- 248 - “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO”: LA VIDA BAJO EL PRINCIPIO DE LA COMPETENCIA Y EL ANTAGONISMO SOCIAL EN EL CAPITALISMO CONTEMPORÁNEO A TRAVÉS DE LA SERIE AMERICAN CRIME “Wrong Life Cannot be Lived Rightly”: Life under the Imperative of Competition and Social Antagonism in Contemporary Capitalism, Through the Series American Crime CRISTINA CATALINA GALLEGO * c.catalina@ucm.es Fecha de recepción: 6 de agosto de 2022 Fecha de aceptación: 24 de septiembre de 2022 RESUMEN A las sociedades capitalistas les es intrínseca una forma de dominación im- personal, mediada y abstracta –la racionalidad de la acumulación de capital, que implica el antagonismo de clases– que, pese a ser socio-histórica, se impo- ne a los individuos mediante la necesidad que tienen para su autoconserva- ción de adaptarse a una forma social que les permita acceder a un ingreso dinerario. Estas formas de heteronomía y antagonismo social condicionan la forma de existencia del sujeto vivo, sometida a la impotencia, la competencia y la desigualdad, e imposibilitan la posibilidad de la justicia de manera priva- da/individual. A partir de este marco, este artículo aborda la serie de televi- sión American Crime de dos maneras. En la primera parte, se analizan los ras- gos específicos de la relación entre el individuo y la sociedad en el capitalismo neoliberal, poniendo el énfasis en las implicaciones que tiene para el sujeto la extensión del imperativo de la competencia. Posteriormente, se trata de mos- trar el modo en que la serie logra mostrar cómo las vidas concretas se ven afectadas por la totalidad social capitalista, específicamente en sus determi- naciones neoliberales. El contenido de la serie sirve también para abordar el papel de la familia y la clase social en la relación con el imperativo de la competencia en condiciones de creciente darwinismo social. Finalmente, el artículo trata de examinar la serie en tanto que producto cultural a partir de los análisis que realizó Th. W. Adorno sobre la televisión y el cine. * Universidad Complutense de Madrid. mailto:c.catalina@ucm.es “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 249 - Palabras clave: neoliberalismo, capitalismo, series de televisión, industria cul- tural, teoría crítica, American Crime (serie tv). ABSTRACT Capitalist societies imply intrinsically an impersonal, mediated and abstract form of domination –the rationality of capital accumulation, that implies class antagonism–. This form of domination, despite being socio-historical, imposes itself on individuals through their need to adapt to a social for their self-preservation. The heteronomy and social antagonism condition the form of existence of the living subject, subjected to impotence, competition and inequality. Thus, justice becomes impossible as an individual achievement. From this framework, this article approaches the television series in two ways. In the first part, the specific features of the relationship between the indivi- dual and society in neoliberal capitalism is analyzed, emphasizing the implica- tions of the extension of the competitive imperative. Subsequently, the article tries to show how the series succeeds in illustrating the way in which concrete lives are affected by the capitalist social totality, specifically in its neoliberal determinations. The content of the series also serves to address the role of family and social class in relation to the competitive imperative under condi- tions of increasing social Darwinism. Finally, the article attempts to examine the series as a cultural product on the basis of Th. W. Adorno's analysis of television and cinema. Key words: neoliberalism, capitalism, television series, culture industry, critical theory, American Crime (tv series). 1 CAPITALISMO TARDÍO, SOCIEDAD FALSA, ANTAGONISMO Y VIDA DAÑADA “No hay vida justa en lo falso”1 (Adorno, 1951: 44) sentenciaba Adorno en el co- nocido aforismo dieciocho de Mínima Moralia, refiriéndose a la imposibilidad de una impoluta conducta moral individual en las condiciones sociales del capitalis- mo. En ellas, el acceso a la riqueza o al reconocimiento social pasa por acceder a un ingreso dinerario a través de relaciones mercantiles formalmente iguales y libres, pero cuya condición de posibilidad reside en la persistencia de la heteronomía social y la dominación abstracta del capital, la explotación y el antagonismo de cla- ses, la coacción impersonal al trabajo asalariado y a la integración mediante el con- sumo, cuyo carácter fetichista o cuya manifestación ideológica las hace impercep- 1 Traducción modificada “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 250 - tibles en la inmediatez de la consciencia. En este sentido, el marco antagónico de las sociedades capitalistas, en las que “el proceso de producción domina al hombre, en vez de dominar el hombre a ese proceso” (Marx, 1867: 99) y cuya apariencia es además necesariamente falsa, la expectativa de una vida particular absolutamente justa resulta objetivamente quimérica2. Que no haya vida justa en lo falso no es entonces una advertencia de la clausura de la emancipación, sino de la dificultad de ser justo a través de la persecución de una conducta individual moralmente irre- prochable. Es también una advertencia sobre la impotencia de una tal vez bienin- tencionada filosofía normativa, universalista y formalista, que reduce la crítica al juicio de la acción e intención individual sin tener en consideración la compleji- dad de las condiciones sociales objetivas, que restringen las opciones reales y hacen difícilmente inteligibles su efecto (Prestifilippo, 2019: 22)3. Pues las aspiraciones de la moral racional presuponen que la acción justa está a disposición de la voluntad del sujeto individual, obviando la existencia una dominación abstracta y una rela- ción de clase estructural, de carácter contradictorio y velado, que se materializan en la existencia posiciones sociales asimétricas y antagónicas que condicionan las elec- ciones posibles de los sujetos. Además, la moral racional presupone que el sujeto es responsable también de las consecuencias de sus acciones, lo cual es difícil en un tipo de sociedad cuyas formas sociales, en tanto que sean mercantiles, se mani- fiestan de manera necesariamente falsa, como si fueran otra cosa que lo que son o como si no fuera lo que son (Marx, 1894: 121 y ss.). A las sociedades capitalistas les es intrínseca una forma de dominación imper- sonal, mediada y abstracta –la racionalidad de la acumulación de capital– que, pese a ser socio-histórica, se impone a los individuos mediante la necesidad que tienen para su autoconservación de adaptarse a una forma social que les permita acceder a un ingreso dinerario. Este acceso, no obstante, es diferente según las propiedades de partida del individuo, esto es, en última instancia, según la clase social a la que pertenecen. Desde el punto de vista de la totalidad social que constituye la lógica 2 Sobre la relación entre la teoría social de Adorno y la crítica de la economía política, ver: Braun- stein (2022) y Maiso (2021). 3 Agustín Lucas Prestifilippo ofrece una exposición detallada y relevante de los fundamentos de la crítica adorniana a la moral racional y los problemas de reducir la reflexión ética o sobre la justicia a la capacidad de reflexión y decisión del individuo aislado, en el marco de la totalidad social capita- lista. No obstante, pese a su interés, el artículo obvia que para Adorno el carácter falso de la socie- dad se comprende desde el marco de la crítica de la economía política marxiana, específicamente, desde la apariencia necesariamente falsa de las formas sociales básicas que requiere la reproducción del capital, esto es, desde el carácter fetichista de la sociedad capitalista. “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 251 - del capital, el individuo se adapta a una forma social en el cumplimiento de una función económica del proceso de acumulación de capital –o de alguno de los re- quisitos de la reproducción social en las condiciones concretas del mercado–4. Las formas sociales o funciones económicas básicas necesarias para la acumulación de capital serían: trabajo asalariado, capital –productivo, comercial o financiero– y renta (Marx, 2021: 927 y ss.). El individuo ocupa una de estas formas sociales se- gún sus propiedades o desposesiones: dinero atesorado, capacidad crediticia, pro- piedades de bienes muebles o su sola fuerza de trabajo. Para la mayor parte de la población, desposeída de medios de producción propios o de un patrimonio me- diante el que obtener un ingreso dinerario, el salario, obtenido mediante la venta de su fuerza de trabajo, ha constituido la principal vía de acceso a la riqueza mate- rial y a las formas de reconocimiento social en los diferentes momentos históricos del capitalismo. Esto es, en las sociedades capitalistas, el acceso a bienes de subsis- tencia –como agua, alimento, cobijo, etc.– requiere generalmente de un ingreso dinerario en la forma de trabajo asalariado, puesto la mayor parte de la población no posee medios de vida propios más allá de la posibilidad de vender su fuerza de trabajo –por expropiación fundante y desposesión estructural–. No obstante, estas formas sociales –salario, beneficio y renta–, se aparecen a la conciencia inmediata como resultado de las cualidades materiales de los objetos o personas que las pre- forman, naturalizando con ello la relación objetivamente asimétrica y antagónica entre trabajo asalariado, capital y renta (Marx, 2021: 927 y ss.). En este sentido, en la sociedad “falsa” –donde la igualdad y equidad formales que son manifiestas en el mercado presuponen inexorablemente, al mismo tiempo que ocultan, relaciones de desposesión, explotación y antagonismo social, que 4 “Las mercancías no pueden ir por sí solas al mercado ni intercambiarse ellas mismas. Tenemos, pues, que volver la mirada hacia sus custodios, los poseedores de mercancías. Las mercancías son cosas y, por tanto, no oponen resistencia al hombre. Si ellas se niegan a que las tome, éste puede recurrir a la violencia o, en otras palabras, apoderarse de ellas." Para vincular esas cosas entre sí como mercancías, los custodios de las mismas deben relacionarse mutuamente como personas cuya voluntad reside en dichos objetos, de tal suerte que el uno, sólo con acuerdo de la voluntad del otro, o sea mediante un acto voluntario común a ambos, va a apropiarse de la mercancía ajena al enajenar la propia. Los dos, por consiguiente, deben reconocerse uno al otro como propietarios pri- vados. Esta relación jurídica, cuya forma es el contrato -legalmente formulado o no-, es una relación entre voluntades en la que se refleja Ja relación económica. El contenido de tal relación jurídica o entre voluntades queda dado por la relación económica misma: Aquí, las personas sólo existen unas para otras como representantes de la mercancía, y por ende como poseedores de mercancías. En el curso ulterior de nuestro análisis veremos que las máscaras que en lo económico asumen las personas, no son más que personificaciones de las relaciones económicas como portadoras de las cuales dichas personas se enfrentan mutuamente. (Marx, 2021: 137-138). “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 252 - reproducen la dominación abstracta de la lógica del capital– la vida individual o familiar requiere de la adaptación a las condiciones de la competencia mercantil, laboral y empresarial, inherentes a la reproducción de capital. La competencia pro- piamente capitalista no se desarrolla en principio de manera abierta, directa y vio- lenta, sino mediante las “pacíficas” leyes de mercado, cuyo criterio es el que dirime el éxito o fracaso de la acción privada y cuya racionalidad es la que insta a la lucha por empleos o cuotas de mercado limitadas. En las condiciones de la sociedad capi- talista, los principios de la inversión rentable –en tanto que manifiesta de la lógica de la valorización del valor– y del intercambio mercantil de equivales –en tanto que la forma del movimiento del valor– implican la existencia de una fuerte ten- dencia a la competencia, tanto entre trabajo y capital –del antagonismo de clases por los intereses objetivos contrapuestos de cada grupo– como entre empresas capi- talistas, pues la lucha por mejorar o mantener su cuota de mercado implica la inno- vación constante, tecnológica o de producto (Brenner; Glick, 1991: 67). En estas condiciones, mientras que la organización social se ve sometida a los imperativos de la reproducción ampliada del capital, las decisiones del individuo para tratar de garantizar su subsistencia o mantener su estatus social están restrin- gidas estructuralmente por las opciones objetivas existentes, limitadas y desiguales, en función de su posición de clase, pero también de género, racial y geográfica. Desde el punto de vista de la totalidad social, las acciones individuales reproducen ineludiblemente las condiciones de dominación impersonal, explotación, antago- nismo y desposesión, que implica la reproducción de capital, a las que los sujetos mismos están sometidos, aunque no sean conscientes (Markus, 1991: 92). A ello se añade que las consecuencias objetivas de las decisiones individuales no siempre son perceptibles, ni controlables, en tanto que las relaciones sociales en las socie- dades capitalistas se dan de manera mediada y constituyen una totalidad social, donde diferentes instancias se vinculan de manera indirecta y no inmediatamente inteligible (Adorno, 1969: 272). Más aún, el principio de la competencia que atra- viesa la dinámica los mercados empresarial y laboral, dirigidos a la acumulación de capital, hace que las opciones de los individuos estén hetero-determinadas y sean objetivamente limitadas, si pretenden lograr su autoconservación, mantener su esta- tus social o garantizar sus privilegios materiales y simbólicos. El carácter de los me- dios individuales para su autoconservación es tan heterónomo como lo es la fina- lidad y racionalidad que organiza la sociabilidad. En este sentido, en las sociedades en las que las formas de autoconservación se imponen sin consenso previo y en las “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 253 - que los efectos de sus acciones sobre los otros son incognoscibles inmediatamente, que haya justicia no está a disposición únicamente de decisiones bondadosas y re- flexivas de individuos aislados. Los desposeídos de medios de vida propios se ven abocados a adaptarse al trabajo asalariado y la competencia laboral para subsistir, mientras los propietarios lo hacen en el mercado empresarial para mantener sus privilegios como capitalistas. De modo que, en el marco capitalista, “devorar y ser devorado” (Adorno, 1966: 326), depredar por no ser depredado, no consiste, por lo tanto, en una máxima normativa de comportamiento, ni en una disposición psí- quica subjetiva, sino en la encarnación del imperativo de la competencia que se im- pone para la superveniencia o para el mantenimiento del estatus en las condicio- nes sociales del capitalismo. Y lo hace de manera más atroz en lo que llamamos el capitalismo neoliberal, que supone el retorno de la tendencia a la proletarización, como efecto del incremento de la sobrepoblación relativa, la desregulación de las relaciones laborales, las bajadas salariales o los recortes en gasto social, entre otros factores. Por ello, que no haya vida justa en lo falso no se ha de confundir con la claudi- cación de la perspectiva de emancipación social. Todo lo contrario. Que la socie- dad necesariamente heterónoma y antagónica haga irrealizable en su marco la vida justa individual y la justicia social nos confronta con el hecho de que la vida libre, consciente y emancipada no es posible en el modo de civilización capitalista. Que la vida justa no sea posible en la sociedad en que la condición de heteronomía general y de antagonismo de clases no es fácilmente perceptible no implica de suyo la imposibilidad de la toma de conciencia crítica, ni tampoco del compromiso con la búsqueda de la organización colectiva hacia su superación. Tampoco se ha de entender la imposibilidad de una vida justa individual como la consecuente descar- ga de la responsabilidad de las acciones personales o institucionales. No se trata de la imposibilidad del compromiso ético y político con la justicia, la libertad y la soli- daridad, sino de la confrontación con el hecho de que, en el marco de la socialidad que implica el capitalismo, no se puede aspirar a su realización a través de la acción individual. Las relaciones basadas en los principios de igualdad, autonomía y fra- ternidad solo serían posibles transformando radicalmente las condiciones sociales que en la actualidad condicionan el comportamiento individual. Este diagnóstico adorniano nos confronta con que, en la sociabilidad antagónica e invertida del capitalismo –donde priman la racionalidad de la acumulación de capital sobre la satisfacción equitativa de deseos y necesidades en su diversidad, el principio de la “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 254 - identidad frente al de la diferencia y el de la competencia frente al de la coopera- ción solidaria– hacer justicia no está a disposición de la mera voluntad individual. En tanto que las condiciones de producción y distribución no son frutos de una organización colectiva, consciente y transparente, sino efecto de decisiones priva- das o estatales condicionadas por la lógica general de la acumulación de capital que se articula, el criterio normativo y subjetivo de lo justo se enfrenta con el criterio objetivo y heterónomo que impone el dictado mercantil del éxito o del fracaso en la integración. En las sociedades capitalistas, la posibilidad de ser bueno y justo no depende absolutamente de la voluntad de los individuos, porque este participa ya de la totalidad social antagónica, cuya finalidad es heterónoma y necesariamente falsa. Ello significa que el comportamiento individual afecta a otras personas de manera indirecta y mediada, sin que sea fácilmente cognoscible por el carácter feti- chista de las formas sociales del capitalismo. En este sentido, la libertad para ser bueno y justo en las sociedades capitalistas no encontraría apenas espacios para ser practicable, a excepción, en principio, de las esferas no directamente vinculadas a la producción y circulación de mercancías, como pueden ser el espacio de las relaciones personales íntimas de la amistad o de la familia5. 