Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Agradezco los comentarios de Leandro Losada y Darío Roldán a versiones en progreso de este escrito y1 a los argumentos que aquí se sostienen. CONICET/Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani” y Universidad de San Andrés.2 Vito Dumas 284, Victoria, Provincia de Buenos Aires, C.P.: 1644. Correo electrónico: paubru@infovia.com.ar 339 LA VIDA LETRADA PORTEÑA ENTRE 1860 Y EL FIN-DE-SIGLO. COORDENADAS PARA UN MAPA DE LA ELITE INTELECTUAL1 Paula Bruno2 Resumen En este artículo se presentan algunas dimensiones del mundo intelectual que se gestó hacia 1860 en el ámbito porteño. Se traza un panorama –no exhaustivo pero sí significativo- de este escenario por medio de la presentación de características y dinámicas de los ámbitos educativos, las sociabilidades intelectuales, las revistas relevantes y los perfiles de figuras intelectuales en un espacio acompasado por la multiplicación de franjas culturales. Por lo tanto, no se pretende trazar los contornos precisos y fijos de una elite intelectual, ni mostrar un inventario completo de la vida cultural de estas décadas, sino más bien delinear algunas coordenadas de un mapa que encuadra a una parte significativa de lo que puede considerarse la constelación intelectual que desplegó sus actividades entre 1860 y el fin-de-siglo. Palabras claves: Elite cultural, Vida intelectual, Sociabilidad. Abstract This article shows some dimensions of the intellectual world which emerged towards 1860 in the city of Buenos Aires. It sketches a panorama -no exhaustive but significant- of this scene through the introduction of the characteristics and the dynamics of the educative compasses, the intellectual sociabilities, the more relevant publications, and the profiles of the intellectual figures, in a field timed by the multiplication of cultural spaces. So on, this article doesn't aspire to trace the precise and fixed outlines of an intellectual elite, nor show a complete inventory of the cultural life in these decades. Instead, the paper sketches some coordinates of a map that framed a significant part of what it may be consider the intellectual constellation who displayed its activities between 1860 and the end of the XIX century. Key Words: Cultural Elite, Intellectual Life, Sociability. Introducción En Memorias de un viejo, Vicente Quesada destacaba que, a raíz de la llegada de Juan Manuel de Rosas al poder, toda una generación con intereses intelectuales se había visto postergada e imposibilitada de proyectarse en el mundo cultural. Apuntaba al respecto: http://anuarioiehs.unicen.edu.ar/ Anuario IEHS 24 (2009) Vicente Quesada, Memorias de un viejo, Buenos Aires, Ediciones Ciudad Argentina, 1998, p. 148.3 Ibid, p. 149.4 Sobre Pedro De Angelis: Josefa Emilia Sabor, Pedro De Angelis y los orígenes de la Bibliografía5 Argentina. Ensayo bio-bibliográfico, Buenos Aires, Ediciones del Solar, 1995. Cfr. Jorge Myers, Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, col. La ideología6 argentina, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1995. José Enrique Rodó, La tradición intelectual argentina, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos7 Aires, 1968, p. 11. 340 “En tiempos anteriores había estímulos y recompensas para los estudiosos, en esa época solo había penurias […] En el tiempo a que me refiero las liras estaban mudas, o eran mediocremente pulsadas para cantar melancólicamente […] No había ni medios para instruirse. La Biblioteca Pública no tenía libros modernos: los diarios extranjeros circulaban con dificultad, no había ocasión para suscribirse a las revistas europeas ¿Qué hacer en esos tiempos sin esperanza?”.3 La cultura parecía haberse marchado al exilio con los emigrados unitarios ligados al rivadavianismo y con los más jóvenes letrados que conformarían la Generación del 37. Como es sabido, los intelectuales de la llamada Nueva Generación vivieron y dieron forma a sus ideas en los escenarios geográficos que los acogían, como Montevideo y Valparaíso, entre otros. En esas tierras de exilio nacieron obras que luego serían textos fundacionales para la historia argentina; basta mencionar como ejemplos el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento y las Bases de Juan Bautista Alberdi. Un universo cultural desdoblado, entonces, se dibujó en la época de Rosas. Si puertas adentro la cultura estaba atravesada por los ritmos del rosismo, en los que “todo anunciaba que la vida intelectual y libre estaba de duelo, amordazada y estigmatizada”,4 en las ciudades de acogida de los hombres del exilio, germinaba la semilla cultural de la futura nación. Aunque figuras de tiempos rosistas realizaron una serie de aportes a la cultura –siendo el caso paradigmático el de Pedro De Angelis y su Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata–, quedaba claro que el estigma del rosismo las convertiría en controvertidas o poco memorables. Fue el clima de anti-intelectualismo reinante el que5 tiñó los años rosistas.6 La mirada de los contemporáneos de la experiencia rosista, como la de Vicente Quesada, fue reforzada por otros destacados hombres de cultura que aparecieron en escena más tarde. Pensando en la vida intelectual argentina, José Enrique Rodó, por ejemplo, destacaba que la “generación que llegó a la juventud bajo las sombras de la tiranía de Rosas” fue expulsada de la vida nacional, a la vez que se la perfilaba como7 la generación natural de relevo, una vez clausurado el rosismo. En el mismo sentido, Roberto Giusti propuso una semblanza sobre el despliegue de la vida cultural argentina destacando: “la línea del desarrollo cultural argentino se quebró durante veinte largos años [...] para trazarla hay que seguir a la generación de los emigrados, quienes en Chile, en Montevideo, en otros lugares de América, o en Europa, se adiestraron en las Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Roberto Giusti, Momentos y aspectos de la cultura argentina, Buenos Aires, Editorial Raigal, 1954, p.8 18. Para algunos rasgos de la cultura en los tiempos de la Confederación pueden consultarse, entre otros:9 Alejandro Eujanián, “La cultura: público, autores y editores”, en Marta Bonaudo (dir.), Liberalismo, estado y orden burgués, 1852-1880, Nueva Historia Argentina, Tomo IV, Buenos Aires, Sudamericana, 1999; Néstor Tomás Auza, La literatura periodística porteña del siglo XIX. De Caseros a la Organización Nacional, Buenos Aires, Editorial Confluencia, 1999. 341 artes del pensamiento libre y prepararon el cemento para reedificar la patria soñada”.8 Siguiendo estas claves interpretativas y otras afines, se generó un consenso interpretativo al señalar que el regreso de exiliados los posicionó de manera efectiva en el centro del desierto cultural –y político– que el rosismo había legado en tanto depositarios de la esencia nacional argentina. La bibliografía que estudia esta etapa de la historia del país, por su parte, coincide con los contemporáneos y los hombres de las generaciones posteriores en sostener que la cultura en tiempos del rosismo atravesó casi un medioevo y en afirmar que si se debe buscar una trama de continuidad entre la cultura pre y post-rosistas, debe pensarse que los depositarios de esa cultura fueron los exiliados. No es una novedad que la caída de Juan Manuel de Rosas inauguró un nuevo capítulo para la historia del país en general y para la cultura en particular. La nueva configuración espacial de la actual Argentina y la bifurcación de caminos de Buenos Aires y la Confederación marcaron una etapa en la que las oportunidades culturales fueron múltiples. Una vez más se dibujó cierto desdoblamiento, sólo que esta vez no había un “adentro” rosista y un “afuera” depositario de la cultura y opuesto al rosismo. Ahora, la Confederación y Buenos Aires organizaban sus espacios culturales de manera paralela. En el espacio geográfico de la Confederación se dio forma a proyectos de envergadura como el Colegio del Uruguay y el Museo de Paraná. En ellos, hijos del país y extranjeros, como Alfred Marbais Du Graty, Augusto Bravard, Albert Larroque y otros, organizaron instituciones de la cultura. Buenos Aires, por su parte, fue escenario de homologables renovaciones. Ahí estuvieron German Bumeister a cargo del Museo Público, Eusebio Agüero en el Colegio y Seminario Eclesiástico –también llamado Colegio y Seminario de Estudios Generales-, Paul Mortá como mentor de la Librería del Colegio, entre otros. Estos emprendimientos renovadores, en los que convivían9 proyectos individuales con intenciones estatales, mostraban que la cultura era un espacio en el que todo estaba por hacerse, como el país mismo. Los tiempos de la llamada Organización Nacional, abiertos con la presidencia de Bartolomé Mitre, por su parte, dieron un nuevo impulso a la configuración de una cultura de rasgos novedosos, en los que decantarían algunas de las experiencias generadas en los años inmediatamente posteriores a la caída de Rosas y surgirían nuevos emprendimientos. Definir una constelación intelectual no resulta, en general, una empresa sencilla. Por su parte, caracterizar la vida intelectual hacia 1860 presenta desafíos adicionales. En las décadas comprendidas entre mayo de 1810 y la consolidación del rosismo pueden reconocerse y caracterizarse espacios de sociabilidad de manera relativamente precisa e incluso elencar a las figuras del círculo letrado porteño Anuario IEHS 24 (2009) Véanse Roberto Di Stefano, “Orígenes del movimiento asociativo: de las cofradías coloniales al auge10 asociativo”, Elba Luna y Élida Cecconi, De las cofradías a las organizaciones de la sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en la Argentina, Buenos Aires, Gadis, 2002; Eugenia Molina, El poder de la opinión pública. Trayectos y avatares de una nueva cultura política en el Río de la Plata, 1800-1852, Santa Fe, Ediciones UNL, 2009; Jorge Myers, “La cultura literaria del período rivadaviano: saber ilustrado y discurso republicano”, en Fernando Aliata y Munilla, L. (comps.), Carlo Zucchi y el neoclasicismo en el Río de la Plata, Actas del Coloquio, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1998; Jorge Myers, “Revoluciones inacabadas: hacia una noción de Revolución en el imaginario histórico de la Nueva Generación argentina: Alberdi y Echeverría, 1837-1850”, en AA. VV., Imagen y recepción de la Revolución Francesa en la Argentina, Buenos Aires, G.E.L, 1990. Véase Jorge Myers, “La revolución en las ideas: la generación romántica de 1837 en la cultura y en la11 política argentinas”, en Noemí Goldman (dir.), Revolución, República, Confederación, Nueva Historia Argentina, Tomo III, Buenos Aires, Sudamericana, 1998. Vicente Quesada, Memorias de un viejo, p. 149.12 342 –piénsese en la Sociedad Patriótica y los hombres de la revolución, en la