LA CONFRONTACIÓN ESTÉTICA EN EL MITO DE APOLO Y MARSIAS Y SU TRASCENDENCIA EN LA HISTORIA DEL ARTE. THE AESTHETIC CONFRONTATION IN APOLLOS’ AND MARSYAS MYTH AND ITS TRANSCENDENCE IN ART HISTORY TRABAJO FIN DE GRADO Curso 2021/ 2022 UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID Facultad de geografía e historia Dpto. Historia del Arte Estudiante: Maria Cristina Moreno Vitas Tutor: Dr. Daniel Lesmes González Resumen Son muchos los simbolismos que se han ido depositando en relación con el mito de Apolo y Marsias. La historia del concurso musical se ha interpretado como una confrontación política que escondía, al mismo tiempo, una simbología mucho más reveladora relacionada con la eterna lucha entre Apolo y Dioniso. A su vez, ha sido un tema ampliamente representado a lo largo de la historia del arte. En este trabajo se pretende abordar este mito desde su dimensión teórica y desde el punto de vista de su evolución iconográfica. En un primer bloque, rastrearemos las fuentes y trazaremos un recorrido por cada una de las lecturas contenidas en esta contienda mitológica entre la flauta y la lira, tratando de plantearnos las preguntas que siguen abiertas en torno al mito y que todavía no han encontrado respuesta. En última instancia, se analizará su representación a través de una selección de obras concretas. Palabras clave: Apolo, desollamiento, Dioniso, Marsias, mitología Abstract There are many symbolisms that have been deposited in relation to the myth of Apollo and Marsias. The history of the musical contest has been interpreted as a political confrontation that hid, at the same time, a much more revealing symbology related to the eternal struggle between Apollo and Dionysus. In turn, it has been a theme widely represented throughout the history of art. In this paper we intend to approach this myth from its theoretical dimension and from the point of view of its iconographic evolution. In a first section, we will trace the sources and trace a journey through each of the readings contained in this mythological contest between the flute and the lyre, trying to raise the questions that remain open around the myth and have not yet found an answer. Ultimately, we will analyze its representation through a selection of specific works. Key Words: Apollo, flaying, Dionysus, Marsyas, mythology. 1 Índice Introducción……………………………………….…………………………….……4 1. El mito desde su dimensión teórica 1.1. El mito a través de las fuentes…………………………………………..……..6 1.2. Una aproximación histórica al mito y a sus diferentes planteamientos simbólicos: el cara a cara entre contrarios…………………………………….9 1.3. La confrontación Apolo-Dioniso a la luz del encuentro entre Apolo y Marsias…………………………….………………………………………....11 1.4. Marsias como espejo de Dioniso..……………………………………………14 1.5. Apolo: divinidad antitética………………………………………………...…16 1.6. La (ir)resolución del conflicto: una dialéctica en suspenso………………….19 1.7. La relación entre Apolo y Marsias como metáfora de la creación artística….22 2. La representación del mito. Análisis y evolución de su iconografía 2.1. La iconografía primitiva y la imagen latente: reflejo de un pensamiento atemporal……………………………………………………………………..25 2.2. Evolución iconográfica del mito y variaciones modernas en su representación……………………..………………………………………….27 Conclusiones………………………………………………………………………...40 Bibliografía………………………………………………………………………….42 2 Introducción “¿Por qué a mí de mí me arrancas?”1 Tras estas últimas palabras, Marsias concluía la agonía a la que le había sometido Apolo. Su cuerpo desollado y colgado de un pino daba testimonio de la crueldad de este dios supuestamente mesurado pero sin ningún tipo de reparo a la hora de empuñar cuchillo en mano. El río que nació de su sangre quedó como último vestigio, prueba de la contienda musical que ambos habían librado: uno había competido con el aulos, otro con la cítara; si uno representaba la ciudad, lo ateniense, lo civilizado, su oponente era muestra de la música del campo, de lo foráneo y lo primitivo. No solo eso, esta pugna entre instrumentos rivales encadenaba detrás suya una serie de paralelos alegóricos que nos dan pistas acerca de las tensiones existentes más allá de lo musical, fuerzas enfrentadas que ocupaban las mentes y los corazones de los griegos del siglo VI a. C.. Sin embargo, la interpretación dominante en torno al mito –la misma que Friedrich Nietzsche rememoró en El nacimiento de la tragedia y en la que nos centraremos más adelante– es la que comprende el encuentro entre Apolo y Marsias como un trasunto de la lucha entre la fuerza apolínea frente a la dionisiaca. Con todo, la historia de Apolo y Marsias no ha quedado restringida al marco teórico –siendo así el mito idóneo para la reflexión en torno a la dialéctica nietzscheana– sino que además ha terminado por transformarse en icono artístico. Este mito se convirtió, en definitiva, en un tema muy concurrido tanto por artistas como por escritores y filósofos que han querido ver en el cuerpo desgarrado del sátiro un símbolo del alma apolínea, celeste e inmaculada. A continuación, trataremos de abordar el mito desde ambas perspectivas: desde la dimensión teórica-filosófica y desde el análisis artístico de algunas de las obras que emplean este tema. Una primera parte estará dedicada al análisis de las distintas interpretaciones que han ido surgiendo en torno al enfrentamiento musical y de los diferentes personajes que están implicados. El objetivo de este primer apartado es dar respuesta a algunas cuestiones que siguen abiertas en relación con el mito, como el motivo por el cual Apolo eligió un castigo tan desmesurado, la simbología detrás de la resolución del conflicto o aquellos aspectos en los que se concreta la relación que guarda Marsias con Dioniso. En el segundo bloque, trataremos de perfilar la evolución de la iconografía del mito, aplicando las consideraciones anteriores para poder comprender las implicaciones detrás de los cambios en la representación, el porqué de los espacios que ocupa o las motivaciones que 1 Ovidio, Las metamorfosis (Madrid: Espasa-Calpe, 1963), 385. 3 llevaron al artista a elegir ese tema. Por este motivo, aunque se disponga en dos bloques diferenciados, ambos están imbricados mutuamente y atienden a un propósito último: conocer el mito en profundidad, con todas las acepciones que ha alojado desde sus orígenes hasta las últimas ocasiones en las que se ha recurrido a él para convertirlo en objeto de estudio, o en asunto de la representación artística. En cuanto a la metodología, la transversalidad que implica este mito obliga a utilizar fuentes de distintos campos: de la historia del arte, de la filosofía y de la musicología. En particular, es preciso acudir a la iconología como un método de estudio que permite abordar las imágenes artísticas relativas al relato mítico en profundidad, teniendo en cuenta todos los símbolos que hay contenidos en ellas. En ese sentido, es importante mencionar el trabajo de autores como Edgar Wind, Aby Warburg y Georges Didi-Huberman, cuyas aportaciones a la historiografía resultan fundamentales para la realización de este trabajo. Utilizaremos, por otro lado, tanto fuentes primarias que nos aproximen a los comienzos del relato mítico y el contexto en el que fue creado como fuentes secundarias y modernas que abordan el tema en connivencia con las antiguas. 4 1. El mito desde su dimensión teórica 1.1. El mito a través de las fuentes Según la mitología griega, Marsias era un sátiro originario de Frigia que cierto día se encontró la flauta doble (el aulos) que Atenea había arrojado lejos de sí. Algunas versiones dicen que fue Atenea la inventora de la flauta mientras que otras cuentan que, en realidad, esta diosa simplemente la había encontrado. En cualquier caso, se trataba de un artilugio que Atenea había rechazado, ya que en una ocasión se vió reflejada en un charco al tocar el instrumento y viendo cómo se le hinchaba la cara y le afeaba el rostro, decidió arrojar la flauta. Pasaba por allí Marsias, quien cogió el instrumento y logró tocarlo con tal destreza que unos campesinos llegaron a decir que ni el mismísimo Apolo era tan talentoso. De esta manera, el sátiro se creyó con la suficiente pericia como para retar al propio Apolo y así comprobar quién tocaba mejor. Así pues, se celebró un concurso en el cual se cedió a las Musas la responsabilidad de elegir al vencedor. Algunas fuentes cuentan como, al principio, las juezas quedaron encantadas con la música de Marsias; sin embargo, Apolo decidió tocar, a continuación, su cítara invertida y retó a Marsias a hacer lo mismo y entonces, al no poder realizar eso con la flauta, fue considerado derrotado en la contienda musical. Ambos habían acordado que el vencedor haría lo que quisiera con el vencido, de manera que Apolo, proclamado ganador, decidió castigar a Marsias por su soberbia, colgándolo de un pino y desollándolo vivo. De la sangre que brotó de su cuerpo, o bien de las lágrimas que vertieron los faunos y las ninfas al ver al sátiro fallecer, nació el río Marsias. La historia de Apolo y Marsias era muy bien conocida en la Antigüedad y ha sido muy representada a lo largo de la historia del arte, tanto por la potencia del castigo como por la claridad que demuestra el mito a la hora de ilustrar metafóricamente diferentes conceptos estéticos que han seguido vigentes en el transcurso de los siglos. Sin embargo, cada una de las distintas versiones a través de las cuales nos ha llegado el mito aporta matices distintos en cuanto a la disposición del concurso y ejecución del castigo. Resulta relevante exponer y distinguir las distintas versiones, ya que constituyen el canal a través del cual nos ha llegado el encuentro entre Apolo y Marsias, un mito que ha devenido en una historia simbólica, depositaria de múltiples lecturas que analizaremos más adelante pero para las cuales es 5 preciso comenzar por las fuentes más destacadas que han transmitido el mito: la Biblioteca de Apolodoro y, sobre todo, Las metamorfosis de Ovidio. Aunque la versión relatada por Ovidio ha sido la más difundida, debemos tener en cuenta que este autor se dedicó a recopilar estos mitos a partir de fuentes griegas. Por ello, es preciso hacer un inciso para citar al historiador griego Herodoto, pues en sus Historias daba noticia del mito ya en el siglo V a. C.: Después de cruzar el río Halis y penetrar en Frigia, en su marcha por dicha región llegaron a Celenas, donde nacen las fuentes del río Meandro y de otro no menos caudalosos que el Meandro, que se ha dado en llamar Catarrectes, nace justo en el ágora de Celenas y desemboca en el Meandro. En ella también está colgada la piel del sileno Marsias que según el relato de los frigios, fue colgada allí por Apolo después de desollarlo.2 A través de esta descripción, Herodoto nos proporciona dos datos importantes: por un lado, que el mito de Apolo y Marsias se trataba de una leyenda frigia; y por otro lado, que para entonces (el momento en el que él escribe: siglo V a. C.), ya se tenía noticia del mito dentro del contexto helenístico. Como hemos mencionado, la versión más completa y también la más extendida es la narrada por Ovidio, el cual se centra fundamentalmente en el martirio de Marsias. Así, en el Libro VI de Las metamorfosis nos encontramos con una descripción detallada y descarnada de la tortura del cuerpo emprendida por Apolo, poniendo de relieve el sufrimiento del sátiro que grita y de cuyo cuerpo mana sangre y salen a relucir sus nervios, venas y órganos. En el momento previo a la narración de la agonía, son significativas sus últimas palabras: Así, cuando no sé quién hubo referido de los hombres del pueblo licio la destrucción, del sátiro se acuerda el otro, al cual el Latoo, con su Tritoníaca caña venciéndole, le deparó un castigo. “¿Por qué a mí de mí me arrancas?”, dice; “ay, me pesa, ay, no vale”, clamaba, “la tibia tanto”.3 Después de describir el escarmiento, Ovidio nos cuenta cómo de las lágrimas de los faunos y las ninfas brotó el río Marsias.4 Aunque tendremos que esperar a los Fastos de Ovidio para obtener algunos datos más sobre Marsias. Pues en dicha obra, el mitógrafo nos informa de 4 Ibid., 119-120. 