2 CAPITALISMO ACTUAL, VIDA SUPERFLUAS Y VIDA JUZGADAS Aunque el sujeto ni es libre para ser justo ni autónomo para ser bueno en las condiciones sociales del capitalismo, su fase neoliberal ha significado el desarrollo de una forma de juicio práctico sobre el comportamiento, a veces moralizante, en 5 Sin embargo, el fenómeno atroz de la creciente de la violencia de género –física y simbólica– prue- ba que no tiene porqué ser así; que la dominación patriarcal no sea una determinación lógica o di- recta de la acumulación de capital no significa que haya aquí una vida justa, aunque dicha violencia no sea consecuencia de la sociedad falsa. En la misma línea se podría argumentar que, en las capas más altas de la estratificación social, los individuos tienen en principio y objetivamente más opcio- nes que para ser justos, pues su autoconservación suele tener mayores garantías de éxito, está asegu- rada en muchos casos por el patrimonio o capital. Pero, no obstante, su propia autoconservación como capitalistas o rentistas requiere de la reproducción del antagonismo de clases, aunque sea de manera irreflexiva o mediada. Así lo prueba, por ejemplo, la actitud depredadora o defensiva cuan- do sus privilegios están amenazados, lo que evidencia al mismo tiempo que la decisión de la vida justa, aunque imposible, como voluntad misma no siempre es una cuestión de no tener otra salida más la supervivencia, sino la existencia como grupo social. En las poblaciones más vulnerables, la decisión de ser bueno o justo requiere, en determinadas posiciones sociales y circunstancias concre- tas por la posición de clase, género, sexual o racial, optar por opciones autodestructivas en contra del principio de autoconservación. En este marco, el sujeto no es objetivamente libre para ser abso- lutamente justo. Solo puede ser justo en relación con algo concreto, solo puede aspirar a la justicia objetivamente relativa. “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 255 - la medida en que la meritocracia actual apenas recompensa del esfuerzo, mientras que penaliza el fracaso como responsabilidad individual. En las últimas décadas, las condiciones de vida de buena parte de la población han empeorado por efecto de políticas vinculadas a la crisis de rentabilidad empresarial, tales como la desregu- lación de mercados –especialmente el laboral, que ha proletariado las condiciones del trabajo asalariado–, el encarecimiento de bienes básicos o el detrimento del proteccionismo social del Estado. En este marco, pero continuando con tendencias históricas previas, cada vez más comportamientos de la vida íntima, social y política han sido sometidos de manera más directa a los principios de rentabilidad, efi- ciencia y productividad, que imponen las condiciones de la competencia o la re- ducción de costes. Además, los fenómenos de desclasamiento, proletarización e in- cremento de la sobrepoblación relativa han permito aumentos considerables de las exigencias concretas a las que el sujeto debe adaptarse para su integración social normalizada o para el acceso a la subsistencia material, especialmente en el ámbito del trabajo, pero también en el ocio y la vida íntima. Ello explica que todo haya de ser susceptible de ser capitalizado para la empleabilidad o el emprendimiento. En este sentido, las condiciones sociales, estatales y mercantiles del capitalismo actual constituyen un impío e impersonal juicio sobre el comportamiento del sujeto, al hacerlo responsable de su propio desclasamiento, de su inseguridad existencial, precariedad o marginalidad. La crisis del mundo liberal que abre la época dorada del capitalismo occidental, con la intervención planificada en la economía y la producción en masa organizada racionalmente supuso, entre otras acciones y en cierto modo, una regulación de las condiciones de la competencia entre capital y trabajo (Brenner, 1991: 53-56). Esta regulación del mercado laboral, junto al garantismo social, el salario indirecto – que significaba el aumento del empleo público– y el acceso al consumo de bienes y servicios mejoraron las condiciones de vida del antiguo proletariado. La clase obre- ra fabril podía participar ahora de algunos hábitos antiguamente reservados a la vieja burguesía, así como disfrutar de garantías laborales y estatales que aseguraban la supervivencia individual y familiar. Un privilegio, por otra parte, que detentaron aquellas personas que disfrutaban de la condición ciudadanía laboral. No obstante, esta mejora de las condiciones de vida del antiguo proletario no debe confundirse con la abolición ni del antagonismo social entre capital y trabajo –pese a la pacifi- cación e institucionalización del conflicto–, ni del principio del intercambio mer- cantil, que se extendía ahora a esferas de la vida íntima y social hasta entonces no “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 256 - directamente vinculadas a la producción y circulación directa de mercancías (Ador- no, 1942: 356; Zamora, 2018: 1001). A pesar de las importantes transformaciones que acontecieron en el ámbito de la estratificación social durante la época dorada del capitalismo, el antagonismo de clase entre capital y trabajo asalariado, que constituye una determinación del movi- miento de capital hacia su acumulación ampliada, siguió vigente (Adorno, 1942). Y lo sigue estando, más allá de la conciencia que de ello se tenga, de manera incluso más evidente por las vigentes tendencias a la proletarización y al desclasamiento de las clases medias. Durante la época dorada del capitalismo, las filas de los despo- seídos de medios de producción aumentaron como efecto de la crisis de parte de la antigua burguesía, desplazada hacia el trabajo asalariado por la concentración de capital, y también por los procesos de migración del campo a la cuidad asociados a la industrialización de la actividad ganadera y agrícola. La concentración de capital hizo que los grandes conglomerados desplazasen a parte de la pequeña burguesía hacia el trabajo asalariado profesional, al tiempo que el parlamento quedaba inope- rante como marco de negociación de sus intereses como clase unitaria, puesto que el gran capital detentaba ahora capacidad de influencia política (Adorno, 1942: 353). Desde este punto de vista, la sociedad tendió así hacia la división entre una gran masa de impotentes en tanto que desposeídos de medios de vida propios – abocados a la venta de su fuerza de trabajo como única posesión funcional posible para acceder al ingreso dinerario y, con ello, a adaptarse a condiciones laborales ru- tinarias y racionalizadas según los principios de productividad y eficiencia técnica vinculados a la organización científica del trabajo– y los propietarios del gran capi- tal, correspondientes a una pequeña fracción de la población, con una mayor capa- cidad que la antigua burguesía para intervenir políticamente en las condiciones del mercado según sus intereses (Adorno, 1942: 352). No es que el principio de la competencia o del intercambio dejaran de regir, sino que lo hacían mediante una planificación política de acuerdo con los intereses económicos de un poder con- centrado, de tendencia monopolística (Zamora, 2018: 1000). La extensión de la impotencia estructural del trabajo asalariado respecto del poder del gran capital permitió el incremento de las demandas de adaptación que recaen sobre el sujeto para la integración, tanto en el ámbito laboral a los requisitos de la productividad como en el del tiempo de ocio a los códigos de estatus y distinción producidos industrialmente. “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 257 - Las políticas neoliberales –que supusieron una nueva forma de intervención esta- tal, ahora mediante políticas de incentivo a la oferta en detrimento de políticas so- ciales y de pleno empleo, y con nuevos objetivos como la desregulación de mer- cados, la privatización de bienes o el aliento a la competencia entre la fuerza de tra- bajo (Dardot y Laval, 2015: 158 y ss.)– no han tenido como efecto una disminu- ción de las exigencias que recaen sobre los sujetos para la adaptación al mercado la- boral, al desempeño profesional o a la emprendeduría, menos aún para el reco- nocimiento social en el ámbito de la vida personal o del tiempo de ocio, pese a que se presentaron como una liberación respecto del comando jerárquico de la organi- zación empresarial fordista y del Estado social interventor. Todo lo contrario. Las condiciones del capitalismo actual han supuesto la ampliación de los imperativos de adaptación a criterios de rentabilidad, eficiencia y productividad y, en última instancia, han extendido todavía más el principio de intercambio a cada vez más esferas de la vida, en un momento en que tiempo libre de ocio y tiempo de trabajo se confunden en algunos estratos profesionales y momentos vitales. Al tiempo, la individualización de las relaciones laborales en el marco de la crisis del trabajo – altas tasas de desempleo global o incremento de la sobrepoblación relativa–, así como la interiorización de la doctrina del capital humano por mor de la autocon- servación han incrementado la disposición individual e institucional a la com- petencia. Si durante el fordismo la extensión del trabajo asalariado garantizado, los dere- chos sociales y los lazos comunitarios todavía existentes constituyeron los pilares fundamentales de la integración social para los sujetos beneficiaros de la ciuda- danía laboral, en el sentido en que eran capaces de garantizar la reproducción de la vida para familias con ciudadanía reconocida –encabezadas mayoritariamente por el varón blanco heterosexual occidental–, durante el neoliberalismo los procesos de desregulación de las relaciones laborales, el incremento del desempleo y los re- cortes en gasto social han abocado a un mayor número de vidas a la inseguridad existencial y la marginalidad, aumentando la sobrepoblación relativa, además de amenazar a las clases medias con la pérdida de estatus y capacidad adquisitiva (Za- mora, 2016: 42-43). La fragmentación del mercado laboral y la crisis de la nego- ciación colectiva han contribuido al empeoramiento de las condiciones de acceso y mantenimiento del empleo, cuyas condiciones de posibilidad están, por su parte, vinculadas a la rentabilidad empresarial. La situación de desempleo estructural sig- nifica obviamente el incremento de la población estructuralmente no empleable, “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 258 - desposeída y desheredada, cuyas necesidades básicas no son provistas por el merca- do y cada vez menos cubiertas por el ámbito público del Estado, en el que todavía funcionan reminiscencias proteccionistas cuando el fisco –también dependiente la rentabilidad empresarial y a los salarios– lo permite. Efectivamente, desde el giro definitivo hacia el neoliberalismo en la década de 1980 (Dardot y Laval, 2015: 189 y ss.), la acción gubernamental actúa cada vez menos para igualar las oportunidades y asegurar la subsistencia de la población. Ello no ha supuesto el abandono del ideal liberal de la meritocracia, sino la extensión de la responsabilidad individual del fracaso. Así, en la actualidad, la movilidad social descendente amenaza con la pauperización y marginalidad a la parte más baja de la estratificación social en un proceso tendencial de proletarización y con la pérdida de estatus, capacidad adqui- sitiva y ahorros a las “clases medias” aspiracionales de raíz fordista y a los nuevos profesionales cualificados y jóvenes autónomos (Zamora, 2016: 44). En este marco6, el peligro de desempleo, de pérdida de capacidad adquisitiva o del valor de los ahorros, de sobreexplotación y subempleo, entre otros elementos, inciden en la extensión y el embrutecimiento de las formas de competencia que se dan en la integración en el mercado laboral, la permanencia en el empleo o en el logro de una factura en el mercado empresarial si se es autónomo7; en última ins- tancia, para el acceso a la subsistencia a través del dinero y, en ciertos estrato de las clases medias y altas, para mantener los privilegios como propietarios. En este sen- tido, el darwinismo social contemporáneo no se explica como simple producto de la creencia de que solo los más aptos han de sobrevivir –o los más esforzados tener éxito–, ni tampoco como mero efecto subjetivo de un nuevo “orden de razón nor- mativa”, una conducción de conductas, que impele a competir, tal y como parecen expresar algunos análisis foucaultianos como el de W. Brown (2016: 35-42). Es, en realidad, efecto de la existencia de mercados laborales saturados y despro- tegidos, de mercados empresariales hipercompetitivos y concentrados, fruto de las condiciones de acumulación de capital que, sumado a la retirada del garantismo social a consecuencia de la crisis fiscal de Estado inducida por las bajadas en las 6 Altas tasas de desempleo, caída de niveles salariales, abaratamiento del despido, reducción de pres- taciones por incapacidad laboral o descanso, trabajadores sobre cualificados, trabajo temporal y par- cial, salarios por debajo del coste de la reproducción de la fuerza de trabajo, necesidad de formación continua, exigencias de adaptación flexible a las demandas cambiantes del mercado laboral o del de- sempeño profesional, trabajadores pobres, empleados sin derechos de ciudadanía, falsos autóno- mos, etc. 7 Sobre las tendencias en las condiciones del trabajo por cuenta ajena características de la actuali- dad, ver: Bologna (2006). “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 259 - tasas de rentabilidad empresarial y el monto salarial, obligan a cada vez formas más abiertas y brutas de competencia entre trabajadores, en el marco de condiciones capitalistas en las que el acceso a la subsistencia se ha de dar mayoritariamente a través del trabajo asalariado (Kellermann, 2013). El darwinismo social contemporá- neo es, de este modo, producto de la amenaza generalizada de desclasamiento –de pérdida de privilegios para parte de la llamada “clase media” y de incremento de la sobrepoblación relativa superflua–, que generan las condiciones de acumulación actuales, no tendiendo la mayor parte de la población otro medio de vida que el trabajo asalariado o la emprendeduría desde la miseria (Catalina, 2021). En este contexto, el cálculo estratégico y la actitud depredadora imperan como requisitos para la autoconservación propia y familiar en la medida en que el sujeto, en con- diciones de “escasez” social de medios efectivos de acceso a la riqueza material, se ve obligado a participar de la competencia cada vez más desregulada e individua- lizada, sin contrapesos fuertes en formas organizadas de solidaridad de clase, pese a que su logro no sea más que un trabajo precario y sobreexplotado, temporal, par- cial o informal. También el cálculo estratégico y la actitud depredadora se desplie- gan para la defensa de los privilegios materiales y simbólicos, que permiten una mejor posición en el marco mercantil para los mejor situados en la estratificación social. La “obligación” a competir por el trabajo no es producto de una coerción, sino de una coacción indirecta para la integración, fruto de la desposesión. En este marco de escasez socialmente generada en el acceso a una riqueza ma- terial abundante y desigualmente poseída o disfrutada, el fracaso en la integración social es juzgado como responsabilidad individual y no como efecto de las condi- ciones de partida –de las herencias de capital económico, simbólico o cultural– o de circunstancias vitales –enfermedades, crisis, discapacidades, envejecimiento, etc.