Sociedad Literaria de Buenos Aires y el grupo rivadaviano y en el Salón Literario y la Generación del 37. Sin embargo, hacia la década del sesenta del mil ochocientos, identificar a un10 solo grupo o describir un único espacio de sociabilidad intelectual preponderante no es posible. De este modo, si se confrontan los años post-1860 con los decenios anteriores, salta a la vista que la novedad central de esta etapa es la apertura de una multiplicidad de zonas culturales en el ámbito porteño. Mientras el Estado se consolidaba y la sociedad se complejizaba raudamente, la vida cultural porteña se diversificó de manera notable. Por lo tanto, para pensar en una elite cultural en las décadas que se dibujan entre 1860 y fines del siglo XIX las posibilidades de trazar escenarios son varias. Elegimos aquí algunas dimensiones para acercarnos a un mapa en el que los hombres de letras podían desplegar sus tareas intelectuales. Ámbitos educativos A la hora de establecer una experiencia educativa ligada a la educación para los hombres de la Generación del 37 puede pensarse de manera nítida en varias postas compartidas. Generalmente se sostiene que éstos fueron los hijos del proyecto educativo implantado por Bernardino Rivadavia y que el Colegio de Ciencias Morales y la Universidad de Buenos Aires los acogió en sus aulas.11 Una vez más el rosismo representa un hiato para pensar una historia cultural, en este caso tomando a los ambientes educativos como terreno de observación. Bloqueadas las instituciones como el Colegio de Ciencias Morales y la Universidad, los espacios educativos centrales quedaron clausurados. Vicente Quesada recordaba, en este sentido, que “la escuela primaria, la superior, la vida privada, la sociabilidad en fin estaba atada al rojo oficial, a los vivas y mueras con que se encabezaban los diarios, los documentos públicos, los almanaques”. A juzgar por un documento que reproduce12 José Antonio Wilde en su Buenos Aires desde setenta años atrás, que evidencia cuáles eran los mecanismos para que un profesor consiguiera la renovación de su cargo, ciertamente una cantidad considerable de “vivas” y “mueras” y una solemne y extensa Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 José Antonio Wilde, Buenos Aires desde 70 años atrás, Buenos Aires, Eudeba, 1960 (1881), p. 205 y13 206. Sobre el Colegio Nacional de Buenos Aires y para un panorama general de los ámbitos educativos en14 estos años, véase Inés Dussel, Curriculum, humanismo y democracia en la enseñanza media (1863- 1920), Buenos Aires, Flacso/Universidad de Buenos Aires, 1997. Cfr. Miguel Cané, Juvenilia, Buenos Aires, Administración General Casa Vaccaro, 1919 (1884).15 Sobre esta institución educativa pueden verse, entre otros, Antonio Sagarna, El Colegio del Uruguay,16 Buenos Aires, Instituto de Didáctica, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1943 y Beatriz Bosch, El Colegio del Uruguay, sus orígenes, su edad de oro, Buenos Aires, Editorial Peuser, 1949. 343 declaración de adhesión al “Santo Sistema Nacional de la Federación, así como también su virtud, moralidad ejemplar, y su profesión de fe Católica, Apostólica, Romana” 1 3 acompasaban los ritmos educativos y marcaban los límites que encontraban los hombres que pretendían dedicarse a la enseñanza. Dadas estas coordenadas en el país y la experiencia del exilio de varias familias, los hombres que comenzaron a ocupar el escenario cultural desde la década de 1860 no contaban con un pasado educativo único y compartido provisto por el rosismo. Los años de Buenos Aires y la Confederación, por obvias razones, tampoco propiciaron el nucleamiento educativo de los jóvenes de entonces. Fueron dos, por lo menos, las instituciones educativas dominantes en estos años: el Colegio Eclesiástico –luego Colegio Nacional de Buenos Aires– y el Colegio del Uruguay. El Colegio Eclesiástico, que en 1854 se organizó sobre la antigua estructura del Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires a instancias del gobernador Pastor Obligado, fue comandado en sus inicios por Eusebio Agüero. Como es sabido, durante su presidencia, Bartolomé Mitre dispuso, por decreto de marzo de 1863, convertir esta institución en el Colegio Nacional de la ciudad puerto y transformarlo en un polo destacado para cumplir con la fase educativa que en la época se denominaba “estudios preparatorios”. Hombres sobresalientes de la cultura argentina pasaron por las aulas14 de esta institución: Rafael Obligado, Manuel Podestá, Estanislao Zeballos, Antonio Saldías, Eugenio Cambaceres, Manuel Láinez, Alberto Navarro Viola y Emilio Mitre, entre otros, podían identificarse con las páginas que Miguel Cané escribió en Juvenilia.15 El Colegio del Uruguay, por su parte, fue el foco al que concurrieron numerosos hombres de las provincias interiores e hijos de exiliados de tiempos rosistas. Varios16 de los jóvenes que se instalaron en Buenos Aires y pasaron a formar parte de su vida intelectual en las décadas de 1860 y 1870 provenían de esa institución. Entre ellos se cuentan José Sixto Álvarez (Fray Mocho), que pasó también por las aulas de la Escuela Normal del Paraná, Olegario Andrade, Martín Coronado y Eduardo Wilde. Estos hombres, por su parte, compartieron las aulas del Colegio del Uruguay con figuras relevantes de la política, siendo el caso paradigmático el de Julio Argentino Roca. En suma, en lo que a formación de “enseñanza preparatoria” concierne, fueron el Colegio Nacional de Buenos Aires y el Colegio del Uruguay los espacios de educación que aglutinaron a un número significativo de hombres que ocuparon el espacio intelectual porteño post-1860. Las “vidas paralelas” entre ambas instituciones Anuario IEHS 24 (2009) Eduardo Wilde, “Carta sobre Juvenilia, fechada el 20 de mayo de 1884”, en Id., Páginas escogidas,17 Buenos Aires, Ángel Estrada y Cía. Editores, 1939, p. 225. Eduardo Wilde, “Pedro Goyena. Carta publicada en La Tribuna el 18 de mayo de 1892”, en Id., Páginas18 escogidas, pp. 220 y 221. Para información sobre la Facultad de Derecho, véanse Tulio Halperín Donghi, Historia de la19 Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Eudeba, 2002 y Tulio Ortiz, Historia de la Facultad de Derecho, Buenos Aires, Departamento de Publicaciones de la Facultad de Derecho/UBA, 2004. 344 fue reconocida por figuras que habían pasado por uno u otro colegio. Al leer Juvenilia, Eduardo Wilde no dudaba en destacar en carta a Miguel Cané una serie de paralelismos entre su experiencia escolar y la suya y remataba señalando: “¡Ves: tu has estado en el Colegio del Uruguay!”. De alguna forma, la identificación de quienes habían17 transitado por los dos establecimientos pasó a ser moneda corriente hacia la década de 1860, dado que, como rememoraba el mismo Wilde, “cuando el Colegio del Uruguay se deshizo, muchos de sus estudiantes, después de haber vivido por milagro vagando en sus claustros vacíos, tuvieron por fin que abandonarlo y vinieron a esta ciudad sin traer medios de ninguna especie”. Comenzaba así una convivencia fluida entre jóvenes que18 se habían formado en el ámbito porteño con algunos hijos de exiliados que habían retornado a Buenos Aires para realizar sus estudios, como el ya mencionado Miguel Cané, que pudo cursar en el Colegio de Buenos Aires, y otros hijos de exiliados u hombres del interior que comenzaban a concentrarse en la ciudad puerto en 1860. Sin embargo, aunque predominantes, estas instituciones no agotan las posibilidades a la hora de pensar en los ámbitos educativos por las que circularon hombres de cultura con visibilidad en las décadas que aquí se estudian. Así, figuras como Eduardo L. Holmberg, Bartolomé Mitre y Vedia y José María Ramos Mejía, entre otros, pasaron por las aulas del Colegio de Salvador Negrotto (llamado también Seminario de Negrotto); muy poco se sabe en la actualidad de esta institución. A su vez, otras figuras que convivieron en el mundo cultural con las recién mencionadas, pero que habían nacido algunos años antes, circularon por otras instituciones. Por ejemplo, Pedro Goyena recibió su formación en el establecimiento que fue antecesor del Colegio Nacional de Buenos Aires, el Colegio Eclesiástico, mientras que José Manuel Estrada concurrió al Colegio de San Francisco. En el mismo sentido, otros jóvenes que se sumaron al ambiente intelectual porteño provenían del Colegio Nacional de Tucumán –abierto en 1864 a instancias de Bartolomé Mitre–, como Delfín Gallo, o del Colegio Nacional de Montserrat en Córdoba –cuyo plan se estableció también en 1864–, como Joaquín V. González. Entonces, aunque con dos polos predominantes –el Colegio Nacional y el Colegio del Uruguay–, se visualiza cierta multiplicación de posibilidades en los años de estudios preparatorios de quienes ocuparían el mundo letrado porteño. Es, quizás, en el trayecto educativo universitario donde se dio de manera más nítida cierto grado de concentración en dos facultades, la de Derecho y la de Medicina. La Facultad de Derecho tuvo en sus aulas a Eugenio Cambaceres, Miguel Cané, Roque Sáenz Peña, Carlos Pellegrini, Aristóbulo del Valle y Delfín Gallo. Por su parte, la19 Facultad de Medicina acogió a figuras relevantes del mundo cultural y científico, como Sydney Tamayo, Ignacio Pirovano, Juan Ángel Golfarini, Lucilo del Castillo, Eduardo Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Sobre la Facultad de Medicina en estos años pueden consultarse: Tulio Halperín Donghi, Historia de la20 Universidad de Buenos Aires, op. cit.; Ricardo González Leandri, Curar, persuadir, gobernar. La construcción histórica de la profesión médica en Buenos Aires, 1852-1886, Madrid, CSIC, 1999; Ricardo González Leandri, “Académicos, doctores y aspirantes. La profesión médica y la reforma universitaria: Buenos Aires, 1871-1876”, en Entrepasados. Revista de Historia, año VI, núm. 12, principios de 1997, pp.32-54; Mariano Bargero, “Condiciones institucionales y culturales de la enseñanza de la medicina en Buenos Aires: reformas académicas y movimientos estudiantiles entre 1874 y 1906”, en Entrepasados. Revista de Historia, año XI, núm. 22, principios de 2002, pp. 91-112. Paul Groussac, “Estado de la educación común en la República, sus causas, sus remedios”, en El Monitor21 de la Educación Común. Publicación oficial de la Comisión Nacional de Educación, núm. 17, noviembre de 1882, p. 190. Para una descripción de las labores docentes de Estrada, véase José Martinelli, La acción educacional22 de José Manuel Estrada, Buenos Aires, s/e, 1941. 