3 Ovidio, Las metamorfosis. Op. cit., 119-120. 2 Herodoto, Historias, VII. 26 6 cuál es el origen de la flauta doble –él atribuye a Atenea su invención–, cómo Marsias la recoge tras ser rechazada por la diosa y cuál es el destino que le deparará en manos de Febo.5 En ocasiones, la iconografía de este duelo aparece fusionada con la competición musical librada por Apolo y Pan, la cual se narra en el Libro XI de Las metamorfosis de Ovidio. Por ello es preciso mencionarlo: Pan es el señor de las fuerzas de la naturaleza que se enfrenta a Febo con el syrinx, o siringa (la flauta de Pan). En esta disputa, un jurado encabezado por el monte Tmolos dictamina la sentencia en favor del dios de las artes, pero el rey Midas se opone, posicionándose a favor de la música de Pan. Tal decisión enfadó a Apolo, que decidió transformar sus orejas en orejas de burro por carecer, según él, de oído musical. Finalmente, Apolo es quién queda declarado vencedor.6 En ocasiones, esta es la fuente de la que se han servido los artistas para representar el tema de Apolo y Marsias, sustituyendo a Pan por Marsias o retratando a Pan como si fuera un sátiro. La idea de fondo viene a ser la misma: tanto Pan como Marsias son figuras dionisiacas que tocan cierto tipo de flauta, cuya música remite tradicionalmente a Asia Menor y, además, ambos salen perdedores frente la mesura, armonía y orden infundados por la música apolínea. Con respecto a la otra fuente fundamental, podemos decir que Apolodoro en su Biblioteca nos ofrece una versión que nos permite completar el mito: nos facilita algunos datos sobre las normas del concurso (“Habiendo convenido que el vencedor dispondría del vencido a su antojo”7), narra la estrategia de Apolo para salir vencedor (tocar la cítara invertida) y finalmente, relata el destino fatal de Marsias. A pesar de las diferencias presentes en cada una de las fuentes, podemos decir que el relato general y la idea subyacente en el mito son las mismas, y son las que sirven a los artistas como marco general para la representación de este tema. 7 Apolodoro, Biblioteca (Madrid: Gredos, 1985), 13. 6 Ovidio, Las metamorfosis. Op. cit., 29-30. 5 Ovidio, Fastos (León: Universidad de León, 1990), 231. 7 1.2. Una aproximación histórica al mito y a sus diferentes planteamientos simbólicos: el cara a cara entre contrarios Si la mitología era tan importante y respetada en Grecia es porque a través de ella se confeccionaba la imago mundi: una imagen del mundo ilustrada mediante historias transcurridas en un tiempo remoto y legendario, un pasado fantástico que dista de la realidad pero que por medio de la transmisión oral, su rememoración y evocación ritual podía renacer en el presente.8 En Grecia, el mito constituía un instrumento mental que mediante símbolos lograba dar sentido a aspectos importantes de la vida social, cultural y política de la comunidad.9 Por consiguiente, conviene que las interpretaciones del mito de Apolo y Marsias se desdoblen en dos vertientes: una primera, que nos aproxima a la Atenas de mediados del siglo V a. C –momento en el que llega el mito a Grecia–; y una segunda, que aborda el relato mítico como depositario de distintas lecturas simbólicas que se han vertido desde sus orígenes hasta la actualidad. Desde el planteamiento histórico, la irrupción de este mito en Grecia tiene que ver con el surgimiento de un debate en torno a las connotaciones políticas que estaban asociadas a ciertos instrumentos en este momento. En la obra de Homero, encontramos que la música de los aqueos se concreta en la lira, mientras que el instrumento característico de la zona asiática, de Troya, es un instrumento de viento. Así, una interpretación del mito guardaría ese sentido político, pues el triunfo de Apolo sobre Marsias se entiende en términos de la victoria de los griegos sobre sus enemigos orientales. Ese desprecio hacia lo extranjero continuó, desde las guerras Médicas hasta llegar a las conquistas de Alejandro, y explica la elección del tema de Apolo y Marsias por parte de artistas como Mirón, Zeuxis y Praxíteles.10 A su vez, la música era vista por los griegos como una fuerza capaz de actuar sobre el cosmos y los hombres. En este sentido, Platón distingue entre diferentes modos griegos11 y habla de cómo cada uno de ellos era susceptible de despertar determinadas emociones en el oyente. De manera similar, los diferentes sonidos que producían los instrumentos estaban asociados a determinados estados de ánimo. Es lo que se conoce como doctrina del ethos, es decir, de las cualidades y efectos morales de la música. En relación con ello, Platón –al igual que Ateneo– 11 Con modos griegos, nos referimos a las distintas escalas inventadas por los griegos antiguos, cada una de ellos creaba una sonoridad peculiar que permitía asociarlo a una determinada emoción o cualidad. 10 John Onians, Arte y pensamiento en la época Helenística. La visión griega del mundo (350 a. C. - 50 a. C.) (Madrid: Alianza Editorial, 1996), 99. 9 Carlos García Cual, Introducción a la mitología griega (Madrid: Alianza Editorial, 2004), 14. 8 Carlos García Cual, La mitología. Interpretaciones del pensamiento mítico (Barcelona: Montesinos, 1987), 17. 8 nos dice que la lira calma las emociones mientras que la flauta los estimula.12 Por ello, tanto el empleo de la flauta como del modo frigio resultaba más adecuado para los ambientes festivos.13 Por ende, la flauta era más propia del mundo popular y rústico.14 Como contrapunto, estaba la cítara que era, en la Antigua Grecia, el instrumento preferido entre los círculos aristocráticos de la polis y se tocaba en un contexto mucho más conservador.15 De este modo, la pugna entre la flauta y la cítara se convertía en realidad en una competición entre la ciudad y el campo, entre el modo dorio (asociado a la lira o la cítara) y el modo frigio. No podemos pasar por alto que muchas de las representaciones contemporáneas al surgimiento del mito no vinieran motivadas tanto por el interés que podía despertar el enfrentamiento musical como por la alegoría política que acogía la historia. A su vez, los instrumentos de cuerda estaban asociados a Apolo, pues la música que producían era ejemplo de equilibrio, belleza y mesura. La cítara se distinguía por su delicadeza y tradicionalmente se le atribuía un potencial milagroso.16 En el lado opuesto estaba la flauta, asociada a los ritos orgiásticos y a Dioniso. Se trataba de un instrumento que inducía un estado de éxtasis y descontrol y que no permitía recitar un texto mientras se tocaba, motivo por el que se consideraban inferiores moralmente.17 La flauta, al estar asociada a Dioniso, dios “extranjero”, y ser el instrumento nacional de los tebanos era vista como un instrumento “no-civilizado” y foráneo. El aulos es una variante helenizada de la flauta.18 Se trata de un instrumento de caña, sencillo o doble, que produce un sonido estridente y que se solía tocar por parejas acompañando al canto poético. El hecho de que en el mito Atenea rechazara el aulos y lo arrojara a lo lejos no era una anécdota azarosa: la diosa despreció el instrumento porque deformaba la cara de quién lo tocara y porque impedía cantar y tocar a la vez. Este desprecio hacia el aulos simbolizaba, por un lado, el rechazo de los atenienses hacia este instrumento; y expresaba, por otro lado, el lugar privilegiado que ocupaba el logos y la belleza y la proporción del rostro humano para los griegos.19 Igualmente debemos tomar en consideración que Marsias era un sátiro procedente de Frigia, pues se 19 John Onians. Op. cit., 99. 18 Cit. en Ellen Van Keer, “The Myth of Marsyas in Ancient Greek Art: Musical and Mythological Iconography”, Music in Art XXIX, (2004), 22. 17 Ibid., 50. 16 Eugenio Trías, El canto de las sirenas: argumentos musicales (3ª ed. Rústica, 6. Barcelona: Galaxia Gutemberg, 2014), 50. 15 Ibid., 100. 14 Ellen Van Keer, “The myth of Marsyas in Ancient Greek art: musical and mythological iconography”, Music in Art XXIX (2004), 22. 13 Ibid., 36. 12 Ibid., 100. 9 consideraba que la música de esta región poseía ciertas cualidades orgiásticas y dionisiacas que entraban en conflicto con el equilibrio y la armonía de la música apolínea.20 De este modo, la historia de Apolo y Marsias se configuraba como la historia de un duelo entre contrarios: un mito que aparentemente se limitaba a confrontar los instrumentos de cuerda frente a los de viento, encadenaba detrás suya una serie de connotaciones políticas (lo civilizado frente a lo bárbaro, lo ateniense frente a lo tebano…) para luego acoger otra serie de pares de opuestos de carácter estético y ontológico. 1.3. La confrontación Apolo-Dioniso a la luz del encuentro entre Apolo y Marsias Esta dialéctica entre lo orgiástico y lo embriagador del aulos y el poder evocador de imágenes que causaba la lira –o cítara– y el cántico se traducía así en una connivencia entre Apolo y Dioniso, un conflicto que Nietzsche supo rememorar a finales del XIX en El nacimiento de la tragedia pero que latía mucho tiempo atrás en el interior de la Antigua Grecia. En dicha obra, Nietzsche nos habla de un entrecruzamiento cara a cara entre Apolo y Dioniso, un conflicto que se lleva a cabo bajo la luz de un propósito último: utilizar el arte como cura de la vida. Se ha querido interpretar esta dualidad nietzscheana como una tensión entre la razón o ethos –principio apolíneo– y la pasión o pathos –impulso dionisiaco–. Si entre estas divinidades son capaces de generar esa lucha tan incesante como frágil es porque ambos encarnan modelos estilísticos opuestos que entran en conflicto la mayoría de las veces, excepto en lo que Nietzsche denomina “la escena primordial”21, es decir, en la tragedia ática. Con El nacimiento de la tragedia, ambos impulsos logran conciliar tan pronto como una fuerza compensa a la otra, una logra expresar la que la otra oculta y viceversa, obteniendo un estrecho equilibrio entre “la embriaguez del sufrimiento” (encarnada en Dioniso) y “el bello sueño” (correspondiente a Apolo). Si Dioniso engloba la expresión de la realidad, de la verdad desbordada que alcanza los límites de lo doloroso, si dicha divinidad expresa la expansión más allá del Uno –y es por eso que se identifica con la alteridad–, lo apolíneo encarna el individuo en sí mismo, circunscrito a los límites del propio ser, expresa lo que simplifica, lo regularizado, la medida ante todas 21 Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia (Madrid: Tecnos, 2016), 20. 