–. La creciente incitación a la excelencia tiene además su correlato en que, para la mayor parte de la población, el éxito no se traduce más que en esquivar el desclasa- miento o la marginalidad, además de en una evaluación constante y extenuante del desempeño como condición del mantenimiento del empleo. Para las clases bajas especialmente, el éxito no se presenta sino como la posibilidad de garantizar tem- poralmente su subsistencia y la de su familia, o como el sueño de tener fortuna en el juego. Por su parte, la clase rentista o el gran capital protegen su fortuna me- diante la defensa de sus privilegios para un mejor posicionamiento en las condi- ciones de competencia, incluso si ello implica el incremento desigualdad social, jurídica y política. “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 260 - En este sentido, se podría decir que el capitalismo actual implica la extensión del principio de competencia a cada vez más ámbitos de la vida y de manera más des- protegida. Esto no quiere decir, como muchos estudios acaban por aceptar a partir de los análisis de Foucault en el curso del Collège de France, editado como Naci- miento de la biopolítica (2007), que el principio de la competencia se explique como mero principio rector de la conducta. La competencia es una determinación de las relaciones de producción y circulación de mercancías en las sociedades donde rige la racionalidad del capital. En el ámbito de la empresa, la competencia es una con- dición de posibilidad del beneficio y, por ende, del capital mismo. Y es también intrínseca a relaciones entre capital y trabajo. Si bien en diferentes momentos his- tóricos la competencia intra o inter clasista ha estado sometida a ciertas regulacio- nes, según una multiplicidad de variables, no por ello deja de regir como un prin- cipio tendencial básico de las relaciones de mercado capitalista, en el seno del capi- tal, en el del trabajo y entre ambas clases sociales. Desde este punto de vista, la idea de que desde los años ochenta se implemente una nueva racionalidad de gobierno –la neoliberal, ya organizada en un discurso cuya génesis se remonda a los años treinta del siglo XX– basada en la extensión de la competencia como un orden normativo de conducta, es teórica y analíticamente limitada. Capta la tendencia a la extensión del comportamiento competitivo, pero no lo explica. No permite visi- bilizar ni comprender las determinaciones sociales que hacen de la competencia un imperativo para la integración social de los individuos y para la viabilidad de cier- tas instituciones. El sujeto empresario de sí, que modula su comportamiento de acuerdo con un cálculo de costes y beneficios, que los estudios foucaultianos con- sideran el modelo prototípico de subjetividad de la gubernamentalidad neoliberal, no solo no constituye la realidad de todos los estratos sociales o sectores laborales, sino que, además, cuando rige modélicamente, no se explica como efecto de una normatividad social. De hecho, la figura del empresario de sí, en este sentido, se podría comprender mejor como la extensión, reducida además a ciertos sectores profesionales, estratos sociales y ámbitos personales, del fenómeno de la racionalidad instrumental estu- diado por Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración (2009). Pero ya no en el marco del mundo del liberalismo decimonónico competitivo y encarnada en la figura del individuo burgués, en la que el cálculo mercantil es propio del empre- sario capitalista. Ahora la racionalidad instrumental se habría de extender, por necesidad social, al trabajo asalariado, en tanto que se ha de adaptar a exigencias “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 261 - laborales flexibles, en mercados saturados y diferenciados, modelando su vida y marca personal según sus opciones de integración, en condiciones de mayor ato- mización social y tendencias egocentristas, en las que vida y trabajo se confunden a menudo, donde el esfuerzo no se ve recompensado y el fracaso es juzgado como responsabilidad propia, además de tener que tomar decisiones de manera autóno- ma según racionalidades heterónomas (Kellermann, 2013). En este sentido, la extensión del comportamiento según el modelo de la empresa –esto es, de acuerdo con un cálculo estratégico racional de medios según fines o de costes según bene- ficios– a cada vez más ámbitos de la vida, que los análisis foucaultianos consideran un rasgo característico del presente (Brown, 2016), no se puede explicar como mero efecto a nivel normativo. Desde el punto de vista de la crítica de la economía política, la extensión del principio de competencia o de la racionalidad instrumen- tal constituyen imperativos para la integración en el marco del capitalista actual, caracterizado por el desempleo estructural, el aumento de la sobrepoblación relati- va, la desregulación del mercado laboral, la individualización de las relaciones labo- rales, el deterioro de los servicios públicos o salario indirecto, la bajada de salarios, en definitiva, la tendencia a la proletarización y a la pérdida de estatus y poder ad- quisitivo de las clases medias. En este sentido, resulta problemático entender el modelo de subjetividad del empresario de sí como la respuesta a la interpelación que las instituciones públicas o privadas hacen sujeto en tanto que capital huma- no, tal y como ha plantado W. Brown (2016: 46), o mero efecto de la persuasión mediática o ideológica desde instancias mediáticas o educativas, como a veces se presupone. Este comportamiento competitivo y calculador sería uno de los modos de subjetivación del capitalismo actual que surge, en ciertos estratos, de la adap- tación a las condiciones de socialización anteriormente señaladas en el marco de la dependencia capitalista del acceso al dinero para sobrevivir por extensión de la desposesión de medios de vida propios. “La figura sociológica del empresario de su propia fuerza de trabajo es el correlato socialmente necesario del regreso de la exclusión por depauperización en las regiones que se creían a salvo de ella" (Keller- mann, 2013: 111). Pero si bien el actual darwinismo social fuerza de facto a los sujetos a competir y asumir la responsabilidad de la gestión de su propia fortuna o miseria –contactos, capacidades, formación, relaciones, aptitudes, etc.–, eso no quiere decir que no exista en determinadas circunstancias una tendencia a la aceptación o interioriza- ción de sus principios, que se expresa por ejemplo en la justificación de actitudes “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 262 - políticas y sociales insolidarias con los más vulnerables en tanto que considerados perdedores. Tampoco significa que el efectivo darwinismo social no tenga efectos psicofísicos sobre los sujetos. De hecho, el daño psíquico y físico que genera la adaptación a la competencia por motivo de la autoconservación, con además pocas garantías de éxito o posibilidad de cálculo efectivo, puede convertirse en una de las condiciones que auspicie la interiorización del darwinismo social, esto es, de que el individuo se comporte según la asunción de que la vida socio-política es la expre- sión de la lucha descarnada por la superveniencia y de su correlato, el inexorable sufrimiento del perdedor (Samol, 2016). La amenaza de desclasamiento o exclu- sión produce sensación de inseguridad. Las demandas flexibles del mercado produ- cen incertidumbre, agotamiento y ansiedad. La privación reiterada de recompensa del esfuerzo tiene como efecto el agravio o la frustración. En tal sentido, la inse- guridad y el miedo, la impotencia y el resentimiento, el agravio o la rabia son, en última instancia, consecuencias psicofísicas de los modos de socialización contem- poráneos. El sufrimiento que soporta el sujeto en la adaptación a las exigencias de la integración –daño a la autoestima, humillación, desasosiego o desconfianza– a menudo encuentra su compensación en formas de autoafirmación despiadada, en desahogos violentos de la rabia o en certezas paranoica, que caracterizan las ten- dencias viriles, narcisistas y paranoicas del comportamiento en la actualidad. Una vez endurecido por el sufrimiento soportado y por optar él mismo a actos infames para medrar o sobrevivir indistintamente, el individuo es capaz de mayores niveles de indiferencia ante o justificación del dolor ajeno, tal y como estudió Dejours en el ámbito laboral (2009: 64 y ss.). De este modo, el “empresario de sí” no constituye la realidad de los sujetos vi- vos, sino más bien el ideal de comportamiento según ciertas demandas laborales y sociales de adaptación flexible, que alimentan el empleo sistemático de la racio- nalidad instrumental, más allá de búsqueda sin cuartel del éxito y la excelencia, en condiciones de competencia despiadada, desempleo y subempleo generalizado, de- terioro del garantismo social del Estado, impotencia por desposesión generalizada de medios de vida propios y reorganización de la empresa hacia jerarquías menos rígidas en la toma de decisiones. Pues, en realidad, los sujetos vivos, en su concre- ción particular, tienen límites físicos, psíquicos y ético-culturales, que además de impedirles adecuarse completamente al modelo del empresario de sí, constituyen una fuente fundamental de malestar (Zamora, 2013: 169). En el ámbito laboral, las demandas de flexibilidad horaria, de alta productividad o de sempiterna disponibi- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 263 - lidad se topan con la extenuación del sujeto, el agotamiento, la ansiedad, la depre- sión u otras enfermedades somáticas. En el ámbito del consumo del tiempo de ocio, la posibilidad abstractamente ilimitada de adquisición de mercancías que sa- tisfagan el deseo y compensen el malestar se encuentra con la dificultad de hallar una gratificación sostenida, con el tormento de la insatisfacción recurrente y con los límites corporales y de capacidad adquisitiva. La exigencia de competición y cálculo instrumental lo hace con la existencia efectiva de afectos empáticos, com- pasiones recíprocas, vínculos solidarios y compromisos ético-políticos. El modelo del empresario de sí –por mor de ser empresario de su fuerza de trabajo en las con- diciones del capitalismo contemporáneo– no rige sin causar malestar y daño subje- tivo, además de reproducir las condiciones de la propia dominación y el antago- nismo de clases, con preocupantes consecuencias sociales. La extensión de la impo- tencia, el miedo y la rabia es un caldo propicio para el cultivo de tendencias auto- ritarias, la búsqueda de chivos expiatorios, la personalización de los culpables del malestar, el desarrollo de creencias paranoicas o el odio al diferente –xenofobia, homofobia, transfobia, elitismo, clasismo–. Desde este punto de vista, que no haya vida justa en lo falso no quiere decir que los sujetos vivos no busquen justicia, venganza o verdad –o no sufran injusticia–, sino más bien que en los marcos contemporáneos de socialización todos los indivi- duos pueden ocupar potencial y simultáneamente el lugar de “víctimas” y “ver- dugos”, fundamentalmente en dos sentidos. Por una parte, el individuo participa de la “injusticia” como sujeto que reproduce estructural y prácticamente, aunque sea sin conciencia o sin intención, las condiciones de antagonismo de clase, así como de la lógica de acumulación el capital que domina abstracta e impersonal- mente. Y, por otra parte, a nivel subjetivo, como individuos que, en las formas de integración social, no solo son dañados por la competencia, el individualismo y el egocentrismo, sino también susceptibles de actuar de modo que sus acciones perju- diquen injustamente a otros, ya sea por motivo de autoconservación, por proteger sus privilegios, por encontrar culpables claros o por buscar la reparación de un agravio mediante la venganza. “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 264 - 3 AMERICAN CRIME: INDIVIDUO, IMPOTENCIA Y JUSTICIA EN LA TOTALIDAD SOCIAL ANTAGÓNICA Con ese carácter contradictorio se perfilan los personajes de la serie de televisión norteamericana American Crime8, creada por el novelista, creador y productor afro- americano John Ridley (Corcuff, 2022: 110). En ella, la construcción de los perso- najes, en una trama verosímil, aunque improbable, muestra cómo cada sujeto par- ticular está atravesado por las contradicciones sociales propias del capitalismo con- temporáneo. Unas contradicciones que atraviesan a todas las distintas posiciones sociales que ocupan los personajes, desde las más vulnerables a las más privilegia- das, aunque siempre de manera más descarnada a las primeras, encarnadas por el proletariado y el lumpen racializado y feminizado. La serie pone de manifiesto cómo en ciertas condiciones vitales y sociales en las que cunde el peligro, la ame- naza de ser devorado induce a devorar como mecanismo defensivo, de adaptación o supervivencia, tanto si se trata de proteger una posición privilegia, de acceder a ella o de la mera autoconservación, propia o de la familia9. Por ello, aunque cada temporada contiene en su trama un crimen que resolver, su exposición de la atrocidad de la competencia, de la indiferencia o del odio en el marco del capitalis- mo actual, otorga a la serie un carácter trágico y sociológico, que pone en un segun- 8 La serie American Crime consta de tres temporadas con tramas independientes y un total de vein- tinueve episodios. Fue retransmitida originalmente por la cadena estadounidense ABC entre 2015 y 2017. 9 Otra representación en una serie televisiva de la disposición a la depredación social inducido por las condiciones sociales lo constituye Breaking Bad (creada y producida por Vince Gilligan), que consta de 5 temporadas y 69 episodios, emitidos originalmente por AMC entre 2018 y 2023. Un profesor de química de enseñanza secundaria, al ser diagnosticado de un cáncer, es convencido por su familia para comenzar tratamiento médico muy costoso, en el marco de la sanidad privada en E.E.U.U., que funciona mediante seguros privados. Ante la imposibilidad de costearlo con su suel- do, el protagonista rechaza por orgullo la posibilidad de que lo haga por caridad un antiguo socio empresarial que ha hecho fortuna en una empresa de la que él mismo había sido emprendedor en sus inicios. Ocultándoselo a su familia, el protagonista se introduce en el mundo de las drogas inicialmente como productor para costear su tratamiento, pese a los efectos que la droga que pro- duce tiene para las personas más vulnerables. Pero la actividad ilegal de producir droga como medio para ganar dinero y pagar su tratamiento de cáncer se acabará convirtiendo en un fin en sí mismo o, quizás con mayor precisión, en un medio compensatorio de su autoestima dañado por su carrera frustrada como empresario de la industria química. La producción de droga deviene en el desa- rrollo de la trama y en la evolución el personaje una forma de sentirse poderoso y compensar su resentimiento, por lo que considera un fracaso fruto de una traición. Todo el daño y las víctimas que su actividad produce, tanto el mundo interno de la producción y comercialización de droga, como en el de los consumidores y sus familiares, parecen justificarse por la gratificación compen- satoria que le produce ser proveedor de su familia, asegurar su provisión, pero sobre todo la sensa- ción de poder y éxito. “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 265 - do plano su carácter de suspense o policíaca. Lo que posiblemente la hizo inso- portable para buen parte de la audiencia, convirtiéndola en un fracaso de audien- cia, pese a su interés temático y calidad cinematográfica. Antes de proseguir con el análisis, conviene dar algunas pinceladas de las his- torias que la serie narran y los personajes que perfila. En la primera temporada, una madre divorciada que, por adición del padre al juego, tuvo que mantener sola a dos hijos, está profundamente agraviada por haber acabado desclasada en viviendas sociales junto a población racializada, sobre la que proyecta toda su frustración y rabia. Esta madre responsabiliza del crimen de su hijo, excombatiente en Irak, a un afroamericano de clase media devenido drogadic- to, no cumpliendo con las expectativas que su familia proyecta sobre él y decep- cionándoles por su relación afectiva con una blanca drogadicta. Sus hijos se habían enrolado en el ejército y, tras el sinsentido de su sacrificio patriótico en la guerra de Irak, uno de ellos, ahora drug-dealer, es asesinado en su casa y su esposa queda en coma. La madre se obceca por que la justicia condene y castigue al afroamericano drogadicto, pese a no haber pruebas contra él, presionando mediáticamente a ins- tancias policiales y jurídicas, que buscan al verdugo para calmar la sed de venganza incitadas por los prejuicios racistas y el deseo de aferrarse a una seguridad imagina- da a través de la punición. La presión sobre la policía para que castigue a este chivo expiatorio lleva a forzar a un migrante ilegal para que testimonie falsamente a cambio de una oferta de concesión derechos de ciudadanía. La hermana del afroa- mericano sobre el que se despliegan todas las sospechas sin prueba alguna, más allá de haber sido cliente del traficante asesinado, moviliza a la comunidad afroame- ricana para politizar la falsa acusación, en tanto que condena motivada por prejui- cios raciales o racismo compensatorio. A cambio del apoyo jurídico y mediático, la hermana pide al falsamente condenado que abandone a su pareja, una chica blan- ca también drogadicta con tendencias autodestructivas e hija adoptiva de una fa- milia de bien, quien finalmente se revelará la culpable del crimen. El falso culpado se aferra al amor, como también lo hará la mujer blanca drogadicta frente a su familia, que pretende protegerla sin