Gloria G. Durán Iván López Munuera Jordi Claramonte Juan Carrete Lila Insúa Carlos Vidania Lurdes Fernández David Rodríguez Selina Blasco Francisca Blanco Rafael Sánchez-Mateos Paniagua Nieves Correa AGENTES CRÍTICOS Prácticas colectivas y arte público Índice Agradecimientos 5 Declaración arrebatada 7 Introducción 11 Juan carrete 17 La ilustración por llegar 18 Carlos Vidania 31 Cambiar los modos de vida 32 Lurdes Fernández 57 De La Tahona a Off Limits 58 Nieves Correa 73 Salirse un poco del tiesto 74 Jordi claramonte 93 Vivir la «república de los fines» 94 David Rodríguez «Tina Paterson» 117 Producir desde el arte 118 Selina Blasco 135 Aprendiendo a la vez 136 Lila Insúa Lintridis 153 Una escena en círculos concéntricos 154 Francisca Blanco Olmedo 167 Espacios de posibilidad institucional 168 Iván López Munuera 191 El ranchito en matadero 193 rafael sánchez-mateos paniagua 205 Un arte austero, una vida exuberante 206 Epílogo 239 Agentes críticos Prácticas colectivas y arte público Derechos del texto: Gloria G. Durán, 2017 Derechos de la edición: Eidos, 2017 Corrección: Olga Sobrido Impresión: Elecé Diseño: Eidos. isbn: 978-84-944522-6-0 Depósito Legal: m-42492-2016 Imagen de cubierta: Tänze für Käthe Kollwitz, Dore Hoyer, 1946. Obra publicada en el marco del proyecto «Madrid Cosmópolis: prácticas emergentes y procesos metropolitanos», mineco cso2012-33949. Impreso en España · Printed in Spain 5 Agradecimientos Este proyecto no hubiera sido posible sin la comprensión y sabiduría en el vivir y en el pensar de Francisco Cruces Villalobos, director del proyecto donde este trabajo se inserta. Para fascinación de muchos este libro surge de una beca académica, aunque, como verá el lector, nada tiene que ver con los modos de hacer académicos. Se me ha per- mitido trabajar como yo he querido gracias a Francisco, quien siendo más poeta que académico comprendió desde el principio que alguien como yo, una doctora en Bellas Artes que recala en un grupo de científicos sociales como son los antropólogos urbanos, difícilmente podría adoptar sus retóricas y modos de articular el lenguaje. En el grupo Cultura urbana de la uned surgió un proyecto de investigación, que se llamó primero «Practicemad: prác- ticas culturales emergentes en el nuevo Madrid» (cso2009- 10780) y luego «Madrid Cosmópolis: prácticas emergentes y procesos metropolitanos» (cso2012-33949). En él unos cuantos investigadores hemos tratado de dilucidar cómo se puede contar este nuevo Madrid que habitamos, un con- tar que ha abierto muchas ventanas etnográficas. Entre ellas está la del arte público de nuevo género de la ciudad de Madrid. Junto con mis compañeros Sara Sama, Montse Cañedo, Fernando Monge, Fernando González Requena, Jorge Moreno, Romina Colombo, Amparo Lasén, Héctor Fouce, Luis Reygadas, Karina Boggio y el mismo Paco Cru- ces hemos intentado articular un collage de puntos de vista diversos para obtener una imagen lo más amplia posible; imagen que, precisamente por su cualidad caleidoscópica, difícilmente será coherente, completa y cerrada. Espero que la leve y cacofónica aportación que sigue sirva para estos 6 7 Declaración arrebatada La suspensión de las respuestas absolutas y excluyentes, la convicción de que la conversación es una fiesta de gracia y buen humor sin desesperanza ni angustia: es esta una idea que apunté en una esquina del boceto que da origen al libro que aquí comienza. Resume lo que, de hecho, este texto quiere ser: una fiesta sin desesperanza ni angustia, una sus- pensión total de cualquier respuesta absoluta. Cuando en el adusto siglo xix se habló del arte de la conversación, se dijo que era este un arte vacío, demasiado fluido, juguetón e inconstante. Se apuntó además en el gran siglo de la exacerbada masculinidad que conversar era algo femenino en demasía, asegurando que aquellos que la prac- ticasen podrían ablandarse, o más bien que se ablandarían sin remisión. La Revolución francesa nos lanzó a un mundo que quedó adherido a nuestros cerebros como si no hubiera otro modo posible de estar en él. Ese mundo, que llevamos ya décadas queriendo desmenuzar, sigue aquí. Habla desde la autenti- cidad, lo normativo, lo productivo, lo que tiene un objetivo claro, lo que puede preverse, lo supuestamente verdadero. Al conversar, sin embargo, la linealidad se pierde, la previ- sión se revienta, la certeza se desenfoca y se hace borrosa. La mundanidad, lo liviano, la tontería, lo que zigzaguea y el despiste surgen y juegan con los sentidos. Aún hoy sentimos esta batalla. La obligada elocuen- cia, los dotes del gran orador, la confrontación política, el debate; todos estos actos potencian palabras que se creen certeras e incuestionables. En la política, tal como la con- cebimos actualmente, el arte de la conversación es erra- dicado hasta su desaparición; en las entrevistas cerradas, mis compañeros, a los que además agradezco su paciencia y comprensión, pero también para quien busque una aproxi- mación de una escena de un arte otro. Agradezco además a todos los que han tenido la pacien- cia, la generosidad y las ganas de compartir conmigo un momento de sus vidas para hablar, otro momento para leer lo hablado, corregir, ir y venir. Y también, por supuesto, a mi madre. 8 9 Modernism: Proust, Wilde, Stein (2005), en el siglo xix los Vigny, los Victor Hugo, Leopardis y Chautebriands conci- ben lo mundano y lo cortés como artificial, y por tanto inca- paz de albergar la supuesta verdad que supuestamente los hombres naturalmente poseen. La verdad, creo yo, puede llegar de muchos modos, en caso de existir claro está; pero jamás, como creyeron ellos y tantos otros después, tras una reflexión solitaria. Los tiempos y la falta de actualidad de lo mucho que contiene este libro, palabras dichas hace ya tres, cuatro años, quizá dos, no me preocupa. Todas las conversaciones, las narraciones, las charlas y las palabras lanzadas están fechadas, ocuparon el espacio sonoro en tal o cual fecha. Cada momento implica acontecimientos que enmarcaban, a veces, tales palabras. Es sencillo consultar en Internet y, marcando la fecha, dilucidar qué era exactamente lo que sucedía, hacer una lista de datos y contextualizar las his- torias. Muchas de ellas, la mayoría, tuvieron lugar incluso antes de arrancar los municipalismos, y mucho mucho antes de la entrada de Ahora Madrid en el Ayuntamiento. Algunos creen que todo ha cambiado tras este histórico momento. Podría ser, mas yo creo que nada es todo y todo siempre está por venir. No es mi intención ni mucho menos estar en la más rabiosa actualidad. Solo quiero recuperar un modo tranquilo de contar, recuperar historias que uno recuerda al hilo de otras, generar correspondencias, muy a la Baudelaire, o arrancar derivas, a la situacionista. Hacer de una historia individual una trama que se entrelaza con otras historias para darnos una idea, entre literaria e histórica, de dónde estamos y de cómo hemos podido llegar hasta aquí. Lo que más me ha interesado es el modo de contar, la delicadeza de la lectura que cada uno de mis invitados ha hecho de sí mismo, la extrañeza al leer las mismas palabras centradas, delimitadas y concisas, estas cualidades también se diluyen: se habla, pero no se conversa. Todas las palabras que componen este libro han sido pala- bras generosas y valientes. A todos los invitados a mi salón les pedí que me contaran su vida. En abierto y sin trabas, sin fines concretos y mucho menos cerrados. Que contaran lo que de colectivo hay en sus vidas, y que ese colectivo se relacionase con el paisaje cultural de Madrid, y ese narrarse fuera completamente libre. Luego, en las transcripciones, nos hemos encontrado con el problema de esa traslación de lo oral a lo escrito, pues lo oral es inesperado, laberíntico y desdibujado. Aquí he querido rescatar este arte de la con- versación que a veces, cuando uno lo escribe, complica los sentidos. No he pretendido que mis interlocutores habla- sen de un modo productivo, ni he trabajado con un fin con- creto, como tampoco busqué verdades absolutas ni juicios universales. Quizás siga la larga tradición nostálgica de la pérdida. Quizás, al no poder tener mi salón, me invente´ uno móvil y nómada. En contra de un modo napoleónico, agresivo, con- frontacional, individualista y egoísta, he querido, pregun- tando, saber qué de colectivo hay en la vida de cada uno de mis invitados. Como se podría sospechar es un libro feminista. Un libro que quiere eso que tanto espantó a Rousseau: que los hom- bres se feminicen, se ablanden, se pierdan. Que la conver- sación fluya y se cuenten historias parciales. Que lo que importe no sea lo útil, y que lo primero sea lo que menos esperamos. Quizá el salón no sea más que un lugar de per- petua incomprensión, donde es imposible llevar ese sen- timiento de que la verdad está de nuestra parte porque la verdad suele siempre, o casi siempre, quedar oculta. Como nos cuenta Lucía Re en The Salon and Literary 10 11 Introducción En principio renuncié a mi papel de entrevistadora. Qui- zás guié la conversación, quizás resulté muy reiterativa en determinados puntos, pero como metodología mi lema fue la mínima intervención, practicar el talento de la escucha. Claro que la edición y selección en parte ha sido decisión de los mismos narradores de sus mismas vidas. Podríamos decir que cada conversación es un juego a seis manos y a una voz: la voz y las dos manos del que se cuenta, las manos mías en una selección, las del editor en la revisión del texto, y en ocasiones otras dos manos más, las de Rafael Esteban, quien me ha ayudado con unas tantas conversaciones. Cada voz, como en la novela, tiene su propio peso específico, su propia narratividad, y su propia perspectiva. Y solo al escu- charlas todas se hace uno una idea de un conjunto polifó- nico que aun así solo podrá atisbar y nunca comprender enteramente. El principio dialógico de este libro se contrapondría a cualquier principio monológico. Creo que la crítica de arte e incluso la teoría ha pecado de cierta soberbia, una soberbia muy monológica: lo que ve el autor es lo que hay que ver, lo que opina es lo correcto y cómo nos sirven la historia es la que hay que recordar. El monologismo genera una pers- pectiva íntegra que integra toda la significación, los valo- res, los deseos, y que cierra muchos de los sentidos, además de cercenar los sin sentidos. Cualquier cosa que se salga de esta perspectiva unifocal se concibe como superflua, como tonta, como poca digna de ocupar un lugar. Casi todo lo que queda fuera se hace irrelevante y se borra. Tal y como lo argumenta Bajtin, el hablar de todos los días con el lenguaje de uso cotidiano es un trabajo dialógico que uno ha dicho; la edición compartida, y el respeto a su oralidad. No me importa que sea extraño, casi todos comen- taron esa «extrañeza» de reconocerse sin hacerlo del todo, y ninguno fue lo suficientemente estricto como para desechar sus palabras. Es cierto que he recibido invitados que no han querido aparecer en este libro, pero nunca sabe una si es por falta de tiempo, por vergüenza o por no entender lo que no puede ser totalmente explicado. La conversación, como ya la describieran los únicos escritores decimonónicos que prestaran atención a La mujer del siglo xix, Jules y Edmond de Goncourt, debe estar pre- ñada de conocimiento pero nunca resultar frívola, debe ser alegre sin tumulto, educada sin afectación, flirteadora sin vulgaridad y también teatralizada, focalizada y decorada por una memoria del momento. La conversación se desliza, asciende y desciende, da vueltas, y regresa. Así debería ser la conversación, sobre todo hoy que vivimos un tiempo en el que nos ha tocado reinventar un mundo entre todos —otra vez—, como ya sucedió en el xviii. Un invento que nos conduce a una sola posibilidad: aprender a perdernos, a inventar lenguajes, a cometer errores. Y perdernos, inven- tar, errar juntos. 12 13 Matadero y del propio Matadero como proyecto de con- junto. Todos ellos compondrán la flota del Ayuntamiento de Madrid, los lugares donde orbitar para seguir la escena o parte de la misma. Los espacios ministeriales, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (mncars), seguirá tra- bajando en una línea más de museo que de centro, asunto este que le llevará más de una crítica. Los demás se irán esforzando en transformarse en baluartes de la ciudad marca que Madrid también quiere ser. Esa ciudad que con- serva una de las mejores pinacotecas del mundo que com- pleta uno de los vértices del triángulo dorado: el Museo del Prado, el Museo Thyssen Bornemisza y el ya citado mncars. Madrid comienza el nuevo siglo con un pie de su estrate- gia de marketing globalizado: quiere ser olímpica y salir en la foto, y a un tiempo apuesta por el trabajo de las bases y genera centros que son meros receptáculos de, o para, lo posible. Y lo posible, durante la década y media que lleva- mos andada, ha sido tan solo a veces. Resulta de hecho enternecedor comprobar que estas dos derivas de generar ciudad completamente contrapuestas han tenido que encontrarse, al correr de los años, cuando Madrid fue realmente global tras el 15m. La gente, el común del ciudadano, las personas corrientes tomaron por fin las calles y reclamaron su derecho a generar su propia ciudad, la que ellos querían. Esta explosión se fue cociendo a fuego lento, y pese a ser verdad, como dice Carlos Vidania, el 15m llegó por encima de los artistas, por encima de los activis- tas y por encima de las viejas glorias de la lucha, aunque es verdad que sin ellos, sin todos ellos, no hubiéramos llegado hasta aquí. Pero entonces Madrid apareció en la pantalla, y muchos miran ahora nuestra ciudad como una de las probe- tas mundiales de ciudadanía, agenciamiento, autogestión, procomún, comunidad. Como un lugar donde aprender a porque se resiste a una expresión sin ambigüedades, por- que jamás producirá un todo unívoco y certero. Como hay muchos puntos de vista de un número inconmensurable de voces el mundo es irreducible e inenarrable. Aquí solo nos acercamos brevemente a esa inenarrabilidad. Y de lo que me contaron… La característica más destacable de esta entrada del siglo xxi en esta nuestra ciudad, Madrid, es que arrancaron los grandes contenedores de cultura. Desde unos ochenta de movida y movimiento, pasando por unos noventa de insu- misión, ocupación, alternatividad y grunge a unos dos mil más tecno, más sosegados en los que comienzan a sentarse a dialogar artistas, gestores culturales independientes, per- formers, activistas, artivistas, intelectuales expertos en la ilustración, tecnólogos, hackers y punks reciclados. Los dos miles vieron cómo España se poblaba de grandes contene- dores culturales, un país que había hecho caso omiso de los avances que el arte contemporáneo había desarrollado en el largo siglo xx de pronto, y sin previo aviso, parece inte- resarse sobremanera. Eso resulto muy interesante porque fenómenos que llevaban décadas sucediendo en las calles habrían de amoldarse a nuevos formatos institucionales. De repente este Madrid de autogestión y trinchera se quiso dócil. Obviamente no fue tan simple la historia y la comple- jidad enriqueció más la escena. Cuando arrancó el nuevo siglo el Centro Cultural Conde Duque ya andaba convirtiéndose en nuevo centro para la cultura contemporánea. Se transformará en el semillero que verá surgir el Medialab Madrid, que luego se haría Prado, y las primeras conversaciones para la génesis de Intermediæ 14 15 De todos me quedo con el arranque de Juan Carrete, con esa ilustración que nunca llego a España, con una queren- cia, ser librepensador, ese que piensa libremente, por sí mismo, que es soberano. Me quedo con una búsqueda, la de otras palabras ante el desgaste del lenguaje. Con esa nece- sidad, de inventar nuevos términos, de jugar, de perdernos un poquito. Lo dijo Juan Carrete, me lo dijo Jesús, lo reiteró Rafael Sánchez-Mateos Paniagua: hemos de perdernos un poquito. organizarse para asumir la génesis de ciudades desde las bases. Este es un libro atravesado por el 15m, aunque de un modo sutil. Hay un punto de inflexión pero ligero. Lo que sí figura claramente entre líneas es el contexto, el modo en el que todos los que componen este libro se relacionan con sus propias vidas, el modo en el que defienden un ideario que ya estaba allí es el mismo, antes y después. Lo que ha variado es la recepción, la escucha, la atención prestada a esos modos de hacer. La defensa de una universidad hecha por los estu- diantes de Lila Insúa y Selina Blasco ya estaba allí; las inter- venciones artísticas articuladas social y políticamente con alguna causa en marcha de la fiambrera obrera, de Jordi Cla- ramonte y de Tina Paterson, ya estaban allí; las performan- ces en lugares alternativos, la autogestión cultural de Nieves Correa, ya estaba allí; el activismo irreductible de Carlos Vidania, también estaba allí; al igual que los experimentos con la vida y el arte o el arte hecho cita de Lurdes Fernández; o el feminismo hacia unos cambios de gobernanza de María María Acha-Kutscher; o aquellos que posibilitan que suce- dan cosas, los que están detrás moviendo hilos, ya estaban allí, Iván López Munuera, Francisca Blanco estaba, y Rafael Sánchez-Mateos Paniagua, estaba antes, estuvo durante y sigue allí, desde la lucha, desde el arte austero para una vida que nos ha tocado también austera. Me han hablado de muchas cosas: de la educación senti- mental, de la contracultura, de Vainica Doble, del mundo que sale de la casa de uno, de las experiencias que le hacen a uno feliz. También del devenir de la propia biografía de las supuestas casualidades la casualidad de estar donde suceden las cosas, cuál es la cultura burguesa, y cuál la underground, cuándo podía uno salir del armario, paisajes diversos y contradictorios. 17 Juan carrete Enero de 2014 Hacía frío y le hice esperar. Juan Carrete es de mediana estatura, tiene el pelo gris y es amable y tranquilo. Fue de los pocos que en este país se atrevieron a estudiar el siglo xviii durante los tiempos de la dictadura, un siglo aún era considerado pernicioso. Introdujo el gusto por lo francés y lo pompier; el rococó y los colores; el cortejo, los petimetres, las petimetras, los trajes ligeros y los currutacos. Era un siglo que se estudiaba poco, pero Juan se adentró y se abrió a otras épocas, a Goya, en grabado y en ilustración. Como ya adelanté, comenzamos con él porque algo me lleva a pensar que estamos viviendo una suerte de nueva ilustración. Nos citamos en el Ateneo de Madrid. Esta institución abrió sus puertas en 1820 y se autodeclara cuna del saber y centro de la modernidad. Aún hoy conserva el espíritu de la conversación y de la génesis del conocimiento a base de vida cotidiana, de encuentros y de debates. Es un lugar que surgió gracias a la aportación de unos socios que decidieron crear un lugar en el que poder poner el cerebro a andar. Hoy es un espacio peculiar, con un enorme salón abierto a quien quiera usarlo que preserva la magia de los debates y la par- quedad de las aportaciones. Hoy está bastante degradado y parece más bien un lugar autogestionado; lo que, al cabo, no deja de ser. Muebles desvencijados y mesas enormes, solera y elegante desaprovechamiento. Me gusta que me haya citado aquí, en el Ateneo de Madrid. No creo que sea casual. Juan Carrete tiene setenta años, lleva mucho tiempo en esto de «la cultura», ha dirigido el Medialab-Prado e Intermediæ entre 2006 y 2012; el Centro Cultural Conde Duque del 2000 al 2006, y la Calcografía Nacional desde 1985 al 2000. Pese a 18 19 académicos Enrique Lafuente Ferrari, Luis Blanco-Soler, Federico Sopeña, Ramón González de Amezúa, Álvaro Del- gado, etc.— donde, rodeado de un equipo magnífico, se creo el Gabinete de Estudios —Javier Blas, Clemente Barrena, José Manuel Matilla, José Miguel Medrano, Adela Morán, Jesusa Vega, José Luis Villar, Elvira Villena, etc.—, y se desa- rrolló la labor que nos propusimos. La Calcografía Nacional es una institución del Estado, creada en 1789, exactamente el año de la Revolución francesa, pero en aquel entonces sin presupuesto. Había que empezar el uno de enero con cero pesetas. Había que pagar la luz, los sueldos, la actividad, etc., había que pagarlo todo. Se hizo entrando en contacto con entidades públicas y privadas que aportaban un dinero a cambio del trabajo que hacía la Calcografía: exposiciones, publicaciones, etc. Se conseguía sacar dinero para pagar los sueldos de un equipo de trabajo, pero siempre se basaba la actividad en temas muy académicos: la catalogación de sus fondos —que comprenden desde el siglo xvi al xxi—, la creación del Gabinete Francisco de Goya, en donde se expo- nen permanentemente los cobres que grabó Goya, o la ins- talación de la biblioteca del profesor Lafuente Ferrari. La Calcografía Nacional se caracteriza, básicamente, por con- servar la obra grabada de Goya. Cuando fue el bicentenario, 1989, no se celebró. Creo que muchas celebraciones de los cumpleaños y los centenarios institucionales no son serias. Son exclusivamente mediáticas. Son para hacer publicidad. Recuerdo que noté algo nuevo cuando aparecieron los ordenadores. En la década de los ochenta conocí a gente que estaba en contacto con los Macintosh en Nueva York, así que se introdujeron los ordenadores en la Calcografía Nacio- nal, creando un taller de diseño gráfico que llevaba Adela Morán. Los primeros ordenadores ni tan siquiera tenían disco duro, eran floppies. Se crearon en la Calcografía varias su apabullante currículum es muy humilde, sosegado, tiene tiempo, habla despacio, piensa las cosas y le gusta divagar. Es un humanista y un librepensador. Quiero dejar constan- cia aquí de mi agradecimiento a su generosidad y sabidu- ría compartida. Ojala tuviéramos en este país muchos más Carretes. La ilustración por llegar Juan Carrete Una doble vida: de la Calcografía al Ayuntamiento Algunos me dicen que tengo una doble vida. Hasta el año 2000 en mi vida profesional he sido muy académico. He sido profesor tutor de la uned de Historia del Arte, desde 1980 hasta hoy, y también secretario de la Revista Goya. Ade- más he hecho una tesis doctoral —en los setenta, en la Uni- versidad Complutense de Madrid con el profesor Antonio Bonet Correa—, en la cual profundizaba en un tema que pudiera parecer muy tradicional, la historia del arte gráfico, pero que a la vez tenía un componente de gran atracción, que reside en su capacidad de difusión, en no ser un arte basado en la producción de obra única. En aquella época no era un tema que interesara demasiado. Nunca he sido funcionario, pero siempre he trabajado para el sector público. Desde los tiempos en que traba- jaba en la Calcografía Nacional de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando —recuerdo con gratitud a los 20 21 primera vez, el Ayuntamiento de Madrid, desde Conde Duque, fue a arco con arte digital. Y hay que destacar que todo lo concerniente a lo digital ha ido cambiando a gran velocidad. Modernos vs. tradicionalistas He tenido el privilegio de estar a caballo entre dos mun- dos muy distintos, incluso, opuestos: uno muy tradicional, en el que muchas veces estoy en desacuerdo con mis cole- gas, que tienden a rechazar completamente lo digital, y otro habitado por tecnólogos, para los cuales, en muchos casos, solamente existe la cacharrería. Son dos mundos muy distintos. Lo digital lleva con- sigo tratar con otro tipo de gente, con otras mentalidades. Se amplía, se abre el mundo, se multiplican las formas de pensar. Aunque hoy, sobre todo, hay un problema. Antes, no hace tanto tiempo, los individuos nos movíamos por modelos. ¿Tu te mueves por modelos? Tradicionalmente existían modelos: el padre, el vecino, el médico de la fami- lia, el primero de la clase, el autor del último libro leído, etc. Había modelos de conducta, de conducta y de futuro. Antes el modelo podía consistir en llegar a ser médico, maestro. Había un modelo. ¿Siguen existiendo hoy en día? Diría que no, que estamos en eso que se ha dado en llamar la «socie- dad líquida», pero la cuestión está ahí. Cuando me pregunto a mí mismo qué quiero ser, me con- testo: quiero llegar a ser librepensador, quiero ser un pen- sador libre. Es un término poco utilizado, que incluso para algunos tiene un matiz negativo, anticlerical, antiorden, anarquista en un sentido negativo. Pero hoy en día es difícil ser librepensador. escuelas taller, siguiendo la máxima de enseñar haciendo. Además del taller de diseño, se crearon otros de montaje de exposiciones, de vaciados. La idea que subyacía en todos estos talleres era que hay que aprender haciendo cosas, por medio del trabajo real. Allí todo se aprendía haciendo cosas. En el taller de montaje de exposiciones se hacía un montaje real, la teoría venía después. Si había que hacer un diseño, se hacía un libro de verdad. Me contagié de las posibilidades y la magia del ordena- dor. Era algo mágico. Aún mi tesina la hice con papel calco. Pensé que los ordenadores iban a cambiar muchas cosas. Incluso el arte. El último arte fueron las vanguardias, todo lo que vino después eran epígonos. El cambio, pensaba, lle- garía cuando los ordenadores entraran de lleno en nuestras vidas. Por ese tiempo se creó en la Calcografía, con Manuel Franquelo, el Taller la Estampa Digital I+, en el año 1998. Era un proyecto de investigación en la Calcografía: se llegó a un acuerdo con un fabricante de ploters y se consiguió montar el taller. Fue en el año 2000 cuando me llamaron del Ayuntamiento del Madrid para dirigir el Centro Cultural Conde Duque, lle- vaba unos quince años en la Calcografía Nacional. El 2000 fue un año bisagra para mí: dejé la Calcografía y pasé al Ayuntamiento. Nunca me impusieron nada —Álvarez del Manzano, Mercedes de la Merced, Martínez Vidal, etc.—, y es algo que digo siempre. Quizá algunas de las actividades que se hacían no gustaban demasiado, pero las llevábamos a cabo igualmente. En el mismo año, en el 2000, en Conde Duque se creó un taller que llamamos Taller de Arte Digital, que acabó convirtiéndose en el Medialab-Madrid. Por aquel tiempo, en este prehistórico Medialab, colaboraron José Luis Brea, Pepe Isla, Rafael Peñalver, entre otros. En el año 2001, por 22 23 Este poblachón manchego es en general poco culto y muy paleto. Durante el xix y hasta hoy la alta burguesía despo- trica de lo urbano, donde, dicen, se han perdido los valores; por contra, enaltece lo rural, donde se supone que se han mantenido los «valores». Todo esto se estudia de un modo brillante en el libro de Fernando Castillo Madrid capital aborrecida (2010). Pero ¿cómo amueblan sus casas los madrileños? No conozco ningún estudio sobre este tema, pero me imagino que va desde las imitaciones de muebles del siglo xviii y xix hasta los diseños de la multinacional sueca. La alta bur- guesía creo que prefiere los muebles que imitan al siglo xix. ¿Qué pintura adorna sus salas y salones? Un historicismo trasnochado, falto de originalidad: la pintura que puedan vender en el espacio de arte de El Corte Inglés y de alguna que otra tienda de muebles. Ahora la pantalla de plasma ha sustituido a la pintura, y esto lleva implícito toda una forma de vida. No sé si algún sociólogo ha estudiado los folletos turís- ticos oficiales sobre Madrid. Están cargados de ideología turística, un mundo feliz, y es así desde que se creó en 1929 el Patronato Nacional de Turismo, pasando por la dictadura y la democracia. Alguien debería analizar qué ideología contienen esos folletos de turismo. Se crea una sociedad manipulada por la propaganda del poder, pero no interesa explicar nada, no interesa. Estamos en una sociedad abso- lutamente barroca: se visita una catedral o un monasterio, pero el turista nacional no se plantea nada, y su único juicio se reduce a decir que todo es maravilloso y muy bonito. Además, en muchos pueblos españoles lo único que cohesiona a sus vecinos es el fenómeno religioso. No se ha creado sociedad laica, y la culpa es nuestra, no nos atreve- mos a decir lo que queremos. Porque, ¿qué es primero, la Unamuno, Goya, Camus En mi formación han influido tres modelos, tres indivi- duos a los que admiro: Miguel de Unamuno, del que poco se habla y menos se lee, un gran librepensador; después, Fran- cisco de Goya, como creador, creador independiente, crea- dor que si bien en un principio se vio obligado a representar un papel social, después se dio cuenta que todo lo impuesto no valía para nada, y lo rechazó: ese es el verdadero Goya; y el tercer modelo, Albert Camus, del que admiro su inde- pendencia. En mi época de joven había que ser comunista, y yo nunca me afilié a ningún partido. El comunismo, teó- ricamente, puede ser maravilloso, pero en la práctica es una maldad. Cuando Camus se opone a Sartre, cuando se opone a todos los que estaban haciendo la vista gorda a lo que estaba ocurriendo en Hungría, o en los gulags, se con- vierte en uno de los pocos intelectuales que fue, ante todo, un humanista. En aquella época si querías ser intelectual tenías que ser comunista, y él no quiso perder su libertad. Ahora, creo, todo ha cambiado. Ahora pensamos que no nos imponen modelos, pero por supuesto que nos los impo- nen, más que nunca. La publicidad modela el pensamiento de la gente, y esta manipulación, ¿nos hace a todos iguales? ¿Te atreves a decir que no todos somos iguales? Un pueblo manchego Desde el siglo xix Madrid está dominada por una clase social formada por profesionales, comerciantes, funciona- rios y rentistas, la alta burguesía, que quiere imitar a la tras- nochada nobleza, que son los que imponen sus criterios en connivencia con las grandes empresas y multinacionales. 24 25 comenzaron por «Centro Cultural…», no. Son, por el con- trario, nombres que tienen un significado muy abierto: Medialab, ¿qué es Medialab?, puede ser cualquier cosa. Lo mismo sucedía con Intermediæ, ¿qué es Intermediæ?, también puede ser cualquier cosa. Yo creo que las «cosas» deben ir cambiando, creo que tienen ese poder, siempre pueden cambiar. Los nombres de abstracciones son impor- tantes para dar alas. Medialab es un laboratorio de medios. Intermedia es «inter-medios», intermediarios, interme- diar, inter-mediæ, intermedia, que es latín. Tal y como está- bamos en el 2005 nos dimos cuenta de que todo cambiaba muy deprisa, y así se vio que las entidades culturales tenían que tener también ocasión de cambiar, y si una institución cultural en tres años no cambia, malo. Tiene que cambiar de todo: de objetivos, de programa, etc. Incluso, creo yo, ten- dría que cambiar de personal, aunque eso ya es más difícil. Los años 2005 a 2007 fueron una etapa en la que se pudie- ron hacer muchas cosas. Ese fue el periodo en que estuve en el Conde Duque. En el 2007 nos fuimos, y nos cambia- mos al sótano en la plaza de las Letras. Era muy pequeño; siempre pensé que habríamos de hacer instituciones micro, Medialabs «micro». Es una pena, una verdadera pena que el Ayuntamiento no se dé cuenta de esto. Por ejemplo ponga- mos en Vallecas, hacer un Medialab Vallecas. Y digo Vallecas como puedo decir Chamartín o Carabanchel. Además, los locales, los «centros culturales de distrito» ya existen, no se necesita nada más. Tú conociste el sótano. ¿Qué había? Energía, gente capaz. Y gente capaz hay en todas partes. Se pueden hacer plan- tillas más pequeñas, las plantillas pueden ser de una o de dos personas. No se trata de que haya un director, no, solo hace falta alguien que deje, que genere ese lugar de «posi- bilidad» para que sucedan cosas. La gran ventaja de Alicia paz o la verdad? Lo primero es la verdad, y la lucha por la verdad lleva a la lucha intelectual. Yo no creo que sea un pro- blema de hablar, de aprender a hablar, no: es un problema de persuasión, de pura y dura propaganda. Todo es un tema de persuasión. Medialab Madrid Cuando me llamaron para trabajar en el Ayuntamiento me propuse crear un centro de arte digital, que comenzó sus activiades en el año 2000. Al principio se llamaba Cen- tro de Arte Digital, y luego Medialab Madrid. Llegó a ser un proyecto muy complicado, mucho. Poder contratar a la gente es muy difícil en un centro público. Estaba Karin Ohlenschläger, y estaba Luis Rico. Terminamos mal. Lo que sucedió es que yo fui un incauto: los nombres/marcas se patentaron, nunca pensé que alguien lo haría. Estos chicos fueron a la empresa de patentes y registraron el nombre, Medialab Madrid, mediante una empresa de su propiedad. Luego surgió la siguiente etapa, Medialab-Prado, con Mónica Cachafeiro, Sonia Díez Thale, Patricia Domín- guez, Laura Fernández, Marcos García, Nerea García, Raúl González, Gabriel Lucas, José Miguel Medrano, Daniel Pietrosemoli, etc. Intermediæ Y en Matadero se creó otra institución, vamos a lla- marla así, Intermediæ, con María Bella, Francisca Blanco, Frank Buschmann, Azucena Klett, Zoe López, José Miguel Medrano, Pepa Vijuesca, etc. Los nombres nunca 26 27 círculo a hablar de este tema y a ver qué nos sale. Es otra forma de aprendizaje. Hoy el joven no quiere ser especta- dor, se ha emancipado. Es una nueva metodología, la clase magistral ya casi no existe. Ahora tiene que existir la parti- cipación. Ayudas a la creación Desde Conde Duque y desde Intermediæ —que era solo un programa— se vio que había que tomar contacto con los grupos que existían, con los agentes. Lo que se quería era subvencionar, se hablaba aún de dinero, «las ayudas», y se habló con las distintas gentes que componían la base cultural: los de la calle de la Escuadra, Lurdes Fernández, de Off Limits, los del lugar donde estaba Manuela Villa, La Dinamo, o los grupos de Lavapiés donde estaba Jordi Cla- ramonte. Había diversos grupos, y se les citó. Nunca se les citaba en el salón de actos, no, se les citaba en una sala deshabitada. Y esa fue la estética, el origen de la estética de Matadero. Estos encuentros se hicieron en Conde Duque, en el patio sur, no sé si lo recuerdas. Y se llegó a un acuerdo: que se dieran unas ayudas, que fueran abiertas, y que estu- viera —y esto era una novedad— un representante de los que las solicitaban. Había además un jurado independiente, pues el Ayuntamiento era solo secretario, con voz pero sin voto. Y para ello se elegían a críticos de arte, artistas y profe- sionales, que en la convocatoria podían escoger a un repre- sentante suyo para estar en el jurado. Nació Intermediæ. Primero se rehabilita el Matadero con esa estética, y sí, fue muy duro. A veces alguien decía «pero esto, esto está sin terminar», y se le respondía: «esto está terminado». Daba sensación de libertad, de lugar no Moreno, delegada de las artes del Ayuntamiento, fue que no era de ningún partido. No recibía ordenes de nadie sobre lo que tenía que hacer. Y a mí tanto ella como su equipo —igual que los anteriores— me dejaron actuar. Así se creó Medialab-Prado y surgieron los diferentes proyectos que tuvieron lugar, y nadie jamás dijo nada. Y así fue hasta el año pasado (2013) en el que me fui. Centro-Centro: la exposición ya no tiene sentido Centro-Centro creo que nació para seguir el modelo del Palacio Grassi de Venecia: para montar exposiciones espec- taculares, y de esas que le gustan a los políticos. Quería emular al Museo del Prado, al Thyssen, a la Biblioteca Nacio- nal, al mncars, y montar un centro de esa misma categoría. Mucha gente del Ayuntamiento ya sabía que eso no podía ser, y se han encontrado con aquello. Un centro de exposi- ciones no tiene sentido hoy, ese magnífico edificio debería de ser un lugar de participación ciudadana. Simplemente de participación ciudadana. Es un tema complicado, pero ahora es un lugar donde dominan las exposiciones: La Casa de Alba, Helga de Alvear, La moda española o El belén de Salzillo. Yo creo que hoy día hacer centros de exposiciones no tiene ningún sentido. Hoy día hasta los museos se lo están pensando. El Museo del Prado ya sabe lo importante que es que la gente participe. Es otra metodología. Antes la meto- dología era «aquí estoy yo que lo sé todo, escuchadme, voy a dar una conferencia sobre un tema del que vosotros no sabéis nada». Y ahora puede ser parecido, pero es otra metodología. Ahora no puedes llegar y ponerte delante de un atril y soltar una perorata. Ahora vamos a ponernos en 28 29 La ilustración por llegar Veo ridículo también que se invite a figuras para hacerse la foto, es una barbaridad. Trabajan para la memoria anual, para ese libro de final de año que solamente ellos leen. Uno de los puntos de partida es que no se debería pensar para tan solo cuatro años, que al final siempre son dos o tres. Y en segundo lugar, hay que crear bases, no se puede empe- zar por el final. Hay que dar opción a la gente. No hace falta traer aquí a nadie, necesitamos organizarnos nosotros, sin más. ¿Qué habría que hacer? Un ejemplo lo tenemos en las Sociedades Económicas de Amigos del País del siglo xviii. Entonces los ilustrados crearon estas entidades, que eran entidades locales: País Vasco, Murcia, Madrid o en Sevilla. Surgieron en muchas localidades, y en ellas las gentes, los ilustrados en este caso, no cobraban, pues se reunían con el objetivo de modernizar el país. Ponían su dinero y sus conocimientos, y el Estado solo ponía el espacio. Se dedi- caron a modernizar la agricultura, a crear industria, a estar en contacto con las nuevas ideas de la enciclopedia: eso era la política ilustrada, y ese concepto quizá aún pueda estar vigente. Por desgracia en España no se culminó el proyecto ilustrado. El siglo xix, con Fernando VII e Isabel II, es de pena, y el siglo xx con Franco peor todavía. Entonces, hoy, ahora, se podría rescatar ese modelo. El Estado da el lugar y las gentes lo gestionan —viene a ser un poco el csa La Taba- calera—. Hay que pensar, tal vez, que a veces lo asambleario funciona. Estaba yo pensando… institucional, porque la imagen del Ayuntamiento no estaba para nada allí, no estaba la imagen ni tampoco el poder. Cuando los partidos imponen las consignas y todos las siguen llega lo terrible, porque entonces no se hacen las cosas para beneficio del público. Lo terrible también puede llegar cuando se hacen las cosas porque alegan que «me han dicho que lo tengo que hacer así, y punto», no porque un profesional piense que conviene hacerlo de esa forma con- creta. Lo terrible suele consistir en que no se cuestione nada. Los espacios independientes de Madrid y los centros autogestionados han influenciado en cierta medida, pero no tanto. Esto viene de más allá. Por ejemplo lo que suce- dió en la Puerta del Sol nada tiene que ver ni con Interme- diæ, ni con Medialab-Prado. Eso viene de más lejos. Ahora sí, ahora se reúnen: la asamblea de Arganzuela. Pero es un espacio libre, y todo el mundo se puede reunir allí. Nadie te va a preguntar: «Pero oiga, y usted, ¿de qué va a hablar?». No, es una propiedad municipal, abierta a todo el mundo, un lugar para sentarse, reflexionar, hablar. Hay que tener en cuenta que en los centros culturales o está el bar, o nada, no hay ningún sitio para sentarse. El espacio no es más que un medio, un lugar donde tanto una persona mayor como un joven se agotan, como esos bares sin asientos: consuma, pague y váyase. Todo eso es lo que tiene que cambiar en el concepto de lo que son los lugares. Aunque ya ni me atrevo, porque las palabras están ya gastadas. Ya ni podemos emplear la palabra «espacio», ya no se puede ni pronunciar. Habríamos de usar el latín, y decir locus, «lugar», lugar de libertad. 31 Carlos Vidania Noviembre de 2015 A Carlos lo conocí en La Tabacalera. En un principio, cuando le pedí una entrevista o le propuse esta conversa- ción, no comprendía mucho su papel. No es artista, no escribe sobre arte, no es gestor cultural ni comisario, ni tampoco arquitecto. No sabía muy bien qué hacía él en una suerte de reconstrucción de un cierto paisaje artístico local. No obstante accedió. Y es precisamente el hecho de estar fuera de la retórica al uso en el contexto de la producción artística lo que le da mucha lucidez a la hora de entender el papel del arte en la trama de causas sociales o políticas. Le da lucidez a la hora de hablar de un arte triste, solita- rio, engreído y cerrado, y otro alegre, comunitario, social, legible. Él, como Spinoza, ve pasiones y ve afectos, alegres y tristes. Los centros sociales, dice, ponen los problemas urbanos a la vista, el arte, muchas de las veces, las veces las alegres (como el mismo Carlos lo nombra), hace algo pare- cido, señalar los problemas y ponerlos a la vista. Carlos habla del movimiento de insumisión, de la desobediencia civil necesaria, del vaciamiento, de la libera- ción de subjetividades rígidas; habla de las primeras ocupa- ciones y en particular de Minuesa, esa imprenta de la Ronda de Toledo que albergó el esplendor de la escena punk y los primeros balbuceos de esa unión del arte y los movimien- tos sociales; y de los Laboratorios, herederos refinados de la inmensa imprenta. Del primer Labo, del noventa y siete y noventa y ocho, en el Casino de la Reina; del segundo, del noventa y nueve al dos mil uno, pequeño y poco transitado; del tercero, dos mil dos y dos mil tres, que inventó nuevos modos de hacer y se puso de moda; del ultra breve cuarto, 32 33 y cinco. Entonces, la fase de gran explosividad política me pilló muy joven, aunque recuerdo estar en movidas en el setenta y nueve. En aquel año hubo una gran gran gran movilización estudiantil, yo estaba en el instituto y me pilló por allí. En una de las manifestaciones, la policía se cargó a tres chavales, muy cerca de aquí, donde ahora está La Casa Encendida. Era una parte muy colateral de mi vida de entonces, y me enteraba de poco, pero era el ambiente de la época, un tanto ineludible. Yo soy de un nicho de infravivienda del barrio de Sala- manca. Este fue mi contexto, el barrio de los pijos. Vivía- mos en treinta y ocho metros cuadrados. Todo bloque, sin pasillo. Las camas salían de los muebles, ese tipo de cosas. Decidí que lo mío era la literatura. Se me ocurrió que mi carrera era la filología. Y el «¿para qué?» marcó toda mi carrera de filología: ¿para qué voy a estudiar filología?, ¿para qué me voy a presentar a una oposición si no hay pla- zas?, ¿para qué me voy a hacer profe? Entonces me fui vol- cando al activismo político, que me interesaba mucho más. Generamos un espacio desde donde hacer las críticas, muy anómalo, minoritario, con unas alianzas muy preca- rias. Nos íbamos aliando, al principio siendo unos pocos, luego más; y de pronto, cambió todo: conseguimos convo- car una huelga en nuestra facultad, en el ochenta y siete, y estuvimos cuatro meses. Manifestaciones, asambleas de miles de personas y mucha participación. Tras un referén- dum volvimos a clase: obviamente, no ganamos. Encadenamos muchas cosas, desde pensar en términos de Universidad, hasta montar movidas para la reforma uni- versitaria. Esa reforma fue un poco el origen de lo que hoy tenemos. Ese pacto entre élites académicas y élites económi- cas para mantener un sistema de permanente reproducción cultural. Hicimos algunas cosas con esto, pero era también dos mil tres y hasta del laboratorio en exilio de la calle Oli- var, en los veranos del dos mil cuatro y dos mil cinco. Este último exilio coincidirá con la trabazón de la red de Lava- piés, una red clave para comprender lo que luego ha ido sucediendo en la escena híbrida de los movimientos socia- les, de los viejos colectivos y las nuevas instituciones, de los experimentos en gestión y los inventos de nuevas herra- mientas para la participación ciudadana. De ahí al csa La Tabacalera de Lavapiés, los municipalismos y los nuevos y deslocalizados activismos en red. Me interesan sus llamamientos a pensar la vida en tér- minos políticos, su tozudez en la preservación de su rabia de clase, su insistencia en la importancia de construir nue- vas sociabilidades como base para el cambio y su clara dife- renciación de lo legal y legitimo. Pensar desde lo común, vaciarse, o como poco ir inventando y probando nuevas órmulas al tiempo que uno vive sin esperar a que todo cambie para empezar a hacerlo. En suma, tener claro que lo verdaderamente importante es preservar la capacidad transformadora de lo que sucede. Cambiar los modos de vida Carlos Vidania Mi vida Básicamente, tengo cincuenta años, casi cincuenta y uno. Nací en el sesenta y cuatro. Tenía once años en el setenta 34 35 Era receptivo, era barato porque los nichos habitacionales son más baratos que las casas bonitas. Y la gente no veía raro que fuéramos pintones, no nos veía con recelo a pesar de las pintas. Era el Lavapiés de la última época yonki. Acá nos encontramos con gente del ámbito de sociología, polí- ticas, del hiperradicalismo de entonces, los que se hacían llamar «autónomos» en Madrid, que son los que luego esta- blecieron Minuesa, y los que empezaron a okupar en la ciu- dad. Entonces, okuparon aquí en Lavapiés, y coincidió que estábamos aquí. Lo que pasaba era que nos llevábamos muy mal entre unos y otros: nosotros veníamos de la extrema izquierda, del movimiento comunista y de ámbitos de ese estilo, y estos eran absolutamente reacios personal y políti- camente a la gente que estaba vinculada a partidos, y para ellos parecíamos una especie de maníacos conspiradores. De Minuesa a los Laboratorios En los primeros noventa se produjo un encuentro del movimiento de insumisión y de la gente de la segunda ola de las ocupaciones de Madrid. Esa unión de esos dos grupos empezó el último año de Minuesa. En ese momento se pro- dujo cierta apertura, nueva conexión entre gente que eran agentes activos en ese ámbito, y que se llevaban mal porque era la manera de llevarse, porque venimos de esa cultura. Entonces, tras esa unión, se dulcificó. Nos planteábamos, «¿Tenemos que llevarnos mal necesariamente?, depende de lo que hagamos, ¿no?». Y comenzamos a hacer cosas jun- tos. En esa época buena parte de la escena política era una escena básicamente cultural, conformada por los grupos cutres del punk: aprendías tres acordes, aprendías a tocar la batería, montabas un grupo, y decías violentamente frases el momento en que emergía el movimiento antiotan. Y comenzamos el movimiento de insumisión a la mili. Acabé la carrera a mi ritmo, nueve años después de entrar. Pero desde el primer curso, nunca fui a clase. De la insumisión y de la vida Para mí el movimiento de insumisión lo cambió todo. Nos ocupó mucho tiempo, pero nos actualizó. Veníamos del clasicismo de la extrema izquierda, de ciertas estruc- turas revolucionarias. La insumisión introdujo factores muy importantes, unos factores importantes ya no solo para nosotros, sino también para los movimientos sociales. Introdujo nuevas variables a la hora de pensar la transfor- mación social. Por ejemplo, que la vida, la propia vida y las formas de vida están en el primer punto de cualquier trans- formación. Antes pensabas otra cosa, pero ya, en ese momento, no se trataba de transformaciones políticas en el plano estructu- ral, que se veían lejanas, imposibles. Las verdaderas trans- formaciones políticas se construyen con el cuerpo, con los afectos, con cómo construyes la separación del orden. Cuando nos desplazábamos a otros lugares, al centro, quedó claro que había que pensar en modos de vida. Lo que gobierna esto es un modo de vida. Entonces la única manera de desobedecer al orden es cambiar eso, los modos de vida. Yo llego a esta idea, básicamente, por el movimiento de insumisión, y lo que supone de implicación personal el movimiento de insumisión, que tiene que ver con tu propia vida. Huimos de Malasaña desde finales de los ochenta. Lava- piés aún no estaba marcado por la especialización nocturna. 