20 Luis Robledo, “Las contiendas musicales de Apolo”, Imago, revista de emblemática y cultura visual, nº 5 (2013), 71-77. 10 las cosas: “la libertad bajo la ley”22. Sin embargo, el poder de Apolo se problematiza en el momento en que pasa a formar parte de un frágil equilibrio codependiente con Dioniso. Es la relación con Dioniso, pues, la que sirve de criterio y medida: todo déficit cultural, por consiguiente, tiene como causa una mala comprensión de esta experiencia de la alteridad. Dioniso es una condición culturalmente ineludible, pero también un límite.23 La invasión del culto dionisiaco fue vista como una amenaza que se relacionaba con la verdad de manera estremecedora, pero si atendemos a esta sentencia nietzscheana, podemos entender cómo esa condición aparentemente exclusiva de Apolo no sería posible sin el conflicto que establece con lo que se considera un poder amenazante, el de Dioniso. Desde el punto de vista médico, esta alianza apolínea-dionisiaca es la que sirve como motor de impulso para una cultura que pende de un hilo cuya tensión lo mantiene firme frente a la decadencia y su acorazamiento. Ese juego en tensión es el que produce “la escalada de nuevos nacimientos” y la que permite “un proceso de intensificación recíproca” al que se refiere el autor.24 En una esfera estética, lo apolíneo aludiría a una potencia artística basada en la proporción, en el orden y en la imposición de los límites, del corte y del control. Por otro lado, Dioniso se identifica con un arte embriagador, transgresor y desordenado que logra penetrar en el individuo hasta fragmentarlo.25 El mundo helénico queda definido por dicho antagonismo que sólo se fusiona en la obra artística de la tragedia ática. Para esclarecer el campo de acción de cada divinidad, Nietzsche propone una analogía: el sueño y la embriaguez como fenómenos paralelos a lo apolíneo y lo dionisiaco.26 En este sentido, Nietzsche defiende que todo artista no es otra cosa que un mero “imitador” pues su creación es fruto o bien de la embriaguez dionisiaca, o del sueño apolíneo o de ambos.27 Para este filósofo alemán, Dioniso es el dios de la verdad, aquél que esconde lo real pero bajo la máscara de la multiplicidad: de la misma manera se nos presenta la inspiración, inapresable y caprichosa, por eso se le responsabiliza a la divinidad del vino el entusiasmo al que sucumbe el hombre. Apolo se nos presenta como el descifrador de sueños, aquel que logra dilucidar la verdad dionisiaca pero bajo la apariencia simbólica. Esta tragedia funciona a través del coro dionisiaco que se desdobla, “se descarga”, 27 Ibid., 108. 26 Friedrich Nietzsche. Op. cit., 101. 25 Germán Alfonso Pérez, “De la genealogía del arte”, Calle 14, Vol. 5, No. 7 (2011), 49-60. 24 Ibid., 124. 23 Ibid., 24. 22 Ibid, 22. 11 logra su expresión, a través de un mundo apolíneo de imágenes. De esta manera, Dioniso no funciona sin Apolo, ni Apolo puede funcionar sin Dioniso. Entre la validez universal de su música y el oyente sensible a lo dionisiaco, la tragedia introduce un símbolo sublime, el mito, a la vez que despierta en aquél la apariencia de que la música no es más que un excelso procedimiento de exposición orientado a insuflar vida en el mundo plástico del mito.28 El instinto apolíneo y ese mundo de imágenes cristaliza en el mito, sólo a través de esta bella ilusión que constituye el mito la tragedia puede funcionar. El mito garantiza protegernos del dolor y la sobreabundancia a la que nos somete y nos expone la música dionisiaca, introduciéndonos en un mundo plástico puramente apolíneo. A través del mito, el oyente puede salvarse del abismo de la universalidad dionisiaca y aproximarse a la individuación, a la imagen y al concepto que privan al hombre de su autodestrucción. El mito funciona, pues, en el contexto de la tragedia, como cura para la humanidad.29 Sin embargo, con la música dionisiaca que acompaña y configura la tragedia corremos el peligro de quedar poseídos hasta el punto de hacernos desear “ir más allá de lo audible”. A través de esta música vinculada a la danza orgiástica y de naturaleza colectiva, se genera una aspiración de sobrepasar la imagen y llegar hasta el infinito. No podemos olvidar que la trasgresión y el instinto dionisiaco nacen del mismo seno materno, pues quien sucumbe a un estado de embriaguez dionisiaca inevitablemente desobedece, traspasa la norma y cruza también las leyes de la individuación impuestas por Apolo.30 Ese deseo de trasgresión nos hace partícipes de un bucle en el que constantemente el mundo de la individualidad se construye y se derriba, para luego ser construido de nuevo y sucesivamente demolido. El peligro que entraña esta música –una música de rapto y posesión– hacen imprescindible la figura de Apolo, cuyas melodías se constituían como “la mejor de todas las músicas” según Platón31 y facilitaba esa anámnesis necesaria para hacer frente a la potencia del olvido responsable de las sucesivas reencarnaciones. Con todo, podemos entender, en el mito que nos ocupa, cuáles fueron las razones que llevaron a Apolo a castigar a Marsias, pues fueron las mismas que le motivan a enfrentarse a Dioniso: su voluntad de demarcar los límites frente 31 Tanto en el Fedón como en La República (Libro VIII), Platón nos habla de la filosofía dialéctica, que es la música apolínea más grandiosa, y la define como ‘la mejor de todas las músicas’. 30 Ibid., 141 y 156. 29 Ibid., 227. 28 Ibid., 223. 12 a la trasgresión, de establecer y exigir la medida frente a lo desmesurado dionisiaco, que se revela como la verdad desgarradora. En tanto que Marsias representa una fuerza dionisiaca, su enfrentamiento contra Apolo se presenta como un enfrentamiento necesario, pues guardan una relación de dependencia en la que ambas tensiones enfrentadas son imprescindibles para generar esa dialéctica. 1.4. Marsias como espejo de Dioniso De entre todos los dioses olímpicos, el más ambiguo y escurridizo era, sin duda, Dioniso: dios de la máscara y del espejo, del entusiasmo, del vino y de la embriaguez. Hablamos de una divinidad que ha devenido extranjera y exótica por excelencia, a pesar de ser genuinamente helénica.32 Si Apolo era el dios del arte, Nietzsche reconoce a Dioniso como perteneciente al mismo ámbito, ya que es el que inspira la tragedia a través de la embriaguez y el éxtasis. Es el dios del entusiasmo, pues a través de la manía imbuye a los espíritus a un estado en el que los poseídos creen estar habitados por los mismísimos dioses. En efecto, no es casualidad que sea también dios del vino, porque el entusiasmo al que sucumbimos cuando estamos inspirados es similar al que experimentamos cuando estamos ebrios. Según Marcel Detienne, Dioniso es el responsable de “civilizar el vino”, de hacer que el vino nos conduzca a un estado óptimo y evitar que cedamos a la bestialidad a la que nos puede llevar la ebriedad.33 El efecto que causaba tocar el aulos era equiparable a la embriaguez dionisiaca. No es de extrañar el final trágico de Marsias, desde el momento en que sucumbe a la seducción causada por este instrumento báquico podemos predecir cómo va a acabar la contienda musical, y ya no por el hecho de que uno tocase mejor que otro, sino porque era bien sabido que “la locura dionisiaca podía llevar a quién la sufría a un grado de extravío que le causaba la muerte”.34 El aulos era un instrumento dionisiaco cuya melodía era “hechizante” y “luctuosa”. Este instrumento, al no permitir el cántico y no dejar lugar para la palabra, inundaba a quién lo tocaba y a quién lo escuchaba a través del frenesí de la danza, llegando a poseer al músico y haciéndole preso de lo que Platón en el Fedro denominaba “manía teléstica”.35 El hecho de que Marsias tocara el aulos fue lo que le condenó a su muerte, pues 35 Eugenio Trías, El canto de las sirenas : argumentos musicales (Barcelona: Galaxia Gutemberg, 2014), 47. 34 Pedro Azara, La imagen y el olvido: el arte como engaño en la filosofía de Platón (Madrid: Siruela, 1995), 97. 33 Marcel Detienne, Dioniso a Cielo Abierto (Barcelona: Gedisa, 1986), 75. 32 Tenemos constancia de su presencia en el panteón helénico desde época antigua ya que su nombre aparece en una tablilla de Pilo y contamos con testimonios que acreditan su culto en un santuario de la isla de Ceso desde el siglo XV a. C.. Véase García, Carlos. Introducción a la mitología griega (Madrid: Alianza Editorial, 2004). 13 como apuntaba Wind, bajo la apariencia de un enfrentamiento musical el mito se revela verdaderamente como un rito dionisiaco.36 De hecho, esas formas de posesión a las que sucumbió Marsias eran las mismas a las que sucumbían las bacantes durante sus danzas colectivas. Se producían estos fenómenos de coribantismo en los que las ménades forzaban sus extremidades hasta el punto de la deformación.37 El desgarramiento –como el de Marsias– o el descuartizamiento parecía ser el único final posible cuando el poder de la música dionisiaca ejercía su dominio sobre los cuerpos. Se trataba de cuerpos que quedaban enajenados, deshabitados por el individuo para ser poseídos y finalmente purificados. Ciertamente, el poder catártico de la música báquica tenía su influencia sobre las ménades durante las danzas orgiásticas, pero también lo tuvo sobre el sátiro durante su contienda contra Apolo. En el caso de Marsias, su piel se configuraba como una superficie simbólica desde el momento en que el sátiro, al recibir el castigo, le pregunta a Apolo: “¿Por qué a mí de mí me arrancas?”38 Cuando Apolo inflije el castigo, Marsias es sometido a una tortura donde su piel es violada y separada del cuerpo al que pertenece. Se produce entonces una fractura de su entidad individual. El desollamiento, la piel divorciada de su propietario, es semejante al desdoblamiento que produce nuestro reflejo en el espejo. El espejo nos hace exteriores de nosotros mismos y en ese sentido, nos reconocemos exteriores a nuestra “mismidad”. El espejo, además, es un símbolo que permite configurar y desentrañar la identidad de Dioniso. A propósito de esto, las Dionisiacas nos cuentan cómo los titanes, enmascarados con yeso, sedujeron al niño Dioniso con una serie de objetos: una peonza, un rombo, muñecas, tabas y un espejo. Dioniso quedó cautivado ante la imagen que reflejaba su faz ante el espejo y los titanes aprovecharon el momento para golpearlo, despedazarlo y finalmente, devorarlo.39 Tanto la muerte de Marsias como la muerte de Dioniso se constituyen como sacrificios sangrientos y en ambas se produce una transgresión y un desdoblamiento. En el caso de Marsias, el objeto que actúa como disolvente, como responsable de esa enajenación, es el cuchillo de Apolo. Con Dioniso, el objeto que desdobla es el propio espejo; pero en este caso nos encontramos con algo que se interpone entre la imagen y el reflejo: la máscara. A través de la máscara, Dioniso se presenta, se muestra como el Otro, como extranjero, pero sobre 39 Marcel Detienne, Dioniso a cielo abierto (Barcelona: Gedisa, 1986), 131. 38 Ovidio, Las metamorfosis (Madrid: Espasa-Calpe, 1963), 385. 37 Ibid., 46-50. 36 Ibid., 97. 