perder aún la esperanza de su reinserción so- cial, para no asumir su fracaso en ofrecer una mejor vida a un sujeto ya truncado por su socialización pasada en vínculos violentos y desestructurados. El padre del asesinado, adicto al juego y causa de la ruina de su familia, dañado en su auto- estima por no haberse hecho cargo de sus hijos, borra y niega la responsabilidad de su hijo traficante de drogas –y de su goce criminal como soldado ahora abando- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 266 - nado por el Estado– y compensa su impotencia tomándose la justicia por su mano. Acaba así matando al chivo expiatorio, al afroamericano drogadicto, en un acto de negación violenta de su propia responsabilidad y de racismo atroz. En la segunda temporada, un adolescente homosexual, hijo de una madre solte- ra, que se sacrifica para desclasarlo pagando una educación de excelencia, es vícti- ma de un abuso sexual complejo, puesto que se trata de una práctica sexual desea- da que finalmente no consiente durante el acto. La madre, en el intento de hacer justicia contra la institución educativa de élite que oculta el delito, no permite a su hijo superar el trauma y desencadena una escalada de nuevos daños que afectan al abusador, que no es sino otro homosexual de clase baja y familia desestructurada, que ha podido acceder a la institución educativa de excelencia solo por una beca deportiva para jugar al baloncesto. El equipo de baloncesto, insignia de la excelen- cia, la capacidad de autosuperación y el supuesto trabajo en equipo, se ve atrave- sado y roto por comportamientos vengativos, competitivos y suspicaces cuando la institución decide que, para lavar su nombre, alguien tiene que asumir alguna res- ponsabilidad. Entre los miembros del equipo de baloncesto se desata una racio- nalidad de sálvese quien pueda que se contrapone con el discurso triunfador del entrenador basado no solo en la autosuperación, sino también en la cooperación del equipo. El entrenador se afana por proteger al equipo, tanto como los padres lo hacen con cada hijo de manera individual, como lo hará también con su hija cuando descubra que estaba involucrada en la venta de drogas vinculadas el abuso sexual. La directora del instituto trata por todos los medios de proteger el prestigio de la institución a cualquier precio, buscando chivos expiatorios que sirvan para limpiar la imagen, pues de ello depende también su propio trabajo. En la tercera temporada, un adolescente víctima de abusos sexuales en su fami- lia, sometido a la prostitución de un chulo para subsistir, ayuda a ocultar el cuerpo de un crimen cometido entre dos trabajadoras sexuales compitiendo por clientes. Cuando decide escapar del chulo y confiesa lo ocurrido, es condenado a la cárcel por ocultación del crimen. La trabajadora social que lo atiende, tras dedicar su vida a intentar ayudar a menores víctimas de trata o que ejercen la prostitución en el marco asistencial del Estado, se cansa de encontrarse impotente ante un sistema corrupto y sin recursos, que más que sacar a chavales de la miseria, los acaba con- denado a la criminalidad o a la cárcel. Por otra parte, un joven mexicano emigra a Norteamérica de manera clandestina, contra la voluntad de su familia, donde en- cuentra empleo ilegal, en condiciones de semiesclavitud en la agroindustria y don- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 267 - de finalmente es asesinado por otro mexicano sin papeles que hace de capataz y mantiene la disciplina de los trabajadores, sirviendo a que la empresa externalice las ilegalidades y abusos que comete. Cuando el padre del joven, que viaja a Nor- teamérica a buscarlo, conoce el asesinato, solo encuentra el modo de hacer justicia en el marco de la clandestinidad cometiendo otro asesinato. Una mujer casada sin hijos descubre que la riqueza de su familia política, empresarios agrícolas, de la que vive como ama de casa, se sostiene sobre actividades criminales y una sobreexplo- tación atroz de migrantes indocumentados. Tras dicho descubrimiento, desenca- denado por un incendio en el que mueren trabajadores migrantes sin papeles, de- cide abandonar a su marido y ganarse la vida como asalariada, para pronto toparse con los límites del mercado laboral saturado y con el compromiso de criar a sus dos sobrinas, hijas de su hermana convicta por abuso de drogas. Esta hermana, madre soltera drogadicta, había robado en la empresa agrícola de su cuñado, la que explota a sin papales en condiciones de semi-esclavitud. Al encontrarse con que no puede acceder a un empleo –entre otras cosas porque no tiene formación y expe- riencia, pues ha sido hasta entonces ama de cada dependiente el marido–, ante el hecho de tener y querer hacerse cargo de sus sobrinas, tras una recaída en la droga de su hermana, decide finalmente, para procurar un sostén a sus sobrinas –de las que se hace cargo tras una recaída de su hermana en la adicción a la droga–, volver con su marido, quien acepta su regreso al seno familiar, junto con sus sobrinas, a cambio de que contribuya a lavar la imagen de la empresa agrícola familiar y trague con sus prácticas laborales. Por su parte, una madre de clase alta, maltratada psico- lógicamente por su marido porque se ha quedado embarazada sin su semen – dañado así el varón en su virilidad– descarga su rabia agrediendo a una empleada doméstica racializada sin papeles. A través de estos entramados de vidas particulares, la serie visualiza las conse- cuencias que el darwinismo social contemporáneo tiene en los sujetos, en el marco de una sociedad antagónica y altamente competitiva. El entramado de daños pade- cidos y acometidos que ilustra la serie resulta de las propias condiciones sociales que dispone el individuo para la autoconservación o para la protección de sus pri- vilegios, las cuales empujan a la depredación o al comportamiento competitivo in- cluso con uno mismo, mediante la exigencia de autosuperación. Las vidas que la serie relata evidencian el modo en que el antagonismo de clase y la dominación heteropatriarcal y racial, vinculadas a diferentes estratos históricos de la sociedad norteamericana, se encarnan en trayectorias biográficas concretas de manera trá- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 268 - gica, en la medida en que no existe la posibilidad de justicia universal, que repare y pare los daños sin acometer nuevos agravios. Así, la serie retrata no solo el ya constatado hecho de que la normalidad neoliberal es patológica –pues genera an- siedad, depresión, agotamiento, estrés, autoflagelación, adiciones, etc.–, sino tam- bién su carácter potencialmente criminal, en tanto que induce a comportamientos viriles y agresivos hacia otros en forma de rabia, indiferencia, prejuicio o paranoia. Este problema se muestra de manera magistral en las tres temporadas de la serie American Crime. Con un formato que mezcla elementos del cine negro –film noir– y del género dramático de suspense –crime drama– en el que la trama se despliega a partir de un crimen –o una serie de delitos– que resolver y un orden de justicia que reestablecer, esta serie trasciende los tópicos del género, en la medida en que el sentido del avance de la trama no consiste en desvelar al verdadero culpable y hacer justicia con su castigo, sino en revelar la multiplicidad de responsabilidades entretejidas que propician el crimen y la pluralidad de los damnificados (Corcuff, 2022: 110). El desarrollo de la trama pone de manifiesto que la causa del crimen es en última instancia socio-estructural, esto es, no se explica por una maldad intrín- seca a la naturaleza humana o a una contingencia psico-social de ciertos seres humanos. Las circunstancias que conducen al crimen, así como al resto de daños que este desencadena, son producto de las determinaciones sociales de la integra- ción del individuo en las condiciones del capitalismo contemporáneo. Desde este punto de vista, la serie evita el reduccionismo de las perspectivas psicologicista y naturalista, sin que por ello deje de perfilar a los personajes con una rica profun- didad psicológica, puesto que los rasgos psíquicos de los individuos que perfila tienen una explicación en la posición que ocupan en la sociedad antagónica. Por ello, la serie es magistral mostrando cómo las determinaciones sociales para la inte- gración y el reconocimiento producen daños subjetivos concretos y trágicos. En la medida en que los personajes encarnan de manera trágica las contradicciones y antagonismos sociales, se hace manifiesto también el carácter criminal de la socie- dad. Se puede así representar la condición trágica de ciertas formas de sufrimiento en el capitalismo contemporáneo: un daño naturalmente innecesario pero inelu- dible en las condiciones sociales concretas, que produce mayor agresividad, indi- ferencia depredación o autoafirmación violenta. Con todo, la revelación, a medida que avanza la trama, del complejo entramado de personajes e instituciones, de posiciones sociales y circunstancias personales que desencadenan el crimen no tiene como efecto la disolución de responsabilidades, “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 269 - ni a juicio del espectador, ni a juicio de los propios personajes de la serie. La reve- lación de las responsabilidades del crimen en el avance de la trama es, sin embargo, indisociable de la expansión de nuevos crímenes, abusos y agravios. En este sen- tido, uno de los hilos de avance de la trama es precisamente el empecinamiento de los personajes en la búsqueda y castigo de un culpable individual absoluto, incluso al precio del señalamiento de chivos expiatorios, de la revancha o la venganza. El daño apenas encuentra reparación en esta serie, solo se profundiza y extiende. La justicia no llega con la resolución del crimen manifiesto y el castigo del culpable si se halla. Por ello, el desarrollo de la trama, contra los determinantes típicos del gé- nero policíaco o de suspense, hace que la resolución del crimen explícito no sea tan fundamental como lo es la revelación de la dimensión criminal de las determi- naciones sociales que conducen trágicamente a él. Esto lo consigue la serie creando una trama posible pero altamente improbable. Si la trama de la serie es creíble pero inverosímil es porque representa una red de vidas vinculadas de manera im- probable, pero cuyas posiciones, circunstancias, decisiones y relaciones son creí- bles, cotidianas y representativas de la realidad. La improbable conexión de vidas normales es la que desencadena el crimen. Así los elementos que conducen trági- camente al crimen están presenten en la realidad predecible de algunas biografías en las sociedades contemporáneas. La normalidad cotidiana contiene así un po- tencial criminal en el daño que producen las exigencias de integración social en una sociedad antagónica y actualmente tendiente al desclasamiento y la dura pro- letarización. En este sentido, la serie muestra que la normalidad produce disposiciones viri- les y circunstancias atroces que solo requieren un detonante para que la violencia estructural, la competencia mediada y la coacción muda conduzcan a formas de violencia directa. Uno de los aciertos de la serie es que las relaciones entre los personajes no se explican por sus rasgos caracteriales, considerados desde un punto de vista psicologicista e individualista, sino según la intersección de las distintas posiciones de clase, de género y raciales. En este marco, las posibilidades del com- portamiento de acuerdo con la autoconservación no solo están limitadas, sino que empujan a la competencia, la venganza, la autoafirmación violenta o la protección de privilegios. Esto lo muestra la serie representando a un conjunto de personajes vinculados de manera trágica por circunstancias personales dramáticas, cuya expli- cación viene dada por su posición en las relaciones sociales características de las sociedades contemporáneas occidentales. La manera en que todas las posiciones “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 270 - dramáticas de los personajes se conectan es lo que detona los crímenes, convirtien- do la trama en poco probable, pero posible y creíble. En efecto, la trama como in- terconexión de dichas situaciones es improbable, pero cada posición social, racial o de género, y su comportamiento asociado, es más que plausible. Así, la serie apro- vecha su carácter de ficción para mostrar los potenciales rasgos criminales que con- tiene la normalidad, en las heridas subjetivas que crea, en los comportamientos viriles que las compensan o en la indiferencia personal ante el sufrimiento ajeno. Al mismo tiempo, la serie evita caer en un falso y burdo realismo que explica el mal como efecto inexorable de la naturaleza humana o de casos individuales de depravación psicológica o moral. Solo porque es improbable, la trama puede ad- vertir adecuadamente, mediante la exageración, de la potencialidad dañina de las exigencias de adaptación social, sin caer en el alarmismo social estéril o en el mero entretenimiento. El “mal” en la serie –la injusticia, el abuso o el crimen– no proviene de una vo- luntad malvada, y moralmente depravada, tal y como los personajes se lo figuran, sino del entrecruzamiento de una multiplicidad de comportamientos estructu- ralmente antagonistas, por sus posiciones relativas de clase, raza y género, en un contexto además de un descarnado darwinismo social que alimenta las disposi- ciones viriles, racistas, machistas y clasistas. En este marco, la posibilidad de ser “justo” se confronta con la de la autoconservación, la pérdida de privilegios o con la autoafirmación compensatoria. La explicación de los crímenes sin resolver con los que cada temporada se inicia no reside por lo tanto en la mala voluntad de un personaje moralmente descarriado, ya sea por tendencias naturales o condicio- nantes biográficos individuales, tanto como su resolución no proviene de otro per- sonaje heroicamente bueno y valiente, tal y como se espera de una serie policíaca. Tampoco, como es propio del suspense, la tensión de la serie se sostiene sobre el misterio en torno a la identidad y el móvil del criminal que se habrá de desvelarse finalmente. La resolución cinematográfica del crimen en esta serie implica precisa- mente algo muy diferente: ir mostrando el sufrimiento que produce la encarnación de las contradicciones sociales en vidas concretas, en sujetos vivos, y, sobre todo, el potencial criminal de ese daño. Ello no solo aboca trágicamente al perjuicio o al crimen, sino también a la dificultad para que se logre algún tipo de reparación. Este despliegue de la narración, no prototípico respecto del género policial o de suspense, permite descubrir al espectador un rasgo fatídico de las sociedades con- temporáneas: la compulsión a identificar un culpable absoluto del malestar sobre “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 271 - el que depositar la frustración y la rabia, que sirva de compensación de la impoten- cia y la autoestima dañada, y cuyo potencial castigo ofrezca una ilusión de segu- ridad y justicia. El responsable del mal suele ser identificado además con una persona, un grupo o una institución, de manera que el malestar se explica por una voluntad agente –personalizando de la causa del mal– y no por determinaciones sociales, que tienen un carácter más abstracto o impersonal. En el género policíaco o de suspense, el culpable del crimen es tendencialmente un sujeto malévolo, mo- ralmente depravado, que comete una atrocidad por voluntad o indiferencia, pese a saber el daño que provoca. De tal modo que el criminal se corresponde con la figura del “mal”. En la medida en que la serie American Crime va desplegando en la trama de cada temporada las condiciones estructurales que detonan las conductas criminales y, así, visualiza la multiplicidad y complejidad de responsabilidades, no puede satis- facer el deseo subjetivo ni de los espectadores, ni de los propios personajes, de encontrar y castigar el mal. Y, además de no satisfacerlo, señala la dimensión trá- gica y vengativa de la necesidad de encontrar y castigar al culpable absoluto, puesto que ella funciona en la serie como desencadenante de la escalada de daños y agra- vios, ineficaz para lograr la seguridad o la justicia que los personajes y el público anhelan o esperan. Se revela así el carácter más vengativo y compensatorio del em- pecinamiento punitivista. Y se evidencia también la dificultad de que se haga jus- ticia a nivel individual sin cambiar las determinaciones sociales del comporta- miento. De este modo, el espectador del género policíaco o de suspense se des- cubre compartiendo con los personajes de la serie el deseo frustrado de que se haga justicia y se restaure la seguridad reparando el crimen con el que la temporada se inicia. La serie ofrece así un espejo en el que el espectador puede ver reflejada su frustración y, si se esfuerza, también la imposibilidad de su deseo. El espectador puede ver en la serie las trágicas consecuencias que acarrea el empeño en iden- tificar un único y condenable culpable del malestar mediante el fenómeno de la personificación del mal. La serie despliega la trama mostrando precisamente que la necesidad subjetiva de identificar un sujeto criminal puede ser tan ciega que acabe