011 se financiaron proyectos en un total de 1.649 comunidades, en 14 regiones del país. En el año 2012, otras 203 comunidades se vieron beneficiadas. Para mediados del año 2013, se había autorizado la transferencia financiera a gobiernos locales para el financiamiento de otros 40 proyectos nuevos. En resumen, desde el inicio de la implementación del PIR en el año 2007 hasta mediados del 2013, 1.892 comunidades habían sido beneficiaras de la reparación colectiva, aproximadamente un 35% sobre el total de comunidades registradas en el RUV (Defensoría del Pueblo, 2013: 30). A lo largo de nuestro trabajo de campo, hemos tenido la oportunidad de conversar y acompañar, en repetidas ocasiones, al personal del Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF). Además de su trabajo en el campo específico de la antropología forense, actuando como peritos de parte y acompañando a familiares de víctimas de desaparición forzada de personas y ejecuciones extrajudiciales, el EPAF ha desarrollado también áreas de trabajo en temas de memoria y en el desarrollo y 269 Imagen 7. Número de comunidades y centros poblados afectados registrados en el RUV. Extraído e la web oficial del RUV http://www.ruv.gob.pe/Mapa_Libro02.html http://www.ruv.gob.pe/Mapa_Libro02.html 270 empoderamiento de organizaciones de familiares y comunidades directamente afectadas por la violencia. Como parte de este trabajo, han sido una de las organizaciones que ha estado realizando una suerte de trabajo de “vigilancia” en el proceso de implementación de las distintas recomendaciones de la CVR. Con respecto al tema de las reparaciones colectivas, recogemos aquí un extracto de una de las entrevistas grupales que mantuvimos con su personal. Entrevistado 1: y hay también muchos errores con el tema de reparaciones colectivas. En las comunidades en las que nosotros trabajamos, por ejemplo, en Huamanquiquia, con el monto de la reparación colectiva, la municipalidad… Porque el fondo lo maneja la municipalidad y ellos deciden que se hace… Investigadora: pero supuestamente había un proceso de consulta con la gente de la comunidad para ver en que se gastaba ese dinero… Entrevistado 1: El monto lo manejaba la municipalidad. Y en la mayoría de los casos, al menos los que nosotros conocemos, no ha habido consulta. El alcalde, en este caso, decidía que se hacía con este monto. Entonces, por ejemplo, Huamanquiquia, lo que hizo la municipalidad fue… Bueno, acá esta la plaza, esta es la municipalidad, y al frente de la municipalidad hacer una especie de centro cívico lo llamaron, que en un primer momento era para la asociación de afectados. Una casa de dos pisos con, digamos, oficinas, un auditorio…para los afectados. Y quedo ahí. Ahora, nosotros desde el año pasado, vamos a Huamanquiquia y nos dicen que la municipalidad se va a pasar acá y que la municipalidad se va a convertir en un hospedaje municipal. Entonces, ahí ya quiebras todo el sentido de la reparación colectiva. Anulas el sentido de la reparación colectiva. Que ha pasado en otra comunidad que es Colcabamba que es otra provincia. El alcalde decidió hacer un reservorio de agua para regadío. Que, viendo ese reservorio, habrá costado unos 20 mil, 30 mil soles… Y nosotros cuando hemos conversado con los pobladores dicen. “¿ha habido reparación colectiva acá?” “Si” “¿y que han hecho?” “Un reservorio”. Ah, ya…y también nunca aparentemente se les consultó, pero acá tampoco ha habido rendición de gastos porque… tú claramente ves que eso no ha costado 100.000 soles. Entonces, ¿qué han hecho con la plata? (…) Y lo que pasa con las reparaciones colectivas es que el mayor esfuerzo se va en un tema… Tienes que hacer el proyecto y tienes que contratar… Entrevistado 2: tienes que contratar a un ingeniero ambiental, un sociólogo y un ingeniero civil. Para qué. Para establecer… el ingeniero civil para establecer, digamos, que el diseño de la infraestructura está bien. Y si no hay infraestructura igual le tiene que poner un sello y una firma. El ingeniero ambiental para certificar que es un proyecto que no hay impacto ambiental, así sea un proyecto que tampoco hay impacto ambiental. Imagínate…son talleres así para capacitación, pero igual te lo tienen que certificar. El sociólogo, igual para el impacto social. Y ahí ya se te fue… Entrevistado 1: ha habido en otras comunidades como Putajasa que son tal vez 271 como caseríos de 10 o 15 familias, que sí que se les ha consultado pero ellos ya tenían preconcebido que querían con la reparación. Y han adquirido 70 alpacas, 60 hembras y 10 machos, los han traído de Puno y ya tienen una asociación de alpaqueros. Las alpacas que están aumentado, que tienen nuevas crías, y su proyecto a futuro ya es comercializar la lana (…) Y ahí digamos como se ha aprovechado un poco más el tema de reparación colectiva. Entrevistado 2: dependiendo del empoderamiento de los familiares es que se dan las formas de reparación. Donde los familiares no tienen presencia, el alcalde hace lo que quiere con la reparación. Entrevistado 1: Exacto. Hay otra comunidad al este de Huamanquiquia, en la que los familiares decidieron que se hiciera una sala de cómputo. Y si, construyeron el local, adquirieron computadoras, y los familiares como vieron que iba a salir más para el colegio, les dieron las llaves como para que los alumnos estudien allí y, actualmente, nos hemos enterado de que ya el ministerio de educación se ha apoderado de esa área y ya no les quiere devolver inclusive, le han sacado un título de propiedad… Y los familiares, cuando quieren ir a usar o quieren ir a aprender, tienen que pagar 5 soles la hora, 10 soles la hora… Y ahí hay otro problema… Hemos presentado el año pasado a la Defensoría del Pueblo la denuncia de todos estos casos, y hasta hace dos semanas que hemos vuelto a la comunidad, no pasó nada (…) Y bueno… Existen esos problemas con respecto a la reparación colectiva. El tema de no consultar, de no rendir cuentas. De hacer esto en pro de algo pero al final termina siendo para beneficio de otros… Y en muchos casos han hecho canales de regadío, así obras municipales, que supuestamente es reparación colectiva pero al final ves la placa ahí de “hecho por tal alcalde” y es como que funcionara como una campaña política ¿no? (Entrevista personal. Lima, septiembre de 2012) Vemos, a través de los comentarios de estos dos informantes, las distintas maneras en las que la reparación colectiva ha tomado forma en la práctica, y la manera en la que pareciera haberse convertido, nuevamente, en una fuente de conflicto y tensiones a nivel intra-comunitario. Lejos de facilitar nuevas oportunidades para dignificar a las víctimas del conflicto armado, ofreciéndoles formas alternativas de reconocimiento desde el Estado -así como nuevos recursos y oportunidades a nivel socioeconómico-, los procesos de reparación colectiva han dado lugar, mas bien, a nuevas formas de distanciamiento entre las víctimas y el estado, un estado representando, en este caso, a través de distintas autoridades municipales. Los ejemplos recogidos en esta cita distan mucho de ser casos aislados. Hemos encontrado referencias a situaciones similares en muchas de las entrevistas y conversaciones mantenidas con integrantes de ONG y organizaciones de víctimas y afectados, tanto en Lima como en Ayacucho. Se han señalado, en repetidas 272 ocasiones, cuestiones relativas a la falta de consulta en los procesos de toma de decisiones, y a la mala gestión y falta de rendición de cuentas llevadas a cabo por las autoridades locales. Volviendo de nuevo al informe de la Defensoría del Pueblo, vemos como se recogen también los siguientes “problemas constatados” durante la supervisión de los procesos de implementación de las reparaciones colectivas: Las quejas recibidas por la Defensoría del pueblo evidenciaron problemas relacionados con: i) expedientes técnicos que no eran puestos en conocimiento de los comités de gestión; ii) abandono de obras sin explicación; iii) cobros indebidos por parte de ciertas autoridades locales; iv) la escasa prioridad que se otorgaba a la contratación de víctimas como mano de obra no calificada para la ejecución de las obras; v) la escasa participación de las mujeres integrantes de la comunidad, entre otros (Defensoría del Pueblo, 2013: 31-32) En definitiva, lo que destaca -tanto a nivel técnico/practico como simbólico-, es la manera en la que se habría difuminado, para un sector importante del universo de víctimas, el supuesto carácter reparador y dignificador de este tipo de medidas que parecieran haberse convertido en una pieza mas de las políticas de desarrollo social y económico mas amplias impulsadas desde el gobierno central. A este respecto, resulta especialmente relevante rescatar de nuevo el análisis realizado por María Eugenia Ulfe sobre las formas de continuidad de la agenda neoliberal impulsada por durante el gobierno de Fujimori en los años de recuperación posconflicto y, muy especialmente, a través de los procesos de implementación de la agenda de recomendaciones emitidas por la CVR. Tal y como señala Ulfe, la narrativa neoliberal de reducción de la pobreza, a través de enfoques estadísticos y cuantitativos, habría acabado por permear gran parte de los programas de reparación impulsados desde el PIR: Argumentaré que el “boom económico” anclado en las reformas neoliberales de principios de los 90 consolidó un discurso hegemónico sobre la pobreza basado en políticas públicas y programas sociales que fueron utilizados con fines de corte político. Al mismo tiempo, el boom económico que resultó de los años de reforma económica, invisibilizó los reclamos de justicia, memoria y verdad de las víctimas. De esta manera, cuando se crea el Programa Integral de Reparaciones como parte de 273 las reformas necesarias para dignificar a las víctimas de la violencia, este acabó transformándose en otro programa social mas de lucha contra la pobreza (…) las reformas neoliberales tomaron prioridad frente a las reformas sociales, políticas y estructurales necesarias para reconstruir la democracia y las relaciones entre estado y sociedad (2015: 5). Sin entrar en mucho detalle, cabe destacar importantes similitudes en las formas que han ido adoptando también los programas de reparaciones en salud y educación. Programas que se han ido desarrollando no sin generar importantes polémicas en tanto se han considerado insuficientes, tanto en su cuantía como en su alcance. El proceso de implementación se ha caracterizado, nuevamente, por la falta generalizada de información, tanto entre la población beneficiaría como entre las autoridades y representantes públicos encargados de su ejecución e implementación. Se han cuestionado abiertamente los requisitos establecidos para su concesión, dando lugar a intensos procesos de negociaciones entre el colectivo de víctimas y el estado. Requisitos que, en el caso especifico de las becas REPARED (Beca 18 de Pregado Focalizada-Beneficiarios del Programa de Reparaciones en Educación - Repared) limitaban el acceso a personas menores de 29 años (excluyendo, por tanto, a un importante sector de la población calificada como víctima) así como a aquellas capaces de certificar bajos recursos socioeconómicos a través del sistema de Sistema de Focalización de Hogares-Sisfoh. Nuevamente ilustrando como se han igualando los programas de reparación con programas mas amplios de reducción de la pobreza. Recogemos a continuación, y a modo de cierre, un extracto de una entrevista realizada con personal de una ONG en la que nos relata las formas concretas que las reparaciones en salud y educación han ido tomando forma en la práctica. “Y hablando del otro tema de reparación que es en salud. Tú con tu certificado tienes derecho a un seguro, como víctima, un seguro como víctima que está establecido mediante ley. Inclusive, mediante ese seguro, con tu certificado, puedes ir a la posta médica de cualquier comunidad, y decir que vas como víctima y te tienen que atender. Lo que está pasando en Ayacucho y lo que está pasando en Lima es que cuando tú vas a la posta médica, te dicen que eso es mentira, que al médico o al encargado o a la enfermera, ellos te dicen que nunca le han informado sobre esa ley, sobre esa reparación (…) El certificado no es un cartón que te lo vas a guardar y ya, tiene que tener una funcionalidad, tiene que tener un valor, y te sirve para el tema de reparación en salud. Muchas personas que no van a ser reparados económicamente, podrían sentirse reparados con el tema de salud, vivienda…vivienda digna, digamos, que están debatiendo ahora… y el tema de educación. Pero ahí hay otro problema 274 con la reparación en educación: que si yo, digamos, cuando fui afectado me quedé huérfano y no terminé mis estudios, y ahora tengo mi certificado, debería de tener derecho a educación. Pero yo a lo mejor nunca terminé mis estudios, entonces, no tengo, no puedo postular a ninguna universidad. Me he quedado ahí estancado, pero debería de servir para mis hijos en todo caso…. Y pasa lo mismo. Como tú eres el titular de ese certificado, si quieres una reparación en educación es para ti, no para tus hijos o para tus hermanos, que tal vez…. Y es otra falencia de este sistema de reparación ¿no? Y el tema de psicólogos, hay muchas comunidades ayacuchanas que no hay psicólogos y no se están atendiendo estas secuelas que dejó…” (Entrevista persona. Representante de una ONG de derechos humanos. Hombre de unos 40 años. Ayacucho, mayo de 2013) No es de extrañar, por tanto, que sea tan común encontrarse a miembros y representantes de organizaciones de víctimas y afectados enarbolando banderas y pancartas con lemas como este: Imagen 8. Marcha al Congreso de los diputados. Lima, agosto de 2013. Foto de la autora. 275 PARTE 4 - “AQUÍ ESTÁN, LOS QUE SIEMPRE LUCHARÁN”. LAS ORGANIZACIONES DE AFECTADOS EN EL CONTEXTO PERUANO DE RECUPERACIÓN POSCONFLICTO. 276 277 1. Orígenes y evolución de las organizaciones de afectados en Perú. De su excepcionalidad histórica a su naturalización “eppure si muove” Y, sin embargo, se mueve (Galileo) En Perú, a día de hoy, organizaciones de víctimas hay muchas, y de muchos tipos. Su nacimiento, sin embargo, es relativamente reciente en el tiempo. Como indicábamos en el capítulo introductorio de esta tesis, la constitución de la CVR y la presentación de su Informe Final tuvo también un impacto decisivo en el surgimiento y desarrollo de las organizaciones de víctimas y afectados por la violencia política en el país. Veamos de qué manera. El origen del movimiento de víctimas y afectados por la violencia política en Perú se remontan al año 1983, con la creación de la primera organización: la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos (ANFASEP)94. Liderada por un grupo de mujeres campesinas quechua hablantes, empezaron a confrontar el poder del estado (y de las tropas armadas de Sendero Luminoso) en una búsqueda incansable de sus familiares: maridos, hijos, y hermanos que habían sido forzosamente desaparecidos durante los primeros años del conflicto armado. ANFASEP surge en Ayacucho, la región del país donde mayor impacto tuvo el conflicto armado. En 1983 se instala un Comando Político-Militar en la zona, y a partir de ese momento el número de víctimas de violencia empieza a aumentar de manera exponencial según se fueron intensificando las acciones de las Fuerzas Armadas. Tal y como narran y recuerdan las propias “mamitas” 95 de ANFASEP, la 94 Para conocer más sobre la historia de esta asociación y de las personas que la conforman, véase ANFASEP (2007): ¿Hasta cuándo tu silencio? Testimonios de dolor y coraje. 95 “Mamitas” es el término con el que se suele referir la comunidad de derechos humanos a las mujeres de ANFASEP. Es un término que se utiliza de manera cariñosa, y que suele aplicar de manera generalizada para referirse a mujeres de mediana-tercera edad (madres en la mayoría de 278 organización surgió de una manera casi espontánea, como respuesta a necesidades de orden práctico: el intercambio de información y el apoyo mutuo. “Los familiares, en su mayoría mujeres, a veces acompañados de sus menores hijos, llorando, transitaban las calles ayacuchanas en busca de sus seres queridos. En los alrededores de la Plaza Mayor, en las puertas de la Fiscalía, de la Comisaría e iglesias, se formaron pequeños grupos de mujeres, que intercambiaban las escasas informaciones de los casos de desapariciones y asesinatos, tratando de acompañarse mutuamente en su dolor” (ANFASEP, 2007: 26) Poco tiempo después, y gracias al apoyo de figuras y actores clave como la alcaldesa de Huamanga en su momento, la señora Leonor Zamora, o la de distintos abogados que prestaron asesoramiento y apoyo jurídico, se empiezan a realizar las primeras reuniones (organizadas de manera clandestina, dado el estado de emergencia en la zona y la prohibición de reunirse) y surge el Comité de Familiares de Desaparecidos (CFD). A finales de 1984 el Comité adopta oficialmente el nombre de Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos en las Zonas Declaradas en Estados de Emergencia del Perú – ANFASEP. Empiezan a desarrollar bases en otros departamentos aparte de Ayacucho y a actuar a escala nacional. El apoyo de distintas ONG de derechos humanos, como la Comisión de Derechos Humanos (COMISEDH) o el Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ), fue también fundamental. Estas ONG (como veremos también para el caso de otras muchas organizaciones de víctimas y afectados), funcionaron como de intermediarios entre las mamitas de ANFASEP y otros actores sociales, como el Estado o los medios de comunicación, facilitando y apoyando el desarrollo de sus distintas acciones. Desde marchas y manifestaciones, para exigir justicia y la identificación del paradero de sus familiares desparecidos, a la organización de servicios de asistencia directa a familiares y personas afectadas por la violencia política a través, principalmente, de la creación de un comedor para niños y niñas. Todas estas acciones fueron desarrolladas en un contexto de alta discriminación, estigmatización y persecución política. Tal y como se narra en el libro de ANFASEP, casos), especialmente en las zonas andinas del país. 279 “por estar integrada por mujeres andinas, quechua-hablantes, ciertos sectores de las autoridades, políticos y funcionarios del Estado, así como integrantes de la sociedad, excluyeron a ANFASEP, estigmatizando a sus socias al calificarlas como madres de los terroristas. Por lo tanto, las denuncias y actos de la asociación fueron silenciados y tergiversados” (2007: 38). A pesar de estas barreras, obstáculos y peligros para muchas de sus integrantes96, las “mamitas” de ANFASEP continuaron con su incansable actividad hasta el día de hoy, habiéndose convertido en un símbolo clave de la lucha contra la violencia y la defensa de los derechos humanos en todo el país. Imagen 9. Mujeres de ANFASEP. Muestra fotográfica Yuyanapaq. Al poco tiempo de nacer ANFASEP, surgirá una nueva organización, esta vez en Lima: el Comité de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Refugiados (COFADER). La idea de constituir otra organización de familiares en la capital se 96 Cabe destacar que la primera presidenta de ANFASEP, Angélica Mendoza de Ascarza (también conocida como “Mamá Angélica”), tuvo que escapar de su Ayacucho natal para esconderse en la ciudad de Lima, ante las constantes amenazas y acusaciones a las que estuvo sometida, especialmente durante el gobierno de Fujimori. 280 derivó de la necesidad de facilitar los trabajos de denuncia e incidencia política. Estar en Lima permitía un contacto más directo y sostenido con las autoridades estatales. Una de las influencias claves que tuvieron ambas organizaciones en Perú vino de la Federación Latinoamericana de Familiares de Detenidos-Desparecidos (FEDEFAM). En 1982 la Federación realiza una visita a Perú y pronto entra en contacto con ambas organizaciones quienes, eventualmente, solicitarán entrar a formar parte de esta. FEDEFAM establece un Comité de Apoyo a Perú y, a partir de ese momento, empiezan a tener mayores contactos con otras organizaciones de familiares en la región latinoamericana, a conocer las acciones que se venían desplegando en otros países y a tomar prestado discursos y estrategias. Tal y como relata Youngers, dentro de la FEDEFAM se mirará sobre todo hacia la experiencia de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina: “De estos dos grupos aprendieron un discurso de denuncia, así como ciertas estrategias, tales como convocar marchas en principales plazas y llevar consigo afiches como las fotos de los desaparecidos (…) FEDEFAM ofreció talleres a los miembros de COFADER y ANFASEP, y trabajó con los líderes de ambas organizaciones, sirviendo eventualmente como puente con los organismos internacionales, tales como la ONU o la OEA” (Youngers, 2003: 115). Recogemos en las siguientes páginas dos imágenes extraídas del primer boletín de COFADER emitido en noviembre de 1988. Como se puede leer en el propio boletín, COFADER se reconoce como una organización dentro de una red internacional de agrupaciones de familiares de detenidos-desaparecidos. Se habla de luchas conjuntas y se apela a la solidaridad a la vez que se incorpora, de manera determinante, el uso y recurso a categorías con amplio vuelo internacional, como la de derechos humanos o la de detenido-desaparecido, en un intento por garantizar el debido reconocimiento de sus experiencias como “familiares del dolor” en un espacio social amplificado, que trascendiera lo local. 281 Imagen 10. Portada del Boletín COFADER. Noviembre de 1988. 282 Imagen 11. Interior del Boletín COFADER. Noviembre de 1988 283 Junto a ANFASEP y COFADER surgirán otras experiencias, con objetivos y agendas de movilización social distintas, mayoritariamente organizaciones de desplazados que buscaban salida a una situación calificada por muchos analistas y miembros de ONG como de “auténtica emergencia”, ante la falta de recursos y la situación de aislamiento social y extrema pobreza a la que dichas poblaciones se vieron sometidas. Hacíamos referencia antes, por ejemplo, al caso de Mama Quilla97 , organización que agrupa a familias desplazadas víctimas del conflicto armado interno asentada en Huaycán, en su mayoría provenientes de los departamentos de Ayacucho, Huancavelica, Apurimac y Huancayo. La organización juntó a alrededor de 60 familias desplazadas con el objetivo de, en sus propias palabras, “luchar por la sobrevivencia y la consecución de sus derechos colectivos como parte de la Comunidad de Huaycán, a pesar de la exclusión, pobreza, violencia política, discriminación, miedo, indiferencia, y las secuelas del conflicto armado interno” 98 . Junto a experiencias de organización a nivel comunitario, surgirán también experiencias de trabajo y coordinación a nivel regional (como la Asociación de Familias Desplazadas de Lima – ASFADEL) y nacional (a través de la Coordinadora Nacional de Desplazados y Comunidad en Reconstrucción del Perú – CONDECOREP). Sin embargo, fue ya en la década de 2000, y al calor de la creación de la CVR y su posterior presentación de las recomendaciones incluidas en su Informe Final, que se puede hablar de una creciente proliferación de organizaciones de afectados en todo el país. De acuerdo al “mapeo” de organizaciones de afectados por la violencia política desarrollado por la sección británica de la ONG OXFAM, entre 1980 y 1990 se crearon tres organizaciones, de 1990 al 2000 se constituyeron otras 24, mientras del 2000 al 2003 se formaron 53 nuevas. Desde 2003 el número no ha parado de crecer. 97 Sabemos que las primeras actividades como colectivo datan del año 1986, pero desconocemos la fecha oficial de formalización de la asociación en los registros públicos peruanos. 98 Extraído de http://mamaquillahuaycan.blogspot.com.es/ (última consulta: 19/11/0216) http://mamaquillahuaycan.blogspot.com.es/ 284 Dicha proliferación puede ser explicada, al menos en parte, como resultado de la nueva coyuntura sociopolítica en el país. Como veíamos con el caso específico de ANFASEP, la situación durante los años de violencia política era difícil y organizarse suponía convertirse en objeto de amenazas y persecuciones. La política de instrumentalización del miedo (Burt, 2009a: 317) conducida tanto por el gobierno como por las organizaciones subversivas, tuvo un impacto determinante sobre la sociedad civil peruana que se vio completamente desmovilizada; se produjo una debilitación de las identidades colectivas, así como una destrucción de los fundamentos morales y materiales de las diferentes organizaciones de la sociedad civil (Burt 2009a: 327). Es entonces con la caída de la dictadura de Fujimori y con el establecimiento del nuevo gobierno de transición que se da paso a una coyuntura sociopolítica más favorable al surgimiento de nuevas organizaciones, sobre todo si tenemos en cuenta las expectativas generadas una vez constituido formalmente el campo de la justicia transicional en el país. Se puede hablar, de esta manera, de la formación de muchas de estas organizaciones como el resultado de un cálculo estratégico de las oportunidades que el nuevo contexto ofrecía; oportunidades que fueron, a su vez, y como veremos, resaltadas por los integrantes de diferentes ONG de derechos humanos que apoyaron, e incluso impulsaron directamente, la creación de muchas de estas organizaciones de afectados. Surgieron, así, a partir de 2003, una multiplicidad de organizaciones que operaran a escala tanto local como regional y nacional. Las “víctimas”, una vez identificadas, clasificadas y organizadas, empiezan a desarrollar diferentes estrategias de movilización colectiva, no sólo como un ejercicio de memoria y de visibilización de las violaciones sufridas sino, y sobre todo, como un ejercicio de presión ante el mantenimiento de diferentes mecanismos de impunidad y ante el escaso avance en el proceso de implementación de las recomendaciones incluidas en el Informe Final. Cabe destacar, como un fenómeno relativamente reciente, la creación de diversas organizaciones de afectados a nivel local, como fruto de los requisitos establecidos por la Comisión Multisectorial de Alto Nivel (CMAN) a la hora de asignar y gestionar las cantidades establecidas en términos de reparación colectiva.. Como nos comentaba una de los funcionarios de la oficina regional de la CMAN en Ayacucho, 285 en muchas comunidades se ha establecido como requisito, para la asignación de las reparaciones colectivas, la creación de organizaciones a nivel local, en tanto será a través de estas organizaciones que se canalizarán los procesos de consulta para el desarrollo de estas formas de reparación colectiva. Serán estas organizaciones las que deberán cumplir también el rol de “vigilantes” en el proceso de implementación y toma de decisiones relativas a los proyectos desarrollados con el dinero correspondiente. Surgen así nuevas formas de organización que responderán ya no a iniciativas colectivas propias sino a las exigencias que marca el propio proceso en el que se ven inmersas. Teniendo en cuenta este recorrido histórico y esta evolución podemos afirmar que el movimiento de víctimas y afectados en el Perú actual es un movimiento amplio, compuesto por una multiplicidad de organizaciones y caracterizado, ante todo, por su heterogeneidad. Una heterogeneidad que, como veremos, se ha convertido en un elemento de fragmentación y debilitamiento del propio movimiento. 1.1. El movimiento de víctimas hoy: de la diversidad a su debilitamiento y fragmentación. La primera manera en la que se manifiesta esta heterogeneidad es a través de los perfiles de las personas que componen estas organizaciones, y de los capitales culturales, educativos, políticos y económicos que manejan sus miembros y sus líderes y lideresas. En la mayoría de las comunidades de la zona andina del país donde mayor impacto tuvo el conflicto armado, encontramos organizaciones compuestas por población mayoritariamente campesina, quechua hablante y, en general, con bajos niveles educativos y afectada por altos grados pobreza y precariedad. Este será el caso, por ejemplo, de la mayoría de organizaciones que, como veíamos, surgen como respuesta a las exigencias que marca el proceso de reparaciones colectivas. Organizaciones que surgen sin agendas de movilización sociopolítica específicas, 286 sino más bien como respuesta a necesidades económicas concretas. Será el caso también de muchas de las organizaciones de desplazados que irán surgiendo en las grandes ciudades del país. Organizaciones que, nuevamente, se crean ante la necesidad de dar respuesta a situaciones y contextos de extrema pobreza y precariedad. Si bien algunas de estas organizaciones nacerán durante la propia época del conflicto armado (bajo la forma de redes de apoyo social y económico a nivel comunitario) la gran mayoría de ellas serán organizaciones de lo que podríamos llamar “segunda generación”, aquellas que nacen al calor de la conformación de la CVR y como respuesta a las oportunidades que el nuevo contexto ofrecía. No es de extrañar que la mayoría de estas organizaciones hayan centrado sus acciones mayoritariamente en torno a la idea y el acceso a la reparación, a niveles tanto individuales como colectivos. La reparación como prioridad en tanto se perfilará como una alternativa, y como una solución, a esas situaciones de extrema pobreza, precariedad y abandono institucional en las cuales se ven inmersas muchas de estas comunidades. Existen por supuesto casos de organizaciones que, aún operando en estas zonas y agrupando a personas con perfiles sociodemográficos similares, sí han conseguido desarrollar agendas de movilización concretas más allá del reclamo o gestión de los pagos de la reparación. Entre dichas actividades se incluirán, por ejemplo, labores de incidencia para la judicialización de casos, demandas públicas para el establecimiento de un plan nacional efectivo en materia de búsqueda de desaparecidos, o trabajos y desarrollo de proyectos de memorialización a nivel comunitario. Veamos por ejemplo el caso de ANFASEP, una organización que empieza a caminar durante la época de la violencia y que, aún siendo liderada por mujeres quechua hablantes campesinas, consigue canalizar recursos y ayudas de ONG de derechos humanos llegando a desarrollar y gestionar su propio museo de la memoria, tejiendo lazos a nivel internacional y estableciéndose como símbolo de lucha y resistencia dentro de la comunidad de derechos humanos. Sin embargo, los problemas a los que se ha enfrentado a nivel de recursos —tanto económicos como educativos— serán similares. Tal y como narra Youngers, al referirse a las colaboraciones que se establecieron entre esta organización y la Federación 287 Latinoamericana de Familiares de Detenidos-Desparecidos (FEDEFAM): “Los lideres de los familiares asumieron su trabajo sin haber tenido experiencia previa de trabajo con ONG y en ONG, y la obtención de recursos y el empleo de los mismos eran un problema constante. Por otro lado, los afiliados regionales más fuertes de FEDEFAM eran grupos compuestos en su mayoría por mujeres urbanas de clase media: ellas no podían ser más diferentes de las mujeres campesinas con limitada educación, quienes eran sus principales contrapartes peruanas (Youngers, 2003: 115-116). Estas diferencias, y las limitaciones que de ellas se derivan a la hora de plantear la posibilidad de poder desarrollar labores conjuntas de incidencia política orientadas hacia un mayor impacto, son igualmente percibidas y reconocidas por estas mismas organizaciones. Tal y como nos comentaban dos de las líderes de una de las organizaciones de víctimas que opera a escala nacional: Entrevistada 1: Claro, es que se juegan otros intereses pues. Y que tipo de gente... la gran mayoría de los 70.000 ¿quiénes son? No son la élite. En Argentina fue otro, en Chile fue otro. En cambio, acá, fue la gente de la zona andina, de la selva, del interior del país, quechua hablantes. No les importa.... Y las grandes empresas, pequeñas élites, mineros, petroleros, dueños de medios de comunicación…. No les interesa esto. Entrevistada 2: Claro, somos otra categoría…Y como somos otra categoría, 10.000 soles es bastante. Entrevistada 1: Con esto nos dicen “¿saben qué? Ustedes no valen nada”. El es el que vale..., acá es el que vale... Esa es la valorización que tienen. La desigualdad es abismal acá en el país. Es abismal. Entrevistada 2: Y claro. No podemos enfrentarnos; nosotros no podemos enfrentarnos. En Argentina todavía te enfrentas porque es clase media-alta. En cambio, acá...no somos dueños de radios, no somos dueños de periódicos... No somos dueños de nada y por eso es que no podemos. (Entrevista personal. Fundadora y ex integrante de la CONAVIP. Responsable del área de comunicación de una ONG de derechos humanos Mujeres, entre los 50 y los 65 años. Lima, septiembre de 2012). Distancias culturales, económicas, lingüísticas y de clase, que se mantienen no sólo en comparación y diferencia con organizaciones que surgen y operan en otros países, como Argentina o Chile, sino también con respecto a otras organizaciones que empiezan a surgir y a desarrollar sus actividades dentro de Perú. Nos referimos ahora a ese conjunto de organizaciones que irán surgiendo en las 288 grandes ciudades del país, y que serán impulsadas y lideradas por personas con perfiles sociodemográficos cualitativamente distintos, en su mayoría profesionales provenientes de distintos ámbitos y con mayores capacidades para las labores de incidencia política con el estado y para activar estrategias y repertorios de acción alternativos y con mayores impactos. “De los miles, nosotros hemos seguido el proceso desde un inicio, de una forma mas legal. Porque para la gente quechua hablante, para la gente pobre, no era fácil porque lo único que decían era “ayúdenme a buscar el cuerpo”. No piensas “oye, voy a denunciar, voy a ir a la comisaría”. No piensas…en ese momento, vas. Mucha gente también por miedo, eran épocas complicadas. Si tu denunciabas, eras blanco. Pero mi mamá siempre dijo “pues nosotros no somos…tenemos la mente tranquila y las manos limpias. No estamos involucrados en nada (…) Nosotros somos la única organización que ha logrado un terreno. No hay otra organización que haya logrado eso. Somos los primeros en lo que es ver educación…. Bueno, aprovechamos que XXX es profesora y daba las ideas… Yo también… y la cuestión es que en una organización a veces de familiares, pues no hay profesionales. Y eso lo hace mas difícil porque, quizás yo puedo pedir apoyo a una ONG, con un abogado, pero no tienen la misma fuerza que la misma persona. Entonces, XXX que es profesora…o yo, o XXX que es periodista. De todas maneras, la situación es un poco… mas nos vamos a la norma legal. Y exigimos. Y nos vieron que éramos una organización fuerte” (Entrevista personal. Representante de una organización de víctimas y afectados que opera a escala nacional. Hija de desaparecido. Mujer entre los 35 y los 40 años. Lima, septiembre de 2013). Vemos, a través de este fragmento de entrevista, las maneras en que se manifiestan y perciben estas diferencias desde dentro de las propias organizaciones. Diferencias que son a la vez discursivas, y de planteamiento. Al conversar con los líderes e integrantes de estas “otras” organizaciones, vemos como van tomando forma distintas formas de aproximación a la movilización sociopolítica, así como distintos grados de implicación con el propio proceso de reivindicación de los derechos de justicia y reparación en el país desde el colectivo de víctimas. La idea de “buscar ayuda” se sustituye por la de “exigir” o “demandar”; se pone el énfasis en el conocimiento del marco normativo y legal y de las oportunidades que ese conocimiento ofrece para obtener formas de reparación y acceso a la justicia alternativas a las que ofrece el propio contexto de justicia transicional que se abre con la CVR. Un ejemplo claro de este tipo de organizaciones lo encontramos en el caso de los 289 inocentes liberados. Sus organizaciones, formadas y lideradas en muchos casos por personas con trayectorias de participación política previas, desarrollarán sus propios mecanismos y estrategias para reclamar el acceso a sus derechos de justicia y reparación. Aprovechando las oportunidades que se abren con el proceso de justicia transicional en el país, y con la atracción de atención por parte de la comunidad internacional, conseguirán desarrollar sus propios proyectos, solicitando financiación a través de convocatorias abiertas por organismos nacionales e internacionales, dotándose de los recursos necesarios para mantener sus propios locales organizativos, desarrollar páginas web institucionales e impulsar medios de comunicación alternativos.99 Otro ejemplo sería el de la Asociación Nacional de Familiares de Desaparecidos, Ejecutados Extrajudicialmente y Torturados ANFADET-CIDH. Creada en el año 2001, su objetivo será el de representar a las víctimas y familiares de las víctimas comprendidas dentro de los 159 casos del Comunicado de Prensa Conjunto suscrito entre el Estado peruano y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos el 22 de febrero de ese mismo año. Liderada por un grupo de profesionales con mayores capitales sociales, políticos y educativos, y fuertemente apoyadas por ONG de derechos humanos con las cuales trabajarán mano a mano, se plantearán la posibilidad de establecer sus actividades en torno a la defensa legal de casos concretos, tomando como referencia las recomendaciones emitidas por la CIDH. Entre sus estrategias de posicionamiento destacará sobre todo la movilización intra- institucional, mediante la negociación directa con el Estado peruano. Si bien entre sus demandas estará presente la reparación, el acceso a la justicia cobra un peso mucho mayor que en el caso de las organizaciones anteriormente mencionadas para quienes, como decíamos, los derechos de justicia se convierten en un elemento secundario en este contexto. No es de extrañar que, desde estas posiciones, se perciba al resto de organizaciones 99 Nos referimos al caso concreto de la Asociación Reflexión de Inocentes Liberados. Dicha asociación desarrollará sus propios canales de comunicación, a través de videos, cuñas de radio, publicaciones de artículos y boletines. Para más información véase su web http://www.adesalambrartv.com/ (última consulta: 19/11/2016) http://www.adesalambrartv.com/ 290 de víctimas y afectados como organizaciones con “agendas flojas”, “demasiado centradas en las reparaciones”, que “entran en el juego del estado de aceptar las migajas que les dan” o que “no saben defender de hecho sus derechos”.100 Vemos, así, como se van generando diferencias claras entre las distintas organizaciones de víctimas y afectados que operan en el país. Diferencias con relación a sus demandas y prioridades y a la manera de conceptualizar su rol dentro del campo de la justicia transicional y del proceso socio político más amplio en el cual se inserta. Diferencias también en sus trayectorias previas de participación política, y en los capitales sociales, económicos y educativos con los cuales disponen, que llevarán también al desarrollo de una multiplicidad de estrategias y repertorios de acción, desde la movilización intra-institucional, a través de la interlocución directa con el estado, a formas de movilización extra-institucional, como serán las marchas, las vigilias o los plantones delante de instituciones como el Ministerio de Justicia o el Palacio de Congresos. 1.2. “Divide y reinarás”: políticas públicas y estrategias de división Sin embargo, lo que no parece especialmente relevante es destacar las diferencias que irán surgiendo como consecuencia del propio proceso de justicia transicional y de la manera en la que el movimiento de víctimas y afectados irá tomando forma. Veíamos que muchas organizaciones se irán conformando tomando como referencia la dimensión territorial a la cual remiten. Tenemos organizaciones que operan a nivel local, representando los intereses de una comunidad o colectivo concreto, y aquellas que operan a nivel regional o nacional, intentando agrupar y coordinar a las víctimas en plataformas de movilización conjuntas más allá de los límites y especificidades comunitarias y territoriales. Lo interesante es que habrá otras organizaciones que tomarán las formas de violencia experimentadas como el elemento representativo —y aglutinador— de sus entidades. Se crean nuevas 100 Referencias y expresiones extraídas de distintas entrevistas y conversaciones mantenidas con representantes de diferentes organizaciones. 