Edita Ediciones Complutense Universidad Complutense de Madrid Coordinación Carolina Rodríguez-López Jara Muñoz Hernández Jara Muñoz Hernández Coordinación editorial Antonio López Fonseca -AGUCM, Ciudad Universitaria, Madrid, 1929 (cubierta). -Proyecto de Paraninfo para la Ciudad Universitaria. AGUCM, D-1712 (p. 6). -Estado de la Ciudad Universitaria en 2015. J. L. González, L. Mauleón y J. Muñoz (p. 12). -AGUCM, Ciudad Universitaria, Madrid, 1929 (p. 24). -Vista aérea de la Ciudad Universitaria. AGUCM, D-1712 (p. 68). -Vista de la Escuela de Agrónomos. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas. UPM (p. 100). -Cartel anunciador del sorteo de Lotería de Ciudad Universitaria, 1928. AGUCM, AH-281 (p. 138). -Ubicación de Los Portadores de la Antorcha en la Ciudad Universitaria, 1955. AECID, Biblioteca. Archivo Mundo Hispánico. Caja 68. Sobre 47 (MH-68/47) (p. 156). -1933. Biblioteca de la Facultad de Filosofía. UCM (p. 186). -Fotografía de la Facultad de Filosofía y Letras realizada por la cina de Propaganda de la Ciudad Universitaria. S/f. AGUCM, D–1712 (p. 206). -Filosofía y Letras. SHM, 1948 (p. 234). -Soldados republicanos con sacos. Ciudad Universitaria. Robert Capa, 1705. Archivo Histórico del PCE (p. 270). -La Ciudad Universitaria, octubre 1943. AGUCM (p. 282). -Disturbios estudiantiles y policía a caballo en la Facultad de Ciencias. 15 de mayo de 1968. EFE (p. 316). ISBN (PDF): 978-84-669-3583-8 M-10090-2018 Solana e Hijos H AC I A E L C E N T E N A R I O L A C I U DA D U N I V E R S I TA R I A D E M A D R I D A S U S 9 0 A Ñ O S Caro l i na Rodr íguez - López y Ja ra Muñoz He rnández (eds . ) 4 Isabel Pérez-Villanueva Tovar ÍNDICE 5 7 Hacia el centenario Carlos Andradas Heranz 25 La Ciudad Universitaria de Madrid (1927-1931) Isabel Pérez-Villanueva Tovar 139 Fuentes documentales para el estudio de la Ciudad Universitaria en el Archivo General de la UCM Isabel Palomera Parra 207 La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid entre 1933 y 1936 Santiago López-Ríos 13 Historia y vidas: la Ciudad Universitaria de Madrid Carolina Rodríguez-López Jara Muñoz Hernández 362 Listado de abreviaturas 364 Los autores 69 La Ciudad Universitaria de Madrid: precedentes y proyecto de un ámbito urbano José Luis González Casas Javier Ortega Vidal 157 Conexión Nueva York-Madrid: Archer M. Huntington y la Ciudad Universitaria Patricia Fernández Lorenzo 235 La Ciudad Universitaria en guerra: combates y combatientes Fernando Calvo González- Regueral 283 Ruina y reconstrucción: la Ciudad Universitaria en la posguerra Carolina Rodríguez-López 101 La Escuela de Ingenieros Agrónomos en La Florida-Moncloa Jara Muñoz Hernández 187 Cultura, intelectuales y Universidad en España al llegar la II República Antonio López Vega 271 Rutas de guerra en la Ciudad Universitaria Antonio Morcillo López 317 Movili ación estudiantil en el nal del franquismo y en la transición: la Ciudad Universitaria de Madrid como escenario Eduardo González Calleja 349 Bibliografía La Ciudad Universitaria de Madrid (1927-1931) 6 7 Si la ciudad es el escenario de la civilización y su requisito, una Ciudad Universitaria es, por decirlo con una fórmula neta, una ciudad al cuadrado. Las primeras ciudades uni- versitarias del mundo nacieron en Europa: en Bolonia, en Oxford, en Salamanca o Coim- bra; pero tales recintos del saber no lo fueron de una vez y para siempre, sino que —como las otras ciudades y cualquier decantación histórica— llegaron a serlo por evolución y a través de los siglos. La ciudad nunca es algo logrado de una vez y para siempre, sino que, como un organismo vivo, es un afán continuo, un work in progress. Caso distinto es el de los campus norteamericanos, que suelen obedecer a un planeamiento unitario. Por eso, Alfonso XIII fue convencido por Florestán Aguilar y otros padres fundadores de la Ciu- dad Universitaria para tomar esos ámbitos como modelo para su proyecto de un recinto universitario moderno en Madrid que acabara con una Universidad Central físicamente fragmentada, dispersa y con infraestructuras obsoletas. Su sustitución por una Ciudad Ideal que, en un principio, no podía dejar de ser algo im- precisa, requería la necesidad de un viaje al extranjero para visualizar allí lo que se quería imitar aquí. El 17 de mayo de 1927 se rmó el decreto que creaba la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria y pocos meses después, cinco asesores del rey salieron de viaje por Europa, Estados Unidos y Canadá. José Casares Gil, Antonio Simonena, Florestán Aguilar, Julio Palacios y Modesto López Otero, director de la Escuela de Arquitectura, zarparon en el Manuel Arnús y, asesorados por la Fundación Rockefeller, recorrieron parte de la costa este de Estados Unidos, se adentraron en Canadá hasta los lagos Ontario y Erie y durante meses, y prácticamente sin descanso, conocieron de primera mano las solucio- nes adoptadas para resolver los múltiples problemas que planteaban en distintos lugares estos complejos docentes. En Ann Arbor, el principal campus universitario de Michigan, pasearon en medio de árboles impresionantes y una bella arquitectura. Así recogieron las oportunas referencias sobre el amante y todavía inédito paradigma del campus que se pretendía construir. HACIA EL CENTENARIO Carlos Andradas Heranz 8 Cuando regresaron a bordo del Leviathan traían la semilla de nuestra Ciudad Universitaria, el primer campus a la americana de Europa, un hecho tan poco conocido como de notable trascendencia histórica. La idea germinal con la que volvieron de América los expediciona- rios se adaptó al enfoque español, se «reinventó» y se hizo realidad: facultades, institutos, bibliotecas, laboratorios y jardines que, sobre el plano, recordaban el proyecto para la So- ciedad de Naciones de Ginebra, dos años anterior al de la Ciudad Universitaria. Su planeamiento fue competencia de una Junta fundada en mayo de 1927, gracias a una coyuntura favorable para su nanciación, a la que contribuyó la llegada a España de las primeras multinacionales. Sin necesidad de convocar un concurso, la Junta elaboró por sí misma el trazado universitario, que se movió en términos eclécticos. Al proyecto se le asignaron inicialmente 320 hectáreas de tierras de labranza y granjas explotadas por el Ins- tituto Agrícola Alfonso XII, de jardines y praderas que hacían las veces de parque popular madrileño y de solares desafectados. Sin reparar en gastos, se diseñó una universidad que se inspiraba en los campus americanos y en los jardines españoles del XVII, modelo del que, sin embargo, no quedan muestras, a pesar de las ideas iniciales de López Otero. Tras la caída de la monarquía, la Segunda República introdujo criterios de gestión más realistas y se terminaron algunos edi cios. La guerra no solo truncó las esperanzas de una primera fase del conjunto —prevista para octubre de 1936— sino que, además, por razo- nes estratégicas el frente se situó en la Universitaria desde noviembre de ese año hasta el nal del con icto. Durante los tres años que duró la Guerra Civil, la Ciudad Universitaria fue un frente estabilizado de batalla y se convirtió en símbolo involuntario de la Defensa de Madrid. Los estragos bélicos, sobre todo por los bombardeos y las minas, fueron cuan- tiosos y estremece, por ejemplo, ver las fotografías de las ruinas de la Casa de Velázquez. Entre 1943 y 1945 se inauguraron la mayor parte de los edi cios de preguerra y algunos nuevos. Como ha documentado Pilar Chías en un libro clásico sobre la génesis y realiza- ción de la Ciudad Universitarita, el nuevo régimen marcó con su estética nacionalcatólica los nuevos edi cios y rompió la unidad y coherencia del proyecto original. Por eso, en el 9 transcurso de su historia casi centenaria, en el heterogéneo recinto se superponen varios paisajes, que son resultado de una trasformación morfológica y estilística. A pesar de ello y de otros muchos avatares, la Ciudad Universitaria de Madrid —que está declarada Bien de Interés Cultural— ha sido muy probablemente un caso único en Europa por su concepción unitaria y su diseño especí co pues, además de reunir todas las discipli- nas del conocimiento, integra otras actividades que convierten al conjunto en un auténtico sistema anexo a la gran ciudad, pero independiente de ella. En la Ciudad Universitaria coe- xisten edi cios de tres universidades públicas (la UCM, la UPM y la UNED), dependencias del CSIC, museos del MECD, colegios mayores, la Casa de Velázquez —propiedad del Estado francés—, la Agencia Española de Cooperación Internacional y para el Desarrollo (AECID) y el CIEMAT, dependiente del Ministerio de Economía, Industria y Competiti- vidad. Todos estos usos del suelo determinan que la ciudad invada el recinto con su trá co e imponga soluciones de viario forzadas o desconsideradas con la función universitaria. Estamos en simbiosis con la ciudad, que nos acosa con su crecimiento. Además, los 12 000 alumnos que tenía entonces la Universidad Central son menos de una sexta parte de los que tiene ahora la UCM. Por este ámbito singular pasan a diario cientos de miles de per- sonas y es, por lo tanto, escenario de vidas académicas y de vivencias personales, el paisaje cotidiano de cientos de miles de estudiantes. El recinto condensa la historia del siglo XX español, con sus proyectos modernizadores de las dos primeras décadas del siglo, el trauma de la Guerra Civil, la consolidación y evo- lución del franquismo y el advenimiento democrático posterior. Globalmente estudiada, nuestra Ciudad Universitaria es un extraordinario escaparate de la arquitectura contempo- ránea española y europea de los últimos 90 años. Ahora que se cumple ese aniversario de la constitución de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, la publicación de este libro resulta muy oportuna para celebrarlo y para encarar su primer centenario. Se trata de una mirada coral al campus con la perspectiva de arquitectos, historiadores, lólogos, arqueólogos, archiveros y politólogos y expertos en historia militar. 10 La historia de nuestra Ciudad Universitaria estaba hasta ahora bien documentada; pero fal- taba un libro como éste, de autores con formaciones y trayectorias distintas, que atienden no solo a su nacimiento y evolución, sino también a su problemática actual y a la proyec- ción de futuro de un espacio especí co diseñado y dotado para la función concreta de la docencia y la investigación. Estas miradas al pasado, al presente y al futuro se proyectan sobre un espacio único que tal vez no sea la «Universidad-jardín» que López Otero había proyectado; pero en el que se en- seña, se investiga y se convive, y que tiene para nosotros la ventaja de la vivencia cotidiana, de la familiaridad y del descubrimiento, todo al mismo tiempo. Una de las zonas potencial- mente más bellas de Madrid y que tanto ha aportado a la cultura española de los últimos 90 años merece que se alienten su conservación y su mejora y que se publicite su historia. Aplaudo el rigor de todas las aportaciones a este libro, que han coordinado Carolina Rodrí- guez-López y Jara Muñoz Hernández, y cuyos capítulos fueron compartidos y discutidos en el curso de verano La Ciudad Universitaria de Madrid a sus 90 años: historia e investigación. 11 12 13 La Ciudad Universitaria de Madrid es para muchos de nosotros el espacio en el que se desarrolla buena parte de nuestra vida cotidiana. Aquí, cada mañana, miles de estu- diantes transitan por sus calles, salen a toda prisa de las escaleras del metro para dirigirse a sus lugares de estudio, a las bibliotecas, a las aulas… También a los jardines, en los días en que hace sol y buen tiempo, y a los campos de deportes cuando toca entrenamiento o competición. Los trabajadores de las distintas instituciones que pueblan el campus acu- den rápidos a sus puestos de trabajo, los profesores e investigadores buscan espacio para aparcar y asiento en los autobuses para llegar a sus clases y a sus despachos… Los ritmos actuales remiten a la prisa, generalmente, y con ella se hace difícil apreciar y recrearse en un lugar tan emblemático para descubrir y conocer la ciudad moderna que Madrid fue y es. El campus, así, se parece mucho a un escenario en el que no dejan de suceder cosas, pero al que, a fuerza de inercia y costumbre, no acabamos de prestar atención. Un escenario próximo al centro de la capital, mucho más cercano en vivencia y en cotidianidad que lo que las fronteras físicas y, sobre todo, mentales a veces nos permiten apreciar. Las editoras de este volumen, nacidas en diferente generación y con formación distinta, compartimos estas apreciaciones y podemos describir sin di cultad nuestra vida cotidiana y nuestra experiencia del campus como lo hemos hecho. Pero para darnos cuenta de su importancia nos toca acudir, en muchas ocasiones, al recuerdo y también al conocimiento histórico, y ambas cosas están presentes en este volumen. El campus está fresco y vívido para muchos de nosotros por la cantidad de acontecimientos y vivencias personales que aquí han tenido lugar. La Ciudad Universitaria de Madrid comenzó su andadura durante una monarquía —en 1927—; vio inaugurar sus primeros edi cios bajo una república —en 1933—; fue frente estable de guerra en los tres años que se alargó la contienda civil en España —de 1936 a 1939—; se reconstruyó en los primeros años del franquismo y de HISTORIA Y VIDAS: LA CIUDAD UNIVERSITARIA DE MADRID Carolina Rodríguez-López Jara Muñoz Hernández 14 la posguerra y en ella, con el correr del tiempo durante la dictadura, se pasó de acoger des les militares, misas de campaña y actos de adhesión falangista a servir de escenario a manifestaciones estudiantiles pidiendo la libertad que el régimen anulaba. Los años 80 trajeron a España, también desde el campus, los episodios de libertad que se conforma- ron como base de todo un proceso histórico y los 90 dejaron su sello en él al calor de las obras y reformas que la mejora económica alimentaba. El campus ha acogido y acoge grandes eventos deportivos, visitas de mandatarios internacionales y de los más notables cientí cos; es el espacio para la reivindicación laboral, para la expresión artística y para la reclamación de derechos y libertades; ha servido como escenario para rodajes y sobre su desarrollo y problemas se han celebrado abundantes y, a veces, sonoros debates. La Ciu- dad Universitaria es, sin duda, un magní co ejemplo para estudiar la historia del siglo XX español, ahora cada vez más lejano pero próximo aún generacionalmente, y es también un excelente receptor y contenedor de nuestra historia vivida. Si leemos la prensa de los años de la transición, por ejemplo, el campus era lugar de refe- rencia en la agenda cultural de Madrid por la cantidad de eventos en él organizados, espe- cialmente en los Colegios Mayores. Así, en mayo de 1979, el Colegio Mayor Navacerrada, de la calle Ramiro de Maeztu, acogía la III Muestra de Corales Universitarias, cuyas sesiones, con entrada libre, se celebraban a las once de la noche. Participaron numerosos grupos corales, con especial éxito de los procedentes de las universidades salmantinas. Justo un año después, el Colegio Mayor San Juan Evangelista albergó el I Festival Internacional de Teatro con la actuación, en sesiones de tarde y noche, del grupo Teatro Carrusel, de Cádiz1. Desde 1970, el Johnny, nombre familiar para el San Juan Evangelista, llevaba organizando su festival de jazz que tanto tiempo estuvo vigente y por el que pasaron las principales estre- llas nacionales e internacionales de ese estilo musical. No muy lejos del Johnny, en el año que inauguraba la década de los 80, el 9 de febrero tuvo lugar el concierto que en home- naje a José Enrique Cano Leal (Canito), batería del grupo Tos (del que más tarde saldrían Los Secretos), se organizó en la Escuela de Caminos. Allí tocaron Nacha Pop, Alaska y 1. El País, 15 de mayo de 1979. 15 los Pegamoides, Mamá, Paraíso, Mermelada2… De alguna manera, la Movida madrileña se inauguró o cialmente en la Ciudad Universitaria de Madrid y la vida festiva en los colegios mayores ha seguido siendo muy activa. Para los más jóvenes, los carnavales del Chaminade son todavía estas de referencia. Aún podemos ver cada día, cada n de semana, cómo en el campus se desarrollan escenas tal vez más cotidianas. Los hay que recuerdan, como Dani Mosca, el protagonista de la novela Tierra de campos de David Trueba, cómo su padre, cada mañana de domingo, lo traía a la Ciudad Universitaria para enseñarle a llevar su coche, asegurándole que con tres leccio- nes conduciría como un maestro3. El crecimiento masivo del parque móvil en Madrid ha hecho que quienes mucho más tarde han aprendido a conducir sientan que el campus es un espacio perfecto para el aparcamiento en las noches de los nes de semana. La Ciudad Universitaria ha acogido también celebraciones multitudinarias de muy varia- do carácter que han marcado, algunas, una impronta importante en la vida cultural de la ciudad. Por ejemplo, el 9 de julio de 1982, el tenor Plácido Domingo dio un concierto en la explanada del Paraninfo donde 150.000 espectadores le estuvieron escuchando. Allí ofreció «una combinación de ópera italiana y de zarzuela española que supuso, para miles de personas, el primer acercamiento, a través de una de las mejores voces del momento, a estos dos géneros musicales reservados tradicionalmente a minorías. Emocionado, el tenor prometió repetir este tipo de recital en años sucesivos» —según describe la crónica que se publicó en El País4. Que sepamos, no hubo más conciertos de este tenor madrileño que se reencontraba con el público español tras uno de los momentos de mayor reconocimiento internacional que por entonces había disfrutado. La música sigue presente cada verano en el campus con el cartel internacional que desde hace unos años presenta el programa Noches del Botánico. Ya han pasado por su escenario artistas como Gloria Gaynor, Maria Creuza, The Alan Parsons Project, Patty Smith o Tony Bennett. 2. El País, 9 de febrero de 2010 y Fauce Rodríguez (2002). 3. Trueba (2017, 130). 4. El País, 9 de julio de 1982. 16 Precisamente en el espacio que acabó dando lugar a este Jardín Botánico, con su construc- ción en 2001, había tenido lugar uno de los mítines políticos más importantes de nuestra reciente historia. «El futuro es nuestro, de la mayoría que quiere el cambio». Estas fueron las palabras que cerraron el mitin n de campaña de Felipe González, el 26 de octubre de 1982. Estaba a solo dos días de ganar sus primeras elecciones y aquel mitin era muy im- portante. El escenario elegido para organizarlo debía concentrar a los jóvenes, el gran valor del cambio apelado, y ningún sitio mejor que la explanada de la Ciudad Universitaria, como entonces se llamaba al espacio aún vacío de lo que acabaría siendo el Real Jardín Botánico Alfonso XIII. Fue el más concurrido e importante mitin en aquella noche histórica. La prensa de la época habla de medio millón de personas congregadas en la «ciudad univer- sitaria madrileña, (…) para escuchar de Felipe González un mensaje de moderación y un enérgico llamamiento a evitar provocaciones y defender la bandera constitucional como único símbolo de unión de todos los españoles»5. Parece que aquella noche el trá co hacia la Ciudad Universitaria fue también un problema y que se colapsó una gran parte de la capital. Bastantes años después, el periodista Fernando Olmeda recordaba más detalles de aquel día. «Recuerdo que, por megafonía, se escuchaba la canción Hay que cambiar, y que un gran cartel con el eslogan electoral Por el cambio presidía el escenario. Bailamos y coreamos las canciones de Joan Manuel Serrat (cantó Hoy puede ser un gran día, Georges Moustaki, Miguel Ríos, La Orquesta Platería…). El ambiente era de una euforia contenida, al menos donde yo estaba sentado (en el suelo, claro). Después intervinieron Enrique Tierno Galván y Joaquín Leguina, que precedieron en el uso de la palabra a Felipe González»6. Esta feliz crónica de un impresionante mitin que condujo a una extraordinaria victoria tiene su parte menos festiva y la Ciudad Universitaria de Madrid también sabe de ello. Los mismos protagonistas políticos, Felipe González y Alfonso Guerra, ya habían acudido al campus en otra campaña política. En 1981, en las movilizaciones contra la entrada de España en la OTAN que el gobierno de UCD estaba tramitando, ambos líderes socialistas 5. El País, 27 de octubre de 1982. 6. http://fernandoolmeda.blogspot.com.es/2007/10/yo-estuve-en-el-mitin-de-la-ciudad.html [consulta: 5 de enero de 2018]. 17 se reunieron ante 250 000 asistentes para pedir que se pararan las negociaciones. Eran los tiempos que condujeron al efímero «De entrada, NO» y aquellas movilizaciones también se trajeron a la Ciudad Universitaria. Solo unos años más tarde, cuando Felipe González ya era presidente del gobierno, el 9 de marzo de 1986, el mitin de cierre de campaña de los llamados antiatlantistas que pedían el voto en contra en el referéndum para la entrada en la OTAN que el gobierno socialista convocó pidiendo ahora el sí, se organizó también en la Ciudad Universitaria. Allí cantaron Miguel Ríos, Ana Belén, Víctor Manuel, Javier Krahe, Joaquín Sabina, Rosa León, María del Mar Bonet… Y se dejaron dos sillas vacías, las que, en otro momento, en otro tiempo político, pero en el mismo escenario, habían ocupado González y Guerra. El campus no ha dejado nunca de ser el espacio de la reivindicación: contra la subida de tasas universitarias, contra la selectividad, contra los recortes y despi- dos, contra el plan Bolonia… El 15M también estuvo muy presente. Los años 80, tan convulsos, lo fueron también en el campus desde el momento en que comenzó a plantearse la posibilidad de que fuera declarado Conjunto Histórico Artístico (algo que nalmente le fue reconocido en 1999 por la Comunidad de Madrid como Bien de Interés Cultural). El sentir general, en plena eclosión de las reformas y de una nueva ma- nera de entender la modernidad, era que el reconocimiento paralizaría las obras y frenaría el dinamismo de la vida académica. Cuando el reconocimiento llegó, hubo quien entendió, como el arquitecto Oriol Bohigas, que el campus necesitaba más libertad y menos protec- ción y otros, desde el bando opuesto, como el arquitecto y hoy presidente del Senado, Pío García Escudero, por entonces presidente regional del PP, alertaban de que «la declaración de bien de interés cultural no diseca nada ni convierte nada en un museo». En 2017, un nuevo reconocimiento para un edi cio del campus como Bien de Interés Cultural, para la facultad de Filosofía y Letras, ha traído alegría, mucha alegría y más responsabilidad. También en los años 80 se emprendieron trabajos de restauración del ya polémico en- tonces Arco de la Victoria y un testigo tan socarrón como Francisco Umbral se permitía ironizar acerca de si los trabajos sobre la diosa Minerva, que aparece en el arco, eran lo más perentorio y urgente de cuanto la universidad necesitaba en ese momento, y si no sería 18 mejor darle más visibilidad a los jóvenes que tanta movilización estaban protagonizando en contra de la selectividad y de la subida de tasas universitarias. Umbral decía ver el arco «todas las mañanas, cuando voy y vengo de mi dacha, y han apeado a la diosa Minerva para hacerle unos análisis metalográ cos, como cuando nosotros vamos al Seguro. Parece que se proponen volver a dejar el Arco como estaba. Pero el Arco es/era helenizante y alto- parlante, a mayor gloria del César Visionario. Lo cual que muy pronto tengo que almorzar con el alcalde Barranco y se lo voy a decir, hombre: tal como están las cosas en la Univer- sidad, a quien hay que subir allí arriba, sujetando los caballos, es a Itziar Velasco, una de las primeras líderes de la movida estudiantil. (…) La Universidad madrileña va a ser distinta, queramos o no, y una adolescente de suéter y tejanos daría como otra imagen al tema, aparte que las adolescentes no tienen males metalográ cos. Y que la Minerva, tras 50 años de paz franquista, se había puesto un poco gorda»7. En la década siguiente, en unas cuantas crónicas rmadas por Moncho Alpuente para El País, el arco era visto como «improceden- te y super uo»8. En los últimos años, y en relación con la aplicación de la conocida Ley de la Memoria Histórica, las re exiones sobre qué hacer con la construcción se han sucedido sin cesar. La calle que le da acceso, tras las medidas adoptadas por el Ayuntamiento para culminar el proceso de implantación de aquella ley, ha pasado a llamarse Avenida de la Memoria, aunque por el momento esa mención solo aparezca en las aplicaciones para dis- positivos móviles desde los que encargar un taxi o marcar un itinerario a pie. Los jóvenes que transitan por el campus mirando muchas veces la pantalla de sus teléfonos pueden estar familiarizándose antes con una denominación que con el espacio real sobre el que caminan. Porque, para muchos, la Ciudad Universitaria es, cada vez más, simplemente CIU. Las continuas obras en el campus a partir de 1992 nutrieron la sección de cartas al director de los periódicos, pidiendo recuperar la dañada Ciudad Universitaria. Una lectora, que reconocía acudir asiduamente al campus para correr, meditar y disfrutar de sus jardines, la describía en mayo de 1995 como «Todo es un mustio collado, un auténtico erial sucio y lleno de maleza como testigo de la sequía, tanto cultural como climatológica, que pa- 7. El País, 21 de febrero de 1987. 8. El País, 2 de abril de 1997. 19 decemos»9. Poco antes, otro lector del mismo diario advertía de la situación de la pobre Ciudad Universitaria: «El campus universitario es hoy un caos vergonzoso de zanjas, vallas, cortes viales, desviaciones de autobuses, camiones, grúas y maquinaria pesada, todo lo cual no constituye un dechado de bienestar espiritual y físico para el estudiante»10. En esa misma década, la construcción del Faro de la Moncloa también alertó voces que como la de Agustín García Calvo se alzaron para llamar la atención sobre la suerte de la Ciudad Universitaria. En un artículo titulado ¡Que nos la levantan!, el autor se preguntaba: «–¿Una torre a la entrada de la Ciudad Universitaria? ¡No! –¡Sí!: un prisma o cilindro de 92 metros de alto, ahí, en esa esquina, entre el arco, el tolo y la iglesia. –¿Qué se va a levantar? ¿Así con se, como si fuera una erupción volcánica, un eruto de las fuerzas ciegas de la Naturale- za subterránea? –Bueno, no exactamente: más bien se levantará desde arriba, empezando, como Dios manda, por el tejado, que en este caso será una terraza, ¡para que desde allí se pueda ver la Sierra! (…). –¿Guadarrama dices, “la sierra de mis tardes madrileñas/que yo veía en el azul pintada”? –Hombre, sí, pero no vas a comparar: ¡imagínate que hubiera podido don Antonio Machado subir a verla desde allí, a 92 metros de altura!»11. Así, el campus se ha ido con gurando como un recipiente de recuerdos, un escenario en el que casi todo ha pasado y un espacio también para pensar que todo puede mejorar. El mar- tes 10 de julio de 2012, la llamada marcha negra, los mineros en lucha procedentes de Aragón y del norte de España que llegaban a Madrid, descansaron por unas horas en la Ciudad Universitaria antes de emprender el último tramo del camino que los llevaría al centro de la capital. Al ver el recibimiento que, aun siendo pleno verano, se les dispensó en el campus, Luis, un joven minero asturiano, no salía de su asombro. El periodista que seguía al grupo le escuchó decir: «¡Me siento como la Reina de Inglaterra, macho!»12. * * * 9. El País, 1 de mayo de 1995. 10. El País, 12 de julio de 1992. 11. El País, 13 de marzo de 1991. 12. http:// .huf ngtonpost.es/2012/07/10/miles-de-madrilenos-aclaman-marcha-negra n 1663781. html [consulta: 30 de enero de 2018]. 20 El volumen que aquí editamos parte de la celebración, en julio de 2017, del curso de ve- rano que la Universidad Complutense de Madrid acogió en su sede de El Escorial y que tenía el título genérico La Ciudad Universitaria de Madrid a sus 90 años: historia e investigación. En aquellos días, los investigadores que allí nos reunimos celebrábamos el 90 cumpleaños del campus y entendimos que el mejor modo de hacerlo era compartiendo y discutiendo lo que ya sabemos del mismo y, sobre todo, lo que las nuevas investigaciones en curso nos están permitiendo saber. La Ciudad Universitaria, para los investigadores, no es en abso- luto un campo disecado y este volumen ha procurado trasladar la mejor y la más reciente investigación hasta ahora realizada. Nos propusimos entonces una aproximación exhaustiva a los conocimientos e investi- gaciones que hasta hoy día se han producido ya en relación con la historia de la Ciudad Universitaria de Madrid. El 17 de mayo de 1927 se rmó el decreto que creaba la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria y ese gesto abría una etapa en la que diversos pro- yectos, con diferentes lecturas sobre la utilidad, función y diseño del futuro campus, fueron discutidos y analizados. Era importante saber de qué terrenos se disponía, qué espacios era más interesante ocupar —aunque fuera a costa de lugares de tradicional uso y disfrute por los ciudadanos—, quién respaldaba las decisiones y con qué nanciación se contaba. De todas estas cuestiones se ocupan los capítulos rmados por Isabel Pérez-Villanueva, Javier Ortega Vidal, José Luis González Casas, Jara Muñoz Hernández y Patricia Fernán- dez Lorenzo. El nuevo diseño iba a procurar también, en su origen y, sobre todo, en el tiempo en que éste fue puesto en práctica por la Segunda República, que los contenidos impartidos en el nuevo recinto universitario, los planes de estudio y los resultados de las investigaciones estuvieran acordes al espíritu más moderno y modernizador de la Europa del momento. En el campus se volcaba así la discusión que el sector más progresista de la intelectualidad española venía teniendo sobre la importancia y trascendencia de la educación universitaria. Antonio López Vega y Santiago López Ríos analizan en profundidad todas estas dimen- siones. 21 A la altura de 1936, cuando la guerra civil comenzó, el campus madrileño estaba práctica- mente ultimado y preparado para el comienzo del curso académico 1936-1937. Desde el mismo inicio de la guerra y, sobre todo, a partir del otoño de 1936, la situación estratégica (en la entrada norte de Madrid) de los terrenos del campus los convirtió en frente estabili- zado de batalla, lo que se saldó con, al menos, tres consecuencias: la destrucción parcial de los edi cios recién construidos, la convivencia prolongada de los combatientes de ambos bandos en el campus y la reconstrucción posterior, a partir de 1939, cuando el bando fran- quista se alzó con la victoria. Fernando Calvo se ocupa de describir y analizar la batalla de la Ciudad Universitaria y Antonio Morcillo nos enseña a recorrer los restos visibles en la actualidad. El proceso de reconstrucción se asumió siguiendo las líneas maestras del diseño original del campus, pero también incorporando los detalles (estilísticos y edilicios) que signi ca- ban políticamente al bando vencedor en la guerra. El franquismo quiso siempre que su sello como vencedor impregnara el espacio académico y así puede aún verse (junto con las huellas de la guerra) en los terrenos que día a día todos transitamos. Carolina Rodrí- guez-López analiza el proceso de reconstrucción, sus problemas y sus símbolos. Con la llegada de la transición democrática y hasta la actualidad, el campus ha experimenta- do, sobre todo, la llegada masiva de estudiantes, pero también de nuevas instituciones que se han ido instalando en los mismos terrenos. De la movilización estudiantil de aquellos años y también de los más recientes nos habla Eduardo González Calleja. Y de entonces a hoy, en la Ciudad Universitaria conviven un buen número de instituciones. Todas ellas dan lugar a un terreno abigarrado y difícil de gestionar en el que las huellas de su pasado son evidentes. Todos estos restos, junto con los datos que los investigadores manejamos en nuestros escritos serían imposibles sin las fuentes documentales que se albergan en diferentes archivos y repositorios. Isabel Palomera repasa de forma exhaustiva los fondos para el estudio que aquí nos ocupa. 22 La Ciudad Universitaria de Madrid debe ser y es motivo de estudio y re exión sobre su valor patrimo- nial (arquitectónico, artístico, documental y medioambiental) y sobre nuestras formas de convivencia actual en él. Estamos convencidas de que un mejor conocimiento de nuestro campus y una mejor difusión de su lugar y ventajas pueden contribuir a evitar algunas prácticas perniciosas que cada n de semana lo dañan y castigan. Todos los autores aquí presentes han sabido penetrar en ese entendimiento y ofrecernos lo mejor y más novedoso de sus investigaciones. A todos agradecemos su generosidad, en tiempo y esfuerzo, para compartir con nosotras su trabajo y por contribuir con sus cuidados textos a este volumen. También debemos mencionar la inestimable ayuda de los responsables de archivos, bibliotecas y repositorios de información que han orientado nuestras búsquedas y que nos han dado todas las facilidades para disponer de las imágenes y documentos que en este libro se reproducen. Nuestro agradecimiento, pues, a la Comunidad de Madrid, a los archivos de la Casa de Alba, del Colegio de España en París, del Co- legio O cial de Arquitectos de Madrid y de la Hispanic Society of America. Muchas gracias también al Archivo General de Palacio —y, en particular, a José Luis Sancho—, al Archivo General Militar de Ávila, al Archivo General de la Administración, al Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid, al Archivo Histórico del Partido Comunista de España, al Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, al Archivo de la Fundación Ortega-Marañón, a la Escuela Téc- nica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas de Madrid, a la BibliotecaHis- tórica de la Universidad Complutense de Madrid, a la Universidad Nacional de Educación a Distancia y a la Universidad Politécnica de Madrid. Un libro como este solo es posible con la voluntad y colaboración de muchos y a todos ellos mostra- mos aquí nuestro más cariñoso y profundo agradecimiento. Al Rector de la Universidad Complutense de Madrid y a la Vicerrectora de Extensión Universitaria, Cultura y Deportes, los profesores Carlos Andradas y María Nagore, respectivamente, por haber alentado y dado todas las facilidades para que los eventos que han nutrido la celebración del 90 aniversario de la Ciudad Universitaria de Madrid hayan sido posibles. Gracias al personal de la Unidad Técnica de Cultura de la Universidad Compluten- se de Madrid por sus afanes, prisas y desvelos para que todo llegue a buen puerto, en particular a Ana Isabel Fernández y a Joaquín Martín Moreno. A los responsables del programa de cursos de verano de 23 la Universidad Complutense de Madrid por dar tanto mimo y tan buen lugar al curso de ve- rano del que este libro ha resultado, en especial a Manuel Álvarez Junco y Begoña Regueiro. Los proyectos son siempre mejores si reúnen a diferentes profesionales y si la colaboración sirve para generar más y mejor trabajo. Eso siempre nos sucede cuando trabajamos con Javier Ortega Vidal, a quien queremos agradecer su valioso apoyo y lúcido criterio. Madrid, enero de 2018 24 25 La construcción de una nueva sede para la Universidad Central en la Moncloa, un magní co paraje en el noroeste de Madrid, con la Sierra de Guadarrama al fondo, fue una de las realizaciones más importantes —y desde luego la más difundida— de la política cultural española del primer tercio del siglo XX. Con vacilaciones y retrasos en su concep- ción y en su puesta en marcha, el proyecto abarcó buena parte del reinado de Alfonso XIII y se prolongó durante la totalidad del periodo republicano. En julio de 1936, la mayor parte de las obras o no se habían realizado o estaban aún sin terminar. Este texto se ocupa de la orientación intelectual y del signi cado político de la Ciudad Universitaria madrileña, desde que se constituyó, en mayo de 1927, hasta la caída de la mo- narquía, teniendo también en cuenta sus precedentes, a partir del otoño de 1911. Aborda la caracterización de sus promotores, un conjunto de catedráticos conservadores y católicos agrupados en torno a Alfonso XIII, y el alcance que llegó a tener en la política universi- taria. Analiza su dimensión internacional, y el intento que supuso de integrar su punto de partida, las relaciones con Hispanoamérica, en un proyecto más amplio de política cultural que incluía los Estados Unidos y Europa. Y considera también la intensa campaña pro- pagandística que quiso hacer de la Ciudad Universitaria madrileña el ejemplo más expre- sivo de la renovación y modernización de España frente a los juicios muy críticos de sus detractores, en aspectos tan importantes como el modelo universitario y la elección de la Moncloa. Los precedentes de la Ciudad Universitaria La idea inicial, concreta y de alcance limitado, consistió en la construcción de un hospital clínico, muy necesario por las de cientes condiciones de las anticuadas instalaciones sa- nitarias de la zona de Atocha, al sur de Madrid, en el dieciochesco e imponente —pero poco funcional— caserón de San Carlos, y en un conjunto de edi cios cercanos. En oc- LA CIUDAD UNIVERSITARIA DE MADRID (1927-1931) Isabel Pérez-Villanueva Tovar 26 tubre de 1911, Amalio Gimeno, Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes del gabinete presidido por Canalejas, nombró una comisión de seis catedráticos de la Facultad de Medicina y un arquitecto para estudiar el anteproyecto del hospital y la elección de su emplazamiento. El ministro apoyó su decisión en varias ra- zones: la «extraordinaria extensión» y el «carácter eminentemente práctico» que había ido adquiriendo la enseñanza de las ciencias médicas «en los tiempos modernos», la importancia de la facul- tad madrileña, con estudios que llegaban al grado superior, y el número creciente de estudiantes. Se re rió también a la labor de bene cencia respecto a «las clases pobres», encomendada al hospital clínico, que iba haciéndose cada vez más acuciante por el aumento de la población de Madrid1. Se pensó pronto en el entorno de la Moncloa, donde había ya al- gunas fundaciones sanitarias y bené cas, como el Instituto Rubio o el Asilo de Santa Cristina, y donde el Estado —el Ministerio de Fomento— contaba además con una importante extensión de terreno2. Se encontraba también allí una institución educati- va, la Escuela de Ingenieros Agrónomos, y en 1920 se aprobó la creación de un centro cultural francés, la Casa de Velázquez (Delaunay 1994). La comisión no tardó en solicitar que se levantase también, junto al hospital, una nueva facultad de Medicina, por la convenien- cia de que ambas instituciones estuvieran próximas. El 29 de noviembre de 1915, Gabino Bugallal, Ministro de Hacienda en un gobierno de Dato, se comprometió a presentar, de acuerdo con el de Instrucción Pública, un proyecto de ley para destinar veinticinco hectáreas de los terrenos que el Estado poseía en la Moncloa a la edi cación de una facultad de Medicina y su hos- pital clínico3. Una crisis de gobierno impidió su aprobación en el Congreso, y el tiempo fue pasando sin que el proyecto avanzase en la práctica, pese al interés que le prestaron los dos partidos dinásticos. Cuatro años después, en marzo de 1919, se nombró una nueva comisión que intentó vencer, según uno de sus vocales, Francis- co Javier de Luque, «la natural inercia que ofrecía un intrincado laberinto de disposiciones y de intereses creados» y di cultaba la cesión de los terrenos (Luque 1931, 21-28)4. El 30 de diciembre de 1920, Lorenzo Domínguez Pascual, ministro de Hacienda en 1. Real Decreto de 20 de octubre de 1911 (Gaceta de Madrid, 21 de octubre de 1911). Presidida por el decano, formaban parte de ella Arturo Redondo, Antonio Simonena, Enrique Guedea, Ramón Jiménez, Sebastián Recasens, y el arquitecto Cesáreo Iradier. 2. Sobre los terrenos, véase Fernández Talaya (1999) y Fernández de Sevilla Morales (1993, 32-45). 3. Real Decreto de 29 de noviembre de 1915 (Gaceta de Madrid, 1 de diciembre de 1915). 4. La comisión estaba constituida por el decano, Sebastián Recasens, y los vocales Amalio Gimeno, Antonio Simonena, Arturo Redondo, Ramón Jiménez, León Cardenal, Florestán Aguilar, y el arquitecto Francisco Javier de Luque. 27 otro gobierno de Dato, autorizó la construcción de la facultad y el hospital en la nca denominada La Moncloa, comprometién- dose a la entrega inmediata de los terrenos5. Finalmente, en el verano de 1921, el recrudecimiento de la guerra de África y el Desastre de Annual, que sobrecogió a la opinión pública, precipitaron la rápida construcción de un conjunto de pabellones Docker —un tipo de edi cación prefabricada, utiliza- da por las tropas coloniales— en el entorno del lugar conocido como Cerro del Pimiento, aprovechando los solares destinados al nuevo hospital clínico. El presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura, llevó a la Gaceta el Real Decreto de 8 de septiem- bre de 1921, respondiendo al ofrecimiento que había hecho el claustro de la Facultad de Medicina de emplear los terrenos de la Moncloa para atender «a la obra de reconstitución de aquellos operados procedentes de la campaña, que exigen tratamientos especiales, de los que se pueda esperar se evite la invalidez». Una junta, integrada por Sebastián Recasens, decano de la Facultad de Medicina, León Cardenal, director del Hospital Clínico, Flo- restán Aguilar, catedrático de Odontología, Mariano Gómez Ulla, comandante médico, y Francisco Valle Oñoro, comandante de Ingenieros, se encargó, como delegada de la Presidencia del Consejo de Ministros, de estudiar el proyecto y el presupuesto, así como de dirigir el funcionamiento de los pabellones, que se construyeron a toda prisa con el crédito extraordinario concedi- do a los hospitales militares del Ministerio de la Guerra y no de- pendieron exclusivamente del Ministerio de Instrucción Pública hasta el cese de las peculiares circunstancias en las que habían nacido6. En la apertura del curso de la Universidad Central, cele- brada pocos días después, el 1 de octubre, el rey agradeció «como militar» la generosidad de la Facultad de Medicina madrileña y se felicitó de la inminente construcción de los nuevos edi cios sanitarios (Gutiérrez-Ravé 1955, 214). Mientras tanto, la comisión que se ocupaba de la construcción del hospital clínico y de la facultad de Medicina prosiguió sus trabajos. Consiguió ampliar el terreno disponible con la adqui- sición de algunas parcelas y encargó a uno de sus miembros, el arquitecto Luque (1931, 70-74)7, un programa de edi cación. En febrero de 1924, parecía incluso resolverse el problema, insoluble hasta entonces, de su nanciación, porque estaba ya prevista una consignación de cinco millones de pesetas en el presupuesto si- 5. Real Decreto de 30 de diciembre de 1920 (Gaceta de Madrid, 1 de enero de 1921). 6. Real Decreto de 8 de septiembre de 1921 (Gaceta de Madrid, 9 de septiembre de 1921). 7. Véase también Autorización al Sub- secretario del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes para adquirir parce- la de 79 000 pies (Gaceta de Madrid, 25 de septiembre de 1924). 28 guiente8. Pero esta línea de actuación quedó, como las anteriores, interrumpida. Una empresa educativa y benéfica de iniciativa regia El Real Decreto de 17 de mayo de 1927 puso en marcha la Ciu- dad Universitaria, planteada por deseo de Alfonso XIII como la única conmemoración de sus veinticinco años de reinado, que se cumplían ese mismo día. La iniciativa se con ó a una Junta Cons- tructora, compuesta de forma mayoritaria por catedráticos y car- gos académicos de la Universidad Central, más el alcalde, el síndi- co presidente de la Junta Sindical del Colegio de Cambio y Bolsa madrileño, el arquitecto delegado de la Junta de Construcciones Civiles del Ministerio de Instrucción Pública y el director de la Escuela de Arquitectura. Y se concibió, de forma innovadora en la administración española, como un organismo autónomo, con personalidad jurídica, fondos y patrimonio propios y autonomía de gestión. Fue ideado, según el arquitecto López Otero, como «un Consejo de Administración de una gran Empresa», para que todos los problemas pudieran estudiarse y resolverse sin trabas administrativas9. Otro rasgo importante y atípico fue que el patronato del rey de- nido en el Decreto no se planteó con carácter simbólico, sino claramente decisorio. Y también resultó singular que entre los recursos nancieros propios de la Junta se contase el producto neto de un sorteo extraordinario de la Lotería Nacional, cele- brado por vez primera el 17 de mayo de 1928 y repetido luego anualmente10. La amplia autonomía concedida a la Junta Constructora hizo que el ministro de Instrucción Pública, Eduardo Callejo, pese a ocu- par por su cargo una de las vicepresidencias, tuviera muy poca in uencia en la organización de la Ciudad Universitaria11. No se siguieron tampoco los cauces habituales en la universidad. El rec- tor desempeñó también otra vicepresidencia, pero los órganos académicos no fueron consultados de forma que, como observó Blas Cabrera cuando lo era él, en octubre de 1930, el proyecto se puso en marcha «con alejamiento poco plausible del Claustro»12. El general Primo de Rivera no intervino en el proyecto de la Ciu- dad Universitaria. La versión más repetida atribuyó su fundación 8. Se creará en Madrid la Ciudad Universitaria (El Debate, 14 de febrero de 1924, 1). 9. El proyecto de la gran urbe universitaria de Madrid (ABC, 15 de noviembre de 1928, 19). 10. Gaceta de Madrid, 17 de mayo de 1927. García de Enterría (1988, 5-13). 11. Así lo reconoció Callejo y lo resaltó el rey. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 26 de mayo de 1927. 12. Apertura de curso en la Universidad Central (El Debate, 3 de octubre de 1930, 2). Gaceta de Madrid del 17 de mayo de 1927, con el Real Decreto de creación de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. 29 a «la voluntad omnímoda e inquebrantable de nuestro patriota Soberano», y se insistió una y otra vez en el caluroso beneplácito y el ferviente apoyo prestados por el marqués de Estella (Zárraga 1929, 29). La Moncloa fue, en efecto, un asunto —y un espa- cio— que tomó para sí Alfonso XIII. En la primavera de 1927, la hostilidad entre el rey y el general era notoria, y ambos rivalizaban por conseguir mayor popularidad13. El protagonismo del rey en la Ciudad Universitaria, ejercido directamente o por mediación del secretario de la Junta Constructora, Florestán Aguilar, médico y catedrático sin signi cación política, vinculado tempranamente como odontólogo a la familia real14, que actuó como su álter ego, puede entenderse como una respuesta al papel de actor princi- pal que se había arrogado el general Primo de Rivera en la vida política española, como un intento de eludir su omnipresencia y contrarrestar su personalismo. Alfonso XIII se mostró pronto relacionado con el proyecto de la Moncloa ante la opinión pública. El 29 de mayo de 1915 recibió a la comisión, presidida por el doctor Gómez Ocaña y compuesta, entre otros, por Gimeno y Recasens, que le comunicó el acuerdo, adoptado por el claustro de Medicina, de construir un edi cio que sirviera «a la vez» de facultad y de hospital15. Unos días más tarde, visitó unos terrenos en la Moncloa con los Ministros de Instrucción Pública y de Hacienda, Bergamín y Bugallal (Luque 1931, 23). El 31 de mayo fue nombrado miembro de la comisión encargada de estudiar la construcción de los edi cios médicos una persona tan cercana a Palacio como Florestán Aguilar, nada más obtener la cátedra de Odontología16. La prensa dio cuenta puntualmente a partir de entonces de la actividad de Alfonso XIII en favor del proyecto de la Moncloa. En los primeros tiempos, se le mostró interesado en la puesta en marcha de la nueva sede de la Universidad Central, para ser pre- sentado poco a poco como su más rme defensor y convertirse, nalmente, según el relato elaborado desde mediados de los años diez y plenamente cumplido en torno a 1927, en el autor de la propia idea, en el fundador de la Ciudad Universitaria. En febre- ro de 1924, y ante una comisión de la tuna madrileña, se re rió ya él mismo a la creación de la sede universitaria de la Moncloa como una promesa suya17. Y cuatro años más tarde, el arquitecto Modesto López Otero le atribuyó sin rodeos en ABC la idea de levantar «una urbe universitaria de gran importancia»18 en la 13. El embajador británico a rmó que ambos estaban celosos de la popularidad del otro. Gómez-Navarro (1991, 140- 141). 14. En 1930 se contaba entre los simpatizantes de José María Albiñana. Gil Pecharromán (2000, 86). 15. Palacio (El Globo, 29 de mayo de 1915). 16. Expediente de Florestán Aguilar Rodríguez. AGUCM. P-432,29. El nombramiento para formar parte de la comisión se publicó en la Gaceta de Madrid del 6 de junio de 1915. 17. El presidente en Palacio (El Globo, 27 de febrero de 1924). 18. El proyecto de la gran urbe universitaria de Madrid (ABC, 15 de noviembre de 1928, 19). Acta de la primera sesión de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, celebrada el 23 de mayo de 1927. 30 Moncloa, con ocasión de una visita a los pabellones Docker, en un momento en que solo se pensaba en la construcción del hos- pital clínico y la facultad de Medicina. La relación de Alfonso XIII con el proyecto de la Moncloa hu- biese culminado, si no lo hubieran impedido los acontecimientos, en un solemne acto académico, simbolizando su exaltación en el mundo universitario e intelectual, al ejecutarse el nombramiento de rector honorario de las universidades españolas y de doctor honoris causa por la de Madrid, un «homenaje» tributado por los claustros en 1927 con ocasión de la conmemoración de sus vein- ticinco años de reinado, que se pospuso hasta la realización de la nueva sede de la Universidad Central (Gutiérrez-Ravé 1955, 297). La Ciudad Universitaria, escribió el arquitecto Luis Lacasa, «iba a ser como el Versalles de un nuevo Rey Sol», ajustado a los tiempos (Lacasa 1976, 84). El paso de los años no parece haber borrado en el ya maduro Al- fonso XIII el precepto fundamental del cliché regeneracionista —la educación—, un auténtico talismán en sus años de juventud, reforzado además en él por in uencia de su madre, la reina María Cristina. Fue ella —escribe el 22 de febrero de 1929, al agradecer el pésame que le había hecho llegar la Junta Constructora tras su muerte— quien «supo llevar a mi ánimo desde mi niñez el con- vencimiento de que para realizar el anhelo de ver a esta amada Patria ocupando el puesto que por sus tradiciones gloriosas y por derecho actualmente le corresponde, debía darse el mayor impulso al perfeccionamiento de nuestros métodos de educación y al desarrollo de la cultura en todos sus órdenes». Atendiendo a estas consideraciones, su predilección por la Ciudad Universitaria suponía para él un homenaje de «amor lial», en razón además del afecto que había mostrado su madre por esta obra. La elección de la Ciudad Universitaria para erigir un monumento conmemorativo por suscripción nacional a la reina María Cristi- na, en la gran plaza formada por la con uencia de la Avenida de Alfonso XIII con la de la Universidad, uno de sus principales es- pacios, refuerza la impresión de que el monarca se sentía perso- nalmente vinculado a la sede universitaria de la Moncloa19. Asistió habitualmente a las sesiones de la Junta Constructora. Consideró también que su contribución a la construcción de los nuevos edi- cios de la Universidad Central suponía un mérito que no podía 19. AGUCM, Actas de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, 15 de abril de 1929. Véase también Bases de un concurso de anteproyectos y proyectos para erigir un monumento en Madrid a S.M. la Reina Doña María Cristina (Q.E.P.D.) (ABC, 19 de junio de 1929, 17). Recorte de prensa. El rey visita los terrenos de la Ciudad Universitaria. S/f. AGUCM, 54/11-30. 31 discutirse, y, al quejarse a Cortés Cavanillas (1951, 78), ya en el exilio, de «la voracidad calumniosa» de la prensa republicana y socialista que le reprochaba sus muchos y sustanciosos negocios, exclamó: «Es posible que para los amantes republicanos hasta la Ciudad Universitaria haya constituido un negocio para mí». En los cuatro últimos años de la monarquía, la Ciudad Univer- sitaria fue, desde luego, uno de los recursos más utilizados para reforzar y ensalzar la gura del rey. Sus valores y cualidades se presentaron en más de una ocasión como un trasunto de los de la Ciudad Universitaria, remitiendo unos y otros a la imagen de una España renovada y fortalecida: la doble nalidad que de nió en un principio la nueva sede universitaria —empresa cultural y de bene cencia a un tiempo— se corresponde así con el enal- tecimiento de Alfonso XIII como rey «inteligente y bueno»20. Y ni que decir tiene que la sede de la Moncloa se utilizó —y no poco— para apuntalar sus cada vez más menguados apoyos: en La correspondencia militar se a rmó sin ambages, en abril de 1930, que «la iniciativa regia» de la Ciudad Universitaria, solo equipara- ble en envergadura a «la obra de El Escorial» impulsada por Feli- pe II, suponía un excelente aliciente para vivi car el «sentimiento monárquico»21. 20. AMAE, leg. R-1209, exp.14, Circular de Primo de Rivera, 13 de mayo de 1927. 21. El sentimiento monárquico (La corres- pondencia militar, 18 de abril de 1930, 1). 32 «La conquista de la Universidad oficial» Desde 1911 hasta 1927, el proyecto de la Moncloa concernió úni- camente a la Facultad de Medicina. Y, por tanto, fueron médicos quienes estuvieron al frente de la iniciativa y quienes pusieron el mayor empeño en lograr que se llevara a cabo, empezando por el doctor Amalio Gimeno, catedrático de Patología en la Universi- dad Central además de ministro de Instrucción Pública, autor en 1911 de la primera disposición legislativa sobre el hospital clínico de la Moncloa. No es casual que el secretario de la Junta Cons- tructora durante la monarquía, Florestán Aguilar, fuera catedráti- co de la Facultad de Medicina; tampoco que lo fuera también su sucesor durante el periodo republicano, hasta octubre de 1934, el doctor Juan Negrín. Sebastián Recasens, catedrático de Ginecología y Obstetricia, fue de todos ellos quien estuvo más tiempo vinculado a la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, y no solo mientras fue decano de la Facultad de Medicina, entre 1916 y 1933, año de su jubilación22, porque aparece ya entre los profesores incluidos en la primera comisión nombrada en octubre de 1911 para elaborar el anteproyecto de hospital clínico. Fue presidente, en su calidad de decano, de la constituida en 1919. Su lealtad a la persona de Alfonso XIII pudo más que sus posibles inclinaciones republi- canas23. La Facultad de Medicina se mantuvo siempre unida, por encima de las diferencias ideológicas o políticas de sus miembros, en torno a un proyecto que durante muchos años le atañía de manera exclusiva. El hospital clínico fue, además, por su función y su tamaño, la realización más importante de la Ciudad Univer- sitaria. Para la de nición y el desarrollo de la nueva sede universitaria, fue decisiva la presencia en torno al rey de ciertos sectores uni- versitarios muy activos entonces, encabezados por catedráticos conservadores y católicos, comprometidos algunos con el régi- men de Primo de Rivera, como Yanguas Messía —asesor jurídi- co de la Junta Constructora—, o simplemente eles a Alfonso XIII, como el vizconde de Casa Aguilar, e incluso vinculados, los menos, a organismos de la Junta para Ampliación de Estudios, como Julio Palacios —representante de la Facultad de Ciencias—. Su empeño era llevar a cabo una reforma de la universidad que modernizase y prestigiase, de acuerdo con sus planteamientos, las instituciones de educación superior. Desde su punto de vista, 22. Expediente de Sebastián Recasens. AGUCM, P-660,4. 23. Julio Palacios (1933, 637) recoge la siguiente frase, oída al doctor Recasens: «Quizá doctrinalmente pudiera yo tener simpatías por el régimen republicano, pero mientras ciña la corona de España S. M. el Rey D. Alfonso XIII, fundador de esta Ciudad Universitaria, no consiento que nadie pretenda aventajarme en monarquismo». Fotografía de la primera sesión de la Junta Constructora, presidida por Alfonso XIII. AGUCM, La Ciudad Universitaria, 1930. 33 ello implicaba en primer lugar recuperar funciones que sentían que les habían sido hurtadas en favor de una institución extrauni- versitaria, la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Cientí cas, y remediar de paso lo que consideraban que había sido una dejación de funciones en manos —extranjerizantes y laicas— de la Institución Libre de Enseñanza, a la que atribuían además un enorme poder en el ámbito académico, y especial- mente en la adjudicación de cátedras. Se produjo en esos sectores un rearme ideológico centrado en la política universitaria, y se impulsó un intento, bastante consistente y articulado, de recobrar terreno en el mundo de la universidad, que creían perdido a favor de los núcleos académicos e intelectuales cercanos a la Junta para Ampliación de Estudios y sus fundaciones. Y se siguieron para ello dos vías paralelas. Por un lado —y así ocurre con el Decreto de 21 de mayo de 192624—, se concretó el propósito de penetrar en la Junta para Ampliación de Estu- dios para controlarla desde dentro, nombrando el Ministerio de Instrucción Pública vocales sin respetar su autonomía. Paralela- mente, y desde fuera, se tomó ejemplo de la Junta, cuyos resul- tados se querían desde luego emular, adoptando, con las debidas correcciones, algunas de sus actividades —entonces ya incuestio- nables—, lo que por añadidura tenía la ventaja de ir vaciándola de contenido o al menos de aminorar su alcance: así ocurrió, por ejemplo, con el establecimiento de Colegios Mayores en las universidades españolas por Real Decreto de 25 de agosto de 192625 —muy diferentes, por su dependencia directa de las uni- versidades y por su carácter confesional, de la Residencia de Es- tudiantes fundada en 1910—, o con la concesión de pensiones en el extranjero que, en el caso de la Ciudad Universitaria, decidió la Junta Constructora en julio de 193026. Aunque muchas de sus actuaciones, acordes con la perspectiva de cualquier universidad prestigiosa en Europa y Estados Uni- dos, no podían discutirse, la Junta para Ampliación de Estudios producía entre sus más enconados detractores una peculiar mez- cla de rechazo y admiración. No había pasado desapercibida la inteligencia de su planteamiento, que la protegía de las interfe- rencias administrativas y políticas y le concedía una exibilidad y una capacidad de acción desconocidas hasta entonces en la ad- ministración española. De hecho, como ha señalado García de Enterría (1988, 6), el Real Decreto de 17 de mayo de 1927 está 24. Gaceta de Madrid, 22 de mayo de 1926. 25. Gaceta de Madrid, 29 de agosto de 1926. 26. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 23 de julio de 1930. 200 000 pesetas anuales para becas a cargo de la Ciudad Universitaria (El Debate, 23 de diciembre de 1930, 8). 34 inspirado en el que creó la Junta para Ampliación de Estudios en enero de 190727, y no fue ésta la única vez en que los proce- dimientos atribuidos a la Institución Libre de Enseñanza para in uir en el ministerio y en la opinión pública fueron imitados por sus críticos católicos (Herrera Oria 1934, 339-366). Muchos datos avalan lo que advirtió Jiménez Fraud sobre las «fuerzas interesadas ideológica, o mejor dicho, políticamente en ello» que intentaron, con el apoyo del rey, presentar la nueva sede universitaria de la Moncloa en oposición a la Junta para Amplia- ción de Estudios y sus fundaciones (Jiménez 1948, 256, 258-259). En El Debate, se describió la concesión de becas en el extranjero a cargo de la Ciudad Universitaria como una victoria contra «las sangrías» que sufrían las universidades por parte de ciertos orga- nismos «con espíritu de suplantación», como un triunfo de «los verdaderos intereses españoles, libres de ciertas curatelas parti- distas»28. A ello contestó Pijoan en El Sol con un artículo de título expresivo —«Kurdos y armenios»—, mostrando su sorpresa y su indignación al constatar que la decisión de la Junta Constructora de conceder pensiones se interpretaba como «un acto de desa- gravio a la Universidad» y se utilizaba para emprender un nuevo ataque contra la Junta para Ampliación de Estudios: «He llegado a oír —escribe— que cuando se fundó la Junta de la Ciudad Uni- versitaria alguien dijo: “Ahora van a ver esos de la Junta”» (Pijoan 1931, 1). La Confederación de Estudiantes Católicos, creada en buena medida para contrarrestar la in uencia de la Institución en la universidad (Ayala 1999, 299), apoyó con gran entusias- mo la labor del rey y de la Junta Constructora en la Moncloa (Confederación de Estudiantes Católicos 1927, 28)29, y reclamó «incorporar a los Doctorados en la Ciudad Universitaria la parte de ellos que actualmente monopoliza la Junta de Ampliación de Estudios» (Confederación de Estudiantes Católicos 1930, 36). La Ciudad Universitaria constituyó sin duda un objetivo esencial de la movilización de los católicos, que vieron en la dictadura nuevos cauces para «recatolizar» España no ya mediante la acción colectiva y la toma del espacio público, como venía ocurrien- do desde los años iniciales del siglo, sino mediante la participa- ción activa y el ejercicio del poder en las propias instituciones (Cueva Merino 2000/1, 78). La universidad o cial era «uno de los problemas más graves de España» para Ángel Herrera, que la veía como «una fortaleza, cuyos accesos estaban todos toma- 27. Real Decreto de 11 de enero de 1907 (Gaceta de Madrid, 15 de enero de 1907). 28. Ante un problema universitario (El Debate, 30 de diciembre de 1930, 1). 29. Véase también La Confederación de Estudiantes Católicos de España y su obra (1920-1926) (1927), y AGUCM, Leg. 357A. 35 dos militarmente por las izquierdas», «mérito», a su juicio, de la Institución Libre de Enseñanza y «dejación y abandono de los católicos» (Ayala 1999, 299, 526). La sede de la Moncloa se convirtió en la pieza más deseada de «la conquista de la Universidad o cial» a la que convocaba Ángel Herrera, en abril de 1927, a todos los propagandistas30. Lo a rmó de forma rotunda Fernando Martín-Sánchez en 1934: «Vamos a trabajar sin descanso por la conquista de la Universidad o cial, hasta que pueda colocarse en la Ciudad Universitaria un letrero que diga: “La generosidad de un Rey la inició; la fuerza de los Gobiernos y de la sociedad la terminó; el valor de los católicos españoles la conquistó”»31. Un proyecto improvisado e incompleto Nadie discutió, desde luego, la necesidad de instalar la Universi- dad Central en una nueva sede. Las «deplorables condiciones» en las que se encontraba, por ejemplo, la Facultad de Medicina en 1924 daban lugar, según el decano Recasens, al «caso bochorno- so» de tener que impartir la asignatura de Higiene en «un lóbrego local», o pedir a los alumnos, en otras cátedras, que no asistiesen todos a clase porque no cabían. Las restantes facultades necesi- taban también locales más amplios, especialmente la de Ciencias, que ocupaba seis veces menos espacio del necesario32. Se desestimó la utilización de edi cios antiguos y la de ensanches parciales, como había sido habitual desde hacía mucho tiempo. Y se pre rió, en cambio, que la nueva sede se con gurase, de forma innovadora en España, no siguiendo «el anticuado sistema del edi cio único universitario», según la de nición de Alfonso XIII recogida en un folleto propagandístico33, como una Ciudad Universitaria, en un parque arbolado, conformando un entorno más adecuado para la educación y el estudio y más saludable que los barrios populosos y abigarrados del centro de Madrid. Todos parecieron conformes con el nuevo sistema que introdu- cía una Ciudad Universitaria, al procurar a los estudiantes una vinculación estrecha y duradera a la universidad en laboratorios, bibliotecas, residencias y campos de deportes y contar con «alo- jamiento cómodo, comida abundante, barata y sana, y honestas 30. Círculo del 24 de marzo (Boletín de la ACN de P, 5 de abril de 1927, 3). 31. El CEU y el ISO (Boletín de la ACN de P, 15 de septiembre - 1 de octubre de 1934, 10). 32. Conferencia de Sebastián Recasens en el Ateneo: Se creará en Madrid la Ciudad Universitaria (El Debate, 14 de febrero de 1924, 1). 33. La Ciudad Universitaria de Madrid, s.a., s. p. Este folleto se sigue citando en el texto, sin nota. 36 recreaciones», como se anunciaba en un folleto publicado por la Junta Constructora. No obstante, se formularon algunas re- ticencias, de calado alguna de ellas. El catedrático de Filosofía del Derecho Fernando Pérez Bueno se mostró partidario en la Asamblea Nacional de «la dispersión» de los estudiantes, teme- roso de que fuera «un peligro enorme la concentración de gran- des masas escolares», como iba a ocurrir en la futura sede de la Moncloa34. La Confederación de Estudiantes Católicos expresó ciertas dudas, muy en la línea de los principios que defendía. Su secretario general, Alberto Martín Artajo, titubeó en un primer momento ante la posibilidad de que los estudiantes madrileños tuvieran que vivir en las residencias universitarias y se produjera en consecuencia un cierto debilitamiento de los lazos familiares (Martín Artajo 1928, 18-19). La Confederación expresó también su deseo de que desapareciese «el carácter estatista» que la legis- lación había impuesto a los Colegios Mayores, con el n de que pudiera fundarlos también «la iniciativa privada»35. La reforma de la enseñanza superior era en esos años una obliga- ción urgente, difícil de negar. La Institución Libre de Enseñanza, especialmente a través de la acción de la Junta para Ampliación de Estudios, promovía una universidad autónoma, protegida de las interferencias administrativas y políticas y planteada como una corporación de profesores y estudiantes, con organización tutorial y apoyo colegial, frente al modelo de origen francés, cen- tralizado, uniforme, fuertemente reglamentado y controlado por el poder político, que funcionaba en España, con la misión de ex- pender títulos académicos mediante unos procesos librescos, re- petitivos y memorísticos. Tomando ejemplo del sistema alemán en la vertiente intelectual y cientí ca y del británico en lo tocante a la formación del carácter y la actividad deportiva, esa univer- sidad pretendía lograr una educación integral para los alumnos y funcionar a la vez como centro de extensión cultural para la sociedad de su entorno. El Real Decreto de 21 de mayo de 1919 elaborado por el mi- nistro Silió —y derogado tres años después—, único intento de reforma universitaria con alguna amplitud que se propuso en el ámbito conservador desde principios de siglo hasta el comienzo de la dictadura de Primo de Rivera, apuntaba, pese a las diferen- cias que dieron lugar a la oposición de la Institución, algunos ras- gos en un sentido semejante: la autonomía de las universidades, 34. Diario de Sesiones de la Asamblea Nacional, 23 de noviembre de 1927, 47. 35. La profesionalidad de la Confedera- ción de Estudiantes Católicos (Boletín de la ACN de P, 20 de septiembre de 1927, 3). Alzado de la biblioteca universitaria. AGUCM, D-1712,2 02. 37 desde luego, y su doble carácter de «escuelas profesionales» y de «centros pedagógicos de alta cultura nacional», así como la posi- bilidad de crear laboratorios, fomentar la investigación cientí ca y la ampliación de estudios y establecer residencias de estudian- tes36. En el caso de la Ciudad Universitaria, hubo, sin embargo, puntos de vista distintos. Sus promotores fundamentaron la le- gitimidad de la nueva sede universitaria en la tradición española, en «las pasadas grandezas de la Universidad española» —dijo el rector Luis Bermejo, como recoge un folleto publicitario—, lo que avalaba al tiempo su relación directa con el modelo nortea- mericano que se adopta, anclado, a través del británico, en unas raíces históricas semejantes. «Continuar la tradición interrumpi- da de nuestras antiguas Universidades, jando principalmente la atención en las Ciudades Universitarias de Oxford y Cambridge, que han conservado intacto el espíritu clásico de la Edad Media», era la directriz de la Confederación de Estudiantes Católicos para determinar «la organización interna» de la sede de la Moncloa (Confederación de Estudiantes Católicos, 1930, 22). Pero si no hubo oposición a la construcción de una sede nueva para la Universidad Central ni al hecho de que se planteara como Ciudad Universitaria, el Real Decreto de 17 de mayo de 1927 provocó una reacción inmediata en el ámbito académico porque 36. Real Decreto de 21 de mayo de 1919 (Gaceta de Madrid, 22 de mayo de 1919). Plano de conjunto de la Ciudad Universitaria de Madrid. AGUCM, Ciudad Universitaria, Madrid, 1929. 38 no incluía el conjunto de las facultades. Se refería solo a las de Ciencias, Farmacia y Medicina con el hospital clínico, y excluía, por tanto, a las de Filosofía y Letras y Derecho. Formaban así parte de la Junta Constructora los decanos de los tres primeros centros, más un catedrático de cada uno de ellos y otro de la Escuela de Odontología, designados todos por el Ministerio de Instrucción Pública. Es cierto que se incorporaba también un catedrático de Derecho, nombrado asimismo por la Administra- ción, pero no como representante de su Facultad, sino en calidad de asesor jurídico. La protesta surgió de forma rápida entre quienes eran más parti- darios de la creación de la Ciudad Universitaria y más a nes a sus organizadores, empezando por la Confederación de Estudiantes Católicos, que se opuso frontalmente a la división de la Universi- dad Central. A comienzos de 1928, Alberto Martín Artajo (1928, 18-19) lo expresó con claridad en Les cahiers de la jeunesse catho- lique, y la asociación de los estudiantes católicos en su conjunto se empleó a fondo para evitar que las Facultades de Ciencias y Filosofía y Letras permanecieran, como se había decidido, en la vieja sede de la calle de San Bernardo, y defender así los intereses de todos los estudiantes de la Universidad Central. La Confede- ración transmitió «el disgusto» de los estudiantes postergados a 39 la Junta Constructora, tanto por escrito como mediante visitas a sus miembros. No tardó en mostrarse segura de que su solicitud causaría efecto y sería atendida (Confederación de Estudiantes Católicos 1927, 31-32), aunque no se mostró del todo satisfecha con ello porque era partidaria de incorporar a la Ciudad Universi- taria otras muchas instituciones de enseñanza madrileñas, inclui- das las Escuelas Normales. Fue especialmente severo, entre el profesorado, el catedrático Fernando Pérez Bueno. En la Asamblea Nacional, de la que era miembro, se quejó a Primo de Rivera, el 23 de noviembre de 1927, por el hecho de que fueran a levantarse «grandes palacios» para las Facultades de Medicina, Farmacia y Ciencias, dejando a las de Derecho y Letras «contra una esquina del muladar de la calle de San Bernardo». En su primera respuesta, el general no hizo la menor referencia a la posibilidad de ir aumentando el número de centros en la Moncloa, sino que se re rió al carác- ter experimental de las Facultades de Ciencias y Farmacia, que necesitaban laboratorios modernos, y en el caso de Medicina, la proximidad además de un hospital clínico nuevo y bien dotado. Recti có en una segunda intervención, tras comunicarle el mi- nistro Callejo que la Junta de la Ciudad Universitaria en la sesión presidida por el rey esa misma mañana había acordado incluir también las Facultades de Derecho y Letras37. El abandono de los dos centros en unas instalaciones inadecua- das, viejas y oscuras, no tenía justi cación posible y desacredita- ba el proyecto entero. Tampoco resultaba aceptable que la Uni- versidad Central quedase fragmentada tanto o más de lo que lo había estado hasta entonces, ni que el ambicioso título de Ciudad Universitaria comprendiera únicamente una parte de las faculta- des. Cundió la sospecha de que la Junta Constructora carecía de un plan previo sobre el modelo universitario que perseguía, y se generalizó el convencimiento de que estaba actuando de forma improvisada. La presentación que sus responsables hicieron de la futura sede universitaria ante la opinión pública, especialmente hasta el vera- no de 1930, no hizo más que reforzar esa impresión. Abundaron las generalidades, voluntariosas pero vacuas, como la de cali car a la Ciudad Universitaria de «institución modelo», fundada con la misión de «regenerar y perfeccionar la educación superior», en 37. Diario de sesiones de la Asamblea Nacional, 23 de noviembre de 1927, 47-48 y 51. Vista del proyecto del Viaducto de los Quince Ojos. AGUCM, Ciudad Universitaria, Madrid, 1929. 40 41 palabras de Alfonso XIII38, o la de asegurar que sería un «centro de investigación cientí ca», con laboratorios y bibliotecas y no simplemente «un conjunto de aulas, colegios y seminarios para la educación y enseñanza de la ciencia existente», sin abordar la de nición de la nueva universidad con elementos tan cruciales como la renovación de los planes de estudio o la formación del profesorado. En las publicaciones de la Junta Constructora sobre la Ciudad Universitaria se pone el acento en los aspectos pura- mente materiales y arquitectónicos. Se alardea de lo avanzado de las técnicas empleadas, o del volumen de las explanaciones y desmontes, o de la rapidez en la ejecución de las obras, o inclu- so del elevado número de obreros contratados. Se presume del trazado de una tupida red de comunicaciones, de la muy avan- zada manera de utilizar el hormigón armado, de la singularidad de algunas obras de fábrica como el viaducto de la Avenida de Alfonso XIII y el de la Zona de Residencias, o de la «factura mo- derna» de dos muros de contención de tierras, que suponían un auténtico «alarde técnico». Una y otra vez, se designa a la Ciudad Universitaria como «la magna obra», haciendo referencia, entre otras cosas, a su tamaño, y a un importante número de estable- cimientos complementarios como «Teatro, Club de Estudiantes, Casa de Correos y Telégrafos, Iglesia, etc., etc.». El círculo de profesores cercanos a la Institución Libre de En- señanza rebatió con contundencia la super cialidad y la falta de consistencia del proyecto de la Moncloa, carente de medidas que abordasen en profundidad el cambio y la mejora de la univer- sidad, tan urgentes a su juicio, y volcado por el contrario en la exhibición de aspectos técnicos de su construcción. «La reforma de la Universidad ha sido concebida como una grandiosa modi - cación arquitectónica», escribió Américo Castro en 1928. El cate- drático de Historia de la Lengua Española y miembro del Centro de Estudios Históricos echaba de menos un auténtico plan de reformas, que afectase a «la íntima armazón de los organismos docentes», a «la estructura misma de la Universidad». «No vemos formulado —a rma— el programa de los derribos y reconstruc- ciones mentales». Y podría ocurrir, en consecuencia, que «dentro de unos años hubiera en la Moncloa un bello conjunto de edi - cios, y que las universidades de provincias, e incluso la llamada Central, prosiguieran con los mismos arcaísmos y puerilidades que deforman hoy su carácter» (Castro 2016, 311, 313). 38. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 1 de junio de 1927. Plano de situación del futuro conservatorio. AGUCM, D-1711,2 001. 42 José Castillejo, catedrático de Derecho Romano y secretario de la Junta para Ampliación de Estudios, se expresó en el mismo sentido, apuntando además al tamaño, excesivamente grande, en su opinión, de la nueva sede universitaria y a su coste, que hu- biera sido su ciente para equipar y reparar todas las universida- des españolas y preparar a su profesorado: esa «inmensa Ciudad Universitaria» con «un enorme campus» para acoger a «grandes números de estudiantes» —advierte— «resultó atractiva a la ima- ginación de la gente y proporcionó un símbolo material de refor- ma universitaria» (Castillejo 1976, 114-115). Hubo cierta coincidencia en este punto entre Castillejo y Alberto Martín Artajo, que sugirió, por su parte, la conveniencia de «re- ducir un poco las proporciones generales de la Ciudad Universi- taria» y consideró innecesario que se montasen, como se quería, servicios propios tan costosos como un cuerpo especial de poli- cía y de bomberos (Martín Artajo 1928, 18-19). Aunque con tono conciliador, porque estaba muy segura de su ascendiente sobre la Junta Constructora y quería alentar una recti cación, la Con- federación de Estudiantes Católicos mostró también en 1930 su preocupación por la ausencia de un plan de reforma universita- ria: «Cuando se termine la edi cación en la Moncloa, tendremos ya un magní co Cuerpo de la Universidad. Suntuosos edi cios, confortables Residencias, extensos campos de deportes, salas de estudio» —se dice en una ponencia de la asociación—. Pero fal- tará «el espíritu, la organización interna, la savia de vida», que no pueden «fabricarse» como los edi cios, y que la Junta Construc- tora ha de abordar poco a poco (Confederación de Estudiantes Católicos 1930, 22). La Moncloa, un emplazamiento polémico Para construir la Ciudad Universitaria se disponía de un terre- no accidentado, inclinado en vaguada hacia el río Manzanares y partido en la misma dirección por el gran barranco del arroyo Cantarranas (La Ciudad Universitaria de Madrid 1947). Era el único parque natural de uso público en los alrededores de Ma- drid, un paisaje agreste y muy movido de cerros y barrancos, no- table entre otras cosas por su pinar y sus abundantes manantiales, encauzados algunos en fuentes muy preciadas —la de la Mina, la de la Paloma, la de las Damas—. Lejos de la Moncloa barojiana de los desmontes suburbiales, reducto de la miseria urbana, era Planos de los campos de deportes. 22 de marzo de 1930. AGUCM, D-1598,4 001 y 002. 43 el «campo libre» que describe Arturo Barea (2003, 202), muy ac- cesible gracias al tranvía que llevaba a Puerta de Hierro, un lugar de recreo popular, de «las clases modestas», de niños y mayores, en busca de aire puro y agua fresca39, frecuentado también por sus merenderos durante la primavera y el verano. Los jardines de la Moncloa, en torno al palacete, abiertos al público a mediados de los años veinte, tras ser restaurados por Javier de Winthuysen, eran un espacio singular, muy cuidado y recoleto. La polémica que provocó la noticia del emplazamiento de los edi cios universitarios fue mayúscula, y se extendió a lo largo de los años veinte y treinta. A excepción de la monárquica y con- servadora, encabezada por ABC y El Debate, la prensa madrileña no dudo en reivindicar la necesidad de proteger y conservar el parque natural de la Moncloa. Fue una modalidad de protesta in- novadora, moderna, de proporciones y con nalidades descono- cidas antes en España, dirigida a la defensa de un espacio natural. En un artículo de título expresivo —«La tala del pinar de la Ciu- dad Universitaria»—, Winthuysen (1931) resumió con claridad la opinión crítica: construir allí la Ciudad Universitaria signi caba arrasar un lugar de excepcionales valores naturales y paisajísticos. Se censuró la elección de la Moncloa, cuando había tantas hec- táreas yermas y desarboladas en los alrededores de Madrid, y se insistió en los bene cios de aquel lugar para la salud y el bienestar de los madrileños. El Socialista sostuvo que era urgente construir una Ciudad Universitaria, pero añadió que debía hacerse en al- guna zona sin interés natural del extrarradio, fuera de la Mon- cloa, que era para la ciudad «el único pulmón de que disponía para solazarse y respirar», y un «lugar de esparcimiento y recreo» imprescindible para los sectores populares40. Se multiplicaron los artículos que llamaban a la resistencia, cuando no a la re- belión. Algunos fueron anónimos, como «Hay que defender la Moncloa»41, y muchos otros se debieron a diversos autores, casi siempre de liación republicana. Los títulos fueron verdadera- mente elocuentes respecto de su intención crítica: «Contra una insigne torpeza ¡Salvemos a La Moncloa!», de Antonio Zozaya (1924), «La Moncloa. Pro laxis del pulmón de Madrid», de An- tonio María Sbert (1924), «Un atentado más. La Universidad y la Moncloa. Intolerable obra de expulsión contra el pueblo de Madrid», de Manuel Ciges Aparicio (1924), o «La ciudad univer- sitaria y la pobre Moncloa», de Roberto Castrovido (1924). 39. Hay que defender la Moncloa, artículo de El Socialista, reproducido en La Voz, 3 de octubre de 1924, 2. Se expresa también en él una queja por lo descuidada que estaba entonces la Moncloa, y el deseo de que pasara a ser conservada por el Ayuntamiento. 40. La Ciudad Universitaria. Madrid y sus problemas (El Socialista, 12 de septiembre de 1929, 1). 41. La Voz, 3 de octubre de 1924, 2. Fotografía de la construcción del muro de contención de la denominada «Avenida de la Universidad». AGUCM, SG-2402. 44 La protesta, aireada por la prensa madrileña, se dejó oír tam- bién en el terreno político. A nales de 1930, el Ayuntamien to de Madrid aprobó una aportación de 200 000 pesetas para la cons trucción de la Ciudad Universitaria con el voto en contra de socialistas y republicanos, porque, como explicó Andrés Saborit, no les parecía bien que se construyera en terrenos de la Moncloa, «lugar inadecuado y desde luego restado al esparcimiento del ve- cindario contra su voluntad»42. La «hermosa» Moncloa, en palabras del Max Estrella de Va- lle-Inclán (2010, 43), que veía en ella «el único rincón francés» del páramo madrileño, fue objeto de especial atención en esos años, y, a propósito muchas veces de la construcción de la Ciudad Universitaria, se subrayó su excepcionalidad y atractivo. Manuel Azaña (1978, I, 274) recuerda una visita que hizo con Negrín la fría mañana del 8 de noviembre de 1931: «Yo veía con gusto —escribe— que se hiciese la Ciudad Universitaria; pero no podía imaginarme que en esta parte anterior de la Moncloa fueran a hacer tamaño destrozo». «Me he encontrado —sigue diciendo— con la desolación de la Moncloa destruida». Antes, aquel paisaje «era bellísimo, dulce, elegante; lo mejor de Madrid. Ya no queda nada: “una gran avenida”, rasantes nuevas, el horror de la ur- banización». Los catedráticos institucionistas de la Universidad Central no fueron ajenos a la polémica sobre la Ciudad Univer- sitaria. José Castillejo (1976, 114-115) lamentó la pérdida de los «preciosos y sombreados pinares» de lo que era «un exquisito 42. Información municipal (La Libertad, 23 de diciembre de 1930, 5). 45 parque arbolado y montuoso», e incluso de lo que hubiera po- dido ser, si no se hubiese desnaturalizado mediante la nivelación del terreno que se llevó a cabo, «un escenario pintoresco similar al de la Universidad de Cornell». El panorama de las críticas a la elección de la Moncloa fue bas- tante variado, de modo que, junto a las de intención más gene- ral, hubo otras de alcance más limitado, más modestas, pero que contribuyeron también a caldear el ambiente. Así sucedió, por ejemplo, con la que se quejó de la tala de moreras que la opera- ción llevaba consigo, muy perjudicial para los pequeños nego- cios familiares dedicados en Madrid a la cría de gusanos de seda (Barbeitio Herrera 1931). Y el asunto apareció también en textos satíricos, que a veces dejaron ver otros puntos de vista sobre el signi cado de la Moncloa para los madrileños y, por añadidu- ra, algunas ideas más bien tópicas sobre la universidad. Con el título de «La Moncloa, solar edi cable», el Marqués de Morella (1924) escribió que la Moncloa, «sombría y melancólica», era «un peligro para la salud pública» porque allí orecía el suicidio «es- pontáneamente». «No hay mejor sitio para el que no sabe en qué árbol ahorcarse —concluía—, y lo mejor es que no quede nin- guno». No menos irónico se mostró Luis de Tapia (1924), ante la iniciativa de la Moncloa, que respondía, según él, al «afán de matar toda poesía»: «Aquel hermoso parque no es para albergar catedráticos rancios, libros sucios de texto, casas de huéspedes, negociantes constructores de pabellones estudiantiles», sino que es, por el contrario, «para los pintores, para los enamorados, para los suicidas…» No faltaron las críticas de quienes interpretaron el traslado de la Universidad Central a una zona apartada como La Moncloa, fuera de la ciudad, como una argucia para aislar y controlar a los estudiantes, según advirtió, por ejemplo, Crisol el 30 de abril de 1931: «La hostilidad de la clase escolar contra la monarquía, cada vez más unánime, era casi imposible de exteriorizar en la Ciudad Universitaria, que tenía como n apartar a los estudiantes de sus actividades ciudadanas, para lograr de ellos, ya que no la adhesión a la persona de Alfonso de Borbón, por lo menos indiferencia hacia los actos de su Gobierno»43. La defensa del parque natural de la Moncloa se unió muchas veces a otros argumentos y a la propuesta de otras alternativas. 43. El aula y la calle (Crisol, 30 de abril de 1931, 8). Viaducto de los Quince Ojos y Agrónomos. (s. f.). Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. UCM. BH FOT CU 1355. 