14 todo oculta. La máscara actúa como refugio, barrera en tanto que protege al dios del desdoblamiento de su propia alteridad. Sin ella, Dioniso está destinado a morir: Pues Dioniso cuando puso la imagen (eídolon) en el espejo que colocó ante sí, se fraccionó (emereísthe) en el todo.40 Se ha interpretado que el espejo fue el verdadero responsable de la muerte de Dioniso y los titanes, ejecutores simbólicos del descuartizamiento: “En el juego especulativo [del espejo] se desdobla, se enajena, se despedaza”.41 Teniendo en cuenta estas palabras, podemos intentar trazar los mismos pasos en Marsias: tanto la historia de Dioniso como la del sátiro terminan con la “reflexión” de sí mismos, entendiendo “re-flexión” en el sentido etimológico de la palabra. Es decir, se vuelven a doblar, se desdoblan: su imagen se multiplica y salen de su ensimismamiento, uno por causa del espejo y otro por la brecha que provoca el cuchillo de Apolo. 1.5. Apolo: una divinidad antitética A pesar de haber devenido en el modelo de dios genuinamente helénico, lo cierto es que Apolo tuvo un origen asiático y nórdico. No hay constancia de él en las tablillas micénicas y tenemos que esperar hasta mediados del segundo milenio para verlo incluido dentro del panteón helénico.42 La mitología asigna a Zeus y Leto como padres de Apolo, el cual nació a la vez que su hermana Ártemis en la isla de Delos, isla desde entonces consagrada a ambas divinidades. Nietzsche lo define como paradigma de la medida, dios que establece el corte, el tiempo cronológico, el que todo lo rige para que permanezca el orden previsto de las cosas. Una de sus máximas, “conócete a tí mismo”, sirve para configurar el modus operandi de Apolo: un dios que insta a marcar los márgenes de cada individuo y a actuar a la luz de la razón. Según el filósofo alemán, Apolo abandera el principium individuationis como rasgo fundamental de 42 Carlos García Cual, Introducción a la mitología griega (Madrid: Alianza Editorial, 2004), 109. 41 Jesús Ezquerra, “El espejo de Dionisio (acerca del “idealismo” hegeliano)”, Youkali: revista crítica de las artes y del pensamiento, nº 3 (2007) 37-46. 40 Cit. en Jesús Ezquerra, “El espejo de Dionisio (acerca del “idealismo” hegeliano)”, Youkali: revista crítica de las artes y del pensamiento, nº 3 (2007), 37-46. 15 su carácter: el griego apolíneo definirá los márgenes donde empieza él y acaba el otro para circunscribirse en su propia individualidad y nunca transgredirla.43 Sin embargo, Apolo no es únicamente el dios de la norma, de las artes, de la “apariencia y del bello sueño”44. Aproximarse a Apolo implica abordarlo teniendo en cuenta el tejido antitético patente en el politeísmo griego: ciertas divinidades –es el caso de Apolo– se presentan al mundo como un enigma cuya identidad está fragmentada y es por eso que averiguar cada una de sus facetas pasa por resolver un puzzle de piezas aparentemente inconexas. En efecto, descubrimos a este dios a través de las palabras de Heráclito: “armonía en contraste como el del arco y la lira”.45 Si Nietzsche sólo ponía de relieve el “Apolo de la lira”, Giorgio Colli critica esa visión unilateral, una visión que atendía exclusivamente a aquellos aspectos oportunos de su carácter para ponerlos en contraposición con lo dionisiaco. Con Colli nos enfrentamos paralelamente con ese “Apolo del arco” pero, ante todo, con un Apolo poliédrico, un dios que debe comprenderse desde distintas dimensiones para descifrar su identidad múltiple.46 En El nacimiento de la tragedia Apolo se nos presenta como el descifrador de sueños pero bajo el filtro de la apariencia simbólica.47 Esta faceta de dios superfluo, engañoso e ilusorio se problematiza si acudimos a los orígenes de Apolo. Comentábamos que su procedencia remitía a zonas nórdicas y de Asia Menor. En estos lugares tenemos constancia de la práctica del chamanismo, un mecanismo a través del cual se trataba de alcanzar el éxtasis y en esa condición, los chamanes eran capaces de pronunciar adivinaciones. Colli sitúa este chamanismo nórdico y oriental como fondo del culto délfico del dios de la adivinación, Apolo. Acude a un pasaje de Platón para esclarecer este origen. Es un discurso sobre la “manía” en el que distingue entre cuatro tipos de locura: la profética, la mistérica, la poética y la erótica. Tanto Apolo como Dioniso podían inducir a la locura profética y a la locura mistérica, de modo que encontramos un primer aspecto que es cuestionable en el retrato que Nietzsche había hecho de Apolo en El nacimiento de la tragedia (pues este autor reserva la locura como un rasgo distintivo que sólo puede inspirar Dioniso, a través de la embriaguez).48 48 Giorgio Colli. Op. cit., 15-17. 47 Friedrich Nietzsche. Op. cit., 159. 46 Ibid., 13. 45 Giorgio Colli, El Nacimiento de la filosofía. (Barcelona: Tusquets Editores, 1996), 35. 44 Friedrich Nietzsche. Op. cit., 21. 43 Friedrich Nietzsche. Op. cit.. 16 Así pues, podemos deducir que la locura y la sabiduría en la Antigua Grecia no sólo no eran polos opuestos, sino que estaban unidas en tanto que el fenómeno de la adivinación dependía de la manía. El alejamiento con los planteamientos nietzscheanos se acentúa si acudimos a las palabras de Heráclito: “La Sibila con boca insensata dice, a través del dios, cosas sin risa, ni ornamento, ni ungüento”.49 Resulta paradójico que, en cambio, Nietzsche defina a Apolo como el dios del “bello sueño” si tenemos en cuenta el retrato que Heráclito hace de la sibila. Otra de las dimensiones que aborda Giorgio Colli es la crueldad de Apolo, el dios adivinador: uno de sus epítetos es “aquel que hiere desde lejos” y “el que actúa desde lejos”. Se trata de un dios vengativo pero con Apolo hablamos de una violencia diferida.50 Esa distancia a través de la cual se ejerce el daño remite a la crueldad y ambigüedad innatas en este dios y es una distancia lograda a través del dardo y el arco que son, a su vez, símbolo de la palabra. En el mito de Apolo y Marsias podemos rastrear esta violencia diferida si nos situamos en un plano simbólico. El propio concurso se presenta como un enfrentamiento dialéctico y atendiendo a Colli, todo juego dialéctico involucra un rito, pues “al final quien responde sucumbe, está destinado a sucumbir, como una víctima”.51 En efecto, el mito se nos presenta como un verdadero rito sacrificial en pos de una purificación catártica: despojar a Marsias de su piel significa despojarlo de su disfraz para así penetrar en su alma. La violencia aquí es simbólicamente a distancia porque la palabra se presenta como un desafío mortal: al final, Marsias acaba sucumbiendo a la máxima de Apolo: “Conócete a ti mismo”. Sin embargo, si atendemos al sentido literal, resulta extraño que un dios como Apolo que encarna el mundo de la violencia evanescente, bella y desviada cometa un castigo tan cruento y sanguinario. Para hallar la razón de este suplicio al que somete a Marsias conviene acudir a Detienne. La Odisea es la obra que permite a este autor trazar los pasos para conocer cara a cara esa dimensión tan encarnizada de Apolo.52 En varios pasajes, nos encontramos con un Apolo encolerizado que castiga a sus víctimas por no haber sabido medir su orgullo, a semejanza de lo que ocurre con Marsias. No obstante, lo más significativo de Apolo es el lugar que ocupa dentro del panteón como gran dios de los sacrificios, y es que, junto a Hermes, constituye uno de los dioses con más actividad sacrificial de todo el Olimpo.53 Hablamos así de un Apolo mageiros, conocido en la zona de Pyla, en Chipre: un dios 53 Ibid., 80. 52 Marcel Detienne, Apolo con el cuchillo en la mano: una aproximación experimental al politeísmo griego (Madrid: Akal, 2001), 47. 51 Giorgio Colli, Después de Nietzsche (Barcelona: Editorial Anagrama, 1974), 34. 50 Ibid., 69. 49 Ibid., 33-34. 17 carnicero-sacrificador que alecciona a los mágieroi en el arte de los rituales sacrificiales. Estos son ministros al servicio de Apolo que, empuñando la mákhaira, el cuchillo ceremonial, se encargan de “degollar los animales, en despojarlos de sus pieles y en cortar la carne para asarla o cocerla”.54 Por lo tanto, parece más preciso apuntar que, en el caso del desenlace de este mito, ese dios de la mesura alberga una faceta retorcida que Nietzsche omitió: nos encontramos con un Apolo mageiros de carácter sanguinario al que no le tiembla la mano a la hora de ejercer el corte del sacrificio. 1.6. La (ir)resolución del conflicto: una dialéctica en suspenso Habíamos visto que Nietzsche fue el primero en resaltar ese contraste existente entre Apolo y Dioniso y cómo ese conflicto tenía su plasmación más clara en el enfrentamiento entre Apolo y Marsias. Sin embargo, a través del mito podemos entrever cómo la identidad y las formas de actuar de ambas divinidades se problematizan. Nos encontramos con un castigo dionisiaco pero ejercido por parte de su polo “opuesto”: Apolo. Ese Apolo nietzscheano de la lira y la mesura cobija también un carácter violento y maníaco. Detienne es el que nos permite dar un paso más a la hora de entender el funcionamiento de esta dialéctica. Ya advertimos, a través de este historiador, que tanto Apolo como Dioniso pueden inocular a la locura, una manía que conduce irremediablemente a la muerte. Si bien hay diferencias en lo que concierne a la forma y efectos del asesinato, ambas divinidades se sitúan en los mismos ámbitos de acción: los dos son poseedores de una potencia catártica y Apolo, en ciertos mitos,55 se revela preso de la embriaguez de la locura cuando se derrama sangre. Podríamos hablar, en un principio, de una concordantia oppositorum56 entre Apolo y Dioniso, pues son dioses complementarios en tanto que son capaces de generar una dualidad dialéctica basada en la competencia manifiesta entre dos estilos de música opuestos. Sin embargo, en el mito esta relación se problematiza: el dios de la lira comete una transgresión al provocar la herida, revelándose como un Apolo ciertamente dionisiaco; y Marsias, se presenta como un ser dionisiaco que demuestra ser poseedor de un alma apolínea. A propósito de esto, Georges Didi-Huberman escribe lo siguiente: 56 Eugenio Trías utiliza este término para definir la relación entre Apolo y Dioniso. Véase Eugenio Trías. Op. cit., 804. 55 Marcel Detienne nos cuenta, por ejemplo cómo Apolo tras asesinar a Pitón tuvo que exiliarse pues “el Apolo de Sición, asesino de Pitón, se ve poseído por una mezcla de locura y de mancha; dios impuro” 54 Cit. en Marcel Detienne, Apolo con el cuchillo en la mano: una aproximación experimental al politeísmo griego (Madrid: Akal, 2001), 81. 