291 organizaciones de desplazados, pero también nuevas organizaciones de inocentes liberados, de mujeres victimas de violencia sexual, o de personas supervivientes discapacitadas. El tipo de afectación se convertirá así en uno de los principios claves a partir del cual se establecerán los mecanismos de inclusión/exclusión y de (auto)definición de cada uno de estos grupos. Nombres y clasificaciones que nos recuerdan a las diferentes modalidades de victimización que se reconocen como parte del trabajo de la CVR y, especialmente, como parte del diseño y desarrollo de formas diferenciales de acceso a la reparación a través del Programa Integral de Reparaciones y de la manera en la que va tomando forma en la práctica. En tanto los caminos de acceso a la justicia y la reparación son distintos para unas víctimas que para otras, se sobreentenderá que las estrategias y labores de incidencia desarrolladas desde las propias víctimas tendrán que serlo también. Evidentemente, no serán los mismos los reclamos de las viudas y madres de los miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional que murieron durante el conflicto armado, o de los inocentes liberados, o de las personas que fueron integrantes de los Comités de Autodefensa —colectivos para quienes, como veíamos en apartados anteriores, existen caminos alternativos de acceso a la reparación—, que los de aquellas víctimas y familiares cuyas únicas opciones serán aquellas contempladas dentro del PIR. Tal y como queda recogido en el siguiente fragmento de entrevista, cada organización velará por los derechos y beneficios de su propio colectivo, grupo o institución, en tanto sus problemáticas y/o necesidades serán, en muchos casos, particulares (o al menos percibidas de tal manera). Nuestra organización vela por derechos y beneficios de nuestra propia institución. O sea, la institución, vale decir. policías o militares. Cuando muere un policía en un acto de terrorismo no se cumple con los derechos. Por eso es que nos formamos, ¿no? Para que la institución cumpla con los derechos. Como la pensión, el seguro de vida y esas cosas. Es el recuerdo y la memoria de nuestros seres queridos es lo que nos hizo juntarnos. Primero para ver nuestros beneficios. Y de ahí ver la parte sentimental. Primero nosotros nos hemos preocupado… con que vamos a vivir. Qué pensión nos van a dar, que derecho nos toca. De ahí ya hemos visto el tema de víctimas, que nos reconozcan como víctimas. Eso fue posteriormente. Nosotros tenemos 12 años de formadas, pero recién hará 6 que estamos en este camino de los derechos humanos. Porque como te repito la institución es la primera que violenta nuestros derechos. Porque a nosotras no nos regalan nada. Nosotros tenemos una 292 pensión, o sea no somos…. (…) En esto de las becas ahora, no hay muchas de nuestras personas, porque tienes que ser de extrema pobreza. Y nosotras al recibir una pensión no somos de extrema pobreza. Pero somos víctimas. Entonces hay que modificar eso. (Entrevista personal. Representante de AVISFAIP. Esposa de policía nacional muerto durante el CAI. Mujer de unos 50 años. Lima, octubre de 2013). Este proceso contribuirá, nuevamente, a la fragmentación del movimiento nacional de víctimas como resultado, en este caso, ya no sólo de las diferencias en sus demandas y prioridades, sino como consecuencia de la manera en la que se van planteando por parte del Estado las distintas formas de participación social y política de estas mismas organizaciones y los diferentes mecanismos de acceso a la reparación para cada una de las modalidades de victimización. Investigadora: Si… También lo hablamos el otro día, que tienen la sensación desde algunas organizaciones de familiares que también el estado ha conseguido… a unos les ofrezco una cosa, unos son beneficiarios de cierto tipo de reparaciones, otros de otras… Para unos se establece un monto, para los otros, otro…. Entrevistado 1: si, es que también hay víctimas culpables, víctimas inocentes ¿no? Directas e indirectas y así segmentando, segmentando. Fragmentando, dividendo, y en eso el estado ha estado ¿para qué? Horriblemente bien. Entrevistado 2: Y también el tema del 051 que fue emitido durante el gobierno de Alán. Se estableció en un primer momento que el Registro Único de Victimas donde la persona va y se registra para obtener el certificado, solo iba a funcionar hasta diciembre del 2011 y se iba a clausurar. En 2012, enero y febrero, las muchas personas que no pudieron inscribirse, empezaron a reclamar para que se reaperture. Y se vuelve a abrir para volver a registrar en 2012, pero los nuevos, los que recién se iban a registrar, ya no iban a tener derecho a reparación económica (…) Entonces, ahí hay otro conflicto ¿por qué tienes que hacer eso? Entrevistado 1: que es la… es una manera tradicional de actuar del estado. Por ejemplo, ahora con la cuestión de la seguridad social, hay varios regímenes que funcionan al mismo tiempo. (…) Entonces, terminas creando diferentes categorías de trabajadores, cada una de las cuales tiene determinados beneficios y determinados privilegios. (…) O sea, es así. Siempre el estado, su estrategia es dividir, dividir y dividir (Entrevista personal. Personal de ONG de derechos humanos encargado del desarrollo de proyectos de recuperación de memoria histórica y apoyo a organizaciones de víctimas y afectados. Hombres, entre los 35 y los 45 años. Lima, mayo de 2013). A través de estas citas y conversaciones mantenidas con distintos trabajadores y trabajadoras de ONG de derechos humanos se ilustra la manera en la que dichas divisiones, y caminos alternativos que se crean para unas y otras victimas, son 293 interpretadas y percibidas como estrategias conscientes, e intencionadas, desplegadas desde el propio Estado (en colaboración con los medios de comunicación) para debilitar al movimiento de víctimas y afectados, de alguna manera “domesticando” y/o minimizando su capacidad de demanda y de respuesta en el plano político, y fomentando el surgimiento de conflictos y divisiones al interior del propio colectivo. Una intencionalidad igualmente percibida por las personas integrantes de las organizaciones de víctimas. Tal y como me planteaba una de ellas: “A veces uno siente que lo hacen intencionadamente los de arriba. Porque a veces dicen “si se va a dar 100 soles a las más viejitas”. Y así todo sale en la prensa “a 100 soles cobraran todos”. Y ya todos “¡pero si ya cobraron cuantas veces cobran!” Y no sólo entre ellas sino ya con la misma sociedad. “¡los familiares ya mentira! ¡pero ya tu muertito ya esta muertito...ponle una velita...lo que pasa es que quieres los 100 soles!” Ajjjj.... ¿te imaginas? (…) Y entonces eso viene desde arriba porque lo que nos quieren es dividir... Divide y reinarás. (Entrevista personal. Responsable de comunicación de una ONG de derechos humanos. Mujer de unos 50 años. Lima, agosto de 2011). En tanto los recursos existentes para la reparación (y las posibilidades de acceso a la justicia) son mas bien escasos, insuficientes en su forma y en su planteamiento para abarcar y dar respuesta a las demandas de todas las víctimas, se originará una suerte de contexto de competencia y lucha de poder entre las propias organizaciones, cada una de las cuáles tendrá que trabajar por la defensa de los intereses particulares de su propio colectivo. Si bien surgirán algunos intentos en el camino para reunificar el movimiento, sobre todo a través de la conformación de la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política (CONAVIP), dicho intentos parecerán no resultar del todo exitosos. En palabras de una de sus dirigentes: En el año 2002, fundamos un frente que denominados Frente Amplio de Víctimas y Afectados por la Violencia Política del Perú. Fue la primera organización nacional. Aquí prácticamente estaban los compañeros indultados, también parte de desplazados, familiares de asesinados, ejecutados y desaparecidos. Creímos que fundando ese frente íbamos a tener una fuerza conjunta en nuestras luchas por la búsqueda de justicia para todas las víctimas. Pero esta aspiración que tuvimos duró muy poco; el mismo estado se fue encargando de ir dividiéndonos porque fueron separándonos y creando mesas de trabajo, aperturando espacios por casos. 294 Primeramente, en el caso de los indultados, el estado les hizo entender que para ellos había un nuevo decreto, que para ellos hay otros beneficios, etc… Y tuvieron la necesidad entonces de organizarse a nivel de indultados (…) Y, por otro lado, organizaciones de desplazados que también fueron articulándose a nivel nacional, y así, sucesivamente, cada uno tomó su rumbo (Representante de una organización de víctimas y afectados que opera a escala nacional. Esposa de desaparecido. Entrevista personal. Septiembre 2012). Vemos, así, como las formas burocráticas y legales que irá adoptando el proceso de reparaciones tendrán también un impacto determinante en las formas de organización sociopolítica de las propias víctimas que irán surgiendo a lo largo del proceso. Diferencias, y conflictos, que estarán también relacionados con las nociones que los propios miembros de las organizaciones de afectados, y sus líderes, manejarán sobre quién es victima y quien no lo es. Sobre quienes son víctimas “verdaderas” (o “puras”, si recordamos la clasificación de Strobl), y quienes no lo son del todo. Quiénes son considerados como interlocutores válidos para representar al colectivo de víctimas —desde lo material y desde lo simbólico—, y quienes, nuevamente, no lo son. La jerarquización de sufrimientos y experiencias que se establece a lo largo del proceso, tanto desde el plano legal como institucional, es también incorporada y reproducida por las propias víctimas dando lugar a nuevos conflictos internos, en y entre organizaciones, que no hará más que contribuir a esa fragmentación y debilitamiento del movimiento. Vemos así, a través de las conversaciones mantenidas con víctimas y afectados tanto en Lima como en Ayacucho, los conflictos y las resistencias que habrían surgido con el nombramiento de determinados líderes de organizaciones, como habría sido el caso, por ejemplo, del nuevo presidente de “Juventud ANFASEP”, cuyo liderazgo fue puesto en cuestión por algunas personas al no ser considerado como un verdadero joven de ANFASEP (en tanto “su mamá nunca fue socia de la organización”). Conflictos también derivados del cuestionamiento de la afiliación de determinadas personas a organizaciones regionales y nacionales por no contar con el certificado de víctimas que emite el estado. Así, las sospechas que se 295 implantarán con el propio proceso de registro de victimas (no sólo por las barreras burocráticas que impedirían el registro de muchas personas sino también por la manera en la que se pone en cuestión la veracidad de las historias y experiencias de violencia vividas y narradas por las víctimas solicitantes), son en algunos casos también incorporadas y puestas en acción por el propio colectivo de víctimas. Conflictos también cuando se trata de familiares y no de víctimas directas, como sería el caso de las organizaciones de inocentes liberados, que parecerían sólo reconocer la afiliación de personas que hayan vivido experiencias de violencia “de primera mano”. Se reconocen las vivencias y sufrimientos de los familiares de las personas que fueron injustamente encarceladas, pero no su afiliación ni la posibilidad de una participación activa en el seno de sus organizaciones. Criterios de clasificación y diferenciación que se proyectarán también en sus relaciones hacia el exterior, dificultando el establecimiento de alianzas sólidas y duraderas con otros sectores de la sociedad civil. Así, si bien se establecerá una suerte de trabajo conjunto con ONG de derechos humanos y con otros actores dentro del campo específico de la justicia transicional, el criterio de ser o no ser víctima se convertirá, en muchos casos, en una barrera a la hora de establecer alianzas con otros actores y movimientos sociales, desde los sindicatos hasta el propio movimiento estudiantil con quiénes se considerará, al menos desde algunas posturas, no se comparte una experiencia común. Así, se va generando una suerte de aislamiento de las organizaciones de víctimas y afectados ante su incapacidad de plantear su lucha como una lucha conjunta y/o más amplia contra la injusticia social, la desigualdad o la discriminación; una lucha que vaya más allá de los reclamos inmediatos del colectivo especifico de víctimas del conflicto armado en el país, y en relación exclusiva al acceso a sus derechos de justicia, verdad y reparación. Cabe destacar, a este respecto, y de una manera especialmente relevante, las divisiones que surgirán también al calor, no solo de las percepciones que se manejan sobre quién es una víctima legítima y quien no lo es, sino también sobre quien es, o no es, un perpetrador. A modo ilustrativo, recogemos a continuación el extracto de una entrevista mantenida con una de las lideresas del colectivo de “viudas y deudas de personal de las Fuerzas Armadas muertos en servicio”, cuando le preguntamos 296 sobre la relación que mantienen con el resto de organizaciones de víctimas y afectados que operan en el país. Nosotros como te digo ya queremos la reconciliación, no queremos estar en la etapa de lo que hemos pasado. Y cuando haya la reconciliación ya no va a haber eso de quien agredió a quien. Fue un estado que abandonó y permitió que hubiera ese conflicto. Nosotros queremos vivir en un Perú en paz. Lamentamos lo que pasó de parte de ellos, y lo que paso de nuestra parte. Y fue parte de lo que nos toco vivir. No podemos hacer nada, pero podemos vivir en paz hacia delante. Acercarnos a asociaciones de víctimas para nosotras no ha sido difícil (…) Pero no han querido, no les ha gustado mucho. Cuando a mi me invitan a alguna presentación, y hago la presentación de a quién represento, que soy presidenta de la asociación de viudas, madres y sobrevivientes de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. por ahí alguien grita “pero fue la marina que mató a mi hijo”. Pero yo también podría decir, “pero Sendero mató a mi esposo”. Pero nosotros ya vamos en plan de paz, no vamos en plan de quien fue. Queremos de aquí para adelante (…) Como ye te digo con dirigentes estamos en plan reconciliación. De frente. Si nosotros no nos ponemos de acuerdo, ¿qué queremos? Un día le dije a XXX [presidenta de otra organización], ella decía policías y militares agresores…. Le dije un momentito, ¿a ti te gustaría que yo les dijera a mis hijos me voy a una reunión con los hijos de los terroristas? No, me voy a una reunión con las señoras de los derechos humanos (…) Porque al final victimas somos todos. (Entrevista personal. Representante de AVISFAIP. Esposa de policía nacional muerto durante el CAI. Mujer de unos 50 años. Lima, octubre de 2013). Vemos como a través de este discurso la referencia al pronombre “nosotros” y, sobre todo al pronombre “ellos”, adquiere una nueva connotación, haciéndose presente en las narrativas de muchos representantes de organizaciones de víctimas y afectados de dos maneras, o en dos sentidos. Por un lado, vemos como recoge la idea de una víctima, en tanto sujeto colectivo, frente a un estado que niega y vulnera sus derechos (o a la de un perpetrador responsable de las violaciones a sus derechos humanos). Por otro lado, plantea y manifiesta también la división al interior del propio colectivo de víctimas. Las diferencias y los conflictos internos entre los que son considerados como víctimas inocentes y como víctimas culpables; también entre los que “son CIDH” y los que no lo son; entre los que centran sus reclamos en la reparación, y los que plantean demandas más amplias en el terreno de la justicia o la búsqueda de los desaparecidos. Diferencias, también, y en palabras de algunos representantes, entre los que “lo tienen fácil” (aquellos que forman parte de casos emblemáticos) y los que “de verdad pelean”. Fragmentación, distanciamiento, divisionismos…. Se habla incluso de envidias y 297 egoísmo. Así lo perciben algunos representantes de ONG de derechos humanos que trabajan directamente con organizaciones de afectados. Hay mucho divisionismo, mucha envidia y mucho egoísmo entre organizaciones. Hay muchos conflictos. En Cabitos no había nadie de representantes de asociaciones de afectados de Lima. Y acá pasa lo mismo, entre las mismas organizaciones… que tu ya tuviste sentencia de la Corte Interamericana, ya no te metas.. Cosas, así. Entre las mismas organizaciones se están jalando la alfombra (Entrevista personal. Personal de ONG encargado de la gestión y coordinación de proyectos de promoción de los derechos humanos. Mujer de unos 45 años. Entrevista persona. Lima, septiembre de 2012). Porque claro, a veces hay una visión de los familiares que si es desaparecido es menos porque “mira el mío es más dolor porque el mío es asesinado, porque el mío ya estaba en vida, lo han secuestrado, lo hemos visto que lo han torturado y lo han ejecutado”. Y la otra, “no, es mas mi dolor porque yo soy madre...” Entonces... “No, no podría ser porque es mi esposo y me ha dejado con 5 hijos en cambio tu has tenido a tu esposo. En cambio, yo soy madre y padre...” Una discusión de eso. Entonces nosotros lo que les decimos, “acá tu no podrías hacer un peso, una medida de intensidad de dolores. Simplemente es distinto el dolor”. Es distinto, nada más (Entrevista personal. Responsable del área de comunicación de una ONG de derechos humanos, Mujer de unos 50 años. Lima, septiembre de 2011). El reconocimiento de la condición de víctima como sujeto social y político vendrá por tanto también marcado por las nociones y percepciones sociales que se manejarán desde dentro del propio colectivo de víctimas, así como por las propias luchas de poder que se derivarán de la manera en la que se va perfilando la justicia transicional en el contexto peruano, en tanto sistema de acceso diferencial —y desigual— a los derechos de justicia y reparación. Un movimiento que lejos de presentarse ante la opinión pública como un colectivo unificado, pareciera presentarse o estar compuesto por un cúmulo de partes, muchas veces enfrentadas en tanto representan posturas y planteamientos sobre el rol sociopolítico de la víctima radicalmente opuestas. Tal y como veremos en las siguientes páginas, posturas que irán desde las planteadas por aquellas organizaciones que aceptarán sin mayor cuestionamiento las formas de participación que se abren desde el propio estado, limitadas muchas veces a un papel meramente simbólico —y altamente vinculadas con las formas de presentación de la víctima como sujetos testimoniantes, sufrientes y vulnerables—, a posturas más contestatarias o 298 beligerantes, que cuestionarán no sólo los mecanismos de acceso a la justicia y la reparación existentes sino también las formas de reconocimiento de la víctima, defendiendo la idea de la víctima no sólo como una figura moral, sino como actor político con capacidad de toma de decisión y de articulación de nuevas demandas y propuestas. Dicha división, y dichas percepciones sobre la posición y la definición sociopolítica de la víctima contribuirán, en última instancia, a que determinadas experiencias de victimización tengan que ser defendidas y reclamadas con una mayor fuerza que otras. “Víctimas somos todos”, pero no siempre, ni para todas las partes. 1.3. “Bajar a las bases”. El liderazgo y la cuestión de la representatividad. Las capacidades para la incidencia política, y las formas que adquiere el posicionamiento público de las demandas y reclamos del movimiento de víctimas vendrán también marcadas por la estructura interna y por las limitaciones que caracterizarán a la mayoría de estas organizaciones. Destacará, en primer lugar y como característica compartida, la ausencia de recursos económicos. Si bien existen casos de organizaciones que contarán con la ayuda directa de ONG de derechos humanos, canalizando recursos y subvenciones por parte de organismos públicos y agencias de cooperación internacionales (hacíamos referencia antes al proyecto del museo de la memoria gestionado por ANFASEP en Ayacucho, o al caso de la Asociación Reflexión) los recursos económicos con los que contarán la mayoría de estas organizaciones serán muy escasos, limitados a las aportaciones realizadas por parte de sus miembros y/o afiliados. Aportaciones que, en muchos casos, tampoco se materializan, dado el perfil y las situaciones de pobreza en las que se encuentran gran parte del colectivo de víctimas, sobre todo en las zonas de la sierra y selva del país. Dichas limitaciones económicas impedirán la sostenibilidad de las acciones de estas organizaciones, que se verá muchas veces reducidas a las actividades llevadas a cabo por sus lideres o lideresas, personas que 299 en la mayoría de los casos tendrán que costear de su propio bolsillo los gastos derivados de tal actividad. En palabras de una de las dirigentes de CONAVIP: Nuestras dificultades mas grandes, vienen a ser... la situación económica. En nuestra condición de dirigentes, personalmente como dirigente nacional, no tengo ningún respaldo económico. Mis socios, que son las 15 regiones, que agrupa mas o menos a 20.000, 25.000 familiares víctimas de la violencia política, no aportan un solo céntimo a la organización. Entonces...yo camino con mis propios recursos. A veces tengo que sacar de...disminuir el menú que debo de preparar para mis hijos diariamente y reducir de ahí para poder caminar y mantener vigente la CONAVIP. Son los esfuerzos que hago... a pesar de ser una organización nacional, todavía carecemos bastante de la situación económica (Entrevista personal. Representante d la CONAVIP. Esposa de desaparecido. Lima, septiembre de 2012). La ausencia de recursos se convierte, por tanto, en un obstáculo para el desarrollo de las actividades de la organización, y en uno de los factores que determinara la escasa participación de gran parte de sus bases, y también de muchos de los lideres y lideresas de organizaciones que operan a escala local y regional. En tanto es en Lima donde acontece gran parte de la actividad política vinculada con los procesos de justicia y reparación, el peso del trabajo de incidencia e interlocución directa con el Estado recaerá en la figura de unos pocos dirigentes, bien de aquellos que residen en la propia capital, o de aquellos con mayores recursos económicos para poder costearse la realización de viajes y estancias fuera de sus ciudades y/o comunidades de origen. Recurriendo de nuevo a las palabras de la dirigente de CONAVIP: No es fácil que mis hermanos y hermanas desde el interior del país puedan movilizarse hacia Lima. Lamentablemente, todas las instancias están centralizadas acá en la ciudad de Lima. Y es aquí donde necesitamos estar detrás de los funcionarios, detrás de las autoridades, detrás de las instancias correspondientes. Tanto para exigir el tema de justicia, para exigir el tema de reparación, para exigir el tema de memoria. Y todos temas que…que son demanda de las víctimas de la violencia política ¿no? Y eso va a ser difícil... (…) Primeramente, el pasaje. Segundo, el tiempo.... la distancia. Son, lamentablemente, elementos que no facilitan para nada la movilización rápida de nuestros dirigentes ¿no? (Entrevista personal. Representante d la CONAVIP. Esposa de desaparecido. Lima, septiembre de 2012). No es de extrañar, por tanto, que se trate de organizaciones que adquirirán un alto carácter personalista, en tanto su representación pública y su portavocía, ante las instituciones y los medios de comunicación, recaerá en unos pocos que se convertirán, de esta manera, en las caras visibles del movimiento de víctimas. Unos 300 pocos que actuarán como representantes de un colectivo con presencia en múltiples lugares y comunidades de la geografía peruana pero que sin embargo “habla” y queda representado desde Lima y hacia Lima, en un claro juego de espejos de las formas de centralismo administrativo y político tan características de este país. Cabe destacar, sin embargo, que dicho personalismo será un elemento que no derivará exclusivamente de las limitaciones económicas mencionadas y de las exigencias marcadas por ese centralismo. Será también el resultado de dinámicas propias de organizaciones con estructuras internas débiles, en las que los compromisos con los objetivos concretos del movimiento no estarán basados en identidades compartidas sólidas. Tal y como se plantea desde la teoría de los movimientos sociales, son esas identidades compartidas, la idea de un “nosotros colectivo”, las que permiten, en última instancia, la elaboración de sistemas de significado que hagan de la acción colectiva un compromiso factible, duradero y con sentido, facilitando la percepción de ciertas cuestiones como socialmente relevantes y merecedoras de esfuerzos colectivos (Della Porta, 2011: 160). A este respecto, no se pueden obviar las diferencias claras que existirían entre las organizaciones que surgirán durante el periodo de violencia, y aquellas que se construirán después, en relación con el proceso que se abre con la creación de la CVR. Con respecto a las primeras, veíamos antes, al hacer mención a los casos de ANFASEP o de Mamaquilla, el peso importante que tienen estas organizaciones no sólo en relación a la posibilidad que ofrecen de articular demandas y reclamos de forma colectiva sino también y, sobre todo, como espacios de apoyo y reconocimiento mutuo. En estos casos, podemos hablar de la existencia de lazos de solidaridad interna fuertes; en contextos de alta persecución y discriminación (bien por su condición de desplazados o por las constantes acusaciones de sus vínculos con las actividades de los grupos armados) estas organizaciones servirán a fines que irán más allá de la mera organización política. Se trata de experiencias que cumplirán una variedad de necesidades organizativas e individuales de apoyo emocional, integración, sacrificio compartido y expresión de identidades compartidas (Gamson, 1990: 175). La participación y el compromiso vendrán por 301 tanto garantizados no por los recursos o beneficios materiales que ofrecerá el activismo sino por los recursos simbólicos derivados de la movilización, dando especial importancia a las relaciones sociales, la cohesión interna y la creación de espacios de seguridad y confianza mutua. En la mayoría de las organizaciones que surgirán al calor de la CVR nos encontramos, sin embargo, con otro tipo de dinámicas en tanto se tratará de organizaciones mucho más orientadas hacia la persecución de fines políticos concretos, véase la aplicación efectiva de las diferentes recomendaciones emitidas por la CVR con relación al acceso a los derechos de verdad, justicia y reparación para las víctimas del conflicto armado interno. Se tratará, por tanto, de organizaciones que movilizarán a sus miembros en torno a recursos y beneficios de corte económico y/o político (sea la obtención de reparaciones o la promulgación de una ley efectiva para la búsqueda de personas desaparecidas) más que sobre la base de incentivos simbólicos (sean ideológicos o solidarios). Si bien para muchos de sus líderes y lideresas, su participación y liderazgo aportará de forma significativa a su autorrealización personal, forjada en base a un compromiso profundo con el quehacer de memoria y con el reconocimiento de la “voz de las víctimas”, no se tratará de un rasgo, o motivación, fácilmente extrapolable al resto de sus miembros. Tal y como planteábamos, para un sector importante del movimiento de víctimas pareciera que la reparación es considerada como el único beneficio derivado de la asunción y movilización de una identidad victimada. Otros reclamos, vinculados con la justicia o con la construcción de memoria colectiva, son considerados como secundarios en tanto no se perciben, ni imaginan, como respuesta o soluciones a las situaciones de pobreza y precariedad en las que se encuentra un sector amplio del colectivo. Dichas diferencias en la manera de concebir la movilización, y los objetivos que la guían, dificultará también la construcción de alianzas y solidaridades sólidas que faciliten el trabajo conjunto y el desarrollo de repertorios de acción colectiva consistentes y duraderos en el tiempo. Así, muchas de estas organizaciones lejos de plantear agendas de lucha compartidas parecieran más bien construirse sobre el cúmulo de intereses personales que suelen saldarse una vez se 302 accede a la reparación. Tal y como nos comentaba el integrante de una ONG de derechos humanos que trabaja en varias comunidades ayacuchanas: “Claro, es que en muchos casos que también he podido encontrar, los líderes que exigen sus derechos… si bien es cierto, están los otros familiares que están detrás de ti pero que al final ha habido casos en los que obtuvieron alguna reparación y ya les dieron la espalda ¿no? Ya consiguieron lo que querían y… Como en este caso, hay muchos casos de representantes de asociaciones de familiares en estas comunidades en las que nosotros trabajamos, y muchos presidentes de asociaciones que estuvieron exigiendo… Había una marcha, venían algunos representantes… constantemente llamando, exigiendo saber como iba el tema de reparaciones (…) Y ahora que ha habido una reparación, ya muchas mujeres que han conseguido los 5.000 soles, ya como que no quieren saber nada de la asociación. Ya no, como ellas mismas dicen, ni nos han dado las gracias ni nada. Porque como asociación, tenían la tesorería y tenían una bolsa, porque habían acordado aportar 5 soles o 10 soles para cualquier gasto que se necesite y… no quieren dar nada. Y genera también… genera división entre ellos” (Entrevista personal. Personal de ONG de derechos humanos, encargado de la coordinación y ejecución de proyectos. Hombre de unos 35/40 años. Ayacucho, mayo de 2013). Lo que se plantea, por tanto y de una manera generalizada, es la inexistencia de nexos orgánicos entre los dirigentes de estas organizaciones y sus bases. Bases que se presentan de una manera, cuanto menos, difusa. Es habitual oír a los líderes y lideresas hablar, en sus discursos públicos y en sus entrevistas, en calidad de representantes de un colectivo genérico, sea de las víctimas en su totalidad, o de los desplazados, o de alguna comunidad en particular. Sin embargo, les resulta extremadamente difícil plantear cifras concretas en relación al número de afiliados sobre el que se sustenta la organización, o a especificar actividades concretas llevadas a cabo directamente por las bases. Como decíamos, la portavocía y la interlocución directa con el Estado, medios de comunicación y con otras instituciones de la sociedad civil, suele recaer en su persona, quedando la contribución de los miembros de las organizaciones reducidas muchas veces a su participación en marchas o plantones. Los dirigentes convocan a sus bases a tales eventos, con el objetivo de “hacer mancha”101, pero sin que se pongan en acción canales de comunicación efectivos para el trasvase de información, o para el debate abierto sobre los objetivos de tales actividades y su efectividad a medio y largo 101 “Mancha” es un término que se utiliza de forma coloquial y generalizada en Perú para referirse a una agrupación de personas. 303 plazo, o sobre el tipo de relaciones que se tienen (o se deberían tener) con el estado o con potenciales aliados. Dichas interacciones quedarán, en la mayoría de los casos, reducidas a espacios formales esporádicos y puntuales, tales como los congresos internos y/o asambleas para la renovación de cargos. En última instancia, se trata de una situación que dará lugar a cuestionamientos con respecto a la representatividad real de estas organizaciones, al menos en dos niveles. Por un lado, a nivel práctico, en sus relaciones con las distintas administraciones del Estado. Así nos comentaban, por ejemplo, que fue uno de los temas que se pusieron sobre la mesa en el momento de la conformación de la CMAN. Qué si las organizaciones no eran capaces de presentar una agenda común con objetivos claros, así como una representatividad real a través de sus números de asociados, iba a ser difícil que se les tomara en serio en los distintos procesos de negociación. Por el otro, a nivel simbólico e ideológico, en tanto se puede cuestionar si los discursos, las propuestas y los reclamos desplegados por los y las dirigentes de estas organizaciones, así como los marcos que dan sentido a tales discursos y reclamos, son verdaderamente representativos del conjunto de las víctimas y personas afectadas por el conflicto armado interno, o sólo de algunos sectores al interior de dicho colectivo. Estos problemas de representatividad, así como la inexistencia de tales nexos con las bases son elementos que no pasan, sin embargo, desapercibidos, sino que se plantean como grandes preocupaciones para el movimiento, y para sus líderes y lideresas. Así lo pudimos observar en una de las reuniones internas de organización de la CONVAIP a finales de 2013. Varias de las personas allí presentes, en su calidad de dirigentes regionales, mencionaron la necesidad de replantear estrategias internas para superar esas debilidades, así como los conflictos internos entre distintas organizaciones que operan a nivel provincial con intereses muchas veces contrapuestos. La necesidad de “bajar a las bases” para reactivar las comunicaciones con la gente y también con las organizaciones más pequeñas que forman parte de la coordinadora nacional, muchas de las cuales ni si quiera se conocía si seguían o no en activo. 304 Desde algunos sectores, se ha llegado a plantear también la posibilidad de ofrecer una suerte de incentivos para la participación. Tal y como nos comentaba un dirigente en Ayacucho, se barajaba, por ejemplo, la idea de dar prioridad a socias y socios de la organización a la hora de facilitar y colaborar con sus casos, la tramitación de sus solicitudes de registro, etc. Sin embargo, se trata de medidas que parecieran haber tenido poco o ningún impacto si tenemos en cuenta que dichos trámites se realizan de manera individual y sin necesidad de que exista una organización de respaldo; y también si tenemos en cuenta el trabajo de acompañamiento y apoyo realizado desde las ONG de derechos humanos involucradas en el proceso. Dada esta situación, será relativamente común oír a los y las dirigentes hablar de sentimientos de “abandono” por parte de sus compañeros y compañeras, así como de sensaciones, casi generalizadas, de frustración, desgaste y agotamiento, a nivel tanto emocional como económico, derivadas de la sobrecarga de trabajo o responsabilidad. “A veces discrepamos porque yo les mando correos, por ejemplo, ¿no? A los que ya manejan sus correos y manejan internet, pero para responderme se demoran un montón de tiempo.... responden al mes, o a veces ni me responden. Entonces tengo que llamar y ver la manera de como me comunico con ellos (…) Y eso cuesta ¿no? Y tengo que esperar a que mi hijo me haga la recarga mensual para poder llamar al interior del país (…) Y al final cuando quiero comunicarme con mis hijas ya no tengo crédito.... ya no tengo saldo para ellas. Y muchas veces, mis hijas terminan quejándose a mi hermano y le dicen “pero si mi mamá nunca tiene para comunicarse con nosotras”. Y entonces mi hijo me llama la atención y me dice “Madre...ya pues...ya no estás en las épocas de los 80, 85, 90..mamá” me dice “ahora ya tienes un montón de gente... Tú cuando das tus declaraciones, sales diciendo que tienes casi como 20.000 asociados...pero mamá, dando solo a 50 céntimos yo creo que pueden suficientemente cubrir el alquiler de un local... el pago del internet y el pago de las llamadas telefónicas...y tus pasajes madre” (…) Entonces ya termino recibiendo llamada de atención de mi hijo, de mis hijas...un poco resentidas... No tengo tiempo de atenderlos a ellos porque los días libres que tengo, estoy corriendo de la entrevista para acá, de la reunión para allá... Entonces, no hay tiempo, no hay tiempo.... Pero por otro lado... digo “Pucha, ya tienes que descansar...en qué momento” (Entrevista personal. Representante de una organización de víctimas y afectados que opera a escala nacional. Esposa de desaparecido y víctima de desplazamiento forzado. Lima, septiembre de 2012). Vemos como la realidad y las dinámicas internas de las organizaciones de víctimas y afectados se nos presenta como una realidad ambivalente y compleja. Aún así, el 305 movimiento de víctimas y afectados en Perú sigue en activo, casi 30 años después de que se iniciara el conflicto armado interno en Perú, y 15 años después de la entrega del Informe Final de la CVR. Sus características internas parecen no haber cambiado mucho. Tampoco sus caras públicas. Sigue siendo un movimiento débil y fragmentando, sin embargo, pareciera haber sido capaz de sortear todas esas barreras y obstáculos, año tras año. En tanto muchas de sus demandas siguen sin ser atendidas, el trabajo y la movilización continúan. Algunas de las organizaciones con las que nos encontramos a lo largo de nuestro trabajo de campo posiblemente hayan desparecido, a la par que habrán surgido otras, en nuevas comunidades, con reclamos distintos, o similares. *********** A través de estas páginas hemos pretendido acercar al lector o lectora al fenómeno de las organizaciones de víctimas en Perú, destacando su heterogeneidad y las complejidades internas que caracterizan dicho movimiento, dificultando la articulación conjunta de demandas y reclamos. Para ello se han recurrido solo a algunos de los múltiples ejemplos que existen de organizaciones en el país. La dinámica interna de cada una de estas organizaciones daría para escribir no una sola tesis sino muchas. Sin embargo, nuestro objetivo con este trabajo ha sido el de intentar construir una imagen general de las caras que adopta este movimiento y de la manera en la que se construye como resultado y como respuesta a las formas que va adoptando el proceso de justicia transicional en el país. Tomando en cuenta estas consideraciones (y todas las omisiones que lo acompañan) y dejando a un margen los conflictos internos, las divisiones y diferencias entre unas organizaciones y otras, lo que nos interesa a continuación es destacar algunos de los puntos de convergencia que hemos encontrado entre dichas organizaciones, sobre todo entre aquellas con mayor presencia pública y mediática y que operan a escala regional y/o nacional. A través del trabajo de observación y acompañamiento que hemos realizado durante todos estos años de investigación con muchas de estas organizaciones, en especial con los y las integrantes de CONAVIP en tanto 306 coordinadora nacional, lo que hemos pretendido es sistematizar lo que consideramos son algunas rasgos comunes que dichas experiencias de movilización tienen con otras experiencias en contextos posconflicto diversos y geográficamente dispersos, en tanto todas ellas formarían parte de un proceso que tiene lugar a escala transnacional de la mano de la importación y exportación de programas de fomento de la justicia transicional y los derechos humanos, supuestamente creados “por” y “para” las víctimas. 