UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE BELLAS ARTES TESIS DOCTORAL Iconografía de la feminidad perversa en diferentes mitologías del mundo: un recorrido por la imagen de la mujer mitológica desde el arte antiguo hasta la actualidad MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR PRESENTADA POR Irene Miranda Miranda DIRECTORES Óscar Hernández Muñoz Montserrat Hormigos Vaquero © Irene Miranda Miranda, 2022 UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE BELLAS ARTES TESIS DOCTORAL ICONOGRAFÍA DE LA FEMINIDAD PERVERSA EN DIFERENTES MITOLOGÍAS DEL MUNDO: UN RECORRIDO POR LA IMAGEN DE LA MUJER MITOLÓGICA DESDE EL ARTE ANTIGUO HASTA LA ACTUALIDAD MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTORA PRESENTADA POR Irene Miranda Miranda DIRECTORES Óscar Hernández Muñoz Montserrat Hormigos Vaquero UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE BELLAS ARTES Programa de Doctorado en Bellas Artes TESIS DOCTORAL Iconografía de la feminidad perversa en diferentes mitologías del mundo: Un recorrido por la imagen de la mujer mitológica desde el arte antiguo hasta la actualidad MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTORA PRESENTADA POR Irene Miranda Miranda DIRECTORES Óscar Hernández Muñoz Montserrat Hormigos Vaquero Este trabajo es para A las referentes durante mi infancia y adolescencia, tanto reales como ficticias: Laura Gallego, Victoria Francés, Mulán, Megara, las hermanas Halliwell, Hermione, Éowyn, Katniss y Daenerys, por ser inspiración y aquellas que habéis dado alas a mis sueños. A las mujeres de mi vida, que amo y admiro con locura. Podría escribir otras 800 páginas solo para vosotras. A todas aquellas que lucharon, por su valor y sacrificio. A las que luchan en su día a día y gritan conmigo en las calles. A las que lucharán gracias a nuestro legado. A todas las que no pueden luchar o no pudieron hacerlo: hermanas, seguiremos aquí, por vosotras. Porque si ser friki significa que te apasiona algo, y ser feminista es creer y actuar por y para la igualdad derechos y libertades de todas las personas; ser ambas cosas no es una moda, sino una necesidad. El análisis de la feminidad perversa se ha alzado como una historia mágica, llena de giros inesperados pero con final feliz. Como toda buena cosmogonía, nació desde el Caos y sus aguas primigenias, esas que había que surcar contra viento, marea... y ogresas. En todo este viaje he sido la heroína y la bruja, pero todo protagonista de su aventura tiene innumerables personajes que co-protagonizan con él la trama o le prestan una ayuda valiosísima que hace que la historia discurra de la mejor manera posible. Es por ello, que mi primer (y va así, en mayúscula y con la tipografía bonita y especial) a mis co-protagonistas, mis directores: Óscar Hernández y Montserrat Hormigos. Sin ellos esta tesis jamás hubiese llegado a puerto alguno. A Óscar, por atreverte a embarcarte en esta locura conmigo que se inició mucho antes de que me matriculara en el doctorado. Gracias por todo el esfuerzo que sé que has hecho, por todas las dificultades que has esquivado, pandemia incluida, y por todas las caritas sonrientes de tus correcciones. Odiseo escuchó a las Sirenas, pero no le permitieron que cayera rendido ante su poder. Tú, no solo has dejado que te seduzca su canto, sino que has hecho lo que ningún héroe se había atrevido antes: tender una mano amiga hacia los monstruos. Si nos encontráramos ante una villana (o villano) seguro que te gritaría enfurecida: “¡¿Cómo has osado desafiar a las diosas?!”. Me llevo tus palabras conmigo, pero decirte que esta tesis no ha podido hacer mejor persona a alguien que ya lo es. Infinitas gracias . A Montserrat, por ser la sorpresa y el bálsamo que no esperaba recibir. No hay palabras para agradecer el que te ofrecieras voluntaria para co-capitanear el navío. Te prometo que yo solo te escribí aquel email para compartir un café y algunas ideas. Tus aportaciones han sido el ancla y el timón, creo que tanto Óscar como yo hemos aprendido muchísimo de ti. Llegaste para convertirte en el tercer vértice de este triángulo. Porque si hay algo de lo que estoy segura, es que las tríadas son los equipos más potentes y, para esta tesis, debíamos ser tres. Te has convertido en mi maestra, mi senséi, la suprema del aquelarre. Eres toda una referente e inspiración, que llevaré conmigo para siempre. De verdad, gracias. Por supuesto a mi familia. Mamá y Papá, gracias por preguntarme a diario qué tal iba el trabajo, por escuchar mis hechizos y maldiciones con paciencia y, sobre todo, por dejarme un espacio donde poder estar a salvo de los monstruos. Pero, en especial, gracias a mi hermano Alejandro, a mi Enano, por tus ideas para nombrar a los ocho grandes grupos de este análisis, por todos tus chistes sobre mi encarcelamiento voluntario en mis aposentos y, por supuesto, por tus besos y mimos inagotables, no hay ingrediente secreto mejor que ese para una poción. Gracias, de igual manera, a mi ohana, a mi aquelarre. A Alex, por ser el fiel lobo acompañante. Aquel que en lo malo hace manada y aporta soluciones y, en lo bueno, aúlla a la Luna, orgulloso. A Andrea, Miguel y mis Tequileras, por ser la cabaña donde refugiarme y quienes activan mi magia. Sin vosotras, esta bruja estaría vagando sin rumbo por el bosque. También gracias a todas aquellas personas que me han ayudado en algún momento, por ínfima que pudiera parecer su ayuda: un sinónimo que no me salía, una traducción del griego, el préstamo de un libro, unas palabras de ánimo, un abrazo furtivo... Gracias. Óscar me comentó una vez que a veces daba la sensación de que hablaba de estas figuras mitológicas como si fueran mujeres de carne y hueso, y es que creo que una parte de mí deseaba que lo fueran. Mis féminas perversas comenzaron siendo las poderosas aguas embravecidas que amenazaban con hacerme zozobrar a cada instante, pero han acabado convirtiéndose en mi grimorio, mi libro de las sombras al que recurro una y otra vez, como una guía. Algo de mi permanecerá siempre aquí porque, como la Luna, he vivido, he muerto y he renacido entre sus líneas. Solo espero que si estas palabras caen en otras manos distintas a las mías, también les haga disfrutar de un renacer interior y les prenda la voluntad de querer hacer de este mundo un lugar mejor, más libre y diverso. A todas y cada una de estas personas que han estado y estarán, que las diosas os acompañen. ................................................................................................................................... 17 ................................................................................................................. 19 ................................................................................................................................ 23 ..................................................................................................................... 24 ................................................................................................................ 27 definición y características ........................ 27 .................................................. 28 A. La mujer en la cuna de la civilización occidental: Grecia ................ 28 B. La mujer entre los siglos IV y XVIII ...................................................... 32 i. Consecuencias sociales de la caza de brujas ..................................... 35 C. La mujer en el siglo XIX ............................................................................ 39 D. La mujer desde el siglo XX hasta la actualidad .................................. 40 ...................... 43 A. Primeras apariciones del estereotipo maligno femenino en la cultura griega................................................................................................................. 43 B. Visión de la mujer durante la caza de brujas y su representación artística................................................................................... ...........................................44 C. Iconografía decimonónica antagónica femenina: la enferma perpetua y la femme fatale......................................................................................... 47 D. La lucha feminista llevada a la iconografía en la actualidad ........... 50 ......................................................... 54 ............................................................................................................ 54 A. Ereshkigal ...................................................................................................... 55 B. Tiamat ............................................................................................................. 60 C. Izanami ........................................................................................................... 67 D. Nix .................................................................................................................... 77 E. Perséfone ........................................................................................................ 88 F. Moiras, Parcas y Nornas .......................................................................... 108 G. Hela ................................................................................................................ 123 H. Morrigan ....................................................................................................... 130 ............................................................................................................... 136 A. Selene ............................................................................................................. 139 B. Chang’e ......................................................................................................... 161 C. Ix Chel ........................................................................................................... 170 D. Coyolxauhqui .............................................................................................. 177 E. Mama Quilla ................................................................................................ 183 ................................................................................................................... 187 A. Isis .................................................................................................................. 190 B. Hécate ........................................................................................................... 203 C. Circe ............................................................................................................... 219 D. Medea ............................................................................................................ 235 E. Morgana ........................................................................................................ 249 F. Baba Yaga .................................................................................................... 261 .............................................................................................................. 267 A. Inanna, Ishtar y Astarté ............................................................................ 269 B. Afrodita.......................................................................................................... 288 C. Rati ................................................................................................................. 331 D. Freyja ............................................................................................................. 337 E. Xochiquetzatl y Tlazoltéotl ..................................................................... 350 ............................................................................................................. 360 A. Esfinge .......................................................................................................... 361 B. Medusa .......................................................................................................... 381 C. Sirenas ........................................................................................................... 419 ............................................................................................................ 454 A. Sekhmet ........................................................................................................ 458 B. Lilit ................................................................................................................. 468 C. Empusa ......................................................................................................... 493 D. Lamia ............................................................................................................. 497 ........................................................................................................ 505 A. Kali ................................................................................................................. 506 B. Atenea ............................................................................................................ 517 C. Ártemis .......................................................................................................... 555 D. Amazonas ..................................................................................................... 588 ................................................................................................. 609 A. Pandora ......................................................................................................... 609 B. Helena ........................................................................................................... 627 C. Eva .................................................................................................................. 644 D. Salomé ........................................................................................................... 668 E. Judit ................................................................................................................ 693 ..................................................................................................................... 716 La femme fatale, de condena a ¿empoderamiento? ............................................................................................................................. ........717 La guerrera femenina. Mujer viril, fálica y real. El camino hacia la libertad................................................................................................. 735 Luna y Madre Tierra. La brujería en la actualidad y sus representaciones artísticas ................................................................................. 749 ......................................................................................................................... 759 ................................................................................................................. 776 ...................................................................................................................... 780 : La feminidad perversa es un perfil amplio de mujer dentro de la mitología universal, que abraza a todos aquellos personajes femeninos que por su aspecto físico, su personalidad o sus acciones tienden a tener un carácter maligno, abyecto o, al menos, cuestionable por su ambigüedad. Toda esta denostación ha creado una serie de discursos que desprecian la imagen de una mujer que no se adapta al molde social. Discursos que, con ciertos puntos clave a lo largo de la historia, como la caza de brujas a partir del siglo XV o los decadentes del siglo XIX, las ha vuelto más perversas si cabe. Como resultado, la sociedad se ha perfilado con un carácter altamente misógino, hecho que se ha visto reflejado en sus religiones y creencias, seguido por las representaciones artísticas y, por consiguiente, ha llegado hasta la actualidad alimentando el imaginario. Para analizarlo en profundidad, se han seleccionado cuarenta y cinco personajes femeninos, que se han agrupado en ocho grandes grupos según características comunes. Se analiza su mito, su iconografía y simbolismo, desde el arte antiguo de la época en la que fueron concebidas, llegando hasta la actualidad en caso de que aparezcan dentro del cine, series de televisión, literatura, cómics, videojuegos, entre otros. Además, se da voz a las mujeres creadoras, se ponen en valor sus trabajos artísticos y discursivos que invierten el pensamiento patriarcal asociado a estos personajes femeninos. De esta manera, la historia y el mito de las féminas perversas pasan a ocupar la posición que se merecen dentro del imaginario. : feminidad perversa, mujer mitológica, iconografía histórica femenina, femme fatale, mitología universal, revisionismo artístico feminista, mitología con perspectiva de género. ______________________________________________________ : The wicked feminity is a wide woman’s profile into the universal mythology that hold on all those feminine characters who tend to be evil, abyect or questionable in character, at least for its ambiguity, because of their physical appearance, personality or facts. All this vilification have produced a long list of speeches who despise the image of a woman who does not adapt to the social mold. Speeches which have perverted them, more if possible, on certain key points throughout History, such as the witch hunts since 15th century or the decadents ones of the 19th century. As a result, society has been defined with a highly misogynistic character, a fact that has been reflected in its religions and beliefs, followed by artistic representations and, consequently, has reached the present day feeding the imaginary. To analyze it in depth, forty-five female characters have been selected, which have been grouped into eight large groups according to common characteristics. Their myth, their iconography and symbolism has been analyzed from when they were conceived artistically, untill the present time, including cases where they appear on cinema, television series, literature, comics and video games, among others. In addition, this work is given a voice to creative women and their artistic and discursive works that invert the patriarchal thinking associated with these feminine characters. In this way, the History and the myth of the perverse women has rose up to let them take the position they deserve within the imaginary : wicked femininity, mythological woman, feminine historical iconography, femme fatale, universal mythology, feminist artistic review, mythology with a gender perspective. __________________________________________________________ A lo largo de la historia, las distintas civilizaciones se han visto en la necesidad de ordenar el cosmos y los hechos inexplicables bajo relatos y personajes que les han proporcionado un significado coherente a lo que sucedía a su alrededor. Estos relatos se convirtieron en cosmogonías y teogonías, un conjunto de creencias que conformaron los distintos panteones y personajes, donde cada criatura y ser tenía asignado un rol concreto. Un rasgo común a muchas de las mitologías son el establecimiento de dicotomías como método de explicación de lo que se consideraban opuestos: caos y orden, muerte y vida, luna y sol, noche y día, mujer y hombre, mal y bien, etc. Generalmente se ha tendido siempre a establecer una comparativa entre mujeres y hombres pero, además, dentro de las mujeres, también se han generado grupos que responden a los límites morales de las distintas sociedades. Álvarez-Espinoza (2016) ya expuso que los estereotipos son normas que establecen relaciones de poder y jerarquías, donde siempre habrá un sumiso y un dominante. De igual manera, R. Amossy y A. Herschberg (2001) comentan que no son más que otra herramienta más de violencia y presión social. Los estereotipos generados por la sociedad conforman unos ideales a los que son fáciles de asociar ciertos preceptos llegando, incluso, a parecer que se convierten en verdades universales. Han existido varios sistemas de clasificación para las mujeres dentro de la iconografía. El más amplio y extendido tiende a polarizar en construcciones binarias las identidades femeninas. De esta manera, los dos grandes estereotipos femeninos generados por los discursos patriarcales serían la clásica dualidad de la virgen y la prostituta (Miranda García, 2012, p. 85). A pesar de que, aparentemente, sus diferencias son abrumadoras, ambos estereotipos reducen la importancia de las mujeres al uso que los hombres pueden hacer de sus cuerpos. Susana López Pérez (2009) describió esta dicotomía dentro del mundo de la publicidad. El primer grupo, la virgen, lo conforma la buena mujer, aquella que es esposa y madre. Su sexualidad está a disposición del hombre, es sumisa, callada, obediente y adopta profesiones permitidas por la sociedad patriarcal, siendo el culmen de ellas el ama de casa y cuidadora. Este prototipo de mujer sería ya generado durante la Antigua Grecia, donde se relegó la acción de las mujeres al oikos, al hogar; excluyéndolas de la vida pública, la toma de decisiones y posesión de independencia en todos los ámbitos, públicos y privados. Sus libertades y derechos se vieron sepultados en favor de un único propósito: el generar una descendencia a través del matrimonio heterosexual, para que los hombres pudieran traspasar su legado y perpetuar su pensamiento, alcanzando de esa manera la “inmortalidad”. El segundo grupo de la clasificación es la mujer completamente opuesta a la primera, la prostituta. Aquella que se convierte en objeto de deseo, con una belleza sublime que está fuera del alcance de la mayoría de mujeres y una fuerte sexualidad que pretende ser dominada por el hombre; además, se suele poner en duda las capacidades intelectuales de la mujer (López Pérez, 2009). Mientras que la primera hace de su virtud una herramienta para engrandecer los méritos masculinos y podía ser moldeada a su gusto, la segunda es depravada y desea la destrucción del varón, desafía su autoridad y es pura oposición a él, a la virgen y a todo el sistema social que sostiene al patriarcado (Miranda García, 2012, p. 85). En este último grupo es en el que se centra el presente estudio, llamadas por Pilar Pedraza (1991) las “bellas atroces” y bautizado aquí como el perfil de la “feminidad perversa”. Desmenuzando el término, primero se habla de “feminidad” porque todos los personajes analizados son mujeres o criaturas de género femenino. En segundo lugar, “perversas” porque o poseen un carácter maligno por sus acciones, su personalidad o su aspecto físico, o porque la sociedad patriarcal y misógina las ha envilecido a su favor, las ha pervertido por interés dentro del imaginario a lo largo de la historia. Esto último quiere decir que ni siquiera es sintomático que posean un carácter maléfico sino que “una mujer totalmente realizada tiende a engendrar ansiedad en el macho inseguro” (Pomeroy, 1999, p. 22). Los hombres fueron los primeros que establecieron estos dos grandes grupos dentro de la mujer, tomando como baremo el tipo de sexualidad que poseía la fémina, cuyos resultados fueron o todo o nada. Así, las mujeres vírgenes son consideradas necesarias, fructíferas y beneficiosas; mientras que aquellas que tenían una sexualidad activa o madura eran dañinas, impuras e inservibles. De esta manera se conjuraron las cinco diosas olímpicas del panteón griego, origen del pensamiento y cultura occidental. Tres de ellas vírgenes; dos, no. La primera, Atenea, racional, asexual y guerrera, la mujer masculinizada. La segunda, Ártemis, aislada, salvaje, cazadora y lésbica. Hestia, solitaria y solterona, recluida en el hogar. Afrodita, icono frívolo sexual. Y Hera, esposa, madre, reina pero celosa y destructiva, condenada a ser fiel y doliente ante la promiscuidad de su marido. Las mujeres en la actualidad siguen siendo encasilladas en estos arquetipos helenos que explican la realidad femenina de una manera arcaica y anuladora de otras muchas facetas que componen la identidad de una mujer. Los soportes actuales como el cine, la televisión, las plataformas digitales, la literatura, el cómic y la novela gráfica, los videojuegos o la publicidad se alzan como los grandes medios donde se divulga información y cala a la población, incluida a la más joven de la sociedad. El interés por los personajes de la mitología no ha decaído en ningún momento, de hecho son los soportes con contenido dirigido a un público juvenil los que generan, con mayor frecuencia, nuevas historias inspiradas o basadas en la mitología universal. Es importante comprobar de qué manera se establecen en el imaginario dichos personajes y bajo qué premisas se utilizan ya que, como nuevos referentes artísticos y culturales, serán los encargados de perpetuar los discursos pasados o reconfigurarlos para establecer otros nuevos. En la mitología, así como en las representaciones artísticas, la fémina perversa es una mujer voluptuosa o prohibida para los varones, lo que hace aumentar su deseo hacia ella. Algunas viven su sexualidad plenamente, lo que las convierte en devoradoras insaciables; otras deciden no hacer uso de ella. En cualquiera de los dos casos, las decisiones sobre su sexualidad son propias, los hombres no deciden por ellas. Esto genera un rechazo hacia su figura, un temor que vería alcanzado su máximo exponente en el siglo XIX con el miedo a ser castrados por una vagina dentata o vagina dentada, la sexualidad femenina incontrolable, devoradora e insaciable. La sangre menstrual, como fluido vital relacionado con la sexualidad femenina, se convierte en un fluido abyecto e impuro, que corrompe todo lo que toca, incluido al hombre. Y, a su vez, una mujer que decidiera no tener descendencia o que no presente un carácter amoroso y maternal con sus criaturas, también se sitúa en una posición que va contra natura, no es considerada una mujer realmente por no responder a sus instintos “naturales”. La sexualidad femenina, sea cual sea su manifestación, se alza como el primer monstruo de este estudio que unirá y atravesará, irremediablemente, a todas las figuras mitológicas analizadas. De igual manera, el conocimiento y la inteligencia femenina se pone en duda en todas aquellas figuras femeninas que no tienen rasgos androcéntricos (como Atenea), y debe ser algo a erradicar, puesto que es peligroso. Esto entronca con los misterios de la mujer como creadora de vida y protagonista de los ciclos naturales de muerte y resurrección. Se trata de un poder inconmensurable, que rige las leyes naturales del universo y que deja excluidos por completo a los hombres. Con la llegada del conocimiento científico, momento en el que se hizo evidente la participación legítima del hombre en estos procesos, el gran misterio femenino dejó de ser un misterio. En la mitología se pretendió despojar de ese poder supremo a la mujer desde muchos siglos antes de nuestra era. Así, con la aparición de las culturas patriarcales, se le adjudicó la facultad creadora al hombre y, poco a poco, la divinidad femenina fue quedándose al margen, hasta llegar a las religiones monoteístas, donde desaparece completamente. Los rasgos zoomorfos o aquellos fuera de lo tomado por “natural en el ser humano”, también juegan un papel importante, siendo un agente determinante en la demonización del personaje y creación del monstruo. Esta es una de las características que acercan a la mujer al mundo animal, a lo salvaje y a la barbarie. Razón por la que deben ser excluidas de los ámbitos públicos de la sociedad y controladas por el hombre, que se alza como la figura civilizada y en posesión de la sabiduría. El rechazo a la maternidad, la independencia del varón, la vinculación con la noche y la oscuridad, la seducción y vivir plenamente su sexualidad, su ausencia de inteligencia o la osadía de aspirar a poseerla, la posesión de conocimientos ocultos o poderes mágicos, su marginación de la civilización, su asociación con otras mujeres como ella, el sadismo y la atracción por la sangre, la relación con la muerte o el mundo de los muertos, su afinidad con ciertos animales como las serpientes o animales salvajes, sus aptitudes bélicas o violentas e, incluso, su belleza, se convierten en los factores determinantes para excluir a una mujer del perfil idóneo femenino, convirtiéndolas, automáticamente, en féminas perversas. He aquí los rasgos comunes que poseen los personajes de este estudio que, si bien no todas las figuras presentan la totalidad de estas características de manera simultánea, sí varias de ellas. Otros estudios anteriores se han planteado ya el analizar la iconografía femenina malvada o los personajes mitológicos, algunos con perspectiva de género, que ha permitido examinar figuras del mundo audiovisual actual. Dentro del campo de la literatura, Mario Praz (1999) realizó un exhaustivo estudio sobre la imagen de la femme fatale, arquetipo femenino nacido en el siglo XIX como respuesta ante la oleada feminista que se estaba gestando en Europa. Siguiendo la estela de la femme fatale, Bram Dijkstra (1994) con Ídolos de Perversidad destacó la misoginia existente en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, bajo el análisis iconográfico, literario, filosófico e, incluso, científico de numerosas representaciones de mujeres generadas por hombres. Además, lo conecta con el pensamiento antisemita y el racismo que derivaron en las guerras mundiales y que perjudicaron doblemente a las mujeres de la época. En 2005, Erika Bornay (2020) escribió el ensayo Las Hijas de Lilith que, no solo expone a los grandes precursores del arquetipo de la femme fatale en el arte decimonónico, sino que se adentra en averiguar el origen de este relato visual tan degradante para las mujeres y que tanto complacía a los hombres. Desde la aparición de esta publicación, más mujeres se han animado a realizar sus propias investigaciones dentro del tema como Mª José Ballester (2013) o Golrokh Eetessam (2015). La primera, profundizando en la imagen de la mujer fatal heredada de distintas figuras mitológicas, literarias e históricas, y reconociendo su perpetuación a lo largo de los siglos XX y XXI en el sector publicitario. Y Eetesaam, similar al trabajo de Bornay, parte de la figura de Lilit como icono de la fatalidad de la mujer, para analizar sus herederas y cómo ha afectado este imaginario literario a nivel psicológico y social. Matizar que la femme fatale es solo una vertiente más dentro de la feminidad perversa, no un sinónimo de esta, pero se trata del estereotipo del eterno femenino sexual y malévolo por excelencia desde que fue concebido, de ahí la relevancia de estos estudios para la presente investigación. Antecesoras del arquetipo de la femme fatale, Pilar Pedraza (1991) analiza varias figuras zoomórficas femeninas de la mitología clásica (Esfinge, Medusa y Sirenas) partiendo desde el mito y desmenuzándolo hasta llegar a desentrañar el impacto social y psicológico que generaron en la época. De igual manera, Carlos Goñi (2005) estudia a las tres grandes protagonistas de la disputa de la manzana (Hera, Atenea y Afrodita) y las figuras femeninas derivadas de ellas dentro de la mitología, bajo una correcta perspectiva de género. Continuando dentro del estudio heleno, son imprescindibles el gran diccionario de Pierre Grimal (1989), el extenso y profuso estudio de Robin Hard (2008) o el análisis iconográfico ilustrado de Miguel Ángel Elvira Barba (2008) de todos los personajes y pasajes míticos grecolatinos. Aunque, sin lugar a dudas, muchos de estos ensayos no hubiesen llegado a buen término sin el trabajo de Robert Graves (1985a, 1985b), dividido en dos tomos, que no solo analiza los mitos griegos, sino que aporta información sobre textos clásicos, culto y cierto análisis social y psicológico. Para la mujer medieval y moderna, gran sufridora de la persecución y caza de brujas, Julio Caro Baroja (2003) y Jules Michelet (2004), han cubierto el amplio marco histórico y cultural de esta etapa, incluyendo procesos judiciales y rituales asociados a la bruja. Silvia Federici (2010) realizó un reconocido ensayo sobre la brujería y los procesos inquisitoriales, bajo un marco histórico bien definido. Pero, además, conecta los más de dos siglos de represión y terror contra la feminidad con los inicios del capitalismo, denunciando la falta de consideración de la caza de brujas como factor determinante para el establecimiento del nuevo sistema económico, impuesto a costa de las mujeres y el feminicidio al que se vieron expuestas. Yolanda Beteta (2016) centra su estudio en la figura de la bruja como origen del monstruo femenino contemporáneo y su papel determinante en la demonización de la sexualidad femenina; exponiendo el arte como instrumento de adaptación del orden patriarcal. Estudiando esta monstruosidad femenina en el campo audiovisual, Teresa di Laurentis (1992) ha realizado importantes estudios de género y cinematográficos, aunándolos con el psicoanálisis. Y Barbara Creed (1993) ha generado una clasificación muy clara de los roles femeninos dentro del cine de terror y cómo estos, heredados de las figuras mitológicas, crean lo “monstruoso femenino”. Este análisis se propone estudiar a varias decenas de personajes femeninos de diferentes mitologías del mundo que se engloban dentro del perfil de la feminidad perversa y que se manifiesta de distintas maneras. Aunque se parta de los mitos de las fuentes históricas, se pretende realizar un estudio con perspectiva de género, una deconstrucción de los discursos al uso y de las figuras femeninas tratadas. Además, se pone en valor la autoría femenina y la visibilización de otros paradigmas más feministas, que subvierten los significados tradicionales del mito y sus personajes. En su conjunto, se trata de una investigación que aúna la mitología, el análisis iconográfico e iconológico dentro de la historia del arte, cierto estudio de religiones comparadas centradas en las mitologías y cosmogonías, y un análisis audiovisual, de diseño gráfico y retórica publicitaria. Todo ello prestando atención a las representaciones artísticas, la amplitud de expresiones plásticas y técnicas y, por supuesto, los estudios y análisis de género. __________________________________________________________ Los principales objetivos de la investigación son establecer las características esenciales que crean el perfil de la feminidad perversa, identificar en las diferentes mitologías y culturas de la humanidad seres que podrían encajar dentro de dicho perfil y, una vez seleccionados, analizar su mito y las formas de representación en los distintos sectores artísticos y culturales hasta la actualidad bajo la perspectiva de género, deconstruyendo los discursos tradicionales más aposentados en el imaginario colectivo . De esta manera, se determinan los rasgos principales de la feminidad perversa y los elementos simbólicos que la definen, lo que permite, además, realizar un breve estudio de cómo la autoría femenina y el feminismo subvierten los discursos asociados a estas figuras femeninas. Se destaca, en un apartado distinto, cómo las mujeres artistas han plasmado a estos personajes bajo su mirada y, desde el inicio del movimiento feminista, cómo esta ideología también ha transformado los significados simbólicos de estas mujeres mitológicas. De igual manera, se pretende comparar los distintos seres ya identificados con otros similares dentro de su misma mitología o de fuera de ella, estableciendo paralelismos intra y transculturales, lo que permitirá determinar la presencia o ausencia de un imaginario colectivo e inherente al ser humano que se manifiesta de distintas formas según el momento histórico y situación geográfica de dichas culturas. __________________________________________________________ La hipótesis de partida establecida para este estudio fue que existe un perfil de mujer perversa y ambiguo claramente definido en la mitología y que puede ser analizado a través de la iconografía; un perfil que se ha ido generando a lo largo de la historia en relación con los respectivos personajes femeninos. Una vez aclarado que se trataba de una descripción muy amplia dentro de la feminidad y que engloba a otros estereotipos ya creados como el de la femme fatale, el monstruoso femenino o la bruja, se procedió a la revisión bibliográfica y búsqueda de fuentes para generar un estado de la cuestión. Para ello, se consultaron distintas bibliotecas y bases de datos, como el catálogo Cisne, EPrints o Dialnet, que compilan textos de las ramas de las Bellas Artes, Historia e Historia del Arte, Estudios Feministas, Filologías, Filosofías, Literatura, Sociología, etc., poniendo especial atención en aquellos libros o artículos que se referían a los estudios iconográficos de personajes mitológicos. Las fuentes se han gestionado con Mendeley como gestor bibliográfico. Con todo, se estableció un marco teórico en el que se recalca el papel fundamental de las representaciones de la mujer en la historia de Occidente desde la Grecia Antigua, cuna de la civilización occidental, hasta la actualidad, destacando dos puntos clave en la historia europea: la caza de brujas en la Edad Moderna y la misoginia emergente durante el siglo XIX, momento en el que comienzan a surgir con fuerza las primeras olas feministas. El contexto histórico se ha centrado en estos tres grandes grupos (Grecia, caza de brujas y siglo XIX), obviando los periodos intermedios, debido a que son tres hitos importantes de la historia de Europa que han construido o han reafirmado el concepto de la feminidad y, por ende, el de la feminidad perversa. De igual manera, todo el contexto histórico de la mujer durante la Edad Media es tratado en líneas generales, siendo consciente de que no en todo el territorio europeo se aplicaron las mismas leyes. La razón responde a que, a pesar de esas diferencias particulares, el concepto de feminidad fue exactamente el mismo en todo el territorio feudal, pues tanto el constructo de la feminidad como el de la masculinidad fueron moldeados por la institución eclesiástica, y así se refleja en el análisis. Por otra parte, se ha remarcado la historia de la mujer europea porque, a pesar de que se analizan figuras mitológicas de fuera de las culturas de este continente, la subjetividad de la interpretación dentro del estudio de estos personajes viene dada desde la perspectiva de una mujer caucásica occidental. No se pretende realizar un estricto y riguroso estudio histórico y teológico, sino una revisión de los mitos y roles adoptados por estas figuras femeninas bajo consideraciones con perspectiva de género dentro del marco de la iconografía artística. Cualquier apreciación sobre el contexto histórico de la mujer en cualquier otra cultura que no pertenezca a este eje axial de Grecia y la cristiandad, y que sea relevante sacar a relucir para el análisis iconográfico de la figura mitológica pertinente, se ha explicado en el epígrafe de dicho personaje. Esta decisión se toma en base a lo inabarcable que supondría realizar un marco teórico preciso sobre la historia universal de la mujer en un estudio que no pertenece stricto sensu a las ramas de historia o historia del arte. Tras el marco teórico, se seleccionaron cuarenta y cinco personajes femeninos de distintas mitologías del mundo que presentaban una predisposición a encajar dentro del perfil de la feminidad perversa. Si bien podrían haberse incorporado más figuras y de más mitologías debido al gran rango que enmarca el perfil seleccionado, se estableció un límite debido a la extensión de la tesis, siendo plenamente consciente de que es un trabajo que invita a continuar con su estudio en futuras investigaciones. Así, se han incluido de la mitología mesopotámica a Ereshkigal, Tiamat, Inanna, Ishtar y Astarté; de la egipcia a Isis y Sekhmet; de la japonesa a Izanami y de la China a Chang’e; del hinduismo a Rati y Kali; de la mitología grecolatina a Nix, Perséfone, Moiras y Parcas, Selene, Hécate, Circe, Medea, Afrodita, Esfinge, Medusa, Sirenas, Empusa, Lamia, Atenea, Ártemis, Amazonas, Pandora y Helena; de la nórdica a Hela, Nornas y Freyja; de la celta a Morrigan y de la eslava a Baba Yaga; de la leyenda artúrica a Morgana; de la religión judeocristiana a Lilit, Eva, Salomé y Judit; de los incas a Mama Quilla; de los mayas a Ix Chel; y de los aztecas a Coyolxauhqui, Tlazoltéolt y Xochiquetzal. La abundante cantidad de figuras clásicas frente al resto de mitologías responde a dos factores. El primero que, al tratarse de la cuna de Occidente, como ya se ha mencionado, existe abundancia de textos clásicos y estudios derivados de los que se tiene fácil acceso. Algunos de estos textos primarios e imprescindibles para el desarrollo de los análisis han sido la Teogonía de Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978a), la Odisea y la Ilíada de Homero (siglo VIII a. n. e. y ca. 762 a. n. e./1927), así como los Himnos homéricos (siglo VII a. n. e./1978), las Metamorfosis de Ovidio (ca. 9/1983) o la Biblioteca Mitológica de Apolodoro (siglos I-II/1987), entre otros. En segundo lugar y de la misma manera, es mucho más fácil de entender cómo se construía la sociedad en la que estaban inmersas y la concepción de divinidad que su imaginario poseía. Todas estas mujeres mitológicas han sido distribuidas en ocho grandes grupos que las aúnan según características comunes tras un estudio previo, estableciendo prototipos transculturales:  Ctónicas: diosas de la muerte y reinas de los inframundos, mujeres que viven en mundos subterráneos ostentando un gran poder dentro de sus panteones.  Lunares: diosas vinculadas con la Luna y la noche.  Brujas: aquellas hechiceras en posesión de poderes mágicos que, si bien no eran consideradas malvadas, en muchos casos su tenencia de conocimiento oculto hizo que los discursos oficiales pervirtieran sus figuras.  Lascivas: diosas relacionadas con la sexualidad femenina y la fertilidad, así como con los placeres carnales.  Híbridas: humanas zoomorfas o animales antropomórficos, en cualquiera de los casos, criaturas a mitad de camino entre lo humano y la bestia.  Vampiras: seres cuya sed de sangre las domina, seductoras de hombres en algunos casos, y asesinas.  Guerreras: diosas y mortales que dominan las artes bélicas y de la lucha, que viven al margen de la sociedad y son veneradas y temidas a partes iguales.  Condenadas: mujeres mortales que fueron creadas como cabezas de turco, culpables de los males que asolan el mundo o envilecidas con el paso de los siglos y convertidas en la perdición de los hombres. Para estudiarlas, se ha hecho un recorrido por sus figuras partiendo desde el mito, después se han estudiado interpretaciones de este o se han aportado nuevas perspectivas, se han recopilado las obras artísticas de la época que van a ser analizadas, así como aquellas que se han mostrado relevantes a lo largo de su evolución iconográfica, hasta llegar a la actualidad en caso de seguir realizándose representaciones de ellas dentro de los soportes vigentes, tales como el cine, las series de televisión y plataformas digitales, cómics, videojuegos, etc. Además, en caso de ser posible, se han introducido fotografías propias de las obras artísticas relevantes para su estudio. A través del arte y la cultura, se ponen de manifiesto los distintos discursos asociados a estos personajes femeninos y cómo calaban en su sociedad, de tal manera que se genera un imaginario que ha ido evolucionando hasta llegar al presente. Se ha estudiado cómo esas evoluciones han transmutado sus significados y han envilecido la imagen de la mujer. También se han establecido equivalencias entre personajes pertenecientes a culturas distintas, al igual que las diferencias intraculturales en las identificadas como féminas perversas. Como broche final, se ha incorporado un capítulo adicional en el que se ha estudiado cómo las mujeres artistas o las imágenes actuales con corte feminista, utilizan a estas diosas y mortales mitológicas para subvertir los significados misóginos y machistas asociados a ellas, otorgándoles una nueva dimensión inexplorada y más justa y realista con la identidad de la mujer. La perspectiva de género optada para el estudio responde a un feminismo esencialista estratégico. Se trata de un posicionamiento cuyo término específico (pues ya se hablaba con anterioridad del feminismo esencialista (Golubov, 1994)) fue acuñado por Gayatri Spivak en la década de los 80, como un concepto relevante en la teoría postcolonial. El esencialismo estratégico se refiere a una solidaridad temporal entre diferentes entidades de etnia, clase u orientación sexual que ignoran sus diferencias para centrarse en una acción social concreta (Spivak, 1987). Aplicado al feminismo, consistiría en evitar la disparidad de opiniones y realidades dentro del colectivo para conseguir una mayor eficacia en su lucha contra el patriarcado, el enemigo común a todos los feminismos. Spivak (1989) remarca que su utilidad es puntual, ya que se trata de una postura que debe ser tomada con cuidado, pues no hay que olvidar por completo las realidades particulares de las distintas minorías. Sin intención de invisibilizar o discriminar a otros géneros y colectivos, al final este análisis se resume todo en la “esencia” del sexo biológico y el género que, históricamente, han ido íntimamente entrelazados. La historia, así como las religiones y, por ende, las mitologías, se han construido en torno a esta dicotomía mujer-hombre y sería infructuoso intentar desmenuzarla desde un punto de vista distinto. Susan Bordo (1993) ya escribió sobre la dificultad que supone intentar superar ese dualismo, al igual que el de la mente-cuerpo. Con esa misma idea, el feminismo esencialista estratégico ha sido aplicado al presente estudio, pues ha permitido obviar las diferencias culturales entre mitologías unificando así, bajo una misma mirada, los resultados que se han obtenido de su análisis. __________________________________________________________ A pesar de los múltiples estudios sobre la iconografía de la mujer en el arte como el de Bram Dijkstra (1994) o Erika Bornay (2020) y, en el ámbito de la literatura, el de Mario Praz (1999) (por citar algunos de los más representativos), la mayoría se han centrado en el arquetipo de la femme fatale. Pero el presente estudio no habla solo de este tipo de mujer. Esta ha tenido otras muchas connotaciones oscuras y/o malvadas, más allá del arquetipo que recoge la femme fatale, como dice Dijkstra (1994): “la mujer, en otras palabras, era fértil y, a la vez, fertilizante. Era el símbolo de la naturaleza, la tierra, ansiosa por dar pero, también, vorazmente hambrienta” (p. 83). Incluso en los arquetipos de la Madre se puede aplicar esta afirmación, donde las deidades o criaturas femeninas poseían una dualidad inherente entre el Bien y el Mal por el simple hecho de pertenecer al sexo femenino1. Para este trabajo se han seleccionado una serie de personajes de distintas mitologías que responden a la feminidad perversa. Se entenderá por “feminidad perversa” aquella que engloba a un conjunto de diosas, monstruas, ogresas, criaturas y mortales mitológicas cuyo nexo común es su esencia femenina, que no el hecho de ser físicamente mujeres. Algunos de estos personajes están más cerca de lo animal y lo monstruoso, porque no se llega a reconocer en su cuerpo caracteres propios de la fisionomía femenina, pero sí se conforman como entes femeninos dentro del imaginario. En cuanto a su aspecto psíquico es donde más van a distinguirse pues, aunque todas tengan un carácter oscuro, ambiguo, cruel, abyecto o malvado, no responden por igual a estos caracteres ni se limitan solo a ellos. Algunas de las características que han sido un condicionante para la selección de personajes son: la sexualidad perversa o libre; la vinculación con el inframundo o la muerte; la bestialidad en la personalidad o el aspecto físico zoomórfico; el carácter malvado o despiadado; el uso de la magia que las transmuta en seres poderosos y dignos de temer (que no de respetar simplemente); la vinculación con la oscuridad, la noche y la luna; la maternidad infecta o la ausencia total de instinto maternal; el consumo de sangre o el hambre insaciable; la posesión de atributos asociados por antonomasia al género masculino2 que las ha convertido en motivo de mofa o en “menos mujeres”; la belleza y la 1 Se puede citar como ejemplo a Deméter, diosa griega de la agricultura.Ella está considerada una diosa madre benévola, pero fue capaz de abandonar a su suerte a los mortales y a los dioses, negándoles la fertilidad y la reproducción tanto a la tierra que les da de comer como a sus propios cuerpos, al descubrir que su hermano Zeus había permitido el secuestro de su hija Perséfone por parte de Hades y que la mantenía cautiva en el Inframundo. 2 Algunos de ellos son la fuerza muscular e intelectual, el carácter guerrero y luchador, la valentía, el conocimiento, la inteligencia, la asertividad, la independencia, la seguridad, la ambición, la agresividad, la represión de las emociones y sentimientos, etc (Seidler, 2000; Vetterling-Braggin, 1988). Se tiende a educar a los hombres fomentando estos rasgos para que formen parte de su personalidad, mientras que si alguno de juventud transformadas en un arma o en las responsables de su desgracia y/o la de quienes la rodean; la compañía de sus semejantes, como aquelarres de seres igual de deplorables; etc. Los personajes seleccionados poseen cualidades e historias similares y reseñables. A pesar de las distancias geográficas y temporales de sus contextos históricos y socioculturales, se generan los mismos arquetipos entre mitologías del mundo. Lo que lleva a preguntarse cómo es esto posible, a qué atañen y en respuesta a qué intereses. Todos sus discursos fueron creados, modificados y representados desde la perspectiva masculina, por lo que el machismo y la misoginia están fuertemente entrelazados con estos seres, ya sea porque nacieron perversas o fueron pervertidas a lo largo de los siglos, sobre todo con la llegada del siglo XIX. Las ogresas y monstruas sirven como excusa en el discurso patriarcal para hacerlas culpables de la falta de descendencia, de las impurezas, de la falta de potencia sexual masculina, de la muerte, etc. A la vez que complacen las fantasías masculinas y les provoca una atracción irresistible de la que ellos son unas meras víctimas. La existencia de estos estereotipos afecta de igual manera a las mujeres, pues sirven como demostración de la maldad inherente en ellas, la amenaza constante que suponen y, debido a este motivo, la explicación al control y sometimiento por parte del hombre que es necesario ejercer sobre las mujeres. Barbara Creed (2007) ya creó unos subgrupos dentro de lo que ella denominó “lo monstruoso-femenino”, para esta autora los tipos de monstruosidad femenina dentro del cine de terror se dividían en la madre arcaica, el monstruo poseído, el útero monstruoso, la vampira, la bruja, la femme castrante y la madre castradora. En este estudio, el análisis se estudiará dentro de los siguientes subgrupos y por este orden: las ctónicas, las lunares, las brujas, las lascivas, las híbridas, las vampiras, las guerreras y las condenadas. La Antigua Grecia es un período que abarca aproximadamente desde el siglo VIII a. n. e., momento en el que se conformaron las ciudades-estado, hasta el año 146 a. n. e., que finaliza con la conquista romana. Todo este período se divide a su vez en épocas: la Arcaica (desde siglo VIII a. n. e. al V a. n. e.), la Clásica (del siglo V a. n. e. al IV a. n. e.) y la Helenística (del año 323 a. n. e. al 146 a. n. e.). Antes del siglo VIII a. n. e., se producen los periodos minoico y micénico, los cuales asentarían las bases de la civilización griega (Elvira Barba, 2008, pp. 19-24). Lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de estudiar el papel de la mujer durante todo este lapso de tiempo es que no hay registros escritos por ellas o con perspectiva de género. Todo lo que se sabe es bajo el filtro de la mirada de los hombres y, como bien dice Paula Fuentes (2012): “hombres que, naturalmente, no podían experimentar lo que fue la vida de una mujer, pero sí la interpretaron a través de sus obras” (p. 7). estos atributos los posee una mujer, adquieren connotaciones negativas y son cuestionadas; el discurso patriarcal insufla en su figura rechazo y miedo. La mujer era consideraba un ser inferior al hombre a todos los niveles, y es algo de lo que se dejó constancia tanto en la literatura como en la filosofía. En La Odisea (Homero, siglo VIII a. n. e./1999) y Teogonía (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978) la mujer se rige por el instinto, como un animal, por lo que es incapaz de mantener una coherencia y equilibrio en sus pensamientos y sentimientos, lo que la convierte en un ser que necesita estar bajo control, que no es digno de confianza y a la que no se le pueden dejar a su cargo las responsabilidades. Es por ello que acaba relegada al ámbito doméstico y a las tareas de reproducción y cuidados, o son seres que viven fuera del sistema. Estos dos casos se reflejan en las mujeres homéricas. Las mujeres hesíodas recogen todo el odio que el poeta las profesaba, ya que deja muy clara su idea sobre todas ellas en la creación de la primera mujer, Pandora, calificándola de “calamidad” y “desgracia” (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978, p. 96). Ambos textos (junto con La Ilíada de Homero) asentaron, no solo las bases de la mitología griega, sino el constructo social. Posteriormente, los grandes dramaturgos incentivaron, en su mayoría, esta misoginia. Esquilo insulta de varias maneras en sus obras a las mujeres, un ejemplo muy claro se ve en el siguiente pasaje de Los Siete de Tebas: ¡Jamás, ni en la desgracia ni en la dulce bonanza, con el sexo femenino, deba yo convivir! Cuando triunfa, muestra una audacia insoportable, y cuando le asalta algún cuidado, es una peste mayor para su casa y para el pueblo!. (Esquilo, 467 a. n. e./1966, vv. 188-191). Eurípides también ha dejado varios desprecios en sus obras, así podemos escuchar a través del eco de los siglos al coro de Orestes exclamando en su obra homónima: “Siempre las mujeres surgieron en medio del infortunio para perdición de los hombres” (Eurípides, 408 a. n. e./2010, vv. 605-606). En el ámbito de los pensadores, Sócrates atribuía esta inferioridad de la mujer a su naturaleza innata y a su falta de educación, la cual era obligación del marido proporcionársela. Platón (ca. 360 a. n. e./1988) aseguraba que eran inferiores justo por esa necesidad de estar subordinadas al varón. Y Aristóteles (ca. 350 a. n. e./1988) la achacaba a la inactividad de la mujer durante la reproducción. Además, este filósofo consideraba al hombre superior a la mujer y apto por naturaleza para el mando; es por ello que ellas debían estar siempre bajo tutela y supeditadas a los varones. Aún así, sí que las consideraba por encima de los esclavos: “El esclavo no tiene en absoluto la facultad deliberativa; la mujer la tiene, pero sin autoridad; y el niño la tiene, pero imperfecta” (p. 82). Dicho de otra manera, el esclavo no tenía voluntad, la mujer sí la tenía pero subordinada al hombre, y el niño acabaría teniéndola al crecer (en caso de ser varón). No deja de ser una paradoja como todos los gobernantes, pensadores y artistas no dejan de insistir en la inferioridad de la mujer, lo que la incapacita para llevar a cabo las mismas acciones que ellos, pero si ellos tenían ideas para gobernar o ser creadores era por obra de las Musas. En palabras de Carmen Barrigón (2004), si “el quehacer poético tiene nombre de mujer, al menos en el plano mítico, ¿por qué no puede inspirar por igual a las mujeres?” (p. 24). Habría que preguntarse de dónde viene esta idea de que la mujer es un ser inferior. “Tratándose de ideas del pensamiento griego” (Fuentes, 2012, p. 10) valoraban el logos, lo intelectual, por encima del instinto y las pasiones y, según ellos, la forma de actuar de las mujeres denotaba que se regían por la emoción y no por la razón; lo que las desacreditaba ante los hombres. Los griegos diferenciaban de una manera muy marcada los dos espacios en los que se dividía la sociedad: el dominio público y el dominio privado. El espacio público englobaba toda la polis, la zona exterior; mientras que el privado era el oikos, todo el territorio cerrado del hogar y el conjunto de personas que vivía en él (incluidos los esclavos), donde se realizaban las tareas domésticas y el cuidado de la familia. De igual manera se diferenciaban los territorios donde se le tenía permitido a la mujer actuar. Los hombres libres griegos eran los únicos considerados ciudadanos de la polis y podían intervenir en la vida política y social de la ciudad y dirigirla. Las mujeres regían el oikos y eran educadas para ello, pero no eran consideradas ciudadanas, por lo que para cualquier trámite legal necesitaban a un tutor que las respaldase. Este tutor se denominaba kyrios (solía ser el padre, el marido, un hermano, hijo o cualquier pariente varón) y, a pesar de que ellas dirigiesen el oikos, siempre estaban bajo la voluntad de su kyrios (Barrigón, 2004, p. 18). Así pues, las mujeres no tenían derecho a voto, no podían participar en las reuniones, ni dar discursos en público y no podían ostentar cargos públicos de ningún tipo (ni administrativo, ni ejecutivo, ni jurídico), entre otras prohibiciones (Finley, 1968). En otras palabras, no tenían derechos políticos, económicos o sociales, de ahí la necesidad de tener un tutor que las representara. Como respuesta ante toda esta situación, ellas debían ser siempre discretas y permanecer lo más calladas posibles. Ambas cosas (silencio y discreción) se consideraban virtudes en una buena mujer: “El silencio es un adorno de la mujer” (Sófocles, ca. 440 a. n. e./1957). Otras cualidades que una fémina de bien debía poseer eran la sumisión (algo evidente tras las virtudes anteriormente requeridas) y la abstinencia de los placeres sexuales masculinos, que no se dejaran llevar por sus apetitos, pues así se aseguraban que las esposas fueran fieles a los esposos. Esto es un tema que deja patente Homero en La Odisea en la relación entre Odiseo y Penélope. Ella encarna el modelo de esposa fiel por excelencia, a pesar de que pasa dos décadas en ausencia de su marido y tiene a decenas de pretendientes a diario en su palacio que reclaman su mano. Ella niega su amor a todos pues mantiene la esperanza de que su marido regrese a casa. Sin embargo, Odiseo tiene varias amantes durante su viaje (Circe, Calipso y Nausícaa, entre otras), pero nadie ha dudado nunca del amor que le profesa a su esposa, el cual, junto con el que le tiene a su primogénito y a su hogar, es el motor que le hace abandonarlas a todas las demás para volver a Ítaca. La fidelidad en el hombre es un concepto abstracto, mientras que en la mujer es una obligación concreta. Mientras que el marido aventurero puede cometer ciertos “deslices”, la mujer debe permanecerle fiel, día tras día sin fallar ni una sola vez, “él es fiel porque vuelve; ella, porque se queda, porque espera su regreso” (Goñi, 2005, p. 150). Este modelo matrimonial es el que ha perdurado en la cultura occidental durante siglos. Dados todos estos juicios sociales, es lógico pensar que para muchos griegos el matrimonio con una mujer era un mal necesario que tenía como único fin la aseguración de descendencia legítima para traspasar su patrimonio. Por ello, el adulterio en los hombres está concebido para realizar fuera de casa lo que no es apropiado hacer dentro, para saciar esos “apetitos” que se salen de la formación de una familia. Las esposas, como el resto de mujeres, eran, simplemente, personas necesarias para el desarrollo de la sociedad3. 3 Este modelo de sociedad se representa de forma cruda en la serie de HBO El Cuento de a Criada (2017), donde la gran mayoría de la población es yerma, y los hombres dan un golpe de estado en EEUU creando el nuevo estado de Gilead. En este país, las mujeres se dividen en: esposas de los comandantes (mujeres de Aun así, no era igual la situación para todas las mujeres de la Hélade ni en todos los períodos. En Atenas, emporio de la inteligencia, las artes y las letras con Atenea, diosa de la sabiduría, como patrona, se produjo la situación menos permisiva para ellas y respondían a todo lo citado anteriormente. Se educaba a las mujeres para la administración del oikos y los bienes, para guardar silencio, ser modestas y discretas (Barrigón, 2005b), se las enseñaba a tejer y cocinar, y aprendían algo de música y danza. Pero ya con apenas 14 ó 15 años se las casaba y pasaban a estar bajo la tutela de un marido, donde ponían en práctica todo lo aprendido durante su niñez. Fue en el período clásico cuando las novias comenzaron a tener dote, hasta entonces era el novio quien pagaba o hacía regalos a la familia de la mujer para casarse (Fuentes, 2012, p. 13). Las mujeres de familia no adineradas podían trabajar en labores consideradas femeninas: ser tejedoras o hilanderas, parteras, comadronas, artesanas, podían realizar pequeñas tareas en el campo o disponer de un humilde puesto en el ágora donde podían vender frutas, verduras, flores... En la Atenas clásica existían cuatro tipos diferentes de mujeres. En primer lugar, la esposa o gyné, aquella con la que el hombre tendría descendencia legítima, la perfecta esposa y madre, regente del oikos. En segundo lugar se encontraba la concubina o pallaké, aquella amante con la que tenía relaciones sexuales regulares y con la que también engendraba hijos aunque no reconocidos (tanto ella como su descendencia pertenecían al oikos que la esposa debía cuidar). Por supuesto, existía la prostituta o porné (palabra de la cual deriva “pornografía”), la trabajadora sexual a pie de calle o en burdel que vende su cuerpo a parejas anónimas (Kurke, 1997). Y, por último, la cortesana o hetaíra, mujeres (por lo general extranjeras) que se utilizaban para el mero placer. En algunos aspectos, se parecían a las prostitutas, como por ejemplo que a ambas se las pagaba por sexo o compañía, ambas podían ser esclavas o libres, no precisaban de un kyrios, o que se podían mover fuera del oikos y dentro de la polis, lo que las otorgaba mayores licencias y libertades (Graaff, 2019). Pero las hetaíras, podían tener un único hombre que pagaba por ellas, por lo tanto no era un cliente anónimo y pasajero, sino recurrente. A este cliente le acompañaban a los banquetes o reuniones, y a ellas se les permitía intervenir en sus conversaciones, pues la mayoría de ellas solían tener más educación y estaban más versadas que las propias esposas. Las hetairas eran las únicas que poseían cierto amparo legal y podían tener propiedades a su nombre (Barrigón, 2005a; Fuentes, 2012). Por todo ello, se puede decir que eran las mujeres que más cerca se encontraban de saborear la verdadera libertad e independencia en Atenas. En Esparta la situación no podía ser más opuesta, dentro de los márgenes y el pensamiento de la época. La educación civil estaba por encima de la educación moral e intelectual (solo la élite espartana era alfabeta (Pomeroy, 2002, pp. 4-5)), la individualidad sacrificada en favor del Estado, la maternidad supeditada a la ciudad. Todas las personas, independientemente de su sexo, eran entrenadas bajo los mismos ejercicios físicos (correr, luchar, lanzamiento de disco y jabalina, montar a caballo, etc.) (Hughes, 2005, p. 59). Mujeres y hombres participaban en carreras y competiciones que ponían a prueba su mayor estatus, las únicas consideradas moralmente puras), criadas (mujeres fértiles asignadas en las casas de los comandantes para que, durante sus días fecundos, sean violadas por estos en un “ritual” en el que hacen partícipes a las esposas de las agresiones, con la intención de que se queden embarazadas y les den los hijos resultantes al comandante y su esposa, como una gestación subrogada retorcida), marthas (sirvientas infértiles que realizan las labores del hogar, normalmente son extranjeras), tías (mujeres mayores afines con el sistema que forman a las criadas, supervisan los embarazos, etc) y las ilegítimas (mujeres que realizan trabajos forzados o prostitutas consumidas por los comandantes, son mujeres que no encajan en la moral de Gilead por su condición sexual, ser feministas, disidentes políticas, atractivas pero infértiles, etc). cuerpo, ya que “si los dos sexos eran vigorosos concebirían hijos más robustos y vigorosos para el Estado” (Barrigón, 2004, pp. 25-27). A las niñas no se las discriminaba en su crianza (más allá de que ellas nunca se convertirían en soldados), pero sí que procuraban que fueran fuertes e inteligentes. Fuertes para poder parir a esos hijos robustos y sanos. Inteligentes porque, debido a que los hombres pasaban largas temporadas fuera del hogar por las guerras, ellas debían hacerse cargo de la crianza de los hijos junto con toda la economía de la casa (Hughes, 2005, p. 52). Es decir, los espartanos dejaban la gestión y futuro de la ciudad en manos de ellas. Evidentemente, las espartanas no tenían ese poder en caso de estar los varones en la ciudad y, a pesar de esa diferencia tan marcada con respecto a Atenas, el poder real lo seguían ostentando ellos. Aristóteles (ca. 350 a. n. e./1988) fue uno de los que criticó este sistema en el que las mujeres eran las que gobernaban la ciudad-estado, acusándolo de ser la causa de la decadencia de la ciudad: “Así, es forzoso en un régimen de tal tipo que la riqueza sea estimada, especialmente si los hombres son dominados por las mujeres, como la mayor parte de los pueblos militarizados y belicosos” (p. 125). Mientras que Atenas y Esparta se contraponían en costumbres, la isla de Lesbos fue una zona de refinamiento cultural donde se educaba a las mujeres en música y poesía, y eran creadoras artísticas (Barrigón, 2004, p. 30). El ejemplo más representativo de ellas es el de la poetisa Safo, que demuestra que la inferioridad intelectual de las mujeres solo es un constructo social, la anulabilidad de la mujer en la sociedad griega se desvela como mera exclusión sin base empírica. Safo no fue la única escritora de la que se tiene constancia. Hay registros de mujeres en el Peloponeso o en Beocia que fueron relevantes y conocidas entre sus conciudadanos, debido a la existencia de esculturas y retratos que las inmortalizaron. Por desgracia, se ha conservado mucha menos obra de ellas que de la gran poeta de Lesbos (Barrigón, 2005a; Cavallini, 1988). A pesar de ello, las mujeres que conseguían abrirse un hueco en este mundo gobernado por hombres, siempre eran presas de ofensas y difamaciones que menospreciaban su persona y su trabajo, y Safo no fue una excepción: “Safo es una mujerzuela ninfómana y prostituida que canta su propia lujuria” (Taciano, ca. siglo II/2016), “Cuatro mil libros escribió Dídimo el gramático [...]. En unos libros cuestionaba la patria de Homero, [...] en otros si acaso Safo había sido una mujer pública” (Séneca, ca. 62-65/2018). Al llegar la época helenística, las mujeres de la Hélade cobraron más presencia en la economía y tenían más capacidad de decisión en el matrimonio, en el ámbito público y en el privado (Barrigón, 2004, p. 34). También recibieron más educación y se personaron con más fuerza dentro del panorama artístico, cultural e intelectual (Pomeroy, 1977, p. 51-68). En palabras de Erika Bornay (2020), las mujeres se encontraron con “el más persistente e intratable de los enemigos: la Iglesia católica romana” (p. 66). Y no ha de extrañar que sea a partir del siglo IV, momento en el que el cristianismo se convierte en la religión estatal en Europa, cuando comienza a resquebrajarse el poder femenino y se empieza a estigmatizar su sexualidad y atracción erótica. Tres siglos más tarde, la Iglesia empezó a divulgar entre la ciudadanía una serie de penitenciales o manuales que sirvieron de guías sobre las prácticas sexuales permitidas por la institución4. Estas normas se iban endureciendo a medida que pasaban los siglos y, en el año 1179, la Iglesia intensificó sus ataques contra la sodomía, condenando la homosexualidad y el sexo no reproductivo (Boswell, 1981, p. 277). Durante la Alta Edad Media, prácticas como las anticonceptivas no estaban tan mal vistas ni por la ciudadanía ni por la Iglesia. Pero sí es cierto que la institución eclesiástica no trataba con tanta indulgencia el uso de dichas prácticas si se realizaban por motivos de ocultar el crimen de fornicación, o por la dificultad que les supondría a las potenciales madres alimentar y cuidar de la criatura, es decir, por motivos económicos (Federici, 2010, p. 66). Los anticonceptivos eran llamados “pociones para la esterilidad” o maleficia (Noonan, 1965) y estos saberes les pertenecían a las mujeres por partida doble: ellas los usaban en sus cuerpos y ellas los proporcionaban a quienes lo solicitasen. Pero la situación cambió drásticamente cuando este control que tenían las mujeres sobre la natalidad empezó a percibirse como una amenaza para la estabilidad social y económica. Esta nueva realidad se acució tras la altísima mortalidad que provocó la peste negra en Europa entre los años 1347 y 1352, donde se cree que acabó con algo más de un tercio de la población (Ziegler, 1970, p. 230). Por ello, la Iglesia comenzó a condenar todas las prácticas que suponían una privación de la concepción o la interrupción de una. Dicho con otras palabras, impusieron una maternidad forzosa a todas las mujeres. Además, tras la plaga, la herejía (crimen del que se acusaba principalmente al pueblo llano) cobró mayor importancia a la hora de ser perseguida, sobre todo en el ámbito sexual. A los herejes se les siguió acusando de sodomía y perversiones sexuales, y se añadieron otro tipo de crímenes como el osculum infame o bacium sub cauda, “beso bajo la cola”, refiriéndose a besar el ano del Diablo (Burton, 1984) (entendiendo que este cobraba aspecto de macho cabrío) (Fig. 1). Los actos que este crimen conllevaba era el dar culto a los animales, hacer sacrificios con niños, participar en orgías, realizar vuelos nocturnos, etc. Poco a poco, la persecución de la herejía fue dando paso a la brujería y, en el siglo XV, la bruja era el principal objetivo a cazar de entre todos los herejes. Fig. 1. Francesco Maria Guazzo, ilustración del tratado Compendium Maleficarum, 1608, grabado en madera. Brujas dando el beso bajo la cola a su señor, el Diablo, el cual tiene aspecto zoomórfico. No fue casual que las mayores perseguidas por brujería fueran mujeres. Y es que, debido a la fuerte crisis socioeconómica que colapsó el sistema feudal tras las epidemias de peste negra, se generaron numerosas revueltas del campesinado contra la sociedad más privilegiada. Los altos impuestos no sirvieron nada más que para que los pobres perdieran el miedo a rebelarse por pura supervivencia. El Estado reaccionó creando una perversa ley sexual para aplacar los ánimos y desviar la atención: se permitieron las violaciones a las mujeres del pueblo llano (Federici, 2010, p. 78). Estas violaciones se empezaron a cometer 4 Especificaban qué días se podía practicar sexo, con quién sí y con quién no, y hasta qué posturas estaban permitidas (que en realidad era solo una, aquella por la que Lilit se rebeló contra Adán por considerarla humillante para ella y le abandonó en el Edén: ellas debajo y ellos encima manteniendo el control). sin piedad y sin ocultarse lo más mínimo, incluso llegaban a sacar a las mujeres de sus hogares para perpetrar el acto. Los agresores podían actuar en solitario pero, normalmente, lo hacían en grupos de hasta veinte personas. Esto tuvo triple impacto sobre la sociedad. Por una parte, como la mayoría de los rebeldes eran hombres jóvenes, abandonaron su interés por la lucha de estamentos en favor de satisfacer gratuitamente y sin consecuencias sus apetitos sexuales. En segundo lugar, las atrocidades que se cometieron dentro del propio campesinado, hizo que este perdiera esa unión y solidez que les había caracterizado durante las revueltas. Y, por último, se normalizó la violencia contra las mujeres e insensibilizó a la sociedad, por lo que se generó un clima altamente misógino que las afectó a todas ellas, independientemente de su estatus social. La degradación que sufrían las marcaba de por vida ya que, en el momento en el que eran violadas, perdían su reputación y, o acaban dentro de la prostitución o debían cambiarse de hogar y huir de la vergüenza (Ruggiero, 1989). Todo esto allanó el terreno para la criminalización de las mujeres en la llamada caza de brujas. La prostitución también se vio afectada por el cambio de mentalidad respecto a las mujeres. A finales del siglo XIV, aparecieron los burdeles estatales, es decir, se legalizó la actividad. Hasta la propia Iglesia aprobaba su existencia ya que los consideraban remedios contra la sodomía y la homosexualidad, de esta manera protegían la unidad familiar y prevenían prácticas no admitidas, como las orgías en sectas (Otis, 1986). Los registros estatales muestran cómo llegaron a existir más burdeles a mediados del siglo XV que en el propio siglo XIX. Despenalizar la prostitución hizo que las prostitutas no tuvieran que esconderse ni estar marcadas5, además ahora podían buscar y abordar clientes de manera descarada en cualquier lugar, incluidas las misas. Pero a mediados del siglo XVI, donde la caza de brujas estaba en auge y se estaba dando lugar la Reforma Protestante dentro de la Iglesia, se volvieron a crear restricciones en el sector para, finalmente, acabar de nuevo criminalizándola. Se fueron cerrando burdeles y, cada vez que se encontraba a alguna mujer ejerciendo la prostitución, era duramente castigada mediante torturas y encarcelamientos (Federici, 2010, p. 145). Hay que señalar esto último pues, en vez de tomar represalias contra aquellos hombres que consumían mujeres, se las penalizaba a ellas. Esto no hizo más que reforzar el poder masculino, ya que cualquiera de ellos podía acusar a una mujer de prostituta y arruinar su vida. La transición del sistema feudal al capitalismo también favoreció la percepción de las mujeres como objetos de consumo y bienes de intercambio en negocios. Empezó a no considerarse un trabajo real, sino un recurso natural, las labores que ellas realizaban, como podían ser el cuidado del hogar y la familia. Además, cualquier salario que recibiesen por su trabajo, no se les entregaba a ellas, sino que pasaba a custodia del varón que estuviera a su cargo, ya fuera su marido, su padre, un hermano, etc. 5 Hasta ahora debían llevar un atuendo o alguna insignia que las hiciera reconocibles (Federici, 2010). Para entender bien las iconografías que se crearon a partir de este periodo, hay que insistir en la concepción que la Iglesia tenía de las brujas, cómo las describían y de cómo se extendió el miedo hacia este tipo de mujeres6. En el año 1484, la bula papal de Inocencio VIII, comúnmente conocida como Summis desiderantes affectibus, reconoció la existencia de brujas y daba permiso a los inquisidores para la investigación y persecución de estos delitos: Hace muy poco ha llegado a nuestros oídos, [...] que muchas personas de uno y otro sexo, olvidando su salvación y desviándose de la fe católica, cometían abusos con demonios, íncubos y súcubos, y que, con sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y otras nefandas supersticiones y sortilegios, se excedían en crímenes y delitos; que los partos de las mujeres, los fetos de los animales, los productos de la tierra, las uvas de las viñas y los frutos de los árboles se perdían; y no sólo ellos, puesto que además perecían los hombres, las mujeres, los jumentos, los rebaños, el ganado y otros animales de géneros diversos; que procuraban y conseguían que se extinguiesen y sofocasen las viñas y también los frutales, los prados, los trigales, los cereales y otras legumbres de la tierra; y que a los hombres, las mujeres, los jumentos, los rebaños, el ganado y a los animales en general, los atormentaban y crucificaban con dolores terribles tanto intrínsecos como extrínsecos; y que aquellos hombres no engendraban y que las mujeres no concebían y que los varones no eran capaces de realizar actos conyugales con sus esposas ni las mujeres con sus maridos, que algo se lo impedía, a lo que había que añadir que renegaban con palabras sacrílegas de la propia fe que recibieron en el sagrado bautismo. (DMatos, 2019). En 1486, amparados por esta bula, los inquisidores alemanes Kramer y Sprenger publicaron el que se convertiría en el tratado más importante y más vendido durante dos siglos y medio sobre la caza de brujas: el Malleus Maleficarum. Cabe destacar como, tanto en la bula como en este tratado, admiten que la brujería la pueden practicar tanto hombres como mujeres, pero es en el Malleus Maleficarum donde se hace especial énfasis en la predisposición a ello de la mujer, ya que, al ser el sexo débil y más sensibles a la superstición, son más crédulas, embusteras por naturaleza y con mayor tendencia a la maldad (Kramer & Sprenger, 1486/2004, p. 100). Como se puede observar en la bula de Inocencio VIII, lo que propiciaban principalmente estas brujas que tenían tratos con seres del infierno, era la infertilidad en los seres humanos, animales y en la propia tierra, así como influir en los apetitos sexuales para evitar la concepción. Es decir, usaban su magia para procurar abortos o prácticas anticonceptivas, e influían en las relaciones sexuales. No era casualidad que fueran curanderas, sanadoras, parteras y comadronas, las que poseían este tipo de conocimientos, los cuales eran un legado que pasaba de madres a hijas durante generaciones, aprendidos mediante aplicaciones reales, un saber puramente empírico. Estas mujeres normalmente atendían a las personas más desfavorecidas, sobre todo a las mujeres sin recursos. Y su conocimiento se basaba en la herbología, la cual la utilizaban como medicinas para paliar el dolor, aliviar síntomas de enfermedades, ayudar en las contracciones de los partos, producir abortos, etc (Beteta, 2016, p. 159). La Iglesia 6 Se toma la licencia conscientemente para este estudio de hablar siempre de mujeres y en femenino al referirse a las víctimas y acusadas por brujería ya que, aunque hubo acusados varones, estos no supusieron apenas el 20% del total, en contraposición del 80% de víctimas femeninas (Federici, 2010). empezó a no estar de acuerdo con que se utilizaran estos remedios porque consideraban que se intervenía en el destino divino y, además, que la mujer sintiera dolor en el parto, era parte de su castigo impuesto por Dios debido al pecado original que Eva cometió: “A la mujer le dijo: Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás a tus hijos con dolor; desearás a tu marido y él te dominará” (La Casa de la Biblia, 1993, Génesis 3: 16). También seguía siendo un misterio para la razón el porqué las mujeres podían concebir y crear vida dentro de sus cuerpos, porqué eran ellas las que poseían el don más genuino de la vida, lo más parecido al poder creador de Dios en la tierra. De igual manera, al ser un conocimiento empírico conllevaba el pleno uso y fundamento de su razón en los cinco sentidos, el conocimiento en el plano físico, una cuestión que contradecía las bases de la fe y la espiritualidad patriarcal de la institución eclesiástica. Además, a partir del siglo XIII se empezó a estudiar la medicina en las universidades, lugares reservados únicamente para los hombres, donde las mujeres y sus conocimientos no tenían cabida. De esta manera, esta sapiencia femenina suponía una triple amenaza: estaban en manos de las mujeres, eran saberes que ofendían al poder eclesiástico y, por último, podían rivalizar con el conocimiento que aprendían los varones en las universidades (Beteta, 2016, p. 160). Así pues, el perseguir y criminalizar los actos y saberes que llevaban a cabo estas sanadoras y comadronas, solo hizo que se perdiera en el olvido toda su sabiduría. Por otra parte, a lo largo de la historia, en el aspecto en el que más se ha volcado la Iglesia para dinamitar el poder de las mujeres ha sido en su sexualidad. Así, por ejemplo, ya en el Levítico (libro del Antiguo Testamento de herencia hebrea) se recoge la naturaleza imperfecta e impura de la mujer, que contamina todo lo que toca, incluida la virilidad y la energía sexual de los varones: Cuando la mujer tenga la menstruación, permanecerá impura durante siete días. El que la toque quedará impuro hasta la tarde. El lugar en el que duerma o se siente quedará impuro. El que toque su lecho, lavará sus vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde. El que toque un objeto cualquiera sobre el cual se haya sentado ella, lavará sus vestidos, se bañará y quedará impuro hasta la tarde. [...] Si un hombre se acuesta con ella, contrae la impureza de su menstruación; quedará impuro durante siete días, y dejará impuro el lecho sobre el que duerma. Cuando una mujer tenga flujo de sangre varios días fuera del periodo menstrual, o cuando su menstruación se prolonga fuera del tiempo normal, quedará impura mientras le dure el flujo, con la misma impureza del periodo menstrual. [...] Cuando termine su flujo contará siete días, pasados los cuales quedará pura. (Levítico 16: 19-30). La sangre menstrual se transforma en un fluido abyecto que convierte a las mujeres en seres impuros de fuerte carga simbólica negativa para ellas, ya que al menos durante catorce días al mes (la mitad de la duración de un mes), serán unas “apestadas” para su entorno que deben purgar sus impurezas en cuanto puedan. Al contrario que en el pasaje de las impurezas masculinas, la impureza para ellos dura siete días desde el momento en que padecen un fluido seminal. Es decir, la Iglesia contempla como análogos el semen del hombre (expulsión de un fluido esporádico y, la gran mayoría de veces, voluntario) con la menstruación (expulsión de sangre incontrolable e involuntaria que forma parte de la salud sexual de las mujeres). Muchos autores como Plinio el Viejo, han escrito sobre las maldiciones que propagan las mujeres en su fase menstruante, como volver estériles los campos o el ganado, ocasionar abortos a los animales, cambiar el tiempo a nublado o, incluso, acabar con la vida de un hombre si mantenía relaciones con él durante su menstruación (Plinio, 77 a. n. e./2002). Además, el estigma de las personas pelirrojas durante la Edad Media era muy alto, y una de las leyendas que corrían alrededor de ellas era que fueron concebidas mientras la mujer tenía el periodo. La menstruación supuso la primera razón de la demonización de la sexualidad femenina. Es muy evidente la cantidad de monstruos con fisionomía femenina que consumen sangre ya sea por necesidad (Vampiras, Harpías, Empusas...) o por placer (Escila, Sirenas, Esfinge...). Tampoco es casualidad que la mayoría de ellas son híbridas entre una mujer y un animal o varios, o tienen la capacidad de transformarse en alguno. La asociación del útero femenino con lo monstruoso, la bestialidad y la animalidad ya estaba presente en el pensamiento en tiempos de Platón, quien escribe que el útero en realidad es un animal que vive dentro del cuerpo de la mujer y cuyo único deseo es la procreación (Platón, ca. 360 a. n. e./2005). Pero en la época clásica, aunque sí hubiera diferencias entre hombres y mujeres, no se demonizaba la sexualidad. Eso cambió con la llegada del cristianismo, que la rechazó completamente ya que “no concibe la sexualidad como una fuente de placer sino como un acto pecaminoso necesario para la procreación” (Beteta, 2016, p. 103). Pero el cristianismo necesita una justificación para que el peso de este rechazo recaiga sobre las mujeres y no sobre los hombres, es ahí cuando recupera la figura de Eva como pecadora original y culpable de hacer pecar al hombre. Y es que los varones no podían tener culpa innata ya que Adán fue creado “a imagen y semejanza de Dios”. Y si los genitales eran la principal diferencia entre el hombre y la mujer, debía residir ahí (y no en otro lugar) lo maldito, lo impuro, lo indeseado. De esta manera, aparece en las creencias misóginas el carácter castrador y destructivo de la vagina y el útero femenino, ya que, a pesar de saberse malévolo, los hombres no podían evitar sentirse atraídos a mantener relaciones sexuales con mujeres, y se genera una estrecha concomitancia entre un hombre castrado y un hombre enamorado. Como escribió Silvia Federici (2010): La pasión sexual minaba no sólo la autoridad de los hombres sobre las mujeres [...], sino también la capacidad de un hombre para gobernarse a sí mismo, haciéndole perder esa preciosa cabeza donde la filosofía cartesiana situaría la fuente de la Razón. Por eso, una mujer sexualmente activa constituía un peligro público, una amenaza al orden social ya que subvertía el sentido de responsabilidad de los hombres y su capacidad de trabajo y autocontrol. Para que las mujeres no arruinaran a los hombres moralmente (o, lo que era más importante, financieramente) la sexualidad femenina tenía que ser exorcizada. (p. 263). El Malleus Maleficarum recoge los peligros de la sexualidad femenina diciendo que es la boca de la vulva lo que utilizan las mujeres para satisfacer su apetito insaciable con demonios (p. 107), y expone los vicios y defectos que poseen: Hay tres géneros de vicios principales que parecen reinar sobre todo entre las mujeres malas: la infidelidad, la ambición y la lujuria. Luego éstas sobre todo se entregan a los maleficios, aquellas que se abandonan a estos vicios. Y porque entre los tres, el último es dominante porque es insaciable. (Kramer & Sprenger, 1486/2004, p. 107). Además, en su extenso discurso, los inquisidores muestran con diversos argumentos cómo las pasiones carnales son la principal vía de actuación del Diablo y que las mujeres, debido a su debilidad carnal, a su carácter servicial y pasivo, y a su “menor fe”7, son más propensas a ello. Por eso no debe sorprender que haya más brujas entre mujeres que entre hombres, y “en consecuencia, se llama a esta herejía no de los brujos, sino de las brujas, porque el nombre toma de lo más importante” (Kramer & Sprenger, 1486/2004, p. 107). Fig. 2. Ulrich Molitor, ilustración del tratado De Lamiis et Pythonicis Mulieribus, 1489. Grabado que muestra al Diablo seduciendo a una mujer. Para conseguir la represión sexual femenina se utilizaron las torturas, las hogueras, los ahorcamientos, los interrogatorios, las violaciones físicas y psicológicas y demás barbaridades que se cometieron contra las acusadas y apresadas por brujería. Fig. 3. Francesco Maria Guazzo, ilustración del tratado Compendium Maleficarum, 1608, grabado en madera. Brujas cocinando niños. Otra de las características que diferenciaban los crímenes de herejía con el de brujería era el infanticidio. Que fueran las mujeres quienes, por su capacidad biológica de crear y dar vida, así como la relegación al cuidado doméstico, la familia y los hijos, cometían el crimen de asesinar a un bebé o a un niño, o procurar un aborto, era juzgado como una infamia muchísimo peor que si lo cometía un varón. El motivo era porque se consideraba que iba contra natura; de ahí también su carácter animal, opuesto a la Razón del hombre, acuciado por el delito de osculum infame o bacium sub cauda8 mencionado anteriormente (fig. 1). Además se decía que siempre iban acompañadas de sus familiares9; estas criaturas les ayudaban en sus rituales y hechizos e, incluso, podían mantener relaciones sexuales con ellas. Por otra parte, si las mujeres copulaban con el Diablo (una criatura del infierno que castigaba a los muertos) la vinculación con la muerte y el inframundo es evidente. Ellas se convierten en intermediarias, en figuras liminares, un puente entre la vida y la muerte, capaces de traer al mundo terrenal hijos diabólicos y monstruosos, como los súcubos e íncubos (H. Kramer & Sprenger, 2004). Esta es otra manera de pervertir la maternidad: si una mujer mantiene escarceos con criaturas oscuras o ella misma es una criatura maligna, solo será capaz de engendrar una descendencia igualmente infecta. Bajo esa premisa, ya existían antecedentes mitológicos como Tiamat (mesopotámica), Equidna (griega), Nix (griega) o Lilith (hebrea). 7 Según el tratado inquisitorial: “Fémina viene de Fe y Minus, porque siempre ha tenido menos fe” (Kramer & Sprenger, 1486/2004, p. 102). 8 Realización de cópulas con el dios-cabra (el Diablo). 9 Los familiares o espíritus familiares son unos entes invocados por las brujas. Estos seres poseen capacidades mágicas y solían materializarse en animales domésticos (normalmente gatos, perros, conejos, liebres y sapos) o del ganado (como cabras y yeguas). Se denomina “familiar” debido a que la invocadora, al legar su conocimiento a su descendencia, también legaba a su familiar, por lo tanto se convertían en seres que pasaban a formar parte de la familia con el paso de las generaciones. Toda esta deslegitimación y pensamiento perverso generado en torno a la figura de la mujer no hizo más que acuciar las diferencias entre hombres y mujeres. Muchos hombres se aprovecharon de esta situación de recelo para librarse de esposas o amantes no deseadas o apaciguar los posibles deseos de venganza que una mujer a la que habían violado pudiera tener contra ellos. Las amenazas y los chantajes se convirtieron en recursos recurrentes y aparecieron los llamados “cazadores de brujas”, hombres que se ganaban la vida viajando de ciudad en ciudad o de pueblo en pueblo coaccionando a mujeres a que les pagasen a cambio de no proclamar que eran brujas, lo cual eran siempre embustes (Federici, 2010, p. 260). Con las fuertes connotaciones negativas que la caza de brujas había creado en torno a la figura de la mujer y su destierro a la absoluta sumisión, era de esperar que en algún momento el colectivo femenino despertase de su letargo y su conformismo y empezase a invadir esos lugares que se le habían vedado hasta entonces. Las mujeres de clase baja tenían tres vertientes de trabajo: la prostitución, labores domésticas o trabajadoras en fábricas (normalmente textiles). La red de prostitución se hizo mucho más visible dentro de la sociedad, ya que debido a los grandes planes de ampliación urbanística de ciudades como París, hizo que lo burdeles que antes estaban en la periferia de la ciudad, ahora estuviesen en lugares mucho más céntricos (Bornay, 2020, p. 16). Además, la sociedad decimonónica burguesa se regía por unos cánones sobre la sexualidad muy estrictos, donde el sexo era un completo tabú y se llenó de eufemismos10 y, mientras que las mujeres se amoldaron silenciosas y resignadas a esos roles, los hombres no. Por ello, el consumo dentro de la prostitución se disparó y el número de prostitutas también aumentó descaradamente. A su vez, para proteger a la mujer burguesa y separarla de los apetitos sexuales inherentes e inaceptables en la figura femenina, se publicaron numerosas afirmaciones sesgadas por la ideología misógina: “Es innegable que a veces se forma un fluido mucoso en los órganos internos y en la vagina durante el coito, pero esto solo ocurre a las mujeres lascivas o a las que llevan una vida lujuriosa” (Pearsall, 2003, p. 293). Los médicos eran figuras incuestionables por aquella época (Bornay, 2020) y que ellos mismos, apoyasen este tipo de afirmaciones, solo hacía que las mujeres que experimentaran cualquier tipo de placer carnal, se consideraran unas pervertidas e indignas, como dijo el doctor inglés Derek Jarret (1986): “De cada diez mujeres, a nueve les desagrada el acto sexual, y la que hace el número diez es una prostituta” (p. 115). Todo este puritanismo decimonónico se verá trastocado y condenado a su desaparición cuando aparecieron “evidencias científicas” de que “el sexo femenino y, lo que es más inaudito aún, sus propias mujeres también tienen deseos sexuales” (Bornay, 2020, p. 68). Este momento está reflejado de una manera cómica (y hasta sarcástica) en la película 10 Pearsall (2003) habla sobre este tema, dejando por escrito hasta dónde fue capaz de llegar la sociedad victoriana con su obsesión por la censura del sexo: Un cliché de la hostilidad por lo sexual se manifiesta en el hecho de ocultar con tapetes las patas de los pianos y mesas. El paralelismo que se estableció ente las patas de los muebles y las piernas humanas (recordemos que en inglés solo existe una palabra, legs, para designar a ambas) dio a aquellas un peculiar carisma sexual al establecer unas equivalencias psíquicas. (Pearsall, 2003, p. 516). Hysteria (2011) dirigida por Tanya Wexler donde, siguiendo la vida de dos médicos victorianos que trabajan en una consulta privada ginecológica, tratan a mujeres histéricas realizándoles “masajes pélvicos”. Estos no son más que estimulaciones genitales que las hacen llegar al orgasmo, demostrando que no están enfermas, sino insatisfechas sexualmente. De esta manera, se provoca la invención del primer vibrador. Cuando la sífilis hizo acto de presencia y se propagó rápidamente debido a este alto consumo de prostitutas, a pesar de que la mujer también fue víctima de la enfermedad venérea, la sociedad solo quiso verla como la culpable y transmisora (Bornay, 2020, p. 53), culpabilizándola de nuevo y achacando el castigo a su libertinaje. “Cuando París oscurece, la sífilis y la cortesana se confunden”, como dice P. Wald (1982, p. 28). Las mujeres de clase baja que conseguían tener un trabajo fuera del mundo de la prostitución se dedicaban al considerado trabajo no-real, el cuidado doméstico, ya fuera de su propia casa o de casas ajenas que las contrataban como amas de llaves, sirvientas, cocineras, niñeras, etc.; o al grupo incipiente de mujeres que se iban incorporando poco a poco a la industria, aunque solían ocuparse de puestos que los hombres desechaban11 (Heller, 2019, p. 172). Estas mujeres empezaron a darse cuenta de la independencia económica que adquirían y que las dejaba en una nueva posición en la que no necesitaban el amparo de un hombre (marido o padre) que las sustentara. Las mujeres de la burguesía encabezaron otras reivindicaciones también independentistas del hombre: los movimientos sufragistas y las campañas para su emancipación. Evidentemente, también comenzaron a rechazar la maternidad, lo que hizo que la natalidad comenzara a bajar pero “fue considerado algo totalmente inmoral, y contribuyó a la idea del caos” (Bornay, 2020, p. 66). También consiguieron el acceso a enseñanzas superiores como la universidad y, por consiguiente, la ocupación de puestos de trabajo hasta entonces impensables para ellas como la abogacía o la medicina. Toda esta nueva presencia de la mujer en el ámbito laboral, político, académico y público, desembocó en la New Woman temida por el colectivo masculino, lo que hizo que aparecieran nuevas corrientes teóricas antifeministas que pretendían justificar la autoridad masculina como una evidencia científica y filosófica, como las de Nietzsche o Schopenhauer (Bornay, 2020, p. 16). Al igual que durante la caza de brujas, para luchar contra el poder femenino apareció una renovada misoginia, el siglo XIX reprodujo el mismo sistema de oposición contra las mujeres. Desde el siglo XIX, los movimientos feministas cobraron cada vez más importancia, se fueron sumando más mujeres (ya no solo las burguesas) y la lucha por los derechos y libertades se amplió a todos los niveles: político, económico, social, etc. 11 En muchas de estas fábricas se trabajaban con materiales altamente tóxicos, como el pigmento blanco de plomo. Al no existir medidas de seguridad y protección para los trabajadores, los hombres se negaban a trabajar en estos lugares, por lo que se les daba el trabajo a quienes no tenían mucho más donde elegir: las mujeres. Muchas de ellas se “tiraban al río” para morir ahogadas cuando empezaban a ver evidencias de la intoxicación en sus cuerpos. Bajo esa expresión entrecomillada fue como se conoció la manera más común de suicidio entre las mujeres de la época (Heller, 2019). Todo ello gracias a las denominadas “olas feministas” que, según las teóricas, puede haber tres o cuatro de ellas. Normalmente se establece el inicio del feminismo como tal con la obra de Mary Wollstonecraft, Vindication of the Rights of Woman, en 1792, donde la escritora y filósofa dejó clara su postura de que las mujeres debían recibir una educación según su posición social, ya que son ellas quienes se encargan de la educación de los hijos y deben ser consideradas compañeras de sus maridos, no objetos meramente decorativos o bienes de intercambio dentro del mercado del matrimonio. Otras teóricas aseguran que el feminismo se inicio más tarde, en el siglo XIX, con el auge del movimiento sufragista y coincidiendo con la convención de Seneca Falls en 1848, donde se escribió la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls, documento inspirado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, que denuncia las restricciones a las que se veían sometidas las mujeres (sobre todo a nivel político) y propone soluciones para mejorar su situación (Garrido Rodríguez, 2021, p. 486). Aquí se establecería la primera ola feminista que duraría hasta principios del siglo XX, caracterizada por defender la igualdad de la mujer a nivel legal. A lo largo del siglo XX se afianzó la separación entre el lugar de trabajo físico de la mujer con el lugar de reproducción o, lo que es lo mismo, su núcleo familiar y personal; por lo que se empezó a reconocer el trabajo doméstico y, en algunos sitios, pasó a denominarse como la “doble jornada (laboral) de la mujer actual en los países desarrollados” (Pérez, 2018). La segunda ola comenzaría varias décadas más tarde, en 1960, cuando ya se había conseguido el voto femenino en casi todos los países occidentales, y duraría hasta la década de los 90, naciendo así el “Nuevo Feminismo” (Gamba, 2008). En esta segunda mitad del siglo XX y en las últimas décadas, se consiguió una igualdad a nivel legislativo en los países democráticos, el acceso a cualquier tipo de educación y trabajo, y una gran concienciación en las instituciones y en la sociedad en general. Aunque si bien es cierto que donde más ha radicado su liberación del yugo patriarcal, ha sido en su liberación sexual: el no limitarlas solo a la tarea reproductiva, así como librarlas del silencio respecto a su placer durante las relaciones sexuales, el derecho al divorcio, la denuncia a los estereotipos sexistas, etc. (Muñoz Saavedra, 2019). En los países donde se ha despenalizado el aborto, ha supuesto que las mujeres puedan ser dueñas de su propia individualidad y decidir sobre sus propios cuerpos. También comenzaron a nacer distintas ramas del feminismo, como el radical, liberal o socialista, en respuesta a diferentes enfoques de las cuestiones que se trataban, que tuvieron diferentes maneras de abordarlas y resultados en la sociedad (Garrido Rodríguez, 2021, p. 487). Tras esta, la tercera ola comenzó en la misma década en la que terminó la segunda y llega hasta más o menos la actualidad. Estaría marcada por la toma de conciencia de que hay numerosas realidades en torno a la mujer, no simplemente el hecho del sexo biológico o que solo existe una idea de mujer (Biswas, 2004). De esta manera, se abandona el feminismo esencialista para abordar temas como el género, la etnia, la clase, la transexualidad, las teorías postcoloniales o la teoría queer, empezando así a hablar de “interseccionalidad”, o también ahondando en la relación de la mujer con la naturaleza y estudiando el impacto del feminismo sobre el medio ambiente, naciendo el llamado ecofeminismo (Gamba, 2008; Garrido Rodríguez, 2021). Actualmente existe un debate sobre si existe una cuarta ola o no y, aunque la gran mayoría de las teóricas se decanta por ella (Miyares, 2018; Monge, 2018; Pérez Luna, 2018; Titto, 2017), hay diversidad de opiniones en cuanto a en qué momento establecer su inicio. Mientras que algunas defienden que se comenzó en los primeros años del 2000, hay quien opina que fue en 2008, aunque la teoría más extendida es que se inició en 2018, coincidiendo con el movimiento #MeToo en EEUU que llegó a globalizarse gracias a las redes sociales. Esta ola se caracteriza por la importancia de internet y las redes en la divulgación y concienciación del feminismo, así como las asambleas y prácticas horizontales que generan lazos y mayor cantidad de debates. A nivel político e ideológico se asume la interseccionalidad, se habla del sistema patriarcal como el adversario a derribar, se cuestionan las labores de cuidados de las mujeres, su doble jornada laboral que aún continua perenne y la sororidad se toma por bandera (Garrido Rodríguez, 2021, p. 487). La caza de brujas y las teorías antifemeninas y antifeministas del siglo XIX fueron reacciones adversas ante el sobresaliente poder femenino que cobraba independencia del hombre y se escapaba de los roles que la sociedad le había impuesto durante esas épocas. Al igual que en esos dos momentos históricos tan marcados, actualmente se está viviendo una vorágine feminista que, de igual manera, ha hecho aparecer una corriente ideológica muy misógina que se refleja en las líneas de pensamiento de algunos partidos políticos y de una parte de la sociedad que demonizan el término “feminista” y pervierten el movimiento con falacias12. El movimiento feminista actual está permitiendo la recuperación de la figura de la mujer a nivel histórico, dotándola de la importancia que se merece, así como realizar investigaciones desde los puntos de vista de las minorías a las que se les ha negado la voz, y crear discursos con perspectivas de género. Un caso muy evidente es el de las brujas. Mary Daly (1978) escribió ya en el siglo XX que gran parte de los escritos sobre este tema son desde “un punto de vista favorable a la ejecución de las mujeres” lo que desacreditaba a las víctimas y se posicionaban a favor de los ejecutores. Pero como dice Silvia Federici (2010): Sólo el movimiento feminista ha logrado que la caza de brujas emergiese de la clandestinidad a la que se la había confinado, gracias a la identificación de las feministas con las brujas, adoptadas pronto como símbolo de la revuelta femenina (p. 221). Pero a pesar de todos estos avances, la sociedad actual (incluso la de aquellos países con legislación igualitaria) basa su estructura en los pilares del patriarcado y se refleja en otros muchos ámbitos: la atención a las labores domésticas sigue siendo ejecutada por mujeres, la tasa de desempleo es mayor en ellas que en los hombres, la mujer es la que ve frenada su carrera profesional en el momento en que tiene familia, muchas mujeres siguen sufriendo violencia machista y acoso, a ellas les cuesta más acceder a altos cargos laborales, etc. A todos estos problemas no ayuda la lacra a la que se enfrenta el movimiento feminista con la estigmatización que se impone sobre su nombre y que frena irremediablemente su avance en la concienciación psicológica real de toda una sociedad, la cual no puede evitar tener comportamientos inherentemente misóginos. 12 Un claro ejemplo es el término “feminazi”, un neologismo despectivo y peyorativo utilizado para referirse a las feministas. Fue acuñado por Rush Limbaugh en 1992 y, aunque este lo utilizó para designar a las feministas más “radicales”, actualmente se utiliza para denominar a todas las partidarias del movimiento. Como ya se ha citado anteriormente, desde los primeros mitos registrados en los que se explicaba la cosmogonía de la mitología griega, la mujer ha sido la fuente de todo mal: Y al punto, a cambio del fuego, preparó (Zeus) un mal para los hombres: [...]. Pues de ella (Pandora) desciende la funesta estirpe de femeninas mujeres, gran calamidad para los mortales, con los varones conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad [...]. Así también desgracia para los hombres mortales hizo Zeus altitonante a las mujeres, siempre ocupadas en perniciosas tareas. Otro mal les procuró a cambio de aquel bien: El que huyendo del matrimonio y las terribles acciones de las mujeres no quiere casarse y alcanza la funesta vejez sin nadie que le cuide, éste no vive falto de alimento; pero al morir, los parientes se reparten su hacienda. Y a quien, en cambio, le alcanza el destino del matrimonio y consigue tener una mujer sensata y adornada de recato, éste, durante toda la vida, el mal equipara constantemente al bien. Y quien encuentra una mujer desvergonzada, vive sin cesar con la angustia en su pecho, en su alma y en su corazón; y su mal es incurable. De esta manera no es posible engañar ni transgredir la voluntad de Zeus; pues ni siquiera el Japetónida, el remediador Prometeo, logró librarse de su terrible cólera, sino que por la fuerza, aunque era muy astuto, le aprisionó una enorme cadena. (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978, pp. 96-97). A través de Pandora, el resto de las mujeres mortales han sido portadoras de todo mal, inclusive si se mantienen recatadas, y todas causan la ruina al hombre por el mero hecho de existir. La mitología griega, fuente de inspiración para el arte griego, se basa en el orden y gobierno patriarcal que Zeus impone sobre el Olimpo tras detener los sucesivos derrocamientos de los líderes que se producían a través de conspiraciones de sus esposas e hijos13. A pesar de que el rey de los dioses engendra a las Moiras, las Horas, las Gracias y las Musas, seres femeninos que traen el orden moral y cultural, jamás permite que las mujeres ostenten el poder (Pomeroy, 1999, p. 16). Los dioses fueron un reflejo del orden social de los griegos. Ninguno de los dioses (varones) se mantuvo virgen y/o fuera del matrimonio, sus promiscuidades sexuales eran innatas en ellos y muchos, además, fueron violadores, pero nada de esto fue censurado por los griegos, ni siquiera entre los dioses que estaban casados. Así mismo, de las seis diosas olímpicas14, la mitad decidieron mantener su virginidad y no casarse (Atenea, Artemisa y Hestia) y todas, fueron arquetipos de la realidad femenina griega: Atenea, intelectual y asexuada; Artemisa, virgen, guerrera y salvaje; Hestia, 13 Urano fue vencido y castrado por su hijo Cronos, ayudado por su madre, Gea, la esposa de Urano. Posteriormente, a Cronos le fue profetizado que uno de sus hijos le quitaría el trono, por lo que decidió ir devorando a sus vástagos tras nacer. Rea, su hermana y esposa, harta de ver cómo ya había engullido a cinco de sus hijos, engañó a su esposo dándole una piedra en vez del recién nacido Zeus, al que escondió y mantuvo a salvo. Cuando el bebé creció, venció a su padre encerrándolo en el Tártaro. Zeus, en cambio, detuvo la profecía que le vaticinó el mismo sino que a su padre y a su abuelo, tragándose a Metis (mujer que daría a luz a la descendencia que lo derrocaría). 14 Considerando a Hestia como una de ellas, aunque le diera su puesto en el Olimpo a Dioniso. solterona y solitaria; Hera, esposa, fiel y sufriente; Deméter, madre y conformante; y Afrodita, frívolo objeto sexual (Pomeroy, 1999, p. 22). De igual manera, en La Odisea (Homero, ca. siglo VIII a. n. e./1999), se reflejan los tipos de mujer griega. Penélope es la perfecta esposa (gyné), que se mantiene fiel a su marido tras las dos décadas de su ausencia (cuando Odiseo no lo hace) cuidando del oikos en Ítaca. Después, se encuentran Circe y Calipso, ambas suponen un peligro para el héroe pero ambas acaban ayudándolo en su travesía tras enamorarse de él. Odiseo permanece un tiempo a su lado e, incluso, llega a tener descendencia con Circe. Ambas podrían considerarse pallaké, las amantes del héroe que intentan separarle de su oikos pero que, finalmente, ceden ante su autoridad. Por último, existen las figuras femeninas que suponen un riesgo muy real para el héroe, aunque este consiga salir ileso y triunfante de su encuentro. Estas figuras ya no tienen forma humana, sino que son monstruosas. Así aparecen Escila, Caribdis o las Sirenas. Como estas últimas hay más pasajes de héroes griegos donde el monstruo se convierte en la prueba iniciática del héroe: Perseo sobre Medusa, Edipo sobre la Esfinge, Teseo sobre el Minotauro o Heracles con sus doce trabajos (donde uno de ellos conllevaba enfrentarse a las Amazonas). Es curioso notar cómo los monstruos femeninos, a diferencia de los masculinos, tenían cierto componente sexual. Incluso Jasón, que jamás habría logrado sus hazañas sino fuera por Medea (la cual se enamoró locamente de él), traicionó la confianza de la que había sido su soporte y pilar fundamental, haciendo que ella se volviera contra él y tomara venganza. La mujer mitológica griega, exceptuando algunos personajes puntuales, siempre tiene connotaciones vinculadas con su sexualidad y posee un carácter oscuro y perverso que se desarrollará de manera más o menos explícita. En cuanto a las representaciones eran completamente figurativas y solían mostrar pasajes concretos de los mitos, las leyendas de los personajes o la grandeza de los dioses, a través de pinturas, grabados, figurillas, relieves, esculturas o mosaicos, realizados en paredes, ánforas, escudos, copas, vasijas, vasos, etc. (Elvira Barba, 2008. pp. 19-24). Tras dos siglos de torturas, asesinatos, condenas, encarcelamientos, humillaciones, insultos, vejaciones y miedo o, en definitiva, tras una campaña de terror contra las mujeres, se sembró la semilla de una misoginia sin precedentes que echó raíces rápidamente. Esta misoginia marcó toda la psicología colectiva, incluidas la de las propias mujeres, las cuales vieron afectada la concepción que tenían de sí mismas, de sus cuerpos y de las relaciones entre ellas y con los hombres. Si la visión general que había existido de la mujer durante la caza de brujas era la de un ser débil tanto físico como mentalmente, salvaje, con un apetito sexual insaciable, incontrolable, ingobernable, desobediente, rebelde y más cerca de la bestialidad que de la razón humana; al llegar el siglo XVIII, esta visión se había polarizado completamente. Las mujeres eran concebidas igualmente débiles pero, ahora también, sumisas, obedientes, asexuadas, cándidas, “moralmente mejores que los hombres y capaces de ejercer una influencia positiva para ellos” (Federici, 2010, p. 157). De esta manera apareció un nuevo estereotipo de feminidad: el de la buena esposa y madre, aquella mujer dedicada de manera obediente y feliz al cuidado del hogar y la familia, donde su aspiración no fuera más que alcanzar un buen matrimonio, conformada con su posición dentro de la sociedad; esa sociedad que le había negado el acceso absolutamente a cualquier institución que pudiera hacer de ella una persona independiente, con sus propias ideas y ambiciones. La Iglesia consiguió inculcar en la psique de todas las mujeres que, partiendo de la base de que todas eran unas Evas pecadoras, debían aspirar a convertirse en la Virgen María (la cual era inalcanzable, pues si una mujer debe ser una buena esposa y proveer a su marido de descendencia, jamás podrá conservar su virginidad intacta). Así, la institución patriarcal por excelencia, consiguió moldear ella misma una Pandora perfecta de las hijas de Eva. Con toda esta información es muy fácil sacar el perfil de las acusadas por brujería: prostitutas, promiscuas, libertinas, homosexuales, adúlteras, concubinas, las que mantenían relaciones sexuales antes del matrimonio, fuera de él o por el simple placer (no para procrear). También eran habituales las acusaciones a cualquiera de las mujeres que se encontraban sin el amparo de un hombre: viudas, solteras, que vivían en solitario y alejadas de la comunidad, mendigas o viejas. Y, por supuesto, aquellas mujeres que se rebelaran contra este orden establecido o las que durante las torturas se mantenían fuertes y firmes ya que contestaban, insultaban, no lloraban, discutían, etc. En definitiva, todas aquellas que no encajasen en ese nuevo estereotipo de feminidad que se estaba forjando. Fig. 4. Anton Pieck, Hansel and Gretel, 1942. Ilustración basada en el cuento de hadas infantil homónimo de los Hermanos Grimm, 1812. De este compendio apareció la iconografía de la bruja como una mujer normalmente vieja, que vive en el bosque, sola, rodeada de naturaleza y animales, malhumorada, lujuriosa o con una sexualidad y gustos retorcidos, que atraía a los niños para alimentarse de ellos o usarlos en sus pociones. La iconografía de la bruja montada sobre una cabra o escoba posiblemente derive de Afrodita Pandemos, uno de los epítetos de la diosa griega que representaba el amor común, del pueblo, el amor vulgar que se dejaba llevar por los placeres mundanos. Normalmente esta diosa era representada como una mujer joven montada sobre un carnero o cabra. Esta imagen de las brujas es la que llegaría posteriormente a su culmen dentro de los cuentos infantiles (fig. 4), y que el cine y la televisión perpetuaría también durante los siglos XX y XXI. Fig. 5. Thomas Erastus, ilustración del tratado Dialogues touchant le pouvoir des sorcières, 1570. Brujas que untan sus cuerpos con ungüentos y salen volando en escobas a través de la chimenea, mientras un hombre las espía. Fig. 6. Francesco Maria Guazzo, ilustración del tratado Compendium Maleficarum, 1608, grabado en madera. Una bruja montada sobre una cabra surca el cielo mientras provoca una lluvia de fuego y humo. Fig. 7. Hans Bandung Grien, Aquelarre, 1510. Grabado que muestra a tres brujas alrededor de un caldero en un bosque y una cuarta sobrevolándolas montada en un carnero, pudiendo ser la Afrodita Pandemos. Las brujas tienen aspecto de viejas decrépitas que el artista explota eróticamente con sus cuerpos desnudos. Además pone énfasis en su maldad al estar rodeadas de huesos y portando una de ellas una bandeja con órganos humanos. Fig. 8. Francisco de Goya, El Aquelarre, 1797-1798, óleo sobre lienzo. Bajo el amparo de la noche y la luz de la luna menguante, Goya muestra esta congregación de brujas jóvenes y viejas, dotando de gran protagonismo al Diablo como macho cabrío en el centro de la composición en una postura humanoide. Las mujeres le ofrenden niños para su alimento (uno de ellos está ya cadavérico). La sensación onírica de pesadilla aumenta con los murciélagos pintados a lo lejos y los cadáveres que cuelgan de un poste o yacen en el suelo. Goya realizó esta obra con intención satírica y crítica hacia la superstición, aunque su efecto parece justo lo contrario. Dentro de las representaciones artísticas de la mujer, aparecieron dos vertientes muy marcadas durante el siglo XIX: la enferma perpetua y la femme fatale. El primer grupo se inspira en esas mujeres burguesas y de clase alta que vivían entre el abrumador y tedioso aburrimiento de sus vidas, al verse recluidas a su trabajo de “amas de casa” sin hacer nada más15. Este tipo de mujer fue considerada, según Bornay (2020), “pasiva, doméstica (y domesticable) más emotiva, menos inteligente y, desde luego más infantil”, y añade que “la protección del hombre será, pues, no solo pertinente sino obligación moral” (p. 60). Muchas de ellas necesitaban de la atención de un médico o sanador que, evidentemente, les proveía su adinerado marido y siempre debían tener una constante tutela ya que eran consideradas tan débiles que no se valían por sí mismas. Varias de estas mujeres padecían enfermedades reales tales como la anemia o la tisis, debido a “la inacción obligada y las dietas pobres en carne, así como los constantes partos, que dieron paso a la aparición de la anorexia” (Hormigos, 2021). Esta languidez era, para algunos, el sumun de la feminidad perfecta, y no tardó en hacerse eco dentro de la moda artística. Este “ángel del hogar” exaltaba la “naturaleza” femenina, definiendo su inferioridad dentro de la sociedad. Se subraya la debilidad física de las mujeres; así, los hombres tienen la obligación de protegerlas y evitarles “fatigas excesivas para su sexo” (Duby & Perrot, 1993, p. 130). Además, la maternidad se elevaría a la obligación por excelencia de ellas, de ahí todo su posterior rol de ciudadoras que se arrastra aún a día de hoy. Fig. 9. Pierre Andre Brouillet, Lección clínica en la Salpetrière, 1887, óleo sobre lienzo. En esta escena se muestra al Dr. Charcot ante sus alumnos analizando a una de las miles de pacientes (todas mujeres) que tenía en su hospital. En estas exhibiciones llegaba a practicarles numerosos abusos a las ingresadas, hasta el punto de que sus clases se acabaron convirtiendo en todo un espectáculo para algunos de sus colegas y estudiantes. Al retratar mujeres sumisas, tendidas, desamparadas, abandonadas en el paisaje, muchas desnudas y, algunas, en éxtasis, expectantes o tensas aun estando tumbadas... Jugaban abiertamente con las fantasías de agresión de su audiencia16 e “invitaban” a la violación pintando mujeres desnudas y extremadamente vulnerables, por lo general caídas de espalda en primitivos escenarios silvestres aparentando encontrarse en el clímax de un éxtasis incontrolable. (Dijkstra, 1994, p. 100). 15 No podían trabajar y solo cuidaban de la casa a nivel económico, ya que la mayoría de ellas tendrían criadas y niñeras para limpiar la casa, hacer las comidas y cuidar de los hijos, debido al nivel al poder adquisitivo de su marido y familia. 16 Hombres del siglo XIX, en su mayoría burgueses y de clase alta. Fig. 10. Arthur Hacker, Pelagia y Filemón, 1887, óleo sobre lienzo. Esta figura aniñada y vulnerable entronca muy bien con la estética de la vampira (palidez de la piel, ojos vacíos, ojeras, enfermas...) (Hormigos, 2021). La vampira supone el nexo de unión con el polo opuesto de la enferma perpetua: la femme fatale. Pues, a pesar de ser una criatura muerta, débil y que debe beber sangre para reponerse y seguir existiendo, contagia con su mordedura infecta a los vivos, lo que la convierte en una ser poderoso capaz de cambiar la naturaleza del hombre. George Darien, escritor francés del siglo XIX, fue uno de los primeros en utilizar el término femme fatale en una de sus novelas publicada en 1897, y hace referencia a un tipo concreto de mujer que fue retratado de múltiples formas a partir de la segunda mitad del siglo XIX (Bornay, 2020, p. 91). A pesar de que en Londres y París se sucedían los mismos movimientos dentro del colectivo femenino, es destacable cómo en los países de habla inglesa se acuñó el término sin traducirlo del francés y es curioso ya que, en palabras de Erika Bornay (2020): No se puede deducir que hayan sido los franceses sus inventores, pero sí pone de manifiesto la profunda convicción anglosajona de que las mujeres eróticas y peligrosas eran generalmente de aquel país y, como corolario, la mayoría de las mujeres francesas, muy en especial las parisinas, eran “amenazadoramente sexuales”. (pp. 92-93). Físicamente la femme fatale se trata de una fémina voluptuosa, bella, joven y, normalmente, de cabellera roja, piel muy blanca y ojos verdes. A simple vista, parece una mujer perfectamente normal, salvo que esa belleza es perversa, turbia, malévola y, en ocasiones, enfermiza. Pero donde radica el peligro de dicha mujer es en su manera de pensar: es fría y calculadora (metódica, incluso), tiene capacidad de dominio (que no de liderazgo), tendencias malvadas en todas las etapas de su vida17 y, a su vez, tiene un fuerte carácter sexual. La sexualidad es lo que la diferencia sobre el resto de mujeres. La femme fatale es aquella que tiene libertad sobre su propia sexualidad, da el primer paso en el cortejo, es lujuriosa y no lo oculta. Todo ello le otorga una parte de animal, de bestia, de no-humana y, por lo tanto, debe ser controlada por la Razón (el hombre) (Bornay, 2020). O descrita de otra manera: Casi todos los hombres de tu temperamento tienen en la vida una mujer así. La mujer fatal es la que se ve una vez y se recuerda siempre. Esas mujeres son desastres de los 17 Bornay (2020) asegura que ya desde niñas la femme fatale existe como algo innato a la mujer. Si ha de ser malvada, lo es desde la cuna y no tiene salvación. cuales quedan siempre vestigios en el cuerpo y en el alma. Hay hombres que se matan por ellas, otros que se extravían; tú serás de estos últimos. (Valle-Inclán, 1974). Este fragmento del escritor español demuestra que fue una figura que traspasó fronteras y recoge la dicotomía que provocaba en los hombres. Por un lado era una mujer peligrosa y con la que no convenía tener tratos, por otro, era imposible no sentirse atraído por ella y sucumbir a los placeres que su cuerpo pudiera otorgarle. Este miedo y esta fascinación que tan entrelazadas van de la mano, era el mismo efecto que generaba la New Woman en los hombres de la vida real. Miedo a la castración, a perderse a sí mismos por el camino, a perder su virilidad, sus privilegios e, incluso, su vida; pero, a su vez, curiosidad morbosa de estar con una mujer activa sexualmente y que posee el poder de la situación, algo a lo que no estaban acosstumbrados. La imagen generada sobre cómo era una bruja de los siglos anteriores, desembocaron en este nuevo estereotipo que se popularizó tanto durante la segunda mitad de siglo XIX (fig. 11). Fig. 11. Luis Ricardo Falero, Las brujas yendo al Sabbath, 1878, óleo sobre lienzo. Se ve a un grupo de brujas de todas las edades con alta carga erótica, volando hacia su reunión en escobas y animales que viajan con ellas: cabras, gatos, lagartos o murciélagos. La obra perpetúa la iconografía de la bruja y la aúna con el estereotipo de la femme fatale del siglo XIX: la belleza es crueldad, lo monstruoso es belleza. El color y forma de la cabellera femenina tuvo muchísima carga simbólica. Como se ha mencionado, el color rojo fue el tono predilecto a la hora de retratar a mujeres perversas. Las cabelleras pelirrojas tienen un marcado carácter demoníaco (Cirlot, 1997) y estuvo relacionado con la tonalidad de cabello de Judas Iscariote, herencia de toda la superstición cristiana respecto a este color de pelo. Tener el cabello rojizo era peyorativo y representaba la sensualidad salvaje, excesiva y depravada. Aunque a partir del siglo XIX comienza a perder la desaprobación, sí que se mantiene todas las connotaciones lujuriosas. El cabello rubio despertaba la admiración y era el tono deseable. Esta concepción no es algo nuevo de este siglo, sino que se trata de una herencia desde los tiempos de Homero, donde el autor describía a las grandes diosas olímpicas con este tono de pelo (Afrodita, Hera o Atenea). En Roma y durante todo el medievo, el color rubio era sinónimo de belleza. En las canciones de gesta, rubias eran las románticas protagonistas. Quien tenía el cabello de otro color y podía permitírselo, usaba postizos o se lo teñía. Por lo tanto, el cabello negro estuvo asociado a la fealdad y fueron despreciados en favor de los rubios. Durante el siglo XIX se utilizaba el tono oscuro para representar a aquellas mujeres extranjeras, exóticas, criollas y andaluzas (Bornay, 1994, pp. 91-109). Por otra parte, al igual que en el Renacimiento y el Neoclasicismo, hubo un renovado interés por la mitología durante el siglo XIX. Se recuperaron algunas figuras casi olvidadas como Lilit o Salomé que les encajaban perfectamente con la imagen de la femme fatale, o desvirtuaron las historias de otras, como Judit, que pasó de ser la heroína bíblica que salvó a su pueblo, a una seductora que se valió de su cuerpo para asesinar a un hombre. Este estereotipo caló tan hondo dentro del imaginario decimonónico que el cine no tardó en hacerse eco durante el siglo siguiente y, aún a día de hoy, pervive como arquetipo de feminidad utilizado en la creación de personajes para cine, televisión, videojuegos, literatura, cómics, publicidad, etc. (Fig. 12-15). Fig. 12. Theda Bara en Cleopatra, J. Gordon Edwards, 1917. Fig. 13. Sharon Stone en Instinto Básico, P. Verhoeven, 1992. Fig. 14. Carátula del álbum Femme Fatale de Britney Spears, 2011. Fig. 15. Nicole Kidman en un cartel publicitario para la marca Jimmy Choo en 2013. A pesar de que actualmente continúe existiendo la violencia contra la mujer (feminicidios, agresiones, violaciones, abusos, acoso, etc), los discursos machistas que se generan dentro de la cultura tienen una alta carga simbólica. Ya no son solo los salones de arte donde se exhibían las obras plásticas o el cine que tanto se popularizó durante el siglo XX; en la actualidad las plataformas digitales como Netflix, HBO o Prime Video, así como las redes sociales, los videojuegos y el enorme mundo del cómic, por citar Fig. 16. El personaje de Warner Bros, Lola Bunny es un claro ejemplo de revisión de la algunos, generan a diario una gran cantidad de contenido. En estos espacios hay quienes luchan por romper con esta simbología de estereotipos machistas, pero también hay quien los sigue perpetuando y crea personajes femeninos como objetos de consumo para el placer masculino. iconografía femenina y que crea controversia en redes sociales por ello (a la izquierda Lola Bunny en Space Jam, 1996; a la derecha, en Space Jam 2, 2021). En marzo de 2021 se hizo pública la nueva imagen del personaje, y muchos usuarios (hombres) se quejaron de que el personaje ya no era sexy, a pesar de que se trate de una película infantil. En los sectores donde el público es mayoritariamente masculino, se continúa sexualizando el cuerpo de la mujer de manera innecesaria, utilizándolo como reclamo para atraer la atención y satisfacer fantasías. Algunos de estos sectores son el de los videojuegos, el cómic, el manga o el anime. Si bien es cierto que las estadísticas están cambiando con gran rapidez. En 2017 el porcentaje de mujeres españolas que consumían videojuegos era del 24%, mientras que en 2019 ascendió al 43% (Europa Press, 2019). Aún así, el porcentaje de creadoras de videojuegos seguía siendo del 17% en 2019 (NCYT Amazings, 2019) y los contenidos se siguen perpetuando aunque en menor medida. Cifras similares tienen los sectores anteriormente señalados (ICV2, 2017). En el reportaje de E. Díez, O. Fontal y D. Blanco (2002), las autoras generan tres modelos representativos en los que se pueden englobar a la mayoría de personajes femeninos dentro de los videojuegos. Estos son: la masoquista, la sádica y la “barbie”. En el primer grupo nos encontramos a aquellas que encarnan el estereotipo de damisela en apuros: mujeres débiles, pacientes, pasivas, sumisas, que no se valen por sí mismas y necesitan de la ayuda de un hombre para ser rescatadas; su rol es el de complementar al personaje masculino, están siempre a su sombra, y viven o mueren en función de los hombres (fig. 17). En el modelo sádico se engloban a los personajes que tienen actitudes y comportamientos masculinos, pero sus atributos físicos son exagerados, lo que hace que sus “encantos” estén al servicio de ellos (fig. 18). Estas serán denominadas también “mujeres fálicas” (Bernárdez, 2012). Y, por último, el modelo “barbie” reproduce los estereotipos más tradicionales sobre las mujeres y son aquellos personajes superficiales, con carácter decorativo y obsesionadas con su imagen (p. 4). Fig. 17. Princesa Peach de la saga de videojuegos de Super Mario Bros. Su primera aparición fue en 1985. Ejemplo del modelo masoquista. Fig. 18. Lara Croft de la saga de videojuegos de Tomb Raider. Su primera aparición fue en 1996. Ejemplo del modelo sádico o mujer fálica. Pero como ellas mismas añaden “lo cierto es que todos estos modelos responden a la proyección de la imagen que tienen los hombres sobre las mujeres” (Díez Gutiérrez et al., 2002, p. 4) por lo que, a pesar de que sea un estudio hecho sobre los personajes femeninos de los videojuegos, se extrapola a otros campos mayoritariamente de consumo masculino como los mencionados anteriormente. Se puede pensar que existen personajes varones que también aparecen con poca ropa y con sus atributos físicos muy marcados, como el personaje de Kratos de God of War (fig. 19), creado por SCE Santa Monica Studio, pero la intención de este personaje no es la sexualización de su cuerpo para la gratificación visual, sino el querer ser como él, el servir de ejemplo y sentirse identificado con un hombre fuerte, atractivo y seguro de sí mismo. Fig. 19. Kratos de la saga de videojuegos de God of War. Su primera aparición fue en 2005. Por otra parte, los personajes femeninos están sufriendo una revisión, de tal manera que empiezan a tener sus propios espacios sin la necesidad de ser la acompañante de un personaje varón. Comienzan a abandonar su rol pasivo y presentan una mayor complejidad y profundidad psicológica, sin la necesidad de sexualizar sus cuerpos (fig. 20-23). Esto también es debido al aumento de público femenino en estos sectores18. Las mujeres pueden empezar a identificarse con personajes sin cuerpos imposibles de alcanzar, que no las deja relegadas a un segundo plano y con historias interesantes más allá de un interés romántico. Fig. 20. Maléfica en La Bella Durmiente, 1960. Es la villana del cuento, una bruja enojada por no sentirse querida, vengativa, cruel y temperamental. Fig. 21. Maléfica en el film homónimo, interpretada por Angelina Jolie, 2019. A pesar de que comete los mismos actos que en la película animada, sus motivos no son los mismos. Se construye un personaje complejo, lleno de matices entre lo que está bien y lo que no, y el reconocimiento de los errores. 18 Ya no solo en los sectores citados anteriormente, el cine también es un espacio donde los roles y el público se está viendo transformado. Las películas de acción y de superhéroes eran mayoritariamente de consumo masculino, y es un hecho que se ve reflejado en la presencia femenina en dichas películas. No hay más que ver la hipersexualización de los escasos personajes femeninos, su poca relevancia dentro de la trama (la mayoría eran el interés romántico del héroe) y las poquísimas protagonistas y heroínas que existían. Las grandes compañías del cómic como DC Comics y Marvel, se aventuraron dentro del mundo cinematográfico con la llegada del siglo XXI y, aunque ha costado, actualmente comienzan a crear historias con protagonistas femeninas (Wonder Woman (2017), Capitana Marvel (2019), Viuda Negra (2021) o WandaVisión (2021)) o dan voz a otras minorías, como a los colectivos racializados (Black Panther (2018)). Fig. 22. Bruja Escarlata/Wanda Maximoff en los cómics de Marvel. Su primera aparición fue en 1964. Fig. 23. Bruja Escarlata/Wanda Maximoff interpretada por Elizabeth Olsen dentro del Universo Cinematográfico de Marvel, 2021. En las representaciones actuales de personajes mitológicos, se siguen arrastrando los estigmas creados con anterioridad, sobre todo los generados durante el siglo XIX. Si bien es cierto, que hay artistas y creadores de contenido que prefieren volver a los orígenes del mito o hacer su propia versión de este pero bajo una perspectiva de género. __________________________________________________________ Las criaturas ctónicas o telúricas, “que pertenecen a la tierra” o “debajo de la tierra”, son aquellas que están relacionadas con la tierra subterránea, no con la superficial, por lo tanto, entran en esta categoría todas aquellas vinculadas con el inframundo. Este término se popularizó y se utiliza en especial para referirse a dioses de la mitología clásica, aunque su origen no es claro. Mientras que hay quienes dicen que es más que probable que los griegos heredaran el elemento ctónico de algún pueblo prehelénico (Chadwick, 1977, p. 117); otros aseguran que, en realidad, su origen es indoeuropeo, por lo tanto, mucho anterior (Burkert, 2007). En cualquier caso, la mitología griega estuvo marcada por los dos ramales de deidades opuestas: olímpicas y ctónicas, aunque había algunas que navegaban entre ambos grupos, como Hermes, Hécate, Heracles o Asclepio. Los rituales que se solían hacer a los dioses ctónicos conllevaban sacrificios de seres vivos, en general animales, que se dejaban quemar por completo o se enterraban, es decir, no se utilizaban para comer en un festejo posterior (Kerényi, 1958). En general, el término ctónico posee connotaciones mayoritariamente femeninas dentro de la antropología y sistemas patriarcales (hombre arriba/cielo, mujer abajo/tierra/infierno) (Valle, 1993). Y aunque haya dioses masculinos con carácter ctónico (Geb, Hades o Lucifer), éstos representan una minoría frente a una larga lista de diosas y criaturas femeninas. La explicación se debe a que los seres ctónicos también guardan relación con los ciclos de vida, muerte y resurrección, o, con otras palabras, con la fertilidad y los muertos. La fertilidad siempre ha sido una cualidad asociada a las mujeres por su capacidad biológica, hecho que se ve reflejado en los atributos asociados a las divinidades. Si es una madre, una mujer, la que gesta, da a luz, cuida, alimenta y vela por la seguridad de sus hijos durante sus vidas; es lógico y consecuente pensar que debe ser otra madre o, al menos, otra mujer, la que cuida en la muerte. Todo esto cambiará con la llegada de las religiones patriarcales, la facultad de crear vida les será arrebatada a ellas, para convertir a un dios masculino en el dador de vida. Si incluso en religiones y mitologías antiguas, por regla general, eran criaturas femeninas las que moraban en los inframundos y estaban vinculadas con la muerte como parte de una dualidad que explicaba la esencia femenina, el hecho de despojar a las mujeres de su capacidad creadora, solo las deja con el aspecto funerario; por lo que, mitológicamente, las mujeres se convierten en criaturas oscuras, temidas y, en su mayoría, incomprendidas. Además, dentro de las proto-deidades asociadas a la fertilidad por excelencia y, por tanto, que poseen carácter ctónico, se encuentra la Diosa Madre, quien representa la energía femenina y el poder de crear vida, encarnándose en la Madre Tierra. De ella derivarían Deméter y Perséfone, madre e hija helénicas, que, a pesar de tener un culto similar relacionado con la fertilidad, Deméter es una diosa olímpica y, por tanto, celeste (lo que la excluye de este grupo), y Perséfone es ctónica, misteriosa y con un carácter ambiguo. Por lo tanto, la maternidad no es una característica obligatoria de las criaturas ctónicas, mientras que el carácter funerario, sí lo es. El miedo a la muerte y a lo desconocido es algo inherente al ser humano y que queda patente en las mitologías, pues en todas ellas hay historias que sirven como explicación de lo que sucede tras la muerte. Por ello, las criaturas ctónicas suelen ser temidas, oscuras y, sobre todo, muy respetadas, incluidos los propios dioses de su mismo panteón. Tal es el caso de las Moiras, las tejedoras de los destinos helénicas, que nadie osaba contradecirlas, ni siquiera el regente Zeus. A pesar de que este término se utilice generalmente para divinidades clásicas, habiendo definido el concepto y sabiendo que su origen se encuentra en creencias anteriores, se utilizará para definir a todos los personajes de este epígrafe aunque algunas de estas criaturas no pertenezcan a la mitología griega. Entonces Ereshkigal se golpeó al costado del muslo, se mordió el labio, tomó las palabras de su corazón y le dijo a Neti, su principal guardián: “Ven, Neti, mi principal guardián del Inframundo, no descuides las órdenes que te daré. Quítales los cerrojos a los siete portales del Inframundo, abre una a una las puertas del “Palacio a la entrada del Inframundo” una vez que ella entre que se incline, se quede desnuda y se la lleven”. El Descenso de Inanna al Inframundo, Tablillas Ni 368 + CBS 9800 (Cabrera, 2013, p. 115). En sumerio significa “Reina de la Gran Tierra” y se trataba de la diosa de la oscuridad y el inframundo sumerio, también llamado Kur. Posteriormente Kur pasó a llamarse Irkalla y, de la misma manera que ocurre en la mitología griega donde Hades es el nombre tanto del inframundo como del gobernante, Irkalla también fue otro nombre por el que se conoció a Ereshkigal. No fue la única gobernante del inframundo sumerio pero sí de las más conocidas (Wiggerman, 2001a). La historia más conocida de cómo la diosa acabó siendo reina de los muertos explica que fue raptada por el dragón Kur, su medio hermano, que la llevó a la fuerza al inframundo. Cuando los dioses intentaron rescatarla, no pudieron hacerlo ya que nadie que entrase en el inframundo tenía permitido salir, ni siquiera ellos. Desde entonces Ereshkigal se convierte en la gobernante de aquel lugar contra su voluntad. Esta primera parte de su historia pudo servir de inspiración al posterior pueblo helénico para el mito de cómo Hades secuestró a Perséfone para convertirla en reina del inframundo en contra de sus deseos también (S. N. Kramer, 1944). El primer marido de Ereshkigal fue Gugalanna, el Toro del Cielo, que fue asesinado por Gilgamesh al ser enviado ante él por los dioses con la misión de hacerle cambiar de parecer por haber rechazado a mantener relaciones con la diosa Inanna, la cual estaba muy ofendida. Ereshkigal tuvo un hijo con él, Ninazu, dios menor del inframundo, asociado a la agricultura, la guerra y las serpientes (Wiggerman, 2001b). También tiene otra hija llamada Nungal, de la que no se menciona quien es su padre ni ningún otro atributo o mito, por lo tanto apenas se conoce (J. Peterson, 2009). No hay muchos mitos en torno a su figura pero en los dos principales en los que aparece, permiten acercarse a la iconografía y personalidad de la diosa. El más popular de los dos es el poema de El descenso de Inanna, datado entre el 1900 y el 1600 a. n. e. Inanna, o más tarde conocida como Ishtar, es la hermana menor de Ereshkigal y constituía todo lo opuesto a ella, las dos caras de la misma moneda, representaba la época productiva y en la que la tierra germinaba, por ello, los mitos más representativos de las dos hermanas, dan explicación a los cambios de las estaciones del año. Así, mientras que Innana reinaba sobre el mundo terrenal y el de los vivos, Ereshkigal lo hacía sobre el de los muertos (Wolkstein & Kramer, 1983). El mito del descenso de Inanna se origina, en una de sus versiones, con el funeral de Gugalanna, el esposo de Ereshkigal. Este funeral se iba a realizar en el inframundo e Inanna, como hermana de la viuda, quiso acudir para presentar sus respetos. En otras versiones, las intenciones de la visita de Inanna no son tan nobles, ya que buscaba conquistar el territorio de su hermana para gobernarlo ella también. En cualquiera de los dos casos, Ereshkigal ordena a Neti, guardián de las puertas y el mensajero que le dice a la diosa que su hermana quiere entrar enjoyada y ataviada con su mejor aspecto, que cierre las siete puertas y que vaya dejando pasar a Innana a través de ellas, si en cada una de las puertas se va despojando de sus vestimentas reales. Al final llegó ante Ereshkigal y los Anunna, jueces del inframundo, desnuda e impotente, y los jueces la sentenciaron a muerte por tal falta de respeto. Ereshkigal la gritó, iracunda, y apoyó la condena. Inanna murió por los golpes que le asestó su hermana y su cadáver fue colgado de un gancho en el salón del trono para que todos lo vieran. El ministro de Inanna, al ver que su señora no regresaba del inframundo, pidió ayuda a los dioses. Así, el dios Enki creó a dos seres hermafroditas para que llegaran hasta el cadáver de Inanna, con la intención de resucitarla y sacarla de allí. Enki les avisa que encontrarán a Ereshkigal sin ninguna tela que la cubriera, con sus pechos al descubierto y con su cabello arremolinado entorno a su cabeza; y así fue. Además, Ereshkigal estaba en mitad de unos dolores de parto cuando ellos llegaron y, cuando los seres empatizaron con su dolor, Ereshkigal permitió que llevaran a Inanna como agradecimiento. Finalmente, Inanna sale del inframundo a cambio de que otra persona ocupe su lugar, y el escogido sería su esposo Dumuzi. Ereshkigal no fue la única gobernante del inframundo sumerio, antes que ella estuvo Ninazu. Durante la época asiria, el dios Nergal era el gobernante de Irkalla en los territorios del norte de Mesopotamia, pero las creencias de Ereshkigal como reina del inframundo eran muy fuertes, por lo que el mito de ambos en el que son pareja seguramente provenga de la intención de unificar tradiciones. Nergal era el dios violento de la guerra, las plagas y las enfermedades y acabó convirtiéndose en el esposo y rey consorte de Ereshkigal en Irkalla. Existen dos versiones del mito que, aunque difieren en las motivaciones y detalles de los personajes, tanto el inicio como el resultado del conflicto acaba siendo el mismo (Gadotti, 2020, p. 2). En la primera versión el mito comienza cuando los dioses celebran un banquete al que la diosa no puede acudir debido a sus tareas en el inframundo, por lo que envía a Namtar, su mano derecha y mensajero, en su nombre. Al llegar ante los dioses, todos ellos se pusieron en pie e, incluso se arrodillaron, en una muestra de respeto hacia la diosa; todos excepto Nergal. Namtar se siente insultado y al contárselo a Ereshkigal, ella solicita a los dioses que le sea entregado para matarle. Cuando Nergal desciende al inframundo lo hace con catorce demonios que va apostando de dos en dos en cada una de las siete puertas de entrada para que no permitan cerrarlas (cosa que Ereshkigal había ordenado hacer para que él no pudiera salir) y como “prendas” de las que él se iba despojando (al igual que lo había hecho Inanna en su descenso). Al llegar al salón del trono, lucha contra la diosa y su hijo y les vence, pero cuando está a punto de decapitar a la diosa con un hacha, ésta solicita clemencia y le propone convertirse en su esposa y compartir su reino con él. Nergal se arrepiente de lo que ha hecho y acepta, pero solo se queda con Ereshkigal durante seis meses al año, ya que la guerra es un rasgo de la existencia humana que no puede ser eliminado y debe volver para que las disputas y las batallas se produzcan. Esta fue la justificación al porqué las guerras se producían en la temporada de buen tiempo. La otra versión de este mismo mito comienza exactamente igual pero, cuando Nergal desciende al inframundo lo hace con toda la intención de pedir perdón a la diosa acompañado de siete escorpiones que representan cada una de las plagas. Antes de bajar, el dios Enki avisa a Nergal de que no debe tomar asiento, comer ni beber ningún alimento que le ofrezcan, así como tampoco debe lavarse los pies y mucho menos mantener relaciones con Ereshkigal. Cuando llega ante la diosa, ésta se ve atraída por él y le ofrece asiento en su mesa, manjares y lavarle los pies, a lo que él procura rechazar. Pero la diosa se deja ver completamente desnuda ante los ojos del dios en dos ocasiones; en la primera Nergal consigue contenerse, pero en la segunda cede ante el deseo. Desde entonces, se amaron durante seis días y al séptimo, él abandonó el lecho y su reino regresando al mundo superior. Cuando ella despierta, entre lamentos y molesta, ordena a Namtar que le busque y le traiga de vuelta. Regresa con las manos vacías diciendo que solo había visto a un dios menor sin corona que no paraba de pestañear por lo que le hacía ser indigno. Ereshkigal entonces descubrió el engaño y es que, Enki había disfrazado a Nergal con ese aspecto para despistar a Namtar, así que la diosa enfurecida amenazó con enviar a todos los habitantes de su reino a la tierra hasta que el número de muertos fuera mayor al de los vivos, por lo que los dioses aceptan entregarle al dios. Nergal regresó enfurecido ante ella, con intención de decapitarla, pero justo antes de hacerlo la diosa le confiesa su amor y le ofrece reinar a su lado como su esposa, a lo que el dios acepta (Harris, 2003). En una versión menos conocida de la que solo se tienen constancia dos copias en el mundo, el mito llega a su desenlace sin la violencia de querer matarse uno a otro, bajo la frase “entraron impetuosamente en el dormitorio” (Gadotti, 2020, p. 4). Cabe destacar que en general no hay iconografía reconocida de Ereshkigal. La única representación que se tiene constancia de ella es la llamada la Reina de la Noche o Relieve Burney (fig. 1), pero hay discrepancias sobre quién puede ser realmente la mujer que se muestra en él, y los expertos dudan entre Ereshkigal, su hermana Inanna o Lilit en su versión asiria. Por lo que se describe en los textos, Ereshkigal es una diosa hermosa y atractiva, con largos cabellos, en edad fértil (por lo que debía ser joven). Sexualizada a veces al utilizar su cuerpo desnudo como una forma de poder reconocerla (como se pudo ver en el descenso de Inanna) y como un recurso que ella utiliza conscientemente para seducir a un dios. Completamente vinculada a la oscuridad y a los muertos, no porque les mate ni los ayude, simplemente los custodia, eran habitantes de su reino, ya que en estas culturas no se creía que hubiera zonas diferentes dentro del inframundo al que ibas según cómo se hubiesen comportado en vida. Fig. 1. Relieve Burney o Reina de la Noche, 1800-1750 a. n. e., terracota. Diosa alada, rodeada de animales felinos y nocturnos. Presenta un antecedente a la asociación femenina con lo salvaje, la hibridación y la bestialidad. Fue raptada y le otorgaron unos poderes que no deseaba y de los que no pudo escapar nunca, quedando aislada del resto de dioses y de su familia en el lugar donde habitaban los demonios y los muertos, un lugar nada halagüeño que todo el mundo evitaba visitar, y nunca fue compadecida por nadie, ni siquiera por los dioses que apenas hicieron nada por salvarla de ese destino. Aún así, se la describe como una diosa que fácilmente se encoleriza y es caprichosa, aunque es posible que simplemente fuera una criatura que estuviera desquiciada por la situación que le había tocado vivir, y no podía evitar sentir cierta animadversión y envidia por su hermana que podía tenerlo todo. De ahí que en cuanto se le presentó la oportunidad, la humilló y la mató. Pese a todo pudo tener varios consortes y, aunque las versiones difieran, fue una diosa fiel y leal a cada uno de ellos, teniendo una descendencia que, contra todo pronóstico, no era monstruosa. No hay referencia a leyendas en las que ella quisiera propagar el caos o fuera malvada en sí misma sin ninguna razón y, si la comparamos con Hela, la diosa nórdica del inframundo que gobernaba el reino de los muertos, no tiene las connotaciones temibles que Hela sí que posee, tanto en su aspecto físico como en su labor en el mundo; por lo que el carácter temible de Ereshkigal simplemente se origina por ser una mujer autoritaria que dictaba leyes y juzgaba a los muertos por sí sola. Es decir, poseía un poder casi inigualable dentro del panteón mesopotámico y, por ello, era sumamente respetada. Ereshkigal fue sincretizándose con algunas diosas posteriores. Dentro de la mitología griega se asimiló a la diosa Hécate que, a pesar de no ser muy similares, existe un texto del siglo IV, los llamados Papiros Mágicos Griegos, donde aparece varias veces mencionada “Hécate Eresquigal” como una figura oscura y lúgubre que es invocada con intenciones mágicas: Yo soy Eresquigal que sujeta los pulgares, y ningún daño puede sobrevenirle a ella. Cuando esté cerca de ti coge tu talón derecho y di: “Eresquigal, doncella, perra, serpiente, cinta, llave, caduceo, sandalia áurea de la Señora del Tártaro”, y pide lo que quieras. (Papiro LXX, 6-11). Apenas hay representaciones actuales de la diosa dado el desconocimiento que hay sobre ella, pero algunos artistas se atreven a generar nuevas imágenes. Jason Engle ilustró a Ereshkigal en 2017 para formar parte de su serie Mausoleo, y su interpretación de la diosa es, ante todo, imponente. Está retratada como una mujer con rostro de piel oscura y sereno, que mira al frente con sus ojos sin pupila. Porta un tocado que recuerda a las representaciones de los dioses en los relieves mesopotámicos, y su pelo oscuro cae a ambos lados de su cuerpo en dos largas trenzas con abalorios. Viste con un vestido oscuro y, sobre sus hombros, descansa una piel emplumada en la que se engarzan huesos humanos. De su espalda brotan un par de alas y se muestra con los brazos extendidos y abiertos, en una posición relajada y de seguridad. El artista generó un ángulo de perspectiva ligeramente contrapicado, obligando al espectador a mirar a la diosa desde abajo, lo que amplifica toda su aura de poder y magnificencia (fig. 2). En el mundo de los cómics, Ereshkigal tiene dos personajes dentro del universo de Marvel Cómics relacionada con la historia del dios Thor. Uno de ellos es la diosa como tal que forma parte de un grupo de dioses de la muerte que quieren aumentar su poder, pero son apresador por un ser superior y acaban siendo rescatados por Thor (fig. 3). La otra Ereshkigal se trata de una cambia-formas que se transforma en la verdadera diosa y asume su nombre. Fig. 2. Jason Engle, Ereshkigal, serie Mausolea. Odyssey os Souls, 2017. Fig. 3. Ereshkigal en Thor Annual #10, Marvel Comics, 1981. Tiene la piel pálida y alas de murciélago. En el mundo de los videojuegos también existen escasas inspiraciones en la diosa. Una de ellas es en el juego Monster Strike19 donde es un avatar electo dentro del elemento de oscuridad. Posee varias evoluciones aunque siempre se mantiene su cabello largo y color berenjena y sus ojos aguamarina. En dos de sus tres evoluciones, la retratan dando a entender que es inestable mentalmente y, mientras que en su primera evolución aparece sobre un pilar destruido mordiéndose el brazo, en la última su aspecto es mucho más imponente y poderoso: guiña un ojo al espectador y tiene un ejércitos de muertos a sus pies que están a sus órdenes (fig. 4). Otra aparición de la diosa que bebe completamente de la mitología sumeria es la de Fate/Grand Order, videojuego para móviles, desarrollado por Delightworks en 2015, que está basado en la franquicia creada por TYPE-MOON a partir de la novela visual Fate Stay Night de 2004. En él, Ereshkigal es un avatar o “espíritu heroico” que el jugador puede invocar para que luche en su equipo. Su apariencia en la de una chica con aspecto aniñado, rubia de pelo largo, ojos rojos, joven y atractiva, que viste con escasas ropas oscuras. Porta una lanza y tiene poderes (fig. 5). Dentro del juego la describen como la gobernadora del inframundo, una criatura con una gran sabiduría, orgullosa, introvertida, sincera y cariñosa, a la que no conviene cabrear pues aparece su carácter destructor como diosa de las profundidades. Es elegante, elocuente y pesimista, todo lo contrario a su hermana Ishtar, que también aparece en el juego. Detesta ser odiada y marginada por los dioses y envidia a Ishtar por todo el amor que recibe y la libertad que posee, ya que ella siempre debe permanecer en el inframundo. Ella es consciente de que encarna el mal, y lo entiende como necesario. Cuando está junto a su hermana, se ve que son iguales aunque la apariencia de 19 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. Ereshkigal denota su carácter oscuro y temido. Por ello, es poco habitual que escogieran para Ereshkigal el cabello oscuro y para Ishtar, el negro (Bornay, 1994). Fig. 4. Ereshkigal en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 5. Ereshkigal en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. Tiamat, nuestra madre, nos detesta. Su asamblea está reunida, ella está sumamente airada, se han reunido en torno a ella todos los dioses hasta el punto que aquellos, a los que vosotros creasteis, caminan a su lado. Enûma Elish, Tablilla II, vv. 73-76, ca. 1750 a. n. e. (Trad. Jiménez, 2020, p. 133). A pesar de que no se sepa con seguridad la etimología de su nombre, la teoría más aceptada lo hace provenir de la forma primitiva ti’amtum y que evolucionó hasta la palabra acadia tâmtu que significa “mar” (Burkert, 2007). Es altamente probable que su origen sea ese ya que en el Enûma Elish20, Tiamat es un ser primordial que representaba el “mar salado” dentro de la mitología babilónica y, junto con su marido Apsu (dios primordial del agua dulce), fueron los dioses de la creación del mundo, engendrando toda una estirpe de dioses más jóvenes que, pacíficamente, organizaron el cosmos a través de las generaciones. Ella y Apsu habitaban en el caos primordial y llenaban todo el vacío con sus aguas primigenias; pero sus descendientes se reunieron e hicieron demasiado ruido. Tanto jolgorio hicieron, que no dejaron descansar ni de día ni de noche a Tiamat, Apsu y a 20 Conjunto de poemas babilónicos que narran el origen de la creación. Están recogidos en un grupo de siete tablillas halladas en el siglo VII a. n. e. entre las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal en Nínive (actual Mosul, Irak). Su nombre significa en acadio “cuando en lo alto” y son el íncipit del texto. Mummu, el creador del primer matrimonio y mensajero de los dioses, lo que les molestó enormemente. Apsu propuso aniquilarles con tal de que le dejaran descansar, por lo que Tiamat montó en cólera ya que no entendía cómo su marido quería destruir todo aquello que habían creado. Mummu apoyó a Apsu, y Tiamat no pudo más que mantenerse al margen por verse en minoría. Pero Ea, dios que destacaba por su sabiduría, bisnieto de los seres primordiales y que también había tenido muchos hijos, descubrió los verdaderos planes que tenían sus bisabuelos para con su descendencia y se adelantó a ellos: consiguió matar a Apsu y encerrar a Mummu. Tras esto hubo un período de tranquilidad en el que Ea tuvo un hijo llamado Marduk. Marduk era el absoluto dios perfecto, imponente, viril, fuerte, resplandeciente como el sol, que sobrepasaba al resto de dioses. Le fueron regalados los cuatro vientos para que jugasen a su antojo y Marduk, además, creó la arena para que fuera arrastrada por las tempestades y las inundaciones. Los juegos y creaciones de Marduk también hacían demasiado ruido y, esta vez, no solo molestó a Tiamat, sino también a los otros dioses (hijos de ella), los cuales le reprocharon su pasividad cuando encerraron a su marido, al que decía que tanto amaba, y que ahora no hiciera nada para acallar tanto ruido y así poder descansar, por lo que no debía de quererles. Al final Tiamat decidió presentar batalla contra Marduk y sus vientos, pero para ello necesitaba crear un ejército de demonios. Así, con la ayuda de los otros dioses, creo un total de once criaturas terroríficas: serpientes de dientes afilados con veneno en las venas, dragones que petrificaban a sus enemigos, el hombre- escorpión, el perro salvaje, el león diabólico, etc. Además, puso al frente de su ejército a Kingu, su nuevo esposo. Ella poseía la tablilla de los destinos o de la ley, la cual era un oráculo y una fuente de poderes divinos y absolutos, y la ató al pecho de Kingu para reafirmar su posición como soberano de todos los dioses. Ea volvió a descubrir los planes de Tiamat contra su hijo y su familia y fue en busca de Ánshar, su abuelo, rey de los dioses e hijo directo de Tiamat, para pedir consejo. Éste mandó al propio Ea para que aplacara a Tiamat, pero el dios no fue capaz ni de acercarse a ella debido al terrorífico poder y fuerza que desprendía junto con su ejército. Cuando regresó, pidió a Ánshar que enviara a otro a cumplir la misión ya que ninguna mujer, por muy fuerte que fuera, podría igualar la fuerza de un hombre. Así que Ánshar envió a su hijo, Anu, padre de Ea y futuro rey de todos los dioses, pero también regresó aterrorizado y alegando que nadie se podía oponer a ella, aun así, convenció a su padre de que enviara a otro con el mismo argumento que usó Ea: ninguna mujer podía superar la fuerza de un hombre. Cuando Ánshar reunió a todos los dioses preguntando quién se ofrecía voluntario para combatir a Tiamat, nadie se atrevió, pero Ea convenció a su hijo Marduk de que fuera él el guerrero que acabase con la diosa primordial antes de que ella decidiera atarcarles. Según algunas interpretaciones, Ea intentó enfrentarse a Tiamat por medio de la magia; Anu, con el diálogo, por lo que solo quedaba la esperanza de que empleando la fuerza física de Marduk, la vencieran. Marduk fue a enfrentarse a su tatarabuela con armas tanto físicas (un arco con flechas, una maza y una red para atraparla), como sus poderes divinos (truenos, relámpagos y siete poderosos vientos que creó para la batalla). Partió con la bendición de todos los dioses ya que, al ser su creadora y matriarca a la que se iba a enfrentar, necesitaba la aprobación de los Annunaki (nombre que usaban los dioses para referirse a sí mismos); además, sí vencía, aseguraría su ascenso de rango a rey y defensor de los dioses. Tiamat al sentirle llegar aún sin verle, profirió palabras con mentiras para mermar su confianza. Pero Marduk, aunque dudó, no se amedrentó y lucharon fieramente. Él consiguió atraparla en su red y la atacó con sus vientos que le entraron por la boca mientras ella se resistía y gritaba para impedirlo, lo que recuerda a una violación oral (Hodges, 2020, p. 138). Los vientos llenaron su vientre y la presionaban desde dentro, metáfora de los múltiples embarazos que tuvo. Marduk le disparó dos flechas: una al vientre21 y otra al corazón. Y así, Tiamat murió asesinada. Después, Marduk asedió a su ejército, los atrapó y encerró en prisión a los dioses que la habían apoyado, y mató a los demonios que ella había creado. Además, capturó a Kingu y, tras asesinarle, le robó la tablilla del destino que Tiamat ató a su pecho, otorgando a Marduk más poderes de los que ya tenía. No contento aún, regresó junto al cadáver de Tiamat y, mientras pisaba su tren inferior, le machacó la cabeza con su maza, abrió sus venas para desangrarla y acabó descuartizándola. Con su tronco superior creó el cielo y el firmamento impidiendo que las aguas que allí habitaban (la lluvia) inundaran la tierra; y con la mitad inferior de su cuerpo creó la tierra. Después, con la sangre de Kingu, creó a la Humanidad (Trad. Jiménez, ca. 1750 a. n. e./2020, pp. 111-160). Fig. 1. Derrota de Tiamat con forma de serpiente a manos del dios Marduk, sello cilíndrico, ca. siglos IX-VIII a. n. e. Una de las interpretaciones de este mito es la fuerza que ha de tener el creador (Marduk) para luchar contra el poder cósmico primigenio y construir el orden del universo venciendo al caos. En otras palabras, la eterna lucha entre la oscuridad del Caos y la luminosidad del Orden. Tiamat, a pesar de ser la creadora originaria del universo junto con Apsu, sus creaciones son caóticas (los dioses que no paran de hacer ruido y molestar), no hay orden en la naturaleza, no se puede habitar con calma y paz en ella. La única solución que los seres primigenios encuentran es la destrucción de su creación para regresar al inicio donde solo habitaban ellos, no son capaces de establecer un orden en lo creado. Pero, aun así, Tiamat no toma partido, su maternidad se lo impide, porque considera que destruir no es la solución, pero tampoco aporta ninguna alternativa ya que el caos (que al final es ella misma) por sí mismo no puede impartir orden, solo más caos. Y eso es lo que demuestra cuando quiere cobrarse su venganza, cuando quiere restablecer ella las reglas del mundo: Tiamat crea nuevas criaturas terroríficas que aterran hasta a los mismos dioses, son monstruos que no permiten la paz. Finalmente, es vencida por el orden y la calma y, como caos primigenio, como fuente de vida original, al fin y al cabo, de ella nace absolutamente todo el mundo tal y como se conoce, pero le da forma otro (Marduk). Tiamat es pues, una madre monstruosa, irracional y vengativa, que representa todo lo corruptible del mundo físico; Marduk, con la confianza y bendición de los dioses, con la ley como bandera, representa lo inmaterial necesario para generar un mundo civilizado. Cuando se habla del aspecto físico de Tiamat hay dos versiones claras de ella, igual que dentro de su historia. En su carácter de creadora y madre pacífica y mediadora, que 21 Literalmente en el Enuma Elish se cita la palabra “ventresca” (vientre de los pescados), lo que hace suponer que el cuerpo de Tiamat es el de un ser que habita en el mar o, en este caso, es el mar (Trad. Jiménez, ca. 1750 a. n. e./2020). ama su creación y no le desea mal alguno, su cuerpo es el océano y el mar salado, es agua en estado puro. En su aspecto colérico, terrible y que insufla un miedo atroz a todos los dioses, donde se la relaciona directamente con el caos en su más pura y peor esencia, cuando es imponente, poderosa y malvada, dispuesta a acabar con su estirpe por venganza, su apariencia es figurativa y corpórea, pero monstruosa. Se transforma en un dragón o serpiente hembra alada con dos ojos (de donde manarían el río Tigris y el Éufrates por orden de Marduk), con múltiples pechos (que durante la creación de Marduk, los usaría para crear las montañas) y varios miembros y una cola (que se transformaría en la Vía Láctea). El detonante del cambio en la forma de Tiamat fue los fuertes vientos generados por Anu, hermano mayor de Ea, que perturbaron el agua de Tiamat. Esto trastocó todo el orden imperante y transformó a Tiamat en el horrible dragón. A pesar de ello, aun cuando ya se ha producido el cambio en la diosa primordial, hay expresiones dirigidas hacia ella que siguen recordando a su estado acuoso: Bel22 trajo el diluvio, su arma poderosa, Y le dijo a Tiamat, que estaba encolerizada: “¿Por qué estás calma en la superficie, Pero en cambio tu corazón planea la pelea?” (Feliu y Millet, 2014, p. 72). Este pasaje da a entender que su aspecto desde fuera es calmado (como la superficie del mar) pero que en su interior está lleno de corrientes (marinas) violentas que podrían matar a cualquiera. Siguiendo los paralelismos, este mito también puede simbolizar la conquista de Sumer por parte de los babilonios. Tiamat seguramente derive de la diosa primordial sumeria Nammu, cuya imagen era la del mar y la de una serpiente enorme. Si Tiamat encarna el poder de la tierra madre que es Sumer, Marduk encarnaría la supremacía de Babilonia, de esta manera las tablillas de la ley serían el poder de mando de la ciudad que se transmite de una diosa antigua y descentralizada, a las manos de un dios joven y fuerte (Baring & Cashford, 2005, p. 329), la conquista de un pueblo a otro. En cualquier caso, Tiamat es una figura con aspecto claramente femenino tanto en su carácter como en su físico, con una cara híbrida de diosa-dragón y vinculación con las serpientes. Está ávida de sangre, muerte y venganza y se relaciona intrínsecamente con el caos y la maldad. Muy vinculada a la fertilidad que, en su forma benévola, da a luz a hijos buenos y de aspecto normal mientras que en su versión malévola y vengativa, crea multitud de hijos monstruosos y pretende destruir a todos los buenos ya creados demostrando su odio hacia ellos. Manifiesta atributos masculinos al insuflar tanto pavor en los nuevos dioses, incluidos los más poderosos y aun así estos, a pesar de no poder con ella, menosprecian su poder y fuerza por el simple hecho de ser una mujer. Además, aunque es ella la antagonista principal del héroe Marduk, necesita siempre de un marido al que le concede todo el poder y gobierno de los dioses, nunca es ella la que ostenta la autoridad, a pesar de poseer las tablillas de la ley y hacer que Marduk necesite la aprobación de todos los Annunaki para enfrentarse a ella. Esto puede darse porque Tiamat se es consciente de su imposibilidad para gobernar por ser el propio Caos o por una cuestión misógina de la sociedad de la época que empezaba a no reconocer la legitimidad y la eficacia de la autoridad de las mujeres. 22 Bel, nombre por el que se refieren a veces a Marduk, significa “señor”. Fig. 2. Marduk asesina a Tiamat, relieve asirio llamado posteriormente Ninurta y el demonio, ca. siglo IX a. n. e. Tiamat posee cuerpo de dragón alado emplumado y fiero. Finalmente demuestra ser una digna contrincante en la batalla del más grande todos ellos, Marduk, pero, a su vez, acaba atrapada, torturada, asesinada, descuartizada y controlada por un hombre al cual describen de una manera excesivamente masculina y poderosa; lo que genera otra lectura del texto: la transformación de una sociedad matriarcal que cae fulminada por el sistema patriarcal, el cual se impone, metáfora de la razón sobre el poder de crear vida (Fromm, 1988). Desde este poema, la humanidad nace “a partir de la sangre de un dios sacrificado, y no ya del útero de una diosa primordial” (Baring & Cashford, 2005, p. 321). Ese dios, además, suele estar relacionado con la luz, el sol23 y el cielo, no con la tierra, influencia que se refleja en las cosmogonías de mitologías posteriores como la griega, y que llega a su cénit cuando la divinidad femenina desaparece completamente con las religiones del judaísmo, cristianismo e islam. La dualidad entre mujer y hombre comenzó a hacerse cada vez más evidente, y se acabaron relacionando los conceptos de estos personajes del Enûma Elish a ambos géneros. Así, el hombre, como Marduk, representa la luz, el espíritu, la razón, el orden y, por lo tanto, el bien; y la mujer, Tiamat, la oscuridad, el cuerpo, la naturaleza y el caos, es decir, la maldad. De esta manera, la lucha de géneros se legitima bajo el poder religioso como una lucha entre el bien y el mal. Es posible que la mitología griega bebiera de este mito babilónico. Hesíodo en su Teogonía, al igual que en muchas otras versiones, establece al Caos como principio del universo. A pesar de que chaos no tiene género como sustantivo dentro del griego, dentro de la mitología recibe tratamiento de divinidad femenina que engendra sin intervención masculina en la reproducción (Hard, 2008, p. 54), pues del Caos nacieron Érebo y la Noche. Por otra parte, en La Ilíada, Homero se hace eco de Tiamat y Apsu como encarnaciones primordiales del agua, y establece como primera pareja cosmogónica a Océano y Tetis, ambas divinidades acuáticas (Homero, ca. 762 a. n. e./1927, Canto XIV, v. 200, p. 155). Kate Hodges (2020) define a Tiamat como una criatura ambigua que no es ni monstruosa ni una generosa madre, sino una mezcla de ambas, que se ve obligada por su propia familia a escoger entre guardar respeto a su marido o proteger a sus hijos, lo que le termina llevando a una muerte horrible a manos de dicha familia: 23 En el Enûma Elish se refieren a Marduk como “¡Mi hijo es un sol” ¡El sol de los dioses!” (Trad. Jiménez, ca. 1750 a. n. e./2020). Ella moldea el universo a través del nacimiento, la positividad y el amor sagrado, pero, al final, el reino humano se construye con los frutos de su muerte –liderada por el odio-, de su cuerpo y sus entrañas. Es casi una inversión del proceso de parto: el cuerpo protector materno se vuelve del revés al convertirse en refugio, cielo y tierra. (Hodges, 2020, p. 139). Esta renuncia a todo (incluida su maternidad, su cuerpo y su vida) conlleva a crear una tierra habitable para el ser humano, “tal vez, al final, el Monstruo del Caos comete el acto de abnegación definitivo” (Hodges, 2020). Dentro de la cultura popular, Tiamat no es un personaje excesivamente conocido por lo que apenas tiene apariciones en el cine, televisión, cómics o videojuegos. Tiamat es un personaje del juego de rol Dungeons & Dragons creado en EEUU en 1974 por Gary Gyaz y Dave Arneson, que, debido a su popularidad, generó numerosas versiones, una serie de animación y varias películas. En España la serie fue conocida como Dragones y Mazmorras. En esta franquicia, Tiamat era la diosa de los dragones y tenía cinco cabezas, cada una de un color distinto (azul, verde, roja, blanca y negra), correspondiéndose con los cinco colores de los dragones cromáticos o malignos y que poseían poderes distintos (fig. 3). Fig. 3. Tiamat en la serie de televisión Dragones y Mazmorras, Marvel Cómics y TSR, 1983, EEUU. Tiamat aparece dentro del mundo de DC Cómics dentro de la trama de Escuadrón Suicida: Black Files #1 (fig. 4). Mantiene pocas similitudes con la Tiamat mitológica, pues se trata de una mujer humana enferma de cáncer que decide cambiar su cuerpo al de una gárgola para salvarse de la enfermedad. Acaba uniéndose al grupo de mercenarios e hibridándose con el aspecto de un gárgola, poseyendo garras, cuernos y alas de murciélago que le permiten volar. También tiene una fuerza, velocidad y resistencia sobrehumanas. Los creadores debieron inspirarse en el cambio físico de la Tiamat del Enûma Elish y su nombre para crear a este semi-demonio malvado. Fig. 4. Tiamat en Escuadrón Suicida: Black Files #1, J. Nitz y S. Eaton, 2019. A pesar de su aspecto híbrido, no deja de ser una mujer atractiva altamente sexualizada. En el mundo de los videojuegos, Tiamat aparece en 21 juegos dentro de la saga Megami Tensei24 encarnando varios tipos de demonios diferentes. Su aspecto suele variar entre estos videojuegos, alternándose entre el de un dragón o el de una mujer de aspecto de bestia acuática con múltiples pechos, rostro horrible, con serpientes que salen de su espalda o de su tres inferior (fig. 5). Monster Strike es un videojuego japonés de rol y estrategia de modo multijugador para móviles, desarrollado por Mixi para IOS y Android desde 2013. Los jugadores seleccionan monstruos con una serie de atributos para luchar contra otros jugadores y su equipo de monstruos. Tiamat es un personaje electo del juego de clase dragón, bajo el elemento del fuego, sus creadores optaron por la iconografía dragonesca más occidental y actual para representarla (fig. 6). Fig. 5. Tiamat en Shin Megami Tensei II, Atlus, 1994, Japón. Esta apariencia bebe directamente de la iconografía babilónica. Fig. 6. Tiamat en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. En el videojuego para móviles Fate/Grand Order25, Tiamat es un personaje o “espíritu heroico” tipo bestia que el jugador puede seleccionar para que luche a su lado. Está clasificada dentro de una subcategoría llamada “Males de la Humanidad” y posee varias apariencias, como la Tiamat mitológica. Bajo su forma humana posee dos estados: el inactivo, cuya gama cromática es en tonalidades claras y frías (fig. 7), y su forma activa llamada “femme fatale” (fig. 8). En esta segunda forma es una joven hermosa con una larga cabellera gris que cambia de color, cuernos enormes de carnero y muy sexualizada (prácticamente está desnuda). Su tercera forma, esta vez no-humana, es la de un enorme dragón o esfinge con grandes pechos, alas, cola y patas de mamífero y tentaculosas (fig. 9). Su carácter dentro del videojuego es más el de una bestia que humana, no habla, solo emite sonidos o gritos mientras es jugada, tiene un alto sentido de la supervivencia por lo que mata a los que le rodean porque cree que son entes terroríficos que la asesinaran sino lo hace ella antes. También es madre y su único propósito es cuidar, proteger y amar a sus hijos. Evidentemente, los creadores conocían bastante bien al personaje dada la adaptación que hicieron de él para el videojuego, lo que hace injustificable la representación humana que escogieron. 24 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 25 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. Fig. 7. Tiamat en forma inactiva en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. Ilustración de Kotetsu Yamanaka Fig. 8. Tiamat en forma “femme fatale” en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. Ilustración de Kotetsu Yamanaka. A pesar del aspecto similar entre ambas formas, cambia las tonalidades a un aspecto mucho más sangriento y amenazador. Fig. 9. Forma dragonesca de Tiamat en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. Ilustración de Kotetsu Yamanaka. -¡Ah, mi bella y amada esposa! El país que construimos juntos todavía no está del todo terminado. Vamos, regresa conmigo al mundo de los vivos. Su esposa, Izanami, le respondió: -¡Qué pena que no hubieras podido venir antes...! Pero ya he probado la comida de esta región tenebrosa. Aun así, [...] voy a consultar a los dioses de este mundo de las tinieblas. Mientras vuelvo, no se te ocurra mirarme. Con estas palabras, la diosa desapareció tras las puertas. Pero tardaba tanto en volver que el dios Izanagi no pudo esperar más. [...] Cuando entró en el palacio, vio el cuerpo putrefacto de la diosa que rezumaba gusanos y despedía truenos. [...] Cuando Izanagi vio a su esposa en tal estado, tuvo mucho miedo y emprendió la huida. Por su parte, Izanami le dijo: -¿Cómo te has atrevido a avergonzarme? Oo no Yasumaro, Kojiki, año 712 (2018, pp. 62-63). La historia de Izanami se recoge en el Kojiki, compilación de relatos cosmogónicos, teogónicos e históricos de principios del siglo VIII, donde se establece el origen del mundo tal y como se conocía y el origen divino de los emperadores, pero hay que destacar que la compilación sucede después de siglos de tradición oral no recogida, lo que hace imposible datar con exactitud el inicio de estas creencias sintoístas. En el propio prólogo del Kojiki, se presenta el compilador y escritor de la obra, Oo no Yasumaro, quien en el año 712, transcribió por mandato de la emperatriz Genmei del Periodo Nara toda la antología. Como dice Cora Requena (2007), la obra nació “de la necesidad (imperial) de construcción de un pasado en el que sostener un sistema político y cultural presente; y, por otro, da cuenta del nacimiento de la necesidad de escribir este pasado en palabras japonesas” (p. 1) pues se había escrito unas décadas antes pero con caracteres chinos, aunque nunca había llegado a publicarse. Este texto cuenta como los primeros dioses surgen en el Takamagahara (traducido como “Altiplano del Cielo”) cuando el Cielo y la Tierra comenzaron a separarse. Así aparecieron cinco divinidades celestiales y dos terrenales individuales de las que no se sabe cuál es su aspecto físico. Tras estos siete dioses, comienzan a aparecer las cinco parejas de hermanos mujer-hombre, de las cuales, la última pareja son la formada por Izanagi-no-kami (“El hombre que invita”) y su hermana Izanami-no-kami (“La mujer que invita”). Por encargo de las otras divinidades, estos dos hermanos con la ayuda de una lanza o alabarda adornada con gemas, dieron forma al agua para que se solidificara y formaran islas sólidas y flotantes. Así que removieron las aguas con la lanza y cuando vieron que el líquido comenzaba a solidificarse, sacaron la lanza y las gotas que cayeron de la punta se convirtieron en una isla. A esa primera tierra firme la llamaron Onogoro. Allí descendieron y construyeron un pilar con carácter sagrado y un palacio donde vivir. Después estudiaron sus cuerpos y se dieron cuenta de que se complementaban por lo que pactaron rodear el pilar cada uno por un lado y, cuando se encontraran, unirse. De esta unión nació un niño deforme26 (en ocasiones se traduce como dos hijos) al que colocaron en un bote y lo abandonaron en el mar a su suerte. Cuando fueron a Takamagahara a preguntar a los dioses porqué había sucedido aquello, les dijeron que el niño nació así debido a que cuando se inició el encuentro después de dar la vuelta al pilar, fue la mujer, Izanami, la que habló primero alabando la belleza de su pareja, y que debía ser el hombre quien hablara antes. Así que regresaron al pilar para volver a hacer el rito nuevamente pero Izanagi habló primero. De esta manera nacieron las ocho principales islas que conforman el país de Japón (“Gran País de las Ocho Islas”) y les sucedieron otras seis islas más, y treinta y cinco nuevas divinidades. Estas nuevas divinidades estaban identificadas con fenómenos de la naturaleza y la agricultura (dioses del mar, de los ríos, del viento, de los árboles, de las montañas, de las praderas, de la alimentación, etc). Pero cuando Izanami estaba dando a luz a Kagutsuchi, el dios del fuego, éste quemó sus genitales y órganos sexuales, hiriéndola de muerte y acabando con su vida. Izanagi cegado por el dolor y la ira, decapita a su hijo recién nacido. De la sangre que salpicó y tocó la espada del dios, así como del cadáver del dios del fuego, nació otro grupo de divinidades más. Después de enterrar el cadáver de su esposa, Izanagi no deja de añorarla y decide ir a buscarla a Yomi, la tierra de los muertos o inframundo japonés. Al llegar, es su propia esposa la que le abre las puertas e Izanagi le pide que regrese con él para continuar con su labor creadora, pero ella declina la oferta ya que ha llegado tarde y no puede abandonar aquel lugar debido a que ya ha probado su comida. Aun así, le pide que aguarde mientras va 26 En el texto se refiere a este niño como niño-sanguijuela (Yasumaro, 712/2018, p. 56). a preguntar a los dioses que allí gobiernan si hubiera alguna posibilidad con la condición de que mientras espera, no debe mirarla. Izanagi esperó y esperó y, como tardaba tanto en regresar, creó una antorcha, se introdujo en Yomi y se encontró con ella. La vio putrefacta, llena de gusanos y rodeada de truenos27 que nacían de diferentes partes de su cuerpo, y el dios, aterrorizado, huye de aquel lugar. Izanami se encoleriza por la traición a su confianza, la había avergonzado y había pecado contra Yomi por no respetar sus reglas (en este caso la de permanecer en la completa oscuridad); y manda tras él a unas mujeres horripilantes (una especie de brujas o furias). Izanagi consigue despistarlas y su hermana manda tras él a los dioses del trueno con forma de serpientes que habían nacido de su cuerpo y otros cientos de guerreros de Yomi, pero el dios consigue espantarles lanzándoles tres melocotones28. Finalmente es la propia Izanami quien decide salir en su busca, pero Izanagi coloca una gran roca en la entrada de Yomi que evitó que ella le alcanzara. Izanami, al ver que no podría atraparle nunca, sentenció que, si su marido no le permitía vengarse, acabaría con la vida de mil personas cada día, a lo que Izanagi respondió que de ser así, él engendraría a mil quinientas. La conversación que se produce entre ambos rompe el vínculo matrimonial y se convierte en la causa del ciclo de la vida y la muerte para todos los seres vivos. Así pues nos encontramos con que Izanami es la diosa de la creación y la muerte, ya que tras su fallecimiento, ella comienza a regir el inframundo o Yomi. Ella en sí misma representa todo el ciclo de la vida y la muerte. Pero cabe destacar cómo su carácter cambia cuando cambia su estado. Mientras que estando viva, es una diosa subyugada a la supremacía masculina (es el hombre dentro de la pareja de hermanos el que nace primero, y es el que debe iniciar el rito de apareamiento ya que sino nacen criaturas horribles y que no aportan nada al mundo), al fallecer se convierte en dueña y señora de todo el vasto país de los muertos. Se enfada y se revela contra la desobediencia de su marido y le persigue con ansias de darle caza y muerte, aunque finalmente, sus planes sean frustrados por él y su amenaza se vea también mermada debido a la respuesta de su marido de seguir generando mucha más vida de la que ella va a arrebatar. Por lo tanto es un personaje al que se le “oscurece" el carácter a la vez que habita en el lugar oscuro, temido y desconocido del que no hay retorno. Y no es que oscurezca como tal, sino que establece unos límites dentro de la relación, se independiza de los deseos de su marido y plantea una nueva relación y unas nuevas normas entre ellos a las que Izanagi no está acostumbrado y, creyéndose por encima de esas nuevas reglas, se rebela contra las órdenes de su mujer. Lo mismo sucede en el mito de Orfeo y Eurídice, donde él no aguanta la curiosidad de no volverse para mirar a su amada en su intento de sacarla del Inframundo, y acaba sentenciándola para siempre. La diferencia con este mito es que la orden de no mirarla procede de Hades, un hombre, no de la propia Eurídice. También se puede interpretar la desobediencia de Izanagi y Orfeo como la ansiedad incontrolable que sentían de volver a tener a su amada “porque la querían tanto”, que sucumbieron a la impaciencia. Aunque, de ser así, seguramente habrían acatado la única condición que se les impuso. Otro paralelismo con otras mitologías es el de que Izanami no puede abandonar el inframundo porque ya ha comido allí, esa misma norma existen en los inframundos mesopotámicos y grecolatinos. En el mito asirio de Ereshkigal y Nergal, al dios le avisan de que no debe tomar asiento, comer, beber, lavarse los pies y mantener relaciones con 27 Dentro del folclore japonés el trueno está fuertemente relacionado con las serpientes que habitan en lugares pequeños, oscuros y húmedos (lo que recuerda a las tumbas de los muertos), y tienen un carácter perverso, temible y mortuorio. 28 En el folclore chino, los melocotones sirven para ahuyentar a los malos espíritus. Este paralelismo pone de manifiesto cómo ambas mitologías, por cercanía geográfica y, por tanto, relaciones entre sus habitantes, influían en las creencias y mitos de sus propias culturas. Ereshkigal si quiere salir de allí. Y en la mitología griega, Perséfone es raptada por Hades y llevada al Inframundo, para cuando su madre Deméter la encuentra y Zeus intercede a su favor, Perséfone ya había comido granos de granada, por lo que Zeus no puede garantizar su regreso perenne a la tierra y deberá permanecer junto a Hades la mitad del año. Si se analiza el aspecto físico de Izanami, éste también cambia al cambiar de estado. Cuando está viva se la describe como una joven de gran belleza y es representada en las pinturas con rasgos orientales: ojos rasgados, tez clara y pelo largo, negro y liso. Cuando fallece asume el aspecto de un cadáver en descomposición horripilante plagado de los seres que moran en las tumbas: gusanos y serpientes. Dependiendo de la mitología, los reyes del inframundo mantienen su aspecto lozano o en cambio son monstruosos y causan terror. Otro caso en el que la reina del inframundo tiene este tipo de aspecto es Hela, diosa del inframundo del panteón nórdico, pero Hela es híbrida, solo la mitad de su cuerpo tiene aspecto de cadáver, no enteramente como Izanami. Por tanto, Izanami es una diosa dual. Por una parte se le asocia con la belleza, la juventud, la fertilidad, dadora de vida, esposa y buena; capaz de engendrar hijos sanos y fuertes si se ciñe al rito en la que la deja en segundo lugar, si no es así, será la culpable de dar a luz a hijos deformes e inservibles para la creación del mundo. Por otro lado, es un ser monstruoso que aterra hasta a su mismísimo hermano y marido con el que ha compartido su vida entera, es vengativa y colérica, reina de los muertos; con la capacidad de reproducción anulada (mientras que su hermano sí sigue creando hijos por sí mismo, sin ayuda de Izanami29, tras los hechos anteriormente narrados). Cabe destacar además, que la razón por la que espanta a su marido es su aspecto, no el carácter que posteriormente demuestra, otra forma de dar a entender que las mujeres deben permanecer hermosas si quieren que sus maridos no las abandonen. Finalmente se queda sola en Yomi sin más compañía que los moradores de aquel lugar, lejos de todo lo que conocía, con una connotación bastante perversa y oscura, completamente opuesta a su otro yo cuando estaba viva, y solo por reaccionar ante una situación en la que se sintió humillada y demostró su poder, aunque finalmente fuera vencido por la astucia de un hombre. A nivel iconográfico, no se han encontrado representaciones de la diosa anteriores al siglo XVIII, e incluso las que hay entre los siglos XVIII y XIX son escasas y, en su mayoría, el autor es desconocido. A pesar de ello, las imágenes que se muestran de estos siglos, establecen de una manera muy clara los atributos de Izanami, lo que la hacen altamente reconocible entre otras deidades y criaturas sintoístas. Aparece siempre acompañada de Izanagi y en su faceta de creadora del universo. Izanagi es el que sostiene la alabarda en posición activa e Izanami se encuentra en segundo lugar de manera pasiva y observadora de las acciones de su marido, tal y como la obligaron a permanecer los dioses para que las labores de creación y fertilidad fueran fructíferas. 29 De hecho, Izanagi engendra a los tres dioses más grandes, perfectos y conocidos de la mitología japonesa: Susanoo, dios destructor y temible de las tormentas y las tempestades; Tsukuyomi, dios lunar, consorte de la diosa del sol y que establece la dualidad de los astros en el cielo; y la gran Amaterasu, diosa solar de la que descienden los emperadores que rigen el mundo de los hombres. Fig. 1. Nishikawa Sukenobu, El dios Izanagi y la diosa Izanami, siglo XVIII, Periodo Edo. Pergamino colgante, tintas sobre papel. Fig. 2. La creación de las Islas de Japón, siglo XIX. Se la representa con el aspecto de una mujer joven y sus rasgos responden a los naturales de Oriente: ojos rasgados y cabello largo, negro y listo. Viste kimonos y túnicas en tonalidades claras, lo que revela el carácter dulce, maternal y calmado de la diosa en este período de su historia. Es llamativa la ausencia de representaciones de Izanami tras su muerte, lo que demuestra que para los artistas es mucho más relevante el rol creacionista de ambos dioses que su trágico desenlace. Fig. 3. Los dioses Izanagi e Izanami creando Japón, ca. 1870, Era Meiji. Fig. 4. Kobayashi Eitaku, Izanagi e Izanami, ca. 1885, Era Meiji, pintura. Fig. 5. Geko, El dios Izanagi y la diosa Izanami en el puente Ukihashi en el Cielo, 1888, Era Meiji, tintas sobre papel. Actualmente, gracias a la globalización y el renovado interés por culturas antiguas, numerosos artistas del mundo han recuperado la figura de Izanami y la retratan en sus creaciones. Al contrario que en el arte decimonónico, en el siglo XXI se escoge antes la parte del mito de la estancia en Yomi de Izanami que la faceta creadora, aunque existen algunas excepciones como en el caso de la fig. 6. El morbo y la curiosidad hacen que los artistas prefieran retratar a Izanami cadavérica o cubierta de sangre, rodeada de muertos y criaturas infames, que dulce y felizmente casada. Fig. 6. Roman Kuteynikov, Izanagi e Izanami, ilustración para el artbook Age of Pantheons, 2018, pintura digital. Esta ilustración responde completamente a las representaciones decimonónicas de Izanami, donde ella permanece en un segundo plano tras su marido, si bien es cierto, que no solo tiene actitud expectante y observadora, sino que también actúa sobre la creación, aunque de una manera mucho menos agresiva que Izanagi: ella lanza pétalos rosados de flor de cerezo, mientras que él con la lanza, mueve la tierra. La paleta de color es muy dulce y suave, enfatizando la bondad de las acciones de ambos. Fig. 7. Noxypia, Izanami en Yomi, 2009, pintura digital. Con claras inspiraciones en el Kojiki, Izanami está rodeada de serpientes furiosas que parecen estar a sus órdenes. Ella viste con los kimonos claros de su carácter creador, pero están salpicados de sangre. El cabello oscuro le cae lacio y sin vida ambos lados de un rostro gris y solemne. Sostiene un farolillo que la ilumina levemente dentro de un paraje tormentoso y sucio. Fig. 8. Daniele Caruso, Izanami, pintura digital. Con la mitad de su rostro en descomposición y el resto en tonalidades mortuorias, Izanami se muestra en Yomi rodeada de demonios japoneses, con una serpiente de tres ojos enrollada en su brazo y una araña al hombro. El carácter terrorífico está latente, acentuado por su mirada directa al espectador como si fuera el propio Izanagi que ha osado mirarla y ahora, empezará su persecución. Fig. 9. Enrica Fincati y Francesco Simioni, Izanami, Diosa de la Muerte, para Axis Mundi Games, 2020, escultura 3D digital (detalle). La diosa se encuentra en una posición de superioridad e indiferencia frente a las innumerables almas que la rodean y que, desesperados, se intentan aferrar a ella. A pesar de que la vestimenta y abalorios son de tradición nipona, han optado por mostrarla sumamente atractiva y sexualizada. Izanami es una diosa muy conocida entre la cultura actual nipona por lo que es un personaje que suele aparecer en sus historias de manera habitual. En el caso del famoso anime Naruto, creado por Estudio Pierrot en 2002, no es un personaje como tal sino el nombre de un genjutsu, una técnica ninja que genera ilusiones. En el anime Noragami creado por Estudio Bones en 2014 y que está inspirado en el manga homónimo que comenzó su publicación en 2010, Izanami es, al igual que en la mitología, uno de los dioses más poderosos que reina en Yomi y es la madre de los primeros dioses. Su verdadera forma es un cadáver en estado de descomposición severo, pero tiene el cabello largo y oscuro, viste con kimono largo con motivos florales sobre otro kimono blanco liso (fig. 10). Cuando alguien la mira, toma el aspecto de la persona con la que más cómoda se encuentra esa persona que la está mirando, pero siempre tiene el mismo atuendo (fig. 11 y 12). Si pierde la compostura, la ilusión se desvanece dejando ver su forma cadavérica. Su personalidad es dulce y gentil pero salvaje. La soledad del inframundo le ha vuelto triste, impulsiva, temperamental e irracional, sobre todo cuando alguien llega a sus dominios y no quiere ser su amiga. Si huyen o ella les pierde de vista, su búsqueda es implacable, al igual que lo fue cuando perseguía a Izanagi en el Kojiki. Fig. 10. Izanami bajo su verdadera forma en el anime Noragami, Estudio BONES, 2014. Fig. 11 y 12. Izanami bajo ilusiones en el anime Noragami, Estudio BONES, 2014. Es reseñable como, a pesar de que el atuendo y la postura es la misma, en el momento en que se transforma en la mujer joven y atractiva, el kimono exterior se le resbala por los hombros, tiene muchísimo escote, se le abre mostrando las piernas y tiene el cuerpo más ladeado lo que permite contornear mejor la figura de la joven. Todo ello, genera un personaje mucho más sensual y erótico. En el manga Kamisama Hajimemashita, escrito e ilustrado por Julietta Suzuki y publicado por la editorial Hakisensha en 2008, y el anime homónimo dirigido por Akitaro Daichi en estudio TMS Entertaiment en 2012, Izanami es la reina de Yomi y se muestra como la antagonista de los héroes y tiene una bruja como sirviente. En el manga es una mujer joven con vestimenta y tocado típico japonés, mientras que en el anime, toma prestada la apariencia de otros personajes porque su verdadera forma no puede ser vista. Fig. 13. Izanami en el manga Kamisama Hajimemashita, Julietta Suzuki, 2008. Los videojuegos de Megami Tensei son una saga japonesa de juegos de rol, desarrollada y distribuida por Atlus desde 1987. Se trata de un conjunto de, al menos, ocho sagas con más de sesenta videojuegos, donde las series más relevantes son la principal y originaria, Shin Megami Tensei y Persona. “Megami Tensei” significa literalmente “Reencarnación de la Diosa”, ya que en su primer videojuego la heroína era la reencarnación de Izanami. Esta diosa aparece en alrededor de veinte de sus videojuegos con roles diferentes, pero cabe destacar su aparición en el videojuego Persona 4 donde es la antagonista final al que el jugador se enfrenta. En este videojuego es un enorme esqueleto oscuro con aspecto arácnido. Tiene una larga cabellera negra y lleva un traje blanco y rojo de cadera para abajo y su cuerpo es rojizo y negro (fig. 14). Fig. 14. Concept art de Izanami en el videojuego de Persona 4 de la saga Megami Tensei, Atlus, 2008, Japón. La japonesa saga de videojuegos de lucha BlazeBlue fue desarrollada por Arc System Works en 2008 y comercializada por Europa y Norteamérica posteriormente. Debido al éxito cosechado, crearon animes y varios mangas y novelas, entre otras plataformas. Hades Izanami, o simplemente Izanami, es la encarnación de la muerte y antagonista del juego, su objetivo es hacer que llegue el día de Juicio Final para acabar con el mundo y obligar a Amaterasu a construir uno nuevo a su gusto. Posee el cuerpo de la hermana pequeña del protagonista hasta que se muestra tal y como es, que aparece bajo el aspecto de una mujer joven y atractiva, con una larga cabellera morada, ojos rojos, piel pálida y un tatuaje en la espalda. Aunque en su modo emperatriz se muestra con un tocado dorado, un kimono blanco con grandes mangas y falda larga con una capa negra por encima; su apariencia más conocida es la que le dejan cuando entra en batalla; se quita el kimono y la capa y deja ver un vestido corto, sin espalda, de color blanco y rojo, con mangas de inspiración de kimono, y un cuello doblado a la manera tradicional de la ropa funeraria japonesa. Lleva un tocado morado con un cuerno en la cabeza, medias altas y zapatos imposibles acabado en punta recordando a una pezuña de vaca (fig. 15). Fig. 15. Hades Izanami en BlazeBlue, Arc System Works, 2008, Japón. El nombre de “Hades” lo utilizan a modo de título aunque sea un nombre masculino. En el videojuego para móviles Monster Strike30, Izanami es un personaje electo del juego, de tipo deidad que controla el elemento del fuego. Tiene varias evoluciones dentro del juego donde cada vez se la sexualiza más y se hace más “salvaje” (le añaden cada vez más cuernos y le llenan el cuerpo de más tatuajes). Es una joven castaña, que suele vestir ropas tipo orientales como el kimono. Fig. 16. Izanami en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. En Smite, videojuego inicialmente para PC que después se adaptó para todo tipo de consolas, nació en 2014 como un juego de acción MOBA, creado y distribuido por Hi- Rez Studios. En modo multijugador, cada usuario forma un equipo con cinco deidades mitológicas que se enfrentan al equipo de otro jugador; el objetivo consiste en vencer al equipo rival y acabar con el titán que protegen. Izanami fui incluida dentro del juego en la actualización de 2016 como La Matrona de los Muertos. Su apariencia es la de una mujer con el pelo largo y negro, ojos brillantes y sobrenaturales, porta un abanico oriental como corona y hoces como armas. Su kimono está ajado y la han creado con el pecho excesivamente abundante que, además, apenas está tapado por la ropa. Sus poderes dentro del juego consisten en arrojar sus hoces contra el enemigo, lanzar su propio rostro pero en versión demoníaca e invoca portales. Su habilidad especial reside según la cantidad de vida que le quede al oponente: si es poca, más poderosa se vuelve ella; además también es capaz de “descender al inframundo” y reaparece en otro lugar de la batalla (fig. 17). Fig. 17. Izanami en Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. 30 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. También se encuentran allí (en el Tártaro) las terribles mansiones de la oscura Noche cubiertas por negruzcos nubarrones. [...] allí donde la Noche y la Luz del día se acercan más y se saludan entre ellas pasando alternativamente el gran vestíbulo de bronce. Cuando una va a entrar, ya la otra está yendo hacia la puerta, y nunca el palacio acoge entre sus muros a ambas, sino que siempre una de ellas fuera del palacio da vueltas por la tierra y la otra espera en la morada hasta que llegue el momento de su viaje. Una ofrece a los seres de la tierra su luz penetrante; la otra les lleva en sus brazos el Sueño hermano de la Muerte, la funesta Noche, envuelta en densa niebla. Hesíodo, Teogonía, Titanomaquia (ca. 715 a. n. e./1978, vv. 744-758, pp. 104-105). Nix, Nyx o simplemente Noche era la personificación griega de la noche, también es posible encontrarla Nicte o Nox dentro de la cultura latina. Según Hesíodo (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978) en su Teogonía: “Del Caos surgieron Érebo y la negra Noche.” (v. 124). Posteriormente, enumera toda la estirpe que engendró Nix, junto con su hermano Érebo, dio a luz al Éter y al Día, lo opuesto a sus progenitores, pues ellas son la luz y la claridad. Esta es la primera unión sexual entre un ente femenino y otro masculino que establece el autor. Posteriormente y sin unirse a nadie, por partenogénesis, Nix parió a Moros (el Destino), Ker (la Muerte Violenta), Tánato (la Muerte), Hipnos (el Sueño), los Ensueños, Burla (la Querella), Lamento, las Hespérides, las Moiras, las Keres (la Oscuridad), Némesis, Engaño, Ternura, Vejez y Eris (la Discordia) (vv. 212-225). Otros autores como Higinio en sus Fábulas, o Cicerón en Sobre la naturaleza de los dioses, hacen que algunos de estos hijos fueran engendrados junto con Érebo, como las Moiras, Eris o las Hespérides, o añaden otros hijos a la lista como el Ardid, la Fatiga, el Miedo, el Odio, la Soberbia, la Prudencia o la Tozudez. Esquilo (Euménides, v. 321), Virgilio (Eneida, Libro VI, v. 250) y Ovidio (Metamorfosis, Libro VI, v. 453) hacen a las poderosas Erinias, las personificaciones femeninas de la venganza, hijas partenogénitas de Nix; y Baquílides, hace lo propio pero con Hécate. En cualquier caso, aunque es la versión de Hesíodo la que ha cobrado más relevancia, todos los autores coinciden en hacerla madre de aspectos negativos, incomprendidos o desconocidos de la vida, sus hijos eran las fuerzas oscuras y destructivas del mundo, por lo que tanto ella como su descendencia causaban pavor entre los mortales. Al igual que los hijos que Tiamat creó, Nix, en su maternidad en solitario, traerá al mundo monstruos y bestias del desorden. La partenogénesis recuerda a los tiempos primigenios, aquellos anteriores a la civilización, es por ello que este tipo de partos “quedarán caracterizados como un peligro para el orden civilizador de Zeus y, por extensión, de la polis” (Pozo, 2021, p. 46). Hesíodo establece a Nix como una de las deidades más antiguas dentro de la cosmogonía griega, nacida desde el propio Caos o, en otras palabras, de entre las tinieblas del mundo primitivo. Homero, además, añade en su Ilíada que la Noche era quien guardaba a ladrones, fugitivos y espías que ejecutaban malas acciones, por lo que la convertía en cómplice de tales fechorías y la injuriaba. Por otra parte, en una conversación entre Hera con Hipnos, en la que la diosa le solicitaba al Sueño que durmiera a su marido Zeus para que ella pudiera acostarse con él, Hipnos se niega a obedecer por temor a las represalias de Zeus de las que ya escapó una vez gracias a su madre, la Noche. Homero hace de Nix la única divinidad a la que Zeus tenía realmente miedo a contrariar y evitaba hacer nada contra ella y su descendencia. Ya no es solo que Nix fuera respetada, es que era temida también entre los dioses: Zeus despertó y encendióse en ira: maltrataba a los dioses en el palacio, me buscaba a mí, y me hubiera hecho desaparecer, arrojándome del éter al ponto, si la Noche, que rinde a los dioses y a los hombres, no me hubiese salvado; lleguéme a ella huyendo, y aquél se contuvo, aunque irritado, porque temió hacer algo que a la rápida Noche desagradara. (Homero, ca. 762 a. n. e./1927, Canto XIV, vv. 256-262, p. 156). Dentro del grupo de divinidades o personificaciones primigenias, Nix es de las pocas que posee iconografía propia aunque no es muy extensa. De las representaciones más antiguas se encuentra el Arca de Cípselo del Templo de Hera en Olimpia, de principios del siglo VI a. n. e., llevando entre sus brazos a dos de sus hijos: Hipnos y Tánato, uno blanco y otro negro, uno durmiendo y otro con sueño, y ambos con los pies torcidos, esta descripción la hace Pausanias en su Descripción de Grecia (Libro V, XVIII, 1) y no se tienen imágenes. A partir del siglo V a. n. e., se abandona completamente el carácter maternal de Nix y es más común verla representada sobre un carro tirada por caballos, pero esta iconografía suele darse junto con Helios, el Sol, sobre su propio carro, por lo que, a no ser que tenga sus propias inscripciones la obra, la figura femenina suele confundirse con Selene, la Luna (fig. 1 y 2). Autores clásicos han descrito a Nix en su carro vestida en tonos oscuros y acompañada de estrellas tras ella (Eurípides, siglo V a .n .e/1865; Virgilio, siglo I a. n. e./2021). Derivada de esta representación, también del siglo V a. n. e., puede apreciarse a Nix como una mujer, a veces alada (Eurípides, siglo V a. n. e./2010), que vuela raudamente tras el carro de Selene, a la que a partir del siglo siguiente, se le añade un velo que representa la bóveda celeste (Elvira Barba, 2008, p. 197). El Altar de Pérgamo, monumento helenístico construido en la acrópolis de Pérgamo entre los años 197 y 159 a. n. e., se caracteriza por sus enormes frisos entre los que destaca la representación de la Gigantomaquia. En el friso septentrional puede observarse a Nix a punto de arrojar una vasija con serpientes contra un gigante (fig. 3). Fig. 1. Lécito de figuras negras de Ática, siglo V a. n. e. Fig. 2. Mismo lécito pero con detalle de la figura de Nix. Este es un buen ejemplo de la iconografía de Nix montada sobre su carro tirado por caballos. En la fig. 1, se aprecia a Helio, el Sol, en el centro con el disco solar sobre su cabeza a punto de ascender en su propio carro. A la derecha se encuentra Eos, la aurora, y, a la izquierda, Nix. Eos y Nix están de espaldas, casi idénticas y muy simétricas, mostrando su oposición. Además, Helio, que también es opuesto a Nix, mira en la misma dirección que Eos, mostrando su afinidad con la aurora, que le precede cada día anunciando su llegada. No hay margen a error de que se trata de Nix, pues están escritos los nombres de los tres personajes en el propio lécito. Fig. 3. Nix, bajo figura femenina rodeada de serpientes, luchando en la Gigantomaquia en el bando de los Olímpicos, friso septentrional o norte del Altar de Zeus en Pérgamo, años 197- 159 a. n. e. En Roma, Nix (o más bien Nox) mantuvo el velo que ondea libre tras ella y era común encontrarla en sarcófagos, e incluso, así aparece en la Columna de Trajano, creada alrededor del año 115 (Elvira Barba, 2008, p. 197). Por otra parte, también se hizo popular más tardíamente su representación de mujer alada y sin velo. Ambas iconografías se mantuvieron en algunas representaciones de Nix durante la Edad Media (fig. 4). Fig. 4. El rezo de Isaías, miniatura en los Salmos de París 139, siglo X. Nix aparece en tonos grises y azules a la izquierda, con la piel oscura y con un velo con forma de cúpula sobre su cabeza sosteniendo una vara. Durante la Edad Moderna, aparte de que la figura de Nix no era muy popular, tampoco había una iconografía estricta sobre cómo representarla. En las Capillas de los Médici, en Florencia, Miguel Ángel esculpió en la tumba de Giuliano, Duque de Nemours, dos esculturas reclinadas a modo de volutas bajo el retrato del Duque: las personificaciones del Día y la Noche, que recuerdan el insoportable paso del tiempo. Mientras que el Día es un hombre musculoso y fuerte, el cual Miguel Ángel dejó su rostro sin acabar, la Noche es una mujer joven dormida y desnuda, con el cuerpo liso y reluciente. Porta una tiara con una luna creciente, bajo su brazo hay una máscara y asomando bajo una de sus piernas, una lechuza observa al espectador (fig. 5). Fig. 5. Miguel Ángel, Noche en la tumba de Giuliano, Duque de Nemours, Sacristía Nueva dentro de las Capillas Mediceas, Florencia, 1521-1527, mármol. Fotografía propia. Así pues, pocos artistas eran los que preferían seguir los textos clásicos, aunque siempre hay alguna excepción, como es el caso de Thorvaldsen que, retomando el carácter maternal que hizo de ella Pausanias, creó el relieve de Nix llevando en brazos a sus hijos Hipnos y Tánato dormidos. Además del velo que ondea a su alrededor, Nix vuela con dos poderosas alas emplumadas y les acompaña una lechuza, ave nocturna, elemento que añade el propio artista para no dejar lugar a dudas de quién es la retratada (fig. 6). Por regla general, al igual que Miguel Ángel, los artistas interpretaron y reimaginaron a Nix según sus propios criterios, aunque siempre colocaban elementos relacionados con las sombras y la oscuridad para hacerla reconocible (fig. 7). Fig. 6. B. Thorvaldsen, La Noche y sus hijos, 1815. Fig. 7. William-Adolphe Bouguereau, La Nuit, 1883, óleo sobre lienzo. Nix al estilo decimonónico, siendo retratada como una mujer joven, hermosa y desnuda. Levita sobre un paraje nocturno y onírico. El velo negro ondea alrededor de su cuerpo. Una lechuza y unos murciélagos vuelan tras ella, y, al fondo, las estrellas la siguen. Este retrato es el cuarto de una serie donde, en poses similares, el artista representa a la Aurora, al Día y al Crepúsculo bajo formas femeninas. Fig. 8. Evelyn de Morgan, La Noche y el Sueño, 1878, óleo sobre lienzo. Esta artista prerrafaelita retrató a Nix viajando por el cielo en posición horizontal arrastrando con ella a su joven y adormilado hijo, Hipnos; pues con la noche, llega el sueño. Nix tiene la cabellera negra que se funde con el manto oscuro que sujeta tras ella, a modo de los antiguos velos. Es interesante la elección del color rosado para su vestido pues no es nada habitual encontrar a la deidad con este tipo de tonalidades, más asociado con el día y la primavera. Hipnos mantiene esas tonalidades, que tampoco son habituales en su iconografía, y va soltando a su paso amapolas. No es arbitraria esta flor, pues el opio sustraído de ellas, se utilizaba por sus propiedades analgésicas. El tratamiento del dolor provoca sueño y su consumo en exceso, la muerte; por lo que el otro hijo de Nix, Tánato, hace presencia en el cuadro de manera simbólica. Fig. 9. Gustave Moreau, Nyx, Diosa de la Noche, 1880, acuarela y gouache. Perfectamente reconocible el artista por el estilo de la obra, Moreau retrata a una Nix adormilada y desnuda, apoyada a modo de trono en velos y envuelta en ellos hasta que se pierden tras la figura. Porta una guirnalda de adormideras a modo de corona y, sobre ella, fulgura una estrella. A su alrededor el paisaje está oscuro y, entre las sombras, aparece la silueta de un ave nocturna con los ojos iluminados. Fig. 10. Pedro Américo, La Noche acompañada por los genios del Estudio y del Amor, 1883, óleo sobre lienzo. Nix está retratada con una piel pálida y luminosa, medio tapada con telas transparentes y negras, y un velo blanco que se pierde tras ella. En su mano izquierda sostiene un objeto de plata donde se posan estrellas, quizá haciendo referencia a alguna constelación. Mientras, con su mano derecha, coloca una estrella en el cielo. A cada lado, dos niños alados representan el Estudio, que porta una antorcha para leer en la oscuridad el libro; y el Amor, comúnmente conocido como Eros en Grecia o Cupido en Roma que, según algunos mitos, era una deidad incluso más antigua que la Noche. A los pies de Nix, un búho vuela con ellos. La composición general recuerda a las crucifixiones de Cristo, en tanto a la postura frontal con los brazos en cruz de la deidad, como las dos figuras a modo de los dos ladrones a cada lado de Jesús. Fig. 11. Auguste Raynaud, La Nuit, 1887, óleo sobre tela. Esta delicada obra retoma la composición horizontal propuesta por Evelyn de Morgan, aunque el artista únicamente retrata a una Nix desnuda completamente, con una reseñable cabellera rubia, que sostiene entre sus dedos un liviano velo negro que ondea a su paso. Sobre su cabeza brilla una estrella, como en el cuadro de Moreau, y le acompaña una lechuza. Fig. 12. Henri Fantin-Latour, Nyx, 1897, óleo sobre tela. Nix, desnuda entre una mar de nubes y niebla oscura, mira de lateral, mientras que un niño alado, seguramente Hipnos, permanece a su lado. Fig. 13. Mary Lizzie Macomber, Noche y Sueño, 1902. Al igual que Evelyn de Morgan, esta artista se decanta por retratar a Nix vestida y sin connotaciones eróticas. Sostiene una estrella en su mano que indica quién es y viste un traje azul intenso que recuerda a las tonalidades usadas para los mantos de la Virgen. El carácter maternal se enfatiza en la cariñosa forma de mirar a su hija (que no su hijo) dormida. En la saga literaria Percy Jackson de Rick Riordan, el autor adapta la mitología griega a la época actual y Nix aparece en el cuarto libro de la saga, La Casa de Hades, publicado en 2013. El encuentro fortuito entre los personajes, hace que los semidioses protagonistas teman por su vida ante la imponente presencia de la divinidad que monta sobre un carro tirado por caballos “vampiro” cuyas patas se deshacían en humo. Su aspecto es el de una mujer gigantesca envuelta en ceniza y humo, vestida con un traje negro “vacío” con galaxias y nebulosas espaciales en él. De su rostro solo podían verse sus brillantes ojos y de su espalda nacían unas enormes alas que extendían la oscuridad al ser batidas. En su mano llevaba un látigo hecho de estrellas. Nix intenta secuestrarles, pero consiguen escapar de ella gracias a un ardid de Annabeth (la cual es hija de Atenea, por lo que tenía una inteligencia superior a la habitual). Con dicho ardid, Annabeth atacó al orgullo de Nix diciéndole que no era suficientemente conocida e importante por lo que no aparecía en el folleto que les habían dado para su excursión por el Tártaro. La diosa, enfurecida, llamó a todos sus hijos, y alardeó de ser la madre de todos los terrores del mundo, por lo que debía ser conocida. Siguiendo su estratagema de hacerse pasar por ignorantes turistas, los semidioses intentan hacerles una foto a la diosa junto a sus hijos para tenerla de “souvenir” mientras que le hacen una serie de preguntas a Nix y ésta les responde gustosamente sin darse cuenta de que les está indicando cómo salir del tártaro (para ello deben pasar por la Mansión de la Noche). Para salir del enredo, le piden que pose con su hijo favorito, lo que causa una refriega entre todos sus hijos allí presentes. La oscuridad que levantó la pelea, hizo que Percy y Annabeth pudieran escapar de la diosa y su descendencia. Nyx aparece en Gods’ School, serie animada francesa creada y dirigida por Gaylord C. Libessart, que consiguió financiación en 2018 por parte del Centre National du Cinema et de l’Image Animée para iniciar la producción de la serie. Se emite por YouTube a través del canal Gods’ School: The Olympian Gods y, aunque cuenta con millones de visualizaciones en la plataforma, hasta la fecha solo se han publicado cuatro episodios (el último en enero de 2022). La originalidad de la serie reside en hacer del Olimpo un instituto donde los dioses y criaturas mitológicas son alumnos adolescentes en él, que ven como su curso académico se va a ver trastocado por la admisión del primer mortal: Paris. Bajo esta premisa y siguiendo a su protagonista, Eris, los personajes siguen manteniendo sus atributos míticos adaptando sus personalidades y tramas dentro de un rol (bastante estereotipado) del instituto. Así, por ejemplo, Hera es la chica popular enamorada del chico más guapo, Zeus, el cual se lleva especialmente bien con Poseidón y Hades. Nyx aparece por primera vez en el capítulo 3, primero como una voz que envuelve a Eris, su hija, en oscuridad y le profetiza un destino funesto lleno de venganza. Aunque aquí no está claro que se trate de Nix, esto se corrobora cuando, al final del capítulo, aparece sobre un carro tirado por un único caballo alado volando por el cielo, con una expresión que deja entrever que no será un personaje con buenas intenciones. Nyx tiene una larguísima cabellera negra surcada en estrellas que se desvanece tras ella, al igual que el velo tenuemente luminiscente que ondea tras ella a modo de capa. Su piel es azul celeste, tiene los ojos amarillos y los labios oscuros. Viste con un vestido oscuro engarzado en los hombros a la capa mediante unas plumas, seguramente como guiño a las aves nocturnas que suelen acompañarla en la iconografía. Sobre su cabeza levita una tiara formada por el firmamento. Su carro está adornado con una antorcha y, en los laterales, un definido dibujo de un sol crepuscular y la luna menguante apareciendo (fig. 14). Fig. 14. Nyx en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. En DC Cómics, la diosa aparece bajo la forma de varios personajes con las distintas variantes de su nombre (Nix, Nyx o Nox), pero la más vinculada con la mitología es Nyx de Tierra 0 que aparece en el cómic de Batwoman Vol. 2 #13, creado en 2012. En esta historia Medusa despierta a la diosa de la noche de su largo letargo para que le ayude a salir de la prisión en la que se encuentra, la cual es un laberinto de las Amazonas, a cambio de poder. Nyx le presta su ayuda y provocan una matanza. Cuando Batwoman y Wonder Woman van al laberinto a investigar qué ha sucedido, Nyx aún está allí y, creyendo que las superheroínas eran ofrendas de Medusa, intenta devorarlas. Ambas consiguen escapar de la diosa lanzando una bomba de luz que debilita a Nyx (fig. 15). Fig. 15. Nyx en Batwoman Vol. 2 #13, J. H. Williams III y W. Haden, DC Cómics, 2012. Fragmento del cómic en el que lanzan la granada de luz. Nyx es una mujer que parece desollada y se encuentra sin ropa. Puede verse la cantidad de cadáveres a su alrededor y los ciempiés como criaturas que suelen estar en cementerios. En el universo de Marvel, crearon dos personajes inspirados en Nix. El primero es Nox (fig. 16), cuya primera aparición fu en Doctor Strange. Sorcerer Supreme #31 en 1991. Nox es una de los Señores del Miedo de la que apenas se tenía constancia y se creía que derivaba de la diosa griega Nyx, pues podía manipular la oscuridad. Con Cerbero tuvo numerosos hijos y, haciéndose pasar por Afrodita, engendró con Ares a Fobos y Deimos31. El segundo personaje de Marvel responde al personaje de Nyx (fig. 17) y apareció en 2019 en el cómic Avengers: No Road Home #1. Con su presencia explicaron que Nox, la diosa de 1991, era una usurpadora de su identidad. En esta trama mata a Zeus por encerrarla durante milenios y, con la ayuda de sus hijos, quiso instaurar una noche eterna en el mundo. Pero sus planes se vieron frustrados por la venganza de Hércules que, aliado con los Vengadores, la asesinaron quemándola viva hasta su total desintegración. Fig. 16. Nox en Doctor Strange. Sorcerer Supreme #31, R. Thomas y L. Alexander, Marvel Cómics, 1991. Morena, con los ojos rojos sin pupila y la piel cenicienta, se muestra esta Nix sexualizada con un traje negro de inspiración vampírica y que disfruta de la muerte que causa a su paso. Fig. 17. Nyx en Avengers: No Road Home #1, Marvel Cómics, 2019. Similar a la Nix anterior aunque sin la sexualización tan evidente. Cualquier parte de su aspecto que no sea su piel grisácea es negro: su cabello, sus ojos y su vestido, el cual se conjunta con unos guantes con estrellas. Dentro de la prolífica saga de videojuegos Megami Tensei32, Nyx aparece en once videojuegos como demonio de tipo noche en su mayoría y, además, en el manga Megami Ibunroku Persona y su correspondiente anime. Su aspecto es el de una mujer elegante, con la piel violácea, rubia, que lleva un vestido emplumado, largo y negro de época y tacones rojos (fig. 18). En el manga y en el anime, su apariencia es mucho más terrorífica, inexpresiva y menos humana, aunque mantiene su ropaje emplumado (fig. 19). 31 Fobos y Deimos eran hijos de Afrodita y Ares en la mitología griega, pero es curioso el giro pues representan el miedo y el dolor, respectivamente, y encajan muy bien en la descendencia de Nix. 32 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Fig. 18. Nyx en el videojuego Shin Megami Tensei II, Atlus, 1994, Japón. Fig. 19. Nyx en el manga Megami Ibunroku Persona, creado por Shinshu Ueda, 1996, Japón. En el videojuego de MOBA Smite33 se trata de Nox, pues es la Diosa de la Noche del panteón romano. Lleva el pelo corto y de color blanco, con medio rostro tapado por un tocado de plumas. Va vestida como una mujer burguesa de finales del siglo XIX o principios del XX, tiene el pecho grande, sostiene un candelabro como antorcha y un cuervo se posa en su hombro. A su alrededor se enrosca un velo blanco a modo de bóveda. Sus poderes dentro del juego se conjugan a través de un juego de luces y sombras: cuantas más velas tenga encendidas, más daño hace a sus enemigos; cuando la hieren, una de sus velas se apaga; es capaz de extender su sombra para paralizar a sus enemigos; crea un vacío que anula los poderes de los contrincantes y explota como una granada, al igual que crea vórtices de energía oscura que también puede hacer estallar; por último, es capaz de moverse rápidamente entre las sombras de sus aliados (fig. 20). Fig. 20. Nox en el videojuego Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. 33 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. El videojuego Hades desarrollado y distribuido por Supergiant Games en 2020, es un videojuego de rol de acción roguelike o de mazmorras. El jugador tiene como avatar a Zagreus, hijo de Hades, que quiere salir del Inframundo, el lugar donde ha nacido y vivido siempre, y llegar al Monte Olimpo. Nicte es su madre (aunque se acabará descubriendo que eso no es cierto) y vela por la seguridad de Zagreus, que tiene una relación complicada con su padre. Nicte tiene el pelo negro peinado en un semirecogido con estrellas y los ojos dorados, viste con un vestido oscuro y largo engalanado con lunas y calaveras. Le salen un par de alas a la altura de la cabeza y su gama cromática es en negros y morados, con los abalorios dorados (fig. 21). Fig. 21. Nicte en el videojuego Hades, Supergiant Games, 2020, EEUU. En el mundo de la publicidad y las marcas, Nyx Professional Makeup es una compañía de cosméticos fundada en Los Ángeles en 1999 y que desde 2014 pertenece a L’Oréal. La fundadora, Toni Ko, se inspiró en la diosa de la noche griega para bautizar a la empresa que la hizo millonaria. Actualmente, la marca opera en tiendas físicas casi por todo el mundo y es más que conocida dentro del mundo de las redes sociales como YouTube o Instagram. Por otra parte, las bodegas Avelino Vegas tienen uno de sus vinos inspirado en la diosa Nicte para la creación de su packaging y la identidad de producto. Mediante la figura de una bailarina vestida de negro y con transparencias en su falda (lo que recuerda a los velos de la diosa), va dejando una estela de estrellas tras ella. El icono que representa el vino es una media luna con un rostro femenino de perfil. Para el eslogan han utilizado la frase “Sucumbe al embrujo”, aunque se salga del carácter del personaje pues tiene atribuciones brujescas, lo más seguro es que lo hayan escogido para seguir la línea de otro producto similar de la marca, el vino Circe, donde el personaje sí que es una bruja. Bajo el eslogan, añaden una frase a modo de explicación: “Nicte, diosa de la noche, concibió a Eter, dios del brillo y la luminosidad y a Hemera, diosa del día. El universo entero se mueve en una eufórica danza al ritmo de su canto”. Con esta frase justifican la relación del personaje mitológico con la danza y, además, hacen una promesa implícita de lo que aporta el producto al consumidor (fig. 22). Fig. 22. Avelino Vegas, vino rosado Nicte, 2021. Nix también es el nombre de un satélite natural o luna de Plutón en nuestro Sistema Solar, que fue fotografiado en 2005 por primera vez con el telescopio espacial Hubble. No es de extrañar que para nombrar a planetas, satélites, constelaciones y demás cuerpos celestes se utilicen nombres de la mitología grecolatina. Casi a la vez que vista fue, amada y raptada por Dis (Hades), hasta tal punto fue presuroso el amor. La diosa, aterrada, con afligida boca a su madre y a sus acompañantes, pero a su madre más veces, clama, y como desde su superior orilla el vestido había desgarrado, las colectadas flores de su túnica aflojada cayeron, y –tanta simplicidad a sus pueriles años acompañaba- esta pérdida también movió su virginal dolor. Ovidio, Metamorfosis. El rapto de Proserpina, (ca. 9/1983, Libro V, vv. 395-401, p. 102). Esta diosa es conocida en la mitología griega bajo dos nombres que no están relacionados etimológicamente entre ellos: uno es Core o Kore, , nombre usado para denominar a una mujer joven o doncella en Grecia; y el otro es Perséfone, εε, el nombre más conocido y que, dentro de la literatura clásica, los autores lo utilizan con distintas variantes. Algunas de esas variantes son Persephoneia (εεε como la nombraba Homero en La Odisea (siglo VIII a. n. e./1927, Canto X, v. 494, p. 381)), Persephatta (ε, “la que avienta el grano”, que la vincula con su madre Deméter) o Periphona (), entre muchos otros. Esto pone en evidencia que debía ser un nombre complicado de pronunciar para los helenos y, por tanto, de escribir, así que su origen no debía ser griego, sino anterior (Nilsson, 1967, p. 474). Platón en su Cratilo desmenuza la etimología del nombre de la diosa. Inicialmente la nombra como Ferrefatta, ε, y asegura que es un nombre temible (adjetivo que usa el propio Hesíodo en su Teogonía (ca. 715 a. n. e./1978, v. 769, p. 105)) y que “inspira gran terror a la mayor parte de los hombres” (p. 403) ya que estos no conocen su verdadero significado y lo que hacen es asociarlo con Fersefonee o εε que, a su vez, deriva delo cual significa “que trae la muerte violenta”. Pero, en realidad, Platón defiende que Perséfone no es más que una designación para demostrar la sabiduría de la diosa, como aquella que impulsa las cosas, aquella que tiene “la facultad de tocar y de coger lo que marcha, , (epafee tou feromenou)” (Platón, 360 a. n. e./1871, p. 404). A pesar de las palabras de Platón, actualmente está mucho más aceptada su derivación de las palabras , pherein phonos, que significaría “la que causa la muerte” o “la que trae la destrucción”. Los romanos derivaron su nombre de forma errónea desde la palabra proscrpere, “disparar”, (Smith, julio de 2021) hasta formar el nombre de Proserpina, nombre por el que es más conocida dentro del sector artístico debido a la enorme representación pictórica y escultórica que existe sobre ella. A pesar de que otros autores menos relevantes aportan una ascendencia alternativa, Homero y Hesíodo coinciden en hacerla hija de Zeus, dios del rayo y rey de los dioses, y su hermana Deméter, diosa de la agricultura. Perséfone es, pues, una diosa de la primavera o de las flores, hecho reforzado con el momento de su rapto ya que estaba recogiendo flores con su séquito de ninfas y, a veces, con Atenea y Artemisa (sus hermanas también vírgenes) en una llanura de Sicilia cuando el suelo se abrió y apareció Hades sobre un carro tirado por caballos negros para secuestrarla y hacerla reina del Inframundo34. 