36 37 posibilidades, en ese sentido fue un periodo muy potente. Lo que decíamos en la consigna: «De la insumisión como forma de vida», allí tenía una expresión brutal. Casi sin dinero, casi sin trabajos, casi sin nada, solo con tiempo para construir ese espacio de colectividad. Y la mayoría no pudo, o simplemente no repetirá; pero se hizo entonces, y no haberlo hecho habría supuesto un retardo brutal para la nueva concepción de las políticas en Madrid. Hubo un «nos», un sujeto «nosotros», que se formó después del csa Minuesa, y cualquiera que tuviera algo que decir en la ciudad se venía a componer esto. La idea era juntar a mucha gente que venía de muy diversos lugares. La okupación la veía mucha gente de la izquierda como algo de unos pocos, y nosotros decíamos que debía verse como algo que debería poder hacer cualquiera, un discurso muy sen- cillo. Tratamos de proponer la radicalidad de otra manera, menos identitaria, pues la gente viene de distintas lecturas y de muy diferentes experiencias vitales. Nosotros venía- mos desde unas relaciones políticas en las que la cuestión de género, la cuestión de la desobediencia y la cuestión de interpretar la ciudad estaban muy unidas. Para hacer el primer Laboratorio yo creo que fui a ochenta o noventa reuniones con gente de todo tipo, y fuimos bus- cándolos uno por uno. Les invitábamos a hacer un experi- mento, y les decíamos que queríamos que estuvieran como protagonistas y como observadores. La Red de Lavapiés En el noventa y siete Lavapiés estaba a punto de ser inter- venida. Y, claro, nosotros hicimos una intervención antici- pada. Y una de las líneas de trabajo, entre muchas, fue tratar de altísimo contenido político. Nadie consiguió nunca ser La Polla Records, pero bueno. Luego, en el Laboratorio I, se dio un interés en común entre sectores muy distintos de construir socialidades dife- rentes, una mixtura no de lenguajes especialmente marca- dos, como lo político, lo cultural o lo territorial, sino que sea la mixtura real de la vida. Decíamos que si hubiera que hacer política con gente que manejase nuestros propios tér- minos políticos, no haríamos nada. Dijimos que la política estaba en más sitios, y lo funda- mental para eso era vaciarse. En el Laboratorio I se decía que había que ocupar el vacío desde el vacío. Y se refería al espa- cio físico, pero se refería también a intentar producir un vaciado de las relaciones fuertes que habíamos mantenido entre las identidades de la ciudad. Identidades políticas muy separadas dentro de esta, que además se encontraban muy distanciadas de las culturales, de los problemas reales de los barrios. Dábamos consignas para solucionar proble- mas, pero no nos dábamos cuenta de que la gente no puede seguir consignas. El vacío consistía en eso, en ver que, si no descargábamos de modo brutal estas identidades, íbamos a continuar manejando herramientas de influencia social muy débiles. Para eso tienes que estar dispuesto, y hubo gente que lo estaba. El Laboratorio I era grande y receptivo, un lugar muy complejo, pero venía a ser precisamente lo que se había propuesto. El discurso era bueno, y si eras un artista local podías sentirte atraído, pero la complejidad material de hacer nada era tanta que, bueno, no se hacía tanto, pero se establecían relaciones. En el primer Laboratorio se articulan unos espacios de cohesión con otra gente ya fuera de él. El Laboratorio I rom- pía los códigos preestablecidos y así se abrieron nuevas 38 39 la vida. Si juntas este activismo urbanístico con acciones artísticas y performativas, tienes las primeras experiencias de la red. En algunas no es que los artistas hicieran arte, sino que conseguíamos que las viejas de los portales hicie- ran sus cositas. Los del «activismo» sí estaban entusiasmados: Jordi Cla- ramonte, Mar Núñez, esta gente. Otros, más artistas tradi- cionales, pues no se sentían tan entusiasmados. Bueno, no sabían bien de qué hablábamos, nosotros queríamos que saliesen con sus cosas, con sus obras. Y bueno, no eran del arte más precario, el arte triste, el arte individualizado. Eran como autores: «es que yo pinto», «es que yo hago música», a lo que respondíamos que bien, vas a tocar y vas a hacer música aquí en la corrala del catorce. Si de algún modo pasa algo así, los activistas hacen arte y los artistas al revés. Esa era la lógica del Laboratorio. Laboratorio II Cuando acaba el Laboratorio I es un alivio, porque la intensidad de trabajo fue descomunal. La intensidad de frustraciones, la sobrecarga de gestión, la incompatibilidad entre el deseo de acción política y las dimensiones colosa- les de aquello; el tener que trabajar con gente que efectiva- mente era diferente pero que finalmente era incompatible, el tener que gestionar la precariedad y la exclusión dentro del centro social. El Laboratorio II ya era diferente. Vivien- das de activistas y un centro social a otra escala. No se hacía tanto la actividad dentro del centro social, sino en la calle. Lo que me interesa de estos experimentos es que mucha gente se reencajó con un nuevo equipaje, y no todo el mundo funcionó en parámetros iguales. Como en un buen de conectar con gente del barrio para ver cómo se abordaba ese proceso. La gente del barrio era muy variada, a algunos los conocimos por el Laboratorio I, y a otros por por esta convocatoria. Convocábamos con carteles y convocába- mos hablando; a Jordi Claramonte, que estaba dentro del encuentro intergaláctico este zapatista, lo conocimos a tra- vés de esta red de apoyo zapatista que en parte tuvo lugar en el Laboratorio I. También porque estaba en relación con Telaraña, un grupo que pensaba en cómo hacer política desde la generación de redes, desde ese rollo zapatista. En cualquier caso lo que conseguimos mover es la apariencia de que se podían hacer cosas imprevistas, esa era la apuesta. Fueron años muy, muy intensos. Es cierto que se habían estado produciendo cosas, pero también lo es que se habían producido en departamentos estancos. Podríamos decir que se estaban haciendo muchas cosas, pero pocas de ellas interconectadas. Cuando se convocó la Red de Lavapiés hubo gente que estuvo en muy diversas cosas: hubo artistas, pero también hubo gente en cuestiones de inmigración, temas feministas —de la Karakola—, hasta gente que estaba en la Cruz Roja. En las primeras reuniones de la Red se junta todo lo vivo de Lavapiés, menos lo muy, muy, muy refractario. sos Racismo con la Cruz Roja, y con Xenofilia, y Cáritas con el Labora- torio, con las asambleas vecinales. Se trató de un momento muy rico. Cuando se piensa en otro activismo que no sea el de la típica manifestación, sino con la gente del ámbito cultural y artístico, por ejemplo, ahí sí que se proponen cosas que se hacen con buenos recursos y se juntan conocimientos de muy diversos ámbitos. Es entonces cuando se plantea hacer los primeros paseos lavapiesinos: el concurso de ruinas y las derivas, que vienen del activismo urbanístico de toda 40 41 Reinventar la reivindicación: arte y participación En el ámbito local nos centramos en los problemas de la rehabilitación del barrio y en la introducción de nuevas prácticas en las acciones de reivindicación. Ya teníamos contactos con los artistas del barrio y demás, y entonces practicamos bastante las dinámicas que juntan las pro- puestas artísticas con las dinámicas de participación: las derivas, los diagnósticos, una investigación-acción parti- cipativa autogestionada. En el Laboratorio II buena parte del trabajo tenía que ver con conocimiento de calle y de la extensión de lo que íbamos conociendo al resto de la calle con bastante éxito entre comillas. En ese momento todos los problemas de las rehabilita- ciones del barrio comparecieron en los medios de manera radical, en las televisiones, en los periódicos. Muchas mier- das que estaban ocurriendo se actualizaron, y por causa en buena parte de lo que hacíamos en la calle. Hacíamos cosas raras, llamativas. Hacíamos movidas en los edificios, hacía- mos movidas en las calles, en los espacios públicos. Era algo novedoso en Madrid. Y situaba a Lavapiés en ese doble signo que ha ido pillando: el signo de la exclusión. Era un tiempo duro, con muchos palos, con mucha violencia a gente muy joven y, por otro lado, la cosa esta novedosa. En fin, la con- vivencia esta entre lo duro y lo «posmo» que ha ido atra- yendo a tanta gente. Esta dualidad se fue convirtiendo en el nuevo signo del barrio. Es el signo de la modernización lavapiesina. La gente hace muchas cosas en la calle, son rei- vindicativas, son molonas, y se llevan más o menos bien con las cuestiones más difíciles. Un momento de mucho movimiento callejero y de inten- tar no hacer cosas enormes, sino cosas que incidiesen en cambiar los modos en los que te expresas, en los que expresas experimento, surgieron confusiones, errores, y eso es lo interesante. Fue como una escuela. El primer Labo fue un gran centrifugador. En todo lo que hay fuera de la conven- ción política, hay gente del Laboratorio I. Desde cuestiones agroecológicas hasta los nuevos feminismos, los modos de funcionar en red, las publicaciones, algunas que hoy fun- cionan. Si rascas por ahí y preguntas, seguro que muchos han estado en el Laboratorio I. El Laboratorio II funciona así: estar en la calle. Activas cosas políticas desde dentro, que no sea un sujeto prota- gonístico, sino un sitio, una herramienta en común. Es el momento de más vitalidad de la Red de Lavapiés: mucha calle, mucho contacto vecinal, muchos discursos no regla- dos, ni en lo político ni en lo artístico. Eso sí que es muy potente. Y cuando los grupos más convencionales se salen, nos quedamos los raros. El Laboratorio II era un edificio de viviendas y un cen- tro social. En la vivienda estábamos unas treinta personas, algunas con afinidades sociales y políticas, y este centro social era un lugar mucho más gestionable. Tenía apenas un gran espacio público y luego salas de trabajo, y eso hacía cambiar el objetivo en trabajar de puertas hacia fuera en dos ámbitos: uno era el ámbito local, el lavapiesino, y luego también las dinámicas de ese momento de auge del movi- miento antiglobalización. Y la guerra de Yugoslavia, o la guerra de Kosovo mejor dicho, y algunas otras cuestiones también centrales. Se asentaron dos cosas muy importantes: Sindominio, fundado por gente que estaba en el Laboratorio II, y el segundo prototipo de Bajo el Asfalto está la Huerta (bah!), que tuvo en la terraza su semillero inicial. Seguíamos con la idea de generar centrifugaciones, no haciendo centros, sino más bien sitios desde donde otra gente pudiera operar. 42 43 algo más, de modo que la gente de la prensa venía y se veía la mierda donde vivía la gente. Eso traspasaba mucho más que si haces una concentración, y así se mostraba, con lo que las infraviviendas salían a la luz. Aún hoy hay muchas infravi- viendas, pero su cuestionamiento ha pasado de moda, y la acción artística pública ya no los considera, ni los artistas ni los activistas. Parece que son cosas ya hechas y que no hay que renovarlas, o que no hay posibilidad de que se renueve. El Laboratorio II lo desalojaron casi en el 2003, casi. Laboratorio III Para el Laboratorio III nos dimos un tiempo. Convoca- mos a gente del ámbito del barrio sobre todo, de teatro, redes vecinales de vecinos, artistas, activistas, o gente que estábamos haciendo centros sociales como herramientas del común. Y con este entramado hicimos algo parecido al Laboratorio I: invitamos a mucha gente a rondas de conver- sación. Queríamos disciplinar el asunto de otra manera. Que la gente que quisiera utilizar la herramienta, organizarse en conjunto, la usase según sus necesidades, pues no quería- mos tener una asamblea centralizadora. Dimos la pauta más fácil del mundo: «no es necesario que te adhieras para la organización del centro social, cuando esté armado ya vienes». Nosotros nos ocupábamos del arranque, pero lo que nosotros buscábamos era que la gente fuera, y sí, eso lo conseguimos. El Laboratorio III se convirtió en una suerte de Tabacalera en el primer mes de esta. Había mucha gente, todo el mundo estaba allí. Si me preguntas sobre La Casa Encendida te diré que es un modelo, y los modelos no se copian, simplemente se las reivindicaciones. Finalmente, tanto en el barrio como en otros sitios, se tiende más a ese tipo de acciones que cons- truyen un poco de creatividad en el entorno del enunciado político que a la pura manifestación o a la pancarta. Allí, en el Laboratorio II, nos juntábamos con el movi- miento de resistencia global, que también incorporó otras cosas. Jordi y otros grupos hicieron lo de las Agencias en Barcelona y luego se aplicaron cosas a Madrid. Las Agencias fueron una cuestión de Jordi, quien realizó la convocatoria; y claro, invitó a gente que estaba actuando en el entorno de esas cuestiones. Claro, fue gente del Laboratorio, aunque yo solo fui un fin de semana cuando se hizo la presenta- ción. Mar Núñez estuvo currando más, y Sergio se implicó mucho con Jordi. Lo que sí hizo eso fue traer cosas del movimiento, con- vertirlas en una escenificación artística, y volverlas a traer al movimiento. Como, por ejemplo, los gommonis y los trajes estos de desfile de manifestante «antiglobalización», que en realidad venían de Italia. Lo que se trataba era de reba- jar el tono de confrontación de significado, vestirte con un traje de goma para que no te den de hostias, ¿no? Esto, de alguna manera, duró tres o cuatro años. Gente que iba a las manifestaciones con cierta preparación de autoproteccio- nes, y hacer las autoprotecciones era ya un acto, y llevarlas, un peligro. Había un conflicto enorme con la violencia en las manifestaciones, y una manera de quitarle hierro era hacer un desfile de grandes modelos de autoprotección. La mayor parte de los diagnósticos de las investigacio- nes tenían que ver con lo artístico, con las variadas revistas caminadas. Si ibas a hacer algo a una infravivienda, inventa- bas algo, para no meterte en medio de la vida de la gente sin más, que es más problemático. Si lo complementabas con algo que no fuera simplemente ocuparles el patio, proponías 44 45 tiene puede pensar que la herramienta para trabajar en ese problema está ahí. Hubo unos primeros meses muy parados, seguidos de una explosión brutal. Se convirtió en un lugar, digamos, un poco de moda. Está el vídeo, Okupando el vacío que se rodó en el 2003 en el Laboratorio III. Era un lugar grande, sí, y eso se multiplicó. Se multiplicó muchas veces con los défi- cits propios. Mucha gente venía y no sabía si venía a una okupa, si venía a un sitio moderno, a uno del más radical activismo, o si venía a una obra de teatro. Había muchos vecinos que venían solo porque las reuniones de vecinos eran allí. Y a esto hay que añadir que mucha gente no sabía que era una okupación. Bueno, había pasado ya en el Labo- ratorio I, había pasado en el Laboratorio II y se consiguió que a nadie le pareciera ni raro ni ajeno acercarse a una okupa —excepto a lo más reaccionario del barrio—. Hasta a las administraciones no les parecía muy raro; comenzamos a tener reuniones con la administración y eran de relativo respeto, y eso que eran con el ayuntamiento. Las rapsession eran algo muy difícil de gestionar; luego vino La boda de Agag (2003), la obra de Animalario, Fermín Muguruza, la Guerra de Irak, etc. En esos años se da el salto. Con esto el rollo radical marginal comienza ya a tener posi- ciones públicas, y ya no parece tan raro, e incluso podía parecer mucho más raro Ana Belén. Todo eso se cruza con que el Laboratorio ofrece un lugar así porque sabíamos que había gente así. La cuestión era qué dispositivo podíamos articular para que esa gente contase con esa herramienta. Y lo hicimos. Entonces era la guerra de Irak, antes el Prestige. Hubo una suerte de subjetivación social y política en 2003. Hubo un momento muy alto de subjetividad política, y en ese momento el Laboratorio III era un elemento central. El problema es que a la hora de la defensa contra el inspiraron. La base del Laboratorio era poco inspiradora para lugares como La Casa Encendida: el «no profit». El Laboratorio mueve dinero, sí, pero lo hace para la reper- cusión en otras actividades externas e internas. Recaudaba pasta y la volvía a utilizar para otras iniciativas externas o bien para arreglar el edificio. La idea era tener espacios poli- valentes compatibles, y decirle a la gente que podía venir siempre que quisiera, con las obligaciones del manteni- miento del centro. Ganas espacios y no ganas pasta; puedes financiarte, pero la pasta nunca va a ser para ti. El Laboratorio III era un centro okupado, un centro ilegal, y por lo tanto su compromiso pasaba por la ilegalidad. O te comprometías o no te comprometías, pero de ahí tenías que partir: la desobediencia y la ilegalidad. En Tabacalera no pasaba eso. Pero eso sí, en el Laboratorio III mucha gente tuvo su pri- mer contacto con las prácticas del común, con la ilegalidad y la desobediencia. Nos dijimos desde el principio que no podía ser un nicho activista o militante, sino que habría de recoger la experiencia común del barrio de Lavapiés. Gran parte de la experiencia común pasa por este tipo de formas, la forma artística precaria que se estaba consolidando, y así lo fuimos juntando. No íbamos a gente de teatro oficial, pero sí a gente que desarrollaba su propuesta en la calle o en espacios alternativos, gente que podía proyectar en común. Les decíamos que allí estaba eso si querían usarlo, y tenían una idea más o menos en común sobre esto. Es decir, que si todo el rato estás pensando en tu precariedad cultural y no haces ningún tipo de propuesta más que moverte por la calle, hay momentos que eso no tiene ninguna prolonga- ción. Ese era el discurso que queríamos trasladar, y había gente que lo aceptaba. Lo que hacen los centros sociales es poner problemas urbanos a la vista, y así la gente que los 46 47 que tenía un elemento de ilegalidad constituyente, tuviera sin embargo una dimensión legítima. Hasta La Casa Encen- dida consideraba el modelo como bueno, eso era muy inte- resante. El problema de las cosas que son legítimas, aunque ilega- les, es que la ilegalidad lo invisibiliza. Si lo dejas ver, la cosa cambia. Mucha gente vio. Mucha gente vio que allí se gene- raron dispositivos que solo se pueden generar en ese tipo de marcos. Cualquier institución cultural de otro estilo, donde haya gerencia, donde haya un sistema económico fijo, ya no es igual; donde haya una junta directiva, ya no es igual; donde se entre a través de un filtro, ya no es igual. Pero aquellos espacios eran unos dispositivos en los que la gente liberaba cierta subjetividad, lugares en los que la gente hace suyos espacios que son ajenos, cosas que tú en un museo no vas a hacer, jamás. Cuando la gente lo hacía, cuando lo probaba, dejaba de verlo mal. El problema que tuvimos a continuación de eso es que estábamos cansados. Luego además estábamos empeñados en desarrollar un proceso de legitimación, de legalización o de reconocimiento público. Y luego que no había ningún edificio en todo Lavapiés dis- ponible para no cambiar de escala. La Tabacalera sabíamos que no podíamos okuparla, y no era solo una cuestión téc- nica. Y al no haber lugar intentamos un puente para acer- carnos a la institución. Con La Tabacalera a debate hicimos paseos internos con los arquitectos que desde la Red de Lavapiés habíamos cono- cido —con los rojetes de la escuela, los del departamento de urbanismo—. Las redes de los Laboratorios no eran solo con artistas, sino también con arquitectos, con técnicos. Hicimos una serie de jornadas muy interesantes en relación a la rehabilitación y la gentrificación. Se hizo un macrota- ller con mujeres urbanistas, con la Karakola. Hicimos unas desalojo quedó poco. Parte de la cuestión era comprobar si la agregación de múltiples sujetos era capaz de desactivar el propio desalojo, un proceso más fuerte de negociación. Y bueno, en cuanto ganó Gallardón, nos echaron a toda pastilla. Hubo un momento fuerte de defensa e hicimos un encierro. Hubo una permanencia con nocturnidad, la pri- mera semana estábamos hasta cien personas, pero no se pudo mantener mucho, y fue languideciendo. En el Labora- torio III estuvimos unos dieciocho meses. Un barrio de pequeñas industrias Lavapiés ha sido siempre un barrio de pequeñas indus- trias. Los Cuentos de Calleja se hicieron en el Laboratorio III, en la imprenta Saturnino Calleja, que luego se llamó Imprenta Samarach. El edificio solo tenía un valor: que era ideal para hacer un centro social. Y lo que queríamos evi- tar es que se vinieran abajo todas las pequeñas historias del barrio, los pequeños lugares; queríamos evitar que se transformase en un barrio exclusivamente residencial, monumental o neocultural. El Laboratorio III lo tiraron por completo, hay un edificio de viviendas. Era la calle Amparo, y sí, lo tiraron enterito. Una de las cosas que nos interesaba era el avance en la percepción pública de las okupaciones, que no quedasen como nichos exclusivamente de activistas, y solo un tipo de activistas, sino que se transformase en un centro de conver- gencia de lo vivo, ya sea artístico, activista, o barrial, y eso sí que se consiguió. Había un elemento de legitimación, quizá mayor que el del actual Patio Maravillas. En un contexto en el que antes se consideraba a las okupaciones como mons- truosas, era importante, sobre todo que, aun reconociendo 48 49 Centro, una nueva institución de Gallardón. Estuvimos en repetidas conversaciones con la Oficina Centro, pues nos habían ofertado varios localitos, pero les decíamos, «vaya aquí no cabemos ni los que nos reunimos». Ahora nos ven- dría de puta madre, pero nosotros no queríamos esa escala. Nuestra escala era, de hecho, La Tabacalera. Luego al tiempo Jordi Claramonte nos dijo que tenía las llaves de un solar en la calle Olivar 42, y allá que nos fuimos. Una buena excusa para el solar era tener a alguien como Santiago Cirujeda. Todos nos utilizamos mutuamente, y lo que él hizo fue una construcción de obra, como de anda- miaje. Y vaya, nadie se dio cuenta de que poner ese petardo en medio era un poco disfuncional porque era noviembre, hacía un frío tremendo y no paraba de llover. Logramos qui- tarlo y pusimos nuestros propios dispositivos en nuestro rollo precario: una base de palés y una carpa de tela. La idea era que el solar fuera la palanca para trabajar lo de Taba- calera, y de allí surgió «La Tabacalera a debate», y por eso le llamamos «Laboratorio en el exilio». Duró poco y luego hubo un gran lapso desde que perdimos el solar, hasta que empezó otra vez Tabacalera. Cuando el ayuntamiento de Gallardón invitó a la gente por vez primera para presentar proyectos en Conde Duque, todo el mundo se sumergió en el tejido institucional. Unos se fueron a Medialab y otros al Matadero. Puede ser válido porque te permite hacer cosas, pero es reconocer la subal- ternidad, que lo haces según el ayuntamiento ha marcado los límites. No hay negociación. El ayuntamiento dijo: «Te ofrezco esto, lo pillas o no lo pillas», y los que no lo pillamos nos quedamos fuera. Pero no lo íbamos a pillar, porque no queríamos entrar en esa fase, en la fase de la subalternidad, en la fase de la transformación de lo anómalo en una cosa perfectamente catalogable. Son los nuevos museos de la cuantas cosas innovadoras para los centros sociales. Inten- tamos que vinieran todos los que tenían algo que decir. Se hacían nuevas redes, la de los artistas era una más entre unas cincuenta redes que también nos interesaban. Una vez que nos echaron del Laboratorio III ocupamos en el calle Ministriles una antigua sede del psoe. Queríamos hacer una mezcla entre el grupo sólido del Laboratorio II y la apertura del Laboratorio III, pero no llegamos ni a abrir. Nos echaron a principio de verano, nos quedamos como a medias. Fin de los Laboratorios: Olivar 42 Allí, tras el Laboratorio IV —Ministriles, por darle cierta dignidad aunque no fue nada— nos dividimos. Había gente dispuesta a asumir una bajada de escala, y gente que no, como yo. Yo no estaba dispuesto a bajar de escala, y hubo ciertos contactos con el ayuntamiento, que nos ofreció el Matadero, pero respondimos que no. Esto fue antes de que Matadero se hiciera: pensaban en poner en marcha el Mata- dero, y Pilar Martínez, concejal de urbanismo de Gallardón, debió pensar: «Pues mira, si metemos allí a los okupas y los disciplinamos en ese espacio, pues estupendo». Y vaya, salir de Lavapiés a otro barrio, ni de coña. Somos arrogantes, y no tenemos problema de serlo. No queríamos componer un proyecto del ayuntamiento, lo que queríamos era un sitio para componer nuestro propio proyecto, cosa que les quedó más o menos clara. Nos ofrecían locales, pero nos dijeron que no había locales del tamaño del que hablábamos, así que nos ofertaban algu- nos más pequeños. Teníamos que haber cogido algún loca- lito, pero no. Habían hecho una cosa que se llamó Oficina 50 51 mundo vivo. Nosotros nos quedamos fuera, ni somos inves- tigadores sociales, ni somos artistas, ni somos proyectistas; llevamos cuatro años poniendo en solfa el concepto de pro- yecto como para ahora entrar vía «proyecto». Boltanskianos y Chiapellianos Sí, nos hicimos Boltanskianos y Chiapellianos. En El nuevo espíritu del capitalismo (1999), de Luc Boltanski y Éve Chiapello, los autores dicen que una de las ideas de nueva ciudad en red generalizada por el poder es esa: dividir en parcelas que comienzan y acaban como forma de supervivencia desligada y fragmentaria. Si trabajamos por proyectos dependemos primero de que te lo aprueben, es decir, condenarte a la sub- alternidad; y pendiente de su final y tu capacidad de adapta- ción al siguiente proyecto. La ciudad por proyectos se basa en la capacidad de la rearticulación sobre la fragmentación temporal, de que no hay posibilidad de construcción colec- tiva de un imaginario. Tienes que estar dependiendo de ope- rar en la demanda, economía posfordista. Y vamos a ver, mira si ha habido congresitos en torno al arte y la política, en torno a la cultura. Ha habido centena- res de ellos, ¿tantos, tantos hacen falta? Cuántas veces vais a tener que contar la misma historia. Al activismo no le dan ni pío, pero el arte, ¡oh!, ¡al arte no veas si le dan! Porque han salido muchos proyectos, uno encima del otro y aún no sabemos qué operatividad han tenido en procesos de cam- bio de esta ciudad. Yo no sé, lo mismo han tenido mucha. En el arte como trabajo, como profesión, tienes que sacar pasta de donde está. El activista es otra cosa. El activista no espera sacar nada. El 15m apareció sin los putos artistas y sin los putos inteligencia colectiva. No son instituciones que uno planea, son cosas que el ayuntamiento planea hacer, y el mismo ayuntamiento te da un margen para hacerlo con libertad, porque desde el mismo ayuntamiento no saben ni pueden hacerlo, de modo que aprovechan tus inercias. Pero hay un problema, y para los que venimos de la oku- pación esto es muy importante. Cuando estas cosas no se hacen dimensionando el conflicto que hay detrás, lo que haces es invisibilizar tu capacidad de transformación, y de hecho estas articulaciones han sido desactivadoras. Han podido generar mucho a nivel creativo, pero no han gene- rado nada en lo que a la construcción de la ciudad se refiere, ni en los modelos ni en la práctica. Porque si ya no tienes la posibilidad de decir verdad, porque has de acomodar tu lenguaje a lo que es admisible, construyes una verdad falsa. Desde el ayuntamiento convocaron todo lo que tuviera una mínima huella del arte y lo social, una mínima huella de rollo cultural, aunque fuera político. La convocatoria estaba hecha bajo la premisa de que había unas ayudas. Y también que se iban a abrir dos nuevas instituciones: una era Mata- dero, otra era Medialab. Y nosotros dijimos que dar ayudas dispersas a veinticinco grupos era una manera absurda de gastar un recurso, y que si iba a haber edificios disponibles que nos lo dijeran, que nosotros nos ocupábamos de ellos. Nos quedamos solos. Fuimos los únicos que no presen- tamos proyecto, que no nos integramos en ninguno de esos procesos. Eso era Gallardón, alguien que tramó una coopta- ción completa de los espacios alternativos, de los modos de operar alternativos, y llegamos nosotros y entramos. ¡Que es Gallardón!, ¡que tiene un plan! Al lado de Álvarez del Manzano parecía que Gallardón tenía un plan, y ese plan era muy peligroso. Pero todo el mundo entró. Y ese fue el momento, el punto de ruptura con el resto del 52 53 que la gente había adquirido durante el proceso. Parte de la gestión de lo público es que debe ser algo inclusivo. Cuando te dan algo solo para ti pierde la posibilidad de lo común, y si lo paralizas también. Tras el 15m en todos los lugares de Madrid había pasado algo. Y en Tabacalera nada. Y si ha pasado algo importante en tu ciudad, un acontecimiento, y tú no eres un objeto sig- nificativo para ese acontecimiento, revísatelo, o sea, que tienes el recurso más grande público que tiene Madrid a disposición de la gente que es un sitio insignificante para el acontecimiento real de la ciudad. Tendrás que ir un poco más allá. Activismo desterritorializado: EnRed Cuando volví de Asturias, en el 2014, volví al activismo desterritorializado. No hay un espacio especial que esté pro- moviendo ni un lugar especial en el que esté participando. Es un poco raro, los últimos veinte años tienen que ver con lo contrario. Poner en marcha historias ya no es lo mío, no, yo ya no pongo en marcha historias. Cuando volví a Madrid, el sitio que más me intereso fue EnRed, un anticipo de la apuesta municipalista, y de allí, de EnRed, salió el grupo de Municipalia. El grupo de Municipalia fue parte de una discusión que se hizo en EnRed. La cuestión era cómo proponerse una intervención a escala municipal que integrara la idea de cambio institucional que parecía estar ya inserta en la subjetividad activista ciudadana. Sí, estuve en la propuesta de hacer una candidatura para Madrid, pero sobre todo estuve en la propuesta de hacer un modelo político y urbano de ciudad para Madrid: es otra cuestión. Lo primero salió, lo otro no. La candidatura no activistas. No se movían en el signo sobredeterminado con esos mundos. Y es una lección, porque lo que ha pasado de importancia lo han hecho sin nosotros, por encima de nosotros o al lado de nosotros. Desde mi punto de vista el 15m no es que lo cambie todo, pero es un gran punto de inflexión. No hay una heren- cia recibida clara. No hay un modo de hacer compatible el lenguaje de lo anterior y de lo posterior. Hay gente que se queda a cuadros porque le parece incomprensible. A mí me parece tan incomprensible como que haya una asamblea en Tabacalera. La Tabacalera A mí me interesa mucho La Tabacalera. Es la historia de un relativo fracaso, y estaría bien situar los términos del fra- caso, qué quiere decir este término en este caso, de dónde viene. Yo me desvinculé de Tabacalera el verano de 2012: dije que me quedaba si cerrábamos y arrancábamos un proceso de refundación. Para mí el cierre era cancelar, decir: «Hemos estado aquí dos años, hemos tenido una experiencia y toca empezar una nueva, y para empezar otra experiencia hay que retirarse del dominio del espacio, hay que postular a nueva gente y generar nuevas ideas, y si no es así, no hay refundación». Es imposible refundar con lo viejo. Así no se refunda. Parte de lo viejo a veces son personas. Para mí continuar en Taba- calera significaba continuar con los mismos papeles, y en las mismas condiciones yo me negaba a seguir con los mis- mos papeles y pensé que si me quitaba podía aparecer un elemento imprevisto de refundación. Para esto habíamos de habernos despojado de materialidades y de propiedades 54 55 como este. Hacemos lo que podemos, y lo que queremos hacer es otra cosa. Bueno, no tenemos el plan, se trata de componerlo, y si la derecha lo tuviera, que tampoco lo tiene, serían diferentes. Es otro tipo de discursividad. Con Municipalia, arrancamos para hacer otro tipo de política, no la misma política. Una cosa es la gestión y otra muy diferente la política que vas a hacer. La gestión es llevar a cabo una organización social ya prescrita, pero para eso no es para lo que haces política. gobierna la ciudad. Tengo la impresión que haber alcan- zado el ayuntamiento reduce el margen de maniobra que los diversos agentes ciudadanos teníamos, porque se genera la expectativa de que «ya» se está gobernando la ciudad. Ahora hay una expectativa exagerada de que estar en el ayunta- miento es gobernar la ciudad, y eso no es así, es una expecta- tiva por cumplir. Y cuanto más claramente se vea que es un objetivo a cumplir, te orientas más activamente hacia ello: aún siguen gobernando Florentino Pérez y Villar Mir. Para favorecer otra cosa que no sea eso hay que traba- jar en otra dirección. Creo que el asunto llegó demasiado pronto y demasiado mal, sin la perspectiva de tener una estrategia de ciudad. Una ciudad con procesos participa- dos más intensos, más previstos —ahora se está improvi- sando un poco—, que la estrategia de gobierno estuviera más prevista, pero no más prevista por aquellos que van a gobernar, sino por la gente que dio su voto, por el común. El programa fue impreciso, los tiempos de aplicación del programa también. Fue un programa marco, y necesitas un plan. Cómo vas a sortear los posicionamientos enemigos, cómo vas a entrar en conflicto con los poderes reales de la ciudad. Todas esas cosas ni se han llegado a discutir en el proceso de Municipalia, Ahora Madrid, ni se han llegado a discutir en el conjunto de la ciudadanía. Entonces yo creo que el objetivo fundamental de esta legislatura debería ser componer ese plan. Ahora no hay un lugar desde el que preparar ese plan. Ahora hay una separación entre el gobierno municipal y los grupos que han aupado al gobierno municipal. Tendría que haber una dinámica, una propuesta muy clara por parte del ayuntamiento para generar socialmente ese plan de ciudad, y no la hay. Están disimulando, están lanzando tuits muy molones, y no se puede ser guay en un contexto de ciudad 57 Lurdes Fernández Abril de 2016 Hace ya cinco años, en 2011, una tarde calurosa de verano fui a la calle de la Escuadra número 11, en pleno corazón de Lavapiés. Allí me recibió Lurdes Fernández en lo que fue una tahona y hoy es un espacio dedicado a la cultura con- temporánea, un lugar de experimentación. Es un espacio en el que durante casi una década se han dado cita todas las personalidades que han trabajado en torno a nuevos len- guajes para el arte y la creación. Se han financiado con un porcentaje público y otro privado, con ayudas a la creación y subvenciones del Ministerio pero, sobre todo, en el más alto porcentaje, con la búsqueda de nuevas y diversas vías híbridas. La conversación de esa calurosa tarde quedó desdibujada entre mil palabras de complicidad y leyenda. Por esto en este 2016 le volví a pedir la narración de sí misma en esta ciudad Madrid y en este paisaje, el cultural. Ella prefirió enviarme un texto en el que cuenta la génesis de ese lugar, dejando su pasado previo para otra ocasión. Había comenzado a ser alguien clave ya en los noventa, aunque el lugar que montó, Garaje Pemasa, aún circunvalaba la escena alternativa reco- nocida, la escena apegada al arte contemporáneo y sus nue- vas maneras, más o menos macarras, de hacer. Pero en Off Limits algo cambió. Tuvieron el extraño don de combinar lo más profesionalizado del arte con los movi- mientos de base, acoger el común y avalar carreras artísticas que ahora cobran altos cachés en sus actuaciones o mues- tras internacionales. Quizá armaron un hueco de posibili- dad al albergar discursos articulados con las problemáticas reales en formatos radicalmente diversos. Quizá supieron 58 59 había funcionado desde 1908 como tahona. Había vivido momentos de gloria con el despachar de su joven panadera que traía de calle a toda la vecindad. Al parecer con la incer- tidumbre de la guerra y posguerra la bella tahonera escon- dió a prófugos. Finalmente su muerte aceleró un profundo y progresivo deterioro ya que comenzó a pasar por las manos de sucesivos dueños. Cuando lo descubrimos me encandilé con su belleza decadente, con su carga de memoria, con ser pura posibilidad. Obviamente no había mucha gente que lo viera igual. Yo entonces, al arrancar el siglo xxi, pensaba que mi vida era colectiva. Tenía un churri, una hija, un montón de amigos, bastante pasión por el arte contemporáneo y se me estaba empezando a manifestar la tendencia a aliarme con personas para poner en marcha sueños. En suma, me gustaba liarla. Mi llegada al barrio estuvo marcada por lo que yo creía en ese momento que era lo colectivo, una per- cepción un tanto dirigista que se desmontó en cuanto pisé el barrio y la realidad me entró por cada poro. Lavapiés me ha enseñado que la construcción vital es una construcción colectiva. Érase una vez Lavapiés y otros cuentos Todo empezó como un poco en broma. Yo tenía una con- cepción del arte en relación con el entorno bastante limi- tada. Lo que más me interesaba en ese momento era mostrar el juego, la magia, la maravillosa capacidad vital y creativa de los artistas. No entendía cómo esa magia no permeaba a la sociedad y cada instante de nuestra vida, cuando para mí era pura savia, «¿por qué esto no se ve?», me preguntaba todo el rato. Mi objetivo vital en ese momento era colocar localizar otros modos de visualizar urgencias y tramarse con otras gentes y colectivos con intereses afines hacia la construcción de una ciudad que queremos. Soy consciente de que hay un gran salto de la visión de un activista a la de una gestora cultural independiente, activa y activista también pero que trabaja desde otro lugar. Creo sin embargo que este salto enriquece la visión global de nuestra ciudad, y al cabo ambos fueron miembros de la Red de Lavapiés, ambos se suman a la lucha por visibilizar los problemas que se esconden en Madrid, armarla parda, viralizarse, salir en los medios, expandir las audiencias, implicar a los públicos para que dejen de serlo y se hagan ciudadanos responsables de su entorno. Ambos hablan de múltiples tácticas: paseos, procesiones, revistas camina- das, performances, pegadas de carteles, exposiciones, conciertos, fiestas, autoconstrucciones y lenguaje popular tergiversado. No cabe duda que los ámbitos de vida coti- diana son diversos pero lo objetivos son afines. De la tahona a Off limits Lurdes Fernández La construcción vital es una construcción colectiva Me llamo Lurdes, nací en Valdepeñas hace ya unos años y aparecí por Lavapiés en el año 2001 o 2002, no recuerdo bien. Llegué al barrio porque habíamos comprado un lugar. Una ruina, el antiguo horno de pan del barrio. Un espacio que 60 61 infinitas. Milagrosamente, mejor dicho, no milagrosa- mente, sino porque había una lógica en todo ello, porque la problemática estaba ahí, porque las necesidades y las ganas estaban allí. Porque había un montón de personas maravi- llosas implicadas en que eso sucediese. Al final del caldo salieron platos. Se articularon acciones para que la gente se diera cuenta de lo que era vivir en doce metros cuadrados, en una infravi- vienda. Por ejemplo, como el trazado que se hizo en el centro de la plaza o las procesiones con medios de comunicación y vecinas. He de confesar que la primera sorprendida era yo, que no me había percatado de que una buena parte de mis vecinos compartía baño o no tenía una ducha. Se organizó una protesta contra la empresa municipal de la vivienda, se hicieron performances para hacer más conscientes a los conductores, y todo ello en un ambiente de risa y chirigota, porque o te reías o se te caía el alma a los pies. Fue un proceso agotador, y premonitorio. Entonces no sabía que iba a pasar casi quince años de mi vida de esfuerzo constante, de ilusión y de ganas, de sentir que un cambio era posible y sobre todo de acoso y derribo, de demolición de las fronteras entre mi vida pública y mi vida privada. A partir de ahí todo fue un hacer y hacer, y hacer, y mas hacer. Érase una vez Lavapiés y otros cuentos y otros que vinieron después como Barrios creando barrios, o Ninguna persona es ilegal, comisariada por Paloma Blanco, cambiaron mi per- cepción del papel del arte y me ayudaron a entender desde la experiencia lo que era la articulación colectiva de un pro- yecto. El barrio era pura efervescencia. Toda la tradición de los Laboratorios y de la okupación continuaba a pesar de los desalojos constantes. El Laboratorio III estaba funcionando y realmente vivo y al lado La Casa Encendida acababa de ventanitas a las que asomarse y hacer que se viera algo más. Eso fue lo primero que cambió. Escarbando, husmeando qué se cocía en Lavapiés, quién estaba actuando, me enteré de la existencia de la Fiambrera Obrera y Jordi Claramonte. La entrevista con Jordi que se trajo a Mar Núñez, fue, cuando menos surrealista. El primer hachazo a mis cimien- tos empieza ahí, en la churrería de la plaza de Lavapiés. Me pongo a hablar con estos dos de qué podemos hacer juntos. Mar Núñez y Jordi Claramonte con una risilla interna y escu- chándome muy modositos me dejan seguir y seguir. Pero al final me dicen, más o menos, que lo que vamos a hacer es liarla parda, que de visibilizar el trabajo de los artistas ni media, que los problemas del barrio sí que necesitan un farol y que si el arte sirve para algo es para visualizar proce- sos sociales. Y así fue, a partir de ahí empieza a gestarse con el movimiento vecinal Érase una vez Lavapiés y otros cuentos. En ese momento estaba muy articulada la Red de Lava- piés, compuesta por un mogollón de colectivos: inmi- grantes, gente preocupada por la soberanía alimentaria, el tráfico, las bicis, el movimiento okupa, asociaciones de vecinos, etc. De ese caldo surgieron las ideas y los forma- tos que se mostraron en un fin de semana de ese 2001. Lo urgente en ese momento en el barrio era el problema de la infravivienda, el mal estado de las escuelas públicas, la falta de un polideportivo, de un centro de salud, el trafico, la inmigración. Y lo más cerca que yo había estado de un movimiento asambleario eran las reuniones de la comuni- dad de vecinos. Y joder, a mí aquello me parecía imposible de gestionar. Asambleas interminables, en las que no se llegaba a ningún acuerdo, y yo alucinada y mi mente prác- tica machacándome con ¿cómo vamos a sacar algo de aquí? Esto no hay quien lo articule, ¡ay mi madre!, y los plazos y todo eso. Y así horas y horas. Hablando y hablando horas 62 63 parece que aportaron alguno de los hilos de ese tejido social que por fin ahora podemos palpar. El recién estrenado diálogo con las instituciones nos daba un cierto optimismo y desde avam, la Asociación de Artis- tas Visuales de Madrid, nos lanzamos a la aventura de hacer mad03. El primer festival de arte experimental de Madrid. Casi morimos de éxito en nuestro intento de demostrar que otras formas de hacer eran posibles, que el artista podía ser comisario, que los lugares del arte no eran necesariamente los comerciales. mad03 volvió a dejarnos exhaustos y nos costó una cri- sis interna. Todo se analizaba, todo debía ser impoluto, no podíamos reproducir los mismos esquemas que el sistema usaba y con los que no nos identificábamos. La autocrítica casi nos mata y abrió una sutil brecha en la forma de enten- der el movimiento asociativo que se haría enorme en los años siguientes. Transcurrió el tiempo y el espacio se levantó. La idea fun- dacional de lo que tenía que ser Off Limits estuvo muy mar- cada por las batallas a nivel político que estábamos librando en esos años. Una buena parte del comité asesor del espacio, las Cabello-Carceller, Pablo España, Daniel Villegas, Alicia Murría, Joaquín Ivars, Aitor Méndez eran miembros de avam o habían sido iniciadores de diversas conspiraciones. En estas que se dibujaba otro escenario, otras relaciones, otra vida. Trazamos el concepto de lo que tenía que ser un proyecto crítico-político con capacidad de responder desde el arte a los desmanes del sistema, con el deseo de crear alternativas otras. Con ese perfil comprometido y sesudo tratamos de generar el aire que necesitábamos para respirar. En Off Limits empezamos creando una convocatoria abierta, plural, transparente, de la que salieron cosas. Por ejemplo Cementimientos (¡o no me asfaltes el respeto!) uno de montar su supernave. Creo que esa inquietud social, junto con el espíritu de una nueva generación de agentes artísti- cos, empujó a los proyectos institucionales a alojar visio- nes que muchas veces estaban reñidas con los principios de sus amos. Si los consejos de administración de las corpo- raciones bancarias o los representantes políticos hubieran echado un vistazo a las programaciones de sus centros de arte se les habrían puesto los pelos como escarpias. Poquito a poquito y con los peligros que también conlleva la nor- malización de la disidencia, al sistema le iban brotando agujerillos. De Mad03 a Off Limits La antigua tahona se negaba tozudamente a cambiar de forma, fue una gaita la reconstrucción del espacio, así que lo que tenía planificado hacer con los de rms tuvo que ser con el local así destrozado, sin techo y con un intenso frío. La exposición no podía llamarse de otra forma, Arruina- dos (2002). Retrataba perfectamente nuestra situación. Era un proyecto con un posicionamiento muy artístico, muy «arty». Todos eran artistas, artistas de corte social como Santiago Cirugeda, Lara Almárcegui, o Cristina Lucas. Esos fueron años que recuerdo muy marcados por el deseo de articulación política del colectivo artístico. Desde el movimiento asociativo artístico, del que formé parte, hubo un trabajo titánico y muy generoso de mucha gente, para sentar las bases de un movimiento sólido y articulado capaz de reconocer sus necesidades, y de generar una voz ante la sociedad y las administraciones públicas. Los artis- tas se dejaron la piel en Madrid en varias asociaciones, en reuniones interminables, que vistas en la distancia me 64 65 requerían, no me daba la vida. Estuve ahí con un cierto sen- timiento de culpa, de «joder, no llego, no acabo de ser la par- ticipante ideal». Al cabo de los años tuve una quiebra con este tema. Y como no solo de verduras vive el hombre, allá por el 2006, entre col y col, lechuga y lechuga, apareció el Por- nolab. El Pornolab inauguró una gloriosa línea de género que surcó el espacio de principio a fin. La forma en que se creaba y consumía porno era otro campo abonado para el desarrollo capitalista más salvaje, y la Fiambrera no podía evitar meter el dedito en esa apetitosa llaga. Lo política- mente intocable, como tipología sin proyectos, se lo puedes colar una vez a una institución, pero a la de dos ya te han visto el plumero. Por eso Off Limits era el perfecto espacio para alojar a esta criaturita. Pornolab abogaba por huir de la explotación capitalista del sexo y construir entre todas el sexo que queríamos consumir. Luego eso se etiquetó como diy, Do It Yourself. Off estaba a medio rehabilitar, con el suelo de cemento, andamios por medio y una sola pieza de mobiliario, un sillón hinchable de color naranja. ¿De donde saqué yo dinero para hacer el Pornolab? Ni me acuerdo. Yo no tenía un duro, y mi miniempresa de gestión cultural no daba aún para sostener el espacio como luego lo hizo. Creo que ya tenía la clave de cómo conseguirlo, aun- que no me daba cuenta. Rascaba pequeñísimas ayudas, me presentaba a todo lo que aparecía, buscaba cómo conse- guir materiales, una locura. Me preocupaba sacar la pasta para que lo que soñábamos pudiera tener cara y ojos, para hacerlo palpable. Esa gloriosa línea en torno al género y sus manifestacio- nes estuvo poblada en los siguientes años por La Revuelta Obscena, La Muestra Marrana, La Internacional Cuir, el Queer Weekend, presentaciones de libros como Devenir perra los primeros proyectos que se hicieron en esta ciudad sobre los desmanes inmobiliarios, u otros proyectos más estéti- cos e impecables en sus planteamientos como Perdidos en el despacio, Whatever o We didn’t Start the Fire, con los que abría- mos oportunidades para artistas y comisarios magníficos y poco conocidos. Ese planteamiento purista se contaminó de forma casi inmediata cuando la vida del barrio empezó a colarse por los poros de Off Limits. Las lógicas vitales personales de los que componíamos el proyecto iban recobrando su peso frente a «la idea». En medio de las exposiciones cuidadosa- mente organizadas se colaba la presentación del libro que había escrito el vecino de arriba, el Ruitiña, Las memorias del Charly un chaval de barrio. La pureza artística empezó afortu- nadamente a irse al carajo y esto empezó a darse un mesti- zaje de lo más curioso. El bah!, el Pornolab y otros animales Cuando el local de lo que luego sería Off Limits estaba en ruinas, en su interior creció una tomatera. La tomatera se acabó reproduciendo cuando apareció en nuestras vidas el bah!, Bajo el Asfalto está la Huerta. Soberanía alimentaria, autoproducción y autoconsumo de verdura, otro proyecto asambleario y colaborativo que se acopló al espacio durante más de cinco años. Este local tan blanquito y arty, donde luego había inauguraciones guachipechis, se llenaba una vez a la semana de coles y calabazas, de cajas de verduras y cestos de esparto, de terrones de tierra y del gusto y la ilu- sión de estar construyendo en común nuestras vidas. Con el bah! al final de los años, estaba exhausta. Me parecía que si me metía en todos los proyectos hasta la médula, como 66 67 voz o cocinar comida basura para visualizar el derroche ali- mentario en un entorno de carencia. Mil acciones, mil performances, mil proyecciones, músi- cas, experimentaciones, de puritito barrio a revoluciones varias. Recuerdo ayudar a publicar el libro fiambreril que con estética ikea, idea se llamaba, informaba sobre una posible brecha del sistema en torno a la que se podía mon- tar una cooperativa de alquiler social. Y el librín publicita- rio era inolvidable, con todos ellos en cueros y con objetos de idea enjaretados en innombrables lugares. De artistas con nombre y apellido Dos exposiciones, Creador de Dueños e Interacciones Electo- rales, exploraron la dinámica de la sociedad capitalista y su glorioso mecanismo de reproducción. Durante dos meses vivimos la reflexión de Virginia Villaplana sobre la huella aún presente en nuestros días de la guerra y posguerra espa- ñolas y el intento político de reenterrarlas. Virginia llamó a su proyecto El instante de la memoria. Denuncias sobre la situación en el Sáhara, la de Rubén Santiago, En cadena, sobre la candidatura de Madrid a sede olímpica, la de Nuria Güell, Aplicación legal desplazada #3, sobre el estado de los presos del régimen Fies, o la de San- tiago Sierra sobre la visita del Papa a Madrid, «No» proyec- tado sobre el Papa. Alguna bastante jocosa, como Drawing Gibraltar, o como resolver de una vez el temita convirtiendo el peñón en móvil y trasladándolo en procesión por el barrio. Nunca resolví la duda sobre si la denuncia desde lo artís- tico tiene la capacidad de alterar aun levemente el conflicto. No obstante me parecía que si nos esforzábamos mucho en comunicar a través de los medios convencionales, no (2009), de Itziar Ziga. O las muchas performances de Diana Junyent y su Pornoterrorismo, La Fulminante Cabaret, Qui- mera Rosa, etc. También por otros acercamientos más con- ceptuales como Permiso para hacer la revolución, la magnífica revisión que comisariaron las Cabello-Carceller en torno a la modificación del imaginario hegemónico por artistas tra- bajando desde contenidos y referencias feministas. De Off como espacio disidente Off era un proyecto creado con mi pareja de entonces, I., un puro deseo común de construir un espacio