en el cruel señalamiento de un chivo expiatorio o desvelarse tan impotente que termine por crear una escalada de nuevos crímenes y mayores cuotas de sufri- miento. En el complejo entramado de responsabilidades diluidas que la serie crea, los culpables categóricos se difuminan tanto como las víctimas absolutas. De he- cho, el victimismo individual sirve a algunos personajes para justificar comportarse “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 272 - como verdugos, agrediendo a otros, tratándolos injustamente y siendo indiferentes a su dolor. La búsqueda obstinada de un culpable absoluto y el anhelo de un cas- tigo impío se revelan como una necesidad subjetiva compensatoria de las heridas que las contradicciones y el antagonismo social producen en cada sujeto. En este sentido, en la serie American Crime no estamos ante una trama típica del género policíaco que consista en el despliegue paulatino de pesquisas que entretie- nen y enganchan al espectador en la indagación de la identidad y el móvil del ver- dugo. Y en la que se termina haciendo justicia gracias a un personaje o a una ins- titución heroica, bondadosa y responsable que, contra toda dificultad y mediante un infatigable compromiso con la justicia, consigue reparar el daño, restaurar el orden y brindar seguridad. Esto es lo que tanto personajes como espectadores de- sean, pero no se les concede. No se les concede no por un mero capricho pesimista o por un juego vacuo con las expectativas del público. No se satisface el deseo del espectador de encontrar seguridad y justicia mediante la personalización del mal en un sujeto criminal punible porque la trama consiste precisamente en revelar las opciones que los personajes tenían para su autoconservación según sus condicio- nes de partida. Por ello tampoco permite la identificación y empatización del espectador con los personajes justos, ni la compensación de la impotencia subjetiva mediante la sensación de seguridad10. En la medida en que la trama no consiste simplemente en desvelar y castigar al criminal para restaurar un supuesto orden de seguridad, aunque sea con efectos sorpresa y giros inesperados, tampoco puede satisfacer los anhelos de justicia de sus propios personajes, los cuales se revelan como puro afán punitivo, cegado por el prejuicio, el revanchismo vengativo y la personificación del mal, que no hacen sino propagar el crimen y el sufrimiento. Con todo ello, la serie consigue perfilar algunos de los efectos psicosociales de los modos de subjetivación y socialización del capitalismo contemporáneo, como es la búsqueda de chivos expiatorios, el comportamiento viril no compasivo o la descar- ga de agresividad hacia los más vulnerables. La concreción biográfica de los perso- najes de la serie ilustra magistralmente el desarrollo individual de mecanismos de defensa y compensación ante el sufrimiento que producen las condiciones actuales de competencia capitalista y antagonismo social. 10 En general, en la serie no se satisfacen las necesidades típicas del espectador de la industria cul- tural según Adorno, tales como la identificación con personajes, la compensación de la impotencia, la sensación de seguridad, empatización o la personificación. Esto se analizará en el siguiente apar- tado. “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 273 - Al mostrar la compleja red de responsabilidades de un crimen, la facilidad con la que las vidas se truncan y la vulnerabilidad desesperada de algunos verdugos, las tres temporadas de American Crime nos confrontan precisamente con que la bús- queda ciega y obstinada del castigo conduce fácilmente a los personajes a cometer actos de venganza desmedidos, a lanzarse contra chivos expiatorios o a la negación patológica de la propia responsabilidad. En ocasiones, el posicionamiento como víctima en la absoluta inocencia reclamando un resarcimiento ciego acaba por ge- nerar nuevas víctimas y nuevos verdugos. La escalada de daños deviene una bola de nieve imparable. Si el daño nunca se repara es porque el comportamiento de cada personaje no es inocuo para otros, pese a sus intenciones, puesto que las opciones de unos personajes para sobrevivir, medrar o conservar privilegios se oponen objetivamente a las de otros. Por ello, un personaje puede ser víctima y también verdugo, en tanto que las opciones que tiene para salir bien parado de una circuns- tancia de opresión o competencia inciden negativamente sobre otros personajes. Además, su condición de víctima sirve al individuo aislado para justificar su com- portamiento depredador, egocentrista, revanchista, indiferente o paranoico. Las víctimas resultan ser responsables de manera mediata del sufrimiento de otros. Desde una perspectiva más general, todos los personajes reproducen las condi- ciones de su propia dominación abstracta, que sostiene la coacción impersonal a comportarse de acuerdo con las determinaciones de su clase social, sin poner en cuestión su posición o generar marcos de actuación colectiva basados en la solida- ridad, más allá de la defensa corporativa de ciertos intereses o derechos. Así, ninguna de las temporadas puede ofrecer al espectador lo que podría espe- rar según el formato del género policíaco: un culpable claro, su castigo, la repa- ración del daño y la restauración del orden de justicia y seguridad. Tampoco ofrece un héroe bueno al que idealizar y con el que simpatizar o identificarse, que se oponga al villano malhechor sobre el que sea posible proyectar el desprecio. Tam- poco permite el tipo de entretenimiento que ofrece el suspense, que consiste en mantener la tensión siguiendo los indicios misteriosos del crimen hasta que su resolución definitiva. Si el espectador siente impotencia ante la falta de justicia es porque esta resulta imposible en tanto que la trama obliga a conocer la crueldad de los condicionantes de cada vida particular. Es más, la satisfacción subjetiva de lo justo para unos personajes resulta ser una ignominia para otros. De este modo, la serie advierte que, en la imposible vida justa en la sociedad falsa, la búsqueda obce- cada de la justicia mediante la identificación y castigo de un culpable absoluto, que “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 274 - funcione además como personificación de la causa del sufrimiento, resulta no solo impotente sino también generadora de nuevas injusticias y sufrimientos innece- sarios. Por ello, la serie American Crime no ha de verse como mera representación críti- ca del sistema judicial norteamericano, sino también o sobre todo de las condi- ciones sociales antagónicas del capitalismo que, en la crisis neoliberal del trabajo y del garantismo social, hacen de la competencia y la virilidad imperativos cada vez más descarnados para la supervivencia. En este marco, el antagonismo de clase, así como las opresiones de género y racial son factores fundamentales en el posiciona- miento asimétrico de los individuos en el marco competencial. Ciertamente, la serie muestra cómo el sistema judicial criminaliza la pobreza, reproduciendo la so- ciedad de clases y la discriminación racial contra la población afroamericana. Pero va más allá, pues evidencia también la imposibilidad de la vida justa en las condi- ciones objetivas de dominación abstracta de capital, de antagonismo de clase y de opresión patriarcal y racista, que conforman las opciones objetivas de los indivi- duos, tanto para la autoconservación entre la población en la estratificación social más baja como para la protección de privilegios para la mejor posicionada. En esta línea, la serie muestra también la crueldad del juicio impersonal que el capitalismo actual despliega en la práctica, al responsabilizar a los individuos de su propio com- portamiento, pese a que ya está en muchos casos condenado de antemano por su posición social, especialmente cuando pertenece a ese estrato de sobrepoblación relativa estancada o población “superflua”, que no es susceptible de ser integradas a través de los mecanismos del mercado ni protegida por el garantismo estatal. Ciertamente, entre los personajes de las tres temporadas no encontramos nin- gún bueno absoluto que no se comporte relativamente como un malvado. Pero, más que una desesperación estéril, lo que ofrece la serie es un espejo de la im- potencia del individuo aislado –aunque sea en los márgenes de la familia nuclear– en una sociedad selvática donde rige la ley del más apto, cuando no del menos es- crupuloso. Por ello, no se trata tanto de llevar al espectador a la desesperación con un descarnado realismo pesimista, sino de tensar el género de suspense y policíaco para señalar, a modo de advertencia social más que moral, que las compensaciones a la impotencia y la venganza resentida solo crean más daño, especialmente cuando se dirigen hacia un chivo expiatorio al que se proyecta la culpa de manera para- noica. En este sentido, la serie puede funcionar como una advertencia de que la única salida de la sociedad falsa y antagónica no es compensar la impotencia indi- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 275 - vidual ni descargar la rabia personal, sino transformar radicalmente las condiciones sociales superando la dominación abstracta del capital, el antagonismo de clases y la opresión de género y racial. Por utópica que pueda resultar esta pretensión, lo que evidencia la serie de nuestra realidad es que más lo es todavía la posibilidad de aspirar a la justicia universal de manera individual en el marco de las sociedades ca- pitalistas actuales. 3.1 La familia y la vida, expectativas vitales y losas encarnadas El castigo impío del culpable o del chivo expiatorio, que desatiende la realidad de los condicionantes o la veracidad de la prueba, expresa metafóricamente el peso que sobre los individuos ejerce el juicio neoliberal sobre la responsabilidad indivi- dual. La presión para comportarse como un empresario de sí se impone, no me- diante la seducción ideológica, sino por el desamparo al que está sometido el su- jeto cuando fracasa, cuando su esfuerzo no es reconocido, cuando cae en la mar- ginalidad o en el desempleo, cuando ve amenazados los privilegios que mantienen su estatus o cuando no se adapta a los patrones del binarismo o la heterosexuali- dad. La impotencia y la rabia ante estas formas de agravio estructural pueden des- plegarse sobre los otros sin misericordia, especialmente cuando se cree en la exis- tencia de un culpable, que deviene entonces la víctima propicia. No hay perdón para el perdedor, ni indulgencia para el considerado culpable, excepto ocasional- mente en formas de solidaridad y compasión que se representan especialmente en una institución central en la serie, que es la familia11. Pero, si en la familia, tal y como se pone de manifiesto en la serie, se condensan el cuidado y la solidaridad, especialmente de padres a hijos, también lo hace toda la carga patológica de las expectativas de éxito o supervivencia, de la trasmisión de la herencia económica, cultural y simbólica o del intento desesperado de proteger a los herederos. La serie revela el hecho de que la preminencia de la figura del indivi- duo aislado, por efecto de la atomización social objetiva y del egocentrismo subjeti- vo, convive con la importancia de la institución de la familia, tanto desde el punto de vista del ámbito de la vida íntima personal como de la reproducción de las condiciones de acumulación de capital (Zaretsky, 1978; Adorno, 1957; Horkhei- mer, 1936). La serie American Crime visibiliza el fundamental papel que desempeña la familia nuclear en las sociedades contemporáneas. Como en tantas otras series 11 En muchas películas y series de televisión occidentales se puede constatar la tesis de Melinda Cooper (2022). “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 276 - televisivas y películas, más allá del género, se narran vidas de familias o se inserta a los personajes en un marco familiar, que es fundamental para seguir o comprender la trama. Una de las funciones contemporáneas de la familia que se revela evidente en la serie es la de ser transmisora entre generaciones de capital económico, cultu- ral y simbólico en un momento de tendencial privatización de ciertas tareas de re- producción de la vida. Si la familia deviene tan importante para mostrar que tam- poco actualmente cabe una vida justa en la falsa es porque en ella se manifiesta la carga que supone la tendencial privatización de las llamadas actividades de sosteni- miento de la vida y de la fuerza de trabajo –tales como el cuidado, la crianza, la lim- pieza del hogar y la higiene personal, los afectos, la formación y cuidado de la salud– por efecto, entre otros factores, del retraimiento del salario indirecto y el garantismo social del Estado, que socializa además los costes de la reproducción del capital. En las últimas décadas, cada vez más tareas necesarias para el sostenimiento de la vida –más allá del trabajo–, cuya gestión suele darse en el ámbito privado y per- sonal de la familia, se han introducido de manera directa en la esfera de produc- ción y circulación de mercancías, quedando sometidas de manera más inmediata por las condiciones de productividad y eficiencia económica. Sobre las familias recae entonces buena parte del peso de la reproducción social, al mismo tiempo que el modelo del doble salario para las familias proletarizadas no garantiza los mínimos vitales básicos, a pesar incluso del paradójico énfasis en las políticas familiares que ha supuesto el neoliberalismo respecto al detrimento de otras polí- ticas sociales (Ferragina, 2019: 12). El abandono del modelo del salario familiar de matriz fordista –el salario del varón que pagaba la reproducción de su esposa y des- cendencia, ambos excluidos del mercado laboral por género y edad respectivamen- te–, se ha visto desplazado por el doble salario familiar, con la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral y empresarial. Si, por una parte, las mujeres han obtenido así independencia económica, sumada a la conquista de derechos políticos durante el siglo XX, no obstante, las tareas de cuidado familiar y domés- tico siguen recayendo en buena parte sobre las mujeres –siendo cada vez más las tareas que realizar en la medida que la protección social se deteriora o reduce–. La feminización del cuidado y la crianza se da o bien porque en la familia las mujeres tienen una doble carga de trabajo –asalariado y doméstico no remunerado– o bien porque las carreras profesionales de las mujeres de clase media y alta se sostienen sobre la “externalización” o contratación de trabajo doméstico, que realizan muje- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 277 - res pobres y especialmente migrantes en condiciones, cuando no precarias, de cuasi servidumbre. En cualquier caso, ello significa una doble socialización para las mu- jeres (Scholz, 2013: 56). Además, siguen pesando socialmente los modelos norma- tivos sacrificiales de la buena esposa y mejor madre, que ocasionalmente suponen, además de sufrimiento y miedo al juicio externo, la retirada del mercado laboral o de la búsqueda de la excelencia profesional con costes sobre la autoestima y la in- dependencia, que se proyectan patológicamente sobre la descendencia. Si por una parte la familia burguesa se presenta como un lugar de solidaridad y apoyo mutuo, basada en el amor libre y en el desinterés, por otra parte, constituye también un núcleo fundamental para la interiorización de la normal social, puesto que la autoridad de los progenitores reside en el poder económico que tienen co- mo principales proveedores materiales, de cuyo desempeño depende de la calidad de herencia, privilegiada o desfavorable, que se transmite a la descendencia (Ador- no, 1955; Horkheimer, 1936). Esta ambivalencia de la familia nuclear burguesa señalada por la teoría crítica en el paso del mundo liberal al capitalismo tardío sigue vigente en el neoliberalismo con otras determinaciones, pero no parece ha- berse agotado pese a su crisis institucional (Sembler, 2020: 134-139). La familia proletaria del siglo XX abrió también un espacio de aspiración a la realización personal y a la consideración del ser humano como fin en sí mismo, más allá de las relaciones de carácter interesado del ámbito mercantil, pero que era también un lugar de reproducción de la sociedad de clases (Zaretsky, 1978: 60). En la actuali- dad, la familia constituye no solo el lugar de amor piadoso y cuidado desintere- sado, sino también la preparación de la descendencia para competir en condicio- nes de darwinismo social creciente (Ferragina, 2019: 13). La serie American Crime nos confronta con esta ambivalencia contenida en la instrucción de la familiar al mostrar que esta preparación para la competencia en el marco del antagonismo y darwinismo social comienza ya de manera ejemplarizante, al mismo tiempo que patológica, mediante la protección y defensa a ultranza de los hijos, sean verdugos o víctimas, pasando incluso por la agresión a otros. Además de cargar de manera privada con las tareas de cuidado, en el capitalis- mo neoliberal la familia sigue constituyendo un núcleo fundamental de provisión económica, en la medida en que a través de ella se trasmite el patrimonio o su carencia, junto con las oportunidades o dificultades de partida. La herencia priva- da trasmitida familiarmente reproduce así la desigualdad patrimonial y el antago- nismo de clase, endosando a su descendencia también la losa del endeudamiento “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 278 - privado, especialmente en la sociedad estadounidense el relativo a la vivienda y a la educación. Así, algunas familias de clase media en crisis presionan a cualquier pre- cio a su descendencia hacia la excelencia, sin que el éxito siempre premie el sacri- ficio vital de los padres y las madres, tal y como se muestra en la segunda tem- porada de American Crime. En el seno de las clases bajas, la protección de los hijos es mucho más complicada, puesto que en algunos casos la desposesión absoluta o la desestructuración familiar deja a la descendencia como única salida la venta de su cuerpo o la desprotección de la economía informal, tal y como se muestra en la tercera temporada de la serie. La vulnerabilidad se hereda aquí, como el impago de la deuda, sin amparo ni protección. Sobre la familia recae el peso de la integración social de la descendencia en la medida en que, en un marco de desclasamiento y proletarización, mientras el Estado retira o deteriora las políticas de protección social o de igualación mínima de oportunidades, la descendencia ha de ser formada y disciplinada como futura fuerza de trabajo –o, en menor medida, futuros empresarios– en condiciones de desempleo estructural, subempleo, emprendedores de miseria, hiper competencia y creciente sobrepoblación relativa. Las familias situadas en el polo más bajo de la estratificación social no pueden aspirar a los contactos o la competitividad de la élite para garantizar la integración social de su descendencia. Y, en muchos casos, tampoco pueden aspirar a los privilegios de las clases medias –parte de la estratifi- cación social con ciertas garantías de integración social y seguridad existencial–, excepto a través de la losa del endeudamiento o del sacrificio vital de los proge- nitores. 