46 Resultan especialmente interesantes las críticas a ese emplaza- miento por carecer de tradición universitaria y las recomendacio- nes a favor de otros lugares con raíces en ese sentido. En 1924, Eugenio D Ors consideraba «arti cial» y «arti cioso» instalar la Universidad Central en la Moncloa, porque no creía que la Fa- cultad de Medicina y el Hospital Clínico fueran una «célula ger- minal» para un proyecto de la envergadura y de las características de la Ciudad Universitaria, circunstancia que por el contrario sí reconocía en los Altos del Hipódromo, junto a la Residencia de Estudiantes dependiente de la Junta para Ampliación de Estu- dios, que él conocía muy bien (D’Ors, 1924, 5). En el mismo sentido se pronunció el artículo «Restauraciones e inventos en los estudios españoles», publicado en la revista España, que re- comendaba, en vez de «talar más jardines en la Moncloa para erigir laboratorios y viviendas estudiantiles», continuar el camino emprendido por la Residencia de Estudiantes, por considerarlo «el más adecuado para la e caz restauración de los estudios uni- versitarios en España»: «¿A qué hablar entonces de instituir la 47 ciudad universitaria, cuando ya se alzan sus primeros edi cios, rodeados de jardines nuevos, y no talando bosques reales, en los altos de Madrid?»44. La Confederación de Estudiantes Católicos, que juzgaba tam- bién equivocada la elección de La Moncloa, quería enlazar con la universidad histórica española, buscando lugares que pudieran, como aquella, «llegar a tener marcado ambiente y sabor universi- tario»: «Hubiera bastado resucitar el ambiente —que se extinguió por evoluciones sucesivas— de otros tiempos, para que Salaman- ca o Alcalá —mejor esta última— hubieran vuelto a ser maestras en Europa desde sus gloriosas cátedras universitarias» (Confede- ración de Estudiantes Católicos 1930, 21). La elección de la Moncloa tuvo también sus defensores. Se dijo, por ejemplo, que la Ciudad Universitaria podría contribuir en buena medida a la mejora y al progreso de Madrid, acrecentando su prestigio y contribuyendo a igualarlo en elementos de educa- ción cientí ca con «las mejores ciudades del Extranjero»45. Se dijo también que, con una extensión de trescientas sesenta hectáreas y capaz para quince mil estudiantes, constituiría un valioso ensan- che de la capital, dando lugar a un «Madrid nuevo»46. La Avenida de Alfonso XIII, de tres kilómetros de largo y cuarenta metros de ancho, procuraría a la ciudad —según resaltó uno de los fo- lletos de la Junta Constructora— una espléndida entrada por el noroeste, uniendo Puerta de Hierro y la Plaza de la Moncloa. Y en virtud de una modi cación en el trazado urbano, esa Avenida formaría parte de una gran arteria de siete kilómetros, que enla- zaría Puerta de Hierro con la Puerta de Alcalá, por las calles de Princesa y la Gran Vía. La Avenida de la Universidad, que en su bifurcación de la de Alfonso XIII daría lugar a una plaza de 300 metros de diámetro, más una treintena de calles para unir sus di- versas zonas completarían las vías de comunicación de la Ciudad Universitaria. Pero nadie fue tan drástico como José María Salaverría (1924) al sostener en La Esfera que la fundación de «un centro cultural a la moderna» como la Ciudad Universitaria bien valía «sacri car» la Moncloa. Algo después, a comienzos de los años treinta, reco- noció en Caras y caretas (Salaverría 1931) el «estrago» que habían ocasionado las obras, ya iniciadas entonces, y el n de «la belleza espontánea» del parque natural, pero se mostró al tiempo con- 44. España, X, 410, 16 de febrero de 1924, 9-10. 45. En pro de la enseñanza. La Ciudad Universitaria (La Correspondencia de España, 14 de febrero de 1924, 1). 46. El Madrid nuevo y la Ciudad Universitaria (Nuevo Mundo, 25 de abril de 1924, 15). Ejecución del Viaducto de los Quince Ojos. S/f. AGUCM, D-1712,2 009 y 011. 48 vencido de que los edi cios universitarios habían salvado muy oportunamente el lugar: La Moncloa no podía resistir por más tiempo el avance y el asedio de la ciudad. Tenía que ser vencida. La suerte, en este caso, está en el género de derrota que sufre. Lo espantoso hubiera sido que un ejército de concejales, contratistas y especuladores se hubieran lanzado a cuadricular el sitio y a llenarlo de casas de vecindad. La Ciudad Universitaria ha librado a la Moncloa de ese peligro. No habrá temor a los rascacielos ni a las manzanas de casas cuadriculadas. En marzo de 1924, Gregorio Marañón respaldó sin suras, y en un periódico que le era tan poco afín como El Debate, la elección de la Moncloa para la construcción de la Ciudad Universitaria. Coincidía así con el decano de Medicina, Sebastián Recasens, que había pronunciado pocos días antes una conferencia en el Ateneo sobre el plan de construcciones de la Moncloa. Aun re- conociendo que no era este «el sitio ideal» para la Universidad y que hubiera sido mejor que se levantase «lejos de Madrid», quizá en Alcalá de Henares, unida a la capital «por un tranvía que no emplearía más de veinte minutos en hacer su recorrido», escribe Marañón (1924, 1): Yo, sinceramente, aplaudo la elección de la Moncloa. Los terrenos elegidos no son ahora disfrutados por nadie, y la salud del pueblo nada perdería por que en unos campos inútiles se alzasen los edi cios universitarios. Los miles de estudiantes sí ganarían, en cambio, con habitar cerca de los pinos y no entre callejuelas. Hay que abandonar el tópico de «pulmón de Madrid» aplicado a la Moncloa. Lo es, mientras se penetre en él, no por virtud de su presencia. Y el proyecto de la Ciudad Universitaria apenas mermaría su e cacia salutífera, y, en cambio, metería en él, de bruces, a todos los muchachos que ahora estropean sus pulmones en las calles madrileñas, a pesar de la Moncloa. Los elogios publicitarios de la Ciudad Universitaria y las con- siguientes posibilidades sobre lo que en ella podría hacerse se 49 mostraron a menudo francamente excesivos. En un artículo pu- blicado en ABC el 12 de abril de 1931, por ejemplo, se habló de formar un amplio estanque en el Manzanares, frente al estadio universitario, «donde, además de la natación, casi será posible pensar en la regata universitaria a la inglesa y en el aterrizaje de hidroaviones» (Izaro 1931, 8). La Moncloa fue generando así unas expectativas enormes, ilusorias, y se convirtió, para algunos, en una auténtica quimera: Ru no Carpena, maestro de Masnou, envió, por ejemplo, un plan completo, ideado por él, para levan- tar en los terrenos de la Universidad un conjunto de «pequeñas ciudades jardín» que proporcionasen «casa higiénica y barata» a empleados o estudiantes. Con el n de racionalizar el trabajo do- méstico, aplicando criterios tayloristas a la vida del hogar —de acuerdo con unos planteamientos que tuvieron entonces cierta aceptación en Estados Unidos y Europa—, había dispuesto «un sistema de servicios acumulados» para suministrar «comidas co- cidas» dos o tres veces al día, mediante un sistema de cocinas dirigidas por «un técnico culinario» y conectadas de forma indivi- dual con cada vivienda47. Y los partidarios de enfoques médicos no tradicionales, apartados del ámbito académico pero muy valo- rados entonces en ciertos sectores, vieron también en la Ciudad Universitaria una oportunidad para poner en práctica sus prefe- rencias, por lo que Pedro José García Morcillo solicitó a la Junta que se construyera allí un «Pabellón Naturista»48. La caracterización internacional de la sede universitaria de la Moncloa Uno de los aspectos más relevantes de la Ciudad Universitaria madrileña fue su caracterización internacional. «Universidad His- pánica»49 se la denominó en algunos folletos, y el rey se re rió a ella como «la Ciudad Universitaria Española», expresando a la vez la intención de que sirviera para asegurar «el intercambio es- colar entre España y los países americanos». La Junta Construc- tora amplió muy pronto a Iberoamérica el campo de actuación, y acordó —re ejo del entendimiento entre las dos dictaduras pe- ninsulares— que los estudiantes de Portugal fuesen considerados como los iberoamericanos50. Algunos manifestaron su convenci- miento de que la nueva Ciudad Universitaria acogería también «a los alumnos europeos atraídos por el prestigio de nuestra cultu- ra» (Doreste 1930, 58). Y hubo quien llegó a decir que, además de constituir un «lazo de unión» entre España y los Estados Unidos, 47. AGUCM, D.1594/2 y D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 19 de enero de 1929. 48. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 27 de noviembre de 1928 y 5 de enero de 1929. 49. Lo que será la Ciudad Universitaria de Madrid, s. a., s. p. Este folleto se sigue citando en el texto sin nota. 50. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 1 de junio de 1927. 50 atraería por su excelencia a «cientos de estudiantes no sólo espa- ñoles y americanos, sino de todas las partes del mundo»51. Aunque ya se había formulado con anterioridad la intención de recibir a estudiantes hispanoamericanos, la amplitud con que se planteaba en esta ocasión era una novedad. El rey no sólo miraba a América, sino también a Europa en su conjunto, o, más exacta- mente, quería considerar los dos ámbitos a la vez, de forma que la Universidad de Madrid fuese para los hispanoamericanos «la antesala de Europa»52. Pero la pretensión era aún más ambiciosa. En 1924, Alfonso XIII anunció que había pensado en la necesi- dad de emprender la construcción de una gran universidad que no fuera solamente nacional, sino hispano-americana, «brindan- do a aquellos estudiantes que hoy se van a París y a Norteamérica la posibilidad de una formación cientí ca y cultural netamente española» (cit. en Chías Navarro 1986, 29). Y en 1930 añadió que todo estudiante de habla española «encontraría tan buenos o mejores maestros que en el resto de las Universidades de Europa y América, con la ventaja de no perder tiempo en aprender el idioma», y resultarle más familiar y cercana culturalmente53. «La Ciudad Universitaria de Madrid ha de ser —escribió Miguel de Zárraga (1928, 7)— la Sorbona de los hispanoamericanos». Pero los impulsores de la Ciudad Universitaria de Madrid no sólo pensaron en el atractivo de la Sorbona sobre los estudiantes extranjeros, creciente además desde comienzos de siglo (Charle 2010, 193), ya que tuvieron también muy presente el proyecto de la Cité Universitaire de París, que encontró en la prensa españo- la, desde el momento de su aprobación, en junio de 1921, una rápida difusión y un elogio unánime. En el planteamiento de la nueva sede universitaria madrileña, hubo un intento de emular la obra de la Cité Universitaire, que se estaba construyendo en esos años. Planteada como un conjunto de residencias de diferentes países, con dependencias de vida comunitaria y de orden cultural y deportivo, pero al margen de las Facultades y Escuelas, la Cité Universitaire era una iniciativa innovadora, vinculada a la Uni- versidad de París a través de una Fundación que, como la Junta Constructora de la madrileña, le aseguraba autonomía y exibili- dad en su funcionamiento. Su intención era ofrecer alojamientos adecuados para acoger un número importante de estudiantes extranjeros, y, además de pro- 51. Programa a bene cio de la Ciudad Universitaria en la Metropolitan Opera House, 27 de noviembre de 1928, citado en Viaje a los Estados Unidos de SS.AA. RR. los infantes Don Alfonso y Doña Beatriz de Orléans y su hijo el Príncipe Don Álvaro (1929, 115). 52. Palabras de Alfonso XIII en la apertura del II Congreso Nacional de Ciencias Médicas, 15 de octubre de 1924. Gutiérrez-Ravé 1955, 266. 53. Los periodistas americanos (El Impar- cial, 13 de abril de 1930, 5). ABC del 15 de mayo de 1929, con una fotografía de Alfonso XIII en la Ciudad Universitaria, viendo los planos de la Fundación Del Amo. 51 curar mantener, o incluso aumentar la presencia y la in uencia de Francia en el terreno cultural, quería ser «la obra de acerca- miento intelectual y moral entre las élites de todas las naciones» (Priault 1931, 76; La Cité Universitaire de Paris 1925), encabezando un esfuerzo internacional para promover en la Europa —y en el mundo— de entreguerras el entendimiento entre las naciones y asegurar la paz. Con ocasión de un viaje a Estados Unidos, en 1928, André Honnorat, el principal promotor de la idea, de - nió la Cité Universitaire como la institución capaz de desarrollar en las jóvenes generaciones una «mentalidad internacional», me- diante la convivencia y el conocimiento mutuo entre estudiantes de distinta procedencia, único medio, en su opinión, de ahorrar a la humanidad sufrimientos como los que había producido la Gran Guerra (Honnorat 1928). En este aspecto, la intención de la institución parisina estaba muy próxima a la de algunas inicia- tivas privadas norteamericanas que funcionaron en los años de entreguerras, como el Institute of International Education o la pionera International House de Nueva York (Bu 1999), e incluso a ciertas áreas de la Sociedad de Naciones. Es indicativo que el rey participase activamente en facilitar la fundación, en la Cité Universitaire de París, del Colegio de Espa- ña, creado por Real Decreto de 15 de agosto de 1927 —apenas tres meses posterior al de la Ciudad Universitaria de Madrid— y enmarcado inicialmente en el Ministerio de Instrucción Pública, aunque pasó poco después a depender de la recién constituida Junta de Relaciones Culturales del Ministerio de Estado (Junta de Relaciones Culturales 1934, 36). El duque de Alba, con la in- condicional colaboración del embajador Quiñones de León, des- empeñó en el centro parisino el mismo papel que el vizconde de Casa Aguilar en la Ciudad Universitaria madrileña. Y no puede pasarse por alto el hecho de que entre las ventajas que se aduje- ron para impulsar la fundación del Colegio de España se esgri- miese el interés político que tendría ofrecer a los estudiantes his- panoamericanos en Francia alojamiento junto a los españoles54. La política universitaria se consideró en esos años —y así lo es- cribió Sangróniz (1926, 95)— uno de los medios que mejor y más rápidamente podía contribuir a «la expansión cultural de una nación». Y las instituciones educativas de carácter supranacional fueron muy apreciadas por la opinión pública y prestigiaron a sus impulsores: Alfonso XIII apareció así en un artículo de La Libre 54. ACE, Embajada de España (Fondo histórico), 148/3, Informe de Quiñones de León al Ministro de Estado, 20 de noviembre de 1926. 52 Belgique como triunfador frente a Leopoldo II, que había inten- tado —pero no logrado— poner en pie una modélica «escuela mundial» en Tervuren, veinticinco años antes55. Las residencias de estudiantes Los primeros contactos de carácter internacional de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria se establecieron con la Fundación Rockefeller. El doctor Aguilar visitó en París a los representantes de la Fundación, que «con tanta generosidad está gastando cuantiosas sumas en bene cio de las construcciones universitarias y de enseñanza», para solicitar «el apoyo espiritual de su consejo». Atendiendo a esta solicitud, el doctor Alan Gregg viajó a Madrid y propuso que una comisión, «bajo la recomen- dación y amparo moral de la Fundación Rockefeller», visitase las principales universidades y centros docentes de carácter médico de Europa y América56 —Lyon, Estrasburgo, Hamburgo, Copen- hague, Londres, Edimburgo, Montreal, Toronto, Chicago, Nas- hville y Rochester—, antes de redactar unas directrices generales y abrir un concurso internacional para la selección de los arqui- tectos57. Al establecer relaciones con la Fundación Rockefeller, la Junta Constructora seguía el ejemplo de lo que estaban haciendo nu- merosas universidades fuera de España, y singularmente la Cité Universitaire de París, que adoptó, además, como la de Madrid, el modelo de campus norteamericano. En los últimos meses de 1927, Yanguas Messía contactó también con la Fundación Carne- gie a través de James Brown Scott, profesor como él de Derecho Internacional y defensor del papel de Francisco de Vitoria y de la Escuela de Salamanca en la creación del Derecho Internacional moderno. Nombrado doctor honoris causa por la Universidad salmantina con ocasión de la creación de la Cátedra Francisco de Vitoria en noviembre de 1927 —uno de los «grandes hechos» universitarios de la dictadura, a juicio de Pemartín (1928, 441), por su signi cación cultural en el mundo internacional—, se mostró muy interesado en buscar lazos de cooperación con «los organismos de cultura española, signi cando que en los Estados Unidos se presta atención creciente a la civilización española y se considera de extraordinario interés no mostrarse ajenos a su desarrollo, por la repercusión que seguramente ha de tener en 55. Un rêve de Léopold II réalisé par Alphonse XIII (La Libre Belgique, 9 de agosto de 1930). 56. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 20 de julio de 1927. 57. AGP, Reinados. Alfonso XIII, caja. 12111, exp.1, Informe de Gregg fechado el 18 de julio de 1927. Sobre el viaje, puede verse Campos Calvo-Sotelo (2002). 53 los pueblos de Hispano-América»58. El vizconde de Casa Agui- lar, como «representante personal del Rey de España», estable- ció también contacto con el Institute of International Education (Institute of International Education 1928, 9). La participación extranjera en la Ciudad Universitaria se orga- nizó mediante la instalación de residencias de estudiantes, con un sistema muy parecido al de París, que hacía recaer el coste de su construcción en los países que las promovían. Se delimitó para ello una extensión de terreno en el Cerro de los Degollados, junto al Parque del Oeste, denominada en los planos «Zona in- ternacional de residencias». Muy pronto, antes del verano de 1927, la Unión Ibero-America- na solicitó que se construyese una residencia para los estudiantes de esa procedencia, y se nombró una comisión para su estudio y la búsqueda de nanciación59. Pero la primera residencia fue la Fundación del Amo, nanciada por el doctor Gregorio del Amo, antiguo alumno de la Facultad de Medicina de la Universi- dad Central, entonces residente en California, que donó para ello cuatrocientos mil dólares a la Ciudad Universitaria60. Instalada en un edi cio construido en 1929 y 1930 por los arquitectos Ber- gamín y Blanco Soler, la Fundación del Amo fue el primer orga- nismo en funcionamiento en la sede de la Moncloa, y en su ges- tación intervinieron el doctor Florestán Aguilar y el mismo rey. Se planteó como Residencia de Estudiantes Hispanoamericanos, y, paralelamente, Gregorio del Amo destinó otra donación equi- valente a becar cientí cos —estudiantes y profesores— ameri- canos y españoles, dirigidos estos últimos a los Estados Unidos (Glick 1990). Poco a poco, y tras buscar nanciación con muchas di cultades los respectivos gobiernos, comenzaron a de nirse algunos pro- yectos de residencias de estudiantes —las de Cuba, Perú, Chile, Uruguay y Argentina—, gracias en buena medida a los esfuerzos de Florestán Aguilar61. No faltó la celebración de alguna ceremo- nia solemne: el 16 de mayo de 1930, por ejemplo, Alfonso XIII hizo entrega al representante uruguayo de los terrenos donde iba a levantarse su residencia de estudiantes, estableciéndose así, según se dijo, «un nuevo lazo espiritual» entre España y Uruguay (Gutiérrez-Ravé 1955, 317-318). En enero de 1930, William R. Shepherd, hispanista y profesor de la Universidad de Columbia, 58. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 23 de noviembre de 1927. 59. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 1 de junio y 20 de julio de 1927. 60. AGUCM, AH-0220. 61. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 21 de febrero de 1930. 54 consideraba la idea de impulsar la creación de una Casa de Nor- teamérica en la Ciudad Universitaria, buscando el patrocinio de un lántropo estadounidense (Casares 1930, 1-2). Pero hubo también alguna iniciativa europea. El hispanó lo conde Friedrich Jay donó doscientos mil marcos oro para una re- sidencia de estudiantes alemanes en la Ciudad Universitaria. Por recomendación de la infanta Paz, y con una carta dirigida al rey el 24 de abril de 1930, envió directamente un cheque a la Embajada en Berlín, que Fernando Espinosa de los Monteros se apresuró a hacer llegar a Palacio62. De acuerdo con el embajador de Alema- nia en España, Aguilar viajó a Berlín para aclarar la participación que tendría el gobierno alemán en la fundación de la Casa de Ale- mania, a través del Ministerio de Relaciones Exteriores. Y recibió allí todo tipo de facilidades y un claro apoyo, incluida la promesa de eximir del pago de matrículas a los alumnos y graduados espa- ñoles que fuesen a ampliar estudios a Alemania. El Ministerio de Relaciones Exteriores se reservaba la traza del edi cio y la elec- ción de su arquitecto, y se acordó realizar un acto público cuando se hiciese la demarcación de los terrenos para la residencia63. En círculos militares, se llegó incluso a pensar en la utilización de la Ciudad Universitaria para a anzar los intereses coloniales españoles: en diciembre de 1927, Santos Fernández escribió en la revista África, dirigida entonces por Francisco Franco, que «un grupo de jóvenes musulmanes» había ideado «espontáneamente» crear una Casa del Magreb en la Moncloa (Fernández 1927, 290). La «amistad triangular» La Ciudad Universitaria madrileña fue una pieza destacada en la reactivación del hispanoamericanismo que llevó a cabo la dicta- dura con la colaboración entusiasta del rey. Hispanoamérica era considerada en esos medios como un amplio espacio capaz de proporcionar a España la oportunidad de lograr una destacada in uencia social y cultural, con la que poder reclamar, gracias al liderazgo que se atribuía en el conjunto de las naciones de habla hispana, un rango internacional más elevado que el que le corres- pondía por su posición en Europa (Niño, 2003, 274). La nueva sede de la Universidad Central respondía a una idea de la hispani- dad entendida como el imperio espiritual de España, con sus dos 62. AGP, Reinados. Alfonso XIII, caja. 12110, exp. 1. 63. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 2 de noviembre de 1930. 55 pilares fundamentales, la tradición y la catolicidad, de acuerdo con la visión de Alfonso XIII y del marqués de Estella, frente al hispanoamericanismo liberal, que ponía el acento en hacer de intermediario de la cultura europea y se sentía legitimado por el prestigio intelectual (Niño 2001, 124)64. Este planteamiento suponía un cambio de rumbo en las relacio- nes culturales de carácter internacional que habían protagoniza- do hasta entonces los núcleos liberales y reformistas agrupados en torno a la Junta para Ampliación de Estudios e Investiga- ciones Cientí cas, y signi caba abrir nuevas vías para contactos exteriores desde la Universidad Central, menguando por tanto su in uencia. Algo parecido había ocurrido en septiembre de 1926 con la creación de la Junta de Relaciones Culturales en el Minis- terio de Estado, al conferírsele competencias en el intercambio universitario entre los centros españoles e hispanoamericanos, con adas en abril de 1910 a la Junta para Ampliación de Es- tudios65, con la intención —advierte Castillejo (1976, 118)— de mermar el alcance y el poder de ésta, por mucho que, como ocu- rrió con frecuencia durante la dictadura, suavizase esa circuns- tancia el propio duque de Alba. La Ciudad Universitaria supuso también el inicio de una cierta competencia con la Junta para Ampliación de Estudios en las relaciones culturales entre España y los Estados Unidos, especialmente fructíferas entonces por el a anzamiento de la Residencia de Señoritas gracias al Interna- tional Institute for Girls in Spain, y, sobre todo, por la apertura del Instituto de Física y Química con la ayuda de la Fundación Rockefeller. La Facultad de Ciencias se dirigió, así, a la Junta para Ampliación de Estudios el 2 de marzo de 1927 para proponerle que el Instituto de Física y Química, que iba a ponerse en marcha bajo la responsabilidad de ésta última y con nanciación de la Fundación Rockefeller, se construyera en los terrenos de la Mon- cloa destinados a la Ciudad Universitaria, y no en los Altos del Hipódromo (Junta para Ampliación de Estudios e Investigacio- nes Cientí cas 1929, 123), junto a la Residencia de Estudiantes y el Instituto-Escuela, una zona de marcado carácter educativo y cultural organizada a modo de campus por la corporación fun- dada en 1907. La in uencia de Shepherd tuvo mucho peso en la orientación de las relaciones culturales de la Junta Constructora, tendentes a la consideración conjunta de la América hispana, los Estados 64. Véase también Sepúlveda (2005, 114- 121). 65. Real Orden de 16 abril de 1910 (Gaceta de Madrid, 18 de abril de 1910). 56 Unidos y España, que habían asumido ya, por lo demás, des- tacados profesores próximos al Centro de Estudios Históricos como Federico de Onís. El «acercamiento espiritual y cultural» entre esos tres ámbitos para formar «un triángulo de amistad», una «amistad triangular», que salvase la descon anza generada por los Estados Unidos al sur de Río Grande y en España, y fomentase el conocimiento mutuo y la defensa de los intereses comunes, proporcionó una importante apoyatura intelectual y política a la Junta Constructora (Shepherd 1934)66. En noviembre de 1927, siguiendo esas directrices, los responsables de la Ciudad Universitaria decidieron estudiar con la Fundación Carnegie, por mediación de Brown Scott y con el apoyo del embajador de los Estados Unidos, un intercambio de becarios —estudiantes y pro- fesores— entre los ámbitos americanos y España67. La Fundación del Amo fue un buen ensayo de esta propuesta porque convivieron allí norteamericanos, hispanoamericanos y españoles. En 1930, se estableció un convenio de intercambio de estudiantes con el Institute of International Education, elabo- rado por Stephen Duggan y el doctor Aguilar. Planteado sobre bases recíprocas, se comprometía a comenzar ofreciendo diez becas a varones, hasta que se crease una residencia femenina. Se publicó un folleto en inglés sobre la Ciudad Universitaria —The University City of Madrid—, en el que se prestó especial atención a la Fundación del Amo, donde, de acuerdo con el convenio, se alojarían los pensionados americanos, que fueron una decena en la primera convocatoria, y a los que se facilitó un programa espe- cial de cultura española68. En el otoño de 1930, de los más de 150 residentes, solo había una veintena de extranjeros, con más de la mitad norteamericanos, un boliviano y un uruguayo, y el resto, europeos —ingleses, alemanes, franceses—69. La propaganda en torno a «la magna obra» La Ciudad Universitaria se planteó como una obra de presti- gio. Los ideólogos del régimen le asignaron un puesto de honor en el proyecto de regeneración ideado por la dictadura con el propósito de reforzar el sentimiento patriótico y la conciencia nacional70. José Pemartín (1928, 414-416, 437-439) se re rió a ella como «la más grande de las empresas del siglo», como una muestra signi cativa de «la renovación española», impulsada por «la Dictadura ilustrada». Fue muy frecuente que se la nombrara 66. La relación de Onís con el planteamiento de Shepherd, en Puig- Samper, Naranjo y Luque (2002, 151- 152). Véase también Naranjo y Puig- Samper (2002, 177-179). 67. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 23 de noviembre de 1927. 68. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 23 de julio de 1930. 69. AFC, Relación de residentes del curso 1930-1931. 70. Sobre el proyecto nacionalizador de Primo de Rivera, véase Quiroga Fernández de Soto (2008, 118-119). Facultad de Medicina en construcción. AGUCM, SG 2402. 57 simplemente como «la magna obra»71, haciendo alarde tanto de la magnitud de las obras como de su admirable planteamiento intelectual, que discutieron, desde luego, sus detractores. Se presentó como una «obra nacional de todos los compatrio- tas»72, como una «patriótica obra de cultura». Era, se dijo, «no solo un ideal popular, sino algo más: un ideal nacional»73, inscrito en la esencia misma de la españolidad, que el monarca, sensible a los requerimientos más íntimos del pueblo por su identi ca- ción con la nación, supo percibir con natural clarividencia74. «El Rey tuvo la visión del instante preciso —se a rmó en un folleto publicado por la Junta Constructora—, y surgió a la luz, ya cris- talizado lo que hasta entonces se encontraba latente en el espíritu español: la Ciudad Universitaria». Anhelada y, por lo tanto, apoyada por todos los españoles, la nueva sede de la Universidad Central se representó ajena a la contaminación ideológica y política, al margen de toda liación partidista y libre de la parcialidad de cualquier bandería. Ante la conveniencia de establecer distancias con los acontecimien- tos —marcados, entre otras cosas, por la rebelión estudiantil— y más aún con las propias acciones —presentes y pasadas— que pudieran comprometerle, el rey lo formuló en público de forma intencionada en abril de 1930, al decirle a Aguilar con ocasión de una visita a las obras de la Moncloa con un grupo de periodistas: «Aquí no nos ocupamos de política para nada». Y tras el asenti- miento de su interlocutor, añadió: «Solo nos preocupamos de los estudiantes»75. Un año antes, y por expresa voluntad de Alfonso XIII, la suspen- sión temporal en sus funciones del rector y de los decanos a raíz de los sucesos universitarios de la primavera de 1929 no afectó a la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, donde todos —Bermejo, Recasens, Octavio de Toledo, Ureña, Alemany, Ca- sares Gil y Aguilar— continuaron trabajando «sin interrupción», «unidos —a rmaron sus responsables— por el supremo ideal de ser útiles a la patria», en una tarea que perseguía «el engrandeci- miento de España»76. Y se llegó más lejos en un artículo publica- do por Crónica el 12 de abril de 1931 que presentaba el proyecto de la Moncloa como el resultado de un acuerdo del conjunto del profesorado de la Universidad Central sin exclusiones ideológi- cas de ningún tipo. El texto resaltaba además el contraste —y el 71. Por ejemplo, Un donativo importante para la Ciudad Universitaria (ABC, 20 de diciembre de 1928, 27). 72. E.G.F., El sorteo en que todos ganan. La lotería de la Ciudad Universitaria (Mundo Grá co, 1 de abril de 1931). 73. E.G.F., La Lotería de la Ciudad Universitaria (Crónica, 12 de abril de 1931). 74. Buen ejemplo de ese «intangible mecanismo populista» utilizado por la propaganda monárquica al que se re ere Javier Moreno Luzón (2003, 45-46). 75. Su Majestad el Rey, acompañado de los periodistas extranjeros, visita las obras de la Ciudad Universitaria (ABC, 13 de abril de 1930, 29). 76. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 15 de abril de 1929. 58 acierto— que eso suponía en comparación con las universidades privadas de los Estados Unidos, consideradas más homogéneas desde ese punto de vista: «la ventaja de su amplio espíritu liberal, de que es ya garantía la presencia en la Junta constructora de personalidades de opuestas ideas, y en las cátedras, de profesores de las más avanzadas, circunstancias estas que serían imposibles en muchas Universidades norteamericanas, cuyos cimientos, pu- diera decirse así, ya imponen una determinada y exclusiva ideo- logía»77. La búsqueda de nanciación a través de la venta de lotería y me- diante la aportación de donativos privados —encauzados por la Casa Real, los Ministerios, el rectorado de la Universidad Central y los Gobiernos Civiles— fue también una circunstancia que sir- vió para enaltecer la empresa de la Ciudad Universitaria. Recurrir «al óbolo del mayor número de ciudadanos posibles» indicaba «el carácter social y colectivo de la obra universitaria»78, fruto de la fervorosa colaboración de «todas las clases sociales españolas»79. Los folletos publicitarios la de nieron como «uno de los mejores núcleos universitarios del mundo», como «la urbe escolar que España va a ofrecer al mundo como modelo en su clase», y hasta como la «nueva Atenas de nuestro siglo». Se utilizó para ofre- cer un retrato ideal de España y de Madrid, convertido —dijo el marqués de Estella— gracias a los edi cios universitarios de la Moncloa en la «capital de una España grande, tolerante y culta». Fue el escaparate del progreso de España, la mejor prueba de su modernización: se anunció incluso que allí se aplicaría un sistema tan avanzado como la coeducación, para que pudiesen convivir mujeres y hombres «sin prejuicios que ofenden o recelos que confunden» (Zárraga 1928, 7). Los visitantes extranjeros de algún relieve que viajaron a Madrid fueron llevados a la Ciudad Universitaria aun antes de que se iniciaran las obras, porque se consideró que su emplazamiento, entre la ciudad y el campo, era una de las bazas más seguras de su valoración cultural. «Del más puro gusto español» e incluso «mo- nárquico» —la escena abarca desde el Palacio de Oriente hasta El Escorial, pasando por El Pardo—, se describe el lugar, siguiendo un estereotipo ya acuñado, como un paisaje velazqueño, «caste- llano, ascético, espartano» (Izaro 1931, 7-8), duro e incluso extre- 77. E.G.F., La Lotería de la Ciudad Universitaria (Crónica, 12 de abril de 1931). 78. Ante la Ciudad Universitaria. El edi cio material y el espíritu (Heraldo de Madrid, 7 de julio de 1927). 79. E.G.F., La Lotería de la Ciudad Universitaria (Crónica, 12 de abril de 1931). Tranvía con publicidad de la lotería de 11 de mayo de 1928. AGUCM, AH 281. 59 mo, pero genuino siempre, batido por el viento puro de la Sierra e iluminado por el radiante sol de la meseta. Con sentido pragmático, se atendió especialmente a los periodis- tas extranjeros, con ando en el efecto multiplicador que podían tener sus opiniones. Los que vinieron a España para seguir las sesiones del Consejo de la Sociedad de Naciones en junio de 1929 recorrieron el parque del Oeste y la Moncloa hasta Puerta de Hierro. Mientras tomaban el té al aire libre que les ofreció la Junta Constructora, pudieron contemplar «los hermosos parajes», «el magní co panorama», «la topografía verdaderamente excep- cional» del sitio, con los futuros pabellones señalados mediante banderas del color de las respectivas facultades, presididas por la que había diseñado el arquitecto López Otero como emblema de la Ciudad Universitaria, a partir del escudo del Cardenal Cisne- ros. Todos —resumió el diario ABC— «quedaron gratísimamen- te impresionados» y «elogiaron la grandiosa iniciativa de S.M. el Rey de establecer la gran urbe universitaria, que será, sin duda, uno de los Centros de cultura más importantes del mundo»80. 80. Los periodistas extranjeros, en la Ciudad Universitaria (ABC, 14 junio 1929, 21). 60 Como hizo en otras muchas ocasiones, Alfonso XIII acompañó en abril de 1930 a los periodistas americanos que habían viajado a Madrid para asistir a la inauguración del Palacio de la Prensa: se mostró como un «ideal cicerone» e hizo gala —subrayó la prensa monárquica—, por su naturalidad y cercanía, de «su gran espíritu de democracia»81. También se recibió en la Moncloa a profesores universitarios, como los rectores de París y Toulouse —Sébastian Charlety y Joseph Dresch—, con los que el rey almorzó en la Fundación del Amo 82. Ciertas a rmaciones, atribuidas a algún visitante foráneo, llega- ron a funcionar como auténticos latiguillos. Así, la prensa repi- tió hasta la saciedad que el conde Jean de Castellane, presidente del consejo municipal de París, había escrito al vizconde de Casa Aguilar que la Ciudad Universitaria provocaría «la admiración del mundo»83. El proyecto de la Ciudad Universitaria fue objeto de una ingen- te —y sostenida— campaña propagandística en España y en el exterior. Aunque comunicación y propaganda tuvieron gran relevancia en la dictadura para controlar y adoctrinar a la opi- nión pública (Costa Fernández 2013), y la Ciudad Universitaria no puede considerarse ajena a su maquinaria publicitaria —muy especialmente a la Agencia Plus Ultra (Cal Martínez 1995)—, una de las primeras medidas de la Junta Constructora fue, siguiendo el ejemplo de la Cité Universitaire de París, la creación de una comisión de propaganda que emprendió una actividad incesante. Los caminos seguidos y las fórmulas empleadas fueron múltiples, empezando por los muchos viajes de Florestán Aguilar por Amé- rica. Se organizó, por ejemplo, una muestra de planos y fotogra- fías a nales de 1928 en la Hispanic Society of America de Nueva York84, que además había dotado ese año una cátedra de Literatu- ra Americana en la Universidad Central85. La Junta Constructora decidió participar también con ese mismo tipo de imágenes en la exposición de Electrología médica celebrada en París en 193186. Los artículos laudatorios sobre la sede de la Moncloa se mul- tiplicaron en la prensa española y extranjera —especialmente hispanoamericana—, y cabe sospechar que no pocos fueron re- dactados por encargo. Se emprendió paralelamente una frenética operación para recaudar fondos y nanciar las obras, que resul- tó un incentivo muy sugestivo. En primer lugar, se invocó con 81. Su Majestad el Rey, acompañado de los periodistas extranjeros, visita las obras de la Ciudad Universitaria (ABC, 13 de abril de 1930, 27-30). 82. Los Rectores de las Universidades de París y Toulouse en Madrid (ABC, 9 de abril de 1931, 34). 83. Por ejemplo, Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. La sesión de ayer (ABC, 4 de febrero de 1931, 21). 84. HSAA, Member´s Files. Florestán Aguilar, Correspondencia diciembre de 1928 y enero de 1929. 85. AGUCM, AH-0220. El donativo, que era de Archer Huntigton, se hizo de forma anónima el 22 de diciembre de 1928. ACA, FDJ, caja 16: carta de Huntington a Alba, fechada el 26 de noviembre de 1928, enviándole el cheque con destino a la «new Madrid University to be known as The Hispanic Society Chair of the Poetry of the Americas». 86. Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. La sesión de ayer (ABC, 4 de febrero de 1931, 21). 61 gran éxito la nanciación de camas para el hospital clínico. En una circular fechada cuatro días antes de la creación de la Junta Constructora, Primo de Rivera llamaba a una movilización gene- ral, organizando las muestras de adhesión con «manifestaciones de carácter corporativo y popular», recogida de rmas, tarjetas y relaciones de adheridos. Y anunciaba también, en vista de que «el valor de todo afecto se mide por sus obras», la apertura de una suscripción nacional, regulada y encauzada a través de los gobernadores civiles y los alcaldes, «hasta en las más humildes villas y pequeños lugares», para conseguir, a razón de un real por habitante, el sostenimiento de dos mil camas hospitalarias87. Se recabaron también donativos sustanciosos de veinticinco mil pe- setas para dotar camas a las que se daría el nombre del donante. El rey y su familia encabezaron las donaciones (Palacios 1933, 637). La muni cencia del rey, acrecentada en ocasiones por el equívoco de aparecer como donante de los terrenos, vinculados en el pasado a la corona88, se esgrimió siempre como el reclamo más convincente. La cuantiosa documentación que se conserva en los archivos da cuenta del gran eco que alcanzó la colecta para el hospital clínico y, en general, para la construcción de los edi cios universitarios; instituciones e individuos de muy variadas características —una escuela rural y un convento de clausura, lo más granado de la grandeza española y el industrial de más éxito, un pequeño co- merciante y un profesional reconocido— se apresuraron a ofre- cer su contribución. La Confederación de Estudiantes Católicos organizó, ya en el curso 1927-1928, un programa muy completo de actividades para allegar fondos para la nueva universidad89. Y no faltaron las ocurrencias, como la que proponía gravar con un impuesto en favor de la sede universitaria de la Moncloa las anzas en poder de los propietarios de ncas rústicas, urbanas, sociedades y compañías de servicios90. Fuera de España, hubo donaciones especiales, que se manejaron para poner de relieve la importancia de la Ciudad Universitaria y estimular la generosidad de los donantes. La primera de este tipo fue un legado de setecientas cincuenta mil pesetas que un español muerto en la Patagonia, José Menéndez, había con ado tiempo atrás a Alfonso XIII y que fue destinado a la construcción de los edi cios de la Moncloa91. La donación de bienes inmuebles por parte de españoles a ncados en América dio lugar en más de una 87. AMAE, leg. R-1209, exp.14, Circular de Primo de Rivera, 13 de mayo de 1927. 88. Véase, por ejemplo, Delaunay (1994, 147). 89. AGUCM, SG 2043, leg. 357 A, Informe de Javier Martín Artajo. 90. AGUCM, SG-2043, Propuesta de Joaquín Heredia Rodríguez (Jaén), 30 de octubre de 1928. 91. AGUCM, AH-0220. 62 ocasión a grandes complicaciones legales con pocos resultados efectivos92. La búsqueda de nanciación para la Ciudad Universitaria tuvo alguna consecuencia inesperada que produjo gran satisfacción en Palacio. Hizo resurgir el recuerdo de aquel rey, humanitario y altruista, que gozó de gran aprecio en el ámbito internacional durante la Gran Guerra: la Embajada española en París recibió varios donativos, como el de cien francos con el que contribuyó a la construcción de la Ciudad Universitaria, en el verano de 1927, el matrimonio Tesnière, «en testimonio de reconocimiento hacia el generoso Monarca al que deben la vida de su hijo prisionero durante la guerra»93. Se organizaron, para recaudar fondos, todo tipo de estas y es- pectáculos —de los más populares a los más selectos—, sesiones de teatro, bailes, conciertos, e incluso partidos de fútbol. Hubo, claro está, corridas de toros, pero también veladas singulares: en un viaje a los Estados Unidos del infante Alfonso de Orléans y su familia, la soprano valenciana Lucrecia Bori protagonizó, el 27 de noviembre de 1927, una función de gala en la Metropolitan Opera House de Nueva York, bajo el patrocinio de los reyes, a bene cio de la Ciudad Universitaria. Asistió lo más ilustre de la colonia española y una representación relevante de la mejor sociedad neoyorquina, y se logró una recaudación de cuarenta mil dólares94. La prensa dio profusamente cuenta de todo ello, avivando el interés por la Ciudad Universitaria. Se adoptaron procedimientos nuevos para recaudar fondos. Un grupo de españoles cercanos a la Embajada plantearon en Bue- nos Aires la creación de una estampilla de varios precios, a partir de diez centavos, que podía añadirse a cualquier tipo de factura o incluso a sobres, siguiendo el procedimiento para el pago de derechos consulares. Se pensaba destinar la renta de lo recau- dado, estimado en un millón de pesetas, a la concesión de becas para estudiantes españoles y argentinos. En todo ello jugó un papel destacado el doctor Avelino Gutiérrez, un médico español a ncado en Argentina, colaborador activo de la Junta para Am- pliación de Estudios desde mediados de los años diez, que donó cinco mil pesos para su puesta en marcha (Martínez de la Torre 1935, 156-157). 92. AGP, Reinados. Alfonso XIII, caja 12110, exp. 1. 93. AGP, Reinados. Alfonso XIII, caja 12110, exp. 1. 94. Viaje a los Estados Unidos de SS.AA. RR. los infantes Don Alfonso y Doña Beatriz de Orléans y su hijo el Príncipe Don Álvaro (1929, 113-128). 63 Pero la fórmula más segura para nanciar la Ciudad Universitaria fue la venta de la lotería especial, que sirvió además para articu- lar la campaña propagandística y movilizar a la opinión pública. No se dirigió a los países iberoamericanos solamente. La Junta Constructora y su comisión de propaganda publicaron, además de carteles, prospectos en español, italiano, portugués, alemán, francés e inglés95. Para anunciar, por ejemplo, la lotería de 1929, se distribuyeron cuarenta y ocho mil novecientos seis ejempla- res de carteles y folletos en varios idiomas, más los abundantes anuncios incluidos en los principales periódicos españoles y los numerosos artículos publicados en los de otros países, especial- mente hispanoamericanos, aunque no faltaron tampoco algunos europeos96. Las hojas publicitarias, encabezadas por el escudo de España, anunciaban, en el idioma correspondiente, la «Lotería Nacional Española» como «la más importante del mundo en premios» —7 500 000 pesetas el mayor—, e incluían el siguien- te eslogan, traducido a los diferentes idiomas, que en la versión inglesa decía: «Make your fortune by contributing towards the building of one of the world´s best Universities». En España, los anuncios en prensa de la lotería, que solían ade- más ir acompañados de un texto elogioso sobre la Ciudad Uni- versitaria, recurrieron a «su prestigio en el Extranjero», porque, como se recalcó, se solicitaban pedidos «¡hasta de Rusia!», «la soviética Rusia»97. Desde el Ministerio de Estado, se intentó pro- mover y encauzar la venta de la lotería en bene cio de la Ciudad Universitaria. Las embajadas y legaciones españolas —de Copen- hague a Tokio, de El Cairo a Praga, de Estocolmo a Washington, de Berna a Pekín, de Montreal a Bruselas— emplearon mucho tiempo y esfuerzo en el empeño, sin fruto alguno en la mayoría de los casos, a pesar de las terminantes instrucciones que envió, el 24 de noviembre de 1927, el secretario general del Ministe- rio de Estado, Bernardo Almeida. El representante de España en Belgrado, especialmente diligente, explicó, por ejemplo, que tras muchas gestiones vanas se había dirigido incluso a algunas pequeñas agencias bancarias, pertenecientes a judíos sefardíes, que, aun sin negarse frontalmente, «mostraron escaso interés por el asunto y escasísima con anza en su resultado». En muchos países, como Dinamarca, Bélgica, Rumania, Hungría o Alemania, se denegó la autorización para vender la lotería. En otros, como Japón, estaban incluso prohibidos todos los juegos de azar. 95. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 15 de abril de 1929. 96. AGUCM, D-1913, Actas de las sesiones de la Junta Constructora, 22 de febrero de 1929. 97. E.G.F., La Lotería de la Ciudad Universitaria (Mundo Grá co, 25 de marzo de 1931). Proyecto de Paraninfo para la Ciudad Universitaria. AGUCM, D-1712 64 La propaganda de la lotería se centró fuera de España en pre- sentar la Ciudad Universitaria como una «obra de hispanoameri- canismo», y en reforzar y vivi car esa perspectiva. Se trataba de estrechar los vínculos con España y crear una comunidad viva y activa a un lado y otro del Atlántico, «un renacimiento de liales afectos y fraternales amores, en quienes con nobleza española supieron guardar en su corazón un altar en que rendir fervoroso culto a la Madre Patria». «El grandioso Centro Universitario sig- ni cará —escribió el encargado de negocios de la Legación en México— el más perfecto ideal de acercamiento hispanoameri- cano y de defensa de los destinos de nuestra raza». La Ciudad Universitaria de Madrid, uno de los folletos más difun- didos de los que publicó la Junta Constructora, presentó en su portada una gura alegórica femenina, arrodillada y de per l, en actitud de ofrecer sobre sus manos extendidas la maqueta del gran paraninfo —proyectado y nunca realizado— al conjunto de banderas iberoamericanas, encabezadas por una de mayor ta- maño, la española. Contribuir al «progreso y prestigio patrios» y alcanzar, por encima del interés personal, «cimas luminosas de altruismo» eran los elevados argumentos que se esgrimían, pero la baza fundamental apelaba a los sentimientos, mediante el estí- mulo de la nostalgia y la esperanza del regreso, allí «donde tanto español sueña con esta Lotería para repatriarse, y tanto hijo de español espera un premio importante para poder venir a conocer la Patria de los abuelos, la bella España…»98. Ni los críticos ni los disidentes podían tener recelos en contribuir a esta empresa, según El Diario Español de Buenos Aires, que reproduce un folle- to de la Junta Constructora, por la incuestionable bondad de una institución cultural como la Ciudad Universitaria, sin «ninguna incompatibilidad con determinados ideales». Naturalmente, los resultados fueron mucho mejores en la Amé- rica de habla española que en el resto del mundo. En Argentina y Cuba, donde no estaba autorizada la venta de loterías extranjeras, la relación con los gobiernos de ambos países permitió encontrar soluciones especiales: con ciertas dosis de presunción, Ramiro de Maeztu se jactó, en carta al entonces Presidente del Consejo y Ministro de Estado, el general Primo de Rivera, de que, gracias a sus buenos o cios, el gobierno argentino le había comunicado «particularmente» que se darían instrucciones al jefe de policía de la ciudad para que no se entorpeciera la venta y circulación de los 98. La frase última en E.G.F., La Lotería de la Ciudad Universitaria (Mundo Grá co, 25 de marzo de 1931). Dibujo alzado del Gran Paraninfo y Rectorado. AGUCM, D-1712,2 01. 65 billetes de lotería a favor de la Ciudad Universitaria. Y en Cuba, el presidente de la República, general Machado, se comprometió personalmente, gracias a un mensaje del rey que le había hecho llegar el doctor Aguilar con ocasión de un viaje a La Habana, a hacer las gestiones necesarias para aprobar una ley que facilitase este tipo de recaudación de fondos para la sede universitaria de la Moncloa. Fueron muy variados los proyectos encaminados a activar y agru- par a la colonia española en torno a la Ciudad Universitaria y su nanciación. Antonio de Zayas, antecesor de Maeztu en la Embajada de Buenos Aires, supo aprovechar, por ejemplo, «las patrióticas disposiciones» del empresario y del gerente del Teatro Avenida de Buenos Aires —Enrique Díez Argüelles y Francisco Meana— para organizar, en septiembre de 1927, una función teatral con la que se consiguió una cuantiosa recaudación. Y fue- ron habituales las sociedades y los comités de españoles que se constituyeron para este n, formados frecuentemente, como en Chile, por «compatriotas de posición y prestigio» con el apoyo de los representantes del Ministerio de Estado. La idea de alentar «valores patrióticos» entre los emigrados re- sultó especialmente clara en algunas de estas actividades, que no rehuyeron los soportes propagandísticos más actualizados: en agosto de 1929, por ejemplo, un grupo de españoles ofreció sumar a la suscripción en favor de la sede universitaria madrileña los posibles bene cios de la explotación de una cinta cinemato- grá ca que contenía varias escenas lmadas con ocasión del ani- versario de la defensa de Buenos Aires contra las tropas inglesas en 1806, organizado, entre otros, por «el benemérito español» Sixto Cid. La construcción de la Ciudad Universitaria se inten- tó aprovechar asimismo para defender el ascendiente de Espa- ña frente a la imparable expansión de las compañías petrolíferas norteamericanas en México: el cónsul en Tampico se lamentó, a comienzos de enero de 1929, de la debilidad de la colonia espa- ñola de la ciudad, que apenas podía mantener una Casa de Salud, frente a la pujanza de la de los Estados Unidos, poderosa por los cuantiosos bene cios que le reportaba la explotación petrolera, y con la que no podía competir. Y sugirió que se coordinasen las diversas asociaciones en Hispanoamérica —y sobre todo las más importantes, las de La Habana y Buenos Aires— para «poner en condiciones a las futuras generaciones de llevar a España la 66 grandeza a que sin duda está llamada por su glorioso pasado y su presente resurgir»99. * * * La Ciudad Universitaria tuvo una gran importancia política. Se utilizó, en circunstancias difíciles, para ensalzar la gura del rey y a anzar la monarquía. Ocupó un lugar central en la movilización de los catedráticos y estudiantes católicos para abordar «la con- quista de la Universidad o cial» y contrarrestar la in uencia de la Junta para Ampliación de Estudios, emprendiendo una reforma que modernizase las instituciones de educación superior, siguien- do, con ciertos ajustes, las directrices y los procedimientos de sus antagonistas liberales. Otro tanto ocurrió en el campo de las relaciones internaciona- les de carácter cultural, protagonizadas hasta entonces por los intelectuales agrupados en torno a la Junta para Ampliación de Estudios. Con el apoyo de las principales fundaciones norteame- ricanas que tenían entre sus nes promover la educación, la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria quiso convertir la sede de la Moncloa en un campus internacional, siguiendo el modelo de la Cité Universitaire de París, aunque fue en el ámbito hispa- noamericano, que constituyó además su punto de partida, donde encontró mayor eco. Frente a otras iniciativas que se desarrolla- ron en los últimos años de la monarquía, durante la dictadura de Primo de Rivera, la originalidad de la empresa universitaria de la Moncloa estribó sobre todo en el intento de integrar las relacio- nes con Hispanoamérica en un proyecto más amplio de política cultural que incluía Europa y los Estados Unidos. La aplicación de la idea de la «amistad triangular» entre las dos Américas y España, descrita por William Shepherd y aceptada por signi ca- dos profesores próximos al Centro de Estudios Históricos como Federico de Onís, hubiera obligado, de a anzarse, a matizar —o incluso a abandonar— la posición hegemónica que reclamaban para «la Madre Patria» los promotores de la Ciudad Universitaria. Aprovechando el prestigio que tuvieron en el mundo de entre- guerras las instituciones educativas supranacionales, la Ciudad Universitaria constituyó también el centro de una activa campaña publicitaria trazada para ofrecer al exterior la imagen de una Es-99. AMAE, leg. R-1209, exps. 11-14. 67 paña avanzada y culta, y, sobre todo, para revitalizar, con claros propósitos políticos, la imagen de una comunidad hispana, unida y activa, a ambos lados del Atlántico. La respuesta de la oposición no se hizo esperar. Puso de relieve, desde el ámbito académico, la falta de consistencia y el carácter improvisado del proyecto, mientras censuró en la prensa ante la opinión pública la elección del paraje de la Moncloa para la construcción de la nueva sede de la Universidad Central. 68 69 Con el objetivo de servir como marco de referencia espacial al tema de este libro, la nalidad de esta aportación se establece en conformar los antecedentes y el proyec- to de realización de la Ciudad Universitaria de Madrid hasta el inicio de la Guerra Civil, profundizando más en detalle sobre el conjunto médico, como uno de los impulsores de este proyecto. Para ello se revisa el proceso de transformación que, a lo largo de décadas, desembocó en el proyecto universitario, el cual se convirtió en una referencia que englo- baba diversos usos (docentes, asistenciales y lúdicos) que acabarán convirtiéndose en un escenario de destrucción. En el Madrid actual, la palabra Moncloa resulta curiosamente polisémica; sin duda pre- domina su componente política como residencia del Presidente del Gobierno, seguida por su dimensión administrativa municipal y por las alusiones al transporte, quedando en planos más relegados sus referencias a la geografía o la historia y, la que aquí nos ocupa, a su dimensión universitaria. Por el contrario, hoy, en la misma ciudad, la palabra Florida no signi ca nada; tan sólo al anteponer el artículo «la» comienzan a aparecer ecos secundarios de alusión a lugares que, en general, no corresponden con su raíz histórica. Asociar pues La Moncloa-Florida, o lo que sería lo mismo La Florida-Moncloa, es un juego de palabras que trata de sugerir el recuerdo de un estado del ámbito noroccidental de Madrid en un tiempo concreto. Este lugar, supuestamente idílico por sus características topográ cas y vegetales, se transformó en primer lugar por la implantación de la Ciudad Universitaria (1927-1936) y posteriormente por ser el escenario de un importante episodio de destrucción en la Guerra Civil (1936-1939). Esta aportación centra su objetivo en el ensayo de recuperar el proceso de transformación de este lugar hasta llegar a la constitución de la Ciudad Universitaria, sin alcanzar el proce- so de destrucción de la Guerra Civil, sino centrándose en algunos aspectos de la primera fase, desde 1926 hasta 1936, para después estudiar con mayor grado de detalle el núcleo LA CIUDAD UNIVERSITARIA DE MADRID: PRECEDENTES Y PROYECTO DE UN ÁMBITO URBANO José Luis González Casas Javier Ortega Vidal 70 médico del proyecto. La fecha inicial de partida de 1926 trata de recoger el estado de estos terrenos, que se alcanza tras un proce- so de modi caciones llevadas a cabo a lo largo de medio siglo. El estudio trata de arrojar luz sobre un lugar en el que la formación original resulta un tanto difusa, por lo que se describen sus cam- bios y rasgos principales siguiendo una línea temporal. La aproximación metodológica realizada consiste en aunar espa- cio y tiempo, es decir, el entendimiento conjunto de los órdenes o relaciones entre el espacio y el tiempo, centradas en la noción de la «existencia» de los elementos constitutivos de un determi- nado ámbito espacial, que es de carácter dinámico por lo que ex- perimenta constantes transformaciones. Mediante este enfoque, el espacio se puede entender en cada momento como el orden de las coexistencias simultáneas, mientras que el tiempo se podría enfocar como el orden de las existencias sucesivas, incorporando en ello tanto su inicial construcción como su destrucción. Este postulado supone que la consecución del objetivo conlleva un proceso secuencial, en el que cada momento requiere el conoci- miento previo del estado anterior, estableciendo a su vez la base necesaria para el siguiente desarrollo. El punto de partida será la posesión real de la Florida a mediados del siglo XIX, momento en el que la Moncloa era una peque- ña parte del amplio conjunto. Al margen del proceso histórico de conformación de estas posesiones y sus antiguos elementos hasta esta fecha, ya tratado por diversos autores (Chías, 1986; Fernández, 1999; Cárceles, 2009), vamos a jar el punto de vista en las relaciones entre la posesión real y la ciudad, para poste- riormente centrarnos en cómo a lo largo de todo este proceso se realizan distintas propuestas y proyectos para crear una nueva sede de los estudios médicos. El primer tramo temporal se establece en el lustro que transcu- rre entre 1855 y 1860. El argumento central es el proyecto de ensanche de la ciudad, cuya traza y desarrollo inicial se debe al arquitecto e ingeniero sevillano Carlos María de Castro (1810- 1893). Mediante los planos disponibles de esta época podemos observar el estado de esta zona, ocupada en gran parte por la posesión real de la Florida; delimitada en su extremo occidental por el río Manzanares, con su ribera izquierda ocupada por los viveros municipales y el colindante camino de El Pardo, comen- 71 zaba por el sur en la Montaña del Príncipe Pío, ensanchándose progresivamente hacia el norte hasta alcanzar las tapias del Pardo y la antigua posesión municipal de la Dehesa de la Villa. Su borde oriental se ajustaba al camino de San Bernardino, el cual suponía el límite de la ciudad. Esta antigua vía que desde 1572 conducía al convento franciscano que, tras su desamortización, se convier- te en asilo por Real Orden de 3 de agosto de 1834. Dentro de los límites descritos encontramos una gran extensión de terreno perteneciente a la Corona que en este momento presenta una escasa utilidad y rendimiento económico, ya que tan solo contaba en la zona central con una fábrica de porcelana conocida como «Casa de la China» y unas explotaciones agropecuarias llamadas «Casa de Labor» que se situaban junto al pequeño palacio de la Moncloa. Esta gran parcela no será incluida en la plani cación del proyecto de ensanche de la ciudad aprobado en 1860; la gran orla de calles y manzanas proyectadas que envuelven el perímetro de la ciudad antigua, no invadirá el tono agrisado que re eja el estado actual de la ciudad y sus contornos. Tan sólo al plantearse el nuevo límite general de la ciudad, el foso del ensanche invade y fraccio- na virtualmente la real posesión, deteniéndose abruptamente al llegar al río. Frente a lo que re eja la cartografía del ensanche, se verá afectada por diversos factores rápidamente; de esta manera, una primera sección meridional de la posesión, desgajada preci- samente al sur del primitivo paseo de ronda, será enajenada para empezar a crear desde 1857 un ensanche paralelo al desarrollo o cial, en lo que se conocerá más adelante como el barrio de Argüelles. Estudio y planimetrías compa- radas de José Luis González Casas, Leyre Mauleón Pérez y Jara Muñoz Hernández (2015). 72 Entre 1865 y 1869 se producen una serie de acontecimientos políticos que van a in uir claramente en el futuro de la «Flori- da-Moncloa»: la Ley del Rasgo de 1866, la caída de Isabel II y la revolución de 1868 van a signi car que la posesión real pase a pertenecer al Estado y sea gestionada por el Ministerio de Fo- mento. El 28 de enero de 1869 se decreta el traslado de la Es- cuela General de Agricultura a los terrenos de la Florida; la sede principal de la Escuela, queda establecida en las instalaciones de la fábrica de la China, a la que se incorporan de forma progresiva las edi caciones del palacete de la Moncloa y la Granja anexa. Se iniciará así una serie de cambios en este entorno, destinados a crear los campos de prácticas de cultivos e instalaciones nece- sarios para desarrollar las actividades docentes y de investigación que se irán creando: en 1875 la Estación Agronómica Central, en 1881 el Instituto Agrícola de Alfonso XII y en 1882 el Museo Agronómico Nacional (Cartañá, 2007). En ese momento el con- Ensanche de Madrid de Carlos María de Castro (1861). 73 junto de facultades y escuelas se encontraban dispersas en distin- tos edi cios y lugares de Madrid en lo que podríamos describir como la «Universidad en la Ciudad». A nales de 1883 se concluye la construcción de la Cárcel Modelo de Madrid proyectada por el arquitecto Tomás Aranguren (1828- 1900). Este edi cio supondrá un hito edi catorio, tanto por la escala como por el aire siniestro que transmitía, además tendrá un papel protagonista en el lugar a nivel de ordenación urbanística, así como en los hechos desarrollados posteriormente en la Guerra Civil y su posterior demolición. Fijándonos en el primer aspecto, esta construcción generará el remate de la segunda expansión hacia el norte del barrio de Argüelles, el cual se irá consolidando con edi caciones particulares (Díez de Baldeón, 1993). La denominada Cárcel Modelo de Madrid tenía su acceso principal por el nordeste, donde comenzará a generar un amplio espacio público a modo de plaza que será el remate nal de la calle de la Princesa. En la actualidad este es un punto de salida de la ciudad hacia el noroeste, pero en ese momento quedaba convertido en una especie de fondo de saco, desde el que se podía acceder a la cárcel, al asilo de San Bernardino o a la Escuela de Ingenieros Agrónomos. La salida norte de la ciudad se realizaba por entonces junto al río Manzanares de forma paralela a ambas márgenes. Durante los siguientes años la zona se irá consolidando progre- sivamente, las nuevas edi caciones se destinarán fundamental- mente al uso asistencial. De esta manera, al norte del triángulo ocupado por el Asilo de San Bernardino, y ligeramente separado del mismo, se produce una nueva cesión de terreno para el Asilo de Santa Cristina. Este será promovido por Alberto Aguilera y proyectado por los arquitectos Mariano Belmás (1850-1916) y Miguel Mathet (1849-1909). Recibe este nombre en honor a la reina gobernadora María Cristina, quién junto a su hijo Alfonso XIII se considerarán protectores de la institución. El proyecto de 1894 está formado por un amplio conjunto de pabellones colo- cados sobre lo que aparentemente es un plano abstracto, que al materializarlos sobre el terreno deberán adecuarse a la pronun- ciada pendiente de la ladera en la que se ubicará. Se trata prácti- camente de una pequeña ciudad por lo que su construcción se dilatará durante varios años, adoptando distintos usos y estilo, una muestra de ellos es la iglesia proyectada inicialmente en un 74 estilo neogótico, pero que nalmente se construirá siguiendo un estilo pseudoclasicista de no fácil de nición. A la iniciativa de Alberto Aguilera se debe igualmente el comien- zo del proyecto del Parque del Oeste, situado al noroeste de la ciudad; iniciado en 1893, sobre la vaguada del arroyo de San Ber- nardino, se desarrolla en distintas fases hasta alcanzar las inme- diaciones de la montaña del Príncipe Pío. Este jardín de carácter paisajista quedaba salpicado por distintos hitos de carácter mo- numental en recuerdo de personajes o hechos destacados de la historia del país. Tardará tiempo en consolidarse, la primera fase se naliza en 1905. Los encargados de llevar a cabo esta obra son los jardineros municipales Celedonio Rodrigáñez y Cecilio Ro- dríguez. La segunda fase se completa entre 1906 y 1914 desarro- llándose a lo largo del actual paseo de Pintor Rosales. Este jardín tendrá una especial relevancia en la zona, al crear un nuevo tipo de espacio. En los años siguientes a su construcción generará una atractiva sutura entre la ciudad y el conjunto de usos y elementos edi cados que se iban agregando a lo largo del tiempo. Centrándonos de nuevo en el crecimiento y la aparición de nue- vas edi caciones, el 16 de septiembre de 1896 se ceden unos terrenos situados entre los asilos de Santa Cristina y San Bernar- dino para establecer sobre ellos el Instituto Rubio. El Instituto de Terapeútica Operatoria, que había sido creado en 1880 por el doctor Federico Rubio (1827-1902), se asentará en el lugar como Instituto de Técnica Quirúrgica y Operatoria, unido a la Escuela de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría, estableciendo un im- Kiosco y cascada del Parque del Oeste. La Esfera (1914). 75 portante precedente de aplicación, investigación y docencia mé- dica en la zona, como veremos más adelante. Pese a quedar fuera del ámbito que estamos analizando, cabe mencionar una pequeña industria denominada El Laurel de Baco creada en 1898 según proyecto de Ginés Moreno junto a la plaza de la Moncloa. Hacia el año 1900, se va consolidando una especie de conjunto pintoresco entre la Cárcel Modelo y la Escuela de Agrónomos junto a las que progresivamente van apareciendo nuevos elemen- tos. El primero de ellos resulta un tanto ajeno a los usos estable- cidos hasta el momento en la zona, se trata del Campo de Tiro Nacional; pese a disponer de pocos datos sobre ello, parece que se a ncó aquí en 1900 al celebrarse un concurso en el linde norte del Asilo de Santa Cristina, es en este momento cuando aban- dona su carácter itinerante para asentarse de nitivamente sobre estos terrenos. El Campo de Tiro Nacional estaría en servicio hasta 1936. Volviendo a los inicios del siglo XX, aunque ya aparecen los indi- cios de una cesión de terrenos en el plano editado en 1900, es el 2 de octubre de 1906 cuando una Real Orden establece la dotación presupuestaria para la construcción del edi cio que albergaría la sede del Instituto de Sueroterapia, Vacunación y Bacteriología que hasta entonces tenía su sede en la calle de Ferraz nº 11. En relación inicial con Ramón y Cajal (1852-1934), cambiará su de- nominación por la de Instituto de Higiene de Alfonso XIII desde 1911; el edi cio se construye entre 1908 y 1913, quedando nal- mente inaugurado en 1914. En contraste con el anterior proyecto descrito esta nueva construcción parece integrarse mejor en el carácter de la zona, ya que se puede asociar a la corriente médica innovadora del Instituto Rubio. Como ya hemos visto anteriormente con el caso del Campo de Tiro Nacional, el conjunto destaca por su carácter variopinto, aspecto que se ve reforzado en 1906 con la creación del edi cio conocido como la Parisiana; que se establece en 1906 sobre una cesión de terreno a la Sociedad Franco-Española de Hoteles. Se trata de una construcción con aspecto de caserío vasco, situada entre los asilos y el Instituto Rubio, que introduce nuevos usos en el lugar, los usos festivo y lúdico. Queda inaugurada el 25 de mayo de 1907, momento en el que contaba con un restaurante y merendero ligado a un espacio al aire libre al que se añadiría 76 en 1908 un escenario proyectado por Manuel Álvarez Naya para música y baile, que se utilizaría también para proyecciones cine- matográ cas. El acceso a este conjunto se realizaba a través de una pequeña glorieta presidida por el grupo escultórico de Daoiz y Velarde, gestado en Roma por Antonio Solá en 1822 y que per- manecerá en esta ubicación hasta 1931. La cartografía o cial re eja esta sucesión de cesiones de terre- nos, ocupados por diversos usos. Cabe destacar la cartografía del conjunto de la antigua posesión producida por el Instituto Geo- grá co en la primera década del siglo XX; una imagen general es la que corresponde al ya denominado Barrio de la Moncloa que aparece con el nº 7 de los pertenecientes al Distrito de Palacio, a su vez el nº 9 del conjunto de la ciudad. Se trata de una edición por barrios a la escala de 1:5000, que se podría fechar en torno a 1905. Posteriormente, en torno a 1909, se concreta el documen- to que abarca el conjunto del distrito de Palacio a la escala de 1:2000, compuesto de 30 hojas de 700 x 500 mm. Esta atractiva cartografía parece el producto de una actualización regularmente producida por el Instituto desde los años sesenta del siglo ante- rior y que servirá de base en el futuro, tanto para el proyecto de la Ciudad Universitaria, como para el concurso convocado en 1929 para la extensión de la ciudad. Probablemente este documento serviría para la inmediata sínte- sis procurada por el plano rmado en 1910 por el arquitecto e ingeniero militar Pedro Núñez Granés (1859-1944), técnico mu- nicipal desde 1897 y Director de Vías Públicas desde 1903. Este plano es la base de su propuesta de desarrollo urbano conocida como «ensanche del ensanche» que no llegó a concretarse tal y como se planteaba. Destaca también la línea discontinua que de- limita por el norte el asilo de Santa Cristina a través del Campo de Tiro; esta sutil línea es la «actualización» recti cada del cierre del ensanche por el norte, que nuevamente naliza en el río Man- zanares de una forma un tanto difusa. Frente a lo que se gra aba en el plano de 1900, el trazado de esta vía evitaba atravesar el instituto Rubio y el Asilo de Santa Cristina, recién construidos por aquel entonces. A lo largo de la siguiente década, hasta los años veinte no hay modi caciones destacables en la zona, a salvo del cambio de uso del palacete de la Moncloa y el conjunto de los Jardines del Ba- 77 rranco, que son cedidos mediante el decreto del 23 de octubre de 1918 a la Sociedad de Amigos del Arte. Este cambio supondrá la renovación del conjunto que será recogida por la correspondien- te publicación (Ezquerra del Bayo, 1929). De manera paralela cabe mencionar la construcción de la fábrica de perfumes Gal en 1915, proyecto dirigido por el arquitecto Amós Salvador Carre- ras, que se situará en las inmediaciones de la Plaza de la Moncloa y de la fábrica del Laurel de Baco. Tras unos años en los que se desarrollan las construcciones exis- tentes sin realizarse nuevas incorporaciones, en 1920 se producen tres nuevas cesiones de terreno (Fernández de Sevilla, 1995). El 17 de abril se cede una parcela al Estado francés, el 27 del mismo mes otra cesión de 1,1 ha para el Colegio de Huérfanos Ferrovia- rios y el 30 de diciembre se acotan 8,41 ha para el asentamiento de la Facultad de Medicina y Hospital Clínico. Eso supondrá un gran impulso a los usos culturales y docentes, que dejan entrever ya el que será su futuro universitario. En esos momentos la cam- paña militar del norte de África generará en 1921 la necesidad de atención médica para todos los heridos que eran trasladados hasta la península, para lo cual se instalan de manera apresurada los pabellones semiprefabricados, conocidos como los Dockers. Aprovechando el antiguo solar de San Bernardino, el arquitecto Plano de Pedro Núñez Granés, 1910 (detalle). Véase el plano completo en la gura 5 de la página 112. 78 Javier de Luque redacta un proyecto de Facultad de Medicina, que nalmente no será llevado a cabo. Por el contrario, la cesión de terreno al Estado de Francia crista- lizó en el edi cio conocido como Casa de Velázquez, las fotos de la época muestran cómo fue construido progresivamente desde el cuerpo de fachada hasta completar el edi cio que será inaugu- rado en 1928. De forma tangencial a este proceso, la sede de la Escuela de Agrónomos comienza en 1923 la reconstrucción in- tegral de su edi cio principal siguiendo el proyecto redactado por Carlos Gato Soldevilla. Finalizando la relación de edi cios con usos docentes y de asistencia médica, hay que hacer referencia al grupo escolar municipal Pérez Galdós, que forma parte de los grupos impulsados por el Plan del 22. Este centro se inaugurará en 1930 siguiendo el proyecto de Antonio Flórez y queda situado en las proximidades de la Plaza de la Moncloa. En las inmedia- ciones aparece en esas mismas fechas el conocido como Instituto del Cáncer, que aglutinará una serie de pabellones destinados a la investigación, docencia y tratamiento de enfermos. Una vez descritas las distintas instituciones que van ocupando la antigua posesión hasta el primer cuarto del siglo XX, conviene analizar el lugar desde una escala urbana general para acercarse progresivamente a la zona viendo las infraestructuras de trans- porte, antes de centrarnos en los aspectos fundamentales de la implantación de la Ciudad Universitaria a partir de 1927. Destaca la temprana presencia de las líneas del tranvía, que desde su ini- cial servicio a esta zona periférica cuya terminal se establecía en la Escuela de Agrónomos (9 de julio de 1905), se había prolonga- do hacia el norte hasta llegar al nuevo término de Puerta de Hie- rro (24 de noviembre de 1916, línea 41 Santo Domingo-Puerta de Hierro). El servicio que ofrecía este medio de transporte era de marcado carácter lúdico, ya que permitía el acceso a las zonas de recreo de las riberas del río Manzanares. Como se puede ob- servar sobre las planimetrías de la época, la salida norte de la ciu- dad era la continuación de la avenida de Valladolid, que discurría en paralelo al Manzanares junto a los viveros municipales. Esta situación cambiará radicalmente, ya que según un acuerdo muni- cipal de julio de 1927, esta salida se modi ca con la aprobación del proyecto rmado por el arquitecto Julio Martínez Zapata. Dicho proyecto apuesta por la creación de una nueva avenida que prolongue el eje de la calle de la Princesa a través de la plaza 79 de la Moncloa, con la referencia de la Puerta de Hierro y sustitu- ya la salida que transcurría paralela al río. Aunque no se termina de concretar formalmente, ya que presenta extraños tridentes y otros detalles que no enlazan con la estructura urbana existente, lo esencial de esta idea se acabará plasmando nalmente sobre el terreno. En mayo de 1927 se constituye la Junta Constructora de la Ciu- dad Universitaria. Entre esta fecha y noviembre de 1928 la diná- mica iniciada produjo el primer proyecto del conjunto, el cual es- taba liderado en su propuesta formal por Modesto López Otero. Ya que este tema ha sido reiteradamente tratado (Chías, 1986) y, como ya advertimos, no es objeto especí co de nuestra atención, solamente vamos a resaltar algunos aspectos en relación con el enfoque aquí planteado. En primer lugar, el esquema básico de la propuesta adoptada —según parece la que correspondía a la cuarta de las presentadas a la Junta Constructora— se puede des- cribir de manera muy sintética apoyándose en dos de los dibujos iniciales conservados. El primero de ellos es un esquema de vías de circulación del conjunto de la ciudad en el que en su margen superior izquierdo se observa a través de la zona sombreada, co- rrespondiente a la Ciudad Universitaria, la integración del nuevo eje de salida de la ciudad al que nos hemos referido; a pesar de su pequeña escala, se integra además el planteamiento de nitivo del cierre en falso de la ronda del ensanche. Desde un punto de vista crítico esta integración viaria, entendible en su tiempo, se ha tra- ducido posteriormente en uno de los problemas fundamentales que el conjunto padece desde el último cuarto del siglo pasado, la intensidad del trá co rodado y sus perturbadores efectos de segregación. Atendiendo ahora al esquema inicial de la propuesta aprobada, la estructura básica de la misma se establece en la inserción de una «rama», a modo de esqueje, en la nueva salida norte de la ciudad, hoy denominada Avenida Complutense, que constituirá la base fundamental del proyecto. Al nal de la misma se establece el Paraninfo anqueado por los campus de Ciencias al este y de Le- tras al oeste, mientras que en la mitad de su desarrollo el campus médico se organiza en torno a una gran plaza abierta. Este últi- mo conecta, hacia el sudoeste, con el área ya asignada al campus médico en 1920, tratando de integrarse con las instituciones ya existentes. 80 Esquema de vías de circulación de la ciudad de Madrid. AGUCM, Ciudad Universitaria, 1929. En las guras 3 y 4 de la página 164 puede verse este plano, girado y colgado en la Sala Sorolla de la Hispanic Society de Nueva York. 81 La unión y adaptación entre el nuevo proyecto y las diversas pre- existencias ya descritas alcanzaría la Plaza de Moncloa, formali- zándose así una vía de conexión con la ciudad de trazado ligera- mente sinuoso. Frente a la enfática composición del periodo de reconstrucción de la postguerra, la conexión del nuevo conjunto con la ciudad se establecía a través de una vía que conserva el ca- rácter que ya tenía y que se podría tildar como un tanto pintores- co, con una sección asimétrica formada por una acera arbolada en su margen oriental y las vías del tranvía en el lado occidental. De esta manera, el trazado se acomodaba a la topografía y a las edi caciones de las diversas instituciones previamente estableci- das. La única señal que delataba la presencia del nuevo conjunto universitario en la zona de la Plaza de la Moncloa era el pabellón de planta cruciforme en el que se establecía la sede de la Junta de Gobierno; situado ligeramente elevado en el inicio de la mar- gen derecha de la nueva vía y conectando con ella a través de un ajardinamiento en forma de corazón, el edi cio establecía algo así como una embajada en la ciudad, en esta pequeña edi cación se dirigiría además el proceso constructivo del nuevo conjunto. Desde los inicios de las obras durante la monarquía de Alfonso XIII y su posterior desarrollo en la Segunda República la Ciu- dad Universitaria va tomando forma sobre el terreno. Como ya hemos mencionado anteriormente, la topografía presentaba una gran di cultad a la hora de realizar el proyecto por lo que se tu- vieron que llevar complejas labores de terraplenado que unidas a las infraestructuras crearon la base y la trama sobre la que se co- menzaron a asentar las facultades y otras edi caciones comple- mentarias. En cuanto a las infraestructuras creadas en la Ciudad Universitaria, destaca la gura del ingeniero Eduardo Torroja, entre cuyas obras sobresalen el viaducto de los Quince Ojos, Via- ducto del Aire y el muro de contención del Jardín Botánico. Este proceso de transformaciones y consolidación del proyecto universitario nos lleva hasta 1936, momento en el que ya se ha- bían construido gran parte de las infraestructuras viales y comen- zaban a completarse muchos de los edi cios. De manera breve, se puede resumir que estos edi cios eran de norte a sur: el edi - cio de Filosofía situado en el área de Humanidades que se encon- traba en pleno uso, los edi cios de Ciencias Físicas y Químicas a medio terminar, el conjunto del área médica que incorporaba el Hospital Clínico en un estado de construcción muy avanzado y 82 por último la construcción inicialmente existente de los ingenie- ros agrónomos, aún sin nalizar. En la zona meridional respecto a la salida norte o actual carretera de La Coruña, se encontraba prácticamente terminada la Escuela de Arquitectura, la residen- cia de estudiantes Fundación del Amo en uso y la residencia de estudiantes en construcción. Todo este conjunto se transformará en un dramático escenario de batalla entre noviembre de 1936 y la primavera de 1939. Dicho de otra manera, la incipiente y pre- tendida ciudad del saber se erigió en lo que se nos ocurre de nir como un escenario bélico accidental. Una vez descrito el proceso general que condujo a la creación y consolidación de la Ciudad Universitaria, a continuación, nos vamos a centrar en el conjunto médico dentro del proyecto uni- versitario, tratando de hacer zoom sobre ello en las distintas eta- pas que atravesó, ya que este conjunto destinado al estudio de la medicina tendrá un papel clave a lo largo de todo el desarrollo y proyecto de la Ciudad Universitaria. En 1780 se decide trasladar los estudios médicos de la Universi- dad Central al Colegio de San Carlos en la calle de Atocha, que- dando inauguradas las instalaciones del Real Colegio de Cirugía de San Carlos el 1 de octubre de 1787. En un inicio se ubica en los locales del Hospital General, hasta que en 1798 se proyecta levantar el actual edi cio en el solar del Hospital de la Pasión, proyecto que no se llevará a cabo hasta 1831, gracias a la gestión del médico Pedro Castelló. Isidro González Velázquez construye parcialmente el nuevo edi cio, que será nalizado por Tiburcio Pérez Cuervo. En todo este proceso se producen diversas reor- ganizaciones de la enseñanza de la medicina y la cirugía, así en 1799 se fusionan el Real Estudio de Medicina Práctica con el Real Colegio de Cirugía de San Carlos, pasando a denominar- se Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos, aunque esta unión solamente duraría un año. No es hasta 1828 cuando Pedro Castelló Ginestá retoma los estudios comunes de médicos y cirujanos, este Real Colegio de Medicina y Cirugía que se crea en 1827 será el germen de las actuales facultades de Medicina. En 1845 pasa a denominarse por primera vez como Facultad de Medicina (Saiz, 2009). Al tiempo que se modi ca el modelo de enseñanza se necesita la adecuación de las instalaciones, que se fueron transformando en diversas ocasiones. Así por ejemplo en 1879 el arquitecto del Ministerio de Fomento Francisco Jareño 83 comienza una profunda reforma de la facultad debido al mal es- tado de conservación en el que se encontraba. Otros estudios de carácter sanitario se crearán en los años pos- teriores al de los estudios de Medicina como la Escuela de Ve- terinaria en 1792 o el Real Colegio de Farmacia en 1804. Estos edi cios se encontraban dispersos por otros puntos de la capital. Todo este conjunto de instalaciones que se ubicaban en diferen- tes puntos de la capital se acabarán trasladándose a los terrenos de la actual Ciudad Universitaria, lugar en el que ya existían varias instituciones de carácter médico-asistencial previas al proyecto universitario. Sobre estos terrenos se situaban instituciones crea- das a nales del siglo XIX y comienzos del XX, como son el Instituto del Cáncer, el asilo de Santa Cristina, el Instituto de Higiene Alfonso XIII y el Instituto Rubio. El Instituto de Terapéutica Operatoria, más conocido como el Instituto Rubio, debido a que fue una institución creada por Fe- derico Rubio y Galí para la enseñanza de las técnicas operatorias, nació en 1880 y estuvo ubicado en un primer momento en cuatro salas que les habían sido cedidas en el hospital de la Princesa. En 1894 comienza a formarse la idea de su traslado a la Moncloa, y en junio de 1896 la reina regente coloca la primera piedra del nuevo edi cio. El proyecto del conjunto y los pabellones iniciales se deben al arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura Manuel Martínez Ángel (1865-1933), cuyo hermano Antonio era el cardiólogo de la institución (Vázquez de Quevedo, 2005). El edi cio se realizó sobre una parcela de 16 912 m2 cedida por el Estado. La ubicación era la ideal para esta actividad ya que se si- tuaba en una zona elevada rodeada de un entorno de naturaleza. La construcción estaba compuesta por varios edi cios a modo de pabellones. El pabellón central tenía tres alturas con sótano, donde estaba la recepción de enfermos, la administración y una pequeña dependencia privada para uso del Dr. Rubio, además de una serie de instalaciones y servicios. Otros dos edi cios, in- dependientes, destinados a salas de enfermos, fueron ubicados detrás del central, uno para varones y otro para mujeres. También se realizó otro pabellón para enfermos infecciosos que disponía de cinco camas. En ese momento el nuevo edi cio se convirtió en un paradigma de centro asistencial y de investigación moder- no. En total estaba dividido en pabellones dedicados a las espe- 84 cialidades de Ginecología, Cardiología, Urología, Oftalmología, y de infecciosos. El instituto se convierte, pues, en un centro de enseñanza y asistencia cuyo lema era «Todo para el enfermo, y cuanto más necesitado más atendido». Otra de las instituciones de carácter médico-asistencial que se si- tuaba en las inmediaciones del Instituto de Terapéutica Operato- ria era el Instituto del Cáncer. Sus orígenes están íntimamente re- lacionados con algunos de los investigadores del Instituto Rubio, concretamente con el doctor Eulogio Cervera. El 7 de abril de 1909 se crea el Comité Central para el estudio del Cáncer, el cual necesitará unas adecuadas instalaciones donde llevar a cabo los trabajos de investigación. Se encarga el proyecto al arquitecto Ri- cardo García Guereta, tras desestimarse un primer proyecto del arquitecto Joaquín Pla Laporta. El Instituto quedará nalmente formado por el Instituto Príncipe de Asturias, construido por el Estado, el Pabellón Victoria Eugenia realizado por la Diputa- ción Provincial y el Pabellón de Laboratorio de Experimentación e Investigaciones Biológicas llevado a cabo por la antigua Liga Española contra el Cáncer. En 1910 se inician las obras del Ins- tituto Príncipe de Asturias, que será inaugurado el 2 de octubre de 1922. En 1923 cierra el edi cio de Parisiana, quedando absor- bido por el Instituto. El que había sido anteriormente edi cio de ocio y recreo, se amplía y pasa a ser otro de los pabellones que formaban el Instituto del Cáncer. Posteriormente, el 24 de enero de 1928, la reina Victoria Eugenia coloca la piedra del pabellón construido por la Diputación de Madrid. Este nuevo edi cio consta de planta de sótanos, baja, principal y ático, combinando espacios destinados a la enseñanza con salas para el cuidado de enfermos. Siguiendo las teorías higienistas las habitaciones de los pacientes quedaban orientadas al mediodía con acceso directo a una terraza donde tomar el sol. Como se puede observar en el plano de Núñez Granés, el espa- cio ocupado por estos pabellones era una zona verde. Los edi - cios eran descritos en la época como edi cios pulcros, blancos, elegantes, con un interior inmaculado de acabados de mármol, pavimentos de mosaico y paredes estucadas. Contaban con los últimos avances constructivos e instalaciones, disponiendo de as- censor, montacargas y servicio de calefacción entre otros. Frente a las edi caciones del Instituto Rubio se comienza a observar una evolución en cuanto al estilo arquitectónico. 