307 2. Las ONG como intermediarias. La recreación de los derechos humanos en el ámbito local. Hablar de las organizaciones de victimas y afectados en Perú significa referirse también, y manera inevitable, a las ONG de derechos humanos que operan en el país. La realidad y las formas que adopta el movimiento de víctimas en Perú no se puede entender sino es a través del accionar de estos otros actores sociales. Tal y como planteaba una de las muchas activistas con la que tuve la oportunidad de compartir charlas, espacios y vivencias, “las unas se necesitan a las otras”, planteándose así una suerte de relación instrumental entre ambos actores sobre la que merece la pena detenerse. Referirse al movimiento de derechos humanos en Perú significa referirse, nuevamente, a un movimiento amplio y heterogéneo, compuesto por una multiplicidad de actores y organizaciones, con distintas agendas, actividades y áreas de influencia. Las primeras organizaciones de derechos humanos en el país se remontan a finales de los años 70, bajo la forma de comisiones centradas en la defensa y el apoyo a las víctimas de la represión social del gobierno del general Morales Bermúdez, sobre todo obreros y campesinos involucrados en protestas. Hasta 1982, los grupos involucrados en el trabajo de derechos humanos provenían fundamentalmente de dos vertientes: una primera que articulaba a progresistas de la Iglesia católica alrededor de la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS), y una segunda relacionada con los congresistas de izquierda presentes en la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados (Muñoz, 1999: 436). Sin embargo, el contexto de violencia que poco a poco va inundando el país hará que surjan nuevas organizaciones, iniciativas y áreas de actuación, marcando un viraje importante en el desarrollo del movimiento de derechos humanos en el Perú. Tal y como plantea Youngers, mientras que en el período previo los grupos eran fundados en respuesta a cuestiones de derechos laborales o de urgentes demandas 308 socioeconómicas, la proliferación de grupos formados después de 1982 se centró en las violaciones a los derechos humanos tradicionales relativos al derecho a la vida, y cimentaron sus esfuerzos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otros convenios internacionales. Por consiguiente, se fueron conformando discursos diferentes y la actividad de derechos humanos adquirió nuevas formas (Youngers, 2003:87), dando lugar al surgimiento en 1985 de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH), la organización paraguas del movimiento de los derechos humanos en el Perú. Hoy en día, la CNDDHH agrupa a un total de 78 organizaciones que operan a escalas tanto locales como nacionales. Entre ellas, algunas de las organizaciones con mayor reputación y trayectoria en el sector: desde la sección peruana de Amnistía Internacional, a otras como la Comisión de Derechos Humanos (COMISEDH) o la Asociación Pro Derechos Humanos (APRODEH), símbolos de la lucha en la defensa de los derechos humanos desde el inicio del conflicto armado en los años 80, a través de su trabajo de documentación y denuncia de las violaciones cometidas a manos de agentes del Estado y de los distintos grupos armados. Si bien sería erróneo decir que la coordinadora representa y/o abarca a todo el movimiento de derechos humanos del país (mucho más amplio y heterogéneo si tenemos en cuenta las múltiples experiencias existentes a nivel local y comunitario, desde las organizaciones de defensa de los derechos de los pueblos indígenas, a grupos feministas y de promoción de los derechos de la mujer) si se convierte, en cualquier caso, en el referente clave a nivel nacional, y también a ojos de la comunidad internacional, sobre todo en relación al trabajo de justicia transicional y recuperación posconflicto en el país. Cabe destacar, como una de las características principales de esta coordinadora, la existencia de un liderazgo en gran medida urbano y de clase media (Youngers, 2003: 172). Ya desde su conformación, las organizaciones o grupos con mayor peso dentro de la coordinadora eran aquellos que se hallaban en las capitales de provincia y en Lima; ONG que fueron conformando sólidos equipos de profesionales y defensores y defensoras de los derechos humanos, generando diferencias claras con respecto a 309 grupos más pequeños, actuando a nivel local y/o comunitario. Si bien la descentralización y el trabajo conjunto con organizaciones y comités de derechos humanos locales fue uno de los puntos que se mantuvo siempre en la agenda de la coordinadora (Youngers, 2003: 202), pronto se hicieron notar las dificultades para ese trabajo conjunto. Tal y como plantea Tate para el caso colombiano, el activismo en derechos humanos se construye -también para el caso peruano-, no sobre la base de una experiencia unificada sino sobre la base de la diversidad y diferencias en el acceso a recursos, tanto económicos como educativos. Estas diferencias se hacen especialmente visibles entre los grupos nacionales (en este caso, aquellos generalmente basados en Lima) y aquellos que operan en pequeñas comunidades o zonas rurales (Tate, 2007: 186). Diferencias que se refieren a sus capacidades internas, pero también a sus posibilidades de acceder a los recursos provenientes de grandes donantes internacionales, así como al tipo de estrategias a desarrollar en su trabajo de defensa y promoción de los derechos humanos. Así, por ejemplo, el trabajo de activismo a nivel internacional y las relaciones con organismos supranacionales (como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos), ya desde la época del conflicto armado recayó generalmente sobre las grandes organizaciones limeñas, en tanto los organismos locales estaban demasiado centrados en el trabajo de respuesta inmediata a las violaciones a los derechos humanos y a las amenazas experimentadas a nivel local. Muchos defensores y defensoras locales se convirtieron en blancos de múltiples formas de violencia (tanto por parte de las fuerzas armadas como por parte de las tropas de Sendero Luminoso), y su trabajo tuvo que desenvolverse muchas veces en la clandestinidad. En palabras de Youngers: Esta situación creó una constante presión psicológica para aquellos que estaban comprometidos en el trabajo de derechos humanos y, en ocasiones, creó también relaciones tensas entre Lima y las provincias, y con los familiares. A medida que el trabajo de derechos humanos se fue concentrando crecientemente en Lima por las circunstancias adversas de las provincias, los grupos locales se sintieron marginados con frecuencia y alejados de las actividades que se llevaban a cabo en la capital. En la lucha por mantener un trabajo mínimo en derechos humanos, con frecuencia encontraron dificultades para participar en las campañas organizadas en Lima. A 310 pesar de la fuerte presencia de los grupos de provincia en el Comité Ejecutivo de la Coordinadora, la realidad del día a día obstaculizó incluso los esfuerzos que estos grupos convinieron en llevar a cabo. (Youngers, 2003: 170) Gran parte de las organizaciones que conforman la coordinadora de derechos humanos en Perú surgieron, como decíamos, durante el periodo de violencia armada. Mientras que unas estuvieron más centradas en el trabajo de asesoramiento y defensa legal de víctimas y familiares de víctimas, otras estuvieron más enfocadas hacia el trabajo de investigación y documentación, el desarrollo de proyectos de educación para los derechos humanos, el trabajo de asistencia directa a poblaciones afectadas, o una combinación de varias de estas actividades. Pero junto a estas organizaciones, habrá otras muchas que surgirán a partir del año 2000, también al calor –o al rebufo- de la caída del gobierno de Fujimori y el establecimiento del proceso de justicia transicional en el país. Organizaciones como el Centro de Asistencia Psicosocial (CAPS) de la propia CHDDHH, dedicada específicamente al trabajo de atención psicosocial a víctimas de tortura, o como el propio EPAF -al que hacíamos mención en páginas anteriores-, centrado en este caso en el trabajo de investigación antropológica-forense. Surgirán también nuevas iniciativas desde la sociedad civil, como la del “Movimiento Ciudadano Para que No se Repita” (MC PQNSR), un movimiento que agrupa tanto a ONG con larga trayectoria como a organizaciones de víctimas y afectados, grupos parroquiales, comités locales de derechos humanos, redes e individuos. Uno de sus integrantes explica el surgimiento de esta iniciativa de la siguiente manera: “después de todo el proceso que Fujimori hizo que a toda la gente le importara un comino lo que le pasaba al otro...había un terror horrible. Entonces toda esa generación que se metió de alguna manera en el informe de la CVR empezó a construir otra cosa, a parir una nueva manera de involucrarse en lo que le pasaba al país. También si tu quieres un sector de la población de vanguardia... con otras posibilidades... por eso digo actores que podían tener mas voz, intelectuales... pero entonces todo esto contribuye a que empiece a construirse también una vigilancia porque si yo me he involucrado en eso también quiero saber que va a pasar con esto que estamos haciendo. Un compromiso, una identificación con el tema. Tal es así que justamente antes de que se presente el informe de la comisión de la verdad obviamente la derecha estaba tratando de hacer añicos a los comisionados... decían que eran terroristas, etcétera. Entonces toda esta comunidad de gente, lo cual incluye a las primeras organizaciones de afectados por la violencia política, organizaciones de derechos humanos y toda la gente que se había metido en todo esto dicen ¡no! Están queriendo desprestigiar el informe antes que salga, ¡lo quieren 311 matar! Tenemos que armarnos de alguna manera para poder vigilar que esto se implemente, que tenga existencia y que se implemente. Que se difunda”. (Entrevista personal. Mujer de unos 35 años. Lima, septiembre de 2011) Vemos, por tanto, que se trata de una propuesta de la sociedad civil que se presenta y representa como resultado del propio contexto sociohistórico y como respuesta ante las campañas de descrédito que diferentes actores sociales y políticos empezaron a poner en juego en el mismo momento de la creación de la CVR102. Así, entre los objetivos principales de este movimiento destacaría la difusión de los contenidos del informe, para que este no pierda vigencia y para impulsar lo que ha venido a denominarse como un “sistema de vigilancia” en el cumplimiento de las recomendaciones (especialmente aquellas relativas a las reparaciones). Para ello, se desarrollan diferentes actividades, destacando la organización de movilizaciones, plantones, vigilias y el “desarrollo de campañas nacionales, regionales, locales e internacionales, de difusión y sensibilización sobre los desafíos que el Informe de la CVR plantea para el presente y futuro del país; poniendo énfasis en el homenaje a las víctimas, el rescate de la memoria colectiva, el llamado a la solidaridad, la paz y el desarrollo, y el compromiso de las autoridades con las reparaciones pendientes”103. De esta manera, y en tanto se van identificando nuevos campos de actuación dentro del terreno de los derechos humanos y la justicia transicional todavía por cubrir, irán surgiendo nuevas organizaciones e iniciativas que poco a poco irán llenando esos vacíos, convirtiéndose, unas y otras, en “abanderadas” de determinado tipo de intervención. Así lo expresaba una trabajadora de una ONG cuando le 102 Dichas campañas de descrédito se han mantenido hasta la actualidad. Es relevante destacar, a este respecto, el rol jugado por diferentes medios de comunicación ligados al fujimorismo y a la manera en la que han contribuido al mantenimiento de una serie de sentidos comunes establecidos durante el régimen durante los años 90 (básicamente la idea de que la violencia empleada por las Fuerzas Armadas no fue el resultado de una política sistemática de violaciones a los derechos humanos sino meros “excesos” inevitables en la lucha contra el terror senderista). De esta manera, se ha calificado a la CVR como un producto “antimilitarista”, “lleno de mentiras y contradicciones”, incluso como una interpretación “pro senderista” del conflicto armado interno. Véase, a modo de ejemplo, http://elcomercio.pe/actualidad/1467375/noticia-fujimorismo-planteo- que-congreso-revise-informe- (última consulta 19/11/2016) 103 Información extraída del Boletín virtual No1 (marzo de 2005) publicado por el propio movimiento. http://www.paraquenoserepita.org.pe/pqnsr/node/37. (última consulta 19/11/2016) http://elcomercio.pe/actualidad/1467375/noticia-fujimorismo-planteo-que-congreso-revise-informe- http://elcomercio.pe/actualidad/1467375/noticia-fujimorismo-planteo-que-congreso-revise-informe- http://www.paraquenoserepita.org.pe/pqnsr/node/37 312 preguntábamos sobre la manera en la que articula el trabajo conjunto en derechos humanos en el país. Entrevistada: A nivel de las ONG, cada quien nos conocemos. Como DEMUS, dedicado más al sector mujer. Nosotros acá también vemos mujeres pero no es como su tema ya de violación sexual, esterilizaciones... Y, a ver ...IDL, igual. Ya si, cada ONG ya mas o menos, y es bueno también para que también varias líneas que están sueltas, se atiendan. Y en algunos casos también te puedes duplicar, pero siempre hay alguien que esta un poco abanderando ese tema. Investigadora: Pero es todo gente trabajando sobre derechos humanos…. Entrevistada: Si, si. Acá, por ejemplo, COMISEDH tiene ya 30 años trabajando en el tema de los derechos humanos. Ahí también la gente del “para que no se repita”. No sé, ahí hay muchas instituciones... Hay muchas, pero de todas maneras todas nos conocemos. Todas nos conocemos, no todo el personal, pero si como institución (Entrevista personal. Responsable de comunicación de una ONG de derechos humanos. Mujer de unos 55 años. Lima, septiembre de 2011). Pareciera, por tanto, que una de las características principales a partir de las cuales se articula internamente el movimiento de derechos humanos en Perú sería la de la especialización. Especializaciones que implicarán diferencias no sólo en función del tipo de actividad desarrollada sino también en función del grado de cercanía con el colectivo de víctimas y sus organizaciones. Si bien raras veces se plantea abiertamente, si subyace una cierta critica, esgrimida desde las propias organizaciones de víctimas, y desde algunas ONG, hacia el trabajo desarrollado por las principales ONG de derechos humanos en el país, a las cuales se considera muchas veces “despegadas” de la realidad, o demasiado centradas en el trabajo político. Volviendo de nuevo a la conversación mantenida con la trabajadora de una de estas ONG: Investigadora: Y me imagino que también todas las organizaciones están en contacto con víctimas ¿no? Con familiares... Entrevistada: De una y otra, si… Que de repente no es que trabajen cerca como es nuestro caso. Por ejemplo, IDL. Casi la mayoría de sus trabajos son de investigación. Pero en sus trabajos de investigación también las citan, pero solo para conversarlas. Entonces no necesariamente... En el caso nuestro si porque con ellas trabajamos. Nosotros bajamos a sus bases (Entrevista personal. Responsable de comunicación de una ONG de derechos humanos. Mujer de unos 55 años. Lima, septiembre de 2011). 313 Se plantean, por tanto, diferencias entre aquellas ONG que trabajan codo a codo con las víctimas y sus organizaciones, y aquellas que, si bien también centradas en el trabajo de promoción de sus derechos, lo harían desde posturas más distanciadas. En última instancia, lo que se plantea es una diferencia entre planteamientos más orientados hacia la participación activa y la horizontalidad y aquellos en los que las diferencias y las jerarquías entre víctima y experto se hacen más visibles y patentes. Como veíamos con el caso del EPAF y su participación en el proceso de la CVR, existirán también diferencias en los planteamientos y formas de entender el proceso de justicia transicional en el país, así como las relaciones a ser mantenidas con las distintas instancias gubernamentales, implicando distintos grados de autonomía y/o independencia en el trabajo. Si bien estos debates serán muchas veces invisibles en el exterior, en un intento por presentar al movimiento de derechos humanos como un movimiento homogéneo, las negociaciones al interior serán constantes de cara a conseguir establecer unos consensos mínimos que permitan una articulación efectiva del trabajo a escala local y nacional. Lo que sí se presentará como una característica fundamental y compartida para la mayoría de las ONG, al menos de aquellas que operan a escala nacional, será la dependencia económica con respecto a distintos organismos internacionales y agencias de cooperación europeas y norteamericanas. En el caso de estas ONG, vemos como van atrayendo esta financiación a través de distintos canales. Destacan, a este respecto, las aportaciones y proyectos financiados por instituciones como la Agencia de Cooperación Alemana (GTZ), el Fondo Noruego, la Asociación Sueca de Desarrollo Internacional (a través de organizaciones como Diakonia) o las aportaciones realizadas por la Embajada holandesa en Perú. Destacará también el apoyo y financiación desde organismos internacionales independientes como la Fundación Ford o la Fundación Open Society, referentes a nivel internacional en el apoyo a proyectos y programas de promoción y desarrollo de los derechos humanos. Gracias a estas fuentes de financiación se irán sosteniendo distintas iniciativas, desde los talleres de capacitación y formación en liderazgo para víctimas y afectados hasta publicaciones relacionadas con temas de memoria, justicia y reparación, entre 314 otras muchas iniciativas. La profesionalización en el ámbito de los derechos humanos se hace así factible para los y las activistas gracias a dicha financiación y apoyo internacional. Una realidad, y una dependencia, que inevitablemente implicará la necesidad de adaptación y re-adaptación de sus mensajes, programas, proyectos y áreas de actuación a las agendas sociopolíticas y objetivos de agentes externos. Así, en tanto irán surgiendo nuevos contextos y escenarios que se convertirán en objetivos de intervenciones dentro del plano de la justicia transicional (como, por ejemplo, Colombia), Perú dejará de ser una prioridad a este nivel para las organizaciones internacionales y grandes donantes. Al mismo tiempo, irán surgiendo nuevos temas y problemáticas dentro de la agenda de derechos humanos en el país, desde los conflictos medioambientales a la cuestión de los derechos de los colectivos LGTBI, desplazando el enfoque de atención de estas ONG, así como sus principales canales de financiación. ************ En las entrevistas y conversaciones mantenidas con diferentes líderes de organizaciones de afectados, se habla de manera generalizada de las ONG de derechos humanos como de sus principales “aliados”. Su rol y su protagonismo no es sólo percibido por estos lideres y lideresas sino también por el conjunto más amplio de víctimas y comunidades afectadas por el conflicto armado interno, quienes se referirán de manera recurrente a estas organizaciones como “los derechos humanos”. Son “los derechos humanos” los que les ayudan en el proceso de búsqueda de los cuerpos de sus familiares de desaparecidos; los que van y vienen desde la capital para tomar sus testimonios y organizar talleres sobre la CVR o sobre las reparaciones. Son ellos, “derechos humanos” los que, de una u otra manera, defienden sus intereses. Así, resulta interesante destacar como en muchas de las comunidades de la sierra peruana los derechos humanos lejos de presentarse como un discurso, una categoría, una práctica política o un marco ideológico, se convertirán en un sujeto colectivo concreto, personificado a través de estas ONG. 315 Si tomamos en cuenta todo el trabajo realizado por estos actores sociales, tanto durante la época del conflicto armado como después, no es de extrañar que dicha asociación se produzca. Una asociación cuyas connotaciones semánticas –e históricas- son claramente descriptivas del tipo de relación que se va construyendo entre la víctima y las ONG en el contexto específico peruano. Como veníamos señalando, el campo de actuación de las ONG de derechos humanos ha sido múltiple; y su rol sin duda ha funcionado como elemento articulador y también explicativo de las formas que la justicia transicional ha adoptado en el contexto especifico peruano. Sin embargo, lo que nos interesa destacar de manera específica en este apartado es el rol que también han jugado estas ONG en lo que hemos querido denominar como un proceso de organización y encuadramiento de las experiencias de movilización sociopolítica de las organizaciones de afectados a niveles tanto locales, como regionales y nacionales. Las ONG de derechos humanos se convierten, en el caso peruano, en una suerte de intermediarios entre las víctimas, sus organizaciones, y el resto de actores que operan dentro del campo de la justicia transicional, favoreciendo procesos de importación y exportación de discursos, categorías y repertorios de acción que tiene lugar en una doble dirección, de lo transnacional a lo local y nacional, y de ahí nuevamente hacia lo transnacional, en un círculo infinito de intercambios y dinámicas con una intencionalidad clara, pero con resultados muchas veces inesperados. 2.1. Sobre trasplantes, traducciones y vernacuralizaciones. Volviendo a la noción de vernacularización que tomamos prestada del trabajo de Merry, queremos poner justamente de relevancia este papel de intermediación que las ONG de derechos humanos han jugado en el contexto específico peruano, traduciendo y adaptando la retórica de la justicia transicional y los derechos humanos a las realidades locales del país, haciéndola así accesible para las 316 organizaciones de víctimas y afectados en la articulación y legitimización de sus demandas y reclamos. Desde las propias ONG de derechos humanos, vemos como la existencia de organizaciones de víctimas y afectados se ha planteado como una necesidad para garantizar que los intereses de las víctimas quedarán debidamente representados en el proceso de justicia transicional. Tal y como nos han comentado representantes y trabajadores/as de varias de estas ONG, las organizaciones de víctimas se construyen como el mecanismo principal para canalizar su participación a lo largo del proceso. Y es también a través de la existencia de estas organizaciones que se otorga una suerte de legitimidad moral al propio proceso de justicia transicional. Se habla de la necesidad de que las víctimas “tengan voz”, de que participen y se adueñen del proceso de justicia transicional. No es de extrañar que, partiendo de estos supuestos, haya un interés expreso por parte de los organismos de derechos humanos en que estas organizaciones se creen y articulen. En las entrevistas mantenidas con líderes y lideresas de distintas organizaciones de afectados, al preguntarles sobre el origen de sus experiencias de movilización, ha surgido como tema recurrente el rol jugado por los organismos de derechos humanos a la hora de “agrupar” personas afectadas y de “impulsar” la creación de estas mismas organizaciones. Y entonces ahí la gente ya...ya empieza a visualizar que yo tengo ciertas actitudes, aptitudes… ¿no? Entonces me llaman para que...para ir a....conformo la organización. Y así se quedó felizmente. Y luego ya empezamos...me llevan para acá, me llevan para allá... Ahí es donde me invita la ONG a un evento de los diferentes afectados ¿no? Y es ahí donde conozco a XXX. Yo a la ONG le llevo la propuesta de formar una asociación mas grande que no solamente estén agrupados los inocentes sino todos los afectados de la violencia política (..) Y.…este...buscamos nombres ¿no? Me presenta a XXX y buscamos nombres.... (…) Entonces, le gustó la propuesta y ya formamos el Frente Amplio. El Frente Amplio de víctimas y familiares de la violencia política del Perú (Entrevista personal. Fundadora de la CONAVIP. Mujer de unos 65 años. Madre de estudiante injustamente encarcelada. Lima, septiembre de 2012). “Pero tu eres caso CIDH”, me dice “y los casos CIDH se están organizando”. Entonces fui a la ONG y justo llego un día y estaban reunidas La señora XXX, XXX y XXX. Y…como cinco personas…. Y yo les digo “si, yo también tengo la resolución de 317 CIDH del caso de mi papá...”. Si “mira, pues tenemos que buscarlo”. XXX siempre con la idea de que tenemos que buscarlos. Somos 159 casos y tenemos que buscarlos entre todos. “Ya pues, vamos”. Y así nos juntamos… y ya no éramos cinco, éramos 10…15…. Y ya cuando éramos 15 decidimos formar la asociación (…) Y así fue que formamos. Inclusive, como éramos quince mas o menos….así en una mesa. Tengo hasta los nombres anotados de las primeras reuniones (…) Y desde entonces, ya APRODEH recibe como una subvención o algo e invitan a que vayan a buscar con la lista en mano, donde viven. Entonces, la doctora con XXX se van a buscar a los pueblos…se van a Ayacucho. Y encuentran mas y dicen “son casos CIDH, estamos haciendo una lista, estamos organizando…Somos tal persona….”. Y así logran juntar por lo menos 200 casos. Porque son 159 casos pero acá hay 486 víctimas” (Entrevista personal. Representante de APRODEH. Hija de desaparecido y víctima de desplazamiento forzado. Mujer de unos 40 años. Lima, septiembre de 2013). Vemos así que en los procesos de conformación de las principales organizaciones de afectadas del país (aquellas que operan a escala regional y/o nacional) la intervención de las ONG de derechos humanos ha estado casi siempre presente. En algunos casos dicha intervención se ha limitado a “poner en contacto” a víctimas y/o organizaciones más pequeñas para la conformación de articulaciones organizativas más fuertes; en otros casos, las propuestas de “agrupamiento” han venido directamente impulsadas desde estas ONG, al detectar espacios de oportunidad y posibles estrategias de incidencia conjunta con las propias organizaciones de afectados. El rol de las ONG de derechos humanos se ha hecho también patente a la hora de identificar potenciales lideres y lideresas dentro del colectivo de víctimas, evaluando sus capacidades comunicativas y organizacionales y sus habilidades para posicionarse a si mismos, y a sus reclamos, en el espacio público. “Ya empecé a saber de los derechos humanos ¿no? Entonces empecé yo a caminar con los derechos humanos. (…) Y como andaba por ahí y juntaba a las madres. Sin conocernos porque no nos conocíamos de nada. Simplemente yo decía “vamos a luchar juntas”. “¿tú estás convencida de la inocencia de tu hijo?” “¡Si!” “Entonces, luchemos...no se pueden quedar tanto tiempo que les han dado”. A unos 5, a otros 30, así.... Entonces, empecé a juntar a las madres… y empecé a conocer gente del exterior. Cada evento que se daba ¿no? De derechos humanos, cuando venían personalidades de la OEA, de la Corte Interamericana, yo estaba ahí y también invitando a otras madres. Y como yo juntaba a las madres, las ONG vieron en mis actitudes ¿no? De esta naturaleza así de luchar. Entonces, me llevaban y me decían “viene la ONU y vas a hablar” (Entrevista personal. Fundadora de la CONAVIP. Mujer de unos 65 años. Madre de estudiante injustamente encarcelada. Lima, septiembre de 2012). 318 “Me consiguió la entrevista en la República. Y la entrevista salió en un periódico dominical en página central. (...) planteé la problemática de las personas que salían de la cárcel, los problemas: TBC, problemas ginecológicos por haber estado en ese penal ¿no? Entonces salí y las ONG dijeron “es la vocera” y lo plantea bien...de la parte humana. Entonces, ella es el referente. Así empecé a adquirir un protagonismo en la lucha por la defensa de los derechos…” (Entrevista personal. Representante de una organización de mujeres víctimas de violencia sexual. Mujer de unos 40/45 años, injustamente encarcelada durante el gobierno de Fujimori. Lima, septiembre de 2012). Vemos, así, como se van identificando y “formando” a esos líderes y lideresas, hombres y mujeres que estarán siempre (o casi siempre) presentes en actos públicos de conmemoración, charlas y debates; que liderarán también las relaciones con otros actores sociales, como el Estado o los medios de comunicación, impulsando las labores de incidencia política desde y para las víctimas. El apoyo para superar las barreras y los requerimientos burocráticos y económicos necesarios para la constitución formal de muchas de estas organizaciones a niveles tanto locales, como regionales y nacionales, será también otro de los ejes de actuación de los organismos de derechos humanos. “Sí...y nosotros lo que hacemos también es reforzamiento de sus instituciones porque cuando nacen las instituciones por la misma necesidad de organizarse e ir a buscar al desaparecido, o al asesinado, o al ser querido que desapareció...Se formaban instituciones, pero en ese momento no debía estar en su mente que había que regular, que había registros que...No. Pero a este tiempo que ya pasaron, que ocurre cuando ya la formalidad, así como hay tantas.... Y también tenemos el...la pelea de los enemigos. Digamos, la gente de derecha, la gente de los militares. Y digamos no, es como no están en el registro público entonces son terrucos, son terroristas. Entonces te comienzan a acusarlas y a tratar de desprestigiarlas... “no ya son terroristas y que raro que no están registradas legalmente…” Y se les explica y ello saben pues, pero no. Entonces nosotros ahora lo que hacemos es ayudar al fortalecimiento institucional de ellas... ¿cómo? Ayudándoles a que formalicen sus instituciones. de manera que la democracia se fortalece en la medida en la que haya instituciones formalizadas, bien organizadas. Y eso les decimos a ellas... “no, muy bien la lucha, muy bien todo, pero la parte formal también es importante, entonces también hay que formalizar”. Y en esas estamos nosotros, formalizar” (Entrevista personal. representante de una ONG que desarrolla proyectos de apoyo y fortalecimiento de organizaciones de víctima y afectados. Mujer de unos 45/50 años. Lima, septiembre de 2011). Pero lo que nos parece más interesante serán los programas que se desarrollarán con 319 el objetivo de contribuir al fortalecimiento de las organizaciones de víctimas y afectados, no solo proveyendo ayuda técnica y asistencia legal, sino también a través de talleres y proyectos de formación de sus miembros y lideres. Si bien existen también posturas contrapuestas a este respecto, lo que se ha observado como una constante clara en el planteamiento de estas ONG es la idea del “empoderamiento”, en tanto estrategia de intervención y en tanto objetivo último de múltiples programas, proyectos y actividades. Así, será frecuente el uso de discursos que enfatizarán (en palabras de los propios sujetos involucrados) “la necesidad de empoderar a las víctimas” o de que las víctimas “conozcan y sepan reclamar sus derechos”. Pero ¿cómo toma forma esta idea del “empoderamiento” en la práctica de estas organizaciones? ¿Cómo se entiende su uso, y sobre la base de qué supuestos? Dichos planteamientos parecen tener su origen en iniciativas y experiencias que empiezan a tomar forma ya durante la época del conflicto armado interno, a través de la puesta en marcha de distintos programas y proyectos dentro del ámbito de la educación para los derechos humanos. En 1985 se fundará la primera iniciativa, el Instituto Peruano de Educación en Derechos Humanos y la Paz (IPEDEHP), centrando su actividad en el trabajo de capacitación en derechos humanos de profesionales dentro del ámbito educativo. Tal y como nos plantea Youngers, dicho trabajo estuvo basado en la convicción de que la falta de conocimientos de los derechos propios hacía la gente más vulnerable frente al abuso y la explotación. Educando a las personas en sus derechos lo que se pretendía, en última instancia, era ayudarlas a convertirse en miembros activos de la defensa de tales derechos” (Youngers 2003: 153). A la experiencia del IPEDEHP le seguirán otras, como la Escuela de Derechos Humanos del Instituto de Defensa Legal (IDL), con el objetivo de hacer de la educación en derechos humanos también un elemento para la prevención activa contra las violaciones a los derechos humanos. Su programa estuvo centrado ya no en el trabajo directo con un sector profesional concreto sino con sectores más amplios de la población, en este caso el campesinado de las zonas 320 del país afectadas por el conflicto armado interno (Youngers, 2003: 155). Dichas experiencias tendrán su correlato en programas y proyectos que se empezarán a desarrollar una vez finalizado el trabajo de la CVR. Así surgirán una multiplicidad de experiencias e iniciativas orientadas a ese supuesto empoderamiento de la víctima, a través de la organización de talleres y actividades informativas en torno al propio trabajo de la CVR, los avances en el proceso de implementación del PIR, el funcionamiento del sistema de registro y acreditación, etc. Junto a estas, otras experiencias específicamente orientadas hacia el sector de las organizaciones de víctimas y a la capacitación de sus lideres y miembros. A través del siguiente extracto de entrevista, vemos como una trabajadora de una ONG de derechos humanos en Lima plantea los fundamentos y los objetivos a partir de los cuales articulan su trabajo y las actividades de la organización. Un trabajo orientado a la socialización de información y conocimientos, como estrategia para impulsar nuevas formas de posicionamiento en el espacio público, y de dotar a las organizaciones de víctimas de herramientas para una comunicación social y política efectiva. “Nosotros de lo que nos ocupamos es de las capacitaciones, capacitación sobre los temas de derechos humanos en general, pero nuestra línea mas, un poco mas definida, es desapariciones forzadas. Entonces nosotros decíamos...desaparición forzada. Vamos a capacitar a los familiares, qué está bien porque se les desaparece el familiar y no saben que hacer...pero si conocen, saben el manejo del marco legal, y saben a donde ir (…) Entonces que los familiares que estén empapados. Si tocan a cada puerta conociendo sus derechos pueden pedir y también la autoridad que conoce también todo este campo y que sabe que los familiares están empoderados... Desde ahí puedes avanzar el camino (…) En la otra línea están las capacitaciones, la capacitación de liderazgos. Para nosotros todos son líderes. En el mismo momento que desapareció un familiar y se atrevieron [a enfrentarse en medio de tanta...uhmm...tanto temor, tanto secuestro. Pero ellas salieron en busca porque más fue el amor del ser querido ¿no? y entonces todas son líderes. (Entrevista personal. representante de una ONG que desarrolla proyectos de apoyo y fortalecimiento de organizaciones de víctima y afectados. Mujer de unos 45/50 años. Lima, septiembre de 2011). Cabe destacar que estos procesos “formativos” no tendrán lugar solo a través de 321 programas y proyectos formalizados. Tendrán también lugar a través de una infinidad de interacciones informales entre el experto y la víctima. Los representantes de las ONG canalizan sus conocimientos y experticias en favor de la víctima a través de múltiples canales. Así, por ejemplo, ha sido relativamente común presenciar conversaciones entre lideres que acaban de dar discursos en actos públicos y miembros de distintas ONG. Conversaciones a través de las cuales se comenta y evalúa la efectividad de sus discursos, ofreciéndoles consejo sobre las cosas que han funcionado, las cosas que no, sobre los puntos que se deberían obviar o sobre aquellos que si se deberían mencionar en próximas presentaciones y debates públicos. Se cuestiona el tono utilizado (mas o menos agresivo, mas o menos emotivo…), los conceptos y las categorías utilizadas. Así, de una manera casi inadvertida, vemos como el discurso y las narrativas de las víctimas, si bien reconocidas como propias y legítimas, son a la vez sutilmente moldeadas, en un intento por ajustarlas a lo que se espera de ellas de acuerdo con los marcos y pautas que regulan el campo de interacción de la justicia transicional. Pero volviendo a los programas de formación y capacitación formales, lo que nos interesa también destacar es que se trata, en general, de programas de fomento de los derechos humanos que circulan a escala internacional, que se implantan en Perú de la mano de estas organizaciones, pero también en otros muchos contextos postconflicto. Programas que, impulsados desde diferentes organismos internacionales y ONG europeas y norteamericanas, se irán luego exportando a contextos diversos donde se considera necesario potenciar y fomentar procesos de movilización social y política en este ámbito. Es el caso, por ejemplo, de los talleres de formación desarrollados desde la ONG Qatari Panituri. Gracias a la financiación recibida por parte de organismos de derechos humanos europeos, los y las representantes de la organización participarán en talleres de formación de formadores sobre protección legal contra las desapariciones forzadas junto con otras organizaciones de derechos humanos provenientes de países como Argentina, Colombia o Guatemala. La intención de esas sesiones de formación de formadores será la de impulsar “proceso de replica” a 322 nivel local, desarrollando talleres de formación con víctimas y afectados en los países de origen de cada una de esas organizaciones. Así, en el caso especifico peruano, vemos como dicha iniciativa dará lugar a nuevos programas de formación y capacitación en acciones legales contra las desapariciones forzadas a nivel local, orientados y dirigidos a lideres y lideresas de organizaciones de victima y familiares y a promotores, promotoras y profesionales de los derechos humanos. El objetivo final: dotar a los y las participantes de herramientas legales para mejorar sus capacidades de incidencia política y poder convertirse en “transmisores de estos conocimientos en sus respectivas instituciones de origen”104. Los lideres y lideresas que participaron de esa formación (personas provenientes de diferentes regiones del país) serán entonces las encargadas de transmitir y compartir los conocimientos adquiridos a lo largo de los diferentes talleres con sus compañeros y compañeras de organización. Entre los temas que formaron parte de ese programa formativo, destacó el trabajo sobre la definición jurídica de la Desaparición Forzada y sobre sus elementos fundamentales, las obligaciones del Estado en la materia, la nueva Convención Internacional y el rol de la Coalición Internacional contra la Desaparición Forzada en el fomento de mecanismos y estrategias de lucha y prevención de esta violación a los derechos humanos específica. Conceptos, categorías y contenidos que se ajustarán a la realidad local peruana, a las formas concretas que toma la desaparición forzada en el país y las respuestas dadas por el Estado peruano hasta la fecha. Recuperando nuevamente la propuesta analítica de Merry, vemos como este proceso podría enmarcase bajo la idea del trasplante. El trasplante de programas y modelos de derechos humanos que se adaptan de un contexto local a otro, pero bajo un mismo proceso de traducción de recetas y estrategias que tiene lugar a escala global. Como nos dirá Merry, los procesos de trasplante de instituciones y programas de derechos humanos incluye dos procesos, uno de traducción y otro de apropiación. - La apropiación tiene lugar cuando dichos programas, ideas e intervenciones 104 Para más información, consultar el blog de la organización: http://derechoalaverdad.blogspot.es/59 http://derechoalaverdad.blogspot.es/59 323 son desarrolladas por activistas en un contexto concreto y luego replicadas, y adaptadas, a otros lugares. La apropiación requiere conocimiento del contexto local de aplicación y, en la mayoría de casos, la capacidad de los actores sociales y activistas de derechos humanos para atraer fondos y atención a escala internacional (Merry, 2006: 135). - La traducción, tal y como queda definida en la propuesta de esta autora, se refiere al ajuste de retóricas y de las estructuras de estos programas o intervenciones a las circunstancias y realidades locales (Merry, 2006: 135). Si bien no todos los procesos de apropiación incluyen la traducción, esta se convierte en un elemento clave para garantizar el apoyo y el éxito de estos procesos. Se hace necesario que estos programas y retóricas adquieran un significado válido en el contexto en el cual se aplican, que sean percibidos por las organizaciones de víctimas y afectados, y por los propios activistas, como herramientas válidas y útiles para la lucha social y política. Merry destaca tres dimensiones o elementos en estos procesos de traducción. En primer lugar, a través de las imágenes, símbolos e historias mediante las cuales se presentan estos programas. Se hace necesario que dichas imágenes, y símbolos se basen en narrativas y concepciones culturales locales propias. Si volvemos la mirada al ejemplo del programa formativo desarrollado desde Qatari Panituri, vemos como dicho proceso va tomando forma. Las aproximaciones jurídicas a las desapariciones forzadas van cobrando sentido en ese programa a través de la incorporación de estudios de casos reales, mediante testimonios y experiencias concretas de familiares de víctimas de este tipo de violación. Adjuntamos a continuación dos extractos de la entrevista realizada a una de las representantes de la organización en los que se ilustra parte de la dinámica de estos talleres formativos, los intentos por generar procesos significativos teniendo en cuenta la realidad y experiencias de los y las participantes. “Porque de que te sirve un trabajo legalista. Las acciones legales contra la desaparición forzada, de que te sirve si no lo vas a hacer este...transversalmente. Porque tiene que ver la sociología, la historia, tiene que ver la psicología... Entonces nosotros, incluso cuando hemos desarrollado los cursos tratamos los temas de 324 acciones legales, qué es la convención internacional, los mecanismos, todo, pero no tiene que ser una cosa así fría, no. Desaparición forzada...hablamos de desaparición forzada pero en ese tema tiene que haber muchas cosas. Por ejemplo, entraba las dinámicas de grupo, hablas el tema de solidaridad... Entonces para qué vas a decir la teoría (…) Entonces pusimos la música. Y también la jugábamos mucho con la música. Pones una música de la selva, de la sierra, porque todas ellas vienen de diferentes partes y haces también que refuercen su identidad. Y haces también entender que el problema de ellos no es de ellos, es de todos.” “Bien segura. Dice, “me he preparado y estoy con ganas de hablar todo el testimonio de mi padre...El curso va a comenzar así...” Ella se había hecho todo su tallercito. Me dice “el curso voy a comenzar con un testimonio de mi padre. Mira, lo he hecho así...” Ya lo tenía en un cuadernillo con sus fotos, todo. “Y desde ahí voy a comenzar el tema de la desaparición forzada en qué consiste, desde mi localidad, desde mi padre, porque al final voy a terminar con el mapa del mundo. Nosotros comenzábamos al revés, en los cursos comenzábamos con el mundo y vamos al Perú y terminaban ellas con un testimonio de... Y ella comenzó al revés y dijimos ¡perfecto! Porque nosotros en el taller, la metodología... cada quién tenía que ser espontáneo.” Se busca, por tanto, que los y las participantes se adueñen del programa formativo y de sus contenidos, que sean “espontáneos” y que aprenden a conectar la parte legal (“una cosa así fría…”) con sus experiencias y vivencias personales. Siguiendo la definición propuesta por Bacqué y Biewener, vemos como el empoderamiento se entiende, en este caso, más que como un estado, como un proceso. Como un proceso de aprendizaje, a la vez individual y colectivo, que plantea una suerte de recorrido de autorrealización y de emancipación final de los individuos (Bacqué y Biewnwer, 2016: 14). Por otro lado, vemos también como se plantea el hecho de que lo legal (véase, el marco del derecho internacional de los derechos humanos en torno a la desaparición forzada) sólo pueda cobrar sentido para estas personas desde una perspectiva holística y, sobre todo, localizada (“desde mi localidad, desde mi padre… al mundo”). La segunda dimensión de la traducción se refiere a la necesidad de adaptación de los programas a las condiciones estructurales en las cuales operan. En este caso concreto, vemos que los talleres se desarrollan en un momento en el que Perú era todavía uno de los países que no había ratificado la Convención Internacional contra 325 la Desaparición Forzada, motivo por el cual gran parte de los contenidos y acciones de los talleres irán orientados al conocimiento de la Convención y a la necesidad de desarrollar estrategias conjuntas para demandar y conseguir la ratificación. En un contexto local y nacional de total impunidad y falta de respuestas por parte del estado, se considera la apelación a tratados internacionales como una primera garantía en el desarrollo de medidas de respuesta por parte del Estado y de mecanismos de prevención futura.105 La última y tercera dimensión se refiere a la definición y redefinición de las poblaciones diana de este tipo de programas e intervenciones en cada contexto local. En el caso de estos talleres, vemos que estuvieron mayoritariamente dirigidos a lideres y lideresas de organizaciones de víctima y afectados, pero también a operadores del estado. A la hora de definir y diseñar la implementación del programa, se toma en consideración el escaso conocimiento que gran parte del personal técnico de las administraciones públicas tiene sobre la desaparición forzada como delito y también del marco internacional existente en materia de protección y prevención. Se plantea así la necesidad de incluir a estos operadores técnicos como parte del público destinario de estas intervenciones. A través de la siguiente cita vemos como los promotores de esta intervención explican dicha decisión y estrategia de intervención y selección de los y las participantes. “las entidades públicas del estado...Dos cosas: o no conocen…. son los profesionales incluso los profesionales tan jovencitos......o no conocen o si conocen te estudian pero te dicen no, entonces ellos te dicen no.