3.2 La clase y la vida, no justicia en la miseria En este sentido, la serie no solo hace evidente la ignominia neoliberal que respon- sabiliza al individuo de su fracaso –omitiendo los condicionantes de las elecciones y el desempeño– sino también el hecho de que no todos son igualmente víctimas y verdugos, ni comparecen equitativamente ante el juicio práctico y moralizante. No todas las personas soportan el mismo daño, ni padecen la misma cantidad de sufrimiento o dolor, pero, sobre todo, esta desigualdad no es contingente, sino producto de un antagonismo social objetivo, así como de la existencia de rela- ciones heteropatriarcales y racistas. En cada sujeto se encarna la ineludible y omi- tida existencia de la sociedad de clases, del patriarcado y del racismo estructural, “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 279 - más allá de la conciencia o no de los sujetos actuantes. No siempre lo saben, pero su posición los condena a priori. Todos compiten, pero no en igualdad de con- diciones, ni con las mismas garantías. Tampoco está en juego para todas las per- sonas lo mismo. Mientras que para unas se trata de lograr la mera supervivencia, para otras la protección de los privilegios que garantizan su estatus y seguridad. La clase alta ha de garantizar sus prerrogativas, mientras que el proletariado y el lum- pen se esfuerzan por el acceso a bienes básicos de subsistencia. Si la clase media compite para sostener el valor de sus ahorros, los derechos sociales o su estilo de vida como asalariados garantizados o empresarios solventes y las clases altas lo hacen por el manteamiento del valor de sus patrimonios e inversiones –incluso al precio de la sobreexplotación brutal y desprotección del trabajo– , las clases bajas se ven empujadas a hacerlo por cualquier forma de ingreso en algún mercado labo- ral, ya sea formal o informal, o por el acceso a una mínima prestación social. Ade- más, la población excedente y minorías marginadas –migrantes sin papeles, dro- gadictos, afroamericanos, personas sin techo, minorías sexuales y raciales, etc.– son fácilmente elegidas como chivos expiatorios, convirtiéndolas en presas fáciles de la criminalización de la pobreza y la marginalidad. Su vulnerabilidad y estigma las aboca más fácilmente al trabajo informal o ilegal y a la competencia desregulada en trabajos en condiciones de cuasi servidumbre en el sector agrícola, sexual o domés- tico. Frecuentemente se ven obligadas a abandonar físicamente a sus familias para procurarlas ingresos monetarios, cuidando a otras o produciendo alimento en con- diciones de explotación cuasi serviles. Son las más dañadas, pero no por ello se presentan en la serie como víctimas absolutas, puesto que no son ajenas al imperativo de la competencia. La serie muestra cómo personajes de estratificación social más baja, con y sin papeles, se ven abocados en ocasiones a actuar con la voracidad con la que se impone el imperativo de la competencia para su autoconservación o la de su familia. En este sentido, uno de los elementos más incómodos de la serie es que, si bien retrata sin piedad los rasgos depredadores, cínicos y egocéntricos de las clases medias aspira- cionales y las clases altas, no deja de mostrar la posibilidad de la desesperación vio- lenta y criminal en el marco del desamparo de la marginalidad. Bajo la amenaza de la sobrexplotación extrema y la violencia del mercado informal se puede interiori- zar también la actitud viril del darwinismo social y evitar, por todos los medios, ser el perdedor en la lucha por la autoconservación. En este sentido, la serie retrata cómo también en el estrato social más bajo se trasmite a la descendencia, de ma- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 280 - nera descarnada, la máxima de devorar o ser devorado. Pero la competencia de es- tos estratos no siempre se despliega según en el marco de las formales relaciones de libertad e igualdad del intercambio mercantil, sino en las modalidades de regu- lación propias de mercados informales e ilegales, ante el desamparo institucional y la indiferencia social. Cuando la serie va desvelando la última opción individual entre matar o morir –por justicia, dignidad o supervivencia–, el espectador se ve conducido a percibir al criminal con condescendencia y sentir la impotencia de una vida truncada trágicamente desde sus condiciones de partida. En este sentido, si la serie no nos permite odiar categóricamente al criminal absoluto es porque consigue mostrar el modo en el que sus posibilidades estaban condicionadas, especialmente por su posición de clase –riqueza poseída y capital simbólico heredado–, por el peso de las relaciones de género –expectativas de la feminidad, la masculinidad o de la heteronormatividad–, patriarcales –machismo simbólico y material– y la condición racial –vinculada privilegios y trabas jurídicas, sociales y políticas, además de económicas–. En la medida en que la serie muestran cómo los personajes más vulnerables se ven ante la elección de devorar o ser devo- rados, al tiempo que son juzgados como responsables de sus decisiones sin que se tenga en cuenta su posición social objetiva, incluso el verdugo se revela una víctima de un destino trágico. Y, pese a ello, ninguna de las tres temporadas de American Crime permite la identificación absoluta con los oprimidos. De hecho, lo más trágico para el espectador activo y comprometido, que sigue anhelando justicia, resulta el hecho de que no se da la única salida posible desde la perspectiva de la totalidad social, la solidaridad entre los oprimidos que permita aspirar a la supe- ración las condiciones atroces y competitivas para su autoconservación. Por ello, la serie mantiene la distancia respecto de los personajes. Todas las temporadas retra- tan formas de agresividad defensiva, competencia atroz y astucia indiferente no solo en las clases medias y altas protegiendo sus privilegios, sino también entre el lumpen y el proletariado. Formas de odio y venganza que dificultan la identifica- ción o compasión total del espectador, pese a que sean comprendidas. No por ello, sin embargo, la serie deja de perfilar el anhelo de formas de dignidad, honor, altruismo y empatía entre los menos favorecidos, que trascienden la línea común de padres a hijos, en formas comunitarias de solidaridad y cierto apoyo mutuo. En los momentos en los que esta disposición solidaria se deja entrever, al espectador se le permite simpatizar con los personajes, sin llegar a identificarlos con la bondad o el heroísmo. Los momentos de afecto, altruismo y perdón, escasos pero retrata- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 281 - dos con cuidado, son la concesión que la serie hace al deseo de dignidad del espec- tador, aunque para los personajes no siempre signifiquen la justicia12. 4 NO HAY SERIE VERDADERA PARA LA VIDA JUSTA EN LA SOCIEDAD FALSA Pero, si bien la serie puede funcionar como ilustración de la imposibilidad de la vida individual justa, autónoma y verdadera en el marco de una sociedad antagó- nica, heterónoma y falsa, no por ello tiene la capacidad de despertar la conciencia crítica. Menos aún todo ello significa que la serie ofrezca de suyo una explicación o conceptualización racional de las formas de dominación y las determinaciones so- ciales que explican el comportamiento de los personajes y el desarrollo de la trama. La serie no explica ni tematiza la dominación abstracta del capital, el antagonismo de clase o las formas específicas de opresión de género y racial, tampoco el darwi- nismo social en relación con la crisis del capitalismo contemporáneo. El carácter narrativo de la serie no procura una instrucción teórica pues, obviamente, no es el medio propicio para ello, ni tampoco su objetivo. Puede, sin embargo, propor- cionar una forma de ilustración de los conceptos previos a través de cómo las formas de dominación más abstractas, estructurales e impersonales afectan y expli- can las vidas concretas. O incluso ser un objeto para avanzar en el análisis de pro- cesos psico-sociales y modos de subjetivación. Por ello, en tanto que producto audiovisual de ficción, su aportación estaría precisamente en haber representado con acierto el modo en que las exigencias de integración diferenciadas según el género, la clase y la raza, el antagonismo social y el dominio impersonal de la lógica de la acumulación de capital afectan las vidas particulares de sujetos concretos. La serie es así capaz de mostrar cómo determinadas condiciones sociales producen daños psicofísicos en los sujetos vivos, lo que la hace poco común y realmente in- teresante. Y, pese ello, la serie tampoco tiene capacidad para transformar las condiciones de la experiencia que influyen en su recepción, cuya crisis, por otra parte, ya 12 Esta forma de perfilar personajes con dignidad y solidaridad es magistral en series de David Si- mon como The Wire, The Deuce o Tremé, donde en medio del horror sociológico que retratan estas series, se erigen personajes cuya dignidad conmueve, aunque esté mezclada con la picaresca, la ambición o la adicción. Pues así pone de manifiesto que la lucha por la supervivencia, pese a mo- verse en los marcos de la picaresca, la ilegalidad o la mercantilización, puede tener todavía límites comunitarios y morales. “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 282 - decretó el final del mundo liberal. Las actuales condiciones de recepción de los productos audiovisuales parten ya de la crisis del tipo de formación vinculadas al ideal del individuo burgués. Y, pese a las importantes transformaciones en los mo- dos de subjetivación y socialización que se han dado desde mediados del siglo XX, la industria cultural actual cumple funciones económicas e ideológicas en cierto modo semejantes a las descritas por Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilus- tración (Duarte, 2011). En este sentido, cabe explicar que la serie haya sido un fra- caso comercial, en la medida en que no ha cumplido con las expectativas de com- pensación y entretenimiento de una masa suficiente de espectadores para sostener su rentabilidad más allá de la tercera temporada. Como ocurre con cualquier otro producto en los países industrializados desde los análisis de Adorno en los inicios de la industria cultural, el cine –como los productos televisivos– ha de funcionar en el tiempo libre de trabajo para el descanso y la regeneración de la fuerza de tra- bajo, produciendo, satisfaciendo y reproduciendo nuevas necesidades en el marco de la socialización capitalista (Cabot, 2016: 1161). La visualización de productos audiovisuales forma parte normalmente de un momento de recomposición del desgaste laboral, que además permite una socialización funcional al conformismo, mediante la movilización, consciente e inconsciente, de necesidades, expectativas, compensaciones, ilusiones o sentido (Maiso, 2018: 142). La elección entre una multiplicidad de productos constituye una forma de com- pensación de la impotencia y la heteronomía socialmente producidas que, no obs- tante, reproduce las condiciones de la propia dominación y produce efectos con- formistas. Ofrece la posibilidad de labrarse una identidad a través de la identifica- ción con los códigos culturales que el producto representa, pero en las condiciones de socialización total, atomización social y crisis de pertenencia comunitaria que genera el desarrollo de la sociedad capitalista y su consecuente antagonismo social. En este marco, el formato y contenido de las series de televisión va dirigido espe- cialmente al inconsciente del espectador, puesto que “su poder sobre el espectador será presumiblemente mayor en un modo de percepción que se sustrae rápida- mente al control de su yo consciente” (Adorno, 1954a: 455). Por ello, Adorno ad- virtió que, tras la formación de la industria cultural a mediados del siglo XX, no se puede pensar la cultura de masas moderna, especialmente el cine, sin tener en consideración la estructura sociológica de los espectadores, ni analizar el contenido de sus productos, especialmente los televisivos, sin tener en cuenta su impacto psicosocial (Adorno 1966: 134; Adorno, 1954b:1). Los productos televisivos –a los “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 283 - que se pueden añadir los cinematográficos, especialmente las películas comerciales de su época producidas por la industria de Hollywood– contribuían desde sus inicios a garantizar el statu quo, dirigiéndose, en el marco multiplicidad de estratos psicosociales, al inconsciente del espectador con mensajes que priman la adapta- ción13. Y también producían conformismo mediante la reducción de la cultura a puro entretenimiento, complaciendo al espectador en sus ideas, sin perturbarlo y sin demandar esfuerzos intelectuales (Adorno, 1954b: 7). En esta línea, los pro- gramas televisivos y las películas de la época floreciente de la industria cultural articulaban sus tramas mediante tópicos, ofreciendo contenidos de fácil seguimien- to. Para ello empleaban reiteraciones temáticas y fórmulas formales, que infanti- lizaban al espectador en la medida en que se trataba de que éste pudiera anticipar el desarrollo narrativo sin apenas esforzarse. En este sentido, como el resto de los productos en las condiciones de la industria cultural, la televisión y la mayor parte del cine presentaban un carácter potencialmente regresivo (Hervás, 2011: 110). Los programas de televisión reproducían así el tipo de sujeto alter-dirigido, y no intra-dirigido (Adorno, 1954b: 4), prototípico del capitalismo tardío, cuyo modelo de comportamiento y figura de autoridad ya no recaía en la figura paterna familiar, sino en los grupos de pares de entornos educativos, culturales o laborales. La crisis del individuo burgués, de las condiciones de posibilidad del modelo de sujeto que actúa autónomamente según principios racionales y morales siendo responsable de sus actos, tiene así su plasmación en el nuevo tipo humano del capitalismo tardío14 (Maiso, 2019). Este individuo posliberal encuentra en los modos de socialización de la industria cultural formas de pseudo-pertenencia y pseudo-identidad compen- satorias de la impotencia, el antagonismo y la atomización, mediante la identifi- 13 “Para explicar cómo afectan estos programas a sus espectadores hay que recordar el concepto (de- masiado familiar) de complejidad estética: el hecho de que ninguna obra de arte comunica su con- tenido unívocamente por sí misma. Ese contenido es complejo, no se puede simplificar y se des- pliega a lo largo de un proceso histórico. Con independencia de los análisis sobre Beverly Hills, Hans Weigel ha mostrado en Viena que el cine, producto de la planificación comercial, carece de esa complejidad; con la televisión sucede lo mismo. Pero sería demasiado optimista creer que la complejidad estética ha sido sustituida por la univocidad informativa. Más bien, la complejidad (o su forma de decadencia) es aprovechada por los productores en su propio beneficio. Los produc- tores se quedan con su herencia al presuponer que en el espectador hay varias capas superpuestas psicológicamente que ellos intentan atravesar buscando una meta unitaria y racional (según los conceptos de los que mandan): reformar el conformismo en el espectador y consolidar el statu quo”. Los productores