345 Ladislao Holmberg y José María Ramos Mejía, entre otros. Aunque numerosos, los20 graduados de Derecho y Medicina, sin embargo, no fueron los únicos “habilitados” para dar forma al ambiente cultural, convivían con otros perfiles que no contaban con formación universitaria alguna. Es el caso, por ejemplo, de Paul Groussac, José Manuel Estrada y Florentino Ameghino. La etapa en la que estos hombres dejaron de ser estudiantes y comenzaron a ocupar puestos docentes está también atravesada por la definición de diferentes caminos. Los cargos de maestro y profesor eran ocupados por diversos personajes. En el contexto del Congreso Pedagógico de 1882, Paul Groussac ironizaba al respecto, y trazando una galería de personajes que podían ocupar cargos educativos, señalaba: “la enseñanza ha sido hasta ahora la playa más ó menos hospitalaria donde todos los náufragos de la existencia levantan su tienda de un día, su abrigo provisorio”. Mencionaba al respecto una colección de pintorescas figuras que ejercían el rol de maestros: “antiguos comerciantes industriales agricultores, pseudo literatos, artesanos”, pero también “el capataz de una estancia que deletrea á la par de los alumnos, el dependiente de pulpería, el procurador sin pleitos, el extranjero sin profesión”.21 Aunque no tan variopinto como el panorama que trazaba Groussac, en el contexto porteño pueden rastrearse trayectorias docentes bastante diferentes entre sí. Algunas más “lineales” conviven, de hecho, con otras más “sinuosas”. Ciertos itinerarios muestran una coherencia notable. José Manuel Estrada es paradigmático en este sentido: en 1866 y 1868 dictó famosas lecciones de historia argentina en la Escuela Normal. Durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento recibió un nombramiento como Jefe del Departamento General de Escuelas y Presidente del Congreso de Instrucción Publica. En 1874 fue Director de Escuelas Normales. En el Colegio Nacional de Buenos Aires fue docente de las asignaturas Instrucción Cívica e Historia Argentina y Rector entre 1876 y 1883. Se desempeñó desde 1875 como catedrático de Derecho Constitucional y Administrativo en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y el Congreso Pedagógico Nacional de 1882 lo tuvo como uno de sus vicepresidentes. Sólo su posición en el conflicto suscitado por las reformas laicas, que generó exoneraciones de sus cargos docentes en los primeros años de la década de 1880, lo apartó de la esfera educativa. 2 2 Anuario IEHS 24 (2009) José Manuel Estarda, Lecciones sobre la historia de la República Argentina, 2 Tomos, Buenos Aires,23 Librería del Colegio, 1896. Eduardo Wilde, Curso de Higiene Pública. Lecciones del Dr. Eduardo Wilde en el Colegio Nacional24 de Buenos Aires, Buenos Aires, Imprenta y Librería de Mayo, 1878. Juana Manso, Compendio de la historia de las provincias Unidas del Río de la plata: Desde su25 descubrimiento hasta el año 1874, Buenos Aires, J. A. Bernheim, 1875. Martín García Mérou, Historia de la República Argentina, Buenos Aires, Estrada, 1905.26 Marcial R Candioti, Lecciones de álgebra, Buenos Aires, Estrada, 1898.27 D. Isaac Larrain, Lecciones de historia natural, Buenos Aires, Imprenta de El Pueblo, 1879.28 Para visiones generales sobe este período pueden consultarse: Haydée Gorostegui de Torres, La29 organización nacional, Buenos Aires, Paidós, 1992; los trabajos reunidos en Marta Bonaudo (dir.), Liberalismo, estado y orden burgués: 1852-1880. Para la vida política y sus dinámicas: Hila Sabato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización, Buenos Aires, 1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Alberto Lettieri, La República de las Instituciones. Proyecto, desarrollo y crisis del régimen político liberal en la Argentina en tiempos de la organización nacional, Buenos Aires, El 346 En otros casos, el paso por la docencia se limitó a una tarea de tiempos juveniles que fue abandonada cuando otros horizontes se dibujaron en los itinerarios de los intelectuales de entonces. Así, por ejemplo, Eduardo Wilde enseñó matemática y física en la Escuela de Artes y Oficios de Buenos Aires a comienzos de la década de 1860, fue profesor del Colegio Nacional, en 1876, y de la Facultad de Medicina, en 1873, pero, al asumir una visibilidad marcada como higienista y hombre de la política, no volvió a ocupar cargos docentes. Paul Groussac, por su parte, se desempeñó sucesivamente como tutor de idiomas, profesor en Tucumán y en Buenos Aires, y Director e Inspector de escuelas antes de ser el Director de la Biblioteca Nacional en 1885. Pero, una vez en ese puesto, no volvió a tener un lugar en las aulas secundarias o universitarias. Entre trayectorias más lineales y otras más zigzagueantes, mientras ocuparon cargos docentes en instituciones secundarias o universitarias, varios de los hombres de cultura de estas décadas fueron también fundadores de cátedras, se dedicaron a organizar programas especiales para las mismas y dieron a conocer en formato libro las lecciones que dictaban para convertirlas en textos de enseñanza. Puede pensarse en varias obras pioneras que surgieron de las clases pronunciadas por algunas de estas figuras, como Las lecciones de Historia Argentina de José Manuel Estrada o el Curso23 de Higiene Pública de Eduardo Wilde. Estos textos convivían con otros que tenían24 formato y contenido menos original, pero que también cubrieron un vacío en lo referido a libros de lectura y engrosaron la lista de los materiales disponibles para dictar clases referidas a temas de cultura nacional. Pueden señalarse entre ellos el Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata: desde su descubrimiento hasta el año 1874 de Juana Manso o el más tardío volumen de Historia de la República25 Argentina de Martín García Mérou. En un movimiento asimilable, fueron redactados26 en estos años textos de otras disciplinas, como las Lecciones de Álgebra de Marcial Candioti o las Lecciones de Historia Natural de Isaac Larrain.27 28 En suma, en el contexto de institucionalización estatal abierto con la presidencia de Bartolomé Mitre y sostenido por sus sucesores, cuando los ámbitos29 Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Quijote, 2000. Sobre los espacios de sociabilidad a lo largo del siglo XIX y sus variaciones en el largo plazo, véanse30 Pilar González Bernaldo, Civilidad y política: en los orígenes de la nación argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001; Pilar González Bernaldo, “Pedagogía societaria y aprendizaje de la Nación en el Río de la Plata”, en Antonio Annino, Luis Castro Kleiva, Francois-Xavier Guerra (dirs.), De los imperios a las naciones: Iberoamérica, Zaragoza, Ibercaja, 1994; Elba Luna y Élida Cecconi, De las cofradías… op. cit.; Leandro Losada, "Sociabilidad, distinción y alta sociedad en Buenos Aires: Los clubes sociales de la elite porteña (1880-1930)", en Desarrollo Económico, núm. 180, enero-marzo 2006, pp. 547- 572. Cfr. Nestor Tomás Auza, Lucio V. Mansilla. La Confederación, Buenos Aires, Plus Ultra, 1978.31 347 educativos comenzaron a consolidarse y a asumir perfiles más precisos, diferentes figuras del mundo cultural de entonces fueron convocadas para ocupar los cargos que se multiplicaban, fundar y sostener las cátedras y dar forma a programas. Estas acciones contaban, en algunas ocasiones, con prolongaciones y repercusiones, hecho que se constata cuando se siguen trayectorias en las que ocupar un cargo docente fue el paso inicial para dar a conocer sus libros de lecciones y para proyectarse, desde las instituciones educativas, en espacios culturales que excedían a las coordenadas generadas y subvencionadas por el Estado. Sociabilidades intelectuales Para la década de 1860 habían ya quedado atrás los tiempos pre-rosistas, en los que una única asociación literaria se posicionaba nítidamente por sobre el resto de las agrupaciones culturales. A tono con una tendencia más general de avance del asociacionismo desde la caída de Juan Manuel de Rosas, y luego de la experiencia30 fundadora del Ateneo del Plata, que data de 1858, las sociabilidades de carácter intelectual se multiplicaron hacia la década de 1860. Mientras que algunas de estas asociaciones contaban con un perfil ligado a una tendencia “disciplinar” o “profesional” –como la Asociación Médica Bonaerense (inaugurada en 1860), la Sociedad Científica Argentina (creada en 1872), o el Instituto Geográfico Argentino (fundado en 1879)–, otras se postulaban, sin más, como agrupaciones culturales que podían reunir a figuras muy diversas en su interior. Son éstas las que aquí nos interesan, dado que, por su propia configuración, pretendían nuclear a hombres dispuestos a dar formar a la cultura nacional más allá de la diversidad de sus intereses. ¿Qué pretendían estas asociaciones?, ¿cómo percibían la vida cultural del país?, ¿cuáles fueron sus objetivos? Pueden apuntarse algunos ejemplos para formular una respuesta aproximativa a estos interrogantes. En 1864, Lucio V. Mansilla y José Manuel Estrada fundaron el Círculo Literario, cuya vida se extendió hasta 1866. Mansilla contaba para entonces con una experiencia amplia en el mundo de la prensa y José Manuel Estrada había tenido una31 activa participación en las tertulias de la Librería del Colegio (conocida también como Librería de Mortá) y en empresas periodísticas, como La Guirnalda, Las Novedades, La Paz, La Revista de Buenos Aires y El Correo del Domingo. Emprendieron juntos un Anuario IEHS 24 (2009) Archivo General de la Nación/Universidad Católica Argentina, Fondo Documental José Manuel32 Estrada. Descripción: carta de invitación para la formación del círculo literario firmada por Lucio V. Mansilla y José Manuel Estrada. Signatura. Top: 3378. Folio: 49. Ibid.33 El listado completo de personas que se reunieron en la primera sesión del Círculo Literario y de las que34 enviaron adhesiones se encuentra en “Círculo Literario”, en La Revista de Buenos Aires. Historia Americana, Literatura y Derecho, Tomo V, 1864, pp. 291-292. Véase “Reglamento del Círculo Literario”, en La Revista de Buenos Aires. Historia Americana,35 Literatura y Derecho, Tomo V, 1864, p. 302 y ss.; cita en p. 309. Ibid, p. 303.36 348 proyecto de sociabilidad intelectual y lanzaron una esquela de invitación para la reunión inicial de la misma que señalaba: “Las bellas letras argentinas [que están] adquiriendo un desarrollo consolador para el futuro, y constituyendo poco a poco una profesión o modo de vivir, sienten sin embargo, desde hace mucho tiempo un gran vacío por la falta de un punto de reunión, donde cambiándose las ideas, amalgamándose las opiniones y simpatizando los caracteres, se establezcan entre los hombres esa mancomunidad en los pareceres y esa cordialidad en las relaciones personales, que debe existir en los miembros de toda asociación. No basta que los hombres se conozcan por sus escritos y producciones, es necesario que se traten y se oigan, si en verdad se quiere que, desapareciendo las preocupaciones que los dividen, prospere y se engrandezca nuestra literatura, cuyos esfuerzos si son nobles y generosos, porque son aislados, son por esto mismo un tanto infecundos