85 Junto a las instituciones ya descritas también encontramos en este lugar el Instituto de Higiene y el Asilo de Santa Cristina. Esta serie de elementos forman el precedente médico asistencial sobre los terrenos de lo que será la futura Ciudad Universitaria. Como ya hemos visto previamente, la Facultad de Medicina de Madrid y sus instituciones anexas se encontraban en pésimas condiciones en el edi cio de San Carlos en la calle de Atocha, por lo que se realizaron numerosas peticiones para mejorar las instalaciones. Finalmente, uno de los catedráticos que realizaba dichas reclamaciones, el Dr. Amalio Gimeno, pasó a ocupar la Cartera de Instrucción Pública y promovió el Real Decreto de 1911 mediante el cual se nombraba una comisión que se encar- gara de preparar un estudio previo para la realización de un Hos- pital Clínico. Amalio Gimeno menciona en su solicitud al rey la necesidad de estas instalaciones para Madrid debido a la gran im- portancia de la Universidad Central, ya que es la única que otorga el título de doctor, además de la gran a uencia de estudiantes también menciona el crecimiento de la ciudad de Madrid y por tanto la carencia de hospitales que tiene la capital para poder atender a todos los enfermos de clases bajas que allí habitan. Este Real Decreto es uno de los detonantes de lo que será el futuro proyecto de la Ciudad Universitaria. El Real Decreto preveía el estudio para la realización de un Hos- pital Clínico para la Universidad Central, pero rápidamente el profesorado de Medicina creyó conveniente que junto al hospital también se creara una nueva Facultad de Medicina, ya que era necesario que dichas instalaciones estuvieran próximas entre sí, a lo que hay que añadir que las instalaciones del Colegio de San Carlos estaban completamente obsoletas, para ello solicitan unos terrenos de 25 hectáreas en la zona de la Moncloa. En junio de 1915, el rey visita los terrenos junto a los ministros de Instrucción Pública y Hacienda (Bergamín y Bugallal), los cuales ya habían dado el visto bueno a la cesión. Tras una crisis de gobierno se retrasa el proyecto, que es retomado mediante la Real Orden de 22 de junio de 1918 y la Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública de 17 de marzo de 1919. Se destina a este proyecto un terreno formado por tres parcelas colindantes con Parisiana, Instituto del Cáncer y Asilo de Santa Cristina por el sur, Campo de Tiro Nacional al oeste. El acceso era complicado, 86 por lo que se irá completando con la compra de terrenos anexos. Finalmente se amplían los terrenos y se incluye la construcción de la solicitada Facultad de Medicina mediante el Real Decreto de 30 de diciembre de 1920. En 1921 debido a la guerra en el norte de África surge la necesi- dad de atender a un gran número de heridos. Para ello se dispone de parte de los terrenos junto al cerro del Pimiento, los cuales se explanan y dotan de instalaciones para construir sobre ellos 15 pabellones Docker, los cuales quedarán nalizados en el breve plazo de tres meses. En paralelo se prosigue con el proyecto que describe ya un claro programa de edi caciones: edi cio principal, Instituto de Fisiología, Instituto de Anatomía, Instituto de Pato- logía, Instituto de Medicina Legal y Psicoterapia. Y como anejos: Escuela de Enfermeras, Pabellones de pago, cantina, estanco, co- cinas, edi cio de máquinas, capilla, talleres, casa de estudiantes y campos de deporte. Con este claro programa, se encomienda a Javier de Luque la tarea de preparar un anteproyecto, el cual rea- liza en el plazo de 21 días, titulándolo «Ensayo de una Facultad de Medicina y su urbe Clínica, perteneciente a la Universidad Central en terrenos de la Moncloa». Javier de Luque está implicado desde el principio en el proceso iniciado en 1911, por lo que se encuentra perfectamente prepa- rado para realizar el encargo, de hecho antes de 1921 ya había realizado una gran labor de estudio de otras universidades en previsión de este posible encargo. Los terrenos elegidos presen- taban un gran desnivel y una forma longitudinal. Por todo ello el arquitecto coloca en primer lugar el edi cio principal de la Facultad de Medicina, tras ello el resto de edi cios que dependen de su urbe clínica. La franja de terreno se ensancha para albergar los espacios destinados al ocio y el descanso. Luque estudiará las orientaciones y desniveles, tratando de adecuar los distintos espa- cios e instalaciones en función de su mejor orientación. En el plano vemos una serie de edi caciones numeradas. En pri- mer lugar se sitúa al oeste el Pabellón principal o de entrada que contendría aulas, secretaría, paraninfo, decanato, biblioteca y el museo. Se trata del edi cio de mayor envergadura y representa- tividad. A este primero lo seguía el edi cio destinado a prácticas anatómicas. A continuación de los dos edi cios más destacados se distribuía la denominada urbe clínica formada por los edi cios 87 de Prácticas anatómicas, Otorrinolaringología, Urología, Fisio- terapia, Almacenes, Odontología, Obstetricia, sala de máquinas, lavadero, Cirugía general y Clínica de operaciones, Pediatría, Psi- quiatría, Pabellón de Infecciosos, Medicina y Patología Médica, Instituto de Fisiología, Piel, Escuela de enfermeras. Tras esta larga lista de pabellones la capilla, campos de deporte y zonas de estancia remataban el proyecto. En cuanto al tipo de arquitectura empleada, el propio Luque des- tacaba el edi cio principal por su composición severa y de puro sabor clásico con la idea de resaltar su signi cación. En el centro de este edi cio se situaban la gran Sala de Juntas y el Vestíbulo de Honor. El pabellón destinado a prácticas anatómicas estaba formado por dos cuerpos longitudinales paralelos que quedaban unidos en la parte central por un gran volumen de acceso. En cuanto a los demás pabellones variaban formalmente en función de su nalidad. El más apartado era para infecciosos, los orien- tados al mediodía destinados a salas y galerías de enfermos, los dirigidos hacia el norte a laboratorios y quirófanos y el espacio más céntrico y visible para la capilla (De Luque, 1931). Todo este anteproyecto de Javier de Luque pretendía ser la base del concur- so para la realización de los distintos pabellones. El proyecto de Luque no presenta unos ejes claros como si lo hará el proyecto de nitivo, sino que se adapta a la irregular porción de terreno disponible, colocando sobre este lugar los edi cios en Ensayo de la cabida de una Fa- cultad de Medicina y su Hospital Clínico, con residencia, deportes, etc., en los te- rrenos de que disponía el Gobierno con anterioridad a mayo de 1927. Javier de Luque. 88 función de la topografía y uso de las diversas instalaciones. Tam- bién se producirá un cambio claro en el estilo arquitectónico que va marcando la introducción progresiva del movimiento moder- no en España. Finalmente, en mayo de 1927 se designa la nueva Junta Constructora, dirigida por López de Otero, quedando Ja- vier de Luque apartado del proyecto universitario. Al no llevarse a cabo esta propuesta, durante el inicio de las obras de la Ciudad Universitaria Javier de Luque criticará con gran intensidad el pro- yecto dirigido por Modesto López de Otero. Tras analizar los antecedentes, nos centramos en los diversos proyectos que irán surgiendo a partir de la formación de la Junta Constructora. Desde 1927 se suceden diferentes proyectos de es- cuelas, facultades e instalaciones del campus, pero en todos ellos aparece el grupo médico como una de las piezas centrales. Dicho grupo estará formado por las Facultades de Medicina, Farmacia y Estomatología, así como la gran plaza que los une y a la cual delimitan. Excluimos de este grupo al Hospital Clínico, aunque como se verá a lo largo del proceso de proyecto guardarán siem- pre una estrecha relación. Por su situación, tamaño y carácter, el conjunto médico se convierte en el núcleo principal del proyecto. La zona elegida desde un principio para situar los edi cios del grupo médico será un punto central del proyecto universitario. Concretamente se disponen unos terrenos situados al sur del arroyo Cantarranas y al noroeste del campo de tiro nacional, una zona con una topografía accidentada que presenta un claro des- censo en sentido este-oeste, en una colina que desciende desde las cotas más elevadas ocupadas por la colonia de Metropolitano hasta el cauce del río Manzanares al oeste. Este terreno contaba con vegetación de escasa entidad como se puede ver en las fo- tografías aéreas de la época. Pese a los importantes desniveles observados estos no serán integrados en el proyecto, como ya hemos visto anteriormente en la visión de conjunto del proyecto universitario, sino que se modi carán realizando grandes labores de terraplenado para generar las plataformas prácticamente pla- nas que albergarán los distintos conjuntos. Dentro de estas gran- des explanaciones destaca por sus dimensiones la que ocupará el campus médico. Antes de ver la evolución del proyecto desde las primeras pro- puestas hasta los edi cios que nalmente se realizaron, es impor- De arriba a abajo: pabe- llón dedicado a prácticas anatómicas, tipo de pabellón principal o de entrada y un pabellón tipo. Javier de Luque. 89 tante analizar su ubicación dentro del proyecto, la relación con el resto de elementos de la Ciudad Universitaria y las circulaciones. Como se puede observar en una de las primeras imágenes de la Ciudad Universitaria ( g. 9), el grupo médico tendrá una po- sición central. También destaca su situación junto a la avenida principal en torno a la cual se vertebra el proyecto. Desde la formación de la junta constructora de la Ciudad Univer- sitaria se realizan varios proyectos de campus médico que se irán transformando y evolucionando hasta cristalizar en los edi cios que hoy en día podemos contemplar. Como muestra de ello te- nemos las imágenes de tres momentos signi cativos del proceso proyectual, que nos permiten comprender perfectamente esta evolución. La primera de las propuestas data de 1928. El conjunto esta- ba formado por las facultades de Farmacia, Medicina y Odon- tología, acompañadas por el Hospital Clínico. Cada uno de los edi cios era completamente independiente, no observándose ninguna similitud, ni simetría en planta. Las tres facultades se or- ganizaban en torno a una gran plaza con un marcado eje central que partía desde la avenida Complutense, la cual estaba situada a una importante distancia. Destaca el tamaño de la facultad de Odontología frente a las otras dos, ya que en esta fase del pro- yecto solo cuenta con dos pequeños pabellones unidos por un Vista aérea de la Ciudad Uni- versitaria. AGUCM, D-1712. 90 cuerpo central que sobresale hacía la plaza generando la entrada al edi cio. La facultad de Farmacia presenta un encuentro con la plaza completamente opuesto, extendiendo dos de sus pabello- nes hacia este espacio para albergar entre ellos el acceso principal y así crea un espacio intermedio entre la gran plaza del conjunto y el interior del edi cio. En la parte trasera de Farmacia se gene- ran tres ejes que desembocan en un tridente que comunica con las facultades situadas más al norte y al este con la zona de la colonia de Metropolitano. Uno de los aspectos más destacables de esta fase es la relación entre la Facultad de Medicina y el Hos- pital Clínico, que quedan comunicadas mediante un eje central del Hospital que llega de manera diagonal a un espacio circular situado en el punto medio de la fachada posterior de la facultad. Está relación aparentemente tan clara y directa en planta cambia completamente si tenemos en cuenta la sección del terreno, ya que este gran eje que une ambos edi cios debía salvar el gran desnivel existente en una pequeña distancia, resultando por ello una unión mucho más abrupta y complicada de lo que aparen- temente parece. Es por ello por lo que cabe pensar que esta idea obvia las características del terreno sobre el que se sitúa. Posteriormente, en 1929, los arquitectos Agustín Aguirre López y Mariano Garrigues y Díaz-Cañabate, encargados de la Facultad 91 de Farmacia, y el arquitecto Miguel de los Santos Nicolás, encar- gado de los proyectos de las Facultades de Medicina y Odontolo- gía, empiezan a incorporar cambios importantes en el conjunto. Destaca la aparición de numerosos pabellones que salpican el en- torno de las tres grandes facultades ya existentes en la propues- ta anterior. Esta tipología de edi cios nos recuerda a proyectos cercanos previos a la Ciudad Universitaria, como por ejemplo el asilo de Santa Cristina, caso en el que en lugar de un gran edi - cio se fragmentaba en pequeños pabellones que albergaban los diversos usos. Otro de los aspectos importantes que llaman la atención a nivel grá co en esta propuesta es la aparición sobre el plano de las curvas de nivel lo cual nos indica de manera sutil cómo los arquitectos empiezan a tener una mayor sensibilidad a la hora de situar los elementos principales sobre el terreno. Esta sensibilidad desaparece por completo si se analiza la posición de los pequeños inmuebles dedicados a escuela de Enfermería, Pe- diatría, Ginecología y Obstetricia o a los más alejados y situados al norte, que estaban destinados a Infecciosos y Tuberculosis. En este proyecto se modi ca la posición de las tres Facultades respecto a la avenida Complutense, quedando más próximas al desplazarse hacia el oeste, lo cual permite también una transición más suave entre el Hospital Clínico y la Facultad de Medicina. Comparativa de las planime- trías de los proyectos de Ciudad Uni- versitaria. AGUCM, Ciudad Universita- ria, Madrid, 1929 (izquierda); AGUCM, 111/12-3.1 (centro). 92 Entre la avenida y las facultades de Odontología y Farmacia si- túan dos nuevos edi cios que dan una nueva fachada hacia el eje universitario, generan una plaza más acotada con un espacio de entrada más estrecho. Al margen de todos los edi cios ya descri- tos aparece un elemento, el Jardín Botánico, el cual guardará una relación directa con la Facultad de Farmacia. Su aparición gene- rará la necesidad de que esta Facultad cuente con dos fachadas principales, una hacia el jardín y otra a la gran plaza. Aunque esto aún no se observa sobre esta fase que vincula los ejes del Botáni- co con la plaza a través de un pequeño vial. La siguiente propuesta presenta cambios destacados y se acerca a lo que nalmente se construirá. El más notable es la transfor- mación de los tres edi cios principales. La Facultad de Medicina pasa a estar formada por ocho pabellones unidos entre sí con un gran cuerpo central. El proyecto de la Facultad de Odontología se amplía hasta alcanzar una entidad similar a la Facultad de Far- macia, aquí ya aparece una cierta relación aparente de simetría entre ambas. Frente a este crecimiento de las tres facultades, se observa la desaparición de los pequeños edi cios que salpicaban el entorno, quedando todavía alguno al este de Medicina, aunque nalmente no se llevarán a cabo. Por tanto, nalmente se opta por grandes elementos que aglutinan diferentes usos en su inte- rior, en contraste con propuestas anteriores, como la de Luque, en la que se disponían diversos pabellones para las distintas en- Detalle de planimetrías de José Luis González Casas, Leyre Mauleón Pérez y Jara Muñoz Hernández (2015). 93 señanzas. También se ve modi cada su posición, al desplazarse hacia el oeste justo hasta el límite con la entonces denominada avenida de la Universidad. La relación entre el Hospital Clínico y el conjunto médico se continúa ajustando. Se crea un gran eje con varios viales que parten del hospital hasta desembocar en el centro de la plaza formada por las facultades, accediendo a través del intersticio entre las facultades de Medicina y Odontología, de manera que en la conexión trata todo como conjunto en vez de solo relacionarse con el edi cio de Medicina. En este caso tam- bién se trabaja de manera más detallada la unión entre el hospital y los límites de la ciudad de Madrid. Finalmente, el proyecto llevado a cabo será de similares caracte- rísticas, concretándose en las tres Facultades y el cercano Hos- pital Clínico. Se opta por la desaparición de edi caciones anexas para concentrarlo en tres grandes facultades que albergarán todos los espacios necesarios para la enseñanza. Al mismo tiempo, se produce alguna pequeña modi cación, como, por ejemplo, en la Facultad de Farmacia, que alarga los dos volúmenes posteriores hacia el Jardín Botánico. La construcción de los edi cios comienza en el año 1930. La fotografía aérea es una muestra clara de lo que nalmente será el campus médico, ya que se puede ver la planta grabada sobre el terreno en forma de vaciado para las cimentaciones. Es una clara En las páginas siguientes: Terrenos con vaciado de zona Medicina (ca. 1930). Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. UCM. BH FOT CU 1353. Planta de las Facultades de Medicina, Odontología y Farmacia. José Luis González Casas (2017). 94 95 96 muestra del gran movimiento de tierras que fue necesario realizar para crear la plataforma plana sobre la que se asentó el conjunto. En la planta del proyecto nal que se llevará a cabo podemos observar cómo los tres edi cios guardan una estrecha relación y comparten algunas características, entre las que destaca el ritmo de las fachadas, que genera una sensación de continuidad a la vez que limita y da escala al gran espacio a modo de «plaza mayor» que se genera entre las tres facultades. Esta característica la po- demos observar tanto en planta como en alzado. Dentro de esta aparente similitud, los edi cios albergan en su interior notables diferencias con rasgos propios que los caracterizan. La Facultad de Medicina destaca dentro del campus médico y del conjunto de la Ciudad Universitaria por su escala, ya que los ocho pabellones unidos por cuerpos intermedios y un gran volu- men central hacen que sus dimensiones sean de 187x 302 metros. Dentro de la composición del edi cio destacan las aulas magnas de planta semicircular con graderíos, los espacios de quirófanos situados en los extremos norte y sur, así como el gran volumen central de acceso al edi cio que alberga un gran hall y la sala de conferencias principal. Las Facultades de Farmacia y Odontología guardan una aparente simetría si se observan desde la actual plaza de Ramón y Cajal, percepción que cambia al ver las plantas. La Facultad de Odonto- logía está formada por cuatro pabellones paralelos unidos por un cuerpo, en cuyo punto central se encuentra la entrada. El hall con un espacio de planta circular de doble altura es el punto más des- tacado del edi cio. La Facultad de Farmacia alberga otro grado de complejidad debido a su relación con el Jardín Botánico, esta situación espacial genera una dualidad de manera que dispone de una segunda fachada principal con un pórtico de entrada hacia su lado norte. Analizando en sección el conjunto creado por las tres facultades y su entorno inmediato, destacan la horizontalidad y la unidad de las fachadas, estas similitudes en los acabados y modulación de las fachadas observadas desde la plaza central crean un alzado único, creando la sensación de conjunto en lugar de tres edi - cios separados y autónomos. La mencionada horizontalidad del grupo se rompía parcialmente con las franjas verticales creadas 97 por los planos metálicos negros situados entre los huecos de las ventanas, estas super cies metálicas pintadas de negro trataban de uni car los huecos de las ventanas, creando grandes planos verticales. En cuanto a los materiales empleados en los proyectos sobresale el uso del ladrillo no de Andújar de las fachadas, así como las ligeras carpinterías de Mondragón. Como en el resto de edi cios de la Ciudad Universitaria, se empleó hormigón armado para la realización de las estructuras, el hormigón no solo tuvo un papel importante en la concepción del edi cio sino también en su durabilidad, ya que la resistencia del hormigón permitió que estos edi cios soportaran mejor los estragos de la guerra y con las posteriores reparaciones se pudieran conservar. El empleo de las últimas técnicas constructivas del momento facilitó la con- cepción de algunos de los espacios más interesantes dentro de estos edi cios como el an teatro de la Facultad de Medicina que se puede observar en la gura número 16. Pese a que la arquitec- tura de estos edi cios se va acercando al Movimiento Moderno, aún conserva reminiscencias de estilos previos. Claros ejemplos de ello son las entradas a las Facultades, en las que tratan de dar un mayor aire de monumentalidad mediante el empleo de gran- des columnas, aunque todo ello dentro de una gran sobriedad y ausencia de ornato. Tras analizar el proceso de gestación y realización de la Ciudad Universitaria, así como el caso especí co de las enseñanzas mé- dicas dentro de la Universidad, es destacable el papel que des- empeñan los estudios médicos en la conformación del proyecto universitario. La idea de construir un hospital junto con las fa- cultades con los correspondientes estudios médicos se convierte en el principal impulso que desembocará en el proyecto de la Ciudad Universitaria. Además de ser uno de los generadores del campus universitario, tendrá un papel predominante dentro del proyecto, situándose en el corazón de la Ciudad Universitaria. El análisis y seguimiento de las distintas propuestas de facultades muestran también la evolución de la arquitectura española duran- te las tres primeras décadas del siglo XX, así como el cambio de generación de arquitectos españoles que acercarán al país al Mo- vimiento Moderno. Todo este proceso se verá interrumpido en noviembre de 1936, cuando la guerra alcanza la Ciudad Universi- taria y se establece un frente, que permanecerá prácticamente es- Construcción de la Fa- cultad de Medicina. AGUCM, SG-2402 (1931) y construcción del an teatro de la Facultad de Medicina. AGUCM, D-1712 (1932-1933). 98 tático hasta el nal de la contienda. El grupo médico permanece durante todos esos meses en manos del bando republicano, for- mando parte de la primera línea del frente a escasos metros de las tropas del bando sublevado, situadas en la Escuela de Ingenieros Agrónomos. Esta situación afectará especialmente a la Facultad de Odontología, que sufrirá los daños más graves. El nal de la guerra supondrá el inicio de un nuevo periodo, dejando sobre los edi cios huellas que aún hoy son visibles. Además del campus médico el resto de elementos del conjunto fueron afectados por esta etapa destructiva en diversos grados de afección. Mientras que muchos de los componentes del nuevo proyecto fueron res- taurados con los medios disponibles, tratando de mantener sus características arquitectónicas en los años iniciales de la postgue- rra, los conjuntos que no pertenecían al mismo, fundamental- mente las instituciones ubicadas en la conexión con la Plaza de la Moncloa, desaparecieron casi en su totalidad. Es por ello por lo que hemos intentado jar algo mejor su memoria, reconstituyen- do el proceso de conformación de este conjunto que dio como resultado una atractiva composición urbana, completamente ajena a la enfática estructuración procurada posteriormente por la Junta Constructora al servicio del régimen franquista. Como re exión nal es interesante plantear qué conservamos y qué ha desaparecido de ese proceso de proyecto y construcción de la Ciudad Universitaria previo al estallido de la Guerra Civil. Los cambios son apreciables en las diferentes escalas del proyec- to, desde los accesos y circulaciones hasta detalles constructivos. Vista aérea del grupo de Fa- cultades de Farmacia, Medicina, Odon- tología y Hospital Clínico. AGUCM, D-1712 (1933). 99 Algunos de los principales cambios que se han producido duran- te las últimas décadas son el incremento del trá co y la llegada del metro. El paulatino aumento del trá co ha provocado fractu- ras dentro de la Ciudad Universitaria, especialmente la creada por la carretera de La Coruña, que divide el campus en dos grandes zonas. Otro de los grandes cambios fue la construcción de la estación de metro de Ciudad Universitaria, inaugurada el 13 de enero de 1987. El conjunto universitario se diseñó teniendo en cuenta el acceso mediante tranvía, autobús, coche o a pie, por lo que se producían circulaciones lineales que partían desde la ciu- dad a las distintas facultades. Sin embargo, hoy en día, la mayoría de la gente accede desde un punto central, situado en la plaza de Ramón y Cajal. Desde este punto, se producen circulaciones radiales hasta cada uno de los edi cios. De igual manera cambia la manera de aproximarse al lugar, mientras que en su origen se realizaba un tránsito progresivo desde la ciudad, actualmente se pasa directamente del subsuelo al centro de la Ciudad Univer- sitaria. La guerra y la posterior reconstrucción ha sido otro de los grandes motores transformadores. En la actualidad todavía se pueden apreciar las huellas de la contienda en los edi cios universitarios, un claro ejemplo de ello son las facultades que for- man el grupo médico, cuyas fachadas sur y oeste aún continúan salpicadas de impactos de artillería y balas. La reconstrucción y posteriores cambios llevados a cabo durante el siglo pasado tam- bién han transformado la imagen de conjunto, un ejemplo de ello es el cambio de color de las carpinterías metálicas de las facul- tades. El color negro original se cubrió con la pintura blanca, lo que transformó las fachadas, rompiendo por completo los gran- des planos verticales que unían las ventanas y que contrastaban con la horizontalidad del conjunto. Por último, la colonización de la Ciudad Universitaria por distintas instituciones y la creación o ampliaciones de muchos de los edi cios existentes han converti- do la Ciudad Universitaria en un espacio colmatado. Así la Ciudad Universitaria se puede considerar un pequeño re- trato de la historia del siglo XX en Madrid, pendiente de conti- nuar su proyecto a lo largo del siglo XXI. Comparativa fotográ ca de la plaza de Ramón y Cajal. Fotografía anti- gua: fachada de la Facultad de Farmacia (ca. 1945) Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. UCM. Fotografía 2015: José Luis González Casas. 100 101 La Ciudad Universitaria de Madrid se encuentra situada al noroeste de la ciudad, y ocupa los terrenos del antiguo Real Sitio de La Florida y La Moncloa. No fueron, sin embar- go, las facultades del campus los primeros edi cios en establecerse en la nca. Cuando en 1928 se terminó de constituir el solar, de unas 320 hectáreas aproximadamente1, donde se asentaría el futuro campus, existían ya en él diversas instituciones, entre ellas un organismo académico previo al proyecto del campus. Se trataba de la Escuela de Ingenieros Agróno- mos, integrada por el edi cio propiamente docente y todas las construcciones e instalacio- nes anejas, que se diseminaban por buena parte de La Florida. Los terrenos elegidos nalmente para la Ciudad Universitaria tenían ya, por tanto, una cierta tradición académica, representada por la Escuela, así como un espíritu cientí co y médico, de más reciente formación, presente en la mayoría de instituciones que se disper- saban por La Moncloa. La Escuela de Agrónomos ocupaba fundamentalmente el centro de la nca y el entorno del Palacete de La Moncloa, si bien sus campos de prácticas se extendían por la casi tota- lidad de La Florida. Era la institución más antigua de las que se encontraban en 1928 en la zona, habiéndose instalado allí unos sesenta años antes. Sus orígenes estaban, sin embargo, en Aranjuez, pues era heredera de la Escuela de Agricultura de La Flamenca. Este texto busca seguir la huella espacial y temporal de la institución, primero en Aranjuez, pero sobre todo en La Florida, en cuanto que se trata del conjunto de mayor envergadura con el que se encontraron los arquitectos del campus, y ante el que se debió tomar la deci- sión, como suele ser el caso de gran parte de los proyectos arquitectónicos y urbanos, de respetarlo e integrarlo, o bien de obviarlo. Esta aportación es el resultado de un estudio más amplio, donde la investigación grá ca resulta esencial para examinar y comprender la evolución temporal de la Escuela de Agrónomos en un mismo ámbito espacial. LA ESCUELA DE INGENIEROS AGRÓNOMOS EN LA FLORIDA-MONCLOA Jara Muñoz Hernández 1. Según la delimitación efectuada el mismo año 1928 (ABC, 5 de diciem- bre de 1928, 33). 102 Fundación de la institución. La Flamenca La Escuela de Agricultura se funda en 1855, tras numerosos intentos por introducir en España una enseñanza reglada de la agricultura. Desde nales del siglo XVIII, los movimientos ilus- trados defendían que, dado que la agricultura era uno de los mo- tores fundamentales, si no el principal en ese momento, de la economía española, era imprescindible la creación de escuelas en las que se enseñara la ciencia y la técnica agrícolas, tal y como se venía haciendo en otros países de Europa, más allá de los o cios de labradores o jardineros que en ese momento existían. Sin embargo, no fue hasta mediados del siglo XIX cuando estos intentos se materializaron. El lugar escogido para la Escuela de Agricultura fue la nca de La Flamenca, a las afueras de Aran- juez. Se cumplía así uno de los requisitos básicos de estas es- cuelas, que se volvería a repetir en Madrid: eran los primeros edi cios universitarios en instalarse fuera de los cascos urbanos, pues la necesidad de campos de prácticas exigía grandes cantida- des de terreno a su alrededor. Los criterios educativos estable- cidos, que asociaban dos secciones, una cientí ca, destinada a la formación de ingenieros agrónomos, y otra tecnológica, para los peritos agrícolas, resultaron muy acertados, con unos obje- tivos similares a los que se habían propuesto en Francia para el Instituto Agronómico de Versalles (Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos 1980, 9), que fue a su vez el ejemplo que siguieron las escuelas de agricultura cubanas. La Flamenca era una nca perteneciente al Real Heredamien- to de Aranjuez, que la reina Isabel II arrendó a los agrónomos. Hasta el inicio de los procesos desamortizadores del siglo XIX, todo el término municipal de Aranjuez pertenecía a la Corona. No obstante, fue durante el reinado de Carlos III cuando se desa- rrollaron especialmente las ncas agrícolas y ganaderas anejas al Real Sitio, entre ellas la de La Flamenca, como se puede ver en el plano de Domingo de Aguirre, dibujado en esas fechas. En 1775 se funda el Campo Flamenco, llamado así porque en él se implan- tó un modelo de cultivo extensivo al modo de Flandes, y a cuya casa de labor se denominó La Flamenca, nombre que, por exten- sión, acabaría designando a la nca en su totalidad. Aunque la documentación grá ca que se conoce del cuartel de La Flamenca es bastante escasa —uno de los mejores ejemplos es el plano de Santiago Loup, del cual se reproduce el encuadre general en la 103 gura 1—, podemos saber por descripciones de la época que disponía de 2109 hectáreas y se encontraba rodeado por otros cuarteles separados entre sí principalmente por arroyos y canales de agua (Álvarez de Quindós 1993 [1804], 326). Al norte limitaba con el río Tajo y al sur con el término municipal de Ocaña. Cru- zaban este cuartel toda una red de caminos, de entre los cuales uno destaca de forma singular, pues era uno de los tres brazos del tridente del Raso de la Estrella, que arrancaba del Palacio Real de Aranjuez y cruzaba toda La Flamenca camino de Toledo. Disponemos de dos testimonios de gran valor que detallan la organización y funcionamiento de la nca de La Flamenca, más interesantes aún si cabe en tanto que el primero es anterior a la llegada de la Escuela de Agricultura y el segundo es una revi- sión de la primera descripción una vez que los agrónomos habían ocupado la nca. La descripción inicial que tenemos de La Flamenca es la de Juan Antonio Álvarez de Quindós, quien en 1804 describe el estado del lugar, sus edi cios y lo que en ellos se pretende hacer. La segunda fuente es la de Cándido López y Malta, del año 1868. Este texto es, por tanto, posterior a la instalación de la Escue- la de Agricultura en La Flamenca y deja constancia de la enor- me importancia que la institución tuvo en aquel momento para Aranjuez. Desde el punto de vista topográ co, aunque siempre conside- rando que nos encontramos en un terreno de vega sin grandes desniveles, La Flamenca se elevaba en su parte central, lugar en el que se situó la edi cación principal. El canal que atraviesa La Flamenca de este a oeste es el llamado caz de las Aves o de So- tomayor. Esta vía de agua, una de las principales de entre las muchas que se construyeron durante los reinados de Carlos I y Felipe II2, tiene su origen en la orilla sur de la presa del Embo- cador, en cuya orilla norte nace a su vez el canal de la Azuda, que cruza los reales jardines. El largo caz de las Aves atraviesa el municipio mediante una construcción abovedada y vuelve a desembocar en el Tajo después de su paso por La Flamenca. La existencia de este canal creaba en la nca unas franjas de especial humedad que favorecían el crecimiento de moreras y álamos en su cercanía, además de servir para regar los terrenos de la parte baja de la misma. En los aledaños del caz, en las faldas del cerro, En las páginas siguientes: Plano completo del Real Sitio de Aranjuez, con las divisiones de los distintos cuarteles marcadas en rojo. A la derecha, rotulado como Plan 1er, el Sitio y los Reales Jardines. Inmediatamente a su izquierda, rotulado como Plan 6me, el cuartel de La Flamenca. Nótese que la vía principal que atraviesa La Flamenca parte del centro del Palacio Real. Plan General del Real Sitio de Aranjuez. 1810. Santiago Loup. Instituto Geográ co Nacional. 2. Para más información acerca de la con guración de la estructura uvial de Aranjuez, consúltese Molina y Berrocal (2013) y Utanda (1980). 106 se cultivaba uva moscatel y se plantaron olivos y membrillos, y en la zona del monte se instalaron colmenas que abastecían de miel al Real Sitio. El resto de la nca estaba esencialmente compuesto por tierras de labor dedicadas al cultivo de trigo, cebada y forraje para el ganado. Además de para actividades agrícolas, La Flamenca se había uti- lizado también como nca de caza del rey, y por ello la Casa de Labor conservaba ciertos elementos de interés arquitectónico, pues había hecho las veces de pabellón de descanso del monarca en sus monterías. El edi cio constaba de un cuerpo principal cuyo acceso miraba al río y estaba enmarcado por una portada, que enfatizaba su aspecto señorial. A ambos lados existían ado- sados dos pabellones, de un carácter más agrícola, cuya plan- ta superior era abierta, pues se empleaban como almacenes de grano. El cuerpo oriental disponía de dos alturas solo en el ex- tremo adosado al edi cio principal, siendo el resto una sola plan- ta ocupada por cuadras. Las cuadras, junto con otros elementos de jerarquía inferior, con guraban dos patios en el interior del edi cio. Las cubiertas eran inclinadas de teja, y los paramentos revocados. Para acceder a la Casa de Labor se suavizó la pendiente del cerro con unas rampas para carruajes. En la casa se construyó, según Álvarez de Quindós, un patio cuadrado con pilastras de piedra destinado a corridas de novillos, que, sin embargo, no llegó a concluirse, y un salón circular situado en la zona norte de la edi- cación, con dieciséis columnas de piedra berroqueña sobre pi- lastras en su zona exterior y en la interior ocho columnas de már- mol blanco, que, siempre según Quindós, se sacaron después de La Flamenca para colocarse en los cuatro templetes de la fuente de la Espina en el jardín de la Isla. Tampoco sabemos con seguridad si este salón de columnas llegó alguna vez a terminarse de construir, o si verdaderamente se des- manteló casi por completo. López y Malta (1988 [1868], 423) escribe al respecto que La buena construccion del edi cio ha sido motivo de que, con ayuda de algunos reparos, haya desa ado la acción del tiempo, conservándose en regular estado, si se esceptúa la falta del encantado salón de las 107 columnas de que nos habla el Sr. Quindós, pues de él apenas hallamos señales. Encontramos sí un oratorio en la casa, en el que se rezaba misa los dias festivos y del que nada nos dice aquel antiguo historiador aunque debió abrirse al culto en su misma época3. Desde que Quindós escribiera su descripción de la nca hasta que se cedió a la Escuela de Agricultura, La Flamenca fue cayen- do lentamente en el abandono. Los cultivos y tierras de labor se encontraban en un estado lamentable, de los viñedos que había legado Carlos III apenas quedaban algunas cepas a las orillas del caz; los membrilleros habían desaparecido en su mayor parte y se conservaba el extenso olivar, seguramente por los escasos cuida- dos que los olivos necesitaban. En los caminos seguían existien- do los álamos y las moreras, si bien mezclados con otros árboles frutales que habían ido brotando de manera espontánea. Según López y Malta, la zona de la nca que más sufrió las consecuen- cias del abandono fue el monte. La casa de los guardas y el ora- torio habían desaparecido, los jardines de ores que debieron de existir en torno a la casa habían sido destruidos, junto con grupos de encinas, por pequeños incendios provocados. La Casa de Labor había salido relativamente bien parada y su estado de conservación no era tan malo como se podría suponer contemplando la situación de la nca. A la edi cación original se habían añadido otras construcciones al instalarse en La Flamenca en 1848 la segunda sección de la Real Yeguada, destinada a caba- llos de tiro o percherones. Alzados noroeste y sudeste de la Casa de Labor en La Flamenca. Dibujos de la autora. 3. En las citas textuales del presente capítulo se mantendrá la ortografía, tanto de letras como de tildes, del documento original. 108 Sin embargo, pese a las pequeñas intervenciones y construccio- nes que se hicieron en La Flamenca, la verdadera transformación de este lugar vendría de la mano de la Escuela de Agricultura en el año 1856. A la llegada de los agrónomos, el edi cio hubo de adaptarse a las necesidades de sus nuevos habitantes, porque el plan de estudios preveía que algunos de los alumnos pudieran vivir internos en el edi cio, ya que la Escuela recibía alumnos de toda España, al ser la única del país. Esto añade otro punto de interés a la nueva enseñanza agrícola, pues, aunque de forma muy precaria en este momento, incluía ya lo que en un futuro sería el concepto de residencia universitaria. Su futura ubicación en La Moncloa de- sarrollaría mucho más este aspecto, como veremos más adelante. Al principio, la concesión que se les hizo a los agrónomos de la Casa de Labor comprendía solamente la fachada norte, porque el resto estaba ocupado entonces por la segunda sección de la Real Yeguada. Pero las estrecheces eran tan obvias que, en una visita del ministro de Fomento al lugar cuando comenzaron las obras, el 18 de mayo de 1856, este decidió interceder ante la reina e Isa- bel II, enterada de la necesidad de más espacio, concedió todo el edi cio a la Escuela. Los planos de las obras de reacondicionamiento los trazó ini- cialmente el arquitecto Juan Bautista Mejías, quien fue sustituido después en la fase de obra por Francisco Jareño4. Una vez termi- nados los trabajos, tuvo lugar la inauguración el 28 de septiembre de 1856, presidida por el ministro de Fomento. A ella asistieron diversas personalidades de la época, lo cual da idea de la impor- tancia que la agricultura tenía por aquel entonces y de la expecta- ción que generaba este experimento educativo: Notable fue el discurso inaugural que leyó el Director, y notables y entusiastas las poesías, oda, soneto y romance que respectivamente leyeron los poetas señores Hartzembusch, Rosell, Moran, Madrazo y Anton Ramirez que concurrieron al acto (López y Malta 1988 [1868], 425). Con el n de convertir la nueva Escuela de Agricultura en una escuela modelo, se llevaron a cabo obras de remodelación y se la 4. La reforma de la Escuela Central de Agricultura es la primera obra de Jareño de la que se tiene noticia. Después, el ar- quitecto proyectaría en Madrid algunos de los edi cios o ciales más notables de la segunda mitad del siglo XIX, como el Museo Arqueológico y la Biblioteca Na- cional (1865-1868), el Hospital del Niño Jesús (1879) o, de menor magnitud, la Es- cuela de Veterinaria (1877), actual Institu- to de Enseñanza Secundaria Cervantes en la glorieta de Embajadores. 109 surtió de diversas herramientas y maquinaria. La super cie nal del edi cio era de 4148 m2 y el hecho de encontrarse a una cierta altura sobre el nivel del Tajo (unos cuarenta metros aproxima- damente) le permitía dominar las vistas sobre el valle al oeste y sobre las vegas de Titulcia al este. La redistribución del edi cio para acoger la Escuela se realizó de la siguiente manera: en la planta baja se hallaban las aulas, las salas de dibujo, cátedras y los gabinetes de física y química; la bi- blioteca, que estaba provista de gran cantidad de volúmenes y di- bujos, tanto españoles como extranjeros; un museo agronómico en el que se exponían útiles agrícolas y maquinaria; la capilla y las habitaciones del director y de los profesores y una serie de espa- cios servidores, como el comedor, la cocina y las despensas. En la planta superior, y situados en la fachada norte, de 83 metros de longitud, se encontraban los dormitorios y baños de los alumnos, la enfermería y otras o cinas y dependencias, la frutería, granero, pajares y salas con andanas para la cría de gusanos de seda. La Escuela de Agricultura fue, desde el principio, un edi cio edu- cativo íntimamente ligado al campo, pues eran necesarias exten- siones amplias de terreno donde realizar las prácticas. Por ello, en La Flamenca, además del edi cio, a los alumnos de la escuela se les concedieron 105 fanegas de terreno que rodeaban la Casa de Labor. De estas, doce fanegas se dedicaron a huerta, viveros, injertera, jardín botánico y bosquete de árboles y arbustos. En la Planta baja y sección de la Casa de Labor en La Flamenca. Archivo General de Palacio (AGP), n.º 2485. © Patrimonio Nacional. 110 ladera del cerro se plantó un extenso olivar, siguiendo la idea de las plantaciones originales de la nca, y también un pequeño ma- juelo para el cultivo de la vid. Por último, en la zona sur, más ele- vada, se destinó el terreno al cultivo de trigo y pastos de fondo. Incluso para las operaciones de la trilla se disponía de una era empedrada, en la que se empleaban los útiles tradicionales, pero también maquinaria moderna, como una máquina locomóvil de seis caballos de vapor. Sin embargo, la estancia en La Flamenca sería bastante breve. En 1863 los agrónomos deben abandonar la nca por motivos poco claros. Por un lado, la versión o cial habla de una Escuela mal organizada y poco fructífera, que precisamente por esta baja rentabilidad se ve incapaz de pagar el alquiler a la Corona5. No obstante, otras fuentes argumentan que también había motivos políticos detrás del interés del cese de La Flamenca. La Escue- la había estado protegida en momentos anteriores y sus deudas habían quedado aplazadas u olvidadas ante el interés que parecía tener la institución. Es de suponer que, con el cambio constante Vista de La Flamenca en 1855. Dibujo de la autora. 5. «Otros aspectos que di cultaron el desarrollo del centro fueron las desave- nencias existentes entre la Corona, pro- pietaria de la nca donde estaba ubicada la Escuela, y el Gobierno, que se demo- raba en el pago de la renta establecida» (Cartañà Pinén 2005, 114). 111 de gobiernos en la época, los mandatarios de 1863 no fueran a - nes a la Escuela y decidieran mostrarse menos condescendientes (Lacruz Alcocer 1993-94, 358-359). Bien por un motivo o bien por otro, o seguramente por una mezcla de ambos, la consecuencia fue el traslado de la Escuela de Agricultura al propio Aranjuez. Allí, dada su escasez de medios, ocupó una serie de edi cios antiguos en el casco urbano del municipio, y se arrendaron algunas tierras de la huerta de secano para los campos de prácticas. Este traslado era, evidentemente, el comienzo de la decadencia de la institución, tal y como se con r- mó en 1868, cuando se decretó la supresión de la Escuela Central de Agricultura de La Flamenca6. El n de la Escuela de Aranjuez vino a coincidir con la revolu- ción de la Gloriosa y el impulso de los procesos desamortizadores. La posesión de La Flamenca, que había cambiado poco desde la salida de los agrónomos, fue adquirida por el duque de Fernán Núñez en 1871, propiedad que siguen manteniendo sus herede- ros en la actualidad. Traslado a Madrid. La Florida y La Moncloa El recorrido de la Escuela no acabó en Aranjuez, pues, tras la Glo- riosa, el Gobierno provisional entregó al Ministerio de Fomento la nca llamada de La Florida o La Moncloa, en el noroeste de Madrid, una de las grandes enajenaciones de propiedades de la Corona en las postrimerías del reinado de Isabel II, puesto que se trataba de un sitio real, con el n de trasladar allí la Escuela Central de Agricultura. Antecedentes El Real Sitio de La Florida se constituyó durante el reinado de Carlos IV mediante la agregación de algunas propiedades reales y de otras cercanas. Fue el último sitio real madrileño en formarse y su interés radicaba sobre todo en dos hechos. En primer lugar, el entorno de La Florida ya era tradicionalmente un lugar de recreo para la clase alta y la aristocracia madrileña (Añón 1987, 15). Su situación en la vega del río Manzanares pro- 6. Decreto del Ministerio de Fomento de 3 de septiembre de 1868, rmado por el ministro Manuel Ruiz Zorrilla (Gaceta de Madrid, 5 de noviembre de 1868, 2-3). 112 Plano de Madrid y su término municipal. 1910. Pedro Núñez Granés. Archivo de Villa de Madrid. Biblioteca Digital memoriademadrid (montaje de la autora). 113 piciaba la frondosidad de sus jardines y huertas, y existían mul- titud de ncas y mansiones de recreo. De hecho, en esta zona, en el llamado Soto de Migas Calientes, se instaló el primer jardín botánico de Madrid, el Jardín Botánico de Migas Calientes, del que se abastecía la Real Botica7. Permaneció allí hasta que Carlos III decidió trasladar su contenido y fundar el Real Jardín Botáni- co en el paseo del Prado, reforzando así su idea de «Colina de las Ciencias» en el prado de Atocha8. Estos terrenos seguirían, sin embargo, albergando numerosos viveros, algunos de los cuales se conservan en la actualidad9. En segundo lugar, existía otro motivo de carácter pragmático para constituir el real sitio. La Florida era la franja de terreno que se encontraba entre el Palacio Real y el Real Sitio de El Pardo, y frente a la Casa de Campo, situada en la margen opuesta del río (Sancho 1995, 648-650). Poseer este territorio suponía que el rey pudiera acudir a sus cacerías en el monte sin apenas salir de sus dominios, lo cual no era una cuestión menor. Entre 1792 y 1802 Carlos IV adquirió diversas ncas colindantes con el Palacio Real y la Casa de Campo, dos de las cuales destacaban por encima del resto: la nca de La Florida, en la colina conocida como montaña del Príncipe Pío, y la nca de los duques de Alba, en la cual estaba enclavado el Palacete de La Moncloa10. A diferencia de la Casa de Campo, en donde el paisaje era fundamentalmente boscoso, en La Florida predominaban las tierras de labor y las huertas. Los límites de la nca de La Florida no eran homogéneos: mien- tras que al norte estaba perfectamente delimitada por las tapias de El Pardo y la carretera del Asilo de la Paloma, el borde este era mucho más irregular, salvando vaguadas y lindando con terrenos de diversos propietarios. El límite sur lo marcaba exclusivamen- te el parque del Oeste, de propiedad municipal, y el oeste era también muy evidente, pues estaba determinado por la carretera de La Coruña, que discurría paralela al río Manzanares por una frondosa vega (Chías 1986, 61-63). La Florida presentaba una topografía muy accidentada, que puede simpli carse considerándola como una meseta elevada sobre el río, con una fuerte caída hacia el mismo (continuando la cornisa madrileña), y surcada de este a oeste por numerosas vaguadas paralelas, entre las que destacaba por su profundidad y longitud la del arroyo Cantarranas. La imagen que la topografía 7. Real Resolución de Fernando VI de 17 de octubre de 1755, en documento rmado por Ricardo Well, ordenando la creación de un Real Jardín Botánico en la llamada Huerta de Migas Calientes (Pinar y Puig-Samper 1996, 72). 8. Los terrenos del Soto de Migas Calientes habían sido regalados al rey Luis I en 1724, y pasaron en 1780 a la propiedad privada de la marquesa de Castejón. Pocos años después son de nuevo adquiridos por Carlos IV para completar el Real Sitio de La Florida (Añón 1987, 21-33). 9. Añón (1987, 19): «Desde 1784, el soto empezará a usarse como vivero de la Villa, estableciéndose de nitivamente en 1814 y ampliándose posteriormente un nuevo vivero en 1822. […] En 1855 hay un acuerdo municipal para que se destine a viveros todo el Soto de Migas Calientes y para que la Comisaría de Viveros corra en mancomunidad con la de Arbolados. De estos viveros, que continúan, aunque transformados, en la actualidad, saldrán árboles y plantas para todos los paseos y jardines de Madrid». 10. Para conocer con precisión las propiedades que se compraron con el n de formar La Florida, veáse Fernández Talaya (1999). 114 de La Florida pudiera evocar di ere sustancialmente de la actual de la Ciudad Universitaria, fruto de las intensas obras de des- montes y terraplenes que se realizaron durante la construcción del campus, así como de los rellenos de vaguadas que se llevaron a cabo en las décadas posteriores a la guerra civil. Tras la cesión de la nca al Estado en 186611, el uso de sus te- rrenos se popularizó notablemente: las descripciones de la época explican que en sus límites albergaba con frecuencia merenderos o quioscos, ubicados en los accesos a la nca desde Madrid. Con el transcurso del tiempo, estas instalaciones fueron quedando ruinosas, obsoletas, o arrasadas por el trazado de nuevas vías que proponía el Proyecto de Urbanización del Extrarradio, de 1910. Este fue el contexto espacial donde se reorganizó, en el año 1869, la Escuela Central de Agricultura12. Además de cambiar de emplazamiento, pasó a denominarse Escuela General de Agricul- tura, y en los años sucesivos fue ocupando los edi cios existentes en La Florida, construyendo algunos nuevos y utilizando los te- rrenos adyacentes como campos de prácticas. La Fábrica de Loza de La Moncloa La Escuela se instaló para las labores docentes en el edi cio que había sido la Real Fábrica de Porcelana de La Moncloa, también llamada «Casa de la China», ubicada aproximadamente en el cen- tro de la nca, conectada mediante caminos con el Palacete de La Moncloa y con la entrada de la nca desde Madrid, que se encontraba junto al antiguo Asilo de San Bernardino. La manufactura se construyó en 1817, como sucesora de la Fá- brica de Porcelana del Buen Retiro, que había sido destruida a consecuencia de la guerra de la Independencia. Fernando VII fue quien mandó levantar la nueva fábrica, eligiendo como ubica- ción la posesión real de La Florida. Estaba situada en la llamada Granjilla de los Jerónimos (Fernández Talaya 1999, 304-308) y las obras estuvieron dirigidas por Joaquín García Rojo, quien, según se cuenta, aprovechó la piedra de la destruida Fábrica del Buen Retiro. La manufactura siguió produciendo la cerámica destinada a la Casa Real y llegó a contar con más de 150 empleados. Estuvo 11. Esta cesión se produjo mediante la enajenación parcial de algunos bienes del Patrimonio Real, de los cuales el Estado se quedaba el 75% en calidad de ingre- sos públicos y el resto se reservaba para la reina Isabel II, hecho que suscitó nu- merosas críticas, entre ellas el conocido artículo de Emilio Castelar «El rasgo», publicado el 25 de febrero de 1865 en el periódico La Democracia. 12. Por decreto de 28 de enero de 1869 se asignaban a la Escuela General de Agricultura (antes Escuela Central de Agricultura) los terrenos de La Moncloa que habían pertenecido previamente al Patrimonio Real. La apertura o cial de la Escuela tuvo lugar el día 15 de marzo de 1869 (Gaceta de Madrid, 4 de marzo de 1869, 1). 115 Real Posesión de La Florida. 1865. © Instituto Geográ co Nacional. 116 en funcionamiento hasta 1850, cuando fue clausurada. Pascual Madoz ofrece un minucioso informe del estado de la fábrica en el año 1848: En ella se fabrican la loza blanca, la con letes de colores y la decorada, la porcelana blanca, la con letes de colores y oro, y la decorada y dorada. El número de piezas que regularmente se elabora cada año asciende a 266 344: su valor no puede jarse por los diversos encargos y piezas que se hacen para el servicio de S. M. y los sitios reales, así como por la variación de sistemas y métodos que se están estableciendo. Las personas empleadas en esta fábrica son 160 […] Los sueldos de todas estas personas, inclusos los cuatro empleados, pueden calcularse en unos 600 000 rs. El almacén para la venta de los productos de este real establecimiento se halla Carrera de San Gerónimo, núm. 3 (Madoz 1848, 451). Vista de la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos en el edi cio de la antigua Fábrica de Porcelana, ca. 1911. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosiste- mas. UPM. 117 La tradición ceramista de La Moncloa pudo recuperarse en 1877 gracias a los hermanos Guillermo, Daniel y Germán Zuloaga, que abrieron una nueva fábrica en el lugar, si bien fuera de lo que en esos momentos era la nca de La Florida. Se situaba junto a la cuesta de Areneros —la actual calle Marqués de Urquijo—. De esta segunda fábrica pueden todavía hoy verse, junto a la Es- cuela de Cerámica, dos de sus edi cios, un pabellón que alberga hornos en su planta inferior y el gran horno conocido como «La Tinaja» (Rubio 2005, 224-225). Los prácticamente veinte años de abandono a los que se vio abo- cada la antigua Fábrica de La Moncloa le pasaron indudablemen- te factura a su edi cio. A la llegada de los agrónomos, la deca- dencia y el estado de dejadez de la construcción eran evidentes, lo cual obligó a realizar numerosas reparaciones, que hubieron de sumarse a las ya necesarias para adaptar el edi cio a su nuevo uso de escuela. El cuerpo principal, que era todo el frente sur del complejo, más próximo a la ciudad, subrayaba su carácter con zócalos de mam- postería y piedra también en las jambas y dinteles de sus accesos. Las salas de estos volúmenes eran adecuadas para adaptarse a aularios, mientras que los cuerpos traseros, más bajos, en torno a patios y compuestos de grandes estancias de un cierto carácter industrial, debieron de considerarse más apropiados para instalar salas de máquinas o el Museo Agronómico. Paisaje y edificios de La Florida En el entorno de la Casa de la China se dispusieron los campos de riegos, las huertas y las vides, y comenzaron a construirse pa- bellones y edi caciones secundarias para alojar invernaderos y almacenes. De relevancia especial fue la construcción de la Es- tación Agronómica en 1875. Hasta ese momento no se habían llevado a cabo grandes modi caciones en los planes de estudios y con la nueva Estación se introdujo la misión investigadora que acompaña a la docencia en las enseñanzas superiores. De este modo, la Escuela General de Agricultura se convertía a todos los efectos en una institución universitaria, pues a las clases y prác- ticas se incorporaban laboratorios y espacios de investigación, tal y como ya ocurría en las escuelas de agricultura de Francia y Alemania. 118 Pronto el espacio de la Fábrica de Loza se quedó pequeño, lo que hizo que la institución se fuera extendiendo por La Florida. Los agrónomos ocuparon la Casa de Labor y la Casa de O cios cercanas al Palacio de La Moncloa, para granjas, dormitorios de alumnos y profesores, cocinas y otras dependencias. En 1876 la Escuela pasó a llamarse Escuela Superior de Ingenie- ros Agrónomos y a establecer un examen de ingreso. Las obras de acondicionamiento continuaron hasta 1880, siendo 1880- 1881 el primer curso académico completo en el que pudo desa- rrollarse plenamente la enseñanza en las aproximadamente 500 hectáreas disponibles13. En ese momento, que coincidió además con los primeros años de la Restauración monárquica, se funda el Instituto Agrícola Alfonso XII, denominación que se mantendrá hasta la Segunda República14. El Instituto incluía la Escuela, y también la Granja de Castilla la Nueva, la Granja Central de Ex- perimentación y Propaganda y la Estación Agronómica (Chías 1986, 64). Así, podemos entender el complejo del Instituto Agrícola como dos grupos principales de edi cios: la sección administrativa y de explotación del Palacete de La Moncloa y la sección educativa en torno a la antigua Casa de la China, ambos rodeados por los campos de prácticas. * El Palacete de La Moncloa y la Granja de Castilla la Nueva El primitivo palacete de La Moncloa fue un pabellón de caza de los monarcas españoles de entre los varios que hubo en las inmediaciones del monte de El Pardo. Pertenecía al Patrimonio Real desde 1795, si bien su construcción data de mediados del siglo XVII. La Escuela de Agrónomos dedicó el Palacete a la vivienda y de- pendencias del director, la secretaría y otras salas de carácter ad- ministrativo. En el año 1918 el Palacio se cedió a la Sociedad Española de Amigos del Arte, para su restauración15. Las obras y el amuebla- miento del palacio estuvieron dirigidas por Joaquín Ezquerra del Bayo, y Javier de Winthuysen fue el encargado de restaurar los jardines a partir de 1921. En 1927 fue declarado monumento 13. Extensión que conocemos hoy gra- cias a los levantamientos realizados entre 1861 y 1864 por la Junta General de Es- tadística. Según la medición realizada du- rante esos años, la super cie de la nca era exactamente de 526 hectáreas: «La Casa de Campo, La Florida y El Pardo fueron los primeros Sitios Reales en los que se llevaron a término trabajos topo- grá cos. En 1861 los responsables de la Escuela de Catastro de la Junta de Esta- dística eligieron estas posesiones para que los alumnos realizasen las reglamentarias prácticas de campo. Las razones eran casi obvias: las posesiones reales queda- ban próximas a la Escuela, de modo que el desplazamiento era poco costoso; por otra parte, el terreno, ondulado y muy va- riado, era ideal para las prácticas de topo- grafía. […] Contando con el permiso de la Casa Real, los alumnos podían efectuar el trabajo al abrigo de curiosos, sin invadir las ncas de propiedad privada» (Urteaga y Camarero 2014). 14. Apoyada por la monarquía restaura- da, la institución se convierte en Instituto Agrícola Alfonso XII por Real Orden de 12 de julio de 1881. En 1931 el conjunto pasó a llamarse Instituto Nacional Agro- nómico. 15. Esta cesión se realizó por Real De- creto de 23 de octubre de 1918 (Gaceta de Madrid, 27 de octubre de 1918, 299-300). 119 nacional, y durante la guerra civil resultó destruido prácticamente en su totalidad. El Palacio de La Moncloa que conocemos en la actualidad fue construido sobre las ruinas de su predecesor en 1955. La Casa de O cios, situada al lado del palacio, era de planta rec- tangular con 102 pies de fachada por 60 pies de ancho. Las trazas las había dado Isidro González Velázquez, teniente de arquitecto mayor de los reales palacios y casas de campo del rey, y, según los diseños, debía de constar de dos alturas: el piso bajo estaba destinado para las o cinas, despensas, cocina, repostería, carbo- nera y fregadero; el piso principal albergaba las habitaciones del conserje del palacio y demás o ciales de la casa. En el centro del edi cio una escalera comunicaba las dos plantas y subía hasta el desván (Fernández Talaya 1999, 325-327). Con la llegada de los agrónomos, la Casa de O cios se ocupó con los dormitorios de alumnos, las cocinas, lavanderías y otras instalaciones. Para ubicar todos estos usos fue necesario realizar un proyecto de amplia- ción, cuyos planos datan de 188016. De nuevo, y al igual que había ocurrido en La Flamenca, la Escuela de Agrónomos de La Flo- rida contaba con alumnos que vivían en el recinto de la escuela y en un número mucho menos reducido que el de sus antiguos compañeros de Aranjuez. La Casa de O cios de La Moncloa se convertía de este modo en una precoz residencia de estudiantes. El conjunto de La Moncloa se completaba con la Granja de Cas- tilla la Nueva, cuyo edi cio principal era la Casa de Labor, una gran construcción destinada a la ganadería en cuya esquina su- En la página siguiente: los alzados pro- puestos en los dos proyectos de la Escue- la y el nalmente construido. Vista general de la Escuela de Ingenieros Agrónomos. 1881. En- rique Repullés Segarra. Archivo Gene- ral de Palacio (AGP), Planos, n.º 4824. © Patrimonio Nacional. Escuela de Ingenieros Agrónomos. Fachada principal. 1912. Carlos Gato Soldevilla. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. AGA, Fondo Ministerio de Educación, caja 31/04864. Alzado principal de la Escuela de Ingenieros Agrónomos en 1930. Dibujo de la autora. Casa-dirección de la Escuela de Agricultura. Gaceta Agrícola. 1880. © Biblioteca Nacional de España. 16. AGA 31-08133-009 y 31-08133-010. 120 121 doeste se situaba la iglesia de la nca, la capilla de San Fernando, construida en 1820 para los trabajadores de La Florida. Además, la granja acogía, entre otras dependencias, vaquerías, queserías y mantequerías, las secciones avícola y enológica, un taller de car- pintería y forja y un museo de máquinas (Chías 1986, 65). * El nuevo edificio de la Escuela y su entorno El otro polo de actividad de La Florida se encontraba en la Es- cuela propiamente dicha. A pesar de las obras paulatinas que se llevaron a cabo en la Fábrica de Porcelana, su estado cada vez más ruinoso dio lugar a peticiones por parte de estudiantes y do- centes para la construcción de un nuevo edi cio que, muy trans- formado, es el que ha llegado hasta nuestros días. Ya en 1881 se había realizado una propuesta para la Escuela de Agrónomos, aunque de este proyecto lo único que conocemos es el alzado que dibujó su arquitecto, Enrique Repullés Segarra. Lo minucioso del dibujo hace suponer que hubiera mucha más documentación de esta propuesta. Tal vez, dado el estado de la Fábrica de Porcelana al ocuparla la Escuela de Agrónomos en 1868, se pensó en ese primer momento en levantar un edi cio nuevo en vez de reacondicionarla como nalmente se hizo, de- jando el proyecto de Repullés sólo en el papel. El proyecto que sí se construyó fue el que diseñó, en torno a 1912, el arquitecto madrileño Carlos Gato Soldevilla17. Se inau- guró en 192518 y estilísticamente era un edi cio ecléctico de apariencia decimonónica en la línea de edi cios cercanos de la misma época, como el Instituto Nacional de Higiene, que des- apareció en la guerra civil. En una búsqueda por sintonizar con la arquitectura del cercano Palacete de La Moncloa, recogía el característico contraste entre la fábrica de ladrillo de distintos colores y la piedra clara de los órdenes de columnas, frontones, cornisas y frisos. En planta estaba compuesto por tres cuerpos, uno principal y dos perpendiculares a él en sus extremos, abrazando la plaza de acceso, que se proyectó ajardinada. Los encuentros entre dichos cuerpos se remataban con dos plantas más, a modo de torreón, al igual que el nal de los brazos laterales y el centro del volumen principal. En la planta noble el proyecto contemplaba los gabine- 17. Hemos encontrado copia del pro- yecto de Gato Soldevilla conservado en el Archivo General de la Administración (AGA 31-04864). 18. ABC, 16 de mayo de 1925, 11-12. 122 tes y cátedras de las distintas asignaturas, la biblioteca y el salón de actos, que ocupaba el ábside en el centro del edi cio. La luz natural iluminaba cenitalmente este espacio, al igual que las salas situadas en los brazos del edi cio y el patio cubierto del acceso. A través de este patio se iluminaba el vestíbulo equivalente en el sótano, donde se hallaban el comedor, el museo de máquinas, la estación agronómica, talleres y cuartos de instalaciones. Los torreones albergaban las distintas dependencias de las estaciones. Del mismo modo que ocurría con el edi cio de la Fábrica de Loza, la nueva escuela se adaptaba a los desniveles del terreno; por ello, su fachada principal tenía una altura menos que la pos- terior, puesto que la cota del patio principal era unos metros más alta. De esta manera, los huecos de semisótano de la fachada sur Escuela de Ingenieros Agró- nomos. Planta baja. 1912. Carlos Gato Soldevilla. Ministerio de Educación, Cul- tura y Deporte. AGA, Fondo Ministerio de Educación, caja 31/04864. 123 eran huecos completos en la norte, con lo que la planta sótano, en realidad, era una planta baja en la fachada trasera. Este desni- vel del terreno se salvaba mediante sendas escaleras adosadas en las fachadas laterales. La construcción del edi cio fue muy lenta, con constantes in- terrupciones. Durante los trabajos, las clases continuaron en la Fábrica de Porcelana, de forma que esta se iba demoliendo a medida que avanzaban las obras de aquel. No sorprende, pues, que las condiciones en las que trabajaban alumnos y profesores fueran absolutamente deplorables. En un informe redactado el 1 de marzo de 1924 por el director de la Escuela en ese momento, Ignacio Víctor Clario Soulán, y dirigido al subsecretario del Mi- nisterio de Fomento, se desarrolla una amarga queja acerca de la lentitud de las obras y se acompaña de algunas imágenes que muestran el estado de las instalaciones: En 1908 se acordó la construcción del nuevo edi cio para albergar la Escuela de Ingenieros Agrónomos, por considerar en estado ruinoso la existente. Hasta nes de 1923 no se ha terminado la mayor parte de un cuerpo de los tres de que consta el nuevo edi cio y se ha anunciado en la Gaceta la subasta para la terminación de la totalidad de las obras. En estos momentos, el edi cio que 17 años atrás se consideró en estado ruinoso, continúa utilizándose para la enseñanza con grave peligro para la vida de Profesores y alumnos: se ha derrumbado el techo Alzado trasero de la Escuela de Ingenieros Agrónomos en 1930. Dibujo de la autora. 124 Fotografías del informe de 1924. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas. UPM. 125 de dos clases, parte del Museo de Máquinas y está próximo a desplomarse el resto, como puede verse por las fotografías que se acompañan…19 También la concentración de esfuerzos, tanto económicos como humanos, dejó descuidada la Casa de O cios, con los conse- cuentes derrumbes de falsos techos en los dormitorios de los alumnos. Unos años más tarde, en 1929, Carlos Gato se encargó del diseño del pabellón de máquinas, que se construyó junto al edi cio de la Escuela, al noroeste. Se trataba de una versión a menor tamaño del edi cio principal. Afortunadamente, el pabellón sobrevivió sin grandes daños a la guerra civil y, salvo el material de la cubierta, hoy podemos ver el edi cio tal y como se proyectó. Su observación es de gran ayuda cuando intentamos hacer el ejercicio de imaginar cómo era la antigua Escuela, pues basta trasponer los órdenes, materia- les, colores, carpinterías y ornamentación para obtener la imagen buscada. Muy cerca de la Escuela de Agrónomos se encontraba entonces, y se encuentra hoy, la Casa de Velázquez, otra de las construccio- nes que sobrevivió a la guerra, en este caso menos transformada que la Escuela. La historia de la Casa de Velázquez se remonta a 1909, cuando se abrió en Madrid, por impulso de la Universidad de Burdeos, la Escuela de Altos Estudios Hispánicos para recibir investiga- dores franceses en su etapa formativa. Poco después, Alfonso XIII cedió a Francia en usufructo un terreno de unos 20 000 m2 en La Florida. En 1920 se colocó la primera piedra, se inauguró inacabada en 1928 y se terminó nalmente en 1935. Para este edi cio se adoptó un estilo ecléctico que recordaba a las obras de Gómez de Mora y que se completó con la portada del Palacio de Oñate, edi cio en aquel entonces ya desaparecido, que se había levantado en la calle Mayor de Madrid, frente al convento de San Felipe el Real, también demolido décadas antes. Tras su derribo, la portada, obra de Pedro de Ribera, se guardó hasta que el Ayun- tamiento decidió regalarla a la institución francesa. 19. Informe del director de la Escue- la Excmo. Sr. D. Ignacio Víctor Clario Soulán al Excmo. Sr. Subsecretario del Ministerio de Fomento (1 de marzo de 1924). Escuela Técnica Superior de Inge- niería Agronómica, Alimentaria y de Bio- sistemas. UPM. 126 * El paisaje de La Florida Paisajísticamente, La Florida era un territorio despejado, en el que predominaban los cultivos, si bien existían diversas variantes dentro de sus límites. Al norte, próximo a las tapias de El Pardo, había un antiguo y denso pinar, que cerraba las vistas de la mese- ta en esa dirección. De este bosque poco se sabe, pues no es fácil encontrar imágenes de la época donde poder ubicarlo, aunque sí aparece dibujado con mayor o menor precisión en algunos pla- nos20. En el centro, más seco, se extendían las eras, los viñedos y los olivares, aprovechados, junto a la Granja de Castilla la Nueva, por la Escuela de Agricultura. Otra zona de paisaje relevante en la nca era la vega del Manzanares, en su límite oeste. Esta era una franja de terreno alargada muy frondosa, al recoger la hume- dad del río y de los arroyos que desembocaban en él. Se hallaba limitada, al oeste, por el propio río y, al este, por los taludes de la cornisa. Albergaba una serie de jardines antiguos, restos del Real Sitio de La Florida, que gozaban de gran popularidad entre los madrileños. Tanto era así que este éxito motivó las mayores reticencias y críticas a la ubicación de la Ciudad Universitaria en Viaducto de los Quince Ojos y Escuela de Agricultura. S. f. Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. UCM. BH FOT CU 1354. 20. La nca suele aparecer representada, parcialmente o en su totalidad, en el lími- te noroeste de los planos del Madrid de la época. Algunos ejemplos de estas car- tografías son el plano de José Nieto de 1848, el de Facundo Cañada de 1900 o el de Núñez Granés de 1910. 127 La Florida, puesto que se entendía como la pérdida de uno de los espacios verdes más queridos de la ciudad21. Otros muchos jardines de la nca habían sido ya desvirtuados tras la cesión de los terrenos a la Escuela de Agricultura, si bien desde entonces se había fomentado el carácter de huerto-jardín, una modalidad que, como apunta Pilar Chías (1986, 63) siguien- do a Winthuysen, era una «alternativa interesantísima en la que existían igualmente cultivos, espacios con bosques y matorrales espontáneos». Aunque la nca de La Florida estaba ocupada en su mayor parte por los agrónomos, existían también diversas instituciones inde- pendientes que habían ido instalándose en el lugar entre nales del siglo XIX y principios del XX. A diferencia de la Casa de Velázquez o la Escuela de Agrónomos, no han llegado a nuestros días, pues fueron arrasadas durante la guerra civil y no se recons- truyeron después. Se trataba, por un lado, de instituciones sanita- rias y bené cas, como el Instituto de Higiene o el Asilo de Santa Cristina, y, por otro, de complejos dedicados al ocio, como el campo de Tiro Nacional o el casino Parisiana. Todos ellos se ubi- caban en la zona de La Florida más próxima al centro de Madrid. El Instituto de Higiene de Alfonso XII era un gran caserón de cuatro plantas en su fachada principal y dos patios interiores ce- rrados por dicha fachada en uno de sus lados, y en los otros tres por las fachadas laterales y trasera, de una sola altura. Estaba dedicado fundamentalmente a la investigación y el desarrollo de vacunas y, junto a él, se hallaban otros dos pabellones destinados a investigaciones veterinarias. Al otro lado del paseo de La Moncloa, que cruzaba la nca en di- rección norte-sur, uniendo la plaza de La Moncloa con la Escuela de Agrónomos, se encontraban el Instituto Rubio y el Instituto Príncipe de Asturias. El primero, de gran sobriedad, enfoscado y con cubierta plana, tenía claras in uencias europeas de la época. Estaba dedicado a la atención de enfermos, pero también a la investigación, utilizando técnicas punteras e instrumental avan- zado22. El segundo, con fachadas en fábrica de ladrillo visto, se hallaba solo parcialmente construido al proyectarse la Ciudad Universitaria, y estaba consagrado a la investigación contra el cáncer. 21. La Florida en su conjunto no debió de ser un territorio especialmente bosco- so, sino más bien un paisaje agrícola con vegetación dispersa. No cabe duda, sin embargo, de que la vega del Manzanares sí era particularmente exuberante. Así lo demuestran, además de las fotografías y planos, los testimonios de algunos escri- tores, como es el caso de Arturo Barea (2011 [1943], 425), un paseante asiduo de La Moncloa: «Me fui a los pinares de la Moncloa y me dejé caer sobre la alfom- bra blanda y escurridiza de agujas de pino. Mientras miraba los grupos de gente do- minguera al pie del cerro, pensaba en Marruecos; y la ruta de los reyes que se extendía allá abajo, entre los árboles, me hizo pensar en aquella otra que yo había ayudado a construir». 22. La Ilustración Española y Americana, 15 de marzo de 1897, 164-169. 128 El Asilo de Santa Cristina seguía la línea de los sanatorios anti- tuberculosos del momento, con sus pabellones exentos de una o dos plantas dispuestos en orientación este-oeste y dispersos por un jardín que en algunos rincones se convertía en huerta. Situado en una zona bastante escarpada, estaba rodeado por una gran verja, similar a la que rodeaba el Instituto de Higiene. Se trataba de un complejo de contorno irregular y de gran tamaño, que ocupaba aproximadamente dieciséis hectáreas. Sus límites este y oeste, establecidos por el solar del futuro Hospital Clínico y el paseo de La Moncloa, se hallaban separados 350 metros; y entre los límites norte y sur que marcaban el campo de Tiro Nacional y el casino Parisiana, respectivamente, había unos 450 metros. Al norte del Asilo, por tanto, se encontraban los terrenos del Tiro Nacional, que se extendían hasta el este del edi cio de la Escuela de Agrónomos. La relación entre vecinos distaba mucho de ser buena, pues los agrónomos se quejaban con frecuencia de que las balas perdidas de los tiradores alcanzaban al ganado de la Granja de Castilla la Nueva que pastaba en la zona. De hecho, a raíz de un accidente ocurrido en 1923, del que fue víctima en esa ocasión un transeúnte, el campo de Tiro Nacional fue clausu- rado, y durante los años sucesivos se enviaron cartas e informes justi cando la instalación de nuevas medidas de seguridad y soli- citando su reapertura23. Por último, al sur del Instituto Rubio, y muy próximo ya a la plaza de La Moncloa, se localizaba el casino Parisiana, un animado y frecuentado lugar de la época, en cuyos jardines existía un au- ditorio que disponía sus gradas aprovechando la pendiente del terreno, y en el que se podía asistir a las actuaciones de conoci- dos cantantes y bailarines del momento. Había sido inaugurado en mayo de 1907 y se mantuvo en funcionamiento hasta que en 1924 el local pasó a ser propiedad del Instituto Príncipe de Asturias. Además de las edi caciones y las zonas ajardinadas, recorrían este lugar diversas infraestructuras de transporte. Desde 1902 funcionaba una línea de tranvía de vapor que iba desde San An- tonio de La Florida hasta El Pardo. Por otro lado, se sabe que hacia 1880 circulaba desde la plaza de La Moncloa un tranvía de tracción animal que llevaba hasta la Escuela de Agricultura; este tramo se convirtió en 1905 en prolongación de la línea 22, que 23. Archivo Histórico Nacional, FC-PRESID GOB PRIMO DE RIVERA, 222, Exp. 22. 129 pasaba por la Puerta del Sol. En 1916 se inauguró la línea 41, que unía Santo Domingo con el Club de Puerta de Hierro, discu- rriendo por Moncloa y la Escuela de Agrónomos24. La nca se encontraba surcada también por multitud de caminos. La plaza de La Moncloa y el Palacete estaban conectados me- diante el paseo de La Moncloa, que pasaba por la Escuela y por el que circulaban los tranvías; contaba, además, con un pequeño puente sobre el arroyo Cantarranas: De Oeste a Este discurría el paseo de las Moreras, que se bifurcaba siguiendo dos vaguadas en el ca- mino del Vivero y el paseo bajo de las Moreras que conducía a la Quinta de los Pinos y El Tomillar. Nu- merosas sendas comunicaban unos con otros y eran utilizadas fundamentalmente por el Instituto Agríco- la […] Por otra parte, la pendiente oeste, las vagua- das y la erosión provocaban una tendencia evidente a producir eriales; este era el aspecto que muchas de sus laderas presentaban, debido también al abando- no y a la lejanía de las acequias (Chías 1986, 69). Estado de la Ciudad Universi- taria en 1926. José Luis González Casas, Leyre Mauleón Pérez y Jara Muñoz Her- nández. 24. González Cárceles (2009, 16) explica que «en el jardín delantero (de la Escuela) se construyó una raqueta para los tranvías con remolque y desde donde partía una vía única que, salvando una fuerte pen- diente, cruzaba el arroyo Cantarranas y pasaba junto al Palacete de La Moncloa; posteriormente, ya con doble vía, atrave- saba la Granja de Castilla la Nueva y pro- seguía hacia el norte cruzando el arroyo de las Damas, bordeando el estanque del mismo nombre, hasta alcanzar el monte de El Pardo». 130 Con este contexto se encontraron, en 1927, los plani cadores de la Ciudad Universitaria, que se vieron en la tesitura de decidir qué elementos conservaban e incorporaban al proyecto y cuáles no. La idea de una nueva universidad para Madrid había nacido una década antes, si bien durante los años sucesivos el proyecto se fue haciendo más complejo, pasando de un hospital y facultades asociadas a él a un campus completo que reuniera las distintas disciplinas del saber. Uno de los puntos más interesantes del debate sobre el nuevo complejo universitario se centró en su ubicación. Los partida- rios de La Florida y La Moncloa eran los círculos más próximos al rey. Ante esta opción no se valoró la pequeña extensión dis- ponible, de solo 35 hectáreas, ni las sucesivas compras que, en consecuencia, deberían realizarse para ampliarla, puesto que se contaba con que las presiones del rey conseguirían la cesión de la nca al Ministerio de Instrucción Pública (Chías 1986, 35); tampoco se tuvo en cuenta que con esta operación Madrid perdía uno de sus parques públicos más populares, situación que, como ya sabemos, originó gran cantidad de detractores del proyecto25. Como ventajas, se esgrimían la cercanía a Madrid y la existen- cia de algunas instituciones bené co-asistenciales, que se verían completadas con el hospital y la Facultad de Medicina. Además, La Moncloa era el paisaje idóneo en el que llevar a cabo el con- cepto de campus inspirado fundamentalmente en los campus universitarios norteamericanos, rodeados de naturaleza sin estar muy alejados del centro de la ciudad. La Escuela de Agrónomos en el proyecto de Ciudad Universitaria Una vez que quedó decidido el emplazamiento de la Ciudad Uni- versitaria en La Moncloa, la principal necesidad era aumentar y regularizar los terrenos del futuro campus. Como es evidente, esta ampliación afectaba necesariamente a la Escuela de Agró- nomos, puesto que ocupaba la mayoría de los terrenos de La Florida. En principio, se intentó disponer para el campus de la totalidad de las tierras que quedaban al este del paseo de La Mon- cloa, dotado, como ya se ha dicho, de tranvía. Para ello el propó- sito inicial era trasladar el campo de Tiro Nacional y el extenso Asilo de Santa Cristina y, en segundo lugar, comprar los terrenos colindantes que fueran necesarios. Este segundo objetivo fue 25. Véase, por ejemplo, «Madrid pierde una zona verde», El Socialista, 12 de septiembre de 1929, 1. 131 Construcción de la Escuela de Agrónomos, ca. 1925. En primer plano, la Fábrica de Porcelana. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas. UPM. 132 fácil de conseguir y pronto se formalizó la compra de terrenos particulares; el traslado de las instituciones no fue, sin embargo, sencillo, lográndose solo el del Tiro Nacional. El Asilo de Santa Cristina permaneció, por tanto, como un islote independiente en el interior de la Ciudad Universitaria. A medida que el proyecto de la Ciudad Universitaria evolucio- naba, se planteó también dedicar una parte del campus a las Be- llas Artes. Las facultades de este ámbito, entre las que se encon- traba la Escuela de Arquitectura, se emplazarían al otro lado de la nueva carretera de La Coruña, en la parte oeste de la nca. Así, dio lugar el comienzo de las obras, que se extendieron por la totalidad de La Florida, incluso antes de que la nca hubiera sido cedida o cialmente y, tal y como señala Pilar Chías (1986, 20), «el proyecto se situó indiscriminadamente sobre solares o cerros desnudos, pero también sobre tierras de labor, cultivos y granjas explotados por el Instituto Agrícola Alfonso XII, y sobre jar- dines y praderas utilizados asiduamente como parque público». La nalidad era obtener una plataforma de rasante única sobre la que ubicar las facultades del conjunto universitario. Evidente- mente, para ello fue necesario alterar de forma considerable la irregular topografía de La Moncloa, mediante costosísimos tra- Excavaciones y desmontes. S/f. AGUCM, D-1712,2 009. 133 bajos de desmontes y terraplenes, de cuya magnitud dejan cons- tancia numerosas fotografías e incluso pequeñas lmaciones del momento. A pesar de estas alteraciones no menores, se respetaron algunas de las edi caciones existentes y parte de la red viaria, bien por imposibilidad de su traslado, como era el caso del Asilo, bien porque cumplían una función que interesaba mantener, como era el caso de la Escuela de Agrónomos, que, además de ser una institución muy consolidada, tenía claramente relación con el ca- rácter universitario e investigador que se iba a infundir a la zona. No obstante, la Escuela de Agrónomos perdía con las operacio- nes de extensión del campus casi todos sus campos de prácticas, quedando como una charnela entre el campus sanitario y el ar- tístico, en el punto de la bifurcación de las dos grandes vías que atravesaban La Florida. Como ya se ha visto, la construcción del edi cio de la Escuela de Agrónomos fue lenta e intermitente. El primer pabellón, co- rrespondiente al ala derecha del edi cio, se inauguró en 1925, pero todavía se pueden ver obras y maquinaria en el edi cio de Agrónomos en las fotografías de las primeras excavaciones de la Ciudad Universitaria. De hecho, parte de la construcción de la Escuela convivió con las obras de las primeras facultades, y la realidad es que el edi cio proyectado por Carlos Gato nunca se llegó a terminar. Se levantó el cuerpo central y el ala este, y la mitad del ala oeste del edi cio, hasta el pabellón intermedio. Es claro que la intención era proseguir con las obras, pues este pabe- llón se cerró simplemente con un muro de fábrica vista. En 1935 se realizó otro proyecto para terminar el ala izquierda del edi cio de la Escuela. Esta vez el arquitecto no fue Carlos Gato, que había fallecido en un accidente de trá co acaecido en Suiza dos años antes, sino Emiliano Castro. Seguía el diseño del edi cio original, y proponía cerrar el patio resultante entre los dos brazos con una verja de hierro. Sin embargo, tal proyecto nunca llegó a ejecutarse y al comienzo de la guerra civil el edi - cio no estaba concluido, aunque sí en pleno funcionamiento. La simetría que actualmente presenta el edi cio se debe a la recons- trucción posbélica. 