…vente mañana... Acá el caso de secuestro en el Perú, eso no se ve. Entonces lo que decimos acá criollamente, te pelotean, te mandan al desvío y entonces el familiar que tampoco sabe...ya fue...como sea... Entonces son dos cosas: a los familiares que estén empapados y las entidades estatales ¡también que conozcan este caso! (…) Entonces por eso es que nosotros hicimos eso: capacitación de familiares y de entidades del estado, y luego digamos operadores...lo que nosotros llamamos promotores de derechos humanos que son las ONG. Entonces tratamos de hacer ese trío (…)” *********** 105 Merece la pena señalar que será poco tiempo después de que tengan lugar estos talleres, en septiembre de 2012, que Perú ratificará finalmente dicha Convención internacional. Para más información, véase el comunicado emitido desde Amnistía Internacional: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/noticias/noticia/articulo/peru-ratifica-la-convencion- sobre-desapariciones-forzadas/ https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/noticias/noticia/articulo/peru-ratifica-la-convencion-sobre-desapariciones-forzadas/ https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/noticias/noticia/articulo/peru-ratifica-la-convencion-sobre-desapariciones-forzadas/ 326 Con este ejemplo concreto se ha pretendido ilustrar la manera en la que se va desarrollando un sistema de intervención que podemos definir como un sistema en “cascada”: desde las oficinas centrales de agencias de cooperación en Europa y Norteamérica a experiencias que tiene lugar en comunidades remotas de la sierra peruana, el marco de la justicia transicional y los derechos humanos se difunde y materializa en experiencias de movilización y organización concretas. Sin embargo, se trata de procesos que no tienen lugar de una manera unidireccional, de arriba abajo, sino que se compaginan en paralelo a procesos que tienen lugar también en el sentido contrario, de abajo a arriba. Con esto nos referimos a los procesos mediante los cuales las víctimas, en colaboración y gracias a la intermediación de las ONG de derechos humanos, incorporan los marcos interpretativos que les ofrece esa comunidad internacional, los resignifican y los despliegan desde lo local nuevamente hacia el plano internacional, en un intento por superar las barreras que se imponen en el acceso a la justicia y la reparación a escala nacional. Siguiendo las propuestas de autores como Goodale, lo que se pretenderá es poner de relevancia la manera en la que, a través de la practica de distintos actores sociales y políticos, se va construyendo una suerte de relación dialéctica entre estas distintas instancias socio-espaciales, a través de interacciones múltiples y constantes a nivel práctico, legal y también conceptual. En palabras del propio autor, El recurso al maro interpretativo de lo local/global en nuestros estudios sobre la práctica de derechos humanos nos provee de maneras para ilustrar las dimensiones empíricas del poder tal y como se despliegan en las redes transnacionales de derechos humanos, a la ve que reconoce un aspecto igualmente importante sobre la manera en la que el poder se moviliza a través del propio discurso de derechos humanos: el hecho de que los actores de derechos humanos frecuentemente experimenten el discurso de los derechos humanos como una suerte de liminalidad ética o legal que puede empoderar a aquellos que carecen de poder, a la vez que los expone ante el riesgo de una mayor violencia (Goodale, 2007: 23).106 2.2. La verticalización de los derechos humanos como estrategia de acceso a la justicia. 106 Traducción de la autora. 327 Wilson define la verticalización de conflictos locales como el proceso mediante en cual la resolución de conflictos se eleva más allá del contexto local o regional en el cual dicho conflicto acontece hacia instancias y niveles superiores, normalmente aquellos del estado nación o de comisiones y cortes internacionales (Wilson, 2007: 355). Estos procesos de verticalización y/o internacionalización de conflictos sociales locales se hace posible dentro del marco del derecho internacional a través de la aprobación y ratificación de distintas declaraciones y pactos internacionales, especialmente a través del Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que entra en vigor en marzo de 1976. Es a través de este protocolo que se reconoce la competencia del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas para recibir y considerar comunicaciones de individuos que se hallen bajo la jurisdicción de estados que hayan ratificado dicho pacto, y que aleguen ser víctimas de una violación, por ese estado parte, de cualquiera de los derechos enunciados en el pacto. En el caso peruano, será principalmente a través del Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH), con la ratificación de la Convención Americana sobre Derechos Humanos en julio de 1978 y la aceptación de la competencia contenciosa de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en enero de 1981, que se hacen posibles dichos procesos de verticalización. El estado peruano acepta como medio válido de resolución de conflictos a dicho Tribunal Internacional y la CIDH se convierte así en una alternativa posible, para las víctimas y sus organizaciones, a la hora de garantizar sus derechos de justicia y reparación cuando estos son negados y/o vulnerados. El primer informe sobre la situación de los derechos humanos en Perú emitido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos fue publicado en 1992, doce años después de iniciado el conflicto. Sin embargo, las ONG de derechos humanos peruanas habían empezado a interactuar con el sistema interamericano de derechos humanos mucho antes, desde principios de los años 80. Dado el contexto de escasas garantías judiciales y de alta impunidad en el país, estas organizaciones pronto 328 vieron el activismo internacional como una estrategia valida para garantizar los derechos de justicia y reparación de las víctimas. Tal y como recoge Villarán en su análisis sobre la intervención e involucramiento del SIDH en el caso peruano, será gracias a este activismo internacional impulsado desde la sociedad civil que se puede explicar, en gran parte, el impacto que el sistema interamericano, y las decisiones de la comisión en particular, tendrá eventualmente en el proceso de recuperación de la democracia en el Perú y en el aumento de la capacidad de las víctimas en su acceso a la justicia (Villarán, 2007: 97). Dese que se iniciaron estas actividades, la comunidad de derechos humanos peruana —en estrecha colaboración con organizaciones internacionales como Human Rights Watch o el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL)— fue rápidamente familiarizándose con el funcionamiento del sistema interamericano, y pronto empezaron a participar en numerosos audiencias, a presentar múltiples peticiones ante la comisión, asumiendo también la representación y litigación de casos individuales ante la Corte. Pronto se convirtieron en interlocutores válidos y en evaluadores calificados, fortaleciendo su posición como negociadores directos con el estado peruano (Villarán, 2007: 98). Fue así como la actividad del SIDH en el Perú empieza a aumentar y a afianzarse, especialmente durante la época del gobierno de Fujimori. Desde 1992, la Comisión empezó a realizar visitas esporádicas al país. Se publicaron numerosos informes especiales sobre la situación de derechos humanos; se aceptaron a trámite peticiones emitidas por organizaciones de derechos humanos, nacionales e internacionales, y se empiezan a documentar numerosos casos de masacres y desapariciones forzadas, algunos de los cuales serán finalmente presentados ante la CIDH para su evaluación y sentencia, la gran mayoría de las cuales fueron desfavorables para el gobierno peruano. Entre varias de las recomendaciones emitidas por la Comisión a lo largo de estos años, se urgió al estado peruano a limitar la jurisdicción del sistema de justicia militar o a favorecer el establecimiento de garantías judiciales para el debido proceso y para la independencia y autonomía de los jueces. Se cuestionó también abiertamente la legislación antiterrorista existente en el país, así como la proclamación de la Ley de Amnistía de 1995 (Ley 26479) por ser contrarias a los 329 principios de la Convención Americana de Derechos Humanos (Villarán, 2007: 109- 111). Cabe mencionar a este respecto que, en 1999, Fujimori -en un intento por limitar la capacidad de intervención del sistema interamericano en el país-, emite una resolución legislativa anunciando la renuncia a la jurisdicción oficial de la CIDH. Poco después, la Corte dictaminó que no aceptaría la renuncia del gobierno peruano a su jurisdicción, en tanto no existiría base jurídica para dicha decisión. La Corte confirmó que continuaría con los procesos relacionados con el Perú, pero Fujimori rápidamente contestó confirmando su intención de seguir ignorando los procedimientos y sentencias emitidas por dicho organismo. Esta situación, dados los acontecimientos que poco después tendrían lugar con el colapso del régimen de Fujimori y con el establecimiento del gobierno transicional de Paniagua, no se prolongó mucho en el tiempo. Paniagua pronto retrocede en dicha decisión para volver a incorporar a Perú dentro de la jurisdicción de la Corte Interamericana. Su gobierno asumirá y reconocerá la responsabilidad del estado peruano en una serie de violaciones a los derechos humanos cometidas durante el régimen de Fujimori, aceptando la búsqueda de soluciones y acuerdos amistosos en un intento por acatar los fallos de la Corte en cerca de 150 casos (Burt, 2009b: 388). De esta manera, se abría una nueva etapa en el país con relación a la posibilidad de judicialización de casos y de lucha contra la impunidad en el contexto nacional, respaldada nuevamente con la conformación de la CVR y con los nuevos compromisos asumidos por el estado a nivel de rendición de cuentas. La CVR, en su Informe Final, y tras largas investigaciones, recomendó la judicialización de 47 casos presentados ante el Ministerio Público, así como el establecimiento de un sistema especial para el procesamiento de casos relacionados con las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la época del conflicto armado. En 2004, se crea finalmente un subsistema penal de derechos humanos, como la organización del sistema de justicia encargada de la investigación y procesamiento de los crímenes contra los derechos humanos cometidos durante el conflicto armado a través de la Sala Penal Nacional (SPN). Sin embargo, pronto se hicieron notar las dificultades 330 vinculadas a la falta de recursos y personal. La situación general a nivel de judicialización de casos en el plano nacional se ha caracterizado por los escasos avances en los procesamientos llevados a cabo por dicha Sala Penal Nacional; de los casos presentados, muchos de ellos se encontrarán paralizados en fase de investigación preliminar. Si atendemos a las sentencias de los expedientes que habrían llegado a trámite, la tendencia sigue siendo muy favorable a la absolución de los agentes del Estado acusados de ser responsables de graves violaciones a los derechos humanos.107 Ante el constante agotamiento de las vías legales a escala nacional, la estrategia impulsada desde las ONG de derechos humanos será, nuevamente, el recurso al Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Tal es el caso que, para el año 2010, se habrían presentado aproximadamente 360 peticiones en la CIDH, de las cuáles 68 habrían sido admitidas a trámite. De esas demandas, más de un 50 por ciento estarían relacionadas con los hechos ocurridos durante los años 80 y 90. Dichas cifras convierten a Perú en el país más denunciado del sistema interamericano108. De acuerdo a investigaciones más recientes, realizadas por el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontifica Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP) a marzo de 2014, el estado peruano será el estado respecto del cual la CIDH habría emitido el mayor número de sentencias: 29 casos, de los cuales 28 habrían determinado la responsabilidad internacional del estado peruano por violación a los derechos humanos. De esos 28 casos, 22 estarían directamente relacionados con las acciones cometidas en el marco del conflicto armado interno.109 Pareciera ser, de acuerdo a estas cifras, que Perú se habría convertido en el país de la región latinoamericana en donde la verticalización de los conflictos sociales, en tanto estrategia de acceso a la justicia, habría sido más exitosa. 107 Información extraída de la página web www.rightsperu.net, portal en el que se pueden encontrar los resultados del proyecto de investigación en curso “Human Rigths Trials in Peru”, dirigido por Dr. Jo-Marie Burt (George Mason University). 
 108 Para más información, véase www.cidh.oas.org/ así como los documentos e informes publicados por la Asociación Pro Derechos humanos (APRODEH) y por le Instituto de Defensa Legal (IDL), dos de las organizaciones especializadas en el asesoramiento a personas afectadas y responsables de la defensa legal de casos “emblemáticos” en el país, como el de La Cantuta o Barrios Altos. 109 Para más información, véase: http://idehpucp.pucp.edu.pe/comunicaciones/opinion/los-nuevos- casos-presentados-ante-la-corte-interamericana-de-derechos-humanos-contra-peru/. Entre los 22 casos referenciados, se encuentran, entre otros, el caso por la desaparición forzada de Kenneth Anzualdo Castro, al que hacíamos referencia en páginas anteriores. http://idehpucp.pucp.edu.pe/comunicaciones/opinion/los-nuevos-casos-presentados-ante-la-corte-interamericana-de-derechos-humanos-contra-peru/ http://idehpucp.pucp.edu.pe/comunicaciones/opinion/los-nuevos-casos-presentados-ante-la-corte-interamericana-de-derechos-humanos-contra-peru/ 331 *********** A través de este breve recorrido lo que hemos pretendido es poner de relevancia dos aspectos centrales en el trabajo de derechos humanos impulsado en el país. Por un lado, en el rol central que nuevamente jugarán las ONG en el trabajo de representación legal de víctimas y familiares de víctimas de violaciones a los derechos humanos. Ante la ineficiencia del sistema judicial nacional, la escasez de abogados y abogadas de oficio especializadas en casos de derechos humanos, y ante los altos costes propios de la defensa legal privada, para la inmensa mayoría de las víctimas estas ONG serán la única opción, y la única garantía, para poder optar por la vía legal. De acuerdo con la información brindada por representantes de la CONAVIP, será solo en septiembre de 2013, y tras largas negociaciones con el Ministerio de Justicia, que se emitirá finalmente una resolución ministerial para la asignación de defensores públicos especializados en derechos humanos para que brinden servicio técnico y legal en defensa de víctimas de violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, dicha resolución será considerada como claramente insuficiente, en tanto sólo contemplará tres regiones del país (Ayacucho, Apurímac y Huancavelica), y la asignación de sólo un profesional por región. La dependencia, por tanto, seguirá siendo un rasgo a destacar en dicha relación. Por otro lado, la manera en la que, a través de estas prácticas, el Sistema Interamericano de Derechos Humanos se va construyendo para las víctimas no solo en un recurso o en una estrategia de acceso a la justicia sino también en una suerte de imaginario que poco a poco va siendo incorporado en los discurso y marcos de referencia de las principales organizaciones de víctimas y afectados. Si bien se suele apelar en sus reclamos públicos al estado como figura encargada de garantizar el cumplimiento de las recomendaciones emitidas por la CVR en materia de acceso a la justicia y la reparación, así como a la necesaria condena de las personas responsables de las violaciones cometidas, se va instaurando también en el 332 discurso de muchas de estas organizaciones —casi como si fueran parte de un sentido común compartido— el recurso a nuevas “rutas” de acceso a la justicia, aquellas que pasan, justamente, por ese circuito transnacional a través de la figura de la Corte Interamericana. Así lo planteaba una de las representantes de AVISFAIP en una entrevista mantenida en agosto de 2012: “Los gobiernos de turno siguen conculcando las leyes (...) no es justo que vulneren los derechos que por ley nos corresponden. Somos víctimas, pero no se da cumplimiento de la ley.... ¿De qué reparación estamos hablando? Se queda en los papeles, la ley está dada pero no se cumplen (...) lo que pasa es que si nosotros estamos en esta espera durante tanto tiempo entonces lo que vamos a hacer es cruzar fronteras, a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así como los victimarios cruzaron fronteras e hicieron sus juicios allá (...) nosotros vamos a tener que hacer lo mismo porque este gobierno no cumple. Entonces que no se lamenten ya, porque no somos una, somos muchas” (Entrevista personal. Integrante de AVISFAIP. Mujer de unos 55 años, esposa de militar asesinado por tropas senderistas. Lima, agosto de 2012). El recurso al circuito de justicia internacional se convierte así en una estrategia discursiva clave, y en una práctica, para ejercer presión ante el incumplimiento de los compromisos asumidos por parte del Estado. Tal y como queda formulado en este extracto de entrevista, se plantea incluso como una amenaza, sustentada sobre la base de experiencias exitosas previas y con relación a aquellos casos que efectivamente habrían llegado a la CIDH, resultando en sentencias condenatorias, confirmando la responsabilidad del estado peruano en violaciones a los derechos humanos, así como su obligación de formular formas de reparación especificas al colectivo de víctimas en cuestión. Tal y como planteaba una de familiares de La Cantuta, caso con respecto al cual la CIDH emitió una sentencia final en noviembre de 2006, esta instancia se convierte no sólo en recurso para la incidencia política y el acceso a la justicia sino también en una fuente de esperanza. Así lo expresaba en una intervención presentada en las audiencias convocadas por la CIDH en el marco del 146° periodo ordinario de sesiones de la referida comisión (octubre de 2012): “Durante años, 20 o 30 años, los familiares hemos luchado por alcanzar justicia. En nuestros países haciéndole frente a la impunidad instaurada, a la indiferencia frente 333 al dolor del otro y respetando nuestros propios sistemas de justicia. Cuando en nuestros países se nos negó ese derecho, recurrimos e hicimos uso del Sistema Interamericano de protección de los Derechos Humanos, llegando a la Comisión y luego a la Corte Interamericana (...) Para nosotros, como familiares, tener la posibilidad de alcanzar justicia usando el Sistema Interamericano, no significó sino recuperar la ESPERANZA; esperanza de ser escuchados, esperanza de ser respetados. El sistema nos devolvió la confianza de que la justicia era posible y ahí radica la importancia que tiene para nosotros, familiares, estas instancias independientes de nuestros gobiernos110”. Siguiendo el análisis propuesto por Tate para el caso colombiano, lo que observamos es la manera en la que las limitaciones y frustraciones derivadas del activismo de derechos humanos a escala local, harán que estas comunidades internacionales imaginadas —compuestas por distintos actores, organizaciones y organismos supranacionales—, se conviertan para muchos activistas de derechos humanos en nuevos horizonte de oportunidades, capaces de ofrecer no sólo recursos económicos (si pensamos en los canales de financiación de las ONG, o en las formas de reparación que se derivarán de las sentencias emitidas por cuerpos como la CIDH) sino también, y sobre todo, simbólicos (Tate, 2007: 177). Sin embargo, si bien este recurso a lo internacional (esa idea de “cruzar fronteras”), se plantea como uno posible, no se trata de una alternativa al alcance de todas las víctimas, sino más bien de una escasa minoría. En tanto los recursos de las propias ONG de derechos humanos serán limitados, la defensa legal a nivel internacional se basará sobre una estrategia de selección de “casos paradigmáticos”. Casos donde existirá una mayor documentación y evidencias para sustentar su defensa; y casos a partir de los cuales será más fácil para dichas ONG poder sentar precedentes duraderos que puedan tener verdaderos impactos a nivel de reformas legales e institucionales a escala nacional. Será así como esta estrategia de verticalización de los derechos humano se convertirá, tal y como plantea el propio Wilson, a la vez en una alternativa y en una potencial fuente de desigualdad y conflicto. (…) la verticalización de los conflictos es un arma de doble filo. Mientras que puede 110 Cita extraída del artículo “Participación de los organismos de DDHH de Perú en las audiencias sobre fortalecimiento del Sistema Interamericano de Derechos Humanos” publicado en la página web www.rightsperu.net 334 ofrecer ayuda internacional a actores locales asediados y/o atacados, también puede poner a unos grupos en contra de otros, aumentando los desafíos, así como potenciales conflictos violentos entre dichos grupos (Wilson, 2007: 355-356) Dichos conflictos se manifestarán a través de críticas, resentimientos y quejas constantes por parte de determinados colectivos de víctimas, quienes se sentirán menospreciados o poco atendidos. Victimas cuyos casos no serán considerados emblemáticos, o lo suficientemente “grandes”, y por tanto no tenidos en consideración para su representación legal por parte de las ONG de derechos humanos. Se agravarán las diferencias y desigualdades entre los que, como decíamos, “son CIDH” y los que no lo son, fomentando nuevamente una sensación al interior del colectivo de jerarquización de dolores y sufrimientos, en este caso ya no derivada de las formas institucionales y legales que adopta el propio proceso de justicia transicional en el país, sino a través de las consecuencias que tendrá el propio accionar de las ONG, y sus limitadas capacidades para dar respuestas a las demandas y reclamos de un colectivo de víctimas numeroso y heterogéneo. En última instancia, procesos y dinámicas que reflejan, una vez más, lo que se convertirá en uno de los legados principales de la justicia transicional en el caso peruano: el de las expectativas sin cumplir. A este respecto, cabe destacar —en un intento por evitar simplificaciones y malentendidos—, que el recurso a la justicia formal (y/o institucional), no se trata de una estrategia ni de un reclamo predominante dentro del conjunto de las poblaciones afectadas por el conflicto armado interno. Si bien lo es de aquellas que integran muchas de las principales organizaciones de victimas y afectados del país, la realidad es que muchas otras víctimas y comunidades afectadas por la violencia (posiblemente, la gran mayoría) habrían desplegado otras formas de justicia que se alejan tanto del proyecto nacional de la CVR como de las estrategias “importadas” por activistas nacionales e internacionales. Así lo retrata Theidon en su libro “Entre prójimos: el conflicto armado interno y la política de la reconciliación en el Perú”, cuando se refiere a las formas en las que “comuneros y comuneras practican la justicia” y a “los puntos de desencuentro entre las nociones “populares” de justicia, perdón y reconciliación, y las formas mediante las cuales los regímenes de 335 transición y los gobiernos que les siguen despliegan estos conceptos. Tal y como nos dirá la autora, para los que habitan en los márgenes del estado-nación, mirar hacia el Estado para obtener justicia no es necesariamente la primera inclinación (Theidon, 2004: 190-192). Estos sistemas alternativos de administración de la justicia (basados en muchos casos en concepciones y prácticas judeocristianas en torno al arrepentimiento, el castigo corporal, la confesión y el ejercicio del perdón) parece ofrecer una manera de responder al reclamo de justicia dentro de estados- nación cuyos sistemas legales son incapaces de ocuparse de la enorme cantidad de crímenes cometidos durante un conflicto armado, especialmente aquellos cometidos entre paisanos (Theidon, 2004: 262). Las concepciones sobre la justicia, y las estrategias legales para alcanzarla serán, por tanto, múltiples, así como también las formas de proximidad y/o distanciamiento con respecto a las actividades impulsadas desde la comunidad nacional e internacional de los derechos humanos. Sin embargo, y a pesar de estas diferencias, lo que sí se presenta como una evidencia observable es la manera en la que el accionar de estas distintas ONG de derechos humanos en el país habría ido generando una serie de condiciones socioculturales y políticas que habrían posibilitado una mayor legitimación de las demandas y reivindicaciones que emanan de las organizaciones de afectados. Actores que se van apropiando del marco interpretativo establecido por la CVR, resignificando el lenguaje transnacional de los derechos humanos y la justicia transicional en su lucha por acceder a los derechos de verdad, justicia y reparación. Van, así, reconfigurando su discurso, por medio del cual expresan sus demandas e intereses, y su propio repertorio de acción, con el objetivo de participar en la creación de propuestas que les permitan, de alguna manera, transformar su situación. Como resultado de estos diferentes procesos, podemos hablar de la emergencia de una nueva narrativa en el espacio público peruano como consecuencia de una rearticulación de la figura de la “víctima”, el “familiar” o el “afectado”. En las siguientes páginas, nos aproximaremos a los contenidos prácticos de estos discursos y narrativas, en tanto entendemos recogen diferentes formas de apropiación del 336 marco interpretativo de la justicia transicional, así como diferentes formas de subjetivación social y política. - Ayacucho, agosto de 2013 A finales de agosto de 2013 me invitaron a participar en unos talleres en Huamanga, capital de la región de Ayacucho, organizados como parte de una serie de actividades que iban a tener lugar coincidiendo con el 30 aniversario de ANFASEP. El objetivo principal era convocar en un espacio conjunto a miembros de diferentes organizaciones de víctimas a lo largo y ancho del país en un foro único para discutir los avances y retrocesos en el campo de la justicia transicional y sopesar colectivamente los objetivos todavía por cumplir 10 años después de la entrega del Informe Final de la CVR. A lo largo de los dos días de talleres, se organizaron distintos tipos de sesiones y actividades. La primera mañana estuvo dedicada a la presentación de diferentes ponencias y charlas en torno a distintos asuntos, desde la falta de rendición de cuentas a nivel de la judicialización de casos a proyectos exitosos de construcción de memoria impulsados desde la sociedad civil. Se invitaron también a otras organizaciones de víctimas y afectados en Latinoamérica para que compartieran sus experiencias. Adelina García Mendoza, presidenta de ANFASEP, fue una de las encargadas de abrir el evento con unas primeras palabras de bienvenida. En su discurso, la señora García hizo un breve recorrido por la historia de la organización, recordando los años de lucha, las dificultades vividas, la persecución. Aprovechó también la ocasión para recordar los tres objetivos por los cuales se funda ANFASEP (“verdad, justicia y reparación”), así como los retos a afrontar 30 años después de su fundación. Al discurso de la señora García siguieron muchos otros, en un despliegue de fuerzas en las que no faltaron ninguno de los actores sociales que dan forma –y vida- al campo de la justicia transicional: desde representantes de las principales ONG de derechos 337 humanos en el país, a donantes internacionales, académicos, autoridades públicas y miembros de distintas organizaciones de víctimas y afectados. En ese sentido, el acto fue muy similar a muchos otros actos a los que habíamos tenido la oportunidad de asistir en Lima, desde conferencias en universidades a actos organizaciones por distintas ONG. Actos en los que, tal y como veremos más adelante, la presencia de las víctimas, y su capacidad para la “toma de la palabra”, se plantean como meramente anecdóticas. Lo interesante, sin embargo, fue lo que aconteció en el segundo día, dedicado a la realización de dinámicas y talleres participativos con los y las representantes de las distintas organizaciones de víctimas y afectados allí presentes. Facilitado por trabajadores y trabajadoras de distintas ONG de derechos humanos, el objetivo de dichos talleres era el de reflexionar sobre el papel y el trabajo realizado por estas organizaciones para así poder plantear estrategias de lucha conjunta desde el movimiento. En este caso, la presencia de agentes externos a las organizaciones de víctimas y afectados fue prácticamente inexistente, salvo por el caso de dos o tres personas dedicadas a la facilitación de las dinámicas, y de algún que otro observador externo como yo. A primera vista, llamaba la atención la presencia de una gran mayoría de mujeres, así como la ausencia casi total, salvo escasas excepciones, de gente joven. La composición grupal aquel día era claramente representativa de los perfiles sociodemográficos que dan forma a estas organizaciones. Organizaciones altamente feminizadas, al igual que ocurriría en otros muchos contextos. Al ser las mujeres las que “quedan” y los hombres los que sufrieron mayores niveles de asesinatos y desapariciones, los familiares serán así mayoritariamente mujeres, madres e hijas. Por otro lado, organizaciones claramente aquejadas de una incapacidad para el relevo generacional. Si bien han surgido experiencias por el camino que darán lugar a una mayor participación por parte de segundas y terceras generaciones, como será el caso de las Juventudes de ANFASEP, la tendencia general -tal y como nos han comentado varias lideresas y miembros de organizaciones- es que la gente joven no se sienta atraída a formar parte activa del movimiento, ni tampoco representada en sus demandas y reclamos. Se percibe como un activismo anclado en “temas del 338 pasado”, y sobre todo, como un activismo inútil en tanto se habría mostrado incapaz, a sus ojos, de reportar beneficios claros para el colectivo. (…) hasta que se cansen o hasta que se mueran los que están exigiendo sus derechos porque, al final, los jóvenes no se involucran mucho. Y lo mismo vemos cuando hacemos los talleres, o reuniones con los familiares. Es, mayoritariamente, ancianos o ancianas. Los jóvenes se van a jugar sus partidos o…. Siendo hijos, nietos de víctimas. Aunque sería a veces muy… A veces pensamos que, también dada la ausencia de resultados, pues tampoco se los puede culpar mucho. Si 20 años, 30 años de experiencia les ha dicho que no se obtiene nada de reunirse, entonces es un poco difícil convencerlos de lo contrario (Entrevista personal. Personal de ONG de derechos humanos. Hombre de unos 35/40 años. Ayacucho, mayo de 2013) Llamaba también la atención, de manera inevitable, la diversidad étnica, cultural y lingüística entre las personas asistentes. El contraste entre los líderes y miembros de las organizaciones limeñas, castellano parlantes en su mayoría, y las “mamitas” de las zonas andinas, quechua hablantes, con sus trenzas, sus sombreros y sus polleras. Una imagen, y un reflejo mas, no sólo de la cartografía social de la violencia y de la geografía desigual de la guerra, sino también de la diversidad al interior del propio movimiento de víctimas y afectados en Perú. Como decíamos, el día estuvo dedicado a la realización de distintas actividades y dinámicas para fomentar el debate y la colaboración entre las organizaciones de víctimas y afectados allí presentes. Para ello, se crearon diferentes grupos de trabajo, en los que se mezclaron a dirigentes y miembros de distintas organizaciones, desde aquellas más pequeñas provenientes de comunidades alejadas de Ayacucho, a representantes de las principales organizaciones de afectados en el país, como CONAVIP o ANFADET. A cada grupo se le entregó un listado de preguntas para así animar el debate en torno a temáticas concretas. Preguntas que giraban en torno al rol cumplido por las organizaciones de afectados en el periodo de post-violencia; las principales alianzas que habrían permitido su conformación y desarrollo; las posturas asumidas por el propio estado peruano en los procesos de construcción y fomento de la memoria histórica; así como preguntas que animaban a la reflexión conjunta en torno a las estrategias de movilización que habrían resultado más exitosas y, especialmente, en torno a las debilidades y amenazas existentes para el colectivo en el contexto actual. 339 A lo largo de las distintas conversaciones y debates que tuvieron lugar, se hicieron evidentes los conflictos internos, así como la diversidad de posturas al interior del movimiento. Mientras que algunas organizaciones identificaban como principales amenazas o debilidades, el escaso apoyo del estado; para otras el problema era de carácter interno, vinculado con lo que fue definido, por algunos actores, como el “conformismo de los familiares”. Desde las posturas más activas o contestatarias, se reclamaba al conjunto del movimiento la necesidad de una mayor presencia y visiblización publica, pero no desde el “victimismo” sino desde la propuesta, “asistiendo no sólo a las marchas y a los plantones, sino también a los juicios”. Pero lo interesante, a pesar de todas estas diferencias, a nivel lingüístico, étnico, económico y sociocultural, -y también a la hora de afrontar y plantear el activismo y la movilización-, era la existencia de un eje articulador que hacía posible la interacción, el debate y el entendimiento aquel día. El “ser víctima” de la violencia como experiencia vital en torno a la cual se construía una suerte de identidad compartida. Una identidad que cobraba forma, en primer lugar, a través del reconocimiento compartido de esas mismas experiencias. Y, en segundo lugar, a través del uso y recurso a un lenguaje común para nombrar esas mismas experiencias, así como el activismo que cobra vida a partir de ellas. Un lenguaje utilizado por todas las organizaciones, desde aquellas más pequeñas provenientes de comunidades alejadas de la sierra a aquellas que operan como coordinadoras a escala nacional: aquel de los derechos humanos y la justicia transicional. Como era de esperar, muchas de las personas presentes aquel día utilizaron el quechua, su idioma materno, en sus intervenciones. Por supuesto, sus mensajes eran ininteligibles para mi, así como para muchos de los allí presentes. Sin embargo, resultaba llamativo observar y oír como introducían dentro de sus discursos determinados conceptos y categorías en español: “derechos humanos”, “reparaciones”, “desaparecido”, “víctima”, entre muchos otros. Todos términos que evidentemente no son parte del vocabulario quechua, y que solo han empezado a utilizarse en este contexto histórico concreto, de una manera pragmática -incluso estratégica-, al interactuar con el estado o con el resto de los actores sociales y 340 políticos que participan del campo de la justicia transicional. Conceptos y categorías que no tienen una traducción literal en este idioma pero que, sin embargo, son incorporados y empiezan a ser utilizados de manera recurrente, permitiendo una rearticulación de sus demandas y reclamos, así como la construcción de significados colectivos al interior del movimiento. Cabe destacar que se trata de conceptos y categorías que son a veces incluso ajenos a las personas castellano parlantes; así, por ejemplo, aquel día fueron varias las personas que preguntaron que era eso de la “post-violencia”; un concepto que les resultaba extraño, excesivamente teórico o técnico, tal y como fue planteado por los integrantes de las ONG en las distintas dinámicas y preguntas lanzadas al colectivo. Mi primera reacción ante tal desconcierto fue pensar que lo que allí se estaba cuestionando era la validez del uso de tal concepto, no su significado. En tanto la violencia persiste y sigue siendo padecida por gran parte del colectivo de víctimas - no en tanto violencia física, pero si bajo la forma de una violencia simbólica, económica y estructural-, se podría cuestionar rápidamente la temporalidad implícita en dicho concepto, la idea de una supuesta superación de algo, invisibilizando esa continuidad de la violencia en tiempos de paz a la que han hecho referencia tantos autores (entre ellos Bourgois y Scheper-Hughes, 2004). Sin embargo, pronto me di cuenta de que se trataba de una interpretación personal, no de una elaboración o cuestionamiento abierto planteado por los propios actores. Tras una breve explicación por parte de los y las facilitadoras, el concepto rápidamente cobró sentido para las personas allí presentes sin plantear mayores contradicciones, en tanto se presentaba como una idea más en torno a la cual enmarcar sus discursos y sus propias experiencias. Así, el lenguaje de la justicia transicional y los derechos humanos va poco a poco permeando, facilitando la articulación de prácticas y discursos tanto al interior del movimiento como hacia el exterior. 