34 Esta historia no es nueva ya que Ereshkigal, diosa sumeria, también fue secuestrada y arrastrada en contra de su voluntad al inframundo donde se convirtió en su reina. Seguramente, el mito de Perséfone derive de ella, pues Ereshkigal pervivió a lo largo de los siglos hasta Babilonia. Pero, a diferencia de la diosa sumeria, Perséfone nunca gobernó sola y, si bien tampoco tiene un rol completamente eclipsado por Hades, el dios es el que ostenta el peso del gobierno de las tierras subterráneas. Hades, como hermano de Zeus y Deméter, era el tío de Perséfone, pero no es ninguna novedad el incesto dentro de la mitología. Tal y como relata el Himno homérico a Deméter (Homero, siglo VII a. n. e./1978), Deméter buscó a su hija por todas partes, Hécate le avisó que había escuchado los gritos de Perséfone cuando fue raptada pero que no había conseguido ver el rostro de su agresor (vv. 53-59). Finalmente, Helio, el Sol, que todo lo ve, fue quien le dijo que había sido su hermano Hades, con el consentimiento de Zeus, quien había perpetrado el crimen. Tras enterarse de esto y sin poder hacer nada para liberar a su hija, Deméter hizo que nada germinara y que todos los campos se quedaran estériles, como consecuencia de su ira. Evidentemente, los mortales se empezaron a morir de hambre y apenas podían hacer ofrendas en los templos para sus dioses, por lo que a Zeus no le quedó más remedio que permitir el regreso de su hija a la superficie para aplacar la cólera de Deméter. Pero, como en inframundos de culturas anteriores, nadie que tomara comida de aquel reino podría regresar a la superficie y Hades se valió de esa ley para darle de comer semillas de granada a Perséfone35. En algunas versiones, Hades abusó de la ignorancia de esta ley por parte de Perséfone y la engañó para que comiera (Apolodoro, siglos I-II/1987, Libro I, 33/3, p. 15); pero en otras, Perséfone se las tomó voluntariamente con la promesa de Hades de que sería un buen esposo, la protegería y vengaría en caso de injuria y ella reinaría junto a él sobre el Inframundo, a lo que “se regocijó la prudente Perséfone y rápidamente dio un salto de alegría” (Homero, siglo VII a. n. e./1978, Deméter, v. 370-371, p. 78). Las consecuencias de este acto obligaban a Perséfone a regresar junto a Hades un tercio del año (autores posteriores escribirían la mitad del año, un mes por cada grano de granada que comió (Ovidio, ca. 9/1983, Libro V, vv. 564-567, p. 105)) y el resto del año permanecería con su madre y los demás olímpicos. Este ciclo explicaba a los helenos el paso de las estaciones, pues cuando Perséfone ascendía a la superficie con su madre, esta permitía la germinación de la tierra, de ahí que Perséfone también sea una deidad asociada a la primavera36. En los misterios de Eleusis, ritos y cultos que se desarrollaron en honor a Deméter y Perséfone (fig. 1), se consideraba que el descenso de Perséfone al Hades era un símbolo de inmortalidad y representaba, al igual que lo hacía la tierra, el ciclo de la vida y la muerte, por eso era habitual ver imágenes del rapto de Perséfone (momento en el que descendió por primera vez) en sarcófagos (fig. 2 y 3). Fig. 1. Pínax de Eleusis con Deméter, Perséfone y Triptolemo durante sus misterios, siglo V a. n. e. 35 Existe cierto paralelismo entre Perséfone comiendo la granada y sentenciando su destino, con el de Eva comiendo otro fruto e, igualmente, sentenciando su destino. 36 Esta parte del mito también está completamente inspirada en la mitología sumeria con el descenso de Inanna al Inframundo (para leer más información, véase el epígrafe VI. Lascivas A. Inanna, Ishtar y Astarté). Fig. 2. Sarcófago con el Rapto de Perséfone, 160 - 180 a. n. e., mármol itálico de grano fino, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 3. Sarcófago con el Rapto de Proserpina, siglo III, mármol, Santa Pola. Algo llamativo de los textos griegos es la ausencia de la perspectiva de Perséfone en todo su relato a pesar de ser ella la protagonista. Siempre se habla de la diosa como de un sujeto pasivo, un muñeco vacío que está bajo los mandatos de otros que deciden por ella constantemente. Los relatos se centran en el “amor” que poseyó a Hades, la cólera de Deméter y el rol de Zeus como un juez que parece imparcial y de carácter mediador entre ambas partes (Hades-Deméter), pero que, a nada que se analiza, queda en relieve lo absolutamente patriarcales que son sus decisiones. En dichas decisiones no toma en consideración a Deméter en ningún momento, ni hace caso a sus súplicas, ni le da una respuesta de dónde está su hija, hasta que ella no lo descubre por sus propios medios y colapsa todo el sistema. Y, por supuesto, Zeus no pregunta jamás a Perséfone qué es lo quiere, aunque tampoco lo hacen Hades ni Deméter. Desde este punto nacen las abundantes interpretaciones de cómo fue la vida de Perséfone tras su secuestro: en algunas era un matrimonio infeliz ya que ella jamás ha querido estar ahí, no ama a su esposo, al que ha sido obligada a casarse a la fuerza y es violada constantemente por él; y, en otras, romantizan toda la situación haciendo que ella desarrolle un síndrome de Estocolmo y ensalzan la belleza de cómo dos deidades completamente opuestas en sus atributos, acaban enamoradas y felices. En cambio, en los Himnos homéricos hay apenas un atisbo de la perspectiva de Perséfone cuando Hermes desciende al Inframundo, por orden de Zeus, para ordenar que Perséfone debe volver: “Y encontró al soberano, que se hallaba dentro de sus moradas, sentado en un lecho con su venerable esposa, muy contrariada por la nostalgia de su madre” (vv. 342-345). Ovidio en las Metamorfosis aporta más datos y detalles en torno al secuestro y resolución del conflicto. Venus, por temor a que Proserpina siguiera la estela de sus virginales hermanas, Minerva y Diana, y decidiera no contraer matrimonio, ordenó a Cupido que asaetara con una de sus flechas a Plutón para que cayera perdidamente enamorado de su sobrina. Así, y como se puede leer en el texto que abre este capítulo, en cuanto Plutón la ve, la viola rompiendo sus ropajes y la secuestra. He aquí otro gran eufemismo pues, como bien expresa el texto, en ningún momento Ovidio habla de violación, solo de amor. Además, hace una metáfora entre las flores que estaba recolectando Proserpina y que caen de su vestido cuando se la lleva Plutón, con la “caída” o pérdida de su virginidad, la cual está siendo dolorosa para la diosa (lo que prueba que fue una relación sexual brusca y sin miramientos). Más tarde, cuando Alfei le cuenta a Ceres dónde está su hija, lo relata así: Así es que, mientras por el estigio abismo bajo las tierras me deslizo, vista fue con los ojos nuestros allí tu Prosérpina: ella ciertamente triste, y no todavía sin terror su rostro, pero reina, aun así, pero la más grande del opaco mundo, pero aun así la poderosa matrona del tirano infernal. (Ovidio, ca. 9/1983, Libro V, vv. 504-408, p. 104). Es interesante la dualidad que presentan estos escasos versos. Por un lado, a pesar de que ha pasado el tiempo, Proserpina sigue horrorizada ante lo que le ha sucedido y su situación y, por otra parte, ese horror no minimiza la grandeza de su posición y el título que ostenta en el reino de la oscuridad. Ovidio deja claro que Proserpina es una grandísima reina en el mundo de los muertos, pero que es desgraciada y que no querría estar allí. Queda claro que, en general, poco importa lo que piensen o sientan las víctimas 37. A pesar de un inicio de matrimonio horrible y lamentable, Perséfone y Hades son de las parejas más estables y con menos infidelidades del panteón griego. La diosa ctónica se enamoró de Adonis y yacía con él durante un tercio del año. Apolodoro escribe cómo Afrodita, encandilada de la belleza de Adonis desde que era un bebé, lo ocultó en una cesta y se lo llevó a Perséfone para que lo escondiera. Pero Perséfone se enamoró de él cuando creció y no quiso devolvérselo a Afrodita. Zeus intervino y decretó que un tercio del año lo pasaría con Perséfone, otro tercio con Afrodita y el último tercio, con quien Adonis escogiera, siendo la diosa del amor la seleccionada (Apolodoro, siglos I-II/1987, Libro III, 184-185, p. 105). Es llamativo este pasaje, pues no es nada habitual encontrar esposas infieles a sus maridos por voluntad propia y, mucho menos, que salgan indemnes o se les permita hacerlo (siendo una excepción obvia Afrodita). Por parte de Hades, solo se saben de él dos relaciones más, una con Mente o Minte y otra con Leuce. Mente era una ninfa que, según la versión, fue amante de Hades antes de su matrimonio con Perséfone o durante. En el primer caso, Hades abandonó a Mente cuando conoció a Perséfone y, en su despecho, Mente le dijo a la propia Perséfone o a su madre Deméter que, cuando se cansase, volvería con ella porque era más hermosa. Indistintamente de si habló con la madre o con la hija, la diosa que fuera golpeó tan fuerte a la ninfa que la desintegró y, de los pocos restos que quedó de ella, Hades creó la planta de la menta. En otras versiones fue pisoteada tan fuerte por alguna de las diosas, que acabó enterrada en la tierra y de ahí surgió como la planta de la menta (Hard, 2008, p. 184). En la versión en la que Hades le fue infiel a Perséfone con Menta, la infidelidad llega a oídos de Deméter o la propia Perséfone y el destino es igual para Mente que en el relato anterior (Ovidio, ca. 9/1983, Libro X, vv. 728- 731, p. 211). En el caso de Leuce, también se trata de una ninfa de la que Hades se enamoró y secuestró llevándosela a su reino, pero era mortal y, cuando falleció, Hades la transformó en un álamo blanco que situó en los Campos Elíseos. Otra versión apunta a que fue Perséfone, en sus celos, la que procuró la transformación, hecho relevante pues el álamo está consagrado a la diosa ctónica (Grimal, 1989, p. 316). 37 Como Perséfone, hay una larga lista de secuestros, relaciones sin consentimiento o intentos de violación hacia las mujeres: Europa, Dánae, las Sabinas, Leda, Alcmena, Helena, Atenea, Hécate, Deyanira, Dafne, Medusa, Hera, Ío, Pélope, Tetis, Antíope, las Leucípides, Electra, Oritía, Flora, Cloris o Leto, entre otras. En menor medida, también existen raptos y violaciones a chicos jóvenes que, como las mujeres, también eran objetos de deseo en la época. En este grupo encontramos a Ganímedes, Crisipo e Hyllas. También hay algunos mitos en los que eran las mujeres las que raptaban a los jóvenes, pero en este caso solo se encuentra a Hilas, Hermafrodito, Orión, Clito, Céfalo y Titono (Alamillo, 2002). Como se ha observado, Perséfone como reina ctónica no era una diosa clemente y tenían cierto afán en hacer de ella una mujer celosa y poco sorora, aunque hubo excepciones. Una de ellas es en la que permitió que Orfeo se llevase a su amada Eurídice del Inframundo, gracias a que la triste melodía que salía de la lira del músico consiguió conmover a la Reina de los Muertos. Pero le impuso una única condición: Eurídice debía caminar tras él durante todo el ascenso y Orfeo no podría mirarla hasta que no hubieran salido del mundo inferior. Como buen mito griego, no tuvo un final feliz y Orfeo no pudo resistirse a la tentación de volver a ver a su amada, por lo que perdió a Eurídice para siempre (Ovidio, ca. 9/1983, Libro X, vv. 1-85, pp. 198-199) (fig. 17). Este pasaje tan similar al mito japonés de Izanami e Izanagi, refleja la importancia de mantener la muerte en secreto. Los vivos no pueden ver a los muertos porque eso significa ver a la muerte y estar más cerca de comprenderla. Comprender la muerte rompería el equilibrio o, en otras palabras, los vivos poseerían un conocimiento que en la realidad no tienen y jamás tendrán, de ahí la imposibilidad de que Orfeo o Izanagi vean a sus amadas fallecidas y no halla consecuencias. Esta coincidencia entre culturas tan dispares genera muchas preguntas sobre cómo es posible que sean tan similares las historias estando tan alejadas las civilizaciones geográfica y temporalmente, pero ese hecho posee una belleza incalculable. Perséfone fue víctima de otro intento de rapto posteriormente aunque no se llegó a producir por la intervención de Hades. Teseo y Pirítoo decretaron que se casarían con hijas de Zeus y decidieron que las “afortunadas” serían Helena de Esparta para Teseo (que tan solo tenía doce años) y Perséfone para Pirítoo. A Helena sí que la consiguieron secuestrar, pero cuando bajaron al Inframundo, fueron engañados por Hades que, disfrazando sus actos de hospitalidad, les invitó a sentarse en la silla del Olvido, en la que quedaron maniatados. Teseo fue salvado por Heracles cuando este descendió al Hades, pero Pirítoo permaneció allí para siempre (Apolodoro, siglos I-II/1987, Epítome I, 23-24, pp. 116-117). A pesar de la buena intención de Hades, no deja de ser hipócrita que evitara hacer a otros hombres lo que él mismo había hecho con anterioridad, pero, claro, es una cuestión de honor masculino, pues Perséfone es salvada por su marido, le pertenece a él. En cuanto a la descendencia de este matrimonio es, en general, nula y se los consideraba estériles, aunque hay ciertos autores que atribuyen a Zagreo y a Melínoe como hijos de ambos. Otros relatan que la paternidad pertenecía a Zeus que, disfrazado, violó a su propia hija (Grimal, 1989). Y, por último, hay ciertas tradiciones que hacen de las Erinias, las Furias latinas, hijas de Perséfone y Hades al ser criaturas que nacieron del inframundo. Por otra parte, la granada, fruto que aparece en parte de la iconografía de Perséfone por ser el responsable de la inevitabilidad de su regreso al Hades, simboliza la fertilidad debido a la gran cantidad de semillas que produce una única pieza de fruta. Esto no hace más que ser irónico puesto que, a su vez, este atributo pertenezca a la mujer de un matrimonio que no se considera fecundo. De alguna manera, Perséfone también dejó de ser fértil en el momento en que comió los granos de granada, por lo que esta fruta al lado de la diosa ctónica se “consideraba un símbolo de muerte y resurrección” (Olivares Martínez, 2017). Con todo se deduce que Perséfone es una diosa que se volvió altamente poderosa cuando se convirtió en la diosa infernal. En algunos pasajes clásicos se da a entender que incluso Perséfone tenía más poder en el Inframundo o, al menos, tenía una actitud mucho más activa que su esposo. En la Odisea, Homero especifica que fue ella quien le permitió mantener sus capacidades clarividentes a Tiresias tras su muerte y, en general, en los cantos X y XI su presencia es sustancial en el relato. También era de las pocas personas que podía entrar y salir del Inframundo38, aunque no a voluntad, y tenía jurisdicción para permitir la entrada y el regreso al mundo superior a los mortales que quisiera, igual que podía hacerlo su esposo. Esta capacidad de transitar entre fronteras liminares y ser una diosa mayoritariamente ctónica, le valió sincretismos con otras diosas como Hécate (la cual además era la que la acompañaba en sus viajes de ascenso y descenso al Hades), aunque era Perséfone quien otorgaba cualidades nuevas a la figura de Hécate (como ser una diosa terrenal, infernal y funeraria) y no al revés. La vinculación de Perséfone con Hécate deriva a su posterior relación con Selene y Artemisa, diosas lunares y de la noche. En consecuencia, Perséfone se convierte en uno de los tres aspectos que conforman a la diosa triple: la estéril, la oscura o invisible, aquella más cercana a la muerte. El número tres, como la luna, está muy presente en el mito de Perséfone: tres eran las vírgenes que estaban juntas en el momento de su rapto (Perséfone, Atenea y Artemisa) como las tres Gracias, y la división del año en tres partes para Deméter (dos los pasa con su hija y el tercero sin ella) se ajusta a la división del ciclo lunar en creciente, llena y menguante. Durante el último tercio del mes (siguiendo el calendario lunar) en el que la luna entra en su fase nueva, era la celebración de los misterios eleusinos, lo que se ajustaba a la fase de muerte y resurrección del satélite. A raíz de esto, Perséfone se identifica con esta fase lunar, al igual que con la fase creciente, que la define como hija y doncella; mientras que a Deméter, la madre, le corresponden las fases de luna llena y luna menguante, por su marchitación cuando su hija desaparece y su paso a la senectud (aunque antes de llegar a esta, su hija vuelve, lo que le hace recuperar la versión de sí misma más joven, iniciado de nuevo el ciclo) (Baring & Cashford, 2005, p. 438). Perséfone, a pesar de su origen benévolo y floral, se acaba convirtiendo en una deidad perversa, celosa, siniestra, mortuoria y terrorífica. El rapto para Perséfone y sus posteriores nupcias suponen un cambio en su estado con una fuerte carga simbólica que puede compararse con el paso de la vida a la muerte o, en este caso, a otra vida (Alamillo, 2002, p. 2). Así, el rapto, el matrimonio y la muerte se convierten en símiles, pues los tres significan tener que abandonar la vida y el hogar que se tiene, para iniciar una nueva realidad. En Perséfone, al contrario que en cualquier otra figura de la mitología clásica, los tres términos se suceden a la vez, por lo que es inevitable que afecte a su carácter. Dentro de sus representaciones en el arte, Perséfone ha sido una de las figuras más inmortalizadas de la mitología griega. En el arte clásico es habitual encontrarla junto con su madre durante los misterios eleusianos (fig. 1), pero son más abundantes sus imágenes junto a Hades durante el rapto (fig. 2-5) o como Reina de los Infiernos (fig. 6-10). En las escenas del secuestro, Perséfone aparece desnuda o con poca ropa, como si se la hubieran arrancado. Pero, cuando es representada como reina, su carácter es mucho más grave y solemne, similar al de Hera, pero infernal vistiendo de luto. Su misticismo aumenta al llevar un velo o corona sobre su cabeza, y sostener una antorcha o unas espigas segadas, ya que el trigo, al ser cortado (estar muerto) es lo que le permite volver a nacer de la tierra, como Perséfone (Baring & Cashford, 2005, p. 442). 38 Otras figuras que podían hacerlo eran Hades, Hécate y Hermes, aunque ellos sí que podían transitar ambos mundo a placer. En cambio, Adonis, al igual que Perséfone, estaba obligado a pasar el tiempo correspondiente en el Inframundo y, aunque regresaba al mundo de los vivos, no podía subir a placer, ni abandonar a Afrodita cuando le apeteciera para descender. Fig. 4. Pínax39 con el Rapto de Perséfone, 460-450 a. n. e., santuario de Perséfone en Locros Epicefirios. Fig. 5. Nicómaco, Rapto de Perséfone, fresco de Vergina en la llamada tumba de Perséfone, 350-340 a. n. e. Una figura femenina se horroriza en la esquina inferior derecha, mientras que Hermes lidera la huida de los caballos por la izquierda. La aprobación de Zeus al crimen aparece representada con un rayo pintado en la esquina superior izquierda. Fig. 6. Pínax de Perséfone y Hades en su trono del templo de Perséfone en Locros Epicefirios, siglo V a. n. e. Fig. 7. Perséfone (izquierda) y Hades (derecha) asisten al castigo de Sísifo (centro) en el Inframundo, ánfora ática de figuras negras, 530 a. n. e. La diosa sostiene uno de sus atributos: las espigas. Fig. 8. Perséfone y Hades en su reino infernal, fondo de copa ática de figuras rojas, ca. 430 a. n. e. En un ambiente más distendido y relajado, ambos se miran. Ella sostiene una semilla de granada. En la misma copa aparecen también los matrimonios de Zeus y Hera, y Poseidón y Anfitrite. 39 Un pínax es un objeto conmemorativo hecho de piedra, bronce, terracota o madera pintada que se solía colocar en cámaras mortuorias o en lugares donde se celebraban cultos. Fig. 9. Perséfone y Hades en su reino infernal, detalle de crátera de volutas apulia de figuras rojas, 330-310 a. n. e. Perséfone porta una corona sobre su cabeza y sostiene una antorcha de doble haz (similitud con Hécate). Ambas figuras están resaltadas dentro de la crátera por un templete central encuadrado por columnas, representando su palacio, mientras que el resto de figuras (siendo todas moradoras del Hades) se dispersan a su alrededor y son ignorados por el matrimonio que se están mirando el uno al otro. Fig. 10. Isis-Perséfone, escultura en el templo de los dioses egipcios de Gortina, 180-190. Isis fue una diosa egipcia que pervivió durante toda la época clásica en Grecia y Roma y es habitual encontrar múltiples sincretismos de ella con diosas grecolatinas. El carácter mortuorio de Perséfone como esposa del rey y guardián de los muertos, hacía de ambas diosas análogas. En esta representación, aparece con un sistro en la mano y una corona lunar, a su lado se encuentra una representación de Serapis-Hades con Cerbero. Aunque en la Edad Media no fue una temática muy desarrollada, durante el Renacimiento y el Barroco, la presencia del mito de Perséfone estaba muy presente en el imaginario de los artistas. Muestra de ello es la larga lista de obras que se ejecutaron a lo largo de esos siglos, siendo de los raptos, junto con el de las Sabinas, que más se han representado en la historia del arte. Con escasas excepciones, la mayoría de obras inmortalizan el secuestro de Perséfone, más comúnmente denominada en este periodo bajo su nombre romano, Proserpina, de una manera violenta y desgarradora. Fig. 11. Alberto Durero, El rapto de Proserpina, 1516, grabado. Fig. 12. Niccolò dell’Abbate, El rapto de Proserpina, ca. 1560, óleo sobre lienzo. Escena en la que se le da mucho más protagonismo al paisaje que a las acciones de las figuras. Aun así, se aprecia perfectamente como Plutón huye hacia su carro subido en el escarpado de la montaña con la diosa semidenuda y rubia en brazos. Las ninfas hacen ademán de ir a socorrerla. Esta obra inicia una tradición que se repetiría posteriormente en la que a Plutón se le pinta con la piel más oscura que a Proserpina y su séquito. Fig. 13. Joseph Heintz, La violación de Proserpina, ca. 1600, óleo sobre placa de bronce. Plutón sostiene a la diosa desnuda en sus brazos, la cual acaba de soltar las manos de las ninfas. El carro, al contrario que otras representaciones, sobrevuela a todas las figuras y está tirado por caballos blancos, a parte de los negros habituales. Fig. 14. Gian Lorenzo Bernini, El Rapto de Proserpina, 1621-1622, mármol de Carrara. Esta archiconocida y aplaudida obra no debería dejar indiferente a nadie ante la crudeza y el dramatismo que refleja. Plutón está sonriente mientras intenta someter a Proserpina hundiendo sus dedos en la piel de ella (detalle espectacular sobre lo real queda en la piedra). Ella, en cambio, empuja su cara y se retuerce en sus brazos, en una clara postura de huida. Su pelo ondea al viento y su rostro aterrado se gira hacia arriba suplicante con lágrimas surcándole las mejillas. Tras ellos, el can Cerbero ladra. Fig. 15. Rembrandt, El rapto de Proserpina, 1631, óleo sobre tabla de roble (detalle). Las figuras son muy pequeñas en comparación con la magnitud de la obra en la que es todo paisajismo. Con el detalle puede apreciarse mucho mejor como una vestida y rubia Proserpina lucha por separarse de su secuestrador, y las ninfas tiran de su vestido intentando ayudarla. Fig. 16. Pedro Pablo Rubens, El rapto de Proserpina, 1636-1637, óleo sobre lienzo. Proserpina, es retratada rubia, con su traje desgarrado, aterrada y sin oponer resistencia. Esta la ejecutan las diosas Diana, Venus y Minerva (respectivamente de izquierda a derecha), mientras Plutón se la lleva. El dios tiene el beneplácito de Cupido e Himeneo que revolotean alrededor del carro, augurando que la relación desembocará en amor, lo que no deja de ser grotesco para la secuestrada. En el suelo se encuentra desparramado el cesto con las flores que Proserpina estaba recogiendo. La composición da protagonismo al movimiento de las figuras y deja en un segundo plano el fondo. Fig. 17. Pedro Pablo Rubens, Orfeo y Eurídice, 1636- 1638, óleo sobre lienzo. Poco habitual este retrato de los trágicos amantes en el que no se muestra el fatal desenlace, sino el momento de la concesión de Perséfone. Rubens separa de manera evidente ambas parejas, no solo por la agrupación de las figuras, sino en el color y la luz. Mientras que el grupo de los amantes es mucho más luminoso y radiante (Eurídice está retratada al modo de las Venus púdicas), la pareja infernal están sumidos en las sombras, donde a Perséfone se la viste con los trajes habituales en su iconografía clásica, de luto y con velo, muy diferenciada también del semidesnudo de su marido. Reseñable como en este retrato, el artista oscurece el cabello de Perséfone con respecto a su obra del rapto, puesto que ya no es virgen, al igual que ya decide no representarla desnuda. Fig. 18. Simone Pignoni, Rapto de Proserpina, ca. 1650, óleo sobre lienzo. Siendo como únicos protagonistas de toda la obra, se muestran los dos personajes del relato en un claro ejemplo del claroscuro imperante en el Barroco. Mientras que Plutón está sumido en las sombras y se retrata como un hombre mayor, Proserpina es apenas una adolescente, cuyo traje lleno de flores a conjunto con su corona, está siendo rasgado por Plutón. Parece que es justo el momento en que empieza el rapto, pues ambos están muy separados entre sí y ella se está empezando a girar hacia su agresor con la incomprensión pintada en el rostro. Fig. 19. Luca Giordano, El rapto de Proserpina, 1684-1686, fresco. La diosa tiene el pelo castaño y las telas azules y blancas de su vestido dejan al descubierto parte de su cuerpo. Mira hacia arriba pidiendo una ayuda que nunca llega; a pesar de la cantidad de figuras que rodean a Proserpina, ninguna hace ademán de ir a socorrerla, ni siquiera las Sirenas que están siendo transformadas por encima de ellas como castigo, como relató Ovidio. Un Cupido mira sonriente a Proserpina y, en el suelo, se esparce el cesto con las flores que estaba recogiendo. Fig. 20. Pieter Brueghel el Joven, El rapo de Proserpina, último cuarto del siglo XVI-primera mitad del XVII, óleo sobre tabla (detalle). Al igual que la obra de Checa, el momento escogido ya transcurre en el Inframundo (se ve a Cerbero), con los caballos escupiendo fuego por la boca al galope. El autor le da mucho más protagonismo al paisaje infernal lleno de demonios y monstruos que a las figuras, que circulan en torno a la laguna Estigia y el río Lete. Proserpina es rubia y viste de verde y dorado, porta una corona con una media luna y, sentada en el regazo del dios, parece querer clavarle el cetro que sostiene. Pese a la abundancia de obras, todos los artistas han representado la crudeza del crimen con mayor o menor dramatismo, pero de manera muy similar. El siglo XIX y XX, a pesar de la ausencia de artistas femeninas que aportasen su perspectiva sobre el mito, las obras son más variopintas que, sin abandonar del todo el pasaje del rapto, muestran a Perséfone en distintas situaciones e intentan abandonar los manidos retratos de ella horrorizada en brazos de un Hades rodeado de figuras asustadas, aunque algunos lo consiguen más que otros. Fig. 21. Christian Friedrich Tieck, Perséfone, siglo XIX, escultura con la inscripción en griego de Persephonia. Fig. 22. Hiram Powers, Proserpina, 1844, mármol. Este busto recuerda a una Perséfone doncella rodeada de hojas de parra. Fig. 23. Paul Cézanne, Rapto, 1867, óleo sobre lienzo. Pese a que el artista no lo especifica, se presupone por todos los elementos que se trata de Proserpina y Plutón. Él vuelve a representarse con la piel más oscura que la de ella. Proserpina, a diferencia de las antiguas, aparece desmayada en brazos de él, que se la lleva sin que nadie oponga resistencia. A lo lejos se ven a las ninfas del cortejo. Fig. 24. Dante Gabriel Rossetti, Proserpina, 1874, óleo sobre lienzo. Esta solemne Proserpina lleva el rostro de la amante del artista, Jane Morris, que, como curiosidad, también pasaba unos meses en la casa de verano de Rossetti para después volver al lado de su esposo. Tiene una abundante cabellera negra y sujeta pensativa la granada que la ha condenado. Los otros elementos que aparecen son un quemador de incienso como ofrenda a la diosa, un pergamino en la esquina superior derecha con un poema escrito por el propio pintor, y la hiedra sobre la pared como símbolo del aferro que aun tiene por su vida en la superficie. Esa vida también se simboliza a través del haz de la luz que se refleja en el fondo y que proviene del exterior. En cambio, Proserpina está encerrada en un sombrío espacio pequeño lleno de oscuridad, y se enfatiza la claustrofobia por el estrecho lienzo en el que ha sido retratada. Fig. 25. Walter Crane, El destino de Perséfone, 1877, óleo y temple sobre lienzo. Con enorme influencia prerrafaelita, Crane inmortaliza el momento de la aparición de Hades al lado de Perséfone, y que sentencia el destino de la diosa. Se intuye que acaba de llegar el dios infernal por la frenada sobre dos patas de los caballos negros, y la cara de incomprensión de Perséfone que aun no ha soltado ni las flores, por lo que parece más una escena de boda que una violación o rapto. Viste con un vestido blanco como una novia o doncella (lo que refuerza la escena de un idílico matrimonio), adornado con un velo dorado a juego con el color de su cabello. Las ninfas miran asustadas la escena. Fig, 26. Ulpiano Checa, El rapto de Proserpina, 1888, tinta china, acuarela, pluma y gouache sobre papel. Al contrario que las representaciones anteriores en la que se muestra el inicio del rapto, Checa les sitúa ya viajando al galope por el Inframundo. Una rubia Proserpina yace completamente desnuda y desmayada en brazos de Hades, que se mantiene impasible y envuelto en oscuridad. Esta obra tiene una fuerte carga erótica entre la oposición de ambas figuras y, a su vez, es muy violenta, puesto que no deja lugar a dudas que el estado de Proserpina es por culpa de lo que le acaban de hacer. Fig. 27. Frederic Leighton, El regreso de Perséfone, 1891, óleo sobre lienzo. Nada usual la elección del tema, en la que una exultante Ceres recibe con los brazos abiertos a su hija, tras su estancia en el Inframundo. Proserpina es acompañada por Mercurio, que ascienden levitando del mundo inferior. La diosa ctónica es representada con las tonalidades habituales de su estado previo al rapto: dorados y rosados, y el traje la cubre por completo, dejando al descubierto únicamente sus pies, sus blancos brazos (como la describió Hesíodo) y su feliz rostro enmarcado en una cabellera rubia y rizada. Fig. 28. Maxfield Parrish, Proserpina y las ninfas marinas, 1910. Este pintor estadounidense aportó una nueva visión sobre la diosa. No hay presencia de ninguna figura masculina, Proserpina se encuentra tranquilamente charlando con su séquito, como si de un grupo de amigas se tratara. Ella, morena, vestida de blanco con una corona de flores del mismo color, parece estar jugando con el agua, dentro de un paisaje marítimo inundado de tonos pastel. Fig. 29. Marshall M. Fredericks, Perséfone, Bacante, 1972, bronce. Esta escultura realizada a partir de otra en yeso del mismo artista, representaba inicialmente a una bacante, de ahí los cuernos que aparecen de su cabeza a modo de sátiro. Las representaciones dentro del cine, la televisión, el cómic y demás, juegan con las dos versiones del mito. Hay relatos que optan por romantizar su relación con Hades y otras que mantienen el odio que ella le profesa y lo mucho que detesta estar en el Inframundo por culpa de él. En el mundo del cine, Perséfone apareció en la adaptación homónima del libro de Rick Riordan, Percy Jackson y el Ladrón del Rayo, de 2010. En el film, los protagonistas bajan a la mansión de los dioses en el Inframundo, la cual tiene una estética gótica de aspecto vampírico. Perséfone es una mujer racializada, morena y que viste con un vestido en tonos negros y granates de aspecto ajado y desgastado (fig. 30). Tiene poder sobre las ánimas40 y los canes cerberos que solo le obedecen a ella, ni siquiera a Hades. Desde que aparece es una mujer muy sensual, que intenta seducir a uno de los personajes. En seguida también muestra que no soporta a su marido; esto es esencial pues, cuando Hades consigue el rayo maestro de Zeus, Perséfone simula estar encandilada por tanto poder y besa apasionadamente a su esposo, lo que le sirve para arrebatarle el rayo y atacarle, dejándole inconsciente. Tras esto, los protagonistas escapan del Inframundo gracias a las perlas de la diosa, las cuales creó para que sus amantes pudieran regresar a la superficie. El personaje al que Perséfone intentó seducir, tuvo que quedarse con ella pues no tenían suficientes perlas para todos. La escena se queda abierta a la imaginación, pero deja muy claro que Perséfone sumó un amante más a su lista. 40 Esto es un guiño a un pasaje homérico de la Odisea en el que a Odiseo le rodean unas sombras de mujeres muertas enviadas por Perséfone. En la serie de televisión Hércules: Sus viajes legendarios, Perséfone aparece en varios capítulos como hija de Zeus y Deméter. En esta historia sí está enamorada de Hades, pero sabe que echaría demasiado de menos a su madre si permaneciera todo el tiempo en el Inframundo, de ahí que sea Hércules, en este caso, el que crea el arreglo en el que ella pasará seis meses del año con su madre y los otros seis con Hades como reina del Inframundo. Una cabo suelto que tiene la serie es qué fue de ella cuando Hades murió, pues no se dice si se siguió cumpliendo la norma de la mitad del año o se quedó permanentemente en la superficie. Es una mujer que siempre se muestra amable, tranquila, respetuosa y considerada; por lo que el aspecto dulce y floral de su indumentaria solo favorece el carácter del personaje (fig. 31). Fig. 30. Rosario Dawson interpretando a Perséfone en Percy Jackson y el Ladrón del Rayo, Chris Columbus, 2010. Fig. 31. Andrea Croton interpretando a Perséfone en Hércules: Sus viajes legendarios, creada por Christian Willians, 1995, EEUU. En la serie de YouTube Gods’ School41, Perséfone es una estudiante más del instituto, donde su mejor amiga es Deméter y está enamorada de Hades. El dios del Inframundo también lo está de ella, pero entre ambos se interpone Menta, a la que retratan como una adolescente celosa y posesiva, que llega a amenazar a Perséfone si vuelve a estar cerca de su Hades. Perséfone un personaje diseñado en tonalidades rosadas y lilas, con el pelo pelirrojo recogido y flores engarzadas en él. En un encuentro secreto que tienen ambos dioses, Hades toca la mano de Perséfone y el aspecto de ella cambia volviéndose tanto su maquillaje, como su ropa y complementos, mucho más oscuros. Además también se le suelta la coleta que lleva, quitándole el aspecto aniñado e inocente (fig. 33). 41 Para consultar más datos sobre esta serie de animación, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. Fig. 32. Perséfone en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. Fig. 33. Perséfone Ctónica en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. Dentro del universo de Marvel Cómics, existen varios personajes con el nombre de Perséfone aunque solo uno hace referencia a la diosa mitológica, apareciendo en Avengers Annual #23 de 1994. Su historia es exactamente igual a la del mito, siendo ella la diosa de la primavera y la fertilidad; aunque han resuelto que, finalmente, acaba enamorándose de Hades. Es una mujer bastante exuberante, de semblante severo, que porta un cetro vegetal. Tiene el pelo rubio en la Tierra y negro en el Inframundo (fig. 34). En DC Cómics, Perséfone es un personaje que aparece en la historia de Wonder Woman, siendo su primera aparición en el cómic Wonder Woman Vol. 4 #9 de 2012. Es forzada a casarse con Hades, convirtiéndose en la reina del Inframundo. Planea huir pero Hades la sorprende y queda prisionera. Después intenta suicidarse cortándose las venas de las muñecas pero no muere debido a su inmortalidad; sin embargo sus heridas nunca sanan, quedando abiertas por toda la eternidad. Su aspecto es bastante mortecino y cadavérico, aunque elegante (fig. 35). Fig. 34. Perséfone Ctónica en Avengers Annual #23, Roy Thomas, Marvel Cómics, 1994. Fig. 35. Perséfone en Wonder Woman Vol. 4 #9, B. Azzarello y T. Akins, DC Cómics, 2012. Dentro del mundo de los videojuegos, Perséfone aparece en bastantes de ellos. En la serie de ocho videojuegos de God of War, desarrollada por SCE Santa Monica Studio y distribuida por Sony Computer Entertainment, estrenó su primer videojuego en 2005. La línea de juego general está creado en tercera persona y relata las aventuras del personaje Kratos, un semidiós de Esparta que el jugador maneja, que se va encontrando con diversos personajes de la mitología griega y nórdica, algunos se convierten en sus aliados y otros son sus enemigos. Perséfone es la antagonista principal de God of War: Chains of Olympus lanzado en 2008. Su historia es exactamente igual a la del mito: raptada por Hades y obligada a casarse con él y ser reina del Inframundo, volviendo a la tierra seis meses al año, para regresar con hastío al mundo subterráneo. En este relato, Perséfone es completamente infeliz y odia su existencia hasta el punto de querer morir, culpa a los dioses de su desgracia por haberla traicionado y quiere vengarse de ellos para, de paso, vengarse de los mortales, a los que tomaba por seres corruptos y egoístas. Aparece con dos vestuarios, el habitual está formado por un vestido negro y con un gran escote por la parte delantera y otro, aún más grande, por la espalda. Tiene el pelo del mismo color recogido desde la parte alta de la cabeza. Las pocas motas de color se las aportan las joyas y abalorios dorados, junto con algunos ribetes en la misma tonalidad en el vestido (fig. 36). Su segundo vestuario aparece en su enfrentamiento final con Kratos: desaparece el vestido largo para dar paso a una armadura verde, negra y dorada de estilo griego poco práctica, ya que la coraza tiene acabado en escote de corazón. Además le aparecen dos pares de alas de la espalda a modo ángel de la muerte, que le permiten moverse a gran velocidad (fig. 37). Acaba siendo asesinada por Kratos y, aunque su cuerpo explota al final de la batalla, su cadáver aparece dentro de un ataúd en el siguiente videojuego de la saga. Fig. 36. Perséfone en God of War: Chains of Olympus, SCE Santa Monica Studio, 2008, EEUU. Fig. 37. Perséfone durante la batalla final en God of War: Chains of Olympus, SCE Santa Monica Studio, 2008, EEUU. En el videojuego Fate/Grand Order42 de 2015 no aparece como tal, pero sí que es mencionada durante la guerra civil entre los dioses. Dan un giro a la historia y cuentan que Zeus quiso castigar a Deméter matando a Perséfone o haciendo que ella misma matase a su propia hija. Como consecuencia, Deméter cayó en la locura y se volvió insensible e indiferente con la Humanidad. 42 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. En la saga Megami Tensei43 es un demonio tipo reaper, es decir, aquellos que son encarnaciones de dioses de la muerte de varias culturas y mitologías, y hace acto de presencia en siete videojuegos de toda la saga. Su aspecto es el de una mujer dual con el pelo corto y rojo, donde las dos mitades de su cuerpo están separadas y conectadas entre sí, puesto que cada una hace referencia a cada uno de los estados de la figura mitológica y, ambos, conforman la identidad del personaje. La mitad blanca representa a la Core y sostiene una granada o una manzana intacta, además tiene un sol en el pecho, haciendo alusión a su permanencia en la superficie y el ojo azul, color del cielo. La otra mitad es oscura, la cual manifiesta su aspecto ctónico, aparece mordiendo la granada, tiene una estrella en el pecho, símbolo de la noche y el ojo rojo, color del fuego infernal (fig. 38). Fig. 38. Perséfone en Shin Megami Tensei: Liberation Dx2, Sega, 2018, Japón. En el videojuego multijugador Smite44 es La Reina del Inframundo y fue introducida en el videojuego en 2019, con una apariencia que mezcla su aspecto de diosa de las flores con reina del inframundo. Tiene el pelo largo, rojizo y está adornado con una corona de flores con una calavera, sus ojos son verdes y brillantes, aportándole un cariz sobrenatural. Su vestido está plagado de motivos botánicos y porta calaveras como adornos, es escotado y corto aunque le engarzan unas telas a la cintura que caen hasta sus pies. Sus poderes reflejan esa misma dualidad y hacen guiños constantes al mito: consigue semillas de granada cuando sus plantas se marchitan y mueren; si consigue un número determinado de semillas, resiste a la muerte; puede invocar a un guerrero cadavérico desde el inframundo; almacena calaveras que la curan y dañan a sus enemigos, también las transforma en flores carnívoras capaces de perseguir y morder a los adversarios; da vida al suelo y hace florecer para impulsar su cuerpo durante las batallas; y, por último, es capaz de invocar enredaderas que atrapan y paralizan a los contrincantes (fig. 39). En la saga de videojuegos Assassin’s Creed, Perséfone aparece en la undécima entrega llamada Odyssey lanzada en 2018, dentro de un capítulo descargable adicional introducido al año siguiente, The Fate of Atlantis. Estos videojuegos también son en tercera persona y el jugador puede escoger entre dos personajes hermanos (uno femenino y otro masculino) como avatar. Odyssey fue desarrollado por Ubisoft Québec y creado para consolas, introduciendo por primera vez la posibilidad de romances queer a elección del jugador, lo que tuvo una gran acogida por parte del público. Dentro de la historia, la diosa gobernaba el reino de Elíseo al lado de su amiga Hécate, pero ésta la traiciona pues quiere el trono para sí. Perséfone, aunque es un personaje ambiguo, acaba convirtiéndose en antagonista del jugador. Su apariencia es la de una mujer rubia, vestida de blanco a la moda griega, con brazaletes, cinturón, collar y un casco decorativo dorados con flores. Al reinar sobre los Campos Elíseos, su palacio está plagado de plantas y está lleno de luz diurna (fig. 40). 43 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 44 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Fig. 40. Perséfone en Assassin’s Creed: Odyssey, The Fate of Atlantis: Fields of Elysium, Ubisoft Québec, 2019, Canadá. Fig. 39. Perséfone en Smite, Hi-Rez Studios, 2019, EEUU. En el videojuego Hades45 de 2020, Perséfone es hija de un mortal y la diosa Deméter, que la llamaba Kore cuando era solo una niña. Evitando el excesivo control y dominio que su madre tenía con ella, huyó del Olimpo y Zeus le obligó a bajar al Inframundo y a casarse con Hades. También obligó a Hades a casarse con ella y, aunque ninguno de los dos quería al principio, acabaron enamorándose y teniendo a Zagreus, personaje que el jugador tiene como avatar y que va descubriendo su historia poco a poco. Perséfone escapó del Inframundo después de darle a luz, ya que nació muerto y, aunque Nicte medió con las Parcas para que revivieran al bebé, Perséfone no se llegó a enterar. Hades nunca habla de ella, lo que no hace más que alimentar su misterio, y solo Nicte y él saben la verdadera identidad de la madre de Zagreus, pues este, al igual que todos los dioses del Olimpo, creen que su madre es Nicte. Zagreus pretende escapar del Inframundo para descubrir su relación con Perséfone y conocer la superficie, cuando lo consigue y llega a Grecia, habla con Tánato, que le dice que al menos uno de sus ojos es igual al de su madre (Zagreus tiene un ojo rojo, como Hades, y el otro verde, por lo que Perséfone tiene los ojos verdes). Varias veces se menciona que Perséfone no quería que su madre supiera que estaba en el Inframundo para que no se desatara una guerra entre dioses olímpicos y ctónicos. Cuando Perséfone regresó a la superficie descubrió que su madre había traído un invierno eterno a la tierra, y se había vuelvo vengativa y fría. Al final, se llega al acuerdo de que ella pasará seis meses en la superficie con ella y otros seis en el Inframundo con su hijo y su marido, donde ayuda a ambos a que se entiendan mejor, pues también tenían una relación complicada. En cuanto a su aspecto, Perséfone es una mujer adulta rubia y con los ojos verdes que muestra dos apariencias en los cuadros de diálogo, una cuando está en la superficie y otra cuando mora en el Inframundo. En la superficie viste a la moda griega con una vestido claro, todo en tonalidades blancas y verdes. Se decora el pelo con lavanda y carga con espigas de trigo y más plantas, junto con una cesta repleta de frutas (fig. 41). La Perséfone 45 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. ctónica tiene un atuendo más bélico, su gama cromática cambia a grises y rojos, llevando una capa al estilo de los emperadores romanos y accesorios con calaveras. Fig. 41. Perséfone en Hades, Supergiant Games, 2020, EEUU. Fig. 42. Perséfone ctónica en Hades, Supergiant Games, 2020, EEUU. Todas.- ¡Hermanas fatídicas, enlacemos las manos! ¡Mensajeras de la tierra y del mar, giremos, giremos!... Tres vueltas por ti, y tres por mí, y otras tres para que sean nueve. ¡Silencio!... Acabó el conjuro. William Shakespeare, Macbeth, Escena III, 162 (1990, p. 187). Las Moiras, del griego moíra, , “una parte”, “repartidora” o “una fase” o desde moros, ς, “muerte”, eran la personificación femenina del destino de cada ser humano y a la que se les atribuye la creación del alfabeto. Esta concepción de “repartidoras” venía dada por su capacidad de conceder el porvenir a cada persona a través de un hilo que ellas mismas creaban en el nacimiento, tejían durante la vida y cortaban al llegar la muerte, por lo que el hilo era una representación de la propia vida. El inicio de estos personajes no lo conformaban tres mujeres, sino una única Moira o “poderoso hado”, tal y como es mencionado en la Ilíada de Homero (ca. 762 a. n. e./1978, Canto XXIV, v. 209, p. 273). En la Odisea también hace referencia a ese hado, aunque se añaden unas Hilanderas de número indeterminado: “padecerá lo que el hado y las graves Hilanderas dispusieron al hilar el hilo cuando su madre lo dio a luz” (Homero, siglo VIII a. n. e./1978, Canto VII, v. 197, p. 347). En ambos texto ese “hado”, que a veces es traducido como “moira”, puede concebirse como una entidad abstracta más que como una deidad humana femenina; no sería hasta más tarde cuando en el oráculo de Delfos se rindiese culto a dos Moiras, la del nacimiento y la de la muerte (Kerényi, 1951, p. 32). Pausanias en su Descripción de Grecia atribuye a Afrodita Urania (Celeste) como “la más antigua de las llamadas Moiras” (siglo II/1994, Libro I, 19, 2, p. 131) y aparecía representada con un pie sobre una tortuga en Atenas. Hesíodo estableció el número de Moiras en tres, si “Moira” significa una fase, el ser tres, las convierten en las fases lunares, lo que, automáticamente, son asociadas a la Triple Diosa (Graves, 1985a, p. 49). Sus nombres fueron Cloto, Láquesis y Átropos. Cloto, del griego Klotho, , “la hilandera” o “la tejedora”, hilaba la hebra haciendo uso de un huso y una rueca, atributos con los que suele representarse. Láquesis, del griego Lakhesisς, ες, “la que tira la suerte” o “la que echa a suertes”, medía y enrollaba el hilo que representaba la vida; solía representarse con una pluma, vara o espátula que usaba para alisar los hilos. Y Átropo, del griego Atropo, ς, “la inflexible” o “la inexorable”, la de menor estatura pero la más terrible (Graves, 1985a, p. 48), era la encargada de escoger de qué manera iba a ser la muerte y cortaba el hilo con unas tijeras, su atributo (Beteta Martín, 2016, p. 261). Estos atributos aparecieron en la iconografía en el siglo IV a. n. e., antes de este siglo las Moiras no portaban objetos relacionados con el tejido, sino cetros y una caja. La caja se mantuvo en manos de Átropos durante algún tiempo, pues la usaba para guardar los hilos, pero al final se acabó sustituyendo por las tijeras (Elvira Barba, 2008, p. 318). Otros autores argumentan que Átropos, por ser la inalterable, representaba el pasado; Láquesis, el futuro, y Cloto, el presente (Hard, 2008, p. 62). Hesíodo las hace hijas de Nix por partenogénesis y son aquellas “que conceden a los mortales, cuando nacen, la posesión del bien y del mal y persiguen los delitos de hombres y dioses” (ca. 715 a. n. e./1978, vv. 218-220, p. 80). También las hace implacables y coléricas a la hora de castigar a los infractores. Pero, el autor se contradice más adelante en su texto y las hace hijas de Zeus y Temis (la Ley), y hermanas de las Horas, con un carácter menos terrible aunque igual de importante pues “Zeus (les) otorgó la mayor distinción, a Cloro, Láquesis y Átropo, que conceden a los hombres mortales el ser felices y desgraciados” (vv. 904-907, p. 109). Esta ascendencia fue la más aceptada y seguida por parte de otros autores, como Homero, Apolodoro, Virgilio o Pausanias. Este testimonio haría de ellas divinidades bajo el mando de Zeus, hecho que se contradice con los registros de cultos antiguos en los que las Moiras eran unas figuras primigenias e inamovibles exentas de las acciones de los otros dioses y muy por encima de sus designios. Esto seguramente se deba a la implantación más tardía del sistema patriarcal por parte de Zeus que no permitía que hubiera ninguna otra figura (y mucho menos femenina) por encima de él. Como excepciones a esta estructura piramidal y patriarcal, se puede nombrar a Nix, temida y respetada por el Crónida (Homero, ca. 762 a. n. e./1927, Canto XIV, vv. 256-262, p. 156), y, en cierta manera, a Hécate (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978, vv. 411-452, pp. 89- 90), aun así ninguna era una soberana que dirigía a las demás divinidades. Otra interpretación del cambio de ascendencia es el que otorga a los hombres la esperanza de poder cambiar sus destinos y no saberse sentenciados por unas divinidades intransigentes femeninas. Se anteponen los deseos y el poder del hombre, y se infantiliza el poder de la divinidad femenina (Graves, 1985a, p. 49) La tradición griega decía que se aparecían tres noches después del alumbramiento del bebé y decidían el curso de su vida, por lo que inicialmente podían haberse tratado de diosas de los nacimientos, pero ese rol se le acabó atribuyendo a la diosa Ilitía y, más tarde, a la propia Artemisa. Al estar relacionadas con la muerte, fueron deidades temidas, pero siempre muy respetadas y presentes en los rituales de paso, como el matrimonio (fig. 1). Además, también estaban asociadas con Ananké (Necesidad) y Tyche (Fortuna), por su relación con el destino (Hard, 2008, p. 62). Fig. 1. Moldeada por Ergótimos y pintada por Clitias, Vaso François, crátera ática de figuras negras, ca. 570 a. n. e. (detalle). El motivo del vaso son las bodas de Tetis y Peleo, como ritual de paso, las Moiras hacen acto de presencia. Fig. 2. Las Moiras apalean a los gigantes Agrio y Toante hasta la muerte en la Gigantomaquia, friso septentrional o norte del Altar de Zeus en Pérgamo, años 197-159 a. n. e. Aparecen en poco mitos como tal, casi siempre son figuras secundarias que se nombran por lo que están presentes de forma abstracta en los relatos. Los pocos casos en los que toman partido de las acciones son durante la Tifonomaquia, donde engañaron a Tifón haciéndole comer unas frutas que le debilitaron; en la Gigantomaquia, donde lucharon en el bando de los olímpicos dando muerte a dos gigantes con garrotes de bronce (fig. 2); o cuando Apolo quiso engañarlas emborrachándolas para hacer que su amigo Admeto no muriera y buscar un sustituto que muriera por él el día designado por las Moiras. Iconográficamente, aparte de con sus atributos, era habitual representarlas como tres mujeres solemnes, hieráticas, hermosas y vestidas con túnicas normalmente blancas y similares a los atuendos de Perséfone ctónica, con túnica y manto o con peplo. También existen representaciones de ellas desnudas, pero nunca tienen connotaciones eróticas y, raramente, son retratadas aladas. En cuanto a sus edades, pueden aparecer como tres jóvenes o hay quien ha optado por representarlas bajo la apariencia de las tres edades de la mujer46: doncella, madre y anciana, que corresponderían respectivamente con Cloto, Láquesis y Átropo. Indistintamente. También es común encontrarlas bajo el aspecto de la 46 Dentro de la mitología eslava existe la diosa Zorya, una diosa vinculada con el amanecer, que tiene multitud de variantes mitológicas e iconográficas según la zona de Europa del Este, pero en una de sus versiones, hay cierta similitud con las Moiras. En Rusia, existe el relato de que eran tres hermanas: Zorya Polunochnaya, diosa de la medianoche, representada como una joven; Zorya Utrennyaya, diosa del amanecer con el aspecto de una mujer adulta; y Zorya Vechernyaya, diosa de la tarde o del crepúsculo, con apariencia de anciana. Su misión era vigilar a un perro encadenado a la constelación de la Osa Menor que, en caso de liberarse, desataría el fin del mundo (Graves, 1987, pp. 290-291). Aparecieron en la novela de Neil Gaiman publicada en 2001, American Gods, y en su posterior adaptación televisiva de 2017. anciana, lo que, dentro del imaginario, instaura el pensamiento de tratarse de mujeres sabias, idea que las relaciona íntimamente con el estereotipo de las brujas o hechiceras de a Edad Media (Beteta Martín, 2016, p. 261). Debido a esta apariencia de ancianas, se las confunde con las Greas o Grayas. Éstas eran tres mujeres, hijas de Forcis y Ceto, por lo que también eran deidades preolímpicas, que nacieron ya viejas y con los cabellos canosos. Tenían un solo ojo y un solo diente que se iban turnando y vivían en una cueva, alejadas de los demás, siempre envueltas en oscuridad. Fueron determinantes en el mito de Perseo contra Medusa, pues fueron ellas quienes le revelaron el paradero de la Gorgona (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978, vv. 270-278, p. 83). En Roma ya tenían dos deidades de los destinos, Fatum (el Hado) y la Parca, muy similares a las Moiras, de ahí su rápida asimilación con las deidades griegas, pasando a denominarse las Tria Fata o las Parcas. Parcas, proveniente de Paricae, del verbo parere, “dar a la luz”, o de pars, “parte” (etimológicamente más relacionado con el significado griego), y sus nombres eran Nona, Decuma y Morta, siendo habitual encontrarlas en mosaicos y sarcófagos (fig. 3-5). Nona, análoga de Cloto, respondía al nombre de “novena”, ya que era invocada en el noveno mes de embarazo de una mujer, justo cuando estaba a punto de dar a luz y daría comienzo la nueva vida, por lo que también era considerada la diosa del embarazo romana. Décuma o Décima, correspondiente con Láquesis, recibe su nombre de “décima” por presentarse tras Nona; también era considerada como una diosa del matrimonio por ser un hecho que sucede entre el nacimiento y la muerte. Morta, equivalente a Átropo, poseía la misma función que esta causando la muerte; y a pesar de que la Parca se triplicó, no se abandonó el término, y volvió a reducirse a una en el medievo, resumida en la figura de la Muerte personificada en un esqueleto con guadaña (Elvira Barba, 2008, p. 318). Del nombre Tria Fata (“los tres Destinos”) se generaron los personajes de las Tres Hadas en las leyendas medievales que se popularizaron en los cuentos infantiles como los personajes de las hadas madrinas, que no son más que figuras mágicas femeninas que velaban por una persona desde su nacimiento. La tradición latina elaboró matices sobre el mito de las Parcas, como por ejemplo, que tejían un hilo dorado cuando el destino de esa persona sería especialmente afortunado (Hard, 2008, p. 61) o les añadieron otros atributos como “una balanza, un rótulo para escribir el destino, y un globo terrestre y un reloj de sol para fijar cada existencia en el especio y en el tiempo” (Elvira Barba, 2008, p. 318). A partir del siglo XVI fueron muy numerosas las representaciones de estas hermanas. Fig. 3. Creación del hombre por Prometeo, sarcófago, ca. 240 (detalle). Solo aparecen dos: Décuma sostiene el globo celeste y una vara, mientras que Nona, el huso y la rueca. Fig. 4. Creación del hombre por Prometeo, sarcófago encontrado en Pozzuoli, ca. 300 (detalle). Fig. 5. Primer baño de Aquiles, mosaico de la Villa de Teseo en Pafos, finales del siglo IV- principios del siglo V. Con sus nombres escritos y vestidas con túnica y manto, Cloto sostiene el huso, Láquesis un libro junto con una vara, y Átropo un rollo abierto donde escribir las vidas. Fig. 6. Las Tres Moiras o El triunfo de la Muerte sobre la Castidad, ca. 1515, tapiz flamenco tejido en lana y seda (detalle). Reconocibles bajo sus nombres bordados, con el aspecto de las tres edades de la mujer y sosteniendo sus atributos griegos, las tres pisan a la fallecida. Fig. 7. Giovanni Antonio Bazzi, Las Tres Parcas, ca. 1525, óleo sobre lienzo. Con el aspecto de tres jóvenes desnudas, Decuma (izquierda) sostiene el hilo y mira a su hermana Morta (centro) mientras corta el hilo de la vida. A la derecha Cloro sostiene el huso y mira fuera de plano. Tras ellas un esqueleto con guadaña acude para llevarse a la desdichada alma. Fig. 8. Francesco Salviati, Las Tres Parcas, 1550, óleo, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. Bajo la apariencia de tres ancianas y vestidas bajo la moda de la época del artista, puede verse a Morta y Décuma que se observan con mirada cómplice justo cuando van a cortar un hilo dorado. Fig. 9. Giorgio Ghisi, Las Tres Parcas, 1558-1559, dibujo. Estas tres hermanas con las tres edades de la mujer parecen estar en un ambiente distendido mientras tejen, miden y cortan los hilos. Fig. 10. Jacob Matham, Las Tres Parcas, 1587, grabado. Siendo jóvenes y estando desnudas y musculadas, las Parcas ejercen cada una su función. Fig. 12. Bernardo Strozzi, Las Tres Parcas, 1664. Dentro de la vejez de las tres, Morta (abajo a la derecha) parece mucho más decrépita que sus hermanas, sobre todo si se la compara con Nona (izquierda). Fig. 11. Pedro Pablo Rubens, El Destino de Maria de Médici, 1622-1625, óleo sobre tabla (detalle). Primera obra del ciclo sobre la vida de María de Médicis. Al contrario que en la mayoría de imágenes, las tijeras, símbolo de muerte, no aparecen, por lo que las Parcas están representadas en el nacimiento de ella y se elimina su carácter perverso. El hecho de que Júpiter aparezca sobre ellas, demuestra que ha interrumpido la acción de las Parcas, quizá influido por el cariño de Juno a su lado, para que María de Médicis tenga una larga vida o una relativa inmortalidad. Fig. 13. Pieter Thijs, El Tiempo y las Tres Parcas, ca. 1665, óleo sobre lienzo. Thijs muestra la absoluta relación que tienen ambas alegorías: el tiempo y el destino. A la izquierda se encuentra Cloro, desenrollando el hlo del huso. En el centro, Láquesis da la espalda al espectador, recoge el hilo desenredado y se lo pasa a Átropo que, armada con sus tijeras, es la única que mira al espectador, consciente de su destino. Fig. 14. Luca Giordano, La cueva de la eternidad, 1682-1685 (detalle). Quizá por error del artista o por sus preferencias, ha retratado a Átropo como doncella, mientras Cloto, sosteniendo el huso aparenta mucha más edad. Fig. 15. Johann Gottfried Schadow, Las Tres Moiras, 1788, relieve en la tumba de Alexander von der Mark. De izquierda a derecha: Cloto, cual doncella y sosteniendo el huso; Átropo, decrépita y débil; y Láquesis, sosteniendo un volumen abierto mientras lee con túnica y manto sobre la cabeza, revelando que se trata de una mujer adulta. Fig. 16. Francisco de Goya, Las Parcas (Átropos), 1819-1823, técnica mixta sobre revestimiento mural en la casa la Quinta del Sordo trasladado a lienzo (detalle). Como tres viejas, Goya hace su reinterpretación del mito, así a la izquierda se encuentra Nona que, en vez de sujetar el huso, sujeta un bebé como alegoría de la vida; Láquesis se mira en un espejo, lo que representaría el paso del tiempo; y Morta, de espaldas ya que a la Muerte no puede mirarse, sostiene las tijeras. La figura central que mira directamente al espectador, se trata de un hombre que está maniatado, seguramente sea la vida que no puede escapar de ellas. Fig. 17. Paul Thumann, Los Tres Destinos, ca. 1880, óleo sobre lienzo. Con un aspecto muy diferenciado, Átropo de anciana mira al espectador con semblante sombrío sosteniendo las tijeras. Cloto permanece de pie como una joven doncella rubia y semidesnuda con el huso en el brazo. Y Láquesis sostiene el hilo junto con elementos botánicos. Su apariencia de mujer adulta, castaña y las plantas llevan a asociarla con el aspecto de Deméter, la madre, en contraposición con Cloto que sería la joven doncella Perséfone. Fig. 18. John Melhuish Strudwick, El Hilo Dorado, 1885, óleo sobre lienzo (detalle). Cloto y Láquesis en los extremos trabajan con el hilo, mientras Átropo, de aspecto más anciana, espera su turno en el centro. Todas visten túnicas oscuras. Como se pudo apreciar en el análisis de Perséfone y ahora con algunas obras de las Moiras, los artistas remarcan la edad de la mujer retratada en base a sus atuendos y el color del cabello. Mientras que el tono rubio era el considerado el más bello y fue el más deseable tanto por hombres como mujeres, los artistas lo reservaban para imágenes de mujeres jóvenes, buenas y virginales que, a su vez, también visten con pequeños paños o directamente aparecen desnudas, lo que resulta aún más atractivo. Para el rol de mujer adulta, madre o matrona, se reservan tonalidades de cabello más oscuras, normalmente castañas, y las ropas tapan su cuerpo por casi por entero, a veces incluso por completo, por lo que suelen ser mucho más sobrios (Bornay, 1994). La iconografía de la Virgen María aúna precisamente estos dos grupos: por una parte siempre se mantuvo virgen y pura, era el modelo perfecto e inalcanzable de mujer, por lo que casi siempre es representada con el cabello rubio, en caso de que se le viera. Pero, a su vez, vestía como el rol de mujer adulta, por su carácter de Madre de Dios. Tanto por el ejemplo que debía dar a todas las mujeres y el respeto que se sentía hacia su figura, era obligatorio hacerla atractiva y carismática (rubia) pero honorable y distinguida (túnicas y mantos). Fig. 19. Alfred Agache, Las Parcas, ca. 1885. Siendo ancianas, las hermanas tejen: Nona observa con detenimiento el hilo, Láquesis enrolla el hilo, y Morta dormita con las tijeras en la mano. Fig. 20. H. Siddons Mowbray, Destino, 1896, óleo sobre lienzo. Mientras que Átropo es fácilmente reconocible a la izquierda al sostener las tijeras, no queda claro la identidad de las demás figuras; siendo además cuatro mujeres y una quinta de aspecto imponente a la derecha de la que manan todos los hilos, pudiendo ser el telar en sí o Cloto. Fig. 21. Camille Claudel, Cloto, 1893, yeso. Inusual y original la elección de la artista de representar solo a una de las Moiras. Cloto se muestra como una anciana decrépita, delgada, con las facciones afiladas y sin pelo envuelta en las redes que ella misma ha tejido. Se trata de una obra muy dramática, llena de dolor y que transmite soledad, ya que es irremediable preguntarse dónde se encuentran sus hermanas. Fig. 22. Odilon Redon, Las Tres Parcas, 1900, óleo sobre tabla. El artista muestra a Nona dando la espalda al espectador, mientras sus hermanas, una con la piel oscura, miran por encima de sus hombros. A pesar de que Redon es francés, las viste con trajes de Oriente Medio o africanos. Shakespeare reelaboró el mito de las Moiras en sus Hermanas Fatídicas de Macbeth, de principios del siglo XVII. A mitad de camino entre las Moiras y las brujas a las órdenes de Hécate, el escritor resaltó su carácter perverso al hacerlas afines a las fuerzas sobrenaturales desconocidas para el hombre, como la adivinación, lo que causa pavor y recelo ante ellas, y, a su vez, las convierte en personajes ambiguos. Esto se ve subrayado por la desvinculación de la divinidad con la mujer por parte del cristianismo, que pasó a pertenecer solo a los hombres, ya no solo en sus mitos, sino en las figuras que tienen permitido oficiar los cultos y los ritos. Relegaron la relación de la mujer con la divinidad solo en casos de brujería o, con otras palabras, en casos de demonología, por lo que convierte a aquellas con posesión o conocimiento de fuerzas sobrenaturales en seres abyectos (Beteta Martín, 2016, pp. 261 y 262). Al igual que el perfil de la mayoría de las víctimas por brujería (mujeres viejas, pobres, que viven aisladas, etc.) se ha representado este trío en multitud de ocasiones iconográficamente (fig. 23). Las Hermanas Fatídicas inspiraron el trío homónimo en la serie Las escalofriantes aventuras de Sabrina de Netflix, donde las tres brujas son personajes ambiguos que siempre se mantienen en la fina línea entre ser antagonistas de Sabrina o sus aliadas, aunque, en este caso, están interpretadas por tres actrices jóvenes multiraciales (fig. 24). Fig. 23. Johann H. Füssli, Las Tres Brujas, 1783, óleo. Fig. 24. Las Hermanas Fatídicas (de izquierda a derecha): Dorcas (Abigail F. Cowen), Prudence (Tati Gabrielle) y Agatha (Adeline Rudolph), en Las escalofriantes aventuras de Sabrina, Netflix, 2018. Las Nornas, proveniente del nórdico antiguo norn o el plural nornir, son dísir o espíritus femeninos de la mitología nórdica relacionados con la muerte, donde las más conocidas eran tres y tenían una labor similar a las Moiras y Parcas. Aparecen en la Edda poética, un conjunto de poemas datado entre los siglo X y XIII, aunque se conjetura que las historias que cuentan son mucho más antiguas y se llevaban transmitiendo por tradición oral desde varios siglos antes. Sus nombres eran Urð, “lo que ha ocurrido”, era más vieja que el tiempo y la que presentaba mayor autoridad de las tres; Verðandi, “lo que está ocurriendo”, joven y hermosa; y Skuld, “lo que es necesario que ocurra”, una mujer anciana o adulta. En otras palabras: representaban el pasado, el presente y el futuro. Algunos mitólogos han argumentado que el término dísir puede ser la forma primitiva de referirse a las Valquirias (Näsström, 1995; Ström, 1954). Esta es una teoría con bastante sustento pues, Skuld también era considerada una Valquiria. Fig. 25. Johan Ludwig Lund, Las Nornas de la Mitología Nórdica, ca. 1844. Verdandi aparece alada (algo atípico) y sus nombres están escritos con runas debajo de cada una de ellas. Hay similitudes con los atributos grecolatinos como la balanza, el rótulo para escribir los destinos o la vara. Las Nornas moraban en Asgard, junto al pozo o la fuente de Urdar y dos cisnes, en una de las tres raíces del árbol Yggdrasil, el árbol que sostiene los nueve reinos que conforman el universo y que ni siquiera con la llegada del Ragnarök, el Apocalipsis nórdico, se quebraría, pues es eterno. Todas las acciones que se cometieran en los reinos, fueran buenas o malas, caerían en el pozo para mezclarse con el manantial que siempre está en continuo movimiento. Todos los días, las Nornas recogían agua del pozo y regaban el Yggdrasil, de esa manera, las acciones del pasado influían sobre el futuro. Regando el árbol también procuraban su regeneración y lo mantenían vivo, pues era roído y mordisqueado a diario por otras criaturas, como un dragón o serpientes, que querían derribarlo (Arries, 2020, pp. 69-70). Cuando no regaban el fresno, tejían tapices que establecían los destinos de los mortales, pero eran sumamente complicados de entender. Por eso la vida humana es tan compleja. Su leyenda decía que si acababan de tejer un tapiz, los mortales vivirían en paz el resto de su existencia, pero Skuld solía enfadarse y, en sus arrebatos de ira, destruía los tapices hasta volverlos simplemente hilos (Bartlett, 2017, pp. 134-136). Su cometido, pues, era exactamente el mismo que sus análogas grecolatinas, con la diferencia de que el hilo base que utilizaban para tejer era de color blanco y lo trenzaban con hebras doradas y negras; donde los hilos dorados representaban los momentos felices, y los negros, los periodos malos de la vida. Fig. 26. L. B. Hansen, La Nornas tejen su tapiz en las raíces de Yggdrasil, grabado en la edición de 1893 de la Edda poética escrita por Fredil Sander. Las Nornas aparecen tejiendo a orillas del manantial con la pareja de cisnes. Llevan un recipiente para coger agua, un huso con los hilos y un escudo. Fig. 27. Alois Delug, Las Nornas, 1895, óleo sobre lienzo. Verðandi a la derecha, la más joven, rubia y delicada; Skuld en el centro, castaña, sosteniendo el hilo por encima de ellas; y Urð, anciana y dormida a la izquierda. Las tres están a orillas del manantial junto al Yggdrasil. Al igual que todas las demás tríadas, en la mitología báltica, existen las Laimas, llamadas Dēkla, Kārta y Laima, hermanas y diosas del destino. Se recogen bajo el nombre de una de ellas porque se consideraban tres aspectos diferentes dentro de una misma diosa. Dēkla está presente en los alumbramientos y es guía y protectora de los niños, y Kārta, con su magia, rige la vida adulta. A pesar de ser similares, Laima era la más conocida, la que tenía la decisión final en el destino de los mortales y es considerada la patrona de las madre y las mujeres embarazadas (Bojtár, 1999). De esta manera las Laimas estaban vinculadas con los nacimientos, los matrimonios y los fallecimientos, por lo tanto, con los ciclos de vida y muerte. Existen más divinidades femeninas en otras mitologías que también son tejedoras y ctónicas como la ambigua diosa eslava Mokoš, diosa de la fertilidad con una faceta aterradora que hilaba las vidas de todas sus creaciones; las celtíberas Matres, triple diosa de la fecundidad y la maternidad que puede transformarse de anciana a mujer joven y fértil a placer; o Mari, diosa madre de la mitología vasca, terrible y estricta a la vez que bondadosa y compasiva, trenzaba sus hilos de oro con el destino de su pueblo en sus bobinas hechas con cuernos de un carnero47 (Hodges, 2020, p. 185). Dentro de la cultura popular, estas tríadas se han manifestado de varias maneras. 47 La leyenda cuenta que si alguna vez alguien se pierde entre las montañas y montes del País Vasco, no tendrá más que pronunciar el nombre de la diosa tres veces en voz alta y ella se posará sobre su cabeza para revelar el camino de vuelta. En la literatura, son mencionadas en la saga Percy Jackson y los dioses del Olimpo, de Rick Riordan, publicada a partir de 2005, manteniendo completamente su rol mitológico. El primer encuentro con ella sucede cuando el protagonista las ve sentadas en mecedoras delante de un puesto de frutas. Mientras que las de los extremos están tejiendo cada una de ellas un calcetín con hilo azul, la del centro sostenía el hilo entre sus manos. Las describe como tres mujeres muy ancianas y huesudas, con sus cabellos canos recogidos con un pañuelo blanco. Mientras miraban fijamente a Percy, la Moira del medio saca unas tijeras y corta el hilo de una manera limpia y tajante, cuyo sonido resuena por todos lados. Tras esto, recogen sus madejas y se marchan, dejando a Percy y a su acompañante con la sensación de que acaban de cortar su hilo y que moriría pronto. Al final de la saga vuelven a aparecer para llevarse el cadáver de Luke, el semidiós antagonista de Percy. Una de las Moiras mira a Percy a los ojos haciendo que este vea toda su vida en un instante, luego le muestra el hilo azul cortado y le dice: “Ya está hecho”. En ese momento el protagonista comprende que el hilo que las vio cortar era en realidad el de Luke y que nada ni nadie, ni siquiera las criaturas divinas o semidivinas, pueden escapar de ellas y su destino. También aparecieron en la batalla contra los Gigantes, mientras golpeaban brutalmente al gigante Toante con bastones de bronce. La agresividad demostrada por las Moiras hizo que Percy se replantase la concepción y opinión que tenía sobre ellas. En el cine un caso muy llamativo es el de la película de animación Hércules de Walt Disney (1997), en la que aparecen las tres Moiras; sin embargo, los creadores decidieron fusionar la figura de las Moiras con la de las Grayas. El resultado es un trío de lo más peculiar, todas son ancianas (y bastante desagradables), vestidas con túnicas negras con capucha y rasgos muy exagerados que beben del estereotipo brujesco. Moran en el Inframundo y hacen su primera aparición junto al dios Hades, villano y antagonista de la película. Lo primero que se muestra de ellas es que, efectivamente, se dedican a ir cortando con unas tijeras los hilos de la vida y llevan un marcador con cada alma que entra en el Inframundo. Pero tienen un único ojo, como las Grayas, que se pelean constantemente por él. Gracias a ese ojo, también tienen dotes adivinatorias, como las Hermana Fatídicas de Shakespeare, y profetizan a Hades que la única manera que tiene para hacerse con el control del Monte Olimpo y derrocar a su hermano Zeus es eliminando a Hércules, porque si él lucha a favor de su padre, jamás ganará. Quizá por esas dotes adivinatorias o porque pasan toda su existencia juntas, demuestran ser tres mujeres con unos altos conocimientos y sabiduría sobre todo lo que ha pasado, está pasando y pasará; llegando a acabarse las frases unas a otras como si de un solo ser se tratara. Cloto tiene la piel verde y puede decirse que está enamorada de Hades, tiene el carácter más infantil de todas las hermanas y accede a contarle la profecía al dios de los muertos debido a los halagos que él la profesa; es quien enrolla los hilos. Láquesis es azul, en un momento determinado le sale una araña por la nariz que sorbe para que regrese dentro, es la más irascible, obstinada y alta de las tres, no le gusta Hades y siempre es la que sostiene los hilos. Átropo tiene la piel morada, es la Moira de menor estatura, ciclopiana y es la única que tiene dientes; cuando vaticinan la profecía a Hades, ella se encarga de contar la peor parte y corta los hilos (fig. 28). Más adelante vuelven a aparecer mientras siguen cortando hilos pero, cuando van a cortar el de Hércules, su hilo se vuelve dorado, brillante e irrompible demostrando que en verdad es un dios inmortal y que está por encima de sus designios. Ellas se sorprenden y no comprenden qué ocurre, algo que se contradice con la presentación de su personaje al principio de la película donde aseguran saberlo todo. Una segunda lectura puede ser que, en realidad, uno puede cambiar su destino. Este hecho difiere con el mito, ya que demuestra que no establecen los destinos desde el nacimiento de las personas, sino que solo se encargan de acabar con sus vidas cuando les llega su hora, sin hacer preguntas e indiferentes ante quien sea. En general son unos personajes bastante ambiguos pues por su aspecto, la sensación que dan de disfrutar con su trabajo y su relación con Hades parecen también antagonistas, pero, como en la mitología, son unas divinidades que están por encima de las acciones de los dioses y mortales, simplemente se limitan a hacer su labor, tan antigua como el tiempo, tan antigua como ellas. Fig. 28. Las Moiras en Hércules, Ron Clements y Kohn Musker, Walt Disney, 1997. De izquierda a derecha: Láquesis sosteniendo el hilo, Átropo preparada con sus tijeras y Cloto mirando la escena con los hilos enrollados en sus dedos. Dentro de los cómics, aparecen en DC en dos historias: en Arak: Son of Thunder #14 de 1982, donde su aspecto es monstruoso, llegando a no tener rostro, lo que las impersonaliza ante los destinos que tejen. Aun así se muestran como unas devoradoras de recuerdos que sacan de la cabeza para aliviar a la persona (fig. 29). En Wonder Woman Earth One #1 de 2016, fueron testigos del juicio contra Diana por el delito de proteger a Steve Trevor cuando se estrelló contra la isla de las Amazonas. Representan las tres edades de la mujer y tejen con hilos dorados. Se presentan como mujeres seguras y fuertes de sí mismas, respetables y que mantienen el orden fijando los destinos y asegurándose de que se cumplen las leyes. En esta versión seguramente sean hijas de Temis, personificación de la ley y la justicia, figura que da nombre a su isla: Themyscira (fig. 30). Fig. 29. Arak: Son of Thunder #14, Roy Thomas, 1982. Fig. 30. Las Moiras en Wonder Woman Earth One #1, DC Cómics, 2016. En el mundo de los videojuegos aparecen en trece juegos de la saga Megami Tensei48 como demonios tipo arcanas de la fortuna o femene race (grupo que engloba personajes femeninos asociados con el mal, la guerra o la muerte). Su aspecto son el de tres mujeres jóvenes, sus ojos no tienen pupila y van descalzas. La que aparenta menos edad se trata de Cloto sosteniendo el huso, mientras que la más siniestra es Átropo, con el rostro velado y sujetando las tijeras (fig. 31). En el videojuego God of War II son las antagonistas principales, tienen el poder cambiar el destino y el cabello largo y blanco. Cloto es la más grande (mide 15 metros) y repugnante: tiene muchos brazos, varios pares de pechos y se asemeja a un gusano de seda, pues teje la vida. Láquesis “embellece” los hilos, tiene aspecto de sacerdotisa alada y va con un pecho al descubierto. Mientras que Átropo es la encargada de cortar los hilos con las garras de sus manos, es la más oscura y viste con una armadura (fig. 32). Fig. 31. Las Moiras en Shin Megami Tensei III: Nocturne, Atlus, 2003, Japón. Fig. 32. Las Moiras en God of War II, SCE Santa Monica, 2007, EEUU. 48 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. En el videojuego Assassin’s Creed: Valhalla de 2020, aparecen las Nornas bajo los mismos preceptos mitológicos: aquellas encargadas de presidir el destino de los dioses y los mortales. Tienen varias apariciones, la mayoría son mientras cada una está tejiendo en un telar diferente. Aunque en la imagen aparezcan dos con túnicas oscuras, suelen ser las tres con túnicas blancas, encapuchadas y con abalorios hechos con ramas secas, guiño al Yggdrasil (fig. 33). Fig. 33. Las Nornas en el videojuego Assassin’s Creed: Valhalla, Ubisoft Montreal, 2020, Canadá. Aquí estás, en mi frío reino Tú eres mi invitado de honor En el banquete de los muertos Tu alma nunca descansará Aquí la enfermedad es tu cama Aquí la ruina es tu derrumbamiento Aquí tú siempre morarás Te doy la bienvenida al... Infierno. Versos traducidos de la canción Hel de la banda Amon Amarth, álbum Deceiver of the Gods, 2013. Hela o Hel es la diosa nórdica de los muertos, hija del dios Loki, gran timador y mentiroso, y la gigante de Jötunheim, Angrboda, y hermana de Fénrir, el lobo, y Jörmungandr, la serpiente gigante que rodea todo Midgard, el hogar de los humanos, según el capítulo 34 del libro Gylfaginning de la Edda prosaica o Edda menor, publicada en el siglo XIII por el compilador Snorri Stúrluson. Regía Helheim, uno de los nueve reinos que sostenía el árbol Yggdrasil pues estaba cerca de una de sus raíces, que se encontraba en la parte más profunda, oscura, fanganosa y gélida por debajo de Niflheim. Según la interpretación que se haga, Helheim y Niflheim eran dos reinos independientes pero unidos por Gjallarbrú, un puente con los techos en oro que cruzaba el río Gjöll, que separaba ambos reinos (Limited, 2018, p. 137). En otros se entiende que Hela fue desterrada a Niflheim y que allí creó su reino llamado Helheim, por lo que el primero incluiría al segundo. Ambas interpretaciones pueden darse incluso a la vez, pues al aparecer la diosa y dominar su propio territorio, este se volvió independiente de Niflheim. El camino empedrado para llegar hasta su reino se llamaba Hel-way y era extremadamente largo, siempre hacia el norte y siempre descendiendo en la tierra. En las Eddas se usa la expresión “ir a Hel” para referirse a ir a la muerte o al reino de los muertos indistintamente; por lo que la mitología nórdica, como la griega o la finlandesa49, asumió el nombre del gobernante 49 En la mitología finlandesa Tuonetar es la diosa de la muerte, la oscuridad y la no existencia. Su consorte es Tuoni, señor de la muerte, y ambos gobernaban el inframundo llamado Tuonela. Cuando las almas llegan a su territorio, son hospitalarios con ellos ofreciéndoles comida y la cerveza del olvido, que hacía que no recordaran su propia existencia, pero todos los alimentos estaban plagados de alimañas como ranas, víboras, gusanos, serpientes venenosas, etc. Tienen varios hijos, entre los que se encuentra Loviatar, la deidad de las enfermedades y las plagas, por lo que también es una diosa de la muerte. Es descrita como la peor de todos para designar también el lugar. De su nombre deriva la palabra “infierno” en las lenguas anglosajonas y germánicas: hell en inglés; Hölle en alemán; helvede en danés; helvetti en finés; hel en holandés, frisio y afrikáans (lengua que se habla en África que deriva del neerlandés), helvíti en islandés; ellē en letón; o helvete en noruego y sueco. El motivo de su destierro no fue más que un augurio de las Nornas, que advirtieron a Odín que la progenie de Loki solo traerían desgracias al mundo. Los nórdicos tenían un complejo sistema de reparto cuando las personas morían que variaban según el sexo, el lugar de fallecimiento, el modo en que ha muerto y las acciones que se han hecho en vida. Así, Hela recibía en Helheim a aquellas y aquellos que habían fallecido por vejez o enfermedad, aunque se sabe de personajes que no murieron por esas circunstancias y acabaron en su reino, por lo que se puede deducir que a ella llegan los muertos sin honor en tierra firme (los fallecidos en el mar pertenecían a la diosa marina Ran), por lo tanto, era el destino menos deseable por los nórdicos. En verdad, el reino de Hela no estaba concebido como un lugar de tortura y deshonor eterno como el infierno de Dante, sino como un sitio de descanso para aquellas personas que habían encontrado la muerte bajo unas condiciones muy concretas. De esta manera, Hela simplemente cuida y guarda a los fallecidos para guardar los ciclos de vida y muerte, para mantener el orden natural, sin ningún tipo de maldad, por lo que el carácter abyecto se le debió imponer, seguramente, por el cristianismo en su afán de incluir las religiones paganas en la suya propia (Hodges, 2020, p. 89). Tenía un perro de aspecto sangriento y terrible llamado Garmr que custodiaba las puertas de Helheim, al igual que el can Cerbero lo hacía en el Hades. En la Edda prosaica, Snorri expone así su reino: Extensos son sus dominios, y tiene una cerca muy alta y de grandes verjas. Su mansión se llama La Aguanosa, Hambre su plato, Penuria su cuchillo, Remolón su criado y Remolona la sierva, Tropezón el umbral de su entrada, Moridero su lecho y la Brillante Infortunio el cortinaje de su cama. (Stúrluson, ca. 1220/2016, 33). Se la describe como una mujer de aspecto feroz, con “una cara lúgubre y maligna” (Stúrluson, ca. 1220/2016). De cintura para arriba era hermosa y joven de tonos claros, mientras que su tren inferior era el de un cadáver de tonos oscuros en estado de descomposición que emitía un olor nauseabundo y estaba envuelto entre tinieblas. A veces, también se divide su cuerpo por la mitad longitudinal, por lo que tendría toda una mitad de la cara, torso, un brazo y una pierna como un cadáver y el otro vivo y lozano. Uno de los pocos mitos en los que Hela aparece es en la muerte de Baldr recogido en las Edda prosaica. Odín desciende a su reino para preguntarle cómo moriría su segundo hijo, Baldr, dios de la luz, el perdón y la paz, y fue recibido por Garmr con el pecho ensangrentando y rabioso. Hela, que fue despertada por Odín, se lo profetizó con palabras incomprensibles. Finalmente, Baldr halló la muerte a manos de Loki, que quería vengarse de Odín por haber desterrado a todos sus hijos. Hermóðr, hermano de Baldr y equivalente a Hermes como mensajero de los dioses y el más rápido de todos ellos, descendió a Helheim montado en Sleipnir, su caballo de ocho patas, para pedirle a su reina que devolviera la vida a su hermano. Hela respondió que solo lo haría si todos los seres vivos demostraban cuánto amaban a su dios llorando su muerte. Así se hizo, pero Loki, los hijos de los soberanos de Tuonela: vieja, ciega y fea; tuvo nueve hijos que, como Nix, representaban las enfermedades: el Cólico, la Pleuresía, la Fiebre, la Úlcera, la Peste, la Tisis, la Gota, la Esterilidad y el Cáncer. El noveno hijo era tan terrible que no llevaba ni nombre y fue desterrado por su propia madre por encarnar la peor plaga que asolaba a los mortales imbuyéndolos de envidia y discordia (como Eris) (Bartlett, 2017, p. 139; Klauser, 2015, p. 252; Monaghan, 2014, p. 218; Russell & Turner, 2013, p. 295) . disfrazado de una bruja llamada Tok, no lloró, lo que sentenció a Baldr en Helheim hasta el día del Ragnarök (Stúrluson, ca. 1220/2016). Estaba escrito, además, que el día en que llegara el Ragnarök, Hela reuniría a su ejército formado por los innumerables muertos y lucharía al lado de su padre, Loki. Fig. 1. Ilustración en un manuscrito de la Edda prosaica del siglo XVIII. Se muestra a Hermóðr sobre su caballo Sleipnir a la izquierda. Baldr se encuentra arriba mientras que Hela abajo a la derecha junto con su plato “Hambre” y el cuchillo “Penuria”. Hela tiene un aspecto bastante varonil, está azulada y viste con una túnica y manto que le cubren la cabeza. Fig. 2. Carl Emil Soepler, Heimdall solicita el regreso de Iðunn del Inframundo, 1881. Iðunn era la diosa de la juventud, la que evitaba el envejecimiento a los dioses dándoles manzanas. En un mito alternativo de ella se decía que acabó en el inframundo, trayendo la senectud a los dioses al abandonar Asgard, por lo que tuvieron que suplicarle a Hela que la permitiera volver. Hela está sentada entre las sombras, pisando una calavera y con una serpiente enroscada en su brazo. Fig. 3. Carl Ehrenberg, Hel y el perro guardián Garmr, 1882. Hela es una mujer mayor desnuda, con los pechos caídos, que mira con desagrado seguramente a Odín, pues su perro también está ladrando en la misma dirección. Fig. 4. Johannes Gehrts, Hel, 1889, xilografía. Hela y Garmr están en lo alto de un acantilado, junto a su plato “Hambre” y el cuchillo “Penuria”. Una serpiente repta entre las raíces y los muertos se agolpan a un lado. Fig. 5. Emil Doepler, La progenie de Loki, 1905. Hela, a la izquierda, se sienta en un trono iluminado desde atrás como si de llamas se tratara. A su lado su guardián Garmr asoma la cabeza, y a sus pies reptan unas pequeñas serpientes, dando a entender que su tren inferior, tapado por el vestido oscuro, se encuentra su cuerpo putrefacto. Sostiene una vara a modo de cetro lo que la dignifica como soberana y su pelo oscuro cae suelto. Fig. 6. John Charles Dollman, Hermóðr ante Hel, 1909. Hela, vieja, fea y malhumorada, con el pelo lacio y sentada en su austero trono, se encuentra flanqueada por los muertos. Ante ella, unos insignificantes Hermóðr y Sleipner se postran ante ella. Fig. 7. Willy Pogany, Los hijos de Loki, 1920. La serpiente Jörmungandr, el lobo Fenrir y, tras ellos, Hela es retratada como una mujer vieja, demacrada y esquelética. Su escaso pelo cae desordenado por su espalda encorvada y por delante de su cuerpo. Viste con un vestido largo y sin más adornos que un cinturón. Fig. 8. Howard David Johnson, Hermóðr ante Hel, 2013, óleo sobre lienzo. En esta imagen inspirada en la ilustración de Dollman, mucho más actual e influida por el estilo prerrafaelita, Hela es una reina joven e imponente que está flanqueada por todo un séquito de muertos vivientes, mientras ella está descalza, sentada en un trono tallado y portando un cetro. Tanto en el trono como en el cetro aparecen esvásticas, en las mitologías germanas es un símbolo de poder. Tiene dos largas trenzas rubias y una corona laureada. Su traje es sobrio, con motivos de Helheim, como su perro Garmr. Sujeta la misiva con la petición de Odín y Frigg que Hermóðr, inclinado antes ella al lado de Sleipner, le acaba de hacer entrega. Hela no ha sido un personaje muy recurrente en la cultura popular actual, solo ha tenido apariciones puntuales en muy pocos espacios y sin relevancia (con alguna excepción). En la literatura, al igual que la saga de Percy Jackson y los dioses del Olimpo de Rick Riordan, el escritor también creó otra colección bajo la temática de la mitología nórdica con otros protagonistas, llamada Magnus Chase y los dioses de Asgard, cuyo inicio de publicaciones comenzó en 2015. Hel es la diosa que custodia a los muertos y se plantea como una antagonista puntual de la historia. Tiene un encuentro con el protagonista en uno de los libros donde le propone un trato para reencontrarse con su madre en Helheim, para aceptarlo solo tiene que dejar caer lágrimas por su rostro (como la diosa le pidió a Odín que lloraran la muerte de Baldr), pero Magnus lo rechaza y la amenaza con partirla en dos si vuelve a cruzarse con ella. Hel se transforma en nieve y desaparece tras el encuentro. Más adelante, la diosa abre un agujero en el suelo que se traga a Magnus y sus compañeros y los lleva a su reino Helheim. Allí les atormenta con las voces de los miembros de su familia fallecidos. Sus poderes constan del manejo del frío y el hielo, extensión de su reino gélido; de la nigromancia controlando a sus súbditos, los muertos; y al igual que su padre Loki y sus hermanos, puede manipular fácilmente a las personas con sus palabras. Su apariencia está divida en dos longitudinalmente, mientras que su lado izquierdo es descrito arrebatadoramente bello, con el aspecto de una mujer de veinticinco años, de cabellos oscuro, piel pálida y que viste con capa de armiño que ondea al viento; su lado derecho estaba salido de una pesadilla, tiene la piel putrefacta y marchita, los labios finos que cubren unos dientes podridos, su ojo es lechoso y los pocos mechones de cabello que le quedan cuelgan secos y sin vida (Riordan, 2015, pp. 391-396). En el mundo de los cómics, es conocido el personaje de Hela en la franquicia de Marvel Cómics, cuya primera aparición fue en Journey into Mystery #102, de 1964, creada por Stan Lee y Jack Kirby. Sigue la estela directa de Hela en la mitología, siendo la diosa de la muerte y reina de Helheim. Odín la desterró a Nifeheim cuando las Nornas advirtieron que sería un gran peligro para los asgardianos. En todas las tramas que aparece suele ser la antagonista de los héroes, en especial de Thor. Es un personaje con múltiples adaptaciones a seres de animación, videojuegos de la saga y en el cine, siendo la más conocida su aparición en el Universo Cinematográfico de Marvel, donde se hizo eco de este personaje y la convirtieron en la villana de la tercera entrega de Thor. Ragnarok, dirigida por Taika Waititi en 2017, e interpretada por la actriz Cate Blanchett. En esta versión es la primogénita de Odín que nació mucho antes que Thor. En ese tiempo Odín no era el rey justo y benévolo que se muestran en las películas, sino un conquistador y violento soberano del que Hela era su verdugo, su mano derecha en la batalla. Odín se cansó de ese modo de vida y se conformó con la conquista de los nueve reinos, pero a Hela le pareció insuficiente. Ante la posible sublevación de ella, Odín la desterró al mundo de los muertos, con la condición de que no podría regresar hasta que él muriera, y así sucede tras la muerte del rey. Hela, con un poder muy superior al de todos los dioses asgardianos, planea gobernar Asgard, formar un enorme ejército de muertos vivientes y seguir conquistando el cosmos a lomos de su montura el lobo Fenrir, tal y como quiso hacer en su momento. Thor y Loki (que en esta versión son hermanastros y se han aliado) descubren que Hela toma su poder de Asgard y que jamás la podrán vencer bajo esas circunstancias. Así que inician un plan de evacuación de su reino y liberan a Surtur, el demonio de fuego que desatará el Ragnarok, destruirá Asgard con él y acabará con Hela. Su carácter es, pues, ambicioso, asertivo, frío, belicoso y con un ligero sarcasmo, está muy segura de sí misma y tiene sus objetivos claros. Como en los cómics, demuestra ser una rival formidable y poderosa. El diseño de vestuario está tomado del mismo personaje en el cómic Thor: God of Thunder de Jason Aaron (fig. 9). Su atuendo es un ajustado traje negro con adornos en verde y capa larga, que deja sus hombros al descubierto. Tiene los ojos maquillados con un ahumado descuidado en negro, lo que le aporta intensidad a la mirada y demacración, siendo lo primero en lo que el espectador se fija de su rostro. Su cabello es largo y negro, aunque es capaz de hacer aparecer a placer un casco con cuernos que esconde toda la cabellera; este accesorio se ha vuelto el rasgo inconfundible del vestuario del personaje (fig. 10). Fig. 9. Hela en Thor: God of Thunder, Jason Aaron, Marvel Cómics, 2013. Diseño que inspiró el traje de la película. Fig. 10. Hela interpretada por Cate Blanchett en el film Thor: Ragnarok, Tati Waititi, Universo Cinematográfico de Marvel, 2017. En DC Cómics aparece en el universo Nueva Tierra en Sandman Presents: The Thessaliad #1 de 2002, como Hel, la diosa de la muerte asgardiana. Tiene el cabello negro y su ropa y maquillaje son en tonos morados (fig. 11), la combinación de estas dos tonalidades frías le aporta connotaciones mágicas y misteriosas al personaje (Heller, 2019, pp. 201-202). Un personaje alternativo de la compañía es en el que su nombre es el diminutivo de Helen Shepherd, villana de la Liga de la Justicia que, aunque no se la relacione directamente con la diosa, su aspecto trae a la memoria las valquirias wagnerianas con el cabello rubio, los ojos azules y su armadura y armas de estilo nórdico (fig. 12). Fig. 11. Hela en Sandman Presents: The thessaliad #1, DC Cómics, 2002. Fig. 12. Hel o Helen Shepherd en Justice League of America Vol.1 #80, Joe Kelly y Duncan Rouleau, DC Cómics, 2003. Hela se presenta en varios videojuegos. En Megami Tensei50 aparece en trece de los videojuegos de la saga como demonio tipo reaper race (encarnaciones de dioses de la muerte mitológicos) o arcana de la muerte en la saga Persona. Su aspecto es el de una mujer de largos cabellos blancos, piel negra, desnuda y con gran parte de su cuerpo cristalizado. A veces porta una gran hoz, atributo de la Parca, o está acompañada de una serpiente, la cual está inspirada en su hermano Jörmungandr (fig. 13). En Monster Strike51 en un avatar electo del juego de clase deidad con elemento de la oscuridad. Es rubia con el pelo largo recogido en dos coletas por coleteros de calaveras. Su traje oscuro tiene inspiración decimonónica, porta una gran guadaña y su magia es azul con calaveras (fig. 14). 50 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 51 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. Fig. 13. Hela en Shin Megami Tensei: NINE, Atlus, 2002, Japón. Fig. 14. Hela (Hel) en el videojuego Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. En MOBA Smite52 es la Diosa del Inframundo creada desde los inicios del juego. Bajo la creencia de que al nacer, la mitad de su rostro fue bañado por la luz y la otra mitad por la sombra, tiene dos imágenes y, por tanto, poderes: luz y oscuridad, viva y muerta. En su aspecto de luz es rubia con ojos sin pupila, dorados y brillantes. Va vestida de blanco y con ropajes de abrigo aunque está sexualizada pues tiene los pechos grandes y escote pronunciado. Sus poderes se basan en curar aliados (fig. ). Es su aspecto de oscuridad es morena, sus ojos sin pupila son azules y brillantes, va vestida de morado y plata mucho más sexualizada que su anterior versión y sus manos tienen forma de garra. Sus poderes se vuelven agresivos: dañan a los enemigos y no puede curar (fig. 15). Fig. 15. Hela en el videojuego Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. Antiguamente la gente creía que cuando alguien muere, un cuervo se lleva su alma a la tierra de los muertos. Pero a veces sucede algo tan horrible que junto con el alma, el cuervo se lleva su profunda tristeza y el alma no puede descansar. Y a veces, solo a veces, el cuervo puede traer de vuelta el alma para enmendar el mal. El Cuervo, film de Alex Proyas, 1994. 52 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Diosa irlandesa de la guerra y la fertilidad, hija de la diosa Ernmas, cuyo nombre seguramente derive del celta primitivo Moro-rīganī-s, que significaría “Reina Fantasma” o “Gran Reina” (R. Clark, 1990). Debido al sufijo –rigan, “reina”, Morrigan también es una diosa de la soberanía y el liderazgo. Azuzaba a los combatientes durante la batalla y favorecía la victoria de un bando u otro indistintamente durante un conflicto aterrorizando a quien le apetecía que perdiera. Forma parte de una trinidad femenina junto con Badb y Macha, las cuales se conciben como aspectos de la propia Morrigan, por lo que también se las denomina en su conjunto las Morrigans53. Se manifestaban en el plano físico bajo la forma de cuervos que se posaban en lugares elevados donde predecían la victoria o derrota en las guerras, para luego descender y saquear los cadáveres abandonados en el campo de batalla. Los cuervos eran considerados pues, animales de mal agüero debido a su negro y brillante plumaje, sus graznidos roncos y su necrofagia. Ella, junto con sus hermanas, han sido identificadas con las Moiras y las Nornas por ser trinidades que establecen los destinos de los mortales. A parte de ser diosas de la guerra, están identificadas con la muerte, los ciclos de renovación de la vida, la tierra, la fertilidad como consecuencia del amor y el deseo sexual. Pertenecían a los Tuatha Dé Danann, el pueblo de los dioses, que habitaron Irlanda antes que los humanos. A Badb suele presentarse en medio de la contienda como una mujer pelirroja y salvaje que confundía a los combatientes, o bajo la forma de cuervo prediciendo la muerte durante la batalla. También acompañaba a las almas en su viaje hacia el más allá. Macha era la arquetípica diosa de la fertilidad que poseía poderes, se la relacionaba con la riqueza, los cultivos, la familia, el poder femenino y la profecía. Su marido apostó una vez que ella estando embarazada podía ganar en una carrera a los caballos del rey Ulster. Y así fue, pero del esfuerzo por ganar, se le adelantó el parto de sus hijos gemelos y maldijo a los hombres de Ulster con que ellos mismos sufrirían los dolores del parto, incapacitándoles, cuando se presentase el momento de mayor necesidad antes de un combate. Esto ocurrió cuando robaron el ganado de Cooley, lo que obligó a luchar solo a Cú Chulainn, el héroe más conocido de la mitología irlandesa, en la batalla. Morrigan es la suprema de las tres, diosa muy vinculada a la fertilidad y la sexualidad, agur de la muerte inminente54 e identificada con la tierra. Sus favores estaban muy relacionados con su sexualidad, pues pasó a ser enemiga acérrima de Cú Chulainn después de que se le apareciera bajo la forma de una hermosa princesa ofreciendo sus favores sexuales, los cuales él rechaza (Bartlett, 2017, pp. 146-147). Durante su siguiente batalla, Morrigan se interpone en su camino bajo la forma de distintos animales (águila, lobo y vaquilla) para hacerle caer, pero Cú Chulainn la hiere y la sobrepasa en todas sus formas. Cuando el héroe sale victorioso de la batalla, Morrigan se le aparece ordeñando una vaca como una anciana con las heridas que él le había infringido durante sus transformaciones en animales. Ella le ofrece tres veces leche y, 53 A veces Morrigan es sustituida por Anu o Nemain. La primera era una diosa asociada con la fertilidad, siendo la que tendría el carácter más bondadoso de las tres, pues consolaba a los combatientes y recogía los cadáveres. Nemain es una diosa guerrera mucho más terrible. En cualquiera de los posibles casos, siempre se las denominaba las Morrigans (Hodges, 2020, p. 92). 54 Las banshees (bean shides, “mujer de las hadas”) también son auguradoras aterradoras de las muertes inminentes en la mitología celta, pero en un entorno familiar, pues rondaban la casa la noche antes del fallecimiento de un componente de la familia. Suelen representarse como doncellas pelirrojas y hermosas, vestidas de blanco o plata; como viejas horripilantes, vestidas con harapos, dientes pútridos y uñas largas; o como mujeres decapitadas y desnudas, que portan cuencos llenos de sangre (aunque esta última no es habitual). En las versiones que tiene cabeza, sus cabellos son largos y están sueltos, ondeando al viento; además, tienen los ojos rojos irritados por las lágrimas. Esos llantos, alaridos y lamentos agudos en un idioma ininteligible son los sonidos que producen para predecir la muerte. Las tres iconografías representan otro tipo de trinidad, como las Morrigan. El miedo que produce la banshee, a pesar de ser un espíritu benévolo que ha sido pervertido a lo largo de los siglos, no es más que una representación del temor y la censura al poder de la voz femenina (Cheers & Olds, 2016, p. 224; Hodges, 2020, pp. 127-129). con cada sorbo, él, sin querer, le va curando las heridas. Este es un ejemplo más de como la diosa puede favorecer y curar o maldecir y herir a los héroes a su antojo. Morrigan y Cú Chulainn vuelven a cruzarse cuando ella se le aparece como una mujer lavando una armadura manchada de sangre en un arroyo, signo de mal augurio. Cuando el héroe cae en batalla tiempo después, se ata con sus propias entrañas a un menhir para morir de pie y Morrigan, transformada en cuervo, se posa en su hombro (Cheers & Olds, 2016, p. 225; Hodges, 2020, pp. 91-92). Este relato aparece escrito en el Ciclo de Ulster, antología que recoge poemas de los siglos VII y VIII, compilados entre los siglos XII y XV, y que se supone que transcurrieron a lo largo del siglo I. Antes de estos poemas, ya había un texto en latín datado entre los siglos VIII y IX, que traducía la palabra “lamia” como “Lilit” y explicaba que se trataba de un monstruo femenino que es una morrigan (Hodges, 2020, p. 92). Morrigan fue amante del dios Dagda, el dios padre de los Tuatha Dé Danann. Se conocieron mientras ella se bañaba con un pie en cada ribera del río Unius de Connacht y, tras conversar, se unieron. El agua del río asume connotaciones sexuales y un simbolismo liminal ya que, aparte de ser un accidente geográfico que de por sí separa dos zonas, se considera una frontera entre el mundo de la superficie o el de los humanos y el mundo subterráneo o sobrenatural (Alberro, 2003, p. 88). Dagda pudo reinar durante casi un siglo gracias a su formidable físico y la ayuda de la diosa durante la batalla (Limited, 2018, p. 164). Por esta relación amorosa y la de Cú Chulainn (pues no se conocen más), muchos estudios tachan a Morrigan de promiscua, con las connotaciones denotativas que este adjetivo conlleva, y, en realidad era una diosa que no se ciñó a las estrictas leyes del matrimonio para las mujeres. Por ello, también se la relaciona con Morgana, la hechicera del ciclo artúrico, normalmente hermana de Arturo, que, según la versión, era benévola o malvada y estaba muy vinculada a su “libertinaje” sexual. Ambas son, pues, personajes ambivalentes que la tradición posterior cristiana ha envilecido. No existe una iconografía artística y visual de Morrigan coetánea a su época, pero sí que es un personaje que ha inspirado a numerosos artistas cuanto más se aproxima el tiempo actual. Fig. 1. Morrigan y sus hermanas bajo la forma de trinidad femenina, con atributos de muerte (cuervos y hoz) y brujería (caldero). Fig. 2. Desmond Kinney, moisaico del Muro del Taín en Dublín, 1974 (detalle). Morrigan sentencia la muerte de Cú Chulainn posándose bajo la forma de un cuervo sobre su hombro. Fig. 3. David Gaillet, Morrigan, 2012. Esta interpretación de la diosa la vuelve más animal que humana al hacerla híbrida con el cuervo. Sobrevuela desnuda y armada el campo de batalla azuzando a los soldados bajo ella. Fig. 4. Howard David Johnson, Morrigan, 2017. La diosa está retratada con aspecto guerrero celta, portando un hacha de guerra. Lleva dos largas trenzas pelirrojas y envía a sus cuerpos al campo de batalla. En televisión aparece en la serie de Hércules: Sus viajes legendarios en varios capítulos. Es una semidiosa y druida de la justicia, hija de Badb, que tuvo una relación el dios Kernunnos (basado en el dios cornudo celta) y tuvieron como hija a Bridgid (basada en la diosa celta de la sabiduría, la curación, la poesía y los animales). Kernunnos abusó de Morrigan alimentándola con su sangre, que tenía efectos narcóticos, haciéndola adicta a ella. Esto hacía que los poderes de Morrigan aumentaran para obligarla asesinar a la gente y a los druidas indiscriminadamente y, por si acaso ella se rebelaba, mantenía cautiva a su hija. Para conseguir salir de ese bucle infernal, Morrigan recurrió a Hércules que la sacó de él. A medida que pasaron tiempo juntos, se enamoraron y Morrigan le acompañó durante algún tiempo a sus viajes hasta que decidió volver a su tierra natal, aunque nunca se despidió de él. La serie de los 90 ha eliminado completamente el carácter guerrero y ctónico de la diosa, relegando su relación con los muertos a ser una asesina. Una mujer que estuvo dentro de una relación de maltrato absoluto y que necesitó de otro hombre para que la salvara, por lo que es un claro ejemplo del estereotipo de la doncella en apuros que, además, acaba perdidamente enamorada de su salvador. Fig. 4. Morrigan interpretada por Tamara Gorski, en Hércules: Sus viajes legendarios, creada por Christian Willians, 1995. Morrigan es una mujer joven extremadamente hermosa, con el cabello corto y pelirrojo, y unos penetrantes ojos verdes. Viste un traje con pantalones de tela y cuero, adornado con abalorios de metal. En algunos momentos, un cuervo se posa en su brazo. En DC Cómics Morrigan aparece en Wonder Woman: The Once and Future Story de 1998, donde es la reina de los dioses celtas y la diosa de la guerra y la muerte. Es inmortal y lucha fieramente aunque tiene vulnerabilidad al hierro (algo habitual en criaturas mágicas celtas como las hadas). Posee un par de alas de cuervo que le permiten volar y viste como una guerrera portando una enorme espada (fig. 5). También tiene otra aparición dentro de este universo, en el cómics Wonder Woman #605 de 2011. A diferencia del anterior, no es una única diosa, sino que son las Morrigan, trinidad de diosas formada por Anann, Bellona y Enyo, que sirven a la diosa Némesis. Son villanas y enemigas de Diana (Wonder Woman) y las Amazonas, aunque, evidentemente, son vencidas por estas. Todas son mujere jóvenes y atractivas, pelirrojas, aunque se diferencian en sus colores de piel y sus atuendos que, normalmente, están sexualizados (fig. 6). Fig. 6. Dos de las Morrigan en Wonder Woman #605, J. M. Straczynski y Phil hester, DC Cómics, 2011. Fig. 5. Morrigan en Wonder Woman: The Once and Future Story, Trina Robbins, DC Cómics, 1998. En Marvel Cómics tiene su primera aparición en Black Knight Vol. 2 #3 de 1990, donde es un espíritu o deidad de la guerra junto con otras dos diosas: Nemain y Macha. No puede materializarse en el plano físico con cuerpo propio y posee, como recipientes, los cuerpos de mujeres que se los ceden voluntariamente, lo que la convierte en un personaje muy versátil. Las pocas veces que ha aparecido con su cuerpo original, es una mujer joven y atractiva con la piel azulada, el pelo largo negro azulado y un vestido del mismo color con gran escote, que se ciñe a su cuerpo con un cinturón de cuerda dorado a juego con sus brazaletes. Además, suele estar rodeada de cuervos (fig. 7). Entre sus muchas encarnaciones en recipientes diferentes, es reseñable el diseño de personaje de X-Factor Vol. 1 #238, donde ha sido caracterizada bajo los preceptos y la moda celta (a excepción del escote): pelirroja, traje medieval y cubierta por un abrigo de plumas negras a modo de capa, junto con cuervos (fig. 8). Fig. 7. Morrigan en Doctor Strange: Sorcerer Supreme Annual Vol. 1 #3, Geof Isherwood, Marvel Cómics, 1993. La diosa mostrando su cuerpo original sin poseer a ninguna mujer. Fig. 8. Morrigan en X-Factor Vol. 1 #238, Peter David y Paul Davidson, Marvel Cómics, 2012. La diosa está poseyendo el cuerpo más parecido a la estética celta. Dentro del mundo de los videojuegos aparece en nueve juegos de la saga Megami Tensei55 como un demonio de raza flight en su mayoría, esta raza de demonios se caracteriza por estar formada por pájaros de diferentes mitologías. Su aspecto es el de una mujer alada con la piel verde, larga cabellera rubia y vestida con una armadura negra que simula la apariencia de un cuervo. Lleva un casco con forma de cabeza de cuervo, sus brazos están envueltos por la armadura, cubre únicamente su torso con la armadura que deja libre los muslos, pues las piernas están revestidas por el metal a modo de bota alta con unos tacones poco prácticos para la batalla. A su espalda porta la vaina de una espada larga y fina (fig. 9). En el videojuego Smite56, Morrigan se introdujo en 2017 como la Reina Fantasma. Sus colores son el morado y el negro, es una mujer morena con los ojos de un tono verde claro. Está altamente sexualizada, la escasa ropa que lleva está decorada con motivos celtas y su piel se cubre de tatuajes de tribales. Le acompañan plumas de cuerpo decorativas, accesorios de metal en sus dedos que simulan garras de ave rapaz y porta un cetro. Sus poderes oscuros se basan en el engaño: se metamorfosea en otros dioses como si fuera un espíritu y lanza fantasmas de sí misma para que luchen contra los oponentes (fig. 10). 55 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 56 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Fig. 9. Morrigan en Shin Megami Tensei II, Atlus, 1994, Japón. Fig. 10. Morrigan en Smite, Hi-Rez Studios, 2017, EEUU. La Luna como satélite cambiante, cíclico y custodio de la noche, ha sido un astro que ha suscitado más preguntas que respuestas a lo largo de los siglos. Desde bien temprano, se utilizaban las fases lunares como medida temporal para generar un calendario de cosechas, plantación, corte de maderas y demás temporadas relacionadas con la agricultura. Es por ello que la fertilidad es una característica asociada a la luna y, por tanto, a las deidades. También se tomó consciencia de la similitud entre el ciclo lunar y el ciclo menstrual57. Por ambas razones, la luna ha sido relacionada con la mujer en la mayoría de las mitologías (sobre todo europeas), siendo algunas excepciones los dioses lunares Sin o Nannar de la mitología sumeria, Tsukuyomi de la japonesa o Máni de la mitología nórdica. En cualquiera de los casos, el Sol y la Luna constituyen una dualidad opuesta que siempre es representada por deidades de distintos géneros (si el Sol es una deidad femenina, la Luna será un dios masculino, y viceversa). La dualidad sol/hombre-luna/mujer ha estado muy presente dentro del imaginario y se ha hecho eco en otros campos. Un ejemplo es el del médico Harry Campbell (1896) que dijo que “la mujer ocupa el primer lugar en la imitación y en la carencia de originalidad”. Como la luna, la mujer carecía de luz propia, solo tiene la reflejada por el sol (el hombre), por ello su creatividad estaba anulada por la que emitía el varón. Este concepto es muy propio de la época finisecular decimonónica donde la reivindicación y fuerza de la mujer provocada por los primeros movimientos feministas organizados, provocó una reacción totalmente opuesta dentro de la sociedad. Así, los hombres (en su mayoría burgueses y acomodados como este médico), generaron y publicaron una serie de ideas altamente misóginas que, respaldadas por su estatus y sus 57 La palabra “menstruación” proviene del griego mensis, “mes”, y del latín mene, “luna”. supuestos conocimientos científicos, tenían la intención de desautorizar y deslegitimar las voces de las mujeres que empezaban a hacerse oír. Las fases lunares, a su vez, tienen significados propios que representan distintos momentos del ciclo. Mientras que la luna nueva se asocia a los momentos de inicio y renovación; la luna creciente es la gestación y realización de las nuevas acciones y energías; la luna llena es el clímax y máxima expansión de estas; y la menguante entra de nuevo en la fase de introspección y revisión interna. En concreto la luna llena ha sido objeto de leyenda en numerosas ocasiones. Dentro de la cultura popular son abundantes las historias de la transformación y cambios de estado que suceden durante esta fase, como la de los hombres-lobo o el mito en torno al aumento de partos en noches de luna llena. En el campo de la medicina, se denominó enfermos “lunáticos” a aquellos pacientes que tenían episodios intermitentes de locura que solían coincidir con la luna llena. Esta creencia se origina en Grecia, pues consideraban la epilepsia una enfermedad derivada de la Luna, ya que no concebían qué mal podía poseer el cuerpo para conseguir arrojar a una persona al suelo, provocarle convulsiones, que perdiera la noción de sus sentidos para que, tras el episodio, se recuperase, aparentemente, casi por completo. Esta incoherencia les llevaba a pensar que solo los dioses y lo sobrenatural podían generar algo así, de ahí que esta enfermedad se llamase enfermedad sagrada o de la Luna (Gram & Dam, 1995; Sánchez Valenzuela, 2005, pp. 2-3). Hay distintos animales que están relacionados con la luna. En China y Centroamérica es habitual encontrar liebres o conejos relacionados con el astro; simbolizan los ciclos del renacimiento y la intuición, por ello es el animal predilecto para hacer de intermediario entre la Luna y el ser humano. Además, como astro que está vinculado con el poder y la energía femenina, en culturas orientales, la liebre simboliza el principio del yin lunar. Los sapos o ranas también son un animal asociado a la luna en culturas orientales (también con la brujería en Occidente), pero con la característica de poseer tres patas, en vez de cuatro, para simbolizar las fases lunares. Por otra parte, el agua es el elemento asociado por excelencia a la Luna (en las cartas del tarot sigue siendo así), así que estos anfibios representan ese carácter portador de agua. Otros animales estrechamente ligados a la luna son el lobo y los cazadores nocturnos. La Luna ha sido objeto de inspiración y misticismo en todas las ramas artísticas a lo largo de la historia. Un caso muy representativo en España es el tema Hijo de la Luna de la banda Mecano, compuesto en 1986 y que ha tenido numerosas versiones de otros grupos y se ha traducido a varios idiomas a lo largo de las décadas. Basada en una leyenda gitana, la letra es una tragedia a la altura de las creaciones de los antiguos griegos. Una mujer gitana está enamorada de un gitano, por pertenecer a etnias diferentes, la ley gitana les prohíbe casarse, para ello, la mujer le suplica a la Luna durante una noche entera que le permita estar con él. El astro, en fase de luna llena y haciéndose eco de sus plegarias, le asegura que intercederá para que la boda se realice, a cambio de que le entregue al primogénito de esa unión como sacrificio. La mujer accede y, al nacer el niño, este es pálido con los ojos grises, totalmente opuesto a la genética de sus progenitores que son de tez y ojos oscuros. Por ello, el hombre apuñala a su mujer acusándola de ser infiel y abandona al niño en el monte. Allí, la Luna lo recoge y lo cuida como si fuera su hijo desde entonces adaptando sus fases al estado de ánimo del bebé, lo que la relaciona con el carácter maternal y femenino que posee desde la mitología. La Luna ya avisa a la gitana de por qué quiere hacerse cargo del niño cuando sellan su trato, pues le asegura que si la mujer está dispuesta a renunciar a un hijo por el amor de un hombre, el bebé estará mejor con el astro que con ella. Si en todas las leyendas hay cierta parte de verdad, el origen de esta historia gitana es bastante claro: de una unión que era imposible, nació un niño albino por herencia genética; sabiendo que antiguamente no se conocía el origen de este tipo de cambios genéticos, el pensamiento más lógico por parte de la comunidad era que la mujer había mantenido relaciones con otra persona, la cual ha otorgado ese aspecto a la descendencia. Como consecuencia y dejando de lado la aberración y lo deleznable de sus actos, el marido cometió feminicidio y abandono de familia. El hacer al niño hijo de la Luna también tiene un motivo lógico, al igual que a la mayoría de diosas y dioses lunares que se les retraba con colores pálidos y fríos y solo aparecían durante la noche, los albinos, dada su carencia de melanina, tienen de forma natural esas tonalidades, siendo, además, muy sensibles a la luz solar. Fig. 1. Vincent van Gogh, Noche estrellada, 1889, óleo sobre lienzo. Esta obra fue creada a plena luz del día desde la ventana del cuarto del artista del sanatorio de Saint-Paul-de Mausole, con considerables variaciones ya que la vista del pueblo no era un elemento que él viera desde allí. Esta visión imaginativa y deformada de la realidad está gobernada por una irreal luna que no baña con su luz al resto de elementos. Pintada en un amarillo que contrasta con la luz fría con la que es representada habitualmente, hace que se focalice la atención en ella. Dentro de la historia del arte, la luna ha sido representaba en multitud de ocasiones, siendo deseable y causando terror a partes iguales, apareciendo en numerosas obras como elemento que forma parte del paisaje o como ente determinante y protagonista de la escena (fig. 1). La Venus de Laussel, bajorrelieve datado del Paleolítico y hallado en Francia a principios del siglo XX, muestra la figura de una protuberante mujer que sostiene lo que, en su momento, se consideró un cuerno de bisonte (fig. 2). Otras interpretaciones de la figurilla la relacionan con una diosa de la fertilidad y el cuerno, en verdad, se trataría de una cornucopia de la abundancia. Siguiendo la lectura de la fertilidad (aunque es considerada una teoría presentista), el objeto que sostiene podría tratarse de una luna creciente, tratándose así de la primera imagen que relaciona a la luna con la mujer. Esto es debido a las trece muescas que posee, las cuales se han interpretado como los trece ciclos lunares que hay a lo largo de un año y, por extensión, los trece ciclos menstruales que tiene la mujer en dicho año (Bartlett, 2016, p. 76; Breuil, 1965). Fig. 2. Venus de Laussel o Dama del Cuerno, 22000-18000 a. n. e., bajorrelieve en piedra caliza. La luna se asentó como símbolo de la fecundidad y la feminidad en Mesopotamia, donde la fase menguante era un símbolo de la diosa Ishtar (Keel, 2007). La mitología grecolatina asoció la luna a diosas muy populares como Artemisa, Afrodita o Diana, y se le insufló un carácter sensual y sexual que se volvería inherente a la hora de la representación de dichas diosas, pues o son deidades vírgenes o diosas del amor intenso. Desde la Baja Edad Media, el cristianismo adoptó y reelaboró el pagano símbolo de la media luna, cambió su significado y lo incorporó a la iconografía de la Virgen María dentro de las advocaciones de la Inmaculada Concepción (Beteta Martín, 2016, pp. 505-506). Para esta época, la luna ya poseía connotaciones negativas asociadas con la feminidad y la magia que provenían de las creencias paganas. Esta iconografía despojó el carácter sensual de la luna que, además, al colocarla bajo los pies de la Virgen58, representa el triunfo de la religión cristiana sobre el culto pagano (Casanova & Larrumbe, 2005). Esta victoria se amplía, pues, sobre la menstruación femenina, ya que esta ha sido considerada la culpable de la naturaleza impura y la maldad de la mujer, otra causa de la demonización de la sexualidad femenina. El culmen de la perfección femenina, la Virgen María, ha conseguido vencer la naturaleza impía inherente de la mujer, la ha salvado del pecado (que ella misma originó) y de sí misma, y se simboliza con el sometimiento de la luna dentro de la religión patriarcal. Siendo ya de noche, yo desperté con un súbito pavor, y vi la Luna relumbrando y con un resplandor grande, que a la hora salía de las ondas de las mar. Yo, hallándome solo y con la ocasión de la noche llena de silencio, pensaba que la Luna resplandece con gran majestad, y que todas las cosas humanas son regidas por su providencia, no tan solamente las animalias domésticas y bestias fieras, mas aun los que son sin ánima se esfuerzan y crecen por virtud de su lumbre, y también, por consiguiente, los mismos cuerpos en la tierra, en el aire y en la mar, ora se aumentan con los crecimientos de la Luna, ora se disminuyen cuando ella mengua. Pensando yo también que mi fortuna estaría ya harta con tantas tribulaciones y desventuras como me había dado, y que ahora, aunque tarde, me mostraba alguna esperanza de salud, deliberé de rogar y suplicar a aquella venerable diosa me diese su favor. Apuleyo, El asno de oro, XI, I (siglo II/2018, pp. 243-244). Traducido directamente del griego, ε, Selene era la titánide griega que personificaba la Luna (nombre que recibió en la mitología romana), hija de Tea e Hiperión, hermana de Helios (el Sol) y Eos (la Aurora) (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978, vv. 371-374, p. 87). En los Himnos homéricos se la hacía tanto a ella como a sus hermanos, hija de Eurifaesa e Hiperión (Homero, siglo VII a. n. e./1978, Himno XXXI, Al Sol, p. 303). Empezó a representarse durante el Clasicismo griego del siglo V a. n. e. Era representada como una joven hermosa, de piel pálida, vestida con túnica y manto que, al igual que su hermano, montaba en su propio carro, como auriga, tirado por caballos (a veces alados) o bueyes blancos (a partir del siglo III) y viajaba por el cielo durante toda la noche. En otras representaciones, la diosa montaba directamente sobre un caballo, mula o toro (fig. 4). Otra iconografía de Selene la convierte en una divinidad alada, como la primigenia Nix o Niké, y en madre de Pandía, siendo su amante Zeus: 58 Otro elemento que puede aparecer bajo los pies de María en su iconografía es la serpiente del Edén, símbolo del Mal y del pecado. Celebrad a la eterna Luna de extensas alas, Musas de dulce voz, hijas de Zeus Crónida, versadas en el canto. De ella, de su cabeza inmortal, emana envolviendo a la tierra su resplandor, recogido en el cielo, y mucha es la belleza que surge al resplandor de su luz. Se ilumina el aire sin luces con una corona de oro, y sus rayos brillan como la luz del día cuando, tras haber bañado su hermoso cuerpo en el Océano, ataviada con vestes que brillan en la lejanía, la divina Luna, una vez que ha uncido sus espléndidos potros de poderosos cuellos, impulsa raudamente hacia adelante sus corceles de hermosas crines al atardecer, mediado el mes. Su gran círculo se llena. Es entonces cuando surgen los más brillantes rayos del creciente, y constituye la referencia y señal para los mortales. Con ella en tiempos se unió el Crónida en amor y en lecho. Y ella embarazada, parió una hija, Pandía, poseedora de una belleza que destaca entre las diosas inmortales. ¡Salve, soberana, diosa de níveos brazos, divina Luna, benévola, de hermosos bucles! Comenzando por ti, cantaré las hazañas de los semidioses, cuyos hechos celebran con bocas amables los aedos, servidores de las Musas. (Homero, siglo VII a. n. e./1978, Himno XXII, A la Luna, p. 307). Su atributo principal es la propia luna, ya sea en forma de luna creciente o como una esfera sin rayos, al contrario que la esfera helíaca, lo que señala que la luna es menos brillante que el astro solar (fig. 1-3). Es habitual verla entre dos estrellas, una a cada lado de su figura, siendo la de la izquierda el lucero vespertino y la de la derecha, el lucero matutino. De esta manera se muestra el momento del día en el que Selene puede verse en el cielo: tras el anochecer y hasta el amanecer (fig. 3 y 4). Alrededor de su cabeza puede tener un velo o el manto de sus ropajes hinchado por el viento que simboliza el constante movimiento del astro, atributo similar al de Nix. Fig. 1. Ánfora de figuras negras, ca. 500 a. n. e. Aunque la figura es andrógina y podría tratarse tanto de Selene como de Helios, el hecho de que la esfera sobre la cabeza no tenga rayos, indica que se trata de ella montada en su carro de caballos alados. Fig. 2. Lécito de figuras negras, ca. 500 a. n. e. Selene con la luna sobre su cabeza junto a sus caballos. Fig. 3. Kylix de figuras rojas, 490-480 a. n. e. Selene como auriga junto con dos caballos alados, como una esfera sin rayos sobre su cabeza y una estrella a cada lado. Fig. 4. Enócoe de figuras rojas, 475-425 a. n. e. Selene sobre un caballo con una luna y dos estrellas a cada lado. El caballo descansa por lo que Selene ya ha terminado su recorrido y espera a su hermana Eos para retirarse. Fig. 5. Lécito de figuras rojas, 450 a. n. e. Este retrato hace identificable a la titánide por la luna de la derecha. El pelo recogido medio tapado por el velo también indica que se trataba de una figura honorable y respetable. Fig. 6. Copa de figuras rojas, 450 a. n. e. Selene alada jugando con su equino mientras espera a Eos. Viste con una túnica larga hasta los pies y, tras ella, una media luna indica su identidad. Fig. 7. Crátera de cáliz de figuras rojas, 430-420 a. n. e. Selene cubierta por su manto cabalga sobre su caballo. Fig. 8. Píxide de figuras rojas, 430-410 a. n. e. Selene cabalga junto a una Nix alada montada en un carro tirado por cuatro caballos. No recibió culto en Grecia, aunque sí lo hizo en Roma donde tuvo dos templos: uno en el Palatino y otro en el Aventino (Elvira Barba, 2008, p. 193). Al igual que el Sol se asoció a Apolo/Febo, la Luna pasó a pertenecer a la contraparte femenina de la descendencia de Leto, Artemisa/Diana. Se produjo un sincretismo entre ambas deidades que, aunque comenzó ya en Grecia, autores latinos como Cicerón (Sobre la naturaleza de los dioses, II, 27, 68, año 45 a. n. e./1999, p. 214) y Virgilio (Eneida, IX, vv. 402-405, siglo I a. n. e./2021) lo impusieron y quedó permanente cuando Ovidio (Metamorfosis) lo plasmó en sus versos y se transmitió a épocas siguientes, hecho que se ve reflejado en las representaciones artísticas de Diana (Elvira Barba, 2008, p. 189 y 194). En cualquiera de las versiones de cómo concebían los helenos a los dos astros, siempre eran personificados por una pareja femenina/masculina de hermanos. Al contrario que Hemera (el Día) que nació de Nix (la Noche), lo que genera un vínculo de madre/hija, en el caso de los astros se establece una relación mucho más igualitaria y les coloca al mismo nivel. Además tenían las mismas habilidades, como la capacidad de observar todo lo que ocurría sobre la superficie de la tierra mientras surcaban los cielos. Debido a esta cualidad, eran personajes de consulta por el resto de seres (como en el caso de Helios que vio cómo y quién secuestró a Perséfone y se lo reveló a su madre Deméter cuando esta fue a preguntarle). Si bien es cierto, que, a pesar de la igualdad de poderes y atributos, Helios poseía un carácter mucho más autoritario que su hermana, seguramente por su capacidad generadora de vida que, al contrario que su hermana, no suscitaba temor, sino que otorgaba seguridad y calor. Selene también poseyó sincretismo con Hécate, pues dentro del misticismo de esta diosa, la luna se relaciona con la magia, hechizos y ritos mágicos que suceden durante la noche. Esto hizo que, junto con Perséfone, Selene formara parte de la triplicidad de Hécate. Uno de los atributos de la diosa hechicera son las antorchas debido a su carácter psicopompo; este aspecto luminario o guía durante la noche fue propio de Selene, ya que la luna alumbra tenuemente la noche. Por ello, es habitual encontrar representaciones de Selene o algún personaje a su alrededor con antorchas, simbolizando su propia luz (fig. 9 y 10). Apuleyo en El asno de oro (siglo II/2018) dedica parte del capítulo undécimo a las plegarias que Lucio le concede a la Luna para que esta le devuelva su aspecto humano. Para ello la honra asimilándola a los atributos y cualidades de otras diosas, haciendo de Luna una deidad omnipotente: - ¡Oh, reina! ¡Ahora tú seas aquella santa Ceres, madre primera de los panes, que te alegraste cuando se halló tu hija, y quitando el manjar antiguo de las bellotas, mostraste manjar deleitoso! ¡Ahora tú seas aquella Venus celestial, que juntas los hombres con amor y haces los casamientos para haber generación! ¡Ahora tú seas hermana del sol, que socorres a las mujeres en sus trabajosos partos! ¡Ahora tú seas aquella temerosa Proserpina a quien sacrificaban con aullidos de noche, y que oprimes los fantasmas con tu forma de tres caras, y refrenándote de los encerramientos de la tierra andas por diversas montañas y arboledas, y eres sacrificada y adorada por diversas maneras! ¡Tú alumbras todas las ciudades del mundo con esta tu claridad mujeril; y criando las simientes alegres, con tus húmedos rayos dispensas tu lumbre incierta con las vueltas y rodeos del sol! ¡Por cualquier nombre, o por cualquier rito, o nombre que sea lícito llamarte, tú, señora, socorre y ayuda ahora a mis extremas angustias! (XI, I, pp. 244-245). Luna, apiadándose de él, se persona ante Lucio bajo un hermoso y detallado aspecto por parte del autor, y desvela que, aunque tiene multitud de nombres, su verdadera identidad es la reina Isis, diosa egipcia que tuvo una profusa presencia en el imaginario latino. De esta manera, Selene, al igual que todas las diosas con las que tuvo relación (Artemisa, Perséfone, Hécate, Afrodita, etc.) acabó sincretizada en una gran diosa bajo el nombre de Isis; esa gran diosa que podría tratarse de la Madre Tierra o una deidad primigenia femenina que se fue dividiendo para acabar unida de nuevo siglos después (Baring & Cashford, 2005). Fig. 9. Escultura romana de Luna, siglos I-II. La diosa está coronada por la media luna, un velo ondea en torno a ella y sostiene una antorcha. Fig. 10. Altar de Selene, siglo II. La diosa (a la izquierda) se encuentra sobre una media luna y sobre Oceáno, lugares en los que comienza y finaliza el recorrido de la diosa. A cada lado de Selene se encuentra la estrella vespertina y la matutina, por lo que la lectura general del altar representa el viaje de la diosa por el cielo. Aunque Selene, como diosa que habita en la noche, tiene predisposición a los amores, solo se conocen dos de ella. Uno es con el dios Pan, con quien se unió en lo profundo de un bosque después de que este le regalara un vellón blanco (Virgilio, 29 a. n. e./1990, Libro III, vv. 391-395, p. 344). El otro amor conocido de la diosa es con Endimión y constituye el mito más representativo de Selene. Endimión era un pastor de Caria que, enamorado de la diosa, pide a Hipnos que le permita dormir con los ojos abiertos para no dejar de contemplarla durante la noche. Algunos autores, como Pausanias, cuentan que, de su unión, nacieron cincuenta hijas. Según Apolodoro (siglos I-II/1987), Endimión era un príncipe de enorme belleza que enamoró a la diosa y al que Zeus le concedió cualquier deseo; a lo cual, el príncipe pidió dormir para siempre manteniendo su belleza y sin envejecer (Libro I, VII, 56/5, p. 20). Apolodoro no habla en ningún momento de amor por parte de Endimión hacia la diosa, por lo que se presupone una agresión sexual hacía él cuando ella desciende a su encuentro. Este hecho convertiría a Selene en una predadora sexual, algo harto inusual en una mujer dentro de la cultura griega, mientras que era algo habitual y normalizado entre los dioses verones (fig. 11). Fig. 11. Pélice de figuras rojas, 350-340 a. n. e. A la derecha, Selene montada en un equino persiguiendo a Endimión. La desnudez de ambos indican el encuentro carnal, aunque Endimión tiene postura de huida, por lo que se deduce un rechazo por su parte. En los Diálogos de los dioses de Luciano (ca. 158/1987), Selene mantiene una conversación muy distendida con Afrodita sobre las travesuras del hijo de la diosa del amor, Eros, y de cómo este había hecho que Selene se enamorara de su apuesto Endimión: A mí me parece muy hermoso, Afrodita, sobre todo cuando extiende su clámide sobre una roca y se tiende sobre ella, sujetando con la izquierda los dardos, que le resbalan de la mano, y con la derecha curvada en torno a su cabeza enmarcando su rostro gracioso, mientras él, relajado por el sueño, exhala un aliento de ambrosía. Entonces yo desciendo en silencio, sobre las puntas de los pies, para que no despierte de repente y se asuste..., pero, ¿a qué contarte lo que sigue? Tú ya sabes de estas cosas. Solo te diré que muero de amor (XI, pp. 53-54). Este suceso en el que Selene desciende para encontrarse con su amante dormido, ha sido una de las representaciones iconográficas más populares sobre la diosa, ya no solo en calidad de historia de amor romántico, sino como metáfora del descanso tras la muerte. El sueño eterno de Endimión era una escena recurrente en los relieves de los sarcófagos, ya que constituía el deseo de ese mismo descanso feliz y placentero para el fallecido que reposaba en el interior (el cual solía ser retratado en el rostro del príncipe dormido). A la escena se le podían sumar otro tipo de personajes como Eros (fig. 12-15). Fig. 12. Sarcófago romano, ca. 150. Muestra a Selene con un pecho descubierto y el manto alrededor de su cuerpo, bajándose de su carro y acercándose a un Endimión durmiente. A su alrededor, numerosas figuras hacen acto de presencia, destacando varios erotes que bendicen la unión entre ambos personajes. Fig. 13. Sarcófago mostrando el mito de Selene y Endimión, siglo II. Selene, sobre su carro, con un manto ondeante, observa a su amante recostado y dormitando en una roca. A su lado un Eros bendice la unión. Entre los amantes, otra figura alada sostiene una antorcha, remarcando el carácter luminario de la diosa que la relaciona con Hécate. Fig. 14. Sarcófago romano, ca. 200. Una Selene desnuda se acerca a Endimión, que también se encuentra en cueros. La escena nocturna, aunque es evidente pues Luna está presente, está remarcada por las estrellas del fondo. Fig. 15. Sarcófago romano, 230-240. Selene, vestida con túnica larga y sosteniendo una antorcha, abandona su carro en dirección al pastor Endimión. Sobre uno de los caballos se encuentra Eros sosteniendo también una antorcha. La connotación mortuoria que apareció en la época grecolatina (fig. 16-18) se mantuvo durante la Edad Media, de esta manera, simplemente bajo la iconografía circunscrita al astro, Selene y Helios aparecerán en algunas representaciones cristianas en contextos funerarios, normalmente relacionados con la muerte de Cristo (fig. 19 y 20). Fig. 16. Sarcófago con Helios y Selene, siglo III. Los titanes fueron vinculados simbólicamente con la muerte. El Sol por su mito con la caída de Faetón desde su carro; y la Luna por su amor con el mortal Endimión que se sumía a un eterno letargo. Fig. 17 y 18. Detalles del sarcófago romano, siglo III. A la izquierda Helios con el látigo para azuzar a los corceles de su carro, y los rayos alrededor de su cabeza. A la derecha, Selene coronada por la media luna, con un velo ondeante alrededor de su cabeza y sosteniendo una antorcha. Fig. 20. Crucifixión en Limoges, siglo XII. El Sol y la Luna situados en el patibulum como simbología de la muerte. Fig. 19. Marfil carolingio con la Crucifixión, siglo IX (detalle). En los círculos superiores, a cada lado de la mano de Dios, se encuentran Helios en el carro tirado por caballos y rayos alrededor de su cabeza (izquierda); y Selene coronada por una media luna, montada en su carro tirado por bueyes (derecha). Además, como bien señala Miguel Ángel Elvira: La Luna medieval heredaba los significados astronómicos y esotéricos que había ido acumulando a lo largo del Imperio Romano: tenía consagrado un día de la semana, el lunes, y un metal, la plata; regía el signo zodiacal de Cáncer, eminentemente acuáticos, y por ellos sus “hijos” eran los pescadores y navegantes; incluso se la seguía considerando relacionada con los nacimientos, la magia y el Más Allá. (2008, pp. 194-195). El cristianismo mantuvo los atributos que los numerosos sincretismos aportaron a Selene a lo largo de los siglos, eliminando de la ecuación los nombres de las diosas que se los proporcionaron: nacimientos-Artemisa, magia-Hécate y Más Allá-Perséfone. De esta manera, la luna se consideró un astro eminentemente femenino, vinculado con la oscuridad, el misterio, el terror, los hechizos y, por consiguiente, con la maldad, como bien remarcaron los siglos de caza de brujas. Fig. 21. Agostino di Duccio, La Luna, ca. 1450, bajorrelieve. Una imponente Selene surca los cielos sosteniendo al astro. La diosa se separa de la luna que se convierte en un objeto que solo ella puede manejar. Durante el Renacimiento y en los siglos siguientes, se perpetró casi por completo la fusión entre Luna y Diana y, mientras que a la diosa de la caza se la viste con una túnica corta y recogida con carcaj, arco y flechas; y a Luna, con la túnica hasta los pies y en su carro; existen obras con una hibridación entre ambas. Así pueden aparecer representaciones de Diana como auriga y traje largo, o Selene con el traje corto portando carcaj y arco. En cualquiera de los casos, las diosas están coronadas con una media luna sobre su frente o el astro se encuentra a su alrededor representado. También tienen en común que los artistas se decantaron por representarlas con los cabellos dorados, símbolo virginal y de virtud para Diana, y de refuerzo sobre la palidez de Selene. Durante el siglo XX, las interpretaciones sobre la Luna son más laxas dejando libertad a la creatividad e interpretación de los artistas (fig. 29) (Elvira Barba, 2008, p. 195). Fig. 22. Baldassarre Peruzzi, La Luna o Diana y Erígone con su perro Mera, 1510, pintura de la Loggia de Galatea en Villa Farnesina, Roma. Erígone es la doncella que daría nombre a la constelación de Virgo tras su muerte. Diana- Luna lleva la túnica blanca, como condición de virgen también, recogida a la manera de la diosa de la caza y sostiene una flecha más larga de lo habitual, por lo que el arco guardado dentro del carcaj debe tratarse de un arco largo. Sobre su cabeza porta una pequeña tiara. Fig. 23. Antonio da Correggio, Diana Luna, 1519, fresco de la bóveda en la Cámara de San Pablo del Monasterio de San Paolo en Parma, Italia. Esta representación de la diosa fusiona todos los elementos propios de las dos deidades: lleva una media luna sobre su cabeza y, a su espalda el arco y el carcaj lleno de flechas. Su túnica blanca se asemeja más a las de Selene y, además ondea un velo a su alrededor. Por último, monta sobre su carro tirado por varios caballos. Fig. 25. Georg Friedrich Distelbarth, Artemisa-Selene, 1830, relieve. Selene al estilo clásico, recupera sus atributos y formas antiguas. Fig. 24. Pietro della Vecchia, Selene, siglo XVII, óleo sobre lienzo. La diosa, con los cabellos dorados, porta una media luna que levita sobre su cabeza. Se muestra completamente desnuda, sosteniendo un manto a su alrededor que tapa de manera forzada su pubis. Fig. 26. Jules Louis Machard, Selene, 1874. Esta delicada interpretación muestra a la diosa completamente desnuda y sin ningún pudor, con su largo cabello rubio ondeando, y utilizando la curvatura de la luna creciente como arco para disparar una flecha. Su cabeza refulge a modo de aureola, lo que destaca su divinidad. A pesar del gran paralelismo con Artemisa, el artista es contundente a la hora de nombrar la obra y su contenido. Fig. 27. Albert Aublet, Selene, 1880. En línea con la obra anterior, el artista retrata a Selene desnuda formando ella misma la curvatura visible desde el suelo de la luna. Para ello se ayuda de la contorsión del cuerpo de ella, la extensión de sus extremidades y la longitud de su cabello dorado desparramado. Esta representación está muy en consonancia con el estereotipo de la enferma perpetua decimonónico, donde la audiencia masculina fantaseaba con las imágenes de mujeres desnudas en actitud sumisa, desamparada y que aparentaban encontrarse en el clímax sexual (Dijkstra, 1994, p. 100). Fig. 28. Hans Rathausky, Selene y Helios, 1891, grupo escultórico de la Fuente de Abbazia. Esta inusual representación de ambos titanes juntos en ademán cariñoso, muestra a ambos astros semidesnudos, portando sus atributos sobre sus cabezas. Fig. 29. Gustav Adolf Mossa, La Luna, 1912 (detalle). Mossa, considerado el último gran simbolista francés, representa a Selene en tonos pastel con el detalle de saturación del azul en las dos aves que se posan sobre su cabeza. En una de sus manos sostiene y mira fijamente el globo lunar, mientras que con la otra agarra un farolillo, reminiscencia de sus antiguas antorchas. En su conjunto, es una obra que, engarzada en el objeto que también recuerda a la forma lunar, realza lo sobrenatural y lo onírico del personaje. En cuanto a los amores de Selene, es muy escasa la producción del mito con Pan (fig. 32), mientras que la historia de Selene y Endimión, está muy presente en el arte a partir del Renacimiento. A pesar de que la versión de Apolodoro es conocida, pues se suele adjudicar el mérito del sueño eterno de Endimión a Zeus y no a Hipnos, esta conllevaría que el amor de Selene no era correspondido y convertiría a la diosa en una agresora sexual del príncipe (hecho que en dioses masculinos es de lo más habitual). En cambio, en el arte se ha escogido la interpretación del amor correspondido entre ambos como la favorita de representación, evidencia de ello es que plasman a Endimión como pastor y no como príncipe (que es el título que le otorga Apolodoro como hijo de reyes). Los artistas prefieren ahondar en lo idílico y romántico de la atracción entre un mortal humilde y sin apenas recursos y una diosa regidora de los ciclos del tiempo. Las representaciones de Selene son variopintas y pendulan entre su iconografía humana (a veces fusionada con Diana) hasta su total eliminación de la escena, otorgándole todo el protagonismo a su amante dormido (fig. 44). En muchos casos, la diosa es sustituida por el astro en sí mismo o por haces de luz de luna que bañan al dormido Endimión, pues “simboliza el carácter imperecedero de la belleza” (Elvira Barba, 2008, p. 196). En ocasiones, se suman otros personajes como Eros o el perro pastor al lado de su amo o se representa a este último en posición de huida, asustado por la presencia de la diosa. Debido a que en este mito no hay lugar a dudas de que se trata de Selene, una diosa distinta a Artemisa (a pesar de que algunos artistas optan por nombrarla como Diana en el título de su obra), el color de su cabellera, aunque se mantiene mayoritariamente rubio, tiende a oscurecerse en algunas representaciones ya que, como Nix, simboliza su aparición y presencia durante la oscuridad de la noche. Además, como consecuencia del carácter sexual de la escena, muchos artistas optan por desnudar parcial o totalmente a la diosa, restándole la solemnidad que poseía su figura en Grecia y Roma. Fig. 30. Giovanni Battista Cima da Conegliano, Endimión durmiente, 1510, óleo sobre tabla. Selene es representada como la propia luna que desciende ella misma del cielo en forma de sonrisa y deja una estela de luz a su paso. El perro del pastor dormita con él. Fig. 31. Annibale Carracci, Diana y Endimión, 1597, fresco. La diosa rubia, coronada por la media luna, abraza a Endimión, mostrando así el contacto que inicia el coito. De los dos erotes de la izquierda, uno pide silencio con su dedo en señal de que dan permiso y pide cuidado de no despertar al pastor para que el acto suceda. Fig. 32. Hans von Aachen, Selene y Pan, 1600- 1605. Apartándose de la fiesta orgiástica tras ellos y con un dormido (quizá por la ebriedad) Eros ante ellos, los dioses comienzan el acto sexual, hecho irrefutable por el genital erecto de Pan. A parte del evidente claroscuro de toda la obra, Selene destaca especialmente por el contraste de las tonalidades de la piel de ambos y, al mostrar su cuerpo de frente al espectador, invita a la imaginación de quien la observa. Fig. 33. Nicolas Poussin, Selene y Endimión, ca. 1627, óleo sobre lienzo. En esta inusual escena, Endimión aparece despierto y arrodillado ante su amante, a la cual Eros abraza, mientras se despiden tras su encuentro. El pastor (que tiene su bastón en el suelo ante él) acaba de salir de su sueño al aparecer Helios azuzando a los caballos que tiran de su carro y siguen la estela de Eos (la Aurora). Además, una Nix alada descorre la cortina de la noche a la derecha. Selene es una joven que se ha vestido rápidamente (el tirante de su liviano vestido cae por su hombro), es morena y mira desde arriba al pastor con su corona lunar. Fig. 34. Pedro Pablo Rubens, Diana y Endimión, ca. 1636, óleo sobre tabla. La diosa blanquecina con una luna sobre su cabeza, se acerca a acariciar a su pastor. Fig. 35. Guercino, Endimión, ca. 1650. En plena noche, la media luna se abre paso para observar a su amante pastor que protagoniza la escena. Fig. 36. Johann Carl Loth, Selene y Endimión, 1660-1680. Zeus/Júpiter acaba de otorgarle el sueño eterno a Endimión, mientras que Selene, con un pecho descubierto, rubia, con una pequeña luna sobre la cabeza y el manto oscuro hinchado por el viento, observa con atención. Esta obra fue titulada durante mucho tiempo como La muerte de Orión, debido a la aparatosidad con la que el cuerpo del joven ha caído y a que Diana estuvo involucrada en la muerte del cazador. Fig. 37. Pier Francesco Mola, Diana y Endimión, 1660, óleo sobre lienzo. El pastor, dormido plácidamente junto a su perro, vuelve a ser el protagonista de la escena. Eros, agazapado a su lado, pide silencio mirando con complicidad a Selene, la cual emerge de entre la luz de la luna llena como una diosa resplandeciente, totalmente vestida y sentada en su trono celestial. Fig. 39. Giovanni Antonio Pellegrini, Selene y Endimión, 1708-1719. La diosa refulgente y pálida llega al encuentro del pastor, que dormita junto a su perro. Eros deposita en el suelo el arco y la flecha que acaba de utilizar contra Selene. Fig. 38. Gerard de Lairesse, Selene y Endimión, ca. 1680. Eros guía a una Selene semidesnuda, que acaba de bajar de la luna, hasta su amado. El angelote sostiene a su vez una antorcha, antiguo atributo de la titánide y que simboliza la luz guía que alumbra el camino del amor. Selene porta un collar de perlas, tiene el cabello oscuro y, en él, una pequeña tiara lunar. Fig. 40. Sebastiano Ricci, Selene y Endimión, ca. 1713, óleo sobre tela. Selene, flanqueada por dos erotes (uno de ellos sosteniendo una antorcha), aparece con el pecho descubierto y con una luna sobre su cabeza, ante el pastor prácticamente desnudo que parece invitarle a acercarse. El manto azul de ella, destaca entre las tonalidades terrosas del resto de la obra. Fig. 41. Ubaldo Gandolfi, Selene y Endimión, ca. 1770, óleo sobre lienzo. Eros señala a Endimión como víctima del amor de la diosa. Esta le observa desde una nube, con su manto azul ondeando y la media luna como única fuente de luz. La luna y la diosa no son un ser indivisible pues el astro ilumina su cuerpo como un ente independiente, al contrario que en otras obras donde es la propia Selene quien emana la luz, pues ella misma es la luna. Fig. 42. Anne-Louis de Girodet de Roussy-Trioson, El sueño de Endimión o El efecto de la Luna, 1791, óleo. Selene y la luna desaparecen completamente de escena para dar lugar a los haces de luz que acarician el cuerpo del pastor, el cual sonríe complacido. Eros baila a su lado, bendiciendo la unión, mientras que el perro dormita. Fig. 43. Stefano Torelli, Diana y Endimión, siglo XVIII. La diosa, completamente desnuda y pintada en tonos claros con una luna tras su cabeza a modo de aureola, observa con amorosidad al pastor. Los erotes revolotean a su alrededor y, uno de ellos, incluso juega con el perro de Endimión. Fig. 44. Antonio Canova, Endimión durmiente, ca. 1820, yeso. El escultor le otorga pleno protagonismo al sueño del pastor, mientras es observado por su perro. Fig. 45. Moritz von Schwind, Selene y Endimión, 1831. La diosa aparece al encuentro del pastor de entre los arbustos. Destaca con su palidez, el velo ondeando a su alrededor, el cabello rubio y la luna sobre su cabeza. Fig. 46. Victor Florence Pollet, Selene y Endimión, 1850-1860. En esta reposada representación, Selene se encuentra sentada cómodamente sobre la media luna (también pintada sobre su cabello rubio recogido) observando a Endimión. Está completamente desnuda, al igual que el pastor, y su cuerpo es translúcido, lo que aumenta lo onírico de la escena y la sensación de irrealidad. Fig. 47. George Frederic Watts, Endimión, 1872, óleo sobre lienzo. Selene, completamente pálida y resplandeciente, con un pecho descubierto, se inclina para besar a un desnudo Endimión. La curvatura del cuerpo de la diosa crea la forma de la media luna que, junto con la del pastor y el perro, forman un círculo de unión. Fig. 48. Walter Crane, Diana y Endimión, 1883, acuarela y gouache. Quizá la representación más evidente del mito con Selene sincretizada con Diana ya que posee todos los atributos de la diosa de la caza: el arco con el carcaj lleno de flechas, el vestido recogido y los perros de caza. Además toda ella es blanquecina y rubia, lo que denota el aspecto virginal de Diana, que se contradice con el acto sexual que se debería producir con el pastor. Fig. 49. Hans Thoma, Endimión, 1886, óleo sobre lienzo. Esta interpretación libre del mito muestra al pastor despierto tocando la flauta para la luna llena, como un enamorado que encandila a su amada. Podría incluso recordar a Pan por el atuendo, el instrumento de viento y las tiras de cuero que sobresalen de su frente a modo de pequeños cuernos. Fig. 50. Albert Aublet, Selene y Endimión, finales del siglo XIX. La diosa, envuelta en un velo blanco azulado que deja al descubierto su pecho, se inclina para besar al joven pastor. Sobre su dorado cabello recogido, una generosa media luna refulge como corona. Con su mano izquierda agarra las riendas de los equinos que tiran de su carro, como si solo se parara unos instantes junto a él y debiera proseguir su camino. Fig. 51. Henri Fantin-Latour, Diana y Endimión, 1903 óleo sobre lienzo. En esta difusa imagen, la diosa acapara la atención por emerger en tonos claros de entre la bruma nocturna. Tiene el cabello oscuro, el torso desnudo y cubre sus piernas con un manto blanco iluminado por un haz de luz. Endimión parece que acaba de despertarse por la aparición de la diosa y observa cómo se acerca a él. A pesar de la profusa cantidad de obras sobre Selene desde la Grecia Antigua hasta el siglo XX, no ha sido un personaje muy desarrollado en la cultura popular. Esta ha preferido coger de inspiración el personaje de la Luna griega para crear personajes con cierta similitud pero que se alejan mucho de la iconografía mitológica. Por otra parte, el sincretismo tan absoluto que tuvo desde Roma con Diana, que le llevó hasta su total desaparición como diosa independiente, ha hecho que, en caso de querer representar una diosa lunar grecolatina, los creadores se decanten antes por Artemisa que por ella. Dentro del mundo del cine, Selene es el nombre de la protagonista de las películas Underworld, saga de ciencia ficción y acción estrenadas entre 2003 y 2017. Ella es una vampira (como casi todos los vampiros, solo puede estar en el exterior durante la noche) y cazadora de licántropos, lo que la vincula con Diana, como diosa de la caza. La historia gira en torno a la Cepa Corvinus, un virus que infecta a los humanos pudiéndolos transformar en hombres-lobo o vampiros. En la primera película, Selene conoce a Michael, un mortal humano ajeno a toda esta vorágine sobrenatural (aunque se descubre que es portador de la cepa original del virus). Ambos se enamoran, lo que Fig. 52. Selene interpretada por Kate Beckinsale en Underworld, film dirigido por Len Wiseman, 2003. El personaje, aparte de tener una belleza que es alabada incluso provocará que Michael acabe infectado por la mordedura de las dos razas nocturnas convirtiéndose en el primer híbrido inmortal. Michael es, pues, un nuevo Endimión que, al enamorar a su Selene, acaba convirtiéndose en inmortal por estar a su lado (fig. 52). en las propias películas, viste con un traje negro de cuero formado de botas altas, pantalones, corsé y gabardina. Tiene el pelo oscuro cortado por encima de los hombros, la piel es blanquecina y sus ojos, extremadamente pálidos y azulados. En el manga Saint Seiya creado por Masami Kurumada desde 1985 hasta 1991, y su posterior anime homónimo, más conocido en España como Los Caballeros del Zodíaco, creado por el estudio Toei Animation y emitido entre los años 1986 y 1989, desataron una serie de productos posteriores como películas, videojuegos, merchandising y otros animes y mangas de gran popularidad. Dentro de sus diversos personajes cuyos nombres están inspirados en las deidades de distintos panteones (aunque prevalece el griego), aparece el personaje de Selene (fig. 53). Fig. 53. Selene en el anime Saint Seiya, estudio Toei Animation, década de los 80. Está encarnada por una niña pequeña, rubia y de ojos claros que no guarda vinculación alguna con el astro, pues la diosa de la luna, con todos los atributos mitológicos, los posee el personaje de Artemis. Sailor Moon es una saga de manga que, gracias a su popularidad, tuvo dos animes, varias películas, videojuegos, artbooks e, incluso, musicales. El manga fue escrito e ilustrado por Naoko Takeuchi y se publicó entre 1991 y 1995 por todo el mundo. El primer anime, el gran conocido por la audiencia, y homónimo del manga, se emitió desde 1992 hasta 1997. Veinte años después se mejoró la imagen y, siendo mucho más fidedigno al manga de Takeuchi, se creó el segundo anime titulado Sailor Moon Crystal. La protagonista de esta historia es Usagi Tsukino, una estudiante adolescente de Tokio, que verá cómo su vida da un giro cuando se encuentra con una gata negra llamada Luna (también aparecen otras gatas llamadas Artemisa y Diana), y le hace entrega de un broche mágico que le permite transformarse en la líder de las Sailor Senshi como Sailor Moon o Guerrera de la Luna, que representa el amor, la justicia y, a veces, el misterio. Una de las misiones que tienen todas las Sailor Senshi (las cuales reciben los nombres en inglés de los astros del Sistema Solar), es encontrar a la Princesa Serenity o Princesa de la Luna, pues procedía del antiguo reino de la luna, el Milenio de Plata; pero descubren que la princesa es la propia Usagi que se ha reencarnado en ella desde una vida pasada. Mediante flashbacks se descubre que la princesa se enamoró de un príncipe de la Tierra llamado Endymion y que fue correspondida, aunque tuvieron un final trágico debido a una guerra entre la Luna y la Tierra. Las representaciones de la serie mantienen una vinculación muy estrecha con la luna y sus fases, siendo el emblema de la serie una media luna y símbolo que portan varios personajes en su frente o atuendo; incluido en el de la Reina Serenity, madre de la princesa que tiene exactamente la misma fisionomía que ella, aunque con el pelo blanco y vistiendo con trajes enteramente blancos decorados con alguna media luna dorada. La historia de la Princesa de la Luna y Endymion está claramente inspirada en el mito del amor entre Selene (diosa de la que se derivó el nombre de Serenity) y su príncipe/pastor Endimión. Fig. 54. Usagi Tsukino como Sailor Moon en el anime homónimo de la década de los 90, creada por el estudio Toei Animation. Fig. 55. La Princesa Serenity en el anime Sailor Moon de la década de los 90, creada por el estudio Toei Animation. En Marvel Cómics, Selene Gallio, también conocida por la Reina Negra, es una supervillana mutante, enemiga de los X-Men, en la cual se inspiraron los creadores de la saga Underworld para crear a su protagonista. Apareció por primera vez en Nuevos Mutantes #9, creada por Chris Claremont e ilustrada por Sal Buscema en 1983. Es una hechicera y vampira psíquica con más de 17000 años de edad que se alimenta de sangre. Tiene el cabello largo y negro y ojos del mismo color, la piel clara y siempre es hipersexualizada y llevada a la estética de dominatrix: viste con ropas negras de cuero con escotes imposibles, prendas pequeñas, tacones o botas altas, trajes con grandes zonas sin tela, guantes largos, etc. (fig. 56). En sus varias apariciones en los cómics, siempre es vencida aunque nunca consiguen matarla del todo debido a su inmortalidad, por lo que es encerrada una y otra vez. Selene Gallio aparece en X-Men: Dark Phoenix, película dirigida por Simon Kinberg y distribuida por Walt Disney en 2019. Hay una reinterpretación del personaje pues está encarnado por la actriz racializada Kota Eberhardt, la cual fue caracterizada con el cabello rapado y morado, piel tatuada y las prendas de su atuendo, aunque se encuentran inspiradas en el personaje del cómic, no poseen ese carácter sexualizador (fig. 57). Fig. 56. Selene Gallio en uno de los cómics de la compañía Marvel. Fig. 57. Selene Gallio interpretada por Kota Eberhardt en X-Men: Dark Phoenix, Simon Kinberg, Walt Disney, 2019. Fig. 58 Selene en Dragon’s Dogma, Capcom, 2012, Japón. En el mundo de los videojuegos, Selene no ha sido nunca una figura muy representada ya que ha prevalecido la presencia de Artemisa sobre ella como diosa de la luna. Los creadores han preferido desarrollar personajes bajo la identidad de la diosa de la caza por ser una deidad con muchos más atributos, lo que otorga más libertad a la hora de desarrollar la creatividad. Aun así, en el videojuego Dragon’s Dogma desarrollado por Capcom en 2012, y su expansión Dark Arisen del año siguiente, Selene es un personaje no jugable que participa dentro del contexto y la historia del juego interactuando con el avatar del jugador. Se trata de una hechicera que vive aislada dentro del Bosque de la Bruja realizando pócimas con hierbas. Es muy tímida y desconfía de los desconocidos. Dado el temor que sienten hacia ella, es acusada varias veces por otros personajes de ser la culpable del regreso del dragón (enemigo final y detonante de toda la historia). Su aspecto es el de una adolescente con el pelo negro y largo recogido en dos coletas altas a cada lado de la cabeza. Tiene la piel clara, viste con una túnica oscura y porta numerosos abalorios como colgantes, amuletos, pulseras, brazaletes... (fig. 58). Selene se ha convertido en el nombre y prefijo de numerosos términos científicos. La selenología es una rama astronómica que estudia la geología de la Luna. Selene también es el nombre de una amplia especie de peces. El selenio es un elemento químico, de número atómico 34, descubierto en el siglo XIX, que fue bautizado así debido a las similares propiedades que tenía con el telurio, elemento cuyo nombre procede de “tierra” en latín. Posteriormente se descubrió que era muy beneficioso en pequeñas cantidades para favorecer la fertilidad masculina (Torregrosa, 2013), hecho que se entrelaza mitológicamente con la numerosa descendencia que tuvieron Selene y Endimión. En el momento en que se tragó el elixir mágico, Chang’O sintió cómo su cuerpo comenzaba a cambiar. Percibió como se volvía cada vez más y más ligera hasta que salió flotando por la ventana y subió al cielo. Por más que lo intentó, Chang’O no pudo hacer nada para bajar a la tierra. Siguió ascendiendo hasta que alcanzó la Luna en los cielos. Cherie Wu, Chang’O y la Luna, cuento infantil, 2018. Trad. I. Miranda Miranda. Una antigua leyenda china, anterior a nuestra era, cuenta la historia de una mujer llamada Chang’e o Chang’o que acabó viviendo en la luna. Originariamente se llamaba Heng’e pero debido a la norma china sobre el tabú de los nombres de los emperadores y que afectaba a Heng’e por tener un sinograma o carácter del emperador Wen de Han (202 a. n. e.-157 a. n. e.), se acabó denominando Chang’e (Hing Ming, 2020). Chang’e estaba casada con el arquero Hou Yi y ambos eran inmortales que vivían en el cielo. El Emperador de Jade, uno de los dioses más importantes del panteón sintoísta que gobernaba el cielo y la tierra, creador de todo, incluido el horóscopo chino, tenía diez hijos que se transformaron cada uno en un sol y quemaron la tierra. Ordenando que se detuvieran sin éxito, envió a Hou Yi a detenerlos, pero este, haciendo uso de su habilidad, asaetó a nueve de ellos y solo dejó a uno con vida (el sol que queda). El Emperador de Jade, furioso por el desenlace, condenó al matrimonio a vivir en la tierra y les arrebató su inmortalidad. Chang’e sufría cada día al haber perdido su poder y su marido decidió emprender un peligroso y largo viaje en busca de una solución para recuperarla. Tras mucho tiempo donde luchó contra numerosas criaturas, Hou Yi regresó al lado de su esposa con una píldora que les otorgaría lo que deseaban, pero, en vez de tomársela en el acto, la guardó en un cajón, ordenó a Chang’e que no lo abriera y se volvió a marchar de viaje. Sin aguantar la curiosidad, la mujer abrió el cajón justo cuando su marido regresaba y, nerviosa porque descubriera que le había desobedecido, ingirió la píldora. Lo que Hou Yi no le había contado a su esposa es que debían compartir la pastilla, tomándose cada uno la mitad. Debido a la sobredosis, Chang’e comenzó a levitar y a ascender hacia el cielo hasta llegar a la luna donde permanecerá en el Palacio de la Luna hasta el final de los tiempos. Su hogar lo compartió desde entonces con el Conejo de Jade59, que también preparaba elixires de inmortalidad, y el leñador Wu Gang que podría volver a la tierra si conseguía talar un árbol en la luna, pero el único que había allí crecía una y otra vez (Yang & An, 2005). Al igual que en los mitos de Pandora y Eva, la curiosidad de la mujer nacida del desconocimiento provocado por el hombre condenó la vida de ambos, pues Hou Yi no consiguió volver a ser inmortal, lo que hizo que ambos se separaran para siempre. Pero, si se mira en perspectiva la historia, el arquero e, incluso, el Emperador de Jade son los culpables de los hechos que se desencadenaron; pues el primero no supo resolver un problema con otra solución que no fuera la violencia y la muerte, y el dios creador, en vez de castigar solo a Hou Yi, decidió extender la condena a su esposa que en nada había intervenido en el crimen. 59 Su nombre seguramente provenga de uno de los ingredientes que usaba para crear sus brebajes. Los elixires de la inmortalidad fueron muy comunes sobre todo entre los emperadores. La creencia popular consistía en pensar que las cualidades de dichos metales se transferían al cuerpo al ingerirlos, como la permanencia y el carácter indestructible. Irónico era que los ingredientes más habituales para elaborarlos, aparte del jade, eran el mercurio, el cinabrio y la hematita, metales altamente tóxicos y que envenenaron a dichos emperadores acabando con su vida mucho antes de lo que debería (Appel, 2014). Como todo mito que no tiene un registro escrito, hay numerosas versiones y detalles de la historia que cambian, aunque el resultado siempre es el mismo. En algunas variantes Hou Yi fue declarado rey tras aniquilar a los soles, pero se volvió un tirano y arrogante y le pidió a la Reina Madre de Occidente, Xiwangmu, un elixir que le permitiera convertirse en inmortal. Chang’e, temiendo que la tiranía y el sufrimiento que provocaba su esposo se extendiera por toda la eternidad, le robó la pócima y se la tomó. Cuando Hou Yi la descubrió, Chang’e ya se elevaba hacia la luna y la disparó con sus flechas pero erró. Debido a la ira que le invadió, el arquero murió al poco tiempo y, desde entonces, la gente le hace ofrendas a Chang’e convirtiéndose así en la diosa de la luna que cuida y vela por la seguridad de los mortales (Yang & An, 2005). En otra versión también relatada por Lihui Yang y Deming An (2005), esposa y esposo eran humanos mortales, Hou Yi consiguió la píldora o el elixir de la inmortalidad que debían compartir como recompensa tras haber aniquilado a nueve de los diez soles que incendiaban el mundo y hacían imposible vivir en la tierra. Pero Feng Meng, un aprendiz de arquero de Hou Yi que sentía una envidia incontrolable por su maestro, aprovechó en la noche de luna llena del octavo mes, cuando Hou Yi había salido de caza para robar el elixir. Chang’e, que lo custodiaba fervorosamente esperando el regreso de su marido para ingerirlo, luchó contra Feng Meng y, con tal de que no se lo llevara, se tomó ella el vial completo. Al consumirlo, Chang’e ascendió al cielo, lo que le sirvió también para escapar de Feng Meng que estaba agrediéndola. Se detuvo en la luna, pues ahí el aprendiz no podía alcanzarla y aun podía observar desde lo alto a su amado. Cuando Hou Yi se enteró de lo ocurrido, lidiando con su tristeza, sacó las frutas y los pasteles favoritos de su esposa al patio y se los ofreció tanto a ella como a la luna (Yang & An, 2005). Con el paso del tiempo, la gente de los alrededores se enteró del ritual a la luna donde se le pedía protección y prosperidad a los seres queridos, y empezaron a reproducir ellos mismos las ofrendas, quemando incienso y rezando a Chang’e, convertida en la diosa de la luna. Estas dos últimas variantes originan el tradicional Festival del Medio Otoño, también llamado Festival de la Luna o del Pastel de Luna, en el este y sudeste de Asia, que se celebra el decimoquinto día del octavo mes lunar por el calendario chino, es decir, la noche de luna llena de su octavo mes60. Esta festividad es la más importante tras el Año Nuevo chino y se lleva celebrando durante siglos para la recogida de la cosecha. Actualmente se queman inciensos y se rezan a las deidades (incluida Chang’e), se danza, se crean farolillos o linternas que ascienden hacia el cielo simulando el viaje de la diosa de la luna y se cocinan y consumen los pasteles de Luna, que se regalan a amigos y familiares (Lemei, 2006). Al contrario que en la mitología griega donde Selene es la Luna o la personificación de esta, Chang’e es una entidad independiente al astro. El satélite ya estaba en lo alto antes de que ella ascendiera, pues, según la mitología china, fue creado a partir del ojo derecho de Pan Gu, el creador del universo nacido del ying y el yang, los elementos primigenios, opuestos y complementarios (Sechi, 1993, p. 426). En Japón, existe una leyenda con ciertos parámetros similares a la tradición China. Al igual que Chang’e vivía en la Luna con un leñador que talaba un árbol infinito, este leñador tiene ciertas similitudes con el texto japonés más antiguo conservado, datado del siglo X. Conocido como El cuento del cortador de bambú, narra la historia de este leñador de bambú que, en un día de trabajo, encontró a una diminuta niña llamada Kaguya-hime 60 En el calendario gregoriano esta fecha suele variar entre la segunda quincena de septiembre y principios de octubre, según cuando se produzca la luna llena. Es una fecha análoga al equinoccio de otoño. dentro de una caña de bambú que brillaba con un fulgor plateado. El cortador y su esposa, que no habían tenido descendencia, la cuidaron como si fuera su propia hija hasta que se hizo adulta. Durante todo ese tiempo, la niña hacía aparecer riquezas en el interior de las cañas que su padre adoptivo cortaba, lo que les convirtió en una familia rica. Kaguya se convirtió en una hermosa joven y su popularidad llegó a todos los rincones, haciendo que numerosos pretendientes, muchos de ellos príncipes, se acercaran a su hogar para pedir su mano. Pero Kaguya, que no quería casarse, les ponía pruebas imposibles que debían realizar antes de que ella aceptara su oferta. Evidentemente, ninguno lo consiguió, pero su fama llegó hasta oídos del emperador, que se dirigió hasta su hogar para conocerla. Allí se enamoró locamente de ella y le pidió matrimonio, a lo que ella también rehusó, pero él no cesó en su intento de convencerla. Cada día que pasaba, Kaguya miraba a la Luna y lloraba, pero a nadie le contaba qué le ocurría. Pero, días antes de una luna llena, confesó a su familia que ella no pertenecía a ese planeta, sino al satélite lunar, astro que la había visto nacer y, que con la llegada de la fase llena, vendrían a buscarla y jamás volvería. Sus padres adoptivos informaron al emperador para que tratara de evitarlo, y este envió soldados a que custodiaran su hogar. La noche de la luna llena, una luz les cegó a todos y la princesa se marchó con las personas que habían bajado desde el astro. Antes dejó una carta y un Elixir de la Inmortalidad para el emperador, pero este envió a unos soldados a la cima de la montaña más alta de Japón y mandó que quemaran ambas cosas allí con la esperanza de que la humareda atrajera la atención de Kaguya. La palabra inmortalidad, que se transcribiría a caracteres occidentales como fushi, daría nombre a la montaña de la que, de vez en cuando aún hoy se llena de una espesa humareda que llama a la princesa, ya sea por los vapores que expulsa el volcán o por las nubes que rozan su cima. He aquí una leyenda del monte Fuji, el pico más alto de todo Japón (Takagi, siglo X/2004). Las imágenes y descripciones de Chang’e coinciden en que era una mujer de extraordinaria belleza y suele aparecer vestida con un traje tradicional chino que la cubre por completo, de mangas largas y anchas decorado con algún chal o velo ligero. Tiene la piel pálida y su pelo negro es recogido alrededor de su cabeza y adornado con accesorios orientales. Indicando su aspecto lunar, es posible que aparezca sosteniendo un disco blanco que representa la luna llena, o levitando hacia ella. A su lado se representa al Conejo de Jade y, a veces, una rana de tres patas, ya que en una de las variantes de su mito, ella se metamorfosea en dicho animal, donde cada pata se vincula con una fase lunar. Fig. 1. Diosa de la Luna, Conejo de Jade y rana, 618-906, espejo de bronce de la Dinastía Tang. Fig. 2. Chang'e en su palacio celestial, siglo XII-XIII, bordado hecho con hilos de seda y metálicos. Las cinco figuras femeninas son diosas debido al estilo y el ornamento de sus trajes. La figura más grande de la derecha que porta una hoja de osmanto y está al lado del único conejo que elabora el elixir, se identifica con Chang’e. Sus ropajes son elegantes y responden al estereotipo de la diosa: vestido hasta los pies, mangas anchas y velo que ondea a su alrededor. Fig. 3. Palacio de Luna, 1271-1368, Dinastía Yuan, cerámica. En el centro Chang'e supervisa la elaboración del elixir de la inmortalidad que crea el Conejo de Jade. En el centro se encuentra la diosa sosteniendo el elixir. Fig. 4. Chang E, la diosa de la luna, 1345-1445, tinta y colores sobre seda para abanico. Creado a finales de la Dinastía Yuan o principios de la Ming. Una pálida y vestida de blanco Chang’e destaca entre el paisaje. Fig. 5. Wang Ming, Palacio de Chang’e, ca. 1490, caja hecha de laca tallada sobre madera de la dinastía Ming. Muestra un patio al aire libre del palacio de la diosa con eruditos chinos, el Conejo de Jade golpeando su mortero elaborando el elixir, un sapo de tres patas y botánica. Fig. 6. Tang Yin, La diosa de la luna Chang E, ca. 1510, Dinastía Ming, tinta y pintura sobre pergamino colgante. Acompañada de un poema, la diosa mira hacia el cielo con los ropajes típicos. Fig. 7. Tsukioka Yoshitoshi, Chang'e vuela a la luna, serie Cien aspectos de la luna, 1885-1892, grabado en madera. La diosa monta sobre una nube mientras sostiene el frasco que contenía el elixir de la inmortalidad. Fig. 8. Chang'e en la Luna, 1887, ilustración del libro El dragón, la imagen y el demonio o Las tres religiones de China: Confucianismo, Budismo y Taoísmo de Hampden C. DuBose. La diosa, con rasgos bastante masculino, se encuentra al lado del Conejo de Jade. Fig. 9. Chang'e vuela a la luna, 1922, ilustración en Mitos y Leyendas de China, escrito por E. T. C. Werner. La diosa se comienza a elevar dirección a la luna con su piel pálida mientras Hou Yi, con la piel más oscura, corre hacia ella intentado evitar su ascenso. Fig. 10. Wu Shaoyu, Chang'e volando hacia la Luna, ca. 1950. Serie de pinturas hechas para Año Nuevo, fueron realizadas en los cinco primeros años de la década y se publicaron en 1955. Chang’e sostiene el Conejo de Jade y lleva su atuendo tradicional. Fig. 12. Chang'e, escultura colocada en el templo del Emperador de Jade (Thee Kong Thuah) en Penang, Malasia. Ella bendice a sus adoradores con belleza y fortuna en sus relaciones amorosas. Fig. 11. Chang'e en una estatuilla de terracota sosteniendo el disco lunar. En 2020 se estrenó la película de animación 3D Más Allá de la Luna, dirigida por Glen Jeane y John Karhr, siendo una co-producción de China con EEUU y distribuida por Netflix. Basada en la leyenda de Chang’e, Fei Fei es una niña muy inteligente y enamorada de la ciencia que, tras fallecer su madre y ver, años después, que su padre intenta rehacer su vida con otra mujer, ella se niega a aceptar la nueva realidad. Fei Fei considera que el amor hacia un alma gemela es insustituible y que si Chang’e, en la Luna, aún sigue esperando a su Hou Yi, su padre no puede enamorarse de otra persona. La niña cree fervientemente que la diosa existe y que su leyenda es cierta, puesto que es una historia que le contaba su madre desde niña. Es por ello que, cuando celebran el Festival del Medio Otoño tradicional en China (en el que su familia se dedica a elaborar y vender los pastelitos de luna), se genera una fuerte confusión cuando la familia de Fei Fei se burla de ella por seguir creyendo en ese “cuento para niños”. Fei Fei, frustrada y enfadada, decide construir un cohete para viajar a la Luna y poder demostrar la existencia de Chang’e. Consigue llegar a la Luna acompañada por la conejita que tiene de mascota y su hermanastro (al que no soporta) y su rana (animal que también habitaba en la Luna) como polizones. Al llegar a la Luna se encuentran a Chang’e como una diva del pop que ofrece conciertos a los lunarianos, unas criaturas luminiscentes de colores con forma de los pasteles de luna que, posteriormente, se descubre que nacen de las lágrimas que la diosa derrama. Chang’e y sus habitantes viven en un reino alimentado por la vitalidad de la deidad, justo tras el astro, “más allá de la Luna”. Fei Fei no puede contener la emoción y abraza a la diosa, lo que hace que los lunarianos se escandalicen por haberse atrevido a tocar a su diosa. Tras una conversación en la que Chang’e se demuestra como una mujer engreída y narcisista, a la que le gusta la ostentación y sentirse querida por sus fans, se hace una foto con Fei Fei y le dice que, a cambio de entregarle la prueba que demostraría ante su familia su existencia, le tiene que entregar un misterioso regalo. Con el paso de las escenas, Chang’e muestra al espectador que sigue locamente enamorada de Hou Yi y que ese regalo junto con la poción de la inmortalidad que su conejo de jade elabora, puede permitirle hacer un conjuro para volver a estar con su amado. El Conejo de Jade, por otra parte, es incapaz de realizar dicha poción hasta que no se da un tierno beso con la conejita de Fei Fei; el amor que sienten el uno por el otro es el ingrediente que hace que la pócima funcione. Finalmente se descubre que el misterioso regalo que la diosa busca es la otra mitad de su colgante de jade, el cual tenía Hou Yi y que, casualidades de la historia, fue un antepasado de la madrastra de Fei Fei que se lo había entregado a su hijastra como muestra de cariño e inclusión en su familia. Chang’e se encuentra con su amado, pero Hou Yi le dice que tiene que pasar página y desaparece para siempre. Este desenlace, desencadena una profunda pena en la diosa que la lleva a un lugar onírico en el que solo reina la tristeza y la soledad, la Cámara de la Exquisita Tristeza, haciendo que todo su reino se vea envuelto en la oscuridad. Fei Fei va tras ella, pues siente la misma sensación de pérdida por su madre que la de la diosa por su amado, y se encuentra con que Chang’e ya no viste con esa antigua ostentación ni tiene ese carácter tan egocentrista, sino mucho más dulce y maternal. Las dos se retroalimentan y se ayudan a salir de su propia pena, a aprender a vivir con el recuerdo y no dejarse llevar por la sensación de vacío y abandono de sus seres queridos. Fei Fei y su hermanastro regresan a la Tierra, pero no llegan ni con la foto de Chang’e ni la conejita de ella que decide quedarse en la Luna con el Conejo de Jade. Para entonces, Fei Fei ha pasado a la fase de aceptación del duelo y se permite acoger a su nueva familia. Sinceramente, teniendo en cuenta la objetividad con la que empieza y acaba la película, comparado con lo extravagante y surrealista que es toda la historia lunar, cabe deducir que, dada la improbabilidad de que una preadolescente construya un cohete efectivo, Fei Fei y su hermano se estrellaron durante el despegue. En el accidente, ambos quedaron inconscientes y la conejita debió de fallecer. De ahí que la mascota no vuelva y que ninguna evidencia de su paso por la Luna, como la foto, la tenga en su poder Fei Fei cuando regresa. El film fue nominado a mejor largometraje de animación tanto en los Premios Óscar y los Globos de Oro de 2020. Fig. 13. Chang’e con su larguísimo traje rojo. A su lado el Conejo de Jade, el cual es del mismo color que la gema que le da nombre. Más allá de la Luna, Glen Jeane y John Karhr, Netflix, 2020. El aspecto de Chang’e es el de una mujer adulta, muy hermosa, con el cabello largo, liso y negro que suele llevar recogido. El atuendo de la diosa pasa por diferentes estados según las acciones que realice y su estado de ánimo. Tanto cuando se encuentra dando el concierto, como cuando juega al ping pong con el hermanastro de Fei Fei, lleva trajes cortos, acordes a la actividad que realiza pero siempre de inspiración oriental. Su traje habitual es un kimono rojo, ricamente bordado con motivos orientales, largo y de mangas anchas. Debajo lleva un vestido blanco ajustado. Su maquillaje es muy llamativo, con las mismas tonalidades que su traje y tiene el cabello recogido de manera elaborado decorado con una luna de jade (fig. 13 y 14). En su encuentro con Hou Yi, su traje se torna verde claro y blanco, mucho más clásico dentro de la tradición china, incluido su peinado (fig. 15). Para cuando está desolada por la pérdida, Chang’e lleva el cabello suelo y sin ningún adorno, su kimono se vuelve enteramente blanco y plateado, y en su rostro no hay rastro de maquillaje. Lo que la muestra sin su máscara, tal cual es ella, humilde y vestida por la Luna, que fue quien la acogió cuando perdió todo lo que amaba (fig. 16). Fig. 14. Chang’e llora recordando a su amado, mientras sostiene la mitad del colgante de jade. Sobre su cabeza se puede observar el tocado lunar y el cuello inspirado en plumaje de pavo real, la posicionan como parte de la realeza. Tras ella se desvela un mural en el que salen representados Chang’e y Hou Yi. Más allá de la Luna, Glen Jeane y John Karhr, Netflix, 2020. Fig. 15. Chang’e vestida de verde justo antes de su reencuentro con Hou Yi. Más allá de la Luna, Glen Jeane y John Karhr, Netflix, 2020. Fig. 16. Chang’e en la Cámara de la Exquisita Tristeza. Más allá de la Luna, Glen Jeane y John Karhr, Netflix, 2020. Desde la beta abierta de 2013 se introdujo al videojuego Smite61 el personaje de Chang’e como avatar electo. Es de clase mago y sus habilidades consisten en lanzar lunas crecientes con un arco para dañar a los enemigos, danzar dando vueltas lo que la hace inmune al daño mientras gira y restaura la vida de sus aliados, también puede lanzar flores que dañan o, como la luna creciente, infligir daño de manera exponencial entre los contrincantes. También le acompaña un pequeño conejo blanco, el Conejo de Jade, que actúa como mensajero. Su aspecto es el de una joven hermosa de cabello negro recogido en un elaborado tocado decorado con la media luna y más elementos alados y lunares de metal. Viste un vestido azul con un gran escote, amplias mangas, ajustado hasta la cintura para abrirse a partir de la cadera. Lleva cintas y chales a su alrededor que ondean alrededor de su cuerpo cuando danza. A su lado siempre le acompaña el Conejo blanco de Jade, que sostiene algún artilugio entre sus patitas (fig. 17). Fig. 17. Chang’e y el Conejo de Jade en el videojuego Smite, Hi-Rez Studios, 2013, EEUU. 61 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. El videojuego MOBA (campo de batalla en línea multijugador) para móviles Mobile Legends: Bang Bang, desarrollado y lanzado por Moonton en 2016 consiste, al igual que Smite, en crear un equipo de avatares que permitan luchar con el equipo del adversario hasta llegar a su base. Fig. 18. Chang’e y el Conejo de Jade en Mobile Legends: Bang Bang, Moonton, 2016, China. Chang’e es uno de esos avatares, tiene aspecto de niña pequeña que siempre va sentada en una luna creciente a modo de columpio y está acompañada de un pequeño Conejo de Jade. Tiene el pelo castaño recogido en un tocado decorado con un gran lazo blanco y accesorios chinos. Su traje es corto y en tonos verdes con una largas y anchas mangas (fig. 18). El nombre de la diosa sirvió para bautizar al Programa Chino de Exploración Lunar que comenzó en 2003. Chang’e es tanto el nombre del proyecto como el de las seis naves espaciales tripuladas o no que ha lanzado China con destino a la Luna desde 2007 hasta la actualidad (S. Clark, 2010). Llega, dicen, junto a Chacal Ix Chel, Sacal Ix Chel, Ekel Ix Chel, Kanal Ix Chel. Arruinó el cuerpo de madera, el cuerpo de piedra Fue empujado, dicen, a caer sobre el lado izquierdo de su rostro. ¡Fuera, convulsión! Sumergida sea el asma. Así se dice de la estera tejida. El sumergido, dicen, llegó a su fin. El sumergido, dicen, se volvió virginal. Ritual de los Bacabs, Encantamiento para el tratamiento del asma, Texto 9, vv. 208-224, finales del siglo XVI. (Bolles, 2003, p. 57). Trad. I. Miranda Miranda. Ix Chel es la diosa maya62 del agua, las inundaciones, la medicina, el amor, la fertilidad, los partos, el tejido y, por supuesto, era la deidad lunar. Es derivada de las diosas arcaicas I y O y su nombre proviene de las primeras palabras con las que se dice que se dirigió a los mortales: Itz en caan, itz en muyal, “Soy el rocío del cielo, soy el rocío de las 62 La civilización maya se desarrolló en Mesoamérica, principalmente en la zona del actual México, pero también en territorios ocupados por Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice. Los primeros registros de la cultura maya datan alrededor del año 1800 a. n. e., constituyendo una de las sociedades más antiguas del continente americano. A lo largo del siglo XVI, los mayas perdieron multitud de ciudades y territorios debido a las conquistas y guerras que los españoles iniciaron contra ellos. En 1697 cayó la última ciudad independiente maya, propiciando el final definitivo de su civilización. nubes” (Cruz Coutiño, 2008, p. 87). También puede denominarse como Metztli63, “luna negra” en náhuatl, aunque es posible encontrarlas como dos diosas distintas e independientes dentro de la cultura mexica. Al ser patrona de tantos aspectos y tan diversos, tenía varias advocaciones: Sak U’ Ixik (Señora Luna Blanca); Chak Chel (Arco Iris Grande); Ix Chebel Yax (Señora del Primer Pincel), Ix Chel (Señora Resplandeciente o Señora del Arco Iris) y Sinal, como diosa de los partos (Pérez Suárez, 2007). También poseía cuatro aspectos según los colores de los cuatro rumbos del universo: Ekel Ix Chel (“Negra Ix Chel”), Chacal Ix Chel (“Roja Ix Chel”), Kanal Ix Chel (“Amarilla Ix Chel”) y Sacal Ix Chel (“Blanca Ix Chel”) (Bolles, 2003). Su esposo era el dios del sol, Itzamná, la máxima deidad de los mayas que se identificaba con un antiguo dios creador y era representado como una serpiente. En los tiempos primigenios, mientras la Luna estaba tejiendo (acción que suele aparecer en algunas de sus iconografías), el Sol se acercó a ella y mantuvieron relaciones, convirtiéndose así en la primera pareja sexual. Pero la luna es lujuriosa y libertina y le fue infiel con el planeta Venus (identificado con una deidad masculina) y otros dioses como Chaac, el dios del agua y la lluvia, el cual también era una advocación de Itzamná en algunas ocasiones (González Torres, 1991). Vivía en el Ahua, el cielo de los mayas, como diosa celeste. Se le tenía asignado el decimoséptimo día del mes del calendario ritual de 260 días, denominado tzolkin. Este día del mes era llamado caban, “tierra”, su color era el amarillo, y estaba asociado con la medicina y el comercio plagado de éxitos. También se relacionaba el caban con el punto geográfico del Sur64. Los mayas y nahuas (otro pueblo mesoamericano) entendían este punto como la izquierda del Sol y era un lugar hacia donde el astro jamás se dirigía, por lo que debía ser un lugar de muerte. Como patrona de la medicina, se festejaba y se la veneraba en el sexto día del mes zip, correspondiente al calendario gregoriano desde el 25 de agosto al 13 de septiembre, que es el tercer mes del ciclo de 365 días o, como lo llamaban ellos a su calendario anual solar, el haab. Durante la noche previa a la festividad grande, se bailaba a la Luna, con una danza llamada okot uil (“danza de la luna”) (Thompson, 1975) y, al día siguiente, era costumbre que los curanderos cargaran con imágenes de la diosa, medicinas y amuletos hasta el lugar donde se hacía un banquete y se festejaba (González Torres, 1991). 63 Metztli, aunque generalmente se considera una mujer, también puede aparecer representado como un hombre. Simbólicamente es habitual su iconografía no-humana, simbolizando a la luna en sí. Para ello se usaba un grafismo con forma de recipiente blanco lleno de agua y un conejo en su interior (véase figura 8 en el epígrafe VI. Sexuales. C. Xochiquetzal y Tlazoltéolt). 64 La cosmovisión de los mayas dividía el mundo en tres planos: el Ahua, el cielo o supramundo; la tierra o el mundo medio; y el Xibalba, el inframundo, lugar nauseabundo a donde se dirigían la mayoría de los muertos que, para alcanzarlo, había que recorrer un largo y difícil camino con la ayuda de un perro. Los tres planos tenían cuatro esquinas o “rumbos del universo”: Norte (asociado a lo malo y las invasiones, al color blanco y a los dioses y animales de este color), Sur (considerado el lado izquierdo del Sol, asociado a lo que no es bueno ni malo, al color amarillo y a los animales y dioses con este color), Este (asociado al rojo y sus criaturas) y Oeste (lugar de mal augurio, asociado al negro, por la oscuridad que inundaba la tierra al ocultarse el Sol por ese lugar, y a las criaturas de ese color, era el lugar donde residían las mujeres que fallec ían en los partos). En estas esquinas se encontraban los bacabs, unos dioses que sostenían el cielo (González Torres, 1991). Como diosa de la fertilidad, era costumbre colocar una figurilla de ella bajo el lecho donde una mujer iba a dar a luz, en calidad de protectora tanto de la parturienta como de la criatura que está por nacer. Cuando se producía un eclipse lunar, se consideraba que las embarazadas corrían peligro y se las encerraba para que los bebés no nacieran con labio leporino o transformados en roedores. Debido al carácter fértil de Ix Chel, se asoció con Chaac, al ser este dios de la lluvia y fertilizador de la tierra, ambos dioses mantenían relaciones habitualmente para mantener los ciclos de siembra y crecimiento de la cosecha (fig. 1). El hecho, además, de que Chaac fuera una advocación del dios solar, convertía a Ix Chel en una deidad relacionada con el arco iris, y hay quien traduce su nombre como “mujer arco iris” (Grube & Graña-Behrens, 2006, p. 433), siendo esta una de sus advocaciones, como se ha mencionado antes. Fig. 1. Ernst Förstemann, Ix Chel copulando con Chaac o Itzamná, 1880, Códice Dresde, página 69, versión Förstemann. La iconografía de Ix Chel varía según al tipo de advocación y acción que se encuentra realizando. Como diosa vinculada con la reproducción, la vida y la fertilidad, su carácter lunar se encuentra en fase creciente o llena, su aspecto es el de una mujer joven y, normalmente, hay un conejo cerca de ella. El conejo es un elemento recurrente en las imágenes lunares y eclipses mesoamericanos, como una criatura protegida por la diosa, como si fuera su propio hijo (fig. 2 y 3). En la tradición oral se contaba que los dioses, no conformes con que el Sol y la Luna brillaran por igual, lanzaron un conejo al rostro de la luna, lo que hizo que esta perdiera gran parte de su luminiscencia. Esta leyenda se relaciona con la creencia de las malformaciones en los bebés cuando suceden eclipses: al igual que el rostro de la luna se deformó (se apagó) de su estado natural por culpa de un conejo (que no deja de ser un roedor), los niños nacen transformados en estas criaturas o, por el contrario, con el labio leporino, lo que les daría un aspecto similar al de los conejos (Vásquez, 2009) (fig. 4). Fig. 2. Detalle extraído del dibujo de Linda Schele del vaso de cerámica Kerr K2733, período Clásico (años 250-900). El conejo actúa como hijo entre los brazos de la diosa que se sienta en su trono de luna creciente. Esta tiene una pierna por fuera de la luna y viste una falda de malla. Fig. 3. Detalle de la vasija de cerámica K5166, período Clásico (años 250-900). Ix Chel o Diosa I joven sentada en un trono con la luna creciente a su espalda. Se trata de una escena palaciega en la que lla sostiene a su hijo conejo en sus brazos y este, a su vez, un tocado de plumas del dios L, que se encuentra desnudo y postrado ante ellos. Fig. 4. Pintura en el vaso de cerámica Kerr K0559, período Clásico (años 250-900). A la izquierda, Ix Chel o la diosa I dando a luz a un conejo, hecho corroborado no solo por la postura de esta y la posición, sino por el cordón umbilical que nace desde su vaina y se dirige al vientre del roedor. Ante ella se encuentra un espejo del que salen volutas rojas, seguramente la sangre que ella puede observar que ha salido de su cuerpo mientras utilizaba el espejo para ver el avance del parto. A la derecha, una mujer amamanta a dicho conejo y, junto con otra, miran hacia arriba y alzan una de sus manos en señal de plegaria hacia un ser superior. Estas mujeres pueden tratarse de no-deidades que piden por la sanación del hijo que ha tenido una de ellas transformado en conejo. También podía aparecer como mujer vieja o anciana, representando así la fase menguante de la luna. En esta advocación posee una serpiente enroscada sobre su cabeza, los pechos caídos y flácidos y una falda con formas de huesos cruzados bordados. Como figura vinculada a la vida, también lo estaba de la muerte, y es común encontrar iconografía y símbolos mortuorios del Xibalba (inframundo maya) alrededor de ella que señalan un carácter más maléfico y destructivo, como contraparte de su fase creciente, fértil y creadora. En algunas representaciones de este tipo, pueden aparecer demonios junto a ella, calaveras y, en referencia a las inundaciones de las que es patrona, puede aparecer con cascadas de agua que se generan desde distintas partes de su cuerpo (fig. 5). Fig. 5. Ix Chel, ilustración en el Códice Madrid o Tro-Cortesiano prehispánico, página 30, tira vegetal. La diosa anciana expulsa agua desde sus axilas, mamas y vagina. La luna, por otra parte, es representada con forma de vasija, creada a partir de huesos y, en su interior, aunque no sea visible, guarda un conejo y un pedernal. Esta vasija puede ser encontrada entre las manos de Ix Chel, por lo que la diosa sostiene a la Luna. A veces, Ix Chel vierte el agua que contiene esta vasija, provocando así la destrucción en la tierra (fig. 6 y 7)65. Fig. 6. Agostino Aglio, Ix Chel, 1825-1826, Códice Dresde, página 39. Esta versión denominada Kingsborough, recibe su nombre porque el Señor Kingsborough se lo encargó al copista. La diosa está retratada como una anciana que, en su carácter destructor, vierte el agua de la vasija sobre la tierra. Fig. 7. Ernst Förstemann, Ix Chel, 1880, Códice Dresde, página 39, versión Förstemann. Al igual que en la versión anterior, se pueden apreciar muchos más detalles del dibujo de la diosa: como la claridad de la serpiente enroscada en su cabeza y su atuendo. Al contrario que la versión Kingsborough los azules del agua se han perdido, lo que dificulta la comprensión. 65 Debido a la complejidad de encontrar los códices originales a causa de los continuos traslados que los españoles hicieron con ellos tras saquear las poblaciones mayas, es más habitual encontrar reproducciones de estos hechas por artistas del siglo XIX en adelante. Estas dos imágenes (fig. 6 y 7) corresponden a dos versiones distintas del mismo códice. Se sabe de la existencia de dos templos con gran relevancia dedicados al culto de Ix Chel. El principal de ellos se localizaba en la isla Cozumel (Ecab) en la península de Yucatán. A este templo se dirigían los peregrinos montados en canoa con ofrendas de comida y flores. Las mujeres solían pedir al oráculo de Ix Chel abundante descendencia y buenos embarazos y partos. También era costumbre que la primera vez que una niña visitaba el templo lo hiciera en compañía de su madre (fig. 8). Otro de sus templos se encuentra en la Isla Mujeres, en lo alto de un acantilado, donde suele aparecer el arco iris de manera habitual debido al clima de la zona y donde, aun a día de hoy, se encuentra el templo de la diosa (fig. 9). Fig. 8. Fuente de agua con la imagen en piedra de Ix Chel en Cozumel. La diosa camina descalza por el agua, vestida con una larga falda, sosteniendo la vasija que vierte agua a la fuente. Tiene la espalda encorvada, el rostro arrugado y, en su cabeza, se alza una serpiente. Fig. 9. Escultura en piedra de Ix Chel en la Isla Mujeres. La diosa, de apariencia joven y arrodillada, ofrenda un pez con el pecho descubierto y la serpiente sobre su cabeza. Actualmente, el parque natural de Xcaret, en México, recrea cada año durante el último fin de semana de mayo la travesía de los peregrinos que se dirigían en canoa hacia Cozumel. Para ello, cerca de 300 canoeros, mujeres y hombres, reman en sus embarcaciones desde el antiguo puerto de Polé (actual Xcaret) hasta la bahía original en el Parque Chankanaab de Cozumel. Allí se realizan danzas, mercados, rituales y ofrendas creando una celebración por todo lo alto a la diosa, a la que veneran con una enorme imagen (fig. 10). Fig. 10. Imagen de Ix Chel en la recreación del peregrinaje actual con los canoeros hacia Cozumel. La diosa, a pesar de poseer la iconografía menguante y destructora, tiene la expresión del rostro mucho más amable, como una anciana benévola. Esto hace que dicha iconografía sea la más representativa de Ix Chel en la actualidad, dejando al margen las connotaciones de cada una de sus advocaciones. Esta actual representación de la diosa realizada por el artista mexicano Alex Fraga, muestra su propia visión de la deidad reinterpretando sus atributos. Se trata de una mujer joven con la cabeza afeitada y decorada con pinturas doradas y un tocado emplumado, símbolo de las deidades más importantes mayas, con el uróboro en sustitución de la serpiente enrollada original. La serpiente mordiéndose la cola simboliza el ciclo eterno de todas las cosas o la lucha infinita por algo que, irremediablemente, está condenado a repetirse una y otra vez. En el caso de Ixchel, el uróboro encarna los ciclos de vida y muerte de los que es protagonista. Sus ojos son enteramente negros y lleva incrustaciones de jade66 en el puente de la nariz y pómulos, que conjuntan con los circulares pendientes de sus orejas, siguiendo las representaciones de los dioses en los códices. El atuendo negro que comienza en su cuello, baja por su torso entre ambos pechos, dejándolos al descubierto como en las imágenes tradicionales, hasta la cintura donde se une a una larga falda que la cubre el resto del cuerpo. En sus manos sostiene a un conejo blanco. El porte regio y elegante denota la autoridad de su figura, que surge de entre un fondo oscuro (fig. 11). Fig. 11. Alex Fraga, Ixchel, 2019, modelado 3D. 66 El jade era asociado por su dureza e incorruptibilidad ante el paso del tiempo, a la inmortalidad y la eternidad. También se relacionaba con el poder, la vida y la fertilidad, y con los recursos principales de la agricultura maya: el maíz y el agua (Aroche, 2021). En el juego de cartas y estrategia Yu-Gi- Oh!, basado en el manga y los animes homónimos creados por Kazuki Takahashi en los noventa, se incluyó la carta Señoroscura Ixchel. Se trata de una carta de monstruo de efecto, con el atributo de oscuridad y tipo hada. La ilustración que acompaña a la carta muestra a una figura femenina alada, de tez y cabello oscuro, su traje es negro y blanco, ajustado y corto con decoraciones y accesorios en dorado. Lleva zapatos de tacón dorados y sus dos pares de alas emplumadas son igualmente negras. El juego expone abiertamente que el nombre de la carta proviene de la diosa maya de la luna, aunque han optado por generar una imagen completamente nueva y alejada de su iconografía (fig. 12). Fig. 12. Señoroscura Ixchel, carta del juego Yu-Gi-Oh!, Konami, 1999, Japón. Y su hermana Coyolxauhqui les dijo: “Hermanos, ella nos ha deshonrado, hemos de matar a nuestra madre, la perversa que se encuentra ya encinta. ¿Quién le hizo lo que lleva en el seno?” Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España o Códice Florentino, Libro III, cap. 1, 1540-1585 (1829). Coyolxauhqui, traducido como “la adornada con cascabeles” del náhuatl, es la diosa azteca67 de la luna y una líder guerrera. Hija de Coatlicue, diosa de la fertilidad 68, y Ometecuhtli, dios de la creación; era hermana de los Centzon Huitznáhuac, los cuatrocientos Surianos (del Sur) de las estrellas meridionales. Un día, Coatlicue estaba barriendo en el cerro donde vivía, Coatepec, cuando cayó del cielo una pluma de quetzal que recogió y se la guardó en su seno. Al terminar de barrer, fue a buscar la pluma pero había desaparecido. En su lugar, se dio cuenta de que estaba embarazada. Coyolxauhqui, enfurecida por la deshonra de su madre ya que creía que había yacido con un desconocido, alentó a los Centzon Huitznáhuac para que la acompañaran y 67 El imperio azteca o mexica nació de los asentamientos del pueblo nómada mexica que se estableció en Mesoamérica (en el actual Valle de México). Nació en 1325 con su asentamiento definitivo y acabó en 1521 con la colonización de los españoles. 68 Curiosa la representación iconográfica de esta diosa pues, dado que su nombre significa “la que vestía falda de serpientes”, suele aparecer rodeada de ellas en su cintura o híbrida, con cabeza de serpiente, con un collar alrededor del pecho del que colgaban cabezas, corazones y manos humanas. Con este aspecto es tal y como puede observarse a la diosa en la descomunal escultura de piedra de 3 metros de alto que fue hallada en 1790. A pesar de su aspecto macabro y, que bajo la perspectiva occidental, sería más acorde pensar que se trataba de una deidad perversa y cruel, para los aztecas sería su análoga con la benévola y benefactora Gran Diosa Madre de la tierra. acabar con la vida de su madre para salvaguardar el honor de la familia. Mientras se acercaban a ella para darle muerte, el hijo que había en el vientre de Coatlicue, Huitzilopochtli, le habló desde su interior asegurándole de que no la harían daño alguno. Cuando Coyolxauhqui apareció ante ella con todos sus hermanos, Huitzilopochtli nació adulto y armado69 y les dio muerte o los ahuyentó a todos ellos, y decapitó a Coyolxauhqui. Mientras que los Centzon Huitznáhuac acabaron convertidos en las estrellas del firmamento, la cabeza de Coyolxauhqui fue lanzada al cielo transformándose en la luna y su cuerpo, que había sido despedazado, rodó en distintas direcciones ladera abajo por el cerro. De igual manera que Coyolxauhqui y sus hermanos, pasaron a ser los astros nocturnos, Huitzilopochtli se convirtió en el sol que cada día lucha y vence a la luna, las estrellas y lo s planetas, siendo así la deidad principal de los aztecas70 (Sahagún, 1540-1585/1829). Si el Sol no venciera esta lucha diaria, si alguna vez fuera débil y no pudiera resistir la acometida de sus innumerables enemigos, los poderes nocturnos se apoderarían del mundo; estrellas y planetas bajarían a la tierra y, como en la trágica noche del fin del siglo, cuando el sol desapareciera, los astros nocturnos se convertirían en fieras espantables que devorarían a los hombres, y de esta forma se acabaría el mundo (Sánchez, 2003, p. 70). La representación mejor conservada y más representativa de la diosa debido a su relativo reciente hallazgo es el monolito de Coyolxauhqui. Se trata de una gran piedra con forma circular de más de tres metros de diámetro, donde se observa el relieve de Coyolxauhqui descuartizada, con su cabeza y extremidades separadas del cuerpo. En su cabello tiene algunas plumas y sobre su mejilla, el dibujo de una campana o cascabel, dejando claro quien es la retratada. Alrededor de su cintura, lleva atados unos cráneos y tiene los pechos descubiertos (fig. 1). Apareció en 1978 en el Templo Mayor o Gran Templo de México, ubicado en la actual Ciudad de México, que se construyó en 1325. La representación de la diosa se encontraba al final de las escaleras, en la parte baja del frontal del templo piramidal. Es por ello que se cree que, cuando se realizaban sacrificios humanos, se recreaba la muerte de Coyolxauhqui y lo unían a algunos de sus rituales habituales: se sacaba el corazón del pecho de la persona, se decapitaba y desmembraba, para después arrojar los cuerpos escaleras abajo que acababan sobre la piedra de Coyolxauhqui (Orta, 1980). Los sacrificios humanos dentro de la cultura azteca eran comunes y, para llevar un orden, tenían un calendario en el que se dividían los ritos y las ofrendas según el dios al que iban dedicados. Al igual que los dioses dieron su sangre para crear a los humanos, los aztecas consideraban que estaban en deuda con ellos y les devolvían la sangre con sus sacrificios (Bartlett, 2017, p. 192). 69 Exactamente igual a como lo hizo Atenea anteriormente desde la frente de su padre, Zeus. 70 Es reseñable la similitud de este mito con el pasaje bíblico de la concepción de Jesús en el vientre de María. Mientras que Coatlicue queda embarazada a través de las plumas del ave quetzal, María lo hace de una paloma que representa al Espíritu Santo. Ambas darían a luz a un varón que se erguiría como deidad principal de sus respectivos panteones, deidades vinculadas con el sol y la luz. Fig. 1. Monolito de Coyolxauhqui tras su muerte a manos de Huitzilopochtli, ca. 1325, relieve en piedra. Otra representación común de la diosa es la de su cabeza decapitada. Datada alrededor del año 1500, la escultura muestra a Coyolxauhqui con los ojos cerrados, ya muerta, con un pendiente en la nariz (comúnmente llamado septum) y orejeras (los pendientes en las orejas normalmente circulares típicos de estas culturas). Lleva un tocado de plumas y los cascabeles en sus mejillas. En la zona inferior de la figura hay un bajo relieve con el glifo azteca de la guerra, debido a la instigación al conflicto intrafamiliar que protagonizó (fig. 2). Esta escultura se encuentra actualmente expuesta en el Museo Nacional de Antropología de México justo debajo de la pieza más conocida del arte azteca: el Calendario Azteca, también llamada la Piedra del Sol. Este relieve contiene inscripciones sobre el calendario desarrollado por los mexicas, su cosmogonía y cultos solares. Es representativo el juego que produce el museo al colocar ante ella a Coyolxauhqui pues, aunque la Piedra del Sol no hace referencia directa a Huitzilopochtli, una lectura posible consiste en la lucha entre el Sol y la Luna, de la que sale vencedor el primer astro, como muestra su posición elevada y por encima del astro nocturno (el cual fue creado a partir de la cabeza decapitada de la diosa) (fig. 3). Fig. 2. Cabeza de Coyolxauhqui, ca. 1500, escultura en jadeita. Fig. 3. Cabeza de Coyolxauhqui o la Luna a los pies de la Piedra del Sol en el Museo Nacional de Antropología de México, 2021. En la revista semanal Duda. Lo increíble es la verdad de la Editorial Posada, publicaron en 1980 un número dedicado al mito de la diosa lunar lanzando la siguiente pregunta en la portada: “¿Protagonizó la Coyolxauhqui una guerra cósmica?”. A través de todo el cómic de su interior cuentan la leyenda tras el monolito de Coyolxauhqui de manera fiel a las fuentes que citan al final de la revista. La diosa aparece retratada como una mujer joven y atractiva, con un tocado de plumas, túnica larga y holgada y sandalias en los pies. Lleva joyas como pendientes circulares, collares y brazaletes, y sostiene como arma para la lucha una lanza emplumada (fig. 5 y 6). En sus representaciones históricas aparecen as dos imágenes existentes de ella: su cabeza decapitada en piedra con los cascabeles en sus mejillas y el monolito con su descuartizamiento (fig. 4 y 7). Fig. 4. Cabeza de Coyolxauhqui en Magia y misterios del Templo Mayor, Duda nº 490, Editorial Posada, 1980. Fig. 5. Coyolxauhqui alentando a sus hermanos para la guerra. Magia y misterios del Templo Mayor, Duda nº 490, Ed. Posada, 1980. Fig. 6. Huitzilopochtli decapitando a Coyolxauhqui, Magia y misterios del Templo Mayor, Duda nº 490, Ed. Posada, 1980. Fig. 7. Un sacrificio humano con el corazón arrancado del pecho sobre el monolito de la diosa. En palabras de la revista: “la sangre de los sacrificados logrará el conjuro de volver a la tierra apta para la vida”. Magia y misterios del Templo Mayor, Duda nº 490, Editorial Posada, 1980. El ilustrador mexicano Pedro Larez ha creado numerosas viñetas y tiras cómicas sobre los dioses aztecas y sus mitos de una manera amena y divertida. Coyolxauhqui es uno de sus personajes dentro de sus historias, protagonizando algunas de sus ilustraciones. El artista la representa como una niña con el cabello azul, flequillo sobre la frente, recogido en una coleta y decorado con una tiara. Sus ojos son enteramente azules, lleva una tirita sobre la nariz y viste con muy pocas prendas del mismo color. La característica principal es que muestra su cuerpo dividido en fragmentos unidos por hilos invisibles, ya que el tema de su desmembramiento suele ser el eje cómico sobre el que gira la viñeta (fig. 8). En algunas de las ilustraciones aparece con su madre Coatlicue y su hermano Huitzilopochtli, siendo una familia feliz, aunque los hermanos realicen travesuras, como en la que Huitzilopochtli juega a desmembrar a su hermana (fig. 9 y 10). Fig. 8. Pedro Larez, Coyolxauhqui enferma, 2016, ilustración digital. La diosa habla con Tláloc, el dios de la lluvia, los rayos y tormentas. Fig. 9. Pedro Larez, Los hijos de Coatlicue, 2018, ilustración digital. Fig. 10. Pedro Larez, Coyolxauhqui y Huitzilopochtli jugando, ilustración digital. Otros artistas e ilustradores independientes se están haciendo eco del legado mitológico que culturas extintas han dejado en la historia, es por ello que se pueden encontrar numerosas representaciones de la diosa, cada una bajo la interpretación personal de su creador o creadora (fig. 11 y 12). Fig. 11. Betsy Amparán, Coyolxauhqui, 2013, ilustración digital. La artista ha actualizado la imagen de la cabeza decapitada de la diosa aunque, esta vez, está viva y mira desafiante al espectador. Fig. 12. Daniele Di Parma, Coyolxauhqui, 2021, ilustración digital. La artista muestra a la diosa completamente reinventada, siendo un ser fiero que consume la bola del mundo. Se inspira en sus atributos aztecas para vestirla, como el tocado emplumado. Porta una vara rematada con la figura de la luna menguante. -¡Mama Quilla te ciñe en este momento la frente con un llautu71 de luz! ¡Augura un reino de gloria para ti y para tu pueblo!... Un rayo de luna, en efecto, deslizándose por la boca de la gruta, había envuelto en pálidos fulgores la cabeza del aventurero. Roberto Payró, El falso inca, (2016, p. 29). Mama Quilla, traducido desde el quechua mama, “madre”, y killa, “luna”, es la Madre Luna de la mitología inca72. Hija de Viracocha, dios creador, y Mama Cocha, diosa de todas las aguas; hermana y esposa de Inti, el dios supremo del Sol, con quien tuvo a los primeros gobernadores del imperio inca, Manco Cápac y Mama Ocllo, que se casaron y protagonizan algunos de los mitos más importantes de su mitología. El imperio inca fue el más extenso en la América precolombina en la zona de los actuales andes peruanos entre los siglos XV y XVI, hasta que fueron conquistados por los españoles en 1533 durante la colonización. Dentro de su religión, su cosmovisión dividía el mundo en tres zonas: Hanan Pacha, el mundo de arriba y celestial, habitado por la mayoría de los dioses, donde vivían los justos tras su muerte, que se representaba con un cóndor; Kay Pacha, el mundo presente y terrestre, donde habitan los humanos, representado por el puma; y Uku Pacha, el mundo de abajo o de los muertos, allí permanecían aquellos que no ascendían tras su muerte y los bebés no-natos, las cuevas y fuentes eran lugares de transición con el Kay Pacha, y se representaba con una serpiente. Mama Quilla, junto con las diosas Pachamama (“Madre Tierra”) y Mama Cocha (“Madre de las Aguas”) formaban la trinidad lunar, donde cada una se identificaba con una fase de la luna y, a la vez, con uno de los mundos. Como diosa celeste, Mama Quilla habitaba en el Hanan Pacha y era la principal deidad femenina, considerada la madre del firmamento y el tercer poder tras Inti e Illapu, dios del trueno73 (Cobo, 1990). Mientras que Inti representaba el día, el astro solar y lo masculino; Mama Quilla gobernaba la luna, la noche y encarnaba el poder femenino, por lo que era la protectora de las mujeres y la diosa del matrimonio y del ciclo menstrual (Conway, 1995). Dentro de la dualidad con Inti, no existía la supremacía de uno sobre otro, y el prestigio de Mama Quilla era tan grande que había una escultura suya dentro del Templo del Sol a la que sus sacerdotisas visitaban, rezaban y ofrendaban. Aun así, los chimú, una comunidad inca que habitaba en la costa, defendían la preeminencia de Mama Quilla sobre Inti (D’Altroy, 2003). A día de hoy es posible escuchar todavía entre la comunidad quechua referirse a la Luna bajo el nombre de mama killa (madre luna), y al Sol como tayta inti (padre sol) (Mishkin, 1940; Steele & Alle, 2004). Al contrario que los griegos y romanos que creían que los astros estaban formados por una pareja de hermanos de ambos sexos sin atracción sexual, en Latinoamérica es más común encontrar un vínculo matrimonial entre ellos. Dentro de la mitología del pueblo mapuche (habitantes de Chile y Argentina), la personificación masculina del Sol, Antu, escogió como esposa a Kuyén, la personificación femenina de la Luna. Esto provocó que el resto de astros nocturnos (las estrellas) sintieran celos, lo que desencadenó una guerra de la que salieron vencidas las estrellas. Antu, como castigo, redujo su brillo y tamaño durante la 71 Un llautu o llauto es el turbante o tocado que solían llevar los gobernantes incas. 72 La civilización inca o quechua fue la última de las sociedades precolombinas, asentadas en la costa oeste de Latinoamérica (actuales zonas de Perú, Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia y Argentina). Los primeros registros de su existencia datan del 1197 y, debido a la conquista de los españoles, desapareció en el 1572. 73 Reseñable el hecho de que la trinidad principal inca esté formada por el Dios del Sol, la Diosa de la Luna y el Dios del Trueno, al igual que en la japonesa lo eran Amaterasu (Diosa del Sol), Tsukuyomi (Dios de la Luna) y Susanoo (Dios de las Tormentas). noche, por eso Kuyén es el astro que más brilla. Pero el matrimonio entre ambos no fue feliz y, en una ocasión, Antu golpeó tan fuerte a Kuyén que le dejó marcas en su cuerpo (los mares lunares). Por ello, Kuyén huye constantemente de su marido y no deja que Antu la alcance. Como la luna tiene tres fases, Kuyén también, así existe la luna doncella (nueva), la luna madre (llena) y la luna vieja (menguante) (Catrileo et al., 2018; Ko ̈ssler-Ilg, 2000). De igual manera, el pueblo mapuche vincula la luna y su deidad Kuyén con la menstruación femenina: La luna se relaciona con el universo femenino. En algunos discursos rituales de iniciación o curación destinados para niñas preadolescentes, aún se hace alusión a küyen como astro iluminado, dueño y símbolo de la fertilidad de las mujeres, en expresiones tales como peküyeni que, en español, corresponde literalmente a “vio la luna”, o petu peküyenlay (“todavía no ha visto la luna”). En la visión mapuche, estas expresiones indican la llegada del momento del menstruo en la niña que pasa a la etapa fértil de la iluminación de su vida. El término kuyentun, en tanto, designa el menstruar. De modo concordante, en quechua, la voz killa presenta, entre sus acepciones, el período menstrual de la mujer (Catrileo et al., 2018). Los incas creían que cuando se producía un eclipse lunar, un animal (normalmente un puma (Cobo, 1990) o una serpiente (Conway, 1995), los animales que representaban los otros dos mundos de su cosmovisión) estaba atacando a la diosa y la haría caer del cielo. Debido al temor que esto suscitaba ya que, como madre que cuidaba el mundo, si Mama Quilla desaparecía, ellos también lo harían, los incas comenzaban a hacer mucho ruido, arrojaban objetos a la luna y ataban a sus propios perros y les golpeaban para que aullaran con la intención de espantar al animal que la atacaba (fig. 1). Fig. 1. Bernard Picart, Desolación durante el eclipse, siglo XVIII. Los incas aparecen haciendo ruido y golpeando a los perros para proteger a la Luna. Se decía que Mama Quilla lloraba lágrimas de plata, es por ello que este metal está consagrado a la luna y los templos de la diosa están llenos de artilugios forjados con plata. Otro mito explica el origen de las manchas oscuras de la superficie lunar: un zorro cayó prendido de Mama Quilla debido a su belleza y, cuando consiguió ascender y llegar a su lado, la diosa le estrechó tan fuerte entre sus brazos que se autoprovocó las manchas que hoy se conocen como los mares lunares (D’Altroy, 2003). El calendario inca se creó en base a la luna y, al igual que el gregoriano, tenía doce meses según los ciclos de la naturaleza. Así, el décimo mes, análogo de septiembre, estaba consagrado a la Luna y la Reina y era el mes de plantar, pues coincidía con el equinoccio de primavera y el inicio de la temporada de lluvias. Se deduce que Mama Quilla, como madre, estaba relacionada con la fertilidad y el cuidado de los bebés, por ello, todas las mujeres andinas se consagraban a la diosa, al igual que sus templos se regían por sacerdocio exclusivamente femenino. Durante el décimo mes, se realizaban rituales purificadores a la diosa en estricto silencio y ayuno durante la noche, que iluminaban con antorchas, y utilizaban artilugios de plata (metal dedicado a la luna) para llamar la atención de la diosa (D’Altroy, 2003). Dentro del imaginario era una mujer humana muy hermosa y solía acompañarla un disco o aro plateado que simbolizaba la luna en sus representaciones (Conway, 1995). Debido a los siglos de saqueos y guerras por la zona, quedan muy pocas representaciones de la diosa (fig. 2 y 3), siendo mucho más común encontrar imágenes de artistas actuales que adaptan la figura de Mama Quilla al imaginario actual (fig. 4-6). Fig. 2. Mama Quilla Precolombina, siglos XV- XVI, figura de plata. La diosa porta un tocado con rayos lunares y sostiene entre sus manos las tres fases lunares (nueva, menguante y llena). Fig. 3. Mama Quilla Precolombina, siglos XV- XVI, figura de oro. Posiblemente se trate de la diosa, pero, quizá, sea más acertado deducir que se trate de Inti, debido al color dorado y a que solo sostiene una esfera entre sus manos. Fig. 4. Genzoman, Mama Quilla, 2005, ilustración digital, vía DeviantArt. Sosteniendo la luna llena entre sus manos, Mama Quilla se alza imponente con un tocado típico inca, aunque el resto de su atuendo haya sido invención del autor. Fig. 5. Daniel Salvanés, Mama Quilla, 2014, ilustración digital, vía DeviantArt. La diosa levita en mitad de la noche, haciendo girar la luna, lo que provoca las distintas fases, que también lleva tatuadas en la pierna. Similar a la anterior figura, porta un tocado de inspiración inca aunado con la imaginación del ilustrador. Fig. 6. Yayo Calloma, Diosas Incas, 2015, ilustración digital. El artista ha optado por representar la trinidad lunar inca, donde a Mama Quilla, como diosa lunar, frente al agua y a la tierra de sus compañeras, le corresponden los tonos oscuros. Una luna creciente se encuentra ante ella y muestra un tatuaje de ella misma en las representaciones precolombinas en su brazo. Mama Quilla ha dado nombre a una organización andina que ha protegido y acogido a las mujeres desplazadas por la guerra desde sus pueblos a Huaycán (Lima) en 1987, pero que, cuando llegaron a la nueva ciudad, sufrieron las mismas violencias que en su tierra natal. Veinte años después, entre 2009 y 2011, Karen Bernedo filma, edita y publica el cortometraje Mama Quilla: los hilos (des)bordados de la guerra, donde recoge testimonios de las refugiadas y expone cómo, dentro de la asociación, las mujeres tejen arpilleras donde vuelcan sus recuerdos y los sentimientos tuvieron durante esa época. A modo de arte-terapia, las mujeres se volcaron e hicieron una gran serie de bordados que posteriormente se expuso por su tierra y llegó a países como Alemania e Italia. La diosa de la Luna, siglos después, sigue amparando a las mujeres descendientes de las incas. En Marvel Comics, la diosa aparece en Thor & Hercules: Encyclopaedia Mythologica #1, creado por A. Flamini, G. Pak, F. van Lente, P. Cornell y K. Sharpe, publicado en 2009. No es un personaje relevante, simplemente se dice de ella que nació en la Isla de la Luna, pertenece a los Apu, por lo que es inmortal, tiene fuerza sobrehumana y el poder de curarse. Su aspecto es el de una mujer joven, vestida con una túnica gris azulada y tocado a juego que simula sus representaciones precolombinas (fig. 7). Fig. 7. Mama Quilla en Thor & Hercules: Encyclopaedia Mythologica #1, Marvel Comics, 2009. En el videojuego de la saga Tomb Raider, Shadow of the Tomb Raider, estrenado en 2018 y desarrollado por Eidos Montreal, Crytal Dynamics y Nixxes Software, y distribuido por Scuare Enix. Lara Croft inicia un viaje a través de Mesoamérica y Sudamérica para evitar un apocalipsis maya que una organización paramilitar ha iniciado. Entre las muchas tumbas que Lara saquea a lo largo del videojuego, se encuentra con una reliquia de Mama Quilla, una máscara al estilo original de las representaciones de la diosa (fig. 8). Fig. 8. Máscara de Mama Quilla en Shadow of the Tomb Raider, 2018, EEUU. El concepto contemporáneo de “bruja” es legado directo del que moldeó el cristianismo entre los siglos XV y XVII, concepto que, aunque recogió los vilipendios significantes y connotativos de la época previa a la caza de brujas, la obsesión y el número de víctimas procesadas y condenadas por brujería, alcanzó cotas jamás vistas anteriormente, lo que no hizo más que ahondar en el miedo y el desprecio hacia la figura de la bruja. Dijkstra (1994) ya escribió que parecía que todas las mujeres que transgredían la posición que tenían adjudicada dentro de la sociedad ya eran consideradas brujas malvadas. Si se consulta el diccionario: Brujo, ja La forma f., quizá de or .prerromano. 1. adj. Embrujador, que hechiza. [...] 1. m. y f. Persona a la que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos del diablo. 2. m. Hechicero supuestamente dotado de poderes mágicos en determinadas culturas. 3. f. En los cuentos infantiles o relatos folclóricos, mujer fea y malvada, que tiene poderes mágicos y que, generalmente, puede volar montada en una escoba. 4. f. Mujer que parece presentir lo que va a suceder. 5. f. coloq. Mujer de aspecto repulsivo. 6. f. coloq. Mujer malvada. (Real Academia Española, 2014, definición 1, 3-8). Es curioso notar cómo las definiciones que incluyen el masculino no poseen connotaciones negativas (más allá de la número 3 que hace referencia directa a la concepción de esta herejía durante la caza de brujas). No es la única acepción sexista dentro del diccionario de la lengua española, otros ejemplos son perra, loca, mujer o zorra. A pesar de que en 2014 ya sufrió una revisión sobre algunas de las acepciones más descaradamente machistas, el secretario de la Real Academia por aquel entonces, Darío Villanueva, ya dijo que “lo que nunca hará el Diccionario de la Legua Española es suprimir palabras que se usan porque sean ofensivas o desagradables” (Millán, 2013). Es necesario hacer este apunte y señalar que el diccionario es un mecanismo perverso que refleja el pensamiento del poder (Varela, 2018), por lo que no deja de reflejar los juicios imperantes de la sociedad. Sus representaciones actuales son bastante variopintas: desde brujas malvadas, hasta mujeres bondadosas, pasando por la imagen de ancianas. Aunque el estereotipo más predominante continúa siendo el generado en los cuentos infantiles de los hermanos Grimm (Blancanieves (1812), Hansel y Gretel (1812), Rapunzel (1812)), Perrault (La Bella Durmiente (1697)) o Andersen (La Sirenita (1837)) (López-Villar, 2019), aquel de la mujer con poderes mágicos que vive en el bosque o aislada, temida por los vecinos o que nadie conoce, misteriosa, malvada y, por supuesto, villana del cuento. Físicamente, el prototipo brujesco es el de una vieja fea, con nariz aguileña y mentón picudo, algunas verrugas, que viste con un sombrero puntiagudo, vestidos con tonalidades oscuras bajo la moda de entre los siglos XVI y XVIII habitualmente, que realiza sus pociones en calderos, usa una varita y vuela en escoba. Suelen estar rodeadas de animales vinculados con la oscuridad y lo misterioso: aves nocturnas (lechuzas, búhos, murciélagos), cuervos, gatos, sapos y otros anfibios, serpientes, etc. (fig. 1 y 2). Fig. 2. Primera imagen que aparece en el buscador de Google al escribir en su barra de búsqueda la palabra “bruja” (a fecha mayo de 2021). Fig. 1. John W. Waterhouse, El círculo mágico, 1866, óleo sobre lienzo. De las primeras obras del artista donde una mujer realiza un conjuro ante su caldero humeante, mientras dibuja con una vara un círculo en torno a ella. Sujeta una hoz que, con la forma de la hoja, introduce el simbolismo lunar. Su vestido está decorado con guerreros griegos rememorando, quizá, su procedencia. Quedan fuera del círculo varios cuervos y un sapo que la observan, asociados al mal; pero dentro quedan las flores, símbolo de belleza, fertilidad, tierra y erotismo, el mal no tiene cabida en su brujería. Los personajes femeninos de la mitología poseen también capacidades mágicas, pero esos poderes se tornaban en conocimientos y, por tanto, en sabiduría. Que la mujer posea conocimiento era algo que ya para los griegos era inconcebible, pues ¿qué mueve a una persona a aprender y conocer sino su curiosidad y su constante estado de preguntarse por lo que desconoce? Como ya se ha visto en el apartado del contexto histórico de la mujer en esta época, las virtudes para las griegas eran el silencio y la discreción, es decir, cuanto menos viese, oyese y preguntase, mejor. Y así lo dejó patente Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978) en su Teogonía al escribir sobre el porqué de los males que asolan a los mortales: por la curiosidad y las ganas de saber de una mujer. De igual manera, se culpabilizó a Eva en el cristianismo: por tener curiosidad y comer del árbol del conocimiento. Erradicar el conocimiento femenino fue una de las causas y consecuencias de la posterior caza de brujas, ya que era algo que escapaba del control y se convertía, por tanto, en un peligro para el estado patriarcal. Ese peligro potencial también se materializa en la mitología. Todas las mujeres que se analizarán puede que no fueran malvadas innatamente, pero sí suponen una amenaza para los demás y, en concreto, para la autoridad del hombre. Poseen un poder y autoridad que no radica en la fuerza física, sino en su mente, su poder es inmaterial, incontrolable e impredecible. A esta fuerza inmaterial se le suma su poder sexual, las magas eróticas se convierten en la bruja más perversa y malvada porque es peligrosa por partida doble, este es el caso de Circe, Medea y Morgana. Durante la Edad Media y en épocas posteriores, la magia sexual se ve influida por la presencia o ausencia de la sangre menstrual. La bruja menopáusica era la anciana que tan perseguida fue durante la caza de brujas, esas mujeres que vivían aisladas de la comunidad, solteras o viudas, normalmente pobres y mendigas, ya que no era bien visto que una mujer anduviera sola. Por otra parte, la bruja joven y, por tanto, que aun tiene la menstruación, es la mujer sensual que copula con el Diablo para satisfacerse y satisfacer a su Señor. El atractivo visual de la bruja erótica se popularizó a lo largo del siglo XIX y aun hoy es un reclamo en el imaginario contemporáneo debido al morbo74 que aporta la belleza física y la sexualidad femenina, ya sea mostrada de manera explícita o de manera más sutil. Las brujas de la Antigüedad ya se dividían entre bondadosas y malvadas, ninguna era más fuerte que la otra, solo usaban sus poderes con fines diferentes. Pero entre los autores grecolatinos ya había predisposición a vincular la magia de las brujas de sus historias con lo erótico y el amor, entrelazando sus poderes mágicos con la sexualidad femenina. Homero, Eurípides, Lucano, Teócrito, Horacio, Ovidio, Petronio, Luciano o Apuleyo crearon mujeres dominadas por una pasión fiera, que se dejaron llevar por sus emociones y que usaban su magia para resolver su conflicto (normalmente con un hombre), lo que desemboca en acciones y situaciones horribles (Caro Baroja, 2003). Todas estas historias y folclore colaboraron a la creación de la bruja cristiana que, en muchos casos, le rinde culto a la diosa Diana (Grimm, 1835; Tartarotti, 1749/2013). Que Diana (o Ártemis en la mitología griega), la diosa romana de la caza y la luna, aun manteniéndose virgen y ajena a toda vinculación mágica dentro de su mitología, se convierta en la diosa a la que se le rinde culto en la brujería, no es más que una secuencia lógica de su sincretismo con la diosa Hécate, como se verá en los epígrafes de ambas. Las seis brujas que se analizarán se han escogido por su relevancia dentro de sus mitologías y/o el gran impacto que han tenido en el arte e imaginario posterior. Evidentemente, algunas de ellas también encajan en otros grupos del presente estudio (como Hécate en Ctónicas o Lunares), y es que existen divinidades muy complejas que no se pueden definir bajo un único aspecto (como sí que puede ser el caso de Baba Yaga), pero se ha seleccionado un rasgo reseñable dentro de todo su carácter. 