18 ¿abrir un cuerpo no entraña acaso desfigurarlo, quebrar toda su armonía? ¿No equivale a infligir una herida, provocando así un surgimiento de lo informe que no se hallará bajo control del bello ordenamiento estructural mientras sigan en su lugar carnes, masas y jirones? Una vez más, nos vemos obligados a pensar conjuntamente –sin la esperanza de llegar a unificarlos nunca– la armonía o la belleza por una parte, y la fractura o la crueldad por la otra [...] ¿Estructura o herida? ¿Forma o no forma? ¿Conveniencia o conflicto?57 En efecto, resulta extraño que se hable de ese alma apolínea y aparentemente pura cuando nos referimos al cuerpo descarnado, orgánico y desfigurado de Marsias. ¿Cómo podría el dios de la “bella apariencia” guardar un aspecto tan grotesco? A través del mito, queda claro que el enigma de Apolo reside en su identidad antitética, ¿pero cómo desentrañar el misterio? Aby Warburg llegó a hallar una respuesta ante esta pregunta, al afirmar que Apolo no era sino otra máscara más de Dioniso.58 La razón apolínea estaría así concebida como una fuerza al servicio de la animalidad dionisiaca, pues en tanto que ambas son fuerzas alojadas en la psique del ser humano, son tan irreconciliables como indisolubles. Por otro lado, al final de El nacimiento de la tragedia, Nietzsche responsabiliza el fin de la dialéctica no a la superación del conflicto sino a la irrupción de un nuevo impulso, que en este caso asocia a Sócrates. Se ha querido ver la muerte de la tragedia como consecuencia del surgimiento de una nueva necesidad: un renovado fármaco de índole socrático-moral que pueda servir de cura a la sociedad en sustitución al frágil y contraproducente equilibrio apolíneo-dionisiaco. Precisamente Sócrates, al igual que Marsias, había sido definido como un sátiro, a pesar de ser devoto de Apolo. Si se estableció un parangón entre Sócrates y Marsias fue a la luz de la interpretación platónica del mito. A través de esta interpretación, podemos averiguar qué es –según Platón– lo que Marsias guardaba en su interior, debajo de su piel: Platón, sin duda influido por las nuevas concepciones del alma que la escuela neopitagórica había empezado a forjar a partir del siglo VI a. C., consideraba que “el hombre es el alma”, y que el cuerpo, “que guardaba el parentesco con lo visible, al contrario que el alma”, era lo que la obscurecía y la mortificaba. “Del cuerpo de un hombre muerto se dice que es un simulacro de este hombre, mientras que lo que cada uno de nosotros es verdaderamente (consiste) [...] 58 Germán Osvaldo Prósperi, “Del Monstruo a la Idea. Aby Warburg y la psico-arqueología del hombre”, Cuadernos de filosofía, nº 72 (2019), 45. 57 Georges Didi-Huberman, Venus rajada: Desnudez, sueño, crueldad (Madrid: Editorial Losada, 2005), 54. 19 en lo que se denomina alma”. El cuerpo (soma) era una cárcel (sema), repetía Platón, y el alma en un cuerpo vivo era un alma aprisionada.59 Si el cuerpo de Marsias había sido interpretado como la cárcel de su alma, podemos aproximarnos a las razones por las que Apolo y no otro, decidió despojar a Marsias de su piel: sólo así podía lograr la máxima “conócete a ti mismo”, sólo así dejaba al descubierto su belleza interior y quedaba desgarrada esa fealdad que no era sino un disfraz exterior. Con el paso del tiempo, esa idea de deshacerse del cuerpo terrenal y penetrar en el interior del alma resultó tan atractiva que el propio Dante en la Divina Comedia recuperó el mito para dedicarle una plegaria a Apolo y así poder entrar al paraíso: ¡Oh buen Apolo! Para este último trabajo conviérteme en vaso tan lleno de tu valor como lo exiges para otorgar el amado laures. [...] Entre en mi pecho y canta por mi boca del mismo modo que cuando sacaste a Marsias de la vaina de sus miembros.60 En relación con esa idea de la belleza interior, decíamos que Sócrates en el Symposium fue apodado en boca de Alcíbiades “con cara de sileno”, haciendo referencia a los artilugios que vendían en las tiendas de estatuas que mostraban al exterior un rostro horroroso pero que al abrirse, dejaba al descubierto una imagen “llena de dioses”.61 Se trataba de estatuillas ahuecadas y talladas en madera en cuyo interior albergaba cientos de gemas, joyas exóticas y preciosas, tan maravillosas que poseían ese aspecto divino y dorado.62 Marsias era portador de una cara de sileno semejante, ambos poseían una oculta claridad que precisaba de un método catártico para purificarse y sacar a la luz ese alma apolínea. De manera análoga, la muerte de Dioniso revelaba en él una naturaleza silénica ya que, cuando vió su cara frente al espejo, lo que vió reflejado fue la multiplicidad de dioses y de entes y, en definitiva, el mundo en sí mismo. Estos silenos de los que nos habla Alcibíades fueron recuperados más tarde para devenir en el estereotipo de filósofo. Tendremos que esperar hasta el siglo XV, cuando Pico della Mirandola rescata estos silenos en su texto De genere dicendi philosophorum. En estas tres cartas, Pico equiparará la imagen verdadera del filósofo con los silenos de Alcibíades: 62 Julián Barenstein, “Los silenos de Alcibíades: notas de estética y filosofía en Pico (1463-1494), Erasmo (1467-1436) y Bruno (1542-1600)”, Mirabilia, nº 28 (2019), 389-405. 61 Edgar Wind, Misterios paganos del Renacimiento (Barcelona: Barral Editores, 1972), 174. 60 Cit. en Marina Gasparini, “El desollamiento de Marsias. A propósito del último Tiziano”, Humanística IV, (2009), 109-115. 59 Pedro Azara. Op. cit., 174. 20 “¿Quieres que te diga cómo es la imagen de nuestro lenguaje? Es exactamente igual a la de los Silenos de nuestro Alcibiades”.63 A propósito de ello, Pico della Mirandola continuaba en otra carta a Emolao Bárbaro: [...] pero cuando te acerques a los filósofos, debes apartarte de los sentidos, debes volverte sobre tí mismo (redeas ad te ipsum), debes penetrar en las profundidades de tu alma y en los recovecos de tu mente, debes adquirir los oídos de Tineo (Tyanei aures), con los que, al no estar ya en su cuerpo, no escuchó al Marsias terrenal sino al celeste Apolo, quien con su divina lira y con inefables modos, entonó las melodías de las esferas.64 En la misma línea de Pico della Mirandola, Erasmo de Rotterdam se dedicó a continuar su tesis enumerando una lista de silenos, incluyendo a Antístenes, Diógenes, Epicteto y a Cristo como el sileno por excelencia. Asimismo, los Apóstoles, la Sagrada Escritura y los Sacramentos de la Iglesia cristiana compartían, según este pensador, esa misma condición silénica.65 1.7 La relación entre Apolo y Marsias como metáfora de la creación artística Al acudir a otros teóricos, vemos como el fundamento que conecta a Marsias con esa lista de silenos que enumera Erasmo de Rotterdam, no solamente se basa en el problema que compartían en torno el Afuera monstruoso y el Adentro apolíneo. Su relación tenía que ver, también, con el propio proceso de creación artística. Beat Wyss ahonda en esta cuestión y explica por qué Cristo y los mártires cristianos guardaban esa relación con Marsias: Los grandes pintores del Renacimiento intuyeron en Marsias una afinidad a su propia existencia como artistas.... Marsias sufre tortura como un elegido, y Apolo se absorbe en el proceso sacrificial como instrumento de necesidad. Él maneja el cuchillo tanto como el grabador guía su buril sobre el plato.... Marsias es... un mártir del arte. El arte está destinado a irradiar a través de su muerte agonizante, al igual que la seguridad de la salvación cristiana a 65 Julián Barenstein, “Los silenos de Alcibíades: notas de estética y filosofía en Pico (1463-1494), Erasmo (1467-1436) y Bruno (1542-1600)” en Mirabilia, nº 28 (2019), 389-405. 64 Cit. en Edgar Wind. Op. cit., 175. 63 Sed vis effingam ideam sermonis nostri? Ea est ipsissima, quae Silenorum nostri Alcibiadis. Erant enim horum simulacra hispido ore, tetro et aspernabili, sed intus plena gemmarum, supellectilis rarae et pretiosae. Ita extrinsecus si aspexeris, feram videas, si introspexeris numen agnoscas (IV Hermolao 1485,3 [56] - [59]). Cómo se tradujo en Barenstein, Julián. “Los silenos de Alcibíades: notas de estética y filosofía en Pico (1463-1494), Erasmo (1467-1436) y Bruno (1542-1600). Mirabilia 28 (2019) 389-405. 21 través del sacrificio de Cristo. Marsias tiene la implacabilidad piadosa y humilde del santo cristiano.66 A través de las palabras de este autor, se puede apreciar una semejanza entre el cuchillo de Apolo y el buril del grabador (que perfectamente se podría sustituir por el pincel del artista). En el mito, Apolo incide con su makhaira el cuerpo de Marsias, y decide –divide–, separando su organismo interno de su envoltura externa. “Decidir”, en tanto que establece un corte y desdobla, marca un límite, apela a la distancia67; es lo propio del dios que “que hiere desde lejos”.68 “Incidir” apela al tacto e implica una transgresión de los límites establecidos. El pintor o el dibujante que se enfrenta al lienzo en blanco trabaja con la distancia –a través del ojo– y con el tacto –a través del pincel, que se convierte en una prolongación de la mano–. Dibujar implica hacer tangible lo lejano, responde a un afán por acercarnos a algo que nos es ajeno. Tras el castigo, Marsias se hizo ajeno a su mismidad: su piel se convirtió en algo extraño a él y que además estaba cargado de una potencia dionisiaca en tanto que su interior albergaba un alma apolínea. Esa idea del yo-afuera tiene que ver con la noción que se tenía de la condición humana en la época de los griegos antiguos (una noción de la que nosotros somos herederos). Al respecto, Ruth Padel explica que en la Antigüedad se entendía que lo ajeno [alien] era “lo que ocurría dentro de ellos”69. Con ese algo, la autora se refiere a la vida psíquica, concebida como una realidad que vive en un espacio extra-humano. En relación con ello, Aby Warburg, que fue víctima de una intensa lucha entre el yo y el Afuera70, entendió que, en realidad, ese conflicto constituía una lucha contra sus propios “monstruos”. Al plantear su teoría Per monstra ad astra, Warburg quiso demostrar entonces que ese monstruo, considerado como lo otro, constituía una realidad que provenía del inconsciente, es decir, una expresión que nacía en lo más profundo de nuestra consciencia; y que lo concebido como humano no era otra cosa “sino el mismo monstruo domesticado”.71 71 Germán Osvaldo. Op. cit., 37-51. 70 Warburg fue diagnosticado de psicosis maníaco depresiva, motivo por el que fue internado en la clínica Bellevue, en Kreuzlingen. Él utilizó su dedicación al trabajo intelectual como una herramienta de sanación y una forma de demostrar, a través de una conferencia (El ritual de la serpiente), que estaba preparado para el alta médica. 69 Germán Osvaldo, “Del Monstruo a la Idea. Aby Warburg y la psico-arqueología del hombre”, Cuadernos de filosofía 72 (2019), 39. 68 Ya hemos mencionado que “aquel que hiere desde lejos” es uno de los epítetos de Apolo. 67 Daniel Lesmes, 2022. 66 Cit. en Fredrika Jacobs, “(Dis) Assembling: Marsyas, Michelangelo, and the Accademia del Disegno” en The Art Bulletin (2002), 433. 