ofrecen infatigablemente a los espectadores “mensajes” (messages) patentes y ocul- tos. Tal vez los mensajes ocultos tengan la primacía en la planificación, ya que son los más eficaces psicotécnicamente” (Adorno, 1954a: 457) 14 Sobre la crisis del individuo burgués en el paso del mundo liberal al capitalismo tardío y sus con- secuencias subjetivas y sociales, ver Zamora (2001) y López Álvarez (2011). “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 284 - cación con grupos de pares o modelos de comportamiento a través de los produc- tos que consume. En este sentido, el esfuerzo activo que el sujeto realiza no es más que la elección del producto entre una oferta múltiple –atendiendo al código de estatus y distinción que ofrece y al grupo al que vehicula– y no ya, como aspiraba el mundo burgués, la confrontación crítica con el producto o una experimentación gnoseológica o estética alternativa. Pese a las evidentes transformaciones que ha su- frido la industria cultural en las décadas recientes, este diagnóstico de lo que inau- gura en la relación entre el espectador y el producto cultural sigue vigente15. De acuerdo con Mateu Cabot (2017: 1173), Adorno consideraba que los pro- ductos audiovisuales televisivos generan conformismo e infantilización en tanto que: (1) adiestran al espectador en la interpretación que ha de hacer de las imá- genes y los sonidos que aparecen en la pantalla; (2) resultan placenteros emocional- mente en su visualización y armónicos en su percepción intelectual; (3) y, final- mente, prometen más gratificaciones en el futuro. Frente a ello, la serie de Ame- rican Crime evita buena parte de los procedimientos típicos de los productos audio- visuales que acentúan la regresión cognoscitiva, además de producir conformismo e infantilización. Juega para ello con cuestiones formales y de contenido que ofrece su dimensión cinematográfica, que le permiten trasgredir las determinaciones del género de suspense, del formato de entretenimiento y del carácter compensatorio de su contenido. Quizás ello explique su fracaso comercial. Aunque la mayor parte de series contemporáneas contienen elementos propios del formato televisivo, que analizó Adorno en el siglo XX, y que suponen y presuponen la regresión intelec- tual y la infantilización, en la actualidad no es apropiado reducir las características de las series a las de los programas típicos de la televisión, ni en relación con su forma ni con su recepción. En las series televisivas contemporáneas se mezclan ele- mentos propios del cine y la televisión. Una serie podría ser caracterizada como una película serial o por entregas. No obstante, en la actualidad las series televisivas son mayoritariamente visualizadas en el espacio doméstico, como ocurría con la televisión en la época de la industria cultural emergente que analizó Adorno, a diferencia del cine, que ahora también puede ser consumido en el espacio personal privado16. Por otra parte, las series televisivas tienen una duración actual que tras- 15 Sobre las transformaciones de la industria cultural desde los análisis de Adorno hasta la actua- lidad, ver: Duarte (2011), Maiso (2018). 16 La diferencia específica de las series de televisión actuales respecto al cine reside en su carácter serial, en el hecho de que su formato es la sucesión de episodios en el marco de una temporada que puede abrirse a otra nueva temporada. Eso permite abrir un espacio narrativo mucho más extenso y “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 285 - ciende con creces los quince minutos que duraban cuando Adorno hizo sus análi- sis sobre la televisión (Adorno, 1954b: 13-14). Si entonces su escasa duración im- pedía el desarrollo matizado de la trama y los personajes, en la actualidad, tanto su carácter serial, por capítulos y temporadas, como la duración misma de los capí- tulos, les permite una extensión mucho más larga que una película convencional. Pueden así desarrollar con detalle contenidos narrativos y personajes, incluso des- plegando la evolución de numerosos personajes e instituciones a lo largo de una cronología extensa o con infinitud de matices. Lo que era imposible cuando la du- ración de una cuarto de hora era una de las características de los programas de tele- visión. Además, las series actuales no carecen de autonomía estética, como sí que ocurría con los programas televisivos según los análisis de Adorno de la televisión, que constataban la sustitución en ese medio de la formalidad artística por el mero “funcionamiento y la presentación”, la mera exhibición (Adorno, 1954a: 455). En este sentido, la autonomía estética a la que pueden aspirar las series en la actua- lidad proviene en buena medida del uso de elementos propios del cine, al que añade propios, vinculados especialmente a su carácter serial, como lo es el desa- rrollo de la trama y los personajes de forma muy detallada o en una cronología extensa17. Estos elementos son los que emplea American Crime de manera que no reproduce los típicos de los productos televisivos o cinematográficos que implican una regresión intelectual, crean conformismo e infantilizan al espectador. Uno de los procedimientos que supuso una regresión intelectual en la recepción de productos audiovisuales, y que sigue vigente, es su clasificación en género –co- media, drama, horror, suspense, policíaco, cine negro, western, etc.–. La codifica- matizado que el de una película tradicional. Otra diferencia es que en las series la actividad creativa la suelen desempeñar el productor ejecutivo y en el guionista principal, a diferencia de en el cine que lo hace el director. (Corcuff, 2022: 107). Por otra parte, en la época en que Adorno analizó la industria cultural, para disfrutar del cine había que hacerlo en un espacio público y de manera preeminentemente colectiva, a diferencia de los productos de la radio y la televisión que llegaban hasta el espacio doméstico de los consumidores. En la actualidad, las películas y documentales, aunque todavía pueden ser consumidas en espacios públicos y colectivos, llegan también hasta los espacios domésticos de los espectadores, como ocurre con las series de televisión. Además, en la actualidad, pueden ser consumidas cada vez más en el momento en que el espectador elija y con el ritmo que le convenga. 17 Tras su regreso a Alemania del exilio estadounidense y su relación con nuevo cine europeo, Adorno confía en que el cine, a través del montaje, pueda encontrar formas de distanciamiento propias, que le permitan superar los límites intrínsecos a su carácter representacional y producir arte y no meros productos regresivos, conformistas e infantilizantes. En artículos como Transparen- cias cinematográficas (1966) Adorno despliega esta visión, que le aleja del pesimismo inicial respecto de las posibilidades del cine, manifiesto en los análisis que realizó con H. Eisler en Composición para el cine (1947) (Maiso y Viejo, 2006; Hervás, 2011). “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 286 - ción de películas y programas televisivos conlleva el empleo de tópicos y formu- lismos que facilitan al espectador seguir y anticipar el contenido de los productos audiovisuales. En este sentido, la distribución de productos audiovisuales según codificaciones formales y temáticas no es solo una práctica posterior a la produc- ción, sino que afecta a la previa concepción y elaboración de estos. Y afecta tam- bién a la predisposición del espectador, en el que la codificación tiene un efecto previo de adiestramiento (Cabot, 2016: 1169). El género se reconoce en los patro- nes formales y temáticos que se emplean, que el propio espectador reconoce como condición perceptiva de la película o el programa. Según Adorno, esta clasificación en géneros pautaba la actitud del espectador, creando expectativas sobre la trama y los personajes mediante el uso sistemático, rutinizado y estandarizado de señales, recursos y estilos propios –o de una combinación de estos– (Adorno, 1954b: 11). El espectador puede anticipar lo que va a ocurrir. No solo el comportamiento de los personajes resulta predecible en la medida en que son tipos ideales caricatu- rizados, sino también los propios giros narrativos que aparentemente se presenten como sorpresivos. En realidad, los giros narrativos ya se han anunciado mediante tópicos formales, mediante señales latentes, musicales, visuales o comportamenta- les, que son en realidad casi explícitas, pero cuya forma pseudo velada hace creer al sujeto que está entre los pocos astutos que ha adivinado lo que va a ocurrir o que un giro narrativo va a acontecer. “El espectador recibe lo que de antemano ya esperaba recibir. Por tanto, supone una regresión con respecto a lo que el arte, en tanto dotado de contenido de verdad, puede dar al ser humano. Para Adorno se pierde el carácter enigmático que tradicionalmente acompañaba siempre a lo artís- tico”. (Hervás, 2011: 110). “Los lectores podían esperar que ocurriera cualquier cosa. Esto ya no es válido. Todo espectador de una historia de detectives televisada sabe con absoluta certeza cómo va a terminar” (Adorno, 1954b: 3). Esta seguridad en lo que va a acontecer, debido a la clasificación en géneros de los productos audiovisuales, responde, según Adorno, más que a la satisfacción de un deseo de estremecimiento de los espectadores, a la necesidad infantil de protección, que encuentra ahora una satis- facción comercial (Adorno, 1954b: 3). El consumidor de cultura audiovisual se comporta infantilmente sin saberlo, en la medida en que al acomodarse a lo prede- cible en la visualización de los productos recibe una sensación de amparo com- placiente. Este fenómeno es un síntoma de la regresión gnoseológica y afectiva que la socialización del capitalismo tardío supuso respecto a las expectativas burguesas “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 287 - de autonomía individual mediante una formación cultural esforzada y responsable. En Televisión y Cultura de Masas Adorno señalaba que “estos cambios coinciden con el cambio potencial de una sociedad libremente competitiva a una sociedad virtual- mente “cerrada” en la que uno quiere ser admitido o de la que uno teme ser recha- zado” (Adorno, 1954b: 3). Al mismo tiempo que la figura de la autoridad paterna se veía desplazada por los grupos de pares o los modelos publicitarios, vinculados a las nuevas formas de socialización de la industria cultural, se incrementaban las exigencias de adapta- ción que recaían sobre el sujeto en los ámbitos del trabajo y el ocio para su inte- gración exitosa. En este sentido, el sujeto experiencia en cada vez más ámbitos de la vida social y personal la heteronomía de las determinaciones sociales externas. El miedo a la exclusión social era un fenómeno en auge en la época, como lo sigue siendo en la actualidad, pues dichas tendencias no han sido revertidas. En este contexto, la predictibilidad de la trama y el comportamiento de los personajes se- gún el género al que pertenece la película o el programa de televisión brindaban al sujeto la posibilidad de sentir temporalmente seguridad y acomodo, además de sen- tirse perspicaz e inteligente. En esta línea, además del miedo y la inseguridad respecto a la aceptación social, en el capitalismo tardío el sujeto siente también su impotencia ante la totalidad social y ante las exigencias inmediatas y crecientes del desempeño laboral y del reconocimiento social en el ocio. Por ello, las formalidades de los géneros audiovi- suales que permiten la anticipación, además de satisfacer la necesidad de seguridad del espectador, también trasmiten la sensación de que es listo. El espectador, que sabe lo que va a pasar en la trama, que puede predecir lo que llegará, se sabe a sí mismo curtido y astuto (Adorno, 1954b: 5). Obtiene así la confirmación de que no es un tipo ingenuo, de que pertenece a los listos, a los que nada les sorprende ni nada se les escapa, pues todo lo puede vaticinar. Si bien son las determinaciones temáticas y formales del género, compuestas por formalismo y estereotipos, las que orientan lo que el espectador puede prever que ocurra, el espectador ha de sentir que él mismo ha llegado a ello, por su astucia o inteligencia. Así, la anticipación que le hace sentir astuto e inteligente no requiere paradójicamente apenas esfuerzo intelectual, ni demasiada concentración. Solo tiene que seguir lo previsto y reco- nocer lo ya sabido para anticipar lo que supuestamente todavía no sabe (Adorno, 1954b: 5). De este modo, los formulismos del género funcionan para el espectador como pseudo compensaciones de la inseguridad y la impotencia, puesto que la sen- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 288 - sación de amparo y astucia que brindan no proviene ni del desarrollo del juicio autónomo ni de la capacidad de emplearlo con miras a la seguridad existencial y al reconocimiento social. Para ilustrar estos fenómenos, el género al que frecuentemente se refiere Ador- no es precisamente el policíaco (Adorno, 1954a; 1954b). En las historias de detec- tives se puede saber con certidumbre y anticipación cómo van a terminar: el triun- fo del bien sobre el mal o la correspondiente derrota del villano a manos del héroe. Durante su visualización, el espectador puede entretenerse interpretando señales y premisas, que le permiten anticiparse a la trama en el develamiento del móvil o agente criminal. Incluso los giros de guion o las sorpresas que guardan los perso- najes pueden preverse en cierto modo. El desarrollo de la trama acaba estando supeditado a la posibilidad de que los espectadores desvelen con anticipación los sucesivos acontecimientos y, especialmente, del autor o el motivo del crimen. Aunque American Crime contiene mucho de estos elementos del género de suspense, tales como el misterio sobre el crimen y el despliegue de premisas en el desarrollo de la trama, no obstante, no son centrales para la comprensión, disfrute y seguimiento de la serie. La resolución del crimen inaugural queda en un segundo plano mientras la narración avanza abriendo nuevos problemas y agravios que complejizan la situación inicial. El interés se va desplazando progresivamente a las vidas de los personajes, a la comprensión de sus biografías y condicionantes socia- les. Igualmente, la previsión de la conducta de los personajes resulta muy difícil en la medida en que no son prototipos ideales. Los personajes son individuos comple- jos, para cuya comprensión se requiere no solo el conocimiento de su psique sino también de las determinaciones sociales de su comportamiento o carácter. A medi- da que avanza la trama, los personajes se hacen más complejos psicológica y social- mente, condensando ambivalencias y contradicciones de la propia sociedad. Que los personajes no sean inmediatamente predecibles no se debe entonces a la exis- tencia de giros de guion inesperados que muestran la cara oculta de un sujeto. Más bien su imprevisibilidad tiene que ver con que su comportamiento responde a la compleja interacción de una multiplicidad de factores de género, de clase, raciales, sexuales, geográficos, familiares e incluso circunstanciales y accidentales. En la mis- ma línea, la anticipación de la trama resulta estéril, porque de lo que se trata no es de desvelar y castigar al autor del crimen, sino de mostrar la multiplicidad de res- ponsabilidades vinculadas a las posiciones sociales de los sujetos. Pero, sobre todo, en tanto que American Crime no perfila a sus personajes como buenos y malos abso- “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 289 - lutos, sino todo lo contrario, no se puede esperar que el final consista en el triunfo de bien sobre el mal. Otro de los procedimientos típicos de los programas televisivos o películas, que no fomentaban el desarrollo de facultades intelectuales, sino que incidían en las tendencias gnoseológicas y afectivas regresivas, lo constituía para Adorno el empleo sistemático de estereotipos, clisés o ideas fórmula (Adorno, 1954b: 13-14). El pro- ducto audiovisual típico de la industria cultural no demanda al espectador mucho más que seguir el contenido manifiesto de la narración. Solo se requiere seguir la evolución de la trama y de los personajes en tanto que identificación y puesta en relación de hechos que acontecen en un marco cronológico y circunstancial. Para facilitar este seguimiento, el producto audiovisual recurre frecuentemente a clisés que permiten al espectador identificar rápidamente a los personajes y, de nuevo, anticipar su comportamiento. Los personajes estereotipados se comportan según algún un atributo básico que, además de determinar esencialmente su carácter, lo perfila sin contradicciones y ambivalencias. Así, su comportamiento en la trama puede ser vaticinado con facilidad, además de no requerir una comprensión com- pleja y esforzada. El comportamiento del personaje responde a sus cualidades esenciales en tanto que bueno o malo, simpático o borde, solidario o egocéntrico, culto o bruto, perspicaz o inocente, guapo o feo, flaco o gordo, sano o enfermo, ambicioso o vago, entre otras muchas posibilidades. El personaje es así idéntico a sí mismo durante el desarrollo de la trama. No hay evolución, ni complejidad, en la figuración de los personajes, pues incluso en las tramas en las que hay un cambio