y estériles”.32 La propuesta apuntaba a formar una asociación “que sirva de centro a todas las inteligencias argentinas, cualesquiera que sean sus opiniones”. Respondieron a la33 convocatoria hombres públicos de distintas edades y tendencias políticas. A la primera reunión concurrieron Valentín Alsina (presidente interino del Círculo), Dardo Rocha, Estanislao del Campo, Miguel Navarro Viola, Eduardo Wilde, Marcos Sastre, Adolfo Rawson, Domingo F. Sarmiento (hijo), Ángel Estrada, Andrés Lamas (hijo), Damián Hudson, Luis Sáenz Peña, Santiago Estrada, Luis Beláustegui, L. A. Argerich, Pastor Obligado, Mariano Pinedo, Carlos Tejedor, Estanislao del Campo, entre otros.34 El Círculo contó con varias secciones: Sección de ciencias morales y metafísicas; Sección de ciencias históricas; Sección de ciencias matemáticas; Sección de ciencias físicas y naturales; Sección de bellas artes; Sección de bellas letras; Sección de artes útiles, mecánicas e industriales y sus objetivos se sintetizaron en los35 siguientes principios: “El poeta y el artista, el jurisconsulto como el médico, todos los que contribuyen al desarrollo y al progreso intelectual y material del país son llamados a estrechar en nuestras salas los vínculos que los unen entre sí, y a disciplinarse en ese espíritu de asociación culta y fraternal, que nos llevará un día a la formación de un Ateneo, en el que podamos honrar dignamente los triunfos de la inteligencia argentina”.36 Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 El aviso al respecto se puede leer en La Revista de Buenos Aires. Historia Americana, Literatura y37 Derecho, Tomo V, 1864, p. 160. “Bibliografía y variedades”, en La Revista de Buenos Aires. Historia Americana, Literatura y38 Derecho, Tomo IV, 1864, p. 500. Sobre las agendas y los tópicos de estas décadas, véanse Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción39 de una nación (1846-1880), Buenos Aires, Ariel, 1995 y Jorge Myers, “‘Aquí nadie vive de las bellas letras’. Literatura e ideas desde el Salón Literario a la Organización Nacional” en Julio Schartzman (dir.), La lucha de los lenguajes, col. Historia crítica de la literatura argentina, dirigida por Noé Jitrik, Tomo II, Buenos Aires, Emecé, 2003. Para información sobre esta asociación, fundada en 1867, puede verse: Lidia Lewkowicz, “La Sociedad40 ‘Estimulo Literario’”, en Raúl Castagnino et al., Sociedades Literarias Argentinas (1864-1900), La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1965. 349 La Revista de Buenos Aires alojó una “sección especial” que se presentaba como la publicación destinada a promulgar las actividades del Círculo Literario.37 Vicente Quesada saludó de manera entusiasta la formación de esta asociación: “El Círculo Literario nace en momentos de calma, llama a su centro a los representantes de todas las generaciones y a los hombres de todos los partidos, y es de esperarse que sus estatutos serán redactados con la reflexión y madurez que requiere una asociación literaria destinada a dar impulso a la literatura nacional”. Pese a que el Círculo38 Literario concretó varias actividades, hacia 1866 se clausuró su existencia. Rumores sobre diferencias de criterio entre sus dos fundadores fueron moneda corriente en tertulias y periódicos hasta que llegó su fin. El Círculo Literario compartió las mismas inquietudes que otras agrupaciones de su tiempo que movilizaron a los hombres que comenzaban a ganar un espacio en Buenos Aires. Diferentes voces de entonces concentraron su atención en los problemas compartidos: la unidad nacional, las formas de la reorganización política, los caminos de la conciliación entre partidos, facciones, regiones, personalidades políticas, por mencionar sólo algunos tópicos. Así, la forma de pensar la sociedad argentina, la39 política, las sociabilidades y sus potencialidades aglutinadoras, estuvo focalizada en la búsqueda de ideales que mancomunaran los esfuerzos individuales y permitieran alcanzar cierto grado de orden. El Círculo Literario se vio a sí mismo como una asociación que podía convocar a hombres de la política y la cultura de distintas facciones y diversas generaciones, y a tono con otras asociaciones de la época, intentó generar espacios inexistentes en el universo letrado. Compartió un clima con periódicos y otras sociabilidades que apuntaron a superar las discordias y que así lo anunciaban ya desde sus nombres, como el Club de la Libertad, la Asociación de la Paz, el mismo Club del Progreso, la logia Unión del Plata fundada por Sarmiento, o el periódico de Nicolás Calvo llamado La Reforma Pacífica. En el caso del Círculo Literario, la intención de dejar a la política de lado fue más explícita que en algunas de las empresas recién mencionadas. No contó, además, con ningún tipo de apoyo ni subsidio estatal. Otros dos espacios de sociabilidad intelectual pueden pensarse como continuadores de la línea de intenciones del Círculo Literario –y también de la Sociedad “Estímulo Literario”– , nos referimos a la Academia Argentina y al Círculo Científico40 Anuario IEHS 24 (2009) Para caracterizaciones de los contemporáneos sobre ambas asociaciones puede verse Martín García41 Mérou, Recuerdos literarios, Buenos Aires, Eudeba, 1973 (1891), p. 244 y Ernesto Quesada, Reseñas y críticas, Buenos Aires, Félix Lajouane, 1893, p. 93. Sobre la Academia pueden verse Lidia Lewkowicz, “Academia Argentina de Ciencias y Letras”, en Raúl42 Castagnino et al., op. cit., y Luis Pedro Barcia, Brevísima historia de la Academia Argentina de Letras, versión online: http://www.letras.edu.ar/institucional_hist.html Citado en Lidia Lewkowicz, “Academia Argentina de Ciencias y Letras”, en Raúl Castagnino et al.,43 op.cit. p. 64. La mencionada memoria apareció en La Nación, núm. 2371, 16 de julio de 1878. El diccionario fue hallado y editado recientemente. Véase, Luis Pedro Barcia (a cura de), Un inédito44 diccionario de argentinismos del siglo XIX. Realizado por la Academia de Letras, Buenos Aires, Distal, 2006. 350 y Literario. Aunque numerosas veces se destacó que estas asociaciones fueron antagónicas, sosteniendo que la primera contaba con intenciones nacionalizantes y la segunda con pretensiones europeizantes, varias figuras participaron de manera activa en ambas y, además, sus objetivos generales convergían en más de un punto.41 La Academia Argentina planteó como su principal preocupación dotar al país de una cultura nacional. Fue fundada en julio de 1873 y se mantuvo hasta fines de la42 década de 1870. Organizaba tertulias frecuentadas por jóvenes conspicuos de la sociedad porteña que buscaban definir las características de una literatura y una ciencia con carácter autóctono. En una Memoria de 1878, redactada por Martín Coronado, se puede ver esta intención: “la Academia dará una forma práctica a las aspiraciones de patriotismo y de amor al saber que nos unieron. Ciencias, letras, arte, todas las nobles manifestaciones del pensamiento, han ensanchado la esfera de acción en nuestro seno y unidas en fraternal abrazo, han dominado obstáculos y vencido preocupaciones, para tomar colorido y la vida de todo lo que nos rodea y dar una vez por todas el sello de la patria a las obras de la inteligencia argentina. No sé si podremos decirnos los primeros en sacudirnos el marasmo de las influencias extrañas, esas influencias que hacen servil al espíritu y lo atan como un esclavo al pasado moribundo; pero sí sé con justicia que podemos enorgullecernos de haber puesto en la obra de emancipación intelectual toda la fuerza necesaria para asegurar un triunfo definitivo”.43 En lo que se refiere a las letras, la Academia Argentina pretendió colaborar en la organización del corpus de la literatura nacional. Varios de sus miembros activos, entre los que sobresalieron Gregorio Uriarte y Carlos Vega Belgrano, bregaron por esta “nacionalización” de la literatura. En el marco de estas intenciones, surgió el descollante proyecto de realizar un diccionario de argentinismos; tarea que fue emprendida de manera sistemática por varios de sus miembros. Por otra parte,44 hombres como Eduardo Ladislao Holmberg, Enrique Lynch Arribálzaga y Luis Jorge Fontana propulsaron el mismo ideal de nacionalización, pero orientado a las ciencias de la naturaleza. Para ello, recolectaron y clasificaron muestras de especies autóctonas, escribieron catálogos y libros sobre ellas y realizaron una acción sostenida para que se conocieran la fauna y la flora nacionales. Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Citado en Lidia Lewkowicz, “Academia Argentina de Ciencias y Letras”, op. cit., p. 66.45 Para información sobre esta asociación: Lidia Lewkowicz, “Sociedad ‘Círculo Científico y Literario’”,46 en Raúl Castagnino et al., op. cit. Véase al respecto: Gioconda Marún, “Revista Literaria (Buenos Aires, 1879), una ignorada publicación47 del modernismo argentino”, en Revista Iberoamericana, núm. 146-147, enero-julio de 1989, p. 64. 351 Fueron participantes de la Academia Argentina: Rafael Obligado –en cuyo domicilio tenían lugares las reuniones–, Martín Coronado, Juan Carballido, José María Ramos Mejía, Adolfo Mitre, Clemente Fregeiro, Gregorio Uriarte, Atanasio Quiroga, Martín García Merou, Ernesto Quesada, Luis Telmo Pinto, Carlos Vega Belgrano, Adolfo Lamarque, Florencio del Mármol, Aditardo Heredia, Juan Ramón Fernández, Félix y Enrique Lynch Arribálzaga, Ventura Lynch, Lucio Correa Morales, Pedro M. Gómez, Miguel García Fernández, Luis Jorge Fontana, Juan Carlos Belgrano, Eduardo Aguirre, Alberto Navarro Viola y Eduardo Ladislao Holmberg, entre otros. Si bien la Academia Argentina no tuvo un órgano de difusión absolutamente identificado con ella, en Revista Literaria (1874-1875) y El Plata Literario (1876) aparecieron varios textos que se habían expuesto en las tertulias de la asociación. De hecho, la Revista Literaria es considerada por algunos autores como un órgano efímero de la Academia. Los directores de esta publicación fueron, sucesivamente, Carlos Vega Belgrano y Joaquín Rivadavia. También en ella la búsqueda de las manifestaciones de lo nacional estaba muy presente y se pretendía fomentar un movimiento intelectual de envergadura que acompañara al desarrollo material por el que estaba atravesando la Argentina. Allí se lee: “los motores que dan vida á la máquina que impulsa el progreso intelectual de la República Argentina, giran con la prontitud que el corcel atraviesa nuestras pampas y el hilo eléctrico, venciendo obstáculos que oponen las distancias transporta el pensamiento. [...] La multitud de hojas impresas que diariamente se lanzan á la publicidad; las publicaciones y revistas; los establecimientos educativos que se inauguran; las bibliotecas que se establecen; los centros científicos y literarios que continuamente vemos fundarse; el amor al estudio que se nota, he ahí los