2.3. “Nosotros, las víctimas”. Procesos de reapropiación y resignificación de los derechos de verdad, justicia y reparación. 341 “Tomo la palabra en condición de dirigente y representante nacional para presentar y compartir con ustedes nuestros reclamos, nuestras demandas. En ese sentido, quiero comentarles que lamentablemente el estado peruano, poco o casi nada ha hecho por las víctimas de la violencia política. Nosotras y nosotros venimos luchando desde hace 32 años, venimos buscando justicia, venimos buscando reparación. Venimos exigiendo la construcción de la memoria y, de igual manera, venimos resistiendo contra la impunidad. La verdad es que hasta el momento no ha habido avance de la manera como nosotras y nosotros esperábamos. (...) El decreto supremo 051 promulgado faltando un mes para que termine el periodo de gobierno del señor Alán García Pérez ha sido un decreto nefasto y de burla para todas las víctimas de la violencia política. Establece un monto insignificante como reparación (...) Es cierto, que aún si nos asignarán todo el oro del mundo, no nos van a devolver la vida de nuestros seres queridos. Sin embargo, el estado peruano tiene que entender que tiene una deuda pendiente con las víctimas y, en ese sentido, tiene que otorgar una reparación que de alguna manera forma devuelva la dignidad, la honra de todas las personas que hemos sido afectadas por la violencia política (...) Esta es cierto que no nos devolverá todo lo perdido, no compensará nuestro proyecto de vida truncado, sin embargo, nos dará oportunidad de rehacer nuestra vida, de equiparar nuestro derecho de ciudadanía al igual que el de cualquier ciudadano peruano y peruana, que se nos ha negado y que se nos sigue negando hasta el momento (...) Aquí no estamos pidiendo reparación económica individual por la muerte del ser querido, estamos pidiendo que se repare el daño causado, nuestro proyecto de vida, nuestros sueños... el hecho de que nuestros hijos no hayan tenido acceso a la educación, el hecho de que hayamos perdido todo lo que teníamos. No tenemos vivienda, está enferma mucha gente que se nos está muriendo antes de alcanzar reparación y justicia”. “Nosotros las víctimas venimos luchando no por intereses personales, no por intereses de pequeños grupos, no por intereses económicos. Venimos luchando por nuestros derechos, porque el estado tiene un compromiso con nosotros las víctimas del terrorismo (...) luchando por una justicia que para nosotros todavía no ha sido porque nadie se ocupa del oficio de mostrar solución a nuestros problemas. (...) Por eso es que nosotros luchamos por una reparación justa, una reparación con dignidad porque somos personas humanas que tenemos los mismos derechos que el que se viste de sastre y corbata (...) El gobierno se jacta de hablar de inclusión, pero esa inclusión debería llegar en la forma de reparación. Porque muchos hemos quedado enfermos, físicamente, mentalmente, impedidos para muchas cosas…” Si atendemos a los registros discursivos desplegados por estas organizaciones en diferentes espacios públicos y privados (actos de conmemoración, inauguración de sitios de memoria, manifestaciones, charlas y conferencias, reuniones de organización, testimonios y entrevistas ofrecidos a investigadores/as, etc.) podemos hacer referencia, en primer lugar, a la manera en la que articulan sus reclamos en clave de derechos. Al referirse a la cuestión de las reparaciones, los líderes y representantes de las organizaciones incorporan el marco de interpretación 342 establecido a través de la CVR y el Programa de Reparaciones (PIR), en particular, la idea de la reparación como una restitución de derechos y como una forma de dignificación y reconocimiento de una ciudadanía que se considera negada y doblemente vulnerada (en primer lugar, por su propia condición de víctimas y, en segundo, por el incumplimiento de los compromisos que el estado peruano debería de haber asumido con las recomendaciones establecidas en el Informe final). Vemos, sin embargo, que si bien desde un enfoque de derechos, sus reclamos se vinculan con una serie de cuestiones que remiten directamente a la desigualdad socioeconómica y a necesidades concretas de una población que sufre las secuelas de un conflicto armado, pero también los efectos de una serie de mecanismos de exclusión social institucionalizada y pobreza generalizada. De esta manera, se incorpora el marco interpretativo establecido por la CVR —y los lenguajes que hace disponibles— como estrategia para la legitimación de su causa, a la vez que se resignifica de acuerdo a las realidades sociales y económicas de las diferentes posiciones desde las cuales se habla. Posiciones que, en la mayoría de los casos, como decíamos, nos remiten a contextos de pobreza y abandono institucional desde los cuales las reparaciones —en especial las económicas— se perfilan, más que como una forma de dignificación (aunque así formulado en el discurso público…), como soluciones prácticas a una serie de necesidades básicas todavía desatendidas. Nosotros, a pesar de la situación en la que nos encontramos, casi que no veíamos como una necesidad primordial la exigencia de la reparación económica individual. Nos resistíamos en la búsqueda de justicia…era la lucha en la que nos manteníamos hasta hace dos años atrás. Pero de ahí hacia adelante, hemos ido avanzando más en la exigencia por la reparación. Porque de muchos nos hemos informado que no tienen ni frazadas111 para cubrirse ¿no? Que carecen de alimentos...que carecen de lo elemental que como todo ser humano necesitan tener. Esta situación que hemos venido arrastrando, durante más de 32 años, ha hecho posible que cada vez más, empobrezcamos y nos veamos en una situación deprimente...de pobreza extrema inclusive. Por eso es tan importante ahora la reparación.” (Entrevista personal. Representante de la CONAVIP. Mujer de unos 50/55 años, esposa de desaparecido y víctima de desplazamiento forzado. Lima, septiembre de 2012). Así, en paralelo al proceso de apropiación de este lenguaje de derechos, lo que tiene 111 Frazada es el término latinoamericano utilizado para referirse a una manta o colcha. 343 lugar también es un proceso de resignificación y reelaboración de discursos que transciende el campo especifico de la justicia transicional, conectando con reclamos con una dimensión histórica mucho mayor, que anteceden al contexto de habla, y al propio contexto de violencia que se inicia en 1980. Tal y como plantea Castillejo, se hace necesario atender a la densidad semántica de las articulaciones discursivas planteadas por las víctimas en el espacio público, indagando sobre los intersticios de sus palabras, sobre la temporalidad y la espacialidad de sus enunciados y de las historias de opresión que se cristalizan en esas existencias (Castillejo, 2007: 83). En este caso concreto vemos como, a través del recurso al discurso y los lenguajes de la justicia transicional, se ponen en acción reclamos que conectan con formas de opresión que rebasan aquellas directamente asociadas con la categoría de víctima, en tanto víctima de una (o varias) forma(s) de violencia física, como hecho aislado o puntual. Lenguajes que se vuelven por tanto útiles también para denunciar y recordar el impacto desigual que tuvo la violencia política en el Perú, y los factores y causas que hicieron posible ese impacto desigual: el racismo institucional y la pobreza estructural como características claves de un país que se articula en torno a ciudadanías múltiples, de primera, segunda, incluso de tercera categoría. En este sentido, vemos como las víctimas, a través de sus organizaciones, consiguen de alguna manera re-politizar un discurso moral previamente despolitizado, aludiendo a las responsabilidades de un estado cuyo ejercicio de la violencia no se limita a los procesos de victimización que tuvieron lugar durante los 20 años del conflicto armado, poniendo únicamente el acento sobre los sufrimientos físicos y morales derivados de dicha victimización. El daño, en estos discursos, es un daño a la vez moral, social, económico y político, que requiere formas de justicia y reparación ante hechos —y condiciones de existencia— que anteceden a aquellos circunscritos en el contexto específico del conflicto armado, demandando, en ultima instancia, un reconocimiento con una profundidad histórica mucho mayor. Un reconocimiento que efectivamente reconozca (por redundante que suene la expresión) no sólo esas experiencias de victimización y la necesidad de restaurar la dignidad de las víctimas; también y, sobre todo, el reconocimiento de una ciudadanía en condiciones de igualdad; su existencia como seres humanos con 344 los mismos derechos que “aquellos que visten de sastre y corbata”. Otro aspecto interesante a destacar en nuestro análisis sobre las articulaciones discursivas de las organizaciones de víctimas y afectados es la cuestión de los usos prácticos de determinados conceptos y/o formas de clasificación de la violencia (“crímenes de lesa humanidad”, “violencia sexual”) que permiten una reinterpretación de las experiencias vividas a nivel individual y comunitario al convertirse, de esta manera, en problemas públicos y/o políticos. “Y mi amiga me dice “sabes que va a haber un encuentro de 23 países que han sufrido conflicto armado y el tema es violencia sexual. Y tú has sufrido violencia sexual”. Entonces, si bien empecé a trabajar carcelería injusta, se abría la posibilidad de la violencia sexual” (Representante de organización de mujeres víctimas de violencia sexual que opera a escalla nacional. Mujer de unos 40 años. Lima, septiembre de 2012). “Es muy triste recordar este hecho tan lamentable para mí, este terrible acto de lesa humanidad que a día de hoy no se quiere reconocer (...) Quizás muchos familiares de víctimas jamás nos vamos a sentir reparados hasta el día en que aparezcan los restos de nuestros familiares que aún no han sido hallados. Hace nueve años el estado se comprometió a seguir las recomendaciones de la comisión (...) No se olviden, para que nosotros podamos reconciliarnos de alguna forma” (Discurso presentado por Jacqueline Yauri, hija de Pedro Yauri -periodista desaparecido y asesinado en julio de 1992- en el acto central desarrollado en la Plaza de Armas el 28 de agosto de 2012 con motivo del aniversario de la CVR) Este proceso de constitución, movilización y apropiación de categorías concretas para nombrar la violencia, con amplia aceptación y reconocimiento a nivel internacional, lejos de ser una estrategia exclusiva de las organizaciones de víctimas y afectados en Perú pareciera se convierte en un rasgo característico de otros muchos movimientos de víctimas en contextos sociopolíticos diversos. Así, por ejemplo, vemos como Paula Díaz y Carolina Gutiérrez Ruiz, en su trabajo de investigación sobre las formas de acción colectiva de la Agrupación chilena de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD), destacan estos procesos de categorización como una de las estrategias claves de visibilización de esta organización. A lo largo de estos últimos treinta años, la agrupación ha constituido y movilizado una serie de categorías que produjeron, según este análisis, efectos prácticos a lo 345 menos en dos sentidos. Por una parte, estas han permitido dar a conocer a la luz publica la causa defendida por la Agrupación –a saber, la búsqueda de sus familiares desaparecidos y la desaparición como crimen político- tanto a nivel nacional como internacional. Por otra parte, ellas se han instaurado en la escena pública (en los medios de comunicación y en el lenguaje de organismos públicos) chilena e internacional, como categorías de uso corriente para nombrar el fenómeno. Es el caso de la categoría de “detenido-desaparecido” para designar a las personas que, habiendo sido detenidas por agentes del estado, desaparecieron y de las cuales, hasta el día de hoy, se desconoce el destino. (…) Esta nueva forma de designación posee una fuerte dimensión política ya que nombra a los desaparecidos al mismo tiempo que denuncia al poder que los ha detenido y hecho desaparecer (Diaz y Gutiérrez Ruiz, 2008: 190-191) Para estas autoras el uso y recurso a la categoría del “detenido-desaparecido” lo que permite, justamente, es un proceso de generalización de la causa de las víctimas y familiares, necesario para facilitar el trabajo de denuncia y los procesos de reconocimiento que lo acompañan. Tomando como partida la propuesta de Boltanski en su estudio sobre los regímenes de la denuncia y la efectividad de lo que llama los “discursos del sufrimiento”, vemos como este trabajo de generalización implica el paso de lo particular (la injusticia que afecta a un colectivo concreto: las víctimas y sus familiares) a un problema general y compartido a nivel nacional, y transnacional. Un trabajo de generalización que permite el necesario paso de la mera compasión hacia aquellos sujetos que han sufrido una injusticia particular, a la indignación y denuncia de los responsables de dichos sufrimientos y violaciones. La violencia de la acusación debe justificarse con pruebas. Asumiendo la presencia fuerte y explicita de quien realiza la declaración, la acusación de la persona que denuncia debe incluir al mismo tiempo la búsqueda de la verdad (...) Debe aceptar el requerimiento de separar las emociones subjetivas y las causas objetivas capaces de respaldarlas. Debe, por tanto, controlar y reprimir sus emociones para centrarse en los hechos, porque para reunir pruebas debe dirigir su atención al mundo de los objetos y así poder fundamentar su acusación en una realidad (…) En este asunto, precisamente debido a la existencia de una acusación, la autenticidad de un estado interno y la fuerza del conflicto no son base suficiente para mantener un discurso aceptable. Para respaldar una acusación debemos abandonar el ámbito de lo interno por el del mundo externo y centrarnos, de manera más precisa, en los objetos. En los objetos, es decir, en los seres objetivos, en el sentido de que son eminentemente imparciales y no tienen un interés propio, es donde se pueden inscribir de manera duradera las huellas de crímenes que deben ser denunciados. Dichas pruebas se han de establecer en un nivel general y, por tanto, no pueden depender de intereses personales, ni siquiera de una perspectiva o de un punto de vista (Boltanski, 2004: 346 65)112 Es el recurso a categorías transnacionales como la de la desaparición forzada o la de violencia sexual, lo que permite dotar de una cierta legitimidad a la palabra de la víctima, y a sus reclamos de justicia, verdad y reparación. Sus experiencias de violencia y victimización dejan de ser experiencias individuales, subjetivas o aisladas, para convertirse en problemas generales, en experiencias resultado de crímenes y prácticas sistemáticas de violación a los derechos humanos reconocidas, definidas y tipificadas a través de tratados internacionales como la Convención Internacional para la protección de todas las personas contra la Desaparición Forzada, la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, o la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer. Prácticas que son objetivas, imparciales, capaces de ser expuestas discursivamente como verdades irrefutables, respaldas con pruebas y no sólo mediante relatos que partan de lo individual y/o emotivo. Violaciones que son cometidas por perpetradores que se hacen más fácilmente identificables, sean los grupos armados o el propio estado peruano. Así, se recurre a la movilización de dichas categorías, facilitando esa operación de generalización de la causa de las víctimas y de sus familiares y permitiendo su visibilización y su posible reconocimiento en un campo de interacción que ya no se limita al espacio familiar o local en el que se sucede la violación sino a un espacio universalizado, superando incluso los límites del Estado-nación. Se activa de esta manera lo que algunos autores denominan como una “jurisprudencia social” en tanto “proceso mediante el cual un término jurídico cataliza con inusitada rapidez el imaginario político de determinados colectivos sociales y se engancha de forma tenaz en los discursos públicos que previamente no lo contenían o acomodaban con tanta rotundidad, dando sentido y vuelo transnacional a experiencias represivas que en muchos casos se interpretaban en términos nacionales, autonómicos o incluso locales” (Ferrándiz, 2010: 173). 112 Traducción de la autora. 347 Refiriéndonos concretamente al término “víctima”, vemos también como empieza a ser utilizado de manera recurrente por estas organizaciones, como forma de auto presentación y representación en la esfera pública y como una estrategia discursiva más para la legitimación de sus reclamos y agendas políticas. Una forma de auto identificación que no estará exenta tampoco de provocar ambivalencias y contradicciones. El uso de la categoría “víctima” empieza a incorporarse y a ser utilizada para referirse a las personas afectadas por la violencia política de una manera más rotunda una vez se institucionaliza el Programa Integral de Reparaciones en 2005. Una vez la “víctima” se convierte en sujeto de políticas públicas concretas, otras formas de identificación que se habían utilizado previamente para definir y representar estas experiencias en el espacio público son abandonadas. Como nos muestra María Eugenia Ulfe en su investigación sobre las políticas de la reparación en Lucanamarca113, el primero termino utilizado durante la época de la violencia política fue aquel del “desplazado”, como manera de nombrar una de las principales experiencias que resultaron de dicha violencia: la migración masiva de comunidades enteras de las zonas andinas peruanas a las principales ciudades del país. Una vez se establece la comisión, el término desplazado es sustituido por el de “afectado”, término que incorporan diferentes agentes sociales y políticos — principalmente las organizaciones de derechos humanos y los activistas involucrados en el proceso— para referirse a otras experiencias de violencia y, sobre todo, para evitar un efecto de re-victimización a través del lenguaje (Ulfe, 2013: 19). En esta misma línea, y siguiendo las experiencias de movilización en otros países como Argentina y Chile, se empezará a utilizar el término “familiares” especialmente para referirse a experiencias de asesinatos y desapariciones forzadas. Pero una vez se institucionaliza y burocratiza el campo de la justicia transicional, la categoría de “victima” se convertirá en la categoría dominante en este campo, 113 Santiago de Lucanamarca es un distrito de la provincia de Huanta, en la región de Ayacucho. En 1983 dicho distrito fue atacado por las tropas de Sendero Luminoso dejando un total de 69 personas asesinadas, incluyendo 11 mujeres y 18 niños y niñas. La masacre de Lucanamarca se ha convertido en uno de los casos emblemáticos que deja el conflicto armado en el Perú y que formó parte del trabajo investigativo de la CVR. 348 generando un efecto inmediato sobre las subjetividades políticas y sociales que emergerán de el. La categoría de “víctima” que se va imponiendo a nivel institucional va siendo también reapropiada por las propias organizaciones de afectados. Vemos que se convierte en una práctica común, cuando se realizan incursiones en el espacio público, que los representantes de las organizaciones hablen en nombre de las víctimas (somos “nosotras, las víctimas”, las que reclamamos y demandamos…) o que se oigan consignas como “¡Víctimas de Huánuco! ¡Presentes! ¡Víctimas de Cerro de Pasco! ¡Presentes! ¡Víctimas de Huancavelica! ¡Presentes!” y así, sucesivamente. Este fue el caso, por ejemplo, al darse inicio de los actos de inauguración del nuevo espacio de memoria “Rosales por la memoria” que se crea el 28 de agosto de 2012 en el centro de Lima como forma de reparación simbólica y como homenaje a las quince regiones más afectadas por la violencia política. A través de dichas consignas pareciera canalizarse por un lado el recuerdo de los que no están (los muertos que sin embargo siguen presentes en las memorias de sus familiares) y, por otro, el de los que sí están, aquellas “víctimas” que se articulan y se movilizan para reclamar sus derechos ante el estado, y ante la sociedad. Sin embargo, si bien se trata de un uso y una auto afirmación recurrente y extendida, al tratarse de una categoría que permite tanto la identificación colectiva como el reconocimiento de una serie de derechos institucionalizados, es un uso que, como adelantábamos, plantea múltiples tensiones y contradicciones para muchos de los agentes que hacen uso de la misma. De acuerdo con la opinión volcada por varios de los líderes y lideresas de distintas organizaciones con las que hemos tenido la oportunidad de conversar, el uso y apelación que hacen de la categoría de víctima no buscaría remitir a una imagen de la víctima como sujeto pasivo —despolitizado y vulnerable— sino, más bien, a la de un sujeto político con demandas y capacidad de interlocución en el debate público a escala no solo local sino también regional, nacional e incluso internacional114. De 114 Esta es la experiencia, por ejemplo, de la señora Gladis Canales, presidenta de la Coordinadora 349 hecho, se da el caso de muchas personas que integran organizaciones de afectados que rechazan la categoría de víctima, dada el grado de vulnerabilidad y pasividad que implica. Así fue expresado, por ejemplo, por personas integrantes de una organización de inocentes liberados, en las reuniones de evaluación que se mantuvieron días después de los eventos de conmemoración del aniversario de la CVR en el año 2012. Comentaron abiertamente que no se sentían representados en los discursos que habían presentado otros compañeros y compañeras porque, a su entender, contribuían a la “revictimización” de las personas afectadas. Se rechazaba el uso directo de la categoría de víctima, el recurso al llanto, la ausencia de propuestas concretas y bien articuladas. Si bien dichas reflexiones y análisis críticos están presentes al interior del movimiento, parecieran no ser sin embargo representativos del conjunto del colectivo, en tanto el recurso a la categoría de víctima, y las imágenes asociadas con la misma (en tanto víctima pasiva y vulnerable), seguirá siendo recurrentes. Sobre todo, para aquellas víctimas, y organizaciones, con una menor capacidad y/o trayectoria previa de participación política. Tal y como plantea la propia Lefranc: El rechazo a la categoría de víctima no es una posición [al alcance] de todas las víctimas de la violencia de Estado. Se manifiesta principalmente en situaciones frecuentes pero particulares, en que los blancos de la política represivas pertenecían en su mayoría a minorías militantes. La negativa a aceptar el papel moral de víctima se inscribe así en la continuidad de una reivindicación de la legitimidad de la causa defendida (…) Incuso en este contexto, tal posición es a menudo minoritaria, ya sea porque otras asociaciones de víctima aceptan el principio de las reparaciones, ya sea porque las mismas asociaciones que optan a veces por una lógica de politización la ponen en el mismo plano que una exigencia de verdad, que las llevan a un compromiso con el discurso “moral”. Sin embargo, esta posición puede tener un alcance más general, que justifique que no se la descarte en nombre de la opinión mayoritaria o de la actitud correcta. Ella pone en evidencia, en efecto, algunas de las tensiones propias del proceso de reconocimiento de la victima, cuando este se articula con la producción de una verdad histórica (Lefranc, 2004: 311). Nacional de Mujeres Afectadas por el Conflicto Armado Interno (CONAMUACAI). Ella ha participado activamente en diferentes foros internacionales, viajando a países como Colombia o Kenia, presentando la experiencia de las mujeres peruanas que se vieron afectadas por la violencia sexual durante el conflicto armado interno. 350 Así, si atendemos nuevamente a esos discursos públicos vemos que parecen articularse, en muchos casos —y dada esta pluralidad de posturas—, de una manera ambivalente o contradictoria, en el sentido de que en ellos se conjugan diferentes imágenes y formas de representación de la “víctima” que se desplazan desde la pasividad al protagonismo, del lenguaje del dolor al de la indignación, de la experiencia personal de sufrimiento al contexto público-político mas amplio en que se inserta. Discursos que parecieran reflejar, en cualquier caso, las tensiones entre las formas de victimización que se imponen desde fuera —y que de alguna manera determinan el discurso y sus contextos de recepción— y la manera en la que estos agentes sociales reinterpretan su rol en el espacio social y político en el que interactúan. Volviendo de nuevo al trabajo de investigación realizado con los lideres y lideresas de las principales organizaciones en el país, aportamos aquí algunas reflexiones en las que se nos habla de dichas tensiones, sentimientos encontrados y estrategias para su confrontación: “Empezamos a ver la demanda, seguro integral… y nos convertidos en un referente porque no sólo llorábamos, sino que proponíamos, lográbamos. Entonces, nuestros compañeros vieron eso y dijeron: es posible cambiar la victimización. Bueno, en algunos momentos claro que lloramos y tocamos fibra sensible, pero damos más paso a la propuesta política… ¡Victimización no, por favor! Propuesta.” (Entrevista personal. Representante de una organización de inocentes liberados. Mujer de unos 40/45 años. Lima, septiembre de 2012). “Yo estudié derecho, me hico abogada. Y entonces esto me ha servido para crecer como persona. Yo no me puedo quedar llorando en mi casa. Y así, por eso es que la gente que te digo, ahora ya, “usted doctora nos representa”. Y claro, el hecho de ser viuda no quiere decir que tengas que pesar 40 kilos y andar pobrecita llorando… con la cara lavada. No. Una no se puede quedar así en su casa, triste. Hay que salir adelante. Esto que nos ha pasado es parte de nuestra historia pero no significa que uno que tenga que ser, que te digo… que de pena (…) Vienen un día y me preguntan” ¿Y usted es viuda? No pareces estar viuda” ¿¿Cómo?? ¿Qué pasa que por ser viuda tengo que ir dando pena? Yo soy viuda. El hecho de ser viuda no significa que tengo que estar lamentando, ¿no? (…) Por eso el periodismo…. No nos da repercusión” (Entrevista personal. Representante de AVISFAIP. Mujer de unos 50/55 años, esposa de policía nacional asesinado. Lima, octubre de 2013) 351 A través de estas citas y estas reflexiones se pone también de manifiesto cómo la construcción de la categoría de “víctima” no se confina única y exclusivamente al campo de la justicia transicional o a los dispositivos desarrollados en su nombre (como sería el caso del ya citado Programa Integral de Reparaciones) sino que está supeditada de manera diversa, o a caballo, entre el campo político, el periodístico, y el campo legal. El rol de los medios de comunicación será a su vez central en tanto será a través de ellos que se construirá y difundirá también una determinada imagen de la víctima, a partir de la cual la propia sociedad peruana aprenderá a aproximarse a esta figura, y a conceptualizarla. Nuevamente, esa imagen de la víctima como ser sufriente y vulnerable. “Lo que pasa es que la sociedad...la sociedad no quiere asumir que acá hubo un algo mas de lo que ellos se imaginan...tu testimonio o lo mío. Acá hubo una guerra interna, un conflicto interno. No hubieron dos o diez o veinte muertos, hubieron según la Comisión de la Verdad más de 70.000 muertos. Y todavía siguen encontrándose fosas de cientos y cientos de personas. Entonces la gente no quiere asumir... el periodismo es tan...tan obtuso. Que dice “su testimonio”. Quieren seguir ahí en el morbo.” (Entrevista personal. Ex integrante de una organización de inocentes liberados. Mujer de unos 60 años, madre de estudiante injustamente encarcelada durante el gobierno de Fujimori. Lima, septiembre 2012). “A mi me dijeron en esa noche que me tocó hablar acá en la Plaza Mayor, “señora le vamos a entrevistar 10 minutos”, por favor “concéntrese en los temas centrales que tiene que plantear”. Y luego ¿qué? Terminaron pidiéndome mi testimonio. “Simplemente dígame usted, ¿cómo se llama? ¿dónde ocurrió el hecho? ¿cómo se llamaba su esposo? ¿cuántos hijos tenía?” Es decir, mi caso personal. Pero disculpe… “ya muy bien”, le dije y yo entro rapidísimo, le hablo mi caso personal pero ahí empaté, “si, pero ahora”, le digo “actualmente, en mi condición de dirigente, no solamente lucho por la búsqueda de justicia por la desaparición de mi esposo sino también por todas las víctimas de la violencia política”. Y esto y lo otro y… ¡frum! Me cortaron. Sólo mi testimonio, nada mas…y me dio tanta cólera” (Entrevista personal. Representante de CONAVIP. Mujer de unos 50 años, esposa de desaparecido y víctima de desplazamiento forzado. Lima, septiembre de 2012) Vemos como las víctimas, sin embargo, seguirán con sus luchas, buscando romper con esos estereotipos y prenociones que se van poco a poco imponiendo y reproduciendo, en un intento por re-politizar su rol dentro de los distintos procesos en juego. 352 3. El contexto post-CVR: la víctima como sujeto político En apartados anteriores, hemos visto como emerge el movimiento de víctimas y afectados en el Perú, su trayectoria histórica así como las relaciones que mantienen con las ONG de derechos humanos, en tanto será a través de estas relaciones que las propias organizaciones de víctimas irán incorporando los discursos y marcos interpretativos de la justicia transicional en su lucha por el acceso a sus derechos de verdad, justicia y reparación. Será entonces, con la emergencia y accionar de estas organizaciones, articuladas tanto a escala local como regional y nacional, que la víctima abandonará el ámbito de lo puramente privado, y de lo legal y/o institucional. Ya no solo estará presente en los testimonios y en las audiencias públicas que se recogieron y grabaron como parte del trabajo de la CVR. La víctima ya no sólo transitará los espacios burocráticos del Registro Único de Víctimas y de las oficinas de la CMAN. A través del accionar de sus organizaciones, la víctima emergerá también en el espacio público, deviniendo en un nuevo sujeto político fácilmente identificable, a través de sus símbolos, sus prácticas y sus discursos. A lo largo de las siguientes páginas, nuestro objetivo será el de aproximar al lector no solo a las estrategias discursivas desplegadas por las organizaciones de víctimas, sino también a las prácticas y repertorios de acción que acompañan a dichos discursos y narrativas. Para ello centraremos nuestra atención en lo que consideraremos como las tres principales acciones políticas a través de las cuales se configura ese devenir sujeto político de las víctimas: las prácticas de conmemoración y materialización del duelo y la memoria; la movilización legal e interinstitucional; y el testimonio. 353 3.1. Memoria, performatividad y visibilización en el espacio público. El pasado ya pasó, es algo de-terminado, no puede ser cambiado. El futuro, por lo contrario, es abierto, incierto, indeterminado. Lo que puede cambiar es el sentido de ese pasado, sujeto a reinterpretaciones ancladas en la intencionalidad y en las expectativas hacia ese futuro. Ese sentido del pasado es un sentido activo, dado por agentes sociales que se ubican en escenarios de confrontación y luchas frente a otras interpretaciones y otros sentidos, o contra olvidos y silencios. Actores y militantes <> el pasado, colocando en la esfera pública de debate interpretaciones y sentidos del mismo (Jelin, 2012: 71). Una de las acciones principales a partir de las cuales la víctima empezará a participar en la esfera pública, ya desde la época del conflicto armado, será a través de la ocupación de distintos espacios públicos de conmemoración y protesta, como una forma de ruptura del silencio y de visibilización de las prácticas de violencia sistemática llevadas a cabo por los distintos agentes armados. Tal y como veíamos con el caso de ANFASEP, fue la acción de búsqueda de familiares desaparecidos la que poco a poco fue convirtiéndose en una acción política propia, tomando forma a través de una multiplicidad de modos de expresión y ocupación del espacio público, como los plantones ante edificios públicos, ministerios o fiscalías; las marchas, las romerías o las vigilas. Las “mamitas” de ANFASEP, ante la falta casi total de recursos y de capitales políticos (y tomando como referencia las experiencias de movilización impulsadas por otras organizaciones en otros contextos, tal y como sería el caso de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo), optarán por ocupar las calles, haciéndose así visibles a través de prácticas en las que combinarán la materialización del propio duelo por la pérdida de sus seres queridos con demandas concretos de verdad y justicia. Prácticas que fueron poco a poco convirtiéndose en comportamientos naturalizados y directamente relacionados con las víctimas, al ser rápidamente replicadas e incorporadas por otras organizaciones a lo largo y ancho del país, sobre todo una vez finalizado el contexto de conflicto e iniciado el proceso de justicia transicional con la instauración de la CVR. 354 Se creará así una suerte de circuito de prácticas rituales y conmemoraciones en las que las organizaciones de víctimas ocuparán un papel protagonista. Prácticas de conmemoración en las que, como decíamos, se conjugarán el ejercicio de memoria y del recuerdo de aquellos que ya no están con acciones de protesta, demanda y visibilización de la situación de las víctimas, tanto durante como después del conflicto. A nivel local, dichas prácticas se articularán generalmente en torno al aniversario de hechos relacionados con la violencia, véanse las matanzas llevadas a cabo por parte de las Fuerzas Armadas o de Sendero Luminoso en determinadas comunidades, o las desapariciones forzadas de personas o colectivos concretos. Practicas y rituales que tendrán lugar a nivel comunitario y en muchas de la cuales se recurrirá al lenguaje artístico como medio de expresión de esa memoria social y política. Es el caso, por ejemplo, de las actividades desarrolladas por la Asociación Hijos del Distrito de Accomarca (AHIDA), lugar de una de las mayores masacres registradas durante el conflicto armado interno, sumando un total de 69 personas asesinadas (incluyendo a niños, niñas y ancianos) a manos de una patrulla del Ejército peruano. Tal y como narra el antropólogo peruano Renzo Aroni, desde el año 2011 (momento en el que los accomarquinos exigen la extradición desde los Estados Unidos del mayor retirado Telmo Hurtado, principal responsable de la masacre), los integrantes de AHIDA realizan cada año y con ocasión del carnaval ayacuchano una performance en la que se escenifican y/o dramatizan los hechos de la masacre, recurriendo para ello al teatro, la canción y la danza. En palabras de propio Aroni, El carnaval se convierte en un espacio de gran alcance para la producción de otras formas de memoria, y para la demanda de la justicia a través de una coreografía participativa y performance musical (…) Su propósito será también el de cuestionar el pasado reciente desde el presente; y el de reclamar su reconocimiento como testigos, sobrevivientes y víctimas de la masacre en su lucha contra el prevalecimiento de la impunidad de los perpetradores (Aroni, 2015). Junto a estas practicas impulsadas a nivel comunitario (de las cuales el caso de Accomarca es solo uno entre muchos), veremos como se van articulando otras muchas actividades también a nivel nacional, en torno a fechas destacadas como 355 serán, por ejemplo, el día de todos los Santos, o el propio aniversario de la entrega del Informe Final. A modo de apunte, cabe mencionar la manera en la que las prácticas de conmemoración (y los rituales fúnebres y de recuerdo de los muertos que normalmente las acompañan), han sido tradicionalmente interpretadas desde la sociología y la antropología como prácticas relacionadas únicamente con el dominio exclusivo de los afectos y las emociones, como muestras públicas de dolores compartidos y no tanto como modalidades de una acción colectiva organizada. Sin embargo, vemos como a través de las prácticas impulsadas desde distintas organizaciones de víctimas (en Perú y en otros lugares) se pone en cuestionamiento esta aproximación, haciendo necesaria una reinterpretación de dichas prácticas a la luz, entre otras, de las propias teorías de los movimientos sociales. Tal y como plantea Latté en su análisis sobre las actividades de conmemoración que empiezan a desarrollarse en Toulouse a partir de los hechos del 21 de septiembre del 2001115, el comportamiento de aquellos que conmemoran no viene solo determinado por la membresía a una comunidad emocional, por la existencia de ese dolor compartido que se hace público. Se trata de comportamientos con una finalidad política, también determinados por estrategias y principios a partir de los cuales se articulan demandas y reivindicaciones concretas (Latté, 2009). Se va construyendo así una suerte de repertorio de acción colectiva de las organizaciones de victimas, una manera concreta a través de la cual estos sujetos sociales —y políticos— aprenderán a relacionarse con el Estado y con el conjunto de la sociedad. 115 Nos referimos, concretamente, a la catástrofe que tuvo lugar como resultado de la explosión de un depósito de nitrato de amonio en la fábrica química de AZF, causando la muerte de 31 personas, y dejando más de 2.500 heridos y múltiples daños materiales. 356 - Lima, agosto de 2012. Como veníamos señalando en apartados anteriores, es en torno al 28 de agosto que tienen lugar todos los años una serie de eventos organizados desde el auto llamado “Movimiento Ciudadano Para que No se Repita” para conmemorar el aniversario de la entrega del Informe Final de la CVR en distintas ciudades peruanas. Como parte de este ciclo conmemoratorio, tendrán lugar todos los años en Lima una serie de actividades, entre las que destacarán la organización de ferias informativas con la participación de representantes de diferentes organizaciones de afectados, ONG de derechos humanos y representantes de instituciones como la Defensoría del Pueblo o el Consejo de Reparaciones; ceremonias interconfesionales en honor a las víctimas y afectados por el conflicto; manifestaciones, pasacalles y plantones; creación de espacios de memoria, tanto formales como informales, a través de muestras itinerantes de fotografía, teatro o arte; talleres de formación y capacitación de voluntarios y voluntarias; sesiones informativas en universidades y colegios; actos públicos y conciertos con la participación de artistas nacionales; éstas entre otras muchas. Lo que tiene lugar, en definitiva, es el despliegue de una gran variedad de acciones a través de las cuales se pretende recuperar y visibilizar el trabajo realizado por la CVR, relacionándolo con la coyuntura política y social del momento y con los desafíos presentes en el proceso de implementación de las recomendaciones establecidas en su Informe Final. Así, por ejemplo, en el año 2012 el acto de conmemoración, bajo el lema “Justicia sin impunidad, reparación con dignidad”, se centró en el rechazo expreso al fallo del juez Villa Stein116 así como al Decreto Supremo 051-2011 PCM por el cual, tal y como veíamos, se estableció el monto de 10.000 soles en calidad de reparación económica individual para las familias de las víctimas registradas oficialmente. 