74 El hecho de que en pleno siglo XXI siga existiendo este morbo, no es más que un reflejo de la herencia de la censura que ha tenido a lo largo de los siglos la sexualidad femenina. La dicotomía que aun hoy impera en las mujeres entre ser santas o putas es un lastre que costará erradicar. Además, elementos como la pornografía machista (la cual es la grandísima mayoría de la que se genera) no hacen más frenar esta lucha. Yo soy Isis, la reina de todos los territorios, la instruida por Hermes, y, cuanto yo he legislado, nadie lo puede desatar. Yo soy la hija mayor del dios más joven, Crono; yo soy la mujer y la hermana del rey Osiris; yo soy la primera descubridora del fruto a los hombres; yo soy la madre del rey Horus; yo soy la que aparece en el astro del Perro; para mí fue edificada la ciudad de Bubastis. Salve, salve, Egipto, que me criaste. Estela en la presunta tumba de Isis en Niza de Arabia según Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2017, Libro I, 27, 4). Isis es el nombre griego, ς, por el que se conoce a la diosa Ast que, traducido desde el egipcio antiguo, significa “trono”. Aparece en escritos por primera vez alrededor del 2400 a. n. e. durante la V dinastía del Antiguo Egipto y varios textos sitúan su origen en una pequeña ciudad del delta del Nilo, donde era patrona (Münster, 1968). Mucho antes de la aparición del imperio egipcio, cada ciudad poseía una deidad que actuaba como patrón o patrona de dicha localidad, posteriormente se fueron creando tríadas de dioses que actuaban como núcleo familiar, pero mantuvieron como cabeza de la tríada a la deidad que había sido su patrón inicial, indistintamente de que fuera hombre o mujer. Cada ciudad del territorio poseía su propia cosmogonía, pero la Heliopolitana (perteneciente a la ciudad de Heliópolis, situada al nordeste de la actual El Cairo) se fue imponiendo sobre las demás. A ella pertenecía Isis, hija de Geb (la tierra) y Nut (el cielo) y, a su vez, hermana de Osiris, Horus el Viejo, Set y Neftis. Isis fue cobrando importancia y fue asumiendo atributos de otras diosas, por lo que tiene aspectos muy dispares entre sí, entre los que destacan su aspecto de diosa del más allá, de madre y de gran maga. Isis y Osiris se amaron incluso dentro del vientre de su madre antes de nacer y se convirtieron en marido y mujer después. El dios Osiris fue el primer rey de Egipto y creador de la civilización y, mientras viajaba para enseñar a otras naciones, Isis gobernaba justa y pacíficamente. Pero Set, dios de las tierras estériles y la oscuridad, celoso de amor y la fama que poseía su hermano, le engañó para que se introdujera en un cofre dorado y ricamente decorado. Cuando estuvo dentro, setenta y dos adeptos a Set sellaron el cofre y lo arrojaron a las aguas del Nilo, que lo arrastraron hasta el mar. Isis, afligida, se cortó el cabello, se vistió de luto, ocultó su divinidad y fue en busca del arcón a lo largo de todo el Nilo. Lo halló en Fenicia, donde la diosa Astarté la acogió y la hizo nodriza de su hijo. Cuando se llevaba a su marido navegando por el Nilo, concibió a su hijo Horus transformada en el ave milano mientras devolvía la vida a Osiris, aunque éste no abandonó el arcón. Una noche, mientras Isis cuidaba de Horus, Set encontró el cofre con su hermano, despedazó su cuerpo en catorce trozos y los desperdigó por todo el país. Cuando la diosa se enteró, volvió a salir en busca de cada pedazo de su marido pero, esta vez, en compañía de Horus, Thot, su hermana Neftis (que estaba casada con Set) y el hijo de ésta, Anubis (el cual no era hijo de Set, sino de Osiris, que lo engendró una noche que confundió a Neftis con su hermana, otra razón por la que Set odiaba a su hermano). Así, encontraron todos los pedazos, menos los genitales de Osiris que se los había tragado un pez. Isis creó una réplica del órgano sexual de su marido para sustituirlo y realizó, por primera vez en la historia de Egipto, los ritos funerarios y momificadores en ayuda del embalsamador Anubis. La diosa volvió a batir sus mágicas alas de milano sobre el difunto y le devolvió nuevamente a la vida, convirtiéndolo así en el dios de los muertos y otorgándole la eternidad, desde entonces se sienta en el trono del inframundo y juzga las almas de los muertos. Cuando Horus creció, luchó contra Set durante tres días y tres noches para vengar a su padre y, aunque perdió un ojo durante la batalla (de ahí el famoso símbolo del “ojo de Horus”, símbolo de eternidad y protección), venció a su tío y se lo entregó a su madre. Pero Isis lo liberó y Horus, enfurecido, le cortó la cabeza a su progenitora, que fue sustituida por una de vaca por obra del dios Thot (Baring & Cashford, 2005, pp. 268-274). El mito de Isis y Osiris está registrado por episodios sueltos en manuscritos egipcios y, la versión más completa de la que se tiene constancia es la de Plutarco del siglo II; por ello cabe deducir que la mitología egipcia pervivía mediante la tradición oral y teatral. Debido a este carácter ctónico de Isis, gran parte de sus representaciones son en las tumbas junto con su hermana Neftis, que la acompaña en el camino de los muertos y en los ritos funerarios. Suelen aparecer con sus alas extendidas en sarcófagos y demás elementos funerarios (fig. 1), la intención de su presencia en estos objetos era protectora, así como favorecedora para la resurrección del fallecido. También era muy común ver estatuillas de Isis aladas durante la época dinástica, pero la tradición no traspasó las fronteras mediterráneas (Arroyo de la Fuente, 2006, p. 24). Fig. 1. Neftis (izquierda) e Isis (derecha), joya pectoral de la tumba de Tutankamón en Luxor, XVIII Dinastía, 1325 a. n. e. Ambas hermanas representaban la dualidad de la luz: Isis era la luna llena, el amanecer, la estrella de la mañana y lo visible; mientras que Neftis, la luna nueva, el atardecer, la estrella vespertina y lo invisible. Isis es, pues, una diosa del inframundo por ser la esposa del dios de los muertos, la que otorga el hálito de vida a los fallecidos, la que concede la resurrección y la inmortalidad. También es una diosa mediadora porque a pesar de que ella es opuesta a su hermana, no existe la rivalidad entre ambas, al contrario que entre los opuestos de sus maridos y hermanos, Osiris y Set. A pesar de ello, Isis media en su lucha sin tomar partido y es capaz de perdonar al asesino reincidente de su esposo, por lo que no erradica el mal y la lucha en el mundo, pero sí reconcilia las disputas. Isis fue una deidad protectora con un marcado carácter maternal y tierno, siendo tan importante esto último que su iconografía nace supeditada a la de su hijo. Como Horus se convirtió en rey tras sentarse en su regazo, ella es el trono en el que se sientan los reyes, de ahí la etimología de su nombre, el jeroglífico que lo representa (fig. 2) y el objeto que se sitúa sobre su cabeza (fig. 3). Según el egiptólogo Kurt Sethe, Isis podría ser una personificación de los propios tronos (Griffiths, 1980). Esta hipótesis fue apoyada por otro egiptólogo, Henri Frankfort, que entendía el trono como madre del rey, por lo que debía ser una diosa irremediablemente debido a su poder para convertir a un hombre en rey (Frankfort, 1978). En muchos textos se dice que “el trono hace al rey”, y en la I dinastía, el faraón se autodenominaba “hijo de Isis” (Baring & Cashford, 2005, p. 295). La legitimación del poder político en Egipto se basó en la divinidad del soberano, dios hecho hombre, por lo que si Isis fue madre del primer faraón, lo es de todos sus predecesores. Así, la imagen de la diosa sosteniendo a su bebé en sus rodillas o amamantándolo, no es más que Isis siendo personificada como trono. De igual manera, se la ha representado acunando a los propios faraones (fig. 4). Fig. 2. Jeroglífico de Isis. Fig. 3. Isis en un relieve de la tumba de Horemheb, XVIII Dinastía, 1319 – 1291 a. n. e. Sobre su cabeza lleva el símbolo del trono, en su mano derecha sostiene el anj (amuleto de vida y protección) y en la izquierda, el bastón de papiro. Estos atributos eran bastante típicos de la diosa. Fig. 4. Isis sosteniendo al faraón Sethi I en su regazo. Templo de dicho faraón en Abidos, XIX Dinastía, 1295 – 1186 a. n. e. Su carácter fecundo también se materializa sobre la tierra física mediante el agua, el agua como elemento primordial que da vida. En la cosmogonía heliopolitana, al principio solo existían masas de agua turbia que buceaban entre tinieblas. Este océano infinito era Nun y, cuando el espíritu del mundo tomó conciencia de sí mismo, nació bajo la forma del Sol, de Ra. El dios sol creó a Shu, el viento, y a Tefnut, la lluvia, y ellos engendraron a Geb (principio masculino de la tierra) y a Nut (principio femenino del cielo). Geb era la única zona seca entre todo el océano y de esa tierra nació Egipto. Pero si Egipto surgió del agua primordial, necesitaría del agua para seguir existiendo, de ahí que Ra creara el Nilo, para que regara sus áridas tierras (Hart, 2003). Isis cuidaba del ciclo de muerte y resurrección del Nilo viviendo en la estrella de Sirio o Sothis (“embarazo”), la estrella más brillante del hemisferio norte, que pertenece a la constelación del Can Mayor. Cuando Sirio aparece en el horizonte, representa el aliento de vida que Isis le otorgaba a Osiris, por lo que comienza la época de crecida del Nilo y marcaba el día de año nuevo para los egipcios. Como su condición de Gran Madre fecunda, la aparición de Isis en el firmamento señalaba la época en la que la tierra volvía a ser fértil, pues su marido resucitaba y la fecundaba (Baring & Cashford, 2005, pp. 265 y 275). Además, mitológicamente hablando, Isis también se convierte en madre de Osiris: ella le ama y le concede la vida con su poder, algo que ninguna otra mujer puede hacerlo, y así se describe en un texto hallado en las pirámides: Tu madre ha acudido ante ti, para que no perezcas, ha venido la gran alfarera, para que no perezcas. Te pone la cabeza en su sitio, te junta los miembros; lo que te trae es tu corazón, es tu cuerpo. Así te conviertes en aquel que preside sobre sus antecesores, tú das órdenes a sus ancestros y también haces que tu casa después de ti prospere, defiendes a tus hijos de la aflicción. (Neumann, 2014, texto nº 834 de las pirámides, p. 222) En un mito alternativo, Isis era en su origen una mujer humana que poseía palabras de poder y ciertas habilidades mágicas. A pesar de su humanidad, estaba cansada de vivir entre hombres y prefería amar a los dioses y a los espíritus. En uno de sus lamentos, pedía saber el nombre sagrado de algún dios para así igualarse en su poder y convertirse en una de ellos (en la cultura egipcia saber el nombre sagrado o real de otros, otorga pleno poder sobre dicho ser). Sus ruegos parecieron ser escuchados pues Ra, que ya era un viejo decrépito que babeaba, dejó caer su saliva a la tierra. Isis la recogió y creó la primera cobra de Egipto, y la colocó en el camino que el dios realizaba cada día por el cielo. Cuando Ra pasó por su lado, la cobra se abalanzó sobre él y le mordió, introduciendo su veneno en el cuerpo divino. Todos los dioses acudieron al lado de su creador sin poder remediar el dolor que sentía ni sanar su enfermedad. Pero también fue Isis que, sin decir que había sido ella quien había hecho enfermar al dios solar, acudió con sus palabras de poder, de hálito de vida y sus conocimientos sanadores mágicos, asegurando que le curaría si le decía su nombre. Ra no opuso resistencia y le permitió saber su nombre sagrado. Así, la mujer se convirtió en la señora de todos los dioses, la que conoció a Ra, el creador de todo y de todos, por su verdadero nombre75 y la convirtió en la diosa más poderosa (Budge, 1969). Por este suceso, también se vincula a Isis con la medicina, la sanación y la creación de fármacos, facetas que, posteriormente, se asociarían a las labores de las brujas. La cobra o serpiente es el agente por el que Isis, la mujer, actuó sobre la divinidad, una tradición que serviría de inspiración posterior, donde también se escogería a la serpiente como animal femenino que atrae la maldad o actúa en nombre de otros con intenciones perversas. Pues, a pesar de que, como se ha visto, en Isis prevalece un carácter benefactor, con este mito deja entrever un aspecto más de la humanidad no tan bueno: la ambición. Bajo el epíteto de Gran Maga, Isis realizó múltiples hechizos en otros relatos (Borghouts, 1978) y el nudo, símbolo original de la diosa que representaba su faceta mágica, siguió representándose en su atuendo a pesar del auge de su aspecto maternal. En el mundo antiguo existían muchas supersticiones en torno a los nudos pues se asociaban a la magia: creían que era perjudicial que alguien cruzara las piernas o los brazos durante los partos o que se podía hacer daño a una persona a través de cuerdas anudadas (Frazer, 2011). El nudo tyet, nudo isiaco o también llamado “sangre de Isis” (fig. 5), era otra manera de representar a la diosa, como lo era el símbolo del trono. Se parece bastante al anj, pero los “brazos” están curvados hacia abajo y su significado procuraba el bienestar y la vida. A pesar de que se puede encontrar en color azul o en amarillo (color otorgado al fabricarse a partir de la madera del sicomoro), la tonalidad más habitual para el tyet era el rojo, debido a la relación con la sangre menstrual de la diosa y la forma similar al aparato reproductor femenino. Fig. 5. Tyet, nudo o sangre de Isis. 75 Este misterio en torno al verdadero nombre del dios creador pervivió con el nombre impronunciable de Yahvé en la religión judeocristiana. El amuleto iba asociado al poder de otorgar vida de la diosa, de los ciclos de muerte y resurrección, por lo que se solía colocar sobre el pecho de las momias o como elemento decorativo en los distintos objetos y espacios fúnebres. Este símbolo puede aparecer solo aunque también se puede ver junto con el dyed, columna asociada a su esposo Osiris y con fuertes connotaciones fálicas, ambos símbolos unidos representan la naturaleza dual de la vida, donde el tyet es el poder femenino y el dyed, el masculino (fig. 6). Fig. 6. Tyets y dyeds como decoraciones dentro del tabernáculo de la tumba de Tutankamón, XVIII Dinastía, 1325 a. n. e. El culto a Isis se extendió con facilidad por todo el Mediterráneo debido a su enorme versatilidad y flexibilidad a la hora de adaptarse a otras culturas. Tenía un fuerte atractivo por la enorme individualidad que presenta en sus mitos, lo que la hacía ser una diosa mucho más humana al mostrar sus inseguridades, las dificultades por las que pasó y las pérdidas que sufrió. Era mucho más fácil empatizar con la diosa y sentir que ella no solo escuchaba, sino que comprendía el sufrimiento y podía otorgar una ayuda más precisa. En el siglo III a. n. e. llegó a Grecia donde tuvo templos en la acrópolis de Atenas y en Delos, entre otros. Un siglo después alcanzó las costas italianas y, a pesar de que tuvo cierta resistencia por parte de los romanos, acabó sumando multitud de adeptas (Pomeroy, 1999, p. 241). También llegó a las zonas del Rin y el Danubio (Baring & Cashford, 2005, p. 265). Acabó convirtiéndose en la única deidad egipcia que pervivió durante el Imperio Romano, hasta que fue prohibido su culto en el año 535, tras dos siglos con el cristianismo como religión oficial. Es por ello que sus representaciones con Horus, su hijo, en brazos, llamadas Isis Lactans o Isis Lactante, quedaron grabadas en el imaginario y sirvieron de inspiración para los primeros cristianos en sus iconografías de la Virgen con el Niño (fig. 7) (Baring & Cashford, 2005; Calvo, 2006; Pomeroy, 1999). Fig. 7. Isis Lactans sosteniendo a Harpócrates (Horus), fresco en una casa en Karanis, siglo IV. Isis se confundió con varias diosas egipcias, la más evidentemente fue con Hathor, por la iconografía de vaca o de mujer astada que esta diosa poseía. Hathor, además, fue madre de un hijo llamado Horus, que no se sabe hasta qué punto era una divinidad distinta al Horus que engendró Isis, hipótesis reforzada al hecho de que también se la consideraba madre de los faraones (en otros mitos, Hathor estaba casada con el hijo de Isis). El tocado hathórico, el disco solar entre los cuernos del bóvido, fue considerado un tocado también de Isis (fig. 8) y, en la época ptolemaica, aunque se combinaba con el trono, también se le añadieron el collar menat y el sistro, elementos musicales de Hathor como diosa de la música y la danza (fig. 9 y 10) (Arroyo de la Fuente, 2006, p. 22). La vaca es, por tanto, un símbolo maternal y celestial, otorga protección con su cuerpo y alimento con su leche. En esta línea, también se confundió a Nut con Isis. Nut, diosa del cielo que fue separada de su consorte Geb, la tierra, porque no paraban de copular y fue mal visto por parte de sus progenitores. Ella solo tocaba la tierra por cuatro puntos, lo que serían sus cuatro extremidades o, bajo la forma de vaca (una representación habitual de ella), con sus cuatro patas. Fig. 8. Isis Lactans, 680-640 a. n. e. Horus lactando de su madre que porta el tocado de Hathor. Fig. 9. Pilono del templo de Horus en Edfú, 332 a. n. e. – 30 n. e. El tocado hathórico reposa en la cabeza de Isis con decoraciones de ave y lleva el collar menat al cuello. Fig. 10. Isis con el sistro, el collar menat, el nudo y el tocado hathórico. Relieve en el templo de Sethi I en Abidos, capilla de Osiris, XIX Dinastía, 1295 – 1186 a. n. e. Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2017) recoge los múltiples sincretismos entre los dioses egipcios y los griegos, trabajo que ya allanó Plutarco, y los interrelaciona constantemente en su Biblioteca Histórica. Para él los egipcios tenían dos dioses primordiales: el Sol y la Luna, encarnados por Osiris e Isis, respectivamente. Especifica que Isis portaba cuernos de vaca por su semejanza con la media luna y la vaca que le era consagrada. Ambos administraban el paso de las estaciones y otorgaban vida a todas las cosas, siendo Osiris lo ardiente y el espíritu e Isis, lo húmedo y lo seco, y ambos compartiendo el aire. He ahí los cinco elementos: el fuego, el espíritu, lo húmedo, lo seco y el aire, y de ellos cinco se forma el universo, de Osiris e Isis, del Sol y la Luna, Helios y Selene (Libro I, 11, 1-6). Diodoro escribe que Crono y Rea engendraron a Osiris y a Isis o, con otros nombres, a Zeus y a Hera. Estos a su vez, tuvieron como descendencia a Tifón, Apolo, Afrodita, Osiris/Dioniso y a Isis/Deméter76, siendo estos dos últimos los que aportaron mayores beneficios a la vida. No quiere decir que se autoengendraran a sí mismos, aunque sí que es cierto que en los códices coptos hallados a mediados del siglo XX en Nag Hammadi (a 100 km de Luxor), hay un largo himno a Isis que otorga a la diosa la dualidad plena sobre todas las cosas y deja entrever el carácter complejo que poseía sobre las relaciones familiares (algo que ya se ha mencionado con Osiris, el que fue su hermano, su marido y su hijo simultáneamente): Porque soy la primera y la última, soy la venerada y la despreciada, soy la prostituta y la santa, soy la esposa y la virgen, soy la madre y la hija, soy los brazos de mi madre, soy la estéril y numerosos son mis hijos, soy la bien casada y la soltera, soy la que da a luz y la que jamás procreó, soy el consuelo de los dolores del parto, soy la esposa y el esposo, y fue mi hombre quien me engendró, soy la madre de mi padre, soy la hermana de mi marido, y él es mi hijo rechazado. Respetadme siempre, porque yo soy la deshonrada y la magnífica. (Manuscrito de Nag Hammadi, Códice VI, siglos III-IV). A pesar de que les otorgue los mismos nombres, Diodoro simplemente señala distintos sincretismos según sus aspectos, no que fueran necesariamente los mismos dioses, de esta manera con Hera se la asocia a su carácter de reina de los dioses y diosa madre, mientras que con Deméter, al descubrimiento del trigo y la creación de las leyes para los humanos. Posteriormente, cuando describe el mito en el que Osiris es asesinado y despedazado, el que perpetra el crimen es Tifón, y no Set. 76 Plutarco en su Moralia también reconoce a Deméter en la forma helénica tardía de Isis. No es descabellado crear un vínculo entre ambas ya que, además de las razones ya escritas, ambas buscaron sin descanso a su persona más amada. Tanto Perséfone como Osiris se encontraban en el mundo de los muertos y habían sido arrebatados del abrazo de las diosas por el dios de la oscuridad. También, tanto Isis como Deméter poseen misterios, son madres, fueron acogidas durante su búsqueda en una casa donde fueron nodrizas, dieron de mamar a un niño y lo metieron en el fuego para convertirlo en inmortal, pero fueron sorprendidas por la madre de la criatura, interrumpiendo el ritual. A parte de las identificaciones que Diodoro describe con Selene, Hera y Deméter; Isis se sincretizó con muchas más diosas mediterráneas como Fortuna, Atenea, Afrodita, Hestia, Ártemis o Astarté de Fenicia. También lo hizo con Ío, la cual fue transformada en vaca como venganza de Hera por estar encinta de un hijo de Zeus (Grimal, 1989, p. 291; Hard, 2008, p. 308) Esta facilidad de identificación se debía a la ya mencionada flexibilidad de su culto y, sobre todo, que no tenía cualidades contradictorias. A esto se le añade lo atrayente que eran las dotes mágicas que poseía, su poder de sanación y la promesa de la resurrección (Pomeroy, 1999, p. 241). También tuvo atributos asociados a deidades masculinas, como el poder sobre los rayos y el viento, el don de otorgar los distintos idiomas a los mortales (pudiéndola considerar por ello la diosa de la cultura también) y el conocimiento de la astronomía. Llegó a ser la patrona de los navegantes y el comercio, atributos de Hermes-Mercurio, la que creó las leyes y el sistema de justicia. Por ello se la conoce como la “diosa de los mil nombres”, denominada así hasta por el filósofo Apuleyo. En su libro El asno de oro (siglo II/2018), Isis se aparece ante Lucio para transformarle de asno a hombre tras escuchar sus plegarias. Se presenta con un sincretismo religioso de divinidades femeninas bastante extenso: Venus, Minerva, Diana, Juno, Belona, Ceres, Proserpina, Cibeles, Némesis e, incluso, con la griega Hécate77, haciendo de Isis una diosa panthea, la convergencia de las diosas más poderosas del panteón grecolatino, lo que la convirtió en un principio femenino universal aún todavía en el siglo II de nuestra era. Es, por tanto, una diosa del universo y la polis (Calvo, 2006, p. 43): es omnipresente, comprensiva, empática, maternal, erótica, justa, poderosa, cósmica... Es, en definitivas cuentas, la deidad femenina más cercana a la supremacía de la que se tiene constancia. Diodoro ensalza la figura de Isis por encima de Osiris en todo momento: “se reguló que la reina obtuviera mayor potestad y honor que el rey y que, entre los particulares, mandara la mujer al hombre, aceptando los novios, en el contrato del matrimonio, obedecer en todo a la novia” (Libro I, 27, 1-2). En general, Isis es una deidad que luchó por la igualdad de las mujeres, aunque parte de esa motivación fuera debida a un interés propio (Pomeroy, 1999, p. 211). Tuvo devotos de ambos sexos, aunque siempre fueron más afines las mujeres a su culto, ya no solo las esposas y madres, sino también las prostitutas, ya que la misma Isis fue una ramera. Las dimensiones de Isis como mujer independiente, hermana, esposa y madre elevaron el concepto de divinidad femenina a otra realidad mucho más cercana a ellas, Isis se personifica entre los humanos y vive con ellos. En la época grecolatina, Isis sufrió una helenización en su iconografía. Se abandonaron los vestidos rectos con tirantes que podían dejar al descubierto el pecho de la tradición isiaca y los peinados egipcios, en favor de ropajes de más peso y volumen, aunque sí se mantuvo el nudo de Isis como ceñidor de su ropa (fig. 12 y 13), y el cabello recogido a la moda de la época. Puede observarse a Isis bajo las distintas formas de representación de otras diosas: portando trigo, como Deméter; con desnudos, como Afrodita; con una cornucopia y un timón, como Fortuna (fig. 14); con pequeños cuernos en su frente, como Ío; o con un tocado similar al que solía llevar Ártemis. También va velada cubierta por un manto, como protectora de los marineros montada en un barco y sosteniendo una vela a modo de faro, con cuerpo híbrido de cobra, con su hijo Horus, sentada sobre un perro que corre como reminiscencia de Sirio y el principio del año egipcio, o recostada sobre una esfinge faraónica (Elvira Barba, 2008, p. 354). 77 Es posible que el triple culto a Hécate, Diana y la Luna se viera favorecido por Isis como diosa lunar y de múltiples sincretismos. Apuleyo (siglo II/2018) hace una descripción de la diosa muy específica con una abundante melena de rizos que decoraba con una corona de flores. En el centro de su frente llevaba un pequeño disco blanco y brillante, como una luna, engarzado en dos cobras y en espigas de trigo. Llevaba una túnica de tela fina con tonos blancos, dorados y granates, con escote y, sobre ella, una capa tan negra como la noche que pasaba por debajo de uno de sus brazos, dejando al descubierto su hombro. La capa estaba decorada con estrellas y, en su centro, refulgía una luna llena con rayos de fuego. Calzaba unas sandalias hechas de palmera, el árbol de la victoria, y portaba en una de sus manos un sistro de bronce y en la otra, una vasija dorada con forma de cobra. Fig. 11. Busto de Isis, siglo II, alabastro oriental, arte romano, Galería Uffizi, Florencia. Fotografía propia. La Isis Lactans se adaptó a esta nueva estética donde la diosa era mucho más realista, muy similar a una nodriza romana más rolliza que da de mamar a un bebé también mucho más naturalista. Los símbolos egipcios (tocados divinos o faraónicos, los nudos o el típico gesto con el dedo hacia arriba que Horus solía tener) se obviaron en favor de la acción en sí, otorgando más protagonismo al acto maternal que a la divinidad y la identidad de la figuras (fig. 15). Fig. 12. Isis dando la bienvenida a Ío a Egipto. Fresco en Pompeya, siglo I. Ío aparece con unos pequeños cuernos en su frente, mientras que Isis viste a la moda romana y sujeta una cobra en su mano. Fig. 13. Estatua romana de Isis, siglo I o II. Sostiene un sistro y una jarra de agua, elementos añadidos en una renovación del siglo XVII. Fig. 14. Isis-Fortuna, estatuilla romana de bronce del siglo I. La diosa sostiene un timón y una cornucopia. Fig. 15. Isis Lactans. Estatua de terracota romana del siglo I, hallada en Herculano. El nombre de Isis, a pesar de su procedencia pagana, perduró en la tradición cristiana derivando en Isidoros, “don de Isis”, dando origen a los nombres españoles Isidoro e Isidro, siendo ambos, además, nombres de santos dentro de la institución eclesiástica. En algunas creencias actuales con tradición pagana, mantienen vivo el culto a Isis como diosa que aúna todos los aspectos y realidades femeninas, al igual que sigue existiendo el culto a la triple diosa, Isis continúa siendo la Gran Diosa o Gran Madre de la brujería contemporánea (Hutton, 1999, pp. 79-81, 185-186). En la película Dioses de Egipto, dirigida por Alex Proyas y estrenada en 2016, Isis es un personaje muy secundario. Esta película fue muy criticada por la elección de casting, donde la mayoría de dioses eran encarnados por actores de aspecto caucásico. En el caso de Isis fue interpretada por la actriz australiana Rachel Blake (fig. 16) y no respetaron ninguno de sus atributos ni su relevancia dentro del panteón, el peso femenino del film recayó en Hathor, y hasta Neftis tuvo más presencia. De éstas últimas sí mantuvieron algunos de sus atributos, como el tocado de Hathor o las alas de Neftis. Fig. 16. Fotograma de la película Dioses de Egipto, Alex Proyas, 2016. Osiris acaba de morir en brazos de su hijo Horus e Isis presencia la escena. En televisión se desarrolló la serie de acción real infantil Los Secretos de Isis, emitida entre 1975 y 1976 y creada por Russel Bates. El argumento seguía a Andrea Thomas, una maestra de ciencias de instituto, que descubrió el Amuleto de Hatshepsut durante una excavación arqueológica en Egipto. Como por instinto, la profesora se lo colocó al cuello y, desde entonces, se transforma en una superheroína con los poderes de la diosa Isis, los cuales usa para servir y proteger a la humanidad. Los poderes que adquirió fueron la telequinesis y relacionados con la vida y la naturaleza: volar, invocar vientos, empatía con los animales, control de las plantas, etc. En su caracterización optaron por engarzar el amuleto como si fuera el disco solar entre los cuernos del bóvido, simulando el tocado hathórico. También mantuvieron la estética egipcia del collar menat y el vestido blanco recto y de tirantes, aunque la falda era corta (fig. 17). Fig. 17. Johanna Cameron interpreta a la superheroína Andrea Thomas en Los Secretos de Isis, R. Bates, 1975. Posteriormente DC adquirió los derechos y creó la serie de cómics Isis, donde contaba la misma historia de Andrea Thomas. Además también apareció en el cómic Shazam! #25 publicado en 1976 (fig. 18). En la serie de televisión Leyends of Tomorrow, también de esta franquicia, reinventaron el personaje en Zari Tomaz, la cual, aunque no hace mención a Isis, porta el mismo amuleto proveniente de África, donde la piedra va engarzada en los cuernos de vaca (fig. 19). Fig. 18. Andrea Thomas (Isis) en Shazam! #25, DC Cómics, 1976. Fig. 19. Tala Ashe interpretando a Zari Tomaz en Leyends of Tomorrow, DC, 2016. Fig. 20. Reintroducción del personaje de Isis en el cómic semanal 52, nº 3 de DC en 2006. La mujer que portaba el amuleto con los poderes de la diosa se llamaba Adrianna Tomaz, guiño al nombre original del personaje. El dibujo de esta Isis fue mucho más sexualizado que el anterior, el traje solo le cubre el pecho y lleva una minifalda más corta que su antecesora. En la empresa Marvel aparece en los cómics de Thor en 1975. Isis es la diosa de la fertilidad, el amor, el sexo y la magia, su pasado es el mismo que en los mitos egipcios, hasta que se cruzan en su camino Thor y Odín. La tríada Isis, Osiris y Horus ayudan a Thor a reencarnar el cuerpo de Odín en el cuerpo de Atum-Ra y ayudaron al dios nórdico a derrotar a Set. Más tarde, Isis quiso reencarnar a Osiris en un cuerpo humano, pero se lo impidieron. Ella posee vasto control sobre las fuerzas elementales de la naturaleza, resucita a los muertos, tiene una inteligencia superior, altos conocimientos de la magia egipcia y, al contrario que los hombres que aparecen en el cómic, Isis tiene unas habilidades mínimas en la lucha cuerpo a cuerpo (fig. 21). En los cómics de Xena, La Princesa Guerrera también tiene una breve aparición cuando la protagonista se mezcla con los dioses egipcios. En esta historia todos los dioses se alían para luchar contra Set. Isis tiene la piel verde, los ojos amarillentos sin iris ni pupila, lleva un tocado de reina egipcia con una serpiente engarzada (único motivo que hace alusión a su iconografía antigua), es atractiva y, como cualidad especial de todos los dioses en estos cómics, es físicamente gigantesca en comparación con los mortales (fig. 22). La historia de Xena fue llevada a los cómics por Topps Comics en 1996 debido al éxito cosechado con la serie de televisión. En 1999, adquirió la licencia sobre la historia Dark Horse Comics y, desde 2007, la tiene Dynamite Entertainment. Fig. 21. Isis en Thor #239, Marvel Comics, creado por Roy Thomas, Bill Mantlo y Sal Buscema, 1975. Fig. 22. Isis en Xena, La Princesa Guerrera. Topps Comics, 1996. El personaje tiene una expresión fiera y un generoso escote. Es la única diosa femenina que aparece en el cómic. En el mundo de los videojuegos aparece en Megami Tensei78 en, al menos, veintitrés videojuegos de la saga como demonio tipo lady race (raza demoníaca formada por diosas de alto rango, diosas madre o de la fertilidad de distintos panteones), como arcana de los amantes o megami race (esta raza la forman aquellos demonios que son cabeza de panteón, suele estar formada por dioses masculinos o diosas del amor y la fertilidad con carácter amable), entre otros. Es una mujer alada con la piel oscura, la tez con símbolos y ojos verdes. Lleva un traje largo, blanco y morado, con un tocado egipcio coronado por su símbolo del trono y con una cabeza de ave en su frente (podría ser un halcón en referencia a Horus o un milano, su ave) (fig. 23). En la versión en el videojuego Persona, tiene la cabeza de vaca y el tocado hathórico, con alas y tonos rojizos, azules, blancos y negros. En Monster Strike79 es un personaje de tipo deidad, del elemento madera. Es una mujer con una larga cabellera verde y ojos del mismo color. Va vestida y enjoyada más al estilo árabe que al egipcio, aunque su magia se materializa por medio de figuras piramidales (fig. 24). Fig. 23. Isis en Shin Megami Tensei: NINE, Atlus, 2002, Japón. En el Smite80, donde fue introducida en 2014 como la Diosa de la Magia, se inspiraron en el estereotipo egipcio para crear su apariencia: melena corta, negra y con cuentas y trenzas, piel oscura, ojos marrones, maquillaje azul con delineado típico egipcio en los ojos. Lleva una corona dorada hathórica y le sobresale por la espalda, a modo de aureola, el tocado bovino con alas en su centro, en lugar del disco solar. Viste un traje de inspiración egipcia pero altamente sexualizado y enjoyado. En los brazaletes han engarzado alas emplumadas y en sus tobilleras, unas metálicas doradas. Sostiene su vara, como reminiscencia de su bastón de papiro original. Han utilizado una gama cromática inspirada en las tonalidades que se asocian a Egipto: beige y dorados con detalles en rojos y azules (fig. 25). Dentro del juego utiliza sus alas para generar ráfagas que dañan a los enemigos y aumentan su velocidad, lanza bolas mágicas, puede silenciar y ralentizar a los contrincantes y crear escudos para su equipo. Su bastón también le sirve para estas últimas habilidades. 78 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 79 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. 80 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Fig. 24. Isis en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 25. Ilustración de Isis en el videojuego Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. Fig. 26. Rihanna con su tatuaje de Isis bajo el pecho. En la cultura pop, Isis volvió a estar de moda a raíz del tatuaje que se realizó la archiconocida cantante Rihanna en 2012 en honor a su abuela fallecida por esas fechas. La simbología con la que concibió el tatuaje fue la imagen de Isis alada como mujer única y completa, modelo a seguir por las generaciones futuras, como su abuela lo fue para ella. Anatómicamente escogió la zona del bajo pecho por estar cerca del corazón y para el diseño se inspiró en las representaciones antiguas de la diosa. A pesar del trasfondo más o menos mítico y emocional del tatuaje, para la mayor parte de la prensa solo se quiso ver lo “exótico y sexy” que era (Infobae, 2012) (fig. 26). No, por la soberana que yo venero por encima de todas y a la que he elegido como cómplice, por Hécate, que habita en las profundidades de mi hogar, ninguno de ellos se reirá de causar dolor a mi corazón. Eurípides, Medea, 431 a. n. e., vv. 395-399. Del griego , Hekáte, femenino del epíteto de Apolo arquero, εςque significa “que dispara lejos”. Diosa de la magia, los hechizos, los encantamientos, las encrucijadas, senderos y las almas de los muertos. A pesar de que la Hécate de la que se tiene constancia es la diosa griega, existen numerosas hipótesis que la sitúan con un origen más antiguo. Su culto parece originario de Caria (Ruickbie, 2004, p. 16), una región de Asia Menor, donde sería venerada como diosa principal (Hard, 2008, p. 260); y llegaría a la Hélade por Tesalia, territorio al este de Grecia bañado por el Egeo, algo curioso lo de esta última región “pues Tesalia fue siempre tierra famosa por sus hechiceras” (Caro, 2003, p. 34). La primera aparición de Hécate y, a su vez, la más completa (pues no tiene apenas mitos propios) es en la Teogonía (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978). En este texto se apunta que es hija unigénita de los titanes Asteria y Perses, y que fue colmada de honores por parte de Zeus, otorgándole poder sobre el cielo, la tierra y el mar81; lo que la convirtió en la divinidad más poderosa de todas, incluso sobre el Crónida, algo así como una Madre Primigenia. Esta condición, hizo de Hécate una de las deidades más respetadas entre todos los dioses (vv. 411-452). En el himno de Hesíodo no se la describe iconográficamente, pero se alaba su carácter. Esta diosa o titánide era complaciente con aquellos que le ofrecían sacrificios, asiste y ayuda a quienes ella considera, se persona junto a los reyes durante los juicios y concedía el poder de la elocuencia y oratoria en los discursos públicos a quienes le congraciaran. De igual manera, como Atenea, protegía en batalla a quienes escogía y les ayudaba a conseguir la victoria; y a los jóvenes atletas que competían en juegos, los patrocinaba. En el mar procuraba buena pesca, y en el ganado favorecía la fecundidad. Por último, estaba presente en los nacimientos y era cuidadora de los bebés y niños, como Ártemis. Sin embargo, todas estas alabanzas son encubiertas por una sombra, pues igual que Hécate puede premiar, también puede quitar lo otorgado. Existen dos incongruencias a raíz de leer este texto de Hesíodo. La primera, y más evidente, es que todo este carácter benefactor que posee la diosa en este texto, no guarda ninguna relación con la actitud perversa y oscura que poseerá posteriormente. La segunda cuestión que llama la atención es el ferviente entusiasmo que Hesíodo profesa a Hécate, sabiendo que no era un autor muy amable con las mujeres. La explicación a esta cuestión podría darse en el tipo de culto que se le daba a la diosa en esta época, ya que seguramente al llegar a Grecia alrededor del siglo VII a. n. e. su culto fuera privado (Hard, 2008, p. 260), por lo que Hesíodo podría venerarla de manera personal. En otro pasaje fuera de la Teogonía, Hermes está cazando cuando se cruza con Hécate e intenta raptarla para violarla. Hécate comenzó a gritar con furia y a revolverse, por lo que el dios cesó en su forcejeo (Hard, 2008, p. 225). También aparece en el Himno homérico a Deméter (Homero, ca. siglo VII a. n. .e./1978). Homero escribió cómo Hécate fue la única que oyó los gritos de Perséfone al ser raptada y llevada al Inframundo por Hades (fig. 2). Cuando se cruza con Deméter, madre de la raptada, Hécate es descrita como “la de brillante tocado” (v. 26) con antorchas en sus manos, y le comunica a la diosa que oyó los lamentos de su hija pero no vio quién la secuestraba (vv. 53-59). Por último, es mencionada junto con Perséfone como compañeras y remarca su “brillante diadema” (vv. 438-440). Fig. 1. El retorno de Perséfone, crátera ática de figuras rojas, 440 a. n. e. Hécate acompaña con antorchas a Hermes y Perséfone. 81 Es importante apuntar que, tras la guerra de los dioses olímpicos contra los titanes (en la que los primeros fueron los vencedores), los hermanos Zeus, Poseidón y Hades echaron a suertes sobre qué tierras reinarían a partir de ahora. De esta manera a Zeus le tocó el cielo y por eso reina en el Olimpo; a Poseidón, el dominio de los mares y océanos; y a Hades, la vasta tierra subterránea. Ninguno de los tres podía intervenir en el territorio de otro, es por ello que es muy reseñable que Hécate sí pudiera hacerlo. Fig. 2. Rapto de Perséfone, detalle de sarcófago romano, año 160-180, mármol de grano fino itálico, Galería Uffizi, Florencia. Fotografía propia. A pesar de que en la cartela de la galería reza que la figura montada en el carro tirado por serpientes aladas es Deméter, se considera erróneo ya que no encaja con los atributos de la diosa de la agricultura, pero sí que lo hace con Hécate. El posible error ha podido producirse debido a que es la figura más llamativa de todas las del sarcófago junto con el grupo formado por Hades y Perséfone, por lo que se ha podido considerar que, por importancia, debía de tratarse de la madre de la secuestrada. Con este texto, ya se vincula a Hécate con cierto carácter ctónico, un ser que mora en el Inframundo y es portador de luz entre tinieblas con sus antorchas (Hécate Phosphoros, “que trae luz”). Además, al acompañar a Perséfone y formar parte de su séquito en sus viajes hacia la superficie, hace de Hécate una diosa que puede entrar y salir del Hades a placer, primera alusión a su papel como guía por los lugares de transición. Esto también explica otro atributo de Hécate: las llaves, pues simbolizan el poder de entrar a lugares inaccesibles de otra manera. Otros elementos de la diosa son las dagas y los látigos, emblemas de su carácter desolador. Fig. 3. Detalle de crátera de volutas de figuras rojas de Apulia, ca. 400 a. n. e. De izquierda a derecha: una Erinia, Hermes guiando al héroe, Heracles habiendo capturado a Cerbero y Hécate con sus antorchas. Todo esto provocó que Hécate se convirtiera en una figura apotropaica y protectora de todos los accesos, pasos y cambios de espacios, incluidos los más mundanos, como las puertas de las casas, ganándose así el epíteto de Propulaia (“antes de la puerta”). Además suele representarse, de manera general, como una figura regia con poca expresividad y, exceptuando las imágenes en las que sostiene sus antorchas, bastante hierática. Otro de sus epítetos fue Enodia, “de los caminos”. Enodia, la diosa de las encrucijadas y los caminos, fue especialmente conocida en Tesalia. Al sincretizarse con Hécate, esta asumió completamente ese rol de protectora de los senderos y guardiana de las bifurcaciones, lo que la transformó en la contraparte femenina de Hermes (Calvo, 1992, p. 74), mensajero de los dioses y guía de las almas al Inframundo (Hermes Psicopompo). Comenzaron a aparecer las supersticiones de que en esos lugares liminares es donde residían los fantasmas que no conseguían avanzar por haber hallado la muerte repentinamente. Hécate, al ser custodia de dichos lugares, era la encargada de ayudar a esas almas para que alcanzaran el descanso pero, con su carácter ambivalente, que ya le otorgó Hesíodo, también podía permitir que dichas almas entraran al mundo terrenal para que se cobraran sus venganzas y provocaran locura o ataques epilépticos en los mortales. Así, Hécate, en su carácter de Enodia-Perséfone, es diosa terrenal, infernal y funeraria, la que por las noches produce “terror y miedo y demencia” (Hipócrates, ca. siglos V y IV a. n. e./1970, p. 89) y hace saltar de la cama y huir de la casa, es la que acompaña a las apariciones espectrales. Aparece su aspecto terrorífico, siniestro y nocturno. Por otra parte, las asociaciones de Hécate con Ártemis y Selene (la Luna) comenzaron en una época bien temprana. Si bien es cierto que en un principio seguramente no fuera una diosa lunar, su vinculación con los nacimientos, las mujeres y las tierras salvajes pudo influir en su sincretismo. Ártemis, como cuidadora de la reproducción de las bestias, así como protectora durante los partos de las mujeres (Elvira Barba, 2008, pp. 185-186) le hace análoga completamente a las cualidades que otorgaba Hesíodo a Hécate, lo que convertiría a esta en el doble infernal de Ártemis. De igual manera, como los hermanos mellizos (Apolo y Ártemis) se asociaron a Helios y Selene, Hécate acabó relacionada por ende con Selene, por lo tanto asumió su carácter lunar. Ya en el siglo V a. n. e. aparece plenamente como diosa lunar de las encrucijadas, sincretizada con Selene y con Enodia, y así deja constancia Sófocles en Las Cortadoras de Raíces: Oh soberano Helios y fuego sagrado, lanza de Hécate Enodia, que porta cuando camina por el Olimpo y cuando desciende a las sagradas encrucijadas de la tierra coronada de ramos de encina y con trenzadas volutas de crueles serpientes. (Calvo, 2006, p. 51) Correlacionando todo este carácter nocturno y funerario con la luna y sus fases, a Hécate se la asoció con la desaparición y reaparición del astro, analogía también de la desaparición sistemática de Perséfone entre la tierra y el Hades. Esta analogía se veía reflejada en los periodos en los que se le hacían ofrendas a la diosa, ya que siempre eran durante la horas de oscuridad y en noches de luna nueva o luna llena (Calvo, 1992, p. 75). Como diosa lunar se la relaciona con el carro y la vaca. Selene montaba en carro, al igual que Helios, en sus viajes por el cielo. La vaca (o el toro) es asociada a la luna por la forma de su cornamenta, de esta manera tanto Ártemis como Hécate son descritas a veces por su “condición bovina”82 (Rodríguez Valdés, 2020, p. 167). La polarización entre Helios y Selene también se ve reflejada en las funciones mágicas que poseían. Mientras que Helios, el Sol, era el principio de la vida, el orden, lo paternal, lo masculino, marco en el que discurre la vida de los mortales y, dentro de la magia, representa lo positivo de ésta, así como los poderes considerados benévolos, entre ellos la adivinación. Para Selene, la Luna, el contraparte femenino, fue todo lo opuesto: fría, regidora de lo oscuro y desconocido, la que aloja a los muertos y, dentro de las artes mágicas, todas las que tenían vinculación con el dominio y el sometimiento, en especial la magia erótica, todas ellas consideradas magia negra (Calvo, 2006, p. 52; Hard, 2008, p. 259). De esta manera, Hécate-Selene comenzó a vincularse con los hechiceros y su magia. 82 En Egipto, Hathor, la diosa del cielo, se la representaba como vaca, como híbrida de mujer con cabeza de vaca o como una mujer con el tocado coronado por una cornamenta de vaca con el disco solar. Esta diosa compartía el aspecto liminar con Hécate y el amoroso con Afrodita (Rodríguez Valdés, 2020, p. 167). De las menciones más conocidas de Hécate en los textos grecolatinos es la invocación que hace Medea, sacerdotisa de la diosa, en la obra homónima de Eurípides (431 a. n. e./1997): “No, por Hécate, deidad a quien rindo especial culto, y cuya protección he implorado en este trance en el secreto santuario de mi palacio: nadie se reirá de mis dolores” (p. 234). En el poema Idilio II de Teócrito (ca. siglo III a. n. e./1996), también llamado La Hechicera, se muestra a una joven en plena invocación mágica pidiendo ayuda para lanzar un hechizo amoroso al hombre que parece haberla abandonado: ¡Vamos, alumbra, Luna, con gran fulgor! Diosa, en voz baja voy a invocarte, y a Hécate también, la subterránea, que incluso perros temen, cuando ella marcha por tumbas muertas y en negra sangre: Hécate horrenda, salve; por esta noche sénos propicia, haciendo estos venenos nada inferiores a esos de Circe ni a los de Perimeda, la rubia aquélla, ni al de Medea. (vv. 10-16). Durante el Imperio Romano, Diodoro de Sicilia (ca. siglo I a. n. e./2017) describió el Inframundo incluyendo en él el santuario de Hécate: “Y dicen que está también cerca de esos lugares el santuario de Hécate Sombría y las puertas de Cocito y de Lete sujetas con cerrojos de bronce” (Libro I, 96, 9, p.165). Partiendo de la base de que el autor la vincula con Egipto (ya que está hablando de las semejanzas entre ambos inframundos), sitúa a Hécate junto a Cocito (lamentación) y Lete (olvido), y, además, le da el apelativo de “sombría” por lo que su carácter es completamente oscuro en esta época. En otro fragmento posterior explica cómo fue madre, algo que en la mitología griega nunca se hace referencia. De hecho, por su vinculación a Ártemis, se creía que también compartía con ella su carácter virginal, aunque no sea descrito como tal en ninguna fuente. Así el autor describe el árbol genealógico y personalidad de Hécate: Helio, se dice, tuvo dos hijos: Eetes y Perses. Eetes fue rey de la Cólquide, mientras que el otro reinó en la Táurica, y los dos se distinguieron por su crueldad. Perses engendró una hija, Hécate, que superaba a su padre por su osadía y su desprecio por las leyes. Era amante de la caza y, cuando no tenía éxito, asaeteaba a los hombres en vez de disparar a las fieras. Al tener una gran pericia en la composición de venenos mortales, descubrió el llamado acónito, y experimentó la potencia de cada veneno mezclándolos en la comida dada a los extranjeros. Y puesto que había adquirido una gran experiencia en esta materia, primero mató a su padre con una pócima y le sucedió en el trono; luego construyó un templo a Artemis y, al ordenar que los extranjeros que desembarcasen allí fueran sacrificados a la diosa, se hizo famosa por su crueldad. A continuación se casó con Eetes y parió dos hijas, Circe y Medea, y también un hijo, Egialeo. (Diodoro de Sicilia, siglo I a. n. e./2018, Libro IV, 45, 1-3, p. 51). Diodoro establece en este fragmento el origen de Hécate en Asia y su personalidad malvada y cruel es muy clara, a la par que poderosa. Vuelve a marcar concomitancias con Ártemis, ambas cazadoras y con la capacidad para dar o quitar la vida a placer. La maternidad de Hécate es uno de sus aspectos que más fluctúa debido a que permaneció sin casarse y no hay constancia de que tuviera un consorte habitual. Mientras que Diodoro la convierte en madre de las dos magas más conocidas y poderosas de la mitología griega uniéndose con su tío Eetes, en otra fuente fueron Hécate y Helios, los progenitores de Circe (Goñi, 2005, p. 54). La versión más extendida es que Circe y Medea eran tía y sobrina, respectivamente, y primas lejanas de Hécate. En otras fuentes también se especifica que todos los grandes hechiceros mitológicos son parte de la descendencia de Hécate, y se le atribuye la maternidad de aquellos monstruos que representan la cara perversa de la naturaleza y causan pavor, como Escila (Hard, 2008, p. 106), si bien es cierto que su maternidad se produciría por partenogénesis, es decir, sin participación masculina en la reproducción. Desde su representación primigenia como una única mujer, la triplicidad de la diosa ha repercutido en su iconografía creando múltiples formas: una mujer tricéfala, cuerpo de mujer con tres cabezas diferentes (mujer, perro y cabra o yegua) (Calvo, 2006, p. 51) o como tres mujeres diferentes: De los dioses, los eginetas veneran sobre todo a Hécate, y todos los años celebran unos misterios de ella, diciendo que Orfeo el tracio los fundó para ellos. Dentro del recinto hay un templo y una xóana, obra de Mirón; tiene un solo rostro e igualmente un solo cuerpo. Alcámenes, me parece, fue el primero que hizo tres imágenes de Hécate, unidas unas a otras, que los atenienses llaman Epipirgidia. Están junto al templo de la Niké Áptera. (Pausanias, ca. siglo II/1994, Libro II, 30, 2, pp. 295-296). Si se tiene en cuenta el testimonio de Pausanias y la primera o de las primeras representaciones de Hécate en forma triple fue obra de Alcámenes, dicha iconografía se estaría remontando ya al siglo V a. n. e. en la Acrópolis de Atenas. Existen varias hipótesis sobre cuál fue el motivo de su inusual triforma. Podría ser derivada de las propias encrucijadas de los caminos, de las cuales era guardiana y patrona, o de las tres diosas con las que más sincretismo tuvo: Selene, Ártemis y Perséfone (señoras del cielo, la tierra y el mundo subterráneo; haciendo alusión a los territorios de poder que le otorgó Zeus en la Teogonía). O, por otra parte, a las fases lunares (Vich, 1992, p. 35). De cualquier manera, su asociación a los senderos, sus cruces y su forma triple hizo que fuera asimilada por los romanos bajo el nombre de Trivia, “tres caminos”, mencionada en las Pónticas de Ovidio (17 a. n. e./2000). Este carácter triple es el que ha llegado hasta la actualidad. Fig. 4. Relieve en mármol encontrado en Tesalia, siglo IV a. n. e. Hécate primigenia bajo la forma de una única mujer. Fig. 5. Hécate tricéfala, período helenístico. Fig. 6. Estatua de mármol de Hécate bajo la forma de tres mujeres, ca. siglo I-II. Adaptación del trabajo atribuido a Alcámenes. Del siglo IV datan el conjunto de Papiros Mágicos Griegos, donde aparece varias veces mencionada como una figura oscura y lúgubre que es invocada con intenciones mágicas. Se la mantiene con las mismas asociaciones ya citadas: perros, antorchas, triple o con las tres diosas, se funde con Hermes, etc. (Agudo, 2016, pp. 16-19). Fig. 7. Hécate, estatua en mármol, segunda mitad del siglo I. Fig. 8. Pequeño hecateo en mármol romano, ca. siglo III. Hécate aparece coronada por el sol y la luna. Fig. 9. Hécate Chiaramonti, copia romana en mármol del original griego helenístico. En general, los dioses griegos tenían siempre atribuidos algún animal. En el caso de Hécate es especialmente reseñable debido a que se le fueron añadiendo criaturas tales como la vaca, como ya se ha mencionado, que es parte de su carácter lunar, así como la rana por simbolizar el paso entre dos elementos (Varner, 2007). La serpiente es otro de sus animales, la cual la lleva en su cinturón o, como ya la describió Sófocles, en su corona, y simbolizaba la oscuridad, el conocimiento oculto y la transición entre el mundo de los vivos y los muertos (Cardero, 2010, p. 297). Además, de las serpientes deriva el símbolo caldeo de la Rueda de Hécate o Strophalos (fig. 10). Fig. 10. Strophalos o Rueda de Hécate. El símbolo muestra una combinación de círculos que forman un laberinto serpenteante que desembocan en un círculo interior que guarda una estrella. El Strophalos representa el triple aspecto de la diosa, los tres elementos sobre los que tiene influencia (cielo, tierra y agua); el dibujo laberíntico, es el camino que hace el alma a través de la vida relacionado con el poder de la serpiente para renacer; y el fuego central significa la llama de la vida y el conocimiento (J. H. Peterson, 1999). Pero, si hay un animal por excelencia asociado a Hécate, esos son los perros, en concreto las hembras de la especie. Al ser invocada, le acompañaba un cortejo de perras aulladoras, y se podría pensar que se trataban de los canes cazadores de Ártemis en su versión aterradora83. De esta manera se acerca a la representación de Anubis. Si Hécate era la contraparte femenina de Hermes, el cual, a su vez, es el análogo griego del dios egipcio Anubis, y sabiendo que este dios funerario fue representado en época romana con cabeza de perro o como un perro con llaves al cuello, la vinculación con Hécate es evidente, en tanto que ambos llevan la misma simbología como portadores de llaves y son seres psicopompos (Rodríguez Valdés, 2020, p. 169): Recibe el nombre de Anubis y está representado por una forma semejante a la del perro, pues el perro puede ver por igual tanto durante la noche como durante el día. Y consideran los egipcios que esa facultad –que es como la que consideran los griegos que posee Hécate– la posee Anubis porque es tanto una deidad del mundo inferior como un dios del Olimpo. (Plutarco, ca. 100/1930). En los papiros mágicos registran un fragmento donde la denominan la “perra negra” (Papiro IV, 1433). Se decía que ella, como su madre Asteria que se transformó en codorniz para huir del acoso sexual de Zeus, podía transformarse en una perra de este color. Se la invoca como protectora de estos animales y, en algunos rituales, se sacrificaba alguna perra negra en su honor84 o un cachorro (Pausanias, ca. siglo II/1994). En una versión de la muerte de Hécuba, la troyana es transformada en perra por Hécate y pasa a formar parte de su cortejo (Burkert, 2007, p. 91). Todos las asociaciones que ya se han mencionado sumadas a las relaciones con otras deidades análogas como las Moiras, las Erinias y Nix, o sincretismos anteriores a otras diosas como Ilitía a Ártemis o Febe a Selene; hacen de Hécate una amalgama de preceptos religiosos y mágicos griegos que la convertirá en un referente del paganismo, el cual hará frente al posterior auge del monoteísmo cristiano que se consolidará durante la época romana. El Malleus Maleficarum, el tratado más importante sobre brujería y caza de brujas empleado por la Inquisición (Kramer & Sprenger, 1486/2004), recoge a Hécate como la deidad femenina adorada por las brujas. Se trata de una deducción medieval bastante lógica teniendo en cuenta lo difamada y denostada que estaba ya su figura a partir de la época romana, donde todo su carácter benévolo había desaparecido, y solo quedaba de ella su aspecto maléfico y su relegación al papel de diosa de la magia y la hechicería. 83 Es interesante comprobar cómo la literatura y el mundo audiovisual posterior ha usado la metáfora entre el aullido y los ladridos de los perros como augurios y presagios de muerte. Este es el caso de La Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, Harry Potter y el Prisionero de Azkaban de J.K. Rowling e, incluso, en el primer capítulo de la cuarta temporada de El Cuento de la Criada de HBO, donde los perros anuncian la muerte inminente de un personaje. 84 Otra forma de ganarse el favor de la diosa era dejando ofrendas de comida (denominadas “comida de Hécate” o Hekateia) o los residuos de otros sacrificios (como si fueran las sobras para los perros) a los pies de sus esculturillas situadas en los cruces de los caminos al principio de cada mes. Parte del r itual consistía en no volver la vista atrás para que Hécate no pudiera negar su beneplácito (Hard, 2008, p. 261). Fig. 11. William Blake, Hécate, La Triple Hécate o La Noche de la Alegría de Enitharmon, 1795, tinta y acuarela sobre papel. La diosa es representada en su aspecto de tres mujeres. La figura central es la única a la que el espectador puede verle el rostro, con el cabello negro y cubierta por una túnica oscura, señala las páginas de un libro abierto a su lado, el cual podría tratarse de un grimorio, libro de fórmulas mágicas. El paisaje tétrico y oscuro está habitado por criaturas tales como un burro, una serpiente, un búho o lechuza y murciélagos. Las aves nocturnas tienen connotaciones funerarias y de malos presagios, aunque es destacable el búho pues, aunque en Atenea es símbolo de sabiduría, aquí viene a representar justo lo opuesto: la falsa sabiduría. Se puede decir que Hécate es una diosa que, aunque parece que fue bastante conocida y venerada durante la época antigua, después ha pasado bastante desapercibida. Incluso durante el siglo XIX, años caracterizados por el renovado interés en las mujeres mitológicas con carácter maléfico, no fue de interés para los artistas decimonónicos. Quizá la razón sea porque, a pesar de que es invocada por que heroínas y brujas que quieren llevar a cabo sus hechizos y venganzas, ella no llega a matar a ningún hombre. Fig. 12. Stéphane Mallarmé, Hecate, 1880. Reinterpretación de la diosa de una imagen original del periodo helenístico tardío o época romana. Obra donde también aparece Hécate bajo la forma de tres mujeres que sobrevuelan el cielo a modo de bruja sin escoba. La mujer que sostiene a las otras dos sobre su cuerpo, tiene la piel más oscura y rostro decrépito, por lo que es una representación de las tres edades de la mujer. Sujetan entre sus manos una daga, una llave y una antorcha. El paisaje onírico lo rige una luna a punto de desaparecer en el cielo. Fig. 13. Maxmilián Pirner, Hekate, 1901, pastel sobre papel. El paganismo actual mantiene esos atributos de Hécate como diosa de la hechicería. De hecho, el símbolo de la triple luna (usado en religiones neopaganas como la Wicca donde sus seguidores se autoconsideran brujas y brujos) representa a la Diosa Madre o Triple Diosa, deidad femenina venerada vinculada a la luna y los poderes terrenales. En su carácter triple representa a la Doncella (luna creciente), la Madre (luna llena) y la Fig. 14. Símbolo de la Triple Diosa neopagana. Anciana (luna menguante), cada una simbolizando una de las etapas de la vida de una mujer, pero siendo siempre una única diosa, como lo es Hécate: triple pero única. Fig. 15. Victoria Francés, Hekate, 2014. Ilustración para la canción homónima del álbum Luna del grupo Faun. Las representaciones actuales pictóricas de Hécate son escasas. La más representativa fue creada por la ilustradora española Victoria Francés (fig. 15) para la banda alemana Faun en 2014. Francés recoge todos los atributos que la diosa poseía en la Antigüedad y los plasma bajo la figura de la triple Hécate. Las tres mujeres son jóvenes, con el cabello largo y negro, hermosas (rasgo característico de la obra de la artista) y están en contacto por sus espaldas, como las representaciones antiguas. Al contrario que éstas, las figuras elevan los brazos de manera simétrica separándolos de los cuerpos como si estuvieran invocando su magia, mientras que la figura central sostiene en sus manos volutas de fuego, reminiscencia de las antorchas. En sus cintos llevan prendidos una daga, una llave y un látigo, elementos con los que era representada. Además, la figura principal lleva un cinturón con la forma serpenteante de un ofidio y porta una corona con forma de media luna luminiscente. Como custodios de la diosa, dos grandes perros negros miran fijamente al espectador lo que, sumado al bosque muerto de su alrededor, la niebla que les rodea que hace que parezca que Hécate levita cual fantasma sobre ella, y la luna llena iluminando la escena, generan una paraje sombrío y estremecedor. El conjunto hace de esta ilustración una digna representación de Hécate como diosa ctónica y lunar de la magia y la hechicería. En el ámbito cinematográfico Daniel Schmid dirigió en 1982 el film francés Hecate. Señora de la Noche. Aunque no es una historia mitológica ni habla explícitamente de la diosa, el relato visual establece una analogía entre ella y Clothilde, el personaje femenino de la película del que Julien cae loco de amor y pasión por ella. Esta aventura amorosa, que transcurre en Marruecos (lo extranjero como aliciente exótico, sensual y salvaje), hace que Julien desarrolle dependencia hacia Clothilde, lo que le lleva a las puertas de la locura, ante una indiferente “Hecate”. La diosa Hécate fue culpabilizada durante algún tiempo de los ataques epilépticos y demás trastornos mentales, Clothilde asume ese poder de producir la locura de la diosa y le añade un carácter sexual y perverso que, si bien Hécate se mantuvo desvinculada de este tipo de vínculos, en el film se hacen más que evidentes reforzando la visión negativa del personaje femenino que se convierte automáticamente en una femme fatale (fig. 16). Fig. 16. Cartel del film Hecate. Maitresse de la Nuit, Daniel Schmid, 1982. El papel de Clothilde fue interpretado por la actriz Lauren Hutton. En televisión, Hécate apareció en tres capítulos de Hércules: La Serie Animada (1998) de Walt Disney Television Animation como la antagonista principal (fig. 17). Su personaje es la segunda en la cadena de mando del Inframundo tras Hades, algo que ha hecho que se sienta frustrada, tenga celos y le odie, por lo que intenta robarle su trono. Se trata de una diosa que posee amplios conocimientos de rituales y magia negra, y suele estar acompañada de un par de perros alados que son bastante incompetentes. Su atuendo es monocromático en azul y las ropas recuerdan a la estética vampírica infantil. Fig. 17. Hécate y sus perros en Hércules: La Serie Animada (1998) de Walt Disney. En la serie de Netflix Las escalofriantes aventuras de Sabrina (2018), al final de la tercera parte, el aquelarre al que pertenece la protagonista comienza a rendir culto a la pagana Hécate (puesto que hasta entonces servían a Satán o a Lilith, figuras cristianas). Recuperan su iconografía como diosa triple (fig. 18) y la describen como Madre, Doncella y Anciana, de tal manera que cada año tres brujas en las distintas fases de la vida, representarán cada uno de los aspectos de la diosa. Fig. 18. Fotograma de la serie de Sabrina (2018) en el que se aprecia la gran escultura a Hécate erigida en el epicentro de su congregación. Se trata de un lugar donde hacen sus ofrendas a la diosa, se reúnen para llevar a cabo sus rituales y la invocan para realizar sus conjuros más poderosos. Hécate es un personaje muy secundario en Gods’ School85 (fig. 19). En la serie es la diosa adolescente de la brujería y las encrucijadas, puede invocar fantasmas y realizar hechizos. Su magia aumenta durante la luna nueva y puede otorgar a los demás lo que deseen. Al contrario que en la mayoría de apariciones en series, cómics y videojuegos, Hécate es amable y siempre está dispuesta a ayudar a los demás con su enorme poder. El creador de la serie seleccionó de ella su aspecto hesíodo benévolo y generoso, como “portadora de luz”. Incluso llega a mantener esa ambivalencia primigenia ya que, al contrario de lo que sugiere su personalidad, su aspecto se asemeja más a un personaje maléfico, ya que parece mortecina y fantasmal por los cromatismos en su diseño: tiene el cabello negro, los ojos gris claro, labios oscuros, la piel de color malva, su atuendo es un vestido largo de un blanco roto adornado con un medallón en su hombro con el símbolo del Strophalos en verde. Como colofón a su indumentaria, porta una corona a modo de diadema con una pequeña antorcha llameante decorada con el símbolo de la triple luna. Fig. 19. Hécate en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. En el mundo de los cómics aparece en los dos grandes universos de DC Cómics y Marvel Cómics. Dentro del mundo de DC tiene varias versiones, en todas ellas es la antagonista de la heroína (Wonder Woman o Supergirl) y encarna el papel de diosa de la brujería, la luna, la magia, los fantasmas y la nigromancia. De sus tres versiones en DC la más parecida a la Hécate de la mitología es la que aparece en los cómics de Wonder Woman Annual (2015) (primera aparición en el vol. 4 #1) (fig. 20). En esta historia, Hécate es un ser 85 Para consultar más datos sobre esta serie de animación, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. primordial con forma de niña inocente y optimista que alzó un muro entre un poder oscuro y devastador con su reino. Vio aparecer a la humanidad, a quienes les regaló parte de su magia para que hicieran de su mundo un lugar mejor y ellos la consideraban que provenía de la luna. Posteriormente, surgieron los distintos dioses y todos la consideraban la creadora del universo, por lo que intentaban que se uniera a su panteón. Debido a que la realidad se volvía cada vez más compleja, Hécate pasó de su aspecto de Doncella al de Madre, una versión más madura y responsable. La diosa decidió pertenecer al panteón griego, se casó con Hades y vivió en el Olimpo durante un tiempo hasta que la humanidad, temiendo su gran poder, le tendió una trampa y la encerró durante toda la eternidad en una prisión. Mucho tiempo después, Hades la visitó para informarle que se había vuelto a casar (con Perséfone) y que ya no era bienvenida en el Olimpo. Cegada por la ira, Hécate abrió un agujero en la barrera que separaba el mundo de ese poder malvado, permitió que la oscuridad se adhiriera a los hechiceros de la Tierra con la esperanza de que se destruyeran entre sí y, de paso, el mundo. En ese momento la Madre desapareció y surgió su tercer aspecto: el de Anciana o Bruja. Bajo esta forma, Hécate era el mal en estado puro con todo su poder desatado, por lo que le resultó fácil liberarse de su prisión para tomar venganza. A pesar de ello, no tomó represalias contra los dioses, pero sí les amenazó con acabar con ellos si se volvían a cruzar en su camino. Paranoica con que la humanidad pudiera encerrarla de nuevo, dividió su poder en cinco partes que encerró en cinco humanas con la intención de poder reclamarlo a placer. Al fallecer una de esas humanas, su poder se albergaría en otro cuerpo. Estas mujeres podrán hacer uso de su magia y les aparecerá el símbolo de la triple diosa en su frente. De entre las cinco humanas que contienen el poder de Hécate en la actualidad, dos de ellas son Wonder Woman y Circe. El aspecto de este personaje es imponente. Al ir apareciendo sus otros aspectos, se van añadiendo unos a otros y, cuando la Anciana hace su aparición, se forma la Hécate mitológica triformis con las tres etapas de la vida, enjoyada y las fases lunares por todas partes. Fig. 20. Hécate triformis en Wonder Woman Annual, M. Finch y D. Finch, DC Cómics, 2015, EEUU. En Marvel, la historia tiene elementos en común con la de DC entrelazándose con la mitología. Hécate también era una titánide anterior a los Olímpicos, que reinó en el Monte antes de ser destronada por Zeus y pasase a gobernar el Inframundo. Allí, Hades acabó quitándole el puesto y ella se convirtió en la hechicera más poderosa de todos los tiempos, convirtiéndose así en la diosa de la magia y la brujería. Enseñó magia a los mortales y Zeus la castigó por ello, quitándole sus poderes y borrando sus recuerdos. Recupera todo ello al mirarse en el escudo de Perseo y pretende cobrarse su venganza, acabando con Hércules y transformando todo Brooklyn en una antigua polis. Finalmente es vencida y huye a Grecia, donde Wanda (la Bruja Escarlata) la encuentra regentando una cafetería y, presentando sus respetos a la diosa de las brujas llamándola “mi diosa” y “madre”, le pide ayuda para parar al Minotauro. El personaje de Hécate pasó de representarse en algún momento desde su creación en 1977 de mujer de aspecto humano (fig. 21) a mujer tricéfala (fig. 22). De igual manera, en todas sus representaciones es una mujer morena, de piel clara, vestida de negro, con simbología cósmica y altamente sexualizada. Fig. 21 y 22. Hécate en Marvel Comics. Primera aparición en Ms. Marvel #11, C. Claremot y S. Buscema, 1977. Última aparición en Bruja Escarlata Vol. 2 #2, 2016., EEUU. En el mundo de los videojuegos, aparece en varios de ellos, siendo algunos ejemplos en Assassin’s Creed: Odyssey86 (2019) (fig. 23), donde Hekate se alía con el personaje de Kassandra para socavar el gobierno de Perséfone, la cual, explican, fue su mejor amiga antaño. También aparece en Megami Tensei87 donde es un demonio recurrente y tiene varios aspectos: desde mujer tricéfala con cabezas de loba, leona y yegua muy sexualizada (fig. 24), hasta mujer-insecto de estilo vampírico con armas con cabezas de perro (fig. 25). Fig. 23. Hekate en Assassin’s Creed: Odyssey, The Fate of Atlantis: Fields of Elysium, Ubisoft Québec, 2019, Canadá. Hekate es una mujer humana con poderes, vestida con un traje negro escotado y enjoyada. Al contrario que en la mayoría de sus representaciones tiene el pelo albino. 86 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. 87 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Fig. 24. Hécate en Shin Megami Tensei II, Super Famicom, 1994, Japón. Fig. 25. Hécate en Persona 5, videojuego perteneciente a la saga Megami Tensei, Altus ‘P-Studio, 2016, Japón. En League of Angels, videojuego de rol multijugador, Hécate es uno de los personajes que el jugador puede seleccionar, aunque es difícil de manejar. El juego la define como la diosa de la magia, maestra de hierbas, nigromancia y hechicería, y reina de la oscuridad, además tiene poderes sanadores. En general, las representaciones de este videojuego cosifican los cuerpos de todos los personajes femeninos, y el caso de Hécate no es una excepción. Fig. 26. Hécate, Reina Oscura de la Curación, en League of Angels, Youzu Interactive, 2014, China. En su ilustración principal, tiene el pelo blanco y los ojos dorados, viste una armadura decorada con calaveras y plumas, donde la zona del torso deja poco a la imaginación. Va armada con una enorme guadaña, símbolo de la iconografía por excelencia de la Muerte, concepto reforzado por el paraje que la rodea, ya que está en un cementerio donde los no-muertos están saliendo de sus tumbas, se ve un castillo antiguo a lo lejos y la enorme luna llena ilumina toda la escena. Su gama cromática es en tonos azules y onírica (fig. 26). En 1998 las compañías Warner Bros y Maverick publicaron como sencillo principal en el disco Ray of Light, la canción Frozen de la Reina del Pop, Madonna. Para el videoclip del tema, pese a que no fue concebido expresamente para emular a Hécate, las referencias a la diosa son claras a lo largo de todo el videoclip. Madonna aparece en mitad de un desierto con el pelo largo, negro y lacio, vestida con un vestido negro de inspiración medieval y tatuajes de henna en las manos junto con el símbolo del Om. A lo largo de los cinco minutos de canción, la esencia onírica, espiritual y mágica está presente: Madonna levita en mitad del paraje desértico, aparecen dos más como ella formando una tríada de mujeres, su cuerpo se transforma en cuervos negros y su vestido, en un enorme perro negro, todo ello en medio de una paleta cromática en tonos azules y fríos (fig. 27). Fig. 27. Madonna en su videoclip del sencillo Frozen, dirigido por Chris Cunningham, 1998. En el mundo de la moda, Hécate ha servido como inspiración para creaciones de estilo gótico y oscuro (fig. 28). En el caso del diseñador de moda Alexander McQueen, hubo quien dijo que era hijo de Hécate y que provenía de la luna por sus obras (fig. 29). Curiosamente, tras su suicidio en 2010, su herencia se repartió ente familiares, amigos, alumnos de la escuela de arte y diseño de Londres donde estudió y entre sus perros. Puede que sí viviera una pizca de la diosa en él. Fig. 28. Jean Paul Gaultier, Colección Les Surréalistes. Modelo Hécate: vestido-abrigo de faya ondulada negra con brazal de plumas. Otoño-Invierno 2006/2007. Fig. 29. Nicole Kidman en la alfombra roja de la Gala del MET 2016, llevando el vestido-capa Luna de Alexander McQueen, de la colección Otoño-Invierno 2016. Tocóme con la vara mientras me decía estas palabras: - Ve ahora a la pocilga y échate con tus compañeros. Homero, La Odisea, siglo VIII a. n. e., vv. 319-320. Del griego, Kirke, derivado de ς “halcón”, lo que en Kirke se traduce como “pájaro” o, como ha evolucionado la etimología, “mujer astuta”. Diosa pharmakeia88 o maga de la mitología griega conocida por su aparición en los cantos X y XII de La Odisea de Homero y que vivía en la isla de Eea, situada en Italia, lo que hoy se denomina monte Circeo (Elvira Barba, 2008, p. 483). Hija del titán Helios, el Sol, y la oceánide Perse o Perseis, según Homero (siglo VIII a. n. e./1999) y Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978). También la hacen hermana de Eetes (rey de la Cólquide y padre de Medea), de Pasífae (esposa del rey Minos y madre del Minotauro), y, a veces, de Perses. Según Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2018), Circe es hija de Hécate y Eetes y hermana de Medea89 (Libro IV, 45, 1-3, p. 51). En La Odisea, Odiseo cuenta cómo al arribar en la isla de Circe, “la de hermosas trenzas”, manda a veintitrés marineros ante la hechicera, que la encuentran dentro de su palacio cantando con su hermosa voz mientras teje (el telar era una labor doméstica bien vista en las mujeres). El terreno de alrededor estaba plagado de lobos y leones que, al contrario de lo que se esperaría de estos animales, se acercaron a los marineros dóciles como perros domesticados, ya que estaban hechizados mediante las drogas de la maga. Estas drogas provenían de las hierbas y que se traducen con el término pharmaka, “fármaco” o “veneno”, convirtiendo a Circe en pharmakis, aquella maga que utiliza las plantas para sus pócimas. Los marineros la llamaron a voces, no se especifica con qué intenciones, y ella les invita a su hogar. Todos los marineros entraron, a excepción del que estaba al mando de la misión de exploración, Euríloco, que desconfiaba de Circe. Y así fue como él, que fue el único que no comió ni bebió de los manjares que la hechicera les ofreció, no fue convertido en cerdo mediante “drogas perniciosas” (Canto X, v. 233) con un toque de su vara y llevado a las pocilgas. Euríloco fue a avisar a Odiseo y éste se encaminó a rescatar a sus compañeros, pero por el camino se le apareció Hermes, que le dio el antídoto a las drogas de Circe, la planta de moly (de raíz negra y flores blancas), y le dijo que, cuando Circe le golpeara con su vara, la acometiera con su espada como si fuera a matarla. En ese momento ella le ofrecería compartir su lecho, a lo que él no debía negarse, no sin antes hacerle jurar que no le robaría la virilidad. Cuando Odiseo llegó ante la diosa, ésta procedió con el mismo ritual para metamorfosearle como a sus compañeros, pero, evidentemente, no dio resultado. Ahí, Odiseo inició los consejos de Hermes y se abalanzó sobre ella a punta de espada con ademán de asesinarla. Ella gritó y se arrodilló a sus pies mientras le abrazaba las rodillas, preguntándole, confusa, quién era y cómo había podido esquivar su magia (aunque en seguida dedujo que debía ser Odiseo, pues se lo había anunciado Hermes). Tras esto, le acucia a guardar su arma y le invita a subir a su lecho, por lo que Odiseo le hace prestar el juramento. Tras yacer juntos, Odiseo (que cabe destacar que es el narrador de la historia) se aprovecha del cariño y las atenciones de la diosa para pedirle que devuelva a la tripulación a 88 Término que proviene de pharmakon, que significa “veneno”, “drogas”, “medicamento”, “poción”, “hechizo”... De este vocablo proviene nuestra palabra “farmacia” y toda su familia léxica. 89 Para leer el pasaje, véase el epígrafe III. Brujas. B. Hécate. su aspecto humano. Ella, que ya estaba enamorada de él (este dato está insinuado por el poco modesto héroe), se lo concede. Tras este episodio, Odiseo y su tripulación se quedan con Circe durante un año, hasta que ellos mismos deciden proseguir su travesía. Es curioso cómo la sociedad ha considerado siempre a Circe como la malvada bruja que engañó y sedujo a Odiseo, transformó a su tripulación en cerdos y los retuvo en su isla durante un año. Y sí, es cierto que parte de eso ocurrió, pero la historia está llena de matices que se han pasado por alto para tacharla de culpable por separar al pobre héroe de su familia y hogar. Habría que preguntarse por qué la primera reacción de Circe ante la llegada de hombres a su isla, es transformarlos en cerdos sin motivo aparente: Ellos la llamaron a voces. Circe se alzó en seguida, abrió la magnífica puerta, los llamó y siguiéronla todos imprudentemente [...]. Cuando los tuvo dentro, los hizo sentar en sillas y sillones, confeccionó un potaje de queso, harina y miel fresca con vino de Pramnio, y echó en él drogas perniciosas [...]. Dióselo, bebieron, y, de contado, los tocó con una varita y los encerró en pocilgas. (Homero, siglo VIII a. n. e./1927, Canto X, vv. 229-235, p. 377). Parecía que la metamorfosis formaba parte de su rutina, como si ya lo hubiera hecho antes, por lo que, se deduce, que no son los primeros marineros que llegan a su isla. Quizá no todos esos hombres fueron con buenas intenciones hacia ella: una mujer que vive sola en un palacio colmado de riquezas y comida, sin ningún hombre a su alrededor, pues vive con sus sirvientas, las cuáles son también todas jóvenes y hermosas ninfas. Por cómo estaba conformada la sociedad griega, las mujeres necesitaban de un hombre con el que estar bajo tutela, y las únicas que no los tenían, eran las prostitutas y las hetairas; quizá esos marineros, se pensaron que Circe y sus ninfas formaban algún tipo de burdel, y podían hacerles lo que quisieran sin consecuencias. Si fuera el caso, la reacción automatizada de Circe ante la llegada de la tripulación de Odiseo no es más que un mecanismo de defensa. En la escena posterior, aunque es cierto que todo lo que hace Odiseo es idea de Hermes, el narrador (el héroe) afirma que es Circe la que se ofrece voluntariamente a tener relaciones con él, pero hay que recordar que estaba siendo amenazada con una espada en su cuello, el “ofrecerse voluntariamente” no es real. Circe se veía amenazada por un hombre que no había conseguido transformar en cerdo, y su reacción es arrodillarse ante él, suplicarle que envaine la espada y que se vayan “a la cama para que, unidos por el lecho y el amor, crezca entre nosotros la confianza” (Canto X, vv. 334-335, p. 379). Literalmente, está intentando salvar su vida a cambio de darle lo que considera que quiere de ella: su cuerpo. Esto no hace más que reafirmar la hipótesis anterior. Cabe destacar también la preocupación de Odiseo de que no le prive de su virilidad: “No sea que, cuando te desnudes [...], te prive de tu valor y de tu fuerza” (Canto X, vv. 300-301, p. 378). Lo que sería un precedente clásico de la expresión posterior de “vagina dentada”, la cual fue acuñada para referirse a esas mujeres que castran al hombre durante las relaciones sexuales. El término deja en relieve la amenaza que supone el coito para el hombre pues, aunque comienza triunfante, siempre termina cabizbajo (Ducat, 2004). En el Malleus Maleficarum (Kramer & Sprenger, 1486/2004) se decía que las mujeres contaminan cuando se las toca, que atraen a los hombres para debilitarlos, que el placer que ellas puedan otorgar es un destino peor que la muerte, pues pueden robar el alma y hasta los órganos sexuales (Kors & Peters, 1972). Una bruja es, por tanto, un ser castrador, es por ello que Odiseo debe protegerse de tal poder antes de tocarla. Tras acostarse, el marinero cuenta cómo las cuatro criadas de Circe le bañaron y sirvieron manjares. Esta escena no deja de ser una fantasía masculina en la que el hombre se deja cuidar y expone su cuerpo desnudo ante las hermosas ninfas, que le agasajan y sirven. Cuando Odiseo decide partir de su isla, Circe se despide de él diciéndole que aún no puede volver a Ítaca, sino que antes tiene que pasar por el Inframundo en busca de consejo del adivino ciego Tiresias, aunque no le explica para qué lo necesita. De alguna manera, le estaba mandando al infierno sin razón aparente, lo que lleva a preguntarse por qué. Puede que no quisiera que se marcharan puesto que se había acabado enamorando de él y la iba abandonar por otra mujer, por lo que estaba dolida. Puede que, en verdad, ella había tenido que aguantar y alimentar en su hogar a unos cincuenta hombres durante un año entero (acostándose con uno de ellos reiteradamente), y se trataba de una última venganza al enviarles a una más que probable muerte (algo poco plausible puesto que en su siguiente aparición, Circe les ayuda a sortear los siguientes peligros que les sobrevendrán). O puede que, siguiendo la interpretación actual de malvada hechicera, mantuvo secuestrado al héroe en contra de su voluntad hasta que no le quedó más opción que soltarlo, por lo que, en un acto de resignación, les mandó a todos al infierno para que no volvieran nunca a su patria. Como se habrá podido deducir, si Odiseo fue el que dispuso que se quedaran con ella y el que dictaminó cuándo marcharse, las decisiones de Circe poco aportan en los hechos que se narran, lo que, en definitiva, hace incoherente y errónea esta interpretación de femme fatale de ella puesto que ella no tiene capacidad de decisión. Pero, a su regreso del Hades, Odiseo y sus hombres pasan un día completo de nuevo en la isla de Circe, donde ella y sus ninfas proveen su barco de víveres y la maga vuelve a yacer con el capitán. En su despedida, Circe le da consejos e indicaciones sobre los peligros que le toca afrontar tras su marcha y cómo proceder para salir indemne o con los menos daños posibles. Así, es Circe quien le da la idea de tapar los oídos a su tripulación y atarse al mástil al pasar por las costas de las Sirenas, la que le indica de los dos peligros entre los que tiene que escoger más adelante: Escila y Caribdis, etc. (Canto XII). Si Circe tenía fama de hechicera erótica durante la época helena, lo que hoy sería una femme fatale, entonces lo que sucede con su personaje es que se somete en cuerpo y alma al héroe griego, al final es otra victoria del hombre sobre la mujer, ya que ninguna de ellas, ni siquiera una poderosa y fuerte como Circe, puede dominar a un hombre. Puede que Circe fuera la encarnación y prueba de que ninguna mujer, jamás, podrá vencer a un hombre con ningún tipo de fuerza, inteligencia o, si quiera, arte mágica. Circe es una figura fronteriza, se encuentra entre la humanidad y la divinidad, entre lo salvaje y el refinamiento de la civilización, la vida y la muerte. Homero la concibe como una figura dual y ambigua, un personaje peligroso y servicial, una bruja oscura que ama al héroe y le cuida. Como dice Marta Paz (2009), Circe asume tres roles: “siniestra señora de los animales con poder para dominar a las bestias y transformar a los hombre en animales, es enemiga y amante de Odiseo y, además, guía y directora de su bajada al Hades” (p. 215). A pesar de ello, los momentos de la historia escogidos para representarse con más frecuencia son la transformación de los hombres en cerdos y el enfrentamiento entre Circe y Odiseo, en el que ella suele aparecer asustada o rendida al héroe. La misma iconografía ha reducido el mito de Circe a dos perspectivas contrapuestas: la Circe amenazante (fig. 1 y 2) y la Circe amenazada (fig. 3 y 4) (Paz, 2009). Fig. 1. Circe y Odiseo, kylix del Ática de figuras negras, ca. 560-550 a. n. e. La figura central a la que el perro mira es Circe, que remueve con su vara la pócima que está transformando a la tripulación de Odiseo en animales, los cuales se puede ver en distintas fases de la metamorfosis (aparecen dos cerdos, un león, un elefante y un carnero). El hombre que entra en escena por la izquierda es Odiseo con espada en mano; el que sale de ella por la derecha es el huidizo Euríloco. Fig. 2. Circe y los hombres de Odiseo, lécito de figuras negras, ca. 500 a. n. e. Circe, removiendo con su vara el brebaje que ha transformado a los hombres en, de izquierda a derecha, lobo, león y bovino. Fig. 3. Odiseo y Circe, oinochoe (ánfora) de figuras rojas de la época clásica temprana. Odiseo acometiendo con su espada a una asustada Circe que sostiene su vara y el cáliz con su vino drogado. Fig. 4. Odiseo y Circe, crátera de figuras rojas del período clásico. Odiseo ataca a Circe con su espada. Ella retrocede, asustada, dejando caer una vasija. A la izquierda aparece el telar de la maga y uno de los hombres de Odiseo transformado en cerdo. Su iconografía en este período muestra a una mujer adulta y bella, con atuendo típico griego, vestidos largos y pelo recogido. Porta su vara, el cáliz o algún tipo de vasija donde realiza su brebaje transformador. La aparición de otros elementos depende del pasaje representado, pero si no sale a solas con Odiseo armado, suele estar rodeada de animales o híbridos humanos. Según Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978), Circe y Odiseo tuvieron tres hijos: Agrio, Latino y Telégono (vv. 1012-1015, p. 113). Este último sería el que daría muerte a Odiseo en Ítaca accidentalmente, y lo traería de vuelta a Eea junto a la esposa de Odiseo, Penélope, y su primogénito, Telémaco. Circe los convirtió en inmortales y se casó con Telémaco, mientras que Telégono desposó a Penélope. Esta epopeya no se encuentra narrada en La Odisea, sino que pertenece a la Telegonía de Eugamón, un poema posterior del ciclo troyano del siglo VI a. n. e. En las Argonáuticas (Apolonio de Rodas, siglo III a. n. e./1996), epopeya que narra los viajes de Jasón y los Argonautas, Circe tiene una breve aparición cuando Medea y Jasón, tras asesinar al hermano de ésta, llegan, por amenazas de Zeus y el miedo a la furia de las Erinias, a la isla de Eea para que la maga les purifique del crimen. Cuando se la encuentran, Circe está purificando su propia cabeza en el mar, asustada, tras un sueño premonitorio que había tenido donde todo su hogar estaba bañado en sangre, el fuego consumía sus hierbas mágicas “con las que antes hechizaba a los forasteros que llegaban” (Canto IV, vv. 667-668, p. 291), y apagaba las llamas con la sangre de un sacrificio. Se especifica que lleva vestidos, tiene la cabellera rizada y un brillo especial en los ojos que la caracteriza como descendiente de Helios. El texto se aprovecha de los conocimientos previos que tiene el lector sobre Circe, tanto al situar esta escena cronológicamente posterior al encuentro con Odiseo, como por la invitación que hace la maga a Medea y Jasón para que la sigan, el mismo tipo de invitación que llevó a cabo en el relato homérico para metamorfosear a los invitados. Los recién llegados se postran sumisos y suplicantes ante Circe: se sientan junto al hogar, en silencio y con la mirada baja; por lo que ella, que no sabía del motivo de su visita, averigua sin mediar palabra que necesitan una expiación y da comienzo el ritual. Degolla a una cría de cerdo recién nacida y unge las manos de Medea y Jasón con su sangre, invoca al Zeus que acoge a los criminales, mientras quema tortas rituales sin vino para apaciguar la cólera de las Erinias. De esta manera quedan purificados y exentos de la furia de los dioses y Erinias. Tras esto, es Medea (y no Jasón) a quien Circe tiene interés en conocer y hace que sea ella quien le cuente lo sucedido. De hecho, en un momento determinado, Circe muestra cierto desprecio por el que es el héroe de la historia, hablándole a Medea con sarcasmo como si él no estuviera delante: “Márchate del palacio, acompañando al extranjero, quienquiera que sea ese desconocido que has conquistado al margen de tu padre” (Canto IV, vv. 745-747, p. 295). Tras estas palabras, le prohíbe que se arrodille junto a su hogar, porque no aprueba sus actos ni su “indecorosa huida” (Canto IV, v. 748, p. 295). La actitud de esta Circe es la de una sabia con poderes adivinatorios, que utiliza magia de sangre para sus hechizos. A pesar de ello, hay más respeto hacia la diosa que en el resto de sus relatos. Los protagonistas van en busca de sus conocimientos mágicos para que les ayude, no llegan de casualidad y temerosos a sus costas como el resto de héroes y marineros. Circe es una mujer que escucha y ejerce su sentencia con total sinceridad, es hospitalaria pero autoritaria, y ni siquiera la también poderosa Medea puede contradecirla. Siguiendo esta línea la describió Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2018), aunque la dotó de un carácter cruel y violento que hasta entonces no había tenido. Circe fue instruida por su madre, Hécate, en el arte de las hierbas, raíces y drogas; pero amplió ella misma sus conocimientos descubriendo las propiedades de muchas más plantas y sustancias, no dejando que ninguna otra hechicera la superara. Se casó con el rey de los escitas pero le asesinó con sus venenos, convirtiéndose así ella en una reina déspota que cometió numerosas injusticias y crímenes contra sus súbditos, por lo que fue expulsada. En su huida, se instaló con las mujeres que la acompañaban en una isla desierta o en el monte italiano Circeo (Libro IV, 45, 3-5, p. 51). En la Eneida (Virgilio, siglo I a. n. e./2021) no aparece Circe como tal, pero sí que Eneas pasa con su barco por las costas de Eea durante la noche y la describe como un ser misterioso y poderoso que teje delicadamente, rodeada de bestias furiosas enjauladas, tales como leones, cerdos, osos y lobos, los cuales son todos hombres metamorfoseados por ella (Libro VII, vv. 8-24). Se presenta una Circe mucho más peligrosa y misántropa, que nada tiene que ver con la Circe homérica donde vive rodeada de la tripulación y Odiseo, y donde solo los cerdos eran los hombres transformados. Para Ovidio en sus Metamorfosis (Ovidio, ca. 9/1983), Circe continua siendo esa maga divina que obra su magia mediante hierbas. Glauco acude a ella tras ser rechazado por Escila, y le pide que haga que la ninfa sienta amor por él. Circe le responde que mejor sería que buscase a otra mujer que sintiera lo mismo y no forzase a nadie a sentir deseos por una persona que no quiere, a lo que ella misma se ofrece, ya que amaba a Glauco. Pero Glauco la rechaza por Escila, y Circe, que quiere tomar venganza por la ofensa pero no haciéndole daño a él debido a sus sentimientos, toma represalias contra Escila. Para ello, tritura y mezcla los líquidos de una raíz venenosa, y con “hecateios encantos” (XIV, v. 44), se viste de azul, y se encamina hacia la gruta donde Escila dormía al mediodía. Allí dispersa la poción y entona tres veces un canto mágico y oscuro. Así crea el hechizo que transforma a Escila en un horrible monstruo cánido, que aterrorizará y devorará a aquellos marineros que pasen cerca de su gruta90 (XIV, vv. 1-74). Fig. 5. John W. Waterhouse, Circe envidiosa, 1892, óleo sobre lienzo. Pasaje, no tan popular en el arte, en el que una Circe concentrada con rostro perverso envenena el agua en la que está Escila, la cual puede verse bajo los pies de la maga transformándose en el monstruo. Es una representación de claro poder y dominación de Circe sobre los demás elementos. 90 Para ampliar información sobre la metamorfosis de Escila, véase el epígrafe V. Híbridas. D. Escila y Caaribdis. Más adelante, se vuelve a contar el episodio de Circe con Ulises. Esta versión transcurre exactamente idéntica a la homérica, y la maga se presenta así: “Sentada está ella en un receso bello, /de solemne trono y, vestida de un manto brillante, /por encima está velada de un dorado atuendo.” (XIV, vv. 261-263). Y, a continuación, cuenta como también fue rechazada por el rey del Lacio, Pico, que estaba enamorado y casado con otra mujer, a lo que Circe le dijo: “Mas está enamorada y herida y es mujer Circe” (XIV, v. 385). Tras estas palabras, la maga entonó su hechizo, tocó con su vara la cabeza de Pico tres veces, y el rey acabó transformado en pájaro carpintero. Ovidio muestra a una Circe celosa, vengativa y retorcida, sin ningún tipo de empatía y que se deja llevar por sus emociones. Además le es indiferente el bienestar de los demás, era egocéntrica y se creía superior, por su ascendencia y poder, al resto de mujeres. En estos relatos, el autor dotó a Circe de la perversidad, maldad y sensualidad de la que el arte y la literatura se haría eco hasta la actualidad: la femme fatale que utiliza su magia para llevar a cabo sus venganzas sobre los hombres que no hacen lo que ella quiere. La Circe griega tiene más de diosa que de bruja, ya que no es una cualidad excepcional en ella el poseer conocimientos mágicos o crear pócimas; otras divinidades, como Hermes, también hacen uso de ellas. Otra cuestión que lo corrobora es el uso de su vara; lo único que hace con ella es golpear la cabeza de los que han bebido sus drogas, por lo tanto, se deduce que el verdadero poder de la diosa reside en sus hierbas, no en la vara, la cual también utiliza para azuzar a los hombres una vez convertidos en cerdos y los guía hacia las pocilgas, por lo que podría ser una herramienta más parecida a un cayado de ganado o pastoril. La concepción de “varita”, que evoca a las varitas mágicas de las hadas o las brujas actualmente, es una interpretación posterior, ya que si bien es cierto, el utensilio en las representaciones de la diosa, es demasiado corto para ser un cayado como tal. Aún así, no tiene mucho sentido asumir que para los griegos, Circe era una bruja. Como se ha podido observar, a partir de las escrituras romanas de Virgilio y Ovidio, el carácter dual que le otorgó Homero, desaparece, la diosa se envilece más y cobra mucha más fuerza su aspecto de maga negra y sangrienta, así como su carácter de amante apasionada, caprichosa y peligrosa. Se fueron olvidando de su rol de guía, guardiana y protectora del héroe, y fue imponiéndose su imagen de señora de las bestias, bruja y amante. Algo que, llegada la Edad Media, va a hacer que Circe reciba un nombre antes que diosa: bruja. Circe entronca muy bien con el estereotipo de bruja que apareció a lo largo de la Edad Media y que perduró durante las épocas siguientes: una mujer que vivía aislada, acompañada únicamente por mujeres jóvenes como ella, rodeada de bestias, en mitad de una selva salvaje, en un palacio cargado de lujos y manjares (los cuales aparecen sin más explicación para ello que por arte de magia), ella misma vestía con joyas y hermosos vestidos, y odiaba a los hombres, a los que transmutaba a criaturas sin consciencia y sin memoria, un estado cercano a la muerte. La bestialidad está muy presente en su figura, lo opuesto a lo civilizado y a lo humano, lo opuesto a la Razón. Un concepto reforzado por su dominio de las hierbas para llevar a cabo sus conjuros y cánticos, el conocimiento femenino es una transgresión a los estamentos eclesiásticos y debe ser erradicado o, en este caso, demonizado, ya que ella retuerce lo que da la naturaleza, la obra de Dios, para convertirlo en algo abyecto e impuro que se pone a su servicio. Fig. 6. Circe, manuscrito IV F3 de Nápoles de las Metamorfosis de Ovidio, siglo XI-XII. En el margen aparece la figura de Circe montando un macho cabrío (el Diablo), símbolo sexual y de dominación. Fig. 7. Michael Voldemut, Las Crónicas de Nuremberg: Circe y Ulises, 1493, xilografía policromada. Todos los personajes van ataviados con los ropajes coetáneos al autor y, al igual que esa licencia artística, lo es el hecho de que este pasaje representado, ya que no se llega a producir nunca en el mito, Circe no coincide con los hombres en su barco, ni éstos montan en él metamorfoseados. Voldemut refleja la esclavitud del hombre (Ulises) ante las pasiones más bajas (Circe) y la tripulación, transformada en todo tipo de animales, representa los siete pecados capitales. Este concepto de bruja lujuriosa alcanzaría su cénit con la llegada del siglo XIX. Circe se convertiría en este período en el “ejemplo aleccionador de lo que era el eterno femenino” (Dijkstra, 1994, p. 320). La bestialidad o animalidad en la mujer, como también se verá en otros personajes de este análisis, se vuelve un elemento que forma parte de la identidad del estereotipo que, durante este siglo, se acuñó como femme fatale. A pesar de que Circe no es una híbrida, ni transforma su propio cuerpo en el de un animal, sí ostenta poder para anular la humanidad a los hombres. Este marco se convierte en otro espacio liminar diferente al de Hécate que, a diferencia de ésta que se encontraba entre la vida y la muerte, Circe se posiciona entre lo humano y lo animal, una zona inhabitable para cualquier mortal (Paz, 2009). Los animales se convierten así en su atributo principal, por encima de la vara o la copa con la poción, tan típicos durante la Antigüedad, que, en caso de que aparezcan durante este siglo, se convierten en elementos secundarios (con algunas excepciones como las fig. 8, 12 y 16). Pero Circe no se convertiría en una femme fatale plena si no tuviera vinculación con la temida sexualidad femenina. A pesar, como ya se ha visto, que si la hechicera ofrece su cuerpo a Odiseo es por el miedo a perder su propia vida (independientemente de que nacieran sentimientos sinceros entre ambos a posteriori), para los decimonónicos y artistas del siglo XX, Circe es una depravada sexual, lasciva y lujuriosa, que se sabe hermosa y lo utiliza a su favor como una promesa del fatal destino. El deseo sexual que despierta es incontrolable e inmoral (fig. 9 y 18), por consiguiente, ya no solo con su magia hace perder la razón humana, sino que también lo consigue con el reclamo de su cuerpo, hecho reforzado ya que en el brebaje, como ya profetizó Homero, “echó [...] drogas perniciosas para que los míos olvidaran por entero la tierra patria” (Canto X, vv. 233-234, p. 377). Fig. 8. Charles Gumery, Circe, 1860, mármol. Escultura en la fachada sur de la Cour Carrée del Museo del Louvre, París. La diosa aparece engalanada con joyas, con el pelo recogido bajo la moda griega y con una tiara. Su desnudez se hace más evidente gracias al largo chal. Sostiene su vara con una mano, mientras que a sus pies se encuentra la copa derramada y, pisándole el morro, la cabeza de un jabalí. La postura relajada y humillante hacia el animal es una señal de victoria sobre los hombres. Fig. 9. Félicien Rops, Pornócrates, 1878, grabado. Sin ningún tipo de ambigüedad, se muestra a esta Circe desnuda a excepción de ciertas prendas que funcionan como fetiches, y que realzan la desnudez de su figura. La mujer se deja guiar completamente a ciegas y en actitud segura, hasta insolente, por un cerdo, al que pasea como si de un perro se tratara. Esta obra causó verdadero escándalo en 1886 en una exposición en Bruselas (Bornay, 2020, p. 138). Fig. 10. Louis Chalon, Circe, 1888, óleo sobre lienzo. En un primer plano, aparecen los cerdos. Dos serpientes aladas abren el espacio que enmarca a la diosa, la cual se haya sentada en un trono con figuras felinas, coronada con un halo enjoyado, mostrando su ostentación, y sosteniendo su varita luminiscente. Fig. 11. Wright Barker, Circe, 1889, óleo sobre lienzo. El espectador posee la visión que recibieron los marineros y el propio Odiseo a su llegada al palacio: una Circe bellísima y engalanada, rodeada de sus bestias, tranquilas a su alrededor, que les invita a pasar a su morada. Ella sostiene una lira, introduciendo el elemento musical que aporta la sensación festiva y de regocijo. A sus pies, una piel de tigre cubre la escalinata, y flores rojas se esparcen por el suelo, de modo sangriento, por lo que el peligro está latente en la invitación de la anfitriona. Tanto las telas y ornamentos de su atuendo, como las decoraciones del palacio (mosaico con teselas, fuentes, columnas, altos techos, etc.) muestran la riqueza con la que ella vivía. Fig. 12. John W. Waterhouse, Circe ofreciendo la copa a Odiseo, 1891, óleo sobre lienzo. La diosa, vestida con un liviano vestido con transparencias (que permiten hacer un recorrido visual sobre su cuerpo), sostiene en una mano su varita y con la otra ofrece el cáliz envenenado a Odiseo, que aparece reflejado en el espejo tras la diosa, al igual que su barco. El trono dorado en el que está sentada con decoraciones de leones en posición agresiva, así como los cerdos que deambulan a su alrededor y el sapo en primer término, le acercan a su parte animal. El incensario humeante aporta el toque esotérico a la figura. Las flores púrpuras, color de la realeza (Heller, 2019, p. 196), y su postura imponente en su trono de oro, hacen de ella una reina. Fig. 13. Arthur Hacker, Circe, 1893, óleo. Circe es representada como una modelo voluptuosa y sugerente, arreglándose el cabello, insinuante para el espectador pues no puede observar su desnudez con plenitud. El suelo está cubierto de flores desparramadas como despojos, una advertencia para sus amantes. Mirándola de frente, los hombres están en distintas fases de su metamorfosis. El cuadro es una advertencia sobre poseer apetitos carnales hacia la diosa: los que consiguen observarla por entero, no podrán contarlo. La indiferencia de Circe ante el sufrimiento ajeno, reafirma la depravación sexual y bestialidad que le otorgaron los decimonónicos. Fig. 14. Alice Pike Barney, Circe, 1895, pastel. De las pocas artistas femeninas que retratan a la maga, aunque perpetúa la imagen fatal de creación masculina sobre Circe: cabellera pelirroja y como una melena de león, “con su boca de vampiro dispuesta a devorar” (Dijkstra, 1994, p. 322), desnuda y con un jabalí bajo su brazo. Toda una representación salvaje de la hechicera. Fig. 15. Briton Revière, Circe y sus cerdos, 1896, óleo. La hechicera mira a sus recientes creaciones, que se agolpan ante ella chillando y reclamando, quizá, piedad o comida. Circe se muestra relajada y se intuye una sonrisa en su rostro, descansa con su larga melena cayéndole por la espalda, y su vara, aún brillante, a su lado. Fig. 16. Lévy-Dhurmer, Circe, 1897, pastel. La diosa, que recuerda a la Gioconda, mira directamente al espectador, sosteniendo la copa con el brebaje y un colgante con su nombre, que acredita de quién se trata. Se enmarca en un paisaje marítimo iluminado por la luna llena y los barcos aproximándose. Su sonrisa contiene una promesa, en la que hace partícipe al espectador que ya sabe, al igual que ella, lo que les va a ocurrir a los hombres de esos barcos. Fig. 17. William Russel Flint, Odiseo y Circe, 1924, ilustración para una edición de La Odisea. Escena en interior del momento en el que Odiseo acomete a Circe para amedrentarla y ella se arrodilla ante él, suplicante. Los atuendos y posturas de ambos refuerzan los roles dentro de la historia: ella, sumisa, dócil y semidesnuda para él; él, robusto, en pie, amenazante, con indumentaria típica del ejército griego junto con todas las armas que porta (incluido el carcaj con las flechas, armas que Homero no menciona). Fig. 18. George Grosz, Circe, 1927, acuarela y tinta sobre papel. Circe se muestra desnuda a excepción de los zapatos de tacón y una liga y gorro rojo. Se encuentra en actitud cariñosa con el “hombre”, el cual está retratado como un cerdo. A pesar de que ella no aparece con ninguno de sus elementos habituales (menos, quizá, la copa que hay entre ambos), se retrata a una Circe como una prostituta de los años 20, donde el hombre adinerado puede poseerla. Se trata de una reinterpretación del mito que satiriza la sociedad alemana de la postguerra. En la actualidad, el escritor Rick Riordan, autor de las sagas de Percy Jackson y otros héroes mitológicos, en el segundo libro de su saga principal, El Mar de los Monstruos (2006), hace de Circe una diosa menor de la magia, hija de Helios y Hécate, que rige un balneario mágico en una isla donde viven diversos animales domesticados y muchas mujeres jóvenes. Está trabajando en su telar cuando Percy Jackson y su compañera Annabeth Chase llegan allí. Circe manda a una azafata a que le haga un recorrido a Annabeth por el complejo, para quedarse ella a solas con el semidiós al que convierte en un conejo dándole brebaje. Annabeth descubre que esta es la metodología de la hechicera: solo tiene como clientas en su balneario de belleza a las mujeres, mientras que los hombres, a los cuales Circe les profesa un enorme odio, son convertidos en conejos (antiguamente los transformaba en cerdos pero daban demasiados problemas para cuidarlos). Annabeth acaba liberando y metamorfoseando en humanos de nuevo a todos los conejos ante la imposibilidad de saber cuál era su amigo. Posteriormente se descubre que los hombres que había tenido cautivos Circe destruyeron la isla y se vengaron de ella. A la hechicera se la describe como una mujer joven muy hermosa, con profundos ojos verdes y largo cabello oscuro trenzado con hilos de oro. Lleva un vestido largo de seda negra con estampado de sombras de animales. En el mundo de los grandes cómics, suele retratarse como la malvada de la historia. En DC Cómics es la villana contra la que tiene que luchar Wonder Woman. A pesar de que a lo largo de los cómics, han variado su físico (el cabello pasó de rubio a moreno, o sus ojos han sido violetas y rojos), acabó siendo representada con el aspecto típico de la femme fatale (fig. 20). Aun así, los nexos en común de todas estas Circes siempre eran la inmortalidad, la belleza, el gran control sobre la magia, la inclinación por transformar a los humanos en animales, el disfrute en la humillación que eso conllevaba y, por supuesto, siempre ha sido sexualizada. Marvel Cómics creó a Sersi, una hechicera que forma parte de los Eternos, que ayudó a Odiseo y, posteriormente al Rey Arturo. Se trata de un personaje bastante seductor que ha mantenido relaciones con todos sus compañeros hombres Eternos (a excepción de Sprite, porque posee cuerpo de niño). El cambio del nombre lo justifican diciendo que ella en realidad se llamaba Sersi, pero que los historiadores lo recogieron mal y transcribieron “Circe” (fig. 21). En una colección especial de esta misma compañía, ilustraron los clásicos de la literatura en cómics. En estas ilustraciones, Circe se muestra hipersexualizada y siendo la malvada y seductora bruja decimonónica (fig. 22). Fig. 20. Primera aparición de Circe en DC Cómics en Mujer Maravilla Vol. 1 #37, 1949. Últimas apariciones en Hombres de Guerra Vol. 2 #2, 2011. Fig. 21. Personaje de Sersi en Marvel. Primera aparición en Strange Tales #109, Jack Kirby, 1963. Fig. 21. Marvel, Clásicos ilustrados: La Odisea, Roy Thomas y Greg Tocchini, 2008. Circe, representada como el estereotipo por excelencia de la femme fatale (pelirroja, piel pálida, ojos verdes y provocativa) con su vara mágica transformando en cerdos a la tripulación de Odiseo. En los videojuegos son más variopintas sus iconografías pero todas residen en el carácter maléfico de la hechicera. En God of War: Ascension (2013), Circe es la hechicera de la isla de Eea que se alía con el guerrero de la historia gráfica interactiva Rise of the Warrior (2012), juego que formó parte de la campaña promocional del videojuego principal. Ella se manifiesta ante el protagonista y sus hombres envuelta en llamas y les guía hasta su templo en Eea. Cuando llegan allí, Circe está siendo atacada por un enorme jabalí. El Guerrero derrota fácilmente al animal y ella, agradecida por haberla salvado, se une a ellos para derrotar al villano de la historia, y les provee de alimentos y equipamiento para proseguir su viaje. No deja de ser irónico que en esta historia, aparte de que Circe está prácticamente desnuda (fig. 22), se convierta en la doncella en apuros a la que el héroe debe rescatar. En Monster Strike91, videojuego de estrategia multijugador para dispositivos móviles, Circe es uno de los personajes que el jugador puede seleccionar para que formen parte de su equipo de monstruos. Su elemento es el agua, tiene el pelo largo y rosado, ojos violetas, viste ropa y sombrero del prototipo brujesco, con tacones y medias de rejil la, portando su varita mágica, sexualizada y con poses de dominación sobre los cerdos que la acompañan (fig. 23). Fig. 22. Circe en Rise of the Warrior, desarrollado por SCE Santa Monica Studio, 2012, EEUU. Fig. 23. Circe en Monster Strike, desarrollado por Mixi, 2013, Japón. En el videojuego para móviles Fate/Grand Order92, Circe es un personaje que el jugador puede invocar para que luche de tipo hechicero. Su apariencia es la de una bella joven alada, con el pelo corto y rosado (según el juego, se corta la cabellera porque se enamora y su amor no fue correspondido), con una vara larga, es la bruja de la tentación y la depravación, bastante enamoradiza y celosa, inocente y mimada; en general, tiene un carácter bastante infantil (fig. 24). En Assassin’s Creed: Odyssey (2018), Circe es una bruja que se aísla en Eea para vivir entre jabalíes, leones y cerdos, los cuales son los hombres transformados por ella misma 91 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. 92 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. que han bebido de su vino. Una vez transformados, les roba sus pertenencías y les mata para poder alimentarse de ellos. En la fig. 25 se puede ver como Circe, en un escenario silvestre con el mar de fondo, está ante un cerdo ensangrentado y tiene sus manos y las comisuras de su boca manchadas de sangre. Es rubia, lleva joyas y viste con un vestido rojo de inspiración griega. Fig. 24. Circe en Fate/Grand Order, desarrollado por Delightworks, ilustrado por Hidari, 2015, Japón. Fig. 25. Circe en Assassin’s Creed: Odyssey desarrollado por Ubisoft Montreal, 2018, Canadá. Supercell desarrolló y lanzó en 2016 el videojuego de estrategia en línea Clash Royale para dispositivos móviles. Se trata de un juego de estrategia en tiempo real, inspirado en los personajes de Clash of Clans, donde los jugadores se crean mazos con cartas que se corresponden a los distintos personajes, estructuras y hechizos disponibles. Cada uno de estos personajes posee unos movimientos y formas de ataque diferentes. El objetivo es reducir las tropas enemigas y conseguir derribar sus tres torres (o al menos, superar a las derribadas por el adversario). La Bruja Madre es una carta legendaria (las segundas de más alto poder y rareza) inspirada en la figura de Circe. Una vez desplegada, la bruja ataca a las tropas enemigas de una en una con su báculo, no solo debilitándolas, sino hechizándolas, ya que, cuando son derrotadas definitivamente, las tropas se transforman en puercos aliados que atacan las estructuras y torres enemigas. El aspecto de la Bruja Madre es el de una mujer anciana, con un único diente, ojos brillantes y azules y expresión sonriente. Viste en tonalidades malvas, con un delantal con parche, capa larga y ajada y una túnica que se ciñe a su cintura mediante un cinto con una calavera, del que pende una cuchara de madera. Lleva guantes, una cofia sobre la cabeza y su báculo está coronado por un pequeño caldero burbujeante, dando sentido a la cuchara. En general, su imagen responde a la de las brujas de cuento de hadas (fig. 26). Fig. 26. Bruja Madre en Clash Royale, Supercell, 2021, Finlandia. Fig. 27. De izquierda a derecha, Bruja Nocturna, Bruja y Bruja Madre en Clash Royale, Supercell, 2021, Finlandia. Con su llegada al juego, se generó una tríada de brujas dentro de él. Cada una está asociada a ámbitos distintos de la brujería: la Bruja Nocturna conjura murciélagos; la Bruja invoca esqueletos, perfilándose como ctónica; y, por último, la Bruja Madre, la anciana transmutadora. La gama cromática de las tres se entrelazan siendo la Nocturna principalmente azulada y la Madre, morada, mientras que la Bruja mezcla las paletas de color de ambas en su atuendo (fig. 27). En la publicidad, un caso muy llamativo es el vino Circe, de las bodegas Avelino Vegas, donde la marca ha tomado plena referencia a la figura mitológica para crear el packaging y la identidad del producto. Han utilizado el icono de un hombre huyendo en plena transformación a león como única imagen, junto con la etiqueta, para el diseño de producto. A su alrededor hay leones, leonas y lobos como referencia a los animales domesticados de la selva de la maga, y sus ojos, maquillados y seductores, observan desde el fondo. Para el eslogan han utilizado su aspecto de bruja: “Prueba el hechizo”, y bajo él, añaden una pequeña frase a modo de explicación y reclamo de consumo: “El palacio de Circe estaba rodeado de leones y lobos. Su magia convertía a los hombres en el animal que realmente eran. Tan solo Ulises se libró de sus encantamientos y la amó apasionadamente”. La fuerte carga sexual y peligrosa de la identidad del producto ha captado a la perfección la Circe de Ovidio. Fig. 28. Avelino Vegas, vino blanco Circe, 2021. Amor les sonreía. Mas la fatal esposa lleváse consigo, colérica y celosa, con su padre y los dioses, los filtros del oriente. Poema de J.M. Heredia, Jasón y Medea, 1893. Del griego ε”la que piensa”. La versión más extendida la hace hija del rey de la Cólquide, Eetes, y la oceánide Idía, “de hermosas mejillas” (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978, p. 111), lo que la convertiría en sobrina de la maga Circe y nieta del titán Helios, el Sol. Sin embargo, Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2018) creó la versión en la que Medea y Circe eran hermanas, ambas eran hijas del rey Eetes y su madre era la diosa de la magia y la hechicería, Hécate93 (Libro IV, 45, 1-3, p. 51). Hesíodo cuenta de Medea, la “de bellos tobillos” y “ojos vivos”94, que fue secuestrada por Jasón, héroe tesalio, del palacio de Eetes cuando este superó las pruebas que el soberbio y violento rey Pelias le había impuesto, y se casó con ella. A pesar de que el inicio de su historia fuera en contra de la voluntad de Medea, Hesíodo relata que acabó encontrando la felicidad al lado de Jasón y tuvieron un hijo, Medeo, que fue educado por el centauro Quirón (vv. 992-1003). En la Medea95 de Eurípides96 (431 a. n. e./1865) la historia es presentada bajo el protagonismo de ella y se narran los hechos posteriores al viaje de los Argonautas. Explora el sentimiento de abandono, humillación y traición que siente Medea hacia Jasón, expone la lucha interna que se produce dentro de ella entre el raciocinio y la pasión, lo que desemboca en el deseo de una de las venganzas más trágicas y atroces de la literatura occidental. Jasón se convierte en el antagonista de la heroína, que solo busca su propio beneficio intentando convertirse en rey a través de un matrimonio conveniente, indiferente ante el dolor que le produce a su actual esposa. Además, desmiente las hazañas del héroe, remarcando que todos sus logros han sido gracias a ella e, incluso, insinuando que fue Medea, y no Jasón, quien luchó y acabó con el dragón que guardaba el Vellocino. Medea es un personaje humano y real, la heroína alza la voz para explicar sus pensamientos y emociones, para acercar al espectador lo que significaba ser mujer en Grecia. Aunque, eso sí, como ya se mencionó en el marco teórico de este estudio, a través de las palabras y la visión de un hombre: Eurípides. Así desaprueba Medea la situación que las mujeres griegas han de vivir: Mi esposo, el peor de los hombres, me ha abandonado, cuando en él tenía cifrada mi mayor dicha: de todos los seres, que sienten y conocen, nosotras las mujeres somos las más desventuradas, porque necesitamos comprar primero un esposo a costa de grandes riquezas, y darle el señorío de nuestro cuerpo; y este mal es más grave que el otro, porque corremos el mayor riesgo, exponiéndonos a que sea bueno o malo. No es honesto el divorcio en las mujeres, ni posible repudiar al marido. Habiendo de observar nuevas costumbres y nuevas leyes, como son las del matrimonio, es preciso ser adivino (no habiéndolas aprendido antes, como sucede, en efecto) para saber cómo nos hemos de conducir con nuestro esposo. Si congenia con nosotras (y es la mayor dicha), y sufre sin repugnancia el yugo, es envidiable la vida; si no, vale más morir. El hombre, cuando se halla mal en su casa, se sale de ella, y se liberta del fastidio, o en la del amigo, o en la de sus compañeros; mas la necesidad nos obliga a no poner nuestra esperanza más que en nosotras mismas. Verdad es que dicen, que pasamos la vida en nuestro hogar, libres de peligros, y que ellos pelean con la lanza; pero piensan mal, que más quisiera yo embrazar tres veces el escudo que parir una sola. (Eurípides, 431 a. n. e./1865, p. 230) Eurípides es un autor que se zambulló en la psicología de sus personajes y crea a sus heroínas como personas que llegan hasta el final con sus últimas consecuencias, aunque deja la duda por saber si esos hombres por los que ellas se sacrifican, merecen la pena 93 Para leer el pasaje, véase el epígrafe III. Brujas. B. Hécate. 94 Como referencia al brillo inusual en los ojos que poseían todos los descendientes de Helios. 95 Es bastante paradójico, que estando las mujeres excluidas del día a día de la polis, más de la mitad de las tragedias escritas durante la época llevan por título un nombre femenino (Movellán, 2016). Los hombres las excluyen para luego otorgarles el protagonismo en sus obras. 96 Eurípides, junto con Séneca, fueron los dos únicos autores que hicieron a Medea protagonista de la historia, el resto de autores que la mencionan, la incluyen dentro del ciclo de Jasón y los Argonautas. (Movellán, 2016). Su Medea desafía el orden patriarcal establecido por Jasón y, además, sale victoriosa. Se convierte en la madre temida que actúa y reclama los privilegios del padre, ya que no se comporta de manera maternal sino bélica (Iriarte, 2002, p. 142). Aparecen así las mujeres masculinas, mujeres que se salen del control de los hombres y, por ello, se vuelven salvajes, son más animales que humanas. Eurípides (431 a. n. e./1865) lo muestra así cuando, a través de las palabras de Jasón, califica a Medea tras asesinar a sus hijos como una fiera “leona, no mujer, de natural más salvaje que la tirrénica Escila” (vv. 1342-1343, p. 260), pero nunca niega ni hace negar a su Medea que ha dejado de amar a sus niños. De ahí el protagonismo de las mujeres en las tragedias, todo se convierte en tragedia si hay una mujer libre. En Medea se ve reforzado por dos factores: es extranjera y hechicera. Su carácter bárbaro es indivisible a su identidad. En las Argonáuticas (Apolonio de Rodas, siglo III a. n. e./1996), la fuente por excelencia de la historia de Jasón y los Argonautas (la tripulación del barco Argos), Eetes promete a Jasón entregarle el Vellocino si consigue atar dos toros de aliento de fuego a un carro, sembrar un campo con dientes de dragón y acabar con los guerreros que nacerán de dichas semillas. El comandante del Argos lo consigue gracias a la ayuda de Medea, que se había enamorado de él (Hera le había pedido al pequeño Eros que le lanzara una flecha de amor) y no quería que pereciera en la tarea imposible que le había encomendado su padre. Ella también le ayuda a hacerse con el Vellocino y regresan a Grecia, habiendo tendido una emboscada a Apsirto, el joven hermano de Medea y que capitaneaba la búsqueda de su hermana tras su huida. Jasón asesina a Apsirto por la espalda, descuartizan el cadáver y lo entierran. Tras su huida, llegan a la isla de Circe con la intención de ser purificados de su crimen y, tras largas travesías, finalmente Medea y Jasón se casan. En este relato hay dos Medeas muy contrapuestas. En el canto III se conoce a la Medea enamorada, y Apolonio indaga en el amor de los dos héroes: Y el alma entera incluso le habría entregado emocionada, tras arrancársela del pecho, si él lo hubiera deseado. Tal era el amor que de la rubia cabeza del Esónida refulgía con su dulce llama, y cautivaba los radiantes ojos de ella. Un calor derretía por dentro su corazón, como sobre las rosas se derrite el rocío al calor de los rayos de la aurora. (Apolonio de Rodas, siglo III a. n. e./1996, Canto III, vv. 1015-1021, p. 246). Esta Medea (la cual se especifica que tiene el cabello rubio) quiere huir del déspota de su padre, el cual encarna el papel del perfecto monarca oriental que inspira temor hasta en su familia. Medea es, pues, una extranjera oriental, que se divide entre las raíces bárbaras de su familia y el deseo de pertenecer a la civilizada Hélade, encarnada en el modelo de honestidad y salvación: Jasón. Pero al llegar el canto IV, se abre paso la Medea hechicera asesina, si bien es cierto que ya se vislumbraba y vivía dentro de ella durante el canto III, donde se anunciaba como funesto el amor que se profesaba la pareja. Medea es una joven implacable que no duda en luchar por su vida y encararse al héroe griego, para recordarle las consecuencias fatales para ella que tendría el incumplimiento de la promesa que le hizo de tomarla por esposa (Canto IV, vv. 350-393, 1030-1052). Apolonio bebe mucho de la obra de Homero para crear su periplo de regreso a Yolco, ya que tienen su escena con las Sirena y con Escila y Caribdis, entre otras. Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2018) cuenta que Medea aprendió de su madre Hécate y su hermana Circe toda la magia de las drogas, convirtiéndose, como ellas, en una pharmakis. Al contrario que sus parientas, Medea usaba las pócimas para ayudar a los extranjeros que llegaban a su tierra, ya que la mayoría de ellos eran encarcelados y asesinados por su padre Eetes, rey de la Cólquide (el cuál obedecía, en parte, las órdenes de su esposa). El motivo de este odio a los extranjeros nació a raíz de una profecía en la que un oráculo de predijo al rey Eetes que moriría cuando unos extranjeros desembarcaran en su tierra y se llevaran el Vellocino de Oro. Sus padres, sospechando de que era su hija quien conspiraba contra ellos, la empezaron a vigilar, pero ella consiguió huir y refugiarse en un templo de Helios. A esas costas arribó el Argos, con Jasón como capitán, y se encontraron con ella. Tuvieron una conversación en la que se dieron cuenta de que tenían intereses comunes: Medea les avisó de que ellos corrían peligro allí como extranjeros y que, por avisarles a ellos y a otros tantos antes, ella misma también corría peligro, por lo que ninguno debía permanecer más tiempo en la Cólquide. Así, Medea prometió que les ayudaría en su misión suicida (encomendada por el rey de Yolco y tío de Jasón con la intención de deshacerse de él) de conseguir el Vellocino de Oro, y el héroe juró que se casaría con ella y sería su compañero de por vida. De esta manera, asaltaron el templo de Ares donde se encontraba el Vellocino, Medea mató al dragón insomne con sus drogas, y se hicieron con la reliquia97. En la persecución de los griegos y la batalla naval contra los colqos, el rey Eetes murió, cumpliéndose así la profecía. Mientras regresaban a su tierra natal, Jasón se enteró de que su tío había asesinado a toda su familia y estaba ideando un plan con su tripulación para vengarse. Medea intervino y les dijo que ella misma conseguiría acabar con el tío de Jasón y les entregaría el reino sin que ninguno de los allí presentes corriera ningún peligro; ellos, atónitos ante su plan, la dejaron hacer. Así, ella se disfrazó de vieja y se introdujo en la ciudad portando una estatua de Ártemis llena de sus drogas. Prometiendo la ayuda de la diosa, la dejaron entrar hasta estar en presencia del rey, al que le dijo que podría rejuvenecerle. Medea demostró la eficacia de su magia yendo a una habitación contigua donde se lavó y recuperó su aspecto juvenil normal. El rey aceptó, maravillado ante el prodigio, y Medea hizo, mediante alucinaciones con sus drogas y un ritual demostrativo con un carnero, que fueran las propias hijas del monarca las que le asesinaran y dieran el aviso a Jasón y a su tripulación para entrar en el palacio, el cual apenas opuso resistencia al enterarse de la muerte de su rey. Tras las aventuras, Medea y Jasón vivieron felizmente durante diez años en los que tuvieron tres hijos: los gemelos Tésalo y Alcímenes y el pequeño Tisandro. A pesar de que Medea era muy hermosa, prudente y estaba colmada de virtudes, el paso del tiempo la fue despojando de su belleza física y Jasón se enamoró de Glauce, hija de Creonte, y pidió su mano. Diodoro escribe que Jasón fue de buen grado a explicarle su decisión a Medea con el pretexto de que pretendía obtener buenos matrimonios para sus hijos, no porque rechazara su relación. Evidentemente, Medea se enfureció, le recordó que en sus juramentos fueron testigos los dioses, pero Jasón despreció todos los juramentos hechos y se casó con Glauce. Medea fue expulsada de la ciudad, pero la noche antes de marcharse, se valió de una raíz, que había descubierto Circe, que prendía con rapidez y era complicado apagar sus llamas. Incendió el palacio con ella y entre el fuego murieron Glauce y Creonte. Como Medea no vio cumplida su venganza sobre Jasón, ya que él había sobrevivido, degolló a dos de sus hijos en común (el tercero huyó). Jasón se suicidó y el hijo de ambos que había conseguido sobrevivir, regresó a la tierra de su padre, Yolco, a la edad adulta, y se convirtió en su rey por herencia legítima. Tras sus crímenes, Medea se marchó con sus sirvientas y se refugió en Tebas junto a Heracles, ya que éste, como mediador durante su boda con Jasón, le había prometido que la socorrería si en algún momento era traicionada. Allí, ella le sanó de la locura que le había invadido en la que había asesinado a su familia. Tras ciertos peregrinajes, Medea se instaló en algún lugar de Asia, donde se casó con un rey 97 Cabe destacar que el autor es incrédulo con las palabras anteriores a las suyas sobre el mito, en las que se habla de toros con alientos de fuego y guerreros que nacen de la tierra. Él aporta una explicación lógica a esos hechos y sentencia la fantasía de los imaginativos griegos. y tuvieron un hijo, Medo, el cual heredó el reino de su padre, fue admirado y llamó a sus gentes medos (Libro IV, 48-55, pp. 53-61). Diodoro presenta a una Medea benévola, que huyó de la crueldad de su familia por mera supervivencia. El uso maligno de sus hierbas y drogas va apareciendo poco a poco en ella, cuando antepone la seguridad de su marido a la vida de los demás, incluso justifica el arranque de locura que la lleva a asesinar a Glauce y a sus propios hijos. Es curioso ver como menciona de nuevo las artes de Circe cuando Medea va a cometer su primer acto egoísta, dando a entender que, si lo hace, es por culpa de su familia, que tenía antecedentes y herramientas para llevarlo a cabo gracias a ella. Finalmente, da a entender que Medea encuentra la paz, aunque no describe si siente algún tipo de remordimiento o culpa por sus actos; la convierte en una mujer que sigue adelante con su vida como si nada y, una vez que sabe que se ha visto cumplida su venganza, sustituye la familia que tenía con Jasón por otra. Por otra parte, la única descripción física que hace de ella es su enorme belleza (único motivo de interés para Jasón, por lo visto) y que fue menguando con el tiempo. Otros muchos autores escribieron el relato con diferencias entre ellos. Ovidio, Licófron de Calcis o Heródoto hablan de los hechos ocurridos en la Cólquide. En este marco, Heródoto (como Hesíodo) escribe que Medea fue víctima de secuestro por parte de Jasón. Dependiendo de estos autores también, Medea es una mera espectadora de las luchas que Jasón presenta contra las criaturas para conseguir el Vellocino, o una participante activa que huye de su familia con Jasón y no es raptada. Para Licófron de Calcis, Apsirto es solo un niño que fue secuestrado por su hermana Medea, asesinado y descuartizado en el Argos, y lanzado sus restos al mar para que su padre, Eetes, se entretuviera en recoger los pedazos para darle sepultura y cesara en su persecución. Dentro del ciclo de Corinto, Diodoro estableció diferencias respecto a las Medeas de Eurípides y Séneca (siglo I). Para estos dos últimos, Medea entrega a Creúsa (o Glauce) un vestido impregnado de venenos que la abrasará viva y matará también a su padre, Creonte, cuando intente quitarle la prenda. Respecto al infanticidio, todos los autores presentan la duda que posee Medea antes de cometer el crimen (fig. ), y casi todos mencionan que tuvieron dos hijos (no tres, como escribe Diodoro); en lo que sí coinciden es que ella asesina a dos de un modo u otro. Según la versión, entonces, existen Medeas sin voz ni voto, locas de amor, secuestradas, pasivas o activas, funestas, benévolas, decididas, traicioneras y un largo etcétera. Pero, en general, Medea suele quedar retratada como la sacerdotisa de Hécate, una bruja malvada y una mujer aún peor, pues fue capaz de asesinar a sus propios hijos. Se sabe que para los griegos el engendrar hijos era el único sentido que poseía el matrimonio; si no fuera por la maternidad, las mujeres no tendrían utilidad (y muchos autores lo han dejado patente). Para el hombre antiguo, los hijos son los que procuran su legado, representan su futuro, y eso es algo que Medea lo sabe muy bien, por eso también sabe que la mejor manera de hacer daño a Jasón es acometiendo contra sus hijos (Goñi, 2005, p. 147). La Medea que ha llegado hasta la actualidad es la de una mujer que se niega a permanecer sumisa y pasiva ante el poder patriarcal y tomó sus terribles venganzas contra aquellos que la atormentaban, por ello siempre será recordada como una mujer fatal, pues salió victoriosa y triunfó sobre los hombres. Dentro de la iconografía, son múltiples las representaciones de la hechicera en distintos ciclos de su historia y escenas. Desde representaciones genéricas de Medea en las que se muestra, normalmente, su aspecto brujesco; imágenes de ella con Jasón; el robo del Vellocino de Oro con el dragón, la huida de la Cólquide con Apsirto, escenas con los diferentes rituales que realiza como con el carnero en el caldero con las hijas de Pelias y el asesinato de éste o ella rejuveneciéndose, la ofrenda del vestido a Creúsa y la muerte de ésta y su padre, la huida de Corinto en un carro tirado por dragones... Pero sin lugar a dudas, la escena favorita de los artistas, y la más prolífica (sobre todo a partir del siglo XVII), es el asesinato de sus propios hijos en todas la fases del drama: la duda previa, el asesinato en sí y con los cadáveres a su alrededor. Los atributos más asiduos en ella son el caldero, el carro con los dragones, una espada o puñal y niños a su alrededor. Fig. 1. Medea rejuvenece un carnero, hidria ática de figuras negras, 500 a. n. e. – 470 a. n. e. El rey Pelias aparece sentado a la izquierda, Medea hace la demostración de su magia al rejuvenecer al carnero en el caldero y la rodean las hijas del rey. Fig. 2. Robo del Vellocino de Oro, fragmento de crátera de figuras rojas, ca. 320-310 a. n. e. Jasón se lleva el Vellocino mientras Medea distrae al dragón dándole de beber sus drogas. Fig. 3. Medea huye de Corinto, fragmento de hidria lucana, ca. 400 a. n. e. Medea huye en su carro tirado por dragones-serpiente. Aparece rodeada de un disco solar en referencia a su ascendencia solar. Abajo a la derecha se pueden observar a sus hijos asesinados. Fig. 4. El sarcófago de Medea, detalle del sarcófago con talla de alto relieve en mármol, ca. 140-150. A la izquierda aparece Creúsa abrasándose con la tela que le ha regalado Medea. El rey Creonte se encuentra detrás de ella llevándose las manos a la cabeza. A la derecha, Medea huye de Corinto en su carro tirado por dragones-serpiente, llevándose a sus hijos asesinados. Fig. 5. Medea ayuda a robar el Vellocino de Oro, relieve de terracota, 50 a. n. e. – 150 n. e. Medea droga al dragón que guarda el Vellocino. Fig. 6. Asesinato de los hijos de Medea, pintura mural en una casa de Pompeya, año 62 – 79. Momento de duda previo al crimen. Por regla general, el color predilecto para Medea es el rojo por toda la simbología asociada: es el tono de la pasión, de la sangre y del poder. Si no viste completamente de ese color, lleva algún manto o accesorio rojizo, sino, el suelo o las telas del escenario que la rodea contendrán el tono. Suele aparecer enjoyada y con una tiara o corona que la posiciona como princesa de la Cólquide. A pesar de que de los pocos datos sobre su físico que aportan los textos clásicos sobre ella es el cabello rubio, no es el tono por el que se decantan la mayoría de los artistas, lo cuales escogen antes el color negro. Como bien explica Erika Bornay (1994) es el color de lo exótico, de las extranjeras y lo salvaje, el color de la fealdad (p. 109), ¿y qué es Medea sino una mujer de Oriente que pierde todo su atractivo al traicionar aquello que hace que tenga sentido ser mujer? Fig. 7. Stefano della Bella, Medea asesina a sus hijos, 1644, grabado para el juego de naipes Jeu des Reynes. Medea aparece con una espada en el momento justo en el que atrapa a uno de sus hijos que intentaba huir, tras haber matado ya al primero. Fig. 8. Corrado Giaquinto, Medea, 1750-1752, óleo sobre lienzo. Medea sostiene una varita con la punta iluminada, reminiscencias de su tía Circe. A sus pies, y con indiferencia por parte de ella, están los cadáveres de sus hijos, los cuales están siendo observados por un dragón serpentino. Fig. 9. Eugène Delacroix, Medea furiosa, 1862, óleo sobre lienzo. Con el torso desnudo, coronada en su larga cabellera oscura, Medea sostiene sin delicadeza a sus hijos que intentan huir del abrazo de su madre, tal vez porque han descubierto sus intenciones al ver el cuchillo que sujeta (como demuestra el niño moreno que tiene su ojo aterrorizado posado en la hoja). Medea mira fuera del marco pictórico asegurándose de que no hay nadie para detenerla o, quizá, buscando a Jasón con la mirada. Fig. 10. Gustav Moreau, Jasón, 1865, óleo sobre lienzo. El tesalio tiene apariencia andrógina, imberbe y joven, con un gesto triunfante pisando un águila. Medea parece detener ese movimiento, posando su mano sobre el hombro de Jasón y mirándole con intensidad. Con reminiscencias de un Adán y Eva, ella está retratada como presagio de muerte: sostiene un frasco con el veneno (como si fuera la manzana de Eva), sobre su cuerpo desnudo se enreda eléboro venenoso (indicando el ingrediente principal de la pócima) y sujeta una serpiente con su brazo. En la columna de la izquierda se observa la cabeza del Vellocino y, por encima de todos los demás elementos, se corona la Esfinge, símbolo de la destrucción que provocará Medea98. Fig. 11. A. Frederick Sandys, Medea, 1868, óleo sobre lienzo. Medea es retratada como una mujer gitana (referencia a su condición exótica y salvaje) preparando el veneno con el que impregnará el vestido de Creúsa (está mojando el hijo rojo con el que tejerá el traje). Tiene la mirada ausente, como si imaginara el plan letal. Ante ella hay un sapo (animal asociado a la brujería) y, en el fondo, aparecen la nave Argos y el Vellocino de Oro. Fig. 12. Henri Klagmann Medea, 1868, óleo sobre lienzo. Medea observa a sus hijos jugar con gesto reflexivo (momento de la duda). 98 Existen hipótesis (ninguna demostrada) sobre la homosexualidad de Moreau, dada la manera dulce y afeminada con la que retrata a los hombres y la aversión con la que plasma a las mujeres que condenaron a sus queridos héroes (Bornay, 2020, p. 112). Fig. 13. Anselm Feuerbach, La Despedida de Medea, 1870, óleo sobre lienzo. Momento de la reflexión de Medea, en la que ella observa de manera maternal y con ternura a sus hijos, mientras amamanta a uno de ellos. A pesar de estar posicionada en un lateral del lienzo, Medea monopoliza la mirada del espectador, superando en grandeza al resto de figuras tanto en su postura como en la delicada luz que incide sobre ella. Pero las señales de muerte están latentes: su vestido blanco se mezcla con la tela roja, en el suelo se observa un cráneo de caballo, al lado de Medea una mujer velada (tal vez una sirvienta o nodriza) oculta su rostro desconsolada porque sabe lo que va a ocurrir. El contrapeso de Medea lo tiene el grupo de marineros que empujan mar adentro la embarcación, preparando la ruta de escape de la hechicera. A finales del siglo XIX y principios del XX, se rescata la imagen dual de Medea. El personaje recupera su lado positivo, pero sin abandonar el negativo. Los artistas la retratan como la heroína sin la cual Jasón jamás hubiese logrado sus hazañas, como una mujer poderosa, sin olvidar que era temible también, pero solo si se la traiciona. En estas obras, el aspecto funesto aparece bajo simbología, ya sea por los colores escogidos en su atuendo o los elementos que aparecen a su alrededor. Fig. 14. Germán Hernández, Medea, con los hijos muertos, huye de Corinto en un carro tirado por dragones, 1887, óleo sobre lienzo. A pesar de que vuelve representar el mismo pasaje de la huida, el artista español crea una escena que se mueve entre la venganza ya cumplida y el arrepentimiento que empieza a asomar en el rostro de Medea. Fig. 15. Evelyn de Morgan, Medea, 1889, óleo sobre lienzo. Se presenta una Medea muy distinta a la de sus coetáneos. Es rubia, un tono nada popular para el personaje, y el vestido denota su poder. La artista no muestra a una mujer vengativa y a la que hay que temer, a pesar de sostener la redoma con el veneno, sino que pide empatía, casi inspirando compasión. Fig. 16. Herbert J. Draper, E Vellocino de Oro, 1904, óleo sobre lienzo. Uno de los pasajes menos representados del ciclo argonáutico. En medio de la huida frenética de la Cólquide a bordo del Argos, Medea ordena a los marineros que arrojen al mar a su hermano Apsirto, el cual se agarra a su hermana en un intento inútil de disuadirla. Ella, con el rostro fuera de sí, ni siquiera le mira. Jasón aparece en segundo plano, tras ella, sosteniendo el Vellocino. Esta representación de la hechicera, regresa a la Medea loca de amor por Jasón y dispuesta a todo por él, una Medea premonitoria sobre su agresividad y los infortunios que realizará. Fig. 17. John W. Waterhouse, Jasón y Medea, 1907, óleo sobre lienzo. Medea acapara toda la atención ante un Jasón atento a sus movimientos. Lo mismo ocurre con el espectador que primero observa a la hechicera, erguida y segura de sí misma, vistiendo un traje rojo, mientras prepara la poción que ayudará al tesalio a conseguir el Vellocino. A la altura de las manos de ella, una serpiente entra en escena como si fuera la guía de Medea y, a sus pies, un sapo aporta las connotaciones de la bruja moderna. Waterhouse recupera la Medea heroica y dispuesta a todo por su amado, sin mostrar una escena violenta y dramática. A pesar de que solo Eurípides y Séneca la hicieron protagonista en sus tragedias y que en el resto de textos Medea es un personaje secundario que acompaña al héroe, en las adaptaciones cinematográficas y cortometrajes que se han realizado posteriormente, es ella la que ha cautivado a los creadores y la que ha eclipsado por completo a Jasón. Todas estas películas llevan por título Medea, lo que no deja lugar a dudas que su protagonismo está muy por encima del personaje masculino a través del cual la crearon. Su primer aterrizaje en el sector fue en 1920, con la película dirigida por K. Teme, de la cual no se preserva ninguna copia y caracterizan a Medea como una prostituta cabaretera en Berlín. En 1957 aparece el film donde Sarah Ferrati le da vida, la cual también fue su directora, basó fielmente todo el guión en la tragedia de Eurípides, tanto es así que en los créditos finales aparece como tal. Dos años más tarde, Judith Anderson encarna el papel de Medea en una película basada también en la obra de Eurípides y que cosechó bastante éxito. Pero en 1969 se estrenó el film dirigido por Pier Paolo Pasolini que se convirtió en la catapulta que hizo que se conociera a nivel mundial la historia de la hechicera. Esta película se centra en su mayor parte en la historia de las Argonáuticas de Apolonio de Rodas y la trama de la Cólquide, que se va trenzando con la obra de Eurípides, hasta concluir en su trágico final en Corinto. Medea está encarnada por la cantante de ópera Maria Callas99, la cual fue escogida por haber sido la intérprete protagonista más célebre de la ópera con el mismo nombre, compuesta por Luigi Cherubini en 1797. Medea y Jasón forman una dualidad donde ella representa el mundo arcaico, religioso y la barbarie, frente a la lógica y pragmatismo de él. Dentro del reparto escogido para esta película, todos los actores que interpretan a personajes naturales de la Cólquide son de origen turco, a excepción de Maria Callas (estadounidense de ascendencia griega) y Sergio Tramonti (italiano) que interpreta a Apsirto, lo que les hace tener el cabello más rubio y la piel más clara (ambos son personajes que son separados o exiliados de su tierra natal); todos los colqos visten con trajes de aspecto oriental y mucho más exagerados. Por el contrario, los personajes de Corinto tienen aspecto europeo caucásico y visten con ropajes de telas finas y colores claros. Esta diferenciación no hizo más que acentuar de un modo simbólico (y xenófobo) que lo extranjero es lo salvaje y lo bárbaro, y lo “blanco” es lo civilizado y lo bueno. Cuando Medea está en Corinto, la visten con ropajes pesados y de tonos oscuros con grandes ornamentos, lo que no hace más que gritar con su presencia que ella no pertenece a esa tierra, y que proviene de una cultura mucho más antigua y extraña. Fig. 18. Cartel de Medea de P. P. Pasolini, 1969. En 1988 aparece otra versión conocida de la heroína de Eurípides mezclada con algunos elementos de la de Séneca, la de Lars Von Trier, que mantiene el orden cronológico de los hechos de los textos aunque posiciona la historia en un contexto histórico medieval, con ambientes románticos. 99 Ironías de la vida para Maria Callas pues, un año antes de la grabación de la película, fue abandonada por la que era su pareja, Aristóteles Onassis, para casarse con Jacqueline Kennedy. Maria Callas trató de suicidarse un año después del estreno de la película, por lo que puede que su Medea tuviera una verosimilitud mayor al de otras actrices que encarnaron el personaje, al sentirse sumamente identificada en esa etapa de su vida. Hay una escena con un fuerte simbolismo bastante llamativa, basada en la escena de Eurípides en la que Jasón y Medea discuten cuando éste habla con ella sobre los motivos por lo que se ha casado con Glauce, que no son más que para garantizar su futuro y el de los hijos de ambos. Medea está ante un enorme telar, tejiendo bajo la lluvia pero indiferente ante el agua, cuando llega Jasón y se coloca frente a ella, con el telar de por medio, y comienza la discusión. Fig. 19. Fotograma de Medea de Lars Von Trier, 1988, ante el telar. Ver a Medea tejiendo ya es un guiño monumental a las labores femeninas en Grecia, donde Atenea era su protectora, Circe, al igual que Penélope, eran grandes tejedoras, y las Moiras guardaban y cortaban los hilos del destino. Aquí Medea teje el sino trágico de Jasón ante la agresividad y cinismo con los que él la habla, teje aquello que los separará definitivamente (fig. 19). El clímax final llega de la mano de los ahorcamientos de los dos niños; hecho llamativo que el mayor, viendo que su hermano pequeño ya ha sido colgado por su madre y que ella es incapaz de hacer lo mismo con él, acepta el sacrificio, y se intenta poner él mismo la soga al cuello con un: “Ayúdame, mamá” (fig. 20). La catarsis de Medea queda reflejada cuando en su huida a Atenas en barco, se quita el manto que ha cubierto su cabeza durante toda la película, y deja su cabello suelto y libre ante el viento; símbolo de su propia liberación. Fig. 20. Cartel de Medea de Lars Von Trier, 1988. En el propio título ya se anuncia el destino de los niños. Fig. 21. Medea, interpretada por Jacinda Barret, en Hércules: Sus Viajes Legendarios, serie creada por Christian Williams, 1995. Medea aparece en la serie de televisión Hércules: Sus Viajes Legendarios (1995) durante el capítulo Medea Culpa, inspirado en la trama de las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, donde coinciden los personajes de Jasón y Heracles. Aquí, la hechicera es una curandera brillante que ha huido de la casa donde vivía con su madre y su padrastro, ya que éste la había violado. Hera le encomienda la misión de separar a Jasón y Hércules para que su monstruo, la Hidra, matase a este último100, pero Medea cambia de opinión cuando les conoce. Salva la vida a Jasón y reúne a los dos héroes para que acaben con el monstruo. Finalmente, Hera acaba con Medea por haberla traicionado (fig. 21). 100 Mitológicamente hablando tiene bastante sentido, ya que Hera intentó matar a Heracles en repetidas ocasiones al ser bastardo de su marido Zeus, y protegía a Jasón (fue ella quien ordenó a Eros disparar una flecha de amor a Medea para que ayudase al tesalio). En el anime Saint Seiya Ω (2012), spin-off inspirado en el manga homónimo, más conocido en España como Los Caballeros del Zodíaco, Medea es la antagonista principal de la primera temporada. Era la Hechicera Sagrada de Marte, el dios de la guerra. Fig. 22. Medea en Saint Seiya Ω, anime creado por Morio Hatano, 2012, Japón. Físicamente es una mujer adulta atractiva, con el pelo largo, ondulado y verdoso; tiene los ojos azules y la piel nívea maquillada de tonos oscuros. Viste un vestido largo negro con capa azulada y va enjoyada (fig. 22). El carácter del personaje es el de una persona maquiavélica, calculadora, silenciosa, misteriosa, frívola, con ansias de poder, que revela sus verdaderas intenciones en el último momento. Pero, al contrario que en la mitología, su amor por su hijo es más fuerte que sus objetivos y le protege sacrificándose ella misma. En el Universo Marvel tuvo su primera aparición hace relatvamente poco, en el cómic Spider Man 2099 Vol. 3 #18 publicado en 2017 y creado por P. David y W. Sliney. Era una bruja morena de ojos verdes y piel algo más oscura, que viste un traje ajustado negro, que estuvo casada con Jasón hasta que éste la dejó por haber asesinado a sus hijos. Se unió a una organización que comenzó un brote zombie en Chicago, y luchó contra varios superhéroes de la franquicia. Electra acabó con ella (fig. 23). Fig. 23. Ilustración en la que Electra mata a Medea en los cómics de Marvel. En el mundo de los videojuegos, Medea aparece en la saga Fate en Stay Night, una novela visual interactiva con cuarenta finales alternativos, creada por Type Moon. A raíz del éxito cosechado por esta novela, se desarrollaron videojuegos, mangas, animes y películas. En el juego, Medea es el personaje de tipo hechicero más poderoso del juego. Tiene una apariencia similar a la de una bruja de los cuentos, lleva una túnica morada y negra con el rostro tapado que solo deja ver a una joven atractiva cuando acaban con ella durante el juego. Su historia es muy similar a la de los textos clásicos, y se presenta como un personaje misterioso, de enorme poder y talento que se acaba revelando como villana (fig. 24). Fig. 24. Personaje Caster, revelado como Medea, en Fate/Stay Night, Type Moon, 2004, Japón. En Megami Tensei101 aparece en dos videojuegos de la saga, en el manga Persona 3 y en la película homónima, ambos basados en el videojuego con el mismo nombre desarrollado por Atlus. Su aspeto es el de una mujer excesivamente delgada con rasgos zoomórficos: tiene cráneo de carnero por cabeza (el vellocino), pies de animal y porta un arma blanca y una pequeña vasija con fuego (recuerdo de la espada con la que asesina a sus hijos y la redoma con el veneno) (fig. 25). Fig. 25. Medea en la película Persona 3 The Movie: #1 Spring of Birth, Noriaki Akitaya, 2013, Japón. Desde que el enemigo entró en ella y fue dominada por la lujuria y por el diablo, perdió toda su belleza y se volvió fea; y desde entonces nadie la consideró bella más que bajo el efecto de un encantamiento. Fragmento de Suite du Merlin, siglo XIII, (Lendo, 2007, p. 65). No hay una teoría clara sobre el origen del nombre de Morgana, podría derivar del nombre masculino Morcant o Morgan, o podría ser una variante del nombre de Morrigan, pero otras hipótesis señalan que podría proceder de mori-gena, “nacida del mar”. En caso de ser este último caso, Morgana podría estar relacionada con la diosa Modron, la Gran Diosa 101 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Madre de la mitología celta galesa, relacionada con las aguas del mar por su padre, el dios Avalloc, rey de Ávalon (Koch, 2006). Otros nombres que también se han utilizado para designar a Morgana han sido: Morgan le Fay, Morgane, Morganna, Morgaine, Morgen, Morgant o, el más distinto, Debora. De cualquier manera, a pesar de que haya sido un personaje muy voluble según la versión de la historia que se lea, siempre es una poderosa hechicera del ciclo artúrico. Una de sus primeras apariciones es en el Vita Merlini (Vida de Merlín) escrito por Geoffrey de Monmouth en 1150. En esta historia Arturo viaja a la tierra etérea de Ávalon, esta isla está dirigida por nueve hermanas hadas donde Morgana es la mayor de todas ellas (fig. 1). Morgana destaca por ser la más bella, la más benévola, la más sabia y poderosa; con su magia podía transformarse en animales, volar, sanar y cambiar su aspecto desde la vieja más horripilante hasta la más hermosa doncella; todas estas habilidades enseñadas por el mago Merlín. Esta Morgana, o Morgen (como es llamada en el relato), tiene amplios conocimientos de astronomía y matemáticas, y es un personaje en el que absolutamente todo el mundo confía, demostrándose cuando el rey Arturo se pone en sus manos para ser curado por ella con pociones cuando está herido de muerte. Esta primera versión del personaje, muestra al Hada Morgana como un ser con carácter benefactor y fuerte, aunque sí posee ciertos misterios al vivir aislada en una isla mágica con otras mujeres (hecho que recuerda a la situación de Circe en Eea). Fig. 1. Edward Burne-Jones, El último sueño de Arturo en Ávalon, 1898 (detalle). Morgana es la figura de blanco que sostiene en su regazo a Arturo en su lecho de muerte. A su alrededor están sus ocho hermanas y en el margen derecho del cuadro aparece Merlín. En este cuadro prerrafaelita, Burne-Jones recoge la historia de la primera aparición del Hada. El escritor francés Chrétien de Troyes en sus obras Erec y Enide (1160) e Yvain, El Caballero del León (1170/1986), y Etienne de Rouen en su poema histórico Draco Normannicus (ca. 1167-1169) contienen las primeras menciones a la relación de hermanos o medio hermanos entre Morgana el hada (“Morgue la fee”) y Arturo (Lendo, 2007, p. 61). También es una poderosa y amable curandera discípula de Merlín que utiliza pociones y ungüentos, pero aquí acaban las similitudes, pues el autor medieval la desprovee de su rango de gobernante de la isla de Ávalon, la cual está regida por Lord Guiomar, con quien tiene una relación amorosa que será frustrada por la prima del caballero, Ginebra. A pesar de que el Hada gana protagonismo en la historia, su poder individual disminuye y se ve sometido al de un hombre. Pero Morgana dará un giro completamente con el ciclo de la Suite-Vulgata, conjunto de novelas escritas entre 1210 y 1230, donde su papel ganará mucho más protagonismo, solidez y profundidad en la trama. Esta hechicera no vive en la misteriosa Ávalon, sino que es un personaje activo en la corte del rey Arturo, con ideas propias, que sembrará el caos a partir de sentir deseos de venganza contra Ginebra. La reina, quizá por celos, había destapado la relación que mantenía Morgana con su sobrino Guiomar (trama recogida de la versión de Chrétien de Troyes), y esto enfureció a la hechicera. Morgana persuadió a Merlín para que le enseñara las artes oscuras con las que poder revelar la aventura entre la reina Ginebra y el caballero Lancelot y, tras conseguirlo, intentó seducir al amante de la reina (fig. 2). Estos ardides la convierten en el prototipo de mujer-bruja influenciada por el diablo que tanto repudiaba el cristianismo: una fémina seductora, lasciva, inteligente y trabajadora (era la mejor discípula de Merlín), segura de sí misma, con una belleza exótica y ambigua, lo que la hacía ser temida y peligrosa, sobre todo para los hombres que osaban rechazarla. Contraponen constantemente a Ginebra y a Morgana, enemistando a las dos mujeres por culpa de los hombres. A pesar de ello, al final de la historia, será ella quien lleve a su hermano Arturo hacia Ávalon para que descanse tras su muerte, por lo que se genera una ambivalencia dentro de ella que se mantendrá en versiones posteriores, resaltando la complejidad del personaje (fig. 7). La autoría de este ciclo se suele adjudicar a unos monjes de la Orden de Císter, que tenían un pensamiento más misógino de lo habitual en la época. Los cistercienses se dedicaban a erradicar la corrupción dentro de la Iglesia y la herejía, por lo que los relatos artúricos les servían como propaganda para denunciar las malas prácticas y alabar el buen hacer de la fe (Hodges, 2020, p. 16). En la Suite du Merlin, relato anónimo del siglo XIII, se mantiene la imagen de esta Morgana seductora y malvada con influencias demoníacas. Ella es la primera discípula de Merlín, el cual sucumbe a sus encantos y le revela todos sus secretos como método para atraerla hacia él. Pero Morgana solo quería sus poderes por lo que, una vez conseguidos, planea deshacerse de él102. La belleza de Morgana en este relato desaparece, es solo una ilusión creada por otro encantamiento, es otra manera de decir que la belleza se pierde al ser aliada del diablo (Lendo, 2007, p. 65). Por otra parte, su personaje odiaba a Arturo simplemente por el hecho de que es su naturaleza: Morgana, dice el cuento, odiaba a su hermano, el rey Arturo, más que a nadie: no porque le hubiera hecho algún daño, sino porque es costumbre de la gente desleal y mala odiar a los hombres nobles y guardarles siempre rencor. Morgana odiaba al rey Arturo porque lo veía más valiente y agraciado que cualquier otro hombre de su linaje. (Roussineau, 1996, p. 317). Fig. 2. Morgana con Lancelot bajo un manzano, siglo XIV, fresco de la Torre Siedlecin en Polonia. Fig. 3. Giambologna, Fata Morgana, 1574, escultura para la Fuente del Hada Morgana en Florencia, Italia. 102 Esta rivalidad entre ambos personajes será retomada por el cine posteriormente. Otras tramas en torno a Morgana giran en torno a la rivalidad que se crea entre ella y el que fue su mentor, Merlín, y que acaba dañando a Arturo y sus caballeros. Merlín es un personaje que, a pesar de que también hace uso de la magia, es concebido como el protector y guía del héroe, pero cuando la magia la usan las mujeres, sus buenas intenciones se ponen en entredicho. Algo similar le sucede al personaje de la Dama del Lago. En muy pocas versiones, Vivian asume el rol de Morgana y seduce y embruja a Merlín con su magia y belleza. Pero en la mayoría de relatos, la Dama del Lago encarna el ideal cortés que protege a los caballeros de las malas artes de la brujería, además, como Atenea, siente fervor por conservar su virginidad. Morgana, representando el carácter destructor de las mujeres lascivas, se convierte en su figura antagónica. Vivian y Morgana “manifiestan los dos tipos de magia y sexualidad femeninas, característicos del imaginario medieval” (Lendo, 2007, p. 69). Así, su lucha pone en jaque el destino de Arturo y todo lo que representa. Tras lo bien que caló en el imaginario esta versión dual y más oscura de Morgana, el carácter malvado del personaje no fue más que cobrando fuerza. En 1485, Thomas Malory publica La Muerte de Arturo, donde la hechicera ni siquiera tiene una justificación para sus malas artes, simplemente es la bruja antagonista de Arturo y Ginebra (Malory, 1485/1985). Esto no es de extrañar, ya que un año después sería cuando se publicaría el tratado inquisitorial antibrujería por excelencia, el Malleus Maleficarum, por lo que el temor a las mujeres sabias y poderosas no necesita de una justificación para ser asumido. Fig. 4. Edward Burne-Jones, Morgan le Fay, 1862, óleo sobre lienzo. En esta ocasión Burne-Jones retrata a una Morgana más misteriosa, caminando con lo que parece un orbe bajo el brazo. Fig. 5. Anthony Frederik Sandys, Morgan le Fay, 1864, óleo sobre tabla. El pintor retrata a la hechicera en pleno encantamiento de una túnica para Arturo, que se presupone que ha tejido ella misma con el telar que aparece tras ella (el tejer como tarea asociada a las mujeres: Circe, Medea, las Moiras...). Tiene el pelo pelirrojo, símbolo de su carácter demoníaco, y está rodeada de elementos de animales: tela en su cinta de leopardo, una serpiente y una quimera en su falda o personas con cabezas zoomórficas en el tapiz del fondo, todo para sugerir su sexualidad peligrosa. Fig. 7. Frank William Warwick, Viaje del Rey Arturo con Morgan le Fay a la Isla de Ávalon, 1888, óleo sobre lienzo. El artista muestra a una Morgana morena que se abraza cariñosamente a su hermano mientras abandonan Camelot. Fig. 6. Spencer Stanhope, Morgan le Fay, ca. 1880. El artista opta por retratar a una Morgana sensual que recoge mechones de su larga cabellera y mira al espectador de manera sugerente. El rojo prima completamente en la obra, utilizado en su pelo, ropajes y los lirios que la rodean. Los lirios blancos son la flor asociada a Cristo y representan la pureza, al teñirlos de rojo, Stanhope enfatiza el carácter demoníaco y fatal de la hechicera. Seguramente, Morgana es de los pocos personajes mitológicos y literarios que ha sufrido cambios significativos dentro de sus atributos hasta hace apenas unas décadas. Ha sido reimaginada desde un personaje similar a Merlín, un hada sanadora y benévola, hasta el de una bruja abyecta, pero siempre siendo poderosa y sabia, demostrando sus conocimientos, ya no solo en el poder divino femenino, sino en política, estrategia y académicamente (Hodges, 2020, p. 17). Morgana ha sido un reflejo del pensamiento social al irse contaminando de maldad a medida que aumentaba el miedo al conocimiento femenino en la vida real. Muchas de sus representaciones se recogen en los relatos que se han ido publicando desde su popularización a finales del siglo XIX, interés que se mantuvo en buena parte del siglo XX (fig. 8-13). Estas ilustraciones muestran a una Morgana más ceñida a las escenas de la historia y no tanto a evocaciones del personaje dentro del imaginario, aunque con algunas excepciones (fig. 12). Cabe hacer una mención especial a la obra de Dora Curtis, la artista representa a Morgana bajo un aspecto mucho más señorial, imponente y majestuoso, otorgándole el poder no en su sexualidad sino en su autoridad como reina (fig. 10 y 11). Fig. 8. Henry J. Ford, Morgana arroja Excalibur, ilustración para El Rey Arturo: Los cuentos de la Mesa Redonda publicado en 1902. Fig. 9. Howard Pyle, La Reina Morgana ante Sir Lancelot, ilustración para La historia de los campeones de la Mesa Redonda publicado en 1905. Fig. 10. Dora Curtis, Reina Morgan le Fay, ilustración para Historias del Rey Arturo y la Mesa Redonda de Beatrice Clay, publicado en 1905. Fig. 11. Dora Curtis, Morgan le Fay con Excalibur, ilustración para Historias del Rey Arturo y la Mesa Redonda de Beatrice Clay, publicado en 1905. Fig. 12. William Henry Margetson, Morgan le Fay, ilustración para Las Leyendas del Rey Arturo y sus caballeros publicado en 1908. Fig. 13. Daniel Maclise, La Muerte de Arturo, ilustración para Poemas de Alfred Lord Tennyson, publicado en 1957. En algunas versiones del ciclo artúrico, Morgana se casa con el rey Uriens con el que no mantiene un matrimonio feliz. Dentro de su descendencia, el hijo más conocido es Mordred, que pertenecía a la leyenda como guerrero que lucha contra Arturo mucho antes de la incorporación de Morgana al relato, por lo que la relación filial es de creación posterior. Una de las primeras versiones que incluyen el parentesco, es la de Isaac Albéniz en la última ópera que escribió entre 1897 y 1902, Merlín, aunque no explica quién es el padre. En esta historia, Morgan le Fay y Mordred se oponen a la coronación de Arturo, a pesar de que éste haya cumplido la profecía que anunciaba que el próximo rey de Inglaterra sería quien sacara la espada Excalibur de la roca donde estaba clavada. La hechicera y su hijo son derrotados y perdonados por Arturo, pero Morgan planea vengarse y, para lograrlo, debe deshacerse antes del mago Merlín, que protege al rey. Albéniz crea el personaje de Nivian103, una esclava extranjera de Merlín, que le roba la varita mágica al mago y se la entrega a Morgan, la cual la usa para encerrarle en una cueva (Ruíz Tarazona, 2003). Fue prácticamente a finales del siglo XX con la película de John Boorman (1981), Excalibur, (fig. 14) y la novela de Marion Zimmer Bradley (1983), Las nieblas de Avalón, donde se popularizó la relación incestuosa entre Arturo y su hermana Morgana, de la que nacería Mordred, el cual sería quien acabaría dando muerte al rey. Al establecerse que Mordred (personaje destinado a acabar con la vida de Arturo) sea el hijo de Morgana, al personaje femenino se le suma el carácter maternal pero pervertido. La maternidad es un rasgo del ideal femenino con connotaciones positivas sobre aquellas mujeres que son madres, pero, en el caso de mujeres perversas, su descendencia también lo será y, por tanto, el carácter maternal se vuelve en su contra, ya que acaba siendo una prueba más de su maldad. 103 Curiosa la similitud del nombre con el de la Dama del Lago, otro personaje femenino artúrico: Vivian o Nimué. En la novela de Marion Zimmer (1983), la autora da otra perspectiva de la historia artúrica al narrarla desde la perspectiva de los personajes femeninos y no desde las heroicas hazañas de los caballeros. Así, Igraine (madre de Arturo y Morgana), la reina Ginebra y la propia Morgana se convierten en las protagonistas de la historia. La novela fue llevada al mundo audiovisual en la miniserie Las brumas de Ávalon (2001), dirigida por Uli Edel, donde Morgana es la protagonista (fig. 15). En esta historia, todos los conflictos que se generan son a raíz de la lucha de las agonizantes creencias celtas contra el cristianismo. E l paganismo, por creer en la Gran Diosa Madre, tiene sus raíces en un matriarcado que es imposible de coexistir con el sistema patriarcal del cristianismo. De igual manera, los personajes femeninos se reparten los tres intereses dentro de la lucha: Vivianne solo quiere que la fe celta se vuelva a instaurar en Inglaterra, mientras que la reina Ginebra es una ferviente defensora de la nueva religión, por lo que Morgana queda relegada al punto intermedio, el que intenta hacer convivir ambas fes. Finalmente, Vivianne es asesinada y Morgana, tras la caída de Arturo, vuelve con su hermano a la brumosa Ávalon, abandonando para siempre Inglaterra, simbolizando el fin del paganismo y cediendo al cristianismo todo el poder (aun así, da un hálito de esperanza al mostrar a la Virgen María como la nueva Diosa, por lo que sus esfuerzos no han sido en vanos). Morgana es un personaje atormentado con una capacidad casi nula de decisión ya que son otros los que marcan el camino de su vida, a pesar de ello, se genera un personaje mucho más complejo por sus deseos y miedos, aunque navegue a la deriva. Fig. 14. Helen Mirren interpretando a Morgana en Excalibur, John Boorman, 1981. Sus atuendos dentro del film son muy enjoyados con reminiscencias orientales que recuerdan a Medea. Fig. 15. Morgana interpretada por Julianna Margulis (izquierda) y Vivanne encarnada por Anjelica Huston (derecha) en Las brumas de Avalon, Uli Edel, 2001. Todos los personajes visten con ropajes medievales, aunque los paganos mezclan abalorios más exóticos que los diferencian de los cristianos. En la película Excalibur (1981), basada en la obra de Malory del siglo XV, Morgana es un personaje movido por la ira y la venganza sobre Arturo, ya que su padre, Uther Pendragón, asesinó al padre de Morgana y violó a la madre de ambos, Igraine, con ayuda de la magia de Merlín. La relación entre ambos hechiceros es, pues, mucho más intrincada, como ya se escribió en la Suite du Merlin. En este relato, Morgana no es benévola ni se redime llevando a Arturo a Ávalon. Consigue conocer al mago Merlín y hacer que se enamore de él para que le enseñe magia, pero pronto aparecerá una rivalidad que irá en aumento con las acciones de Morgana, las cuales socavan la paz del reinado de Arturo: destapa la infidelidad de la reina Ginebra con Lancelot, roba la fuente del poder de Merlín y le encierra en una cueva, engaña a su hermano Arturo y yace con él, engendrando así a Mordred, y es la responsable de la muerte de muchos de los caballeros de Arturo. Al contrario que en todas las versiones anteriores, Morgana es asesinada por su propio hijo tras perjudicarle sin querer (ya que había sido engañada por el fantasma de Merlín) en su guerra contra Arturo. En 1998, aparece la miniserie Merlín, dirigida por Steve Barron, a pesar de que esta historia comienza igual que la película de Excalibur, no existe esa rivalidad entre el mago y la hechicera, ya que el papel antagonista lo tiene la reina Mab, la cual es la que asesina a Morgana y utiliza a su hijo, Mordred (también nacido del incesto), para sus fines. Interpretada por Helena Bonham Carter, Morgana pasa de tener aspecto deforme e infantil, a convertirse en una hermosa mujer, con el cabello abundante y rizado, maquillada, con un vestuario más elegante sin abandonar la estética de fantasía medieval (fig. 16). En la serie Merlín, producida por Shine Limited y estrenada en 2008, Morgana es una hechicera que mantiene en secreto sus poderes, ya que Uther Pendragon, su tutor, persigue a los practicantes de la magia. Está enamorada de Arturo desde niña y su mejor amiga es Gwen (Ginebra), también tiene amistad con Merlín, pero ésta se ve truncada con la llegada de Morgause, la cual le revela que son medio hermanas, y le hace traicionar al rey. A partir de aquí, todos los sucesos hacen de Morgana la villana principal de la historia: descubre que Uther era en realidad su padre (lo que la convierte en hermana de Arturo), pero aun así acaba con él, consigue proclamarse reina de Camelot aunque no es muy sosegado su reinado, se alía con Mordred para asesinar a Arturo (acción que no consigue) y, finalmente, acaba siendo asesinada por Merlín blandiendo Excalibur. Morgana es aquí un personaje también atormentado, que vive entre el odio y el dolor constantemente. Su vestuario medieval va oscureciéndose a medida que se envilece el personaje, llegando a aparecen en multitud de ocasiones con una capa larga y negra con capucha que le otorga mayor sensación de misterio. Tiene el cabello largo y moreno y se le tornan sus ojos verdes a dorado cada vez que hace uso de sus poderes (fig. 17). Fig. 16. Helena Bonham Carter dando vida a Morgana en la miniserie Merlín, dirigida por Steve Barron, 1998. Fig. 17. Katie McGrath como Morgana en la serie Merlín, Shine Limited, 2008. En la serie animada de la Liga de la Justicia, creada por Bruce Timm y Paul Dini emitida entre 2001 y 2004, Morgana aparece en un capítulo como villana junto con Mordred. La hechicera idea un plan para robar la piedra filosofal y transformar Londres en un reino medieval para que su hijo lo gobierne. Es curioso ver que ella no tiene intención de obtener el poder para sí, sino para dárselo a su impío hijo, otro ejemplo de maternidad perversa. En la serie Camelot, coproducida por Starz y GK-TV en 2011, Morgana vuelve a ser considerada un hada, hija legítima y primogénita de Uther Pendragón. Pero éste, con la ayuda de Merlín, mata a su madre para casarse con Igraine, con quien tiene a Arturo, el cual es proclamado legítimo rey de Camelot. De esta manera, nace la rivalidad entre los hermanos. Morgana es un personaje ambicioso y sin piedad que usa poderes oscuros para conseguir sus fines (fig. 18). Otras series como Stargate: SG-1, creada por Brad Wright y Jonathan Glassner en 1997, o Tales of Arcadia, trilogía de series animada creada por Guillermo del Toro y producida por Dreamworks Animation y Double Dare You en 2016, utilizan los personajes de la saga artúrica para generar historias alternativas de ciencia ficción, aunque ambas series mantienen a Morgana como una de las villanas principales de la historia. Fig. 18. Morgana Pendragón interpretada por Eva Green en Camelot, creada por Michael Hirst y Chris Chibnall, 2011. Esta Morgana vuelve a parecerse a la de Helen Mirren, con abalorios y joyas más orientales. En general, la mayoría de actrices que han interpretado a Morgana en estas películas y series son mujeres de renombre dentro del sector, llegando a ser interpretadas por algunas de las más grandes y conocidas mundialmente. Excepto la Morgana de Helen Mirren, todas las demás han sido caracterizadas con una larguísima cabellera oscura (en el caso de la de Helena Bonham Carter su castaño tenía tonos rojizos). A pesar de ser una figura inglesa, que se podría dar perfectamente los tonos más claros, prevalece la preferencia de tonalidades oscuras que van más acorde con la maldad y oscuridad del personaje, ya que en casi todas las historias acaba siendo una de las antagonistas. En Marvel Cómics tiene su primera aparición en el Caballero Negro #1 (1955) como supervillana y hermanastra del rey Arturo. En esta historia es descendiente de los elfos, por lo que es inmortal y domina las artes místicas. Trata de apoderarse del mundo y lucha contra los Vengadores. En los años 70 se convirtió en una de las villanas principales de Spider Woman (fig. 19). Este personaje suele llevar trajes muy escotados con aberturas laterales amplias y un cinturón con calaveras. De igual manera fue caracterizada Elizabeth Hurley en la tercera temporada de la serie Runaways del Universo Cinematográfico de Marvel (fig. 20), donde Morgan le Fay es la malvada bruja contra la que luchan los protagonistas. Fig. 19. Morgan le Fay en Marvel Cómics. Fig. 20. Morgan le Fay interpretada por Elizabeth Hurley en Runaways, UCM, 2019. Morgaine le Fey es una villana también dentro del mundo de DC Cómics en el cómic Demon Knights Vol. 1 #11 (2012). La hechicera es una mujer poderosa dentro de Camelot que busca aumentar su poder y destruir la humanidad. Se caracterizaba por su belleza, pero hizo uso del lago que conecta Camelot con Ávalon para prologar su vida. Este lago es nutrido por la magia blanca, por lo que el usarlo con fines egoístas y magia negra, desfiguró su rostro, por eso lleva siempre una máscara dorada (fig. 21). Fig. 21. Morgaine le Fey en Demon Knights Vol. 1 #11, Paul Cornell y Diogene Neves, DC Cómics, 2012. En la novela de Nasu Kinoko Fate: Jardines de Ávalon publicada en 2015, aparece Morgan le Fay como un personaje marcado toda su vida por el favoritismo de su padre sobre su hermana Artoria, lo que la convirtió en una bruja llena de envidia y rencor que no descansaría hasta vengarse. Para ello, quiere que su hijo Mordred le quite el trono a su hermana. Es una vuelta a la leyenda al feminizar el personaje de Arturo. Su aspecto es el de una mujer joven con el cabello largo y rubio, lleva corona y un velo que cubre su rostro y viste con un vestido negro con un gran escote y que expone su abdomen (fig. 22). Fig. 22. Morgan le Fay en Fate: Jardines de Ávalon, Nasu Kinoko, 2015. Dentro del mundo de los videojuegos, aparece en tres juegos de la saga Megami Tensei104 como yoma race (grupo de demonios caracterizados por ser mensajeros de un dios) y es llamada Morgan. A pesar de estar basado en el personaje artúrico, hace más referencia a seres de agua que, como sirenas o lamias, atraen a los hombres con su belleza o tesoros para matarlos, seguramente por la mezcla del personaje de la hechicera con el de la Dama del Lago (fig. 23). En Monster Strike105 es llamada también Morgan, y su elemento es la oscuridad. Su aspecto es el de una mujer con reminiscencias árabes en sus ropajes, lo que la aleja del contexto histórico del personaje artúrico. Lo que sí mantiene es su uso de la magia que utiliza gracias a un báculo con ojos (fig. 24). El League of Leyends, comúnmente conocido como el LOL, es un videojuego multijugador donde los personajes luchan en una arena de batalla online, fue desarrollado en 2009 por Riot Games para ordenador. Cabe destacar el concepto del personaje porque parece que han intentado reflejar esa ambivalencia que habita dentro de Morgana, el cual es uno de los personajes que el jugador puede seleccionar. Tiene dos aspectos diferentes para reflejar la dualidad del personaje, un modo celestial, el cual se muestra como una guerrera de tonalidades claras, y un modo mortal que, aunque no es malvada, estéticamente sí lo parece por la gama cromática escogida y donde su ropa la sexualiza mucho más, representado su faceta de bruja seductora de la Baja Edad Media (a pesar de que también posee formas voluptuosas en el modo celestial). Al contrario que en todas las representaciones anteriores, este personaje siempre es alado (fig. 25). 104 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 105 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. Fig. 23. Morgan en Majin Tensei, dentro de la saga Megami Tensei, Atlus, 1994. Fig. 24. Morgan en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 25. Morgana en League of Legends, Riot Games, 2009, EEUU. Los árboles crujían, las hojas secas estallaban y la espantosa bruja Baba-Yaga apareció saliendo del bosque, sentada en su mortero, arreando con el mazo y barriendo sus huellas con la escoba. Acercóse a la puerta, se paró, y husmeando el aire, gritó: - ¡Huele a carne humana! ¿Quién está ahí? Vasilisa la Hermosa, cuento popular ruso de A. Afanásiev (A. N. Afanásiev, 1957/2007). Baba Yaga, Baba Jaga o, en ruso, Бáба Ягá significa baba, “mujer vieja” o “abuela” y yaga, que proviene de jeza, se traduce como “serpiente”, “horror”, “bruja” o “enfermedad” dependiendo del idioma eslavo que se escoja. Esta criatura es una bruja anciana de la mitología y folclore eslavo que aúna el arquetipo de la vieja bruja de los cuentos de hadas con el de la mujer sabia con altos conocimientos sobre la vida, la muerte y saberes femeninos. El personaje de Baba Yaga no se puede encasillar en malvado o benévolo, al igual que el de Morgana, pues, según el relato, se presenta como una mujer caníbal (siendo su comida favorita la tierna carne de los niños), o como sabia guía que orienta al protagonista (en su mayoría suelen ser chicas jóvenes en proceso de dejar la niñez para adentrarse en la vida adulta) (Gimbutas & Robbins, 1999, pp. 206-207). Físicamente es una mujer vieja, con profundas arrugas y una nariz enorme, ganchuda, azul en algunas ocasiones y bastante repugnante que le permitía oler humanos en la distancia (Johns, 1998, p. 21). Tiene una larga cabellera, gris y despeinada, las uñas largas, y la dentadura formada por dientes de hierro oxidado que le permitía desgarrar la carne y desmembrar y masticar todos los huesos de sus víctimas. Su espalda se curva en una gran joroba que cubre vistiendo con ropas harapientas y, en algunas representaciones, tiene una pata de palo o solo hecha de hueso, representando así, con sus dos piernas, el mundo de los vivos y el de los muertos, iconografía similar a la de las diosas del inframundo Izanami y Hela. Viaja dentro de un enorme mortero o en un caldero, en vez de la típica escoba, aunque ésta la utiliza para borrar su rastro del suelo (Hodges, 2020, pp. 23 y 25). Vivía en una cabaña en el bosque que se sostenía sobre patas de gallina, lo que le permitía moverse y cambiar su ubicación a placer (Sibelan et al., 2013). Su cabaña también poseía ojos en las ventanas que veían y una boca dentada que formaba su puerta y podía hablar; esto le permitía a la bruja ser omnisciente. Además estaba rodeada de huesos y calaveras iluminadas con llamas o velas en su interior (Varela Tembra & Rodríguez Machado, 2014, p. 194). Se trata de una mujer marginal, que vive de forma independiente fuera de las normas sociales, pues tampoco se comporta de manera formal con los personajes que llegan a su hogar, sino completamente arbitraria según sea de su interés: puede que les ayude a propósito, puede que lo haga inconscientemente (como en el caso de Vasilisa la Hermosa, cuento de Alexander Afanásiev) o puede, simplemente, que les devore. A pesar de este carácter brutal y caprichoso, Baba Yaga siempre es retratada como una anciana sabia, lo que no deja de hacer de ella un personaje carismático. Su primera aparición es tardía y ocurrió con la publicación en 1755 de la Gramática Rusa de Mijaíl Lomonósov donde se hacen varias menciones de ella. A pesar de que en esta gramática el autor hace equivalencias entre las criaturas del folclore eslavo con las deidades grecolatinas, Baba Yaga no tiene correspondencia, lo que deja en evidencia que su origen es propio de Europa del Este y no deriva de otra criatura estrictamente hablando (Johns, 2004, p. 12). A pesar de ello, hay que destacar ciertas similitudes con la diosa Hécate: ambas tienen poder sobre distintos dominios, poseen conocimientos sobre la vida y la muerte, se ofrecen como guías y protectoras de aquellas personas que son de su agrado, perjudican a aquellas que no lo son y se rodean de animales nocturnos. Además, Baba Yaga tiene bastantes similitudes con la cara de la anciana dentro de la Triple Diosa, aquella que ya ha vivido y posee sabiduría que otorga a las generaciones venideras. También, con referencia a la Triple Diosa, en algunos relatos Baba Yaga no es una única mujer, sino que son tres hermanas en distintos momentos del ciclo de edad de una mujer (A. Afanásiev, 2004). Por otra parte, es una criatura a la que no le afecta la muerte, pues en algunos relatos de Alexander Afanásiev, escritor ruso decimonónico de al menos 600 cuentos de hadas inspirados en la obra de los Hermanos Grimm, Baba Yaga renace tras morir cambiando su forma corporal (Sibelan et al., 2013, p. 257). Por otra parte, es posible que tenga influencias de la mitología japonesa, ya que Baba Yaga guarda relación con Yama-uba, un yokai o espíritu japonés que, literalmente, significa “abuela de las montañas”. Yama-uba también en una vieja bastante fea, con el pelo largo, despeinado y canoso; viste un kimono rojo andrajoso (Hearn, 1894, p. 267) y vive en los bosques de las montañas dentro de un choza alimentándose de incautos que atrae cambiando su aspecto (Ashkenazi, 2003, p. 294) (fig. 1). Fig. 1. Yama-uba en el pergamino pintado a mano Bakemono no e, “Ilustraciones de criaturas sobrenaturales”, del período Edo japonés (1603-1867). Las primeras representaciones iconográficas de Baba Yaga aparecieron en los lubóks, los cuales eran frescos o ilustraciones rusas típicas del arte popular de los siglos XVII y XVIII que, mediante grafismos sencillos y con pocas tonalidades, representaban escenas relacionadas con el folclore, la historia, los cuentos, la literatura e, incluso, algunas tenían carácter satírico. Se solían utilizar como elementos decorativos tanto en el interior como en el exterior de los hogares (fig. 2 y 3). Fig. 2. Lubok ruso de Baba Yaga con un hombre calvo y anciano tocando una gaita, siglo XVIII. Fig. 3. Lubok ruso de Baba Yaga montada sobre un cerdo y luchando contra un cocodrilo u otra criatura reptiliana de carácter infernal. También podría tratarse de una sátira de Pedro el Grande, zar de Rusia, y su segunda esposa, Catalina I. Modest Músorgski fue un compositor ruso que mencionó a Baba Yaga en la pieza musical La cabaña con piernas de gallina de 1874, la cual está incluida dentro de la obra Cuadros de una exposición, conjunto de diez piezas para piano. En 1899, el ilustrador Iván Bilibin retrata a Baba Yaga para una edición del cuento Vasilisa la Hermosa de Alexander Afanásiev (fig. 4-6). Fig. 4. Ivan Bilibin, ilustración para Vasilisa la Hermosa de Alexander Afanásiev, 1899. Representación de Baba Yaga con la nariz azul y malhumorada, sujetando en una mano (que recuerda a la pata de un ave) su escoba. Fig. 5. Ivan Bilibin, ilustración para Vasilisa la Hermosa de Alexander Afanásiev, 1899. Vasilisa porta una de las calaveras con llamas en su interior que rodean la cabaña con patas de gallina de Baba Yaga que puede verse al fondo. Fig. 6. Ivan Bilibin, ilustración de La historia de las tres divas reales y de Ivashka, el hijo del sacerdote de A. S. Roslavlev, 1911. Ivashka junto a una Baba Yaga que parece tallada en madera con una nariz descomunalmente grande. En el cine ha tenido varias apariciones y menciones. Una de las más recordadas es en una de las películas de la saga John Wick, dirigidas por Chad Stahelski y estrenada la primera en 2014, donde el mafioso ruso hace una analogía de Baba Yaga y el Hombre del Saco con John Wick. Si bien es cierto que en Rusia se utiliza a esta bruja como monstruo para asustar a los niños (por su carácter devorador de carne infantil), es más habitual hacerlo con babaika, un ser similar al español Coco u Hombre del Saco, esta confusión dejó en evidencia como Hollywood sigue dando por supuesto muchos aspectos de otras culturas, en este caso, la rusa. Svyatoslav Podgaevskiy dirigió Baba Yaga: El terror del bosque oscuro en 2020, película de terror rusa que actualiza la leyenda de esta bruja a la época actual quedándose con su faceta de devoradora de bebés. La trama transcurre en una pequeña ciudad rusa donde se muda una familia con dos hijos, donde uno de ellos es una recién nacida, por lo que contratan a una niñera para cuidarla. No es sorpresa descubrir que la niñera no es otra que Baba Yaga, una bruja que secuestra a los bebés y los niños en el pueblo y hace que los adultos se olviden se de ellos progresivamente. Dentro del entorno onírico que se genera en el film, el verdadero aspecto de Baba Yaga es el de una figura humanoide hecha de hilos rojos que maneja a su antojo (fig. 7). También es capaz de crear visiones y alucinaciones en los demás, así como cambiar su aspecto a placer para camuflarse entre las gentes del pueblo, curioso que sus elecciones suelen ser mujeres atractivas. Fig. 7. Cartel de la película Baba Yaga: El terror del bosque oscuro de Svyatoslav Podgaevskiy (2020) donde se puede ver la verdadera apariencia de la bruja en este relato visual que estrecha lazos con el carácter tejedor de las brujas mitológicas. En el mundo de los cómics, tuvo su primera aparición en Hellboy: Despierta al Diablo, creado por Mike Mignola en 1996, como antagonista de Hellboy, y estaba basada plenamente en el personaje ruso. Es retratada como una bruja que vivía en una casa con patas de gallina y que secuestraba niños para devorarlos. En una de las primeras peleas con Hellboy, ella pierde uno de sus ojos (fig. 8), hecho que se recuperó para la pelícu la de 2019, donde Baba Yaga es interpretada por el contorsionista Troy James con la voz de Emma Tate en la versión original. En la película, tras hacer un trato con Hellboy donde ambos personajes se besan en una escena nauseabunda, éste incumple su palabra de darle uno de sus ojos y Baba Yaga le maldice. En la escena postcréditos, vuelve a aparecer la bruja invocando a otro ser para que le ayude a acabar con el héroe. Tiene un aspecto bastante repugnante amplificado por la interpretación del contorsionista: sus piernas son dos patas de palo, viste con andrajos donde su blusa tiene un enorme escote que deja ver unos pechos caídos y antinaturales. Su rostro es monstruoso, con una sonrisa burlona pintada siempre en él, le falta uno de sus ojos y el escaso pelo que tiene, es canoso y está sucio (fig. 9). https://www.google.com/search?sa=X&hl=es&sxsrf=ALeKk020dGncWYrh5bBlRnt17kY8DlUecg:1623340940680&q=baba+yaga:+el+terror+del+bosque+oscuro+svyatoslav+podgaevskiy&stick=H4sIAAAAAAAAAOPgE-LVT9c3NEyPr8pJKSopVoJws0yyyk0KszK0xLKTrfTTMnNywYRVSmZRanJJftEiVtukxKREhcrE9EQrhdQchZLUoqL8IoUUIDMpv7iwNFUhvzi5tChfobisMrEkvzgnsUyhID8lPTG1rDg7s3IHKyMApGqWhXsAAAA&ved=2ahUKEwjR3figuI3xAhUL4aQKHRkNCJ8QmxMoAjAtegQILxAE https://www.google.com/search?sa=X&hl=es&sxsrf=ALeKk020dGncWYrh5bBlRnt17kY8DlUecg:1623340940680&q=baba+yaga:+el+terror+del+bosque+oscuro+svyatoslav+podgaevskiy&stick=H4sIAAAAAAAAAOPgE-LVT9c3NEyPr8pJKSopVoJws0yyyk0KszK0xLKTrfTTMnNywYRVSmZRanJJftEiVtukxKREhcrE9EQrhdQchZLUoqL8IoUUIDMpv7iwNFUhvzi5tChfobisMrEkvzgnsUyhID8lPTG1rDg7s3IHKyMApGqWhXsAAAA&ved=2ahUKEwjR3figuI3xAhUL4aQKHRkNCJ8QmxMoAjAtegQILxAE Fig. 8. Baba Yaga en el cómic de Dark Horse Hellboy: Despierta al Diablo, Mike Mignola, 1996. Tiene aspecto de una vieja jorobada muy decrépita y andrajosa, sin el ojo izquierdo y que vuela en un mortero impulsado por el propio palo del mortero. Fig. 9. Baba Yaga en la película de Hellboy, dirigida por Neil Marshall, 2019. También ha perdido un ojo por culpa de Hellboy en el pasado (aunque en este caso es el derecho), vive en una casa con patas de gallina que se mueve a través de un bosque inundado de niebla. Baba Yaga aparece saliendo de su mortero. En Marvel Cómics tiene su primera aparición en Captain Britain Vol. 2 #11 en 1985. Es una deidad rusa de la tierra, la brujería y la desgracia. Hipnotizaba mujeres o las resucitaba de entre los muertos para formar un aquelarre de brujas que estuviera bajo su control. Megan, la pareja del Capitán Gran Bretaña, consigue resistirse al hechizo de Baba Yaga y la derrota. En otro de los mundos dentro del multiverso de Marvel, Baba Yaga secuestraba a los niños para devorarlos y aumentar, así, su poder. Acabó siendo decapitada por Elektra y Hércules. Su aspecto es similar al de Medusa, con serpientes por cabellos, tiene la lengua bífida y las orejas puntiagudas. Su cuerpo es cadavérico, con las uñas largas y vistiendo un escaso trozo de tela. Suele aparecer rodeada de calaveras, reminiscencia del cuento de Vasilisa la Hermosa (fig. 10). Fig. 10. Baba Yaga en Captain Britain Vol. 2 #11, Jaime Delano y Alan Davis, Marvel Comics, 1985. Fue introducida en 2020 en el videojuego para ordenador y consola de 2014 Smite106 como la Bruja del Bosque. Iconográficamente es una anciana con el pelo largo y blanco, las uñas largas y tiene un ojo blanco y el otro azulado como si estuviera ciega. Lleva un traje oscuro y enjoyado con abalorios, algo opuesto completamente a las representaciones habituales, y aparece en un caldero sosteniendo una vara totémica. Con sus poderes puede lanzar magia a discreción y con efectos aleatorios, como si no tuviera control sobre ellos, arroja también ingredientes de sus pociones, se mete en su caldero para protegerse y su cabaña también puede infligir daño a sus enemigos (fig. 11). Fig. 11. Baba Yaga en el videojuego Smite, Hi-Rez Studios, 2020, EEUU. Lascivas, lujuriosas, libidinosas, lúbricas, sicalípticas, carnales, llegando a rozar la obscenidad. Cualquier sinónimo ha sido utilizado contra ellas. Diosas de la sexualidad, el amor carnal, en muchos casos también de la fertilidad, pero como la acción para llegar a ella, no con carácter maternal propiamente dicho. Ellas, como mujeres adultas, tienen la capacidad biológica de engendrar vida en sus úteros, son fértiles, pero no ejercen como madres amorosas a pesar de poder tener descendencia, como es el paradigma de Deméter. Ellas disfrutan del coito, se deleitan en el placer carnal y, en muchos casos, no tienen como finalidad la procreación. El hecho de que una mujer con capacidad fértil, disfrute del sexo sin fines reproductivos fue lo que poco a poco se demonizó. Esa diabolización y perversión de la sexualidad femenina alcanzó su máximo exponente durante la caza de brujas, con el establecimiento total y absoluto de una religión y cultura patriarcal y restrictiva en cuanto a derechos y libertades, sobre todo para las mujeres. Estas diosas estaban vinculadas con el cielo, la luna, las estrellas y planetas. Diosas ancestrales, existentes desde los primeros panteones que, sin apenas cambiar sus atributos, han ido vagando entre culturas adaptándose a ellas. El sexo ha sido una herramienta utilizada con fines comerciales, rituales o como mero disfrute. Un acto que, al tener irremediablemente que estar en pleno contacto con el cuerpo, es visceral, abrumador e imprevisible, donde el límite está allá donde acaba la imaginación. Y ese es el carácter que se le ha atribuido a estas diosas: intensas, caprichosas, irracionales, volubles y veleidosas. Encarnan el ideal de belleza de la época, por lo que también son patronas de esta cualidad corporal, simplemente mirarlas ya produce un placer físico, intelectual o espiritual, y el arte se ha encargado de inmortalizarlas. Reseñable que se 106 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. haya escogido siempre la figura de una mujer para ser la patrona del sexo, con algunas pocas excepciones: Freyr, dios nórdico, hermano de Freyja y su contraparte masculina; Eros, dios griego, y Kamadeva, dios hindú del que proviene el nombre del Kama-sutra, ambos armados con un arco y flechas que usaban para asaetar a aquellos que caerían presas de una atracción sexual y deseos irrefrenables hacia alguien o algo; Poto, dios del deseo amoroso, hijo de Afrodita y Dioniso; Pan, dios griego de lo salvaje, concebido como una criatura lujuriosa, anfitrión de fiestas orgiásticas y representado, normalmente, con un falo erecto; o Xochipilli, dios azteca del amor, el placer y la belleza (también de las flores y el maíz). En cualquiera de los casos masculinos tampoco eran los dioses del sexo propiamente dichos, pues a ellos se les vinculaba más con el amor y el deseo que este puede hacer surgir en el cuerpo. En el caso de ellas, podría existir el amor o no, pero siempre personifican la lujuria, a veces, desatada y el deseo carnal más sensorial. La llegada de las religiones y sociedades patriarcales en Occidente en las que el sexo se puso al servicio de los hombres y la sexualidad femenina se fue invisibilizando, alcanzó su máximo exponente con la aparición del cristianismo107. El sexo fue vetado y demonizado, recluido al ámbito privado, siendo solo permitido como herramienta para la procreación y, aun así, debía hacerse bajo unas normas muy estrictas recogidas en penitenciales. Todo lo que tenía que ver con la sexualidad y la salud sexual de las mujeres fue erradicado y pervertido: el placer femenino no existía, su menstruación las hacía impuras e imperfectas, podían ser castradoras de la potencia masculina, insuflando el miedo hacia las mujeres que demostraran apetitos sexuales (Beteta Martín, 2016, pp. 91-105), llegando a extrapolar todo ese rechazo al resto de su cuerpo: Bajo ningún concepto debe permitirse a las mujeres descubrir o mostrar parte alguna de su cuerpo, a fin de que ni unos ni otros se pierdan; los hombres por verse excitados a mirar, y las mujeres por atraerse sobre ellas las miradas de los hombres. (San Clemente de Alejandría, ca. 200/1988, Libro II, 33, 4, p. 173). Con la fuerte persecución de las herejías y, en concreto, con la brujería, esta demonización de la sexualidad femenina hizo que se convirtiera en un argumento fundamental para juzgar a las mujeres por brujas. Debido a esta vinculación con la brujería, las diosas paganas relacionadas con el placer y la lujuria, pasaron a formar parte del grupo de divinidades femeninas que protegían a las brujas, deidades a las que rezaban y, que aún a día de hoy, hay quien las considera advocaciones distintas para referirse a la Gran Diosa dentro de las creencias paganas (Baring & Cashford, 2005). Por aportar un paradigma actual de ello, la banda musical inglesa Inkubus Sukkubus, reciben su nombre de los dos demonios medievales del sexo, y en una de sus canciones, Wytches Chant ’98, repiten una y otra vez, a modo de mantra e invocación, los nombres de las diosas vinculadas con el sexo, la noche, la guerra y la fertilidad: Isis, Astarté, Diana, Hécate, Deméter, Kali e Inanna. Se llega a la conclusión que, independientemente de sus atributos mitológicos (Diana era considerada una diosa virgen por no contraer matrimonio; Deméter era una madre que fecundaba la tierra; Kali, una destructora del mal; etc.), todas son diosas de la noche y la brujería, por tanto, lascivas y perversas. 107 También pueden incluirse prácticas extremistas islámicas en países de Oriente Medio, como los talibanes, o costumbres africanas donde se practica la ablación femenina. De maneras diferentes, el cuerpo de la mujer se pone al servicio del placer y los intereses del hombre, manteniéndolas bajo control. Estos tentáculos de poder, que pasan por encima del consentimiento de la propia mujer o niña, bajo unas justificaciones culturales o históricas, anulan los Derechos Humanos de dichas mujeres. Señora de todos los poderes en quien la luz aparece, una luz radiante amada por Cielo y Tierra, tiara-coronada, Sacerdotisa del Más Alto Dios, Mi Señora, tú eres la guardiana de toda grandeza. tu mano sostiene los siete poderes: [...] Tú, Inanna, primera en el Cielo y en la Tierra Señora cabalgando una bestia, tú lloviste fuego sobre la cabeza de los hombres. Tomando tu poder del Altísimo, señora de los grandes ritos, ¿quién puede entender todo lo que es tuyo? Exaltación a Inanna, Enheduanna, Suma Sacerdotisa y Princesa de Acad (Hallo & Van Dijk, ca. 2260 a. n. e./1986, trad. I. Miranda Miranda). Inanna es la diosa sumeria de la sexualidad, el amor carnal, la fertilidad y la guerra. Se cree que su nombre proviene de Nin-an-ak, que se podría traducir como “la dama del cielo”. Las tradiciones ofrecen distintos progenitores; la más extendida es que es hija de Ningal, La Gran Dama y Reina lunar, y de Nannar, dios de la luna. En las tablillas que narran su encuentro con Gilgamesh, sus padres serían Antu, diosa creadora, y Anu, dios del cielo y las constelaciones (George, 2016). Era una de las diosas más relevantes de su panteón y la protectora de la ciudad de Uruk (sur del actual Irak). Entre el 5300 y el 2335 a. n. e. aparecen las primeras representaciones de la diosa en vasijas, provenientes de Uruk. Entre los años 2334 y 2218 a. n. e. los acadio-babilonios la fusionaron con su diosa Ishtar, al igual que el resto de las iconografías y relatos sumerios fueron acogidas por Acadia y Babilonia. Otra de las variantes de su nombre por esta época es Ashtar; las raíces etimológicas de ambas variantes significan en sánscrito “estrella” o “mujer”, lo que podría hacer de ella la “mujer de las estrellas” (Bartlett, 2016). De esta manera, en Babilonia continúa siendo una diosa celestial que, a la vez, se encuentra estrechamente unida a la tierra en su carácter fecundo, puesto que no abandona su patronazgo en la sexualidad y fertilidad. Astarté fue el nombre que recibió para los fenicios y asirio-babilónicos, manteniéndose como una de las deidades más conocidas y siendo la evolución natural de las diosas anteriormente citadas. Inanna e Ishtar son nombres usados indistintamente para referirse a ella, aunque Astarté, por pertenecer a un pueblo más belicoso de lo habitual, tenía enfatizado su carácter de guerrera (Eetessam, 2015, p. 90). Sea cual fuere su nombre siempre se trata de una diosa sexual, amorosa, caprichosa, violenta, cruel, vengativa y que se mostraba impasible ante la muerte y el sufrimiento que pudiera provocar. Tuvo numerosos amantes pero no era benévola con ellos, por lo que no todos los seres querían yacer en su lecho. Aun así, es habitual encontrar en las tablillas que se refieren a ella como la “pura” o la “virgen”, la “reina pura del cielo y de la tierra”. No se trata del mismo concepto de virginidad que existe en la actualidad, sino que actúa como símbolo de sus cualidades fertilizadoras de la tierra y los úteros, zonas que están preparadas para ser regadas y hacer germinar la vida en cualquier momento, como recipientes potenciales de vida. Esto se relaciona con el término hebreo almah y el griego parthenos, los cuales hacen referencia, respectivamente, a “mujer joven” y “virgen”. Son doncellas que no han sido tocadas por un hombre. En el caso de Grecia, Atenea sería la encargada de llevar el término parthenos como uno de sus principales epítetos ya que, de entre las tres diosas vírgenes de su panteón, es la que con más fiereza rechaza el sexo (que no a los hombres). En la Epopeya de Gilgamesh, texto datado en torno al año 2000 a. n. e., se narran las aventuras épicas del rey de la ciudad de Uruk, Gilgamesh, donde la leyenda alimentó las historias, llegándole a convertir en un dios. Un ejemplo más donde no se sabe dónde acaba la verdad y empieza el mito. En cualquier caso, el rey tiene un encuentro con la diosa Ishtar en la tablilla VI, donde ella le propone unirse debido a lo apuesto que le parece y le ofrece riquezas y un futuro prometedor juntos como marido y mujer. Pero Gilgamesh la insulta y rechaza ya que muchas de sus conquistas anteriores no han tenido buena fortuna, como la de su primer amante, Tamuz, que acabó condenado por ella misma en el inframundo. Es tachada de impredecible e infiel, ya no es la Gran Diosa celeste sino la Gran Prostituta maléfica e insaciable (San Martín, 2003, p. 185). Ishtar monta en cólera y sube al cielo para solicitarle a su padre, Anu, que envíe a Gugalanna o Toro del Cielo (representado en la constelación de Tauro) a acabar con la vida del rey. En caso de que su padre no aceptara su petición, Ishtar promete demoler las puertas del inframundo y levantar a los muertos para que acaben con los vivos hasta que superen los fallecidos a los otros en la tierra, por lo que la petición se convierte en una amenaza y una orden. Anu avisa a Ishtar de que si el Toro del Cielo baja a la tierra, habrá siete años de hambrunas y muerte en la ciudad de Uruk, pero ella, intransigente, le asegura que los ciudadanos no perecerán en esos años pues tienen recursos de sobra acumulados para aguantar. Finalmente Anu accede y el animal arrasa gran parte de la ciudad abriendo fosas en la tierra por la que caen las gentes de Uruk. Gilgamesh y su amigo Enkidu, tras una batalla, le matan y le destripan. Esto enfurece aún más a la diosa y les maldice, a lo que Enkidu le lanza una pata trasera del toro a la cara y le dice que si la pudiera atrapar como al toro, la trataría de la misma manera y colgaría sus entrañas al lado de las del animal. Ishtar, lejos de volver a tomar venganza, reúne a todas las prostitutas y cortesanas en su templo y, allí, rinden duelo a la pata del Toro del Cielo (George, ca. 2000 a. n. e./2016, Tablilla VI). Otro mito de la diosa es el narrado en El descenso de Inanna al Inframundo, poema datado en el periodo entre 3500 y el 1900 a. n. e., formado por trece tablillas junto a otros fragmentos de la primera mitad del segundo milenio originarios de la ciudad de Nippur. Los sucesivos estudios, traducciones y publicaciones de las tablillas desde 1937 han permitido reunir todas las partes y establecer el correcto argumento del mito (Lara Peinado, 1984, p. 175). En este escrito se relata cómo la diosa del cielo decidió visitar a su hermana Ereshkigal, reina y diosa de Irkalla, Kur-nugia, País Sin Retorno o inframundo sumerio. Quizá por previsión de que podría acabar muerta en el viaje o quizá por arrogancia y deseos de alardear ante su hermana del poder que ostentaba en el cielo y sobre la tierra (lugares que Ereshkigal jamás podría volver a ver pues fue secuestrada y condenada a no poder salir de allí), se vistió con sus siete me o poderes, objetos y prendas que simbolizan la belleza, la sexualidad, la fertilidad y, en el caso de la vara y la línea de lapislázuli, su autoridad y dominio. Ataviada con todos ellos, despampanante y poderosa, llegó ante Neti, el portero del palacio ctónico, que, tras consultar con su reina Ereshkigal si le permite la entrada a Inanna, le va dando acceso a través de las siete puertas. La única condición para atravesar cada una de ellas es que se tiene que ir despojando de cada uno de sus me. En la primera puerta le fue quitada la shugurra, su corona de la llanura. En la segunda, su collar de lapislázuli; en la tercera, la doble hilera de cuentas que llevaba sobre su pecho. En la cuarta puerta, le quitaron el pectoral llamado “Ven, hombre, ven”; en la quinta, su pulsera de oro. En el sexto portón, fue despojada de la vara de medir su reino y la línea de lapislázuli de su mano, atributos de su reinado; y al llegar a la última puerta, le quitaron su túnica real. Cada vez que atravesaba una puerta, Innana preguntaba qué significaba esto, a lo que Neti siempre le respondía que debía callar porque las costumbres del inframundo son perfectas y nadie, ni siquiera ella, puede cuestionarlas. De esta manera, Inanna se presenta en la sala del trono completamente desnuda e indefensa. Junto a su hermana Ereshkigal se encuentran los siete jueces del inframundo, los Anunna, que la condenan a muerte por tal ultraje y cuelgan su cadáver de un gancho. Este podría haber sido el fin de la diosa sino fuera porque antes de mostrarse ante el palacio, dejó instrucciones a su criada y compañera Ninshubur, para que solicitara ayuda a los dioses sino regresaba. Así, Ninshubur va en busca de Enlil, señor de los dioses, Nannar, dios de la luna, y Enki, dios de la sabiduría y hacedor, pero solo este último, decide ayudar a Inanna. Con su magia, crea a partir del barro de debajo de sus uñas dos criaturas asexuadas, llamadas kurgarru y kalaturru, a las que les enseña un ritual para traer de nuevo a la vida a Inanna. Así, llegan ante Ereshkigal, que está pasando por los dolores de parto108 y, debido a que la colman de halagos y le alivian su dolor, les permite acercarse al cadáver de su hermana. Antes de marcharse, los Anunna le anuncian a Inanna que si quiere marcharse debe ocupar alguien su lugar en el inframundo. Con esa condición, ella asciende e ilumina la tierra de nuevo, como la luna tras su fase de nueva, y va visitando a todos sus seres queridos y sirvientes, pero todos están abatidos por su muerte y no los escoge para ser sus sustitutos. Al llegar ante su marido, Dumuzi109, el pastor mortal que se convirtió en dios, le encuentra ataviado con sus mejores ropajes y sentado arrogantemente sobre un trono, por lo que le señala como el escogido para ir a los infiernos a los demonios que la acompañan, los galla, que corren para atraparle. Finalmente, no se sabe muy bien cómo pues los versos están perdidos, Inanna rompe en llanto echando de menos a su amado al que solo podrá ver la mitad del año, mientras que la otra mitad en la que podrán estar juntos, será la hermana de él, Geshtinnanna, quien permanezca en el inframundo (Lara Peinado, 2000 a. n. e./1984, pp. 175-186). En el mito acadio, escrito alrededor del año 700 a. n. e., se añade que Dumuzi era en realidad una deidad infernal y que Inanna descendía para rescatarlo cada año (Lara Peinado, 1984, p. 191). Esta versión, mucho más romántica y amable, además describía que, mientras ambos esposos se encontraban separados, la tristeza de Inanna era tan inconmensurable que denegaba la fertilidad a los humanos, los animales y a la tierra. Solo cuando se reunían, la diosa permitía que la vida volviera a resurgir (Limited, 2018, p. 185). Estos detalles les posibilitaba explicar el paso de las estaciones, por lo que el reencuentro de los amantes se produciría con la llegada de su primavera. Esta historia seguramente alimentó a los prehelenos en su mito del rapto de Perséfone y su reencuentro con Deméter, su madre y diosa de la agricultura, que colmaba de dicha a esta última, y permitía que la tierra volviera a germinar. Como sucede con Deméter, Inanna, es una diosa de la fertilidad que se convierte en la de la muerte, simbolizando el renacer cíclico y “la naturaleza cruel y generosa que mata para devolver a la vida con inamovible periodicidad” (Eetessam, 2015, p. 89). 108 Es interesante preguntarse a quién puede estar dando a luz la diosa de la muerte, pero quién podría ser sino la propia Inanna, la vida que nace de la muerte. La metáfora cobra sentido cuando Ereshkigal permite que se lleven a su hermana de vuelta, pues es ahí, cuando Inanna vuelve a la vida, cuando el parto concluye y los dolores desaparecen. 109 Las versiones acadias y babilónicas sustituyen los nombres de Inanna por Ishtar, y Dumuzi por Tamuz. Es indiferente el uso de uno u otro en los textos actuales, pues nada cambia. Lo mismo ocurre en la Epopeya de Gilgamesh que se puede encontrar con ambos nombres de la diosa. Los motivos por los que Inanna o Ishtar decide visitar a Ereshkigal no son claros. En las tablillas la diosa le responde al portero Neti que llega para ayudar a su hermana en los ritos funerarios de su marido recién fallecido, Gugalanna, el Toro del Cielo: “¿Por qué, haz el favor de decirme, has venido a la Tierra sin retorno? [...]” La divina Inanna le respondió: “A mi hermana mayor Ereshkigal, Porque su marido, el Señor Gugalanna ha sido muerto, Le traigo presentes para asistir a las honras fúnebres, Para que la libación funeraria en gran (abundancia) sea cumplida”. (Lara Peinado, 3500-1900 a. n. e./1984, p. 178) Hay quienes añaden que, además, Inanna se sentía culpable por haber provocado el asesinato de su cuñado y por eso Ereshkigal la guardaba tanto odio y deseos de venganza (Limited, 2018, p. 184). Esta versión tendría poco sentido pues en la Epopeya de Gilgamesh, hay dos versos que certifican que la condena de Dumuzi a los infiernos por culpa de Inanna ya había sucedido: “Dumuzi, el amante de tu juventud,/año tras año, a lamentarse le condenaste” (George, ca. 2000 a. n. e./2016, Tablilla VI, vv. 46 y 47). Si bien es cierto que tampoco tiene sentido que el descenso sucediera antes (estableciendo, así, que Gugalanna ya estaría muerto), pues sino ¿cómo es posible que el Toro del Cielo arrasara la ciudad de Uruk si ya había fallecido? Otros autores aseguran que los motivos de Inanna no tenían nada que ver con rituales funerarios, aunque ella los camuflara así, y no eran más que un pretexto para llegar ante Ereshkigal y usurparle, en su ambición, el trono del reino de los muertos (Cabrera, 2013, p. 4). Esta interpretación se puede ver reforzada por los versos del momento en el que llega a la entrada de los infiernos: Cuando Inanna hubo llegado al Palacio “Montaña de lapislázuli”, en la puerta de los Infernos se comportó con ademán altanero, en el Palacio de los Infiernos habló bravamente: “¡Abre el Palacio, portero, abre el Palacio! ¡Abre el Palacio, Neti, abre el Palacio, voy a entrar sola!” (Lara Peinado, 3500-1900 a. n. e./1984, p. 177). Y por otro de los versos que se puede leer más adelante, cuando ya se han encontrado ambas hermanas que da lugar a confusión sobre los hechos: Una vez que se encuentra encorvada [y] se le quitan los ropajes, se la llevan. Su hermana se levantó de su trono. Ella se sentó en su trono*. Los Anunna, los siete jueces, pronunciaron una sentencia ante ella. La miraron [con] la “mirada de la muerte”. Le hablaron [con] la “palabra de la ira”. Le lanzaron el “grito de la culpa”. La mujer, enferma, fue convertida en un cadáver. El cadáver fue colgado de un clavo. (Cabrera, 3500-1900 a. n. e./2013, Tablilla CBS 15212, p. 116). En este fragmento hay un verso marcado (*) que rompe la coherencia del relato, pues tal y como está la traducción literal de la tablilla, hace referencia a Inanna (no a Ereshkigal), por lo que estaría dando a entender que la diosa celestial, al llegar ante la diosa ctónica, la obliga a abandonar su trono para tomar ella el control del Inframundo. Parece improbable que quisieran relatar esto, pues Inanna es forzada a inclinarse y llegar desnuda ante su hermana, en una clara muestra de superioridad y dominio de Ereshkigal sobre Inanna, por lo que no tendría sentido que al llegar ésta, le usurpe el trono. De igual manera, la crueldad e indiferencia que demuestra al condenar sin reparos al hombre que se suponía que amaba, dan argumentos a favor de esa ambición y ansias de poder. Otro mito paralelo, cuenta que Enki, poseedor de los me, es engañado por medio de la seducción de Inanna y se los entrega dócilmente, ebrio de las atenciones de la diosa 110 . Cuando Enki despierta de su embriaguez, manda seis veces a monstruos para que detengan a la diosa, que huye en su “barco del cielo” con su criada Ninshubur, pero las seis veces fracasan. Cuando Inanna arriba en su ciudad, Uruk, se descubre que desembarca con más me de los que Enki le había dado, como el de los instrumentos musicales o el arte de las mujeres, los cuales los habría creado ella misma, por lo que Enki comprendió que se los había ganado con pleno derecho y aceptó que jamás los recuperaría (Baring & Cashford, 2005, pp. 242-243; Eetessam, 2015, p. 90). Los me representan las leyes y la justicia, esto haría de Inanna la diosa con mayor autoridad sobre los mortales pero, debido a que la sociedad era cada vez más patriarcal, jamás le permitieron ser cabeza de panteón. Por otro lado, Inanna y Ereshkigal encarnan la dualidad: mientras que la primera es una diosa celeste, la segunda es ctónica; la primera representa a la vida y la luz, la segunda, la muerte y la oscuridad; Inanna gobierna, protege y es madre de los vivos, y su hermana, cuida de los muertos; mientras que una es querida y venerada como una de las diosas más importantes, Ereshkigal es temida y no se la invoca. Simbólicamente, son una única diosa formada por dos aspectos opuestos y complementarios, pues la una no tendría sentido sin la existencia de la otra. La mala relación entre ambas respondía a la metáfora de lo complicado que es lidiar durante la vida con aquello que nos resulta contrario (ya sea algo externo o interno de la persona), pero que, como la muerte, llegará irremediablemente el momento de afrontarlo y aceptarlo tal cual es. Inanna, a su vez, también encarna esa dualidad en sí misma, sin necesidad de su hermana. El marcado carácter lunar que posee, en parte cedido por sus progenitores, le viene otorgado por su condición de fértil y maternal, una diosa que posee los misterios de la vida y la muerte: su descenso anual al inframundo, su poder fertilizante o de yermar la tierra y su hijo-amante que fallece como amante para resucitar como hijo111 (pues solo una madre otorga vida a sus hijos). Como virgen tiene el potencial de la creación para ser madre; como esposa doliente, de denegarlo. De esta manera, por el ciclo que encarna, otorga la vida en su fase creciente, para quitarla en su fase menguante, llegando a morir durante la luna nueva, para volver a crecer. Sus atributos y, por tanto, su personalidad tan cambiante, tan aparentemente opuesta, cobran sentido, pues ella es todo el ciclo: infinita y lunar. Aparece así, el carácter triple de la diosa que tantas otras divinidades femeninas han encarnado posteriormente. Aunando estas dos interpretaciones, una Inanna opuesta y complementaria a Ereshkigal e Inanna como diosa triple, surge la idea propuesta por Anne Baring y Jules Cashford (2005): El carácter triple de la diosa como madre, esposa y hermana del joven dios refleja la trinidad de las fases lunares luminosas. La cuarta fase, oscura, está personificada en la mitología sumeria por la hermana de Inanna, Ereshkigal, reina del inframundo. En la 110 Este mito recuerda a la ambición de Isis de querer hacerse con poder a toda costa y, para ello, lleva casi a la muerte a Ra para que le desvele su nombre secreto voluntariamente y sin ser consciente de que ha sido utilizado por ella. 111 De hecho, tanto la traducción de Dumuzi de la tradición sumeria, como la de Tamuz de la acadia, significan “hijo fiel” (Langdon, 1914). mitología hebrea, Lilith hereda el papel del aspecto oscuro de la capacidad de la vida para retirar las formas que ha creado; en Grecia es Hécate, reina de la noche (p. 228). Los sacerdotes de los templos de Inanna podían ser indistintamente mujeres u hombres, de hecho en muchas ocasiones, no se era capaz de distinguir a qué género pertenecían pues, o tenían rasgos andróginos o se travestían. También era habitual que muchos de ellos fueran homosexuales y se aseguraba que Inanna tenía el poder de transformar a los hombres en mujeres y viceversa. Dentro de su iconografía, es posible encontrar a la diosa con la barba típica que se le colocaba a los hombres, como muestra de esa mezcla de géneros tan natural dentro de su culto. Debido a estas costumbres tan poco binarias, se considera que Inanna defendía y protegía la igualdad entre mujeres y hombres; de hecho, las mujeres ostentaban los mismos derechos que sus compañeros, al menos, aquellas que pertenecían a estratos superiores dentro de la sociedad podían tener propiedades a su nombre y realizar transacciones comerciales sin el permiso masculino (Baring & Cashford, 2005, p. 216; Hodges, 2020, pp. 204-205). Con la llegada del reinado de Hammurabi de Babilonia (1792-1750 a. n. e.), el poder femenino se fue deteriorando, tanto a nivel místico, donde las diosas perdieron fuerza en favor de los dioses, como las mujeres con respecto a los hombres (S. N. Kramer, 1979, p. 27). Se estableció el Código Hammurabi, un conjunto de leyes, grabadas en piedra, que estableció castigos por los crímenes cometidos y la presunción de inocencia hasta que se aporten pruebas para demostrar la culpabilidad. Estaban recopilados todos los delitos sexuales y trámites matrimoniales tales como el incesto, el adulterio, el divorcio o la viudedad. Había una jerarquía clara en la que el padre y esposo era el propietario de todos y todo, incluidos esposa e hijos que, solo en caso de viudedad de la mujer y sin descendencia, ella podría heredar (en caso de que existieran hijos, se dividía a partes iguales la propiedad). Las libertades sexuales de la mujer se limitaron pues, a no ser que fuera una prostituta, lo más común era que se casara con un hombre. Ella no podía cometer adulterio pues, tanto la esposa como el amante serían maniatados y arrojados al agua para que se ahogasen (el marido podía perdonarle la vida a su esposa pero, en ese caso, también estaba obligado a perdonar la del amante). No se concebía el adulterio masculino. Ellos podían contraer varias nupcias o tener concubinas; y, además, si la mujer no cumplía con su única labor de aportar hijos, estaba obligada a buscar ella misma una segunda esposa que pudiera realizar dicha tarea a su marido (Leret de Matheus, 2005, pp. 45-53). Los rituales hacia la diosa siempre consistían en actividades de carácter sexual. Uno de ellos, el llamado “matrimonio sagrado”, simulaba y evocaba la relación entre Inanna y Dumuzi: con una ceremonia muy elaborada con fines reproductivos, un rey, haciéndose pasar por el dios, tomaba a una de las sacerdotisas de la diosa que la personificaba (Hodges, 2020, p. 205; Limited, 2018, p. 187). También se tienen escritos en tabillas cuneiformes de rituales fetichistas para Inanna, donde se bailaba con frenesí sexual, se vendaban, ataban y azotaban hasta que el practicante no aguantara más el dolor (que se mezclaba con el placer) y pedía misericordia. Estos ritos pueden considerarse los primeros registros históricos de las prácticas BDSM actuales que incluían la primera palabra de seguridad, “misericordia”, dentro de las actividades sexuales (Nomis, 2013). Es lógico pensar que una diosa autoritaria, vinculada con la guerra y que disfrutada con el dolor y la sumisión a ella (y su vagina), pudiera ser venerada con ritos y ceremonias que mezclaban todos sus atributos (sexo y guerra), convirtiéndola así, en la primera dominatrix de la historia. Otra práctica dedicada a la diosa era la llamada “prostitución sagrada”, esta la debían realizar todas las mujeres al menos una vez en su vida, independientemente de su estatus dentro de la sociedad. Para ello se sentaban en el templo de la diosa, con coronas de flores y cuerdas en torno a sus cinturas y allí esperaban hasta que un desconocido les lanzaba unas monedas (a voluntad la cantidad) comprándolas en nombre de la diosa. Ellas no podían negarse al hombre que las había escogido, ni a aceptar el dinero, ni tampoco podían marcharse de nuevo a sus hogares hasta que no se llevara a cabo el coito. Es por ello, que aquellas que resultaban más atractivas apenas esperaban, pero hay quienes podían estar allí años. Cuando el hombre les pagaba, le susurraba que lo hacía en nombre de la diosa y cortaba la cuerda de su cintura antes del coito. Esta cuerda podía representar la castidad de la mujer en algunos casos, constituyendo el origen del cinturón de castidad (Sechi, 1993, p. 400). La prostitución sagrada se realizó en nombre de las diosas de la sexualidad mesopotámicas llegando a traspasar fronteras: Inanna en Sumer; Ishtar, Millita o Astarté en Babilonia y Fenicia, Afrodita en Grecia y Venus en Roma. También hay indicios de que se produjo en Persia, Japón, Mesoamérica y Sudamérica, siendo en estas dos últimas zonas, una práctica altamente vinculada con la homosexualidad y el travestismo (Jiménez, 2001). Las prostitutas, por ende, también se consideraban servidoras de Inanna, sus sacerdotisas, pues con sus uniones a otros hombres prestaban culto a la diosa, por lo que no tenían la connotación negativa que existe en la actualidad. El sexo se consideraba un canal para generar vida, “era un acto sagrado” (Baring & Cashford, 2005, p. 234), todos aquellos que participaran de la sexualidad se convertían en herramientas de la diosa, su acción sobre la tierra, servían a sus órdenes. Gran parte de los rituales y el culto dedicado a Inanna son conocidos gracias a los escritos de Enheduanna, suma sacerdotisa de Nannar en la ciudad de Ur e hija del rey Sargón I de Acad, considerada la primera escritora y poetisa112 de la Humanidad, ya que fue la primera que firmó sus obras. Como suma sacerdotisa, dedicó parte de su obra a la hija del dios al que servía, por lo que su voto se extendió a ambos. En dicha obra, titulada la Exaltación de Inanna, aparte de volcar su devoción a la diosa, tenía un carácter autobiográfico, pues narra cómo fue exiliada de su templo debido a unos invasores y cómo se restauró el gobierno de su padre, restituyéndola a ella en el cargo (Binkley, 1998). De esta manera su himno a la diosa no solo aporta información sobre el culto, las acciones y la iconografía de Inanna, sino que también es un escrito político, social e histórico: Fue en tu servicio que entré por primera vez en el templo sagrado, yo, Enheduanna, la más alta princesa. Portaba el canasto ritual, cantaba su alabanza. Ahora he sido arrojada al lugar de los leprosos. Expulsión de Enheduanna del templo (Hallo & Van Dijk, ca. 2260 a. n. e./1986). Oh, mi Señora bienamada del Cielo, he dicho tu furia con verdad. Ahora que su sacerdotisa ha regresado a su lugar, el corazón de Inanna se restaura. El día es auspicioso, la sacerdotisa está vestida en hermosas túnicas, en femenina belleza, como en la luz de la ascendente Luna. Vuelta de la sacerdotisa al templo (Hallo & Van Dijk, ca. 2260 a. n. e./1986). Los judíos que residían en Babilonia conocieron a Astarté y esta se inmiscuyó dentro de su imaginario bajo la forma de una poderosa e incontrolable diosa pagana y en el grupo de los llamados “falsos dioses”. Perviviendo al paso de los siglos, Astarté es mencionada dentro del Antiguo Testamento (libro propiamente judío, denominado Tanaj, que los cristianos heredaron): 112 Utilizados ambos términos en femenino plural, pues también están incluidos todos los hombres. El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres extranjeras, […], respecto a las cuales el Señor había ordenado a los israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán nuestro corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró locamente de ellas, y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas- ellas lo pervirtieron, y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amanitas. De este modo, Salomón ofendió con su conducta al Señor, y no fue tan fiel como su padre David. (Reyes I, 11: 1.5) (Fig. 1). Fig. 1. Sebastiano Conca, La idolatría de Salomón, ca. 1750, óleo sobre lienzo. Esta obra representa con exactitud el pasaje del Antiguo Testamento: un Salomón ya anciano y rodeado de mujeres jóvenes, mira a la imagen de una diosa con el pecho descubierto, que sostiene un arco en una mano y, en la otra, la manzana. Se trataría de Astarté con mezclada con iconografía de diosas romanas (Diana por el arco y Venus por la manzana). Al fondo también puede observarse como otro grupo de personas (la mayoría mujeres y una figura masculina ataviada con ropajes de guerra) veneran otra imagen de Atenea o Minerva. Los paralelismos de Inanna con deidades posteriores que ostentan títulos de diosas del amor o diosas madre son evidentes. Este hecho sugiere que, ya sea por la importancia que obtuvo en su panteón o por lo necesaria que era la presencia de una diosa con tales características dentro de las religiones politeístas, las culturas que mantuvieron contacto con Sumer o Babilonia se nutrieron de ella para generar los atributos de sus propias divinidades femeninas. Joseph Campbell (2015), escritor y mitólogo especializado en mitología comparada, asegura que Inanna o Ishtar dando de mamar a Tamuz, se trata de la misma diosa que la griega Afrodita y la egipcia Isis, la cual también amamanta a su hijo Horus. Isis, a su vez y como ya se comentó en su epígrafe del presente estudio, inspiró con esta iconografía las representaciones de la Virgen con el Niño dentro del arte cristiano. Pero si hay una diosa con la que Inanna, Ishtar y Astarté tienen una fuerte relación es Afrodita o Venus. El planeta Venus es también llamado Lucero del Alba o Estrella de la Vespertina, debido a que es el primer astro que puede verse tras el anochecer por el oeste de la cúpula celeste y el último en observarse por el este, antes de la salida del sol (Prada, 1997, p. 41). Es, junto con la Luna y el Sol, el cuerpo celeste que más brillo tiene de la cúpula, por ello Ishtar era la personificación de Venus y era simbolizado con la estrella de ocho puntas, siendo habitual encontrar esta imagen en su iconografía. Ishtar, como Reina del Cielo, aparece representada con un círculo de estrellas a su alrededor que simbolizan la eclíptica que dibujan las constelaciones del zodiaco (fig. 2), denominado el “cinturón de Ishtar”, cinto que también heredó la iconografía de la Virgen María. En la actualidad, uno de los continentes que posee el planeta Venus está bautizado bajo el nombre de Ishtar Terra. Dentro de este continente existe una llanura denominada Lakshmi Planum, en honor a la diosa de la belleza hindú, y tres pequeñas montañas llamadas Freyja Montes, Akna Montes y Danu Montes, las tres con nombres de diosas de la fertilidad y la vida en distintas mitologías. Por último, tres de sus volcanes reciben nombres de mujeres reales que han pasado a la historia: Cleopatra, Colette y Sacajawea. La estrella de Sirio, astro convertido en el hogar de Isis en Egipto, estaba identificada también con la diosa mesopotámica al igual que algunas constelaciones zodiacales por representar símbolos de Ishtar, como Virgo (la virgen) y Escorpio (por el animal que representa su carácter destructor) (Baring & Cashford, 2005, p. 236). Fig. 2. Bajorrelieve, periodo acadio, 2334-2154 a. n. e. Inanna en el centro, como Reina del Cielo, rodeada de la eclíptica de estrellas zodiacales, con la estrella de ocho puntas sobre su corona y una luna creciente a la derecha. Fig. 3. Sello cilíndrico de Inanna como Reina del Cielo, con la estrella de ocho puntas. Desde Astarté, los prehelenos generaron su diosa del amor carnal y la sexualidad, Afrodita, a la que los romanos bautizaron bajo el nombre del astro que personificaba, Venus. Podría decirse que la diosa grecolatina es la mesopotámica pero con otro nombre y en cierta medida es así, pero los hombres que crearon el mito grecolatino le arrebataron el carácter bélico y violento, para construir una figura que seguía siendo caprichosa y orgullosa, pero mucho más amable y delicada, más acorde al arquetipo de mujer que vivía en su sociedad. Aun así, su aspecto marcial y destructor no se alejó de ella pues acabó siendo el punto neurálgico de la personalidad de Ares, dios de la guerra violenta, el cual se convertiría en uno de sus principales amantes. De igual manera, Adonis, otro amante de Afrodita, pasaba parte del año en el Inframundo con la reina y diosa ctónica, Perséfone, para luego volver a ascender y estar con la diosa del amor en la tierra y en el cielo. Adonis es, pues, la evolución natural del consorte de Inanna, Dumuzi, que cada año pasaba una temporada en el inframundo con la reina de los muertos. Por último, y de la misma manera, la María cristiana, como Inanna, era la reina virgen del cielo. Los atributos de ambas eran similares: representadas por el planeta Venus, la estrella más brillante que iluminó el lugar del nacimiento del Niño, y la media luna; en el caso de María, la luna se sitúa bajo sus pies, lugar de la bestia pagana que es dominada y vencida, como el león de Inanna (fig. 5). Además ambas, a pesar de la imposibilidad de que sucediera, son vírgenes y puras cada día, al igual que madres. Como Dumuzi para Inanna, el compañero divino de María, su hijo Jesús, vive con ella, es condenado, se convierte en un sacrificio necesario para los seres humanos, permanece un tiempo en el mundo de los muertos, para regresar cada año al lado de su madre. Dumuzi, hombre pastor, fue divinizado por acción del amor de Inanna; y María, dio a luz a un hijo, que colmó de amor, en un lugar de pastores, un hijo que era dios hecho hombre. María, como Inanna, tiene un carácter triple: es hija del Padre, esposa del Espíritu Santo y madre del Hijo. La religión monoteísta y patriarcal, que ya ha despojado la divinidad de la mujer, transforma a María, la única figura femenina determinante y necesaria113 en su historia, en todas las caras imprescindibles de dicha divinidad inexistente para ellos. El arquetipo de la Diosa (aquel en el que también, su amante se convierte en su hijo y viceversa), es mantenido incorruptiblemente por el cristianismo, a pesar de que erradicaran la esencia divina de la mujer e, incluso, su carácter maternal y dador de vida114: Fig. 4. Inanna a la derecha con su hijo en su regazo, iconografía similar a la que heredaría la Virgen María con el Niño. Ilustración de bajorrelieve, período acadio, 2334-2154 a. n. e. Las mujeres embarazadas, al llegar a ser madres, manan leche; pero Cristo, el Señor, el fruto de la Virgen no llamó bienaventurados los pechos de la mujer ni los juzgó nutricios, sino que, cuando el Padre, amante y benigno, esparció como lluvia el Logos, se convirtió él en alimento espiritual para los que practican la virtud. ¡Admirable misterio! Uno es el Padre de todos, uno el Logos de todos, y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes; y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes; una sola la virgen que se ha convertido en madre; me complace llamarla Iglesia. Esta madre única no tuvo leche, porque es la única que no fue mujer; es al mismo tiempo virgen y madre; íntegra como virgen, llena de amor como madre. Ella llama por su nombre a sus hijos y los alimenta, amamantándolos con la leche santa, con el Logos infantil. No tuvo leche porque la leche era ese niño bello e íntimo, esto es, el cuerpo de Cristo. Con el Logos alimenta al joven pueblo, que el mismo Señor trajo al mundo con dolor carnal y al que envolvió en pañales con su preciosa sangre. ¡Santo parto! ¡Santos pañales! (San Clemente de Alejandría, 200/1988, Libro I, 41-42, pp. 79-80). 