134 135 Una vez que se estabilizó el frente de Ciudad Universitaria, la Es- cuela de Agrónomos se encontró en el lado del ejército franquis- ta, si bien no se utilizó como posición estable de las tropas, por su proximidad a la zona republicana. Precisamente debido a su situación geográ ca, entre las facultades del grupo médico, en el lado de la República, y la Escuela de Arquitectura, que era el cen- tro de mando del bando sublevado, la guerra fue especialmente dura con el edi cio de los agrónomos, al encontrarse entre los dos fuegos. Una de las mayores pérdidas para la institución fue la de la biblioteca de la Escuela, ubicada en el ala este del edi cio, que fue destruida por sucesivas voladuras en 1937. El resto del inmueble, aunque maltrecho, consiguió mantenerse en pie. Tras la guerra, la reconstrucción de la Ciudad Universitaria fue bastante rápida, pero sin una política homogénea al respecto. En el caso de la Escuela de Agrónomos, se tomó la decisión de le- vantar tanto la desaparecida ala este como la parte del ala oeste que nunca había llegado a terminarse. El cómo hacerlo, sin em- bargo, no debió de estar claro desde el principio, pues si observa- mos el edi cio de agrónomos en la maqueta del proyecto de re- construcción del año 1943, el estilo sigue el del existente antes de la contienda, si bien con ambas alas simétricas. Podría, por tanto, deducirse que en algún momento se quiso reconstruir el edi cio siguiendo su proyecto original, aunque nalmente esto no fue así. La actual Escuela de Agrónomos ofrece una imagen muy dife- rente, con la intención de ser más similar al resto del campus. Se construyeron nuevamente las zonas destruidas y aquella que nunca se había llegado a levantar, aunque con algunas diferen- cias. En el edi cio de Gato, las alas laterales estaban compues- tas por un cuerpo central con un pequeño ábside en el acceso, y dos cuerpos laterales con cinco huecos cada uno. El edi cio reconstruido cuenta con este mismo esquema, pero los cuerpos laterales no son simétricos, sino que uno de ellos, el que conecta el ala con el resto del edi cio, tiene los cinco huecos, y el otro tiene tres. De esta manera los brazos del edi cio actual son más cortos que los del original. Por lo demás, la nueva construcción es idéntica en planta a su predecesora, pues probablemente se aprovecharía en la medida de lo posible la cimentación existente. Sin embargo, el mayor cambio se encuentra en la nueva piel, que se levantó de ladrillo con huecos de arriba abajo. Desaparecieron los órdenes clásicos y el ladrillo de diferente color. En la página anterior: Casa de Velázquez y Escuela de Ingenieros Agrónomos, transformaciones durante la guerra civil. José Luis González Casas, Leyre Mauleón Pérez y Jara Muñoz Hernández. 136 El cuerpo principal del edi cio y parte del ala oeste, que no ha- bían sido destruidos, se dejaron en pie, pero se retiraron las co- lumnas y ornamentos de fachada y se dispuso sobre la fachada original el nuevo ladrillo. Así, hoy en día es difícil pensar que este edi cio se plani có a principios del siglo XX siguiendo aún el estilo del siglo anterior, aunque bajo su fachada actual se halle aún la vieja piel. El segundo gran cambio con respecto al edi cio original es su re- lación con el entorno próximo. La Escuela primitiva aprovecha- ba el nivel desigual del terreno, de tal forma que el patio delan- tero, donde se encontraba la entrada principal, estaba a una cota superior a la fachada trasera del edi cio. Esta disposición ofrecía una imagen más amable en la fachada principal, con un edi cio de menor altura que abría sus brazos hacia Madrid. Durante la reconstrucción, se tomó la decisión de dejar todo el terreno que rodeaba la Escuela al nivel inferior. Para solucionar el acceso principal, hubo de construirse una gran escalera, que es la que podemos ver hoy. Por otro lado, la organización actual del campus, en general, y de la Escuela, en particular, origina que la entrada más habitual al edi cio se haga por una pequeña puerta trasera. Todo ello causa una sensación extraña tanto al visitante, que no encuentra la planta noble junto a la entrada, como a los estudiantes, que apenas accederán al edi cio por su puerta prin- cipal durante el tiempo que estudien en él. Es difícil, por tanto, hacerse una idea de la extensión que la Es- cuela de Agrónomos tuvo en la actual Ciudad Universitaria, y también de cómo era el edi cio que la guerra destruyó. La ob- servación cuidadosa del paisaje y la ayuda de la reconstitución grá ca del lugar pueden, sin embargo, volver a transportarnos a La Florida-Moncloa y al primer campus universitario de Madrid. Estado de la Escuela de Agrónomos en 1930-1939-2015. Dibujo de la autora. Fotografía antigua: Escuela de Agróno- mos. 1939. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas. UPM. Fotografía actual: José Luis González Casas. 137 138 139 El organismo productor: La Junta Constructora de la Ciudad Universitaria Para los archiveros existe, en la metodología archivística, un postulado básico a la hora de emprender la organización de los documentos. Se trata del principio de procedencia orgánica1. Cuando nos enfrentamos a clasi car de manera interna un fondo documental, debemos conocer la organización de la entidad física o jurídica que lo ha producido. Solamente, de esta forma, entenderemos los documentos que manejamos, respetaremos las series do- cumentales que, de manera natural, se han generado como resultado del desarrollo de las competencias y actuaciones que la legislación, con carácter exclusivo, ha encomendado al organismo en una determinada materia y durante un periodo cronológico concreto. Es, por tanto, obligado hablar de la dilatada trayectoria de la Junta para entender el material archivístico. Hacer referencia, desde el punto de vista institucional, a su historia, antece- dentes, normativa, competencias asignadas, actividades desarrolladas… Porque, tal y como a rma Pilar Chías (Chías 1984) «La Ciudad Universitaria y su planeamiento fueron compe- tencia estricta de la Junta Constructora, las obras realizadas y su plasmación en espacios y arquitectura». Por lo que se re ere a los antecedentes, aunque el proyecto universitario se puso en marcha por Real Decreto (R.D.) de 20 de octubre de 19112, con el nombramiento de una comisión encargada del estudio del proyecto de un hospital clínico, y el nombramiento de otra poste- rior en marzo de 19193, en la que se incluía además el estudio de una Facultad de Medicina, autorizándose ambas construcciones por R.D. de 30 de diciembre de 1920, no es hasta el Real Decreto-ley de 17 de mayo de 19274, publicado en la Gaceta de Madrid y rmado por el Presidente del Consejo de Ministros Miguel Primo de Rivera, cuando se iniciará el despegue del proyecto, con el establecimiento de la Junta Constructora de la Ciudad Uni- versitaria, bajo el Patronato de Alfonso XIII. FUENTES DOCUMENTALES PARA EL ESTUDIO DE LA CIUDAD UNIVERSITARIA EN EL ARCHIVO GENERAL DE LA UCM Isabel Palomera Parra 1. https://www.mecd. gob.es/cultura-mecd/ areas-cultura/archivos/ mc/dta/diccionario.html [consulta: 9 de mayo de 2017]. Diccionario de Terminología Archivís- tica del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Principio fun- damental de la archivís- tica que establece que los documentos produci- 140 Estuvo constituida en los inicios por dos vicepresidentes y doce vocales, que se ampliarán a dieciséis en 19285. El nombramiento del rector como vicepresidente de la Junta constituye, según Gar- cía de Enterría (1988), el vínculo permanente de la Universidad Central con la Ciudad Universitaria. Asimismo, queda institucio- nalizada la relación del Ministerio de Instrucción Pública con la obra, a través del nombramiento como vocal de un arquitecto de Construcciones Civiles dependiente de ese organismo. La singular importancia otorgada a la entidad se pone de mani- esto al establecer que funcione de forma autónoma, sin adscrip- ción orgánica, lo que lo convierte en alfa y omega del proyecto. Se le atribuye un carácter exclusivo para la puesta en marcha, ejecución y nalización de la construcción de la Ciudad Universi- taria. Sólo estará tutelado por el Ministerio de Instrucción Públi- ca, a través de la Universidad Central. Con personalidad jurídica y administración propia, se le con ere completa autonomía en la gestión. García de Enterría (1988) lo cali ca como «el primer organismo autónomo en el ámbito de la política universitaria». En el aspecto económico, es dotada de patrimonio y recursos propios, unos provenientes del Estado y otros de instituciones públicas y privadas. Además, para asegurar económicamente el proyecto, se implanta otra fuente de nanciación como estímulo para acrecentar las aportaciones particulares: los sorteos extraor- dinarios de premios en metálico cuyos billetes serán expedidos por la Dirección General de Tesorería y Contabilidad. La capacidad de aplicar un procedimiento administrativo rápido pone en evidencia la preeminencia del organismo y la prioridad dada a la ejecución de la obra. Así queda plasmado en el R. D.: Que los informes que sobre los asuntos relacionados con la construcción de la Ciudad Universitaria hubieren de evacuar el Consejo de Estado, el Tribunal Supremo de la Hacienda pública y demás dependencias u o cinas públicas tendrán siempre el carácter de urgente en su tramitación. La empresa institucional emprendida continuó su camino tras la proclamación de la Segunda República. Aunque, por decreto de dos por una institución u organismo no deben mezclarse con los de otros. Deri- vados del principio de procedencia son: A) El principio de respeto a la estruc- tura establece que la clasi cación in- terna de un fondo debe responder a la organización y competencias de la institución u organismo productor. B) El principio de respeto al orden origi- nal establece que no se debe alterar la or- ganización dada al fondo por la institu- ción u organismo productor, ya que ésta debe re ejar sus actividades reguladas por la norma de procedimiento. 2. Redactado por el doctor Amalio Jimeno, ministro de Instrucción Pública. La Comisión estaba integrada por seis catedráticos de Medicina y un arquitecto. 3. Real Orden de 17 de marzo de 1919. 4. Real Decreto-ley de 17 de mayo de 1927 (Gaceta 17 de mayo). Creación de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. 5. Real Decreto 5 de marzo de 1928 (Gaceta 6 de marzo). Se incorporan a la Junta como vocales los decanos de las Facultades de Filosofía y Letras y Derecho y un catedrático de cada una de ellas. 1414 de mayo de 19316, el gobierno provisional disolvió la composi- ción de la Junta, incorporando nuevos miembros y modi cando el Patronato y la Presidencia, al nombrar como presidente del organismo al Presidente del Gobierno y como vicepresidente al Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, sin embargo, mantuvo a los responsables del proyecto, los preceptos legales y las competencias asignadas. Incluso acrecentó sus prerrogati- vas con exenciones tributarias, como la exención de derechos de Aduanas para todo el material cientí co, de investigación, docen- te o clínico7. En mayo de 19338, se aprobó el Reglamento a propuesta del Mi- nistro de Instrucción pública y Bellas Artes, dividiéndose admi- nistrativamente en un Comité ejecutivo (responsable de llevar a la práctica los acuerdos de las comisiones, una vez aprobados y con rmados por el ministro de Instrucción Pública) y nueve comisiones: Plan General y Urbanización, Proyectos e Instala- ciones, Obras, Hacienda, Personal, Residencias y Deportes, Ser- vicios Culturales, Propaganda y Asuntos Generales; además, se establecieron las funciones del Jefe de personal, Tesorero y Ar- quitecto Director. Serie de billetes de lotería para iniciar las obras de la Ciudad Universitaria. 17 de mayo de 1927. AGUCM, AH-281. 6. Decreto de 4 de mayo de 1931 (Gaceta 5 de mayo). Reorganización de la Junta Constructora. 7. Ley 28 de diciembre 1932 (Gaceta 29 de diciembre) declarando no se hallan comprendidos en el impuesto de 1,30 por 100 sobre Pagos del Estado los ordenados por la Junta de la Ciudad Universitaria. 8. Decreto 26 mayo 1933 (Gaceta 28 de mayo) de aprobación del Reglamento de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. 142 143 La ley de 10 de febrero de 19409 reorganizó la Junta Construc- tora, que pasó a denominarse Junta de la Ciudad Universitaria de Madrid, bajo el Patronato del Jefe del Estado. Se instauró, para asuntos de trámite y urgentes, la delegación por el Pleno en una Comisión Permanente, cuyo vicepresidente era el ministro de Educación Nacional con delegación en el subsecreta- rio del departamento. Como vicepresidente segundo, el director general de Enseñanza Universitaria y como vicepresidentes: el rector de la Universidad de Madrid, el director general de Ar- quitectura, el secretario del Consejo Superior de Investigaciones Cientí cas, el delegado nacional de Educación de Falange, el jefe nacional del SEU, el asesor jurídico y un secretario-administra- dor. Este elenco de representación de diversos ámbitos evidencia la importancia que seguía manteniendo el organismo y el valor de la actividad que se le encomendaba. Con fecha 29 de mayo de 1940, tendrá lugar la primera sesión de la Comisión Permanente, a la que asistirá el arquitecto director del Gabinete Técnico. La Junta Constructora se suprime por ley en 196910, al desapare- cer a partir de 1970 junto con otros organismos autónomos. Sus recursos y dotaciones quedan integrados desde esa fecha en el presupuesto de la Universidad. En 1971, al crearse la Universidad Complutense de Madrid y promulgarse sus Estatutos, la sección de Obras y Conservación asume las funciones de la desaparecida Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. A partir de aquí, las obras de la Universidad y el mantenimiento de sus inmuebles se encuadran en la recién creada Gerencia General. El Archivo de la Junta Constructora en la Oficina Técnica La Junta Constructora abrió un concurso para la construcción de un pabellón para sus o cinas el 31 de diciembre de 193011. El proyecto arquitectónico del edi cio, encargado a Manuel Sán- chez Arcas, se terminó de construir en 1931. La denominada O cina técnica, sede administrativa y técnica de la Junta Cons- tructora, fue el centro neurálgico de operaciones desde donde se Plano formado por el Gabinete Técnico de la Junta Constructora. Con datos de organismos militares. [1940]. AGUCM, 111/12-01. En la página anterior: Grá co comparativo de la venta de lotería durante los años 1932 a 1935. [1935]. AGUCM, D-1770,12. 9. Ley 10 de febrero de 1940 (BOE 17 de febrero) organizando la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. 10. Ley 115/1969, de 30 de diciembre (BOE 31 diciembre) de Presupuestos Generales del Estado. Artículo quincua- gésimo segundo. A partir de primero de enero de mil novecientos setenta se supri- men los Organismos Autónomos: «Junta de la Ciudad Universitaria de Madrid… y sus recursos y dotaciones se integran, desde la misma fecha, en los presupuestos de las correspondientes Universidades». 11. 31 de diciembre de 1930 (Gaceta de 31 de diciembre). Concurso de obras para la construcción de un pabellón para las o cinas de la Junta Constructora. 144 dirigió todo el proyecto constructivo de Ciudad Universitaria. El también denominado Pabellón de la Junta será posteriormente renombrado como Pabellón de Gobierno, al convertirse en la sede del Rectorado y de los servicios administrativos centrales. En lo referente a la documentación, el Real Decreto-ley de 17 de mayo de 1927 ordenaba que la Comisión, creada por el R. D. de 20 de octubre de 1921, que constituyó la Junta de Patronato para construir el Hospital de la Moncloa, hiciese entrega del archivo y los inventarios a la recién creada Junta Constructora12. En las nuevas dependencias de la O cina Técnica se instala el Archivo de la Junta Constructora. Se van depositando los dibujos, mode- los, maquetas, las primeras propuestas de conjunto, los proyectos y sus adaptaciones, los croquis y planos de los edi cios, los do- cumentos de trabajo para la uniformización de la topografía del terreno mediante desmontes, los contratos, escrituras de com- praventa, los expedientes de concursos, las facturas de adqui- sición de equipamiento y suministros. Igualmente, la redacción del anteproyecto fechado en octubre de 1928 y, posteriormente, presentado en la sesión de la Junta de 5 de noviembre de 1928, constituido por más de 90 planos y esquemas, una gran perspec- tiva de conjunto y una maqueta (Chías 1986, 93). Además de la documentación generada por la intensa labor del gabinete técnico, que estaba vinculada al planeamiento y a la tarea constructora, en el archivo se guardaba la documentación generada por la gestión diaria: administrativa, económica y del personal vinculado, de una manera u otra, a la obra. Fichas y ex- pedientes de los arquitectos (Luis Lacasa, Sánchez Arcas, Miguel de los Santos, Pascual Bravo, Agustín Aguirre, López Otero…), ingenieros (Eduardo Torroja, José Petrirena…), delineantes, aprendices, técnicos procedentes de las empresas constructoras, auxiliares, administrativos, vigilantes, personal subalterno, etc. La Guerra Civil ocasionó destrozos parciales en el Pabellón de la Junta, pero se mantuvo en pie (Chías 1986, 159). El conteni- do pudo evacuarse y se llevó al edi cio de la Bolsa (Chías 1986, 158)13. La documentación del archivo también fue recuperada, según un escrito de la Comandancia militar de 3 de marzo de 1937, en el que se señala: «Toda la documentación incluyendo los planos (aunque resultó la más afectada), archivadores, maqueta y Escritura de contratación de las obras del Pabellón de o cinas. 12 febrero 1931. AGUCM, AH-229. 12. AGUCM, D-1549. 13. En nota fechada en 1939, dirigida a López Otero, se indicaba que el contenido del Pabellón de la Junta había quedado bajo el control del pagador Gaztañaga. 145 enseres de las o cinas de la Junta Constructora fue recuperada y todo ello fue puesto bajo la custodia de la 40 Brigada»14. López Otero (1950) habla posteriormente del material recupera- do «Fue también tarea ímproba, una vez depurado el personal, la ordenación de todo el material técnico —planos, memorias, documentos, etc. que se logró reunir—; no se halló rastro de los modelos en yeso de los edi cios y del conjunto». De la tarea de reconstrucción de la Ciudad Universitaria y sus edi cios, también formó parte el Pabellón técnico. Fue reinaugu- rado en 1941 y la documentación, incluyendo las maquetas que fueron expuestas el 12 de octubre de 1943, volvió al archivo para continuar los trabajos de reconstrucción y acometer el plan cons- tructivo. A nales de los años 50, tuvo lugar el traslado de los servicios administrativos centrales que se encontraban en la calle de San Bernardo al Pabellón ya denominado de Gobierno, este hecho ocasionó la falta de espacio para albergar la documentación. Al mismo tiempo, se inicia una etapa en la que decae la actividad constructora y se realizan, principalmente, trabajos de manteni- miento y conservación de los edi cios. Desde los años 60, el Ministerio de Educación Nacional se encarga de los proyectos de obras de los edi cios de la Ciudad Universitaria, por lo que la Habitación donde estuvo instalada la documentación de la Junta Constructora en el Arco de Triunfo. Fotografía de la autora. 14. AGUCM, D-1719, 2. 146 documentación histórica es escasamente consultada. Todos estos factores propician el traslado al Arco de Triunfo de la documen- tación de la Junta Constructora, con excepción de los planos y la documentación de producción más reciente y, por tanto, necesa- ria para la gestión administrativa diaria. En el Arco de Triunfo permanecerá instalada y, en cierta manera, olvidada hasta nales de los años 70. En la Memoria de 1978- 79, la responsable del Archivo Histórico Universitario ubicado en San Bernardo, Dolores Corrons Rodríguez, da cuenta de «la recepción de una gran parte de la documentación de la Junta de la Ciudad Universitaria, que estaba almacenada en el Arco de Triunfo». Posteriormente, en 1982 se envían al archivo las pelí- culas que, desde el Arco de Triunfo, habían sido depositadas en el Servicio de Obras e Instalaciones y que, a continuación, serán enviadas a la Filmoteca Nacional15. La transferencia de los documentos de la Junta Constructora al Archivo General de la UCM, donde en la actualidad se encuen- tran, tuvo lugar en el año 2007. El fondo documental procedente del denominado Archivo Histórico Universitario fue incorpora- do al mismo como consecuencia de la integración de este último en el sistema archivístico de la UCM. Por lo que se re ere a la documentación grá ca, los planos siguie- ron formando parte del archivo de la Dirección de Obras, hasta que en 2012 y 2016, respectivamente, fueron también transferi- dos al Archivo General. El Fondo Documental de la Junta Constructora conservado en el Archivo General de la Universidad Complutense La documentación de la Junta Constructora constituye, dentro del Archivo General, un fondo documental que integra el con- junto de las series que generó el organismo en el ejercicio de sus competencias. Tiene como fechas extremas 1921-1970. Con un total aproxi- mado de 800 unidades de instalación. En el momento actual, la documentación se encuentra organizada y descrita a nivel de unidad de instalación según la Norma Internacional de Descrip- 15. Son enviados 23 rollos de películas cuyos títulos son los siguientes: Resurrección; Ministro Educación inaugura Ciudad Universitaria; Trincheras de paz. 147 ción Archivística Multinivel ISAD (G) y es accesible a través de la base de datos descriptiva de los registros documentales del AGUCM16. El carácter extraordinario del organismo quedó re ejado en las igualmente extraordinarias funciones que desempeñó: * Adquirir, poseer y administrar toda clase de bienes. * Conseguir los terrenos necesarios para completar la exten- sión que se considere necesaria para la total construcción de la obra, mediante permuta, compra o expropiación for- zosa. * Establecer el número, emplazamiento, dimensiones, desti- no y demás condiciones de los edi cios, tanto Facultades, como Laboratorios, Colegios mayores, Campos de depor- te y demás servicios, según el plan de conjunto que la Junta decida. * Anunciar los concursos necesarios para llevar a cabo los proyectos arquitectónicos, totales o parciales. Decidir el que se considere mejor. * Designar a los Arquitectos que debían ejecutar los proyec- tos. * Ordenar la ejecución de toda clase de obras. * Inspeccionar y vigilar las obras en construcción. * Recepcionar de manera provisional o de nitiva las obras. * Distribuir los trabajos entre los vocales, mediante el nom- bramiento de las Comisiones especiales * Adquirir todo tipo de suministros: mobiliario, menaje y material para la dotación de los edi cios. * Designar al responsable de la contabilidad, ingresos y pagos. * Nombrar y destituir al personal de o cina, vigilancia y sub- alterno. * Cualquier otra atribución que le sea otorgada por el Con- sejo de Ministros. 16. http://archivo.ucm.es/OPAC Archivo/jsp/system/win main.jsp [consulta: 4 de mayo de 2017]. 148 Plano esquemático de la Ciudad Universitaria. S/f. AGUCM, 54/11-30. 149 Las principales series documentales que muestran la actividad de la Junta Constructora son: * Escrituras de compraventa. * Actas de sesiones. * Informes. * Trabajos de plani cación. * Memorias. * Expedientes informativos sobre la inclusión de las Escue- las profesionales en los terrenos de la Ciudad Universitaria (Veterinaria, Magisterio, Comercio…). * Comunicaciones. * Expedientes de concursos de obras. * Proyectos de obras. * Planos. * Certi caciones. * Actas del pleno. * Actas de las comisiones. * Expedientes de contratos y suministros. * Fianzas. * Mandamientos de pago. * Facturas. * Pólizas de seguros. * Solicitudes de empleos. * Fichas alfabetizadas. * Nóminas. * Listas de jornales. * Expedientes disciplinarios. * Propaganda y publicidad. 150 * Sorteos de lotería. * Concesión de Becas de intercambio de profesores y alum- nos con universidades extranjeras17. Es obvia la imposibilidad de entrar a detallar aquí los contenidos de la documentación, por lo que sólo esbozaremos los más des- tacados: * Se conserva el borrador del proyecto de Real Decreto-ley de creación del organismo, que incluye la exposición de motivos. * Los informes, escritos y bocetos del arquitecto Modesto López Otero, resultado del viaje realizado para conocer los modelos universitarios más adelantados de Centroeuropa y Norteamérica. * Las actas de sesiones de la Junta, del Pleno y de las diferen- tes Comisiones (Obras, Residencias y Deportes, Hacienda, etc.). * El anteproyecto de 1929. * La correspondencia mantenida con particulares, empre- sas, organismos como el Banco de España, Ayuntamiento de Madrid, Ministerio de Instrucción Pública, autoridades universitarias, colegios profesionales, etc, ofrece una visión interesante de las relaciones que mantuvo la Junta. * Las escrituras de contratación de obras. En una primera etapa, nos informan sobre los desmontes y la explanación de los terrenos, los movimientos de tierras, obras de fábri- ca, apertura de vías, urbanización… * Los proyectos referidos al transporte, como el del traza- do del tranvía y sus diversas soluciones, o los vinculados a las infraestructuras como las redes de instalaciones: sanea- miento, suministro de energía eléctrica, gas, abastecimiento de agua… O el más novedoso: la moderna central térmica. Los correspondientes al viario y a los campos de deportes. * El expediente de la Residencia de Estudiantes con abun- dante documentación, que incluye aspectos curiosos como los menús y el equipamiento de ropa de cama y mesa. Carta de Modesto López Otero dirigida a Florestán Aguilar re riendo el desarrollo de su viaje por las universidades americanas. 1 de noviembre de 1927. AGUCM, D-1599. 17. Real Decreto de 22 de diciembre de 1930 (Gaceta 23 de diciembre). Otorga a la Junta la competencia de asignar una parte del presupuesto a becas para profe- sores y becarios de intercambio con uni- versidades extranjeras. Asignación que se otorgaba a través del Patronato de la Uni- versidad de Madrid, que llevará a cabo la gestión a través de la Junta de Gobierno y las Facultades. 151 * Las facturas, que permiten conocer al detalle el equipa- miento de los edi cios y las empresas proveedoras de mo- biliario, equipamiento sanitario-quirúrgico, pavimentos… Cabe destacar la factura de la empresa Sociedad Maume- jean, S. A. correspondiente a la fabricación de la vidrie- ra para el pórtico de la Facultad de Filosofía y Letras en 193518. * Cobran una gran importancia las actividades desarrolladas por la Junta en el aspecto de la propaganda y publicidad. La nalidad de obtener fuentes de nanciación necesarias para una empresa de tal magnitud implicó a toda la socie- dad del país en su conjunto e incluso tuvo una proyección de alcance internacional, fundamentalmente con Europa e Hispanoamérica. Se conservan anuncios de prensa, cam- pañas de publicidad, fotografías, folletos, décimos de lote- ría, relaciones de donantes… Plano de la Biblioteca Univer- sitaria de Leipzig. Incluido en la memoria del anteproyecto de construcción de la Biblioteca de la Ciudad Universitaria. S/f. [1931-1932]. AGUCM, D-1711,1. 18. AGUCM, D-1613,1. Factura de la Sociedad Maumejean Hermanos de Vidriería Artística S. A. en concepto de fabricación de la vidriera para el pórtico de la Facultad de Filosofía y Letras. 8 de julio de 1935. 152 Bocetos de las Bibliotecas Universitarias de Nueva York y Columbia. Incluidos en la memoria del anteproyecto de construcción de la Biblioteca de la Ciudad Universitaria. S/f. [1931-1932]. AGUCM, D-1711,1. 153 * Son interesantes los listados con el material recuperado en la inmediata posguerra, fundamentalmente enseres, mue- bles, material eléctrico, de fontanería… Mención aparte merece la documentación grá ca. Se conserva un importante número de planos que informan de manera detallada sobre cada uno de los edi cios y espacios: Facultades de Filosofía y Letras, Medicina, Ciencias…, Hospital Clínico, Paraninfo, Cen- tral Térmica, residencias universitarias, zonas de deportes; planos del trazado y la urbanización, espacios de ajardinamiento, redes de abastecimiento. El fondo documental de la Junta Constructora, conservado por el Archivo General, es la fuente archivística más completa para el conocimiento de la Ciudad Universitaria. No obstante, cabe mencionar la existencia de otras fuentes disponibles en centros públicos y privados, que también son de interés para el estudio del campus. La Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla conserva una co- lección de fotografías de la Ciudad Universitaria con imágenes de los planos, maquetas, edi cios, etc. fechadas entre 1930-1990. Ingresaron en la misma en 2011, procedentes de la Unidad de Obras19. El Servicio Histórico del Colegio O cial de Arquitectos de Ma- drid (COAM) cuenta con los denominados visados, se trata de los proyectos de obras comprobados y validados por el COAM. El denominado Fondo documental de la Ciudad Universitaria incluye 26 proyectos con 60 planos y 1300 negativos fotográ- cos. La cronología va de 1928 a 198820. En la actualidad, se encuentran en régimen de depósito en el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares. Asimismo, el Archivo General de la Administración tiene de- positado el archivo Estudio Fotográ co Alfonso adquirido en 1992 por el Ministerio de Cultura21, con fotografías de la Ciudad Universitaria fechadas en 1939. Por otra parte, la Agencia EFE cuenta con un importante archivo fotográ co en su fototeca22. Es reseñable la existencia de documentación de la Ciudad Uni- versitaria en archivos personales. Principalmente, se trata de la 19. h t t p : / / c i s n e . s i m . u c m . e s / record=b3704371~S6*spi [consulta: 6 de mayo de 2017]. 20. http://legados.ingra.es/#fon.CU [consulta: 6 de mayo de 2017]. 21. http://pares.mcu.es/ [consulta: 6 de mayo de 2017]. 22. h t t p s : / / w w w. e f e . c o m / e f e / espana/productos/lafototeca/130/ producto/72# [consulta: 6 de mayo de 2017]. 154 documentación conservada por los arquitectos e ingenieros vin- culados con la construcción de la Ciudad Universitaria: Modesto López Otero, Agustín Aguirre, Eduardo Torroja, etc. Última- mente, hemos tenido noticia de la donación del archivo personal del arquitecto Pascual Bravo Sanfeliú a la Biblioteca de la Escuela de Arquitectura. Por lo que se re ere a otro tipo de fuentes, como las publica- ciones periódicas, cabe destacar la Hemeroteca online del diario ABC23. Aún quedan fuentes y materiales sobre la Ciudad Universitaria inéditos. Por poner un ejemplo, recientemente ha visto la luz un material fotográ co del que hasta ahora no se tenía noticias. Se trata de alrededor de cuarenta placas fotográ cas de la Ciudad Universitaria realizadas en plena Guerra Civil, durante los años 1937-3924. Las fuentes archivísticas hacen posible conocer, entender, inves- tigar y documentar la arquitectura y el urbanismo existentes en la Ciudad Universitaria. Pero además los archivos poseen otra función: contribuyen a dar a conocer el patrimonio arquitectó- nico perdido, los proyectos e ideas que nunca vieron la luz, los edi cios que nunca llegaron a construirse, los que se construye- ron y sufrieron modi caciones que ya no son visibles, los que variaron las trazas arquitectónicas. El fondo documental de la Junta Constructora nos permite indagar y responder, entre otras, a la pregunta: ¿cómo se proyectó, cómo fue o cómo pudo ser la Ciudad Universitaria de Madrid? Para nalizar, creemos llegado el momento de pensar y poner en marcha un proyecto de amplio alcance. Un espacio colabora- tivo de referencia para la investigación, estudio, localización de fuentes y materiales. Sólo de esta manera se pondrán en valor los conceptos que, a lo largo de un dilatado tiempo, presidieron el proyecto constructivo: educación, cultura, progreso, conoci- miento, excelencia, internacionalización… y el reconocimiento de su traza en los espacios, la arquitectura, el paisaje, el urbanis- mo, etc. y cómo contribuyeron a convertir en un recinto único la Ciudad Universitaria de Madrid. Escritura de contratación de obras de la Ciudad Universitaria con la empresa Agromán. 18 de julio de 1929. AGUCM, D-1703. 23. http://hemeroteca.abc.es/(sitio visitado el 6 de mayo de 2017). 24. El País, 16 de septiembre de 2017. 155 156 157 ¡Este viaje! Esta es la mejor forma de estudiar. Aquí, sobre el terreno, en medio de estas gentes humildes, pero con orgullo; nobles, pero con trastienda para no dejarse torcer el brazo; tan inteligentes, que hasta saben hacer que no saben. Y siempre sinceros y valientes. Esto no se enseña en ninguna universidad de mi país. (Archer M. Huntington, sobre su viaje a España de 1892). Con apenas veintidós años, el joven millonario estadounidense Archer Milton Huntington (1870-1955) anotaba estas entusiastas frases mientras realizaba su primer viaje por la pe- nínsula ibérica. Atraído por los tópicos de la España romántica que habían difundido en su país los primeros hispanistas, el hijo de uno de los más eminentes empresarios de los fe- rrocarriles había vislumbrado con clarividencia que su vocación no era seguir gestionando los negocios familiares sino erigir un museo español. Con dicho objetivo en mente apren- dió castellano y árabe para acercarse a la historia y la literatura españolas pero no asistió a la universidad pues, como a rmaba, «lo que él quería eran conocimientos, no diplomas» (García-Mazas 1963, 18). Los conocimientos que él buscaba los adquirió durante sus pri- meros viajes por la España nisecular. Esos saberes, adquiridos a través de la experiencia y del estudio, le permitieron doce años después, en 1904, fundar en Nueva York la Hispanic Society of America. En cierto modo, la Hispanic Society fue su propia universidad; una institución concebida como biblioteca y museo abiertos al público que, gracias a su fortuna y su tesón, llegó a reunir la mejor colección bibliográ ca y artística hispánica de su país. Con la creación de un centro dedicado a los estudios hispánicos ofrecía a sus conciudadanos la posibilidad de apreciar y estudiar in situ obras de arte, monedas, restos arqueológicos, textiles, trajes típicos, trabajos arquitectónicos, artes decorativas y libros relevantes de la cultura española, primando así el conocimiento empírico por encima del teórico y el estudio independiente CONEXIÓN NUEVA YORK-MADRID: ARCHER M. HUNTINGTON Y LA CIUDAD UNIVERSITARIA Patricia Fernández Lorenzo 158 por encima de las pomposidades o ciales del sistema académico estadounidense (Pope 1957, 6). A pesar de sus ideas, con la publicación de su libro de viajes por España A note-book in Northern Spain y especialmente con la tra- ducción al inglés del Cantar de mio Cid, fue premiado por las más prestigiosas universidades estadounidenses: Yale en 1899 y Har- vard en 1904 le concedieron sendos Master honorí cos en Artes mientras la Universidad de Columbia le concedió dos Doctora- dos en Artes y Humanidades, en 1907 y 1908 (Proske 1963, 5). De esta manera Huntington consiguió el reconocimiento o cial del establishment académico a pesar de ser un outsider del sistema universitario. La comunidad universitaria española no quiso quedarse a la zaga y, cuando en 1920 se otorgó a la Universidad Central de Madrid la potestad legal de conceder títulos de doctor honoris causa, el embajador español en Washington, Juan de Riaño y Gayangos, propuso a Alfonso XIII la concesión a Archer Huntington de tal honor1. En la década de los años veinte Archer Huntington era recono- cido en España como un erudito hispanista y un mecenas que había favorecido la internacionalización de la cultura española. Sería demasiado extenso enumerar en este artículo todas las acti- vidades que promovió o apoyó pero sirvan como ejemplo algu- nas de las más conocidas: había expuesto en la Hispanic Society la obra de Joaquín Sorolla y de Ignacio Zuloaga, consiguiendo ambos un gran éxito en Estados Unidos; había invitado a Ramón Menéndez Pidal, a María de Maeztu o a Blasco Ibáñez, entre otros, a impartir conferencias en Nueva York; había hecho edi- ciones facsímiles de alta calidad de joyas de la literatura española y de libros raros, que posteriormente había difundido entre las principales bibliotecas europeas y americanas; había publicado libros de intelectuales españoles; había recomendado a Federico de Onís para dirigir el departamento de estudios hispánicos en la Universidad de Columbia; apoyaba a las asociaciones de profeso- res de español en Estados Unidos y había contribuido a valorizar el hispanismo en su país. En España también había dejado muestras de su generosidad pues había nanciado la creación de la Casa-Museo del Greco en 1. Juan de Riaño para Emilio Mª de Torres, carta, 30 de marzo de 1920. AGA 10 26 54/8209. 159 Toledo y la Casa-Museo Cervantes en Valladolid, colaboraba en las publicaciones con el Instituto Valencia de Don Juan y además era miembro correspondiente de las Reales Academias de Histo- ria y de Bellas Artes de San Fernando. A estas demostraciones de compromiso con la cultura española se sumaba el hecho de que durante sus intermitentes viajes a Es- paña había ido fraguando relaciones de amistad tanto en los cír- culos aristocráticos en torno al monarca como con intelectuales de diversas generaciones. Puede a rmarse sin lugar a dudas que era amigo del marqués de la Vega Inclán, del duque de Alba y del conde Valencia de Don Juan así como de Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Gregorio Marañón, entre otros muchos. Con estos precedentes, no es de extrañar que la propuesta de concederle un doctorado honoris causa recibiese la unánime apro- bación del mundo académico aunque cierta polémica envolviese dicho nombramiento. La normativa española exigía, tal y como indicaba el rector de la Universidad al secretario particular del rey: «la presentación del interesado ante el Claustro extraordina- rio de Doctores, en sesión solemnísima que éste celebra al efecto, para recibir la investidura…»2. Huntington comunicó por escrito a Juan de Riaño su imposibilidad de asistir a España. Aunque no especi caba las causas, es sabido que en 1918 se había divorciado de su esposa, Helen Gates, lo que supuso un duro golpe emocio- nal para él. Obviando este impedimento el embajador insistió en eximir a Huntington de tal requisito: «A mi entender, lo que sucede es que Mr. Huntington, cuya excesiva modestia de carácter le es a Vd. conocida, ve con pavor la ceremonia de la Universidad, pues jamás gura en cosa que revista carácter público o de ce- remonia»3. Este requerimiento fue mal interpretado por algunas voces de la Real Academia Española que cuestionaron las mane- ras supuestamente poco atentas del hispanista estadounidense lo que requirió la inmediata intervención de Guillermo de Osma y Antonio Maura para aclarar los malentendidos. Solventados los inconvenientes y a instancias del decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Elías Tormo, Archer Huntington fue nombrado el primer doctor honoris causa de la Facultad de Fi- losofía y Letras en la reunión del claustro del 20 de noviembre de 2. José Rodríguez Carracido para Emilio Mª de Torres, carta, 28 de abril de 1920. Archivo General de Palacio, RA, 12.422/8. 3. Juan de Riaño para Emilio Mª de Torres, carta, 23 de junio de 1920. Archivo General de Palacio, RA, 12.422/8. 160 1920. La prensa divulgó inmediatamente la noticia bajo el titular de «Homenaje Obligado»4 y Huntington agradeció por carta a través del embajador dicho reconocimiento. Sin embargo, al no haberse personado presencialmente en el acto, el nombramiento quedó incompleto a falta del trámite de investidura. Esta irregularidad solo quedó resuelta en marzo de 1926 cuando, tras un lapso de tiempo de cinco años, el rector comunicó a Alfonso XIII que Huntington quedaba eximido de la obligación de asistir al acto para la concesión efectiva de tal título5. Quizás la excepcionalidad de este procedimiento, cuya reconstrucción ha sido posible gracias a la documentación loca- lizada en esta investigación, sea la causa de que Archer Huntin- gton no haya sido o cialmente reconocido durante años por la Universidad Complutense como uno de sus primeros doctores honoris causa. Las atribuladas relaciones de Huntington con el mundo universi- tario no parecían augurar un gran futuro a la posibilidad de que el hispanista entablase unas sólidas relaciones con la universidad es- pañola. Sin embargo, a día de hoy, puede a rmarse que existe una curiosa historia de historias entre Archer Huntington y la Ciudad Universitaria de Madrid. Un relato histórico que comienza en la España monárquica de Alfonso XIII, que transita por Nueva York gracias a su apoyo al proyecto arquitectónico para la Ciudad Universitaria, que alcanza con saltos en el tiempo hasta los años sesenta y que llega, gracias a su legado, hasta nuestros días. Una historia de delidades, mecenazgos y compromisos hacia la cul- tura y la educación españolas que había quedado soterrada por el tiempo y que la consulta de varios archivos ha permitido sacar a la luz. Si para la Ciudad Universitaria supone recuperar una pequeña parte de su larga historia en su noventa aniversario, para la memoria del hispanista supone reconocer explícitamente su papel como mecenas de la Ciudad Universitaria matritense en el mismo año en que la Hispanic Society of America ha recibido el Premio Princesa de Asturias a la Cooperación Internacional. Dos efemérides que, en su génesis, participan del espíritu lantrópico de Archer Huntington. Diario El Imparcial, 23 de no- viembre de 1920. 4. El Imparcial, 23 de noviembre de 1920. 5. José Rodríguez Carracido para Emilio Mª de Torres, carta, 29 de marzo de 1926. Archivo General de Palacio, RA, 12.422/8. 161 Tras el rastro de una maqueta: el mecenazgo de Huntington para las obras de construcción de la Ciudad Universitaria, 1928 Es curioso cómo el destino sigue deparando sorpresas a los in- vestigadores y cómo de un intercambio de mails pueden surgir respuestas que la historia había dejado sin responder durante décadas, tal y como ha sido el caso de una de las maquetas origi- nales de la Ciudad Universitaria de Madrid, llevada a Nueva York por el Secretario de la Junta Constructora de la Ciudad Universi- taria, el Vizconde de la casa Aguilar, en 1928; una maqueta que en España se daba por perdida pero que había quedado guardada en los almacenes de la Hispanic Society en la misma caja en la que llegó hace noventa años. El viaje de ida Madrid-Nueva York de la citada maqueta estuvo relacionado con la promoción del proyecto estrella del monar- ca de nales de los años veinte: las obras de construcción de la Ciudad Universitaria. Entusiasmado como estaba con el mismo, Alfonso XIII apoyó personalmente los actos que se iban a cele- brar en Nueva York, en el otoño de 1928, para recaudar fondos para el proyecto universitario. La elección del lugar no era gra- tuita pues en Estados Unidos se estaba viviendo el auge de la llamada Spanish Craze, una efusiva atracción de la población esta- dounidense por la cultura hispánica en todas sus manifestaciones (Kagan 2010, 25). Florestán de Aguilar, acompañado por dos arquitectos de la o - cina técnica de la Junta Constructora, el Sr. Santos y el Sr. Sán- chez Arcas, desembarcó en Nueva York portando consigo una colección de ochenta planos, un álbum de fotos del proyecto y una «gran maqueta en escayola (de casi cuatro yardas cuadradas) hecha a escala representando los espacios y los diferentes edi- cios, avenidas, parques, etc…de la universidad»6. Tal como él mismo especi caba en la carta que remitió al hispanista, su ob- jetivo era recabar la opinión de los especialistas estadounidenses sobre el proyecto y, a propuesta del rey, le solicitaba la posibilidad de exponer el material que llevaba en la sede de la Hispanic So- ciety of America. Huntington no solo aceptó, sino que se impli- có personalmente y coordinó con los carpinteros y electricistas la preparación en condiciones idóneas de la Sala Sorolla, en la que desde 1926 estaban colgados los Paneles de las Regiones del pintor valenciano. 6. Vizconde de casa Aguilar para Archer M. Huntington, carta, 7 de diciembre de 1928. Por cortesía de la Hispanic Society of America. 162 Fotografía de la Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid en escayola, Nueva York, 1928. Hispanic Society of America. 163 La exhibición en la Hispanic Society tuvo su seguimiento en la prensa estadounidense y en la española, que semanas después relataba con orgullo cómo la exposición había sido visitada «por médicos, ingenieros y arquitectos de la Institución Rockefeller y profesores de las Universidades de Columbia y Cornell, mere- ciendo de tan competentes personalidades la más absoluta apro- bación»7. Varios documentos del archivo de la Hispanic Society, datados entre diciembre de 1928 y enero de 1929, dan fe de que la Hispa- nic Society envió de vuelta a Madrid una caja con los planos de la Ciudad Universitaria, así como las fotos expuestas, sin mencionar en caso alguno la gran maqueta en escayola que se puede apreciar en las fotografías de la muestra. Desconocemos la causa de que se quedase en Nueva York, pero hoy en día no podemos sino celebrar tal decisión pues ha permitido que una de las maquetas originales del campus de Moncloa se mantuviese a salvo de la devastación sufrida por otras tantas durante de la Guerra Civil española. El apoyo de Archer Huntington al proyecto universitario fue más allá de lo que documentan las fotografías y, acorde con su con- sabida generosidad, entregó a Florestán de Aguilar un cheque de cien mil dólares para las obras de construcción, cantidad que hoy en día equivaldría a la cifra nada desdeñable de millón y medio de dólares. De este episodio dio cuenta el embajador de España en Washington, Alejandro Padilla, en una carta de 25 de febrero de 1929 dirigida al secretario particular del rey: Últimamente cuando el Vizconde de Casa Aguilar vino aquí a exponer las maquetas y proyectos para la Ciudad Universitaria, no solo Mr. Huntington puso a su disposición los salones de la Hispanic Society of America, fundada y creada por él, costeando todos los gastos de instalación de dichos planos, sino que, como sabrás, ha entregado la cantidad de 100 000 dólares para la misma Ciudad Universitaria. Por ello, solicitaba que le fuese concedido al estadounidense algún reconocimiento adicional por parte del rey: «Yo creo que no solo una Gran Cruz, la de Isabel la Católica o la de Alfonso XII, sino que sobre todo algún recuerdo personal del Rey serían 7. La Época, 7 de enero de 1929. 164 Exposición de planos y maquetas de la Ciudad Universitaria en la Sala Sorolla, Nueva York, 1928. Archivo de la Hispanic Society of America. Por cortesía de Blanca Pons-Sorolla. 165 muy oportunos»8. Es evidente que el nuevo embajador desco- nocía que Huntington ya contaba con prácticamente todos los honores que podía conceder la corona: la Gran Cruz de Alfonso XII, la Orden de Carlos III y la Orden de Isabel la Católica. El interés de este documento es demostrar de manera fehaciente que Archer Huntington contribuyó económicamente a la cons- trucción de la ciudad universitaria y se convirtió en uno de sus primeros mecenas. Y lo hizo precisamente en un momento en que la gura del monarca estaba siendo públicamente cuestio- nada por amplios sectores intelectuales y sociales. En términos cuantitativos fue el proyecto al que más dinero donó de cuantos nanció en España, al menos, de entre los que se tiene conoci- miento teniendo en cuenta la discreción habitual del hispanista. Gracias a las anotaciones de los diarios de la escultora Anna Hyatt —esposa de Archer Huntington desde 1923— sabemos que el matrimonio Huntington asumió además el rol de Cicerone de la comitiva real que llegó a Nueva York para presidir los actos promocionales. Compartieron cena en casa de los Vanderbuilt con el infante don Alfonso de Orleans, primo del rey, y su mujer, la infanta Beatriz, a quienes les acompañaban su hijo don Álvaro de Orleans y Borbón, así como el marqués de Villaviejo y su hija Pomposa de Escandón. Llevaron a los representantes españoles a visitar la Hispanic Society e incluso tuvieron la oportunidad de mostrarles en el taller de Anna Hyatt la escultura que ella estaba esculpiendo para la ciudad de Sevilla: el Cid Campeador a caballo que, debido a la generosidad de Huntington, quedaría instalada en la plaza que recibía a los visitantes de la Exposición Iberoame- ricana de Sevilla de 1929. Asimismo hay constancia documen- tal de que los Huntington recibieron en su residencia a Lucrecia Bori, la prima donna que interpretó La Traviata en la gala bené ca celebrada para recaudar fondos para la Ciudad Universitaria el 27 de noviembre de 1928 en el Metropolitan Opera de Nueva York. Anna Hyatt dejó consignado en sus escritos que Huntin- gton hizo una donación de cinco mil dólares para adquirir un palco en la gala, cantidad que iría destinada a nanciar una cama en el hospital clínico de la nueva Ciudad Universitaria (Mitchell y Goodrich 2008, 39). A nales de diciembre, una vez terminada la exhibición de la Hispanic Society, Archer y Anna emprendieron un viaje por el 8. Alejandro Padilla para Emilio Mª de Torres, carta, 25 de febrero de 1929. Ar- chivo General de Palacio, RA, 12.422/8. 166 norte de África que terminó en la primavera de 1929 en España para asistir a la inauguración de la Exposición Iberoamericana de Sevilla. Este viaje tuvo una especial signi cación para Hun- tington pues fue su última oportunidad de encontrarse personal- mente con Alfonso XIII quien, agradecido por su generosidad, les recibió a almorzar en el Palacio del Escorial. Tras este viaje, Huntington no volvió a visitar España. La Cátedra Huntington: el revival del mecenazgo de Huntington 25 años después El 7 de enero de 1929 el diario La Época publicaba una noticia sobre la reunión de la Junta Constructora de la Ciudad Univer- sitaria celebrada esa misma mañana bajo la presidencia del rey Alfonso XIII. El periodista recogía algunos datos del viaje rea- lizado por el Vizconde de Casa Aguilar a Nueva York y explí- citamente apuntaba que el Secretario de la Junta Constructora había dado cuenta de la recepción de «613 000 pesetas de un anónimo donante de Nueva York con destino a la fundación de una cátedra de literatura americana» añadiendo que «era el deseo del anónimo donante que esta cantidad gure como aportación a la Ciudad Universitaria de la Spanish Society de Nueva York»9. No cabe duda de que el donante aludido era Archer Huntington, quien, el a sus ideas, evitaba una vez más dar publicidad a sus actos lantrópicos. El arquetipo de la susodicha cátedra presentaba numerosas si- militudes con la que pocos meses antes el hispanista había cons- tituido en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, en Washington; una cátedra de poesía española cuya titularidad asu- mió, por deseo de Huntington, uno de sus buenos amigos, el ex embajador de España en Estados Unidos, Juan de Riaño y Ga- yangos10. El montante que Huntington donó en tal ocasión fue de cincuenta mil dólares y con los intereses derivados de dicha cuantía debían cubrirse los gastos de personal requeridos. En el caso de la cátedra de la Universidad Central, el montante de las «631 000 pesetas» era el equivalente a cincuenta mil dólares del momento y dicha cuantía quedó articulada en diversos paque- tes de títulos de deuda pública y ferroviaria amortizable (Fernán- dez de Sevilla Morales 1995, 312), de forma que los gastos de la cátedra se cubrirían con cargo a los intereses derivados del citado 9. La Época, 7 de enero de 1929. 10. Juan Riaño a Archer Huntington, carta, 30 de julio de 1928. AGA 10 26 54/8209. 167 montante. Sin embargo, a diferencia de la previamente referida, la cátedra de la Universidad Central no se constituyó operativa- mente en 1929 y hubo que esperar hasta 1954, veinticinco años después, para que fuese formalmente inaugurada. Los protagonistas del revival de la cátedra fueron dos miembros del equipo del ministro de Educación Nacional Joaquín Ruiz-Gi- ménez: el rector de la Universidad Central, Pedro Laín Entralgo, y el decano de la facultad de Filosofía y Letras, Francisco Javier Sánchez Cantón. Ambos dejaron en sus escritos referencias a la especial signi cación que otorgaron a la reviviscencia de la non nata Cátedra Huntington. El historiador del arte Francisco Javier Sánchez Cantón, que había conocido al hispanista en los años veinte y había mante- nido correspondencia con él, aludió a la cátedra en una sentida necrológica que dedicó a Huntington en enero de 1956 ante los miembros de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Al recapitular sus actividades de mecenazgo en España se re rió a «un donativo cuantioso para fundar una cátedra de Literatura hispánica en la Universidad de Madrid que, habiendo estado sin crearse muchos años, tuve la oportunidad de inaugurar en 1954» (Sánchez Cantón 1956, 17). Por su parte, el rector Pedro Laín Entralgo recordaba años después en su libro Descargo de conciencia, en el capítulo titu- lado «Rector ma non troppo»: «La reviviscencia de la Cátedra Huntington, de la cual no tardó en ser consecuencia visible la donación de la estatua Los portadores de la antorcha, hoy en el campus de la Facultad de Medicina y en las tarjetas postales del actual Madrid» (Laín 1976, 402). Es evidente que, a su enten- der, existió una conexión directa entre la activación de la Cátedra Huntington en la Universidad Central y el regalo de La Antorcha a la Ciudad Universitaria de Madrid. El Archivo General de la Universidad Complutense guarda la do- cumentación relativa a las conferencias impartidas entre 1954 y 1957 bajo los auspicios de la Cátedra Huntington. El primer año se presentó un ciclo de conferencias sobre «La introducción del humanismo en Portugal» de la mano del profesor Álvaro Julio da Costa Pimpao. En 1955 fue el profesor Arnald Steiger, de la Universidad de Zúrich, quien conferenció sobre «Alfonso X 168 el Sabio y el apogeo cultural del siglo XIII». En mayo de 1956 el profesor José María Chacón Calvo ofreció sus cursos sobre «Cuba y Menéndez Pelayo» y en 1957 las conferencias quedaron a cargo del profesor José Piel. Habitualmente las conferencias terminaban con el ofrecimiento de un «vino español» a los asistentes. Es interesante destacar el interés de la Universidad Central por resaltar que dicha cátedra era fruto de un donativo que hizo Archer Huntington al monarca Alfonso XIII y así lo especi caba el folleto informativo del curso en la contraportada. A nadie se le escapaba que la relación de Ar- cher Huntington con Alfonso XIII ofrecía al régimen franquista una imagen de continuidad que le resultaba favorable de cara a ciertos sectores de la sociedad que mantenían vivo el anhelo de la restauración monárquica. Hay que recordar que muchas cosas habían ocurrido en ese lapso de los veinticinco años comprendidos entre 1929 y 1954 y que la Guerra Civil española había marcado un antes y un después en la España que Huntington había conocido. A ello se sumaba el hecho de que el nal de la Segunda Guerra Mundial había di- bujado un nuevo escenario internacional en el que España había quedado aislada del resto de las potencias occidentales. Sin em- bargo, los Pactos de Madrid de septiembre de 1953 —por los que se recomponían las relaciones diplomáticas bilaterales entre ambos países para luchar conjuntamente frente a la amenaza del comunismo— abrieron una nueva vía a las autoridades españo- las para reestablecer antiguas relaciones con el entrañable y ya anciano amigo de España. En el árido escenario de las relaciones culturales hispano-estadounidenses de la época, Archer Hun- tington representaba un símbolo ineludible del mejor hispanis- mo y el ministerio de Asuntos Exteriores quiso explorar vías de acercamiento. Al menos eso re eja la carta del director general de Política Exterior del ministerio de Asuntos Exteriores, Juan de Bárcenas, solicitando al cónsul en Nueva York, Román de la Presilla, informes detallados sobre el talante del hispanista hacia el régimen español: «Ruego a Vd. tenga a bien informarme lo más detalladamente posible sobre la actitud hacia España man- tenida por el conocido hispanó lo, Sr. Archer Milton Huntin- gton, tanto durante el Movimiento nacional como en los años posteriores, de aislamiento internacional de España»11. Como el propio Bárcenas añadía, de manera indirecta se conocía su con- Folleto de la Cátedra Archer M. Huntington, 1955. Archivo General Universidad Complutense de Madrid, AGUCM 108/09-49. 11. Juan de Bárcenas para Román de la Presilla, carta, 19 de enero de 1954. AMAEC R. 3585, exp. 28. 169 tinuado apartamiento de España desde 1936, y con un lenguaje propio del momento escribía: «Sin embargo, ha llegado a nuestro conocimiento que parece que tendría deseos de corregir esa ac- titud y que, si nosotros diésemos algún paso hacia él, él lo daría mucho más hacia nosotros»12. La respuesta del cónsul con rmó las palabras de Bárcenas, citan- do como fuente al periodista de origen cubano José García-Ma- zas, quien había contactado con Archer Huntington el 26 de oc- tubre de 1953 para publicar un artículo sobre su obra hispánica. A partir de ese momento José García-Mazas se convirtió en el interlocutor del matrimonio Huntington con las autoridades es- pañolas y en la persona que «in uyó, conquistándose la amistad de los Sres. Huntington, en que estos modi caran totalmente su actitud un poco distanciada de España en los últimos años a pesar de ser sinceros hispanistas»13. Estos documentos revelan que Huntington no tomó la iniciativa de acercarse a la España franquista, sino que la idea partió ex- clusivamente de las autoridades gubernamentales españolas que experimentaron un repentino interés por recuperar su favor. En este contexto, la Ciudad Universitaria de Madrid se convirtió en el locus referencial de todas las propuestas para enlazar el nombre de España al del matrimonio Huntington y en espacio en el que perpetuar el último legado del hispanista en la península. Las preguntas que suscita el porqué de la preferencia por el es- pacio de la Ciudad Universitaria pueden encontrar sus respuestas en la capacidad de Huntington de seguir siendo un prestigioso referente vivo de hispanismo comprometido en ciertos círculos universitarios estadounidenses. Esta a rmación queda ilustrada por el homenaje que la Universidad de Wellesley organizó en 1950 para conmemorar al hispanista por su ochenta cumplea- ños. «Lo organizó, entre otros, el poeta Jorge Guillén» (De la Guardia 2008, 61), profesor del Wellesley College exiliado en tie- rras americanas. Numerosos hispanistas hicieron sus contribu- ciones a la publicación Estudios Hispánicos en honor a Huntington comenzando por el lólogo Ramón Menéndez Pidal, quien en un anejo único en forma de separata incluía un artículo titulado «Un recuerdo de juventud». Para muchos intelectuales Archer Huntington seguía evocando en 1950 un momento histórico de orecimiento cultural y su nombre y el de la Hispanic Society 12. Juan de Bárcenas para Román de la Presilla, carta, 8 de febrero de 1954. AMAEC R. 3538, exp. 28. 13. Alfredo Sánchez Bella al ministro de Asuntos Exteriores, carta, 10 de mayo de 1955. AMAEC R. 6630, exp. 51. 170 habían quedado directamente enlazados al esfuerzo de interna- cionalización de la cultura española promovido durante las tres primeras décadas del siglo XX. Este acto conmemorativo, que reunía a intelectuales de diver- sas adscripciones políticas, demostraba que Huntington era un personaje capaz de aunar un per l plenamente conservador a la vez que mantener una línea de conexión con los intelectuales del exilio moderado. No en vano, desde nales de los años cua- renta, había reconocido con medallas de la Hispanic Society el trabajo que venían desarrollando varios intelectuales españoles tanto dentro de España como desde el exilio. En 1948 el his- toriador Rafael Altamira y Crevea, gura destacada del Centro de Estudios Históricos y exiliado en México desde 1944, había sido nombrado miembro del Comité Consultivo de la Hispanic Society of America. Un año después, en 1949, había premiado con la medalla de las Artes y la Literatura a otros tres intelec- tuales: al autor de Platero y yo, Juan Ramón Jiménez, mientras el poeta seguía su exilio por tierras americanas; al escritor Ramón Pérez de Ayala, que se había exiliado a Argentina, y al in uyente lósofo José Ortega y Gasset a quien, aunque había regresado a España en 1945, se le impedía recuperar su cátedra en la universi- dad. En 1949 también habían sido premiados Francisco Sánchez Cantón y John Brade Trend, el musicólogo de Cambridge que había colaborado años atrás con la Residencia de Estudiantes. El reconocimiento a su trayectoria le había llegado en 1950 al ante- rior director de Arqueología del Centro de Estudios Históricos, Manuel Gómez-Moreno, con la medalla Cervantes de la Hispa- nic Society. En 1952 recibía la misma medalla Gregorio Marañón y Posadillo, médico y amigo personal del matrimonio Hunting- ton, mientras el músico catalán Pau Casals, exiliado en Puerto Rico tras la guerra, recibía la medalla Mitre de la Hispanic Society por su contribución al mundo de la cultura (Hispanic Society of America 1954, apéndice I). Huntington seguía siendo un defensor del hispanismo sin dis- tinción de colores políticos y, como tal, un posible puente entre las distintas vertientes de la cultura española que habían quedado fracturadas tras la guerra. En este contexto, la Cátedra Huntin- gton pudo signi car una oportunidad para los intereses de los representantes del ministerio de Educación. De hecho, el escaso periodo de pervivencia de la Cátedra Huntington en la Univer- 171 sidad Central no puede considerarse un dato casual pues todo apunta a que estuvo condicionado por los cambios políticos que se vivieron en la Universidad en aquellos años. Una re exión sobre las fechas revela que las actividades de la cátedra comen- zaron pocos meses después de la rma de los Pactos de Madrid y quedaron paralizadas precisamente al año siguiente de la salida del gobierno del ministro Ruiz Giménez y de la renuncia al rec- torado de Pedro Laín Entralgo tras los altercados universitarios de febrero de 1956. Ambos, que en cierto modo habían encar- nado el llamado experimento aperturista católico del régimen en la universidad (Cañellas 2015, 131), se distanciaban de la misma quedando con ello «los comprensivos alejados de los órganos de poder del Ministerio de Educación» (López Vega 2011, 439) a la par que quedaba enmudecida la Cátedra Huntington. Los portadores de la antorcha: un símbolo para la Ciudad Universitaria, 1955 Para los miles de estudiantes y profesores que conforman la co- munidad educativa del campus de Moncloa es difícil no haberse topado en algún momento con la imagen icónica de Los portadores de la antorcha, la escultura en titanio que preside la plaza situada frente a la Facultad de Medicina. Esta pieza, esculpida entre 1950 y 1953 por Anna Hyatt, representa a un joven a caballo que toma la antorcha de un hombre abatido y sin fuerzas postrado a los pies del animal y simboliza el traspaso del conocimiento de una generación a la siguiente. La antorcha, en su denominación más simpli cada, lleva sesenta y tres años observando a la comunidad universitaria sin perder un ápice de la simbología que el matrimonio quiso re ejar al combi- nar el arte escultórico de Anna Hyatt con los versos compuestos por Archer Huntington, transcritos en la base de la escultura. Di- chos versos, cuya traducción al español fue realizada por el poeta malagueño José María Souvirón, formaban parte del último libro de poesía de Archer Huntington titulado The Torch Bearers o, en español, Los portadores de la antorcha, publicado en 1955. Hay siete réplicas de la escultura repartidas por España y América, la mayo- ría en bronce, pero la que disfrutamos en Madrid fue la primera. La primera noticia del regalo que el matrimonio Huntington ofrecía a España la recibió por carta el director del Instituto de 172 Cultura Hispánica, Alfredo Sánchez Bella, el 9 de febrero de 1954. Con celeridad respondió a los Huntington agradeciéndo- les el gesto y les informó sobre la inmediata celebración de una reunión presidida por el ministro de Educación Nacional para decidir el emplazamiento de la escultura al tiempo que les anun- ciaba: «Es probable que la Ciudad Universitaria acuerde dar el nombre de ustedes a una de sus grandes Avenidas como mues- tra de agradecimiento». A continuación, añadía: «He ordenado que de los dos lugares que provisionalmente se nos han indicado como posibles para colocar la estatua La Antorcha, se les envíen a uds unas fotografías»14. Archer Huntington, que con ochenta y cuatro años mostraba signos evidentes de debilidad debido a la artritis que padecía, quiso hacerse cargo de todos los gastos inherentes al traslado y montaje de la escultura, así como al desplazamiento y estadía en Madrid del personal técnico hasta la completa instalación de la misma. Las cifras abonadas en aquel momento sirven para ilus- trar la generosidad de Huntington pues los costes de fundición alcanzaron los siete millones de pesetas, mientras el embalaje y el transporte sumaron ciento veinte mil y cuatrocientas mil pe- setas respectivamente. El grupo escultórico se aseguró en 1955 en treinta mil dólares, montante equivalente a unos doscientos setenta mil dólares de valor actual. La colocación de La antorcha en la Ciudad Universitaria, con la carga propagandística que quiso insu arle el régimen, fue un asunto al que el Gobierno español deseó dar una gran trascen- dencia mediática. En el proceso no se dudó en contar con la co- laboración la escritora Concha Espina, que era una de las mejores amigas de Archer Huntington en España. Las palabras del minis- tro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo, recogidas en una carta dirigida a la anciana literata —vicepresidenta a la sazón de la Hispanic Society— no dejan lugar a dudas sobre la impor- tancia que deseaban otorgar al acto de inauguración: Puede usted comunicarles que la escultura que dentro de pocas semanas van a enviar será colocada en el mejor espacio de la Ciudad Universitaria: en el gran campus que hoy forman las facultades de Farmacia, Medicina y Estomatología: en el eje de Diario Arriba, 27 de abril de 1955. 14. Alfredo Sánchez Bella para Anna Hyatt, carta, 17 de febrero de 1954. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collections Research Center. Syracuse University Library. Box 41: Instituto de Cultura Hispánica. 173esta U y en la línea de la Avenida se levantará la espléndida escultura. Al acto de inauguración se le dará el máximo relieve y la mayor signi cación15. La antorcha llegó a la península ibérica en medio de una gran ex- pectación el 18 de abril de 1955. Alfredo Sánchez Bella informó a los Huntington con todo lujo de detalles del traslado de la es- tatua desde el puerto de Barcelona cruzando Somosierra para llegar a Fuencarral, desde donde fue acompañada por la Junta de Gobierno del Instituto de Cultura Hispánica. El relato parecía el propio de una procesión: […] En los viejos pueblecitos españoles de Aragón y Castilla produjo el paso serias di cultades puesto que las clásicas balconadas y tejadillos sobre las calles hacía inevitable el que hubiera que dar algún rodeo para evitar las poblaciones. Algunos puentes tuvieron que ser sorteados también por lo que la vuelta fue bastante grande. Al no poder viajar tampoco de noche, la peregrinación del grupo duró Ubicación de Los Portadores de la Antorcha en la Ciudad Universitaria, 1955. Agencia Española de Cooperación Inter- nacional para el Desarrollo: AECID. Bi- blioteca. Archivo Mundo Hispánico. Caja 68. Sobre 47 (MH-68/47). Los Portadores de la Antorcha 15. Alberto Martín-Artajo para Concha Espina, carta, 18 de enero de 1955. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collec- tions Research Center. Syracuse Universi- ty Library. Box 31: Espina, Concha. 176 una semana […] La Junta de Gobierno de este Instituto fuimos a recibirla al pueblo de Fuencarral y la acompañamos por la prolongación de la Castellana, custodiados por motoristas de la Policía Armada, a través de parte de Madrid, ante el pasmo de la gente que se preguntaba que podía contener aquel enorme cajón. Al día siguiente se iniciaron los trabajos de desembalaje y por la tarde, en presencia del Ministro de Educación Nacional, el rector de la Universidad de Madrid, Directores Generales y Junta de Gobierno de la Ciudad Universitaria se quitaron las planchas laterales el cajón, dejando al descubierto el grupo. La detallada descripción de Alfredo Sánchez Bella terminaba con el comentario de que «En el enorme campus se pondrá una placa que perpetúe la memoria de Vds»16. El domingo 15 de mayo de 1955, festividad de San Isidro, se ce- lebró la ceremonia de inauguración y en ella tomaron la palabra el rector, el embajador de Estados Unidos y José García-Mazas, que lo hizo en nombre y representación de los Huntington, quie- nes no pudieron asistir. Precisamente el periodista desveló en sus palabras el origen de la donación de La antorcha: Cuando la casualidad o el destino me llevó a los talleres de Anna Hyatt Huntington, para escribir sobre sus trabajos escultóricos, al contemplar la obra, no dudé en pedírsela para España. Y mi petición no pudo ser mejor acogida por la escultora y por su esposo el gran hispanista de nuestro siglo, Archer Milton Huntington. […] Así me autorizaron para ofrecerle a la Ciudad Universitaria este obsequio que tan dignamente vemos aquí emplazado17. Asistieron también la esposa del general Franco, Carmen Polo, así como el ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez y nu- merosos profesores y representantes de las instancias universita- rias. El acto, durante el cual se escucharon los himnos de España y Estados Unidos, fue retransmitido por radio a toda España y el 16. Alfredo Sánchez Bella para Archer y Anna Huntington, carta, 29 de abril de 1955. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collections Research Center. Syracuse University Library. Box 41: Ins- tituto de Cultura Hispánica. 17. José García-Mazas para Archer Huntington, informe, 16 de mayo de 1955. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collections Research Center. Syracuse University Library. Box 33: García-Mazas, José. 177 jefe del Estado español dio muestras de gratitud al matrimonio Huntington en una carta fechada el 15 de mayo de 1955. La co- locación de La antorcha tuvo una signi cación política que superó la meramente cultural pues, como había anunciado el embajador de Estados Unidos en su discurso, la escultura era «un símbolo de amistad entre España y Estados Unidos […] que servirá para simbolizar los lazos cada día más estrechos que unen espiritual- mente nuestras dos grandes naciones»18. Ciudad Universitaria. Chicas en la antorcha, 18 de septiembre de 1962. Fotografía facilitada por: Comunidad de Ma drid, Consejería de Cultura, Turismo y Deportes. Dirección General de Patri- monio Cultural. Subdirección General de Archivos. Archivo Regional de la Comu- nidad de Madrid (Fondo Martín Santos Yubero). 18. Ibid. 178 La Fundación Huntington: los planes y los planos, 1956 A pesar de la signi cación pública del regalo de La antorcha, el proyecto más atractivo para ligar el nombre de Archer Hunting- ton a la Ciudad Universitaria de Madrid fue la propuesta de crear un Instituto de Norteamérica en Madrid, también llamado Fun- dación Huntington. Considerando que hasta 1958 no se estable- ció el Acuerdo Fulbright de intercambio cultural entre España y Estados Unidos, la idea de crear una fundación norteamericana en Madrid para el intercambio de estudiantes, en el seno de la Ciudad Universitaria y con la posibilidad de hacerlo bajo el para- guas de una prestigiosa institución como la Hispanic Society of America, era un proyecto sumamente interesante para los planes del Instituto de Cultura Hispánica, sobre todo si era nanciada por la Hispanic Society. Hay que decir que fue un proyecto gesta- do prácticamente en paralelo a la donación de La antorcha y que, a efectos de las autoridades españolas, era la continuación natural de una creciente relación de colaboración que ya había comenza- do a dar sus frutos. La primera constancia escrita se encuentra en una carta del 31 de marzo de 1954 en la que Archer Huntington, contestando a José García-Mazas, le dice que, a pesar del interés que suscitaría la creación de un Instituto de Norteamérica en Madrid, percibía que el proyecto habría de enfrentarse a futuros problemas. Fiel a su sentido común y poco dado a las aventuras inconsistentes, Huntington consideraba muy difícil involucrar a americanos en un proyecto de este tipo considerando las condiciones políticas del momento. Su falta de con anza en la viabilidad del mismo era tal que llegó a decir expresamente que esperaba que un plan como el que estaban proponiendo José García-Mazas y el Insti- tuto de Cultura Hispánica no fuese puesto en marcha de manera apresurada y en un momento como el que estaban viviendo19. A pesar de las reticencias del hispanista, el Instituto de Cultura Hispánica siguió trabajando sobre esta idea. Gracias a una carta que Alfredo Sánchez Bella envió al ministro de Asuntos Exterio- res, sabemos que hicieron llegar a Archer Huntington, a través de José García-Mazas, los planos de una futurible Fundación Hun- tington, añadiendo que esperaban conseguir de él una donación importante para la Ciudad Universitaria de Madrid con el n de continuar sus obras de terminación, más especí camente, para - nanciar el proyectado Paraninfo. A cambio de su generosidad, su 19. Archer Huntington para José García- Mazas, carta, 31 de mayo de 1954. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collections Research Center. Syracuse University Library. Box 33: García-Mazas, José. 179 entrañable amiga Concha Espina, ansiosa a sus ochenta y cinco años de conseguir el reconocimiento en España para Huntington que ella deseaba, le decía que había propuesto al Gobierno «la concesión para ustedes de un Título del Reino […] aunque no ca- rece de di cultades pues hace muchos años existe la consigna de no conceder títulos de nobleza española a ningún extranjero»20. Huntington solicitó expresamente a Concha Espina que no per- diese el tiempo intentando este tipo de reconocimientos, y con gran delicadeza le dijo que un título de nobleza en Estados Uni- dos no expresaba lo mismo que en España y que ellos llevaban desde hacía años una vida sencilla por lo que no deseaban este tipo de honores. Añadió que le resultaba incluso gracioso el «títu- lo de Conde de Bivar [sic] del Cid», propuesto por Concha Espi- na, pero que lo consideraba imposible porque él había rechazado siempre conscientemente cualquier honor o distinción de este tipo21. Concha Espina no cesó en sus planes e hizo llegar a Huntington la carta escrita por el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo, que resumía detalladamente los proyectos relacio- nados con el matrimonio estadounidense que tenían en mente las autoridades españolas: Precisamente enfrente de la U existen solares donde podría levantarse el Instituto Hispano-Norteameri- cano de Cultura, «Fundación Huntington», del cual los arquitectos ya han enviado el correspondiente proyecto para que sea examinado por ellos y resuel- van, en de nitiva, qué es lo que procede hacerse. De ser edi cado allí, la Fundación podría llevar el título de «Campus Huntington» a todo el enorme cuadri- látero que quedaría, en cuyo centro estaría situada la estatua, y al fondo el edi cio de la Institución que menciono […] Nosotros con amos en contar con la colaboración de ellos, no solo para la creación de esta Fundación, sino que también esperamos recibir una colaboración sustancial en la construcción del gran Paraninfo de la Ciudad Universitaria de Madrid […] Desde luego, puede usted también contar con la mía a los efectos de la concesión de ese Conda- Alzado y plano de la Fun- dación Huntington. Archivo General Universidad Complutense de Madrid, AGUCM-Planos. 20. Concha Espina para Archer Huntington, carta, 17 de noviembre de 1954. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collections Research Center. Syracuse University Library. Box 31: Espina, Concha. 21. Archer Huntington para Concha Espina, carta, 5 de enero de 1955. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collections Research Center. Syracuse University Library. Box 31: Espina, Concha. 180 do que estimo puede llevar muy bien ese magní co nombre de Vivar del Cid, que usted sugiere22. La escritora fallecía cinco meses después, el 25 de mayo, y Archer Huntington lo hacía en su granja de Connecticut el 11 de diciem- bre de 1955. Es difícil conocer a ciencia cierta cómo fue posible que un proyecto que aparentemente no había sido avalado por el propio Huntington siguiese su curso tras su fallecimiento. Más allá del deseo de su viuda de honrar su memoria, todo apunta a que el interés del Instituto de Cultura Hispánica, así como de José García-Mazas, fueron determinantes en el impulso que reci- bió desde los primeros meses de 1956. El complicado proceso de negociaciones que siguió estuvo in- uenciado por el agitado ambiente que se estaba viviendo en el ámbito universitario en los primeros meses de 1956 y del que fueron consecuencia directa las destituciones del ministerio de Educación ya apuntadas en el apartado anterior. Ante los mo- vimientos de disidencia universitaria ocurridos en los primeros meses del año Alfredo Sánchez Bella quiso tomar todo tipo de precauciones respecto a la futura Fundación Huntington y abogó por mantener un control político sobre la proyectada fundación, decisión que hizo inviable cualquier negociación. Hubo personalidades de las más altas instancias implicadas en las reuniones celebradas en Madrid con José García-Mazas —en calidad de representante de la viuda de Huntington— entre el 22 y el 26 de marzo de 1956. Además de Alfredo Sánchez Bella participaron en dichas conversaciones el agregado cultural de la embajada de Estados Unidos, John F. Reid; el embajador de Es- tados Unidos, John D. Lodge; el nuevo ministro de Educación, Jesús Rubio; el nuevo rector, Segismundo Royo-Villanova; el di- rector general de Relaciones Culturales Internacionales, Antonio Villacieros e incluso el jefe del Estado recibió en el palacio de El Pardo a José García-Mazas para interesarse por la Fundación Huntington23. El proyecto no fructi có por varias razones. La primera, debido a la falta de voluntad de nanciación de la Hispanic Society of America y, la segunda, debido a la ausencia de un modelo que resultase conveniente a las autoridades españolas, que desearon mantener un control directo sobre la proyectada fundación. El 22. Alberto Martín-Artajo para Concha Espina, carta, 18 de enero de 1955. Op. cit. 23. José García-Mazas para Anna Hyatt, carta, 31 de marzo de 1956. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collections Research Center. Syracuse University Library. Box 33: García-Mazas, José. 181 asunto quedó directamente a cargo de Alfredo Sánchez Bella, quien asumió el liderazgo en las negociaciones con José Gar- cía-Mazas en un clima universitario muy diferente al que había existido cuando comenzaron las conversaciones sobre la oportu- nidad de llevar adelante un proyecto tan complejo como la Fun- dación Huntington. Se intercambiaron pormenorizadas propuestas de articulación de la citada fundación que, a grandes rasgos, pretendía convertirse en un centro de estudios de postgrado especializado en cultu- ra americana y española abierto a estudiantes estadounidenses e hispanoamericanos, así como portugueses y españoles. Pero, a pesar de no prosperar, los documentos y los planos relativos a este proyecto aportan valiosa información sobre uno de los más ambiciosos proyectos de la política universitaria que el régimen español deseaba implantar en España a mediados de los años cincuenta y en los que el nombre de Huntington tenía un eviden- te protagonismo. Plano de ubicación de la Fun- dación Huntington en la Ciudad Univer- sitaria. Anna Hyatt Huntington Papers. Special Collections Research Center. Syracuse University Library, Box 82: Campus Huntington. 182 El monumento a los Huntington: el homenaje que nunca llegó, 1967 Tampoco fructi có el proyecto de erigir un imponente monu- mento en honor de Huntington en el campus universitario de Moncloa. Hay que recordar que él siempre se había mostrado sumamente reacio a este tipo de reconocimientos, por lo que existen serias dudas a propósito de cuál hubiese sido su parecer al respecto. Parece más bien que el destino terminó por sonreírle al frustrar esta iniciativa, más aún teniendo en cuenta la ines- perada polémica que arrastró y que tanto hubiese disgustado al hispanista. La idea de organizar en España un homenaje a Huntington tras su fallecimiento surgió de la preocupación con que varios diplo- máticos veían cómo en Estados Unidos se le rendían muestras de admiración desde numerosos colectivos mientras que en Es- paña no se le había hecho un acto público de entidad acorde a la signi cación de su gura. De alguna manera, demostrar el agradecimiento de los españoles y evitar que su gura fuese patri- monializada por entidades ajenas a los intereses de España tuvo cierta in uencia en el origen de estas propuestas. El embajador de España en Washington, José María de Areilza, fue una de las personas que reclamó a los representantes del ministerio de Asuntos Exteriores algún tipo de reacción: […] me parece que, para que no sean únicamente puertorriqueños y sudamericanos los que en Nueva York recuerden la labor del Sr. Huntington, por parte española y en España, se debería organizar algo análogo para recordar su personalidad, en la prensa, o por parte del Instituto de Cultura Hispánica24. El periodista José García-Mazas, que seguía ejerciendo como mediador de la viuda de Archer Huntington ante España, tam- bién promovió la idea entre las autoridades y los antiguos amigos de Huntington. A pesar de la intensidad y la premura con que se acercó a unos y a otros, no llegó a conseguir que esta iniciativa fraguase. La ocasión idónea llegó en 1963, gracias al viaje que el director general de Información, Carlos Robles Piquer, hizo a Estados Unidos y durante el cual quedó gratamente sorprendido por la magnitud del legado de la Hispanic Society: 24. José M. Areilza a la Dirección General de Relaciones Culturales, carta, 12 de diciembre de 1957. AMAEC R. 5602, exp. 52. 183 [C]reo que se ha ido demorando más de lo justo el acto público de reconocimiento a esta labor que España debe a la memoria de Huntington y a su obra, hoy continuada por la propia Sociedad y especialmente por su viuda. Esta Señora […] está recibiendo numerosos homenajes en los Estados Unidos y no me parece que España deba ir a la zaga de estas iniciativas25. A principios 1964 se planteó formalmente la constitución de la Comisión Interministerial del homenaje a los Huntington bajo la coordinación del Instituto de Cultura Hispánica. Esta comisión se reunió en siete ocasiones entre abril de 1964 y diciembre de 1966 y participaron en ella representantes de diversas entidades públicas y ministerios: Gregorio Marañón y Moya, director del Instituto de Cultura Hispánica; Robert F. Woodward, embaja- dor de Estados Unidos; Juan Contreras, marqués de Lozoya y director del Instituto de España; Segismundo Royo-Villanova, rector de la Universidad de Madrid; José Finat Escribá de Ro- maní, alcalde de Madrid; Alfonso de la Serna, director general de Relaciones Culturales; Gratiniano Nieto, director general de Bellas Artes; Miguel García Lomas, director general de Arqui- tectura; Carlos Robles Piquer, director general de Información; José Camón Aznar, decano de la Facultad de Filosofía, y Enrique Suárez de Puga, secretario general de la comisión. A lo largo de las diversas reuniones se de nieron los actos en homenaje al matrimonio que preveían hacerse, entre ellos, poner Comisión interministerial del monumento a los Huntington, 1964. Agencia Española de Cooperación In- ternacional para el Desarrollo: AECID. Archivo Central. ICH. Caja 54. Carpetilla 3811. 25. Carlos Robles Piquer para Gregorio Marañón Moya, carta, 11 de julio de 1963. Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo: AECID. Archivo Central. ICH. Caja 54. Carpetilla 3811. 