116 Dicho fallo plantea la reducción de la pena impuesta a los integrantes del grupo Colina, responsables de los crímenes de La Cantuta y Barrios Altos. Loas organizaciones de derechos humanos y de afectados se movilizaron, acudiendo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) que finalmente ordena anular la sentencia a favor del grupo paramilitar Colina en septiembre de ese mismo año. 357 Dentro de estos actos, las víctimas y afectados ocupan, año tras año, un papel central. Están presentes en las ferias informativas y en los talleres de formación, otorgando sus testimonios y compartiendo sus experiencias de movilización. Dirigen las marchas y los plantones, y son las encargadas de los discursos públicos dentro del acto que suele desarrollarse en el centro de la ciudad como colofón y cierre a las actividades anteriormente mencionadas. Suelen estar presentes los lideres y lideresas regionales de la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Afectados por la Violencia Política (CONAVIP), representantes de la comunidad de desplazados, organizaciones de mujeres afectadas por el conflicto armado, así como representantes del colectivo de inocentes liberados. Se trata, en definitiva, de un encuentro que, si bien organizado y financiado en gran medida por las ONG de derechos humanos (con aportaciones, en el caso limeño, del ayuntamiento de la ciudad), se crea como un espacio por y para las víctimas, en un intento por darles voz y pleno protagonismo. Las víctimas, a través de sus organizaciones, no solo participarán en la ejecución de esas actividades, también en su planificación y en su evaluación posterior. Así, desde el “Movimiento Ciudadano para que no se Repita” se crearán, ya desde inicios de julio, grupos de trabajo en los que participarán tanto representantes de las víctimas como miembros de distintas ONG, voluntarios/as y “emprendedores de la memoria”117 de cara a definir no sólo el tipo de actividades que tendrán lugar ese año, también el mensaje concreto que se va a lanzar desde la comunidad de derechos humanos hacia la sociedad peruana en general. Como decíamos, si bien en el año 117 Tomamos prestada el concepto de “emprendedores de la memoria” de Elizabeth Jelin como un concepto a partir del cual definir a aquellos actores sociales que participan en el campo de las luchas por las memorias en el Perú. La autora toma la idea concreta del “emprendedor” para referirse, en sus propias palabras, a “aquel que se involucra personalmente en un proyecto, pero también compromete a otros, generando participación y una tarea organizada de carácter colectivo. A diferencia de la noción de <>, el emprendedor es un generador de proyectos, de nuevas ideas y expresiones, de creatividad –más que de repeticiones-” (Jelin, 2003: 48). En este caso, recuperamos el concepto de Jelin para referirnos a un conjunto de colectivos y experiencias que habrán surgido en Perú desde el establecimiento de la CVR entre los cuales destacaría, por ejemplo, el caso del Museo Itinerante Arte por la Memoria. Un proyecto creado con el objetivo expreso de sensibilizar y generar diálogos en relación a las diversas memorias de la violencia política y la defensa de los derechos humanos en el país haciendo para ello uso del arte y de enfoques multidisciplinarios. Para más información, véase https://arteporlamemoria.wordpress.com/ https://arteporlamemoria.wordpress.com/ 358 2012 el lema central de los eventos conmemoratorios giró en torno al tema del acceso a la justicia y las reparaciones, podemos ver a través de los folletos informativos que recogemos a continuación como en otros años los eventos han estado más centrados en recuperar acciones y discursos encaminados hacia la reconciliación nacional, el trabajo de recuperación de la memoria histórica en el país, o a tratar temas específicos como la realidad de las personas desparecidas y de sus familiares. En general, se trata de consignas y lemas con un sentido aglutinador, que buscan representar a todas las víctimas, más allá de sus diferencias sociales, culturales políticas y estratégicas. Lemas que, a su vez, buscan también interpelar a una audiencia amplia, más allá del colectivo concreto, animando a la participación. Así, por ejemplo, vemos como se plantea a través del lema del XIII aniversario de la CVR la idea de la reconciliación, el ejercicio de la memoria y la justicia como una responsabilidad de todos y todas, no sólo como un proceso a ser impulsado por las propias víctimas o por la comunidad de derechos humanos en el país. Imagen 12. Folleto del 8º aniversario de la CVR. MCPQNSR. 359 Imagen 13. Folleto del 9º aniversario de la CVR. MCPQNSR. Imagen 14. Folleto del 12º aniversario de la CVR. MCPQNSR. 360 Imagen 15. Folleto del 13º aniversario de la CVR. MCPQNRS. Junto a estos lemas y consignas, a través de las cuales se enmarcarán muchos de los discursos y actividades que se desplegarán año a año en las calles de distintas ciudades y comunidades, vemos también como se van activando una serie de símbolos, objetos y culturas materiales que se han ido inscribiendo poco a poco en diferentes espacios públicos de contestación y promoción de los derechos de verdad, justicia y reparación. Símbolos que se identifican rápidamente con las víctimas y afectados del conflicto al ser, en sí mismos, formas de protesta y demanda de justicia, así como imágenes recurrentes a partir de los cuáles la propia sociedad (y, más concretamente, los medios de comunicación) aprende a imaginar y representar a estos actores sociales. Nos referimos, a este respecto, no solo a las velas y las flores que suelen plagar este tipo de eventos y conmemoraciones, como símbolos que otorgan una suerte de solemnidad en espacios de ritualización política y de homenaje a los seres queridos muertos y desaparecidos. También las banderolas y pancartas que suelen portar las organizaciones de afectados al posicionarse en el espacio público, recogiendo sus demandas: 361 “Familiares exigimos: Plan Nacional de Búsqueda de Desaparecidos” “Asociación de familiares afectados por la violencia política del distrito de Accomarca. Por la verdad, la justicia y contra la impunidad”. “Justicia y reparación. Víctimas de la violencia política Puno” “Caso Parcco Pomatambo. Hemos cumplido 25 años esperando justicia. Los familiares exigimos que los responsables sean juzgados por asesinar a 12 pobladores inocentes (comuneros, niños y ancianos). ¡Basta de impunidad en la Sala Penal Nacional!” “Comunidades campesinas de Raccaya. Los familiares de las víctimas de la violencia política pedimos al Presidente de la República, al Congreso y al Ministerio de justicia el cumplimiento de: Ley No28592 Plan Integral de Reparaciones. Ley No 28223 de los desplazados. Exigimos justicia” Imagen 15. Marcha al Congreso de la Nación. Lima, agosto de 2012. Foto de la autora. 362 Imagen 16. Acto de inauguración del espacio “Rosales por la Memoria”. Lima, agosto de 2012. Foto de la autora. Imagen 17. Acto de inauguración del espacio “Rosales por la Memoria”. Lima, agosto de 2012. Foto de la autora. 363 Imagen 18. Marcha al Congreso de la Nación. Lima, agosto de 2012. Foto de la autora. Reivindicaciones que, como puede apreciarse, remiten constantemente a las nociones de verdad, justicia y reparación que van siendo reapropiadas por estos agentes sociales. Estos espacios de conmemoración se convierten así en espacios en los que se actualizan las prácticas y lenguajes de la retórica de los derechos humanos; lenguajes que, tal y como nos recuerda Ana Laura Lobo para el caso argentino, se utilizan como discursos flexibles que permiten articular reclamos concretos ante audiencias amplias y que permiten, a su vez, integrar bajos los mismos lemas y consignas realidades distintas, y conjugar también distintas estrategias políticas e ideológicas (Lobo, 2010), desde aquellas más pasivas a posturas más críticas que conectan con actividades de participación política previas (tal y como veíamos para el caso de los inocentes liberados). Provenientes de distintas regiones del país, selva y sierra, con perfiles étnicos, lingüísticos y socioeconómicos diversos, vemos como diferentes identidades y realidades convergen en estos espacios para dar lugar a una suerte de identidad 364 colectiva compartida que toma forma a través del discurso y a través de la práctica. La víctima, el familiar, va desarrollando su propio repertorio de acción y protesta social y política, reclamando ante las puertas del Ministerio de Justicia o del Congreso el complimiento o la modificatoria de leyes concretas; haciendo referencia a la lucha contra la impunidad o la necesidad de construir un país de “peruanos y peruanas iguales en dignidad y derechos”. La víctima va ocupando, y significando, los espacios y lugares que se les hacen accesibles desde el Estado (véase, el caso del memorial “el ojo que llora” en el centro de Lima, donde tienen lugar todos los años las ceremonias interconfesionales en recuerdo de las víctimas, o del rosal por la memoria que se crea en el año 2012 en la Plaza de Francia gracias al apoyo del ayuntamiento de la ciudad) a la vez que crean, reapropian y reclaman otros muchos espacios, tanto físicos como simbólicos. Cabe hacer referencia a este respecto a las actividades llevadas a cabo, desde el año 2007 hasta la fecha, por distintas organizaciones de víctimas que operan a nivel regional y nacional (CONAVIP, CORAVIP y ANFASEP, entre otras) para reclamar la proclamación de la Hoyada como “Santuario de la memoria” en honor a las víctimas. La Hoyada es un espacio con una fuerte carga simbólica. Situado en las afueras de la ciudad de Huamanga fue el lugar donde se construyo, en el año 1985, un horno crematorio para la incineración de los cuerpos de decenas de personas que fueron asesinadas extrajudicialmente en el Cuartel del Ejercito los Cabitos. Junto a los cadáveres que fueron incinerados se enterraron también otros muchos, tal y como han demostrado los trabajos de excavación exploratoria que se llevaron a cabo en entre 2005 y 2010. En el año 2013, tuve la oportunidad de acompañar a representantes de diferentes organizaciones en una serie de actos de conmoración llevados a cabo en dicho lugar. Fue el momento en el que se inauguró la instalación de la cruz que se observa en la fotografía que adjuntamos a continuación. Sobre la cruz se puede leer la siguiente leyenda: 365 “En memoria de las víctimas de la violencia 1980-2000. La Hoyada: Santuario por la Memoria. Entre 1983-1989 cientos de personas fueron asesinadas, enterradas e incineradas clandestinamente en este lugar” El día del evento, todavía no se contaba con apoyo total por parte del gobierno regional para la cesión del terreno y para su debida gestión como espacio de memoria reconocido oficialmente. Mientras las labores de incidencia continúan, las víctimas han optado por ir apropiándose, aunque sea de manera temporal y sin permisos, aquellos espacios que consideran efectivamente como propios. Ese mismo día, tuvieron lugar en la Hoyada distintas actividades. A las actuaciones de música y danzas tradicionales, le acompañaron las ofrendas en recuerdo a las víctimas que allí fallecieron o desparecieron en forma de flores, frutas, panes y “t´anta wawas”118. Ofrendas y actuaciones que fueron también acompañadas por palabras y discursos a cargo de distintos representantes de organizaciones de víctimas e instituciones de derechos humanos. Nuevamente, se conjugó en este espacio la conmemoración de los que no están con la denuncia y la protesta, a través de una práctica que opera, al menos, en dos niveles. A nivel de las relaciones intra-grupales, afianzando la cohesión de aquellos que promueven y comparten estás prácticas, véase las distintas organizaciones de víctimas. En estos casos, vemos como estas organizaciones operarían bajo la forma de lo que Maurice Halbwacks denomina las “comunidades afectivas”, permitiendo la emergencia de esas memorias colectivas que son puestas en acción. En palabras del propio autor: 118 Los t´anta wawas (“pan bebe” o “pan niño” en quechua) son masas de pan o bizcocho, adornadas y con formas (normalmente de bebes, llamas o palomas) que suelen prepararse como ofrenda a los muertos en el día de Todos los Santos. 366 Imagen 19. Actos de conmemoración, La Hoyada, Ayacucho, agosto de 2013. Foto de la autora. 367 “Para que nuestra memoria se ayude de la de los demás, no basta con que éstos nos aporten sus testimonios: además, hace falta que no haya dejado de coincidir con sus memorias y que haya bastantes puntos en común entre una y otras para que el recuerdo que nos traen pueda reconstruirse sobre una base común. Para obtener un recuerdo, no basta con reconstruir pieza a pieza la imagen de un hecho pasado. Esta reconstrucción debe realizarse a partir de datos o nociones comunes que se encuentran en nuestra mente al igual que en la de los demás, porque pasan sin cesar de éstos a aquélla y viceversa, lo cual sólo es posible si han formado parte y siguen formando parte de una misma sociedad. Sólo así puede entenderse que un recuerdo pueda reconocerse y reconstruirse a la vez” (Halbwacks, 2004: 34). Tal y como vemos en la fotografía adjunta, estuvieron presentes aquel día representantes de distintas organizaciones de víctimas, desde aquellas que operan a escala regional o nacional, como la propia ANFASEP, a otras que operan representando los intereses de colectivos más concretos, como la Asociación de Desplazados de Villa El Salvador Nuevo Amanecer, o la propia ANFADET. A pesar de todas las diferencias a las que hemos hecho referencia en apartados anteriores, y a los conflictos internos existentes entre muchas de estas organizaciones, es justamente en este tipo de espacios, a través de este tipo de eventos y actos conmemorativos, donde pareciera se consiguen superar las barreras que les separan para confirmar mutuamente los recuerdos y evidencias de un pasado —y un presente— común. Por otro lado, vemos como a través de estas prácticas se va construyendo también una determinada forma de relación entre el sujeto víctima (aquel que se reconoce a sí mismo como parte de este grupo y/o categoría) y el resto de la sociedad. Las víctimas, a través de sus prácticas de conmemoración y protesta, expresan y transmiten representaciones colectivas, imágenes, narraciones y sentidos sobre el pasado reciente del país que se crean y recrean en la propia interacción social con los destinatarios a los cuales apelan y a los cuales dirigen sus mensajes. Volviendo a los símbolos y culturas materiales a partir de los cuales toman forma también estas prácticas, no podemos dejar de hacer referencia al rol protagónico que ocupan las fotografías del desaparecido o asesinado. Son una constante, en este tipo 368 de eventos y conmemoraciones, las imágenes de la madre o esposa, portando la fotografía de su ser querido. Dichas imágenes y fotografías se habrían convertido, en palabras de Ferrándiz y Baer, en uno de los elementos constituyentes de ese lenguaje simbólico universal de la memoria traumática en su modalidad más interpeladora y exigente (...) al integrarse en un repertorio global de imágenes de la represión, la pérdida, el terror y la violencia (Ferándiz y Baer, 2011:192). Imágenes con una eficacia comunicativa extraordinaria, en tanto permiten subvertir las políticas de invisibilización de las víctimas a través de ese ejercicio de toma del espacio público. Resulta llamativo, también a este respecto, como suele ser siempre la víctima madre, o la víctima mujer, aquella que aparece portando dichas fotografías. Si bien en todos los actos de conmemoración y protesta en los cuales he podido participar ha habido siempre una presencia clara de hombres dentro del colectivo de víctimas, muchas veces liderando las propias marchas y plantones, y participando también activamente en las romerías, las vigilas o los actos interconfesionales, son las mujeres sin embargo las que aparecen siempre portando esas fotografías, ancladas en sus manos o apoyadas en sus pechos. Es esa imagen de la mujer, la madre, la abuela, la que suele aparecer también retratada por los medios y por otros actores sociales, sean las propias organizaciones de derechos humanos –a través del desarrollo de distintos materiales comunicativos, folletos o portadas de libros- o esos mismos emprendedores de la memoria, encargados también de la generación, circulación y reinterpretación de esas mismas imágenes a través de diferentes expresiones artísticas. Hacíamos referencia con anterioridad al fenómeno de la feminización de las organizaciones de víctimas como un resultado casi natural del propio proceso de violencia. En tanto son las mujeres las que generalmente quedan (las “víctimas indirectas”), son también las mujeres las que están para alzar la voz, ocupar las calles, recuperar la memoria de sus seres queridos, y demandar justicia y reparación. Es innegable que el conflicto armado tuvo un impacto diferencial en función del género pero es importante, a su vez, no obviar la manera en la que entran en juego, en estos mismos procesos, determinadas agendas morales, roles de género e 369 imágenes pre-construidas sobre quién es la víctima, y sobre como se construye (y autoconstruye) esa imagen en la esfera pública. Tal y como nos dice Jelin: “Si cerramos los ojos, hay una imagen que domina la escena humana de las dictaduras: las Madres de Plaza de Mayo y otras mujeres, Familiares, Abuelas, Viudas, Comadres de detenidos-desaparecidos o de presos políticos, reclamando y buscando a sus hijos (en la imagen, casi siempre varones), a sus maridos o compañeros, a sus nietos/as. Del otro lado, los militares, desplegando de lleno su masculinidad (…) El contraste de género en estas imágenes es claro, y se repite permanentemente en una diversidad de contextos. Los símbolos del dolor y el sufrimiento personalizados tienden a corporizarse en mujeres, mientras que los mecanismos institucionales parecen “pertenecer” a los hombres” (Jelin, 2012: 127). De la misma manera que habría ocurrido en Argentina y en otros muchos contextos, lo que entra en juego no es sólo la feminización —real o ficticia— que pueda existir dentro de los colectivos y organizaciones de víctimas (así como su clara identificación como organizaciones “familísticas”) sino también y, sobre todo, una feminización de la figura de la víctima, como categoría social y culturalmente construida. La víctima, a través de las imágenes y narraciones que de ella misma circulan, queda rápidamente asociada con el dolor de la madre y con el rol que las mujeres habrían ocupado tradicionalmente en tanto cuidadoras dentro del ámbito de las relaciones familiares. Estas mismas imágenes vemos como son también apropiadas y movilizadas por las propias víctimas de una manera no menos estratégica. En varias conversaciones mantenidas con algunas de las lideresas del movimiento vemos como el recurso a la idea de la “madre coraje” habría sido también utilizado como un escudo, o como una forma de protección, sobre todo en las movilizaciones y actos de protesta que tuvieron lugar todavía durante la época del conflicto armado. Así, nos decía Gloria, fue el hecho de ser vista y reconocida como madre lo que en ultima instancia le permitió salir ilesa, y no ser encarcelada, cuando tomo la decisión de encadenarse ante el Palacio presidencial para demandar la liberación de su hija; o lo que también le garantizó un “mejor trato” por parte de 370 Imagen 20. Representantes de organizaciones de víctimas participando en un plantón ante instituciones públicas. Lima, agosto de 2012. Foto de la autora. 371 Imagen 21. Vigilia en la Plaza de Armas de Huamanga. Ayacucho, agosto de 2013. Foto de la autora. Imagen 22. Representante de organizaciones de víctimas en uno de los actos de conmemoración organizado como parte del ciclo de actividades por el aniversario de la CVR en la Plaza de Armas de Lima. Agosto de 2011. 372 aquellos funcionarios de la DINCOTE que estuvieron vigilándola y persiguiéndola mientras iba y venía de la cárcel, las oficinas de la Defensoría del Pueblo y los demás organismos de derechos humanos existentes en Lima durante la dictadura de Fujimori. Hoy en día, el recurso a la figura de la víctima-madre (o víctima-mujer) sigue siendo puesto en juego. En un contexto en el que un sector todavía importante de la sociedad peruana, de los medios de comunicación y del sector político en el país, sigue siendo indiferente a los reclamos de las víctimas y de la comunidad de derechos humanos, cuestionando no sólo el trabajo de la CVR sino también la propia condición de victima de gran parte de la población afectada por la violencia, el recurso al papel simbólico de la madre y a la performatividad pública de sus duelos y memorias, pareciera resultar de una especial eficacia. Si bien se puede negar abiertamente la meta-narrativa que emerge del Informe de la CVR, se hace más difícil cuestionar el dolor de una madre cuando se moviliza en el espacio público con toda su crudeza. 3.2. “Les arrancamos la ley”. La movilización socio legal e interinstitucional. Será también con la apertura del proceso de justicia transicional que se generarán espacios de oportunidad para el desarrollo de una nueva forma de práctica y acción política para las organizaciones de víctimas y afectados en el país. Nos referimos concretamente a los procesos de movilización socio legal y de incidencia política que empezarán también a ser desarrollados por los líderes y lideresas de las principales organizaciones de víctimas y afectados. Veremos como, en este caso, se recurrirá a otro tipo de imágenes, estrategias y narrativas para posicionar los reclamos de la víctima en el espacio público, y en el ámbito institucional. ********** 373 Como parte de las recomendaciones emitidas por la propia CVR, una de los aspectos sobre las que se hizo especial hincapié fue la necesidad de incorporar y aplicar un enfoque participativo en el diseño y desarrollo de los distintos programas creados en beneficio de las víctimas, especialmente para el caso del PIR. Tal y como quedó recogido en su Informe Final, se buscará incorporar como criterio básico: “…la participación de la población en la toma de decisiones y definiciones de sus propios procesos de construcción y reconstrucción social, cultural, económica y material (…) El enfoque participativo responde a la necesidad de recrear las relaciones entre el Estado y la sociedad con base en el reconocimiento de la capacidad de sus ciudadanos para tomar sus propias decisiones y para identificar sus necesidades más sentidas. Este proceso de diálogo y consultas co-ayudará al fortalecimiento de las organizaciones e instituciones existentes en las zonas, y contribuirá a la (re)creación de espacios políticos en sectores donde la violencia desestructuró las formas organizativas locales (…) De este modo las propias víctimas y sus familiares podrán participar en la planificación e implementación de las medidas y abrir de este modo procesos de reconciliación nacional y la creación de visiones optimistas de futuro”. Este imperativo en torno a la necesaria apertura de espacios para la participación activa de las víctimas en los distintos procesos que emergerán de la mano de la CVR coincidirá con el cada vez mayor peso de voces críticas y propuestas dentro de la industria de la justicia transicional (impulsados desde instancias como el ICTJ, la ONU 119 , o la propia academia) que abogarán por nuevos enfoques: aquellos denominados como de “abajo a arriba” (“bottom-up transicional justice”) o “centrados en las víctimas” (“victim-centered approaches”). Enfoques todos ellos que harán hincapié en la necesaria participación de las víctimas y comunidades directamente afectadas por la violencia para una mejor comprensión de las problemáticas locales y para una mejor adecuación de los procesos de transformación hacia la paz de acuerdo a dichas realidades locales. Se destaca la 119 Dicho enfoque va siendo desarrollado a través de distintas iniciativas y propuestas como aquellas que quedan recogidas en el Informe del Secretario General “The rule of law and transitional justice in conflict and post-conflict societies” publicado en agosto de 2004. En dicho informe se especifica la necesidad de “evitar la imposición de modelos y mandatos de justicia transicional externos al país”, “financiando el desarrollo de procesos de consulta y de evaluación de necesidades a nivel nacional”, e “impulsando la participación activa de gobiernos y de la sociedad civil”, haciendo especial hincapié en el establecimiento de garantías de participación y protección de las victimas y de aquellos grupos más afectados por el conflicto. Para más información, véase https://www.un.org/ruleoflaw/files/2004%20report.pdf https://www.un.org/ruleoflaw/files/2004%20report.pdf 374 necesidad de apropiación local de los procesos de justicia transicional por parte de las comunidades como condición sine qua non para garantizar su éxito y sostenibilidad a largo plazo, así como la necesidad de que dicha participación sea concebida y promovida en las distintas fases del proceso, tanto en la concepción como en el diseño, gestión y toma de decisiones con relación a los distintos mecanismos de justicia transicional. Tal y como plantean Lundy y McGovern, se va desarrollando un reconocimiento creciente dentro de la comunidad internacional de la importancia de que la industria de la justicia transicional sea repensada desde nuevos parámetros, tanto a nivel operacional como conceptual (Lundy y McGovern, 2008). De la misma manera que se empieza a reconocer la importancia y el impacto positivo de iniciativas de justicia transicional que toman forma al margen de las estructuras institucionales formales puestas al servicio de esta empresa120, se empieza a reconocer también la idea de la justicia transicional “desde abajo” como aquella que tiene lugar, o que es susceptible de tener también lugar dentro del ámbito institucional, impulsando la incorporación de nuevas voces y aproximaciones a los procesos de diseño e implementación de los distintos mecanismos de justicia transicional formales conocidos hasta la fecha. En definitiva, vemos como estos nuevos enfoques y planteamientos fueron también poco a poco permeando en el contexto especificó peruano, donde se empezarán a crear múltiples espacios para canalizar dicha participación a través de mesas de consulta y diálogo directo con lideres y lideresas de las diferentes organizaciones de víctimas del país. Sin entrar a enumerar y/o especificar dichos mecanismos y espacios de participación vinculados a las distintas instancias y cuerpos institucionales que surgirán al calor de 120 Algunas de estas experiencias e iniciativas han sido objetivo de investigación por parte de diferentes antropólogos, sociólogos y analistas políticos. A este nivel, resulta especialmente interesante el volumen editado por Kieran McEvoy y Lorna McGregor bajo el título “Transitional justicia from Below, Grassroots Activism and the Struggle for Change”. En él, el lector pueda aproximarse a distintas realidades y experiencias, desde aquellas retratadas por Arriza y Roht- Arriaza's en Guatemala, destacando el rol de distintas iniciativas comunitarias de intervención psicosocial o de distintos procesos de resolución de conflictos a nivel local basados en métodos mayas, a procesos de construcción de memoria y búsqueda de la verdad impulsados por comunidades y grupos de la sociedad civil en Irlanda del Norte. 375 la CVR (como la propia CMAN), lo que nos interesa es indagar en las percepciones existentes entre las organizaciones de víctimas sobre la eficacia de esos mismos mecanismos de cara a garantizar su verdadera participación en tales procesos. Percepciones que, generalmente, hacen referencia a la ineficacia y escasez de dichos mecanismos. La sensación generalizada, tal y como fue planteada por muchos y muchas de las lideresas con las que hemos tenido la oportunidad de hablar a lo largo de nuestro trabajo de campo, es que se ha tratado en la gran mayoría de los casos de espacios estériles, que no han ido más allá de lo meramente informativo, sin impactar ni facilitar el acceso a los procesos de toma de decisiones a nivel de planificación, programación y asignación de recursos para los distintos elementos que de una u otra manera habrían ido definiendo la agenda de justicia transicional en el país, en especial, en materia de reparaciones. Una agenda que habría quedado, inevitablemente, a expensas de los intereses sociopolíticos de los distintos gobiernos que se habrían sucedido en el país desde la entrega del Informe Final de la CVR en el año 2003. Ese enfoque de justicia transicional de “abajo a arriba” pareciera no haber funcionando en la práctica. Si bien esos canales de participación si habrían facilitado una primera toma de contacto, y una mayor interlocución entre las víctimas y distintos cuerpos institucionales, de lo que se habla de manera generalizada es de procesos de negociación ardua tanto con la administración como con el poder político. “Pero ahorita, yo estoy pidiendo más. Estoy exigiendo. Pero es que es bien complicado…. Cada vez que tu negocias, viene un cambio de ministro y vuelves a negociar de cero. Se va el ministro, llega el nuevo y te dice “no se ¿qué es? No entiendo”. O sea, no sabes de verdad. Entonces… otra vez a comenzar de cero. Por ejemplo, para sacar el decreto supremo del terreno, para la transferencia, ahorita esta el terreno a nombre del Ministerio de Justicia no está todavía a nombre de nosotros. Entonces, ya estábamos avanzando con Toledo y se fue y se quedó… en nada. Con Alán nunca avanzó. Al final con Alán García, mas o menos ya faltando un año para que se vaya, recién ya si, “entendimos”. Y preguntamos, y conversamos, y no sé cuántos…” (Entrevista personal. Representante de ANFADET. Mujer de unos 40/45 años, hija de desaparecido y víctima de desplazamiento forzado. Lima, septiembre de 2013) Ante el inmovilismo político y la falta de voluntad en la aplicación efectiva de los distintos mecanismos de justicia transicional que deja el trabajo de la CVR, la 376 víctima empiezan a desarrollar y a poner en juego nuevos esquemas de acción dentro del ámbito de la incidencia política. La víctima “empoderada”, conocedora de los marcos normativos que regulan sus derechos de acceso a la verdad, la justicia y la reparación, empiezan a movilizar nuevos discursos y prácticas, que ya no se limitarán a la puesta en escena de sus reclamos en el espacio público, mediante marchas, plantones y conmemoraciones, ni tampoco a la mera participación en los espacios de consulta y diálogo facilitados directamente con el Estado. Se empieza a desarrollar procesos de movilización socio-legal directa, definidos como aquellos que tienen lugar cuando los movimientos sociales hacen un uso explícito de estrategias, discursos y tácticas de derechos en su interacción con el estado y con otros oponentes de una manera que no implique ni la co-optación, ni la desmovilización directa de esos mismos movimientos sociales (Madlingozi, 2013). En este caso, vemos como el recurso al discurso y marco de los derechos humanos facilita no sólo la legitimidad social de sus demandas, y la posibilidad de movilizar dichas demandas en torno a una identidad colectiva compartida, también la posibilidad de desarrollar y canalizar sus luchas a través de tácticas intra- institucionales como la redacción y envío de propuestas de modificatorio de ley ante el Congreso, o la redacción y circulación de declaraciones públicas ante distintos medios de comunicación. - Lima, septiembre de 2013 Semanas después de las actividades de conmemoración de la CVR que tuvieron lugar en agosto de 2013, la CONAVIP lanzó una convocatoria para reunir en Lima a los y las representantes de las distintas regiones del país. La intención era crear un foro interno para definir las líneas de actuación y estrategias a desarrollar en los próximos meses. Si bien no se logró convocar a los representantes de todas las regiones del país donde CONAVIP opera, estuvieron presentes ese día personas provenientes de regiones y departamentos como Huancavelica, Junín o la propia Ayacucho. Las reuniones tuvieron lugar en las instalaciones de la oficina central de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, en el barrio limeño de Lince. Era 377 sábado por la mañana y se percibía un cierto aire de cansancio entre los asistentes. Varias de las personas allí presentes habían viajado en autobuses desde sus regiones esa misma noche y a penas llevaban en Lima un par de horas. Ernesto, representante del departamento de Huánuco y presidente de CONAVIP en ese momento, fue el encargado de abrir la sesión y de guiar las conversaciones durante casi 3 horas de reunión. Gran parte de dichas conversaciones giraron en torno a los acuerdos a los que se había llegado con el Ministerio de Justicia en la última reunión mantenida con los y las representantes de CONAVIP en Lima, coincidiendo con las actividades que se llevaron a cabo justamente en el marco de las conmemoraciones del X aniversario del Informe Final de la CVR. Uno por uno, se fueron revisando todos los acuerdos, leyendo en alto las resoluciones ministeriales y documentos relacionados con cada uno de ellos. Si bien habían pasado ya varias semanas, los avances habían sido escasos, prácticamente nulos. entre otros muchos temas y puntos de la agenda, se debatió sobre la propuesta acordada con CMAN para la revisión del decreto 051 por parte del Misterio de Economía y Finanzas; sobre la propuesta al Congreso de una ley de búsqueda de personas desaparecidas que responda efectivamente a las necesidades de los familiares; se discutió también sobre nuevas partidas presupuestarias para continuar con el programa de reparación económicas; sobre los avances y obstáculos encontrados en la implementación del programa de reparaciones en educación; o sobre temas más específicos, como la revisión de los procesos de reconocimiento y certificación de dobles afectaciones en el marco del PIR. Las personas de la CONVAIP allí presentes hablaron y debatieron sobre todos estos temas de una manera que me resultó apabullantemente familiar. Conocían perfectamente los distintos canales de aprobación y toma de decisiones a nivel del gobierno central y de los distintos ministerios implicados; las distintas fases y calendarios para la aprobación de enmiendas a leyes y decretos existentes; los distintos documentos y marcos regulatorios de cada una de los organismos y mecanismos implicados en el campo de la justicia transicional en el país; los 378 obstáculos políticos, ideológicos y burocráticos presentes en cada una de esas instancias. Se hizo referencia tanto a “enemigos” como a “aliados” dentro del poder político. Dicho conocimiento y familiaridad de su parte habría sido el resultado, tal y como nos planteaba una de las dirigentes, de un proceso de aprendizaje continuo extendido a lo largo de años y años de lucha, negociación y confrontación con el Estado y las distintas administraciones. Un conocimiento y una experiencia que, en sus propias palabras, se habría convertido en la única verdadera garantía para el avance de todos estos procesos. “Estos 26 años de caminata me han ayudado a conocer la profundad del tema...manejo el tema. A veces enredándome en las declaraciones pero igual tengo conocimiento. Nadie me puede...este, como se llama... de repente, hacer pisar el papelito, por decir. Porque conozco el tema en profundidad así es que puedo responder, tanto a los periodistas como a los jóvenes estudiantes que toman interés por conocer los hechos que nos han tocado vivir. Y nuestras demandas ¿no? Y las respuestas de los funcionarios, me las se de memoria. Quién me respondió, qué compromiso asumieron, qué nos dijeron, cómo nos respondieron en las diversas instancias” Así, para estos agentes los avances en el marco de la justicia transicional habrían sido el resultado de las luchas impulsadas desde las organizaciones de víctimas, en ningún caso fruto de la “voluntad del gobierno”. Emergen así dentro del ámbito de las organizaciones de victimas nuevos discursos de agenciamiento y apropiación del proceso, y de sus resultados. Son las víctimas, en tanto sujetos sociales y políticos, las que realmente “hacen” justicia transicional. En sus propias palabras las que le habrían “arrancado la ley” al estado y a sus instituciones. Un hacer político que viene determinado por ese conocimiento acumulado (impulsado también desde las ONG de derechos humanos a través de sus programas de formación y empoderamiento) y por el desarrollo de estrategias de visibilización que partirán de un auto-reconocimiento de sí mismas como interlocutoras con voz propia. Ante las constantes negativas de las distintas 379 Imagen 23. Extracto del periódico Correo. Publicación del 9 de febrero de 2016. 380 administraciones del estado de recibir a las víctimas, de escucharlas o de responder efectivamente a sus demandas, se desarrolla una cierta pericia social, si se quiere una suerte de picaresca política, para sortear esos obstáculos y abrir nuevos canales de participación y acceso al poder político. “Y claro. Te metes así de frente, y te metes. No te van a botar, porque se quedan impactados con la reacción. Yo con XXX, si no nos dejaban entrar… Pues tú tiras por acá y yo tiro por allá. Ya sabemos, ya sabemos…. Mientras yo voy hablando, tú te metes y ya luego adentro no te van a botar. “¡Quiero ver al ministro!” Y ya estoy dentro” los chiquitos me llaman y me dicen “señorita por favor, yo quiero estudiar” (…) Entonces, pues…también es la experiencia mía. “vayan y hagan esto” (…) Hay formas para hablar con los responsables. Primero bonito, les explican quiénes son, para que cosa van. Y cuando no les hacen caso, le dicen “yo voy a hablar con mi líder que esta allá para que vaya a hablar con el ministro”. El último chiquito que fue de Villa el Salvador, iba y le decían no hay una persona que sabe hacer esto. Y fue otra vez, y el chiquito decía que es que no le quieren atender. Y yo le digo “ahora vas a hacer lo siguiente: vas a ir y si tú no me atiendes, voy a ir a hablar con el alcalde, y sino, hablas con el alcalde y le dices, “mira, este es un proceso judicial, le explicas de la CVR y todo eso y muéstrale tus papeles y le dices quién eres tú…” Y sino, yo le voy a llamar y sino, voy a tener que denunciarlo al ministerio… Y primero háblale bonito y ya luego háblale fuerte a ver si es que así, para que reaccione. Porque esto no es un favor, es parte de su trabajo” (Entrevista personal. Representante de la CONAVIP, encargada de las negociaciones sobre reparaciones en salud. Mujer de unos 40 años, hija de desaparecido. Lima, septiembre de 2013). Dichas citas dan muestra de esta pericia aunque cabe destacar que no se trata de un rasgo común al conjunto de las víctimas sino mas bien una suerte de digresión de la norma generalizada sólo accesible a unos pocos. La reunión de los y las presentantes de CONAVIP se dio por finalizada aquel día una vez se acordaron las distintas medidas y acciones a ser tomadas por cada una de las personas allí presentes, planteando estrategias de acción y movilización socio legal que permitiera garantizar un mayor avance en cada uno de los acuerdos y compromisos firmados con el estado. El “reparto de tareas” vino nuevamente condicionado por la localización física de cada uno de los y las dirigentes; las personas de Lima serían las responsables de la interlocución directa con las instancias centrales del estado, realizando llamadas tanto a gabinetes ministeriales como a las secretarías ejecutivas de órganos como la CMAN para concertar nuevas 381 citas y reuniones. A ello se sumaron el envío de cartas formales a distintas autoridades para la solicitud de información y para el establecimiento urgente de nuevas mesas consultivas y de trabajo con el Ministerio de Economías y Finanzas; el envío de correos electrónicos y la redacción de declaraciones públicas para su circulación en medios locales; la coordinación de reuniones y grupos de trabajo conjunto con organizaciones de derechos humanos para la revisión de esos mismos acuerdos y para la redacción de nuevas propuestas de modificación de leyes y reglamentos. ********** Lejos de esa imagen de la victima sufriente y vulnerable que es desplegada muchas veces en espacios públicos de conmemoración y protesta, emerge en estos espacios de movilización socio legal y política una víctima “renovada”, fuerte, formada y capacitada para hacer un uso estratégico del capital político acumulado durante décadas de movilización. Una víctima que pareciera ser y estar para quedarse. Que no se deja engañar con negativas, evasivas y aplazamientos. Para algunos121, una “víctima profesional” que, sin embargo, entra inevitablemente en el juego del estado. Un juego a partir del cual se crean posiciones subjetivas que serán a la vez de agenciamiento y de sometimiento en tanto será justamente a través de estas formas de movilización intra-institucional que se neutraliza gran parte de la capacidad movilizadora de dichas organizaciones y comunidades, dividendo a un movimiento de víctimas cada vez más dependiente del accionar y capacidad de influencia de sus lideres y lideresas. 