en que lo raruno, poco común, denostado, disidente o prohibido viera la luz. Un intento de islote con sus propias leyes y normas, un espacio de libertad. Eso supuso abrir en canal nuestra vida, dejar que el torrente de lo colectivo habitara nuestros días, para bien y para no tan bien. Nuestra hija, Sol, aprovechaba para ir en patines por el espacio en las inauguraciones y le resultaba de lo más normal encontrarse con un hombre en bolas saliendo del espacio con tres pie- dras gigantes amarradas a su cuerpo, o a otros dos en pijama experimentando la conversión de su sueño en «obra» o a un tercero ofreciendo a los asistentes canibalizar un cadáver hecho de jamón serrano. Gracias al buen criterio de I. habitaron Off diversos colec- tivos que experimentaban dinámicas vitales de diverso pelaje. La asociación Eleusis con sus aproximaciones a los estados alterados de consciencia, el Invernadero de Lava- piés que se aventuraba a, desde el juego, tratar de entender la esencia sociológica de la interacción entre las diferen- tes culturas que conforman el barrio, creando huecos en el espacio público desde el que los vecinos pudieran alzar su 68 69 estábamos contribuyendo a construir ese simulacro de ciu- dad abierta y artística, a la que nos oponíamos, al aceptar la financiación para programar en el marco de La Noche en Blanco. Ese año participamos por última vez desde la disi- dencia bajo el inspirado eslogan «364 Noches sin Blanca». Para los proyectos anteriores, bellos, tecnológicos, per- formativos, editoriales, sesudos, hubo espacio en Off. Todos esos proyectos aportaron una vida increíble al espacio con la incorporación de sus diferentes comunidades. Otras tribus se unieron desde lo tecnológico y siempre, desde lo experi- mental. Por ejemplo los Playtime o los lindos y entusiastas hermanos Piñuel o Tina Paterson, esa mente maravillosa y ese corazón como un queso. Tina pasó años programando cortos, propuso Hello World, La Revuelta Obscena, junto con Elisa, el desembarco de los Makespace y no se cuantas cosas más. La panda Dorkbot, gente que hace cosas raras con la electricidad, Ars Games y Endphase con Albeto Bernal llena- ron el espacio de cables, tecnología punta y juegos sonoros. Es curioso cómo incluso la programación se fue «colec- tivizando» al prestar mayor atención a manifestaciones, como las performativas y escénicas en las que el trabajo en equipo es aún más importante. Migraciones escénicas fue una colaboración con Artea y la Universidad de Alcalá, y también instalaron sus comedores en Off: Do It Yourself, Art Hurt, Escena Contemporánea, Fernando Renjifo y Alberto Núñez. Hasta llegar a la guinda final, la que coronó el pas- tel, Olga Mesa y el Labofilm. Madre, ¡vaya aventura!. Yo que pensaba que estaba simplemente invitando a Olga a hacer una residencia en Off y me vi envuelta en un proceso que duró creo que tres años en el que disfruté de lo lindo. Ahí comprendí la complejidad de construir una obra desde lo escénico. Me pareció algo así como desarrollar un enorme teatro humano en el que se construyen las relaciones entre artísticos, la ventana hacia otras formas de pensar podía abrirse. Obviamente no siempre se conseguía. Recuerdo la frustración al ver que solo un par de medios alternativos y ninguno de los medios masivos comparecieron a la rueda de prensa que dio Nuria Güell, sobre el guantanamesco régimen penitenciario fies. O por el contrario, la cantidad de veces que entrevistaron a Rubén Santiago y su opinión hecha pebetero sobre la memez de recurrir al superevento olímpico como solución económica para una ciudad. Del posible diálogo con las instituciones En ese primer decanato de los años dos mil, los colecti- vos artísticos continuaban, como siempre, organizándose la vida como podían. El diálogo con las instituciones fue haciéndose más normal y surgía el brillito de ¡sí, la colabo- ración es posible!, hay individuos en el gobierno munici- pal que escuchan, sí, quizá podemos diseñar otra realidad. Curramos un montón. Otra vez, los de aaim —Asociación de Artistas Independientes de Madrid—, La Mas Bella, Acción!mad, In-Sonora, Brumaria, Cruce, Liquidación Total, La Enana Marrón, Off Limits, creamos un lugar desde el que nos posicionamos, un paraguas, aaim. Al poco tiempo se vio claro los intereses que teníamos agentes e instituciones y la instrumentalización que unos ejercía- mos sobre otros. Recuerdo un episodio muy significativo, cuando ya nos empezábamos a darnos cuenta que el dialogo estaba pervertido. Vimos con estupor lo fácil que era para nuestros interlocutores políticos deslizarse elegantemente y en un pispás del discurso de la colaboración y el apoyo al «tejido» artístico, a organizar una Noche en Blanco. Y ellos tan frescos. No cabe duda de que nosotros también 70 71 no había sido un barrio rico en el que el material fílmico hubiera sido muy utilizado. En la web de Off Limits queda la memoria del barrio en imágenes y un magnífico poso de la forma colectiva de crear. Los años nos habían hecho más profesionales. Los recur- sos de la empresita de gestión cultural, en la que parale- lamente había estado trabajando para ganarme la vida, permitían de forma modesta, mantener el espacio y sus actividades sin la dependencia de «lo público» y habíamos desarrollado también otras estrategias para buscar dinero en otros caladeros. Hola, estás haciendo una peli, heh1p (Hola Estás Haciendo 1 Peli), fue una colaboración con Raúl Alaejos, Marta R. Blanco y Anouk Deville. Su punto de par- tida era el deseo de romper jerarquías desde lo artístico. Pre- tendíamos machacar todo lo posible, que fuera un proyecto sin director, en el que los protagonistas fueran los vecinos. Un proyecto de cine sin rácord, en el que no había necesidad de grabar con buenas cámaras. Una serie de características súpermarcianas que eran una declaración de principios, de decir, esto se ha acabado, no podemos seguir siendo cóm- plices desde la creación cultural de una situación de pirá- mide de mando vertical que no queremos en nuestras vidas. Fue muy bonito, la creación de una peli por quinientas personas. Estrenamos esta primera película en la sala. Fue una absoluta maravilla ver cómo los asistentes iban reco- nociendo sus aportaciones a la película y percatándose de que entre todos habíamos construido una narrativa. La raíz fueron las historias de un grupo de inmigrantes trabajando en talleres contando su vida en el barrio: sus llegadas, el trauma de la inmigración, la ilegalidad, de tener que inser- tarte en una población que ni te quiere ni te reconoce. A esa primera edición de heh1p, siguieron otras. Cons- trucciones cada vez más complejas y financiaciones más unos y otros en que se diseñan un retazo de vida. Fue un precioso y fascinante viaje. Fue también un momento en el que el espacio de Off Limits empieza un viraje hacia lo íntimo. Habían sido muchos años de exposición pública y el proyecto de Olga aportó la ternura de la convivencia, la familiaridad que implica compartir espacios no solo de trabajo sino de vida, en los que comes, duermes y te mue- ves envuelto en ese caldo creativo del que habrá que brotar la cosa. Al final a mí ya no me importaba su calidad, sino haber convertido en tiempo, en magia, en sueño, en pura consciente inconsciencia. De cine y de memoria Cine hecho a mano, archivo visual del barrio de Lavapiés con la facc de Montevideo, unos comisarios muy poco habituales que habían recuperado la memoria fílmica de su ciudad cuando se incendió la filmoteca, recuperando el cine casero, familiar, en súper 8. Me encantó la forma en que organizaban estos proyectos de desenterrar otra memo- ria, en formato de talleres. Con gente joven, con otros sin curro, con otros alumnos. Ángela y Guillermo articularon un grupo muy bonito que trabajó en el espacio en formato de residencia. E igual que en el proyecto anterior, Off fue familia. Aterrizaron sus hijos, se unieron para ayudar mi querida Elena Azzedin y Salvi Vivancos. E iniciamos, ade- más de la experimentación con el cine en su esencia, un búsqueda en las memorias audiovisuales del barrio. ¿Quién había filmado Lavapiés?; ¿quién tiene memorias?; ¿dónde buscamos? La filmoteca, bares tan emblemáticos como El Candela, la peluquería de señores, la farmacia más vetusta. Tuvimos que abrirnos al material visual porque Lavapiés 72 73 Nieves Correa Febrero de 2013 Era el año 1993. Estábamos en el Ojo Atómico, en la calle Sánchez Pacheco. Celebrábamos el Tercer Festival Interna- cional de Performances de Madrid. Nieves salió de un lugar oscuro, del final de la nave. Sus brazos, cual botillo, estaban amarrados con una cinta roja. La cinta guardaba un montón de pequeñas fotografías. Ella, sigilosa e insinuante, cual ser- piente, iba cortando poco a poco las cintas con una navaja de barbero. No era la primera performance que veía pero me cautivó. Desde ese lejano día hasta el día que conversamos largo y tendido en el 2013, veinte años después, Nieves, la performance y Madrid han ido de la mano. El suyo es un nombre clave para comprender el desa- rrollo de la performance en España pero es, además, clave para entender cómo se gesta la cultura. Nieves era, junto a Tomás Ruiz Rivas, clave para el Ojo Atómico, la leyenda en cuanto a espacios alternativos de esta ciudad a prime- ros de los noventa se refiere. Ayudaba en la programación, hacía los contactos, escribía las cartas, ayudaba a los mon- tajes, limpiaba, ponía cervezas, hablaba con unos y con otros. Trabajaba sin parar, en su trabajo remunerado, como administrativa, y en el Ojo. Además, también, hacía sus per- formances. Doble trabajo y creación personal. Es potente, es pelirroja, se ríe todo el rato. Ha hecho lo que le ha dado la gana toda su vida. Ha creído en eso que ha hecho también toda su vida. Ha promovido encuentros, ha coordinado Acción!mad, ha hecho su trabajo y movido el de otros. La conoce todo el mundo de la escena y ella, claro, también conoce a todo el mundo. Dejó, hace poco, su trabajo alimenticio de administrativa, dice que prefiere mal vivir sofisticadas, así que abandonaron Off. Pero lo que perma- necía ahí en el fondo de cada nuevo proyecto, de cada cons- trucción, era agarrar la vida con las manos y darle vueltas, amasándola y pasándosela a otro y a otro y de vuelta. Trans- formar la existencia en algo más. Acariciar la magia, tras- cender la realidad desempolvando su belleza. Puro humus. Como la tahona lo fue para Off, ojalá Off sea un fragmento de tierra fértil sobre la que los sueños crez- can. 74 75 Espacio P, estaba en la calle Núñez de Arce, detrás de la plaza de Santa Ana. Un espacio de unos cuarenta metros cuadrados. En dos plantas. Pedro Garhel trabajó con Rosa Galindo y después con Karin Ohlenschläger. Rosa Galindo sigue en activo como artista en Canarias y Karin como comisaria. Empecé a trabajar para ganarme la vida muy joven. He tenido una vida muy confusa. Acabo el instituto, me pongo a trabajar. Me interesa el arte. No quiero convertirme en un ser sujeto al trabajo y la familia, no quiero una vida aburrida, creo que eso es lo único que he tenido claro toda mi vida. Es en ese momento cuando conozco Espacio P, y a Tomás Ruiz-Rivas y a Estrujenbank. Tengo contactos con la facultad de Bellas Artes, y te das cuenta que allí no tienes nada que hacer. Aquello es un ambiente muy rancio. Ade- más había un examen de ingreso, de dibujo. Y a mí la verdad nunca se me ha dado bien el dibujo. Entonces me decidí por historia del arte, porque todo el desarrollo teórico del arte me parecía un terreno mucho más cercano, me interesaba mucho más. Los míticos talleres del Círculo En el año 90, en el Círculo de Bellas Artes se organizaron unos talleres que se han hecho míticos. Isidoro Valcárcel Medina, Concha Jerez, Soledad Sevilla, Ian Wallace, Antoni Muntadas, Francésc Torres. Estabas un mes con los artistas, era muy interesante. Yo estuve en todos los citados. Fueron la bomba. Imagínate, estar un mes con una persona que te cuenta su visión del arte, cómo trabaja él/ella pero tam- bién te deja trabajar tranquilamente. Nada que ver con la academia. haciendo lo que le da la gana y en lo que cree. No se le caen los anillos al confesar que si una galería comercial le propusiera mantenerla no dudaría en aceptar rápidamente, lo malo, se ríe, es que aún ninguna ha tenido a bien interesarse por la performance. Y esto podría deberse a que es la performance es efímera, es inmaterial, es concreta, está localizada. Es poco vendible, o invendible. Poco comercial o anticomercial. Emplea mucho la palabra «confuso», quizá única vía de estar en la vanguardia. Aunque esa vanguardia deje de serlo demasiado rápidamente. Como performer ni quiere ser social ni quiere irse por escénicas, quiere indagar en la especificidad del medio y el lenguaje que le es propio, aun- que, como afirma, sienta que está fuera y que en el fondo, al no encajar, quieren su cabeza y la de todos aquellos que ni hacen arte político ni entran en mercado alguno. Salirse un poco del tiesto Nieves Correa Madrid, los ochenta y Espacio P El ochenta y siete, quizá es la fecha más temprana que recuerdo. Recuerdo Espacio P y a Pedro Garhel. Cuando yo le conocí ya estaba menos activo el espacio. Ya no había el mogollón de los años anteriores. Era un sitio donde cabía todo el mundo de la escena artística: estaba Ewa Liberten, y estaba gente de la Movida Madrileña. Estaba también Val- cárcel Medina, Concha Jerez, Nacho Criado, etc. 76 77 un pueblo, me he ido de Madrid. Y en un pueblo se nece- sita mucho menos y tienes muchas menos tentaciones. Pero prefiero vivir de esta manera, tampoco necesito tanto. Si una galería me ofreciera mantenerme le diría que sí. El problema es que no me lo ofrece nadie. Nadie me lo pide. De públicos y performances: Espacio P, Minuesa, Ojo Atómico, Cruce Espacio P tenía y atraía su propio público. Fue muy curioso, al incorporarnos como proyecto-festival de perfor- mances al Espacio de Pedro empezamos a tener un público, pero también unos artistas, que no venían directamente de nuestro entorno. En ese primer festival estaba Jaime Vallaure que entonces trabajaba con Daniela Músico, estaba La Constructora, de la que formaba parte Rafa Lamata tras su paso por Aquacrack en Aranda de Duero. Participó tam- bién gente que había estado en el taller de Isidoro, y que comenzaron entonces a hacer performances. Se empezó a crear una amalgama diversa que comenzó a generar un cuerpecillo de gente que hacía cosas diferentes, no obje- tuales. De aquella época hay mucha gente que lo dejó pero hay gente muy en activo aún como Rafa Lamata y Jaime Vallaure, que son Los Torreznos. El mncars se inauguró en el ochenta y ocho, y enton- ces era algo sorprendente para mí porque el Museo de Arte Contemporáneo anterior, donde está ahora el museo del traje, era muy muy flojillo. Y el mncars hacía otras cosas. Aunque nada que ver con lo que nosotros andábamos proponiendo. No. Nosotros acabábamos en casas ocupa- das y cosas así. O si no en el Ojo Atómico. Recuerdo cómo, por ejemplo, conocí a Joan Casellas, otro de los artistas Antes de esta etapa ya hacía cosas «diferentes», aunque no sabía qué eran. Ahora sé que cuando trabajaba con Jorge Casanovas, como Der Verdebürro, en nuestro taller de Mala- saña, hacíamos ya cosas instalativas, no objetuales. A veces aparecíamos en una inauguración vestidos de cosas extra- ñas. No éramos del todo conscientes de lo que estábamos haciendo. Simplemente necesitábamos hacer otras cosas. De pronto aparecíamos en una inauguración de una galería «fina» con una caja de cartón en la cabeza, y con unos fila- mentos que nos salían como antenas. Y decían: «ya llegan aquí los raros», los gamberrillos. Entonces el año noventa y dos se organizó el II Festival de Performances en Minuesa. Había mucho movimiento, mucha efervescencia. Desde el año ochenta y siete, cuando empezaron los Talleres de Arte Actual del Círculo de bbaa, al noventa y dos Tomás y yo ya habíamos organizado el I Festival de Performance. Esos cinco años, del ochenta y siete al noventa y dos, fueron muy intensos. Pasaron una cantidad de cosas brutales. Aunque la verdad, ya no me acuerdo donde conocí a Tomás. También es verdad que bebíamos mucho en ese tiempo, he perdido memoria. Quizá en la galería Válgame Dios, su galería, debió ser en el ochenta y nueve o noventa. Yo vivía de trabajar. Trabajaba por las mañanas. Recuerdo que internet entro rápidamente en nuestras vidas preci- samente por eso, porque yo trabajaba con ordenadores y entonces los tenía a mano. Trabajaba para el estado, empecé como auxiliar administrativo. Pero cuando llegaron los ordenadores empecé a meterme, empecé a aprender. Nadie lo quería hacer, nadie quería aprender y yo que era de las más jovencitas empecé como una casualidad y terminé siendo coordinadora de informática. Ya no trabajo. Ahora vivo con muy poco dinero, también es verdad que vivo en 78 79 pasar mucho frío. Ponerte a fregar eran tres horas fregando, por que eran más de cuatrocientos metros cuadrados. Coger el agua del parque de Berlín, porque no teníamos agua corriente. Limpiar los baños aquellos. Buenos curros. Y Tomás no hacía nada más, pero yo trabajaba. Después organicé muchas cosas en Cruce. Un ciclo de acciones, de un año entero. Ahora está en Doctor Fourquet. Cruce lleva casi treinta años. Toda la vida. Antes estaba en la calle Argu- mosa, muy cerca de donde está ahora. Entonces estaba en un local muy grande, tenía dos plantas. Allí trabajé mucho con Fernando Baena. Organizaba un ciclo que se llamaba Instalaciones y yo el ciclo de Acciones. Además una vez al mes organizábamos una cosa que llamábamos Merienda de Negros. Iba quien quería y contaba lo que hacía. Presentaba su trabajo o recitaba un poema, o hacía una performance. Había un poco de todo. Luego organizamos otro programa que se llamó Teoría y Práctica de la Acción, en la que los invitados enviaban sus partituras de acciones para ser producidas por otros que no necesariamente tenían que ser artistas, de hecho mi sobrino adolescente interpretó una de ellas. La idea resulto muy interesante pero surgió de forma casual. Pen- samos en organizar algo, pero no teníamos dinero para traer gente a Madrid, entonces se nos ocurrió la idea de pedir partituras, que la gente las enviase y que pudieran ser interpretadas. Muchas veces las cosas surgían por la propia falta de recursos y de infraestructuras. En ese momento hubo gente que continuó y otra gente que aban- donó el carro. Y lo abandonaron por dos motivos: porque te dedicas a una vida más convencional, porque hay que ganar pelas y sobrevivir o porque das el salto, y de pronto te pilla una galería y te das cuenta que la performance es una gilipollez y que nunca vas a sacar una perra de ahí. fundamentales de la performance en España. Hoy tenemos ya una amistad de mas veinte años, Juan es muy amigo mío. Habíamos hecho una exposición que se llamaba Madrid Mini Mixer, lo hicimos en el Matadero, no nos amedrentaba el rollo de gestión, de hablar con este y el otro, no teníamos miedo a nada. Nosotros pedíamos. El Matadero estaba en obras, pero estaba la Nave de Patatas que, lo que ahora es la Estufa Fría, el invernadero, y nos la prestaron. Pero no había ni luz. Tuvimos que pedir a los amigos que vinieran con los coches y nos iluminaran con los faros. Y así hicimos la expo- sición. Con los coches arrancados y las luces encendidas ilu- minando. Era una cosa tremenda. En 1993 era cuando la peseta había subido como la espuma. Aquel año viajé a Nueva York, salía más o menos barato traerte una cámara de vídeo. Me compré una vhs Compact, que era la máxima modernidad. Se grabaron muchas cosas del Ojo Atómico. El último Festival Inter- nacional de Performances, el de los noventa, el tercero se grabó entero. Lo grabó Santi. Pero a saber. Las cintas están, pero igual corruptas, caducadas, no sé, son mas de veinte años. Y nadie los ha pedido. Lo que pasa es que uno no puede con todo. Hay cosas que no abarca. Uno no puede vivir, y almacenar, y archivar, y organizar, y producir. Y hay muchas cosas que se nos van, que se nos escapan. Una vez Tomás me decía que debía de tener un archivazo enorme, y qué va, no. Me he ido cam- biando mucho de casa. He ido cada vez a casas más peque- ñas, más y más pequeñas. Y ahora me cambio otra vez. A una más pequeña. Y en el camino se han ido quedando muchas cosas, mucha documentación, también porque no estoy muy apegada a los objetos, no tengo ese espíritu. El Ojo Atómico pasó. Yo lo dejé antes. Un poco por can- sancio físico. Vivía lejísimos, y era irse para allá y fregar. Era 80 81 Madrid dio un dinero para que la asociación organizara un encuentro o un festival. Desde la Junta Directiva se decidió que los artistas que tuvieran un proyecto de comisariado en un área concreta, y por supuesto contemporánea, lo orga- nizaran. No solo se realizó la parte arte de acción y perfor- mances, que comisariamos Hilario Álvarez y yo, también se organizaron encuentros de arte público, instalaciones, vídeo y publicaciones, La idea era continuar anualmente con este proyecto desde la asociación pero la junta directiva cambió y la nueva decidió que no era el cometido de la asociación organizar encuentros, o ferias, o muestras, que el cometido de la aso- ciación era luchar por los artistas y por su situación. Se paró entonces el proyecto, desde avam —Artistas Visuales Aso- ciados de Madrid—, que es como se llamó luego amavi. Pero Hilario y yo tiramos para adelante con el festival, con la parte de acción, porque pensamos que era necesario ya que realmente no había un canal de difusión propio para la performance en Madrid. En el segundo año, en el 2004 no tuvimos dinero. Conse- guimos montar con el Círculo de Bellas Artes con muy poco dinero un encuentro para recordar el cuarenta aniversario de Zaj e invitamos a Juan Hidalgo y a Esther Ferrer y a José Luis Castillejo y a Ramón Barce y a Walter Marchetti en la distancia. A partir del 2005 sí que hemos recibido ayudas y subvenciones. Unos años más que otros, del Ministerio de Cultura o de Matadero. Con las subvenciones empezamos a tener más recursos. En los primeros años, del 2005 hasta 2007, recibimos las ayudas del Ministerio de Cultura, concretamente de la Dirección General de Bellas Artes. Nuestros presupuestos eran muy pequeñitos pero podíamos tirar. Sobre todo por- que organizábamos los Encuentros en el Círculo de Bellas Entonces te dedicas al vídeo, o a la instalación o a la foto- grafía. Todos conocemos casos así. Hacia la mitad de los noventa fueron tiempos inciertos. Por una parte el núcleo potente de Madrid se diluye. Acaba el proyecto del Ojo Atómico. Cada cual sigue a su historia. Fernando Baena y yo comenzamos a programar en Cruce. Después se incorporó Hilario Álvarez. Seguíamos traba- jando pero no había ni la tensión ni la efervescencia que hubo en los primeros noventa en Madrid. Acción!mad A partir del año 2000 en mi caso empiezo a tener mucha relación con la asociación de artistas de Madrid y también con otros artistas y colectivos de fuera de España. Y te haces consciente de lo que significa la precariedad de nuestro sistema. Nuestro sistema es el más precario de Europa y probablemente de todo el mundo, quizá en Malí estén algo peor. Hoy seguimos igual, después de quince años, segui- mos igual. No hay ni una seguridad social especial para artistas, tampoco un irpf especial, ni una previsión para la jubilación. Puede parecer una tontería cuando tienes veinte años pero no lo es, es decir, si no tienes un trabajo alterna- tivo, donde acabas. Pedro Garhel puede ser un ejemplo de esto. Se estuvo dejando la piel en Espacio P durante años y luego si no llega a ser por su trabajo en la Universidad de Salamanca, como profesor asociado, se queda en la calle. Yo me asocié a amavi, Asociación Madrileña de Artistas Visuales Independientes, en el noventa y ocho o noventa y nueve, desde su fundación. Y estuve hasta el 2004, hasta después del primer Acción!Mad. Y es a través de amavi como comenzó el proyecto Acción!Mad. La Comunidad de 82 83 Espacio P, el Ojo Atómico y Garaje Pemasa, aunque el último era un proyecto mas personal y no surgido de los propios artistas. Y también hay que tener en cuenta que los espacios consumen mucho. Organizar de vez en cuando algo, cuando no tienes un espacio que mantener, y eres, digamos, un organizador oportunista, como era mi caso, es mucho más sencillo que mantener un espacio como en el caso del pro- yecto de Tomás. Encargarte de todo, lidiar con los vecinos, barrer, programar, montar, conseguir recursos, ocuparte del bar. De todo. Tomás ha hecho trabajos titánicos. Tienes que hacerlo todo. En Madrid nunca ha habido apoyo institucional a los espacios independientes. Nunca. Además, incluso cuando se ha cedido un espacio como en el caso de La Tabacalera, la cesión no es suficiente, es un regalo envenenado. Porque tienes el espacio pero luego hay que llenarlo de contenidos y ocuparse de todo, y eso muy duro. Eso es una locura. O eres un colectivo grandísimo o acabas quemado. Es hacer un mundo. Si tienes la energía pero no los recursos es una locura. Si tienes otro trabajo, una familia, no puedes, al final no puedes. Te consume. Los Centros de Arte que han ido apareciendo a partir del dos mil son la gran mayoría arquitecturas vacías. Son edificios que no se ha previsto cómo llenar, dirigidos desde arriba que ni tan siquiera contactan con lo que está suce- diendo a su alrededor. La Casa Encendida sin embargo está muy enraizada en el barrio. Por el tipo de proyecto que tienen. Me pase una semana entera con Nilo, para arriba y para abajo. Mirando escaleras, mirando taquillas. Es curioso, yo creo que hay algunos usuarios que viven en la calle y dejan su ropa y sus cosas en una taquilla. Luego van a la biblioteca, o están apuntados a algún curso. Y al final de la mañana recogen Artes. El Círculo nos cedía el espacio y los recursos técnicos que tenían. También nos hacían la publicidad. Así teníamos cubierta casi la mitad del presupuesto en especie y podía- mos destinar el dinero de las subvenciones para pagar a los artistas los viajes, el hotel y honorarios. Eran encuentros pequeños, unos doce artistas. Hilario y yo teníamos claro que había que utilizar recursos externos. Porque el dinero nunca era mucho, teníamos que llegar a acuerdos con otras instituciones, otros lugares, otros sitios. Es decir, que si no tienes dinero pero tienes técnicos, tienes equipos e incluso te pueden ayudar en algo más, pues ya te vas quitando pagos de en medio. Además tampoco tienes que hacer un esfuerzo tan grande a nivel organizativo. Lo haces pero al menos no es tan brutal. La propia institución ya se encarga de parte del trabajo, sobre todo de la parte de producción técnica. La programación de Acción!mad no quiere tender ni hacia lo social ni hacia las artes escénicas. Porque creo que para esas tendencias ya hay otros circuitos. Nos parece que debemos ocuparnos mas del arte de acción y la performance en sentido amplio. Esto que no tiene normalmente cabida ni en los festivales de artes escénicas ni en los de artes visua- les por una razón o por otra. Madrid, una escena muy personalista Yo creo que en Madrid el mundo del arte es muy persona- lista. Si hay personas que en un momento tiran para arriba, se puede hacer algo, si no las hay, no. No hay un sustrato fuerte. Yo creo que ha habido siempre muy poco movi- miento alternativo. Poco movimiento de espacios fuera de lo institucional, al menos en los años ochenta y noventa. 84 85 pereza, la virgen! Yo creo que el problema de España, y el de Madrid, es que siempre tienes que volver a empezar. Es como la piedra que hay que volver a levantar, colina arriba, y luego cuando llegas se te cae, y bajas, y vuelves a empezar. Cada vez que hay cambio de equipo de gestión tienes que volver a empezar, cada vez. Y claro, puede ser que a los que llegan no les interese nada el arte de acción. Puede darse el caso que proyectos que ya están consolidados mueran en dos minutos, y no por falta de recursos sino por falta de interés, por falta de compren- sión. Yo creo que los equipos gestores trabajan con proyec- tos bastante individualistas, sin una idea de conjunto ni de futuro. Y el ciudadano medio no se siente cercano al arte contemporáneo. El arte contemporáneo sigue siendo algo muy excepcional. Madrid, en este sentido, es terrible. Moverse es complicado y no pasa nada, o pasa poco. Por ejemplo, estuve hace poco en una reunión del pecam, Plan Estratégico de Cultura del Ayuntamiento de Madrid. Allí estaba también Jordi Claramonte, estaba gente del csa La Tabacalera, representantes de Esto es una Plaza y así. De repente el Ayuntamiento empieza su discurso y te das cuenta de que ahora les ha dado por los barrios, los huertos, las comunidades, los vecinos, los «no sé qué» y los «no sé cuántos». Pero realmente al escucharles comprendes que son simplemente palabras, que realmente no entienden el significado de nada de esto. Sin embargo es algo que les sale baratísimo. Le interesa porque no tienen una perra para programar, entonces las historias de base que se gestionan por la ciudadanía salen muy baratas, les vienen de muerte. Es una postura totalmente oportunista y encima parecen modernos. En esta reunión solo había otra mujer que gestio- naba arte contemporáneo y les dijimos: «No entendemos, sus cosas. Está muy enraizado en el barrio el proyecto de Casa Encendida. Los dos mil y vuelta Tras los noventa empiezan los 2000. Empieza a convo- carse alguna beca o subvención tanto para proyectos como para artistas. Sin subvenciones no puedes hacer nada. Yo creo que una de las cosas que siempre hemos tenido claro los artistas que como yo organizamos cosas, es que hay que comer. Que de catálogos no vives, que no puedes freírte un catálogo todos los días para comer. Y aun en nuestras mínimas posibilidades, cuando organizamos algo, hay que intentar pagar alojamientos, viajes y dietas, hay que inten- tar pagar unos mínimos honorarios. Si no puedes ofrecer esto, no merece la pena tirar del carro, para qué. En los pri- meros noventa aún te lo planteabas, porque entonces no había nada. Pero después qué. Todos necesitamos recursos, para producir. Además son recursos públicos. Los recur- sos públicos son nuestros. Hay que luchar por ellos, por el reparto justo de esos recursos. Los noventa fueron de pura supervivencia. Yo he dejado de currar hace un año. Un palizón de vida, vamos. Y tengo un hijo de diez años, Max. No sé cómo me he podido apa- ñarme. Madrid es una ciudad durísima. Aquí uno va loco. Todo es muy caro. Ya el metro te cuesta un huevo. Es horri- ble. Este año, el 2013, seguimos programando en Matadero. Aún tengo que hablarlo con ellos porque ha cambiado la dirección. Esto es lo malo del sistema, que hay que empezar de nuevo cada vez que algo cambia: un equipo, un director, un gobierno. Hay que volver a contarlo todo, de cero. ¡Qué 86 87 de que te interese o no lo que hacen. Segundo, la falta de recursos te hace acudir a países que tienen un sistema de apoyo a la movilidad fuerte y pueden pagar el viaje y hasta el alojamiento de sus artistas, como por ejemplo Alemania, Finlandia, Suiza o Noruega. Esto genera una discrimina- ción enorme en la programación respecto a economías menos desarrolladas. Si va a costar el doble, ¿por qué invi- tar a un artista iraní a mi festival por muy bueno que sea? Yo tampoco tengo todos los recursos del mundo, entonces, tenemos un problema. Creo que si en Madrid hemos sobrevivido ha sido gracias a estas redes que hemos creado entre nosotros, los artis- tas, los organizadores y los oportunistas. No es un adjetivo peyorativo, ni mucho menos, muy al contrario. Cuando digo oportunistas me refiero a los que hemos sabido aprovechar las oportunidades para dar a conocer lo que nos gusta, lo que nos interesa y lo que amamos. Y creo que la única posi- bilidad de sobrevivir es generar redes dentro de la propia ciudad o de tu propia comunidad de intereses. Tienen, ade- más, que ser redes muy amplias, muy permeables. Desde Acción!Mad he intentado que esas redes fueran lo más amplias posible. A todos los niveles. Hemos generado red con la institución, con el mncars o con Matadero. Tam- bién hemos generado red con los espacios independientes. También con artistas y con proyectos de fuera de España. También con la universidad e incluso últimamente con la periferia, con una idea de descentralización, de generar pro- yectos en la periferia geográfica. A mí me ha tocado vivirla y creo que se puede establecer una relación diferente con el territorio. A nivel práctico, con una amplia red, si te falla uno tienes a los otros, es la única manera de sobrevivir e integrarte en la realidad. ¿por qué no hacéis otra reunión con nosotros?, o más bien, ¿por qué no nos decís directamente que nos vais a decapitar y que ya no os interesa nada lo nuestro, fundamentalmente porque cuesta más dinero?» No le veíamos sentido alguno. Yo creo que sí, que hay que sostener todo lo que sucede desde la ciudadanía, pero no se puede de repente dejar de apoyar proyectos que llevan igual diez o veinte años y que funcio- nan y son interesantes porque ahora queda más moderno esto otro o porque sale más barato, eso es increíble. En Madrid pasan muchas cosas, y siempre va a haber algo, siempre. Desde los musicales de la Gran Vía, a las exposiciones del mncars, el Festival de Arte Sacro, Escena Contemporánea, el Festival de Otoño, el Festival de Otoño en Primavera, etc. Entonces que el festival de Acción!Mad desaparezca o no desaparezca no supone nada ni para el Ayuntamiento, ni para la Comunidad, que nunca nos ha apoyado, ni para el Ministerio de Cultura, para ellos es una actividad como otra cualquiera, totalmente intercam- biable, prescindible y ni siquiera demasiado importante o popular. Cuando hablaba con nuestros socios polacos, que programan arte de acción en una ciudad pequeñita donde se ha integrado tan bien la performance me daba cuenta de todo esto. Allí solo hay ese festival y poco mas. En una ciu- dad pequeña que algo cuaje es más fácil. En el tejido ciuda- dano o incluso a nivel institucional. Aquí si tú te vas quedan setenta cosas más. Las redes y la supervivencia La falta de recursos genera endogamia. Primero, si no puedes pagar viaje y alojamiento, te ves obligado a invi- tar a artistas que viven en Madrid, independientemente 88 89 Los jóvenes por supuesto que tienen hoy una orienta- ción más internacional, claro, cómo no. Antes había menos movilidad, menos conocimiento de lo que estaba pasando fuera, menos escena, menos relación entre las propias uni- versidades, menos programas Erasmus. Hombre te pasas un año fuera y te cambia la vida. Yo me pase unos pocos meses en Holanda y me cambió la vida, si me llego a pasar un año, yo creo que ya ni vuelvo. Tenemos un público fiel, que nos sigue desde hace años y al cual le interesa el arte de acción y ese público se ha ido ampliando poco a poco. Por ejemplo el curso que organiza- mos en la Facultad de Bellas Artes ha sido muy importante para crear nuevos públicos pero también para interesar a gente más joven en la performance como género. El taller en la facultad está orientado a que los participantes muestren una performance en Matadero en el contexto de Acción!mad y eso no es teoría, es trabajo práctico y es una forma de rela- ción entre la universidad. La realidad de la producción/ distribución y el contacto con otros artistas nacionales e internaciones con años de trayectoria a sus espaldas . Antes trabajamos más con espacios independientes, un poco para tocar todos los palos de la ciudad, como Off Limits o El Patio de Martín de los Heros. Hoy no me parece demasiado honesto programar parte de nuestro encuentro en espacios que ya de por sí tienen que lidiar muy dura- mente por su supervivencia y es por esto que últimamente solo trabajamos con espacios institucionales que al menos puedan, con recursos públicos, ayudarnos en la produc- ción de nuestro programa, ya sea cediendo el espacio o bien los equipos técnicos y humanos. Incluso en las últimas ediciones hemos intentado de alguna manera impulsar o colaborar con otros proyectos independientes haciendo de mediadores con la institución de cualquier forma posible. Performance o arte de acción A mi trabajo le llamo normalmente performance. Pero tampoco quiero darle una «definición muy definida», sim- plemente porque creo que coartaría mi propio desarrollo. A veces utilizo el término de arte de acción pero realmente no lo sé, no sé cómo definir lo que hago y a veces me sorprende a mí misma lo que sucede, por dónde puede ir mi investi- gación. El azar también es un elemento muy importante. Es posible que estés dando vueltas sobre ciertas cosas y de repente la vida te ofrezca otras quizás algo aún más inte- resante. En mi caso empezar a trabajar con Abel Loureda significó un cambio muy importante. Pasas de rumiar tu trabajo en solitario a tener que pactarlo en pareja. No sola- mente artística, también vital. Eso es algo que yo no preveía ni de lejos pero que ha sido importantísimo para mí indivi- dualmente. Volviendo la vista a finales de los ochenta y tras los talle- res de arte actual, y luego un tiempo viviendo en Europa, vuelves y te das cuenta de que se pueden hacer y organizar muchas cosas sin demasiado lío y sin demasiado dinero. A mí al menos eso me dio la clave, viajar, conocer, entender la autogestión. Te das cuenta de que sí, que es complicado pero no inabarcable. Que poder organizar una cosa en un espacio que te prestan, con algo de recursos, y que cada cual pueda contar lo que hace o lo que está haciendo, sobre todo en el tema de la performance no requiere de un gran apara- taje o de un estructura tremenda, y eso fue el germen del I Festival de Performance que se hizo en el Espacio P. Y ese festival lo organizamos entre Tomás Ruiz-Rivas y yo, proba- blemente porque él había estado el año anterior en Alema- nia y yo en Holanda y nos habíamos dado cuenta de que si quieres es posible, que la cuestión es empezar. 90 91 atención. Recreación tal cual. No sé. No lo veo. En un con- texto más de concierto sí tiene sentido. Son piezas que las siente uno como propias. No es posible realizar una acción con el sentido, cuando se recreaban las de Allan Kaprow, no sé, con el sentido de revivir, no es posible, es imposible. Solo se puede, si hay una partitura, hacerla de nuevo. Flu- xus hizo muchas partituras, con ese sentido muy musical de interpretación. Y en el 96 cuando organizamos Teoría y Práctica de la Acción pedíamos partituras y se sabía de antemano que iban a ser interpretadas. Luego colaboramos con el pro- yecto Exchange, te pedían una partitura para otra persona, para que la interpretase, y esa otra persona la interpretaba. Todos sabíamos de antemano el sistema y muchas veces jugabas también con el concepto de interpretación y con la ambigüedad de las palabras y situaciones. Orígenes inciertos Si nos referimos a cierta reflexión sobre los orígenes de la performance, o de la misma performance habría mucho de que hablar. Cuando Rafa Lamata y Jaime Vallaure, Los Torreznos, sacan su abc de la performance, y cuando se lanza la Teoría y Práctica de la Acción, es justo después del subidón de la performance en primeros años noventa. Justo después. Cuando ya el modelo se había agotado. Y necesitabas pensar otras cosas. El abc es muy sarcástico, y ponían la nota en lo que ya era un clásico en nuestras per- formances. Los otros proyectos eran también reflexiones, nos andábamos autocolapsando en nuestra propias prácti- cas. Buscábamos nuevas vías, nuevas prácticas, desde una cierta intuición más que reflexión. Y, bueno, ¿dónde colocar Si yo quisiera seguir el hilo narrativo de la performance en España creo que investigaría sobre las redes de gestión y difusión. Al menos en España no se puede hablar de la his- toria de la performance si no se habla de esas redes auto- gestionarias, la redes de distribución de la performance. Yo eso lo tengo clarísimo. No hubiéramos podido sobrevivir sin esas redes. No solo no hubiéramos podido sobrevivir, es que, además, no hubiéramos podido pensar sobre lo que estábamos haciendo. Sin ese contexto podías haber tenido suerte y convertirte en un artista internacional, o te hubie- ras quedado aquí convertido en un artista local, pero de ninguna manera hubieras podido tener una reflexión sobre tu trabajo y tu contexto social como la que te da el contacto con otros, con la misma gestión. Y eso es lo más interesante. Si haces solo performance pues al final no deja de ser un género como otro cualquier. Ahora me interesa mucho trabajar con otros, con Nilo o con Abel, de forma que sales de tu propio encierro creativo, que acaba siendo un rollo. La creación de redes informales, eso es lo que da realmente vidilla a la acción. La edición de Reformer en el ca2m, lo de Claudia Cla- remi, no las he visto. Pero claro es que el ca2m, está muy lejos, muy lejos. A mí me cuesta mucho ir. Y la verdad es que no voy a casi nada. Teniendo un niño es muy difícil. Ahora ya tiene 10 años pero tampoco puedo salir tanto. A veces hago interpretaciones de piezas Fluxus como quien interpreta una pieza de música. Ellos así las concibie- ron. De hecho las partituras están escritas. Me gusta hacer- las en una estructura de concierto. Lo que Nilo y yo hicimos en La Casa Encendida incluía la interpretación de partidu- ras de John Cage, de George Brecht y Esther Ferrer en una especie de concierto en el espacio. Realmente no me interesa la recreación. No me llama la 92 93 Jordi claramonte Diciembre de 2013 Ha promovido iniciativas que han supuesto un punto de inflexión en la institucionalidad española. Ha estado presente en proyectos que surgen una y otra vez en el dis- curso de muchos otros, como la Fiambrera Obrera, el Lobby Feroz, o La Tabacalera de Lavapiés. Tiene un pie en el arte y otro en la academia, aunque, conforme pasan los años, cada vez tiene más los dos en la academia. Jordi maneja el lenguaje con claridad. No creo que su modo de narrarse sea espontáneo, ni tampoco gratuito. Es un modo de recontar su vida sopesado con la perspectiva de los años. Una génesis que va de su pasado como electricista, a su búsqueda de utillajes conceptuales, como él mismo llama a su pasión por armarla parda, a su fina inteligencia, a su mezcla de códigos de lenguaje que puede pasar de la zafiedad más malsonante a la sutileza solo apta para mentes muy preparadas. Conocí a Jordi en el año 2008 mientras hablaba con Manuel Delgado. Desde ese mes de abril de aquel año hemos venido haciendo trabajos juntos: artículos, clases, coplas y demás. Desde que llegó a Lavapiés se convirtió en un puente que enlazó los activismos y el arte, desde un acercamiento teórico y otro práctico, escribiendo y haciendo. Saliendo a las calles a movilizarse por otros medios nuevos y reclu- yéndose en el campo a leer, estudiar y escribir. No concibe una cosa sin la otra, el hacer sin pensar o el pensar sin hacer. Creo que esa capacidad de articular la teoría y establecer los conceptos que estructuran lo que va haciendo es lo que ha conseguido que lo conozca todo el mundo, quizá más por el decir que el hacer. O al revés, pues nunca acaba uno ni de el origen?, depende del punto en el que tú quieras poner el énfasis. Si hablas desde la antropología dices siempre ha habido performance: la religión y los rituales. Si hablas desde el poder político igual, siempre ha habido performance del poder, desde tiempos inmemoriales: los grandes faraones, los imperios, los fastos, las paradas militares de Hitler era una performance gigantes. Como la concebimos ahora podemos hablar de los futuristas, de Dadá, de John Cage, del Black Mountain College. Puedes hablar de Allan Kaprow, que es menos conocido en Europa. Sus diez y ocho happe- nings en seis partes, o 18 en 6, pues son muy importantes, y son de los años cincuenta. Además ese encuentro del que hablas, resulta interesante el caso de Kaprow y de Vostel, dos modos diferentes de verlo. Para mí la performance es «salirte un poco del tiesto». Es no hacer las cosas que se espera que hagas. Eso es para mí la performance. 