hechos que demuestran el vuelo de nuestro progreso intelectual”.45 También en 1873 se fundó el Círculo Científico Literario –que se autopercibía como continuador de una asociación previa: “Estímulo Literario”– que asumió entre sus principales intenciones encarar el estudio de las ciencias, el cultivo de las letras y el fomento de diversas expresiones artísticas. Esta asociación se gestó por varios46 estudiantes y egresados del Colegio Nacional y perduró hasta, por lo menos, 1879. En las actividades que se desarrollaron en el Círculo puede verse una intención modernizadora. Se pretendía, por ejemplo, armonizar los saberes científicos con los literarios y los artísticos y se depositaban los ojos en las novedades europeas, consideradas las fuentes para lograr el progreso intelectual del país. Fueron miembros47 del mismo: Eduardo Ladislao Holmberg, José Nicolás Matienzo, Belisario J. Montero, Adolfo Mitre, Rodolfo Araujo Muñoz, Martín García Mérou, Benigno Lugones, Enrique Rivarola, Alberto Navarro Viola, Luis María Drago, entre otros. Anuario IEHS 24 (2009) Acerca de la Librería de Mortá o Librería del Colegio, pueden verse: José Luis Trenti Rocamora, Arrieta,48 Capdevila y la Librería del Colegio, Buenos Aires, Sociedad de Estudios Bibliográficos Argentinos, 2002; Pequeña historia de una librería grande: Librería del Colegio, 1830-1955, Buenos Aires, s/d. Paul Groussac, Los que pasaban, Buenos Aires, Jesús Menéndez, Librero Editor, 1919, p. 19.49 Sobre el Ateneo y las actividades que promovió, puede verse Laura Malosetti Costa, Los primeros50 modernos. Arte y sociedad en Buenos Aires a fines del siglo XIX, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001. Roberto Giusti, “La cultura porteña a fines del siglo XIX. Vida y empresa del Ateneo”, en Id., Momentos51 y aspectos de la cultura argentina, p. 54. Citado en Roberto Giusti, “La cultura porteña a fines del siglo XIX. Vida y empresa del Ateneo”, p. 55.52 352 Debe considerarse que estas asociaciones intelectuales convivían con otras agrupaciones menos “formales” que daban también dinamismo a la cultura de estas décadas. Así, las tertulias que tenían lugar en la Librería de Paul Mortá –o Librería del Colegio – o las que se organizaban en torno a la redacción de la Revista Argentina48 reunían, al igual que las asociaciones presentadas líneas arriba, a hombres de muy diversas franjas culturales. Paul Groussac daba cuenta de esta diversidad constitutiva de las asociaciones al describir las tertulias de la redacción de la Revista Argentina: “allí solían concurrir por la tarde, además de José Manuel y el cordial y finísimo dueño de casa (Ángel Estrada), que no sólo en letras paradas se interesaba: Pedro y Miguel Goyena, Eduardo Wilde, Lucio Mansilla, Carlos Guido, David Lewis, Aristóbulo del Valle, y otros más, a fuer de los transeúntes ocasionales”.49 Avanzando un poco más en el tiempo, la creación del Ateneo a comienzos de la década de 1890, parecía, pese a que habían transcurrido tres décadas, inscribirse en el mismo panorama en el que se habían perfilado las asociaciones intelectuales ya mencionadas. Roberto Giusti destaca que en el Ateneo se reunió: “tout Buenos Aires,50 todo o casi todo lo que la ciudad tenía de representativo en el campo de la cultura, escritores, artistas, músicos, aficionados a las letras, personas ilustradas que no desdeñaban, al margen del ejercicio de la actividad profesional o política, el buen libro, el buen teatro o la buena plática culta o ingeniosa”. Pero, evidentemente, aún para51 1893 parecía necesario justificar los motivos por los cuales era necesario generar espacios de reunión para intelectuales y el propio Rafael Obligado –en cuyo domicilio se realizaron las reuniones previas a la fundación del Ateneo–, que había sido ya una figura presente en asociaciones de las décadas anteriores, inauguró la primera reunión del Ateneo diciendo dubitativamente: “yo no sé si es necesaria la fundación de un centro de la índole del que se proyecta”. Pese al escepticismo, el Ateneo logró52 concretar varias actividades culturales y reunió a figuras como Eduardo Schiaffino, Eduardo Sívori, Ricardo Gutiérrez, Eduardo Ladislao Holmberg, Ernesto Quesada, Calixto Oyuela, Carlos Guido Spano, Enrique Larreta, Lucio V. Mansilla, y tantos otros. Mirado en perspectiva, el panorama de asociaciones intelectuales dibujado entre 1860 y el fin-de-siglo presenta un despliegue considerable. Aunque los objetivos de algunas de las agrupaciones que describimos fueron variando –hecho que puede verse en la transición entre el objetivo principal de generar una conciliación de intereses Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Para diferentes líneas interpretativas acerca de las revistas culturales del siglo XIX y el siglo XX. Véanse53 los estudios reunidos en Clío, núm. 4, 1998 y en Noemí Girbal-Blacha y Diania Quattrochi-Woisson (dirs.), Cuando opinar es actuar: revistas argentinas del siglo XX, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1999; Francine Masiello, “Argentine Literary Journalism: The production of a critical discourse”, en Latin American Research Review, vol. 20, Issue 1, 1985; Diana Cavalaro, Revistas argentinas del siglo XIX, Buenos Aires, Asociación de Editores de Revistas, 1996; Héctor Lafleur, Sergio Provenzano, Fernando Alonso, Las revistas literarias argentinas, 1893-1967, Buenos Aires, El 8vo. Loco, 2006; Ernesto Maeder, “Revistas históricas en la segunda mitad del siglo XIX”, en Clío, Comité Argentino de Ciencias Históricas, Comité Internacional, núm. 4, 1998, pp. 99-110. Véanse también los escenarios generales sobre el mundo de la edición delineados en Domingo Buonocuore, Libreros, editores e impresores de Buenos Aires, Buenos Aires, El Ateneo, 1974, y en Sergio Pastormelo, “1880-1899. El surgimiento de un mercado editorial”, en José Luis De Diego, Editores y políticas editoriales en Argentina, 1880-2000, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006. Un panorama general sobre la prensa de estos años se encuentra en Claudia Román, “La prensa periódica.54 De La Moda (1837-1838) a La Patria Argentina (1879-1885)” y “Tipos de imprenta. Linajes y trayectorias periodísticas”, en Julio Schartzman, Julio (dir.), La lucha de los lenguajes, op. cit. Para fuentes de época al respecto, cfr. Anuario de la prensa argentina. Director Jorge Navarro Viola, Buenos Aires, Imprenta 353 anclada en el mundo letrado en los años post-rosistas, encarnado por el Círculo Literario, y la apelación a la formación de una asociación intelectual más madura y moderna, acorde con sus homólogas extranjeras, sostenida por los miembros del Ateneo–, una intención de fondo se mantuvo: existía consenso en la idea de que la república letrada sería una parte constitutiva de la cultura nacional y debía convocar a hombres con intereses diversos, tanto ideológicos como disciplinares, para sostener proyectos colectivos y ser el vector del desarrollo del progreso intelectual del país. El mundo de las revistas Los medios de difusión de ideas se multiplicaron como tribunas de intervención pública desde la caída de Juan Manuel de Rosas. Ciertamente, aunque la prensa de53 carácter faccioso fue la principal herencia de los tiempos rosistas, como señaló Tulio Halperín Donghi, comenzaron a surgir en el mundo editorial empresas periódicas con distintas intenciones y formatos. Varios de los diarios y de las revistas de estas décadas se identificaron con alguna figura particular de la vida letrada, así, suelen naturalizarse expresiones como “El Diario de Manuel Láinez”, “El Nacional de Miguel Cané y Aristóbulo del Valle”, además, se alude a La Nación como el órgano de Bartolomé Mitre y a La Unión como la tribuna de Pedro Goyena y José Manuel Estrada. En el mismo sentido, la Nueva Revista de Buenos Aires está mimetizada con Vicente y Ernesto Quesada, la Revista de Derecho Historia y Letras es considerada como la publicación de Estanislao Zeballos y la Revista Nacional como el sostén de las voces de Adolfo Carranza y Carlos Vega Belgrano, por señalar sólo algunas referencias. La identificación inmediata de revistas o periódicos con voces reconocibles de la intelectualidad transmite la idea de que estos espacios funcionaron como medios de expresión de personalidades descollantes. No nos detenemos en estas páginas en el significativo y central mundo de la prensa, dado que, indefectiblemente, ese terreno conduce a centrar la atención en54 Anuario IEHS 24 (2009) de Pablo Coni e hijos, 1897; Ernesto Quesada, “El periodismo argentino (1877-1883)”, en Nueva Revista de Buenos Aires, Tomo IX, diciembre de 1883 y Tomo IX, febrero de 1884. Véanse también los escenarios generales sobre el mundo de la edición delineado en Domingo Buonocuore, Libreros…, op. cit. Sobre El Plata Científico y Literario, véase Néstor Tomás Auza, Estudio e índice general de "El Plata55 Científico y Literario" (1854-1855) y "Atlántida" (1911-1913) Buenos Aires, Facultad de Historia y Letras/Universidad del Salvador, 1968. La Revista de Buenos Aires, año I, núm. I, mayo de 1863 p. 3.56 La Revista de Buenos Aires, año I, núm. I, mayo de 1863 p. 3.57 354 procesos que exceden la vida cultural y se entrelazan de manera más contundente con los ritmos de la vida política y coyuntural del país. Centramos aquí la atención, en cambio, en el auge de las revistas culturales, reparando en algunas de sus características y objetivos. Una vez más, la caída de Rosas inauguró una etapa de apertura en lo que respecta a la publicación de revistas. La Revista del Plata, fundada en 1854 por Carlos E. Pellegrini, no es más que un hito fundador que marca esta tendencia. Una vez más, también, la Confederación fue escenario de una empresa cultural destacada, la Revista del Paraná, fundada en 1861 por Vicente Quesada. Mientras que en Buenos Aires, entre otras, tuvo lugar la experiencia de El Plata Científico y Literario, comandada por Miguel Navarro Viola.55 La unificación territorial permite pensar en un paralelismo en el mundo de las revistas culturales. Al unificarse Buenos Aires y la Confederación, dos relevantes revistas se fusionaron en una empresa más madura, La Revista de Buenos Aires (1863- 1871), comandada por Vicente Quesada y Miguel Navarro Viola. Esta publicación se presentaba en sociedad como: “La Revista de Buenos Aires/Historia Americana, Literatura y Derecho/Periódico destinado a la República Argentina, la Oriental del Uruguay y la del Paraguay”. Rezaba en su “Prospecto”: “Cuando se trata de llenar un vacío, de crear lo que no existe, cualquier ensayo por inferior que sea, tiene cuando menos disculpa: y nosotros confiamos en que el nuestro será juzgado con tanta mayor indulgencia, cuanto que la falta de una publicación de este género, es una clase de vacío hasta incompatible ya con la cultura de nuestra sociedad”.56 Se presentaba como una publicación cercana a empresas de otros países de Iberoamérica, como La Revista del Pacífico y La Revista de Lima y cimentaba un programa “ajeno a la política”. Anunciaba tres secciones: “Sección histórica”,57 “Sección de derecho”, “Apéndice bibliográfico y de Variedades”. Escribieron en sus páginas: Manuel Ricardo Trelles, Antonio Zinny, Ángel Carranza, Carlos Guido y Spano, Lucio V. Mansilla, Pastor Obligado, Juana Manuela Gorriti, Luis V. Varela, José Manuel Estrada y otros. Contó, además, con las colaboraciones de figuras culturales de la América de habla hispana, como Ricardo Palma y Benjamín Vicuña Mackenna. La Revista de Buenos Aires fue un éxito en lo que respecta a su duración y perduró hasta 1871, tuvo más de 90 números luego encuadernados en 24 tomos. Una vez que se clausuró esta experiencia, cedió la antorcha a la Revista del Río de la Plata, Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Para una caracterización general sobre la Revista Argentina y un índice orientador, puede verse Ernesto58 Maeder, “José Manuel Estrada y las dos épocas de la Revista Argentina”, en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Tomo XXXVI, 1965, pp. 285-311. Paul Groussac, “La Biblioteca de Buenos Aires”, en La Biblioteca, Tomo I, 1896. Reproducido en Paula59 Bruno (Estudio preliminar y selección de textos a cargo de), Travesías intelectuales de Paul Groussac, col. La ideología argentina, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2005, p. 224. 