184 el nombre de «calle de Los Huntington» a una calle sita en una zona residencial; actos académicos; acuñación de monedas en su honor; organizar una exposición conmemorativa del matrimonio Huntington en la Biblioteca Nacional y encargar a Juan de Áva- los un monumento de Anna Hyatt y Archer Huntington para la Ciudad Universitaria de Madrid. Se concretó la fecha para los actos, que se celebrarían hacia nales del mes de octubre de 1964. Es difícil identi car en qué momento se empezó a especular con la posibilidad de que, como contrapartida al homenaje, Anna Hyatt y la Hispanic Society pudiesen contribuir económicamente a la reubicación del pabellón español construido para la Feria Mundial de Nueva York de 1964, obra del arquitecto Javier Car- vajal. Con el objetivo de darle un nuevo uso al edi cio español y crear un centro de cultura española en Nueva York, José Gar- cía-Mazas tomó el liderazgo en las negociaciones y maniobró entre diplomáticos y autoridades instando a promover un pro- yecto que, tras la reunión del secretario del Instituto de Cultura Hispánica con Anna Hyatt, se admitió que era inviable. Juan de Ávalos, por su parte, ya había presentado el anteproyecto de monumento a los Huntington a los miembros de la comisión. Con una altura superior a los catorce metros el monumento pro- yectado estaba compuesto por unas escalinatas de planta trian- gular de granito, sobre ellas nueve guras en relieve en piedra de Escobedo que estaban precedidas de una estatua en bronce con las guras de Archer y Anna de casi dos metros y medio de lon- gitud. Presupuestado en dos millones y medio de pesetas, mos- traba la gura de Archer de pie, ataviado con una capa española, mientras Anna estaba sentada junto a su marido con una mantilla española sobre los hombros y unos palillos de modelar en las manos. Se acordó su ubicación en una zona ajardinada entre el Museo de América y la Facultad de Ingenieros Aeronáuticos. La zona recibiría el nombre de «Jardín de los Huntington»26. Sin embargo, el proyecto escultórico de Juan de Ávalos no contó con la general aprobación de la Comisión Interministerial y varios miembros mostraron sus reticencias ante el tamaño y la entidad del mismo. Por decisión unánime de la comisión, en septiembre de 1964 un proyecto alternativo fue encomendado al arquitecto Pascual Bravo. La solución que presentó consistía en una fuente con dos bloques de piedra y, en medio, un medallón en bronce Anteproyecto del mo- numento al matrimonio Huntington, Juan de Ávalos, 1964. Agencia Española de Cooperación Internacional para el De- sarrollo: AECID. Archivo Central. ICH. Caja 54. Carpetilla 3811. 26. Juan de Ávalos para Anna Hyatt, carta, 15 de junio de 1964. Agencia Espa- ñola de Cooperación Internacional para el Desarrollo: AECID. Archivo Central. ICH. Caja 54. Carpetilla 3811. 185 con la e gie del matrimonio Huntington. El cambio de monu- mento conllevó retrasos en las decisiones y también un cambio de ubicación, pues se planteó que el lugar ideal sería en la Aveni- da Séneca, dentro de los terrenos del Parque del Oeste y frente al Colegio Mayor de Nebrija y el Colegio Mayor Colombiano. Las demoras y modi caciones subsiguientes enfadaron a José García-Mazas y desembocaron en un con icto que, para inquie- tud del ministro de Información y Turismo, Fraga Iribarne, ter- minó en las páginas de los periódicos con las amenazas de Juan de Ávalos de llevar el caso a los tribunales y con artículos de José García-Mazas, publicados en la prensa neoyorkina, critican- do abiertamente a las autoridades españolas. Los nuevos inten- tos de llevar adelante el proyecto se demostraron infructuosos y Gregorio Marañón Moya optó por negociar con Juan de Ávalos una solución económica para resolver el principal con icto me- diático. Sin embargo, la voluntariosa pero desafortunada labor de José García-Mazas terminó por ensombrecer un proyecto de homenaje que para 1967 ya se había agotado. A estas circunstancias se sumó el agitado clima político que se vivía en la España de mediados de los años sesenta donde un cre- ciente aperturismo económico convivía con una fuerte represión de los movimientos opositores al régimen y cierto protoeuro- peismo fue adquiriendo mayor relieve frente a las relaciones tran- satlánticas, impregnadas de diversos grados de antiamericanismo (Moreno Juste 2000, 115). La sociedad española y especialmente el ámbito universitario estaba reclamando un aperturismo que para entonces nadie identi caba con Archer Huntington. Lo cierto es que fueron diversos los imponderables que arrui- naron las posibilidades de que se llevase adelante el homenaje a los Huntington, pero, a pesar de todo, resulta de gran interés considerar las circunstancias que lo rodearon pues contribuyen a evidenciar hasta qué punto se intentó que la memoria de Archer Huntington en España quedase ligada de manera permanente al espacio de la Ciudad Universitaria de Madrid. 186 187 El siglo XX se abrió con el «Desastre Nacional» que supuso la crisis del 98. Con la pérdida de los territorios ultramarinos (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), por vez pri- mera en 400 años, España y los españoles habían dejado de estar presentes en los dos hemisferios, tal y como a rmaba la Constitución de 1812. Esa debacle en la conciencia colectiva nacional fue la partida de nacimiento de la que se conoció como generación del 98. Coincidiendo con los llamados regeneracionistas, con Joaquín Costa a la cabeza, los unos y los otros buscaban devolver al cuerpo inerte de la nación española, por decirlo con este último, el pulso histórico perdido. Si los hombres del 98 (Unamuno, Azorín, los hermanos Machado, Baroja, Maeztu, entre otros) se afanaron en buscar las esencias nacionales en Castilla y todo lo que ella signi ca- ba en su imaginario —esos paisajes yermos de los Campos de Castilla de Antonio Machado y los valores del idealismo austero, la hidalguía, el misticismo recogidos en las obras del Siglo de Oro español—, los regeneracionistas apelaron al cirujano de hierro que sanara el cuerpo enfermo de la nación a través de reformas estructurales del sistema —que acabasen con la Oligarquía y el caciquismo, título del célebre libro de Costa de 1902—, el aprovechamiento de los recursos naturales del país —propuestas y estudio de la riqueza o ausencia de minerales, de las cuencas de los ríos, etc.— y la garantía de escuela y despensa para los españoles. Nacía España como problema, cuestión que alimentaría el ensayismo y las expresiones artísti- cas del país durante buena parte del siglo XX. En ese contexto, nacía la que se ha conocido como generación del 14. En el 98, sus representantes eran teenagers, adolescentes (Cacho Viu 1997, 112) que pronto comenzarían a publicar y aparecer en la escena pública española. Harían sus viajes de ampliación de estudios hacia 1907-1914, aparecerían sus primeras publicaciones, ganarían oposiciones y accederían a puestos universitarios, de manera que, hacia 1914, ya eran un grupo generacional conformado. CULTURA, INTELECTUALES Y UNIVERSIDAD EN ESPAÑA AL LLEGAR LA II REPÚBLICA Antonio López Vega 188 El acta de nacimiento de la Generación del 14 suele situarse en la resonante conferencia «Vieja y nueva política» que José Ortega y Gasset dictó en el Teatro de la Comedia de Madrid el 23 de marzo de 1914 (Ortega y Gasset 2004, 707-744). El término Ge- neración del 14 va más allá de una cuestión cronológica. Identi ca a aquellas personas que hicieron de la europeización de España su quicio generacional. Para ellos, Europa signi caba ciencia, razón, universidad, cultura, investigación, competencia; en de nitiva, modernidad (López Vega 2014; Alzamora Menéndez 2006). Aquella fue la primera generación en la historia de España que contó entre sus miembros con destacados cientí cos —en el am- plio sentido del término—, trascendiendo el ámbito exclusivo del mundo de las humanidades (Marichal 1975, 27). Entre la ex- tensa nómina de personalidades que compartieron esta ambición para su país, podemos incluir a los lósofos Eugeni D’Ors o Manuel García Morente; los médicos Gregorio Marañón, Gus- tavo Pittaluga, Gonzalo Rodríguez Lafora, Teó lo Hernando, o August Pi i Sunyer; los matemáticos Julio Rey Pastor o Esteban Terradas; el físico Blas Cabrera; el químico Enrique Moles; los historiadores Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz; los literatos Ramón Gómez de la Serna, Ramón Pérez de Ayala, José María de Cossío, Salvador de Madariaga, Federico de Onís, Fer- nando Vela, o el poeta Juan Ramón Jiménez; los músicos Manuel de Falla, Ernesto y Rodolfo Halffter; los pintores y escultores Josep María Sert, Sebastián Miranda o Daniel Vázquez Díaz; los políticos Manuel Azaña, Julián Besteiro, Fernando de los Ríos, Luis Jiménez de Asúa y toreros como Juan Belmonte o Joselito. José Ortega y Gasset, líder indiscutido de la generación del 14, gozó de una autoridad intelectual abrumadora desde muy joven en la España de su tiempo (Lasaga 2003, Zamora Bonilla 2002). En 1914, además de jar el ideario de su propia generación en «Vieja y nueva política», publicó Meditaciones del Quijote, fundamental para toda su losofía raciovitalista, e impulsó la Liga de Educación Política, primera propuesta articulada de este grupo generacional. Como solución al conocido como problema de España que habían heredado de sus mayores, Ortega proponía la creación de una nueva España vital, a través de un liberalismo de nuevo cuño y la nacionalización del Estado —entendida como una superación de los particularismos. Para ello impulsó diferentes empresas edito- 189 riales como la revista Europa, Faro, el semanario España, El Espec- tador, el diario El Sol, la Revista de Occidente, Crisol o Calpe. De esta manera, ciencia fue la palabra clave para la Generación del 14, un grupo que impulsó la mayor modernización a la que España había asistido hasta este momento y en la que el ámbito cientí co tuvo un papel fundamental en la vida social, cultural y política del país. Aquella generación asomó a la modernidad las más variadas ramas del saber cientí co experimental, implantan- do en nuestro país estas disciplinas cientí cas, e importando las técnicas y métodos de investigación más avanzados. La investigación de Cajal —hombre de la generación anterior— en el ámbito de la neurología supuso un aldabonazo —por utili- zar la expresión orteguiana— que, paralelamente a su reconoci- miento con el premio Nobel en 1906, se plasmó en la creación de la Junta para Ampliación de Estudios (1907), que constituyó una novedad que aportó aire fresco al empobrecido panorama José Ortega y Gasset en la Universidad de Verano de Santander ha- blando con Pedro Salinas, Manuel García Morente y Teó lo Hernando. Año 1933. Archivo de la FOM. Fondo fotografías JOG. Sig. 330. 190 cientí co y educativo español (Lafuente y Sánchez Ron 2007). Entre el año de su creación y 1936 que estalló la Guerra Civil, cerca de 2000 pensionados salieron de España para imbuirse de la vanguardia cientí ca. A su regreso, muchos de ellos pusieron en marcha investigaciones que alcanzaron relieve internacional en lugares como el Laboratorio de Investigaciones Físicas, La- boratorio de Investigaciones Biológicas, Laboratorio de Química Fisiológica, Laboratorio de Fisiología y Anatomía de los Cen- tros Nerviosos, Laboratorio de Química General, Laboratorio de Fisiología General, Laboratorio de Serología y Bacteriología, Laboratorio de Histología Normal, Patológica e Histológica o el Museo Nacional de Ciencias Naturales, todos ellos ubicados en el entorno de la Colina de los Chopos. Allí se erigió la Residen- cia de Estudiantes —que había sido creada en 1910— como un Centro de la JAE. Siguiendo el modelo de la Institución Libre de Enseñanza auspiciada por Francisco Giner de los Ríos y que buscaba la formación integral de los residentes, la Residencia, además de ofrecer un alojamiento a los estudiantes que venían de provincias, trataba de proporcionar todo aquello de lo que adolecía la Universidad española: laboratorios, medios técnicos, atención individualizada. De manera paralela, aquella generación contempló igualmente la necesidad de dotar de oportunidades a la mujer también. Con el apoyo de personas vinculadas a ese universo del institucionismo liberal, el gobierno buscó actualizar los programas impartidos en las escuelas, así como abrir a ambos sexos todos los niveles educativos. Así, en 1915, María de Maeztu puso en marcha la Residencia de Señoritas, con un ideario análogo al que inspiró la Re- sidencia de Estudiantes, hizo de este lugar un espacio excepcional en aquella España (Pérez-Villanueva 2000, Moreno y Zulueta 1993). Aquellas personalidades de la Generación del 14 ambiciona- ron que su país se convirtiera en variable europea. Para ello, procuraron que buena parte de las mayores inteligencias euro- peas —Valéry, Chesterton, Keynes, Marinetti o Einstein, entre otros— visitaran los centros cientí cos y culturales de nuestro país. También pusieron en marcha iniciativas como la Univer- sidad Internacional de Santander, ya en años de la II República, donde los alumnos, además de escuchar cursos y conferencias de cientí cos nacionales e internacionales, tendrían ocasión de tratarlos personalmente. Junto a estas personalidades e institucio- 191 nes, aparecieron diferentes publicaciones de carácter cientí co y humanista donde, además de trabajos originales, se tradujeron buena parte de las investigaciones que trajo la modernidad y que estaba transformando el mundo de inicios del siglo XX —re- vistas como Residencia o la Revista de Occidente—. En todas estas personas, instituciones y publicaciones se plasmó el ideario que alumbró a esta generación excepcional de la historia de España y que, de una manera u otra, sería referencia en España en ade- lante. Además del revulsivo que supuso para el país la acción cientí ca, en todos los órdenes, de la Generación del 14, lo cierto es que Es- paña asistió entonces a la aparición y desarrollo de movimientos culturales singulares de gran calidad. En Cataluña, el noucentisme signi có una nueva estética y visión particularista de Cataluña y una reacción contra el modernismo nisecular. La publicación de Els fruits saborosos (1906) del poeta Josep Carner y la aparición en La Veu de Catalunya del «Glosari» —glosas de enorme ingenio publicadas prácticamente a diario entre 1906 y 1920— de Eugeni D’Ors, marcaron la aparición de este movimiento. El término noucentisme fue acuñado por el propio D’Ors en 1906, que, dos años después, per ló un programa del movimiento en el prólo- go para el poemario La muntanya d’ametistes del poeta Guerau de Liost, seudónimo de Jaume Bo ll, en el que planteó la necesi- dad de imponer la cultura frente a la naturaleza salvaje, la norma frente a la anarquía y el arti cio formal frente a la inspiración espontánea y descontrolada. En las artes plásticas, el noucentis- me supuso la ruptura con los «ismos» dominantes en la Euro- pa del momento y se caracterizó por su vocación mediterránea, el retorno a los patrones estéticos griegos y latinos, el deseo de norma y medida, el realismo idealizado, la expresión serena y el alegorismo didáctico. Contó entre sus guras más relevantes con Joaquim Sunyer, J. Aragay y Xavier Nogués, así como es de des- tacar la orientación noucentista de autores como Julio González o Joaquín Torres García. En el País Vasco, en torno a 1914 coincidió la eclosión de diferen- tes sensibilidades culturales. La vasco-española era, sin duda, la que gozó de una presencia hegemónica que se vio re ejada en la magní ca revista Hermes que se publicó entre 1917 y 1922. En ella publicaron buena parte de los hombres del 98 vascos (Unamu- no, Baroja, Maeztu, Salaverría) y los integrantes de la generación 192 del 14 como Ramón de Basterra, Rafael Sánchez Mazas, Joaquín Zugazagoitia, Mourlane Michelena o Joaquín Adán. También fue sobresaliente la obra de arquitectos como Secundino Zuazo, Ri- cardo de Bastida o José Manuel Aizpurúa. Pero, junto a ella, se a anzó una cultura euskaldún que tuvo un notabilísimo re ejo en las artes plásticas con guras como Severo Altube, el bertsolari Enbita, Gregorio Múgica o el etnógrafo José Miguel de Baran- diarán. Esta generación euskaldún fue especialmente relevante en la pintura cuyas guras aparecían dominadas por el etnicismo nacionalista que subyacía en las obras de Zubiaurre, Tellaeche, los hermanos Arrúe o Gustavo de Maeztu y, de manera singular, en las obras de Aurelio Arteta donde los tipos vascos servían a una pintura representada muchas veces como una épica social del trabajo. También en Galicia se asistió a la emergencia de la generación galegista más importante de la historia. Aunque en las décadas precedentes la cultura gallega tuvo guras señeras como Ramón José Ortega y Gasset con la Ciudad Universitaria de Madrid al fondo. Año 1934. Archivo de la FOM. Fondo fotografías JOG. Sig. 341. 193 María del Valle-Inclán o Rosalía de Castro —el primero siempre escribió en castellano; la segunda, aunque escribió algunas obras en gallego, sus mejores páginas son las castellanas—, fue enton- ces cuando se abrió paso la cultura identitaria galegista que alimen- taría el nacionalismo cultural gallego en el siglo XX. En torno a 1916, se asistió a su despertar con la creación del movimiento de las Irmandades de Fala (1916), la publicación de Teoria do nacio- nalismo galego (1920) de Vicente Risco (1888-1976) y la creación del Seminario de Estudios Gallegos en 1923. De esta forma, con la aparición de la revista Nós en octubre de 1920 y la irrupción de escritores como el propio Risco, Alfonso R. Castelao (1886- 1950), Ramón Otero Pedrayo, o los pintores Carlos Maside, Ma- nuel Colmeiro y Arturo Souto, el galleguismo adquirió entidad propia (para una aproximación al mundo de la cultura en España: Fusi 1999). La revolución bolchevique de 1917 fue el preludio de la oleada autori- taria que inundó Europa en el período de entreguerras. A la Italia mussoliniana (1922), el Portugal salazarista (1926) o la Alemania nazi (1933), se sumaron países como Hungría, Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Yugoslavia, Bulgaria, Grecia o Rumanía. Había llegado la era de las Tiranías —según el célebre estudio del histo- riador francés Élie Halévy y España no era una excepción. El 13 de septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera ocupó la escena política española con un modus operandi similar al que había sucedido con demasiada frecuencia a lo largo del siglo XIX. El mani esto que encabezó el pronunciamiento militar señalaba que el nuevo poder nacía con voluntad regeneracionista y tendía la mano a las clases medias y obreras. La Dictadura autoritaria y paternalista de Primo «es la fecha decisiva en la historia de la España moderna, la gran divisoria» (Raymond Carr 2005, 114). El pronunciamiento ponía punto y nal a la crisis que atravesaba el parlamentarismo español desde 1917. El pistolerismo, que se había cobrado varios cientos de víctimas —entre las más sona- das, el conservador Eduardo Dato en 1921 o el Cardenal Solde- vila, ya en 1923— y la inestable vida política —fragmentación de los partidos, sucesión ininterrumpida de gobiernos que apenas duran unos meses, Cortes cerradas, con ictos laborales y socia- les, etc.— hicieron que muchos viesen en el golpe de Primo el cirujano de hierro reclamado por Joaquín Costa hacía ya más de dos décadas. De esta manera, no fueron pocos los que esperaron que 194 el nuevo régimen pusiera n a la vieja política, con ando en que, tras el período dictatorial, se abriera de nuevo paso un régimen liberal y democrático. Se otorgaba al nuevo periodo un papel de interinidad reformista acorde con lo que venían reclamando desde hacía años los intelectuales. Solamente unos pocos se opu- sieron al golpe desde el primer momento. Entre ellos, destacaron Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle-Inclán, Gregorio Marañón o Rodrigo Soriano. Aquel fue, efectivamente, un punto de no retorno. Conforme pasaron los años, la connivencia de Alfonso XIII con el dicta- dor llevó a la inmensa mayoría de los intelectuales a la ruptura con el sistema e, inmediatamente, al republicanismo militante al que habían renunciado en la década anterior conforme a la tesis accidentalista enunciada por Ortega en su discurso Vieja y nueva po- lítica y que llevaron a su generación a hacer entonces la experiencia monárquica. En ese contexto y, sobre todo, desde la llegada del Directorio Civil en 1925 comenzó entonces una lucha sin cuartel entre los intelectuales y la Dictadura que fue in crescendo conforme avanzó la década y que tuvo en algunos centros culturales o cientí cos sus puntos neurálgicos. Entre ellos destacó el Ateneo de Madrid. Cuna del republicanismo liberal, en los últimos años se había erigido en caja de resonancia de las reivindicaciones de la izquierda parlamentaria al encontrarse cerradas las Cortes —sirva como botón de muestra cómo, por ejemplo, el 30 de octubre de 1917 se celebró allí la segunda reunión de la Asamblea de Parlamentarios, que siguió a la primera de Barcelona celebrada unos meses antes, en el verano de ese año (García Delgado 1993, Ouimette 1998). Ya desde 1921 se venía reclamando desde el Ateneo responsabilidades políticas como consecuencia del Desastre de Annual fruto del decepcionante y o cial expediente Picasso. En el número 21 de la calle del Prado, apenas a un paso del Congreso de los Diputados, se hicieron eco de ese malestar y se introdujeron en un sinfín de polémicas de trasfondo político. En febrero de 1922, por ejemplo, una nueva suspensión de las garantías constitucionales provocó un incendiario discurso de Unamuno que obligó al entonces presidente del Ateneo, el conde de Romanones, a auspiciar, junto a Marañón, una nota explicativa de la Junta dando cuenta de lo sucedido. El episodio culminó con la visita a Palacio de Unamuno, sin que ésta resolviera su visceral 195 oposición al monarca (Juliá 2009, 180-184). Tras diferentes encontronazos entre la institución y el Directorio militar, una Nota o ciosa clausuró la Docta Casa, destituyó a Unamuno de su cátedra y le desterró a Fuerteventura junto a Rodrigo Soriano. Le sucedió como presidente Gregorio Marañón —propuesto por los ateneístas, aunque el Directorio impidió el desarrollo normal de las actividades de la institución y no permitió la celebración de las elecciones en las que seguramente habría salido electo—. Aunque otros ámbitos también re ejaron esa sustancial oposi- ción creciente del mundo intelectual y cultural, jémonos aquí en el ámbito universitario que centra esta monografía. La oposición contra la Dictadura estuvo allí jalonada por una serie de aconte- cimientos cuyo inicio puede situarse en el mani esto que ya en 1924 suscribieron muchos profesores universitarios —José Or- tega y Gasset, Gregorio Marañón, Ángel Ossorio, Gustavo Pitta- luga o Pedro Sainz Rodríguez, entre otros— en el que mostraban su inquietud por la pretensión del dictador de perpetuarse en el poder (Juliá 2003, 328). Casi un año después, el 28 de marzo de 1925, con motivo de la llegada a Madrid de los restos mortales de Ángel Ganivet, Américo Castro, Gregorio Marañón o Luis Jimé- nez de Asúa, entre otros, intervinieron en la sesión necrológica que se celebró en el Paraninfo de la Ciudad Universitaria y en la que denunciaron la actitud represora del Directorio. Aquel fue un acto especialmente signi cativo pues visibilizó por vez primera la oposición rme de buena parte de la intelectualidad después de la inicial esperanza en que Primo de Rivera diese lugar a una nueva España a la que se hacía referencia más arriba (Aubert 1993, 50). La sesión fue suspendida cuando se intentó leer una carta de Unamuno que criticaba la política de Primo. Así relató Gregorio Marañón al desterrado lo sucedido: Vengo de la Universidad, del homenaje a Ganivet, que ha sido homenaje a usted ¡y de qué magnitud! Nunca se ha conocido tanta gente en el Paraninfo: y aún quedaron fuera más de 2000 personas, a las que hubo que contener con las verjas —[Luis] Jiménez Asúa, [Eduardo Gómez de] Baquero, A[mérico] Castro y yo, hemos, claro es, hablado de Vd. y cada vez que sonaba su nombre era una tempestad furiosa de gritos y de vivas. Han sido momentos de verdadera emoción para los que somos sus amigos 196 y somos amigos de no morir de nitivamente en este fango. […] Ya sabe Vd. que su carta no pudo leerse. Los estudiantes se entusiasmaron con ella y al día siguiente se la sabían de memoria. Y el rector lo supo y nos llamó y prohibió su lectura. Hicimos entonces, y a toda prisa, una tirada de 5000 ejemplares, que se repartieron los estudiantes en los bolsillos: y en el centro del acto, como por ensalmo, surgió en toda la sala, de un modo verdaderamente teatral, una bandada inmensa de papeles. Se armó la gran gritería. Todos pedían que se leyese y el señor rector hubo de suspender precipitadamente la Sesión, para que las cosas quedasen en los gritos. Luego, en la estación, volvieron a pedir que se leyese y los guardias les hicieron callar. Ha circulado con tal rapidez, que a estas horas la conoce todo Madrid: y ha conmovido a todo el mundo, porque es formidable (López Vega 2008, pp. 116-117). José Ortega y Gasset dando clase en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. En primer término de espaldas, José Gaos. Año 1933. Archivo de la FOM. Fondo fotografías JOG. Sig. 318. 197 La tensión en la Universidad continuó creciendo en los meses siguientes con acontecimientos como los serios altercados ocu- rridos en la apertura del curso 1925-26, cuando el general Valle Espinosa pasó por alto la alusión crítica de Sainz Rodríguez con- tra la Dictadura, o la expulsión del estudiante de ingeniería agró- noma, Antonio María Sbert, por increpar al rey en un acto y que llevó al Directorio a publicar una nota en la que se noti caba su destierro a Cuenca y la apertura de un expediente por parte de la Escuela. Un poco más tarde, y tras la puesta en marcha de la construcción de la Ciudad Universitaria en 1927, la promul- gación del Estatuto Universitario impulsado por el ministro de Instrucción Pública, Eduardo Callejo, en 1928, signi có el punto álgido de la oposición de los intelectuales en la Universidad. La nueva normativa favorecía que las congregaciones religiosas de Deusto y de El Escorial pudieran presentar a sus alumnos como o ciales de la Universidad estatal. Desde las páginas del periódi- co orteguiano El Sol, las críticas a esta medida fueron durísimas. En marzo de 1929, se produjo una protesta estudiantil reprimida duramente por el régimen, se cerró la Universidad y se persi- guió y encarceló a profesores y alumnos. Tras la misma, Ortega y Gregorio Marañón, catedrático de Endocrinología, dando clase en el Hospital Provincial de Madrid. [Año 1931-1936]. Archivo de la FOM. Fondo fotografías GM. Sig. 162. 198 otros profesores —entre los que estaban, Fernando de los Ríos, Luis Jiménez de Asúa o Felipe Sánchez Román—, renunciaron a su cátedra. La solidaridad con ellos entre otros intelectuales y políticos no se hizo esperar. Unos meses después, el 30 de enero de 1930, caería la dictadura de Primo de Rivera. Pese a las restricciones que había impuesto la Dictadura, «la vida cultural no sufrió alteraciones o di cultades decisivas» en esos años (Fusi 1999, 54). El desarrollo de la conocida como Edad de Plata siguió su curso; los movimientos vanguardistas, la generación del 27 —que tomaba su nombre con motivo de la conmemora- ción del centenario de Góngora— y el auge de algunas de las iniciativas y obras culturales más importantes de todo el período —como la orteguiana Revista de Occidente o la Residencia de Estu- diantes—, dieron al mundo cientí co y cultural una continuidad que no haría sino crecer —e institucionalizarse— en los siguien- tes años. En ese momento, comenzaba un año que «merece ser adjetivado como [un año propiamente] de intelectuales» (Juliá 2004, 209). Durante los meses que transcurrieron entre la caída de Primo de Rivera en enero de 1930 y la proclamación de la II República en abril de 1931, palabras como revolución, república, regionalismo o liberalsocialismo se adueñaron del debate de los intelectuales. Con el n de la Dictadura se inició un período de inestabilidad política agravada por las consecuencias de la crisis económica internacio- nal tras el crash de 1929; la caída de la Bolsa, el aumento del dé cit público (situado en el 5,07% de los gastos del Estado en 1929) o la reducción de la producción agraria, lo que colocaba a la eco- nomía española al comenzar la década en una situación delicada. A pesar de que Unamuno volvió a España en loor de multitudes y pese al alboroto que, a lo largo de los primeros meses de 1930, supuso su presencia en diferentes actos públicos, el protagonis- mo de Unamuno en la conformación de la naciente República sería escaso. Por el contrario, el liderazgo orteguiano alcanzó entonces su cenit cuando, junto a Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, impulsó la Agrupación al servicio de la República a comienzos de 1931. En la página siguiente: José Ortega y Gasset con la Ciudad Universitaria de Madrid al fondo. Año 1934. Archivo de la FOM. Fondo fotografías JOG. Sig. 340. 199 200 En ese contexto, la cuestión regional ocupó un lugar fundamental entre las preocupaciones de los intelectuales que iban a apadrinar la nueva República. Ya en marzo de 1930 muchos intelectuales radicados en Madrid (entre ellos, los liberales Ortega y Gasset, Marañón, Pérez de Ayala, Menéndez Pidal; los falangistas Rami- ro Ledesma o Ernesto Giménez Caballero; los socialistas Luis Jiménez de Asúa, Luis de Zulueta o Fernando de los Ríos; u hombres representativos del mundo cultural y artístico español como Federico García Lorca o Ramón Gómez de la Serna) fue- ron homenajeados en Barcelona y Sitges con ocasión de haber rati cado el mani esto redactado por Pedro Sainz Rodríguez a favor de la lengua y de la cultura catalana seis años antes cuando Primo había prohibido la enseñanza del catalán, los rótulos calle- jeros en esta lengua y había decretado la supresión de la Manco- munitat catalana (Pericay, 2013). La visita estuvo llena de fervor popular. También por entonces, con ocasión de una conferencia dictada por Indalecio Prieto en el Ateneo de Madrid el día 25 de ese mes de abril, la Docta Casa se vio envuelta en otra polémica. El líder socialista señaló la disposición del PSOE a apoyar una repúbli- ca burguesa —algo, por otra parte, incierto, pues en el seno del PSOE, las diferentes corrientes no habían acordado dicho apoyo. La Junta Directiva del Ateneo había sido recientemente elegida —en línea con aquella que había depuesto el dictador en 1926 y a la que se añadieron Clara Campoamor y Manuel Azaña—. El acto en el que Prieto dictó su conferencia recibió duras críticas de los diarios conservadores y monárquicos, singularmente el Abc, que clamaba «contra la impunidad de los delitos y de los desaca- tos a la Ley donde se cometan, porque no hemos salido de una Dictadura autoritaria para caer en una Dictadura de alborotado- res». El ministro de la Gobernación, general Marzo, anunció que estudiaría lo sucedido si bien el gobierno, como línea general, no tenía pensado intervenir en centros de difusión cultural. Tras la polémica, una semana más tarde, el 2 de mayo, fue Unamuno quien pronunció una conferencia en el Ateneo escuchada con auténtica pasión. En la presentación, Marañón —presidente de la Junta Directiva del Ateneo— llamó al sosiego para evitar un nuevo choque con el gobierno. Cuando terminó el acto, Unamu- no posó en la escalera del Ateneo junto a la nueva junta a la que se sumó Manuel Azaña en una conocida instantánea. A nal de 201 mes, una nueva conferencia que no pudo celebrarse de Marcelino Domingo, desembocó en unas nuevas elecciones para renovar la Junta del Ateneo cuyo presidente sería Manuel Azaña. Poco más tarde, en el conocido como Pacto de San Sebastián, ce- lebrado en el Círculo Republicano de esa ciudad el 17 agosto de 1930, se acordó impulsar un movimiento político, legal y re- volucionario, que estableciese por un golpe de fuerza popular y militar la República. Participaron en él Alejandro Lerroux por Alianza Republicana; Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Ángel Galarza por el Partido Radical Socialista; Manuel Azaña por Acción Republicana; Santiago Casares Quiroga por la Orga- nización Republicana Galega Autónoma (ORGA); Carrasco For- miguera por Acció Catalana; Jaime Ayguadé por el Estat Català; Matías Mallol por Acció Republicana de Catalunya; Niceto Alca- lá-Zamora y Miguel Maura por la Derecha Liberal Republicana; el socialista Indalecio Prieto por cuenta propia y, como invitados, Eduardo Ortega y Gasset y Felipe Sánchez Román. De él saldría buena parte del gobierno provisional de la II República. Casi un mes más tarde, en septiembre tuvo lugar el célebre mitin en la plaza de toros de Madrid en el que Azaña se reveló como un magní co orador y futuro líder que llevaría a cabo la reforma del Estado. Y, en n, la tan esperada de nición política de Ortega y Gasset que llegaría a nal año cuando publicó en El Sol el 15 de noviembre de 1930 su famoso artículo «El error Berenguer», que nalizaba con su célebre sentencia de muerte al viejo Estado: «¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo! Delenda est Monarchia». Unos días más tarde tuvo lugar la conocida sublevación de Jaca, que convirtió al capitán Galán y al teniente García Her- nández en «mártires de la libertad» y cuando nalizaba el año se convocó una jornada revolucionaria para el día 15 de diciembre que fracasó por la falta de apoyo del PSOE. 1931 llegaba con la conformación de la conocida como Agru- pación al servicio de la República que suponía «la culminación de la obra política de los intelectuales como grupo en la historia de España» y era heredera, por tanto, de la Liga de Educación Política que había auspiciado Ortega en 1914 (Márquez Padorno 2003, 245). La Agrupación nacía con vocación de canalizar la voz de profesionales no a liados a partidos políticos. Sin embargo, la suspensión de las garantías constitucionales y la acción de la cen- 202 sura impidieron la publicación de su mani esto fundador hasta el 10 de febrero de 1931 cuando apareció en el diario El Sol. En él, se apostaba por la implantación de una República de todos que impulsase la tan mentada regeneración de España. Distanciándose del bolchevismo y del fascismo, criticaba la carencia de sensibi- lidad de la Monarquía hacia los problemas nacionales. Invoca- ba, como principal objetivo inmediato, la convocatoria de unas elecciones a Cortes Constituyentes que dieran forma a un nuevo Estado republicano. En sus Estatutos, redactados algo más tarde, se proponía «corregir los vicios y las imperfecciones del Esta- do Español, mediante la difusión de los principios del derecho público moderno y la educación del pueblo para el desempe- ño de su función de rector y director único de la vida pública» (Archivo Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón). Tras la publicación del mani esto, la Agrupación recibió un au- téntico aluvión de adhesiones. El 14 de febrero de 1931, cuatro días después de que viese la luz el mani esto, se produjo el que fue el gran acto público de la Agrupación, el único que, a la postre, contaría con la intervención de sus tres fundadores. El escenario escogido fue el teatro Juan Bravo de Segovia. Bajo la presiden- cia de Antonio Machado, que abrió y presentó el acto, tomó la palabra Pérez de Ayala, que invocó la necesidad de un régimen político de libertad y justi có la actuación pública de los intelec- tuales. Marañón explicó por qué apoyaban la República como solución a la situación de España; Ortega, que cerró el acto entre vítores, llamó a que todos siguieran su ejemplo y se implicasen en el excepcional momento histórico que se aproximaba. Explicó la elección de la ciudad castellana como plaza para el estreno de la Agrupación, por su rme convicción en el papel que habían de jugar las provincias en el futuro de España y nalizó sus palabras invocando la ayuda de los profesionales liberales para «hacer una España magní ca». Según el conde de Romanones, aquel acto en el Teatro Juan Bravo tuvo una «e cacia destructora» para la causa monárquica (Romanones 1999, 491-492). Poco después, el 14 de abril de 1931, llegó la República de los intelectuales, tal y como la bautizó Azorín en Crisol el 4 de junio de ese año. Efectivamente, su ascendiente social y político fue ex- traordinario. Muchos de ellos fueron designados embajadores de España (Ramón Pérez de Ayala en Londres, Américo Castro en Berlín, Alfonso Danvila en París, entre otros). Aquel régimen que ahora lideraban en los principales puestos del Estado y del go- 203 bierno era la ocasión que llevaban tanto tiempo esperando. Pron- to se acometieron las principales reformas pendientes: agraria, regional, por la laicización del Estado y militar. Con todo, para buena parte de ellos el cometido fundamental de la República era, por encima de cualquier otra cosa, educativo y cientí co. Así fue al menos durante el bienio social-azañista, cuando la II Re- pública fue «algo parecido a un Estado cultural» (Fusi 1999, 88). De esta manera, las Cortes iniciales contaron con 64 profesores y catedráticos y 47 escritores y periodistas, pero, más allá de ello, durante el primer bienio los presupuestos de educación aumen- taron un 50% anualmente, cuando se crearon 10 000 escuelas y se promovieron 7000 nuevos maestros. En la Facultad de Filo- sofía y Letras de la Universidad Central el claustro contaba, entre otros, con Ortega y Gasset, Menéndez Pidal, Claudio Sánchez Albornoz, Xavier Zubiri, José Gaos, Américo Castro o el decano Manuel García Morente. Entonces también se fraguaron iniciati- Despacho de Manuel García Morente. A la izquierda, Juan de Zara- güeta. 1933. Biblioteca de la Facultad de Filosofía, UCM. 204 vas como la de las Misiones pedagógicas (mayo 1931), que bus- caban extender los niveles básicos de educación más allá de las ciudades, o La Barraca de Federico García Lorca, que llevó el tea- tro clásico español al mundo rural. Aquel era un Estado, en n, que impulsó actos e instituciones que marcarían el devenir his- tórico del país, como la Feria del Libro —que se celebró por vez primera en 1933— o la Universidad Internacional de Santander, cuyo primer rector fue Menéndez Pidal y donde los estudiantes, además de escuchar conferencias, podrían tratar durante algunos días a intelectuales y cientí cos. De ahí que a muchos de aquellos intelectuales —sobre todo a los de ascendiente liberal—, la ac- ción política les pareciese algo accidental y únicamente se ocupa- sen de ella con ocasión de sucesos puntuales que sobresaltaban el devenir del nuevo régimen. También ello explica que algunos de ellos, singularmente Ortega y Gasset, se alejaran desde temprano del devenir político. El resto de la historia es bien sabido. En noviembre de 1933 se celebraron nuevas elecciones que dieron paso al conocido como bienio radical-cedista, que no tuvo una acción positiva de gobierno. Los diferentes gabinetes que lideraron la coalición se concen- traron en mayor medida en desmontar lo iniciado durante los dos años anteriores que en llevar a cabo una obra legislativa pro- pia. Tras unas nuevas elecciones en febrero de 1936, se abrió un período de fuertes convulsiones sociales y políticas que derivó, tras el asesinato del líder de la oposición monárquica José Calvo Sotelo en venganza por el del teniente de asalto José del Castillo, en el golpe de Estado que, fracasado —como el intento del go- bierno de someter a los sublevados—, introdujo a España en la más incivil de sus guerras. La Dictadura de Franco, que llegaría tres años más tarde, en abril de 1939, abriría una página negra para la historia de la ciencia y la cultura en España cuando la tradición liberal que había protagonizado aquella Edad de Plata de la historia del país, fue sustituida por los ideales falangistas, primero, y nacionalcatólicos, después, trataron de imponer una visión exclusiva y excluyente de España. No sería hasta la década de 1960 cuando comenzaron a hacerse evidentes nuevos espacios de libertad (Fusi, 2017). Pero esa es ya otra historia. 206 207 Por su historia y arquitectura, un edi cio destaca entre todo el conjunto de la Ciudad Universitaria de Madrid: el de la antigua Facultad de Filosofía y Letras, tradicionalmen- te conocido como «edi cio de Filosofía A» o «edi cio A». La declaración de este inmueble, que alberga hoy las facultades de Filología y Filosofía, como Bien de Interés Cultural en la categoría de monumento por la Comunidad de Madrid el 21 de marzo de 2017 corrobora su excepcionalidad. Como atinadamente se explica en dicho decreto, «la Facultad de Filo- sofía y Letras de la Universidad Complutense es un edi cio destinado a convertirse para las futuras generaciones en símbolo y referencia de una época de la historia y la cultura españolas»1. Su excepcionalidad deriva, sobre todo, del innovador diseño arquitectónico original de Agustín Aguirre, así como de la excelencia académica de la institución que al- bergó durante tres años del siglo pasado: la mítica Facultad liderada por el decano Manuel García Morente, asuntos sobre los que, de forma resumida, tratan estas páginas (López Ríos y González Cárceles 2008). Inaugurado parcialmente el 15 de enero de 1933 (fue la primera facultad que se trasladó al nuevo campus), se destruyó durante la Guerra Civil, período en el que fue utilizado como cuartel general de la Brigadas Internacionales. El edi cio se reconstruyó en la posguerra por el mismo arquitecto, aunque sin los mismos medios y sin el mismo espíritu que en la época republicana. Si bien la inauguración de la nueva Facultad de Filosofía y Letras el 15 de enero de 1933 en la Ciudad Universitaria se debió a una feliz con uencia de complejos factores, aquello solo pudo materializarse gracias al liderazgo de Manuel García Morente. Este catedrático de Ética, elegido decano en enero de 1932, puso en marcha una revolucionaria reforma educativa en su centro, inspirada en principios de la Institución Libre de Enseñanza, que llevaba a la práctica las mejoras exigidas hacía tiempo por su colega Américo Castro, amigo suyo desde la adolescencia y con quien había compartido muchas horas en las aulas de la Universidad de la Sorbona y en los entornos institucionistas en España. LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DE MADRID ENTRE 1933 Y 1936 Santiago López-Ríos 1. Decreto 27/2017, de 21 de marzo de 2017, 27. 208 «Cuidado, pues, con la Ciudad Universitaria» avisaba Américo Castro en un artículo publicado en El Sol el 6 de enero de 1928. A Castro le preocupaba que el proyecto se redujera a un mero cambio urbanístico-arquitectónico con peligrosos visos de me- galomanía y que no se aprovechara la ocasión para abordar los acuciantes problemas estructurales de la primera universidad es- pañola. Imbuido de ideas institucionistas, conocedor de las exce- lencias de los centros extranjeros de enseñanza superior y con la experiencia vivida en primera persona de los bene cios que esta- ba suponiendo para su país la Junta para Ampliación de Estudios, declaraba con su contundencia característica: La reforma de la universidad ha sido concebida como una grandiosa modi cación arquitectónica. Los cambios anunciados hasta ahora no afectan a la mínima armazón de los organismos docentes. O - cialmente no se ha publicado ningún estudio en que se señale el carácter excepcional que la universidad española ostenta al lado de las restantes europeas, ni la opoterapia o cirugía que hayan de usarse para toni car un poco su alfeñicada complexión. (…) Tendríamos que ver, además, algunos signos favo- rables tocantes a la estructura misma de la Universi- dad. Acerca de este punto no hemos leído aún nada moderno y con sentido. No vemos formulado el programa de los derribos y reconstrucciones espiri- tuales (Castro 1928, en López-Ríos 2015, 311). Cuando Castro escribía esto, pensaba muy particularmente en su propia Facultad, la de Filosofía y Letras, en la que ocupaba la cá- tedra de Historia de la Lengua Española desde 1915. El cambio de espacio y las posibilidades que ello brindaban reavivaban en Castro su deseo de una reforma profunda de su institución, algo que reclamaba desde tiempo atrás. Sus reivindicaciones, primero expuestas en los periódicos y luego recogidas en su obra Lengua, enseñanza y literatura (esbozos) (Madrid, Victoriano Suárez, 1924), hay que entenderlas en la situación de estancamiento de la Uni- versidad de Madrid en las primeras décadas del siglo XX. Américo Castro luchaba sobre todo por mejorar el funcionamiento admi- nistrativo, la preparación de sus profesores, el sistema de ense- ñanza, los planes de estudios, la apertura al extranjero y la digni- 209 cación social de las Humanidades. Su desalentador diagnóstico desprende tal clarividencia que justi ca la extensión de la cita: Hasta 1900 nuestra Facultad fue una carrerilla corta, algo así como la de un cura de misa y olla. Desde aquella fecha se ampliaron su marco y sus estudios, de una manera abstracta e insistemática, sin consul- tar las capacidades cientí cas del profesorado, sin reformar nada ese ridículo método de exámenes, y obligando a los alumnos de la sección de Letras a estudiar (?) latín, griego, árabe, hebreo y español, además de otras complicadas disciplinas, tan inopor- tunas algunas de ellas, que en 1913 la Facultad de Madrid pidió que se sustituyeran por otras menos exquisitas, por no haber entre nosotros técnicos que pudieran enseñarlas ni alumnos preparados para se- guirlas. Las lenguas modernas, por descontado, no se enseñan en la Universidad, en lo cual constituye la única excepción entre las europeas. (…) Lo más extraño de estas cosas es el silencio que reina en torno a ellas. El Ministerio de Instrucción Públi- ca, por su constitución, es un organismo mudo y pa- sivo que se limita a registrar, como un autómata, las altas y bajas del personal. No sale de allá una palabra que al contenido de la enseñanza, ni a sus métodos, ni a la preocupación que ese superior centro parece que debía tener por la vida universitaria. (…). Por su parte, las Facultades de Filosofía y Letras (no obstante contar con eminentes maestros) tampoco reclaman nunca la atención pública hacia los nos y complejos problemas que debieran integrar su exis- tencia. Tal como las pusieron en 1900, así se han quedado. Cada profesor se encierra en la madriguera de su cátedra, donde incuba a los que han de apro- bar cada año la asignatura (no la carrera), sin que se le ocurra pensar en la estructura superior de que forma parte. La Facultad no anuncia los temas de los cursos, como hacen en todo el mundo: se enseña la asignatura. La relación con la enseñanza secundaria —esa llaga de nuestra incultura— no preocupa gran 210 cosa a las Facultades. Yo no sé que haya un solo in- tento de examinar los progresos o los defectos de tal rama de nuestros estudios; ni una observación sobre lo que debiera hacerse en tal o cual punto interno y esencial de la enseñanza secundaria o superior. Hay cátedras de las cuales no ha salido nunca una línea de producción personal, ni un alumno que haya suplido esa carencia de actividad en el maestro, lo cual sería laudabilísimo, ya que la formación de un discípulo con personalidad cientí ca no es obra menos grave que la creación personal. Ante estos hechos, las Fa- cultades, soñolientas y automáticas, sueltan cada año el chorro correspondiente de licenciados. Y vuelta a girar la noria (Castro 1928, en López-Ríos 2015, 143-144). El pesimismo de Castro y sus reticencias al proyecto de Ciudad Universitaria empezaron a desvanecerse con la llegada al Decana- to de Filosofía y Letras de Manuel García Morente, un intelectual de sólida formación, con experiencia internacional, con virtudes excepcionales para la gestión académica y, además, amigo suyo. En este contexto, resulta muy signi cativo que el lólogo justi - cara al Ministro de Estado Lerroux, en carta del 1 de noviembre de 1931, su regreso de Berlín como Embajador de la República Española aduciendo su deseo de contribuir a las reformas uni- versitarias (Hera Martínez 2000, 175) y no extraña que elogia- ra a Morente en un artículo de prensa, re riéndose a él como «una persona de dotes singulares», con «una cultura internacional poco común» y «condiciones de mando y destreza administrati- va» (Castro 1932, en López-Ríos 2015, 358). Manuel García Morente asume las responsabilidades del Deca- nato pocos meses después de que el Gobierno de la República publicara un decreto que afectaba a las Facultades de Filosofía y Letras de Madrid y Barcelona, a las que concedía un conside- rable grado de autonomía para su reestructuración. Basándose en dicho decreto, la gran labor de Morente consistirá en diseñar un nuevo plan de estudios, que le valdrá el honor de pasar a la Historia como decano epónimo. La reforma no se limitaba a lo super cial, sino que atacaba el problema en su raíz. El llamado Plan Morente se proponía, partiendo de principios claramen- te institucionistas, una nueva concepción de la enseñanza y el 211 aprendizaje de las Humanidades en la Universidad. Américo Cas- tro se re rió a la reforma como «una mutación de los propósitos y (…) variar (…) los métodos seculares» (López-Ríos 2015, 353). Rafael Lapesa dijo de ella que era «la más racional, esperanzadora y e caz» de la Universidad española durante el siglo XX (López- Ríos y González Cárceles 2008, 673). El cambio se sustentaba en gran medida en la supresión de los exámenes por asignaturas, los cuales, para el decano, convertían la Facultad en una o cina administrativa, donde lo importante era la matrícula, el examen a n de curso y los requisitos para la obtención del título. La enseñanza se limitaba a la adquisición de unos pocos conocimientos —generalmente memorísti- cos— necesarios para cumplir decorosamente en el acto del examen. El estudiante no sentía estímulo para llevar a cabo una labor propia. El profesor, so- berano de su cátedra, tenía sometidos a los estudian- tes y les entregaba como pasto un libro, unos apun- tes, o en el mejor caso (éste era el caso de nuestra Facultad), sus explicaciones orales. El alumno o cial se matriculaba, asistía dócilmente a clase, y al cabo de unos años, sin esfuerzo, pero también sin hondo interés, adquiría cómodamente el título apetecido. Salía de la Universidad, para no volverla a pisar más (García Morente 1996 [1932], 350). Suprimidos estos exámenes (fue la primera Facultad española en hacerlo), se establecían dos pruebas de conjunto, una a mitad de la carrera y otra a su térmi- no. La asistencia a clase era voluntaria y los estudian- tes elegían libremente sus materias, lo que obligaba a los profesores a «conquistar a diario su autoridad y prestigio y conservarlo mediante continuo esfuerzo al servicio de la enseñanza». Así —continuaba Mo- rente— «el estímulo es para todos, maestros y discí- pulos, en auténtica colaboración espiritual» (García Morente 1996 [1932], 351). A veces la Historia produce felices coincidencias con resultados extraordinarios. Esta reforma radical del sistema de enseñanza que lidera Morente coincidió en el tiempo con la instalación de la Facultad en un edi cio moderno e innovador, arquitectónica 212 A la salida de clase los autobuses trasladan a los alumnos de la Ciudad Universitaria al centro de Madrid. 1933. Biblioteca de la Facultad de Filosofía. UCM. 213 y tecnológicamente puntero, en una zona que transformaba el urbanismo de Madrid: la Ciudad Universitaria. El resultado de dicha coincidencia fue espectacular y en brevísimo plazo cambió por completo el dramático panorama de una Facultad como la descrita por Américo Castro a principios de los años 20. La creación de la Sección de Pedagogía en enero de 1932 dio al traslado carácter de urgencia y aceleró todo el proceso de refor- mas. El número de alumnos de la Facultad había ido creciendo de forma notable en los últimos años, pero, con la incorporación de los de Magisterio, sencillamente no se cabía en unos locales del centro de Madrid, ruidosos, sin luz e incómodos, unos loca- les fáciles de imaginar a través de la expresiva prosa de Américo Castro: el ambiente arquitectónico en que transcurría tanta ridiculez era digno de tal docencia: antros oscuros, estrépito y vocerío en los pasillos, rechinar de carromatos ventanas afuera (¡dar clase en aquella calle de los Reyes!), asientos con la borra salida, tinteros cocineriles que costaban un real, y una pluma astrosa metida en el gollete. Me acuerdo que mi primera intervención facultativa consistió en adquirir un tintero para la clase. Carecíamos de biblioteca, de salas de lectura. Aquel medio punzaba (Castro 1933, en López-Ríos 2015, 346). Vista la situación, Juan Negrín, secretario de la Junta Construc- tora de la Ciudad Universitaria, tuvo la idea de contratar la cons- trucción del nuevo edi cio por partes, para empezar enseguida a utilizarlo, en lugar de pretender tenerlo en su totalidad desde el principio. Dicha iniciativa se correspondía con la ambiciosa política educativa del Gobierno republicano y es imprescindible situarla en ese contexto. El diseño del edi cio se encargó a Agus- tín Aguirre, un brillante arquitecto de 36 años. Adjudicada la obra por concurso a la empresa Huarte y Cía el 20 de julio de 1932, el primer pabellón estaba terminado para Navidades, un tiempo récord. Se aprovecharon las estas para el traslado y se pudo inaugurar de forma solemne el domingo 15 de enero de 1933. Aunque existía una diferencia de edad de diez años y se trata de personalidades bien distintas, hay una serie de paralelismos y 214 coincidencias destacados entre la gura de Morente y la de Agui- rre, jienenses de nacimiento los dos. Entre dichos paralelismos, sobresalen, por supuesto, el profundo amor de ambos por la Fa- cultad de Filosofía y Letras en Ciudad Universitaria —la obra de sus vidas— y su entrega absoluta a su trabajo y a sus vocaciones: la losofía, la universidad y la cultura francesa, en el caso de Mo- rente; el dibujo y la arquitectura, en el caso de Aguirre. Aun cuando Aguirre carecía de la amplia experiencia en el ex- tranjero del decano, el viaje que hizo por Europa, aprendiendo del funcionamiento de las universidades y los laboratorios mo- dernos, in uyó tanto en su diseño del edi cio de la Facultad de Letras como el paso de Morente por Francia y Alemania en la reforma de su plan de estudios. Hubo perfecta sintonía entre la labor de Morente y la de Aguirre, que se complementaron de una manera que llama la atención. El pensamiento de Aguirre era muy favorable a la consecución común de este objetivo ya que aceptaba los principios racionalistas de la construcción moderna —fundamentalmente utilitarios— y la necesidad de que el aspec- to externo de un edi cio fuera consecuencia de su interior (Agui- rre 1935). No es exagerado decir que, sin el edi cio de Aguirre en la Ciudad Universitaria, la Facultad de García Morente y los resultados de su innovador (aunque efímero) plan de estudios hubieran sido otros. El amante edi cio de Ciudad Universitaria, elogiado siempre con cariño y nostalgia por los antiguos alum- nos, simbolizaba el principio de una nueva época. La tranquilidad del lugar, las magní cas vistas, los amplios espacios llenos de luz, la moderna biblioteca, la comodidad del bar y el comedor (con el primer autoservicio en un edi cio universitario en España), el nuevo mobiliario, los adelantos tecnológicos… animaban a em- prender la aventura pedagógica en la que se embarcaban profe- sores y estudiantes: ¿Mas quién será tan duro de ánimo —se preguntaba Américo Castro— que no perciba la trascendencia de que la juventud se instruya y eduque en sitio apa- cible y rodeado de decoro? Desde el siglo XIII ape- tecía al Rey Sabio lo que ahora vemos realizado en esta encantadora Facultad, que queremos ya como un trozo de alma (Castro 1933, en López-Ríos 2015, 365). O cio comunicando el nom- bramiento de Juan Negrín como secre- tario de la Junta Constructora de Ciudad Universitaria, 9 de noviembre de 1931. AGUCM, P-0624, 12. 215 Obsesionaba a Morente la necesidad de conseguir una Facultad abierta a la sociedad y acabar con una situación que resume de una manera parecida a Américo Castro, pero que, para entender cabalmente, quizás conviene recordar que está escribiendo un lósofo: Hasta ahora ha dado la Facultad a su vida, un sello de hermetismo, de cerrazón, de escolasticismo. No- sotros, los profesores, habíamos llegado a ser, más que hombres, unos viejos estudiantones. Nuestras vidas olían a polvo húmedo. Somos, pues, nosotros mismos, es la Facultad misma la que debe salir de su aislamiento huraño. Y parece resulta a hacerlo (Gar- cía Morente, 1996 [1932], 344). Esta arquitectura de «ventanales generosos», como los llamaba Zamora Vicente, con una planta baja integrada en un jardín y con una azotea para salir a pasear y contemplar la sierra, con un salón de actos para conferencias y teatro, capaz de acoger un gran público (con su sistema de refrigeración y calefacción y en el que el arquitecto en sus planos incluso había previsto la mejor forma de sacar un piano de cola) encarna el deseo de Morente de un centro universitario abierto al exterior y volcado a la so- ciedad. Imposible entender, pues, la Facultad de Morente sin el edi cio de Aguirre. Y viceversa. Los planos del edi cio, rmados por ambos, testimonian una compenetración que se re eja, asi- mismo, en sendos artículos en los que Aguirre habla del plan de estudios y Morente del espacio arquitectónico. Aguirre, sin abandonar del todo el monumentalismo, proyecta a contracorriente un edi cio racionalista y funcional, con claras in uencias expresionistas, especialmente en su fachada posterior. Fue —en el sentido literal de la palabra— un edi cio de «revista de arquitectura» y de «reportaje fotográ co», pero, a diferencia de los tiempos que corren, la organización del espacio se concebía «de dentro afuera», y no al revés. La arquitectura se adaptó como un guante a los usos que iba a tener y a las personas que lo iban a ocupar. Y un moderno espacio para la enseñanza y la investigación debía aprovechar al máximo la luz solar. De ahí las largas hileras de ven- tanas en sus fachadas, rasgo arquitectónico con modernas con- 216 notaciones lecourbousierianas, que asegura la luminosidad, algo enfatizado constantemente por los que llegaron en 1933 proce- dentes de los locales de la calle San Bernardo. El gran número de estudiantes explica los amplios pasillos y las varias escaleras y entradas, que facilitarían la cómoda circulación de personas. Las paredes de los largos corredores estaban alicatadas con azulejos de un color distinto en cada piso, lo cual, aparte de higiénico, proporcionaba un aire alegre y permitía situarse sin problema. No se escatimaron recursos tampoco para dotar al edi cio de adelantos tecnológicos únicos en su tiempo. Entre ellos destaca el paternoster, primer ascensor de tipo continuo que se instaló en España. También fue en este edi cio donde se realizó por prime- ra vez en nuestro país un suelo de terrazo continuo a gran escala, preparado in situ (¡sobre una super cie de 5000 m2!), que sigue siendo una referencia. Aguirre cuidó la estética y la decoración. Entendiendo que todo era un conjunto, diseñó mobiliario (fue, por cierto, de los primeros arquitectos españoles en hacerlo), to- mando como referencia modelos que había visto en su viaje a Europa. Elemento fundamental —y de un simbolismo que se ha acentuado con el tiempo— es la gran vidriera Art Decó que presidía el vestíbulo de entrada, con una alegoría de las civiliza- ciones, asociada a elementos arquitectónicos de estas, y acorde con las enseñanzas que se impartían en el centro. De la misma forma que Aguirre en sus escritos no solo habla del espacio arquitectónico, sino de sus funciones y de las personas que lo van a ocupar, Morente desarrolló un gran cariño por el edi cio de Ciudad Universitaria. De hecho, este se convirtió en símbolo de la institución, a cuya reforma profesores y estudian- tes vivían entregados en cuerpo y alma, con un entusiasmo sin lí- mites. Sus hijas evocan cómo «siguió paso a paso con arquitectos y aparejadores» la construcción del edi cio, cuya maqueta tenía en su despacho, y también se cuenta que puso en su habitación, junto a los retratos de sus hijas, la primera fotografía que se sacó del edi cio entero (M. J. y C. García Morente, 583). La maqueta de este ilustraba las portadas de las primeras guías de la Facul- tad, elaboradas desde el curso 1932-1933, sin duda por iniciativa de García Morente, y destinadas a promocionar los estudios de Humanidades de un centro en pleno proceso de transformación. Américo Castro, un par de semanas después de inaugurarse el nuevo pabellón, escribía: 217 Pues yo, que he seguido paso a paso la idea y los progresos de este edi cio del que hoy puede enorgullecerse el Gobierno y Madrid, digo que sin el actual decano no se habría llevado a término tan espléndido esfuerzo, cuyas ventajas para la juventud, en sí mismo y como ejemplo, serán maravillosas (Castro 1933, en López-Ríos 2015, 366). «¡Renovación del cuerpo y del espíritu! La Facultad de Filosofía y Letras despierta a una nueva vida en un nuevo paisaje», escribía García Morente (1996 [1932], 350) poco tiempo antes de estre- nar las nuevas instalaciones en Ciudad Universitaria, frase que condensa el signi cado de su proyecto. Por más que Aguirre y García Morente fueran excepcionales en el desempeño de sus tareas, una empresa de semejantes dimen- siones no se explica solo por la labor de dos hombres. Tanto el nuevo edi cio como la reforma de la institución obedecen igual- mente a un complejo entramado de esfuerzos anteriores y hay que situarlas en unos contextos particulares. Aguirre se enriqueció trabajando en un equipo técnico, liderado por un arquitecto genial, Modesto López Otero, perteneciente a la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria desde los tiem- pos de Alfonso XIII, con quien nació la idea de un nuevo campus, impulsado luego de forma decisiva por el Gobierno republicano. Y entre los prohombres de la República implicados en el pro- yecto de la Ciudad Universitaria, hay que reconocer el papel de Juan Negrín, quien posibilitó que el traslado se hiciera con tanta rapidez. En la arquitectura funcional de Aguirre hay deudas evidentes del expresionismo alemán o el racionalismo, pero se entretejen también otras in uencias de época. Las hileras de ventanas a lo largo de las fachadas del edi cio, que permiten que su interior se inunde de luz, traen a la memoria la propuesta de Juan Ramón Jiménez para las escuelas, tan próxima a la Institución Libre de Enseñanza, cuando aboga por «el ‘museo de ventanas’ abiertas con intelijencia y sensibilidad al gozo y al ejemplo del paisaje y la vida». Aguirre no era hombre de la Institución, pero su «arqui- tectura tumbada» a los pies de la Sierra de Guadarrama, usando las ya célebres palabras de Alonso Zamora Vicente (López-Ríos En las páginas siguientes: Fotografía de la Facultad de Filosofía y Letras realizada por la O cina de Propaganda de la Ciudad Universitaria. S/f. AGUCM, D-1712. 220 y González Cárceles 2008, 737), de alguna manera no dejaba de ser «una fuente de estética en las explicaciones del maestro, capaz de despertar en éste el amor al trabajo» y próximo, por tanto, al «estilo arquitectónico institucionista» (Antonio Flórez, Francisco Luque, Bernardo Giner de los Ríos) (Domínguez Sío, 2006, 217- 235). Por otra parte, en el decreto del Gobierno de la República de 1931, base del nuevo plan de estudios de Morente, intervino de forma decisiva el entonces decano Claudio Sánchez Albornoz, y vio la luz siendo Ministro de Instrucción Pública Marcelino Domingo (Castro 1933, en López-Ríos 2015, 364). Pero dicho decreto se fundamentaba, a su vez, en el Estatuto de Autonomía de la Facultad, el cual, aunque no llegó a entrar en vigor, se apro- bó en 1922, en tiempos de la monarquía, algo en lo que Morente insistió incluso ante las autoridades republicanas en su discurso de inauguración del edi cio. Además, la reforma del plan de es- tudios no se entiende sin atender a su entronque con el ambiente institucionista del que surge ni sin considerar la formación fran- cesa de Américo Castro y Manuel García Morente. Aparte del contexto y ambiente, hubo muchos nombres propios indispensables para que todo cuajara. Si el diseño arquitectónico del edi cio correspondió a Aguirre, el diseño de la estructura fue obra de Eduardo Torroja. La estructura de hormigón armado de este brillante ingeniero, el cual tenía entonces sólo tenía treinta y dos años, permitió la celeridad de su ejecución, gracias a la modulación de tipos y elementos. Repetición llevada a que inclu- so unos pocos planos permitían la representación del conjunto gracias al sistema propio de notación desarrollado por Torroja. El resultado fue una estructura ligera, e caz y resistente, como demostró su capacidad ante las bombas franquistas durante la guerra (frente a otros edi cios de la Ciudad Universitaria, con estructura de ladrillo, que desaparecieron por completo). Tanto Aguirre como Torroja pertenecían el equipo de Modesto López Otero, el arquitecto director de la Junta Constructora de la Ciu- dad Universitaria, que supervisaba todos los trabajos. Por lo que respecta a la reforma de la Facultad como institución, la labor de un profesor del prestigio de Américo Castro durante años a favor de introducir cambios sustanciales en el sistema de enseñanza facilitó, con certeza, la tarea de su amigo García Morente. Este, 221 a su vez, tenía como punto de referencia las ideas de su maestro, José Ortega y Gasset, expuestas en Misión de la Universidad. José Ortega y Gasset y Américo Castro son sólo dos nombres de la larga lista de extraordinarios intelectuales que enseñaban en la Facultad de García Morente, otra de las circunstancias que acentúa el carácter verdaderamente excepcional e irrepetible de dicho centro educativo: Xavier Zubiri, María Zambrano, José Gaos, Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro Tomás, Miguel Asín Palacios, Agustín Millares Carlo, Claudio Sánchez Albor- noz, María de Maeztu, Elías Tormo… Por la implicación directa que tuvo en la gestión del centro en el tiempo en el que Morente fue decano, hemos de reivindicar la gura del secretario académico de la Facultad: José Ferrandis Torres. La entrega al cargo de este catedrático de Numismática y Epigrafía estuvo a la altura de la de Morente, de quien era la mano derecha. Parecía necesario decirlo, pues a menudo se tien- de a pasar por alto el abnegado trabajo de quien en el mundo uni- versitario trabaja con discreción en la sombra. Sin Ferrandis, la organización de la Facultad (y del Crucero por el Mediterráneo) hubiera sido muy distinta. Tanto Ferrandis como Torroja pare- cen la excepción de un aserto de Américo Castro sobre la esencia de los españoles y cómo ésta afecta al mundo universitario: «La abnegación obscura y disciplinada no se hizo para nosotros; el prurito callado de perfección, que hace santo cada minuto, es, sin embargo, lo que permitió alzar la maquinaria maravillosa de algunas naciones modernas» (Castro, 1932 en López-Ríos, 2015, 358). Por último, contribuyó al esplendor de la Facultad de Morente un nutrido grupo de estupendos estudiantes, comprometidos con los ideales del decano, y «cuya abnegación obscura y disciplinada» trajo aire fresco a las aulas. Ahí están los Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras o la Floresta de prosa y verso, entre otros proyec- tos emprendidos por los alumnos, para probarlo. Los alumnos también desarrollaron un profundo cariño por su edi cio y por lo que esa arquitectura representaba; y a ellos Morente les había encomendado velar por las nuevas instalaciones (Marías, 1989, I, 133-134)2. Muchos de estos hombres y mujeres fueron, además, intelectuales de prestigio después de 1939, en España o en el 2. «Un visitante de la nueva Facultad comentó su atractivo, pero dijo: “¡Cómo estará todo dentro de un par de meses!” Le advertimos que llevaba muchos meses funcionando, como si se acabara de estrenar. Los estudiantes eran bastante civilizados; además, el decoro estimulaba a respetar y conservar el edi cio; por último, Morente les con ó [a los estudiantes] el cuidado de nuestras instalaciones». (Marías, 1989, I, 133-134). 222 extranjero. Y otros muchos podrían haber llegado a serlo de no haber encontrado la muerte en la guerra o haber cortado el fran- quismo sus prometedoras trayectorias. Unas expresivas palabras de Julián Marías condensan hasta qué punto la gura del decano y la Facultad que este lideraba in uyeron en la personalidad de tantos jóvenes: Morente fue Decano de la Facultad de Madrid de un modo inusitado, que no sé si tendrá par. Para él, su función directiva fue la plenitud de su vida intelectual. Morente ejerció durante cinco años su magisterio, no sólo con sus capacidades personales de profesor, sino como alma de un cuerpo docente que iba logrando, día tras día, insólitas calidades. No es fácil imaginar lo que llegó a ser la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid sometida a la inspiración —no a la simple dirección— de Morente. Para los que hemos tenido la fortuna de vivir en ella años decisivos, representa una huella de nitiva; para decirlo con el griego, una adquisición para siempre (Marías, 1948, 126-127). El nuevo pabellón de la Facultad se inauguró solemnemente la mañana del 15 de enero de 1933. Era domingo y se aprovechaba el día no lectivo con el objeto de que las clases pudieran empezar el mismo lunes, sin más retrasos. La prensa española y extranje- ra se hizo eco con júbilo del acontecimiento, un hito más de la política educativa republicana. «Puede profetizarse sin temor que ha de ser la más bella del mundo» escribía Corpus Barga en un artículo de La Nación de Buenos Aires, que terminaba de forma rotunda: «todo es perfecto. Como en un trasatlántico» (Corpus Barga 1987, 99-102). Como no podía ser menos (se inauguraba la primera Facultad de toda la Ciudad Universitaria), asistieron las más altas autorida- des de la República: el Presidente (Niceto Alcalá-Zamora), el Jefe de Gobierno (Manuel Azaña) y cuatro de sus ministros, Estado (Luis de Zulueta), Instrucción Pública y Bellas Artes (Fernando de los Ríos), Obras Públicas (Indalecio Prieto) y Marina (José Giral). Acudieron asimismo el alcalde de Madrid (Pedro Rico) y el embajador de Francia (Jean Herbette), entre otras autoridades, a las que acompañaban el rector (Claudio Sánchez Albornoz), el decano, el secretario de la Facultad, numerosos profesores de Autoridades políticas y acadé- micas a su llegada a la nueva Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universi- taria de Madrid. Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, saluda a Luis de Zulueta, ministro de Estado. A ambos lados de este, el decano, Manuel García Morente, y el rector, Claudio Sánchez-Al- bornoz. A la izquierda, Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública, y Manuel Azaña, jefe del Gobierno. 11 de enero de 1933. Biblioteca de la Facultad de Filosofía. UCM. 223 esta y otros intelectuales de prestigio como Miguel de Unamu- no. No faltaban los arquitectos Modesto López Otero y Agustín Aguirre, miembros de la Junta Constructora de la Ciudad Uni- versitaria —como Juan Negrín— y Félix Huarte, de la empresa adjudicataria de las obras. En la azotea —se aprecia el detalle en algunas fotos— ondeaban la bandera tricolor y la celeste de la Facultad. Para los discursos inaugurales se colocó una mesa presidencial en el aula de mayor tamaño de la planta de acceso (aula 8), al fondo del pasillo. Posteriormente, autoridades y periodistas recorrieron el edi cio y salieron a la terraza del último piso, desde donde se podían apreciar las obras de la parte por terminar y contemplar la sierra de Guadarrama. A medio día, la Facultad ofreció un banquete en el Hotel Ritz, y ya por la tarde, asistieron a una esta deportiva en la Ciudad Universitaria y a una representación tea- tral de La Barraca de tres Entremeses de Cervantes en el Teatro María Guerrero, detalles estos dos últimos que vuelven a situar la Facultad de Morente de lleno en un contexto institucionista y muy en relación con la vida cultural madrileña durante la Segun- da República. A la luz del volumen de trabajo que el decano tendría en 1933 (hay que imaginar a Morente absorbido por las tareas de la ins- Visita de las autoridades polí- ticas y académicas a la azotea del nuevo pabellón de la Facultad de Filosofía y Letras en la Ciudad Universitaria el 15 de enero de 1933, día de la inauguración. De izquierda a derecha, en primer plano, Ma- nuel García Morente, Niceto Alcalá Za- mora, Claudio Sánchez-Albornoz y José Ferrandis Torres. 15 de enero de 1933. Bi- blioteca de la Facultad de Filosofía. UCM. 224 talación de la Facultad en el nuevo pabellón, supervisando las obras de la parte restante del edi cio y la implantación de una reforma educativa), no deja de sorprender que se embarcara, ese mismo año, con energía y entusiasmo en otra de las empresas por las que ocupa un lugar destacado en la Historia de la España del siglo XX: la organización del Crucero Universitario por el Mediterráneo. Pero, por otra parte, resulta algo comprensible; era el mejor broche para «el primer curso de la nueva era», como lo llamó Rafael Lapesa. Organizar un viaje de estudios en el que los estudiantes, acompañados por sus profesores, conocieran de pri- mera mano durante cuarenta y cinco días las grandes civilizacio- nes de la Antigüedad encajaba perfectamente en el nuevo rumbo que tomaba la institución. Estas «aulas en marcha», este periplo del Ciudad de Cádiz, que zarpó de Barcelona con estandarte de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, se entienden mucho mejor a la luz de una reforma que buscaba la educación integral, la excelencia académica y la apertura del centro universitario a Estado de las obras de edi cación de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. 1933. Biblioteca de la Facultad de Filosofía. UCM. 225 la sociedad. En sintonía con esto último, se reservaron algunas plazas para un grupo de estudiantes catalanes y para un grupo de arquitectos y estudiantes de Arquitectura de Madrid y Barce- lona. Agustín Aguirre no fue a este viaje, pero sí lo hicieron el entonces estudiante Chueca Goitia o Pascual Bravo, el arquitecto que diseñó la Escuela de Arquitectura en Ciudad Universitaria. Apasionado por la fotografía, Pascual Bravo realizó un extenso reportaje de todo el crucero (son más de 700 imágenes), que hoy se pueden consultar en la biblioteca de la ETSAM. Este entusiasmo en la colaboración por el bien común que an- siaba el decano lo encontró también en el personal de Adminis- tración y Servicios en un proyecto fundamental para él básico: la Biblioteca de la Facultad. El traslado a Ciudad Universitaria permitió concentrar en un solo lugar las diversas colecciones del centro, labor en la hay que destacar el inmenso trabajo realizado por Javier Lasso de la Vega, director de la Biblioteca de la Univer- sidad de Madrid, que tenía una sólida formación en el extranjero, y Juana Capdevielle, jefa de la Biblioteca de Filosofía y Letras. Una vez más, convergen en esta historia vanguardia arquitectó- nica y educativa. Agustín Aguirre lo había previsto todo: una sala de lectura inundada de luz natural, rodeada de jardines y con vis- tas a la sierra, mesas y sillas de esmerado diseño, un montacargas para los libros, un depósito con modernas estanterías metálicas (todavía en uso), una zona de seguridad para los libros más valio- sos. Por su parte, los bibliotecarios se afanaban en un proyecto de modernización. Sus esfuerzos los sintetizaba Juana Capdevie- lle en un artículo de 1932 (cuatro años antes de ser asesinada al principio de la guerra), en el que soñaba que la Biblioteca de Fi- losofía y Letras, «una rueda del perfecto engranaje universitario, un elemento de cultura, un instrumento de formación para los ciudadanos españoles del mañana», iba a convertirse «en una de las más ricas de España y de las más interesantes entre las univer- sitarias mundiales» (en López-Ríos y González Cárceles, coords. 2008, 653). El deseo de Morente por dotar a su Facultad de una biblioteca moderna, resumido por sus hijas cuando dicen que «la cuidó de modo especialísimo», aparte de explicarse en relación con la re- forma de su plan de estudios, responde a su interés por impulsar la investigación en su centro. El decano aspiraba a un cambio del sistema de enseñanza y, en este sentido, no ponía ningún reparo a 226 aquellos compañeros que decidieran dirigir su carrera académica hacia la docencia: No quiero decir que todos los profesores deban ser a la par cientí cos de producción respetada. Se puede ser un excelente maestro, moviéndose en el terreno y la vocación puramente profesoral, sin orientar la propia actividad hacia la producción cientí ca. Y se puede ser en la ciencia un laborioso y fecundo creador sin poseer la capacidad pedagógica, la «gracia» docente, el atractivo de la exposición viva, clara y seductora (1996, 346). Pero en el mismo artículo aseguraba con aplomo: «la Universi- dad española padece aún penuria de auténticos investigadores». Y hacía votos por apoyar esa labor tanto como la docente desde su Decanato: Estas dos virtudes del espíritu [competencia docente e investigadora] andan muchas veces separadas y aun cabe decir que más suelen vivir en divorcio que en consorcio. Pero la Facultad deberá fomentar una y otra, respetar una y otra, donde quiera que las encuentre, completar su elenco de maestros con toda capacidad naciente que sobresalga en la investigación o en la exposición (1996, 346). A pesar de su brillantez, hemos de huir de idealizar aquella etapa dorada de nuestra universidad. Para empezar, la «colaboración espiritual» entre maestros y discípulos que García Morente ima- ginaba que estimularía su nuevo plan no siempre se produjo. El 22 de enero de 1935 «un grupo de alumnos y alumnas» envió una carta anónima a Pedro Sainz Rodríguez, por su doble condición de catedrático de la Facultad y Diputado, y escogido también por su ideología conservadora. En ella se quejaban de que de los 98 compañeros que se habían presentado el año anterior al examen intermedio solo habían aprobado 14, lo que les permitía a rmar: «todos o la mayor parte de los profesores comprenden que este examen es un fracaso». Amenazaban con una huelga y solicitaban su apoyo para que los que tuvieran tres o cuatro años de escolaridad quedaran exentos de ese examen con el objeto de poder preparar el nal. La misma carta, decían, se la habían 227 mandado al decano, a Pío Zabala, Asín Palacios, Manuel Gómez Moreno y Eduardo Ibarra, entre otros (Archivo Pedro Sainz Ro- dríguez, Fundación Universitaria Española). La Facultad, desde luego, no pudo permanecer al margen de la vida política española y hubo tensiones entre los alumnos: Joaquín Ruiz-Giménez, que entró en la Facultad en 1934, en su calidad de presidente de la Federación de Estudiantes Católicos, pidió la intervención del Decanato «para lograr que se frenasen (…) los enfrentamientos —a veces, al borde de la agresión física—, entre los estudiantes católicos y los de la F.U.E.» (2000, 33). Si de desmiti car se trata, no obviemos que no todos los profe- sores de la Facultad, lógicamente, presentaban las mismas apti- tudes para la docencia. Lo recuerdan los antiguos alumnos y de ello era consciente el mismo decano al admitir —ya lo hemos visto— que no siempre coinciden excelencia investigadora y pe- dagógica. Quizá son las excepciones que con rman la regla, pero hubo también en la Facultad de Morente quien no tenía nada de eminente, ni en lo docente ni en lo investigador. Por lo que respecta a un edi cio que Américo Castro aseguraba que la mayoría quería ya «como parte de su alma», debió de tardar en ser apreciado por algunos y no se libró de críticas y detracto- res. Julio Caro Baroja, alumno de la Facultad de Morente, con- fesó que el edi cio «no le agradaba con su aire de balneario o de construcción medio industrial, medio burocrática» (1972, 223). María Ugarte, en un comentario que demuestra hasta que punto la de Aguirre era una arquitectura a contracorriente, a rma que la mole exterior de ladrillo no le gustó nada el primer día que la vio, aunque recalca que esa impresión cambió por completo al pasar al interior, que le fascinó (comunicación oral al autor). En cambio, para Miguel de Unamuno, los azulejos de los pasillos le daban a la Facultad aire de pescadería y uno de los más eximios profesores del centro, Ramón Menéndez Pidal, tenía un profun- do desapego por el edi cio de Ciudad Universitaria, compartido, por ejemplo, por Eloy Bullón, preocupado siempre, según María Teresa Bermejo y Carmen García de Diego, por la posibilidad de que le asaltaran en el nuevo campus (comunicación oral al autor). Los modernos muebles no debieron de entusiasmar a todos. Pío Zabala pre rió no estrenar nada y llevarse sus viejos muebles y tresillos tapizados en estilo Renacimiento Español, decisión que dice mucho sobre su forma de pensar. Los ataques más agresivos 228 a la arquitectura de Aguirre vinieron de aquellos que contem- plaban el edi cio como un símbolo de las ideas que aborrecían y, más concretamente, del falangismo. A los pocos días de que Franco reinaugurase el edi cio tras su reconstrucción, un artícu- lo anónimo (sin duda, de un antiguo alumno falangista) arreme- tía contra la Facultad de la época republicana y lo que entendía como un espacio arquitectónico de excéntricos lujos y caprichos absurdos: La mansión académica que se estrenaba en la Mon- cloa era el desideratum de los catedráticos institucio- nistas, cuya contemplación del Guadarrama desde la terraza de la Facultad les conducía al éxtasis, y de los estudiantes anglosajonizados, para quienes aquellos desmontes madrileños eran algo así como los alre- dedores de Columbia, de Michigan o de Yale. («La triple visión», 1943). Y, dándole la vuelta a una metáfora que había empleado ya Cor- pus Barga cuando escribía de la primera inauguración, añadía: «La Facultad de Filosofía y Letras, desde 1933 hasta el 18 de julio, era como un pequeño trasatlántico de lujo, como una motonave, anclada en la Moncloa», imagen que le daba pie para criticar el Crucero por el Mediterráneo («La triple visión», 1943). Este texto tan lleno de odio recuerda una obviedad: aunque hu- biera estrechos lazos entre muchos profesores y alumnos con las ideas de la Institución Libre de Enseñanza, sería falso ver la Facultad de Morente como un centro exclusivamente dentro de la órbita de la Institución Libre de Enseñanza y de la Junta para Ampliación de Estudios. Lo dice con claridad el antiguo alumno cuando carga las tintas contra una Facultad de «damitas y fanto- ches»; «marisabidillas o efebos», nombra a sus compañeros falan- gistas y vuelve a usar la arquitectura como diana de sus dardos: Al encomendar D. Manuel García Morente, como decano de la Facultad de Filosofía y Letras, la policía de la limpieza del amante edi cio universitario a la señorita Susana Mocoroa, jamás adivinó que dentro de aquellos azulejos repolinados, de aquella asepsia de la aljo fa y el sidol, iban a producirse instantáneamente un Alejandro Salazar, un Eduardo 229 Ródenas o un Rafael García Serrano. («La triple visión», 1943). Aquí el anónimo autor va mucho más allá de lo que su compa- ñero falangista Alejandro Salazar (que moriría asesinado en Pa- racuellos del Jarama) escribía sobre la Facultad en Haz en 1935. Salazar cali caba la Ciudad Universitaria como un «soberbio alarde de arquitectos» y un «magní co reducto de modernismo», pero su censura iba más dirigida al Gobierno de la República que a Morente, al cual admiraba (Ibáñez Hernández, 1993, 176-221). Desde una perspectiva distinta y sin connotaciones políticas de ningún tipo, otros antiguos alumnos han explicado el elitismo que había en la Facultad entre unos que marcaban siempre sus distancias. María Ugarte ha rememorado cómo sus compañeros procedentes del Instituto-Escuela tendían a hacer un grupo apar- te y eran protegidos por ciertos profesores (los más próximos a la Junta de Ampliación de Estudios, por supuesto) y, aunque ella Estudiantes, profesores y per- sonal en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. 1933. Biblioteca de la Facultad de Filosofía. UCM. 230 entró en uno de esos círculos, recalca que venía de un ambiente totalmente diferente. Fernando Jiménez de Gregorio, hablando de su participación en el Crucero, se jactaba de la beca que obtu- vo e insistía en que no pertenecía a la élite social que ocupó tantas plazas en el Ciudad de Cádiz (comunicaciones personales al autor). Por otra parte, si bien había profesores totalmente inmersos en los proyectos de la Junta para Ampliación de Estudios, otros los repudiaban. La Facultad de Morente era una facultad de españo- les y extranjeros, de distinta procedencia geográ ca y social y de diversas generaciones. Y era, en suma y, sobre todo, una facultad de ateos y de sacerdotes y monjas; de republicanos y monárqui- cos; de falangistas y de comunistas, por citar sólo los extremos entre los que se situaría la mayor parte de los alumnos, profeso- res y personal. El milagro consistió en, a pesar de las tensiones, conseguir que estas no estallaran dentro del ambiente académico, por lo menos hasta la llegada de la Guerra Civil. El papel de Manuel García Morente en ello tuvo que ser decisivo: «Tomó el Decanato como una forma de vocación docente; lo mismo que el director de orquesta “toca” todos los instrumentos, el decano intentaba convertir la Facultad en una orquesta intelectual», ex- plicaba en sus memorias Julián Marías (1989, 113-114). Para evitar cualquier equívoco, un aspecto en el que también hay que insistir es en el hecho de que el nuevo edi cio de Filosofía y Letras en Ciudad Universitaria, aunque llegó a terminarse, nunca se inauguró en su totalidad ni se ocupó por completo antes de la Guerra Civil. Después de estrenarse el primer pabellón en enero de 1933, continuaron las obras, si bien la situación política del país repercutía en la marcha de estas. En 1935 estaba casi todo acabado; entre mayo y julio de ese año se facturaron la cerrajería de la gran vidriera y la propia vidriera, así como el techo del lu- cernario del salón de actos, pero una huelga de ebanistas impidió que se inaugurara todo el edi cio en Navidades de 1935 (lo cuen- tan los alumnos en el suplemento La Facultad de los Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras) o en enero de 1936 (lo anunciaba Alejandro Salazar en un artículo en Haz del 5 de diciembre de 1935). Dadas la tensiones político-sociales del país desde los pri- meros meses de 1936, todo indica que se iba a esperar al inicio del nuevo curso para la inauguración. Como nos recuerdan algu- nos antiguos alumnos (Conchita Zamacona y Julio Calonge, por ejemplo, en comunicación oral al autor), pese a estar terminado, 231 Estudiantes en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. 