22 Paradójicamente, “monstruo” deriva de monstrum, que alude a una forma especial de mostrar, se utiliza para denotar algo prodigioso, portentoso72. Para que algo nos resulte monstruoso, dice Julia Blanco, nos tiene que sorprender. Requiere de una manera diferente, fuera de la norma, de observar la realidad. A su vez, esto implica captar una diferencia entre lo que se espera ver y lo que se ve. En otras palabras, el monstruo se manifiesta cuando se hace presente una distancia entre lo que queda dentro de la generalidad de los casos y lo considerado como erróneo.73 En el mito, el interior de Marsias tradicionalmente se ha configurado como norma y su piel como aberración. Apolo, al infligir la herida, es el que provoca la brecha entre el interior y exterior y marca la distancia necesaria para descubrir al monstruo. Anteriormente habíamos visto cómo con Marsias podíamos trazar los mismos pasos que con Dioniso. Efectivamente, al igual que el espejo fue el responsable de la muerte del joven Dioniso, en nuestro mito, el cuchillo inciso sobre Marsias es el que provoca la brecha; y esa apertura crítica –krinein: como abrir o separar– se presenta como un acto de re-conocimiento: Marsias se vuelve a conocer al desdoblarse en esa piel-reflejo. Ese desdoblamiento, resultado de la incisión, se convierte en un espejo a través de la cual Marsias consigue hacer visible lo invisible, hacer exterior lo interior. Si la piel se ha considerado habitualmente como lo aberrante en este mito, el hecho de que en el caso de Marsias la piel actúe como reflejo, demuestra que lo monstruoso, como decía Warburg, no es sino el reconocimiento de una dimensión de nosotros mismos que hemos desterrado y clasificado de extra-humano: una dimensión poblada de esos demonios personales (lo que viene a ser el inconsciente). La incisión de Apolo, con todas sus implicaciones, es lo que permite descubrir lo que antes estaba cubierto. ¿Y no es el arte, acaso, un acto de descubrimiento? ¿No consiste, como decía Paul Klee, en hacer visible lo invisible?74 Si dibujar consiste en incidir y decidir, en hacer preguntas y encontrar respuestas parciales75 que precisan de la formulación de nuevas preguntas y nuevas respuestas y así sucesivamente, esa piel-reflejo de la que Marsias es desterrado actúa como el lienzo del artista. Un lienzo que, ante todo, interpela al artista de la misma manera que Marsias reta a Apolo a librar el concurso musical. La resolución de ese duelo –que no es otra cosa que un símbolo de la práctica artística– termina por sacar a la luz la obra de arte: el descubrimiento del interior, el reconocimiento del monstruo. 75 John Berger e Yves Berger, Tu turno (Madrid: Editorial GG, 2022), 26. 74 Paul Klee, Teoría del arte moderno (Buenos Aires: Ediciones Caldén, 1979), 51. 73 Ibid. 72 Julia Blanco, (s.f.) Monstruo. Página web del Círculo de Bellas Artes de Madrid. 23 2. La representación del mito. Análisis y evolución de su iconografía 2.1 La iconografía primitiva y la imagen latente: reflejo de un pensamiento atemporal No nos acercamos al cuerpo con la mirada. Pues la imagen procura separar la mente del dolor. Por eso, las imágenes de la tortura por desollamiento destacan entre todas las imágenes, afirmando el deber de sustituir la sensibilidad de la piel pensante por los colores del sordo mirar. Walid Sadek, El tiempo y la edad del ojo, 2013. La violencia ejercida sobre el cuerpo es lo que queda clavado en la retina y lo que logra sobrecoger al espectador después de contemplar una imagen de Apolo y Marsias. El repertorio de obras en torno a este tema mitológico evidencian que la representación del desollamiento constituye una de las formas más contundentes de expresar el dolor en un sentido visual. Ese es el motivo por el cual todos los artistas suelen elegir el momento del castigo y no otro, a la hora de representar la historia de Apolo y Marsias. Por lo general, las pautas iconográficas, independientemente del soporte en el que sea realizada la obra, se mantienen: el protagonista es Marsias, al cual se le retrata siempre con algún rasgo que permita identificarlo como sátiro: normalmente aparece desnudo o semidesnudo, en ocasiones con las orejas o las piernas (o ambas) de macho cabrío y siempre con una expresión de sufrimiento y gestos que nos indican su dolor. Lo más habitual es representarlo en el momento justo en el que es desgarrado y en el que podemos advertir –sentir incluso– el grito doliente del sátiro. Sin embargo, también contamos con imágenes más atroces en las que aparece Marsias totalmente desollado, aún en vida. El dios, por su parte, porta el cuchillo del martirio y viste generalmente con los distintivos habituales del Apolo Citaredo: lleva corona de laurel e himatión o chitón –cuando no va desnudo– y se le retrata como un dios joven, bello e imberbe, de cabellera rubia. En ocasiones se representa en el suelo el aulos o la cítara en alusión al combate musical y en casos puntuales, se representa a Marsias como metonimia del conflicto. No obstante, contamos con otras imágenes en las que el autor ha optado por representar el momento del concurso, suprimiendo el ímpetu del desollamiento pero aportando la tensión previa al desenlace final. Especialmente, son las imágenes más primitivas las que siguen este modelo iconográfico. En estos casos, se 24 representa a cada personaje tocando su respectivo instrumento y en ocasiones puede aparecer el rey Midas, pues en el mito de Apolo y Pan76, es el que dictamina quién es el vencedor. Tanto las imágenes del concurso como las del desollamiento no son otra cosa que una de las formas de ilustrar el castigo divino y concretamente, la redención del mortal ante el éxtasis divino. Este tema –el del castigo divino– fue uno de los temas predilectos en la Antigüedad, pero si el mito marsiano logró trascender a posteriori es porque algo latía –y sigue latiendo– en el trasfondo de estas representaciones: se trata, como decíamos, del impulso dionisiaco frente al apolíneo. Justamente, el concurso musical representa esa contradicción no aplacada que ejercen ambas fuerzas. Esa potencia encubierta es una de las razones fundamentales por la cual esta iconografía se repite y se transforma, porque, a través de ella, la representación del mito se convierte en una imagen universal: los artistas y pensadores de distintas épocas acuden a ella, pues su creación constituye la plasmación de la lucha interna desencadenada en su interior; y su contemplación, la dialéctica que sobrevive y se presta a ser descifrada en las distintas obras de arte. Precisamente, si tanto Friedrich Nietzsche como Aby Warburg abordaron este conflicto apolíneo-dionisiaco y lo retomaron en sus respectivos trabajos es porque ambos libraron –hasta llegar a niveles patológicos– esa misma lucha de actitudes en su interior. En el caso de Warburg, tenemos constancia de que uno de sus trabajos, el que posteriormente daría forma a El ritual de la serpiente, lo concibió como una forma de demostrarse a sí mismo y a los trabajadores del hospital en el que lo internaron que estaba lo suficientemente sano y estable como para poder retomar su trabajo historiográfico y antropológico.77 El interés que mostraron ambos pensadores por este conflicto quizás revelaba un intento por ambas partes de conocerse a sí mismos a través de la historia, pues parece evidente que ambos se veían reflejados en esa tensión irreconciliable de Apolo contra Dioniso. De manera análoga, Dante primero y otros tantos artistas después, han visto en Marsias un reflejo de su propia realidad como artífices.78 En ese sentido, habitualmente se ha concebido que la inspiración requiere de un juego de tensiones entre la consciencia y el inconsciente. Esa dialéctica imbuye la sensibilidad artística. A veces, esa tensión apolíneo-dionisiaca que 78 Fredrika Jacobs, “(Dis) Assembling: Marsyas, Michelangelo, and the Accademia del Disegno”, The Art Bulletin (2002), 426-448. 77 En José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski (dir.), Ninfas, serpientes, constelaciones. Teoría artística de Aby Warburg, el autor nos cuenta que, si bien Nietzsche se sentía del lado de lo dionisiaco y del nihilismo, Warburg, a pesar de sucumbir a esa dialéctica nietzscheana en su interior, se reconfortaba al estar convencido de que tenía “la capacidad de sentir los límites de su propia misión [...] sin traspasarlos nunca”. 76 Se trata de un mito que, como decíamos antes, se termina fusionando con la historia de Marsias. 25 cada uno libra en su interior crece hasta tal punto que requiere de un despliegue catártico, una vía de escape que permita, a través de la pluma o el pincel, la purificación. De la misma manera que Marsias, después del conflicto, terminó por convertirse en el río “de Frigia del más límpido caudal”79, las personas recurrimos a menudo a la expresión como un mecanismo depurativo. Es por eso que desde entonces pintores, escultores, pensadores o literatos han visto en Marsias un modelo a seguir a la hora de acometer su práctica artística. Ambos casos demuestran hasta qué punto una imagen que remite a la Antigüedad clásica, termina convirtiéndose en una imagen de estricta contemporaneidad. Pues más allá de mostrar ciertos aspectos estéticos o más allá de generar un gran impacto, la historia de Apolo y Marsias constituye un símbolo atemporal (por su propia potencia anacrónica) en tanto que el ser humano –antiguo o moderno– ha visto reflejado en él una metáfora de la expresión artística. 2. 2. Evolución iconográfica del mito y variaciones modernas en su representación Si bien la literatura clásica constituye la principal fuente para el conocimiento del mito y ha sido el principio en el que se han basado la mayoría de representaciones pictóricas e interpretaciones, el arte plástico también ha conseguido retroalimentarse a sí mismo. De esta manera, la iconografía en torno a este mito se convierte, con el tiempo, en un ente vivo que evoluciona y se transforma, creciendo sobre sí mismo, acogiendo nuevos significados y abriendo todo un nuevo horizonte estético. Habiendo visto cual es el punto de partida en la iconografía de este mito, es preciso abordar una selección de imágenes que permitan abrir un interrogante en torno a los procesos de asimilación iconográfica que involucran a Marsias y preguntarnos bajo qué premisas se acude a la representación de este concurso musical y cómo se materializan visualmente esas ideas de las que el mito es contenedor. La escena mitológica va a ser ampliamente plasmada durante el helenismo, en un momento en el que la contienda musical era conocida por todos a través de la transmisión oral y las imágenes que lo representaban ayudaban a su difusión. Durante la época grecorromana, la elección de representar este mito en concreto para ocupar sitios emblemáticos respondía a una intención clara: dadas las connotaciones políticas asociadas a la lira y a la flauta, el mito –en el contexto de estos espacios– implicaba un mensaje de poder. Si en el Acrópolis había 79 Ovidio, Las metamorfosis. Op. cit., 120. 26 un grupo escultórico de Atenea y Marsias realizado por Mirón (Fig. 1), era porque se quería demostrar la superioridad de lo ateniense, sinónimo de civilización, frente a lo extranjero y lo bárbaro. Figura 1. Atenea y Marsias, siglo I d. C., copia del grupo escultórico de Mirón. Museos Vaticanos. No obstante, no siempre se acudía a este mito para decorar espacios públicos o representativos: contamos con muchos ejemplos de la Antigüedad clásica que representan el tema en objetos destinados a ámbitos privados: es el caso de la crátera de Boston (Fig. 2) que reproduce la figura de Atenea tocando la flauta doble, rodeada por una serie de personajes; entre ellos, dos sátiros. No es baladí que se introduzca un espejo en la imagen: simbólicamente representa el propio reflejo del agua a través del cuál la diosa Atenea pudo contemplar cómo se le hinchaba la cara cuando tocaba el instrumento. Sin embargo, si tenemos en cuenta el espacio donde se representa el mito, el espejo cobra una potencia simbólica mucho más grande. Así pues, debemos considerar que las cráteras servían para contener una mezcla de agua y vino, se utilizaban en el contexto de los banquetes donde la embriaguez permitía liberar la palabra verdadera, la que permanecía invisible en nuestro interior. De esta manera, durante el simposio, el vino desenmascaraba una realidad de los hombres que hasta entonces quedaba oculta dentro de sí mismos. Paralelamente, la flauta doble en el mito se presenta como un elemento que augura un destino fatal; un elemento imprescindible, por otro lado, sin el cual Marsias no habría sido sometido a ese acto de reconocimiento (pues al hacerse exterior su interior, se reconoció a sí mismo). Por lo tanto, la representación de Atenea con el instrumento en esta crátera podía funcionar como una advertencia sobre las consecuencias que podía acarrear el vino, sobre las verdades que podía desatar su consumo. 