355 fundada y comandada por Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López y Andrés Lamas, que se mantuvo entre 1871-1877. Aunque dominantes en el escenario cultural, estas revistas no eran exclusivas; surgían, en paralelo, otras experiencias editoriales. Pruebas de ello se encuentran en las publicaciones de revistas más ligadas a instituciones, como La Revista de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, fundada en 1873 por Manuel Trelles, otras no encuadradas en marcos institucionales, como la Revista Argentina y un tercer tipo de empresa editorial ligada a intereses de una corporación, como Revista Médico-Quirúrgica, fundada en los primeros años de la década de 1860 y consolidada hacia 1870. Detengámonos ahora en el caso de una de las revistas recién mencionadas que no dependía de ritmos institucionales ni profesionales: la Revista Argentina; fue creada en 1868 y se publicó, en lo que corresponde a su primera época, hasta 1872. Durante estos años, tuvo entregas quincenales de 96 páginas, que se publicaban en la casa tipográfica que había fundado Ángel Estrada. En su portada se leía: “Revista58 Argentina/dirigida por José Manuel Estrada/ Buenos Aires/ Imprenta Americana/1868”. El número inaugural no contó con una presentación, programa o prospecto. Sólo en 1870 la revista sumó un subtítulo que reza: “Política, historia, economía, educación, ciencias, filosofía, literatura y bellas artes”. En su organización interna conviven textos breves con otros de corte erudito. Sus contenidos son más bien variados y se encuentran allí traducciones, poemas, comentarios científicos, reproducciones de textos de otras publicaciones. En este sentido, es válida la fórmula propuesta por Groussac, quien destacó: “debe tenerse por la tentativa más seria hecha en el país, para aclimatar esa forma periodística, que participa del libro por su materia y del diario por su actualidad”. No hay secciones del59 todo fijas, aunque el “Boletín Bibliográfico” y el “Boletín Científico” forman parte de varios números; lo mismo sucede con unas páginas que presentan novedades y que tuvieron diversas denominaciones: “Revista de la Quincena”, “Revista del Mes” o “Revista General”. En esas páginas se comentaban de manera somera las novedades del país y las extranjeras. Pese a la marcada presencia de la pluma del director, el ya mencionado José Manuel Estrada, fueron varias las personalidades del mundo intelectual que tuvieron un espacio en las entregas de la Revista Argentina, como Santiago Estrada, Ricardo Gutiérrez, Juana Manso, Carlos Guido y Spano, Alfredo Cosson, Eduardo Olivera, Pedro Goyena, Olegario Ojeda y Miguel Estévez Segui. También en sus páginas se transcribieron colaboraciones acerca de temas educativos (especialmente sobre modelos educacionales de otros países) de Domingo Faustino Sarmiento, Juana Manso, Jorge C. Anuario IEHS 24 (2009) Paul Groussac, “José de Espronceda”, en Revista Argentina, Tomo X, 1871.60 La polémica mantenida por Pedro Goyena y Eduardo Wilde en 1870 fue reproducida en Eduardo Wilde,61 Tiempo perdido. Trabajos médicos y literarios, Buenos Aires, Librería del Colegio, 1967 (1878), pp. 52- 120. Paul Groussac, “La Biblioteca de Buenos Aires”, en Paula Bruno, Travesías…, op. cit., p. 224.62 Nueva Revista de Buenos Aires, año I, núm. I, 1881, p. 3 y 4.63 Cfr. Horacio Cuccorese, “Polémicas de campanillas; la ‘cuestión religiosa’ a principios de 1883”, en64 Investigaciones y Ensayos, núm. 32, enero-junio de 1982. 356 Mann y se publicaron artículos de personajes destacados de la cultura de otras latitudes: Benjamín Vicuña Mackenna, Jorge Isaacs, José Vitorino Lastarria. Así, debe destacarse que en las páginas de la Revista Argentina convivieron contribuciones de figuras intelectuales consolidadas en los años posteriores a Caseros con las de hombres que empezaban a dar sus primeros pasos hacia fines de la década de 1860 y comienzos de 1870. Por ejemplo, el artículo que ofició de bautismo literario de Paul Groussac, sobre el poeta romántico José de Espronceda, encontró en esta publicación su lugar. Fue también escenario de debates. La polémica sobre la poesía60 y su utilidad –generada por el Fausto de Estanislao del Campo– sostenida por Pedro Goyena y Eduardo Wilde, que comenzaba a consolidarse como figura pública, estuvo principalmente contenida en las páginas de la publicación. En suma, la Revista61 Argentina en su primera época fue una empresa abierta a diversas voces y generaciones. En este sentido, fue considerada por sus contemporáneos como un aporte cultural surgido en un escenario semidesierto.62 Ya hacia la década de 1880, aparecieron publicaciones como Revista Científica y Literaria (1883) de Calixto Oyuela y Revista Nacional (1886-1895), comandada por Adolfo Carranza y Carlos Vega Belgrano. Para 1881 vio la luz pública, por su parte, Nueva Revista de Buenos Aires, que se mantuvo entre 1881 y 1885. Vicente Quesada apuntaba en las primeras páginas que, una vez más, se proponía dar forma a una empresa cultural que se mantuviera alejada de los vaivenes políticos. Siguiendo la máxima “mientras más lejos se halle un hombre de los partidos, más obligado está a la patria”, reaparecía en escena como un destacado promotor cultural y afirmaba: “En 1861 fundé La Revista del Paraná, que terminó a causa de los sucesos políticos que se produjeron después de Pavón. En 1863 fundé La Revista de Buenos Aires, conjuntamente con el doctor Navarro Viola: ambas revistas se manutuvieron deliberadamente alejadas de todo interés de actualidad y servían únicamente como repertorio de la antigua historia americana”.63 El hecho de que una empresa cultural se mantuviera ajena a la política parecía, a los ojos de Vicente Quesada, una condición indispensable para poder dar frutos en el ámbito de la cultura. De alguna manera, la reaparición de la Revista Argentina en su segunda época (1880-1882) constataba la incompatibilidad entre los objetivos de una revista cultural y los de las pujas políticas. En su segunda época, Revista Argentina asumió de manera enérgica la defensa de la voz de los católicos en el contexto de polarización generado por los sucesivos proyectos que cristalizaron en las reformas laicas. De la época anterior, tan sólo conservó el nombre. Su programa y su espíritu64 Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Rubén Darío, “Los colores del estandarte”, La Nación, 27 de noviembre de 1896.65 Archivo General de la Nación, Fondo Paul Groussac, “Carta de Migue Cané a Paul Groussac”,66 manuscrito del emisor fechado el 29 de julio de 1896, en Leg. núm. 1: Correspondencia recibida (1881- 1929). Paul Groussac, “La Biblioteca de Buenos Aires”, en La Biblioteca, Tomo I, 1896, p. 185.67 357 ya no se tradujeron en una multiplicidad de voces y generaciones de la intelectualidad. Se trató ahora de una tribuna católica para intervenir en los debates candentes como la federalización de Buenos Aires, el rol y los atributos del gobierno central, el peso del federalismo, entre otros. La revista presentó un plan menos organizado que la de su época anterior. No contó con secciones del todo fijas, aunque en ocasiones se presentaron algunas tituladas “Revista Política”, “Miscelánea”, “Cuestiones de la Quincena”, “Notas políticas”. El desorden y la urgencia de intervenir en temas coyunturales fueron las características principales de esta empresa editorial. Por su parte, el perfil de los colaboradores sufrió serias modificaciones. De hecho, quedó en claro que quienes podrían participar de este proyecto serían quienes enarbolaran la bandera católica. Fueron sus colaboradores principales: Pedro Goyena, Emilio Lamarca, Santiago Estrada y Calixto Oyuela. Entre los textos publicados se encuentran transcripciones de otras revistas y fuentes, pero sobre todo ligadas a asuntos eclesiásticos. La revista llegó a su fin antes de que comenzaran las sesiones del Congreso Pedagógico, reunido en abril y mayo de 1882. Desde la perspectiva de José Manuel Estrada, una revista no parecía ser el órgano propicio para las urgencias de los tiempos de combate, hecho que se constata con la creación, por él promovida, del periódico La Unión, voz de los católicos en el marco de las reformas laicas. La lección de la Revista Argentina y las prédicas de Vicente Quesada parecen haber sido escuchadas por Paul Groussac, a la sazón Director de la Biblioteca Nacional, quien estuvo al mando de otra destacada empresa, ya de la década de 1890: La Biblioteca. Ésta se anunció en su prefacio como órgano mensual destinado a publicar artículos inéditos. Se establecía que la aparición fuera los días 15 de cada mes en cuadernos en octavo mayor, de 160 páginas que conformaban un volumen de 640 páginas por cuatrimestre. Fue considerada por sus contemporáneos una empresa europeizante y civilizadora. Rubén Darío se refirió a la misma como la “revista más seria y aristocrática que hoy tenga la lengua castellana. La Biblioteca, es […] nuestra Revue des Deux Mondes”. Miguel Cané, por su parte, señaló en una carta a Groussac:65 “el atractivo externo de la revista me ha producido una grata sensación de frescura, de limpieza civilizada, que se siente al entrar á la sala de la ópera, por ejemplo, después de haber codeado en las calles una manifestación parroquial”.66 De hecho, el modelo de las revistas europeas funcionó activamente en la concepción del director de La Biblioteca: “No hay que recordar la parte que cabe á las revistas europeas en el moderno movimiento intelectual. Desgracia ha sido el que ninguna publicación análoga pudiera implantarse sólidamente en esta tierra movediza y fofa. Todas han sucumbido, á pesar de las condiciones económicas de su elaboración”.67 Anuario IEHS 24 (2009) Un índice de materias de la revista puede encontrarse en Enrique Maeder, Índice general de ‘La68 Biblioteca’, Universidad Nacional del Nordeste, Facultad de Humanidades, Departamento de Historia, Resistencia-Chaco, 1962. El listado completo de los colaboradores de la revista se encuentra en “Redactores de La Biblioteca”, La69 Biblioteca, Tomo VIII, 1898, pp. 249-285. Véase Paul Groussac, “La educación por el folletín”, en La Biblioteca, Tomo VI, 1897, pp. 313-324.70 Véanse Paul Groussac, “Boletín bibliográfico: Los Raros, por Rubén Darío”, en La Biblioteca, Tomo71 II, 1896 y Paul Groussac, “Boletín bibliográfico: Prosas profanas, por Rubén Darío”, en La Biblioteca, Tomo III, 1897. 