94 95 había estado implicado con grupos ecologistas en mi pue- blo haciendo movidas, ya había tramado cosas. De la performance a la intervención A Santi Barber, que en el noventa estaba en cuarto o quinto de Bellas Artes, le fascinaba la performance. Y nos inició a Curro y a mí con una actividad que es de las pocas cosas que te brinda la oportunidad de desnudarte en público. El encanto de la performance nos duró ese año. Luego estuvi- mos en México, en Chiapas, haciendo también performan- ces, en pueblos indígenas. Y nos dimos cuenta de lo que era obvio, que la performance tenía mucho de teatrillo. De teatrillo cutre muchas veces, de exceso de complacencia y narcisismo. Vale que estaba bien desnudarse y enseñar las carnes al público. Pero nos repelía un poco. Por aquel entonces, gracias a Nelo Vilar, descubrimos un concepto que se manejaba en Canadá, el de intervención o maniobra. Era una especie de performance, pero aplicada a un ámbito urbano o rural pero no formalizado, fuera de cualquier contexto, como un festival o una convocatoria de performances. Era una manifestación artística comple- tamente salvaje y completamente gratuita que modificaba el entorno material y cambiaba así las condiciones. Eso nos fascinó muchísimo más que la performance y empezamos a hacer intervenciones todo el tiempo. Íbamos por la calle haciendo intervenciones continuamente. Santi, Curro y Xelo en Sevilla y yo en Madrid empeza- mos a aplicar, casi al mismo tiempo, la intervención, esta especie de performance deslocalizada, desartistizada y desnarcisistada, o como se diga. Empezamos a aplicar los conceptos que habíamos aprendido en los barrios a los que sorprenderse ni de atinar a la hora de nombrar a un filósofo cuatro por cuatro. Vivir la «república de los fines» Jordi Claramonte Vida, insumisión y activismo Me llamo Jordi Claramonte y nací en un pueblecito de Castellón que se llama Villarreal, en 1969. Allí viví hasta los dieciocho años, cuando me fui de casa para ponerme a estu- diar filosofía y a trabajar en una fábrica, La Porcelanosa, de insigne memoria. Mientras trabajaba, estudiaba y forni- caba, no me daba tiempo a muchas más cosas. A los veintiuno deje de trabajar y me dediqué más a estu- diar, a investigar, a buscarme la vida como podía. También había dado un paso importante a los diecinueve, el de decla- rarme insumiso. Dos años después me llegó la condena de inhabilitación que me mantuvo apartado de cualquier tipo de relación laboral con la administración, como becario o profesor, durante catorce años. Esa condena, y mi impli- cación con el movimiento de insumisión, me puso en contacto con un montón de gente que ya estaban política- mente organizados para dar cuenta de esto, lo que supuso un cambio de escala, porque me iba la libertad en ello. Así que hubo que preparar el juicio, hacer campaña, preparar la cosa y tramarla. Teniendo en cuenta, además, que en Cas- tellón éramos tan solo dos los insumisos. Antes de esto ya 96 97 Telaraña, formada por los que habíamos participado en los encuentros zapatistas de aquí, en Madrid, y que estábamos hartos de tanto resabiado. Comenzamos a hacer nuestras propias intervenciones como grupillo de acción. Nos junta- mos con la Red de Lavapiés y comenzamos a trabajar. Para la Red era urgente captar la atención de los medios para evitar desalojos. El ayuntamiento en esa época había hecho un plan de rehabilitación en el que se especificaba que querían un cambio de población y eso suponía expulsar a los inmigrantes y a las abuelillas para sustituirlos por jóve- nes convenientemente cualificados. Literalmente eso venía en el plan. Para parar esos desalojos había que moverse. Empezamos a hacer intervenciones empapelando facha- das. Todo muy cutre, sin un puto duro. Fotocopiando, recor- tando y pegando. Tenían su qué, pero nos dimos cuenta que para que eso saliese en los medios, había que hacer algún tipo de convocatoria. Entonces conocí a Nieves Correa y a Hilario Álvarez, y me dirigí a la galería donde ellos se reu- nían: El Cruce. Allí conocí también a Mar Núñez y a toda la gente que andaba en el circuito de la performance. Ellos hacían un tipo de performance como la que antes había hecho Santi y seguía haciendo Nelo, que llamaban Arte Paralelo. Andaban con ese tipo de etiquetas, que si Arte Alternativo o Arte Paralelo, que eran las que les gustaban más. Aunque ellos estaban más centrados en espacios alter- nativos a la galería. Tal vez por eso les gustó mucho nuestra propuesta, les encantó hacer sus performances en las corra- las, en las casas okupas, en los edificios y calles de Lavapiés. Allí también se acopló el concepto este de Revista Caminada, que había acuñado, y tenía muy trillado, Rafael Lamata, otro que además aparecía por Cruce. Aplica- mos ese concepto a unas jornadas de acciones en las que cada cual hacía lo que venía haciendo, pero en corralas habíamos ido a vivir, con la amarga experiencia de haber sido expulsados de nuestro barrio de El Carmen en Valen- cia. Y habiendo aprendido qué era la gentrificación y la especulación urbana en nuestras propias carnes. Era algo muy sentido. Tanto para mí como para mis compañeros fue muy sencillo atar cabos y hacer esas intervenciones fuera de con- textos formalizados, pero en estrechísima relación con los movimientos sociales que estaban ya luchando contra la especulación urbanística. Yo me articulé con la Red de Lava- piés, mientras que Santi, Curro y Xelo lo hacían con la pla- taforma para salvar la Alameda de Hércules, que es donde vivían. Ellos venían a Madrid y yo fui allí alguna que otra vez. Los noventa: activismo gamberro En el 94 estuvimos con los zapatistas y ahí me caí del guindo. Me di cuenta de que yo no quería ser un activista más dedicado a hacer fotocopias y a pegar pasquines. No. Yo quería hacer un tipo de activismo en el que cumpliera lo que me hacía sentir más a gusto, no sé si más capacitado, pero sí mas a gusto. Quería un activismo más gamberro, más irreverente, más creativo. Visitar a los zapatistas fue un disparadero en ese sentido, pues acabamos de digerir el cambio de cultura política que los zapatistas traían, que ya no era la vieja cul- tura comunista europea, sino que era una cultura mucho más vacilona. Como eran ellos. Como el subcomandante Marcos. Eso fue en el noventa y cuatro, y a la vuelta, en el noventa y cinco, decidimos lanzar una pequeña organización, La 98 99 Al tiempo armamos el Lobby Feroz, una pequeña organi- zación con Ernesto Ferrer, Carlos de Usera, Nieves, Hilario, Mar y yo mismo. No recuerdo si había alguna otra gentecilla por ahí. Intervinimos en otra experiencia de colaboración vecinal montando un grupo de intervención para echar una mano en el Parque de la Cornisa, que fue el siguiente golpe del barrio, aunque del lado de La Latina. Allí querían hacer el alcalde Álvarez del Manzano y el obispo Rouco Varela, que ya estaba por aquí, un bolo donde iba a haber un parque vecinal. El arquitecto había diseñado como dos torres gemelas con otras dos torrecillas encima de tal modo que hacía un hueco en forma de cruz entre los edificios. Como la crucifi- xión del paisaje del poniente y del patrimonio vecinal, bas- tante enervante. La Fiambrera Obrera Desde las primeras performances o intervenciones que hicimos ya éramos Fiambrera. Al principio no era Obrera. La primera intervención fue precisamente en el ivam, Insti- tuto Valenciano de Arte Moderno, de El Carmen. Fue durante una inauguración a la que nos colamos y robamos toda la comida y todas las botellas de cava que pudimos. La gracia consistía en que íbamos con una fiambrera para llevarnos el jamón, aunque, para darle un carácter más artístico, dibujá- bamos flechitas así en las mesas. Pero nuestro claro objetivo era llevarnos el jamón. Luego, sin que lo tuviéramos como objetivo políticamente articulado, nos constituimos como grupo dispuesto a reventar las inauguraciones de arte. Había un cierto antagonismo. De hecho fue la llegada del museo y la especulación añadida lo que nos echó de nuestro con peligro de desalojo o en las calles. Mucha gente hizo performances para sorpresa y estupor de los abuelillos y abuelillas, mientras que muchos otros, como mi grupillo, intervenciones. Por ejemplo cambiamos nombres de calles y otra serie de gamberradas de las nuestras, pero en un contexto celebratorio. Conseguimos bastante repercu- sión en los medios de comunicación y, sobre todo, reforzó mucho la Red de Lavapiés, que vio cómo sus reuniones se incrementaban en número de activistas con vecinos que se sumaban a la cosa. Esas jornadas de intervenciones artísticas las repetimos al menos otro año o dos más. Con muchos artistas, incluso algunos de Barcelona que mandaban piezas, esculturas o instalaciones, que las enviaban para que se expusieran en la «okupa». Era gente que seguían pensando en términos for- males como antaño, pero en lugar de exponer en un museo o en una galería se hacía en un barrio relativamente guay, como era Lavapiés, y relativamente cutre. Me acuerdo de una pieza que se montó en la «okupa», que nadie sabía muy bien qué era aquello, que se montó como una especie de «cosa» y ya. Cuando se acabó se envió de vuelta. Laboratorio I y el Lobby feroz El Laboratorio I estaba en la calle de Embajadores, frente a Tabacalera, y lo que hoy es el Parque del Casino. Era un instituto de química abandonado que, por atrás, conectaba con el parque que entonces estaba cerrado al público. Era la okupa que venía de Minuesa, algo bastante cenu- trio, muy cerradillo, muy punki. Aunque en el Laboratorio ya estaban más reformistas y culturetas. Ahí estaban Raúl Sánchez Cedillo, Marta Malo, Carlos Vidania y muchos más. 100 101 un catecismo o discurso cerrado, sino un ámbito de juego, un ámbito de experimentación y de tanteo. Esto tenía un valor político, no porque fuera práctico o porque fuera efec- tivo, sino porque de hecho esa disposición para jugar, para no cerrarnos en significados acogotados nos parecía «de hecho» un valor político. Hay textos de la Fiambrera que hice en esa época que hablan, precisamente, de eso. Fue cuando Currito, que estaba estudiando antropología, descubrió los textos de Michel de Certeau, sobre las tácticas. E inmediatamente los incorporamos a nuestro utillaje conceptual. De hecho me entusiasmó tanto que me puse a traducir a De Certeau. También textos de la guerra electrónica, de la Net War, y los subí a la web. Ahí andábamos aún tanteando y buscando un poco cual había de ser nuestro referente teórico. Nosotros hacíamos fotocopias cutres, no tenía ningún sentido hacer series numeradas, no tenían el aura de una obra de arte. Pero, sabe Dios, a lo mejor dentro de un tiempo se fetichicizan. Aunque, obviamente, no seremos nosotros los beneficiarios. Nosotros, evidentemente, lo que queríamos era ser efecti- vos social y políticamente. También queríamos experimen- tar estéticamente. Quizá éramos más frescos que otra gente, porque no partíamos de una agenda artística o poética pre- concebida. Hacíamos tergiversaciones de cómics pero no sabíamos que los situacionistas ya habían hecho eso. Era una forma barata, sencilla, que hacíamos porque nos daba la gana, y además funcionaba. Si hubiéramos descu- bierto otra cosa que funcionase, quizá hubiéramos hecho eso. barrio. Y nosotros decidimos hacerle la puñeta atacándolo de estas maneras tan ingenuas. Allí se empezó a hablar de la Fiambrera. Nosotros, entre nosotros. Sabíamos que no éramos artistas, ni de carrera ni de postín. Pero usábamos el arte o bien para comer o bien para hacer acciones de orden político. Y eso no significaba que menospreciásemos la sensibilidad. Cuando vine a Madrid conocí al padrecito, a Ernesto Ferrer, que estudiaba el doctorado en la Universidad Autó- noma. Cuando se enteró del nombre dijo: «Tenéis un grupo que se llama la Fiambrera, yo quiero sumarme a eso». Así se sumaba la gente. Cualquiera que se acercase y le gustase la guasa era Fiambrera, esa es la gracia, el rollo. Luego ya fuimos Fiambrera Obrera. El nombre viene de una cita de Flaubert en la que hablaba del socialismo como una mezcla de la inmaculada concepción y la fiambrera obrera. Lo decía así. Que el socialismo reformista era eso. Me gustó mucho. Y empezamos a usarlo. Al tiempo, en Sevilla, quizá porque pensaron que La Fiambrera Obrera éramos los de Madrid, comenzaron a llamarse la Fiambrera Barroca. Y Santi, que era de Valencia profunda y le llamábamos Garro- fet, empezó a llamarse la Fiambrera Garrofera, pero vamos, fueron destilaciones de la cosa. Michel de Certeau: utillaje conceptual Siempre que hay un juego estético hay gente que se aco- pla por unos sitios que nunca habías pensado. Lo que menos le importa es tu intención como artista o como activista. Se acoplan porque les mola. Pero esta bien, es parte del plan. De hecho eso lo habíamos aprendido trabajando con los zapatistas. La idea de que no nos interesaba generar 102 103 seminario. Cuando volví de Los Ángeles me acerqué por allí y fue cuando me encargó lo de La Acción Directa como una de las Bellas Artes. La Acción Directa como una de las Bellas Artes Lo que Jorge me encargaba, vamos a ver, no era más que un seminario al uso, con tres o cuatro conferencian- tes. Daban su conferencia en el macba, se quedaban en su hotel y se piraban. Pero claro, cuando me dijo que iba a traer a los de Nadie es Ilegal o a Reclaim the Streets, o Ne pas Plier o los RTMark, tipos muy potentes y muy políti- camente comprometidos, para que dieran una chapa y se pirasen, pues pensé y le dije que ni de coña. Si los traía era para que trabajasen al menos dos semanas, para que tuvie- ran la oportunidad de intercambiar cromos con la gente de acá. Era la época justo anterior a la anti-globalización. Un momento en el que era fundamental tejer redes interna- cionales de oposición. Jorge lo entendió, más mal que bien, porque me permitió hacerlo pero no incrementó ni un duro el presupuesto. Así que tuvimos que alojar a la gente en la pensión Dalí, una de las más cutres de las Ramblas. Allí y en la casa algunos colegas metimos a todos los artistas internacionales. Así comenzamos a tejer redes. Y bueno, yo dormía de hecho una noche en la pensión Dalí, otra noche en una okupa, otra en casa de colegas. Así todo, muy de andar por casa. Con las dietas, pasaba lo mismo. En vez de pagar las dietas cogimos toda la pasta y fuimos de bar en bar a ver cuál se enrollaba y nos daba de comer y de cenar a cuantos más mejor. Encon- tramos un bar de colegas en el que con lo que era para cua- tro nos daba para veinte. Y si no, iba la gente que estaba en Reclaim the Streets, Ne Pas Plier y RTMark Mi recuerdo de Madrid tras las intervenciones del Lobby Feroz se dispara ya hacia una manifestación, organizada por el Laboratorio II, que estaba en la calle de Amparo. En esa manifestación conocí a Javi, un chaval de Málaga que vivía en Londres y curraba con Reclaim the Streets. Era un tipo muy entregado, muy consagrado a la causa de la revolución y de las fiestas rave. Entonces yo creo que fue a través de Javi que conocí a los alemanes de Ninguna Persona es Ilegal. De repente en el año noventa y ocho o así las cosas empe- zaron a acelerarse solas. Nos pusimos en contacto con los Ne Pas Plier, en Francia, con los alemanes, con la Guerrilla de la Comunicación, con Reclaim the Streets. Y también le escribí un correo súperinocente a una gente que se lla- maba RTMArk, que hacía intervenciones basadas en la red, mucho más tecnificadas que las nuestras pero con un tono muy parecido. Yo les descubrí por casualidad en internet, les envié su página traducida al español y me ofrecí a tradu- cirles sus textos. Vieron la página, la colgaron y nos hicimos colegas. Luego, cuando ya eran los Yes Men, nos invitaron a los Fiambres a Los Ángeles. Fue en el año noventa y nueve, a CalArts. Para allí nos fuimos Currito, Santi y yo, con un traje baratucho, una paella gigante y una bota de vino. Con el equipo completo. Yo creo que esa ficción de que había tres tipos que habían estado organizando cosas de arte político aquí y allá, en Madrid y en Sevilla, para arriba y para abajo, y que de pronto se plantan en Los Ángeles deslumbró a Jorge Ribalta, por- que me llamó estando aún allí. Era el segundo de a bordo del macba, Museu d’Art Contemporani de Barcelona, en aquel tiempo. Me llamó para decirme que montásemos alguna cosa, un seminario, un tallercillo. Yo creo que el quería un 104 105 Nos consiguieron una nave en el Raval, una cosa muy cutre, entre taller de paraguas y almacén de salchichas, escondido en un pasadizo. Lo llamamos el cuartelillo. Allí reunimos por las mañanas a los invitados que habían venidos de fuera con los agentes sociales. Aquello fue brutal, comenzaron a tejerse campañas y movidas, páginas web y carteles. A raíz de aquellas mañanas —-las conferencias eran por la tarde— salieron las Agencias. Las Agencias: ¿arte político de cerca? La cosa de las Agencias se le ocurrió a Javi de Reclaim the Streets. Aunque Borja diga a veces que son idea suya, es mentira. Fue Javi quien, viendo lo que pasaba en el cuar- telillo, pensó que estaría genial montar algo así como una agencia gráfica que se encargara de montar carteles para todos los movimientos sociales. Para vincular a los artis- tas del diseño gráfico, que tenían ideas pero que trabajaban solos en su casa, con las preocupaciones de esta gente. Esto era nuevo en Barcelona. Inmediatamente surgió hacer una agencia de medios y una de moda y complementos. Esta última surgió porque siempre teníamos problemas con los trajes que llevábamos a las manifestaciones y las acciones de desobediencia civil. Pensamos que estaría bien contar con una agencia donde se hiciera un vestuario útil, sexy de cara a los medios y con el que no pareciéramos terroristas. Después de esas tres pri- meras surgieron la fotográfica y la espacial, que tenía que ver con intervenciones en lugares. La otra, la de fotografía salió de los muchos fotógrafos que iban a las manifestacio- nes a hacer fotos y quisieron juntarse para compartir mate- riales. los talleres y se iban con ellos a comer, aunque algunos nos quedábamos fuera. Una condición que puse fue que los talleres fueran gra- tis cuando, para asistir a los talleres del macba, había que pagar. Para solucionarlo, había que hacer un cambio de for- mato sobrevenido. Lo gracioso es que lo hicieron. Hicimos unas listas enormes de colaboradores, que no pagaban, con todos los interesados en asistir al taller. Así conseguimos tener a unas trescientas personas participando activamente en vez de los veinte que solían acudir a los talleres. Como los de Reclaim the Streets eran una referencia para los movimientos sociales, estos no se podían creer que fue- ran al macba, que para ellos era como el diablo, el enemigo. Así que comenzaron a hacer acciones y decretaron un boi- cot, porque veían en la invitación una manipulación. Yo había ido a hablar con mucha gente, pero con estos muchachos en particular, no. Eran, sobre todo, de una revista que se llamaba Contrainfos, más o menos el perió- dico oficial de los okupas de Barcelona. Hablé con ellos y les pregunté: «Pero bueno, ¿qué queréis?». Al darse cuenta de que yo no era, precisamente, el capital, y de que hacía lo que podía, cambiaron y acordamos que el taller se trasladaba desde el macba hasta el Espai Obert, una especie de centro social en el que ya había muchas iniciativas y en la que, por cierto, cabía un montón de gente. El Museo aceptó, cosa que al principio no podían creer estos okupis-contrainfo, porque siempre pensaron que el macba lo que quería era capitalizar a los invitados. Luego pidieron pasta al museo para montar el equipo de sonido que, hasta entonces, tenían que alquilar. La consiguieron, no está mal, pillaron pasta y pusieron micrófonos. Además de las sesiones en el Espai Obert, le habíamos pedido al Museo que nos cediera un espacio para trabajar. 106 107 me han pagado una pasta que te cagas y me han traído hasta aquí para exponer unos putos folletitos fotocopiados, muy monos, con el tema del sida. Y ahí fuera están con la policía a hostias, con unos carteles que son mucho más cojonudos que los que yo hago, y no están en la exposición, ¡Qué coño es esto!» De ese tiempo salió una frase muy conocida, la de que los museos tenían que hacer arte político de lejos, y si era de cerca tenía que ser poco político. Porque las dos cosas no podían ser. Político, y de cerca, significaba líos. Y efectivamente, tuvimos líos. Con la policía, que pronto detectó que nuestro «cuartelillo» era el centro neurálgico de organización de las protestas. Con la delegada del Gobierno, Julia García Val- decasas, que tuvo una entrevista con el director del museo para avisarle de que la policía iba a por nosotros. Y tanto fue así que detuvieron a la gente, arrasaron con el bar, a mí me pusieron en una lista negra. Muchos contaban que les habían detenido y les habían preguntado si me conocían. Ese tipo de cosas. Borja, al ver que había pasado todo y no habían matado a nadie, decía que podíamos continuar con las Agencias, pero, decía, con un horario claramente establecido. Porque Valdecasas nos acusaba de que trabajábamos de noche. Las acusaciones oficiales que le hizo a Borja era que tenía- mos reuniones y que las hacíamos de noche. No sé bien qué- Código Penal infringíamos con esas dos acciones. Pero sí, nos reuníamos todo el tiempo y con mucha gente. Y sí, tra- bajábamos de noche. Las condiciones para seguir eran que no trabajáramos de noche y, además, que cada proyecto que hiciéramos tenía que contar con su aprobación. Ahí le dijimos que no, que la autonomía era algo irrenunciable, y que bajo esas Sí, quizá las Agencias no fueron más que eso, una web analógica. Con un espacio, el cuartelillo, y el bar del museo, que reabrimos unos cuantos de la Agencia Espacial, para socializar y sacar dinero. Eso duró poco, porque se abrió en primavera y en junio lo cerró la policía a hostias. En octubre tuvo lugar el Taller de Acción Directa, que salió muy bien. Tuvo mucha repercusión y contó con mucha gente implicada. Al comenzar me preguntaron qué ideas tenía para continuar la cosa y les respondí que «un dispositivo de intervención continua» que se llamaría Las Agencias y que, eventualmente, se comprometería a organi- zar otro taller, para un año después. Aunque hasta entonces sería un lugar de producción. De producción simbólica y centrada en el cuartelillo. Allí había cinco Agencias, con una media de doce perso- nas implicadas en cada una de ellas. Teníamos ordenadores y máquinas de coser para hacer trajes, por lo que para febrero ya funcionábamos a todo meter. Estaba abierto las veinticuatro horas, con reuniones todo el día y gente que se quedaba allí trabajando toda la noche. En esa esa época, febrero de 2001, cuando yo estaba yendo y viniendo de Bar- celona, nació Roger. Recuerdo que por entonces, alquilé un pisillo en la calle de La Paloma al lado del museo. Nosotros éramos el forúnculo en el culo, teníamos nues- tra gracia y hacíamos cosas en la calle. Ahora, la pasta gansa se la había llevado una exposición que se inauguró en verano a la que ni nos invitaron, por cierto. A esa exposición vino, por ejemplo, un colectivo de San Francisco que hacían tra- bajos contra el sida. Y cuando vinieron a Barcelona, y vieron la movida de Barcelona, las manis, y las Agencias que éra- mos parte del proyecto del museo pero que no estábamos en la exposición, pusieron el grito en el cielo. El de San Francisco decía: «¡Pero que mierda es esta! A mí 108 109 Por entonces nos habían dejado el mejor stand en Turín para que montáramos el Yomango. Así que pensamos mon- tar un taller en el stand de Turín para enseñar a la gente a robar con la ropa diseñada para que no saltaran las alarmas, para poder evitar las cámaras, y para lo de los juegos de miradas, en fin, lo que ya sabes. Luego, como Turín es una ciudad de las más pijas y más caras de Europa, saldríamos todos en manada de la Bienal a robar. Al día siguiente me llama alterado el comisario ayudante de Pistoleto y me dice que qué he hecho, que nos van a matar a todos. La cosa es que, por lo visto, habían recibido todos, incluido Pistoletto, un correo mío en el que decía que íbamos a joder la Bienal con Yomango y otras partes de mi texto con el que habían hecho un corta y pega. Además, en el asunto del correo decía que «La Bienal era una mierda», lenguaje que yo no empleo, y el remite era de Jordi Clara- monte, cuando nunca pongo Jordi, sino Vladimir, Fiam- brera o JordiClar. Le dije que era falso, que no era mío. Además, en caso de serlo, ¿cómo se lo podría enviar a él? De todas formas, le dije que le iba a explicar la idea que habíamos pensado. Le pareció bien, así que regresé a Turín. Pero antes, tonto de mí, envié un correo al grupo de trabajo diciéndoles que no se iban a creer lo que había pasado. Que querían matarnos, pero que la cosa se había salvado Al día siguiente me llama de nuevo el tío y me dice que ahora sí, que ahora la hemos cagado. Porque, decía, has vuelto a mandar tu correo pero esta vez al administrador de la bienal, un tío que yo no sabía ni quién era y que no nos quería ni ver. Me dijo que ni fuera. Porque el administrador, el tío de la pasta y el que buscaba los espónsor, había visto esto, ya no hay nada que hacer. Así que fuimos expulsados radicalmente de la Bienal, y si te he visto no me acuerdo. condiciones no queríamos trabajar en Agencias, por lo que se acabaron las Agencias. sccpp y Yomango Estamos a finales de 2001, más bien 2002, cuando hici- mos sccpp y Yomango. Las dos salieron de la reflexión no tanto de Barcelona, sino sobre Barcelona. Y sobre Génova, sobre Göteborg, etc. Sobre todas las manifestaciones antiglobalización. En Göteborg hubo el primer herido por bala, mientras que en Génova fue el primer muerto, Carlo Guliani, a quien la policía le disparó en la cabeza. De esa reflexión empezamos a pensar en nuevas maneras de orga- nización. Ahí parimos el concepto de sccpp, que significa Sabotaje Contra el Capital Pasándoselo Pipa. Siempre que hablo de esto, hablo en plural, en plural raruno. Tal vez porque la idea surge de uno u otro, pero luego siempre fluye entre un montón de gente hasta que acaba completándose. Cuando nos echaron del museo, nos volvimos muy sexies. De hecho yo fui a Turín porque nos habían invi- tado al Festival de Arte Joven para que fuésemos a hacer los trajes de las manifestaciones. Nos recibió encantado Michelangelo Pistoletto, el comisario de la Bienal. Pero cuando le pregunté por las manifestaciones me dijo que no había nada, pero que no me preocupara. Porque podían contratar a actores para que se pusieran los tra- jes. Entonces vi que había un problema de compren- sión serio. No obstante, le dije que íbamos a preparar un proyecto especial para la Bienal y le aseguré que le iba a encantar. Respondió que estaba de acuerdo y que tenía confianza en nosotros. 110 111 Por ejemplo, TelePito estaba diseñando un lanzallamas para prender la bandera de la Plaza de Colón, Tina tenía la obsesión de derribar la estatua de Franco de Nuevos Minis- terios. Estuvimos semanas y semanas investigando cómo podríamos meter una grúa allí, cuánto tardarían los muni- cipales en llegar, si podríamos meter ácido en la pata del caballo, como lo contendríamos ese ácido mientras roía las patas. Cosas así, muy delirantes. Fueron unos años maravillosos y muy productivos. Ahí están Mundos soñados I, Mundos soñados II, Bordergames, Pornolab, toda la campaña antideportaciones. Fue con mucha más gente que se implicaba y de una manera muy cooperativa. La pasta para el primer Libro rojo creo que vino de Acción!mad. Y creo que Mundos soñados lo pagó La Casa Encendida. Acción!mad iba a a pagar una performance, así en abs- tracto, pero nosotros hicimos la edición de El Libro rojo de Yomango. Recuerdo que se imprimió a toda prisa para lle- varlo rápidamente a Bruselas. También recuerdo a los del Laboratorio III, que eran súper estalinistas, llevándose los Libros rojos diciendo que la gente no los cogía porque pensaban que eran maoístas. Yo les decía que, de hecho, eran maoístas. Porque distribuían un libro rojo con Mao Tse-tung con una pera en la portada. La tesis la leí tarde de cojones. La leí en el 2007. En el 2002 es la ruptura con Barcelona. En 2003, nace Oriol, y me acuerdo de maquetar Mundo soñado con Oriol recién nacido, en casa de Tina Paterson. Podían hacerlo porque, aunque una Bienal es un contrato, ni siquiera lo habíamos firmado. Así es el arte, muy infor- mal. Así quedó. Para hacer esto, tienes que conocer muy bien el mundo del arte. Debes saber cómo funciona una bienal, que quien manda ahí es el administrador. El hombre que de alguna manera cierra las cuentas. Para mí es obvio que había un topo en el grupo o un policía escuchándonos. Será un poco tonto de mi parte, pero no tenía idea de quién nos podía haber hecho semejante faena. No me cabía en la cabeza que alguien de nuestro entorno hiciera una putada así de grande. Después de eso llegó la ruptura en Barcelona. Por enton- ces el grupo estaba ya partido, aquello no había por donde cogerlo. Con muchas disonancias poéticas, porque cuando hay varios proyectos juntos, está muy bien pero eso es una cosa bien distinta a trabajar todos juntos en un mismo pro- yecto. No es que uno sea mejor o peor, es que son, simple- mente, diferentes estilos. Y con los artistas ahí es donde te la juegas, con el estilo es donde te la juegas. Hasta aquí mi memoria de la secuencia barcelonesca. Una vez pasado todo eso, volvimos a Madrid con armas y bagaje, empecé a currar con Tina de forma continuada. Se convirtió en mi mano derecha y en mi mano izquierda y en todo. Se encargaba de todo lo gráfico, que lo hacía con mucha más gracia. Nos liamos con Mundos soñados, con el videojuego, con Bordergames. Seguimos con Yomango, empezamos Porno- Lab. Fue el tramo final de Fiambrera, aunque ya ni usába- mos el nombre. A Víctor Sampedro sí le gustaba mucho. Víctor venía a las cenas de los Plomidiums Supremos que hacíamos los miércoles. Nos juntábamos en casa de Sergio para hacer una especie de cena delirante donde conspirar y decidir qué íbamos a hacer. 112 113 Eso fue en el 2004-2005, cuando abrieron La Casa Encen- dida y el Laboratorio III. Luego fue el Laboratorio IV, y el del solar de la calle Olivar 48. La cúpula del solar no era de Santi Cirugeda. La cúpula la hicieron Eduardo Gutiérrez y Mar Núñez. Lo que había hecho Cirugeda en un Acción!mad fue gastarse un pastizal para hacer una especie de estructura prefabricada de esas que hace, con andamios y tal. Era una caseta, una especie de despachillo en la primera planta, que no se usó demasiado. Luego Mar Núñez y Eduardo hicieron la cúpula esa con unas estructuras y poliuretanos blancos que olían a pescado. Es la que ahora está en el solar de Esta es una Plaza. De otros cuentos a La Tabacalera Cuando el Laboratorio III, hicimos las primeras gestiones por Tabacalera con la Red de Lavapiés. Fue con Eduardo y con Carlos Vidania. De hecho cuando hacíamos planes para ocupar nuevos espacios, pensábamos en lo que es ahora La Casa Encendida y luego en el Circo Price. Ambos llevaban mucho tiempo cerrados, aunque el Price estuvo okupado un tiempo en una de esas semanas de lucha social. Carlos, Eduardo y yo siempre hablábamos en las discusiones del comité de qué grandes contenedores quedaban en el barrio. No uno como el Laboratorio II, donde tenías que reunirte como en la salita de estar, sino una capaz de albergar un centro social. De ese tipo, había tres. Eran La Tabacalera, la Fábrica Pacisa, que luego sería el Price, y un edificio de Caja Madrid, lo que luego fue La Casa Encendida. Con esas tres bazas jugábamos. Pero pronto cayó La Casa Encendida, luego el Price, por lo que nos focalizamos en Tabacalera. Los Laboratorios El Laboratorio I estaba en Embajadores, tenía un carácter aún muy minuesesco, aún había muchos punkarras. Era un sitio con zonas oscuras, muchos escombros, todo así. Allí fue de transición. Cuando les echaron se fueron al Labo- ratorio II, que estaba en un edificio de viviendas de la calle Amparo. Allí la cosa era más cultural. Con mucha menos dimen- sión pública. Como era un edificio de viviendas, de pisitos, había mucho menos sitio para hacer cosas. No era como el Laboratorio I, muy grande y donde se hacían conciertazos. El II no, era mucho más pequeño y hogareño. Cuando les echaron se fueron al III, que estaba pared con pared con La Casa Encendida. Eso sí, era muy laboratorio, una mezcla entre el antiguo pasado macarra y cierta intelectualidad que estaba llegando. La relación con La Casa Encendida fue graciosa. Antes de que fuera tal como es, algún cargo de la Obra Cultural de Caja Madrid intentó colgarse la medalla y hacer una exposi- ción allí. Y curiosamente fuimos nosotros quienes ganamos el primer opening que se hizo allí, el Festival de Inéditos que montamos, con Paloma Blanco de comisaria inédita, como maniobra para pagar la revista de Mundos soñados, esa del proyecto de bodas y desobediencia civil. Ganamos el proyecto porque conseguí a Krzysztof Wodiczko, Coco Fusco y a los Yes Men. Todos ellos mandaran obra gratis. Cuando el resto de comisarios inéditos hacían lo que podían, con sus primos y tal. Nosotros no, traíamos a los más grandes del arte político español y norteamericano. La obra de Wodiczko fue un vídeo, no recuerdo si nos llegó a dejar estrenar el de Tijuana. Le explicamos que todo era sin dinero y nos hizo el favor. 114 115 Nosotros debimos ser más vivos. Deberíamos haber foca- lizado más el esfuerzo en hacer talleres colectivos. Aunque de eso deberían haberse encargado los artistas, porque no se lo voy a hacer. Sí, a veces lo pienso algo mejor. Pero creo que el primer verano lo hicimos lo mejor que se podría hacer, que era abrir aquello y que fluyera. Luego ha sido una pelea de muchas neuronas. Ahí surgió La Tabacalera a Debate, saliendo a la calle disfrazados de cigarreras por la calle, con mantón y un clavel reventón en la cabeza. También hicimos imprimir servilletas para distribuir información sobre Tabacalera en los bares. Al cabo nos llamó Ángeles Albert, directora gene- ral de Bellas Artes entonces, para que hiciéramos una expo- sición fotográfica. Nos ofrecieron la parte norte, un sitio mucho más cutre que la nuestra actual. Hombre, «era», porque ahora le han metido pasta y la han hecho más digna para las exposiciones que hacen. Al principio trabajé con Tina la idea de hacer una exposi- ción extralarga en la parte norte. Una exposición que durase un año o algo así, porque el proyecto de Centro Social no tenía sentido hacerlo para tres meses. Así que empezamos a negociar para diez, once meses pensando que me iba a comer el marrón de organizar expo- siciones todo ese tiempo. Hasta que en una de las visitas por el edificio que hicieron Emma y Tina juntos, David descu- brió la parte sur y dijo que molaba mucho más, que tenía barra. Ahí fue cuando pensé que la habíamos vuelto a liar. Así que David y yo hicimos las tres páginas, se la presenta- mos, y empezó el lío. La primera visita, conmigo de comisario, la hicimos doce o trece personas. Fue un hito. El primer verano fue un verano mítico, lleno de gente y sin grandes follones ni peleas. Ni problemas con el dinero. Entonces no había tan- tas asambleas, nos reuníamos en el patio, teníamos muchos estilos de gestión. Los artistas no se implicaron demasiado, quizás porque no suele haber en ese medio mucha cultura de colabora- ción. Y es curioso, porque es precisamente en el ámbito de la producción artística donde más habría de auspiciarse la autogestión. No te queda otra. 117 David Rodríguez «Tina Paterson» Diciembre de 2013 A David, «Tina Paterson», lo conocí en Off Limits. Presen- taba, en 2008, uno de los últimos Pornolabs. Yo sabía que además de estar tras el Pornolab había también sido el res- ponsable de las imágenes y el diseño de la Fiambrera Obrera y sccpp, Sabotaje contra el Capital Pasándoselo Pipa, cuyo Libro rojo de Yomango, con Mao Tse-tung con una pera en la portada, era una referencia ineludible en la bibliografía del activismo artístico local. Poco más sabía de él. Luego llegaron los tiempos de La Tabacalera de Lava- piés, el 2010. Durante un tiempo glorioso preparó, junto a Claudia Claremi, La Flor de Lavapiés, unas fiestas que hacía- mos en la nave central de La Tabacalera, maravillosas fies- tas que unían a todo el barrio y quizá a todo Madrid. Allí, además, en el área táctica de La Tabacalera, estuvo durante los primeros años la fotografía de Tina, la verdadera Tina, quien había sido la amiga por correspondencia en la adoles- cencia de David. Una amiga americana cuya fotografía aún le sirve a David como perfil en redes sociales. Alguien que en los años ochenta preservaba una imagen híbrida entre hombre y mujer, entre noble y asesino en serie, una ima- gen impagable que sirve de alter ego a alguien muy difícil de catalogar y absolutamente imprescindible. Tras los colectivos artístico activistas, tras la sala Pradillo, en la que trabajó un tiempo, tras sus proyec- tos con el mundo del teatro, y tras al tabacalera de Lava- piés recaló en el Medialab-Prado y allá ha estado tiempo moviendo, promoviendo, organizando, liándola. Como él 118 119 centrado en el contexto español. Flipé con todo, sobre todo en aquel capítulo que hablaba de la relación entre el fla- menco y la desobediencia. Nunca había visto nada igual. Nada más conocernos fuimos a ocupar un solar en el Par- que de la Cornisa, junto a San Francisco el Grande, donde el reciente gobierno del Partido Popular había autorizado unas operaciones urbanísticas a favor de la Conferencia Episcopal. Pero no fuimos solos. Éramos un montón de gente de todo tipo, y no precisamente politizados. Mis pri- meros afectados, mis primeros activistas. Nunca he sabido, ni sabré qué era la Fiambrera. Para mí era una excusa, un contexto. Una carta de presentación para que los demás entendieran algo. No sé si hacíamos arte polí- tico —la mayoría de los libros de arte sobre este tema nos han ignorado—. No, a mí lo que me interesaba era el acti- vismo en sí. Siempre fui muy fiel a esa idea de la Fiambrera, que Jordi pilotaba, de que todo era un modo de estar en el ajo. Una práctica que nos hacía pivotar en todas direcciones y que servía incluso para que te dieran la llave del local del macba en Joaquín Costa o de una fábrica del siglo xviii en Embajadores. Pero eso, todo eso, sale de ese contexto. Las Agencias surgieron de modo muy casual. Era una pro- puesta para Jordi Claramonte, como tantas, que él decide frente a una inverosímil carrera personal como comisario, abrir a todo el mundo. Él es esencialmente un estratega y muy hábil para darle la vuelta a las propuestas que le hacían desde la institución y desde los más diversos frentes artísti- cos y sociales. Aquella implicaba a una ciudad, Barcelona, y a un montón de energías germinando entonces. En esencia, adelantamos el cambio que se dará desde la protesta a la propuesta. Un cambio que viven ahora los movimientos sociales. Generamos un proceso a ciegas, más táctico —como definió Jordi utilizando sus referencias mismo se declara, es un mercenario de la cultura, hiperac- tivo, fantástico cocinero, eterno investigador entre el hacer y el pensar, rápido, esquivo, inclasificable e imprescindible. Ahora está en Santiago de Compostela una vez más, inten- tado, tramando, generando redes, alianzas y escenarios de posibilidad. Producir desde el arte David Rodríguez «Tina Paterson» Mis primeros activismos: Fiambres y Agencias Me llamo David Rodríguez. Nací en Madrid en el 72. Hice Bellas Artes e Historia del Arte. Fui paciente, pero aquellos estudios no me interesaron en absoluto. Recuerdo la gran Biblioteca de la Facultad de Humanidades. Me instalé allí mientras empecé a meterse en eso de la vida laboral. Era divertido ver cómo te prepa- raban para ser parte de aquella élite institucional casposa. Al tiempo que por cuenta propia uno bajaba al fragor de la mina de aquellas burbujas dotcom y de una ciudad en plena transformación por la economía del pelotazo. Un periodo muy interesante, aquel de primeros de los noventa. Por entonces, a punto de terminar la segunda carrera, conocí a La Fiambrera Obrera. Allí estaban: Jordi Clara- monte, Ernesto Ferrer y Paloma Blanco, trajinando un libro sobre arte político, sobre arte público, Modos de hacer, que fue lo primero que vi sobre arte político, social y activismo 120 121 Trabajo en red A la vuelta en Madrid, entramos en los Laboratorio. El Laboratorio III estaba en la calle Amparo, pegado a lo que es hoy La Casa Encendida. Era una fábrica de cuento, preciosa, estaba llena de muebles y máquinas antiguas. Desapareció, por desgracia, como la mayoría de las fábricas urbanas. Lo del Laboratorio III, entre el 2002 y 2003, fue muy curioso. Lo más innovador se daba bajo sus cuatro paredes, pero era gestionado de un modo muy opaco y algo perezoso. Había un bar del que nadie quería hacerse cargo, por lo que decidimos cogerlo nosotros los viernes. Y para hacer algo, llamamos a unos amigos raperos, que lo llenaban de gente. Resultó que no había sitios para el Hip Hop en Madrid. Y claro, lo petamos. Esto generó conflictos, pero también de repente, el Labo tenía mucho dinero —literalmente dor- mían sobre miles de euros—, podían financiar proyectos y encima los tiempos estaban cambiando. El barrio estaba en pleno proceso de gentrificación. Los okupas debían irse. Algunos se fueron a Malasaña, a El Patio Maravillas. Otros nos quedamos y descubrimos la vieja Fábrica de Tabacos y aquello del procomún. La Tabacalera como Las Agencias Jordi, que pasado el tiempo se había dedicado a su labor como filósofo tostón, un día recibió una llamada. Casual- mente, era una antigua compañera de clase que yo tuve en la universidad. Era muy calladita, pero una alumna aventa- jada que trabajó con José Jiménez, un profesor en la Autó- noma que acabó como director general de Bellas Artes. A los dos se les ocurrió hacer en la Antigua Fábrica de Tabacos de al ejército soviético en la Segunda Guerra Mundial—. Un modo de trabajar sobre nuevos lenguajes. Frente al acti- vismo tradicional, pasamos de los carteles a hacer una web, algo que ahora es común pero que entonces no existían. Por ejemplo el videojuego que hicimos, Bordergames, fue uno de los primeros políticos en España, incluso de los prime- ros de internet. Luego estaba la energía más fuerte, la de muchos artistas de profesión o de carrera que habían visto y entendido esto en Nueva York o en la Inglaterra del «thache- rismo». En estos dos países había muchos artistas que tra- bajaban estos temas, como Reclaim the Streets y gente así. Las dos energías se juntaron en el barco que Jordi fabricó para que todos se montarán en él. Era el gran barco pirata. Y aquello, lógicamente, naufragó como el Titanic. Nosotros que asistimos y ayudamos a montar todo aquello copiamos su modelo de comunidades de autoa- prendizaje. También aprendimos a extender lo real desde un sistema cerrado que desciframos hacia otro en el que reescribir el código se hacía necesario. Así, de este modo, creamos Yomango. Un dispositivo que te permitía apren- der, compartir y ser feliz, y que era prácticamente imposible de comprar o copiar por el sistema, que es lo que siempre suele hacer. Puro trabajo en red. Durante años nos dedi- camos a hacer taller de mangar por todo el planeta. Y nos permitió hacer cosas tan divertidas como aquellos «Libros rojos y moraos» que son joyitas a las que queremos mucho. Luego la cosa en Barcelona se lio parda, el museo reculó. Y volvimos a Madrid. Simplemente no asaltamos el cielo antes de tiempo, habíamos pasado la estratosfera y estábamos ya por Júpiter. Demasiado para la institución y los movimien- tos sociales tradicionales. El 15m tendría que esperar. 122 123 Y, claro, preguntaron arriba y respondieron que no. Que si esto era una locura como una casa, que si éramos unos chiflados. Pero, como siempre con la Fiambrera, lo que proponíamos era al final lo más innovador, lógico y se movía entre las rendijas del poder institucional, y encima a la directora de Bellas Artes, Ángeles Albert de León, le encantó. Le recordaba a una cosa que había organizado en México. Increíblemente todo fluyó. La forma legal fue la cesión de uso. Es una figura adminis- trativa que requiere la firma de un convenio entre el Minis- terio y una asociación, un convenio de un año. La asociación fue sccpp, que habíamos formado hace muchos años Jordi, Paloma y yo. El Ministerio de Cultura recibió numerosas críticas por realizar «una cesión a dedo». También los par- ticipantes del csa La Tabacalera por parte de sectores polí- ticos que nos calificaron de «vendidos» a la institución. Ambas críticas pueden ser vistas como parte de la potencia del experimento al situarlo en un terreno de ambigüedad. De una ambigüedad que muestra la tensión en la que nos movemos, ya que por un lado están los modos de hacer ins- titucionales, con su producción cultural de representación, excelencia y gobernanza, y por el otro las posibilidades de una cultura productiva alternativa que no pase tampoco por los modelos conocidos de politización y programa. Es curioso cómo aparecen las siglas de sccpp en el regis- tro. Ahora no lo recuerdo del todo, bien, pero por algún lado tengo un papel oficial que decía no sé qué de una Sociedad Cooperativa que Comunicaría por la Paz Patafísica, algo por el estilo, muy gracioso. La verdad es que merecería la pena hacer una exposición con toda la documentación que ha generado csa La Tabacalera de Lavapiés, desde el primer convenio hasta el contrato de autorización. La redacción de tales textos delata que la mayoría de las veces, cuando Madrid un centro de arte visual que ocupara aquella vieja nave propiedad del ministerio, y fuera apoyo o competencia al cercano mncars. Mientras se ponía en marcha la reforma que por culpa de la crisis nunca se llegó a llevar a cabo y siguiendo la estela de PhotoEspaña, se abrieron sus salas temporalmente. Deci- dieron usarla para un programa de exposiciones de arte contemporáneo. La llamada era una pregunta: «¿Quieres hacer una exposición sobre vuestro trabajo en el barrio de Lavapiés?» Curiosamente, yo estaba de charla con Paloma Blanco, Marcos García y Laura Fernández cuando recibí la llamada mítica de Jordi. «Oye chato, que me acaban de llamar para proponerme que hagamos una exposición en La Tabacalera», me contó. Yo le pregunté qué pensaba res- ponder y me dijo si me acordaba de las Agencias. Luego me expuso, entre risas, su plan, que consistía en hacer un cen- tro social, aunque no en el sitio que nos ofrecían, sino en el otro espacio del edificio, el que da al patio. Le pregunté si lo había propuesto ya, pero no, no lo había hecho, por lo que nos juntamos esa misma noche para hacer el proyecto. Y eso hicimos, juntarnos y hacer el proyecto. Yo le dije a Jordi: «¿Sabes que entre unos y “otros” nos van a acabar echando más tarde o mas temprano?». «Sí claro», respondió entre risas, «como siempre». Al día siguiente presentamos a unos funcionarios del Ministerio lo que se nos había ocurrido. Al principio lo veían un poco como si fuéramos extraterrestres. Pero la propuesta era clara, un espacio vecinal de producción, abierto y autogestionado que representaba la vocación vecinal por ese lugar. Pero ante la pregunta de cómo pensábamos financiarnos, res- pondió Jordi que «con un bar». Eso les descolocó. «¿Con un bar?», preguntaron. «Sí, sí, con un bar», volvimos a decir mordiéndonos la lengua. 124 125 Pero, claro, duró solo dos años. Porque era un modelo abierto, y a nadie le gustan los modelos abiertos. Tiene que haber gestores, mediadores, conserjes, etc. Y claro desde el primer día empezaron los codazos, las miradas, las etique- tas: «Los okupas tienen la llave», fue el titular del primer artículo de El País sobre La Tabacalera, cuando aún no había- mos empezado. Así que tuvimos que perder un tiempo pre- cioso en pelear contra los prejuicios, pero lo conseguimos. Conseguimos un espacio abierto, para lo que tuvimos que hacer que la gente entendiera que podía entrar allí, fuera cual fuera su procedencia y corte de pelo. Autonomía conta- giosa, lo llama Jordi, y funcionó durante al menos dos años y con solo tres reglas: aquí no se hace negocio, aquí entra todo el mundo y aquí todo el mundo trabaja en los turnos. Había de todos y para todos. La Tabacalera se jodió desde dentro y desde fuera. Nunca se protegió frente a sus amenazas. Todos los conflictos de una ciudad irregular, equidistante, acabaron allí, y nadie tuvo el valor de afrontarlo, más allá de las buenas inten- ciones o de toneladas de retórica. El conflicto se instaló y te tocaba lidiar con lo que la sociedad no lidiaba. Fue un marrón que nos endilgó toda la ciudad. Luego, los grupos más sectarios no podían convivir con aquella escala desproporcionada, ellos acostumbrados a un modelo de control por afinidades, estaban desnortados ante aquel torrente de heterogeneidad. Estos fueron por tanto un motivo de fricción permanente. Todo era para pensar el modelo, la reglas, etc. Lo gracioso fue que todas sus conclu- siones se materializaban en crear burocracia interna, frente a las sencillas tres reglas iniciales. A muchos les tocó tomar su propia medicina y muchos abandonaron agobiados por tanta comisión y subcomisión. El modelo que nosotros planteamos, que planteó Jordi, algo pasa, es cuando los funcionarios de turno no acaban de entender nada. Los tres teníamos las cosas muy claras, queríamos abrirlo a todo el mundo, que fue lo que hicimos. Y así empezó una de las épocas más fascinantes de nuestras vidas. Así fun- cionó, así lo mantuvimos hasta que ya no se pudo más. Y eso que lo intentamos, pero fue una tarea hercúlea en la que, por primera vez, Jordi y unos cuantos no éramos «el artista invitado» ni «los del marketing», como nos decía uno de los más marxistas. O los espabiladillos o los raros; tampoco los técnicos. No, éramos quiénes habíamos propiciado aquello, los que aparecíamos si alguien preguntaba quién había montado aquello, lo que nos dio un margen muy grande. Pero sí sabía que había habido un motor y eso nos permitió dos años maravillosos. Hasta que se dieron cuenta. Hasta que subieron, reptando por la muralla, y se lo quedaron. Ya sabíamos que iba a pasar, lo habíamos hablado. De hecho, se lo había comentado a Jordi, le había dicho que él sabía que nos iban a echar. Y él me respondió que sí, que lo sabía. Aunque, bueno, tal vez tú te autoechas. Lo interesante de La Tabacalera fue que se creó. No hay que olvidar cuándo y dónde nos encontrábamos, en un Madrid en plena burbuja de industrias culturales, la Milla de Oro, modelo turístico. La ciudad se estaba convirtiendo en una especie de museo gigante hecho para turistas y con sus secuelas: cara, apestosa y sin vecinos, a los que habían echado de sus barrios de toda la vida. Bueno, pues llegamos nosotros y no hicimos eso, sino lo contrario. Demostramos que podíamos coger un espacio de esa escala gigantesca, lo que rozaba la locura, y moverlo sin miedo. Sin recursos y equipos de gestión monumentales cogimos un edificio de esa misma escala, de escala monumental, y lo hicimos fun- cionar. No olo eso, además lo petamos. Y eso es histórico. 126 127 Autogestión El modelo de las fiestas era una forma abierta y divertida de tener dinero. Si querías, por ejemplo, comprarte una cámara, podías pedir ese dinero, como ocurrió con los de la tele, o montar una fiesta para conseguirlo que es lo que toda la vida se ha llamado autogestión. Pero eso se jodió. ¿Por qué? Porque el segundo principio, el de que nadie hiciera dinero, no se mantuvo. La gente empezó a hacer sin dinero sin darse cuenta del peligro que suponía. La verdad es que nadie entendió el pro- blema que suponía centralizar todo en fiestas con las que sacabas mucho dinero. Así que un sistema más o menos sostenible en algunos sitios demostró ser insostenible en La Tabacalera debido a la voracidad de muchos, que hacían lo que fuera par sacar dinero para ellos y para sus amigos. O para los de fuera, aparecía el colectivo de Chihuahua, mon- taba una fiesta y conseguía 500 euros para ellos. Luego se iban, nadie se quedaba a trabajar, pero como eran colegas… Esto creó una lista de espera brutal, puesto que quien que- ría hacer una fiesta tenía que meter presión, manipular a la asamblea, tocar los huevos, ya sabes, para que su amigo pudiera meter una fiesta en el calendario y conseguir dinero. A pesar de eso, La Tabacalera funcionó. De alguna manera, mientras mantuvo sus ideales iniciales que la hacían funcio- nar sola, y ahí estuvo abierta para todos. Para los movimien- tos sociales, por ejemplo, supuso una segunda juventud. Allí se han hecho muchos proyectos, porque fue un revul- sivo para que se siguieran haciendo cosas. El Mercado Social que se ha hecho en Matadero, paradójicamente, cuenta con mucha gente de La Tabacalera, que fue donde se tramó. O el Mercado de San Fernando en Embajadores. Luego está todo el legado de La Tabacalera, que está vivo. era el de un pequeño bar con turnos de trabajo. Era para hacer una caja que nos permitiera tener dinero para dotar de medios a ciertos proyectos fundamentales —taller, lim- pieza, cocina, etc.—, como montar una fiesta mensual, más o menos abierta a todo el mundo, que era La Flor de Lava- piés, en la que todos trabajábamos. Ese modelo, que funcionó en un principio y nos dejaba suficiente dinero, fracasó cuando en seguida todo el mundo lo quiso para sí mismo. Así regresamos al modelo del Labo- ratorio III, volvimos al modelo de «tengo un colectivo, tengo una organización, tengo […] y quiero montar una fiesta». ¿Para qué?, preguntábamos nosotros, «Para recaudar para mi proyecto», decían. Para lo que cada cual quería, para su organización. Así se rompe el modelo de los turnos, cuando el único requisito para estar en La Tabacalera era que te organizaras como grupo y te apuntes en un calendario de turnos. Es como ese supermercado de Nueva York en el que si tú quieres comprar allí tienes que hacer algún turno. Es una lógica muy sencilla que implica que cuantos más grupos hay, menos trabajas. Que si hay muchos grupos puedes lle- gar a hacer solo un turno al año. Pues eso tan sencillo nadie lo entendía, a pesar de que a todos les parecía muy bien. Pero luego, en la práctica, todo el mundo quería cerrar aque- llo, que hubiera pocos grupos, porque lo querían solo para ellos y el curro del bar, es decir, que la recaudación la hiciera un grupo fijo de curritos sin empleo y sin derechos. De ahí se pasó a un grupo fijo de programación, a un grupo fijo de gestión, etc. Se jodió. 