inesperado de comportamiento, se trata de un simple juego con el paso de un estereotipo a otro, por alguna circunstancia o cambio de perspectiva que da la vuelta a todo. Lo mismo ocurre con las situaciones y evoluciones dramáticas cuan- do se construyen a partir de patrones predefinidos y lugares comunes. Con este empleo sistemático de clisés, estereotipos o fórmulas tipo se evita que el espectador tenga que esforzarse intelectualmente. El seguimiento de una trama elaborada a base de patrones predecibles no requiere apenas erudición ni reflexión, menos aún conceptualización. Además, entorpece el desarrollo de la reflexividad y la imaginación. Los lugares comunes, las ideas fórmula o los prototipos permiten una visualización complaciente, en la medida en que el producto audiovisual no necesita ser comprendido sino sencillamente seguido. La atención se mantiene gra- cias al entretenimiento que permite el seguimiento de las premisas de la narración y la expectativa de que acontezca lo previsto. No hace falta una concentración “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 290 - esforzada para comprender una trama o personajes complejos. El problema de es- tos procedimientos audiovisuales de simplificación, anticipación y mecanización es que no fomentan el desarrollo autónomo de la argumentación, la sensibilidad o la capacidad de juzgar18. Frente a esta tendencia, American Crime perfila personajes complejos, psicoló- gica y socialmente, que no pueden ser reducidos a estereotipos predecibles, ya que encarnan una multiplicidad de contradicciones y antagonismos sociales. En este marco, los personajes son afectivamente ambivalentes, despertando así afectos en- contrados en el espectador, tal y como ocurre con las personas reales. Han de ac- tuar en situaciones contradictorias, viéndose ocasionalmente superados por su complejidad o fatalidad. Los personajes encarnan así las tendencias de los modos de subjetivación del capitalismo contemporáneo, en su especificidad estadouni- dense. Su comportamiento se comprende según su posición relacional en términos de clase, género o raza, sin que por ello caiga su figuración en el estereotipo. La complejidad de cada situación personal, atravesada por privilegios y opresiones diversas, se traduce en personajes complejos, no reductibles a un rasgo de carácter o circunstancia que explique unívocamente su conducta. La serie permite así mos- trar el modo en que los sujetos vivos, las personas concretas, son afectadas por las relaciones sociales de la sociedad falsa, heterónoma y antagónica. Esta pericia cons- tituye una de las grandes aportaciones que los productos audiovisuales pueden ha- cer en la línea de la teoría crítica de la sociedad. En esta misma línea, la serie no complace al espectador tampoco en la disposi- ción subjetiva a identificarse o empatizar sentimentalmente con un personaje de manera categórica. Ninguno de los personajes de American Crime está retratado con absoluta simpatía, todos tienen algún rasgo o comportamiento deleznable. De este modo, la serie tampoco cae en el pernicioso fenómeno de la personalización del mal en una institución o personaje concreto, que permita ofrecer una explicación sencilla, voluntarista y naturalista de la inmundicia. Y que se podría resumir en la siguiente fórmula: si existe el mal es porque hay personas malévolas. Su acierto resi- de precisamente, como ya se ha señalado, en visibilizar e ilustrar el modo en que los individuos concretos están condicionados y dañados por las determinaciones 18 “De este modo, todo queda apresado en las mallas de la socialización y nada es ya naturaleza a la que no se haya dado forma; pero su tosquedad -la vieja ficción- consigue salvarse la vida tenazmente y se reproduce ampliada: cifra de una conciencia que ha renunciado a la autodeterminación, se prende inalienablemente a elementos culturales aprobados, si bien éstos gravitan bajo su maleficio, como algo descompuesto, hacia la barbarie. " (Adorno, 1954b: 3) “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 291 - sociales de nuestra contemporaneidad. Esta atención cuidadosa a la vida concreta, desde las determinaciones de lo social, es algo que la teoría no puede hacer de la misma manera que lo puede hacer la literatura o el cine. Pero no siempre lo hace. Y otro de los motivos por el que no realiza esa poten- cia, sino que producen conformismo, es que los productos televisivos o cinemato- gráficos, según Adorno, se acomodan a una forma de pseudo-realismo sobre el que se edifican y funcionan los clisés y estereotipos (Adorno, 1954b: 13). Esta falsa au- tenticidad del cine o la televisión tiene como reverso la expectativa de los especta- dores de veracidad o el anhelo de exactitud en la información. Por su parte, la tele- visión, desde sus inicios se presenta como si fuera una mera “ventana al mundo”, su secreto a voces consiste en producir una ficción que parezca no serlo (Cabot, 2017: 118). Respecto al cine, en tanto que la base de fundamento la constituyen imágenes fotográficas en movimiento, si por algo se caracteriza es por parecer una representación inmediata y directa de la realidad, lo que constituye uno de los principales desafíos de este medio cultural para convertirse en arte (Maiso, 2004: 2). Al igual que la palabra en su uso cotidiano parece remitir a la cosa misma, la centralidad de la imagen fotográfica en el cine hace que el contenido audiovisual aparezca como si fuera la realidad mima. No se trata aquí del carácter realista de ciertas películas o documentales, que tratan de describir condiciones fatídicas y mi- serables de la realidad cotidiana sin edulcorarlas, sino de que la propia naturaleza audiovisual, en tanto que sucesión de imágenes fotográficas, parece que ya de suyo está mostrando la realidad tal y como es (Adorno, 1966: 132-134). Parece como si el cine o la televisión, como supuestamente las fotos de la realidad, reprodujeran las cosas tal y como son. Este pseudo realismo no se refiere tampoco a que los espectadores confundan la televisión o el cine, la representación, con la realidad. Lo que ocurre que sus contenidos son visualizados de manera inconsciente como si fueran reales. O, más concretamente, que los espectadores mismos esperan realis- mo de los productos audiovisuales, sin que ello contradiga su carácter de ficción. En realidad, el pseudo realismo que anhelan los espectadores de los productos televisivos o cinematográficos no es que la información sea certera o la represen- tación aspire una forma de verdad conceptual. El falso realismo consiste, por el contrario, en que el espectador se enfrente estratégicamente con la cruda realidad que le interesa para integrarse exitosamente (Adorno, 1954b: 12). Se trata de que aprenda a lidiar con la realidad, para moverse exitosamente en el ámbito laboral, en el ocio o incuso en las relaciones personales. Así, por una parte, el supuesto “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 292 - realismo de algunos productos audiovisuales consiste en transmitir a los especta- dores la enseñanza de que más les vale ser realistas, en tanto que solo siendo racio- nalmente instrumentales podrán integrarse con éxito en la sociedad. Se trata de mostrar la conveniencia de la conformación, de transmitir la máxima de que es provechoso “adaptarse a cualquier precio y que no puede esperarse nada más de individuo alguno. El perenne conflicto de clase media entre la individualidad y la sociedad ha quedado reducido a un recuerdo indistinto y el mensaje es invariable- mente el de identificación con el status quo (Adorno, 1954b: 7). En última instan- cia, el realismo aquí coincide con la astucia. Por otra parte, la ilusión de auten- ticidad de la televisión y el cine puede tener como efecto en la audiencia la pro- yección de la “realidad” audiovisual a la representación de la realidad extra-audio- visual. Por ejemplo, el género de suspense o el policíaco podrían contribuir a gene- rar una impresión de que el crimen es normal (Adorno, 1954b: 13). Respecto a esta tendencia al pseudo realismo o falsa autenticidad, la serie Ameri- can Crime hace en cierto modo algo muy diferente y más potente para crear distan- cia crítica y reflexividad: crea la impresión de que la normalidad contiene un po- tencial criminal. No es la criminalidad la que acecha oculta en la normalidad hasta que la asalta, sino que la propia normalidad, que es en sí misma antagónica y es- tructuralmente violenta y desigual, además encierra en potencia la agresión y el abuso, la violencia directa, simbólica o física, sea delictiva o no. En este sentido, el tipo de “realidad” que se despliega en la serie no atañe tanto al desarrollo mani- fiesto de la trama –las acciones y reacciones de los personajes y las instituciones, las circunstancias, etc.–, puesto que, como ya se ha argumentado, es poco probable, aunque sea plausible. Si la serie nos confronta con algún tipo de “realidad” es una que requiere de la comprensión de las formas de dominación, opresión y antago- nismo social de las sociedades contemporáneas, puesto que es lo único que explica adecuadamente el comportamiento de los personajes y las instituciones. El realis- mo es la confrontación con que las determinaciones sociales imposibilitan la vida justa. La serie American Crime tampoco transmite a los espectadores un realismo instrumental para el desarrollo de la astucia, que anime a la adaptación y al con- formismo. Más bien transmite idea de que la adaptación a la normalidad implica sufrimiento propio y ajeno. La serie advierte que la búsqueda de la adaptación no es garantía de éxito o gratificación. Quizás por todo ello American Crime resultó ser un fracaso comercial. Las determinaciones formales del cine en tanto que cultura o arte no son suficientes para el cumplimiento de su finalidad en el marco de la “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 293 - industria cultural, que impone la necesidad de que las películas sean comerciali- zables (Hervás, 2011: 113). El fracaso de su comercialización supone el fin, como ocurrió en esta serie, de su continuación. Finalmente, American Crime no cae en el fenómeno de la personificación de conceptos sociales o políticos, esto es, que los personajes representen una idea so- ciopolítica en su comportamiento –por ejemplo, el autoritarismo, la democracia, la desigualdad, la pobreza, el dominio de clase, etc.– (Adorno, 1954b: 15). La perso- nificación es otro rasgo típico de los productos audiovisuales que está presente en el cine actual y lo está también en la televisión desde los inicios, cuando Adorno realizó sus análisis19. Este fenómeno audiovisual merma la capacidad de pensar la complejidad social, las mediaciones sociales y contradicciones, además de inducir a una cierta pereza intelectual y ofrecer peligrosas compensaciones a la impotencia y descargas de rabia cuando el mal se personifica en un grupo social vulnerable. “Na- da resulta, sin embargo, más difícil para los seres humanos que experimentar y comprender lo anónimo, lo objetivo, como tal. En tanto que seres vivientes sólo pueden salir adelante buscando la culpa de lo negativo a la vez en seres humanos y con ello humanizar, por así decir, el peligro de la deshumanización” (Adorno 1953: 418). El fenómeno audiovisual de la personalización coincide con una disposición subjetiva en las formas de aprehensión del malestar sociopolítico, que tiene efectos nocivos y que redunda en la impotencia. Muchos productos audiovisuales –series, películas, informativos, programas de televisión e incluso documentales– proyectan un concepto político o social en personaje concreto, que condensa así los rasgos característicos del fenómeno que se tratan de representar. Este procedimiento además de implicar una simplificación de fenómenos com- plejos supone una burda psicologización del problema, en la medida en que parece que es la personalidad del personaje lo que explica el fenómeno social o político. El personaje condena la causa del comportamiento social o institucional, la explica y la encarna, como si el fenómeno se explicase por los rasgos caracteriales de la persona20. Este procedimiento televisivo y cinematográfico engancha con la disposi- 19 “El recurso estándar que se utiliza es el de la personalización espuria de cuestiones objetivas. Los representantes de las ideas atacadas, como sucede aquí en el caso de los fascistas, son presentados como villanos en un ridículo estilo "de capa y espada", en tanto que aquellos que combaten por la "buena causa" son idealizado personalmente. Esto no sólo aleja de toda cuestión social concreta, sino que afianza la división del mundo, psicológicamente tan peligrosa, en negro (el grupo de afue- ra) y blanco (el grupo de adentro)” (Adorno, 1954b: 15). 20 “Se crea la impresión de que el totalitarismo surge de desórdenes caracterológicos en políticos ambiciosos y de que es derrocado por la honradez, el coraje y la calidez humana de aquellas figuras “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 294 - ción psico-social de los sujetos a personificar el mal, la causa del malestar, en insti- tuciones o grupos sociales concretos. Lo cual constituye un obstáculo para la com- prensión de formas de dominación abstractas o impersonales como es la domina- ción del capital o el antagonismo de clases, que no se reducen a ser efecto de una voluntad agente. Esto tiene efectos políticos terribles, porque además de que los sujetos siguen desconociendo las causas de su propio malestar, la personificación funciona como mero mecanismo subjetivo compensatorio y de autoafirmación, incitando al odio contra ciertos grupos sociales e instituciones, que devienen chi- vos expiatorios propicios. En este sentido, el procedimiento audiovisual de la per- sonificación alimenta un mecanismo psicosocial vinculado a tendencias autorita- rias –tales como el comportamiento viril, exclusivista e insolidario– propias de nuestra actualidad y que la serie American Crime muestra con acierto. Adorno lo advirtió con claridad y clarividencia: “Por cierto, ninguna producción artística puede ocuparse de ideas o credos políticos in abstracto, pues tiene que presentarlos en términos de su impacto concreto sobre los seres humanos, pese a lo cual sería fútil pre- sentar individuos como meros especímenes de una abstracción, como títeres repre- sentativos de una idea. A fin de ocuparse del impacto concreto de los sistemas tota- litarios resultaría más recomendable mostrar cómo la vida de gente común es afec- tada por el terror y la impotencia, en vez de encarar la psicología falseada de los figurones, cuyo rol heroico es calladamente reconocido en semejante tratamiento por más que se los represente como villanos. Al parecer no hay casi otro problema de tanta importancia como un análisis de la pseudo-presonalización y sus efectos, el cual no se limita en modo alguno a la televisión” (Adorno, 1954b: 15). La serie American Crime no cae en este procedimiento audiovisual reduccionista y pernicioso. Por el contario, la propia trama muestra cómo la necesidad subjetiva de personificar el mal conduce a la identificación paranoica de chivos expiatorios, a la venganza desproporcionada, a la negación de la propia responsabilidad, a la evitación patológica del duelo o, finalmente, al conformismo social. Precisamente, uno de los elementos trágicos en la serie es que los propios personajes entienden su malestar como efecto efecto de sujetos malévolos y no de los condicionantes con que se supone que se identificará el auditorio. El recurso estándar que se utiliza es el de la per- sonalización espuria de cuestiones objetivas. Los representantes de las ideas atacadas, como sucede aquí en el caso de los fascistas, son presentados como villanos en un ridículo estilo "de capa y espada", en tanto que aquellos que combaten por la "buena causa" son idealizados personalmente. Esto no sólo aleja de toda cuestión social concreta, sino que afianza la división del mundo, psico- lógicamente tan peligrosa, en negro (el grupo de afuera) y blanco (el grupo de adentro)” (Adorno, 1954b: 15). “NO HAY VIDA JUSTA EN LO FALSO” ARTÍCULO [Pp. 248-297] CRISTINA CATALINA GALLEGO - 295 - sociales. Así, la serie evidencia cómo difícilmente un personaje puede ocupar una posición absoluta de bueno o malo. De esta forma, consigue cumplir con un desa- fío intelectual mayor que el de ilustrar conceptos mediante su personificación en personajes. American Crime logra mostrar cómo el antagonismo social y la domina- ción abstracta de las sociedades capitalistas, que en la actualidad se expresa de for- ma más agresiva en la competencia desregulada, la proletarización y el deterioro del garantismo estatal, genera sufrimiento en los individuos concretos, que conducen a comportamientos tendencialmente viriles, agresivas egocentristas y narcisistas, que no permiten comprender y organizarse para trascender las condiciones de su pro- pia dominación, sino reproducirlas ampliando el daño. REFERENCIAS ADORNO, Theodor W. (1942): “Reflexiones sobre teoría de clases”, Escritos sociológicos I. Obra completa, vol. 8, 347-364. ADORNO, Theodor W. (1951): Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada, Obra completa, vol. 4, Madrid, Akal, 2004. ADORNO, Theodor W. 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