121 Nos referimos a personas concretas dentro del ámbito de las ONG de derechos humanos en el Perú que plantean posturas más críticas o contestarías con la manera en la que ha tomado forma el campo de la justicia transicional en el país y con el propio trabajo y dinámicas de movilización impulsadas desde las organizaciones de víctimas y afectados. 382 3.3. Sobre el testimoniar. Parte III: la movilización del lenguaje del sufrimiento como estrategia de reconocimiento. Veíamos en apartados anteriores la centralidad que habría ocupado el testimonio, en tanto género discursivo y narrativo, en los distintos procesos a los cuales hemos hecho referencia: el testimonio en el contexto de las audiencias públicas, y el testimonio que se va construyendo bajo la forma jurídica a lo largo del proceso de registro de víctimas. Queremos resaltar en este último apartado la existencia de un tercer tipo de testimonio, aquel movilizado por la víctima desde sus organizaciones. Un testimonio que se construye en sí mismo como práctica; como parte de un ejercicio de memoria, de toma de la palabra, pero también como estrategia central de reconocimiento. Decíamos también en el apartado introductorio de esta tesis que, como parte de nuestra experiencia de investigación, fue casi inevitable enfrentarnos a situaciones de entrevista con lideres y lideresas de organizaciones de víctimas y afectados quienes, sin solicitarlo, empezaban sus relatos enmarcándolos a través del testimonio sobre sus experiencias de violencia. Al principio, dicha recurrencia fue percibida casi como una insistencia por su parte. Sin yo quererlo, o promoverlo, me encontraba una y otra vez delante de víctimas y afectados quienes articulaban para mi una narrativa que iba del pasado al presente, y nuevamente hacia el pasado; que incluía referencias a sus vidas antes de la violencia; al quiebre que supuso para ellos el encarcelamiento, el arrasamiento de sus comunidades o la pérdida de un familiar; a las estrategias que desarrollaron para superar dicha situación y readaptar sus vidas; a las diferentes maneras en las que aprendieron a gestionar la pérdida, el duelo y el dolor. Mi grabadora se vio de repente repleta de una infinidad de datos e información sobre los métodos de tortura utilizados por las fuerzas armadas durante la época del conflicto armado; las secuelas físicas y psicológicas dejadas por experiencias de violación en masa a las que se vieron sometidas tantísimas mujeres; historias de superación y coraje de madres que lucharon sin descanso por sacar a sus hijos e hijas de las cárceles, haciendo frente a la persecución, a la discriminación institucional y al estigma social. Historias y relatos que ya conocía a través de la 383 lectura de los testimonios de la CVR y del visionado de las sesiones de las distintas audiencias publicas pero que, sin embargo, en estos contextos se presentaban ante mi con una brutalidad casi aplastante. Por el contenido de aquello que era relatado, por supuesto, pero sobre todo por la cercanía con la persona que hablaba, por la emotividad y el sufrimiento que emanaba de sus palabras, sus gestos, sus lágrimas. Relatar estas historias era, sin duda, muy doloroso. ¿Por qué entonces esa insistencia en recordar, en contarme sus historias, muchas veces con todo tipo de detalles? ¿Era porque entendían que podía ofrecerles algo a cambio? ¿Y que era eso, sabiendo que no era más que una investigadora, joven, extranjera, con escasa experiencia y ningún contacto con el poder político o mediático? La respuesta a estas preguntas se convirtió en una suerte de auto evidencia según fui continuando con mi investigación. Tal y como planteaba Carlos Martín Beristaín una vez, al hacer referencia a su trabajo con los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, “hablar duele, pero es distinto cuando tiene sentido”. Viendo el lugar que las víctimas, a través de sus organizaciones, iban ocupando en distintos espacios, la manera en la que el recurso al testimonio se convertía en una práctica casi habitual, y en una forma de relación con el otro. Un “otro” que, en mi caso, era para ellos algo más que una mera estudiante doctoral de España. Un “otro” que formaba parte de esa comunidad internacional imaginada a la que nos referíamos con anterioridad. Que, si bien a poco o nada podía influir u ofrecer a nivel local o nacional, se presentaba como un puente más para conectar su experiencia con ese espacio social amplificado al que muchas veces se ha recurrido para buscar respuestas, soluciones legales, o ese reconocimiento tantas veces negado por una sociedad peruana en gran parte todavía indiferente a su sufrimiento, sus demandas y sus reclamos. Un reconocimiento construido al margen —o en paralelo— a aquel que se recoge y materializa en los certificados de víctimas emitidos por la CMAN; un reconocimiento con una densidad mayor, que escapa a lo 384 institucional. Tal y como nos plantea Gatti en su estudio sobre la construcción de la figura de la víctima en distintos contextos contemporáneos, el testimonio se ha convertido en un recurso potente para ellas. Las víctimas “si no pueden hablar, pueden testimoniar. Si lo hacen bien (gimen, duelen, duelan, se quiebran…) serán reconocidas”. La víctima se convierte en personaje y el testimonio se convierte en genero, instalado y reconocido como el lenguaje de las víctimas (2015: 809). Es, por tanto, a través de este lenguaje del sufrimiento, de estas narrativas del dolor, que las víctimas se nos hacen más fácilmente reconocibles, identificables. Se convierte en un recurso y en una forma de relación con los y las otras, sean investigadoras, historiadoras, periodistas, representantes del estado, o la sociedad en general. El testimonio como un elemento que formaría parte de su propia identidad pública, en tanto es ese testimonio, cargado de emotividad y de sufrimiento, lo que muchas veces se espera de ellas si tenemos en cuenta los lugares que van ocupando a lo largo del proceso de justicia transicional. En palabras de Piper: El sí mismo de las víctimas está constituido por esas marcas de la violencia, que son significados (por ellos y ellas) como un sello personal, como lo más auténtico de la identidad de víctima que debe ser demostrado para poder así relacionarse con los y las otros/as. Los discursos identitarios contribuyen así a construir al sujeto víctima como un producto de la violencia que lleva una cicatriz en un interior personal que necesita ser revelado (Piper, 2005: 168) Partiendo de estos supuestos, se hace más fácil entender la familiaridad con la que muchos lideres y lideresas de organizaciones de víctimas y afectados han adquirido en lo que a ofrecer sus testimonios se refiere. Lideres y lideresas que aprenden a articular sus historias de violencia en narrativas sólidas, consistentes y eficaces, y a presentarlas en un sinfín de espacios que se abren como parte de una suerte de circuito de la justicia transicional y la memoria en el país: actos y charlas en distintas universidades del país; talleres de formación y capacitación de voluntarios de ONG; presentaciones de libros; entrevistas para periódicos, revistas, radios, programas de televisión o documentales; desarrollo de materiales para campañas de comunicación y sensibilización.122 122 Estos son sólo algunos de los muchos ejemplos de los testimonios a los que hacemos referencia: 385 En muchos casos, al tratarse de lideres y lideresas de organizaciones, las historias de violencia vienen acompañadas también de relatos sobre las formas de movilización que ellos y ellas mismas impulsaron para luchar contra esa violencia, para recuperar los cuerpos de sus familiares desaparecidos, o simplemente para evitar el olvido. Se plantea una suerte de “heroicización” de la víctima que fue capaz de anteponerse a la violencia, la persecución, el abandono institucional, la sospecha, y que 20 o 30 años después sigue en pie, compartiendo sus historias, exigiendo verdad, justicia y reparación. Se trata, por tanto, de testimonios que toman también la forma de discursos de movilización en nombre de una causa y de una(s) organización(es) encargada de encarnarla (Pollak, 2006: 84). Si retomamos la clasificación sobre las formas y tipo de testimonios que establece este autor, estos testimonios parecen asemejarse, sobre todo, a lo que el define como relatos biográficos. Narraciones donde, de manera general, no existe una estructura y una interacción pautada con un comisionado, un registrador, o un juez que pregunta, y una víctima que responde y construye su testimonio en base a dichas preguntas y normas preestablecidas. Se trata de narraciones que son articuladas por el o la testimoniante de una manera que pareciera casi libre como si fueran ellos y ellas mismas las que estructuran su narración y sus recuerdos, ofreciendo información y datos que permiten una aproximación más cercana —si se quiere, más real o verdadera—, a las experiencias de violencia vividas por estos sujetos. Sin embargo, si tenemos en cuenta los espacios de enunciación desde los cuales se articulan estos testimonios, podemos ver que se trata de espacios que si bien no tan protocolizados como aquellos de las audiencias públicas o de los procesos de registro, si se trata sin embargo de espacios marcados por normas y pautas que formarían parte de una suerte de agenda sociopolítica y moral que, inevitablemente, se le impone a la víctima. Una víctima que articula narraciones concretas, para interlocutores concretos, con expectativas concretas. Si nos adentramos en las motivaciones personales y colectivas para la articulación y https://www.youtube.com/watch?v=MM5kXCCfku4; https://www.youtube.com/watch?v=kZgc0nb7KAo; https://www.youtube.com/watch?v=cffsi3gMC54 https://www.youtube.com/watch?v=MM5kXCCfku4 https://www.youtube.com/watch?v=kZgc0nb7KAo https://www.youtube.com/watch?v=cffsi3gMC54 386 movilización de estos testimonios en el espacio público, vemos que efectivamente existe en muchos casos una “voluntad del autor de recordar, y de transmitir ese recuerdo” (Pollak, 2006: 71). Sobre todo, en los casos que hemos visto en los que se desplegaban dichos testimonios ante audiencias jóvenes, en talleres formativos o espacios universitarios, vemos que existe para la víctima una suerte de compromiso con un quehacer pedagógico; una necesidad de compartir sus experiencias con las nuevas generaciones para garantizar que se aprenda del pasado, para evitar que la historia vuelva a ocurrir. Ese imperativo de “hacer memoria” parece estar siempre presente, convirtiéndose en propio. La idea de “transmitir lo increíble con el fin de volver imposible su repetición” (Pollak, 2006: 86). Es en estos casos, en los que podemos referirnos al testimonio también como una acción política propia. Sin embargo, vemos que en muchos otros casos la presencia de la víctima, y de sus testimonios, pareciera estar más bien movida por una necesidad de otorgar una suerte de legitimidad moral al proceso de justicia transicional. En este caso, ya no al propio proceso de la CVR (de su investigación y sus recomendaciones) sino también al trabajo desplegado desde las organizaciones de derechos humanos. Nos referimos a contextos, eventos, campañas, donde la víctima está presente, habla, algunas veces testimonia, pero es el experto el que pareciera guiar y estructurar siempre la conversación, planteándose una suerte de distinción entre la legitimidad moral de la víctima, frente a la legitimidad técnica y/o profesional de esos expertos. Cabe destacar que, si bien en estos casos podemos considerar el testimonio y la participación de las víctimas también como una acción política (en tanto estaría vinculada con la interpretación que las propias víctimas hacen de los beneficios que se puedan extraer de esas intervenciones y actos de testimoniar, en tanto parte de una estrategia de movilización propia) vemos también de que manera estarían siendo mediados y/o instrumentalizadas por parte de otros actores sociales con sus propias agendas sociopolíticas. Se trata de una constante que nos hemos encontrado en repetidas ocasiones a lo largo de nuestro trabajo de campo. En infinidad de eventos, charlas y conferencias en los que la víctima suele estar presente como integrantes de las mesas y como 387 participante en las conversaciones, pero casi siempre de una manera anecdótica. También en ceremonias y actos de reparación simbólica de distinta índole, tanto en aquellos organizados por el estado como por aquellas organizaciones desde la propia comunidad de derechos humanos. - Lima, octubre 2013 A finales de mi última estancia de campo en Perú, tuve la posibilidad de poder acudir como invitada a la ceremonia de entrega de los restos de cuatro víctimas del caso Parcco y Pomatambo 123 , realizada en las instalaciones de la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS) en Lima. El caso Parcco Pomatambo se remonta a octubre de 1986, fecha en que dos patrullas del Ejército peruano incursionaron en la localidad de Pomatambo, deteniendo a siete autoridades locales, y conduciéndolas a la localidad de Parcco Alto. Allí, junto a otras cinco personas (incluidos dos niños de 8 y 12 años) fueron ejecutadas extrajudicialmente. Sus cuerpos fueron después incinerados, siguiendo las ordenes dadas por el teniente coronel al cargo de dicho comando124. Si bien el caso Parcco Pomatambo fue uno de los casos que formó parte de las investigaciones de la CVR, y a pesar de las recomendaciones emitidas por la misma (dada la existencia de suficientes elementos probatorios para su judicialización y denuncia penal), no fue hasta agosto del 2009 que se inició el juicio oral contra los presuntos responsables de estos crímenes en la Sala Penal Nacional. En este caso concreto, serán la Comisión de Derechos Humanos (COMISEDH) y la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS) las organizaciones que asumirán la defensa legal de los familiares de las víctimas en este proceso. Tras decenas de audiencias, dedicadas tanto al interrogatorio de los distintos acusados (cuatro integrantes del 123 Para más información sobre le proceso de entrega de restos y sobre el propio caso, véase: https://redaccion.lamula.pe/2013/10/18/despues-de-27-anos/danyvaldez/ 124 http://www.cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VII/Casos%20Ilustrativos- UIE/2.23.%20POMATAMBO.pdf https://redaccion.lamula.pe/2013/10/18/despues-de-27-anos/danyvaldez/ http://www.cverdad.org.pe/ifinal/pdf/TOMO%20VII/Casos%20Ilustrativos- 388 cuerpo militar, en calidad de autores mediatos y materiales), como a la presentación de varios testigos por parte del Ministerio Público, la Sala Penal Nacional dictó sentencia de primera instancia el 22 de noviembre de 2010. A través de dicha sentencia se precisó que no existían pruebas para imputar la responsabilidad de los hechos de ejecución extrajudicial a los cuatro procesados presentes en el juicio oral, quedando finalmente absueltos de tales crímenes.125 El Ministerio Público apeló la sentencia, y el expediente subió a la Corte Suprema de la República peruana para que se pronuncie en segunda y definitiva instancia. La Sala Penal Permanente de la Corte Suprema de Justicia (SPP) emitirá una resolución un año después, en noviembre de 2011, declarando no haber nulidad en la sentencia anterior de la Sala Penal Nacional, y apoyando finalmente la absolución de los presuntos responsables de la ejecución extrajudicial de estas 12 personas. Tal y como fue expresado a través del comunicado público emitido desde COMISEDH en marzo de 2012, dicha resolución (sostenida sobre la base de la insuficiencia de pruebas indiciarias para demostrar la responsabilidad penal de los autores inmediatos y mediatos de las violaciones a los derechos humanos denunciadas) supondría la “consagración de la impunidad en sede judicial” así como “el incumplimiento por parte del Estado peruano de su obligación de investigar, jugar y sancionar las violencias de los derechos humanos, tal como lo exige el artículo 1º de la Convención Americana sobre Derechos humanos y la reiterada jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos”. 126 No es de extrañar, por tanto, que los siguientes pasos dados por las organizaciones responsables de la defensa legal de los familiares de las víctimas fuera la presentación del caso ante el Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos. 125 Para más información sobre el proceso judicial que tuvo lugar, véase la crónica judicial desarrollada por el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP). http://idehpucp.pucp.edu.pe/images/documentos/justicia_ddhh/cronica_pomatambo_y_parcco_alt o_noviembre2010.pdf 126 Para leer el comunicado entero, véase: http://comisedh.blogspot.com.es/2012/03/deploramos- sentencia-que-consagra.html http://idehpucp.pucp.edu.pe/images/documentos/justicia_ddhh/cronica_pomatambo_y_parcco_alto_noviembre2010.pdf http://idehpucp.pucp.edu.pe/images/documentos/justicia_ddhh/cronica_pomatambo_y_parcco_alto_noviembre2010.pdf http://comisedh.blogspot.com.es/2012/03/deploramos-sentencia-que-consagra.html http://comisedh.blogspot.com.es/2012/03/deploramos-sentencia-que-consagra.html 389 Mientras tanto, y como parte del propio proceso judicial, el Equipo Peruano de Antropología Forense (EPAF), actuando como perito oficial de la Sala Penal Nacional, consiguió identificar, en junio de 2010 —y gracias al apoyo de la Agencia para la Democracia, Derechos Humanos y Trabajo del Departamento de Estado de los Estados Unidos—, los restos calcinados de cuatro de estas víctimas. Además de su identificación, el trabajo forense llevado a cabo por parte del EPAF sirvió también para demostrar la forma y la causa de la muerte de estas personas. No será, sin embargo, hasta octubre del 2013, que los restos serán finalmente entregados a sus familiares para poder darles sepultura. Como decíamos, dicha ceremonia de entrega de restos tuvo lugar en las inmediaciones del local institucional de la Comisión Episcopal Acción Social (CEAS). El acto, marcado por las formalidades propias de cualquier ceremonia de corte religioso, se caracterizó por un alto grado de solemnidad. Según se accedía al patio de las instalaciones de CEAS, podíamos encontrar distintas hileras de sillas, dispuestas ahí para el público y enfrentadas a lo que parecería una pequeña suerte de altar, en el cual se dispusieron los 4 osarios, identificados cada uno de ellos con el nombre de cada una de las víctimas. Rodeados de flores y coronas, parecían presidir la sesión. Sin embargo, el protagonismo se trasladó rápidamente de las víctimas, y de sus familiares, a los distintos actores sociales y políticos allí presentes. La ceremonia, concebida en sí misma como “un acto de reconocimiento y dignificación de las víctimas y de sus familiares”, se caracterizó por la sucesión de discursos ofrecidos por representantes de distintas ONG de derechos humanos, así como por representantes de la Iglesia, la Defensoría del Pueblo, el área de salud mental del Ministerio de Salud, y, con especial mención, de Henry José Ávila Herrera, viceministro por aquel entonces de Derechos Humanos y Acceso a la Justicia. Entre el publico, además de los familiares de las víctimas (tanto de aquellas identificadas como de aquellas todavía por identificar) se encontraba el personal de otras muchas ONG y organizaciones de la sociedad civil, como el propio EPAF, APRODEH, Paz y Esperanza, la Cruz Roja Internacional o el Movimiento Ciudadano Para Que no se Repita (MCPQNSR). Junto a ellos, también presentes 390 personal y representantes del Consejo de Reparaciones, la CMAN, y otros cuerpos institucionales del estado peruano. A través de dichos discursos, se repitieron pésames y muestras de solidaridad y respeto hacia los familiares de las víctimas allí presentes. Se reconocieron sus “luchas incansables”, su “espíritu inquebrantable”, su “profundo dolor y su sufrimiento”. A dichas pésames y muestras de reconocimiento, se sumaron también constantes reafirmaciones de la solidaridad y compromiso de las distintas instituciones —tanto gubernamentales como no gubernamentales— por seguir trabajando por la verdad, la justicia y la reparación; por la paz, el desarrollo y la reconciliación en el país. Hubo espacios también para recordar y reconocer a las miles de familias que, hasta la fecha, más de 30 años después de que se iniciara el conflicto, todavía esperan a recuperar los restos de sus seres queridos. Como era de esperar, representantes institucionales del estado hicieron un uso estratégico de la ocasión. Siguiendo las pautas y los protocolos propios de cualquier acto oficial (reconociendo y saludando en todo momento a las autoridades allí presentes), se aprovechó el espacio para hacer referencia, entre otras cosas, al número de atenciones que se habrían dado a víctimas y familiares de víctimas desde el área de salud mental del Ministerio de Salud hasta la fecha; o para referirse a la publicación del último informe de la Defensoría del Pueblo en el que se emiten recomendaciones concretas para el camino todavía por recorrer a nivel de garantizar sus derechos de acceso a la justicia o la reparación. En el caso del Viceministro de Justicia y Derechos Humanos, la ceremonia fue presentada y enmarcada como un acto de reparación simbólica, como el lugar desde el cual ofrecer a las víctimas y sus familiares una disculpa oficial y pública por parte del estado peruano. Una disculpa, sin embargo, despersonalizada y ciertamente descontextualizada, si tenemos en cuenta lo anteriormente mencionado a nivel del procesamiento judicial de los responsables inmediatos de dichos crímenes y violaciones. 391 “A todos los familiares que están aquí con nosotros quiero expresarles nuestras disculpas publicas como gobierno, como estado. Porque es un imperativo ético y moral, expresarles las disculpas. Nosotros creemos que a partir de esta ceremonia es que es el punto de partida de muchas acciones que tenemos que llevar a cabo. No quiero entrar en el detalle de lo que vamos a hacer, pero creo que esta ceremonia tiene un significado muy importante para el ministerio de justicia y derechos humanos. Y espero con toda esa energía, y todo ese sentido de responsabilidad, ejecutar esas acciones para que nunca mas se repitan esos hechos. Eso significa esta ceremonia, además de acompañarles y darles mis mas sentidas disculpas a los familiares. Y velar porque todos esos niños que nos acompañan puedan tener un futuro, y puedan ser felices. Esa es la interpretación que yo quiero darle a esta ceremonia.” Fijándonos en las caras y gestos de los allí presentes, y de acuerdo a las conversaciones que se mantuvieron con varios familiares y representantes de organizaciones de derechos humanos después de la ceremonia, cabe destacar el escepticismo con el que fue recibido el discurso del viceministro. No sólo por la vaguedad con la que se refirió a “las acciones que se van a llevar a cabo” sino y, sobre todo, por la contradicción manifiesta que plantea una petición de disculpas públicas por parte de un representante de la justicia peruana; esa justicia que pocos meses antes habría fallado a favor de la absolución de los responsables de dichos crímenes. En cualquier caso, y volviendo de nuevo a la dinámica de la ceremonia, cabe destacar que los familiares de las víctimas también tuvieron su espacio, ofreciéndoseles la palabra a una persona de cada una de las dos comunidades afectadas. “Estos días son muy importantes de las familias de las víctimas de la matanza de Parcco y Pomatambo. Hemos esperado 27 años para que se haga justicia. Sin embargo, todavía no llega. Pero tenemos la esperanza de lograr alcanzarla. Ya que nuestro caso ha pasado a nivel internacional y se encuentra en la Comisión Internacional de Derechos Humanos. El camino ha sido largo, llegamos con fatiga y hemos derramado muchas lágrimas (…) Por la incomprensión e indiferencia de muchas autoridades del estado, y una parte de la sociedad. Sin embargo, nunca perdemos la fe y esperanza. De continuar y poder encontrar a nuestros seres queridos. Hoy podemos decir que luego de 27 años nuestros seres queridos podrán por fin descansar en paz.” 392 Vemos, a través de este extracto de uno de los discursos, como las víctimas supieron también ajustarse a los protocolos que marcaron el evento. Fueron justas en sus palabras, sin extenderse en exceso. Manifestaron su frustración ante esa justicia “que no llega”, a la vez que su agradecimiento hacia todas esas organizaciones e instituciones que habrían colaborado con los familiares en el proceso de exhumación y entrega de restos, y en la defensa legal de sus casos. Se hizo mención a la importancia del evento, al camino recorrido, y a las lágrimas derramadas. Poco después, el evento llegó a su fin, pero no sin antes ofrecer otro espacio más para volver a agradecer el trabajo desarrollado por todos los allí presentes. Tomando en cuenta el carácter religioso del acto, y de la entidad encargada de su organización, dichos agradecimientos se manifestaron bajo la forma de rezos o plegarias. Te pedimos señor por la red de mujeres, por las consultoras de paz, por las trabajadoras y trabajadores sociales, psicólogos y psicólogas que han sido nuestro consuelo y nos han brindado acompañamiento todos estos años. Roguemos al señor. Te pedimos señor por los organismos de derechos humanos, por las asociaciones de familiares y víctimas, por los comisionados y miembros de la CVR, por el enorme trabajo realizado por conocer la verdad, y por las pistas que nos dan para hacer posible la reconciliación en el Perú. Roguemos al señor Te pedimos señor por todas las instituciones y por todos los organismos financieros que pese a los años han seguido colaborando para la justicia y la paz sean posibles. Roguemos al señor. Te pedimos señor por todos los equipos de antropólogos y arqueólogos forenses. Bendice su trabajo. Te damos gracias también por que gracias a ese trabajo podemos dar cristiana sepultura a nuestros familiares. Roguemos al señor. Te pedimos al señor por todos los aquí presentes, que no han desmayado en el camino por conocer la verdad, por la justicia y por trabajar por un país mas humano e inclusivo. Roguemos al señor. Te pedimos señor por la defensoría del pueblo, por el Consejo de Reparaciones, por la CMAN, y por las autoridades todas que creen y apoyan nuestros esfuerzos por verdad y justicia. Roguemos al señor. Una plegaria no en nombre de las víctimas cuyos restos habían sido recuperados, o de aquellas cuyos restos están todavía por recuperar, sino en nombre de todos los expertos y actores sociales de una u otra manera involucrados en el campo de la justicia transicional. Son este tipo de actos y de dinámicas los que nos plantean serias contradicciones al 393 aproximarnos y analizar el rol de las organizaciones de derechos humanos y a la manera en la que construyen su relación con las víctimas. Mientras que, por un lado, veíamos todo el esfuerzo y el trabajo dedicado a un supuesto “empoderamiento de las víctimas”, fortaleciendo sus organizaciones y formando a sus lideres y lideresas para que sean capaces de hablar con voz propia (y, sobre todo, para tener fuerza suficiente para hacerse oír), vemos por otro lado como se desarrolla también una suerte de dinámica de alta dependencia que pareciera generar el efecto contrario, véase, la apropiación de la voz de la víctima y, en última instancia, su des- empoderamiento y pasividad. Es inevitable, en este punto, acordarnos del análisis que nos ofrece Madlingozi en su experiencia de trabajo en Sudáfrica. “A pesar del discurso del empoderamiento de la víctima, vemos como la victima es producida por las ONG de justicia transicional y por otros movimientos de derechos humanos internacionales como una víctima pasiva y desdichada, altamente dependiente de las NGO y de otros para que hablen por ella y defiendan su caso. En resumen, se puede argumentar que el encuentro entre la víctima y el experto de alguna manera reproducido relaciones de inferioridad y superioridad. En este encuentro, una es la víctima y la otra es un salvador. Se reproducen así políticas de des-empoderamiento y de una suerte de fideicomiso, con un tinte altamente misionario” (Madlingozi, 2010: 213) *********** Pocos días antes de este evento, tuvimos también la posibilidad de acudir a otra ceremonia de reparación simbólica en Lima, en este caso en nombre y reconocimiento de las personas víctimas beneficiarias de las becas de reparación en educación. Se trataba de un acto organizado directamente por el Ministerio de Justicia. Aunque ese día no hubo una participación directa de las ONG de derechos humanos la dinámica que se observó fue, de alguna manera, similar. En un primer lugar, se les dio la palabra a dos de los jóvenes beneficiarios de las becas existentes dentro del programa de reparaciones en educación. A través de sus discursos, ambos jóvenes hicieron referencia inevitable a las dificultades experimentadas, al menos en tres niveles. A nivel personal, relatando las 394 consecuencias directas de la violencia y de la temprana pérdida de sus padres y/o familiares. A nivel burocrático, haciendo referencia a las dificultades experimentadas para acceder a las becas (“todos sabemos lo difícil del proceso, sobre todo la parte del SISFOH, porque no nos habíamos focalizado todos”) y a la escasez de recursos existentes para responder al amplio universo de víctimas jóvenes que dejó el conflicto armado en el país (“sabemos que todavía hay muchos jóvenes que han postulado y no han logrado ser becarios como nosotros. Para lo cual, le pedimos también a las autoridades que para el próximo año se puedan aperturar mas becas, porque conocemos que tenemos familiares, primos, y amigos que aún se han quedado y creo que la oportunidad debería de ser para todos”). En último lugar, se hizo referencia también a las dificultades vividas a nivel social, al referirse al estigma asociado a la condición de víctima que inevitablemente sigue acompañándoles (“nosotros hemos sido capaces de adaptarnos y demostrar que somos como cualquiera otra persona, que tenemos la misma capacidad, que somos iguales y podemos”). A tales experiencias, formuladas en algunos momentos bajo la forma de demandas concretas (más becas) se sumaron rápidamente las muestras de agradecimiento a personalidades y organismos que fueron dese el presidente Ollanta Humala Tasso, pasando por las distintas representantes políticos y funcionarios de PRONABEC127 o CMAN, a los líderes y lideresas de distintas organizaciones de la sociedad civil. Una vez finalizados estos dos discursos ofrecidos en nombre y representación de todos los becarios y becarias, y de las víctimas en general, el foco de atención rápidamente se desplazó a las distintas autoridades allí presentes. Tomaron la palabra, entre otros, el viceministro de gestión institucional del Ministerio de Educación quién rápidamente hizo hincapié en la manera en la que el número de becas se había ampliado año tras año, pasando de 43 a 184 becas en el 2013. 127 El Programa Nacional de Becas y Crédito Educativo (PRONABEC) es el organismo encargado del diseño, implementación y administración de los programas de becas nacionales e internacionales, incluidas la Beca18 (modalidad bajo la cual se habrían englobado también las becas de reparación en educación). PRONABEC depende directamente del Ministerio de Educación. 395 Se sumo también el Viceministro de Justicia y Derechos Humanos, Henry Ávila, quien nuevamente hizo referencia al carácter simbólico de la ceremonia, ofreciendo una disculpa pública, en calidad de representante del estado, a las víctimas allí presentes. Recogemos, a continuación, un extracto del discurso ofrecido: “El estado ha cumplido con darles esta beca, y se las da con todo el cariño, con toda la voluntad, con toda esa energía. Es la oportunidad de ustedes ahora, no somos un estado asistencialista, somos un estado responsable. Ustedes perdieron a un familiar, y nosotros les damos una reparación. Muy bien esto es reparación, acá esta beca. Pero hasta ahí llego el estado……” Vemos como se habló de responsabilidad del estado pero como rápidamente se desplazó el discurso a la responsabilidad de los propios becarios y becarias. La responsabilidad de hacer un buen uso de la beca, de mejorar su situación, de triunfar. Un discurso que inevitablemente nos recordó a aquellos discursos desplegados por los funcionarios y funcionarias del registro de víctimas cuando hacían referencia a la necesidad de que las víctimas participen proactivamente en el proceso, ayudando en la recogida de documentación y en el propio proceso de gestión de las distintas modalidades de reparación. A estas palabras por parte de distintos representantes le siguió una breve representación artística que mezcló el baile con el teatro. Unas últimas palabras de cierre y el acto se dio por concluido. Mientras los allí asistentes íbamos vaciando la sala, nos fueron entregando pequeñas bolsitas que contenían algunos materiales de regalo: libretas, bolígrafos y llaveros con los logos del Ministerio de Educación, la CMAN y las becas REPARED. Afuera nos esperaba un pequeño “coctel” con café, bebidas y algunos dulces. Fue el momento para las fotos con los becarios y becarias, representantes del estado y de las distintas organizaciones de afectados. Tomé la ruta de vuelta a casa ese día acompañada de dos representantes de una organización de víctimas. En el camino, fuimos hablando de cómo había sido el acto. Ambas se mostraban altamente críticas con el Estado; los avances siguen siendo muy escasos, mientras se les llena la boca de disculpas y de comentarios favorables sobre todo el apoyo que el estado está brindando a las víctimas. Aun así, 396 parecían entender su participación en estos actos institucionales como una necesidad, para dar apoyo, en este caso, a los y las becarias desde las propias organizaciones de víctimas y afectados, y para de alguna manera ejercer presión y dar visibilidad al trabajo que realizan. Una decisión, la de participar y apoyar estos actos, que es a su vez altamente cuestionada desde aquellas posturas más críticas con la forma que el proceso formal de justicia transicional estaría adoptando en el país, y con el juego desplegado desde el Estado. Un juego de propaganda institucional que permite maximizar el rédito de las distintas acciones llevadas a cabo dentro del programa de reparaciones (a pesar de su escasez e ineficacia), a través de la organización de actos simbólicos y de la personificación del estado en múltiples formas y espacios, mediante el despliegue de carteles, folletos, y “merchandisings” varios. Una dinámica que facilita, en última instancia, la co-optación de gran parte de la fuerza contestaria del propio movimiento de víctimas y afectados. Así nos lo planteaba una activista de una organización de derechos humanos local: “las victimas entran al juego. Van y agradecen porque siguen con esa victimización, y no entienden que no es exigir un favor sino un derecho…” *********** Decíamos, más arriba, que para muchos lideres y lideresas el testimonio se había convertido en una acción política a partir de la cual habían aprendido a relacionarse con los distintos agentes sociales que operan en el campo de la justicia transicional, sea el estado, los medios de comunicación o las propias ONG de derechos humanos. Se reconoce el testimonio como un ejercicio de voluntad, de contribución al trabajo de reconstrucción de la memoria histórica en el país; como un acto de reconocimiento, social y político. Pero cabe destacar, a su vez, y tal y como nos demuestran los ejemplos anteriormente mencionados, la manera en la que el testimonio de las víctimas, su voz y su presencia, son también instrumentalizados por otros actores. Así, y lejos de la actividad de las propias organizaciones de afectados, de la manera en la que sus lideres se posicionan y entran en el juego político, la realidad es que es fácil encontrarse con muchas víctimas que sientan que 397 las llevan “de aquí para allá”, generando en muchos casos un efecto de desgaste, incluso de rechazo hacia el propio proceso que se abre con la CVR. Víctimas cansadas de testimoniar, de hacerse presentes, una y otra vez, sin ver que nada cambia. Entrevistado 1; y otro de los problemas de hacer memoria es que hay cansancio…Hay cansancio y frustración. Y en eso, la CVR tuvo un papel, inconscientemente, muy fuerte. Por supuesto…Tuvo un papel central. Imagínate, hay una víctima de un caso emblemático, cuantas veces la han entrevistado. La ha entrevistado la fiscalía, el poder judicial, alguna ONG de derechos humanos…. La comisión interamericana, la CVR, la defensoría…. Entrevistado 2: Investigadores también, medios de prensa…. Investigadora: Claro, y no ha cambiado nada…. Entrevistado 1: No ha cambiado nada…. (Entrevista personal. Personal de ONG de derechos humanos encargado del desarrollo de proyectos de recuperación de memoria histórica y apoyo a organizaciones de víctimas y afectados. Hombres, entre los 35 y los 45 años. Lima, mayo de 2013). 398 399 CONCLUSIONES - Del empoderamiento a la desilusión: los legados ambivalentes de la justicia transicional en el Perú Ahora creo que una practica de derechos humanos verdaderamente emancipadora debe estar basada en una agenda definida por las personas afectadas. Esto requiere cuestionar estructuras de poder inicuas que muchas veces impiden el camino a la emancipación o que co-optan las narrativas de los derechos humanos para sus propios fines (De Waal, 2016)128 A través de esta investigación hemos pretendido analizar cómo la justicia transicional, en tanto marco interpretativo y en tanto práctica, produce y legitima determinadas formas de ser y reconocer(se) víctima, a la vez que deslegitima otras. Para ello, hemos atendido a la manera en la que ese marco toma vida a través de la creación de diferentes dispositivos sociotécnicos que atraviesan los cuerpos, discursos y formas de relación de poblaciones directa e indirectamente afectadas por pasados de violencia política y conflicto armado en contextos locales concretos. Si bien la víctima existe y antecede a los procesos de justicia transicional —en tanto es innegable que los muertos están y las violaciones a los derechos humanos se suceden—, entendemos que para poder contribuir al avance de una teoría crítica de los derechos humanos y la justicia transicional se hace necesario aproximarse a los procesos sociales, políticos y legales a partir de los cuales esas realidades de victimización son reguladas (moldeadas, clasificadas, negadas, reconocidas, certificadas). Para ello, partíamos de la base de que la justicia transicional opera en la actualidad como una tecnología de gobierno que permite ordenar determinadas experiencias de violencia a partir de criterios, requisitos, leyes y normas que emanan del derecho internacional de los derechos humanos y que permean en distintos contextos locales adoptando formas concretas de gestión de lo social; procesos en los que intervienen el Estado y diferentes actores sociales y políticos como serán los organismos de derechos humanos que operan a escala local, nacional e 128 Traducción de la autora. 