1933. Biblioteca de la Facultad de Filosofía. UCM. 232 el resto del edi cio no era accesible, y de ahí muy probablemente la razón por la que no hemos encontrado hasta ahora testimo- nios orales sobre la inmensa vidriera del vestíbulo. Desde que se trasladó la Facultad a Ciudad Universitaria hasta julio de 1936, toda la actividad académica —quizás con alguna excepción— se desarrolló en el pabellón inaugurado en enero de 1933. Muchos de los interiores que hoy conocemos de forma tan dedigna gra- cias a las fotografías conservadas en la Fundación Arquitectura COAM nunca llegaron a estrenarse. Haciéndose eco del sentir de muchos, y probablemente con la mirada puesta en el auge del nazismo en su país, un anónimo es- tudiante alemán terminaba una redacción sobre la Facultad para José Fernández Montesinos, expresando sus mejores votos para que este centro al que había acudido a estudiar pudiera convertir- se en «verdadero profeta en nuestro presente incrédulo y desmo- ronado» (López-Ríos y González Cárceles 2008, 755). No pudo ser; parafraseando a María Ugarte, la Historia les llevó la con- traria. En las exactas palabras de Alonso Zamora Vicente, «un día se cortó aquello, de un tajo fuerte, decidido, sin retroceso» (López-Ríos y González Cárceles 2008, 739). La total destruc- ción de la vidriera del vestíbulo con su moderna alegoría de las Humanidades, pendiente de ser inaugurada, es metáfora de todo lo que se vino abajo. Manuel García Morente sufrió los horrores de la guerra desde los primeros días. Asesinado su yerno, despojado del Decanato y viendo correr su vida serio peligro, huyó a Francia, donde tuvo una visión que le haría abrazar el cristianismo y terminar hacién- dose sacerdote. Fundamental fue para Morente en esos meses la protección de Juan Negrín, quien hizo posible que su familia pu- diera salir de la capital. Y gracias a Negrín, también el arquitecto Aguirre, que había sido llevado a una checa en Madrid, escapó de lo peor. Durante la guerra, el edi cio, que habían ocupado las Brigadas Internacionales y las tropas republicanas, se convirtió en símbolo de resistencia frente al ejército franquista. El anónimo estudian- te falangista ya citado, re riéndose al edi cio durante la guerra, decía: «la Facultad de Filosofía y Letras fue siempre de los rojos; porque debía depurar frivolidades, esnobismos y ñoñeces». Entre los hombres y mujeres de la Facultad hubo víctimas de la barba- Vidriera art decó de la Facultad de Filosofía y Filología. 2017. Fotografía: Universidad Complutense de Madrid. 233 rie en ambos bandos, aunque sobra decir que las que conocemos bien son, por desgracia, solo las de uno de ellos. En medio de tanta vileza y miseria humana, destaca la ejemplar dignidad de algunas personas. Invitado Morente a delatar a antiguos com- pañeros suyos en la declaración jurada de su expediente de de- puración, no nombró absolutamente a nadie, gesto que le honra tanto como a Besteiro su dimisión como decano de la Facultad en plena guerra por negarse a participar en cualquier represalia política contra sus colegas3. Muy dañado el edi cio, destruida la biblioteca, muertos muchos alumnos y algunos profesores y personal de la Facultad, depu- rados o exiliados otros, nada volvió a ser igual después de julio de 1936. Franco decidió reconstruir la Ciudad Universitaria y el 12 de octubre de 1943, fecha harto signi cativa, entraba en la Facultad de Filosofía y Letras para inaugurar (ahora sí) todo el edi cio, como recuerda la placa que todavía hay en el vestíbulo. Al frente del Rectorado en ese momento estaba Pío Zabala y del Decanato, Eloy Bullón. La fortuna quiso que fuera Agustín Aguirre el arquitecto de la reconstrucción, lo que permitió que se conservara la esencia del proyecto, pero había muchas cosas que no podían ser como antes. Donde en los años 30 se había previsto una sala de expo- siciones ahora había una capilla con su sacristía, lo cual nunca se había previsto en los planos iniciales. No había dinero para recuperar la vidriera del vestíbulo ni el paternoster. En el lugar de este último, en la planta de acceso se levantó un altar de campaña. Una inscripción en latín, que todavía se conserva, invitaba al que entraba al edi cio a detenerse y a leer los nombres del profesor agustino Melchor Martínez Antuña (desde 2007 beato de la Igle- sia católica) y de los alumnos que dieron su vida «por la patria y por la fe». «La sangre de las víctimas y de los soldados ha puesto en fuga a los viejos fantasmas», interpretaba en su artículo en El Español el estudiante falangista tantas veces aludido, frase que marcaba el principio de una nueva época para la Facultad. 3. Expediente de depuración de Manuel García Morente. Poyo, Pontevedra, 16 de mayo de 1939. AGA, caja 31/01467 y expediente de Julián Besteiro, AGUCM, P-448. 234 235 Introducción: cómo llega la Guerra Civil a Madrid (julio-noviembre de 1936) El 18 de julio de 1936 —entendida esta simbólica fecha como el periodo que media entre la madrugada del 16 de julio, en que se subleva la primera unidad del Ejército en África, y nales de dicho mes, en que quedan pre gurados los frentes— España está dividida en dos mitades irreconciliables convertidas en bandos de una guerra civil cuya du- ración era entonces difícil de determinar. Cada uno de ellos dispone de su cientes recursos humanos y materiales para afrontarla, descontadas de momento posibles ayudas exógenas a cualquiera de los beligerantes (pero que pronto empezarán a veri carse, complicando —y alargando— la situación de con icto a que se ha llegado). Toda guerra, especialmente una moderna, precisa de medios de todo tipo para ser alimen- tada: industriales, agrarios, nancieros, sociales, políticos, diplomáticos y, por supuesto, militares. Con todos los matices cualitativos que hubiere que realizar —pero que no son objeto de este trabajo—, la tabla 1 muestra en términos cuantitativos los recursos disponi- bles en cada zona durante la última decena del mes de julio de 19361. La zona leal al gobierno se con gura como eminentemente industrial y de alta densidad de población, además de controlar con superioridad el parque de vehículos automóviles y la red y equipamiento ferroviarios. Su principal ventaja no militar, empero, viene dada por disponer prácticamente en su totalidad de las reservas de oro del país, a la sazón de las más importantes del mundo, y que le permite afrontar la insurrección, a priori, sin problemas nancieros. La zona sublevada es eminentemente rural, con predominio del sector agrario, y una menor densidad de población. Controla toda la faja gallega del litoral atlántico —y sus caladeros de pesca— además de la totalidad del territorio del norte de Marruecos sujeto a protec- torado español. De ahí le viene, precisamente, su principal ventaja militar: un Ejército LA CIUDAD UNIVERSITARIA EN GUERRA: COMBATES Y COMBATIENTES Fernando Calvo González-Regueral 1. Cuadro de elaboración propia en base a Fuentes Quintana (2008), Howson (2000), Martínez Bande (1990-91), Molina Franco (2006), Salas Larrazábal (1980) y Viñas (2012). 236 de casi 40 000 hombres fogueados, bien mandados e instruidos, altamente motivados con la conspiración, pero cuyo paso a la península es dudoso, habida cuenta de la superioridad naval de sus contrarios. GOBIERNO % SUBLEVACIÓN % Territorio 265 000 km2 52% Territorio 240 000 km2 48% Población <14 000 000 habs. 58% Población >10 000 000 habs. 42% Producto Agrario 30% Producto Agrario 70% Producto Industrial 80% Producto Industrial 20% Parque Vehículos 66,6% Parque Vehículos 33,3% Material Ferroviario 75% Material Ferroviario 25% Reservas Oro 100% Reservas Oro 0% Fuerzas Armadas 92 000 hombres 46% Fuerzas Armadas 106 000 hombres 54% Fusiles 275 000 uds. 46% Fusiles 325 000 uds. 54% Ametralla- doras 750 40,5% Ametralla- doras 1100 59,5% Piezas artillería 750 43% Piezas artillería 1000 57% Aeroplanos 207 68% Aeroplanos 97 32% Buques de guerra 34 72% Buques de guerra 13 28% El número consignado en la la «Fuerzas Armadas» de la Tabla 1 hace referencia a personal en lista de revista el 18 de julio de 1936, e incluye: Ejército territorial y de África, Servicio de Avia- ción, marinería y personal de la Armada, Guardia Civil, de Asalto y Carabineros. Con alguna desventaja en armamento terrestre en el lado del gobierno, el número de fusiles, ametralladoras y piezas de artillería es relativamente parejo y su ciente para que ambos bandos puedan dotar, de momento, a sus unidades de combate. Los aeroplanos consignados son solamente los de algún valor militar y los buques de guerra incluyen desde acorazados y cruce- ros a sumergibles y cañoneras, no teniéndose en cuenta unidades auxiliares. De cómo empleen estos recursos económicos y mili- tares cada uno de los bandos dependerá el futuro inmediato de la guerra. Veri cado el fracaso del golpe en la mitad de España —incluyen- do Madrid y Barcelona—, las opciones estratégicas para ambos contendientes parecen claras —o, cuando menos, limitadas— a primeros del mes de agosto de 1936. Para el gobierno: División de España, julio de 1936. Recursos disponibles en cada zona 237 * sofocar la rebelión en sus bases de partida (cerrando, espe- cialmente, el estrecho de Gibraltar), * tratar de comunicar su principal porción de territorio con la franja cantábrica que ha quedado en su poder, * consolidar sus posiciones en el resto de frentes, * con carácter secundario, pero interesante caso de una gue- rra larga, ocupación de Mallorca en la idea de asegurar su control sobre el Mediterráneo. Para los rebeldes: * marchar con rapidez sobre la capital con todas las colum- nas que sean capaces de articular, * forzar el estrecho —por vía aérea o marítima, las dos al tiempo a ser posible— al objeto de trasladar el Ejército de África a la península, * consolidar su base de operaciones en Andalucía e iniciar con dichas fuerzas una progresión convergente con las co- lumnas del Norte sobre Madrid, uniendo lo antes posible su masa principal de territorio —Castilla la Vieja y Cáce- res— con la cabeza de puente que mantienen en el Sur; * subsidiariamente, pero de muy importante consideración, cerrar la frontera francesa en Guipúzcoa, enlazar con la importante plaza de Oviedo —aislada en el territorio con- trario— y consolidar el resto de posiciones alcanzadas. Al terminar el verano de 1936, las fuerzas republicanas —salvo en el teatro de operaciones de Aragón— han fracasado en sus principales objetivos. La ola revolucionaria desatada en su territo- rio adicto ha complicado enormemente la dirección de la guerra, con partidos y sindicatos enfrentados que imposibilitan, de mo- mento, un mando único. Por su parte, los nacionales han logrado —o están en vías de lograr— casi todos sus objetivos principales citados arriba, aprovechando la ventaja de contar primero con un mando colegiado castrense y, después, con un mando único mi- litar y político en la gura de Franco, aproximándose sus fuerzas tras un desvío (polémico, por dilatorio) para liberar el Alcázar de Toledo a Madrid, donde a primeros de noviembre comenzará una batalla de «objetivo preciso, categórico, bien de nido y el 238 mismo para ambos contendientes: la ciudad. Conservarla a todo trance para unos, conquistarla a viva fuerza para otros […] por cuanto era a la vez objetivo de valor estratégico y táctico, político y social, económico y geográ co, y además podía ser también el objetivo decisivo de la contienda» (Rojo 2006, 51). Cómo llega la Guerra Civil a la Ciudad Universitaria (noviembre- diciembre de 1936) El 7 de noviembre de 1936 las fuerzas nacionales están desplega- das a las puertas de Madrid en disposición de intentar su asalto. Se trata de una masa de maniobra bajo el mando del general Varela formada por siete columnas más una de reserva y la de Caballería del coronel Monasterio que representa «un total de 20 000 soldados [como] cifra aceptable y prudente» (Martínez Bande 1982, 263 y ss.). Cada una de las columnas cuenta con tres unidades tipo batallón —normalmente, una bandera del Tercio y dos tabores de Regulares—, artillería de acompañamiento, za- padores, carros de combate agregados y otras unidades de dife- rentes cuerpos y servicios. Constituyen una fuerza de combate aguerrida, de alto valor combativo y bien mandada por o cia- les profesionales, pero desgastada en su ininterrumpida marcha hacia Madrid desde agosto de aquel año. Por su parte, la Junta de Defensa de Madrid —organismo de reciente creación al mando del general Miaja tras la marcha del gobierno a Valencia—, está en disposición de contar con las seis primeras brigadas mixtas del Ejército de la República más las dos primeras internacionales (normalmente, a cuatro batallones cada una de ellas más fuerzas de acompañamiento), además de otras columnas dispersas de origen miliciano y alrededor de cien bocas de fuego, totalizando más de 25 000 hombres aptos para la defensa en primera instancia, tal vez más (Martínez Bande 1982, 280 y ss.). La ciudad cuenta con más de un millón de almas, sus accesos principales han sido forti cados, los puentes sobre el Manzanares preparados para ser volados y sus calles recubiertas por una e caz propaganda orquestada por unos comunistas for- talecidos por haberse convertido la URSS en el mejor proveedor y principal valedor del bando gubernamental. Caso de progresión enemiga por las calles de la capital, lo que les espera es una lucha callejera de dureza y proporciones incalculables, especialmente en su intrincado centro. 239 Guiados por la inercia de su línea de progresión principal —la marcada por el eje de la carretera de Extremadura—, los atacan- tes van a iniciar el asalto por la Casa de Campo, una super cie irregular de más de nueve kilómetros cuadrados boscosa y acci- dentada con colinas y vaguadas propensas al engaño y la oculta- ción, ideal para cubrir su aproximación hasta el Manzanares, pero igual de idónea para la defensa. Es por esto que la primera sema- na de la batalla de Madrid —del 7 al 14 de noviembre— tendrá por escenario la perimetrada nca, veri cándose en ella un duro combate de desgaste que retrasa la progresión de los nacionales, desconcertados por la dureza de un enemigo que ya no sólo no retrocede desordenadamente sino que piensa en desencadenar contraofensivas generales. Tomar cualquiera de los puentes o pasos al sur del de los Franceses es virtualmente imposible. Tras un día de intensa lucha bajo unas condiciones climáticas francamente adversas, al anochecer del día 14 de noviembre las vanguardias de los sublevados vivaquean en las tapias de la Casa de Campo al norte de dicho puente, lugar por donde van a in- tentar vadear el Manzanares habida cuenta su imposibilidad de ocupar ningún medio de paso más al sur como se ha reseñado arriba. Es cuando el teniente coronel Asensio, jefe de dichas van- guardias, se despide de su superior inmediato, Yagüe, con una histórica frase: «Mañana pasaré el río, con carros o sin carros» (Calvo 2012, 40). Su objetivo inmediato antes de poder progresar sobre la ciudad es montar una cabeza de puente en una nca de complicada orografía y de edi caciones —antiguas, nuevas, en construcción— que van a cobrar extraordinaria importancia en las maniobras ofensivas y defensivas de ambos contendientes: es la Ciudad Universitaria de Madrid. El plan del Ejército de Franco es sencillo: una columna de cho- que, la de Delgado Serrano (IV Bandera del Tercio, II y III Ta- bores de Alhucemas), abrirá brecha en la tapia de Sabatini y, apo- yados por carros de combate ligeros, vadeará el río y pondrá pie en la otra orilla, abriendo paso a las dos siguientes columnas —la de Asensio (VI Bandera del Tercio, I y III Tabores de Tetuán) y la de Barrón (I Bandera del Tercio, I y II Tabores de Melilla)—. Después, la columna de Asensio progresará hasta el Hospital Clí- nico —posición dominante con su cota de 650 metros—, cubier- to su anco derecho por la columna de Barrón en el Parque del Oeste y Residencias, y el izquierdo por el resto de fuerzas en el Postal basada en un póster de las JSU. Colección personal Fernando Calvo González-Regueral. 240 Hospital Clínico y Grupo Médico. Colección personal Fernando Calvo González-Regueral. 241 eje Arquitectura-Agrónomos en paralelo al arroyo Cantarranas (Calvo 2012, 35 y ss.). El Estado Mayor de la Junta de Defensa de Madrid, perfecta- mente advertido a estas alturas de la maniobra (entre otras cosas, por haber capturado al inicio de las operaciones los planes de su enemigo que portaba un capitán de Artillería muerto en su carro de combate), ya ha ordenado desplegar en la zona tres Brigadas Mixtas —II, IV y V—, las dos Internacionales —XI y XII— y las columnas Durruti, López Tienda y Ortega. Son estas fuerzas las que durante una semana van a tratar de defender el recinto universitario, tratando de expulsar a los contrarios de la meseta o, al menos, impedir que pongan pie en las calles de Madrid. Cuentan con una ventaja de la que sus oponentes carecen en el corto plazo: la posibilidad de enviar fuerzas de refresco a la bata- lla desde el enorme depósito en que se ha convertido Madrid, al operar por líneas interiores. El día 15 de noviembre, cumpliendo la promesa de Asensio, si bien ya anocheciendo, los nacionales han logrado romper el fren- te con sus dos Tabores de Alhucemas y vivaquean en Arquitec- tura, rodeados de enemigos por todas partes y en precario por no haber logrado todavía sus zapadores instalar un paso estable en el Manzanares (los infantes han cruzado el río vadeándolo y no han podido transportar, de momento, ninguna pieza de arti- llería de apoyo). La topografía de la nca y el desconocimiento exacto de las edi caciones que se van encontrando —manejan unos planos de la Universitaria incompletos o basados en el plan ideal de López Otero, no en la realidad de las obras a la altura del ataque— entorpecen sus movimientos. Al día siguiente, día 16, lograrán ocupar Agrónomos y la Casa de Velázquez, ésta sólo tras una feroz lucha con elementos de la XI Brigada Internacio- nal, como nos recuerda Julián Zugazagoitia en su clásico Guerra y vicisitudes de los españoles (2001): En la Casa de Velázquez, uno de los edi cios más notables de la Ciudad Universitaria […], se había instalado una compañía de internacionales polacos. Su jefe recibió, cuando más recia era la acometida de los rebeldes, una orden de Kléber: «Resista. K.» Sus hombres iban cayendo muertos o heridos. Los fusileros que les quedaban seguían disparando sin 242 preguntar nada, sin apartar los ojos del adversario. El capitán diría, el capitán sabría. El capitán, tieso ante una ventana, hacía fuego con su fusil. Era entre todos el único que no preservaba su cuerpo. Y, como si estuviera defendido por un poder sobrenatural, las balas le respetaban. Los heridos le miraban con ojos incrédulos, conteniendo los lamentos, dejándose desangrar. Después de cinco horas llegó el relevo. De la compañía sólo quedaban en pie seis hombres y el capitán. El día 17, muy mermada, la VI Bandera de la Legión ocupa el Asilo de Santa Cristina y pone pie en el Clínico, en cuyo inte- rior —aún por revestir— se va a desarrollar una lucha cuerpo a cuerpo en la que los avances se miden por estancias, por pasillos, por plantas. La mole del Clínico es un laberinto ajeno para ambos contendientes propenso a la emboscada y donde no habrá lugar seguro para nadie. Por el cerro de los Degollados, los rebeldes toman la Fundación del Amo, las residencias de estudiantes y el Instituto de Higiene, desde donde inician incursiones por el Parque del Oeste buscando apoyar la progresión de las fuerzas que luchan en el hospital así como asegurar el frondoso recinto e, incluso, tomar la primera calle de Madrid, el paseo de Moret. Esto último no lo conseguirán. De la dureza de estos combates en el Clínico nos da idea en sus memorias Iniesta Cano, a la sazón capitán de la Legión en la IV Bandera (1984, 50 y ss.): La lucha era tremenda, pues cuando menos se pensaba, por cualquier parte aparecía un grupo enemigo con el que era preciso combatir. Luchábamos de pasillo en pasillo, de habitación en habitación, en escaleras, quirófanos, etc. […] Conforme se ganaban trozos de pasillo, se establecían parapetos de sacos terreros para ir marcando el frente. Fueron los episodios más curiosos que recuerdo haber vivido en la guerra. No es de extrañar que, en estas condiciones, el promedio de bajas en ambos bandos fuera altísimo: según un documento conserva- do en el Archivo General Militar de Ávila, los asaltantes sufrie- ron durante estos días de noviembre sólo en la Universitaria una media de 70 bajas diarias, «de las que la mitad eran muertos»2. Cifra altísima para unas columnas desgastadas y sin posibilidad Disparos en la fachada de la Fa- cultad de Medicina. Fotografía del autor. 2. Breve historia de la guerra en la Ciudad Universitaria, teniente coronel Fernández Prieto, D.N.- A.16- L.16-C-31, AGMAV. 243 de relevos signi cativos en el corto plazo. Por parte de los defen- sores, la cifra debía de ser igual o mayor, con el mismo agravante de precariedad pero con la ventaja en este caso de poder evacuar bajas hacia una retaguardia relativamente segura aun a pesar de los bombardeos artilleros y de aviación que estaban sufriendo las calles madrileñas. El día 18, los nacionales atacan dirección Norte, ocupando el pa- lacete de la Moncloa y la Granja Agrícola, amenazando la facul- tad de Filosofía y Letras, bien defendida por los internacionales. Probablemente sus vanguardias llegaran en este día a ocupar los pabellones de la facultad de Medicina, habida cuenta de la trayec- toria de los disparos cuyos restos aún hoy pueden ser seguidos en los muros paralelos de la mencionada edi cación (esa trayectoria, tensa, no oblicua, y de calibres propios de fusilería parece hablar de un repliegue más o menos ordenado de los nacionales hacia el Clínico, edi cación y desmontes que están logrando asegurar, sin cejar de combatir). Los contraataques gubernamentales se están produciendo por doquier y hay edi caciones que cambian varias veces de mano (la Casa de Velázquez, Agrónomos, muy probablemente el palacete de Moncloa, quizá también la propia facultad de Filosofía). Los días 19 y 20 son de un forcejeo de dudoso resultado: los nacionales intentando mantener las posiciones obtenidas y los republicanos tratando de desalojarles de ellas. Especialmente, dirigen contraataques contra el Hospital Clínico, siendo el más famoso de ellos el encargado a la columna Durruti, quien caerá mortalmente herido haciendo un reconocimiento de la zona. Ambos contendientes están, literalmente, exhaustos. Cuando el Palacete de la Moncloa y Gran- ja Agrícola. «Maqueta de la Ciudad Uni- versitaria de Madrid, al nal de la guerra», ca. 1943. Ángel Ordóñez Tuero. Escayola y pigmento. Museo del Ejército. Ministe- rio de Defensa. (ME[CE] Nº 26267. Ma- queta de la Ciudad Universitaria de Ma- drid. Museo del Ejército). Fotografía de Leyre Mauleón Pérez. 244 día 23 de noviembre Franco ordene detener la operación —pero mantenerse en las líneas alcanzadas— puede darse por concluida la batalla propiamente dicha por la posesión de la Ciudad Uni- versitaria…, si bien la guerra en las facultades no había hecho más que empezar: «Se iniciaba el frente de Madrid y terminaba la marcha sobre Madrid. […] La Ciudad Universitaria era el ora pro nobis de la campaña. Hay fuego aquí y allá; combates en este o en el otro sector, pero donde nunca falta la novedad es en la Universitaria, incluso cuando se habla de calma absoluta: esto de calma quiere decir constante tiroteo de armas automáticas de parapeto a parapeto, sin un minuto de tregua» (García Serrano 1964, 179). Perfecta descripción de lo que va a pasar en la Ciudad Universitaria durante el resto de la guerra. Otro clásico bibliográ co sobre la batalla de Madrid, Gregorio López-Muñiz (1943, 39 y ss.), nos recuerda el porqué del man- tenimiento por parte de los nacionales de la cuña lograda en la nca de la Moncloa, absurda desde el punto de vista táctico, no así desde el moral: Ceder espacio se oponía terminantemente a la moral de nuestra guerra […] en la que nunca entró la idea de abandonar un solo palmo de terreno, aunque éste fuera un pelado cerro o un desnudo páramo, cuanto más en los arrabales de Madrid, cuando el más pequeño repliegue se hubiera interpretado como signo de inferioridad y de abandono de la lucha. No todos en su bando estaban de acuerdo con la decisión. El general Kindelán (1940, 76), tan cercano a la toma de decisiones del alto mando nacional, cuenta en sus cuadernos de guerra que «después de Guadalajara, Franco me enseñó una cuartilla en la que había concretado sus propósitos: […] d) Me retiro de la Ciu- dad Universitaria (y de la orilla izquierda del Jarama)». Y Ramón Salas Larrazábal, en su Historia del Ejército Popular de la República (1973), a rma tajante: «Resulta inconcebible que no decidieran retirarse». Los republicanos, por su parte, se sienten victoriosos al haber convertido en realidad su lema de «No pasarán». Esto eleva su moral y concreta sus objetivos en torno a la capital: des- alojar a su enemigo de la Universitaria, pasando ahora a la ofen- siva, lo que a la larga también tendrá una contrapartida táctica onerosa: dedicar excesivos recursos a un sector que, por más que 245 simbólico, no dejará ya de ser secundario cuando la guerra se desplace —tras el Jarama en febrero y Guadalajara en marzo— a otros teatros de operaciones: el del Norte, primero, y el del valle del Ebro, después. Será en aquellas regiones, tan alejadas de la Universitaria, de Madrid, donde se decida, al n y a la postre, la suerte de la con agración La decisión de ambos contendientes —mantenerse los unos, des- alojarles los otros— iba a comportar en cualquier caso la devas- tación de la Ciudad Universitaria, al convertir este sector en una guerra de posiciones —trincheras, minas, tiroteo continuo— a las puertas de la capital de España. Los nacionales, efectivamen- te, «no pasarán» de la plaza de la Moncloa…, pero tampoco se irán de allí hasta marzo de 1939. Una guerra de posiciones se instala en la Universitaria (1937) A partir de diciembre de 1936 comienza en la Universitaria una auténtica guerra de posiciones, con la paradoja de que los atacan- tes de noviembre pasarán ahora a ser los defensores del terreno ocupado y los republicanos, recuperando la iniciativa táctica, los atacantes, empleando con distinta intensidad y frecuencia todos los medios a su alcance para estrangular la cuña obtenida por aquellos. La guerra de minas, subterránea, oscura, demoledora, hace su aparición justo en ese mes, y ya no cesará hasta el nal de la con agración. Salvando ciertas correcciones del frente que se producirán a lo largo de la guerra, siempre menores, las líneas de ambos con- tendientes permanecerán prácticamente igual desde noviembre/ diciembre de 1936 a marzo de 1939. Los nacionales ocupan las siguientes edi caciones: * Al este de la cuña obtenida, el Hospital Clínico como posi- ción más avanzada, el asilo de Santa Cristina y los diferen- tes institutos anejos al hospital (por esta parte del entrante, llegarían a ocupar en los primeros envites la Casa de la Junta Constructora, de la que fueron desalojados a princi- pios de 1937); * Al sur, el Instituto de Higiene, el Antirrábico, la Funda- ción del Amo y las Residencias de estudiantes (en cons- 246 trucción). También llegarían a ocupar la práctica totalidad del Parque del Oeste, desde el origen de la cascada al mo- numento a los Héroes de las Campañas Coloniales, que cederían también a primeros del 37, conservando sólo un pequeño entrante de trincheras como escalón avanzado de las residencias); * Al oeste, fuera del recinto universitario, en la margen de- recha del río (pero fuera de la tapia de Sabatini de la Casa de Campo), la posición de Firmes Especiales, fundamen- tal para dar apoyo al lugar situado unos 400 metros aguas arriba del Puente de los Franceses elegido para instalar los pasos sobre el Manzanares con los que alimentar la cuña (y que adoptarán a lo largo de la guerra diferentes formas: desde el simple vadeo a pie al puente hormigonado del nal de la contienda, pasando por puentes militares de ca- rácter semipermanente, pasarelas de varios tipos, teleféri- cos e incluso un proyectado —pero no realizado— túnel bajo el río; * Al norte, pasado el arroyo Cantarranas, el complejo de Pa- lacete de Moncloa/jardines/invernadero, junto a la Granja Agrícola dependiente de Agrónomos; * En el centro, como depósito de boca y fuego, hospitali- llo de campaña, recreo del soldado y (casi) toda la guerra como Puesto de Mando, la escuela de Arquitectura, apoya- da por Casa de Velázquez y el viejo edi cio de Agrónomos. Por su parte, los republicanos mantendrán un dogal sobre esta cuña que, en sentido amplio, abarcaba desde el Puente de San Hospital Clínico y Asilo de Santa Cristina. «Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid, al nal de la guerra», ca. 1943. Ángel Ordóñez Tuero. Escayola y pigmento. Museo del Ejérci- to. Ministerio de Defensa. (ME[CE] Nº 26267. Maqueta de la Ciudad Universita- ria de Madrid. Museo del Ejército). Foto- grafía de Leyre Mauleón Pérez. 247 Fernando por el norte al de los Franceses, por el sur (de este últi- mo tomarán en abril de 1937 el estribo situado en la margen de- recha del río, logrando con ello someter a la Pasarela de la Muerte a un e caz fuego cruzado). Las edi caciones en su poder eran: * Al norte, Filosofía y Letras (construida) y el grupo de Ciencias (en construcción), enlazando con las posiciones de Puerta de Hierro por su izquierda y las de la Dehesa de la Villa a la derecha (también se podría incluir en este sector la Central Térmica de Torroja); * En el centro, todo el grupo médico (Farmacia, Medicina y Odontología, esta última espolón avanzado contra Agró- nomos desde su bloque más occidental y contra el asilo de Santa Cristina por la parte de su trasera). Este grupo enlazaba con la ciudad vía Colonia Metropolitana, hasta Cea Bermúdez); * Al este y sur, y tras su ocupación de la Casa de la Junta Constructora, su dispositivo se apoyaba ya en la ciudad, con Plaza de la Moncloa-Cárcel Modelo-Cuartel del In- fante don Juan como baluartes y una red de trincheras que enlazaba con el Puente de los Franceses como posición extrema y todo el barrio de Argüelles —evacuado— a re- taguardia. En la gura 7 se puede observar que, más que de línea de frente, puede hablarse en el caso de la Universitaria de «faja» de batalla, con una línea nacional cuyas trincheras —en azul— contornea- ban toda la porción del recinto que ocupaban, enfrentada a una primera línea republicana, cuya red de trincheras —en rojo—, hacía lo propio en este bando. Entre medias, una tierra de nadie muy reducida, salvo en algunos sectores, como por ejemplo la franja que separaba el dispositivo rebelde en torno a Moncloa del gubernamental establecido en Filosofía y Letras. Nótese, sin em- bargo, la cercanía de las líneas en Agrónomos (nacional) y Odon- tología (republicano), con solo una batida y estrecha carretera de separación. Se trata de una amplia línea de contacto —entre 7 y 8 kilómetros—, pero de poco fondo, lo que obliga a los defensores a mantener una alta densidad de tropas durante todo el año de 1937, pues la caída de cualquier posición en su poder permitiría a los republicanos alcanzar fácilmente el centro de la cuña, acaban- do con ella para siempre (Calvo, 129 y ss.). 248 Los nacionales priorizaron al principio: 1) establecer un paso se- guro sobre el Manzanares; 2) asegurar un camino cubierto con primera parada en Arquitectura y última en el Clínico; 3) forti - car sus posiciones extremas que, como baluartes de un castillo, conformaban este sector de vanguardia: el Clínico, Higiene-Del Amo-Residencias, Moncloa, Agrónomos-Casa de Velázquez-Ar- quitectura. Los gubernamentales, por su parte, sólo tienen un objetivo muy bien de nido: cercenar la cuña, bien prohibiendo el paso del río, bien con ataques directos a puntos vulnerables de la misma: el Clínico, preferentemente, las trincheras del Parque del Oeste, Agrónomos y la nca de la Moncloa, en menor medi- da. Todo ello va a cambiar la sonomía del recinto universitario, amén de reducir a cenizas o dejar seriamente dañados muchos de sus edi cios, concluyendo —de momento— el sueño de cons- truir la Ciudad Universitaria más bella del mundo a las puertas de Madrid: «Un día se cortó aquello de un tajo fuerte, decidido, sin retroceso» (Alonso Zamora Vicente, citado en La facultad de Filosofía y Letras de Madrid en la Segunda República, 2008, 611). Línea del frente, Ciudad Uni- versitaria (fuente AGMAV). 249 El despliegue defensivo de los nacionales se va a basar en la con guración de subsectores en torno a las edi caciones de la Universitaria, comunicados entre ellos por una intrincada red de trincheras que irán perfeccionando con el tiempo. Al principio, durante el invierno de 1936 a 1937, deberán dedicar a la defensa una alta densidad de tropas —doce batallones—, que irán redu- ciendo a ocho en la primavera de 1937 y todo el resto del año, y a seis en 1938, cuando sus parapetos y forti caciones estén ya de nitivamente perfeccionados (su último despliegue de 1939 será ya sólo de cuatro unidades tipo batallón más uno de reserva. Véase gura 8 para un despliegue típico de ambos contendientes en la Universitaria, 1938). Su principal problema será siempre más logístico que táctico, pues la cuña se mantiene unida con su retaguardia por un frágil cordón umbilical —la Pasarela de la Muerte—, que adoptará diversas formas a lo largo de la cam- paña, y por el que los rebeldes deberán municionar y alimentar a sus tropas, relevar unidades, evacuar heridos… En la tabla 23 podemos apreciar la reducción de efectivos a que aludimos en tres momentos diferentes del tiempo. Despliegues tipo, ambos contendientes, Ciudad Universitaria, 1938 (elaboración propia sobre plano AGMAV). 3. Cuadro confeccionado en base a documentación AGMAV recogida en Calvo (2012) y en el artículo del mismo autor titulado «La cabeza del galgo: Despliegues tácticos en la Ciudad Universitaria durante la Guerra Civil española», Frente de Madrid, 22, noviembre de 2012. 250 FECHAS UNIDAD / MANDO / GRAN UNI- DAD DE PERTENENCIA COLUMNAS/ SUBSECTORES / CEN- TROS DE RESISTENCIA UNIDADES TIPO BATALLÓN / TO- TAL APROX. SOLDADOS Finales noviem- bre 1936 - Enero 1937 SECTOR DE VANGUARDIA (TCOL Asensio; PM Itto. Higiene) Perteneciente a la Agrupación de columnas del GRAL Varela (luego I BRIG de la DIV Reforzada de Madrid) COLUMNA 1: Higiene-Clínico-Asilo Santa Cristina -Casa Junta Constructora IV Bandera Tercio I Tabor Tetuán III Tabor Tetuán Bón. Bailén (elementos) COLUMNA 2: Parque del Oeste (incluyendo templete y monumento Héroes Campañas Colo- niales) I Bandera Tercio (en cuadro) I Tabor Melilla II Tabor Melilla V Tabor Ceuta Centro de Resistencia Firmes Especia- les-Pasarela de la Muerte Bón. Bailén (disminuido en una compañía) COLUMNA 3: Moncloa-Granja Agrícola-Agrónomos -Casa de Velázquez II Tabor Alhucemas III Tabor Alhucemas Tiradores Ifni Bón. A Serrallo Reserva en Arquitectura VI Bandera Tercio (en cuadro) VIII Bón. Toledo TOTAL: 14 Unidades tipo Batallón con fuerzas de acompañamiento/8000 hom- bres aproximadamente. 1937 BRIGADA DE VANGUARDIA (TCOL Ríos Capapé; PM Arquitec- tura) Perteneciente a la DIV de Madrid número 1 (después 71, después 11; GRAL Iruretagoyena) 1er. SUBSECTOR: Clínico - Asilo IX Bandera Legión VIII Bón. Gerona 1 cía. Bón. Toledo (agregada) 1 secc. Zapadores 1 secc. ‘Anticarros’ 1ª Ud. Antiaérea 2º SUBSECTOR: Higiene-Avanzadilla Parque del Oeste VIII Bón. Toledo(dism.) III Tabor Alhucemas 1 cía. Bón. Aragón (agregada) 1 bía. 65 mm. CENTRO RESISTENCIA FIRMES ESPECIALES (con Pasarela de la Muerte) VIII Bón. Aragón(dism.) 3er. SUBSECTOR: Palacete-Invernade- ro V Tabor Ceuta V Tabor Alhucemas 1 ‘antitanque’ C. RESISTENCIA ARQUITECTURA -VELÁZQUEZ-AGRÓNOMOS Bón. A Cazadores de Serrallo 1ª Cía. Intend. Canarias 11ª Bía. Ligera 4ª Cía. Zapas. Equ. Quirúrg. Morteros del VIII de Toledo Depó.de municiones Central Trasmisiones 1 ‘antitanque’ TOTAL: 6 Unidades tipo Batallón más fuerzas de acompañamiento/4300 hom- bres aproximadamente. 251 1938 Durante el primer semestre, II BRIG (Fernández Virto) de la DIV 14 (Carroquino) Durante el segundo semestre, I BRIG (Gutiérrez Cano) de la DIV 16 (Losas). Éste es el despliegue que mostramos aquí 1º REGIMIENTO: Palacete - C. Resistencia 1 Palacete: Bón. 165 La Victoria - C. Resistencia 2 Agrónomos: VIII Bón. Galicia - C. Resistencia 3 Clínico: X Bandera Legión 2º REGIMIENTO: Asilo - C. Resistencia 4 Rubio-Higiene: VIII Bón. Toledo - C. Resistencia 5 Parque: V Tabor Larache - C. Resistencia 6 Firmes: Bón 255 San Fernando TOTAL: 6 Unidades tipo Batallón más fuerzas de acompañamiento/3500 hom- bres aproximadamente. 1939 2º REG (Fernández Prieto), DIV 16 (Losas) - CR 3 Palacete: Bón. 165 La Victoria - CR 4 Agrónomos: VIII Bón. Galicia - CR 5 Clínico: VIII Bón. Toledo - CR 6 Parque del Oeste: V Tabor Larache - Reserva Arquitectura: II Tabor Larache TOTAL: 5 Unidades tipo Batallón más fuerzas de acompañamiento/3000 hom- bres aproximadamente. Lo más interesante a los efectos de esta ponencia es observar los distintos sectores, subsectores y centros de resistencia instalados por los nacionales en la Universitaria, aprovechando siempre la división urbanística del recinto, respetando como espacios ló- gicos de defensa los accidentes y trazados del mismo. Así, por ejemplo, siempre diferenciaron la parte norte de la cuña (Moncloa y el conjunto formado por Agrónomos-Casa de Velázquez-Ar- quitectura) de la sur, delimitada por el cerro de los Degollados (Higiene, Residencias, Fundación del Amo y avanzada del Parque del Oeste). La punta de la echa, es decir, el Clínico —con su escalón de apoyo en el decimonónico asilo de Santa Cristina— siempre constituyó el objetivo a salvaguardar, por ser la posición no sólo dominante sino más simbólica, también la más peligrosa (de ahí que casi siempre fuera con ada su custodia a una Bandera de la Legión). Por otro lado, de los 14 batallones que precisó su toma y primera defensa, con unos 8000 soldados comprometi- dos, se fue llegando a un despliegue mucho menor, al tiempo que mejoraban las forti caciones y las comunicaciones con la Casa de Campo, con lo que al nal de la guerra podían mantener la cuña con sólo 5 batallones y un total de 3000 hombres, quizá menos por las faltas de personal de las plantillas (mal endémico del Ejército español, ya fuera el nacional o el republicano). Evolución del despliegue defen- sivo del bando nacional en el sector Ciu- dad Universitaria. 252 Los republicanos, por su parte, y pasada la batalla de noviembre, mantuvieron siempre un estrecho dogal sobre la cabeza de puen- te, intentando as xiarla en todo momento bien con operaciones al norte de la Pasarela de la Muerte, bien con ofensivas desde el sur de la misma, preferentemente con operaciones combina- das. El Clínico fue constantemente batido por artillería y minado por el Batallón del Subsuelo, dependiente de la Comandancia de Ingenieros de Madrid (Coronel don Tomás Ardid Rey). Como prueba de su tenacidad, hay que mencionar que desalojaron a los nacionales de la Casa de la Junta Constructora así como de la práctica totalidad del Parque del Oeste, y lograron destruir los medios de paso nacionales sobre el Manzanares en más de 20 ocasiones, bien por fuego artillero, bien aprovechando las fuerzas de la naturaleza, represando el río en el Puente de los Franceses que provocaban crecidas tendentes a prohibir la construcción de pasarelas de rasante bajo. Su despliegue fue prácticamente el mismo durante toda la guerra, con la 7ª División a tres brigadas mixtas rodeando la cuña. Lo más signi cativo de su despliegue es el cambio de nombres en los mandos —tal y como se muestra en la tabla 3—, a veces consecuencia de las luchas intestinas de este bando (así, por ejemplo, el último cambio de mandos, pro- piciado por el coronel Casado tras su golpe de estado y purga de militantes comunistas). De entre todas las ofensivas locales que el bando gubernamen- tal lanzó sobre el sector defensivo de los sublevados en la Uni- versitaria, dos merecen especial atención, además de servir de ejemplo del tipo de acciones bélicas que durante toda la guerra se desarrolló en el recinto. La primera fue una operación de amplio alcance —sin perder el carácter de local— en que los republica- nos trataron de ocupar el cerro Garabitas en la Casa de Campo a primeros de abril de 1937. Una pinza de la tenaza se lanzó de forma muy violenta sobre la Cuesta de las Perdices, que a punto estuvo de prosperar (solo la tenaz y e caz defensa de la IV Ban- dera de la Legión evitó el colapso, si bien a costa de quedar diez- mada). La otra pinza salía de sus posiciones en la propia Casa de Campo a la altura del lago, también detenida tras fuertes comba- tes. Mientras, los republicanos se lanzaban por el norte y sur de la cuña universitaria contra los sublevados, destruyendo la Pasarela de la Muerte y alcanzando el estribo del Puente de los Franceses en la margen derecha del Manzanares, que ya no abandonarían 253 y que complicaría aun más a su enemigo el paso del río, batido ahora en fuego cruzado de ametralladoras. La otra se desarrolló justo un año después y tuvo como objetivo principal las trincheras avanzadas de los Regulares de Alhucemas en el Parque del Oeste (justo a la altura de las tres torres de vigi- lancia que hoy pueden verse en él, entonces todavía no construi- das). Tras la voladura de seis minas de extraordinaria potencia contra dichas trincheras y las posiciones del Instituto de Higiene, los republicanos lanzaron todo un batallón de refresco contra los restos, desarrollándose en los embudos provocados por las explosiones y en los ramales de trincheras feroz combate cuerpo a cuerpo durante horas. Si los atacantes lograban romper la línea, podrían llegar al centro neurálgico del dispositivo nacional en Arquitectura (Puesto de Mando, depósito de boca y fuego, sede del hospitalillo de campaña y centro irradiador de los caminos de abastecimiento hacia el Clínico, Moncloa y el propio subsec- tor de las residencias). Al amanecer del día 20, los Regulares del capitán Antonio Vaquero Santos —laureados por la acción— no sólo habían rechazado el ataque sino que habían logrado realizar un contraataque que llegó hasta el monumento a los caídos de las guerras coloniales (posiciones que hubieron de abandonar más tarde)4. Aunque la guerra llevaba mucho tiempo lejos de Madrid como objetivo principal, el frente estático establecido a su alrededor FECHA EJÉRCITO CUERPO DIVISIÓN BRIGADA Noviembre 1936 Fuerzas de Defensa de Madrid (Miaja) II, IV y V Brigadas Mixtas; XI y XII Internacionales; 5º Regimiento y columnas catalanas (Alzugaray para el conjunto) Finales 1936 Ejército de Operaciones del Centro de España, EOCE (Pozas) Cuerpo de Ejército de Madrid (Miaja) 7ª División (Prada) II (Martínez de Aragón), VI (Ga- llo) y XL (Ortega) Inicio 1937 Ejército del Centro (Miaja) II Cuerpo (Alzuga- ray) 7ª División (Prada) II (Martínez de Aragón), XL (Or- tega) y LXVIII (Vega) Primavera- Verano 1937 Ejército del Centro (Miaja) VI Cuerpo (Prada) 7ª División (Or- tega) XL (Carrasco) y LIII (López Ta- bar) Finales 1937 Ejército del Centro (Miaja) VI Cuerpo (Ortega) 7ª División (Zu- lueta) IV (Franquelo), XL (Rillo) y LIII (López Tabar) 1938 Ejército del Centro (Casado) II Cuerpo (Bueno) 7ª División (Zu- lueta) XL (Gil), XLII (Fernández Corti- nas) y LIII (Bueno Sánchez) Marzo 1939 Ejército del Centro (Prada) II Cuerpo (Zulueta) 7ª División (Pe- reda) XL (Acosta), XLII (Sánchez) y LIII (Gutiérrez Rubalcaba) Evolución del despliegue del bando republicano en el sector Ciudad Universitaria. 4. Regulares de Alhucemas. Los laureados del Parque del Oeste, Madrid, 1938 (Galland Books, 2017) trata en detalle este combate, basado en el Legajo 32 bis, carp. 74, armario 27, AGMAV. 254 —desde la carretera de La Coruña hasta la de Extremadura, in- cluyendo la Ciudad Universitaria— no estaba, ni mucho menos, inactivo. Máxima expresión de este continuo batallar, de esta lucha incesante de desgaste, fue la guerra de minas, que acaba- ría con muchos edi cios —preexistentes, construidos o a medio construir— de la Universitaria. El más duro enfrentamiento mi- nero que jamás haya visto nuestro país iba a tener lugar en un escenario diseñado para la luz, para el saber. Devastación. La guerra de minas en la Ciudad Universitaria (1938)5 El Diccionario de la Real Academia Española, en su novena acepción, de ne la palabra mina como sigue: 9. f. Mil. Galería subterránea que se abre en los sitios de las plazas, poniendo al n de ella una recámara llena de pólvora u otro explosivo, para que, dándole fuego, arruine las forti caciones de la plaza6. Y, en el «Discurso de las Armas y las Letras» del Quijote7, se alude al pánico que siempre produjo en los soldados este tipo de gue- rra, practicada ya en tiempos de Roma: ¿Qué de un soldado que hallándose en alguna fuerza, y estando de posta o guarda en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Solo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisadamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. El Estado Mayor del Ejército (Servicio Histórico Militar, 1948) elaboró en su momento un exhaustivo censo de todas las minas voladas en el recinto universitario, tanto las republicanas como las nacionales, ofensivas o defensivas (entendemos por ofensi- vas las realizadas contra edi caciones o trincheras enemigas y Torre de vigilancia en el Parque del Oeste. Fotografía del autor. 5. Para todo lo relacionado con la guerra de minas sigue siendo imprescindible la obra del Servicio Histórico Militar, EME (1948). Guerra de minas en España (1936- 39). Madrid: Servicio Geográ co del Ejército. También Breve historia de la guerra en la Ciudad Universitaria, teniente coronel Fernández Prieto, D.N.-A.16-L.16-C-31, AGMAV y el memorial del Arma de Ingenieros, Abriendo caminos. 6. www.rae.es [consulta: 5 de enero de 2018]. 7. Cervantes, XXXVIII, 1ª. 255 defensivas las destinadas —por contragalería— a neutralizar, vo- lándola, una mina contraria). Del estudio de ese censo, se calcula en más de 200 el número de minas totales voladas, siendo las siguientes las zonas más castigadas: * Parque del Oeste: 51 voladuras * Hospital Clínico: 47 * Palacete de la Moncloa y dependencias: 29 * Agrónomos: 25 * Asilo de Santa Cristina: 17 * Instituto de Higiene: 12 Los explosivos utilizados fueron diversos —dinamita, chedi- ta…— y la cantidad empleada variaba desde los cientos de kilos de explosivos a las grandes minas de 3000 kgs. o más, así la que voló las trincheras del Parque del Oeste mencionada en el epígra- fe anterior. El bando republicano llevó claramente la iniciativa en este tipo de guerra, habida cuenta de su mejor organización para ello pues contaban con un batallón especí co de guerra de minas al mando de o ciales profesionales del arma de Ingenie- ros, acceso al alcantarillado de la ciudad desde donde excavar las galerías, tener profesionales expertos en la materia (mineros astur-leoneses) y llevar la iniciativa táctica en el sector. Los na- cionales, por su lado, sólo podían aguantar la guerra de nervios que producía el saber que bajo sus pies estaban siendo excavadas galerías subterráneas sin poder —durante prácticamente todo el año 1937— contrarrestarlas. Sólo en 1938 podrían formar un Grupo de Minadores —bajo el mando del teniente coronel don Juan Petrirena Aurrecoechea— con que iniciar la contraofensiva minera. Para despejar la amenaza sobre sus posiciones en la Uni- versitaria, los minadores nacionales se llevaron la guerra de minas a las barriadas de Usera y Carabanchel, desconcertando a su ene- migo, que hubo de detraer recursos de la nca para dedicarlos ahora a contrarrestar la ofensiva nacional. La guerra de minas, cuando se prolonga en el tiempo y los re- cursos de ambos bandos son parejos, termina convirtiéndose en un n en sí mismo, muchas veces alejada de la realidad bélica de super cie, llegándose casi siempre a un jaque recíproco que agota a los soldados, detrae recursos de gran cantidad y calidad… Mojón con restos de impactos delante de la Escuela de Agrónomos. Fo- tografía del autor. 256 y termina por destrozar cualquier paisaje natural o urbano contra el que se dirige. Más del 50% de las minas practicadas lo fueron en el año 1938, periodo en que la guerra estática de la Univer- sitaria fue dominada por este tipo de combate subterráneo. Eso es lo que ocurrió en la Universitaria: la vieja Escuela de Agróno- mos, la Fundación del Amo, el Instituto de Higiene, una de las alas de Odontología, la estructura del Clínico quedaron total o parcialmente derruidos por los efectos de las minas (otros edi- cios, como la Casa de Velázquez, adonde no podían llegar las galerías, quedaron barridos por fuego artillero. El derribo de las dos torres características de esta elegante construcción fue debi- do a la acción de la Artillería. Los bombardeos de aviación, por la proximidad de las líneas contendientes, casi no se produjeron). En las guras adjuntas podemos ver los diferentes efectos de las distintas armas en edi caciones de la Universitaria: las voladu- ras de minas, que provocan embudos en la tierra o «pliegues de acordeón» en las construcciones (así en el Clínico, volado por los republicanos repetidas veces, y Odontología, cuya ala izquierda fue volada por los nacionales a nales del 37), y los impactos de artillería, que provocan cráteres en la tierra o derribos y bo- quetes por impacto directo en las edi caciones (así, la Casa de Velázquez, en la foto ya sin sus dos torres, y Filosofía y Letras, castigada por la artillería nacional). Dos de las tres laureadas individuales —máxima condecoración al valor— que el Ejército nacional concedió a individuos desta- cados en la Universitaria lo fueron por acciones relacionadas con la guerra de minas. Uno de ellos, el ingeniero de minas y teniente provisional don Serafín de la Concha Ballesteros, así lo resumió para un artículo publicado por la revista Ejército en 1964: Era el año 38. Llevábamos dos años aguantando la cruenta guerra de la Universitaria parapetados en el Clínico. Cada día había una sorpresa, las minas hacían volar el edi cio por todos lados. Aquello parecía no acabarse nunca, hasta que recibí la orden de volar el colector y acabar con ello… Comenzó la construcción de una galería transversal que buscaba el colector rojo por el que llegaban al Clínico. Meses y meses trabajando como topos hasta conseguir construir 90 metros de galería. Jamás 257 Efectos de las minas y la artillería en edi cios de la Universitaria. De izquierda a derecha y de arriba a abajo, Hospital Clínico (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de la Administración, Archivo Fotográ co de la Delegación de Propaganda de Madrid durante la Guerra Civil), Odontología (Calvo, 2012), Casa de Velázquez (Archivo General Pedro Calvo Picó) y Filosofía y Letras (SHM, 1948). 258 olvidaré cuando llegamos al alcantarillado central… Comenzó un cruento combate a 18 metros de profundidad que se prolongó durante semanas. Cada vez que recuerdo aquello paso un mal rato… ya que sólo yo puedo contarlo y no puedo compartirlo con el hombre que vivió conmigo aquellos momentos, el sargento Miguel Zamorano, de 23 años, también distinguido con la laureada (a título póstumo)… En las primeras horas de la mañana descendimos a la galería dispuestos a volar todo aquello. Sabíamos que al fondo del colector los rojos estaban almacenando una gran cantidad de dinamita para volar de una vez todo el Clínico. Mi propósito era anticiparme y llegar hasta allí y pegarle fuego. Para ello tenía que atravesar toda la galería a cuerpo limpio. Ordené a Zamorano que me cubriese la espalda. Arrastrándome por el suelo me dirigí al fondo. Al llegar a donde estaban los explosivos escuché y vi cómo estaban amontonando más dinamita. Sin perder tiempo, coloqué la mecha y la prendí fuego, regresando inmediatamente al exterior en compañía del sargento. Minutos después volaba de una vez todo el reducto rojo que durante años había atacado el Clínico. Al día siguiente, en un reconocimiento de la galería, el sargento Zamorano moría por emanaciones de bióxido de carbono… Ese fue el motivo de llevar esta laureada sobre mi solapa. A hablar de combatientes, de uno y otro bando, dedicaremos el siguiente epígrafe. Los combatientes La fortuna quiso que en las primeras horas de la noche [del día 7 de noviembre de 1936] llegara a nuestras manos, inopinadamente, la Orden General de Operaciones que el mando de las fuerzas adversarias había dictado para el ataque a Madrid. La llevaba consigo un o cial de Carros de combate adversario, que en los combates preliminares había caído en nuestras líneas. […] Mi sorpresa fue extraordinaria cuando me entregaron el documento y le di la primera 259 ojeada para ver de qué se trataba, mientras continuaba la cena. Aprecié inmediatamente la importancia del hallazgo, aunque pudiera ser fraudulento, e informé de ello al General Miaja. […] Leído detenidamente el documento se le atribuyó validez, y para cristalizar en el orden operativo nuestro pensamiento en una propuesta, se estudió con la rapidez que los hechos exigían la conducta a seguir para contrarrestar la maniobra enemiga que había quedado al descubierto tan casualmente. De esta forma narró el entonces teniente coronel don Vicente Rojo en su clásico Así fue la defensa de Madrid 8 la captura de los planes nacionales para su asalto sobre la capital y que permitiría al Estado Mayor de la Junta de Defensa de Madrid desplazar importantes reservas hacia la Ciudad Universitaria, lugar elegido por aquellos para lanzar su ataque principal. Interesa ahora jar- nos en quién era ese «o cial de Carros de combate adversario», pues en este epígrafe trataremos de los combatientes de la Uni- versitaria. Y comenzamos con él pues, aunque no llegó a pisar nunca ese campus de batalla, su prematura muerte fue decisiva en el transcurso de las operaciones. El capitán de Artillería don Guillermo Vidal-Quadras Villave- chia era un o cial de reconocido prestigio en el Ejército español anterior a la guerra. Catalán, colaborador de La Vanguardia, fue pionero de los carros de combate en España, haciéndose cargo de los primeros Schneider llegados a Marruecos en 1922, a cuyo mando se distinguió por su pericia y valor. El 18 de julio de 1936 se encontraba en Génova y, requerido por el alto mando nacional tanto por sus conocimientos técnicos carristas como por su do- minio del italiano, se incorporó a las fuerzas sublevadas en Extre- madura. Allí hizo de enlace entre los primeros italianos llegados al bando nacional con los vehículos Fiat-Ansaldo CV. 33/35 y el mismísimo general Franco, interesado en conocer en detalle los carros de combate enviados por éstos. Incorporado ya a las columnas de ataque a Madrid en noviembre de 1936, efectivamente su carro Ansaldo, que encabeza la Agru- pación Italo-española de Carros-Artillería en una cuña de van- guardia encargada de realizar un reconocimiento ofensivo por el Puente de Toledo, cae en una zanja y es detenido por una granada 8. Rojo (2006, 63-64). 260 dirigida contra sus cadenas por los Carabineros del comandante Trucharte, quienes encuentran en el cadáver del o cial las ór- denes con la idea de maniobra nacional. Nos interesa en este apartado, no obstante, realzar el lado humano de todos los com- batientes que glosaremos, así que reproducimos a continuación pasajes de la última carta enviada por Guillermo Vidal-Quadras a su mujer desde Yuncos la noche del 5 de noviembre de 19369: Queridísima nena: Ayer ya vimos Madrid, ocupamos Getafe y Leganés, que es como Badalona o San Adrián. Creo que en Madrid hay un pánico atroz. Poco tardaremos ya en ser los dueños de la capital. […] Te mando fotos que voy haciendo y sobre ellas te iré contando mis vicisitudes. Malos ratos muchos, algunos buenos y unas ganas locas de estrecharos a todos y besaros. […] Pienso siempre en ti y en los nenes, lo demás no me asusta. ¡Dios sobre todo! Claro que yo toco las cosas tan de cerca que siempre hay algo de preocupación, pero adelante. Salvaremos a España y ya no falta mucho. Recuerdos a todos y tú recibe el cariño inmenso de tu marido, que quiere vivir sólo por ti y los peques. ¡Viva España! Firmado: Guillermo. Él nunca pisaría suelo universitario, pero sí su unidad, que fueron los famosos carros de Asensio que ayudaron a cruzar el Manza- nares el día 15 de noviembre al atardecer. Un poco más arriba, en la entrada al Parque del Oeste desde la plaza de la Moncloa, un joven de tan solo 16 años tomaba posiciones en el otro bando, encuadrado en las milicias socialistas encargadas de la defensa de ese sector. Natural de un pueblo de Toledo, de origen muy humil- de, Ángel Gómez era un joven fuerte y despierto, por lo que fue destinado a un pelotón de escucha, peligroso puesto avanzado que ocuparía durante esas jornadas de noviembre hasta mediado el año 1937. La información de los escuchas era vital para cono- cer las posiciones enemigas, haciendo también las veces de ob- servadores avanzados de Artillería. La viveza del joven le llevaría a la escuela de sargentos del Ejército Popular de la República sita en El Pardo y mandada por el teniente coronel Ortega, mítico defensor con sus vascos precisamente del Parque del Oeste. 9. Archivo familia Vidal-Quadras vía José Benavides. 261 Destinado como sargento a una de las divisiones republica- nas que atacó y conquistó Teruel en diciembre de 1937, Ángel Gómez sería dado por muerto entre la nieve tras un duro comba- te… Un sanitario le haría revivir con una cantimplora de coñac, sólo para ser ingresado en un hospital de retaguardia en el que se salvó de la gangrena gaseosa, quedándole el brazo derecho inutilizado para siempre. Lo que no impediría que, al terminar la guerra, fuera incorporado a un batallón disciplinario durante un año y medio…, del que sólo saldría para hacer la mili en Regula- res entre 1941 y 194410. Cruzando las líneas, y ya en el Clínico, otro joven de origen hu- milde —asturiano, estibador antes de la guerra—, luchaba cuer- po a cuerpo con su IV Bandera de la Legión en algún oscuro pasillo del hospital. César del Busto tenía diecinueve años y solo unos meses de Legión cuando estalló la guerra. Cruzado el es- trecho en un Junkers-52 y realizada la marcha sobre Badajoz, fue Tarjeta postal de campaña en- viada por Pedro Rodríguez Muñoz desde el frente a su familia. 23 de mayo de 1937. AGUCM, 51/06-57,12. 10. Información proporcionada en correo electrónico al autor por el catedrático don Ángel Gómez Moreno, Facultad de Filología, UCM, sobre su padre. 262 uno de los históricos supervivientes de la 16 Compañía de la IV Bandera del Tercio que tomaron al asalto la Puerta de la Trinidad de la ciudad extremeña: sólo el capitán y 14 legionarios vivieron para contarlo. Lo que no impediría que, recuperado de sus heri- das, César del Busto vadeara el 16 de noviembre el Manzanares bajo un intenso fuego enemigo. Tras la ocupación del Clínico de San Carlos, su sección sufrió la primera voladura de mina del edi cio, distinguiéndose en la lucha junto a su alférez, Moncho Escapa, único o cial en pie de la Bandera, que logró rechazar el asalto enemigo. Unos días más tarde, una segunda mina terminaba con la vida del alférez, siendo nuestro legionario ascendido a cabo sobre el mismo campo de batalla por haberse distinguido con su valor y pericia. Después: el Jarama, la Cuesta de las Perdices, Teruel, Cataluña… y una inva- lidez permanente por resultar quemado en su carro de combate —ya de sargento— a nales de 193811. Cruzando de nuevo las líneas al bando republicano, la amante Facultad de Filosofía y Letras era escenario de dos luchas de- nodadas: la de los internacionales defendiéndose de los ataques de los soldados de Regulares y la de los catedráticos, bedeles y funcionarios de la casa por salvar uno de sus mayores tesoros, la biblioteca de facultad. Entre ellos ya no estaba quien fuera motor y alma de la misma en los tiempos de la República: doña Juana Capdevielle San Martín. Combatientes de la Univer- sitaria ante la Pasarela de la Muerte (an- verso de la foto). Archivo General Pedro Calvo Picó. 11. Hoja de servicios del comandante legionario don César del Busto, consultada por cortesía de sus familiares. 263 Licenciada precisamente en Filosofía y Letras, Juana era una joven madrileña entusiasmada con el nuevo proyecto universita- rio, en el que se embarcó para dirigir la biblioteca de la facultad, cuyos fondos cuidó y amplió con un gran criterio profesional y un inmenso amor por su labor: «La biblioteca de Filosofía y Le- tras se convertirá en una de las más ricas de España y de las más interesantes entre las universitarias mundiales. […] A disposición inmediata y directa de los profesores y alumnos se convertirá en lo que debe ser: una rueda del perfecto engranaje universitario, un elemento de cultura, un instrumento de formación para los ciudadanos españoles del mañana» (López-Ríos y González Cár- celes 2008, 493 y ss.). En julio de 1936 acompañaba a su esposo en La Coruña por haber sido éste nombrado gobernador civil de la provincia: se trataba del abogado y político Francisco Pérez Carballo, que caería asesinado el día 24 en la represión golpis- ta. Refugiada ella en casa del diputado de Izquierda Republica- na Victorino Veiga, sería asimismo detenida y asesinada por el plomo del odio en Rábade, Lugo. Tenía 31 años y estaba embara- zada. Conservaba entre sus pertenencias esta carta de despedida de su marido: Juana: Has sido lo más hermoso de mi vida. Donde esté y mientras pueda pensar, pensaré en ti. Será como si estemos juntos. Beso tu anillo una vez cada día. Te quiero. Paco. Para Juana Capdevielle, mi querida esposa. Viernes, 24 de julio de 1936, cinco de la madrugada. Combatientes de la Universi- taria ante la Pasarela de la Muerte (reverso de la foto). Archivo General Pedro Calvo Picó. 264 Enfrente de la facultad, las posiciones nacionales en la Moncloa fueron ocupadas por los Regulares, destacando entre todas las unidades que por allí pasaron la 1ª Compañía del VI Tabor de Alhucemas, mandada por el capitán don Antonio Vaquero San- tos. Vaquero era un joven o cial de carrera, africanista, a quien la guerra sorprendió en León, donde salvó muchas vidas de perso- nas injustamente acusadas, así el dramaturgo Alejandro Casona, quien siempre se lo agradeció a la viuda del capitán. Destinado al frente de Madrid, Vaquero defendió las posiciones del palacete e invernadero durante los largos meses de frente estático en que se convirtió la Universitaria desde noviembre de 1936. El 20 de abril de 1938 su compañía, recién trasladada a la avanza- dilla del Parque del Oeste, fue literalmente volada por tres fuertes minas republicanas, desarrollándose después un fantasmagórico combate cuerpo a cuerpo en las mismas trincheras. Sólo el valor del capitán y sus dotes de mando evitarían la ruptura republicana, siendo tanto él como sus hombres recompensados con la más alta condecoración al valor: la Cruz Laureada de San Fernando: A las dos y treinta horas aproximadamente hicieron explosión varias minas que destruyeron la mitad de las defensas ocupadas por la Compañía citada, sepultando en los escombros a casi toda la guarnición y permitiendo que el enemigo ocupara, acto seguido, las derruidas obras, tras lo cual intentó progresar hacia el interior de la posición. El Capitán Vaquero, con escaso número de soldados disponibles y sin mandos subalternos, ya que el único o cial a sus órdenes había sido herido, logró con acertadas disposiciones y valor contener al adversario, que había avanzado por los ramales de comunicación del sistema defensivo hasta unos diez metros de su puesto de mando, y con el escaso refuerzo de un pelotón y dos escuadras, reorganizó sus reducidas fuerzas y contraatacó con formidable ímpetu, empleando el arma blanca y la granada de mano. Consiguió de este modo recuperar las defensas perdidas y destruidas por la voladura, y logrado este éxito continuó su avance en brillante acometida, llegando hasta el monumento de los héroes de las Campañas coloniales, en donde ordenó el repliegue de sus fuerzas para forti carse en la primera línea de trincheras enemigas. En la lucha, la Compañía del Republicanos en trinche- ra. Colección personal Fernando Calvo González-Regueral. 265 Capitán Vaquero tuvo el 64 por ciento de bajas, habiendo atacado el adversario con efectivos de un Batallón12. El Capitán Vaquero, que anteriormente a estos hechos había sido herido en la ocupación de Pozuelo y Majadahonda, encontraría la muerte en la Muela de Sarrión (Frente de Teruel) el 24 de junio de 1938. Nunca llegó a lucir sobre su pecho la preciada condeco- ración ni su viuda llegaría a recibirla a título póstumo. Conviene terminar este breve repaso a los combatientes de la Universitaria —humilde homenaje a los miles de españoles que, a uno u otro lado de la línea, lucharon y murieron allí— con un gran militar de carrera, don Adolfo Prada Vaquero, encargado de la rendición de la ciudad el 28 de marzo de 1939. Profesor en Toledo antes de la guerra y jefe de la división que mantuvo a raya a los nacionales en la meseta de las facultades —la 7ª—, su valía profesional le llevaría a ser requerido por el alto mando guberna- mental para mandar otros frentes, así el asturiano en 1937. Vuel- to a la capital, sería don Julián Besteiro el que le sugeriría no dejar que los nacionales entraran en Madrid como en ciudad abierta. Su hijo, Eduardo Prada Manso, quien le acompañó en tan amar- go trance, así lo narró para el primer número de los Cuadernos republicanos (junio 1989), editados por el Centro de Investigación y Estudios Republicanos: Nos dirigimos en dos automóviles con bandera blanca al lugar señalado para el acto de entrega. Nada ni nadie inter rió nuestra marcha hasta que en el paseo de la Reina Victoria, cerca de Guzmán el Bueno, salieron a nuestro encuentro dos moros con uniforme de regulares que, subiéndose al estribo de cada automóvil, nos acompañaron hasta el lugar de la cita. […] Se adelantó el coronel Prada, saluda militarmente y, en posición de rme, dice: «Se presenta el coronel Prada y su Estado Mayor para resignar el mando del Ejército del Centro». El coronel Losas correspondió al saludo y pregunta: «¿Responde usted de que no habrá resistencia por parte de sus fuerzas?» El coronel Prada le contestó: «He sido responsable hasta este momento del mando de mis fuerzas, pero de lo que suceda ahora en 12. Orden Circular de 13 de noviembre de 1940. Diario O cial del Ministerio del Ejército del 17 de noviembre de 1940, núm. 259. 266 adelante declino toda responsabilidad, si bien estoy seguro de que no habrá la menor resistencia». […] Debo negar la a rmación de que el coronel Prada diera la orden de izar la bandera monárquica antes de salir para hacer entrega del mando. Ello no sucedió en ninguna unidad del Ejército republicano antes del mediodía del 28. Lo que sí es cierto y natural es que, a partir del día 26, muchos soldados de uno y otro bando confraternizaban en las trincheras, contentos del n de la guerra. La escena descrita ocurría en algún lugar del sector avanzado nacional, entre las ruinas del Clínico y las del asilo de Santa Cris- tina. La guerra civil terminaba en la Ciudad Universitaria. Como para Madrid, como para toda España, un horizonte preñado de inquietud se abría para la ciudad de las facultades…, mas toda incertidumbre, por dura que fuera a ser, no podría acabar con un sueño tan poderoso, como irrefrenable: el de edi car una lumi- nosa Universidad en que, generación tras generación, la antorcha del conocimiento y de la libertad siguiera alumbrando. Epílogo: hacia una bibliografía de la Guerra Civil en la Ciudad Universitaria Desde los primeros testimonios de los vencedores —Historia de la Cruzada española, revistas Vértice, Frente de Madrid, etc.— hasta nuestros días, pasando por los testimonios de los vencidos en el exilio y un relativo y prolongado silencio en el tardofranquismo y primera democracia, la bibliografía estrictamente relacionada con la guerra en la Universitaria ha avanzado de forma satisfactoria. Pretendemos en este apartado apuntar un esquema de bibliogra- fía básica al respecto, esperando poder completarla en el futuro de forma exhaustiva para comprender el estado de la cuestión a día de hoy. Los avances, que han saltado de la propaganda y las historias generalistas a los detalles meramente bélicos, no son su cientes: se necesita conocer mejor, por ejemplo, el despliegue republicano en torno a la cuña (el defensivo nacional sí está bien estudiado y documentado), el número de bajas (difícil empeño pero realizable en base a los archivos militares), detalles defensi- vos de cada una de las edi caciones (la arqueología moderna está ayudando mucho en este sentido gracias a la excavación de lo que fueron en su día trincheras) y conocer mejor el siempre fas- 267 cinante aspecto de la vida diaria, donde aún estamos a tiempo de recoger testimonios de testigos de los hechos (los directos cada vez menos frecuentes, pero no así los indirectos o provenientes de archivos familiares). Naturalmente, nos estamos re riendo estrictamente a trabajos relacionados solo con el aspecto de la guerra civil en el campus, no a la bibliografía general de la Ciudad Universitaria, que también ha visto un fructífero y muy intere- sante renacer en lo tocante a aspectos arquitectónicos, pedagó- gicos, urbanístico-paisajísticos, históricos, vivenciales, turísticos y de todo tipo (salvo —quizá— en lo tocante a nanciación y economía de la Universitaria, terreno aún en el que profundizar). Las fuentes primarias militares se encuentran en su mayoría en el Archivo General Militar de Ávila (AGMAV), donde habría que acotar la búsqueda a los siguientes conjuntos de documentos dentro de «Guerra Civil española (1936-1939)»: Zona nacional: * Agrupación de columnas general Varela (7ª División Orgá- nica, Ejército del Norte) * División reforzada de Madrid (Cuerpo de Ejército de Ma- drid, Ejército del Norte) * 1ª División de Madrid (luego 71, luego 11; I Cuerpo de Ejército, Ejército del Centro) * 14ª División (I Cuerpo de Ejército, Ejército del Centro) * 16ª División (ídem) Zona republicana: * Fuerzas de Defensa de Madrid (Junta de Defensa de Ma- drid) * 7ª División (Cuerpo de Ejército de Madrid, Ejército de Operaciones del Centro de España, EOCE) * 7ª División (II y VI Cuerpo de Ejército, Ejército del Centro) También en Ávila se conservan una interesante colección de fotografías panorámicas del frente universitario (publicadas, en parte, en las monografías de Martínez Bande, San Martín), otra 268 de planos que está siendo convenientemente estudiada por di- ferentes investigadores y la famosa serie de láminas del pintor Kemer. Las unidades tipo Regimiento del Ejército español actual guardan los historiales propios de sus unidades, algunas de las cuales los conservan digitalizados. Especialmente interesantes son los de las Banderas de la Legión y, para lo relativo a los pasos del Manzanares, los historiales del Regimiento de Pontoneros (Zaragoza) y otros de Zapadores (en este apartado, sigue siendo ineludible la monografía del Servicio Histórico Militar, EME, de 1948 Guerra de minas en España (1936-39). El Archivo General Militar de Segovia (AGMS) es el encargado de custodiar las hojas de servicio, donde podrían consultarse las relativas a personal destinado a la Universitaria durante la guerra. El Centro Car- tográ co y Fotográ co del Ejército del Aire (CECAF) dispone de fotografías aéreas del sector universitario, muchas de ellas en alta resolución, constituyendo un documento histórico de primer orden para ver en detalle las facultades durante la contienda. En cuanto a fuentes primarias civiles, el Archivo Nacional y la Hemeroteca son fuentes de consulta, así como los propios ar- chivos de la Universidad. Una famosa colección de fotografías conocida como «Archivo Rojo»13 contiene numerosas fotos de la Universitaria desde el lado republicano. En la Biblioteca Na- Vista general de la Ciudad Universitaria al terminar la guerra civil. «Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid, al nal de la guerra», ca. 1943. Ángel Ordóñez Tuero. Escayola y pig- mento. Museo del Ejército. Ministerio de Defensa. (ME[CE] Nº 26267. Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid. Museo del Ejército). . Fotografía de Leyre Mau- león Pérez. 13. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de la Administración, Archivo Fotográ co de la Delegación de Propaganda de Madrid durante la Guerra Civil. 269 cional existe digitalizado un álbum particular de fotografías rea- lizadas recién terminada la guerra (Expediente 1468). También conviene destacar como hallazgo reciente las magní cas fotogra- fías de Madrid en guerra debidas a un autor anónimo y que ha restaurado y puesto en valor José Latova. La Filmoteca Nacional dispone, entre otros, del famoso documental realizado por Edgar Neville y su equipo en 1938, y el Bundersarchiv-Filmarchiv de Berlín conserva una copia, en alemán, del largometraje realizado por éste en 1940 rodado en escenarios reales de combate de la Universitaria. El archivo fílmico italiano cuenta con algún repor- taje rodado también entre las ruinas de las facultades. Las fuentes secundarias, tanto las más novedosas como aque- llas que, siendo más generalistas, también contienen interesantes aportaciones en el apartado castrense en relación con la Univer- sitaria, se encuentran citadas en la bibliografía nal de este libro. Para un comentario más amplio de las obras generales sobre la batalla de Madrid; de las obras de cción, diarios y memorias así como de las fuentes antiguas o clásicas véase la bibliogra- fía comentada contenida en mi obra La Guerra Civil en la Ciudad Universitaria o la excelente web promovida en su momento por el catedrático González Cárceles: http://www.madrid1936.es/ index.html. He de destacar, por último, que distintas iniciativas desde el ám- bito académico, asociativo y privado están realizando rutas histó- rico-turísticas por el campus, en lo que constituye sin duda otro foco de atención investigadora y fuente de nuevos hallazgos o interpretaciones. Gracias a la labor conjunta de tantos buenos profesionales y a la generosidad del Museo del Ejército, pode- mos ver ya exhibida de forma permanente la maqueta de las rui- nas de la Universitaria en el vestíbulo de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, con cuyas fotos han quedado ilustrados algunos pasajes de este texto. No hay mejor documento histórico y grá co de la guerra en las facultades que este campus. 270 271 El paso de la guerra civil por la Ciudad Universitaria de Madrid (15 de noviembre de 1936-28 de marzo de 1939) constituyó un episodio bélico notabilísimo dentro del frente de Madrid. A los aproximadamente 80 años de estos sucesos, aún perduran en el Campus Universitario restos que, aparte de ser conservados, merecen su puesta en valor para el conocimiento histórico de las generaciones actuales. La realización de rutas históricas para el conocimiento de estos vestigios es una demanda de la sociedad actual. Desde el año 2004 la asociación que presido, GEFREMA (Grupo de Estudios del Frente de Madrid), dentro de su labor de investigación y difusión, viene realizando diversas rutas de especialidad en los terrenos de la Ciudad Universitaria. En este texto ofrecemos nuestra experiencia en el campo de las rutas históricas sobre guerra civil, práctica avalada por muchos años de experiencia y reconocimiento. Quiero, en primer lugar, y a título introductorio, explicar qué es GEFREMA y cuál ha sido nuestra trayectoria dentro del apartado que nos ocupa, la realización de rutas guiadas en la Ciudad Universitaria de Madrid El Grupo de Estudios del Frente de Madrid es una asociación que se creó en noviembre de 2002. Somos, por lo tanto, una asociación veterana y con carácter de perdurabilidad. Podemos incluirnos dentro del escaso número de asociaciones con este carácter, aspecto este destacado, pues la mayoría de ellas suelen resultar efímeras, ya en su vida y trayectoria o en su actividad. Es interesante destacar, dentro de las características de GEFREMA, su carácter investiga- dor, su elevado número de socios (unos 160), su no adscripción política e ideológica, su au- to nanciación independiente de instituciones, su publicación periódica «Frente de Madrid» y el notable carácter didáctico que posee, lo que le lleva a la realización de conferencias, RUTAS DE GUERRA EN LA CIUDAD UNIVERSITARIA Antonio Morcillo López 272 actos y rutas sobre el terreno destinadas en principio a sus socios y en ocasiones para el público en general. En el tema que nos compete es de destacar uno de los objetivos fundamentales de GEFREMA, la unión entre el conocimiento de los hechos históricos y el terreno en que se produjeron, me- diante la realización de rutas y salidas de campo (Estudio de los hechos- Estudio de los escenarios en que se produjeron). En este sentido, GEFREMA realiza para sus socios una ruta mensual documentada por distintos escenarios de la guerra civil, normalmente de ámbito de la Comunidad Autónoma de Madrid. Durante el mes de noviembre, aniversario de nuestra fundación, realizamos unas Jornadas anuales con ciclos de conferencias y dos rutas abiertas al público, en este caso sin necesidad de a lia- ción. Y en ocasiones también se organizan rutas por encargo de instituciones o con ocasión de la realización de eventos. Desde el año 2016, GEFREMA ha iniciado una nueva actividad centrada en la realización de rutas guiadas de especialidad por escenarios de la guerra civil con la creación del portal de rutas dedicadas al público interesado «Madrid en Guerra» (www.ma- dridenguerra.es). Ni qué decir tiene que una de las rutas estrella que realizamos es la Guerra Civil en la Ciudad Universitaria, en sus distintas va- riantes. Dada la especialidad de quien esto escribe, soy yo mismo Logotipo de GEFREMA. Portal de Rutas de GEFREMA. Madrid en Guerra. Imagen del autor. 273 quien ejecuta esta ruta, así como las desarrolladas en la Casa de Campo. Desde 2004, año en que se inició esta nuestra actividad en la Ciudad Universitaria, y fuera de la actividad propia realizada para nuestros socios, hemos realizado rutas por el Campus para las siguientes instituciones y eventos: AABI (Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales), Facultad de Filosofía y Letras, Casa de Velázquez, Exposición «Paisajes de una Guerra. La Ciudad Universitaria de Madrid», Colegios Mayores Isabel de España, Chaminade, San Agustín, Asociación Acrola, Asociación Cierzo, Semana de la Arquitec- tura, UNED de Pozuelo de Alarcón, Agencia Tierra de Fuego, Agencia Carpetania… Rutas de guerra: aspectos de procedimiento Situada la actividad de GEFREMA, creo preceptivo analizar cómo ha de hacerse, a mi criterio, el diseño de una ruta y cuáles han de ser los elementos a tener en cuenta en el mismo. Para ello tendremos en cuenta los siguientes aspectos: * El guía * El recorrido a realizar * El discurso del guía (información a transmitir) * El público asistente * El material complementario Estas variables, centradas en el diseño de rutas en la Ciudad Uni- versitaria, determinarán sin duda el tipo y carácter de una ruta y su posible éxito o fracaso, siempre en función de los objetivos que se pretendan alcanzar. El guía Ha de ser persona especializada, con profundos conocimientos sobre historia, el terreno, técnica militar, forti cación, diversos armamentos empleados, sus características y su utilización, gue- rra de minas, literatura de época, contexto histórico. Además, debe poseer un discurso uido y un cierto don de gentes. 274 Tal vez al decir esto alguien piense que Dios debe bajar a la Tie- rra y convertirse en guía. No es así. Simplemente (y lo simple es complicado) es necesario comprender que para una ruta de espe- cialidad el guía debe ser un especialista integral. La importancia que tiene el guía en la realización de una ruta especializada es fundamental, en torno al 60 % a mi modo de ver. Ante todo, esto caben dos preguntas que pueden ser objeto de debate: * ¿Debe el guía ser un historiador- investigador? * ¿Puede cualquiera ser guía con unas nociones básicas sobre recorrido y temática? Yo me inclino por la especialización máxima del guía y su máxima formación, y ese es el producto que siempre intentamos ofrecer en GEFREMA. Creo que el público asistente siempre se merece lo mejor, ya que se supone que cuando se desea asistir a una ruta de esta temática se hace por una motivación especial, a la que hay que responder. Pero el debate está abierto y depende mucho del tipo de ruta que se quiera ofrecer, ya sea más de especialidad o de información simple. En cualquier caso, si por el montaje de las rutas se utilizaran guías no especializados, deberían recibir una seria formación por parte de un experto. El recorrido Existen, en la Ciudad Universitaria, diversas posibilidades de re- corrido según interés, tiempo disponible y características físicas del grupo. Podríamos distinguir entre: * Recorridos dinámicos, realizados a pie. * Recorrido estático, que podría adaptarse a personas de movilidad reducida. Este recorrido no es propiamente tal, sino que se trataría de la visita y explicación de la Maqueta de la Ciudad Universitaria1 al n de la guerra, que ofrece una gran cantidad de posibilidades. Es conveniente que los recorridos se realicen como rutas circu- lares con abundantes paradas para explicación. Por lo tanto, el 1. Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid al nal de la guerra. 1943. Vestíbulo de la Facultad de Medicina. Universidad Complutense de Madrid. 275 tiempo a utilizar no es directamente proporcional a la distancia recorrida, sino a la distancia con las paradas para realizar las ex- plicaciones. Dentro del concepto de rutas de especialización, la duración media de una ruta tipo como las que realizamos en GEFREMA por el Madrid en Guerra, es de unas cuatro horas. Para la visita a la Maqueta de la Ciudad Universitaria usamos dos horas para la explicación con puntero láser. Para rutas más básicas, el tiempo y contenido se adaptan como se desee. El discurso del guía (información a transmitir) Mediante el discurso del guía se transmitirá una información de contexto necesaria para la puesta en valor de los elementos a observar en la ruta. Una información incompleta o sesgada en su interpretación desvirtuaría el contenido de la ruta, ya que la in- formación que se ofrezca es fundamental para el éxito o fracaso de la ruta a realizar. La información a transmitir debe contener una parte introductoria acerca de la creación y construcción de la Ciudad Universitaria. * Operaciones militares sobre el terreno. * Delimitación de frentes. * Información sobre el terreno y los edi cios, existentes y desaparecidos. * Nociones sobre la reconstrucción posterior a la guerra. * Anecdotario variado. Es de capital importancia que el discurso del guía sea de carácter histórico, aséptico y respetuoso con las distintas ideologías. Ha de evitar a toda costa politizaciones y partidismos, haciendo un difícil equilibrio de neutralidad. Se debe evitar el tópico social en favor del discurso histórico. Aunque una clave de éxito es decir lo que la gente quiere escuchar, o lo que se considera actualmente como políticamente correcto, el contenido de un discurso cien- tí co debe estar por encima de estas sencillas y frecuentemente utilizadas recetas. 