113 Pues, como recordatorio, en las sociedades patriarcales las mujeres solo son herramientas necesarias para la permanencia de dicha sociedad, anuladas en el resto de ámbitos. 114 En el cristianismo, es un dios hombre el creador del universo, ya no es la mujer quien crea la vida. Se despoja del mayor misterio y poder incomprensible de la biología humana a las mujeres, pues ellas no pueden ostentar tal control sobre la sociedad. En las imágenes artísticas es más común encontrar a Inanna que a su hermana Ereshkigal, la cual se cree que puede ser la diosa representada en la famosa Reina de la Noche115 y, aun así, no hay consenso sobre la identidad de la mujer, pues podría tratarse también de Inanna o Lilith. Pero Inanna, debido a su gran culto, se tienen registros sobre ella. Normalmente suele aparecer ataviada con la shugurra sobre su cabeza, una corona astada en cuyo centro hay una montaña. La forma astada de su corona, aparte de que se convierte en una media luna, se asemeja a la iconografía de la divinidad egipcia Qadesh, diosa del placer y el amor sexual, ataviada siempre con una corona de cuernos de bovino y un disco solar en medio (que no deja de ser la montaña sin cima). También solía aparecer pisando los lomos de leones o erguida sobre ellos y portando serpientes (al igual que Inanna), entre otros elementos. Acabó sincretizada con la diosa Hathor, diosa del amor, de carácter más maternal y no lascivo pues se convirtió en la esposa del primer faraón, Horus, hijo de Isis y Osiris. Fig. 5. Inanna en un sello cilíndrico, período Acadio, 2334-2154 a. n. e. La diosa alada aparece como diosa de la guerra con la shugurra, un vestido de flecos, con mazas desde su espalda como símbolo de poder. En su mano derecha sostiene un caduceo con serpientes entrelazadas y, con la otra, amarra la correa de un león sobre el que posa uno de sus pies en señal de dominación hacia la bestia. A su lado la estrella de ocho puntas refulge. Fig. 6. Vaso o Jarrón de Inanna, terracota con decoración grabada y con restos de pintura, principios del segundo milenio a. n. e. La diosa se encuentra desnuda, con un remarcado en su zona púbica, alada, con la corona hecha de cuernos y rodeada de animales. Se remarca su carácter fértil, terrenal y sexual. Fig. 7. Terracota del período babilónico, de entre los siglos XIX al XVII a. n. e. La diosa Ishtar aparece coronada con la shugurra, alzada sobre un león, armada con un arco junto a una estrella. En este caso se trataría de la estrella de Sirio, también llamada la “estrella del arco”. Se remarca su carácter mortuorio, celeste e intransigente, pues, con la aparición de Sirio al inicio del verano, comenzaba el período de sequía y hambruna. 115 Puede consultarse la imagen de la obra en el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. Figura 1. Es habitual que Inanna aparezca alada (fig. 6), como símbolo de su carácter bélico, y con algún león o en un carro tirado por leones (iconografía que se mezclaría con la Cibeles de Anatolia y que los romanos generaría su propia interpretación de la diosa). La golondrina y la paloma blanca como la luna se convertirían en animales consagrados a su fase creciente y luminosa. La vaca, a su carácter fértil, ya que aporta leche a sus hijos. Y las serpientes (o dragones) y el escorpión, a su fase oscura, pues con sus picaduras son capaces de causar la muerte. Dentro de esta fase oscura, mezclada con su aspecto de Reina del Cielo, aparecen representaciones de la diosa como causante de las tormentas (fig. 8). En cuanto a elementos botánicos, se la vincula a la vid, el cereal, el olivo, el manzano o al sicómoro, entre otros, todas especies que dan sustento. En sus templos, siempre había plantado uno de estos árboles como símbolo de fertilidad y, en la iconografía, dicho árbol se representaba como unos juncos trenzados o como un frondoso árbol (fig. 9). Estas serían las primeras imágenes del árbol de la vida que otras culturas adaptarían a la suya116. Fig. 8. Sello cilíndrico, periodo acadio, ca. 2340-2180 a. n. e. Inanna, en su fase oscura, sostiene los rayos que va lanzando contra la tierra y se alza sobre un dragón que escupe el agua que todo lo inunda o más rayos. Ambos desatan una tormenta devastadora. Fig. 9. Sello cilíndrico, ca. 2500 a. n. e. Representación del matrimonio sagrado entre Inanna, a la izquierda y con una serpiente alzándose tras ella, símbolo de la regeneración, y Dumuzi. Entre ambos, el árbol de la vida simboliza la unión entre la mujer y el hombre, la luna y el sol, la tierra y el cielo. Esta imagen anticipa la iconografía del Jardín del Edén en el Génesis. 116 Existen infinidades de árboles de la vida en distintas mitologías: el árbol Bo sobre el que Buda se sentó cuando alcanzó la iluminación, el Yggdrasil que sostiene los nueve reinos en la mitología nórdica, el Árbol del Conocimiento del Jardín del Edén en la judeocristiana, el árbol taoísta que produce los melocotones de la inmortalidad, el Árbol de la Inmortalidad del islam, el Banyan Tree Eterno del hinduismo, el árbol que encerraba la vida y la muerte egipcio del que surgieron Isis y Osiris o el Gaokerena de la mitología persa son solo algunos ejemplos. La Puerta de Ishtar es el nombre que recibe una de las ocho puertas de enormes dimensiones que fueron construidas en el templo de Marduk en la muralla interior de Babilonia. Erigida en el 575 a. n. e. en un intenso color azul otorgado por el lapislázuli. Los motivos que adornan la puerta son unas flores parecidas a margaritas y animales vinculados a la diosa como los leones, dragones o toros (fig. 10). Esta puerta aparecerá en el film Eternals (2021) del Universo Cinematográfico de Marvel, y acabará gravemente dañada por la cruenta batalla que se desarrolla ante ella. El elegante y brillante tono azul destacará en escena al encontrarse rodeado de un paraje en tonos tierra y un pueblo que vive en completa humildad frente a la ostentosa muralla. Fig. 10. Puerta de Ishtar expuesta en el Museo de Pérgamo, Berlín. Según Anne Baring y Jules Cashford (2005) el hecho de que se la represente con alas y serpientes le hacen provenir de la diosa pájaro y la diosa serpiente del Neolítico, fuente de todas las aguas (inferiores y superiores) y convirtiéndola en la gobernadora del cielo, la tierra y el inframundo (p. 209). Si esto fuera cierto, Inanna podría ser la primera diosa con estos atributos ya definidos y aunados en una única figura que desencadenaría el imaginario de la Triple Diosa. Las serpientes en su caduceo, junto con un hacha de doble filo con la que también puede aparecer, son símbolos de su poder materno y cíclico de la vida y la muerte. Fig. 11. Pótnia Therôn, “Señora de las Fieras”, placa calada de bronce, 625-525 a. n. e. Astarté como señora de los animales que derivaría en Ártemis Ortia. Esta imagen representa el lado más salvaje de la diosa, salvaje entendido como natural, indomable, independiente, terrenal y fértil. Durante siglos el interés por la diosa se mantuvo dormido, seguramente por la influencia del cristianismo que prefirió a otras figuras mitológicas y fantásticas para envilecer a las mujeres. Durante el siglo XIX, el renacer de ese interés rescató a Ishtar o Astarté para convertirlas en figuras que encarnaron a la perfección el estereotipo de la femme fatal, convirtiéndose ambas (o la misma) en iconos de la sensualidad e, incluso, de la sexualidad más morbosa. La unión de características aparentemente opuestas (belleza física y monstruosidad psíquica, amor y guerra) la convierten en “el antecedente primigenio del arquetipo mitológico de la mujer fatal. [...] al tiempo que seduce, mata” (Eetessam, 2015, p. 92). Dentro de una erotización más leve se encuentra la obra de Rossetti, Astarté Syriaca, bajo las mismas formas icónicas de los rasgos con los que retrataba a todas las mujeres a pesar de utilizar modelos diferentes (ojos grandes con mirada distante y severa, labios curvados y carnosos, poderosos cuellos y unas largas cabelleras onduladas que enmarcan su ideal de belleza). La modelo utilizada para su Astarté fue Jane Morris, la misma que inspiró el rostro de su Proserpina117. En la pintura, Astarté se encuentra mirando de frente al espectador, vestida con una túnica verde, que resbala por uno de sus hombros y con una caballera oscura coronada por la refulgente estrella de ocho puntas. A pesar de estar completamente vestida, la postura de sus brazos refleja el mismo movimiento de las Venus púdicas, que intentan tapar su desnudez con sus brazos y manos; además, guía la mirada del espectador hacia su entrepierna, lo que destaca su fuerte sexualidad. A cada lado, está flanqueada por otras dos figuras aladas de perfil y con sus miradas dirigidas hacia arriba. Estas visten igual que Astarté, pero tiene la cabellera rojiza. El aspecto de estas dos figuras es bastante andrógino, sin poder discernir si se tratan de mujeres o no. En cualquier caso, es inevitable no pensar en Hécate, la diosa triple lunar y ctónica, cuyo atributo principal eran las antorchas, elementos que ambas figuras sostienen. Debido a la escasa luz, se deduce que se encuentra en un paraje nocturno o dentro del amparo del mundo de los muertos (fig. 12). Fig. 12. Dante Gabriel Rossetti, Astarté Syriaca, 1877, óleo. El pequeño soneto que acompaña la pintura de Rossetti deja en evidencia el conocimiento del autor sobre la relación que poseían Astarté y Afrodita: “Mystery: lo! betwixt the Sun and Moon Astarté of the Syrians: Venus Queen Ere Aphrodite was”118 (Bornay, 2020, p. 135). 117 Puede consultarse la imagen de la obra en el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. Figura 24. 118 Traducción: “¡He aquí un misterio! Entre el Sol y la Luna de Astarté de los sirios: Venus Afrodita, reina de Ere”. Fig. 13. Fernand Khnopff, Ishtar, 1888, sanguina. Pero esta diosa no se quedó en una imagen sensual más de la mujer. El artista belga Fernand Khnopff dibujó una ilustración para el frontispicio del libro de Josephin Péladan, escritor y ocultista que en su novela Ishtar, aúna la divinidad con la sexualidad. En esta obra se puede observar como la diosa, en este caso denominada Ishtar (mismo nombre del título del libro), se encuentra encadenada, mostrando la plena desnudez de su joven cuerpo. Unas serpientes salen (o penetran) a través de su vagina a modo de tentáculos, y enraízan en una cabeza de Medusa demacrada que parece estar gritando, llegando a hacer imposible de diferenciar donde comienzan las piernas de la diosa y donde la morfología reptiliana. A pesar de lo que podría parecer, Ishtar no parece incómoda o aterrorizada ante su situación, sino que su rostro demuestra que se encuentra en pleno goce, lo que genera, en su conjunto, una escena realmente morbosa (fig. 13). Como bien elucubra Erika Bornay (2020): Una observación cuidadosa del dibujo parece sugerir que o bien el horrible monstruo ha castigado a la lujuriosa Venus, mutilando la parte inferior de sus piernas, o bien el cuerpo desnudo de esta es como una prolongación en desarrollo de alguno de los reptiles que entrecruzan la cabeza de la Medusa. (p. 135). La primera hipótesis de Bornay parece descartable pues, en caso de estar siendo mutilada, Ishtar no demostraría un estado de éxtasis. Aunque, por otra parte, en caso de que así fuera, el autor remarca el carácter voraz, devastador y salvaje de la sexualidad femenina que, descontrolada, puede llegar a destruir no solo a los hombres (como tantos han reflexionado que simboliza la vagina dentada o la presencia medusea, causante de la muerte de la potencia viril, la de su mente o cuerpo119), sino que pone en riesgo la propia vida de la mujer. En caso de tratarse de la segunda hipótesis de la escritora, Ishtar demuestra su auténtica naturaleza híbrida; que bestializa, igualmente, la sexualidad femenina, pues ella es la antecesora de pleno derecho de Afrodita, la diosa que ha representado a las mujeres en el arte por excelencia. Sea cual fuere la intencionalidad de Khnopff, es evidente que envilece el sexo femenino y su cuerpo, teniendo que ser penado, porque degenera y pervierte la mente humana y, además, como para la retratada, se convierte en una potencial causa de muerte. De esta manera, Ishtar queda despojada de su aspecto maternal, fertilizante y dador de vida, para los finiseculares fue mucho más seductor su carácter ctónico, mortífero y, ante todo, su perversión sexual. 119 Sigmund Freud fue el primero que relacionó la cabeza de Medusa con la capacidad castradora de la vagina. Asemejó las serpientes de su cabello con falos masculinos (metáfora que utiliza Khnopff en su obra), así, cuando es decapitada, simboliza la castración viril. Este miedo hacia la castración nace de la necesidad de controlar la sexualidad femenina dentro de una sociedad falocéntrica. Llevada esta teoría a la simbología de la obra de Khnopff, Medusa simboliza la castración e Ishtar, la sexualidad femenina; de tal manera que queda aunado el deseo con el terror. Para más información sobre esta teoría psicoanalítica, véase el epígrafe V. Híbridas. B. Medusa. También decimonónica pero en el campo de la música, el compositor Vincent d’Indy creó a finales de siglo Istar, op. 42, obra sinfónica (que suele representarse acompañada de ballet) que narra como la diosa desciende al inframundo pasando por cada una de las siete puertas, recreándose en el concepto de su desnudez. A medida que la obra avanza puede sentirse como se presenta a la diosa en su carácter más misterioso, poderoso y aterrador, hasta llegar a la versión más dulce y amorosa, vulnerable pero seductora. Esta línea musical invita al oyente a ir imaginando como Ishtar se va desnudando ante sus ojos, como una bailarina de striptease. No es casualidad que se haya popularizado la creencia de que la llamada “danza de los siete velos” proceda de la tradición del descenso de Ishtar por las siete puertas y que se asociase a la princesa hebrea Salomé en su danza ante Herodes. En todos los soportes de la cultura del siglo XX y XXI, en caso de aparecer la diosa, suele hacerlo bajo su nombre acadio, Ishtar. Si bien antaño fue una diosa todopoderosa, muy venerada y eje neurálgico de los ciclos naturales, en la cultura pop ha quedado relegada a un segundo plano y sus apariciones son superfluas, no denotan esa grandiosidad que destilaba hace miles de años, convirtiéndose en una villana mediocre o en cualquier otro personaje sin importancia que pasa desapercibido dentro de la memoria. Fig. 14. Ishtar en Macross II, Kenichi Yatagai, 1992, Japón. Ishtar TV es el nombre que recibe un canal de la televisión iraquí, pero también es uno de los personajes principales de la OVA Super Dimensional Fortress Macross II: Lovers Again, de 1992. Los Mardook o Marduk son un pueblo bélico que se creen superiores a otras civilizaciones y consideran que estas no deberían existir. Para ello controlan a sus guerreros mediante Emuladores que les quitan la voluntad y les hacen luchar con fiereza y sin humanidad gracias a sus “cantos”. La trama se centra en el periodista Hibiki Kanzaki que, mientras cubre la noticia de una de las batallas, se ve envuelta en ella y acaba salvando a la Emuladora Ishtar. Cuando se encuentra en la Tierra, Ishtar queda fascinada por la cultura humana y cambia el canto de su emulador para que incite a los Mardook para la paz y no la guerra. Su aspecto está bastante sexualizado y deja poco a la imaginación en su primera aparición: con un mono translúcido, se tapan con parches las zonas censurables de su cuerpo, lleva guantes y botas oscuras, el pelo largo y azul, y tiene pintura de guerra en el rostro (fig. 14). Aparece en la serie de televisión Hércules: Sus viajes legendarios de los 90. Ishtar es una momia que resucita para alimentarse de las almas de los vivos. Anuket, princesa de Egipto e hija de Ramsés III, viaja a Grecia para convencer a Hércules que le ayude a recuperar a su antepasada Ishtar, cuyo cadáver han robado. Debido al peligro que atañe la momia, consiguen vencerla con un amuleto del ankh junto el que había sido enterrada (fig. 14). Históricamente la trama no se sostiene: Ramsés III no tuvo ninguna hija llamada Anuket y su reinado se produjo sobre el 1100 a. n. e. lo que situaría la acción por esos años. Pero Hércules y la serie de Xena son coetáneas, y en la de Xena aparece una de las últimas Cleopatras que reinó en Egipto en el siglo I a. n. e. Fig. 15. La momia Ishtar en la serie Hércules: Sus viajes legendarios, Christian Williams, 1995. Fig. 16. Ishtar en La Joven Liga de la Justicia, Greg Weisman y Brandon Vietti, 2011. En la serie de animación La Joven Liga de la Justicia de DC y emitida por Cartoon Network, Ishtar era hija de Vandal Savage (Marduk), vivían en Babilonia y ambos lucharon contra una criatura que quería esclavizar a la ciudad durante el segundo milenio a. n. e. El hermano de Ishtar fallece durante la batalla, pero ella y su padre vencieron al monstruo convirtiéndose así en la luz que guiaría a la gente en épocas de oscuridad. Ishtar es representada con la tez algo oscura, cicatrices en su rostro y mirada dorada. Tiene una larga cabellera negra recogida en una coleta alta que le nace desde la parte de atrás de la cabeza, únicamente decorada con una corona de cuernos dorada, mostrando su calvicie o su pelo rapado en el resto. Viste con un traje típico de superheroína con capa (fig. 16). En las historias de Dungeon ni Deai o Motoeru no wa Machigatteiru Darō ka, más conocido como DanMachi, hizo su debut en la novela ligera publicada en 2013, para luego aparecer en el manga y el anime homónimos. Es un personaje muy orgulloso y se considera la mujer más atractiva del mundo, debido a esto siente celos sobre Freya, diosa de la belleza y que ostenta el poder sobre la ciudad de Orario, por lo que traza planes meditados para desautorizarla y arrebatarle el poder. Cualquiera que se interponga en su camino, sea incluso parte de su familia, ella lo castiga cruelmente, por lo que no es fiel a nadie más que sí misma. Secuestra a Bell, protagonista de la historia y hombre del que Freya está enamorada, para usarlo contra ella. Su familia y ella rigen el distrito del ocio dentro de la ciudad, donde se sitúan la mayoría de los burdeles. La prostitución para ella no es algo abyecto, sino que, como diosa del sexo, es un bien necesario y un acto sagrado que hace posible la vida, además, hace que las mujeres sean necesarias para la sociedad y controlen los impulsos violentos de los hombres. Tiene la piel oscura, el cabello violeta oscuro, ojos marrones y viste con una pieza que le cubre los pezones y una falda-pareo larga que deja a la vista una de sus piernas en tono rojo teja. Utiliza joyas doradas, incluida una corona con piedras engarzadas (fig. 17). Fig. 17. Ishtar en el anime DanMachi, Yoshiki Yamakawa, 2015, Japón. En la escena de su primer encuentro con Bell, la diosa se desnuda completamente y obligan al muchacho a mirarla, ya que él pertenece a la familia de Hestia, una diosa griega virgen. Evidentemente, también aparece en los cómics de DC en el universo de Nueva Tierra. Se trata de una mujer joven de pelo y ojos marrones que fue la diosa del amor en su panteón, extraía su poder de la magia generada por el dinero recaudado de la prostitución sagrada que se producía en sus templos. Con el tiempo perdió a sus adoradores y cayó en el olvido. Actualmente trabaja como bailarina exótica en un club de striptease de EEUU donde consigue algo de la adoración sexual de antaño para sobrevivir. Cuando dos de los hermanos Sin Fin (Sueño y Delirio) se encuentran con ella, le recuerdan lo que era la adoración y el amor de verdad, por lo que cuando se sube de nuevo al escenario, aprovecha su poder divino y baila su “verdadero baile”. La liberación de su anhelo y todo su poder, destruye su propio cuerpo, el público que la estaba viendo y al propio local. Fig. 18. Ishtar en Madame Xanadu #1, DC Cómics, 1981. La diosa aparece prácticamente desnuda, en mmitad de uno de sus bailes, con la cabellera caoba ondeando arededor de su cuerpo a modo de velo. Fig. 19. Ishtar en Marvel Cómics. Dentro de la compañía Marvel cada vez que mencionan a Inanna, Ishtar, Astarté, Astoreth, Innin, Derketa, Señora del Cielo y Madre Tierra se están refiriendo a la misma diosa. Considerada la Anunnaki del amor, la fertilidad y la guerra; hija pequeña y la más hermosa de Anu, dios de dioses, y Ki, diosa de la tierra y reina. Según el nombre con el que aparezca mencionada tenía una ocupación: Ishtar como diosa del fuego y de la carne, Derketa como diosa de la muerte, Astoreth como diosa del amor y de la muerte, etc. Se la menciona por primera vez bajo el nombre de Ishtar en Torre de las Sombras #7 en 1970, creada por Roy Thomas y Rich Buckler. Normalmente encarna el papel de villana tanto cuando es mostrada como diosa o como demonio, uno de sus poderes es incitar a la locura. Suele ser una mujer joven y hermosa con el cabello color morado o plateado, viste anacrónicamente con un cinturón de calaveras y cadenas en sus advocaciones mortuorias (fig. 19). Dentro de los videojuegos tiene bastantes apariciones. En Megami Tensei 120 Ishtar aparece en, al menos, veinticinco videojuegos de la saga como lady race (raza de demonios 120 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. formada por diosas de alto rango, normalmente diosas madre o de la fertilidad), arcana de los amantes o megami race (raza demoníaca compuesta por diosas que son cabeza de panteón junto a dioses masculinos, suelen ser diosas del amor y la fertilidad con un carácter más amable). Su aspecto es el de una mujer joven y atractiva que adquiere poses sugerentes, como tal, viste con poca vestimenta y, la poca que lleva, es liviana y en tonos claros, que recuerda a las habituales de Afrodita en el imaginario (fig. 20). Tiene una larga cabellera rubia y largos cuernos en recuerdo de su corona lunar. Inanna también aparece en uno de sus videojuego bajo el aspecto de una gallina en tonos dorados y beige con un enorme vientre, cabeza híbrida sobre la que se posa la shugurra y múltiples pechos, que recuerda a una Ártemis efesia121 (fig. 21). Fig. 21. Inanna en Shin Megami Tensei IV: Apocalypse, Atlus, 2016, Japón. Fig. 20. Ishtar en Shin Megami Tensei II, Atlus, 1994, Japón. En uno de los videojuegos de la saga de Sailor Moon, Bishoujo Senshi Sailor Moon: Another Story, Ishtar es la guardiana opuesta a Sailor Venus, formando parte del clan de los villanos creados como contrapartes de las guardianas protagonistas. Dentro del grupo de malvados, Ishtar no es especialmente poderosa y denota poca inteligencia, su carácter se basa en conseguir la aprobación constante de la jefa del clan, por lo que tampoco tiene un interés personal en ser malvada. Su ataque principal dentro del juego se basa en la creación de inundaciones, como la diosa mesopotámica en su faceta destructora. Físicamente se parece a Sailor Venus, al igual que el resto de contrapartes se parecen a su guardiana correspondiente. En el caso de Ishtar, esta tiene el cabello rubio y muy largo, sobre su frente porta una tiara dorada, viste un traje de cuerpo entero oscuro, decorado con una pequeña corbata azul y decoraciones en dorado y anaranjados (fig. 22). Fig. 22. Sailor Ishtar en Bishoujo Senshi Sailor Moon: Another Story, Super- Famicom, desarrollado por Ángel, 1995, Japón. 121 Para conocer más sobre la iconografía de Ártemis de Éfeso, véase el epígrafe VIII. Guerreras. D. Ártemis. El videojuego Monster Strike 122 Ishtar es un personaje electo de clase deidad, cuyo elemento es la luz. Es un personaje aniñado, de cabello rubio recogido a cada lado de la cabeza en dos abundantes coletas y portando una corona que simula unas pequeñas orejas con un corazón en su centro, sus ojos son rosados y viste con un traje de tirantes y falda. Porta una cesta con artilugios de estética y en su otra mano, dibuja corazones con un labial. En general tiene un aspecto muy infantil y coqueto, más vinculado a su aspecto amoroso tal y como se concibe actualmente el día de San Valentín: todo lleno de rosas y corazones (fig. 23). En Fate/Grand Order 123 es un espíritu heroico tipo arquero con una apariencia similar a la que posee su hermana Ereshkigal dentro del juego. Es hermosa y joven, de cabello oscuro y ojos rojos, y casi siempre aparece semidesnuda (fig. 24). Es la diosa del cielo y de la belleza, su carácter es egoísta, cruel pero compasiva, inteligente, orgullosa, extrovertida, impulsiva, caprichosa y mimada, odia la fealdad, narcisista, se recrea en las cosas que le parecen bellas, independiente y sin sentirse atada a sus obligaciones como diosa. En general, tiene una personalidad completamente opuesta a la de su hermana en el juego, y Ereshkigal suele envidiarla debido a esa libertad de la que Ishtar puede gozar y ella no. Es curioso que hayan escogido el cabello oscuro para Ishtar y el rubio para Ereshkigal, pues no responde al arquetipo generado a lo largo de los siglos. Fig. 23. Ishtar en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 24. Ishtar en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. ...Afrodita derrocha belleza y encanto con la misma letalidad que yo empuñaba la lanza. He visto su obra de primera mano y, a menudo, no resulta tan hermosa como ella. Con frecuencia pienso que, de entre todas las deidades del Olimpo, ella es la más mortífera. Nada son un devastador maremoto o una tempestad incontenible, en comparación con un corazón roto. Aunque el amor es la fuerza que nos humilló en vida, a mí y a tantos otros, también nos liberó [...] de las ataduras de una existencia banal. Aun así, me temo que Afrodita sustenta el poder más terrible del mundo. Entrada del códice en Hades, videojuego de Supergiant Games, 2020. 122 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. 123 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. Afrodita, del griego antiguo φ, Aphrodite, cuyo prefijo φς, aphros, significa “espuma”. Fue la diosa griega del amor erótico, la belleza, la sexualidad y la fertilidad, cuyo equivalente romano fue Venus. Puede considerarse la personificación del instinto sexual de todos los seres humanos, pues cualquier contacto amoroso se produce por obra de “la dorada Afrodita”, según Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978) en su Teogonía. Homero extiende ese poder, no solo a los humanos, sino a todos los seres vivos, como si de una conciencia universal y omnipresente se tratara. Descendiente culturalmente de Asia occidental, lo más seguro que de las divinidades mesopotámicas Inanna, Ishtar y Astarté por la multitud de similitudes que comparten: heredó de ellas su carácter, su patronazgo y algunos de sus cultos, como la prostitución sagrada, e iconografías, como algunas representaciones primigenias en las que Afrodita aparece con barba, aunando en un único cuerpo ambos sexos (rol que recogería más adelante su hijo Hermafrodito). También uno de sus amantes, Adonis, recrea la permanencia temporal en el inframundo que le ocurría al amante de la diosa mesopotámica Dumuzi o Tamuz. Comparten las palomas blancas como animal sagrado y el epíteto Urania, porque ambas son diosas celestes. Según Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978), Gea maquinó un plan para vengarse de su esposo Urano que no la dejaba parir a sus hijos y creó una gran hoz. Cronos fue el único que se ofreció voluntario para llevar a cabo la venganza de su madre y, cuando Urano se tumbó junto a su esposa para yacer con ella, Cronos le agarró los genitales y se los cercenó con la hoz. De la sangre que salpicó la tierra nacieron algunas criaturas como las Erinias o los Gigantes. Cronos lanzó los órganos sexuales de su padre al océano y vagaron por sus aguas durante mucho tiempo, siempre rodeados de espuma blanca (el semen). De esa espuma “nació una doncella” ya adulta, Afrodita, que navegó primero hacia Citera, para después dirigirse a las costas de Chipre, donde pisó tierra y allá donde se posaban sus pies, crecía la hierba. Desde ese momento la acompañó Eros e Hímero hasta que estuvo con los dioses en el Olimpo y fue patrona de “las intimidades con doncellas, las sonrisas, los engaños, el dulce placer, el amor y la dulzura” (vv. 155-210, pp. 78-79). Ya Hesíodo le otorga algunos epítetos: Citerea, por dirigirse a la ciudad; Ciprogénea, por nacer en Chipre, y Filomédea porque es hija de los genitales. Esta versión la haría generacionalmente anterior a Zeus, una tía de este y todos sus hermanos. A pesar de que “solo” nace de la espuma/semen de Urano, es la mezcla con el agua la que hace que Afrodita germine. Esto relaciona el océano con las aguas primigenias de las antiguas mitologías mesopotámicas donde era un ente femenino el que personificaba esas aguas de las que todo nacía y existía (Nammu, Tiamat). Así, el agua del mar actúa como un útero que se fertiliza cuando el semen de Urano, el cielo, cae sobre ellas. De nuevo agua y cielo se unen. Homero, por su parte, la hizo hija de Zeus y Dione, esta última considerada la forma femenina del propio Zeus, por lo que se podría entender que también nació únicamente de un hombre, sin unión carnal. Al igual que las Moiras, en esta versión, el poder patriarcal que Zeus ostentaba como Rey del Olimpo, hacía estar a la indómita Afrodita bajo su yugo; a pesar de eso, él no estaba exento del poder de la diosa (pero no se le exime de todos sus pecados por ello). En los Himnos Homéricos (siglo VII a. n. e./1978) hay tres himnos dedicados por entero a la diosa. Al comienzo del primero ya relata que solo hay tres personas a las que no puede influir con su poder de amor, estas son las tres vírgenes del Olimpo: Atenea, Ártemis y Hestia (Himno V, vv. 5-35, p.189). Autores como Platón o Pausanias han identificado a las dos Afroditas como dos diosas distintas según su nacimiento, aun siendo la misma diosa en esencia. De esta manera, la Afrodita nacida del mar, sería una Afrodita celestial que representa el amor puro, ideal y el del alma, llamada Afrodita Urania, porque es hija de Urano, hija del cielo. Pausanias (siglo II/1994) especifica que los primeros en adorar a esta diosa fueron los asirios. Asegura que existe una escultura de Fidias (perdida a día de hoy) en la que posaba uno de sus pies sobre una tortuga, animal que representa la eternidad del tiempo (fig. 1), por lo que es la más antigua de las Moiras (Libro I, 22, 7, p. 121; I, 19, 2, p. 131). Otros atributos de la diosa con este epíteto son el orbe y el cisne (fig. 2-4). Platón argumentará en el Banquete, que esta Afrodita es vieja, más sabia y mejor porque, además, solo nació del hombre, sin mediación femenina; por lo que el amor que esta representa solo puede ir dirigido a lo mejor, a lo ideal, es decir, a los hombres: El otro, en cambio procede de Urania, que, en primer lugar, no participa de hembra, sino únicamente de varón –y es éste el amor de los mancebos-, y, en segundo lugar, es más vieja y está libre de violencia. De aquí que los inspirados por este amor de dirijan precisamente a lo masculino, al amar lo que es más fuerte por naturaleza y posee más inteligencia. (Platón, 385-370 a. n. e./1988, 1, 181c, p. 206). Fig. 1. Afrodita Urania, 430-420 a. n. e., mármol. Escultura ateniense de la diosa con un pie posado sobre una tortuga. Fig. 2. Pistóxeno, kylix ático de figuras rojas, ca. 470 a. n. e. Afrodita aparece sobre un cisne. Fig. 3. Moneda de la ciudad de Uranópolis, siglo III a. n. e. A la derecha aparece Afrodita Urania sentada encima de un orbe. En la otra cara de la moneda se representa la estrella de ocho puntas (planeta Venus) y la luna creciente, símbolos de la diosa Ishtar mesopotámica. Ishtar, al igual que Afrodita Urania, era la diosa del amor, la sexualidad y una divinidad celeste. Fig. 4. Christian Griepenkerl, Afrodita Urania como patrona de las artes, 1877-1878, óleo sobre lienzo. La diosa está entronada, muy similar a las representaciones de Pantocrátor. Con el torso descubierto, alza sus brazos sosteniendo un orbe. A cada lado unos ángeles infantes, Eros y Anteros, sostiene uno un instrumento musical y el otro una antorcha con una figurilla en la que se enrolla una serpiente, estos atributos son muy similares a los de Inanna. La Afrodita nacida de Zeus y Dione, correspondería con Afrodita Pandemo, la Afrodita “de todo el pueblo”, la común, la vulgar, vinculada con la naturaleza y la tierra, que representaría el amor físico y carnal, un amor más banal, que se produce hacia las mujeres y hombres poco inteligentes, con un fin meramente de satisfacer el cuerpo, representada bajo la forma de una diosa joven y que montaba sobre una cabra o carnero, por ser un animal de carácter amoroso (fig. 5 y 6): El Eros de Afrodita Pandemo es, en verdad, vulgar y lleva a cabo lo que se presente. Éste es el amor con el que aman los hombres ordinarios. Tales personas aman, en primer lugar, no menos a las mujeres que a los mancebos; en segundo lugar, aman en ellos más sus cuerpos que sus almas y, finalmente aman a los menos inteligentes posible con vistas sólo a conseguir su propósito, o despreocupándose de si la manera de hacerlo es bella o no. De donde les acontece que realizan lo que se les presente al azar, tanto si es bueno como si es lo contrario. Pues tal amor proviene de la diosa que es mucho más joven que la otra y que participa en su nacimiento de hembra y varón. (Platón, 385-370 a. n. e./1988, 1, 181b, p. 206). Fig. 5. Venus Pandemo, camafeo romano, ónix negro y ágata, siglo I-II a. n. e. Fig. 6. Charles Gleyre, Venus Pandemo, 1852, óleo sobre lienzo. Dentro del arte, ha sido más popular el origen de Afrodita desde el mar, denominándose a esta iconografía de la diosa Venus Anadiómena, “saliendo del mar”. La originalidad del nacimiento y la belleza que otorga hacerla salir de entre las aguas, ha sido un reclamo muy difícil de esquivar por los artistas, de ahí que sea más conocida la versión hesíoda. El nacer de entre las aguas también entronca con la renovación de la fertilidad y la sexualidad. Al igual que Inanna se bañaba cada día por la mañana y recuperaba su virginidad, Afrodita lo hacía cada primavera en Pafos, Chipre, lugar que la vio nacer, donde las Horas y las Gracias la ayudaban y la vestían tras el baño. El acto de vestirla, simbolizaba el renacer de Afrodita nuevamente como virgen, como vino al mundo por primera vez, esto era, como nuevamente fértil. En palabras de Harrison (1980): “La virginidad era para las gentes de la antigüedad, en su sabiduría, una gracia que no se perdía, sino que se renovaba eternamente; de ahí la doncellez inmortal de Afrodita” (p. 312). Además el agua se yergue como un elemento purificador, que vuelve el cuerpo de la mujer a un estado de doncella donde aún es fértil. Tiene un carácter revitalizante e íntimamente relacionado con la sexualidad femenina. Existen muchas obras ilustrando el relato y todas tienen puntos en común: Afrodita aparece completamente desnuda, normalmente tendida o recién salida de una concha y el agua la rodea; tiene otros personajes a su alrededor, la mayoría son erotes, las Tres Gracias y otros dioses menores y Nereidas (ninfas marinas). Fig. 7. El nacimiento de Venus, siglo I, fresco en la Casa de la Concha, Pompeya. La diosa aparece recostada sobre una gigantesca concha. Lleva el pelo recogido con una tiara, alrededor de su cuello, en muñecas y tobillos porta joyas doradas y, en torno a su cabeza, un velo ondea al viento a modo de aureola. A cada lado tiene dos cupidos, uno de ellos montado en un delfín. Fig. 8. Sandro Botticelli, El Nacimiento de Venus, 1482-1485, temple sobre lienzo. Céfiro empuja la concha de Venus hacia tierra mientras lleva entre sus brazos a Cloris, a la cual secuestró, violó y la hizo su esposa a la fuerza. A la derecha aparece una de las Horas con un collar de mirto, que llega apresurada con una tela para tapar a la diosa que, como las púdicas, tapa su pecho y sus genitales con ayuda de su larga cabellera. A su alrededor caen rosas, que fueron creadas en el mismo momento que Afrodita. Fig. 9. Antonio María Esquivel, El nacimiento de Venus, 1842, óleo sobre lienzo. Una inusual Venus con el cabello oscuro adopta la pose típica de las Venus púdicas, de pie sobre una concha que transportan unas nereidas. Tapa su pubis con un transparente velo rosado que parece que el viento se lo llevará en cualquier momento. Fig. 10. Eduard Steinbrück, El Nacimiento de Venus, 1846, óleo sobre lienzo. La diosa, tapada de cintura para abajo con una tela rosada, tapa su rostro de la luz del sol, mientras se eleva sobre sobre una concha. Su cabello largo y rubio, ondea libre por su espalda. A su alrededor se encuentran las Tres Gracias ataviadas igual que la diosa, arrodilladas ante ella en señal de adoración y unos cupidos juegan a su alrededor. Fig. 11. Alexandre Cabanel, El Nacimiento de Venus, 1863, óleo. La diosa, completamente desnuda, y con el cabello extremadamente largo y dorado, emerge de entre la espuma y las aguas. A diferencia de las otras representaciones, el artista prescinde de la concha. Se encuentra recostada, como si se acabara de despertar debido al ruido que hacen los erotes a su alrededor. Estos revolotean eufóricos y hacen tronar caracolas a modo de aviso del nacimiento de la diosa. Como tantos otros artistas decimonónicos, muestra a la mujer tendida, desnuda y vulnerable. La extensión de sus brazos y la contorsión del cuerpo permiten mostrarlo sin pudor, dando rienda suelta a la imaginación del espectador. Fig. 12. Gustave Moreau, Venus saliendo del mar, 1866, óleo sobre tabla. Única representación de los prerrafaelitas sobre este tema. Moreau muestra a la diosa completamente divinizada, con potencias a modo de aura alrededor de su cabeza. Su cabello rubio se confunde con algas y demás vegetación marina. A cada lado, una Nereida y un Tritón le ofrecen una concha con una perla y un coral, respectivamente. Fig. 13. William Adolphe Bouguereau, El Nacimiento de Venus, 1879, óleo sobre lienzo. La diosa acapara la atención, irguiéndose en el centro de la composición sobre la concha y mostrando por entero su cuerpo. Se atusa la larga cabellera rubia cobriza. Nereidas, Tritones y Cupidos revolotean a su alrededor admirándola. Los elementos y atributos identificativos de la diosa son las palomas y tórtolas blancas y el delfín, animales de aire y agua, lo que la convierten en dueña de cielo y tierra, al igual que su antecesora Inanna124; el arbusto del mirto y las rosas; la manzana y la concha125. Todo responde a distintos mitos que protagoniza (la concha su nacimiento o la manzana el juicio de Paris) o son símbolos de la fecundidad y el amor. Platón en el Banquete dice: “Todos sabemos, en efecto, que no hay Afrodita sin Eros” (Platón, 385-370 a. n. e./1988, 1, 180d, p. 205), y así ha sido siempre en la iconografía. Hay muy pocas representaciones amorosas de temática mitológica, y mucho menos si aparece Afrodita, en la que Eros no le acompañe. Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978) hace de Eros la cuarta fuerza en nacer en la Teogonía tras el Caos, Gea y Tártaro: “Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos” (vv. 120-123, , p. 76). Según Platón (385-370 a. n. e./1988), como Afrodita, había dos Eros que también representaban cada uno de los dos tipos de amor. Estas versiones consideran a Afrodita y a Eros como dos entes iguales, uno femenino y otro masculino que, en muchas representaciones artísticas, parecen más amantes que familia. La tradición posterior hacen de Eros hijo de Afrodita, una criatura traviesa que ella usa como instrumento para llevar a cabo sus enlaces con las saetas del dios. Esta doble vertiente, trae de nuevo el concepto “eterno de hijo- amante de la diosa que muere y resucita” (Baring & Cashford, 2005, p. 414), que posteriormente cogería el testigo Adonis. Fig. 14. Venus, desnuda, con Cupido sosteniendo una antorcha, años 140-160, escultura romana de mármol de Carrara, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Usa sus manos para cubrir su desnudez, como las púdicas. La antorcha se convierte en una metáfora de muerte, por lo que se trata de una escultura funeraria. 124 Esta hipótesis se ve reforzada con la distinción y oposición de Afrodita Urania y Afrodita Pandemo, la primera hija del cielo y la segunda conectada con la naturaleza y la tierra. 125 En griego, kteís, es la palabra que se utilizaba para los genitales femeninos, su traducción designa a la concha de la venera (Baring & Cashford, 2005, p. 407). Fig. 15. Jacopo Carrucci El Pontormo, Venus y Cupido, 1532-1534, óleo sobre tabla. Hecho a partir de un boceto de Miguel Ángel, que también haría su versión H. van der Broeck. La postura encarna la teoría platónica del amor dentro de cada ser humano: el amor terrenal conducido por los sentidos, el Pandemo, personificado por Cupido, y el amor celestial dirigido a lo divino, Urania, encarnado en Venus. Ambos luchan por tener el control de las flechas que provocan el deseo en los humanos. Fig. 16. Tiziano, Venus y Cupido con un perro faldero y perdiz, ca. 1550, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Venus, en postura yacente, con el cabello rubio y recogido, mira a Cupido, dejando ver un pendiente con perla adornando el lóbulo de su oreja. El perro simboliza la lealtad; la perdiz, la fertilidad y la lujuria; y las rosas, símbolos del amor. Fig. 17. Paolo Veronese, Venus y Mercurio presenta a Eros y a Anteros a Júpiter, ca. 1560, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Anteros está considerado otro hijo de la diosa, que se corresondería con el opuesto a Eros, pues él protegía el amor correspondido y castigaba a aquellos que rechazan el amor de otra persona. La diosa se muestra desnuda, con el cabello dorado recogido y decorando su cuerpo únicamente con un pendiente con una perla y un colgante que se enreda en su mano hecho de las mismas piedras. Fig. 18. Alessandro Allori, Venus y Cupido, ca. 1570, óleo sobre tabla. Inspirado en la obra de Miguel Ángel nuevamente. Muchas referencias al amor idílico: la pose reclinada, las tórtolas se picotean como si se besaran, el conejo, símbolo de fertilidad observando la escena. Se refleja, otra vez, la lucha de poder entre ambos amores. Venus le ha arrebatado las armas a Cupido y le inmoviliza el otro brazo, mientras el niño intenta recuperar el control. Fig. 19. Annibale Carracci, Venus con un sátiro y dos cupidos, 1587-1588, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Dejando ver su laborioso recogido decorado con perlas, Venus muestra su espalda y nalgas, en pose calipigia, mientras el resto de personajes se encuentran en sombras. El sátiro la mira con gesto lascivo. Fig. 20. Giovanni da San Giovanni, Venus consolando a Cupido, ca. 1630, óleo sobre tela. Esta inusual representación, muestra a Venus en un carácter mucho más maternal protagonizando una escena de tono doméstico. Cupido se cuelga de sus piernas mirando al espectador con gesto triste. Afrodita también hereda de la diosa mesopotámica Inanna la luna creciente (que posteriormente pasaría a ser de la Virgen María) y la estrella de ocho puntas que representa el planeta Venus. Es un hecho indiscutible que Afrodita proviene en gran parte de Asia Menor, puesto que los romanos ya no camuflaron la relación de ninguna manera, y bautizaron a su Afrodita con el nombre del astro que se había asociado a ella durante milenios: Venus. El color y forma del cabello de la diosa es, mayoritariamente, rubio y puede aparecer suelto, revelando una larga cabellera ondulada o recogido en un trenzado y decorado peinado con tiaras doradas o perlas. Desde que Botticelli la representó saliendo del mar en el siglo XV (convirtiéndose en la primera obra de temática únicamente mitológica126 desde la época grecolatina y el primer desnudo) se estableció el arquetipo renacentista de Afrodita, que perduraría a lo largo de los siglos posteriores, con escasas excepciones. Se recuperó el interés por los textos clásicos donde los autores describían a las grandes diosas con los cabellos rubios, de ahí que la tonalidad dorada se popularizase como símbolo de belleza incluso dentro de la sociedad (Bornay, 1994, p. 91). El cabello suelto le aporta a la diosa una sensación de libertad, belleza salvaje e intimidad, pues las mujeres solían mantener su cabello recogido en todo momento, exceptuando los momentos de la noche. El recogérselo y enjoyárselo (más común encontrarlo en escenas que no son de su nacimiento) denota poder, riqueza y autoridad. Las perlas eran piedras con un alto valor económico que muy pocas personas se podían permitir, debido a su rareza y elegancia. Esto, unido a las conchas y al mar con las que se vincula a Afrodita, hacía de ellas sus piedras preciosas perfectas. 126 Desde que el cristianismo se convirtió en la religión oficial, las escenas o simbología pagana acompañaban siempre en un segundo plano a la escena bíblica. Afrodita y, por consiguiente, Venus ha sido la diosa más representada en el arte occidental. La gran lista de epítetos que posee, donde cada uno le otorga características y aspectos diferentes, ha hecho que se pudiera explotar su imagen por sí misma de manera independiente cada uno de ellos. Así encontramos a Urania, Pandemos, Anadiómena, que ya se han citado; Púdica o de Cnido, donde Venus intenta taparse con sus brazos y manos los pechos y el pubis, pudiéndose ayudar de alguna tela o no, la diosa se prepara para su baño ritual de regeneración o justo tras salir de él, se atribuye la original a una pieza del heleno Praxíteles (fig. 25, 27 y 29); Afrodita agachada, la diosa se encuentra en cuclillas o arrodillada, preparándose para el baño o bañándose, acurrucada, se atribuye al escultor griego Doidalsas (fig. 22); Venus yacente, la diosa se encuentra reclinada en un diván o cama, en postura relajada y mostrando su desnudez, es muy típica de encontrarla en esta posición en muchísimas de las obras desde el Renacimiento (fig. 30-32 y 35); Calipigia, “bellas nalgas”, aparece con el peplo remangado dejando ver su trasero y la propia diosa se contorsiona para alcanzar a mirarse la espalda (fig. 21). Esta última postura es típica de encontrar desde el Renacimiento, utilizada para las Venus que dan la espalda mostrando sus nalgas al espectador, la cual era la parte del cuerpo femenino con mayor carga erótica por aquella época. Se convierte, pues, al igual que la Púdica, en un tipo de escultura o pintura con tono voyeur y las obras se reservaban para el ámbito privado (fig. 19). Además, la Venus Púdica, con sus manos dirigiéndose hacia su pubis, revelan la intención (en algunas obras) no de cubrirse, sino de masturbarse. El onanismo en general era condenable pero, el que realiza una mujer en particular, dejaba en evidencia la no necesaria presencia de un varón para satisfacer el apetito de una mujer, lo que era, doblemente, condenable. Así, la masturbación femenina también se convirtió en una actividad que suscitaba la curiosidad masculina (fig. 30). Fig. 21. Venus Calipigia, siglos II-I a. n. e., mármol blanco. Copia de un original del siglo III a. n. e. Algunos de estos epítetos de la diosa se volvieron universales y dejaron de referirse únicamente a representaciones de Venus, para convertirse en adjetivos que servían para definir la postura de cualquier mujer retratada, como fue el caso de la postura calipigia. Por otro lado, también se utilizó el nombre de Venus para referirse a mujeres que adoptaban las posturas típicas de la diosa, como la yacente; este es el caso de la Venus de Urbino (fig. 31). Fig. 22. Afrodita de Doidalsas, siglo I, mármol itálico, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Esta Afrodita agachada se prepara para el baño. Su cuerpo desnudo está decorado únicamente por un brazalete. Fig. 23. Venus, siglo I, mármol griego, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Lleva una larga túnica ajustada a su cuerpo pero, aunque vaya vestida, la tela es muy fina por lo que desvela todo el cuerpo de la diosa. Fig. 24. Fragmento de escultura romana de Afrodita, siglo I-II, mármol, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Figura de pequeño tamaño que muestra un atuendo muy decorado con Las Tres Gracias. Fig. 25. Venus de Cnidos, siglo I-II, mármol, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. Basado en la Afrodita de Cnidos del escultor griego Praxíteles del siglo IV a. n. e. Fig. 26. Venus, 100-150, mármol de Carrara, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 27. Venus Púdica, cuerpo esculpido en mármol de Carrara entre el año 100- 150, cabeza hecha en mármol griego ca. 150, Galería de los Uffizi. Fotografía propia. Fig. 28. Lorenzo di Credi, Venus, ca. 1490, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. La modestia de la pose, que recuerda a las púdicas, le hace diseño del griego Praxíteles, demuestra la importancia e influencia que tenía la escultura clásica para los renacentistas. Fig. 29. Escultor florentino, Venus Púdica, siglo XVI, mármol, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 30. Giorgione, Venus dormida, 1507-1510, óleo sobre lienzo. El artista decide retratar a la diosa con el cabello oscuro. Además, se muestra como ejemplo de onanismo femenino con la mano dirigida hacia su pubis. Este detalle genera una historia tras el cuadro, pues Venus se ha quedado dormida tras darse placer a sí misma. Fig. 31. Tiziano, Venus de Urbino, 1538, óleo sobre lienzo. Uno de los trabajos más aplaudidos del artista, recibe su nombre del Duque de Urbino, noble que compró la obra. No es Venus, sino una mujer noble que espera mientras sus doncellas le buscan la ropa para vestirla. El perro faldero es un símbolo de fidelidad, por lo que seguramente se trate de una mujer casadera, aun virgen, hecho que la hacía más deseable. Aparecen varios símbolos de la diosa como las rosas rojas que sostiene o el mirto en la ventana. Fig. 32. Tiziano, Venus recreándose en la Música, 1550, óleo sobre lienzo. El organista, completamente vestido, observa descaradamente a la diosa que se encuentra desnuda y distraída con un perro. El hombre es un reflejo de aquellos que la observaban desde fuera del cuadro, aquellos que se han deleitado con la desnudez de la mujer durante siglos. Fig. 33. Antonio Canova, Venus Itálica, siglo XIX, mármol, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. La diosa siendo sorprendida tras salir del baño. Fig. 34. Cabeza y busto de Afrodita, siglo XIX, mármol de Carrara. Escultura de artista moderno sin identificar. Está inspirado en el estilo helenístico de Afrodita. Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia Fig. 35. Lorenzo Bartolini, Venus yacente, 1820-1822, modelo de yeso para escultura de mármol para el Marqués de Londonderry. Copia de la Venus de Tiziano. Galería de la Academia, Florencia. Fotografía propia. Las Venus en el espejo también han sido una iconografía recurrente entre los artistas, pues permitía colocar el cuerpo femenino de la mujer que se consideraba que encarnaba el ideal de belleza en el arte, de espaldas, permitiendo la vista hacia las nalgas, o en otras posturas en las que no se viera el rostro plenamente, para que el espejo lo desvelase (fig. 36). Luego, otros artistas, como Velázquez, han jugado con el espectador y, en vez de otorgarle la visión de su rostro, este está borroso, para centrar la atención en el realismo del cuerpo de una mujer que pasaría como mundana, sino fuera por la presencia de Cupido dentro de la obra. Además, el artista prescindió de la característica tonalidad rubia para el cabello, así como del resto de los atributos de la diosa (rosa, mirto, perlas, palomas, delfines y cisnes). La poca definición en el rostro de Venus puede aludir al engaño que produce la belleza en el hombre (fig. 37). Fig. 36. Pedro Pablo Rubens, Venus en el espejo, 1614-1615, óleo sobre tabla. Fig. 37. Diego Velázquez, Venus en el espejo, 1647-1651, óleo sobre lienzo. Cupido se encuentra atado por las muñecas al espejo que sostiene para Venus, lo que genera una lectura añadida a la obra y es que, al contrario de lo que han dicho siempre los autores, la belleza prevalece y controla al amor. Esto puede entenderse como una crítica hacia la sociedad que se volvía cada vez más superficial o, al igual que el rostro borroso, cómo la belleza puede confundir. En cualquier caso, la iconografía de Afrodita/Venus ha sido una justificación para pintar y dibujar el cuerpo femenino desnudo, para hacer presente el sexo en el arte que, sobre todo desde el Renacimiento, el rol erótico de la mujer era pasivo y sumiso. Estas representaciones de las Venus tendidas, yacentes, recostadas, dormidas, etc., encienden el deseo masculino que es el que toma la iniciativa, mientras que la mujer se ofrece y espera, convirtiéndose en un objeto sexual (Bornay, 2020, p. 101). En tanto que en la mitología Afrodita era una diosa activa sexualmente, que perseguía y luchaba por sus amantes; en el arte se le ha relegado a una posición secundaria, donde cualquier hombre puede fantasear con ella sin consecuencias. Su cuerpo no le pertenece, es de los hombres, y estos tienen la potestad para hacer con él lo que quieran127. La diosa se convertiría, pues, en el antecedente 127 Uno de los ejemplos más extremos de este hecho es la utilización del término “Venus” y sus poses típicas, como la púdica, para generar modelos anatómicos de cera durante los siglos XVIII y XIX (Ballestriero, 2010). Esta exhibición ya no es solo de su cuerpo desnudo, si no de lo que hay por debajo de su piel, de todos sus órganos internos. El cuerpo de Venus traspasó las fronteras de la historia y el arte para invadir otros campos como la medicina. Otra prueba más de que el cuerpo de Venus es el de todas las mujeres, y, además, idealizado. La artista surrealista Leonor Fini se autorretrató en una obra denominada plástico de la iconografía de la decimonónica femme fatale. A pesar de que Afrodita no es un personaje que se incluya dentro de este estereotipo, la obra de Rossetti da margen a una fuerte ambigüedad de su imagen, ya que sincretiza iconografía de Venus, Eva y la Virgen María o una santa (fig. 38). Verticordia es un epíteto de la diosa que hace referencia a su poder de transformar los corazones, que elegirían antes el camino de la castidad y la virtud que el de la lujuria y el amor. Fig. 38. Dante Gabriel Rossetti, Venus Verticordia, 1868, óleo. Con un pecho descubierto, Venus no nace desde el mar, sino de entre rosas y madreselva, símbolos de fertilidad y el amor carnal, que recuerdan a la vegetación del Edén. Su abundante cabellera roja, que enmarca su feminidad y le otorga una fuerza salvaje y primigenia, le asemeja más al arquetipo de mujer fatal y peligrosa. En una mano sostiene su manzana de la Discordia o el fruto del Jardín; y en la otra una flecha que se interpretaría de Cupido, pero el epíteto hace dudar sobre si, en este caso, la flecha tiene el efecto contrario al mitológico o, por otra parte, pudiera simbolizar que Venus tiene en su poder atrapado el causante de la lujuria, que ya no atacará a los hombres. Toda esta ambigüedad se corona con un aura que rodea su cabeza, como si de una santa bíblica se tratara. Durante la Edad Media, Afrodita obtuvo muchísima simbología pagana: hijos eran todos aquellos que se abandonaban a la carne, el mes de abril estaba consagrado a ella, se impuso un día a la semana para Venus (el viernes), era regente de los signos del zodíaco de Tauro y Libra, y el cobre fue un metal que, dentro de la alquimia, pasó a pertenecerle (Elvira Barba, 2008, p. 237). Cuando se impuso el rechazo total y absoluto al sexo del cristianismo, Afrodita/Venus se convirtió en la personificación de la lascivia y la lujuria, pecado capital. De ahí nació la leyenda medieval de Tannhäuser, que se hizo popular de nuevo en Europa siglos más tarde, gracias a la ópera de Richard Wagner estrenada en 1845. A pesar de que la trama operística se mezcla con otros relatos, la leyenda como tal cuenta como el caballero Tannhäuser encontró Venusberg o Monte de Venus, reino y morada de Venus, donde los placeres de la carne gobernaban la voluntad de todos sus residentes. El caballero vivió durante un año allí, adorando a la diosa y abandonado al placer, hasta que decide marcharse. Arrepentido y lleno de remordimientos se encamina a Roma, donde el papa, escandalizado por su relato, le deniega la absolución de sus pecados, argumentando que sería mucho más fácil que a su báculo seco le salieran brotes. A los pocos días de la partida del caballero desde el Vaticano, el báculo florece y el papa manda buscar a Tannhäuser para concederle el perdón. Pero el caballero jamás fue hallado pues había vuelto con la diosa. Mitológicamente, nada tenía que ver esta diosa con la Afrodita clásica. Iconográficamente, esta leyenda permitió transformar devuelta a la diosa de sujeto pasivo en el arte a una mujer que causa la perdición en los hombres o mostrarla esclava de sus apetitos sexuales, tal y como fue considerada Ishtar para los finiseculares. En la obra de Ángel de la Anatomía (1949), donde aparece su cuerpo descarnado, cuya finalidad era romper los vínculos entre el cuerpo femenino y la maternidad. Burne-Jones (fig. 39), Venus aunaría estas dos vertientes: manteniendo la renacentista y barroca dejadez del cuerpo femenino, que espera a la llegada del hombre; aparece la enferma perpetua que languidece y se muestra débil por amor, que parece que pierde la salud porque no satisface su apetito sexual tras la marcha de Tannhäuser. Fig. 39. Edward Burne- Jones, Laus Veneris, 1873-1878, óleo. Basada en la leyenda de Tannhäuser, Venus se ha quitado la corona y su rosa ha caído al suelo, denotando su aspecto enfermizo. Las doncellas a su lado, tocan música en un intento fallido de sacar a su diosa de su estado ausente. Los amores de Afrodita han sido uno de los temas que más interés ha suscitado, como no podía esperarse de otra manera de la diosa del amor. Casada con Hefesto, hijo de Hera y Zeus según Homero en la Ilíada, que fue lanzado del Olimpo por su padre, después de que descubriera que Hefesto había liberado a su madre, que estaba encadenada por su marido tras una discusión (ca. 762 a. n. e./1978, Canto I, v. 590, p. 13). Según Hesíodo, el dios del fuego y los artesanos, nació por partenogénesis de Hera que, comida por celos tras haber nacido Atenea de la cabeza de Zeus, quiso engendrar ella sola también un hijo (ca. 715 a. n. e./1978, vv. 925-930, p. 110). Horrorizada por la fealdad que había salido de ella, lo lanzó Olimpo abajo. En cualquiera de los casos, la caída le dejó lisiado de por vida. Como venganza, Hefesto atrapó a Hera en un trono mágico y le prometió que no la liberaría hasta que no le fuera otorgada la mano de la diosa de la belleza. Otra versión, asegura que fue Zeus, en su temor a que se librasen batallas entre los dioses por la belleza de Afrodita, que la casó rápidamente con el más ecuánime y menos atractivo de todos ellos, Hefesto. Este, en su amor y devoción a su esposa, a pesar de que jamás tuvieron descendencia, la colmaba de joyas y demás enseres que el propio artesano creaba, siendo el favorito de la diosa un cinturón que la hacía irresistible (más todavía) para los hombres. Es bastante esclarecedor cómo funcionaba la sociedad griega que ni la propia diosa del amor podía escoger marido. Como, evidentemente, Afrodita no amaba a Hefesto y los aqueos consideraban al amor un ente libre, la diosa jamás le fue fiel y tuvo numerosos amantes. Ya Hesíodo la hace amante de Ares, dios de la guerra violenta, con quien engendró a Harmonía, Fobos (Miedo) y Deimos (Terror o Dolor). Estos dos últimos acompañaban a su padre en las batallas, imbuyendo a los guerreros de esas emociones (ca. 715 a. n. e./1978, vv. 934-938, pp. 110-111). Muchos autores consideran que el amor y la guerra son actos que van de la mano, pues ambos son personificaciones de impulsos elementales e inherentes al ser humano, por eso Ares era el amante favorito de la diosa. Históricamente, al ser heredera directa de Inanna, que aparte de ser diosa del amor sexual y la fertilidad, lo era de la guerra; Afrodita, que fue despojada de ese atributo, no se le alejó mucho y le fue dado a una figura masculina, mucho más acorde con el pensamiento heleno patriarcal. Si ya la sociedad grecolatina entendía que dejarse seducir por una mujer, era ser vencido por esta; la derrota de Ares/Marte ante Afrodita/Venus se convierte en una alegoría de la paz, pues la guerra ha sido vencida por el amor. En la Odisea se relata como Ares siempre apostaba a su secuaz, Alectrión, en la puerta de la alcoba para que le avisase al despuntar el día, pues Helios, el Sol, podría verles y avisar al esposo cornudo; pero Alectrión se quedó dormido y salió el sol. Helios, que todo lo ve mientras surca con su carro el cielo, los vio y avisó a Hefesto del adulterio. El dios del fuego, en sus celos, tejió como buen artesano, una red invisible con la que poder atraparlos en pleno acto sexual en su lecho. Hefesto los atrapó con su red, tras fingir que se marchaba del hogar, y llamó al resto de dioses para que los humillaran y castigaran. A Zeus le pidió que le devolviera la dote que pagó por su hija y de Ares se esperaba que pagase la multa por adulterio. Las diosas no acudieron a la llamada de Hefesto por vergüenza, pero los dioses sí y, en vez de burlarse, comenzaron a alabar la belleza de Afrodita y a decirse, entre bromas, que se cambiarían gustosamente con Ares. Hefesto, furioso, no les dejó ir hasta que no se le fue prometido que se pagarían los agravios; pero tan pronto como levantó la red, ambos amantes escaparon (Afrodita se dirigió a su baño en Pafos, donde recuperaría su honor y se libraría de la vergüenza) y no hubo castigo alguno. Ares, por su parte, castigó a Alectrión convirtiéndolo en gallo, para que avisara de la salida del sol hasta el final de sus días (Homero, siglo VIII a. n. e./1927, Canto VIII, vv. 266-367, pp. 355-357). Según Ovidio, Venus toma represalias hacia el Sol por haberles delatado y le hace enamorarse de la mortal Leucótoe pero, después de violarla, Clitia, una ninfa enamorada del Sol y terriblemente celosa, se lo cuenta al padre de ella que la castiga enterrándola viva. El Sol dispersa la tierra sobre su cuerpo a fin de liberarla, pero Leucótoe yace muerta. Clitia, como fue otra vez rechazada por el Sol, se sentó durante días a contemplarle en su recorrido por el cielo sin alimentarse nada más que del rocío y sus lágrimas. Su cuerpo empezó a echar raíces y ella se convirtió en un girasol, que aún hoy, sigue con su mirada a su amado (Ovidio, ca. 9/1983, Libro IV, vv. 190-270, pp. 79-80). Una vez más, la venganza de los dioses se cobra más vidas inocentes que a los que se pretendía castigar. Dentro del arte, el pasaje de Afrodita y Ares ha sido de los más representados. Hay quienes se han deleitado recreando la escena íntima de los dos amantes y otros que han preferido ilustrar el momento de la llegada del marido. Cupido o Eros suele ser un elemento perenne en la escena, que bendice la unión entre los amantes, hecho que sucede en muchas representaciones de parejas. Fig. 40. Marte y Venus, siglo I, mosaico en la Casa de Marte y Venus, Pompeya. Las teselas que forman este mosaico apenas llegan a medir un milímetro de tamaño, por lo que, visto en la lejanía, imita a una pintura al fresco. Los Cupidos juegan en la escena, uno con la espada y otro con el casco de Marte. Fig. 41. Venus y Marte, siglo II, mármol griego, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. El tamaño enorme del grupo sugiere que tuvo un propósito funerario, retratando a un matrimonio que deseaba identificarse con los míticos amantes. Era común entre los acaudalados solicitar a los artistas que pusieran sus rostros en los personajes que aparecieran en las obras. Fig. 42. Sandro Botticelli, Venus y Marte, ca. 1483, temple y óleo sobre madera de álamo. Una Venus rubia e inusualmente vestida y despierta, en contraposición con el desnudo y dormido Marte, acapara toda la atención, acentuado por la mirada que le dirige uno de los sátiros. El grupo de faunos está jugando con las armas del dios. Las figuras forman un triángulo invertido, símbolo de la mujer que, en este caso, ha vencido y prevalece. Fig. 43. Venus, Marte y Cupido, finales del siglo XVI, relieve, Museo del Bargello, Florencia. Fotografía propia. Los amantes se encuentran en el lecho, junto a Cupido. Fig. 44. Tiziano, Marte, Venus y Cupido, ca. 1530, óleo sobre lienzo. Los amantes se besan, pero el artista le otorga todo el protagonismo a la diosa de cabellera dorada, que tapa sus genitales con su pierna flexionada, al colocarla en el centro de la composición. Cupido revolotea a su alrededor armada con su arco y flechas. Fig. 45. Tintoretto, Venus y Marte sorprendidos por Vulcano, ca. 1551, óleo sobre lienzo. Un despistado Vulcano levanta el paño que le cubre los genitales a su esposa, buscando allí al amante que, en realidad, se encuentra tras él bajo la cama. Cupido permanece dormido y completamente ajeno a la escena, pues su labor ya ha concluido. Fig. 46. Paolo Veronese, Venus y Marte, ca. 1570, óleo sobre lienzo. La pareja mira a Cupido que está atando sus piernas con lazo rosado. Venus, completamente desnuda, a excepción de un paño que sostiene Marte que le tapa el pubis, se agarra un pecho que expulsa leche. Su cabello está cuidadosamente recogido y las perlas que lo decoran junto a su cuello, denotan el alto rango de la rosa. Fig. 47. Agostino Carracci, Venus y Marte, 1600, fresco en el Palazzo del Giardino, Palma. Cupido, embelesado, mira a los amantes apoyado en su carcaj vacío. La diosa mira amorosamente a su amante que parece acabar de llegar pues aún no se ha despojado ni de sus armas. Las mujeres de la derecha sería las y, una de ellas, sostiene una cocha, símbolo de Venus, con tres perlas en su interior. Fig. 48. Joachim Wtewael, Marte y Venus sorprendidos por Vulcano, 1601, óleo sobre cobre. En esta abarrotada escena, Vulcano tiende o retira la red de los amantes, que se encuentran desnudos. Venus agacha la cabeza, avergonzada, mientras que el resto de dioses y diosas levitan en torno a ellos alborotados. Fig. 49. Pedro Pablo Rubens, Los horrores de la guerra, 1637-1638, óleo sobre lienzo. Venus, desnuda y rubia, agarra como puede a Marte, intentando detener la masacre y el dolor que está provocando a su alrededor. Rubens muestra lo que consigue el amor cuando apacigua y controla a la guerra. A su izquierda, aparece retratada su hija Harmonía. Fig. 50. Luca Giordano, Marte y Venus sorprendidos por Vulcano, 1670, óleo sobre lienzo. Venus, rubia, con el cabello trenzado está abrazada a un Marte que mira con enfado al marido. Los amantes están enredados entre las redes de Vulcano y Venus mira a lo alto, desde donde observan el resto de olímpicos. Cupido duerme ajeno a todo. Fig. 51. Louis-Jean-François Lagrenée, Marte y Venus, Alegoría de la Paz, 1770, óleo sobre lienzo. Marte observa con cariño a una Venus dormida plácidamente y con una sonrisa en los labios. Las palomas juegan con los utensilios del dios, mientras una lleva una ramita de olivo. El amor ha vencido a la guerra, trayendo la paz. Fig. 52. Jacques-Louis David, Marte desarmado por Venus, 1824, óleo sobre lienzo. Esta escena muestra a la pareja sobre un diván en una construcción celeste. Marte, desnudo, sostiene aun sus armas, aunque parece que la espada se la tiende a alguien. Venus, de espaldas y desnuda, va a coronarlo con rosas, símbolo de su inminente redición ante los placeres de la carne. Cupido desata la sandalia del dios, mientras que dos palomas besan sus picos y tapan sus genitales. Las Tres Gracias se encuentran tras ellos, cada una haciendo una acción sin sentido. Una sostiene el arco y escudo de Marte mientras mira directamente al espectador. Otra le sirve una copa al dios que no puede coger, pues no tiene las manos libres. Y la tercera se lleva su casco para colocarlo no se sabe dónde. Fig. 53. Alexandre Charles Guillemot, Marte y Venus sorprendidos por Vulcano, 1827, óleo sobre lienzo. Un dios de la guerra joven y completamente vestido, mira desafiante al espectador, mientras agarra el cuerpo de Venus. Esta se encuentra completamente desnuda (siendo lo más llamativo de la obra: la blancura y delicadeza de su piel), con una pequeña diadema dorada en su cabello recogido del mismo tono y utiliza un mechón de su cabello para tapar su rostro, como si estuviera avergonzada. Vulcano sostiene la red que los cubre con mirada malhumorada. El resto de dioses, incluidas las diosas, miran y señalan a la pareja desde lo alto del cielo. Abajo a la derecha hay dos palomas blancas que entrechocan sus picos, como si se besaran. Adonis fue otro de los amantes de la diosa más populares dentro del imaginario, esta vez, un mortal. Su nombre, que significa simplemente “señor”, procede del título que se le otorgaba a Tamuz, amante acadio-babilónico de Ishtar. El nacimiento de Adonis fue, cuanto menos, divino y dramático. Esmirna o Mirra, hija del rey Cíniras de Chipre (Hesíodo la hace hija de Fénix, rey de Biblo, y Paniasis, hija Tías, rey de los asirios) se negó a venerar a Afrodita. Esto, evidentemente, hirió el orgullo de la diosa que hizo que Esmirna se enamorara de su padre. Durante doce noches se coló en los aposentos de su padre sin dejar que la viera. Esmirna se quedó encinta y, cuando el rey descubrió el origen incestuoso de su hijo-nieto, persiguió a su hija espada en mano hasta más allá del palacio. Cuando el rey alcanzó a Esmirna en lo alto de una colina, la joven imploró a los dioses ser invisible. Las divinidades la oyeron y convirtieron en la planta de la que coge su nombre, el árbol de mirra. La espada cayó sobre el árbol, partiéndolo en dos, pero madre e hijo sobrevivieron. Tras el proceso natural de gestación, del hueco nació Adonis. La diosa del amor, fascinada por la belleza del niño, lo acogió, lo introdujo en un cofre para que ningún otro dios lo viera y se lo entregó a Perséfone, reina del inframundo, para que lo cuidara y protegiera de la ira del rey. Perséfone, no aguantó la curiosidad de ver cuál era el contenido del cofre y halló al mortal más bello que jamás había existido. Así, la diosa le cuidó y, cuando se hizo adulto, lo convirtió en su amante. Cuando Afrodita descendió al Inframundo, como Inanna, para ir en busca de su amado, Perséfone se negó a devolvérselo. La diosa del amor se quejó ante Zeus y este decidió dividir el año en tres partes: una la pasaría con Afrodita, otra con Perséfone y la tercera solo o con quien él quisiera (en otra versión Zeus le cede el juicio a la musa Calíope). Finalmente Adonis decide pasar esa tercera parte también con la diosa del amor (Apolodoro, siglos I-II/1987, Libro III, XIV, 183, 4, pp. 104-105). Tras este desenlace, feliz para la diosa, Adonis, que solía salir de caza, fue alcanzado por un jabalí y le dio muerte. Apolodoro solo expone su muerte prematura, pero otros autores decidieron ahondar en el drama. Algunos defienden que fue Ares, lleno de celos, el que envió el jabalí o que era él mismo transformado. Otros que el animal lo controlaba Ártemis, que deseaba vengarse de Afrodita porque ella le quitó a su favorito, Hipólito (Grimal, 1989, p. 268). Ovidio también narra la historia de Adonis aportando otra perspectiva. Mirra recibe esa pasión hacia su padre Ciniras no de Afrodita, sino de un tronco infernal y una de las Furias. La hija intenta negar lo que siente hacia su padre y se culpa incesantemente. Una noche, intenta ahorcarse pero su nodriza lo evita. Entre lágrimas, Mirra le acaba confesando a su nodriza los motivos que la llevan al suicidio y, a pesar de que la criada se muestra contraria a tal amor, le acaba diciendo que se deje llevar por él con tal de que no vuelva a intentar quitarse la vida y le ofrece su ayuda. Durante la festividad de Ceres en la que su madre permanecerá ausente, la nodriza aprovecha que Ciniras estaba ebrio para ofrecerle a una virgen que él acepta sin saber su identidad en plena oscuridad. Tras las sucesivas noches en las que se producen las relaciones, Ciniras no aguanta la curiosidad de saber quién es su amante y enciende una luz, descubriendo a Mirra. El rey, aterrado y lleno de dolor, la acomete con su espada, pero la joven huye y permanece huyendo durante los siguientes nueve meses. Se detiene en Sabea, cansada por el peso de su vientre, y pide a los dioses que la quiten tanto del mundo de los vivos como de los muertos por su crimen. Así, la transforman en el árbol de la mirra. Cuando el bebé pugnaba por salir, se persona la diosa de los nacimientos romana, Lucina, que abre la corteza y aparece un niño roto en llanto igual de bello que Cupido. Muchos años más tarde cuando Adonis crece, Cupido y Venus se estaban besando cuando el dios asaetador le clava una de sus flechas en el pecho sin querer a la diosa y esta sucumbe a la belleza de Adonis. Como él era aficionado a la caza, Venus le sigue por entre los bosques vestida como Diana, pero no quiere ir detrás de las grandes bestias, como los leones, jabalíes, osos y lobos, e incita a Adonis a que tampoco lo haga contándole la historia de Atalanta e Hipómenes128. Pero, cuando la diosa se marcha 128 Atalanta era un joven cazadora que se había consagrado a la diosa Ártemis, por tanto, también había consagrado su virginidad a ella. Para evitar a los pretendientes que no paraban de llegar, Atalanta estableció una norma: si conseguían vencerla durante una carrera (sabiéndose ella más veloz que ellos), entregaría su mano; en cambio, si ella ganaba, ellos hallarían la muerte. Así, pasaron muchos hombres que perecieron, hasta que llegó Hipómenes, que urdiendo un ardid con Afrodita, le tendió una trampa a Atalanta. La diosa de amor, disconforme con que otra mujer no se entregara al amor, le dio a Hipómenes tres manzanas doradas que debía ir dejando caer al suelo para que Atalanta las recogiera. La cazadora consiguió recuperar dos de ellas y seguir sobrepasándole pero, a la tercera, Afrodita hechizó la manzana para que Atalanta se entretuviera más. De esta manera, Hipómenes la venció y Atalante se casó con él. Quizá por mediación de Afrodita, la pareja consiguió amarse y mantenían relaciones sexuales con bastante asiduidad. Pero Hipómenes no pagó su tributo a la diosa en agradecimiento, y Afrodita aprovechó que habían entrado dentro de un templo de la diosa Cibeles a descansar, para insuflarles una lujuria incontenible que les llevó a tener relaciones irreverentes dentro del templo. Cibeles, montó en cólera y, como castigo, les convirtió en leones macho y les enganchó a su carro para que tiraran de él por toda la eternidad (Ovidio, ca. 9/1983, Libro X, vv. 560-707, pp. 208-210). Como leones ya jamás pudieron volver a acostarse el uno con el otro, y así se refleja en las representaciones en su carro tirado por cisnes, Adonis hace oídos sordos y, en su cacería es herido de gravedad por un jabalí. Venus le oye gemir y gritar y vuelve a su lado, para verle morir entre sus brazos. Promete que creará un culto en su honor y anualmente se recreará una ceremonia con su muerte y el lamento de ella. La sangre de Adonis se transformó por obra de la diosa en la flor de Adonis annua o anémona, una flor roja como la sangre que solo florece una vez al año (Ovidio, ca. 9/1983, Libro X, vv. 298-739, pp. 203-211). Las tonalidades rojizas serán las predilectas para retratar a Adonis en el arte, sobre todo en el contexto de su muerte. En ambas historias se establece un ciclo de vida, muerte y renacimiento protagonizado por Adonis y hecho realidad por mediación de la diosa del amor y la fertilidad. El culto a Adonis fue real y seguramente entrara en Chipre a través de los ritos anuales que se hacían a Dumuzi/Tamuz en Fenicia, puesto que ambas tierras están separadas por menos de 100 km. De hecho, en los ritos a Tamuz se quemaba mirra. En Egipto también Isis traía de entre los muertos a su esposo Osiris anualmente: La ciudad más antigua de Fenicia era Biblos; en ella, como en Chipre, se celebraban ritos de Adonis. Isis se fue hasta Biblos en busca de su Osiris, cuyo cuerpo estaba envuelto entre las ramas del árbol ericáceo, también consagrado a Adonis. De hecho, la propia celebración de los ritos de Osiris y Adonis se parecía tanto que incluso en Chipre ambas figuras llegaron a ser asimiladas la una a la otra. (Baring & Cashford, 2005, p. 410). Por continuar la analogía, ya se ha expuesto que Adonis significa “señor”, y Dumuzi y Tamuz, “hijo fiel” en cada una de sus lenguas (Langdon, 1914); los tres murieron, resucitaron y se convirtieron en el arquetipo de hijo-amante de la diosa. Para las civilizaciones actuales occidentales donde el cristianismo es la religión predominante, es inevitable pensar en el Dios cristiano, el cual murió, resucitó, es hijo-amante de la mujer epicentral de sus creencias, María; y se refieren a una parte de su trinidad, Jesucristo, como “hijo fiel” al Padre, mientras que al conjunto triple del dios, se le nombra como el Señor. Fig. 54. Sebastiano del Piombo, Muerte de Adonis, 1511-1515, óleo sobre lienzo. Se encuentran en una laguna veneziana pues pueden verse los palazzos en el fondo. Cupido señala el cadáver de Adonis y Venus, con el cabello castaño, arruga el rostro recibiendo la noticia. de Cibeles en su carro, donde los felinos nunca se miran, como es el caso de la fuente de la diosa que da nombre a la plaza en Madrid, capital española. Fig. 55. Tiziano, Venus y Adonis, 1554, óleo sobre lienzo. Cupido duerme al fondo con su arco y flechas colgados tras la travesura que le valdrá a su madre tanto dolor. Ella intenta retener a su amado en un abrazo, del que Adonis se deshace. Este pasaje no existe en los textos y gustó mucho en la época por ello y por la postura escogida para Venus de papel activo y enseñando sus nalgas al espectador, pose que será repetida infinidad de veces tras él. Fig. 56. Paolo Veronese, Venus y Adonis, ca. 1580, óleo sobre lienzo. Adonis yace dormido sobre el regazo de la diosa que mira al perro que avisa de la muerte inminente de su amante. El rostro de Venus revela, por su principio de expresión de horror, que acaba de comprender el mal augurio. Ella tiene su pelo rizado recogido y su cuello está decorado por perlas. Como única vestimenta lleva una tela azula que le cubre el tren inferior. Fig. 57. Annibale Carracci, Venus, Adonis y Cupido, ca. 1590, óleo sobre lienzo. Cupido pincha la piel de Venus y mira al espectador haciéndole cómplice de su travesura. Es, pues, la primera vez que Venus ve a Adonis y se enamora de él, según Ovidio. La diosa está desnuda, con su cabello rizado y dorado delicadamente recogido entre trenzas y tiras de perlas. Fig. 58. Girolamo Macchietti, Venus y Adonis, siglo XVII, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. La diosa, completamente desnuda, abraza a un Adonis vestido. Entre ambos duerme Cupido, descansando. Fig. 59. Pedro Pablo Rubens, Venus y Adonis, 1614, óleo sobre tabla. La diosa, rubia, con el cabello recogido y decorado por una tiara dorada, abraza a Adonis, vestido de rojo, intentando hacer que no se separe de ella. Rubens añade el carro tirado por cisnes de la diosa que ella usará el día de la muerte de él. Fig. 60. Pedro Pablo Rubens, Venus y Adonis, primera mitad del siglo XVII, óleo sobre tela. Misma situación que la obra anterior, incluido Cupido, que se aferra a la pierna de Adonis en un intento de que no se aleje de Venus. Contrasta la diferencia entre las tonalidades de piel de ambos. Fig. 61. Pietro Paolo Bonzi, Venus y Adonis, ca. 1625, óleo sobre pizarra. Los amantes aparecen desnudos y envueltos en una capa roja que augura el destino de Adonis. Un Cupido les acompaña bendición la unión. Fig. 62. José de Ribera, Venus y Adonis, 1637, óleo sobre lienzo. Momento de la llegada de la diosa ante el cadáver de su amado que está envuelto en tela roja, simulación de su sangre. Ella, sorprendentemente, está completamente vestida y porta una corona de flores. Fig. 63. Francisco de Goya, Venus y Adonis, 1771, óleo sobre lienzo. Dos mundos completamente distintos el del fondo oscuro y las figuras luminosas y con mantos pintados en tonalidades saturadas. Adonis, envuelto en rojo sangre, yace muerto a los pies de la diosa que llora su pérdida. Fig. 64. Antonio Canova, Venus y Adonis, 1794, mármol. Este delicado grupo escultórico muestra a la pareja completamente desnuda en mitad de un abrazo lleno de caricias, a excepción de una hoja de parra para los genitales de él y una tela para los de ella. Tras ellos, se sienta el perro de caza de Adonis. Como diosa bajo el influjo del poder de Zeus, este le insufló pasión por el mortal Anquises, como una especie de venganza por hacerle a él encapricharse de mortales. Afrodita se mostró ante él con apariencia mortal y, aunque Anquises sospecha que se trata de una diosa, ella lo niega rotundamente para no espantarle. Tras el coito, Afrodita se muestra ante él con toda su divinidad (fig. 65) y el mortal, aterrorizado, le contesta: Pero te suplico, por Zeus egidífero, que no me dejes impotente habitar vivo entre los hombres, sino apiádate de mí, puesto que no llega una vida vigorosa el varón que yace con diosas inmortales. (Homero, siglo VII a. n. e./1978, Himno V, vv. 186-190, p. 194). Heredando la tradición de viudas negras de Inanna, el mortal teme quedarse impotente tras haber yacido con ella. Este temor de los hombres se extendería a lo largo de los siglos, imbuyendo de ese poder a las vaginas de las mujeres fuertes, independientes y liberadas sexualmente, como la diosa. Evidentemente, Afrodita le contesta que eso no sucederá, pero le augura la descendencia que tendrán ambos: Eneas, rey de Troya, futuro fundador de Roma y protagonista de la Eneida de Virgilio, que fue hecho dios por su madre (Ovidio, ca. 9/1983, Libro XIV) (fig. 66). Fig. 65. William Blake Richmond, Venus y Anquises, 1889, óleo sobre lienzo. La diosa, completamente iluminada y acaparando toda la atención, se muestra dorada y pálida ante Anquises, el cual está agazapado, con la piel mucho más oscura que ella y una túnica roja. Alrededor de Venus florece un rosal y revolotean palomas blancas. La pareja de leones mansos recuerda a los leones en los que se transformaron Atalante e Hipómenes, podría hacer referencia a ese otro pasaje de las Metamorfosis, o simbolizar el poder, el amor correspondido y la pérdida de la ignorancia por parte de Anquises. Fig. 66. Merry-Joseph Blondel, La deificación de Eneas, ca. 1820, óleo sobre lienzo. La diosa, ataviada con un velo azul y con Cupido aferrado a ella, vierte el néctar inmortal sobre su hijo. La diosa tiene su cabello rubio y rizado recogido y levita entre delicado humo con una refulgente estrella sobre su cabeza. La lista de amantes y descendientes de la diosa es más extensa: con Hermes tuvo a Hermafrodito; con Dioniso, a Himeneo y Príapo; con Poseidón, a Rodo; con Butes, a Érice y con Faetón, a Astínoo. Otro pasaje mitológico en el que Afrodita es eje neurálgico de los hechos que se desarrollan es el juicio de Paris. Estando en las bodas de Tetis y Peleo, Eris, diosa de la discordia, decidió vengarse por no haber sido invitada, y arrojó una manzana de oro en el banquete con la inscripción , “para la más bella”. Tres de las diosas allí presentes, Hera, Atenea y Afrodita, comenzaron a discutir por la manzana y Zeus intervino en su disputa. Como sabía que escogiera a la que escogiera, se ganaría el odio y la ira de las otras dos, eligió a un mortal inocente para que tomara la decisión, creyendo que así sería un juicio imparcial y justo. Así, apareció Paris (o Alejandro, según Apolodoro (siglos I- II/1987, Libro III, XII, 5, 150, p. 99)), el príncipe de Troya abandonado que fue criado como un humilde pastor, al que Hermes fue a buscar para llevarlo al banquete. Mientras Paris meditaba sobre sus opciones, las diosas comenzaron a ofrecerle regalos a cambio de ser las elegidas. Hera le prometió ser el soberano de todo el mundo; Atenea, que sería un soldado imbatible en batalla y jamás perdería una; y Afrodita le juró el amor y la mano de la mujer más hermosa del mundo, Helena. Según las versiones, además, hay quienes escriben que todas se desnudaron ante el mortal para que admirara la belleza de sus cuerpos en su plenitud; otras, que solo se desnudó Afrodita; y, en las menos divulgadas, que ninguna de ellas lo hizo y, simplemente, escogió en base a los sobornos. En cualquiera de los casos, sea por la belleza real de su cuerpo, por ser la única que se mostró al mortal nublando su juicio, o porque su chantaje fue el que más sedujo a la ambición de Paris, Afrodita fue la escogida. Esta elección convirtió a Helena de Esparta en el objeto de deseo del príncipe-pastor, pasando a conocerse como Helena de Troya al ser raptada o al huir voluntariamente con Paris. Este rapto desencadenó la Guerra de Troya, donde Afrodita favoreció al bando de los troyanos y Hera y Atenea, a los aqueos, entre otras muchas divisiones de los dioses (Apolodoro, siglos I-II/1987; Homero, ca. 762 a. n. e./1999). La manzana se convirtió en un atributo de Afrodita, así como en un símbolo de madurez y fertilidad (Elvira Barba, 2008, p. 236). Durante el periodo griego no es habitual encontrar a las diosas desvestidas, esta será una tradición que irá normalizando Roma, que empezaría mostrando desnuda a su diosa del amor y la belleza. En la Edad Media, resuenan más las alegorías de las diosas (poder, éxito bélico y amor) que su representación en sí como diosas paganas. Con la llegada del Renacimiento, este episodio se convirtió en una excusa más para retratar a mujeres desnudas, siendo habitual encontrar también sin prendas a la prohibida Hera, esposa del dios supremo, y a Atenea, la incorruptible y asexuada. Es inabarcable la cantidad de obras que se han creado con este pasaje a lo largo de los siglos que, al contrario que otras figuras o escenas, nunca ha caído en el olvido ni se ha cesado de explorar y representar una y otra vez, incluidos en los siglos XX y XXI. Fig. 67. Cerámica de figuras rojas, siglo V a. n. e. Afrodita recibe la manzana. Tras ella, Atenea y Hera se miran. Todas se encuentran vestidas. Fig. 68. Mosaico del juicio de Paris hallado en Cástulo, siglo II. La diosa del amor es la única que muestra su desnudez y tiene más movimiento frente a las figuras hieráticas de sus compañeras. Fig. 69. Mosaico del juicio de Paris hallado en Itálica, España, siglo II. Venus es la única de todas las diosas que se encuentra en actitud de desvestirse, mostrando así, su cuerpo. Fig. 70. Mosaico del juicio de Paris hallado en Antioquía, siglo II. Venus es la única que, como vencedora, se encuentra sentada bajo Cupido, vestida de blanco, lo que establece su estado de doncella, haciendo de ella aún más irresistible. Fig. 71. El Juicio de Paris, 1430, pintura italiana, detalle. Las diosas se muestran como damas de la corte, sin atributos característicos que las diferencien unas de otras. Fig. 72. Apollonio di Giovani, Juicio de Paris, 1450-1460, miniatura, detalle. Todas desnudas, mientras que Afrodita tiene un tocado de alas doradas de ave y acepta la manzana. Fig. 73. Sandro Botticelli, Juicio de Paris, 1483-1485, óleo, detalle. Las diosas, diferenciadas por sus cromatismos, se muestran vestidas. Afrodita acepta la manzana vestida de blanco. Fig. 74. Rafael Sanzio, El Juicio de Paris, 1515, fresco, detalle. Este dibujo expone la desnudez de todas las diosas generando un estudio de la anatomía femenina. Fig. 75. Lucas Cranach, El Juicio de Paris, 1528, óleo sobre tabla. Mientras que Paris y Hermes, los hombres de la escena, visten con armadura y atuendos que les cubren por completo, las mujeres se encuentran completamente desnudas y sin atributos, haciendo imposible de discernir quien es quien (se puede deducir que la figura central es Venus por ser a la que señala el Cupido del cielo, mientras que también podría ser la que se dirige a Paris y habla con él). La razón de esta generalización subraya la dificultad del pastor por decidirse. Fig. 76. Juan de Juanes, El Juicio de Paris, ca. 1540, temple sobre madera. Afrodita, en el centro, sostiene su túnica rosada y una flecha de Cupido. Paris la mira fijamente y la señala con el dedo, ignorando a Hera que mira con deseo la manzana y le tiende la mano. Fig. 77. Pedro Pablo Rubens, El Juicio de Paris, 1636, óleo. Hermes sostiene la manzana, mientras que Paris mira pensativo los cuerpos de las diosas. Estas destacan por la palidez de sus pieles. Afrodita es la figura del medio, la cual está siendo abrazada por Eros, tiene una aura de luz en torno a su cabellera (más rubia que las demás), y está a punto de ser coronada como vencedora por otro erote. El rojo de su tela simboliza la pasión y el soborno que le hizo al pastor para ser la ganadora. Esta es, quizá, la representación del juicio más conocida de entre las varias que realizó Rubens. Fig. 78. Luca Giordano, El Juicio de Paris, 1681-1688, óleo. Inusualmente, las diosas se encuentran desvistiéndose como humanas corrientes, mientras Paris y Hermes las miran descaradamente. Afrodita mira al pastor, sin hacer además de desvestirse, pues ya no llevaría ropa de antes. A su alrededor revolotean Cupido y una pareja de palomas blancas. Sobre su cabeza brilla la estrella que heredó de Ishtar. Fig. 79. Jean Antoine Watteau, El Juicio de Paris, ca. 1718. Al contrario que las demás representaciones, en esta escena ha desaparecido el protagonismo de Hera y Atenea, que permanecen en las sombras y furiosas tras no ser las escogidas. Mostrando a una Venus calipigia, Paris le hace entrega de la manzana a la pálida y brillante figura de la diosa. Fig. 80. Angelica Kauffmann, El Juicio de Paris, ca. 1781, óleo. Esta delicada obra muestra a Afrodita completamente vencedora, vestida de blando, que le sonríe al pastor, mientras que las otras dos diosas le comienzan a mirar furibundas. Cupido se agazapa en la pierna de su madre con el arco y las flechas en el suelo, mirado al espectador con una sonrisa, parece que le hace saber que la travesura ha sido realizada, ha lanzado sus flechas de amor y la catástrofe se avecina. Fig. 81. William Blake, El Juicio de Paris, 1806- 1817, acuarela. Los seis personajes habituales aparecen representados en esta obra, en la que incluye una figura oscura en la parte superior, que contorsiona de manera antinatural su cuerpo, mientras sostiene unas antorchas y lleva serpientes en el cabello. Podría tratarse del Diablo o como un portador de desgracias por la decisión que se está tomando, que traerá muerte y horror. Fig. 82. Pierre-Auguste Renoir, El Juicio de Paris, 1913, óleo sobre lienzo. Regresando al Renacimiento, las diosas son mostradas enteramente desudas, sin sus atributos. Afrodita se encuentra en medio, más rubia que las demás, mostrando el frontal de su cuerpo completo sin reparos al espectador y recibiendo la manzana de manos de un vestido Paris. Fig. 83. Guillermo Pérez, El Juicio de Paris, 2012. Con un estilo surrealista muy similar a Dalí, el artista deshumaniza los personajes limitándoles a sus atributos y formas base. De esta manera, Afrodita, de color rosa, tiene su cabeza formada por rosas, múltiples pechos como la efesia Ártemis simbolizando la fertilidad, una concha con una perla tapando sus genitales, y Cupido, con los ojos vendados, simbolizando el amor ciego. En la cultura popular Afrodita ha servido como reclamo erótico, analogía para referirse a mujeres abiertamente sexuales o inspirar escenas y personajes. Películas como La Venus rubia de Josef von Sternberg (1932), Afrodita, diosa del amor de Mario Bonnard (1958), Alfie (1966 y 2004), Afrodita de Robert Fuest (1982) o Las aventuras del barón Münchausen de Terry Gilliam (1989) son algunos ejemplos muy claros. Fig. 84. Uma Thurman en Las aventuras del barón Münchausen, 1989. La escena se inspira completamente en el nacimiento de la diosa imitando la obra de Botticelli. En la factoría Disney, Afrodita apareció como un personaje sin diálogo en la película de Hércules de 1997 y, posteriormente, en la serie de televisión homónima. La diosa se encuentra en el Olimpo como una de los dioses que asiste a la fiesta de nacimiento del bebé Hércules. Se muestra como una mujer muy atractiva, con las curvas de su cuerpo exageradas. Tiene el cabello rubio y largo, la piel y su vestido, decorado con un corazón, son en tonos violetas rosados (fig. 85). Fil, el sátiro que se convierte en entrenador del héroe, no tiene mucho éxito con las ninfas y demás mujeres con las que coquetea a lo largo de la película. Pero llegado el final, momento en el que su trabajo como entrenador ha sido todo un éxito y Hércules ha vencido a todos los monstruos y peligros que se han interpuesto en el camino de los personajes, Afrodita besa al sátiro apasionadamente. Esto tiene una doble lectura peligrosa ya que por una parte se puede pensar que, al final, Fil no estaba destinado a ninguna otra mujer, sino que debía esperar a que la diosa del amor y la mujer más bella del mundo, se fijase en él. Pero, por otra parte, Fil no es un personaje atractivo, lo que le vuelve carismático y atrayente es su éxito y su fama, lo que convertiría a Afrodita en una persona interesada en él por esos parámetros únicamente. Fig. 85. Afrodita en Hércules, Ron Clemens y John Musker, Walt Disney, 1997. En la saga de libros juveniles de Percy Jackson, Afrodita es mencionada en muchas ocasiones y tiene apariciones esporádicas. Cobra más relevancia en la segunda serie de libros, Los héroes del Olimpo, ya que una de las semidiosas protagonistas, Piper McLean, es su hija. La dinámica de estos libros consiste en que los dioses siguen existiendo en el siglo XXI y tienen hijos con mortales. De estas uniones nacen los semidioses, que se entrenan en el Campamento Mestizo. En el caso de Afrodita, ella es la diosa del amor, casada con Hefesto aunque tiene multitud de amantes, hecho irrefutable en la saga ya que en el campamento, la cabaña de la diosa (donde viven sus hijos), es de las que tiene mayor número de semidioses. Es una divinidad que se divierte jugueteando con las relaciones amorosas de los demás, confundiéndoles y favoreciéndoles a placer. Su físico es de lo más original ya que no tiene un aspecto fijo: es capaz de cambiar su apariencia en función de la persona que la mire. De esta manera, cada personaje ve a Afrodita con los rasgos que más atractivos le resulta. El universo de las series de televisión Hércules: Sus aventuras legendarias y Xena, la princesa guerrera, hace cobrar una gran protagonismo a la diosa del amor, haciendo que aparezca en varios capítulos. Interpretada por Alexandra Tydings, es una diosa caprichosa, vanidosa, muy infantil a veces, dando a entender que tampoco es excesivamente inteligente. Está casada con Hefesto y mantienen un matrimonio feliz. Ares es su hermano y, a pesar de que él es lo opuesto a ella, no existe el conflicto entre ellos. Como diosa del amor y la lujuria, tiene el poder de despertar ese tipo de sentimientos en los dioses y mortales, excepto en Atenea, Artemisa y Hestia, tal y como la describen los Himnos homéricos. Su caracterización es muy parecida siempre: rubia, con el cabello rizado, descalza y vestida de rosa, con lencería y telas transparentes (fig. 86). En algunas escenas se han hecho guiños a obras artísticas conocidas, como El Nacimiento de Venus de Botticelli (fig. 87). Fig. 86. Afrodita en Hércules: Sus viajes legendarios y Xena, la princesa guerrera, década de los 90. Fig. 87. Afrodita apareciendo en una concha desde el mar en Hércules: Sus viajes legendarios y Xena, la princesa guerrera, década de los 90. En el anime Record of Ragnarok, basado en el manga homónimo de 2017, narra el cónclave de los dioses en el que deciden aniquilar a los humanos, pero Brünnhilde, la líder de las Valquirias, se opone. Finalmente llegan al acuerdo de que se realizarán varias batallas épicas entre los mejores luchadores humanos contra los dioses y, en caso de que lo humanos venzan en la mitad de ellas, les permitirán vivir 1000 años más. Afrodita es una diosa que permanece como espectadora durante las batallas y pasaría desapercibida iconográficamente con su pelo rubio, ondulado, decorado con flores y enjoyada; si no fuera por la excesiva y de mal gusto exageración del tamaño de sus pechos. Se encuentra siempre sentada en medio de dos esculturas varoniles que actúan a modo de trono, las cuales sostienen con sus manos las mamas del personaje. Hay que reseñar también que de su pecho solo están tapados los pezones y por una cuestión de censura (fig. 88). Fig. 88. Afrodita en Record of Ragnarok, Masao Okubo, Warner Bros Japan, Netflix, 2021. En una de las escenas, se produce una explosión en la arena y el fuerte viento que provoca la onda expansiva, levanta los pechos de la diosa que le tapan el rostro por completo, generando una situación que pretende ser cómica, pero que es de lo más vulgar y misógina. En la serie manga y su posterior anime Saint Seiya, más conocido en España como Los Caballeros del Zodíaco, Afrodita es el caballero dorado que protege la duodécima casa, Piscis. Quizá se trate de las pocas representaciones de la diosa que no tiene un marcado y exagerado género femenino, sino que es un hombre, aunque con un aspecto bastante andrógino. Para los japoneses, el ideal de belleza masculino es aquel que tiene rasgos femeninos. Afrodita de Piscis es un personaje concebido para ser el más bello de entre todos los caballeros, de ahí que el diseño japonés tenga tanta mezcla de caracteres típicos de género, generando un personaje que a la sociedad occidental incomoda y malinterpreta. También el núcleo del debate reside en la necesidad que la sociedad tiene de diferenciar y catalogar obligatoriamente a todo el mundo en mujer u hombre, rechazando de base cualquier género no binario. Mientras que en todo el doblaje japonés, siempre es un actor el que pone voz a Afrodita; en España y Francia han sido actrices de doblaje las contratadas para el personaje, a pesar de que luego se refieren a él en masculino (en otras temporadas contrataron a actores hombres). A día de hoy sigue suscitando debates en foros y redes sociales sobre si es una mujer u hombre, mezclando conceptos que nada tiene que ver, como su orientación sexual. En el capítulo 68, describen de esta manera al caballero en el doblaje latino: El caballero dorado que resguarda la última de las doce casas, Piscis, es el caballero más hermoso de los ochenta y ocho combatientes. Un guerrero de belleza, brillante y orgulloso, entre el cielo y la tierra. Cualquiera esperaría que no fuese tan fuerte por su belleza pero, al contrario, ¡es el caballero más temible! (Saint Seiya, cap. 68, Un hermoso guerrero, Afrodita). Dejando a un lado la misoginia latente en la frase “cualquiera esperaría que no fuese tan fuerte por su belleza”, ya que considera que por ser bello (una cualidad que, incluso en Oriente, se ha asociado a la mujer), no es poderoso; es posible que el creador, Kurumada, se haya visto influenciado de alguna manera por los orígenes de la diosa griega, aquella en la que era temida al igual que hermosa, cuando la guerra aún era uno de sus atributos. El hecho de que especifiquen en su presentación “entre el cielo y la tierra” también invita a pensar que sabía de la existencia de Ishtar. Si bien es cierto que, dentro de la serie, tampoco es imbatible; de hecho muere y resucita en varias ocasiones, como si Ishtar/Afrodita aun descendiera al mundo de los muertos, para volver al de los vivos. El temor que suscita no reside tanto en su fuerza de combate, sino en su presencia imponente, que no pasa desapercibida al ser tan abrumadoramente bello. Afrodita muestra un profundo orgullo que, a veces, se manifiesta de forma arrogante y sarcástica; no desde el narcisismo y el ego, sino absorto en que la verdadera belleza reside en la victoria, por tanto, en el poder. El conjunto de todos estos parámetros hacen de él un personaje cruel en muchas ocasiones. Fig. 89. Afrodita de Piscis en Saint Seiya, Los Caballeros del Zodíaco, Masami Kurumada, 1986, Japón. En cualquier caso, Afrodita de Piscis tiene el cabello originalmente rubio pero, debido al abuso por parte del creador de esta tonalidad, en el anime se decidió cambiarlo a azul celeste, por equilibrar colores. Sus ojos siempre son de color turquesa y en el anime sus labios están maquillados de un rosa pálido. Bajo su ojo izquierdo tiene un lunar, símbolo que denota belleza y sensualidad. Su armadura es, evidentemente, dorada con una capa blanca y azul. Su poder mágico reside en las rosas y es normal que aparezca sosteniendo una, ya sea con la mano o entre sus labios (fig. 89). Este objeto tan característico, proviene del atributo de la diosa. Sus rosas negras destruyen todo lo que tocan, las rojas emiten un polen somnífero, y las blancas son mortales. En la serie animada de God’s School129 emitida a través de su canal de YouTube, Afrodita es una estudiante del instituto con un carácter inocente, dulce, complaciente, romántico e introvertido. No es consciente de lo atractiva que resulta a los demás debido a las inseguridades que posee. Es amiga cercana de Hera, la cual responde al estereotipo de las películas para adolescentes norteamericanas de la chica guapa y popular del instituto, que tiene un carácter inflexible y considera que está por encima del resto, incluidas sus amigas, a las que, sobre todo a Afrodita, no trata bien. La diosa del amor se siente atraída por Ares, el cual parece corresponderle pero este pasa mucho tiempo con su amiga Eos que sí que siente algo por él y está decidida a separarles. Por otra parte, Hefesto es otro adolescente tímido y dulce al que también le gusta Afrodita pero, al contrario que Ares, la trata con amabilidad y le presta la atención que precisa, lo que hace que Afrodita comience a fijarse en él, estableciendo, así, el triángulo amoroso. 129 Para consultar más datos sobre esta serie de animación, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. El aspecto de la diosa es dorado y rosado. Con una larguísima cabellera rubia decorada con una diadema con rosas, enmarcan su rostro de piel clara y ojos rosados. Viste con un traje corto de esta misma tonalidad con un broche con forma de concha y un alfiler en la muñeca en forma de corazón (fig. 90). Fig. 90. Afrodita con Ares y Hefesto agasajándola en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. En DC Cómics, la diosa es un personaje secundario dentro de la historia de Wonder Woman. Su primera aparición fue en All-Star Comics #8 de 1941. Es hija de Zeus y una de las cuatro patronas de las Amazonas de Isla Paraíso, que insufló vida al cuerpo de arcilla de Wonder Woman. Sus discusiones continuas con Ares, hizo que tomara la decisión de crear por su cuenta una sociedad únicamente formada por mujeres (las cuales fueron creadas a partir de las almas de mujeres asesinadas por hombres) que se basara en el amor y, aunque fueran guerreras, no mataban por placer. De ahí que Ares tuviera un odio personal hacia las Amazonas y enviara una y otra vez a combatientes contra ellas. Afrodita es capaz de metamorfosearse, crear ilusiones y seducir sin esfuerzo, además de poseer la inmortalidad y poderes telepáticos (fig. 91). Fig. 91. Afrodita en el universo de Nueva Tierra, DC Cómics. Físicamente en una mujer atractiva, que siempre está sexualizada. En este universo es rubia y viste de rosa; mientras que en Tierra 1 es una mujer de pelo castaño que viste de blanco o aparece desnuda. Dentro del mundo Marvel, hay tres Afroditas o Venus, aunque dos de ellas puede decirse que son la misma. La más diferente a la diosa mitológica y, a su vez, la más longeva dentro de la compañía es Venus, cuya primera aparición fue en Venus #1, creada por Stan Lee y Lin Streeter en 1948. Este personaje, en realidad, no era la diosa (aunque se parecía físicamente a la verdadera), sino una sirena sin alma que insuflaba lujuria y pasión a todos aquellos que escuchaban su canto, pero es algo que los cómics revelaron con el paso de los años y el éxito de la saga. Debido a unas circunstancias que provocó con sus poderes hace un tiempo, bloqueó sus recuerdos y asumió que era la verdadera diosa Venus reencarnada en su cuerpo y que debía luchar cual superheroína en el planeta para propagar el poder del amor. Por otra parte, la Afrodita real apareció ya en el siglo XXI secuestrando a Venus por impostora, lo que provoca que los agentes de Atlas, junto a los X-Men, luchen contra ella y contra todas las criaturas y monstruos que les envía. Tras estas batallas, en las que los buenos rescatan a Venus, cual doncella en apuros, las dos mujeres se vuelven a encontrar un tiempo después, desatando una batalla entre ambas. Afrodita acaba deteniendo la lucha al darse cuenta de que no siente el sentimiento que representa desde la Guerra de Troya, y no se siente digna de seguir ostentando el título de la diosa del amor. Como consecuencia, le cede dicho título a Venus junto a su cinturón de poder (como el que le regaló Hefesto en la mitología). En sus inicios, Venus era descrita como la mujer más hermosa del mundo, vestía de blanco con un traje ligero decorado con un cinturón y un cuello con estrellas. Su cabello era largo y tan claro que parecía blanco (fig. 92). Con el paso del tiempo, su cabellera se fue oscureciendo llegando a un pelirrojo claro. El vestido blanco se ha mantenido, aunque sexualizando más su cuerpo (llegando a aparecer desnuda en algunas escenas), y desapareciendo sus estrellas primigenias por unas decoraciones lisas doradas (fig. 93). Fig. 92. Portada del cómic Venus #1, Stan Lee y Lin Streeter, Marvel Cómics, 1948. Fig. 93. Venus en Agents of Atlas #5, dibujada por Leonard Kirk, Marvel Cómics, 2006. La misma editorial publicó en 2009 una colección de los textos clásicos hechos cómics. En el volumen La Guerra de Troya la historia se inicia en las bodas de Tetis y Peleo donde las tres diosas se disputan la manzana dorada. En estos cómics, fieles a la Ilíada y la Odisea de Homero, Afrodita tiene el cabello suelto y ondea libre su tonalidad rubia, porta un vestido en tonos rosados con telas vaporosas y decora su cuerpo con joyas doradas (fig. 94). Fig. 94. Clásicos ilustrados: La Guerra de Troya, Roy Thomas y Miguel Sepúlveda, Marvel Cómics, 2009. En el mundo de los videojuegos, Afrodita aparece en multitud de ellos. En la saga de Megami Tensei130 se presenta en dos de los videojuegos como arcana de los amantes y megami race (raza demoníaca compuesta por diosas que son cabeza de panteón junto a dioses masculinos, suelen ser diosas del amor y la fertilidad con un carácter amable). Su nombre es Venus y su iconografía es la de una mujer atractiva de aspecto híbrido, con la piel oscura y azul y los ojos amarillos. Porta un gran amonite o ammonoidea como casco y conchas decorado sus botas. Sobre sus hombros, pecho, mangas y caderas lleva esferas de distintos tamaños en tonalidades aguamarinas y blancas, al igual que el resto de su traje azulado. En general su aspecto está inspirado en el mar y en el nacimiento de la diosa, por lo que se trataría de una iconografía futurista de Afrodita Anadiómena (fig. 95). En el primer videojuego de la saga God of War131, Afrodita ordena a Kratos asesinar a la Reina de las Gorgonas, Medusa, y a otras criaturas. En el tercer videojuego, el avatar, Kratos, llega a una estancia donde se escuchan gemidos de mujeres: la cámara de Afrodita, una estancia amplia decorada con conchas, de altos techos, con enormes columnas y una gran escalinata que lleva a su alcoba rosada decorada con un dosel y unos Erotes en el cabecero, apuntando con sus arcos hacia el colchón. Al llegar ante la cama, el juego descubre que Afrodita está manteniendo relaciones con dos doncellas suyas a las que echa de mala manera al ver a Kratos. Después de una conversación en la que Afrodita no para de girar sobre la cama adoptando poses sugerentes y dejar claro que su relación con su esposo Hefesto no es nada buena, ya que ella lo desprecia, el jugador puede escoger tener sexo con ella en varias ocasiones. Cuando esto sucede, la imagen se vuelve hacia las doncellas que miran la escena y, cuando Afrodita llega al clímax, ellas comienzan a mantener relaciones tras excitarse. Excepto los momentos del coito, la escena deja poco a la imaginación puesto que todas las mujeres están prácticamente desnudas, con sus pechos descubiertos y apenas unas telas cubriéndoles el pubis. Es un momento creado por y para la imaginación masculina, que puede fantasear con ser Kratos. Afrodita tiene el cabello oscuro y recogido en una larga trenza que le baja por la espalda, y viste en tonos morados y plateados (fig. 96). 130 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 131 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. Fig. 96. Afrodita con Kratos en God of War, SCE Santa Monica, 2005, EEUU. Fig. 95. Venus en Persona 2: Innocent Sin, Atlus, 1999, Japón. En Monster Strike132, existen dos personajes distintos uno llamado Afrodita y otro, Venus. Bajo el nombre de la diosa griega es un personaje electo de tipo deidad, con el elemento del fuego. Tiene el cabello castaño y extremadamente largo, decorado con rosas que se entrelazan por él y su cuerpo mediante sus tallos con espinas. Lleva un vestido corto, con un gran escote y de color rosado. Sus brazos y piernas están decorados con brazaletes dorados. Porta un abanico pintado con rosas. En general tiene un aspecto muy aniñado y coqueto (fig. 97). Venus, por otra parte, en de clase galáctica, con el elemento de la luz y es una mujer rubia, con el pelo recogido en dos larguísimas coletas con tirabuzones, decorados con rosas. También lleva un traje sexualizador, aunque este tiene aspecto de robot metálico, no de lencería. En sus brazos se engarzan unas enormes cuchillas y al igual que su análoga, lleva un abanico, en este caso, hecho de luz. Se posa sobre un enorme emblema con forma de corazón (fig. 98). Fig. 97. Afrodita en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 98. Venus en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. 132 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. En el Smite133se trata de la Diosa de la Belleza, sus poderes son curativos, invoca palomas, mientras que a los aliados lanza besos lo que les convierte en sus almas gemelas otorgándoles protección, a los enemigos puede provocarles celos como forma de ataque. Su apariencia está altamente sexualizada: joven hermosa con sus atributos físicos exagerados, y tapados únicamente por un bikini con taparrabos. Su cabello es muy largo, rubio y está decorado con una tiara con corazón engarzado, cintas y flores rosas. Las tonalidades de su aspecto son doradas y azules, mientras que su magia se manifiesta en colores rosados. En la imagen de presentación del personaje, la han colocado en un paraje marino, lo que la enlaza con su nacimiento (fig. 99). En Fate/Grand Order134 es una de los doce dioses que gobernaba la Atlántida hace 14000 años. Esta fue atacada por Sefar y, para poder derrotarle, Zeus robó todos los poderes del resto de dioses sin consultárselo. Tras la victoria, los dioses, ofendidos por tal ultraje, se unieron para derrocar a Zeus y su tiranía, pero no sirvió para nada y el rey les venció a todos. Zeus infligió castigos a todos y cada uno de los dioses que se había sublevado contra él. En el caso de Afrodita, que era amable, cariñosa y amaba a la humanidad, Zeus anuló su naturaleza convirtiéndola en una diosa cruel, insensible, fría e indiferente ante el dolor, que podía manejar a los humanos con control mental. A partir de este momento, los dioses pasaron a ser los doce olímpicos del panteón griego. El aspecto de Afrodita es el de una mujer joven y atractiva, con el cabello pelirrojo y muy largo. Viste un traje blanco decorado con corazones que revela bastante de su cuerpo. De su espalda brotan dos pares de alas rojizas, coronadas por calaveras, y tiene una aureola dorada hecha de corazones. Parece una advocación más siniestra y ctónica de la diosa, con un carácter infernal provocado por la inversión de su naturaleza (fig. 100). Fig. 99. Afrodita en Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. Fig. 100. Afrodita en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. 133 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 134 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. En el videojuego Hades135, Afrodita es la diosa olímpica del amor y la belleza que se alía con Zagreus, el avatar del jugador, otorgándole bendiciones que puede utilizar para derrotar a sus enemigos. En general los ataques que tiene la diosa son de dos tipos: débil, que, como su nombre indica, debilita a los contrincantes; o hechizos que provocan que los enemigos luchen de parte del jugador. Los nombres de sus ataques tienen que ver con los elementos del amor y de Eros: flechazo, bengala de pasión, puño descorazonador, beso volador, vacío interior, dulce rendición, etc. La ilustración de la diosa que aparece durante los cuadros de diálogo son la de una mujer completamente desnuda, de piel oscura, que salva la censura por lo que, estratégicamente, tapa su cabello rosado que forma corazones con los mechones de pelo. Tiene los ojos de este mismo color y engalana sus brazos, dedos y cabello con brazaletes, anillos, flores y abalorios dorados y verdes (fig. 101). Fig. 101. Afrodita en Hades, Supergiant Games, 2020, EEUU. Al destruir a Kāma perdonándome a mí, sin duda el destino ha llevado a cabo (tan solo) la mitad de la matanza; pues cuando un elefante rompe el árbol al que esta prendida, la enredadera debe también caer, aunque sea inocente. Kumārasambhava, El Lamento de Rati, Kalidasa, siglo VI (Sierra, 2010, p. 7). Rati es la diosa del sexo, la lujuria, los placeres carnales y el deseo dentro del hinduismo; también de la primavera como estación en el que el celo se apodera de los seres vivos. Al contrario que otras diosas de otras mitologías, Rati no tiene nada que ver con la fertilidad, la maternidad ni los partos; simplemente se basa en el puro deleite sexual (Benton, 2005). Su nombre proviene de la raíz sánscrita ram, “deleitarse” o “disfrutar” con connotaciones eróticas, dicha raíz también ha servido como lexema para nombrar otras técnicas y posturas sexuales en sánscrito. Esposa y contraparte femenina del dios del amor Kāmadeva, del que proviene el nombre del kamasutra, con quien tuvo dos hijos Yashas, “gracia”, y Harsha, “alegría. (Charran, 2007; Kramrisch, 1992). En el Kalika Purana, uno de los dieciocho “puranas menores” o textos con fuerte carga simbólica de la literatura india, datado en el siglo X, se narra como el dios creador hinduista, Brahma hace nacer a Kāmadeva desde su frente y le manda que viaje por el mundo impartiendo amor con sus flechas y flores, equivalente hindú de Eros. Algunas de las víctimas de Kāmadeva son el propio Brahma y los Prajapatis, un grupo de deidades 135 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. hijos de Brahma, que se sienten irremediablemente atraídos por otra hija de Brahma, Sandhya. Shiva, que los ve, se ríe y burla de ellos, causando una profunda vergüenza en todos los dioses, que comienzan a sudar. Del sudor producido por uno de los Prajapatis, Daksha, nace Rati que, automáticamente, su padre la presenta ante Kāmadeva como su esposa. Por esta deshonra, Brahma augura un terrible sino a Kāmadeva: será convertido en cenizas por Shiva en algún momento. Tras las múltiples súplicas del dios del amor, Brahma le promete que renacerá tras sufrir su venganza. Otro de los textos, el Brahmavaivarta Purana, el más actual de todos los puranas, cuenta que Sandhya se suicida tras ver que su propio padre se sentía atraído por ella. Visnú, otro de los dioses, la resucitó reencarnándola en Rati. El Shiva Purana, mezcla ambas tradiciones pues, tras el suicidio de la diosa, renace como Rati a partir del sudor de Daksha. El sudor producido por el deseo sexual del dios, se traduce en los sudores que se producen durante el coito, poluciones que el hinduismo tacha de impuros (Benton, 2005). En cualquier caso, en todas las tradiciones, Rati es presentada ante Kāmadeva para convertirse en su esposa (Mani, 1975). Se sobreentiende, pues, que nació adulta, impura (de ahí que solo represente el placer del sexo y no su consecuencia, la maternidad) y que, evidentemente, según los hinduistas, no tenía nada que opinar sobre sus intereses amorosos, dando por hecho que en algún momento se enamoraría de Kāmadeva o que este le lanzaría sus flechas de amor. Finalmente, la maldición de Brahma se cumple y Shiva, como castigo por haber osado a utilizar su poder de las flechas de amor contra él, calcina a Kāmadeva (fig. 1). Rati, rota por el dolor, inicia un lamento fúnebre al verse súbitamente viuda, que muestra la agonía que va apoderándose de ella hasta llegar a la desesperación, asegurando que se entregará a las llamas como destino honorable de una esposa que debe seguir a su marido tras la muerte136. Esta era una costumbre ortodoxa de los hindús, la ley de la satī, que se estuvo realizando hasta el siglo XIX cuando la ocupación británica en India abolió la práctica. En palabras de Carlos H. Sierra (2010) refiriéndose a los versos escritos por el dramaturgo Kalidasa que abren este capítulo: “Decir que la satī forma parte del dharma de una esposa viuda no es más que constatar la inexorabilidad de la “ley natural”: si cae el árbol, cae la enredadera que a él se abraza” (pp. 7-8). La metáfora se explica sola: el árbol es el hombre, el esposo que sostiene, otorga protección y alimenta a la enredadera, la cual es una criatura que casi podría ser un parásito que se aferra a su tronco o la amante, la mujer, la esposa débil y que no sobreviviría sin la existencia del hombre, por eso, debe morir con él. Tras el lamento de Rati, Parvati, diosa suprema, intercede a su favor y hace volver a Kāmadeva reencarnado en el dios Pradyumna. 136 Mismo hilo de pensamiento que el lamento de Rati escribió George R. R. Martin en el primer libro de su saga Canción de Hielo y Fuego, Juego de Tronos (1996), para su personaje de Daenerys Targaryen. Tras la muerte de su marido, el Khal Drogo, y el haber perdido al niño que esperaba de él, decide inmolarse en la pira funeraria de su esposo. Fig. 1. Shiva calcinando a Kāmadeva con su tercer ojo mientras, a su lado, una morena y bella Rati se cubre y su rostro comienza a tornarse en dolor. En otra versión similar, Rati se convierte en la cocinera de un demonio llamado Sambara tras haber sido secuestrada por este. A partir de ese momento Rati se convierte en Mayavati, espera allí la llegada de su esposo reencarnado, que había sido profetizado que asesinaría a su secuestrador, pero acaba olvidando su antigua identidad. La diosa, para protegerse de las intenciones lascivas de Sambara, le dice que si la toca, se convertirá en ceniza y el demonio la cree. Sambara descubre la reencarnación de Kāmadeva en el niño Pradyumna, lo rapta y arroja al mar, donde se lo traga un pez. Caprichoso el destino cuando ese pez es pescado y enviado como alimento a la casa de Sambara que, cuando su cocinera iba a trocearlo para cocinarlo, halla al niño en su interior, al que decide cuidar como a un hijo. Narada, un adivino, le revela a Mayavati que ella es la antigua Rati y aquel niño, su esposo. A medida que va creciendo, Mayavati se insinúa a Pradyumna, pero este le rechaza constantemente porque, para él, es su madre. Al cabo de un tiempo, Mayavati le cuenta que ella no es su verdadera madre y quienes son ambos en realidad. La diosa le enseña a luchar y el arte de la magia para que, cuando se sienta preparado, luche contra el demonio que los retiene y acabe con él. Así sucede, y ambos, ya casados, regresan con los dioses (Wilkins, 1900) (fig. 2). Fig. 2. Ravi Varma Press, Pradyumna, ca. 1910, litografía. Rati y Kāma son recibidos como Mayavati y Pradyumna. La diosa, a pesar de que Kāma pueda aparecer con piel azulado, ella siempre la va a tener clara. Rati, a pesar de ser una diosa y musa del sexo, se revela como una mujer fiel a su marido, al contrario que las otras divinidades de este apartado en las que el adulterio forma parte de la personalidad de las diosas. Ella misma defiende su pureza ante otros hombres que intentan tomarla, manteniendo así su compromiso matrimonial. Además, regresa el arquetipo del hijo-amante en la figura de Kāma-Pradyumna, haciendo de Rati-Mayavati otra diosa relacionada con la sexualidad que, tras los ciclos de vida-muerte-resurrección, su amante cambia de estado para volver siempre a ella. Si bien es cierto que, al contrario que en la mitología mesopotámica, Rati no intercede directamente en el ciclo, pues no es una diosa de la fertilidad ni una diosa madre, acude a otra divinidad femenina que sí lo es (Parvati) para que realice el ciclo. Rati es como Afrodita, que acude a Zeus para que culmine el ciclo de Adonis. En el Shiva Purana se describe a Rati como una mujer de piel clara y brillante, voluptuosa con generosos pechos y muy seductora. Suele aparece montada en un caballo o en un loro, blandiendo una espada o con un arco hecho de caña de azúcar, que la confiere un carácter bélico. Como diosa de la primavera también puede tener como atributos el cuco, la brisa y la abeja (fig. 5) (Monserrat, 2017, p. 430). Normalmente aparece con su esposo Kāmadeva (fig. 6-7) ya que ella siempre es nombrada en los mitos que hablan de él, aunque sea como un personaje secundario, y está presente en las festividades de su marido. En algunas de estas representaciones ambos están copulando en la postura viparita-rati, es decir, con Rati encima de él, posición sexual en la que la mujer toma el control y domina al hombre. Sobre ellos aparece la diosa Chhinnamasta autodecapitándose. Esta escena macabra tiene varias interpretaciones, pudiendo ser una el autocontrol sexual, un sacrificio del instinto físico, que se convierte en el dominio del espíritu sobre el cuerpo, representado por la decapitación de la diosa. Otra interpretación puede ser el fomento de la energía sexual, pues la sangre que sale a chorros del cuello de Chhinnamasta es bebida por dos asistentes, lo que simbolizaría el alimento del apetito sexual y que es representado por la pareja de dioses yaciendo bajo sus pies (fig. 8-11). Fig. 3. Rati a caballo, 1820-1825. La diosa monta sobre un caballo compuesto por cinco figuras femeninas. Porta una lanza y se representa muy engalanada. Fig. 4. Columna en un templo hindú con Rati (en frente hay otra de Kama). Se alza sobre un loro, con el pecho muy marcado y descubierto, y sosteniendo un arco hecho con caña de azúcar. Fig. 5. Rati, 1826, aguada a pluma y tinta sobre papel. Monta sobre un ave (¿loro?) formada por cinco figuras femeninas. Se yergue para lazar flechas de fuego con un arco hecho a partir de caña de azúcar, y una cuerda para tensa, de abejas. En su cintura lleva una espada. Fig. 6. Altorrelieve de Kāmadeva con Rati en el templo Chennakesava, Belur, siglo XII. La diosa permanece relegada a un segundo plano, muy engalanada y con abundante pecho. Fig. 7. En esta pintura del siglo XIX, Rati y Kāmadeva (con la piel azul), montan sobre un loro. Ella porta el arco hecho con caña de azúcar y señalan la dirección a seguir. Fig. 8. Chhinnamasta, siglo XVIII, pintura de Rajasthan, norte de la India. Rati y Kāmadeva (con la piel azul) yacen bajo la diosa decapitada. Fig. 9. Escuela india, Chhinnamasta, 1800. Rati y Kāmadeva se encuentran bajo la diosa, en una representación explícita del coito. Fig. 10. Chhinnamasta, siglo XIX, pintura. Rati y Kāmadeva tapados con telas, yacen bajo la diosa. Fig. 11. Calcuta Art Studio, Chhinnamasta, ca. 1885, litografía. Los dioses, completamente vestidos, se abrazan bajo la diosa. Tanto furiosa Freya bufó que tembló de los ases la sala entera, rompiósele al cuello la joya brisinga: “¡Delirando di tú que estaría por hombre si yo con los ogros me fuera contigo!” Edda Poética, siglos X-XII (Lerate, 2016, p. 131) Freyja o Freya, que significa “señora”, es la diosa del amor, la fertilidad y la belleza en la mitología nórdica, la cual incluye las creencias escandinavas y germanas. Pero también era asociada, como Ishtar, a la guerra y la muerte. Otras de sus vinculaciones son a las riquezas y la magia. En general, se le atribuyen todas las cosas bellas y que proveen de paz y prosperidad a los mortales; por eso se la invocaba implorando abundantes cosechas, buenos partos, temporadas pacíficas y para cualquier asunto amoroso. Para ello se solían sacrificar cabras u otros animales mamíferos en rituales en su honor (Arries, 2020, p. 110). Los dioses estaban divididos en dos grandes familias los Æsir o Ases y los Vanir o Vanes. Los primeros eran los que pertenecían a la familia de Odín, mientras que los segundos, su dios principal era Njörðr, y conformaban un grupo de dioses consagrados a la fertilidad, la prosperidad y las riquezas, al mar y la pesca (Arries, 2020, p. 103). Entre ambos grupos se desató una gran guerra debido a las torturas que los Æsir le infligieron a la Vanir Gullveig, que, a pesar de que los Vanir resultaron vencedores, acordaron intercambiarse rehenes y que ambas familias recibirían la adoración de los mortales. Así, Njörðr de Noatun, criado en Vanaheim, acabó viviendo con los Æsir, donde ya fue padre de Freyja y Frey. Ambos eran mellizos, atractivos y poderosos y, como descendientes de los dioses de la fertilidad, el patronazgo sobre la sexualidad y la fecundidad les acabó perteneciendo aun cuando pertenecían al panteón de los Æsir. Frey tenía poder sobre la lluvia y el sol, lo que se extrapolaba a tener poder sobre la vegetación y la fertilidad de la tierra; esto conllevaba que fuera al dios que se invocaba para tener buenas cosechas y fuera unido a la riqueza o pobreza de una persona. Por lo tanto, si Frey proveía de alimento, el pueblo se encontraría en un estado de paz (Stúrluson, ca. 1220/2016, 23). Freyja era considerada, por su parte, la más grande de todas las diosas, junto con Frigg, la esposa de Odín, llegando a confundirse ambas diosas en algunas ocasiones. Como a Freyja le gustaban las canciones de amor, se la invocaba para esos menesteres. Entre los Vanir estaba permitido el matrimonio incestuoso entre hermanos, mientras que los Æsir lo tenían prohibido, es por ello que Loki acusa a Freyja, durante un concurso de insultos, de malvada y bruja a la diosa por yacer con su hermano Frey: “Tú cállate, Freya, bruja que eres llena de grandes maldades: con tu hermano te hallaron los santos dioses, oh Freya que allá te peíste” (Lerate, siglos X- XII/2016, p. 122). No existe el consenso sobre el origen de Freyja. A pesar de que por su patronazgo podría pensarse que tuvo relación con Astarté y Afrodita (hecho promovido por los nombres de la semana ya que, al igual que Venus bautizó el viernes, Freyja hizo lo propio con el mismo día en inglés, Friday137), es bastante improbable ya que ninguno de sus atributos tienen similitudes con las diosas de Asia Menor y Grecia. La diosa germana Nerthus, también llamada Hertha o Eartha, es una de las primeras divinidades de las que se tienen registros en territorio germano, ya que podría existir desde la Edad de Piedra 137 Esta derivación etimológica también sincretiza a Freyja con Frigg, ya que Friday como tal proviene de la palabra frigedaeg, que significa “el día de Frigg”. Mientras que en el resto de lenguas anglosajonas, la derivación tiene su origen a partir del nombre de Freyja: Freitag en alemán o Fredag en danés, noruego y sueco. (Tácito, ca. 98/1923), y fue la diosa de la fertilidad de la tierra; considerada la Madre Tierra de esta mitología, que derivaría en la palabra inglesa Earth, la cual designa al planeta Tierra en el idioma anglosajón. Esta diosa montaba en un carro tirados por vacas, animales que han estado vinculados a la fertilidad desde las civilizaciones más primigenias de Europa y Asia, y se le rendía culto durante la primavera. Pertenecía a los Vanir y fue la consorte primitiva, hermana y contraparte femenina de Njörðr, allá por la Edad de Bronce, el cual la suplantaría como dios de la tierra fértil o sería olvidada con la llegada de Freyja. Snorri, historiador al que se le atribuyen la recopilación de los relatos en la Edda menor, no especifica quien es la madre de Freyja, ya que en estos relatos Njörðr estaba casado con Skaði, que en nada tiene que ver con Freyja en cuanto a atributos. Por lo que Nerthus y Njörðr pudieron ser los progenitores de Freyja y Frey, los cuales les sustituirían como dioses de la fertilidad (Ellis, 1965). H. R. Ellis Davidson (1965) lanza la teoría de que los Vanir podrían tratarse de un panteón anterior a los Æsir, y que estos fueron introduciéndose poco a poco en el imaginario como parte de una nueva religión. De ahí que pudieran generarse la guerra mítica entre las dos familias que Snorri relata en la Edda. Otras hipótesis sobre el origen de Freyja la harían provenir de una mesopotámica Ereshkigal, como guardiana de las almas de los muertos, de las egipcias Sekhmet o Bast, por su vinculación con los felinos, o de Cibeles o Rhea, diosas que montaban en carros tirados por leones, que no dejan de ser felinos grandes (Näsström, 2003). Fig. 1. Carl Emil Doepler, Freyja, 1882, ilustración de la diosa con el cabello claro, portando joyas como el Brisingamén y brazaletes y adornada con una guirnalda de flores. Fig. 2. Anders Zorn, Freyja, 1901. La diosa se encuentra tumbada y desnuda sobre un trono, como si estuviera exhausta tras alguna relación sexual. Fig. 3. John Bauer, Freyja, finales del siglo XIX o principios del XX, óleo sobre tela. La diosa se mesa sus largo cabello rubio y se muestra desnuda y coqueta. El paisaje marítimo y su colocación centrada recuerdan a las Afroditas Anadiómenas. En la Edda prosaica, se narra que estuvo casada con Oðr, con quien tuvo una hija muy hermosa Hnos, de su nombre derivaría la palabra hnoss, “joya”, que designa algo bello y de mucho valor. Oðr partió de viaje y Freyja lloró por su ausencia lágrimas de “rojo oro” (Stúrluson, ca. 1220/2016, 34), de ahí que existiera la leyenda de que el oro son las lágrimas de Freyja que derramó por la tierra138. Mientras vagaba buscándole, se presentaba con distintos nombres, como Márdoll, Horn, Gefn o Syr; por eso la diosa posee muchos nombres. Además, según estaba profetizado el Ragnarök, sería de las pocas divinidades que sobreviviría. Fig. 4. Nils Blommér, Freyja buscando a su marido, primera mitad del siglo XIX, óleo sobre tela. La diosa monta sobre su carro tirado por gatos. En su cuello se posa su colgante de oro a juego con la tonalidad de su cabello. Portaba el Brisingamén, un collar de oro con piedras de ámbar que denotaba su posición entre los dioses. En una ocasión, Loki se lo robó y se transformó en foca para esconderse. Freyja acudió a Heimdall para que le ayudara a buscarlo, y el dios guardián, tras hallar a Loki, se transformó también en foca y se enzarzaron en una pelea épica en la que Heimdall salió vencedor, pudiendo devolverle el colgante a la diosa (fig. 5). Esta batalla entre los dioses desataría un odio tan profundo entre ellos que generaría la leyenda en la que ambos lucharían durante el Ragnarök darse muerte el uno al otro (Stúrluson, 2016). Fig. 5. Nils Brommér, Heimdall le devuelve el collar Brisingamen a Freyja, 1846, óleo. La diosa se encuentra sentada en su trono con ataviada bajo la moda medieval. Su cabello rubio se encuentra trenzado y adornado con una pequeña corona dorada. 138 Cualquier referencia que se lea en los textos nórdicos sobre el llanto de Freyja, hace referencia al oro. En el siglo XIV, los sacerdotes cristianos Jon Thordson y Magnus Thorhalson añadieron un relato más a la Saga de Olaf (biografía del siglo XI o XII sobre el primer rey cristiano en Escandinavia), en el que se narraba cómo se hizo Freyja con el collar. La joya fue forjada por cuatro enanos a los que Freyja les sorprendió trabajando. Fascinada por la belleza del Brisingamén, les ofreció oro y plata por él, pero los enanos lo rechazaron y le ofrecieron un trato distinto: le venderían el collar si pasaba una noche con cada uno de ellos, a lo que la diosa aceptó (fig. 7). Esta historia sirvió para vejar, desprestigiar y denostar la imagen de Freyja, convirtiéndola en una vulgar ramera pagana, que los misioneros usaron a su favor en su cristianización del territorio (Arries, 2020, p. 111). A pesar de la erradicación de las creencias paganas por parte de los cristianos, la popularidad de Freyja ha pervivido en el imaginario europeo, pudiendo inspirar la creación del cuento de Blancanieves (Hodges, 2020, p. 63) aunque, evidentemente, con cambios sustanciales. Fig. 6. James Doyle Penrose, Freyja y su colgante, 1890. Con una llamativa cabellera roja, la diosa se posiciona en el arquetipo de la femme fatale, enfatizado por la importancia que le otorga a su aspecto físico y las riquezas de su atuendo. Fig. 7. Louis Huard, Freyja en la cueva de los enanos, 1891, ilustración. Con una diferencia de tamaño exagerada, la diosa se encorva en la caverna mientras observa como los enanos trabajan. En la Edda prosaica se describe como Freyja recibía en Fólkvang (“campo de los ejércitos”, sus tierras del cielo) a la mitad de los caídos en batalla, mientras que la otra mitad se la llevaba Odín al Valhalla. Un epíteto de la diosa era Valfreyja, “señora de los caídos en batalla”, por lo que, a su vez, también era la señora de todas las Valquirias. Estas, al contrario de lo que el imaginario popular ha propagado desde la ópera de Wagner, no son unas fieras guerreras, sino una especie de espíritus o criaturas funerarias que se encargaban de recoger las almas de los muertos durante las guerras, para guiarles a Fólkvang o al Valhalla. En el festín eterno que se producía en el salón de Odín en tiempos de paz, servían el hidromiel a los comensales. Esta labor servicial se extendió a Freyja que, en algunos poemas, desvelan que ella servía las bebidas alcohólicas a los Æsir. Su morada, que era amplia y bella, se llamaba Sessrúmnir. Tenía mucha afinidad con los mortales y era la que más atendía a las peticiones de estos, por eso, a las esposas y señoras de sus hogares, se las denominaba fróvur, “señoras”, epíteto que proviene del nombre de la diosa. Fig. 8. Lorenz Frølich, Freyja y Loki discuten, 1895, ilustración. El artista escribe los nombres de los dioses sobre o debajo de ellos. Freyja denota la relevancia que poseía dentro de los Æsir sentándose al lado de su rey, al igual que su esposa Frigg. En esta escena, Freyja y Loki se insultan en el flyting, concurso de ingenio y rapidez de palabras en el que los participantes deben insultarse mutuamente. Freyja tenía vinculación con ciertos animales. Los gatos eran un animal consagrado a la diosa, pues se desplazaba montada en un carro tirado por dos de estos felinos de grandes dimensiones, lo que ha hecho creer que se podían tratarse de linces. Uno de ellos se llamaba Bygul, “abeja de oro”, y el otro Trjegul, “árbol de ámbar dorado”. Además, montaba sobre un jabalí o verraco dorado que era muy rápido, llamado Hildisvíni. También se asociaban los halcones a Freyja, pues tenía la capacidad de volar como uno gracias a una capa que poseía hecha de plumas de esta ave (Stúrluson, ca. 1220/2016). A veces se interpreta con que era capaz de metamorfosearse en un halcón, esta capacidad transformadora, que también aparece en otros mitos, le hace tener una vinculación con la magia que habitaba en ella por su ascendencia Vanir139, enseñándosela a los Æsir, de ahí que fuera mucho más condenada por paganismo con la llegada de los cristianos a tierras centroeuropeas. Debido a su poder mágico, Freyja era venerada por las Vólvur, adivinas nómadas dedicadas a la magia (Hodges, 2020, p. 63) Fig. 9. Rolf Adlersparre, Freyja, ca. 1897, escultura de zinc en Djurgården, Estocolmo. La diosa aparece sosteniendo a un halcón. 139 Para los nórdicos la magia era una capacidad netamente femenina, por lo que Freyja se convirtió en su patrona. Fig. 10. Lorenz Frølich, Freyja acariciada por su jabalí, 1895, ilustración. La diosa aparece desnuda, exceptuando el velo que la envuelve. Fig. 11. Carl Emil Doepler, Freyja, siglo XIX, ilustración. La diosa rubia y con el cabello suelto, monta sobre su carro de combate tirado por sus gatos, a los que arrea con un látigo. Debido a su enorme belleza, muchos gigantes y seres intentaron convertirla en su esposa, la mayoría por la fuerza. En uno de estos mitos, un gigante llegó ante los dioses asegurando que en el tiempo en el que duraba un invierno, podría construir una muralla alta y fuerte que protegiera a Asgard de la invasión de los gigantes. Como pago por conseguir tal hazaña, pidió la mano de Freyja, así como el sol y la luna. Los dioses aceptaron imponiéndole unas condiciones que creían que harían de su empresa algo imposible de realizar (Stúrluson, ca. 1220/2016, 41). Aunque, finalmente, no lo consiguió porque los dioses no cumplieron su palabra de mantenerse al margen, es reseñable como en ningún momento de la narración, se le pregunta a Freyja si estaba de acuerdo con ese trato, ni se especifica si estaba presente en la negociación o si, al menos, sabía algo. Otro mito vinculado también a los gigantes, es aquel en el que el gigante Hrúngnir acaba bebiendo con los dioses en Asgard. Pero, furioso por haber perdido una carrera contra Odín, trataba de muy mala manera a todo el mundo, se emborrachó y amenazó con destruir Asgard y secuestrar a Síf y a Freyja para que esta última le sirviera como criada, al igual que hacía con los Æsir en el Valhalla. Tanto en este mito como en el anterior, los gigantes no consiguen lo que quieren porque los dioses llaman a Thor, el cual siempre se encontraba matando ogros o gigantes fuera de Asgard. En la Edda poética, el poema þrymskviða narra como el ogro Trym le roba el martillo a Thor, y Loki sale en su búsqueda bajo la forma de halcón que Freyja le presta. Cuando está ante el gigante, este le asegura que Thor no recobrará su martillo a no ser que le entregue a Freyja para ser su esposa. Loki le cuenta a Thor el trato y ambos van en busca de la diosa y le dicen: “¡Átate, Freya, la toca de novia! Ven que a los ogros te lleve conmigo!” (Lerate, siglos X- XII/2016, p. 130). Freyja, iracunda, les llamó locos si pensaban que haría tal cosa. Tal fue su furia, que la tierra tembló y el Brisingamén de su cuello se rompió. Los dioses no insistieron y la solución que vieron fue que Thor acudiera ante el ogro disfrazado de Freyja, y Loki, de su sierva. En el banquete, a punto estuvo Trym de descubrir el engaño pues Thor bebía mucho y tenía los ojos torvos, ambas cosas impropias de una mujer, según la cultura nórdica. Loki consiguió eludir las acusaciones hasta que le trajeron el martillo a Freyja-Thor. En cuanto tuvo el arma en sus manos, el dios del trueno mató al ogro y a todo aquel que estaba en esa estancia a favor de la boda (Lerate, siglos X- XII/2016, pp. 129-133). Fig. 12. Elmer Boyd Smith, ilustración de Thor disfrazado de Freyja en la publicación ¡Ah, qué dama más encantadora es!, 1902. En el poema Hyndluljóð, Freyja visita a la giganta Hyndla, una völva o vidente, con su jabalí y la intenta convencer para que le ayude a encontrar los antepasados de su protegido, Óttar (este nombre podría ser una variante de Oðr, su marido), que quería cobrar una herencia. Pero Hyndla, que se autodenomina bruja, descubre que Freyja intenta engañarla y que en verdad, el jabalí es Óttar transformado por la diosa y que esta solo quiere aprovecharse de ella. Finalmente Hyndla le descubre toda la genealogía y Freyja le pide una poción para poder dársela a Óttar y que no olvide nada. Tras ciertas amenazas la una a la otra, Hyndla le cede la poción que le había pedido Freyja pero la maldice, a lo que la diosa del amor, como poseedora de magia y sabiduría, la contrarresta y ayuda a su protegido (Arries, 2020, p. 112; Lerate, siglos X-XII/2016, pp. 155-162). Fig. 13. Lorenz Frølich, Freyja visita a Hyndla, 1895, ilustración. Freyja, completamente desnuda a falta de velo que ondea alrededor de su cuerpo, llega como levitando sobre Óttar. Tiene el cabello claro y porta una vara que simboliza su poder. Fig. 14. Howard David Johnson, El Carro de Freyja, 2013, óleo sobre lienzo. La diosa aparece con el cabello rubio y con apenas ropa, cubierta por la capa de plumas de halcón. Alrededor de su cabeza hay un halo que la distingue como una gran divinidad. Monta sobre su carro de combate, tirado por dos linces boreales, y un halcón la sobrevuela. Al igual que dentro del arte, se conservan representaciones de la diosa a partir del siglo XIX en adelante debido a las publicaciones y renovado interés por las mitologías, en los distintos soportes culturales contemporáneos ha ido pasando lo mismo desde finales del siglo XX y lo que ha transcurrido de siglo XXI. Era habitual encontrar mezclas culturales en las series de Hércules y Xena, de ahí que no es de extrañar que en algún momento se rodaran capítulos con tramas de dioses nórdicos, a pesar del anacronismo histórico total y absoluto. En el capítulo de Xena, la princesa guerrera titulado El retorno de la Valquiria, Xena se va a casar con Hrothgar y nombran a Freyja cuando otros personajes van a sacrificar una vaca en nombre de la diosa para que bendiga su unión. En el anime Saint Seiya aparece en el capítulo 75 como una de los ciudadanos de Asgard que vive en el Templo de Valhalla. Su carácter encaja en el perfil de doncella en apuros que debe ser salvada una y otra vez, despojándola de su parte mitológica bélica e independiente. Su aspecto es el de una mujer joven con el cabello ondulado y rubio que le cae por la espalda, la piel pálida y los ojos color turquesa. Alrededor de su cabeza lleva un tocado rosado que le cubre las orejas y viste con vestido blanco largo decorado con ribetes celestes y un cinturón fucsia (fig. 15). Fig. 15. Freya (a la derecha) con Kiki en Saint Seiya, Los Caballeros del Zodíaco, Masami Kurumada, 1986, Japón. En las historias de Dungeon ni Deai o Motoeru no wa Machigatteiru Darō ka, más conocido como DanMachi, hizo su debut en la novela ligera publicada en 2013, para luego aparecer en el manga y el anime homónimos. Es un personaje poderoso que se encuentra en la cima de Orario, la ciudad laberinto en la que transcurre la trama. Está enamorada de Bell, protagonista de la historia, al que pone a prueba constantemente, arriesgando su vida, para que se convierta en el mejor aventurero. Responde al perfil de femme fatale bastante indiferente ante las emociones de los demás y cerrada a conseguir sus objetivos. Es la diosa más hermosa de todas las divinidades, tiene el cabello largo y plateado, con los ojos violetas y la tez pálida. Aparece prácticamente desnuda con un mono rojo y negro asimétrico que revela toda una pierna y gran parte del pecho y vientre. Lleva zapatos de tacón y una gargantilla junto a unas flores en su cabeza a juego con el atuendo (fig. 16). Fig. 16. Freya en el anime DanMachi, Yoshiki Yamakawa, 2015, Japón. El canal de YouTube de Destripando la Historia, se dedicó un vídeo animado con su respectivo tema musical a la diosa del amor nórdica. Con algunas apariciones previas en otros vídeos como el de Loki, Thor u Odín en los que su atuendo cambia levemente, en el vídeo que protagoniza es una mujer descrita como muy atractiva y de gran belleza, con el cabello largo y dorado, ojos rosas y la piel verdosa, que siempre va vestida con su capa de plumas de halcón que le permite transformar en uno y una cinta con una gema rosada engarzada sobre su frente (fig. 17). Aparece como guitarrista dentro de una banda de rock y, al igual que en la mitología, le acompañan sus gatos y su jabalí dorado, entre otros muchos mitos bien documentados y contados en clave de humor a lo largo del vídeo. Fig. 17. Freyja en su vídeo homónimo de Destripando la Historia, 2020, ilustración y animación digital. Aunque no suele aparecer tan sexualizada, se ha escogido este fotograma por el símbolo que se repite tras ella. Se trata de la runa vikinga del amor, que representa la unión de dos mitades al poder dividirse al medio de manera simétrica. En los cómics aparece dentro de la compañía de Marvel como diosa de la fertilidad y antigua valquiria, cuya primera aparición fue en 1963. Es hija de Frey, no su hermana, y se la confundía con Frigg (en el cómic se la nombra como Fricka) porque, como Vanir, se casó con Odín, un Æsir, para unir a las dos familias. Freyja se convirtió en la diosa del matrimonio, de ahí la confusión con Frigg. Su aspecto era bastante bélico: con una armadura de cuerpo entero y casco, totalmente anacrónica, sus colores se desvelan en azules y suele aparecer con algún gato alrededor (fig. 18). Dentro de la franquicia se encuentra el personaje de Amora, una famosa hechicera que no guarda relación con la mitología nórdica pero que tiene fuertes parecidos con la diosa del amor. Freyja es rubia y la más bella de entre todas las diosas, lo cual también se aplicaba a Amora. El patronazgo de la diosa sobre el amor, la fertilidad y la belleza, también se atribuía a Amora y, al igual que Freyja tuvo multitud de amantes, como también los tuvo Amora, con los que se comportaba de manera cruel y, exceptuando a Thor, hombre del que verdaderamente estaba enamorada, a los demás los solían utilizar para sus propios fines, un rasgo determinante para ser una femme fatale. El relato medieval que convertía a Freyja en una ramera por acostarse con los enanos, pasó a pertenecer a Amora como una anécdota de la que se siente orgullosa. Tiene aires aristocráticos y puede convertir sus lágrimas en oro. Es un personaje recurrente dentro de los cómics y siempre tiene el rol de villana despiadada. Su primera aparición fue en Journey into Mysteriy Vol. 1 #103, creada por Stan Lee y Jack Kirby en 1964. Tiene el cabello rubio y viste siempre con un traje verde con un gran escote (fig. 19). Fig. 18. Freyja en Marvel Comics. La primera aparición de Fricka fue en Journey into Mystery Vol. 1 #02, Stan Lee y Robert Bernstein, 1963. Fig. 19. Amora de Marvel Cómics, creada por Stan Lee y Jack Kirby, 1964. En DC Cómics aparece en un par de historias pero tiene más relevancia en La Odisea de las Amazonas Vol. 1 #2 de 2017. Se trata de una valquiria asgardiana e inmortal que residía en el Valhalla. Es una líder nata y una feroz guerrera con fuerza sobrehumana. Tiene el cabello dorado y los ojos azules, y su vestimenta no es tan anacrónica como en su competencia de Marvel, caracterizándola bajo el imaginario de una valquiria (fig. 20). Fig. 20. Freyja en La Odisea de las Amazonas Vol. 1 #2, DC Comics, 2017. El interés que ha suscitado la cultura vikinga durante la última década debido a series como Vikingos o las películas dedicadas al personaje de Thor en el Universo Cinematográfico de Marvel, ha hecho resurgir la figura de Freyja explotándose, sobre todo, dentro de los videojuegos. Mientras que a principios del siglo XXI solo una saga de videojuegos introdujo a Freyja dentro de su interfaz, a partir del 2013, el personaje ha cobrado relevancia e, incluso, acercándola de manera histórica en los últimos años a cómo debería existir dentro del imaginario nórdico. En la saga Megami Tensei140, Freyja aparece en ocho de sus videojuegos siendo un demonio tipo megami race (diosas cabeza de panteón junto con dioses masculinos, relacionadas con el amor y la fertilidad) en su mayoría. Su aspecto varía según el videojuego aunque el más acorde a los atributos mitológicos es en el videojuego Devil Children Fire/Ice Book. Freyja es una niña o adolescente, vestida de manera anacrónica con un casco alado, de su espalda nacen un par de alas emplumadas de color marrón, entrelazándola con la capa que poseía la diosa. Acompañándola siempre hay unos pequeños gatos, Bygul y Trjegul (fig. 21). Fig. 21. Freyja en Devil Children Fire/Ice Book, Atlus, 2003, Japón. En el videojuego Monster Strike141 es un avatar elegible de clase deidad, con el elemento del fuego. Tiene el cabello rosa y largo, con un tocado de joyas, los ojos verdes y el Brisingamén dorado en su cuello. Sostiene siempre un báculo con el símbolo de la luna creciente y su vestimenta es en tonos rosados, violetas y blancos que, a medida que se suceden sus evoluciones, deja al descubierto más partes de su cuerpo. Mientras que en su primera evolución aparece solamente ella con el báculo, en la segunda le acompaña dos pequeños gatos blancos con símbolos lunares en sus frentes, y tiene unas poderosas alas emplumadas en con la misma gama cromática que su traje y fisionomía (fig. 22). En el Smite142 es la Reina de las Valquirias que porta el Brisingamén, que le otorga vida, y una capa de plumas que le hace volar. Su aspecto quiere asemejarse al imaginario de las valquirias: una guerrera rubia, de tez clara, con casco alado, armada y con un atuendo hecho de metal, cuero y demás pieles (brazaletes, botas, etc.). Pero, además, está hipersexualizada. Su “armadura” apenas le cubre el pecho, y sus genitales están cubiertos por un taparrabos. Su piel se decora con tatuajes tribales y en su cuello refulge el colgante dorado (fig. 23). 140 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 141 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. 142 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Fig. 22. Freyja, Diosa de la Luna, en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 23. Freyja en el videojuego Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. En God of War143 aparece en la octava entrega de la saga del videojuego, sincretizándose con Frigg, y le otorgan bastante peso en la trama de la historia. Freyja se casó con Odín para unir a las dos familias y acabar con la guerra. Tuvieron un hijo, Baldur144, al cual se le profetizó su muerte. Freyja, cegada por el amor que sentía hacia él, le echó un hechizo que le hacía invulnerable, pero a costa de que no pudiera sentir nada bueno, ni emocional ni físico, lo que hizo que se ganara el odio de su hijo al negarse a deshacer la magia, la cual se anularía con muérdago. Se convirtió en la reina de las Valquirias y le enseñó las artes mágicas a Odín, el cual empezó a usarlas cruelmente para sus propios fines e, incluso, llegando a usarla contra ella. Freyja decide huir de Asgard por su seguridad, pero los Vanir no la dejan volver a su tierra, ya que la consideran una traidora desde que se casó con Odín, por lo que se recluye en Midgard. El rey de los dioses la atrapa, le quita sus alas de valquiria y la condena a permanecer en Midgard por siempre jamás por haber huido de su lado. Con el paso del tiempo, Freyja acabó viviendo entre la naturaleza salvaje y se la acabó conociendo como la Bruja del Bosque. Este momento es en el que entran en escena Kratos y su hijo, Atreus. El hijo hiere de gravedad a un jabalí que huye hacia la morada de la diosa para salvarse. Padre e hijo se encuentran con Freyja, que no desvela su verdadera identidad, y ella les convence para que le ayuden a sanar al jabalí, ya que era un amigo y protegido suyo (Hildisvíni). Tras esto, aunque Kratos no termina de confiar en ella, se vuelven aliados, y Freyja les pone protecciones contra los dioses nórdicos, enemigos del jugador por provenir de la cultura griega. Después de otros encuentros en los que, finalmente, Kratos descubre la verdadera identidad de Freyja al enfrentarse a Baldur, que se revela como hijo de la diosa; llega la pelea final entre Baldur y Kratos, a la cual hace acto de presencia Freyja. En mitad de la lucha, Baldur es herido levemente por una flecha del jugador que estaba impregnada de muérdago, lo que le convierte en mortal de nuevo. En un momento de tregua, Freyja intenta razonar con Baldur, pero este sigue sin perdonarla por lo que le hizo y, cuando está a punto de 143 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. 144 En la mitología nórdica, el hijo de Frigg y Odín se llama Balder y a él se le profetizó su muerte con muérdago. estrangularla, Kratos la salva rompiéndole el cuello a su hijo. Freyja, furiosa por el desenlace, jura vengarse a toda costa de Kratos, ganándose, así, una enemiga fiera más en su camino. El aspecto de la diosa en este juego es el de una mujer adulta, con tatuajes en su piel. Viste con ropas en tonos cálidos y lleva colgantes, entre los que destaca uno por ser dorado y con una piedra del color del ámbar, lo que seguramente sea un guiño al Brisingamén. Su pelo es oscuro y está decorado con cuentas y trenzas (fig. 24). En el videojuego Assassin’s Creed: Valhalla145, Freyja vuelve a estar fusionada con el personaje de Frigg. Única Vanir que vivía con los Æsir en Asgard tras su matrimonio con Odín, de fines completamente políticos. Su ascendencia produjo desconfianza entre los asgardianos y, a pesar de que hubo infinitas infidelidades por ambas partes y no se llegaron a amar, Freyja y Odín tuvieron un matrimonio cordial y de lleno de cariño. Freyja fue una buena reina y medió en el carácter bélico de los Æsir, trayendo la paz a su pueblo en más de una ocasión. La diosa tuvo con su esposo a Baldr, el cual falleció por culpa de Loki que lo asesinó con muérdago. Como también estaba profetizada su muerte, los dioses introdujeron los datos del ADN de Baldr en el árbol del Yggdrasil, que actúa como una gran computadora de los nueve mundos, y que permite la reencarnación de los dioses o Isu (criaturas todopoderosas anteriores a la aparición de la primera civilización de humanos) en otros cuerpos. Freyja se reencarnó en el siglo IX en el cuerpo de Svala, una vidente nórdica. El aspecto del personaje de la diosa es el de una mujer joven, con el cabello rubio y ojos claros, que viste con pantalones y túnicas rojizas decoradas con pieles, collares, cinturones, brazaletes, prendas de pieles y tiras de cuero (fig. 25). El físico de Svala es idéntico al de Freyja. Fig. 24. Freyja en God of War, Santa Monica, 2018, EEUU. Fig. 25. Freyja en Assassin’s Creed: Valhalla, Ubisoft Montreal, Canadá, 2020. 145 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. F. Moiras, Parcas y Nornas. De la región de lluvia y niebla vengo yo, Xochiquetzal [...], desde Tamoanchan. Himno a la Diosa de las Flores, Bernardino de Sahagún, Códice matritense del Palacio, v. 277, siglo XVI (Seler, 2014). Tlazoltéotl146 es la diosa azteca del sexo, la lujuria, la fertilidad en su lado más perverso, la humillación y la sexualidad humana más tenebrosa. Era patrona de los partos y los recién nacidos y, también, del algodón y el tejido. Su origen proviene del pueblo huatesco, otra civilización mesoamericana que fue invadida por los aztecas a mediados del siglo XV. Seguramente su origen provenga de un aspecto de Tlaltecuhtli, un monstruo de la tierra que devoró a uno de los soles aztecas y que se representaba con el búho y personificaba la muerte. Por lo tanto Tlazoltéotl era, igualmente, una divinidad de la tierra, vinculada con los nacimientos, y su nombre se traduce como “mujer de las acciones impúdicas” (Sechi, 1993, p. 593). Era consideraba una diosa triple, con nombres, atributos y simbología diferentes para cada una de sus advocaciones. La primera era Tlacultéotl, diosa de la carnalidad. La segunda fue Ixcuina, vinculada con el algodón, que englobaba a cuatro hermanas con nombres distintos, que representaban a los cuatro tipos de mujeres que pueden realizar el acto carnal. Esta advocación justifica las múltiples realidades iconográficas de la diosa donde cada una de las cuatro se identifica con una de las edades de la mujer (fig. 9-12). La tercera advocación era Tlaelcuani, “comedora de inmundicias o excrementos”, pues la diosa poseía un aspecto expiatorio (Sahagún, siglo XVI/1829, Libro I, cap. XII). Las personas que se confesaban ante una figura relevante dentro de la comunidad, se dirigían hacia esta divinidad y a Tezcatlipoca ya que, como dioses que cometían pecados, solo ellos tenían la capacidad de perdonarlos. Al contrario que el cristianismo, los aztecas solo se confesaban una vez en la vida, por lo que solían hacerlo cuando llegaban a ancianos para redimir los errores de toda una vida. De esta manera las inmundicias de su nombre eran entendidas como los pecados que se confiesan y son redimidos por la diosa. Todos los pecados de carácter sexual, como el adulterio, tenían las penitencias más duras pero, a pesar de la gravedad del pecado, Tlazoltéotl era una diosa que fomentaba las infidelidades y no las consideraba algo malo, por lo que también podían ser perdonadas por los demás (González Torres, 1991, p. 47 y 171). De la misma manera que presentaba esa oposición en las relaciones (defendía el adulterio, pero era un pecado que solo ella podía perdonar), también le sucedía en el ámbito de la medicina, como diosa lunar estaba asociada a la epilepsia que, al igual que podía sanarla, también podía producirla. El decimocuarto signo del ciclo de 260 días nahuált se llamaba océlotl, “jaguar”, y estaba gobernado por Tlazoltéotl. Los nacidos bajo este signo, que simbolizaba el poder y la valentía, se consideraban que poseían estas cualidades, y tendían a convertirse en guerreros y luchadores (Libura, 2005, p. 14). Vinculada con la brujería y la magia oscura, protagoniza uno de los mitos bajo ese aspecto de hechicera malvada. Tezcatlipoca, celoso de lo popular y querido que era su hermano Quetzalcóatl, se confabuló con Tlazoltéotl para hacerle desaparecer de alguna manera. Para ello, Tlazoltéotl elaboró una poción que mezcló con alguna bebida alcohólica de la que bebieron Quetzalcóatl y su hermana, haciendo que perdieran el juicio al emborracharse y mantuvieran relaciones. Tlazoltéotl y Tezcatlipoca contaron lo sucedido al resto de dioses y, cuando Quetzalcóatl despertó, 146 La diosa Nohpyttecha era su análoga para los otomíes, otro pueblo mesoamericano. Relacionada con la prostitución, la lujuria y la basura. Deidad terrenal y lunar, vinculada con la fertilidad (González Torres, 1991, p. 126). partió en un barco hacia el este preso de la vergüenza, prometiendo a su pueblo que regresaría147. Los dioses descubrieron más tarde la trampa en la que había caído su dios, pero ya no le encontraron (Cheers & Olds, 2016, p. 487). Por otra parte, Xochiquetzatl, del náhuatl, xóchitl, “flor”, y quetzal, ave sagrada cuyo nombre se añade al de algunos de sus dioses, su traducción significaría “flor quetzal” o “flor emplumada”. Era la diosa azteca de la belleza y las flores, así como del placer y la sexualidad, patrona de los artesanos, los artistas y las tareas domésticas (Sechi, 1993, p. 604). Se trata de una diosa benigna, extremadamente hermosa, vinculada con el matrimonio y los niños, gran defensora de todos los valores familiares y la fidelidad, así como de los encuentros sexuales y libres entre los jóvenes. Representaba la vitalidad de las mujeres jóvenes y su alegría, por lo que tenía carácter lunar, en concreto en sus fases jóvenes, de nueva y creciente. Nació a partir del cabello de la diosa madre, y su hermano era Xoxhipilli, otra divinidad floral y artística, asociado al amor homosexual y la prostitución. Al igual que ella nació de los cabellos de su madre, la primera mujer humana nació a partir de un pelo de Xochiquetzatl, por lo que se la asoció a los nacimientos en gran medida, ya que, sin ella, no hubiese existido la raza humana. Vivía en Tamoanchan, el paraíso donde nacieron todos los dioses a partir de la pareja original. Se dedicaba a tejer junto a otras mujeres, enanos y jorobados que tocaban música para ella, pero ningún otro hombre o dios podía verla. En este paraíso existía un árbol de bellas flores llamado xochitlicacan, que producía la aparición del amor a aquellos que las tocaban, pero estaba terminantemente prohibido cortarlas ni dañar el árbol de ninguna manera. El xochitlicacan representaba a Xochiquetzal y su poder de infundir amor (González Torres, 1991, p. 162 y 203). Como diosa de las flores, la flor de cempasúchil, una planta autóctona de la región de México, está consagrada a la diosa y le correspondía el vigésimo signo del ciclo de 260 días, Xóchitl, en los días nahuas. Se decía que los nacidos bajo este signo serían habilidosos con sus manos, de personalidad alegre y propensos a convertirse en músicos (González Torres, 1991; Libura, 2005, p. 15). Las flores se convierten en un símbolo de la fertilidad femenina, al igual que las rosas lo fueron de Afrodita. Los aztecas la invocaban para solicitar cualquier labor que tenía que ver con la creación, ya sea física (libertad sexual, placer, fecundidad, buenos partos, obtener belleza y atractivo o un buen matrimonio, etc.), creación mental (surgimiento del amor, superación, aprender conocimientos, etc.), regeneración y producción de la tierra (tras algún desastre, buenas cosechas, etc. ) o creaciones artísticas (artesanos, tejedores e hilanderos, manualidades, danza, canto, música...). En su honor se sacrificaban anualmente dos mujeres jóvenes de alto rango (González Torres, 1991, p. 82). Debido a su atractivo, tuvo numerosos amantes: Ixotecuhtli, dios de la libertad; Cintéotl, dios del maíz y la embriaguez durante los rituales, que entre el pueblo de Chalco era su hijo (González Torres, 1991, p. 39); y estuvo casada con Piltzintecuhtli, dios de las tormentas, el sol del amanecer y las plantas alucinógenas, y con Otontecuhtli, patrón de los orfebres y lapidarios. Pero si hay una relación conocida de ella, es su matrimonio con Tláloc, dios creador del Sol de Lluvia, Tercer Sol (de cinco) de los aztecas y una de las divinidades más importantes del panteón. El matrimonio entre ambos acabó cuando Tezcatlipoca, dios de la oscuridad y una fuerza del caos que fue el Primer Sol, se enamoró 147 Como curiosidad, el pueblo azteca profetizó que Quetzalcóatl regresaría en el año Ce-Acatl, que se correspondería con el año 1519 de nuestra era. Ese año fue en el que arribó Hernán Cortés en territorio mesoamericano viniendo de la tierra que hay más allá del mar por el este. Hay quien asegura que les resultó tan fácil a los españoles conquistar esas poblaciones, porque veían en la figura imponente de Cortés a su dios Quetzalcóatl (Cheers & Olds, 2016, p. 487). de ella y, en su obsesión, la secuestró en Tamoanchan y la sedujo o la violó, convirtiéndose en otro de los esposos de la diosa148 (Limited, 2018, p. 251). El árbol de xochitlicacan se quebró y empezó sangrar, lo que provocó que la pareja original de dioses expulsara del paraíso no solo a Xochiquetzatl y a Tezcatlipoca, sino a todos los dioses. Nuevamente, es la mujer la que, sucumbida por la tentación y seducción del mal y la oscuridad, desencadena un castigo por profanar un árbol prohibido que afectará a todos los seres, impidiéndoles vivir con la divinidad suprema. Es inevitable pensar en la similitud con la expulsión del paraíso de Eva y Adán tras transgredir la prohibición de Dios de no tocar el fruto del árbol prohibido, religión con la que los aztecas no tuvieron contacto hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI. Los nahuas explicaban el origen del murciélago que nació a partir del semen eyaculado de Quetzalcóatl durante uno de sus baños. Al caer sobre una roca, apareció el animal, al que los dioses enviaron a morder la vulva o vagina de Xochiquetzatl. Con el trozo de carne que el mamífero arrancó del cuerpo de la diosa, los dioses crearon unas flores con mal olor que enviaron ante los gobernantes de Mictlan, el inframundo azteca, Mictlantecuhtli y su esposa Mictecacíhuatl (González Torres, 1991, p. 123). Los genitales de Xochiquetzatl, como diosa de la sexualidad, hija de la diosa madre y mujer, son parte de la matriz y materia prima a partir de la que se crean las cosas. Siendo, además, la diosa de las flores, es lógico pensar que esta parte de las plantas fueron creadas por ella. El murciélago se convierte en un animal infecto y vampírico, el semen desperdiciado de un dios que cobra vida y arrebata la capacidad creadora de la diosa a la fuerza, con sus dientes, y de manera deshonrosa y dolorosa. Una violación que produce el nacimiento de unos seres hijos de Xochiquetzatl, sí, pero igualmente infectos, pues huelen mal y son enviados al inframundo, allá donde los dioses (ni los vivos) no puedan verlos. Si la diosa es la luna joven, la luna que crece, esta ha simbolizado a la doncella durante milenios. Xochiquetzatl, como diosa de la sexualidad fertilizadora femenina, tenía la capacidad de regenerarse para volver a ser virgen, volver a ser fértil. La violación de Quetzalcóatl, apoyada por el resto de dioses, que le provoca sangrado en los genitales de ella, son una metáfora de “arrebatarle la flor” o lo que es lo mismo, de quitarle su virginidad. El resultado del crimen, además, es enviado al único sitio donde los mortales no pueden verlo, es ocultado e invisibilizado. Cuando lo españoles llegaron a los pueblos aztecas, reprodujeron la misma metodología que llevaban realizando durante siglos para acercar el cristianismo a los “paganos”: establecieron similitudes y absorbieron en sus propias figuras cristianas, el panteón de las civilizaciones invadidas. De esta manera, Xochiquetzatl que era considerada una doncella por su aspecto de mujer joven; se asemejó al concepto de doncella cristiano que poseía más significados más allá de la edad de una mujer, como la castidad y la virtud. Así, Xochiquetzatl, diosa de la belleza y la fertilidad, se convirtió en la doncella cristiana: la Virgen María (Ferrando, 2021). En el Códice Borgia se igualan a las diosas Tlazoltéotl y Xochiquetzatl como contraposiciones la una de la otra o divinidades duales que se complementaban por representar parámetros diferentes dentro de la sexualidad femenina. Ambas además tienen carácter lunar que el códice muestra. Tomado de Trejo (2007) expone que mientras que Xochiquétzatl es una metáfora de la joven que da placer sexual a los jóvenes y que representa la tentación que hace caer a los hombres castos; [...] Tlazoltéotl [...] era diosa 148 Otra versión cuenta que, Tláloc, el cual tenía un profundo carácter colérico y rabioso, cegado por los celos y la pena, empujó a Tezcatlipoca desde una cumbre, haciendo que perdiera uno de sus pies, que sustituyó con una pieza de obsidiana (Cheers & Olds, 2016, p. 488). de la pasión y de la lujuria, la barredora de la transgresión sexual (p. 18). Iconográficamente, las diosas fueron representadas de manera que reflejaba esa polaridad. Xochiquetzatl era una mujer joven, atractiva, alegre y vivaracha, adornada con un tocado de plumas de quetzal, una nariguera escalonada, todo su atuendo estaba muy rica y ostentosamente decorado. No era habitual entre la iconografía azteca encontrar a diosas de la fertilidad representadas como jóvenes asociadas a la luna creciente, pues la fecundidad se correspondía más con la edad de una mujer adulta o matrona. Lo mismo ocurría en las mitologías europeas, donde la fertilidad correspondía a la fase de luna llena, a la madre, a Deméter y no a Perséfone, la joven doncella de la luna creciente. Tlazoltéotl fue una vieja maltrecha que suele aparecer en posición de cuclillas dando a luz, vestida con pieles humanas o con un aspecto más bélico. Su nariz tiene una nariguera con forma lunar y sobre su cabeza, se posa un tocado con uno o varios husos y una rama de la planta de algodón sin tejer, al igual que de su oreja cuelga un pendiente de algodón Su boca suele estar manchada de hule (pintada de negro), haciendo referencia a su aspecto de comedora de inmundicias. En algunas representaciones aparece sosteniendo la planta llamada “raíz del diablo”, que agudizaba los efectos de la bebida alcohólica del pulque, considerada inmoral y que algunas parturientas consumían para aliviar los dolores del parto. Tanto Xochiquetzatl como Tlazoltéolt pueden aparecer con atributos de guerra, como armas, lo que las convierte en diosas guerreras. Según las creencias indígenas, cuando una mujer fallecía durante el parto, había muerto en batalla y el bebé se convierte en un preso de guerra (Sullivan, 1982, p. 18) (fig. 7-8). Fig. 1. Xochiquetzatl en el Códice Borbónico, página 19, 1562-1563. La diosa lleva el quetzal en su espalda. Las serpientes son un símbolo de fertilidad por lo que es habitual encontrarlas alrededor de las divinidades consagradas a esa labor. Fig. 2. Pedro de los Ríos, Xochiquetzatl en el Códice Ríos, ca. 1566. La diosa aparece más femenina aunque con los mismos atributos, incluido un pequeño motivo lunar en lo alto de su tocado. Fig. 3. Xochiquetzatl en el Códice Borgia, página 9, siglo XVI. Esta página, al igual que las cuatro siguientes, se encuentra dividida en cuartos; en cada uno de ellos se representa la deidad patrona de cada uno de los veinte días del calendario. La diosa, como deidad del día de la flor, aparece con estas cayendo por la parte de atrás de su espalda. Fig. 4. Símbolo de Xochitl o Flor. Fig. 5. Xochiquetzatl en el Códice Borgia, página 62, siglo XVI. El profuso engalanamiento en la iconografía de esta diosa, así como el uso de sandalias, denotan el alto estatus de la divinidad dentro del panteón azteca. Fig. 6. Figurilla nahua de Xochiquetzatl, período postclásico tardío, 1200-1521, barro moldeado con pintura blanca. La diosa está bellamente engalanada con ropajes, joyas y su tocado de quetzal. Fig. 7. Tlazoltéotl en el Códice Borbónico, página 11, 1562-1563. La diosa aparece arrodillada mientras pare al niño que le ha entrado por la cabeza, aunque puede que se esté dando a luz a sí misma, por los adornos de la cabeza que asoma, lo que representaría la regeneración eterna de la naturaleza. Viste con una piel desollada sobre su cuerpo y falda con motivos lunares. Fig. 8. Tlazoltéotl en el Códice Borbónico, 1562-1563. La postura “en sapo”, indica su representación como diosa de los partos y las mujeres embarazadas. Tiene la boca manchada de pulque y su cabeza se decora con la banda de algodón y las orejeras a juego. Fig. 9. Tlazoltéotl en el Códice Borgia, página 63. Su atuendo bélico la denota bajo su faceta de mujer guerrera, hecho irrefutable por el niño que sostiene. La diosa se presenta bajo su patronazgo sobre los partos. Su falda, además, tiene símbolos de la media luna, como astro asociado a la fertilidad. Fig. 10. Tlazoltéotl en el Códice Borgia, página 55, siglo XVI. La diosa se vuelve a mostrar como guerrera reconocible por las armas que sostiene. Señala a una serpiente, como símbolo de la fecundidad. El reptil, además, se sitúa por debajo de la Luna. Esa iconografía muestra a Metztli, una diosa lunar azteca, representada como si fuera un recipiente blanco lleno de agua, con un conejo en su interior. El agua también es un elemento asociado a la fecundidad femenina. Fig. 11. Tlazoltéotl en el Códice Laud, siglo XVI. La diosa aparece como tejedora, joven y desnuda. En su mano derecha sostiene unos punzones rotos, simbolizando el adulterio. Correspondería con la primera etapa de la vida de una mujer en la que es joven, femenina y fértil, acuciado por las presencia de la serpiente. Fig. 12. Tlazoltéotl en el Códice Laud, siglo XVI. Aparece bajo el carácter bélico, asociándose a las mujeres fallecidas durante el parto. Se le han eliminado los senos, lo que la muestra bajo una imagen más masculina, no tan femenina como la figura 9. Fig. 13. Tlazoltéotl en el Códice Laud, siglo XVI. La diosa se muestra como sacerdotisa que absuelve los pecados, invitando a la confesión con la postura de sus brazos. En su mano izquierda sostiene una bolsa típica de los sacerdotes, mientras que en la otra, tres instrumentos punzantes del tejido, ya que una de las penitencias por el pecado del adulterio consistía en atravesarse la lengua con una púa (Gonza ́lez Torres, 1991). Fig. 14. Tlazoltéotl en el Códice Laud, siglo XVI. Última etapa de la mujer, la bruja anciana que invoca a un demonio para que asole la tierra si no se le rinden los cultos debidos. Su postura, sentada sobre un hombre, expone la superioridad y dominación de la mujer sobre el hombre (Gajewska, 2015). Fig. 15. Escultura del pueblo huasteco mesoamericano de Tlazoltéotl, siglos XIV-XV, arenisca amarilla. La popularidad de la diosa hizo que, cuando el pueblo huatesco fue invadido por los aztecas, estos la incorporaran a sus creencias.. Siempre mantuvo su patronazgo y atributos, aunque cada cultura la representara bajo estilos diferentes. Fig. 16. Escultura hueca de Tlazoltéotl, 200- 900, barro y chapopote. La diosa es reconocible por los vestigios de policromía negra alrededor de su boca. La larga falda con el cinturón de serpientes (iconografía de la diosa madre de la tierra Coatlicue) representa a las mujeres honradas tras su muerte durante el parto. Una de las esculturas de la diosa Tlazoltéotl del siglo XIV (fig. 17) sirvió como inspiración durante la pre-producción del film de Steven Spielberg Indiana Jones. En Busca del Arca Perdida (1981) para crear una figurilla dorada que representaba a la diosa de la fertilidad Chachapoya (fig. 18). Posteriormente, vuelve a aparecer esa misma figurilla en la película infantil Spy Kids 2: La Isla de los Sueños Perdidos de Robert Rodriguez (2002), donde uno de los personajes recoge el ídolo de entre un cúmulo de piezas de oro. También inspirada en esa figurilla de Tlazoltéotl, la artista Myriam Negre realizó una escultura de cerámica con la misma postura y expresión que la original, pero la criatura que aparece por su vagina es una serpiente. La serpiente como símbolo de fertilidad, de sabiduría y “conciencia” (fig. 19). Su trabajo conecta los cuerpos femeninos, la fuerza de sus úteros, su matriz germinadora y la naturalidad de la sangre menstrual, enraizándolo con la Madre Tierra. Todo lo que se tiene, hay que ofrendarlo; todo va más allá del plano físico y transciende interconectado con la sangre del resto de mujeres que existen y han existido. Fig. 17. Escultura azteca de aplita, Tlazoltéotl, período postclásico tardío, siglo XVI. La diosa se muestra dando a luz. Fig. 18. Ídolo de Oro de la diosa Chachapoya del film Indiana Jones. En Busca del Arca Perdida, Steven Spielberg, 1981. Fig. 19. Myriam Negre, Mujer pariendo una nueva conciencia, 2020, escultura de cerámica. El ilustrador contemporáneo Pedro Larez, el cual crea viñetas con clave humorística sobre las deidades, ha generado varias historietas protagonizadas por la diosa Xochiquetzatl. En ellas juega con la belleza de la diosa y su carácter sexual. Varias viñetas aúnan su patronazgo sobre los artesanos y personas habilidosas con las manos, con la masturbación. Su diseño es el de una mujer joven y atractiva, vestida de rosa con un escote en su top. Lleva un tocado de este mismo color con plumas verdosas, haciendo referencia al quetzal y un velo le cae sobre sus ojos verdes. Además, le cuelgan las orejeras doradas típicas de la iconografía azteca a cada lado de la cabeza (fig. 20-22). Fig. 20. Pedro Larez, El amor ideal, 2016, ilustración digital. El autor une el carácter defensor de la mujer de la diosa con la ideología feminista actual. Fig. 21. Pedro Larez, Amar hasta morir, 2016, ilustración digital. La diosa se estaba masturbando cuando ha aparecido el mortal. Fig. 22. Pedro Larez, Diosas del Amor, 2016, ilustración digital. Comparativa de distintas diosas del amor análogas entre mitologías del mundo. Fig. 23. Jonathan Higareda, Tlazoltéotl, 2015, ilustración digital. En esta imagen de la diosa, el ilustrador se ha inspirado completamente en su iconografía del Códice Borbónico. Eliminando los elementos más macabros (como la piel desollada), ha mantenido el mismo atuendo con los símbolos lunares, y lleva e torso descubierto. Su tocado está hecho con las plumas de quetzal, husos y cinta de algodón a juego con sus pendientes. No está dando a luz, pero introduce el elemento acuático que lo sustituye. Fig. 24. Tlazoltéotl en Devil Summoner: Soul Hackers, Atlus, 1997, Japón. Tlazoltéotl parece en cinco videojuegos de la saga Megami Tensei 149 como megami race (raza de demonios compuesta por cabezas de panteón femeninas y masculinas que, en el caso de las diosas, son divinidades de la fertilidad). Su apariencia es la de una mujer joven con la piel grisácea y el pelo azulado. Alrededor de su boca su piel se torna negra, mezclándose con el resto de la piel mediante líneas poligonales. De igual manera le sucede desde sus manos hasta la mitad de los antebrazos, y desde sus pies hasta la cintura. Está conectada a una vasija con forma de cabeza humana de inspiración azteca, mediante unos tubos que sale de su torso. En general da sensación de parecer más una máquina que humana (fig. 24). Esta estética, muy utilizada dentro del cine de ciencia ficción como en la saga Alien, tiene su inspiración en la obra del artista H. R. Giger, autor de la estética de las criaturas de esa saga, entre muchos más trabajos. Giger desarrolló una estética en la que mezcla cuerpos orgánicos (en muchos casos mujeres) con máquinas mecánicas, bautizadas como biomecanoides. Sus piezas tienen un componente sexual a veces más explícito, otras, más subliminal, que se transforma en fetiche. En esta categoría ningún personaje es antropomórfico completamente ni zoomorfo exclusivamente sino que, en su mayoría, presentan rasgos mestizos, híbridos entre lo humano y lo animal, lo bestial y lo monstruoso. A pesar de que en la mayoría de mitologías existen este tipo de seres híbridos, es reseñable la cantidad de ellos con género femenino que posee la mitología griega. Esta cultura basa su cosmogonía y luchas de héroes en el enfrentamiento contra seres que presentan algún tipo de “anormalidad” anatómica o son bestias irracionales y, en muchos casos, existen para ser la prueba iniciática que el héroe debe superar para ganarse su estatus y su gloria eterna: Gigantomaquia, Titanomaquia, Tifonomaquia, Hidra de Lerna, León de Nemea, Can Cerbero, Equidna, Esfinge, Sirenas, Medusa, Harpías, Escila, Cíclopes, Dragones, Minotauro, Quimera, Pitón... Una larga lista en la que los dioses olímpicos antropomórficos, gobernados por Zeus, y los héroes helenos bendecidos por las deidades, siempre salen victoriosos, estableciendo un sistema de canon, de perfección idealizada que sirve de ejemplo para los mortales. Todo lo que queda fuera de ese canon, de esa norma, son fuerzas del Caos, primitivas y salvajes, que amenazan el orden legítimo y patriarcal, por lo que deben ser erradicadas (Mayor Ferrándiz, 2012). A todo esto se suma toda la misoginia e incomprensión que los hombres profesaban a las mujeres en la Antigua Grecia, y es algo que se ve reflejado especialmente 149 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. en los monstruos femeninos. Como antecedentes milenarios de la femme fatale, estos monstruos encarnan los miedos masculinos sobre el misterio de las mujeres: su carencia de alma como decía Aristóteles, personificaciones de la bestialidad y la barbarie como aseguraba Tales de Mileto, su poder de seducción y perdición para los hombres inherente a toda mujer... Pues no son animales enteramente, tienen atributos humanos femeninos. Así aparece una lista de criaturas híbridas que conforman un estereotipo femenino que deshumaniza a la mujer y la acercan a la bestia, a lo salvaje, a lo incivilizado, un argumento más para dejarlas al margen de la vida social, económica y política de la polis. Como Barbara Creed (1993) denominó el “monstruoso femenino”, aquello que genera miedo y terror por su sexualidad y capacidades reproductivas, que está sujeto a la sociedad misógina: Lo femenino no es per se un signo de monstruosidad, más bien se interpreta como tal en el discurso patriarcal que revela mucho sobre el deseo y los temores masculinos, pero no dice nada sobre el deseo femenino en relación con lo horrible (p. 70). Los monstruos femeninos desatan el caos, son fuerzas devastadoras del orden y fuentes de un temor que fascina e, incluso, seduce por la peligrosidad que encarnan (Álvarez-Espinoza, 2016). Medusa, la Esfinge y las Sirenas poseen tal belleza y fascinación que procuran y persiguen la destrucción y caída del hombre, “su poder de seducción puede considerarse como una de las primeras representaciones vampíricas de castración masculina” (Beteta Martín, 2016, p. 86). De esta manera, las híbridas se convierten en las antecesoras de las vampiras, la asociación del dolor y el placer comienza con ellas y entrelaza la muerte y el deseo en un abrazo que hace imposible de discernir donde finaliza una y comienza la otra parte. Esta dualidad pertenece por antonomasia a la sexualidad femenina y su maternidad, donde algunas especies de animales, la hembra devora al macho tras la cópula. Así, la Esfinge clásica devora a su presa tras jugar con ella; la Gorgona, como víctima castigada del crimen cometido contra ella, queda en el imaginario como una coleccionista macabra de estatuas horrorizadas; y las Sirenas hacen lo propio tras embrujar a los hombres con sus cantos. De igual manera otras criaturas griegas matizan el concepto de monstruosidad femenina: Escila o Caribdis, la peor decisión a la que un marinero debía enfrentarse; las Harpías, criaturas infectas y pudridoras, una encarnación de las creencias más inmundas sobre la menstruación femenina; las Erinias, seres vengativos y violentos; o Equidna, mujer serpiente, cuya maternidad y prole es igual de abyecta que ella. Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día y con tres pies errando por el vano ámbito de la tarde, así veía la eterna esfinge a su inconstante hermano, el hombre, y con la tarde un hombre vino que descifró aterrado en el espejo de la monstruosa imagen, el reflejo de su declinación y su destino. Edipo y el enigma, Jorge Luis Borges, en El otro, el mismo, 1964. La palabra “esfinge” proviene del griego , Sphinx, del verbo sphingein, “apretar” e, incluso, por extensión, “estrangular”, de ahí que a la criatura griega también se la denomine La Estranguladora. Pero el origen de este monstruo egipcio-heleno es mucho más antiguo, aunque no hay consenso entre las hipótesis. Una iconografía que pudo servir para las conocidas esfinges posteriores es la de Lamassu o Shedu de la mitología asiria, cuya primera representación data del 3000 a. n. e. Se trata de un toro o león alado con cabeza de hombre y, algunos, tenían escamas de pez. Estas criaturas eran genios protectores, que encarnaban el equilibrio entre el cielo, la tierra y el agua. Como criaturas liminares, se colocaban en los umbrales de las puertas, ya sea la de los hogares o la de las ciudades. En estas últimas, sobrepasaban los 4 metros de altura, lo que las hacía imponentes guardianes que infundían respeto y temor a partes iguales (fig. 1). La mantícora persa también es un león con cabeza humana y cola de escorpión o llena de púas. Devoraba a sus víctimas con tres hileras de dientes y, según las versiones, también podía tener alas de murciélago y disparar dardos venenosos (fig. 2). Dentro del hinduismo, una de las encarnaciones terrenales del dios Visnú es Narasinja, una criatura mitad león y mitad hombre que aparece en diecisiete de los puranas y libros védicos. (Bartlett, 2016, p. 27). Fig. 2. Mantícora en el Bestiario de Rochester, siglo XIII. Fig. 1. Lamassu, reinado de Asurnasipal II, período neoasirio, 883-856 a. n. e., yeso de alabastro. Los egipcios llamaron a las esfinges Sheps-anj, “estatua/imagen viviente”, ya que creían que por la noche cobraban vida para proteger los lugares donde se encontraban, una tradición con relación estrecha a Lamassu. Ese nombre derivó a la palabra sefanjes, término recogido por los griegos y que derivaron ya a sphinx (El-Shahawy, 2010). En Egipto las esfinges eran, igualmente, leones con cabeza humana aunque, en su caso, eran siempre cabezas masculinas. Se pueden distinguir dos tipos de esfinges: una genérica y anónima, y otra con el rostro del faraón que la mandaba realizar o tras su muerte. En cualquier caso se utilizaban para guardar espacios funerarios, sagrados o reales (fig. 3). Eran un símbolo solar ya sea porque se asociaban al séquito del dios creador y solar Atum, o a la diosa leona Sekhmet, hija del dios Sol Ra. También estaban relacionadas con Harmakhis, dios del sol naciente y el crepuscular, lo que le convierte en una deidad de la muerte y resurrección, que siempre era representado bajo la forma de una esfinge. El cuerpo del león simbolizaba la fuerza solar y su poder regenerador de otorgar vida, y la cabeza humana era la sabiduría (Bartlett, 2016, p. 26). Fig. 3. Detalle de un carro de oro hallado en la tumba del faraón Tutakhamón, ca. 1325 a. n. e. La archiconocida esfinge de Guiza se cree que lleva el rostro del faraón Kefrén y que fue construida en torno al 2500 a. n. e. por mandato de él para formar parte de la necrópolis en Guiza (fig. 4). Su enorme tamaño y cercanía a las tres grandes pirámides le han procurado tal fama que ha sido víctima de numerosas leyendas y teorías pseudocientíficas. Además, tiene numerosas apariciones en la cultura popular dando explicaciones inverosímiles a la rotura y erosión de su nariz. Algunas de ellas son el film animado de Aladdín de Walt Disney (1992), donde el escultor que trabaja en la esfinge con cincel y mazo, la golpea con más fuerza al distraerse por ver a Aladdín y a la princesa Jazmín volando sobre una alfombra (fig. 5). Otra aparición es en la película de Astérix y Obélix: Misión Cleopatra de Alain Chabat (2002) basada en el cómic, donde los galos viajan a Egipto y allí, Obélix, con su enorme envergadura, se cuelga de la nariz de la esfinge que se rompe bajo su peso (fig. 6). Fig. 4. Gran Esfinge de Guiza, ca. 2500 a. n. e., piedra caliza. Fig. 5. Fotograma de Aladdín, Ron Clements y John Musker, Walt Disney, 1992. Fig. 6. Astérix y Cleopatra, guion de René Goscinny e ilustración de Albert Uderzo, 1965. Fue a partir de las dinastías XVIII y XIX del Imperio Nuevo (ca. 1550-1100 a. n. e.) cuando las esfinges comenzaron a poseer un carácter más malévolo y cruel en Egipto, representándose con cadáveres desnudos bajo sus patas, coincidiendo, además, con las primeras apariciones de rostros femeninos en ellas (Pedraza, 1991, pp. 17-18) (fig. 7). En Fenicia también se propagó la iconografía de la esfinge sin un sexo definido (Elvira Barba, 2008, p. 402). Fig. 7. Esfinge de Hatshepsut, ca. 1473-1458 a. n. e., granito y pintura. En Grecia se aceptó, casi como una recuperación de la iconografía asiria, el representarlas con un par de alas emplumadas a cada lado del lomo, y se estableció la fisionomía femenina definitivamente. Si bien es cierto que durante el periodo geométrico aun llevaban tocados y barbas postizas, como la esfinge de la reina Hatshepsut, lo que les otorgaba un aspecto bastante andrógino. Durante el periodo arcaico se mantuvo su función mortuoria y apotropaica, apareciendo en estelas, exvotos y sepulcros. Su aspecto era mucho más refinado y elegante, pareciéndose cada vez a las mujeres griegas: cabello rizado, ojos más almendrados y expresión más humana. Esto conllevó que se fueran perfilando como figuras seductoras y enigmáticas (Elvira Barba, 2008, p. 402; Pedraza, 1991, p. 18). Ya Hesíodo la menciona en su Teogonía: “Ésta (la Quimera 150 ), amancebada con Orto, parió a la funesta Esfinge, ruina para los cadmeos” (ca. 715 a. n. e./1978, vv. 326-327, p. 85). El autor establece una ascendencia monstruosa lo que, automáticamente, hereda la Esfinge; y no deja lugar a la dudas de ello con su única aclaración sobre ella en toda la obra: causó el terror y llevó a la pobreza a los tebanos (cadmeos). A pesar de ello, no aporta ninguna descripción sobre su aspecto, dando por hecho que ya es sabido por sus coetáneos. A lo largo del siglo VI a. n. e. aparecieron las primeras imágenes de la Esfinge con Edipo, lo que establecería una historia, una leyenda en torno a su figura que explicaba por qué era malvada, qué había hecho la Esfinge para causar la ruina y cómo la habían vencido. Durante la época clásica griega, a la Esfinge le son añadidos los pechos femeninos, atributo que remarcaba su feminidad (Elvira Barba, 2008, p. 402) y acababa con cualquier tipo de 150 La Quimera, hija de la Hidra de Lerna (de un monstruo solo puede nacer otro monstruo), es otra criatura monstruosa e híbrida que, pese a no poseer rasgos humanos, se ha considerado siempre de género femenino, como puede verse en este pasaje de Hesíodo en el que la convierte en madre de la Esfinge. Era descrita con tres cabezas: una de león con ojos como brasas, otra de cabra y la última de serpiente que aparecía como su cola tras su cuerpo cuadrúpedo. Podía escupir fuego, como un dragón, era ágil, de gran tamaño y muy violenta. De igual manera, halló la muerte en manos de un héroe griego varón, Belerofonte, que halló su gloria asesinándola a lomos del caballo alado Pegaso (que podría decirse que es un primo relativamente cercano de la propia Quimera). duda que pudiera existir sobre su sexo y género, volviéndola eterna e inalterable hasta la actualidad. De esta manera, se llega a la conclusión de que es una de las figuras más vilipendiadas y pervertidas por la sociedad occidental pues, pasó de tener un carácter completamente benigno, protector y poderoso, a un monstruo devora-hombres y destructor. Y todo por pasar de ser representada de hombre a mujer. Apolodoro (siglos I-II/1987) narra con detalle el mito en el que aparece la Esfinge en el libro III de su Biblioteca mitológica. Yocasta y Layo eran los reyes de Tebas y al rey le fue profetizado que su hijo le asesinaría. Layo, sin embargo, no pudo evitar sucumbir al deseo que sentía por su esposa y se unieron. Cuando nació el niño, le atravesó los tobillos con unos broches y mandó a un sirviente que lo abandonara en el monte. Pero allí fue recogido por unos pastores que le curaron los pies y le llamaron Edipo (“pies hinchados”). Cuando creció se enteró de que no era hijo de los pastores y se dirigió a Delfos para averiguar la verdad. El oráculo le profetizó que no debía volver a tierra natal, pues mataría a su padre y se acostaría con su madre. Creyendo que se refería a sus padres pastores, pues no le había desmentido su origen humilde, se dirigió hacia Tebas. Por el camino se cruzó con Layo, su padre, y, tanto él como el sirviente que le acompañaba, le mandaron apartar de muy malas formas del camino, llegando a asesinar a uno de los caballos de Edipo. El joven se enfureció y mató a ambos hombres, sin saber que acababa de cumplir la mitad de la profecía. Edipo vivió en Tebas, que empezó a ser reinada por Creonte, durante un tiempo pero la diosa Hera 151 envió a un funesto monstruo sobre la ciudad, la Esfinge: “Pues Hera envió a la Esfinge, cuya madre fue Equidna 152 y cuyo padre fue Tifón; tenía cara de mujer, pecho, patas y cola de león y alas de ave” (siglos I-II/1987, 52, p. 82). El monstruo se instaló en lo alto de una colina y allí recitaba un acertijo a cualquiera que pasaba: “¿Quién es el que con una sola voz pasa de cuatro pies a dos pies y tres pies?” (siglos I-II/1987, 53, p. 82). A todo aquel que se atreviera a enfrentarse a ella y no dar con la respuesta correcta, la Esfinge lo devoraba. Así perecieron muchos, hasta que el rey Creonte perdió a su propio hijo y heredero en las fauces de la criatura y decretó que aquel que lo resolviera, heredaría el trono y se casaría con la viuda Yocasta. Entonces Edipo se dirigió hacia la Esfinge y tras recitarle el acertijo, el joven dio la respuesta correcta: el hombre, que gatea cuando nace, camina sobre sus pies cuando crece y se ayuda de un bastón en la senectud. La Esfinge, derrotada, se arrojó de la colina o desde lo alto de la Acrópolis de Tebas y murió. Edipo recibió el reino y la mano de su madre, con la que tuvo dos hijas y dos hijos. Cuando, 151 Las razones que llevaron a Hera a cometer esta venganza varían. Uno de los motivos es que se quiso vengar de los tebanos porque Alcmena, conciudadana de ellos, había yacido con su marido Zeus (Sechi, 1993, p. 94). De dicha unión nacería Heracles o Hércules, según su nombre latino. Pero, la más aceptada es que Layo tuvo relaciones con otro hombre, Crisipo, un joven hijo de Pélope, que habían acogido a Layo en un exilio que tuvo que hacer de Tebas antes de casarse. Pedraza (1991) conjetura que el castigo pudo no infligirse por homosexualidad, sino por el abuso de poder y su consecuente secuestro y agresión sexual de un hombre adulto (Layo) a un joven (Crisipo) que es hijo del huésped que le acoge (Pélope) y que había depositado su confianza en él. Pélope lanzaría una maldición sobre Layo: su propio hijo, otro joven, acabaría con su vida. Hera, como defensora del matrimonio y, por ende, de las relaciones heterosexuales y las buenas costumbres, reprobaba la actitud de Layo e hizo realidad la maldición de Pélope enviando a la Esfinge que atraería la presencia de Edipo de nuevo a Tebas (pp. 30-31). 152 Equidna es una criatura poco conocida de la mitología griega. Se trata de una bella mujer con tren inferior de serpiente, ojos oscuros y larga cabellera. Según Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978) fue madre, teniendo como consorte a Tifón, de la mayoría de los monstruos clásicos: el Can Cerbero, Orto, la Hidra de Lerna, la Quimera, el León de Nemea, el Dragón Ladón o la Serpiente de la Cólquide, entre otros. Mantuvo relaciones con Heracles tras hacerle chantaje, con el que tuvo descendencia. A pesar de su hibridación que la hace estar más cerca del monstruo que de la mujer, es considerada la Madre de todos los Monstruos, pues un útero maligno y abyecto solo puede producir criaturas iguales o peores a él (Miranda Miranda, 2016). Equidna se convierte en un paradigma fiel a las afirmaciones de Barbara Creed (1993) sobre los personajes femeninos en el cine de terror que son monstruosos, ya que estos están identificados siempre con sus funciones reproductivas y su maternidad. tiempo después, fue descubierta la verdad sobre el origen de Edipo, gracias al adivino Tiresias, y que las profecías hacía tiempo que se habían cumplido, Yocasta se ahorcó y Edipo autolesionó o sacó los ojos, dejándose ciego. Huyo de Tebas y maldijo a sus hijos por no socorrerle al ser desterrado de la ciudad. Solo acompañado de su hija Antígona, fue acogido por Teseo en Colono de Ática, donde murió poco tiempo después (Libro III, V, 48-56, 7-9, pp. 81-83). Apolodoro, al igual que otros autores como Laso de Hermíone e Higino, cambia los progenitores de la Esfinge, con respecto a los que estableció Hesíodo. Aunque no es un cambio sustancial en cuanto a significado pues tanto Quimera y Orto, como Equidna y Tifón, son criaturas aterradoras y zoomorfas. Estacio (ca. 90/2003) añade más detalles sobre la imagen de la Esfinge: piel pálida, horrible rostro, boca llena de veneno, ojos llameantes como un par de brasas y alas manchadas de sangre; a sus pies y en toda la ladera del monte había huesos roídos de sus antiguas víctimas, a los que se sumaron los suyos propios cuando se despeñó tras suicidarse (Libro II, p. 81). La Esfinge, ya como anuncia Apolodoro, estaba bendecida por las Musas, pues hasta el propio Edipo alaba la bella forma con que recita el enigma. La Esfinge es, pues, una poetisa, una cantora (Pausanias, siglo II/1994) que, con melodiosa voz, muestra su acertijo, su creación, para que, una vez que no son capaces de comprender su significado y haberles atraído hacia ella, devorarlos. Una suerte de Sirena que, al contrario que las benévolas e inspiradoras Musas, pervierte la melodía de sus palabras en una trampa cruel. Pero, ¿por qué Edipo es el único que, sin dudar, averigua la respuesta del acertijo? Solo él, el que tuvo heridas en los pies, el cojo, al que le costó sanar, y se valió de distintos apoyos a edades que no debería, al que le costó aprender a andar. El pies hinchados es el único que reconoce la naturaleza humana porque estuvo privado de ella. Edipo es el único que se ha parado a reflexionar sobre pies y sus apoyos, y por ello, por su reconocimiento y autoconocimiento como ser humano, no es castigado. El mito también esconde una moraleja: aquellos que no mantengan unidos y cultivados mente y cuerpo, perecerán. En otras versiones se añade un segundo acertijo: “Existen dos hermanas. Una engendra a la otra. Ésta, a su vez, engendra la primera”. La respuesta sería el día y la noche, ya que, en griego, ambos nombres son femeninos (Hemera y Nix) (Goñi, 2005, p. 127; Miranda Miranda, 2016). Según Eurípides (ca. 410 a. n. e./1998), la Esfinge no se suicida sino que es Edipo quien la asesina (Fenicias, v. 1507). La Esfinge, como milenaria guardiana de secretos y conocimientos, figura de sabiduría, también es una mujer-bestia y, por ello, es vencida por el logos del hombre. Creonte hace que sea necesario que suceda así, da por hecho y sentencia el sino de la Esfinge en manos de un hombre, puesto que el premio (a parte del reino de Tebas) es la mano de Yocasta, el matrimonio con una mujer, y los griegos solo se casaban en relaciones heterosexuales. De esta manera, Creonte anuló la posibilidad a cualquier mujer para alzarse como heroína de Tebas, ya que las mujeres no poseen logos, son animales y propiedades que necesitan de un hombre para subsistir y no descontrolarse. En cualquier caso, Yocasta se convierte en el premio, al igual que la corona de Tebas. Ella, que encarna el modelo de feminidad matrimonial y materno y que, debido al incesto, es madre-esposa y abuela-madre, es quien acaba llevando a la perdición a Edipo y no la Esfinge, que se perfilaba como la mujer perfecta para hacer sucumbir al hombre: seductora, yerma y devoradora de hombres jóvenes. Yocasta y la Esfinge se configuran como mujeres antagónicas pero análogas pues Yocasta vence, sin querer, allá donde la Esfinge fracasó, y ambas se suicidaron por culpa de Edipo. Este se saca los ojos porque, a pesar de conocer la naturaleza humana, no se conoce a sí mismo, no supo identificar el parricidio ni el incesto, no tuvo suficiente logos. El cegarse le procura la introspección que había necesitado y no poseyó cuando estaba ciego por su avaricia y soberbia (Pedraza, 1991, p. 32). La iconografía del encuentro de estos dos personajes fue variando. La Esfinge normalmente aparece en posición sedente, al principio, en lo alto de columnas, para acabar sobre una roca (fig. 13), simulando el paraje natural del monte de Tebas. Edipo comenzaría siendo un hombre adulto y barbudo, vestido y también sedente; para convertirse en un joven semidesnudo en diferentes posturas y con una actitud normalmente más protagonista y activa que la Esfinge, denotando su tranquilidad y su inminente victoria sobre ella. Fig. 8. Esfinge de Naxos, 575-560 a. n. e., mármol. Aunque fue realizada en la isla de Naxos, se regaló a Delfos para que custodiara y guardara el Oráculo. Fig. 9. Esfinge funeraria, 560-550 a. n. e. Lleva una corona vegetal en la cabeza. Al igual que la anterior, la imagen es bastante andrógina, sin senos e hierática. Fig. 10. Jarra pequeña de figuras negras, Esfinge y Edipo, 470 a. n. e. Ella encaramada a una columna observa a un Edipo vestido. Fig. 11. Kylix ático de figuras rojas, Edipo y la Esfinge, 480-470 a. n. e. La Esfinge se revela en una posición aparentemente de superioridad, pero la tranquilidad de Edipo que parece más un viajero cansado que una persona que se encuentra en un momento de vida o muerte, denota lo contrario. Fig. 12. Escultura de una Esfinge, siglo V a. n. e. Fig. 13. Sarcófago con Edipo y la Esfinge, 331-323 a. n. e., relieve. Motivo funerario en el que Edipo le susurra la respuesta a la Esfinge. Esta tiene unas dimensiones bastante más grandes que las de él, hecho bastante inusual en sus representaciones conjuntas. En Roma continuó la imagen de la Esfinge dentro de la iconografía mortuoria (fig. 14). Durante la Edad Media no fue muy profusa la creación de imágenes de esfinges, quedando recluidas a decoraciones menores en gárgolas, capiteles o en portales de iglesias acompañando a otras criaturas (fig. 15-17). A partir del Renacimiento, la Esfinge regresa cargada de simbolismo, como guardiana o, todo lo contrario, como emblema de la ignorancia (fig. 18). Así la describe Andrea Alciato en 1530, donde asigna un significado simbólico a cada parte del cuerpo de la Esfinge: las alas emplumadas de ave son la superficialidad y la brevedad del ingenio; el rostro y torso de mujer joven, el deseo de bienes materiales y el deseo sexual incontrolado; y el cuerpo de león, la soberbia y el orgullo. En su conjunto, forman la Ignorancia (Pedraza, 1991, p. 36). A lo largo de los siglos siguientes hasta el romántico siglo XIX, es habitual encontrar esfinges como motivos decorativos en patas o reposabrazos de mobiliario (fig. 19-20), escultura en jardines (fig. 21) y, en ocasiones, guardando las puertas de ciertos edificios relacionados con el conocimiento y que escondían o desvelaban secretos, como bibliotecas o museos (fig. 22). En la mayoría de estas últimas representaciones, las esfinges tienen los rostros hermosos y los senos muy turgentes y algo antinaturales, destacando que responde a una feminidad exagerada. Fig. 14. Esfinge de Colchester, siglos I-II, escultura romana. Entre sus patas, sujeta la cabeza de un hombre, puede que con intención de exhibirla como trofeo o dispuesta a devorarla en cualquier momento. Fig. 15. Capitel de la Iglesia de Santa María Magdalena, siglo XII, Tardajos, Burgos. Fig. 16. Capitel de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, 1202, Duratón, Segovia. Fig. 17. Ménsula del púlpito de la catedral de Tarazona, Zaragoza, siglo XV. Fig. 18. Esfinges decorativas en la Sala de los Nichos del Palazzo Pitti, Florencia, mediados del siglo XV - siglo XVI. Fotografía propia. Fig. 19. Mesa de centro con esfinges francesa, 1795-1799, bronce dorado al mercurio con tapa de mármol gris. Fig. 20. Jean-Démosthène Dugourc y Pierre-Philippe Thomire, Mesa de las Esfinges, finales del siglo XVIII o principios del XIX, taracea de piedras duras; bronce fundido, cincelado y dorado; madera de caoba. Palacio Real de Madrid. Fig. 21. José Tomas y Francisco Elías, esfinges del conjunto escultórico Exedra, 1837-1838, Plaza de los Emperadores, Parque de El Capricho, Madrid. Fig. 22. Entrada al Museo Arqueológico Nacional, Madrid, 1867. Pero, si hay un estereotipo que encarnó a la perfección durante el periodo decimonónico es el de seductora e impía femme fatale. Según Pilar Pedraza (1991), la Esfinge es selecta en sus víctimas, pues sus favoritas son los hombres jóvenes, no ataca a mujeres. Así lo demuestra su iconografía, donde, desde Grecia, solo aparecen cadáveres femeninos en apenas unas pocas representaciones decimonónicas (p. 24). Además, no suele haber signos de lucha, los jóvenes se entregan a la Esfinge como si de un abrazo amoroso se tratara. La escultura de la Esfinge en el Museo de Éfeso es una explicación gráfica de ello (fig. 23), que antecede lo que en el siglo XIX se popularizaría. Para los prerrafaelitas y simbolistas finiseculares, la Esfinge es la “mujer-bestia portadora de enigmas [...] Les evocaba asociaciones con antiguos mitos, con misterios jamás expresados y, al mismo tiempo, su hibridez les atraía” (Bornay, 2020, p. 203). Esta criatura encarnaba la provocación, la sexualidad salvaje de la mujer (ya que sus propias mujeres vivían con su sexualidad anulada), la belleza de lo desconocido, el miedo a la muerte que desaparece tras el placer o se vuelve indiferente. El siguiente poema de Heinrich Heine expone esa fascinación sadomasoquista a la perfección: Frente a la puerta, había una esfinge, u ser híbrido de horrores y placeres, cuerpo y patas de león, mujer por su cabeza y sus senos. ¡Una hermosa mujer! Su sabia mirada habla de salvajes placeres; los mudos labios se curan en sonrisa de sosegada confianza. [...] y por fin, voluptuosamente, me abrazó, destrozando mi pobre cuerpo con sus leoninas garras. ¡Dulce tormento y delicioso dolor! ¡Placer y sufrimiento inconmensurables! Al mismo tiempo que el beso de su boca me hacía dichoso, sus garras me desgarraban horriblemente. (Hofstatter, 1980, transcrito por Bornay, 2020, p.109). Fig. 23. Esfinge con la Juventud como víctima, copia romana, siglo II, bronce. Más que una muerte inminente parece que ambos se van a entregar el uno al otro. Fig. 24. Jean A. D. Ingres, Edipo y la Esfinge, 1808, óleo sobre lienzo. Edipo acapara todo el protagonismo, desafía con seguridad a la pequeña Esfinge de la que solo es iluminado su cuerpo zoormorfo y sus grandes senos, mientras que su rostro iracundo se mantiene en las sombras, como parte del enigma. Edipo, además, es bípedo, pero tiene más apoyos: tres con la lanza/bastón como en la vejez, pero usa dos, lo que le convierte en cuadrúpedo. El acertijo de la Esfinge se cuenta en la propia respuesta: el Hombre. A su vez, señala a la Esfinge y se autoseñala, lo que parece estar contando la conversación que se produce: “a eso que estás preguntando, soy yo la respuesta”. La persona que huye puede ser otro hombre ordinario, la Ignorancia o un deseo interno de Edipo personificado (Pedraza, 1991). Fig. 25. Gustave Moreau, Edipo y la Esfinge, 1864, óleo. Al contrario que en la obra de Ingres, la Esfinge es la acaparadora de la atención. Hace retroceder a Edipo, de rostro más afeminado, ella le mira a los ojos directamente y se pega a su cuerpo. Está tentando a Edipo, convirtiendo el encuentro en un enfrentamiento de sexos: ella enjoyada y desnuda, como Afrodita, él con la lanza roja de Marte. El hombre se enfrenta a la naturaleza salvaje. Fig. 26. Dante Gabriel Rossetti, La Pregunta, 1875, grafito sobre papel. Sin connotaciones eróticas, un joven yace muerto mientras que otro más mayor se enfrenta directamente a la Esfinge y su enigma, pero no hay miedo ni fascinación en su mirada, está furioso. Junto con el hombre anciano que aparece a la derecha, la respuesta a “la pregunta” se encuentra representada en la propia obra. Fig. 27. Félicien Rops, La Esfinge, 1879, lápiz y tinta blanca. La Esfinge recupera su imagen pétrea y poderosa egipcia. El autor contrapone la figura de la Esfinge con la de la mujer, pero esta se abraza amorosamente a la otra, dejándose llevar por lo que representa y convirtiéndola en su aliada. Constatando este hecho y volviendo la estampa cómica, el Diablo, con su exagerado falo erecto, mira el cuerpo desnudo de la mujer pensativo. La mujer es la bruja que baila desnuda junto a otras mujeres igual de perversas y sexuales que ella y, con ello, es seducida y seduce al Diablo. Fig. 28. Gustave Moreau, La Esfinge Victoriosa, 1886, acuarela. Haciendo desaparecer a Edipo de escena, al contario que su anterior obra (fig. 25), la Esfinge se alza fuerte y aterradora sobre una cima montañosa por cuya ladera escarpada y fondo se desvelan cadáveres desnudos de hombre. Ella aun sostiene, clavándole la zarpa, uno de ellos por el brazo. De cabellera rubia y rostro ceniciento, decora su cabeza con una corona floral y expande sus alas, como un pavo real su cola. Fig. 29. Fernand Khnopff, El ángel, Animalidad o El encuentro del ángel con la animalidad, 1889, lápiz y realces blancos. El hombre, representado con atuendo de inspiración medieval, regio y denominado “ángel”, sinónimo de integridad y poder; vence a la mujer, agarrándola por el cabello y girando su cabeza. Ella, arrodillada cual animal a su lado, está dominada por él y los instintos, simbolizado por su sonrisa complaciente. Fig. 30. A. Seón, La desesperación de la Quimera, 1890, óleo sobre lienzo. La Esfinge, inusualmente de cabellera rubia, se encuentra gritando o bostezando por aburrimiento al no tener un hombre al que devorar. Su cola de león se transforma en una serpiente, más similar a la iconografía quimérica, y que la vincula con el símbolo por antonomasia de la decadencia de la mujer tras el cristianismo. Fig. 31. Maximilian Pirner, La Esfinge, 1890, pastel. Bajo una postura entronizada y poderosa, la Esfinge, más humana que de costumbre, se muestra erguida, desnuda y con su cabellera negra suelta, enmarcando un rostro envuelto en sombras. Bajo las garras de sus pies se agolpan los despojos humanos de los jóvenes que consume. Fig. 32. Franz von Stuck, El beso de la Esfinge, 1895, óleo. Obra profundamente erótica que muestra a la Esfinge de rostro envuelto en oscuridad, con una larga cabellera y sus pechos sobre el cuerpo desnudo de Edipo, como la encarnación de la feminidad perversa más exaltada. Edipo sucumbe al poder lascivo de ella en un beso que anula su voluntad y le hace arrodillarse ante la mujer. Su mano, congelada en un gesto abrupto, demuestra que se encuentra en plena tensión, ya sea por placer o muerte. Fig. 33. Fernand Khnopff, La caricia, 1896, óleo. En esta obra tan poco ortodoxa, la Esfinge tiene cuerpo de leopardo y muestra una actitud maternal hacia un Edipo aniñado y con rasgos más femeninos. Fig. 34. Franz von Stuck, Esfinge, 1904, óleo. El mismo autor de El beso de la Esfinge, vuelve a representar a esta criatura despojándola de sus partes zoomorfas, pero manteniendo su postura ancestral egipcia. Sus manos se curvan delante de ella, como si de garras se trataran, y mira al frente, desafiante e indiferente ante la desnudez con la que se muestra al espectador. El agua del paisaje en el que se encuentra, puede simbolizar la energía vital que roba (Bornay, 2020, p. 205) o la energía femenina ancestral y pagana. El enigma se mantiene pero, esta vez, reside en su feminidad. Fig. 35. G. -A. Mossa, Las Esfinges, 1906, acuarela, lápiz y tinta. Cinco mujeres se agrupan en una sola mirando, imperturbables, un campo de batalla de hombres desnudos que luchan entre ellos o yacen muertos bañados en sangre. Ellas visten de rojo, con las manos muy enjoyadas y sosteniendo monedas de oro sobre una pila de cráneos. Junto con el cuervo recuerdan a la figura triple de las Morrigan que presencian los campos de batalla. En este caso, se trata de, en palabras de Erika Bornay (2020): “Obra de un grotesco y desagradable mal gusto, que tal vez, intenta ser una parodia de aquella ambiciosa y deletérea mujer fatal” (p. 211). Fig. 36. Gustav Adolf Mossa, La Esfinge, 1907. Una mujer joven, vestida de la época, es seducida por la Esfinge emplumada, más similar a la iconografía de las Sirenas clásicas. Esta tiene el rostro demacrado y mortecino de una anciana, y decora su cabello con una pluma de pavo real, emblema de Hera y que denota soberanía. Al fondo se observa un castillo, que puede representar la propia Tebas. Al igual que la obra de Rops (fig. 27), la Esfinge y la mujer se vuelven aliadas, ya que la criatura se encarama a la joven en un abrazo alado, y habla con ella sin mostrar agresividad ni intención de atacarla. Fig. 37. Salvador Dalí, Shirley Temple, el monstruo sagrado más joven del cine contemporáneo, 1939, gouache, pastel y collage sobre cartón. En esta surrealista estampa, la Esfinge leonina sin alas tiene el cuerpo rojo y el rostro de la niña estrella que fue sensación en Hollywood desde principios de la década de 1930. Bajo su cuerpo y garras se desperdigan huesos humanos y sobre su cabeza, se alza un murciélago. Pudiendo tratarse de una sátira a la industria del cine que sexualiza a sus estrellas infantiles, la niña se alza bajo la iconografía de la que ha sido por excelencia la femme fatale, es el productor resultante y antinatural que la sociedad hace de los niños. Aunque es curioso que Dalí decidiera representarla bajo la forma de la Esfinge (con su respectivo símbolo del vampiro encima) pudiendo escoger cualquier otra iconografía para representar el mismo concepto. Fig. 38. Francis Bacon, Edipo y la Esfinge, 1983, óleo. La Esfinge, sin cabellera, mira a un Edipo de nuevo cojo, con sus pies ensangrentados vendados. Se muestra, dentro de una habitación en tonos rosados, el acertijo y el motivo por el que el hombre pudo resolver el enigma. Fig. 39. Eduardo Grancisco, Esfinge, siglo XXI, pintura digital. La criatura, ataviada con joyas de inspiración egipcia y sin rastro de su forma leonina, tiene cubierto su cuerpo con las alas emplumadas que adoptan la forma de una falda. Mira pensativa al frente, en lo alto de una columna (recuperando su imagen primigenia helénica), recostada cobre una cama de cráneos humanos. Fig. 40. Derek Tall, Enigma, 2015, pintura digital. Recuperando la imagen decimonónica, el autor muestra a la Esfinge profusamente enjoyada y sensual, con maquillaje de estilo egipcio (al igual que su pose de perfil), cuello extremadamente largo y corona emplumada. Sus alas se despliegan imponentes a su alrededor y de su boca gotea la sangre de su joven víctima que yace inerte y desangrándose bajo sus patas. Su cuerpo de leona muestra las profundas costillas, lo que denota que su carácter voraz y hambriento. El símbolo luminoso del fondo recuerda a los pentáculos de rituales paganos y satánicos, generando una escena esotérica y de pesadilla. La poderosa y macabra escena llama a la curiosidad de lo aún más regia e imponente que debe verse de frente. En conjunto, la Esfinge ha sido un símbolo de los enigmas, en un inicio concebidos como fuentes de conocimiento, de razón y de luz pero, acabaron convirtiéndose en sinónimo de lo oculto y lo oscuro. Este envilecimiento unido a su labor milenaria de guardiana de los lugares liminares y los pasos entre la vida y la muerte, así como su transformación en mujer bestial, el enigma se tradujo en el secreto femenino, la sexualidad bestial de la mujer que debe ser erradicada ya que si no, devora al Hombre 153 . Este aspecto de protectora de los secretos fue recogido por los masones, que convirtieron a la Esfinge en su emblema. Dentro de las ilustraciones de los mazos clásicos del tarot, la Esfinge aparece en dos cartas de las 78 cartas que componen la baraja Rider-Waite-Smith, ideadas por Arthur Edward Waite e ilustradas por Pamela Colman Smith. En la carta de El Carro, dos esfinges tiran del carro que monta un príncipe, lo que perpetúa la iconografía decimonónica de la batalla de sexos y dominación del hombre poderoso sobre el animal, como la obra de Khnopff (fig. 29). Una es blanca y la otra negra, una tiene la mirada serena y la otra apenada, pero ambas se hallan sentadas y a merced del hombre que tira del carro, que las controla. A pesar de los nemes (turbantes egipcios) que llevan, tanto sus rostros como los senos de sus torsos denotan que se tratan de mujeres, lo que está uniendo la iconografía 153 Uso del término haciendo parodia de la respuesta de Edipo que engloba a mujeres y hombres bajo el término patriarcal. egipcia y la griega. Las esfinges simbolizan los enigmas y desafíos que se plantean en el camino del individuo y que se deben superar mediante el aprendizaje y la sabiduría. Al ser iconográficamente opuestas, también representan la dualidad, de esta manera, quien lleva las riendas debe encontrar el equilibrio entre los opuestos (fig. 41). La segunda carta del tarot en la que aparece una Esfinge es en La Rueda de la Fortuna. La Esfinge es un elemento estático y pesado que se encarama en lo alto de la rueda y detiene su movimiento, es la estabilidad y permanencia, que observa todo. Puede interpretarse como un obstáculo que no permite la transformación y el fluir de la vida, o como una aliada, ya que otorga estabilidad y confianza en la vorágine de su alrededor. Su iconografía es idéntica al diseño de la carta anterior, exceptuando que su color es azul y que sostiene una espada, símbolo de inteligencia o una amenaza pues podrá ser usada en cualquier momento (fig. 42). Fig. 41. Carta El Carro, Arcano Mayor VII, Tarot Rider-Waiter-Smith, 1910. Fig. 42. Carta La Rueda de la Fortuna, Arcano Mayor X, Tarot Rider-Waiter-Smith, 1910. La Gran Esfinge de Guiza ha tenido numerosas apariciones dentro del cine y ha dado nombre a algunas películas como La esfinge de Franklin Schaffner (1981) o El secreto de la esfinge de George Mendeluk (2008). En cambio la esfinge tebana no ha sido un personaje muy prolífico dentro de la industria del cine. Tiene una aparición en la película Yu-Gi-Oh! La Película: La Pirámide de la Luz de 2004, cuyo apariencia está basada en la ilustración de una de las cartas del juego de mesa Yu-Gi-Oh! (fig. 43). Se trata de una mujer con cuerpo de león cuyo pelaje es blanco, tiene alas verdosas, una larga cabellera roja rosada y una tiara con una pequeña piedra sobre su frente. A su cuello se engancha una cadena a modo de correa (fig. 44). Su rostro se deforma anulando su atractivo y sacando a relucir su carácter mucho más animal y monstruoso que humano (fig. 45). Fig. 43. Esfinge Telia en las cartas Yu-Gi-Oh!. Fig. 44. Esfinge Teleia, Yu-Gi-Oh! La Película: La Pirámide de Luz, Atsuki Tsuji, 2004. Fig. 45. Esfinge Teleia con rostro deformado, Yu-Gi-Oh! La Película: La Pirámide de Luz, Atsuki Tsuji, 2004. La serie animada Gods’ School 154 cuenta con una Esfinge con bastante protagonismo, pus se trata de la compañera de habitación de Eris, la protagonista, y su mejor amiga dentro de la escuela. Es un personaje bastante cabal, comprensiva y responsable, que siempre tiene un buen consejo y ayuda a que Eris se sienta integrada en la escuela. Aunque es bastante pequeña en comparación con el resto de dioses, es una leona de pelaje dorado, cabeza de mujer joven con el cabello rosado y un par de alas. Sus ojos son amarillos, tiene unos pequeños colmillos y lleva una diadema en tonos claros y verdes con cuentas alrededor de la cabeza (fig. 46). Fig. 46. Esfinge en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. En general, la Esfinge es un personaje que tanto en los cómics como en los videojuegos se ha optado por representarse bajo la iconografía egipcia donde, en caso de tener rasgos antropomorfos, son masculinos (DC Cómics, personaje Faraón de Esfinge de Saint Seiya, saga Megami Tensei, Fate/Grand Order) o, directamente, es un felino completo alado (manga Toriko). J. K. Rowling incluyó una esfinge en el cuarto libro de su saga, Harry Potter y el Cáliz de Fuego (2000). En este curso de Hogwarts, la gran Escuela escocesa de Magia y Hechicería, es la anfitriona para celebrar el Torneo de los Tres Magos, donde una bruja o mago de cada escuela de magia europea participa en una competición compuesta por tres peligrosas pruebas. Como no podía ser de otra manera, a pesar de que las normas establecían que solo pueden participar tres magos y que deben ser mayores de 17 años, Harry Potter (con 14 años) se convierte en el cuarto participante. La tercera prueba consistía en atravesar un enorme laberinto hasta llegar a su epicentro, donde se encuentra la copa de la victoria. Por el laberíntico camino, Harry se encuentra con una esfinge leonina y cabeza de mujer que le propone un acertijo que deberá resolver o le devorará. 