128 129 ese desplazamiento se unía, además, la pérdida del director, Juan Carrete. Además su situación política era incierta y no sabían nada de lo que podía pasar. Solo sabían que habían perdido fuelle durante esos dos años. Lo solucionaron contratando a gente como yo, mercena- rios de la cultura que allá donde vamos la liamos parda y que no nos importa en absoluto que nos echen, aunque ese es el otro tema, claro, ya sabes, que nunca nos quejamos, nos vamos haciendo mutis. Y por eso me contrataron, una especie de premio por mi fidelidad de tantos años, y para que programase actividades sin un duro, que es lo que sé hacer. Porque lo he hecho siempre. Comencé con lo de la cocina, pero enfocado desde el tema de la producción. Una de las características del proceso neoliberal es que se pierde la capacidad industrial de la ciudad, como podemos ver en Lavapiés. El Price, antes de ser el circo, era una fábrica era galletas; La Tabacalera, de tabaco; la Biblioteca Joaquín Leguina, cervezas El Águila. Todo eran fábricas que acaba- ron siendo cerradas y convertidas para otros usos, con boni- tas reformas, como decían. Pero cerradas, con la pérdida de capacidad productiva que eso supone, porque la sociedad neoliberal destruye la industria y la producción local. Luego llena todo de autopistas para que circulen los camiones que en una noche llenan los almacenes. Eso es el modelo Zara. Pero claro, tiene problemas. Como que la gente se vaya al paro. O que las ciudades se conviertan en centros turísti- cos para venderse. Mi idea consiste en cómo desde el arte, o desde lo que hacemos, podemos volver a producir. Por ejemplo, cómo producir alimentos, cerveza, etc. Porque si bebemos cerveza, ¿no la podemos hacer nosotros? Pues sí, se puede hacer. Claro que es cerveza local, pero se puede hacer, está tirado. No todo, el whisky, no. O como con lo que estoy ahora: la Apicultura Urbana, diy. No hay día en Medialab en el que no se mencione La Taba- calera como ejemplo, como gestión, como garante de ese procomún. Pero nosotros no, nosotros estamos moribun- dos, aunque de alguna manera seguimos relacionados con La Tabacalera. Siempre lo hemos estado. Hay que reconocer que todo se debe a Jordi, que todo estaba en su cabeza desde el principio, implicó a mucha gente, un trabajo colaborativo. Fue dejarse la vida en un proyecto que trabajaba con unos niveles de complejidad casi infinitos. Surfeamos sobre un tsunami de desprecios y aprecios, pero puedo afirmar que ayudó a crear muchas de las cosas que han pasado en los últimos tiempos en España, incluso el cambio político. Entre las muchas propuestas que puse en marcha, intenté una conexión Medialab-La Tabacalera. Fue la de los Jueves Abiertos, (Su trabajo, gracias) para presentación de proyectos. Duró poco. Una pena, por- que habría sido muy interesante. Y se perdió muchísima gente en el camino, personas muy interesantes. Lo que fue, principalmente, es una relación entre dos tipos de laborato- rios, el Medialab desde lo institucional, y otro más abierto, el csa La Tabacalera de Lavapiés. De hecho fue una pena pues podían haber colaborado en protototipar y experi- mentar esas nuevas relaciones más o menos híbridas. MediaLab, volver a producir Por entonces, en el 2012, Medialab se fue a Siberia. Mien- tras terminaban la obra de la Serrería Belga tuvieron que emigrar y bajar al Matadero, a esperar que se acabase la obra de su nueva sede. En Matadero-Siberia tuvieron que convi- vir con el enemigo, con su archienemigo, el Matadero. Eso supuso una gran depresión, y todos se amargaron. A todo 130 131 Esta fue una de las cagadas del Medialab. Hasta ese momento, Medialab había sabido sobrevivir, había conse- guido mutar, aceptando cosas nuevas, para poder tirar hacia adelante. Pero aquí comete un error, porque el que había sido el espacio público, la institución, de alguna manera, más abierta, digamos la que tenía masa crítica, ha sacado su lado «convencional», su lado típico. La caga, la caga, porque la comunidad que estaba en el Medialab, la que lo gestionaba, que estaba allí y hacía sus proyectos más o menos coordinados por los programado- res del Medialab entiende que ahora ya no va a ser así. Por- que desde ese momento, ese espacio lo va a gestionar una empresa, que será la que rendirá cuentas al Medialab. Como si fuera un bar, prácticamente. Entonces, la comunidad real, la que pensó que utilizaría esas máquinas, buscó otro lugar, Makespace Madrid, en la calle Pedro Unanúa. Es un sitio muy interesante. Yo soy uno de los fundadores. Entré ahí porque era un puesto de autogestión. Entre todos buscamos el local, que pagamos con las cuotas, baratas, de socios, entre todos decidimos qué máquinas compramos y las compramos. Y entre todos autogestionamos todo. Es un proyecto de autogestión. Autonomía pura y dura. Con los socios involucrados al cien por cien. Y funciona que te cagas. Planteando, además, todas esas cosas que ya había- mos experimentado. O que yo había experimentado. MakeSpace es un lugar en el que desarrollar una especie de trabajo colaborativo, abierto, donde todo el mundo hace lo que le da la gana. Con los socios autogestionándonos todo. Claro, esto permite ver las contradicciones de Medialab, lo que llevan mal, pero, bueno, como no espabilen… Make Space El Make Space es un spin off de Medialab, como en las series de televisión cuando de un personaje crean otra serie nueva. Todo comenzó con la reforma de La Serrería Belga y se trasladó al Matadero. En esos momentos Medialab había generado una comunidad de hardware libre muy potente, como la del Arduino y otras. En el Matadero no se podía continuar porque estaba allá el Medialab estaba bajo míni- mos. Organizó alguna charla y alguna conferencia, pero no podían programar talleres, porque estaba todo desmon- tado. Además en ese tiempo disponen del dinero debido al Plan E de Zapatero para montar cosas, algo lógico en espa- cios como este y que es lo que ocurre en Holanda, Estados Unidos, Inglaterra. Medialab entiende que debe seguir esos modelos de talle- res y de trabajo con máquinas gestionadas por comunida- des. Se da cuenta de que, por ejemplo, hace falta un láser, entre otras muchas cosas. En Madrid falta todo eso, por lo que decide dedicar el dinero del Plan E a comprar máquinas, unos aparatos muy caros que durante unos años estuvieron guardados en cajas. Pero, claro, todo el mundo se entera de esto y decide, la comunidad decide, hacer un Fablab, que es un laboratorio de fabricación digital. El Fablab de Medialab se planteó como un espacio cerrado y se le dio a una empresa. Por lo tanto, la gestión del FabLab ya no la hace la comunidad, cuando lo lógico es que la hiciera, porque en todas partes, en todas las comu- nidades, los Fablab los construye la comunidad. Media- lab, además, está organizada como una comunidad. Como una comunidad que plantea cosas, que tiene la capacidad de programar, porque es muy abierto para algunas cosas, resulto pues extraño esta cesión. 132 133 interactivo de colorines. Entonces yo presenté un proyecto. Se me ocurrió cuando volvía de una reunión con los vecinos. Porque empecé a mirar, las vi y pensé: «Si aquí están poniendo las cámaras y en Medialab están poniendo la pantalla, a lo mejor es nos quieren decir algo. ¿No será que están pensando en hacer un gran circuito de televi- sión?» Sí, ya sé que era una idea muy chorra, pero es que las mejores ideas salen de una manera de muy chorra. Y así surgió la idea de coger las imágenes de las cámaras, las de la policía de Lavapiés, y proyectarlas en la plaza para que la gente se pasase la tarde en la plaza viendo las cámaras de la policía. Para eso, teníamos que hackear las cámaras. O pedir permiso a la policía. Pero había algunos problemas inesperados. El primero, que las cámaras no funcionaban, las acababan de poner. Así que no podía ser, había que pensar en otra forma de con- seguir las imágenes. Andando por la calle pensé que para qué hackearlas, si no es necesario. En realidad, lo único que necesitamos es coger un palo, colgarle una cámara, poner- las al lado de la auténtica y grabamos, ya está. De esa manera demostrábamos que lo que graban las cámaras en la calle es a la gente, nada más. Así demostrábamos lo que queríamos, que era que las cámaras no servían para nada y que el Ayun- tamiento gastaba un dinero para no demostrar nada. Empe- zamos a sacar imágenes con una cámara apoyada al lado de la otra. Sin hackeo ni nada. Presenté el proyecto enseguida con las imágenes que ya tenía. Las presentamos en un vídeo como si fueran pruebas que habíamos hecho del hackeo. A las dos horas llamó la policía pidiendo que se retirase el proyecto. Decían que no se podía hackear las cámaras de la policía. La respuesta fue inmediata: censurar el proyecto. Puede que fuese la primera vez que esto ocurrió en Medialab. Un barrio feliz Hacia 2010 surgió la noticia de que iban a poner cáma- ras de vigilancia por todo el barrio de Lavapiés. Como había dinero del Plan E, todos decidieron comprar cosas. El área de seguridad del Ayuntamiento, compró un montón de cámaras para Lavapiés. Para justificarlo alegaron que era por el 11M, para controlar la delincuencia y a los anarquistas. Para que no fuera un barrio Cimarrón. La gente protestó, y yo, no sé muy bien cómo, acabé con un grupo de vecinos. Nos reuníamos en un solar, y nos organizábamos en con- tra de la videovigilancia. Pegábamos carteles, hicimos un blog, salíamos en la prensa como un colectivo de vecinos contra la vigilancia. Pero luego, claro, la televisión le ponía el micrófono al carnicero y este decía que le parecían feno- menal las cámaras. Por esas fechas, Medialab había comprado una pantalla de leds de un millón de euros que provocó una controver- sia muy interesante porque alguien decidió que debía mos- trarse lo que se hacía allí. Pero Medialab, que vivía en una madriguera y quería seguir en ese espacio, hacía poco que se pudiera mostrar porque no estaba pensado ni preparado para eso. Luego, otros habían visto instituciones similares, todos con sus pantallas de ese tipo. Por lo tanto, si tú que- rías hacer un Medialab europeo tenías que tener tu pantalla. Para hacer cosas así de colorines, interactivas, todas muy chulis. Además, una pantalla así serviría para crear algo así como barrio, como ciudad. Esas cosas de la fascinación por la tecnología nórdica y lo de fuera. Así surgió la idea de un taller internacional para hacer proyectos para la pan- talla. Por ahí apareció Jordi que propuso un proyecto más relacionado con la pantalla como espacio público o como generador de espacio público que una pantalla como lugar 134 135 Selina Blasco Enero de 2016 Selina tiene un preciado y poco extendido don, sabe escuchar. Es de las personas que conozco que más y mejor escucha, pregunta, se interesa, conversa, aprende. Ella y Lila Insúa están llevando a cabo una verdadera revolución, una revuelta cotidiana, en el modo de abordar la ense- ñanza artística y por ende la investigación en torno al arte y la génesis del conocimiento. Una revolución pequeñita y a veces silenciosa, pero constante e imparable. Adelantán- dose al signo de los tiempos, asumiendo la responsabilidad de todo docente para con su labor social y cultural, ambas armaron lo que se llamó La Trasera. Una sala que se pensó como espacio expositivo y que mientras ellas, y Alejandro Simón, llevaron el vicedecanato de extensión universitaria de la facultad de Bellas Artes de Madrid, se vio transformado en un espacio lleno de vida. Conscientes de que algunas salas de exposiciones, sobre todo si están en una escuela, pueden considerarse como auténticos vacíos urbanos nece- sitados de cierta acupuntura, ellas decidieron darle otros bríos y convocar a los alumnos a permanecer allá para estar juntos, para posibilitar ideas, servir de catalizadores de pro- yectos y transmisiones de creatividades. Un lugar para crear y para aprender. Selina lleva ya cerca de treinta años trabajando en la edu- cación artística y hace ya tiempo que se dio cuenta de que la academia de las bellas artes vivía de espadas a lo que suce- día en la ciudad. Se dio cuenta que en lugar de ser un punto de encuentro y de relación, un lugar, al cabo, de y para el arte, era un bloque que daba la espalda a lo que sucedía en la ciudad y a lo que los mismos alumnos hacen en ella. Así Eso fue cuando Carrete estaba ya entrando en barrena, cuando ya se veía fuera. Un momento en el que todos los que estábamos allí éramos gente de losLabos o de La Tabacalera. Con un proyecto que conectaba perfectamente el barrio, es decir, los problemas del barrio, con la institución, que es lo que, se supone, busca. Pues cuando lo tiene, va y lo censura, perdiendo una oportunidad fantástica para trabajar con los colectivos del barrio. En fin, en Medialab todos se cagaron por las patas. A pesar de que les dijimos que era un falso hackeo, que era mentira. Nada, el proyecto no se pudo llevar a cabo. Lo que sí consiguieron fue mostrar cómo las institucio- nes domestican los proyectos. Aunque sean instituciones que abanderan iniciativas ciudadanas. La que promovía, la que venía de esto y de aquello. A partir de ahí quedó claro que la pantalla era para poner lucecitas de colores. Porque visto lo que pasó, es muy difícil, o imposible que haya pro- yectos de otro tipo. Lo más interesante de todo es que volví a liarla parda. Sin quererlo. Para nada. Y gracias a Jordi, que animó a que seleccionaron el proyecto. Lo malo fue que el idilio que podía haber surgido entre Medialab-Prado y las iniciativas ciudadanas se disolvió. Bueno, aún está por construirse otro modelo en el que ten- gan cabida. 136 137 del Museo del Prado. Nos aglutinábamos en torno al pro- fesor Ángel González García. Ángel fue para nosotros una revelación, un descubrimiento. Nos cambió la perspectiva de cómo se veía el arte contemporáneo y de cómo se veía la vida también. Durante la carrera, mientras aún éramos estu- diantes, nos llamaba de usted. Luego fue mi amigo; cuando terminé la carrera y me acerqué a él para hacer la tesina, nos fuimos al Tirol, en Argüelles, a tomar un Dry Martini, y ya nos empezamos a tutear. Era el tiempo de lo que luego se llamó la Movida. Con Pedro Almodóvar, con Fernando Vijande, el galerista que trajo a Warhol, a Mapplethorpe, etc. Era también la época de la galería Buades, del Rockola, la mítica sala de conciertos de Prosperidad. Me acuerdo, por ejemplo, de cómo podía- mos ir a una exposición de Luis Frangella en Buades y luego al Rockola. En ese tiempo yo trabajaba en arco en el stand de la revista Arquitectura, y junto a mí, en otro stand estaba Montse, de Las Chinas, vendiendo el Comercial de la Pintura. Era la revista en la que escribía Ángel, y allí conocí a María Vela Zanetti, su mujer, a Miluca y a José, también de Las Chi- nas, y a mucha más gente. Nos veíamos mucho y éramos amigos. También estaba muy relacionada con gente de arquitec- tura a través de Pedro Feduchi, mi novio, con el que luego me casé y tuve dos hijas. Tenían un estudio él, Sigfrido Martín Begué, Álvaro Soto y Luis Moreno Masilla. Por ahí pasaba mucha gente, porque Sigfrido, que básicamente pintaba pero todavía pensaba que iba a ser arquitecto, era amigo de todos los que luego llamarían de la Movida. Una vez vino una chica, Sophie Calle, la artista francesa que ahora es tan famosa. Gente así. Era un tiempo que a Madrid venía mucha gente, gente muy conocida. Ese era mi contexto de finales de los ochenta. Yo tenía diecisiete, dieciocho y diecinueve pues decidió cambiar radicalmente su modo de vivir y de enseñar, y salió a las calles y no ha regresado aún. La puedes ver en una inauguración en una punta de Madrid, a la hora en una conferencia en la otra punta y a la otra bailando en una performance a la que la han invitado. Aprendiendo a la vez Selina Blasco Del grupo Lateral a la movida Me llamo Selina Blasco, soy del cincuenta y nueve. Estu- dié Historia del Arte en los años ochenta, en la Complu- tense. Eran años en los que la universidad aún estaba muy politizada. Venían a dar mítines a la facultad personas como Sánchez Montero, y se llenaban de gente. A mí me parecían apocalípticos, con una retórica muy dramática. El circuito de la gente que militaba era súperrepresor. Recuerdo que la izquierda era muy restrictiva. Por ejemplo, los chistes, las bromas, no eran consideradas como potencialmente revolucionarias. Eso era en partidos como La Liga, la Joven Guardia Roja, etc. Los del pce nos parecían de derechas. Esa era la parte política, y luego estaba la parte académica, la vida académica, que para mí fue muy rica. Allí, en Historia del Arte, coincidí con una serie de gente con la que aún me veo y a la que quiero mucho. Con Patricia Molins, que ahora está en el mncars, con Paloma Canivet, que hace joyas, Alejandro Vergara que ahora es conservador 138 139 descripción de El Escorial, una descripción de Fray José de Sigüenza, que se publicó a la misma vez que El Quijote, en el mismo año, en 1605. La descripción forma parte de un texto más extenso, Historia de la Orden de San Jerónimo (1595-1605), y es de literatura artística. También iba a la biblioteca de El Escorial, a veces con Fernando Bouza, otro de mis ami- gos del alma, y con Carmiña, su mujer. Fue una época muy intensa. Luego cuando llegué a Bellas Artes me di cuenta de que mi tema no les interesaba ni lo más mínimo, que a los estudiantes les importaba poco El Escorial y la literatura artística, por lo menos de la manera en que yo estaba acos- tumbrada a contar todo eso. Entonces decidí ir cambiando, decidí estar más atenta a sus intereses y me fui haciendo mi hueco. Hubo una cosa que noté enseguida, me di cuenta de que lo que a mí me interesaba era el contacto con esa gente, más cerca del hacer, que se relaciona con los textos y con el aprender de otra manera. Los estudiantes de Bellas Artes eran muchísimo más participativos que los de Historia del Arte. Los alumnos que tuve en Historia del Arte, en alguna sustitución que hice, ni tan siquiera me miraban. Solamente tomaban apuntes, a veces levantaban la cabeza y me decían: «¿Qué has dicho? Repite eso que has dicho, eso de no se qué, que no lo he apuntado bien». En cambio en Bellas Artes nadie, o sea nadie, toma apuntes. Los estudiantes me decían: «Pero Selina, ¿cómo es posible que Platón dijera eso? Platón no pudo decir semejante cosa, no puede ser». He aprendido mucho viendo cómo trabajan. En una ocasión, un chico al que le había encantado un texto que había leído, escribió en el trabajo que me entregó: «Hay que ver cómo cambian las cosas desde que uno las piensa hasta que otro las escribe». Me interesé mucho también por lo que hacían, por lo que hacen, vaya. No solo las clases, no solo me interesaba el años. Era un tiempo de estar mucho en la ciudad, por las calles. Un tiempo de estar mucho por Madrid, mucho con los Zombies, con Bernardo Bonezzi, que vivía en la misma urbanización que mis padres, con Carlos Berlanga, que era maravilloso. Mucha de la gente que, lamentablemente, ha muerto demasiado joven por la mala vida en general, mucha gente que quedó muy tocada. Vivíamos todo eso y mientras tanto iba terminando la carrera. Cuando acabé llegó otro momento clave en mi vida. Me dieron una beca de formación de personal investigador, y es por ahí por donde entro en la Universidad, pero no en His- toria del Arte, en mi carrera, sino que me lo dan en Bellas Artes, en la facultad de Bellas Artes de la Universidad Com- plutense de Madrid. Era el año 1990. bbaa, de los noventa a los dos mil Al llegar a la facultad de Bellas Artes —a la vez que Beatriz Fernández Ruiz, que había sido compañera de clase— entré en contacto con gente que también venía de Historia del Arte, Tonia Raquejo, Aurora Fernández-Polanco y Agustín Valle, muy amigo de Ángel. Para mí, entrar en Bellas Artes fue otro descubrimiento. Vi que había otra manera de acer- carse al arte. Yo venía de Historia del Arte, allí todo es dife- rente. Siempre he sido muy vocacional. Me gusta mucho estudiar, siempre supe que quería ser profesora. Por ejem- plo mi tesis es muy académica, es súperacadémica. Es una tesis de investigar, de ir mucho a los archivos, de pasar horas y horas revisando papeles en las bibliotecas. Me encan- tan los archivos y las bibliotecas. Recuerdo esos sitios, en esa época, con mucha paz. El silencio, tener una mesa, las fichas, salir al bar a desayunar. La tesis es el análisis de una 140 141 muy interesante. Ahí charlamos un rato. Luego, un tiempo después, nos encontramos de nuevo, porque yo le escribí un correo sobre algo que me había comentado, alguna infor- mación que encontré y pensé que le podría interesar o venir bien. Ella me contestó, diciéndome, muy emocionada, que por primera vez había tenido la sensación de estar haciendo Universidad, que era la primera vez que había encontrado a gente «haciendo Universidad». Usó esas palabras. Ese «estar haciendo Universidad» se refería a entablar un diá- logo referido a cosas que nos interesaban a las dos, un diá- logo para compartir cosas. Para mí Lila fue una revelación. Desde ese momento anduvimos juntas, y los estudiantes nos invitaban a cosas. Enseguida encajamos. Por ejemplo, nos invitaron a una iniciativa muy intere- sante, sobre todo vista en perspectiva. Hicieron una cosa que se llamaba Plaza. No me acuerdo del año, pero fue bas- tante antes del 15m. Montaron charlas y cosas así, y Lila y yo fuimos las únicas profesoras invitadas. Lila, además, hizo un dibujo muy bonito. Cuando Josu Larrañaga es elegido decano de la facultad de Bellas Artes nos dice que nos hagamos cargo de Exten- sión Universitaria. Lila y yo nos hacemos inseparables, y luego llegó Alejandro Simón, que tenía una beca de colabo- ración con nosotras, y con el que hemos trabajado codo con codo. Yo tengo la sensación de que somos un muy buen equipo. Ella viene de Liquidación Total, que tenía un espacio en Malasaña. Tiene una capacidad de inventar maneras de contar las cosas, de idear una programación, imaginar una estructura en la que meter todo, impresionante. Lo que hicimos en Extensión Universitaria entre el 2010 y el 2014 no se podría haber hecho sin su capacidad de imaginar. Ella venía de otro campo, ha combinado la Universidad con ese tiempo en las aulas, sino también lo que hacían fuera de la universidad, en la ciudad, en Madrid. Entonces de ese modo se produjo una confluencia. Empecé a ir a las cosas que se hacían fuera de la facultad. Me di cuenta, además, de que en general, salvo excepciones, los profesores de Bellas Artes no van a lo que los estudiantes hacen o proponen fuera de la universidad. Yo sin embargo me intereso mucho. Empiezo a frecuentarlos y se va creando un contexto en el que me llaman para participar en lo que ellos hacen. Eso sucede ya en los dos mil, empiezan a llamarme para cosas. Coincide también que en la facultad empieza a haber un máster. Voy a las exposiciones, hablo con ellos, voy a los estudios, escribo algunos textos. Participo en sus movidas. Comienzo a tener estudiantes amigos. Participo de lo que hacen. Me interesa el lugar que encuentran, esos espacios de la ciudad que les permiten hacer cosas. Esos lugares que la facultad no les da. Me doy cuenta de que ellos, los estudian- tes, van muy por delante, muy por delante de nosotros. Al principio llevo gente de la ciudad a las aulas, invito a perso- nas que conozco. Así abría también el aula a la ciudad en la otra dirección, llevándola al campus de la complutense. Los llevaba, y así les presentaba (a los alumnos) a gente que hacía cosas interesante en Madrid. Y así se iban haciendo redes. Lila Insúa y la Trasera de bbaa De pronto encontré a Lila Insúa. Un día hubo un error, se equivocaron y nos dieron la misma aula, a la misma hora, el mismo día. Y bueno, a ella no le importó, porque ella daba su clase fuera, me dijo: «No importa porque yo me voy a dar la clase fuera, yo doy muchas clases fuera de la facul- tad». A mí eso me llamó mucho la atención, me pareció 142 143 llamó Comiendo Terreno. Era un proyecto que, como dice en su web, quería recuperar y reconstruir el espacio público urbano para apropiarse, una vez más, de los lugares para su uso cotidiano. La cosa era que comíamos en la calle, y yo iba a comer con ellos. En esos encuentros, del verano del 2011, conocí a Roberto y a José Salas, a los de Fast Gallery. Allí estaba María Espada, que no había terminado la carrera de Bellas Artes, y Alfredo Rodríguez, que hace unas fotogra- fías preciosas. También, otra vez me acerqué a la feria de Estampa donde tenían una exposición portátil. Les compré una pieza de Lucas Bolaño, que había sido mi alumno. Com- pré el dvd de Experimental Little Monkeys porque el diseño de la funda era de punto de cruz, y a mí me gusta mucho coser, hacer punto. Al llegar a casa ya tenía en la bandeja de entrada un correo de Lucas. Los Salas, José Díaz —que es mi pintor favorito—, Machines Desiderantes, Auto Placer. Lucas ha tenido un grupo con Christian Fernández Mirón. Tocan mucho —lo que pueden— por Madrid. Es gente que se va buscando la vida por todas partes, de una manera que a mí me gusta muchísimo. Con muchos de ellos hicimos, empe- zando desde Extensión Universitaria, Harmonía, una ópera comestible. Fue un momento especialmente feliz. Poner la facultad de Bellas Artes en el presente Una cosa que esta nueva generación tiene clarísimo es el tema de la profesionalización. En la facultad empieza a haber una obsesión por la profesionalización, con hacer todo por y para el currículum. Por tener visibilidad en el cir- cuito internacional. La gente se va afuera, y cuando vuelve a Madrid no ven estructuras que den cabida a cosas que quie- ren. otro campo, el de los espacios independientes. Y por eso empezamos a invitar a gente de esos espacios a venir a la universidad, a contarles a los alumnos. Invitamos a Tomás Ruiz Rivas, de El Ojo Atómico y luego Antimuseo. Invita- mos a mucha gente, desde Hablar en Arte, a La Más Bella. Quizá a todos los Agentes Artísticos Independientes de Madrid (aaim), de los que de hecho formaba parte Liquida- ción Total. Fue en ese momento, cuando estábamos con Extensión y los programas de la Trasera, que empezamos a entrar en el contexto de Madrid de forma real. Fue precisamente la época en la que te conocí, porque Patricia Molins, que había llevado a Hans Haacke a La Tabacalera, te conoció y me dijo que pegabas muchísimo con lo que andábamos haciendo. Que de algún modo csa La Tabacalera de Lavapiés y La Trasera de la Facultad de Bellas Artes de Madrid tenían un sustrato común, un modo compartido de relacionarse con el arte y con la vida. Así que fuimos para allá. Fuimos a La Tabacalera e hicimos el programa de Diálogos en Arte. Desde ese momento muchos estudiantes empezaron a frecuentar La Tabacalera, creo recordar que reservaron la Sala Jefe, un espacio del centro por la zona despachos, para poder usarla todos los sábados y así ir organizando sus cosas. Allí en realidad empecé a juntar lo que yo conocía de Madrid, el ambiente del arte más del mercado, con la parte de arquitectura y también la música, y eso lo mezclé con el activismo. Aunque quizá entonces no lo llamábamos acti- vismo, sino que era lo que pasaba en Madrid. Los estudiantes empezaron a hacer sus propios colectivos artísticos, como Mediodía Chica, Espacio MenosUno, Rampa. Eran colectivos que abrían y cerraban, muchos duraban poco otros más. Los estudiantes empezaron a hacer cosas por Madrid. Por ejemplo, iban a una cosa que comisarió Elena Alonso que 144 145 que les interesa, lo que quieren saber, lo que les interpela, o lo que buscan o lo que van a decidir buscar. Yo no puedo hablar desde un afuera, debo estar dentro. Es cierto que yo me acerco al arte desde muchos lados. Me acerco como profesora, como estudiosa, como partici- pante, como directora de tesis, como público. Si hay que hacer una performance en Sociología Ordinaria, porque lo decidimos Alexander Ríos, y yo, pues allá vamos. Si hay que bailar, como el otro día con Paula Valero, bailo. Todo eso, todos esos roles, todas esas perspectivas, hacen que yo vaya creciendo a la vez, como participante de eso. Esa es la expre- sión que me definiría, «a la vez», y así me gusta pensarlo, «creciendo a la vez». Para mí, lugares como Intermediæ también han sido importantes. Allí me he acercado a un tipo de prácticas que no conocía tanto. A la convocatoria Una Ciudad Muchos Mundos me llamaron por una cosa, por la parte académica, pero yo no estoy participando como aquella que valida aca- démicamente esos procesos, yo no lo estoy haciendo así. Prefiero estar involucrada de otros modos. Tutora de inves- tigación de los proyectos, ese era mi papel. Pero ¿cómo voy a ser tutora de unos proyectos tan maduros e inteligentes? La idea de tutoría universitaria no me sirve para nada en este contexto, y eso me hace pensar de vuelta; es decir, en qué somos y qué hacemos las profesoras cuando nos situamos en el rol de tutoras. Las innovaciones en cuanto a métodos de investigación, la búsqueda de nuevas metodologías para investigar, se están dando en cotos que siempre quedan fuera de la facultad. Parece que a la hora de inventar nuevos modos de llegar al conocimiento y de descifrar la realidad la academia no sabe, o no puede, ser creativa. Sorprendentemente, además, esos cotos a los que me refiero aún se consideran extraartísticos. Por otra parte, otra gente de esta misma generación, está muy dispuesta a participar con gente mayor, como yo. Estoy en cosas en las que apenas hay gente de mi edad y nunca me he sentido excluida, todo lo contrario, siempre muy que- rida. En este mundo de fetichización de lo joven, me parece una actitud muy sensible e inteligente. A mí las personas mayores me encantan. Mi gremio, el de los historiadores del arte, en Madrid, salvo honrosas excepciones, está completamente sepa- rado del contexto artístico real. No saben. A lo sumo van al mncars. No les interesa nada. No saben lo que anda suce- diendo. Los críticos, en general, también se acercan como críticos, no como participantes, como curiosos, como inda- gadores. No, ellos van como críticos, no pueden desdibu- jarse, no logran perderse. Van con su máscara de crítico. Yo me meto en los contubernios que me proponen los artistas porque me apetece, sin idea predeterminada, para vivir la experiencia con ellos. No sé, yo no sé que voy a hacer. Voy porque crezco mucho estando en eso que pasa. Es un acer- camiento muy vital. Siempre digo que me gusta la gente. Además de este vitalismo, está el tema político de la Uni- versidad, algo que para mí es muy importante. Soy una uni- versitaria muy crítica con mi medio, a la vez que lo adoro y siento que tengo que defenderlo. He tenido mucha suerte, he elegido muy bien mi trabajo y he podido dedicarme a él, cosa que no todo el mundo puede. Soy muy consciente de este privilegio y creo que también viene de ahí mi compro- miso. Poner la facultad de Bellas Artes en el presente es un com- promiso, un compromiso fuerte como docente. Yo quiero contar cosas sabiendo que las gentes que me escuchan están en la práctica real, la llevan a cabo. Yo no puedo compar- tir conocimientos desde fuera. Debo embadurnarme de lo 146 147 El arte tiene que ver con la vida Yo creo que hay aún modos de percibir el mundo del arte en los que este habita una esfera separada del mundo real, de la vida al día. No obstante, ahora empiezo a volver a encontrar la unión. Lo que aprendí de Ángel González era que el arte tiene que ver con la vida, que en la vida está el arte y que el arte está en la vida, en lo cotidiano. Eso que decía tan bonito de que, si llegas al Museo del Prado mejor seguir caminando e irte al Botánico. Seguir al jardín. La vida es el lugar del arte. El arte está en la vida. También hablaba del arte de los niños, el arte de los locos, el de la gente. El arte que funciona como lo habla y trabaja Rafa, Rafael Sánchez-Mateos Paniagua. Ahí me encuentro. Como recor- dando a Ángel, mi maestro. Y en este curso que acabo de impartir dentro del ciclo Pero esto es Arte del ca2m, termino precisamente así. Esto es lo que es, no hay más que eso, la vida. Lo otro, la profesio- nalización extrema de una práctica, ha ocupado una muy amplia esfera, y es una esfera que existe y que quizá es lo que fue. Pero como Voltaire dijo en el siglo xviii: «Debemos cultivar nuestro jardín», no lo olvidemos. ¡Esto me lo dijiste tú, Gloria! De la mercantilización de la academia en los dosmil En los años noventa no sé si había abundancia o no. Lo que no había era la idea de la traducción directa de toda acción a valor económico o a valor académico. Yo durante todos mis años de estudiante nunca me enteré de que la gente pedía matrículas de honor. Hasta que fui profesora y me las han pedido. Yo cuando estudiaba me ponía contenta De hecho en Una Ciudad Muchos Mundos, la convocatoria de Intermediæ de la que te hablo, en la que fui convocada como académica, la ha ganado gente de fuera del arte que busca otras metodologías de investigación. Una cosa que sucedió en la convocatoria no deja de tener un punto triste, quizá sintomático. El número más grande de proyectos pre- sentados fue de gentes del mundo de las artes, gente que venía de Bellas Artes o que eran en alguna medida artistas. Pero ninguno de los proyectos seleccionados fue de esos ambitos, ninguno. La gente de Bellas Artes no sabe cómo moverse en ese tipo de propuestas, no sabe. No saben cómo relacionarse con comunidades. Sus propuestas, pese a ser muy numerosas, no entraban en el marco de la convocato- ria, no encontraban la línea de «hacer ciudad». Sin embargo muchos otros agentes del panorama cultural, o del trabajo cultural, lo entienden perfectamente, saben dónde están y cómo trabajar. Estos llevan ya mucho tiempo ensayando otras metodologías para la investigación que no son las que se dan en la academia. Y es muy difícil mezclarla con la aca- demia. La academia se queda atrás, y fuera. Totalmente. La academia lo que hace es validar, pero hacia dentro. Como recordarás, en una de las discusiones del encuen- tro de Medialab-Prado de este septiembre, los Encuentros de organizaciones de artistas, eran sobre si entraban o no entra- ban las escénicas. Se zanjó rápidamente: las escénicas, parece ser, no son artes visuales. Ante ese panorama, apaga y vámonos. No se trata de eso. Se trata de pensar que la vida es y está en el arte. 148 149 en lo que tiene de rancio, no podemos atascarnos en una crítica inútil. La academia, no lo olvidemos, somos tam- bién nosotras. La academia somos todas. Hemos de dejar de identificar lo que no va con «los otros». Tú y yo somos académicas, tú has seguido todo el proceso. La academia es esto. Los estudiantes y también nosotros, y el modo en el que nos relacionamos, eso es academia. Nosotros podemos hacer la academia que queremos tener, cada uno somos res- ponsables de ello. No pudimos seguir con el trabajo que arrancamos en La Trasera, tuvimos que parar porque hubo elecciones y salió otro equipo decanal. Fue como un contramovimiento y pre- sentaron una nueva propuesta, diferente a la nuestra. Ellos no querían que siguiera, no querían que siguiéramos. Por- que, por ejemplo, la sala de exposiciones de la planta baja de la facultad de Bellas Artes, la habíamos transformado. Ese lugar, ese espacio, esa sala, que llamamos La Trasera, lo mutamos, hicimos un lugar de residencia para los estu- diantes. En lugar de exponer cosas que la gente mira de lejos y se va, decidimos reutilizarlo, trasformarlo. Los estudian- tes tenían allí su espacio, un espacio propio para trabajar, para estar, para dejar que pasaran cosas. Entraban y salían cuando querían, tenían su nevera y su cafetera, tenían su lugar. A la gerencia de la facultad le parecía todo muy cutre, decían todo el rato que era todo muy cutre. Aun hoy se llama La Trasera, pero ya no hay personas tra- bajando, no hay estudiantes estando allí. Ahora hay expo- siciones, y charlas y cosas así, cosas programadas. Pero no hay gente, no hay lugar para la posibilidad y la pérdida. La Trasera era, cuando nosotras llevábamos extensión, un lugar donde se podía trabajar, donde también se podían generar cosas. Un lugar de experimentación que indagaba el sentido que puede tener una sala de exposiciones en una y ya, ya estaba. Cuando era estudiante no se hacía, no era que yo no me enterase, es que no se hacía. No había una tra- ducción directa de lo que uno hace a su valor académico, o monetario, o curricular. Luego, ya en los dos mil, la academia se mercantilizó. Cada calificación era un valor. En mis tiempos te daban una beca por casualidad. Yo, por ejemplo, hacía fichas de monu- mentos españoles en esas bibliotecas; al terminar la carrera me llamaron del paro para eso, para hacer fichas de monu- mentos. Luego coincidió que en las becas de formación de personal investigador había una línea preferente de inves- tigación precisamente para eso. ¡Una suerte! Me dieron la beca para clasificar monumentos españoles y luego ya me cambié de tema y pasé al Escorial. También es verdad que ahora hay muchas cosas, entonces no había tantas oportu- nidades, ni convocatorias, ni grupos, ni centros. Desde la carrera jamás nos podíamos presentar a una convocatoria para comisariar nada. Solo estaba El mncars. Nada más. En el año 1990 yo ya estaba en la facultad de Bellas Artes dando clase. Llegué tras una huelga que fue la que posibilitó que se convocasen más plazas para profesores. Vi la transfor- mación de los noventa. Nunca vi que fuera un alumnado soso. Siempre había gente que me caía muy bien. Otra cosa, algo más allá de lo meramente académico, algo más profundo. La academia somos todos La otra propuesta de emancipación, además de que el arte es la vida o está en la vida, es que no hemos de olvi- dar que la academia ha de ser de todos y que todos somos academia. La academia es todo, somos nosotras, también. Debe identificarse con nosotros. No hemos de quedarnos 150 151 lío para poner su logotipo. Y nosotros, bendita Complutense, podemos poner nuestro logo casi donde nos dé la gana. Sin duda, sí es cierto que en parte la academia es aún un poquito punk, puede serlo. La academia rancia considera que lo que estamos haciendo no tiene importancia. Sí, que tengan rastas, qué graciosos. Sí, pero ahora, cuando están en el Congreso ya no les hace tanta gracia. ¿Qué pasa en la acade- mia? Como nadie lee nada, puedes publicar, en tono acadé- mico, las mayores burradas. Esos guardianes de la academia, en su mayoría, pueden ser muy mediocres. Quieren mante- ner las formas. Ni a Sally Gutiérrez ni a Azucena Vieites las han admitido en nuestro programa de doctorado. Porque su nota fue un aprobado, la nota que tuvieron hace un montón de años, cuando estudiaron. Eso es lo que más se sigue valo- rando para entrar. Entonces algo pasa, y grave, en nuestros baremos, porque estas dos artistas, de las más reconocidas de nuestro país, no pueden entrar siquiera a cursar los cur- sos de doctorado por su expediente académico. Los emblemas de la razón Hay un libro que te recomendaría, te va a encantar, es de Jean Starobinsky, 1789: Los emblemas de la razón, que luego se publicó junto a La invención de la Libertad, en 2006 —solo en Gallimard, en Francia—. Su pregunta clave, la que arti- cula el libro, es por qué el cambio cultural y político que acompañó a la Revolución francesa siguió manteniendo las formas clasicistas. No existe, dice, una correlación entre el aspecto formal de la revolución y el aspecto político de la misma. No existe. No obstante creo yo que ahora, como entonces, ya esta- mos inventando nuevos lenguajes. Quizá yo lo note por facultad de Bellas Artes. No puede concebirse como un espacio expositivo que se mida con los espacios expositivos del mercado. A eso nosotras no le veíamos sentido, enton- ces lo transformamos en un lugar de posibilidad. Lo que dice mucho Alejandro Simón, nuestro compañero en extensión, es que la academia también somos nosotros. Y nosotros hemos de ser la visibilización. No podemos ir de víctimas, y debemos mostrar que es posible hacer. Afinidades, momento revolucionario En Madrid sin duda se están produciendo redes y afini- dades muy interesantes. Por ejemplo, la gente de Sociología Ordinaria, ellos son conscientes del cambio en el que nos encontramos. Las Ordinarias, Las Raras, con El Archivo Real Sudaca, con los de Euraca, etc. De repente te das cuenta que cosas muy diversas son en el fondo muy parecidas. Se ha hecho un círculo en el que todavía no hay como rencillas internas, como que «no nos ajuntamos». Creo que la gente juega a todo. Creo que lo bueno de la Universidad española, y de Bellas Artes, es que hay mucha gente. Es que está petada. No va a cambiar así de repente, aunque se obstinen en intentarlo. Aquí hay mucha gente y en proporción pues está muy bien. Por ejemplo con Lila siempre me quejaba y decía, vaya, mira, en este taller solo tenemos quince inscritos. Y pensá- bamos, si estuviéramos en un campus de eeuu esto sería un montón. Lo bueno es que hay muchísima gente y la pro- porción quizá haga que lo que enseñamos salga por algún lugar. Siempre hay gente con la que conectar. Sin duda en Madrid estamos en un momento muy intere- sante. Recuerdo cuando trabajamos con el Royal College, y el 152 153 Lila Insúa Lintridis Enero de 2014 y noviembre de 2015 Cuando en primavera de 2016 hicimos el encuentro De salonnières en la Casa Encendida Lila apareció con su segundo hijo Leo. Leo tenía tan solo una semana de vida. Como teníamos una cama azul enorme presidiendo nues- tros salones Leo tuvo un lugar para estar con nosotras durante el salón de Rafael. Ya lo anunció Selina, la vida y el arte son una y la misma cosa. Lila lleva muchos años en el circuito de arte de Madrid. Fue una de las promotoras del proyecto Liquidación Total, un espacio independiente y autogestionado de arte donde pasaron muchas cosas y donde, básicamente, se abrió un hueco para el diálogo y lo colectivo en el barrio de Mala- saña. Por Liquidación Total pasaron muchos, pasaron artistas comprometidos con su presente y con su contexto, con propuestas que ahora llenan las salas de los centros de arte y que en sus años, primeros dos mil, apuntaban ya este futuro y recuperaban un pasado de cierta tradición de «un arte otro». Además abrió la escena local al ámbito internacional. Es profesora de Bellas Artes, es miembro fundamental del equipo de Extensión universitaria de la facultad de Bellas Artes de Madrid y como dice su socia Selina, la ideóloga de muchas metodologías para posibilitar nuevos modos de hacer y estar. Tiene una sólida carrera como artista además de como incansable combatidora de la desidia. Cualquier otra no me hubiera esperado con la dulzura que lo hizo ni mucho menos se hubiera sentado en el suelo conmigo para hacer nuestra entrevista en el mes de enero, en Madrid, con un frío polar y un granito obstinado en conservar ese frío y la edad. Aunque no me gusta cuando nos atrapamos en el metalenguaje. En lenguajes impostados. Y enmarañados. Y bizarros pero tan clasistas. Yo quiero hablar sin usar la jerga que nos protege entre nosotros pero que nadie entiende. Es muy pijo. Muchas veces esta retórica enmarañada esconde una falta de claridad de ideas muy fuerte. Otra cosa que pienso es que nosotras hemos de defender de modo fuerte la potencia del arte. Los científicos socia- les con los que a veces nos relacionamos no saben nada de arte. Y tienen poca sensibilidad para el arte. Reivindicar eso y el lenguaje. Aunque ya no es solo una cuestión de buena o mala escritura; es que no son mis referencias, ni es lo que quiero usar. Por otra parte, creo, tengo la sensación que, desde fuera, en mi «outsiderismo», soy capaz de relacio- narme bien. 154 155 una lista negra y desaparecieses. Ese fue el azar y también el porqué de mi nacimiento en la ciudad de Madrid. Vivíamos por la plaza de Castilla. Me eduqué en Madrid, en el colegio Guadalupe de la Fundación Hogar del Empleado, que estaba en la Calle Infanta Mercedes. Después lo cerraron porque supongo que en Madrid ese tipo de cole- gio no lo defendían ni tan siquiera los que llevaba a sus pro- pios hijos y eran, entonces, dirigentes del psoe que en ese momento estaban en el poder. Era un colegio con una línea pedagógica progresista y comprometida. Allí hice amigas que todavía hoy conservo, y me siento afortunada por haber tenido esa educación. Después estudié Bellas Artes en la Complutense entre 1993 y 1998. Pude salir de España cuando disfruté de una beca predoctoral, estuve en Estados Unidos, estuve en Inglaterra y después he ido saliendo cuando he podido, a Rumanía, a China, a México. Siempre con ganas de tener un pie fuera. He estado dando clases en la facultad de Murcia durante tres años. Vivía entre Murcia y Madrid, y finalmente salió una plaza precaria en Madrid y continúo aquí en la precariedad madrileña, en esta universidad. Desde el principio de la carrera estuve en relación con asociaciones y grupos que nos preocupábamos por cambiar los contextos en los que nos relacionábamos. Así estuve en la asociación de alumnos donde conocí a Mariano Sanz, uno de los compañeros en Liquidación Total, porque veíamos que había cosas que queríamos cambiar y lo intentábamos. Y al final de la carrera me incorporé a la asociación de artis- tas amavi, donde trabajé con Belén Cueto, con Alberto Sán- chez, con Darío Corbeira. sutilmente irlo pasando a nuestras posaderas. Permaneci- mos lo suficiente para no congelarnos y charlar durante un hueco que había en su agenda, entre clase y clase, organiza- ción y organización, reunión y seminario. Tanto Lila, como Alejandro, como Selina han abierto una ventana para que la escuela de Bellas Artes de Madrid salga de su aislamiento vital y se abra a una ciudad en la que pasan cosas constante- mente. Ahora que ya ninguno está en el decanato lo siguen haciendo pero desde fuera, con un Sin Créditos, en la sala de arte joven de la Comunidad de Madrid en la Avenida de América y con un I+D que ahora comienzan desde la misma facultad. Una escena en círculos concéntricos Lila Insúa Lintridis Argentina en Madrid Me llamo Lila Insúa Lintridis. Nací en Madrid en 1975. Soy hija de inmigrantes que vienen de Argentina. Se exiliaron con la dictadura. En ese momento viajan juntos la que será mi familia española, mis padres y otra pareja de amigos. Parecía que era una estancia temporal pero se quedaron aquí y tanto mi padre, Néstor Insúa, como Hugo Gaitto, murie- ron aquí. Ellos trabajaban en una biblioteca popular en Zarate, en la provincia de Buenos Aires. Y en ese momento trabajar en una biblioteca podía hacer que aparecieses en 156 157 interesante pasaba por Madrid y tenían un proyecto afín lo traíamos al espacio. Así con poco de dinero montábamos cosas muy seductoras incluso para nosotros mismos. Los núcleos centrales de actuación, además de las exposiciones, los talleres o las charlas, eran tener un espacio discursivo, un espacio de discusión, en el que poder tomar unas cer- vezas o escuchar música con las sesiones de Liquidación Musical. Para nosotros era muy importante ser una asociación. Que hubiera miembros que pudieran decidir la programa- ción y proponer cosas además de las personas que estába- mos gestionando el espacio. Mariano tenía la idea, en las últimas ayudas a las que nos presentamos, de que todo el mundo tuviera una llave del espacio y creo que eso define muy bien la relación colectiva a la que aspirábamos, no es tan solo una metáfora. Aunque todos éramos artistas, quedaba claro que no era un espacio para mostrar nuestra obra, o la de artistas que se movían en Madrid en ese momento. El enfoque era más internacional o por lo menos, buscábamos una perspectiva que no se daba en otros espacios. En Madrid es frecuente que la gente se divida en ciertos grupos afines y no salían de ahí. Si por ejemplo traías a alguien que ya estaba dando vueltas aparecía una serie de gente que a lo mejor no venían al resto de las exposiciones y nosotros tratábamos de darle la vueltas, a esta lógica, tratábamos de no encasillarnos en las opciones que ya había marcadas. El principal soporte de la parte económica durante los primeros años fue el Goethe, después buscamos el diálogo con el Ayuntamiento, para ver las posibilidades que había de encontrar alguna línea de apoyo. Así empiezan las ayu- das de Intermediæ, las ayudas a la creación. Vivimos una época de migajas, pero partíamos de la nada así que las Liquidación Total Estuve un tiempo trabajando en Salamanca durante la capitalidad cultural y cuando regresé a Madrid, Antonio Ballester, Mariano Sanz y Ulrich Schoetker acababan de inaugurar Liquidación Total. Ellos se conocieron en Ham- burgo donde algunos estudiaban con una beca Erasmus y decidieron montar Liquidación Total, simplemente para cubrir una necesidad ante la falta de espacios que había en la ciudad de Madrid. Era noviembre de 2002. En febrero de 2003 Galileo, compañero de la facultad y de las andanzas salmantinas y Uli, me propusieron entrar a formar parte de Liquidación y es entonces cuando me incorporó. Liquidación Total estaba situada en la calle San Vicente Ferrer número 23, en un espacio que había sido una antigua tintorería y que convertimos en espacio expositivo. Todos los meses partíamos con 700 euros en negativo de alquiler. El arranque parte de la decisión de sus fundadores y la confianza del Goethe, con el que Uli entra en conversa- ción. Este tipo de lugares dependen mucho de las personas con las que te vas encontrando, el que era agregado cultural del Goethe entonces entendió muy bien el proyecto desde el principio. Quizá porque en Alemania existe esta tradición de los Kuntsverein, espacios montados por artistas, y él con- fía en el proyecto. Pero también del padre de Antonio, que avala el alquiler, de Mariano y Uli que ponen sus saberes y su casa para alojar a los invitados. Liquidación Total propone un espacio en el que hacer exposiciones con gente joven, de aquí y de otros países que en ese momento no entran ni en el mercado del arte ni en el espacio institucional, a los que se invitaba a venir a Madrid para hacer algo adaptado al pro- pio espacio. Las características del local nos permitían gran flexibilidad para hacer cosas y si en un momento dado algo 158 159 encuentro, donde los cuerpos se juntan, es importante, igual que tener unas condiciones. Porque el trabajo y los cuerpos pueden hasta donde pueden, quizá ese fuera nues- tro talón de Aquiles. Una escena en círculos La escena madrileña tiene sus ámbitos de movimiento. Son como círculos. Por una parte está el ámbito institucio- nal. Por otra parte la parte de mercado, las galerías, y yo creo que nosotros nos situábamos con una serie de colectivos, como el Ojo Atómico, Los 29 enchufes, el Circo Interior Bruto, Cruce y posteriormente Off Limits, Acción!mad, La Más Bella, In Sonora, Hablar en Arte, Brumaria. Son colec- tivos que aparecen y desaparecen pero no hay testigo. Creo que todos volvemos a reinventarnos, como la pólvora. No sé si nos falta diálogo o puntos de encuentro. Yo había ido a muchas actividades del Ojo Atómico y había asistido a conversaciones. Pero creo que no lo ponemos en valor, no le damos importancia, cuando la tiene y mucha. Tal vez por eso te queda la sensación de hacer un trabajo y llegar hasta un punto. Cuando la gente que lo ha hecho lo deja parece que hay que recomenzar, no queda ese poso que permite que la energía invertida y el conocimiento adquirido sirva para las siguientes generaciones. Una de las cosas que empezamos a hacer para aumentar la comunicación entre espacios fue la creación de la fede- ración de los Agentes Artísticos Independientes de Madrid (aaim), nos comenzamos a reunir para hablar de las cues- tiones comunes, de nuestras problemáticas, para tener un poquito más de fuerza, estar aliados. Fue importante tomar conciencia de que los problemas no los tenía solo un espacio, ayudas a la creación eran algo más que esa nada de partida. Sumando pequeños aportes tiramos para adelante. Incluso el último año llegamos a contratar a una persona durante unas horas y pagamos algo de producción. Cubríamos algu- nos gastos, pero nunca el proyecto en sí. Había una labor muy pedagógica hacia las instituciones en ese momento y creo que se llegó a entender por parte de la administración que no había solo que invertir en megaproyectos como el Matadero o La Noche en Blanco. Todavía los responsables políticos a cargo de las instituciones vivían por encima de nuestras posibilidades y gastaban el dinero a lo bestia para hacer ese tipo de cultura espectáculo-evento. El dinero que se empleaba para La Noche en Blanco habría servido a los Agentes Artísticos Independientes para llevar una buena programación durante todo el año. En el final de Liquidación se juntan muchas cosas. Puede que llegáramos a un fin de ciclo, pero el principio del fin viene determinado por algo tan prosaico como que se cae el suelo del local. Liquidación Total cierra por reforma. A eso hay que unir que Mariano y Uli vuelven a Alemania y Anto- nio empieza a despegar en su carrera como pintor, le salen muchas exposiciones dentro y fuera de España y decide darse un tiempo. Así quedamos en Madrid Vicky, Patricia y yo, que continuamos montando el simposio Modifi —Mode- los, Diferencias y Ficciones en la producción independiente de cultura contemporánea—, trabajando sin espacio. Y de hecho Liquidación lo hemos mantenido en estado de hiber- nación por si en algún momento queríamos retomarlo. De hecho el primer año de Extensión siguió en residencia en la facultad, apoyando muchos de los proyectos que se hacían allí. Actualmente estamos latentes, han ocurrido muchas cosas durante los últimos años y también el espacio es una cosa fundamental, tiene una razón de ser. Es ese punto de 160 161 Voluntad política y ciudadanía mayor de edad Yo creo que con cierto apoyo la cosa podría ser muy dis- tinta. Tan solo con la cesión de espacios por parte del Ayun- tamiento tal vez, si ellos se comprometieran de verdad con la ciudadanía y con los barrios, lo que no parece tan difí- cil y ahora estamos expectantes para ver si lo asumen los «nuevos municipalismos». La ciudadanía queremos hacer cosas, podemos hacer cosas. Si hay una voluntad política claro que se puede, y también, claro, si se toma a la ciudada- nía como mayor de edad. Porque subyace en parte la idea de que la ciudadanía no puede, que la gente no sabe. Y se hace girar todo en unos supuestos expertos, que en la mayoría de los casos ni tan siquiera lo son. En el pecam, subyace ese supuesto: «venga sí», «vamos a crear tejido social, vamos a dotar a la ciudadanía», y al mismo tiempo están exigiendo formarse como «empresas» y crear «rentabilidad». Son dos discursos antagónicos. Yo creo que de cara a entender la cultura neoliberal, cuando hablan de espacios independientes, entienden hubs. Intentan desactivar el espíritu crítico de los espacios inde- pendientes, su capacidad de dar caña a la institución, al poder y a lo que está pasando. Es una mentalidad limitada, creer que si hay dinero público la cultura tiene que renun- ciar a ese fin, es una cosa deplorable. El dinero público nos pertenece como ciudadanos, no es para promocionar a las instituciones. Por eso todas las conversaciones que Liquidación Total inició con el Ayuntamiento iban en ese sentido, no sentíamos que traicionáramos el proyecto por recibir financiación del pp. Nos considerábamos parte de lo público, una parte más de la ciudadanía, que separaba la encomienda pública del gobierno que lo estaba gestio- nando. socializarlos. Una de las dificultades era que pudiera haber gente que fuera remunerada por su trabajo. Puedes estar un tiempo sin cobrar, pero por las propias necesidades, y por la energía, claro, se hace necesario que alguien empiece en algún momento a cobrar. Yo creo que todas estas cosas tie- nen un tiempo limitado de acción, por eso, porque empie- zas a tener más trabajo de esos «otros trabajos», esos que sí son remunerados. Son equilibrios frágiles. Y bueno, llegó la crisis, y del millón de euros del que se habló con el Ayuntamiento de Madrid, que iba a invertir en los espacios independientes, se fue reduciendo, reduciendo y pasamos directamente a cero. En estos años algunos de los discursos por los que está- bamos preocupados fueron cooptados por la institución de forma neoliberal. Tejer una red en el barrio, el trabajo en torno al urbanismo, la gentrificación en el centro de las ciu- dades, han sido, por una parte absorbidas por las institucio- nes, y por otra falseados por las mismas. Si te lees el pecam, el Plan Estratégico de Cultura de la Comunidad de Madrid (2013-2015), del Ayuntamiento de Madrid, ves claramente como gran parte de esos discursos fueron «asumidos» introduciendo la «ciudad marca» el «turismo cultural». Hablamos del año 2012. Es perverso, porque cuando lo lees te dices: «Estoy de acuerdo con estos objetivos». Pero sabes que no existe una implicación real para implementarlos. Sin duda es muy retorcido, porque se hacen con un discurso que va en contra, radicalmente en contra, de la política que están aplicando. No todo depende del tema económico, hay infraestructuras que existen y se podrían ceder a colectivos para que hagan uso de ellas. 