358 Groussac dio forma a su proyecto editorial asumiendo como paradigma de empresa editorial a la Revue des Deux Mondes y rescatando como modelos válidos nacionales a dos de las publicaciones ya presentadas, La Revista de Buenos Aires de Vicente Quesada y Miguel Navarro Viola y la Revista Argentina de José Manuel Estrada. Un recorrido por las páginas e índices de La Biblioteca permite aproximarse a algunas ideas acerca de sus intenciones. Los artículos tratan cuestiones científicas y culturales (en el sentido amplio y decimonónico de ambos términos) y poseen un corte erudito. La revista actuó como un medio de prestigio y de consagración intelectual en68 la que se publicaron escritos de destacados hombres de cultura de la época, como Joaquín V. González, Miguel Cané, Rubén Darío, Juan Agustín García (h.), Lucio V. López, Eduardo Schiaffino, Leopoldo Lugones, Bartolomé Mitre, Lucio V. Mansilla, Ernesto Quesada, Luis M. Drago y Antonio Dellepiane, entre otros. 6 9 Desde La Biblioteca, Groussac impuso políticas editoriales que tuvieron impacto cultural. Él mismo eligió las producciones que conformaron cada número y operó como un articulador cultural propiciando la circulación de novedades europeas, latinoamericanas y nacionales, aunque siempre manteniendo el tono ejemplificador y moralizante. En sus páginas se publicaron destacadas piezas del modernismo literario70 firmadas por el mayor exponente del movimiento, Rubén Darío, y por Leopoldo Lugones. A su vez, aunque no depositó demasiadas expectativas en la riqueza de la corriente estética encabezada por el poeta nicaragüense, en los comentarios bibliográficos se encargó de presentar críticamente Los raros y Prosas profanas.71 Además, Groussac llevó adelante el “Boletín Bibliográfico”, donde escribió reseñas y críticas sobre las novedades que ingresaban a la Biblioteca Nacional, y se ocupó de la escritura de la sección “Redactores de La Biblioteca”, en la que presentaba reseñas bio- bibliográficas de los colaboradores, conocidas como “medallones”. Desde las páginas de La Biblioteca, además, Groussac entabló debates con personajes destacados, como Bartolomé Mitre y Norberto Piñero y convirtió a la revista en una empresa de fuerte sesgo personal, pese a que nominalmente estaba encuadrada en la Biblioteca Nacional. Este hecho quedó expresado cuando se clausuró el ciclo de la publicación. En 1898, el Ministro de Justicia, Culto e Instrucción de la Nación instó a que la empresa culminara porque Groussac se había excedido en el debate mantenido con un funcionario estatal de central importancia, Norberto Piñero, que cumplía en ese momento funciones como diplomático argentino en el contexto de las discusiones limítrofes con Chile. Groussac entendió este pedido como un acto de “censura ministerial” y decidió interrumpir la publicación: Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Paul Groussac, “La desaparición de La Biblioteca”, en La Biblioteca, Tomo VIII, 1898, p. 247.72 359 “por mi parte tenía la elección entre explotar industrialmente el filón del presupuesto, imprimiendo á doscientos ejemplares, y en mal papel, vagos cuadernos de documentos inéditos, hasta formar cada año un tomo de 300 á 400 páginas, que habría sometido al visto bueno oficial y nadie hubiese leído; ó acometer de mi cuenta y riesgo una empresa civilizadora intentando fundar una gran revista mensual, no inferior á las europeas, amplia en sus manifestaciones, libérrima en sus tendencias, que estimulase a los talentos conocidos y suscitase á los ignorados, hasta reflejar honrosamente el intelecto argentino en sus varias aplicaciones”.72 Esta intención, sintetizada en las palabras de Groussac, de convertir a una revista cultural en una empresa civilizadora acompasó las décadas que aquí estudiamos. Las publicaciones culturales se convirtieron en espacios de difusión de las voces de destacadas figuras y fueron sus intenciones modernizantes las que definieron su perfil. Hacia la década de 1860 se abrieron camino en un contexto en el que la publicación de revistas culturales no era aún corriente en el país y fundaron una tradición. La Revista de Buenos Aires, Revista Argentina, Nueva Revista de Buenos Aires, La Biblioteca y también la Revista de Derecho, Historia y Letras de Estanislao Zeballos, por mencionar las empresas más destacadas, fueron publicaciones que marcaron un terreno particular en el mundo intelectual porteño. Fueron ajenas a las coyunturas políticas, atentas difusoras de las novedades extranjeras –tanto europeas como americanas–, espacios para consagrar –o rechazar– figuras de la cultura, responsables de concretar “bautismos” para las camadas más jóvenes y, por todo ello, se asumieron como empresas que llegaban para cubrir un vacío en la virginal tierra de la cultura. Una vez más, como en el caso de las sociabilidades intelectuales que aquí presentamos, se posicionaron en un lugar en el que las diferencias de intereses no eran una traba para el despliegue cultural, sino más bien todo lo contrario. Se diferenciaron, de este modo, de otras revistas ligadas a una franja delimitada del conocimiento, como fueron El naturalista argentino, Boletín del Instituto Geográfico, Anales de la Sociedad Científica Argentina, Archivos de Psiquiatría y Criminología; pero también de publicaciones asociadas a una institución, como Anales del Museo de Historia Natural de Buenos Aires o La Revista de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, o a una corporación, como la Revista Médico-Quirúrgica. Esta tradición de revistas culturales tuvo, además, otro rasgo compartido: el del personalismo en la conducción. Sus promotores tuvieron un lugar central en la organización de las mismas y en la escritura de sus páginas. José Manuel Estrada, Estanislao Zeballos, Vicente Quesada, Miguel Navarro Viola, Ernesto Quesada y Paul Groussac fueron directores cuyas plumas estuvieron ampliamente representadas en las páginas de las revistas que comandaron. Estamos aquí, por tanto, frente a empresas menos colectivas que las que planteaban las sociabilidades intelectuales que revisamos. Es decir, aunque varias voces convivieron en estas revistas y, en algunos casos, en las tertulias de sus redacciones, no pueden pensarse en términos de empresas “colectivas”, como fueron en las décadas posteriores publicaciones como Nosotros, Martín Fierro, Inicial, Proa, Prisma, Revista Argentina de Ciencia Política o Claridad. Anuario IEHS 24 (2009) Cfr., entre otros, Fabio Wasserman, “La Generación de 1837 y el proceso de construcción de la identidad73 nacional argentina”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, núm. 15, 1er. Semestre de 1997. Estos argumentos se encuentran más desarrollados en Paula Bruno, Figuras y voces intelectuales de la74 Argentina de entre-siglos: Eduardo Wilde, José Manuel Estrada, Paul Groussac, Tesis Doctoral, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 2009. Sobre la biografía de Eduardo Wilde, puede verse Norberto Acerbi, Eduardo Wilde. La construcción75 del Estado nacional roquista, Buenos Aires, Confluencia, 1999; Florencio Escardó, Eduardo Wilde, Buenos Aires, Santiago Rueda Editor, 1959; Gastón Gori, Eduardo Wilde, Santa Fe, Fondo Editorial de la Municipalidad de Santa Fe, 1962; Aníbal Ponce, “Eduardo Wilde”, en Id., La vejez de Sarmiento, Buenos Aires, Librería Histórica, 2001, pp. 133-146. 360 Figuras ¿Quiénes estuvieron habilitados para ocupar el nuevo mundo cultural que surgió hacia 1860? Es decir: ¿quiénes estuvieron frente a las cátedras, las revistas y las sociabilidades? La respuesta, como se esbozó en los apartados anteriores, lejos está de dibujar un único perfil de figura cultural. Los hombres que comenzaron a ocupar espacios desde los años sesentas del mil ochocientos no recibieron instituciones asentadas, dado que el rosismo no ejecutó políticas culturales que dejaran herencias. Es decir, no encontraron funcionando espacios consolidados, como academias o institutos, pero tampoco otros menos formales, como tertulias o redacciones. De hecho, entonaron las demandas de un coro de personalidades alarmadas por el estado embrionario de la vida letrada. Comenzaba recién a organizarse una nación para el desierto –parafraseando el título del célebre libro de Tulio Halperín Donghi- y los hombres que la condujeron propulsaron a la vez programas políticos y culturales. Se trató, ni más ni menos, de73 quienes habían conservado la esencia letrada argentina a salvo durante los tiempos de las embestidas del rosismo. Fueron las figuras para imitar o defenestrar, los depositarios del acervo intelectual en el cual referenciarse. Entonces, en ese no contexto, eran las figuras intelectuales de la etapa que se había inaugurado con la caída de Rosas las que marcaban el ritmo. Piénsese en el peso de Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi y Bartolomé Mitre. Pero, aunque los miembros de la Generación del 37 ocupaban sus pedestales, otras figuras, con muy diversas trayectorias, comenzaban a ser visibles en el mundo intelectual. Estamos frente a una comunidad intelectual que sufría constantes modificaciones por la llegada de sabios y eruditos de otras latitudes, la convivencia de hombres de diversas edades y orígenes geográficos, los reacomodamientos entre recién llegados y los ya establecidos.74 Algunos ejemplos para ilustrar esta diversidad. Eduardo Wilde (1844-1913)75 había pasado su infancia en tierras bolivianas y salteñas en tiempos del exilio de su familia durante el rosismo y había pasado por las aulas del Colegio del Uruguay. Llegó a la ciudad-puerto en 1863 y encontró apoyo y protección de varias familias porteñas, como la de los Goyena. Un año después ingresó en la Facultad de Medicina. Al poco tiempo de llegar, inició su carrera periodística en las columnas de la crónica local de La Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Sobre Martín García Mérou puede consultarse Nicolás Cócaro, (comp.), Martín García Mérou, Buenos76 Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1965. Datos biográficos de José Manuel pueden encontrarse en Francisco Tessi, Vida y obra de José Manuel77 Estrada, Buenos Aires, Talleres de Jacobo Peuser, 1928 y Héctor José Tanzi, José Manuel Estrada (1842- 1894). Apóstol laico del catolicismo, Buenos Aires, Ediciones Braga, 1994. 