154 Para consultar más datos sobre esta serie de animación, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. En el manga y posterior anime Monster Musume no Iru Nichijō, “Vida diaria con chicas monstruo”, aparece un personaje muy secundario de una chica-esfinge. La historia transcurre en Japón, donde el gobierno revela la existencia a la ciudadanía de las “liminals” o “extra-especies”, criaturas míticas e híbridas que han mantenido en secreto. Para favorecer la integración entre especies, crea unos programas de intercambio donde los humanos se ofrecen voluntarios para acoger en sus casas a algunas de estas liminals para enseñarles las dinámicas de la sociedad. Tres años después de saberse de su existencia, Kurusu Kimihito, protagonista de la historia, acoge por error a Miia, una Lamia. Con el paso del tiempo, acaba acogiendo a más liminals, todas de distintas criaturas, que finalmente compiten por él cuando el gobierno proclama que deberá casarse con una de ellas para demostrar que la convivencia entre humanos y liminals es factible y plena. La liminal Esfinge es una joven con el cabello corto y orejas parecidas al psicopompo Anubis, vestida y enjoyada con inspiración egipcia. Parece más un centauro que la iconografía típica de esfinge puesto que su parte felina da la sensación de que aparece a partir de los muslos o las rodillas. En general todos los personajes femeninos están muy sexualizados y la Esfinge no es una excepción (fig. 47). Fig. 47. Liminal Esfinge en Monster Musume no Iru Nichijō, Tatsuya Toshihara, 2015, Japón. En Monster Strike 155 tiene tres evoluciones donde las dos primeras es un felino completo. Su primera evolución es un lince alado con joyas egipcias, la segunda es un poderoso león con melena dorada y la tercera es una joven completa a excepción de sus manos que son garras. Fig. 48. Esfinge (Ascension) en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Tiene el cabello rubio y largo, viste con una camisa blanca, chaleco azul y falda corta, con botas y calcetines rayados, recordando a la vestimenta de los trabajadores de un casino. Tanto su gorro (que tiene unas pequeñas alas) como el cetro que sostiene, están coronados por un interrogante. Cede el micro al jugador y tras ella se abre una pantalla con diferentes casillas con jeroglíficas. A cada lado hay dos pequeñas esfinges doradas. En conjunto, parece una presentadora de un concurso de enigmas, lo que entronca con la simbología de la iconografía clásica (fig. 48). 155 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. En el videojuego Assassin’s Creed: Odyssey 156 , la Esfinge es un personaje al que hay que superar pero no es posible hacerlo mediante la lucha física, sino a través de tres acertijos que el jugador debe resolver. Se define como la “protectora de la verdad y el saber” y es guardiana de un objeto por mandato de los dioses, que el jugador necesita obtener. Al responder correctamente los tres acertijos (de los doce posibles que puede realizar arbitrariamente), la Esfinge fallece y permite al jugador hacerse con el objeto. Físicamente, la Esfinge es de gran tamaño con respecto al avatar, tiene el cuerpo leonino del que salen unas poderosas alas, aunque sus patas delanteras poseen escamas y tienen garras de ave, además, su cola es una serpiente sibilante. Su torso está cubierto de plumas, al igual que su cabeza, parte del rostro y hombros. Sus ojos son grandes y rosados, cubiertos por unas espesas y largas pestañas que también recuerdan a unas plumas. Los tonos de todo su cuerpo, incluida la piel, son pardos y grisáceos (fig. 49). Fig. 49. La Esfinge en Assassin’s Creed: Odyssey, Ubisoft, 2018, EEUU. Antes tenía dos hermanas que me ayudaban en el negocio, pero me abandonaron, y ahora la tía Eme está sola. Sólo tengo mis estatuas. Por eso las hago. Me hacen compañía [...] Es una historia terrible. Desde luego, no es para niños. Verás, Annabeth, hace mucho tiempo, cuando yo era joven, una mala mujer tuvo celos de mí. Yo tenía un novio, ya sabéis, y esa mala mujer estaba decidida a separarnos. Provocó un terrible accidente. Mis hermanas se quedaron conmigo. Compartieron mi mala suerte tanto tiempo como pudieron, pero al final nos dejaron. Sólo yo he sobrevivido, pero a qué precio, niños, a qué precio. Percy Jackson y los dioses del Olimpo I. El ladrón del rayo, Rick Riordan, (2010, pp. 137-138). Medusa, del griego antiguo ε, Médousa, proviene del verbo ε, medō, “meditar, pensar” o “mandar, regir”, por tanto, el nombre podría traducirse como “la que piensa” o “la que rige”. Esta traducción la haría estar relacionada con la inteligencia y la sabiduría, patronazgo de su archienemiga la diosa Atenea, por lo que Medusa es también una criatura astuta y guardiana. Medusa era hermana de Esteno y Euríale, y a las tres se las denominaba las Gorgonas. Según Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978) eran hijas de Ceto y Forcis, dos titanes marinos primordiales, hijos, a su vez, de Gea y Ponto. Tenían como hermanas también a las Grayas, ancianas desde que nacieron, y a Equidna. Aunque Hesíodo no propuso esta descendencia, si se sigue el árbol genealógico que Apolodoro 156 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. estableció y la Esfinge es hija de Equidna, la mujer-león se convertiría en la sobrina de las Gorgonas. Hesíodo especifica que la única mortal y que, por tanto, podía envejecer de las tres Gorgonas era Medusa, y las tres vivían más allá del Océano, en los confines nocturnos del mundo, lo que les otorga un carácter ctónico (p. 83). En la Odisea, Homero mantiene ese aspecto telúrico cuando Odiseo viaja hasta las puertas del Hades y teme a la Gorgona ya decapitada: “Y el pálido terror se apoderó de mí, temiendo que la ilustre Persefonea no me enviase del Hades la cabeza de Gorgo, horrendo monstruo” (siglo VIII a. n. e./1927, Canto XI, v. 635, p. 395). Mientras que Homero solo habla de una Gorgona (a la que tampoco denomina “Medusa”), es Hesíodo quien hace de ellas tres y les otorga sus nombres. Eurípides escribió en su tragedia Ion (421-415 a. n. e.) que la Gorgona era hija de Gea y que fue concebida para luchar en la Titanomaquia contra los olímpicos. En dicha batalla, fue Perseo quien la decapitó y Atenea quien la desolló (v. 989 y ss.). Esquilo (sigo V a. n. e.) es el primero que hace algún tipo de descripción más detallada sobre su físico: solo tenían un único diente y un solo ojo que compartían. Sin embargo, esta iconografía no se popularizó entre las Gorgonas puesto que esa fisionomía ya la poseían sus hermanas las Grayas. A pesar de que ninguno de los autores las describen físicamente (a parte de su aspecto horrendo y la excepción de Esquilo), durante el siglo VIII a. n. e. y siglos posteriores, las Gorgonas eran pintadas y esculpidas como seres zoomorfos: mujeres humanas aladas con su lengua colgando entre un par de colmillos, rasgos desproporcionados y con muecas en sus rostros, garras y, en algunos casos, serpientes por cabellos. Tiende a llevar un cinturón hecho de reptiles o caduceo, el cual se relacionaba con la fertilidad telúrica, tradición muy extendida por diversos pueblos del mundo como los tchokwé de Angola, los tupí de Brasil, tribu Benda de Sudáfrica o en la India, entre otras (Charro Gorgojo, 2004). Tiene su rostro vuelto hacia el espectador y suele adoptar una postura de esvástica (rodilla apoyada en el suelo o como si estuviera corriendo), cuyo significado simbólico es el de la buena suerte, bienestar y la del continuo movimiento de la naturaleza, ya que existen diferentes teorías que aseguran que los cuatro brazos significan los cuatro puntos cardinales, los cuatro elementos, las cuatro estaciones o los ángulos del ciclo del zodiaco correspondientes a los equinoccios y solsticios (Bartlett, 2016, pp. 128- 129) (fig. 1-6). Fig. 1. Frontón occidental del templo de Ártemis en Corfú, ca. 600 a. n. e. Una Gorgona está flanqueada por dos leonas. Tiene el cabello de serpientes, los ojos grandes, la boca sonriente con la lengua colgante y en su cintura se entrelazan dos ofidios formando una hebilla con sus cabezas enfrentadas o caduceo. Fig. 2. Gorgona con Pegaso bajo el brazo del frontón de un templo en Siracusa, ca. 625-600 a. n. e., relieve de terracota. Fig. 3. Plato de estilo oriental con una Gorgona alada, ca. 600 a. n. e. Fig. 4. Dinos de figuras negras, Gorgonas persiguiendo a Perseo tras haber decapitado a Medusa (a la izquierda), ca. 580 a. n. e., terracota. Fig. 5. Ánfora de figuras negras, Gorgona, 520-510 a. n. e., terracota. No fue hasta la Biblioteca mitológica de Apolodoro donde el autor da la siguiente descripción de ellas: “Las Gorgonas tenían cabezas rodeadas de escamosas espirales de serpientes, grandes dientes como de jabalíes, manos de bronce y alas de oro, por medio de las cuales volaban. Convertían en piedras a los que las miraban” (siglos I-II/1987, Libro II, IV, 2, 40, p. 46). Por primera vez se especifica su poder petrificador, pero, sin embargo, Apolodoro solo constata un hecho que ya existía en el imaginario, al igual que su fisionomía que llevaba representándose así siglos. Fig. 6. Asa en espiral de la crátera de Vix con la Gorgona, ca. 500 a. n. e. Homero ya establece en la Ilíada que la cabeza decapitada de Medusa está relacionada con Atenea: “Suspendió de sus hombros la espantosa égida floqueada que el terror corona: allí están la Discordia, la Fuerza y la Persecución horrenda; allí la cabeza de la Gorgona, monstruo cruel y horripilante, portento de Zeus, que lleva la égida” (Homero, 1927, Canto V, vv. 735 y ss., p. 59). En el Canto XI, hace análogo al de la diosa estratega otro escudo que porta Agamenón, un mortal: Embrazó después el labrado escudo, fuerte y hermoso, de la altura de un hombre, que presentaba diez círculos de bronce en el contorno, tenía veinte bollos de blanco estaño y en el centro uno de negruzco acero, y lo coronaba Gorgo, de ojos horrendos y torva vista, con el error y la Fuga a los lados” (Homero, ca. 762 a. n. e./1927, XI, 35 y ss., p. 114). Agamenón honraba a Atenea al reproducir su égida en su propio escudo, pero, además, es muy común encontrar la cabeza de Medusa pintada en escudos y pechos de armaduras. El símbolo Gorgoneion adquirió una función apotropaica pues, al igual que Perseo convirtió en piedra a sus enemigos, y Atenea usó ese poder mágico en su beneficio, se consideraba que una Gorgona en los escudos “petrificaría” igualmente al adversario. También es posible encontrar cabezas de Gorgonas en templos, vestidos, camafeos, platos, armas, monedas, máscaras, suelos y paredes de manera ornamental y con fines protectores, al igual que la Esfinge. A medida que iba pasando el tiempo, su rostro acogía formas más femeninas y hermosas, su expresividad varía entre la pena, la agresividad y la serenidad, a la vez que los reptiles eran representados de manera cada vez más creativa y se retomó su iconografía alada (fig. 7-21). Fig. 7. Hidria corintia de figuras negras, cabeza de la Gorgona pintada en el escudo de Aquiles, 560-550 a. n. e., terracota. Fig. 8. Tondo de un kylix ático de figuras rojas, una Amazona con el Gorgoneion en su escudo, 510-500 a.C. Fig. 9. Dracma de plata con la cabeza de la Gorgona, acuñada en Atenas, ca. 520 a. C. Fig. 10. Cerámica de figuras rojas, Atenea con la Gorgona en su traje, siglo V a. n. e., terracota. Fig. 11. Mosaico de Alejandro Magno con el símbolo Gorgoneion en su armadura como una égida, siglo I a. n. e., Pompeya. Fig. 12. Busto de Nerón con Medusa en la armadura, año 58-68, mármol de Carrara, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 13. César Augusto, siglo I-II, escultura de mármol con la Gorgona sobre el pecho. Fig. 14. Busto de Adriano con Medusa, 117- 138, mármol blanco de Asia Menor, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 15. Busto de un hombre romano, siglo III, mármol griego, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia Fig. 16. Mosaico romano en el suelo, 167-200 d.C., Palencia. Fig. 17. Filippo y Francesco Negroli, Gorgoneión, escudo de Carlos V, 1541. Fig. 18. Gian Lorenzo Bernini, Cabeza de Medusa, 1630, mármol. Medusa tiene una profunda expresión de aflicción con el fruncimiento del cejo y la gestualidad de sus ojos. Los labios, entreabiertos, exhalan, seguramente, su último aliento al tomar consciencia de su muerte inminente. Fig. 19. Anónimo, Medusa, primera mitad del siglo XIX, mármol, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. Considerada una de las representaciones más humanas de Medusa, el artista reduce la cantidad de ofidios de su cabeza, sustituyéndolo por cabello natural. Fig. 20. Gaspare Maria Paoletti, Medusa tallada como decoración en la Sala Níobe de la Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Sala de estilo Neoclásico con estuco dorado. La Gorgona de expresión triste es sostenida por dos grifos, que agarran con sus picos las serpientes de su cabello. Fig. 21. Vasija de manufactura toscana con una Medusa decorativa, siglo XIX, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. Medusa siempre ha yacido con Poseidón y, como se ha comentado desde el principio del epígrafe, siempre ha hallado la muerte en manos de Perseo. Hesíodo escribió que se acostó con Poseidón “en un suave prado, entre primaverales flores” y, al ser decapitada por Perseo, de su sangre brotó el gigante Crisaor y el caballo alado Pegaso (ca. 715 a. n. e./1978, vv. 279-283, p. 83). Apolodoro (siglo I-II/1987) da detalles precisos de cómo Perseo consiguió acabar con uno de los monstruos más temidos y salir indemne. Perseo, hijo de la violación de Zeus a su madre Dánae que provocó que madre e hijo fueran arrojados en un baúl al mar por el padre de ella, acabaron en las costas de Serifos, gobernadas por el rey Polidectes que, junto con su hermano Dictis, se hacen cargo de Dánae y Perseo. Con el paso del tiempo, Polidectes se enamora de Dánae y urde un plan para deshacerse del incordio de su hijo Perseo. Hace creer a todo su pueblo que pretende casarse con la princesa Hipodamía y les pidió que le entregaran un regalo para que, a su vez, él se lo diera a la princesa a modo de dote. Perseo, en su bravuconería de hombre joven, alardeó de que él le otorgaría cualquier regalo para ese fin, inclusive la cabeza de la Gorgona. Polidectes, que debía conocer el orgullo de Perseo y previó su respuesta, acepta los caballos ofrendados como regalos de los demás pero de Perseo solo aceptará la cabeza prometida. De esta manera, el joven se encamina en la búsqueda de la guarida de las Gorgonas bajo el manto protector de los dioses Atenea y Hermes. Primero se dirige a la cueva donde viven las Grayas, pues quería encontrar a unas Ninfas que poseían una serie de artilugios que le facilitarían la realización de la misión. Cuando llega junto a las Grayas les roba su único diente y ojo y les hace chantaje: si le indican el lugar donde se encuentran las Ninfas, les devolverá sus apéndices. Las Grayas aceptan de mala gana y Perseo cumple su parte. A las Ninfas les roba unas sandalias aladas que permiten volar (similares a las de Hermes), el kíbisis (un morral) y un yelmo de Hades, que volvía invisible a quien lo llevara puesto. Hermes le entregó una hoz de acero y así, sobrevoló el Océano, llegando hasta la guarida de las Gorgonas que se encontraban dormidas. Con la ayuda del reflejo que procuraba el escudo que llevaba 157 y Atenea guiando su mano, decapitó sin dificultad la cabeza de Medusa. De la sangre derramada nacieron Crisaor y Pegaso, fruto de la unión de Medusa con Poseidón. Perseo guardó apresuradamente la cabeza en el kíbisis y huyó mientras las hermanas de Medusa, despiertas ya, intentaron perseguirlo para vengarse, pero fue inútil, ya que gracias al yelmo, no podían verle. Encontrándose en Etiopía, Perseo se encontró con Andrómeda, su princesa, encadenada a una roca dispuesta a ser sacrificada y devorada por Ceto 158 . La madre de Andrómeda, Casiopea, se había jactado de que la belleza de su hija era muy superior a la de las Nereidas. Las ninfas marinas, iracundas, solicitaron a Poseidón que tomara medidas y este envió una gran ola y al monstruo marino para que asolara la ciudad. Un adivino auguró que la ira de la criatura solo se calmaría si se le entregaba a Andrómeda. El rey Cefeo, presionado por su pueblo, no tuvo más remedio que aceptar. Pero Perseo, se quedó prendado de Andrómeda, y se dirigió al rey pidiéndole su mano a cambio de derrotar a Ceto, y así fue. Fineo, tío de Andrómeda y su prometido, intentó asesinar junto con sus secuaces a Perseo por haberle quitado a su prometida; pero el hijo de Zeus les mostró la cabeza de Medusa y al instante se convirtieron en piedra. Luego regresó a Serifos, donde su 157 En algunas versiones, Atenea fue quien le regaló el escudo, el cual estaba tan pulido que parecía un espejo (Graves, 1985a). 158 Reseñable la abundancia de representaciones de esta escena a partir del Renacimiento, en la que los autores abusaron de mostrar la desnudez total de una Andrómeda aterrorizada o que se muestra cual Venus, como si se encontrara cómoda en su situación. Perseo siempre es mostrado como el valeroso y fuerte hombre, que llega completamente vestido y, en muchos casos, con una formidable armadura. Se trataría de una estampa que marcaría el antecedente mitológico del estereotipo de la doncella en apuros, tan explotado en los cuentos de hadas y películas infantiles, donde la princesa de gran belleza espera sin hacer nada a que el príncipe valiente se enfrente al monstruo y la rescate. madre y Dictis habían huido y vivían escondidos de la tiranía y las violencias de Polidectes. Perseo entró en el palacio donde el rey se encontraba con sus amigos y, mostrándoles la cabeza de la Gorgona, se transformaron en roca. Tras el ascenso de Dictis al trono, Perseo le dio las sandalias, el kíbisis y el yelmo a Hermes que, a su vez, se los devolvió a las Ninfas. A Atenea, le regaló la cabeza decapitada de Medusa que la diosa colocó en medio de su escudo y que también hizo uso de su sangre, pues la de la izquierda de su cabeza causaba la muerte y la de la derecha, resucitaba a los muertos (Apolodoro, siglos I-II/1987, Libro II, IV, 1-3, 34-46, pp. 45-47). Ovidio en las Metamorfosis añade al relato de Perseo nuevos datos y matices, así como una historia a Medusa anterior a su muerte. Por orden, cuando regresaba de la guarida de las Gorgonas, sobrevoló Libia que fue asolada por unas sierpes que habían nacido de la sangre que goteaba de la cabeza de Medusa. Este hecho refuerza la simbología de las serpientes vinculadas con la fertilidad telúrica. También petrificó a Atlas, convirtiéndole en un altísimo monte donde el cielo se apoya. Salva a Andrómeda, asesinando sin la cabeza a Ceto y se casa con la princesa. Durante las nupcias, erige tres altares a los tres dioses que le procuraron ayuda: Mercurio, Júpiter y Minerva. Durante el banquete alguien le pregunta sobre cómo venció a Medusa y Perseo relata la escena de cómo robó a las Grayas su único ojo y llegó al hogar de las Gorgonas, cuyos alrededores estaban decorados con numerosas esculturas de piedra de hombres y animales petrificados. Ayudado por el reflejo de su escudo de bronce, decapita a Medusa y de su sangre nacieron Pegaso y Crisaor. Posteriormente otra persona le pregunta a Perseo que por qué Medusa era la única que poseía reptiles por cabellos (tradición que establece Ovidio pues para los helenos las tres tenían el cabello con reptiles). Para contestar a su pregunta Perseo cuenta que en otro tiempo Medusa era una joven muy hermosa, cuyo mejor atributo físico era su cabello. Esta belleza atraía a numerosos pretendientes y a todos los rechazaba pero, también, atrajo la atención de Neptuno (Poseidón). El dios del mar persiguió a la joven hasta llegar al templo de la diosa Minerva, donde Medusa buscaba cobijo. Allí, Neptuno la atrapó y la violó. Minerva, en vez de tomar represalias contra su tío, castigó a Medusa por profanar su templo, transformando su cabellera en serpientes y otorgándole el poder de convertir en piedra con solo posar su mirada en los ojos de un hombre, de esta manera, la diosa se aseguraba que jamás volvería a yacer con ningún otro (Ovidio, ca. 9/1983, Libro IV, vv. 604-803, pp. 86-90). Seguramente la obra de Apolodoro fuera escrita tras la de Ovidio y el autor había tenido la oportunidad de leer las Metamorfosis porque, tras explicar su versión del mito, añade otras opciones a los motivos que propiciaron la muerte a Medusa: “Se cuenta por parte de algunos que Medusa fue decapitada por causa de Atenea, y dicen también que la Gorgona quiso competir en belleza con aquélla” (Apolodoro, siglos I-II/1987, Libro II, IV, 3, 46, p. 47). Pausanias en el libro II de su Descripción de Grecia escribe que Medusa gobernó sobre el reino de su padre al fallecer este, en la zona de alrededor a la laguna Tritónide, un lugar en el extremo más occidental para los griegos. Poseía un ejército formado por libios y, sabiendo que Perseo, el cual venía acompañado por soldados del Peloponeso, la acechaba, acampó con sus guerreros ante el campamento del descendiente olímpico. Pero, Perseo, que sabía que jamás la vencería en una batalla justa, la mató a traición de noche. Tras observar su cadáver, admiró lo hermosa que era y decidió cortarle la cabeza para llevársela y poder mostrársela a los griegos. Tras esta explicación, expone otra versión que contó, según él, el cartaginés Procles, que decía que en el desierto de Libia vivían mujeres y hombres salvajes y monstruos. Una de estas mujeres se perdió llegando a la laguna Tritónide donde sembró el terror a sus habitantes. Perseo la mató ayudado por Atenea, ya que dichos lugareños consagraban su fe a la diosa de la sabiduría y estaban bajo su protección. La cabeza de Medusa descansaría, en tiempos de Pausanias, enterrada bajo tierra cerca del ágora de Argos, junto a la tumba de la hija de Perseo, Gorgófone, cuyo significado es “Matadora de la Gorgona” (siglo II/1994, II, 21, 5 y 6, pp. 271-272). Medusa, al igual que la Esfinge, existe dentro de las historias de otro, del héroe, el hombre; ninguna de las dos posee una narrativa propia e independiente que no consista en cómo un hombre las mata. Lo mismo ocurre con la Quimera, asesinada por Belerofonte a lomos de Pegaso y, mucho antes de los helenos, Tiamat, la dragona terrorífica babilónica, que halló la muerte en manos de Marduk. Perseo, además, no tiene ningún móvil personal que le impulse a ir en su búsqueda para asesinarla, como le sucede a Edipo, sino que va porque se sabe que puede hacerlo y que nadie se lo va a impedir. Es más, es protegido por dos dioses que le guían y sin los cuales jamás lo hubiese conseguido; con el favor divino, Perseo roba, chantajea y asesina. Pero, entonces, ¿cuál fue el delito de Medusa y sus hermanas? Parece que simplemente existir, pues vivían recluidas en el confín del mundo, un lugar inhóspito e inhabitado, si alguien se encontraba por allí, es que viajaba con intención de acabar con sus vidas. Y, ¿qué iban a hacer ellas sino defenderse? Así describe Ovidio su morada, regada con efigies pétreas de los que se pensaron que tenían potestad sobre ellas. En cambio, Perseo vence gracias al beneplácito divino, si no se hubiese convertido en otra estatua más. Esto lleva a pensar que Atenea y Hermes debían tener algún interés especial en la muerte de Medusa (que no de las Gorgonas). Hermes, simplemente, protegió a Perseo, pero Atenea “guio su mano”, casi está diciendo que cogió la mano de Perseo y la movió ella en la dirección correcta, lo que deriva en que es Atenea, y no Perseo, quien mata a Medusa. Ovidio da explicación a ese odio de la diosa: Medusa profanó su templo. Ya cuando se cometió el crimen, Minerva/Atenea la castigó a ella a pesar de ser la víctima de la violación. Atenea, que ya tenía roces con Poseidón debido a su lucha por el patronazgo de la acrópolis de Atenas, no volcó su ira sobre él y es lógico que así fuera ya que la diosa estaba completamente alineada con el pensamiento clásico patriarcal. Como firme defensora del sistema supremacista y machista de su padre, pensó que Poseidón hizo lo que hizo porque está en su naturaleza de hombre. De igual manera, Medusa, la mujer, es la culpable de seducirlo, y es indiferente que lo hiciera a propósito o, como en este caso, no, sobre ella recaerá el castigo. A ello se le sumaba el carácter mental y sabio que se le adjudicaba a Medusa etimológicamente (siendo ambos conceptos parte del poder troncal de la diosa) y la similar belleza que tenían ambas porque Atenea, a pesar de ser completamente asexual, era muy orgullosa en todos los ámbitos, incluido el físico. La historia de Medusa es una lección más para las mujeres: no deben recrearse en su belleza, pues eso las lleva a ser más atractivas libidinosamente, lo que las acerca a excederse en el ámbito sexual. Cabe recordar que las mujeres eran propiedades de los hombres y sus objetos de consumo, cuya sexualidad estaba completamente anulada, y solo eran elementos comerciales y recipientes para engendrar. Robert Graves (1985a) relaciona el mito de Medusa y Perseo griego con el origen de la iconografía gorgoniana y su simbología. La Gorgona constituiría una representación de la Diosa, para cuyo culto las sacerdotisas utilizaban máscaras con horribles rostros en la zona de Asia Menor y Grecia justo durante la llegada de los griegos a aquella tierra. La finalidad de esas máscaras eran profilácticas y, además, protectoras y disuasorias contra el profano que osara acercarse y descubrir sus Misterios 159 . Perseo, por su parte, debía escribirse Pterseus, que significa “el destructor”. De esta manera, Perseo era el heleno patriarcal que decapita a la Gorgona, en otras palabras, el griego conquistador que saqueó los templos de la diosa y aniquiló su culto en favor de una religión bajo el mandato del 159 Atenea coloca su cabeza en su égida para alejar a los incautos de sus misterios igualmente. hombre, apoderándose además de su iconografía para mandar con ella un mensaje. Esta teoría se ve reforzada en el hecho de que la Gorgona primigenia aparece en un templo de Ártemis como señora de los animales salvajes (fig. 1), así como en algunos santuarios de Deméter. Todo esto hace suponer que, originariamente, esta criatura se relacionaba con todas las diosas o la Gran Diosa y que, más tarde, se cercó su relación únicamente a Atenea (Baring & Cashford, 2005, p. 394). De esta manera, Medusa poseería un carácter lunar en su forma primigenia que, junto con sus dos hermanas ctónicas, se convertirían en una representación más de la Triple Diosa. El cambio que se produjo de una única Gorgona a tres no es más que un reflejo de la tendencia habitual de hacer de cada diosa una trinidad (como las Gracias, las Grayas, las Moiras, las Erinias, las Horas e, incluso las Musas que, en su origen, fueron tres y luego derivaron a nueve, es decir, tres veces tres). Las Gorgonas no son una, pero tampoco tres, “sino una más dos” (Harrison, 1980). De esta manera, Esteno y Euríale se convertirían en anexos secundarios de la verdadera Gorgona, Medusa. Esta teoría de Jane E. Harrison cobra fuerza ante la evidencia de que Medusa es uno de los personajes más conocidos y divulgados dentro de la mitología, pero sus hermanas están supeditadas a la historia de Medusa y no son relevantes de manera independiente. Regresando a la relación Gorgonas-Luna, según Graves, el significado de los nombres de las hermanas serían “fuerte” (Esteno), “amplio vagabundeo” (Euríale) y “la astuta” (Medusa) que, a su vez, también sería títulos de la diosa Luna. La hipótesis de la estrecha relación entre la Luna y Medusa se hace irrefutable cuando se sabe, además, que “los órficos llamaban a la cara de la luna la cabeza de Gorgona” (pp. 143-144). En el arte clásico era habitual encontrar al hijo de Zeus saliendo vencedor de su encuentro con la Gorgona. Las imágenes que más se suelen repetir son la de la decapitación acompañado de Atenea, huyendo de Esteno y Euríale tras el asesinato, la vista del cuerpo cercenado de Medusa que cae al suelo y, por supuesto, la favorita de los artistas a partir del Renacimiento: Perseo mostrando en alto la cabeza de Medusa a modo de trofeo. A partir del siglo XVI, donde los motivos mitológicos resurgieron, existen representaciones de las batallas de Perseo armado con la cabeza de la Gorgona. De esta manera es posible encontrar obras mostrando su pelea con Fineo (fig. 30) o contra Ceto al salvar a Andrómeda (fig. 29 y 35). En esta última escena, algunos artistas se tomaron la licencia de pintarle haciendo uso de la cabeza para vencer al monstruo, a pesar de que en los textos clásicos o no se especifica (Apolodoro) o expone, claramente, que acaba con él armado con su espada (Ovidio). La violación de Poseidón ha sido un tema evitado completamente a lo largo de la historia del arte y solo se ha encontrado una única pieza que muestra dicha escena (fig. 25). No ha sido de interés recrear el motivo por el que Medusa está maldita, sino los detalles macabros de su muerte y la victoria del hombre. Fig. 22. Perseo decapitando a Medusa, mediados del siglo VI a. n. e., relieve del Templo C de Selinus, Sicilia. El aspecto de Medusa mantiene los rasgos primigenios de las máscaras profilácticas y su corpulencia antinatural. Sostiene en brazos a su hijo Pegaso y, tras Perseo, se encuentra Atenea, su protectora y guía. Fig. 23. Ánfora protoática de Eleusis de figuras negras, las hermanas de Medusa persiguen a Perseo tras dar muerte a Medusa, ca. 670 a. n. e Fig. 24. Hidria ática de figuras rojas, Perseo huye con la cabeza de Medusa acompañado de Atenea, ca. 480 a. n. e. el cadáver de la Gorgona es un figura alada y vestida. Perseo va con todos los atributos que le fueron regalados: las sandalias, el kíbisis, el yelmo y la hoz. Fig. 25. Vaso de tres asas beocio de figuras negras, Poseidón persigue a Medusa y a su lado, ya aparece ella decapitada con Pegaso naciendo, siglo V a. n. e. La Gorgona intenta mantener a Poseidón alejado, cuyo falo erecto está simbolizado con su tridente, lo que anticipa el crimen que se va a cometer. Ella está vestida y con serpientes ya en su cabeza. A pesar de ser Ovidio en el siglo I quien escribe la violación de Poseidón a Medusa, la agresión formaba ya parte del imaginario desde, al menos, seis siglos antes, como demuestra este vaso. Fig. 26. Perseo sosteniendo la cabeza de Medusa, siglo I, fresco de Pompeya. La cabeza de Medusa es más pequeña proporcionalmente que la de Perseo. Una de las primeras iconografías del joven mostrando como un trofeo la muerte de la mujer, enfatizado por su espada, elemento fálico. La representación de este momento triunfal ha permanecido en el imaginario gracias a la escultura de bronce del orfebre Benvenuto Cellini que se puede observar en la Loggia de Florencia (fig. 27). Siendo la única escultural original de toda la Loggia, su Perseo se alza victorioso sosteniendo la cabeza de Medusa con una abrumadora cantidad de detalles, hasta entonces imposibles de conseguir trabajando el bronce. Cellini dejó el metal más tiempo calentándose en la fundición, lo que permitió que estuviera más líquido y voluble a la hora de realizar el positivo en el molde. El resultado es un Perseo de cabello rizado y corto, ataviado únicamente con las sandalias aladas, una espada, una tira de cuero que le cruza el pecho con la firma y el yelmo de Hades, también alado, donde en la parte posterior se puede apreciar un rostro, el cual se cree que es el del propio Cellini. Perseo mira hacia el suelo solemne e, incluso, enfadado, tenso aun por el enfrentamiento que se acaba de producir, pero su postura es heroica y de desprecio pues se encuentra pisando el cuerpo de Medusa. La cabeza de la Gorgona gotea sangre en la mano izquierda de Perseo, con los ojos cerrados y el cabello enmarañado de sierpes. Bajo los pies del hijo de Zeus, se encuentra su cuerpo, desnudo y contorsionado, y su brazo y mano derechos caen inertes por el lateral del pedestal. Esta Medusa no posee ninguna fisionomía zoomorfa a excepción de su cabellera que, al estar en alto, es prácticamente imposible de diferenciar los reptiles de su cabello desde la perspectiva del espectador. Eso hace que, indudablemente, se vea cómo un hombre que acaba de asesinar a una mujer, la cual se haya destruida a sus pies. Bajo el cojín y las telas sobre las que se apoya el cuerpo de Medusa, comienza el pedestal. Dividido en cuatro caras que, entre motivos botánicos, cariátides y carneros, aparecen cuatro esculturillas de bronce, una en cada cara: Dánae y Perseo de niño, Júpiter, Minerva y Mercurio. Y, aunque no esté incluido dentro de la escultura y su pedestal, Neptuno también hace acto de presencia. Una fuente de gran tamaño, se encuentra a unos metros de la Loggia. La figura principal de la instalación es un gran Neptuno que, a pesar de las múltiples figuras que tiene a su alrededor, él mira para su izquierda, en dirección hacia el cuerpo decapitado de la mujer a la que violó. Quien instalara la fuente tenía la opción de colocarla en cualquier otro sitio de la gran plaza y a Neptuno mirando en cualquier otra dirección de los 360º que posee, pero esa no fue la decisión tomada (fig. 28). La obra no fue concebida con esa intención de supremacía masculina aunque, metafórica y mitológicamente, es lo que relata; si no que fue encargada por Cosme I de Médici tras su puesta en poder como duque de la región. La obra se convierte en una alegoría del propio Duque, que se muestra ante el pueblo florentino como vencedor, habiendo “decapitado” al anterior régimen. El Perseo rivaliza con una de las copias del David de Miguel Ángel que está colocado en la entrada del Palazzo Veccio, mirando a la escultura de bronce. El David, como su historia bíblica, representa el triunfo del pueblo sobre los tiranos y establece un diálogo con Perseo-Cosme. Fig. 27. Benvenuto Cellini, Perseo con la cabeza de Medusa, 1554, bronce, Piazza della Signoria, Florencia. Fotografía propia. Fig. 28. Perseo con Medusa con las miradas de David y Neptuno sobre ellos. Loggia della Signoria, Florencia. Fotografía propia. Fig. 30. Luca Giordano, Perseo petrifica a Fineo y sus secuaces, ca. 1680, óleo sobre lienzo (detalle). Perseo vuelve la cabeza a un lado mientras enseña la cabeza cerceada. Agarrándola del pelo mezclado con serpientes, Medusa tiene la boca abierta y la tez pálida. Fig. 29. Guiseppe Cesari, II Cavalieri d'Arpino, Perseo y Andrómeda, ca. 1625, óleo sobre lienzo. Perseo muestra la cabeza de la Gorgona al monstruo. Medusa tiene los ojos en blanco, la boca abierta en una mueca y aspecto demacrado. Fig. 31. Luca Giordano, Perseo decapitando a Medusa, ca. 1670, óleo. Representado justo el momento previo a la decapitación. Perseo, asistido por Atenea y Hermes, tiene la cabeza vuelta en dirección contraria a la Gorgona, a la que agarra por el cabello. Esta congestiona su rostro en una mueca de horror al comprender su destino e intenta huir. A su lado, sus hermanas duermen, ajenas al forcejeo. Fig. 32. Antonio Canova, Perseo con la cabeza de Medusa, 1801, mármol. Ataviado únicamente con sandalias, una capa sobre el brazo y el yelmo, Perseo mira, sonriendo, su trofeo sin que ella tenga poder sobre él. Medusa tiene arremolinadas las serpientes, dos pequeñas alas en su cabeza y los ojos y la boca entreabierta. Es imposible no pensar que Canova no se inspiró en la obra de Cellini aunque con considerables diferencias: la ausencia de la sangre y el cadáver de Medusa generan una imagen menos macabra. Además, Perseo no parece enfadado, sino más bien sereno. Fig. 33. Edward Burne-Jones, El Nacimiento de Pegaso y Crisaor, 1876-1885, gouache. Escena poco habitual, Perseo, vestido para la batalla y con los objetos mágicos, mira caer el cuerpo inerte de Medusa, de donde se ven salir a Pegado y Crisaor. Fig. 34. Edward Burne-Jones, La cabeza funesta, 1885, óleo. En una escena inventada por el autor, Perseo le muestra a Andrómeda la cabeza de Medusa, mirando a través del reflejo del agua de la pila. Fig. 35. Charles Napier Kennedy, Perseo y Andrómeda, 1890, óleo sobre tela. Perseo, vestido con armadura de metal y sosteniendo un escudo de bronce enorme, se vuelve hacia Andrómeda. Ella, completamente desnuda y encadenada por los tobillos, se abandona a su abrazo y muestra que solo le pertenece a él. Ambos son indiferentes al monstruo que emerge entre las aguas y al que solo mira Medusa, colgando del brazo de Perseo, con la piel cenicienta. Fig. 36. Laurente Marqueste, Perseo y la Gorgona, 1890, mármol. Medusa, con el cuerpo de una mujer joven, grita ante la agresión de Perseo que la intenta inmovilizar. Ambos se encuentran completamente desnudos pero, en el caso de él, se le cubren los genitales con un paño. Lleva el yelmo de Hades y las sandalias aladas. Fig. 37. Camille Claudel, Perseo y la Gorgona, 1905, mármol. Obra de carácter autobiográfica, él mira a través del espejo la cabeza de la mujer. Medusa tiene su mirada al frente y las serpientes se enrollan por el antebrazo de Perseo. El cuerpo de ella cae a sus pies, con un brazo cubriéndose la zona amputada y unas alas plegadas en su espalda, elemento por habitual encontrarlo desde Roma, ya que se ha dado prioridad a la cabeza. Fig. 38. Salvador Dalí, Perseus, siglo XX, bronce, Marbella, Málaga. Escultura inspirada y que homenajea completamente la obra de Cellini. Bajo formas menos figuradas y realistas, los cuerpos de ambos posan y se contorsionan en posturas muy similares a la obra florentina. Ninguno de los dos tiene rostro, aunque los ofidios de Medusa son inconfundibles. Fig. 39. Howard David Johnson, Perseo y Medusa, 2013, óleo sobre lienzo. Perseo, ataviado con armadura de soldado aqueo, mira con espanto a Ceto que surge de entre las aguas. Medusa tiene la misma expresión y perspectiva que la cabeza de Rubens (fig. 42). Fig. 40. Doc Zenith, Medusa y Perseo, 2021, escultura. Perseo, laureado antes ya del asesinato, mira con odio a la mujer que sostiene por sus cabellos. Medusa, que al contrario que el mito, está completamente despierta, intenta huir sin éxito y parece pedir auxilio con un rostro lleno de súplica. Tiene el pecho exagerado y unas alas emplumadas se despliegan en su espalda. Podrían hacerse dos lecturas de esta obra. Por una parte no solo perpetuaría el mismo discurso machista que se lleva arrastrando desde Grecia, sino que se vería acuciado, llegando a convertirse en de mal gusto, por la violencia y realismo de los gestos y expresiones de los personajes, así como la sexualización del cuerpo de Medusa y la intimidación del hombre frente a la sumisión de ella, que entronca con las violencias machistas actuales. Por otra parte, quizá esa exageración en sus expresiones, perfila a Perseo como un hombre despiadado e, incluso, cobarde. Si fuera así, la intención del artista puede ser precisamente la muestra de la crueldad del hombre frente a la mujer en el mito. También han sido muy recurrentes las cabezas cercenadas, creando una muestra extensa y macabra de la muerte de la Gorgona que, en algunos casos, se muestra con su último gesto vivo congelado en el rostro. Cabe destacar que, a medida que transcurre el tiempo, en nada se diferencia el rostro de Medusa con el de una mujer humana cualquiera, a excepción de su imperecedera cabellera reptiliana. Esto saca a relucir la recreación y el profundo interés de los artistas en representar la muerte de una mujer. Esa fijación por la cabeza de Medusa que tan inmutable permanece en el imaginario, no sucede lo mismo con su cuerpo. Como se ha visto en las figuras anteriores (y continuará hasta la actualidad) hay quien la representa alada, otros con cuerpo de mujer anciana, otros joven y muy atractiva, y hay quien le ha colocado el tren inferior con una cola de serpiente. Este misterio e interés por la muerte de Medusa alimentó la fama por su figura durante el siglo XIX, donde fue uno de los personajes que mejor encarnó la dualidad de la mujer. Medusa fue el ser abyecto que causaba repulsión y fascinación a la vez, personificando el mal y representado por las sierpes de su cabello. Su muerte fue erotizada Las serpientes tienen un abundante simbolismo, desde icono de la sabiduría, el conocimiento, la inteligencia y la medicina; hasta representación del mal, el pecado, la perversidad y la tentación. Cuando una criatura poseía reptiles en su fisionomía, adquiere una maldad genuina; en el caso de Medusa es aún más acuciante pues su pelo es el transformado en ofidios. La Gorgona se convertirá en el antecedente para la correspondencia perversa y destructora a la cabellera femenina (Bornay, 1994, 2020). El mal, por otro lado, se asociaba a la suciedad y, por ende, al mal olor. Un cabello largo, así como unas uñas largas, se ensucian con facilidad por lo que denotan una criatura malvada (Pérez Berges, 2019, p. 336). Medusa es, pues, un elemento del mal. Desde el Barroco las representaciones de la cabeza cercenada en primer plano, eliminando a Perseo y otorgándole el protagonismo al horror de la muerte de la mujer, cobraron fuerza. Con la llegada de los decadentes, Medusa materializó los terrores masculinos y, en algunos casos, se encuentra viva, seductora, invitando a mirarla para causar la impotencia y la parálisis por su imponencia y poder. Fig. 41. Caravaggio, Medusa, 1597, óleo sobre escudo de madera, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Considerado uno de los trabajos más cruentos del artista y que causó un gran escándalo en la época. La cabeza, de rostro masculino (que se cree que podría tratarse del propio Caravaggio), con su expresión de horror congelada para siempre, se encuentra “volando”, sale disparada del cuerpo, mostrando la sangre que sale disparada de su cuello. Al estar pintada en un escudo parece que Caravaggio quiso representar lo que Perseo vio justo cuando logró vencerla. Fig. 42. Pedro Pablo Rubens, Medusa, ca. 1618, óleo. Con la mirada llena de horror, Rubens congeló el momento en el que su cabeza cayó al suelo. Las serpientes aún se están retorciendo y, a su alrededor, se está creando un charco sanguinolento. Fig. 43. Ambito di Otto Marseus van Schrieck, Cabeza de Medusa, primera mitad del siglo XVII, óleo sobre tabla, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Atribuido anteriormente a Leonardo da Vinci. La visión de su rostro es algo más complicada para el espectador, donde se da prioridad a la visión de las serpientes que languidecen. A su alrededor hay sapos y salamandras, animales asociados a la noche, a lo húmedo y, desde el siglo XV, a las brujas. Fig. 44. Arnold Bröcklin, Medusa, ca. 1878, óleo sobre lienzo. Llamativa la expresión de la Gorgona al ser considerablemente muy distinta a las demás. Su expresión denota cansancio y tristeza, como si el autor quisiera demostrar que ella fue una víctima y, por fin, se ha acabado su sufrimiento. Fig. 45. Maxmilian Pirner, Finis, 1887. A la izquierda se puede observar a una Medusa desnuda que mira con sus ojos amarillos a la figura resplandeciente de la mujer joven sobre el altar. Tras ella, la Parca se hace presente, por lo que Medusa trae a la Muerte en el final de todas las cosas. Fig. 46. Maxmilian Pirner, Medusa, 1891. Con un carácter mucho más siniestro, Medusa alza la mirada levemente por entre su enmarañado cabello. Se encuentra desnuda y sonríe por algo o alguien que ha visto. Tal vez, su próxima víctima. Fig. 47. Jean Delville, El ídolo de la perversidad, 1891. Esta imponente Medusa, mira con sus ojos entrecerrados más allá del espectador. La intensidad de su mirada se enfatiza por las sombras de su alrededor. Alrededor de su cabeza parece refulgir una aureola que, junto con el velo que cae desde su cabeza, simula la iconografía de María, convirtiéndola en su opuesta que se muestra desnuda, enjoyada, orgullosa y peligrosa. Fig. 48. Alicia Pike Barney, Medusa o Laura Freyfus Barney, 1892, pastel. Alienándose con el simbolismo y la iconografía de su época, esta artista muestra a una Medusa asustada, con los reptiles arremolinados en torno a la oscuridad. Sus manos tienen las uñas largas y las asemeja a las garras de un ave rapaz. Fig. 49. Franz von Stuck, Medusa, 1892. Su mirada opiácea, que emerge justo con el rostro de manera fantasmal, acapara toda la atención de manera hipnótica, lo que convierte al espectador en su siguiente víctima. Fig. 50. Jean Delville, Medusa, 1893. Esta Medusa mira con su mirada pétrea, que surge de entre las sombras, al espectador. Se encuentra alimentando a sus serpientes con un líquido espeso y oscuro, tal vez sangre. Los incensarios de su alrededor otorga un ambiente onírico y de pesadilla. Fig. 51. Carlos Schwabe, Asombrada, 1895. Las serpientes se entrelazan con su cabello castaño en esta sorprendida Medusa de uñas largas y negras como garras. Los reptiles parecen gritar con ella o, tal vez, intentan asustar a su atacante. Su aspecto zoomorfo se ve incrementado por sus pupilas alargadas, imitando la forma natural de las sierpes y sus cejas con los vellos en punta. Fig. 52. Fernarnd Khnopff, Medusa dormida, 1896, pastel sobre papel. Inusual la iconografía de ave para Medusa, asemejándose a una Sirena o Harpía. Le confiere una serenidad al hacerla dormida, tal cual se la encontró Perseo. Fig. 53. Fernarnd Khnopff, La sangre de Medusa, 1898, lápices de colores sobre papel. La fuerte mandíbula, así como los labios finos y en tensión y la mirada mortecina, le otorga un aspecto terrorífico a pesar de encontrarse ya decapitada. Estas dos obras junto con la sanguina de Ishtar penetrada por Medusa, son tres propuestas completamente diferentes de Khnopff sobre la Gorgona. Fig. 54. Carlos Schwabe, El barril del odio, 1900. Medusa es una anciana de pechos caídos, totalmente desnuda. Ahora no es la decapitada, sino la “decapitadora” y, por la cantidad de cabezas que sostiene y su sonrisa sin dientes, parece que se ha aficionado a la actividad. Se convierte en Perseo y, por ende, en Atenea, que castigó su juventud y belleza. Ahora, ella se toma venganza de otras jóvenes y le es indiferente el ensuciarse de su sangre. Fig. 55. Gustav Klimt, Friso Beethoven, 1902, pintura a la caseína sobre estuco, detalle de una de las partes del friso: Las potencias enemigas. Junto a Tifón aparecen La Voluptuosidad, el Impudor y la Intemperancia y, a su lado, las tres Gorgonas aquí mostradas. Para Klimt las “potencias enemigas” son todas representadas por mujeres. Las Gorgonas se encuentran desnudas y en sus cabellos oscuros se arremolinan algunos ofidios. La figura central, con los labios rojos y mirada dirigida al espectador, tiene un halo de misterio especial que le otorga el taparse el rostro (al igual que sus hermanas) y su mirada entornada, personificando a la femme fatale (Bornay, 2020, pp. 214-215). Fig. 56. Jacek Malczewski, Retrato de la actriz Heleny Sulimy como una Gorgona, 1903, óleo sobre lienzo. No es Medusa como tal pero su simbología de mujer perversa se hace presente al añadir sus sierpes al cabello de otras mujeres. Fig. 57. Pablo Picasso, Medusa, siglo XX, litografía. El artista malagueño, que tanto despreció a las mujeres de su vida, genera el retrato de una Medusa que no mira directamente pero personifica a la Muerte. Fig. 58. Cris Moffitt, Medusa, 2009, escultura 3D. De aspecto mucho más monstruoso y animal, Medusa amenaza como una bestia al espectador. Ella misma es una serpiente más, con su lengua bífida, dientes no-humanos y escamas por su piel verdosa. Fig. 59. G. Patsouras, Medusa, 2013, pintura digital. Hibridando la imagen de Eva en el Edén, Medusa se muestra cómoda entre el ambiente salvaje. Con más rasgos zoomorfos como las pupilas alargadas, las uñas afiladas y negras y las pequeñas escamas verdes alrededor de los ojos. Fig. 60. Benjamin Lacombe, Medusa, 2015, ilustración dentro del libro Grimorio: Brujas y Hechizos de Genealogía de una Bruja. Medusa, con sus ojos cerrados, semblante triste y serpientes tranquilas e, incluso, adorables, pide consuelo y comprensión al lector. Fig. 61. Howard David Johnson, Medusa, La Gorgona, 2016, óleo sobre lienzo. Inspirada en la Medusa de Furia de Titanes, el artista hace de su tren inferior una larga y poderosa cola de serpiente. Apenas lleva tapado el pecho y la representa con una figura femenina joven y hermosa. Sostiene una espada y un escudo con las piernas de la Gorgona primigenia en forma de esvástica. Se alza sobre una pila de escombros y tras ella pueden verse efigies pétreas. Sigmund Freud escribió en 1840 una teoría psicoanalítica de la cabeza cercenada de Medusa. En ella hace, primero, a los reptiles de la cabellera un sucedáneo del miembro viril. Después, la existencia de múltiples falos (ofidios) representa la castración masculina. Además, crea una analogía entre la decapitación de Medusa y la angustia que sienten todos los niños varones al descubrir los genitales femeninos y, por tanto, nace el temor del hombre a ser castrado. El miedo en un hombre hacia la mujer nace al ver sus genitales, al igual que el miedo emerge cuando el hombre ve a Medusa y muere. Como cualquier monstruo que nace del temor a algo y se convierte en su personificación, Medusa encarna el temor a lo femenino “en un sistema androcéntrico en el que las estructuras socioculturales deben velar por la trascendencia de la “primacía del falo” (Beteta Martín, 2016, p. 61). Dicho en otras palabras, la necesidad de controlar la sexualidad femenina en una sociedad patriarcal, genera automáticamente el miedo a que las mujeres puedan castrar la masculinidad. De esta manera, Medusa es el símbolo del terror del hombre hacia la mujer y la maternidad, hacia el placer sexual y la castración 160 (Freud, 1979, p. 270). Medusa son, por tanto, todas las mujeres por el simple hecho de nacer con vagina. El hombre ha temido a la vagina femenina y, en su defensa, ha procurado mantenerla subyugada y bajo su control porque, en caso de ostentar ella el poder, el terror se propagaría, causando intemperancia, descontrol y salvajismo en la sociedad. De esta manera nace el término “vagina dentada”, un concepto que refleja los miedos masculinos y sus ansiedades hacia el hambre voraz femenina que se muestra a través de su sexualidad. Este concepto será explotado en el cine fantástico, sobre todo el vinculado con el terror (Castillo, 2020; Creed, 1993; Shildrick, 2015). En el campo de la astronomía la mayoría de los personajes del mito de Medusa tienen su propia constelación en el firmamento. Los autores clásicos explicaron que Zeus, tras la muerte de su hijo Perseo, lo elevó al cielo sosteniendo la cabeza de Medusa. También se encuentran las constelaciones de Cetus, Pegaso, Andrómeda, Cefeo y Casiopea, para que toda la familia estuviera reunida. Pero, la reina Casiopea, que fue la culpable de que casi mataran a su hija por su orgullo, fue colocada sentada en un trono cabeza abajo (Higino, ca. siglo I a. n. e./2008, pp. 256-258). En verano se suceden la lluvia de estrellas fugaces denominada las Perseidas, pues la mayoría de los haces de luz que se suceden en agosto parecen provenir desde la constelación de Perseo. Con la cristianización, las Perseidas pasaron a denominarse las Lágrimas de San Lorenzo, ya que coincide con la fecha del martirio del santo. Fig. 62. Distribución de las constelaciones mitológicas en el firmamento. Dentro de la constelación de Perseo, la estrella Algol corresponde con uno de los 160 La obra Ishtar de Fernand Khnopff (1888) es una muestra muy clara de la teoría freudiana que relaciona los conceptos de castración y sexualidad femenina, donde el primero es representado por Medusa y el segundo, por la diosa Ishtar, que se muestra desnuda, atada y en estado de éxtasis. Para más información sobre esta obra y la visualización de la misma, véase la figura 13 del epígrafe IV. Lascivas. A. Inanna, Ishtar y Astarté. ojos de Medusa, lo que representaría la presencia de la totalidad de su cabeza. Su nombre procede del árabe, Ra’s al Ghul, “cabeza del demonio”, ya que se creía que esta estrella estaba controlada por algún ser maligno. Interculturalmente, vuelve a darse un ejemplo de cómo se ha vinculado a la mujer (Medusa) con el demonio, lo maligno y lo perverso. Algol se convierte en la ira femenina, salvaje e incontrolable, que fue etiquetada como diabólica y endemoniada. Seguramente el nombre lo recibiera por su inusual comportamiento cuando se creía que el firmamento no variaba. Sin entrar en demasiados tecnicismos, Algol fluctúa enormemente de brillo en un periodo de tiempo muy corto, debido a que está formada por dos estrellas que orbitan entre sí 161 donde una es más brillante que la otra, de tal forma que la menos luminosa eclipsa a su hermana durante breves periodos de tiempo. Desde la Edad Media, ha sido una estrella utilizada para rituales mágicos como una de las quince estrellas fijas o behenian (“raíz”) de la magia talismánica, que se remontarían desde la tradición babilónica. Ya que desde la época clásica Medusa era un símbolo de la decapitación, Algol también lo fue, por ello se asoció esta estrella a la violencia sangrienta y es considerada una de las estrellas con la energía más perversa que existen. Está imbuida de una fuerza femenina abrumadora, impredecible, furiosa y pasional, con una fuerte carga sexual. Toda esta energía debe canalizarse y controlarse ya que si no, podría generar violencia, como el mito de Medusa (Bartlett, 2016, pp. 62-63). Dentro del ámbito cinematográfico, Medusa es un personaje habitual en los films de temática mitológica. En La Leyenda de Vandorf de Terence Fisher (1964), cuyo título original es The Gorgon, un asesino en serie convierte en piedra a sus víctimas en el profundo y boscoso Vandorf, un pueblo centroeuropeo. Finalmente se descubre que la joven Carla Hoffman (Barbara Shelley) está poseída por la Gorgona Megara (Prudence Hyman). La Gorgona se muestra como una mujer entrada en años, con sutiles escamas en su piel, ojos rojizos, largas pestañas y labios rojos. Las serpientes aparecen entre su cabello rizado y oscuro. Viste con un traje de falda y mangas largas en color verde (fig. 63). Fig. 63. Prudence Hyman como la Gorgona Megara, La Leyenda de Vandorf, Terence Fisher, 1964. Fig. 64. Furia de Titanes, Desmond Davis, 1981. Su aspecto es completamente monstruoso: rostro y torso femenino El mito de Perseo ha sido adaptado y versionado varias veces. El film más conocido es Furia de Titanes dirigida por Desmond Davis en 1981. Basado en la mitología y acertado en algunas cosas, como el embarazo de Dánae y nacimiento de Perseo, la historia transforma y dramatiza el mito aún más si cabe. Las diferencias que conciernen a Medusa son que fue convertida en un monstruo por Afrodita, no por Atenea; vive cruzando la laguna Estigia y su hogar lo guarda un perro de dos cabezas, inspirado en Cerbero. La Gorgona es una buena arquera y petrifica con la mirada, pero 161 Algol es una estrella binaria o, en otras palabras, un sistema de dos estrellas que orbitan juntas alrededor de un centro común por el que se sienten atraídas. Es el mismo caso que la estrella de Sirio. La enorme distancia de la Tierra hasta estos astros hace imposible de distinguir las estrellas binarias como astros independientes, por lo que desde la perspectiva terrestre, se ven como una única estrella. plagado de escamas, cabellera reptiliana y tren inferior de serpiente de cascabel. Esta iconografía, nueva para Medusa, se popularizará y se convertirá en imprescindible en muchas de sus representaciones en la cultura popular, sobre todo en los videojuegos. Como curiosidad añadir que Medusa (al igual que los escorpiones y el Kraken) están realizados con la técnica del stop motion en la película. eso no evita que Perseo, valiéndose del escudo, la decapite. El objetivo del hijo de Zeus es usar su poder de convertir en piedra con la mirada para salvar a Andrómeda del Kraken. Antes de eso, Perseo se enfrenta a tres gigantescos escorpiones que nacen de la sangre de Medusa en contacto con la tierra, algo parecido a lo que sucede cuando Perseo sobrevuela Libia y nacen sierpes. La versión de la misma película que se hizo en 2010 dirigida por Louis Leterrier, se aleja muchísimo más del mito, introduciendo personajes que nada tienen que ver con la historia de Perseo, como Ío, una de las víctimas de acoso de Zeus que aquí se convierte en la guía del protagonista y su interés romántico, o haciendo de Hades, dios del Inframundo, el antagonista de la historia. Igualmente, Perseo va en búsqueda de Medusa y consigue decapitarla. Quizá por el éxito que tuvo este personaje en la versión anterior, lo que sucede en su escena y el uso que hace Perseo de su cabeza, no se ha modificado en absoluto. Viviendo en una caverna de aspecto infernal, con arquitectura griega derruida, fuegos infernales, y la Atenea Parthenos abandonada, Medusa acosa a Perseo y sus colegas que intentan cazarla. Comienza a acercarse dejando escuchar sonidos de cascabel y serpentinos, así como su risa “malvada”. Se revela como una formidable arquera y consigue petrificar y asesinar a muchos de los compañeros de Perseo, aunque, finalmente, es decapitada por este. Su aspecto es muy similar a la anterior con su tren inferior de serpiente y su cola acabando en cascabel con un afilado aguijón de escorpión. Pero, a diferencia de la versión de 1981, Medusa es muy atractiva y hermosa, aun sin abandonar su piel escamosa (fig. 65). Pero esa belleza desaparece cuando utiliza su poder de la petrificador, aquí su rostro se hace más similar al de un reptil, revelando unos ojos brillantes, una lengua bífida y dos enormes colmillos (fig. 66). Fig. 65. Natalia Vodiadova interpretando a Medusa en Furia de Titanes, Louis Leterrier, 2010. Fig. 66. Aspecto monstruoso de Medusa en Furia de Titanes, Louis Leterrier, 2010. El film Species de Roger Donaldon (1995) trata sobre la fuga de una niña alienígena de un centro de experimentación y su posterior caza por parte de un grupo de expertos. La niña, llamada Sil, se transformará en una mujer adulta muy atractiva (interpretada por Natasha Henstridge), mediante unos tentáculos que le salen por todas las partes de su cuerpo. Esos tentáculos la fijarán en una pared donde se creará un capullo que generará la metamorfosis (fig. 68). La escena recuerda a la obra de Fernad Khnopff, Ishtar, donde la diosa tiene el tren inferior lleno de tentáculos de la cabeza de Medusa, sin dejar claro si salen de su cuerpo o la penetran, mientras ella se encuentra atrapada junto a ellos. Posteriormente, Sil será capaz de cambiar entre su forma humana y su cuerpo alienígena a placer. El diseño extraterrestre fue llevado a cabo por el artista suizo H. R. Giger, diseñador de las criaturas biomecánicas en la serie fílmica Alien. Sil, de igual manera, es un biomecanoide de ojos reptilianos, con aspecto descarnado y tentáculos en su cabello. Su lengua es también una serpiente tentacular, al igual que los que le salen a través de los pezones (fig. 68). Mediante estos tentáculos asesina a hombres a lo largo de la película, tras haber tenido relaciones sexuales con ella o haberse negado, puesto que busca desesperadamente un amate para engendrar un hijo con el que perpetuar su especie en la Tierra. De esta manera, Sil se convierte en una viuda negra y femme fatale de inspiración medusea. Su muerte se lleva a cabo desintegrando de un disparo su cabeza, lo que deja un clip en el que se ve cae su cuerpo decapitado expulsando sangre verdosa, una suerte de Medusa en el Perseo de Benvenuto Cellini (fig. 69). Fig. 67. Sil en Species, Roger Donaldson, 1995. Fig. 68. Fotograma de Sil antes de su metamorfosis en Species, Roger Donaldson, 1995. Fig. 69. Sil cayendo tras ser decapitada en Species, Roger Donaldson, 1995. Un guiño a Medusa lo realiza J. K. Rowling en la segunda entrega de su saga, Harry Potter y la Cámara Secreta (1998) y su posterior película de 2002, donde se suceden una serie de crímenes en la escuela de magia en los que los alumnos, junto con una gata y un fantasma, son petrificados (que no convertidos en piedra). Se descubre que la criatura que cometía las agresiones era un basilisco, una serpiente de envergadura gigantesca que podía matar con solo mirar a los ojos. Aunque, por suerte, los atacados no lo miraron directamente, sino a través del reflejo del agua, del visor de una cámara fotográfica, un fantasma o un espejo, como Perseo hizo uso de su escudo para librarse de la muerte producida por la criatura reptiliana. Inspirada de igual manera en la figura de Medusa se encuentra Celia, un personaje de la película infantil Monstruos S. A. de Pixar Animation Studios. En este film, donde los monstruos adquieren energía para su ciudad a través de los gritos que profieren los niños cuando son asustados por ellos, Celia se emerge como una figura amable y cariñosa, aunque con carácter, convirtiéndose en el interés amoroso de uno de los dos protagonistas, Mike Wazowski. Celia es cíclope, tiene la piel morada y, tanto sus piernas como brazos, acaban en unos finos tentáculos. Viste con un traje corto, escamado y verde, y su cabello son unos graciosos reptiles morados que se comportan como una extensión más estado de ánimo de Celia (fig. 70). Fig. 70. Celia de Monstruos S. A., Pete Docter, Lee Unkrich y David Silverman, Pizar Animation Studios, 2001. Tanto en los libros de Rick Riordan como en la película de Percy Jackson: El Ladrón del Rayo de Chris Columbus (2010), el destino de Medusa se ve sentenciado cuando Percy (que no deja de ser un nombre derivado de Perseo) entra en su jardín acompañado de Annabeth, la hija de Atenea, y su sátiro guardián. Medusa (o la tía Eme) tiene una pequeña conversación el trío protagonista donde recuerda que fue la madre de Annabeth quien la maldijo. Pero, finalmente, Percy/Perseo la decapita (otra vez). Fig. 71. Uma Thurman interpretando a Medusa en Percy Jackson y los Dioses del Olimpo, El Ladrón del Rayo, Chris Columbus, 2010. La iconografía e historia se adapta a un contexto histórico, cultural y social distinto. De esta manera, a pesar de que, en el fondo, sigue siendo la misma trama, Medusa vive en un jardín que ella misma decora con sus estatuas creadas a partir de los incautos que entran allí. En el libro es una anciana árabe, que cubre su rostro con un velo negro y, cuando es descrita, tiene la fisionomía arcaica de Medusa. En la película viste de negro con una larga gabardina y oculta sus partes sobrenaturales con gafas de sol y un turbante, otorgándole un estilo único, elegante y actual, pero siendo una mujer joven y atractiva, más similar a la iconografía de épocas posteriores (fig. 71). En la serie de animación infantil Mia y Yo, Mia es una adolescente que, a través de un libro mágico, se introduce en un universo poblado de criaturas fantásticas y mitológicas tales como hadas, unicornios, dragones y elfos. Una de las villanas de la serie es Gargona, cuyo diseño de personaje está basado en las Gorgonas de la obra de Klimt, Friso Beethoven. Gargona tiene, pues, la tez cenicienta, ojos con unas profundas sombras, forma del rostro cadavérica, el icónico pelo negro abultado con serpientes doradas y, en vez de encontrarse desnuda, viste con una túnica larga y roja (fig. 72). Fig. 72. Gargona en Mia y Yo, Gerhard Hahn y Hans Ulrich Stoef, 2014. Fig. 73. Medusa en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. Medusa en Gods’ School 162 es una de las alumnas de la escuela y compañera de habitación de Eris y Esfinge. Es una chica bastante arisca y solitaria, a la que le encanta cuidar de las estatuas que esculpe (con su mirada). Viste con un traje corto y morado y sandalias a juego. Su piel es verdosa y tiene el cabello lleno de reptiles de distintas tonalidades verdosas y turquesa, que hacen siempre un sonido sibilante que puede escucharse cuando anda cerca. Mantiene sus ojos siempre cerrados para no convertir en piedra a nadie, lo que la hace estar ciega constantemente, quizá por eso tiene tan mal humor (fig. 73). En Marvel Comics hay dos personajes de Medusa. El primero apareció en 1942 en USA Comics #6. Ella y sus hermanas eran sacerdotisas de Atenea con voto de castidad, pero Medusa lo rompió con Poseidón y tuvieron un hijo, Polifemo. Atenea la castigó transformándola, tanto a ella como a sus hermanas, en brujas con escamas y ofidios en sus cabellos que podían petrificar con la mirada. Sus descendientes también se denominaban Gorgonas. Perseo, una vez más, la decapita e imbuye su escudo del poder de convertir en piedra. Dicho escudo lo acabará usando Hércules. Su aspecto es el de una mujer con la piel verdosa, ojos amarillos, serpientes verdes por cabello, que viste un traje de cuero negro portando espadas (fig. 74). El segundo personaje no es Medusa como tal pero sí que está inspirado en ella. Se trata de Medusalith Amaquelin y es miembro de la familia real de Attilan. Sus padres la expusieron a una bruma mágica cuando era niña. Este evento le hizo adquirir control sobre su cabello, pudiéndolo utilizar como apéndices de su cuerpo que puede articular y usar a voluntad. Por ello su representación es una joven con antifaz, mono morado y grandes senos, y una larguísima y abundante cabellera pelirroja (fig. 75). 162 Para consultar más datos sobre esta serie de animación, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. Fig. 74. Medusa Gorgona de Marvel Comics. Fig. 75. Medusalith Amalequin, primera aparición en Fantastic Four #36, Stan Lee y Jack Kirby, Marvel Comics, 1965. Medusa tiene numerosas apariciones y aspectos en el universo DC, incluidos cómics y series de televisión. Myrra Rhodes es un personaje que tiene la habilidad de transformar sus cabellos en los icónicos reptiles. También Medusa es el nombre de una organización de villanos que luchan contra Batwoman en Gotham y, a su vez, están dirigidos por Medusa, que puede convertir en piedra y expulsa veneno (fig. 76). Además, como no podía ser de otra forma con la mitología griega, hay una Medusa en los cómics de Wonder Woman. En los cómics es un ser al servicio de la reina de las Amazonas, Hipólita (fig. 77). En la serie de animación DC Animated Movie Uiverse de 2019, aunque empieza con la misma situación, Medusa se vuelve contra las Amazonas y quiere destruirlas (fig. 78). Tanto en los cómics con en la serie petrifica con la mirada pero, en televisión, también posee una mordedura venenosa y capacidades mentales que le permiten obligar a sus víctimas a que la miren, así como fuerza y velocidad sobrehumanas. Fig. 76. Medusa en Batwoman Vol. 2 #11, DC Comics, 2012-2013. De apariencia más tradicional, sus serpientes son verdes al igual que su piel escamada. Viste con un top escotado y pantalones con botas altas. Fig. 77. Medusa en Wonder Woman Earth One #1, Malvel Comics, 2016. Pocas pero grandes serpientes aparecen a través de su desaliñado pelo negro. Su piel es mortecina y sus manos acaban como las de un ave rapaz. Lleva sus ojos cubiertos que solo desvela cuando hace uso de su poder. Fig. 78. Medusa en DC Animated Movie Universe, 2019. Con una armadura mecánica y metálica en tonos dorados, Medusa tiene el mismo cabello oscuro y pocos reptiles. Entre sus labios morados, asoman un par de colmillos. Pedro Larez, el ilustrador de viñetas mitológico, también ha creado una trama entorno a las figuras de Medusa y Perseo. Como si existieran en el siglo XXI, ambos, contra toda historia, son una pareja enamorada bastante inusual. Debido a la maldición de Medusa que convierte en piedra a quien la mire, Perseo siempre va con los ojos vendados. Pero, un día, que ambos se despistan, se miran a los ojos para descubrir que todo era mentira y que no existe maldición sobre Medusa. Ella tiene la piel verde azulada y las serpientes verdes pistacho, tiene los labios morados y unos pequeños colmillos (fig. 79-82). Fig. 79. Pedro Larez, Cita a ciegas, 2019, ilustración digital. Fig. 80. Pedro Larez, El vestido, 2019, ilustración digital. Fig. 81. Pedro Larez, Game Over, 2019, ilustración digital. Fig. 82. Pedro Larez, Primer vistazo III, 2020, ilustración digital. Dentro del extenso y basto universo de los videojuegos, Medusa sale en infinidad de ellos. En el videojuego God of War 163 aparece como la Reina de las Gorgonas (especie serpentiforme que convierten en piedra con la mirada) y gobierna sobre ellas junto a Esteno y Euríale. Odian a Atenea, el cual es uno de los personajes, en un principio, aliada del jugador. Afrodita ordena a Kratos (avatar del jugador) decapitar a Medusa y, como recompensa (porque no debe sorprender que otra vez es decapitada), le da el poder de la Mirada de Medusa para que lo utilice en las sucesivas luchas contra otras criaturas. El aspecto de la Gorgona es híbrido con tren inferior de serpiente con colmillos, más similar a la cola de un dragón. Tiene el cuerpo estilizado, lleno de escamas, los pechos desnudos y sin pezones, unos apéndices que le sobresalen desde la espalda y dos enormes manos, con las uñas afiladas y negras. Su cabello son víboras y su rostro es monstruoso con los ojos rasgados y rojos y una boca llena de colmillos. Su paleta de colores es en tonalidades rojizas, algo poco habitual en el imaginario actual donde priman los verdes (fig. 83). Fig. 83. Medusa, Reina de las Gorgonas en God of War, SCE Santa Monica, 2005, EEUU. En el videojuego League of Legends 164 (LOL) aparece Medusa pero, a diferencia de los demás, se la ha nombrado como Cassiopeia. Han aunado la arrogancia de la reina, madre de Andrómeda, con la criatura que Perseo venció. Ella era una mujer humana que, 163 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. 164 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe III. Brujas. E. Morgana. debido a la mordedura venenosa de una criatura ctónica, se transformó en una depredadora con tren inferior de víbora y el torso de mujer, muy ágil e inteligente, que es capaz de convertir en piedra con su mirada. Sus uñas son garras doradas que destilan veneno, lleva un top metálico a modo de sujetador que le tapa el pecho y, sobre su cabeza, un gran tocado con una piedra engarzada. Sus ojos son negros, con el iris dorado y las pupilas afiladas como una serpiente. Toda su gama cromática es verde y dorada. Quizá de las pocas representaciones en las que se ha prescindido de su cabello de sierpes, seguramente, porque no se trata de Medusa como tal, aunque mantenga la iconografía que tan popular se volvió en el siglo XX y tenga poderes similares (fig. 84). Añadir que Cassiopeia tiene multitud de sobrenombres que cambian su aspecto como Sirena, Aquelarre, Mítica, Eterna, Florecer Espiritual, Colmillo de Jade o Desperada. A pesar de que parezcan mujeres completamente diferentes, mantienen el tren inferior serpentiforme y su apariencia de femme fatale e hipersexualizada. Fig. 84. Cassiopeia en League of Legends, Riot Games, 2009, EEUU. En Megami Tensei 165 , Medusa aparece en once videojuegos de la saga y, bajo el nombre de Gorgon como otro personaje diferente. Suele ser una femme race, una raza de demonios que la conforman criaturas femeninas y diosas asociadas con la muerte, la guerra o el mal en todos sus aspectos. La representan generalmente como una mujer joven, atractiva, sexualizada (grandes senos y atuendo revelador), híbrida de cintura para abajo con cola de serpiente y el cabello lleno de sierpes. En Shin Megami Tensei IV, tiene la piel verdosa, los ojos amarillos, pequeños colmillos, reptiles hechos de huesos y metal en su cabello, un gran pecho (apenas tapado), garras escamosas y tren inferior de escamas, cuero negro, metal y esqueleto de ofidio. Dentro de esta última parte que, biológicamente y como las costillas humanas, el esqueleto de una serpiente es hueco, hay multitud de cráneos humanos (fig. 85). Fig. 85. Medusa en Shin Megami Tensei IV, Atlus, 2013, Japón. 165 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Para Monster Strike 166 es un avatar electo de clase demonio, cuyo elemento es la tierra. En su primera evolución tiene aspecto humano, con algunos reptiles en el cabello verde (no toda la cabellera) y, a pesar de tener un aire adorable, lleva un vestido corto con un gran escote y tacones (fig. 86). En su segunda evolución, atrás queda el aspecto encantador ya que su tren inferior se transforma en una cola de serpiente y todo su cabello adopta la iconografía clásica. Su rostro deja de ser humano, dejando ver una lengua larga y azul y unos ojos enormes, dorados con pupilas alargadas (fig. 87). La gama cromática de ambas evoluciones es verde, mezclada con tonos turquesa y detalles en morado y dorado. Fig. 86. Medusa en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 87. Reina Medusa en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. En el videojuego Smite 167 , se denomina Medusa, la Gorgona, y es uno de los personajes electos del juego. Tiene la misma historia interna que en las Metamorfosis de Ovidio a diferencia de que Medusa se dejó seducir por Poseidón, lo que justifica el castigo de Atenea. Su gama cromática es verde y dorada, atractiva y monstruosa, con el cabello típico, la piel de rostro pálida y la de su cuerpo llena de escamas, garras por manos y tren inferior de cola de serpiente. Es representada con una postura que denota fiereza y de estar a la caza. Lleva un arco y carcaj con flechas, lo que perpetúa la iconografía que Furia de Titanes (1981) popularizó (fig. 88). Sus poderes consisten en disparar víboras venenosas, escupe ácido y, evidentemente, petrifica. Fig. 88. Medusa en Smite, Hi-Rez, 2014, EEUU. 166 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. 167 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Fig. 89. Medusa (Lily) en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. En el videojuego Fate/Grand Order 168 tiene varios personajes y, por consiguiente, aspectos. El primero es la Medusa lily o niña, es un espíritu heroico de tipo lancer. Es la más joven de las tres hermanas (Euryale y Stheno). Su imagen es perfecta, ya que nace como la encarnación del anhelo más profundo de los hombres, lo que la convierte en un personaje sexualizado desde niña y perpetúa la idea de los decadentes en la que una femme fatale ya nace como tal, no se crea a lo largo de la vida (Bornay, 2020). Su apariencia es, por tanto, la de una joven encantadora con el pelo morado y largo, recogido en una trenza con mechones sueltos. Sus ojos rosados se mantienen en la sombra de la capucha negra de su capa. Lleva medias altas, tipo colegiala con botines plateados. Sostiene una gran guadaña con cadenas, negra y morada (fig. 89). Como Medusa adulta, es un espíritu heroico de tipo rider, cuya histria es similar a la del mito. Atenea la maldijo pero no mutando su aspecto físico sino desterrándola a una isla, otorgándole el poder de convertir en piedra con la mirada y le arrebató su fe en las personas, haciendo que todos los sentimientos positivos que pudiera albergar hacia la humanidad, se convirtieran en un profundo odio. Su carácter en sensual, vigilante, es silenciosa, fiel a su amo (el jugador), capaz de sacrificarse por este, fría, introvertida y no se deja llevar por sus emociones. Tiene dos atuendos, uno casual en el que viste con suéter negro de cuello alto y vaqueros, junto con unas gafas oscuras sobre sus ojos. En su aspecto épico, mantiene la gama cromática de la Medusa lily, pero desaparece el aire colegial. Su cabello cae suelto y extremadamente largo y viste con un corto vestido negro, con largos guantes y botas altas en los mismos tonos. Lleva un antifaz sobre la mirada para no petrificar a excepción de cuando ella quiera. Este antifaz la ciega completamente, lo que la obliga a tener que valerse de sus otros sentidos para luchar y su magia. La guadaña desaparece para dejar paso a unas dagas que, igualmente van enganchadas a cadenas metálicas (fig. 90). Su tercer personaje abandona el nombre de Medusa, para llamarse Gorgon. Es un espíritu heroico, tipo vengadora. Es la Reina de las Bestias Mágicas y se convierte en una amenaza para la humanidad. Es un personaje difícil de jugar ya que si se la controla y maneja bien, puede volverse contra el jugador y matarlo. Fue una diosa que fue convertida en un monstruo que se alimenta de humanos, es una depredadora feroz y despiadada y extremadamente inteligente e impredecible. Su apariencia es la de una mujer joven y atractiva, similar a la Medusa adulta, pero, por primera vez, aparece fisionomía reptiliana. Tiene una larga y poderosa cola de serpiente en tonalidades doradas y negras, que le nace, como un apéndice, desde la parte baja de la columna vertebral. Su cabello morado y 168 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. larguísimo, se convierte en sus extremos en cabezas de ofidios. Lleva los ojos tapados por un antifaz dorado y negro con una piedra roja engarzada. Su piel es pálida y en sus antebrazos y muslos se transforma en escamas doradas que finaliza en sus extremidades en poderosas garras negras con las uñas largas y doradas. Se encuentra altamente sexualizada con los senos exagerados, apenas tapados por trozos de tela morados, negros y dorados, al igual que su pubis (fig. 91). Fig. 90. Medusa (adulta) en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. Fig. 91. Gorgon en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. En el videojuego Hades 169 , Dusa es una cabeza flotante encargada de la limpieza de la Casa de Hades en el Inframundo. El personaje sintetiza varios conceptos de la mitológica Medusa. El primero, y más obvio, es que se recupera el interés por la cabeza de Medusa, obviando que hubo un cuerpo. El hecho de que la sitúen en el Inframundo hace pensar que ese fue el destino de la Gorgona una vez que fue decapitada sobre la tierra. Su aspecto es, pues, el de una cabeza femenina sin nariz, con colmillos, ojos grandes y amarillos con el cabello de serpientes que sostienen un plumero (fig. 92). 169 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. Por otra parte, se rescata el lugar de residencia de Medusa cuando vivía con sus hermanas, ya que se decía que habitaba en las tierras a las puertas del Hades (colocadas allí por Virgilio, y reafirmado por Dante Alighieri en su descripción del Infierno en la Divina Comedia), lo que la otorgaba un carácter ctónico que en este videojuego queda patente al residir, finalmente, en el Inframundo. Se deja entrever que está enamorada de Zagreus, hijo de Hades y Perséfone, y protagonista del juego, que se convierte en el avatar del jugador. En su conjunto, Dusa es un personaje bastante denostado e insignificante, la gran Medusa ha quedado relegada al rol de una banal sirvienta, porque hasta en el Inframundo hace falta que una mujer limpie. Fig. 92. Dusa en Hades, Supergiant Games, 2020, EEUU. Por otra parte, la bandera de Sicilia contiene una cabeza de Medusa. Dividida en diagonal por una franja roja (parte superior) y otra amarilla (parte inferior), la bandera tiene en su centro tres piernas flexionadas, unidas por la cabeza de la Gorgona alada y tres espigas de trigo. Estas piernas recuerdan a la postura corporal que adoptaba la Gorgona en sus formas arcaicas, la esvástica. El símbolo central es una variante del trisquel, símbolo celta con un gran significado de sabiduría druida. Debido a los elementos que se repiten de tres en tres, el símbolo es también denominado como Trinacria (fig. 93). Fig. 93. Bandera de Sicilia con la Trinacria desde el año 2000. Las espigas simbolizan la fertilidad de la tierra. A su vez, las piernas dibujan la topografía de la isla que también tiene forma triangular. La marca de muñecas Barbie lanzó en 2008 una colección limitada de muñecas inspiradas en las diosas. Una de ellas fue Medusa, creada por Linda Kyaw. Lleva un corsé verde con motivos de escamas, una falda larga de gasa con corte estilo cola de pez y sandalias doradas como formas serpentiformes. Tiene una larga cabellera castaña de rizos que se entremezclan con los brazaletes dorados con formas de reptiles, a juego con el collar que reposa sobre su escote (fig. 94). Las joyas y accesorios se convierten en un presagio del futuro de Medusa que, dado los colores con los que ha sido diseñada, así como el maquillaje de largas pestañas, ojos rasgados y labios rojizos, establecen en el imaginario de las niñas y niños, un estereotipo asociado a la maldad, en una mujer poderosa y elegante. El diseño de la muñeca con los ofidios en sus brazos recuerda a las figurillas minoicas de la diosa de las serpientes, deidad en la que es posible que Medusa tuviera algún antecedente iconográfico (fig. 95). Fig. 94. Muñeca Barbie como Medusa, Serie Goddess, Linda Kyaw, 2008. Como curiosidad añadir que se ha encontrado un ejemplar en venta de esta muñeca de colección limitada mientras se investigaba sobre ella, y su precio ronda los 900€. Fig. 95. Diosas de las serpientes minoicas, VI a. n. e., mármol blando. Jóvenes aladas, doncellas hijas de la Tierra, Sirenas, ojalá pudierais venir a acompañar mis lamentos con la flauta libia de loto, con la siringa o con la lira, respondiendo con lágrimas a mis deplorables desgracias, con sufrimientos a mis sufrimientos, con cantos a mis cantos. Que Perséfone se una a mis sollozos enviándome vuestra fúnebre música, y recibirá de mí a cambio, allá en sus moradas nocturnas, el peán regado con lágrimas que dedico a muertos y difuntos. Helena, Eurípides, vv. 169-179, 412 a. n. e. (1998, p. 25). La palabra Sirena proviene del griego antiguo ε, Seirén. No está claro el origen y significado. Muchas teorías apuntan a que proviene del vocablo seirá, que significa “cuerda” o “atadura”, por lo que su nombre significaría “la que ata”. Otros teorizan que provendría de raíces mucho más antiguas desde Oriente Medio como sir, “canto”, mezclado con el termino griego para “quimera”, . Otro relacionan su nombre con la palabra Sirio, la “ardiente”, una de las estrellas más brillantes del hemisferio norte, utilizada como guía en rutas marítimas, como tal las Sirenas serían los demonios del mediodía. En macedonio una raíz muy similar, que también sirve como epíteto de Afrodita, significa “desear”, por lo que las Sirenas serían “las deseadas” (Demgol, 2020). En cualquier caso, el latín lo recogió como siren, sirenis. Y, en el siglo XV, la zona de la Península Ibérica evolucionó esta palabra como serena, quedándose en el gallego como serea y en el portugués y asturiano como sereia. Poco a poco se fue instaurando el nombre sirena, por ser más fiel al latín clásico y así ha llegado a la actualidad (Soca, 2002). El origen de esta criatura se ha teorizado que podría ser el Ba de Egipto, cuyo jeroglífico era un ave con cabeza humana femenina, en la mayoría de las ocasiones. El Ba era la fuerza inmaterial que se manifiesta tras la muerte, algo así como el espíritu y lo más cercano a la naturaleza de los dioses que posee el ser humano; mientras que el Ka era el cuerpo físico. Ambos eran fuerzas indivisibles que, incluso tras la muerte de la persona, aunque el Ba saliera del Ka durante el día, cada noche debía regresar a él. En el caso de que el Ka fuera destruido, su Ba lo haría con él. De ahí nace la necesidad de los egipcios de embalsamar y momificar los cuerpos, su intención era la perduración en el tiempo del Ka para permitir la existencia del Ba para toda la eternidad (Elvira Barba, 2008, p. 485; Rodríguez Peinado, 2009). Por otra parte, Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2017) expone que los sirios adoraban a la diosa Dérceto, una mujer con cuerpo de pez que estaba enemistada con Afrodita, por lo que esta insufló un amor en Dérceto por un muchacho devoto suyo y tuvieron una hija, que se convertiría en reina de Babilonia. Pero tras el nacimiento de Semíramis, Afrodita le arrebató ese amor, provocando que Dérceto abandonara a su hija y se arrojara a un lago donde se convirtió en un pez. De ahí que los sirios no consumieran pescado y los venerasen (p. 172). La primera vez que son mencionadas las Sirenas en la literatura griega es en la Odisea de Homero. Tras viajar a las puertas del Hades y regresar a la isla de Circe, la hechicera pone en sobre aviso a Odiseo de los peligros que se va a encontrar próximamente y la mejor manera para sortearlos 170 . Casualmente de todos los peligros que avisa son criaturas femeninas. Sabiendo que Circe dejó marchar a Odiseo porque él lo decidió, no porque ella quisiera, pudo tratarse de un seguro para que ninguna otra mujer disfrutara del hombre que a ella se le escapaba. Así se introducen estas criaturas: Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de júbilo, cuando torna a sus hogares; sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, previamente adelgazada, a fin de que ninguno las oiga; mas si tú deseares oírlas, haz que te aten en la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil, y que las sogas se liguen al mismo; y así podrás deleitarte escuchando a las sirenas. Y caso de que suplique o mandes a los compañeros que te suelten, átente con más lazos todavía (siglo VIII a. n. e./1927, Canto XII, vv. 35-55, pp. 396-397). 170 Otras criaturas que menciona Circe son Escila y Caribdis, que habitan a cada lado del estrecho de Mesina. La primera, según Ovidio, era una hermosa ninfa de la que Glauco, dios marino, se enamoró, pero Escila huyó a tierra donde Glauco no podía alcanzarla. Así, recurrió a Circe para que le diera una pócima de amor. Esta se enamoró del dios y le recomendó que estuviera con otra mujer que sí le amara, alguien como ella. Pero Glauco rechazó la oferta e insistió en el brebaje mágico. Circe, celosa, engañó a Glauco y le hizo una poción que derramó en la laguna donde Escila solía bañarse con la promesa de que al entrar en contacto con el agua, la ninfa se enamoraría de él; pero lo que sucedió es que Circe transformó a Escila en un monstruo de seis cabezas con forma de perro. Escila se ocultó en los acantilados, donde devora a seis marineros (uno por cabeza) que logre alcanzar cuando pasan con sus navíos cerca de su cueva. Caribdis, por otra parte, es un enorme remolino succionador que arrasa con todo lo que entra en su corriente. Circe recomienda a Odiseo que se decante por Escila, ya que con ella solo perderá a seis marineros, y no todo el barco con toda la tripulación e incluido él mismo, si escoge a Caribdis (Homero, siglo VIII a. n. e./1927, Odisea, Canto XII, vv. 73-111, pp. 397-398) Más tarde, cuando Odiseo surca cerca de su isla 171 , cuenta como el mar y el viento se calmaron, obligando a sus marineros a plegar las velas, se taparon los oídos con cera y le ataron al mástil tal y como le dijo Circe. Las Sirenas empiezan a entonar sus cantos revelando que saben perfectamente quien capitanea la embarcación y todo lo que ha hecho para ganarse sus reconocidos honores. Sus hermosas voces incitan a Odiseo a acercarse a ellas con una promesa, la sabiduría: “Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van todos después de recrearse con ella, sabiendo más que antes” (siglo VIII a. n. e./1927, Canto XII, vv. 187-190, p. 399). Las Sirenas se revelan como criaturas sabias, que poseen conocimientos omnipresentes. Pero el conocimiento no era una característica propia de las mujeres griegas, de hecho, lo tenían restringido. De esta manera, la sabiduría que poseen las Sirenas y, por ende, la que ofrecen al marinero, es funesta. Pero no devoran a sus víctimas, como la Esfinge, y es algo que remarca Circe: “Teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo”. Los cadáveres se pudren a su alrededor, con su piel, no tienen herida alguna generadas por heridas que ellas les provocan; solo quedan de ellos los huesos cuando el sol ha consumido todo lo demás. Ellas prometen que los hombres “se irán” sabiendo más, lo que no dicen es que no se irán a sus hogares, sino a la otra vida. Es por ello que aquellos que alcanzan sus costas, se consumen embelesados en sus cantos y su sabiduría, aprendiendo y deleitándose con ellas, hasta que la inanición acaba con ellos. Estas criaturas poseen, pues, un carácter ctónico y es coherente pensar que tenían un papel psicopompo que, posteriormente, asumiría Hermes. En las Argonáuticas, historia que narra la travesía de Jasón a bordo del Argo y su tripulación, los Argonautas, se menciona que viven en la isla Antemóesa, “florida”, y que son hijas de Aqueloo y la Musa Tepsícore. Antiguamente fueron sirvientas y compañeras de juego de Perséfone durante su época virginal (antes del secuestro de Hades). Especifica que son mitad aves mitad doncellas, primera constatación literaria sobre su aspecto físico, puesto que Homero no hace mención a ello, solo especifica que son dos. Se salvaron de sus cantos gracias a la lira de Orfeo, que competía con sus acordes e hizo que todos, menos un marinero, evitase escuchar sus cantos. Butes, el infeliz que sucumbió al poder de las Sirenas, se apeó del Argo y nadó hacia la orilla de su isla, pero fue salvado por Afrodita y transportado al monte Érice, donde lo convirtió en su amante y tuvieron un hijo que erigió un templo dedicado a la diosa del amor (Apolonio de Rodas, siglo III a. n. e./1996, Canto IV, vv. 890-920, pp. 300-301). Apolonio detalla que “la lira superó la voz virginal” (vv. 909- 910), las Sirenas son pues, vírgenes, ya que al vivir solas, recluidas entre ellas y como anteriores compañeras de Perséfone172, no han yacido con hombres; lo que deja a la imaginación si en cambio podían acostarse entre ellas o, incluso, con las víctimas que llegaban a su isla, aunque no haya persona que lo atestigüe. Según Higino son hijas de la Musa Melpómene y el río Aqueloo, y añade que su destino era vivir de tal manera hasta que algún mortal las esquivara. (siglo I a. n. e./2008, CXXV, p. 124). En el epígrafe CXLI, Higino especifica que Ulises fue “malvado” por provocar el sino de la Sirenas con su astucia, e hizo que ellas se arrojaran al mar. Apolodoro mantiene esta ascendencia, aunque aporta una segunda, el río Aqueloo con Estérope (siglos I-II/1987, Libro I, VII, 10, 63, p. 21). A pesar de ello, establece su número en tres y les 171 Su isla se establece entre la península de Italia y la isla de Sicilia, frente a la isla de Sorrento. 172 Al igual que en el séquito de Ártemis se exigía que estuviera conformado por vírgenes, como la diosa, se sobreentiende que los griegos no concebían otra compañía entre las doncellas que las de sus iguales. Esto muestra un aspecto más de cómo concebían las relaciones sociales entre mujeres. A parte de estar separadas por estratos sociales según el poder adquisitivo de la familia, no permitían que mujeres casadas se siguieran relacionando con mujeres casaderas, independientemente de que tuvieran la misma edad. otorga sus nombres: Pisínoe, Agláope y Telxiepia 173 , todos hacen alusión a la música y la belleza. Una tocaba la cítara, otra la flauta y la tercera cantaba. Todo su tren superior hasta los muslos poseía fisionomía de mujer, mientras que la parte baja se tornaba en ave. Además, constata la profecía de Higino, pero a diferencia de este, Apolodoro sí especifica que la maldición se cumplió tras el paso de Odiseo (Epitomes, 18-20, p. 140). Son contradictorias las palabras de Apolodoro pues, antes de narrar el episodio de Odiseo, cuenta el del Argo, pero los autores hacen de la Odisea un viaje mucho anterior al de las Argonáuticas (también porque estas últimas fueron escritas cinco siglos después). A pesar de ello, tanto Higino como Apolodoro narran el episodio de Jasón antes que el de Odiseo. Independientemente de quien surcara las aguas de las Sirenas antes, la maldición debía haberse cumplido tras el paso de la primera nave, no debería haberse sucedido una segunda. Aun así, hay algunas cerámicas que muestran el suicidio de las Sirenas hacia el mar tras ser vencidas por Odiseo (fig. 7), lo que la versión se deja abierta a libre interpretación. Higino ya explica que las Sirenas no siempre fueron mitad aves, ya que, como compañeras de Perséfone/Proserpina, que “permitieron” que fuera raptada por Plutón y no la ayudaron, Ceres, madre de la diosa, las trasformó en híbridas (siglo I a. n. e./2008, CXLI, p. 135). Ovidio (ca. 9/1983) otorga una nueva realidad de las Sirenas con su relación con Proserpina mucho más amable que ser el producto de la venganza de Ceres. Efectivamente eran compañeras de la diosa, su séquito, y estaban con ella cuando Plutón abrió la tierra y la secuestró, pero no pudieron hacer nada para evitarlo. La buscaron por doquier pero sin hallarla, por lo que pidieron a los dioses tener alas para poder sobrevolar los mares y buscarla por todos los confines del mundo. Los dioses las escucharon y les otorgaron su deseo transformando sus cuerpos en aves de plumas doradas, pero manteniendo sus cabezas “virginales”, sus voces y su facultad para crear hermosas melodías (vv. 551-563, p. 105). Otra tradición cuenta que fue Afrodita quien las transformó en criaturas zoomorfas por haber escogido permanecer vírgenes antes que rendirse a los placeres del amor (Grimal, 1989, p. 484). Para los griegos, la existencia de las Sirenas otorgaba una explicación a los numerosos naufragios que había frente a las costas de Sorrento, lugar cercano a donde se ubicaba la isla en la Odisea. Posteriormente, se vincularon con todos los peligros que podían acosar a un hombre y le podía llevar por el camino del mal. Pausanias (siglo II/2008) cuenta que en Coronea, una ciudad griega, hubo un santuario a Hera con una imagen de la diosa, obra arcaica de Pitodoro, que sostiene en su mano unas Sirenas. Esta relación con Hera se originaría a raíz de un mito en el que la diosa animó a las Sirenas a competir contra las Musas en un concurso de canto. A pesar de su virtuosismo, no fueron capaces de vencer a las deidades de la inspiración y estas las castigaron arrancando las plumas de sus alas, para hacerse coronas con ellas (Libro IX, 34, 3, pp. 321-322). Al igual que la Esfinge y Medusa, las Sirenas no tienen cabida en la mitología griega si no es gracias a un héroe que las vence. En el caso de las Sirenas, aparte de Odiseo, son Orfeo y por ende, Jasón; un hombre por cada una de ellas. Los cantos de las Sirenas, sus voces, hacen promesas de deseo a los hombres que jamás llegan a término. Ese embrujo, que Hera consideraba que estaba a la altura de las Musas, fue eclipsado por la musicalidad de Orfeo. Las Sirenas clásicas no tenían nada hermoso a excepción de sus voces y los sonidos que proferían con ellas. Orfeo les arrebató su única cualidad, las vence 173 Otros nombres que reciben son Parténope (que bautizará a la ciudad de Nápoles), Leucosia y Ligia. Menos comunes son Teles, Redne y Molpe (Pedraza, 1991, p. 116). en aquello que da sentido a su existencia. No es igual esta derrota para ellas, que la que pudieron sufrir a manos de las Musas, puesto que Orfeo es un hombre y un simple mortal, no tiene nada de divino en su ser que le haga especial. Los helenos recordaban una y otra vez la jerarquía social a través de sus mitologías pues, en casos como estos, un hombre cualquiera puede vencer a los genios inmortales femeninos bajo sus mismas reglas del juego, lo que les convierte en sus iguales o, como en este caso, en sus superiores. De igual manera lo consigue Odiseo, que hace uso de sus propias cualidades (la astucia y la inteligencia) para, no solo salir indemne de su hechizo, sino humillaras, puesto que él se convierte en el único hombre que las ha escuchado. Para ello se ata a un mástil, que no es más que un palo que se alza recto hacia el cielo, hacia la luz, convirtiéndose en una metáfora de lo que al hombre le hace ser hombre (biológicamente hablando): su órgano viril erecto. En todos los casos, el conocimiento de él prevalece sobre las argucias y monstruosidad femenina. Se perpetúa el mismo discurso del Bien contra el Mal, la Razón sobre la Ignorancia, lo masculino contra lo femenino; en la que todo lo primero de esta enumeración de opuestos sale victorioso. En el arte las Sirenas aparecen inicialmente sin mezclarse con el mito homérico, como aves con cabeza humana, con fines decorativos (Aguirre, 1999, p. 99). Las primeras representaciones de las que se tienen constancia bajo el pasaje de la Odisea (con la diferencia de que aparecen tres Sirenas y no dos) son en vasijas corintias del siglo VI a. n. e. (fig. 1 y 2). A pesar de la brevedad del pasaje, pues son apenas unos pocos versos, la escena fue muy popular y fue representada en multitud de ocasiones de manera fiel al relato de Homero, siendo especialmente común mostrar el momento en el que Odiseo se encuentra atado al mástil frente a ellas, mientras la tripulación rema. La única mota de creatividad que los artesanos se permitían fue a la hora de crear sus cuerpos ya que hasta el siglo III a. n. e. en los que se dejó constancia escrito de su fisionomía, hubo al menos tres siglos en los que las Sirenas eran representadas siempre como híbridas mujer-pájaro. Perviviendo esta iconografía hay quienes solo les hacían la cabeza humana y otros que añadían unos brazos por delante de las alas, que les permitían sostener instrumentos musicales con los que acompañaban la melodía de sus voces. A medida que fueron pasando los siglos, apareció el torso completo femenino y añadirían nuevos matices, como el del posterior suicidio de las Sirenas al ser derrotadas por el hombre. Fig. 1 y 2. Aríbalo de Corinto, 575-550 a. n. e.. Arriba la imagen desplegada de la vasija. Mientras que tres Sirenas aviformes permanecen en la isla, dos aves de cuerpo entero acechan el barco de Odiseo. Esta vasija es la primera en la que se identifica el pasaje homérico representado. Fig. 3. Sirena alada, ánfora griega, ca. 550 a. n. e. Fig. 4. Enócoe de figuras negras, siglo VI a. n. e. Odiseo parece estar hablando con las tres sirenas, las cuales son mucho más pequeñas que él. Fig. 6. Enócoe de figuras negras, siglo VI a. n. e. Las tres Sirenas, con brazos humanos, tocan los instrumentos que cita Apolodoro. Fig. 5. Lécito de figuras negras, siglo VI a. n. e. La Sirena posee dos brazos con los que toca el instrumento de viento ante Odiseo, el cual se encuentra atado a una columna jónica que simboliza el mástil. Fig. 7. Stamnos ático de Vulci de figuras rojas, siglo V a. n. e. Una de las Sirenas se arroja al mar tras ver que ningún tripulante sucumbe bajo su llamamiento. Fig. 8. Crátera de Paestum, ca. 350 a. n. e. Odiseo se encuentra atado al mástil y dos Sirenas revolotean a su alrededor más humanas que pájaro (una de ellas vestida), tocando instrumentos. Fig. 9. Mosaico romano de Ulises con las Sirenas, siglos I-II. Las Sirenas son mucho más humanas que sus análogas griegas y el cambio a patas de animal se produce bajo las telas que usan para vestirse. Su tamaño también es más similar al de los marineros. A pesar de las posibles variantes, su don musical en el canto y su vinculación con la muerte han trascendido a lo largo de los siglos. Ya en la época de Eurípides no se identificaban únicamente con la versión homérica, como se puede comprobar en el fragmento de su obra Helena que abre este epígrafe. Platón entrelaza a las Sirenas con las Moiras, en tanto a la musicalidad como al aspecto mortuorio: El huso mismo giraba entre las rodillas de la Necesidad. En cada uno de esos círculos había una sirena que giraba con él, haciendo oír una sola nota de su voz siempre con el mismo tono; de suerte que de estas ocho notas diferentes resultaba un acorde perfecto. Alrededor del huso y a distancias iguales estaban sentadas en tronos las tres Parcas, hijas de la Necesidad: Láquesis, Cloto y Atropo, vestidas de blanco y ceñidas sus cabezas con cintillas. Acompañaban con su canto al de las sirenas; Láquesis cantaba lo pasado, Cloto lo presente y Atropo lo venidero (ca. 370 a. n. e./2016, Libro X). Las Sirenas se consideran divinidades de la muerte, ya sea porque con sus cantos son melodías de muerte y su fascinación erótica, su Eros, lleva al Hades o, mirándolo desde un punto de vista más optimista y amable, eran guías liminares de las almas de los bienaventurados. Es por ello que aparecen en el arte funerario, como los sarcófagos (Grimal, 1989, p. 484). Robert Graves (1985b) genera una analogía entre la isla de las Sirenas con la isla de Ávalon del ciclo artúrico. Al igual que la tierra brumosa y aislada de Ávalon recibía al rey y héroe de la historia tras morir, la isla de las Sirenas se convierte en una isla sepulcro. Las Sirenas son las mujeres que guardan a los muertos y sus osamentas, siendo a la vez las sacerdotisas que lloran la muerte y las aves que sobrevuelan la zona que sirven a la diosa de la muerte (Perséfone) (p. 173). De esta manera, también se explica cómo su origen preolímpico fue el motivo por el que las Musas las vencieron, puesto que estas últimas son hijas de Zeus y, por tanto, hijas del sistema soberano olímpico que prevaleció sobre todos los otros sistemas anteriores. Fig. 10. Sirena, askos perteneciente a un ajuar funerario, siglo V a. n. e. Fig. 11. La Sirena de Canosa, figurilla de ajuar funerario, siglo IV a. n. e., arcilla. Fig. 12. Sirena de Kerameikos, escultura funeraria, siglo IV a. n. e. Fig. 13. Sirena aviforme, escultura funeraria, siglo IV a. n. e. Con la llegada de la Edad Media, las Sirenas comenzaron a convertirse en figuras seductoras e incitadoras de los pecados, y sirven como metáforas moralizantes. Iconográficamente no se abandonó la forma de ave drásticamente, sino que fue un proceso que comenzó ya a finales de la Edad Antigua y se expone abiertamente en el siglo VI en el anónimo Liber monstruorum diversis generibus. En los múltiples bestiarios y tratados, la cola de pez se fue imponiendo poco a poco como una hibridación más coherente al clima acuático en el que se movían y por una cuestión estética. Era mucho más esbelta y sinuosa la figura de una sirena pisciforme, más acorde con esa idea de seducción, que una mujer-pájaro, la cual, además, venía contaminada de otras criaturas con connotaciones más escatológicas y mortuorias174. Por otra parte, el agua permitía que el campo de acción contra los marineros se expandiera por todos los mares y océanos, no limitaba su posición a una única isla en mitad del Mediterráneo que era fácil de sortear. El agua es un elemento primigenio asociado por antonomasia a la mujer, al igual que lo es la tierra; un elemento vinculado con la maternidad y los misterios femeninos. Las aguas profundas esconden mejor esos misterios, ocultan secretos y depredadores desconocidos que provocan un profundo terror al ser humano. La talasofobia unida a la mujer pecadora dio como resultado la creación de las Sirenas con larga cabellera, torso descubierto y cola de pez, criaturas que habitaban las profundidades y ascendían a la superficie para causar la muerte con sus artes lascivas. Por tanto, la Edad Media también despojó a estas criaturas de su carácter virginal, dando paso a uno mucho más acorde a la figura de la mujer que se iba perfilando con el paso del tiempo. Las plumas y la virtud desaparecieron en favor de las escamas y la seducción, manteniendo su poder de atracción residente en su voz. Esto último entronca con el lugar que ocupa la mujer en la sociedad. Ya desde Grecia se deslegitimó la voz y los saberes de las mujeres, lo que desarrolló una serie de estrategias que avalaron esa desautorización. Entre ellas fue la prohibición de hablar y exponer sus ideas, limitando su poder de acción al oikos (el hogar) y excluyéndola de la vida política y social de la polis. Las Sirenas se convirtieron en un paradigma del poder que ostenta la voz femenina y un argumento irrefutable del porqué deben permanecer en silencio a oídos de los hombres y, por consiguiente, de los espacios públicos. Laura Rodríguez (2009) recoge algunos fragmentos extraídos de bestiarios y manuscritos medievales que aportan bastante claridad sobre cómo fueron evolucionando iconográficamente y simbólicamente las Sirenas: Las sirenas son doncellas marinas, que seducen a los navegantes con su espléndida figura y con la dulzura de su canto. Desde la cabeza hasta el ombligo tienen 174 Las Harpías son otras criaturas griegas híbridas con cabeza de mujer y cuerpo de ave, la similitud iconográfica entre ambas hace que sea muy complicado de discernir cual es cual es una imagen que no posea más elementos identificativos, tal es el caso de los capiteles románicos en los que son muy comunes ambas imágenes. A diferencia de las Sirenas, las Harpías no poseían ningún tipo de atractivo ni belleza; se las consideraba personificaciones del viento, violentas, despiadadas, hediondas y con un hambre insaciable. Su mito más relevante es junto al rey Fineo, el cual fue castigado por Zeus ante un suculento banquete del que, cada vez que intentaba coger algo para llevárselo a la boca, las Harpías se lo arrebataban y lo manchaban todo con sus excrementos. Las Harpías, tras la liberación de Fineo por parte de los Argonautas, se dedicaron a raptar niños y almas que torturaban de camino al Hades. Las Erinias o Furias, como fueron llamadas en la mitología romana, eran criaturas ctónicas que, al igual que las Harpías, poseían un hambre insaciable pero, esta vez, de venganza. Perseguían sin descanso a aquellos que cometían crímenes de sangre, como el matricidio, y, cuando habitaban en el Hades, se dedicaban a torturar a los condenados. Su aspecto era el de mujeres implacables en cuyos cabellos o brazos se enredaban serpientes y sostenían antorchas y látigos para azuzar a sus víctimas. En ocasiones poseen alas, lo que las asemeja a las Sirenas y Harpías. Su mito más conocido es la persecución de Orestes después de que matara a su madre Clitemnestra. cuerpo femenino y son idénticas al género humano, pero tienen las colas escamosas de los peces con las que siempre se mueven por las profundidades. (Bestiario Liber monstruorum diversis generibus, siglo VI). Las sirenas son las riquezas del mundo; la mar representa este mundo; la nave las gentes que hay en él; el alma es el marinero, y la nave, el cuerpo que debe navegar. Sabed que muchas veces las riquezas del mundo hacen grandes prodigios: hablan y vuelan, agarran de los pies y ahogan... La sirena es de tal naturaleza que canta cuando hay tempestad.... cuando confunde al hombre rico. (Philippe de Thaün, Bestiario, 1121-1152). Según los antiguos autores, había tres sirenas. Se las imaginaba con un cuerpo mitad de doncella, hasta la cintura, y mitad de pez, dotadas de alas y uñas, y cantaban extraordinariamente. Una de ellas cantaba con su voz, otra con flauta, y la tercera con lira; con su canto atraían a los navegantes, fascinados, que eran arrastrados al naufragio. Pero lo cierto es que las sirenas fueron unas meretrices que llevaban a la ruina a quienes pasaban, y estos se veían en la necesidad de simular que habían naufragado. Y dicen las historias que tenían alas y uñas, porque el amor vuela y causa heridas; y que vivían en las olas, precisamente porque las olas crearon a Venus y la lujuria nació de la humedad. (Brunetto Lattini, bestiario Livre du Tresor, 1220). La sirena es una criatura prodigiosa... La que tiene forma de pez y de mujer tiene un aspecto tan dulce, que todo hombre que la oiga cantar se acuesta de buen grado para escucharla... Podemos comparar a estas sirenas con las mujeres que tienen buena palabrería, que engañan a los hombres haciendo que se enamoren de ellas. (Bestiario Catalán, manuscrito A, siglo XV). Así, los autores medievales tergiversaron el mito de las Sirenas para dar sentido a sus metáforas y enseñanzas en favor del cristianismo que se encontraba en auge por toda Europa, y justificar la subyugación de la libertad sexual y de expresión de la mujer. El arte medieval representó a las Sirenas en multitud de códices, manuscritos y bestiarios, así como de manera escultórica en capiteles, ménsulas, sillerías de coro, cerámicas, vidrieras, etc. Y, aunque se fue imponiendo la imagen pisciforme, aun se pueden encontrar algunas representaciones como aves que dificultan su reconocimiento por su enorme similitud con las Harpías. Fig. 14. Sirenas pisciformes, siglo VI, relieve en piedra. Fig. 15. Sirenas o Harpías aviformes, comienzos del siglo XII, relieve en piedra, claustro de la Abadía de Santo Domingo de Silos, Burgos. Fig. 16. Sirena agarrándose su cola de pez, 1125-1150, relieve en piedra, arquivolta de la iglesia de Ste. Marie Madeleine de Vézelay, Francia. Fig. 17. Sirena pisciforme, primera mitad del siglo XII, relieve en piedra, arquivolta de la Iglesia de Santa María de Uncastillo, Zaragoza. Fig. 18. Sirena con doble cola de pez, siglo XII, relieve en piedra, Igleia de San Esteban de Banyoles, expuesta en el Museo Arqueológico Comarcal de Banyoles, Gerona. Esta doble cola de pez se entiende como que cada una de sus piernas se transforma en una cola distinta. Fig. 19. Sirenas aviformes, segunda mitad del siglo XII, relieve en piedra, capitel de la Iglesia de San Pedro de la Rúa de Estella, Navarra. Fig. 20. Sirena con cola de pez y onocentauro, mediados del siglo XIII, miniatura sobre pergamino en el Bestiario de Philippe de Thaön. Fig. 21. Miniatura sobre pergamino, siglo XIV. Convertida en una metáfora eminentemente misógina, la Iglesia son los hombres en los barcos que navegan por el mar de la herejía, representado por las mujeres en cuerpos de Sirenas, que intentan encaramarse a las naves. Fig. 22. Sirena con doble cola de pez sosteniendo dos pescados, siglo XIV, pintura sobre tabla, Palacio de Villahermosa, Huesca. A partir del Renacimiento se descartan los significados moralizantes, recuperando poco a poco la tradición clásica (fig. 23), aunque no llega a volver a imponerse frente a la Sirena medieval. Todas las connotaciones y simbolismos que impregnaban la imagen de las Sirenas arcaicas se aunó en el misterio del agua. El agua como fluido que escondía la monstruosidad de la bella y escurridiza mujer que asomaba en la superficie. Esta esencia fue la que triunfó en el siglo XIX, mezclada con la fuerte carga erótica y la tergiversación de sus acciones. Se convirtieron en unas criaturas que utilizaban los recursos que tenían a su alcance para engañar a los hombres y llevarles a la muerte. El deseo masculino y androcéntrico hacia la belleza femenina es destruido precisamente por esta última, sin remordimientos, lo que convierte a las Sirenas en unas perfectas castradoras y femme fatales para los decadentes. Fig. 23. Annibale Carracci, Ulises y las Sirenas, 1596. Ulises, con todos los músculos de su cuerpo exageradamente marcados, se debate contra las cuerdas que sus compañeros le han atado al mástil, mientras mira a las tres Sirenas. Estas tienen postura erguida, con el torso denudo, alas saliendo desde su espalda, y piernas que acaban en patas de ave. Llevan otra Sirena como mascarón de proa. Fig. 24. Johann Ulrich Krauss, Las compañeras de Perséfone son transformadas en sirenas, 1690, grabado. Las Sirenas, esta vez un gran número, tienen más cola de reptil que de pez y se arremolinan alrededor del barco donde un hombre se tapa las orejas. Fig. 25. Frederic Leighton, El Pescador y la Sirena, 1856-1858, óleo sobre lienzo. Esta obra muestra una escena recurrente a partir del siglo XIX en la que se muestra explícitamente el encuentro entre una Sirena y su hombre seducido, ya sea un pescador o marinero. Las intenciones de la Sirena se dejan a libre interpretación pues, desde la publicación del cuento de Andersen en 1837, se romantizó y dramatizó toda la historia en torno a la Sirena y su amor prohibido por un humano. En este caso, es bastante probable que las intenciones de la Sirena sean las mitológicas pues, aunque se abrace a su cuello y él la mire embelesado, como si de una pareja de enamorados se tratase, la manera en la que la cola de pez se enrolla entre las piernas del joven, evidencia que se trata de un abrazo funesto. El pescador, además, adopta la postura iconográfica de Cristo en la cruz lo que, inconscientemente, genera una imagen de él de total y absoluta vulnerabilidad y abandono ante todo aquello que tenga delante. Fig. 26. Dante Gabriel Rossetti, Sirena Ligeia, 1873, pastel. Mucho más atemporal es esta Sirena a la que no se le alcanza a ver anatomía zooorfa. Su cabello, al igual que la Lady Lilith del autor, es pelirrojo y se lo recoge con trenzas y enrollado en una tela color marfil sujeta con un broche de oro. Se encuentra completamente desnuda tocando un instrumento de cuerda, cuya voluta es un cisne, única reminiscencia a la forma de ave. El barco del fondo se convierte en las próximas víctimas. Fig. 27. Arnold Böcklin, Sirenas, 1875, óleo. Una Sirena joven y con el cabello suelto deja verla parte humana de su cuerpo, mientras llama la atención del barco (que ya se dirige hacia ellas). Mientras, otra Sirena con el pelo canoso y vieja, mira por una mira telescópica agazapada tras su compañera. Es hasta cómica la escena, con sus patas de gallina, si no fuera por las calaveras y osamentas a sus pies que auguran el destino fatal de los marineros. Fig. 28. Arnold Böcklin, El juego de las olas, 1883, óleo. Los sátiros y onocentauros eran algunas de las pocas criaturas que se divertían con las Ninfas y Sirenas y no caían bajo su embrujo. En una escena bastante turbia, la Sirena en primer plano tiene su cola de pez refulgiendo bajo el agua pero, al contrario que el resto de personajes, no presenta una expresión de alegría, quizá porque está siendo forzada por el hombre que la agarra. Las mujeres tienen la piel muy clara en comparación con los hombres y, tras la figura masculina que sujeta a la Sirena, aparece una cara bastante cómica de una criatura anfibia. Fig. 29. Charles E. Boutibonne, Sirenas retozando en el mar, 1883, óleo sobre tela. Las Sirenas se cogen de las manos y bailan en el agua mientras ven a un barco acercarse a ellas. Cada una tiene la cabellera de un color y decorada de manera diferente, pero, por lo demás, son prácticamente iguales. Con unos cuerpos jóvenes y desnudos, se muestran al espectador en todas las posiciones posibles, enseñando, incluso, el trasero, a pesar de que la Sirena que se encuentra recostada, deja ver que todas poseen cola de pez. El artista baja el inicio de la forma acuática por debajo de las nalgas, lo que erotiza aún más el cuerpo femenino. Fig. 30. Edward Burne-Jones, Las profundidades del mar, 1886, óleo sobre lienzo. Esta Sirena sujeta al joven al que arrastra al fondo del mar donde hallará la muerte, si no lo ha hecho ya. Ella lo abraza como si de un juguete se tratara, aunque su sonrisa aviesa hacia el espectador demuestra que es perfectamente consciente de lo que hace. Fig. 31. Arnold Böcklin, El mar en calma, 1887, óleo. Esta Sirena pelirroja se encarama con su pecho desnudo sobre una roca mientras que, bajo el agua, se puede ver la forma de un tritón. Los hombres con cola de pez suelen ser mucho menos atractivos que ellas y con un carácter más arisco, comunes en el folklore irlandés y de Gran Bretaña. También de este folklore son comunes los selkies, criaturas híbridas entre humano y foca que vivían en el mar. Los selkies macho eran atraídos por las mujeres que no se sienten satisfechas. Pero las selkies hembra podían ser secuestradas por hombres si estos les robaban sus pieles de foca. De esta manera estaban obligadas a ser sus esposas hasta que recuperasen su piel; solo así regresarían a su verdadero hogar, el mar. Fig. 32. Knut Ekvall, El Pescador y la Sirena, finales del siglo XIX, óleo sobre lienzo. Al igual que la obra de Leighton (fig. 24), la Sirena se agarra al pescador pero, esta vez, el trágico final es explícito. Ella, desnuda y sin hibridación, se contorsiona dejando ver la totalidad de su cuerpo, en un remolino de agua que naufraga la embarcación del pescador. Este mira aterrorizado su Caribdis que, como culmen que demuestra su naturaleza perversa, tiene una larga cabellera en tono rojo. Fig. 33. John William Waterhouse, Ulises y las Sirenas, 1891, óleo sobre lienzo. Única obra que muestra el paisaje homérico a la forma clásica. Las Sirenas, con solo sus cabezas bajo la forma humana, se acercan amenazadoramente a Ulises, que se yergue indefenso ante ellas. Fig. 34. Gustave Moreau, El Poeta y la Sirena, 1895, óleo. En una interpretación del mito de Orfeo, la Sirena ha salido vencedora de la competición. Él, con rasgos andróginos y mucho más pequeño proporcionalmente que ella, se tiende a sus pies derrotado. Ella le acaricia como si de un perro se tratara mientras le mira con unos ojos hipnóticos. Su cuerpo humano se muestra desnudo hasta que en las piernas la vegetación escala por sus muslos y comienza la transformación. Su pelo, decorado con una guirnalda de botánica verde, cae como una cortina de algas que se confunde con los corales rojos. El artista creó varias obras más con las Sirenas como protagonistas. Siempre las representó en grupos de tres, sin rasgos zoomorfos, desnudas y protagonistas de la escena frente a los posibles barcos y hombres que los poblaban. Fig. 35. Armand Point, La Sirena, ca. 1897, óleo sobre lienzo. Montada sobre un hipocampo, eta Sirena atrae la atención del barco que aparece por el horizonte. Presenta alas a su espalda y sus piernas se unen en una cola de pez, lo que aúna ambas iconografías. Fig. 36. John William Waterhouse, La Sirena, 1900, óleo sobre lienzo. La Sirena que sostiene una lira, mira impasible a marinero que se ha lanzado al agua para llegar hasta ella. Su fisionomía pisciforme desaparece antes de llegar a sus rodillas, lo que hace pesar que es capaz de transformar su cuerpo cuando está fuera del agua. Según Valle-Inclán y Álvaro Cunqueiro, las Sirenas se podían bajar la cola, como si de una prenda de ropa se tratara, para copular (Pedraza, 1991, p. 115). Fig. 37. John William Waterhouse, La Sirena, 1900, óleo sobre lienzo. Otra interpretación del mismo autor que muestra a una Sirena pelirroja peinando sus cabellos con un peine de plata, mientras que ante ellas tiene un recipiente con perlas. Ese carácter coqueto y de preocupación por su belleza, se extendería en décadas posteriores. Fig. 38. Gustav Adolf Mossa, Sirena saciada, 1905. En un primerísimo primer plano, la mujer-pájaro mira fijamente al espectador haciéndole partícipe de los ríos de sangre que caen desde sus rojos labios, por su cuello, a través de su escote y hasta más allá de donde permiten ver sus alas. Tras ella, un barco ha zozobrado, como resultado de su ataque. Fig. 39. Gustav Klimt, Las Serpientes de Agua I, 1904-1907, óleo. Dos Sirenas se abrazan como amigas o amantes bajo el agua, generando una masa informe que las confunde. A resaltar el título escogido por el autor, que sintetiza la imagen milenaria al denostado término de “serpiente”. Fig. 40. Herbert James Draper, Ulises y las Sirenas, 1909, óleo sobre lienzo. Al igual que la obra de Waterhouse (fig. 32), las Sirenas se acercan a Ulises. De las tres, solo una tiene la cola de pez, mientras que las otras se han deshecho de ella para no insuflar miedo a sus víctimas. Ulises las mira fuera de sí, mientras que los marineros o miran a su capitán o a ellas pero de forma impasible. La Sirena es, quizá, la criatura mitológica más popular de todas. Ha sido un genio que no ha decaído en el imaginario en ningún momento de la historia de Occidente, llegando a la actualidad con la misma fuerza. Dentro de la mitología griega es común confundirlas con las Nereidas, ninfas marinas, y Náyades, ninfas de agua dulce, siendo las protagonistas de algunas obras en medios acuáticos con el mismo carácter seductor que atraen a los hombres para jugar con ellos y ahogarlos (fig. 41-43). De igual manera, existen criaturas similares en otras culturas que, aunque se nombrarán a continuación a algunas de ellas, existen muchísimas más como en Japón, Corea, en el sudeste asiático o en África. Fig. 41. Gioacchino Pagliei, Las Náyades, 1881, óleo. Las dos Ninfas se muestran completamente desnudas y yacentes, cómplices de juegos. Tanto la concha nacarada como las palomas blancas son símbolos de Afrodita, lo que les otorga ese cariz seductor y amoroso propio de la diosa. Fig. 42. John William Waterhouse, Hilas y las Ninfas, 1896, óleo sobre lienzo. Con inmaculada piel blanca, las Ninfas emergen del agua con sus cabellos engalanados con flores, mientras atraen al joven. El mito de Hilas cuenta que las Náyades se sintieron atraídas por la belleza del Argonauta y lo llevaron con ellas concediéndole la inmortalidad. Fig. 43. Gaston Bussière, Las Nereidas, 1902, óleo sobre lienzo. Estas tres ninfas miran directamente al espectador convirtiéndole en el joven que se ve seducido por ellas, invitándole a acercarse. Sus rostros, enmarcados con largas cabelleras ondeantes, auguran el destino fatal de su víctima. En España son muy comunes las leyendas de Sirenas en lugares como el País Vasco, donde se denominan Itxaslaminak, “Lamias de mar”, que peinan sus largos cabellos con peines; o en Extremadura, donde emergen de los ríos para seducir a los hombres, atraerles a ellas y ahogarlos. En esta comunidad autónoma es común encontrar marcas de empresa con logotipos de sirenas pisciformes o heráldicas con esta criatura, como la de la localidad de Villanueva de la Serena en Badajoz (fig. 44). Fig. 44. Escudo municipal de Villanueva de la Serena, Badajoz. El símbolo de la Sirena fue introducido en el siglo XV. Fig. 45. Perfecto Corchado, Sirena, ca. 1970, bronce. Fuente en Villanueva de la Serena que representa el emblema del municipio. En China las Sirenas se llamaban Jiaoren, eran criaturas hermosas con cola de pez, cuyas lágrimas se convertían en perlas. Solían tejer con un material que creaba telas muy finas y hermosas de gran valor, por lo que se solían hacer partidas de caza de Jiaoren. Al igual que las griegas, también cantaban, aunque no provocaban destinos funestos. Su piel era hermosísima y camaleónica pues una leyenda cuenta que si se le ofrecía vino a una Jiaoren, su piel se volvería de la tonalidad de la flor del melocotonero (Bartlett, 2017, p. 293). En la mitología eslava existen las propias Sirenas con diferencias a la versión griega. No tienen rasgos zoomorfos, sino que siempre son bellas jóvenes, con los cabellos largos y que dejan caer en cascada. Suelen ir desnudas o vestidas de blanco, pues la leyenda cuenta que son doncellas que fallecieron antes de casarse o bebés que murieron antes de ser bautizados o fueron abandonados o arrebatados de los brazos de su madre (fig. 46). Las Rusalkis son espíritus femeninos o ninfas acuáticas de la mitología eslava que habitaban en lagos o ríos y salían durante la noche a la superficie para bailar. Si encontraban a algún hombre cerca de ellas, lo atraían con sus cantos hasta llevarlos al agua y allí ahogarlos. Las Veelas eran ninfas de la naturaleza que podían adoptar distintas formas como cisnes, lobos o doncellas. Su estado de ánimo era cambiante y, tan pronto ayudaban a los humanos como los atraían con sus cantos, haciéndoles olvidar comer, beber y descansar durante días. Estas criaturas aparecen en la saga de Harry Potter, como mujeres extraordinariamente hermosas que, con solo mirarlas, los hombres entraban en una especie de trance, del que las mujeres estaban exentas. Otra criatura es Sirin, un ave con cabeza de mujer que suele aparecer representada con una corona (fig. 47). Solían cantar canciones que invitaban a la alegría y, si algún hombre las escuchaba, le hacían olvidarse de todos sus recuerdos y se consumían mientras la seguían. Posteriormente adquirieron un carácter más amable, vivían cerca del Edén y simbolizaron la alegría eterna; solo aquellos que eran plenamente felices podían escuchar sus cantos o alcanzar a verlas pues, como la felicidad, son escurridizas y fugaces. Al igual que Sirin, existe Alkonost, otra ave femenina que cantaba increíblemente bien y hacía olvidar toda su vida a quienes la escuchaban (fig. 48). Fig. 46. Konstantin Makovsky, Sirenas, 1879, óleo. Retratadas como mujeres jóvenes y desnudas, danzan en plena noche elevándose hacia el cielo desde el agua. Recuerda a la iconografía y creencias de las brujas que se reúnen en aquelarres orgiásticos, bailando juntas bajo la luz de la Luna. Fig. 48. Viktor Vasnetsov, Sirin y Alkonost (Aves de la Alegría y Tristeza), 1896, óleo sobre tela. Fig. 47. Sirin, lubok ruso, siglo XIX. En la literatura existen numerosas menciones a las Sirenas, pero el cuento del danés Hans Christian Andersen, publicado en 1837, es el que se ha coronado como culmen de la historia de las Sirenas, sentenciando la iconografía pisciforme como la forma popular y relegando la mujer-pájaro a un concepto arcaico y antiguo. La historia, aunque bebe en parte de la mitología, difiere mucho de cualquier trama anterior. La sirenita es la menor de cinco hermanas a la que, a la edad de 15 años le permiten ascender a la superficie por primera vez. Allí ve un barco con un apuesto príncipe del que se enamora en el acto; pero el barco naufraga y la sirena salva al príncipe y lo deja en una costa cercana, donde le encuentra una princesa con sus dos hermanas. Para cuando el príncipe recupera la consciencia, se cree que su salvadora es la princesa humana y jamás ve a la sirena. Esta habla con su abuela y le dice que el amor entre ambos es imposible porque, aparte de pertenecer a diferentes especies, las sirenas viven 300 años antes de convertirse en espuma de mar, mientras que los humanos viven muchísimo menos pero poseen un alma inmortal que les hace estar juntos por toda la eternidad. La sirena, anhelando convertirse en una humana para poseer su alma y poder estar con el príncipe, visita a la bruja del mar en busca de una solución. Esta le ofrece una poción pero le avisa del precio: perderá su voz, eje neurálgico del poder de las Sirenas por antonomasia, y, a cada paso que dé, sentirá como si un centenar de cristales o espadas le atravesasen la piel, generándole un dolor inmenso. Además, si no consiguiera casarse con el príncipe, jamás poseería un alma humana, pues solo con el matrimonio, una parte del alma de él pasaría a pertenecerla a ella. De igual manera, si el príncipe se casa con otra mujer, ella se convertiría en espuma de mar al día siguiente. La sirena acepta de todas maneras y acaba viviendo con el príncipe. Con él baila y ríe, a pesar del dolor y su mudez; pero la reina le dice que tiene que casarse con la princesa de un reino vecino que, da la casualidad, que es la misma que la que él cree que lo salvó de morir ahogado. El príncipe no se lo piensa y accede al matrimonio. Tras la boda en un barco, la sirena ya sabe el trágico destino que le espera pero, ante ella, aparecen sus hermanas, las cuales han hecho un pacto con la bruja del mar, dándole sus largas cabelleras a cambio de un puñal con el que podrá dar muerte al príncipe, así recobrará su antigua forma de sirena y su vida longeva. Pero, cuando está ante él, dormido, en el lecho nupcial, la sirena no puede asesinarlo porque aun lo ama, por lo que sale corriendo para arrojarse al agua, donde desaparece. El príncipe, que se había despertado, la sigue hasta asomarse al agua y allí comprende que en realidad fue ella quien le salvó. La sirena, en cambio, no desapareció convirtiéndose en espuma de mar, sino que se transformó en una hija del aire donde, a través de su interacción con los niños, podrá ganarse su alma inmortal con el tiempo. Aparte de constituirse como una historia que exalta el amor romántico, que enaltece el dejarlo todo por ese amor y sacrificar toda una vida y familia en favor de un hombre; la trama tiene unos preceptos cristianos muy fuertes en torno al alma humana. La sirena, a pesar de ser una criatura bondadosa, carece de alma, pues no es una mujer hecha a imagen y semejanza de Adán/Dios. Al igual que muchos paganos fueron bautizados a lo largo de la historia y convertidos al cristianismo, y se les exigió abandonar sus antiguos pilares de vida, a la sirena se le pide hacer lo mismo. Pero no basta con despojarse de su aspecto “monstruoso”, su bautismo se cumplirá cuando el sacramento del matrimonio se lleve a cabo con un hijo de Dios. La reaparición de sus hermanas con el horrible mensaje de la bruja, no hace más que constatar que la sirena proviene de un mundo salvaje y lleno de barbarie, donde las mujeres ostentaban el poder y saberes ocultos y mágicos. Es una metáfora del mundo que había antes de la llegada del cristianismo y su sistema de orden cósmico en base a los poderes del hombre, que erradicó cualquier tipo de herejía y paganismo, sobre todo el dirigido por mujeres. El amor de la sirena hacia el príncipe, que demuestra que es más fuerte que todo su pasado, trasciende la vida y la muerte y la transforma en una criatura etérea con la que podrá obtener su tan ansiada alma si ayuda a los niños, que no son más que el futuro de la casa de Dios. Por otra parte, dado el alto precio que la bruja le hace pagar a la sirena por sus piernas, parece muy vago el segundo trato con sus hermanas de dar sus cabelleras a cambio de un puñal mágico que les permitirá recuperar a su sirena. Es presentista pensar que ese precio era bajo ya que el cortar la cabellera era un signo de pérdida de atractivo y feminidad pero, sobre todo, de poder y fuerza, lo que conllevaba a una forma de humillación o castigo (Bornay, 1994, p. 70). Esta es la base de la perdición de Sansón que, seducido por Dalila, una espía del bando contrario, aprovecha que se encuentra dormido junto a ella para cortarle la cabellera, fuente de su poder175. En la Biblia176 se habla del significado de la cabellera larga y los velos en las mujeres. El llevar el cabello descubierto era una forma de desnudez, de ahí el fuerte simbolismo y carga erótica que posee la escena bíblica en la que María Magdalena le lava los pies a Jesús y se los seca con su larga cabellera: “Y llorando comenzó a bañar con sus 175 El cortar el cabello, sobre todo a una mujer, es una escena recurrente en las historias audiovisuales y que suelen intentar causar un gran impacto solo con ese gesto. Son escenas transformadoras, que implican un cambio en el personaje, ya sea porque se lo imponen para socavar su autoridad y humillarlas, o lo hacen voluntariamente marcando un antes y un después en el desarrollo del personaje. En cualquiera de los casos, el hecho de deshacerse de sus melenas se convierte en una metáfora de la anulación de su feminidad. Algunos de esos ejemplos se producen en Mujercitas (1994), La teniente O’Neil (1997), Mulán (1998), V de Vendetta (2005), Juego de Tronos (2011-2019), Los Miserables (2012) o El Cuento de la Criada (2017-Actualidad). El caso de Mulán es peculiar porque en la gran escena en la que ella misma se corta el cabello para hacerse pasar por un soldado del ejército imperial chino, lo hace con la espada de su padre, un símbolo de honor y una herramienta masculina. Posteriormente, cuando lucha en la escena final, lo hace con su cabello suelto, un vestido y con ayuda de un abanico, todo herramientas femeninas. Además, sus compañeros del ejército se travisten de mujeres para luchar a su lado (de una manera ridícula, no como lo hizo ella). Si bien es cierto que para encajar tuvo que anular su feminidad, al final debe reconciliarse con ella para poder lograr su objetivo y salir victoriosa. 176 Antes del judaísmo o el cristianismo, había ritos concretos en referencia al cabello de las mujeres. En Babilonia, las doncellas casaderas estaban obligadas a realizar la prostitución sagrada si no ofrendaban sus cabellos rapados a Astarté. La diosa aceptaba el sacrificio de la castidad como sustituto del pelo, ambos estaban al mismo nivel. Esta idea deriva automáticamente en el psicoanálisis de Freud con la relación directa del cabello con los genitales. En Tracia las jóvenes donaban sus cabellos a Hipólito antes de la boda y, en otros lugares de Grecia, lo hacían a Atenea o Ártemis (Bornay, 1994, p. 69). lágrimas los pies de Jesús y a enjugárselos con los cabellos de la cabeza, mientras se los besaba y se los ungía con el perfume” (Lc 7: 38). También se explica, de manera muy misógina, por qué se hacía distinciones entre hombres y mujeres, siendo aceptado en las féminas largos cabellos, a pesar de su poder de seducción que suplen con el velo: La cabeza de todo varón es Cristo, como la cabeza de la mujer es el varón, [...]. Todo varón que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza cubierta, deshonra a Cristo, que es su cabeza. Y toda mujer que ora o habla en nombre de Dios con la cabeza descubierta, deshonra al marido que es su cabeza, exactamente lo mismo que si se hubiera rapado la cabeza. Por tanto, si una mujer no se cubre la cabeza, que se rape. Pero si considera vergonzoso para una mujer cortarse el pelo o raparse, que se cubra la cabeza. El varón no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y reflejo de la gloria de Dios. Pero la mujer es gloria del varón, pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón; [...]. ¿No os enseña la misma naturaleza que es una afrenta para el varón llevar el pelo largo, mientras que para la mujer es una honra llevarlo así? La cabellera, en efecto, le ha sido dada a la mujer como velo (1 Cor 11: 4-15). Durante la caza de brujas, era habitual rapar a las mujeres apresadas y condenadas por brujería como forma de castigo y de anulación de su identidad. Heredados de esta tradición, durante la época franquista, existían las llamadas “rapadas”, mujeres y niñas a las que se les cortaba el cabello hasta el cuero cabelludo, les hacían tomar ricino, un fuerte laxante, y se las paseaba por los pueblos como forma de escarnio público, mientras defecaban incontrolablemente. Era un método aleccionador para aquellas mujeres que habían luchado en el bando republicano de forma activa y se habían alejado del rol “natural” como fémina. Vuelve el concepto de mantener la ley natural bajo el yugo patriarcal, si una mujer se aleja de lo considerado normal y civilizado, es un animal salvaje que necesita ser domado. Los castigos franquistas procuraron que quedase claro el mensaje, las deshumanizaron despojándolas de su identidad de género, demostrando al pueblo que eran bestias salvajes que defecaban sin control. Tanto en la caza como en la dictadura, era una forma de generar impacto psicológico en la sociedad, pues no solo era un castigo para las mujeres, sino un aviso para las demás (González Duro, 2012). En 1913, el hijo del fundador de la marca de cerveza Carlsberg, Carl Jacobsen, encargó a Edvard Eriksen la realización de la escultura de una Sirena basada en el cuento de Andersen que cosechó gran éxito junto con el ballet homónimo. La estatua fue colocada en el puerto de Copenhague donde se ha convertido en uno de los mayores reclamos turísticos de la ciudad. La obra muestra a la sirenita, con el rostro de la bailarina de ballet Ellen Price y el cuerpo de la esposa del escultor, encaramada a unas rocas que se adentran en el mar Báltico (fig. 49). Esta estampa melancólica de una Sirena que otea cercana a la tierra buscando a su amor perdido, no era la primera que se representaba, siendo un antecedente muy claro la obra de Collier. Este pintor inglés sabía de las leyendas irlandesas sobre Sirenas enamoradas de humanos, con los que tenían descendencia. Su obra representa el momento en la que una de ellas regresa tras algunos años para ver a su hija andando por la playa (fig. 50). Fig. 49. Edvard Eriksen, La Sirenita, 1913, bronce. Escultura en el Puerto de Copenhague. Fig. 50. John Collier, La Sirena y su bebé, 1909, óleo. Al tratarse de una leyenda irlandesa, Collier pintó el cabello rojizo a la Sirena, a pesar del tema maternal de la escena, que no encaja con la simbología de los decadentes. Walt Disney creó un largometraje en 1989 dirigido por Ron Clements y John Musker, versionando la historia de La Sirenita de Andersen. Cambiaron el argumento para adaptarlo al público infantil, de esta manera lo primero fue otorgar un nombre a la sirenita y optaron por Ariel, aunque respetaron el título del cuento para el título de la película. Ariel siente fascinación por el mundo humano, lo que la lleva a desobedecer las leyes de su padre, el rey Tritón, que tiene terminantemente prohibido que ningún súbdito suyo, incluidas sus hijas, vayan a la superficie. Estando en la superficie, ve el barco del príncipe Eric, del cual se enamora y rescata cuando su navío naufraga. La trama cambia sustancialmente cuando Ariel visita a la bruja del mar, Úrsula, una híbrida mujer-pulpo. Úrsula critica los deseos de Ariel, ya que no es coherente que quiera cambiar su cuerpo y abandonar su mundo por un hombre que ni siquiera la conocía. La conversación gira en torno al físico de las mujeres y la percepción que internamente se tienen de sí mismas, ya que Úrsula tiene el cabello corto, canoso, es mayor, no tiene la figura esbelta de una sirena y es corpulenta, pero se ama tal cual es y explota sus atributos. Ariel, en cambio, que responde a un ideal de belleza idílico, desea cambiarlo. Las palabras de Úrsula están cargadas de crueldad y mucho sarcasmo que, a oídos del público infantil, la hacía parecer la total y absoluta villana de la historia; hecho que los guionistas pretendían desde el principio, ya que, más adelante, se desvela que en verdad era todo un malvado plan de la bruja para hacerse con la soberanía del océano y acabar con Tritón. Pero, si se analiza lo que Úrsula expone, en realidad es una tergiversación perversa de un discurso feminista que se llevaba proclamando décadas, pues los niños entienden que lo que dice la malvada bruja es lo que está mal. Finalmente, Ariel se deshace de su voz y su cola de pez, para transformarse en una humana muda, por lo que el príncipe descarta que pueda ser ella su salvadora ya que solo recuerda su hermosa voz. Cuando parecía que Ariel iba a conseguir que la besara (fin último de su trato con Úrsula, ya que si no lo conseguía se transformaría en una horrible criatura del jardín de la bruja), la villana decide intervenir, transformándose en una bella mujer humana que hechiza al príncipe con la voz robada de Ariel. La propia Úrsula debe esconder el físico que ama de sí misma para encajar en la sociedad. Al final, como toda película Disney anterior a 1990, el príncipe salva a chica, a pesar de que sea ella la protagonista de la historia, y se acaban casando en el mundo humano. La moraleja para los niños y, en concreto, para las niñas, es que efectivamente puedes y debes cambiar lo que no te encaje de ti para estar con el hombre al que amas, el cual no debe cambiar nada de sí mismo, pues ya es perfecto. Además, ellas deben abandonar sus hogares, a sus familias y amigos; sin olvidar que Ariel tiene 16 años en la trama y pasa de estar bajo el yugo de su autoritario padre, a estar casada con otro hombre, por lo que en ningún momento abandona la jerarquía patriarcal que se lleva destilando milenios sobre el recorrido “natural” de la vida de una mujer. Fig. 51. La Sirenita, Ron Clements y John Musker, Walt Disney, 1989. Ariel es una joven delgada de ojos azules y cabello largo y pelirrojo. Úrsula aparece detrás, con la gama cromática de morados y negros, tonalidades asociadas al misterio y lo mágico, a la vez que al movimiento feminista (Heller, 2019). De la factoría Disney es también la adaptación de Peter Pan de 1953, basada en la obra de teatro Peter Pan y Wendy de J. M. Barrie. En el País de Nunca Jamás, las Sirenas viven en la Laguna de las Sirenas y son amigas de Peter Pan. Cuando las visita con una ilusionada Wendy, se encuentran tocando instrumentos, mirando sus reflejos en el agua o acicalándose. Al ver a Peter, las Sirenas le saludan con alegría y coquetean con él, pero, al descubrir a Wendy, se vuelven celosas y comienzan a dejarla en evidencia, insultándola, intentando tirarla al agua y empapándola. Peter Pan se ríe y no hace mucho para evitarlo hasta que Wendy se va a defender arrojándoles una caracola y él lo evita con la excusa de que “estaban jugando”, a lo que las Sirenas responden que “claro que sí; lo único que queríamos era ahogarla”. Cuando Wendy le replica que si se piensa que van a dejar que hagan con ella lo que quiera, Peter le tapa la boca con la mano porque casualmente se acerca el Capitán Garfio, al cual las Sirenas temen por encima de todo. Fig. 52. Fotograma de las Sirenas con Peter en Peter Pan, Cyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, Walt Disney, 1953. La escena es un ejemplo de la rivalidad que se cree que debe existir entre las mujeres, sobre todo cuando hay un hombre de por medio. Las Sirenas son crueles y están respaldadas por el protagonista de la historia, lo que legitima su comportamiento. Wendy, en cambio, se convierte en un hazmerreír y es silenciada, además, por él. Las Sirenas, al contrario que en el film de la Sirenita donde cada una de ellas tenía la cola de pez de un color, la tienen todas en la misma tonalidad aguamarina. Cambian las tonalidades de sus cabellos, los peinados y la manera que tienen de cubrir su torso. Aun así todas son jóvenes, atractivas y con el cabello largo (fig. 52). Existen otras adaptaciones y versiones de la obra teatral, algunos de estos ejemplos son Hook (1992), Peter Pan. La Gran Aventura (2003) o Pan, Viaje a Nunca Jamás (2015). En la primera, tres Sirenas cada una de distinto color tanto su cabellera como su cola de pez, salvan a un Peter adulto de morir ahogado. Para ello, besan al personaje insuflándole aire (fig. 53). Fig. 53. Sirenas con Peter Pan (Robin Williams) en Hook, Steven Spielberg, 1992. Para Peter Pan. La Gran Aventura, las Sirenas son seres misteriosos que aparecen silenciosamente en el agua y se acercan a Wendy y Peter. Comienzan a hablar con el chico en un idioma a base de sonidos ininteligibles, mientras que una de ellas, hipnotiza a Wendy y eleva lentamente su mano para agarrarla y, seguramente, meterla en el agua y ahogarla. Cuando Peter se da cuenta, aparta a Wendy y sisea a la Sirena, que responde con otro sonido similar y se hunden todas de nuevo en el agua. Están interpretadas por diferentes actrices y con distintos rasgos, aunque su caracterización fue para todas igual: largas cabelleras pelirrojas que brillaban entre toda la escena azulada, dedos palmeados con uñas largas y puntiagudas, dientes afilados, escamas en la piel y, por supuesto, cola de pez (fig. 54). En Pan, Viaje a Nunca Jamás, la historia sufre una revisión y cambia completamente, aunque los personajes y los elementos son los mismos. Las Sirenas son tres, recuperando el número que triunfó en Grecia y están interpretadas las tres por Cara Delevingne. Son rubias y con el pelo largo, y tienen su cola de pez luminiscente, como las criaturas abisales (fig. 55). Su aparición es breve y apenas interactúan con los protagonistas, salvan a Peter de morir ahogado arrastrado por el cocodrilo y le acompañan a él y sus compañeros hasta tierra para que no vuelvan a ser atacados. Fig. 54. Sirena en Peter Pan, La Gran Aventura, P. J. Hogan, 2003. Fig. 55. Sirena en Pan, Viaje a Nunca Jamás, Joe Wright, 2015. En la película de Mario Camerini, Ulises, de 1954, se adapta la Odisea con evidentes cambios con respecto al texto. Cuando el marinero pasa junto a su barco por las costas llenas de esqueletos y cráneos humanos de la isla de las Sirenas, aún no han residido en la isla de Circe, pero conocen las historias de los genios alados que moran allí. De Ulises nace la idea de taponar los oídos de sus compañeros y, en un gesto de arrogancia, decide atarse al mástil para ser el único hombre que ha escuchado el canto de las Sirenas y ha sobrevivido para contarlo. Comenzando la escena en un plano medio, el encuadre de la cámara se va acercando cada vez más al rostro de Ulises, que pasa de la expectación a una auténtica agonía a medida que escucha los cantos. No aparecen como tal las míticas criaturas, solo se escuchan una armonía coral de voces blancas por debajo de las palabras de Penélope y Telémaco que piden a Ulises que vaya a su encuentro porque ya se encuentra en Ítaca. El marinero suplica a su tripulación que lo desaten pero, evidentemente, sus gritos y súplicas son ignorados, provocándole un profundo dolor. La escena es sumamente simbólica pues reducen el poder de atracción de las Sirenas a su voz, la cual ni siquiera es propia, sino que adopta la forma y el contenido de los deseos más profundos de cada persona. Es una buena interpretación del pasaje homérico ya que han respetado la ausencia de descripción física que hace el autor de las Sirenas, mostrando, además, únicamente dos voces diferentes, como si cada Sirena hubiese proferido el sonido de los dos familiares de Ulises. El film de 1984, Un, dos, tres... Splash, recrea mucha de la iconografía que se fue generando a lo largo del siglo XIX. Allen Bauer es un niño que cae al mar y es salvado por una niña sirena; cuando es adulto (Tom Hanks), vuelve a caer al mar y es salvado de nuevo por la misma sirena que también es adulta (Daryl Hannah). Esta siente melancolía por él y decide ir a tierra a buscarle, ya que las Sirenas tienen la habilidad de transformar su cola de pez en piernas cuando se secan. Ella no conoce las costumbres humanas ni el idioma, pero lo aprende todo rápidamente, demostrando ser una criatura con altas capacidades y se pone a sí misma el nombre de Madison. Inicia una relación con Allen Bauer, pero un científico delata a Madison bajo su forma de Sirena y ella debe huir. Finalmente, Allen decide irse con ella para vivir a su lado en las profundidades marinas, sin opción a poder regresar al mundo terrenal. La película es una historia de amor con los tintes fantásticos del mundo de las Sirenas. Madison es rubia, con el pelo largo, que utiliza para tapar su torso y la cola de pez es en tonalidades anaranjadas (fig. 56). Para la película de animación Simbad, La Leyenda de los Siete Mares (2003), las Sirenas son enviadas por la diosa Eris, villana de la historia, para truncar el viaje de Simbad hacia el Tártaro. Estas aparecen a lo largo de un desfiladero donde ya hay numerosos barcos naufragados y osamentas desperdigadas. Avisan de su presencia a través de sus cantos que, instantáneamente, hipnotizan a todos los hombres a bordo, excepto a Marina, una mujer que embarcó de polizón, y a Spike, el perro de Simbad. Los hombres pierden completamente la cordura imbuidos por un hechizo que les hace querer seducir a las Sirenas, sin darse cuenta de nada de lo que sucede a su alrededor. La intención de ellas no es más que arrastrarles hacia el agua y ahogarles. Marina es quien salva a toda la tripulación (con la ayuda de Spike) y toma el timón para sacar el navío fuera del desfiladero. Físicamente son seres hechos de agua, la cual adopta formas femeninas, sin dejar ver bien si poseen cola de pez o piernas humanas. Tienen el cabello largo y los ojos y dientes afilados y brillantes. Marina es la única que las llega ver sus expresiones perversas, que desvelaban que sus intenciones no eran buenas (fig. 57). De esta manera, aúna la tradición griega en la que, al ser solo hombres los que se embarcaban por tierras desconocidas, eran ellos únicamente los seducidos por las Sirenas. Marina está exenta de su hechizo por ser una mujer y es precisamente esa condición la que permite que se enfrente a ellas y salvar a los demás. Marina es como la Wendy que no se deja seducir por sus cantos y lucha contra ellas, a pesar de que los hombres lo intenten evitar. Fig. 56. Madison en Un, dos, tres... Splash, Ron Howard, 1984. Fig. 57. Sirenas en Simbad, La Leyenda de los Siete Mares, Tim Johnson y Patrick Gilmore, DreamWorks Pictures y Universal Studios, 2003. En Harry Potter y el Caliz de Fuego (2005), las Sirenas son una de las criaturas que moran en el Lago Negro que se encuentra a los pies del castillo de Hogwarts. Harry se enfrenta a ellas en la segunda prueba del Torneo de los Tres Magos, ya que retienen a su mejor amigo, Ron Weasley. Las Sirenas difieren a como son retratadas en el resto de películas y series, convirtiéndose en unas criaturas de rasgos anfibios donde se acostumbra a encontrar la parte humana. Sus colas son afiladas, sus cabellos, anémonas, tienen multitud de pequeños dientes y los ojos saltones. Se comunican telepáticamente, son fieras, portan tridentes como armas y sus hermosos cantos solo son posibles escucharlos bajo el agua (fig. 58). A pesar de su aspecto mucho más cerca de lo animal, poseen el mismo tipo de inteligencia que cualquier humano, apartando la idea decimonónica de la bestialidad como sinónimo de ignorancia. La película juega con el espectador haciendo que el aspecto de las Sirenas sorprenda pues, previamente, aparece una vidriera con una de ellas que responde plenamente al estereotipo de belleza que se veían trayendo en el mundo audiovisual (fig. 59). Fig. 58. Sirena en Harry Potter y el Cáliz de Fuego, Mike Newell, 2005. Fig. 59. Sirena en la vidriera en Harry Potter y el Cáliz de Fuego, Mike Newell, 2005. Por último, dentro del cine (aunque hay muchísimas más apariciones), también dentro de Walt Disney, aparecen Sirenas en la película Piratas del Caribe, En Mareas Misteriosas (2011). Los piratas van en busca de las Sirenas ya que necesitan atrapan a una de ellas para sonsacarle una lágrima. Para ello, colocan como cebo varios botes con marineros en las costas de una isla y atraen a las Sirenas con la luz de un faro y canciones. Estas se presentan al cabo de un tiempo ascendiendo desde las profundidades y comienzan a cantar. La leyenda cuenta que si un humano recibe el beso de una sirena, podrá respirar bajo el agua y vivir con ella. Cuando uno de los marineros se deja seducir por el canto de una de ellas y se sumerge en el agua, la belleza de la Sirena desaparece y se deja ver su verdadera naturaleza: su piel brilla con la forma de las escamas, sus iris se aclaran, le aparecen un par de colmillos y sus uñas se vuelven afiladas. A partir de ahí, comienza una lucha, ya que las Sirenas comienzan a destruir el bote, saltan desde el agua y lanzan unas algas que usan como látigo intentando atrapar a los hombres y arrastrarlos a las profundidades para ahogarles. Finalmente consiguen atrapar a una y se descubre que, cuando salen del agua, pierden la cola de pez y aparecen las piernas humanas. Esta Sirena que atrapan, llamada Syrena, se enamora de un joven sacerdote y, al final de la película, decide darle su beso y se ven como desaparecen hacia el fondo del océano, juntos. Todas tienen en común sus largas cabelleras y el color de sus colas que, al igual que en Un, dos, tres... Splash, es tonos melocotones y coral (fig. 60). Fig. 60. Àstrid Bergès-Frisbey interpretando a Syrena en Piratas del Caribe, En Mareas Misteriosas, Rob Marshall, Walt Disney, 2011. Dentro del mundo de DC, la serie Batman (1966), Lorelei Circe es una Sirena que traba como cantante y utiliza sus voz, que tiene un rango de siete octavas, para hipnotizar a los hombres (las mujeres son inmunes) y conseguir sus objetivos. Está decidida a averiguar las identidades de Batman y Robin, para ello intenta hipnotizar al inspector Gordon pero algo falla. Más tarde, hechiza a Bruce Wayne (Batman) para que la dejara a ella como única heredera e intenta que se suicide, pero es salvado por Batgirl y Robin, que vencen a Lorelei Circe. Han aunado en un mismo personaje a la hechicera de Eea y la criatura de las que avisa a Odiseo, haciendo de Lorelei una bruja cantora, perdición de los hombres. Interpretada por Joan Collins, el personaje es presentado como una joven hermosa y seductora, viste un traje corto y de color plateado, llevando joyas de la misma tonalidad y recogiendo su abundante cabellera en un recogido de inspiración griega con un accesorio en plata (fig. 61). En el universo de Xena y Hércules, las Sirenas aparecen en Xena, La Princesa Guerrera (1995-2001), El joven Hércules (1998) y la película animada Hércules y Xena: La Batalla por el Monte Olimpo (1998). Son sirvientas de Poseidón que se dedican a cantar para atraer a los marineros y sus barcos hacia las rocas y hacer que naufraguen. Ningún hombre es capaz de resistirse a su hechizo, pero sí que pueden las mujeres, como demuestran Xena y Gabrielle. En la serie de esta última, Poseidón (que en la Odisea tenía un interés especial en evitar que Odiseo regresara a casa) envía a las Sirenas para evitar que Ulises llegue a Ítaca, pero Xena consigue contrarrestar el poder de su canto cantando ella misma, igual que hizo Orfeo con su musicalidad. En El joven Hercules, Discordia (Eris) envía a una Sirena, cuyos poderes se mezclan con los de Circe, para desviar a los Argonautas mientras buscan el Vellocino de Oro. La Sirena les atrae cantando hasta la orilla, los alimenta y transforma en animales, llegando a matarse entre sí dos de ellos. En cualquiera de las apariciones, las Sirenas tienen fisionomía completamente humana, sin mezclas híbridas, pero mantienen su atractivo, belleza y el poder embaucador de sus voces (fig. 62). Fig. 61. Joan Collins interpretando a Lorelei Circe en Batman, Charles Hoffman, DC, 1966. Fig. 62. Sirenas en Xena, La Princesa Guerrera, John Schulian y Robert Tapert, 1995-2001. H2O es una serie australiana para adolescentes de fama mundial en la que tres chicas humanas quedan atrapadas en la isla de Mako durante una noche de luna llena y, al meterse en un estanque que creen que conduce hasta el mar, el agua es iluminada por la luna que activa la magia. Así, reciben la capacidad de transformarse en Sirenas cada vez que tocan el agua y adquieren poderes mágicos relacionados con el elemento: una puede evaporar el agua, otra congelarla y la tercera es capaz de moverla a voluntad. A lo largo de sus temporadas se enfrentarán a diversos peligros y descubrirán a otras Sirenas, todo ello sin olvidar la trama adolescente de romances y rencillas. Al transformarse, las tres se metamorfosean brevemente en agua y al reaparecer sus ropas humanas han desaparecido, en su lugar hay una cola de sirena en tonos melocotón, llevan el cabello suelto y un top escamoso del mismo tono que las colas, les cubre el pecho (fig. 63). Fig. 63. De izquierda a derecha: Claire Holt, Phoebe Tonkin y Caribe Heine en H2O, Jonathan M. Shiff, 2006-2010. En la serie de televisión de Siren (2018-2020), se cuenta la historia de Ryn una Sirena que emerge del agua en busca de su hermana, la cual ha sido secuestrada por los militares e investigan con ella. En la historia se indaga mucho en las diferencias culturales entre Sirenas y humanos, como que las mujeres Sirenas son las alfa de la manada y las más fuertes, frente los tritones, o los rituales de apareamiento. Las Sirenas puede despojarse de su cola de pez y recuperarlo sumergiéndose en el agua, lo cual es un proceso bastante doloroso. Además de la cola, su piel se llena de escamas, sus ojos se vuelven claros y les aparecen dientes afilados (fig. 64). Fig. 64. Eline Powell interpretando a Ryn en Siren, Eric Wald y Dean White, 2018-2020. En DC Comics hay varios personajes que responden a la categoría de Sirenas; una de ellas es Hila, hermana de Mera, la esposa de Aquaman. Siempre es la villana de la historia y nunca tiene rasgos zoomorfos, aunque su aspecto puede variar entre uno muy similar al de su hermana (pelirroja y vestida de verde) o con el cabello morado, rasgos que destilan con más claridad que se trata de un personaje malvado y vistiendo una armadura dorada mezclada con un traje de escamas rojo (fig. 65). Sirena aparece en Titanes #5, es un espíritu menor del vudú que puede cambiar su aspecto para parecer humana. Es una villana que hipnotiza a los mortales con canciones que aprendió en multitud de idiomas diferentes. En DC la llaman “ecoterrorista” ya que se dedican a hechizar a los mortales para que desarrollen fobia al agua, de tal manera que se mantengan alejados de su territorio. Tiene la piel verde, los ojos enteramente negros, el cabello rubio y largo y cola de pez. Viste con un top verde con escamas y una piedra en el centro, lleva un collar de perlas y brazaletes verdes con pequeñas aletas en los antebrazos (fig. 66). La última Sirena de DC es del universo de Tormenta Salvaje, aparece en Gen 13 y es miembro de un equipo de villanos llamado The Freaks, que lucha contra el grupo Gen 13. Es una mujer hecha de agua que usa su voz para hechizar e hipnotizar a los demás. Consiguen vencerla cuando los superhéroes hacen descender la temperatura ambiente hasta por debajo de los 0ºC haciendo que su cuerpo se congele (fig. 67). Fig. 65. Hila en los cómics de Aquaman, DC Comics. Fig. 66. Sirena, primera aparición en Titanes #5, 1999. Fig. 67. Sirena, primera aparición en Gen 13 Vol. 2 #8, DC Comics, 1996. Fig. 68. La Odisea, Clásicos ilustrados, Roy Thomas y Greg Tocchini, Marvel Comics, 2008. En la colección especial de Clásicos, la empresa Marvel Comics publicó la Odisea de Homero, donde intentaron ser bastante fieles al texto original. En su encuentro con las Sirenas, sin embargo, sí les otorgaron un físico determinado al contrario de lo que hizo Homero. Igualmente son dos Sirenas pisciformes, cuyas colas se mezclan con los tentáculos de un pulpo. No es la única hibridación que poseen ya que su parte humana se mezcla con anfibios: manos de dedos largos y palmeadas como ranas, aletas transversalmente por sus brazos, orejas que son igualmente con aletas y branquias. Una está coloreada en tonos verdes y morados, y la otra en colores más azulados. Se muestran seductoras y coquetas mientras cantan para atraer a Odiseo (fig. 68). También aparece una versión de La Sirenita de Andersen en unos cómics de Deadpool. Este antihéroe se caracteriza por el tono sarcástico, la violencia gratuita y el humor negro en todas sus historias. De esta manera, Deadpool se enfrenta a personajes emblemáticos de la literatura universal y, en el caso de la Sirenita, se encuentra en el mar Caribe en 1754, mientras va viajando en el Nautilus del Capitán Nemo. Los dos personajes se ganan la antipatía de Deadpool y este les acaba asesinando. En este caso, ata a Nemo a un torpedo de su propio submarino que lo lanza contra la Sirenita, acabando con la vida de ambos. La Sirena se parece ligeramente a la creada por Disney: tiene el cabello pelirrojo y largo, las orejas puntiagudas y su cola de pez atigrada le cubre hasta el pecho donde se funde con su piel humana. (fig. 69). Fig. 69. Deadpool Killustrated Vol. 1 #3, Marvel Comics, 2013. En la saga Megami Tensei177, las Sirenas aparecen en catorce de sus videojuegos como demonios tipo femme race, raza de demonios formada por criaturas femeninas asociadas a la muerte y al mal, entre otras razas. Su aspecto suele ser el de la iconografía griega bajo la imagen aviforme (fig. 70). Para el videojuego God of War178, las Sirenas son unos enemigos comunes del avatar del jugador recurrentes en toda la saga. Se representan como mujeres esbeltas con profundos escotes, que tienen la capa velada a excepción de su boca que desvela una apariencia realmente aterradora (fig. 71). En Monster Strike179, la Sirena es un personaje electo de clase ave, cuyo elemento es la madera. Es una mujer-pájaro de enormes patas con garras, cabello rosado y ojos dorados, con atuendo sexualizador, que destaca por sus grandes senos, tapados por las mismas plumas de sus alas. Toca un instrumento de cuerda mientras se encuentra sentada en una roca junto al mar (fig. 72). Fig. 70. Sirena en Devil Children Black Book & Red Book, Atlus, 2000, Japón. Fig. 71. Sirenas en God of War, SCE Santa Monica, 2005, EEUU. Fig. 72. Siren en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. 177 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 178 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. 179 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. Las Sirenas se han convertido en una criatura tan integrada y asimilada en el imaginario actual que es muy fácil encontrarla en productos de uso cotidiano (fig. 73), como motivos decorativos, juguetes infantiles (fig. 74), o como recursos de fácil reconocimiento y asimilación en la publicidad (fig. 75), así como en logotipos de marcas reconocidas a nivel mundial (fig. 76). Fig. 73. Manta para el hogar cerrada con forma de cola de pez, simulando parecer una sirena. Fig. 74. Muñeca Barbie de la colección Mythical Muse Mermaid Enchantress, modelo FXD51, diseñada por Amy Lee, 2019. Fig. 75. Cartel publicitario de Mermaid Martini, ca. 1948. Fig. 76. Isotipo de la cadena internacional de cafeterías Starbucks, cuyo nombre procede del personaje homónimo de la novela de Herman Melville Moby Dick. El símbolo está formado por una tinta plana verde en negativo que genera la figura de la sirena pisciforme de doble cola, típica de la Edad Media. Existen multitud de criaturas en diversas culturas que responden al perfil de vampiras, es decir, criaturas perversas que se alimentan de sangre. En la Edad Media, hay una profusa cantidad de demonios vampíricos que alcanzarían su máximo esplendor en el siglo XIX, donde la femme fatale encarnaría la aterradora figura vampírica en la literatura y el arte bajo sus diferentes versiones como la adúltera, la prostituta, la sádica, la ninfa, etc. (Eetessam, 2015, pp. 244-245). Antes de la concepción de la vampira, hubo antecedentes mitológicos que, con diferencias iconográficas, conforman la idea de las vampiras actuales. Algunos de esos antecedentes serán los que se analicen en este apartado. El paganismo se alzaría como uno de los principales villanos a vencer por parte de la institución cristiana. Debido a la cantidad de leyendas sobre vampiros que alimentaban las creencias paganas residentes en Europa, tanto la Iglesia católica como la ortodoxa (la establecida en la zona este donde pervivían más cantidad de estas leyendas) comenzaron una investigación en tono al mito del vampiro. Llegaron a la conclusión común de que, evidentemente, el vampiro era anticristiano por naturaleza. De ahí que la propia Iglesia, con la intención de erradircar al paganismo, sincretizó el vampirismo con la figura de Satán; derivando en las creencias de que los símbolos cristianos, como el agua bendita o el crucifico, serían armas de Dios en la tierra para luchar y vencer a los vampiros180 (Sánchez- Verdejo, 2015, p. 68). Se puede decir que “existieron” dos vampiros como tal, que darían lugar a multitud de historias y leyendas en torno a sus figuras y que, incluso a día de hoy, son conocidos e inspiraron personajes emblemáticos dentro de la novela gótica. En primer lugar el príncipe Vlad III de Valaquia, también conocido como Vlad el Empalador, Vlad Tepes o Vlad Draculea. Reinó entre 1456 y 1462 y, a pesar de ser uno de los gobernantes más importantes de Rumanía y estar considerado un héroe, los rumores sobre su crueldad hicieron mella en su reputación. Se aficionó a empalar a los rebeldes, comenzando por los que asesinaron a su familia, y continuando por los prisioneros que se hacían durante sus conquistas, siendo, una de ellas, en Transilvania. Además, sus victorias durante las guerras alimentó las historias de que únicamente podía realizar tales hazañas si estuviera en posesión de poderes necrománticos (Light, 2007; Stoicescu, 1991). La leyenda pudo quedarse aquí, pero Bram Stoker publicó en 1897 su novela Drácula, la cual cosechó un gran éxito y estableció rotundamente el personaje del Conde Drácula y sus características vampíricas dentro del imaginario. La novela de Stoker derivó a un sinfín de historias, adaptaciones y versiones de Drácula en multitud de soportes, como el cine, y motivó la aparición de una moda que aún hoy, casi siglo y medio después, continúa incólume. De igual manera, estableció algunos de los puntos débiles de los vampiros (la fotofobia, elementos eclesiásticos, ajos, etc.) y elementos que le hacen fuerte (la noche, la sangre, la seducción o la dominación), al igual que métodos para transformarse en vampiro y la lucha atemporal entre el paganismo y el cristianismo. 180 Las concomitancias entre el vampirismo y el cristianismo no acaban ahí. El vampiro, al igual que Cristo, muere y resucita, convirtiéndose en una metáfora de la propia religión. De igual manera, el canibalismo inherente a la figura vampírica también pervive en Jesús, donde, a través del sacramento de la comunión, se cree firmentemente en la transustancialización del pan y el vino, en el cuerpo y la sangre de Cristo. Los cristianos (seres mortales) consumen el cuerpo y la sangre del Mesías (ser inmortal), consiguiendo ser partícipes del camino de la salvación prometida de Dios, es decir, el camino que les llevará a la vida eterna, a conseguir una vida inmortal junto a su divinidad. En cambio, el vampiro es justo la antítesis a estas creencias, pues es la figura inmortal quien se alimenta de la sangre mortal (Sánchez-Verdejo, 2015, pp. 72-73). De esta manera, el vampirismo y, por ende, el paganismo pervierten la promesa de salvación de Dios. En segundo lugar, muy distinta es la historia de la Condesa Erzebét Báthory, también llamada la Condesa Sangrienta. Nacida en el seno de una de las familias más influyentes de Transilvania, vivió entre los siglos XVI y XVII, y se creía que sufría de epilepsia. Se comprometió y casó aún siendo pre-adolescente y pasó a residir en la actual Eslovaquia, donde quedó viuda a los cuarenta y cuatro años y como señora feudal de un importante territorio. Quizá ese súbito poder legítimo en manos de una mujer fue lo que empezó a suscitar los rumores de que en su castillo se practicaba la magia negra. Para cuando la investigación de un conde enemistado con ella, llegó con fuerza militar a su castillo, se encontraron con centenares de mujeres jóvenes (nobles y plebeyas) en distintas fases de desangrado que habían sido torturadas y asesinadas. Todos sus ayudantes fueron quemados vivos o decapitados, así como torturados. La Condesa, por su calidad de noble y ya que no se confesó ni como culpable ni como inocente, fue emparedada viva en sus aposentos en 1611. Su cadáver fue hallado tres años después. La leyenda se alimentó profusamente de estos actos. Se dice que es la asesina en serie que más víctimas se ha cobrado en toda la historia de la humanidad, con alrededor de 600 mujeres181. El mito gira en torno a la obsesión de la Condesa por conservar su belleza y juventud, para ello desangraba a las jóvenes, se bañaba en su sangre y, en ocasiones, se la bebía. También fue común decir que le había sido infiel a su esposo con amantes de ambos sexos, lo que, en su viudez, se mezcló con la leyenda sangrienta generando situaciones orgiásticas macabras y sádicas (Farin, 1850; Miranda Miranda, 2016; Vallejo-Nágera, 2006). Su historia inspiró a Paul Féval en su relato La vampira (1865), donde indaga sobre las propiedades de la sangre ajena para el rejuvenecimiento femenino, y a Joseph Sheridan Le Fanu en la creación de su Carmilla (1872). Esta última se trata de una historia vampírica y lésbica, anterior a Drácula, y que inspiraría en gran parte la imaginación de Stoker. Laura, la humana que relata la historia, relata que la noble Carmilla es descubierta como vampira, y cuenta cómo se le da muerte: clavándole una estaca de madera en el corazón, decapitándola y quemando sus despojos hasta reducirlos a cenizas. Este ritual de llevar a la muerte verdadera al no-muerto, se clavaría a fuego dentro del imaginario y se mantendría, con ciertas licencias de los autores, intacto hasta la actualidad. La relevancia de estas dos novelas182 dentro de la condición vampírica de las mujeres constituye la creación de su estereotipo. Stoker bebió del lesbianismo de la vampira Carmilla183 y generó las tres novias de Drácula. Terriblemente seductoras, activas en el sexo, lo buscan y lo disfrutan, ellas tres subvierten los roles de género dentro de la sociedad victoriana. Convertidas en el hombre, Stoker asimila los colmillos de ellas al órgano sexual masculino, ya que con ellos “penetran” la piel del hombre, Jonathan Harker, que se muestra sumiso y débil ante ellas. Las bocas de las vampiras se convierten en las vaginas dentadas, aquellas que suponen una atracción con sus labios rojos que invitan al placer carnal, pero que esconden una promesa funesta con sus colmillos castradores que pueden arrebatar la vida (Beteta Martín, 2016, p. 190). En contraposición a ellas, Mina Harker es la mujer decimonónica idealizada y perfecta: joven, hermosa y sumisa, que busca el matrimonio y la 181 Según las distintas fuentes, el número de víctimas oscila entre 80 y 600, aunque la mayoría optan por cercar la horquilla entre 300 y 600 (Cuéllar, 2015, p. 79). 182 Existieron numerosas historias más: Christabel de Samuel Taylor Coleridge (1816), La Bella Dama sin compasión y Lamia de John Keats (1819), El Vampiro de John Polidori (1819), Vampirismus de Ernst T. A. Hoffman (1820), La Muerte Enamorada de Théophile Gautier (1836), La Dama Pálida de Alejandro Dumas (1849), Las Flores del Mal de Charles Baudelaire (1857), La Vampira y La Ciudad de los Vampiros de Paul Féval (1865 y 1867, respectivamente) o El Horla de Guy de Maupassannt (1876), entre otras. 183 Ya en el poema vampírico de Samuel Taylor Coleridge, Christabel (1797-1800), aparecen referencias sáficas entre una humana y una vampira. La productora de cine gótico Hammer realizaría varios films de temática vampírica con tramas lésbicas durante el siglo XX, no como inclusión del colectivo homosexual en el cine, sino para satisfacer la mirada masculina. maternidad. Se convierte en la heroína que no amenaza el sistema ni la autoridad masculina. En mitad de ambas se encuentra Lucy Westenra, amiga humana de Mina al comienzo de la novela, también hermosa y joven, pero con un carácter más superficial y obsesionado con el aspecto físico. Como cuentan Bram Dijkstra (1994) y Erika Bornay (2020), la femme fatale se engalana y le presta atención a su aspecto. De nada le sirve a Lucy tener buen corazón y asemejarse a Mina pues, al contrario que ella, poseía rasgos desde su infancia que la validaban como femme fatale desde que nació (Bornay, 2020, p. 93). Por ello, acaba seducida y convertida en vampira por Drácula (Stoker, 1897/2014). En Drácula también es ciertamente reseñale que, si bien la novela versa sobre la lucha entre las fuerzas del bien y del mal encarnadas en Dios y Drácula, respectivamente, el vehículo que utilizan en su guerra son las propias mujeres. Tanto el Conde como los hombres que luchan contra él, desprecian de manera similar y despliegan distintos grados de violencia contra los personajes femeninos de la novela, Mina y Lucy. Drácula intenta arrebatar a ambas del lado de los hombres con intención de someterlas y hacerlas suyas, tal y como ya ha hecho con las vampiras que habitan en su castillo. Tras conseguir esto, su plan es llegar a dominar el mundo, es decir, someter a los hombres. Los personajes masculinos, por su parte, rivalizan contra él por ellas o, en otras palabras, por mantener su dominio sobre ellas, por seguir con su propio sometimiento. Desde este punto de vista, todas las lecturas religiosas que pueda realizarse de la narración remiten, en última instancia, a dos modelos patriarcales, autoritarios y jerárquicos. El uno, impío, encarnado por Drácula. El otro, angelical, representado por Dios Padre y sus cohortes. Las mujeres, en ese sentido, no hacen más que cambiar de dueño. (Lillo, 2017, p. 179). Fig. 1. Edvard Munch, Los Tres Estados de la Mujer, 1895. En esta obra se pueden descubrir los tres tipos de mujer estereotípicas que existieron durante el siglo XIX de manera muy clara. En primer lugar aparece Mina Harker o María, la doncella, la pura, la virgen de largos cabellos rubios, vestida de blanco, dócil, sumisa y perfecta. En segundo lugar aparece la vampira Eva-Lilit, mira de frente al espectador mostrando su total desnudez sin reparos, se toca el cabello pelirrojo, sonríe y seduce. Se trataría de la femme fatale. Por último lugar, las figuras fantasmales de la derecha serían una personificación de la muerte anónima. Tienen el rostro cadavérico, visten de negro y se camuflan entre las sombras. La visión conjunta de la tríada femenina desvela una lectura de lo que conformaría la vida de una mujer: nace bella y pura, su cuerpo y su mente se corrompen tras probar el pecado del sexo para ella, lo que la lleva irrevocablemente hacia la muerte, un lugar donde no hay belleza y el cuerpo ya no importa. La condición de vampiro no es lo mismo a la de la vampira. Mientras que el primero se caracteriza por un carácter dominante, las vampiras se mueven por impulsos lascivos. La figura de la vampira entronca con la seducción y el sexo (Sekhmet, es una excepción a ello, como ya se verá), convirtiéndose en su arma de dominación principal. Mientras que los vampiros tienden a ampliar su rango de caza (niños, jóvenes, mujeres, hombres o ancianos), en las vampiras hay una clara predilección por, primero, establecer relaciones personales con las víctimas y, segundo, por jóvenes de ambos sexos y niños (Eetessam, 2015, p. 264). En este último tipo de víctima, se entrelaza con la perversión de la maternidad femenina que, como en el caso de Lilit o Lamia, las convierte en las antimadres y mujeres antinaturales, ya que, en vez de otorgar protección y alimento a la criatura, lo succiona y vulnera. De igual manera que la maternidad, la menstruación femenina, ya impura e infecta desde muchos siglos atrás bíblicamente, se carga de simbolismo. La sangre ha sido un elemento vital que se ha ofrendado a los dioses en numerosas culturas y civilizaciones, como por ejemplo, los sacrificios de animales en la Antigüedad Clásica y entre los nórdicos, o los sacrificios humanos en pueblos americanos indígenas. La lógica era clara, si la pérdida de sangre debilita a la criatura que se ofrenda hasta poder llevarla a la muerte; quien la recibe y la toma, asume su fuerza y vitalidad. La propia Biblia habla así de la sangre proveniente de criaturas mortales: “Ten cuidado de no comer la sangre, porque la sangre es la vida, [...]. Si no la comes, tanto tú como los hijos que te sucedan seréis felices por haber hecho lo que es justo a los ojos del Señor” (Dt 12: 23-25). El consumo de sangre es el tabú más antiguo de la tradición judeocristiana, puesto que se suponía que la sangre albergaba la fuerza vital de cualquier ser vivo, fuerza que provenía directamente de Dios. Incluso el consumo de sangre animal fue prohibido. Por tanto, la conexión entre los vampiros y el pecado estaba forjada. (Sánchez-Verdejo, 2015, p. 67). La creencia de la necesidad de consumir sangre para recuperar la fuerza, se extiende a la menstruación: si la mujer pierde sangre periódicamente, es coherente pensar que debe recuperarla mediante la ingesta. Este concepto se transformó en uno de los temores androcéntricos. En las mujeres la condición vampírica alcanza su plenitud aunando su necesidad biológica por el consumo de sangre y su sexualidad incontrolable y devoradora. “El sexo, la sangre y la muerte erigen a las vampiras como una imagen espectacular de la «antimujer»” (Beteta Martín, 2016, p. 82). Para los decimonónicos, la vampira sería el personaje ficticio que mejor encarnaría a la New Woman o nueva mujer que se alzaba en su sociedad, una mujer que aspiraba a tener los miso derechos y libertades que sus análogos varones (Bornay, 2020, p. 223). Al igual que Jonathan Harker se convence a sí mismo de que las vampiras no son mujeres mientras que Mina sí lo es (Stoker, 1897/2014), existe una deshumanización de la figura vampírica puesto que atenta contra el orden natural femenino. Así, los personajes femeninos de este grupo, poseen rasgos que las alejan de su condición natural. En el caso de Sekhmet se considera que constituye la versión perversa de Hathor, la diosa nutricia y maternal del amor. Hathor se vuelve otra mujer completamente distinta en su advocación vampírica y antimadre. De igual manera, las Empusas son concebidas desde que aparecen como vampiras o, al igual que a Lilit o Lamia, sufren un punto de inflexión en sus vidas que produce el cambio funesto de su personalidad. En cualquiera de los casos, la pertenencia a una condición vampírica, el estar dominadas por sus impulsos y ser adictas a la sangre y la muerte, las aleja de lo femenino normativo y, por ende, las transforma en monstruos. Fig. 2. Edvard Munch, El Vampiro o El Beso, ca. 1894, litografía. Exhibida en un principio como Amor y dolor, un hombre se abandona al abrazo de una mujer, sumiso y cabizbajo. Seguramente ella sea una amante, como desvela su condición desnuda. Pero ella le abraza posesivamente, no solo con los brazos, sino que su cabello rojizo le cubre a modo de tentáculos que se deshacen en chorros de sangre. Fig. 3. Albert Pénot, La mujer murciélago, ca. 1890, óleo. En esta obra academicista, la mujer se muestra como una ogresa de alas de murciélago que roza la comedia. Sus ojos miran muy abiertos, intentando hipnotizar al espectador, mientras que sus dedos se curvan en posición de garras. Fig. 4. Philip Burne-Jones, El vampiro, ca. 1897, óleo. Una mujer con la boca entreabierta y sonriente, se alza sobre el cuerpo de un hombre. Puede tratarse de una escena previa, en la que ella se dispone a morderle mientras él duerme; o, tras ella haberse alimentado, se yergue satisfecha ante el cadáver. En cualquier caso, el título de la obra no deja lugar a dudas de los actos que se van a perpetrar. En mi cultura la muerte no es el final, es más bien un punto de partida. Extiendes ambas manos y Sekhmet y Bast te guían hasta la verde y vasta sabana, donde podrás correr eternamente. Capitán América: Civil War, Anthony Russo y Joe Russo, Marvel Studios, Walt Disney, 2016. Sekhmet o Sejmet es una diosa egipcia que simboliza el poder y la fuerza, hija del dios del Sol, Ra. Su jeroglífico significaba “la poderosa” y se representaba con cuerpo humano de mujer y cabeza de leona. Como hija de Ra, Sekhmet era también la personificación de su “ojo”, de ahí que pueda aparecer con el disco solar sobre su cabeza y con el ureo, la representación de la diosa Uadyet que adquiere la forma de una cobra erguida, símbolo de la realeza. Sekhmet comenzó siendo la diosa de Menfis, esposa de Ptah, dios constructor y de la magia, protector de los artesanos y los arquitectos, que, junto con su hija, Nefertum, formaban la tríada de la ciudad (fig. 2). A medida que Sekhmet adquiere rasgos de guerrera, se afianza su relación con el Sol, por lo que fue adquiriendo connotaciones reales. Como hija del Sol y protectora del Imperio, posee un carácter maternal con respecto a los faraones, lo que la asemeja a otras diosas con atributos similares como Hathor, la cual se reflejó en el tocado hathórico con el que Sekhmet puede aparecer en algunas imágenes. Fig. 2. Lámina 43 del papiro Harris, ca. 1156-1150 a. n. e., reinado de Ramsés IV, dinastía XX, tinta negra y pigmentos de origen mineral sobre papiro. Se muestra a la tríada de Menfis: Nefertum, Sekhmet con el disco solar y el ureo, y Ptah. Es posible que Sekhmet aparezca de vez en cuando con el símbolo ankh, jeroglífico que significa “vida” y se convirtió en un amuleto de inmortalidad y protección. Fig. 1. Sekhmet, ca. 1390-1353 a. n. e., reinado de Amenhotep III, dinastía XVIII, granodiorita tallada y pulida. La diosa se encuentra entronizada, signo real, y en postura sedente. Tiene la cabeza de leona y el disco solar se encuentra algo deteriorado sobre ella. El origen de esta diosa es difuso. La primera figura humana leoncéfala de la que se tiene constancia, aunque no se sabe con seguridad si es de sexo femenino o masculino, es la llamada Löwenfrau del período 40.000-32.000 a. n. e. aproximadamente (fig. 3). Perteneció a la cultura auriñaciense que se propagó de este a oeste por Europa y el Mediterráneo, llegando a la Península Ibérica. Por otra parte, la aparición de Sekhmet seguramente se produjera tras la sincretización de otras diosas y sus derivaciones iconográficas. Por una parte posee paralelismos con la diosa mesopotámica Ishtar/Astarté desde inicios del II milenio, y que se fueron afianzando hasta su consolidación individual durante el Imperio Nuevo (ca. 1550-1070 a. n. e.). Ambas diosas poseían rasgos y atributos similares: eran hijas del dios supremo, de ascendencia real, maternales (Ishtar mediante su vinculación con la fertilidad) y el carácter bélico. Además, hay evidencias de que Astarté llegó a tener culto en Egipto dentro del santuario de Ptah, como esposa o hija de este (Marín & Marín, 2002). Las iconografías de Ishtar, con sus pies sobre leones o sosteniendo cuerdas que los aferran como bestias domadas, dejan clara su iconografía leonina que se haría aún más evidente en representaciones sincréticas de ambas diosas (fig. 4 y 5), las cuales se producirían hasta la anexión de Egipto a Roma (fig. 6). Por otra parte, Bastet o Bast es otra diosa egipcia cuya iconografía primigenia la hacía tener cuerpo de mujer con cabeza de leona. Fue madre del dios león Maes y estas criaturas estaban consagradas a ella, de tal manera que, durante sus festividades, estaba terminantemente prohibido cazarlos. Con la llegada del Imperio Nuevo, el carácter y, por tanto, la imagen de Bastet se hizo más amable sin abandonar su fisionomía felina, de tal manera que su cabeza se transformó en la de una gata, y cedió su cabeza de leona, a la solar Sekhmet (Caracuel, 2017, p. 124). Fig. 3. Löwenfrau, 40.000-32.000 a. n. e., figurilla hallada en la cueva de Hohlenstein-Stadel. Fig. 4. Escarabeo de Tharros, ciudad fenicia, ca. siglos VIII-IV a. n. e. Tres diosas con los torsos desnudos, tienen la cabeza de leonas. La central posee alas y, las de los laterales seguramente también pero permanezcan con ellas plegadas a modo de faldas. El dibujo de la falda de la figura central, simula las espigas de trigo. Llevan tocados hathóricos con el disco solar en su centro. Sobre ellas se despliega otro disco solar alado y, a sus pies el jeroglífico del cielo. No hay duda de que se tratan de diosas solares vinculadas con el cielo y la fertilidad de la tierra. El hecho de que sea tres, simboliza que, en realidad, son una única diosa que es triple, por lo que posee carácter maternal, simbolizando a la mujer. Fig. 5. Escarabeo de Tharros, ca. siglos VIII- IV a. n. e. Seguramente se trate de la misma diosa que el escarabeo anterior, representada en este caso, bajo la imagen única. Se encuentra totalmente desnuda, con su cabeza de leona, el disco solar sobre ella, las alas reticulares desplegadas y sostiene flores de loto con ambas manos. La postura frontal evidencia que se trata de una creación fenicia y no egipcia, por lo que tendría más sentido que se tratase de Astarté, la cual también se representaba alada y el loto es más típico; sin embargo, la iconografía leonina junto al disco solar, son atributos de pleno derecho de Sekhmet, por lo que podría tratarse de una diosa resultante del sincretismo de ambas. Fig. 6. Relieve en el templo de Horus en Edfú, ca. 30 a. n. e. Diosa egipcia con cabeza de leona y disco solar, montada en un carro. A pesar de que podría decirse que se trata de Sekhmet sin lugar a dudas (hecho también por lo tardía de la fecha de su creación), la inscripción a su lado la identifica: “Su majestad Re avanza, estando Astarté con él” (Marín & Marín, 2002). En el Libro de la Vaca Divina o Libro de la Vaca Celeste, se habla de Sekmet como una advocación maligna de Hathor. Aparece por primera vez en el primer féretro de Tutankamón (su fallecimiento fue en torno al año 1325 a. n. e.). También se ha hallado el mismo texto en las tumbas posteriores de varios faraones: Seti I, Ramsés II, Ramsés III y Ramsés IV. El texto se compone de cinco partes, de las cuales la primera se titula El Castigo de la Humanidad o la Destrucción de la Humanidad. Este texto fue traducido y transcrito en su totalidad por el autor E. A. Wallis Budge y publicado en el libro Legends of the Gods en 1912, junto con otros textos antiguos de leyendas y mitos egipcios. El texto se remonta a la época en la que los dioses se mezclaban con los mortales y se preocupaban por sus necesidades. El rey por aquel entonces era Ra, pero debía de llevar ya mucho tiempo gobernando porque comenzaron a circular rumores entre los humanos que decían que ya se encontraba viejo. Dichos rumores llegaron a oídos de Ra, que convocó inmediatamente una reunión de todos los dioses primigenios en el Gran Templo de Heliópolis (hecho que demuestra que la leyenda es de origen heliopolita). Ra expuso que los humanos que él mismo había creado con su Ojo, murmuraban en su contra; pero, que antes de tomar acción sobre ellos, quería saber las opiniones de los demás dioses. Como respuesta, los dioses le recomendaron que enviara a su Ojo a destruir a los rebeldes, ya que nada podía resistirse a ese poder. El Ojo adoptó la forma de la diosa Hathor, que persiguió a los blasfemos cuando huían por las montañas y los asesinó a todos. Ra la mandó de vuelta a su lado, asegurándole que había hecho un buen trabajo, pero Hathor desoyó su orden porque la sangre que había probado era lo más dulce para ella e, imbuida por ese placer, continuó matando y devorando a las mujeres y hombres que se cruzaban en su camino. Ra mandó traer muchísimas mandrágoras que fueron aplastadas y mezcladas con el grano molido que se utilizaba para hacer cerveza. A la mezcla le añadió un poco de la sangre que Hathor había derramado, lo que le otorgó el mismo color, textura y aroma que el fluido al que la diosa se había vuelto adicta. Ra mandó volcar durante la noche los litros y litros que se habían creado de cerveza sobre una tierra cercana a la ubicación donde se encontraba Hathor. Esta llegó tras el amanecer y, complacida de encontrar tanta “sangre”, la diosa bebió sin parar hasta que el sopor de la ebriedad la embriagó, haciendo que cayera en un profundo sueño. Tanto durmió que a Hathor se le pasó su obsesión por la sangre, poniendo fin a las matanzas y el terror que había sembrado entre los humanos. En honor al cese de las masacres y la supervivencia de la humanidad, Ra mandó celebrar anualmente una fiesta para la diosa en la que se consumía cerveza mezclada con jugo de granada. En una conversación posterior entre Hathor y Ra, ella asegura que no consiguió acabar con todos los blasfemos, palabras que otorgaban explicación al hecho de que existieran algunos detractores de la fe (Wallis Budge, 1912/2018, pp. 11-16). A pesar de que en el texto se nombre al Ojo de Ra como Hathor, en tradiciones posteriores, se entendió este episodio de la diosa como una advocación de la misma en la que poseía cuerpo de leona, y se considera que era Hathor bajo la forma de Sehkmet. No es extrañar que esto sucediera ya que Hathor no podía tener unos atributos más opuestos a su carácter habitual durante este pasaje. La diosa se “transformó” en otra y, como hija de Ra, fue Sekhmet la escogida. El animal de Hathor era la vaca, un animal vinculado a lo maternal y nutricio; pero una leona es una criatura fiera, mucho más acorde para representar la muerte y la belicosidad, además de ser feroz para la protección de sus cachorros. La asociación de la guerra a la figura del león no es algo arbitrario. Ya solo dentro del panteón egipcio, muchas de las divinidades vinculadas con la guerra, presentaban iconografía leonina; tal es el caso de Maes, Apedamal y, por supuesto, Bastet-Sekhmet. En Asiria, Assur fue, en sus inicios, el cabeza de panteón y dios de la vida, identificado con el sol y que acabó convirtiéndose en el dios de la guerra. Podía montar a un león como muestra de poder o ser un “leocentauro” (Caracuel, 2017, p. 124). La relación del sol, la creación y la guerra, se materializa en Egipto con Ra y su hija Sekhmet. Esta dualidad Hathor/Sekhmet materializa la línea fina entre la mujer y el mal. Como madre, Hathor era capaz de engendrar el mal bajo su otra forma y se convierte en una antecesora lejana de las devoradoras vampíricas bajo la forma de Sekhmet. Si los vampiros son característicos de su hambre voraz e insaciable de sangre, Sekhmet sucumbe al ansia que se descontrola y es incapaz de parar de consumirla, provocando una estampa macabra y profesándose indiferente ante el dolor. Es el hombre, el creador, el que consigue, mediante engaños, detenerla. De nuevo él debe intervenir para impartir un orden al caos provocado por la mujer, aunque, como en este caso, el germen haya sido él mismo. Ese caos se representa con la figura de una leona, un animal salvaje e indomable. A su vez, Sekhmet poseía unos caracteres opuestos pues, además de considerarse peligrosa y destructiva por su sed de sangre, hecho que complementa con otros textos que la hacían portadora de enfermedades y otras desgracias; también era sanadora y guardiana, como Isis (González Domínguez, 2018, p. 59). Como diosa guerrera, acompañaba y protegía al faraón en sus batallas, y era convocada por algunos monarcas para justificar sus ansias de guerra. Como protectora tanto de vivos como de muertos, se le pedía a Sekhmet que protegiera las almas de los difuntos184. Gracias a su magia, podía contrarrestar y paliar todas las enfermedades que provocaba, convirtiéndose en la patrona de los médicos (fig. 7- 8) (Taber, 2018). Se asumía que igual que creaba el caos, era la única con poder para pararlo (Hart, 1986, p. 189), Ra lo sabía y “provocó” que ella se detuviera. Mientras que otras diosas de otras mitologías, como Ishtar, la mujer es una entidad independiente al león, y se 184 De la misma simbología de psicopompo se le cargaba a la Esfinge que, a pesar de que en Egipto fue ra masculina, no dejaba de ser una criatura híbrida entre el león y el ser humano. utiliza como simbología para representar la fuerza y el control sobre las bestias salvajes; en Sekhmet la dualidad se funde tanto en su iconografía como en su personalidad (Baring & Cashford, 2005, pp. 292-293). Fig. 7 y 8. Esculturas de Sekhmet en el templo de Karnak, ca. 1390-1353 a. n. e., granito y granodiorita. Fueron colocadas y consagradas a la diosa durante el reinado de Amenhotep III, dinastía XVIII, con la finalidad de que aliviaran dolencias que padecía el faraón (Wilkinson, 2003). Fig. 9. Estatua de Sekhmet, 1403-1365 a. n. e., granito. Ubicada en el templo de Mut en Luxor, no se conserva su tocado solar. Fig. 10. Busto de Sekhmet, ca. 1390- 1352 a. n. e., granodiorita. Fig. 11. Figuras de Sekhmet y bajorrelieve junto al dios Ra, ca. 1370. Conjunto expuesto en el Museo de Berlín. Fig. 12. Amuleto de Sekhmet, siglo VI a. n. e. Fig. 13. Aegis con la cabeza de Sekhmet, ca. 900-750 a. n. e., oro. Se trata de un collar que usaban tanto mujeres como hombres, no solo como elemento decorativo, sino también ritual. Cuando añadían la cabeza de una deidad, se pretendía imbuir al objeto con los poderes de dicha divinidad. En este caso, al tratarse de Sekhmet, debe tener atributos de protección y nutricios al soberano, y, al ser de oro, perteneció a algún miembro de la familia real. Fig. 14. Detalle del collar Menat, ca. 870 a. n. e. Ceremonia ante Sekhmet entronizada y flanqueada por Uadyet (cobra) y Nehbet (ave). La diosa lleva el tocado solar con el ureo. Fig. 15. Figurilla de Sekhmet, 664-332 a. n. e., bronce. Ubicada en el Louvre y bien conservada, se aprecia perfectamente el ureo ante el disco solar circular. Fig. 16. Bajorrelieve de Sekhmet, templo de Kom Ombo dedicado a Horus y Sobek, 180-47 a. n. e. con un pecho descubierto en calidad de nutricia, la diosa se yergue con el disco solar y el ureo. Fig. 17. Réplica de una figurilla de Sekhmet, oro. La diosa debía sostener en su mano una planta de loto que se ha perdido con el tiempo. Dentro de las barajas clásicas del tarot, la carta de la Fuerza siempre es representada bajo las figuras de una mujer con un león. Se trata de una carta en la que ella juega sin miedo con el león, colocando sus manos cerca de la boca del felino, mientras que el animal se deja (fig. 18). En la baraja Rider-Waite, además, la carta es muy terrenal, representado por el paraje en el que se encuentran, con la joven vestida de blanco y decorada con flores, es Core o la doncella, hija de la tierra, que conecta con el plano espiritual (fig. 19). Se trata pues, de una carta que aúna ambos planos, el físico y el espiritual, representa la armonía entre ambos encerrados dentro del cuerpo telúrico, y lo hace de manera alegre y cariñosa, no como una lucha encarnizada. En esta carta la mujer y el león representan la dualidad que se funde armoniosamente, como Sekhmet. Fig. 18. Naipe La Fuerza, Arcano Mayor XI, Tarot Marsella, siglo XV. Fig. 19. Carta La Furza, Arcano Mayor VIII, Tarot Rider-Waite-Smith, 1910. En el Universo Cinematográfico de Marvel, tal y como se ha citado en el inicio de este epígrafe, Sekhmet es mencionada en Capitán América: Civil War (2016). Tras el atentado que acaba con la vida del rey de Wakanda, su hijo y heredero, T’Challa (Chadwick Boseman), habla con Natasha Romanova, Viuda Negra (Scarlett Johanson) y le expone una creencia ancestral de su cultura. Sekhmet y Bastet se recuperan como las guardianas, se convierten en diosas con carácter psicopompo que guían a las almas tras la muerte. Las dos diosas felinas son guías en la cultura de Pantera Negra, otro héroe, de origen africano, cuyo traje simula a estos felinos. Pantera Negra no es más que otro guardián que lucha solo en las guerras que sirven para proteger a su pueblo. Es un guerrero, con carácter paternal y un referente para su pueblo, al igual que lo fueron Sekhmet y Bastet. En los cómics de esta misma empresa, Sekhmet aparece por primera vez en Vengadores #112 de 1973, creada por S. Englehart y D. Heck. Presenta doble personalidad siendo habitualmente Hathor, dibujada con los ojos amarillos, el cabello negro, con joyas doradas y rostro más parecido al de un gato (fig. 20). Pero Hathor deja paso a Sekhmet cuando lucha. Se convierte en una guerrera sedienta de sangre, con los ojos blancos y leoncéfala. Viste con un traje blanco y accesorios dorados, llevando el símbolo del ankh en el cinturón (fig. 21). En ambos casos, su cuerpo femenino es sexualizado, llevando siempre grandes escotes que permitan su reconocimiento como mujer, a pesar de que en su forma de Sekhmet su cuerpo sea más fornido. Su historia se acaba entrelazando con Pantera Negra en Wakanda y acaba siendo enviada a otra dimensión por Thor. Fig. 20. Hathor en Marvel Cómics. Fig. 21. Sekhmet en Marvel Comics. La serie de animación Huntik, creada por Iginio Straffi y dirigida por Michael Sinterniklaas, es una historia en la que algunas personas son buscadores, los cuales pueden tener una serie de titanes o criaturas míticas con poderes sobrenaturales. Uno de estos titanes es Sekhmet, la cual siempre pertenece al bando de los villanos. Es una mujer con el cuerpo morado, las piernas flexionadas como las patas traseras de un mamífero cuadrúpedo y, en las garras de sus brazos, porta dos espadas con forma de rayo. Tiene la cabeza de leona, los ojos rojos y una barba postiza dorada. Viste un top sobre el pecho, falda corta con cinturón y sobre sus hombros cae una capa corta que va unida a un collar que le cubre el cuello por completo (fig. 22). Es muy buena con la espada y, como felina, es rápida, sigilosa y fuerte, lo que la convierte en un titán muy peligroso, sobre todo si la intención de su buscador es asesinar a un objetivo. Fig. 22. Sekhmet en Huntik, Iginio Straffi, 2009- 2011, Italia. En la saga Megami Tensei185 aparece en dos videojuegos como demonio tipo lady race, raza de demonios compuesta por diosas madre o de la fertilidad de distintos panteones. Su diseño de personaje es el de una mujer desnuda, de piel oscura, con cabeza de león, el ureo junto con el tocado hathórico y el nemes. A cada lado le caen unas trenzas negras decoradas con abalorios dorados, a juego con unos brazaletes en sus brazos (fig. 23). En Assassin’s Creed: Origins, otro juego de la saga, Sekhmet aparece como una simulación gigantesca contra la que los jugadores deben enfrentarse dentro del videojuego. Es una imponente mujer con armadura, cuatro dedos en cada mano con garras afiladas y cabeza de leona. Sobre esta, porta el tocado solar con el ureo (fig. 24). Fig. 23. Sekhmet en Shin Megami Tensei: Devil Summoner, Atlus, 1995, Japón. Fig. 24. Sekhmet en Assassin’s Creed: Origins, Ubisoft Montreal y Ubisoft Milan, 2017, Canadá e Italia. Soy la Madre de los Demonios, el Amanecer de la Perdición, la concubina de Satanás. Soy Lilith, querido muchacho. Primera esposa de Adán, salvada de la desesperación por un ángel caído. Me llamo Madam Satán en su honor. Las escalofriantes aventuras de Sabrina, Roberto Aguirre-Sacasa, 2018. Originaria de Sumeria, Lilit era una criatura liminal, guardiana de las puertas que separaban el mundo físico del espiritual. Recoge el alma que sale del cuerpo, lo que la convierte en una transmutadora de materia, y la acompaña hacia la sabiduría y la inmortalidad. Se puede interpretar esas puertas, pues, como el viaje hacia el Inframundo, lo que le hace poseer un carácter psicopompo, como Hécate186 tendría en la tradición 185 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 186 Las concomitancias con Hécate en este período de Lilit van más allá del carácter psicopompo y liminal. Ambas son mujeres asociados a lo oscuro, lo oculto y la Luna; y poseyeron funciones y atributos que se fueron desvirtuando con la aparición de las sociedades profundamente patriarcales. Sus nombres fueron denostados y, llegado el cristianismo, desaparecieron. Además, las Lamias y las Empusas, consideradas posterior griega. Se la solía representar como una mujer joven, hermosa y alada. Llevaba los anillos de Shem y portaba un báculo (González López, 2013), ambos son símbolos de sabiduría que identificaban a aquellos que habían alcanzado la inmortalidad y el Árbol del Conocimiento. Se trataría de una criatura primigenia, nacida de las aguas del Abismo, como parte femenina de un grupo de siete semidioses hermafroditas. Su nombre primigenio sería algo más parecido a Lili o Lilitu, ya que procedería del espíritu guía y maligno del viento de la noche, Lilu, y sus descendientes siempre poseían el prefijo lil- en sus nombres, el cual significaba “viento” o “espíritu”. Según Robert Graves y Raphael Patai (1986), su nombre, Lilit, se originaría del término asirio-babilónico lilitu, “demonio femenino” o “espíritu de viento”, y formaba parte de una tríada mágica babilónica (p. 54). Separándose de este origen etimológico, Teresa M. Mayor (2012), asegura que, debido al parecido de su nombre, es común la confusión de Lilit con la diosa sumeria de los vientos huracanados y las tormentas, Lil. Lo mismo ocurriría con Lamashu, criatura a la que se le adjudicaba las complicaciones y la muerte durante los partos tanto de las madres como de los neonatos o bebés recién nacidos (p. 20). Una misión distinta, aunque no excluyente, es la que cumpliría Lilit como servidora de Inanna. En esta versión, se dedicaba a atraer a los hombres al templo de la diosa para que yacieran con las sacerdotisas, llevándose a cabo, así, los ritos de la prostitución sagrada. Debido a esto, recibía los sobrenombres de la Ramera, la Prostituta o la Seductora, pero sin connotaciones negativas (Cirlot, 1997; Mayor Ferrándiz, 2012). En la Epopeya de Gilgamesh (ca. 2000 a. n. e.), Lilit, bajo el nombre de Lillake, aparece en una tablilla que cuenta el relato de Gilgamesh y el sauce. Lillake es un demonio femenino que toma la forma de una serpiente y que vive en un sauce guardado por Inanna en las riberas del río Éufrates. Este sauce fue infectado por criaturas malignas (entre ellas Lillake) y Gilgamesh lo saneó y taló para que la diosa pudiera utilizar su madera (George, 2016). De esta época, no está claro si el relieve de la Reina de la Noche o Relieve Burney187, datado entre el 1800 y 1750 a. n. e., puede representar a Lilit, Inanna o a su hermana, Ereshkigal. Iconográficamente posee atributos y elementos propios de las descripciones de Lilit durante la época asiria, como que fuera una mujer alada, vinculada con los vientos, híbrida y relacionada con los animales salvajes y nocturnos, como los leones o los búhos, animales que representan la fuerza y la sabiduría, respectivamente. En el caso de los búhos, conllevaría convertirse en la primera representación de una diosa asociada con este animal, simbolizando el acceso al conocimiento oculto y a la noche (González López, 2013, p. 109). Según Graves (1985a), además, su nombre significa “búho” y proviene, igualmente, de la religión cananea. Si verdaderamente Lilit fue la mujer del relieve Burney, las influencias asirias habrían alterado su imagen, remarcando su carácter animal al convertirla en una autoridad sobre estos y no sobre los humanos. Su imagen se va alejando de la sabiduría, la inmortalidad y los lugares liminares, así como de su papel crucial en la fertilidad de los ritos sexuales, ya que, los asirios comenzaron a otorgarle mayor relevancia a los dioses masculinos, lo que abocaría a las deidades femeninas y su sacerdocio a la desaparición (Miranda Miranda, 2016). En cualquier caso, a medida que se fueron sucediendo los pueblos por Mesopotamia, denostaron la imagen de Lilit. Para cuando los judíos que residían en Babilonia la conocieron y la incorporaron a su imaginario, nada quedaba de esa deidad primigenia y benefactora que ayudaba en la fertilidad y a guiar el alma. Su nombre relacionado con el viento en Mesopotamia, se mezcló con la palabra hebrea para “noche”, láilah o láil, lo que derivaría al nombre de Lilit o, bajo su anglicismo, Lilith. Así, quedó fijada vampiras griegas, se asocian a Lilit en su carácter demoníaco posterior; pero, las Empusas son, a su vez, hijas de Hécate y parte de su séquito. 187 Para visualizar el relieve, véase la figura 1 del epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. una imagen mucho más oscura y tenebrosa de ella, cuya transformación se completó en la Edad Media cuando se aposentó completamente su imagen demoníaca. Su mito judío se entrelaza con el Génesis y está recogido en el Alfabeto de Ben Sira, escrito entre los siglos VII y X, pero no se sabe si el relato era anterior o se creó en esas fechas. La historia de Lilit se cuenta en una conversación entre Ben Sira y el rey Nabucodonosor, cuando el hijo del rey enfermó y le ordenó a Ben Sira que lo sanara o le mataría. Este se puso manos a la obra y escribió en una piedra el nombre de Dios y dibujó la imagen de los tres ángeles de la medicina: Senoy, Sansenoy y Semangelof. Tras esto, procedió a contarle el origen de esta costumbre sanadora a Nabucodonosor. Dios se dio cuenta de la soledad de Adán en el Paraíso y decidió crearle una mujer, al igual que había creado a las hembras en el resto de especies. Recogió, como había hecho con Adán, barro de la tierra y moldeó a Lilit, convirtiéndola en su esposa. Pero la pareja no encajaba y discutían casi que constantemente, sobre todo a la hora de mantener relaciones. Un día, Adán le ordenó que se recostara bajo él, pero Lilit le contestó que veía deshonrosa esa postura para ella, pues fue creada al igual que él y se consideraba su igual, no estaba hecha para permanecer bajo sus órdenes y su cuerpo constantemente. Adán le replicó que él no se iba a colocar debajo, porque él estaba hecho para situarse encima, y ella, bajo él. Intentó forzar a Lilit, pero esta escapó de la violación, pronunció el nombre secreto de Dios y huyó del Edén. Entonces, Adán se quejó a Dios diciendo que la mujer que le había dado se había escapado, y la divinidad envió a esos tres ángeles de la medicina tras ella. Las órdenes de Dios fueron que si ella aceptaba regresar, todo se quedaría tal cual estaba, pero si rehusaba, debían amenazarla con que “debía permitir que cien de sus hijos mueran todos los días”. La hallaron en el mar Rojo y la amenazaron ahogarla si no volvía. Ella les rechazó varias veces, a pesar de que le habían dicho que morirían cien hijos suyos cada día, y les anunció un trato: haría enfermar a los recién nacidos, tenía ocho días para apoderarse del varón (al noveno día era cuando les circuncidaban) y veinte días para las niñas, solo podrían salvarles si veía amuletos con los nombres de los ángeles al lado de las criaturas, únicamente así sanarían (Kosior, 2018). Algunos estudios como el de Diana Carvalho (2009) o Lauren Kinrich (2011), aseguran que el Alfabeto fue concebido como un libro satírico, no como un texto místico judío, por lo que el mito de Lilit no tendría validez religiosa. La sátira y la crítica irían dirigidas contra Adán, que no fue capaz de interpretar el correcto papel de esposo, mostrándose débil. De igual manera, si se continuase con esta interpretación, también se está burlando del resto de personajes masculinos, pues Dios demuestra que no es omnipotente ante la incapacidad de hacer él mismo que Lilit regrese; y los ángeles, no solo no consiguen lo que se les manda, sino que negocian con Lilit, para acabar aceptando las condiciones que ella misma propone. A pesar de ello, la popularidad de la historia fue tal, que los judíos la acogieron como propia y mantuvieron la tradición de crear los amuletos contra ella durante muchísimo tiempo. Lilit, además, les otorgó a los hombres judíos la justificación perfecta ante sus pensamientos o acciones “impuras”, pues ella, como demonio poderoso, inteligente y sexual, que representaba la sexualidad indecorosa femenina, era la culpable de que ellos pecaran (Kinrich, 2011). Bajo esta justificación, Lilit se convirtió en un Súcubo188, un demonio femenino del sexo, culpable de las transgresiones 188 Mientras que los Súcubos son demonios femeninos, también existen su contraparte masculina, los Íncubos que, de igual manera, seducen a las mujeres en sueños. Se les culpabilizaba de los bebés que nacen con malformaciones o deficiencias mentales. El mito cuenta que también podían otorgar a su descendencia poderes mágicos y que el mago Merlín de la leyenda artúrica, fue fruto de la unión de una mujer mortal con un Íncubo. Ambos tipos de demonios serían hijos de Lilit por su carácter sexual (Miranda Miranda, 2016). en el sexo de los hombres, incluidas las poluciones involuntarias nocturnas de los hombres de Dios. El Zohar (1994), el cuál sí que es un libro del judaísmo, tiene algunas menciones a Lilit, como por ejemplo, en la que la hace la culpable de traer la epilepsia a los niños, junto a Naamá, una demonio muy similar a ella. También era considerada un Súcubo, consorte de demonios y madre de otros tantos, que había yacido con Adán, y había tenido descendencia con él. Las dos vivieron en el mar Rojo y se parecían físicamente, pero Lilit era más joven y atractiva (Sechi, 1993, p. 407). En el Zohar, Adán no fue nunca un marido fiel a su esposa pero, de sus uniones con otras mujeres, solo nacieron espíritus perversos y demonios, seguramente como motivo aleccionador para los judíos. Los motivos que les llevó a los hebreos a adoptar la figura de Lilit seguramente fuera por un motivo moral. Lilit se acabó perfilando como la culpable de la maldad de los seres humanos, despojando de esta responsabilidad a Eva, lo que la convertiría en un personaje necesario para el imaginario judío (Bornay, 2020, p. 26), de ahí que no hubiera muchos reparos durante la Edad Media de adoptar un personaje satírico como propio. Graves y Patai (1986) escribieron la versión que más se ha popularizado del mito de Lilit, donde se otorgan más detalles y una nueva interpretación. Lilit sería creada del barro, igual que Adán, pero la tierra estaría sucia y llena de inmundicias. Ya no es un nacimiento exactamente igual el uno y el otro, sino que Lilit, por ir después de Adán o, tal vez, “para ser” una mujer, la materia prima de la que está hecha no es pura, lo que ya le otorga un carácter ilegítimo, no virginal y lleno de impurezas. De las uniones de Adán con Lilit y con Naamá, nacieron Asmodeo y muchos más demonios, y ambas se presentaron como prostitutas ante el rey Salomón. Regresando a Lilit y Adán en el Edén, sucedió la misma escena durante un coito: él intentó a obligarla a yacer debajo, ella se negó porque se consideraba su igual, dijo el nombre verdadero de Dios y huyó. Adán se quejó y Dios envió a los tres ángeles a buscarla. La hallaron a orillas del mar Rojo, una región plagada de demonios lujuriosos, donde ella había yacido con ellos y había engendrado a cientos de diablillos por día, los lilim. Se vuelve a producir el mismo diálogo entre ellos, siendo Lilit la que propone el trato final aceptado. Así, Lilit representaba a las mujeres que adoraban a Anat, diosa semítica de la fertilidad relacionada con la guerra189, que permitía que mantuviera relaciones antes del matrimonio, lo que para los judíos era considerado promiscuidad y era profusamente cancelado (pp. 51-53). Esta relación con Anat, demuestra que, efectivamente, su culto original estaba vinculado con la diosa Inanna/Ishtar, y que fue envilecida por la sociedad patriarcal con el paso de los siglos. De esta manera, la divinidad de Lilit desapareció y en su lugar quedó un demonio femenino malvado a la que se le culpaba de los abortos y del fallecimiento de los bebés. Salía es su busca por las noches, siendo su presa favorita los varones que aún no habían sido circuncidados. La tradición apotropaica de los judíos de utilizar amuletos e inscripciones en las paredes y puertas cuando la mujer se ponía de parto para ahuyentar a Lilit, se estuvo realizando hasta bien entrada la Edad Media (Sechi, 1993, p. 388). De aquí entronca con la figura vampírica, ya que Lilit se encaminaba hacia los bebés con intención de otorgarles el sueño eterno “para beber su sangre, sorber la médula de los huesos y comer su carne” (Enciclopedia judaica, 1982): “Ella vuela y atraviesa el mundo para encontrar niños que deban ser castigados (por los pecados de sus padres); les sonríe y los mata. Esto sucede con la luna menguante, ya que la luz disminuye” (Zohar. Libro del esplendor, 1994). Su rol sumerio como promotora de la fecundidad desapareció en favor del infanticidio. Se convirtió en la antimadre y castradora por excelencia, relegando su papel materno 189 Seguramente una variante del nombre de Ishtar (Ishtar-Ashtar-Anat), por lo que se trataría de la misma diosa. únicamente a la procreación de más demonios (esto sucedió en una zona con agua, el agua como símbolo, de nuevo, de fertilidad). Teniendo en cuenta que el papel de una buena mujer, era la que se convertía en madre, no existía nada más antinatural que una mujer que asesina niños (Bornay, 2020). Como castradora, a su vez, se convirtió en una devoradora de hombres, a los que, como Súcubo, atacaba mientras dormían. De igual manera, el conocimiento que abanderaba desapareció de su carácter, pues la sabiduría femenina comenzó a penarse y a ser duramente reprimida, hecho cumbre en el Génesis con Eva. La transgresión de Lilit también reside en el hecho de decir en voz alta el verdadero nombre de Dios, término innombrable en la tradición judía, ya que se considera que los verdaderos nombres poseen cualidades del ser nombrado, por lo que tener conocimiento sobre ellos, otorgan poder sobre dichas criaturas190 (González López, 2013, p. 111). Este mismo concepto lo poseían los egipcios, hecho que se refleja en el pasaje en el que Isis averigua el nombre secreto de Ra, lo que le otorga instantáneamente poder sobre él y la convierte en diosa. El castigo de Lilit es, por ello, mucho más monumental, ya no tanto por desobedecer las órdenes de los hombres y desafiar la estructura jerárquica y social, sino por tratarse de un pecado sumun: la soberbia y osadía sobre Dios. El conocimiento le concedió a Lilit la esencia y poderes sobre Él al pronunciar su nombre, transformándola en diosa, superando a Adán e igualándola en categoría a su creador. Lilit no podía volver a formar parte de ninguna manera del plan de Dios, pues en él no se concibe ninguna otra criatura que se le iguale, pues es único. Por otra parte, ese poder sobre Yahvé fue el que le permitió transgredir la ley divina y rebelarse. En el Antiguo Testamento de la Biblia, parte que el cristianismo heredó de los judíos, se dice: “Será guarida de chacales, [...]; allí se reunirán hienas y gatos monteses, en ella se darán cita los chivos; allí encontrará su guarida el monstruo nocturno. Allí anidarán las víboras, pondrán e incubarán sus huevos” (Isaías 34: 13-15). En algunas versiones hebreas el “monstruo nocturno” se traduce directamente como Lilit, como “pájaro” o “lechuza”, haciendo referencia al terror que infunden las criaturas de la noche, lo que le dará a Lilit el sobrenombre de “La Lechuzona”. Los judíos eran plenamente conscientes de la relación de Lilit con las aves nocturnas, como ya se ha hecho mención en sus representaciones con búhos; pero los cristianos la derivaron a criatura monstruosa sin nombre ni forma. De hecho, Lilit no es mencionada ni una sola vez en todo el relato bíblico, siendo eliminada completamente de las creencias cristianas, pero se encuentran incoherencias dentro del Génesis en el momento de narrar la creación de la mujer. Por una parte puede leerse: “Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó” (Gn 1: 27). Y, más adelante, reza: “Entonces el Señor Dios hizo caer al hombre en un letargo, y mientras dormía le sacó una costilla y llenó el hueco con carne. Después, de la costilla que había sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre” (Gn 2: 21-22). Mientras que la historia de la costilla y la aparición de Eva es la más conocida para explicar el nacimiento de la “primera” mujer; los versos anteriores, pertenecientes al momento en que Dios creó al primer hombre, habla en plural y se dice explícitamente que hubo una hembra. La propia Biblia genera una contradicción que se explicaría si se tiene en cuenta que es un relato anterior, heredado de los judíos y, para ellos, Eva no fue la primera mujer, sino Lilit, creada a la vez que el hombre y de igual manera. A pesar del interés por borrar a Lilit del cristianismo, su figura y simbolismo permanecía en el imaginario y se cernía incansablemente sobre las mujeres. A partir del siglo XV, la Inquisición utilizó el imaginario de Lilit para definir a un tipo de mujer que 190 En la religión cristiana esta tradición permanece y puede verse en el segundo mandamiento: “No dirás el nombre de Dios en vano”. copulaba con el diablo, sacrificaba y devoraba niños, poseía conocimientos ocultos y seducía a hombres. Dicho de otra manera, Lilit fue usada para crear a las brujas y la justificación de su caza. La relación de Lilit con las serpientes puede que se originara a partir del relato con Gigalmesh o puede que lo heredara de la simbología de fertilidad telúrica que poseían estos reptiles. En el Zohar, Lilit aparece como consorte de Samael y dice de ella que: “A la hembra de Samael se la llama “serpiente”, “mujer de prostitución”, el final de toda carne”, “el final de los días” (Zohar. Libro del esplendor, 1994). No solo recupera la iconografía ofidia para ella del relato de Gilgamesh, sino también su nombre relacionado con la prostitución que poseía en Sumer, pero, al contrario que allí, aquí sí poseía connotaciones negativas. En cualquier caso, por si había alguna duda, entrelazó iconográficamente los destinos de Lilit y Eva en el momento del ofrecimiento del fruto prohibido. En algunas obras, la diablesa era representada como una serpiente con cabeza femenina, en otras con tren inferior de reptil o, por último, como una mujer humana junto a una serpiente. En este último caso, la mujer y la sierpe son uno, dos aspectos de una misma figura, que muestran que, a pesar de que la mujer pueda mostrarse bella y humana, en realidad es una criatura que se arrastra por el fango del que salió. En algunas interpretaciones del mito bíblico, era Lilit la serpiente que tienta a Eva como venganza de su “exmarido”, su nueva esposa y, por supuesto, de Dios. En muchas representaciones del pecado original, la sierpe que aparece tiene parte humana femenina, lo que conlleva que pueda tratarse de Lilit, ya que en el Zohar se la describe como serpiente. Por otra parte, puede constituir simplemente una personificación del reptil que escoge la forma de mujer para inspirar más confianza en Eva o, debido a la denostación que la serpiente ya poseía simbólicamente191, tenía más afinidad con la mujer, por ser ella también una criatura denostada. En cualquier caso, aunque la intención de los artistas no se pueda averiguar a día de hoy, en caso de que representaran a la serpiente bajo una forma humana, la escogida suele ser una mujer. Es muy común encontrar este tipo de imágenes durante el estilo gótico medieval y el Renacimiento, incluidos relieves como los hechos en bronce de las Puertas del Paraíso del Baptisterio de San Juan de Florencia. Aunque las representaciones de Lilit-serpiente sean variopintas, suelen tener en común la cabellera rubia, seguramente en un intento de mostrar iconográficamente el engaño. 191 Cuando Dios comienza a repartir castigos tras darse cuenta de que Eva y Adán han desobedecido sus órdenes, la primera en ser maldita es la propia serpiente, a la que ajusticia obligándola a arrastrarse por el suelo y a comer polvo para siempre (Gn 3: 14). Fig. 1 y 2. Portal de la Virgen de la Catedral de Notre Dame de París, 1210-1230. A la izquierda se observa que la Virgen y el Niño se encuentran sobre las escenas de la creación de Eva, el pecado y la expulsión. La Virgen vence el pecado original y a la mujer que lo perpetró aunque, como puede observarse en el detalle de la imagen de arriba, es otra mujer-serpiente quien le ha ofrecido el fruto y mira a Eva. Fig. 3. Maestro Bertram, Expulsión del Paraíso, ca. 1375-1383, témpera sobre madera. La pareja mira a la pequeña serpiente con cabeza femenina que repta bajo ellos, mientras Dios, bajo el aspecto de Cristo, señala el árbol, prueba de su delito. Fig. 4. Paolo Uccello, Creación de los animales, Adán, Eva y el Pecado Original, 1420-1425, fresco (detalle). El reptil con rostro de mujer se encarama a lo largo del tronco mirando a Eva, expectante. Fig. 5. Masolino da Panicale, Tentación de Adán y Eva, 1425, fresco. Una serpiente con cabeza de mujer se alza entre la pareja. Su cuerpo se enrolla en el árbol, al igual que lo hace el brazo de Eva, lo que refleja el entendimiento entre las dos mujeres. Fig. 6. Hugo van der Goes, Díptico de Viena, Tentación, 1467-1468, óleo sobre madera de roble. Un lagarto con rostro femenino, mira cómo Eva coge ella misma el fruto del árbol. Es curiosa su expresión pues parece confusa, con el ceño fruncido. Fig. 7. El Bosco, El Carro de Heno, 1500- 1516, óleo sobre tabla (detalle). El ofidio de cola verde y torso de mujer, le ofrece a Eva un fruto dorado. Fig. 8. Adán y Eva tentados por la serpiente, ilustración en el libro de horas de Enrique IV de Francia y III de Navarra, ca. 1510. No solo es una mujer rubia con dos pequeños pechos, sino que la serpiente posee dos pequeñas alas, lo que no deja lugar a dudas que el autor debía querer representar a Lilit. Fig. 9. Miguel Ángel, Caída y Expulsión del Paraíso, ca. 1509, fresco de la Capilla Sixtina. Una mujer de cabellos rubios y poderosa cola de reptil, le alarga a Eva el fruto del árbol. Fig. 10. Jacopo Pontormo, Expulsión del Paraíso, ca. 1519, óleo sobre tabla, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Esta pequeña obra posee un carácter muy dramático, debido a la oscuridad de las tonalidades. La serpiente con cara de mujer, mira a los ajusticiados Eva y Adán. Fig. 11. Adán y Eva, siglo XV, manuscrito iluminado. Mientras Adán se encuentra distraído, Eva habla con una criatura híbrida entre mujer y lagarto. Esta, posee el cabello aún más claro que Eva, por lo que, al igual que su apariencia, le otorga un carácter confuso que nubla la mente de Eva. Fig. 12. Hermanos Limbourg, El Paraíso Terrenal, siglo XV, miniatura del manuscrito Les très riches heures del Duque de Berry. A la izquierda puede observarse cómo Eva recoge un par de frutos que Lilit o la mujer-serpiente le da del árbol en el que se encuentra encaramada. Fig. 13. John Roddam Spencer-Stanhope, Eva Tentada, 1877, óleo. A pesar de lo profusa que fueron estas representaciones durante el Renacimiento, esta obra destaca por colocar ambos personajes solos, sin la presencia de Adán. Lilit, de cabello oscuro, susurra al oído de Eva que se inspira en los trazos de la Venus de Botticelli. En los siglos siguientes, la figura fue un tanto olvidada para regresar en el mundo occidental dentro del imaginario decimonónico. Lilit inspiró creaciones en la pintura simbolista y prerrafaelita, así como en los románticos y góticos de la literatura y la poesía. Lilit se presentaría como el arquetipo predilecto para encarnar la figura de la vampira, a la vez que la de la femme fatale, ya que este arquetipo surgió a raíz del empoderamiento femenino que comenzaba a calar dentro de la burguesía europea, haciendo surgir la llamada New Woman y que tanto aterrorizaría a los hombres que veían peligrar sus privilegios. El aspecto principal que la enmarca en este perfil es, primigeniamente, por el hecho de considerarse igual a Adán, lo que desembocó en acusarla de su carácter devorador de hombres, a la vez que su pasional predilección por la sangre de los infantes. La relación con la serpiente, por encima de cualquier otro animal, se hizo presente durante el siglo XIX, no solo para representar a Lilit, sino a todas las mujeres que respondieran a una sensualidad perversa. El reptil, por tanto, se convierte en un símbolo del “principio femenino y del mal inherente a todo lo terreno” (Bornay, 2020, p. 28). En consecuencia, el aspecto físico estereotípico de la femme fatale acoge su máximo esplendor con Lilit. La tez pálida mortecina, la larga cabellera pellirroja, los ojos verdes reptilianos y las formas voluptuosas se convertirán en sus rasgos predominantes. Erika Bornay (2020) inaugura la primera parte de su libro Las Hijas de Lilith, ensayo dedicado al estudio histórico-artístico de la mujer decimonónica, citando a Goethe en su tragedia Fausto (18808 y 1832): Fausto.