162 163 relación con el «afuera» no se basaba tan solo en «la pro- fesionalización del artista». Por lo menos no en la acepción que se identifica únicamente con el mercado, en este con- cepto también deberían estar los espacios independientes, el csa La Tabacalera de Lavapiés en su momento. Por eso nos planteamos relacionarnos con los otros, ver qué pedía la sociedad de nosotros. Qué podemos nosotros aportar y que nos pueden aportar desde fuera. Vamos a escuchar, vamos a dialogar, vamos a verlo. Para ello hemos inten- tado organizar talleres, inventar diálogos, ocupar espacios donde pudiera darse la discusión. Donde los alumnos pue- dan trabajar. El intento pasaba por cambiar las lógicas de la formación en esta facultad, tradicionalmente orientada a un sujeto genial, creador romántico. Y bueno, llamar la atención para advertir que existen los colectivos facilitando un espacio para las residencias y que los colectivos pudie- ran tener lugar en la institución. No deja de ser significa- tivo que lo primero que suprime el nuevo equipo sea esta aproximación colectiva a la creación, el desafío era político y había una potencia que se ha desactivado. Para mí esto ha sido una evidencia, a pequeña, minúscula escala, pero evidencia al fin y al cabo, de lo que puede una política cultural. El tercer año que se convocaron las resi- dencias se presentaron unos catorce grupos, muy variados. Desde músicos o gente de teatro a colectivos que trabajan con relación al diseño, a los fanzines, la poesía. Nosotras queríamos que lo colectivo tuviera cabida en la mente del estudiante de Bellas Artes, porque ese pensamiento tam- bién es una herramienta de empoderamiento. Hay un aspecto en la formación que implica muchas horas, la laboriosidad. Ocupación en cosas que no te van a servir, porque cuando te preguntas «¿para qué?», te quedas en el vacío. Por eso, ver otros modelos, traer a otras gentes, Una parte del problema sin embargo es esa triple vía en la que confluye Madrid. Está el Ayuntamiento, está la Comu- nidad y está el Ministerio de Cultura. Nosotros mantuvimos conversaciones con el Ayuntamiento, y respondió, poco, pero respondió. La Comunidad fue totalmente impermea- ble, no hubo manera de generar ningún tipo de acuerdo. Y con el Ministerio también nos llegamos a reunir, pero tam- poco cuajó en actuaciones concretas. Los ámbitos de actua- ción son muy complejos, un lío tremendo. Extensión Universitaria: el afuera de Bellas Artes En el 2010 empiezo a formar parte del equipo decanal, en el Vicedecanato de Extensión Universitaria de la facultad de Bellas Artes (Universidad Complutense de Madrid), con Selina Blasco y al que en el 2011 se incorporará Alejandro Simón. Y allí iniciamos otro proyecto. Extensión Univer- sitaria fue involucrarse en una responsabilidad adquirida, desde que era estudiante. Permitirnos pensar la facultad que realmente querríamos tener. Y en un momento dado Josu Larrañaga nos ofrece la oportunidad de hacerlo. La suerte ha sido hacer equipo, poder conocer gente que evite esa vida solitaria que también puedes llevar como pro- fesor. Para nosotras trabajar en el vicedecanato de Extensión Universitaria no suponía montar una facultad en paralelo, sino ir inoculando una especie de virus, intentar que las otras cosas se fueran moviendo. Claro está, hablamos de una aspiración, nuestra carta a los reyes magos. Entre nues- tros objetivos fundamentales estaba el generar red con lo que pasaba fuera. Una de las grandes críticas a la facultad de Bellas Artes de Madrid, histórica, era la cuestión olvidada por la institución: ¿dónde está el resto del mundo?. Esa 164 165 también los estudiantes. Las convocatorias de Acciones Complementarias han demostrado que los estudiantes pueden, y pueden hacerlo muy bien. Presentan propues- tas de mucha calidad que mejoraban los contenidos que se estaban impartiendo en la facultad. En cualquier caso hay que señalar el compromiso de la gente que ha partici- pado en este intento por construir facultad. De los alumni, a toda una serie de agentes que se han sentido implicados. El presupuesto era muy reducido, hay que decirlo. Creo que todos los que habéis participado en las actividades, en los talleres, lo habéis hecho confiando en la construcción del proyecto. Después de cuatro años, con todo lo caído, esos presupuestos ya no parecían tan minúsculos, nues- tras tarifas que eran ínfimas, ahora son la norma. Por eso es importante señalar que ha habido mucha generosidad, ha habido mucha alegría. Hay que hablar más del dinero con los estudiantes y entre nosotras. Hace poco escuché a Belén Gopegui que indicaba que muchas veces había más política en una nómina que en un texto «activista». En el imaginario del estudiante existe cierta demonización del dinero que distorsiona todo. Pero ¿eres más «puro» trabajando de cajero en un Mercadona durante ocho horas y después dedicando la energía que te queda a la «creación»? Pues no lo sé. Además de todos los clichés que forman parte de esta pregunta, la pureza, la creación aislada, etc. Uno de los últimos programas que hicimos en Extensión fue en colaboración con la biblioteca, y su director Javier Pérez Iglesias lo tituló Artista sin herencia: cómo me lo monto #2: monto un estudio y me crecen las facturas. Nos queda mucho por andar. Ayer lo hablábamos con los alumnos, pensá- bamos: ¿qué trabajo de deconstrucción arranca ahora? ¿Qué tenéis que quitaros de encima de lo que aquí se os mirar hacia fuera puede permitirte cuestionar lo que estás viviendo. Y también es necesario mucho más esfuerzo teó- rico. Parece que el estudiante una vez que ha entrado ya no tiene que visitar la biblioteca, no tiene que ir a ver exposi- ciones, ni hacer nada porque ya es artista, es tragicómico. Y, bueno, algunos de los objetivos planteados desde Extensión se han conseguido en este tiempo. Queríamos lograr que hubiera un cambio y que ese cambio fuera visi- ble para la gente que estaba estudiando, mientras estaban estudiando. Queríamos evitar esos discursos clásicos de algunos profesores que te dicen que los verdaderos cambios ocurren en diez, quince años, porque esa lógica no es válida para la gente que está ahora en la facultad, esperando una interlocución con su tiempo, con su época. Estábamos aquí cuando surgió el 15m, y eso nos ha modifi- cado a todas. Muchos estudiantes han formado parte activa en las comisiones, en las asambleas, se han dado cuenta que han de hacer las cosa suyas. Que la facultad no es solo un lugar con normas, reglas y directivas. No, la facultad es de ellos, es de los estudiantes. Y esas dinámicas, las dinámicas del 15m y las de La Tabacalera de Lavapiés nos convirtieron en otras personas, todavía lo estamos entendiendo. Este espacio es «tu facultad», y la cuestión es decidir cómo te sientes interpelado. Cómo nos sentimos interpeladas cada una de nosotras. Eso también forma parte de lo que se está moviendo y de lo que yo espero que se siga moviendo. La mayoría de edad de los estudiantes Yo aspiraría a que los movimientos autogestionados por los estudiantes también vayan teniendo su lugar, y que la mayoría de edad de los ciudadanos la asuman 166 167 Francisca Blanco Olmedo Marzo y abril del 2016 Firma aquí como Francisca pero diré que casi nadie la llama así. La llamamos y la llaman Paqui o Paca. Lo aclaro lo primero porque a Paqui la conoce toda la red de artistas que estén interesados en la cultura contemporánea, en la institucionalidad cultural capitalina y en el arte público. También la conocen bien todos aquellos colectivos, aso- ciaciones, grupos, iniciativas vecinales y demás agentes batalladores que han hecho de Intermediæ lo que es, esa institución que, como diría Zoe Mediero, aprende. Es junto con Zoe, Tommaso Marzocchini y yo misma (que ahora sustituyo a Azucena Klett) componente del equipo que lleva adelante el proyecto de Intermediæ Matadero Madrid. Desde el 2003, que se incorporó al grupo inicial de trabajo de lo que se llamaría Medialab Madrid, luego Media- lab-Prado, y así mismo fue miembro del equipo fundacio- nal de Intermediæ ya en la sede de Matadero en el año 2007. Paqui está detrás de los procesos que se dan y han dado en Intermediæ. Ella, que lleva ya años en la nave de Mata- dero, sabe muy bien cómo hacer que muchos proyectos se articulen y produzcan bien y salgan adelante. Como suele pasar en este tipo de arte más vinculado a lo social y colabo- rativo, a los procesos de largo recorrido y los efectos víricos, a la revuelta más silenciosa y de largo recorrido, al hackeo desde dentro, las cosas que suceden gracias a una trama de gentes que no son tan conocidas ni tan visibles. Siempre hay muchos otros, y sobre todo muchas otras, que hacen que la cosa funcione. ha enseñado? El antivirus total, el antivirus del que hablá- bamos en vuestro taller. El mito romántico que potencia dejarnos el dinero y la salud. Por eso confío en que el anti- virus puede hacer mucho por todos. 168 169 —bandas y cuadrillas—, pero también bandas de rock, de heavy, de música indie y con ellas sus «tribus» y sus festiva- les, lo que le ha chocado siempre a la gente de fuera. Aquí viví hasta los dieciocho años cuando me fui a estu- diar Historia del Arte a la Universidad de Murcia. Cuanto terminé, como todos, no sabía muy bien qué rumbo tomar, y a pesar de llevar el premio de fin de carrera bajo el brazo, no parecía que aquello me fuera abrir ninguna puerta en la Universidad ni en ningún otro lugar. Después de un año sacándome el cap y trabajando aquí y allá, el amor y una beca de posgrado de la Fundación Séneca para estudiar un máster de Gestión Cultural, me trajeron a Madrid. En aquel entonces, los estudios de Gestión Cultural eran algo bas- tante nuevo en España, todavía no se había producido el boom que unos años más tarde haría que estos másteres se multiplicaran, sobre todo en Madrid y Barcelona. Era el año 2002 y Madrid para mí entonces era una ciudad totalmente desconocida e incluso bastante dura, donde parecía difícil sobrevivir, sobre todo si no tenías un chapín, como era mi caso. Además, cuando comencé el máster, como todavía no sabía si me darían la beca, pasé unos tres o cuatro meses ocupando sillones y como polizón en la residencia de estu- diantes de mi chico, Darío. Así que, con la incertidumbre de si me concederían la beca con la que pagar los seis mil y pico euros de matrícula —un peaje que resultaba demencial y desproporcionado—, y unos ochocientos euros al mes, asistía a las clases mientras daba largas a los de la secreta- ría del máster, asegurando que el pago de mi plaza estaba a punto de llegar. Una vez resueltas las cuestiones de supervivencia, empecé a enterarme un poco más de qué pasaba en la ciu- dad y cómo se configuraban los distintos espacios cultura- les, desde los grandes museos a los proyectos más pequeños Mucha de la cultura de esta ciudad se escribe con nombre de mujer. Lo que sorprende porque suelen sonar mucho más y con mucha más contundencia los nombres de hombres. Francisca quiso escribir su autonarración. Podíamos con- siderar, como ya lo hicieran los primeros artistas de la con- versación allá por el siglo xvii, que esto es una epístola, una conversación entre ausentes. Aquí Paqui nos cuenta cómo desde el 2003 se han ido conformando las instituciones culturales del Ayuntamiento de Madrid, tal y como ella las vivió. Espacios de posibilidad institucional Francisca Blanco Olmedo Bullas/Madrid Mi nombre es Francisca Blanco Olmedo, aunque sue- len llamarme Paca, Paqui y unos cuantos apelativos más. Crecí en un pequeño pueblo del noroeste de Murcia lla- mado Bullas, un lugar donde sí pasan cosas. Es un pueblo de sierra, de agricultura y de buen vino, humilde pero rico, heterogéneo y muy echado para adelante. Por ejemplo, en comparación con otras poblaciones de la comarca, tiene un número considerable de asociaciones, sobre todo juveniles, dedicadas a la cultura, la naturaleza, los deportes, la mon- taña, la arqueología, etc. También, siempre ha habido una gran afición por la música, muchos grupos tradicionales 170 171 conocimiento, cuyo encuentro entonces no se daba por hecho y que habitualmente no salían de sus comparti- mentos estancos. Por otro, confluían en un mismo espa- cio la actividad de un centro de arte con la que entonces era más propia de una universidad o un laboratorio. De alguna manera, se probaba que un centro de arte podía no solo ser un espacio de exhibición y divulgación de dis- cursos teóricos y artísticos, sino también un lugar donde producir conocimiento, y que este conocimiento podía ser no solo artístico, sino también científico y tecnoló- gico. Medialab Madrid fue un espacio pionero en muchos sentidos, aunque nunca ha sido reconocido suficiente- mente por esta falta de memoria a la que parecemos estar abocados. Es uno de los primeros laboratorios ciudadanos de este país y, desde mi punto de vista, una pieza clave de esa genealogía apenas esbozada de la nueva institucionalidad. Ha sido el germen, no solo de Medialab-Prado, sino tam- bién de Intermediæ y, de alguna manera y por extensión, de Matadero Madrid, pues de ahí partió buena parte de esa concepción de una cultura más colaborativa en las institu- ciones, y también de una cultura más allá de las artes y las humanidades, en la que cabían otros saberes. Pero, sobre todo, era un lugar en el que aprender, aprender muchísimo y no solo desde el rol de alguien que hace unas prácticas, que fue mi caso durante los primeros meses, sino que cada uno de los que allí nos formamos profesionalmente, tuvimos la oportunidad de compartir mesa —literal- mente— con algunas de las personas más relevantes del activismo, la investigación, el arte o la ciencia. Recuerdo, por ejemplo, comer junto a la «madre tierra» Vandana Shiva en el patio norte de Conde Duque, una comida hecha con una gran parabólica que funcionaba como cocina solar y personales. Al principio, sobre todo a través de mis com- pañeros de estudios, pude conocer —seguro que de manera muy sesgada— cómo se movían por dentro instituciones como el mncars o el Círculo de Bellas Artes —que enton- ces era más relevante que ahora en el panorama cultural—, algunas galerías de arte y también proyectos de gestión cul- tural como el de la Fábrica, que monopolizaba el negocio de la cultura con sustanciosos acuerdos con las administracio- nes públicas. Medialab Madrid Entonces, a mediados de 2003, surgió la oportunidad de hacer mis prácticas en Medialab Madrid, un pequeño espacio de posibilidad ganado al Centro Cultural del Conde Duque. En la segunda planta del patio norte, Juan Carrete Parrondo, el director, había montado a principios de los dos mil una sala de ordenadores y otros recursos tecnológicos con la intuición de disparar una flecha hacia algún otro lugar más allá de los pesados contrafuertes de aquella insti- tución, que entonces era el centro de cultura más relevante del Ayuntamiento de Madrid. Pues bien, esa flecha llegó a Karin Ohlenschläger y Luis Rico, y de ahí en 2002 se montó Cibervisión. I Festival internacional de arte, ciencia y tecnología, que fue uno de los primeros proyectos de Medialab. Aquella exigua sala de ordenadores pronto se convir- tió en un centro recursos, de producción y de debate para artistas, científicos, pensadores, estudiantes y todo tipo de investigadores. Realmente no había nada parecido en Madrid, ni prácticamente en España, por lo menos a nivel institucional. Por un lado se encontraban disciplinas y saberes que venían de distintos lugares y espacios del 172 173 como el Center for Art and Media - zkm de Berlín, o el Mas- sachusetts Institute of Technology (mit). Sobre la escena independiente En aquellos años había un panorama muy potente de espacios independientes en Madrid y casi todas las sema- nas se daba la oportunidad de ir a algunas de las actividades que se organizaban en 29 enchufes, Off Limits, La Dinamo, Menosuno o el Ojo Atómico. Había también un movimiento muy fuerte de centros sociales, algunos okupados, como el Patio Maravillas que estaba entonces en la calle Acuerdo, a unos pocos metros de Conde Duque, aunque unos años más tarde es desalojado volviendo a resurgir en Pez. Este panorama no solo se daba en Madrid, sino en toda España y, como sabes, se había gestado en buena medida en los noventa, como una reacción ante unas políticas culturales que habían estado más dirigidas hacia la promoción del arte que al apoyo y el fortalecimiento del tejido artístico local y la cultura de base. En estos años todavía permanecía la estela de la eclosión de los centros de arte y los megaeventos internacionales, y al mismo tiempo escaseaban las políti- cas culturales que atendieran a la realidad del contexto, lo que generó una gran rechazo a las instituciones culturales que se veían completamente dependientes de las estructu- ras de poder. Así que los espacios independientes, los cen- tros sociales y los movimientos más críticos desconfiaban bastante de las políticas culturales del Ayuntamiento de Madrid, una desconfianza que todavía sigue vigente, aun- que esta sea menos palpable y a pesar de que el cambio en el gobierno en 2015 haya supuesto la toma del poder por parte de estos movimientos críticos. y con la que organizábamos comidas todos los días, dentro del proyecto Banquete, metabolismo y comunicación, en 2003, que fue también mi comienzo en Medialab Madrid. Nunca olvidaré mi primer día, en el que conocí a Laura Fernández y Marcos García frente una montaña de pata- tas que debía convertirse en dos instalaciones de Víctor Grippo. También era el primer día para ellos, como guías de la exposición. A este grupo de guías luego se sumaron personas que más tarde desarrollarían sus carreras como investigadoras, artistas y comisarias.1 Como mis prácticas en el departamento de coordinación no eran remuneradas y había vacantes como guía, durante un tiempo compa- giné mi labor de becaria con las visitas guiadas, hasta que a principios de 2004 pude entrar a formar parte del equipo «estable» de Medialab, que en realidad no éramos personal con contrato laboral, sino colaboradores que facturábamos al Ayuntamiento por cada proyecto en el que participába- mos. Al principio ayudando a Sonia Díez Thale,2 de la que aprendí muchísimo, y luego, como a mediados de 2004, como coordinadora de proyectos y trabajando con artis- tas como Concha Jerez y Pepe Iges, Marta y Publio, Daniel G. Andújar, Platoniq, Clara Boj y Diego Díaz, la Fiambrera Obrera, Santiago Ortiz y otros muchos. Pero también era un programa con una vocación internacional muy fuerte, no solo por los artistas y otros invitados que formaban parte del mismo, sino porque estaba muy conectado con centros 1 Colaborando en esta exposición estuvieron, por ejemplo, Manuela Mos- coso, Loreto Alonso o María Íñigo. 2 El equipo de Medialab era una de sus grandes fortalezas. Estaban enton- ces también Abelardo Gil Fournier, Alfredo Puente, Raúl Díez Alaejos, Álvaro Castro, José Luis Pajares, Marta Rodríguez, Eva Mendoza o Kepa Landa. Algunos se marcharon, pero llegaron Raúl González, Gustavo Valera, Mónica Cachafeiro, Azucena Klett, Miguel Sanz y Leonor Soto, entre otros muchos que fueron y vinieron. 174 175 proyectos y debates vinculados con ciertas problemáticas locales. De ahí, y supongo que de cientos de conversacio- nes informales, sobre 2005 surgen los primeros encuentros públicos con los espacios independientes de Madrid en los que, además de participar Medialab, se invitaba a cargos políticos como Juan José Echevarría, que era el director de actividades culturales del Ayuntamiento y era el que tenía la sartén por el mango para poder cambiar y proponer políti- cas culturales específicas. Así, estos encuentros trataban de ser un lugar en el que los agentes culturales expusieran un análisis de las necesidades propias y del tejido cultural, en el que podían diferenciarse los proyectos con espacio, y que tenía una actividad regular, y los proyectos deslocalizados como los festivales u otras iniciativas, que ocurrían cada cierto tiempo pero que tenían una presencia importante en la producción cultural de la ciudad. Fruto de estas con- versaciones surgieron las famosas y controvertidas Ayudas a la creación, que se diseñaron tratando de responder a las reivindicaciones y sugerencias planteadas por los agentes en estos encuentros. Por ejemplo, había varias modalida- des para atender a los distintos tipos de iniciativas, y tam- bién se incorporaba en el comité de selección de proyectos a miembros propuestos por los solicitantes de las ayudas. Aunque estas ayudas representan un importante hito en las políticas culturales de la ciudad y fueron un primer paso hacia un compromiso con el tejido artístico, estirando la vida de algunos de estos proyectos y posibilitando el nacimiento de otros, como apuesta municipal fueron insu- ficientes y no se mantuvieron más allá de 2012, cuando los sucesivos cambios en los equipos de gobierno y la gestión del Ayuntamiento se fueron escorando hacia políticas cada vez más conservadoras y de recortes. En estas fechas es cuando se produjo también la fusión de las tres empresas Esta falta de compromiso de las administraciones públi- cas no impidió que surgiera una gran cantidad de espacios dispuestos a generar las condiciones de posibilidad que no se encontraban en las instituciones, desafiando además muchas de las convenciones del sistema del arte en España. Una alternativa de gestión, exhibición y encuentro que no siempre ha constituido una alternativa conceptual, y cuya precariedad ha condicionado una difícil supervivencia y una corta temporalidad, abocada en la mayoría de los casos a la desaparición. Sin embargo, nuevos espacios surgen y repiten modelos casi de manera inconsciente, sin apenas indagar en aquellos que los precedieron. Parece una especie de bucle que nunca termina de abonar unas mínimas con- diciones de sostenibilidad para una escena independiente sólida y articulada, que sea capaz de ampliar los límites del sistema del arte establecido, y cuyas condiciones simbóli- cas no dependan de manera tan dramática de las condicio- nes materiales. Ayudas a la creación En Madrid, las desavenencias entre el Ayuntamiento y el tejido artístico, y en general el tejido social más crítico, habían generado una difícil relación y una falta de espa- cios de encuentro que posibilitaran ciertos acercamientos, y en Medialab éramos conscientes y nos preocupaba cómo generar estos espacios. De hecho Karin conocía muy bien esta situación pues ella misma venía de este tejido inde- pendiente, como parte del mítico Espacio P, una especie de oasis en el Madrid de los ochenta. Entonces, una línea de programación, llamada Los jueves de Medialab, se articu- laba en relación al tejido y posibilitaba presentaciones de 176 177 Conde Duque, pero que, como museo, estaba orientado a la conservación de su colección y el desarrollo de exposicio- nes relacionadas. Medialab Madrid se veía entonces como un proyecto innovador y, aunque quizá en el Ayuntamiento no se entendía muy bien lo que hacíamos, parecía ineludi- ble contar con esta experiencia para la puesta en marcha del proyecto de Matadero. El Ayuntamiento, creo que a través de Alicia Moreno, concejala del area de las Artes de ese momento, encarga entonces a Juan Carrete un proyecto para comenzar abriendo una parte de la nave la diecisiete, la antigua nave frigorífica del matadero. Juan forma entonces un equipo de trabajo con los directores de Medialab, Luis y Karin, y dos personas externas, María Bella y Frank Busch- mann. Ese encuentro finalmente resultó como el rosario de la aurora, y Luis y Karin terminaron abandonado el grupo y Medialab Madrid.4 Este periodo fue muy complicado y muy tenso para Medialab, y supondrá un viraje en la forma en la que este proyecto será articulado más tarde. Por su parte, María y Frank siguieron trabajando en el proyecto para Matadero y poco después nos incorporamos a este equipo de trabajo algunos miembros de Medialab, como Azucena Klett, Gustavo Valera y yo misma, y se sumaron otras com- pañeras como Suset Sánchez, Pepa Vijuesca, María Pérez, Kepa Landa y Zoe López Mediero. En febrero de 2007, coincidiendo con arco-Corea, se inaugura Intermediæ en Matadero.5 El primer proyecto fue Minbak, con el que transformamos el espacio, aún apenas sin mobiliario, en un hospedaje para cincuenta estudiantes 4 Ohlenschläger, Karin: «Medialab-Madrid 2002-2006: metodología, pro- ceso y transformación», LabMeeting 2015 Madrid, 22 de septiembre de 2015, Medialab-Prado, Madrid, www.medialab-prado.es. 5 Ver el Borrador #1 (2005) de Intermediæ, precuela del proyecto insti- tucional, y el Borrador #2 (2007) publicados una vez Intermediæ había comenzado su actividad pública, www.intermediae.es. municipales, entre las que se encontraba macsa (Madrid Arte y Cultura), y que daría lugar a Madrid Destino. Esta criatura, que fue engendrada para ser devorada por Saturno, nació bajo el discurso de llegar a una empresa «más sos- tenible, más eficiente y más rentable».3 Los Men in Black o «los del petróleo», como se llamaba coloquialmente a los nuevos altos directivos que presumían de haber «reestruc- turado» grandes compañías petrolíferas en Latinoamérica, querían liquidar esta nueva empresa pública tricéfala, para justificar así la externalización y la privatización de los ser- vicios municipales. Esta es una de las principales razones de la mala prensa de Madrid Destino, el órgano de gestión del que hoy dependen los espacios culturales municipa- les del Área de Cultura y Deportes, y cuya misión debe ser estar al servicio del Ayuntamiento para agilizar los trámites y gestiones que la burocracia de la administración pública imposibilita, aunque lo cierto sea que esto nunca lo se ha conseguido. La arqueología / Los antepasados / El origen de Intermediæ Volviendo al hilo del 2005, por estas fechas es cuando se empiezan a dar los primeros pasos para convertir el anti- guo matadero de Legazpi, prácticamente sin uso desde mediados de los años noventa, en un centro de creación contemporánea. Entonces, Medialab Madrid era el único espacio municipal dedicado a la creación contemporánea, además del Museo de Arte Contemporáneo, también en 3 Aunque macsa comienza como órgano de gestión de los teatros del Ayuntamiento —por la gestión de ingresos que conllevaba—, terminará por ser la estructura de la que dependerán todos los centros culturales del Área de las Artes. 178 179 contextos. Matadero se veía situado dentro de esta misma lógica, como un macroproyecto cultural que pretendía conectar el sur de la ciudad, entonces bastante más perifé- rico, con el centro —el triángulo del arte con el Museo del Prado, mncars y Museo Thyssen, y el eje de Prado y Recole- tos— a través del paseo de las Delicias.7 Y todo esto ligado al proyecto urbanístico de Madrid Río, que ya había desper- tado el suficiente malestar entre los vecinos como para dar lugar a plataformas como Nudo Sur.8 Esta problemática fue fundamental para la definición del enfoque de trabajo de Intermediæ, para despertar una pre- ocupación por comprender la complejidad social del con- texto en el que se insertaba el proyecto y conocer los actores —instituciones, agentes, iniciativas ciudadanas, asociacio- nes vecinales, etc.—, las redes, las relaciones, los intereses, los conflictos y las necesidades que los articulaban. Y en este proceso de aprendizaje exprés convivíamos con unas expectativas inabarcables y una urgencia por rendir cuen- tas ante estas. De algún modo estábamos en una situación contradictoria, por un lado situados bajo un gran foco de atención, pero al mismo tiempo aislados en un inmenso edificio industrial en un barrio al que nadie iba y rodea- dos de obras, zanjas y señales de prohibido el paso. Con el tiempo, y a medida que el polvo de las obras desaparecía, parte de las expectativas se fueron distribuyendo al ponerse en marcha otras instituciones y programas como las Naves del Español, Cineteca o Abierto por Obras, cuyo carácter site specific fue inaugurado por Teresa Velázquez. También iban abriendo las iniciativas privadas, y al mismo tiempo el 7 Carrillo, Jesús: «Las nuevas fábricas de la cultura: los lugares de la creación y la producción cultural en la España contemporánea», Media- lab-Prado, Madrid, 2008, www.medialab-prado.es. 8 www.afectadosnudosur.com. de cinco facultades de Bellas Artes, con sus camitas de palés reciclados en el Terrario —cuando los palés no estaban de moda— y sus duchas portátiles en el solar en el que ahora está el auditorio de la Casa del Lector. Más allá y a pesar de la sospecha6 E inauguramos, en cierto modo, condicionados por unas enormes expectativas por parte del Ayuntamiento, de la comunidad artística y, por supuesto, del tejido social del distrito de Arganzuela, que había reclamado durante años la reapertura del Matadero para diversos usos y servicios. Este gran baluarte, al borde de río Manzanares y junto al antiguo mercado de frutas y verduras, pesaba en la memo- ria y en el pasado industrial de unos barrios que estaban a punto de sufrir un importante proceso de transformación con la gran operación urbanística de soterramiento de la M30 que daría lugar a Madrid Río. Así que Intermediæ se encontraba ante la tesitura de responder por gran parte de la nueva política cultural del Ayuntamiento, una política que además se prefiguraba de forma más que cuestionable, a través de la apuesta por un gran contenedor para la creación contemporánea, lo que ya despertaba muchas desconfianzas habida cuenta de la his- toria reciente de nuestro país. Una historia que había dado lugar a una multiplicación desproporcionada de centros de arte, muchos en edificios abandonados o infrautiliza- dos, como estrategia para renovar ciudades o barrios, pero paradójicamente profundamente desconectados de sus 6 En referencia a Sánchez, Suset: «Prácticas más allá y a pesar de la sos- pecha», Festival Reverberacoes, 13 de noviembre de 2008, Centro Cultural de España en Sao Paulo. 180 181 Ideas como la defensa de la creación contemporánea como herramienta de acción y aprendizaje, el proceso frente al producto, la transdisciplinaridad y la horizonta- lidad entre creadores, público e institución, son algunas de las que articulan los primeros relatos. Intermediæ plan- teaba un experimento institucional, y quizá una apuesta arriesgada y frágil, que no siempre fue entendida y mucho menos puesta en valor. Proyectos muy procesuales y de larga duración, que era complicado y delicado comunicar. Proyectos que muchas veces no tenían una formalización muy definida o se alejaban de los formatos tradicionales y conocidos. Apenas había referentes en España, ni una tradi- ción al respecto con la que se pudiera relacionar fácilmente nuestro trabajo. Incluso, por supuesto, también había incoherencias y cierto peligro de caer en un tipo de produc- ción cultural elitista y reservada para unos pocos capaces de decodificar esta apuesta institucional, cuando el objetivo era producir una institución a la medida de las circunstan- cias y las necesidades. Espacio El espacio también se alejaba formalmente de los espa- cios institucionales reconocidos. Nos encontramos con una nave diáfana de antiguo uso industrial y en bruto, que podía remitir más al entorno de los espacios alternativos. Pero era un espacio capaz de transformarse continuamente para acoger la producción y la presentación de proyectos y que haya cosas a las que de ninguna manera se las puede llamar arte, por mucho que este se funda con la vida. El arte se repliega entonces en la concepción expandida de creación, y algo similar sucede en relación al término de cultura, como apunta Yúdice en El recurso de la cultura, «una cultura a la que se le atribuyen múltiples propósitos». proyecto de Matadero se hacía cada vez más complejo y difí- cil de entender.9 Sin embargo, lo cierto es que esto nunca ha sido un problema para su visibilidad, su relevancia inter- nacional, ni para que constituya el icono por antonomasia de la cultura promovida por el ayuntamiento en los últimos diez años.10 Tengo que decir que los inicios de Intermediæ no fueron nada fáciles. Además de la desconfianza en el modelo de cultura que Matadero podía representar, el programa que planteaba no era entendido por el tejido cultural. No había modelos similares entonces, salvo el que podía represen- tar Medialab. De alguna manera generaba una especie de sospecha, y además no acogíamos exposiciones y entonces esto era casi lo único que los artistas querían de una institu- ción. Era algo así como ¿qué hay de lo mío? Sin embargo en Intermediæ se optaba por generar procesos, por conocer y trabajar en diálogo con las redes del barrio en el que estaba situado. Esto definía una línea de trabajo donde se desarro- llaron proyectos como Madrid 28045. Arte en el espacio urbano, Todo sobre mi barrio o La Stargate, entre otros muchos.11 Y así, desde el principio hubo una idea de tejer una relación más compleja y más comprometida con las asociaciones sociales y culturales y con las redes del distrito, algo que entonces no era habitual para un centro de «creación contemporánea».12 9 Fernández López, Olga: «Travesía site specific: Institucionalidad e ima- ginación», en 11 artistas en una cámara frigorífica. Conversaciones sobre la práctica sitio específico, Matadero, Madrid, 2011. 10 S. L.: «Matadero Madrid, el enclave cultural más valorado por The New York Times», abc, 10 de enero de 2013, www.abc.es. 11 www.Intermediæ.es 12 En estos años al arte se le dejó de llamar por su nombre para nombrarlo con la menos comprometedora «creación», un término más escurridizo y que se desenvolvía con menos problemas. El de «arte» venía siendo un término problemático, con demasiadas mayúsculas, como decía Val- cárcel Medina, y en cierto modo dejaba cosas fuera. También es posible 182 183 parte integrante de procesos de cooperación entre grupos locales. De alguna manera podría definirse como un híbrido entre un centro social y un centro de arte, un lugar bastardo y algo asilvestrado, donde lo domesticado se convierte en cualquier otra cosa. Programa En cuanto a la programación, al inicio, se componía de una parte que se proponía desde la institución y otra que provenía de las propuestas seleccionadas en las ayudas a la creación, donde había una modalidad específica para desarrollar proyectos en Intermediæ.14 Se van dibujando así, y de manera progresiva, las principales líneas de tra- bajo de los primeros años, que podrían etiquetarse bajo ámbitos como: Ciudad, barrio y comunidad; permacul- tura, ecología y arte; el juego y los procesos lúdicos como forma de exploración y aprendizaje; la utopía como ámbito de investigación, o la construcción del archivo de la insti- tución. Aunque estos ámbitos de trabajo podrían parecer bastante incluyentes, lo cierto es que las dos vías de progra- mación dejaban fuera muchas iniciativas y experiencias, cuya entrada en la institución era muy difícil o casi impo- sible. Por un lado, un comisariado que, aunque planteaba un modelo distinto al más tradicional en España, estaba marcado por un enfoque muy «de arriba abajo». Y por otro, unas ayudas que, a pesar de encajar con una lógica de las buenas prácticas, sobre la que se trabajó mucho durante estos años en plataformas profesionales del arte, como 14 Las líneas de la última convocatoria pueden consultarse en la página www.mataderomadrid.org. que se asociaba con la posibilidad hacer cosas que en otro lugar no eran posibles. Una imagen que aludía a lo inaca- bado, lo indefinido, al proceso, y también a la libertad frente a las restricciones del mundo del arte. De alguna manera, denotaba una dimensión social que a menudo se encuen- tra excluida del «cubo blanco» y que interpelaba al artista o al productor cultural a enfrentarse con una experiencia distinta a la que podía estar habituado. No se trataba de un mero marco o un contenedor, sino de un medio para la pro- ducción, donde se producía y se produce además un espacio social, donde también tienen cabida aquellos que fueron expulsados de las instituciones, los ciudadanos.13 Siempre ha habido una defensa de ese espacio como espacio público, y es increíble como esto se materializa cuando un centro de producción es también una plaza pública, poniendo de manifiesto la escasez de espacios públicos de esta ciu- dad. Intermediæ es habitado cada día por gente común del barrio, familias, niños corriendo y chillando, estudiantes, grupos de teatro que ensayan en un rincón, contadores de historias, grupos de aprendizaje, de intercambio, de discu- sión, algunos incluso políticos, asambleas y plataformas de vecinos, también turistas. Se generan encuentros y desen- cuentros, conflictos entre las distintas «tribus», ámbitos de disputas territoriales, pero también lugares en los que se debate sobre lo colectivo, donde se produce esfera pública. El espacio se caracteriza sobre todo por, más allá de la obser- vación pasiva, ser un generador de otras muchas experien- cias. Es un lugar donde los procesos son visibles, es decir, los vecinos o los visitantes despistados pueden encontrarse con los procesos de creación. Donde las actividades son 13 En La producción del espacio (1974), de Henri Lefebvre, se esboza una teo- ría del espacio que rompe su concepción arquitectónica o geométrica, para entenderlo como una categoría social y un medio para la producción. 