27 Figura 2. Crátera de figuras rojas, siglo IV a. C., Museo de Bellas Artes de Boston. La historia del arte guarda silencio en cuanto a su representación hasta que, durante el Renacimiento, el mito de Apolo y Marsias se recupera y se convierte en una obsesión. Sin embargo, tenemos que remontarnos algo atrás en el tiempo para ver ese punto de arranque a partir del cual resurge la historia de Apolo y Marsias desde su concepción pagana, primitiva y atravesada por el filtro platónico. Dante, a través de su plegaria a Apolo en la Divina Comedia, constituye ese principio generador que va a conseguir desencadenar todo un nuevo repertorio iconográfico en torno a este tema mitológico. Tenemos representaciones de este tema en concreto (el de la plegaria a Apolo en el primer canto al Paraíso). En el caso de la miniatura de Giovanni di Paolo (Fig. 3) conservada en la Biblioteca Británica de Londres, vemos representado a Dante arrodillado ante Apolo, y al otro lado, el Marsias celeste que toca la flauta tras haber sido despojado de su piel, que descansa en el suelo. Figura 3. Giovanni di Paolo, Dante invoca a Apolo, 1444-1450 (miniatura de la Divina comedia de Dante Alighieri). British Library, Londres. La fuerza con la que Giovanni di Paolo consigue plasmar una idea a través de símbolos convierte esta imagen en una obra conceptual. Apolo, lejos de ser un torturador, es retratado 28 como una figura clave y necesaria para la purificación del artista. Su papel como intercesor convierte a la música de Marsias en música celestial. La creación artística pasa a ser concebida, entonces, como creación divina. El desollamiento de Marsias de Rafael de la Stanza della Segnatura (Fig. 4) también se vió influido por la interpretación simbólica que arrojaba Dante en su obra. La obra comprende una composición conformada por cuatro personajes. Apolo adquiere un absoluto protagonismo, ocupando la mitad de la escena. Con una mano, el dios de las artes sujeta su lira y con la otra, ordena el castigo de Marsias. Un personaje de espaldas proclama a Apolo vencedor con una corona de hiedra como símbolo de su victoria. En el lateral derecho, Marsias, ya colgado, se dispone a recibir el castigo. El cuchillo, en este caso, no lo empuña Apolo, sino uno de sus ministros. Con esta obra, Rafael demuestra ser uno de entre tantos artistas renacentistas que acudieron al mito fascinados ante la idea de representar la metamorfosis que sufre Marsias, al deshacerse de su cuerpo desollado e impuro y liberar a su alma encarcelada.80 El hecho de que se colocase un retrato de Dante al lado del cuadro del desollamiento confirma la intención de Rafael de recuperar el mito pero desde su concepción dantesca.81 Figura 4. Rafael Sanzio, Apolo ordena la ejecución de Marsias atado a un árbol, 1509-1511. Sala della Signatura, Apartamento de Giulio II, Vaticano. Asimismo, es en estos momentos en torno al siglo XVI, cuando Marsias comienza a asociarse a figuras de mártires cristianos que, como él, también sufren el desollamiento. Tenemos el 81 Edgar Wind. Op. cit., 173-178. 80 Marina Gasparini, “El desollamiento de Marsias. A propósito del último Tiziano” en Humanística IV (2009), 109-115. 29 caso de San Bartolomé, que según la leyenda fue despellejado y se le representa con el cuchillo de su martirio y, en ocasiones, sujetando su propia piel desollada. En este sentido, se acude a la representación tanto de Marsias como de San Bartolomé por el atractivo que generaba entre los artistas renacentistas la figura anatómica del desollado. Leon Battista Alberti va a defender que la armonía (concinnitas), la gracia (gratia) y la belleza (pulchritudo) la hallamos en la envoltura externa de los cuerpos, pero que para poder representar esa máscara que es la piel es preciso conocer tanto lo que muestra como lo que oculta: se hace necesario, entonces, abrir los cuerpos. Con Leonardo da Vinci incluso más que con Alberti, rastreamos esas prácticas de disecciones que resultaban imprescindibles para realizar un estricto estudio anatómico.82 En este sentido, tanto la figura mitológica de Marsias desollado, como el propio San Bartolomé recibiendo su martirio, se convertían en la excusa perfecta para demostrar las capacidades de los pintores a la hora de representar músculos, venas, huesos y grasas. No obstante, Marsias no sólo compartía con los mártires cristianos un castigo semejante, existía otro nexo de unión que tiene que ver con la cuestión del carácter silénico que habíamos visto con anterioridad. Tanto Bartolomé como Marsias albergaban esa dimensión silénica, pues su martirio, lejos de ser en vano, contenía una lección moral: lo verdaderamente valioso está en lo profundo del interior y eso implica abandonar lo carnal y no dejarse llevar por los sentidos. Esta era la lectura que hizo Platón del mito griego, cuyo atractivo explica porque la historia de Apolo y Marsias se difundió ampliamente durante el Renacimiento. Así pues, nos encontramos con imágenes como la del Juicio Final de Miguel Ángel (Fig. 5), obra paradigmática en la que se ha interpretado que el artista asocia a Marsias deliberadamente con San Bartolomé. Es más, desde 1925 se considera que Miguel Ángel en este fresco quiso retratarse en la piel desollada del San Bartolomé, asimilándose con el santo. Algunos autores proponen al respecto que Miguel Ángel debió basarse para la figura de San Bartolomé en el Torso del Belvedere, el cual a día de hoy se cree que debió ser una representación de Marsias. En cualquier caso, resulta probable que la piel desollada del santo sea una alusión al mito clásico.83 83 Gregorio Sharon, “Miguel Ángel, San Bartolomé y el norte de Italia”, Estudios del Renacimiento, vol. 32, nº 5 (2018), 778-805. 82 Georges Didi-Huberman. Op. cit., 50-52. 30 Figura 5. Michelangelo Buonarroti, Juicio Final (detalle, San Bartolomé), 1536–41. Capilla Sixtina, Vaticano. Desde el Renacimiento hasta el final de la Edad Moderna y a través de la lectura dantesca del mito, vamos a ver como el castigo del sátiro se va a convertir en un tema que alude automáticamente a la creación artística, y como habíamos visto antes, los artistas van a sentirse identificados con Marsias. El autorretrato de Francisco Bayeu (Fig. 6) ejemplifica estas cuestiones: el pintor se retrata con paleta y con los pinceles y sentado frente a un lienzo donde ya ha esbozado sutilmente un Apolo y Marsias. La elección de este tema le permite asociarse al instante a la profesión que ejerce: la de pintor; y por otro lado, constituye una alusión a la mitología clásica en clave alegórica, pues la tortura de Marsias se entiende ya como un símbolo del proceso necesario al que se somete el artista para irradiar su creación artística. Seguramente, esa misma fue la motivación que llevó a Velázquez a incorporar el Apolo y Marsias de Jacob Jordaens en el propio cuadro de las Meninas (Fig. 7). El autorretrato del artista formando parte de la representación de la familia real es una forma de reivindicar su posición, su oficio y su autoría. Velázquez reclama así el ejercicio del pintor como una actividad intelectual independiente de las artes manuales. Esto se ve reforzado por el hecho de que el cuadro de Apolo y Marsias pintado al fondo de la habitación está acompañado por otro cuadro de Atenea y Aracne: ambos mitos son alegorías de la creación artística, concebida como creación divina. 31 Figura 6. Francisco Bayeu y Subías, Autorretrato, 1792-1793. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid. Figura 7. Diego Rodrigo de Silva y Velázquez, Las meninas, 1656. Museo del Prado, Madrid. Por otro lado, las dos pinturas representadas en Las meninas recogen historias de castigo divino ante la soberbia de los mortales. En ese sentido, hay que considerar la posibilidad de que Velázquez haya recurrido al mito por el trasfondo ideológico-político que implicaba la contienda. Habíamos visto como el enfrentamiento entre Apolo y Marsias se había leído como un desafío entre la ciudad y el campo, lo civilizado y lo salvaje. Es una acepción que se va a mantener a lo largo del tiempo y se va a adaptar a las distintas épocas, hasta que finalmente la victoria de Apolo se interprete como el triunfo de la monarquía frente a los que se atreven a sublevarse contra los poderosos. Bajo esta premisa, quizás, Velázquez decidió incluir la representación del cuadro de Apolo vencedor de Pan de Joardens (Fig. 8) en el 32 fondo de la habitación. Con este guiño, el pintor no solo se presentaba como gran conocedor de la cultura clásica sino que también equiparaba a Felipe IV con el poderoso Apolo. Figura 8. Jacques Jordaens, Apolo vencedor de Pan, 1636-1638. Museo del Prado, Madrid. En cualquier caso, si hay una imagen del mito que ha pasado a la posteridad esa ha sido la del Desollamiento de Marsias de Tiziano. (Fig. 9) El pintor veneciano decidió escoger para su obra el momento justo de la incisión. Marsias, siguiendo las pautas marcadas por el mito, permanece colgado de un pino boca abajo, ocupando el centro de la composición. Su cuerpo se representa como el de un fauno (con patas de macho cabrío) y en su rostro, rendido y débil, advertimos cómo cruza la mirada con el espectador, haciéndole testigo directo de su sufrimiento. Apolo, a la izquierda, sujeta el cuchillo con precisión, como si se tratase del pintor que se dispone a romper con la blanquitud del lienzo. Al otro lado, encontramos al rey Midas84 sumido en la tristeza al ver a su músico favorito recibir el castigo de su derrota. Sandra Accatino nos habla de la posibilidad de que el autor haya incorporado su autorretrato en el rostro de esta figura.85 Si tomamos esto por cierto, Tiziano estaría haciendo una evidente declaración de intenciones: al identificarse con los gustos del rey Midas, el pintor se estaría manifestando en contra de lo normativo y del gusto académico del momento y a favor de la estética dionisiaca, profusa y profundamente pasional. El resto de personajes y acciones retratados se presentan como los detalles más escabrosos. Por un lado, hay un perro que bebe del charco de sangre que se ha formado bajo el cuerpo de Marsias. Otro sátiro se incorpora en la escena con un cubo de agua para aliviar a Marsias del dolor. 85 Sandra Accatino, “TIZIANO ‘Desollamiento de Marsias’”, La Panera (2017), 16. 