- ¿Quién es esa? Mefistófeles.- Mírala bien. Es Lilith. Fausto.- ¿Quién? Mefistófeles.- La primera mujer de Adán. Guárdate de su hermosa cabellera, la única gala que luce. Cuando con ella atrapa a un joven no le suelta fácilmente (p. 26). Fig. 14. Dante Gabriel Rossetti, Lady Lilith, ca. 1868, óleo sobre lienzo. Concebida por Rossetti como una femme fatale moderna y no bajo la imagen hebrea, mezcló la Lilit del Fausto de Goethe con La Belle Dame sans Merci del poema de John Keats, la dama feérica que sedujo al soldado con sus cantos y belleza y lo atrapó en el mundo irreal (Bornay, 2020, p. 104). Lilit peina su larga cabellera entre dorada y rojiza, símbolo de la sexualidad femenina que, debido a la gran cantidad que posee, el autor refleja lo abundante y vigorosa que es la sexualidad del personaje. Además, mira su reflejo en el espejo, signo de vanidad y narcisismo. La abundancia de flores a su alrededor indican la feminidad y lascivia de Lilit. Fig. 15. John Collier, Lilith, 1892, óleo sobre tela. En esta obra prerrafaelita, Lilit permite el abrazo a su cuerpo desnudo de la serpiente. Esta le tapa cuidadosamente los genitales y reposa su cabeza sobre su hombro, lo que genera una caricia por parte de ella con su propio rostro, mostrando la confianza y afinidad que poseen entre ambas. Su larga cabellera ondulada cae por un lateral del lienzo. Fig. 16. Kenyon Cox, Lilith, ca 1892. La obra se divide en dos partes bien diferenciadas por el nombre de la retratada. En la zona superior, Lilit se funde en un abrazo con la serpiente (la cual también roza sus pechos) y la besa. El cariz erótico, convierte al reptil en su amante, el cual no es más que una representación del Diablo y, por tanto, del mal. En el espacio inferior, se vuelven a repetir las escenas del Génesis del pecado y la expulsión. Nuevamente, Lilit es hibridada con el ofidio en la zona de su tren inferior, y le ofrece el fruto a Eva que lo toma sin reparos. En la misma línea de estas dos últimas obras, Franz von Stuck generó una serie de obras que, si bien no especifica que se traten de Lilit, poseen la misma simbología iconográfica. De esta manera se desarrollan dos significados: el primero que la mujer revela una “lasciva afinidad con el bíblico reptil, o bien, aunque en menor medida, sugieren una satánica relación copulativa” (Bornay, 2020, p. 232). Este artista crearía su propia interpretación de Lilit bajo distintas propuestas en las que la mujer, cuya larga cabellera ya ha sido convertida en fetiche, se abraza al gran reptil, convirtiéndolo en su aliado, su amante y su única vestimenta. Las connotaciones eróticas y sugerentes de sus obras se verán reforzadas por la significación fálica que posee la criatura ofidia. Al igual que la Salambó literaria de Gustave Flaubert (1862) que sorprendió a sus coetáneos con el coito que la protagonista realiza con su pitón negra (fig. 19), Von Stuck acercará la feminidad a la animalidad mediante la zoofilia, haciendo casi desaparecer la línea entre ambos y pervirtiendo aún más las connotaciones de la mujer y la serpiente que se retroalimentan mutuamente cuando se hallan juntas (fig. 17 y 18). El triunfo de esta imagen iconográfica pervivía durante más de un siglo, llegando a convertirse en una escena habitual cuando se pretende mostrar a una mujer de feminidad perversa y carácter lascivo (fig. 20 y 21). Fig. 18. Franz von Stuck, El vicio, 1899, óleo. La serpiente y la mujer se convierten en uno bajo este abrazo sobre el lecho. Ambas miran al espectador y, la mirada de ella, se desvela completamente negra, como demoníaca, carácter enfatizado por el color de su cabellera. Fig. 17. Franz von Stuck, El pecado, 1893, óleo. La mujer de largos cabellos negros sostiene a la gran y pesada pitón sobre su cuerpo, como si de un abrigo se tratara. Fig. 19. Gabriel Ferrier, Salambó, ca. 1881. Esta obra refleja el momento en que Salambó llega al éxtasis tras yacer con su reptil bajo la luz de la luna. Fig. 20. Fotograma de Abierto hasta el Amanecer, Robert Rodriguez, 1996. Salma Hayek interpreta a una vampira que trabaja como bailarina exótica en el club nocturno. En una escena de casi cinco minutos completos, la vampira baila en ropa interior y con una serpiente que se mueve por su cuerpo, ante la mirada atónita de los hombres que abarrotan el bar (la única mujer que acompaña a los protagonistas tiene expresiones de hastío y fastidio durante el baile). La escena alcanza los máximos niveles de fetichismo cuando derrama cerveza desde su rodilla para que el personaje de Quentin Tarantino la beba mientras le lame uno de sus pies. Fig. 21. Britney Spears en su icónico concierto de la gala MTV de 2001 con la pitón. Dentro del arte contemporáneo y la cultura popular es habitual encontrar la figura de Lilit. Hay quienes perpetúan la iconografía decimonónica del personaje o lo presentan como una diablesa del infierno o reina de los Súcubos. Por otra parte, Lilit se ha convertido en todo un referente dentro del movimiento feminista, siendo el personaje mitológico que más se ha utilizado para ejemplificar la demonización que se le hace a una mujer que no se adapta al molde social, así como la relación que posee con las mujeres acusadas de brujería, figuras que también el movimiento se ha apropiado y reconvertido. Además, el mito de Lilit, a pesar de que se siga relatando con las mismas palabras, ha subvertido su significado y ya no es recibida como un ser malvado del que hay que huir, sino como un ejemplo a seguir como insumisa al sistema patriarcal y combatiente de él desde la oposición. Fig. 22. H. G. Giger, Lilith, 1976. Con esa mezcla tan característica del artista, muestra a una Lilit biomecanoide. Los elementos ofidios se suceden por la imagen, así como rostros demoníacos y lo que parecen ser cráneos o huevas sobre las que camina. Fig. 23. Roberto Ferri, Lilith, 2018, óleo. En esta obra, el autor mantiene la iconografía tradicional de Lilit: cabellera pelirroja, desnuda y envuelta en un abrazo con un gran reptil sobre un lecho revuelto, como si acabaran de mantener relaciones sexuales. En soportes como el cine, la televisión o los videojuegos, es muy común encontrar a Lilit como un personaje con cierta relevancia. Normalmente suele encarnar villanos y es profusa su aparición en historias de temática vampírica. De igual manera, suele ser representada con la cabellera pelirroja o negra, y haciéndola afín a al menos uno de los siguientes parámetros: lascivia, sangre o la noche. El film Lilith de Robert Rossen (1964), cuenta la historia de Lilith, una paciente joven y atractiva de un centro psiquiátrico que se inspira en el personaje hebreo. Mientras que Stephen es un joven perdidamente enamorado de ella, Lilith comienza a ser tratada por Vincent que, a medida que tiene sesiones con ella y la va conociendo, acaba prendado y comienza a mentir a los demás con tal de hacer que permanezca a su lado. La trama gira en torno al amor obsesivo que Lilith genera en los hombres que la rodean, que les hace perder su cordura en favor de sus atenciones (fig. 24). Fig. 24. Jean Seberg interpreta a Lilith en el film homónimo, Robert Rosse, 1964. El quinto elemento, película dirigida por Luc Besson en 1997, es una superproducción francesa donde el personaje de Lilit se aleja bastante de su iconografía tradicional. Leeloo, pronunciado “lilu” que, a su vez, deriva de Lilit, es la salvadora angelical que representa la fuerza, el conocimiento y la belleza. Se trata de una regresión a la primigenia Lilit donde no poseía características negativas y defendía la seguridad de la humanidad. Los pocos parecidos con la Lilit hebrea son su juventud, belleza y cabello pelirrojo, aunque la larga melena es sustituida por un corte recto, juvenil y actual. Por otra parte, se asemeja a la Lilit del Paraíso con Adán cuando es besada por un personaje masculino durante el film y ella, lejos de presentarse sumisa y complaciente, lo aleja, lo abofetea y le advierte que jamás vuelva a hacer eso sin consentimiento (fig. 25). Fig. 25. Milla Jovovich interpreta a Leeloo en El quinto elemento, Luc Besson, 1997. El anime Neon Genesis Evangelion de Hideaki Anno es una serie donde los ángeles son los enemigos de la humanidad. De esta manera, el ángel más poderoso es Adán, seguido de Lilith que, su vez, es la progenitora ancestral de los humanos, llamados lilim, y del conocimiento. A pesar de que posean nombres asociados a un género, dentro de la serie todos los ángeles son andróginos. Esta tradición existe en el imaginario angelical pero también se entrelaza con la Lilit sumeria que formaba parte de una criatura hermafrodita. Aún es relevante que, a pesar de ser un ángel, Lilit va por detrás de Adán y sigue siendo la antagonista. Su aspecto es el de un humanoide blanco con el rostro cubierto por una máscara en tonos morados, que le permite ver con sus siete ojos. Aunque parece que tiene el torso cortado por la cintura, de esta zona le aparecen numerosas piernas más pequeñas. Permanece crucificada con la lanza de Longinus clavada en el pecho en un estado inerte (fig. 26). Fig. 26. Lilith en Neon Genesis Evangelion, Hideaki Anno, 1995. En la serie de televisión Sobrenatural, que comenzó a emitirse en 2005, cuenta la historia de los hermanos Winchester, los cuales se dedican a vagar por Estados Unidos cazando y asesinando a todos los demonios y criaturas sobrenaturales con intereses malvados con los que se encuentran. Lilith es mencionada desde la temporada dos hasta la cinco, siendo la antagonista principal en la tercera y cuarta. Se trata de la primera demonio que Lucifer creó como desafío a la autoridad de Dios, por lo que es un personaje bastante poderoso que tiene a su disposición a los demonios que actúan como sus súbditos. Al igual que el resto de demonios dentro de la trama de la serie, tiene la capacidad de poseer cuerpos humanos. Mientras que en sus primeras apariciones, sus víctimas favoritas para la posesión eran niñas pequeñas (fig. 27), cuando su personaje cobró relevancia, pasó a ocupar el cuerpo de una mujer adulta y atractiva. En este punto aparece la Lilit hebrea pues se vale del sexo y su cuerpo para seducir a los hombres y conseguir sus objetivos, abusando de su poder. En varias ocasiones aparecen demonios que secuestran bebés para llevárselos a Lilith como alimento. Es curiosa la escena en la que, finalmente, los hermanos Winchester la derrotan pues, a parte de estar interpretada por una actriz con el cabello rubio, fue vestida con un largo vestido blanco. Recordando la obra de Edvard Much que abre este capítulo, ese aspecto correspondería al de la doncella, pura, virginal e inocente, que no puede ser más opuesto al rol que Lilith ha desarrollado a lo largo de la trama (fig. 28). Fig. 27. Lilith dentro del cuerpo de una niña en Sobrenatural, Eric Kripke, 2008. Fig. 28. Katherine Boecher interpretando a Lilith adulta en Sobrenatural, Eric kripke, 2009. Escena de su muerte vestida de blanco. En la serie vampírica True Blood, Lilith se descubre como la primera vampira creada por Dios (Dios también debe ser un vampiro, puesto que fue creada “a su imagen y semejanza”), antes que Adán y Eva, es, por tanto, la progenitora de todos los vampiros de a serie. A pesar de ello, actúa de antagonista en las temporadas quinta y sexta. Se muestra siempre como una ferviente cristiana que sirgue venerando a Dios, su creador, ya que, a pesar de que algunos vampiros la traten como a una diosa, ella les recuerda que Dios solo hay uno. Suele aparecer desnuda y embadurnada de sangre (fig. 29), tiene mejorados todos los poderes sobrenaturales que los vampiros poseen en la serie y algunos más. La sangre vampírica es una fuerte droga que dura apenas unas horas para los humanos que la toman. En el caso de la sangre de Lilith es capaz de sacar el lado más animal de los vampiros que la toman, pudiendo alargarse sus efectos durante días. El personaje lleva a los vampiros a su alcance a sacar su lado más salvaje e inhumano. De alguna manera, este hecho se inspira en la fusión entre barbarie y la mujer que durante el siglo XIX imperó en el estereotipo de la femme fatale. Fig. 29. Jessica Clark interpretando a Lilith en True Blood, Alan Ball, 2012. En la literatura contemporánea, Lilith es uno de los personajes de la saga de Cassandra Clare, Cazadores de Sombras. Aparece en el cuarto libro de la saga Ciudad de los Ángeles Caídos (2011). Se trata de una demonio de alto rango y Princesa del Infierno a la que se le atribuye la creación de los brujos. Su aspecto físico es el de una mujer joven y hermosa, de tez pálida y larga cabellera negra, con las cuencas de sus ojos vacías y por las que se asoman serpientes negras. En la serie homónima es interpretada por Anna Hopkins (fig. 30) y encarna a una de las villanas, pudiendo adoptar una forma demoníaca con cuernos negros e inspiración de murciélago (fig. 31). Fig. 30. Anna Hopkins interpretando a la siempre elegante Lilith en Shadowhunters, Ed Decter, 2016. Fig. 31. Forma de demonio de Lilith en Shadowhunters, Ed Decter, 2016. Lilit también aparece en los cómics de Lucifer y, por ende, en la serie de televisión homónima. Es la madre de Mazikeen, una lilim que acompaña a Lucifer fielmente en su periplo por la tierra. Fue amante del rey del infierno y, en la serie, aparece en 1946 en la ciudad de Nueva York, interpretada por la misma actriz que hace de Mazikeen, como cantante de cabaret, a la que llaman Lily Rose (fig. 32). El capítulo une los destinos de Lilith con Lucifer y este le ayuda a encontrar el anillo que ella misma se había hecho con una piedra del Jardín tras su huida del Edén, como amuleto para recordarse permanentemente quien era y las decisiones que había tomado. Cuando finalmente lo encuentran, Lilith acumula toda su inmortalidad en él y se lo regala a Lucifer, puesto que quiere volver a conectar con la humanidad y para ello, debe saber lo que es sentir que puede morir en cualquier momento mientras envejece. En la actualidad, Maze descubre que su madre sigue viva y decide ir a verla, ya que la abandonó cuando era niña y quería pedirle explicaciones. Maze se encuentra con una Lilith anciana y acaban discutiendo, puesto que su madre no se arrepiente puesto que abandonarla a ella y a sus hermanos les hizo más fuertes. Un tiempo después, Maze vuelve en su busca con la intención de reconciliarse pero los vecinos le comunican que había fallecido unos días antes. En la serie de Netflix Las escalofriantes aventuras de Sabrina, Lilith es un personaje habitual a lo largo de toda la serie. Al huir de Adán, pasó a ser consorte de Lucifer puesto que, no solo era la primera mujer, sino la primera bruja y, en honor al señor al que servía, pasó a llamarse Madam Satán. Acoge la forma de Mary Wardwell, una profesora del instituto de mortales donde estudia Sabrina. Se encuentra en la tierra para hacer que Sabrina sea una fiel seguidora del Señor Oscuro, como lo son todas las brujas de la serie. A medida que van pasando las temporadas, se vuelve enemiga de Sabrina, aunque se acaban aliando para luchar juntas contra Satán. Al vencerle, Lilith se proclama Reina del Infierno y los aquelarres de la tierra pasan a adorarla a ella. Más adelante, Lucifer consigue recuperar su trono y hay una escena muy macabra en la que Lilith, después de haber dado a luz a un hijo suyo y de Lucifer, acaba asesinando al bebé para hacerle daño al rey del infierno. En la escena evoca a la clásica Medea, paradigma de madre infanticida, que fue quien le dio la idea para llevar a cabo su venganza. El carácter de Lilith es muy completo y complejo. Es una mujer determinada, astuta, sarcástica, segura de sí misma y de su sensualidad, fría e implacable, sobre todo cuando quiere vengarse de alguien; pero, a la vez, es profundamente maternal, afectuosa, considerada y justa. Su personaje está plagado de guiños a la Lilit hebrea, no solo en la historia de su insumisión ante Adán y huida del Edén (historia que se cuenta mediante una obra de teatro en el instituto, que emociona profundamente al personaje de Lilith cuando la ve). La profesora que suplanta se llama Mary, la cual es completamente opuesta de carácter y manera de vestirse y arreglarse que Lilith. Mientras ella siempre lleva su pelo negro suelto, con mucho volumen y ondas, va maquillada y viste muy elegante y, a veces, provocativa (fig. 33); Mary usa gafas, no se maquilla, lleva siempre el cabello recogido y es muy introvertida y sumisa. Además, Mary está casada con un hombre que se llama Adam. Lilith tiene unas escenas con él, en las que llega a creer que se trata de su verdadero Adán, hasta que llega Satán y lo asesina. Fig. 32. Lesley-Ann Brandt interpretando a Lilith/Lily Rose en Lucifer, DC Comics, 2016. A su lado se encuentra Tom Ellis interpretando a Lucifer. Fig. 33. Michelle Gomez interpretando a Lilith/Madam Satán como Reina del Infierno en Las escalofriantes aventuras de Sabrina, Roberto Aguirre-Sacasa, 2018. En Marvel Comics posee dos personajes. En La Maldición de Drácula (1974) es hija del conde vampiro y, por tanto, ella misma es una vampira a la que no le daña el sol ni los símbolos sagrados habituales. Tenía una dieta a base de sangre pero tampoco la consumía el ansia ni dependía de ella. Su padre, Drácula, abandona a Lilith y su madre para casarse con otra mujer, lo que hizo que Lilith se convirtiera en su némesis. Cada vez que Lilith “moría”, se reencarnaba en el cuerpo de una mujer que odiara a su padre. También tenía la capacidad de metamorfosearse en animales como murciélago o lobo, y en niebla, además de poseer control sobre el clima. Su único parecido con la Lilit judía es que, cuando se alimentaba de sangre humana, la víctima a la que mordía desarrollaba una obsesión sexual por ella bastante fuerte. Su aspecto es el de una mujer joven y atractiva, con los ojos rojizos y el cabello negro, sobre el que reposa una tiara con forma de alas de murciélago. Viste con un traje de corte vampírico popular negro y rojo con capa, con un escote imposible hasta casi el pubis (fig. 34). Su segundo personaje dentro de Marvel es en Ghost Rider (1992), donde es la Madre de todos los Demonios o Lilim. Es una villana, enemiga del Doctor Extraño, que posee magia y puede invocar a demonios. Además, tiene la facultad de que, cuantos más lilim da a luz, más poderosa se vuelve. Se la presenta con los ojos amarillos sin pupilas, su cabello es largo ondulado y negro azulado, con la piel extremadamente blanca. Tiene la cabeza alargada simulando un par de cuernos gigantescos que demuestra que no es humana y viste con un traje corto y muy escotado morado, con medias de rejilla (un fetiche sexual) y botas altas blancas de tacón (fig. 35). Fig. 34. Lilith en La Maldición de Drácila #1, Gene Colan, Marvel Comics, 1974. Fig. 35. Lilith en Ghost Rider Vol. 2 #28, Marvel Comics, 1992. En DC Comics, aparte de ser la madre de Mazikeen que la abandonó y crio para que tanto ella como sus hermanos se volvieran más despiadados y fuertes (lo que les habilitaba perfectamente para las labores de tortura en el infierno), Lilit aparece en Tierra 0, I Vampire Vol. 1 de 2012. Mientras vaga por el desierto tras su huida, Lilith se encuentra con Caín, el primer vampiro de la historia. Caín no puede refrenar sus impulsos y la muerde para alimentarse y, posteriormente, convertirla en vampira. Tras la transformación, la pareja se enamora locamente y recorren la tierra formando todo un ejército de vampiros a los que consideran sus hijos. Tras la amenazan que suponen, surgen los cazavampiros que acaban asesinando a Lilith. Caín consigue traer su alma de vuelta del infierno introduciéndola dentro del cuerpo de otra mujer pero, tras cerrarse el portal que se dirige al infierno, el alma de Lilith regresa al lugar de los muertos para no volver jamás. Además de poseer los típicos poderes de vampiro, como la inmortalidad y la fuerza sobrehumana, Lilith es capaz de volar y metamorfosearse en loba. Su atuendo es prácticamente inexistente, tapando lo mínimo indispensable de su cuerpo para salvar la censura. Tiene el cabello negro y llevar collares y brazaletes, incluido uno en el brazo con forma de serpiente. Calza unas sandalias de estilo romano con tacones (fig. 36). Fig. 36. Lilith en I Vampire Vol, 1 #7, Joshua Hal y Andrea Sorrentino, DC Comics, 2012. En el universo de Digimon, franquicia que incluye animes, mangas, películas, videojuegos y juguetes, existen un digimon (monstruo digital) con el nombre de Lilithmon (todos los digimon acaban sus nombres con el sufijo –mon). En el manga Digimon Xros Wars (2010) es una de los Siete Grandes Señores Demonio, donde cada uno representa a un pecado capital; en el caso de Lilithmon, como no puede ser de otra manera siendo la única mujer del grupo, encarna el pecado de la lujuria. Es una de los tres generales antagonistas del Ejercito Bagra, siendo la más poderosa de los tres, pero al que se unió por estar enamorada de Bagramon y su crueldad (que especifica que la excita). Aparece en el anime Digimon Fusion (2010), igualmente como oficial del ejército malvado, siendo la única mujer de este. Es fría y cruel, e infunde miedo incluso dentro de sus aliados. Domina la magia negra que le permite manipular a sus oponentes y, en el anime, utiliza un espejo para realizar dicha magia, seguramente inspirado en los múltiples ejemplos artísticos de la historia del arte de vanidad femenina. Puede crear brechas espacio-temporales y comunicar las distintas dimensiones del Mundo Digital (universo donde transcurre toda la trama). Su aspecto es el de una mujer joven y atractiva con el cabello corto y negro del que le sobresalen unos cuernos dorados. Está maquillada en tonalidades moradas tanto en párpados como labios y de su boca asoman unos pequeños colmillos. Viste con ropas de inspiración de cortesana feudal japonesa con una largo kimono morado de mangas anchas sobre un mono negro con detalles dorados, y un tocado de esta misma tonalidad en lo alto de su cabeza. Mientras que una de sus manos es humana con las uñas largas y púrpuras, la otra es una garra dorada; sus pies parecen igualmente patas de un león con las uñas largas. Tiene los pechos exagerados que parecen que en cualquier momento van a salirse de la ropa. De su espalda nacen dos pares de alas negras de murciélago junto con otros apéndices, similares a cuchillas, de este mismo color y dorados (fig. 37). Tiene una “digievolución” en la que su capa se vuelve de corte vampírico, el kimono desaparece dejándola semidesnuda y, sobre sus pechos y pubis, surgen tres cabezas de otro digimon (Evilmon) con sus bocas abiertas y que hablan entre ellos, dejando una estampa bastante desagradable (fig. 38). Fig. 37. Lilithmon en Digimon Fusion, Toei Animation, 2010, Japón. Fig. 38. GattaiLilithmon en Digimon Fusion, Toei Animation, 2010, Japón. En el mundo de los videojuegos, aparece en veinticuatro videojuegos de la saga Megami Tensei192 como demonio tipo night race en su mayoría, se trata de una raza compuesta por deidades, espíritus y demonios de la noche. Su aspecto suele ser el de una mujer joven con hibridación animal. Va completamente denuda con tiras en su piel que imitan la piel de serpiente. Sus manos tienen solo tres dedos y están palmeados, al igual que sus pies que solo poseen dos dedos y se alzan como los de un ave con garras negras. Tiene el cabello negro y corto, los ojos amarillos y labios oscuros en contraste con su piel pálida. Alrededor de su cuerpo se enrolla una gran pitón como si de una boa de plumas se tratara (fig. 39). Dentro de la saga aparecen otros personajes derivados de Lilit como los Súcubos (night race en su mayoría, sexualizadas tanto en posturas como en ropas, y suelen tener alas de murciélago y cola de diablesa) (fig. 40), Lilim (night race con aspecto similar al de los Súcubos) (fig. 40) y Lamashtu (mujer con los pechos descubiertos, cabeza de leona, piernas de gallina y con una serpiente alrededor del cuerpo) (fig. 42). Fig. 40. Súcubo en Shin Megami Tensei: Devil Summoner Soul Hackers, Atlus, 1997, Japón. Fig. 39. Lilith en Shin Megami Tensei III: Nocturne, Atlus, 2003, Japón. 192 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Fig. 41. Lilim en Shin Megami Tensei, Atlus, 2009, Japón. Fig. 42. Lamashtu en Giten Megami Tensei: Tokyo Mokushiroku, Atlus, 1997, Japón. Fig. 43. Evelyn en League of Legends (LOL), Riot Games, 2009, EEUU. En videojuego del League of Legends193, Lilit inspira el personaje de Evelyn, un Súcubo que seduce a sus víctimas para después torturarlas y atormentarlas, mientras disfruta de su dolor. Su ilustración principal muestra a una mujer altamente sexualizada en atuendo y postura. Tiene el cabello corto y llameante, los ojos brillantes, garras y de su espalda le aparecen un par de apéndices que simulan dos colas de escorpión (fig. 43). 193 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe III. Brujas. E. Morgana. En Monster Strike194 Lilith es un avatar electo de clase demonio y elemento agua. Tiene el cabello corto y cobrizo y los ojos verdes. Viste ropa de colegiala y porta una varita rematada con corazones, al igual que su lazo al cuello y su cinturón. Tiene un par de cuernos de carnero oscuros, alas de murciélago y cola de diablesa acabada en forma de corazón (fig. 44). Fig. 44. Lilith en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Lilith es un personaje de The Binding of Isaac de 2011, el cual es un videojuego desarrollado y diseñado por Edmund McMillen y programado por Florian Himsl, que se publicó en Steam, una plataforma digital de distribución de videojuegos. El jugador controla a un avatar dentro de un estilo de juego de mazmorras, donde se presentan los niveles de manera aleatoria. La historia comienza siguiendo a Isaac, el avatar principal, inspirado en el Isaac bíblico, que vive felizmente con su madre. Pero esa tranquilidad desaparece cuando a su madre (fervientemente cristiana) empieza a escuchar una voz que la convence de que su hijo está lleno de pecado y que debe despojarle de todos sus bienes materiales y encerrarle en su habitación. No contenta con eso la voz, le pide a la madre el sacrificio de su hijo y, cuando Isaac ve que su madre se acerca a él cuchillo en mano, huye a través de una trampilla de su habitación al sótano. Allí comienza el juego, donde el jugador debe ir superando los niveles hasta encontrarse con el jefe final. La forma principal de ataque de Isaac son las lágrimas que no puede dejar de derramar a causa de los traumas generados, y puede ir haciéndose más fuerte a medida que va recolectando objetos y desbloqueando otros avatares. Las decenas de avatares nuevos son el propio Isaac representado de manera diferente y, casi todos responden a personajes de la tradición judeocristiana: Caín, Azael, Judas, Magdalena, Eva, Sansón, Lázaro, etc. Uno de estos avatares es Lilith, introducida en 2014 en la actualización Rebirth y que personifica a Isaac como la primera mujer pecadora. Tiene la piel oscura, una larga cabellera roja, dos cuernitos en la cabeza y sus ojos sangrantes permanecen tapados con una venda blanca manchada de sangre (fig. 45). Ya que no puede ver, no puede atacar directamente con lágrimas, por lo que siempre le acompaña un Íncubo (uno de sus hijos) que lo hace por ella. El hecho de que mantenga las heridas de sus ojos cubiertas, recuerda a la iconografía de la Lamia griega que podía quitarse los ojos a voluntad para no ver a sus hijos muertos. De igual manera, Lilith lleva sus ojos tapados para no ver cómo a su hijo le hacen daño. Fig. 45. Lilith con el Íncubo sobre su cabeza en The Binding of Isaac: Rebirth, Edmund McMillen, 2014, EEUU. 194 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. Dentro de la astrología, Lilit es un punto que se mide mediante las posiciones de la Luna y la Tierra. Se trataría de la Luna Negra, un punto ubicado entre la órbita lunar y la línea imaginaria de la Tierra que une el perigeo y el apogeo (punto más cercano y lejano, respectivamente, de la Tierra hacia la órbita de la Luna) (fig. 46). Por tratarse de una posición lunar, es un punto vinculado con la energía femenina, de tal manera que, tanto en mujeres como en hombres, habla de cómo perciben el poder femenino que, como Lilit, ha sido exiliado y repudiado (Santos, 2021, p. 101). Revela de los placeres ocultos, la autodeterminación y el rechazo hacia la tradición y la transgresión a las normas. La Luna Negra es oscura, instintiva, visceral, arcaica e inconsciente; por lo que una represión de la energía de este punto astrológico causaría una castración de los deseos más profundos de uno, generando una herida que impediría la reconciliación plena del ser. Fig. 46. Punto astrológico donde se sitúa Lilit. Su símbolo se forma con una luna menguante oscura y el símbolo del “más” bajo ella, que la posiciona como un signo femenino. Vieja.- No soy yo, sino la Ley, quien te arrastra. Joven.- ¿La Ley? No, a mí no, sino Empusa cubierta de pústulas sanguinolentas. ¡Oh, tres veces desgraciado, que tengo que joder sin parar día y noche a una vieja sarnosa y luego, cuando consiga librarme de ella, me espera otra friné con un lecitio junto a las mandíbulas! ¿No soy un desgraciado o, mejor aún, un hombre de mala suerte a quien el destino le ha gastado una pesada broma, yo, que me veré encerrado junto a unas fieras de esa calaña? La Asamblea de Mujeres, Aristófanes, 392 a. n. e. Su nombre significaría, del griego empusae, “entrenadoras por fuerza” o “violadoras”, aunque otras denotaciones apuntan a “un pie” o “la que obstaculiza”. Eran ogresas helenas altamente seductoras y lascivas, que podían tener piernas de asno, ya que este animal se vinculaba con la lujuria y la crueldad. Esta concepción llegaría a Grecia desde Palestina, donde las Empusas se llamaban Lilim, debido a que se consideraban hijas de Lilit (Graves, 1985a). Tenían la capacidad de adoptar formas distintas como jóvenes y hermosas doncellas que atraían a los hombres, o animales como perras y vacas. El hecho de que se las atribuya la transformación a perras seguramente derive de las consideraciones alternativas que las hacen hijas de Hécate y parte de su séquito (Graves & Patai, 1986, p. 54). Hécate, como diosa oscura, ctónica y de carácter psicopompo, posee fuertes concomitancias con ellas que, sumado a lo sexual inherente en Lilit, conforman la Empusa. Al igual que el mito de Lilit y los Súcubos, las Empusas podían adoptar es aspecto de jóvenes bellas con la intención de seducir a los varones durante el sueño. Serían parte de un grupo de terrores nocturnos que, de igual manera que Hécate podía permitir que las almas de los muertos interfirieran durante los sueños ocasionando trastornos mentales, las Empusas formaría un cortejo, junto con las Lamias o las Estriges, derivado del imaginario de Lilit, que encarnarían la feminidad perversa, la nocturnidad y la lascivia. Las Empusas serían una personificación más “de la transgresión de los roles de género impuestos por el patriarcado” (Beteta Martín, 2016, p. 50). De las primeras menciones escritas que se tiene constancia sobre las Empusas es en la obra de Aristófanes, Las ranas, datado alrededor del 405 a. n. e. Se trata de una comedia que muestra a una Empusa, en las orillas del Hades, como una ogresa llameante con la capacidad de metamorfosearse en una doncella con un don para la seducción. Aristófanes detalla que, a pesar de su engañosa apariencia, se puede reconocer a la Empusa porque tiene una de sus piernas hecha de bronce, lo que le haría parecer de andares patizambos, concepto que contribuye a la comedia. En la Vida de Apolonio de Tiana de Flavio Filóstrato (ca. siglo III), mientras los protagonistas viajan hacia la India, se topan con una Empusa a la que hacen huir insultándola ente todos (Libro II, 4). Más adelante, Apolonio salva la vida de Menipo, un joven estudiante, que iba a casarse con una bella joven. La doncella no paraba de agasajar a su prometido, pero Apolonio la reconoce como una Empusa y le obliga a revelar su verdadera identidad. Tras echarse a llorar, la Empusa confiesa sus verdaderas intenciones: casarse con él para devorar su joven cuerpo, ya que la sangre pura de los jóvenes es su alimento (Libro IV, 25). Beteta (2016) teoriza que este relato de Aristófanes pues ser la semilla de origen de la criatura del vampiro posterior (p. 174). Esta escena inspiraría, veintiún siglos después, el poema Lamia del inglés John Keats. Del mismo autor es La Asamblea de Mujeres o Las Asambleístas del 392 a. n. e. que, en grado de comedia, el autor plantea una ciudad en la que las mujeres, cansadas de ser menospreciadas y subyugadas ante el poder del hombre, dan un golpe de estado y se hacen con los poderes de la polis. Se ha establecido que, por ley, los varones jóvenes deben yacer con las ancianas y, cuando un joven es empujado a cumplir dicha ley, compara a las viejas que le han tocado con una Empusa desagradable195. Sin poder saberse a ciencia cierta, hay autores que sostiene que Goethe se inspiró en el personaje de la Empusa de Aristófanes para crear su relato de La novia de Corinto (1797), otros que en realidad conocía las leyendas eslavas vampíricas. En esta historia una joven profundamente enamorada de su prometido, muere de pena tras saber que su familia pretende encerrarla en un convento para evitar que contraiga matrimonio con el joven. Queriendo vengarse de sus deseos y sueños incumplidos, se levanta de la tumba una noche y visita a su prometido en el lecho. Al ser sorprendidos por la madre, la novia muerta exclama: Por vindicar la dicha arrebatada la tumba abandoné, de hallar ansiosa a ese novio perdido y la caliente sangre del corazón sorberla toda. Luego buscaré otro corazón juvenil, y así todos mi sed han de extinguir. (Goethe, 1797/1974, p. 878). La joven, pues, se descubre como una doncella que, en su condición de muerta virginal, regresa al mundo de los vivos para hacer realidad sus deseos y vengarse por lo que le fue prohibido hacer en vida. Ese amor se ha corrompido, y ahora se muestra bajo pulsiones vampíricas que esconden un deleite en la sangre perverso y erótico. Arthur Conan Doyle, el conocido escritor del personaje de Sherlock Holmes, 195 El fragmento puede leerse al comienzo del epígrafe. escribió un relato titulado El Parásito en 1894. En él, el varón protagonista es manipulado psicológicamente por una misteriosa mujer, que tiene una pierna paralizada, por la que desarrolla una obsesión romántica. Ella consigue hacer que le despidan por su mal comportamiento o que robe un banco. Finalmente, consigue escapar de su yugo cuando le manda asesinar a su prometida, momento en que la mujer muere en el acto: De acuerdo con sus propias explicaciones -anota en el diario- esa mujer puede dominar mi sistema nervioso. Puede proyectarse a sí misma dentro de mi cuerpo y mandar en él. Tiene un alma de parásito; sí, un alma de parásito, de monstruoso parásito. Se introduce en mi organismo como el ermitaño en la concha del caracol (Conan Doyle, 1894/2020). La joven misteriosa se convierte en una Empusa más, que en lugar de alimentarse de la sangre del hombre seducido, lo hace de su energía psíquica. Conan Doyle establece paralelismos claros con el personaje mitológico, como su pierna lesionada o el gran poder de seducción que hace perder la cordura a los hombres (lo que se convierte en algo literal en el este relato). Debido a la poca relevancia de este personaje en la época griega, no existen imágenes suyas; aunque Virgilio (siglo I a. n. e./2021) convierte a las Erinias en figuras vampíricas y de ellas sí hay representación como mujeres sosteniendo reptiles y asediando a sus víctimas. El interés de los helenos por monstruos femeninos se decantó por los que justificaban el salvajismo y la poca inteligencia de la mujer, lo que legitimaba la exclusión de esta dentro de la sociedad a la se veían sometidas. Posteriormente, cuando la imagen vampírica comenzó a triunfar en Europa a partir de la Edad Moderna, hubo otras leyendas similares que suscitaron mayor interés que la de la Empusa dentro del campo artístico plástico y visual. Fig. 1. C. H. Schimidt-Helmbrechts, Empusa, 1896. Una mujer envuelta en una túnica negra, mira con ojos hipnóticos a un punto fijo que el espectador no alcanza a ver. Unas pequeñas sierpes revolotean entre su cabello oscuro. Se encuentra en un paraje algo surrealista, lo que aumenta el misterio en torno a su figura. Pero, a la izquierda hay elementos clave que definen el carácter de la retratada: una serpiente que representa su sexualidad exacerbada; una calavera coronada, símbolo de muerte igualitaria para todos y, arriba, una araña viuda negra, caracterizada por realizar el canibalismo sexual. Fig. 2. Gustav-Adolf Mossa, Ella (La Empusa), 1906. La Empusa se alza desnuda, con el semblante sereno, sobre una pila de cadáveres humanos ensangrentados. Ella se inclina hacia delante lo que enfatiza la atención sobre sus grandes senos. Tiene el cabello negro recogido y decorado con unas pequeñas calaveras y, a cada lado de su cabeza, dos cuervos negros se posan como símbolo de muerte. Posee una aureola dorada alrededor de la cabeza, que la contrapone con las imágenes de personajes bíblicos bondadosos. En la zona de su pubis asoma un búho, cazador carnívoro nocturno, generando una analogía entre el animal y sus genitales. En 1922 se estrenó Nosferatu: Una Sinfonía de Terror de F. W. Murnau, historia inspirada en el Drácula de Bram Stoker de unas décadas antes. En el viaje que realiza por mar el Conde Orlok desde Transilvania hasta Alemania, puede leerse el nombre de la embarcación en la que viaja: Empusa. El cine español cuenta en su haber con un film de bajo presupuesto de 2010 titulado Empusa del director Paul Naschy. En él las Empusas son vampiras lascivas, con actitudes lujuriosas y safistas (fig. 3). Rick Riordan menciona a varias Empusas en su saga de Percy Jackson y Los Dioses del Olimpo (2005-2009). Siempre son némesis de los protagonistas e híbridas femeninas con la capacidad de metamorfosearse en lo que deseen, cualidad que utilizan para devorar a sus víctimas. Su descripción general es que poseen la piel pálida, ojos completamente rojos, colmillos, cabello en llamas, y tienen una pierna de burro y otra de forma humana pero hecha de bronce. Fig. 3. Cartel de la película Empusa, Paul Naschy, 2010. Dentro de los videojuegos tampoco son muy populares sus apariciones. En la saga Megami Tensei196 aparece en doce juegos como night race en su mayoría (raza demoníaca compuesta por criaturas nocturnas). Su aspecto varía entre una mujer con alas de murciélago o una mujer cuadrúpeda. Esta última tiene las patas delanteras de lobo y las traseras de asno, una cola de zorro y escamas en vez de pelaje. Su cuerpo es azulado y su rostro humano es mortecino, con los ojos rojos y el cabello del mismo tono y cortado de manera recta y corto (fig. 4). Fig. 4. Empusa en Shin Megami Tensei II, Atlus, 1994, Japón. Empusa da nombre a un género de mantis dentro del mundo animal, que se caracteriza por el canibalismo de las hembras hacia los machos tras el apareamiento. Este insecto inspiró el diseño de las Empusas en el videojuego God of War197, donde son oponentes de Kratos, el avatar que el jugador controla, y que deben ser vencidas. Son siervas de las Furias, lo que les otorga un carácter ctónico, y emiten un gas tóxico que hiere a sus oponentes. Son híbridas, con torso desnudo femenino y cabeza sin pelo natural, en su lugar refulgen llamas. Sus brazos y piernas se transforman en las patas típicas de una mantis. Como curiosidad, el jugador puede acabar con ellas si consigue empalarlas con una de sus afiladas patas púrpuras, al igual que Vlad Tepes ejercía su violencia contra sus enemigos (fig. 5). Fig. 5. Empusa en God of War: Ascension, SCE Santa Monica 2013, EEUU. Siguió al cortejo hasta la iglesia, pero las lamias no pueden entrar en las iglesias, y entonces regresó al monte, llorando por su amor perdido. Tanto y tanto lloró que, en el lugar donde cayeron sus lágrimas, brotó un manantial que recuerda para siempre el amor imposible entre la lamia y el pastor. La Lamia enamorada. Leyendas de Euskal Herria, Toti M. De Lezea, 2003. 196 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 197 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. Lamia deriva del sumerio Lamastu, criatura malvada sumeria relacionada con el origen de la figura de Lilit. Lamia era una ogresa que, originariamente era una princesa de Libia, hija de los reyes Libia y Belo o Sibila y Poseidón en la mitología griega (Grimal, 1989). Zeus la poseyó en varias ocasiones (no se especifica si en contra de su voluntad) y tuvieron varios hijos. Hera, la esposa del rey de los dioses, en sus celos, asesinó a su descendencia u obligó a que Lamia lo hiciera ella misma. El dolor la llevó a vagar insomne cazando niñas y niños a los que devoraba, como venganza hacia otras madres que eran más afortunadas que ella; mientras que, progresivamente, se iba transformando en una híbrida con el tren inferior de cola de serpiente o de dragón198. Además, Hera, la había privado del poder de dormir, para que siempre tuviera presente en su retina la visión de los cadáveres de sus hijos, y no cesase su dolor. Zeus, apiadándose de su amante, la cual sufría por su capricho, tuvo el detalle de otorgarle la capacidad de sacarse los ojos a voluntad (como las Grayas podían utilizar y pasarse el único ojo que tenían entre ellas). De esta manera, era la única con la que Lamia podía dormir y descansar. Por perfilarse en Grecia como una roba niños que se alejaban de sus madres, tanto ellas como las nodrizas usaban a Lamia como historia terrorífica para asustar a aquellos que desobedecían o realizaban travesuras (Mayor Ferrándiz, 2012, p. 20), una suerte de Coco u Hombre del Saco actuales. La morfología híbrida de ofidia asemeja a Lamia a la iconografía de la Lilit hebrea, reforzando la asociación de la mujer con el reptil con connotaciones peyorativas, vinculado con la sexualidad exacerbada y el repudio a la maternidad. Vuelve a aparecer, pues, un personaje femenino que viola la vida de los bebés y niños, hecho antinatura en la concepción abstracta de la naturaleza de una mujer. San Jerónimo identificó ya en el siglo IV a Lilit con Lamia (Eetessam, 2015, p. 116). Elvira Barba (2008) menciona que existen vasos griegos que muestran a una mujer desnuda y cubierta de vello corporal, que denota su salvajismo, que podrían tratarse, hipotéticamente, de Lamia (p. 99). Tras la Lamia libia, aparecen las Lamias, una serie de criaturas que, como los súcubos y Lilit, seducían a los hombres mientras dormían, para beber su sangre y consumir su carne (Grimal, 1989). Estas Lamias serían prácticamente iguales a las Empusas en cuanto a carácter, aunque no iconográficamente. Según Graves y Patai (1986, p. 54) existe un relieve griego en el que se representa a una Lamia desnuda sentada a horcajadas sobre un hombre dormido y tumbado boca arriba. Como ya le ocurrió a Lilit en el Edén y, posteriormente, se publicaron durante la Edad Media manuales cristianos sobre la buena conducta sexual, la postura idónea para el coito era en la que la mujer permaneciera impasible bajo el hombre; lo que no deja de ser una forma de mantener controlada la sexualidad femenina. Ese relieve sería una muestra de la mala sexualidad de la mujer y, por tanto, condenable dentro de las culturas y religiones patriarcales. Aparte del mito griego de la princesa Lamia, las Lamias son unas criaturas que atraían a los hombres, los seducían o bien, los asaltaban mientras dormían, para comer su carne y beber su sangre; muy parecidas a las Empusas. Según Francisco J. Muñoz (2000), las Lamias recuperaban su belleza con la ingesta de la sangre de sus víctimas (p. 116). Al igual que los vampiros, ellas convierten el derramamiento de sangre en un líquido que otorga vida y las cualidades derivadas de ella como la juventud, belleza o la fuerza. En el film 198 Este tipo de transformación a una criatura abyecta, perversa y aislada de la sociedad ha inspirado otras historias posteriores. Una de ellas es la del personaje de Sméagol en El Señor de los Anillos (1954) de J. R. R. Tolkien. Sméagol es un hobbit que tras encontrarse con el anillo único de poder, el objeto le corrompe la mente de tal forma que metamorfosea su cuerpo, hasta que se convierte en una criatura completamente diferente llamada Gollum. Stardust (2007) de Matthew Vaughn, una trinidad de brujas intentan capturar con vida a una estrella caída del cielo, la cual coge la forma de una joven doncella inocente. El ritual de las brujas consiste en agasajar a las estrellas, mimarlas y hacerlas felices para que refuljan con su propia luz y, justo en ese momento, arrancarles el corazón y comérselo. La ingesta les proporciona, automáticamente, belleza y juventud. Durante la Edad Media, las leyendas de las Lamias fueron frecuentes y cambiaron de aspecto. A pesar de que se siguieran considerando ogresas, se abandonó la iconografía de reptil y juventud en favor de la vejez. Estas ancianas se relacionaría en el arquetipo de las brujas medievales (Eetessam, 2015, p. 179). El propio Caro Baroja (1961) las menciona en su texto Las brujas y su mundo alegando que las Lamias vuelan bajo el amparo de la noche, cometiendo la mayor cantidad de crímenes y horrores posibles (p. 130). Fig. 1. Lamia en el dintel de la iglesia de Santa María la Real, Olite, Navarra, siglo XIII. Fig. 2. Edward Topsell, Lamia, 1607, ilustración del bestiario La Historia de las Bestias de Cuatro Patas y las Serpientes. Quizá la Lamia que más separa del imaginario, haciéndola cuadrúpeda y con fisionomía de ambos sexos (pechos femeninos y genitales masculinos). Fig. 3. Vicenzo Cartari, grabado manierista, siglo XVI. Un hombre está siendo atacado por dos Harpías y dos Lamias. Una de estas últimas lo constriñe con su cola ofidia. En el País Vasco son muy comunes las leyendas de Lamias, aunque distan bastante de las de origen grecolatino. Se pueden diferenciar dos tipos de Lamia. Las primeras son las Lamiak, mujeres hermosas con los pies palmeados como si de un pato se tratara. Son criaturas amables que moran en zonas de agua dulce, como ríos o fuentes, en donde se dedican a peinar sus largos cabellos con peines de oro. Pero su amabilidad desaparece si alguien osa robarles sus peines. Pueden enamorarse de jóvenes humanos y tener descendencia con ellos pero, en cambio, como los vampiros, no pueden pisar tierra sagrada ni entrar en contacto con ningún elemento consagrado, por lo que jamás podían casarse con ellos. Existen varios relatos y cuentos del norte ibérico que cuentan estas historias, donde no todas poseían finales felices (Aguirre & Esteban, 2009). El segundo tipo de Lamiak en el País Vasco son, como ya se mencionaron en epígrafe de Sirenas, las llamadas Itxaslamiak que en español se traduciría como “Lamias de mar”; también pueden denominarse Arrainandereak o mujeres-pez. Estas, como las Sirenas medievales, poseen cola de pez. También peinan su cabelleras con peines y, quien se los quite puede llegar a dominarlas si sobreviven a su furia. Al igual que las Lamias-pato también pueden enamorarse de los humanos (Eetessam, 2015, p. 110). Fig. 4. Lamia “Xixili” en el rompeolas del puerto de Bermeo (Vizcaya). 1980. Se trataría de una Itxaslamiak pisciforme. Fig. 5. J. G. Etxabe, Lamia, 2007, escultura de piedra situada en Guipúzcoa. Pueden apreciarse cómo la Lamia se peina y revela sus pies de pato. Fig. 6. Fuente de las Lamias (de mar) en el Parque de Arizcun, Valle del Baztán, Navarra. John Keats escribió un poema en 1819 titulado Lamia, que cuenta la historia de cómo Hermes se apiadó de la princesa-serpiente Lamia y le devolvió su aspecto humano. En ese momento, Lamia fue en busca de Licio, un joven que vivía en la ciudad de Corinto. Ambos comienzan una relación amorosa y se casan pero, en el banquete de bodas, Apolonio de Tiana (el mismo de la obra de Aristófanes) descubre la identidad de Lamia. En ese mismo momento, Lamia recupera su forma híbrida ofídica y Licio acaba muriendo de dolor. Esta versión inspiraría a varios artistas finiseculares a representar, de nuevo, la belleza atroz que se oculta tras jóvenes doncellas cándidas y de apariencia inocente, y su amor lleno de engaños (fig. 8-9). Fig. 7. Anna Lea Merritt, Lamia, 1889. De cabellos rojizos, esta sensual figura femenina oculta la parte baja de su cuerpo, por lo que corre a cuenta del espectador imaginarse si hay piernas humanas o cola de serpiente. Fig. 8. Isobel Lilian Gloag, El Beso de la Hechicera o El Caballero y la Sirena, 1890, acuarela. Inspirado en el poema de John Keats, Lamia atrapa al caballero entre las ramas llenas de espinas de un rosal. La rosa, como símbolo de Venus, representa el amor romántico y sexual. Fig. 9. John William Waterhouse, Lamia y el Soldado, 1905, óleo sobre lienzo. En la línea prerrafaelita del autor, la Lamia se arrodilla suplicante ante el caballero. Ella, vestida con ropas claras y livianas, se contrapone al peso de la armadura del hombre. Fig. 10. Herbert James Draper, Lamia, 1909, óleo sobre lienzo. Una imagen mucho más tranquila, la Lamia se muestra, casi que aburrida. Se encuentra cerca de un río y muestra su torso sin pudor. Fig. 11. John William Waterhouse, Lamia, 1909, óleo sobre lienzo. Asemejándose a las leyendas más tardías, esta Lamia peina su larga cabellera mientras mira su reflejo en el agua, como gesto de vanidad. A pesar de que tenga piernas humanas, la tela azul de sus piernas se confunde con piel de serpiente, y lo mismo ocurre en la otra obra de Waterhouse (fig. 9). Da la sensación de que acaba de mudar su piel de serpiente, solo para activar su poder de seducción. A pesar de que se muestre como doncella, el artista no permite olvidar su verdadera naturaleza. Lamia aparece en la serie televisiva de Hércules: sus Viajes Legendarios, llamada Ella-Demonio. Sus padres son Equidna y Tifón, mezclando la iconografía e historia de Lamia, las Sirenas y Medusa. Es una mujer hermosa con el torso inferior de cola de serpiente, la cual ocultaba un vestido largo y blanco, que engañaba a sus víctimas (fig. 12). Las atraía mediante los cantos de su voz y las acababa convirtiendo en piedra. Hércules la vence mediante una artimaña que hace que se petrifique a sí misma, lo que vuelve a transformar su jardín de efigies pétreas en personas de carne y hueso. Fig. 12. Nicky Mealings interpretando a Ella- Demonio en Hércules: Sus Viajes Legendarios, Christian Williams, 1995. En el manga y posterior anime Monster Musume no Iru Nichijō, “Vida diaria con chicas monstruo”199, Kurusu Kimihito, el protagonista humano, acoge en su hogar accidentalemnte a Miia, una liminal o criatura mitad humana mitad animal, de tipo Lamia. 199 El argumento de la historia se detalla en V. Híbridas. A. Esfinge. Miia acabará enamorándose de Kurusu e intentará, siempre que puede, seducirlo. Su obsesión es tal que, cuando el joven comienza acoger más liminals femeninas en su casa (todas con mezclas diferentes con animales) y el gobierno declara que se deberá casarse con una de ellas, los celos de Miia son inconmensurables. A pesar de ello, es amable y bastante cariñosa, lo que le hace dar abrazos con bastante asiduidad con los que, si no tiene cuidado y como buena constrictor, puede aplastar al abrazado. Su apariencia es la de una joven con el cabello rosado y largo, grandes senos y cuyo tren inferior es una larga cola serpentina de esa misma tonalidad rojizo- rosada. Sus ojos son dorados, tiene algunas escamas por la zona de la mandíbula, orejas puntiagudas y colmillos (fig. 13). Fig. 13. Miia, liminal Lamia en Monster Musume no Iru Nichijō, Tatsuya Toshihara, 2015, Japón. Fig. 14. La primera aparición de Lamia fue en Incredible Hulk #138, Tony Isabella y Pablo Marcos, 1971. En Marvel cómics aparece dentro de las historias del personaje de Hulk. Su pasado es el mismo relato que en la mitología clásica y, tanto ella como sus descendientes (que poseían el tren inferior de reptil) robaban niños para alimentarse de su sangre. Paradójicamente, se alió con Hera y su grupo formado por otras mujeres mitológicas, como Medusa, Aracne o Eris, con el objetivo de acabar con Hércules. Tiene la boca extremadamente grande, con poderosos colmillos y uñas largas a modo de garras en sus manos. Viste con una armadura dorada de inspiración griega aunque con poco sentido práctico que se de corte en palabra de honor. Lleva su cabello negro recogido en una larga coleta (fig. 14). En DC Comics tiene dos personajes en Nueva Tierra. La primera está inspirada en el personaje mitológico como Natalia Spirin, una espía rusa que usaba sus feromonas para seducir y conseguir los objetivos de su trabajo. Está caracterizada como una mujer joven, con el cabello corto y negro, que suele vestir elegante y provocativa (fig. 15). Por otra parte Lamia era la madre del León de Nemea y la Quimera y villana en los cómics de Wonder Woman. Es un monstruo de piel oscura, cabello rojizo y colmillos, cuyo tren inferior es de reptil (fig. 16). Fig. 15. Natalia Spirin en Escuadrón Suicida #54, John Ostrander, Kim Tale y G. Isherwood, 1991. Fig. 16. Lamia en Wonder Woman Vol. 2 #215, DC Comics, 2005. Lamia es un personaje dentro de veintidós juegos de la saga Megami Tensei200, siendo habitualmente un demonio tipo femme race. Su aspecto está altamente sexualizado siendo una mujer muy atractiva con el cabello largo y cola de serpiente, que normalmente va desnuda, a falta de algunas. Se la suele representar con poses muy sugerentes (fig. 17). En God of War: Rise of the Warrior es aliada de Poseidón. Es de gran tamaño, con el cuerpo color del tono del mar y de su espalda y extremidades le nacen aletas. Lo único que conserva de la mitología es su nombre (fig. 18). Fig. 17. Lamia en Shin Megamia Tensei, Atlus, 1991, Japón. Fig. 18. Lamia en God of War: Rise of the Warrior, SCE Santa Monica, 2013, EEUU. 200 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. Lamia también es una criatura recurrente en los videojuegos de la saga The Witcher. Se tratan de unos videojuegos de rol desarrollados en Polonia por CD Projerkt RED y basados en la saga literaria homónima escrita por Andrzej Sapkowski. El juego tiene ambientación medieval y sigue las aventuras del brujo Geralt de Rivia, que viaja cazando monstruos. Con varias apariciones en muchos de los videojuegos, las Lamias siempre son monstruos vampíricos que se alimentan de la sangre de los jóvenes atractivos a los que atraen por las noches, transformándose en hermosas damas. Su verdadero aspecto es el de una mujer joven, completamente desnuda y con la piel manchada de sangre que le cae desde su boca con grandes colmillos. No son hermosas, sus dedos acaban en afiladas garras, se les marcan las costillas al torso, simbolizando su sed de sangre continua, y suelen tener el cabello oscuro suelto y despeinado (fig. 19). Fig. 19. Lamia en The Witcher, CD Projerkt RED, 2007-2018, Polonia. Aunque la mitología, por regla general, reconoce la fuerza del sexo femenino, demuestra que “no cree en ella” (Goñi, 2005, p. 87), prueba de ello es el resultado de los conflictos entre personajes femeninos y masculinos que, desde Babilonia, se resuelven con la victoria de los hombres sobre las mujeres (Marduk sobre Tiamat; Heracles, Teseo y Aquiles sobre las Amazonas, los Argonautas sobre las mujeres de Lemnos, Odiseo y Orfeo sobre las Sirenas, Jasón sobre las Harpías, Perseo sobre Medusa, Edipo sobre la Esfinge, Dios y Adán sobre Lilith, etc.). Mientras que en Oriente, la mujer guerrera es aquella que entra en comunión con la mujer creadora y maternal, en Occidente el poder de la guerrera radica en aquellas características asociadas con lo masculino que poseen y que las aleja de lo femenino: interés por la guerra, la caza, dominio de armas y técnicas de combate, montar a caballo, son estrategas, etc. Además llegan a mutilar sus atributos físicos femeninos o a renegar de su sexualidad, ya sea porque renuncian a mantener relaciones sexuales de cualquier índole o, al menos, con los hombres, o no responden al perfil ideal de madres, al ser capaces de abandonar, herir o asesinar a sus propios vástagos. Parece que para que la mujer pueda tener éxito dentro de la hegemonía de los hombres, debe renegar de ser mujer, por considerarse débil o inferior. Por lo tanto, no deja de ser una perversidad de la feminidad. Estas mujeres son consideradas extrañas, ajenas a la sociedad y casi monstruosas. Es por ello que se ven en la necesidad de aislarse de la civilización, si no reniegan de su feminidad. La violencia y la mujer son dos términos que jamás se ha permitido que puedan entrelazarse sin connotaciones negativas, y todo a raíz de la creencia errónea de que ellas son incapaces de ejercer violencia física (que no psíquica). El cine de los últimos años ha acuñado el término “mujer fálica” para referirse a un tipo de personaje femenino que hace uso de la violencia, técnicas de lucha y demás poderes asociados a lo masculino, obviando las mal llamadas “armas de mujer”201, para obtener poder dentro del mundo varonil, pero sin abandonar la feminidad convencional en sus cuerpos e, incluso, exagerarla (Bernárdez, 2012). Algunas de ellas son las protagonistas de Lara Croft: Tomb Raider (2001), Los Ángeles de Charlie (2000) o Catwoman (2004). Todo se basa en la dualidad femenino-masculino, como si no existieran pasos intermedios en los que poder crear nuevos personajes más allá de su género. Así, se evita un amplio espectro de personalidades femeninas y masculinas, las cuales son silenciadas o despreciadas en favor de determinados roles prototípicos. La mujer guerrera y mayoritariamente fálica, se trata, pues, de una alteración del estereotipo de mujer femenina y mujer varonil, que mezcla ambas, pero enfocadas a complacer al público masculino. Hace mucho tiempo, Kali, nenúfar de la perfección, se sentaba en el trono del cielo de Indra como en el interior de un zafiro; los diamantes de la mañana brillaban en su morada y el universo se contraría o se dilataba según los latidos de su corazón. Pero Kali, perfecta como una flor, ignoraba su perfección y, pura como el día, no conocía su pureza. Kali decapitada, Cuentos orientales, Marguerite Yourcenar, 1936. El nombre de esta diosa del hinduismo seguramente provenga de una feminización del término en sánscrito kāla, el cual se refiere al tiempo eterno que el ser humano no es capaz de concebir, de tal manera que se asocia a la oscuridad. Kali es, por tanto, la “Negra”, parte oscura, tenebrosa y destructora femenina que, como kāla, desintegra todo objeto u elemento al sucumbir al paso del tiempo (Fiel, 2016). Se encuentra asociada a multitud de diosas, siendo la más común Parvati, donde Kali se convierte en el aspecto destructor de esta diosa. Parvati tiene otro aspecto habitual, la diosa guerrera Durga; diosa que, por ende, también se asocia a Kali. Indiscutiblemente, la deidad Kali personifica la ferocidad y la destrucción dentro de la divinidad (Sechi, 1993, p. 372). La primera mención de la palabra “Kali” dentro de los textos hinduistas es en el Rig-veda, el texto más antiguo de la tradición védica, datado en torno al II milenio a. n. e. No se trata de la diosa como tal, sino que Kali es el nombre de una de las siete lenguas del dios del fuego Agní. Pero, en cambio, sí se menciona a una diosa llamada Ratri, “la noche”. Más tarde, apareció la diosa Kottrava, una diosa sanguinaria y cruel que infundía pavor. Quizá una fusión entre ambas diosas concibió el aspecto y carácter de Kali. Con la llegada de los textos Puranas en los primeros siglos de nuestra era, aparece la diosa Kálika (nombre apelativo de Kali), que nació de la frente o ceja de la diosa Durga mientras luchaba en una batalla encarnizada contra los demonios. Este sería, pues, el nacimiento de Kali. Durga le proporcionó sus habilidades para la guerra en su forma más feroz y bestial, por lo que Kali puede considerarse una especie de alter ego de Durga. Esa fuerza bélica y descontrolada de la diosa, solo es apaciguada por Shiva, uno de los tres 201 Las “armas de mujer” son aquellas que no requieren enfrentamiento físico directo y violento, sino que son más sutiles, como la manipulación, la seducción y la sexualidad, el engaño o el uso consciente de la supuesta inferioridad y debilidad femenina en contraposición a los hombres (Bernárdez, 2012). De igual manera, el veneno ha sido el arma predilecta de las asesinas, según los autores y creadores ya desde la mitología. dioses más importantes del panteón hindú, encargado de la destrucción del mundo para poder renovarlo y conseguir hacer que renazca. Los métodos que suele utilizar Shiva para calmarla son danzar con ella o transformarse en bebé, obligándola a apartar sus instintos asesinos, y sacar a la luz su antagónico carácter maternal que también posee. Así, Kali es la shakti de Shiva, el cual es, a su vez, uno de sus consortes. Shakti es el principio o energía femenina de un deva o dios hinduista masculino, por lo que se puede entender que Kali es la contraparte femenina del dios Shiva. El hinduismo es una cultura que, al igual que el cristianismo, posee diferentes doctrinas teológicas según las creencias. De esta manera, puede darse el monoteísmo, politeísmo, deísmo o panteísmo; al igual que el agnosticismo y ateísmo. Dentro de las creencias monoteístas, existe el shaktismo que es aquella que considera a una mujer, Shakti, como divinidad suprema. A su vez, esta doctrina posee subtradiciones donde pueden encontrarse distintas personificaciones de Shakti, siendo una de las más conocidas la de la diosa Kali (Monserrat, 2017, p. 425). Bajo esta forma, Kali es la Gran Diosa Madre despojada de toda connotación mortuoria y destructiva. La deidad lleva a los hombres a la muerte pero, tras esta, ella los sigue amando. Este amor es maternal ya que, como madre, se asegura de que el ciclo se cumpla: todo lo que nace, tiene que morir para volver a renacer (Ilitzky, 2006). A partir del siglo XVIII, esta ambivalencia (muerte-vida) se establecería por completo, generando una naturaleza dual dentro de la diosa, que la convierte en una de las divinidades con más seguidores dentro del panteón hinduista (J. Campbell, 2015, p. 36). Al ser considerado Shiva la conciencia primordial, tiene un papel fundamental dentro del tantra, por lo que Kali también está vinculada a esta práctica. La diosa representaría a fuerza del caos y de la muerte que es necesaria para que la vida exista. Es la contraparte opuesta y necesaria para el correcto funcionamiento de los ciclos vitales de regeneración. Iconográficamente es una mujer con la piel negra. El negro le otorga una naturaleza comprensiva a Kali, pues durante la noche cerrada, nada se ve y nada puede ser juzgado (Ilitzky, 2006). También es el color que absorbe a todos los demás, absorbe toda la luz que le llega, por lo que Kali está formada por toda la luz del universo. Si el negro es muerte, en Kali también es vida. Así, esta tonalidad, que le cubre todo su cuerpo, recoge de manera plena toda su naturaleza: madre, guerrera y muerte. Posee cuatro brazos, uno sostiene una cabeza decapitada y otro, la espada ensangrentada con la que ha dado muerte al demonio Kalaratri que, según G. Sechi (1993), fue su marido. La separación de la cabeza del cuerpo alude a la erradicación de la ignorancia y la aparición del conocimiento, la espada se convierte en la liberadora de los errores humanos (Ilitzky, 2006). Con otra de sus manos derechas, realiza el mudra o gesto de la paz o “no temor”, ya que el lado derecho representa su carácter creador. Como accesorios suele llevar un collar de cráneos humanos y, a veces, un cinturón con manos cortadas. Su lengua cuelga de su boca y posee tres ojos (el tercero aparece en su frente). El número tres vuelve a hacer presente en la imagen de una diosa cíclica, maternal y vinculada con la vida y la muerte. Relacionada con el tiempo, kāla, cada ojo puede observar un modo temporal: pasado, presente y futuro. De esta manera, Kali lo ve todo y es omnipresente. Mientras que un pie lo apoya en el suelo, el otro suele reposar sobre el cuerpo de Shiva, como si de una danza macabra se tratara. Puede estar acompañada de un tigre, considerado su vajana o vehículo. Los vajanas de los dioses son animales a los que se les transfiere parte de la identidad de la diosa o dios al que acompañan. De esta manera, cuando se representa a uno de estos animales solo, se considera que la deidad está presente en él. Su cuerpo suele ser muy voluptuoso, con poderosas caderas y senos turgentes y grandes. Esto atrae la energía femenina maternal que se suman a sus atributos de la batalla, asociados a la fuerza masculina. Esto último no hace más que resaltar aún más si cabe la feminidad de la diosa, pues es contradictoria una iconografía tan bélica y macabra en una mujer. En ella confluyen ambos géneros que, sumado a su naturaleza dual, hacen de Kali una diosa completa y perfecta. Su imagen se vuelve imponente, atrayente, seductora y adorada. No puede ser dominada por los varones ya que, si Shiva reside bajo sus pies, los hombres jamás podrán tener poder sobre ella. Las mujeres, en cambio, desean ser como ella, tener su seguridad, energía y poder en un mundo dominado por ellos. Como diosa maternal, Kali Ma, es común pedirle ayuda para hallar soluciones a los problemas y aquellos que necesitan consejo. Considerada la patrona de Calcuta, tiene allí su templo más relevante, el Kalighat. Fue construido en 1809 en la zona donde se cree que cayó un dedo de la diosa cuando fue descuartizada, convirtiéndose en un centro habitual de peregrinación. Dentro del culto a Kali, antiguamente se realizaban sacrificios humanos, llamados Nerameda, en honor a la diosa. Fueron prohibidos en el siglo XIX y, en su mayoría los realizaban los thug, considerados la primera mafia del mundo, que aparecieron en India durante la Edad Media y desaparecieron en la primera mitad del siglo XIX (Benegas, 2004; Sechi, 1993). En la actualidad esto no ocurre, pero sí que se siguen llevando a cabo ofrendas de sangre de algunos animales que se realizan cada mañana tras el amanecer, siendo común los sacrificios de cabras negras (Gayo, 2010). Cualquiera que desee entrar en el templo, sean creyentes o turistas, debe hacerlo descalzo. Dentro del templo reside una imagen única y poco habitual de Kali adornada con guirnaldas de flores y cubierta de mantos. Está pintada de negro, mostrando sus tres ojos y una gran lengua dorada sale de su boca. De entre sus cuatro brazos, uno sostiene la cimitarra, otra la cabeza decapitada de un hombre, y las manos de los otros dos brazos, realizan gestos de bendición o mudras. Según Shanit A. R. Ilitzky (2006), las manos izquierdas suelen sostener los objetos bélicos, ya que representan la destrucción y, las manos derechas, tienden a aparecer con las bendiciones, simbolizando su naturaleza creadora. De esta manera se encarna su ciclo vida-muerte dentro del cosmos (p. 27). A pesar de que es posible encontrar representaciones así de la diosa, no es una ley universal y, en algunas imágenes, sostiene los objetos y hace el mudra sin distinción de la mano. Fig. 1. Imagen de Kali dentro de su templo Kalighat. Fig. 2. Richard B. Godfrey, Kali, aguafuerte sobre papel. La diosa de piel negra danza sobre el cuerpo de Shiva, mientras se encuentra rodeada de cráneos humanos. Con las manos izquierdas sostiene la cabeza de Kalaratri y el arma ensangrentada, mientras que con las derechas realiza los mudras de la paz. Fig. 3. Artista de Calcula, nº 27, ca. 1895, litografía en color. Con la piel azulada, porta un collar de cabezas humanas. Sostiene los mismos atributos, y de la misma manera, que la imagen anterior. Tiene una abundante cabellera negra y, entre las nubes, aparecen las figuras de Brahma, Visnú y otro dios que observan la escena. Fig. 4. Ídolo de Kali en el Templo de Dakshineswar. La imagen fue instalada en el templo en 1855. Posee la piel negra y se encuentra profusamente engalanada. Tiene el collar, no de calaveras, pero sí cabezas de hombres cercenadas, y su lengua cae desde su boca. Fig. 5. Imagen de Kali en el Templo Sri Veeramakaliamman, siglo XIX, policromía. Con la piel azulada y la lengua colgante, Kali sostiene la cabeza sangrante del demonio, un cuenco donde recoge su sangre y una espada, entre otros objetos. En su cuello luce el collar de cráneos que tapa sus senos, y a su cintura se amarran manos cercenadas y otras cabezas de hombres. Por otra parte porta numerosas joyas y un tocado en tono dorado que la enaltece. Fig. 6. Imagen de Kali en el exterior del Templo Sri Veeramakaliamman, siglo XIX, policromía. Mientras sostiene diversos objetos en seis de sus manos (daga, tridente, bebé, cuenco, soga...), con otras dos saca los intestinos de un sacrificio humano para alimentarse de ellos. Su boca abierta deja colgando su lengua y muestra unos colmillos. Se encuentra enjoyada y engalanada con ropas de tonalidades vibrantes. A su alrededor, otras figuras le hacen más ofrendas. Fig. 7. Tiempo, siglo XIX, pintura y estaño pulido sobre papel. De manera más conceptual, se representa a la diosa bajo los mismos atributos y gestos. Fig. 8. Raja Ravi Varma, Kali pisoteando a Shiva, ca. 1910, cromolitografía. Añadiéndole el objeto del cuenco que recoge la sangre a modo de ofrenda, Kali posa uno de sus pies sobre el pecho de Shiva, victoriosa y, sobre su tocado aparece una media luna. Fig. 9. Pintura de Kali, ca. 1940. Mezclando cabezas femeninas y masculinas que adornan su collar, Kali se alza triunfante sobre Shiva. Fig. 10. Altar de Kali en el campo de Orisse. En esta escultura, ambos tienen la piel azulada y mantiene la iconografía habitual de la diosa. El interés europeo por las culturas orientales u orientalismo, generó muchas creaciones, sobre todo literarias, con personajes y tramas que transcurrían en tierras lejanas, como la India. La famosa novela de Julio Verne, La vuelta al mundo en ochenta días, publicada en 1872, hace mención a Kali y su culto cuando el protagonista Phileas Fogg junto a su criado Passepartout y otro personaje, rescatan a una joven que iba a ser quemada viva en la hoguera como sacrificio ritual a Kali. Bajo el mismo carácter salvaje, aparece retratada en Sandokán (1883-1913) donde su escritor, Emilio Sálgari, muestra a la diosa como una divinidad cruel y bárbara adorada por unos asesinos, los cuales estaban inspirados en la primera mafia del mundo, Los Estranguladores o Thugs. Siguiendo esta última inspiración, en la película Indiana Jones y el Templo Maldito (1984) dirigida por Steven Spielberg, aparece este grupo de asesinos donde Kali es su diosa y es a ella a quien se le ofrendan los corazones sangrantes de las víctimas de sacrificio. En la escena en la que se puede observar el ritual, el sacerdote que dirige el acto, introduce su mano en el pecho de la víctima, saca su corazón con la bendición de Kali Ma, y ella, automáticamente, cierra la carne y hace que el sacrificio continúe viviendo. Después, se le introduce en una jaula y desciende hacia un pozo de magma donde es consumido por las llamas, haciendo que el corazón que se muestra ante los presentes, también se incendie en el momento en que el cuerpo es besado por el fuego. La imagen de Kali se yergue, imponente, tras el altar de sacrificios, con sus múltiples brazos extendidos. Su rostro se compone de una calavera con la boca humeante e iluminada con fuego, al igual que sus ojos. Lleva el collar de cráneos y sostiene otros dos cráneos que actúan de sostén de la jaula que baja los sacrificios hasta el magma de la tierra (fig. 11). Fig. 11. Fotograma del film Indiana Jones y el Templo Maldito, Steven Spielberg, 1984. El tema de la decapitación es inherente a la figura de Kali. Existen relatos que indagan sobre este tema, estableciendo que, dentro del cuerpo reside el alma. Alma y cuerpo pueden ser separados en el momento de la decapitación pero, en estos relatos, aunque la cabeza vuelve a unirse al cuerpo, no es el suyo original. Los conflictos iniciales suelen atañer a los deseos eróticos de los personajes, su relación con la sociedad o su ignorancia hacia sí mismos. Con la transposición de las cabezas, se resuelven los conflictos, regresa el orden y trae la felicidad o la sabiduría; no sin antes, hacer una reflexión sobre el tema que adquiere características metafísicas. Uno de estos relatos es el de Marguerite Yourcenar, Kali decapitada, publicado en 1938 y que se analizará más adelante. Otra historia es la del alemán Thomas Mann, Las cabezas trocadas, publicada en 1940. En este relato se genera un triángulo amoroso entre los amigos Chridaman y Nanda y la joven Sita, de la que se enamoran ambos mientras la ven bañarse desnuda en el río. Los hombres son completamente contrapuestos: mientras que Chridaman tiene un rostro aristocrático y es mucho más espiritual, su cuerpo es débil y enfermizo; Nanda, es un hombre rudo, que ha trabajado de herrero, por lo que su cuerpo es atlético, pero no es muy agraciado de rostro. Finalmente es Chridaman quien se casa con la bella Sita, pero esta no siente deseo hacia el cuerpo de su marido, mientras que sí lo hace en silencio hacia el de su amigo, hecho del que Chridaman es consciente. Mientras viajan los tres a visitar a los parientes de ella para presentarles al hijo que Sita había tenido, descansan cerca de un templo de la diosa Kali. Chridaman se dirige allí y, en un acto de desesperación, pues no aguanta más su situación matrimonial, se decapita ante la diosa. Nanda, que sale a buscarle, le encuentra en el templo y, sintiéndose culpable del destino de su amigo, decide seguirle dándose muerte de la misma manera. Cuando Sita les encuentra a ambos, intenta ahorcarse, pero Kali despierta y le dice que vuelva a unir sus cabezas bajo un ritual. Sita lo hace pero, de manera inconsciente (o no), intercambia las cabezas en los cuerpos. Tras la toma de conciencia de lo sucedido, visitan a un sabio para preguntarle que quién es el marido de Sita, ¿la cabeza de Chridaman o su cuerpo? El sabio responde que es el que ha heredado la cabeza de su marido. Así, Sita y Chridaman comienzan a vivir un matrimonio pleno y lleno de deseo, pues Chridaman ahora reúne la espiritualidad y el cuerpo. Nanda, resignado, se vuelve un ermitaño y se aleja de ellos. Pero, con el paso del tiempo el fuerte cuerpo de Nanda con la cabeza de Chridaman comienza a perder su belleza, y Sita comprende que la relación mente y cuerpo va mucho más allá en la integridad humana. Cuando el hijo de Sita tiene cuatro años, su madre aprovecha un viaje de su marido para visitar a Nanda. Allí, yace con él y Chridaman, al regresar a casa y ver que su familia no está, decide visitar a su amigo para hablarle de su nuevo dilema: la fidelidad de su esposa, pues no sabe si, al tener el cuerpo de Nanda, ella le está siendo fiel. Cuando ambos se encuentran, deciden volver a suicidarse ya que no soportan seguir viviendo así, dándose muerte el uno al otro. Y Sita, como viuda, arde viva en la pira funeraria (Mann, 1940/2002). El conflicto versa constantemente entre la dicotomía cuerpo y espíritu, traída al relato de una manera ficticia y hasta macabra. La historia habla sobre el deseo sexual, la moral y el amor de una manera filosófica. La metafísica se hace presente mediante un relato que va en busca del sentido de la vida. Como, desde las emociones más animales (la atracción sexual), las cuales están conectadas con los primeros chakras que acercan al ser humano a su parte más salvaje y básica, se elevan hasta el último chakra, que ni siquiera reside en el cuerpo, y se dirigen al espíritu y los problemas morales más complejos. Kali se convierte en el nexo de unión (y nunca mejor dicho) entre el mundo humano donde se nace y, ante ella y por ella, muere, con el mundo divino y espiritual, permitiendo el renacer de los cuerpos aunque convirtiéndolos en otra cosa distinta. En el tercer libro de la saga Viajes peligrosos, Muerte en Delhi (1993), escrita por Gary Gygax, los thugs vuelven a hacer acto de presencia. En esta historia son una secta que adora a la Diosa Oscura Kali y que acaban con sus víctimas estrangulándolas con lazos negros, ya que Kali no les permite derramar sangre. Al final de la novela, la propia diosa se personifica. Es descrita como una mujer negra de más de dos metros de altura, que posee cuatro brazos y porta un collar de cráneos. A pesar de presentarse en un principio como una divinidad cruel y vengativa, es justa y escucha a los demás. Este hecho persona en ella el carácter dual que posee dentro de las creencias védicas. En el film El viaje fantástico de Simbad, dirigido por Gordon Hessler en 1973, el conocido marinero se enfrenta al villano en una batalla con espadas a muerte, pero Simbad es engañado, y el villano hace revivir a una gran estatua de piedra de la diosa Kali. Esta hace a aparecer una cimitarra en cada una de sus seis manos y lucha contra Simbad y sus compañeros. Finalmente fue vencida al ser arrojada desde un alto, lo que provocó que la piedra se resquebrajara y la estatura acabara hecha añicos. Fue animada mediante la técnica el stop motion por Ray Harryhausen (fig. 12). Fig. 12. Fotograma de la película El viaje fantástico de Simbad, Gordon Hessler, 1973. La diosa permanece con las piernas abiertas a horcajadas y lleva el cinturón de calaveras, sonrisa permanente en su rostro y un gran escote en su atuendo. Fig.13. Lucy Lawless (Xena) como Kali en Xena: La princesa guerrera, John Schulian y Robert Tapert, 1995-2001. Kali es un personaje que aparece en un capítulo de la serie Xena: la princesa guerrera. La diosa posee el cuerpo de Xena y lo transforma asemejándolo al suyo en la iconografía. De esta manera, la piel de la guerrera se oscurece, aparecen dos brazos más portando armas en todos ellos y su atuendo se llena de collares de calaveras, guirnaldas de flores y demás accesorios. En la figura puede apreciarse un mural de la propia Kali pisando el cuerpo de Shiva tras la actriz (fig. 13). En 1963 se emitió por la radio mexicana la historia de Kalimán un superhéroe descendiente de Kali que, como su sucesor, defendía la justicia por encima de todo, bajo la promesa de no provocar la muerte a nadie. Esta historia, despojó a Kali de todas sus connotaciones negativas, apelando a su carácter maternal y justo. Tras el éxito cosechado en radio, a los dos años se comenzaron a publicar historietas y cómics. La imagen de la diosa responde a la iconografía habitual de varios brazos y atractiva, pero la despoja de sus atributos más terroríficos e icónicos: su expresión alocada con la lengua colgante, el tercer ojo, el collar de cráneos, la cabeza decapitada y la espada (fig. 14). Fig. 14. Kali en Kalimán, creado por Modesto Vázquez, 1965. Fig. 15. Kali en Amazing High Adventure #5, M. Baron y J. Ridgway, 1986. En Marvel Comics Kali es una de todos los dioses adorados por los humanos, siendo miembro de los Daevas, una raza extradimensional, cuyo nombre está inspirado en las Devís (diosas) y los Devas (dioses) de las creencias hinduistas. No tiene la piel negra y el collar se convierte en cinturón (fig. 15). En DC Comics, Kali aparece en dos universos. El primero es en Nueva Tierra dentro de la historia de Wonder Woman, donde se convierte en villana de la protagonista, encarnando es el caos más absoluto, siendo la diosa de la guerra, la destrucción y la muerte (fig. 16). En el otro universo es la diosa de la muerte y la destrucción igualmente, pero no como un elemento del caos sino como la muerte encarnada o la destrucción cósmica personificada (fig. 17). Fig. 16. Kali en Wonder Woman Vol. 2 #149, DC Comics, 1999. Bajo toda la iconografía habitual, Kali se presenta con la piel azulada, colmillos y el torso desnudo tapado por el collar cadavérico. Fig. 17. Kali en La Liga de la Justicia 3000 #4, Keith Giffen, J. M. DeMatteis y Howard Porter, DC Comics, 2014. Aunque continua con sus múltiples brazos, la diosa se separa de sus atributos comunes. Su cabello se vuelve pelirrojo, los ojos brillantes y viste con una armadura. En la saga de videojuegos Megami Tensei202, Kali aparece en, al menos, treinta y tres de ellos como demonio tipo femme race o lady race, entre otros, es decir como un personaje femenino que se asocia al mal, la guerra, la muerte o por ser una gran diosa dentro de un panteón, siendo consorte de una deidad caótica. Aunque varía su diseño entre todos los videojuegos, posee rasgos comunes, como sus múltiples brazos sosteniendo armas en cada uno, pieles oscuras y motivos de calaveras (fig. 18). Fig. 18. Kali en Shin Megami Tensei, Atlus, 1991, Japón. En Monster Strike203 es un avatar electo de clase deidad cuyo elemento es el agua. Tiene el pelo azul, los ojos dorados y va vestida con poca ropa en tonos azulados y descalza 202 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 203 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. (fig. 19). Lleva calaveras como accesorios y, en las dos últimas evoluciones (de cuatro que tiene) su piel se llena con pinturas tribales. En su última evolución, tiene la piel más oscura y aparece con cuatro brazos (fig. 20). Fig. 19. Kali en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Se trata de su segunda evolución denominada Mother Kali. Fig. 20. Kali Transcenion en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. En el videojuego Smite204, Kali es la Diosa de la Destrucción. Tiene el pelo oscuro recogido en trenzas, cuatro brazos, ojos enteramente blancos y expresión fiera. Sus atributos físicos están exagerados y lleva poca ropa. Porta cuchillos, una lanza o tridente y un una vasija (fig. 21). Definitivamente el tono azul en la piel de la diosa, se convierte en un sustituto del color negro tanto en las pinturas y esculturas de los templos e ídolos, como en sus representaciones en los diversos soportes actuales. Fig. 21. Kali en Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. 204 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. El artista y diseñador gráfico John Pasche se inspiró en la iconografía de Kali para crear el mítico logo del grupo de rock Rolling Stones. En 1983, la cantante Alaska sacó un álbum junto a Dinarama titulado Canciones profanas. La tercera canción se llama Kali y la letra es un texto tradicional bengalí que se repite continuamente durante los más de cuatro minutos de canción. La diosa tiene más apariciones en otras composiciones y grupos como Maha Kali (2004) sencillo de Dissection, At the Left Hand of God (2007) de la banda de death metal Behemoth (donde también aparecer en la portada del álbum donde va incluido el tema (fig. 22)), La danza de Kali (2009) de la banda mexicana Coatl, Kali-Yuga II y Kali-Yuga III (2007) del grupo de metal sinfónico Therion. En el tema Wytches Chant ‘98 del grupo Inkubus Sukkubus, Kali es una de las siete diosas madre que nombran una y otra vez, como un mantra invocador, en su letra. Fig. 22. Portada del álbum The Apostasy, Behemoth, 2007. Kali se muestra entronizada y armada sosteniendo una cabeza decapitada masculina y con calaveras a su alrededor. Del cuello cuelga su típico collar y su rostro se deshumaniza. AFRODITA.- ¿Acaso Ares no resultaba más temible todavía? Y sin embargo, lo desarmaste y lo venciste. EROS.- Pero es que me recibe de buen grado y me invita. En cambio Atenea me mira de reojo, y una vez que pasaba volando casualmente cerca de ella con la antorcha encendida me dijo: “Como te acerques a mí, te juro por mi padre que te atravesaré con mi lanza, o te cogeré por los pies y te arrojaré al Tártaro, o te haré pedazos con mis propias manos.” Me amenazó con muchas intimidaciones de este tipo. Además, tiene una mirada torva, y lleva en el pecho una cabeza horrenda, con una larga cabellera de serpientes, que es lo que más me espanta; me aterra cuando la veo y huyo del espantajo. Diálogos de los dioses, de los muertos marinos, de las cortesanas, Luciano de Samosata, ca. 158, XIX (1987, p. 64). Atenea es la diosa griega de la sabiduría, la estrategia bélica, la guerra, la civilización, el tejido y demás artes; y es, junto con Zeus y Apolo, una de las tres deidades fundamentales dentro del panteón griego. Su iconografía habitual consistía en una mujer adulta, con vestido largo junto con una égida sobre el pecho a modo de coraza, casco de guerra y armada con una lanza y un escudo. Platón (ca. 360 a. n. e./1871) estableció el origen etimológico del nombre de esta diosa griega a partir de derivar y unir las palabras inteligencia, nous, y deidad, theos; de esta manera, “inteligencia divina” sería Theonóa. Por otra parte también propone que pudiera derivar de “inteligencia ética”, Ethonóē; pero, de cualquier manera, acabó derivando a Athenóa, εpor considerarse más bello (407b). Se trata de una diosa prehelénica a la que se denominaba “de las serpientes”, por tratarse de uno de sus atributos más comunes, donde era una protectora del hogar y se la relacionaba con el olivo y la lechuza. Este animal acabaría vinculado a sus ojos, tanto por la perspicacia con la que miran como por el color y su habilidad biológica. Siendo un ave nocturna, es enormemente fotosensible, por lo que la claridad de sus ojos le permite ver perfectamente en la oscuridad. Esa habilidad pasó a formar parte metafóricamente de Atenea, convirtiéndose en aquella que puede ver en los lugares más oscuros, es un faro, una luz iluminadora de la verdad y la razón; concepto ampliamente aceptado para Dios en la religión judeocristiana. Durante la época micénica, Atenea pasó de ser la guardiana de la casa a tener la tutela del palacio y el monarca, para, posteriormente, ser la de la ciudad. Este carácter protector se puede observar muy claramente en los mitos helenos donde la diosa protegía a los héroes masculinos o, como se muestra en un paisaje de la Ilíada, donde se decía que Troya jamás sería vencida mientras que una imagen primitiva de Atenea, el Palládion, permaneciera en el interior de la ciudad; por eso Odiseo y Diomedes la robaron. Su aspecto guardián la vinculó con la guerra, aunque de manera distinta a Ares. Mientras que este ensalzaba la fuerza, el fragor y la matanza de la guerra, Atenea era mucho más mental, más cauta y estratega. Esto la hizo convertirse en una patrona de los creadores de armas, hecho que la relacionaba con Hefesto (en el Ática compartían culto) y que, más adelante, se transformaría en la habilidad que se posee para crear objetos, convirtiéndose en patrona de los artesanos. Al ser, además una mujer, su carácter protector se extiende a ellas bajo el modo de las labores femeninas y del hogar, como el tejido. Hesíodo (ca. 715 a. n. e./1978) ya menciona a la diosa en su primera página de la Teogonía y establece que es hija de Zeus y que posee los “ojos glaucos” (vv. 14-15, p. 69), una intensa y clara tonalidad grisácea verde-azulada. Más adelante cita cómo engalanó a Pandora tras ser creada por Hefesto, y alaba la belleza del bordado del velo que le coloca sobre la cabeza, que fue tejido por la propia diosa (vv. 375-376, p. 96). Su nacimiento se produce incluso antes de que Zeus contrajera nupcias con Hera; pues, antes que ella, tomó por esposa a Metis, la deidad más sabia de entre todas las criaturas divinas y mortales. Pero Gea y Urano aconsejaron a Zeus que no tuviera descendencia con ella, pues sus vástagos podrían poseer la suficiente nobleza y honor real, para despojarle del trono de rey de los dioses, tal y como él despojó a su padre Cronos y este, anteriormente, a su abuelo Urano. Le predijeron que su primer hijo se trataría de una doncella de ojos glaucos “Tritogenia” que sería igual de valiente e inteligente que su padre y, tras ella, vendría un varón, destinado a ser un rey arrogante y a arrebatarle el trono. Así, cuando Metis ya estaba en un estado avanzado del embarazo de la primogénita, Zeus se tragó a su esposa, donde permaneció por siempre en su interior avisándole del porvenir con palabras sabias. Tras sus muchos encuentros con diferentes mujeres, de los cuales nacieron toda la prole que rige el mundo: Horas, Moiras, Gracias, Perséfone, Musas, Ártemis y Apolo (por ese orden), contrajo matrimonio con Hera, con quien tuvo a Hebe, Ares e Ilitía. Tras estos alumbramientos, de su cabeza205 nació adulta y preparada para la guerra Atenea “de ojos glaucos, terrible, belicosa, conductora de ejércitos, invencible y augusta, a la que encantan los tumultos, guerras y batallas” (vv. 886-929, pp. 109-110). A pesar de las palabras de Hesíodo, antes ya se hablaba de la procedencia de la diosa Atenea. Existían tres versiones contradictorias que el autor de la Teogonía supo conciliar y que la erudita Jane E. Harrison (1980) expuso. Por un lado, Atenea era hija partenogénita de Metis, puesto que, antes de la llegada de las culturas patriarcales, l a sabiduría era un concepto perteneciente a las mujeres, como guardianas de los misterios del universo. En segundo lugar y como expone Hesíodo claramente, Zeus devora a Metis, pero 205 Apolodoro (siglos I-II/1987) apunta que fue Prometeo o Hefesto el que, con un hacha, abrió la cabeza de Zeus para que naciera la diosa (Libro I, III, 20, 6, p. 13). el conocimiento no se pierde, sino que él, patriarca indiscutible, se hace con ese poder y le habla desde dentro. Y, por último, Atenea se convierte en hija únicamente de Zeus, tal y como Homero la describe (Graves, 1985a). Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2017) habla de la relación de Atenea con Egipto. Por un lado, explica los cinco elementos que dieron origen al mundo, la diosa Nut, deidad femenina del cielo, creadora y madre de los principales dioses en la Enéada heliopolitana, se convierte en el elemento del aire y afirman que al aire lo llamaron Atenea, traducido el término, y la creyeron hija de Zeus y la consideraron virgen por ser el aire inmaculado por naturaleza y ocupar el lugar más elevado de todo el cosmos; por tanto, se contó en el mito que nació de la coronilla de Zeus. Se la denominó también “Tritogenia” por cambiar tres veces su naturaleza durante el año, en primavera, en verano y en invierno. Se le dice también “Glaucopis” no, como algunos griegos supusieron, por tener los ojos azules (eso es simple), sino por tener el éter una apariencia azulada (Diodoro de Sicilia, siglo I a. n. e./2017, Libro I, 12, 7-8, p. 100). Así, el autor la envuelve en una concepción mucho más compleja. Platón, en su Timeo, ya había hablado de la vinculación de Atenea con Egipto, identificándola con la diosa Neit. Esta era patrona de la guerra y la caza, así como diosa funeraria y divinidad asociada con la sabiduría y los inventos. Durante el Imperio Nuevo (ca. 1550-1070 a. n. e.) se convirtió en la Diosa Madre, aunque con un aspecto poderosamente andrógino. Sus representaciones solían mostrar a una diosa con la corona roja del Bajo Egipto, sosteniendo un arco y flechas o una lanza y acompañada de una lechuza; a su vez también podía encontrarse al lado de objetos relacionados con el tejido y el bordado, hecho muy vinculado con los sudarios y vendas de los difuntos, de ahí su carácter protector de los muertos. El sacerdocio de Neit era femenino, sus sacerdotisas debían permanecer vírgenes y, anualmente, realizaban un combate armado (Graves, 1985a). Pausanias (siglo II/1994, siglo II/2008), en su Descripción de Grecia, detalla los numerosos templos que la diosa poseía en toda Grecia, así como sus imágenes y epítetos; siendo habituales sus representaciones hechas en marfil y oro y en mármoles blancos. También hace referencia a su nacimiento cerca del río Tritón, pues allí se erigió un templo en su honor junto a una fuente llamada Tritónide (Libro VIII, 26, 6-7, p. 166). Los autores insisten en vincularla al agua, sea cual sea su manifestación. Como ya se ha mencionado anteriormente, el agua es un elemento fuertemente vinculado a lo femenino y la maternidad; Zeus se valió de la cercanía del agua para poder dar a luz a Atenea, haciendo que la diosa esté irremediablemente relacionada con este elemento, a pesar de no haberse convertido en madre. No se deben confundir los epítetos de la diosa Tritónida y Tritogenia. Mientras que algunos autores, como Pausanias, aseguran que el primer epíteto hace referencia a su nacimiento cerca del río Tritón, K. Kerényi (1951) teoriza que no se trataría de un lugar concreto, sino que procede de la misma agua, ya que el nombre “Tritón” puede hacer referencia al agua en general. El sobrenombre Tritogenia, por otra parte, posee un significado más profundo. Según Demócrito, se debe a que la sabiduría y, por tanto, el buen juicio, se manifiesta de tres maneras diferentes: deliberar, hablar y obrar como se debe (Moreno et al., 2000). Esto entroncaría con su nacimiento, al ser nacida de la cabeza e, indudablemente, apta para ser sabia y, como ya se ha mencionado que apuntó Diodoro de Sicilia, por su naturaleza triple, al cambiar de estado tres veces al año. Nuevamente aparece una similitud con la Diosa Triple. Robert Graves (1985a) la establece en la tríada femenina que se forma durante el pasaje mítico del Juicio de París, donde Atenea es la doncella, Afrodita, la ninfa y Hera, la anciana; siendo las tres una misma diosa en diferentes versiones. Enrique Gil (2000) las denomina la Virgen, la Puta y la Madre, respectivamente. En cualquier caso su simbología es clara: Atenea es la virginidad e independencia, la amiga de los hombres, pues mantiene una relación mental con ellos; Afrodita es la seducción y la belleza física, la amante de los hombres ya que mantiene relaciones físicas con ellos; y Hera representa la fidelidad y la maternidad, establece vínculos filiares con los varones, siendo la que se convierte en esposa y madre. Esta triplicidad posee múltiples lecturas e interpretaciones: tres tipos de mujer en la sociedad, tres maneras que tienen las mujeres de entender su propia naturaleza según la etapa biológica en la que se encuentren, tres estados que componen los ideales de feminidad u otras tres maneras en la que los hombres ven y agrupan a las mujeres en base al tipo de relación que establecen con ellas (Goñi, 2005, p. 18). Aparte de esos dos, los epítetos de Atenea son abundantes y variados, siendo algunos de ellos: Pártenos, “virgen”, así fue adorada en el Partenón; Glaucopis, “de ojos brillantes y plateados” o “de ojos de lechuza”; Macanítide, por ser creadora de planes y ardides; Pronea, de Pronaia, “la que está delante del templo”; Promacos, usado mientras dirigía las batallas, “que lucha delante”; Alcidemo, “defensora del pueblo”; Ergane, “protectora de los artesanos”; “Erisiptolis, “protectora de la ciudad”; y un largo etcétera pues, en cada región donde era adorada de manera diferente y, según como se manifestara, poseía unos u otros epítetos. Pero si Atenea posee un sobrenombre conocido es el de Palas. Se trata de un epíteto de origen incierto, puede significar “doncella” o “la que blande el escudo”, en cualquiera de los casos, hace referencia a dos de las características principales de la diosa. Apolodoro (siglos I-II/1987) expone que, tras su nacimiento en Libia, fue criada por Tritón (vuelta al mismo nombre de las aguas) y este tenía una hija llamada Palas. Ambas solían entrenar las artes de la lucha juntas pero, un día, tuvieron una discusión y Palas estuvo a punto de golpear a Atenea, por lo que Zeus, temeroso, interpuso la égida entre ambas. Palas se asustó y Atenea fue quien la golpeó de muerte. Tras el golpe accidental, Atenea se entristeció enormemente, creó una estatua con los rasgos de Palas y le ciñó la égida culpable de su muerte en el pecho (Libro III, XII, 3, 144, p. 98). Según Graves (1985a), el arrepentimiento de la diosa hizo que acogiera el nombre de su compañera y lo colocara antes del suyo propio. Pero la analogía no acaba aquí, el mitólogo relaciona el combate entre las dos mujeres con las luchas anuales de las sacerdotisas de Neit. Además, la égida era propiedad de Atenea mucho antes que de Zeus, y esta no dejaba de ser un zurrón de piel de cabra con una serpiente en su interior y la imagen de la Gorgona, por lo que era muy similar a los delantales de piel de cabra que las mujeres libias llevaban en su vestimenta. Así, tanto los ropajes de Atenea como su égida provenían del atuendo de las muchachas libias, donde las correas de cuero típicas de Libia, fueron sustituidas por serpientes para Atenea. En los Himnos homéricos (Homero, siglo VII a. n. e./1978), Hera se refiere a atenea como “la de ojos de lechuza” e, igualmente, se la hace nacida de la cabeza de Zeus, engendrada solo por él (Himno a Apolo, v. 315, p. 120). En Himno a Afrodita, se especifica que Atenea es una de las tres diosas que están exentas del poder de la diosa del amor: A la hija de Zeus egidífero, a Atenea, la de ojos de lechuza. Pues no le agradan las acciones de la muy áurea Afrodita, sino que le atraen las guerras y la acción de Ares, combates y batallas, así como ocuparse de espléndidas labores. Fue la primera que enseñó a los artesanos que pueblan la tierra a hacer carrozas y carros variamente adornados de bronces. Fue ella también la que les enseñó a las doncellas de piel delicada, en sus aposentos, espléndidas labores, inspirándoselas en el ánimo a cada una (Homero, siglo VII a. n. e./1978, vv. 7-16, p. 187). Posee sus propios himnos, uno muy breve, en el que se ensalzan sus aptitudes de guerrera y protectora de los soldados (XI, p. 221); y otro en el que, tras su nacimiento sin mediación femenina, Atenea colapsó el mundo ante su terrible presencia que, incluso Helios, en su carro alado, detuvo su camino hasta que Atenea decidió despojarse de sus armas y Zeus se enorgulleció de su creación (XXVIII, p. 291). De entre todos los dioses del panteón griego, con el que peor relación tenía fue con Poseidón. El origen de sus trifulcas se dice que se inició en la competición por el patronazgo del Ática. Mientras que Poseidón había hecho emerger un gran pozo de agua salada, llamado mar del Erecteion por el sonido de que hacía similar al de las olas marítimas, Atenea hizo brotar el primer olivo al lado del pozo. Como la diosa apareció tiempo después de que Poseidón hubiese reclamado esa tierra como suya, la retó a combate singular, y Atenea, belicosa, iba a aceptar sin dudar, pero Zeus se interpuso. Estableció que el patronazgo de la ciudad se decidiría mediante los votos de los demás dioses, según considerasen quien había entregado al pueblo el mejor regalo. En la votación se invitó al que, por aquel entonces, era el rey del Ática, Cécrope, para que diera testimonio. Los resultados fueron dispares, mientras que todos los dioses varones apoyaron a Poseidón, todas las diosas, hicieron lo propio con Atenea. Así, por mayoría superior a un voto, se decidió que Atenea sería su patrona por haber ofrendado un mejor don. Hard (2008) contradice los hechos de la votación y asegura que todos los dioses fallaron a favor de Atenea por considerar que su regalo era mucho más productivo económicamente, a pesar de que Poseidón llegara primero (p. 153). Poseidón, en su furia, lanzó olas gigantescas sobre una zona del Ática, la ciudad de Arene, hogar de Atenea, y la diosa se estableció en Atenas, bautizando la ciudad con su nombre en plural. Pero, para aplacar la ira de Poseidón, se le prohibió el voto a las mujeres en Atenas y a los hombres llevar los nombres de sus madres, permitiendo únicamente la pervivencia del nombre paterno (Apolodoro, 1987; Higino, 2008; Pausanias, 1994). Varrón, recogido en los textos de San Agustín, da otra versión alternativa en la que es el oráculo de Delfos el que avisa a la ciudadanía de que debe decidir entre las dos divinidades tras la aparición de una fuente de agua y la aceituna. Todos los hombres votaron al dios, mientras que todas las ciudadanas, lo hicieron a la diosa. Como hubo un voto más de ellas, Atenea se alzó con el patronazgo (Agustín, 2007, 2012). También era habitual encontrar enfrentamientos entre ella y Ares, donde se ponían a prueba las capacidades bélicas de ambos. Era habitual que Atenea saliera vencedora, como metáfora de que la fuerza sin inteligencia no sirve de nada. Durante la Ilíada se suceden varias de estas escenas, ya que el dios de la guerra defendía a los troyanos (por su relación con Afrodita), convirtiéndose en enemigo de Atenea: Montó la enardecida diosa, colocándose al lado del lustre Diomedes, y el eje de encina recrujió a causa del peso porque llevaba a una diosa terrible y a un varón fortísimo. Palas Atenea, habiendo recogido el látigo y las riendas, guio los solípedos caballos hacia Ares [...]. Y Atenea se puso el casco de Hades para que el furibundo dios no la conociera. Cuando Ares, funesto a los mortales, vio al ilustre Diomedes, [...] se encaminó hacia Diomedes, domador de caballos. Al hallarse a corta distancia, Ares, que deseaba quitar la vida a Diomedes, le dirigió la broncínea lanza por cima del yugo y las riendas; pero Atenea, la diosa de ojos de lechuza, cogiéndola y alejándola del carro, hizo que aquél diera el golpe vano. A su vez Diomedes, valiente en el combate, atacó a Ares con la broncínea lanza, y Palas Atenea, apuntándola a la ijada del dios, [...], hirióle. (Homero, ca. 762 a. n. e./1927, Canto V, vv. 836-860, p. 61). ARES.- ¿Por qué nuevamente, oh mosca de perro, promueves la contienda entre los dioses con insaciable audacia? ¿Qué poderoso afecto te mueve? ¿Acaso no te acuerdas de cuando incitabas a Diomedes Tidida a que me hiriese, y cogiendo tú misma la reluciente pica la enderezaste contra mí y me desgarraste el hermoso cutis? Pues me figuro que ahora pagarás cuando me hiciste. Apenas acabó de hablar, dio un bote en el escudo floqueado, horrendo, que ni el rayo de Zeus rompería; allí acertó a dar Ares, manchado de homicidios, con la ingente lanza. Pero la diosa, volviéndose, aferró con su robusta mano una gran piedra negra y erizada de puntas que estaba en la llanura y había sido puesta por los antiguos como linde de un campo; e hiriendo con ella al furibundo Ares en el cuello, dejóle sin vigor los miembros. Vino a tierra el dios y ocupó siete yugadas, el polvo manchó su cabellera y las armas resonaron. Rióse Palas Atenea; y gloriándose de la victoria, profirió estas aladas palabras: ATENEA.- ¡Necio! Aún no has comprendido que me jacto de ser mucho más fuerte, puesto que osas oponer tu furor al mío. (Homero, ca. 762 a. n. e./1927, Canto XXI, vv. 394-411, p. 240). Afrodita tampoco era una compañía habitual de la diosa de la sabiduría, prefiriendo esta permanecer junto a su padre o diosas virginales como ella206. Una vez Atenea sorprendió a Afrodita trabajando en un telar y la diosa de la sabiduría se quejó y amenazó con abandonar por siempre sus labores, ya que, según ella, Afrodita fue concebida por las Moiras con una única finalidad: hacer el amor en todas sus versiones. Afrodita se disculpó y jamás volvió a trabajar en ninguna labor artesanal. La rivalidad entre las dos diosas se origina en el hecho de que representan elementos completamente opuestos, comenzando desde su nacimiento, a pesar de proceder ambas únicamente de hombres. Afrodita nace desnuda y de los genitales de Urano; y Atenea aparece, no solo vestida, sino con armadura y armada de la cabeza de Zeus. Afrodita se muestra sin vergüenza al mundo, desvelando los mayores secretos del cuerpo femenino, con un origen completamente vinculado con lo sexual; Atenea oculta con mucho recelo esos secretos ante la mirada de los hombres, y nace sin ningún tipo de erotismo o vinculación con los genitales, es absolutamente mental. Esa prohibición para la mirada masculina es lo que la convierte en una mujer tan deseada. El anhelo por lo vedado, el morbo de imaginar qué oculta. Palas Atenea representa lo femenino no compartido por los varones” (Goñi, 2005, p. 75). A pesar de ser las dos mujeres, Atenea simboliza lo varonil que no es habitual en una mujer (según los griegos), la razón por encima de todo; y Afrodita es la máxima expresión de la feminidad, esclava de su cuerpo y la satisfacción del deseo sin mediación de la razón. Además de la escena anterior, esta rivalidad se ve muy claramente a raíz del juicio de Paris. Al salir victoriosa Afrodita de la competición y, como se ha podido deducir, el orgullo de Atenea era, de entre todos los dioses, de los más grandes, no encajó bien la derrota. Aunque es llamativo el hecho de que tan superior se creía la diosa virgen a Afrodita, que resulta complicado imaginársela preocupada por ganar un concurso de belleza. La explicación más sencilla es que, nuevamente, el orgullo de la diosa la superó, impidiéndola quedar por debajo de cualquier otra, incluida la carnal Afrodita; además, aunque fuera una diosa masculina y respetada, no dejaba de ser una mujer, por lo que, hasta cierto punto, también sucumbía a las “preocupaciones” de las féminas. El orgullo herido hizo que, cuando se desató la guerra contra Troya, Atenea (al igual que Hera) fue una de las diosas que apoyaron fervientemente la campaña de los aqueos como venganza. Durante la Ilíada se pueden leer varios pasajes que glorifican a la diosa y, a su vez, los enfrentamientos entre los propios dioses durante la guerra. Afrodita, evidentemente, apoyaba a los troyanos y, durante un encuentro entre ambas (tras el pasaje anterior donde Atenea vence a Ares), la diosa del amor es casi humillada por lo fácil que Atenea la derrota, aunque luego esta 206 Atenea, junto con Ártemis, eran las diosas que acompañaban a Perséfone recogiendo flores, cuando esta última fue secuestrada por Hades (Pausanias, siglo II/2008, Libro VIII, 31, 2, p. 180). Así lo ejemplifica Rubens en su obra El rapto de Proserpina, donde Minerva es la que agarra el brazo de Plutón, siendo la que aparece más vestida de todos los personajes en escena. ensalza su valor por ir corriendo y sin dudar a defender a su amado, a pesar de saber que no tenía ninguna posibilidad de vencerla: Alegrósele el alma a Atenea, que corrió hacia Afrodita, y alzando la robusta mano descargóle un golpe sobre el pecho. Desfallecieron las rodillas y el corazón de la diosa, y ella y Ares quedaron tendidos en la fértil tierra. Y Atenea, vanagloriándose, pronunció estas aladas palabras: ATENEA.- ¡Ojalá fuesen tales cuantos auxilian a los teucros en las batallas contra los argivos, armados de coraza; así, tan audaces y atrevidos como Afrodita que vino a socorrer a Ares desafiando mi furor; y tiempo ha que habríamos puesto fin a la guerra con la toma de la bien construida ciudad de Ilión! (Homero, ca. 762 a. n. e./1927, Canto XXI, vv. 423-433, p. 240). Otro pasaje la vincula con la mortal Aracne, una joven y brillante tejedora que se jactaba de ser mejor que la diosa. Atenea se le apareció disfrazada de anciana y le previno de su insolencia, pero Aracne no cesó en su arrogancia y retó a la diosa en una competición de bordado. En ese momento, Atenea se desveló ante ella y aceptó el reto. La diosas tejió entonces un hermoso bordado que representaba su concurso contra Poseidón por el patronazgo del Ática y, a modo de aviso para Aracne, varios pasajes en los que los mortales habían enfurecido a los dioses y habían sido castigados por ello. La mortal, por su parte, realizo un bordado con distintas escenas sobre los amores ilícitos de los dioses y, como la mayoría de estos amores los había realizado el padre de Atenea, Zeus, a pesar de que la diosa analizó con detalle el tejido en busca de errores, no los halló, pero se sintió tan ultrajada que hizo pedazos el trabajo de Aracne en mitad de un arranque de ira. La mortal, aterrorizada de su posible destino, intentó ahorcarse, pero Atenea lo impidió transformándola a ella en una araña y la soga, en su tela; así, seguiría tejiendo por toda la eternidad (Ovidio, ca. 9/1983, VI, vv. 1-145). El nombre de la mortal se utilizó en zoología para nombrar a una clase dentro de los artrópodos, los arácnidos, en la que está incluida la araña. El hecho de que Atenea sea patrona de los tejidos, los bordados y demás enseres, no es casualidad. Se trataba (y hasta hace muy poco) de una actividad que realizaban únicamente las mujeres. El tejer obliga a la mujer a permanecer en el hogar o en el taller, a estar quietas, en un lugar donde son fácilmente controladas y donde es muy complicado que conozcan a algún hombre: “El oficio de costurera es la mejor protección de la pureza virginal” (Goñi, 2005, p. 106). Es muy adecuado que sea esta labor femenina, y no otra, la que proteja la doncella Atenea. Así se refleja en la mitología y la literatura. Penélope pasa veinte años de su vida hilando y deshilando un telar para evitar caer en la tentación de dar a su marido por muerto y contraer nuevas nupcias. Lorca escribió cómo las hijas de Bernarda Alba son obligadas a guardar luto cosiendo, mientras se mantienen alejadas de Pepe el Romano. Además de servir para salvaguardar la pureza, varias mujeres han estado relacionadas con esta labor en la mitología griega siendo, en muchos casos, algo esencial en el transcurso de su historia, además de Aracne: Circe, las Moiras, las Miníades, Filomela o Ariadna. Aracne no fue la única víctima de Atenea. Como ya se vio en el epígrafe de Medusa, Perseo le concedió la cabeza de la Gorgona a la diosa Atenea como regalo por la ayuda prestada, y esta, la colocó en su égida, lo que originó toda una tradición de objetos con propiedades mágicas y protectoras que pervivió mucho tiempo después de los helenos. El origen de la cabeza medusea procede de unas máscaras profilácticas anteriores a Grecia, que usaban las mujeres en sus rituales como símbolo de protección y para asustar a los profanos. En Libia, cuando las mujeres llevaban sus pieles de cabra puestas, un hombre no podía quitárselas sin el consentimiento de la mujer, ya que significaba la muerte de este. El mismo sino lo sufrirían aquellos que se inmiscuyeran en los ritos de las mujeres prehelénicas e, igualmente, se añadió una serpiente oculta en el zurrón mágico de Atenea (Graves, 1985a). Por todos estos antecedentes, no es de extrañar que el culmen de la égida fuese sostener la cabeza petrificadora de la Gorgona y que se estableciera una tradición apotropaica de la que Atenea se llevaba todo el mérito. Pero, ¿por qué tenía tanta fijación Atenea por Medusa? La Gorgona vivía con sus hermanas alejadas de los mortales, ante las puertas del Hades (Virgilio, siglo I a. n. e./2021), no instigaba a una población causando el terror y la muerte de los conciudadanos, es decir, no existía una razón práctica para acabar con su vida. En cambio Atenea no dudó ni un instante en apoyar la empresa de Perseo. De igual manera, cuando Ovidio (ca. 9/1983) relata la metamorfosis de Medusa, el crimen cometido es la profanación del templo de la diosa virgen con una violación de la que la futura Gorgona fue la víctima, no la criminal; en cambio ella fue la castigada por la diosa207, lo que denota la falta de empatía de Atenea hacia el sexo femenino. Los motivos de Atenea para volcar su odio sobre Medusa recaen en los modelos de sexualidad opuestos que ambas encarnaban. Mientras que Atenea era un hombre dentro del cuerpo de una mujer, ya que no responde ante las leyes androcéntricas de la sociedad helena al no convertirse en esposa y madre, reniega de la sexualidad femenina y, además, viste como los varones; Medusa se alza como un modelo de feminidad al despertar el deseo en los hombres y tener relaciones con uno (aunque sea en contra de su voluntad) y, por consiguiente, convertirse en madre. “Atenea es la mujer que refrenda los valores patriarcales adoptando el rostro femenino de la masculinidad” (Beteta Martín, 2016, p. 61). La diosa de la razón encarna el constructo del pensamiento social que cree que la mujer es la culpable en una violación y el cual, actualmente, aun es un lastre. Este pensamiento convierte a las mujeres en símbolos sexuales que atraen siempre y “voluntariamente” la atención y atracción masculina. Los hombres quedan exentos de culpa en la medida en la que “fueron provocados por ellas”, por eso a ellas se las cuestiona, se les incrimina y son vilipendiadas y castigadas, en el caso de Medusa, bajo una deformación física. A la Gorgona se le transformó su cabellera, uno de los reclamos sexuales más paradigmáticos de la feminidad, en ofidios. La naturaleza monstruosa de Medusa fue lo que la obligó a recluirse a vivir cerca del hogar de los muertos, con la única compañía de sus hermanas, sus análogas. Parte del castigo de Atenea fue justamente ese: el aislamiento causado por el temor de la humanidad en un lugar donde ningún mortal quiere ni oír hablar. Esa soledad la acabó convirtiendo en el monstruo terrorífico y, para colmo, Atenea decidió acabar con la propia condena que ella misma le había impuesto, casi como si le inspirara lástima y quisiera acabar con su sufrimiento. Como iconográficamente sucedió, Medusa pasó de ser un monstruo horripilante a una figura donde se equilibraba la belleza con lo horrendo, llegando hasta el siglo XIX donde se alzó “la belleza del horror” (Eetessam, 2015, p. 99). Esa belleza atroz fue estereotipada bajo el nombre de la vampira femme fatale, y es nacida del temor y el deseo del hombre patriarcal. Si Atenea es una diosa patriarcal, ¿acaso no se puede llegar a pensar que deseaba y temía a Medusa en un perfecto equilibrio? No sentía un deseo sexual hacia ella, sino un deseo por todo lo que representaba y que la diosa, como mujer viril, jamás poseería pero, en su orgullo y soberbia, no se permitía reconocerlo. Entonces, la temía; temía el poder que Medusa ejercía sobre ella, que parecía conocerla mejor que ella misma, y no hay nada peor para un criatura que se 207 Una versión alternativa pero poco difundida, es que Medusa atacó directamente el orgullo de la diosa al autoproclamarse más hermosa y de cabellos más bellos que Atenea. Similar a la arrogancia de Aracne, esto originaría el odio de la diosa (Grimal, 1989). considera la más inteligente y lógica, que perder el control en manos de otra a la que considera salvaje e impredecible. Medusa es el lado oculto y oscuro de Atenea, sus deseos y temores más profundos. Ayudó a ataviarse a Perseo con los objetos más rastreros: casco que le vuelve invisible, alas para huir, escudo resplandeciente para no enfrentarse cara a cara y el kíbisis para no ver el despojo decapitado; además el ataque fue por la espalda y a traición. Atenea temía a la Gorgona o, dicho con otras palabras, la virgen temía a la serpiente. La diosa, a su vez, poseía otro epíteto relacionado con Medusa: Gorgopis, “la de los ojos de Gorgona”, puesto que también eran claros como un espejo (Pedraza, 1991, p. 161). Se podían reflejar la una y la otra en su mirada, por eso Atenea debía aniquilarla. Cuando lo consigue y Perseo le concede su cabeza, Atenea la coloca en su égida o su escudo y la exhibe cual trofeo, convirtiéndose en una herramienta para la diosa que repele el deseo sexual, ya nadie puede mirarla. Atenea enarbola el despojo gritando que la ha vencido, que se ha vencido a sí misma, a esa parte de ella que tanto aborrecía, y ahora se encuentra plena y más fuerte que nunca, ha renacido en su mejor versión. Esto no es más que una metáfora del patriarcado vencedor sobre la feminidad perversa, de un sistema que lucha por mantener arrinconado a más de la mitad de la población, a la que permite seguir existiendo por mera necesidad de supervivencia. El hecho de que numerosos objetos y obras artísticas fueran decorados con la cabeza medusea bajo el argumento de que acogerían propiedades apotropaicas, también reproducía la actitud de Atenea de mostrar su superioridad frente al símbolo representado. Connotativamente escondían esa metáfora aniquiladora del hombre sobre la mujer. Atenea es, indudablemente y como ya se ha mencionado, una diosa profundamente patriarcal. Sin madre y nacida únicamente del hombre, puede asegurar que el verdadero progenitor de cualquier ser es el varón, hecho reforzado por el nacimiento de Afrodita a partir de los genitales de Urano (Pomeroy, 1999). Es sintomático que Aristóteles considerase que precisamente eran los varones quienes insuflaban vida, espíritu y forma a través de su semen, y que las mujeres únicamente eran receptáculos de materia, como la tierra, cuya única función era proteger y nutrir al feto hasta su nacimiento208 (Barrigón, 2005a, pp. 19-20). Atenea es defensora de los preceptos de su padre, obediente ciega a su palabra y guardiana de su ley. Como personificación de la inteligencia y el orden, simboliza (junto a Zeus) el triunfo de la razón y lo civilizado sobre la barbarie. Zeus es el procurador de la estabilidad dentro de la mitología, este hecho favoreció el desarrollo de la civilización griega en torno a su figura (Eliade, 1999, pp. 324-328). Es por ello que Atenea, siendo su hija favorita, aquella que fue engendrada solo por él, la única que ostentaba su poder ya que podía hacer uso de su égida y rayo, se convirtió en la diosa de la civilización ya en la época helenística (Mitjans, 2021, p. 187). A pesar de su ascendencia femenina iconográfica y de sus posibles orígenes vinculados con la feminidad y sus misterios, Atenea se desvincula completamente de ellos y se manifiesta en sus acciones y decisiones. La concepción del mundo hace creer que una mujer fuerte es aquella que es viril, es decir, Atenea es fuerte y tiene éxito en un mundo dominado por hombres, a costar de negar su propia sexualidad y feminidad (Pomeroy, 1999). Dentro de la mitología, protegía a aquellos varones que ella consideraba dignos, tales como Odiseo (y, por extensión, a su familia), Jasón, Perseo, Heracles, Teseo, Belerofonte, Aquiles o Diomedes (Apolodoro, siglos I-II/1987; Homero, ca. 762 a. n. e./1927; Ovidio, ca. 9/1983). Aun así, procuró mantener las distancias con ellos en un contexto amoroso y sexual, permaneciendo siempre virgen y repudiando a todos aquellos que osaban acercarse 208 Este hecho también servía a Aristóteles para justificar la exclusión de la mujer del logos y la razón, lo que la incapacita para ostentar autoridad dentro de la política y espacios públicos, así como derechos en el ámbito privado (Barrigón, 2005a, p. 20). a ella. Un día, Tiresias la sorprendió mientras se bañaba y la vio desnuda. Atenea posó sus manos sobre los ojos del hombre, y lo cegó. Cuando él le suplicó que le devolviera la vista, Atenea aseguró que ya no podía revertirlo pero, a cambio, le concedió poder entender a las aves como a los humanos y le regaló un bastón de madera, con el que podría caminar como si aún viera (Apolodoro, siglos I-II/1987, Libro III, VII, 7, 70, pp. 85-86). Otro mito cuenta que Atenea se presentó a Hefesto para pedirle que le forjara unas armas y este, que ya había sido abandonado por su esposa Afrodita, la deseó fervientemente. Persiguió a Atenea durante un tiempo, pero la diosa siempre conseguía zafarse. Para cuando en una de estas, Hefesto consiguió sorprenderla con intención de violarla, Atenea pudo deshacerse de él, y el dios eyaculó sobre el muslo de la diosa. Asqueada, ella se limpió el semen con un poco de lana y lo arrojó a la tierra, donde germinó y nació Erictonio, una serpiente. Atenea decidió criarlo, convirtiéndose así en un hijo para ella (Apolodoro, siglos I-II/1987, Libro III, XIV, 6, 188, pp. 105-106). En término actuales, se puede pensar que Atenea poseía una orientación sexual asexual, es decir, no siente atracción sexual por nadie ni desea contacto sexual alguno. Como expone Sarah B. Pomeroy (1999) se puede sacar una teoría psicoanalítica de este hecho y es que la asexualidad de Atenea es la que le permite establecer relaciones de amistad sólidas y sanas con los grandes héroes y semidioses griegos siendo mujer. Si los hombres temen la sexualidad femenina activa y madura, solo se sentirán seguros con una virgen (p. 24). En Grecia, que una mujer no tuviera contacto carnal con un hombre, la convertía en una virgen que, como se verá en el epígrafe de Ártemis, no exime de que pueda mantener relaciones con otras mujeres. Por lo que la virginidad para los helenos no se entiende como no mantener relaciones sexuales, denotación que se posee actualmente gracias al cristianismo y la figura de María, sino que “se asocia a la (no) fecundidad y a las mujeres que no depende de los hombres” (Pérez Berges, 2019, p. 97). Esto es debido a la anulación de la sexualidad femenina frente al falocentrismo imperante en la sociedad patriarcal. Atenea no respondía al prototipo de mujer helena ni tampoco sáfica, sino que poseía muchos rasgos tradicionalmente atribuidos al género masculino, como la fuerza, la inteligencia, el logos, patrona de la polis (lugar de los hombres) o su presencia legítima en la guerra. Era una diosa masculina y varonil. Esto la hacía ser inválida para el matrimonio, por lo que optaron por hacerla hija predilecta del patriarca de su panteón, convirtiendo a Zeus en el único hombre ante el que Atenea podía responder209. Esquilo (458 a. n. e./1986) menciona este hecho en Las Euménides, entrelazándolo con su nacimiento sin madre, generando una situación donde la imposición del patriarcado sobre el matriarcado es abrumadora, ridícula e, incluso, alarmante. Atenea está a punto de emitir su voto a favor de salvar la vida de Orestes durante el juicio por haber matado a su madre Clitemnestra en venganza de que ella asesinara a su marido y padre de Orestes, Agamenón. Atenea se manifiesta completamente del bando de los varones y su juicio, en una muestra clara de falta de empatía hacia el sexo femenino y su juicio: No es la que llaman madre la que engendra al hijo, sino que es sólo la nodriza del embrión recién sembrado. Engendra el que fecunda, mientras que ella sólo conserva el brote –sin que por ello dejen de ser extraños entre sí-, con tal de que no se lo malogre una deidad. Voy a darte una prueba de este aserto. Puede haber padre sin que haya madre. Cerca hay un ejemplo: la hija de Zeus Olímpico. No se crio en las tinieblas de un vientre, 209 La tradición griega ya estableció que una mujer debía poseer un tutor legal hombre, el kyrios. En sus primeros años de vida el kyrios era el padre, hasta que, en el momento en que la joven se casaba, pasaba a pertenecer al marido (Barrigón, 2005a, p. 18). pero es un retoño cual ninguna diosa podría parir. [...] ATENEA.- [...]. No tengo madre que me alumbrara y, con todo mi corazón, apruebo siempre lo varonil excepto casarme, pues soy por completo de mi padre. Por eso, no voy a dar preferencia a la muerte de una mujer que mató a su esposo, al señor de la casa. Vence, por tanto, Orestes, aunque en los votos exista empate (Esquilo, 458 a. n. e./ 1986, vv. 658-666 y 736-743, pp. 523 y 527). Es por ello que Atenea estaba muy por encima de las mujeres y los hombres. De las primeras porque no podrían igualarse nunca a su grandeza, la sociedad en la que vivían se lo impediría siempre; y los segundos porque ningún hombre, que no fuera el rey de los dioses, podía darle órdenes. De ahí su veneración en gran parte de la Hélade y su gran poder210. La atribución de la virginidad a la diosa le otorgaba un estatus como ninguna otra propiedad podía otorgarle. Ese autodominio la glorificaba, de tal manera que se deduce, una vez más, que la sexualidad femenina activa, automáticamente las relega a un segundo plano y legitima al hombre para dominarlas. Los atributos ofídicos de la diosa provenientes de la época prehelénica, fueron mantenidos por los atenienses ya que se consideraban descendientes de la Tierra (Elvira Barba, 2008) y el aspecto de Erictonio, su hijo adoptivo, no hizo más que reforzar esta iconografía. La serpiente, figura telúrica y que sería vinculada con el conocimiento, posee un significado mucho más benigno en Atenea de lo que luego significaría para la mujer a partir de la cultura cristiana y que se pervertiría exponencialmente con la llegada de los decadentes decimonónicos, asociándola a una mujer de sexualidad activa e incontrolable. En la iconografía antigua se la presentaba como una poderosa e imponente mujer, de rostro severo aunque bello, ojos grisáceos y con una constitución física fuerte y atlética. Viste con la armadura, casco, con Medusa sobre su égida o escudo y la lechuza posada sobre ella. En el siglo VII a. n. e. ya se reconoce la figura de Atenea bajo dos vertientes claras: una sedente, como fueron representadas tantas otras diosas y que no las diferenciaban entre sí por no poseer atributos propios, siendo las única manera de reconocerla por la aparición de su nombre escrito, y otra de diosa guerrera que se irá imponiendo poco a poco. Al principio aparecería con peplo, escudo, lanza y, a veces, casco. En el siglo VI a. n. e., sobre su pecho se impondrá la égida, con la piel de la cabra Amaltea rodeada de serpientes, a la que ella añadirá la cabeza de Medusa. Se trata de una diosa salvaje y poderosa. Según Baring y Cashford (2005), al igual que Elvira Barba (2008), es posible encontrar por esta época Ateneas aladas (como la Gorgona arcaica), pero el atributo de las alas no permanecería mucho tiempo. Aparecieron dos formas que perdurarían, la Atenea Paladio o Palládion en la que ella aparecía de frente, con las piernas rectas, lo pies juntos, ataviada con el casco, lanza, escudo, peplo y égida (esta es la que aparece descrita en la Ilíada); y la Atenea Prómaco, muy similar a la anterior pero sin juntar las piernas, pudiendo adoptar posturas más propias del combate (Esteban, 2011). Más adelante, Atenea aparece en numerosas imágenes que representan las escenas mitológicas de las que es protagonista (su nacimiento, el juicio de Paris, el nacimiento de Erictonio, luchando en la Gigantomaquia donde su participación fue decisiva o defendiendo a los héroes masculinos) o, si está junto a todos los dioses, suele poseer una posición destacada, normalmente al lado de Zeus. 210 La relevancia religiosa que poseía la diosa era tal que el nombre de la sacerdotisa que dirigía su templo se conocía públicamente, sin conllevar la pérdida de su respeto. Se cree que, incluso, tenía potestad dentro de las cuestiones de la polis, siendo la única mujer con participación de la vida política dada su importancia religiosa (Fuentes, 2012, p. 16). Fig. 1. Ánfora ática de figuras negras, Atenea naciendo armada de la cabeza de Zeus, 550-525 a. n. e. La mujer de la derecha es la diosa de los nacimientos Ilitía; a la izquierda aparece Poseidón con su tridente y, tras Ilitía, su hermano Ares. Sobre el trono de Zeus reposa y mira al espectador una lechuza. Fig. 2. Atenea Prómaco del frontón de la Gigantomaquia del templo antiguo en la acrópolis de Atenas, ca. 525 a. n. e., mármol. Fue renovado por los Pisistrátidas. De su mano aparece una serpiente que utiliza como arma, convirtiéndose en una herramienta poderosa y femenina. También lleva áspides enroscados en la corona y rematan los pliegues de la túnica. Fig. 3. Atenea Prómaco, frontón oeste del templo de Afaia en Egina, 505-500 a. n. e. Fig. 4. Estamno ático de figuras rojas, Atenea entre Aquiles y Héctor luchando en la Guerra de Troya, ca. 490 a. n. e. Fig. 5. Tondo de un kylix áticos de figuras rojas, Atenea y Heracles, 480-470 a. n. e. Fig. 6. Atenea pensativa, ca. 465 a. n. e., relieve de mármol. Viste con el peplo y apoya su cabeza en la lanza. Fig. 7. Ánfora ática de figuras rojas, Atenea con Odiseo y Nausícaa, 450-440 a. n. e. Fig. 8. Pintor Aisón, fondo de copa ática de figuras rojas, Atenea protege a Teseo durante su lucha contra el Minotauro, ca. 430 a. n. e. Fig. 9. Vaso Ático, Jasón y el guardián del vellocino de oro, primer tercio del siglo V a. n. e. Fig. 10. Vaso de tres asas beocio de figuras negras, Perseo con Atenea, siglo V a. n. e. Tras haber decapitado a la Gorgona, Perseo huye y Atenea, ataviada para la guerra, le asiste. Fig. 11. Crátera de cáliz ática de figuras rojas, Nacimiento de Erictonio, ca. 410 a. n. e. Gea, con la mitad del cuerpo emergiendo, le entrega el bebé. Hefesto a la izquierda apoyado en bastón, arriba Hermes. Fig. 12. Crátera de figuras rojas, Atenea y Poseidón compiten por la posesión de Atenas, 360-320 a. n. e. Las imágenes que Fidias realizó sobre la diosa, se perfilaron con la seguridad propia de la victoria: a veces sin caso, el escudo descansa en el suelo, sin lanza, etc. No quiere decir que se abandonara su aspecto bélico, sino todo lo contrario, representaba la paz y el descanso que emergen tras el triunfo en la batalla, por lo que es habitual encontrarla acompañada de pequeñas Niké (diosas de la victoria griegas) y muy ricamente ataviada, simbolizando el botín de guerra (Elvira Barba, 2008). Atenea es, pues, una diosa necesaria tanto en periodos de guerra, ya que suele ser la nota decisiva para conseguir la victoria, como en épocas de paz, al ser patrona de las actividades necesarias para la subsistencia de la vida y el fomento de la cultura. La imagen más conocida de Fidias fue la que permaneció en el Partenón de Atenas, el mayor templo dedicado a la diosa construido entre el 447-438 a. n. e., denominada Atenea Pártenos, y que a día de hoy, ha desaparecido. Pausanias (siglo II/1994) describe cómo era esta magnífica escultura de 12 metros de alto (sin contar con el pedestal): La imagen está hecha de marfil y oro. En medio del caso hay una figura de la Esfinge [...], y a uno y otro lado del yelmo hay grifos esculpidos en relieve. [...]. La estatua de Atenea es de pie con manto hasta los pies, y en su pecho tiene insertada la cabeza de la Medusa de marfil; tiene una Nike de aproximadamente cuatro codos y en la mano una lanza; hay un escudo junto a sus pies y cerca de la lanza una serpiente; esta serpiente podría ser Erictonio. En la base de la estatua está esculpido el nacimiento de Pandora (Libro I, 24, 5-7, pp. 146-147). A pesar de haberse perdido, existe una réplica romana esculpida en mármol, de no más de un metro de altura, la Atenea Varvakeion, de la que aún quedan restos de policromía en tonalidades roja y amarilla, y que se considera la réplica más exacta de la Pártenos de Fidias (fig. 13). El escultor Alan LeQuire realizó en la década de los 80, una versión moderna que se expone en el Partenón de Nashville, Estados Unidos. Está hecha a partir de yeso, cemento y fibra de vidrio, y mantiene las dimensiones originales, así como las tonalidades doradas y blancas que el oro y el marfil debieron de aportar a la de Fidias (fig. 14). Fig. 13. Atenea Varvakeion, siglo II, mármol y policromía. Fig. 14. Alan LeQuire, Atenea Pártenos, 1989, cemento, yeso y fibra de vidrio. Se expuso por primera vez ante el público en mayo de 1990. Para los romanos fue muy fácil la asimilación de la figura de Atenea dentro de su propio panteón. Ellos poseían las llamadas Ménerva de Etruria y Minerva en el Lacio, donde su nombre parece provenir del prefijo men-, vinculado con el ejercicio metal (Elvira Barba, 2008, p. 206). Así, Atenea pasó a llamarse Minerva y, a pesar de que mantuvo los mismos atributos, la fama popular bélica que poseía en Grecia pasó a pertenecer a Marte (forma de Ares), por asemejarse mejor a los ideales sociales de Roma. Iconográficamente se siguieron reproduciendo las mismas formas helenas, siendo populares las de inspiración a partir de las de Fidias (fig. 15-19). Fig. 15. Minerva, escultura de mármol de la época de la Roma Imperial. Fig. 16. Minerva, siglo I-II, mármol griego, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 17. Atenea, copia romana de la obra de Mirón del Partenón, siglos I-II. Fig. 18. Atenea Giustiniani, copia romana en mármol de una estatua de Fidias, siglo II. Fig. 19. Estatua de Minerva Paladio, primera mitad del siglo II, mármol, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. La obra, de bulto redondo, se encuentra en la sección del Barroco dentro de la galería, a la derecha y por detrás de la vitrina que guarda el escudo de Caravaggio con la cabeza de Medusa y otra pintura de la Gorgona decapitada. Se trata de un guiño a la mitología donde, a pesar de la diferencia de siglos entre ambas obras, los destinos de Atenea y Medusa siempre irán entrelazados. Durante la Edad Media no fueron muy abundantes las representaciones de Atenea/Minerva, pero empezó a resurgir el interés a partir del Gótico donde se convirtió en una personificación de los valores de la sabiduría, las artes o la castidad en oposición a la lujuriosa Venus, o aparecía en escenas de la Guerra de Troya y en las escenas de Ovidio con carácter moralizador (Elvira Barba, 2008). A partir del Renacimiento, la moda por representar el desnudo femenino alcanzó a la diosa virgen, dejando a un lado los terribles castigos que ella impuso en la mitología. Los artistas pasaron por alto el orgullo de Atenea y su decisión de mantenerse alejada de la mirada de los hombres mostrándola, igualmente, para deleite de estos. Es muy común, sobre todo, ver sus desnudos en las obras del Juicio de Paris, donde la diosa guerrera también suele desnudarse para que un banal mortal la escoja como la más bella. También son habituales durante esta época y el Barroco las escenas de Minerva luchando contra Marte, o de la diosa intentando proteger a la Paz del dios homicida. De esta manera, Atenea/Minerva se convierte en una alegoría de la guerra justa y, aunque continúe perfilándose como una diosa guerrera, contiene a la violencia personificada en Marte, ya que entiende que son necesarios periodos pacíficos y no le ciega el placer por la lucha. En estas obras, Minerva aparece ataviada para la batalla, y se reserva el desnudo femenino para la personificación de la Paz. Otras alegorías que puede encarnar son de la castidad, el autocontrol, la prudencia. Su color de cabello suele ser el dorado, aunque no es una ley fija; de hecho, cuando aparece junto a Afrodita, tiende a tener el cabello más oscuro que la diosa del amor. Debido al valor moral que poseía esta tonalidad, que lo ostente Afrodita sobre Atenea o Hera, se convierte en una forma más no verbal de comunicar quien iba a salir vencedora, de simbolizar quien era más apta para el premio. Fig. 20. Botticelli, Palas y el Centauro, 1482-1485, témpera sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. El Centauro personifica el instinto violento, ella le calma, simbolizando el autocontrol. Fig. 21. Parmigianino, Palas Atenea, ca.1539, óleo sobre lienzo. Una muestra muy inusual de la diosa durante este periodo, donde se la prefería mostrar bajo escenas míticas o alegóricas. Atenea se muestra calmada, para casi inspirada en la Atenea pensativa del siglo VI a. n. e. (fig. 6). Fig. 22. Frans Floris de Vriendt, El Juicio de Paris, ca. 1548, óleo. Con una única tela dorada tapándole el pubis y la pierna, Atenea sostiene la lanza entre sus piernas, como si de un órgano viril se tratara. Porta el casco emplumado y se posiciona junto a Hera. Fig. 23. Paolo Veronese, Minerva entre Geometría y Aritmética, 1551, fresco. La diosa simboliza las capacidades intelectuales: la sabiduría y la ciencia. Se posiciona entre las dos alegorías matemáticas que adoptan formas y vestimentas mucho más femeninas en comparación con la diosa. Fig. 24. Giogo Vasari, La fragua de Vulcano, 1563-1565, óleo sobre cobre, Galería de los Uffizi, Florencia. Foto propia. Minerva, como la creatividad, visita a Vulcano llevándole en un papel su encargo. El dios anciano mira a la diosa que se muestra desnuda en el tren superior. Fig. 25. Jacopo Tintoretto, Minerva aleja a Marte para proteger de la Guerra a la Paz y la Abundancia, 1576, óleo sobre lienzo. La diosa, ataviada con una armadura menos robusta que la de su compañero, se interpone ente ambos personajes, sosteniendo una lanza roja. Fig. 26. Ippolito Scarsella, El Juicio de Paris, ca. 1590, óleo sobre cobre, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Ofreciendo diferentes vistas del desnudo femenino. Paris las mira, tenso. Atenea continúa con sus sandalias y el casco, mientras se gira para que el pastor vea su cuerpo en plenitud. Sujeta la lanza y el escudo, sobre el que reposa su ropa. Fig. 27. Anónimo, Alegoría del mes de Marzo con el triunfo de Minerva y el signo de Aries, finales del siglo XVI, óleo sobre lienzo. Minerva, seguida por un cortejo, monta en un carro dorado tirado por dos esfinges, símbolos del conocimiento oculto y que ella controla. Por otro lado Aries es el primer signo del zodiaco, asociado a Marte, el mes de marzo, la impulsividad y la agresividad. De esta manera, la diosa ha vencido sobre el dios Marte. Fig. 28. Bartholomeus Spranger, Minerva victoriosa sobre la Ignorancia, ca. 1593, óleo sobre tela. Dejando al descubierto sus senos y vestida en tonos azules, la diosa está siendo laureada mientras mantiene controlado con sus pies descalzos a la Ignorancia, personificada en el cuerpo de un hombre desnudo maniatado. Fig. 29. Hendrick van Balen, El juicio de Paris, ca. 1599, óleo sobre tela. Con todos sus atributos presentes, incluida la lechuza y la cabeza de Medusa en el escudo, la atención, inusualmente, recae sobre Atenea, a excepción de los ángeles del cielo que se dirigen a coronar a Afrodita. Quizá por la curiosidad que despierta el cuerpo desnudo de la diosa virgen que, además, lleva los cabellos sueltos, al contrario que sus compañeras. Fig. 30. Escultor florentino, Minerva, siglo XVI, mármol, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 31. Hendrick Goltzius, Minerva, 1611, óleo sobre tela. Presentándose completamente desnuda, se presenta como una alegoría de la sabiduría y el intelecto, dados los libros dispersos por el suelo. Fig. 32. Lavinia Fontana, Minerva vistiéndose, 1613, óleo sobre tela. La diosa se muestra en sus aposentos y se dispone a vestirse con su traje y armadura. Fig. 33. Pedro Pablo Rubens, Minerva protegiendo a Paz de Marte, ca. 1630, óleo sobre tela. Mientras todos los personajes iluminados gran entorno a Paz, ajenas a la disputa a su espalda, Minerva aparece en un segundo plano y en sombras, armada y furiosa, alejando a Marte de la escena. Fig. 34. Pedro Pablo Rubens, El Juicio de Paris, 1632-1635, óleo. La diosa con el cabello castaño, permanece la última, mostrándose de frente al espectador y ensañando su cuerpo. Tras ella, todos sus atributos reposan sobre el árbol, incluida Medusa, inmortalizada en un perpetuo grito sordo. Fig. 35. Jacques De Stella, Minerva con las musas, ca. 1643, óleo. Vestida de rojo, la diosa se convierte en la décima musa, mientras les pregunta el paradero de alguien. Una de las Musas le señala hacia el fondo del paisaje, donde se puede ver a Pegaso, por lo que Minerva podría estar en busca de Belerofonte. Fig. 36. Claude Lorrain, El Juicio de Paris, 1645-1646, óleo (detalle). En esta obra paisajística se muestra cómo Atenea se está desvistiendo para el juicio o, vistiéndose tras él, pues no se alcanza a ver quién tiene la manzana, si Afrodita o Paris. Fig. 37. Lorenzo Aguesca, Minerva, ca. 1650, grabado. La diosa se muestra poderosa con varias armas, incluido su propio escudo con la Gorgona, en el suelo. Fig. 38. Rembrandt, Palas Atenea, ca. 1657, óleo sobre tela. De entre las sombras, Atenea aparece muy engalanada con una armadura no correspondiente con su época histórica. Los rizos castaños se escapan de un casco coronado por la imagen de una lechuza dorada. En el escudo se intuye el rostro de Medusa. Fig. 39. Diego Velázquez, Las Hilanderas o La fábula de Aracne, ca. 1657, óleo sobre lienzo. Mientras que un primer plano unas mujeres tejen, en la sala del fondo puede apreciarse el pasaje mítico de Atenea y Aracne. La diosa viste con su armadura, lanza y escudo, y Aracne se encuentra ante su tapiz, el cual muestra una de las violaciones perpetradas por Zeus: el rapto de Europa en forma de toro blanco. Para más enriquecimiento de la obra, la imagen del rapto se corresponde con la obra de Tiziano. Fig. 40. René-Antoine Houasse, El Nacimiento de Minerva, ca. 1688, óleo sobre lienzo. No es común observar esta escena dentro del arte tras la caída de Roma. En el Olimpo, todos miran asombrados el nacimiento de la prodigiosa diosa, que mira al espectador. Zeus permanece dormido al lado de Hefesto con el hacha. Fig. 41. René-Antoine Houasse, Minerva enseña escultura a los Rodos, 1688, óleo. La diosa ha dejado a un lado sus armas, para mostrarse como una virtuosa artesana y maestra de las artes. Fig. 42. Atenea usando el poder de Medusa, siglos XVII, fresco en uno de los techos del Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. No es habitual encontrar a atenea haciendo uso de los poderes de la Gorgona, pero aquí se puede apreciar cómo Atenea disfruta de ello por la sonrisa que aparece en su rostro. Fig. 43. Jacques-Louis David, Combate de Marte contra Minerva, 1771, óleo sobre lienzo. Pudiendo tratarse del pasaje de la Ilíada, Minerva ha vencido a Marte que se encuentra en el suelo. Venus, desnuda y en lo alto de la nube, se dispone a levantarse para socorrer a su amado. Fig. 44. Giuseppe Bottani, Atenea revelándose ante Odiseo y mostrándole la isla de Ítaca, siglo XVIII, óleo. Atenea, vestida en tonalidades suaves y sin sus armas, le indica el camino de regreso a casa a su protegido favorito. Durante el siglo XIX, la imagen de Atenea no fue abandonada del todo, pero tampoco fue tan popular como anteriormente. Como se ha podido observar y como se verá a continuación, las tonalidades predilectas para el atuendo de la diosa son el blanco, el dorado, el rojo y el azul. La combinación ellos suelen hacer destacar a la diosa y denotan seguridad, calma y sabiduría, al estar asociados a la verdad, la inteligencia, la belleza, lo ideal y el orgullo (Heller, 2019). Fig. 45. Francois- Xavier Fabre, Juicio de Paris, 1808, óleo. Tras el veredicto de Paris, Atenea y Hera se marchan airadas, y parece que juran venganza. La diosa de la sabiduría, viste con su peplo, casco y lanza. Fig. 46. Gasparo Martellini, El retorno de Ulises a Ítaca, ca. 1814, Sala de Ulises, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. Mientras Ulises se descubre en su hogar, Minerva observa la escena desde el cielo, tranquila y feliz por el desenlace. Fig. 47. Pietro Benvenuti, detalle de Atenea en una de las cinco obras del ciclo de Historia y Trabajos de Hércules, 1817-1829, Sala de Hércules, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. La diosa se mantiene cerca de su protegido vestida de unos intensos azules y rojos, y asomando su égida dorada. Fig. 48. Franz von Stuck, Palas Atenea, 1898, óleo. Inspirada en la Atenea Pártenos, la diosa mirada de frente, sonriendo levemente, sosteniendo una lanza roja y un orbe con una figurilla de Niké. Sobre su casco se observan tres penachos, del mismo color rojo y, su égida del pecho revela la cabeza de la Gorgona profiláctica arcaica. Fig. 49. Gustav Klimt, Palas Atenea, 1898, óleo sobre lienzo. Inspirada, como la figura anterior, en la Atenea Pártenos, la diosa mira hierática y con sus ojos glaucos al espectador. Su cabello rojo, nada habitual pero poco sorprendente en la producción de los decadentes, cae suelto a ambos lados de su cuello, enmarcando el rostro de la Gorgona arcaica. Su égida está hecha de escamas que continúan por el fondo. Con una mano sostiene una lanza dorada y con la otra, una Niké desnuda y con los brazos en cruz. A pesar de no ser una imagen que muestre su cuerpo completo, es bastante imponente. Fig. 50. Carl Kundmann, Fuente de Palas Atenea, 1902. Se trata de la escultura que corona el grupo escultórico que se sitúa ante el Parlamento Austriaco, Viena. Inspirada en la Atenea de Fidias, la diosa dorada y blanca sostiene una lanza y muestra una pequeña figurilla de Niké. Va ataviada con el caso de guerra, decorado con una Esfinge y Grifos, y la égida de escamas con la Gorgona y serpientes alrededor. Fig. 51. Enrique Simonet, El Juicio de Paris, 1904, óleo. Mientras que Afrodita se muestra sin pudor ante un pensativo Paris, Hera parece consolar a una avergonzada Atenea, que cubre su cuerpo como si de una Venus Púdica se tratara. En la actualidad se pueden encontrar numerosas ilustraciones de la diosa hechas tanto por artistas como por aficionados. Es una de las diosas olímpicas más conocidas en el imaginario colectivo, aunque en los films tiende a tener un papel muy secundario, en favor de destacar a la tríada de hermanos: Zeus, Hades y Poseidón; a la que a veces se suma Ares. Fig. 52. Howard David Johnson, Atenea, Diosa de la Sabiduría y la Justicia, 2008, óleo sobre lienzo. El artista ha querido representar a la diosa bajo un atuendo más pacífico, sin olvidar sus atributos que ha dejado a un lado: el casco con penacho y su escudo con Medusa. Lleva el cabello negro recogido y adornado con una tiara. Sobre su hombro reposa la lechuza y ambos miran hacia la tierra que se abre ante ellos, que debe ser Atenas, ya que el Partenón,, el gran templo de Atenea, se vislumbra a los lejos y en alto. En el film Furia de Titanes (1981), Atenea aparece como una diosa del Olimpo más que le otorga sus regalos a Perseo, en su caso un búho mecánico que le sirve de guía, llamado Bubo. Como el resto de dioses, aparece vestida con un vestido o túnica larga de color blanco, y suele estar acompañada por una lechuza. Lleva su cabello oscuro y rizado recogido (fig. 53). En la versión de la misma película de 2010, fueron eliminadas varias escenas de diálogos entre los dioses. De esta manera, la interacción y aportación de opiniones de las diosas olímpicas a la trama se eliminaron en la versión oficial que salió al público, limitando los diálogos a los dioses masculinos principales y apareciendo ellas de relleno en las escenas. Se hace bastante complicado por ello identificar quien es quien de ellas, teniendo en cuenta, además, que casi todas ellas visen en tonos dorados y blancos, a excepción de algunas tonalidades (Afrodita tiene el cabello rosa y el atuendo de Deméter vira a los verdes). También destacar que todos los dioses se caracterizan por llevar atuendos metálicos. Mientras que en los hombres se traducen a armaduras de guerra completas, para ellas son apenas una coraza o un cinturón con los que decorar los livianos vestidos. Los hombres, a su vez, llevan armas, ellas no. Ni siquiera Ártemis o Atenea. En el caso de esta última, su imagen se sale completamente de la iconografía clásica. Está profundamente sexualizada, con una abundante cabellera platina y rizada, con un vestido que se abre y ensaña sus piernas completas. Lleva un escote y su casco se ve reducido a los adornos de los Grifos y Esfinge de Atenea Pártenos. Lleva unas botas atas que simulan piel de serpiente con tacones en cuñas y, siempre está acompañada de una gran pitón amarilla (fig. 54). En una escena eliminada, mantiene una conversación con un furioso Apolo, y su actitud es completamente seductora y manipuladora. Fig. 53. Susan Fleetwood como Atenea en Furia de Titanes, Desmod David, 1981. Fig. 54. Izabella Miko interpretando a Atenea en Furia de Titanes, Louis Leterrier, 2010. Fotografía durante el rodaje. En la factoría Disney, Atenea es un personaje de la película de animación Hércules (1997) así como en su serie de animación. Ni siquiera tiene líneas de texto, siendo uno de los dioses de relleno durante las escenas en el Olimpo. Se distingue a Atenea bastante bien por el color azul intenso con el que es diseñado tanto su piel como su atuendo. Es alta viste con una túnica larga, capa, armadura junto con un casco con penacho sobre su cabeza y va armada con una espada, similar al atuendo hoplita. Teniendo en cuenta el diseño del resto de personajes femeninos del film, tiene unos rasgos bastante andróginos, aunque se sigue diferenciando que se trata de una mujer. Está siempre acompañada por un pequeño búho o lechuza de su mismo color (fig. 55). Al comienzo del film, cuando un bebé Hércules juega con uno de los rayos de su padre y se electrocuta un poco, lanza el rayo con su fuerza descontrolada hacia los dioses sin darse cuenta. Los dioses se apartan asustados, entre ellos Apolo y Ares, pero Atenea desenvaina su espada y, con expresión fiera, desvía el rayo salvándoles a todos. Fig. 55. Atenea y su lechuza en Hércules, John Musker y Ron Clemets, Walt Disney, 1997. También de Disney, aunque no encarna el papel de la diosa Atenea, en la película El origen de la Sirenita (2008) dirigida por Peggy Holmes, una precuela del conocido film de los 80, Ariel es todavía una niña. Mientras que en la primera película no se explica por qué el rey Tritón, padre de Ariel, tiene prohibido a todo el reino de Atlántida que vayan a la superficie y mantengan contacto con los humanos, ni tampoco qué ha sido de la reina; en esta tercera parte sí lo hace. La reina, esposa de Tritón y madre de Ariel, se llama Atenea y falleció por culpa de la embestida de un navío de humanos, mientras jugaban y estaba toda la familia en la superficie. A pesar de que no se trata de la diosa griega, es reseñable el hecho de que hayan escogido su nombre, y no otro de entre toda la mitología, para relacionarla con el personaje de Tritón. En la película Immortals (2011), Atenea es la única diosa que aparece entre los dioses olímpicos, dando a entender que el resto han fallecido en guerras pasadas. Todos visten en tonos dorados y, mientras que en las escenas sin acción sorprendentemente, es la divinidad que más tapada aparece (los dioses salen todos con el torso desnudo y accesorios extravagantes), en las escenas de batalla su atuendo es exactamente el mismo al de los varones, salvando las diferencias físicas naturales. Se trata de un film extravagante donde han escogido como protagonista a Teseo, pero han reinterpretado al gusto tanto los personajes como la trama. Atenea es, junto con Zeus, la diosa que más protagonismo tiene. Es hija del rey de los dioses y es la única que se dirige a él como “padre” o de alguna manera más cercana. Al final, donde todos los dioses mueren excepto él en la lucha contra los Titanes, Zeus recoge únicamente el cadáver de Atenea y se la lleva de regreso al Olimpo. El trato del dios hacia ella demuestra que se trata de su hija favorita o, al menos, con la que siente un vínculo especial, quizá por la obediencia ciega que ella le profesa durante el film. Atenea es rubia de ojos claros, con una gran corona, que lleva un top de palabra de honor unido a una falda hasta los pies y una gran capa dorada que imita la piel de serpiente (fig. 56). Su atuendo de guerrera en la batalla final es muy similar a las armaduras griegas (con reinterpretación libres), porta el mismo casco que sus compañeros y va armada con una especie de pequeñas guadañas (fig. 57). Fig. 56. Isabel Lucas interpretando a Atenea en Immortals, Tarsem Singh, 2011. Fig. 57. Isabel Lucas como Atenea (a la derecha) en Immortals, Tarsem Singh, 2011. Atuendo de guerra. En los libros de Percy Jackson de Rick Riordan es una diosa muy conocida y madre de la compañera de aventuras del protagonista, Annabeth Chase. Los hijos de Atenea no nacen de manera sexual, sino que ella da a luz a través de su propia cabeza cuando ha mantenido una relación con un hombre muy profunda a nivel intelectual, lo que salvaguarda su virginidad. De esta manera, los semidioses hijos de la diosa, no poseen ombligo y son altamente inteligentes y orgullosos. Es una diosa cariosa, con un fuerte carácter protector, no solo con sus hijos, pero también es estricta, fría y disciplinada; llegando a decir de ella que es la peor de todos los dioses para tener como enemiga, puesto que nunca pierde y es certera en sus planes. Atenea no se lleva bien con Poseidón, por eso desaprueba la relación de su hija con Percy, ya que él es hijo del dios de los mares. Cuando en la segunda saga, donde se entremezclan con personajes del campamento romano de semidioses, los protagonistas descubren que Minerva dentro del panteón latino es una diosa menor, relegada a las artes y la sabiduría, ya que para diosa guerrera tienen a Belona y Mitra y, aun así, prefieren la soberanía de Marte. Esto es algo que a Annabeth le hiere profundamente el orgullo al ver a su madre menospreciada y sustituida de esa manera. Además tiene un carácter muy dominado por la virginidad, por lo que los personajes romanos se escandalizan al descubrir que ella es hija de la diosa en la versión helena. Físicamente, Atenea es descrita con el cabello oscuro y los ojos de un profundo gris. En las dos descripciones de su atuendo siempre va vestida y preparada para la guerra. En la primera con una túnica gris muy elegante, armadura y casco dorado con Esfinges y Grifos. Su segundo atuendo es una armadura de oro sobre una traje largo blanco, blande una lanza y un escudo de bronce con la égida y la cabeza de Medusa. Ambas descripciones son completamente inspiradas en el imaginario griego y la estatua de Fidias. En el film Percy Jackson y el Ladrón del Rayo (2010), Atenea es una diosa amable y no demuestra que le disgusten ni Poseidón ni Percy. Tiene una frase alegando que la guerra no es la respuesta a los problemas, lo que no deja de ser paradójico como diosa de la guerra, pero sí que refleja los valores de la deidad como estratega y comprendiendo los beneficios de la paz y el resolver los conflictos de la manera más inteligente posible, no con la violencia como única herramienta. Ayuda a Annabeth telepáticamente, como Poseidón lo hace con Percy cuando está en apuros. Viste con una túnica larga y blanca, un chal del mismo color y una égida plateada sobre su pecho. Tiene el cabello rizado y oscuro, y los ojos claros (fig. 58). Durante esta primera película, los tres protagonistas van buscando las perlas de Perséfone que les permitirán regresar del Inframundo. Una de ellas se encuentra incrustada en el casco de la Atenea Pártenos del Partenón de Nashville. A pesar de la similitud, no es la creada por Alan LeQuire: no es dorada y blanca, sino en color de la piedra, su casco no tiene tres penachos, la Niké ha desaparecido para sostener una lanza y a sus pies no existe la gran serpiente (fig. 59). Intentando recuperar la perla, lucharán dentro del templo contra los bedeles que resultarán ser la Hidra de Lerna. Fig. 58. Melina Kanakaredes como Atenea en Percy Jackson y el Ladrón del Rayo, Chris Columbus, 2010. Fig. 59. Fotograma dentro de Partenón de Nashville ante la Atenea Pártenos en Percy Jackson y el Ladrón del Rayo, Chris Columbus, 2010. En el manga y anime Saint Seiya o Los Caballeros del Zodiaco (1986-1989), Atenea es uno de los personajes principales que protege a los caballeros del zodiaco reencarnándose cada dos siglos en el cuerpo de una joven. Durante la historia, vive dentro del cuerpo de Saori, una joven con el cabello morado extremadamente largo que suele vestir con un vestido largo blanco. Cuando descubre que el espíritu de la diosa vive dentro de ella, se manifiesta con un báculo dorado que simboliza a la diosa Niké (fig. 60). La razón de ello es que el santuario de la diosa está coronado por una gigantesca escultura de la deidad de la justicia y sabiduría bajo la forma Pártenos de Fidias (fig. 61) y la Niké se metamorfosea en el báculo para las reencarnaciones. Fig. 61. Estatua de Atenea en Saint Seiya, J. Masami Kurumada, 1986-1989. Fig. 60. Saori, reencarnación de Atenea, con el báculo en Saint Seiya, JMasami Kurumada, 1986-1989. Atenea fue un personaje muy relevante dentro del universo de las series de televisión de Hércules: Sus viajes legendarios y Xena, La Princesa Guerrera en la década de los 90. Fue interpretada por tres actrices diferentes, a las que vistieron también de maneras uy distintas. La más conocida y la que más tiempo participó fue la interpretada por Paris Jefferson en Xena. Es la primogénita de Zeus, la diosa más poderosa tras su padre y sus hermanos Poseidón y Hades. Es jueza en los juicios, tal y como aparece en la Orestíada de Esquilo, con un carácter comprensivo, empático y cariñoso, convirtiéndola en una divinidad muy querida. También es elegante, honorable y carismática. Después de que Hércules asesinara a Zeus, fue ella quien ascendió al trono del Olimpo. Pero, en la historia de Xena, surge una profecía que augura que la hija de la princesa guerrera, Eva, será quien acabe con todos los dioses. Atenea se obsesiona con darle muerte para evitar que se cumpla ese destino. Con el paso del tiempo, esa obsesión que le deriva a múltiples paranoias, le hace perder su sentido de la justicia, siendo reemplazado por un hastío y amargado orgullo. Su trama termina en el momento en que Xena le da muerte para proteger a su hija. Bajo esta caracterización, lleva un conjunto de dos piezas que intenta simular una coraza metálica. La parte de arriba es como un bikini con el símbolo Gorgoneion bajo el pecho y, la de abajo se trata de una falda corta de cota de malla anacrónica y un cinturón con reptiles. Lleva brazaletes, collares y un tocado de abalorios sobre la cabeza. Suele aparecer siempre armada con una espada (fig. 62). En la serie animada de God’s School211 emitida a través de su canal de YouTube, Atenea es una estudiante del instituto muy tranquila y perspicaz. Hablar con Eris cuando ve que se encuentra mal y le da consejos muy sabios. Parece ser una diosa muy querida por todos, que no es desprestigiada, como en el caso de Ártemis, y que encaja muy bien en el grupo de los “chicos” (Zeus, Poseidón y Hades). Cuando el Olimpo es atacado por los Alóadas, ella se une al grupo de ellos tres para luchar contra ellos, a pesar de que Zeus no se lo pidiera, aunque tampoco le puso impedimento. Tiene la piel oscura, los ojos verdes, viste con un traje de este mismo color, un casco con penacho castaño que parece unirse y mimetizarse con su larga cabellera. Le suele acompañar un pequeño búho morado (fig. 63). Fig. 62. Paris Jefferson como Atenea en Xena, La Princesa Guerrera, John Schulian y Robert Tapert, 1995-2001. Fig. 63. Atenea y su búho en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. 211 Para consultar más datos sobre esta serie de animación, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. La serie de animación de DC La Liga de la Justicia (2001-2004), aparece Atenea con muchas interacciones con Wonder Woman. Su aspecto es el de una mujer joven, con el cabello castaño y recogido en una coleta alta con un adorno dorado, viste con un traje blanco y accesorios metálicos dorados de inspiración de armaduras (fig. 64). Fig. 64. Atenea en La Liga de la Justicia, Bruce Timm y Paul Dini, 2001-2004. Este personaje de La Liga de la Justicia deriva de los cómics de DC dentro de las historietas de Wonder Woman. La primera aparición de la diosa fue en All-Star Comics #8 de William Moulton Marston y Harry G. Peter, publicado en 1941. Es una de las cinco diosas que crean a las Amazonas, raza con la que se cría Wonder Woman. También ayudó en la creación de esta superheroína, quien se convirtió en su protegida. En ocasiones Atenea sale representada con un aspecto híbrido entre mujer y lechuza, y hacen referencia a los ojos de la diosa, por lo que puede tratarse de una reinterpretación de la Atenea Gorgopis, “la de los ojos de lechuza”. Su cuerpo se llena de plumaje blanco y posee una gran capa emplumada. Su cintura se decora con un cinturón con abalorios dorados, brazaletes metálicos de la misma tonalidad y sostiene un escudo con un rostro terrorífico que versiona la cabeza de la Gorgona arcaica (fig. 65). En historias alternativas de la Mujer Maravilla, Atenea se muestra completamente humana, inspirada en los atributos de la mitología como la lanza, el casco con tres penachos y la lechuza o búho. Pero su ropa es poco práctica para una guerrera y bastante sexualizadora (fig. 66). Fig. 65. Atenea Gorgopis en los cómics de Wonder Woman, DC Comics. Fig. 66. Atenea en el universo de Tierra Nueva de los cómics de Wonder Woman, DC Comics. En Marvel Comics, Atenea tiene su primera aparición en el cómic The Mighty Thor #164 en 1969 y creada por Stan Lee y Jack Kirby. También es partícipe de las historias de los Vengadores, Hércules o los Eternos. Hay varias versiones de ella: una en las que es la propia diosa, otras en las que se infiltra en la tierra con pseudónimos, como Miranda Minerva, y otras en las que inspira a otros personajes como el de Thena en los Eternos. Athena o Atenea es una mujer muy inteligente y una gran guerrera, es inmortal, vuela y puede realizar maldiciones a sus enemigos haciendo que se preserven en el tiempo y afecten también a sus descendientes. Le acompaña un búho gris llamado Pallas y es pintada con los ojos verdes, azules o grises y el cabello rubio que suele recoger en trenzas. Su traje lo conforma una armadura dorada en la parte superior de palabra de honor (nada práctico), una falda corta blanca o azul y una capa. Va armada con lanza o espada y escudo y lleva un casco con penacho. Hacen guiños a su historia mitológica como su nacimiento desde la cabeza de Zeus que es abierta por un hachazo de Hefesto o cuando decapita a Skrull, a quien muestra triunfante como si de Medusa se tratara (fig. 67). Fig. 67. Atenea en Incredible Hercules #117, Greg Pak, Fred Van Lente y Rafa Sandoval, Marvel Comics, 2008. En los Clásicos de Marvel, durante el volumen de la Guerra de Troya y la Odisea, Atenea aparece en varias ocasiones protagonizando las escenas homéricas. De igual manera, se trata de una mujer rubia y, a pesar de que intentan mantener los atributos originales (de hecho su atuendo es con las mismas tonalidades que más se repiten en su iconografía: blanco, dorado y azul) vuelve a hipersexualizarla (fig. 68). También aparece en una tira de cómics publicada por Dynamite que la hacen protagonista, con el cabello rubio platino y los ojos completamente blancos. Su atuendo suele ser bastante sexualizador, intentando asemejarse a un traje de soldado heleno, pero que es demasiado corto e incompleto, convirtiéndose en incómodo para ser la vestimenta de una luchadora que tenía tanto cuidado en no revelar su figura (fig. 69). Fig. 68. Atenea en el Clásicos ilustrados: La Odisea, Roy Thomas y Miguel Sepúlveda, Marvel Cómics, 2008. Fig. 69. Atenea en Athena #3, Doug Murray, Fabiano Neves y Paul Renaud, Dynamite, 2019. En el mundo de los videojuegos, Atenea interviene en bastantes historias de la industria con diferentes roles. En la saga Megami Tensei212 aparece en, al menos, veinte videojuegos como demonio tipo megami race (raza formada por diosas principales de distintos panteones) en su mayoría. Tiene aspectos distintos en los videojuegos pero por describir dos de ellos, en los juegos de finales de los 90, viste de negro y rojo con una armadura que le marca el pecho y capa larga, lleva un gran casco donde los tres penachos se transforman en las alas de la lechuza, su rostro es rojo como si llevara una máscara y su cabello, rubio. Sostiene un escudo y una lanza (fig. 70). Más adelante aparece también con un traje largo, pero se abandona la tonalidad negra para sustituirla por los colores típicos de la iconografía de finales del milenio pasado. El escudo la envuelve, su lanza es enorme, el penacho de su casco es sostenido por una Esfinge y lleva la égida sobre el pecho con la cabeza de Medusa (fig. 71). Fig. 70. Atenea en Devil Summoner- Soul Hackers, Atlus, 1997, Japón. Fig. 71. Atenea en Persona 4 Arena, Arc System Works y Atlus, 2012, Japón. En God of War213, Atenea es la diosa que protege, guía y sirve de mensajera de los dioses a Kratos, el avatar del jugador. Elle le promete perdonar y purificar los crímenes realizados por Kratos, a cambio de años a su servicio. Finalmente, el jugador acaba asesinando a Atenea ya que se había corrompido al sucumbir a las ansias de poder. La diosa tiene el cabello castaño recogido en la parte posterior de la cabeza, unas marcas en el rostro y accesorios dorados por la frente y el pelo. Su atuendo es bastante fiel a la indumentaria grecolatina, limitada a las tonalidades blancas y doradas. Lleva unos brazaletes y sandalias altas. Un tira de tela le cruza el torso, a modo de banda, y se anuda en su cintura para caer por un lateral el resto. Lleva dos espadas envainadas en su cinto (fig. 72). Para Assassin’s Creed, la saga que consta de doce videojuegos en tercera persona, desarrollado por Ubisoft Montreal para PC, Play Station, X-box, Nintendo, Android, Apple o Wii, lanzó su primer videojuego en 2007. A parte de la serie principal, existen spin-offs, películas, cortometrajes, libros, novelas gráficas e historietas. Atenea aparece en forma de holograma desde el segundo videojuego pero bajo su nombre latino, Minerva, advirtiendo 212 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 213 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. de los peligros al jugador, por lo que prevalece su carácter protector hacia el héroe. Viste con una túnica larga blanca y porta un casco plateado (fig. 73). Fig. 72. Atenea en God of War, SCE Santa Monica, 2005, EEUU. Fig. 73. Minerva en Assassin’s Creed II, Ubisoft Montreal y Ubisoft Kiev, 2009, Canadá y Rusia. En Monster Strike214 hay dos personajes basados en la diosa. El primero se llama Atenea, es de clase deidad y vinculado con el elemento del agua. Es una mujer con traje de estilo medieval azul y blanco, aunque la falda es corta. Lleva una corona de oro y piedras preciosas. Es rubia de ojos azules y suele portar armas como espadas o un escudo. En una de sus evoluciones aparece con búhos mecánicos como en el film Furia de Titanes (1981) (fig. 74). El segundo personaje se llama Minerva, es de clase deidad también pero su elemento es la oscuridad. Su aspecto es el de una joven de aspecto afable, que se encuentra rodeada de animales del bosque. Tiene el cabello rosado, los ojos grises y viste en tonalidades moradas, doradas y negras. De su cabeza, bellamente engalanada con una gran rosa oscura, cae un velo blanco (fig. 75). Fig. 74. Atenea en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 75. Minerva en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. 214 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. En el videojuego Smite215 es la Diosa de la Sabiduría, tiene el cuerpo atlético, la “armadura” solo le cubre los senos, como si fueran dos grandes pezoneras, aunque luego lleva un vestido de tirante azul por debajo. Mientras que Ares en el videojuego lleva una armadura de cuerpo completo, tiene aspecto de guerrero fiero, con una pose poderosa e intimidante; Atenea es delicada, bella, joven, y va armada, pero parece todo más un adorno que unas herramientas útiles (fig. 76). Fate/Grand Order216 hace mención a la diosa como una de los doce dioses que gobernaban la Atlántida hace más de 14.000 años, pero hace 12.000 fueron derrotados por Sefar, obligándoles a convertirse en el panteón griego. Zeus, para derrotar a Sefar, les quita sin permiso los poderes a todos los dioses. Tras su victoria, se produce una Guerra Civil entre los Olímpicos contra Zeus por el ultraje cometido. Pero el rey los vence y los castiga a todos. El castigo de Zeus para Atenea fue la muerte, pero dejó tras de sí la lechuza de la diosa, llamada Minerva, que posee algunos recuerdos y vestigios de la poderosa mente de Atenea. A pesar de toda esta historia, el juego no realizó imágenes de ellos. Y, por último, en Hades217, Atenea es una de las primas de Zagreus, hijo de Hades y el avatar del jugador que quiere huir del Inframundo, su hogar. Es la primera diosa olímpica con la que el jugador se encuentra siempre, convirtiéndose en una fiel protectora suya. Las bendiciones que otorga al jugador son bastante fuertes, entre ellas se encuentra la de reflejar los ataques enemigos, como si del escudo de Perseo se tratara. Se la describe con un carácter mediador, siendo ella la única capaz de atemperar el carácter violento de Ares y las asperezas de la relación de Hades con los Olímpicos. Su aspecto recuerda al diseño de personaje de Walt Disney en Hércules (1997): en tonos azulados y con su inseparable lechuza. Tiene la piel oscura, los ojos claros, el cabello gris azulado, como sus cejas, recogido en una trenza y los labios también son azules. Su casco es más bien un tocado con un gran penacho. Su armadura es dorada y puede apreciarse a Medusa en un lateral a la altura de la cintura y sujeta un escudo (fig. 77). Fig. 76. Atenea en Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. Fig. 77. Atenea en Hades, Supergiant Games, 2020, EEUU. 215 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 216 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. 217 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. Dentro de la gran empresa de muñecas Barbie, hay dos versiones completamente diferentes de la diosa Atenea, ambas de colección limitada y creadas para coleccionistas. La primera salió al mercado en 2001, se trata de la Diosa de la Sabiduría. Con un atuendo inspirado en la época clásica, la muñeca viste un traje plisado dorado, decorado en el pecho con gasa en tono marfil y decorada con un medallón dorado. Sobre sus hombros y espalda cae una capa de crepé en tono beige, decorada con motivos dorados de inspiración griega. Lleva sandalias, pendientes y un broche en tonos dorados que le recoge el largo cabello oscuro hecho tirabuzones, en la parte posterior de la cabeza. Está laureada y sobre su mano derecha se posa una lechuza dorada, que la hace reconocible (fig. 78). La segunda muñeca fue creada casi una década después por Linda Kyaw, y salió dentro de una colección junto con Medusa y Afrodita. Inspirada en el atuendo bélico que Atenea llevaba en el momento en que nació, esta muñeca, a diferencia de la anterior, está preparada para la batalla. Va vestida con una armadura que le cubre el pecho, uno de los brazos y las piernas. Lleva un vestido negro con cadenas como cinturón y de sus hombros, nace una capa que cambia gradualmente de color del blanco al rojo. Sobre su cabeza luce un casco con un gran penacho rojo y negro y, en cada mano, sostiene una lanza y su escudo. En este último puede leerse el nombre en griego de la diosa y se encuentra colocado el retrato de la muñeca Barbie Medusa en dorado. El maquillaje es feroz y en tonalidades oscuras tanto los ojos como los labios (fig. 79). Solo existen 5300 muñecas en todo el mundo. Fig. 78. Muñeca Barbie Diosa de la Sabiduría, Colección Classical Goddess, 2001. Fig. 79. Muñeca Barbie como Atenea, Serie Goddess, Linda Kyaw, 2010. AFRODITA.- [...] Pero ¿y Artemis?, ¿por qué motivo no la hieres? EROS.- Para decirlo en pocas palabras, porque ni siquiera puedo cogerla, ya que siempre anda huyendo por los montes, y además tiene ya su propio amor, AFRODITA.- ¿Cuál es, hijo mío? EROS.- Está enamorada de la caza, de los ciervos y cervatillos, a los que sigue para cogerlos y atravesarlos con sus flechas. Luciano, Diálogos de los dioses, XIX, Afrodita y Eros (ca. 158/1987, p. 64) . Traducido desde el griego ες, Ártemis, cuya castellanización es Artemisa, que fue identificada con Diana entre los romanos, es considerada una de los doce olímpicos. Diosa de la caza, las bestias o animales salvajes, los terrenos vírgenes como montañas, bosques o desiertos, ella era quien cuidaba de las mujeres con enfermedades y, a pesar de ser considerada una doncella que nunca fue madre, protegía a las parturientas y a los bebés y niños. Algunos autores la hacen hija de Deméter, pero está mucho más divulgada la versión en la que es hija de Zeus y Leto, y, por tanto, hermana melliza de Apolo (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978, vv. 919-921, p. 110). Leto les dio a luz en la isla de Delos; primero nació Ártemis y, en cuanto estuvo fuera, ayudó a su madre a traer al mundo a su hermano. Algunos investigadores creen que el origen de esta diosa es creto-micénico o de Asia Menor, debido a los cultos con disfraces de osos218 o ciervas que se llevaban a cabo, lo que le valió el sobrenombre de Pótnia Therôn, “Señora de las Fieras” (Hard, 2008, p. 252). Seguramente su origen se trate de Astarté, que derivaría durante el periodo arcaico a Ortia, una diosa de la naturaleza que, como la diosa fenicia, se rodeaba de animales salvajes. Ortia219 se convertiría en uno de los primeros epítetos de Ártemis en este período. Así, las primeras representaciones de la diosa de la caza, datadas durante la época arcaica, representan a una diosa alada de la naturaleza, junto a bestias salvajes a las que normalmente aparece sujetado por sus cuellos y de forma simétrica, como una madre agarra a sus cachorros dentro del mundo animal (fig. 1-4). A pesar de que los ciervos estaban consagrados a la diosa (convirtiéndose así en uno de sus atributos) y existen varios mitos donde este animal es crucial, como el de Acteón, Ifigenia o el cuarto trabajo de Heracles, su abrazo protector englobaba a todas las criaturas salvajes. Solo cazaba para su alimento, no por diversión; es por ello que castigaba drásticamente a aquellos que sí lo hacían. Pero, de igual manera, ella misma tenía la capacidad de transformarse en cierva, por lo que su figura está “construida sobre una paradoja: era a la vez cazada y cazadora, la presa y la flecha que la abate” (Baring & Cashford, 2005, p. 376). 218 En Atenas se denominaban “ositas” a aquellas niñas que se ponían al servicio de la diosa durante unos años en sus templos (Elvira Barba, 2008, p. 187). 219 Esta diosa es la descendiente directa de la Gran Diosa Madre, diosa de la fecundidad. Fig. 1. Placa de marfil de una horquilla de pelo, mediados del siglo VII a. n. e., hallada en el templo de Ártemis Ortia o Pótnia Therôn en Esparta. Aparece una diosa alada agarrando de los cuellos a dos aves. Fig. 2. Exvoto en placa de marfil del templo de Ártemis Ortia en Esparta, siglo VII a. n. e. En este caso, se le posan dos pájaros sobre los hombros como si fueran sus alas, sostiene, a su vez, a otras dos aves. Fig. 3. Ártemis Pótnia Therôn en plato corintio, ca. 590 a. n. e. Una Ártemis alada y vestida con túnica larga, sostiene por los cuellos a dos cisnes. Fig. 4. Ártemis Pótnia Therôn, crátera de figuras negras etrusca, 570-560 a. n. e. La diosa alada sujeta a una pantera o leona y a un ciervo por el cuello. Desde su infancia demuestra su determinación y orgullo, y así lo inmortaliza el poeta Calímaco (siglo III a. n. e./1980): Siendo aún muy niña, sentada sobre las rodillas de padre, le dijo en un tono infantil: “Dame, papá, una eterna virginidad, y muchos nombres, para que Febo no me aventaje. Dame también flechas y un arco. No, deja, padre, no voy a pedirte ni una faretra ni un gran arco; ya me fabricarán los Cíclopes en un instante los dardos y un arco flexible. Permíteme, sí, llevar antorchas y ceñirme una túnica con cenefa hasta la rodilla, para matar bestias salvajes. Dame también un coro de sesenta Oceaninas, todas de nueve años, todas aún sin ceñidor. Dame veinte ninfas Amnísides por criadas, para que cuiden bien de mis sandalias y, cuando haya terminado de disparar mis flechas contra linces y ciervos, de mis veloces perros. Dame todos los montes y una sola ciudad, la que tú quieras. Raro será que Ártemis baje a una ciudad. Viviré en las montañas, y solo tomaré contacto con las ciudades de los hombres cuando me llamen en su ayuda las mujeres atormentadas por los vivos dolores del parto; las Moiras me asignaron, desde el momento en que nací, la tarea de socorrerlas, pues mi madre me engendró y me llevó en su seno sin sufrimiento alguno, y sin esfuerzo dio a luz al fruto de sus entrañas”. [...] Riendo, asintió el padre y, acariciándola, dijo: [...] “Recibe, hija, cuanto has querido pedir, y mucho más que voy a darte yo.” (Himno a Ártemis, vv. 5-35, pp. 24-26). A pesar de que los helenos tenían una diosa consagrada a los partos y nacimientos, Ilitía, hija de Hera y Zeus; esta se identificó con Ártemis y, aunque parezca contradictorio, es lógico que sea ella y no otra quien se encargue de dicha tarea. Como diosa de la naturaleza primitiva y por sus conocimientos sobre el instinto animal, ella invita a las parturientas a que abandonen su propia identidad social y civilizada para dejarse llevar por la sabiduría innata de sus propios cuerpos, lo que las ayudará a traer a sus criaturas al mundo con mayor facilidad. De alguna manera, al ser la protectora de las mujeres solteras y de las que están a punto de dar a luz, Ártemis representa los cambios vitales femeninos, y así lo demuestran los rituales previos que las mujeres realizaban antes de sus matrimonios, donde ofrendaban sus túnicas blancas, símbolo de pureza, a la diosa (Baring & Cashford, 2005, pp. 377-378). Su relación con Apolo encarna la dualidad, la similitud y la necesidad de coexistir de dos opuestos. Para los griegos no había mejor manera de personificar dos caras de la misma moneda que una pareja de hermanos mujer/hombre. Ambos eran formidables cazadores, aunque Ártemis dedicó toda su vida a ello, por lo que, mientras ella se encargaba de la naturaleza salvaje, él lo hacía de “la naturaleza animal que había sido domada por el hombre” (C. Molina, 2015, p. 16). Si Ártemis era partera, Apolo era médico; si ella cantaba y dirigía los coros (Homero, siglo VII a. n. e./1978, vv. 189-199, pp. 114-115), él tocaba la lira; si ella procuraba la muerte espontánea de las mujeres, él, la de los hombres. Si Ártemis fue sincretizada con Selene, la Luna; Apolo hizo lo propio con Helios, el Sol. Las siguientes dos figuras son muy similares entre sí, escogiendo un formato vertical, y recordando a la iconografía de Eva y Adán, los artistas han plasmado a la pareja de hermanos personando esta dualidad. Mientras que él se encuentra a la izquierda en posición activa de lanzamiento de tiro con arco e indiferente ante el espectador; ella está sentada en una actitud tranquila y reposada, acariciando a un ciervo y mirando de frente. Se ha anulado el carácter guerrero de Diana, ya que ni siquiera se puede observar en ninguno de los casos un arco y carcaj cerca de ella, cediéndole el protagonismo a su hermano (fig. 5 y 6). Fig. 5. Alberto Durero, Apolo y Diana, 1502, grabado. Fig. 6. Lucas Cranach El Viejo, Apolo y Diana, ca. 1526, óleo sobre madera de haya. Con su hermano lleva a cabo algunas venganzas para salvaguardar el honor de su madre o, simplemente, porque ella se lo ordenaba y ellos obedecían por el amor que la profesaban. Al poco de nacer, un dragón intentó atacarles y los mellizos le dieron muerte. Otra venganza se la cobraron contra el gigante Ticio que intentó violar a Leto, él halló la muerte a mano de sus hijos, para acabar siendo torturado durante toda la eternidad en el Hades (Grimal, 1989, p. 54). En un versión más tardía, se adjudica a Ártemis solo la muerte del gigante por haber intentado quebrantar el consentimiento y el cuerpo de una mujer (Esteban, 2011, p. 139). Otra de las venganzas que llevaron a cabo los mellizos en nombre de su madre fue contra Níobe. Esta presumió de ser más fértil que Leto, ya que había engendrado a catorce vástagos (siete mujeres y siete hombres), mientras que Leto solo había conseguido a uno de cada. De esta manera Ártemis asaetó a seis de las hijas de Níobe que se encontraban en casa, y Apolo a seis de los varones que estaban de caza220. Níobe lloró tantísimo la pérdida de su familia, que Zeus, la convirtió en piedra para apaciguar su dolor221 (Homero, ca. 715 a. n. e./1927, XXVI, vv. 602 y ss.). 220 Estos matices que otorga Homero sobre los lugares donde se encontraban los hijos según el sexo, pone en relieve, una vez más, el sexismo griego sobre cuál era el lugar de las mujeres (el oikos y la discrección) frente al de los hombres (la polis y la acción). 221 En la Galería de los Uffizi de Florencia, hay una espectacular sala de estilo neoclásico y revestida por estuco dorado, dedicada a Níobe, que contiene doce esculturas y grupos escultóricos del período romano que representan este mito. Las imágenes se colocan alrededor del perímetro rectangular de la sala, siendo presidida por la imagen de una Níobe suplicante que protege con su propio cuerpo a su hija menor. En su entorno, se encuentran todas sus hijas e hijos en actitud de huida o cayendo ante las flechas de los mellizos. Hay cierta belleza amarga y macabra en que, en el mito, Níobe fuera transformada en piedra para dejar de sufrir, cuando, en la vida real, es condenada a ser una escultura de mármol que observa con sus ojos pétreos a sus aterrorizados hijos siendo asesinados por toda la eternidad. Fig. 7. Johann König, La muerte de los hijos de Níobe, primera mitad del siglo XVII, óleo sobre lienzo. Ártemis, con el torso descubierto y color de pelo castaño, se encuentra al fondo con la flecha preparada para asaetar a una de las hijas de Níobe que aún vive y se abraza desesperadamente a su madre que mira a la diosa pidiendo clemencia. Fig. 8. Anicet Charles Gabriel Lemonnier, Apolo y Diana atacan a Níobe y sus hijos, 1772, óleo sobre lienzo. Níobe concentra el protagonismo de la escena, mientras que los mellizos se ocultan entre las nubes. Diana, en este caso, se encuentra en primer plano delante de la luna, con un pecho al descubierto. Llamada en los textos como “asaeteadora” (Hesíodo, ca. 715 a. n. e./1978, v. 15, p. 69), “flechadora” (v. 919, p. 110), “diseminadora de dardos” (Homero, siglo VII a. n. e./1978, v. 425, p. 80) o “la de las áureas saetas” (v. 16, p. 187); el arco y las flechas eran uno de sus atributos principales dentro su iconografía. El hecho de que “dispare de lejos” define su carácter distante de la sociedad pues, a pesar de ser una diosa de Olimpo, no vivía jamás en él ni socializaba con el resto de dioses, ya que prefería permanecer en los bosques. Si se extrapola la metáfora y el Olimpo era el centro neurálgico de la comunidad divina, su análoga en la tierra serían las polis, las cuales estaban regidas y habitadas por los hombres; en consecuencia, Ártemis repudiaba el contacto y la compañía masculina, de ahí su categoría de virgen. La virtud de la diosa es una de sus características con más relevancia y de las más divulgadas. En el siguiente fragmento del Himno a Afrodita, el autor cita a Ártemis como una de las divinidades que escapan del influjo de la diosa del amor (fig. 9): Tampoco a la estrepitosa Ártemis, la de las áureas saetas, la somete jamás al yugo del amor la risueña Afrodita. Pues le agrada el arco, abatir Fig. 9. Pompeo Batoni, Diana y Cupido, 1761, óleo. Cupido o Eros, aparte de realizar él sus propias travesuras, obedecía las órdenes de su madre Afrodita en cuanto a quien debía asaetar con sus flechas de amor. En esta obra, Diana va a romper el arco del erote como amenaza para que jamás lo utilice contra ella. fieras en los montes, las forminges222, los coros y los penetrantes griteríos de invocación, así como las arboledas umbrías y la ciudad de varones justos. (Homero, siglo VII a. n. e./1978, Himno a Afrodita, vv. 17-21, 187-188). Se ilustra con claridad lo amedrentado que se siente Eros por la diosa, lo que le lleva a desobedecer las órdenes de su madre, como se observa en el texto de Luciano que abre este capítulo. Como consecuencia, su séquito estaba formado únicamente por mujeres, cuya virginidad era cuidada con sumo celo o, dicho de otra manera, su contacto con los hombres. En ningún momento se habla de que no pudieran tener contacto con otras mujeres, pues “los juegos amorosos entre mujeres no atentan contra la virginidad” (Goñi, 2005, p. 82). El aparato reproductor de las mujeres no se basa en tener vagina y vulva, sino en no tener pene, en la ausencia. Y con la ausencia de un órgano viril, existe la ausencia de la sexualidad, por lo que las mujeres tienen la incapacidad física de sentir deseo y placer, recluyéndolas únicamente al ámbito de esposas y madres (para lo que era necesario estar casadas con un hombre). De esta manera, al considerarse que dos mujeres no pueden mantener relaciones sexuales, demuestra, una vez más, la sociedad falocentrista, machista y lesbófoba en la que se generaron estos mitos y que ha servido como cuna para la civilización occidental, mantenida y fomentada por el paso de la Iglesia. Con la llegada del cristianismo, todas las actividades homosexuales (tanto de mujeres como de hombres) fueron censuradas y tachadas de lujuria, por suponerse un tipo de sexo no reproductivo y pecaminoso (Boswell, 1981, p. 277): Todo lo ha transformado la lujuria. La curiosidad afeminada deshonra al hombre. Todo lo busca, todo lo intenta, todo lo violenta, trastoca la naturaleza, los hombres adquieren el papel pasivo de mujeres y las mujeres actúan como hombres, siendo poseídas contra natura al unirse a mujeres. No hay entrada inaccesible al desenfreno. El placer del amor se proclama común a todos: se familiariza la lujuria. ¡Oh lamentable espectáculo! ¡Oh costumbres indecibles! (San Clemente de Alejandría, Siglos II-III/1988, pp. 279-280). En el caso del lesbianismo, no hizo más que alimentar las historias en contra de la sexualidad femenina devoradora e incontrolable. No debería extrañar, pues, que estos estigmas sobre la sexualidad femenina, que afectan directamente a la sexualidad lésbica, sean un lastre dentro de la sociedad actual y el lesbianismo sea aún visto como algo irreal, invisible y que solo existe como una fantasía creada por y para el placer masculino. Dentro de la mitología griega no existen relatos en los que se exponga abiertamente una relación homosexual entre mujeres, y las pocas referencias lésbicas que pueda haber están cargadas de eufemismos e invisibilizaciones. Un ejemplo claro del lesbianismo de Ártemis y su séquito es el mito de Calisto. Esta ninfa formaba parte del cortejo artémico, pero un día Zeus se encaprichó de ella y, cambiando su aspecto por el de Ártemis, se acercó a Calisto para inducir el contacto sexual. La ninfa, segura de que se trataba de su diosa, no tuvo inconveniente en mantener relaciones con ella. La naturalidad y la normalidad de la situación demuestran lo habitual que era que se produjera algo así. Pero, al final, no deja de ser una violación y Zeus dejó embarazada a Calisto. Cuando su vientre se hinchó, fue descubierta por Ártemis y el resto de ninfas durante uno de sus baños, por ello fue expulsada del séquito y, según la fuente, Hera (por sus celos) o la propia Ártemis la transformó en osa223 (Ovidio, ca. 9/1983, II, vv. 401-532, pp. 44-46). 222 También llamado phorminx o lira homérica, es un instrumento musical de cuerda de la Antigua Grecia, antecesora de la cítara. 223 Su hijo Árcade creció y se convirtió en cazador. Pero en uno de los días en los que vagaba por el bosque buscando a su nueva presa, se topó con una osa a la que persiguió intentando dar caza. Esa osa no era otra Fig. 10. Tiziano, Diana y Calisto, 1156-1559, óleo sobre lienzo. El juego de miradas y la gestualidad de los personajes llevan a mirar a la diosa que, además, por jerarquía, se encuentra por encima del resto. De entre todas las representaciones del mito, Tiziano es, quizá, el que con más crudeza lo muestra, pues legitima el castigo que Diana le inflige a Calisto, la cual está desolada y rota de dolor, con su rostro surcado en lágrimas y oculto en las sombras. De esta manera, Diana se muestra como una diosa indiferente ante el dolor ajeno, intransigente y sumamente patriarcal que no demuestra sororidad ni piedad alguna ante una víctima de violación. Esto, sumado a su posición de poder dentro de la composición, la convierte en una tirana. Fig. 11. Hendrik Goltzius, Diana descubre el embarazo de Calisto, 1599, óleo sobre tabla. Diana, con una actitud más amable, señala a Calisto que ha sido desnudada por sus compañeras. Fig. 12. Pedro Pablo Rubens, Diana y Calisto, 1635, óleo sobre lienzo. El artista resta protagonismo a Diana para otorgárselo a Calisto, que está siendo desnudada en contra de su voluntad. Al contrario que Tiziano, Rubens retrata a Diana con una actitud más maternal y que no aparenta que vaya a castigar, sino que va a ir hacia Calisto con intención de consolarla. La cierva muerta y el perro agresivo a la izquierda introducen el mito de Acteón. que su madre Calisto y, cuando iba a asaetarla, Zeus detuvo la flecha, transformó a Árcade también en un osezno, y les subió al firmamento como las constelaciones de la Osa Mayor y Menor (Ovidio, ca. 9/1983, vv. 401-532, pp. 44-46). El dramatismo se ve en aumento cuando Hera, no conforme con el castigo, evitó que madre e hijo pudieran estar juntos en el cielo. Para ello fijó la cola del osezno (la Estrella Polar de la Osa Menor) en la cúpula del hemisferio norte, por lo que la Osa Mayor girará en torno a su hijo constantemente sin llegar a alcanzarle nunca. El caso de Calisto es uno más dentro de la mitología griega donde la víctima de la violación es, además, castigada por ello (normalmente por otras mujeres) y el hombre violador sale indemne. Fig. 13. Rembrandt, Diana bañándose junto a sus Ninfas con Acteón y Calisto, ca. 1635, óleo sobre lienzo. Mostrando los dos mitos más representativos de la diosa dentro de un cuadro paisajísitico, Diana que, al contrario que en la mayoría de imágenes tiene el cabello oscuro, mira a Acteón para castigarlo por haberla observado desnuda; mientras que la mayor parte de su cortejo, inmoviliza y desnuda a Calisto revelando su embarazo. Las dos siguientes figuras muestran la otra parte del mito de Calisto que no ha sido tan explotada iconográficamente: su violación. Ambos artistas plasman una escena lésbica pero teniendo claro que, en realidad, Diana es Júpiter, y así lo demuestran en los títulos de sus obras. Las dos obras son muy dulces y con un fuerte carácter romántico que se demuestra tanto en el delicado abrazo que ambas figuras que profesan, como en la sensibilidad de sus miradas. Esto seguramente sea porque se encuentran al inicio de la relación, cuando Calisto aun no es consciente de que no tiene ante ella a su diosa, porque, ya como versa Ovidio, ella se revolvió con fiereza al darse cuenta de que era Júpiter (hecho que fue pasado por alto tanto por Diana como por Juno, que la castigaron severamente). Diana, cuya única diferencia es el color del cabello, viste un vestido blanco liviano, junto con un manto rojo, lo que desvela pistas sobre su identidad real. Sobre su cabeza refulge una media luna y, a su alrededor Cupidos revolotean divertidos, bendiciendo lo que va a suceder, y las armas de la caza descansan a su alrededor (fig. 14 y 15). Fig. 15. Jacopo Amigoni, Júpiter y Calisto, siglo XVIII, óleo sobre lienzo. Fig. 14. François Boucher, Júpiter y Calisto, 1744, óleo sobre lienzo. Los comunes baños de Ártemis con su séquito, donde jugaban desnudas en el agua y descansaban de las cacerías, es un claro eufemismo de algunos de los momentos donde mantenían relaciones sexuales entre ellas. De ahí que tampoco se tomaran muy bien que fueran espiadas o sorprendidas por hombres en esos instantes, y estos fueran duramente castigados por la diosa. Un caso representativo de este momento es la historia de Acteón. Este era un cazador que vagaba por el bosque acompañado de su jauría de perros de caza cuando, tras escuchar un ruido tras una arbolada, se asomó. Allí vio a Ártemis desnuda, bañándose con sus ninfas, las cuales intentaron cubrir con sus propios cuerpos el de su diosa sin mucho éxito (Ártemis era más alta que ellas). Como castigo, la deidad salpicó con agua el rostro de Acteón, metamorfoseándole en un ciervo que fue cazado por sus propios perros, los cuales no reconocieron en él a su amo (Ovidio, ca. 9/1983, III, vv. 138-252, pp. 60-62). Fig. 16. Ártemis y Acteón, crátera ática de figuras rojas, 470 a. n. e. Ártemis, vestida con túnica larga y en posición de disparo, apunta con su arco a un Acteón que está siendo atacado por sus perros. El cazador que, curiosamente, no está transformado en ciervo, suplica por su vida mirando al cielo. Hay ciertas similitudes entre la historia de Acteón con la de Tiresias y su ceguera procurada por Atenea al verla desnuda. Ambos son castigados por las diosas a las que han sorprendido en actos de intimidad. La visión del cuerpo desnudo de divinidades que no han consagrado sus cuerpos al placer masculino, convierte la mirada de los hombres en una profanación de sus cuerpos. El cuerpo femenino se convierte en un templo sagrado y los hombres que osan mirarlos, acogen un carácter lascivo y, automáticamente, voyerista hacia unas mujeres que no han dado su consentimiento y que, además, sus atributos sensuales residen en rasgos androcéntricos, no en la sensualidad “natural” femenina (como en el caso de Afrodita) (Beteta Martín, 2016, p. 513). Pero, en el arte, se han pintado desnudas una y otra vez, lo que hace que el espectador pueda admirar sus cuerpos sin consecuencias, otorgándoles un estatus superior a los hombres míticos. Además, en muchos de estos casos, la fémina intenta cubrirse sin conseguirlo, en una muestra de pudor y claro gesto de contrariedad, lo que fomenta aún más el placer escoptofílico. Esta no es una temática exclusiva de diosas mitológicas, el retratar esta situación violenta ha acompañado a la representación de muchas otras mujeres, como es el caso de las féminas en las obras de los impresionistas. A pesar de la brevedad del mito de Acteón, es uno de los pasajes más prolíficos en cuanto a representaciones artísticas se refiere, existiendo numerosas obras donde cada artista explotó un registro y un discurso artístico distinto intentando aportar un valor añadido a su obra. Fig. 17. Lucas Cranach El Viejo, Diana y Acteón, 1518, óleo. Las mujeres, desnudas y escandalizadas, se ocultan o huyen de la vista de Acteón. La diosa con el cabello rubio (figura femenina más a la izquierda) es la única que se dirige hacia el hombre, al cual está salpicando con agua. Acteón se encuentra a mitad de la transformación a ciervo y siendo ya apresado por sus perros de caza. Fig. 18. Francesco Mosca Il Moschino, Diana y Acteón, 1554-1564, relieve de mármol, Museo del Bargello, Florencia. Fotografía propia. Diana, figura femenina que más sobresale del relieve, mira desnuda directamente hacia un Acteón que camina hacia ellas acompañado de sus perros, a pesar de tener su cabeza bajo la forma del venado. Fig. 19. Tiziano, Diana y Acteón, 1156- 1559, óleo sobre lienzo. El artista prima las expresiones y la gestualidad de los personajes, siendo reseñables la sorpresa de Acteón, que ha dejado caer su arco, y el intenso odio del rostro de Diana, a pesar de estar medio oculto. Su cabeza está decorada con una media luna engarzada en perlas y las dos telas que entran en contacto con su cuerpo para taparlo, son blancas, color que simboliza su pureza, frente al rojo sangriento sobre el que se sienta. El cráneo de ciervo en lo alto actúa como presagio del fatídico destino del cazador, casi como si Diana ya tuviera el cráneo de Acteón decorando su santuario como premio. Fig. 20. Matteo Balducci, Diana y Acteón, siglo XVI, panel. En esta composición circular, la diosa, con actitud de haberle echado ya el agua a Acteón, observa con el cabello suelto y rubio adornado con la corona lunar, como los perros atrapan con sus dentelladas a Acteón que ya se ha transformado completamente en ciervo y berrea de dolor. Fig. 21. Bernaert De Ryckere, Diana transforma a Acteón en ciervo, 1582, óleo sobre panel. En una escena donde prima el paisaje frente al estudio de las figuras humanas, Acteón aparece por un extremo del panel con la cabeza ya transformada en ciervo. Fig. 22. Giuseppe Cesari, Diana y Acteón, 1603, óleo sobre cobre. Diana observa directamente la transformación de Acteón que ya tiene cornamenta, después de haberle arrojado agua. Su único atuendo es una tiara de perlas donde se erige una media luna. Fig. 23. Francesco Albani, Diana y Acteón, 1617, óleo sobre cobre. La diosa, completamente desnuda a la que su cortejo intenta cubrir con una tela blanca, señala a Acteón con dedo acusador y le sentencia. Sobre su cabeza brilla una media luna. Fig. 24. Francesco Albani, Diana y Acteón, 1625, óleo sobre lienzo. Muy similar a la obra anterior con la diferencia de que Acteón huye de la escena espantado, al contrario que en otras obras donde parece no darse cuenta de su metamorfosis hasta que no tiene a sus perros desgarrando su carne. Fig. 25. Jacob Jordaens, Diana y Acteón, 1640, óleo sobre tabla. Un Acteón vestido de rojo, símbolo del sangriento final, se dirige hacia las mujeres con tranquilidad, sin demostrar sorpresa o temor alguno, lo que se contrapone ante la actitud de las ninfas. Diana, con el pelo prácticamente blanco y con una luna sobre él, se agacha sobre la laguna, mientras se tapa un pecho, dispuesta a salpicarle con el agua para castigar su osadía. Fig. 26. Louis Galloche, Diana y Acteón, 1725, óleo sobre lienzo. La diosa, que destaca sobre todas las figuras por poseer el foco de luz (lo que destaca aún más su desnudez), levanta el brazo ante el hombre que se asoma desde la derecha, mientras que todas sus ninfas corren a cubrirla con sus propios cuerpos o con las telas de su alrededor. La ninfa de la izquierda que se encuentra más alejada del grupo, tiene la misma actitud que el resto de mujeres pero mirando al espectador, como si también quisiera procurar que este no viera la escena. Fig. 27. Martin Johann Schmidt, Diana y Acteón, 1785, óleo sobre cobre. Acteón, ajeno a la cornamenta que empieza a sobresalir de su cráneo, mantiene una postura relajada y voyeur hacia las mujeres. Las ninfas huyen e intentan cubrir el cuerpo de Diana que, portando una media luna sobre su cabeza, lanza agua al espía. Sobre las rocas pueden observarse los carcajes y las flechas de las cazadoras. Fig. 28. Thomas Gainsborough, Diana y Acteón, 1785, óleo sobre lienzo. En este óleo de aspecto únicamente abocetado, Diana se intenta cubrir mientras lanza agua a Acteón, encaramado a las rocas y con la cornamenta naciendo de su cabeza. Fuera de las representaciones de los pasajes míticos, muchos artistas han inmortalizado a Ártemis-Diana en dos actitudes muy marcadas: como cazadora o en sus baños. En ambos casos, puede encontrarse a solas o acompañada de su séquito; de hecho, en algunas obras, los baños o reposos son la consecuencia lógica de haber estado de cacería por lo que ambas iconografías están íntimamente interrelacionadas. Por otra parte, sabiendo que Ártemis castigaba duramente a aquellos voyeurs de sus actividades femeninas, este tipo de obras convierten al espectador justo en aquello que ella más odiaba (Elvira Barba, 2008, p. 191) pero, a diferencia de Acteón, la audiencia sale indemne de dicho castigo y es afortunada de haber podido vislumbrar la belleza de su cuerpo. Fig. 29. Cerámica de figuras rojas, ca. 430 a. n. e. Ártemis en su carro dorado tirado por ciervas moteadas. Fig. 30. Lécitos de figuras rojas de Ártemis, siglo V a. n. e. Derivada de la Ártemis Ortia, la diosa aparece con túnica larga y proporcionando comida a un cisne, lo que demuestra su labor de cuidadora de la naturaleza y los seres que la habitan. Fig. 31. Conocida como Diana de Versalles, siglos I-II, mármol. Esta icónica imagen aúna los atributos principales de la diosa: juventud, belleza, tiara con forma de media luna, pelo recogido, túnica corta y remangada, carcaj con flechas y ciervo. Una reproducción de esta escultura aparece en el videojuego Assassin’s Creed: Odyssey, Ubisoft, 2018, EEUU. Fig. 32. Diana, siglo II, mármol. Copia romana después el original griego de Ártemis de Mitilene del siglo IV a. n. e. Con el atuendo similar a la figura anterior, Diana se encuentra en una postura mucho más relajada. Fig. 33. Lucas Cranach El Viejo, Diana reclinada, 1515, óleo sobre panel. La diosa dormita relajada en el bosque, completamente desnuda y expuesta al espectador, con los atributos de cazadora a su alrededor. Su mano se dirige hacia los genitales, como síntoma de onanismo. Fig. 34. Pedro Pablo Rubens, Diana Cazadora, 1617-1620, óleo sobre lienzo. La obra muestra el momento anterior a la persecución de la cacería, con una Diana vestida de rojo y blanco. El dejar a la vista una única mama de la diosa, acerca el personaje al de las Amazonas, las cuales eran muy afines a Ártemis. Fig. 35. Joachim Friess, Diana y el ciervo, 1620, plata. La diosa con el torso descubierto, monta sobre un enorme ciervo mientras es acompañada por sus perros de caza. Fig. 36. Pedro Pablo Rubens, Diana Cazadora y sus Ninfas, 1636-1639, óleo sobre lienzo. La diosa, vestida inusualmente de rojo con motivo de la actividad que está realizando, ataca con una lanza a un ciervo en primer término junto a sus perros, mientras que las ninfas persiguen a un segundo por detrás. Mientras que los animales, en tonalidades mucho más oscuras, destacan por su tensión y fiereza; las mujeres, mucho más iluminadas, a pesar de estar de cacería, mantienen poses más relajadas. Fig. 37. Simon Vouet, Diana, 1637, óleo sobre lienzo. Con una pequeña diadema lunar, Diana, con un pecho descubierto, acaricia a sus perros. Fig. 38. Andrea Camassei, La caza de Diana, 1638, óleo sobre lienzo. Completamente vestida, Diana se yergue en el centro entre su cortejo. A la izquierda aparece un hombre, quizá Orión o Hipólito dado que ninguna mujer parece escandalizada con su presencia y el perro lo olfatea con curiosidad. Fig. 39. Johannes Vermeer, Diana y sus compañeras, 1655, óleo sobre lienzo. Tras la caza y vestidas con trajes contemporáneos a la época del artista, las Ninfas lavan los pies de la diosa. Fig. 40. Juan Antoine Watteau, Diana en el baño, 1715, óleo sobre lienzo. En una escena voyeur, Diana no es consciente de que está siendo observada por el espectador y se lava en la laguna completamente desnuda, tras dejar al lado sus armas. Fig. 41. Noel Nicolas Coypel, El baño de Diana, 1732, óleo sobre lienzo. La diosa, con una refulgente media luna sobre su cabeza, permite que una de las ninfas la descalce dentro de un ambiente de relajación y diversión. Fig. 42. Anton Raphael Mengs, Artemisa como diosa de la noche, 1765, óleo sobre lienzo. Se encuentra en el Palacio de la Moncloa de Madrid. Muestra de cómo Artemis desplazó a Selene como diosa de la noche Fig. 43. Paul-Jacques-Aimé Baudry, Diana en reposo, ca. 1835. Automáticamente con la llegada del siglo XIX, pasa a tener el cabello rojo en varias obras cuando nunca antes ha sido retratada así. Además, mira lascivamente al espectador invitándole a recostarse con él, mientras un elegante ciervo se encuentra tras ella con el que podría ser Cupido dormido, lo que acercaría aún más esta representación de la diosa a las de Venus. Fig. 44. Paul-Jacques Aimé-Baudry, Diana descansando, ca. 1859, óleo sobre lienzo. Similar a la figura anterior, la mujer, reconocible por la luna creciente sobre su cabeza, mira al espectador exponiendo su cuerpo, como invitándole a ser partícipe del placer prohibido. Esta obra encajaría dentro de la fantasía erótica ya que, de ninguna manera, Diana permitiría que una situación así sucediera con un hombre. Fig. 45. Pierre-Auguste Renoir, Diana, 1867, óleo sobre lienzo. Una Diana morena y desnuda (a falta de la tela sobre sus piernas), mira con solemnidad a la cierva que ha abatido. Fig. 46. Jules Joseph Lefebvre, Diana sorprendida, 1879, óleo sobre lienzo. A pesar de que no se vea quién es el espía descubierto, el séquito corre a tapar a su diosa. Esta se encuentra completamente desnuda con el pelo suelto y de un vibrante color rojizo. Este tono supuso para los artistas decimonónicos, el color de lo erótico y lo peligroso, siendo el preferido para representa la feminidad perversa. Por ello y sumado a su expresión amenazante, Diana promete el despiadado final que le va a otorgar a aquel que ha incumplido sus normas. Fig. 47. Jules Joseph Lefebvre, Diana, 1879, óleo sobre lienzo. La diosa es representada con el aspecto de una joven con el pelo ondeando al viento en libertad. Agarra su arco plateado como si acabara de descubrir a alguien observando su desnudez. Fig. 48. Guillaume Seignac (1870-1924), Diana, La Cazadora, óleo sobre lienzo. Esta delicada representación muestra a una Diana pictórica bajo la iconografía de sus imágenes antiguas: la túnica blanca la tiene recogida a su cintura con un ceñidor y porta sus armas con engarces dorados. Se encuentra en plena cacería al bloquear el sol para divisar a su posible presa a la que mira con gesto tranquilo. Fig. 49. Gaston Casimir Saint-Pierre, Diana Cazadora, siglo XIX, óleo sobre lienzo. Mientras pasea por el bosque amarrando a sus perros, el artista ha decidido no cubrir ninguno de sus pechos con una prenda de ropa que denota su incomodidad para la caza. Su cabello es negro y a su espalda porta un carcaj con flechas. Fig. 50. Robert Burns, Diana y sus Ninfas, 1926, témperas. Al igual que la obra de Lefebvre, Diana destaca entre las demás por su cabellera rojiza. Todas las mujeres corren entre la maleza desnudas y acompañadas de animales salvajes, lo que bestializa el carácter de la diosa y, por consiguiente, de la mujer. Fig. 51. Giorgio De Chirico, Diana durmiente, 1933, óleo sobre lienzo. La diosa de cabellos dorados descansa con una túnica blanca remangada que deja ver uno de sus pechos, junto a un montón de frutas, sus armas de cacería y un perro. Fig. 52. Juan Fernando Olaguíbel, Diana Cazadora, 1942, fuente en el Paseo de la Reforma en Ciudad de México. Esta obra sigue la iconografía Barroca de la diosa y la muestra completamente desnuda para que, junto con el arco y la postura despreocupada, encarne la sensación de libertad e independencia de Ártemis. El desprecio de Ártemis por los hombres y su aislamiento voluntario durante toda su vida, le hacen poseer una personalidad hostil, peligrosa, indecente, salvaje e indomable, generando el prototipo de “doncella arisca” (Grimal, 1989, p. 53) que solo saciaba su carácter con sangre. El hecho de que la diosa decidiera vivir con independencia y sin estar bajo el yugo masculino, solo con la compañía femenina, cargó ese tipo de conductas con connotaciones negativas y punibles para el resto de mujeres. Las vírgenes son consideradas las féminas más virtuosas, en el amplio sentido de la palabra, de ahí el afán de hacerlas el mejor tipo de sacrificio humano que se pudiera ofrendar a los dioses. Además, el consagrar la vida de una virgen era entendido como uno de los peores actos de crueldad por parte de los dioses, lo que aumentaba el sentido trágico de los mitos y obras escritas. Los dioses, en general, eran fácilmente ultrajados si sentían que no se les rendían los debidos honores o si alguien se vanagloriaba de ser mejores que ellos. Así sucede con Agamenón mientras se encontraba en Áulide de camino a Troya con sus naves. Según la versión, descuidó el culto a Ártemis o dio muerte a un ciervo alardeando de ser mejor cazador que ella, lo que le valió el tener que sacrificar a su propia hija, Ifigenia, que aún era una niña, para calmar la ira de la diosa. Hay numerosas versiones sobre el desenlace: en algunas el sacrificio se llevó a cabo (Esquilo y Lucrecio); en otras, Ártemis se apiadó de la niña en el último momento e, intercambiando su cuerpo por el de una cierva, se la llevó a Táuride donde la convirtió en su sacerdotisa para que sacrificara ante la diosa a todo extranjero que arribara en esas costas, lo que demuestra el carácter cruel de la deidad (Eurípides, Pausanias e Higino) (fig. 53 y 54). Fuera de la mitología, Ártemis era la deidad que recibía la mayor cantidad de sacrificios de sangre, los cuales solían ser animales salvajes que eran arrojados al fuego. De esta manera y en palabras de Anne Baring y Jules Cashford (2005), Ártemis “provoca el miedo más primitivo a depender de (las) fuerzas que están más allá del control de los seres humanos, y cuyas leyes pueden violar [...] sin darse cuenta de ello”, y añaden que, mediante el sacrificio de sangre, se “podía aplacar su sed de venganza sobre la ignorancia de los hombres” (p. 379). Fig. 53. Sacrificio de Ifigenia, siglo XVIII, Museo del Bargello, Florencia. Fotografía propia. Artemisa se persona armada con su arco en mitad del ritual para recoger a la víctima. Fig. 54. Corrado Giaquinto, El sacrificio de Ifigenia, 1759-1760, óleo sobre lienzo. Rodeado de personas con gestos de dolor ante la crueldad que se va a producir, Agamenón se aproxima a su hija cuchillo en mano, cuando es interrumpido por Ártemis, que aparece desde el cielo y envía a una cervatilla para sustituirla como ofrenda. De igual manera, era extraño que una mujer decidiera por motu propio el permanecer en ese estado durante el resto de su vida, y era algo que se debía reseñar y hacer saber. Basando la sociedad en el falocentrismo y en la exaltación del ego masculino, era bastante inconcebible que una mujer no quisiera prestarse a los placeres (u obligaciones) que un hombre podía prestarle; lo que hacía que dicha mujer adquiriera un atractivo en lo prohibido que la convertía en alguien irresistible y único. Esa atracción imposible se tradujo en un fuerte carácter sensual, erótico incluso, en casi todas las representaciones de la diosa desde el Renacimiento hasta el siglo XIX, mediante desnudos, poses sugerentes o invitaciones veladas al espectador a participar de las actividades de la diosa en solitario o con sus ninfas. Debido a esa irresistible fascinación por la diosa, fue víctima de varios intentos de violación. Uno de ellos fue por parte un dios del río llamado Alfeo, al que la diosa evitó llenándose de barro el rostro para que no la reconociera. Otro fue Búfago que intentó agredirla y, ella, percibiendo sus intenciones, acabó con él antes. Según Apolodoro (siglo I- II/1987), los Alóadas, Oto y Efialtes, eran dos gemelos gigantes que decidieron atacar el Olimpo para, además, desposarse Oto con Ártemis y Efialtes con Hera. Finalmente solo consiguieron capturar a Ares, que fue liberado por Hermes, ya que Ártemis, transformándose en cierva, saltó entre ambos y, creyendo que la alcanzarían, se arrojaron sus lanzas el uno al otro (I, VII, 4, 53-55, pp. 19-20). Su relación con Orión es de las más conocidas y que más versiones tiene. Orión era un gigante que se convirtió en uno de los escasos hombres que fue compañero de caza de Ártemis pero, como buena historia griega, tiene un trágico final. La Odisea critica en palabras de Calipso, los profundos celos y envidias de los dioses, y ejemplifica como Ártemis asaetó a Orión tras haber sido raptado por Eos y haberse casado con ella (Homero, siglo VIII a. n. e./1978, Canto V, v. 121, p. 331). Apolodoro (siglo I-II/1987) cuenta que Ártemis fue quien le asesinó igualmente, pero aporta ya dos opciones de la causa de su muerte: la primera por su arrogancia al retarla al lanzamiento de disco, la segunda por haber violado a Opis, una de las doncellas del cortejo de la diosa (I, 27/4. 5, p. 14). En otras versiones es asesinado por la picadura de un escorpión. En algunas historias, el animal es enviado por Ártemis por haber intentado violarla; en otras, fue Gea para castigar la arrogancia que había nacido en él tras haberse convertido en el compañero de caza de Ártemis. En una variante de esta última, Apolo, ya sea por temor a que su hermana decidiera yacer con él o a que también la abandonara como a Eos, o porque estuviera celoso de que Ártemis pasara más tiempo con Orión que con él, convenció a Gea para que le enviara el escorpión. El gigante, tras enfrentarse al artrópodo y fracasar, huyó de él nadando hacia Delos esperando que Eos le protegiera; pero Apolo retó a su hermana a ver si era capaz de dar con sus flechas a aquel que huía por haber violado a Opis. Ártemis, evidentemente, fue certera en su disparo y, tras descubrir a quien había asesinado, lo colocó entre las estrellas junto con su perro Sirio (que formaría la vecina constelación del Can Mayor) y al escorpión en la constelación de Escorpio. Las constelaciones de Orión y el Can Mayor desaparecen en el horizonte cuando aparece la de Escorpio, recreando la persecución en el firmamento (Graves, 1985a) (fig. 55). Fig. 55. Nicolas Poussin, Paisaje con Diana y Orión, 1650, óleo (detalle). A pesar de la popularidad del mito, apenas existen representaciones de Orión. Diana aparece posada sobre las nubes mirando despreocupadamente a su protegido, vestida con su atuendo típico de cazadora. Otro hombre que Ártemis toleró fue Hipólito. Eurípides en su tragedia Hipólito (428 a. n. e.) y Ovidio en sus Metamorfosis (ca. 9/1983) cuentan como este era otro gran cazador que había decidido encomendarse a la diosa y había hecho voto de castidad, despreciando, así, a Afrodita. Esta, como venganza, hizo que su madrastra, Fedra, se enamorara de él para que se ofreciera a yacer en el lecho. La tragedia comienza tras el rechazo por parte de Hipólito, que lleva al suicidio a su madrastra. La nodriza de Fedra, para eximirse de la culpa (pues ella sabía todo lo que había ocurrido) escribió en una tablilla que Hipólito había intentado violar su señora, y la dejó junto al cadáver de esta. El padre del cazador clamó venganza e Hipólito acabó muerto. Ártemis consiguió resucitarle y le transportó a uno de sus templos en Italia. Como se ha mencionado anteriormente, Ártemis era una deidad dedicada por y para las mujeres. Al igual que en la mitología solo se rodeaba de ellas, velaba por su seguridad y era intransigente con los actos que cometían en contra de sus designios, se creía que hacía lo mismo con las mortales. Es por ello que se la culpabilizaba de las muertes inexplicables y repentinas de las mujeres y se decía que habían sido asaetadas por ella, y así lo demuestra Homero (ca. 762 a. n. e./1927) en sus obras: “Ártemis, la que usa riendas de oro, irritada, mató a su hija” (Ilíada, VI, v. 200, p. 66), “A mi madre [...] trájola aquel con otras riquezas y la puso en libertad por un inmenso rescate; pero Ártemis, que se complace en tirar flechas, hirióla en el palacio de mi padre” (Ilíada, VI, v. 420, p. 70), “La mató (a Ariadna) antes Ártemis a instancias de Dioniso en Día rodeada por el mar” (Odisea, XI, vv-321-322, p. 389). Pero, tan pronto como es procuradora de muerte, también lo es de vida y, al igual que su primer acto tras nacer fue ayudar a su madre a dar a luz, ella asistía los partos de las mortales y se le encomendaba el buen transcurso de estos a la diosa. Los textos griegos ponen en contraposición a Ártemis con otras diosas, las más evidentes son Afrodita y Atenea. Mientras que Ártemis es de las pocas que es inmune al poder de Afrodita, ella es, además, una ferviente defensora de la virtud, hecho que se opone a los deseos de la diosa del amor carnal. La tragedia que mejor refleja la rivalidad ente las dos diosas es Hipólito de Eurípides (428 a. n. e.). Por otra parte, con Atenea, aunque ambas tienen en común su rechazo por el contacto sexual con los hombres, son consideradas hembras varoniles, demuestran su carácter guerrero y conocimiento de las artes de la lucha, y representan la feminidad que no está al alcance de los hombres (el desconocimiento y la prohibición hacen que aumente su atractivo de una manera morbosa) sus similitudes acaban ahí. Mientras que Atenea se relaciona mayoritariamente con héroes masculinos, les amadrina en sus batallas y protege sus ciudades y ciudadanos; Ártemis no quiere contacto alguno con hombres (a excepción de Hipólito y Orión) y vive en parajes agrestes, alejados de las ciudades. Donde una representa lo civilizado, otra hace lo propio con lo salvaje. Su oposición también se refleja en la Ilíada, donde cada una de ellas lucha en un bando de la Guerra de Troya (Esteban, 2011, pp. 135-136). Su pronto sincretismo con Selene, la Luna, le sumó todos los atributos de la titánide como la corona lunar, la túnica larga o ir montada en un carro tirado por caballos. Esta identificación llegó a su máximo esplendor dentro de la mitología latina, cuando Ártemis se convirtió en Diana. La luna ha recibido su denominación a partir de “lucir”, porque se la identifica con Lucina; y es que, de la misma manera que entre los griegos se invoca a Diana en su condición de “Lucífera”, así entre los nuestros se invoca a “Juno Lucina” en el momento del parto. A esta misma Diana se la llama “omnívaga”, no a partir de “perseguir cazando”, sino porque se la cuenta entre las siete “vagabundas”224, por así decirlo. A Diana se la llama así porque era capaz de producir, aun siendo de noche, una especie de “día”. [...] Es invitada a asistir a los partos. (Cicerón, 45 a. n. e./1999, II, 68-69, p. 215). Fig. 56. Mosaico del Planetario en la casa del Planetario en Itálica (Sevilla), primera mitad del siglo II. Empezando por arriba y en sentido de las agujas del reloj: Júpiter, Mercurio, Marte, Luna (Diana), Sol (Apolo), Saturno y, en el centro, Venus. La mitología latina ha sido la favorita de representación para los artistas a lo largo de la historia del arte, y así lo demuestran los títulos de sus obras que se componen, en su mayoría, de nombres romanos. Es por ello que es bastante inusual encontrar obras de la diosa bajo el nombre de Ártemis o Artemisa, y hay una clara predominancia de obras de Diana. Si Diana tenía completamente incorporado a sus atributos la luna (puesto que Selene o la personificación del astro como tal había desaparecido), hace de la diosa latina una deidad de carácter lunar, hecho que Ártemis solo vislumbraba puesto que los griegos sí entendían los astros del sol y la luna como divinidades per se. Además, la desacreditación de Cicerón a Diana como diosa cazadora, anula su carácter guerrero y luchador en favor de actividades “más femeninas”225, como son los partos; hecho reforzado sabiendo que la Luna simbolizaba el mundo femenino (en contrapartida al Sol, lo masculino). Esto despojaba de Diana ese aire varonil que los griegos le insuflaron, haciendo emerger una deidad más delicada, sensible, retraída y civilizada, similar a la concepción que se tenía de lo que debía ser una mujer. A su vez, Selene, en Grecia, se estaba identificando con deidades plenamente femeninas, poderosas, mágicas y oscuras, como Hécate. Por ello, también se identificó a Ártemis con la diosa ctónica de la hechicería, de tal manera que Hécate puede ser interpretada como la parte o versión perversa de Ártemis que aparece cuando su luz se ve ocultada226 (Eetessam, 2015, p. 116), o como una advocación de la diosa de la caza. La advocación es una hipótesis con bastante fundamento, pues Hécate se decía que podía ser la pareja de Hécatos durante su período más arcaico. Hécatos, por su parte, era un epíteto de Apolo, ες, que significa “el que dispara de lejos”, por lo que la contraparte femenina de este, es asumible que se identificó con la pareja natural de Apolo, su hermana, que también “disparaba de lejos” (Calvo, 2006, p. 51). Esto causó que los perros de 224 El Sol, la Luna y los cinco planetas conocidos durante la época romana (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) eran considerados los “errantes”. Estos siete errantes fueron los que dieron nombre a los días de la semana. 225 Similar fue la desautorización de Minerva, Atenea para los griegos, como diosa bélica en favor de un carácter más reposado y artístico. 