400 internacional. Nos hemos referido a la justicia transicional también como a un campo de relaciones de poder, entendiendo el poder no sólo como aquello que tiene lugar y acontece dentro del espacio institucional, sino también fuera de él. Como un poder que se ejerce en distintos lugares y en múltiples direcciones, en un juego de reflejos que produce determinados imaginarios, discursos y prácticas en torno a la víctima; a veces incorporados y aceptados por los sujetos a los que apela, otras veces resistidos y subvertidos. Nuestra aproximación a este fenómeno ha tomado forma a través de la práctica etnográfica, mediante un trabajo de campo que ha combinado la realización de entrevistas con actores clave en el campo de la justicia transicional y las reparaciones (desde las propias víctimas, representadas a través de sus organizaciones, hasta los funcionarios técnicos encargados de la atención directa y la evaluación de casos), con la realización de múltiples observaciones en los espacios institucionales —y extra institucionales— donde dichos procesos acontecen. Y es justamente a través de esta mirada etnográfica (una mirada alejada de las grandes teorías y marcos normativos y prescriptivos, que atiende al detalle y que centra su atención en las dinámicas, procesos y luchas de poder que acontecen en espacios y comunidades concretas), que se han podido extraer algunas conclusiones, aquellas que señalan directamente a la distancia existente entre las formas que adopta la justicia transicional sobre el papel y la manera en la que toma vida en la práctica. Sobre sus limitaciones, y sobre sus consecuencias inintencionadas. - La justicia transicional, en función de las formas que adopte, puede contribuir tanto al reconocimiento y visibilización de las víctimas como a su invisibilización y re-victimización. Tras decenas de mañanas y tardes realizando observaciones en distintos espacios institucionales vinculados al Programa Integral de Reparaciones en Perú; después de cerca de tres años acompañando a diferentes organizaciones de víctimas y víctimas individuales en sus procesos de registro, en sus idas y venidas a las oficinas de la 401 CMAN y del Consejo de Reparaciones, hay una verdad que se torna indiscutible: la violencia es capaz de desbordar cualquier intento de orden y racionalización. Hemos aprendido que las personas experimentan la violencia de maneras muy diferentes en función de su género y de sus realidades socioeconómicas y culturales. Que las categorías y modalidades de victimización reconocidas por la ley y por los distintos mecanismos y marcos normativos del derecho internacional de los derechos humanos, por muy exhaustivas, nunca son suficientes para dar cuenta de las realidades, y de la complejidad de las experiencias subjetivas, que dejan tras de sí formas de violencia casi inconcebibles. Que la justicia no es la misma para las “mamitas” que habitan en comunidades de la sierra peruana (alejadas de los espacios y las lógicas de la justicia formal, acostumbradas a la marginación social y el racismo institucional como patrones que rigen sus relaciones con el Estado) que para aquellas personas pertenecientes a las clases medias citadinas, con trayectorias previas de participación social y política, familiarizadas con las formas de accionar del Estado. Que la reparación tampoco tendrá el mismo significado para aquellos viviendo en situaciones de extrema pobreza que para aquellos con sus necesidades básicas cubiertas. La justica y la reparación adquirirán significados propios en función de los lugares socio históricos y políticos desde los cuales se repara, y desde los cuales se percibe y recibe dicha reparación. Partiendo de esta premisa, y de esta constatación, hemos visto como la justicia transicional se ha desplegado en Perú mostrándonos una doble cara. Por un lado, hemos visto como el desembarco del paradigma de la justicia transicional permitió la creación y desarrollo de una Comisión de la Verdad, en tanto mecanismo principal para el reconocimiento efectivo de las víctimas, y en tanto contribución clave en la lucha contra el olvido y la negación de los hechos ocurridos durante los veinte años de conflicto armado interno. Fue a gracias a la CVR, y al infatigable trabajo de presión impulsado desde organizaciones de derechos humanos a escala local e internacional, que se consiguió el establecimiento de medidas efectivas de promoción de los derechos de reparación de las poblaciones afectadas por la violencia política en el Perú. El marco de la justicia transicional trajo también de la mano nuevas garantías para la rendición de cuenta en el país, contando entre 402 sus grandes logros la sentencia de Alberto Fujimori a 25 años de cárcel, una sentencia que convirtió a Perú en el primer país en condenar a un presidente elegido democráticamente por graves violaciones a los derechos humanos. A todos ello se suma la apertura de un nuevo abanico de posibilidades para muchas organizaciones de la sociedad civil que trabajaban sobre el terreno, mano a mano con las poblaciones directamente afectadas por la violencia. Organizaciones que vieron como aumentaba el apoyo internacional bajo la forma de nuevas líneas de financiación, o a través de la formación y capacitación a nivel técnico o legal. Organizaciones a las que se les hicieron disponibles nuevas herramientas, vocabularios y estrategias de movilización para posicionar la defensa y el reconocimiento de las víctimas si no en el centro, por lo menos en la periferia del espacio sociopolítico nacional. Sin embargo, vemos también como la justicia transicional se ha presentado, desde las experiencias subjetivas de una parte importante del colectivo de victimas que deja el conflicto, como un proceso que lejos de garantizarles ese reconocimiento, parecería más bien habérselo negado. Decíamos que la violencia es difícil de ordenar, de racionalizar, de clasificar. Pero hemos visto también, a lo largo de estas más de 400 paginas, como la justicia transicional toma forma, y se hace posible, justamente a través de la categorización. Ya desde el comienzo del trabajo de la CVR, vemos como se va estableciendo un primer conjunto de categorías, aquellas que distinguen entre víctimas y perpetradores. Mediante un proceso investigativo que se prolongó a lo largo de cerca de dos años, emerge una meta narrativa en torno al pasado socio histórico reciente en el Perú que se sustentó sobre la base de datos y cifras concretos. Aquellas que nos informan del porcentaje de violaciones a los derechos humanos cometidas por cada uno de los distintos grupos armados; de la distribución geográfica de la violencia en el país; del porcentaje de víctimas directas e indirectas que arroja el conflicto; del número de personas y comunidades forzosamente desplazadas; de los cientos, miles, de personas injustamente encarceladas. De dichos proceso investigativo –basado en la recogida de testimonios como principal fuente de datos primarios- emerge también una imagen concreta de la víctima, con un perfil determinado en gran parte 403 por su pertenencia indígena, campesina y quechua hablante. Una víctima caracterizada a su vez por su inocencia, esa inocencia que hace referencia no sólo el hecho de haber padecido de algo sin responsabilidad propia, sino también el hecho de no haber estado implicado políticamente en el conflicto. Una inocencia que la distingue de los perpetradores —aquellos merecedores de castigo—, afirmando su distancia con el proyecto revolucionario senderista y con la violencia ejercida por los distintos actores armados que participaron activamente durante el conflicto. Será sobre la base de estas categorías, imágenes y diferenciaciones iniciales que se sustentará también el trabajo que precederá a la CVR, sobre todo al referirnos al Programa Integral de Reparaciones a poblaciones afectadas por el conflicto armado interno. Un trabajo que traerá consigo el surgimiento de nuevas categorías y subcategorías, dando lugar a divisiones dentro del propio universo de víctimas. De cara a facilitar la identificación y registro de víctimas en el país, se pone en marcha un engranaje institucional que toma forma a través de múltiples leyes, decretos y reglamentos y a partir del cual se establecerán las modalidades de victimización que serán susceptibles de recibir una reparación, así como los requisitos y procedimientos técnico-burocráticos que determinarán que víctimas serán finalmente reconocidas social, legal e institucionalmente como tal, y cuales no lo serán. Al acompañar al lector/a a lo largo del proceso de registro y certificación en comunidades de Lima y Ayacucho, hemos visto como se trata de un proceso que se va construyendo como una suerte de carrera de obstáculos. Ya desde antes de comenzar dicho proceso, hay distintos colectivos que quedarán fuera de él. Nos referíamos, entre otros, a los casos de las mujeres que fueron forzosamente esterilizadas durante el gobierno de Fujimori; mujeres cuyas experiencias de violencia fueron consideradas como el resultado de políticas de control de la natalidad “mal gestionadas”, no como violaciones a los derechos humanos directamente relacionadas con el contexto de conflicto armado que se vivió en el país durante esos años. Junto a ellas, otros casos como será el de las personas pertenecientes y/o asociadas a alguno de los grupos subversivos. Independientemente de las violaciones sufridas, quedarán también excluidas del 404 proceso de registro y, por tanto, de las posibilidades de acceso a una o varias de las modalidades de reparación contempladas en el PIR. Decisiones que fueron fruto de criterios técnicos y económicos, pero también de las necesarias concesiones políticas que tuvieron que realizar las personas encargadas del diseño del Programa Integral de Reparaciones para garantizar la viabilidad final del proyecto. Siguiendo nuevamente a Agier, también en este caso la clasificación se construyó, ante todo, como un acto político. Así, vemos como a lo largo de este proceso se va construyendo una noción estatal de víctima que desplazara otras posibles afectaciones y violaciones que no gozarán de restitución de derechos dentro del marco del PIR, a pesar de ser estar reconocidas y tipificadas como tal por el derecho internacional de los derechos humanos. Mientras se consiguió visibilizar y reconocer, a través del trabajo de la CVR y del PIR, las experiencias de una parte importante del colectivo de víctimas en el país, se invisibilizaron otras muchas experiencias, aquellas a la que el estatuto de víctimas se les fue directamente negado, así como los beneficios asociados a él. A este colectivo de “excluidos” de la reparación, habrá que sumar más tarde a otras muchas víctimas que, ante la incapacidad de dar cuenta de todas las documentaciones y requisitos establecidos en el marco del proceso de registro (desde testimonios a partidas de nacimiento, a certificados médicos), verán como sus oportunidades de acceso a la reparación serán también mermadas o negadas. La tipología de víctimas diseñada para garantizar la operatividad del registro, y para el establecimiento de las diferentes modalidades de reparaciones asociada a cada una de las categorías víctimas recogidas en dicha topología, será claramente insuficiente, demasiado estática para dar cuenta de las experiencias de victimización que deja la violencia y que día a día van inundando las distintas oficinas del RUV. Veíamos casos como el de Alejandra, el de Rocío, o el de la familia Anzualdo. Casos de madres a los que solo se les otorgará la reparación por la muerte de sus esposos o hijos, teniendo varios casos de familiares directos asesinados durante el conflicto. Mujeres, ancianos y ancianas, incapaces de recopilar toda la documentación necesaria, o de costear los gastos asociados a dichos tramites quedando, por tanto, también excluidos de la reparación. Jóvenes que, como consecuencia de 405 determinadas decisiones de corte político, no llegarán “a tiempo” de recibir una reparación económica y que solo podrán beneficiarse de las reparaciones en salud o educación (si es que consiguen pasar los nuevos filtros establecidos por el programa de Becas Repared). Estas serán las realidades con la que tendrán que enfrentarse de manera constante los y las funcionaras del RUV y del Consejo de Reparaciones, en tanto personal técnico encargado de la atención directa a víctimas, de la recogida de información, y de su posterior análisis, evaluación y calificación. Vivencias cargadas también de tensiones, frustraciones y ambivalencias. El compromiso profesional —y también personal— de hacer del propio proceso de registro y certificación de víctimas un gesto reparador, de acercamiento del Estado a la víctima, se verá confrontado con la necesidad de estandarizar procesos, de acatar normativas, de ratificar experiencias y de ajustar dichas experiencias a órdenes y categorías preestablecidas. Así, el ensamblado socio técnico que cobrará vida justamente para gestionar el registro de víctimas y su acceso a la reparación (a través de la obtención de ese certificado de víctima cómo reconocimiento último, en tanto víctimas y en tanto sujetos de derechos) se convertirá también en un mecanismo que invisibilizará y silenciará otras muchas experiencias. La victimidad —definida y defendida en esta tesis como un estatuto político y como una construcción social— se convertirá así en un espacio de poder, en tanto las victimas tendrán que desplegar sus propias herramientas y estrategias para ajustar sus experiencias y narrativas de acuerdo con todas estas categorías, procedimientos y marcos preestablecidos. Marcos y categorías que, si bien impuestos desde fuera serán sin embargo los que les permitirán existir como víctimas, ser reconocidas como tal, y poder acceder a los beneficios asociados a dicho reconocimiento. Desarrollarán entonces mecanismos para hacer visible lo invisible (o inviabilizado) y para invisibilizar aquello que pueda poner en peligro esas nuevas formas que se les hacen disponibles, a través del proyecto de la justicia transicional, para vincularse con el Estado y con la sociedad. 406 - La justicia transicional, en función de las formas que adopte, puede perpetuar formas de violencia simbólica y estructural una vez la violencia política acaba. “Queremos reparación, no discriminación” se ha convertido en uno de los discursos principales en las marchas y plantones encabezados por las principales organizaciones de victimas en Perú. Durante años, estos actores han aceptado la agenda de justicia transicional tal y como quedó definida desde el establecimiento de la CVR. Gran parte del colectivo de víctimas (que, como señalábamos, se caracteriza por su pertenecían indígena, quechua hablante y campesina), vio como se abría un nuevo espacio de oportunidad para el reconocimiento de sus derechos y para la reformulación de sus relaciones con el Estado; un Estado que parecía por fin reconocerles, como víctimas y en última instancia como ciudadanos. Un Estado no sólo responsable —bien por acción directa o por omisión—, de las violaciones y experiencias vividas, sino también de las causas que dieron lugar y permitieron esas mismas violencias y el impacto diferencial que tuvieron dentro del conjunto de la población peruana. Tal y como planteaban Baraybar, Peña y Rojas, para muchos campesinos y campesinas de las zonas andinas del país, la exclusión social no fue la consecuencia del periodo de violencia, sino más bien su causa ya que fue justamente esa misma exclusión social lo que las convirtió en víctimas en un primer lugar (Baraybar, Peña y Rojas, 2015: 121). A través del Informe Final de la CVR, y de su listado de recomendaciones, se reconocía públicamente no solo la necesidad de establecer mecanismos para garantizar el acceso a los derechos de verdad, justicia y reparación de las poblaciones afectadas por el conflicto armado interno, sino también la necesidad de impulsar importantes reformas institucionales y medidas duraderas para garantizar un nuevo orden social en el país, orientado a la integración de la población rural por parte del Estado; al reconocimiento y valoración positiva de la diversidad étnica, lingüística, cultural y religiosa del país; al reconocimiento de los derechos de las mujeres y de su participación plena y equitativa en la vida ciudadana; así como a la difusión de una cultural democrática orientada a la construcción de una ciudadanía 407 con igualdad de oportunidades. Estas entre otras muchas medidas a ser impulsadas por la sociedad civil y por el estado, a través de políticas públicas concretas. Lo que se invocaba, en definitiva, era institucionalización de un nuevo marco de derechos, reconociendo que un proceso de transición verdaderamente efectivo solo sería posible sentando las bases para una reformulación de las relaciones entre el Estado y la sociedad, afrontando las causas que dieron lugar a la violencia en un primer lugar, véase la pobreza estructural, la explotación económica y la desigualdad social, étnica y racial. Decíamos, a lo largo de esta tesis, que el proceso de justicia transicional cobró justamente sentido para un sector importante del colectivo de víctimas en el país porque les ofrecía una oportunidad para mejorar sus condiciones de vida, para salir de la pobreza y de la precariedad. Si bien el enfoque planteado por la propia CVR no negaba la necesidad de establecer e impulsar mecanismos de acceso a la justicia retributiva (como sí habría sido en el caso de la CVR sudafricana, con los procesos de amnistía que acompañaron a las confesiones durante las audiencias públicas por parte de los perpetradores de distintos crímenes políticos y violaciones a los derechos humanos, confesiones ofrecidas a cambio de inmunidad frente a posibles procesamientos civiles o criminales), sí centraba gran parte de sus energías y esfuerzos en los componentes de la justicia restaurativa. Se reconocía, a través del trabajo de investigación desarrollado por los equipos de la CVR, y a través de la narrativa presentada en su Informe Final, que el acceso a los derechos sociales y económicos eran componentes claves de las víctimas en sus repertorios de justicia. Una perspectiva claramente coincidente con las percepciones intersubjetivas de muchas de las víctimas y personas afectadas con las que hemos tenido la oportunidad de conversar y compartir a lo largo de nuestro trabajo de campo. Es en este sentido que se formulará un programa de reparaciones extenso y altamente comprehensivo, reconociendo las variables individuales y colectivas, las materiales y las simbólicas, y tomando la pertenencia étnica, lingüística y de género como ejes transversales de trabajo. Un programa de reparaciones que buscará alejarse de una concepción de la reparación limitada o meramente equivalente a la compensación mediante indemnizaciones económicas, incluyendo la necesidad de incorporar formas de reparación que facilitaran y fomentaran el acceso de las víctimas a 408 derechos ciudadanos básicos históricamente negados, como serán la educación o la sanidad. Si bien decíamos que existieron —y existen— importantes resistencias dentro de un sector importante de las organizaciones de víctimas frente a la idea de la reparación (en tanto para muchos familiares/víctimas no existirá tal cosa como una “reparación” posible, y en tanto se supeditará la reparación a los derechos de verdad y justicia, en especial para el caso de los familiares de personas desaparecidas, quienes centrarán sus esfuerzos en la búsqueda y exhumación de los cuerpos de sus seres queridos y en la necesidad de establecer responsabilidades desde lo judicial) es innegable la importancia que este adquirirán en el proceso de justicia transicional peruano, un proceso altamente marcado y determinado por el perfil socioeconómico de las víctimas que dejara el conflicto (claramente distinto al de las víctimas y supervivientes de la violencia política y las dictaduras en otros países del continente americano, como serán Chile, Uruguay o Argentina). Recordemos las palabras de Eugenia, líder de una de las principales organizaciones de víctimas del país, cuando nos contaba la manera en la que tuvo que virar el enfoque de trabajo y reivindicaciones impulsadas desde su organización, en un primer momento más centradas en la lucha por el acceso a la justicia y la rendición de cuentas, a través de las estructuras formales de los tribunales. Como tuvieron que cambiar de enfoque para ir avanzando más en la exigencia de la reparación, al no poder seguir siendo “ajenos al sufrimiento de sus hermanas y hermanos, sobre todo quienes se encuentran en las regiones más alejadas y que van muriendo sin las atenciones mínimas, en una situación sumamente indignante. Personas que “carecen de lo elemental que como todo ser humano necesitan tener”. Así, desde organizaciones como la de Eugenia se dará la bienvenida a la retórica y a las políticas de la justicia transicional, y en especial, a las políticas de reparaciones. Sin embargo, vemos como según va avanzando el proceso de implementación del PIR las posturas irán volviéndose cada vez más ambivalentes en tanto se convertirá en un proceso caracterizado por múltiples y constantes fricciones con el Estado y con sus instituciones; en una nueva fuente de frustración y de discriminación, claramente indicativa de las formas de accionar del estado peruano, y de la relativa 409 continuidad de formas históricas de racismo institucional y desigualdad socioeconómica. Desigualdades y formas de discriminación que se expresan y manifiestan de múltiples maneras: desde la lentitud de los procedimientos y las lógicas de desgaste a los que tendrán que someterse muchas personas para conseguir sus certificados de víctimas, siendo “peloteadas” de una instancia institucional a otra, a las compensaciones monetarias irrisorias que conseguirán después de meses (incluso años) de espera, distanciándoles de las reparaciones obtenidas por otros colectivos (como será el caso de las personas pertenecientes a los Comités de Autodefensa, o aquellas que podrán optar por la vía judicial internacional), a las formas de racismo institucional que emanarán de la imposición de lógicas y criterios administrativos totalmente ajenos a las realidades de gran parte de las personas y comunidades afectadas. Una discriminación que se hará claramente visible también a través de la toma de decisiones unilaterales por parte del Estado, modificando muchos de los supuestos y acuerdos pre-establecidos a través del marco legal que da forma al PIR, denostando una falta generalizada de voluntad política de reconocer debidamente a las víctimas y de facilitar, a través del proceso de reparaciones, la mejora en las condiciones de vida de poblaciones afectadas por el conflicto armado y viviendo en condiciones de alta precariedad y abandono. Lo que quedará, una vez los organismos internacionales y los consultores expertos abandonan el país, años después de la entrega del Informe Final de la CVR, es un contexto de continuos abusos y usos políticos del paradigma de la justicia transicional por parte de sucesivos gobiernos hasta el día de hoy. Tal y como plantea María Eugenia Ulfe, las reparaciones, en casi todas sus formas, quedarán reducidas a meros programas de reducción de la pobreza, sirviendo a los fines exclusivos de una agenda de desarrollo neoliberal (Ulfe, 2015), alejándose del componente del reconocimiento para convertirse en fuente de nuevos conflictos a nivel intracomunitario (tal y como veíamos con el caso de las reparaciones colectivas), contribuyendo, en última instancia, a una nueva invisibilización de los sujetos víctimas del conflicto armado por parte de los ensamblados estatales puestos a su supuesta disposición. Mientras las medidas impulsadas y priorizadas por parte del 410 Estado sean éstas (15 años después del cierre del trabajo de la CVR parece que las alternativas ya son pocas, sino nulas), lo que quedará será una continuidad de formas históricas de pobreza, desigualdad y acceso diferencial a los derechos de ciudadanía en el país. Una dinámica de relación entre el Estado y las poblaciones afectadas que pareciera más bien retroalimentar las propias causas y consecuencias del conflicto armado, lejos de reconocerlas efectivamente, abordarlas y repararlas. - Los derechos humanos empoderan a la vez que despolitizan. Últimos apuntes sobre la justicia transicional y la movilización sociopolítica de identidades victimadas Uno de los objetivos de esta tesis, junto con el análisis de las formas burocráticas e institucionales que adopta la justicia transicional en el caso especifico peruano, ha sido el de centrar la atención sobre las formas de participación sociopolítica impulsadas por las propias víctimas, atendiendo a las maneras en las que, a través de su interacción con distintos agentes sociales, incorporan los marcos legales y morales que se les hacen disponibles a través del paradigma de la justicia transicional y los derechos humanos para dar cuenta de sus experiencias de victimización y violencia y para reivindicar sus derechos de acceso a la verdad, la justicia y la reparación. En definitiva, lo que se ha pretendido es poner de relevancia las formas en las que la victimidad es representada, reinterpretada y movilizada por las propias víctimas en contextos transicionales concretos. A lo largo de estas páginas, hemos pretendido acercar al lector/a a las formas que adopta el movimiento de víctimas y afectadas en el Perú, a las distintas actividades y discursos a partir de los cuales articula sus reclamos, y a la manera en la que estas mismas organizaciones actuarían como dispositivos a partir de los cuales se regulan, gestionan y canalizan gran parte de las relaciones entre la víctima y el estado, las organizaciones de derechos humanos, los medios de comunicación, y la sociedad en general. Relaciones y formas de movilización que parecieran favorecer a la vez procesos de empoderamiento y de alta dependencia y sumisión a unas reglas del juego que les son impuestas desde fuera. 411 Veíamos como existen diferencias claras entre unas organizaciones y otras. En función de los recursos disponibles, de las trayectorias de movilización y de los capitales sociales políticos y educativos a su alcance, cada asociación —cada víctima—, va recurriendo a distintas tácticas y estrategias para posicionarse en el espacio público y hacerse así visible, y reconocible. Desde aquellas víctimas que recurrirán a la movilización del trauma, el llanto y el sufrimiento como estrategia principal, a voces más críticas dentro del movimiento que en vez de apelar a sentimientos de compasión parecieran recurrir más a la indignación, evitando el recurso a la victimización y demando un espacio como actores sociales y políticos en igualdad de condiciones y con capacidad de interlocución directa con el estado, los medios y los organismos internacionales. En función de las posibilidades se recurren y movilizan unas u otras imágenes, discursos y categorías; en algunos casos incluso varias, aunque parecieran contrapuestas o contradictorias. Así, lo que tiene lugar, en palabras de Lefranc, es una suerte de proceso de desdoblamiento de la víctima, por una parte, en un cuerpo sufriente o una persona traumatizada cuya dignidad e inocencia deben ser reafirmadas; y, por otra, en un actor político comprometido en la defensa de una causa, cuya legitimad no debe discutirse (Lefranc, 2009). Lo que se convierte, en cualquier caso, en denominador común de todas estas experiencias son las formas de organización en base a una identidad victimada. Si bien, como veíamos, se rechazan muchas de las imágenes asociadas a esa idea preconstruida de la víctima (como ser sufriente, pasivo, dependiente; la “viuda que da pena, con la cara lavada…”) sin embargo es está forma de identificación la que, en última instancia, les permite existir políticamente (Fassin, 2008, 2012). Una forma de identificación para si y para los otros (Dubar, 2002) que va siendo activada y desactivada en función de los espacios y contextos sociales en los cuáles se interviene; que si bien no sustituye otras formas de identificación previas (en base a cuestiones como la pertenencia social, étnica o lingüística) se convierte en la forma central cuando se interactúa en este campo social específico, en relación a un objeto social en juego como sería, en este caso, el derecho de acceso a la justicia y la reparación. Es la categoría de “víctima” la que no solo da derecho a exigir 412 reparaciones (penales o civiles) sino a través de la cual se establece un nuevo vínculo entre el sujeto, el estado y la sociedad. Se trata por tanto de una categoría — en tanto construcción social— que funciona en dos direcciones: hacia el interior del movimiento, como forma de identificación colectiva, y como eje aglutinador de experiencias. Hacia el exterior, como elemento fundamental de su estrategia de posicionamiento y reconocimiento sociopolítico. Decíamos que la realidad de las organizaciones de víctimas y afectados en el país no puede explicarse sino es a través del análisis de las formas de relación e interacción con estos “otros” actores: las organizaciones de derechos humanos. Hemos definido el rol de estos agentes como un proceso de organización y encuadramiento de las experiencias de movilización sociopolítica de las organizaciones de afectados a niveles tanto locales, como regionales y nacionales. Las ONG de derechos humanos se convierten, en el caso peruano, en una suerte de intermediarios entre las víctimas y el resto de actores que operan dentro del campo de la justicia transicional, favoreciendo procesos de importación y exportación de discursos, categorías y repertorios de acción. Un trabajo de intermediación que tomará forma a través de acciones y prácticas que girarán en torno a dos nociones centrales: en primer lugar, aquella del “acompañamiento”, entendido como el acompañamiento experto –a nivel técnico y legal- necesario para la puesta en marcha de acciones efectivas a nivel de judicialización de casos o de apertura de fosas comunes y búsqueda de los cuerpos de familiares desaparecidos. En segundo lugar, aquella del “empoderamiento” de las víctimas, entendiendo el empoderamiento como una estrategia de intervención en sí misma, y como el objetivo último de múltiples programas, proyectos y actividades impulsadas por estos actores. Bacqué y Biewener, en su estudio sobre la noción —y acción— del empoderamiento, sitúan el origen de su uso, tal y como lo conocemos hoy en día, en la década de los 70, de la mano de militantes y grupos feministas que operaban en Asia del Sur y en Estados Unidos, así como del movimiento de educación popular y los militantes de los movimientos negros que reivindicaban la representación pública de la comunidad. Un uso del término empoderamiento asociado con las ideas de 413 igualdad, participación local y toma de conciencia sobre las capacidades de acción y emancipación de los individuos y colectivos de la sociedad civil (Bacqué y Biewener, 2016). Esta acepción del término fue rápidamente incorporada por académicos y profesionales del ámbito de la intervención social para plantear la posibilidad de nuevos abordajes y metodologías de trabajo con poblaciones excluidas y marginadas que rompieran con las modalidades de intervención imperantes hasta la fecha, caracterizadas por planteamientos paternalistas, jerárquicos y desiguales, transformando radicalmente las relaciones entre los profesionales de lo social y los usuarios de los proyectos y servicios ofrecidos. Será ya en los años 90 cuando la noción de empoderamiento empezará a ser integrada en el vocabulario internacional de la experticia y de las políticas públicas, desde las Naciones Unidas hasta la Unión Europea o el Banco Mundial, pasando por diferentes ONG operando a distintas escalas, y en distintos países y continentes. Cronin-Furman, Goweinathan y Zakaria, en su estudio sobre el uso del concepto de empoderamiento en las políticas para el desarrollo de las mujeres en países del Sur Global, plantean una trayectoria similar. Para ellas, la fecha clave en la popularización del concepto del empoderamiento coincidió con la Cuarta Conferencia Mundial de las Mujeres que tuvo lugar en 1995 en Beijing, lugar donde se adoptó formalmente la primera agenda para el empoderamiento de la mujer. Tal y como señalan las autoras, si bien esa idea fue inicialmente recogida dentro de una concepción holística del empoderamiento, orientada a la consecución de la igualdad de género y la equidad social como metas principales, rápidamente quedó reducida a una programación técnica mucho más limitada (Cronin-Furman, Goweinathan y Zakaria, 2017: 2), cuantificada a través de programas y proyectos de desarrollo concretos y fragmentados, reduciendo el ámbito de alcance a problemáticas concretas, como el fomento del acceso a la educación o la salud, o la lucha contra la violencia sufrida por mujeres y niñas. Tal y como plantean estas autoras, lo que habría quedado, a día de hoy, es un significado cada vez más diluido de la noción de empoderamiento, alejado de las acepciones del concepto acuñado desde los grupos feministas y movimientos sociales de base. Una noción con un significado cada vez más ambiguo permitiendo, por tanto, su uso masivo por parte de distintas organizaciones y organismos internacionales que operan en el ámbito de la 414 promoción de los derechos humanos y el desarrollo. Un uso que toma forma dentro de un conjunto de narrativas manejadas y movilizadas por las organizaciones responsables de este tipo de intervenciones que suele reducir las realidades de las mujeres receptoras de esta “ayuda” (desde las víctimas de violencia sexual en el Congo hasta el caso de mujeres excombatientes en Colombia o Sri Lanka) a meras representaciones victimizantes, despojándolas de cualquier agencia política y desdibujando las relaciones de poder existentes así como las causas estructurales que habrían dado lugar a dichas situaciones de marginación. Un uso de la noción de empoderamiento que se convierte además en el recurso fácil para la justificación de sus intervenciones ante grandes agencias donantes, abriendo el acceso a nuevos y múltiples canales de financiación. Las dinámicas que hemos observado y analizado para el caso peruano, a nivel de la intervención realiza por las ONG de derechos humanos en favor de las víctimas del conflicto armado, si bien radicalmente diferentes a muchos de los casos estudiados y analizados por estas autoras (tanto en su planteamiento, como en sus objetivos y alcance), por desgracia no se convertirán en una excepción a esta lógica. Tal y como planteábamos en capítulos anteriores, la noción de empoderamiento manejada por estas organizaciones coincidirá, en un principio, con lo que Bacqué y Biewener definen como las versiones “radicales” del concepto, aquellas que designan el empoderamiento como un proceso sociopolítico que articula una dinámica individual de autoestima y de desarrollo de sus competencias con un compromiso colectivo y una acción social transformadora (Bacqué y Biewener, 2016: 126). Lo que se busca, en palabras de las propias ONG, es que las víctimas “conozcan y sepan reclamar sus derechos”. A través de los múltiples programas de capacitación y de fortalecimiento de sus estructuras organizativas se busca que las victimas incorporen el lenguaje de los derechos humanos como marco no solo útil para nombrar y dar cuenta de sus experiencias de violencia y victimización sino como un nuevo marco a partir del cual aprenderse y reconocerse como ciudadanos, con capacidad de agencia política para la reivindicación de sus derechos de una manera independiente y autónoma. Es decir, se pone en acción una aproximación al concepto del empoderamiento que aborda tanto las dimensiones colectivas como las 415 individuales y subjetivas, en un intento por revertir la imagen de la victima como mero sujeto pasivo, limitado a su rol de receptor de la ayuda del estado y las ONG (o de mero testimoniante), permitiendo, en última instancia, una repolitización de su figura como agente clave en la promoción de los derechos humanos en el país. Sin embargo, las contradicciones observadas en la práctica serán múltiples. En primer lugar, por la alta dependencia que seguirá existiendo con respecto a estas ONG de derechos humanos. A pesar de los distintos programas de capacitación desarrollados, y de las múltiples formas de “empoderamiento” que se desarrollarán para impulsar el aprendizaje por parte de las víctimas de sus derechos, y de los distintos mecanismos y estrategias para su reivindicación (a través de una vernacularización del lenguaje de derechos y de su traducción y adaptación en contextos locales concretos), lo que quedará es un “empoderamiento” ciertamente relativo. La ausencia de recursos de movilización propios por parte de las organizaciones de víctimas (a niveles tanto económico como técnico, político y legal) impedirá la plena autonomía de estos sujetos quienes seguirán dependiendo, en gran medida y para el desarrollo de sus acciones, de los recursos gestionados y canalizados a través de las ONG que operan el el ámbito de los derechos humanos en el país, con agendas políticas que no serán siempre coincidentes con las de las propias víctimas. En segundo lugar, porque el marco interpretativo de los derechos humanos pareciera no haber resultado tan útil en la práctica. En el proceso de justicia transicional, y a través de la intervención y programas impulsados desde las ONG de derechos humanos, las víctimas aprenden a re-pensarse como sujetos de derechos, generándose expectativas claras entre este colectivo. Se impulsa la conformación de sus organizaciones, se les enseña los potenciales beneficios asociados con el uso del lenguaje de los derechos humanos como lenguaje neutro y científicamente autorizado que legitimaría su voz y sus reivindicaciones, y se les impulsa a la participación. Sin embargo, lo que quedará, por encima de todo, serán sentimientos de desgaste y frustración, derivando, en ultima instancia, en procesos de desmovilización. Las víctimas se sienten engañadas, insultadas, usadas y peloteadas. 416 Luchan, participan, testimonian, mientras ven con impotencia como el manto de la impunidad vuelve a imponerse. La justicia no llega; las reparaciones a veces, pero generalmente tarde, y mal. Las víctimas, tal y como decía Marly un día, no quieren ser víctimas siempre. “queremos que se restituyan nuestros derechos. Queremos que se nos reconozca como ciudadanos”. Se lucha, por tanto, contra la esencialización de una condición o circunstancia que ellas mismas consideran como temporal. Es algo que “les tocó vivir”, no algo que les define. Sin embargo, dado lo dilatado de los procesos en el tiempo, pareciera que “el ser víctima” se hubiera convertido en una situación permanente, en un proceso sin fin. Se desarrollan, así, dispositivos subjetivos de normalización de su condición como víctimas y de su estatus legal —en tanto ser víctima implica el acceso a mecanismos concretos de acceso a determinados derechos que no terminan de materializarse, incluso 35 años después de iniciado el conflicto armado interno—. En el camino, el resentimiento se va haciendo también más grande. No sólo el resentimiento contra un estado que nuevamente habría desatendido sus necesidades de justicia y verdad, discriminando y vulnerando a una población históricamente discriminada y marginada. También se va extendiendo el resentimiento hacia aquellos a los que habían considerado siempre como sus aliados, sean los representantes de la CVR o los organismos de derechos humanos que operan a escala local. Es esta realidad, esta constatación, la que debería llevarnos a un replanteamiento serio de las formas de intervención impulsadas en aras de la justicia transicional, y un mayor y mas detenido análisis del impacto a largo plazo que la implementación de dichos mecanismos puede tener sobre la vida de las personas en cuyo nombre se ponen en marcha. 417 BIBLIOGRAFIA AGIER, M (2008): Gérer les indésirables. Des camps de réfugiés au gouvernement humanitaire. Paris: Flammarion. AGUIRRE, C. (2009): “¿De quién son estas memorias? El archivo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú”, en Jahrburch für Lateinamerikas, 46: 135- 166. ALBERTÍN, P. (2006): “Psicología de la victimización criminal”, en Soria, M. y Díaz, D. (eds.): Psicología Criminal. Madrid: Pearson Educación. 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TRANSNACIONALIZACIÓN DE ECONOMÍAS MORALES: EL DESEMBARCO DE LA INDUSTRIA DE LA JUSTICIA TRANSICIONAL EN EL CONTEXTO PERUANO 3. SOBRE EL TESTIMONIAR. PARTE I 4. EL CATÁLOGO DE RECOMENDACIONES DE LA CVR O EL CAMINO HACIA LA RE-INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS EN EL PERÚ PARTE 3. 1. - LAS POLÍTICAS DE LA REPARACIÓN EN EL CONTEXTO POST-CVR. DEL RECONOCIMIENTO DE LA VÍCTIMA A LA BUROCRATIZACIÓN DE SU EXPERIENCIA 1. GÉNESIS SOCIOHISTÓRICA DE LOS PROGRAMAS MASIVOS DE REPARACIÓN 2. EL PROGRAMA INTEGRAL DE REPARACIONES (PIR) EN PERÚ: ORÍGENES Y MARCO NORMATIVO 3. SOBRE LA CONSTRUCCIÓN LEGAL DE LA CATEGORÍA DE VÍCTIMA 4. EL REGISTRO ÚNICO DE VÍCTIMAS COMO ENSAMBLADO SOCIOTÉCNICO 5. DE CERTIFICADOS Y RECONOCIMIENTOS 6. JERARQUIZACIÓN DE SUFRIMIENTOS Y BUROCRATIZACIÓN DEL SUJETO-VÍCTIMA PARTE 3. 2. "¡ QUEREMOS REPARACIÓN, NO DISCRIMINACIÓN !" LAS REPARACIONES EN LA PRÁCTICA 1. Y UNA VEZ REGISTRADOS...BREVES NOTAS DE CAMPO 2. "¿CUÁNTO VALE MI MUERTO? " EL DECRETO 051 Y LA BATALLA POR LAS REPARACIONES ECONÓMICAS 3. LAS REPARACIONES COMO POLÍTICAS DE DESARROLLO: EL CASO DE LAS REPARACIONES COLECTIVAS Y DE LAS REPARACIONES EN SALUD Y EDUCACIÓN PARTE 4 - "AQUÍ ESTÁN, LOS QUE SIEMPRE LUCHARÁN". LAS ORGANIZACIONES DE AFECTADOS EN EL CONTEXTO PERUANO DE RECUPERACIÓN POSCONFLICTO 1. ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DE LAS ORGANIZACIONES DE AFECTADOS EN PERÚ. DE SU EXCEPCIONALIDAD HISTÓRICA A SU NATURALIZACIÓN 2. LAS ONG COMO INTERMEDIARIAS. LA RECREACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS EN EL ÁMBITO LOCAL 3. EL CONTEXTO POST-CVR: LA VÍCTIMA COMO SUJETO POLÍTICO CONCLUSIONES BIBLIOGRAFÍA