276 El público asistente En las rutas de especialidad que recomendamos, la experiencia nos dice que el público asistente es, por principio, un colectivo altamente motivado. A pesar de que en general es un público que frecuenta rutas de carácter cultural, siempre el tema de la Ciudad Universitaria resulta especialmente motivador, y muchos de los asistentes suelen tener frecuentes vinculaciones personales hacia la Ciudad Universitaria (estudiaron allí, trabajaron allí, pasaban por allí con frecuencia y muchas variables más). Suele ser un público que podríamos cali car de maduro, con una edad a partir de los 35 años, aunque se dan frecuentes excepcio- nes. Suelen poseer un nivel cultural medio-alto. La cifra ideal de asistencia a una ruta oscila entre las 20 y las 25 personas. Grupos de cuantía inferior son ideales, pero los que superan las 25 personas pueden desvirtuar el funcionamiento y dinámica de la ruta por dispersión de la atención, excesivo alar- gamiento del grupo en los desplazamientos, pérdida de tiempo en los reagrupamientos, etc. El material complementario El material complementario a utilizar es muy variado. En muy contadas ocasiones, a petición de la institución promotora de la ruta puede hacerse una sesión previa, en la cual se presenta a los asistentes el substrato teórico de la ruta con una presentación de imágenes en power point. Pero la mayoría de las veces la ruta en cuestión es una salida propiamente dicha, y por lo tanto el apoyo, tanto teórico como ilustrativo, ha de hacerse sobre la marcha. Básicamente, el material complementario debe centrarse en lo que no se ve, esto es, imágenes y planos de época que durante la ruta serán comparados con el aspecto actual de lo que se está visitando. Puede entregarse a los asistentes un guión fotocopiado en que se incluye información escrita y un repertorio fotográ co de imáge- nes extraídas de la fotografía y cartografía de época. En nuestro caso, en muestra página web madridenguerra.es se ofrece un reper- torio informativo y grá co, aparte de aportar en la ruta nuestras 277 revistas especializadas Frente de Madrid números 15, 22 y 26, que aportan toda la información de texto y fotográ ca necesaria. Ruta tipo en la Ciudad Universitaria Como muestra, aportamos una ruta tipo completa, que es la que básicamente venimos desarrollando con éxito desde el año 2004. La ruta sería circular, con idéntico punto de salida y llegada. Fun- damentalmente seguiría la línea del frente nacional con ligeras incursiones en la zona republicana, ya que ampliarla más la haría inviable tanto en tiempo como en distancia a recorrer. Después facilitaremos una serie de núcleos temáticos susceptibles de ser convertidos en rutas de núcleo de mucha más corta duración. La ruta que realizamos tradicionalmente y que aquí expongo tiene la ventaja, a pesar de su duración, de ofrecer una visión de conjunto del frente de la Ciudad Universitaria. El recorrido se iniciaría en el Metro Moncloa, y la visita seguiría el itinerario Avenida de Séneca, Fortines del Parque del Oeste, Instalaciones Deportivas Zona Sur, Arquitectura, Viaducto de Cantarranas, Muro de Contención de la Avenida Complutense, las facultades de Farmacia, Medicina y Odontología, la zona de Mina del Clínico, Hospital Clínico, Templete de la Virgen, Pabe- llón de O cinas de la Junta y regreso a Metro Moncloa. La duración aproximada de esta ruta sería de unas cuatro horas. La distancia recorrida es de unos 4-5 km. Temáticas para la realización de rutas cortas A continuación, describiré diversas posibilidades de rutas cortas o de zonas especí cas. A pesar de que mi idea continúa siendo la de rutas de especialidad, estas sugerencias podrían adaptarse, por una parte, a un formato más reducido y, por otra, a especia- lizaciones zonales manteniendo un criterio semejante, pero con menor duración temporal. Temática: El Parque del Oeste Esta ruta visitaría los restos existentes en el parque y su topogra- fía; la Ría, monumentos a Concepción Arenal y al Doctor Fede- rico Rubio, fortines de la avanzadilla del Parque, ubicación del Ruta tipo en la Ciudad Univer- sitaria. Imagen del autor. Monumento al doctor Federico Rubio y Fortín del Parque del Oeste. Fotografías del autor. 278 Monumento a los Héroes de las Guerras Coloniales… Dentro del contexto podría visitarse el Paseo Moret, con la ubicación de la antigua Cárcel Modelo, el Cuartel del Infante Don Juan y algún monumento moderno, como el del poeta Miguel Hernández. Temática: Deportes y Arquitectura Se visitarían las ubicaciones de la Fundación del Amo y Resi- dencia de Estudiantes, las instalaciones deportivas, viaducto de Deportes, entrada a la Estación del Estadio, Arquitectura y, en su interior, la Plaza de España. Temática: Cantarranas, Casa de Velázquez y Muro de Contención En esta zona se vería el Viaducto de Cantarranas y los dos arcos del paso bajo el mismo de la calle Arquitecto López Otero, la Casa de Velázquez, su estatua, su patio posterior y el muro de contención de la Avenida Complutense frente a Ciencias de la Información. Temática: Filosofía, Fuente de las Damas y trincheras En esta zona se visitaría la Facultad de Filosofía y Letras, las ins- cripciones latinas de la entrada, así como las de los nombres de los caídos (entre los que destaca Fernando Huidobro de Polan- co), la vidriera del vestíbulo, estatua de Diana Cazadora, ubica- ción del muro de contención de Filosofía, Estación de la Fuente de las Damas, conjunto de trincheras paralelo a la Carretera de la Dehesa de la Villa. Inscripciones en la fachada de la Facultad de Filosofía y Filología. Foto- grafía del autor. Escuela de Arquitectura, Viaducto de Cantarranas y Muro de Con- tención de la Avenida Complutense. Foto- grafías del autor. 279 Temática: Físicas y Químicas Visita a las Facultades de Físicas y Químicas, con las huellas bé- licas de sus fachadas. Temática: Medicina, Farmacia, Odontología y Agrónomos La visita al núcleo médico podría ser circular en torno al conjun- to de los tres edi cios, pues se conservan numerosos vestigios en derredor; Farmacia, con sus fachadas y pórtico trasero, Medicina y sus diferentes alas, Odontología y las huellas en las rejas de la planta baja, Agrónomos y la nave de maquinaria. Temática: Hospital Clínico, Mina y Templete de la Virgen Se visitaría el Hospital Clínico como ubicación, pues no conserva restos apreciables por su reconstrucción, el embudo de la Mina, la ubicación del Asilo de Santa Cristina con la Cantina (rendición de Madrid) y el Templete de la Virgen. Dentro del contexto po- drían visitarse las ubicaciones del Instituto Rubio, Casino Parisia- na e Instituto del Cáncer, en la fachada de la actual Avenida de los Reyes Católicos. Temática: Maquetas de la Ciudad Universitaria al final de la Guerra Este conjunto situado en el vestíbulo de la Facultad de Medicina está formado por la maqueta de la Ciudad Universitaria al nal de la Guerra, la otra maqueta de la reconstrucción ideal de la Ciudad Universitaria y un interesante conjunto de paneles explicativos Estación de la Fuente de las Damas e impactos en Medicina. Foto- grafías del autor. Facultad de Ciencias Fí- sicas, y nave de maquinaria de Agróno- mos. Fotografías del autor. 280 en las paredes de dicho vestíbulo. Este interesantísimo conjunto musealizado merece una visita especializada con detenimiento especial en la maqueta de la Ciudad Universitaria al nal de la Guerra, ante la cual puede estudiarse con detalle la imagen tridi- mensional de la Ciudad Universitaria en marzo de 1939, con una visión precisa de las destrucciones y de los edi cios e instalacio- nes que desaparecieron y perduraron, contrastando con la visión actual que se tiene del Campus. Las posibilidades didácticas de dicha maqueta son inmensas, resultando además una gran opor- tunidad para realizar una visita al pasado de la Ciudad Universi- taria para personas de movilidad reducida o de unas capacidades físicas limitadas que les impidieran o di cultaran la realización de un recorrido a pie como los descritos anteriormente. Es una excelente iniciativa la utilización del vestíbulo de Medicina para la exposición permanente de este conjunto, aunque su visita se restrinja a los horarios de apertura de la propia Facultad. Espero haber conseguido en estas líneas aportar mi experiencia práctica acerca de la realización de rutas didácticas por los restos de la guerra civil en la Ciudad Universitaria, y que mis recomen- daciones y conclusiones puedan dar ideas para dar a conocer los restos de un pasado que fue signi cativo en la evolución de nues- tra Ciudad Universitaria. Cuando allá por 1974 llegué al Campus de la Universidad Complutense con 21 años para cursar los es- tudios de Geografía e Historia y contemplaba aquellas huellas de una guerra pasada, muchas de las cuales han desaparecido ya desde entonces, sentía ya un enorme deseo de conocer qué era aquello y de interpretar aquellos vestigios. Entonces no había rutas didácticas ni especialistas. Acaso tampoco había interés, y en caso de existir el mismo, era notablemente inferior al que hay en estos tiempos en que vivimos. Hoy día es para mí una enorme satisfacción poder ser transmisor de todo aquello que quise conocer, conocí e interpreté median- te años de investigación primero, y después durante más años de realización de recorridos didácticos por el Campus. Satisface, como digo, al cabo de muchos años «ser profeta en tu tierra». Embudo de mina en el Clínico y Templete de la Virgen. Fotogra- fías del autor. 281 «Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid, al nal de la guerra», ca. 1943. Ángel Ordóñez Tuero. Escayola y pigmento. Museo del Ejército. Ministerio de Defensa. (ME[CE] Nº 26267. Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid. Museo del Ejército). Fotografías del autor. 282 283 Y así quedó la Ciudad Universitaria… En 1938, Edgar Neville, por encargo de la Delegación Nacional de Cinematografía franquista, dirigió un documental que analizaba el frente de la Ciudad Universitaria durante la guerra desde ese lado de la batalla. Las imágenes, recurrentes, repetitivas pero muy ilustrativas, dejaban ver el efecto de la contienda en los edi cios del campus y repetía, como una dolorosa letanía, «y así quedó la Ciudad Universitaria…» en alusión a los estra- gos que la resistencia republicana, según la visión del documental, había provocado. Pero el 28 de marzo de 1939 acabó la guerra y ese día ante las ruinas del Hospital Clínico, en los terrenos de la Ciudad Universitaria, el coronel republicano Adolfo Prada rindió Madrid ante el coronel franquista Eduardo Losas. El traspaso del campus era la forma simbólica de entregar Madrid por más que para dar la Universidad a los vencedores de la guerra se usara de nuevo, y como en tantas ocasiones, la sede histórica de San Bernardo. Así, ese mismo día de marzo, los locales de la vieja y céntrica universidad fueron incauta- dos en nombre de Falange por Jesús Rubio García, quien enseguida reparó en las penosas condiciones en que se encontraban1. Para entender esta aparente duplicidad de espacios debemos aclarar el contexto de los estudios universitarios madrileños a la altura de 1936. Desde 1927, como ya se ha visto, Madrid empezó a contar con un campus para sus saberes universitarios que, en un es- fuerzo máximo, comenzó a funcionar parcialmente con la puesta en marcha en 1933 de las primeras aulas de la facultad de Filosofía y Letras (López-Ríos y González Cárceles 2008). Los trabajos para la construcción del campus continuaron de forma ininterrumpida y cuando estalló la guerra en el verano de 1936, una buena parte de la Ciudad Universitaria de Madrid estaba acabada. No obstante, aún para entonces la Facultad de Medicina de la calle de Atocha seguía en funcionamiento, también el Hospital Clínico en la misma zona; las Facultades de Derecho, Ciencias y, en parte Filosofía y Letras, seguían desarrollando su RUINA Y RECONSTRUCCIÓN: LA CIUDAD UNIVERSITARIA EN LA POSGUERRA Carolina Rodríguez-López 1. «Informe sobre el estado de los locales y servicios de la Universidad Central al encargarse de ellos FET y de las JONS en día 28 de marzo de 1939». (AGUCM, P-229). 284 actividad en los locales de la calle de San Bernardo y, en la calle de la Farmacia, aún permanecían los estudios de esa especialidad (Rodríguez López 2002). Lo que del campus estaba ya en pie, dada la posición estratégica de éste para la toma de Madrid, quedó seriamente dañado. Se estima —sin que podamos contar con una cuanti cación dema- siado precisa— que el grado de destrucción afectó a un 40% aproximadamente del total construido siendo muy desigual ese grado de destrozo según nos re ramos a unos edi cios u otros y, obviamente, a la posición que ocupaban en el frente bélico. Si pensamos, por ejemplo, en edi cios que ya estaban en uso en el campus —algunos con nes universitarios, aunque otros no— el porcentaje de destrucción crece aún más puesto que algunos de ellos ya no volvieron a verse ni a reconstruirse: es el caso del Asilo de Santa Cristina, del Parque de la Parisiana, del Instituto de Higiene Alfonso XIII o de la Fundación del Amo (Gonzá- lez Cárceles 2008 y Rodríguez-López en prensa). Todos estos lugares quedaron prácticamente destrozados y nunca volvieron a levantarse. Otros, como la Casa de Velázquez, que se había comenzado a construir en 1928, quedaron seriamente afectados y solo con el tiempo nos ofrecería el aspecto con el que hoy la co- nocemos. Mientras que el Clínico, por ejemplo, hubo de ser vola- do en una buena parte de sus estructuras debido a que las minas y contraminas consiguieron socavar su cimentación y hundir sus bases de hormigón, otros edi cios, como los situados en la Plaza de Medicina o, incluso, Filosofía y Letras, conservaron sus pilares y bases estructurales y la reconstrucción se concentró en los inte- riores, exteriores y revestimientos. En este último caso, ni el salón de actos ni los demás módulos necesitaron ser demolidos con lo que la reconstrucción solo se ocupó de los daños estructurales. La Escuela de Arquitectura, por último, recibió abundantes pro- yectiles de la fusilería y del cañoneo republicanos que derribaron algunos pilares y que afectaron a todas sus fachadas, pero al nal de la guerra se pudo rehabilitar reparando parcialmente la estruc- tura y revistiendo la fachada con piedra caliza. Desde su ante- rior ubicación en la céntrica Calle de los Estudios, la Escuela de Arquitectura contaba, desde junio de 1936, con este estupendo edi cio en el campus en el que llegaron a celebrarse sus primeros exámenes en ese mismo mes, antes de que retomar la actividad académica desde el otoño fuera un imposible. 285 Algunas de estas construcciones fueron usadas durante la gue- rra para nes que iban más allá de su inicial diseño académico. Aunque el gobierno republicano se marchó a Valencia y, con él, buena parte del profesorado madrileño y de su universidad, aún continuaron algunas tareas en las facultades de Filosofía y Letras, de Medicina y de Ciencias, donde siguieron funcionando biblio- tecas y laboratorios con la idea de mantener la continuidad coti- diana de la institución y, también, de contribuir al esfuerzo de la guerra (Rodríguez-López 2013 y Rodríguez-López 2015b). Pero estos intentos de preservar el trabajo académico entre escombros no resultaron factibles y la entrada de las tropas franquistas en la capital, el n de la guerra y la percepción compartida de que los terrenos de la Ciudad Universitaria, repletos de ruinas, debían reconstruirse para dar fe de una total victoria dejaron en manos del nuevo régimen los destinos de la Universidad madrileña. ¿Cómo reconstruir? Qué se haría o qué debía hacerse con la Ciudad Universitaria de Madrid tras la guerra formó parte de las discusiones más activas en el seno de los diversos organismos que tuvieron competencias en la reconstrucción, a partir de 1939, y a los que nos referiremos después. No demasiado cerca de Madrid, en Varsovia (Crowley 2003, 17-97), y apenas unos pocos años más tarde, quienes allí acometían la reconstrucción de una de las ciudades más destrui- das en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, hicieron una especie de sumario con las opciones que apreciaban para esa ne- cesaria reconstrucción. Así, en 1945, en un documento para el mi- nistro de Información y Propaganda polaco, Jan Zachwatowicz, el encargado de la conservación y de la reconstrucción arquitec- tónica en Polonia de nió las tres grandes posibilidades para esa reconstrucción: el martirologio, la renuncia y la reconstrucción (Faraldo y Rodríguez-López en prensa). En Madrid, cuando en abril de 1939, Alberto Alcocer asumió la alcaldía bien parecía que las opciones que más acabarían pesando serían las dos últimas, aquellas que, también defendidas por el entonces ministro de la Gobernación, Ramón Serrano Súñer, asumían la reconstrucción como la posibilidad, muy pragmática, de crear un Gran Madrid, el centro de una España heroica y resistente, un Madrid unitario y claro en sus jerarquías (Pallol 2016 y Ureña 1979). En la Ciudad 286 Universitaria, como veremos, se contemplaron las tres opciones, pero, como en el conjunto de Madrid, fueron las dos últimas las que más presencia real tuvieron. Entendía Zachwatowicz que una primera opción resultaba de comprender la ciudad destruida como un campo de martirologio. Los terrenos repletos de ruinas debían mantenerse como monu- mentos para la historia y como testimonio y memoria del «sal- vajismo de los bárbaros alemanes». El arquitecto proponía aquí frenar el poder destructor de la naturaleza que bien podría acabar con esas ruinas que ahora contenían todo el símbolo del proce- so bélico vivido. Esta identi cación martirológica de la ciudad puede observarse como opción reconstructiva precisamente en el campus madrileño. Allí, dentro de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, la comisión encargada de la ornamentación necesaria para mejorar su aspecto dio algunas vueltas a la idea de dejar como estaban los cascotes, escombros y vigas vistas de algunos de los edi cios, como motivo de «recuerdo eterno» del poder destructivo del enemigo (Bonet 1981). Lo justi caba tal y como se puede ver en la Figura 1. Los costes de mantenimiento y la escasa operatividad de la medi- da, más allá de lo meramente propagandístico, hicieron que estas ideas se desestimaran (Rodríguez-López 2002, 234)3. Ello no im- pidió que, a lo largo de todo el proceso de reconstrucción de la Ciudad Universitaria, la ruina fuera mantenida en el discurso y en el paisaje. Para hacer referencia a la ruina se usaba incluso ter- minología religiosa y se hablaba de que los españoles se estaban enfrentando, para su superación, a una verdadera resurrección. Este mismo lenguaje religioso fue usado por quienes, en 1941 y 1942, efectuaron sendos montajes cinematográ cos sobre el Archivo General de la Universi- dad Complutense de Madrid (AGUCM). D-1770,92. 2. En la misma línea «Trabajo fecundo de los obreros de España en la Ciudad Universitaria», Arriba, 1 de septiembre de 1939, 6; Álvarez, D. «Mínimo de obras a realizar en la Ciudad Universitaria para perpetuar la memoria de lo que fue en la campaña pasada», 9 de octubre de 1941, Archivo de Obras Públicas, 469-473 y La Ciudad Universitaria. Esquema de trabajo realizado por el Ministerio de Educación Nacional sobre las ruinas heroicas, Madrid, 1942. 3. «Acta de la Comisión Permanente de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria». 28 de enero de 1942. (AGUCM, 135/10-13). No fue el caso de Belchite, el gran ejemplo hispano de la reconstrucción martirológica y donde las ruinas servían de ejemplo de las consecuencias de la reciente guerra civil (Michonneau 2017). 287 campus madrileño. El primero de ellos se titulaba Trincheras de paz, y el segundo fue dirigido por Fernández Cuenca bajo el título de Resurrección. El guión de este último, cuya redacción se adjudi- caron Carlos Sánchez Peguero —en ese momento secretario de la Junta Constructora mencionada— y el subsecretario de Edu- cación Nacional, Manuel Martín Fornoza, rea rmaba la idea, que ahora podía plasmarse en imágenes, de la Ciudad Universitaria como símbolo absoluto de la guerra: La guerra deja allí escombros y ruinas, esqueletos de edi cios, instalaciones deshechas… Solamente queda por la misma destrucción un recuerdo patente en la mente de todos los españoles: el recuerdo a una misión espiritual cumplida, pues, incluso la topografía del terreno presenta un aspecto desolador, con sus profundos barrancos y desniveles. Presenta todo un espectáculo dantesco y desolación y ruinas […]. Por el carácter simbólico que en la guerra representa y por lo que en sí mismo supone, la Ciudad Universitaria de Madrid ocupa un lugar primario en el deseo de reconstrucción de España4. La ruina fue durante un tiempo el paisaje dominante y se usó como forma para revalorizar la victoria franquista. Recién nali- zada la guerra, pasearon entre los escombros de la Ciudad Uni- versitaria el ministro de Asuntos Exteriores italiano, conde de Ciano5, a quien las autoridades militares le explicaron con detalle las batallas habidas en el frente y el «heroísmo de nuestros solda- dos»6. Por la Universitaria pasearon también los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera en su traslado desde Alicante hasta El Escorial (Thomàs 2017, 415 y Ros y Bouthelier 1940, 52). La ruina concentraba una estética política que pretendía ca- nalizar los aspectos morales y éticos que deberían inspirar el fu- turo de España. Un poema de Alfredo Marquerie ya lo avanzó en 1937: Abre la dinamita ciegas hojas Donde sepulta libros y matraces Mientras ven trepanados Sus cráneos de cristal las claraboyas. En sabio escombro perderán sus dudas Las ametralladoras tartamudas. 4. AGUCM. Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. Caja D1671. 5. ABC, domingo 16 de julio de 1939, 38. 6. «La visita del Conde Ciano a las gloriosas ruinas de la Ciudad Universitaria», Madrid, (15 de julio de 1939) 11. 288 Dolor sobre el amor —sacro misterio— Sobre esta ruina nacerá el Imperio7. La segunda de las opciones que Zachwatowicz ofrecía era la que denominó renuncia o tal vez sea mejor decir la neoconstrucción. En esta ocasión se trataba de demoler las ruinas y construir edi cios absolutamente nuevos. De alguna manera con la demolición se completaba la tarea destructiva que los alemanes habían comen- zado y ello facilitaba cambios tan importantes como el cambio de la capitalidad del país que se pensó situar en Lodz o en Cracovia8. Durante la guerra civil española, Madrid se había convertido en el símbolo de la resistencia a Franco y aunque ya antes la capital había sido estigmatizada por quienes la veían como foco de lo más perverso de la modernidad, lo cierto es que la guerra elevó este nivel de desprecio (Castillo 2010 y Castillo 2016). En este sentido, hubo discusiones acerca de la posibilidad de trasladar la capital de lugar, siendo Sevilla, en principio, la mejor de las op- ciones. Las imposibilidades técnicas y nancieras, impidieron que este traslado de la capitalidad se llevara a cabo, pero ello animó al nuevo régimen a resigni car políticamente la ciudad de Madrid. Se apoyó para ello en su deseo de hacer de España un Imperio como el que había sido, siquiera retóricamente, y el proyecto del «Gran Madrid» venía a rescatar esta idea9. Los discursos elaborados sobre la reconstrucción remarcaban las ideas de la regeneración nacional y de la limpieza (desde una perspectiva claramente fascista) y la resurrección (desde un án- gulo más religioso, como hemos apreciado ya). Tampoco se pre- tendía volver a reconstruir en su estado original, «sino que era necesario aplicar a la reconstrucción del suelo español el sentido revolucionario del Movimiento Nacional, con la misma intensi- dad y e cacia con que se produjeron las fuerzas armadas para ganar la guerra»10. Estas palabras son de Manuel Moreno Torres, quien fuera director general de Regiones Devastadas hasta 1951 y alcalde de Madrid entre 1946 y 1952. En el campus madrileño pueden evidenciarse algunos de los ras- gos señalados desde Polonia para esta opción neoconstructiva. Por ejemplo, se abordó la idea de traslado de Universidad a la antigua sede de Alcalá de Henares, aunque enseguida quedó des- estimada (Rodríguez-López 2002, 231). Y, en el entorno próximo de la Ciudad Universitaria o, mejor, para enmarcarla, podemos 7. Vértice, 4, julio-agosto 1937. 8. Karta, n. 83, 2015. 9. Véase la revista del mismo título editada desde 1948 por la Comisaría General para la Ordenación Urbana de Madrid. Véase también Pallol 2016. 10. Moreno Torres, J. «Aspectos de la reconstrucción: El Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza». Revista Nacional de Arquitectura, 1 (1941) 24-30. 289 aportar algunos ejemplos arquitectónicos que ilustran mejor los estilos y situaciones mencionados. Para construir de nuevo en muchas ocasiones resultó necesario demoler y en el campus se demolió, por ejemplo, el Instituto de Higiene Alfonso XIII y en su lugar se levantó el Colegio Mayor José Antonio, para estudian- tes del Sindicato Español Universitario (SEU) y símbolo de Fa- lange. Igualmente, sobre el ingente espacio que ocupaba el Asilo de Santa Cristina, muy dañado durante la guerra y que se demolió y enterró, se construyeron el Museo de América —que albergó, inicialmente, también la iglesia de Santo Tomás de Aquino— y la Escuela de Ingenieros Navales. Los tres edi cios mencionados son, en esencia, una de las mejores representaciones del estilo neoherrerriano, imperial y fascista de la arquitectura madrileña (Bonet 1981, 11-47). En esa misma zona del campus y en su conexión con la ciudad a través del área de Moncloa y el barrio de Argüelles, se demolió, por ejemplo, la cárcel modelo de Madrid y sobre su solar se cons- truyó uno de los edi cios con mayor carga y connotación política del entorno, el Ministerio del Aire. En la misma plaza de la Mon- cloa, en un espacio limpio de los escombros siempre presentes, se levantó también el monumento a los caídos que pocos usos tuvo en un futuro cercano. Y, para rematar el conjunto y para dar mayor peso simbólico a la victoria en la guerra a través del paso por la Universitaria se plani có —muy pronto— y construyó —algo más tarde— el Arco de la Victoria. La última de todas las opciones reconstructivas apuntadas por el arquitecto polaco es la de la «reconstrucción» pragmática. Se tra- taba desde esa perspectiva de promover una reconstrucción en la que los elementos más importantes para la creación de una ima- gen concreta en las ciudades fueran recuperados. Se combinaba aquí, de una manera muy pragmática, melancolía, nostalgia de edi cios bien conocidos e identi cados con el alma de las ciuda- des, calles, avenidas, y la nueva misión que los nuevos proyectos políticos les otorgaba. Y esta fue, en gran parte, la opción más rápida y primera a la hora de abordar las primeras obras en la Ciudad Universitaria. Final- mente prevaleció la idea de recuperar los edi cios cuya cons- trucción estaba ya muy avanzada cuando la guerra comenzó. Los proyectos previos a la guerra fueron asumidos en su mayoría y 290 algunos de los arquitectos continuaron en sus puestos. No es el caso de Manuel Sánchez Arcas (AA. VV. 2003) (autor del Hospi- tal Clínico, del Pabellón de la Junta Constructora y de la Central Térmica del campus) ni de Luis Lacasa (Laborda Yrena, 2012) (autor del edi cio para la Residencia de Estudiantes en la Ciudad Universitaria que tras la guerra quedó como Colegios Mayores Ximénez de Cisneros y Antonio de Nebrija), ya que ambos se exiliaron. Continuaron con las obras que ya habían proyectado para el resto de edi cios del campus Agustín Aguirre López, Pascual Bravo y, sobre todo, Modesto López Otero. El campus entonces se resigni có acorde al contenido político del nuevo régimen con lo que la reconstrucción se presentaba como un ejercicio meramente pragmático. Dados los presupuestos, las cir- cunstancias, la accesibilidad de los materiales, sus precios y la ur- gencia con la que interesaba reconstruir, nada mejor que usar lo existente resigni cándolo como se precisara (Rodríguez-López 2015 y Rodríguez-López et al. 2016). Fotografía de la reconstrucción de la Ciudad Universitaria, aparecida en ABC, 10 de septiembre de 1941. AGUCM, 54-11, 30, 1.1.5 (12). 291 Organismos y personalidades para la reconstrucción Durante la guerra, y nada más acabar esta, el nuevo régimen franquista comenzó a crear las instituciones que permitirían re- componer la ciudad y acometer las obras. En el caso de la Uni- versidad, fueron la Dirección General de Enseñanza Superior y Media, la Dirección General de Arquitectura, el Ayuntamiento de Madrid, la Diputación Provincial, la o cina de obras de la universidad y la Dirección General de Regiones Devastadas las que se ocuparían de todo el proceso. Como muy bien describió Pilar Chías, en lo que la normalidad administrativa se conseguía y los nuevos organismos empezaban a funcionar, la suerte de la Ciudad Universitaria de Madrid se encomendó a su rector, al catedrático en historia Pío Zabala y Lera. Así, éste, desde junio de 1939, estableció un servicio de guardería en la Ciudad Univer- sitaria en el que se recibían de manera constante escritos y quejas denunciando robos, vertido de escombros, instalación de tropas en la Facultad de Medicina, la entrada de carros de combate en algún quirófano y la construcción de rampas sin autorización (Chías 1983). Finalmente, en febrero de 1940, se publicó la Ley que reorgani- zaba la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria de Madrid. Su preámbulo volvía a ensalzar la heroica vida del lugar durante los años de guerra y subrayaba la importancia, ya mostrada, de las ruinas en el discurso de la reconstrucción: La Ciudad Universitaria —apunta la Ley— que iba a ser dentro de muy pocos años el orgullo de España por la suntuosidad de sus instalaciones y por la grandeza de sus horizontes, trastocó su destino antes de su terminación, y a costa de su integridad misma, en el teatro de una de las epopeyas más gloriosas de nuestra guerra liberadora. Providencialmente, pues, se juntaron en el lugar de su emplazamiento las esperanzas de una España mejor; primero durante la paz, pensando en que, de la Universidad de nueva planta, había de surgir el cerebro de muros derruidos el honor de las Armas 292 victoriosas. De las ruinas venerandas debe surgir el trascendental empeño de la reconstrucción. A tal efecto procede constituir el organismo11. El organismo quedaría bajo Patronato del Jefe del Estado, ten- dría personalidad jurídica a todos los efectos y estaría compuesto por una amplia representación institucional, política y académica. Con la presidencia de Franco, actuarían tres vicepresidentes: el primero sería el ministro de Educación Nacional (o el subsecre- tario del departamento por delegación del ministro); el segundo sería el director general de Enseñanza Superior y Media y como tercer vicepresidente actuaría el rector de la Universidad de Ma- drid en quien acabaría recayendo buena parte de la gestión. En el mismo organismo quedaban integrados los cinco decanos de las cinco facultades con las que contaba en ese momento la Univer- sidad de Madrid, así como los dos nuevos que se incorporaron a partir de 1944. Es decir, estarían presentes José Casares Gil (de Farmacia); Eloy Montero Gutiérrez (de Derecho); Eloy Bullón Fernández (de Filosofía y Letras); Fernando Enríquez de Sala- manca (de Medicina) y Luis Bermejo Vida (de Ciencias). De cada una de las facultades también procedería un catedrático que ac- tuaría en la Junta en representación de la facultad. Fueron Rafael Folch Andreu (de Farmacia); Leonardo de la Peña Díez (de Me- dicina); Joaquín Garrigues Díaz-Cañavate (de Derecho); Arman- do Cotarelo Valledor (de Filosofía y Letras) y Arturo Caballero Segares (de Ciencias). El alcalde de Madrid, Alberto Alcocer, estaría también, así como un arquitecto de la Junta Facultativa de Construcciones Civiles del Ministerio de Educación Nacional (Luis Bellido); el director general de Arquitectura (Pedro Muguruza), el síndico presidente de la Junta Sindical del Colegio de Agentes de Cambio y Bolsa de Madrid (Joaquín Ruiz Carrera), y un representante del ejército en la persona del Inspector General de Forti caciones y Obras del Ministerio del Ejército (Vicente Rodríguez y Rodríguez). Los otros dos grandes centros de enseñanza del campus, las Escuelas de Ingenieros Agrónomos y de Arquitectura estarían representa- dos en la junta con sus directores, José Marcilla y Modesto López Otero, respectivamente. Así mismo se incorporaba el secretario del CSIC (José María Albareda) y el director general de Regio- nes Devastadas (José Moreno Torres). La representación política quedaba expresa en la gura del Jefe Nacional del SEU (José Mi-11. BOE, 17 de febrero de 1940, 1192. 293 guel Guitarte). La Junta tendría un secretario administrador, de- signado por concurso por el Ministerio de Educación Nacional, y con capacidad y pericia su ciente para cumplir su misión. Como habría en la Junta un representante de la facultad de Derecho, este actuaría como asesor jurídico de la misma (Rodríguez-López 2002, 237-238). En la Junta acababan teniendo representación los ministerios con competencias en el proceso reconstructivo. Así, con la in- corporación de un representante tanto de la Dirección General de Regiones Devastadas como de la Dirección General de Arqui- tectura estaría presente el Ministerio de la Gobernación, en un principio el más directamente concernido por el proceso, como veremos. También estaría el Ministerio de Educación Nacional y más tarde el de Obras Públicas. El artículo tercero de la ley que regulaba la creación y funcio- namiento de la Junta estipulaba todas las funciones y tareas que ésta debía asumir. En resumen, la Junta podía adquirir, poseer y administrar toda clase de bienes; percibir cupones o intereses; invertir el numerario en valores de renta, si así conviniere, y ena- jenar éstos cuando lo exija el pago de sus atenciones. También debía formular el presupuesto de sus obligaciones periódicas, que debía ser aprobado por orden ministerial. En el plano físico, la Junta determinaría el número, emplazamiento, dimensiones, destino y demás circunstancias de los edi cios o pabellones o campos de deportes que debían ser reparados o construidos, según el plan de conjunto formulado por la Junta. Para llevar a cabo estas obras, la Junta anunciaría los concursos necesarios para la presentación de proyectos totales o parciales, reservándo- se la más amplia libertad para elegir o para declararlos desiertos. La Junta también designaría a los arquitectos que presentarían sus proyectos y ordenaría la ejecución de toda clase de obra, me- diante contrata, a no ser que, por fundados motivos, decidiera ocuparse de la administración directa. La inspección y vigilancia de las obras en construcción también eran labores de la Junta, en la que recaía la responsabilidad de subsanar las de ciencias que se detectaran y proceder su recepción provisional o de nitiva. Todos los asuntos que fueran surgiendo se estudiarían en comi- siones de trabajo internas. Además, la Junta también adquiriría el mobiliario, menaje o material de todas clases con que debían ser dotados los edi cios, bien por compra directa o mediante Plano de reconstrucción de las líneas eléctricas AGUCM, D-1767,3 002. 294 concurso. Nombraría y separaría libremente el personal de o - cina y los guardas, vigilantes o porteros que fueran necesarios y, en de nitiva, asumiría cuantas funciones le vinieran encargadas directamente del Consejo de Ministros. Para afrontar todas estas tareas la Junta precisaba de un presu- puesto, de unos recursos económicos que, básicamente se nu- trían de las rentas o intereses de sus bienes; de las subvenciones libradas por el Estado y las demás corporaciones públicas y de los donativos y legados que le llegaran. Igualmente, también po- dría recibir suscripciones tanto individuales como colectivas y las rentas y productos de las fundaciones que fueran instituidas para la dotación de sus funciones y, en especial, las que pudieran afec- tar al Hospital Clínico. También formaría parte de sus ingresos el producto de la venta de publicaciones que la Junta acordase. Gestionaría, por último, la Junta el importe líquido de un sorteo anual de la Lotería Nacional, promovido por el Ministerio de Hacienda. La Junta estaba compuesta por varias comisiones. Mientras que la comisión permanente era controlada por el Ministerio de Educa- ción Nacional (en ella estaban el propio ministro, el subsecretario de educación nacional, el rector de la Universidad de Madrid, Modesto López Otero, Carlos Sánchez Peguero, José Miguel Guitarte y Joaquín Garrigues); las cuestiones económicas fueron con adas al rector como presidente de la comisión económica y la tarea administrativa quedaba encargada a un secretario general. Para la elaboración y gestión de todos los proyectos se contaba con la intervención de técnicos y profesores, los más directamen- te afectados por la marcha de las obras y la confortabilidad de los edi cios (Rodríguez-López 2002, 238). A partir de la puesta en marcha de la Junta Constructora y, sobre todo desde 1941, las obras se pusieron en marcha. Para ello se encomendó a Modesto López Otero la preparación de un dicta- men sobre las necesidades concretas y una estimación de gastos. Para hacer frente a esta situación, durante los años 1940 y 1941, la Junta movilizó 30 millones de sus obligaciones en cartera, ena- jenó algunos valores que poseía en empréstitos de la República Argentina y dispuso de los sorteos de lotería de 1940 y 1941, que se convirtieron en la expresión propagandística más popular para acelerar la reconstrucción de la Ciudad Universitaria. 295 Este primer encargo a López Otero muestra su peso y protago- nismo en el proceso de reconstrucción, en buena medida deri- vado de su compromiso continuo con el proyecto de la Ciudad Universitaria (Sánchez de Lerín 2000). Modesto López Otero había nacido en Valladolid en 1882 y cursó sus estudios en la Es- cuela de Arquitectura de Madrid. En 1912 obtuvo la Medalla de Oro de Arquitectura en la Exposición Nacional de Bellas Artes y en 1916, fue nombrado catedrático de proyectos arquitectó- nicos de la Escuela de Arquitectura de Madrid, de la que fue director desde 1923 y hasta 1955. En 1926 ingresó en la Aca- demia de Bellas Artes y en 1932 en la de la Historia. En 1929 le fue encomendado el proyecto y realización de las obras de la Ciudad Universitaria de Madrid. Al instaurarse la Segunda Re- pública fue relevado de la dirección técnica y sustituido por el arquitecto Sánchez Arcas pero, tras la Guerra Civil, en una de las primeras sesiones de trabajo de la Junta Constructora, el día 8 de junio de 1940, se le designó Arquitecto Director de las obras de la Ciudad Universitaria, «en unión de D. Pedro Muguruza Otaño, constituyendo ambos, la Dirección Superior del Servicio Técnico de Arquitectura», aunque —como sostiene Pilar Chías— Mu- guruza nunca quiso intervenir en la labor de López Otero. Este se ocupó del Gabinete Técnico de la Junta Constructora, en el que, en ausencia de los exiliados mencionados ya, pudo contar con arquitectos como Pascual Bravo, Miguel de los Santos, Agus- tín Aguirre, Mariano Garrigues, Javier Barroso y Ernesto Ripo- llés, buenos conocedores del campus. Con este marco institucional ya en marcha y bajo la supervisión de López Otero, enseguida se procedió a la valoración de los daños de la guerra. Las redes de abastecimiento y evacuación habían quedado dañadas por las minas; las instalaciones internas, mobiliario y azulejos apenas se sostenían, pero gran parte de las estructuras se habían mantenido en pie. Así, «la reconstrucción se realiza, pues, en virtud de un nuevo y minucioso estudio de revisión de los planos anteriores, con nuevas adiciones de mo- dernísima información, aplazando, en lo que se puede, solucio- nes de nitivas de detalles en espera de que el actual con icto mundial permita la aplicación de ciertas mejoras materiales»12. Los primeros trabajos de desescombro y apuntalamiento de las estructuras dañadas ofrecieron serias di cultades por la cantidad de explosivos y proyectiles que aún quedaban acumulados sin 12. Revista Nacional de Educación, 6 (1941). Número monográ co dedicado a la Ciudad Universitaria redactado por el Gabinete Técnico de la misma. 296 estallar. El vertido de tanta cantidad de escombros producía un primer problema de transporte, que, si bien se consideró resuelto al identi carse los vertederos más cercanos procurando no alte- rar la topografía del conjunto, no hizo más que añadir problemá- ticas nuevas. En la mayoría de los casos lo que se consiguió fue rellenar las vaguadas, hacer crecer los taludes (sobre todo en la zona del Clínico) y di cultar trabajos posteriores en estas mismas zonas. La topografía, por lo tanto, sí fue variada ahora de forma arti cial. Los problemas fundamentales que la Ciudad Universitaria de Madrid tuvo que afrontar en los primeros momentos de la re- construcción fueron de tres tipos: económicos, técnicos y con- ceptuales. Para solventar el primer punto, el plan de nanciación organizado antes de la guerra se respetó sin modi caciones, como recogía la norma que había creado la Junta Constructora. Como ya se ha indicado, se utilizaron básicamente los ingresos de la lo- tería anual y los recursos del empréstito efectuado en 1934, que, junto con otros fondos movilizados, permitieron sacar adelante las primeras obras en 1941 y 1942. Además, en 1942 se emitía por ley una deuda, amortizable al 4%, de 225 millones de pesetas que se amplió a 300 en diciembre del mismo año. Para resolver los problemas técnicos los arquitectos se encon- traron con el añadido de la falta de materiales que el con icto europeo incrementaba en España. Desde el punto de vista con- ceptual, no obstante, la nueva Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, decidió incorporar tan solo algunas modi caciones sobre los planes anteriores, cambios que «no alterarán grande- mente la primera visión de la obra, en la que es forzoso reconocer positivos aciertos». La reconstrucción retomaba las edi caciones emprendidas antes de la guerra, también las de la República. Las ideas sostenidas en aquellos momentos, tales como la unidad de ubicación, el emplazamiento elegido y la disposición de los edi - cios, se adaptaban perfectamente a las pretensiones iniciales que el nuevo régimen aplicó a este mismo espacio y fueron asumidas con continuidad. De la primera característica señalada se destaca- ba la posibilidad de colaboración entre los distintos organismos universitarios, de adquisición de cultura al tiempo que se recibía una formación profesional e investigadora, las facilidades para una administración cómoda y económica, una convivencia esco- lar más intensa y algo más que al régimen le interesaba mucho: 297 la facilidad para el ejercicio del poder rectoral y la elevación de la personalidad universitaria en el medio urbano madrileño (Rodrí- guez-López 2015, 87-93). Para iniciar la reconstrucción, las cuestiones que se consideraron más urgentes fueron siete: la recuperación de los bienes mate- riales propiedad de la Ciudad Universitaria, la custodia y utili- zación de los edi cios, la reunión de toda su documentación, la situación de las contratas y el control y cuidado de los edi cios que, sin pertenecer a la universidad, se encontraban en el cam- pus13. En relación con estas primeras seis tareas las actuaciones llegaron enseguida14 y hubo de extremarse la vigilancia por los continuos saqueos en busca de tuberías de hierro y otros útiles que pudieran venderse15. También se recibieron ofrecimientos para emplear como mano de obra a los presos que, siguiendo el sistema de redención de penas por trabajo, estaban asignados a los talleres penitenciarios16. En diciembre de 1942 se aprobó también una ley que ampliaba en 300 000 000 de pesetas nominales la deuda amortizable al 4% emitida por Ley de 13 de marzo del mismo año, destinando el importe de 225 000 000 de pesetas a la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria de Madrid, y 75 000 000 a las obras y reformas imprescindibles en las demás universidades de Espa- ña. A partir de este momento, cada año, siguiendo la norma de emisión de deuda pública de mayo de 1942, se emitieron series y números nuevos de título de deuda. Ello sucedió, de forma casi ininterrumpida, desde 1943 y a lo largo de la década siguiente17. Las inauguraciones La reconstrucción pudo así comenzarse y afectó en una primera fase a las Facultades de Filosofía, Ciencias Químicas y Farmacia; a las Escuelas de Arquitectura y Agrónomos; a la Central Térmi- ca y parte de los Campos de Deportes; a una zona de las Residen- cias de Estudiantes, ahora denominada Colegio Mayor Ximénez de Cisneros, y al Pabellón de la Junta Constructora. Este último, el lugar donde se situaba el equipo técnico de la misma y desde donde se dirigían las obras, fue de los primeros edi cios inaugu- rados en 1941. El resto, como veremos, se inauguraron en el gran evento franquista en el campus de posguerra, en 1943. Carta en relación con el anun- cio del concurso para adquisición de mobiliario con destino a la Facultad de Ciencias, Sección de Químicas de Ta- lleres Penitenciarios. 7 de julio de 1942. AGUCM, D-1703,5 001. 13. AGUCM, D-1770-9. 14. AGUCM, P-229. 15. Escrito de construcciones Gamboa y Domingo, SA a Modesto López Otero. 3 de febrero de 1940. AGCUM, D-1767, 3. 16. Escrito de talleres penitenciarios a Junta Constructora de la Ciudad Universitaria. 7 de julio de 1942. AGUCM, D-1703, 5. 17. BOE, 27 de diciembre de 1942, 10580; BOE, 4 de octubre de 1943, 9662; BOE, 9 de abril de 1944, 2828; BOE, 2 de enero de 1945, 108 y BOE, 20 de abril de 1946, 2886. 298 En febrero de 1942 se había estipulado la urgencia de acometer obras de construcción de colegios mayores. Así en agosto, desde el Ministerio de Educación se ordenó que en la zona de residen- cias de la Ciudad Universitaria se construyeran en el próximo ejercicio los colegios mayores masculinos de la Universidad de Madrid «Generalísmo Franco» y «José Antonio Primo de Rive- ra» y que en la zona nordeste se instalaran los colegios mayo- res femeninos «Isabel la Católica» y «Santa Teresa de Jesús». La norma también aclaraba que la Junta Constructora contaría con presupuesto para acometer estas obras y que con toda urgencia el Gabinete técnico de la Junta Constructora de la Ciudad Uni- versitaria abordaría los proyectos, planos y presupuestos de esos Colegios Mayores18. También en 1942, en agosto, ante la inminente nalización de las principales obras en el campus, como así se entendía que estaba pasando, se publicó el inicio de los proyectos para la construc- ción de una residencia para catedráticos. Según orden del 19 de agosto, a comienzos del curso académico siguiente esas obras habrían de comenzar19. La idea era que tanto profesores como administrativos y funcionarios de la universidad también pudie- ran vivir en el campus. La urgencia, pues, se demuestra en estas medidas y en otras que se pusieron en marcha en mayo del año siguiente. Un decreto de 25 de mayo de 1943 declaraba urgentes las obras de la Ciudad Universitaria de Madrid a los efectos de la expropiación forzosa por utilidad pública de la casa número 1 de la calle de Isaac Peral20. Desde ese momento el goteo de inauguraciones no paró siendo la organizada el 12 de octubre de 1943 la que mayor importancia tuvo por la cantidad de edi cios rehabilitados y por la importan- cia simbólica que se le dio. Ese 12 de octubre la explanada del complejo sanitario de la Ciudad Universitaria de Madrid parecía rebosar de gente. Una cruz de dieciocho metros de alto dedicada a la memoria de los caídos del lado franquista durante la guerra en ese lugar marcaba la pauta que inspiraba a los diseñadores de la universidad del régimen. El Jefe del Estado, Francisco Franco, el ministro de Educación Nacional, las más altas autoridades mi- litares, del SEU y de la Iglesia rendían tributo a los estudiantes muertos en combate en el mismo acto que servía como inaugu- ración de los edi cios reconstruidos en el campus y de presenta- ción de la Ley de Ordenación de la Universidad Española, publi- Inauguración del Pabellón de gobierno de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria (1941). Fotografía: Biblioteca Histórica Marqués de Valdeci- lla. Universidad Complutense de Madrid. BH FOT CU 1722. 18. BOE, 4 de septiembre de 1942, 6319. 19. BOE, 31 de agosto de 1942, 6225. 20. BOE, 17 de junio de 1943, 5867. 299 cada el 31 de julio de ese año. Una corona de ores con la leyenda «La Universidad española a los héroes de la Ciudad Universitaria» resumía el evento21. Allí Franco pronunció su discurso que, lleno de referencias a la guerra, enlazaba el nuevo campus con la tradición universitaria española: Las armas crearon nuestra España de hoy. Por ello, si pudiera olvidarse, aquí está la realidad inmortal de este campo de Marte, hoy trocado en palacios de Minerva. Todo es reciente, a pesar de la inmen- sa transformación. Aquí acampó nuestra Cruzada victoriosa; aquí se tremolaron nuestras banderas, aquí se clavó con tenacidad la avanzada sitiadora, y aquí se empapó la tierra con la sangre generosa de nuestros caídos. Por entre estos edi cios serpenteó la línea de combate y tronaron los cañones y estalla- ron las minas, todo fue reducto rme de resistencia, inquebrantable amenaza, inverosímil espolón ahin- cado en la ciudad cercana. Aquí sucumbe la or de la mejor juventud inmolada en el más puro de los sacri cios (…) Ellos quedaron sepultados entre las ruinas y hoy las ruinas han desaparecido para ser- vir de cimientos a estos colosales edi cios, que son ahora como monumentos votivos a la gloria de los muertos, sobre el solar heroico que fue su tumba, España ha reconstruido este vasto recinto, consagra- do a las letras, con lo que les tributa el mejor de los homenajes, con lo que siente la más esencial de sus a rmaciones espirituales. Ninguna Ciudad Universi- taria del viejo continente puede enorgullecerse de tal ejecutoria. Porque si esta ciudad fue antes anhelo de un reinado y la preocupación gloriosa de un monar- ca, es, desde ahora, para siempre, memoria perenne de una juventud que salvó con la muerte a su patria y obra de un régimen vindicador del signo espiritual de la civilización y de la vida. Para este acto, la Universidad cursó una nutrida relación de invi- taciones entre el personal docente y administrativo que alcanzó casi las 350 personas22. Todo el recinto universitario se engalanó Anuncio en prensa de la inauguración. AGUCM, 54-11-30, 1-15 (10) 001 y 54-11-30, 1-15 (12) 001. 21. ABC, 13 de octubre de 1943 y Rodríguez-López 2002, 223-281. 22. «Relación de invitaciones cursadas entre el personal docente, facultativo y administrativo para asistir al acto de inauguración de la Ciudad Universitaria del cuso académico 1943-1944». 10 de octubre de 1943. AGUCM, D-1724). 300 para la ocasión. En el lugar donde se levantaría más tarde el Arco del Triunfo, se colocaron haces de banderas de Falange y del Mo- vimiento; en la explanada de la plaza de Medicina, se montaron tres tribunas y la gigantesca cruz ya mencionada con un altar. Frente a éste se instaló una de esas tribunas, a la que se accedía por una escalinata, y en la que se situaron Franco y el Gobierno. Estaba tapizada en terciopelo rojo y sobre ella se había bordado en letras doradas el anagrama del Víctor. A espaldas de esta tribuna, se levantó otra rematada por un gran pórtico adintelado. Y, a ambos lados del altar, se situaron otras pequeñas tribunas sobre las que ondeaban las banderas de Es- paña y del Movimiento, portadas por miembros del Frente de Juventudes. También a ambos lados se situaron los coros del Se- minario Conciliar, y al fondo de la explanada, las centurias del Frente de Juventudes. En las ruinas del Clínico, se colocaron banderas a media asta. Desde los aviones se lanzaron coronas de ores. La inauguración contó también con un des le militar a cuyo tér- mino todos los asistentes se dirigieron a la Facultad de Filosofía y Letras, en cuyo salón de actos, a modo de Paraninfo, se inauguró el curso académico 1943-44, con intervenciones del catedrático Hernández Pacheco; del rector Pío Zabala, del ministro de Edu- cación Ibáñez Martin; de Carlos María Rodríguez de Valcárcel, jefe nacional del SEU, y el propio Franco. Después se dirigieron todos a la Central Térmica y por la tarde, tras un banquete, aún se Invitación para la inauguración de octubre de 1943. AGUCM. D1724. 301 inauguraron las Facultades de Farmacia y Químicas, la Escuela de Arquitectura y el Colegio Mayor Ximénez de Cisneros23. Tras un enorme esfuerzo, Madrid contaba ya con los «edi cios limpios y luminosos» que, en palabras de Franco, servían al desa- rrollo patriótico de España y pretendían poner n a una urgencia nefasta de «restaurarlo todo y de crearlo todo» (Amador Carrete- ro 1991, 283-301). El régimen no se conformó con honras como la de aquel octu- bre e identi có a sus héroes. Así, quien tras aquella jornada de inauguración entrara en clase en la Facultad de Filosofía y Letras podía toparse con una inscripción que sigue recibiendo hoy, aún ajada por el tiempo, a estudiantes y profesores: «Siste viator almae hvius scholae profesor et alvmni quorum hic adspicis nomina Inauguración de la Ciudad Uni- versitaria en octubre de 1943. Fotografía: Biblioteca Histórica Marqués de Valdeci- lla. Universidad Complutense de Madrid. BH FOT CU 1608. 23. Para más detalle: «La más bella Ciudad Universitaria del mundo, inaugurada», Revista Nacional de Educación, 34 (octubre 1943) 103-128. También La Ciudad Universitaria, Madrid, 1943 y Una visita a la Ciudad Universitaria de Madrid, Madrid, s. f. 302 vitam pro patria et de libenter immolaverunt mortvi adhuc lo- qvvuntvu virtvtis atqve immortalitatis viam mirabili ostendestes examplo». («Detente, caminante. Los profesores y los alumnos de esta facultad cuyos nombres aquí contemplas inmolaron de grado sus vidas por la patria y la fe. Estando muertos, todavía hablan, mostrando el camino de la virtud y la inmortalidad con su admirable ejemplo») (Rodríguez-López 2016). Neoconstrucción y símbolos franquistas Desde las primeras inauguraciones, y tras la promulgación de la Ley de Ordenación de la Universidad en julio de 1943, las líneas maestras para continuar la reconstrucción del campus y acudir también a la ya citada neoconstrucción estaban trazadas. La Ley servía para marcar el sello autoritario del nuevo régimen en el ámbito docente y para reclamar espacios para sus símbolos po- líticos en el campus. Así, la universidad recuperaba en su esen- cia las ideas fundacionales de la Ciudad Universitaria al procurar aunar en un mismo espacio las disciplinas de la práctica profesio- nal, la investigación y la transmisión de la cultura, pero, además, se declaraba confesional y católica, debía ajustarse a los puntos programáticos del Movimiento por lo que la ceremonia y el gusto por la retórica visual de Falange debían también tener presencia en el campus. Estas normas junto con aquellas que creaban dos nuevas facul- tades, la de Veterinaria y la de Ciencias Políticas y Económicas, e incorporaban a la universidad los institutos y escuelas de for- mación profesional, reclamaban su espacio en los mismos terre- nos de la Universitaria. Se integraban también en la universidad, como ya se ha visto, los Colegios Mayores. Con la ley universitaria en marcha la idealización proyectada sobre los terrenos de la Universitaria cobraba aún más sentido, los gru- pos políticos que a través de ella se instalaban de nitivamente en la Universidad y los poderes académicos por ella de nidos de- bían tener su expresión espacial24. La religión católica debía estar presente en la Universidad y para ello se habilitaron, en todas las construcciones que se iban acabando, locales destinados a al- bergar las capillas. Además, un lugar destacado el campus debía acoger un templo. La idea ya estaba presente en los planes origi- 24. Pérez de Urbel, F. J. «La religión en nuestra Universidad», Revista Nacional de Educación, 34 (octubre 1943) 55-62 y «Acta de la reunión de la comisión permanente de la Junta de la Ciudad Universitaria». 17 de junio de 1942 (AGUCM, 135/10-13). 303 nales y ahora era recuperada. La iglesia, que se dedicaría a Santo Tomás de Aquino, fue diseñada por Modesto López Otero. Se trataba de un edi cio con gran carga escenográ ca y que prepa- raría para una entrada majestuosa. En las primeras discusiones sobre su ubicación y plani cación se acordó que en el centro de la plaza que le daría acceso se levantaría una estatua dedicada al Cardenal Cisneros25. El diseño inicial del templo se usó primero como iglesia de Santa María y después, siendo también su uso actual, como Museo de América. En 1943 se encargó el proyecto de la actual sede del Museo a los arquitectos Luis Moya y Luis Martínez Feduchi, empezándose la obra el mismo año y acabán- dose en 1954. Este tipo de edi cios, con diseño neohistoricista, permiten reconocer una especie de estilo arquitectónico propio y reconocible del franquismo (Reina de la Muela 1944). También era perceptible, en la disposición formal de la Ciudad Universitaria, la atención a la educación física de los alumnos, para los que se pensaron campos de deportes, Los primeros se inauguraron en octubre de 194326. Falange debía estar muy presente también en el campus. Se di- señó pronto el Colegio Mayor José Antonio, más tarde Casa del SEU, y hoy día Rectorado de la Universidad Complutense. Como sostenía Chías, al igual «que en los pueblos se reconstruían la igle- sia y el ayuntamiento, y junto a ellos se erigía la casa del Partido» (Chías 1983, 194), en la universidad tendrían presencia las fuerzas ideológicas sostenedoras del franquismo. En el diseño de este Colegio Mayor José Antonio se aprecian también las caracterís- ticas de la arquitectura falangista en Madrid. La combinación de ladrillo rojo y granito tenía reminiscencias escurialenses y además dejaba bien visible el escudo del SEU desde muchos puntos del campus. El proyecto del edi cio lo rmaron José Luis Arrese Magro y José Manuel Bringas Vega en 1948 (Proyecto). La obra se concluyó en 1953. El trazado de líneas simétricas para distribuir las facultades en el campus conducía a una auténtica plasmación de los poderes ac- tuantes en la universidad coronados por los edi cios del Paranin- fo y el Rectorado. Al primero, se entendía, se accedería a través de una explanada con varios niveles, anqueada con columnas, frisos y relieves. El estudiante se preparaba así para la participa- ción en ceremonias colectivas. Estos edi cios, de nuevo desde la Colegio Mayor José Antonio, hoy Rectorado de la Universidad Com- plutense de Madrid. Fotografía de José Luis González Casas. Museo de América. Fotografía de José Luis González Casas. 25. López Otero, M. «La iglesia de Santo Tomás de Aquino en la Ciudad Universitaria», Gran Madrid, 5 (1949) 12- 14. 26. Moscardó, J. «El espíritu deportivo de las juventudes en la nueva Universidad», Revista Nacional de Educación, 34 (octubre 1943) 63-64. 304 perspectiva falangista, estaban pensados para congregar a gran- des masas, para concentraciones espectaculares y monumentales. Y si no quedaba claro, López Otero lo plasmaba así: La Universidad tiene también valores representativos y de alta calidad espiritual que han de presidir a los de trabajo. Aquí los hemos concentrado en el Paraninfo, que constituye el punto principal de toda la ordenación y que, a modo de Templo del Saber, contendrá una nave en cuya bóveda se pintará una inmensa alegoría de la ciencia española27. El edi cio del rectorado, al que todo itinerario por el recinto conducía, subrayaba el fuerte poder del rector sobre la cotidiani- dad universitaria. Para ello, por n, se construiría un edi cio, el paraninfo y rectorado, que albergaría tanto el despacho del rector como toda ceremonia académica que la universidad organizara. Para abundar en la ceremonia, al primero se accedería a través de una explanada de diversos niveles, anqueada con columnas, frisos y relieves. Modesto López Otero lo había ideado en 1928 y Plano de Modesto López Otero. S. f. Patrimonio Histórico de la Universidad Complutense de Madrid. 27. López Otero, M. «La Arquitectura de la Ciudad Universitaria», Revista Nacional de Educación, 34 (octubre 1943) 52. 305 ahora sólo tenía que dotarlo de los símbolos del régimen y pensar que a su alrededor iban a congregarse, siguiendo el gusto fascista, grandes multitudes. El Paraninfo y el Rectorado nunca llegaron a construirse, aunque en el discurso y en todos los proyectos idea- les e idealizados no dejaran de estar presentes. Trasladados al plano arquitectónico los signos ideológicos que contenía la Ley, se trataron de incorporar el espacio universitario otros elementos que elevaban aún más la lectura simbólica. En este esfuerzo se aplicó la comisión artística de la Junta Construc- tora de la Ciudad Universitaria, compuesta por el director general de Bellas Artes, el de Arquitectura, el ingeniero jefe de Obras Pú- blicas, el director de la escuela de Ingenieros de Montes, Modesto López Otero y Carlos Sánchez Peguero. Declarando que una de sus primeras intenciones era hacer de la Ciudad Universitaria uno de los «más bellos parques de Madrid, por sus jardines y por sus monumentos, y por sus rincones más artísticos» fue así como se autorizaron las gestiones para la construcción de tres monu- mentos dedicados respectivamente al Cardenal Cisneros —obra de López Comendador—, a Alfonso XIII —solicitado a Ordu- ña— y a Franco —de Capuz. Allí se acordó también realizar una gran plaza a la entrada a la Ciudad Universitaria donde se situaría la estatua de Cisneros y los maestros de Alcalá. Igualmente, se proyectó un monumento a la juventud combatiente, a Primo de Rivera —ambos encargados a Asuara— y al símbolo de la sabi- duría, Minerva, encargado a Clará y que fue de los más debatidos hasta acordarse una mayor espiritualización de los bocetos ini- ciales. En 1948, cuando todos estos planes aún no estaban eje- cutados, se encargó también la erección de un busto al ministro Ibáñez Martín28. El viario que se trazaba para la articulación del recinto universi- tario mantenía un itinerario didáctico y daba lugar en sí mismo a un ceremonial. Es aquí donde de forma más clara podemos ver cómo se puso en valor, siquiera en los planos ideales y en el discurso, la opción reconstructiva de la neoconstrucción. El recorrido comenzaba en el solar de la cárcel modelo donde las nuevas autoridades políticas decidieron que se levantara la sede de un ministerio encargado de uno de los sectores militares del momento, la fuerza aérea. Para el diseño del Ministerio del Aire —o del «monasterio» del aire como sarcásticamente se le deno- minó— se acudió al mejor modelo del arte herreriano, al Monas- Ministerio del Aire, actual Cuartel General del Ejército del Aire. Fotografía de José M. Faraldo. 28. AGUCM. 54/11.30, 1.3, 1.4 y 54/11- 32, 1, 5, 7. «Acta de la Comisión Artística de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria», 3 de diciembre de 1942, 16 de febrero de 1943, 13 de abril de 1943, 7 de junio de 1943, 3 de noviembre de 1943, 9 de diciembre de 1943, 15 de febrero de 1944 y 22 de enero de 1948. AGUCM, 135/10-4. Véase también Marqués de Lozoya, «La Ciudad Universitaria recinto de arte», Revista Nacional de Educación, 34 (octubre 1943) 31-33. Ortiz, L. «La ornamentación artística de la Ciudad Universitaria», Vértice, 68 (octubre 1943), 6-8. 306 terio del Escorial. Pese a la precariedad de los presupuestos des- tinados a la reconstrucción en ese momento, las obras siempre contaban con los mejores materiales y, sobre todo, con aquellos que los que habían elaborado los proyectos necesitaran. Luis Gu- tiérrez Soto, el arquitecto de este edi cio, hizo numerosos viajes a Alemania y al norte de África para buscar la inspiración de los edi cios ya levantados por Albert Speer y por Troost (AA. VV. 1978). El Ministerio del Aire no se nalizó hasta 1958. La entrada y salida del campus se haría a través del elemento más cargado de simbología, el Arco de la Victoria, que aún hoy con- templamos29. El arco sirve muy buen para resumir en una única imagen cómo el régimen entendió la reconstrucción y cómo quiso que siempre recordáramos que en el campus se libró una batalla. Proyectos consecutivos se fueron solapando hasta que en 1956 adoptó la forma en que hoy lo conocemos. Las inscripciones latinas que lo adornan se referían inicialmente al valor militar con que Franco había ganado supuestamente la guerra. Para subrayar estas características, se previó que el acceso al arco estuviera pre- cedido de una estatua ecuestre de Franco. En 1942 la Junta de la Ciudad Universitaria encargó a Modesto López Otero el proyec- to y para ello realizó dibujos a lápiz con los principales elementos de la futura puerta. La realización se paralizó por motivos pre- supuestarios y por las remodelaciones urbanísticas de la zona. Se retomó en los años de la II Guerra Mundial, pero el resultado de ésta hizo que se revisaran los planteamientos ideológicos del mo- numento y se suavizaron las referencias políticas ahora volcadas De derecha a izquierda y de arriba a abajo: Presentación de la maqueta del Arco de la Victoria. S.f. Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. Univer- sidad Complutense de Madrid. BH FOT CU 1352 (2). AGUCM. 111/12-4, 32.10. AGUCM. 111/12-4, 32.7. Aspecto actual Arco de la Vic- toria. Fotografía de José Luis González Casas. 29. «Una estatua ecuestre del Caudillo», Revista Nacional de Educación, 6 (junio 1942) 95-96 y Palacio Atard 1971. 307 en conmemorar la construcción de la Ciudad Universitaria. La inscripción en la que guraba expresamente el nombre de Fran- co se cambió por la que hoy vemos (fundada por la generosidad del rey/restaurada por el caudillo de los españoles/la sede de los estudios matritense/ orece en la presencia de Dios) 30. El itinerario continuaba con la aproximación a la América his- pana mediante la visita a la Casa de América y su museo, con la presencia estética del SEU en la casa que lo albergaría y en la estatua de José Antonio, reclamo de Falange. A continuación, el pensamiento católico se levantaba poderoso en forma de templo y de las referencias alegóricas a la íntima naturaleza confesional del franquismo. Al fondo, el principio de autoridad, tan marcado en el plano legislativo, otorga una preponderancia indiscutible al rector y a su edi cio correspondiente: el rectorado. Este recorrido quedó evidenciado en una maqueta que se presen- tó en el acto de inauguración de la Ciudad Universitaria de 1943. La maqueta de unas dimensiones aproximadas de 5x5 metros contenía, a modo de proyección ideal, los edi cios ya proyecta- dos y en parte reconstruidos en 1943, y también aquellos otros, los referidos aquí, con los que el régimen franquista reivindicaba su posición ideológica y cómo quería ser percibido y presentado desde el espacio universitario. De izquierda a derecha: Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid con los planes de la reconstrucción. 1943. Patrimonio Histórico de la Universidad Complutense de Madrid. Fotografía de Leyre Mauleón Pérez. AGUCM. D-1724. 30. Del «meritissimus hispaniae dux / Franciscus Franco hanc scientiae / urbem furore bellico dirutam /magni centissime restauratam / ampli cavit anno MCMXLIII» se pasó al actual «Armis hic / victricibus /mens iugiter victura / monumentum hoc / DDD. Muni centia regia condita / ad hispanorum duce restaurata / aedes studiorum matritensi / orecti in conspectu Dei». 308 Maqueta de la Ciudad Universitaria de Madrid. Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. BH FOT CU 586. 309 La Ciudad Universitaria en construcción a finales de la década de 1940 La Universidad, ya en parte restaurada, inaugurada y publicitada, tenía que atender a las obras que nalizarían su urbanización y que fueron declaradas preferentes, incluso urgentes por el con- sejo de ministros en abril de 1944 donde eran cali cadas como preferentes a efectos de suministros necesarios para las mismas. La prisa por la inauguración y las diversas lecturas que sobre el campus se iban volcando dieron lugar a un panorama en el que la improvisación y el caos eran evidentes. Más allá de las procla- mas imperiales y monumentales, el proceso se tornó continuista y pragmático con las ideas que ya desde antes de la guerra habían puesto en marcha la Ciudad Universitaria. Tan solo algunos aña- didos ornamentales daban la impresión de que la Ciudad Univer- sitaria pasaba a vivir bajo un nuevo régimen político. El momento en que las ideas de nueva planta antes valoradas pu- dieron ver algún fruto inmediato fue a través de lo que disponía para Madrid, en su conjunto, el Plan General de Ordenación que, redactado en 1941, no apareció hasta 1946. Desde esa disposi- ción, la Ciudad Universitaria, que desde 1928 estaba tratando de no verse involucrada en el creciente tránsito diario del centro de la ciudad, se con guraba como frontera de expansión hacia el noroeste y, en este punto límite, se integraba en la silueta que, con la catedral y el Palacio Real, debía ser la más sobresaliente de Madrid. Fue desde esta perspectiva como se comenzaron a potenciar las vistas dentro del recinto universitario, supeditadas a la fachada urbana general. Para emprender las obras fueron dos las posiciones adoptadas. Si el Gabinete Técnico de la Ciudad Universitaria proponía una línea continuadora con los planes de preguerra, era la Adminis- tración, que intervenía frecuentemente en las obras, la que acabó conduciéndolas hacia una menor plani cación y la que reclama- ba una mayor impronta historicista cuyos ejemplos hemos visto. Esta falta de orden puede entenderse mejor si recordamos tantas instituciones como intervenían en el proceso: además de la Junta Constructora, el Ministerio de Educación, la Dirección General de Regiones Devastadas, la Diputación Provincial de Madrid y las jefaturas de Obras Públicas y de Urbanismo del Ayuntamiento de la capital. 310 Así fue, atendiendo a tantas voces, como empezaron a surgir los primeros bocetos del arco del triunfo, los proyectos de bloques de residencias para profesores y de las facultades que comple- tarían el campus: Derecho y Ciencias Naturales. De las prime- ras fases de la reconstrucción, con la gran inauguración de 1943 por medio, son los proyectos del Colegio Mayor José Antonio, el Francisco Franco, el del Sagrado Corazón y el Isabel la Católica31. Se proyectaron y se comenzaron también las obras del Instituto de Cultura Hispánica, del Museo de América y de las escuelas de Ingenieros Navales y de Montes (encargados a Luis de Villanue- va, Luis Díaz Tolosana y Pedro Bigador)32. Para 1945 ya estaba terminada la segunda de las escuelas, que pudo ser inaugurada —otra vez el 12 de octubre— a la vez que la Escuela de Estomatología (hoy facultad de Odontología) y las facultades de Ciencias Físicas y Matemáticas. También ese día se puso la primera piedra del Colegio Mayor San Pablo, iniciativa de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas33. De la misma fecha es la inauguración de la primera línea de tranvías Moncloa-Paraninfo34 y del club universitario en la zona depor- tiva. La marcha de las obras se ralentizó por problemas económicos y con mucha di cultad se acabaron los bloques de residencias de profesores y la Escuela de Ingenieros Navales35. El último plan de conjunto para la Ciudad Universitaria se publi- có en 1948, fecha en la que se estaban todavía retocando para su reconstrucción la facultad de Medicina que se inauguró en 1949. Le seguía el Hospital Clínico, que debió aún esperar unos años más, se revisaron los proyectos para el Arco y el Colegio Mayor José Antonio y las facultades de Derecho y Ciencias Naturales. Las facultades de Políticas y Económicas y de Veterinaria, previs- tas en la legislación, estaban ya en funcionamiento sin un edi cio concreto en el que albergarse. Sin embargo, la actividad de la primera de estas facultades fue ampliamente tenida en cuenta en la prensa36. Centros dependientes del Consejo Superior de Investigaciones Cientí cas esperaban también ser albergados en el campus como, por ejemplo, el Instituto del Hierro y el Acero. E, igualmente, a la altura de 1948, la zona destinada a los colegios mayores ya no era 31. En su empeño por la inauguración y mientras que los colegios mayores men- cionados no acababan de materializar sus proyectos, anunciaba el inicio del funcio- namiento del colegio mayor femenino Santa Teresa, que pertenecía a la Univer- sidad de Madrid pero que se situaba entre las calles Fortuny y Miguel Ángel. Véase Marquina, M. «El Colegio Mayor femeni- no Santa Teresa de Jesús de la Universi- dad de Madrid», Revista Nacional de Educa- ción, 55, (julio 1945) 50-56. 32. Bigador, P. y de Villanueva, L. «La Escuela de Ingenieros de Montes», Arquitectura, 77 (mayo 1948) 61-171. 33. «Inauguración en la Ciudad Universitaria de Madrid», Revista Nacional de Educación, 56 (agosto 1945) 39-53. 34. AGUCM, AH-283. 35. La Ciudad Universitaria, Madrid, 1947 y «Una nueva escuela de ingeniería naval», Revista Nacional de Educación, 59 (1946) 30- 37. 36. «La nueva facultad de Ciencias Polí- ticas y Económicas», Revista Nacional de Educación, 3 (1944) 37-44 y «1012 alumnos en la Facultad de Ciencias Políticas y Eco- nómicas», Revista Nacional de Educación, 59 (1946) 42-46. 311 su ciente para acoger a tantos como se proyectaban: el de Nues- tra Señora de Guadalupe o el Santa María de Luján. No obstante, ello no impidió que en 1951 se inauguraran los colegios de San Felipe y Santiago y el de San Pablo37. Otras iniciativas, como el pabellón de cirugía infantil (que nunca fue inaugurado como tal), fueron emprendidas por la Diputación Provincial de Madrid y pudieron contar con terrenos especí camente destinados a su construcción. Las obras del Instituto de Cultura Hispánica nalizaron en 1951, pero hasta nales de los cincuenta no se emprendieron las de la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos, que se levantó sobre los terrenos en que los proyectos iniciales habían previsto colocar la iglesia universitaria. Continuaron las obras del Instituto de Inves- tigaciones Agronómicas, que ocupaba los terrenos del Instituto Agronómico Nacional y que adaptó sus líneas a las formas y es- tilos de la autarquía. Todos estos edi cios fueron encargados por el Ministerio de Educación Nacional. La Escuela Diplomática y la reconstrucción del palacete de la Moncloa corrían a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores. En la primera se situaría la comisión permanente de la UNES- CO, la institución Francisco de Vitoria, y los institutos hispano- americano e hispanoárabe. Ambos edi cios se acabaron entre 1953 y 1954. El proyecto de 1948 proponía además otros edi cios, como el Instituto de Fecundación Arti cial, al tiempo que seguía reco- nocimiento las residencias de profesores y esbozaba una última propuesta para la zona del paraninfo que, según esta nueva idea, organizaría las instalaciones de los proyectados museos universi- tarios. Este nuevo proyecto de conjunto corregía la trayectoria del tran- vía —que se había inaugurado en enero de 1945—, que se había reconstruido antes pero que enseguida se mostró insu ciente por sólo llegar hasta Arquitectura. La idea de dotar a la Ciudad Universitaria de una buena red de transportes era un asunto de difícil resolución por la Junta: Es ésta una de las cuestiones más angustiosas para la Junta. Con rara unanimidad se ha venido apareciendo AGUCM. D-1724. 37. «El Jefe del Estado inaugura dos Colegios Mayores», Revista Nacional de Educación, 101 (1951) 45-69. 312 que solamente un buen servicio de autobuses podría resolverla. Pero tal solución es hoy completamente imposible. Las di cultades para asegurar la previsión de combustible y recambios, y aun los que evidentemente se encuentran para la adquisición de coches, ha imposibilitado que la Junta por sí o mediante empresas adecuadas abordase el problema de esta deseada forma. Por otra parte, la Compañía de Ferrocarril Metropolitano ha sido contraria, con increíble tenacidad, a llevar sus líneas por la Ciudad Universitaria. Pero forzoso es reconocer que ello tampoco habría de representar más que una solución parcial por la propia naturaleza de ese ferrocarril. Ha habido que sucumbir, por ello, al régimen tranviario con todos sus graves inconvenientes y a costa de grandes sacri cios para la Junta, aunque sea obligado reconocer que ésta ha recibido muy estimables pruebas de buen espíritu colaborador por parte de la Compañía Madrileña38. El viario podía corregirse cada vez menos desde la o cina uni- versitaria, ya que los posibles cambios se establecían desde la Je- fatura de Obras Públicas de Madrid y la Jefatura de Urbanismo del Ayuntamiento. En de nitiva, como ha destacado Pilar Chías, el plan de 1948 re- ejaba una Ciudad Universitaria cuyo diseño ya no se encontraba exclusivamente en manos de la Junta, institución que no pudo controlar el caso que progresivamente avanzaba ya en esa zona. Ésta fue la característica más signi cativa de la década de los cin- cuenta, años en los que inauguraron ya los edi cios del Instituto de Medicina y Seguridad en el Trabajo (1952), de Veterinaria, de la escuela de Psicología y Psicotecnia (1955) y de la Facultad de Derecho (1956), entre otros39. Pero, pese a todo, la propaganda era unánime en su apoyo a los logros de la reconstrucción: En síntesis, la Ciudad Universitaria de Madrid puede ser juzgada como una obra trascendental y grandio- sa, quizá superior a nuestras posibilidades actuales y aún a nuestras necesidades, siquiera todavía encon- tremos universitarios que hallan pequeños e insu - cientes los edi cios existentes. Su concepción gene- 38. La Ciudad Universitaria, Madrid, Publicaciones Españolas Martorell, 1947. 39. La Ciudad Universitaria, Madrid, 1961. 313 Facultad de Filosofía y Letras, Escuela de Estomatología, Facultad de Ciencias y Escuela de Arquitectura. Ca. 1944-1945. Fotografías: Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla. Universidad Complutense de Madrid. BH FOT CU 1609; BH FOT CU 1631; BH FOT CU 1686 y BH FOT CU 1510. 314 ral es buena y su construcción adecuada y atrayente, aunque no responda al gusto de todos. Como obra humana tiene defectos; y no somos los de dentro los que nos damos cuenta de ellos. Pero por lo mismo que es empresa casi anónima (¡tantos son los partici- pantes desde su presidencia máxima hasta el último obrero!) podemos decir de nuestra Ciudad Univer- sitaria de Madrid sin escrúpulo, ni preocupación, ni falsa jactancia: Que produce verdadera y estupenda impresión a todos los visitantes extranjeros. Que no ha costado más de lo que ha debido costar. Que se puede comparar con las mejores universida- des del mundo. Y que el país debe sentirse con ado y plenamente orgulloso de ella40. Conclusiones Así se pensó la reconstrucción del campus, un espacio muy pron- to usado por el régimen para sus ceremonias, en el que las obras, como se ha visto, siguieron en marcha hasta bien entrados los años 50, y en el que los estudiantes empezaron a incorporarse y a visibilizar, de paso, la huella de la guerra y los símbolos del vencedor. Ese fue uno de los claros objetivos de esa reconstruc- ción: que el sello del ganador en ese campo de Marte convertido en Palacios de Minerva siempre pudiera identi carse. Los futu- ros alumnos estudiaron en edi cios que se parecían mucho a los planeados en los años 20, durante una monarquía; que fueron impulsados y casi terminados después, durante la República, y que años después de la guerra, se rodearon de símbolos que re- cuerdan para siempre quién ganó. El proceso de reconstrucción acogió diversas voces, distintas formas de relanzar unas obras que tenían como objetivo común ensalzar al régimen vencedor de la guerra y ahora al cargo de la Universidad. 40. La Ciudad Universitaria de Madrid, Ma- drid, Publicaciones Españolas Martorell, 1947. 315 316 Se ha dicho que el movimiento estudiantil fue el gran perdedor de la Transición, ya que la conquista de la democracia se saldó con su virtual disgregación (Ugalde 1980, 43). La intensa oleada de agitaciones liderada por los sindicatos democráticos de estudiantes (SDEU) desde mediados de los sesenta dejó paso a partir de 1968 a un rápido declive motivado por circunstancias internas (la degradación del ámbito universitario debido a la masi cación y la falta de recursos, y la explosión cultural post 68 que hizo derivar a parte del estudiantado desde la práctica asambleísta hacia la militancia en una constelación de partidos de extrema izquierda) y externas (la contracción del espacio de oportunidad para la propia acción profesional debido al incremento de la represión gubernamental en los marcos académico y policial y a la competencia movilizadora de los grupos políticos). Esta situación dejó al movimiento estudiantil en una posición objetiva desfavorable para ser un factor decisivo en el proceso de democratización política, como había sido la Federación Universitaria Escolar (FUE) en los años previos e inmediatamente posteriores a la procla- mación de la Segunda República. Los antecedentes: las etapas de la oposición estudiantil a la dictadura franquista La disidencia escolar había recorrido un largo y tortuoso camino desde que, a nes de la Guerra Civil, el Sindicato Español Universitario (SEU) asumiera el monopolio de la representación estudiantil en la Universidad totalitaria regida por la Ley de 25 de julio de 1943. El ingreso en la Universidad, a partir de esas fechas, de una minoría de hijos de la burguesía pertenecientes al bando perdedor, posibilitó la aparición en 1946-1947 de una rama disidente de la FUE histórica, más profesional y liberal, que fue desarticulada por la policía entre marzo y abril de 1947. Así nalizó el período de agitación escolar añorante de la República, y se inició una nueva etapa del movimiento estudiantil, dirigido por una gene- ración sin experiencia directa de la Guerra Civil (Mesa 1982, 13). En la década de los cin- cuenta se consumó la ruptura entre la juventud universitaria y el régimen, y nació un mo- MOVILIZACIÓN ESTUDIANTIL EN EL FINAL DEL FRANQUISMO Y EN LA TRANSICIÓN: LA CIUDAD UNIVERSITARIA DE MADRID COMO ESCENARIO Eduardo González Calleja 317 vimiento estudiantil de tono claramente democrático. Los inicios de la autonomía intelectual propiciada desde 1951 por el ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez propiciaron un ambiente de tenue liberalización que facilitó la actividad de los estudiantes más inquietos. El malestar se hizo patente en noviembre de 1955 tras la prohibición gubernativa de un Congreso Nacional Univer- sitario de Escritores Jóvenes. En esa coyuntura, los estudiantes Javier Pradera, Enrique Múgica y Ramón Tamames decidieron convocar el 24 de enero de 1956 un Congreso Nacional de Estu- diantes que propusiera la democratización de las organizaciones escolares. Ante la amenaza de celebración de elecciones libres, el caserón de la calle de San Bernardo fue asaltado el día 7 de febrero por la Guardia de Franco. Como en épocas pasadas, un ataque protagonizado por actores ajenos a la normal actividad académica fue sentido por los estudiantes como una agresión directa a sus fueros privativos. La protesta estudiantil pasó rápi- damente de la autodefensa corporativa a la reivindicación políti- ca: el día 9 se produjo un serio incidente al coincidir en la calle Guzmán el Bueno una manifestación universitaria y un grupo de falangistas que conmemoraba el Día del Estudiante Caído. Tras resultar gravemente herido un falangista, la policía detuvo a varios dirigentes estudiantiles, mientras que el Gobierno orde- naba el cierre de la Universidad por dos semanas y declaraba el estado de excepción por tres meses. Los sucesos de febrero del 56 pusieron de mani esto dos desencuentros clave: el del cuerpo estudiantil con respecto al franquismo, pero también la creciente disfuncionalidad entre el carácter conservador del régimen y la retórica de «revolución pendiente» que seguían alimentando las juventudes del SEU1. Desde entonces, la dirección del sindicato o cial fue abandonan- do la demagogia falangista en favor de una pretendida e cacia y profesionalidad, que consideraba más cercanas a las inquietudes estudiantiles del momento. La tímida ampliación de la represen- tatividad y el auge que cobraron las Cámaras de Facultad permi- tieron la aparición de líderes estudiantiles que llevaron la lucha al seno del sindicato o cial. Las movilizaciones de 1956-1957, la fallida apertura del SEU en 1957-1958 y la desarticulación poli- cial del aparato del PCE en la Universidad de Madrid facilitaron la aparición de nuevas organizaciones clandestinas de segunda generación, como la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), creada en Madrid en febrero de 1956, y la Nueva Izquierda Uni- 1. Sobre los sucesos del 56, véanse León (1972); Lizcano (1981, 132-153); Abellán (1985); Álvarez Cobelas (2004, 72-79) y Hernández Sandoica, Baldó Lacomba y Ruiz Carnicer (2007, 118-136). 