226 En el Catálogo atribuido a Hesíodo, la diosa de la caza recibe el nombre de Ártemis Enodia, mismo epíteto que recibía habitualmente Hécate, o directamente como Ártemis Hécate (Hard, 2008, p. 251). Ártemis puedan aparecer junto a Hécate pero transformados en canes infernales y aterradores que, de igual manera, con sus ladridos y aullidos anunciaban una muerte inminente. Las antorchas guía de Hécate se convirtieron en un atributo de Ártemis donde se asociaron, en su caso, como guías hacia la vida, es decir, con los partos. La identificación de estas dos diosas, donde Ártemis representaba el carácter terrenal de Hécate, unidas a las de Selene (carácter celestial) y Perséfone (carácter subterráneo) están correlacionadas estrechamente entre sí, y así lo explica el filólogo José Luis Calvo (2006): El pensamiento analógico que está en la base de este múltiple sincretismo es, en realidad, bastante simple: Artemis se funde con Selene por lo mismo que su hermano Apolo se funde con Helios; pero además Artemis lleva un cortejo de perros, como Hécate, y tiene relación con la muerte lo mismo que Perséfone (mata con sus flechas, especialmente a las mujeres) y con la luna: sus flechas son como los rayos lunares. La fusión de Selene con las diosas infernales también es fácil de explicar: las desapariciones sistemáticas de la luna se ponen fácilmente en relación con la alternancia de Perséfone entre el Hades y la tierra. Ello sin olvidar la creencia tardía de que las almas de los difuntos revolotean en la esfera lunar una vez que la creencia generalizada en la redondez de la tierra dificulta la localización del Hades en un inframundo ilimitado. (pp. 51-52). Como parte de la Triple Diosa donde Hécate es una de las tres partes, y personificando su simbología lunar, Ártemis representaba la luna creciente, mientras que Hécate encarnaba la luna nueva, la luna oscura, y, por último, Selene o Deméter, eran la luna llena (Baring & Cashford, 2005, p. 380). El culto a Ártemis fue extenso y tuvo un gran número de templos erigidos en su honor, hecho anunciado ya en el poema de Calímaco (siglo III a. n. e./1980). Dos de los más grandes son el de Delos, lugar de nacimiento de los mellizos, y el de Éfeso (en el actual país de Turquía). Este último era uno de las consideradas Siete Maravillas del Mundo y en él se rendía culto a Ártemis de Éfeso, una Ártemis con muchas más similitudes a Cibeles, vinculada con la fertilidad y no con la virginidad. Las imágenes de la diosa distaban mucho de las creadas por los griegos: con una actitud más hierática, su atuendo y tocados eran de aspecto más oriental y estaba caracterizada por la multitud de pechos en su torso, símbolo de fertilidad. Esta multiplicidad de senos también es interpretada como símbolo de castración, por lo que, en lugar de senos, podrían tratarse de testículos (fig. 57 y 58). Esta segunda opción, entronca nuevamente con Cibeles, ya que era una diosa con un marcado carácter sexual y castradora, que se reflejaba dentro de su culto, donde sus sacerdotes, los galli, se autoamputaban (Bastús i Carrera, 1830). El templo de Ártemis de Éfeso y su culto fueron tan populares que dentro del Nuevo Testamento se menciona la relevancia y el fervor de sus fieles hacia la diosa, además, fue el lugar donde María se proclamó “madre de Dios”, como la diosa anterior: la virgen fértil (Baring & Cashford, 2005, p. 382): Un tal Demetrio, un orfebre que fabricaba en plata templos de la diosa Artemisa y proporcionaba a los artesanos buenas ganancias, reunió a éstos y a los demás del mismo oficio y les dijo: -Ya sabéis que este trabajo nos proporciona pingües ganancias. Pero, como estáis viendo y oyendo, ese Pablo ha logrado convencer a muchos, no sólo en Efeso, sino en casi toda la provincia de Asia, de que no son dioses los que se fabrican con las manos. Corremos el peligro, no sólo de que este oficio nuestro se desprestigie, sino también de que se pierda el respeto al templo de la gran Artemisa, y de que venga a arruinarse la majestad de aquella a quien venera toda la provincia de Asia y todo el mundo. Al oír esto, se llenaron de ira y se pusieron a gritar: -¡Grande es Artemisa de Efeso! (Hechos, 19: 24-28). Fig. 57. Ártemis Efesia, figura de alabastro y bronce, siglo II. Fig. 58. Ártemis de Éfeso, siglo II, mármol. Todas estas identificaciones y el largo culto pagano que Ártemis y Diana tuvieron hasta bien entrado el cristianismo en Europa, hicieron que la Iglesia, tal y como ocurrió con Hécate (por ser advocación), asociara a Ártemis a la gran diosa que las brujas adoraban, convirtiéndose así en una amenaza y haciendo que la Inquisición la acusara de ser “la diosa del mal” (Bartlett, 2017, p. 123). Su culto fue perseguido y acusado de herejía, abocándolo a la desaparición total. Sintetizando la iconografía de la diosa, a grandes rasgos, suele aparecer representada como una joven hermosa de cabellos dorados, símbolo de su decisión de no yacer con hombres, que, en calidad de diosa de la caza, viste con una túnica hasta las rodillas recogida a la cintura, porta un arco dorado y carcaj lleno de flechas (muchas veces en postura de disparar) y, en caso de aparecer con animales, los más comunes son los ciervos y los perros y, en menor medida, las liebres, aves o leones. En calidad de diosa lunar, su túnica es larga, lleva sobre su cabeza una media luna engarzada en una tiara o levitando sobre su frente; y, como Selene, puede ir montada en un carro de oro tirado por ciervos de cornamenta dorada. A partir del Renacimiento y, al contrario que en sus representaciones grecolatinas, es uy habitual encontrarla completamente desnuda en los pasajes de Acteón y Calisto. Cuando aparece ella sola o acompañada de sus ninfas, aumentan ligeramente sus representaciones vestida. En general es una figura que, a pesar de su virginidad mitológica, ha sido muy erotizada y utilizada, como Venus, para la idealización y representación del desnudo femenino. La trilogía de libros Todas las Almas de Deborah Harkness, más conocida bajo el nombre del primer volumen El Descubrimiento de las Brujas, publicado en 2011, cuenta la historia de Diana Bishop, una poderosa bruja contemporánea que reniega de sus poderes mágicos hasta que halla un antiguo manuscrito alquímico que desvela los misterios del origen de las especies; pues, en este mundo, coexisten los humanos, las brujas, los vampiros y los daimones. En una serie de hechos, acaba empezando una relación con un vampiro llamado Matthew Clairmont y viaja con él al siglo XVII en la segunda entrega de la trilogía. Durante los sucesos en esta época, Diana y Matthew reciben la bendición del padre de este, Philippe, para casarse, el cual es un vampiro que nació como humano durante la Grecia Antigua bajo el nombre de Alcides Leontothymos. Para complacer las antiguas tradiciones, la noche de antes de la boda, Philippe lleva a Diana a un antiguo templo en ruinas de la diosa con su mismo nombre. El vampiro le explica que antiguamente las jóvenes casaderas se acercaban a los templos de la diosa para pedir su protección de cara a su etapa matrimonial y, para ello, realizaban ofrendas. Mientras que en Grecia se ofrendaban las túnicas blancas de las doncellas, en el libro (y posteriormente en la adaptación televisiva), Diana ofrece un mechón de su cabello rubio y monedas. Philippe invoca y ruega a la diosa que acepte las ofrendas y otorgue su bendición para la boda con estas palabras: —Artemisa Agrotera, renombrada cazadora, Alcides Leontothymos os ruega que acojáis a esta muchacha, Diana, en vuestro seno. Artemisa Lykeia, dama de los lobos, protegedla en todos los sentidos. Artemisa Patrôia, diosa de mis ancestros, bendecidla con hijos para que mi linaje se perpetúe. [...] Artemisa Phôsphoros, traed la luz de vuestra sabiduría cuando ella se encuentre en la oscuridad. Artemisa Upis, cuidad de vuestra homónima durante su viaje en este mundo. Cuando Philippe finalizó la invocación, me empujó hacia delante. Después de poner cuidadosamente la saca de monedas al lado del zapato de niño, levanté la mano y me cogí un mechón de pelo de la nuca. El cuchillo estaba afilado y extirpó el rizo fácilmente de una sola tajada. Nos quedamos en silencio bajo la luz vespertina, cada vez más tenue. Una onda de energía barrió el suelo bajo mis pies. La diosa estaba allí. Por un instante, pude imaginarme el templo como una vez había sido: pálido, brillante, entero. Miré de reojo a Philippe. Con una piel de oso sobre los hombros, él también parecía un superviviente salvaje de un mundo perdido. Y estaba esperando algo. Un ciervo blanco de astas curvadas se abrió paso entre los cipreses y se quedó allí quieto, echando vapor por las ventanas de la nariz al respirar. Con paso silencioso, vino hacia mí. Tenía unos enormes y desafiantes ojos castaños y estaba lo suficientemente cerca como para dejarme ver los afilados extremos de sus cuernos. El ciervo miró con altivez a Philippe y bramó. Era el saludo de una bestia a otra. —Sas efharisto —dijo con seriedad Philippe, mientras posaba la mano sobre el corazón. Luego se volvió hacia mí—. Artemisa ha aceptado tus ofrendas. Ya podemos irnos. (Harkness, 2016, p. 231) Durante la invocación, se nombran varios de los epítetos de la diosa según el aspecto de ella al que se le quiere pedir algo. La aparición del ciervo blanco es una clara personificación de la diosa antigua que concede su beneplácito. Como detalles, es reseñable que Philippe decida llevar puesta una piel de oso, como las primeras festividades arcaicas que se organizaron en favor de la diosa y como el animal en el que acabó convertida Calisto. Por otra parte, las similitudes iconográficas de Diana Bishop con la diosa son claras: además de ser homónimas, Diana es una historiadora dedicada por entero a cultivar su sabiduría y está volcada en su carrera profesional; vive aislada de todo lo demás, incluida su familia, aunque protege a los suyos con fiereza y demuestra un carácter luchador; además, físicamente, ambas son rubias y jóvenes. A lo largo de la trilogía se menciona en varias ocasiones la existencia de la Diosa como la deidad triple (doncella, madre y anciana) que es patrona de las brujas y las protege (evidente referencia al aspecto Ártemis Enodia o Ártemis Hécate). También aparece una reproducción de la Diana de Versalles, a la que denominan Bruja Blanca, ya que hacía de reina blanca en un juego de ajedrez de plata de Matthew. Esta figurilla llega a manos de Diana a través de los siglos como símbolo de que ha sido escogida por la Diosa para eliminar los prejuicios, odios y racismos entre las especies. La bruja, como la diosa, es la encargada de mantener el equilibrio dentro de la naturaleza, invita a sacar todo el potencial que cada especie tiene dentro de sí misma, en favor de un futuro unido y próspero para todos. En la industria del cine, Ártemis no tiene una gran relevancia como diosa del Olimpo en las películas con base mitológica, ya que los guionistas prefieren dar más protagonismo a los dioses masculinos. Aun así, existen personajes femeninos que, si bien no se dice explícitamente que la influencia de Ártemis se encuentre en ellos, la figura de una mujer arquera ha cosechado gran éxito para generar mujeres guerreras que son formidables con un arco o ballesta en sus manos, más allá de los archiconocidos Robin Hood o Legolas. Tal es el caso de Katniss Everdeen (Los Juegos del Hambre), Mérida (Brave), Ygritte (Juego de Tronos), Susan (Las Crónicas de Narnia), Allison Argent (Teen Wolf), Neytiri (Avatar) o Ginebra (El Rey Arturo), por citar algunas de las más conocidas. Artemisa es la Diosa de la Luna, hermana menor de Apolo y mayor que Atenea, dentro del manga y los animes de Saint Seiya, más conocidos en España como Los Caballeros del Zodíaco. Tuvo su primera aparición en la película Saint Seiya: Saga del Cielo: Overture del estudio Toei Animation en 2004. Su entrada dentro del film demuestra su galantanería y elegancia utilizando la Luna y su brillo para mostrar su poder. Atenea le cede el mando de la Tierra a Artemisa, pero se muestra que no es una gobernante muy benévola con los humanos, ya que los considera seres inferiores a ella. Su aspecto se parece más a la iconografía de Selene que a la de Ártemis: tiene el cabello largo y clarísimo, los ojos del mismo tono y viste con un vestido ligero blanco que le cubre por completo, con algunas filigranas azuladas como única decoración. Porta un báculo con las mismas tonalidades que su atuendo y dispara flechas doradas (fig. 59). También aparece Next Dimension Vol. 2 Capítulo 15 El Templo de la Luna. En esta historia Saori Atenea y Shun de Andrómeda van al Templo de la Luna y, por el camino, se cruzan con una vieja que resulta ser Hécate que les engaña en una encrucijada. Cuando finalmente llegan al templo, Calisto, sierva de Artemisa, intenta convencerles para que se vayan porque Artemisa no quiere ver a su hermana por haber acabado con Poseidón y Hades, pero no lo consigue. Cuando está ante la diosa, ambas hermanas luchan, pero Artemisa acaba dándole la información que necesita a su hermana y se marcha con Shun. Su aspecto es el de una joven solemne y elegante, tiene el cabello rubio y largo y los ojos completamente negros, una luna creciente brillante en su frente. Viste con un traje largo con capa, donde su torso está recubierto por una armadura dorada con escote, juego con una sobre falda y un báculo que usa para luchar contra Atenea (fig. 60). Fig. 59. Artemisa en Saint Seiya: Saga del Cielo: Overture, Shigeyasu Yamauchi, 2004. Fig. 60. Artemisa en Saint Seiya. Next Dimension Vol. 2 Cap. 15, 2010. Artemisa aparece dentro del universo televisivo de Hércules y Xena. Es la diosa de la caza y de la luna, mostrada como una formidable arquera, patrona de las Amazonas. Aunque es hija de Zeus, su madre dentro de la serie es Hera, no Leto, lo que la convierte en hermana de Atenea, Afrodita, Ares, Apolo y muchos más dioses. Su primera aparición es en un capítulo emitido en 1996 de Hércules: Sus viajes legendarios, llamado La Manzana. Este capítulo gira en torno al mito de la manzana de la discordia lanzada por Eris con la inscripción “Para la más bella” y que causó la disputa entre Hera, Atenea y Afrodita. Paris fue el escogido por Zeus para que decidiera quién era la que debía quedarse con la manzana, siendo la escogida la diosa del amor. En la serie hacen modificaciones: Yolao es el que debe decidir quién de las tres diosas es más hermosa, pero los guionistas sustituyeron a Hera por Artemisa. La diosa de la caza promete a Yolao que, si la elige, se convertirá en el héroe y atleta más poderoso. Afrodita, para convencerle de ser la escogida, le regala una manzana dorada que hace que las dos personas la tocan a la vez se conviertan en almas gemelas. La última aparición de Artemisa dentro de este universo fue en el año 2000 en el capítulo Maternidad de Xena: La princesa guerrera. Xena lucha contra varios dioses en el Olimpo, incluida Artemisa. La diosa le lanza un par de flechas a la guerrera que consigue parar y se las devuelve asaetándola en el vientre, lo que provoca la muerte de Artemisa. Tiene un hijo dentro de la serie, Belerofonte, que culpa a las Amazonas del sino de su madre por haberla abandonado y planea acabar con ellas. A pesar de ser interpretada por dos actrices distintas en cada serie, la caracterización de ambas es similar. Su cabello es largo y castaño con tonos rojizos. Viste siempre de dorado, incluidos los guantes y el tocado que lleva decorando su pelo. En Hércules el traje, ya de por sí muy corto y escotado en ambas series, tenía además una abertura en el vientre lo que la sexualizaba aún más, siendo similar al aspecto con el que aparece Afrodita. Su arco tiene decoraciones doradas y sus flechas plateadas, aparte de herir, tenían la capacidad de convertir a cualquiera en un animal salvaje, fuera dios o mortal. Como todos los dioses, podía teletransportarse a placer; cuando utilizaba este poder, su cuerpo se envolvía en una luz en tono verde vibrante (fig. 61). Fig. 61. Artemisa, interpretada por Josephine Davison, en Xena: La princesa guerrera, creada por John Schulian y Robert Tapert, 2000, EEUU. En la serie Troya: La caída de una ciudad, coproducida por Netflix y la BBC One en 2018, cuenta la historia de la Ilíada de Homero. En el capítulo dos, los aqueos están atrapados en la isla de Áulide debido a un viento que no les permite navegar. Odiseo se da cuenta y le pregunta a Agamenón que si se han hecho las debidas ofrendas a Artemisa. El rey le contesta que, con las prisas, no les dio tiempo, y Odiseo anuncia que la diosa está ofendida y que no les dejará zarpar hasta que no se subsane la deuda. Agamenón ordena al sacerdote que sacrifique palomas a la diosa, asegurando que eso calmará la ofensa. Mientras este hace las ofrendas y pide su compasión, Artemisa se persona ante él con gesto enfurecido y habla con él. En la siguiente escena, el sacerdote se encuentra ante Agamenón y Menelao para contarles lo sucedido con ella y dice estas palabras: “Exige un sacrificio de la paloma más pura. Lo he intentado, he cogido la paloma blanca y la he degollado, pero se ha reído. Ha dicho: “No me refería a esa paloma”. La paloma que ella quiere es humana. Vuestra hija”. A pesar de la negación y el dolor de Agamenón, este acaba accediendo y hace traer a su hija, que apenas tendrá trece o catorce años, acompañada por su esposa Clitemnestra, con la promesa y el engaño de que se casará con Aquiles. Ifigenia, cuando su padre le cuenta la verdad, accede voluntariamente y con valentía a que este la degüelle. En este caso, los guionistas prefirieron ceñirse a las versiones de Esquilo y Lucrecio donde los dioses son intransigentes y crueles, y Artemisa se cobra la vida de la joven. Las escenas del sacrificio, el dolor y la pérdida de Ifigenia, se intercalan con secuencias de intimidad y felicidad entre Helena y Paris, lo que aumenta la sensación de injusticia y brutalidad ante el público. La serie tuvo numerosas críticas, no porque fuera una mala adaptación, sino por la elección del reparto, donde había una gran cantidad de personajes interpretados por actores negros, y es evidente que el público aún no está preparado para ver a un Aquiles que no tenga el perfil de Brad Pitt. Tal fue el caso de la diosa Artemisa, interpretada por la actriz y modelo sudafricana Thando Hopa, la cual, además de ser negra, también es albina. Su físico le aporta una riqueza y originalidad al personaje que le hace cuestionarse al espectador otras posibilidades iconográficas alejadas completamente de las imágenes de Artemisa a lo largo de los siglos. Lo que no se podrá decir es que no se haya mantenido su cabello dorado (fig. 62). Fig. 62. Thando Hopa como la diosa Artemisa en Troya: La caída de una ciudad, creada por David Farr, 2018, Gran Bretaña y EEUU. En la serie de YouTube God’s School227, Ártemis es una estudiante más del instituto, muy deportista. Cobra relevancia su participación dentro de la serie cuando el Olimpo es atacado por los Alóadas, que se han liberado de su encarcelamiento en el Tártaro. Cuando se están preparando para la batalla, Ares no quiere ir a luchar por miedo y camufla su cobardía en la excusa de que se quedará atrás para proteger a las chicas, lo que provoca que Ártemis y Atenea se ofendan. Zeus reclama a Poseidón y Hades para que vayan con él a luchar, y la diosa de la sabiduría se une. Ártemis detiene a Zeus y le dice que les acompañará, pero Zeus se lo prohíbe, que los chicos y él se encargarán porque no es lugar para ella. Ártemis se enfada y le dice lo cansada que está de que la subestime, pero Zeus no cede y Gea le manda a cuidar de las Ninfas y a esconderse con el resto de dioses que no luchan. Mientras esperan, Ártemis se muestra resignada y malhumorada al lado de su cierva blanca, su mascota. Cuando Eris sale en busca del desaparecido Paris, Ártemis decide salir también para dirigirse a la batalla. Mientras tanto, Atenea, Zeus, Poseidón y Hades van perdiendo contra los Alóadas y, cuando están a punto de ser mandados al Tártaro, suceden los mismos hechos que relató Apolodoro. Ártemis aparece en la lucha y se metamorfosea en su cierva blanca, despista a los Alóadas y les engaña haciendo que persigan a su cierva en vez de a ella. Cuando los gigantes saltan para capturarla, el venado desaparece y ambos se chocan cayendo hacia el Tártaro de nuevo, por lo que Ártemis salva el Olimpo. También aparece junto a un grupo de ninfas, descansando bajo un árbol tras haber estado de caza y le son concedidos los epítetos De la Cierva y Salvadora, como recompensa por haber salvado el Olimpo. 227 Para consultar más datos sobre esta serie de animación, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. Físicamente es una joven con el pelo blanco que se lo recoge en un lateral, haciendo que caiga en cascada por el otro lado. Lleva pendientes con la media luna, tiene los ojos azules, la piel clara y viste un traje azul de deportista o animadora con una prenda verde que simula el pelaje de un animal sobre los hombros. Sus sandalias son de estilo romano y su arco y flechas son plateadas (fig. 63). Al serle concedido los epítetos, le aparece una corona con la media luna y su atuendo cambia, volviéndose más elegante y en tonos más claros, mucho más parecido a su aspecto en la iconografía clásica. Fig. 63. Ártemis y su cierva en Gods’ School, Gaylord. C. Libessart, 2019, Francia. Artemisa, como diosa de la caza y de la luna, es uno de los personajes más antiguos en las historias de las grandes industrias del cómic. En DC Cómics tuvo su primera aparición en 1943 en el cómic Wonder Woman Vol. 1 #3, donde fue una de las cinco diosas que crearon a Wonder Woman y las Amazonas siendo la líder de todas ellas. Es por ello que a Wonder Woman se la bautizó como Diana Prince, en honor a uno de los nombres de la diosa. En una segunda Tierra, Artemisa se hace llamar Diana y vive en la Luna con sus Ninfas como sirvientas. Su apariencia se asemeja a las representaciones artísticas renacentistas y barrocas: mujer joven con el cabello rubio recogido, tiara con estrellas, ojos claros, vestido corto recogido a la cintura y portando casi siempre un carcaj con flechas a su espalda (fig. 64). Sus poderes, aparte de la juventud eterna y la inmortalidad, son: metamorfosis, teletransporte, hablar con los animales y aumentar la fertilidad entre ellos, habilidades extraordinarias con el arco y todo lo vinculado con la caza, entre otros. En un reinicio del universo de DC, Artemisa se convierte en antagonista de Wonder Woman junto con su hermano Apolo. Su aspecto es distinto pues, aunque tiene cuerpo de mujer, este es luminiscente (hecho con luz de luna) y de su cabeza sale una cornamenta de ciervo (fig. 65). En Marvel Cómics, el personaje no ha tenido tanta importancia como en la competencia. Su primera aparición fue en 1966 en Thor #129 como la diosa de la caza y la luna dentro del Olimpo. Su aspecto es el de una mujer con complexión atlética, pelirroja y que viste un body rojo con botas altas del mismo color; siendo su arco y sus flechas de color dorado (fig. 66). Viajó a la Tierra junto a Hermes y Dioniso para capturar a los Vengadores, acusados por Zeus de haber herido indirectamente a su adorado Hércules. En esta batalla Artemisa únicamente luchó contra mujeres: Capitana Marvel y Avispa. Teniendo en cuenta que los otros dos dioses masculinos que la acompañaban no son reconocidos luchadores, es reseñable. Este hecho no es algo aislado ya que durante muchas décadas y en varios sectores distintos, como el cine o la televisión, los guionistas establecen las batallas entre héroes y villanos en función de su sexo. Esto responde a tres cuestiones, la primera que se establece en el imaginario que una lucha entre mujer y hombre parte desde la desigualdad física y la victoria de él sería fácil, algo que no interesa para mantener el interés del espectador. La segunda que, en caso de que el hombre pierda ante ella, su masculinidad se pone en duda y es motivo de risa y humillación para él; no se mira desde la otra perspectiva, que ella es una luchadora brillante, sino que él es mediocre porque ella no es para tanto. Y la tercera que, ya que se sabe que para este tipo de contenidos el público era mayoritariamente masculino, crear batallas entre mujeres (las cuales suelen vestir con trajes sexualizadores) genera un componente erótico que una lucha entre hombres no posee. Estos discursos, por suerte, llevan cambiando en los últimos años, debido al aumento de porcentaje de mujeres que consumen estas historias, como se refleja en las últimas películas del Universo Cinematográfico de Marvel. Fig. 64. Artemisa en la historia de Wonder Woman, creada por M.C. Gaines, Harry G. Peter y W. Moulton, DC Cómics. Fig. 65. Artemisa en Los Nuevos 52, Wonder Woman Vol. 4 #qq, Brian Azzarello y Cliff Chiang, DC Comics, 2012. Fig. 66. Artemisa en Thor #129, Stan Lee y Jack Kirby, Marvel Comics, 1966. Dentro del mundo de los videojuegos, aparece en nueve videojuegos de la saga Megami Tensei, siendo su primera aparición en Kyūyaku Megami Tensei de 1995. A lo largo de los videojuegos ha tenido varios aspectos diferentes siendo bastante representativo su imagen en este primer videojuego, donde sigue la iconografía absoluta de la Ártemis de Éfeso con múltiples mamas en su pecho, tocado oriental y motivos lunares en su atuendo plateado y negro. Su cabello en rubio y largo y sus ojos, verdosos (fig. 67). Fig. 67. Artemis en Kyūyaku Megami Tensei, Atlus, 1995, Japón. En Monster Strike228 Artemisa es un personaje electo por el jugador de clase deidad y elemento agua. Dentro de sus tres evoluciones dentro del juego, mantiene su aspecto juvenil con el cabello largo y de color blanco azulado, viste en tonos blancos y plateados con elementos de astros nocturnos en su atuendo. Mientras que en la primera evolución 228 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. monta sobre la media luna a modo de columpio, donde las cuerdas están formadas por estrellas; en la segunda utiliza la luna a modo de un gran arco y, en la tercera, el astro aparece tras ella a modo de aureola divina luminosa, viste mucho más solemne y mira amorosamente a un bebé que sostiene en sus brazos. Sin abandonar el carácter lunar y su paleta de colores azules y plateados, cada evolución muestra un aspecto de la diosa, como si de Ártemis Enodia se tratara: la primera es la doncella diosa de la luna; la segunda, la adulta cazadora y la tercera, la madre (fig. 68-70) Fig. 68. Doncella-Luna. Fig. 69. Adulta-Cazadora. Fig. 70. Ascensión-Madre. Artemisa y sus evoluciones en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Artemisa aparece en el juego de MOBA Smite229 como un personaje jugable de clase cazador. Como tal dentro del campo de batalla, coloca trampas para atrapar a los enemigos como si fueran animales y puede invocar a bestias salvajes. Su aspecto es el de una mujer pelirroja con los ojos rasgados, viste con un traje verde que le cubre el cuerpo por completo. Lleva un tocado plateado en el pelo que simula la cornamenta de un ciervo y va armada con un enorme arco que dispara flechas resplandecientes (fig. 71). En Fate/Grand Order230 de la franquicia TYPE-MOON, Artemisa es un complejo personaje que el jugador puede invocar como “espíritu heroico” de tipo arquero para su equipo. Cuando es invocada en realidad, no la invocan a ella, sino a Orión pero, siguiendo la historia mitológica, Artemisa le asesinó engañada por su hermano que estaba celoso de que su hermana se hubiese enamorado de un hombre. Ella se persona con el aspecto de Orión ante el jugador para luego revelarse como la diosa de la caza y de la luna, a la que le acompaña Orión pero transformado en un pequeño oso. Tiene los ojos azules y el cabello blanco y largo. Su aspecto está altamente sexualizado, con un busto exagerado y escote imposible en un vestido blanco acabado en rojo en la parte inferior. Lleva un collar plateado y sandalias. Porta un enorme arco que usa para asaetar con sus flechas hechas de energía (fig. 72). 229 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 230 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. Fig. 72. Artemisa con Orión al hombro en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. Fig. 71. Artemisa en Smite, Hi-Rez Studios, 2014, EEUU. En el videojuego Hades231 de 2020, Artemisa que ofrece recompensas a Zagreus para que pueda escapar del Inframundo. El jugador puede, además, ganarse el favor de la diosa si consigue que ella le diga que siente cómoda al estar y hablar con él (hay que tener en cuenta que los jugadores siempre utilizan de avatar a Zagreus, que es un hombre). Se menciona también a Calisto como su compañera de caza. Su aspecto es el de una joven cuyo pelo verde está trenzado simulando la cola del escorpión de Orión. Sobre su cabeza lleva un tocado con cornamenta y piedras lunares, también porta una media luna en su pecho, convirtiéndose así en su símbolo dentro del juego. Lleva maquillaje tribal en su rostro y viste con un traje hecho de pieles de animal en tonos verdosos y marrones. Va armada con su arco y flechas y, a su alrededor, le suelen rondar unas pequeñas aves con penacho que recuerdan a sus imágenes como Pótnia Therôn (fig. 73). Fig. 73. Artemisa en Hades, Supergiant Games, 2020, EEUU. 231 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. D. Nix. Yo soy Diana de Temiscira, hija de Hipólita, Reina de las Amazonas. En el nombre de todo lo bueno, tu ira derramada sobre este mundo ha llegado a su fin. Wonder Woman, Patty Jenkins, 2017. Las Amazonas eran un grupo de mujeres hijas del dios de la guerra Ares y una ninfa llamada Harmonía, que poseían altas capacidades para la lucha, siendo un pueblo de guerreras y conquistadoras, que no necesitaban de la mediación de los hombres para subsistir. Debido a la gran similitud con Ártemis en cuanto a su semejanza como cazadoras y guerreras, se les atribuye un gran culto a esta diosa, fundando Éfeso y construyendo su gran templo (Grimal, 1989, pp. 24-25). Algunos de sus nombres eran la reina Hipólita, Antíope o Antíoque, Pentesilea, Clímene, Dioxipe, Otrera, Laómaque, Glauce, Ágave, Polidora o Ifínome, según Higino (siglo I a. n. e./2008, p. 143). En las Argonáuticas, Apolonio de Rodas (siglo III a. n. e./1996) sitúa las tres ciudades de las Amazonas cerca de la llanura de Deante o el promontorio de Temiscira. Se tratarían de tres tribus distintas, siendo la de Temiscira las gobernadas por la reina Hipólita. A este promontorio se referiría más adelante como de las Amazonas, en cuyo puerto Heracles tendió una emboscada a una de ellas, Melanipa, hija de Ares, e Hipólita le concedió su cinturón, a cambio de su libertad; palabra que el hijo de Zeus mantuvo (Canto II, vv. 965-970, p. 192). Menciona que las reinas Otrera y Antíope construyeron un templo de piedra a Ares (Canto II, vv. 385-387, p. 168). Acompañaron a Heracles en su campaña contra las Amazonas. Apolodoro (siglos I-II/1987) describe con detalle los doce trabajos de Heracles, el noveno de ellos fue que Euristeo le ordenó traer el cinturón de Hipólita, un cinturón del dios Ares que la posicionaba como reina de las Amazonas, y que la hija de Euristeo, Admete, deseaba. Sitúa a esta tribu a orillas del río Termodonte (zona actual de Turquía, limítrofe con la Cólquide), alaba sus cualidades para la guerra y expone que practicaban actividades y ejercicios de hombres. Heracles se echó a la mar con unos compañeros (Apolonio (siglo III a. n. e./1996) los había llamado Deileonte, Autólico y Flogio (Canto II, v. 956, p. 191)) y, al llegar a las costas de Temiscira, Hipólita les recibió amablemente preguntando cuál era el motivo de su presencia allí, asegurándoles que les entregaría el cinturón. Pero Hera, que tenía especial inquina por el hijo bastardo de su marido, se disfrazó de Amazona y fue corriendo la voz entre ellas de que Heracles iba a raptar a su reina. Las Amazonas atacaron sin piedad y a caballo la nave de Heracles. Este, creyendo que era una emboscada organizada por la reina, la dio muerte, le robó el cinturón y luchó contra las demás, para huir rápidamente de Temiscira232 (Libro II, II, 9, 98-102, pp. 56-57). Teseo, que también era uno de los acompañantes de Heracles, según Apolodoro, raptó a Antíope, Melanipa233 o a la propia Hipólita234 para Simónides. Esto causó que la afrenta se volviera personal y las Amazonas invadieron Atenas. Pero Teseo, dirigiendo el ejército 232 Diodoro (siglo I a. n. e./2018) asegura en su Libro IV de la Biblioteca Histórica que, tras escuchar la petición de Heracles, las Amazonas se negaron a entregárselo y eso fue lo que causó el combate (16, 2, p. 26). 233 Este nombre es el que Diodoro le otorga a la líder de las Amazonas a la que Heracles liberó a cambio del cinturón. Antíope fue raptada para Teseo. Otros nombres de grandes Amazonas que procura proporcionar y que cayeron durante la batalla fueron: Aela, la veloz, Filípide, Prótoe, invicta hasta luchar contra Heracles, Celeno, Euribio y Febe, compañeras de caza de Ártemis en su séquito, Deyanira, Asteria o Alcipe, entre otras. 234 Apolodoro procura aunar todas las tradiciones conocidas, por lo que en algunos casos, como este, no hay consenso pudiendo llegar a contradecirse. ateniense, las venció. De la Amazona que Teseo secuestró, la violó y tuvo un hijo, Hipólito. Después recibió a Fedra de Deucalión y la desposó. En la boda se presentó la Amazona que había raptado con más compañeras, con intención de masacrar a todos los invitados y asesinar a Teseo. Pero entre todos las encerraron, acorralaron y mataron. Fedra le dio dos hijos a Teseo, Acamante y Demofonte, pero se enamoró perdidamente de Hipólito, su hijastro. Este la rechazó ya que odiaba a las mujeres. Y se genera la tragedia: Fedra, para evitar ser descubierta ante su marido, simula haber sido violada por Hipólito. Teseo la cree y pide a los dioses que castiguen a su hijo. Mientras Hipólito huye, es alcanzado por el poder del Olimpo y haya la muerte. Cuando Fedra se entera, decide suicidarse (Libro II, Epítome I, I, 16-19, pp. 115-116). Al comienzo del Epítome V, asegura que fue Hipólita la Amazona secuestrada y que lideró la matanza en la boda de Teseo y Fedra. Allí halló la muerte a manos de este, de los invitados o de Pentesilea, una camarada de ella, que la asesinaría por accidente en mitad de la lucha (p.128). En cualquier caso, queda claro que la reina Hipólita fue asesinada por culpa de algún héroe heleno. Diodoro de Sicilia (siglo I a. n. e./2017) habla del origen del pueblo de las Amazonas: Tras un período de anarquía en Escitia, reinaron mujeres destacadas por su vigor. En esos pueblos, las mujeres se entrenan para guerra igual que los hombres y no son nada inferiores en valentía a los hombres. Y, por tanto, se llevaron a cabo muchas y grandes acciones de mujeres famosas [...]. Una vez formado el pueblo de las Amazonas, tanto sobresalió en valentía que no sólo invadió gran cantidad de territorio limítrofe, sino también sometió gran parte de Europa y Asia (Libro II, 44, p. 202). A continuación relata como a orillas del río Termodonte, tras ser formado el pueblo, una de ellas destacó por encima de las demás. Tras formar un ejército de mujeres conquistó grandes territorios, se autodenominó hija de Ares, fundó Temiscira, como un núcleo de estrategia e inteligencia, e invirtió los roles de género, así ellas eran las muertes que marchaban a la guerra y daban las órdenes, y ellos permanecían como esclavos, hilando y trabajando en el hogar. A los niños que nacían les mutilaban las extremidades para que no pudieran ser aptos para la guerra, y a las niñas les quemaban el seno derecho para que no les molestara durante la batalla, mientras que el otro lo conservaban para amamantar a sus bebés. A esta Amazona le sucedió su hija, que preservó las costumbres de su madre y rendía culto a Ártemis y Ares. Así, pasaron las generaciones que hicieron de las Amazonas un gran pueblo, próspero y de gran fama. Con la llegada de Heracles, este las aniquiló y secuestró a Hipólita. Las pocas Amazonas que sobrevivieron huyeron y, cuando los aqueos asediaron Troya, las Amazonas se aliaron con los troyanos en contra de los helenos. Se dice que la última de ellas, Pentesilea, luchó de manera formidable contra Aquiles pero este la acabó venciendo, momento en el que se enamoró de ella, acabando así, con el linaje matriarcal. Con el paso del tiempo, el nombre de este pueblo se fue desdibujando y, debido a lo surrealista que era para los helenos que las mujeres pudieran realizar esas actividades con éxito, las Amazonas pasaron a ser consideradas un mito inventado (Diodoro de Sicilia, siglo I a. n. e./2017, Libro II, 45-46, pp. 202-204). Pero Diodoro, además, habla de otra tribu de “Amazonas” que residió en Libia mucho antes que las conocidas anteriormente citadas. Estas eran denominadas el pueblo de las Gorgonas, eran bélicas, admiradas y valientes, y Perseo marchó contra ellas, siendo esta su campaña más complicada. Esto no hace más que engrandecer lo dignas que eran como rival para los helenos, destacando su valor y fuerza muy superior “a la naturaleza de nuestras mujeres” (siglo I a. n. e./2017, p. 253). En algún momento, el pueblo se dividió en dos y, las que vivían en la isla Héspera, situada en el lago Tritónida o río Tritón, donde había abundancia de frutos y ganado, acabaron convirtiéndose en las denominadas Amazonas. Sus costumbres consistían en realizar una milicia durante varios años siendo aún jóvenes, donde estaban obligadas a mantener su virginidad intacta; pasado este periodo se unían a los hombres para tener descendencia. Los varones eran los que permanecían en el hogar y cuidaban de los bebés, mientras que ellas gestionaban los cargos públicos y gobernaban. De igual manera, quemaban los pechos a las niñas. Llegaron a combatir contra los atlantes, los varones más civilizados de la época, a los que acabaron conquistando y gobernando, y usaban como materia prima para armaduras y armas la piel de grandes serpientes autóctonas. Pero las Gorgonas invadieron a los atlantes y las Amazonas salieron a combatirlas, luchando por sus aliados. Fueron perseguidas y aniquiladas casi en su totalidad, las que consiguieron apresar se rebelaron y mataron a numerosas Amazonas, pero acabaron siendo reducidas. Las Gorgonas supervivientes consiguieron prosperar y, cuando Medusa reinaba sobre ellas, fueron vencidas por Perseo y terminadas de eliminar por Heracles. Este también arrasó los pueblos de las Amazonas pues, como defensor de la supremacía masculina, no toleraba la existencia de pueblos matriarcales. Las pocas mujeres de este pueblo que sobrevivieron, conquistaron territorios por Egipto y otros lugares pero volvieron a perder contra los tracios más adelante y se replegaron de nuevo a Libia, donde se acabaron sus expediciones (Libro III, 52-55, pp. 253-256). Es inevitable pensar en esta última historia en la relación entre las Amazonas, las Gorgonas y Atenea. En el capítulo de Medusa se habló de unas mujeres prehelénicas en la zona de Grecia y Asia Menor, que utilizan máscaras profilácticas con la cabeza de Gorgonas horripilantes con la lengua colgante para asustar a los profanos mientras realizaban sus rituales a la Diosa. Fue Perseo, “el destructor”, el que saqueó y conquistó estos territorios, aniquilando el culto a la mujer e imponiendo el patriarcal. Según Diodoro, ese pueblo se llamaba Gorgonas e, igualmente, fue Perseo quien lo masacró mientras Medusa las gobernaba, lo que desvela que, en realidad, el monstruo griego fue una mujer guerrera, autoritaria y estratega, que los griegos demonizaron e hibridaron con el aspecto de las máscaras para arrebatarle su naturaleza inocente y benévola, quedando justificada la conquista. Redujeron el pueblo de las Gorgonas a una tríada femenina, las cuales representan la identidad femenina, en una forma de síntesis de estos cultos antiguos femeninos a la Diosa. A su vez existen figurillas de la civilización minoica235 muy similares a las representaciones micénicas de Atenea con serpientes. Esta diosa, a su vez, los griegos siempre han situado su nacimiento a orillas del río Tritón, en Libia, lugar de asentamiento de las Amazonas que se escindieron del pueblo de las Gorgonas. Y, por último, en la batalla contra los Titanes, Dioniso comandó las legiones de hombres y Atenea convenció a las Amazonas para que lucharan bajo su mando, por considerarlas iguales a ella en intereses y conductas (Diodoro de Sicilia, siglo I a. n. e./2017, Libro III, 71, 3-4, p. 270). Los destinos de las Amazonas, las Gorgonas y Atenea quedan tajantemente interrelacionados. Es imposible conjeturar un origen histórico de cualquiera de ellas y dejar a las otras dos al margen. A pesar de las dudas que puedan haber, Diodoro asegura que el pueblo de las Amazonas llegó a existir realmente, ya que no es el único historiador que opina así, sino que Estrabón, Plutarco y Heródoto también están de acuerdo (Diodoro de Sicilia, 2017, p. 1024). Pero algunos estudios actuales aseguran que fueron mitos que se hicieron leyenda para intentar hacerlos pasar por historias reales (Iriarte, 2002, p. 162), aunque otros mantienen que es tan imposible demostrar su existencia como su ficción, siendo lo más probable que no vivieran las Amazonas tal y como se conocen, pero sí comunidades y 235 Véase la figura 95 del capítulo V. Híbridas. B. Medusa. pueblos dirigidos por mujeres (Eetessam, 2015, p. 105; Pomeroy, 1999, p. 39). Por los detalles que Diodoro procura durante el texto, si fueron reales, sus historias se produjeron antes de la invasión de Libia a las islas del mar Egeo y Tracia, acontecimiento que no transcurre después del tercer milenio a. n. e. (Graves, 1985a). El hecho de que pudiera existir un pueblo de estas características y que quedara reducido al mito no hace más que reforzar la idea de que, para los griegos, representaban justo lo opuesto al ideal de mujer, y que fue necesaria su existencia solo para morir y engrandecer a Atenas y sus héroes. Las Amazonas suponían un peligro para el estatus quo, transgredían la norma que ellos imponían sobre sus mujeres, viviendo al margen de la sociedad masculina: sabían luchar y defenderse, eran estrategas y ambiciosas, gobernaban, relegaban al hombre a las tareas del hogar y tenían el control de su descendencia y sobre la pertenencia de los hijos. En definitiva, estas mujeres se comportaban exactamente igual a como lo hacían los hombres en Grecia, y demostraban que una polis podían sobrevivir sin varones (a excepción de las labores reproductivas). Y eso les horrorizaba, al igual que el caer sumisos ante su dominio. Sobre este desafío a la autoridad masculina habla Ana Iriarte: En cierta manera las Amazonas son una de las numerosas versiones de la vampiresa deseosa de semen, del fantasma griego que expresa al mismo tiempo la fascinación y el terror del hombre a quedar reducido al puro papel reproductor que la polis concede a sus mujeres (Iriarte, 2002, pp. 149-150). Se trataría, pues, de una sociedad puramente matriarcal y basada en la ginecocracia. La pérdida de control sobre la mujer en Grecia constituiría el final del sistema socio-económico de las polis, por lo que, una vez más, queda destacado la importancia para el correcto funcionamiento de una sociedad que procura mantenerlas ignorante de todo el poder que ostenta. Las historias contra las Amazonas, a pesar de las posibles diferencias de las fuentes, acaban siempre de la misma manera: son vencidas por los hombres helenos. En la civilizada Grecia querían dejar claro que una sociedad regida por mujeres es salvaje y bárbara en oposición a sus sistemas sociales civilizados, exactamente lo mismo que ocurriría con cómo divulgaron la cultura y sociedad persa (Eetessam, 2015; Iriarte, 2002). Las Amazonas también se perfilan como un tipo de femme fatale en cuanto a su estado salvaje y de dominación sobre el hombre, aunque no de manera sexual. Esto deriva a que siempre son vencidas (y deben serlo) por el héroe varón236. Este hecho recuerda a la sociedad helena que, debido al salvajismo producido por el gobierno de mujeres, esta civilización se encuentra condenada al fracaso. A pesar de que demuestren que el patriarcado no era el único sistema eficiente, jamás serán un pueblo próspero y acabará subyugado por el gran poder del pueblo griego y, por extensión, por el hombre, al ser más inteligentes y más fuertes; mismo sino del sistema matriarcal. Ellas carecen de ese raciocinio que ellos poseen, lo que las incapacita para gobernar. De esta manera, justificaban, otra vez, la necesidad de sometimiento político de la mujer en su sociedad. El poder patriarcal es necesario y el mejor, pero es imposible de instaurar sin la participación obligada de la mujer. Etimológicamente el término a-mazós, del que proviene el nombre de Amazonas, significa “sin pecho”, y haría referencia a la costumbre de comprimir uno de sus senos durante la niñez237. Se trataría, pues, de un término andrógino. Queda establecido un 236 Otros héroes vinculados a ellas son Belerofonte, que las combatió y venció, y Príamo, rey de Troya durante la Ilíada, que, durante su juventud, las combatió cuando invadieron a la región vecina, Frigia. 237 Según Robert Graves (1985a) este etimología producida por la mutilación femenina es inventada para fomentar las ideas de salvajismo sobre las Amazonas (de hecho Apolodoro solo dice que se lo comprimen, no habla de cortar o quemar). En realidad su verdadero origen sería del armenio, donde significaría “mujeres- luna”, derivado de las sacerdotisas de la diosa Luna que iban armadas en el sudeste de las costas del Mar estereotipo, todas aquellas mujeres sáficas o que no presenten unas conductas heterosexuales “normativas” (la mujer sumisa al hombre), son consideradas mujeres viriles. La androginia se desvela como una característica común a todas las guerreras, al igual que el rechazo por la maternidad238, y es lógico pensarlo debido a las fuertes cualidades físicas y psíquicas que se asociaban según los sexos. De esta manera, era común para los hombres poseer habilidades para la lucha, tener fuerza, agilidad, inteligencia, estrategia y permanecer en un estado de acción, lo que les capacitaba para la guerra y el gobierno de las polis, y que estas mujeres presentes esos mismos rasgos, además, de las conductas sexuales de los hombres. Homero llama a las Amazonas antianeíra, que podría responder a dos interpretaciones: hembras viriles, que enraíza con la androginia, o enemigas del hombre, por una cuestión de suplantación de identidad y no sumisión ante ellos, lo que les enfrentaría irremediablemente (Eetessam, 2015, p. 106). Pero es necesario recalcar que no son mujeres viriles porque renieguen de su sexualidad femenina, como hace Atenea, ellas no se imponen estos términos, sino que es la sociedad helena la que las considera así, al no encontrar en ellas rastro de la idea de feminidad que ellos poseían. Iconográficamente suelen llevar túnicas cortas, similares a las de Ártemis o pantalones anchos de estilo oriental, en concreto como el pueblo escita. Pueden estar con el torso descubierto o solo con un pecho al aire, pero jamás se han representado con un único seno, a pesar de la divulgación de la leyenda. En algunas ocasiones llevan cascos como Atenea, la diosa guerrera, y suelen ir armadas con lanzas, espadas y escudos para defenderse. Las Amazonas permitían a los artistas helenos mostrar mujeres atléticas, igual que los hombres, sin ofender las sensibilidades de la época (Pomeroy, 1999, p. 39). Las batallas de los helenos contra ellas se denominan Amazonomaquias y son igualadas a otras luchas de los dioses con criaturas poderosas y malvadas, como la Titanomaquia, la Tifonomaquia, la Gigantomaquia o la Centauromaquia. Los griegos utilizaban cuatro batallas en concreto como favoritas dentro de sus representaciones artísticas y, cada una de ellas, mostraba la superioridad de los helenos sobre aquello que consideraban inferior: la Gigantomaquia, lucha entre Gigantes contra los dioses olímpicos, servía para imponer la autoridad de los dioses sobre el resto de criaturas; la Centauromaquia, la victoria de la civilización y la razón sobre la naturaleza primitiva y desatada; la Guerra de Troya, el triunfo de los aqueos sobre los enemigos extranjeros; y la Amazonomaquia, la victoria del género masculino sobre el femenino. La Amazona, al igual que Medusa, las Sirenas, la Esfinge o las Harpías, se convierte en monstruo en la medida en la que es necesario expulsarla y aislarla del marco social, es por ello que será vencida siempre por los héroes masculinos, a pesar de que ellas sean formidables guerreras, transformando a los hombres en los salvadores del mundo (Barranco, 2014). Eran comunes las representaciones de estas batallas y los retratos de las Amazonas, en solitario, heridas como resultado de dichas campañas bélicas. En varias de las metopas del Partenón de Atenas se pueden observar escenas de la Amazonomaquia, donde las guerreras luchan a pie o a caballo contra los griegos, armadas con arcos y hachas. Mientras que en las escenas a caballo, parecen las Amazonas las que salen victoriosas, en las luchas a pie, suelen perecer ante ellos. En una de estas, se aprecia como un heleno tira de los cabellos de la Amazona, gesto de dominio absoluto del hombre sobre la mujer; esta escena será recurrente en vasos (Riedemann, 2010, p. 14). En la época romana e inicios de la era cristiana, las Amazonas siguieron Negro y en Libia. Las historias producidas por los viajeros ante la visión de estas mujeres guerreras, generaron la creación de leyendas en torno a una tribu de mujeres. También existían féminas guerreras en Éfeso lugar donde Ártemis tuvo un culto muy férreo. 238 El hecho de que no fueran madres amorosas con sus vástagos, sino que siempre los mutilaban, es un rasgo más de transgresión de los roles de género impuestos por la sociedad patriarcal, invalidándolas como mujeres “naturales”. tomándose por figuras históricas y se continuaron representando bajo las mismas premisas griegas. Fig. 1. Exequias, Aquiles y Pentesilea, 540-530 a. n. e., ánfora ática de figuras negras. Fig. 2. Exequias, Aquiles y Pentesilea, 540-530 a. n. e., cerámica de figuras negras. Fig. 3. Tondo de un kylix ático de figuras rojas, Amazona huyendo, 510-500 a. n. e. Sostiene un escudo con la cabeza de la Gorgona. Fig. 4. Cerámica, Aquiles y Pentesilea, 470-460 a. n. e. Fig. 5. Pintura sobre sarcófago de la Amazonomaquia, siglo IV a. n. e. Fig. 6. Bajorrelieve ático, Amazonomaquia, siglo IV a. n. e Fig. 7. Ánfora ática de figuras rojas, Amazona cabalgando, ca. 420 a. n. e. Fig. 8. Friso del templo de Apolo en Figlaia, 420-400 a. n. e. La Amazona se encuentra a merced del hombre pidiendo clemencia. Fig. 9. Sarcófago con la Amazonomaquia, siglo III a. n. e. Fig. 10. Relieve de Aquiles y Pentesilea en el Sebasteion, siglo I. Momento en el que Aquiles, después de herir mortalmente a Pentesilea y haberse enamorado de ella, la arrastra, moribunda, fuera del campo de batalla. Fig. 11. Relieve de un sarcófago, Amazonomaquia, ca. 180, hallado en Tesalónica. Fig. 12. Amazona herida, copia romana a partir del original de Fidias, siendo la cabeza copia del original de Policlítes, mármol. Fig. 13. Amazona herida, principios del siglo II, mármol, copia romana del original del siglo V a. n. e. Fig. 14. Escultura de Amazona fallecida, siglo II. Fig. 15. Relieve de la Amazonomaquia en el mausoleo de Halicarnaso, 370-350 a. n. e. Durante la Edad Media, las Amazonas fueron ubicadas al norte de Europa. Es indiferente donde residieran, siempre suelen ocupar los extremos del mundo conocido, para señalarlas ajenas a la civilización. La tradición durante este periodo no desapareció, donde ya se había instalado en el imaginario la imagen de una mujer guerrera y que montaba sola a caballo. Tal fue así que a la forma de cabalgar permitida para las mujeres, se la denominó “montar a lo Amazona”. Esta postura, poco probable que adoptara cualquiera guerrera por la poca estabilidad que ofrece, consiste en sentarse con las dos piernas hacia el lado izquierdo de la montura. De esta manera, las mujeres no abrían las piernas, por considerarse indecoroso y que perjudicaba su fertilidad; además, permitía que se pudiera cabalgar con vestidos largos. Esta postura otorga menor control sobre el animal, por lo que se aseguraban de que la mujer, aunque montara sola, debía necesitar la ayuda de un hombre tanto para subir y bajar de animal, como para guiar al caballo. Esta forma se popularizó durante la Edad Media, sobre todo entre las damas del estamento nobiliario (De Raza, 2019). Tanto en las representaciones de esta época como en el Renacimiento y Barroco, es habitual encontrar a las Amazonas con ropajes acordes al período histórico en el que fueron creadas las imágenes, aunque habrá autores que no perderán la oportunidad de representar cuerpos desnudos femeninos (fig. 17-18). En general priman las escenas de la Amazonomaquia de Teseo contra ellas en Atenas, pero también es posible encontrar algunas escenas de Hipólita con Hércules o, incluso, con Alejandro Magno. Por otra parte, no se perdió la costumbre de representarlas heridas y caídas en combate, así como mostrándolas a ellas únicamente dirigiéndose hacia la batalla. En el siglo XIX, se puso especial atención en la muestra del pecho femenino, y se mantienen las mismas tendencias anteriores. Poco habituales, aunque las hay, son escenas sosegadas de ellas (fig. 32) o en un contexto mítico imaginario (fig. 28, 29 y 31). William Shakespeare escribiría su obra teatral en 1595 Sueño de una noche de verano, cuya trama transcurre en Atenas durante la boda de Hipólita, reina de las Amazonas, con Teseo, duque de Atenas. No es un personaje principal, ya que el lío amoroso transcurre entre otros cuatro personajes. Ella está profundamente enamorada de su futuro marido y está ansiosa por casarse con él. Es justa y entusiasta, y una buena líder. De igual manera es posible encontrar a las Amazonas mezcladas con otras figuras fantásticas, como las brujas, debido a que se salen del ideal de mujer sumisa. Así las retrata Tirso de Molina en 1635 cuando escribió Amazonas en las Indias, donde el pueblo de estas mujeres lucha contra los españoles en las Indias. El propio conquistador español Gonzalo Pizarro alaba la bravura de estas mujeres asemejándolas a las antiguas diosas guerreras, y se asombra del sistema social donde una mujer es la soberana de un matriarcado, puesto que para él el orden natural es justo el contrario. Bajo sus preceptos, se niega a usar las armas para herir a una mujer, por lo que Menalipe, la reina de las Amazonas, aprovecha para agredirlo. Más adelante, otro personaje, Carvajal, habla con la Amazona Martesia y esta le habla de sus conocimientos sobre los animales salvajes y la naturaleza, a lo que el hombre le responde: “Calepino sois de diablos, / mejor labráis en abas que en la aguja: / mas, ¿cómo no sois vieja siendo bruja?” (T. de Molina, 1635/2003). Trayendo a la memoria el estereotipo de bruja de la Edad Moderna, el autor relaciona la figura de la brujesca y vieja alcahueta Celestina de Fernando de Rojas en la Amazona, y se extraña de su juventud y belleza. Pero Martesia no es la bruja moderna, sino la griega, análoga a Circe y Medea. Además se enamora de Carvajal e intenta que este permanezca a su lado, asegurándole el fin de la guerra, pero no lo consigue; misma historia para Menalipe y Pizarro. Ambas se convierten en las propias Circe y Medea derrotadas que no logran retener a sus amados a su lado, lo que las convierte en mujeres a merced de las decisiones de los hombres y sus intereses. Fig. 16. Ilustración en De claris mulieribus de Giovanni Boccaccio, Reinas Amazonas Lampedo y Marpesia, ca. 1474, ilustración en xilografía. Fig. 16. Amazonas en ilustración en xilografía de la Crónica de Nuremberg, 1493. Fig. 17. Jan Brueghel el Viejo, La batalla de las Amazonas, 1597, óleo sobre lienzo. Fig. 18. Pedro Pablo Rubens, La Batalla de las Amazonas, 1617-1618, óleo sobre tabla. Fig. 19. Claude Deruet, Partida de las Amazonas, 1620, óleo sobre lienzo. Pese al eufemismo del título, Hércules es muy bien reconocible debido a la piel del León de Nemea que lleva. Hipólita viste como una cortesana, a la que se le escapa un pecho del vestido. Fig. 20. Nicolaes Knüpfer, Hércules obteniendo la faja de Hipólita, 1630-1655, óleo sobre tabla. Fig. 21. Talestris, Reina de las Amazonas, visita a Alejandro, 1696. La androginia de las Amazonas es tal, que se vuelve harto complicado discernir quiénes de los soldados son mujeres y quiénes no. Fig. 22. J. Heinrich Wilhelm Tischbein, Amazonas salen a caballo, 1788, óleo sobre lienzo. El grupo se muestra en su hábitat natural, libres y, la mayoría, enseñando uno de sus senos. Fig. 23. Sir Lawrence Alma-Tadema, La Muerte de Hipólita, 1860, óleo sobre lienzo. Con una complexión bastante varonil, la Amazona ha quedado atrapada ( o la han atado) en las riendas de sus caballos, que la arrastran por el suelo, mientras ella se aferra de manera desesperada al suelo. Fig. 24. Anselm Feuerbach, Un grupo de Amazonas montando, 1871, sanguina y tiza. Obviando la aparición de los caballos, las tres Amazonas dejan uno de sus pechos al aire, y alzan sus lanzas en señal bélica. Fig. 25. Anselm Feurbach, Amazonas cazando lobos, 1874. Poco habitual ver una escena a caballo de ellas en la que no entren en combate, pero, igualmente, el momento se desarrolla como si de una batalla se tratara. Fig. 26. Pierre-Eugène-Emile Hébert, Reina Amazona preparándose para la batalla, ca. 1882, bronce. Portando casco y dejando un pecho al aire, la Amazona tensa la cuerda de su arco. Fig. 27. Franz von Stuck, La Amazonía, 1897, bronce. Estando completamente desnuda a falta del yelmo, la Amazona monta en su caballo sin montura, mientras se dispone a lanzar su arma. Fig. 28. Franz von Stuck, Amazona luchando, 1897, temple. Con la aparición de un Centauro dispuesto a lanzar una gran roca en el fondo, se muestra un retrato de una Amazona de perfil. En su casco aparece una leona y su escudo también se encuentra decorado. Fig. 29. Franz von Stuck, Amazona herida, 1904, óleo sobre lienzo. Combatiendo contra los Centauros, las Amazonas lo hacen completamente desnudas, a excepción de las botas y el casco. El artista dirige la mirada al pecho de la mujer, lugar donde ha sido herida. Fig. 30. Albert Weisgerber, Descanso de Amazonas, 1913, óleo sobre lienzo. Casi como si de un baño de Ártemis con su cortejo se tratara, las Amazonas se detienen su marcha, completamente desnudas, quizá, para descansar tras la batalla. Fig. 31. Franz von Stuck, Amazona combatiendo contra un centauro, 1922. Von Stuck vuelve a representar esta batalla contra los Centauros, donde ellos arrojas grandes piedras y ellas montan a caballo y lanzan sus armas. En esta obra en concreto se puede apreciar la similitud de ambos mediante la figura del caballo, lo que hace que ponga al mismo nivel de monstruosidad la figura de la Amazona, al de los híbridos y salvajes Centauros. Fig. 32. Max Slevogt, Batalla de amazonas, 1931, óleo sobre lienzo. Al igual que en siglos pasados, el autor vuelve a mostrar una Amazonomaquia con las guerreras desnudas montadas sobre sus corceles. Hasta el siglo XX, las Amazonas han representado el estereotipo opuesto al ideal de mujer sumisa y recluida en el hogar. Al amenazar la masculinidad de los héroes, ha sido habitual encontrarlas como enemigas extranjeras a las que se les debía hacer frente en la literatura. A pesar de no dudar de sus grandes capacidades para la lucha, se ha tendido a imaginarlas e inmortalizarlas derrotadas, como los grandes monstruos que servían como pruebas iniciáticas del héroe, de esta manera se reafirma el poder y la superioridad de los varones, que consiguen imponerse ante esa amenaza extravagante y extranjera. En la actualidad, esta perversión de la feminidad de las Amazonas ha ido desapareciendo y se han ido ganando la simpatía del público. Son imaginadas como una comunidad de mujeres fuertes y valientes, a las que, el héroe varón debía ganarse su confianza, no derrotarlas para demostrar su valía. A pesar de ello, se ha tendido a representarlas de manera excesivamente sensual, por lo que adquieren ese cariz de femme fatales que en la mitología clásica no poseían tan descaradamente. Fig. 34. Howard David Johnson, Guerreras Amazonas, 2016, óleo sobre lienzo. Bajo este aspecto variopinto, el artista representa a un grupo de Amazonas acampadas antes de entrar en combate. Fig. 33. Monumento a las Amazonas en Samsun, Turquía, bronce. Vestida acorde a la moda helénica, la Amazona posee una expresión llena de fiereza y tiene una constitución física fornida. Sostiene una lanza y un escudo con forma de media luna. Dentro del universo televisivo de Hércules y Xena, las Amazonas fueron introducidas en el film de 1994 Hércules y las Amazonas. El grupo de guerreras son las antagonistas del héroe, donde Hipólita (fig. 35) es la que mayor relevancia posee. Por orden de Hera, la reina Amazona hace caer bajo su embrujo a Hércules pero, finalmente, Hipólita traicionará a la diosa, ya que se acabará enamorando de Hércules y este le corresponderá. Tras esta participación, la serie de culto Xena: La Princesa Guerrera mostrará a las Amazonas como tribus de mujeres guerreras, en varias ocasiones, convirtiéndose en personajes recurrentes que se cruzarán constantemente en el camino de la protagonista, pidiéndole que se una a ellas. Xena siempre rechaza la oferta, en cambio, su compañera inseparable, Gabrielle, acabará convertida en una princesa Amazona de una de las tribus. Tanto en esta serie como en la de Hércules: Sus viajes legendarios, las Amazonas siempre son encarnadas por mujeres hermosas, vestidas con diferentes atuendos de cuero y prendas metálicas, abalorios, y poseyendo un carácter fiero (fig. 36 y 37). Tanto por su aspecto como por la manera de desenvolverse en varias ocasiones, son mujeres sensuales, que utilizan su atractivo físico para conseguir sus fines. La femme fatale se hace presente en ellas, dejando completamente al margen la imagen de la mujer viril. Fig. 35. Roma Downey como la Reina Hipólita en Hércules y las Amazonas, Bill L. Norton, 1994. Fig. 36. Danielle Cormack como la Amazona Ephiny en Xena: La Princesa Guerrera, John Schulian y Robert Tapert, 1995-2001. Fig. 37. Tsianina Joelson como la Amazona Varia en Xena: La Princesa Guerrera, John Schulian y Robert Tapert, 1995-2001. Dentro de la saga Percy Jackson y Los Dioses del Olimpo de Rick Riordan, son un grupo de mujeres que rinden culto a los dioses de la guerra como Atenea, Ares o Belona. A diferencia de las Cazadoras de Artemisa (grupo de mujeres que deciden seguir a la diosa de la caza, convirtiéndose en inmortales, a cambio de su voto de castidad), las Amazonas sí pueden mantener relaciones pero no son inmortales. Fundaron la empresa Amazon para ganarse un hueco dentro de la sociedad, enviando productos a cualquier parte del mundo. Estos productos no son únicamente los variopintos que se pueden encontrar dentro de la página web real, sino que, para la gente del mundo mitológico, también venden criaturas mágicas como Pegasos. Sienten un odio exacerbado hacia los hombres, los cuales utilizan como esclavos dentro de la empresa, obligándoles a llevar grilletes y monos naranjas inspirados en los trajes carceleros. El mundo no sabe que la gran empresa adquiere tantos beneficios a causa de la esclavitud, ni que su plan es hacerse con un poder adquisitivo mayor que el de cualquier país o estado de la Tierra, momento en el que destaparán su sistema y conquistarán el mundo, imponiendo su matriarcado misandro. En Fate/Strange Fake, aparece Hipólita como espíritu heroico de tipo rider, y es denominada como “Rider Verdadero”. Se trata de una novela escrita por Narita Ryougo e ilustrada por Shidzuki Morii. Hipólita o Rider Verdadero es una chica joven, con el cabello recogido, que viste un traje ligero. Lucha a caballo, disparando flechas (fig. 38). Fig. 38Hipólita en Fate/Strange Fake, Narita Ryougo y Shidzuki Morii, 2015. En Marvel Comics, tienen el personaje de Hipólita, basada en la reina homónima, tuvo su primera aparición en Thor Vol. 1 #127 de 1966, creada por Stan Lee y Jack Kirby. Es hija de Ares y Otrera, hermana de Fobos. Se dedicó, junto con el resto de Amazonas de las que era su reina, a raptar niñas para proveer su ejército femenino, para fomentar la guerra de la que es patrono su padre. Su historia comienza similar a la mitológica. Llegaron a Temiscira Hércules junto a Jasón y los Argonautas (en vez de Teseo), con la intención de robarle su cinturón y liberar a los esclavos varones que tenían en su isla. Como Antíope no confiaba en sus buenas intenciones, se hizo pasar por su hermana Hipólita y Jasón la secuestró, convirtiéndola en su pareja y madre de su hijo, Hipólito. La reina, a pesar de su ira inicial al descubrir las intenciones de conquista por parte de Hércules, se acaba enamorando de él, pero el hijo de Zeus le rechaza una y otra vez. Hipólita se convierte en una mujer despechada que intentará constantemente derrotarle. En la época actual, Hipólita está a punto de acabar con Heracles, uniendo fuerzas con Plutón, dios del Inframundo, pero Thor acude a ayudar al héroe y les vencen. Desde entonces, Hipólita vive en Nueva York, donde ha formado un nuevo grupo de Amazonas llamadas Bacantes, y que siempre son villanas contra los superhéroes de Marvel como los X-Men o los Cuatro Fantásticos. La reina hallará la muerte a manos de una de sus hijas, que no soportaba su obsesión con Hércules. Tras esto, Hipólita continuará apareciendo en escenas del Inframundo y, junto a Hela, diosa del Inframundo nórdico, que la trae de vuelta al mundo de los vivos para convertirla en una guerrera de las Valquirias. De esta manera, se vuelven a fusionar ambos grupos de mujeres. Estas últimas eran criaturas divinas con carácter psicopompo y ctónico, cuyo aspecto guerrero sería un añadido medieval que se iría imponiendo, y prevalecería en el imaginario gracias a los cantos heroicos de la Edda Mayor o Poética (siglo XIII) en los que se inspiraría el ciclo operístico de Richard Wagner de El anillo del nibelungo (1848-1874). Así pues, Hipólita es una inmortal, con velocidad y resistencia sobrehumanas, así como súper fuerza, la cual se ve aumentada por el Guantelete de Ares. Es una formidable guerrera en el combate cuerpo a cuerpo. Tiene una gran cabellera rubia, que suele llevar suelta, y los ojos azules. Su atuendo, a pesar de estar inspirado en la estética helénica, se encuentra sexualizado, con un peto escotado y sin sujeción a los hombros, que lo compone la forma de una Harpía o Sirena con las alas extendidas, y una falda corta. Lleva guanteletes en los antebrazos y sobre su rostro una máscara con la forma, también de un ave (fig. 39). Fig. 39. Hipólita en Marvel Cómics, primera aparición en 1966. En la historia de Clásicos de Marvel, La Guerra de Troya, Pentesilea hace su aparición al entrar triunfante en Troya con su grupo de doce Amazonas, para ayudar en la guerra contra los aqueos. Pentesilea le cuenta al rey Príamo que su presencia allí se debe para calmar la ira de las Erinias, que la atormentan con sus ansias de venganza tras asestar con una lanza a su hermana Hipólita por accidente, mientras ambas se encontraban de caza (fig. 40). Al igual que en la Ilíada, la Amazona se enfrentará en combate singular contra Aquiles, quien le dará muerte y que se quedará prendado de ella al descubrir su rostro. Su aspecto es el de una mujer atlética, vestida como el resto de soldados: peto metálico sobre una camiseta de manga corta, falda corta, grebas sobre las espinillas, yelmo con penacho y bien pertrechada. Es atractiva, cualidad que Aquiles no duda en destacar, y lleva su cabello castaño recogido en una trenza (fig. 41). Fig. 40. Pentesilea narrando la historia con la reina Hipólita, Clásicos ilustrados: La Guerra de Troya, Roy Thomas y Miguel Sepúlveda, Marvel Cómics, 2009. Fig. 41. Pentesilea en Clásicos ilustrados: La Guerra de Troya, Roy Thomas y Miguel Sepúlveda, Marvel Cómics, 2009. Pero si hay una Amazona conocida en el mundo del cómic esa es la Mujer Maravilla de DC Comics, popularizada en la actualidad bajo su nombre anglosajón Wonder Woman. Su nombre es Diana de Temiscira, que bebe del nombre romano de Ártemis, ya que esta diosa es una de las creadoras de la raza de las Amazonas y que más se asemeja a la personalidad del personaje. Su identidad secreta es o Diana Prince, manteniendo su nombre y añadiéndose como apellido el título nobiliario que ostenta en su isla. Así pues es una superheroína, princesa guerrera de las Amazonas, creada por William Moulton Marston para la compañía. Su madre es la reina de las Amazonas Hipólita y su padre, al contrario que en la mitología donde solía ser Ares, es Zeus, o eso cree hasta que descubre que fue creada a partir de un muñeco de arcilla al que las diosas le insuflaron vida, como Pandora. Su primera aparición fue en All Star Comics #8 en 1941, pasó a formar parte de la Liga de la Justicia (equipo de los superhéroes más conocidos de DC) en 1960. A día de hoy es uno de los personajes más conocidos e importantes de la compañía junto con Batman y Superman. Se trata de una mujer con características de diosa: inmortal, fuerza sobrehumana, gran belleza, puede volar, velocidad, etc. A su vez es altamente inteligente, poseyendo un vasto conocimiento sobre diversas lenguas, ciencia y magia; sin olvidar sus extraordinarias capacidades de lucha con diferentes armas, artes marciales y estrategia como Amazona. Su aspecto ha variado en infinidad de ocasiones a lo largo de las décadas. Su misión siempre ha sido luchar por la paz, el amor y la igualdad de géneros. Originariamente simbolizaba a Estados Unidos como su salvadora, donde el traje reproducía su bandera, pero esa imagen fue desapareciendo, permaneciendo únicamente sus colores. A pesar de ello, ha sido un personaje que tiende a ser hipersexualizado. Sus trajes son apenas bañadores de palabra de honor, que desafían a la gravedad por el tamaño de su pecho. Con el paso del tiempo, ha tendido a subvertirse esta estética y cada vez se ha ido pareciendo más a la imagen típica amazónica dentro del imaginario. Los elementos comunes de todos sus trajes y aspecto físico son la tiara, brazaletes, cabello largo, oscuro y ondulado y el lazo de Hestia, un látigo dorado que obliga a decir la verdad a todos aquellos que entran en contacto con él (fig. 42). Fig. 42. Evolución del personaje de Wonder Woman dentro de DC desde 1941 hasta 2016. El personaje tiene múltiples historias alternativas en cada uno de los mundos existentes dentro de los cómics de DC, aunque el nexo común de todos ellos es que aparecen criaturas de la mitología, sobre todo la griega. A su vez ha aparecido en televisión, algunos de estos ejemplos son las series animadas Super Amigos (1970), Liga de la Justicia (2001), en un capítulo de Scooby-Doo y ¿quién crees tú? (2019), donde se unió al emblemático equipo de detectives para luchar contra el Minotauro, o la serie de acción real más conocida, Mujer Maravilla de 1975 (fig. 43). También se la puede encontrar en videojuegos de la compañía como Justice League Task Force (1995) o Mortal Kombat vs. DC Universe (2008). Fig. 43. Lynda Carter como Mujer Maravilla en la serie homónima de televisión, Douglas S. Cramer y Sanley Ralph Ross, 1975. En 2017 se estrenó la primera película en solitario de una superheroína tras los éxitos cosechados por superhéroes varones desde principios de siglo. Gal Gadot se metió en el papel de la emblemática Amazona en un film previo en el que poseía un papel muy secundario, Batman vs. Superman (2016), para pasar a protagonizar Wonder Woman, dirigida por la directora Patty Jenkins. La historia comienza en la isla de las Amazonas, Temiscira, que se mantiene oculta a los humanos y en donde la sociedad matriarcal entrena a diario bajo el gobierno de la Reina Hipólita, madre de Diana, y la General Antíope, tía y mentora de Diana. Su paz se verá truncada cuando un pilota se estrella por error en la isla, trayendo a los soldados de la Primera Guerra Mundial a sus puertas. Diana se verá en la necesidad de proteger a los mortales de la tiranía de Ares, el dios que genera la guerra. Su atuendo reproduce el último diseño de los cómics, con una armadura roja metálica en palabra de honor que simula el águila, símbolo de EEUU y de su padre Zeus, y la W en la cintura, sobre una falda corta azul. Lleva la tiara y los brazaletes dorados y unas botas altas de la misma tonalidad. Al igual que los cómics es alta, morena y con el pelo largo y ondulado, y suele ir armada con el lazo de Hestia, una espada y su escudo (fig. 44). Tres años más tarde, tras la participación del personaje en La Liga de la Justicia (2017), tuvo su secuela titulada Wonder Woman 1984, dirigida por la misma directora. En esta ocasión la trama sucede durante la Guerra Fría, donde los villanos serán un hombre de negocios ambicioso por poseer poder y Barbara Minerva, que se transformará en la villana de los cómics Cheetah. Barbara es una arqueóloga que encarna la presión que ejerce la sociedad sobre las mujeres al imponer, inconscientemente en ellas, unos ideales de belleza y atractivo imposibles. Ella desea dejar de ser invisible, parecerse a Diana en todos los sentidos y, a medida que una piedra mágica le va concediendo sus deseos, acaba corrompida por estos y transformada en una depredadora alfa, una híbrida con guepardo que acaba anulando su buen juicio. A parte de mantener el mismo traje que en la película anterior, hacia el final se pone la armadura dorada de la legendaria amazona fallecida Asteria, que aparecerá en una escena postcréditos, interpretada por la primera Wonder Woman de carne y hueso, la actriz de la serie Lynda Carter. Esta armadura cubre su cuerpo por completo, incluida la cabeza ya que la recubre un casco con forma de cabeza de águila. A pesar de la inspiración en la mitología griega, en DC consiguieron aunar la simbología del que ella considera su padre, Zeus, con el patriotismo de su país bajo la forma del águila. Esto se hace indiscutible cuando Diana abre unas enormes y poderosas alas metálicas a su espalda al colocarse la armadura (fig. 45). En estas películas cabe destacar una acción que realiza Diana en un momento determinado. Mientras luchaba durante una de sus batallas, ve un bebé indefenso; Diana se lanza a socorrerlo como prioridad. Es reseñable puesto que, en la mitología, el carácter maternal de las Amazonas era nulo y macabro. Fig. 44. Gal Gadot como Wonder Woman en el film homónimo, Patty Jenkins, 2017. A la izquierda aparecen la Reina Hipólita y Antíope. Fig. 45. Gal Gadot como Diana Prince en Wonder Woman 1984, Patty Jenkins, 2020. En los videojuegos, no tienen demasiada popularidad. Kaneko Kazuma realizó un diseño de Amazona para introducirlas dentro de la saga Megami Tensei239. En ella, aparecen en tres videojuegos como femme race. Se trata de una mujer de complexión atlética, que solo utiliza taparrabos y lleva el pecho descubierto, mostrando que le falta el seno derecho. De entre todas las representaciones analizadas de las Amazonas, es la primera en la que se muestra la mutilación de la que los escritores griegos hacían gala de ellas para envilecerlas. Tiene la piel naranja con manchas verdes, simulando el pelaje de un tigre. Su rostro permanece en la penumbra, pero deja vislumbrar su expresión fiera. Tiene el pelo negro, suelto, largo y con hojas y ramas enredadas. Va armada con arco y carcaj de flechas, espada y lanza. En su conjunto, la Amazona posee un aspecto completamente salvaje, más próxima a los animales bárbaros e incivilizados que mostraban los helenos, que a sus imágenes más amables posteriores (fig. 46). Fig. 46. Kazuma Kaneko, Amazona para Megami Tensei, Japón. Como se ha podido observar a lo largo del resto de grupos de este análisis, es prácticamente imposible que un mismo personaje atraviese los siglos en el tiempo sin que su denotación o connotación se mantengan incólumes. En el caso de los personajes femeninos de esta última categoría, su denostación ha ido más allá y, en algunos casos, el personaje ha pasado de ser concebido como un ser benévolo y exento de culpa, a una figura abyecta y execrable. En otros casos, desde que fueron concebidas dentro de los textos originales, ya poseían culpa, lo que sugiere que fueron creadas como cabezas de turco para salvar la imagen de la figura masculina. No se tratan, pues, de mujeres con una naturaleza pérfida, sino que la sociedad y/o la religión las ha pervertido, las ha condenado a permanecer en el imaginario como las culpables, conscientes o no, de todos los males del mundo o de la perdición de los hombres. Ninguno de los personajes aquí presentes son diosas, la divinidad queda exenta de este tipo de condenas, incluida la femenina. En cambio, son todas mujeres mortales, siendo la mayoría pertenecientes al relato bíblico donde la figura femenina se ha envilecido, con excepción de algunos escasos casos. Estas mujeres se convierten en otra cara más de la feminidad perversa o, citando el título de la obra de Dijkstra, en ídolos de perversidad. Le infundió habla el heraldo de los dioses y puso a esta mujer el nombre de Pandora porque todos los que poseen las mansiones olímpicas le concedieron un regalo, perdición para los hombres que se alimentan de pan. Trabajos y Días, Hesíodo, ca. 700 a. n. e. (1978b, p. 125). 239 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. La historia de Pandora fue escrita por Hesíodo en su obra Trabajos y Días, en torno al año 700 a. n. e. Mientras que la Teogonía es un escrito que recoge como el Caos se va ordenando en el mundo divino gracias a la mediación de los dioses y, en concreto, la de Zeus; en Trabajos y Días reflexiona sobre cómo Zeus, tras imponer su orden, contempla la naturaleza humana. Hesíodo indaga sobre el mal en el mundo y llega a la conclusión de que su origen reside en los propios humanos, por lo que la civilización está condenada a degradarse, hasta que Zeus imponga, de nuevo, orden. Mientras que el mundo de los dioses es perfecto desde que nace (Caos) y solo necesita de una mano firme que le dé forma, el de los humanos es igual de imperfecto que sus criaturas, por lo que estarán condenados a autodestruirse. Zeus, enojado porque Prometeo le había robado el fuego y se lo había entregado a los mortales, promete castigarle a él y a todos los hombres que existen y su descendencia: “Te alegras de que me has robado el fuego y has conseguido engañar mi inteligencia, [...]. Yo a cambio del fuego les daré un mal con el que todos se alegren de corazón acariciando con cariño su propia desgracia”. Así dijo y rompió en carcajadas el padre de hombres y dioses (Hesíodo, ca. 700 a. n. e./1978, vv. 55-60, p. 125). Zeus, tras regodearse en sus planes de venganza, ordenó al inventor Hefesto mezclar agua y tierra, moldear con ello una doncella con un rostro similar al de las diosas y otorgarle voz y una vida humana. Tras Hefesto, se dirigió a Atenea y le ordenó que le enseñara a la doncella las labores femeninas del tejido y el bordado. Después, le pidió a Afrodita que le otorgara gracia, sensualidad y el don de cautivar y embaucar con la palabra. Por último, le mandó a Hermes que le concediera una mente retorcida y cínica, la capacidad de mentir y un carácter cambiante e inestable. Tras sus órdenes, Atenea, además, vistió y engalanó el cuerpo desnudo de la doncella; las Gracias y la Persuasión le colocaron collares dorados, y las Horas, una corona de flores. Por todos los regalos que había recibido de los dioses, la llamaron Pandora, “todos los dones”, y fue enviada con los hombres para convertirse en su perdición. Zeus se la entregó a Epimeteo, hermano de Prometeo, y este desoyó el consejo de su hermano de no aceptar jamás un regalo del Crónida, pues se había quedado prendado de la belleza divina de Pandora. Hasta entonces, los hombres vivían sin enfermedades que causaran la muerte, sin males y sin la fatiga del trabajo diario. Todas estas cosas estaban encerradas en una jarra que, se presupone, Zeus entregó a Pandora y ella, imposible de refrenar la curiosidad, levantó la tapa para descubrir qué había dentro. Los males y la enfermedad salieron de la jarra y se esparcieron por el mundo, aquejando, desde entonces, a todos los hombres. Pero en la jarra permaneció la Espera o la Esperanza, ya que se encontraba aprisionada entre las paredes de la jarra y no pudo salir volando antes de que la tapa se volviera a colocar por voluntad de Zeus. Las desdichas que se liberaron no tenían voz, para que no pudieran ser cuestionadas, pero ningún mortal queda fuera de su alcance ni en tierra, ni en mar, ni de día, ni de noche (Hesíodo, ca. 700 a. n. e./1978, vv. 43-105, pp. 125-129). Tras estos hechos, Pandora y Epimeteo tuvieron una hija, Pirra, la primera mujer mortal, que se casaría con su primo, el hijo de Prometeo, Deucalión. Ellos constituirían el mito del diluvio universal como la pareja que construye un arca para salvar a la humanidad. Peter Walcot (1966) expone las similitudes del mito creado por Hesíodo con otro mucho más antiguo de origen egipcio. En él, los hermanos Anubis y Bata viven junto a la esposa del primero. Esta mujer acusa a Bata de querer seducirla, y él decide huir y recluirse para vivir en soledad. Ra, que sabe de su inocencia, se compadece del destino que se ha autoimpuesto Bata y decide otorgarle una compañera. Ordena a Khnum que genere a la mujer y este crea la doncella más hermosa que jamás se había visto y repleta de bienes. Ella le procurará males a Bata, pero este saldrá airoso. Los paralelismos son muy claros y es imposible no conjeturar que Hesíodo se pudo ver influenciado por este mito. No sería tampoco el único relato de apariciones de seres humanos desde el barro, en la Epopeya de Gilgamesh el dios Aruru, creador del hombre, moldeó con arcilla a Enkidu, el fiel compañero y amante de Gilgamesh (George, ca. 2000 a. n. e./2016). Posteriormente, el judaísmo se inspiraría en esta historia para generar sus Lilit y Adán. El tema de la esperanza ha sido motivo de debate a lo largo de los estudios por la propia contradicción que encarna: si todos los males estaban en la vasija, ¿qué hacía en su interior la esperanza? Se ha entendido esta emoción siempre como un bien, un bien al que aferrarse cuando todo va mal, y Zeus se lo negó a los mortales. Quizá se convirtió en algo bueno precisamente por quedarse encerrada. Para Pierre Grimal (1989), la vasija podía estar repleta de bienes y no de males. De esta manera, cuando Pandora retiró la tapa, los bienes regresaron al mundo de los dioses, dejando a los humanos con todos las penurias, para las que el único consuelo fue la esperanza (p. 405). Por otra parte, en esta versión del texto, se tradujo como espera y no esperanza, y es bastante razonable pensar que pudiera ser así. Hesíodo da a entender que si la espera permaneció dentro de la vasija y no se divulgó, provocó que no alcanzara a los humanos; de esta manera, los mortales recibirían los males “sin esperárselos”. Este hecho haría del castigo de Zeus algo mucho más cruel y, por ello, el rey de los dioses cerró la tapa de nuevo y no permitió que volara. La mujer se presenta como un invento divino posterior a los hombres, es más, en la mitología griega no hay un mito claro de la creación del hombre. El interés por la construcción del hombre reside en cómo interactúa en sociedad, su carácter social, la dualidad entre su condición divinal y la animal, como diría Aristóteles: como un animal político. De esta manera, la mujer es creada como un regalo para ellos, un ser que les hará compañía y será su castigo, pero no podrán vivir sin ella, de ahí la justificación a su sometimiento bajo la autoridad masculina. Se atribuye a la mujer ese carácter pasivo y sumiso, se la relega al ámbito del hogar y privado, con la finalidad de evitar calamidades futuras. Todo es consecuencia del error de Pandora, a fin de cuentas, fue la primera mujer y sirve de ejemplo para todas las demás. Es interesante reseñar que mientras que fue Hefesto quien moldeó y creó el cuerpo de Pandora, fue Atenea quien la vistió, creando su “segunda piel”. De esta manera, se genera una dicotomía en los roles representativos de los sexos: la desnudez se identifica con el varó, y el atuendo, lo que es artificioso, con la mujer. La vestimenta ha sido atributo íntimamente relacionado con las mujeres por tener vinculación directa con sus cuerpos, pero nunca ha estado exenta de ambigüedad. Por un lado, ha significado pudor y virtud, como el uso del velo; pero por otro, las telas son una herramienta más de la mujer para seducir o engañar a los hombres (Pozo, 2021, p. 48). Pandora, como madre de todas las mujeres (que no de los humanos), nació ya imperfecta; imperfecta por capricho de los propios dioses que la crearon así. Al ser moldeada con barro, Pandora también nace de Gea, de la tierra, de la Madre Tierra240, y ésta fue sometida de varias maneras como se vio en el capítulo de Híbridas, todas sus criaturas 240 De igual manera, Hesíodo (ca. 700 a. n. e./1978) solo menciona la creación de los hombres como seres nacidos de la tierra. Está clara la vinculación de este elemento con el nacimiento, por ello los griegos consideraban a la tierra como el principio femenino Gea, ser primordial que dio vida a todo lo demás. no-normativas y fuera del canon eran destruidas por los dioses y héroes perfectos (Mayor Ferrándiz, 2012). Pandora es, pues, una figura antropomórfica pero telúrica, que parece perfecta pero no lo es, no podía serlo teniendo un origen tan cercano al Caos primigenio. Su esencia seductora oculta el engaño; la seducción en ella, lleva a la destrucción, con su llegada se acaba la tranquilidad del hombre, remarcando la desigualdad entre géneros (Zaragoza, 2008, p. 116). Pandora ya es, como tantas otras féminas posteriores de la mitología, tentadora físicamente y astuta y pérfida mentalmente, convirtiéndose en peligrosa en sí misma (sin la caja); como mujer ya es una adversaria del hombre, pues amenaza su existencia. Así, como las híbridas, Pandora también es un ser femenino terrible, culpable de la maldad que asola la humanidad. Es curioso que, sin tener ella culpa de ser como es, pues todo de su persona, por fuera y por dentro, es producto del gusto y la voluntad de Zeus, no se ha dudado en ningún momento de culpabilizarla a ella de abrir la caja, que el propio dios le concedió. El castigo fue infligido por Zeus, el gestó todo el plan consciente de lo que hacía, pero el rey y padre de los dioses no debe poseer culpa alguna. En ese sentido es mucho más fácil condenar a la mujer, que no ha dejado de ser una marioneta sin voluntad ni pensamiento en ningún momento, como pecadora original. Esa falta de raciocinio o, en otras palabras, de inteligencia debe ser sometida al poder del hombre, es necesario controlarla, puesto que, otra vez, es peligrosa. El famoso objeto que contenía los horrores se llamaba ςpithos, en griego, que refiere a una jarra o ánfora de barro que se utilizaba para almacenar provisiones como aceite, grano o vino. El humanista renacentista Erasmo de Róterdam fue el que, escribiendo una traducción al latín del griego en 1508 (Adagiorum chiliade tres), sustituyó la palabra pithos por ς, pyxis, que, literalmente, significa “caja”. Independientemente del error, la forma de la caja es la que ha perdurado en el imaginario y ha llegado hasta la actualidad. A día de hoy, se toma la expresión “abrir la caja de Pandora” para referirse a una pequeña acción que desencadena o va a desencadenar conflictos graves. El psicoanálisis comparó ese recipiente que Pandora abre, con la vagina de la mujer; esa vagina dentada que castra al hombre mediante el coito. Se expone que aunque el varón comience el acto triunfante, siempre acaba cabizbajo (Ducat, 2004). La vagina se convierte en el recipiente que acaba con la esencia del hombre. Con la llegada de Pandora, los hombres dejan de nacer desde la tierra (el otro principio femenino), para pasar a reproducirse sexualmente. Se puede entrever una pequeña metáfora entre la jarra de Pandora, ya que esta se describe como un recipiente hecho de barro o arcilla, otro artilugio hecho de tierra, con la fertilidad y a la mujer. El resultado convierte la jarra/caja en el útero femenino que guarda, protege, crea y, al abrirla (la caja o las piernas) expulsa lo creado y guardado. El mito de Hesíodo no explica únicamente el origen de todo mal a causa de un error, sino que también explica el origen de la reproducción. En ambos casos la respuesta siempre es la mujer, siendo el problema su sexualidad, concepto que se tergiversaría y se cargaría de simbolismo perverso una y otra vez a lo largo de los siglos y culturas. Apenas existe iconografía de Pandora en la Antigüedad, a excepción de algunas cerámicas del siglo V a. n. e. y, en la Atenea Pártenos, Pausanias (siglo II/1994) describe que, en su base aparecía esculpido el nacimiento de Pandora, la primera mujer del mundo (Libro I, 24, 7, p. 174), escena que sería la reproducida también en las cerámicas, no el momento de abrir la caja, como se popularizaría después. Los escritores latinos no hacen alusión de ella, a excepción de algunos romanos como Higino, Plinio o Porfirio, donde sólo este último menciona la vasija (Eetessam, 2015, p. 169). Dora y Erwin Panofsky (1975) señalan que los Padres de la Iglesia fueron los que más interés y dedicación tuvieron por difundir el mito de Pandora. De esta manera les permitía generar una historia paralela de origen pagana, con su historia cristiana. Así, Pandora se fusionó con la imagen de Eva, por ello no fue recuperada iconográficamente hasta algunas representaciones durante la Edad Moderna. Con la llegada del siglo XIX, el interés por una de las primeras mujeres funestas encajó a la perfección en la imagen de la feminidad que querían divulgar. De esta manera, aparecen la mayoría de Pandoras en el momento de apertura de la caja, y se encuentran más infantiles e inocentes, otras más decididas, seductoras y desnudas, con el cabello de todas las tonalidades, curiosas, sorprendidas, apenadas, en reposo o indiferentes ante las criaturas que se escapan. También son reseñables los entornos en los que se encuentra mientras abre la caja, mientras que algunos optan por representarla en el interior de una casa, seguramente la suya propia junto a Epimeteo después de contraer matrimonio; otros autores optan por un paisaje en mitad de un bosque, con algunos elementos acuáticos. Esta última versión le aporta una sensación más onírica y de fantasía a la escena, recordando a las historias de cuento de hadas, favorecido también por el carácter mágico de la caja y la doncella Pandora, joven y hermosa, en mitad de ningún sitio. En cuanto al recipiente, prima la forma de la caja, aunque existen algunos artistas que recuperan el objeto en jarra. También hay quienes optan por representar el momento de su creación y otros, cuando Epimeteo y ella se encuentran por primera vez. Fig. 1. Cerámica griega, Creación de Pandora, siglo V a. n. e. Atenea le coloca las telas de los ropajes, mientras que Mercurio la bendice con sus dones. Pandora se halla en el centro, menos alta que los dioses y ataviada como una esposa helena. Fig. 2. Crátera de volutas ática de figuras rojas, Nacimiento de Pandora, ca. 450 a. n. e. De izquierda a derecha: Zeus, Hermes, Hefesto y Pandora, a la que ayuda a emerger el dios de la fragua. Fig. 3. Pintor de Nióbides, Los dioses adornando a Pandora, ca. 450 a. n. e. Atenea le entrega un collar, Poseidón detrás de ella, Ares al otro lado y Hermes se aleja. Pandora es la única que mira de frente, ataviada con un peplo y adornos. Fig. 4. Piero di Cosimo, La historia de Prometeo, ca. 1517, óleo. Al fondo, Prometeo asciende hasta Helio para robarle una llama. A la izquierda, se moldea al hombre. A la derecha, Prometeo es atado para que el águila le coma el hígado como castigo y, en el centro, Pandora se encuentra vestida de rojo y entregada a los hombres. Fig. 5. Jean Cousin el Viejo, Eva Prima Pandora, 1550, óleo sobre tela. Primer desnudo femenino en Francia. Fusión entre ambas figuras convirtiéndolas en idénticas. Seguramente inspirada en la Venus de Urbino de Tiziano, la mujer se encuentra casi desnuda por completo y reclinada. Aparecen dos vasijas y apoya su brazo sobre una calavera, símbolo de la desgracia humana. Fig. 6. Atribuido a El Greco, Epimeteo y Pandora, 1600-1610, madera policromada. Recuerda a los Eva y Adán desnudos en el Edén. Al contrario que en el mito, es él quien sostiene la vasija. Fig. 7. Hendrick Goltzius, Hermes presenta a Pandora al Rey Epimeteo, 1611, óleo sobre lienzo. Pandora es llevada ante los hombres completamente desnuda y se ofrece a Epimeteo. Fig. 8. Nicolas Régnier, Alegoría de la Venidad (Pandora), ca. 1626, óleo sobre lienzo. La mujer mira al espectador haciéndole cómplice de su acción y demostrando que es consciente de las consecuencias de sus actos al pisar el cráneo. Fig. 9. Anónimo, Pandora, 1676. Con el torso desudo, Pandora sostiene la vasija y parece ocultarla de la mirada de los demás personajes. Fig. 10. James Barry, El Nacimiento de Pandora, 1791-1804, óleo sobre lienzo. Pandora se encuentra desnuda y mirando a Atenea que le tiende un objeto. El resto de dioses se reúnen alrededor de ella y la pareja real, expectantes. Fig. 11. Josef Abel, Prometeo, Mercurio y Pandora, 1814, óleo sobre lienzo. Prometeo, sosteniendo la antorcha llameante, intenta alejar a Pandora, que porta la vasija dorada, de los hombres, representados por la escultura. Fig. 12. John Flaxman, Pandora Vestida, 1817, grabado para la publicación de Trabajos y Días de Hesíodo de 1817. Pandora es agasajada por las Tres Gracias y demás figuras femeninas que la engalanan. El artista crearía toda una serie de grabados desde el nacimiento de la mujer hasta la apertura de la vasija. Fig. 13. John Flaxman, Regalos a Pandora, 1817, grabado para la publicicación de Trabajos y Días de Hesíodo de 1817. Atenea y Hermes, fácilmente reconocibles por sus atributos, bendicen a Pandora con sus dones, mientras ella baja la cabeza, complaciente. Fig. 14. John Flaxman, Pandora abre la caja, 1817, grabado para la publicicación de Trabajos y Días de Hesíodo de 1817. Pandora retira la tapa del recipiente mientras se ven figuras humanas escapar de él, victoriosas. Mientras que ella se muestra curiosa, como si aún no se hubiera percatado de lo que ha hecho, Epimeteo huye de la escena con el semblante asustado. Fig. 15. William Etty, Pandora coronada por las Estaciones, 1824, óleo sobre lienzo. Recordando a las imágenes de Venus Anadiomena, Pandora se encuentra rodeada de las deidades que participan en su creación y está a punto de ser coronada con las flores. Fig. 16. H. Weigall, Hermes entregando a Pandora, 1854, medalla de bronce basada en uno de los relieves de John Flaxman. Hermes vuela veloz con Pandora para bajarla a la tierra. Fig. 17. Pierre Loison, Pandora, 1861, escultura de mármol en la fachada este del Palacio del Louvre, París. Con el torso completamente desnuda, a falta de un collar, la primera mujer sostiene entre sus manos la pequeña caja. Fig. 18. Pail Césaire Gariot, Caja de Pandora, 1877, óleo sobre tabla. De forma similar a la escultura anterior, Pandora mira con curiosidad la caja plateada de sus manos. Fig. 19. Dante Gabriel Rossetti, Pandora, 1871, óleo sobre tela. Pandora tiene la mirada desafiante, mientras de la caja se escapa un humo rojo que adopta formas demoníacas. Tanto estas figuras como el color rojo del humo, su traje y el maquillaje de sus labios simbolizan el mal. Esta Pandora se encuentra más cerca de las femme fatales de la época que cualquier otra. Fig. 20. Dante Gabriel Rossetti, Pandora, 1874- 1878, óleo. A diferencia de su anterior versión, esta Pandora es más amable, aunque mantiene su abundante cabellera oscura y destaca sus poderosos hombros. Parece que Rossetti ha querido representar las dos opciones del contenido de la vasija, una portadora de males y esta, de bienes. La esperanza se encuentra representada alada en la propia caja. Fig. 21. Jules Joseph Lefebvre, Pandora, 1872, óleo sobre lienzo. Pandora, completamente desnuda, mira al espectador mostrándole la caja. Tanto por la corona como el velo que Fig. 22. Jules Lefebvre, Pandora, 1882, óleo sobre lienzo. Tiene una larguísima cabellera pelirroja que le se eleva tras ella, denotan seguridad y grandeza en ella. La estrella de ocho puntas sobre su cabeza puede simbolizar la estrella de Venus, propia de diosas como Ishtar y Afrodita, y su origen divino. A diferencia de la siguiente versión que hará el artista, en esta priman las tonalidades cálidas, pero ambas (aunque más evidente en figura) muestran a Pandora como una femme fatale. Es bastante llamativo lo normalizado que se encontraba incluir a púberes aun por desarrollar, como si fueran adultas seductoras, lo que evidencia el miedo a la sexualidad de la mujer adulta. cae desordenada por la espalda, mientras ella, desnuda como la anterior, observa, con la mirada perdida, fuera del alcance del espectador, quizá preocupada por el contenido de la caja o mirando todo lo que acaba de liberar y se aleja de ella. Los tonos fríos aportan tristeza y pesadumbre a la escena. Fig. 23. Hermann Julius Schlösser, Prometeo y Epimeteo ante Pandora, 1878. Prometeo detiene a su hermano pequeño que se lanzaba a Pandora obnubilado por su belleza. Ella alza la pequeña vasija y se muestra desnuda. Fig. 24. Sir Lawrence Alma-Tadema, Pandora, 1881, acuarela. Con el cabello pelirrojo y la corona de flores, Pandora mira la vasija con deseos de abrirla. Esta está decorada con una Esfinge en su tapa, símbolo del conocimiento oculto. Fig. 25. Frederick Stuart Church, Pandora, 1884, grabado. Con un aspecto bastante inocente, Pandora mira sorprendida las criaturas que salen del gran baúl. Fig. 26. William-Adolphe Bouguereau, Pandora, 1890, óleo. La mujer sostiene la caja mientras sus ojos comienzan a perfilarse con una expresión de sorpresa, aumentada por el gesto de su mano sobre el pecho. Fig. 28. Walter Crane, Pandora maravillada con la caja, 1892. Epimeteo, seguramente, le muestra el arcón en el que se ha convertido la caja, decorado nuevamente por Esfinges, pero interponiendo su brazo para que ella no se acerque al ver su interés. Fig. 27. Walter Crane, Pandora desea abrir la caja, 1892. En este momento, Pandora, vestida de nuevo con tonalidades blancas y celestes y llevando la corona de flores, mira el arcón con intriga. Fig. 29. John William Waterhouse, Pandora, 1896, óleo. La caja es concebida como un cofre de oro y es abierto en un paraje boscoso, lo que aumenta la fantasía. Ella parece inocente e, incluso, infantil en la manera de asomarse. Fig. 30. Charles-Amable Lenoir, Pandora, siglo XIX. Con las telas livianas y pálidas de su vestido, Pandora sonríe haciendo cómplice al espectador, mientras hace amago de abrir la pequeña caja. Fig. 31. Atribuido a Louis Hersent, Pandora reclinada en un paisaje boscoso, siglo XIX, óleo sobre lienzo. A la forma de las Venus, Pandora da la espalda al espectador obligándole a imaginarse como es su cuerpo. Fig. 32. Charles Edward Perugini, La Caja de Pandora, siglo XIX, óleo sobre lienzo. Pandora mira más allá con el semblante sereno, sin comprender lo que ha huido de la caja. Las tonalidades de su atuendo son claras y cálidas y porta la corona de flores. Fig. 33. Frederick Stuart Church, Pandora, siglo XIX. De las representaciones más expresivas de Pandora. Ella se sube encima del gran baúl en un intento desesperado de detener todos los diablillos que emergen de él. Fig. 34. John Gibson, Pandora, siglo XIX, mármol. Con un pecho al descubierto, Pandora se encuentra solemne sosteniendo la caja entre sus manos. Fig. 35. George Hitchcock, Pandora, finales del siglo XIX-principios del XX, óleo sobre lienzo. Vestida en tonos rosados y malvas, y con el cabello pelirrojo, Pandora mira con curiosidad la caja blanca con decoraciones, mientras se halla en unos acantilados llenos de flores. Fig. 36. Gustav Adolf Mossa, Eva Pandora, 1907. Como una femme fatale, ambos personajes son fusionados con la vestimenta y el cabello oscuro recogido de forma contemporánea a la fecha de producción. Este hecho, no solo hibrida a Eva y Pandora, sino que extiende la perversidad de ambas figuras a cualquier mujer de su época que tenga un comportamiento no normativo. La mujer mira al espectador con una ceja enarcada y una media sonrisa, consciente del horror que ha provocado al morder la manzana y abrir la caja, la cual aún permanece sin tapar y parece no tener intención alguna de hacerlo. Fig. 37. Thomas Kennington, Pandora, 1908, óleo sobre lienzo. Con una enorme desolación, Pandora es consciente de lo que acaba de ocurrir y se lamenta. Al encontrarse desnuda y en un paisaje boscoso sobrio y oscuro, aporta una mayor sensación de pesadumbre, soledad y abandono. Se acabaron las Pandoras floreadas e inocentes, no queda nada de ellas, solo el dolor y la carga de los actos. Fig. 38. Odilon Redon, Pandora, 1909, óleo. La presenta como una dulce Afrodita o Eva, desnuda y seductora sin pretenderlo. Completamente opuesta a la figura anterior. Fig. 39. Helen Stratton, Pandora, 1915, ilustración para Un libro de mitos. Sacada de un paraje de cuento de hadas, Pandora, con su cabello pelirrojo y brillante, levanta la tapa de la caja que libera un espeso humo que se confunde con las telas moradas de su vestido. Fig. 40. Arthur Rackham, Pandora, 1922, ilustración para el Libro de Maravillas de Nathaniel Hawthorne. Pandora es retratada como una niña y no como una mujer. Desnuda, con el cabello ensortijado y rubio. Inocente y curiosa, observa a los demonios con formas de murciélagos (que no deja de ser una referencia vampírica). Fig. 41. J. D. Batten, Pandora, 1913, fresco. La mujer aún se encuentra en el estado de arcilla, mientras los dioses hacen fila para concederle sus dones. Atenea se encuentra a su lado, dispuesta a tapar su cuerpo desnudo, mientras que Hefesto contempla su obra. Fig. 42. Juan Gabriel Barceló Tomás, La caja de Pandora, 1963. Bajo el estilo surrealista y simbólico, Pandora se muestra como una Virgen que observa la caja. Fig. 43. Howard David Johnson, La caja de Pandora, 2005, óleo sobre lienzo. El autor muestra a una Pandora con el cabello rizado y rubio que no encaja con la estética oriental del entorno. Ella observa, curiosa los objetos que se hallan en el interior del baúl. En 1892, el dramaturgo alemán Frank Wedeking creó el personaje de Lulú, cuya historia se dividiría en dos partes, siendo titulada la segunda como La caja de Pandora en 1904. En 1929, inspiraría la película homónima de Georg Wihelm Pabst, así como la ópera Lulú compuesta por Alban Berg y estrenada en 1937. El film y la ópera comparten el mismo argumento donde una joven y hermosa Lulú se vale constantemente de su cuerpo y atractivo para sobrevivir, provocando la perdición de todos los hombres que se cruzan en su camino y, en concreto para sus maridos, pues todos acaban muertos o perdiendo la cordura. Finalmente, acaba convirtiéndose en prostituta y es asesinada por Jack el Destripador. Fig. 44. Louise Brooks como Lulú en La caja de Pandora, Georg Wihelm Pabst, 1929. El sino de los hombres de Lulú, a pesar de que en un principio pueda parecer que la culpable de su desgracia es la mujer, no dejan de ser ellos los responsables de sus desdichas ya que, como los dioses, vuelcan sus deseos e intereses en la figura de Lulú. De esta manera, los hombres, hipnotizados por sus emociones hacia ella, intentan mantenerla bajo su control, domesticarla y hacerla suya. Pero Lulú se desvela como una mujer demasiado independiente como para permanecer sumisa ante un hombre, por lo que encarna, perfectamente, el estereotipo de la femme fatale. Por otra parte, Pandora y su caja han dado nombre a otros objetos y lugares dentro del mundo del cine. De esta manera en Lara Croft Tomb Rider: La cuna de la vida (2003), la Caja de Pandora es un objeto legendario que guarda diversas plagas que podrían asolar el mundo; y en el film Avatar de James Cameron (2009), Pandora es el nombre de una luna del planeta Polifemo, donde residen los Na’vi, una raza contra la que los humanos entrarán en conflicto. Pandora aparece en Xena: La Princesa Guerrera como la nieta de la Pandora original del mito. Es gentil pero temerosa y se dedica completamente a cumplir con la misión heredada de su familia de proteger y mantener cerrada la caja, para evitar que la esperanza se escape. Se presupone que la Pandora original realizó los deseos de Zeus y, angustiada por sus actos, guardó celosamente la caja para que no se escapara nada más. El personaje está caracterizado como una mujer joven de ojos azules y cabello rizado y rubio. Viste con un traje largo en tonos oscuros (fig. 45). Fig. 45. Mary Elizabeth McGlynn como Pandora en Xena, La Princesa Guerrera, John Schulian y Robert Tapert, 1995-2001. En DC Comics fue creada por Henry Kiefer y apareció por primera vez en la publicación de 1936 New Comics #5, aunque no sería hasta 2011 en Flashpoint Vol.2 #5 donde surgiría su intervención más emblemática, hasta la muerte del personaje en DCU: Renacimiento #1 de 2016. Tuvo una serie propia entre 2013 y 2014 de más de catorce números llamada Trinity of Sin: Pandora. Su historia es terriblemente trágica. Proveniente de la Macedonia del 8000 a. n. e., Pandora vivía con su hijo en una aldea, pero este cayó gravemente enfermo y su madre, buscando unas bayas que pudieran sanarle, encontró la famosa caja con forma de cráneo dorado. Al abrirla, liberó a los Siete Pecados Capitales que destruyeron su aldea haciendo que sus habitantes se asesinaran entre sí y, además, el pecado de la Ira poseyó a su hijo. Junto con Judas Iscariote y otro hombre, fue considerada una de la tríada de los mayores pecadores de la historia, por lo que fue condenada a vagar eternamente por el mundo para que, cada día, observara con sus propios ojos el sufrimiento y el dolor que había causado. Además, la hirieron en el rostro; sus cicatrices jamás desaparecerían y le arderían siempre sin alivio. Desde entonces, cada vez que alguien tocaba la caja, le poseían los espíritus malignos que liberó. Para intentar combatirles, Pandora aprendió a luchar y controlar la magia. Estos espíritus se burlaban de ella llamándola “madre” y constantemente la tentaban para que se uniera a ellos. Finalmente, el Doctor Manhattan se descubre como la persona que le incitó a abrir la caja y es quien le da muerte a Pandora. Ella le jura que los héroes que encarnan la esperanza de la que él privó a la humanidad, la vengarían y acabarían con él. Físicamente es una mujer joven con los ojos verdes y el cabello azulado, largo y trenzado. Porta armas de fuego para defenderse y viste con un traje púrpura de cuerpo entero (fig. 46). En Marvel Comics tuvo su primera aparición en Journey into Mystery #74 en 1961. Tras ser exiliada a una isla del Pacífico por haber abierto la caja, la Eterna Sersi (Circe) reunió todos los males que había liberado y los apresó dentro de la caja de nuevo, asegurándola con un hechizo. En el siglo XX, Dan Harper naufragó y fue a parar a la isla de Pandora. Allí, la diosa le engañó y Harper abrió la caja, liberando a un enorme monstruo con el que Pandora pretendía vengarse y conquistar el mundo. Harper consiguió escapar y regresó a la isla con una gran cantidad de espejos con los que consiguió rodear a Pandora. De esta manera, rompió la ilusión que había entorno a su figura y desveló el verdadero aspecto de la mujer, que se encontraba en un estado avanzo de senectud. Pandora permitió que el monstruo regresara a la caja a cambio de retirar los espejos, puesto que no soportaba su propia imagen. La caja le fue confiscada a la diosa y enterrada en paradero desconocido, mientras que Pandora prefirió mantenerse en su isla con la ilusión de la juventud, belleza y gran cabellera pelirroja (fig. 47). Pandora se desvela en todo momento como una villana, no se sabe si la primera vez que abrió la caja lo hizo adrede o no. En caso de que fuera esta segunda opción, su resentimiento y ganas de venganza aparecerían tras la injusticia de su castigo. En cualquier caso, acaba convertida en una mujer obsesionada por su aspecto físico y es vencida porque no soporta la visión de sí misma anciana y no hermosa, lo que deja a la mujer como una criatura superficial y poco ambiciosa. Fig. 47. Pandora en Journet into Mystery #74, Stan Lee y Jack Kirby, Marvel Comics, 1961. Fig. 46. Pandora en DC Comics, 2011. Dentro de los videojuegos, aunque no aparezca Pandora como tal, sí es posible encontrar su caja como objeto con propiedades mágicas. Tal es el caso en Fate, donde la caja es una especia de Santo Grial que otorga deseos. En Megami Tensei241, Pandora aparece en cuatro videojuegos y en el manga Persona, donde tiene aspectos muy dispares. En algún videojuego parece un robot con expresión burlona junto a su caja, la cual es más grande que ella. En la saga Persona y el manga homónimo, Pandora es una masa informe con varias patas parecidas a las de una araña, tiene dos cabezas (de las cuales solo una es humana) y sus colores son blancos y rojos (fig. 48). En la saga God of War242, aparece en su tercer videojuego como una niña o adolescente creada para ser la llave que abre la caja. Es delgada, con el cabello rubio y corto, que va vestida con ropas blancas y azules, ajadas y manchadas, y calza unas sandalias. Su piel está decorada por pintura que le recorre toda la parte izquierda de su cuerpo (fig. 49). Fig. 48. Pandora en el manga Megami Ibunroku Persona, Shinshu Ueda, 2009, Japón. Fig. 49. Pandora en God of War, SCE Santa Monica, 2005, EEUU. En el videojuego Monster Strike243 es un personaje electo de clase semihumana, cuyo elemento es la oscuridad. Es rubia, con un traje largo en tonos azules y morados, con estrellas. En su primera evolución aparece como si se le estuviera escapando la caja que se acaba de abrir, y unas criaturas oscuras emergen de ella (fig. 50). En su segunda evolución, la caja está abierta y dejada a un lado, los demonios la rodean, pero ella no parece preocupada al respecto. Posee un segundo personaje llamada Pandora Villana, su clase también es semihumana, pero su elemento es la madera. Iconográficamente se parece bastante al personaje de Maléfica en el film La Bella Durmiente (1960) de Walt Disney: tiene cuernos, viste con un traje largo y oscuro, de mangas anchas y acabadas en picos, y porta un báculo con una antorcha llameante de color verde. Para más parecido con el personaje Disney, en su segunda evolución, un gran dragón emerge a sus espaldas (fig. 51). 241 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 242 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. E. Perséfone. 243 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. Fig. 50. Pandora en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Fig. 51. Pandora Villana en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Pandora también es el nombre de la conocida marca y fabricante de joyas fundada en 1982 y que, actualmente, distribuye a nivel mundial, siendo una de las joyerías más grandes junto a Tiffany & Co y Cartier. El nombre de la figura clásica es utilizado con fines comerciales ya que, como sucede sistemáticamente en este sector, se procura fagocitar todo tipo de referencias para conseguir eficiencia comunicativa y rápida empatía por parte del potencial consumidor. En ocasiones, no importa qué origen poseen esas referencias o qué connotaciones vehiculan, como es este caso. Pandora no es un personaje positivo dentro de la mitología clásica, pero, aun así, la empresa ha conseguido distinguirse dentro del sector y promulgar el nombre de la primera mujer como nombre para una marca icónica de joyas. No es reprensible que troyanos y aqueos, de hermosas grebas, sufran prolijos males por una mujer como esta, cuyo rostro tanto se parece al de las diosas inmortales. Pero, aun siendo así, váyase en las naves, antes de que llegue a convertirse en una plaga para nosotros y nuestros hijos. Ilíada, Homero, ca. 762 a. n. e., Canto III, vv. 156-160 (1927, pp. 31-32). El nombre de Helena procede del griego ε, “antorcha”, aunque también puede traducirse como “brillante” o “la que brilla como una antorcha”. Apolodoro (siglo I- II/1987) cuenta como Zeus se transformó en cisne, se cobijó en el regazo de Leda, reina de Esparta junto a Tindáreo, y la violó. Esa misma noche, Leda yació con su esposo. De la unión nacieron Helena y Pólux como hijos del dios, y Clitemnestra y Cástor, de Tindáreo. También aporta una segunda versión en la que Némesis, siendo acosada por Zeus, huía de él y se transformó en oca para esquivarle. Pero, a su vez, el rey de los dioses se transformó en cisne y consiguió violarla. Némesis puso un huevo, que fue hallado por unos pastores, quienes le llevaron el huevo a Leda. Ella cuidó del huevo hasta que eclosionó y nació Helena, a la que cuidó como si fuera su propia hija (Libro III, X, 7, 127, p. 95). Higino en Fábulas (siglo I a. n. e./2008) se contradice a sí mismo pues, en primera instancia asegura que Helena nació a la vez que Pólux de la unión de Leda con Zeus, para, unas pocas líneas más adelante, decir que es hija de Tindáreo con Leda, naciendo junto a Clitemnestra (LXXVII-LXVIII, p. 96). En cualquiera de los casos, Leda fue la mujer que la crio y creció junto a los llamados Dioscuros, Cástor y Pólux, y Clitemnestra, quien acabaría casada con Agamenón, rey de Micenas y hermano de Menelao, quien se convertiría en el esposo de Helena. Cuando Helena tenía doce años, Teseo y Pirítoo la raptaron y se la llevaron a Atenas o Afidnas desde Esparta, para que se convirtiera en la esposa de Teseo. Zeus, se presentó en los sueños de ambos y les ordenó que bajaran al Hades para pedirle a su rey que les concediera la mano de Perséfone para casarla con Pirítoo. Los dos hombres, en su arrogancia y estupidez, descendieron al Inframundo, donde, evidentemente, Hades les dejó prisioneros y perseguidos por las Erinias (lograron salir, o al menos Teseo, cuando Heracles descendió al Hades para hacerse con Cerbero). Mientras se encontraban dentro del engaño de Zeus, Cástor y Pólux se dirigieron a Atenas para salvar el honor de su hermana y recuperarla. Consiguieron hacerse con la ciudad y raptaron a la madre de Teseo y a la hermana de Pirítoo, quienes fueron entregadas como esclavas a Helena. Tras este episodio, se presentaron en Esparta todos los reyes de la Hélade con la intención de desposar a Helena; algunos de ellos fueron Patroclo, Odiseo, los dos Áyax, Diomedes, Filoctetes y Menelao, entre muchísimos otros. El rey Tindáreo, padre de Helena, temiendo que se desatara una guerra, fue aconsejado por Odiseo, a cambio de que consiguiera que este se casara con Penélope. Tindáreo aceptó y Odiseo le dijo que les hiciera jurar a todos los pretendientes que, si alguna vez el esposo de Helena era agraviado a causa del matrimonio, todos los demás tendrían que prestarle ayuda. Así juraron y Tindáreo escogió a Menelao como esposo para su hija. De su matrimonio nació la pequeña Hermíone y, al fallecer Tindáreo, Helena y Menelao heredaron los títulos de reina y rey de Esparta (Apolodoro, siglos I-II/1987; Higino, siglo I a. n. e./2008). Años más tarde, mientras se celebraban las bodas de Tetis y Peleo, Eris, la diosa de la discordia, lanzó una manzana dorada a la mesa durante el banquete con la inscripción “para la más bella”. Inmediatamente Hera, Atenea y Afrodita se disputaron el objeto y Zeus ordenó a Hermes que las llevara al monte Ida, donde se encontraba Paris, llamado también Alejandro dentro de la mitología clásica, para que decidiera este. Las diosas procedieron a los sobornos, Hera le ofreció poder y riquezas; Atenea, victoria en la batalla, y Afrodita, la mano en matrimonio de la mujer más bella del mundo, en otras palabras, a Helena como esposa. Paris no dudó en escoger a esta última y, tras construir unas naves, se dirigió hacia Esparta, desoyendo el consejo de Casandra de que no fuera pues traería la desgracia a Troya244, y, tras hospedarse en el hogar de Menelao durante nueves días, al décimo, el rey se marchó de viaje y Paris aprovechó raptar a Helena y llevarla a Troya en contra de su voluntad, según Homero (ca. 762 a. n. e./1999). En tradiciones posteriores, no se trataría de un secuestro sino que Helena fue convencida por Paris para que huyera con él, abandonando así a su hija de nueve años. De cualquier manera, tras un largo viaje, llegaron a Troya. Apolodoro ofrece él mismo una segunda versión de la historia en la que Hermes, por orden de Zeus, se llevó a Helena a Egipto, donde su rey, Proteo, la custodió; por lo que Paris se presentó en Troya con una imagen de Helena hecha de nubes, y la verdadera jamás pisó Troya. Grimal (1989) ofrece aún más variantes, como en la que Afrodita transformó a Paris en Menelao y engañó a Helena para seducirla; aún así, la razón más aceptada y difundida es aquella en la que a Helena le sedujo la belleza y la riqueza de Paris y huyó con él consentidamente (p. 231). En cualquiera de los casos, cuando Menelao se enteró de que su esposa no se encontraba en Esparta por culpa de Alejandro, se 244 Por haber rechazado acostarse con Apolo, el dios la maldijo con un don de la profecía cruel, puesto que siempre acertaría en sus predicciones, pero nadie, jamás, las creería. presentó ante su hermano Agamenón y ambos reclamaron los juramentos que el resto de reyes de la Hélade le habían prestado al padre de Helena. Los aqueos tardaron dos años en reunirse y marchar hacia Troya pero, una vez allí, la guerra duró otros ocho más. Una leyenda aseguraba que mientras Troya tuviera una imagen de Atenea Paladio dentro de su templo, la ciudad jamás sería tomada. Odiseo y Diomedes idearon un plan para infiltrarse en su interior y robarla. Odiseo se disfrazó de mendigo y fue reconocido por Helena pero, lejos de delatarle, le ayudó a robar la imagen y salir indemne. Una vez el caballo estuvo dentro de los muros de Troya con los soldados aqueos en su interior, Helena fue la única que sospechaba del engaño y, durante la noche, rodeó la construcción imitando las voces de las esposas de los soldados que se hallaban en su interior y a punto estuvo de conseguir engañar a alguno. Tras la muerte de Paris, Helena se casó con otro príncipe de Troya, Deífobo, al que Helena o Menelao mataron una vez caída la ciudad. Después de la toma de Troya, Menelao se embarcó de regreso a Esparta pero, por vientos tempestuosos, viajó por diversas ciudades, entre ellas Egipto. En la versión en la que la verdadera Helena se encontraba allí junto al rey Proteo, Menelao la recogió y ambos llegaron a su hogar. Por bendición de Hera, cuando ambos fallecieron, permanecieron juntos en los Campos Elíseos (Apolodoro, siglos I-II/1987, Epítome III-VII, pp. 120-137) En Trabajos y Días, Hesíodo (ca. 700 a. n. e./1978) dice de ella que posee “hermosos cabellos” y la culpa de la Guerra de Troya (vv. 162-167, p. 132). Helena, para Homero, es plenamente consciente de su belleza y sabe que le sacará de todos sus apuros, independientemente de los daños colaterales que pueda provocar (Odisea, Canto IV, vv. 274- 279). Es bastante dual puesto que, aun siendo esposa de Paris y aceptada por su familia (que no por el pueblo troyano que la acusa de la contienda), ella es afín a sus compatriotas y, cuando reconoce a Odiseo, llega a un pacto con él en el que no solo no le delataría, sino que Helena debía entregarles la ciudad. De esta manera, es Helena quien agita la antorcha245 desde sus muros, que da el aviso a los griegos para desembarcar en la costa e introducirse en la ciudad, cuando los soldados acababan de salir del interior del caballo. Tras hacer desaparecer también todas las armas de la casa para que Deífobo no pudiera defender, se queda esperando la llegada de Menelao. Este, después de haber dado muerte al nuevo esposo, se disponía a matarla a ella también, pero Helena se mostró ante él medio desnuda, y su vista bastó para que a Menelao se le resbalara el arma de la mano y le perdonara la vida (Higino, Fábulas, siglo I a. n. e./2008, 240). Al igual que Adonis, el origen de Helena es divino, en primer lugar porque, en la mayoría de versiones, es hija de Zeus, convirtiéndola en una semidiosa y, en segundo lugar, porque todas coinciden en hacerla nacer de un huevo. Este origen ovíparo, producido a través de la cópula con un cisne, caracteriza a Helena del atractivo propio de la blancura, rasgo principal en los cánones de belleza de Occidente. Es reseñable la cantidad de raptos246 a mujeres que se producen en la mitología griega y romana que, en el caso de Helena, es secuestrada dos veces a causa de su belleza. En la conferencia sobre Los raptos en la mitología clásica de Assela Alamillo (2002), filóloga 245 Es paradójico cómo se relacionan esta escena con el significado del nombre de Helena, casi como si desde que la nombraron al nacer ya sentenciaran su destino. 246 Como ya se ha mencionado anteriormente, la palabra “rapto” en títulos de obras de arte a lo largo de la historia, no sólo hace referencia al secuestro, sino que es un eufemismo para la violación subsecuente. Dichas representaciones, además, contribuyen a despertar las pulsiones agresivas del varón con la veladura de la distancia artística. especializada en estudios de griego, trajo un cita de Ortega y Gasset que hablaba sobre la prolífera presencia de estos secuestros femeninos: Ortega, en una brillante pirueta de racionalización teologista, define –esta situación- como “el rapto de la hembra” y dice “cuando el objeto erótico es una mujer, la incitación al rapto se potencia porque también, en cierto modo, puso Dios en el mundo a la mujer para ser arrebatada. No digo que deba ser así, pero ¿qué le vamos a hacer si Dios lo ha arreglado de esta manera?”. (pp. 1-2). Se podría decir que existen cuatro interpretaciones principales del rol que Helena adquiere dentro de su historia según las diferentes versiones. La primera como la causa o excusa de que comenzara la guerra y se produjeran todas las muertes posteriores. En esta versión, Helena representa un papel pasivo, ha sido raptada, ella no tuvo voluntad alguna, pero por ella se desató todo. El mayor representante de esta idea es Eurípides en sus obras de Ifigenia entre los Tauros (vv. 8-14) y Andrómaca (vv. 105-106). La segunda como, no solo la causa, sino también la causante y culpable de toda la destrucción. Bajo esta interpretación, Helena ha sido la asesina de todos los fallecidos aunque no lo perpetrara ella directamente, se convierte en un sujeto activo, culpable y con un fuerte carácter sexual y adúltera. Este rol se lo adjudica claramente Homero en la Ilíada cuando la acusa de ser un monstruo, una Erinia y funesta calamidad para los troyanos (Canto III, vv. 156-160) y Esquilo en Agamenón (vv. 681-690). Eurípides en Ifigenia en Áulide (vv. 1315-1316) y Electra (vv. 213-214) hace a Helena culpable de absolutamente todas las fechorías y desgracias que el resto de personajes realizan, incluidos los crímenes transversales de la guerra, como las violaciones. Homero, además, hace que Helena se autodenomine “cara de perra”, puesto que ella no reconoce en su rostro esa belleza de las diosas inmortales que todos le adjudican (Ilíada, Canto III, v. 180 y Odisea, Canto IV, v. 145). Eurípides en Andrómaca señala que su delito es el abandono del hogar y el adulterio (vv.602-604). Este mismo autor en Hécuba (vv. 265- 266) y Las Troyanas recuerda el carácter destructor de su belleza y de cómo anula la voluntad de los hombres, así como que solo se la conoce cuando se la ha sufrido, lo que le otorga un carácter que, como el concepto de la menstruación durante siglos, corrompe todo aquello que toca. Esta encarnaría el perfil de femme fatale en la que se exculpa al hombre de todo error, dejándola a ella como la única y letal provocadora y origen del terror (Solís de Ovando, 2016, pp. 41-48). En el siguiente fragmento, Hécuba, reina de Troya, profetiza lo que le ocurrirá a Menelao cuando se disponga a acabar con la vida de su esposa ya que, al verla semidesnuda, quedará preso de su belleza y seducción de nuevo, y le perdonará la vida: HÉCUBA.- Si vas a matar a tu esposa, Menelao, te aplaudo, pero rechaza su mirada no sea que haga presa en ti el deseo; que ella enciende las miradas de los hombres, solivianta ciudades y prende fuego a los hogares; tales son sus hechizos. Yo la conozco y tú y quienes la han sufrido (Eurípides, Las Troyanas, 415 a. n. e./2006, vv. 890-894, p. 45) En cambio, Eurípides en su obra Helena (412 a. n. e.) exculpa a la espartana de toda culpa. La Helena que acaba en Troya es un fantasma, una imagen perversa y desprovista de emociones; en cambio, la verdadera se encuentra en Egipto, donde se ha conservado fiel a su esposo. Cuando Menelao la encuentra, rompe en llanto y culpa a Paris de todo lo sucedido. Helena se gana el perdón del público y su cariño, ya que ella es justa y benévola, no ha perpetrado crimen alguno, ha representado el papel de perfecta esposa, es la víctima. A pesar de la redención, jamás prevalecerá esta imagen de Helena sobre el imaginario. En otras versiones de los hechos, los culpables serían los dioses, como lo representa Homero en la propia Ilíada, donde Príamo y Héctor consideran que todo es por designio de las divinidades (Canto III, vv. 161-165); o en Orestes (vv. 1639-1642) y Electra (1278-1283) de Eurípides. Helena se transforma en un peón de las rencillas divinas, una herramienta más para llevar a cabo sus planes. También es exculpada, pero, de igual manera, tampoco ha sido esta la versión que ha prevalecido, por la misma razón que Zeus o Yahvé no tienen la culpa de los actos de Pandora y Eva, respectivamente, a pesar de haberlas creado: porque no se puede culpar a los dioses. Pero a los hombres que lucharon, de igual manera, no se les puede culpar porque conllevaría acusar a tanto a los vencedores como a los vencidos; a sus mujeres e hijos tampoco porque, por extensión, también se les imputaría a ellos. La única cabeza de turco que queda es Helena, la cual no pertenece ni a un bando ni a otro, y su belleza es causa suficiente (Solís de Ovando, 2016, pp. 51-52). Helena se desvela innegablemente como una mujer que se sabía hermosa y eso es peligroso y reprochable. A día de hoy, este concepto no ha variado, una mujer que demuestra que se sabe bella, sigue estando mal visto y es fácilmente censurable, sobre todo, si lo exhibe. Los cánones de belleza siempre los han marcado los hombres a lo largo de la historia y solo ellos podían exhibir el cuerpo femenino247. Las mujeres no podían ser conscientes de su propia belleza y, mucho menos, hacer uso de ella, se vuelven peligrosas, ya que son independientes y anulan la cordura del hombre. El empoderamiento femenino actual está permitiendo invertir esta imposición, intentando normalizar la variedad de cuerpos y la aceptación de estos, ya no solo como estéticamente bellos, sino como una forma de reconciliación entre la mujer y la imagen que tiene de sí misma. Robert Graves (1985a) asegura que durante el Juicio de Paris, el príncipe pastor no le concedió a Afrodita la ansiada manzana de oro, sino que fue la diosa quien le ofrece el fruto. La manzana se convierte en un símbolo del amor comprado y, de manera similar, lo hacen las Hespérides a Heracles y, por supuesto, Eva a Adán. Los paraísos de todos los pasajes míticos tienen en común que se describen como huertos, una tierra fértil llena de vegetación y abundancia, por lo que la presencia de manzanos es casi una ley no escrita. Independientemente de todas las posibles versiones de la historia de Helena, en total tuvo cinco maridos, por orden: Teseo, Menelao, Paris, Deífobo y Aquiles. De nuevo, las versiones cambian, con Teseo hay quien dice que respetó su virtud, otros que no, lo que lo convertiría en una violación. De igual manera, Aquiles se quedó prendado de su belleza poco antes de su muerte en la guerra (Graves, 1985b). Es muy poco habitual que una mujer posea tantos amantes y esposos reconocidos, es por ello que la principal causa de este hecho, como en el caso de Afrodita, es la belleza, la cual se convertiría en su mayor pecado. De esta manera, Helena es descendiente directa de Pandora en ese sentido. Helena posee las mismas características que Hesíodo le concede a la primera fémina de la cosmogonía. Es mujer, femenina, representante de la otredad; como tal, es voluble, embaucadora y mentirosa; eso la convierte en un peligro para los hombres, puesto que es seductora e irresistible de evitar; es el mal, en contraposición del bien que representan los varones; y genera conflictos y preocupaciones, debido a su falta de raciocinio e inteligencia que la vuelve incontrolable. Pero, el poder de Pandora para generar todas esas definiciones de su persona, se resumían en una única cualidad: era hermosa. Helena es descendiente directa de Pandora, en ese sentido, haciendo que su mayor pecado sea ser bella o, en otras palabras, haber nacido así. Helena es culpable por el mero hecho de existir como mujer. La belleza se transforma en el arma más peligrosa, capaz de hacer caer imperios. Esa misma metáfora existe entre los dioses, con la relación de Afrodita y Ares, donde ella era capaz de refrenar 247 Artistas femeninas como Aurelia Navarro o Suzanne Valadon, que generaron la mayor parte de su obra en el siglo XX, fueron censuradas por mostrar desnudos, ya que no estaba bien visto que una mujer pintara esos temas. los impulsos más viscerales y agresivos del hombre, solo con el reclamo de la belleza de su cuerpo. Helena es, pues, una versión mortal, en ese sentido, de Afrodita. Durante siglos se ha acusado a la mujer de vanidad, representado en el arte por medio de sus miradas cruzadas con su reflejo en el espejo. La belleza era un pecado de la que ellas, sobre todo, debían guardarse, pues su sexualidad activa y sensualidad se materializan a través de ella. A día de hoy, las mujeres no solo tienen derecho a parecer o ser bellas, sino que parece su obligación. Es lo que Lipovetsky (2000) denomina la “tiranía de la belleza”, un constructo social muy dañino a todos los niveles. La publicidad se ha encargado de generar un imperio en torno a la belleza, donde las féminas son las principales consumidoras a las que se les impera a no aceptar el envejecimiento, procurando que se mantengan siempre jóvenes248, las anestesia para conseguir otro tipo de logros, afecta a su autoestima y, en casos graves, puede derivar a enfermedades de la percepción corporal o trastornos de conducta alimentaria, como la anorexia o la bulimia. En caso de que una mujer quiera o intente salir de este círculo vicioso, se le ataca para minar su moral y autoestima, intentado hacerla volver al redil mediante el insulto o la amenaza de “no encontrar alguien que la quiera”. La presentación de Helena en el relato troyano durante el juicio de las tres diosas, hace que a Paris se le abra un abanico de posibilidades que, como se expuso en el epígrafe de Atenea, encarnan tres tipos de ideales femeninos: la Virgen-Doncella-Atenea, la Puta- Ninfa-Afrodita y la Madre-Anciana-Hera (Gil Calvo, 2000; Goñi, 2005). La elección de Alejandro va mucho más allá de la simple belleza. Las diosas poseen valores similares entre sí, pero dejando excluida a una de ellas siempre. Atenea y Afrodita son libres, mientras que Hera se encuentra atada a un destino que la hace infeliz. Hera y Atenea son puras, frente a la impureza cultural de Afrodita. Y Afrodita y Hera son maduras (se entiende que sexualmente hablando), mientras que Atenea no lo es, permaneciendo siempre como una “niña” (Gil Calvo, 2000). En el centro de todas ellas se encuentra Helena enarbolando los tres estados a la vez: libre porque, a pesar de estar atrapada en un matrimonio infeliz como Hera, ella consigue huir ganándose su libertad; pura porque no mantuvo relaciones antes de las nupcias, manteniendo su honor limpio; y madura porque es sexualmente activa. Se puede llegar a entender que Paris, tras haber descubierto la triple cara de la feminidad, los secretos más ocultos del alma de la mujer; él, un simple hombre mortal, ha llegado a alcanzar ese conocimiento mientras admiraba los cuerpos desnudos de tres diosas deseadas, orgullosas y prohibidas a partes iguales. Al ver a Helena reconoce esa triplicidad que se manifestaba de manera imperfecta en las diosas; pero en ella, una mortal, no había imperfección, pues conforma los tres estados idóneos de feminidad. Helena no es simplemente la mujer más bella, Helena es la mujer perfecta. De esta manera, Paris no escoge a ninguna de las tres diosas, a pesar de que le entregue la manzana a la deidad del amor. Él cede ante los sobornos y, el que más le atrae de todos, es el de Afrodita. Paris no escoge a Afrodita, escoge lo que la diosa ofrece y representa, Paris escoge a Helena por encima de cualquier cosa y cumple la profecía de Hesíodo: la mujer hermosa es la fuente de todo mal para los hombres. Pero Helena, además, fue una figura a la que se le rindió culto en algunos lugares, como Rodas, Esparta o en regiones de Italia. Fue vinculada con la vegetación y la fertilidad, una diosa raptada cuyo secuestro simboliza la muerte la dicha vegetación, ya que esta es “secuestrada” cada año y regresa. Al igual que otras diosas griegas como Perséfone, 248 La juventud es, pues, sinónimo de belleza, pero únicamente para la mujer, puesto que se ve muy claramente como esta misión impuesta no afecta de igual manera a los hombres, para los cuales envejecer es equivalente a madurar y a adoptar otro tipo de atractivo. Afrodita o Deméter, Helena mantiene características comunes con una deidad femenina previa, una Diosa Madre de origen minoica (Alsina Clota, 1957). Dentro de la iconografía, han sido muy abundantes la iconografía del rapto de Helena en el arte antiguo, pero la palabra “rapto” quizá no sea la más adecuada, porque en la mayoría de las representaciones, Helena marcha de buen grado y sin ofrecer resistencia. De hecho, suele acompañar en escena Afrodita, Eros o Peito (la Persuasión). Helena suele vestir con el peplo y tener el pelo recogido a la moda griega. A veces puede llevar un velo sobre la cabeza o una corona decorando su cabello. Fig. 1. Ánfora ática de figuras negras, Reencuentro entre Menelao y Helena, firmada por el pintor Amasis, ca. 550 a. n. e. Fig. 2. Escifo ático de figuras rojas, Rapto de Helena, ca. 500-485 a. n. e., pintor Macrón. Paris agarra de la muñeca a Helena, Afrodita le sostiene el velo a esta y tras la diosa se encuentran Eros y la Persuasión. Fig. 3. Mismo escifo ático de figuras rojas de la figura anterior, pero por su otra cara, ca. 500.485 a. n. e. Menelao desenfunda su espada dispuesto a matar a Helena tras la guerra, pero esta sigue estando protegida por Afrodita que extiende los brazos, a modo de abrazo, tras ella. Fig. 4. Crátera ática de figuras rojas, ca. 450- 440 a. n. e. Menelao va a asestarle un golpe de muerte a Helena, pero se quedará prendado de su belleza y le perdonará la vida. Arriba un Eros le disuade y a la izquierda se persona Afrodita. Fig. 5. Crátera ática de figuras rojas, Helena y Menelao en el saqueo de Troya, 440-430 a. n. e. Menelao arroja la espada tras ver a Helena engalanada con una corona. Fig. 6. Crátera ática de figuras rojas, Teseo persiguiendo a Helena, 440-430 a. n. e. Fig. 7. Anforisco ático, Helena y Afrodita, 430-420 a. n. e. Helena, sentada sobre las rodillas de Afrodita, es convencida por la diosa para que vaya a ver a París. Fig. 8. Ánfora ática de figuras rojas, Teseo secuestrando a Helena, ca. 430-420 a.C. Fig. 9. Lécito ático, Helena y Paris, 420- 400 a. n. e. La pareja se abraza mientras Eros les sobrevuela montado en un carro. Fig. 10. Crátera de figuras rojas, Helena y Paris, 380-370 a. n. e. En la Edad Media, las escenas de la pareja se idealiza dentro del marco del amor cortés, lo que desembocará en la fuga de los amantes (Elvira Barba, 2008, p. 451). A partir del siglo XV, el tema del rapto regresará con fuerza y los artistas investigarán sobre las distintas formas en que se produciría: por tierra, por mar, con mayor o menor resistencia por parte de Helena, etc. Físicamente será representada de manera similar a Afrodita, normalmente con la cabellera rubia y recogida y vistiendo atuendos en tonalidades claras, siendo habitual el color rosado. Fig. 11. Atribuido a Francesco Melzi, copia de la obra de Leonardo da Vinci, Leda, ca. 1515, óleo. Leda mira a sus hijos. De uno de los huevos han nacido Helena y Pólux y, del otro, Clitemnestra y Cástor. Fig. 12. Tapiz de La historia de Troya, El perdón de Helena, 1515-1525, lana y seda, manufactura de Bruselas. Fig. 13. Francesco Primaticcio, Rapto de Helena, ca. 1530, óleo sobre tela. Helena, semidesnuda, es arrastrada contra su voluntad. Viste en tonalidades claras y su cabello es dorado. Fig. 14. Tintoretto, El rapto de Helena, 1578-1579, óleo sobre lienzo. Al igual que el anterior, Helena es arrastrada a embarcar en contra de sus deseos. Su traje es de un apagado color rosa y es su pelo rubio brillan abalorios. Fig. 15. Guido Reni, El rapto de Helena, 1631, óleo sobre lienzo. Aunque parece ir por su propio pie, Helena está siendo agarrada de la muñeca por Paris. El gesto indica que, seguramente, esté haciéndolo por la fuerza. Fig. 16. Juan de la Corte, El rapto de Helena, primera mitad del siglo XVII, óleo sobre lienzo. Se trata de una obra con gran movimiento. Los espartanos luchan para evitar que se lleven a una Helena, que ya ha embarcado y alzo los brazos pidiendo auxilio. Fig. 17. Luca Giordano, Rapto de Helena, 1680-1683, óleo sobre tela. Mientras que todos los hombres, interactúan entre ellos, Helena, es la única que mira directamente al espectador como si le implorara su ayuda. Posee una abundante cabellera dorada, a piel pálida y tiene sus ropajes abiertos, a causa del forcejeo o como si hubiese existido ya alguna agresión sexual previa. Fig. 18. Wilhel Beyer, Rapto de Helena, 1773-1780, escultura de mármol en los Jardines de Schönbrunn, Viena. A pesar de la similitud con otros grupos escultóricos como el Rapto de la Sabina de Juan de Bolonia (siglo XVI), la secuestrada no contorsiona su cuerpo ni implora ayuda, por las expresiones de ambos parece más un acuerdo mutuo. Fig. 19. Jacques-Louis David, Los amores de Paris y Helena, 1788, óleo sobre lienzo. Paris se muestra prácticamente desnudo, mientras que Helena se ha acercado a él con un traje liviano de tonos blancos y rosas. Se trata de una imagen no muy popular al representarles en un ambiente doméstico e íntimo. Para los decimonónicos, Helena encarna perfectamente la idea de muerte y destrucción a causa de su belleza y, por ende, su sexualidad, pero de una manera retorcida y perversa, por lo que es habitual encontrar imágenes de ella personificando a la femme fatale. Además, el hecho de que ella sea la mujer extranjera en la tierra que la protege, no hacía más que alimentar esa concepción fatal de ella (Dijkstra, 1994; Praz, 1999). Su cabello tiende a volverse pelirrojo, viste con más cantidad de joyas, denotando vanidad, y aparece rodeada de elementos cruentos. Destacan las imágenes que la ubican en los muros de Troya o con la ciudad decadente a su alrededor. Los autores imaginan su impasibilidad en el momento de traicionar a los troyanos avisando a los aqueos y representan a Helena como una efigie impasible ante los cadáveres, sangre e incendios que la rodean. El tema de los raptos que destaca su posición de víctima, tan común en la Edad Moderna, desaparece para dar paso al final de la guerra, donde ella se desvela como la principal enemiga de los troyanos, aquella a la que llevan cobijando una década y ahora demuestra que le es indiferente su funesto destino. Fig. 20. Antonio Canova, Helena de Troya, 1814, mármol. Bajo el estilo tan característico del artista, el busto destaca la belleza griega de Helena bajo la estética clásica. Fig. 21. Odorico Politi, Teseo y Pirítoo jugándose a Helena de Troya a los dados, 1831, óleo. Tras haber raptado a Helena, los dos hombres se la juegan pacíficamente como si de un trofeo se tratara249. Ella, con un pecho descubierto y vestida como una doncella, mira vulnerable un destino en el que su opinión y deseos no son tenidos en cuenta. Fig. 22. Dante Gabriel Rossetti, Helena de Troya, 1863, óleo. Junto a la expresión impasible de Helena, Rossetti la caracteriza con los rasgos habituales de su estilo: ojos grandes, labios gruesos y rojizos y poderosos hombros. Su cabellera rubia posee matices rojos y señala su colgante que muestra el símbolo de una antorcha, desvelando tanto su nombre como la herramienta que acaba de usar para que Troya arda a su espalda. Ella es plenamente consciente de lo que acaba de hacer, pero su gesto no desvela arrepentimiento. Fig. 23. Frederic Leighton, Helena en los muros de Troya, 1865. En este caso, Helena sí parece más afligida mientras se asoma a los muros. No está claro si acaba de subir para hacer la señal de fuego o ya se ha producido. 249 Además de convertirse en un premio para el vencedor, este concepto también se relaciona con el botín de guerra para el ganador de la batalla, tal es el caso de las mujeres troyanas tras la caída de la ciudad y que Eurípides ahonda en los trágicos destinos de todas ellas en sus obras Las troyanas y Hécuba. Los cuerpos de las mujeres se transforman igualmente en un campo de batalla donde se dirimen los conflictos bélicos y conquistarlos o tomarlos se considera un acto de humillación más para el enemigo que es derrotado. Fig. 24. Anthony Frederick Augustus Sandys, Helena de Troya, 1867, óleo sobre lienzo. Helena posee los rasgos típicos de la femme fatale: cabellera roja y rizada, ojos verdes y piel pálida. Se encuentra desnuda y los únicos adornos de su cuerpo son los collares de cuentas rojizas y la flor en su cabello. Su expresión denota enfado, lo que demuestra sus intenciones. Fig. 25. Edward Burne-Jones, Las Lágrimas de Helena, 1882-1898, acuarela y oro. Más expresiva es esta Helena que tapa sus oídos para no escuchar la caída de la ciudad. Viste de luto y en su cabeza brilla una corona. Fig. 26. Gustave Moreau, Helena ante la puerta de Escea, 1880. Helena es la única alma en pie tras la masacre. Ante los muros blancos, la sangre brilla y se vislumbra humo a lo lejos. Ella, vestida con un profuso atuendo y coronada, gira su rostro hacia otro lado, impasible ante el espectáculo. Fig. 27. Gustave Moreau, Helena en los muros de Troya, ca. 1885, acuarela. Helena se encuentra indiferente ante los cadáveres amontonados a sus pies. Viste de rojo sangre y muy engalanada al estilo oriental. Fig. 28. Gaston Bussière, Helena de Troya, 1895, óleo. Con el cabello rojo y los ojos verdes, Helena sonríe al espectador haciéndole cómplice del destino de la ciudad que se haya a su espalda. Viste con multitud de joyas y abalorios dorados, símbolo de ostentación y belleza superficial. Fig. 29. Evelyn de Morgan, Helena de Troya, 1898, óleo sobre lienzo. La artista muestra a la joven como una Venus: larga cabellera rubia, traje rosado, rosas y palomas blancas, símbolo del amor. Pero se encuentra admirando su propia belleza en un espejo, en cuya parte trasera se puede observar la silueta de una mujer desnuda con la misma postura que Helena. Se trata pues de una obra que simboliza la vanidad y la belleza frívola. En la segunda parte de la obra teatral Fausto (1808-1832) de Goethe, el protagonista conoce a una especia de fantasma de Helena del que se enamora perdidamente. Ambos viajan a la Edad Antigua y allí tienen un hijo, Euforión, que fallecerá igual que Ícaro al intentar volar. Madre e hijo volverán a las tinieblas y dejarán al Doctor Fausto solo para que continúe con sus aventuras. Helena también protagoniza varias óperas creadas entre los siglos XVIII y XX. Christoph Willibald Gluck compuso Paris y Helena en 1770, donde romantiza la historia entre la pareja y la convierte en una trama amorosa. La ópera La bella Helena de Jacques Offenbach fue estrenada en París en 1864, y parodia los momentos del rapto. Tras el Juicio de Alejandro con las diosas, este se convence que Helena le pertenece por derecho divino, tal y como le ha prometido Venus. De esta manera se presenta en Esparta y engaña a Menelao para que se marche de viaje, pero Helena se resiste a marcharse con él. Una noche, mientras ella duerme, Paris se acerca a su lecho y la convence de que todo lo que ocurre es un sueño y, estando abrazada a él, Menelao regresa inesperadamente y echa a Paris de su hogar, no sin que antes el troyano prometa que regresará. Al cabo de un tiempo, un sacerdote de Venus se presenta ante los reyes y les asegura que la diosa se encuentra muy ofendida por culpa del rechazo de Helena a Paris, por lo que tiene que dirigirse a Citerea donde se harán los pertinentes sacrificios. Pese a que Menelao quiere ir con ella, la propia Helena lo rechaza argumentando que la ofensa ha sido únicamente suya pero, más tarde, se da cuenta de que el sacerdote no es otro sino Paris y se marchan juntos, momento en el que acaba la ópera dando por hecho que el público sabe toda la historia que sigue. Richard Strauss estrenó en 1928 La Helena egipcia, una ópera que se basa en la versión en la que Helena puede hallarse en Egipto y la que ha permanecido en Troya es un espectro. La historia transcurre al regreso de Helena con Menelao a Esparta, donde el rey será confundido por la hechicera Aithra y no sabrá quien se encuentra ante él, si su verdadera esposa o el fantasma. Finalmente, tras varias escaramuzas y engaños, Helena y Menelao se reunirán con su hija Hermíone y regresarán a casa. Tras el arte plástico y musical, recogió el legado de la representación de Helena el cine y la televisión, generando multitud de adaptaciones de la Guerra de Troya y los textos homéricos siendo, la mayoría de ellas, bastante inexactas a los textos clásicos. Algunas de ellas son Helena de Troya (1956) dirigida por Robert Wise, La Guerra de Troya (1961) de G. Ferroni, Las aventuras de Ulises (1969) miniserie de Franco Rossi interpretada por Scilla Gabel, Las troyanas (1971) de Michael Cacoyannis encarnada por Irene Papas, en un capítulo de Xena: La princesa Guerrera (1995-2001) donde se presenta como una amiga de la protagonista, la miniserie de televisión Helena de Troya (2003) o la más conocida hasta el momento, Troya (2004), en la que sigue la historia de Aquiles encarnado por Brad Pitt. La más fiel a la trama original será La ira de Aquiles (1962) dirigida por M. Girolami y en 2018, la plataforma digital Netflix lanzó la miniserie Troya: La caída de una ciudad. En la mayor parte de las versiones, Helena se presenta dentro un matrimonio infeliz con Menelao y huye con Paris de buena gana, siendo seducida por su belleza y buen trato. Las actrices que suelen encarnarla son rubias y las caracterizan mayoritariamente con trajes en tonos blancos y abalorios dorados. Fig. 30. Rossana Podestà como la protagonista en Helena de Troya, Robert Wise, 1956. Fig. 31. Helena y Xena en Xena: La princesa guerrera, J. Schulian y R. Tapert, 1995-2001. Fig. 32. Sienna Gillory interpretando a la heroína en la miniserie Helena de Troya, John Kent Harrison, 2003. Fig. 33. Diane Kruger y Orlando Bloom como Helena y Paris, respectivamente, en Troya, Wolfgang Petersen, 2004. Fig. 34. Bella Dayne como Helena en Troya: La caída de una ciudad, David Farr, Netflix, 2018. Mientras que su historia en el mudo audiovisual ha sido prolífica y reinterpretada de diversas maneras, no ha tenido esa transcendencia en la historia del cómic y los videojuegos. En los Clásicos de Marvel, aparece siguiendo su historia a lo largo de toda la trama homérica. Físicamente es una mujer hermosa, de cabello rubio, que tiende a vestir con atuendos rosados, profusamente enjoyada y altamente sexualizada, que, se acaba desvelando como una mujer inteligente que se vale de su cuerpo para sobrevivir. Fig. 35. Helena en Clásicos ilustrados: La Odisea, Roy Thomas y Greg Tocchini, 2008. Fig. 36. Helena en Clásicos ilustrados: La Odisea, Roy Thomas y Greg Tocchini, 2008. Fig. 37. Helena junto a Menelao en la elección del esposo, Clásicos ilustrados: La Guerra de Troya, Roy Thomas y Miguel Sepúlveda, Marvel Cómics, 2009. Fig. 38. Última viñeta del cómic con Helena erguida sobre la destrucción de Troya, Clásicos ilustrados: La Guerra de Troya, Roy Thomas y Miguel Sepúlveda, Marvel Cómics, 2009. En los videojuegos aparece en Total War Saga: Troya, el décimo cuarto juego de estrategia por turnos en tiempo real de a serie, esta vez, inspirado en la Ilíada de Homero. Paris ha llevado a Helena a Troya, huyendo ambos del matrimonio infeliz que ella poseía junto a Menelao. Helena es pelirroja y viste con ropas de inspiración oriental. Su rostro se encuentra maquillado de blanco, con los labios rojos y unos soles dibujados en sus mejillas y frente (fig. 39). Fig. 39. Paris y Helena en Total War Saga: Troya, The Creative Assembly y Sega, 2020, Reino Unido. Cualquier herida, menos la del corazón; cualquier maldad, menos la de mujer. [...]. No hay peor veneno que veneno de serpiente, ni peor odio que el del enemigo. Prefiero vivir con león y dragón a vivir con mujer malvada. La maldad de una mujer desfigura su semblante y vuelve su rostro sombrío como el de un oso. Cuando su marido se sienta entre los vecinos, sin querer suspira amargamente. Toda maldad es poca junto a la de la mujer; ¡caiga sobre ella la suerte del pecador! [...]. No te dejes seducir por belleza de mujer, por una mujer nunca te apasiones. Es ignominioso, infamante y vergonzoso, que una mujer mantenga a su marido. [...]. Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos. La Biblia, Eclesiástico 25: 13-24. El nombre de Eva proviene del hebreo Hava o Hawwah, que significa “vida” o “vitalidad”, fue bautizada por el propio Adán “porque ella sería madre de todos los vivientes” (Gn 3: 20). Etimológicamente, procede del verbo hebreo “ser”, misma raíz de la que deriva el nombre de dios, Yahvé, lo que demuestra un origen común (Baring & Cashford, 2005, p. 555). Eva es, pues, la “primera” mujer, la esposa de Adán, creada por Dios en el Paraíso o el Jardín del Edén. Robert Graves y Raphael Patai (1986) exponen que Eva procede de una diosa hitita, llamada Heba, casada con un dios de la tempestad, que cabalgaba a lomos de un león, desnuda. Se identificaba con Anat, lo que la acerca a la figura de Ishtar ya que, además, Heba aparece “como una forma de Ishtar en los textos hurritas” (p. 55). Esta teoría se verá reforzada por la iconografía del árbol y la serpiente, como se verá más adelante. Esto le otorga un fuerte carácter sexual, vinculado con la fertilidad y las mujeres, hecho que encaja a la perfección en el significado de su nombre y su título de madre de la humanidad. Posteriormente, los griegos la identificaron con Hebe, la cuarta esposa de Heracles que contrajeron nupcias cuando este falleció y se convirtió en un inmortal del Olimpo (p. 4). Según la mitología judía, Eva no sería la primera esposa de Adán, sino la segunda (aunque Adán también tuviera más amantes con las que tuvo descendencia). El motivo por el que Yahvé creó dos esposas para el hombre fue porque la primera, Lilit, creada desde el barro igual que Adán, se consideraba su igual y no consintió que su esposo la dominara, por lo que huyó de él y del Paraíso, convirtiéndose en amante del diablo y madre de demonios. A partir de este momento, el Antiguo Testamento de la Biblia cristiana recoge la historia de la creación de la mujer250. Yahvé no consideraba bueno que su hijo estuviera solo por lo que le sumió en un profundo letargo y aprovechó para sacarle una costilla del torso, cuyo hueco rellenó con carne. Dio forma de mujer a la costilla y se la presentó a Adán cuando despertó, que exclamó: “Ahora sí; esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne; por eso se llamara varona, porque del varón ha sido sacada” (Gn 2: 23). Tras un periodo indefinido de tiempo, Eva se topa con la serpiente que la tienta con comer del árbol del centro del huerto. Eva le responde que no pueden comer de él, puesto que Dios les ha dicho que morirán. La serpiente le asegura que eso no sucederá, sino que sus conocimientos y sabiduría se elevaran al mismo nivel de su creador. Eva no concibe que ese estado sea algo malo, por lo que coge un fruto del árbol, come y se lo da a su marido que se encontraba a su lado, que también comió. En ese momento “se les abrieron los ojos”, fueron conscientes de su desnudez y se taparon con hojas de higuera. En su siguiente encuentro con Dios, se esconden avergonzados de su desnudez, por lo que Yahvé averigua que han desobedecido sus órdenes y que ahora los humanos son conocedores del bien y del mal como él. Dios siempre se dirige a Adán para que le cuente lo que ha ocurrido, y él no duda en echarle las culpas a su esposa: “La mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí” (Gn 3:12). Al preguntarle después a ella, Eva asegura que fue engañada por la serpiente. De esta manera, Yahvé comenzó a impartir sus castigos. A la serpiente (que muchos aseguran que era la propia Lilit) la condena a reptar y comer polvo251, haciéndola una criatura mucho más inferior que los 250 En Génesis 1: 27 puede leerse que, en el momento en que Dios crea al hombre, también crea a la mujer a su imagen y se refiere a ellos diciéndoles “Creced y multiplicaos”, entre otras muchas órdenes emitidas en plural. En cambio, Eva no es creada hasta mucho después con la costilla, generando una contradicción que se resuelve si se considera que se refiere a mujeres distintas. 251 Si Yahvé castiga a la serpiente con reptar, se sobreentiende que hasta entonces se desplazaba erguida. Esta imagen vertical pervive desde la iconografía sumeria donde los reptiles eran representados erguidos y junto a la Gran Diosa Inanna, como símbolos fálicos erectos que la fertilizan. humanos, por lo que podrá ser asesinada por estos con mucha facilidad. A la mujer le dice que tendrá fuertes dolores durante el embarazo, los partos serán una agonía y “desearás a tu marido, y él te dominará” (Gn 3: 16). Mientras que al hombre le castiga por haber hecho caso a su mujer y haber comido, maldice la tierra que trabajará, ya que le obligará a laborarla con duro esfuerzo para saciar su hambre todos los días de su vida, hasta que vuelva a convertirse en el polvo del que salió. Tras esto, Adán llama a su mujer Eva y Dios les hace unas túnicas para cubrirse, pero se da cuenta de que no puede permitirles que se queden allí, puesto que, ahora que habían comido del Árbol del Conocimiento, seguramente comerían del Árbol de la Vida, lo que les concedería una vida inmortal y no podía permitirlo. De esta manera, fueron expulsados del Edén y guardó con querubines llameantes el camino hacia el árbol de la inmortalidad. Fuera ya del Paraíso, Eva concibió a su primer hijo, Caín, y, después, a Abel. Mientras que el primero se convirtió en agricultor, el segundo fue pastor, y ambos protagonizarían el primer asesinato filial de la cosmogonía judeocristiana. Un mito posterior hace a Caín hijo de Eva con Satán, que adoptó la forma de la serpiente pasa poseerla. La copula mancillaría el cuerpo de Eva y contaminaría a toda la descendencia posterior que tuvo con Adán (Graves & Patai, 1986, p. 68). De esta manera se exculpa de la responsabilidad a Adán de haber criado a un asesino, ya que la naturaleza vil y maléfica de Caín viene dada por Samael en comunión con la pecadora Eva. Además, exime al hombre de que su descendencia ya nazca pecadora, puesto que esto viene dado por el cuerpo de Eva y no el suyo. Con la edad de 130 años, Adán se vuelve a unir a su mujer y tuvo otro hijo, Set 8quizá no se unió antes por miedo a volver a perder a otro hijo). Aunque no se especifique el nombre de la esposa, se entiende que fue Eva. Tras él, Adán tuvo muchos más hijos e hijas y acabó falleciendo a la edad de 930 años. De Eva no se vuelve a mencionar nada desde que da a luz a Set, siendo su última aparición en Génesis 4:25. El libro hebreo del Zohar cuenta que Eva falleció antes que Adán, y que este le dio sepultura en la cueva de Makpelá en Hebrón, lugar donde se encontraba la séptima y última puerta que conduce al Edén, ubicación donde Adán también acabaría enterrado (Graves & Patai, 1986, pp. 55-56). Es un tanto cruel y, a la vez, poético, que ambos acabaran para toda la eternidad a las puertas del lugar que una vez fue su hogar y les fue negado. Eva no tiene identidad propia hasta después de ser castigada por Dios. Hasta entonces, Adán se refiere a ella como varona, no la concibe como algo distinto a sí mismo, es una extensión de su propio ser y cuerpo. En el momento en que Adán toma consciencia de su ser plenamente y después de haberla culpado ante su dios, la nombra para alejarla de sí, para diferenciarla, generando, por primera vez dentro de la percepción humana judeocristiana, la diferencia y desigualdad de géneros y no solo de sexos. De igual manera, cuando Dios les castiga, sobre la mujer recaen condenas que atañen a su propia sexualidad y al dolor que ella que le producirá. Debido a la condición de impureza que la menstruación femenina posee en el Antiguo Testamento (Lv 15:19-30), esta vendría dada por la contaminación del cuerpo de Eva producido por la cópula con la serpiente o por un mordisco suyo (Graves & Patai, 1986, p. 70). De esta cópula de Eva con Satán (al igual que la de Lilit), protagonizada por la serpiente como símbolo fálico, se alimentaría el imaginario inquisitorial para alimentar las supuestas historias de brujas amantes de la animalidad, del macho o cabrío y el Diablo. Jules Michalet (2004) comenta: La Misa negra, en su primer aspecto, parecía ser esta redención de Eva, maldita para el cristianismo. En el aquelarre, la Mujer lo llena todo. Ella es el sacerdote, el altar, la hostia de la que todo el mundo comulga. En el fondo, ¿no es ella Dios mismo? (p. 145). (Fig. 1). De esta manera, el sangrado y los dolores menstruales también se considerarían parte del castigo divino: “Cada mes supone una nueva derrota de la voluntad femenina, y la sangre simboliza la mancha del pecado original” (Ballester, 2013, p. 287). Fig. 1. Félicien Rops, Misa Negra, 1877. En esta obra obscena, la mujer se muestra como esclava de una sexualidad insaciable copulando con demonios o manteniendo relaciones lésbicas incluso entre religiosas. El cuerpo femenino es ofrecido en el altar como Santo Grial ante la imagen de una mujer crucificada que sonríe lascivamente. Además, se la obliga a permanecer en un estado de sumisión continuo frente al hombre, en el que ella no podrá liberarse jamás de la dicotomía entre el deseo de permanecer a su lado y el de obedecerle, aunque sus deseos reales sean contrarios, en otras palabras, Dios no le permite que se convierta en Lilit. Esta norma ya le había sido impuesta a Eva incluso con anterioridad, puesto que, al ser creada desde la costilla de Adán, automáticamente establecía una relación de dependencia frente a su marido inherente a su naturaleza. Con esa sentencia, la cultura judeocristiana avala la posición secundaria de la mujer dentro de su jerarquía, impidiéndole poder ostentar cualquier tipo de poder ajeno al varón. En palabras de Yolanda Beteta (2016): “El mito incapacita a las mujeres para acceder al logos y las diluye en un imaginario colectivo profundamente discriminatorio que adquiere valor de inmortalidad” (p. 63). Adán, en cambio, es castigado para trabajar y conseguir alimento, punición que también recae sobre la mujer, ya que debe conseguir comida para sobrevivir de igual manera. De esta manera, Eva es castigada triplemente, siendo el principal correctivo su condición de mujer, con todas las consecuencias sociales, y no solo biológicas, que eso conlleva. Clemente de Alejandría (siglos I-II/1988) no duda en recalcar la superioridad del hombre en cualquier momento de su obra El Pedagogo, en este caso argumentando los motivos por los que los varones poseen más vello que las mujeres: Dios juzgó oportuno que conviniese al hombre el vello y sembró todo su cuerpo de pelos, y quitó de sus costados cuanto de liso y delicado había, formando –bien adaptada para recibir el semen- a Eva, una mujer colaboradora suya en la procreación de la prole y en el gobierno del hogar. Y él –en efecto, lo liso había sido eliminado- permaneció varón y los muestra como tal. A él le corresponde el papel activo, como a ella, el pasivo (p. 277). Con Eva se completa la tríada de mujeres, junto a Pandora y Lilit, creadas por el dios supremo para ser entregadas al hombre para que le haga compañía y ser su castigo de igual manera. Las tres son inventos posteriores al varón, regalos y trofeos para ellos, creadas al gusto del dios, siendo imperfectas por voluntad suya. Ellas son seductoras y pérfidas por decisión del divino masculino; en cambio, siempre son ellas las culpables de que el hombre sea desgraciado. Hay un concepto universal y es que los hombres son creados a imagen y semejanza del creador; por esta razón, jamás se le puede culpar al dios de las penurias del hombre, puesto que conllevaría a culpabilizarse a sí mismos, convirtiéndoles en seres indignos e imperfectos, incapaces de ostentar la legítima autoridad. Con Eva se demuestra, una vez más, que, a pesar de la misoginia del hombre, se hace completamente necesaria la existencia de la mujer para él. Si se acepta la existencia de Lilit, Eva no es la única que lleva la responsabilidad del Pecado Original, y, además, también la libera de las graves connotaciones negativas al recaer sobre la primera esposa. Eva adquiere un ligero carácter inocente y fiel a su esposo, para que sirviera de ejemplo a las jóvenes judías, siendo la principal culpable de su error la serpiente, de ahí que esta se represente iconográficamente en muchas ocasiones con rostro y torso de mujer. Aun así, Eva y Lilit siempre formarán un equipo maligno, frente a la figura de la feminidad bondadosa y virtuosa que encarnaría la Virgen María. María constituiría un perfil de mujer imposible de igualar por parte de las mujeres cristianas ya que, si obedecen las leyes humanas, se casarán; en ese momento perderán toda su virtud y, aunque se conviertan en madres, no serán como María que concibió sin pecado. Eva es pecadora igualmente porque se unió a su marido y le dio descendencia; por tanto, todas las mujeres son Eva, no María, y, por consiguiente, pecadoras. Por otra parte, Eva es la madre de toda la humanidad, de esta manera convierte a todos los judíos y cristianos en pecadores desde su nacimiento, al ser concebidos con pecado. Esto es otro motivo que lleva a cuestionarla y culpabilizarla constantemente, lo que desemboca en una condena de su figura, al igual que Lilit, aunque se encuentre más mediatizada que la primera esposa. Pandora, en cambio, únicamente era madre de las mujeres y no existe ninguna otra figura con la que compartir la culpa, por lo que toda la condena recae sobre ella. Los griegos no solo no intentaron salvar de alguna manera la figura de Pandora, sino que además, recalcaron que todas las mujeres descendían de ella, pero los hombres no. De esta manera, para los helenos las mujeres no tenían salvación alguna pero, para los judeocristianos, toda la humanidad, aunque es pecadora, tienen la esperanza al final de salvarse, cosa que con Pandora se quedó guardada en la caja. A pesar de esta diferencia, por lo demás, Eva y Pandora son muy similares. Ambas hacen que los hombres comiencen a trabajar para poder subsistir y les lleguen las penurias, los males, las enfermedades, la vejez y la fatiga. Ambas son castigadas por sucumbir a la curiosidad, es decir, la adquisición del conocimiento. Tanto Eva como Pandora evidenciaban la falta de inteligencia de la mujer, o eso querría hacer creer la sociedad, ya que demuestran que ambas pueden poseer dicha sabiduría, otorgándoles el poder de la independencia de lo divino. Entonces lo que ocurre es que a la sociedad no le convenía que la mujer pudiera poseer conocimientos, esto la haría más poderosa y capaz de tomar sus propias decisiones, sublevándose a la autoridad masculina. La creación de la mujer es un enigma de los dioses y el hombre, mientras que la curiosidad femenina se transforma en una transgresión del constructo social de la feminidad (Mulvey, 1995). Ambas se convierten en el argumento esgrimido para restringir la sabiduría a la mujer. En Eva, el conocimiento intelectual se representó por medio de la serpiente que, para muchos, era una versión de Lilit, aquella mujer que sabía el nombre de Yahvé y le otorgó poder sobre él. El ofidio se desvela como la única criatura que dice la verdad dentro del Edén, ya que se demuestra que, efectivamente, no murieron tras probar el fruto, sino que adquirieron el conocimiento de Yahvé. Este hecho deja claros varios puntos: el primero que se puede acusar a Eva y a Adán de pecar de arrogantes al querer asemejarse a su dios en cuanto a la adquisición de conocimiento, pero ¿acaso ese no ha sido uno de los objetivos de todas las religiones, el ser semejantes a la divinidad? Y, por otra parte, la serpiente no utiliza la falacia para convencer, sino la verdad, por consiguiente, el único que miente es Dios, algo que la religión judeocristiana jamás admitiría. De hecho en el Malleus Maleficarum refieren a la mujer como la mentirosa al proceder de Eva que, por consiguiente, también lo es: La razón natural explica que es más carnal (la mujer) que el varón, como se demuestra por sus múltiples torpezas carnales. Podría notarse además, que hay como un defecto en la formación de la primera mujer porque fue formada de una costilla curva, es decir, de una costilla del pecho, que está torcida y es como opuesta al varón. De este defecto procede también, que como es animal imperfecto, siempre engaña (Kramer & Sprenger, 1486/2004, p. 101). Es reseñable el envilecimiento que también recibe la costilla. En sumerio, ti es una palabra polisémica que significa “vida” y “costilla”. La diosa madre de Sumer, Ninhursag, sanó una costilla dañada del dios del agua dulce, Enki. Como resultado, nació la diosa de los nacimientos Nin-ti, que utilizaba los huesos de las madres (sus costillas) para generar los huesos de los bebés que se gestaban dentro de ellas. Este mito, que pervivió en la zona de Mesopotamia durante siglos, tenía que ser sabido por el escritor judío del Génesis que utilizó el poder de la costilla como agente dador de vida para generar a Eva desde Adán. Por otra parte, en hebreo la palabra que designa “costilla”, tsela, también significa “tropezar” (Graves & Patai, 1986). Es irónico que Eva recibiera su nombre de “madre de todos los vivientes” tras “tropezar”, tras su caída, tras fallar a toda la humanidad. De la misma manera, la palabra “mujer” en hebreo es ishah, “sacada del hombre” (ish es “hombre”); al igual que en inglés “mujer”, woman, proviene wo-man, wim-man, wif-mann, wife+man, “esposa del hombre”, derivado del inglés antiguo (Baring & Cashford, 2005, p. 557). La iconografía del árbol con la serpiente no es arbitraria tampoco. En Mesopotamia, Egipto o Grecia252 ambos elementos representaban el árbol de la vida de la Gran Diosa Madre, siendo la serpiente su forma física atemporal puesto que, como la Luna, se renueva desde la fase nueva u oscura, igual que el reptil emerge de su nueva piel. Esta imagen puede observarse que tiende a aparecer con su consorte253, que fallece como su amante y resucita como su hijo por obra de la diosa, como la Luna y la serpiente, encarnando los ciclos eternos de la vida y la muerte. Además, suele aparecer erguida, asimilándose con la imagen fálica fertilizadora. Con Eva la degradación de la figura femenina es evidente: ya no es una diosa, sino una mujer mortal, pasando de creadora a creada; no nace del dios padre, sino de un hombre mortal; su relación con la serpiente ya no es dadora de vida, sino de muerte. En Eva todo lo que queda de la Gran Diosa Madre es su nombre, “madre de todos los vivientes”, un nombre que recibe después de perder todo lo sagrado y eterno (Baring & Cashford, 2005, pp. 551-553). De igual manera, la serpiente pierde su simbología telúrica asociada a la regeneración y la reproducción femenina, ya no es la guardiana del Árbol de la Vida, fue demonizada junto con la sexualidad y el conocimiento femenino. Con la llegada de las religiones monoteístas y patriarcales, el ofidio pasó a simbolizar el conocimiento prohibido y oculto, siendo aún asociado a la sexualidad, puesto que lo primero que hicieron al abrir los ojos es darse cuenta de que estaban desnudos, es decir, de que su propia sexualidad: “La desnudez vergonzante pronto se convirtió en sexualidad pecaminosa, especialmente cuando la 252 Las parejas que han encarnado este concepto dentro de esas mitologías son Inanna y Dumuzi, Ishtar y Tamuz, Isis y Osiris, Afrodita y Adonis y Cibeles y Atis. De esta manera, Tamuz vivía dentro del árbol; Osiris fue enterrado en él en su sarcófago de cedro o como Adonis que nació del árbol en el que se había convertido su madre. 253 Véase la figura 9 del capítulo IV. Lascivas. A. Inanna, Ishtar y Astarté. serpiente fálica hizo su entrada en la especulación teológica” (Baring & Cashford, 2005, p. 577). De esta manera tanto el animal como la manzana se convertirían en símbolos del pecado y el mal, pero también en metáforas de lo erótico. Por consiguiente, el castigo divino se produciría porque ya no es únicamente Dios el que es capaz de “hacer” seres humanos. De esta manera, las mujeres quedan vinculadas con los instintos animales, la naturaleza, y resto de símbolos degradantes de la serpiente (Beteta Martín, 2016, p. 66). Esta perversión de la simbología inicial de la serpiente fue cada vez a peor y, con la llegada del siglo XIX, los decadentes fantasearon con la idea del reptil como amante de la mujer o, como su alter ego animal de manera morbosa y macabra, no como un consorte fertilizador que permite, junto a la diosa, mantener el ciclo infinito de la vida, muerte y regeneración. Esto degeneró a que el ofidio representara la sexualidad femenina incontrolable, normalmente asociada a mujeres inteligentes puesto que son conscientes de su poder y hacen uso de él sobre los hombres. La mujer y la serpiente pasaron de significar vida, fertilidad y eternidad a muerte, castración y placer efímero. Pero Eva no posee únicamente similitudes con Pandora dentro de la mitología clásica, sino también con Atenea. La relación de Eva con Atenea se inicia desde el momento del nacimiento. Ambas nacieron desde el cuerpo de un hombre y a través de un orificio que no existe de manera natural. En ambas se manifiesta la muerte de la “madre” naturaleza, en favor del hombre que se apropia de los poderes naturales de las mujeres como dadoras y creadoras de vida. Es un origen antinatural que las convierte en esclavas del sistema teológico patriarcal, al hacerlas obedientes hacia la figura masculina que les ha dado vida. Pero, en el caso de Eva, es más evidente su estatus inferior al no proceder del dios padre, sino del hombre creado por él; ella no posee un origen divino, es imperfecta. Además, las dos se relacionan con la figura de la serpiente como símbolo del conocimiento, convirtiéndose en un atributo indisoluble en sus iconografías, pero, a diferencia de Atenea, en Eva el conocimiento es demonizado y abyecto, puesto que la serpiente, como se mostraba en el epígrafe de Lilit, tenía rostro de mujer254, y el conocimiento femenino está prohibido. En otras iconografías, el reptil acoge el rostro de Eva, donde se interpreta que Lilit es el aspecto oscuro de Eva, minando su figura. El conocimiento que adquieren Eva y Adán se asocia desde el primer instante con la sexualidad. En Atenea es distinto, ya que ella era una diosa masculina y viril, el hombre vivía dentro del cuerpo femenino o, dicho de otra manera, Atenea era el rostro femenino de la masculinidad. Eva, en cambio, cumplía todos los requisitos para ser una “buena mujer”, por lo que en caso de protagonizar alguna acción asociada al hombre (conocimiento, curiosidad, inteligencia, sexualidad activa y madura, desobediencia, fuerza, etc.) en ella adquiría un cariz completamente censurable, que la convertiría en una pecadora y culpable de todos los males que asolan a la humanidad. Como así fue. Al igual que siempre que se han descrito paraísos, estos han acabado imaginándose como huertos prolíficos, en ningún momento del relato bíblico se especifica que el fruto del que comen Eva y Adán sea una manzana, pero así ha sido asimilado. Los autores y artistas dieron por sentado este hecho al tratarse de un árbol del que comían y no se ha intentado cambiar por ningún otro tipo de fruta. Seguramente esto venga alimentado por toda una herencia de manzanas que han causado conflictos, como la manzana dorada de Eris, que causó la disputa entre las tres diosas, desencadenando la Guerra de Troya o las 254 Algunas de las representaciones más icónicas de esta iconografía donde la serpiente del árbol posee torso o rostro femenino convirtiéndose en Lilit, son la pintura de El Carro de Heno de El Bosco creada entre 1500 y 1516 o el fresco de la Caída y Expulsión del Paraíso de la Capilla Sixtina pintado por Miguel Ángel en 1509. Para visualizar estas obras, entre muchos otros ejemplos, véase las figuras 7 y 9, respectivamente, del capítulo VI. Vampiras. B. Lilit. manzanas que concedían la inmortalidad de Hera en el Jardín de las Hespérides, guardadas por el dragón Ladón y que Heracles robó. Según Baring y Cashford (2005), la primera vez que se asume que el Árbol del Conocimiento es un manzano, fue con las traducciones de la Biblia al latín durante la Edad Media. Esto pudo producirse a través de un juego de palabras, ya que manzana en latín, malus, posee la misma raíz etimológica que malo, malum (p. 562). Las manzanas se convierten en un símbolo del deseo y el anhelo por lo prohibido, del mal, de esta manera, el fruto del Edén no podía ser otro. Iconográficamente, es inconmensurable la cantidad de imágenes de Eva que existe. Eva ha permitido a los artistas representar el desnudo femenino durante toda una época en la que la sexualidad, y todo lo relacionado con ella, estaba censurada. Con la llegada del Renacimiento, momento en el que se recuperó el interés por la mitología, el espectro de mujeres que podían ser representadas desnudas se amplió, aunque no se abandonó la imagen de Eva. La cultura occidental se alimentó de la dicotomía María-Eva para establecer los dos tipos de actuación moral de una mujer, siendo muy evidente cuando en el siglo XIX la prostitución proliferó considerablemente. De esta manera María representaría el arquetipo de perfección femenino; las buenas esposas y madres, completamente desexualizadas, aquellas que se mantienen al margen de las actividades de sus maridos y resignadas con sus destinos. Eva constituiría la mujer transgresora, lasciva, pecadora y que lleva a los hombres a su perdición (Bornay, 2020, pp. 50-51). La imagen de la serpiente, inherente a Eva, cuya simbología perversa está ya más que establecida en el imaginario colectivo desde la Edad Media, es derrotada por María, que puede aparecer representada pisoteándola, junto con la manzana a veces, como gesto de victoria (fig. 2). Lo mismo ocurre con la imagen de la media luna, símbolo eminentemente femenino y asociado al mundo pagano, María se lo apropia colocándosela a sus pies, ensalzando su propia feminidad y, a la vez, mostrando que ella ha acabado con la divinidad femenina pagana (fig. 3). En ambos casos, la Virgen María, al ser el máximo exponente femenino dentro de las creencias cristianas, vence a las mujeres que la han precedido, sale triunfante allá donde Eva y otras diosas perecieron. Por eso es habitual encontrar a María y a Eva representadas en una misma obra, encarnando los dos tipos de feminidad (fig. 4-6). El perfil de Eva se convertiría en el favorito de inmortalizar por parte de los artistas decimonónicos; aun así, ese perfil sería encarnado con mucha más frecuencia por la figura de Lilit, dejando a Eva, así como a Venus, relegadas a un segundo plano en cuanto a feminidad lujuriosa se refiere. Fig. 2. Pedro Pablo Rubens, La Inmaculada Concepción, 1628-1629, óleo sobre lienzo. Fig. 3. Bartolomé Esteban Murillo, Inmaculada Concepción de los Venerables o de Soult, ca.1678, óleo sobre lienzo. Fig. 4. Fra Angelico, La Anunciación, 1425-1428, témpera y oro sobre tabla. Representa la caída y salvación del ser humano en dos escenas que parecen transcurrir simultáneamente. Mientras que Adán se lleva las manos al rostro y mira hacia abajo, afligido; Eva entrecruza los dedos y mira para su izquierda, no quedando claro si su mirada acaba en su esposo o en María, viendo que su falta va a ser redimida. Fig. 5. Giorgio Vasari, Alegoría de la Inmaculada Concepción, ca. 1543, óleo sobre tabla, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. La propia composición genera el Árbol del Conocimiento. María pisotea a la serpiente, representada claramente como el Diablo y, a su alrededor, se encuentran Eva y Adán, como primeros transgresores de la ley de Dios, y otros hombres como Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y Aarón. Fig. 6. Carlo Portelli, Inmaculada Concepción, 1566, óleo sobre madera. Independientemente de la multitud de personajes en escena, María y Eva llaman la atención por encima de todos ellos al dividir, longitudinalmente, la obra. Tanto el rojo del traje de María (color no muy habitual en ella, ya que suele ser el de Cristo o Mª Magdalena), como la piel pálida de Eva, también son reclamos de atención. Ambas personifican la dicotomía: María, casta y pura, sin pecado concebida y aniquilando al propio pecado (el reptil a sus pies), por encima de Eva, lasciva, desnuda y calipigia, que se encuentra por debajo, incluso, del pecado. Las representaciones de Eva suelen ir acompañadas de su pareja Adán, mostrando, por escenas, todo el ciclo de la Creación del Génesis hasta su expulsión del Edén. Los pasajes bíblicos favoritos serán la tentación o caída con la serpiente y su posterior expulsión del Paraíso. En el caso de la primera, Eva tiende a ser la protagonista de la escena, tendiendo su mano para recoger el fruto o manteniendo algún tipo de vínculo con el reptil. Esta relación con el animal se pervertirá, pudiendo aparecer la mujer como un aliado de él, convirtiéndola en paradigma del mal ya desde la Edad Media (fig. 10). Adán suele permanecer pasivo en las escenas de la tentación, a veces mirando cómo Eva sucumbe a ella, pero tampoco tratando de evitarla (con alguna excepción, como la figura 19). Como elementos comunes, es muy habitual encontrar a la pareja desnuda íntegramente o cubriendo sus genitales con una hoja de higuera. De igual manera, Eva suele ser retratada con el cabello dorado hegemónicamente, hasta la llegada del siglo XIX donde se oscurecerá y podrá, incluso, aparecer pelirrojo como símbolo de su lascivia. Fig. 7. Ilustraciones de los nacimientos de Eva y Adán en la Biblia de San Pedro de Rodas, siglo XI. Fig. 8. Detalle del nacimiento de Eva en el tapiz de la Creación en la Catedral de Gerona, siglo XII. Fig. 9. Mosaicos de la Catedral de Monreale, siglo XII. Se trata de una secuencia de toda la Creación. Este es el momento en que se encuentran con Dios tras probar el fruto y Adán culpa a Eva de su transgresión. Fig. 10. Escultura de la Catedral de Reims, siglo XIII. Eva acaricia un reptil, similar a un dragón, símbolo del mal. En esta representación se les hace afines a ambos. Fig. 11. Alberto Durero, Adán y Eva, 1507, óleo sobre tabla. Se trata de un díptico en el que a Eva se la muestra recogiendo ya la manzana que la serpiente le ofrece. Hans Baldung Grien realizaría poco tiempo después una copia de esta misma obra, que actualmente reside en la Galería de los Uffizi de Florencia. Fig. 12. El Bosco, El Jardín de las Delicias, 1503-1504, óleo sobre tabla. Detalle de la tabla de la izquierda del tríptico que conforma la obra completa. Momento en el que Adán se despierta y Dios le presenta a su nueva esposa, que mira hacia el suelo y se deja manera, sumisa. Fig. 13. Lucas Cranach el Viejo, Adán y Eva o Caída del hombre, 1520-1525, óleo sobre tabla. Eva le tiende la manzana a su esposo, que la recoge inocente. Fig. 14. Hans Baldung_Grien, Eva, la Serpiente y la Muerte, ca. 1520, óleo sobre tabla. En esta obra, Eva, completamente desnuda, mira al reptil y la muerte, símbolos del mal, con una mirada cómplice e, incluso, seductora, lo que les convierte en fieles aliados. Nada queda de ese carácter inocente del pasaje bíblico. Fig. 15. Lucas Cranach el Viejo, Eva, 1528, óleo sobre tabla, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Díptico con Adán en el que parecen mantener una conversación en base a sus miradas. Fig. 16. Hans Baldung Grien, Adán y Eva, 1531, óleo sobre tabla. Mostrando la totalidad del cuerpo femenino y amparándose en él para censurar el del hombre, el autor muestra a una Eva de piel más pálida que su marido que, a pesar de sostener ella la manzana, no parece la culpable de los actos. Adán, por el contrario, agarra a su esposa posesivamente de la cadera y uno de los pechos, lo que le otorga un carácter erótico de mal gusto enfatizado por su mirada lasciva. Fig. 17. Tintoretto, La expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén, ca. 1550, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. La pareja descubre su desnudez y se cubren ante Dios. La luz de la obra emana de este último y avisa del dramatismo de la escena. Es reseñable la similitud de representación de la figura divina encaramada al árbol con el ofidio habitual. Fig. 18. Baccio Bandinelli, Adán y Eva, 1551, mármol, Museo del Bargello, Florencia. Fotografía propia. Adán es el que sostiene el fruto. Fig. 19. Tiziano, Adán y Eva, 1550, óleo sobre lienzo. Novedosa la actitud de Adán que quiere detener a Eva. El zorro y el niño-reptil representan el mal. Rubens copiaría esta obra aportando ligeros cambios. Fig. 20. Pedro Pablo Rubens, Adán y Eva, 1628- 1629, óleo sobre lienzo. Las diferencias se encuentran en la postura de Adán, su destacada musculatura, el no cubrir sus genitales a Adán y el loro del árbol. Fig. 21. Pietro Facchetti, Formación de la Mujer (Creación de Eva), ca. 1554, óleo sobre lienzo. Al igual que sucedió con el nacimiento de Atenea, durante el Renacimiento y épocas posteriores no es muy habitual encontrar esta escena representada. Fig. 22. Carlo Caliari, Pecado original, ca. 1585, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Este artista también representaría la Creación de Eva, la Expulsión y las Labores como consecuencia de su castigo. Fig. 23. Carlo Caliari, Las labores de Adán y Eva, ca. 1585, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Muestran las consecuencias de su pecado, lidiando cada uno con su castigo divino correspondiente: Adán labrando la tierra y Eva cuidando de sus hijos. Fig. 24. Jacob Jordaens, Adán y Eva, ca. 1640, óleo. Con bastante dinamismo, Eva muerde la manzana mientras recoge otra para dársela a Adán. Más que ofrecérsela ella, parece que él la pide porque también quiere probarlo. Fig. 25. Andrea del Minga, Adán y Eva expulsados del Paraíso, siglo XVI, óleo sobre lienzo. La pareja es sorprendida y comienza su huida ante la amenaza violenta del ángel. La serpiente antropomórfica sonríe desde su árbol. Fig. 26. Andrea del Minga, La Creación de Eva, siglo XVI, óleo sobre lienzo. Sin ser tan explícita como la obra de Facchetti (fig. 20), Eva parece conversar con Dios, hecho que en la Biblia no aparece. Fig. 27. Pietro Benvenuti, Pecado original y Expulsión del Paraíso, 1828-1837, Capilla de los Príncipes en las Capillas de los Médici, Florencia. Fotografía propia. Ubicadas en la gigantesca cúpula, se pueden observar distintas escenas del Antiguo Testamento. A la derecha Eva le ofrece la manzana a Adán, tras ellos la muerte les acecha con el inexorable tiempo y arriba Dios ya envía, enfurecido, al ángel llameante. En la imagen de la izquierda, Dios les expulsa y la pareja le mira, interrogante. Fig. 28. Giuseppe Bezzuoli, Eva tentada por la serpiente, 1853, óleo sobre tela, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. Eva es retratada como una Venus Calipigia, lasciva, con la serpiente susurrándole al oído e invitando al espectador, el cual posee una mirada voyeur de la escena. Fig. 29. Max Klinger, Eva, 1880, grabado. Adán duerme bajo un árbol tranquilamente. Eva parece pensativa al lado de una laguna. Fig. 30. Max Klinger, La serpiente, 1880, grabado. Tras haberle hecho entrega del fruto, ahora la serpiente le muestra un espejo, para que contemple su belleza y el poder que ejerce. La mirada de una mujer ante su reflejo simboliza la vanidad y, en este caso, de interrelaciona con la causa, no solo del pecado, sino de la perdición de los hombres. Fig. 31. Salvador Viniegra, El primer beso, 1891, óleo sobre lienzo. El desnudo de Adán es muy academicista y, a pesar de que se muestre su cuerpo en primer plano, la atención se desvía a Eva y su larguísima melena rojiza que enfatiza su actitud de femme fatale. Ella seduce a Adán, que encarna la inocencia masculina corrompida por la lascivia femenina. Al fondo, un león parece deshacerse de la leona que le gruñe, mientras ella sigue echada sobre la hierba. Eva y Adán muestran una escena completamente opuesta en la que él, no solo no huye de ella, sino que se ha sucumbido al abrazo de los brazos de Eva y su melena, la cual le toca los genitales, manera sutil de mostrar el inminente acto sexual. También se demuestra que la feminidad perversa le tiene completamente atrapado en el abrazo de la serpiente. En esta escena el fruto no es el pecado, sino que lo es la feminidad de Eva. Fig. 32. Lucien Lévy-Dhurmer, Eva, 1896, pastel y gouache. Alejándose completamente del relato bíblico, esta Eva parece hablar el ofidio cómodamente. Su cabellera pelirroja acapara la imagen al cubrirla de manera púdica, otorgando una enorme sensualidad a la obra. Fig. 33. Félicien Rops, Eva, siglo XIX, grabado. Este autor, caracterizado por sus escenas morbosas, quiso remarcar el carácter sexual de la relación entre Eva y el reptil. En este caso, al hacerle entrega de dos manzanas con el final de su cola, se genera el símbolo fálico que ella recoge con ambas manos, sonriente. Fig. 34. Félicien Rops, Eritis Similes Deo, siglo XIX. Bajo el título de lo que le dice la serpiente a Eva “Serás como Dios”, esta se transforma en su Adán, su amante que la envuelve en un abrazo y le susurra al oído. Se trata de una escena de seducción completamente. Fig. 35. Max Švabinský, In Paradise, 1918. En esta obra el fruto que Eva le ofrece a Adán no es una manzana, sino sus genitales. El autor juega con la ausencia de una descripción concreta de qué es el fruto en el pasaje bíblico y lo reinterpreta bajo los preceptos perversos de la sexualidad femenina de la época. Fig. 36. Edvard Munch, Adán y Eva, 1908, óleo. Saliéndose del canon en cuanto a representaciones de la pareja, Munch optó por retratarle bajo la moda de la época, muy en la línea de los impresionistas. Parecen una pareja que se acaba de conocer y conversan mientras ella se come, inocentemente, una manzana. Fig. 37. Edvard Munch, Adán y Eva, 1918, óleo sobre lienzo. Del mismo autor, esta versión mantiene la habitual desnudez de ambos y remarca el carácter seductor de Eva con el color de su melena. En el cine pueden encontrarse films que cuentan, mediante imágenes, el relato bíblico como La Biblia... en su principio (1966) de John Huston o El pecado de Adán y Eva (1969) de Miguel Zacarías. Otras películas como La costilla de Adán (1945) de George Cukor o Adán y Eva (1995) de Joaquim Leitao utilizan los conocimientos preestablecidos en el imaginario colectivo para generar historias totalmente independientes. En el primer film Amanda y Adam son un matrimonio de abogados que se ven envueltos en un caso muy mediático en el que una esposa es acusada de intento de asesinato de su marido infiel... pero Amanda defiende a la mujer y Adam es el fiscal que defiende al esposo. La lucha ante los tribunales convierte el caso para Amanda en todo un alegato feminista al reclamar que, en caso de que los géneros estuviesen invertidos dentro de la acusación, el marido recibiría un trato preferente por “defender su honor”. De esta manera, en 1945 se critica la doble moral del sistema judicial que tampoco se encuentra eximido de patriarcado, y Amanda se desvela como la verdadera protagonista de la historia a pesar de que no se llame Eva ni su nombre se encuentre en el título de la película. Para el film de Joaquim Leitao, simplemente se recogen los nombres de los personajes para jugar con la trama. Catarina es una reportera que quiere quedarse embarazada y se acuesta con todo aquel que encuentra, sin importarle si se encuentra en una relación previa o pueda causarle algún daño. Este personaje se encuentra dentro del perfil completamente de la femme fatale. Fig. 38. El pecado de Adán y Eva, Miguel Zacarías, 1969. Fig. 39. La costilla de Adán, George Cukor, 1945. Dentro de la televisión, la Santa Sede de El Vaticano asesoró en la creación del anime infantil Historias de la Biblia de Tezuka Osamu en 1992. Se trata de una serie de 26 capítulos que narran, siendo fieles a la Biblia, desde la Creación del mundo con Eva y Adán hasta el nacimiento de Jesús en Belén, es decir, describe los momentos más señalados del Antiguo Testamento. En el primer capítulo se cuenta la historia de la primera pareja, donde ambos tienen una espesa mata de pelo negra, muy opuesta a las tonalidades de ambos dentro de la iconografía artística (fig. 40). En la famosa serie de Los Simpson (1989-Actualidad) hay un capítulo parodiando la mítica escena. Eva y Adán son encarnados por Marge y Homer, los cabeza de familia, pero es Homer quien come del Árbol del Conocimiento y se lo ofrece a Marge que lo acepta. Justo en el momento en el que ella prueba bocado, aparece Dios y la expulsa del Paraíso, pero Homer no advierte de la verdad por temor a que también le castiguen a él. Finalmente, acabarán los dos fuera del Edén, ya que Homer intentará que Marge regrese a espaldas de Dios. La moraleja de la parodia se encuentra en que la culpa siempre va a recaer sobre la mujer, independientemente de lo que el hombre haga. Ambos mantienen el diseño de personaje de los personajes originales, a diferencia de Marge no lleva su característico pelo azul hacia arriba, sino que le cae liso, hecho que usan para poder tapar su pecho y escapar de la censura (fig. 41). Fig. 40. Eva en Historias de la Biblia de Tezuka Osamu, Osamu Dezaki, 1992. Fig. 41. Homer y Marge como Adán y Eva en Los Simpson, Matt Groening, 1989-Actualidad. Eva es un personaje secundario en la serie de Lucifer (2016-2021) que aparece a partir de la cuarta temporada. Basada en los personajes creados para Vertigo de DC Comics, Netflix se hizo cargo de la producción de la serie después de una cancelación por parte de Fox. Eva es tratada como la primera mujer del mundo, madre de Caín y Abel. En la serie se cuenta cómo él fue quien la incitó a comer del “fruto prohibido”, este no fue más que una metáfora sexual, ya que más que una manzana “tenía forma de un plátano muy grande”. La trama deja muy claro que Eva y Lucifer fueron amantes durante un tiempo hasta que se separaron, Eva falleció y procuró ser una buena esposa para Adán desde entonces en la Ciudad Plateada. Harta de que todos sus esfuerzos no sirvan para nada y de su propia infelicidad, Eva consigue volver a la tierra. Allí vuelve a tener un romance con Lucifer para, posteriormente, enamorarse de Maze, la demonio que acompaña al rey del infierno. Aun así, decide embarcarse en un viaje en solitario para encontrarse a sí misma puesto que jamás ha poseído una identidad propia, siempre ha ido detrás de Adán (remarcando que su nombre siempre iba por detrás del de él), y que luego ha ido enlazando una relación con otra, sin llegar a conocerse a sí misma. Físicamente es una mujer muy atractiva, con una larga cabellera oscura. Su carácter es extrovertido, algo inocente, y es seductora sin pretenderlo la mayor parte de las veces (fig. 42). En la serie alemana Dark (2017-2020) la trama comienza con la desaparición de un niño en un pueblecito llamado Winden. Tras no dejar rastro, el resto de personajes se comienzan a ver envueltos en viajes temporales a través de tres generaciones dentro del mismo pueblo. De esta manera, los mismos personajes comienzan a encontrarse con sus yo pasados o futuros, generando un argumento que gira en torno a las preguntas existenciales sobre el tiempo, lanzadas al espectador de manera retorcida, y sus efectos sobre la naturaleza humana. De esta manera, dos de los personajes principales, Jonas y Martha, se desvelan como Adán y Eva, respectivamente, los detonantes de todo el universo corrupto que les rodea y los culpables de él, que llegan a conocerse tanto que se vuelven irreconocibles el uno para el otro (fig. 43). Fig. 43. Fotograma en el que se puede ver a Martha observando el díptico de Adán y Eva que representa su lucha con Jonas durante la trama. La obra se encuentra inspirada a las de Durero y Cranach el Viejo. Dark, Baran bo Odar y Jantje Friese, 2017-2020. Fig. 42. Inbar Lavi como Eva haciendo un guiño a su atuendo típico en Lucifer, DC Comics, 2016. En el anime Record of Ragnarok (2021) dan un giro a la manida historia de Eva y Adán. Ambos se encontraban en el Paraíso viviendo tranquilamente cuando, un día, Hebigami, un hombre híbrido de serpiente, intentó violar a Eva, la cual fue salvada por una pareja de aves que se encontraban por allí que le picotearon y le arrojaron una manzana. Hebigami decidió vengarse tras su orgullo herido, mordió la manzana y acusó a Eva de haber transgredido la ley de Dios y haber comido del fruto prohibido. Durante el juicio, Hebigami llevó la manzana que él mismo había mordido como prueba y, como todo el tribunal estaba conformado por dioses y se trataba de juzgar a una humana, la condena estaba asegurada para Eva. Pero, en ese momento, apareció Adán cargado con dos cestas repletas de manzanas del árbol. Empezó a morderlas todas y a escupir los pedazos al suelo, causando un enorme revuelo por el escándalo y el crimen. Tras esto, Hebigami quiso vengarse porque no iba a permitir que ambos acabaran juntos, pero Adán lucha con él y le vence. El castigo para Eva iba a ser la expulsión del Paraíso, de esta manera, ambos, voluntariamente, lo abandonan y construyeron su propio Paraíso en la tierra juntos. Físicamente, Eva tiene unos brillantes ojos azules y el cabello extremadamente largo, ondulado y rubio, decorado con pequeñas flores rosadas. Tanto ella como Adán aparecen desnudos completamente, aunque procuran que no aparezcan en plano ni los genitales de ambos ni los pezones (que no los senos, de los que incluso abusan) de Eva (fig. 44). Fig. 44. Eva y Adán en Record of Ragnarok, Masao Okubo, Warner Bros Japan, Netflix, 2021. Quizá por pertenecer a las creencias de dos de las religiones actuales y a pesar de lo conocido que es el personaje de Eva, apenas hay representaciones suyas en el enorme sector de los videojuegos. De entre todos los videojuegos de la saga Megami Tensei, Eva aparece únicamente en uno de ellos. En él, el jugador debe luchar con ella y Adam en el Paraíso. El diseño de personaje de Eva es el de una mujer rubia que no enseña su rostro, cuya piel es de colores simulando una gran máscara, cuyo rostro se encuentra en su torso (fig. 45). Fig. 45. Eva en Shin Megami Tensei NINE, Atlus, 2002, Japón. Pero si hay un sector que ha explotado la simbología de Eva con Adán en el Paraíso, la serpiente seductora y amante de la mujer y la manzana como reclamo sexual, ha sido el campo de la publicidad. Son muy numerosas las empresas que han utilizado la iconografía establecida en el imaginario para mandar mensajes rápidos de las propiedades de sus productos. En su mayoría se tratan de marcas de perfumes y de moda femenina, que, mostrando a las modelos en calidad de femme fatales, el Mal personificado en la figura de una mujer sensual, perversa y erótica que, a la vez, demuestran su poder y se convierten en símbolos de fatalidad para los hombres. Si a lo largo de la historia se ha pretendido que la mujer se mantenga fuera de la moralidad de este tipo de feminidad, la publicidad del siglo XXI persigue completamente lo contrario. Trata a las mujeres como objetos de reclamo sexual en sus campañas para que los hombres se fijen en ellas, deseando que sus mujeres sean como las modelos y, que las propias mujeres aspiren a ese nuevo ideal de belleza. Fig. 46. Anuncio del perfume Oro de Roberto Cavalli, 2002. Relacionando la imagen con el calor por las tonalidades escogidas, la mujer sale del ámbito privado al que se ha visto recluida históricamente y aparece tendida, vulnerable y vestida con transparencias. La serpiente recorre su cuerpo, pasando por su entrepierna, zona donde ella la sujeta, lo que la presenta como su amante. Los símbolos fálicos continúan en la forma del frasco de perfume que se yergue en vertical, mientras que la modelo permanece en horizontal. La penetración se encuentra implícita por la sombra que genera su propia pierna y que se dirige hacia sus genitales. La expresión de la modelo (ojos entornados, labios entreabiertos y pelo desordenado) deja claro que se encuentra en un estado de éxtasis, por lo que, en su conjunto, se trata de una publicidad muy explícita y morbosa. Fig. 47. Anuncio de Sisley, 2006. Con tres elementos claros (boca roja, lengua y serpiente), la publicidad presenta a una mujer anónima y sexualizada junto a su amante el reptil, símbolo del vicio y la lujuria. Fig. 48. Publicidad de la bebida Spirit de Schweppes, 2007-2008. Con una clara referencia a la pareja bíblica, es Eva la que derrama el fruto prohibido por el cuerpo de Adán, mientras él se haya en un estado de éxtasis. La serpiente y las manzanas les acompañan en el paraíso. Ellas, además tiene la piel pintada de verde y dorado, simulando ser el propio reptil tentador. Fig. 49. Cartel de promoción de la segunda temporada de Mujeres Desesperadas, Marc Cherry, 2008. Recuperando la icónica imagen de la mujer desnuda ente pétalos rojos, las flores son sustituidas por las manzanas y las actrices se desvelan con claras actitudes de seducción, enfatizadas por sus largas melenas y su vestuario. La imagen le hace plantearse al espectador si la tentación ha dejado de ser la manzana para encarnarse en las propias mujeres. Fig. 50. Campaña publicitaria con Cindy Crawford para TSUM, 2010. A lo largo de las varias imágenes que conforman esta campaña, la supermodelo se muestra en diferentes posturas y con diferentes vestuarios, pero siempre manteniendo la estética y los elementos clave: atuendos negros y sensuales, tacones, maquillaje de labios rojos, tendida en una cama y manzanas rojas a su alrededor. Fig. 51. Sharon Stone en el cartel publicitario de la joyería Damiani, 2011. La modelo muerde la manzana intencionadamente, siendo consciente de la tentación a la que sucumbe e invitando al espectador. Las joyas se asemejan al movimiento sinuoso de los ofidios. Fig. 52. Cartel de la Organización Peta, 2011. Atacando la sensibilidad del receptor, asemeja la el pecado de Eva al pecado que conlleva consumir carne. Por si no fuera claro el mensaje, utilizan a la mujer envuelta en vegetación y sosteniendo la manzana, casi como si invitaran a que se la comieran a ella o a que se asemejen a ella, tal y como probó el fruto y no los animales del Edén. Fig. 53. Anuncio fragancia Be Delicious de DKNY 2011. El packaging del propio perfume simula la forma de una manzana, por lo que, desde su inicios, esta marca lleva publicitando su producto bajo el imaginario de Eva en el Paraíso. La modelo, aparezca sola o acompañada de su Adán, siempre mira a cámara, aunque de una manera más cálida y no tan sexual, invitando a imitarla. Fig. 54. Cartel publicitario del perfume DKNY Be Delicious, 2012. De igual manera que la imagen anterior, en este caso Eva se encuentra con el hombre, publicitando también la versión masculina del perfume. La línea continúa igual, a pesar de que el anuncio también va dirigido al consumo del varón, su presencia pasa a un segundo plano y recae sobre ella. El anuncio procura que la principal consumidora sea la mujer, ya sea para comprar el perfume para sí o, además, que se lo regale a su pareja, para convertirse ambos en los nuevos Eva y Adán. Fig. 55. Anuncio publicitario de las fragancias para mujer y hombre de Just Cavalli, 2013. La mujer rechaza la postura sexual por debajo del hombre, asemejándose a Lilit, enfatizado por la piel de serpiente. En cambio, el diseño para el packaging de los perfumes, el frasco dedicado a la mujer es más pequeño que el del hombre, mostrando una segunda dualidad acorde al pensamiento de que él siempre debe ser más alto y más fuerte para protegerla, por lo tanto, más poderoso. Sus pies pasaban uno delante del otro, al ritmo de la flauta y de un par de crótalos. Sus brazos arqueados llamaban a alguien que siempre huía [...]. Con los párpados medio cerrados, torcía la cintura, balanceaba el vientre con ondulaciones de ola, hacía temblar sus dos senos y su rostro permanecía inmóvil y sus pies no se detenías [...]. Bailó como las sacerdotisas de la India, como las nubias de las cataratas, como las bacantes de Lidia [...]. De sus brazos, de sus pies y de sus vestidos brotaban invisibles chispas que inflamaban a los hombres [...]. Sin doblar las rodillas, separando las piernas, se arqueó tanto que la barbilla le rozó el suelo. Y los nómadas acostumbrados a la abstinencia, los soldados de Roma expertos en libertinajes, los avaros publicanos, los viejos sacerdotes agriados por las disputas, todos, dilatando las aletas de la nariz, palpitaban de deseo. Herodías, Tres cuentos, Gustave Flaubert, 1877 (1972, p. 922). Salomé proviene del hebreo shalóm que significa “paz”, misma raíz de la que deriva el nombre del rey Salomón. Se trata de una princesa hebrea, hija de Herodías. Esta estuvo casada con Herodes Filipo I, pero se divorció de él para contraer matrimonio con su hermano y ex cuñado, Herodes Antipas, el conocido tetrarca vinculado con la muerte de Jesús de Nazaret. Juan el Bautista no aprobaba este último matrimonio debido a que el anterior esposo y el nuevo eran hermanos. Es por ello que Herodías le odiaba fervientemente y deseaba su muerte, pero Herodes únicamente lo encarceló puesto que lo consideraba un hombre respetable y le gustaba su presencia. Pero Herodías no se iba a dar vencida. Durante un cumpleaños de Herodes en el que celebró un profuso banquete con invitados, la hija de Herodías les deleitó con una danza que, sobre todo a Herodes, les dejó maravillados. El tetrarca, en compensación, le juró ante todo el mundo que le concedería cualquier deseo, incluso entregarle la mitad de su reino. La joven, por idea de Herodías, le pidió ipso facto la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja. Herodes se entristeció al oír la petición, pero tuvo que cumplir con su juramento debido a la cantidad de testigos ante quienes lo había realizado. Mandó decapitarle en la cárcel, le fue entregada la cabeza a la joven y esta, a su vez, se la entregó a su madre, cumpliéndose así su venganza y sus deseos (Mateo 14: 1-12, Marcos 6: 14-29). Es, cuanto menos curioso, cómo en ninguno de los dos pasajes del Nuevo Testamento de la Biblia donde se exponen estos hechos, mencionan el nombre de “Salomé”. La aparición de la joven se realiza en un “la hija de Herodías”, sin descripción y sin identificación más allá de esas palabras. Tampoco se dan detalles de esa mítica danza que a todos dejó embaucados y dispuestos a entregar sus pertenencias. Habrá que esperar a Flavio Josefo, historiador del siglo I, quien, en su libro Antigüedades judías, dará nombre a la joven como Salomé y lo enlazará con la palabra hebrea para “paz”, por lo que su nombre, literalmente, significaría “la pacífica”. De esta manera, la Salomé que aparece en la Biblia poseerá un carácter más acorde a la etimología de su nombre, recayendo el peso de la culpa de los hechos sobre su madre, Herodías (Rodríguez, 1997, pp. 409-410). Aun así, Salomé no será la abanderada de la inocencia ni siquiera en la Biblia, puesto que, en ningún momento, rebate las órdenes de su madre ni hace nada por evitar la muerte del Bautista. Realmente Salomé fue creada ya malvada para envilecer y denostar a todas las mujeres, ya que fue una hija, y no un hijo, quien sedujo con su danza. Aunque en el relato bíblico queda muy claro que es Herodías la que tiene una cuestión personal con Juan el Bautista y que es ella quien organiza toda la treta del baile de su hija para conseguir sus fines, la ausencia del nombre de la joven en la Biblia favorecerá la confusión y fusión de ambos personajes, que comenzaría a producirse en la Edad Media (Montaner & Lara, 2014, p. 116). De esta manera, Salomé sería nombrada indistintamente como Herodías, aunque acabará prevaleciendo el nombre otorgado por Flavio Josefo. La perversión de su transformación, a medida que avanzaron los siglos, pasa de ser un acto despreciable de venganza de la madre, y de complicidad de la hija, a un crimen cometido en nombre de la peligrosa sensualidad de la mujer. La culpa recae sobre el erotismo femenino e invita a los hombres a huir de este tipo de mujeres, más incluso que de la vendetta que tanto personajes femeninos como masculinos han realizado en numerosos relatos255. 255 La propia Biblia contiene este tipo de personajes masculinos en los que son malvados por naturaleza o por haber sucumbido al mal: Lucifer, Caín, Judas Iscariote, el propio Herodes, etc. Pero su maldad no sirve para avisar a las mujeres de que no se dejen seducir por este tipo de varones, su peligrosidad no recae sobre su poder de seducción, estos personajes masculinos no se encuentran atados irremediablemente a su cuerpo y su sexualidad, como sí lo hacen los femeninos. De esta manera, los varones poseen un abanico mucho más amplio de comportamientos que les hace ser quiénes son y no se extrapola dicha personalidad, aunque sea malvada, a todos los hombres reales. Salomé era, originariamente, una joven adolescente, presumiblemente, virgen. La visión de que una mujer de estas características dance voluntariamente para el placer de la mirada masculina, la cual, en este caso, eran bastantes pares de ojos, se convierte en toda una imagen de la perversión sexual256, acrecentado por el reclamo de la cabeza de otro hombre. Además, el principal objetivo de la seducción era su propio padrastro que, aunque no haya lazos consanguíneos, no deja de tener una cierta pulsión de incesto (Tardío, 2011, p. 92). Serán las artes plásticas y la literatura europea la que, poco a poco, irán pervirtiendo la historia, centrando la atención en la figura de la joven anónima que baila. Al llegar el siglo XIX, Salomé se alzará como una ardiente femme fatale, que poseerá todos los rasgos típicos del arquetipo, convirtiéndola en la principal representante de este perfil de mujer: sensual, extranjera, exótica, virginal, provocadora, erótica, independiente y, en última instancia, mortal. Su encanto a través de los contoneos de su cuerpo se revelará como el poder de seducción definitivo que hace perder a los hombres la cabeza y su propio poder que, en el caso de Juan el Bautista, se realizará literalmente. J. K. Huysmans (1884/1984) se valdrá de la figura de Salomé para describir poéticamente los rasgos de la femme fatale por excelencia: No era ya solamente la bailarina que, con una torsión corrompida de sus riñones, arranca a un anciano un grito de deseo y un aviso de erección, que rompe la energía y disuelve la voluntad de un rey con meneos de senos, sacudidas de vientre y estremecimientos de muslos; en cierto modo se volvía la deidad simbólica de la indestructible Lujuria, la diosa de la inmortal Histeria, la Belleza maldita elegida entre todas por la catalepsia que le envaró las carnes y le endureció los muslos; la Bestia monstruosa, indiferente, irresponsable, insensible, que envenena, lo mismo que la Helena antigua, cuanto se aproxima a ella, cuanto la ve, cuanto ella toca (p. 102). La primera imagen de la muerte de Juan el Bautista y, por tanto, con Salomé, se encuentra en el Codex Sinopensis, un evangeliario del siglo VI, originario de Palestina o Siria. En él, la joven de cabello negro, coronada y con un ligero vestido rosado, recibe la cabeza del hombre en la bandeja durante el banquete de Herodes y sus invitados se sientan al estilo romano (fig. 1). Fig. 1. lustración del Codex Sinopensis, siglo VI. No será hasta el siglo XI donde se recuperará el tema dentro de la escultura románica europea (fig. 2), que heredará más tarde el estilo gótico tanto en escultura como en vidrieras. Se prefería inmortalizar la escena de Salomé bailando (fig. 4) antes que la muerte del santo, con algunas excepciones (fig. 3). 256 La perversión sexual se ve acrecentada con la pederastia implícita dentro del pasaje, pues Salomé no dejaba de ser una púber o adolescente mientras realizaba su danza. Si bien es cierto que esto es una consideración presentista ya que durante esta época era bastante habitual casar a las niñas incluso antes de su menarquia. Fig. 2. Bajorrelieve en las puertas de la iglesia de San Zenón, Verona, siglo XI. Salomé, completamente contorsionada en el suelo, danza ante los invitados. El verdugo trae la cabeza del Bautista por la derecha. Fig. 3. Vitral en la Sainte-Chapelle, París, siglo XIII. Salomé, vestida de azul, le hace entrega a su madre de la cabeza de Juan el Bautista. Fig. 4. Vitral de Saint-Leu-Saint- Gilles, París, siglo XIV. Salomé danza ante los invitados. Fig. 5. Giotto, Festín de Herodes, 1313-1314, fresco. De izquierda a derecha se puede leer la historia: la torre donde el Bautista será decapitado, escena central donde Salomé bailará (figura con vestido dorado) y, a la izquierda, Salomé le entrega a Herodías el trofeo. Con la transición entre la Edad Media y Moderna, la danza pasó progresivamente a un segundo plano, mientras que ganó interés la macabra escena de la decapitación, siendo habitual encontrar también representado el cuerpo decapitado del Bautista. Serán muy comunes las imágenes de Salomé sosteniendo la bandeja con la cabeza o recibiéndola. La joven será retratada, en la mayoría de las ocasiones con el cabello dorado aunque se irá oscureciendo con el paso de las décadas. Sus ropajes siempre serán contemporáneos a la moda del artista, siendo habitual mostrarla como una joven de la corte, con llamativas telas y joyas que decoran su cuerpo y cabello. Algunos artistas como Bernardino Luini, Tiziano, Caravaggio o Guido Reni, entre otros, pintarán la escena en varias ocasiones, con cambios leves o reimaginándola completamente. Los autores han nombrado indistintamente a la mujer representada como Herodías o Salomé, provocando una confusión entre ambos personajes. No será hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando se imponga definitivamente la imagen de la hija sobre la madre (Bornay, 2020, p. 147). Fig. 6. Rogier van der Weyden, Retablo de san Juan Bautista, ca. 1455, óleo sobre tabla de roble (detalle). El retablo está compuesto por tres escenas: la primera el nacimiento del Bautista, la segunda momento del bautismo de Jesús de Nazaret y la tercera, su muerte. Salomé se representa como una mujer de la corte y retira la mirada del despojo, al igual que el verdugo. Tras ellos, el cadáver explícito y sangrante de Bautista se muestra tirado en las escaleras. En la escena del fondo, Salomé se arrodilla ante su madre para hacerle entrega de su trofeo. Fig. 7. Benozzo Gozzoli, La danza de Salomé, 1461-1462, temple sobre tabla. Dispuesto en tres escenas simultáneas, Salomé baila durante el banquete, a la izquierda Juan reza a punto de perder la cabeza y, al fondo, Salomé se arrodilla ante Herodías para entregarle la bandeja. Fig. 8. Filippo Lippi, Salomé bailando en el Festín de Herodes, 1464 (detalle). En pleno banquete, Salomé destaca con su traje blanco y cabello rubio, marcándola como doncella. Fig. 9. Lucantonio degli Uberti, Herodías (sic. Salomé) con la cabeza de San Juan Bautista, siglo XV, grabado. Se fusionan ambas identidades. La mujer da la espalda al espectador mientras admira la cabeza decapitada. Fig. 10. Botticelli, Virgen con el Niño entronada con santos, detalle inferior de Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, 1487-1488, témpera sobre madera, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. La joven corre con la cabeza, para entregársela a su madre. Fig. 11. Andrea Solari, Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, 1506-1507, óleo sobre tabla. Fig. 12. Andrea Solario, Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, primera mitad del siglo XVI, óleo sobre tabla. Fig. 13. Cesare de Sesto, Salomé, 1510-1520, óleo sobre madera de álamo. La joven señala la bandeja, la cual reposa sobre una mesa con la pata decorada con una Esfinge. Fig. 14. Alonso González de Berruguete, Salomé, ca. 1518, óleo sobre tabla, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 15. Bernardino Luini, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, primera mitad del siglo XVI, óleo sobre tabla. Salomé desvela una media sonrisa en su rostro, satisfecha. Fig. 16. Bernardino Luini, Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, primera mitad del siglo XVI, óleo sobre tabla. La joven aparta la mirada de la cabeza decapitada. Fig. 17. Bernardino Luini, Salomé recibiendo la cabeza de Juan el Bautista, 1527-1531, temple sobre tabla, Galería de los Uffizi, Florencia. Atribuida inicialmente a Leonardo da Vinci. Inicialmente la mujer era nombrada como Herodías. Fig. 18. Lucas Cranach el Viejo, Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, primera mitad del siglo XVI, óleo sobre tabla. Fig. 19. Lucas Cranach el Viejo, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, ca. 1530, óleo sobre madera de álamo. Fig. 20. Lucas Cranach el Viejo, Banquete de Herodes, 1533, óleo. Salomé lleva la bandeja como si también contuviera viandas que van a ser colocadas sobre la mesa. Fig. 21. Tiziano, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, ca. 1515, óleo. La joven mira de reojo el despojo de entre sus manos. Fig. 22. Tiziano, Salomé, ca. 1550, óleo sobre lienzo. Poco tiene que ver con su versión anterior. Físicamente Salomé es completamente diferente y alza la decorada cabeza triunfante. Fig. 23. Jacob Cornelisz van Oostsanen, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, 1524, óleo sobre tabla. Fig. 24. Carlo Sellitto, Salomé recibe la cabeza del Bautista, antes de 1614, óleo. La anciana, que no debe tratarse de Herodías por su atuendo austero, parece rezar por el alma de Salomé. Fig. 25. Caravaggio, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, 1607, óleo. Salomé retira la mirada de la cabeza como si le desagradara. Al igual que la obra de Sellitto, la anciana reza aunque, en este caso, su mirada se dirige a la cabeza del Bautista Fig. 26. Caravaggio, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, ca.1607, óleo sobre lienzo. Similar a la anterior, Salomé pasa a estar vestida de rojo y aumenta el espacio vacío a su lado, otorgando un ambiente más desolador. Fig. 27. Battistello, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, 1615-1625, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 28. Giovanni Andrea Ansaldo, Herodías obsequiada con la cabeza de Bautista por Salomé, ca. 1630, óleo. Quizá de las representaciones que más aniñada presentan a Salomé. Su madre, en cambio, se abalanza sobre la cabeza, cuchillo en mano, como si ella misma hubiese perpetrado la decapitación. Fig. 29. Guido Reni, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, 1630-1635, óleo sobre lienzo. Con un tocado oriental, Salomé presenta la cabeza al espectador como si de Herodías se tratara. Fig. 30. Guido Reni, Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, 1939-1640, óleo sobre lienzo. Siendo una mujer adulta, Salomé agarra los cabellos de la cabeza, disponiéndose a alzarla para observarla. Fig. 31. Pedro Pablo Rubens, Herodías y Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, ca. 1630, óleo sobre lienzo. Salomé ira a su madre esperando haberla complacido, mientras que esta, ostentosamente ataviada y vestida de rojo, mira al espectador. El protagonismo recae sobre la madre y no sobre la hija. Fig. 32. Pedro Pablo Rubens, Salomé con la cabeza de San Juan Bautista en el banquete, primera mitad del siglo XVII, óleo sobre lienzo. En este caso, Rubens viste a Salomé de rojo (¿o quizá es la misma Herodías de la obra anterior?), que muestra a un entristecido Herodes, el despojo del hombre que respetaba, mientras este arruga con la mano el mantel de la mesa, seguramente, conteniendo la ira. La mujer a su lado puede tratarse de Herodías, que mira a su esposo mientras sostiene un tenedor con el que parece dar de comer a la cabeza, divertida. Fig. 33. Onorio Marinari, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, ca. 1670, óleo. La niña rubia mira la cabeza sangrante, mientras su madre se dispone a taparla, a la vez que la observa. Fig. 34. Onorio Marinari, Salomé con la cabeza del Bautista, segunda mitad del siglo XVII, óleo sobre lienzo. La joven mira al espectador directamente, haciéndole partícipe de la escena. Fig. 35. Carlo Dolci, Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, 1665-1670, óleo sobre lienzo. La joven se encuentra ostentosamente ataviada, mientras sostiene la cabeza en la bandeja dorada. Fig. 36. Mattia Preti, Salomé con la cabeza de San Juan Bautista, segunda mitad del siglo XVII, óleo sobre lienzo. Los hombres, curiosos, observan la cabeza mientras que las dos mujeres la sostienen. Se tratan de una niña y una mujer adulta. A pesar del título de la obra, puede que, originariamente, el autor las retratara pensando en madre e hija y que, posteriormente, la historia le haya adjudicado el rol de Salomé a la mujer adulta. Fig. 37. Pintura en la Iglesia de Abbas Antonios, en Gondar, Etiopía, finales del siglo XVII. La historia de Salomé también fue representada fuera de Europa. En este caso, el arte etíope se hizo eco del pasaje bíblico mostrando simultáneamente las tres escenas: la decapitación, la entrega a Salomé de la cabeza y la ofrenda a su madre. Fig. 38. Godfried Schalcken, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, ca. 1700, óleo. Fig. 39. Henry Fuseli, La hija de Herodías con la cabeza de San Juan, 1779, grabado para la edición inglesa de los estudios de fisionomía de Lavater. Salomé/Herodías tiene los senos fuera del traje y se dispone a sostener la cabeza. Seguramente la niña que trae la bandeja sea Salomé. Fig. 40. Henry Fuseli, La hija de Herodías con la cabeza de San Juan, 1780. Al igual que el grabado, Fuseli muestra a una Salomé/Herodías más cercana al concepto de femme fatale, rodeada de mujeres, contoneando la cadera, provocativa y sosteniendo la cabeza. Con la llegada del siglo XIX, Salomé representará la crueldad femenina, capaz de solicitar el despojo de un hombre solo para satisfacer sus deseos. Yolanda Beteta (2016) señala que “es el triunfo de la castración simbólica y física del patriarcado a través de la sexualidad lasciva y el arte del engaño” (p. 85). Se reelabora el mito de la vagina dentata, la sexualidad femenina devoradora, servida en bandeja de plata, simbolizando el temor masculino a la desestabilización y “desestructuración del orden social patriarcal” (Beteta Martín, 2016, p. 91). Los decimonónicos establecerán que la gran culpable de la muerte del santo será Salomé, obviando que, en la Biblia, únicamente obedecía las órdenes maternales. Salomé es la que realiza el baile, Salomé es la única figura sexual, sensual y letal. Se abandonará completamente la infantilización de su figura, pasando a mostrarse desnuda y, en algunos casos, como una prostituta. Las fuertes connotaciones sexuales que el baile y, por tanto, Salomé fueron acumulando a través de la literatura (como se ha podido leer en los fragmentos de Flaubert y Huysmans), derivaron en la creencia de que sus movimientos formaban parte de una danza erótica. De esta manera, ya que la Biblia no proporciona ningún tipo de detalle al respecto (hecho que dejó vía libre a la imaginación), el baile que resulta que ella realizaba se consideraría la danza de los siete velos. Esta danza se ha popularizado como un baile erótico inspirado en el descenso al Inframundo de la diosa mesopotámica Inanna o Ishtar. En este descenso, Inanna tuvo que ir despojándose de su indumentaria a medida que pasaba por las siete puertas que guardaban el mundo de los muertos. De igual manera, los siete velos se van quitando del cuerpo de la bailarina generando lo que actualmente se denomina un striptease. El origen oriental de esta danza, sumado al de la princesa hebrea, desembocó en sus representaciones más exóticas y exuberantes entre los decadentes. El artista Gustave Moreau convertirá a Salomé en la figura principal de su obra, por encarnar a la perfección la belleza perversa causante de muerte y dolor en torno a la que giran sus representaciones simbolistas. Salomé se transforma en un personaje enigmático y elegante, que se muestra impasible ante su macabra petición. Con atributos y decorados orientales y exóticos, destacando las joyas y abalorios que decoran su cuerpo y, en algunas ocasiones, tatuajes en su piel, casi consigue hacer escuchar las melodías extranjeras que Salomé se dispone a danzar. Algunos escritores de la época, catalogarían las Salomés de Moreau como “prostitutas místicas”, propiciados el profundo carácter sexual de las mujeres representadas y por los elementos de modas restringidas a clases sociales marginales, como los mencionados tatuajes (Bornay, 2020, p. 151). Fig. 41. Gustave Moreau, Salomé, 1871, óleo sobre tela. Al fondo, Herodes se encuentra sentado en su trono, junto al verdugo. A la izquierda se aprecian a Herodías y una criada. Todos están expectantes ante la danza de Salomé. Esta se dispone a comenzar su danza, ataviada por una tela azul y una gran corona, muestra su cuerpo desnudo y tatuado. Fig. 42. Gustave Moreau, Salomé danzante, 1874-1876, óleo. Similar a la obra anterior, pero, al fondo se aprecia una figura de Ártemis de Éfeso de múltiples pechos. Esta escultura, originariamente, simbolizaba el carácter fértil de la mujer. Para los decadentes, la multiplicidad de los senos representa la castración masculina frente a la sexualidad femenina exacerbada. La escultura, coronando la escena, no es más que otra representación simbólica de Salomé y su esencia castradora finisecular, una anunciación de lo que está por suceder. Fig. 43. Gustave Moreau, La aparición, ca. 1876, acuarela. Adoptando la misma pose y, de nuevo, como una princesa exótica oriental, Salomé desnuda y decorada con pedrería, señala la cabeza sangrante que se ha alzado de la bandeja. Donde se encontraba la Ártemis de Éfeso, ahora aparece una divinidad hindú. Esta obra adquiere un carácter moral de cómo la divinidad masculina vencerá, incluso tras la muerte, a aquellos que, como Salomé, se subordinan a los placeres de la carne. Fig. 44. Gustave Moreau, Salomé llevando la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja, 1876, óleo sobre lienzo. De manera más austera y con un aspecto más europeo, Moreau repite la iconografía tradicional de Salomé, alejándose de sus obras anteriores. Aun así, ella, con su larga cabellera, va ricamente vestida. Oscar Wilde (1979) crearía, en 1891, una personal Salomé que trastocaría la leyenda original y ensalzaría la figura de la joven como una femme fatale por encima de todas las demás en el campo literario. La ya icónica bailarina oriental se encuentra profunda y obsesivamente enamorada de Iokanaan (Juan el Bautista), pero es rechazada por él. Por despecho, Salomé sería quien idea pedir la cabeza del Bautista, hecho que enfurecerá a Herodes sobremanera, puesto que él se encuentra enamorado de su hijastra. Al llegar ante ella el despojo, le susurra cerca de su rostro como si aún pudiera oírle que, si bien no ha querido besarla en vida, lo hará ahora en la muerte: “No has querido dejarme besar tu boca, Iokanaan. Pues bien, la besaré ahora. La morderé con mis dientes como si fuera un fruto maduro” (p. 78). Salomé quiere poseer al hombre al precio que sea, le da igual pasar por encima de su cadáver si así consigue satisfacer sus deseos. Es maquiavélica, vengativa, caprichosa y sádica. Pasa de ser un sujeto pasivo, como peón de la venganza de su madre u objeto de deseo y lujuria de su padrastro, a sujeto activo, una agresiva y poderosa criatura sexual. En esta Salomé el Eros y el Tánatos se hacen uno, es el sumun de la femme fatale que provocará toda una iconografía, ya no solo con un marcada temática erótica, sino necrofílica y que prevalecería sobre cualquier otra Salomé literaria de la época (Bornay, 2020, pp. 98-99). Los artistas plásticos no dudaron en hacerse eco de esta nueva versión mucho más oscura y perversa de la bíblica bailarina, que encajaría a la perfección con la moda de la época y sus ansias de condenar a la New Woman. Las imágenes finiseculares y del siglo XX se vuelven mucho más obscenas y explícitas. Salomé les otorgaba la figura perfecta para dar rienda suelta a los fetiches eróticos más inmorales. Ya nada queda de esa princesa hebrea renacentista y barroca vestida con elegantes trajes y cabellera rubia. Manteniendo la línea que propuso Moreau, ahora, aunque muestre de igual manera la cabeza en una bandeja, lo hará semidesnuda o completamente sin ropa, como si se encontrara reunida con su amante, exótica y oriental, con su cabellera negra como la noche o rojiza y, a excepción de algún artista (fig. 47), siempre será una mujer adulta, joven y atractiva, perdición para el hombre. Fig. 45. Aubrey Beardsley, El clímax (El beso), 1894, grabado, ilustración para la traducción inglesa de Salomé de Oscar Wilde publicado ese mismo año. Dentro del paisaje onírico, Salomé levita sosteniendo la cabeza de Iokanaan dispuesta a besarlo (o después de hacerlo). Él mantiene los ojos cerrados para no ver su rostro con una maléfica expresión. Una gran gota de sangre cae desde la cabeza y, junto con una tela del vestido de ella, forman el símbolo de la cruz, que se contrapone con el carácter demoníaco de ella, acentuado por dos mechones que se alzan como cuernos. Fig. 46. Aubrey Beardsley, El momento supremo, 1894, grabado, ilustración para la traducción inglesa de Salomé de Oscar Wilde publicado ese mismo año. Con el rostro en tres cuartos de ella, que muestra más nítidamente su expresión malévola, levanta el cabello del rostro de Iokanaan para observarle mejor, mientras su pelo se confunde con la sangre que gotea. Al contrario que la ilustración anterior, esta Salomé viste con una larga túnica negra, como si ella estuviera de luto o personificara la misma muerte. Fig. 47. Édouard Toudouze, Salomé triunfante, ca. 1886, óleo. Se trata de una infantil Salomé que, con sus aún cortas piernas, no llega al suelo sentada en el trono. Viste con velos, abalorios y una corona floral. Se muerde un dedo mientras mira al espectador, provocativa, olvidándose de su “juguete”, la brillante cabeza que reposa a sus pies. Se trata de una perversión de la imagen infantil, otorgándole un grado de pederastia a la escena que, si bien Salomé era aún una niña en el relato bíblico, el fuerte carácter sexual de los decimonónicos, lo desvirtúa generando “una aprendiz de mujer fatal” (Bornay, 2020, p. 124) y una imagen de mal gusto. Fig. 48. Max Klinger, La nueva Salomé, 1887-1888. Casi como si se tratara de una mujer del Lejano Oriente, Salomé viste con una túnica suelta mostrando no una, sino dos cabezas varoniles decapitadas. Sus ojos darán a entender que se encuentra bajo una posesión demoníaca y que la comparte con una de las cabezas. De esta manera, sumándole su media sonrisa, Salomé está satisfecha en su rol de la nueva muerte. Fig. 49. Leon Herbo, Salomé, 1889, óleo. Con el torso descubierto, Salomé mira imperturbable al espectador, mostrando la cabeza en la bandeja. Fig. 50. Lucien Lévy-Dhurmer, Salomé, 1896, pastel. Salomé rodea con sus brazos la cabeza del santo que resplandece como si tuviera potencias de Cristo, y lo besa apasionadamente, generando una imagen indudablemente necrofílica. Fig. 51. Edvard Munch, Autorretrato o Paráfrasis de Salomé, ca. 1898, acuarela. Esta Salomé sin rostro, mantiene vivo el fetiche sexual de la cabellera larga que atrapa la cabeza decapitada del propio artista. Aunando estas figuras con el fondo sangriento, Munch simboliza la mujer castradora, que tan implícitamente demuestra en su obra que teme pero, a la vez, le resulta irresistible. Fig. 52. Edvard Munch, Salomé, 1903, litografía. De nuevo autorretratándose en la cabeza del Bautista, Munch muestra el rostro de la feminidad que teme. Los ojos de ella se encuentran entornados y sus labios se extienden en una sonrisa misteriosa. Apoya su cabeza sobre la cercenada, casi con dulzura, y su cabello la rodea, confundiéndose con el de él. De nuevo, Munch se muestra atrapado en las redes de las mujeres que tanto le atraían y temía. Fig. 53. Jean Benner, Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, 1899, óleo sobre lienzo. En este austero retrato, Salomé muestra con una leve sonrisa y un pecho desvelado por el vestido, su premio. Es destacable la diferencia de edad que se establece implícitamente solo por la diferencia de las dimensiones de las dos cabezas, estableciendo que, en realidad, Salomé aún no ha llegado a la edad adulta. Fig. 54. Franz von Bayros, Salomé con la cabeza de San Juan, ca. 1900, grabado. El autor ya no insinúa el contenido erótico, sino que vuelve pornográfica a esta Salomé que introduce la punta de uno de sus senos en la boca entreabierta del Bautista. Fig. 55. Franz von Bayros, Salomé jugando con la cabeza de Juan el Bautista, ca. 1900. Bajo la estética y temáticas típicas del artista, se muestra una pornográfica Salomé que juega con la cabeza utilizando sus pies (otro fetiche sexual). Sobre su frente se eleva, como si de una tiara se tratara, un órgano viril erecto y, la cabellera el hombre se une, a su vez, con el falo de una escultura que se encuentra tras ella. El mueble sobre el que juega, está decorado con figuras femeninas en posturas obscenas y aparece la concha, símbolo asociado a Afrodita, en la base de la escultura. Fig. 56. Lovis Corinth, Salomé, 1900, óleo sobre tela. Como una auténtica femme fatale, Salomé se inclina hacia la cabeza para abrirle los ojos, cerciorándose de su muerte, con sus senos al descubierto, los cuales casi rozan la cabeza en el gesto. Salomé se presenta como una mujer ostentosa que tiene pleno control de los hombres que la rodean (uno es el verdugo sonriente, otro se arrodilla ante ella llevándole la cabeza, y dos más se llevan el cadáver de Juan). En su conjunto es una imagen muy erótica y algo grotesca. Fig. 57. Georges Privat Livemont, Salomé, 1900-1910, óleo. Con su cuerpo pálido y únicamente cubierto por joyas, Salomé se abraza y besa la cabeza del mártir como en la obra de Lévy-Dhurmer (fig. 50). Fig. 58. Pierre Bonnaud, Salomé, ca. 1900, óleo sobre lienzo. Completamente desnuda, a falta de un velo y algunas joyas, Salomé mira con suficiencia y superioridad la cabeza del mártir, que parece devolverle la mirada. Fig. 59. Georges Desvallières, Salomé, 1905. Vestida con largos y transparentes velos y un ostentoso tocado, Salomé mira al espectador, sonriente, mientras alza la cabeza ennegrecida del Bautista que aún gotea sangre. Tras ella, el verdugo se encuentra armado con el hacha. Fig. 60. Franz von Stuck, Salomé, 1906, óleo sobre lienzo. La joven, con el torso desnudo y decorada bajo el estilo oriental, continúa bailando, sonriente, mientras un grotesco personaje le acerca en una bandeja su trofeo. Fig. 61. Eder Gyula, Salomé sosteniendo la cabeza cortada de Juan el Bautista, 1907. Recordando a las imágenes de Perseo alzando a Medusa, Salomé muestra victoriosa la cabeza decapitada, con el torso descubierto, pero su rostro denota enajenación y frenesí en la aun no finalizada danza. Fig. 62. Gustav-Adolf Mossa, Salomé, 1908. Como si se tratara de toda una mujer noble de la época, Salomé se encuentra vestida a la moda, con la cabeza cercenada a sus pies, convertida en una macabra mascota. Fig. 63. Gustav-Adolf Mossa, Salomé, siglo XX. De nuevo, Salomé besa la cabeza sangrante, recuperando, una vez más, la necrofilia de Wilde. Fig. 64. Gustav-Adolf Mossa, Salomé, siglo XX. Con un carácter infantil con la muñeca ante ella, Salomé, dejando al descubierto un seno, lame la sangre de la espada que ha cortado las cabezas que adornan el rosal tras ella. Fig. 65. Leopold Schmutzler, Danza de Salomé, 1907, óleo. Salomé, profusamente engalanada con joyas, velos y plumas de pavo real, dejando su pecho al descubierto, señala fuera de sí por su victoria, la cabeza que observa hipnotizada. Fig. 66. Max Oppenheimer, Salomé, 1913. La mujer, completamente desnuda, sostiene en el lecho la cabeza sangrante del hombre que acerca a su entrepierna. Con reminiscencias de la menstruación al encontrarse manchada en la zona de sus genitales de sangre, la imagen es obscena y grotesca. Se introduce en un mundo en el que se aúnan temas tabú, fetiches inmorales y pornografía explícita. Fig. 67. Paul Mansip, Salomé, 1915, bronce. La mujer, envuelta en atuendos orientales, danza radiante sobre la cabeza del hombre. Fig. 68. Harry Clarke, Salomé, vitral en la Iglesia de San Juan Bautista en Duhill, Irlanda, 1925. Salomé mira con una expresión malévola la cabeza del Bautista. Ella es la malvada que ha perpetrado su muerte. Richard Strauss se haría eco de la Salomé de Oscar Wilde y compondría, en 1905, una ópera en la que incluiría la ya mítica danza de los siete velos. Tanto la obra teatral de Wilde como la ópera de Strauss no tuvieron buena acogida en la época. La combinación de un relato bíblico con una trama tan explícitamente erótica y de dudosa moral, causó grandes polémicas entre el público de la época. Aun así, grandes actrices, sopranos y bailarinas han encarnado este personaje sobre un escenario y dentro de la gran pantalla, versionándolo y haciéndolo suyo (fig. 69). El cine recogería el legado plástico y literario generando diversas películas a lo largo de los siglos XX y XXI. Todas bajo el título de Salomé, con alguna excepción: film de J. Gordon Edwards (1918) (fig. 71), de William Dieterle (1953), de Pedro Almodóvar (1978), El último baile de Salomé de Ken Russell (1988), la película de Carlos Saura (2002) (fig. 72) o la de Al Pacino (2013) (fig. 73). Fig. 69. La actriz y bailarina Maud Allan como Salomé en su producción Visión de Salomé, basada en la obra teatral de Oscar Wilde, 1906. La danza de los siete velos que realizó tuvo muchísima transcendencia en la época. Fig. 70. La soprano Franchette Verhunk como Salomé representando en Viena la ópera homónima de Richard Strauss en 1907. Fig. 71. Theda Bara interpretando a la protagonista en Salomé, J. Gordon Edwards, 1918. El guion estuvo basado en los textos de Flavio Josefo, Antigüedades judías, y la obra teatral de Oscar Wilde. Fig. 72. Aída Gómez, bailarina y coreógrafa como Salomé en la película de Carlos Saura, 2002. Fig. 73. Jessica Chastain como la erótica Salomé en el film homónimo de Al Pacino, 2013. En el icónico film de Blade Runner (1982), dirigido por Ridley Scott, Zhora es una mujer-máquina, un robot llamado replicante Nexus 6, iguales al ser humano pero con habilidades superiores, como la agilidad o la fuerza. Los replicantes han desarrollado una capacidad emocional muy alta que les ha hecho revelarse contra los seres humanos ya que, tras una programación de cuatro años, sus vidas llegan a su fin. Para conseguir acabar con ellos, los blade runner, una brigada especial de la policía, se encargan de darlos caza. El personaje de Zhora aparece por primera vez en una fotografía tumbada, con un turbante oriental en su cabeza y un ofidio tatuado en su cuello, mientras se refleja en un espejo. Trabaja como bailarina de striptease en un club nocturno, donde su nombre es el de señorita Salomé, domadora de serpientes. Su espectáculo consta de una danza erótica con el reptil alrededor de su cuerpo y este se cubre con brillantes y purpurina que se asemeja a las escamas de la serpiente (fig. 74). Es perseguida por el blade runner Deckard que, tras una formidable pelea en la que ella se presenta como una gran guerrera Amazona, la dispara varias veces, siendo su muerte filmada a cámara lenta con gran dramatismo y sensualidad. Fig. 74. Joanna Cassidy como Zhora/Señorita Salomé en Blade Runner, Ridley Scott, 1982. Ya simplemente en la presentación del personaje, Zhora es una representación que recoge todas las características asociadas por hegemonía al género femenino: se presenta tumbada, pasiva, exótica, con atributos asociados a la maldad y, por supuesto, a la sensualidad y sexualidad femenina (Hormigos, 2016), reforzados por la vanidad de la belleza al encontrarse reflejada en el espejo. Su personaje trae a la memoria claramente el imaginario de Salomé, ya no solo por su nombre artístico, sino por su similitud con el relato bíblico donde danza de manera insinuante ante los hombres del club o que se encuentran de celebración, como fue el caso del banquete de cumpleaños de Herodes. La estética, tan vinculada con la sierpe, la acerca a las obras decimonónicas de Franz von Stuck, Sensualidad (1891), El pecado (1893) o El vicio (1899) o a la Salambó (ca. 1881) de Gabriel Ferrier257. Salomé aparece dentro de los cómics de Marvel bajo dos personajes, aunque solo toman de ella su nombre y su herencia en el imaginario como villana de la historia. La primera, cuya primera aparición se produjo en Savage Sword of Conan #5, fue creada por R. E. Howard, Roy Thomas y J. Buscema en 1975. Es una mujer atractiva, rubia, con el cabello largo, gemela de Tamaris, ambas hijas de la Reina de Khauran Ialamia y descendientes de Semiramis. Por nacer con la marca de la bruja en su piel, fue abandonada en el desierto siendo un bebé y dada por muerta por toda su familia. Al crecer, regresa para vengarse e intentar usurparle el trono a su hermana, haciéndose pasar por ella. Finalmente será asesinada por Conan (fig. 75). El segundo personaje es la Seminaris/Salomé, cuya primera aparición se produjo en 1994 y fue creada por David Quinn y G. Isherwood, descendiente directa de la antigua Seminaris, la cual fue una gran hechicera. Se convierte en hechicera suprema dentro de la historia del Doctor Strange y acaba siendo la antagonista y enemiga de este. Tiene la piel gris o azul, los ojos amarillos, el pelo blanco y unas alas de murciélago a su espalda. Viste con pocas prendas, similares a las otorgadas a Salomé a lo largo de los siglos XIX y XX (fig. 76). 