184 185 Museet de Estocolmo, habían producido el vídeo Museum Futures: Distributed, que presentamos en Intermediæ y de donde arrancó parte de la inspiración para llevar a cabo la idea de Intermediæ distribuido o extendido en la ciudad. Empieza a plantearse ya un proceso de cambio, de gene- rar otro relato y de repensar la lógica en la organización del equipo a través de estos proyectos distribuidos, que se empiezan a desarrollar fuera de los muros de Matadero.18 En diciembre de 2011, cuando se marcharon Frank, María y Suset, continuamos con esta idea fuerza de Intermediæ extendido, cuya expresión más visible ha sido, sobre todo, a través de la colaboración con la Dirección General de Paisaje Urbano del Ayuntamiento de Madrid, y donde se han reali- zado proyectos como Paisaje Tetuán,19 Paisaje Sur20 (Usera y Villaverde) y Paisaje Vallecas21, proyecto, este último, que estamos desarrollando justo ahora que estás tú. Una línea que ha servido para materializar un trabajo de participa- ción y colaboración ciudadana muy visible, y también para afianzar el trabajo de Intermediæ en relación con diversas estructuras del Ayuntamiento, como los distritos, y otras áreas como Urbanismo, Medio Ambiente, etc. Apostamos también por una mayor apertura de la insti- tución, por ampliar el espectro de proyectos que se podían desarrollar y también por ampliar las conversaciones con una diversidad de agentes, e incluir en el equipo otras voces, lo que de alguna manera contribuía a alimentar la idea de lo distribuido, también en la toma de decisiones. Este giro hacia una mayor permeabilidad hizo que se arti- culara una línea de trabajo llamada internamente «Terrario 18 www.intermediæ.es. 19 Ibíd. 20 www.paisajesur.cc. 21 www.intermediæ.es. el iart, presuponen un accesibilidad universal que no es tal y donde también quedan muchas cosas fuera.15 En este sentido, en el equipo había posiciones divergentes, entre las que planteaban un comisariado ajustado a unos mar- cos específicos, y las que nos resistíamos a estos marcos y defendíamos una mayor apertura institucional, que apos- tara por complejizar el diálogo con el tejido cultural más crítico, además de la necesidad de un esfuerzo por mejorar la comunicación del programa desde el mismo discurso curatorial, que se leía demasiado abstracto. Creo que esto en parte se ha conseguido, pero sigue sin ser un proyecto fácil de entender. Es cierto que siempre se ha huido de las categorías y las líneas cerradas, lo que da un margen muy grande y mucha libertad, pero al mismo tiempo esto ha podido dificultar el acceso a los códigos institucionales. Y hay que pensar por qué ocurre esto, por qué es tan difícil salir de ciertos modelos establecidos. Un giro Durante 2011 e incluso antes, había una preocupación por producir un giro en la institución. Matadero ampliaba sus líneas de programación, se inspiraba y replicaba algunas de las líneas de Intermediæ. Desde fuera se leía una especie de redundancia y una dificultad para diferenciar entre las especificidades de cada programa. Desde hacía unos años colaboraba con nosotros Neil Cummings,16 sobre todo en la línea de trabajo sobre el archivo de la institución.17 Junto con Marysia Lewandowska y comisionado por el Moderna 15 www.iart.es. 16 www.neilcummings.com. 17 www.intermediæ.es. 186 187 de Intermediæ. Una condición que también ha permitido trabajar con una gran libertad y con un juego de cintura que no es posible cuando eres centro de atención. Esa forma de hacer libre, discreta y sigilosa que posibilita experimen- tar otras formas de producir cultura. Borrar, o más bien minimizar, la voz de autoridad de la institución para crear diálogos menos jerárquicos y en los que la institución esté realmente al servicio de los ciudadanos. Es cierto que las instituciones habitualmente son enten- didas como aparatos de legitimación de ciertas prácticas, como plataformas desde las que hacer un camino de reco- nocimiento público. Sin embargo, las instituciones tam- bién han de ganar esa legitimidad, deben aportar un valor y un compromiso en su trabajo. Y para ello tienen que ir más allá de sus propias posiciones de poder y entender que esto nunca ha sido suficiente, que esta posición de poder no las legitima. Y entonces quizá haya que pensar en maneras de desposeer a la institución de ese poder, pero no para devas- tarla, sino para defenderla. Lo cierto es que son muy pocos los espacios donde son posibles las prácticas artísticas crí- ticas, lo que los convierte en el blanco fácil de los recortes ideológicos. Y en ese sentido, creo que en este país, la crí- tica institucional, además de haber sido muy escasa, ha tendido demasiado a generar una relación de antagonismo irreconciliable y desprovisto de planteamientos capaces de plantear alternativas. Seguimos necesitando las institucio- nes culturales públicas, y estas no están en ningún modo garantizadas, sino que es algo por lo que por lo que debe- mos luchar. El trabajo de los últimos años para mí se podría enmarcar dentro de esta lucha. Una especie de acto de equilibrismo a través del cual seguir contando con ciertos apoyos dentro de la estructura del Ayuntamiento, pero a la vez posibilitando en abierto», con la que, después de sus prácticas, empezó a colaborar Tommaso Marzocchini, y a través de la cual se facilitaba que el espacio de Intermediæ pudiera ser reapro- piado por el tejido social y cultural de la ciudad, acogiendo una diversidad de actividades como talleres, debates y pre- sentaciones de iniciativas que querían dar a conocer su trabajo. Esta apuesta por la apertura daba continuidad a la idea originaria de que el Terrario fuera «un salón de estar público, un salón de estar para la ciudadanía».22 En este proceso, de una lógica «departamental», por ámbitos de trabajo como la comunicación, la producción o la mediación, pasamos a una lógica de los saberes exten- dida y unas funciones rotativas, adaptadas a las necesida- des de acompañamiento de cada proyecto. Una apuesta que también tiene sus limitaciones, pero desde la que hemos investigado sobre otras formas de organización, de pro- ducción y de generación de conocimiento. Es cierto que el equipo siempre ha tendido hacia la creación de estructu- ras horizontales, lo que no quiere decir que no hubiera ni haya relaciones de poder, por ciertos desequilibrios entre las posiciones, entre las personas con contrato y los colabo- radores, entre los roles con mayor o menor visibilidad. En este sentido, Juan Carrete, que fue director de Intermediæ hasta hace unos cuatro años, nunca se ha colocado en una posición jerárquica, aunque obviamente lo estaba, y siem- pre ha dejado hacer a los equipos que han estado al frente en cada momento, desde una invisibilidad admirable, pero haciendo factible el suelo necesario para que el proyecto fuera posible. Me parece que muchas veces su figura queda fuera de los relatos precisamente por esa invisibilidad, que de alguna manera siempre ha imperado en el modo hacer 22 En palabras de su diseñador, Anthony Kleinepier, «[…] a public living room for the city». Ibíd. 188 189 de visibilidad institucional, puede ser catastrófico. Por eso es tan importante que siempre que sea posible se llegue a definiciones conjuntas de los proyectos y sus estrategias de comunicación, a establecer objetivos compartidos, marcos de trabajo y acuerdos que afiancen relaciones respetuosas. Aunque ahora la posibilidad de generar objetivos comunes y compartidos, y de producir alianzas entre una diversidad de posturas parece más real, no deja de ser terreno espinoso y delicado. Esta colaboración también puede ser entendida como un arma de doble filo con la que despolitizar las prác- ticas críticas. Por eso la negociación nunca termina, las posiciones siguen en disputa y el conflicto tiene que poder aflorar. Pienso que, durante los primeros años, se crearon unas bases que, de alguna manera, han pervivido hasta hoy, aunque quizá no tanto en este sentido de generar marcos comunes. Es decir, hay una coherencia con el origen de esta institución, pero también se ha producido un cam- bio importante que ha dado lugar a que Intermediæ pueda leerse y valorarse mejor. También es un momento más pro- picio, en el que las instituciones se preguntan cada vez más cómo pueden amplificar su función social, cómo pueden responder a ciertas problemáticas, necesidades e intere- ses sociales, y creo que en este sentido se puede compartir una experiencia muy rica, por ejemplo, en el apoyo a for- mas de colectividad que cuestionan los imperativos de la cultura entendida como espectáculo o como mercancía, y donde se pueden producir alternativas más democráticas. Solo el hecho de la existencia de una institución así tiene ya un gran potencial político, y hoy, casi diez años después, parecemos encontrarnos en una situación más oportuna para seguir por este camino. Las oportunidades se multipli- can, parece avecinarse un cambio de escala del proyecto, al las prácticas críticas y la disidencia, lo que muchas veces significa tener que ser muy sutil en términos de visibilidad, e incluso completamente imperceptible en algunas esferas. Esto, por supuesto, produce una situación paradójica, pues al mismo tiempo conlleva un continuo riesgo de desapa- recer, y además sin pena ni gloria. Y significa también ser especialmente maltratado por los recortes de la crisis, vivir en un estado de precariedad que solo se pudo contrarrestar a base de la resistencia y la resiliencia de la institución y de los proyectos que entonces se desarrollaban. Del reposicio- namiento y el aprendizaje intenso de todos los miembros del equipo, y de la capacidad de reinventar maneras con las que abordar nuevos retos. Un andar por la cuerda floja entre mundos que parecían no encontrarse: uno condicionado por unas estructuras administrativas municipales complicadas e inflexibles, que difícilmente respondían a las necesidades de pro- yectos vivos, y que además, hasta hace nada han estado gobernadas desde un enfoque conservador e instigador de la privatización de lo público. Y el otro mundo, el del tra- bajo con los agentes críticos con estas estructuras munici- pales, con los que había que ganarse la confianza, es decir, que no se nos leyera, como a otras instituciones, como un instrumento del poder, a pesar de que nunca respondimos a este tipo de políticas culturales con las que siempre fui- mos críticas. Obviamente esta simplificación no responde a una realidad mucho más compleja, que además hoy está completamente entremezclada. Pero hace diez años, acer- car estas realidades no era tarea ni mucho menos fácil. Ha supuesto un largo proceso de generación de relaciones de confianza, de manifestar un respeto por el trabajo de los otros, y un cuidado por cómo se capitaliza el trabajo, ya que si esta frágil relación se descuida al imponerse el aparato 190 191 Iván López Munuera 14 de enero de 2015 Era una mañana de enero, era el día 14, era miércoles y hacía frío. Iván López Munuera me había citado en su estudio. La calle Pedro Heredia, detrás la plaza de Manuel Becerra , muy cerquita de la Plaza de toros de las Ventas. Fui caminando. Llevaba ya mucho tiempo queriendo charlar un rato con Iván, he de reconocer que soy muy fan suya y por casuali- dades de la vida nos hemos ido encontrando acá y allá. Iván es historiador del arte, comisario, investigador, escritor y, quizá, polemizador. Al menos en un encuentro en el que coincidimos en la facultad de Bellas Artes de Madrid dis- frutamos mucho aguzando, junto con otros disidentes de salón, el pensamiento crítico. Recuerdo una frase de Iván, era algo así como «fricción sin fruición». Él siempre aboga por la fricción, sin llegar al resquemor pero sí poniendo los puntos sobre las íes. Y claro, él puede hacerlo porque tiene un control apabullante de la lengua castellana, una velocidad de vértigo a la hora de articular las palabras y un discurso bien formado. Como suele pasar en este país, los mejores acaban teniendo un pie aquí y otro en otro lugar. Ese otro lugar en el caso de Iván es Nueva York donde reside la mitad del año con su pareja, otro de los genios naciona- les, Andrés Jaque. Era miércoles, hacia frío y llegué puntual a la cita. Me recibió, todo lo alto que es, muy estirado, con un pantalón ceñido negro, una camisa escocesa roja abrochada hasta el último botón, una chaqueta de lana negra abierta, unos zapatos negros que no observé con mucha atención. Su corte de pelo muy rasurado a los lados y con cierto flequillo mismo tiempo que seguimos siendo un equipo pequeño y en buena medida maltratado, que tiene cercenada la posi- bilidad de incorporar más compañerxs. Un equipo al que no se le permite descansar y cuyo cansancio empieza a tener consecuencias. Hacer de este un proyecto sostenible es el gran reto, el desafío compartido con otras tantas estructu- ras.23 23 Para para más información sobre Intermediae recomiendo leer Fer- nández López, Olga: «Curatorial Decasting: One Institution Becoming Other», en Curating Research, Paul O’Neill y Mick Wilson et. al, Open Edi- tions, Londres, 2015; Fernández López, Olga; López Mediero, Zoe y Klett, Azucena: «En medio de las cosas. Investigación indisciplinar, entre el espacio artístico, la academia y la ciudad», en Transductores 3. Prácticas artísticas en contexto. Itinerarios, útiles y estrategias, Centro José Guerrero, Granada, 2015, pág. 225. 192 193 El ranchito en matadero Iván López Munuera Desde La Dinamo y Eskalera Karakola al Ranchito De todo lo que me comentas, me encantaría hablar de mi experiencia en El Ranchito, en Matadero Madrid, porque creo que es una historia que ha sido narrada incompleta. Fueron fundamentales experiencias que tuve en lugares como La Dinamo, Eskalera Karakola. Desde los primeros noventa yo fui a esos lugares como espectador más que como participante activo. Bueno, estaba aún en el colegio. Estaba todavía tratando de formar parte del contexto pero no era tan activo. Eran procesos bonitos de participación. En esos procesos comprendías que al asistir, al debatir ya formabas parte del proceso y ya lo construías. De repente te dabas cuenta de que más allá de ciertos circuitos, que debatían del arte como un «ahí afuera», en museos y otros centros institucionales, que no constituían contextos novedosos, estos nuevos/otros lugares hablaban del día a día, un día a día en el que encontrabas una cierta representación. Esto sucedía sobre todo a finales de los noventa y primeros dos mil. No cabe duda de que buena parte de estas otras instituciones, o lugares de encuentro, fueron la base para formar el proyecto del Ranchito. En los años 2009-2010, estaba yo viviendo en Budapest. Manuela Villa, la coordinadora de actividades en Matadero, entonces bajo la dirección de Pablo Berástegui, se pone en contacto conmigo. Quiere hacer un evento tipo bienal en Madrid, y que ha decidido llamarlo El Ranchito, hacer que podría ser tupé pero no llegaba a serlo dándole un toque elegante, incluso británico. Me mostró el estudio que era también el de Andrés. Muy espacioso, con una increíble entrada de luz, muchas plantas, las obras de Andrés enmar- cadas —la del moma, la de ikea disobedience, la de Barcelona del espacio de Mies van Der Rohe, etc.—. Luego me llevó a su rinconcito. Sobre la mesa el Mac y una columna de libros llenos de marcas, tantas que el mismo Iván lo llamó «la piñata mexicana». La columna era la bibliografía básica para un artículo que andaba escri- biendo, a toda prisa, para una exposición que este año se inaugurará en el ca2m de Móstoles, sobre el punk. Me hablo de Klaus Nomi, a quien admiro y no sé si de Blondie, creo que también de Blondie, de algún modo me dijo, como tu baronesa, siempre hay personajes marginales que no se sabe porque siguen siendo marginales pese a haber sido las claves de sus movimientos. Cuando le intentaba contar qué hacía yo allí y sobre todo por qué quería hablar con él me salió cierto resumen de lo que ando indagando. Me limité a decir que de algún modo llego a la conclusión de que en Madrid parece que siempre andemos recomenzando, que no hay aprendizaje, ni hay testigo, ni hay respeto alguno por parte de la institución de lo que hace, adelanta, indaga y trabaja la sociedad civil. Y este trabajo, indagación y vanguardia ha sido, desde que Madrid es la capital de un país que se dice democrático, ha sido, digo, muy importante. La cuestión es esta, ¿qué pasa en esta ciudad?, ¿por qué nunca se recuerda lo que pasó, ¿es que no sabemos aprender? Lo que más me interesa de estas palabras que ahora vie- nen es que queda claro que es más fuerte aun, no es que no haya testigo de la sociedad civil a la institución, sino que ni tan siquiera hay testigo de la institución hacia sí misma. 194 195 íbamos o no a hacer decidimos consensuar la metodología de la propia discusión: cómo serían los métodos de evalua- ción; cómo se iba a votar; de qué manera se discutía. Enton- ces habilitamos diferentes elementos: abrimos una Wiki, todos los proyectos tendrían una entrada, todos teníamos acceso a ella, incorporábamos contenidos, todos votába- mos y lo discutíamos; reuniones que podíamos tener por email; reuniones físicas donde debatíamos cada uno de los aspectos concernientes a la propia metodología. Una deci- sión, nunca se votaba a mano alzada, las decisiones de todo tipo, económicas, qué artista invitamos, etc., todo había de ser debatido de manera previa en la Wiki, y luego debatido en físico. Si había votación era necesario que se argumen- tase. Si no se tenían juicios claros se retrasaba la reunión. Era fundamental que cada cual se leyera las propuestas, reflexionase sobre ellas y las debatiese. Era importante también configurar el lugar más deseable y menos desea- ble que queríamos que fuera El Ranchito. Y así cada mes ir definiendo, resituando lo que éramos. Primero debatimos conceptos que sí nos parecían muy importantes en la comunidad de Madrid, por ejemplo: la constitución de una comunidad emocional; los problemas en torno a la participación, el 15m fue tan efectivo porque había ya una cultura de participación, desde el Patio Mara- villas al csa La Tabacalera de Lavapiés; el sentido de la emergencia. Íbamos evaluando y dirimiendo estos temas. Veíamos que Matadero tenía unos espacios enormes y que se usaba de exposición. Y en Madrid es bien caro el suelo. Y artistas, investigadores, comisarios. En fin, veíamos que la gente de la cultura no tiene medios, o no pueden alquilar, o deben alquilar muy alejados del centro, o bien trabajan donde viven. Nos preguntamos entonces si no sería mejor aprovecharlo para tener espacios de trabajo. Rancho vaya. Se deciden una suerte de mesas a las que asis- tan politólogos, filósofos, artistas, comisarios, historiado- res y otros perfiles afines. Estas mesas se convocan para ir debatiendo en torno a qué se podría hacer con esa bienal. Cuando llego a Madrid tenemos una reunión con Manuela Villa y Pablo Berástegui. Les digo que a mí no me interesa una bienal. Yo creo que las bienales tiene su relevancia pero replicarlas no tiene sentido. Las bienales son modelos cadu- cos, mucho dinero, pocos meses, localización precisa. Ya hay muchas bienales, Kassel, Sao Paulo, Venecia, todas tie- nen su propia historia y relevancia. Pero en nuestro caso yo pensaba que lo importante, el punto esencial, habría de ser lo que haríamos durante esos dos años, hasta esa bienal. Que la institución se haga porosa La idea fue habilitar un grupo de trabajo para debatir las propuestas, que las personas implicadas reciban un sueldo, que no se precarice el contexto, que cada trabajo se escru- tase y valorase de manera continua. Era importante que fue- ran agentes ajenos a la institución, agentes independientes, para que no fuera un proyecto más de la institución, sino al revés. Que la institución se hiciera porosa para abarcar proyectos que quizá no habrían contemplado en otras cir- cunstancias. Las gentes eran de diferentes disciplinas: Catalina Saraiba en artes escénicas; Luisa Fuentes dedicada sobre todo a arte latinoamericano; yo mismo para la arquitectura y el contexto local; Nerea Calvillo experta en visualización; Manuela Villa; Pablo Berástegui. Desde el principio decidimos que las propias discusiones fueran una metodología y un formato, antes de decir qué 196 197 Articulamos un reader en torno a unos temas, y para cada tema invitamos uno o varios expertos. Teoría y práctica: invité a Uriel Fogué, que es arquitecto y filósofo, y tiene un grupo de trabajo en torno a esta unión de la arquitectura y la filosofía. Participación: Patricia Molina y Adrián Masip, que es experta en participación y en aquel momento estaba con una beca del mit sobre procesos de participación ciu- dadana. Comunidades Emocionales: Eloy Fernández Porta, que es finalista del Premio Anagrama de Ensayo, y experto en las diferentes capacidades políticas de las emociones. Con- flicto: c.a.s.i.t.a, ellos han abordado de manera recurrente este tema al hablar de agonismo, democracia y prácticas culturales. Y tú para Espacio Público. Lo que hacíamos era coger esos textos, los leíamos, los comentábamos, los dis- cutíamos, y cuando hablábamos de participación sabíamos en qué terrenos estábamos. Libro blanco del Ranchito También elaboramos nosotros una memoria de lo que se hacía. Decidimos ir configurando un Libro Blanco de lo que se iba haciendo: por ejemplo vimos que las residencias internacionales iban muy bien, para mantener nuestro piso, nos planteamos que en el barrio del Pico del Pañuelo mante- ner un pisito durante un año podía ser más económico que pagarle a un conferenciante un hotel un solo viaje. Decidi- mos también que todos los elementos de Matadero habían de estar disponibles para todo el mundo. Por ejemplo el pro- yecto de Inteligencias Colectivas, que ahora está en el moma, arranco aquí. Y se arrancó con un archivo que comenzó con los restos de las naves frigoríficas. Yo solo quería estar dos años. Aunque una cosa problemática y clásica en España es También pensamos que tener residencias para artistas de fuera, artistas, arquitectos, residencias para unos perfiles más multidisciplinares, sería también muy interesante. La idea siempre fue generar redes de relación. Lo importante sería conocer el contexto local. Cuando vas de residencia es importante estar un mes máximo, un mes y medio. Que fuera remunerado, que se pagase un piso, al lado de Mata- dero, que tuviera unas dietas, pero que cada agente del grupo de trabajo ejerciera también como persona de con- tacto con otras instituciones: un proyecto quizá podía ser realizado en otra institución. Durante las residencias los artistas que venían a Madrid se reunían con gente de las instituciones, de mncars, con La Casa Encendida, con el csa La Tabacalera, como recuer- das fue el caso de Begoña Morales. También visitaban estu- dios, revistas, instituciones, desde los Zulo hasta Tuñón y Mansilla. El concepto de Ranchito en este ámbito era la pro- pia residencia. Agenciamientos emocionales Para armar nuestras discusiones decidí hacer una cosa, una publicación que funcionase como reader con textos críticos que abordasen cada tema que aparecía de manera recurrente en las discusiones, el libro de Agenciamientos emocionales. Cada vez que debatíamos un tema salían siempre cuestiones, y era importante dirimir las condiciones de contorno. Por ejemplo, la división entre teoría y práctica. Por ejemplo, Amador Fer- nández Sabater invito a gentes, a Franco Ingrassia y a otros. Él veía que había de haber dos cosas, entre los que hacen y los que piensan. Nosotros no lo veíamos así, nosotros no veíamos esa diferencia. Creemos que al hacer se piensa. 198 199 porque algo hacíamos mal, eso era un claro problema. Cues- tiones de género, cuestiones de decisiones geográficas, o enfoques sobre un determinado y recurrente campo de tra- bajo. La idea no era generar una política paritaria cosmé- tica, no, la idea era que las cuestiones de género emergiesen. Que emergiesen en la toma de decisiones y en las propias conceptualizaciones. Por ejemplo estaban Toxic Lesbian, o las Hetaira, que trabajaron con diversos artistas y arquitec- tos. No de manera cosmética, sino sacando a colación esas cuestiones, llegar hasta el fondo de las mismas. Desafiaba de alguna manera a la institución. Pero resultaba muy efec- tivo. Subieron el número de visitantes y de participantes. Se iban haciendo talleres, seminarios. No de una manera pun- tual sino de una manera prolongada. La institución se iba haciendo porosa, y así de alguna manera se iba abriendo, más gente que se apuntaba. Lo veíamos a diario. La gente visitaba los lugares de trabajo, el archivo. Presupuestos Al mismo tiempo y puedo decirlo —aunque no sé bien si es legal—, el presupuesto para dos años era de 250.000 euros, con esto se contaba para todo. Era un presupuesto holgado pero reducido si se tienen en cuenta los alcan- ces. Es más o menos diez mil por mes, y en estos se cuenta todo. Por el proyecto pasaron unas ciento cincuenta perso- nas; conferenciantes, que vinieron desde Colombia hasta México o Inglaterra; grupos de trabajo; producción de más de quince proyectos, con presupuestos segregados en producción y honorarios; honorarios de grupo expandido que participaban en las reuniones, desde yproductions hasta Amador Fernández Savater; la luz, la creación de los la poca continuidad de los proyectos. El Libro Blanco quería ver qué pasaría. Quería ser un posicionamiento, un conoci- miento, una información y un tiempo. Como digo, también fuimos invitando a otra serie de gente. Hice actividades con la Europea de Madrid, con la Universidad de Alicante, con la Facultad de bbaa de la Uni- versidad Complutense de Madrid. Por ejemplo hicimos una propuesta con Selina Blasco (vicedecana) y Lila Insúa, quie- nes formaron parte de las votaciones, las reuniones y las decisiones de un evento que íbamos a desarrollar con sus alumnos de Bellas Artes. Una institución a lo Latour Yo la institución la veo muy a lo Latour, Bruno Latour, no quiero fijarme en estas dicotomías tipo institución/con- trainstitución. Yo quiero ver la institución como un lugar dotado de garantías. La institución es nuestra, se paga con dinero público, hemos de ser transparentes en los métodos y presupuestos, pero también hemos de ser porosos. No solo ser docentes sino también ser discentes. Aprender de todo ello. Todos los presupuestos y decisiones se hicieron públicos durante la exposición de resultados. Cualquier proceso de decisión era colegiado, era hiper- transparente y estaba dotado de garantías. No había perso- nalismos. Podía ser discutido de maneras diferentes, pero para la transparencia y la participación es necesario pri- mero dotar de información y hacerla inteligible. De hecho uno de los elementos fundamentales que tenía- mos de manera continua era Nerea. Nerea hacía diagramas continuos de las decisiones. Por ejemplo, se ha invitado a más biohombres que biomujeres a las residencias. Eso era 200 201 otra parte. Además normalmente no se cumplían las expec- tativas, y eso no era para nada frustrante. Era más bien una experiencia laboratorizada. Desde el principio en todas las reuniones se decía: el fracaso es uno de los puntos funda- mentales del Ranchito. Si fracasamos no hemos fracasado del todo, pues estamos generando cierto conocimiento para ver que, uno, el dinero no ha sido para nada malgastado, importantísimo en una administración pública, pero sobre todo que se han generado una serie de proyectos y se ha generado una resiliencia que puede ser muy útil para otro tipo de elementos. Ya estamos otra vez como al principio Esto nos lleva de lleno a las discusiones repetitivas. Yo citaba al de Crimen Perfecto, cuando encontraba una prueba y decían: «Ya estamos otra vez como al principio», bueno, no, no exactamente. Sabemos que hay un crimen, no sabe- mos quién es el asesino pero ya vamos sabiendo cosas. Todo suma. Algo muy importante era tener conversacio- nes sobre determinados temas de manera continua pero que no fueran reiterativas. Era así muy importante dejar una constancia, dejar un archivo, con los emails, con los resúmenes. Javier Laporta era nuestro secretario. Anne Rodríguez, la coordinadora con la ayuda de Gema Melgar. Mireia Saura y Pepa Octavio se encargaban de la comuni- cación. Vanesa Viloria seguía el día a día de los espacios de trabajo. Toda la información se volcaba en la Wiki. Todos lo revisábamos. Obviamente no es lo mismo hacer resumen que hacer archivo. Era muy consciente de lo que cada cual apuntaba. Y así se reconstruía. Y era importante matizar los lenguajes. espacios de trabajo donde estuvieron más de treinta crea- dores seleccionados por convocatoria abierta, las mesas, las sillas; periódicos mensuales informando de lo que sucedía; relaciones con universidades como la Complutense. Era la habilitación de la nueva Nave 16. Por eso nos encargamos de todo. Para mí, el gran problema de los espacios como Tabaca- lera es que no hay ganas de seguir el paso de las decisiones. Parece que el mero hecho de decidir ya libera de la acción. Yo creo en la autoexigencia, en ese mismo ejercicio de la libertad. Poner en marcha el brazo ejecutor. Y no hay puesta en cuestión de tu propio quehacer. Por otra parte tampoco hay memoria. No hay archivo. No hay historia. Vamos avanzando sin reconocer nuestro pro- pio avance. Para mí es fundamental que exista un archivo y una memoria de lo que va sucediendo. Por un lado para auto- cuestionarte, para testear cómo estas desarrollando el trabajo. Por otro, para que los demás también lo hagan. Repito, estábamos en una institución pública y para mí era fundamental rendir cuentas. La supervisión de tu pro- pio quehacer y la misma génesis de tu memoria son fun- damentales. Ahí hay varias cosas. Las discusiones son fundamenta- les. Cuando de una discusión se toma una decisión o varias decisiones realizarlas es una de las partes más importantes y al mismo tiempo una de las cuestiones más arriesgadas. Muchas veces uno toma una decisión en abstracto y puede generar otra suerte de problemas en ese paso de lo abstracto a cierta realidad crematística en la que realmente se genere el poso. Nosotros asumíamos ese riesgo. Y no había posibi- lidad de una separación entre teoría y práctica. Por ejemplo en los presupuestos si quieres una partida has de sacarlo de 202 203 era un formato, una metodología. Era un modo de tomar decisiones, un formato de transparencia, unos órganos de investigación. Nerea Calvillo y yo aun hemos trabajado en el proyecto sin honorarios, atendiendo reuniones, tratando de confi- gurar una sesión pública. Hemos continuado con esos ele- mentos. Entendemos que las instituciones son porosas, y que muchas veces se ejerce más la autocensura que la cen- sura externa. Como decía Isidoro Valcarcel Mediana, hay que desarrollar proyectos, si no funcionan se trasladan. No se deben encajar si no encajan. El Ranchito fue otra cosa distinta de una Bienal, y las ins- tituciones lo entendieron. Bueno, se supone que la gente que está en el ayuntamiento se dedica a estar informado, vaya. Que los proyectos que surgen deben ser conocidos. Creo sin embargo que eso debe ser una exigencia de la gente. Que la gente, los investigadores, las gentes de la universidad, a la gente que está en prensa, que puede dar cabida a otros deba- tes, a la gente del comisariado… La gente no se enteró mucho. Hicimos un esfuerzo pero faltaron un poco las presentaciones públicas. Había y hay reticencias con Matadero. Se equiparan las instituciones con las instituciones que los acogen. El Matadero y el Ayun- tamiento; La Casa Encendida y Bankia. Nadie pone en duda que por ejemplo el mncars no es exactamente el gobierno, pese a que muchas decisiones se tomaban de modo par- lamentario. Entonces si no vinculas ni mncars ni Prado al gobierno, ¿por qué vinculamos por ejemplo Medialab y Matadero al Ayuntamiento? Muchas veces la gente no se entera porque es problemá- tico. Mira, si hay una exposición en el Thyssen el bombar- deo mediático es constante. Y de pronto algo de Medialab o Matadero solo se encuentra en medios especializados. La Obviamente sabíamos que cierto archivo y clasificación iba a ser restrictivo, pero no queríamos tenerle miedo a eso. Queríamos de algún modo redefinir la misma noción de archivo. Había una entrevista, por ejemplo Begoña Mora- les, un dossier con su trabajo y experiencia, y los elemen- tos importantes, y la gente que la había invitado. Quizá era demasiado grande, pero había muchas entradas, había que generar mucho material y ser representativo. Tratába- mos de sumar ideas nuevas, como por ejemplo un canal en YouTube o cosas así. Luego pasó algo extraño. Por un lado cambió la direc- ción de Matadero, fue un momento en el que se fueron Juan Carrete y Pablo Berástegui. De algún modo se diluyó la cosa, ya no hubo interés, ya no hubo respuesta. Carlota de manera previa, antes de ser nombrada directora había venido, y se lo habíamos explicado. No se nos dio explica- ción alguna. Yo tiendo a pensar bien, lo que creo es que ya no dispondrían del presupuesto, y no les interesaba. Creo que fue un momento de cambio. La propia configuración del ayuntamiento que pasaba con macsa a Madrid Destino. Una vez cumplidos los dos años parece que no va a haber continuidad. Todo está cambiando. No habíamos podido hacer la sesión pública para explicar todo lo que había suce- dido. Hicimos un repaso de todo pero no se conseguía fijar una fecha en Matadero para hacerlo público. Y tampoco explicar los modelos que queríamos hacer. Y tampoco las discusiones sobre ejes temáticos Tiempo después vemos que El Ranchito solo continúa como residencias internacionales y no continúan ninguno de los elementos que lo conformaban: ni los ejes de gestión, ni los de discusión, ni lo demás. Ahora hay un proyecto diferente con el mismo nombre, «El Ranchito», pero que no es lo que para nosotros era El Ranchito. Para nosotros 204 205 rafael sánchez-mateos paniagua 12 de diciembre de 2013 Qué podría decir de Rafael. Podría decir que una vez le pedí un texto, podría decir que no quiso aparecer como fir- mante del texto que le había pedido. Que firmó con una «A», de amor, de amistad, de anónimo. Diría que le conocí hace poco y que le conozco de toda la vida. Que es muy rápido, que es pequeño y grandísimo a un tiempo; que es cuidador, alegre y liviano, pero intenso y muy profundo; que es muy inteligente, que maneja el castellano como un prestidigita- dor, que cree en lo que hace y sabe por qué lo hace. Que la lucha para él tiene sentido. Que cada cosa tiene su porqué, que un tomate es un tomate y es importante. Que ir o no ir a una asamblea, a una convocatoria, marca una diferencia. Que para cambiar las cosas hay que estar, estar a tu escala, pequeña o grande. Que hay que desaprender, que todos somos válidos y útiles. Que hay que seguir y que merece la pena amar. En suma diría que Rafita me ha enseñado muchas cosas sin darse ni cuenta, y que me ha dado mucho, quizá ya sí a conciencia. Podría decir que cada una de sus palabras, las del ayer y las del mañana, valen, le sirven y nos sirven. Luego vendrán los análisis pero las gracias las quiero también introducir en estas toscas palabras que quizá no tendrían cabida en un texto académico pero sí las tienen en este texto que es nuestro, de todos nosotros, por encima de cualquier cosa. Gracias Rafael, «Rafita». Con un perfil verdaderamente ecléctico es difícil encua- drarlo y su experiencia toca los palos del arte contemporá- neo, las escénicas y la arquitectura, así como la de algunos información se va quedando por el camino. Yo intentaba ir a otros medios, y explicarlo, pero la responsabilidad es contextual. Y has de cambiar tantas otras cosas, tantas otras cosas antes, que… 206 207 hice allí con las traducciones de los situs de Luis Navarro que hizo en Literatura Gris y por Jesús conocí el Archivo Situacionista Hispano, Preiswert o las huelgas del arte del cambio de siglo. Mentalmente para mí, la edad de oro de Cuenca coincide con eso, con Luther Blisset, con los Cuerpos sobre Blanco, con los encuentros Situaciones en Cuenca y los textos de Brea, al que entonces admiraba y las noticias de algunas cosas como Las Agencias que pasaban en la Barce- lona de los movimientos antiglobalización que yo conocía por los libros y aquellas publicaciones como el Manual de Guerrilla de la comunicación o Pop Control de Miguel Ibáñez. Cinco o seis años años después, la Facultad de bbaa que yo conocí cuando hacía los cursos de doctorado estaba en una situación bastante chunga. La facultad estaba siempre vacía. Hice algunas buenas amistades como la de Gisele Ribeiro y me encontré a profesores muy potentes como Simeón Sáiz Ruiz pero en general me pareció todo bastante flojo. En perspectiva fue muy interesante la experiencia; conocer a Sarmiento —al que se le había quemado su biblio- teca con cientos de originales de la vanguardia y andaba medio loquillo—. O el relato del Jesús Carrillo de enton- ces, en plena controversia con Brea a propósito de aquel artículo en Desacuerdos. José Antonio Sánchez nos hablaba de Bourriaud y del teatro político, de Peter Watkins, Grou- pov. También andaba por ahí Ana Navarrete, con su aire de feminista posmo, y Jarque muy pasota ya con todo. Luddo- tek llevaba unos años ya en marcha y habíamos hecho nues- tro curro. Durante el ese año 2007 fuimos a hacer el Lunch Lecture a Documenta 12, invitados por Ulrich Schöter y Car- men Mörsch. También comencé a dar clases entonces en la upsam, pero no sentí que nada de esto interesara en Cuenca y no me refiero a ningún trato favorecedor. Al final la tesis la he terminado inscribiendo aquí en Madrid, en Filosofía de movimientos sociales, lo que ofrece una lectura transversal de la pregunta compartida por las personas entrevistadas. El título de una publicación suya reciente «Hypomnémata de una contradicción por habitar» aclara en cierto sentido la posición en la que Rafael se encuentra hoy: mediante el ejercicio foucaultiano de hacer hyponemata, o memoria crítico-personal, busca sentido político al ponerse en rela- ción con los otros y relacionando sus elementos entre sí, sabiendo que la contradicción es condición y sin embargo puede ser habitada, lo que no significa renunciar a com- prenderla y resolverla.24 Un arte austero, una vida exuberante Rafael Sánchez-Mateos Paniagua Ecléctico Soy Rafael Sánchez-Mateos Paniagua, nací en 1979. Tengo treinta y cuatro años. Soy titulado en la resad, en drama- turgia, aunque pocas veces he hecho o escrito teatro propia- mente dicho. Tras la resad en 2007 me fui a Cuenca, a hacer un programa de doctorado en un momento en que Cuenca ya no era la facultad mítica de finales de los noventa. Yo había oído de eso por ahí, en la librería Periferia de la calle Ave María, que regentaba Jesús García. Por los dosmil me 24 Sánchez-Mateos Paniagua, Rafael: «Hypomnémata de una contradic- ción por habitar», en Re-Visiones, n.º 4, 2014. www.re-visiones.net. 208 209 con continuidad en muchas de las asociaciones de tiempo libre desde joven. La Casa de la Juventud era un hervidero. También socialicé por la Iglesia, fíjate, montada en los garajes de unos pisos de protección oficial sesenteros. Las columnas del templo indicaban aún las parcelas de parking. Por la iglesia obrera pasó mucha gente, y tuvo una indis- cutible vida pública. El 0,7 fue en esa época. Yo no acampé, solo era un adolescente, pero fue muy increíble conocer una especie de lucha social no religiosa. Más tarde, en 2008, aluciné en la asamblea extraordinaria de urgencia que tuvo lugar en San Carlos Borromeo pocos días después del ase- sinato del joven Carlos Palomino en una manifestación ultraderechista, fue alucinante ver en esa iglesia todas las asociaciones y organizaciones de base, asambleadas para organizar las protestas. Esto que cuento de las iglesias obreras es algo quizá bas- tante difícil de entender hoy. El caso es que mucha gente que conozco de las luchas viene de ahí y esa experiencia apenas se ha contado. Gente que hoy está muy enrollada en las luchas o en la economía social de las cooperativas. Jordi Carmona en el 15m recordaba que «asamblea» en griego se decía eklessía y la tradición concejista ocupó los atrios de las iglesias muchas veces. Desmantelando lo común El pueblo, con el tiempo, cambió. Su desarrollo viró sobre el consumo, la construcción de centros comerciales y los nuevos barrios de urbanizaciones construidas brota- ron como setas en terrenos en los que cogíamos setas de verdad o había granjas de gallinas. Hicieron esas aveni- das con badenes rodeadas de urbanizaciones con piscina la uned con Yayo Aznar y Jordi Claramonte pues no me vi capaz de finalizar la tesis allá. Una ciudad de extrarradio Yo nací a finales de los setenta, mi infancia sucedió durante los ochenta, fui adolescente en los noventa y traba- jador, artista y profesor en los dosmil. Hoy, bajo la idea de la «cultura de la transición» se podría decir que mi infan- cia tuvo lugar al tiempo que se estructuraba lo que algunos intelectuales llaman «imaginario mesocrático» y que se supone vino a engrasar la máquina neoliberal. Esa visión feliz de la tele y el desarrollismo que caracteriza a la infancia ochentera que en la juventud quizá fue alternativa o indie es ya es un mérito que trabaja, según algunos análisis, a favor del neoliberalismo. Y es verdad, según algunos relatos exi- tosos parece que solo hubo tele y consumo en generaciones como la mía pero a mí me pareció que se dieron muchas felices socializaciones y emancipaciones por ahí. Mucha de la libertad de entonces no sería posible hoy, y vaya que suena conservador esto que te digo. Mis padres son de un pueblo llamado Alcázar de San Juan. Fueron migrantes a los veinte años a Alcobendas donde crecí. Mi colegio cambio de nombre y pasó de llamarse General Crespo a Federico García Lorca. Esa transición sociopolítica yo la viví siendo un niño. Tengo hermanos y hermanas. Es importante que te cuente que Alcobendas era un lugar muy singular. Tuvo más de veinte años de gobierno socialista. Esto es una rareza, sobre todo en el norte. La Moraleja es un barrio rico de Alcobendas y de allí venían muchos impues- tos que iban al municipio. La dimensión cívica, asociacio- nista y social del pueblo era bastante intensa. Yo participé 210 211 muchos sentidos. Puede verse conservadora esta idea pero creo que es conservadora en el sentido revolucionario. Las revoluciones de hecho quizá no son progresivas en el sen- tido modernizador, sino que de algún modo son regresivas en cuanto que frenan el curso de la historia y el progreso y plantean un desvío que restituye lo que se arrampló. Lo que ocurrió tras mucha propaganda y mucha marca Alcobendas es que al final ganó el pp, que hoy gobierna con mayoría. En ese pequeño municipio se puede ver muy bien un proceso que tuvo general a escala estatal, creo. La pro- gresiva orientación de la vida al consumo y la desestruc- turación de los espacios y las costumbres de socialización común y colectiva. Date un paseo por Alcobendas hoy. Está desierto, como el pueblo al que le ha sentado mal conver- tirse en ciudad. Lavapiés y los Laboratorios Antes de irme a vivir en el 2000 a Lavapiés, cuando tenía quince o dieciséis años, aparecí en el barrio y viví una cosa curiosa. Había hecho una amiga en uno de esos campamen- tos de verano. Ella era de Vallecas. Pasé la noche con ellos en el Atxuri, hablaban de política todo el rato. A mí me pareció muy alucinante el rollo político de estos chicos y chicas de mi edad que venían de un rollo más sur, más punkarra. El caso es que esa noche una gente algo más mayor que mis colegas al parecer dormía ya dentro del primer Laborato- rio y al día siguiente fue la entrada con todo el mundo y los medios, y fue por estos amigos de campamentos que yo apa- recí esa mañana por ahí. Para mí fue increíble esa mañana de exploradores entre todos esos frascos de investigación. Al parecer estaba Canal+ ese día y yo salí en la tele y en el interior. Se quedaron los viejos y las clases pudientes que adquirieron propiedades inmobiliarias. Muchos jóvenes de mi generación marcharon y otros se quedaron en los nue- vos pau. También vinieron los inmigrantes que son los que practican en Alcobendas aún cierta socialidad y han vuelto a llenar las calles de jaleo. Creo que lo interesante es que- darse con que en Alcobendas, el socialismo allí vivió su mejor y peor momento. El alcalde de Alcobendas terminó apareciendo fumando puros en el palco del Bernabéu con Florentino. Había mucho dinero en Alcobendas. Después se abrieron los parques tecnológicos y las primeras operado- ras de móvil, los primeros servidores de internet de España: Servicom, Airtelnet, etc., los call centers estaban ahí. Tras muchos curros basura en las decenas de ett que abrieron en el pueblo incluso yo hice algo de pastuqui incorporán- dome durante un tiempo a esta ola tecnológica cuando renuncié a ir a la universidad tras la selectividad, aunque también conocí la miseria de esos trabajos y las denuncias de empresa y eso. Todo se volvía inquietantemente tecno- lógico. Mis padres vivieron en una cultura muy muy rural y popular, imagínate. No muy distinta a la gente local de Alcobendas, que no siempre fue ciudad dormitorio. Lo más tecnológico en mi casa era la tele y el fijo, quizá una cámara de fotos y el coche. Tuvimos un ordenador cuando yo tenía 10 años. Nunca tuve consolas. Mi madre ahora habla con sus nietos por webcam, que están en Dubái, y yo vivo en la sierra y recuerdo con melancolía la viña de mi abuelo. Unas pocas cepas y un establo ruinoso, que mi padre y mi tía ven- dieron por cuatro perras supongo. Este proceso me parece muy bestia, muy importante, hay que pensarlo, creo. Esa naturalidad y esa normalización con la que aceptamos que el progreso consiste en un progresivo abandono de algunas formas de vida que yo creo eran mejores o más bellas en 212 213 pero era un contraste fuerte respecto de mis simpatías, cada vez más en sintonía con la calle y otras cosas, a pesar de que siempre me apoyó y sigue apoyando. El 15m fue de hecho el punto máximo de separación con mi pareja y esto es una pena porque creo que él, aunque su impulso inicial fuera algo suspicaz, sintió una especial simpatía por lo que vio. Yo al menos tengo una foto de un respetado burgués sonriendo sincera y despreocupadamente en una asamblea y eso es grande creo. Aun así me parece que este paisaje diverso y contradictorio no es exactamente una vivencia solo mía. Creo que en mayor o menor medida se dan estas contradicciones en casi todo el mundo pero nunca habla- mos de ellas o lo hacemos solo en un momento dado para señalarlas con intención o arrojárnoslas a la cara. Con Susana y Jordi, mis compañeros de Luddotek, nos conocimos en un curso de Eugenio Trías en el Círculo de bbaa. En esa época recuerdo también a Trías en Cruce, lugar que conocí por Susana. En un acto homenaje al filó- sofo ahí estaban Ángel Gabilondo, Mariví Gimbel, Salomé Ramírez, Germán Cano, etc. Siempre me resulta curioso que ministros de educación se dejen ver por espacios tan frági- les e independientes. Respecto a Susana, bueno, ella no es una arquitecta al uso. Hacía cosas de danza, y yo conocí ese mundo por ella; Elena Córdoba, Mónica Valenciano, Montse Penela, Josué, Paz Rojo, Emilio Tomé. En la resad no entraba un mundo de escénicas que pululaba por Madrid en torno a Pradillo, las coreógrafas de Madrid, la programación de escénicas de Maral Kekeljian o Impresentables de Juan Domínguez, Escena Contemporánea —en la época de Caruana, que cerró con esa acción increíble de Antonio de la Rosa en la que decenas de personas compartieron una raya de coca interminable—. Esa escena generaba mucho contraste con instituto alguna gente me vio y algunos antifas fliparon y se pensaban que estaba enrollado con eso, nada más lejos. Como dice Vainica Doble aprendimos «que el mundo no era solo nuestra casa». El dinero que ganaba en la empresa de telemarketing me permitió independizarme. Era el tránsito del xx al xxi, de la peseta al euro. Bastante antes de los atentados del 11M, que cambiaron radicalmente el paisaje de inmigración del barrio que había. Pese a que no me engarcé con las comu- nidades que habría en el barrio entonces —nada de La Dinamo, nada de okupas y los siguientes Laboratorios— fue un tiempo de maduración, de experimentar un underground libresco y un poco restringido en lo colectivo, de averiguar también the cost of living en unas cuantas lecciones rápidas. Contrastes y escenarios Por el 2004 gamberreaba con Susana y Luddotek por ahí, estudiaba en resad, iba a ver mil funciones increíbles, de clásicos o modernos, eran las manis contra la guerra de Irak, los primeros números de la revista Bilboquet, etc. y a la vez practicaba la cultura que se abría por mi pareja: los actos de las academias, las cenas con profes muy cultos y subsecreta- rios, el abono del Liceo, su familia en Zaragoza, los veranos en Sitges, los viajes a Europa. Esa relación fue un poco un viaje a la clase burguesa, aunque mi pareja era socialdemó- crata. Aprendí muchas cosas. Conocí a gente increíble como a Ramón Barce de zaj, por decirte a alguien que admiraba. Mi pareja había trabajado en el Ministerio de Educación cuando Rubalcaba era ministro. Eran los ochenta y todo eso. Él era joven. Luego, en la era Zapatero, volvió a trabajar en el Ministerio. Había en él cierta sensibilidad progresista 214 215 mañana del 11M yo tengo unas grabaciones increíbles. La planta de las televisiones en El Corte Inglés emitiendo en directo la señal desde Atocha; el primer minuto de silen- cio en Sol a las once de la mañana, con Esperanza Aguirre y Rato a pie de calle. Me puse a gritarles «asesinos». Si uno había atendido al movimiento contra la guerra de los años recientes no era muy difícil efectuar la relación. Fue muy tenso aquello. El viernes día 12 de marzo estaba la manifes- tación institucional, oficial contra el terrorismo. Las manis en las sedes del pp fueron al día siguiente, 13 sábado. Ese viernes fui con mi amigo César —hoy en la coordinadora del Mercado Social de Madrid y la cooperativa Heliconia— a la mani a tirar un pasquín que yo había hecho muy urgente- mente y que unos conocidos de una repro de Alcobendas me fotocopiaron gratis. Hicieron unas nueve mil copias. En el pasquín ponía: «Madrid, te quiero. No votes al partido que amenaza tus derechos». El domingo había elecciones, era terrible imaginar que esto fuera a favorecer al pp. Esa acción fue de lobos solitarios, claro. Supongo que otras se estarían haciendo en sus contextos y redes de forma más organizada. Pero en nuestro caso fue un poco como el abuelito ese que hace pancartas y las lleva a las manis para la gente. Alguna gente ya nos miró mal, por politizar la cosa. Hicimos la mani a la contra, tirando papeletas aquí y allá. Casi nos matan en Génova. Yo no tenía claro si eso era una performance o una acción de propaganda o qué. Acabamos rendidos pero muy felices pensando que un revolcón era posible. En Madrid había un egregor en ese momento, algo comenzaba a hervir, ya sabes, las declaraciones de Batasuna, la hipótesis árabe. Al día siguiente circuló ese menaje sms, y fue la gente a las sedes y esa noche se caminó mucho por Madrid. Todo esto nos afectó mucho a mucha gente. Amador hizo un trabajo chulo por ahí con la Red de Afectados del 11m. Yo traté de la gente del teatro de la resad: Ignacio Amestoy, García May, Juan Mayorga, etc., todos ganando pastuqui haciendo versiones y montando sus obras en el cdn con unos presu- puestos alucinados. He seguido tratando con alguna gente de la alternativa escénica. Mucha de esta gente sigue creando por ahí con los medios que disponen. Paz Rojo por ejemplo ha montado estos encuentros claramente post-15m, Y si dejamos de ser artistas. Admiro mucho a esta gente de la danza y el teatro alternativo porque, aunque a veces me parezcan despistados en lo discursivo, es evidente que se mueven por una pasión, trabajan, experimentan de forma muy comprometida. Creo que el hecho de que lo performativo-escénico-teatral esté ganando importancia y presencia hoy en los discursos esté- ticos se debe a que vivimos tiempos muy políticos. Aunque hay algunos oportunistas que falsifican un poco este riesgo, esta gente del teatro alternativo nos recuerda que existe un movimiento libre si dejamos que al cuerpo lo atraviese un poco de danza y que los gestos pueden reaprenderse, de modo que también las relaciones con las cosas y las perso- nas. 11m El 11m a mí me tocó muchísimo. Era muy difícil no sen- tirse afectado. Miles de personas que pasábamos habitual- mente a esa hora por Atocha en tren tenemos una historia sobre cómo nos libramos de los atentados. Yo tomaba el tren en Alco y bajaba en Atocha para subir hacia el Retiro, hacia la resad. Esa noche me quedé a dormir con un amigo en Madrid. Cuando nos enteramos, todo el mundo me andaba buscando. Esos días fueron una movida. De esa misma 216 217 formado parte de la bibliografía española hasta que Acuarela la traduce en 2012 —lo hace Carmen de hecho, compañera de aventuras de Jordi, que conocimos también el seminario con Trías—. En la misma mesa estaba también Edu Maura, voces de Podemos hoy. Estaba por ahí el foro de Iván Domingo, Mesetas.net en el que participaba alguna gente. Amador —con pseudónimo— Jordi y otros estudiantes de filosofía como Luis, hoy en Vaciador34, o Pablo Lapuente Tiana, un amigo poeta fantástico que se presentó recientemente como candidato al consejo ciudadano de Podemos. Iván conocía a Amador del 2001, de Génova creo. En ese momento era un loco traductor de Badiou, Sloterdijk, Simondon y otra gente. Iván Domingo hoy es el traductor principal de todas las fuen- tes de canalización que giran en torno a «Un Curso de Mila- gros», ¿conoces eso? ¡Fíjate el viaje que se pega este tipo! Me interesa mucho. Antes de esto Iván y Jordi trataron de desvir- tualizar ese foro y armaron el Seminario Mesetas-Jacotot en el antiguo Patio Maravillas de la calle Acuerdo enlazando con Toni García. Tuvo unas cinco sesiones, ya ves qué éxito. Una de ellas muy tensa y sonada con el Colectivo Situaciones que había venido a Madrid de Buenos Aires, les montamos un numerito porque la comunidad que decían se había organi- zado en torno a la lectura de El maestro ignorante de Rancière no parecía haberse preocupado de practicar algún tipo de igualdad con los niños y jóvenes. Allí estaba Pablo Carmona Panzer, y otra gente. En el Seminario, Miriam tradujo ahí por ejemplo Cómo hacer, un texto relevante en ciertos círculos activistas que circuló mucho por ahí. Las últimas sesiones fueron la de Carmen sobre feminismo y la mía en la navidad del 2009, sobre anarcoespiritismo y violencia revolucionaria, una cosa que se publicó años después, post-15m, en el fanzine Buah! una publicación muy chula de María Salgado y Marta Teclas, que me regañarán por revelar esto. reunir algunos vídeos en un ensayo audiovisual que llamé «Dossier Inoculación». Era como un informe de acciones bastante loco y crudo, agarrado a algo así como los aconte- cimientos de Estado pero experimentados a desde sus efec- tos más rasos y formas desviadas. Revistas, seminarios y comités de celofán Por esa época (2004-2005) yo tenía un webzine que se llamaba Bilboquet por el primer readymade de Duchamp, que es un bilboquet. También Artaud tuvo en 1920 una revista de breve recorrido llamada así. Aún no existían esos sitios de internet que hoy te permiten tener un blog o una revista de contenidos digitales en un pispás. Había que diseñarlas, vaya, era un currazo. Hoy se perdieron las webs originales pero yo las tengo para hacer algún archivo algún día. Saca- mos algunos números, dos en papel y seis digitales. Digo sacamos porque era resultado de la suma de la aportación de mucha gente. Los últimos números son bastante ilustrativos para retratar la época anterior que narré. En esas revis hay muchos contenidos muy interesantes de genealogizar, como una reseña en el tiempo en que sale «La insurrección que viene» de Comité Invisible en 2007 que hizo Jordi y alguna entrevista traducida de Claire Fontaine. No creo que hubiera muchas reseñas de Tiqqun en España en aquellos momentos. Jordi se había ido a París a hacer el doctorado con una beca. Jordi mandaba muchas cosas y fue muy generoso con Bilbo- quet, escribiendo unos textos muy bellos, sobre Warhol, «V de Vendetta» que quizá a él ya no le gusten tanto. Él conocía bien la «Teoría de la Jovencita» de Tiqqun. En el nosecuantos Con- greso de Jóvenes Filósofos en el Círculo de bbaa (2007) leímos una comunicación allí y él trajo esa marcianada que no ha 218 219 Luddotek, viene de luddita La relación creativa con Susana en Luddotek fue de otro tipo a pesar de que en la última etapa se percibe ese tono radicalillo, es este matiz el que se incorpora en 2009 cuando añadimos al nombre del colectivo una «d», para manifes- tar que nos sentíamos más luditas que lúdicos. Frente a sus trabajos o los míos, lo que creció fue lo que desarrolla- mos juntos. Susana es muy muy buena con la cámara. Los materiales audiovisuales del colectivo han sido filmados por ella. En 2004 habíamos comenzado a perseguir niños y a documentar una infancia que nos encontramos por ahí, en cualquier lado. Luego hicimos una pandilla con niños de Lavapiés, ecuatorianos, inmigrantes (esa comunidad también medio desapareció de Lavapiés, debieron de irse a Tetuán o Carabanchel, qué sé yo, o volvieron a Ecuador). Estaban todo el día en la calle porque su gente era feriante y nosotros íbamos con ellos a cualquier lado, a las escombre- ras de las reformas de las fincas de Lavapiés, a los museos, a donde fuera. Siempre aparecían cosas bellísimas. Hicimos algunos collages tratando de crear «ludoturgias», nadie nos pidió hacer nada de eso y fue una experiencia que nos dimos y que duró casi un par de años. En un momento solicitamos una de las residencias en el Aula de Danza de la Universidad de Alcalá y La Casa Encendida, ahora creo las hacen con el ca2m. Esas becas las disfrutó muchísima gente. Produjimos mucho material audiovisual, web y gráfico. Había a alguna otra gente que le interesaba no por lo escénico, sino por la relación con la infancia, el arte y la educación y eso a pesar de nuestras reticencias a ser valorados en ese contexto. No pretendíamos enseñar nada. Eso fue lo que interesó por ejemplo a la gente de Liquidación Total, pues Ulrich esta muy metido en historias de educación y mediación por el Por esa época andábamos un poco emocionados con ese rollo nuevo de Tiqqun-Comité Invisible-Partido Imagina- rio. Se ve además porque abandono Bilboquet por la Agencia Marienbad, un blog sobre anarquismo y otras cosas que creo se leyó bastante, luego conocí a mucha gente en la Asam- blea de Pontejos o Contraindicaciones que leían ese blog. Por ahí yo traía cosas de anarquismo, de Grecia, de luchas de aquí y allá. En ese tiempo Miriam y Jordi tramaron eso que se llamó Fundación Straubinger, que viene de ese libro de Rancière, El filósofo y sus pobres (1983). Queríamos armar un grupo afín a estas lecturas tan electrizantes, cuidando por igual la dimensión de la política y la artística. Jordi y Carmen estaban en 2010 a tope con las Brigadas Vecinales de Observación y yo sentía cierta afinidad con el rollo antifa, tras el asesinato de Carlos Palomino hubo una emergen- cia de ese movimiento en Madrid y a mí había algo que me atraía aunque el estrés identitario era un rollo. La fs, aún en toda su brevedad, me proveyó de verdaderas experien- cias críticas, no sé cómo decirlo. Aprendí a cuidar de otro modo los gestos del arte, la posición de las obras, el mundo que sugerían e intentábamos que los medios de creación fueran ya una forma de hacer política. Había una atracción más fuerte hacia la calle, «por todo lo que se arrastra» decía- mos, pero había que resolver la ecuación del pensamiento y la acción. El arte proveía de cierta dimensión sensible para experimentar un comunismo distinto, pero hasta el 15m, y a pesar de nuestros esfuerzos por acercarnos y participar de las luchas que había antes, creo que no vivimos una expe- riencia política común, colectiva, pública en toda su radica- lidad e intensidad. 