318 versitaria (NIU) cuyo origen estuvo en el Frente de Liberación Popular (FLP), plataforma de convergencia cristiano-marxis- ta creada entre nes de 1957 y la primavera de 1958. También en 1957 se creó la Unión Democrática de Estudiantes (UDE) como punto de unión de las fuerzas democráticas vinculadas a la Universidad. Las organizaciones clandestinas orientaron sus actividades a las actividades sindicales y profesionales, para sacar el máximo provecho de las nuevas plataformas legales de repre- sentación electiva que les brindaba el sistema entonces vigente (Maravall 1978, 221-222). El Decreto de 18 de septiembre de 1961 sobre organización del SEU trató de frenar la represen- tatividad de la oposición en los Consejos de Cursos y Cámaras Sindicales, dotando a la autoridad académica de un mayor poder de supervisión y coacción. Consecuencia de esta regresión fue el aumento de la lucha estudiantil contra el sindicato y el régi- men en su conjunto. En el otoño de 1963 se creó la Federación Universitaria Democrática Española (FUDE) con el objeto de «agrupar a todos los universitarios disconformes con el sindicato obligatorio» en una organización autónoma estudiantil de carác- ter democrático. Ecos del 68 en España: la cúspide de la movilización contra la dictadura A partir de 1965 se abrió una tercera etapa, en la que los estu- diantes antifranquistas diversi caron su estrategia y sus intereses, pasando claramente a la ofensiva con el propósito de destruir el sistema o cial de representación escolar. Las Asambleas libres de 1956, 1962, 1964 y 1965 tuvieron un papel determinante. El 17 de enero de ese último año, varias facultades se negaron a parti- cipar en el nombramiento del jefe de distrito de la Universidad de Madrid, y exigieron la desaparición del SEU. El 24 de febrero, unos 5000 alumnos reclamaron la implantación de un sindicato libre, autónomo y representativo, la amnistía total para los cate- dráticos y estudiantes expedientados y la libertad de expresión docente y discente. Al encaminarse con José Luis López Aran- guren, Agustín García Calvo y otros profesores hacia el pabellón de gobierno de la Universidad, la comitiva fue dispersada por la policía. En pocos días, 84 centros universitarios se separaron del SEU, entre ellos casi todos los de Barcelona y Madrid. Se cons- tituyeron juntas de delegados, se institucionalizó el movimiento asambleísta y se situó como objetivo inmediato el sindicato libre 319 (Palazuelos 1978, 31). El 7 de abril, el gobierno publicó un decre- to que hizo desaparecer el sindicato falangista, que fue dividido por ramas en Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APEs). La transformación del otrora potente entramado escolar falan- gista en una anodina Delegación-Comisaría para meros asuntos de servicios supuso su liquidación de nitiva como organismo de encuadramiento y representación de los estudiantes. La etapa de movilizaciones de 1964-1965 se caracterizó por una estrategia de protesta más exible e informal, de carácter fre- cuentemente lúdico y performativo (con manifestaciones, sen- tadas, asambleas libres, con alta participación estudiantil, debido en parte a la fuerte masi cación de algunas facultades), pero con una voluntad claramente reivindicativa, canalizada por organiza- ciones estables, como el Sindicato Democrático de Estudiantes del Distrito de Barcelona (SDEUB) impulsado tras la Caputxina- da de 9 de marzo de 1966 (Colomer i Calsina 1978/1, 215-240) o su homólogo madrileño SDEUM creado el 7 de diciembre de ese año. Estos sindicatos articularon las demandas profesionales que encubrían reivindicaciones políticas, y realizaron una impor- tante labor de coordinación a nivel estatal (a través de Reuniones Nacionales Coordinadoras) en el favorable contexto internacio- nal que brindaba las movilizaciones multisectoriales de mayo de 1968. Las asambleas libres fueron un útil instrumento de forma- ción de la identidad colectiva y un foro de discusión que alimentó el movimiento escolar. Los SDEU, con base en las Cámaras de Facultad, actuaron como mediadores entre los partidos políti- cos de oposición y la práctica asambleísta que prevalecía en los centros docentes. De modo que, si hasta 1965 la movilización se había dirigido a luchar contra el SEU y reivindicar un sindicalis- mo libre, autónomo y representativo, desde nes de los sesenta ya se dirigía directamente contra el régimen a través de los parti- dos políticos. La dinamización de la disidencia estudiantil en España a nes de los sesenta debió mucho a los nuevos repertorios de protesta que se fueron ensayando en las universidades norteamericanas y europeas a partir de 1964. El movimiento estudiantil desplegó un repertorio disruptivo extraordinariamente innovador, cons- tituido de huelgas, establecimiento de universidades paralelas y populares, intervenciones obstruccionistas en edi cios académi- cos o gubernamentales (go-in, y ocupaciones «blancas» con inte- 320 rrupción de clases y otras actividades perturbadoras del normal orden académico) y en la calle (sit-in, shit-in, chant-in, picketing-line), marchas, bailes de la serpiente copiados de los estudiantes japo- neses, manifestaciones tumultuarias relámpago o permanentes, happenings (esceni caciones festivas), pintadas y otro tipo de en- frentamientos en donde la provocación contraviolenta y la dis- torsión (burlas, parodias teatrales) aparecían como la respuesta a la violencia «estructural» de un adversario cada vez más radicali- zado, todo lo cual ponía en evidencia la violencia policial y desa- cralizaba el estatus y las funciones de la autoridad, con el objeto de movilizar a los estudiantes y a la sociedad en su conjunto2. Durante los años nales de la década de los sesenta, el movimien- to estudiantil español, espoleado por las circunstancias de orden doméstico (declive del asociacionismo o cial) e internacional, alcanzó la cúspide de la movilización, que parecía contagiar al conjunto de la sociedad. Las innovaciones tácticas del movimien- to estudiantil condujeron a choques cada vez más violentos con otros grupos rivales y con las instituciones represivas o ciales, limitando sus capacidades de acción y desencadenando una olea- da de desánimo. Cuando la participación decayó y la perspectiva utópica del 68 se fue alejando, comenzaron a predominar for- mas de protesta más convencionales, vinculadas de forma cre- ciente a las estrategias unitaristas de las plataformas políticas de oposición, mientras que las actitudes más radicales tendieron al aislamiento, la defección, la involución sectaria y la violencia, su- friendo una represión o cial cada vez más intensa y localizada. Se acercaba la hora de la política de partidos, sobre todo cuando las di cultades para mantener la movilización escolar pasaban la factura del desánimo y la defección entre los escolares (Nicolás y Alted 1999, 74). Los sectores más moderados se fueron retrayen- do de la lucha: en el tramo nal de los sesenta, sólo un 20-25% de estudiantes eran políticamente activos, la mitad se movilizaba o no en función de la radicalidad del enfrentamiento exigible, y el 25% restante se oponía, aunque sólo una minoría de extrema derecha vinculada al Opus Dei no manifestaba esta oposición ac- tivamente, sino que se limitaba a desaparecer de la escena cuando se planteaban situaciones de con icto. En 1969 existía una mi- noría muy politizada que, de manera más o menos consciente, se pronunciaba por alternativas de corte socialista3. En todo caso, se percibía un fuerte compromiso democrático, pero también 2. Sobre el nuevo repertorio de la protesta estudiantil, véanse Draper (1965); Hermann (1968, 110-120); López Aranguren (1985, 30-31); Mehnert (1978, 291-295) y Nieto (1972, 185-209). 3. «El movimiento universitario ante el nuevo curso 1968-69. Documento elaborado por el conjunto de responsables de las organizaciones de estudiantes comunistas, con la dirección del Partido» (1969), 3, en AH.PCE, Fuerzas de la Cultura, caja 123. 321 una desafección corporativa creciente marcada por el funciona- miento caótico de la Universidad (Torregrosa 1972). Fuera de las aulas, las opiniones políticas eran aún más pesimistas: en 1968, el 69% de los estudiantes encuestados opinaba que la juventud no tenía ninguna in uencia en el quehacer político del país. Un 40% prefería la democracia (un 23% la consideraba el régimen más deseable para España), y se mantenía la mayor empatía por las formas de gobierno republicano (Durán Heras et alii 1970, 95). La intensificación de la represión por parte del régimen (1968- 1973) El rearme autoritario del Estado franquista a raíz de las conmo- ciones del 68 —las Universidades de Madrid fueron clausuradas de marzo a mayo— y la aparición del terrorismo etarra in uyeron decisivamente en la limitación de las oportunidades de la protesta estudiantil. El ministro de Educación José Luis Villar Palasí, per- fectamente consciente del impacto subversivo de la movilización escolar sobre el conjunto del régimen, propuso implementar una estrategia mixta de represión y reformismo controlado. El mi- nistro opinaba que «el problema universitario estrictamente no es sólo una cuestión de orden público, sino también un agudo problema político» y, por lo tanto, la manera de afrontarlo debi- damente era mediante una acción política coherente en la Uni- versidad, inexistente en aquellos momentos, con el propósito de «contrarrestar la extremada politización de la misma que desde hace años se viene haciendo al margen o en contra del Régimen». La idea del ministro era despolitizar a la masa estudiantil que inundaba la Universidad pública y, al mismo tiempo, reforzar la formación política de las minorías que debían convertirse en las futuras elites dirigentes del país, sobre todo a través del fomento de las universidades autónomas y privadas. Por último, abordar unas reformas universitarias en sentido estricto, con un aumento de la proporción entre profesores y alumnos y un incremento de los centros docentes4. Villar Palasí también creía necesario uni car la acción gubernativa de los diferentes ministerios im- plicados en el problema estudiantil y universitario, limitando las actuaciones policiales directas ordenadas por el Ministerio de la Gobernación, y creando un servicio de información e caz que conociera de forma inmediata los planes y actividades e iden- ti cara a los miembros del movimiento estudiantil. Por lo que respecta al Ministerio de Justicia, proponía un endurecimiento 4. Cit. por Aguilar (2007, 22-24). 322 de las penas, basadas en las pruebas aportadas por los servicios secretos de la policía, ya que sin una condena de los tribunales era imposible mantener las sanciones académicas. En lo que atañe al Ministerio de Información y Turismo, Villar Palasí pedía un mayor control de la censura en todas las noticias que informaban de los con ictos universitarios en las universidades españolas y extranjeras, y el inicio de una campaña propagandística en favor de las reformas5. Tras conocer las inquietantes repercusiones políticas de la con- moción parisina de mayo, en junio-julio se reunieron el scal del Tribunal Supremo, el director general de Seguridad, el se- cretario general técnico del Ministerio de Educación y Ciencia (MEC), el comisario para el SEU y el secretario técnico de la Secretaría General del de Movimiento (SGM) para reforzar las medidas de control de la Universidad (Ysàs 2004, 23). Después de que en septiembre de 1968 el subsecretario de Educación, Alberto Monreal Luque, acudiese al Alto Estado Mayor para so- licitar ayuda contra la «subversión en la Universidad», el 20 de noviembre se constituyó una Comisión Delegada del Gobierno para asuntos de orden público presidida por el almirante Carrero Blanco, y formada por los ministros de Gobernación, Hacienda, Educación y Ciencia y Justicia, además de por el subsecretario del Ministerio del Ejército (el titular de la cartera se encontra- ba enfermo) y el Ministro Secretario General del Movimiento, aunque en algunas ocasiones también llegó a participar en sus reuniones el capitán general de Madrid. Esta llamada «Comisión En las páginas siguientes: Concierto de Raimon. Facultad de Ciencias Políticas y Económicas. Uni- versidad Complutense. AGUCM. OM- 812. Concierto de Raimon. Facultad de Ciencias Políticas y Económicas. Uni- versidad Complutense. AGUCM. OM- 812. 5. Memorando de Villar Palasí a Franco sobre la situación universitaria (6 de septiembre de 1968), en López Rodó (1991, 627-632) e Ysàs (2004, 24). 323 de Universidad» se ocuparía de los problemas de orden público vinculados a la con ictividad escolar. La Comisión se convocó todos los miércoles en sesiones de hasta dos horas de duración, salvo un receso entre mayo de 1969 y marzo de 1970. Hacia la primavera de 1970, sus sesiones contaron con la presencia del scal del Tribunal Supremo Fernando Herrero-Tejedor Algar, y poco a poco amplió su atención a los medios obreros (Tusell 1993, 378-379). En los años siguientes, y ante la extensión de la con ictividad, esta Comisión vería ampliado su radio de acción al conjunto de los movimientos sociales de oposición al régimen. Se decidió limitar la intervención de la policía en las Facultades a las alteraciones graves del orden público, y se puso en funcio- namiento un servicio secreto de carácter militar para prevenir las acciones del movimiento estudiantil y char a sus principales in- tegrantes. Dentro del MEC comenzó a actuar una unidad policial informal constituida por jefes y o ciales del Ejército con fondos de Gobernación y la SGM, y dedicada especialmente a prever las acciones del movimiento estudiantil, dirigida por el coronel José Ignacio San Martín, más conocido por su posterior participación en el intento de golpe de Estado de febrero de 1981. Este «Servi- cio Especial» amplió rápidamente su radio de acción al mundo de la cultura y al ámbito eclesiástico, dando lugar a la Organización Contrasubversiva Nacional (OCN), que dependía del Ministerio de Gobernación y la SGM. Protegido por el almirante Luis Ca- rrero Blanco, quien mantenía reuniones periódicas con San Mar- tín desde enero de 1969, nalmente este servicio de información fue asumido directamente por Carrero, que en marzo de 1972 lo convirtió en el Servicio Central de Documentación de la Pre- sidencia del Gobierno (SECED). Así que, en cierto sentido, se puede a rmar que Villar Palasí fue el inspirador involuntario de la renovación y modernización de los servicios secretos de la po- licía político-social del franquismo6. Con su mezcla de represión, espionaje y reforma universitaria, el ministro logró acabar con los SDEU surgidos en 1966 contra las APEs que daban cobertura al declinante SEU, pero no con las protestas del movimiento es- tudiantil, que había entrado en una nueva fase de radicalización cuyo in ujo se extendió a otros miembros de la comunidad uni- versitaria (Aguilar 2007, 142). Los años 1968 a 1973 estuvieron marcados por la represión —sobre todo contra los delegados de los SDEU— y la radica- lización del movimiento estudiantil. Miles de estudiantes fueron 6. Véanse Díaz Fernández (2005, 138- 179); San Martín (1983) y Tusell (1993, 378-380). 326 Movilizaciones estudiantiles. Ciudad Universitaria de Madrid. AGUCM. OM-812. Movilizaciones estudiantiles. Facultad de Ciencias. Ciudad Universitaria de Madrid. AGUCM. OM-812. Movilizaciones estudiantiles. Facultad de Ciencias. Ciudad Universitaria de Madrid. AGUCM. OM-812. Movilizaciones estudiantiles. Facultad de Derecho. Ciudad Universitaria de Madrid. AGUCM. OM-812. 327 sancionados y detenidos, algunos murieron en extrañas circuns- tancias y muchos profesores fueron expedientados y expulsados (Valdevira 2006, 113-122). La cada vez más forzada legalidad produjo un desgaste que acarreó la desaparición de los SDEU en el breve plazo de dos años. Si en 1965-1968 el movimiento estudiantil había conseguido sintonizar con una población estu- diantil altamente movilizada, en los últimos años del régimen las organizaciones democráticas estudiantiles perdieron importancia y acabaron por desaparecer. El declive de la movilización estudiantil durante el tardofranquismo (1969-1976) Cuando la experiencia de los sindicatos democráticos alcanzaba su máxima expansión, este tipo de organización escolar empezó a hundirse primero en Barcelona y luego en Madrid. En la ciu- dad condal, la radicalización estudiantil posterior a mayo del 68 fue una reacción frente al acoso o cial en contra del SDEUB, pero también una expresión local de los nuevos movimientos de protesta y de las nuevas vías de representación y de acción que se estaban ensayando (Colomer i Calsina 1987, 394). Barcelona fue la primera Universidad que experimentó con la «democracia asamblearia» y la autogestión, creando plataformas conjuntas de acción a inicios del curso 1968-1969, combinando el repertorio convencional de protesta (huelgas, manifestaciones…) con las nuevas «modas» importadas de París (ocupaciones de cátedras, sentadas…), que implicaban un enfrentamiento directo con- tra los catedráticos y las autoridades. La combinación de estra- tegias «legales» más o menos toleradas con estrategias ilegales de protesta política se articuló en varios niveles: las plataformas legales (Delegaciones de Estudiantes, Cámaras de Facultad), las organizaciones semilegales de masas (FUDE o SDEU) y las or- ganizaciones de vanguardia ilegales (partidos políticos clandesti- nos), con el objeto de diversi car los actores y las oportunidades de acción y de protesta (Rodríguez Tejada 1995, 90). Pero en el momento del declive de la movilización y de la represión hubo una reducción drástica de la participación y un deterioro del valor de las formas de lucha del movimiento escolar, que quedaron reducidas a las movilizaciones callejeras de carácter antirrepre- sivo (contra la actitud provocativa de la policía, que tomaba por asalto los recintos universitarios), a la convocatoria de huelgas inde nidas (como el paro general que tuvo lugar el 26 de febrero 328 de 1974) y a la celebración puntual de jornadas de lucha (como la manifestación de estudiantes en el primer aniversario del «caso Ruano» el 19 de enero de 1970) y de protesta, como la huelga a escala nacional convocada en contra de la Ley General de Edu- cación (LGE) el 14 de febrero de 19727 o la desarrollada el 9 de mayo de 1974 contra la Ley de Selectividad. Otro instrumento de movilización era la huelga activa, acompañada de estudio en co- misiones de los proyectos o ciales, debates, actividades cultura- les y boicot a las clases. Pero todas estas modalidades reivindica- tivas tenían muy escaso eco, salvo en momentos concretos, fuera de los campus, y apenas tenían capacidad para ofrecer alternativa trasformadora alguna para los problemas que generaba el nuevo modelo de Universidad masi cada. La radicalización y la actitud clandestina campantes entre los escolares entre 1968 y 1973 facilitaron la aparición de grupos ultrarrevolucionarios que se alejaron de las referencias en los mo- vimientos de masas, y consideraron que el sistema de delegados electos no era plenamente representativo, sino que el órgano so- berano del movimiento estudiantil debía ser la asamblea. Como de costumbre, Madrid y Barcelona llevaron la voz cantante de la protesta. La elección pautada de representantes de los estudian- tes y la gestión sindical dirigida al diálogo con las autoridades académicas pactadas por el SDEUB fueron sustituidas progresi- vamente por la actuación caótica de los comités de acción y los comités de curso clandestinos, y por la democracia directa ema- nada de unas asambleas de Facultad que a menudo tomaban sus decisiones por aclamación (Colomer i Calsina 1987, 394-395). Se puede decir que el modelo de sindicato democrático saltó por los aires por el exceso de asamblearismo (Sanz Díaz ¿1999?, 76- 77). En octubre de 1968, el SDEUB había dejado prácticamente de existir, mientras que se multiplicaba la aparición de grupos políticos radicales bajo la in uencia de los acontecimientos del mayo francés. Todos estos grupos presentes en la Universidad de Barcelona entraron en crisis a partir de 1969, disolviéndose o fragmentándose, aunque el retroceso se frenó transitoriamente en 1973, cuando se generalizó la demanda de una ruptura demo- crática. En Madrid, los intentos de revitalizar el SDEUM resultaron bal- díos, ya que sus representantes no fueron secundados en todas las facultades, e incluso algunos cursos de Filosofía y Letras vo- 7. La lucha contra la Ley General de Educación en el curso 1971-72, y las fuertes medidas represivas adoptadas por el Ministerio de Educación, con la implantación de consejos de disciplina académica, en Pérez (1977, 93-102). 329 taron en su contra. A pesar de que el 3 de mayo de 1967 el sindi- cato decía contar con 27 000 a liados, en el curso siguiente entró en crisis terminal por culpa de la represión policial, por la falta de politización de las elecciones, por la ausencia de continuidad en la actividad sindical de la mayor parte de los estudiantes, por las luchas espontáneas que se fueron desatando desde los niveles de curso, y por la progresiva defección de grupos más activos y radicales como el FLP, PCE-i y PCE(m-l) (Formentor 1972, 207). Mientras que el comunismo o cial apostaba por la continuidad del SDEUM como correa de trasmisión de la cooperación con el movimiento obrero bajo supervisión del partido, los grupos marxista-leninistas preconizaban el trabajo en las asociaciones intermitentes (plataformas) a través de la actividad de vanguar- dia. El sindicato quedó de nitivamente desarticulado con motivo del estado de excepción declarado de enero a marzo de 1969. Los grupos izquierdistas que habían participado coaligados en las elecciones de noviembre de 1967 y se habían hecho con el control de los SDEU en las universidades más importantes, em- pezaron a pronunciarse contra los mismos cuando la represión arreció, y en marzo de 1968 comenzaron a abandonarlos (Valde- vira 2006, 109). Desde 1968 el movimiento escolar fue abandonando el debate sobre el modelo de Universidad y de educación, y se centró en la cuestión de la toma del poder. De este modo hizo su aparición la Nueva Izquierda, movimiento de inconformismo político e intelectual que al plantear el debate de la superación de la fase de reivindicación escolar por la adopción de posturas francamente revolucionarias radicalizó el movimiento estudiantil y lo enfrentó con el PCE, que seguía defendiendo el proyecto unitario de los SDEU, cuya actividad prosiguió, aunque muy mermada, hasta después del estado de excepción de 1969. Fue la era dorada del activismo, que anteponía los problemas tácticos a los estratégicos e incluso los organizativos (Nieto 1972, 228). La aparición de grupúsculos activistas de extrema izquierda impidió la consoli- dación del movimiento estudiantil posterior al 68, y este dé cit de institucionalización dio prioridad a fórmulas organizativas in- formales como las asambleas (órgano máximo de representación estudiantil) y los comités abiertos, más cercanos al principio de autogestión que al centralismo democrático o el parlamentaris- mo democrático (Déniz 1999, 31). 330 La presencia de actores, estrategias y objetivos tan abigarrados derivó en una radicalización de la protesta cuyo corolario de con- icto y violencia desmotivó a la mayor parte de la masa estudian- til. El asalto de medio centenar de personas al Rectorado de la Universidad Central de Barcelona el 17 de enero de 1969 conlle- vó el cierre del recinto académico y la declaración del estado de excepción en todo el país a partir del día 24, tras la muerte del estudiante de 4º de Derecho Enrique Ruano Casanova, miem- bro del FLP, que fue asesinado de un disparo el 19 de enero por policías de la Brigada Político-Social, y después arrojado por la ventana de un séptimo piso pasa simular un suicidio8. El estudiante madrileño Ignacio Larrazola también murió en las manifestaciones de protesta convocadas tras este asesinato. La policía ocupó las facultades de Madrid; se prohibieron reunio- nes, cámaras, asambleas, actividades culturales y la colocación de carteles informativos, mientras que los miembros más conspi- cuos del SDEUM fueron sistemáticamente detenidos (Formentor 1972, 206). La suspensión de derechos se mantuvo hasta el 21 de marzo, y durante las dos primeras semanas de vigencia del estado de excepción se detuvo a más de trescientas personas, en su mayoría escolares, y a su conclusión se había encarcelado a 735 personas, 315 de ellas estudiantes9. La represión franquista ya no fue sólo académica (con el corolario habitual de expedien- tes, inhabilitaciones, cierre de las universidades y dispersión de los centros) o informativa (con el restablecimiento de la censura de prensa en febrero-abril), sino también policial y gubernativa, basada en registros nocturnos y detenciones (como las de Fer- nando Savater, José María Mohedano y Alfonso Carlos Comín, entre otros), destierros (de los profesores Paulino Garagorri, Raúl Morodo, Pedro Schwartz, Javier Muguerza, Francisco Bus- telo y Roberto Mesa en Políticas y Económicas, y Elías Díaz, Gregorio Peces-Barba, Óscar Alzaga y Manuel Jiménez de Parga de Derecho10), malos tratos en comisaría, multas a instancia de la Brigada Político-Social, negativa a la expedición de certi cados de buena conducta, pasaportes y carnets de conducir, prohibi- ción arbitraria de realizar milicias universitarias y apertura de jui- cios en el Tribunal de Orden Público (TOP) y en los tribunales militares en aplicación del Decreto de 21 de septiembre de 1960 sobre Bandidaje y Terrorismo, que consideraba rebelión militar la divulgación de noticias falsas o tendenciosas, las reuniones de la oposición o la huelgas políticas. 8. Los sucesos de Barcelona, en «El día que asaltaron el rectorado de Barcelona», Gaceta Universitaria, nº 134-135, 2ª quincena enero 1970, p. 5. La muerte de Ruano, en Domínguez Rama (2007); García Alcalá (2001, 245-250); Sanz Díaz (¿1999?, 87) y (1999, 282-285) y Valdevira (2006, 143-149). 9. Aguilar (2007, 151). Sobre el estado de excepción declarado el 24 de enero de 1969 y su justi cación o cial, véase Ysàs (2004, 29-34). 10. «La Junta de Estudiantes denuncia la represión. SDEUM, Madrid mayo 1969», en AH.PCE, Publicaciones de la Universidad, vol. 20/1. 331 Los centros universitarios clausurados con motivo de la pro- clamación del estado de excepción fueron abriendo escalona- damente sus puertas hasta la Semana Santa. A partir del curso 1969-1970, la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas operó como centro líder del movimiento estudiantil en la Complutense y en todo el distrito universitario de Madrid. Las protestas se plantean en torno a la reforma de los planes de estudio, la autoor- ganización (que se redujo a partir de la constitución del SDEUM en 1966-1967), la lucha contra la represión policial y académica y contra la dictadura (Camarero 1981, 437). Tras un «otoño calien- te» que marcó el devenir universitario en los comienzos del año académico, el 20 de enero de 1970 dos millares de estudiantes se manifestaron junto al Arco de la Victoria de Madrid en el primer aniversario de la muerte en Enrique Ruano11. Durante el curso 1970-1971 continuó la lucha desincronizada en cada distrito. Tras la desaparición de los SDEU a nes de los sesenta sólo quedaban incólumes las Juntas de Facultad, pero entonces aparecieron las coordinadoras de comités de curso, como alternativa a la desarti- culación de los SDEU por la policía. Los comités se extendieron Dibujo de Agustín Aguirre de la Facultad de Ciencias Políticas, Eco- nómicas y Comerciales. 4 de noviembre 1964. AGUCM, D-1567,1. 11. «El movimiento estudiantil en el curso 69-70», Vanguardia. Organización Universitaria de Madrid del PCE, 19 de oc- tubre de 1970, documentación cortesía de Elena Sánchez Durán. 332 a otros distritos en noviembre de 1971, pero el PCE los abando- nó durante el año 1973-1974, y ese verano también los dejaron de lado otros grupos activistas como la Joven Guardia Roja y Bandera Roja. Los comités de curso languidecieron durante el curso siguiente, y en el curso 1975-1976 se pudo certi car su de- función (Hernández Sandoica, Ruiz Carnicer y Baldó Lacomba 2007, 358). El ascenso de las luchas obreras y de las movilizaciones políticas con vocación unitaria aceleró la decadencia de los grupos polí- ticos de base exclusivamente universitaria. La actividad estricta- mente escolar, ahora más hostil que antaño hacia profesores y catedráticos, quedó truncada con ese estado de excepción per- manente, del que surgirían los grupos «gauchistas» clandestinos que se enfrentaron a los SDEU, cuyas estructuras se fueron va- ciando de contenido desde el curso 1968-1969 en favor de una dinámica partidista que condujo incluso al enfrentamiento físico entre activistas (Rodríguez Tejada 2002, 169-170). Los sindicatos democráticos fueron desapareciendo en medio de la oleada de fervor revolucionario y de la intensa represión desatada por el régimen en forma de militarización de la Universidad para con- jurar unas posibles «jornadas de mayo». Pero en realidad, como hemos visto, la decadencia sindical ya había comenzado en 1967 en Barcelona y en 1968 en Madrid, por circunstancias de orden interior antes que por in uencias foráneas. Los procesos electo- rales comenzaron a declinar por el rechazo y el abstencionismo de los estudiantes, hasta el punto de que en 1971 los rectores y decanos dejaron de convocar elecciones. A partir de ese año, la implantación de una ambiciosa reforma educativa, gestionada de forma autoritaria, y que imponía la descentralización de tareas gestoras antes que una auténtica autonomía universitaria al otor- gar un poder omnímodo a los rectores como representantes del MEC, empujó el movimiento estudiantil a iniciar una campaña de denuncia del contenido clasista de la Ley General de Edu- cación (LGE), que pretendía el «desvío» de parte del alumnado hacia la Formación Profesional (FP) y la desmasi cación de las universidades mediante la aplicación de estrictos criterios selecti- vos12. Los SDEU desaparecieron, y la protesta, dentro del marco impuesto por la LGE, pasó entre 1971 y 1974 en buena medida a manos de los estudiantes de Bachillerato, los maestros y los profesores no numerarios (PNN), que en 1975 constituían casi el 80% del profesorado universitario (Palazuelos 1978, 51-56). 12. El intento de reorientación de la polí- tica de enseñanza a través de la LGE, que impuso una cierta racionalización tecno- crática y una moderada democratización, y estuvo en vigor durante 35 años, en Aguilar (2007, 32-35) y Valdevira (2001, 490-493). 333 El curso 1971-1972 se vivió en las aulas en un ambiente de «lucha nal», con la intención de arrastrar a amplios sectores sociales, y en concreto a la oposición democrática, a una ofensiva política que abriese la posibilidad de liquidación revolucionaria del régi- men franquista. Fue el momento de mayor auge del espontaneís- mo y el antiautoritarismo, y de idealización de «la lucha» como expresión de la incertidumbre política y el malestar cultural. A inicios de los setenta los repertorios de acción adoptaron un ca- rácter más rupturista y violento: junto con el tradicional lanza- miento de octavillas, las pintadas llamando al control y al poder estudiantiles y los mítines espontáneos en el metro, aparecieron comandos en las facultades, que se enfrentaban con la policía con cócteles molotov, pedradas y barricadas, provocando el desalojo masivo de las facultades (Aguilar 2007, 156). La intensidad y so- nomía de la protesta contra la LGE variaba de una facultad a otra y dependía del grado de experiencia y de coordinación existente en cada recinto universitario: las continuas asambleas, más deli- berativas que decisorias, restaban fuerza a las resoluciones que se tomaban en las mismas. Tras la crisis de los SDEU se celebró una I Reunión General de Universidades (RGU) el 30 de enero de 1972, que convocó una huelga nacional para el 14 de febrero en contra de la LGE, y otra para el 6 de marzo. Una segunda convocatoria interuniversitaria, que se celebró en Montserrat el 28 de febrero, no logró mante- ner el Comité Nacional de Huelga como órgano coordinador del movimiento. La III RGU tuvo lugar en Madrid el 8 de abril de 1972, y convocó una huelga general para el 19 de ese mes. Pero la estrategia unitaria apenas pasó del simple proyecto. Las RGU vieron truncada su continuidad hasta su revitalización en la IV RGU celebrada del 12 al 14 de abril de 1974, que propuso la declaración de una nueva huelga general para el 8 de mayo13. Otra Reunión General que tuvo lugar el 20 de febrero de 1975 nalizó con la creación de una Permanente sin poder decisorio. La última RGU, que tuvo lugar el 29 de abril de 1975, convocó una jornada de lucha para el día siguiente a favor de la apertura de la Universidad de Valladolid. En el curso 1971-1972 se intensi có la lucha contra la LGE y los numerus clausus. Entre el 16 de diciembre de 1971 y el 10 de enero de 1972 se cerraron las Facultades de Derecho, Filosofía y Letras y Ciencias Políticas de Madrid. La Facultad de Medicina 13. La lucha contra la LGE y la represión desde el curso 1971-1972 con la imposición de los nuevos planes de estudio, en Valdevira (2006, 154-156). 334 inició una huelga de ocho meses por la reforma de los planes de estudio que degeneró en pedradas a la policía, vuelco de coches, un encierro en el Hospital Clínico y la pérdida de matrícula para 4000 estudiantes el 13 de enero, lo que cuatro días más tarde arrastró a un paro general de la UCM y la UAM que se extendió a la Politécnica el día 18. La agitación ganó a todas las facultades de Medicina del país, con huelgas, manifestaciones y ocupación de cátedras en Valladolid, La Laguna, Málaga y Zaragoza. La Coor- dinadora Amplia de las tres universidades de Madrid convocó una nueva huelga general para el 1 de marzo. Las continuas movilizaciones que tuvieron lugar durante el curso 1971-1972 en las principales universidades del país, y en especial en la Complutense, polarizaron el conjunto del movimiento es- tudiantil contra la LGE y alcanzaron un amplio eco social. Todo ello llevó a que, incluso antes de la sustitución de Villar Palasí por Julio Rodríguez Martínez en junio de 1973, el MEC protagoniza- se un giro claramente contrarreformista en la política universita- ria, que el 26 de julio de 1972 dio lugar a la aplicación por decreto en las Universidades Complutense y Autónoma de Madrid del artículo 67 de la LGE que preveía la supresión por un año de sus Estatutos provisionales, lo que detuvo en seco la autonomía en la gestión y la representatividad de los rectores. En las jornadas de lucha, la policía tomaba desde la primera hora de la mañana las facultades, retiraba carteles, impedía asambleas, detenía a es- tudiantes, desalojaba centros y controlaba el campus con fuerzas de a pie y a caballo y con helicópteros. La vigilancia se extendía a los barrios colindantes y a los lugares de concentración y mani- festación habituales (Valdevira 2001, 786-787). La decadencia del movimiento estudiantil antifranquista, que cul- minaría su descomposición en junio de 1976, se inició en el curso 1972-1973, en vista de la dura represión gubernativa y académica y de los efectos de la política selectiva prevista en la LGE. La aplicación en universidades como la de Barcelona de los decretos represivos de julio de 1972, la política de cierres y la penuria de dotaciones ante el incremento imparable del número de alumnos produjeron una degradación de los estudios que se manifestó en el abandono masivo de los estudios por parte de numerosos alumnos de facultades como Filosofía y Económicas14. La crisis de la universidad tradicional y la erosión de la vida universitaria, que no atajaron los gobiernos tardofranquistas, condujeron a un 14. Análisis del curso 1972-73 elaborado por el Comité Universitario del PSUC en la Universidad de Barcelona (1973), en AH.PCE, Nacionalidades y regiones, Ca- taluña (PSUC), jackets 2.483-2.486. Según esta fuente, el control del movimiento estudiantil barcelonés lo tenían BR, el PCE-i y el PCE. 335 fuerte absentismo, sobre todo en los centros no experimentales, y debilitó e hizo decaer al movimiento estudiantil a partir de 1972. La llegada en junio de 1973 al Ministerio de Educación de Julio Rodríguez Martínez, miembro del Opus Dei, atrabiliario vice- decano de Ciencias en la Universidad Autónoma de Madrid en 1970 y luego rector de la misma, cuya intransigencia le había valido una con ictividad constante durante el curso 1972-1973 (huelgas, boicots en los medios de transporte, sentadas de pro- fesores, incursiones de la policía, etc.), se tradujo en un nuevo recurso a medidas de fuerza. Los planes del ministro para las uni- versidades consistían en recortar todos los aspectos de la LGE que tuvieran que ver con las tímidas concesiones de autonomía de la etapa anterior. En cambio, otros aspectos de la Ley, como las pruebas de selectividad, fueron consideradas por el nuevo mi- nisterio como un instrumento útil para limitar el acceso a unas facultades superpobladas. En el curso 1973-1974, las protestas contra el inefable «Calendario Juliano», que marcaba el inicio de las clases en coincidencia con el año natural, propiciaron un au- mento de la movilización, hasta el punto de que, según la policía, en la UCM se reunían en asamblea de 2000 a 5000 estudiantes de un total de 61 000 matriculados, y las asambleas de Facultad recogían con frecuencia asistencias de 1000 y 2000 (Hernández Sandoica 2002, 152). La Universidad también se movilizó contra el «Proceso 1001» instruido a los dirigentes de Comisiones Obre- ras (CC.OO.) a través de su participación en la jornada de lucha convocada para el 12 de diciembre de 1973, que contribuyó deci- sivamente al relanzamiento estratégico del movimiento estudian- til, en concordancia con los objetivos políticos de una oposición sindical que había crecido en 1962-1969, se había replegado en 1969-1973 y desde entonces no paraba de avanzar en su movili- zación en favor de la ruptura democrática. Los gobiernos presididos por Carlos Arias Navarro coincidieron con el momento del abandono de la estrategia de ruptura por parte de la oposición, consumada con la creación de la Coordi- nadora Democrática en marzo de 1976. La disminución de la re- presión, plasmada en la retirada de la policía de los campus, favo- reció un efímero relanzamiento de la movilización universitaria en 1974-1975, en coincidencia con la promulgación del Decreto 2925/74 de 17 de octubre sobre Participación Estudiantil elabo- rado por el ministro Cruz Martínez Esteruelas. Esta normativa y 336 la Orden Ministerial de 21 de octubre respondían al aperturismo controlado preconizado por el Gobierno según el «espíritu del 12 de febrero»: los delegados y subdelegados de Curso (los úni- cos directamente elegidos) constituirían el Consejo de Centro, que designaría al delegado y subdelegado de cada centro. Los representantes de cada Facultad o ETS constituirían el Consejo de Universidad, el cual elegiría al delegado y subdelegado de Uni- versidad. Los representantes, cuyo cargo sólo tenía validez por un año académico, podían participar en la elección y la gestión de los órganos de gobierno, y en la elaboración de los planes de estudio y los estatutos universitarios. Según la nueva normativa, los delegados no representaban a las asambleas (que no eran re- conocidas en este decreto), debían trabajar al margen de éstas, y sólo podían consultarlas o informarlas con autorización del de- cano o del director del centro (artículo 17). Los intentos de aplicar los postulados más liberalizadores de la LGE a través del Decreto sobre Participación Estudiantil lleva- ron a su apogeo a las movilizaciones de protesta, cuyo auge se manifestó en el incremento de la circulación de la prensa ilegal de partido, la proliferación de la propaganda clandestina, las jor- nadas de lucha por la amnistía, las asambleas, los actos culturales, las manifestaciones (sobre todo entre enero y marzo de 1975), los encierros, los desalojos, las manifestaciones y los cierres más o menos forzados de los recintos universitarios, que tuvieron ca- rácter inde nido en Salamanca, Deusto y Oviedo, y temporal en Sevilla15. La oposición estudiantil siguió atacando la LGE, pero no logró arrastrar al movimiento obrero y a la oposición anti- franquista en su conjunto hacia la ruptura política. Además, la propuesta ministerial de participación escolar agudizó la división entre los distintos grupos políticos presentes en la Universidad: el PCE, la Joven Guardia Roja y Bandera Roja optaron por la par- ticipación, y trataron de aprovechar esta nueva reglamentación sobre participación estudiantil para lograr la tan ansiada coordi- nación estatal a favor de una universidad abierta y democrática. Por el contrario, el Frente Socialista Universitario (sección estu- diantil de las Juventudes Socialistas desde inicios de los setenta), la Organización Revolucionaria de los Trabajadores (ORT), el Movimiento Comunista de España (MCE), la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y la FUDE-FRAP (que actuaba como sec- ción universitaria del PCE[m-l]) rechazaron entrar en el juego de la contemporización y preconizaron la huelga general y el boi- 15. Sobre las huelgas del inicio del segundo trimestre del curso 1974-1975, véase Equipo Límite (1976, 68-123). 337 cot absoluto a las elecciones, que se celebraron en noviembre de 1974 en un marcado ambiente abstencionista en universidades como la Complutense de Madrid, la Central de Barcelona, Sala- manca, Valencia, Bilbao, Zaragoza, Santiago y Valladolid, donde la detención el 18 de enero de 1974 y la «caída» desde una venta- na de la comisaría del representante estudiantil José Luis Cancho (miembro de la Joven Guardia Roja), que quedó inválido, había desatado dos días más tarde un paro académico de 48 horas, tras del cual se decretó el cierre de la Universidad hasta el 29 de enero. El 8 de febrero, las autoridades académicas decidieron un nuevo cierre que se prolongó hasta el curso siguiente y que supuso la pérdida de matrícula para 8000 estudiantes16. Las jornadas de lucha y las huelgas se extendieron a casi todas las universidades entre los días 19 (cuando Salamanca fue cerrada) y 26 de febrero, con secuela de encierros, manifestaciones, asambleas, concentra- ciones y marchas que coincidieron con el desarrollo de la huelga nacional de PNN17. La huelga general motivada por la clausura de la Universidad de Valladolid fue el momento culminante de la lucha estudiantil en esos años postreros del régimen. No fueron los centros, sino los consejos de distrito y las asambleas estatales las que dirigieron el movimiento, pero estas instancias participa- tivas desaparecieron con la vuelta a clase, huérfanas de un apoyo continuado por parte de la comunidad escolar. Los comités de curso y las organizaciones de extrema izquierda perdieron de ni- tivamente el liderazgo en 1974-1975, y el movimiento estudiantil lo pasó a controlar la Junta Democrática de España y los partidos y sindicatos que la formaban: PCE, Partido Socialista Popular (PSP), CC.OO., etc. En el primer Gobierno de la Monarquía, el ministro de Edu- cación Carlos Robles Piquer trató de canalizar la participación mediante una reforma en profundidad del Decreto de 17 de oc- tubre de 1974 que permitió ampliar el alcance de las libertades de reunión y expresión, al tiempo que se daban pasos parciales en la dirección de una mayor autonomía universitaria. Se limpiaron las pintadas de las paredes, se habilitaron lugares para la jación de carteles y la policía fue retirada de los recintos universitarios y sus alrededores. Pero a nes de 1975, al volverse a poner en práctica la representación por decreto, la abstención fue aún más importante que en el año anterior (Equipo Límite 1976, 54-57). La última gran batalla del movimiento estudiantil tuvo lugar entre diciembre de 1975 y marzo de 1976, con la mira puesta en 16. El cierre de las Facultades de Dere- cho, Filosofía y Letras, Medicina y Cien- cias de Valladolid, en Díez Abad 2007. Véase también «Valladolid: los límites de Esteruelas», Vanguardia. Organización Uni- versitaria de Madrid del PCE, 1ª quincena mayo 1975, p. 5. 17. Sobre el movimiento de los PNN entre 1972 y 1975, véase Equipo Límite (1976, 115-116). 338 el derrocamiento del régimen mediante la ruptura democrática preconizada por la Junta Democrática animada por el PCE y la JGR, que eran los grupos con mayor capacidad de movilización en las aulas, y que fueron los que llevaron la voz cantante en el período de más intensa lucha para impedir el continuismo del régimen, en conexión con el sindicalismo obrero. En la prima- vera de 1976 se produjeron las primeras protestas universitarias después de la muerte de Franco. El 4 de marzo los estudiantes y los PNN protagonizaron manifestaciones en Madrid, Valencia, Málaga, Salamanca y Zaragoza, para acabar con la precariedad laboral del profesorado. La virtual desaparición del movimiento estudiantil en junio de ese año, fenómeno al que contribuyó deci- sivamente el abandono que sufrió de mano de los partidos políti- cos más signi cados, coincidió en el caso del PCE con la práctica desorganización de sus potentes organizaciones estudiantiles. De ahí su proposición, a partir de 1977, de un bloque universitario que debían constituir los profesores numerarios, los PNN y los alumnos para propiciar el establecimiento de la democracia en la Universidad18. La radicalización había remitido desde 1973-1974, dejando paso al protagonismo de los delegados y de las organizaciones polí- ticas que proponían alternativas democráticas. En la estrategia del movimiento estudiantil se pudo constatar el tránsito desde las formas de lucha clandestina durante el Gobierno de Carrero Blanco a la recuperación de la representación estudiantil ilegal tras la toma de posesión de Arias en enero de 1974 y hasta el de- creto de participación estudiantil de octubre. Desde nes de 1974 hasta la muerte de Franco, la agitación escolar adoptó una forma más abierta con el nombramiento de delegados representativos al margen de la legalidad que elaborarían programas mínimos de actuación de carácter democrático. El movimiento estudiantil luchó intensamente por la imposición de una alternativa políti- ca democrática entre 1975 y 1978, pero los partidos rupturistas perdieron in uencia a partir de la Ley de Reforma Política de 4 de enero de 1977, que marcó el principio del n de la estrategia antifranquista de confrontación y el inicio de la etapa negociado- ra que caracterizaría la política de consenso. A pesar del fracaso de su utopía revolucionaria, las aulas fueron uno de los grandes laboratorios culturales de la transición democrática, en sus aspec- tos de ruptura generacional, de capacidad de movilización y de persistencia durante años, hasta el punto de constituir una e caz 18. La crisis del PCE, en Ugalde 1980, 44. Su propuesta «bloquista», en el folleto «PCE. Resoluciones de la primera conferencia de la organización universitaria de Madrid» (II-1977), p. 10, en AH.PCE, Fuerzas de la Cultura, caja 123. 339 escuela de aprendizaje político y de inculcación de valores cívi- cos sobre el conjunto de la sociedad (Carrillo-Linares 2006, 167- 168). Como muestra de su trascendencia, en los SDEU se formó y militó toda una generación de líderes que siguió teniendo una enorme in uencia en la política española hasta nes de siglo XX. Los derroteros de la protesta estudiantil durante la transición: la movilización contra la LAU (1979-1980) Con el arrinconamiento de la táctica de ruptura democrática, la Universidad como espacio privilegiado de «lo político» fue limi- tando gradualmente su in uencia, lo que generó no poca desorien- tación entre los estudiantes. Como en el caso de otros movimien- tos sociales, la politización durante el franquismo la incapacitó para organizarse de forma autónoma y contrapesar con e cacia el poder creciente de los partidos políticos democráticos en la arena pública. Los factores externos de limitación de la acción colectiva —la represión policial y académica— iban desapareciendo pro- gresivamente, y el carácter cíclico de la protesta estudiantil, con períodos de auge y de apatía, pasó descarnadamente a un primer plano (Vaquero 2002, 113). La desmovilización puede constatarse en el porcentaje de estudiantes que, según las propias organizacio- nes convocantes, participaron en las manifestaciones celebradas en el Distrito Universitario de Madrid entre 1976 y 1987 (Tabla 1). Ello representaba, en comparación con los porcentajes de asis- tentes a otras manifestaciones convocadas por otros colectivos, unas posiciones relativas que relegaban las convocatorias de estu- diantes a los últimos lugares de la movilización popular durante los años 1976 a 1978. En 1979, momento de la protesta contra la Ley de Autonomía Universitaria (LAU), esta posición ascen- dió coyunturalmente hasta el tercer lugar tras de los sindicatos y las organizaciones de la extrema derecha, para bajar al cuar- to lugar en 1980, cuando la agitación estudiantil fue superada por la atizada desde las organizaciones vecinales. En 1981-1983 y 1985, la asistencia a manifestaciones convocadas por estudian- tes retornó a los últimos lugares, y por último, en 1986 y 1987 (años de las movilizaciones contra la Ley de Reforma Univer- sitaria) volvieron a ascender hasta el tercer y el segundo lugar respectivamente (Fouce 2003, 6). En cuanto a los motivos de la protesta, entre 1977 y 1979 los con ictos de baja intensidad se articularon en torno a las luchas corporativas (consecución de 340 1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 TOTAL 2,1 1,7 1 4,6 3,6 0,1 0,1 0,1 1,1 0,8 8,1 19,5 2,9 segundos ciclos, de nuevas facultades o de infraestructuras más adecuadas y mejores planes de estudio), los con ictos antiselec- tivos (reivindicación de las cuatro convocatorias, reducción de las tasas académicas, eliminación de los numerus clausus, supre- sión de los exámenes de febrero, promulgación de un estatuto de los alumnos libres…) y la reforma institucional de la universidad (autonomía, gestión democrática, estatutos, elección directa de decanos y rectores). De este modo se fue consolidando entre los estudiantes una corriente política que exigía su participación en la gestión de la Universidad, idea muy arraigada desde los años 1975-1977. Estas serían, en esencia, las mismas luchas colectivas que se libraron durante los años ochenta (Vaquero 2004, 164). Hubo una intensa movilización escolar en el primer trimestre del curso 1977-1978 contra las oposiciones de EGB, los numerus clau- sus en Medicina y en protesta por la muerte del estudiante Javier Fernández Quesada por disparos de la policía el 12 de diciembre de 1977 en el edi cio central de la Universidad de La Laguna. El movimiento estudiantil protagonizó aún importantes acciones de protesta durante la transición, como la respuesta al Estatuto de Centros Docentes y a la LAU preparados por la UCD en el otoño de 1979. El 14 de agosto de ese año, el Consejo de Minis- tros aprobó el proyecto de LAU, que remitió el 7 de noviembre a la Comisión de Universidades de las Cortes. El texto mantenía los mismos criterios restrictivos de gestión, descentralización ad- ministrativa y participación que la LGE de Villar Palasí, favore- ciendo la creación libre de universidades privadas e imponiendo condiciones muy restrictivas a la participación estudiantil en los órganos de gestión como los claustros. La protesta anti-LAU, que se desarrolló durante el curso 1979-1980, coincidió con una ra- lentización del proceso de reforma política, el incremento de la con ictividad sociolaboral tras la promulgación del Estatuto de los Trabajadores y el empeoramiento de las expectativas laborales por el aumento del paro. Fue la última gran movilización escolar del posfranquismo, en la que centenares de miles de estudiantes de enseñanza media y, en menor medida, de educación superior, salieron a la calle en la protesta escolar más multitudinaria de la Porcentaje de estudiantes que participaron en las manifestaciones ce- lebradas en el Distrito Universitario de Madrid entre 1976 y 1987. Fuente: Fouce (2003, 6). 341 historia de España, en la que la corporación estudiantil actuó una vez más como movimiento social y como grupo de presión académico y corporativo. La fase de preparación de la protesta se había desarrollado desde octubre a inicios de diciembre en las universidades de Santiago, Oviedo, Valencia, Salamanca y, sobre todo, Madrid, donde el movimiento de protesta fue impulsado desde la Facultad de Filosofía y Letras de la Autónoma, a inicia- tiva de militantes de distintos partidos. Los estudiantes convoca- ron varios paros los días 21 y 29 de noviembre (en que la policía hirió a varios estudiantes en Santiago) y 5 (con participación de 80 000 estudiantes en Madrid), 6 y 7 de diciembre. El momento álgido de la acción reivindicativa se produjo el 13 de diciembre: ese día, la huelga fue casi total en los institutos de Bachillerato y en las facultades. Después de que por la mañana, más de 100 000 estudiantes participasen en la manifestación de Madrid, por la tarde miles de escolares acudieron a la multitudinaria marcha or- ganizada por CC.OO. en contra del Estatuto de los Trabajadores y en apoyo de los obreros de Chrysler-Talbot. Pero en el momen- to en que otra manifestación estudiantil paralela, convocada a la misma hora, trató de unirse a la primera, que estaba comenzando a disolverse, la policía cargó brutalmente, disparando con mu- nición real, abatiendo en la Ronda de Valencia a los estudiantes José Luis Montañés Gil y Emilio Martínez e hiriendo a varios más (Soutullo, Celada y García 1980, 54-57). Al día siguiente se convocaron manifestaciones estudiantiles en todo el Estado para protestar contra los asesinatos y los detenidos, y se convocaron paros en numerosas empresas. Tras la celebración en Valencia de una Reunión General de Uni- versidades los días 15 y 16 de diciembre, todos los distritos se organizaron en coordinadoras de enseñanza superior y media, y convocaron jornadas de protesta para los días 17 y 18 de diciem- bre, además de una semana de lucha que habría de culminar en una huelga general para la semana del 28 de enero al 3 de febre- ro de 1980. Tras la reunión en la capital el 19 y 20 de enero de una Coordinadora Estatal del Movimiento Universitario, el día 31 unas 20 000 personas, en su gran mayoría estudiantes convo- cados por las coordinadoras de Universidad e institutos de Ba- chillerato y FP, se manifestaron en el centro de Madrid durante dos horas contra la LAU, el Estatuto de Centros Docentes y la Ley de Financiación de la Enseñanza. La marcha partió de la Plaza de Castilla sin apenas incidentes, aunque en diversos mo- Disturbios en la manifestación anti-LAU de Madrid (ABC, 13 de diciem- bre de 1979). 342 mentos se recordó a los dos jóvenes muertos por la policía el 13 de diciembre con gritos de «No estamos todos, faltan los muer- tos», «Policía, asesina» y «Fuerza Nueva, asesina». Las peticiones de los congregados se realizaron al ritmo de palmas y pasos de baile bajo las consignas «UCD, UCD, la sotana se te ve», «La ley de autonomía es una porquería», «Con el Estatuto haremos un canuto», y alusiones jocosas a los ministros de Educación y Uni- versidades: «Otero, gorrino, trabaja de interino», «Seara, capullo, la ley es un chanchullo», «Seara, Seara, tienes mucha cara» y «Un bote, dos botes, Seara el que no bote». Entre el duelo y la esta, los estudiantes reivindicaban una enseñanza popular y gratuita, la gestión democrática de los centros y la «Escuela para todos, tra- bajo para todos». También se dirigieron recomendaciones a los partidos de la izquierda parlamentaria: «PSOE, PCE, no pactéis». A las 21:30, al llegar los últimos grupos a la glorieta de Cuatro Caminos, lugar previsto para el nal de la manifestación, la Poli- cía Nacional cargó violentamente contra los concentrados en el metro y los cafés colindantes a la plaza, acosando y agrediendo a varios periodistas. A partir de las diez de la noche, pequeños grupos de jóvenes protagonizaron «saltos» en diferentes lugares de la capital, que en ocasiones provocaron cortes de trá co. En zonas cercanas a Cuatro Caminos fueron arrojados a la calzada bancos, papeleras, bolsas de basura y otros objetos. La policía practicó una veintena de detenciones durante estos incidentes (El País, 1-II-1980). Coincidiendo con el declive de la movilización anti-LAU, la joven estudiante de FP Yolanda González, miembro de la Coordina- dora de Enseñanza Media de Madrid y militante del PST, fue secuestrada y asesinada el 2 de febrero por un grupo armado vinculado al partido ultraderechista Fuerza Nueva (Soutullo, Ce- lada y García 1980, 73-76). La Coordinadora Estatal de Univer- sidades decidió convocar una «jornada antifascista» para el 18 de febrero. En la huelga subsiguiente, realizada bajo amenazas de Fuerza Nueva, participaron 800 000 estudiantes, el 60% de los profesores de Bachillerato, los profesores interinos despedidos, la Federación de Enseñanza de CC.OO. y otros sindicatos del sector educativo. Esta jornada marcó el ocaso del movimiento, afectado por la cercanía de los exámenes y el cansancio de la lucha. Tras una marcha a Madrid de 5000 estudiantes el 1 y 2 de marzo que acabó a la puerta de las Cortes, se produjo un claro re ujo de la actividad reivindicativa, que había tenido un fuerte 343 contenido anticapitalista, antifascista, antirrepresivo, antieclesiás- tico, y en cierta medida, antimilitarista y feminista (Déniz 1999, 267). La movilización, que había afectado a 23 provincias, mez- cló rasgos de protesta corporativa y política. Su vocación unita- ria, impuesta por la dinámica asamblearia desde la base y por la naturaleza de las reivindicaciones (reforma educativa, medidas contra la represión policial y el fascismo, etc.), fue un rasgo de continuidad con el movimiento antifranquista de la década ante- rior. La fuerte descon anza manifestada en las asambleas respec- to de los partidos y de los posibles manejos antidemocráticos de sus representantes fomentó el burocratismo, a pesar de que se exigió en vano una participación activa de los estudiantes en la elaboración de la LAU. Epílogo: entre el desencanto y la protesta corporativa (1980- 1987) A inicios de los años ochenta se acentuó el sentimiento de des- encanto político entre los estratos de menor edad de la pobla- ción. En una encuesta realizada en 1980, sólo un 26% de los jóvenes pensaba que la democracia iba a resolver los problemas del país, un 33% opinaba que iba a seguir igual y un 25% que evolucionaría a peor (Vaquero 2002, 121). Con todo, un 57% de los encuestados se situaba en 1982 dentro de posiciones de iz- quierda, el 33% de ellos en el PSOE (Martín Serrano 1982, 283). La despolitización de la protesta escolar no sólo se explica por el desencanto ideológico propio de la época o por la existencia de nuevos canales y formas de expresión de las reivindicaciones sectoriales. La normalización política restó atractivo a una movi- lización sectorial que sólo podía discurrir por cauces reformistas. La victoria del PSOE en 1982 produjo un rápido eclipse de la izquierda revolucionaria en ámbitos como el universitario. La aprobación de la Ley Orgánica 11/83, de 25 de agosto, de Re- forma Universitaria (LRU), que se mantuvo en vigor hasta el 13 de enero de 2002, generó grandes expectativas de mejora y rom- pió la unidad del movimiento estudiantil. La LRU establecía una representación estudiantil por centros universitarios, lo cual fa- voreció la tendencia a formar agrupaciones escolares de ámbito cada vez más reducido. La protesta contra la LRU se inició por asuntos estrictamente universitarios como el incremento de las tasas, la imposición de los numerus clausus, el problema de los no 344 admitidos, la selectividad, la reducción de los presupuestos y la es- casez de becas, a los que se añadió la reivindicación de una mayor representatividad del alumnado en el Claustro Universitario, en las Juntas de Centro y en la elaboración de los planes de estudio. Entre el 26 de febrero y el 3 de marzo de 1984 transcurrió una «semana de lucha» en la que, según los convocantes, se mani- festaron 300 000 estudiantes en toda España. El 4 de diciembre se produjeron nuevas protestas masivas, en las que descolló una huelga general convocada por una coordinadora creada por los estudiantes que formaban parte de los claustros universitarios. Según la prensa de entonces, el paro, apoyado por los PNN, tuvo «un alto nivel de participación», ya que 26 universidades secun- daron la protesta y 10 000 estudiantes secundaron la ulterior ma- nifestación celebrada en Madrid. Las movilizaciones incluyeron encierros en las facultades, simbólicas «voladuras» de los edi cios (como ocurrió en el de Ciencias de la Información de Madrid) y manifestaciones que, en ocasiones, acabaron «sitiando» a las au- toridades académicas (como sufrió el rector de la Complutense, Amador Schüller) hasta la llegada de la policía. El debate sobre la LRU se planteó con particular intensidad hasta 1985 a nivel de Facultad, a través de asociaciones, plataformas y colectivos con vocación unitaria que realizaban actividades reivindicativas de orden cultural, político, social, institucional o especí co, y se coordinaban con el resto de los centros y con otros grupos o redes fuera del ámbito universitario. La diversi cación en su proyección institucional facilitó su coordinación con otros mo- vimientos sociales ya maduros, como los colectivos anti-OTAN, antimilitaristas, paci stas, feministas, vecinales, ecologistas, de solidaridad internacional, etc., duchos en participaciones asam- blearias y contrarios a la creación de organismos de coordinación a nivel estatal. El bloque anti-LRU de 1986-1987 recogió el grueso de las redes informales creadas en las universidades de Galicia, País Vasco, Canarias y Cataluña en oposición a la LAU y al Estatuto de Cen- tros Docentes de 1979-1980, pero hubo de enfrentarse a otra tendencia del movimiento estudiantil, in uida por el PSOE y el PCE, partidaria de favorecer una lectura progresista de la Ley y potenciar el trabajo institucional en el ámbito académico. Las movilizaciones estudiantiles de 1986-1987, no deben explicarse únicamente por las discrepancias respecto a la política educativa del gobierno socialista, sino también por la frustración juvenil Disturbios en la manifestación de estudiantes de Madrid, 23 de enero de 1987. (Centro Regional Audiovisual de Cantabria-WorldPress.com). 345 dirigida contra un poder controlado por la generación anterior, precisamente la que había impulsado los con ictos escolares de nes de los cincuenta y la década de los sesenta, que mantuvo el su ciente impulso político como para mantenerse en el poder hasta mediados de los años noventa (Álvarez Junco 1994, 437). * * * Durante la etapa democrática, los estudiantes se han movilizado contra los tres partidos que han asumido el gobierno: en 1979- 1980 frente a UCD en contra de la LAU y del Estatuto de Centros Docentes, en 1986-1987 frente al PSOE contra la selectividad y en defensa de una Universidad pública de calidad, y en 1993-94 en contra de las tasas, y en 2001-2002 frente al PP contra la Ley de Ordenación Universitaria (LOU), el Plan Bolonia o los actua- les recortes en educación. La Universidad Complutense siguió manteniendo su liderazgo en la protesta de 1969 a 1975, pero su movilización —como la del resto de las universidades— fue decayendo notablemente entre 1976 y 1978, y vivió su canto del cisne en la movilización anti-LAU del otoño-invierno de 1979- 1980. El ambiente de «lucha nal» que se respiraba en el tardo- franquismo se trocó en los ochenta en «crisis terminal» del movi- miento estudiantil como factor de renovación política. Los años del desencanto de la década de los ochenta, que coincidieron con la consolidación del poder socialista y la paulatina desaparición de la nueva izquierda de la escena política, contemplaron accio- nes ocasionales de protesta contra los planes de estudio o la se- lectividad en 1986-1987 o contra la LOGSE en 1990, a menudo apoyando en segunda la a los estudiantes de Secundaria y FP. Justo es decir que la proliferación de universidades públicas en las autonomías a partir de nes de los setenta ha restado peso especí co también en ese aspecto a las universidades históricas. Aún hoy, los estudiantes se siguen movilizando en muestra de hostilidad a la penetración de la losofía empresarial en la univer- sidad pública, como lo muestran las movilizaciones de los cursos 2007-2008 y 2008-2009 contra el diseño del Espacio Europeo de Educación Superior acordado en Bolonia en junio de 1999. El predomino actual de protestas académicas, profesionales o corporativas quizás sea el peaje obligado de una representación estudiantil que dispone ya de cauces normalizados de expresión en un contexto general de libertades públicas y autonomía uni- versitaria. Su eventual politización (como en épocas anteriores) Manifestación anti-LOU en Madrid, 14 de noviembre de 2001 (http://webs.ucm.es/info/uepei/index. html [consulta: 5 de enero de 2018]). 346 parece venir de la mano de su con uencia de intereses con otros colectivos de protesta en coyunturas especialmente propicias, como es la política de recortes en servicios sociales (y educativos) implementada por los gobiernos con la excusa de la crisis econó- mica. Pero históricamente hablando, el talón de Aquiles del mo- vimiento estudiantil español ha sido su débil coordinación con el resto de los movimientos sociales, especialmente los procedentes del ámbito laboral. Las etapas de agitación escolar de 1956, 1962, 1967-68 y 1979-1980 coincidieron total o parcialmente con mo- vilizaciones obreras, pero no llegaron a alcanzar una real con- uencia de objetivos y vieron muy limitado su potencial transfor- mador de la situación. Y en la actualidad, a pesar de su presencia ocasional en las protestas contra la Guerra del Golfo en 1991, los «indignados» y las acampadas del 15-M-2011 o la Marea Verde entre 2011-2012, el movimiento estudiantil sigue sin recuperar —y parece muy difícil que lo haga en un futuro inmediato— el singular protagonismo que tuvo como vanguardia del cambio de- mocrático frente a las dos grandes dictaduras del siglo XX. Pero, afortunadamente, el futuro nunca está escrito de antemano. 347 348 BIBLIOGRAFÍA 349 A AA. VV. (1978). La obra de Luis Gutiérrez Soto. Madrid: COAM. AA. VV. (2003). Manuel Sánchez Arcas. Arquitecto. Madrid: Fundación COAM. AA. VV. (2008). La facultad de Filosofía y Letras de Madrid en la Segunda República. Arquitectura y Universidad durante los años 30. Madrid: Ayto. de Madrid y COAM. AA. VV. (2015). Escenarios de guerra: paseando por Madrid a través de su memoria. Digital. Madrid: CSIC y Ediciones Doce Calles. AA. VV. (2016). Paisajes de la guerra y la postguerra. 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Doctora en Historia, es profesora titular de Historia del Pen- samiento y de los Movimientos Políticos y Sociales (Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, UNED). Ha dedicado buena parte de su investigación a la historia de la universidad en España desde el último cuarto del siglo XIX hasta 1936, atendiendo especialmente a las directrices refor- mistas impulsadas por la Institución Libre de Enseñanza en la instrucción pública. Paralelamente, ha trabajado también en la historia de las mujeres: ha estudiado la acción institucionista para facilitar el acceso de las mujeres a la educación superior, así como un conjunto de iniciativas de diferente caracterización en las que estuvo presente la in uencia de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Cientí cas. Entre sus publicaciones de los últimos años se encuentran: La Residencia de Estudiantes. Grupo universi- tario y Residencia de Señoritas (Madrid, 2011), «De Madrid a Marburgo. El viaje de estudios de María de Maeztu a Alemania» (Berlín, 2014), «La Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer y las enseñan- zas domésticas (1911-1936)» (Granada, 2015), «La Residencia de Señoritas. Mujeres y Universidad» (Salamanca, 2015), «La Escuela del Hogar de Segovia (1928-1936). Educación, feminismo y acción social» (Segovia, 2015). Su investigación actual, sobre la que está preparando un libro, se centra en la Ciudad Universitaria de Madrid durante el reinado de Alfonso XIII y la Segunda República. Ha publicado ya sobre el tema: «La Ciudad Universitaria de Madrid, de la monarquía a la república» (Coimbra, 2012) y «La Ciudad Universitaria de Madrid. Cultura y política (1927-1931)» (Madrid, 2016). JOSÉ LUIS GONZÁLEZ CASAS. Licenciado en Arquitectura en la especialidad de Conservación y Restau- ración del Patrimonio, es actualmente doctorando del programa de Conservación del Patrimonio de la Universidad Politécnica de Madrid. Entre sus temas de investigación dentro del grupo de investigación Dibujo y Documentación de Arquitectura y Ciudad, destaca la Ciudad Universitaria de Madrid. Ha participado junto a Carolina Rodríguez-López, Leyre Mauleón Pérez y Jara Muñoz LOS AUTORES 365 Hernández en el diseño y plani cación de la exposición Paisajes de una guerra: la Ciudad Universitaria de Madrid, en el congreso internacional Caer y levantase: la reconstrucción de las ciudades en la posgue- rra, en el congreso Urbicidi: la destrucción de la ciudad por la violencia humana, celebrado en Xátiva, así como otros proyectos relacionados con el 90 aniversario de la Ciudad Universitaria de Madrid. Entre sus publicaciones de los últimos años se encuentran: «Drawing for Heritage Dissemination. The birth of Madrid’s Ciudad Universitaria», en International Journal of Heritage Architecture, 2 (2018), en colaboración con Jara Muñoz Hernández; «La Ciudad Universitaria de Madrid: de paisaje uni- versitario a paisaje bélico» (2017), en colaboración con Carolina Rodríguez-López; «De campos de Marte a palacios de Minerva: la reconstrucción de la Ciudad Universitaria de Madrid» (2016), en colaboración con Carolina Rodríguez-López, L. Mauleón y J. Muñoz Hernández. JAVIER ORTEGA VIDAL. Doctor en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Madrid, es cate- drático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la misma universidad desde 1995. Es autor de numerosas publicaciones siendo las relacionadas con la Ciudad Universitaria de Madrid una buena parte de ellas. Destacan: La forma de la Villa de Madrid. Soporte grá co para la información histórica de Madrid (2004); «La forma de la Villa de Madrid: un sistema grá co para la historia de la ciudad» (2007); «Un sueño preolímpico en la Ciudad Universitaria de Madrid» (2009); «El Novi- ciado como tiempo y casa» (2009), «La transformación inicial del Noviciado de San Bernardo en Madrid» (2009); Huellas de catedrales en España (2016), en colaboración con Miguel Sobrino; y Ventura Rodríguez. El poder del dibujo (en prensa, en colaboración con Francisco José Marín Perellón y José Luis Sancho Gaspar). Ha dirigido más de 40 proyectos de investigación basados en su mayoría en mediciones, documentación grá ca y levantamiento de edi cios históricos de Madrid. Destacan la Secuencia cartográ ca de la zona norte de la Ciudad Universitaria de Madrid (arroyo de las Damas) 1927-1935- 1955-1975-1995-2007; las Mediciones y documentación grá ca del depósito de fábrica de Eduardo Torroja en el CIEMAT y la Estimación global de la super cie construida en el ámbito de la Ciudad Universitaria de Madrid con chas individualizadas por unidades DOE en soporte informático. En 2017 ha sido comisario (junto a José Luis Sancho) de la exposición Una corte para el rey: Carlos III y los Sitios Reales, y ha dirigido la producción de material grá co y audiovisual incluido en la muestra. Ha sido Subdirector de Investigación de la ETSAM 2004-2006; Premio de Investigación del Ayun- tamiento de Madrid 2005; Director del Grupo de Investigación reconocido por la UPM Dibujo y Documentación de Arquitectura y Ciudad desde 2005; miembro de número del Instituto de Estudios Madrileños (adscrito al CSIC) desde 2011 y Director del Departamento de Ideación Grá ca de la ETSAM, de 2010 a 2012. JARA MUÑOZ HERNÁNDEZ. Licenciada en Arquitectura por la Universidad Politécnica de Madrid en la especialidad de Conservación y Restauración del Patrimonio Arquitectónico, es doctoran- da del programa de Patrimonio Arquitectónico de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la misma universidad y desde 2016 trabaja en la Escuela con un contrato predoctoral FPU. Realiza su tesis acerca de la Escuela de Agrónomos y la nca de La Florida como espacio ori- ginal para el desarrollo de la Ciudad Universitaria de Madrid. Junto con J. L. González Casas, L. Mauleón Pérez y C. Rodríguez-López ha diseñado la exposición Paisajes de una guerra: la Ciudad Universitaria de Madrid (2015) que se expuso en el Centro de Arte Complutense. Ha co- laborado en la producción de material grá co y audiovisual para las exposiciones Una corte para el rey: Carlos III y los Sitios Reales (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 2016-2017) 366 y Ventura Rodríguez y Madrid en las colecciones municipales (Centro Conde Duque, 2017). En co- laboración con C. Rodríguez-López y J. L. González Casas ha diseñado diversas actividades en el marco del 90 aniversario de la Ciudad Universitaria (2017): exposición permanente Maquetas históricas de la Ciudad Universitaria de Madrid (Facultad de Medicina, UCM), exposición itinerante Nuestra historia a mano: La Ciudad Universitaria en el Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid, plano y folleto informativo Rutas por la Ciudad Universitaria de Madrid. En la actualidad tra- baja, con el mismo equipo, en el diseño del Centro de Interpretación de la Ciudad Universitaria. Entre sus publicaciones, destacan: «Drawing for Heritage Dissemination. The birth of Madrid’s Ciudad Universitaria», en International Journal of Heritage Architecture, 2 (2018), en colaboración con J. L. González; «William White. Redbrick. A Social and Architectural History of Britain’s Civic Uni- versities», en CIAN. Revista de Historia de las Universidades, 19 (2016); y, junto con C. Rodríguez, J. L. González y L. Mauleón, «De campo de Marte a palacios de Minerva: la reconstrucción de la Ciudad Universitaria de Madrid» (2016). ISABEL PALOMERA PARRA. Licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, pertenece al Cuerpo de Archivos de la Administración General. Ha desempeñado puestos como archivera en el Archivo Central del Ministerio de Cultura; el Archivo General de la Administra- ción; la Subdirección de Archivos Estatales del Ministerio de Cultura; el Archivo Histórico Nacional y el Archivo de la Dirección General de Catastro. Actualmente es directora del Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid y vocal del Consejo de Archivos de la Comunidad de Madrid. Entre sus publicaciones cabe mencionar: «La Destrucción de la Memoria, comunicación presen- tada en las XXIV Jornadas de la Facultad de Documentación» (2015); «El Archivo General de la Universidad Complutense, memoria de una larga historia universitaria en Madrid» (2013); «La Documentación del Archivo General de la Universidad Complutense: Testimonio y Memoria de los Con ictos en la Universidad Española» (2009); «La organización académica y administrativa de la Facultad de Filosofía y Letras. Legislación y Fuentes documentales» (2008) y «La Universidad de Madrid en la Guerra Civil: Fuentes Documentales del Archivo General de la Universidad Complu- tense» (2006). PATRICIA FERNÁNDEZ LORENZO. Licenciada en Derecho y Ciencias Empresariales por la Univer- sidad de Deusto y especializada en Derecho Comunitario en la Universidad de Lieja (Bélgica). Es doctora en Historia por la Universidad Complutense de Madrid (2017). Tras varios años de experiencia en el bróker de seguros Aon Gil y Carvajal, durante cuatro años fue la Directo- ra General de Relaciones con la Unión Europea de la Diputación Foral de Bizkaia, haciéndo- se cargo de la solicitud y gestión ante Bruselas de los fondos europeos de desarrollo regional y empleo. Asimismo, fue miembro del consejo de administración del Centro de Innovación de Empresas y del Fondo de Capital Riesgo de Bizkaia (BEAZ y SEED CAPITAL). Posterior- mente se trasladó a Lisboa, donde ocupó el cargo de Directora-Asociada del despacho de abo- gados Belzuz Advogados en Portugal. Se ha especializado en Gestión Cultural en el IESE. Tras la obtención de su DEA en Historia Contemporánea ha desarrollado toda su investigación, también la que le condujo a la obtención del título de doctora, en torno a la gura de Archer Milton Huntington. Su tesis llevaba por título: Archer Milton Huntington en la vida pública española, 1870-1955. 367 ANTONIO LÓPEZ VEGA. Profesor contratado doctor interino de Historia Contemporánea de la Uni- versidad Complutense de Madrid. Premio Extraordinario de Licenciatura y doctor por la UCM, fue Director de la Fundación Gregorio Marañón hasta su fusión con la Fundación Ortega y Gasset, donde ha sido Subdirector del Instituto Universitario Ortega y Gasset entre 2011 y 2014. También dirigió la publicación El Pulso de España de Metroscopia, entre 2014 y 2016. Actualmente dirige el Instituto de Humanidades y Ciencias de la Salud Gregorio Marañón de la Fundación José Ortega y Gasset - Gregorio Marañón. En su trayectoria docente ha sido también profesor en la Universidad Carlos III de Madrid y ha sido Visiting Scholar con la categoría de Senior Member Associated del St. Antony’s College de la Universidad de Oxford donde trabajó sobre «1914: El año que cambió la historia», que ha sido objeto de su último libro (2014). Su actividad investigadora se ha centrado en la historia de los intelectuales y el liberalismo en España. Entre sus publicaciones cabe destacar la edición crítica del Epistolario inédito: Marañón, Ortega, Unamuno (2008); o su biografía Gregorio Marañón. Radiografía de un liberal (2011) y, recientemente, Ortega y Marañón ante la crisis del liberalismo (2017). Su investigación fue reconocida con el Premio «Julián Marías» de Humanidades de la Comunidad de Madrid en 2012. Es miembro de la Sociedad Peruana de la Historia y Socio de Honor de la Sociedad de Pediatría de Madrid y Castilla-La Mancha. Fue comisario de la exposición Gregorio Ma- rañón (1887-1960). Médico, humanista y liberal, en 2010 y de la muestra que AC/E y la Biblioteca Na- cional desarrollaron en 2014 con motivo del centenario de La generación del 14. Ciencia y Modernidad. SANTIAGO LÓPEZ-RÍOS. Profesor titular (con acreditación a catedrático) en la Facultad de Filo- logía de la Universidad Complutense de Madrid, donde también desempeña el cargo de Vice- decano de Relaciones Internacionales. Dejando a un lado su dedicación a temas medievales, entre sus investigaciones sobre la Ciudad Universitaria, destaca el libro colectivo que coordi- nó con el arquitecto Juan Antonio González Cárceles titulado La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en la Segunda República. Arquitectura y Universidad durante los años 30 (2008). Sobre este tema, también con González Cárceles, organizó unas jornadas en la UCM y una exposición en el Centro Conde Duque para conmemorar los 75 años de la inauguración de este edi cio. Recientemente, ha publicado Hacia la mejor España. Los escritos de Américo Castro sobre educación y universidad, con prólogo de Juan Goytisolo. Es codirector del grupo de investigación Literatura, He- terodoxia y Marginación y miembro del proyecto I+D Epistolarios, memorias y diarios en la cultura española del medio siglo. FERNANDO CALVO GONZÁLEZ-REGUERAL. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Alcalá de Henares, ha trabajado en distintos campos profesionales, que abarcan desde los servicios nancieros y la formación para trabajadores a la publicidad y los servicios culturales. En literatura, fue nalista del Premio Feria del Libro de Madrid con su poemario La soledad mate- mática y publicó su primera novela en 2009, Queridísima Elena: Desde el frente de batalla. También ha publicado ensayos históricos, entre los que destacan un Atlas ilustrado de las batallas de la Guerra Civil Española y La Guerra Civil en la Ciudad Universitaria. Es colaborador habitual de varias publicaciones periódicas como La Ilustración de Madrid y Revista de Historia Militar. Ha sido ponente en diversos foros y monitor del taller Literatura y Vida. Su última obra es Guerra Civil Española. Los libros que nos 368 la contaron (2017) y con ella culmina un proceso de investigación al que ha dedicado varios años de trabajo, con entrevistas a protagonistas de los hechos, consultas a archivos y numerosas lecturas de textos relacionados con la materia. ANTONIO MORCILLO LÓPEZ. Licenciado en Geografía e Historia por la UCM, es presiden- te de GEFREMA (Grupo de Estudios del Frente de Madrid) desde su fundación en 2002. Cuenta con una amplia experiencia en la guía de rutas didácticas sobre la guerra civil desde el año 2002. Desde el año 2004 ha realizado numerosas rutas por los restos de la guerra civil en la Ciudad Universitaria con GEFREMA, con la empresa Tierra de Fuego y con el portal de rutas de GEFRE- MA Madrid en Guerra. Ha realizado rutas para el público en general, para la Asociación de Amigos de las Briga- das Internacionales, Facultad de Filosofía y Letras en los actos de su 80 aniversario, Casa de Velázquez, exposición Paisajes de una Guerra. La Ciudad Universitaria de Madrid, Cole- gios Mayores Isabel de España, Chaminade, San Agustín, Asociación Cultural Cierzo, etc. Es asiduo conferenciante, participante en coloquios y mesas redondas y autor de numerosos artícu- los sobre la guerra civil en revistas especializadas, como Frente de Madrid o Madrid Histórico. Sobre el tema de Ciudad Universitaria destaca su artículo «El Frente de la Ciudad Universitaria. Los Centros de Resistencia», en Frente de Madrid, 26 (2014). CAROLINA RODRÍGUEZ-LÓPEZ. Profesora Titular de Universidad en la Universidad Complutense. Es doctora en Historia por la Universidad Complutense de Madrid con premio extraordinario de doctorado. Ha sido investigadora predoctoral en l’EHESS (París) y en l’Université de la Sorbonne y becaria postdoctoral e investigadora contratada en la Universidad Carlos III de Madrid. Ha sido Visiting Scholar en las Universidades de Harvard y California State University (EE UU) e investiga- dora invitada en el ZZF (Postdam, Alemania). Sus líneas de investigación incluyen la historia de las universidades, de la historiografía, del turismo, de las emociones y del exilio y las transferencias cul- turales en el siglo XX. Ha publicado en las revistas Ayer, Revista de Historiografía y Cuadernos de Historia Contemporánea, entre otras; ha publicado libros y capítulos de libros y ha participado en congresos en España, Alemania, Italia, Argentina, México, Gran Bretaña y Estados Unidos. Dirige CIAN-Revista de Historia de las Universidades. Fue comisaria de la exposición Paisajes de una guerra: la Ciudad Universita- ria de Madrid, secretaria de la Comisión Ejecutiva para la celebración del 90 aniversario de la Ciudad Universitaria de Madrid y es la directora del Centro de Interpretación de la Ciudad Universitaria. Destacan entre sus publicaciones más recientes la coordinación del dossier «Las Universidades europeas bajo las dictaduras». Ayer, 101 (2016); «Estando muertos todavía hablan. La Universidad de Madrid en el primer franquismo» (2016); dossier «Las Universidades europeas bajo las dictadu- ras». Ayer, 101 (2016); «De campos de Marte a palacios de Minerva: la reconstrucción de la Ciudad Universitaria de Madrid» (2016). En colaboración con J. L. González Casas, L. Mauleón y J. Muñoz HernándezPaisajes de una guerra: la Ciudad Universitaria de Madrid (2015). EDUARDO GONZÁLEZ CALLEJA. Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense, desde 2017 es catedrático en la Universidad Carlos III de Madrid. Sus investigaciones han versado sobre la teoría y la historia de la violencia política, la evolución de los grupos de extrema derecha y fascistas en la Europa de entreguerras, las imágenes del Mediterráneo en la cultura española, la acción política y cultural del franquismo y de la monarquía democrática hacia América Latina, la 369 emigración política española, la historia del deporte, la teoría y la historia del terrorismo, la historia de los instrumentos estatales de orden público y la relación entre memoria e Historia. Entre sus libros más recientes destacan El terrorismo en Europa (2001), Políticas del miedo (2002), La vio- lencia en la política (2002), Nelle tenebre di brumaio. Quattro secoli di ri essione politica sul colpo di Stato (2012); El carlismo y las guerras carlistas (2003), Historia del Real Madrid, 1902-2002 (2002), Una cuestión de honor. La polémica sobre la anexión de Santo Domingo vista desde España (1861-1865) (2005); La España de Primo de Rivera (1923-1930) (2005); El fenómeno terrorista (2006); Rebelión en las aulas (2009); Contrarrevolucio- narios. Radicalización violenta de las derechas españolas durante la Segunda República (2011); Los totalitarismos (2012); El laboratorio del miedo. Una historia general del terrorismo, de los sicarios a al Qa’ida (2012); Las gue- rras civiles (2013); Memoria e Historia (2013); Nidos de espías. España, Francia y la Primera Guerra Mundial (1914-1919) (2014); En nombre de la autoridad. La defensa del orden público durante la Segunda República española (1931-1936) (2014); Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la Segunda República española (1931-1936) (2015); Asalto al poder. La violencia política organizada y las ciencias sociales (2017) y El golpe dominicano de febrero de 1930 en el contexto latinoamericano (2017). Es coordinador de La Segunda República española (2015). Este libro se terminó de imprimir el día 17 de mayo de 2018, nonagésimo primer aniversario de la fundación de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria de Madrid.