257 Véase las figuras 17, 18 y 19 del capítulo VI. Vampiras. B. Lilit. Fig. 75. Salomé en Savage Sword of Conan #5, R. E. Howard, Roy Thomas y J. Buscema, Marvel Comics, 1975. Fig. 76. Semiramis/Salomé en Marvel Comics presenta #146, David Quinn y G. Isherwood, Marvel Comics, 1994. En el mundo de los videojuegos, Salomé aparece en Megami Tensei258 en un único videojuego de la saga como femme race. Su aspecto es el de una mujer con vestido largo, colorido y escotado. (fig. 77). También es un personaje o espíritu heroico en el Fate/Grand Order259. Su apariencia está altamente sexualizada, vistiendo con pocas prendas y en tonos rojizos. Se sienta sobre una gran calavera (la de Juan cristalizada) y puede invocar a otras más pequeñas. De su boca, gotea algo de sangre, lo que le otorga cierto carácter vampírico (fig. 78). Dentro del juego, su historia la convierte en una chica dulce y pura hasta que se enamoró de Juan el Bautista, donde su amor obsesivo, la llevó por la locura. Desde entonces, es una mujer ninfómana, que se siente atraída sexualmente por todos, cruel y viciosa incluso con sus seres queridos y, que no dudará en cortarle la cabeza a quien se le ponga por delante. En Monster Strike260 es un avatar electo del juego, de clase demi-humano y elemento madera. Es una mujer de pelo largo y rosado, ojos del mismo color y con una corona de flores. Viste con un vestido verde, que recuerda a la estética hebrea, y juega y corretea con una criatura con forma de cabeza masculina con extremidades (fig. 79). 258 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. C. Izanami. 259 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. A. Ereshkigal. 260260 Para consultar más datos sobre esta saga de videojuegos, véase el epígrafe I. Ctónicas. B. Tiamat. Fig. 77. Salomé en Megami Tensei, Atlus, década de los 90, Japón. Fig. 78. Salomé en Fate/Grand Order, Delightworks, 2015, Japón. Fig. 79. Salomé en Monster Strike, Mixi, 2013, Japón. Tú eres la gloria de Jerusalén, tú el orgullo de Israel, tú el honor de nuestra raza. Tú sola has hecho todo esto. Has hecho un gran bien a Israel, y Dios se ha complacido en ello. Que el Señor todopoderoso te bendiga por siempre jamás. La Biblia, Judit 15: 9-10. El nombre de Judit proviene del hebreo Yehudit, que significa “la judía”. Conocida como Judit de Betulia, su historia se cuenta en el Libro de Judit que, mientras que para la Iglesia católica y ortodoxa se considera un libro canónico, no es así dentro de las instituciones hebreas ni las cristianas reformadas que, en este caso, lo estiman como libro apócrifo. Rondaba el año 592 a. n. e. cuando el rey de los asirios, Nabucodonosor II, entró en guerra contra el rey Arfaxad. Nabucodonosor solicitó ayuda a los territorios de Persia, Judea, Moab, Damasco, Cilicia y Egipto, pero todos rechazaron a sus mensajeros, por lo que el rey juró venganza. Cinco años más tarde, el rey asirio venció a Arfaxad y, un año más tarde, Nabucodonosor decidió comenzar su campaña de venganza. Para ello hizo llamar a su general Holofernes y le ordenó que comenzara la conquista hacia occidente armado con un poderoso ejército conformado por casi ciento cincuenta mil soldados. El general cumplió lo mandado y subyugó a numerosas tierras: “Tenía decidido exterminar a todos los dioses de la tierra, para que todos los pueblos adorasen sólo a Nabucodonosor, y todas las lenguas y tribus lo invocasen como dios” (Judit 3:8). Pero los judíos, pese a que no entraron en combate directo, se refugiaron en las montañas y en ciudades de difícil acceso, negándose a rendirse. Estaba Holofernes a las puertas de la ciudad de Betulia cuando fue aconsejado realizar un asedio y negarles el acceso a las fuentes de agua, de esta manera, el pueblo sufriría y languidecería lentamente y, sin perder a ni uno de sus soldados, se rendirían. Los habitantes de Betulia se quejaron a sus dirigentes cuando llevaban más de un mes de asedio, y estos les aseguraron que debían aguantar cinco días más261, si no llegaba la ayuda de Dios, abrirían las puertas a los asirios para no morir entre sus muros. En medio de aquella situación desesperada, se presenta a Judit, una mujer bella y atractiva, viuda desde hacía tres años, que llevaba riguroso luto desde entonces, ayunaba casi siempre, administraba la finca y bienes materiales que su esposo, Manasés, le había legado y era respetada por todos, ya que era muy religiosa y, desde niña, muy inteligente, sabia y de buen corazón. Es por ello que, cuando se enteró del amotinamiento del pueblo contra sus ancianos y la promesa que estos habían hecho de entregar la ciudad si Dios no les prestaba ayuda, Judit envió su criada de más confianza a buscar a los dirigentes de Betulia para que los trajera ante ella. En su encuentro, Judit habló con severidad, sensatez y claridad: “¿Quiénes sois vosotros para poner a prueba a Dios y suplantarlo públicamente?” (Jdt 8:12). Les reprende exigir a Dios su ayuda sin mediar ellos en su destino pues, si la ciudad cae, toda Judea caerá tras ella y el regreso a la esclavitud del pueblo judío solo será el castigo impuesto por Dios por haber deshonrado y permitido la profanación de sus templos y su tierra. Los ancianos le dieron la razón, pero ¿qué otra cosa podían hacer, además de rezar, ante la súplicas de un pueblo que se muere de sed? Judit respondió que, antes de que se cumpliera el plazo de los cinco días, el Señor se habría valido de ella para liberar al pueblo de Israel, pero que no podían preguntarle en qué consistía tal plan, aunque les aseguró que sería algo que, generación tras generación, se hablaría de la hazaña. Dicho esto, Judit se dispuso a rezar a su dios pidiendo que le otorgue poder a “su lengua seductora” y a “su mano de mujer” para vencer a los arrogantes enemigos. Así, llamó a su criada, se quitó el luto, se bañó, perfumó, peinó, maquilló, decoró su cabeza con una diadema y su cuerpo con joyas, y se vistió con trajes de fiesta, como cuando su marido aún vivía. Llenó alforjas con pan, fruta seca, aceite y vino y se las entregó a su criada. Salió de casa y se encontró con los ancianos, que se quedaron prendados de su belleza ante tal 261 La cantidad de días de asedio tras esos cinco más de espera, ascendería a cuarenta días. Esa cantidad de tiempo es un número simbólico y reiterativo dentro del Antiguo y Nuevo Testamento: cuarenta días con sus cuarenta noches duró el diluvio universal; cuarenta años marchó Moisés con el pueblo de Israel por el desierto hasta la Tierra Prometida y cuarenta días rezó hasta que recibió las Tablas de la Ley; Goliat asedió a los israelitas durante cuarenta días hasta que fue vencido por David y este reinó durante cuarenta años, al igual que Saúl y Salomón; el profeta Elías vagó por el desierto cuarenta días en ayuno; Jesús fue presentado en el templo a los cuarenta días de nacer, cuarenta días vagó por el desierto y otros cuarenta tardó en aparecerse a sus discípulos antes de transfigurarse; y, actualmente y durante siglos, cuarenta días dura la Cuaresma antes de la Semana Santa. cambio. Exigió que le abrieran las muertas y bajó la ladera de la montaña acompañada de su criada, hasta que sus compatriotas la perdieron de vista. Al aproximarse al campamento enemigo, fue interceptada por unos soldados que le preguntaron que quién era, de dónde venía y adónde iba. Judit respondió que era hebrea, pero que huía de su pueblo porque no estaba dispuesta a perecer con él. Se ofreció como espía de Holofernes, para proporcionarle información y un camino a través de la montaña para hacerse con la ciudad sin causar bajas en su ejército. Los soldados le aseguraron que la escoltarían hasta estar ante su general y que nada le pasaría. Acompañada de cien soldados fue escoltada y poco tardó en correrse la voz entre las tropas de la llegada de la belleza hebrea, que no comprendían cómo un pueblo puede despreciar a mujeres tan hermosas y preguntándose cómo serían el resto de mujeres y hombres dentro de sus murallas, si esa joven era así de espectacular. Holofernes, que se encontraba en su lecho bajo un dosel decorado con tela púrpura, oro, esmeraldas y demás piedras preciosas, se dirigió hacia la entrada de su tienda con sus servidores y todos quedaron cautivados por la belleza de Judit. Ella se postró en el suelo, pero fue recogida por los sirvientes del general, y este la tranquilizó asegurándole que, por haberse unido a ellos, su vida no corría peligro. Judit le comunica que su Dios le ha anunciado que el pueblo de Israel pecará a causa de la desesperación producida por la sed y el hambre. En ese momento, el Señor se lo comunicará y ella avisará a Holofernes para que marche con sus tropas, hasta hacerse con todo el poder de Judea hasta Jerusalén, constituyendo el castigo divino otorgado a su pueblo por sus pecados. Holofernes, complacido ante sus palabras, le promete que, en ese caso, su Dios se convertirá en el suyo y que ella residirá en el hogar del rey Nabucodonosor y será recordada por siempre. Holofernes puso a cargo de Judit al eunuco Bagoas y, durante tres días, con sus tres noches, Judit solicitaba salir del campamento para bañarse, purificarse y orar, así como también para comer de sus viandas y no caer en el pecado de consumir las de los asirios. Al cuarto día, Holofernes mandó al eunuco a buscar a Judit y convencerla para asistir a un banquete que había organizado con sus servidores, con el fin de acostarse con ella al final de la velada. Judit accedió y se engalanó y embelleció para el banquete, en el que solo comió y bebió de sus propias viandas. Holofernes quedó cautivado de nuevo al verla y, entusiasmado, bebió como nunca antes lo había hecho, hasta caer dormido, completamente ebrio en su alcoba. Los invitados salieron y les dejaron a solas, momento en el que Judit rezó a su dios para que le diera fuerzas para llevar a cabo su plan. Desenvainó el alfanje de Holofernes, le agarró de la cabellera y, asestándole dos golpes en el cuello, le decapitó. Rodó el cadáver fuera del lecho y desenganchó el dosel, llevándoselo. Judit salió de la tienda, le entregó la cabeza a su criada, que la guardó en sus alforjas y, como todas las noches, siguieron la misma ruta como si también fueran a orar y bañarse; en cambio, se dirigieron monte arriba, hacia Betulia. Allí le abrieron las puertas y Judit enseñó orgullosa la cabeza de Holofernes y el ostentoso dosel de su tienda como prueba de la identidad del hombre decapitado y de la hazaña que Dios había hecho a través de ella. Mandó colocar la cabeza en las almenas de la muralla y marchar sobre los asirios, augurando que, cuando estos les vieran, darían la voz de alarma dispuestos a masacrarlos, pero su arrogancia y seguridad se verá vencida cuando descubran que el cadáver de Holofernes y la desaparición de Judit, que desvelará la verdad de los hechos. Todo lo que ella predijo se cumplió. Al descubrir el engaño, los asirios huyeron descontrolados y los israelitas pudieron vencerles con facilidad y saquear sus tesoros. Las celebraciones y alabanzas hacia Judit y Dios duraron tres meses, tras este periodo, todo el mundo volvió a sus menesteres. La fama de Judit no dejó de crecer ningún día de su vida, y tuvo numerosos pretendientes, pero no volvió a casarse. Liberó a su criada y falleció a la edad de 105 años en Betulia. El pueblo le dio sepultura y guardaron luto durante siete días en su honor. Legó sus abundantes bienes (que aumentaron considerablemente tras el saqueo a los asirios) a su familia y a la de su marido. Y durante todo el resto de su vida y hasta mucho tiempo después de su muerte, el pueblo de Israel estuvo a salvo y nadie se atrevió a amenazarles (Jdt 1-16). La datación del libro más aceptada es en torno al siglo II a. n. e., momento histórico en el que los sucesores de Alejandro Magno dominaban política y militarmente Oriente Medio y pretendían imponerse también culturalmente. La cultura y religión de los judíos en esta zona peligraba. El Libro de Judit surgió como relato anónimo que expone que el pueblo israelí no es la primera vez que se ha visto amenazado, y alimentaba las esperanzas de salir victoriosos frente a la amenaza helena. No se sabe a ciencia cierta si Judit es un personaje realmente histórico o si es ficticio, al igual que sus hazañas. La mezcla de lugares, personajes y acontecimientos históricos reales con alusiones teológicas y bíblicas, no acredita la veracidad de los hechos, pero sí que posee una función didáctica y moraleja fundamental: Dios ha salvado a su pueblo en otras ocasiones y los acompañará siempre, pero el pueblo también es responsable de su propia salvación (La Biblia, 1993). De esta manera, se genera un debate teológico entre los dos bandos. Por una parte el ejército invasor, con Holofernes al frente, simbolizando el poder bélico de los seres humanos, la prepotencia y orgullo de sus imperios materiales; mientras que Judit y Betulia representan la confianza en Dios y la fe plena de los humildes. Al salir victoriosa Judit como líder voluntariosa que antepone la vida de su pueblo a su integridad física, Dios la ha recompensado. Como ella, todos aquellos que profesen tal fe y realicen acciones para proteger a los oprimidos y débiles, saldrán igualmente triunfantes y recompensados. Judit no duda en ningún momento de su fe y es una figura con muchísima relevancia dentro de la jerarquía de su pueblo. En su primera aparición ella hace que los dirigentes vayan a verla para reprenderles, ni siquiera es ella quien va a verles. Los ancianos jamás dudan de su palabra y la cumplen rigurosamente, aceptan, humildes, los errores de los que ella les acusa y la dejan hacer y tomar decisiones. No parece que esto suceda a causa de la desesperación, los mismos ancianos aseguran que la conocen desde su nacimiento y confían en su criterio. Tras sus hazañas (en las que Judit no deja de recalcar que ha sido Dios por medio de ella quien las ha realizado), se alza como la salvadora del pueblo, alabada y respetada hasta el fin de sus días. Judit es toda una heroína y no hay un solo versículo del relato bíblico que lo ponga en duda, contradiciendo los preceptos sobre la mujer que en muchísimas otras ocasiones expone. Se engrandece su sabiduría e inteligencia, su astucia, destaca en numerosas ocasiones su belleza y que, gracias a ella y su poder de seducción, vence a Holofernes. Pero ella da las gracias a Dios por no dejar que el plan la deshonrase: “Juro por el Señor que ha protegido mis pasos, que fue mi rostro el que le sedujo para su perdición, pero no llegó a pecar conmigo. Eso hubiera sido para mí denigrante y deshonroso” (Jdt 13: 16). Incluso el Malleus Maleficarum, a pesar de las continuas referencias peyorativas hacia la mujer, ensalza la figura de Judit: “Sin embargo, también existe el elogio de las mujeres buenas, cuando leemos que han hecho la felicidad de los hombres. Han salvado pueblos, tierras y ciudades, como Judit, Débora y Ester” (Kramer & Sprenger, 1486/2004, p. 100). Mientras que Salomé es concebida haciendo uso de su poder de seducción, únicamente el poder femenino, para conseguir sus fines, Judit aúna ese poder femenino con conductas asociadas tradicionalmente a los varones, la astucia y la violencia física. De esta manera, ella encandila a Holofernes con su belleza y la promesa implícita de una noche de pasión, pero realiza, por sí misma, la muerte violenta de este, cuando Herodías/Salomé solo la pidió y le fue concedida. Judit se considera una heroína ya que su historia se enmarca dentro del patriotismo y una firme religiosidad (Eetessam, 2015, p. 182), por lo que se le perdona que usara la seducción, se embelleciera e, incluso, que blandiera ella la espada. A lo largo de los siglos, Judit sería representada como la heroína y salvadora del pueblo. Una mujer valiente, hermosa y astuta que cercena con determinación la cabeza del enemigo o la muestra orgullosa al pueblo. El Renacimiento y el Barroco generaron imágenes de una Judit piadosa y valiente, que antepone la vida de su pueblo a la suya propia, con más o menos recreación sádica en la escena de la decapitación. Esta Judit es piadosa en varias ocasiones y abnegada. En muchas de ellas, se encontrará acompañada de su criada incluso en el momento de la decapitación, haciéndola cómplice (en el relato bíblico, la criada la espera fuera y Judit le cede la cabeza para que la guardara). Pero algunos autores como Lucas Cranach el Viejo, Hans Baldung Grien o Jan Sanders van Hemessen serán de los primeros artistas que, desvirtuando esta imagen, generarán varias Judits que servirán como antecedentes para la metamorfosis de su iconografía en el siglo XIX. Sus viudas bíblicas comienzan a hacer cuestionar al espectador hasta qué punto Judit se encontraba en plena facultad de sus capacidades y seguía el plan de Dios. De esta manera, a pesar de que en el relato bíblico se especifique que Judit en ningún momento mantuvo contacto sexual con Holofernes y que lo único que le sedujo de ella fue la belleza de su rostro, estos aristas dejarán ver que disfruta del asesinato o ya comenzarán a desnudarla, quizá como excusa para realizar estudios anatómicos femeninos, pero cruciales para el desarrollo perverso de la imagen de Judit en la iconografía y en el imaginario posterior. Fig. 1. Ficha de juego de marfil con Judit y Holofernes, siglo XII, Francia. Fig. 2. Miniatura en un manuscrito de la Abadía de San Bertín, 1190-1200. Judit decapita al general dormido y ordena que le abran la puerta y colocar la cabeza en las almenas. Fig. 4. Grabado para los Crónicas de Núremberg, 1493. Fig. 3. Copia del original de Donatello, Judit y Holofernes, 1453-1457, bronce, Piazza della Signoria, Florencia. Fotografía propia. Bastante fiel a las descripciones bíblicas, se trata de la segunda decapitación de la plaza. Mientras que el Perseo de Cellini alza orgulloso e impasible la cabeza de Medusa y su cadáver yace a sus pies, Judit y Holofernes se muestran como un anticipo y no es tan violenta la imagen. Fig. 5. Botticelli, El Descubrimiento del Cuerpo de Holofernes y Judit regresa a Betulia, 1470-1475, témpera sobre madera, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 6. Andrea Mantegna, Judit y la doncella con la cabeza de Holofernes, ca. 1495, óleo sobre tabla. Judit le pasa la cabeza a la sirvienta. Fig. 7. Israhel van Meckenem, Judit, siglo XV, grabado (detalle). Al igual que la anterior, la criada la espera fuera y ella guarda la cabeza mientras se asegura de que nadie las observa. Fig. 9. Miguel Ángel, Judit y Holofernes, 1508-1512, fresco en la Capilla Sixtina. Con dos escenas muy marcadas, separadas por el muro, Judit y su sirvienta huyen en la noche, mientras miran atrás, donde yace el cuerpo sin vida de Holofernes. Fig. 8. Giorgione, Judit con la cabeza de Holofernes, 1504, óleo sobre lienzo. Judit, con una media sonrisa, pisa la cabeza de Holofernes en un claro signo de victoria. Fig. 10. Jacopo Negretti Palma el Viejo, Judit con la cabeza de Holofernes, 1525-1528, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Con una extremada sensibilidad, Judit sale de entre la oscuridad sujetando con firmeza la cabeza. Tiene la cabellera rubia, tonalidad que irá perdiendo popularidad con el paso del tiempo, al igual que esa expresión amable de su rostro. Fig. 11. Barthel Beham, Judit, 1525, grabado. Judit no solo pisa la cabeza, sino que se sienta sobre su cadáver completamente desnuda, en una clara muestra de superioridad femenina frente al hombre. Fig. 13. Marco Palmezzano, Judit con la cabeza de Holofernes, 1525, óleo sobre lienzo. Judit guarda en la alforja la cabeza, mientras aun sostiene el alfanje. Es la sirvienta quien mira al espectador y le hace partícipe de su victoria. A la izquierda puede observarse las figuras de ambas (reconocibles por las tonalidades de sus trajes) que corren monte arriba, hacia Betulia. Fig. 12. Hans Baldung Grien, Judit con la cabeza de Holofernes, ca. 1525, óleo. De nuevo, aparece completamente desnuda, mirando sonriente la cabeza cercenada. Fig. 14. Lucas Cranach el Viejo, Judit con la cabeza de Holofernes, 1525, óleo sobre panel. Judit, en el centro del tondo, se encuentra acompañada por dos damas. A pesar de la similitud entre las tres (además de por sostener la cabeza y la espada) por su atuendo más ricamente decorado. Judit ya entorna los ojos y sonríe al espectador, mostrando el disfrute de sus actos. Fig. 15. Lucas Cranach el Viejo, Judit con la cabeza de Holofernes, ca. 1530, óleo sobre lienzo. Dejándola a ella sola, muestra, orgullosa, el despojo. Viste como a la moda de la época del autor y, nuevamente, se aleja de esas Judits abnegadas y comienza a vislumbrarse una seductora que disfruta con la muerte masculina. Fig. 16. Ambrosius Benson, Judit con la cabeza de Holofernes, 1530-1533, óleo sobre tabla. Dejando ver casi la plenitud de su cuerpo, Judit alza la espada, victoriosa, y sostiene por la cabellera a Holofernes. Fig. 17. Jan Sanders van Hemessen, Judit, ca. 1540, óleo sobre tabla. Mostrando las nalgas y contorsionando su cuerpo, Judit parece que va a dejar caer nuevamente la espada sobre el cuello de Holofernes. Tanto esta como la obra anterior, guardan poca relación con el cuidado que puso Judit en no yacer con el enemigo, dejando a entrever que sí que se pudo realizar algún acto carnal. Fig. 19. Tintoretto, Judit y Holofernes, 1552-1555, óleo sobre lienzo. Judit se asoma sigilosamente, seguida de su criada, y mira a un todavía vivo Holofernes. Fig. 18. Jan Matsys, Judit con la cabeza de Holofernes, 1543, óleo sobre panel. La joven, semidesnuda muestra, entornando los ojos y sonriendo, la cabeza con el alfanje alzado. Fig. 20. Tintoretto, Judit y Holofernes, ca. 1577, óleo sobre lienzo. Ayudada por su sirvienta, Judit cubre el cuerpo de Holofernes. Fig. 21. Tintoretto, Judit y Holofernes, siglo XVI, óleo sobre lienzo. Similar a la obra anterior, criada y señora aparecen en el interior de la tienda. En este caso, Judit le da la cabeza, mientras coge la tela para cubrirle. Fig. 22. Paolo Fiammingo, Judit decapitando a Holofernes, 1580-1590, óleo sobre tabla. Mientras que la sirvienta observa, Judit le va a asestar el segundo golpe a la cabeza que aún no se ha desprendido del cuello. Se trata de una imagen muy explícita en cuanto a la violencia, enfatizada por los chorros de sangre que salen despedidos. Fig. 23. Paolo Veronese, Judit y Holofernes, ca. 1580, óleo sobre tela. Marcando de manera racial (y no solo con la indumentaria) quien es quien en la obra, Judit es presentada como una elegante dama, con el cabello rubio bien peinado y un collar de perlas, a juego con los pendientes, denotando la diferencia social respecto a su sirvienta. Fig. 24. Caravaggio, Judit decapitando a Holofernes, ca. 1599, óleo sobre lienzo. Judit se muestra impasible, mientras que su anciana criada aguarda. A pesar de la violencia de la escena, Caravaggio no sufrió los problemas de censura que tuvo Gentileschi por ser mujer. El claroscuro enfatiza el dramatismo de la escena. Fig. 25. Jacopo Ligozzi, Judit, finales del siglo XVI, óleo. Judit mira al espectador, retándole a impedirla bajar la espada o compartiendo con él lo que está a punto de ocurrir, mientras que la criada se cubre para no verlo. Fig. 26. Atribuido a Louis Finson, Judit y Holofernes, 1607, óleo sobre lienzo. Inspirado en la composición de Caravaggio, Judit continúa vistiendo el luto, mientras se muestra decidida a continuar con su plan. La criada, mucho más humilde y mayor que ella, la mira casi cuestionándola por sus actos. Fig. 27. Giovanni Baglione, Judit con la cabeza de Holofernes, 1608, óleo sobre lienzo. La joven rubia, con el torso descubierto, le cede la cabeza a su criada que mira el cuerpo de Holofernes, mientras ambas se disponen a huir de la tienda. Fig. 28. Cristofano Allori, Judit, 1610-1612, óleo sobre tela, Palazzo Pitti, Florencia. Fotografía propia. La viuda, bellamente vestida con colores vivos, enseña la cabeza cercenada al espectador aun con la espada de empuñadura dorada en la mano. Fig. 29. Guido Reni, Judit, ca. 1620, óleo sobre lienzo. Ataviada con un turbante y vestida con azules y dorados, Judit alza la mirada hacia Dios momentos antes de bajar la espada sobre Holofernes o justo después de hacerlo. Fig. 30. Pedro Pablo Rubens, Judit con la cabeza de Holofernes, ca. 1616, óleo sobre tela. Descubriendo un pecho de la joven de cabellos dorados, le tiende la cabeza a la ciada que la mira, sonriente. Judit alumbrada dramáticamente por la antorcha, dirige su mirada al espectador, aun armada. Fig. 31. Pedro Pablo Rubens, Judit y Holofernes, 1626-1634, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Atmósfera refleja melancólica, poco habitual pues se ha preferido destacar siempre la brutalidad del crimen Fig. 32. Johann Liss, Judit en la tienda de Holofernes, 1624-1625, óleo sobre lienzo. En vez de mostrar la cabeza claramente, el artista ha optado por colocar en primer plano la herida sangrante del cuerpo de Holofernes. Judit da la espalda, pero mira hacia atrás, triunfante. Fig. 33. Pietro della Vecchia, Judit con la cabeza de Holofernes, 1630, óleo sobre lienzo. Judit, con un ostentoso sombrero emplumado, ya ha llegado a Betulia y le concede la cabeza a uno de los soldados para que la coloque en las almenas. Fig. 34. Andrea Vaccaro, Judit con la cabeza de Holofernes, ca. 1630, óleo sobre lienzo. La joven emerge de entre las sombras gracias a la palidez de su piel. El claroscuro permite entender la escena gracias a los juegos de luces, señalando los elementos clave. Fig. 35. Massimo Stanzione, Judit con la cabeza de Holofernes, ca. 1640, óleo sobre lienzo. De nuevo vistiendo tonalidades saturadas, Judit alza la mirada al cielo, mientras suelta la cabeza en la tela. Es interesante el juego de miradas: Holofernes hacia abajo, hacia el mundo subterráneo y el infierno; la criada hacia Judit, la persona que ayuda y es terrenal; y Judit a Dios, se ha ganado un lugar en el reino de los cielos. Fig. 36. David Teniers el Joven, Judit con la cabeza de Holofernes, ca. 1650, óleo sobre cobre. Con un Holofernes más rubio e imberbe de lo habitual, así como el terror en sus ojos aun abiertos, Judit observa al espectador, ataviada como una mujer del siglo XVII. Fig. 37. Jan de Bray, Judit y Holofernes, 1659, óleo sobre tabla. Quizá de las pocas representaciones en las que la criada parece sustancialmente más joven que Judit. La viuda, vestida de rojo, se dispone a asestar el golpe fatal sobre un Holofernes dormido. Fig. 38. Cristóbal de Villalpando, Judit, ca. 1690, óleo. Judit es ensalzada como una santa o reina, profusamente engalanada a la moda de la época, portando elementos clave y siendo iluminada por Dios. A sus pies yace la cabeza del asirio, como si del dragón, la serpiente o el mal se tratara. Fig. 39. Judit con la cabeza de Holofernes, siglo XVII, relieve, Museo del Bargello, Florencia. Fotografía propia. En este bajorrelieve, donde el protagonismo reside en los pliegues de las telas y los volúmenes de los rostros, Judit posa ante el espectador mostrando la cabeza y el arma que ha utilizado. Fig. 40. Adam de Coster, Judit con la cabeza de Holofernes, siglo XVII, óleo sobre lienzo. Judit, vestida en tonos rojizos, guarda la cabeza en la alforja que sostiene una ocupada sirvienta que, a falta de manos, muerde la tela a la vez que alumbra la escena con una vela. Fig. 41. Carlo Francesco Nuvolone, Judit con la cabeza de Holofernes, segunda mitad del siglo XVII, óleo sobre lienzo. Con la piel pálida y el cabello oscuro, Judit mira fuera del marco retratado, con la cabeza y sosteniendo la dorada espada. Fig. 42. Philip van Dijk, Judit con la cabeza de Holofernes, 1726, óleo sobre tabla. Dejando un pecho al descubierto, Judit vuelve a hacer cómplice a la anciana criada, que cubre su cabeza con un velo. Fig. 43. Giuseppe Marchesi, Judit ante Holofernes, 1730, óleo. Escena poco popular en el arte. Judit se presenta ante Holofernes que viste como un soldado anacrónico. Ella, bajo las tonalidades azules y doradas, señala fuera de la tienda, solicitando que la permita salir a rezar cada noche. Fig. 44. Ercole Graziani el Joven, Judit con la cabeza de Holofernes, segunda mitad del siglo XVIII, óleo sobre lienzo. Judit es la piadosa servidora de los planes de Dios, que se hace presente mediante la luz cenital. Ella le da las gracias, mientras que la criada recoge el despojo. Fig. 45. Francisco de Goya, Judit moderna, 1797- 1798, sanguina. Bajo una reinterpretación del artista, Judit va a perpetrar lo que parece una venganza contra varios hombres. El contraste ente los retratos de ellos y el anonimato de ella, también aumenta el misterio de la imagen. El mundo de la música también representó la historia bíblica. Se compusieron numerosos oratorios como el de Alessandro Scarlatti (La Giuditta, 1625), Antonio Vivaldi (Judit triunfante, 1716), Francisco Antonio de Almeida (La Giuditta, 1726), Wolfgang Amadeus Mozart (La Betulia Liberata, 1771); y óperas Georg Caspar Schürmann (L’Amor insanguinato oder Holofernes, 1716), Aleksandr Serov (Judith, 1863-1865), Emil Nikolaus von Reznicek (Holofernes, 1923), etc. En la mayoría de estas obras, la línea musical del personaje de Judit suele estar compuesta para mezzo-sopranos, es decir, voces graves femeninas; lo mismo ocurre con otros personajes femeninos como los de Dalila 262 y, en el caso de Salomé, cuando su madre Herodías no aparece en la obra. Esto responde a la tendencia de reservar las voces graves y con más cuerpo y peso para los personajes malvados o que no poseen buenas intenciones dentro de la obra, y es generalizado tanto para voces femeninas como masculinas. De esta manera, las sopranos y los tenores (voces agudas) realizan papeles bondadosos, heroicos, románticos y ellas son las doncellas y delicadas; y las mezzos y contraltos y los barítonos y bajos se reservan para las femme fatales, mujeres empoderadas, con un mínimo de poder o villanos. Judit, debido a la seducción que procura, ya no responde al perfil de mujer cándida, virtuosa y romántica lo que, a pesar de ser la protagonista, adquiere una tesitura grave femenina, hecho que, inconscientemente, le adjudica un rol con connotaciones negativas. En la ópera Sansón y Dalila compuesta por Camille Saint-Saëns y libreto de Ferdinand Lemaire (1877), se ve muy claro este hecho. Dalila, a pesar de que son sus hermanos quienes la ordenan que vaya a seducir a Sansón y a descubrir sus debilidades, es retratada como la malvada de la historia. En una de sus tres arias, Dalila reza, mientras espera la llegada de Sansón, para que se cumpla su plan. Solicita que se encuentre encadenado mañana, vencido por sus encantos, y se refiere a “su magia” como sinónimo de sus poderes de seducción. Dalila, al igual que Judit, está interpretada por una voz grave femenina, lo que la convierte en la antagonista de los hombres. El siglo XIX y los decadentes obviaron el carácter heroico y el resto de virtudes de Judit en favor de ser mostrada como una femme fatale que se relame y disfruta de la decapitación del hombre, la cual ya estaba convertida en una metáfora de la castración masculina (Bornay, 2020, p. 161). Judit deja de aparecer como una mujer elegantemente engalanada y vestida, como en su libro bíblico; las prendas comienzan a desaparecer, mostrando su cuerpo desnudo, en señal de la belleza que llevó a la perdición a Holofernes y, en caso de que permanezcan, sufren una orientalización importante. Esta orientalización, al igual que en los personajes de Salomé o Medea, es una herramienta para diferenciar una sociedad de otra, la del artista y la retratada, adjudicando a lo exótico connotaciones de barbarie y negativas, frente a la civilizada cultura occidental. Bajo la excusa de que se tratan de escenarios extranjeros, era más fácil para los artistas dar rienda suelta a las fantasías sexuales o a las más sádicas, como fue el caso de Judit. La joven viuda comienza a mirar al espectador con descaro en muchas obras, haciéndole partícipe del crimen que ha cometido, ya no es una hazaña salvadora, sino un asesinato macabro. La cabeza es mostrada como trofeo, pero no con las connotaciones de antaño o como Perseo continúa mostrando a la Gorgona decapitada, en ella es un acto atroz que no hace más que recalcar la amenaza y el peligro que supone esa belleza femenina, esa sexualidad desbordada e inmanejable por el 262 A Dalila, procedente del valle del Sórec, le fue encomendada por los jefes de los filisteos la misión de seducir a Sansón y averiguar de dónde procedía su extraordinaria fuerza para poder reducirle, a cambio le pagarían mil monedas de plata cada uno de ellos. De esta manera, Dalila convivió durante días con Sansón y durante todos ellos le preguntaba cuál era su secreto. Sansón siempre le respondía con mentiras y, cuando Dalila las ponía a prueba y se descubría que no le había dicho la verdad, ella le recriminaba que no debía amarla tanto pues solo la engañaba. Finalmente, tras días y días de interrogatorio, Sansón se dio por vencido y le contó la verdad: su fuerza residía en su larga cabellera sin cortar. Nuevamente, Dalila preparó la emboscada y le cortó el cabello, por lo que Sansón perdió su “vigor”, fue prendido, le sacaron los ojos y le encarcelaron. Cuando su cabello volvió a crecer, su fuerza volvió y Sansón pudo vengarse de los filisteos inmolándose con ellos (Jueces, 16). Dalila es, pues, otra mujer bíblica que, gracias a su poder de seducción, llevó hasta la muerte al gran héroe, a pesar de que él no sospechara nunca que, rutinariamente, le tendían una emboscada los filisteos probando el método que le había dicho a Dalila ese día de cómo perdería su fuerza. Es decir, ella nunca fue sutil, pero él acabó cediendo a contarle la verdad, lo que evidencia la falta de cordura que posee a los hombres cuando están bajo el embrujo de la seducción de una mujer. hombre. El siglo XX continuó el legado de los finiseculares, y aparecen una viudas bíblicas vampíricas, castradoras y de dudosa cordura, que disfrutan de la muerte del varón. De nuevo, como en Salomé, el Eros y el Tánatos se funden en la figura de una mujer sexual y que decapita, y despoja del imaginario colectivo el carácter heroico, bondadoso y abnegado que poseía Judit en la Biblia como salvadora de su pueblo. Fig. 46. Francisco de Goya, Judit y Holofernes, 1819-1823, técnica mixta sobre revestimiento mural. Con una escasa variedad en la paleta, Goya muestra a una Judit mucho más joven que a Holofernes, seguramente como autorretratos suyo y de su joven amante por aquel entonces. Fig. 47. August Riedel, Judit, 1840, óleo sobre lienzo. Con un hombro descubierto, Judit posa sin dejar ver de manera explícita la cabeza decapitada. Se trata de un retrato bastante tranquilo, más preocupado por mostrar la belleza de la joven que la atrocidad de sus actos. Fig. 48. Jules-Claude Ziegler, Judit, 1847, óleo sobre lienzo. Con los ojos bien marcados de kohl, Judit se dirige al espectador como si de su pueblo se tratara. Viste bastante modesta en comparación a cómo la representarán el resto de decimonónicos. Fig. 49. Nathaniel Sichel, Judit, siglo XIX, óleo sobre lienzo. Acompañada de su criada (pelirroja), Judit mira con solemnidad a su víctima que ya debe yacer dormida dado que ella ha cogido su arma. Fig. 50. Gustave Doré, Judit y Holofernes, 1866, ilustración para una edición de la Biblia. Siendo bastante fiel a las descripciones bíblicas, Judit se dispone a salir de la tienda con el despojo e implorando a Dios. Fig. 51. Gustave Doré, Judit mostrando la cabeza de Holofernes, 1866, ilustración para una edición de la Biblia. Judit muestra orgullosa la cabeza a sus vecinos de Betulia. Fig. 52. Eugène Romain Thirion, Judit victoriosa, 1873, óleo. Judit, bellamente vestida, mira hacia atrás una vez que ha llegado hasta los muros de Betulia y enseña la cabeza. Fig. 53. Jean-Joseph Benjamin-Constant, Judit, ca. 1880, óleo. La mujer mantiene un porte sereno y paciente, preparada para llevar a cabo su plan. Fig. 54. Pedro Américo, Judit y Holofernes, 1880, óleo sobre lienzo. Judit da gracias a Dios tras soltar el alfanje ensangrentado y rodar la cabeza hasta sus pies. La joven tiene el cabello larguísimo y negro, y su cabeza está decorada por un tocado con pedrería. Sus ropajes son elegantes y de estilo oriental. Fig. 55. Jean-Joseph Benjamin-Constant, Judit, ca. 1886, óleo sobre lienzo. En una pose completamente de frente, esta pelirroja Judit sostiene la espada envainada con porte regio y seguro. Viste en tonos dorado y decora su cuerpo con joyas. Fig. 56. Jules Lefebvre, Judit, 1892, óleo. Con la ausencia de la cabeza, Judit se viste como una guerrera engalanada de larga cabellera negra que sostiene la espada y permanece con el ceño fruncido. Fig. 57. Raja Ravi Varma, Judit, siglo XIX, óleo. Dejando su torso al aire, como si las prendas se le hubieran resbalado, Judit porta una gran diadema que decora su larga cabellera. Tras ella oculta la espada envainada. Fig. 58. Gustave Moreau, Judit, siglo XIX, óleo. Con el torso desnudo, y vestida con velos y accesorios múltiples, Judit arrastra consigo la cabeza y la espada, mientras camina cabizbaja. No queda nada de esa triunfante judía. Fig. 59. Gustav Adolf Mossa, Judit, 1906. Bajo un nuevo contexto, Judit se viste y se encuentra con ropas y en un domicilio de la época del artista. Ella guarda la cabeza reducida de Holofernes en su monedero mientras, en la ventana, puede verse cómo el llevan el cadáver. Fig. 60. Gustav Klimt, Judit I, 1901, óleo sobre lienzo. Esta obra, nombrada durante muchísimo tiempo como “Salomé”, encajaba más con la esencia de ese otro personaje bíblico antes que con la piadosa Judit. En cambio, Klimt no dejó lugar a dudas con la inscripción Fig. 61. Gustav Klimt, Judit II, 1909, óleo. Si con la anterior versión, el autor ya fue explícito en sus intenciones para con este personaje de representarla como triunfante y seductora, con esta en el marco que él mismo diseñó. Con un pecho descubierto y peinada a la moda de la época, Judit mira al espectador con los ojos entornados, labios rojos entreabiertos en provocadora sonrisa y sosteniendo la cabeza, de la que solo se ve la mitad. En su cuello resplandece una gran gargantilla que separa drásticamente su cabeza del torso, quizá como simulación de la decapitación. obra no dejó margen a error. En un formato opresivo, Judit se alza con el torso descubierto, manos como garras sosteniendo a Holofernes por la cabellera y un rostro un tanto decrépito, no tan hermosa como la anterior. Judit parece más una vampira que la salvadora abnegada y sabia de su pueblo. Fig. 62. Willy Jaeckel, Judit, 1915, aguafuerte. Nuevamente, desnuda, Judit se alza con la cabeza, mientras el cuerpo de Holofernes cae desmadejado. Fig. 63. Franz von Stuck, Judit, ca. 1926, óleo. Siguiendo la estela de Klimt, el artista muestra, esta vez, el momento previo a la decapitación. Judit aparece completamente desnuda, como si hubiera mantenido relaciones con Holofernes, que duerme despreocupado y vulnerable. Ella le mira, sonriente, no pidiendo a Dios que le dé fuerzas; ella ya las tiene y, además, disfrutará dejando caer la espada. El cine y la pequeña pantalla, al igual que con Salomé, tomó el relevo con la perpetuación de la imagen de Judit a lo largo del siglo XX y con poco interés en el XXI. Las adaptaciones del Libro de Judit continúan caracterizando a la joven judía con ropas orientales y con un carácter más exótico. En la adaptación de Judit de Betulia (1914), dirigida por D. W. Griffith, se marca muy bien la diferencia entre la Judit viuda que vive en Betulia, con la infiltrada en el campamento enemigo. Mientras que la primera tiene un semblante más grave, una actitud calmada y viste de manera humilde y austera (fig. 64); la segunda es estrafalaria, llamativa, ostentosamente vestida, oriental y exótica (fig. 65). Otros films son Judit y Holofernes (1920) protagonizada por Ileana Leonidoff y dirigida por Aldo Molinari; los largometrajes con este mismo título de Baldassarre Negroni (1929) (fig. 66) y Fernando Cerchio con Isabelle Corey como protagonista; las miniseries Judit con la actriz Violeta Antier de David Stivel (1961) y con Dubravka Miletic dirigida por Marin Cariel (1980); y ya en 2007, el cortometraje Judit de Eric Chaussé con Annick Fontaine como la heroína. Fig. 64. Blanche Sweet como Judit en Judit de Betulia, D. W. Griffith, 1914. Fig. 65. 1914 Judit y Holofernes en Judit de Betulia, D. W. Griffith, 1914. Fig. 66. Jia Ruskaja interpretando a Judit en Judit y Holofernes, Baldassarre Negroni, 1929. A pesar de la enorme cantidad de ejemplos artísticos a partir del Renacimiento y hasta el siglo XX que se han dado de Judit, a día de hoy no es un personaje de interés para la cultura pop. En DC Comics, aparece en el universo de Nueva Tierra en la historieta de Escuadrón Suicida #45, publicada en 1990. Se trata de una mujer israelí, llamada Judith, que posee la espada de Sion, es una gran luchadora del bando de los héroes. Se trata, sin embargo, de un personaje inspirado en la heroína bíblica, ya que no se hace mención a su pasado, quizá dando por sentado de dónde proceden sus atributos. Físicamente es una mujer joven, que permanece con turbante o velo. Viste un mono azul, decorado con protecciones doradas. Lleva varias joyas en sus brazos y porta un par de espadas (fig. 67). Fig. 67. Judith en Escuadrón Suicida #45, DC Comics, 1990. __________________________________________________________ Linda Nochlin, historiadora de arte, lanzó, en 1971, una pregunta al aire: “¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?”. Bajo esta cuestión publicó un artículo, con ese mismo título, donde indaga sobre el rol de las mujeres dentro de la historia del arte, convirtiéndose en uno de los primeros trabajos con perspectiva de género que se ha realizado sobre la teoría feminista en el arte. La respuesta resumida a esa pregunta es clara: no es debido a una falta de talento, sino a las instituciones opresivas que impidieron su reconocimiento, así como su acceso a la educación o al trabajo, respaldadas por siglos y siglos de machismo y misoginia dentro de la sociedad (Nochlin, 1971). El sistema patriarcal, tan inherente a la historia conocida del ser humano, se ha encargado de silenciar las voces femeninas. De esta manera, los hombres han moldeado el mundo a su antojo y, por tanto, también las evoluciones iconográficas de las mujeres mitológicas y cómo son interpretadas y concebidas hasta la actualidad dentro del imaginario. Las mujeres no han podido dar su punto de vista ni configurar un imaginario, ya no propio, sino compartido con sus compañeros; como consecuencia, ellas han quedado recluidas al papel de musas, y las mujeres mitológicas se han convertido en marionetas del sistema. Las pocas artistas femeninas que han aparecido hasta ahora dentro del presente estudio, tienden a perpetuar los discursos que sus coetáneos generaban con sus obras, sobre todo aquellas que vivieron desde el siglo XIX hacia atrás. La revisión histórica con perspectiva de género está planteando nuevos horizontes, así como animar a la creación de nuevas obras que inviertan los discursos patriarcales asociados a las figuras femeninas perversas de la mitología. De esta manera, a día de hoy, aparecen numerosas artistas (y hombres también) que, en los distintos soportes artísticos procuran apropiarse de las ogresas y perversas féminas que tan bien han justificado el lugar sumiso de la mujer dentro de la sociedad, para subvertir los discursos y reinterpretar sus historias bajo una mirada más amable y justa. Fig. 1. Aurelia Navarro, Desnudo femenino, 1908, óleo sobre lienzo. Con inspiración en la Venus del espejo de Velázquez, esta obra, tan manida en forma y temática a lo largo de la historia del arte, fue galardonada en su año, pero el Estado no adquirió la obra, como era habitual entre los premiados. El motivo fue la gran sensualidad que emana de este desnudo tan explícito... y que estaba firmado por una mujer. Las mujeres no eran dueñas de sus cuerpos, ni siquiera tenían permitido representarlos, a pesar de ser suyos. Solo ellos tenían derecho a inmortalizar una y otra vez, bajo la mirada que sea y las connotaciones que fuera, el cuerpo femenino. La polémica fue tal, que Aurelia Navarro sucumbió a la presión social, abandonó la pintura y se recluyó en un convento. Esta solo es una de las muchas mujeres silenciadas que, a pesar de haber sido declarado su mérito, no obtuvieron el reconocimiento que podría haber tenido en caso de ser un hombre artista. El debate final sobre el estereotipo de la femme fatale es determinar si es feminista o no. Como se ha visto, su origen es completamente misógino, pero también es una reacción automática ante la liberación de la mujer y la define a la perfección. Antes de que el movimiento feminista naciera como tal, ya existían mujeres artistas pioneras que, como precedentes, realizaron sus versiones de distintos personajes mitológicos utilizándolos de manera empoderadora. La fama que Judit y su historia tuvieron iconográficamente desde el Renacimiento hasta el siglo XX, no dejó indiferente a las artistas del momento. Durante el Barroco tenebrista era típica la elección de temas truculentos para las obras. Es por ello que no es de extrañar la historia de Judit fuera un tema predilecto, tanto por mujeres como hombres artistas del movimiento. Fig. 1. Lavinia Fontana, Judit con la cabeza de Holofernes, 1595, óleo. La pintora italiana Lavinia Fontana retrató en tres ocasiones a la heroína bíblica de maneras muy dispares. Mientras que en la primera, Judit se encuentra en primer plano, con la cabeza de Holofernes en una mano y en la otra el delicado alfanje de empuñadura dorada del asirio, la joven alza la mirada al cielo orando a Dios. Su atuendo refulge con luz propia, pintado en tonalidades rosadas y doradas, entre otros, con cierta estética oriental. Posee el cabello rubio y ella sonríe, agradecida por la victoria. Tras ella, la sirvienta se asoma para ver el cadáver de Holofernes, quien aún tiene un brazo extendido como si luchara por su vida, y deja ver el hueco del cuello ente las sombras (fig. 1). Su segunda imagen, más acorde con los claroscuros del Barroco, presenta mayor movimiento. Mientras que el cuerpo de Holofernes se intuye donde se encuentra bajo el dosel, pero no se muestra la herida abierta del cuello, Judit se aleja, aun mirando atrás, mientras guarda la cabeza en la alforja que sostiene su sirvienta. Esta, a diferencia de su anterior versión, es una mujer mayor y de tez más oscura que la de Judit. La heroína posee la palidez típica de la época que se reservaba para las doncellas y diosas arquetípicas. Tiene el cabello oscuro, no rubio como en su obra anterior, y viste de manera más sencilla, no con tanto adorno y accesorios dorados (fig. 2). En la última pintura, Judit y la sirvienta miran por primera vez al espectador. La pose de la heroína es similar a la de la primera obra, así como su ostentoso atuendo, esta vez en tonos rojizos. También posee la cabellera oscura y la sirvienta vuelve a ser una joven. Judit se alza como la vencedora de la guerra, señalando con el alfanje al cielo, a Dios (fig. 3). A pesar de las diferencias entre las tres obras, son imágenes que glorifican la figura de Judit. Lavinia Fontana procuró ser fiel a las descripciones, acontecimientos y al carácter que posee la salvadora judía dentro del relato bíblico. Fig. 2. Lavinia Fontana, Judit y Holofernes, ca. 1600, óleo. Fig. 3. Lavinia Fontana, Judit con la cabeza de Holofernes, ca. 1600, óleo sobre lienzo. Su coetánea Artemisia Gentileschi realizó no una, sino hasta cinco versiones diferentes de la historia de Judit, siendo las más relevantes y conocidas las cuatro últimas que creó. La primera de ellas, realizada por la artista con 19 años de edad, se produjo apenas un año después del delito del que era su maestro y todo el proceso y juicio de estupro. Debido a la inmediatez de la realización de la obra tras el crimen cometido contra ella, ha llevado a histerizar en exceso su figura y hacer girar su obra en torno a ello. Su primera Judit, vestida de azul, aparece en el momento justo de la decapitación, con un Holofernes en sus últimos estertores y girando la cabeza hacia el espectador, demostrando el terror y el dolor que sufre. La sangre gotea y tiñe las sábanas blancas con un realismo exquisito. En cambio, Judit se muestra impasible, hasta mantiene su cuerpo retirado lo máximo posible como si no quisiera mancharse, denotando superioridad. La sirvienta le ayuda a mantenerle quieto en un gesto de sororidad con su señora, al imponerse ambas sobre el general asirio (fig. 4). Es reseñable observar cierta similitud con la obra de Caravaggio263, pero en la versión de Gentileschi son mucho más naturales las posturas adoptadas por los distintos personajes que, en el caso de las mujeres, ejercen fuerza física visible, al igual que psíquica. Esta obra estuvo censurada durante un tiempo ya que se consideraba inapropiada por su violencia explícita creada a partir de la pincelada de una mujer. En la segunda obra, el asesinato ya se ha perpetrado y ambas mujeres se levantan en la tienda, como si hubiesen escuchado algún ruido fuera. La doncella da la espalda al espectador y lleva la cabeza en un cesto, como si se tratara de la colada. Judit, vestida como una noble, muestra signos de preocupación de su rostro, pero posa su mano en el hombro de su cómplice, con intención de tranquilizarla y darle la vuelta para salir de la tienda. Un mechón escapa de su elaborado recogido, único signo evidente del forcejeo que se acaba de producir (sin contar con la cabeza y la sangre que gotea). Judit apoya la espada en su hombro, cómodamente, un gesto que denota seguridad y serenidad, siendo poco habitual encontrarlo en figuras femeninas (fig. 5). Fig. 4. Artemisia Gentileschi, Judit decapitando a Holofernes, 1612-1613, óleo sobre lienzo. Fig. 5. Artemisia Gentileschi, Judit y su doncella, 1618-1619, óleo sobre lienzo. La siguiente obra fue por encargo de Cosme II de Médici, quien le pidió que realizara nuevamente su primera Judit decapitando a Holofernes. Hay escasos cambios, el más evidente es la diferencia de tamaño, pues esta segunda versión es de mayores dimensiones. Los colores de los atuendos de las mujeres cambian. Mientras que ahora es la sirvienta quien viste de azul, Judit destaca con una intensa tela de color ocre o dorado, una tonalidad recurrente en sus obras. En su antebrazo aparece un brazalete de oro con gemas y, de igual manera, parece alejarse de Holofernes para no mancharse con la sangre que sale despedida y que ya le ha salpicado el vestido y la piel. Nuevamente su expresión es impasible, aunque frunce el ceño ligeramente, lo que acusa la sensación de desagrado. No se trata pues de una mujer que disfruta de la muerte del hombre que tiene delante, sino que le es indiferente. Su Judit se posiciona por encima de las otras viudas bíblicas retratadas por 263 Véase figura 24 del capítulo VIII. Condenadas. E. Judit. los artistas masculinos mostrando su fuerza física y su temple mental, aptitudes asociadas con los grandes héroes varones o soldados de la batalla, no en una mujer. La composición se abre hacia la izquierda, donde los ríos de sangre corren por las sábanas y las piernas de Holofernes se retuercen, junto con la tela granate aterciopelada que le cubre (fig. 6). La última obra de esta artista persigue el mismo instante que la figura 5. Ya se ha producido la decapitación, aunque no aparece el cuerpo de Holofernes y la cabeza apenas se vislumbra con unas pinceladas luminosas en la parte inferior del lienzo. Judit parece detener la acción como si acabase de escuchar ruidos fuera. La sirvienta mira a su señora esperando que le permita continuar con su tarea. Gentileschi acentúa el dramatismo de la escena haciendo que la heroína tape la luz que emana de la vela para evitar el reflejo en sus ojos y que le dificulta ver la entrada de la tienda, dejando en penumbra su rostro. Este detalle ensalza aún más su maestría a la hora de utilizar el claroscuro más tenebrista (fig. 7). De igual manera que la figura señalizada, las protagonistas son Judit y su doncella anónima, destacando la importancia de la figura de su criada como cómplice y su innegable ayuda, que en las obras que Judit se encuentra decapitando al general, se demuestra indispensable. Gentileschi le otorga el protagonismo a las mujeres que, incluso en las obras en las que la doncella no aparece en el título, se vuelve indispensable su aparición para generar la composición en forma de triángulo invertido, el cual es el glifo asociado a los elementos del agua y la tierra, elementos femeninos. Fig. 6. Artemisia Gentileschi, Judit decapitando a Holofernes, 1620-1621, óleo sobre lienzo, Galería de los Uffizi, Florencia. Fotografía propia. Fig. 7. Artemisia Gentileschi, Judit y su doncella, 1623-1625, óleo sobre lienzo. También con influencias de Caravaggio, Fede Galizia realizó su versión de Judit sosteniendo la cabeza de su enemigo. Similar a las de Lavinia Fontana, Judit, bellamente vestida y enjoyada, sostiene la cabeza, aun con el arma en mano, y mira fuera del marco del lienzo. Su criada la mira, inquisitiva, mientras que, tras ellas, la tela roja trae a la pintura el eco de la sangre derramada (fig. 8). Un siglo más tarde, Giuia Lama creará una religiosa Judit que se entretiene a orar y pedirle a Dios fuerzas, ante de perpetrar la decapitación. Al contrario que sus compañeras, no representa la muerte ni enseña el despojo, de hecho, no aparece ni siquiera el arma. Holofernes duerme tranquilo en primer plano, recibiendo la incidencia plena de la luz en la totalidad de su cuerpo. Tras él, Judit se encuentra en pie y, arrodillada, una expectante criada que la observa. El conjunto posee una marcada textura en la pincelada (fig. 9). Fig. 9. Giulia Lama, Judit y Holofernes, ca. 1730, óleo sobre lienzo. Fig. 8. Fede Galizia, Judit con la cabeza de Holofernes, 1610, óleo sobre tela. Lilian Broca realizó entre 2013 y 2014 toda una serie de mosaicos del pasaje bíblico de Judit. Regresa al personaje humano que aparecía en la Biblia, no a la maquiavélica asesina decimonónica. Se inspira en esas ropas orientales para mostrarla en los momentos de cortejo junto a Holofernes. Judit no realizaría el asesinato si no fuera estrictamente necesario, y así lo refleja su gestualidad. Fig. 10. Lilian Broca, Judith conoce a Holofernes, 2013, Serie de Judith, mosaico de teselas. Ella engalanada le cautiva. La espada se muestra ante ellos, como elemento que predice sus destinos. Cada uno se encuentra en un mosaico diferente, como si no compartieran historia. Fig. 11. Lilian Broca, Judith seduciendo a Holofernes, 2014, Serie de Judith, mosaico de teselas. Finge estar enamorada. Él se encuentra cautivado por ella y bebe, seguro y tranquilo. Fig. 12. Lilian Broca, La venganza de Judith, 2014, Serie de Judith, mosaico de teselas. Enfatiza el acto valiente pero espantoso que realiza. Sus manos y brazos ya no tienen joyas ya que participa “con las manos desnudas”. Fig. 13. Lilian Broca, Vuelo a Betulia, 2014, Serie de Judith, mosaico de teselas. La prisa y el miedo se acrecientan en la escena. Fig. 14. Lilian Broca, Judith mostrando su trofeo, 2014, Serie de Judith, mosaico de teselas. Orgullosa pero sin alegría aún. Cuenta como lo consiguió protegida por Dios, sin pecar o rebajarse. Frida Khalo se inspiró en la iconografía de Tlazoltéotl para representar la primera de sus obras de la serie que narra su vida: Mi nacimiento. En ella una mujer desnuda y abierta de piernas se encuentra pariendo a la propia autora, en una escena nada común de observar en el arte de manera tan explícita. El rostro y parte del torso de la parturienta están tapados con una tela blanca y no permite ver la expresión de la mujer. Ese cariz fúnebre atrapa en la obra los ciclos de vida, muerte y resurrección pues, un cuerpo inerte otorga vida. La sangre, una sustancia tan habitual para las mujeres pero siempre tabú y censurada en la sociedad, mancha las sábanas blancas, mancilla la pureza del blanco, y se convierte en el líquido vital que aporta vida a unos y se la quita a otros. A su vez, se personifica Tlazoltéotl264 en escena de manera simbólica y convierte a la madre de Khalo en una guerrera y a ella, en su soldado. No es una obra autobiográfica en el sentido de que la progenitora de Frida Khalo no pereció durante el parto de esta, pero sí que falleció mientras realizaba esta pintura. Además, según fuentes biográficas, la artista no tuvo nunca buena relación con su madre y ni siquiera estuvo presente en su funeral. En el cuadro, la tela viene a simbolizar la sensación de orfandad maternal que Khalo sintió desde que nació, hecho acuciado por las líneas verticales del suelo, representando la cárcel de su infancia, y la austera decoración de la habitación. Todos estos conceptos convergen en el rostro cubierto de su madre, igual que se tapa el de los difuntos. Sobre ellas, un cuadro de una anciana con el manto de la Virgen llora por la escena que se está produciendo. La anciana podría tratarse de su abuela, encarnando en el cuadro tres generaciones distintas de mujeres y las tres edades de la mujer. El hecho de asemejarla a la Virgen trae a la mente la iconografía de María llorando la muerte de su hijo (fig. 15). Fig. 15. Frida Khalo, Mi Nacimiento, 1932, óleo. 264 La obra recuerda a la figurilla azteca del siglo XVI de Tlazoltéotl, véase la figura 17 del epígrafe IV. Lascivas. E. Xochiquetzatl y Tlazoltéotl. Referente a la iconografía de la Esfinge, la artista argentina del siglo XX Leonor Fini, se autorretrató en varias de sus obras con cuerpo de Esfinge, siendo muy habitual, además, encontrar multitud de trabajos con la imagen de esta criatura. Fini reinventa la figura de la Esfinge para empoderarse, para otorgarle el poder a las mujeres que se vuelven peligrosas porque no se encuentran bajo la autoridad masculina, son libres. Al igual que Edipo pudo escapar del poder de la Esfinge pero no del yugo de su madre, la Esfinge, bajo el retrato de Fini, se revela contra la autoridad del padre o, en este caso, el patriarcado. El trabajo de esta artista ahonda en los surrealismos, lo onírico, lo divergente. Muestra a sus mujeres bajo las mismas formas que le dieron sus antecesores masculinos, pero reinventando la simbología y connotaciones. Así, la femme fatale se vuelve independiente y fuerte, y el hombre, el objeto de deseo de esta, subyugado ante el poder femenino. Fig. 16. Leonor Fini, La Pastora de Esfinges, 1941. Fig. 17. Leonor Fini, Pequeña Esfinge Guardia, 1943-1944. La mujer se convierte en la guardiana de los espacios liminares, del conocimiento, una centinela protectora. La poeta Muriel Rukeyser escribió un pequeño poema en prosa sobre un encuentro posterior entre la Esfinge y Edipo, donde ninguno de los dos ha fallecido, pero Edipo sí ha sufrido las consecuencias de su nefasta profecía: Mucho tiempo después, Edipo, viejo y ciego, recorría los caminos. De repente sintió un olor familiar. Era la Esfinge. Edipo dijo: “Quiero preguntarte algo. ¿Por qué no reconocí a mi madre?” “Diste la respuesta equivocada”, dijo la Esfinge. “Pero eso fue lo que posibilitó todo lo demás”, dijo Edipo. “No”, replicó ella. “Cuando yo te pregunté, ¿Qué camina a cuatro patas por la mañana, a dos al mediodía y a tres por la tarde? Respondiste, el Hombre. No dijiste nada de la mujer”. “Cuando se dice hombre”, repuso Edipo, “se incluye también a las mujeres. Todo el mundo lo sabe”. Y ella replicó: “Eso es lo que tú te crees”. (Rukeyser, 1978, p. 498). La réplica de la Esfinge es clara: Edipo no reconoció a su madre porque niega reconocer lo femenino. En este pequeño relato, la norma patriarcal de hacer del término “hombre” como un sinónimo de “humanidad” o “ser humano” que engloba a ambos géneros (sin incluir a las mujeres en él en su etimología) se desvela como un error. Esa ignorancia de lo femenino, esa indiferencia hacia la Mujer, es el germen de las desgracias de Edipo. Siguiendo el ejemplo de Rukeyser y aprendiendo de la sabiduría de la Esfinge, en el presente estudio jamás se ha utilizado el término “hombre” para referirse a la raza humana. La empresa Versace, fundada por Gianni Versace en 1978 y marca conocida mundialmente por sus diseños de moda, utilizó la cabeza de Medusa de la escultura anónima que permanece en el Palazzo Pitti de Florencia265 para crear su isotipo, incorporándolo a su logotipo en 1993. Gianni quiso reflejar, ya desde su identidad de marca, que sus productos representaban a una mujer poderosa, fuerte y luchadora. Para ello, utilizó la imagen de la Gorgona, la cual había pertenecido a los hombres y representaba su poder de dominación sobre la mujer, e invirtió el discurso, apropiándose del mismo símbolo para regalárselo a las mujeres. Así el isotipo lo conforma la cabeza de Medusa alada y a línea, metida dentro de una circunferencia con la cenefa griega con motivos en damero (fig. 18). Fig. 18. Isotipo dentro del logotipo de Versace, 1993. Luciano Garbati, escultor argentino, creó en 2008 una escultura de Medusa reinterpretando el mito. Basándose en la famosa escultura de bronce de Cellini apostada en la Piazza della Signoria de Florencia, Garbati invirtió los roles dentro de su obra. De esta manera es Medusa la que, desnuda y viva, sostiene la cabeza decapitada de Perseo, junto con la espada en su otra mano. El cuerpo de la mujer, a pesar de entrar dentro de los cánones normativos, se muestra con bastante realismo y cercano a un cuerpo real. Las serpientes caen hacia un lado de su cabeza, no amenazadoras a su alrededor, como si tuviera su cabellera echada hacia un lado. Pero lo que más llama la atención es la postura y el peso de su imagen al completo. Mientras que los Perseos han alzado, victoriosos, la cabeza de Medusa como un trofeo o una herramienta para luchar contra otros monstruos, la Medusa de Garbati permanece inescrutable. No alza la cabeza cercenada triunfante, y su mirada posee una gravedad en la que se puede vislumbrar la ira, casi rozando la tristeza. Medusa ha luchado contra Perseo porque él ha venido a matarla una vez más, pero ella se ha defendido y ha sido quien le ha decapitado. Medusa no celebra su éxito puesto que ella no quería entrar en esa batalla, el hombre ha ido a por ella, y ella, simplemente, se ha defendido. Su Medusa muestra una determinación que refleja el cambio de mentalidad de la sociedad respecto al rol de las mujeres dentro de ella. Pero la obra de Garbati no ganó excesiva relevancia dentro del circuito artístico. No fue hasta casi una década después de la creación y publicación de su obra, cuando se inició el movimiento Me Too en redes sociales. En él se denunciaban las agresiones y abusos sexuales que Harvey Weinstein, productor de cine, había perpetrado durante años dentro de la industria. Numerosas mujeres conocidas comenzaron a hacer públicos los abusos que habían sufrido y se animó a las mujeres de todo el mundo a que también compartieran sus experiencias en sus redes sociales bajo el hastag #MeToo, con la intención de demostrar lo generalizado que son estos crímenes sobre las mujeres. Comenzó a divulgarse masivamente la obra de Garbati, a veces únicamente con las fotografía que él mismo había subido a sus redes sociales 10 años antes y otras añadiéndole la frase: “Agradeced que solo queramos 265 Véase la figura 19 del capítulo V. Híbridas. B. Medusa. igualdad y no venganza” (fig. 19). El artista se popularizó en poco tiempo sufriendo a partes iguales alabanzas como derribos de personas que, indignadas, le recriminaban que no respetaba el mito. El propio artista notó cómo las mujeres eran las que acogían su obra y se sentían identificadas; mientras que los hombres le reprendían las consecuencias de subvertir el discurso del mito (Batalla, 2019). En cualquier caso, la obra fue encargada para colocarla ante la entrada del Tribunal Penal de Justicia de Nueva York, lugar donde se produjo el juicio contra Harvey Weinstein y que le condenó a prisión (fig. 20). Desde 2019, Medusa se alza en defensa de la integridad de las mujeres que, si bien no está creada con manos femeninas, sí que defiende sus derechos y libertades. El autor no es relevante, no ha sido él quien se ha querido imponer en la sociedad, han sido las propias mujeres que, sin conocer a Luciano Garbati, escogieron sin problema su obra por representar lo que ellas buscaban para abanderar su lucha. Pero es igual de importante e inspirador el ver que artistas masculinos también deciden romper con los discursos tradicionales y generan nuevas obras sensibilizados con el pensamiento feminista. Con esta obra, Medusa se ha impuesto sobre Perseo, y, desde entonces, desafía con su determinación a los hombres que entran al tribunal para ser ajusticiados por sus crímenes contra las mujeres. Casi parece que, en cualquier momento, va a arrojarles a sus pies la cabeza de Perseo como una clara amenaza del cambio en los tiempos, donde ya las mujeres se defienden, se apoyan entre ellas y salen victoriosas. Como ya se dedujo en su propio epígrafe, todas las mujeres son Medusa y ahora ella se alza para representarlas una vez más bajo el abrazo de la sororidad y el feminismo. Fig. 19. Luciano Garbati, Medusa, 2008. Imagen intervenida sobre la publicada por el artista durante el movimiento #MeToo. Fig. 20. Luciano Garbati, Medusa, 2019, bronce, instalación ante el Tribunal Penal de Justicia, Nueva York. Fig. 21. Suzanne Valadon, Eva y Adán, 1909, óleo. Dentro las figuras femeninas judeocristianas, Suzanne Valadon reinterpreta a la joven pareja del Edén como un autorretrato de sí misma con su amante de por aquel entonces y futuro marido, André Utter, con el que protagonizaría numerosas polémicas al divorciarse de su esposo, para irse con él. Igualmente, Eva coge el fruto del árbol y Adán le sostiene la muñeca, como si ambos a la vez cometieran el crimen. Pero Eva se encuentra sonriente, cómoda, quiere “pecar” o es, al menos, consciente de las consecuencias de su pecado. Valadon demuestra que le eran indiferentes las habladurías de su entorno y que prefería vivir feliz y libre en el pecado, antes que perpetuar una vida amarga. Como curiosidad, la Sociedad de Bellas Artes obligó a la artista a cubrir los genitales de Adán, mientras que no pusieron impedimento en seguir mostrando los de Eva (Bolaño, 2018) (fig. 21). Lilit, la gran castigada del judaísmo y erradicada del cristianismo, (pues no hubo otra mujer más que Eva para Adán, hecho que a él le eximió de sus infidelidades con otras mujeres demonio como Naamá, y ser padre, también, de toda una estirpe de demonios), se reinterpreta como el primer personaje abiertamente feminista de la mitología (Kinrich, 2011). Su insubordinación a todas las figuras masculinas y autoritarias de su entorno, incluido su marido, el hombre terrenal, y, nada más y nada menos que, Dios, el hombre celestial, hacen de ella una mujer que se reveló omnímodamente del poder patriarcal que intentaba doblegarla. Demuestra su interés en el sexo, no acomodándose en reglas sociales absurdas, sino que quiere disfrutar ella igualmente de su sexualidad. Quiere ser libre, no para ser superior a Adán, sino, simplemente, para ser su igual. La igualdad es algo que Adán rechazó y Dios no consintió, por lo que ella debía de salir fuera del sistema social, de lo “civilizado”. A falta de un lugar para ella, los judíos la hicieron acabar en el lugar más abyecto e infecto de toda la tierra: al lado de los demonios, donde ella misma se construyó su hogar y una familia. Ese fue el mensaje para las mujeres: si no os amoldáis a esto, acabareis como ella. Las feministas recogen a Lilit y le dan ese hogar que tanto necesitaba y no halló o, más bien, Lilit acoge a las mujeres que, a día de hoy, se atreven a salir del molde, las que no tienen miedo a luchar y hacer que las injusticias que sucedieron, como la suya, no se vuelvan a repetir. Kiki Smith creó la escultura Lilith en 1994 y que se expone en el MET, Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York. Se trata de una figura femenina hecha en bronce que se encarama boca abajo, desafiando la gravedad, en una de las paredes del museo (fig. 22). Cuando el espectador se aproxima al rostro de la mujer, se encuentra, entre toda la oscuridad y tosquedad del metal, con unos ojos grisáceos hechos de vidrio. Se presenta una primera contraposición entre todo el cuerpo, realizado de manera austera y sin pulir, con el hiperrealismo y claridad de los ojos imponentes que parecen narrar una historia propia (fig. 23). Por otro lado, la postura del cuerpo es completamente opuesta a las poses habituales de las mujeres en la historia del arte. Mientras que los hombres artistas han inmortalizado el cuerpo femenino desnudo en posturas abiertas, refinadas y listas para ser contempladas para el deleite de cualquier mirada; Smith oculta el desnudo femenino en una posición de acecho, cautelosa e, incluso, agresiva. Su Lilith desafía con sus ojos vidriosos a aquellos que se aproximan a mirarla, cuestiona la curiosidad del espectador que espera ver su cuerpo y ella no lo permite. En su conjunto es una escultura sobrenatural y poderosa, que desafía todas las normas no escritas sobre el cuerpo femenino y los espacios que ocupan las obras de arte en los museos. Fig. 22. Kiki Smith, Lilith, 1994, bronce y vidrio. Fig. 23. Kiki Smith, Lilith, 1994, bronce y vidrio. Detalle del rostro de la escultura. La artista contemporánea Lilian Broca generó en la década de los 90 toda una serie con la historia de Lilit desde una perspectiva poderosa. Desde el momento de su creación, su relación con Adán, su huida del Paraíso, el anhelo de Adán por la mujer que ha perdido, la estancia de Lilit en el Mar Rojo o las acciones perversas que le adjudicaron, como la matanza de bebés o la seducción a los hombres; hasta llegar a una iconografía empoderante, donde Lilit se siente orgullosa de mostrarse bajo la iconografía y los preceptos misóginos con los que la sociedad patriarcal la pervirtió. De esta manera, la artista mezcla atributos de otras criaturas denostadas con ella, como Medusa, o se apropia de los que ya poseía la propia Lilit invirtiendo el discurso. Además, indaga sobre su relación con Eva y, por ende, con la de todas las mujeres. Fig. 25. Lilian Broca, Lilith y Adán Co-creadores, Serie Lilith, 1999, grafito y masilla sobre panel. Lilit se tiende sobre Adán, al contrario que en el mito donde ella jamás pudo colocarse encima y desencadenó la discusión que la llevaría a abandonar todo lo que conocía. Fig. 24. Lilian Broca, Creación de Lilith y Adán, Serie Lilith, 1995, grafito, acrílico y masilla sobre papel. El mundo se convierte en un dado más que decide el azar de los dos personajes que están naciendo. Mientras que a Adán le alumbró la buena fortuna, para Lilit fue una tirada desafortunada. Ambos nacen desde la tierra, a la vez, sujetándose el uno al otro en comunión. Fig. 26. Lilian Broca, Lilith en el Mar Rojo, Serie Lilith, 1995, grafito, acrílico y masilla sobre papel. Tras su huida, a Lilit le crecen alas en su espalda, pero su belleza primigenia permanece. En la lejanía, los tres ángeles de Dios se acercan y ella los rechaza. Fig. 27. Lilian Broca, Visita nocturna de Lilith, Serie Lilith, 1994, grafito y masilla sobre papel. La diablesa angelical, se acerca a un hombre dormido como un ave de presa. Se trata de ella en su estado de súcubo. Fig. 28. Lilian Broca, Lilith con bebé y nido, Serie Lilith, 1995, grafito, acrílico y masilla sobre papel. Lilith grita con el cuerpo de un niño a su lado, quizá victoriosa o lamentándose. Su postura revela su carácter animal y el nido entronca con su sobrenombre de La Lechuzona. Fig. 29. Lilian Broca, Lilith, Serie Lilith, 1993, acrílico y masilla sobre tabla. La diosa se halla desnuda, entronizada y con sus alas desplegadas. Se muestra segura de sí misma sonriendo al espectador. Es una mujer plena y sin miedo. Fig. 30. Lilian Broca, Lilith, la acosadora, Serie Lilith, 1995, acrílico y masilla sobre papel. Como si se tratara de una leona que está cazando, esta Lilit tiene el cabello lleno de serpientes, mezclando su iconografía con Medusa e introduciendo el elemento reptiliano tan propia de ambas. Fig. 31. Lilian Broca, Lilith, la Serpiente y su Yo Diosa, Serie Lilith, 1996, grafito, acrílico, collage y masilla sobre papel. Con una miniatura de una de las obras anteriores al lado, esta Lilit se ha despojado de sus alas para convertirse en una híbrida ofidia. A su vez, otro reptil se entrelaza con sus brazos. Es el sumun de toda la iconografía de Lilith unificada: mujer alada, mujer- serpiente, amante del Diablo (el reptil independiente), cabello largo y suelto y, se halla en la cruz, con la misma postura de Cristo. Ella, como él, fue crucificada con un estigma que tuvo que cargar hasta el final pero, ahora, es símbolo de su poder. Fig. 32. Lilian Broca, Lilith y Mujer, Serie Lilith, 1999, grafito y masilla sobre panel. Lilit se da la mano con una mujer humana (puede tratarse de Eva) que representa a todas las mujeres. La obra puede leerse bajo la interpretación de que ella siempre ha dado la mano a todas las que fueron tras ella, pero tuvo que ser de manera indirecta, de ahí que no se miren. A pesar de ello, jamás se han soltado y, a día de hoy, se han reencontrado. Al igual que de Lilit, Broca genera una serie de imágenes sobre Eva denunciando la pasividad y sumisión a la que se ha visto obligada a reducirse frente al varón (fig. 33) y reinterpretando la imagen canónica de Miguel Ángel sobre la Creación del Hombre (fig. 34). No será la única que indaga sobre este tema. Otras artistas reinterpretan la obra del autor de la Capilla Sixtina incluyendo a la mujer racializada en el diálogo (fig. 35). Las artistas subvierten los roles de género porque, como canta Ariana Grande, God is a Woman y Diosa crea a la Mujer (fig. 36). Fig. 33. Lilian Broca, Eva como Crisálida, dependiente siempre del beso de un príncipe, Serie Lilith, 1999, grafito, acrílico y masilla sobre papel. Como Blancanieves en el film homónimo de Walt Disney (1937), Eva espera dormida a la llegada de su salvador en una jaula de cristal. La autora critica el estado de somnolencia al que han sido obligadas a permanecer las mujeres para ser “buenas”, donde siempre dependían del hombre y no poseían libertad ni independencia. Fig. 34. Lilian Broca, Creación, Serie Lilith, 1995, grafito y masilla sobre papel. La mujer o Eva, en la misma postura que Adán, va a tocar la mano de su creador que, en realidad, se desvela como un dios artificial, creado por el propio hombre (o el patriarcado, ya que no tiene rostro) a base del derramamiento de sangre. Esta sangre genera la rotura de la obra, simbolizando el aislamiento al que se ha visto obligada la mujer. Fig. 35. Harmonia Rosales, La Creación, 2017, óleo sobre lienzo. Las obras de esta artista cubana se caracterizan por la inclusión de personas negras dentro de las archiconocidas obras de arte realizadas por hombres blancos y representando personas blancas. Por lo que las imágenes como esta, no solo poseen un discurso feminista, sino racial, donde la interseccionalidad se hace presente de manera pictórica y estética. Fig. 36. Ariana Grande, God is a Woman, 2018. Último fotograma del videoclip del tema de esta cantante. Ariana Grande se convierte en la Diosa de la Creación que, con su poder, crea a la primera mujer. En todo el videoclip se han ido sucediendo imágenes con una fuerte carga de sororidad y feminismo, reclamando la igualdad de derechos, la libertad sexual y deconstruyendo la historia patriarcal. En unión de ambas figuras judeocristianas denostadas, existen varias obras en las que las artistas procuran hacer de Lilit y Eva, aliadas frente al enemigo común, y no adversarias o contrapuestas. Fig. 37. Yuri Klapouh, Lilith y Eva, finales del siglo XX-principios del XXI. Mientras que ambas figuras responden a los perfiles iconográficos clásicos (Eva rubia y de piel clara, y Lilit pelirroja, alada y cola de serpiente), la obra puede interpretarse con el compartir del conocimiento. A su vez tiene una fuerte carga erótica, lo que hace pensar que ambas pudieran ser amantes. Fig. 38. Harmonia Rosales, Eva y Lilith, 2020, óleo. Recupera la imagen de Lilit como serpiente del conocimiento en el árbol. A pesar del aspecto reptiliano de esta, se muestra amable con Eva y posa su mano en el hombro de ella en señal de apoyo. Rosales no pretende reflejar de nuevo el origen del pecado, sino del despertar. Eva deja de ser ciega y sumisa gracias al conocimiento que Lilit posee y lo comparte con ella, por lo que ambas se convierten en iguales. La escritora Elisa Queijeiro publicó en 2017 Las hijas de Eva y Lilith, libro que desvela la historia de ambas mujeres bajo una mirada sórica. Bajo un contexto autobiográfico, la autora procura descubrir que el verdadero motivo del castigo de Eva fue la adquisición de conocimiento, no la desobediencia divina. De igual manera, narra como la historia de Lilith sirve como ejemplo para mantener a las mujeres dentro de los límites. El quebrantamiento de estos dos relatos tan arraigados permite desarrollar una historia paralela que puede permitirle a las mujeres, de nuevo, sentirse libres y amarse a sí mismas, puesto que dentro de ellas no hay nada malo inherente al ser mujer. En sus propias palabras: “Al escribir Las hijas de Eva y Lilith comprendí que la investigación y el conocimiento tienen otro sentido: sanar”. Fig. 39. Portada del libro Las hijas de Eva y Lilith de Elisa Queijeiro, 2017. El tema musical Maldición de Lola Índigo, en colaboración con Lalo Ebratt, ya dejaba pistas en su letra sobre a quién se podía estar refiriendo la bailarina y cantante cuando decía: “Yo soy Lucifer dentro de una mujer”, “Yo soy una pecadora” o “No estoy sola en el infierno, es mi condena y no quiero salir”. Si había dudas de quien se trataba, en el videoclip donde Lalo Ebratt personifica a un Lucifer en su trono infernal, Lola danza con todo su cuerpo, a excepción del rostro, pintado de negro y con el cabello recogido en una trenza larguísima y rubia, de la que se vale en distintos movimientos para jugar en la coreografía. En uno de ellos, hace que la trenza la envuelva a lo largo de su cuerpo en espiral, generando una imitación a la obra de John Collier, Lilith (1892)266 (fig. 40). A su vez, en el mismo videoclip, vuelve a hacer una referencia muy evidente a otra obra de arte: El Nacimiento de Venus de Botticelli del siglo XV (fig. 41). Tanto la imagen de Venus como la de Lilit encarnan el pecado y la lascivia en sí mismas, pero Lola utiliza la simbología a su favor declarando abiertamente que, tanto ella como su grupo de bailarinas que bailan a su lado realizando la maldición en el bosque, disfrutan de su sexualidad y del poder que ello les otorga. Fig. 41. Lola Índigo & Lalo Ebratt, Maldición, 2019. Referencia Venus en la obra de Boticelli, El nacimiento de Venus. Fig. 40. Lola Índigo & Lalo Ebratt, Maldición, 2019. Referencia a Lilit en el cuadro de Collier, Lilith. Dentro del mundo de la música, hay numerosas bandas y canciones que hablan sobre Lilit. Por ejemplo, la banda colombiana femenina de rock, Lilith, extrapolan la figura de la primera esposa de Adán a sus propias vidas, pues, aparte de ser las primeras en integrar un grupo de rock formado únicamente por mujeres en Colombia, reivindican su participación en la industria de un género que ha estado dominado por los hombres. 266 Para visualizar la obra, véase la figura 15 del capítulo VI. Vampiras. B. Lilit. Entre 1997 y 1999 se celebró en Estados Unidos el festival Lilith Fair Tour, como plataforma para reivindicar la participación femenina dentro de la industria machista, después de unas polémicas que afectaron a varias cantantes del país. Durante las tres ediciones que se celebró, el escenario lo pisaron artistas femeninas con poco renombre y se cobraba a un dólar la entrada. Este festival ayudó a artistas como Nelly Furtado o Christina Aguilera a catapultar su carrera, y se consiguieron más de 7 millones de dólares que fueron donados íntegramente a ONG’s y obras caritativas que ayudaban a las mujeres en situación de vulnerabilidad. Aunque el mundo audiovisual sigue utilizando el estereotipo de la femme fatale para crear féminas seductoras, peligrosas y devoradoras de hombres; las mujeres artistas se apropian de la femme fatale y cambian su discurso, generando una mujer poderosa e independiente del yugo masculino. Nuevamente, el hecho de que la mujer acceda a los espacios que le estaban vedados y genere sus propias historias, ayuda a subvertir el significado impuesto a estos roles de género dentro del imaginario. La mujer guerrera se ha convertido en uno de los personajes más recurrentes dentro del mundo audiovisual actual y, si bien no siempre se recupera las guerreras mitológicas, el imaginario se plaga con referencias visuales a sus iconografías. Marguerite Yourcenar escribiría el relato de Kali decapitada, incluido en su libro Cuentos orientales, que acompañarían a otros nueve cuentos y serían publicados en 1938. En este breve cuento, Kali, la terrible y abyecta diosa, es perfecta física y psíquicamente, pero no es consciente de su perfección. Los dioses masculinos, celosos, le lanzan un rayo que la decapita pero, arrepentidos y tras haber hallado su cabeza, vuelven a unirla a un cuerpo que se parecía al de la diosa. Este cuerpo resulta ser el de una prostituta ajusticiada, y Kali, con su nuevo cuerpo humano y, por tanto, imperfecto, se da cuenta de la perfección que ha perdido y toma consciencia de las dimensiones que separan lo humano de lo divino. La obra puede dividirse en partes muy bien diferenciadas. En la primera, Kali es la Gran Diosa atemporal. En la segunda, se sucede la muerte y reencarnación de la deidad en el cuerpo de una prostituta. La autora no escoge en balde la identidad del cuerpo pues la denostación de las prostitutas llevaba siglos arraigada en el pensamiento de la sociedad. La perfecta Kali reside ahora en el cuerpo femenino más abyecto e imperfecto. La tercera narra la progresiva toma de conciencia de la diosa de su nueva realidad y comienza su decadencia, haciendo la tristeza perenne. Kali se siente perdida y se consume poco a poco al ser despreciada por todos aquellos con los que se encuentra, debido a su cuerpo. En la cuarta, Kali está desatada, odia a la humanidad y se odia a sí misma, por lo que desea fervientemente la destrucción de todo y todos. La diosa cae en lado completamente opuesto del inicio del relato, donde amaba a toda la creación y la vida. En la quinta y última, se encuentra con un Sabio, que le hace tomar consciencia plena de su nueva situación, la bendice y la libera de todo lo que le ata al mundo terrenal. Kali se reencuentra consigo misma en el nuevo cuerpo, asumiendo que ya nunca será la de antes (Yourcenar, 1938/1989). El relato hace reflexionar sobre la naturaleza humana e invita a aceptarse uno mismo tal cual es, porque dentro de lo que consideramos imperfecto, reside la perfección. A su vez, también esconde una metáfora de lo que han supuesto las religiones patriarcales para la divinidad femenina. Los dioses, amenazados por el poder divino de la mujer, buscan erradicarla para poder imponerse ellos sobre la sociedad y sobrevivir. La pluma de Yourcenar consigue que el lector esté de parte de la divinidad femenina, que no es perfecta por el hecho de ser mujer, sino que es perfecta y, además, es mujer. Valida el rol de las mujeres dentro de la sociedad, les otorga poder y relevancia, para, después, materializar todo lo que la sociedad patriarcal hace con ellas. Cuando Kali comienza a odiarse, es al darse cuenta de que lo que la hacía ser perfecta es su comunión con su lado masculino que, ahora, en su condición de prostituta, se encuentra atrapado. Kali odia, por tanto, a su parte masculina que ya no la hace sentir plena, no siente esa sensación de invencibilidad que los hombres poseen en una sociedad hecha para ellos. Al ser únicamente mujer, es repudiada, cautiva en un mundo hostil, por lo que se siente frustrada. De esta manera, Kali se convierte en paradigma de las propias mujeres humanas: la mujer que se considera por encima de la tradición y consigue ser dueña de su vida (Kali como diosa) y la que se resigna, consciente o inconscientemente, a permanecer en el rol pasivo dentro de la sociedad (la prostituta) (Ilitzky, 2006). La metáfora continúa en la lucha feminista. Mientras que las mujeres que intentar romper con los convencionalismos, no se conforman e intentar aunar igualitariamente derechos y libertades con los hombres intentando hallar una reconciliación justa y equilibrada; aquellas que no buscan lo mismo, se contentan con permanecer en sus roles de “sexo débil”. El final de Kali, a pesar de que se deje llevar por los sentimientos que la opresión genera en ella, acaba encontrando el punto de equilibrio que le hace sentirse plena. Esto último es lo que define a todas las mujeres por igual: da igual que se luche por una sociedad feminista o no, al final una tiene que estar en paz consigo misma. Kali inspiró a la artista feminista Mary Beth Edelson en 1973 para su serie Woman Rising. Para ello, se fotografió a sí misma desnuda en la naturaleza y, sobre una misma fotografía en la que aparece con las piernas abiertas, los brazos extendidos y alzados y rostro sonriente, intervino con óleo y otras técnicas añadiéndoles elementos, para generar imágenes diferentes. De esta manera, su cuerpo es expuesto sin censura y orgulloso, y adquiere connotaciones diferentes en cada imagen. Con esta serie y otras obras que conforman el trabajo de la artista, Edelson devuelve a la Diosa su lugar en el mundo, convertida en una metáfora que desafía el patriarcado. La espiritualidad y la conexión con la naturaleza de materializan en su obra y se incorporan al cuerpo físico de la mujer que, durante tanto tiempo, ha pertenecido a los hombres. La diosa Kali dentro de su obra es una cara más de las advocaciones de la diosa y, además, una encarnación de la venganza femenina. En la figura 1, la artista aparece con todos los atributos típicos de Kali (tres pares de brazos, cuenco, cabeza cercenada, el arma, collar de cráneos, tres ojos, lengua colgante y pisando a Shiva), pero, a diferencia de otras fotografías de la serie, su intervención sobresale el marco de la foto. Tanto la cabeza de Shiva, que representaría al hombre, como su pie izquierdo sobrepasan los límites marcados, como símbolo de la ira y rotura de las normas preestablecidas. La siguiente imagen, aunque similar, se aleja de los atributos de Kali y, para la tercera, ella se convierte en la icónica Wonder Woman, la Amazona que vive inmersa en un matriarcado, luchando contra los villanos, una metáfora de sí misma contra el sistema patriarcal. Edelson recuperaría la figura de Kali veinte años más tarde, cuando realizaría una escultura donde la diosa está generada a partir de un maniquí vestido con lencería negra asociada a los juegos fetichistas dentro del sexo, un cinturón de chef con numerosos cuchillos, varios brazos y pisando el cuerpo momificado de un varón (fig. 1-4). Fig. 1. Mary Beth Edelson, Red Kali, serie Woman Rising, 1973, óleo, rotulador y tinta sobre fotografía analógica. Fig. 2. Mary Beth Edelson, Nadie se mete con ella, serie Woman Rising, 1973, óleo, rotulador y tinta sobre fotografía analógica. Fig. 3. Mary Beth Edelson, serie Woman Rising, 1973, óleo, rotulador y tinta sobre fotografía analógica. Fig. 4. Mary Beth Edelson, Kali Bobbit, 1994. A día de hoy, a Ártemis se la puede considerar un arquetipo del feminismo, pues representa cualidades idealizadas por el movimiento como la autorealización y persecución de objetivos propios, la independencia del hombre o la compañía y acogida de otras mujeres (Shinoda Bolen, 2015, p. 46). El movimiento feminista, a su vez, trabaja en erradicar cualquier tipo de violencia sistémica ejercida contra las mujeres, como el maltrato físico o la violencia obstétrica; trabaja en la toma de conciencia de la independencia de la mujer frente al hombre; o la hermandad entre mujeres, pues, mientras que el patriarcado ha procurado que se mantengan enfrentadas, la sororidad abandera el compañerismo y la solidaridad entre ellas. La Ártemis de Éfeso ha servido como inspiración para Louise Bourgeois para generar varias de sus esculturas. La multiplicidad de los senos (o testículos) ha sido el elemento a representar obviando el resto de la imagen original, siendo igualmente reconocible (fig. 5-6). También la artista se disfrazó con un traje hecho por ella misma con estos elementos (fig. 7-8). Fig. 5. Louise Bourgeois, Blind Man's Buff, 1984, mármol. Fig. 6. Louise Bourgeois, Nature Study, 1984-1998, mármol. Aunque sin cabeza, la figura es similar a algunas Esfinges con múltiples pechos que se han utilizado como ornamento en mobiliario. Fig. 7. Louise Bourgeois disfrazada como la Efesia. Fig. 8. Louise Bourgeois disfrazada. A raíz de este atuendo, otras mujeres han hecho sus propias versiones (fig. 9). En el caso de Silvia Steiger, ni siquiera se inspiró en la artista francesa, sino que, intentando recrear la sensación de los cambios en el cuerpo de una mujer anciana (en este caso la caída del pecho) y su aceptación, generó un traje de noche con reminiscencias muy claras a la Ártemis efesia (fig. 10). Fig. 9. Erika Swinson, Louise Bourgeois Memoria Sweater, 2013, fibra y ganchillo. Fig. 10. Silvia Steiger, Abendkleid, 2014, vestido de noche. El personaje de Atenea, por otra parte, no ha caído en el olvido pero tampoco es enarbolado como icono feminista, seguramente porque posee demasiado lastre de una personalidad profundamente patriarcal del que es complicado deshacerse. A pesar de ello, en 1913, la actriz Hedwig Reicher se vistió como la personificación de Estados Unidos, Columbia, con atributos típicos de Atenea (casco, armadura y lanza), mezclándolos con simbología estadounidense (su bandera y el águila) (fig. 11). Así se presentó a la manifestación femenina que tuvo lugar en Washington, donde se reivindicaba la enmienda constitucional para que otorgase el derecho al voto a las mujeres (hecho que se conseguiría siete años más tarde) (Mitjans, 2021, pp. 196-197). Con esta intención, Atenea se recupera como la diosa que ostentaba poder público en la sociedad helena, y sirve de símbolo para reclamar eso mismo para las mujeres del siglo XX. Fig. 11. Fotografía de Hedwig Reicher como Columbia-Atenea frente al edificio del Tesoro, Washington DC, el 3 de marzo de 1913. Actualmente, su rol de protectora y guerrera sigue siendo férreo, dejando a un margen su aspecto andrógino y la poca empatía por el género femenino. Suele encarnar personajes muy bélicos e inteligentes, haciendo de este personaje alguien querido por el público. Un ejemplo muy claro es en una de las últimas películas del Universo Cinematográfico de Marvel, Eternals (2021). En esta historia, los Eternos son una raza inmortal, originaria, según creen, de Olimpia, que fue creada y enviada a la Tierra por los Celestiales para que ayudasen a la raza humana a evolucionar. En el film, los Eternos son diez personajes (cinco mujeres y cinco hombres) que pisan tierra por primera vez en el 7000 a. n. e. en Mesopotamia. Cada uno posee unas habilidades sobrenaturales y luchan contra los Desviantes, unas criaturas malvadas que se alimentan de los humanos. Los diez Eternos están inspirados en dioses y criaturas de distintas mitologías o de la literatura, y son interpretados por un elenco que fomenta la inclusión de etnias y variedad cultural. Así aparecen Ajak (Salma Hayk), la líder, inspirada en Quetzalcóatl; Gilgamesh (Dong-seok Ma) como el mítico héroe babilónico homónimo; Ikaris (Richard Madden) inspirado en Ícaro, del cual dicen que se inventaron su historia mitológica mientras vivían en Grecia porque les hacía gracia (al final del film, el personaje se suicida volando hasta el Sol, pero en los cómics en realidad se trata de Dédalo que adopta el nombre de Ikaris tras el fallecimiento de su hijo Ícaro por acercarse demasiado al astro); Makkari (Lauren Ridloff) que encarna a una femenina Mercurio con supervelocidad, muda y con ciertas tendencias a robar objetos valiosos y coleccionarlos; Phastos (Brian Tyree Henry) un inventor nato identificado con Hefesto; o Kingo (Kumail Nanjiani) que seguramente esté inspirado o en el dios Kingu babilónico mezclado con Vishnú del panteón hindú. Debido al carácter protector que poseían todos, a su longevidad y poderes sobrenaturales, fueron confundidos con dioses, de ahí que los mortales adoptaran sus nombres y atributos para sus propias deidades. Pero si hay un personaje llamativo es el de Thena, interpretada por Angelina Jolie. Es una magnífica guerrera y luchadora cuerpo a cuerpo, que puede invocar armas a su antojo como espadas, hacha larga o un escudo. Viste en tonalidades claras que beben de cierta estética griega, tiene el cabello abundante y rubio, y porta una pequeña tiara plateada (fig. 12). A lo largo del film se menciona en varias ocasiones que ella fue la gran diosa Atenea de la guerra, enormemente venerada en Atenas y le da cierta rabia, que confundan su nombre. En un flashback del siglo XVI se desvela que Thena tiene una enfermedad que la enajena, haciéndole delirar y decir cosas incomprensibles, mientras ataca a su propia familia. Finalmente se descubre que ellos son criaturas sintéticas a las que los Celestiales borran la memoria cuando son enviados a un planeta para ayudar a la vida inteligente a evolucionar. Viven con ellos durante miles de años, hasta que llega el momento de que otro Celestial, que está creciendo en el interior del planeta, nazca. En ese momento, se destruye el planeta entero, matando a todos los seres vivos, y los Eternos son enviados a otro lugar para volver a iniciar el ciclo. El Celestial que está germinando en la Tierra se llama Tiamut, inspirado en Tiamat, las aguas primigenias y posterior dragona babilónica, fuerza primitiva del caos creador (el Celestial Tiamut emerge entre las aguas del océano). En este último borrado de memoria, en Thena falla y su mente se fractura ante el peso de tantos recuerdos que ni siquiera reconocía de sus vidas pasadas. Durante los créditos finales, en el momento en el que aparece el nombre de Angelina Jolie, a su lado se alza una escultura imponente de Atenea ataviada con su escudo Gorgoneion, su égida, su lanza y su casco. En los cómics la historia de Thena no es así, de hecho es un personaje completamente independiente al de Athena o Atenea. Mientras que esta última es la diosa olímpica, Thena es miembro de los Eternos, nacida en Olimpia pero que, inicialmente, se llama Azura; su padre, Zuras (muy parecido a Zeus) se lo cambió por Thena para que se pareciera al de la diosa griega, convirtiéndose en su representante en la Tierra. Esto hace que los humanos las confundan y crean que Thena es, en realidad, su diosa, siendo a ella a la que construyeron la ciudad de Atenas. Físicamente los dos personajes, además, se parecen mucho y, en alguna ocasión llegan a luchar entre ellas (fig. 13). Fig. 12. Angelina Jolie como Thena en Eternals, Chloé Zao, UCM, 2021. Fig. 13. Thena (izquierda) y Atenea luchando en los cómics de Marvel. En la novela Lore de Alexandra Bracken, la autora reinterpreta la mitología griega, donde nueve dioses olímpicos han sido condenados por Zeus al agón. Cada siete años, estos dioses se vuelven mortales y caminan entre los humanos, mientras son perseguidos y cazados por los descendientes de los antiguos héroes helenos: Perseo, Cadmo, Ulises, Teseo, Aquiles... Quienes pueden asesinarlos y tomar su poder, incluida la inmortalidad. Afrodita ya está muerta para cuando comienza la historia y Artemisa aparece como un personaje secundario. La diosa de la caza es descrita como una formidable arquera, poderosa y salvaje, con su melena rubia salpicada de hojas y la piel del color del marfil y resplandeciente, como la luna. Viste con una toga celeste y, además, porta un carcaj lleno de flechas, sujeto a su cuerpo mediante cabellos humanos trenzados. Artemisa se encuentra cegada por el dolor ante el asesinato de su hermano Apolo y su deseo de venganza la lleva, irremediablemente, a la muerte dentro de la novela. Lore Perseus, neoyorkina del siglo XXI y la protagonista, ha intentado vivir ajena a toda esta vorágine de cacerías desde el último agón, donde su familia fue brutalmente asesinada, pero al inicio del siguiente, Atenea llegará herida ante su casa y no tendrá más remedio que involucrarse. La diosa es descrita como una mujer alta, de rasgos simétricos y marcados, ojos grises con motas doradas y cabello del color del oro bruñido. Su carácter es frío, distante y racional, aunque desvela en varios momentos que puede llegar a empatizar con los demás, dejando a un lado los comportamientos maquiavélicos y crueles que demuestra por norma general. Atenea es descrita como la defensora de ciudades, guía de las mentes brillantes y las manos de los artesanos, así como de los guerreros. Reflejando la mitología en la relación entre ambas (pues la protagonista es descendiente del asesino de la Gorgona, Perseo, y es denominada como “la pequeña Medusa”), tienen varias conversaciones a lo largo de la historia donde indagan en el rol de Atenea dentro de la mitología clásica. En una de ellas, Lore le critica que solo escogiera ser madrina de hombres, hecho que sirvió de ejemplo para los mortales, que no dieron cabida a las mujeres como guerreras, incluso en pleno siglo XXI, donde dentro de su sociedad, las mujeres poseen rangos inferiores a los hombres y menos privilegios y libertades. Atenea se defiende argumentando que las mujeres eran jurisdicción de Artemisa y que, aunque no las guiara en batalla, sí que les dio consejo, no por considerarlas inferiores, sino porque ensombrecería el honor a su amiga Palas, la guerrera que, según ella, jamás podría ser igualada. En otras discusiones, Lore increpa a Atenea la decisión de transformar a Medusa en monstruo tras ser violada. Atenea le responde que únicamente reforzó su furia para que pudiera protegerse contra aquellos que quisieran herirla pero que, si la historia la recuerda como la villana, es por culpa del retrato que han hecho los hombres a través de las historias y el arte: La retrataban con un aspecto abominable porque temían toparse con la verdadera mirada de una mujer, ser testigos de la poderosa tormenta que habita en su interior, aguardando el momento para desatarse. Medusa no fue derrotada a manos de mi tío. Simplemente renació como una criatura capaz de sostenerle la mirada al mundo, sin miedo (Bracken, 2021, p. 341). Durante toda la trama, la égida, el formidable escudo de Atenea con la cabeza de la Gorgona, es motivo de distintas disputas ya que posee poderes que hace que solo los descendientes de Perseo y la propia Atenea puedan utilizarla. Pese a que Medusa no aparece como tal durante toda la historia, sí se deja entrever como una voz siseante en la mente de Lore cuando esta alza la égida en combate. Por todos estos pequeños guiños, la Gorgona es la imagen de la portada del libro, relacionando, una vez más, a la protagonista con ella (fig. 14). Fig. 14. Portada de Lore de Alexandra Bracken. Medusa, hecha de mármol blanco, posee un rostro juvenil y solo uno de sus ojos cobra vida en el nombre de la protagonista. Las Amazonas, al contrario que Atenea, se encuentran íntimamente relacionadas con el movimiento feminista. Durante el siglo XX, las mujeres que luchaban por la igualdad de derechos y libertades fueron denominadas “Amazonas” (González Villa, 2019), siendo paradójico que, evidentemente, no se quemaban o cortaban un pecho, pero sí quemaron sus sujetadores en la década de los 60 en señal de protesta (Goñi, 2005, p. 89). La similitud con las Amazonas va mucho más allá, ya no por querer implantar un modelo matriarcal, sino porque las Amazonas, como las mujeres, son consideradas la otredad, y estas guerreras representaban el modelo inverso de una sociedad capacitada y funcional. En definitiva, las Amazonas dentro de la mitología constituían un sistema social donde la mujer tenía el control de su vida, era libre, enaltecía la hegemonía del matriarcado, el poder femenino y la androginia como parte natural de la existencia de la mujer. Para ello, vivían alejadas de la sociedad considerada como “civilizada” y, aun así, esta sentía el deber y el derecho de aniquilarlas por medio “del matrimonio, la violación y el asesinato” (Beteta Martín, 2016, p. 87), ya que constituían un riesgo para el correcto funcionamiento de su propio sistema. Las figuras de Atenea y el de las amazonas como féminas belicosas, han pervivido a lo largo del tiempo inspirando al personaje de la mujer guerrera. Este personaje, como ellas, se ha dividido en dos perfiles opuestos: el de las doncellas guerreras y el de las amazónicas. El primer grupo lo conforma la doncella que por circunstancias diversas viste los hábitos de caballero y, encubriendo su propio sexo, practica accidentalmente la caballería, en oposición a la amazona, otra variante del arquetipo de la mujer belicosa, guerrera por naturaleza y educación, e inicialmente andrófoba (Marín Pina, 1989, p. 82). La doncella guerrera sería denominada como virgo bellatrix (Beteta Martín, 2016; Marín Pina, 1989) y, a pesar de que su origen desciende de autores latinos como Virgilio u Ovidio267, se originan como tal en la literatura del siglo XII asimilándolas, a su vez, con guerreras nórdicas y celtas, como las Valquirias (Mitjans, 2021, p. 190). Juana de Arco se convertiría en uno de sus mayores exponentes, pero incluso ella fue llevada a la hoguera en 1431 por la Inquisición, ya que se sentenció que había sido hechizada, y representaba lo oscuro y lo abyecto. Las virginales heroínas mártires se transmutaron en figuras eróticas, nefastas, misteriosas y negativas, y así fueron representadas con el paso de los siglos (Mitjans, 2021, p. 192). Es decir, ni siquiera la virgen Atenea se libró del yugo patriarcal que reconcomía a la sociedad a las puertas de la masiva caza de brujas, donde el miedo al poder femenino era justificación suficiente para condenarlas. Muchas son sus herederas en la cultura actual, donde han inspirado a varios personajes femeninos guerreros y ficticios, quienes adoptan un aspecto más andrógino para pasar desapercibidas mientras llevan a cabo actos asociados a los hombres, como la lucha, la independencia o la libertad de acción. De igual manera, las mujeres a lo largo de la historia han adoptado seudónimos masculinos para poder publicar sus obras. Algunas de ellas fueron Cecilia Bölh de Faber tras Fernán Caballero, Margarita Hickey detrás de Francisco Lelio Barriga, Carmen de Burgos tras Gabriel Luna, Mary Ann Evan por George Eliot o Violet Page detrás de Vernon Lee. Esto no es algo alejado en el tiempo, la mundialmente conocida J. K. Rowling, autora de la exitosa saga de Harry Potter, tuvo que poner sus iniciales como firma del libro en la década de los 90, ya que la editorial que le compró los derechos de su historia consideraba que así se vendería mejor al no ser evidente que se trataba de una escritora. Tras haber sido rechazada por otras editoriales que consideraban que la historia del joven mago jamás triunfaría y menos, por haber estado escrita por una mujer, Rowling aceptó sin dudar el ocultar su género. En la serie Valeria (2020) de Netflix, la protagonista es una escritora a la que alaban su trabajo, pero la propia editora le comunica que solo le publicarán el libro si se oculta tras un nombre masculino. Otras mujeres se han tenido que disfrazar de hombres para poder realizar sus sueños, como es el caso de la española Concepción Arenal, que se hizo pasar por uno de ellos para poder estudiar Derecho en la universidad durante el siglo XIX. Victoria Combalía publicó en 2006 el libro Amazonas con pincel, donde hace un recorrido histórico por artistas femeninas desde el siglo XVI hasta la actualidad. La autora las bautiza con el nombre de la tribu bélica por las evidentes similitudes de marginación dentro de la hegemonía de los hombres. En la ficción se han mostrado personajes que adoptan un aspecto varonil para que sea legítima su participación en un mundo de hombres. Una de ellas es Mulán en la película de animación homónima de 1998 (y su posterior remake en 2020), inspirada en la leyenda china de Hua Mulan, pero reinterpretada bajo la perspectiva occidental, donde se hace pasar por hombre para poder ingresar en el ejército chino y salvar de la muerte a su anciano padre (fig. 15). Otras son Arya Stark y Brienne de Tarth, personajes de la saga de libros Canción de Hielo y Fuego de George R. R. Martin y encarnadas por las actrices Maisie 267 Ambos nombrarían a las mujeres travestidas de hombres como virago. Williams y Gwendoline Christie, respectivamente, en la serie Juego de Tronos (2011-2019). En el caso de la primera, se le impone el aspecto de un niño ya en las primeras temporadas, para pasar más desapercibida, ya que es más peligroso para ella viajar dejando ver que se trata de una niña. Desde ese momento, el personaje, que ya mostraba signos de no encajar y repudiar la feminidad medieval que impera en la serie, acoge voluntariamente ese nuevo aspecto como una seña de identidad, encontrando su manera de vestir y peinarse con el paso de las temporadas (fig. 16). Brienne de Tarth lleva el pelo corto, viste como un caballero con armadura desde el inicio y su sueño es convertirse en caballero, lo cual es motivo de burla durante la serie (igual que su gran altura y corpulencia), a pesar de su magnífica destreza con la espada, su fuerza y su código de honor. Ella no engaña a nadie en ningún momento, no esconde su feminidad pero igualmente, por no encajar en el perfil femenino físico y psicológico de la época, debe lidiar contra la sociedad que la rodea constantemente (fig. 17). Fig. 15. Fotograma de Mulán (con la armadura verde) junto a sus compañeros del ejército en Mulán, Tony Bancroft y Barry Cook, Walt Disney, 1998. Fig. 16. Maisie Williams interpretando a Arya Stark en Juego de Tronos, George R. R. Martin, HBO, 2011-2019. Fig. 17. Gwendoline Christie como Brienne de Tarth en Juego de Tronos, George R. R. Martin, HBO, 2011-2019. Por otra parte, a lo largo de este estudio se ha visto que en innumerables ocasiones los personajes femeninos de films, series, cómics o avatares de videojuegos que, a pesar de que luchen, visten con un atuendo que no es cómodo ni realista para una guerrera, puesto que son trajes donde prevalece el mostrar el cuerpo femenino para el placer de la mirada masculina antes que la practicidad y la coherencia, es decir, entran dentro del grupo cinematográfico de las llamadas “mujeres fálicas” (Bernárdez, 2012). En el imaginario actual es muy evidente esta dualidad: para que tomen en serio a una guerrera, debe parecer un hombre, en caso contrario, se evidencia exageradamente el cuerpo femenino por encima de todo lo demás. En otras palabras, la mujer es tratada como objeto, no como sujeto. Al ponerles atuendos hipersexualizadores demuestran que no se quiere crear un personaje femenino en el que una niña o una mujer se pueda sentir identificada, sino que está hecho para el placer del público masculino. En la última década esta tendencia ha comenzado a desaparecer, aunque muy lentamente. Un claro ejemplo es en la evolución de la vestimenta del personaje de Scarlett Johansson en la franquicia Marvel, encarnando el personaje de la superheroína Viuda Negra. Siempre lleva un traje ajustado pero, en sus primeras apariciones en las películas de otros superhéroes, las poses en los carteles publicitarios, así como su vestuario, son más sugerentes y es sexualizada de manera más evidente. La peluquería también va acorde, en los primeros films siempre lleva el pelo suelto y muy arreglado, a la vez que lleva un maquillaje más marcado. A medida que va pasando el tiempo, esas tendencias van desapareciendo, su traje se vuelve más práctico y menos sexy, hasta llegar a su propia película, la única dirigida por una mujer en solitario, donde el peso de la trama recae sobre los personajes femeninos (fig. 18-25). A pesar de que en el cartel no sea evidente, solo en este film (al igual que el anterior de Los Vengadores: Endgame) su personaje se recoge el pelo (normalmente con trenzas, peinado típico en los países nórdicos y bálticos) en las escenas de lucha. También es destacable que es la única mujer del equipo de los primeros Vengadores, frente a cinco hombres. Ha aparecido en numerosas películas de la saga como personaje secundario, convirtiéndose en uno de los personajes más queridos por el público, y hasta el 2021 no se ha estrenado su película en solitario, frente a las dieciséis películas que poseen sus compañeros hombres en solitario (dejando al margen las que poseen un título que hace referencia a un equipo como Los Vengadores o Guardianes de la Galaxia). Fig. 18. Viuda Negra en Iron Man 2, Jon Favreau, UCM, 2010. Fig. 19. Viuda Negra en Los Vengadores, Joe y Anthony Russo, Cate Shortland y Joss Whedon, UCM, 2012. Fig. 20. Viuda Negra en Capitán América: El Soldado de Invierno, Joe y Anthony Russo, UCM, 2014. Fig. 21. Viuda Negra en Los Vengadores: La Era de Ultrón, Josh Whedon, UCM, 2015. Fig. 22. Viuda Negra en Capitán América: Civil War, Joe y Anthony Russo, UCM, 2016. Fig. 23. Viuda Negra en Los Vengadores: Infinity War, Joe y Anthony Russo, UCM, 2018. Fig. 24. Viuda Negra en Los Vengadores: Endgame, Joe y Anthony Russo, UCM, 2019. Fig. 25. Viuda Negra en Viuda Negra, Cate Shortland, UCM, 2021. De igual manera, la aparición del mundo de las Amazonas a raíz de la inclusión del personaje de Wonder Woman, la Princesa Amazona, en las películas de DC, ha protagonizado varias polémicas. Tras la primera película en solitario estrenada en 2017 y dirigida por la directora Patty Jenkins, donde el diseño de vestuario para la protagonista derivó del creado por Zack Snyder en el film anterior de Batman vs. Superman (2016); sus Amazonas vestían armaduras cómodas, sin perder la estética helénica, y todo gracias a la diseñadora Lindy Hemming (fig. 26). Pero, pocos meses después, se estrenó La Liga de la Justicia, donde el director vuelve a ser Zack Snyder y los diseños de vestuario fueron llevados a cabo por Michel Wikilson. Aparte de que Wonder Woman volvió a aparecer con tacones, las Amazonas cambiaron radicalmente su atuendo, olvidando las armaduras metálicas que les cubrían los torsos, para llevar bikinis de piel que dejaban al descubierto el vientre, haciendo vulnerables los órganos vitales (fig. 27). Se trata de un ejemplo muy claro de la mirada femenina frente a la masculina, de cómo la inclusión de las mujeres en puestos de mando genera cambios en los discursos de las imágenes e historias, mientras que los hombres tienden a perpetuar la iconografía de la mujer fálica en contextos que no son necesarios. Fig. 26. Amazonas en Wonder Woman, Patty Jenkins, DC, junio 2017. Fig. 27. Amazonas en La Liga de la Justicia, Zack Snyder, DC, noviembre 2017. Si bien el personaje de Ellen Ripley, interpretado por Sigourney Weaver en la saga Alien, desafió los roles de género tradicionales y cambió el concepto de la mujer dentro de los relatos del género de la ciencia ficción ya en las últimas décadas del siglo XX; como herederas de las Amazonas e inspiradas completamente en el arma predilecta de Ártemis, existen dos mujeres guerreras, cada una a su estilo, que lucharán por romper la hegemonía imperante en sus historias, las arqueras Mérida y Katniss. Mérida, protagonista de la obra de animación Brave (2012) de la factoría Disney, rompe con el prototipo de princesa que la empresa venía generando desde 1937 con Blancanieves. Monta a caballo a horcajadas, lleva el cabello suelto y tiene un manejo formidable con el arco, hecho insólito para una mujer de su época y estatus. Su historia se enmarca en un clásico cuento de hadas de corte medieval celta y con elementos fantásticos, magia y moraleja final. Pero Mérida no necesita de un príncipe para descubrir lo que quiere, la historia no gira en torno al amor romántico, sino al filial y, en concreto, hacia su madre, el personaje que representa los valores conservadores y patriarcales. Mérida alcanza su propia independencia a través de un viaje junto a su progenitora donde ambas deberán aprender a aceptarse mutuamente tal como son y, ante todo, a valorar la independencia y libertad femenina. Estéticamente, Mérida representa la propia rebeldía que le caracteriza mediante su pelo: una maraña abundante y larga de rizos pelirrojos que procura mantener suelta y libre, una metáfora de su propia esencia, y que no responde a reclamo sexual alguno (fig. 28). La simbología de este color de cabello cambia: a pesar de que pertenezca a una mujer que no se adapta a las normas establecidas por el patriarcado, no hace referencia a una sexualidad devoradora como lo hacía para los decimonónicos. Por otro lado, Katniss Everdeen, protagonista de la tetralogía de libros Los Juegos del Hambre de Suzanne Collins que fue llevada a la gran pantalla entre 2012 y 2015 e interpretada por Jennifer Lawrence, también es una mujer con habilidades excepcionales con el arco, debido a sus actividades ilegales como cazadora, que le permiten llevar comida a su maltrecha familia y conseguir dinero. Katniss se ofrece voluntaria como participante para salvar la vida de su hermana pequeña en los macabros Juegos del Hambre. Esta es una competición organizada por la clase dirigente y rica de la sociedad en la que introducen a veinticuatro niños y adolescentes en una arena para que se maten entre sí, hasta que quede un único superviviente y ganador, todo ello siendo tratado como un concurso festivo, televisado y retransmitido a todos los habitantes del país. La intención es mantener doblegada a una sociedad donde el capitalismo ha llegado a su máximo exponente. Mientras que la grandísima mayoría del país vive en la auténtica pobreza, trabajando de sol a sol para proveer al estado y ver cómo sus hijos mueren cada año en un programa de televisión obsceno; la parte minoritaria pero adinerada se satisface con la morbosidad de la muerte infantil y vive ajena al dolor, la discriminación y la miseria. Katniss luchará por su vida en los Juegos pero, a su vez, encenderá la chispa que hará que su país se levante en armas contra la tiranía de sus opresores, convirtiéndose ella, sin quererlo, en la imagen de la revolución. Aparte de ser la protagonista de su historia, Katniss protagonizó el primer éxito de masas liderado por un personaje femenino no convencional. Escapando de todos los roles que el cine había creado en torno a la mujer (enfermiza, romántica, en apuros, masculinizada o seductora), Katniss no se evade de su feminidad pero tampoco la exalta, es una realidad que queda apartada a un segundo plano, haciendo que se perfile como un personaje más realista dentro del sector (fig. 29). Tanto Katniss como Mérida llevan ropas acordes a las situaciones a las que se enfrentan y su periodo histórico, sin ser hipersexualizadas. Se convierten en las rescatadoras, no las que deben ser rescatadas, toman sus propias decisiones y afrontan las consecuencias de estas para ganarse su libertad. Para algunos personajes femeninos la transgresión de los roles de género radica en que ella adopta cualidades físicas y psíquicas del hombre para liberarse. A pesar de características propias al género masculino por estereotipo que Mérida y Katniss puedan adoptar, ninguna excluye su feminidad como lo hizo Atenea o se le impuso a las Amazonas. Ellas mantienen su identidad femenina, como Ártemis, y, sobre todo en el caso de Mérida, abandera esa transgresión demostrando la condición igualitaria de la mujer frente al hombre o, como Katniss, acercando los personajes ficticios femeninos al gran público de una manera en la que el género no es relevante para el desarrollo del personaje. De esta manera, se convierten en paradigmas de nuevas formas de construcción de personaje que se salen de los arquetipos femeninos fílmicos. Fig. 28. Mérida de Brave, Brenda Chapman y Mark Andrews, Wal Disney Pixar, 2012. Fig. 29. Katniss Everdeen en En Llamas, segundo film de Los Juegos del Hambre, Francis Lawrence, 2013. Debido a los procesos históricos contra las mujeres acusadas de brujería, las brujas han sido la ogresa malvada predilecta de las feministas. Existe una apropiación, por parte de estas, del término y sus connotaciones; lo hacen suyo, de manera que las conecta con todas esas mujeres víctimas de la sociedad del momento, sus hermanas, creando el concepto de hermandad o sororidad entre mujeres que no tienen por qué tener lazos familiares de manera literal. Desde las primeras apariciones de las sufragistas, éstas se han vinculado con la figura brujesca y han asociado la discriminación, violencia y represión institucional patriarcal con la caza de brujas. Esta analogía insultaba también a sus oponentes y opresores, ya que los consideraban igual de ignorantes y tiranos que sus antecesores (Del Castillo, 2020, pp. 195-196). Margaret Murray (1863-1963) fue una antropóloga británica que se convirtió en la primera mujer egiptóloga. Durante la Primera Guerra Mundial, incapaz de regresar a Egipto para proseguir con sus estudios, comenzó a investigar sobre la caza de brujas. Su trabajo sobre este tema es considerado uno de los primeros realizados por una mujer y pionero en realizarse desde el punto de vista de las víctimas de la caza, no de los inquisidores (Martínez, 2019). En 1921 publicó la que sería conocida como la “hipótesis del culto a las brujas”, donde Murray expuso la premisa de que la caza de brujas europea no fue más que una tapadera de la institución eclesiástica para acabar con una religión pagana pre-cristiana que adoraba al Dios Cornudo y a la Diosa Madre. Este dios, fue denominado por los cristianos como Satán y las reuniones nocturnas que realizaban los paganos, se convirtieron en los famosos aquelarres de las acusaciones. Aunque contó con bastantes adeptos, su hipótesis fue refutada en las siguientes décadas por la carencia de base documental (Hutton, 1999), y se conjeturaron otras teorías mucho más aceptadas por los académicos, como que la caza fue debida a histerias colectivas o a herejes contrarios al dogma cristiano (Burr, 1922). Posteriormente, el inglés Gerald Gardner, retomando la hipótesis de Murray en 1954, anunció haber descubierto la religión pagana que quiso ser erradicada durante la caza de brujas. Así nació la Wicca, culto neopagano que ha servido para la restauración de esta supuesta religión y en la que sus miembros se autodenominan brujas y brujos (Del Castillo, 2020, p. 196). El culto cobró fuerza en las décadas siguientes y, actualmente, tiene millones de seguidores, sobre todo en Estados Unidos. Por otra parte, a finales de la década de los 60, se fundó W.I.T.C.H. (Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell), un grupo feminista de la ciudad de Nueva York. Describen a la bruja como las “mujeres sin miedo de existir, de ser valientes, agresivas, inteligentes, inconformes, curiosas, independientes, liberadas sexualmente, revolucionarias” (W.I.T.C.H., 1968), es decir, todas aquellas mujeres que no se amoldan bajo el patriarcado. Así, todas las brujas eran feministas y todas las feministas, brujas. Sus acciones hacían un llamamiento a la sororidad en forma de “aquelarres”, y crearon analogías de la situación de la mujer de esos años con la de la caza de brujas268. Fig. 1. Performance del colectivo W.I.T.C.H. en la Universidad de California, 1968. La artista Leonor Fini, exponente del Surrealismo, trabajó con figuras liminares femeninas, guardianas de sabiduría, peligrosas para los hombres porque escapaban de su control. En algunas de sus obras, retrataba a la mujer bruja en posesión de poderes oscuros, casi siempre relacionadas con los gatos, a los que consideraba, como los egipcios, criaturas liminares entre el mundo de los vivos y el de los muertos (fig. 2 y 3). También retrató su reinterpretación de Hécate, diosa griega de la hechicería, bajo el conjunto de un grupo de mujeres luminosas en un espacio infinito y oscuro. El aquelarre custodia el mundo de los sueños y se vuelve inquietante y, a la vez, hipnótico (fig. 4). Fig. 2. Leonor Fini, Las Hechiceras, 1959. Fig. 3. Leonor Fini, La Ceremonia, 1960. 268 Un hecho curioso de este colectivo es que en una de sus performances activistas, lanzaron un hechizo en Wall Street para hundir la bolsa. Al día siguiente, la bolsa cayó significativamente. Fig. 4. Leonor Fini, La encrucijada de Hécate, 1978. Actualmente, la frase feminista “somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”, trae a la memoria las miles de mujeres que fueron torturadas, violadas y asesinadas durante más de dos siglos en Occidente. Sigue vigente la analogía creada en el siglo XX donde las feministas son brujas y los opresores, igual de ignorantes. El colectivo convierte la frase en un grito de guerra y de empoderamiento, un mensaje que contiene un recordatorio y una advertencia velada. Fig. 5. Portada del libro Somos las nietas de las Brujas que no pudisteis Quemar de Ame Soler, 2019. En 1922, la película-documental sueca Häxan. La brujería a través de los tiempos de Benjamin Christensen, basada en cierta medida en el manual inquisitorial Malleus Maleficarum (H. Kramer & Sprenger, 1486/2004), expone cómo la caza de brujas se produjo a causa de la superstición e ignorancia de la propia Iglesia y la histeria social ante un enemigo que no existía. Argumenta que muchos comportamientos que servían para acusar de brujería, responden a dolencias psicológicas que se diagnosticarían como tal en el siglo XX. Dies Irae de Carl Theodor Dreyer, película danesa de 1943, muestra a las acusadas de brujería como víctimas del sistema patriarcal y de los asfixiantes roles a los que se ven relegadas socialmente. Fig. 6. Tres de las cuatro actrices que dieron vida a las Embrujadas (1996-2003). De izquierda a derecha: Alyssa Milano, Holly Marie Combs y Rose McGowan. A partir de la década de los 90, se empezaron a producir películas y series con historias donde los personajes abandonaron el aspecto monstruoso y temido de la bruja, y se adentran en nuevos discursos. Entre ellos: Sabrina, cosas de brujas (1996-2003), Embrujadas (1998-2006) (fig. 6) o The Craft (Jóvenes y Brujas (1996)). Estos personajes son brujas adolescentes (o lo que viene a ser lo mismo, mujeres jóvenes ostentando poder) siendo las protagonistas de sus historias sin ser las villanas, donde cualquier chica coetánea podía sentirse identificada. Si bien es cierto que, aunque en estas historias las visiones que ofrecían eran las de un mundo mucho más igualitario, no abandonaban las tramas donde resaltaban la importancia de la belleza, el culto al cuerpo y, sobre todo, la obtención de la atención de un chico/hombre. Además, en el caso de The Craft, lo que parece una trama de sororidad donde la magia creaba una fuerte amistad entre las cuatro adolescentes, acaba mostrando la historia de cómo ese poder corrompe y pervierte a las débiles adolescentes, las cuales no paran de pelearse por un chico. Como guinda, la película abusa de clichés que indican al espectador con qué figura deben sentirse más identificada: el personaje femenino que acaba siendo malvado tiene una estética oscura y gótica con el cabello oscuro y corto; mientras que la protagonista que vence, responde a una feminidad más tradicional, vestida con tonos claros, motivos florales y una larga cabellera rubia. Los remakes que se han ido creando de las historias anteriores (Las escalofriantes aventuras de Sabrina, Netflix (2018-2020) (fig. 7) y Embrujadas, HBO (2018- En emisión), han salvado algunas de esas tramas que no casan con el feminismo actual, adaptando las historias para una aceptación más contemporánea. Aun así, en el caso del remake de Sabrina sí que mantienen algunos de los discursos patriarcales. En la tercera temporada, dentro del grupo de villanos aparecen Nagaina (Medusa) y Circe. La primera, que también puede convertir en piedra, vuelve a ser decapitada, aunque esta vez por mano de una mujer; y la segunda, que también acaba muerta, poseía poderes que estaban especializados en la transmutación, haciendo un guiño, incluso, a una piara de cerdos. Fig. 7. Póster promocional de la tercera temporada de Las escalofriantes aventuras de Sabrina, Netflix, 2020. En la oscura estética de la conocida serie de terror American Horror Story, se dedicaron dos temporadas completas, Coven (2013-2014) y Apocalypse (2018), a la historia de un aquelarre de Nueva Orleans, descendientes de las brujas de Salem. Dicho aquelarre estaba formado por mujeres de todas las edades, aunque la mayoría son chicas adolescentes. Las tramas de cada uno de los personajes (en su grandísima mayoría femeninos) muestran estereotipos asociados por antonomasia a la mujer (como su afición por la moda) pero que, en muchos casos, se invierten los discursos o se tratan de manera sarcástica o con intención crítica. En esta línea se encuentra el personaje de Fiona (Jessica Lange), Bruja Suprema del aquelarre en Coven, que responde al perfil de la perfecta femme fatale. Fiona es plenamente consciente de lo que hace y cómo lo hace y, además, disfruta de ello (si bien es cierto que también es la malvada bruja de Blancanieves en su obsesión de mantener su belleza y no dejar que otra mujer, más joven y bella que ella, la suplante). Por otra parte, la inocente Zoe (Taissa Farmiga), la joven bruja que llega al aquelarre al comienzo de la temporada, también es una mujer fatal stricto sensu, ya que asesina a los hombres mientras mantienen relaciones sexuales con ella (hecho que recupera el androterror sobre la sexualidad femenina y su vagina dentada), pero lo hace sin desearlo y no disfruta de la muerte (López-Villar, 2019). A pesar de que los personajes tienen continuamente conflictos entre ellas, algunos como la ya mencionada lucha de Fiona contra la vejez y su envidia hacia las brujas más jóvenes del aquelarre, estos conflictos no son más que una muestra de cómo el sistema patriarcal devora desde dentro a las mujeres. Es por ello que no solo basta con enarbolar la bandera de “soy feminista”, sino que hay que empezar contraatacando al sexismo que se tiene interiorizado (hooks, 2017, p. 33). Por otra parte, esta serie también hace paralelismos constantes con el movimiento feminista y es que, en cuanto alguien (normalmente un hombre) actúa contra una de las brujas, el aquelarre olvida sus rencillas internas y se asocian, como una colmena, para hacer frente a la amenaza. En otros momentos, el racismo se abandona en favor de la sororidad, como es el caso de Madame LaLaurie, personaje basado en hechos reales de la dama homónima del siglo XIX que torturó y asesinó a un gran número de esclavos negros, que se alía con Marie Laveau, reina vudú del grupo de brujas racializadas, para luchar contra un enemigo común. En esta línea de discurso, escribió bell hooks (2017) que el movimiento feminista antirracista es el única base política que podrá hacer posible una verdadera sororidad (p. 84). Fig. 8. Póster promocional de American Horror Story: Coven, 2013, con la serpiente, animal asociado por antonomasia a la mujer y la perversidad femenina, además de una criatura vinculada a las brujas. La archiconocida saga literaria y cinematográfica de Harry Potter (Rowling, 1997) cambió las connotaciones de la palabra “bruja”. Mientras que todos los hombres que poseen el don de la magia son denominados “magos”, las mujeres son llamadas “brujas” sin ningún tipo de significado negativo, simplemente es el nombre para dirigirse a ellas. Fig. 9. Al final de la tercera entrega de la saga, Harry Potter y el Prisionero de Azkaban (2004), el personaje de Sirius Black se dirige a Hermione Granger (fotografía de la izquierda) y le dice con total admiración: “Realmente eres la bruja más maravillosa de tu edad”. La película Akelarre (2020) de Pablo Agüero, sitúa la acción en el País Vasco de 1609, y cuenta la historia de seis jóvenes de un pueblo costero que son arrestadas por brujería y llevadas ante los juicios de la Inquisición. Está inspirado en un caso real que registró el inquisidor francés Pierre Lancre cuando se encontraba por aquella región llevando a cabo juicios masivos por brujería. Los pescadores, que estaban en plena campaña del bacalao, se enteraron de que “sus esposas, madres e hijas estaban siendo desnudadas, apuñaladas y muchas de ellas habían sido ya ejecutadas” (Kurlansky, 2000), por lo que regresaron a su hogar y liberaron un convoy de mujeres que estaban siendo trasladadas a la hoguera. Es el único registro que se tiene de una organización masculina que se opusiera a la caza de brujas y defendiera a las mujeres (Federici, 2010, p. 260). Con esta premisa, Akelarre desarrolla la historia de estas jóvenes que intentan ganar tiempo en sus interrogatorios hasta que lleguen los pescadores, inventándose, con todo tipo de detalles, en qué consiste el sabbat, la reunión de brujas con Lucifer por la que se las acusa. El film tiene buenas bases históricas del procedimiento de los juicios y consideraciones que tenían en cuenta los inquisidores. Un claro ejemplo de esto es el de la mirada de la bruja: en el Malleus Maleficarum (Kramer & Sprenger, 1486/2004) se explica cómo las mujeres son peligrosas cuando se las mira, y durante todos los interrogatorios de la película no paran de gritarles a las chicas que bajen los ojos y no dirigiesen sus ojos ni a los guardias ni a los inquisidores, pues podían embrujar solo con la mirada. El relato visual contiene una fuerte perspectiva feminista que pretende mostrar el otro lado de la caza de brujas y las limitaciones de pensamiento del hombre de aquel siglo. Un discurso que podría ser perfectamente el actual: ante la ignorancia y pensamiento conservador, ellas ven que es absurdo intentar explicarles que están equivocados, pero no cesan en buscar la manera de seguir luchando para no caer en las redes patriarcales. Fig. 10. Fotograma del film Akelarre, P. Agüero, 2020. Como curiosidad, la película obtuvo nueve nominaciones a los Premios Goya 2021, siendo galardonada con cinco. Medea (1996) es una novela de Christa Wolf que recupera la imagen de la princesa de la Cólquide pre-euripidea, la Medea que no comente fratricidio con su hermano ni filicidio, ni tampoco mata con sus venenos a Glauce. Jasón repudió a esta Medea en Corinto cuando la ciudad comenzó a culparla de las sucesivas desgracias que la asolan (la peste, los terremotos y, en general, la muerte). Desde el principio es mirada con recelo por su extraña belleza: morena con el pelo salvaje (al contrario que el físico de los corintos), ojos verdes, risa honesta, etc. Ella sabe que la consideran bárbara desde su llegada y es un elemento discordante en la ciudad. Es inteligente, sincera, fuerte, paciente, observadora, sensible, empática y austera en cuanto al uso de joyas por decisión propia (un carácter completamente opuesto a sus representaciones iconográficas). Es una gran curandera que utiliza las propiedades de las plantas y hierbas para sus ungüentos, sin poderes mágicos (una de las personas que trata es a una epiléptica Glauce, con la que no tiene rivalidad alguna). Sus hijos también son asesinados, pero por el pueblo de Corinto. La desconfianza en torno a ella surge por no aceptar la derrota, ser orgullosa y, como recuerdo de la caza de brujas, del temor ante la sabiduría femenina, ya que, al escuchar más que hablar, entiende las debilidades de ambos géneros y es capaz de ayudar y ser certera. En definitiva, el odio y la desconfianza hacia su persona nacen por no comportarse bajo las normas impuestas sobre las mujeres. La otra maga griega por excelencia, Circe, a pesar de ser un personaje mitológico que no ha caído tanto en el olvido como otros, tampoco es excesivamente conocido en la actualidad, aunque se resucitó el interés por la primera hechicera de occidente con la publicación del libro Circe de Madeline Miller (2018). Esta novela bebe de absolutamente todos los mitos clásicos escritos en la Antigüedad sobre la maga, entremezclándolos y situando los pasajes cronológicamente en la vida de Circe; incluso en las breves descripciones de su físico, como que todo descendiente de Helios tenía un brillo especial en sus mirada (en esta novela se traduce a que tienen los ojos dorados). Evidentemente, se presta a la invención de la autora para rellenar las lagunas, conversaciones o momentos que no se recogen en la mitología como el nacimiento de la hechicera, su infancia, cómo descubrió sus poderes, por qué empezó a convertir a los marineros en cerdos o cómo vivió su maternidad. Fig. 11. Portada de la novela Circe de Madeline Miller, 2018. Se muestra a una Circe mucho más humana y débil a pesar de ser una diosa; una niña, joven y adulta con inseguridades y miedos, que no ha sido querida en su entorno familiar y que empieza a amarse a sí misma y a ganar seguridad a raíz de quedarse sola en su isla y desarrollar su propia vida. La magia se vuelve su aliada, su escudo de protección contra los que quieren dañarla en su hogar y, cuando llega el esperado encuentro con Odiseo, a pesar de que todo transcurre según Homero, ni Odiseo es el héroe agresivo ni Circe, la mujer sollozante que se ofrece por su vida. Miller muestra a un Odiseo precavido, porque sabe de más que se encuentra ante una diosa hechicera; Circe muestra curiosidad ante el hombre que tiene delante, pues no se comporta como el resto de marineros avariciosos que pretendían robarla e intentaban violarla al enterarse de que vivía sola. El héroe no llega a amenazarla con su espada, solo mantienen una conversación que concluye con Circe invitándole a su cama, porque ella lo desea, no porque se sienta obligada a ello. Posteriormente, la escritora (que escribe desde punto de vista de Circe, al contrario que en La Odisea) hace un guiño a cómo un joven Homero cantó este pasaje y quedó grabado en la memoria de la historia: El muchacho que la cantaba carecía de talento, desafinaba más veces de las que entonaba bien, pero la dulce musicalidad de los versos brillaba a pesar de su maltrato. No me sorprendió la forma en que se me retrataba: la orgullosa hechicera derrumbada ante la espada del héroe, arrodillada y suplicando clemencia. Humillar a las mujeres parece ser el pasatiempo predilecto de los poetas. Como si no pudiese haber historia a menos que nos arrastrásemos y sollozásemos. (Miller, 2018, p. 233). En el film Eternals (2021) del Universo Cinematográfico de Marvel, una de las protagonistas es Sersi. Los Eternos son unos seres inmortales que acompañaron a la humanidad desde el inicio de la civilización y estos, los divinizaron. Aunque, en ningún momento se especifique, al inicio de la película es calificada como “hechicera” y su poder consiste en transformar la materia inanimada en otro tipo de sustancia. A lo largo de la película, sus poderes aumentan y consigue también modificar la materia sensible o, dicho con otras palabras, los cuerpos de los seres vivos. El personaje de Sersi está inspirado en los cómics en la maga Circe y justificaron el cambio de nombre, por un error de los historiadores a la hora de transcribirlo. A pesar del fuerte carácter seductor de este personaje en los cómics, donde ha mantenido relaciones con la mayoría de sus compañeros, en el film únicamente ha tenido una relación durante 5000 años con Ikaris y, después de más de un siglo donde este desapareció sin dar explicaciones, Sersi comenzó una nueva relación con Dane Whitman, que se desvelará como el Caballero Negro de las historietas. Igualmente, a pesar de que mantiene el cabello negro y el atuendo verde, no está sexualizada como en los cómics (fig. 12). Fig. 12. Gemma Chan como Sersi en Eternals, Chloé Zhao, UCM, 2021. El mundo musical está plagado de referencias a la brujería, figuras brujescas, grupos paganos o artistas que utilizan todo este campo semántico e iconografía para generar letras feministas. Dentro de este último grupo se encuentra la agrupación de Lola Índigo formado por cuatro bailarinas y su capitana, Mimi Doblas, que también es su vocalista. Lanzaron su primer álbum en 2019 bajo el título de Akelarre. En él todas las canciones del trabajo giran en torno al empoderamiento femenino utilizando la iconografía brujesca, donde algunas de las más representativas son Mujer Bruja y Maldición. Esta iconografía es explotada dentro del marketing, redes sociales, videoclips, coreografías y puestas en escenas durante sus conciertos. En este último caso, en su puesta en escena durante uno de sus conciertos se visualizó una Medusa dorada como icono pagano de empoderamiento femenino durante el tema Mujer Bruja (fig. 13). Fig. 13. Medusa en pantalla durante uno de los conciertos de Lola Índigo, julio 2021, Wizick Center, Madrid. Fotografía propia. Los grupos de música paganos o artistas independientes suelen generar música folk, tribal, celta, nórdica, rock o metal, entre otros estilos. Hacen uso tanto de instrumentos actuales comunes y otros que no son tan habituales encontrarlos en bandas de música comercial (arpas, flautas, violines, violonchelos, gaitas, etc.), mezclados con instrumentos más tradicionales (laúd, darbuka, tejoletas, címbalos, rabel, etc.). Lo interesante de ellos son sus letras cantadas muchas veces con arreglos corales a varias voces o solistas (normalmente femeninas). Cantan a la Diosa y a la Luna, rezando en su mayoría a deidades como Hécate, Inanna, Diana, Isis, etc. Generan mantras, muestran sus estilos de vida paganos, recuerdan a grandes figuras olvidadas vinculadas con estos temas, hablan de sororidad y hermandad, etc. Algunos de estas artistas y grupos son Inkubus Sukkubus, Cernunnas, Blackmore’s Night, Luna Santa, Wendy Rule, An Danzza, Faun, Lindie Lila, Robert Gass... Resulta fascinante y enmudecedor comprobar que la magia que crearon unas pocas, se ha convertido en el estilo de vida muchas, que una gran cantidad de personas se sienten reconfortadas por unas deidades que parecían olvidadas en el tiempo y que no tienen miedo de vivir conectadas con la tierra, la naturaleza, los astros, los ancestros, la familia y el hogar. Generando arte cada día con ello. Por último y como colofón a este epígrafe, mencionar la obra de una artista que engloba multitud de los conceptos expuestos en este estudio y que a más mujeres ha querido honrar en un único trabajo. Se trata de The Dinner Party instalación creada por Judy Chicago, que tardó cinco años en realizarla, desde 1975 hasta 1979. Se trata de una mesa con forma de triángulo gigantesco que da cabida a treinta y nueve comensales. Todos los comensales son mujeres y su nombre reposa bordado en el salvamantel de su asiento, sobre el que se posa su cubierto, plato y copa con símbolos e imágenes que la representan. Los platos, además, dibujan o se alzan con formas diversas de vulvas. Todas ellas son mujeres que han sido vilipendiadas, maltratadas u olvidadas por culpa del patriarcado milenario; pero, a su vez, son mujeres que han conseguido superar el sistema opresor y ganarse un hueco en la historia. Pero, no solo eso, sino que, bajo cada uno de los nombres, hay cientos de nombres femeninos más, mujeres que se encuentran relacionadas con la comensal y a la que esta les da cabida bajo su manto. En el primer lado del triángulo se presentan las primeras trece mujeres, todas ellas del periodo entre la Prehistoria hasta la Antigua Roma: diosas como Ishtar o Kali, las Amazonas, Judit, o Safo; en el suelo aparecen los nombres de Pandora, Circe, Aracne, Helena de Troya, Antígona, Eva, Lilith, Esther o Sara. En el segundo lado aparecen mujeres que vivieron desde la instauración del cristianismo hasta la Reforma: Juana de Arco, Teodora de Bizancio, Artemisia Gentileschi o Maria Medici, junto a ellas hay multitud de nombres de mujeres ajusticiadas por brujería, literatas, fundadoras de conventos y escuelas femeninas, etc. Y en el último lado, engloba desde la invasión europea a América hasta 1975: Pocahontas, Malinche, Sacajawea, Sor Juana Inés de la Cruz, Marie Lavoisier, Elizabeth Blackwell, Marie Curie, Amelia Earhart o Virginia Woolf; bajo ellas aparecen los nombres de Charlotte y Emily Brontë, Jane Austen, Clara Schuman, Fanny Mendelssohn, Frida Khalo, Georgia O’Keeffe, Mata Hari o Simone de Beauvoir. Fig. 42. Judy Chicago, The Dinner Party, 1979, instalación. Se puede visitar en el Museo de Brooklyn, en Nueva York. Fig. 43. Judy Chicago, The Dinner Party, 1979, instalación. El simbolismo del número 3 se encuentra por todas partes en esta obra. Para empezar es un triángulo que, a pesar de ser equilátero, se perfila con uno de sus vértices hacia abajo, lo que forma el triángulo que simboliza a la mujer. En los tres lados de la figura hay 13 mujeres, en total 39 comensales y, a sus pies, otras 999 mujeres, lo que se traduce en 3 veces 333. La tríada femenina, la triple luna, la triple diosa se encuentra en esta instalación. El principio femenino divino y lunar se materializa en un único espacio que no pretende conmemorar a las mujeres citadas de manera individual, sino como un colectivo, un sistema sólido, que ha formado un patrimonio (¿o quizá, matrimonio?) a pesar de que la sociedad quisiera silenciarlas y las haya invisibilizado. Además, las vulvas en sus platos pone sobre la mesa (y nunca mejor dicho) que eran mujeres de carne y hueso. A pesar de que algunas sean mujeres mitológicas, la mayoría no lo son y, cuando se habla de personas del pasado que sufrieron, se genera una despersonalización, porque uno no se imagina a la persona ni al cuerpo que sufrió detrás del nombre. El cuerpo es la primera herramienta del ser humano, y, para cada uno, el cuerpo se convierte en el conductor que le permite vivir experiencias, pensar, tocar, ver, oler, sentir... Poner las vulvas de 39 mujeres en una mesa, las hace humanas, más cercanas al espectador. Se rompe la barrera que las deshumaniza trayendo su cuerpo a escena, de tal manera que es mucho más fácil empatizar o sentirlas presentes con su sufrimiento y su poder. La vulva es lo que las ha caracterizado a todas, lo que han tenido en común a pesar de su época histórica, su color de piel y sus acciones. Todas han sido igual de importantes pero, sobre todo, todas han sido mujeres y están ahí, juntas. Fig. 44. Judy Chicago, The Dinner Party, 1979, instalación. Como diría Robin Morgan en 1970, esto no es la history, sino la herstory. __________________________________________________________ En este apartado se van a establecer paralelismos y diferencias que se han ido observando a lo largo del análisis. Desde apreciaciones generales que atañen a la totalidad o parcialidad de las figuras mitológicas sin distinción de categorías, se va especificando a cada uno de los ocho grupos, para terminar recapitulando las iconografías resumidas de cada personaje en tablas breves divididas en dos columnas: representaciones a lo largo de la historia e imágenes de la cultura contemporánea y sus soportes más actuales. Tanto las grandes divinidades femeninas como las ogresas presentan rasgos comunes que se manifiestan de diferentes maneras. Parecen ramificaciones de un mismo ente que englobaba todos los atributos y conceptos mitológicos. Ese gran ente ha tenido diversos nombres, varios estudios coinciden en denominarlo Gran Diosa o Diosa Madre (Baring & Cashford, 2005; J. Campbell, 2015; Pérez Berges, 2019). Es posible que existiera una gran energía que aunara todos los poderes y misterios femeninos y que las distintas culturas fueran escogiendo las partes de ella que más convenían para generar sus panteones: Inanna, Ishtar, Anat, Astarté, Isis, Cibeles, Hécate, Deméter, Perséfone, Afrodita, Ártemis, Freyja, Hathor, Sekhmet, Kali, etc. En esencia, no son más que distintas advocaciones de un mismo concepto. Tiamat, Ereshkigal, Hela, Izanami, Lilit, Equidna, Sirenas, Harpías, Gorgonas, Moiras, Furias o Esfinge constituyen la parte negativa, oscura y/o incomprendida de esa Diosa Madre. Todas ellas han nacido de las relaciones que un individuo genera por primera en su vida: su madre; y, por ende y en contraposición, se genera su opuesto y complementario: su padre. La relación con los progenitores permanece en el interior del inconsciente durante toda la vida y esto deriva a generar un imaginario colectivo que afecta en la forma de mirar y entender el mundo (Pérez Berges, 2019). El amor de una mujer se diversifica, pudiendo manifestarse como maternal o como pasional o sexual. En esta línea se han visto envueltos casi todos los personajes analizados en mayor o menor medida. Todas amaban a algo o a alguien, aunque fuera así mismas o, de una manera más metafórica, a aquello a lo que se dedicaban o la razón de su existencia. Y, por regla general, ese amor era lo que las pervertía. En el caso de las madres, ellas amaban a un amante que acabaría muerto, para luego resucitar y al que cuidarían como a un hijo. Este crecería, se volvería a convertir en su amante, para acabar de nuevo en el reino de los muertos. Este ciclo sin fin constituiría los ciclos naturales de la vida-muerte- resurrección del que tantas diosas son patronas. Durante siglos antes de nuestra era, la divinidad de la mujer, en calidad de madre primordial, ostentaba una posición de poder superior en los panteones de la que se le fue limitando posteriormente, debido a ese misterio de la vida que no se podía descifrar y solo las mujeres tenían la capacidad de realizarlo. El vínculo hijo-amante fue un arquetipo que pervivió en diosas diferentes (como Nammu, Inanna, Isis o Afrodita), dando explicación a los ciclos de vida, muerte y resurrección, donde la diosa es imperecedera y la encargada de hacer que la rueda no deje de girar nunca: su útero se convierte en la razón de su poder, fuente de vida. Los elementos primigenios de las diosas eran, en casi todos los panteones, la tierra y el agua. El agua como principio cósmico de la que nace todo lo demás, era encarnada siempre por una figura femenina (Nammu o Tiamat), al igual que el primigenio Caos, que necesita de la mediación de un hombre (Marduk, Zeus, Yahvé) para ordenarse y poder albergar vida. Del agua y el caos femenino nacía todo lo demás, generando la tierra, también femenina, y que transformaba el aire en un concepto masculino, junto con el fuego. Más tarde, la divinidad femenina pasó a convertirse en “esposa de”, “hermana de” o “hija de” un dios masculino, es decir, se comenzó a concebir su identidad en torno a la de un hombre. Ese hombre mermaba el poder femenino a medida que cobraba más fuerza la relación de poder. La diosa empezó a desarrollar temor hacia el cabeza de panteón y, más tarde, se extrapoló a otros dioses masculinos que no tenían por qué ser los soberanos. Temía ser raptada, violada o agredida en cualquiera de sus formas. Se le arrebató su capacidad primordial de ser madre, pasando a ser los creadores ellos. Es decir, la única capacidad netamente femenina, fue despojada de su figura porque, evidentemente, era un poder demasiado inconmensurable para una mujer dentro de una sociedad que se perfilaba bajo la supremacía de los varones. A través de todos estos símbolos, el detrimiento de la divinidad femenina fue de la mano de la caída a un nivel inferior de las mujeres frente a los hombres dentro de la sociedad. El culmen de las religiones patriarcales fue arrebatarle totalmente la divinidad a la mujer. Ya no existe la diosa, solo hay un único creador-dios- padre-todopoderoso que aúna todos los poderes existentes, concebibles e inconcebibles; en otras palabras, la Gran Diosa Madre es derrotada por el Dios Padre. Las mujeres son escasas en estos panteones y creencias, solo permanecen aquellas que son necesarias para concebir la trama. En el caso de que exista una figura femenina que destaque por encima de las demás en veneración y culto (como María), su constructo teológico es imposible de alcanzar por el resto de mujeres, pues su naturaleza es contradictoria y antinatural, únicamente existe gracias al poder del dios y, por tanto, es la única mujer dotada de su gracia. Como otra rama paralela a esta concepción existían las tríadas divinas. Algunas formadas por el concepto de familia, estaban protagonizadas por la madre, el padre y la hija o hijo. Estas fueron típicas en Egipto. Otras, en cambio, se construían dentro de un único género, donde las tres partes son advocaciones de un todo. Normalmente en aquellas mitologías con un corte más patriarcal, regidas por la luz, el sol, el aire o el cielo, estaban formadas por varones con carácter bondadoso: An, Enlil y Enki, en la Sumeria más tardía donde la diosa perdía fuerza; Brahma, Shiva y Vishnú en la mitología hindú; y Padre, Hijo y Espíritu Santo en la cristiana. En el caso de ser una tríada femenina, su vinculación era completamente lunar, atada a los ciclos del satélite, de la regeneración y la menstruación. Cada fase la formaba un arquetipo de la edad de la mujer: doncella/hija, madre y anciana. Y, sobre todo dentro de la mitología clásica, es abundante la cantidad de tríadas femeninas, tanto benévolas como malignas. Las figuras ctónicas se desvelan con un profundo carácter maternal, aunque es descontrolado. En el caso de las diosas del inframundo, para las diferentes culturas era muy fácil pensar que si bien una madre es quien les ha cuidado en vida, otra madre les cuidará en la muerte. No es extrapolable a todas las mitologías ya que en grandes panteones como el egipcio con Osiris o el grecolatino con Hades/Plutón, son dioses masculinos los reyes de la tierra de los muertos. Pero sí que es cierto, que sus esposas, Isis y Perséfone/Proserpina, poseen dicho carácter maternal o generador de vida. Para Isis, ella devuelve a la vida a su propio esposo, convirtiéndose mitológicamente en su hijo; y para Perséfone, la tierra se vuelve fértil cuando ella regresa cada año junto a su madre Deméter. Aunando ambos mitos, se encontraría la diosa mesopotámica Inanna o Ishtar, quien descendió al inframundo, abandonando la tierra a su suerte, para encontrarse con su hermana Ereshkigal, que solo la permitió regresar al mundo de los vivos cuando dio a luz ella misma a la vida (Inanna) y le exigió un pago a cambio de escapar de su reino. Así, descendió el esposo de Inanna/Ishtar para sustituirla, y se le permitía regresar junto a su esposa durante unos pocos meses al año para que la felicidad de la diosa volviera a fertilizar la tierra y sus criaturas. Ereshkigal e Inanna/Ishtar son la muerte y la vida, respectivamente, que se retroalimentan continuamente, generando los ciclos imperecederos que rigen la supervivencia y naturaleza del ser humano. Tiamat, de una manera más retorcida, también es madre, pero una que no controla a su progenie, puesto que encarna el caos femenino sin orden masculino. Además, bajo su forma dracónica, solo concibe monstruos. Izanami, como Ereshkigal y Perséfone, tuvo un pasado en el mundo de los vivos, pero fue arrastrada al inframundo, donde su carácter se volvió arisco e intransigente, sublevándose a su esposo. Similar es la historia de Hela, condenada a regir en soledad el inframundo nórdico y, como Izanami, con una iconografía parecida a la de un cadáver putrefacto. Nix y las Moiras, Parcas y Nornas viven al margen de la sociedad, siguiendo sus propios rituales diarios. La primera, alada o montando en su carro con un gran manto o velo, trae la noche cada día y descansa bajo tierra cuando el sol brilla en lo alto. Engendró a toda una progenie primigenia y poderosa, que rige los designios más oscuros de los mortales. Las otras tres tríadas, completamente iguales a excepción de los panteones a los que pertenecen, tejen los destinos de los humanos y poseen el gran poder de la vida y la muerte; pero están condenadas a vivir aisladas. En muchos casos, personifican las tres edades de la mujer, en una muestra gráfica del paso del tiempo. Con más carácter psicopompo se encuentra Morrigan, que puede ser concebida como una o triple, encarnando la imagen de la Parca que recoge a los muertos metamorfoseada, a veces, en un cuervo negro. Diosa con el cabello largo, hermosa, atractiva y en edad fértil. Muestra su cuerpo desnudo, es seductora para su propio interés. Oscura y protectora de los muertos. Celos de su hermana Inanna. Fiel, leal y autoritaria. Madre. Casada en varias ocasiones. Diosa tenebrosa. Cabello oscuro, con escasas excepciones. Ropajes negros. Imponente, oscura, solemne. Cómics y videojuegos: poderosa y sexualizada. Ser primordial del agua salada. Caos creador. Progenie incontrolable. Madre pasiva. Pacífica y mediadora. Evoluciona, cambia a forma de reptil, dragona alada, múltiples pechos y cola. Genera conflictos, insufla terror, madre de monstruos, vengativa. Asesinada y descuartizada por el héroe masculino. Dragona con una cabeza o varias. Ser monstruoso, híbrido de reptil con mujer atractiva y sexualizada. A veces, múltiples pechos, cuernos y alada. Diosa de la vida y la muerte. Viva: bella, joven, fértil, creadora, obediente y sumisa esposa. Madre de buena progenie, culpable de hijos deformes si se antepone al esposo. Fallece al dar a luz. Aparece junto a su marido, pasiva. Prima esta iconografía. Fallecida: reina de los muertos, aspecto de cadáver con gusanos y truenos (serpientes). Terrorífica, vengativa, colérica. Juramento de asesina, inicio del ciclo vida-muerte. Prima la iconografía de diosa del inframundo. Cadáver sangriento o atractiva, a veces, sexualizada. Rodeada de muertos y criaturas monstruosas. Tétrica, oscura, vestida con ropajes orientales habitualmente ajados. Personificación primigenia de la noche. Madre de seres necesarios pero terroríficos. Lleva a sus hijos Hipnos y Tánatos en brazos. Abandono del carácter maternal. Monta en carro tirado por caballos, junto a Helios, confusión con Selene. Viste de oscuro y las estrellas a su lado. A veces alada. Velo oscuro alrededor de la cabeza o arrastrándolo con ella, metáfora de la oscuridad. Común aparecer desnuda. Viste siempre de negro, cabello oscuro. Papel de villana. Elementos de la noche a su alrededor: estrellas, luna, poderes mágicos ocultos. Diosa de la primavera y de las flores, benévola, doncella. Misterios de la fertilidad junto a su madre. Iconografía habitual: su rapto. Siempre son imágenes violentas. Diosa infernal: perversa, siniestra, celosa, terrorífica, autoritaria. Carácter funerario junto a su esposo. Viste de luto, túnica larga, solemne, respetada. Porta antorchas o granadas. Casada en contra de su voluntad. Mismas dos versiones. Diosa floral, inocente, doncella, resplandeciente. Diosa infernal, autoritaria, oscura, elegante. Las distintas historias varían entre hacerla infeliz o profundamente enamorada de su esposo. Mezcla de ambas iconografías, flores y calaveras. Poco habitual el cabello rubio. Seres primordiales. Siempre tres. Tres mujeres idénticas o tres edades de la mujer. Atributos relacionados con el tejido. Aisladas. Nornas: siempre cerca del Yggdrasil. Confusión con las Grayas: un único ojo. Atributos del tejido. Aspecto más monstruoso o tres edades. Poderosas y siniestras. Diosa de los muertos. Aspecto feroz, rostro lúgubre y maligno. Mitad del cuerpo hermoso y joven, con tonalidades claras; la otra mitad es un cadáver en descomposición y nauseabundo, de colores oscuros. Las mitades pueden ser longitudinales o transversales. Imponente y poderosa. Autoritaria, poderosa. Viste de oscuro, hermosa. Suele tener el cabello negro. En ocasiones se muestran dos tipos de iconografía a la vez, aludiendo a sus dos mitades corporales. Diosa de la guerra, la fertilidad y la soberanía. Triple o una. Cabellos oscuros o pelirrojos. Favorecía y aterrorizaba a placer en la batalla. Psicopompo, mensajera de la muerte. Ciclos de renovación de la vida. Forma de cuervo, símbolo de mala suerte, o mujer. Se metamorfosea. Puede ser seductora, no se adapta a las leyes del matrimonio, tachada de promiscua. Relacionada con los cuervos o alada. Ambientes bélicos, guerrera, armada, imponente. Cabello normalmente oscuro o pelirrojo. Videojuegos: sexualizada. Tabla 1. Resumen iconográfico de las figuras Ctónicas. Las diosas vinculadas a la noche y la Luna suelen primar frente a los dioses que simbolizan lo mismo en otros panteones. La similitud entre el ciclo menstrual femenino y el ciclo lunar establece una concomitancia difícil de ignorar y que conlleva a reservar el satélite para la mujer. Las historias de Chang’e y Selene se encuentran íntimamente relacionadas con su amor hacia un hombre mortal que reside en la tierra pero, mientras que la primera acabó condenada a vivir en el astro convirtiéndose en inmortal y encarnaba a la buena esposa amorosa en la mayoría de versiones, la segunda personifica el propio satélite y posee un carácter más agresivo por su versión del mito donde se convertía en depredadora sexual. Coyolxauhqui acaba, como Chang’e, condenada a vincularse con la Luna pero, al igual que Selene, personifica al astro. Su carácter primigenio era el de una gran guerrera aunque con intenciones viles y, junto con sus hermanos, fue derrotada por Huitzilopochtli, su otro hermano y personificación del Sol, castigada a permanecer regentando la noche oscura y siendo vencida cada día, de nuevo, por Huitzilopochtli. Ix Chel y Mama Quilla son diosas lunares con un profundo carácter maternal. Las fases lunares en ellas representaban los ciclos de la tierra y la reproducción de los seres vivos, siendo común vincularlas con el elemento del agua, también símbolo de fertilidad. A excepción de la mitología china, para el resto de mitologías la Luna posee relación en su mito con el Sol, siendo frecuente el parentesco entre hermanos como Selene-Helios y Coyolxauhqui- Huitzilopochtli (también sucedería con Ártemis y Apolo, herederos de Selene y Helios) o un matrimonio como Ix Chel- Itzamná y Mama Quilla- Inti, que también era su hermano. Personificación de la Luna. Joven hermosa, piel pálida, túnica y manto ondeante. Monta en carro tirado por caballos alados o bueyes blancos; otras monta directamente sobre caballo, mula o toro. En ocasiones, alada. Atributos lunares: luna creciente o esfera sin rayos. Es habitual encontrarla entre dos estrellas. Alrededor de su cabeza puede tener un velo. Puede sostener antorchas. Con Endimión. Iconografía de arquera, mimetismo con Ártemis. Cabello normalmente rubio. Tiene amantes. No es muy popular. Ha servido para inspirar otros personajes que se alejan del mito e iconografía clásica. Ha prevalecido la imagen de Ártemis como diosa lunar. Puede aparecer tanto como niña o mujer adulta, con el cabello rubio u oscuro, resplandeciente o en gamas cromáticas en torno al negro. Humana convertida en inmortal, residente en la Luna. Mujer extremadamente bella, vestida con traje tradicional chino, largo, de mangas anchas, decorado con chales o velos. Piel pálida. Cabello negro, recogido y adornado. Sostiene disco blanco (luna llena) o levita hacia el astro. A veces aparece junto al Conejo de Jade y una rana de tres patas. Vive en un palacio. Casada. Mujer muy hermosa. Piel pálida, cabello negro y recogido ostentosamente. Viste con grandes túnicas de telas superpuestas, mangas anchas y velos. Es acompañada siempre por conejos y el símbolo lunar se presenta de alguna manera. Diosa lunar del agua, el amor, la fertilidad y el tejido. Sexual, lujuriosa y adúltera. Protectora de la sexualidad femenina. Iconografía en pleno coito. Triple advocación. Luna creciente, joven, hermosa, fértil, con conejo. Luna menguante, anciana, serpiente sobre su cabeza, pechos caídos, falda con huesos, maléfica y destructiva, cascadas de agua, calaveras o demonios. La Luna tiene forma de vasija con agua. Casada. Mismas iconografías. Mujer joven, hermosa o anciana. Muy habitual encontrarla con la serpiente enroscada en la cabeza. Suele aparecer haciendo ofrendas de alimentos o sosteniendo la vasija lunar con el agua. Servicial y benefactora. A veces se recupera el conejo. Diosa lunar y líder guerrera. Decapitada por el héroe. Cabeza transformada en la Cabello oscuro, guiños a su descuartizamiento. Luna, cuerpo descuartizado. Iconografía del descuartizamiento o la cabeza decapitada. Lleva orejeras, nariguera y cascabeles en las mejillas. Atributos lunares, adornada con plumas. Imponente y poderosa, armada. Madre lunar. Triple. Vinculada a la noche y al poder femenino, protectora de las mujeres, diosa del matrimonio y el ciclo menstrual. Lloraba lágrimas de plata. Hermosa, disco plateado (luna) sobre su cabeza y orejeras. Sentada, sostiene la triple luna o disco lunar. Casada con su hermano. Disco sobre su cabeza, cabello negro y largo, joven y atractiva. Sostiene o se rodea de la luna en sus distintas fases. Rodeada de oscuridad y solemne. Tabla 2. Resumen iconográfico de las figuras Lunares. Mama Quilla también forma parte de una tríada lunar femenina, al igual que la compleja hechicera telúrica Hécate. La diosa griega se vinculaba con el mundo de los muertos, siendo de las pocas deidades que tenía permitido cruzar el umbral a placer, guiando a los muertos con sus antorchas en su forma de psicopompo o dejando escapar sus almas para que atormentaran a los vivos. A su vez, se relaciona con todo lo onírico y, por supuesto con la magia, ámbito con el que prevalecería en el imaginario. Esta diosa triple podía aparecer como tres mujeres, una única mujer con tres rostros e, incluso, una sola mujer sin triplicidad física. En el caso de esta última, representaba la fase lunar nueva, la luna oscura o menguante, y la tríada se conformaba con Perséfone/Core y Deméter, que simbolizaban las otras fases lunares. Juntas, además, representaban las tres edades de la mujer. De esta manera, Perséfone era la doncella, Deméter la madre y Hécate la anciana, debido a los altos conocimientos ocultos que poseía, lo cual entronca con su título como diosa de la hechicería. Igualmente, se sincretizaba con otras tres diosas que personificaban distintas advocaciones de su triplicidad. Así, aparecerían Ártemis, Selene y Perséfone representando los tres reinos sobre los que Hécate poseía poder. Al igual que Hécate, la maternal Isis hizo uso de su astucia para engañar al dios supremo y adquirir poder sobre él, mediante el conocimiento de su verdadero nombre, con un ardid perpetrado por una sierpe, animal telúrico. De esta manera, se perfila como una gran maga, cabeza de panteón femenina, esposa del rey de los muertos y primera en ejercer los rituales de reencarnación, por lo tanto, como Inanna/Ishtar, es también la vida. Su poder fue tan inconmensurable, que su culto traspasó fronteras y fue venerada en Europa y Asia, donde se sincretizó con numerosas deidades femeninas en sus distintas advocaciones: Hera, Deméter, Hestia, Selene, Ártemis, Afrodita, Astarté, Minerva, Proserpina, Belona, Cibeles, Némesis, etc. Circe y Medea, discípulas de Hécate, las dos grandes pharmakis clásicas, no poseen identidad propia fuera de los relatos de los héroes helenos a los que ayudan. Muchas de las hazañas conseguidas, se realizan única y exclusivamente por la mediación de las magas y, en cambio, ellas no se llevan reconocimiento alguno. Poseen grandes conocimientos de las hierbas y la realización de pócimas (pharmakis), que permiten la transmutación, siendo un tipo de magia vinculado completamente con la tierra y su fertilidad, elementos netamente femeninos. Ninguna de las dos es capaz de hacer daño al héroe del que, además, se enamoran y se convierte en su amante. En el caso de Medea, su venganza no ataca físicamente a su esposo, sino que le hace daño emocional y psíquico, por lo que, al asesinar a sus propios hijos, perpetra un crimen moral y se convierte en la antimadre. Morgana entra dentro del ciclo artúrico y se desvela como una figura medieval que se fue envileciendo con el paso del tiempo, donde primó más la demonización de la mujer (sobre todo si se la vincula con la brujería) que su bondad. Baba Yaga encarna el estereotipo de la bruja de cuento de hadas: anciana, fea, vive en el bosque en una casa encantada y se relaciona con los héroes a placer, en ocasiones benévola y, en otras, les sirve como escarmiento. En cualquiera de los casos, Baba Yaga es una figura sabia que fortalece a los protagonistas. Se desvela con el capítulo de brujas que todas ellas tienen en común que poseen la sabiduría femenina y oculta, aquellos conocimientos que escapan a la percepción del hombre. Son mujeres respetadas e, incluso, temidas y que, debido a ello, viven aisladas o no se rigen por las convenciones sociales, vagando por el mundo. El conocimiento a las mujeres es algo que le ha sido negado y prohibido. Existen numerosas figuras mitológicas, aparte de estas brujas, que pretenden demostrar que una mujer sabia es peligrosa y transgrede las jerarquías sociales. Tal es el caso de la Esfinge o de las Sirenas como guardianas de los secretos ocultos, y de Isis o de Lilit que superaron al dios creador, volviéndose sus análogas e, incluso, sus superiores. Relevante que, iconográficamente, estas últimas cuatro figuras posean alas. El aire es considerado el elemento asociado a la comunicación, la inteligencia y el conocimiento; por lo que no debe extrañar que las figuras que se consideran sabias, por unas causas u otras, posean una fisionomía que las vincule con este elemento. Además, se hacen numerosas metáforas de los pájaros como figuras que encarnan la libertad; el poder volar otorga no tener límites (terrenales). En las culturas patriarcales el conocimiento femenino fue censurado y, con la llegada de la caza de brujas en Occidente perpetrada por la Inquisición, erradicado: “Las brujas son hijas voluptuosas simbólicas de Eva, así es como lo tomarán posteriormente los demonólogos” (Romero, 2013, p. 5). De esta manera, alimentarán un imaginario denostado que se reflejará no solo en la ficción, sino en la vida real, donde se acosará, perseguirá, maltratará y asesinará a las mujeres por el temor a que sean diferentes, más sabias o libres. Se perdieron costumbres, tradiciones y sabiduría que había pertenecido a las mujeres durante siglos, por temor a ellas. Los misterios femeninos desaparecieron para, posteriormente, pertenecer a la ciencia que encabezaron los hombres. El conocimiento no se les ha devuelto a las mujeres hasta el siglo XIX donde, en Occidente, tras varios intentos tortuosos de otras mujeres antes que ellas, algunas afortunadas consiguieron matricularse y graduarse en la universidad y, con mucha suerte, ejercer su profesión, aunque no sin recelos y obstáculos por el camino. Diosa maternal y gran maga. Joven y bella. Alas desde sus brazos extendidas. Protectora de los muertos, representada en objetos funerarios. Luminosa, dadora de vida. Jeroglífico del trono y amuleto del tyet. Hijos sentados sobre su regazo. Isis lactante. Tocado hathórico con ureo, collar menat y sistro. Fue helenizada y sincretizada. Casada con su hermano. Tocado hathórico, collar menat, traje blanco. Cabello oscuro. A veces alada y siempre con atuendos y accesorios de inspiración egipcia. Diosa ctónica de la magia y las encrucijadas. Diosa oscura, normalmente Triple y lunar. Una única mujer, mujer tricéfala o tres mujeres independientes. Túnica larga. Sostiene antorchas, dagas y llaves. Acompañada de perros negros y sierpes. Muy poderosa. Strophalos. Independiente de los hombres. villana. Priman los símbolos lunares, nocturnos y triples, así como referenciar las tres edades de la mujer. Cómics y videojuegos: variopinta pero siempre sexualizada y oscura. Diosa adulta y atractiva. Cabello oscuro y recogido. Túnica larga. Porta una vara, vasija donde realiza sus pócimas. Con Odiseo o rodeada de animales o híbridos humanos. Femme fatale. Inspira otros personajes o es la villana. Sexualizada. Poderosa maga. Rodeada de cerdos. Princesa humana con habilidades mágicas y con diferentes versiones: pasiva/activa, benévola/malvada, enamorada/secuestrada, etc. Iconografía que destaca sus habilidades mágicas con su caldero y pócimas. Rodeada de sus hijos o con Jasón. Montada en un carro huyendo. Color predilecto: rojo. Se representa su historia bajo diferentes perspectivas y libertades dramáticas. En soportes con contenido infantil o juvenil, encarna el rol de la villana y su aspecto es variopinto. Poderosa hechicera. Evoluciona desde ser una bella doncella, sabia, bondadosa, fuerte y líder a una mujer celosa que controla las artes oscuras, seductora y malvada. En ocasiones su belleza es una ilusión. Suele vivir aislada, con mujeres semejantes o en la corte cuando inicia sus argucias. Viste con trajes largos y de corte medieval. Su cabello es oscuro o pelirrojo. Distintas versiones, aunque suele primar las que la convierten en un personaje malvado. Ha sido encarnada por reconocidas actrices. Su cabello tiende a ser oscuro, viste elegantemente con ropas medievales y siempre es hermosa. Cómics, videojuegos y animes: sexualizada y malvada. Bruja vieja y sabia, profundas arrugas, gran nariz (a veces azul), joroba, largo cabello canoso y desordenado, uñas largas y dientes de hierro oxidado. A veces tiene una pata de palo o de hueso y viste con ropas harapientas. Caníbal con carácter ambiguo. Viaja montada en un mortero y vive en una cabaña móvil con patas de gallina. Figura terrorífica, con aspecto de cadáver. Bruja horripilante, secuestradora de bebés. Vive aislada en el bosque y en su casa con patas de gallina. Encarna a la perfección el arquetipo de la bruja de los cuentos de hadas. Tabla 3. Resumen iconográfico de las figuras Brujas. En el grupo de lascivas conviven diosas de distintos panteones asociadas con el sexo, el placer carnal, el amor que, en muchos casos, se relaciona con la fertilidad, aunque no sea la principal razón de su existencia. Para Inanna, Ishtar y Astarté se desvela que así es, puesto que también se encuentra relacionada con la muerte, tanto en su mito del descenso al inframundo como en sus títulos de diosas de la guerra. Para Afrodita, aunque no sea deidad bélica, uno de sus amantes favoritos y más recurrentes, será la divinidad de la guerra violenta del panteón griego, por lo que este aspecto no se desprenderá de la figura de la deidad femenina del amor y la vida, pudiendo establecerse una dicotomía entre el amor y la guerra. Ambos conceptos son pasionales y devastadores en sus peores formas, y convergen en la figura de Helena. Pero también, el amor y la seducción se alzan como entes femeninos que pueden llegar a sosegar al más violento de los hombres, los cuales se asocian a la guerra y las batallas. De igual manera, esta antonimia converge en Helena en el momento en que Menelao tira la espada al quedar prendido de su belleza cuando iba decidido a asesinarla. Por esta razón, tanto Helena como Pandora se convierten en las mujeres predilectas de Afrodita, puesto que ambas, dolorosamente bellas como ella, desatan las pasiones más viscerales de los hombres, que les lleva a cometer errores fatales, los cuales desembocarán en guerra, enfermedad, vejez y muerte, los amantes de Afrodita. Eros y Tánatos emergen en la figura de la diosa griega, heredera de las mesopotámicas, como otra dicotomía que prevalecerá sobre el imaginario y que poseerá a muchas de las féminas perversas. Tal es la relación entre el amor y la muerte que, a pesar de que en la mitología no exista parentesco cercano, en los cómics de Marvel, así como en su universo cinematográfico, los personajes de Eros y Thanos son hermanos. Rati encarna el amor carnal y la lujuria, sin vinculación alguna con la fertilidad ni los nacimientos, aunque representa a la primavera por ser la estación en la que el celo se apodera de las criaturas. A pesar de ser, quizá, la deidad lasciva más volcada al deleite sexual, sin ningún otro tipo de atributo, es completamente fiel a su esposo y no tuvo más amantes que él, al contrario que el resto de las diosas analizadas hasta ahora. Freyja también representa el amor y la belleza, pero, al igual que Inanna/Ishtar también es la diosa de la fertilidad y la guerra. Se vincula con la muerte y, además, posee conocimientos ocultos mágicos que le enseñará al cabeza de panteón, compartiendo su poder. Es similar a Isis, por tanto; pero, a diferencia de la egipcia, Freyja era quien poseía el poder por naturaleza y es quien decide compartirlo voluntariamente, no lo ansía y arrebata mediante engaños. Tlazoltéotl representaba la lujuria y las pulsiones más perversas de la sexualidad del ser humano, así como de la fertilidad, al ser originaria de la tierra. Su carácter telúrico también se entrelaza con su aspecto triple, que se manifestaba bajo advocaciones diferentes relacionadas con la carnalidad, el tejido y expiatoria de pecados, siendo ferviente defensora del adulterio. Además, poseía conocimientos de la magia negra que realizaba mediante pócimas, al igual que Circe y Medea. Xochiquetzatl, por otra parte, también es fiel como Rati, pero la diosa azteca, a diferencia de la hindú, sí que estaba vinculada con los nacimientos, los partos, la fertilidad y posee un carácter maternal y bondadoso que no es habitual en estas diosas. De igual manera, la Luna era su regente, y representa las fases iniciales, como Perséfone, ya que Xochiquetzatl protegía las relaciones amorosas entre los más jóvenes de la sociedad. Como Afrodita, también se relacionaba con las flores, las cuales se convierten en símbolos del amor y el sexo. Iconográficamente, Tlazoltéotl se mostraba opuesta a Xochiquetzatl. Mientras que esta segunda, por estar vinculada con los jóvenes, era joven, hermosa y vivaracha; Tlazoltéotl era vieja y estaba maltrecha, se la vinculaba con los excrementos y aparecía de cuclillas dando a luz. En cualquier caso, la divinidad de la lujuria siempre se mostraba esclava de su cuerpo. Todas las diosas lascivas se alzan como criaturas extremadamente femeninas. A excepción de Tlazoltéotl (la única que representa la perversión en la sexualidad), las demás son sensuales y hermosas, y encarnan los ideales de belleza de la época y cultura que se buscan en toda mujer. La demonización de la sexualidad femenina fue de la mano con la simbología serpentiforme. En la mayoría de las mitologías de una sociedad patriarcal, surge una figura masculina, normalmente el héroe, que mata a la serpiente, sea cual sea la forma que tenga de presentarse: Marduk a Tiamat, Perseo a Medusa, Jasón (más bien Medea, pero ella no tiene el reconocimiento) al Dragón de la Cólquide, Gilgamesh y Yahvé a Lilit, Apolo a la serpiente Pitón, Hércules a la Hidra de Lerna, Zeus a Tifón, San Jorge al Dragón, etc. Dentro de las iconografías de las mitologías de Oriente Medio y Europa, la Diosa Madre se relaciona estrechamente con la figura de la telúrica serpiente. Jane Ellen Harrison (1980) evidenció que durante las festividades relacionadas con la fertilidad de la tierra y los misterios helénicos, se manifestaban numerosos elementos y ritos anteriores a esa época, donde una diosa todopoderosa tenía como consorte a un hombre con el cuerpo de un ofidio. El carácter de dichos ritos era mucho más siniestro y se encontraban más entrelazados con la oscuridad, la noche y la Luna (Eetessam, 2015, p. 131). Todos estos elementos acabaron irremediablemente asociados por antonomasia a la divinidad femenina. Pero, además, la virginidad va de la mano de estas diosas. La virginidad es un tema tratado desde Mesopotamia y que no se ha abandonado dentro de las religiones más jóvenes, pero sí ha mutado. Inanna e Ishtar, diosas de la fertilidad y el placer carnal, recuperaban su virginidad cada cierto tiempo, igual que lo hacía Afrodita en su baño anual, constituyendo el arquetipo de la madre virgen, que la propia naturaleza perpetúa cíclicamente. La Virgen María, en cambio, pervierte el significado de virginidad, ya que lo convierte en un precepto imposible de asumir por las mujeres si cumplen con lo que la naturaleza las ha predispuesto biológicamente y lo que la sociedad patriarcal las obliga a aspirar. María, a pesar de las posibles imágenes que la muestran pisando a la serpiente (que simboliza el pecado) o en una posición de superioridad frente a Eva, no redime el pecado original ni los actos de la mujer del Edén. María evidencia constantemente la imperfección del ser humano y, en concreto, la de la mujer. Es el sumun de la Diosa Madre pervertida y perversa que las religiones patriarcales han degenerado para denostar a la mujer pero que, igualmente, constituye el regreso más cercano a esa diosa primigenia, sin tener la etiqueta de divina (Baring & Cashford, 2005). Diosas se la sexualidad y la guerra. Dama celestial, protectora, simboliza la vida y la luz. Carácter lunar y triple. Caprichosa, violenta, cruel y vengativa. Casada y con numerosos amantes. A veces llevaba una barba. Siempre es hermosa y atractiva. Símbolo de la estrella de ocho puntas (Venus), eclíptica de estrellas. Hijo sobre el regazo. Alada, shugurra, mazas de poder, caduceo y contiene o pisa a bestias (león). Serpiente y árbol. Femme fatale. Piel oscura, hipersexualizada, normalmente asociada a la noche y a la sexualidad, exacerbada femenina. No hay consenso en el color de su cabello. Diosa del amor carnal y la belleza. Encarna el ideal de belleza femenina. Gran cantidad de atributos según advocaciones: orbe, estrella de ocho puntas, luna, tortuga, montada sobre una cabra o carnero, cisne, paloma blanca, delfín, saliendo del mar, concha, rosas, mirto o manzana. Eros suele estar a su lado. Cabellera eminentemente dorada, piel pálida y tiende a aparecer desnuda. Tonalidades preferentes: rosados, blancos y celestes. Casada y con numerosos amantes. Extremadamente femenina. Suele estar muy sexualizada, manteniendo la línea que viene dada por la historia del arte. Su cabello es rubio o en tonalidades claras en su mayoría. Colores preferentes en su atuendo: rosas. Diosa de la lujuria y el sexo. Junto con su esposo, inspira el kamasutra. Cabello oscuro y piel clara, voluptuosa, de grandes pechos y seductora. Monta sobre un loro armada con arco hecho de caña de azúcar o lanza, muy engalanada. Atributos de la abeja, el cuco o la brisa. Yace con su esposo durante el coito bajo la diosa Chhinnamasta. Casada y fiel. No es muy habitual la iconografía de esta diosa en la cultura popular occidental. Diosa del amor y la belleza, asociada a la guerra. Muy hermosa y con conocimientos Larga cabellera dorada. A veces mágicos. Larga cabellera rubia y porta el Brisingamén. Desnuda o muy engalanada. Monta sobre un carro tirado por dos gatos o cabalga sobre un jabalí. Asociada a los halcones. Numerosos amantes. retratada como femme fatale. Guerrera y poderosa. Videojuegos: puede estar sexualizada con aspecto bélico y, en otras, como una mujer nórdica ataviada con largas túnicas y abalorios. Tlazoltéotl: Diosa de la lujuria, el sexo pervertido, las inmundicias. Bruja oscura con pócimas. Carácter triple. Tejedora, expiatoria y asociada al adulterio. Vieja, pechos caídos, de cuclillas dando a luz, vestida con pieles humanas. Nariguera con forma lunar y, sobre su cabeza, conjunto de husos y rama de algodón, pendiente de algodón. Boca negra. Sostiene la planta raíz del diablo. Xochiquetzatl: Diosa de la belleza, las flores, la sexualidad y los artesanos. Matrimonial y maternal. Vitalidad. Luna en sus fases jóvenes. Numerosos amantes. Joven, hermosa, alegre. Atributos de flores, tocado de plumas de quetzal, nariguera escalonada, atuendo ostentoso. Ambas: atributos de guerra. Se perpetúan los mismos atributos aztecas adaptándolos a las estéticas del soporte en el que se incluyen. Tabla 4. Resumen iconográfico de las figuras Lascivas. En el capítulo de híbridas, las Esfinges se revelan como criaturas protectoras y guardianas de la vida mientras poseían fisionomía masculina. Para cuando Grecia acogió esta figura, su parte humana era la de una mujer y continuó teniendo un papel protector pero, esta vez, de enigmas y secretos. De nuevo, una criatura femenina se relaciona con la sabiduría oculta que, tal y como se desvela en el mito de Edipo, incluye a la propia naturaleza humana; una naturaleza que ella no posee al tratarse de una bestia. Mientras que la parte de león representa el salvajismo y la fuerza, su rostro y torso de mujer la acercan a la feminidad perversa seductora. Lo mismo ocurre con Medusa a quien su belleza le valió su maldición. Esta se descubre como una víctima de violación, pero que fue transformada en un monstruo por la sociedad que la concibió; es por ello que también fue víctima del pensamiento misógino de dicha cultura. Al igual que la Esfinge y Medusa, las Sirenas, esas criaturas mitad mujer-mitad ave o pez, poseen un atributo que las convierte en irresistibles para el hombre, en terribles seductoras. En su caso, durante la época helena, su belleza residía en sus melodiosas voces; a partir de la Edad Media, la belleza se extendió a su figura y, nuevamente, la mujer cae presa de su cuerpo. Estas tres figuras de la mitología clásica, no tienen espacio en el mito si no es dentro de las historias del héroe masculino que las derrota, un caso similar al de Circe y Medea. A pesar de que ellas posean sapiencia prohibida, estrategias o utilicen sus poderes de seducción o argucias, la inteligencia del varón prevalece sobre su monstruosidad. Se enarbolan, pues, como paradigmas de la necesidad de imposición de la Razón y el logos sobre la Ignorancia, de lo civilizado sobre lo salvaje, de lo humano sobre el monstruo, del Bien sobre el Mal, de lo masculino sobre lo femenino. Lo mismo ocurre con Tiamat, Izanami, Coyolxauhqui, Circe, Medea, Empusa, Lamia, las Amazonas, Morgana, Sekhmet, Baba Yaga o Lilit. Todas se convierten en monstruos en el momento en que se consideran que viven al margen de la sociedad civilizada y, como muestra, han de ser vencidas por el héroe masculino que se proclama salvador de sus congéneres. Mesopotamia y Egipto: Criatura mamífera con cabeza humana masculina, liminar, protectora y benefactora. Grecia: Criatura cuerpo de león alado y cabeza humana femenina, hermosa voz, don de la palabra, guardiana de enigmas y sabiduría oculta. Devoradora de hombres. Inicio en posición sedente sobre columnas, después sobre rocas. La parte fisionómica de mujer aumentó hasta el torso. Se usó su imagen como ornamento. Femme fatale seductora. Presencia de Esfinges egipcias y helenas. En ambos casos se mantienen las iconografías originales, aunque prevalece la imagen de la Esfinge femenina. Se perpetúa su rol como protectora de secretos y enigmas. Figura sabia. Sus imágenes mezclan, en la parte animal, la fisionomía leonina con la de un ave emplumada. Arcaica: Ser zoomorfo femenino, alada, lengua colgante, colmillos, muecas en el rostro, garras y, a veces, sierpes por cabellos. Cinturón con caduceo. Postura de esvástica. Criatura telúrica, terrorífica y petrificadora. Decapitada por el héroe. Posteriormente, se vuelve hermosa, aunque se mantiene su cabello de ofidios. Su cabeza es un trofeo y arma. Se añade a las representaciones de Atenea, así como objetos con función apotropaica y ornamentos. Seductora y símbolo de los terrores masculinos. Iconográficamente continúa la misma apariencia de bella atroz. Se perpetúa su rol de monstruo, aunque se desvela como víctima de violación y el sistema patriarcal. Sus rasgos ofidios aumentan, pudiendo tener la piel escamada, pupilas alargadas, lengua bífida y tren inferior de sierpe. Tanto el cabello de serpientes como sus poderes de convertir en piedra priman sobre lo demás. Icono feminista. Grecia: Criaturas femeninas con cuerpo de ave. Hermosas voces. No se alimentaban de sus víctimas. Figuras liminares y poseedoras de secretos. Iconografía con el héroe o su muerte, podían sostener instrumentos. Eran dos o tres. Carácter funerario. Edad Media en adelante: Criaturas femeninas con cuerpo de pez. Seductoras y hermosas. Podían alimentarse de sus víctimas. Muy populares en el imaginario actual con multitud de historias y criaturas similares en otras mitologías. Prima la iconografía de mujer hermosa, cantora y pisciforme. En algunas historias son benévolas. Algunas pueden perder sus colas de pez a voluntad al salir del agua. Tabla 5. Resumen iconográfico de las figuras Híbridas. Las vampiras son la desembocadura de las híbridas, la feminidad monstruosa llevada a su fin último. En ellas, el carácter sexual es indiscutible, son devoradoras, sádicas y castradoras. Las vampiras sí se alimentan de la carne y la sangre de sus víctimas, siendo sus favoritas los varones jóvenes y los bebés. Se convierten en seductoras natas y lascivas, como las diosas del amor carnal, pero estas no poseen ningún rasgo benigno. Sekhmet no es malvada per se, pero sí una advocación de una diosa maternal del amor, un aspecto de su belicosidad e instinto asesino que no puede formar parte de su identidad natural. Como la Esfinge pero de forma invertida, su cuerpo es mitad humano-mitad leona, símbolo de fuerza. Lilit, heredada de Mesopotamia, fue demonizada hasta el punto de encarnar la feminidad perversa por excelencia, incluido el carácter de antimadre. Independiente, orgullosa, determinada y, a día de hoy, feminista. Ella abandera mitológicamente el principio de igualdad del movimiento, bastante de la mano junto con Medusa y la figura de la bruja. Empusa, nuevamente híbrida, se alza como una vampira de la concepción tradicional europea de la Edad Moderna y Contemporánea pero situada en la Grecia Antigua. Atrae a los incautos, les pretende y confunde con su belleza para que, cuando más indefensos ante ellas se encuentren, poder alimentarse de su cuerpo. Lo mismo sucederá con las Lamias. Naciendo desde el mito de la princesa Lamia de Libia, las criaturas híbridas seducirían a los jóvenes para darles muerte. Bajo el mismo carácter caprichoso, pero más benévolas, se encuentran las Lamias vascas, donde sus historias de amor romántico suelen acabar en tragedia. La sangre se vuelve un fluido íntimamente unido a la figura de la mujer, originado a partir de su menstruación. Y, si bien ellas la pierden mensualmente, es necesario que la recuperen ingiriéndola. De ahí, que aunque la figura del vampiro en la actualidad sea indistinta en género femenino y masculino, la mujer lo entronca con su sexualidad irremediablemente. Diosa solar y real del poder y la fuerza. Cuerpo de mujer con cabeza de leona. Disco solar con ureo sobre su cabeza. Tríada con su esposo e hija. Madre de faraones, tocado hathórico. Carácter guerrero, belicosa y asesina. Adicta a la sangre. El hombre salva a la humanidad. Guardiana de las almas. Magia sanadora. Cabeza de leona y cuerpo de mujer. En ocasiones su fisionomía felina se extiende en forma de garras o piernas como patas traseras de cuadrúpedos. Adquiere roles variados, siendo común el de villana. Sumeria: Criatura primigenia, liminal, guardiana entre los vivos y los espíritus. Psicopompo. Parte femenina de seres hermafroditas. Joven, hermosa y alada. Anillos de Shem y báculo. Custodia Árbol del Conocimiento y su sabiduría. Babilonia: Demonio maligno femenino con forma de sierpe. Vive en un sauce. Vencida por el héroe. Judaísmo: Primera mujer del Edén. Hermosa y, a veces, alada. Madre de progenie demoníaca. Sexual y castradora. Súcubo. Antimadre, asesina de bebés, se alimenta de su sangre. Serpiente del Edén que tienta a Eva. Hermosa, piel pálida, pelirroja. Femme fatale. Relación estrecha con el reptil. Continúa como mujer hermosa y seductora. Iconografía de diablesa del infierno: cuernos, alas de murciélago y cola. Muy habitual como referente vampírico. Animes, cómics y videojuegos: muy sexualizada, son comunes los Súcubos. Icono feminista por excelencia, paradigma de la demonización de una mujer insumisa e independiente del hombre. Combatiente del patriarcado. Ogresa seductora y lasciva. Piernas de asno o una pierna de bronce. Se metamorfosea a placer en doncella para engañar y atraer a sus víctimas o animales. Se alimenta de sangre. Figuras vampíricas pero poco comunes. O son bellas mujeres seductoras o féminas zoomorfas con un marcado pecho. Grecia: Princesa híbrida. Antimadre. Devoradora de bebés y niños. Después, criaturas femeninas con tren inferior de serpiente. Seductoras durante el sueño. Bebían la sangre de sus víctimas y comían su carne. Criaturas femeninas con el tren inferior de reptil. Iconografía variopinta. Suelen ser personajes seductores y villanas. Edad Media: Se abandonó iconografía ofidia, se volvieron viejas. País Vasco: Mujeres hermosas con pies palmeados. Amables. Viven en zonas de agua dulce. Peinan sus largas cabelleras con peines de oro. Iracundas si se les roba sus peines. Enamoradizas. Anticristianas. Siglo XIX: Femme fatale. Adoptaban cuerpos de doncellas. Videojuegos: se encuentran sexualizadas, adoptan la forma de criaturas vampíricas y terroríficas. Tabla 6. Resumen iconográfico de las figuras Vampiras. Las guerreras recuperan el atributo bélico que le fue despojado a Inanna/Ishtar aunque se manifiesta de manera diferente. Kali sí se asemeja a ese carácter maternal, personificando los ciclos de la vida-muerte-resurrección. Ella, como principio de la destrucción, permite la correlación de las fases teológicas del hinduismo, incorporando en su propia iconografía los aspectos de la vida y la muerte. En cambio, en la mitología griega, la guerra es un concepto asociado culturalmente al género masculino. Que Atenea se alce como una poderosa diosa bélica, de la inteligencia militar y la sabiduría gracias a ser virgen, no tener madre y ser fiel al patriarcado de su padre, no hace más que corroborar la masculinidad dentro de sí misma. No posee ningún tipo de sexualidad, y prefiere relacionarse con los héroes griegos con los que se vuelve su madrina y protectora, antes que con las mujeres. Ártemis es todo lo opuesto, rehúye del contacto y la compañía masculina a excepción de la de algún héroe, ya que prefiere el acompañamiento de otras doncellas como ella y de animales salvajes. Vive aislada e independiente en los bosques, fuera del boyante Olimpo. Es la única del presente estudio que presenta conductas sáficas aunque no se verbalizan de manera explícita en ningún texto. Su estado de virginidad responde al concepto de ser una fértil y primaveral mujer, una potencial madre que nunca es fecundada por un hombre; no significa que no mantenga relaciones sexuales, sino que no lo hace con un varón. Su vinculación con los bosques y las tierras vírgenes, la convierten en una formidable cazadora, que disfrutaba con las cacerías, sola o acompañada, pero siempre a animales autorizados por ella. Después se daba sus populares baños junto a su cortejo, aquellos que tanto han servido a los artistas para ilustrar el desnudo femenino con el carácter fetichista del voyerismo. Las Amazonas se encuentran en un espacio intermedio entre Atenea y Ártemis pero mucho más denostadas. Se trata de mujeres que realizan actos asociados al género masculino, como luchar o saber manejar las armas, pero, además, constituían un matriarcado con una marcada misandria. Para los helenos, las tribus de las Amazonas eran el mundo al revés, donde lo hombres eran el sexo discriminado y las mujeres las líderes de una sociedad salvaje y condenada al fracaso. Los mitos helenos procuraban tener encuentros con estas mujeres solo para acabar mostrando cómo son vencidas por los héroes griegos una y otra vez. Se popularizó que practicaban la mutilación y despreciaban a los bebés varones que tenían, lo que les otorgo otra característica antinatura de la mujer: el desprecio por la maternidad y el no mostrarse como una progenitora amorosa y protectora. Diosa oscura de la destrucción. Piel negra, collar de cráneos, cinturón de manos cortadas, lengua colgante, tres ojos. Cuatro o seis brazos; Diosa sangrienta, cruel y malévola a la que se le hacen sacrificios humanos. uno sostiene la cabeza cercenada y otro, la espada ensangrentada. En ocasiones lleva vasija que recoge la sangre y con otras manos realiza el mudra del “no temor”. Un pie se apoya sobre Shiva. Voluptuosa, grandes caderas y senos. Tigre. Madre creadora, guerrera y muerte destructiva. Muy poderosa. Formidable guerrera. Se mantiene muy fiel su iconografía. En algunas ocasiones, la piel negra se sustituye por tonalidades azules o moradas. Algunos soportes la despojan de su belleza, convirtiéndola en un monstruo. Diosa de la sabiduría, la estrategia, la guerra, la civilización, el tejido y la artesanía. Mujer adulta y bella, ataviada para la guerra: casco, peplo, túnica larga, coraza, escudo y lanza. Gorgoneion. Vinculada a las serpientes y las lechuzas. Con Niké. Masculinizada y asexual. Renacimiento y Barroco: se la desnudó como a una diosa más. Cabello preferentemente rubio. En general, imponente, poderosa y belicosa. Colores preferentes: blancos, dorados, azules y rojos. Se evoca con frecuencia la Atenea Pártenos. Formidable guerrera y orgullosa. O es masculinizada o extremadamente femenina. Cómics: muy sexualizada con respecto al resto de soportes. Diosa de la caza, los animales salvajes, las tierras vírgenes, protectora de mujeres e infantes. Arcaica: mujer alada de la naturaleza, sostiene a bestias salvajes por sus cuellos. Posteriormente, deidad lunar. Atributos: arco, flechas, ciervos, media luna sobre su cabeza, túnica corta. Es común encontrarla desnuda, bañándose con su séquito. Sáfica. Intransigente, orgullosa, respetada. Cabello rubio. Ártemis de Éfeso: piel negra, múltiples pechos o testículos, más hierática, telúrica, fecunda. Poderosa cazadora con arco y flechas. Cabello claro y vinculada a la Luna. Suele encarnar una identidad de género más transgresora de lo habitual con respecto al resto de diosas clásicas dentro del imaginario actual. Mujeres guerreras, matriarcales y atléticas. Túnicas cortas o pantalones anchos de estilo oriental. Torso descubierto o un pecho al aire, jamás con el seno cercenado. Van armadas con lanzas, espadas y escudos y, a veces, llevan casco. Montan a caballo. Vencidas por los héroes, paradigmas de la necesidad de supremacía masculina sobre la mujer. Escenas de lucha, heridas o fallecidas tras la batalla. Pueden llegar a aparecer desnudas. Poderosas guerreras y formidables luchadoras. Visten trajes de cuero y metal. Mujeres muy sexualizadas, fálicas. Sirven como figuras predilectas para encarnar superheroínas convirtiéndose en referentes. Tabla 7. Resumen iconográfico de las figuras Guerreras. Pandora y Eva se alzan como personajes análogos en diferentes panteones, con historias diferentes pero simbología similar. Creadas por el hombre, despojadas de su divinidad, hermosas, perdición de los hombres y culpables de los males del mundo. Condenadas por sucumbir a la curiosidad y las ansias de un conocimiento prohibido, paradigmas para las mujeres mortales sobre las consecuencias de aspirar a ser sabias. Sumándose al odio y sinos de las ogresas y brujas que sí poseían dicho poder, fue toda una sentencia para ellas. Eva, además, sirvió para maldecir a todas las mujeres con dolores y angustias sobre su sexualidad, encadenándolas a una naturaleza que pone en riesgo sus vidas cuando se proponen realizar lo que el patriarcado las obliga a cumplir: tener descendencia. Helena se alza como la mortal más hermosa, heroína perversa y seductora con muchas versiones, pero donde ha primado aquella en la que la hace causa y causante de la destrucción, el sufrimiento y la muerte de dos pueblos durante dos décadas. A lo largo del estudio se ha demostrado que la existencia de la mujer es necesaria para la justificación y reafirmación del hombre como ser superior. A nivel político y socio- económico, ellas son las que conciben, las que perpetúan el legado de los hombres. Gracias a su capacidad reproductiva, las mujeres permiten que el varón alcance la inmortalidad de los dioses, traspasándoles los ideales y los bienes materiales a sus hijos. Y a nivel cosmogónico y teológico, les permite culpabilizarlas de los males que asolan el mundo. Al ser siempre creadas después que ellos gracias a la mediación de los dioses principales de los distintos panteones, y ser entregadas a los varones como trofeos seductores y perversos desde su origen, se autoriza a estos para convertirlas en cabezas de turco. Las otras posibilidades de culpa serían los dioses o los propios hombres, pero ni unos ni otros podrían asumir tal carga. Los hombres que establecieron e impusieron su autoridad sobre el otro sexo, sería impensable que se responsabilizaran, ya que se autodesacreditarían. Pero su dios principal tampoco podría, ya que los hombres son creados a imagen y semejanza de sus divinidades; culpar al dios de crear el ser imperfecto que es la mujer y que trajo la penuria, sería como acusarse a sí mismos, convirtiéndose, a su vez, en los mismos seres indignos que sus compañeras. La supremacía masculina sería ilegítima y, evidentemente, no se puede permitir. A partir de este punto, es fácil desarrollar todo un conjunto de creencias e historias que refuercen una y otra vez la inferioridad de la mujer frente al hombre: falta de inteligencia y sabiduría, debilidad física y mental, meros receptáculos durante la reproducción, más afines a la animalidad que a la razón humana, etc. Salomé, de cómplice a perpetradora del asesinato mediante la seducción y la danza. Judit, de salvadora y heroína a verdugo erótico. Para ambas, alzarse con las cabezas de los hombres, ya sea porque la solicitan o porque ellas mismas perpetran la ejecución, hace que se conviertan en pérfidas monstruosas, mujeres perversas, castradoras e insalvables. En cambio, Perseo, el otro gran decapitador, alza orgulloso el trofeo. Él es el héroe, el salvador, ha matado al monstruo y es toda una celebración. Cuando la mujer es la que muere a manos del hombre, el varón se alza incólume, victorioso y alabado. Las imágenes se regodean en el despojo de la cabeza medusea, Atenea es la primera que la muestra en su égida o escudo, y marca una tendencia que se repetirá a lo largo de los siglos. En cambio, la cabeza de Holofernes o el Bautista pasan a un segundo plano, son las víctimas que sus asesinas pervierten con sus fetiches. Cuando la mujer es la que mata al hombre, esta se convierte en la erótica desgracia, en ellas se centra la atención, destacando su imagen e intentando dar una explicación a sus actos. No es habitual que la mujer ostente la violencia y menos de una manera tan explícita, como es el caso de Judit. Por eso están condenadas. Las mujeres son siempre los monstruos y ellos, los héroes que salvan o las víctimas de su juego. Primera mujer creada. Hermosa y curiosa. Culpable. Túnica larga aunque es común que aparezca desnuda. Su cabello varía entre el rubio y el castaño. Porta una Seductora, hermosa y curiosa. Encarna la mujer que constituye la perdición de los hombres. Se encuentra muy presente en el vasija, caja o cofre. Grecia Antigua: preferían la escena de su creación. Renacimiento hacia delante: predilección por la apertura de la caja. Femme fatale. imaginario, aunque no son abundantes sus representaciones en los soportes digitales. Mujer mortal más hermosa. Víctima, causa o causante de las desgracias. Túnica larga. Renacimiento en adelante: abundantes las imágenes del rapto en contra de su voluntad. Ropas revueltas mostrando su desnudez. Cabello eminentemente dorado. Femme fatale. Múltiples adaptaciones de su historia. Dependiendo de la versión también es víctima, causa o causante. Encarnada por actrices muy bellas. Cabello preferentemente rubio. Cómics: muy sexualizada y siempre rubia. Primera mujer creada. Hermosa y curiosa. Desnuda o tapando sus genitales con la hoja de la higuera. Cabello largo y dorado. Manzana, serpiente y árbol. Sola o acompañada de su esposo. Siglo XIX: la tonalidad del cabello viró a pelirroja. Mucho más afín al pecado y la seducción. Femme fatale. Se ha recreado el relato bíblico, se ha parodiado y reinterpretado. Es habitual mostrarla con el cabello extremadamente largo, usándolo para taparle el pecho y salvar la censura. Publicidad: relación mujer-serpiente muy estrecha, al igual que mujer- manzana. Objetos de deseo prohibido y morboso. Joven hermosa que danza, contorsionada. Recibe la cabeza en una bandeja o se la presenta a su madre. Cabello castaño o rubio. Cada vez aparecía más ostentosamente vestida. Siglo XIX: orientalizada, seductora, perversa, sádica, necrofílica. Cabello negro o pelirrojo. Muestra su cuerpo. Femme fatale por excelencia. Se mantiene el perfil creado por los decimonónicos. Cinematográficamente se reproduce su historia llevada al Lejano Oriente. Cómics: inspira en la creación de otros personajes. Videojuegos: más o menos sexualizada, juegos con las cabezas cercenadas. Mujer adulta, heroína de su pueblo. Valiente, hermosa, devota, humilde y muy respetada. Escena de la decapitación o de la huida con su criada. A medida que pasa el tiempo, empieza a disfrutar de la matanza, humillación del hombre, se la desnuda. Tonalidades preferentes: rojos, azules y dorados. Siglo XIX: metáfora de la castración masculina. Orientalizada, elegante, hermosa. Porta la escapa y/o la cabeza cercenada. Femme fatale. Dentro del cine se versiona su historia siguiendo los parámetros marcados por el siglo XIX. Las artistas femeninas la mantienen en la categoría de heroína, recalcan el carácter poderoso y peligroso dentro de la mujer. Se alza como figura insumisa y referente. Tabla 8. Resumen iconográfico de las figuras Condenadas. __________________________________________________________ A partir de los relatos mitológicos, se establecen modelos paradigmáticos de comportamiento que las sociedades han asociado a uno u otro género y, de igual manera, ha segmentado cada género en varios tipos, según la conducta. El percibir la identidad femenina bajo unos parámetros sujetos a su relación para con los varones, encadena a las mujeres simbólicamente (pues dichos parámetros son imágenes mentales) a una línea de comportamiento socialmente aceptado. Este modelo femenino consistiría en ser buena esposa y madre, sumisa, callada, alienada, virtuosa, bella pero sin consciencia de ello, que carezca o aparente poca inteligencia, débil física y mentalmente por lo que necesita de la protección de un varón, etc. Esta pauta conductual establece el llamado sistema patriarcal, donde la hegemonía de los hombres puede darse gracias a la participación obligatoria de las mujeres. De esta manera, cualquier fémina que se escape de dicho modelo de conducta constituiría una amenaza para la normatividad de la sociedad, ya que abandonaría la sumisión y reafirmaría su independencia del hombre, descomponiendo el sistema. La mujer que escapa a este control sistemático será aquella opuesta a la ya descrita: son bellas y se saben bellas, por lo que utilizan su físico a su favor y caen en la vanidad; poseen una fuerte sensualidad y ejercen fascinación sobre los hombres, anulando su juicio; son maduras y activas sexualmente lo que, en algunos casos, se transforma en un carácter devorador, uniendo el Eros y el Tánatos; son astutas, lo que les permite crear artimañas y engaños; sienten curiosidad, lo que desvela cierta ambición; se vinculan con la sangre, como flujo vital, el sadismo y la muerte, ya sea como criaturas liminares con carácter asesino o psicopompo o como regentes de los muertos; poseen conocimientos ocultos que les otorgan habilidades mágicas que escapan al raciocinio de los hombres; ejercen el caos, desordenan el canon establecido; son afines a la oscuridad, la Luna, los secretos de la noche y las bestias que la pueblan; son monstruosas y sus cuerpos se hibridan con los animales, siendo preferente la imagen de la sierpe; poseen habilidades de combate y estrategia; viven aisladas en soledad o en compañía de sus semejantes pero, en su mayoría, independientes del hombre; son vencidas por el héroe para recalcar su otredad y monstruosidad; y sienten rechazo por la maternidad o su progenie es monstruosa. Todas estas características se han presentado, bajo combinaciones diferentes, a lo largo de los cuarenta y cinco personajes femeninos mitológicos analizados. De esta manera, se ha creado, en su conjunto, el gran perfil de la feminidad perversa; cumpliéndose, así, uno de los objetivos principales de esta investigación. Otro de los objetivos del estudio, además de identificar personajes femeninos que encajaran dentro de la feminidad perversa, era comparar las distintas figuras entre sí, pudiendo establecer paralelismos intra y transculturales. Y es que no solo se han podido agrupar los personajes seleccionados en ocho grupos concretos, independientemente de su mitología de origen, sino que han aparecido multitud de similitudes entre féminas de distintas culturas y entre los distintos grupos. De esta manera, se puede afirmar que existe un imaginario colectivo e inherente al pensamiento humano que conecta las distintas culturas de una u otra forma y se manifiesta mediante sus mitologías e iconografías. Además, en algunos casos, los personajes femeninos encajan en varios de los grupos propuestos. Esto no genera ningún tipo de conflicto, de hecho, refuerza la teoría de que todos los personajes están íntimamente relacionados. Por lo que la decisión de formar parte un grupo u otro se realiza en base a la mayor presencia de los atributos requeridos para dicho grupo. Un ejemplo muy claro es el de Hécate, ya que se trata de una diosa ctónica, lunar y bruja. La decisión de pertenecer a este último grupo reside en la predominancia dentro del imaginario de su carácter de hechicera, frente a su aspecto ctónico y lunar. La representación de los monstruos en el arte o el envilecimiento de la mujer mostrado a nivel artístico suponen un proceso de tratamiento del trauma y los miedos internos. El arte siempre ha sido un canal por el que dejar salir el mundo interior. El miedo a los seres irreales o fantásticos se denomina bogifobia y suele ser uno de los miedos más comunes durante la infancia que, con el paso del tiempo, desaparece. El arte cura y “reconcilia a los artistas consigo mismos y con el mundo” haciendo que “algunos se sientan identificados y se conviertan en un apoyo para otros, mitigando así el miedo de estar solo ante el peligro, pues luchar en grupo da más fuerza, tanto mental como física” (Pérez Berges, 2019, p. 581). La historia del arte ha conseguido justamente eso con el imaginario mitológico de la mujer. Ha sacado los demonios internos que una sexualidad femenina incontrolable por el sistema patriarcal impuesto, hacía imposible de conciliar. Ha mostrado la peor versión de la feminidad, aquella que no se deja subyugar ni dominar. La New Woman decimonónica se alzó para romper con una sociedad que llevaba consumiendo, como el fuego de las hogueras de las brujas, a las mujeres durante milenios. Este estudio podría profundizar en la iconografía de los personajes ya analizados, así como no cesar de añadir nuevas imágenes y ejemplos iconográficos que serán creados en los soportes artísticos, literarios y audiovisuales actuales y venideros. Por otra parte, se podría continuar investigando la iconografía de muchas más figuras femeninas: Ammyt, Banshees, Belona, Clitemnestra, Dalila, Datsue-Ba, Equidna, Erinias, Eris, Escila, Gullveig/Heid, Hariti, Harpías, Ixtab, Iyami Oshooronga, Kikimora, Leanan Sídhe, Maman Bridgitte, María Magdalena, Obbá, Oshun, Oyá, Pelé o Rusalka, entre muchas otras. Se trata, pues, de una investigación viva, propensa a completarse y matizarse, a ser muchísimo más extensa de lo que ya es; lo que otorga unas posibilidades prometedoras. De igual manera, se puede iniciar una nueva línea de investigación que estudie la “feminidad no- perversa”, que complementaría el presente estudio, posibilitando numerosos paralelismos y antagonismos entre figuras mitológicas. Así, ambos perfiles de conducta femenina se retroalimentarían dentro de la simbología iconográfica, permitiendo estudiar en profundidad la feminidad mitológica en el arte. Si bien es cierto que también existen dioses y mortales varones de dudoso carácter y monstruos perversos y maléficos de género masculino en todas las mitologías, en el caso de las mujeres los mensajes negativos han sido mucho más contundentes y más variados, aunque casi todos radicaban en lo mismo: menospreciar su identidad física, mental y moralmente, atacando el hecho de ser mujeres, algo que viene dado por genética, que no se escoger de primeras. Hay que tener en cuenta que se hacían extensibles los aspectos de los seres mitológicos a las propias personas, pero, los estándares sociales para las mujeres han sido mucho más estrictos, claustrofóbicos y fulminantes que para los hombres. Daba igual al estrato social al que pertenecieran; en la mayoría absoluta de civilizaciones, las mujeres siempre debían permanecer subyugadas al hombre. El hecho de no existir heroínas que vencieran al monstruo o el sistemático papel secundario de las diosas dentro de los panteones (pues hasta las poderosas Inanna, Isis o Hécate se debían al cabeza de panteón), hacía muy complicado que las mujeres pudieran sentir que podrían protagonizar otros roles que los que conocían o que podrían tener las riendas de su vida. La moraleja mayoritaria era que siempre habría alguien por encima de ellas. En el caso de los hombres, no ocurre así. Ellos pueden ser el monstruo, pero también el héroe. Pueden ser el mortal culpable y castigado, pero también el rey de los dioses. Del mismo modo ocurre en la actualidad y el mundo audiovisual. Las niñas necesitan tener referentes que se adapten a ellas. Necesitan que haya películas de superheroínas que salvan el mundo; de protagonistas que no necesitan ser rescatadas por un hombre porque son suficientemente capaces de gestionar sus propios problemas. Necesitan historias que se cuenten con perspectiva de género o tramas en las que las pocas mujeres que aparezcan no solo actúen como objetos de deseo sexualizados, sino que tengan diálogos relevantes entre ellas y que no sea únicamente para hablar de un hombre. Esta línea iconográfica se inició con las artistas femeninas que aportaron con su obra nuevas perspectivas de las mujeres mitológicas, de sus historias y de su simbología, y ha llegado su legado hasta ahora. Si los estereotipos son, en su esencia, normas y, por tanto, una forma de control y de establecer jerarquías de poder, se puede decir que la generación y el uso de estereotipos surgen como instrumentos de violencia simbólica que legitima la dominación de los hombres sobre las mujeres, ya que establece qué paradigma han de seguir ellas y cuál debe ser rehusado para no caer en el oprobio. La feminidad perversa sigue, pues, respondiendo a un mismo estereotipo de género y conducta, aunque mucho más genérico y amplio que la bruja, la femme fatale o la guerrera, por poner algunos ejemplos. Pero las autoras femeninas se han ido apropiando de estos personajes femeninos, se han apropiado de la feminidad perversa. Han reutilizado la iconografía de estas figuras mitológicas para revisar o generar su propia versión del mito, reinventarse como mujeres o reafirmar su propia identidad femenina. De esta manera, se ha ido quebrando el estereotipo, se ha roto la cadena de mando, se han ido tomando como paradigma aquellas figuras que, durante siglos, han sido denostadas y vilipendiadas. Las mujeres las han hecho suyas, convirtiéndolas en motivo de orgullo y en herramientas de empoderamiento. Ese legado ha llegado a día de hoy. El movimiento feminista no se conforma con los discursos manidos otorgados a estas figuras mitológicas. Los utiliza a su favor y genera nuevas formas de representación, nuevos diálogos y maneras de entender el mundo y la realidad de las personas que viven en él. Las feministas son las nuevas brujas, aquellas transgresoras del sistema que no se conforman, que luchan, que ocupan espacios en la sociedad, que ostentan puestos de poder, que comprenden el rol que ha poseído la mujer en el pasado y que quieren cambiar, no solo el presente, sino el futuro de las mujeres que aún están por nacer. Estas mujeres son (somos) la nueva __________________________________________________________ Afanásiev, A. (2004). El anillo mágico y otros cuentos populares rusos. Páginas de Espuma, S.L. Afanásiev, A. N. (2007). La bruja Yagá y otros cuentos. Cuentos Populares Rusos I. Grupo Anaya. www.anayainfantilyjuvenil.com Agudo, M. (2016). Hécate: entre la vida y la muerte. Hacia una lectura global de sus atributos. Mediterráneo Antiguo. Aguirre, M. (1999). 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