220 221 importantes como Mariano Sanz, Ulrich Schötker, Antonio Ballester Moreno, Lila Insúa. Mucha de esta gente venía de bbaa de Madrid. Liquidación se enrolló con otros espacios en la Red de Espacios Alternativos. Querían asociarse para ser más fuertes supongo y durante un tiempo tuvieron sub- venciones del ayuntamiento. Juan Carrete era bastante afín creo. Estaba Liquidación Total, Ojo Atómico, Off-Limits, La Enana Marrón, Cruce, La Más Bella, etc. Pero no sé en qué acabó verdaderamente esa asociación de espacios. Pero yo creo que lo más potente de ese espacio no era su asociación con otros espacios, las demandas de subvenciones o qué sé yo, lo más potente era la producción artística que llevaban a cabo. Solo hay que pasarse por su web. No había ese rollo entonces charleta, mediación, tan denso y espeso de hoy. Había mucho intercambio pero sobre todo curros, arte, for- mas, trabajos que mostrar y con los que encontrarse. Hoy se ha impuesto en las instituciones artísticas ese parámetro comunitario-social, demasiado afectado, está todo ese feti- che de la comunidad, todo el rollo social, ciudadano, hipe- rexcitado también por los espejismos sociales que sirve la socialidad digital. Pero las comunidades no están dadas ni se proyectan, no se producen, y es lo que se espera hoy de los colectivos artísticos o el arte. Del arte relacional hemos pasado a la gestión cultural y la economía social. Es verdad que el arte puede hacer ahí, pero se ha perdido un poco el foco sobre la creación artística más básica y hemos perdido un poco la experiencia y los saberes en el trabajo y experi- mentación con las formas, los colores, las palabras. Igual suena muy naíf lo que estoy diciendo. arte. También, más adelante, a gente como Transductores o a los del Espai Social Magdalenes, donde Susana mostró el trabajo de Luddotek por Águeda Bañón, amiga suya y en esa época estaba a tope con la ocupación en Barna y los curros de Girls Who Like Porno. Liquidación Total Volviendo a Luddotek, poco a poco organizamos los materiales en torno a dos o tres proyectos, tuvimos la opor- tunidad de mostrarlos en Liquidación Total, en Malasaña. Ya habíamos participado en una colectiva allí, Piscina Muni- cipal (2004) organizada en torno a las demandas del barrio, en este caso contra la Escuela de la Guerra de Moncloa, pero Sindicato del juego fue nuestra primera exposición. Para que te hagas una idea de cómo marchaba Liquidación Total: cuando entramos a montar la expo acababa de ser la expo de Antonio de la Rosa Hatsitu. Combustión de 10 gramos de heroína. Antonio selló la sala de exposición, completamente vacía, el aire era alimentado por una trampilla conectada al altillo de la galería y ahí arriba estaban Antonio y sus cole- gas, fumando caballo a saco. Tenías que imaginar el pestazo a chabolo cuando llegamos y bueno era guay que para mon- tar una expo «sobre niños» hubiera que retirar antes todas las platas y todo eso. Después de nosotros entró Rockbotz, una banda así como neo-punk, su expo consistió en tunear sofisticadamente la galería, se llevaron hasta serpientes y ratones. Estuvieron tocando y viviendo ahí unas semanas, la poli llegó a entrar en Liquidación en un momento de car- gas en Malasaña. En fin, era un espacio guay. Ahí conocí a Tomás Ruiz-Rivas del Ojo Atómico, pasaba mucha gente del colectivo Art Palace. Y bueno, a la larga hicimos amistades 222 223 Luddotek, otra vez Pero estábamos en 2007, me desvié hablando de ese ger- men techie que encontramos en esa época. Nosotros andá- bamos a otra cosa. Esa primavera fue increíble, un currazo, con muchas movidas. Hicimos el Ludograma en lce, con los niños ecuatorianos, pero también un bebé y los hijos de Elena Córdoba y Carlos Marqueríe, Juan Sebastián y Manuel. Fue una acción muy bella creo. La expo de Liqui- dación Total estaba en marcha y también una en el coam, el segundo episodio de la serie Fresh comisariada por Ariadna Cantis. Luego vino el Komando Transparente con casita en Intermediæ, una acción muy loca, como una disneylandia del capital. También la Documenta 12 y ya, los años siguien- tes 2008-2009, las ayudas que nos dio Intermediæ. Institu- ción que frecuentamos bastante. María Bella, Zoe Mediero, Azucena Klett, Paqui Blanco siempre nos trataron fenome- nal. Tardamos un montón en ejecutar el trabajo por el que nos dieron la beca y sin embargo fueron muy colaboradoras siempre. Mientas hicimos la acción pseudocriminal en el Espai D’Art de Castelló, el festival Steirischer Herbst con Paz Rojo y Manuela Zechner. Tuvimos mucho apoyo y siempre hicimos lo que nos dio la gana, la verdad. Lo que más molaba es que no se sabía muy bien si Luddotek era un colectivo de arte, un estudio de arquitec- tura, un grupo de danza. Nosotros ni siquiera pensamos que podíamos convertir nuestro colectivo en una fórmula de éxito que repitiera talleres aquí o allá. Es por eso que fue más una investigación artística, que comenzó y acabó. Del mundo del arte nosotros enganchamos entonces muy bien con la gente de casita, que trabaja en el antiguo local del Circo Interior Bruto en la calle Jesús y María. Era el local de La Más Bella y Torreznos, por ahí pasaba mucha gente, Intelectuales digitales, industrias culturales, hegemonías Por esos años, fue Banquete de Karin Olenschlager y Juan Carrete en el Medialab antiguo de Conde Duque, 2003, creo. Pasó mucha gente importante por ahí. Susana y yo había- mos hecho un taller de Platoniq en Conde Duque —aunque estuvieron también en Liquidación Total— cuando comen- zaba ahí toda esa historia del copyleft y la tecnología. Esta- ban pegando fuerte entonces los Elásticos: Ignacio Escolar, José Luis de Vicente, Antonio Córdoba, Marta Peirano y por ahí se estaba construyendo, como puede verse hoy, cierto mainstream intelectual mediático. Es la sección de cultura de www.eldiario.es que ha reunido a gente como Jaron Rowan de yproductions, y la gente de Zemos98, que comparten cierta filia techie, cierto rollo ciber-redes-internet, y cierta posición política practicada más en la dimensión mediá- tica y cultural. Hay que decir que esta gente se ha autorre- conocido a sí misma un poco como los responsables de lo que está pasando políticamente y eso tiene algo arrogante me parece, como una desigualdad de partida, típica del activismo cultural. Estos «niños bien», que fueron jóvenes popis en Malasaña a finales de los noventa, —Escolar tocaba en Meteosat con Marta y Borja, director luego de Myspace España— periodistas, investigadores y agitadores cultura- les en los primeros años dos mil, han sido los empresarios y directores de los nuevos medios de izquierda en los dos mil diez. Son las plataformas mediáticas que han creado ellos las que han terminado cobijando a toda una comunidad que existía en periodismo o movimientos sociales antes. La llamada «clase media preparada», afín a centros sociales y campañas por la democracia, que emerge en el 15m y que ahora frecuenta también sus periódicos digitales. 224 225 sus obras feotas por detrás, pero luego tenían sus proyectos chics. Solo habíamos quedado finalistas en dos europanes que eran una chufla en autocad, no sé cómo decirte. Noso- tros intentábamos ganar algo de pasta, darle una poética un poco distinta, pero al final había algo chungueante en esos formatos de concurso, los paneles y en la sociedad eli- tista de los arquitectos, en fin. Susana ha sabido crecer de otro modo en la arquitectura, mucho tiempo después ella hizo aquella ermita en un pueblo de Toledo y a propósito de Campo Adentro, ese proyecto buenísimo Pequeño Museo Comunal que tan desapercibido pasó. Esto te lo comento para contrastarlo críticamente con el devenir de otra gente que ha capitalizado y monetizado por lo social sus proyectos. Basurama por ejemplo estaba en 2010 organizando La Noche en Blanco con el lema ¡Hagan Juego!, bajo el pretexto de la teoría situacionista llenaron de pelotas de colorinchis la plaza del Dos de Mayo, y Aitor Saraiba le firmaba dibujitos a Gallardón deseándole buena suerte en la candidatura de las Olimpiadas. ¡Uf !, por ahí había una puerilización imperante muy tocha y una lectura sesgada de los situacionistas, olvidando todos los matices de lucha política, explícitamente más combativos, facili- tando la imagen de una ciudad entregada a la diversión pre- fabricada, mediática y fresh. Igual para Ecosistema Urbano, que a propósito de la exposición Alterpolis tomaban de Constant la idea de «ciudad divertida» en la línea de Basu- rama. Recuerdo que una entrada sobre lnb en la Agencia Marienbad criticando todo eso tuvo mucho tirón. También investigué sobre Adolfo Morán, el arquitecto concernido por las utopías arquitectónicas que paradójicamente había construido el cie de Aluche o la Central de Policía de Zara- goza. Andrés Jaque llegó a alabar la gestión de los servicios públicos de Esperanza Aguirre en alguno de estos foros. sobre todo la escena performer de Madrid: Fernando Baena, Yolanda Porras, Anna Gimmein, Pepe Murciego, Rafael Burillo, que con Baena tenía ese colectivo tan guay llamado La Hostia Fine Arts que hicieron aquel curro tan chulo sobre Usera en Madrid Abierto. A Baena, lo aprecio mucho y he currado mucho con él. También ese espacio tan increíble de Chindasvinto y la Fundación San Martín de Porres que montaron Julio Jara y Tono Areán: Dentro Fuera, y luego en La Escuela de Tauromaquia de csa La Tabacalera de Lavapiés (2010) que menuda locura esa, o Historias de Madrid. A Fer- nando Baena, respect. Arquitectura y gentrificación Susana venía de la arquitectura y teníamos un mundo por ahí pero siempre hubo una fricción fuerte con el enfo- que que veíamos por todos lados y puede verse aún hoy. Esas exposciones del coam de A. Cantis querían organizar la narrativa de una generación de Europanes, todos estos estudios de Madrid que ganaban y siguen ganando concur- sos. En la edición Fresh de 2007 además de Luddotek estaba Basurama, Husos, Leonce, Edgar González, pkmn. Parti- cipamos también en algunos foros como Piensa Madrid o Madrid Abierto, pero nuestra presencia entre ellos siempre era inquietante. Jordi Carmona se quedó callado en uno de estos foros durante quince minutos, enseñando fotos de Kafka y extranjeros. En otro yo leí un panfleto sobre Madrid que fue abucheado por los que hoy son entusiastas de la innovación política y que sin embargo contaban con Luddotek en los seminarios e historias que organizaban o escribían. En realidad no construíamos ni hacíamos arqui- tectura verdaderamente, muchos de estos estudios tenían 226 227 arquitectos con ganas de experimentar, grafiteros, gente del arte urbano, diseñadores y artistas, entre los que no se podía incluir quizá a la gente de La Escuela de Tauromaquia, porque eso era un meteorito en un espacio así y fue muy loco que sucediera, fíjate hoy, con toda la historia antitau- rina es muy incorrecto. La experiencia artística macarra de la Fiambrera, aunque lejana en el tiempo, debido al empuje de Jordi y la Tina seguro afectó en la experiencia en un ori- gen, así como el recuerdo de los distintos Laboratorios, pero creo que frente a esa creatividad experimental que hubiera podido darse en Tabacalera se ha terminado imponiendo la triste norma de los tiempos: la seducción por lo moderno, la gestión cultural y la adaptabilidad al sistema, la exclu- sión de la marginalidad, la connivencia con el proceso de transformación liberal de Lavapiés y la privatización y ren- tabilización de los espacios. A favor pues de la cultura y el progresismo que va a terminar echando a mucha gente del barrio, transformando el paisaje de Lavapiés en un barrio trendy de Madrid, con todos esos restaurantes cuquis indios, las librerías culturales, los mercaditos ecológicos, se llenará pronto más aún de turistas y de habitantes con más pasta. Algo así como Spittafields pero en castizo. Hay algunos reductos que se hacen cargo de cierta historia combativa del barrio, como la gente que vive en la corrala ocupada de Cambalache, el cso La Quimera o la gente que hay en torno a la cooperativa Nosaltres, los viejos anarcas de la librería Malatesta. La vida está complicada, hay que buscársela, pero mientras nos la buscamos sucede que perdemos ciu- dad a cada paso. En fin, yo no entendía nada de esto. En cierto modo nues- tra posición se veía demasiado romántica o pueril y esto puede dar lugar a la típica reflexión sobre el infantilismo del izquierdismo que pretendo desfundar en la tesis, pero a nosotros ante un panorama demasiado satisfecho y en un tiempo en que la ciudad no paraban de instalarse buzones de deseos ciudadanos, la disrrupción, la provocación, la voladura de edificios, lo políticamente incorrecto nos pare- cía más ético y más artístico, antes que el postureo social, arquitectónico y bien intencionado. Me pregunto si los arquitectos que denuncian hoy la gentrificación de las ciudades se preguntan por el papel que ellos juegan en ese proceso. Los huertos urbanos que tanto entusiasman a los estudiantes pijos de las universidades de arquitectura, las plazas vecinales, los palés reciclados, pues hay que admitir que traen en muchos sentidos una vida buena, están llenos de niños, e incluso nosotros participa- mos en estos espacios —en algunos talleres organizados por Ana Méndez de Andrés, del Observatorio Metropoli- tano, bajo el paraguas de Urbanacción-lce—. Pero también hay que admitir que gran parte de la obra de estos estu- dios con una supuesta sensibilidad social se convierten en polos de reforzamiento de las transformaciones elitistas del barrio. Fíjate Lavapiés, en torno a Esto es una plaza en Doc- tor Fourquet, calle caliente en cuanto al proceso gentrifica- dor y el asentamiento de clases creativas y la revalorización inmobiliaria y turística del barrio. Evidentemente el movimiento okupa viene de otra cosa y muy pocos arquitectos han entrado por ahí, salvo los que estudiaban la habitabilidad de los espacios ocupados y ayu- daban a instalarse. Creo que en Tabacalera se vivió un poco esta doble experiencia en el grupo de autoconstrucción, la tendencia más okupi-popular y la más arty, promovida por 228 229 y un poco «terrorista». En el contexto de esta crítica escribí un texto llamado «Haced Mapas» un poco elocuente y algo encendido y que circuló en diversos formatos, pero que al leer me parece que fija bien una posición frente a toda esa anhelada visibilidad y voluntad de ser reconocido. Esta ten- dencia quizá de algún modo quiebra con el 15m, al generarse a partir de ahí una atmósfera más pública, menos secreta y enigmática que la comunidad que inspiraba Tiqqun, más abierta, diversa y plural como al final lo es la sociedad misma, pero sin ablandar o minimizar los deseos políticos por ello. La política consiste en reunirse en igualdad para decir y hacer con cualquiera. Pero es verdad que en un con- texto de visibilización hay muchas señales disimuladas, afectadas, fraudulentas y la opacidad, el anonimato siguen siendo espacios ambiguos donde poder para respirar. 15m y los artistas Es difícil narrar las consecuencias de esa experiencia. Hubo que recomponerse. Algo se abrió mucho ahí. Las rela- ciones se multiplicaron por mil, el presente de hoy para muchos de nosotros que nos hemos quedado en Madrid se compone en gran parte de lo creado y surgido entonces. A nivel vital, pues uno ha terminado enredándose con mil cosas, con mucha gente nueva y bella, pero no se puede decir que fuera radicalmente nuevo todo y supongo que pueden hacerse genealogías. Hay muchas versiones del 15m, a mí me interesa la que se expresó en Acampada Sol, la experiencia que se dio también en muchos sitios durante un tiempo y que puede decirse que se sigue dando por ahí, aunque no hay ruptura abierta para todos y sus fuerzas se han replegado y disminuido en muchos sentidos. Aunque La obsesión del archivo y las cartografías Antes del 15m, el ambiente era un poco de excitación. Tomás Ruiz-Rivas me entrevista para su historia del Anti- museo. Formula en una pregunta en unos términos que a mí me parecen raretes: «¿Qué podemos hacer para tener una política cultural progresista?», y yo le digo que la pre- gunta designa un mundo que puede ser impugnado: pode- mos demandar a no sé quién, tal o cual equipamiento y delegar la política a los demás o, la otra opción: darnos a nosotros mismos una acción y una cultura distinta a la que se impone, que la verdad ya es bastante progresista ¡pero a favor del capitalismo! Tomás habló con Jesús Carrillo, Isidoro Valcárcel Medina, Lila Insúa y Sally Gutiérrez. Las respuestas son muy eclécticas, claro. Por aquella época recuerdo que todo el mundo andaba haciendo mapas en ese momento. Javier Duero con Mapear Madrid, Manuela Villa con el Archivo de Creadores de Matadero. Era muy estre- sante, ¡uf !, toda esa superposición de identificaciones, estas ansias de salir en la foto, porque lo más evidente era el carácter promocional de estos archivos o mapas. Con el ánimo de retratar terminaban señalando los competentes de entre los banales. La obsesión por reconocer, por identi- ficar, tenía además algo de policial en el sentido de secues- trador de narraciones y de mecanismo de legitimación. Nosotros nos sentíamos un poco más concernidos por la opacidad y el anonimato y las potencias de emancipación de sentido que surgían por ahí. Con un hambre de confron- tación muy fuerte, en ese tono tuvimos alguna discusión que posiblemente produjo decepción en aquellos que se creían era un honor ser seleccionado para estos archivos. Creo que mucha gente en Madrid nos retrata a partir de este tono provocador, esta impertinencia molesta y maleducada 230 231 juntos, para cambiar de vidas, aunque no nos lo propusiéra- mos en estos términos. Lo cierto es que todas las posiciones previas se tambalearon, todos los papeles prescritos y hubo que recomenzar desde abajo. Uno no era en la plaza según con lo que ya traía, apenas sabíamos de las vidas de nadie, nos juntábamos para entendernos por lo más básico y ade- más todo esto pasaba en la calle, era de carácter público, cualquiera podía sumarse. Eso fue un viaje hacia la zona cero en que el pensamiento y la acción, el habla y la escucha y los cuidados. Fue muy muy potente. Es imposible no sen- tirse conmovido para siempre, obligado a sostener cierta fidelidad a practicar una sensibilidad y una gramática de por vida. Es por eso que no me incomoda hablar de antes y después del 15m, porque en mi propia experiencia percibo una ruptura en los modos de percibir, de hacer, de existir y lo veo alrededor de mí también en mucha gente. En lo concreto yo participé en la Asamblea de Política a Largo Plazo que suena un poco Monty Python. Pero fue una experiencia muy rica. Por ahí nos juntamos simpatías liber- tarias y anarquistas de Madrid, mucha gente de la esfera intelectual: Grupo Surrealista de Madrid —con Eugenio Castro, José Manuel Rojo, Andrés Devesa— gente cercana a Vacaciones en Polonia, La Felguera y gente afín de ban- das, el ruido o el cine —como Samuel y Marcos que ha fil- mado ese corto con Ben Morea de Black Mask, All against the wall motherfuckers— También veteranos de los miércoles del Ateneo, de las sesiones de Agustín García Calvo o gente conocida de las Ferias del Libro Anarquista de la «Prospe». También gente de filosofía, del arte. Fue la única asam- blea que se reunió todos los días durante muchos muchos meses. Era un poco un disparate porque en esa asamblea estaba todo el rato operando el cliché anarco-revolucionario y muchas veces no se podía ni respirar desde la vida misma para mí sigue siendo una experiencia hermosísima y poten- tísima, de las que marcan a fuego. Recuerdo el prólogo que me pediste para tu libro de los Dandys de la editorial Papel de Fumar de Tabacalera, te lo escribí haciéndome el dandi un poco ya, desde la cola de Alimentación 3 donde hacían fila toda clase de gente para comer o cenar. Hay que desmayorearse un poco para perci- bir y vivir un poco la política. Hay un panfleto de Cul de Sac, contra el 15m que viene a decir que este es el último gran trabajo del capitalismo y que los que allí estábamos nos pusimos en el fondo al servicio del nuevo avatar del capital. Creo que un discurso así desquicia un poco la experiencia y echa un gran cubo de mierda sobre las cosas. Posiblemente una gran dosis de neoliberalismo se ha colado por sus ren- dijas: todo el rollo filotecnológico, el espejismo de la parti- cipación social ciudadana por las redes digitales, el espíritu emprendedor y entusiasta, el rollo de sus activistas cada vez más próximos a la política convencional. Pese a todo ello, no me parece que pueda zanjarse Acampadasol o el 15m tan rápidamente pues para la gente que lo vivimos fue una experiencia hermosísima e intensa. Hubo mucha gente que no tuvo esta experiencia, que no la vivió o que no pudo, no supo o que hizo otra y hay que respetarlo. Pero un gran grupo de gente nos reconocemos por ahí, en unas mane- ras de hacer y nos sentimos contemporáneos de verdad de la época que vivimos. Hoy suena un poco romántico. Hay tanto ruido alrededor de eso, tantas narrativas, es un gran objeto de deseo. Hacerse con esa narrativa; que si lo digital, que si las redes, que si la tecnopolítica que si el salto a las instituciones. Es difícil que alguien reconozca que la fuerza estaba en las miles de asambleas-concejo que intentaron afectar a su realidad, organizarse, no únicamente para pro- testar sino también simplemente para encontrarse y pensar 232 233 como casita recogiendo en paneles deseos o expresiones de la gente, ¡justo en el momento en que la gente estábamos dándonos a nosotros mismos una acción para esos deseos!, no solo expresando-demandando-pidiendo sino también construyendo y viviendo ya en Sol en una sociedad mejor, más libre, más bella. Esos paneles que recogieron deseos volvieron a su redil y se expusieron en el Espacio Trapezio, esa galería comisariada por Javier Duero en el Mercado de San Antón en Chueca, uno de los más caros del centro, estilo el Nuevo Mercado de San Miguel pero aquí son mari- cas británicas o yankis con pasta que viven en Chueca que les gusta comer bien. Intenta comprarte una manzana ahí. Fíjate que ahí estuvieron mucha gente después del «arte político o social», Nuria Güell, Democracia, noaz, Andrés Senra y Diana Torres con su obra de las placas callejeras que renombraban Madrid según la sensibilidad del 15m: un tra- bajo de arte que en el tiempo de la revolución misma ya nos interpelaba por la institucionalización del acontecimiento o las voces populares. Qué lío. Porque es verdad que existe el deseo de que esa fuerza se vuelva general, dure o algo así pero tengo mis dudas de que eso tenga que ver con lo ins- titucional. Y en cuanto a las contradicciones, qué sé yo. Lo que molesta un poco es que no sean reconocidas como un mecanismo de pensamiento e interrogación colectiva sino disimuladas para que todo siga igual. Arte ¿Sabes qué era precioso? Acercarse a la asamblea de artes y encontrarse a gente haciendo cualquier cosa, no había artistas profesionales ni nada de eso. Aunque esta- ban por ahí, sí, la gente de bbaa, en fin, todo el mundo. que uno llevaba, tan distinta a los discursos que se soste- nían. Desde este punto de vista eran mucho más potentes, en cuanto a la posibilidad de ser actuadas, las perspectivas de la Asamblea de Pensamiento. Durante la acampada uno pasaba, eso sí, por muchos lados. Yo deambulaba feliz, de acá para allá. Mucha gente circulaba, cambiaba sin cesar de función como dice Fourier sucede en su utopía Armonía, tan mal leída como un problema arquitectónico, falansterial y sin embargo es un mecanismo de deseo de atracción. Acampadasol fue una máquina trituradora de intelec- tuales que se paseaban por la plaza observando lo que no habían hecho ellos, aunque algún despistado elocuente- mente se apuntaba a su favor: «esto ya estaba pasando en el mundo del arte relacional» o «esto es lo que hacíamos ya en los colectivos de arte pero aquí de forma masiva». A pesar de que con el tiempo se han ido identificando y seña- lando a no sé quiénes artífices o intelectuales de la cosa 15m, lo más feliz que ocurrió en esa esfera para mí fue la disolución en la masa creativa y colectiva que frecuentó la plaza. El anonimato, el bulto. Frente a ese ruido de pue- blo inmenso pretender alcanzar el yo intelectualoide o artístico era un despiste y algunos lo intentaron, no creas. En el vídeo que me pidió Baena para Historias de Madrid, vinculado a la desaparición en el siglo xiv de los concejos vecinales a favor del concejo representativo del rey, estre- nado hace poco en Matadero, quería mostrar eso, la desapa- rición un poco del intelectual y el artista, que no hace nada especial respecto del resto, en la calle, en las plazas en las luchas, que no dice nada que las resignifique. ¿Qué hicie- ron los artistas durante el 15m? Afortunadamente nada, o muy poco. Muchos de los intelectuales o artistas que he mencionado o no hicieron nada especialmente o hicimos cosas poco importantes. Yo me incluyo. Vi a alguna gente 234 235 poco esa distancia crítica completamente desapegada a la experiencia. Aitor Méndez sugería que el evento lo había preparado Carrillo, cosa que no era cierto pues venía de la gente de Difusión de Red y de Bookcamping, Zapata, las Nan- clares y tal —aunque hay una afinidad entre la institución y esta gente, eso se nota—. Hay que decir que algunos se lo están montando por su cuenta y eso está bien, pues no se trata de ningunear la experiencia de nadie. Ahí está la Asociación de Artistas Antifascistas y el link working class vallekano con el localito de Encarnación González. Yo con Pablo y otros artistas de su órbita comparto algo así como una educación sentimental pero el rollo cenetista propa- gandístico me parece un poco perezoso para el hoy, con poca energía para atravesar la realidad. Entre unas y otras perspectivas, suelo sentirme un poco solo en cuanto a cierto deseo de ambigüedad, de cierto impulso trans. Novedades Con el 15m uno podía despistarse con las demandas esta- tales, mediáticas y todo eso, también por los mitos de una revolución anarquista que no era tal. A mi modo de ver la inmanencia de la plaza, los matices cotidianos —en la peli de Cecilia Barriga se lo cuenta bien eso— el tiempo de la pala- bra y la copresencia te sumergía en una política materialista mucho más potente creo que cualquier posición tomada de antemano, una experiencia de despojamiento que no todo el mundo se permitió, pero hay gente en Madrid que ha cre- cido por ahí, hay comunidades que se han desarrollado en este tiempo. En el centro ocupado La Morada, donde se hace el Cineclub, el eko y todas las nuevas ocupis, los peque- ños grupos de trabajo y afines. O como todo el mundillo Gente haciendo carteles, un cuadro, una biblioteca, en fin. El arte era bastante simplón y feliz, despreocupado, hecho por todo aquel que ayudara a construir ese campamento y a hacerlo durar. Como si las fuerzas estéticas, artísticas hubieran sido destinadas, no a fantasear con obras de arte político sino directamente a hacer un poco de política con el cuerpo. Si hubo algo de arte lo fue todo en general y en toda su explosividad y generatividad. Supongo que para cualquier crítico ese arte tendría un valor muy dudoso y sin embargo hay gente que se ha esforzado por catalogar y cus- todiar esas piezas efímeras. Creo que hubo una gente que vivió el 15m en perspectiva de protesta y demanda, y otra que lo vimos ya como una separación, de verdad como una ruptura, como una comuna en extensión, regida por unas leyes distintas. También otros que lo vieron en perspectiva escéptica, así como desde una posición pretendidamente muy purista y de izquierda radi- cal, pero profundamente ideologizada y poco preocupada por componerse en la acción con lo que de verdad estaba ocurriendo, con el ojo muy torcido. Yo recuerdo haber hecho algún esfuerzo por que algunos de estos escépticos acudieran con sus críticas y su posición a foros tan com- plicados como aquel Encierro en el mncars precisamente para contrarrestar el disimulo progresista, que no se iba a encerrar ni nada y que valoraba la acción solo en términos mediáticos, activistas, con respuestas preparadas para las preguntas formuladas... Mandé algunos correos tratando de que la fricción tomara cuerpo y moví alguna reflexión por ahí, pero las facciones del arte de Madrid, si es que eso existe, cumplieron cada cual con el papel que podría espe- rarse. Luego en la presentación de la revista Nolens Volens sobre el movimiento occupy en Medialab en la que compartí mesa con Luis Navarro y Pablo España, pues se pudo ver un 236 237 Supervivencias poéticas También mucha gente que aquí menciono está fuera de España pues imperaba la necesidad para ellos quizá de buscarse la vida. Lo más interesante ha sido la gente nueva aunque a alguna la conociera de antes del 15m. María Sal- gado, Patricia Esteban y Jara Rocha por ejemplo pusieron en marcha el Seminario Euraca y los problemas de la poesía han resultado más comunes de lo que parecía. Estuvimos en Intermediæ y ahora en Cruce, fíjate ¡estoy deshaciendo mi camino! Cuando les digo que Ángel Gabilondo pasaba por ahí les parezco un poco viejuno. En eso nos hemos compuesto un grupo de gente con pocas pretensiones, leer un poco de poe- sía, hacer algunos trabajos, ya ves. Pero son grandes e impor- tantes deseos en un mundo cada vez más voluntarista. Estos espacios ralentí son fundamentales. Todo va rapidísimo. Yo, que vivo en la Sierra, practico hoy una ciudad muy bella, según se me antoja. Salí un poco disparado, con la necesidad de buscarme una vida más barata, lo que es difícil conseguir en la ciudad y me vine al campo que me encanta, pero a ella vuelvo para reengancharme con esos nuevos mundos de la periferia y he vuelto a hacer fanzines ya ves, los fotocopiamos en La Morada con un tóner en las últimas. Quizá este tipo de arte menor es, antes que nada, prueba de la precariedad artís- tica y laboral que vivo y nos vive. Hace poco Baena me fichó para una performance suya que era muy interesante, para un festival de arte que organizó la Embajada de Alemania en el antiguo pasaje de Fuencarral, ahora propiedad de la Tesore- ría de la Seguridad Social. Pues bien, ahí me plantó Baena a vender mis libros usados, cosa que como sabes hago de vez en cuando para sacar algo de pasta. ¡Me saqué trescientas cucas y he llenado el depósito de gasoil para el invierno! en torno a Vaciador, en Carabanchel, que se cruza con un montón de historias: las ladies, pero también con las luchas de ocupación de vivienda, las huertas de Perales, las nuevas bandas de música, el activismo de Madrid, han alquilado colectivamente locales y le dan un uso popular, se organi- zan en asamblea, hacen fiestas para acciones políticas, talle- res, hay precio libre. Lo digo sin ningún fetichismo, seguro que la mierda también llega hasta ahí, pero mucha gente nos hemos compuesto con eso y puede decirse que hay una nueva juventud por ahí haciendo cosas. Tiene su gracia que alguna de aquella gente de Tarnac autores de esos panfletos incendiarios que admirábamos siendo más jóvenes, vinie- ran al Rodea el Congreso y hayan terminado pasándose por esta feliz utopía de la amistad. Carabanchel está muy a tope. Ya hubo años antes una avanzadilla de artistas por ahí, y bueno, estaba el Gruta 77, algo frecuentado para quien fuera a conciertos de punk rock en los dos mil. Carabanchel tiene historia, claro, en Tabacalera hubo una expo guay sobre el proceso de desmantelamiento de la cárcel y de la lucha vecinal. ¿Recuerdas?, a mí me flipa la anécdota del concierto de Lou Reed, que se suspendió por una gresca toxicómana. Esta gente está transformando en otro sentido Carabanchel a como lo están transformando los turistas en Lavapiés. Yo noto ahí un impasse cómo generacional, lo que implica igno- rar momentos de los entretiempos que hemos vivido gente de distintas edades. También hay mucha gente de mi quinta o mayores a los que no conocíamos y son grandes amigos. Todo el círculo que se abre por Amador, la gente de Al final de la Asamblea, Álvaro, Rodri, Pepe, un tipo increíble que se recorrió media Europa andando en las marchas indignadas. 239 Epílogo Un epílogo de un ensayo cierra, redondea y da cuenta de lo que el lector acaba de leer. Pero un epílogo para un libro como este, un libro que no es un libro de entrevistas, ni tam- poco un ensayo, no debería resumir, sintetizar ni repetir lo dicho. No obstante y dado que este libro transita una tierra de nadie, entre la narración, la historia y el relato, podemos usar otra posibilidad de epílogo, el que cerraría una obra de ficción. Estos nos dan cuenta del destino posible de los perso- najes una vez ha concluido la trama que sostuvo el relato; nos informan de lo que sucede después. Esto quiere ser este epílogo, un después. Y aun conscien- tes de que esto que aquí termina no es para nada una ficción sabemos que cada una de las autonarraciones aquí compi- ladas tiene altas dosis de vida cotidiana que acercan el con- junto a una historia. Una real no ficcionada, colectiva, coral y caleidoscópica. Así, este final quiere informar al lector de qué fue de todos aquellos que aquí hablan. En suma, qué fue de aquellos que protagonizan estos textos autobiográficos que han ido construyendo a brochazos el posible paisaje de un arte «otro» en una ciudad —Madrid—, que ha cambiado radicalmente desde que arrancara este relato, en los primeros noventa, hasta hoy mismo, que es domingo y es diciembre del año 2016. Pero y pese a ser las historias aquí contadas personales, no dejan de tener algo colectivo, ese algo colectivo que habita en toda historia personal. Es por ello que para este epílogo no contamos con sus nombres que son propios y son también de la historia de Madrid. Y no contamos con ellos porque para dar cuenta de cierta evolución en este «paisaje otro» los nom- bres son lo de menos, y los procesos, tal vez, lo de más. 240 241 que se quieren arrancar y que no se sabe dónde llegarán. Es complejo definir agentes que deciden y ejecutan. De los que han hablado cada cual se ha embarcado temporalmente en un contexto las más de las veces más institucionalizado. Aunque no todas las veces. Los más activistas siguen en la brecha, si bien es cierto que los años pasan y ante los nuevos municipalismos lo que antes se testaba en contextos de laboratorios sociales, llámese cen- tros sociales y ocupaciones, hoy se testea en ámbitos mucho más grandes y poniendo la misma institución a probar modos nuevos de empoderar a los ciudadanos. Sin embargo los más de calle, los más de activismo de base, los de trinchera y de proceso siguen allí, al otro lado conscientes de lo necesario de preservar el espíritu crítico ante cualquier circunstancia. Y si bien es cierto que consideran que algo se ha conseguido con este cambio en la gobernanza municipal, también es cierto que esta debe ser revisada. Con llegar, dicen, no es suficiente. Otros que estaban en las calles al arrancar el milenio, que inventaban nuevas estéticas, nuevas palabras, nuevos modos de expresar o contar lo que estaba pasando. Esos que com- binaron lo hablado y lo hecho, la práctica y la reflexión se han especializado en el activismo cultural digamos más acadé- mico: publican textos, imparten conferencias, dirigen tesis doctorales y van modelando una élite cultural preparada en el activismo y, por qué no, en el artivismo. Una nueva genera- ción cuyo relato será, si lo hubiera, mucho más tecnológico y global, un relato que daría cuenta de lo que hoy anda suce- diendo en nuestra ciudad gentrificada y resistente, obstinada y cada día más cara. También alguno que otro ha emigrado. Pero no lo ha hecho a otro país, sino al nuestro, a otras ciudades. Y tampoco lo han hecho para hacer algo totalmente diferente, sino para hacer lo que aprendieron en las calles mientras la armaban Todas las personas que han hablado a lo largo de las páginas de este libro han sido punta de flecha, han sido vanguardia y han hecho que reparemos sobre muchas cuestiones que han dificultado el desarrollo fluido del paisaje cultural. Igual- mente se han arriesgado a experimentar y tantear modos de hacer, nuevos lenguajes. También han traído a España ade- lantos que se estaban dando en otras latitudes y han gene- rado redes de apoyo mutuo y génesis culturales claves para que España caminara hacia lo que hoy somos. En los noventa eran pocos y bien avenidos, y ya en los dos mil, y pese a seguir siendo pocos, consiguieron, con tesón, constancia, paciencia y cierta entrega, que la institucionalidad local cambiase radi- calmente. Los nuevos centros de cultura contemporánea son parte de esa novedad experimental; también lo son los posibles acuerdos entre sociedad civil y administración para la ges- tión compartida y participada de espacios y lugares de titu- laridad pública. Y cómo no, las academias sin techo y las universidades en diáspora. Todas las cosas que se mueven en Madrid, una ciudad en ebullición, han podido surgir a partir de estas historias quizá mínimas. Muchos han sido los perfiles aquí mostrados. En general todos delatan un cambio en la misma idea de artista, ges- tor, productor cultural o pensador. Hoy vivimos un tiempo de desdibujamiento de perfiles; hoy cada uno de ellos que arrancase definiéndose de un modo claro, como artista o pro- ductor, se ha convertido en un híbrido de ambos, es parte del tiempo que nos toca vivir. Trabajamos por proyectos dentro de un perfil algo mutante que tiene como seña de identidad una dedicación clara a la cultura contemporánea pero que puede variar desde educador, productor, artífice, mediador, artista. Vivimos de hecho un tiempo de adjetivación infinita unida por infinitas comas. Es muy complejo definir procesos 242 243 el hecho de que la lengua inglesa haya calado en el lenguaje cotidiano y que ya sepamos qué es un muffin, un milkshake y un gamer, incluso que sepamos qué es una performance, no implica que el madrileño sea ahora un ser muy cultivado y ducho en lenguajes vanguardistas. Tampoco podemos cole- gir de eso que nuestro sistema educativo haya cambiado radi- calmente, ni mucho menos, quizá todo lo contrario. Tampoco que esta vanguardia, cuya historia se cuenta, haya logrado cambiar una sociedad atiesada y previsible como la nuestra. No ha sido así en global, pero ha sido así un poquito. Madrid sigue siendo Madrid, una ciudad de calamares y zarajos; pero en Madrid, también es cierto, andan pasando muchas cosas: hay infinidad de colectivos de innovación social y artística, hay muchas acciones de participación, los barrios periféricos están cambiando y parece que por fin tenemos una sociedad civil muy activa. De hecho dos de las aquí entrevistadas están liderando una de las revueltas más emocionantes en cuanto a educa- ción artística se refiere. Obstinadamente siguen trabajando una vez que salieron del programa de la facultad de Bellas Artes de extensión Universitaria. Ahora trabajan en otro programa que está aglutinando ya no solo a las cabezas más destacadas y a los activistas más entregados a la causa de nuestra ciudad sino de todas las ciudades españolas. Dentro de los códigos de lenguaje del arte contemporáneo nadan indagando nuevos modos en otros espacios. Y calan poco a la academia pero al cabo y siempre ha habido un diálogo sordo entre la academia y el desarrollo intelectual, entre los salones que vieron gestar el pensamiento revolucionario y las bases de la ilustración y los académicos que se enma- rañaron desde sus mismos orígenes en corsé de previsto comportamiento. La institución, toda, está en crisis, la universidad también. Es alentador saber que hay gente que parda. Aquello que surgió en ese modelado de la cultura local desde sus bases. Esos mercenarios de la cultura que ahora trabajan organizando un ciudad pequeña y no muy poblada, especial y algo cerrada en sí misma que quiere, de su mano, articular un centro de cultura contemporánea en el que la voz de todos, la autonomía y la ciudadanía responsable y bien entendida sean capaces de gestionar una cultura que tam- bién ha de ser de todos. Aquellas que han hecho performances toda su vida siguen haciéndolos. Siguen lidiando con esta ciudad dura, y este país duro, y siguen haciendo lo que más les gusta hacer, performances. Ahora las cosas para estos lenguajes que allá por los noventa fueron vanguardia no han cambiado sustan- cialmente, siguen siendo marginales aunque ahora eso sí, la gente ya sabe de qué hablamos cuando hablamos de perfor- mances. No obstante sí cabría llamar la atención sobre cierto prurito de responsabilidad social. Una de las cosas más carac- terísticas de esta segunda década de los dos mil es que hay un debate permanente sobre lo que se hace llamar responsabili- dad social del arte. Muchos creen que es ya algo implícito al lenguaje contemporáneo, al menos al del arte, otros piensan que la gestión de públicos debe llevar sobre sus espaldas la responsabilidad social debida. Entre un extremo y el otro todas las expresiones actuales de cultura contemporánea transitan. Las quejas, sin embargo, de los performer más vete- ranos sigue siendo la misma, sigue habitando un lugar fron- terizo que más de las veces sigue siendo minoritario. Y esto pese a que Madrid se ha gentrificado de modo radi- cal y a veces parece que uno pasease por el Soho londinense. En Madrid acampan los hipsters a sus anchas, los gustos se han sofisticado gracias a las redes, y las calles están más abarrotadas que nunca. La oferta es infinita y una vida no da para saber lo que sucede. Aunque no nos llevemos a engaño, 244 245 instituciones, la condición de la vida en la ciudad, y la bús- queda de otras vías posibles de hacer las cosas. La cuestión reside en pensar juntos, proyectar juntos, indagar juntos e ir construyendo una historia, la de la cultura de la ciudad de Madrid, que es de todos un poco y de nadie en particular. Espero que este libro que ni es un ensayo, ni tiene entre- vistas, ni es una ficción, sino que es un poco de cada una de esas cosas, haya contribuido a un relato, el de esta ciudad y su cultura que aún está por ser escrito. También espero animar a muchos otros que tienen mucho que contar a que se pongan a ello y así, entre todos, salvar mil y una microhistorias de la construcción de nosotros mismos que, de no contarse, se perderán para siempre. sigue, cual Diderot, batallando por un cambio que siempre está por llegar. Y aunque todo ha cambiado todo sigue a veces un poquito parecido. Ahora estos círculos concéntricos a los que se refi- rió Lila Insúa hablándonos de la estructura del paisaje otro que perseguíamos, están, más que nunca, rompiéndose, o empezando a resquebrajarse. El diálogo entre los diferentes agentes ha surgido, y ha surgido porque cada cual ha roto sus rigideces. Y si bien es cierto que muchos andan ya cansados de recibir un post-it naranja fosforito cada vez que hay un lla- mamiento a pensar colectivamente cualquiera de los proble- mas que aquejan al paisaje, también es cierto que estos van armando un relato que pretende ir cambiando las cosas. Que pretende que la vanguardia se extienda víricamente a toda la sociedad y la cultura, la alta y la baja, y la sensibilidad bien formada, sean nuestro contexto diario. Ahora hay una tendencia desde los centros de cultura del ayuntamiento, de la comunidad e incluso del ministerio, de abogar por procesos, por prácticas colaborativas, cultura dis- tribuida, indagación, investigación, prueba de nuevos len- guajes y valoración de lo popular, lo de abajo, lo tradicional y lo nuestro. Frente a esta tendencia, que aglutina y resume muchas de las querencias de las tres vías de desarrollo cultu- ral capitalino, a saber, la institucional, la alternativa y la ile- gal, frente a esta, decíamos, hay unas personalidades críticas que mantienen el ecosistema en buen estado de salud. Esta buena salud se percibe en la infinita variedad y can- tidad de encuentros, de debates, de mesas redondas, de con- ferencias, de ferias, de clases, de grupos de trabajo, de fiestas en los que podemos participar todos nosotros, habitantes de este extraño hábitat que circunvala lo cultural, lo activista, lo intelectual y lo juerguista. Infinidad de encuentros que nos están haciendo cuestionarnos la naturaleza de nuestras Este libro se terminó de imprimir el 31 de agosto de 2017, año bicentenario de la invención del velocípedo y centenario de las revoluciones de febrero y octubre de 1917. ¶ d8ca7675ecba0f49bc0187fa79be5b5643de834294f9fdb62b374a7b0a3e482d.pdf 53743ac94b2e5261142839b6ad929700d6b49c28c814425f40c403c3780df132.pdf de0157f991b4de18b5a84d4c90dc507f38a808c637c50055182e9de80962a936.pdf d8cf44044dc07cd8fb73e8555f94b3acb88045eab8c80ef07acb92570fd5099f.pdf