84 Este personaje a menudo se incorpora en las imágenes de Marsias a pesar de no estar incluido en el mito. Siempre que se le incorpora, debemos entender que cumple las mismas funciones que en la batalla librada entre Apolo y Pan: sería uno de los jueces encargados de deliberar y elegir al ganador del concurso musical, aunque finalmente es despachado de su cargo por preferir la música dionisiaca de Marsias a la de Apolo. 33 Figura 9. Tiziano, Desollamiento de Marsias, 1570. Museo Nacional de Kromeriz, República Checa. En la obra de Tiziano, el contenido por sí mismo logra alcanzar unas cotas de patetismo suficiente como para despertar la incomodidad del espectador, pero la técnica, la expresión de los rostros y la composición escogida –desde un punto de vista muy cercano– contribuye a convertir la contemplación de la obra en una experiencia inmersiva, sensorial e incluso carnal: se convierte en una representación carnal en tanto que, a pesar de ser una obra pictórica, parece casi escultórica, por los trazos sueltos de pinceladas gruesas y el registro de texturas que dejan completamente oculto el dibujo previo. El resultado es el de una obra que queda abierta –como la herida de Marsias–, pues uno no sabe dónde empiezan y dónde acaban los contornos. Durante el siglo XIX, con el romanticismo y el neoclasicismo, la iconografía clásica se mantuvo en boga dentro de las temáticas predilectas de los artistas. Gustave Moreau fue uno de esos pintores que acudió al mito de Apolo y Marsias para representarlo (Fig. 10), en este caso, influenciado por el sincretismo que se había producido desde siglos atrás entre la cultura cristiana y la de la Antigüedad Clásica. Así pues, Gustave Moreau decide convertir a Apolo en una figura santa mediante la colocación de un nimbo, mezclando el repertorio iconográfico cristiano con el pagano. El dios Apolo se erige entonces como el propio Dios de la iglesia católica, ocupando el lugar central en una composición triangular. Se demuestra vencedor frente a Marsias, que en el lateral izquierdo, grita y se retuerce de dolor al ser 34 desgarrado por uno de los ministros del dios de las artes. En el otro lado, una figura sujeta la cítara con la que Apolo se proclama victorioso. Figura 10. Gustave Moreau, Apolo y Marsias, 1858. En el siglo XX, concretamente durante las vanguardias y en la época directamente posterior, contamos con artistas que también recurrieron a la historia de Marsias como fuente de inspiración para sus obras. En el caso de Remedios Varo, nos encontramos con una artista cercana al surrealismo que quiso hacer un guiño a este mito clásico con su obra El Trovador (Fig. 11). En dicha obra, contemplamos, en primera instancia, a ese personaje protagonista que navega en un barco-sirena. El cabello de la sirena se convierte en las cuerdas de un instrumento que el trovador toca. La artista parece indicarnos que es la propia música la que permite y conduce la navegación. En un lateral, advertimos un árbol de cuyo tronco rasgado aparece una ninfa tocando el aulos. Probablemente, Remedios Varo quiso evocar el propio concurso de Apolo y Marsias a través de ese trovador que toca un instrumento de cuerda (como la lira) y la ninfa con la flauta doble, una figura que además sale del interior de un árbol. La ninfa, por el lugar donde se coloca, como emergiendo de esa naturaleza salvaje, alude a su vez a lo dionisiaco. La dialéctica del propio concurso –la conversación entre instrumentos– es, quizás, lo que permite guiar al barco en una navegación que, como indica Andrea Luquín, constituye un viaje hacia el interior del ser humano.86 86 Andrea Luquin, Remedios Varo: El espacio y el exilio (Alicante: Colección Lilith , 2008), 180-181. 35 Figura 11. Remedios Varo, El Trovador, 1959. La representación del mito de Apolo y Marsias también alcanza a la actualidad. Nos encontramos con artistas como Anish Kapoor, el cual logra traducir el tema del desollamiento de Marsias a la práctica artística contemporánea (Fig. 12). El Marsias de Tiziano fue el que le sirvió de inspiración87 para realizar una instalación consistente en una pieza completamente roja de 135 metros de piel de polivinilo que ocupaba todo el hall del Tate. Al respecto su obra, el autor dice lo siguiente: [El rojo] es la idea fundamental en mi obra desde los últimos 25 años. De algún modo, es un color muy emotivo. [...] Cualquiera de las pinturas de la exposición, por ejemplo, son como una piel arrancada, por lo que señalan hacia una especie de interior. [...] Otro área de interés en las obras iniciales es la idea de que la piel es lo que define al objeto, algo que me parece irresistible. Todas estas pinturas son como heridas, cicatrices.88 Con su obra titulada Marsyas, el escultor británico da un paso más allá: pasa de representar la herida que rasga la piel, a la vena que el cuerpo esconde, una vena gigante que bien podría ser el caudal del río de sangre en el que Marsias se convierte. Aunque la obra de referencia sea el 88 Cit. en Domingo Hernández Sánchez, “El desgarro de la imaginación”, Estética: perspectivas contemporáneas, 2008, 155-186. 87 Así lo corrobora la propia página web del artista: https://anishkapoor.com/156/marsyas-3 36 https://anishkapoor.com/156/marsyas-3 Marsias de Tiziano, Anish Kapoor también podría estar haciendo un guiño al relato contado por Ovidio en su obra Las metamorfosis, el cual se centra en el aspecto más visceral de la contienda: el sacrificio, descrito hasta sus últimas consecuencias. De esta manera, el escultor recurre al lenguaje de la ingeniería para crear una obra formada por tres anillos de acero tensados que evocan la piel desollada del sátiro. Figura 12. Anish Kapoor, Marsyas, 2002. Instalación en el Tate Modern, Londres. Figura 13. Anish Kapoor, Bocetos del proyecto Marsyas. En esta instalación, no solo el cromatismo, sino también la física y la geometría están al servicio del concepto (Fig. 13). Por un lado, tenemos el color del tejido que fue 37 exclusivamente desarrollado para Marsyas89: un tono rojo que recuerda a la transgresión cometida por Marsias –hybris– pero también a la herida que Apolo inflige. Por otro lado, Kapoor juega con conceptos como la tensión propiamente física, que alcanza aproximadamente 1,5 toneladas/m90 y que evoca realmente a la tensión intelectual entre Apolo y Marsias, con todas las connotaciones que sus figuras implican. Esa tensión aparentemente arterial se convierte así en la expresión de la dialéctica establecida entre dos polos opuestos. Dichas polaridades se materializan en el juego entre lo vertical y lo horizontal, lo que se oculta y lo que se muestra (pues la obra está pensada para ser vista sólo parcialmente), entre lo tangible y lo etéreo. Sorprende, en definitiva, la capacidad que Anish Kapoor demuestra a la hora de sintetizar en un diseño tan simple como idóneo, la multitud de ideas enfrentadas que el mito ha ido acogiendo a lo largo del tiempo. 90 Ibid. 89 Cecil Balmond, Chris Carroll, Brian Forster y Tistan Simmonds, “Engineering Marsyas at Tate Modern”, The Arup Journal 1 (2003), 40-45. 38 Conclusiones A lo largo de este trabajo hemos visto como un mito que en un primer momento confrontaba los instrumentos de ciudad con los instrumentos de campo, alojaba una realidad simbólica mucho más profunda, pues constituía en sí mismo un contenedor de distintos significados, destinado a albergar diferentes figuras alegóricas, relatos de enfrentamientos entre impulsos opuestos. No solo eso, la historia de Apolo y Marsias ha devino en el vehículo perfecto a través del cual ilustrar y transportar la filosofía platónica al siglo XV, con todas las connotaciones simbólicas que guardaba la piel desollada del sátiro. Las imágenes que representan a Apolo y Marsias contribuyen, a su vez, a dotar de nuevos significados al relato y subrayan los simbolismos tradicionalmente asociados al mito. Tanto es así, que desde el Renacimiento en adelante se va acudir a la representación del mito para poner de relieve la disputa eterna en el mundo de la estética: el debate entre la inspiración y las normas, entre lo vulgar y lo sublime, entre lo contracultural y lo tradicional… Apolo y Marsias se convierten así en una referencia habitual que alude a la esfera de la reflexión artística. Dicho esto y habiéndonos adentrado en la identidad de Apolo y Marsias (entendiendo este como potencia dionisiaca) podemos deducir que su enfrentamiento no es, en absoluto, estrictamente musical. El mito constituye un cara a cara entre el distanciamiento y el tacto, entre el corte –propio del dios Apolo, que se dedica a delimitar con su cuchillo y con la palabra– y la empatía –que remite al dios de la máscara y la Otredad, Dioniso–; un duelo entre el la mesura apolínea y el caos dionisiaco; un desafío entre el ethos y el pathos, en última instancia. Hablamos, pues, de tensiones que quedan implícitas en innumerables cuadros, especialmente de la Antigüedad y del Renacimiento; tensiones que por otra parte, sólo quedan explícitas abiertamente en las imágenes de Apolo y Marsias. Warburg decía de estas imágenes que eran dialécticas por sí mismas, funcionaban así como “tensiones en marcha”91. Dicho autor supo rastrear una “fórmula de lo patético” en las imágenes del Renacimiento como huellas residuales de una impureza que ya existía en las imágenes de la Antigüedad.92 92 Ibid., 41-42. 91 Georges Didi-Huberman. Op. cit., 39-40. 39 El mito del que nos hemos ocupado es el mejor ejemplo de esta dialéctica, ya que el propio concurso se presenta como una “conversación entre instrumentos”. Sin embargo, esa lucha semántica permanece superviviente aún finalizado el concurso, pues en el castigo advertimos que una fuerza sigue desafiando a la otra: el desgarramiento y por tanto, la división del sí –ese “¿Por qué a mí de mí me arrancas?”93 tan propiamente dionisiaco– es el precio que Marsias tiene que pagar por alcanzar el “conócete a tí mismo” apolíneo. En ese proceso, ambas fuerzas se concentran en la figura del sátiro y son las responsables del desdoblamiento, se produce un fenómeno semejante a quién mira su reflejo en el espejo y se reconoce extraño a sí mismo. Es entonces cuando la relación entre la piel sufriente del sátiro y su organismo interno se delata como paradoja no aplacada que mantiene viva la dialéctica. En ese sentido, el mito de Apolo y Marsias no sólo se configura como una confrontación entre polo opuestos sino como símbolo que vive y permanece en el corazón de la expresión humana: si Marsias se demuestra como poseedor de ambas potencias, la brecha –la incisión de Apolo– es la que permite el reconocimiento de las mismas, pues es la que marca la distancia entre esa fuerza exterior y esa fuerza interior y la que logra, en definitiva, descubrir lo que había permanecido cubierto. Esa brecha es la que permite la materialización de la dialéctica a través de la expresión artística. La obra de arte se define así, a través del mito, como el logro de hacer visible lo invisible, un logro que pasa por reconocer esos “monstruos” de los que hablaba Warburg como inherentes a nuestra naturaleza humana. 93 Ovidio, Las metamorfosis. Op. cit., 385. 40 Bibliografía LIBROS Apolodoro, Biblioteca. Madrid: Gredos, 1985. Azara, Pedro. La imagen y el olvido: el arte como engaño en la filosofía de Platón. 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