361 Nación Argentina y apenas más tarde en las páginas de El Mosquito, fue redactor del periódico El Pueblo en 1867. Concurrió al Círculo Literario fundado por José Manuel Estrada y Lucio Mansilla. En 1870 se graduó y devino una figura central en el marco de la corporación médica. En 1871 fue uno de los médicos destacados por su accionar frente a la fiebre amarilla y en 1873 ocupó una cátedra en la Facultad de Medicina, ya había impartido cursos en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Desde entonces, su carrera en el terreno del higienismo y la política, y más tarde en el mundo diplomático, no hizo más que desplegarse raudamente. Es decir, de ser un recién venido del interior a la ciudad-puerto, pasó a proyectarse como una figura pública descollante. Una figura más joven compartió algunas marcas de su trayectoria con las de Wilde y participó de algunos espacios comunes en el ámbito intelectual porteño, nos referimos a Martín García Mérou (1862-1905). Nació en Buenos Aires, cursó sus76 estudios en el Colegio Nacional y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. El hito que marca su entrada a la vida pública es muy temprano, cuando contaba con 15 años ganó un concurso literario del colegio y fue, desde ese momento, avalado y protegido por personajes como José Manuel Estrada y Miguel Cané. Tempranamente ingresó, como corrector de pruebas, en el diario La Nación y estuvo bajo el patrocinio de Bartolomé Mitre, convirtiéndose rápidamente en periodista. Sus primeras incursiones en la prensa fueron en el mismo diario. Colaboró también en El Álbum del Hogar. Participó, mientras tanto, en las reuniones de un destacado cenáculo intelectual de la década de 1870 sobre el que nos hemos detenido aquí, el Círculo Científico Literario. A los 19 años tuvo su bautismo en la diplomacia, por consejo de Manuel Láinez, responsable de El Diario y familiar de Miguel Cané, el joven se convirtió en secretario privado del autor de Juvenilia en su misión diplomática por Colombia y Venezuela (las impresiones de esta etapa de la vida de Cané están recopiladas en En viaje, 1882). Luego de ser secretario de Cané y encargado de negocios interino en Bogotá, García Mérou regresó al país. Fue, más tarde trasladado a París y Julio A. Roca lo designó, en 1886, ministro residente en Paraguay. Continuó hasta los años de su fallecimiento en la carrera diplomática. Con hombres como Martín García Mérou y Eduardo Wilde confraternizaban otros como José Manuel Estrada (1842-1894) , hijo de una familia patricia porteña que77 no sufrió sobresaltos ni exilios durante tiempos rosistas y que tempranamente fue promotor cultural y docente de envergadura, propulsando empresas periodísticas, como La Guirnalda y Revista Argentina, asociaciones intelectuales, como el referido Círculo Literario, y ocupando cargos centrales en el Colegio Nacional y en la Facultad de Derecho. Pero también estaban allí hijos de familias patricias que habían sufrido la segregación en tiempos de Juan Manuel de Rosas por ser adeptos a la causa unitaria, como Eduardo Ladislao Holmberg (1852-1937), que estudió en la Facultad de Anuario IEHS 24 (2009) Para la biografía y la trayectoria intelectual de Paul Groussac, nos permitimos remitir a Paula Bruno, Paul78 Groussac. Un estratega intelectual, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica/UdeSA, 2005 y Paula Bruno, Travesías…, op. cit. Leandro Losada destaca que hacia el cambio de siglo se visualizó un cambio nítido del perfil social de79 los hombres de cultura. Destaca al respecto que se pasó de un tipo de figura más ligada a los sectores tradicionales a una más cercana a la aparición de hombres nuevos, que asumió una presencia notable en las primeras décadas del siglo XX. Cfr. Leandro Losada, “La alta sociedad, el mundo de la cultura y la modernización en la Buenos Aires del cambio del siglo XIX al XX”, en Anuario de Estudios Americanos, vol. 63, núm. 2, julio-diciembre de 2006. 362 Medicina, fue un naturalista destacado y un educador de las ciencias de la naturaleza de relieve. Y, en paralelo, se dieron casos de una excentricidad notable, como el de Paul Groussac (1848-1929), que podría haber sido un inmigrante más –llegó en 1866 a78 Buenos Aires sin título universitario, sin conocer el idioma; se desempeñó como ovejero en San Antonio de Areco y luego comenzó a ocupar cargos educativos en Buenos Aires y Tucumán–, pero que devino una voz autorizada en la república porteña de las letras y ocupó el cargo de Director de la Biblioteca Nacional por más de cuarenta años, lanzando desde allí empresas modernizantes, como La Biblioteca. Los ejemplos de trayectorias disímiles en una esfera cultural que se estaba reconfigurando vertiginosamente son numerosos. Para resumir estas posibilidades, proponemos sólo algunas referencias más para pensar en la comunidad intelectual que se desenvolvió en estas décadas: con los hombres del interior y del exilio (por ejemplo: Eduardo Wilde, Héctor Varela, Lucio V. López y Miguel Cané) convivieron los porteños de familias arraigadas desde larga data en el país que no habían sufrido el destierro y el desarraigo en tiempos rosistas (se cuentan entre ellos José Manuel Estrada, Eduardo Ladislao Holmberg, Pedro Goyena, Lucio V. Mansilla y otros). Éstos, además, interactuaron con extranjeros que se sumaron armónicamente a los ámbitos culturales (piénsese, según el momento, en Paul Mortá, Amadeo Jacques, Alberto Larroque y Paul Groussac). Allí estuvieron también los padres fundadores y los hombres que ocuparon espacios centrales luego de Caseros y Pavón (como Nicolás Avellaneda, Miguel Navarro Viola, Vicente Quesada, Estanislao del Campo, Hilario Ascasubi y otros). En este mapa cultural, ya de por sí variado, comenzaron a tener una presencia precoz las figuras nacidas a lo largo de las presidencias desplegadas desde 1862 (como Martín García Mérou, Antonio Dellepiane, Ezequiel P. Paz y Ángel Estrada). Estas pistas conducen a sugerir que fue un mapa cultural impreciso, que propiciaba numerosas veces lecturas de corte desolador, el que habilitó la posibilidad de la convivencia de figuras intelectuales con muy diversas trayectorias. Por su parte, esta comunidad intelectual es aún más compleja porque, a diferencia de lo sucedido en las décadas anteriores, la pertenencia a una facción o una lealtad política no se traducía en la formación de un grupo identificable con precisión de publicistas o intelectuales, como habían sido los rivadavianos y los jóvenes anti-rosistas de la Nueva Generación. Además de la dificultad para reconocer en las figuras culturales de estas décadas filiaciones políticas o ideológicas que funcionaran como nucleadoras, tampoco es fácil reconocer un único perfil social.79 Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Eduardo Wilde, “Literatura”, en La Nación Argentina, 6 de agosto de 1864; reproducido en Eduardo80 Wilde. Un cronista de 20 años. Selección de artículos publicados en la Crónica Local de La Nación Argentina entre los años 1863 y 1865 (con Introducción de Teresita Frugoni de Fritzsche), Buenos Aires, Proejar, 2003, p. 243. Miguel Cané, “Positivismo”, en Id., Ensayos, Buenos Aires, Casa Vaccaro, 1919 (1877), p. 19.81 363 Entonces, en el espacio cultural delineado hacia 1860, las posibilidades para convertirse en miembros destacados de la república porteña de las letras dependieron de un abanico de cuestiones, entre las que la formación, la capacidad para entablar vínculos interpersonales, la habilidad para cubrir espacios institucionales que se abrían con el despliegue del Estado, y el voluntarismo, fueron sólo algunos de los elementos de una más extensa lista que presentaron múltiples combinaciones de acuerdo al caso. Además, ninguna de estas marcas puede considerarse determinante frente a las otras. Difícilmente se puede buscar un solo rasgo unificador en las figuras que tuvieron presencia en la vida intelectual de estas décadas. El escenario estaba formado por la convivencia y superposición de figuras culturales muy diversas que dieron vida a múltiples empresas que proliferaban con distinta suerte, como se ha visto a lo largo del artículo. Consideraciones finales A comienzos de la década de 1860, Eduardo Wilde fue convocado como socio del Círculo Literario, iniciado por José Manuel Estrada y Lucio V. Mansilla, y se manifestó un entusiasta al destacar que en Buenos Aires “cada uno y todos somos literatos”. Esta mirada optimista no sería compartida por algunos de sus80 contemporáneos y allegados. De hecho, es hoy célebre uno de los lamentos de Miguel Cané –parafraseando la expresión de Oscar Terán- respecto de la pérdida de espacios y oportunidades en el mundo del espíritu para los hombres de su generación. Apuntaba con tono nostálgico: “nuestros padres eran soldados, poetas y artistas; nosotros somos tenderos, mercachifles y agiotistas”. 8 1 Entre el entusiasmo exacerbado y la decepción frente a la pérdida de un lugar simbólico, distintas voces de hombres de cultura de estas décadas dieron forma a diagnósticos acerca de la vida cultural porteña. Éstos apuntaban, en algunos casos, a describir un ambiente cultural deficitario y a buscar motivos que explicaran lo que se consideraba una situación de “atraso cultural”. En otros, a pensar en que la cultura estaba aún en estado embrionario y que podía consolidarse, si se cumplían algunos objetivos. Una línea de diagnóstico tuvo como portavoz privilegiado a Miguel Cané al frente y es, quizás, una de las que más proyecciones ha tenido. Además de su frase ya citada sobre los tiempos pasados y gloriosos en los que era posible y deseable ser poeta y artista, Cané planteó de manera sistemática que se estaba produciendo una degradación de la cultura, que no era más que una de las tantas manifestaciones de la mediocratización general que traía consigo la modernización. Las siguientes palabras sintetizan su lectura: Anuario IEHS 24 (2009) Miguel Cané, “Dos partidos en lucha (Fantasía científica) por Eduardo L. Holmberg” (1875), en Ensayos,82 p. 140. Véanse al respecto: Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas83 de la “cultura científica”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000 y Paula Bruno, “Lecturas de Miguel Cané sobre la función de la prensa en las sociedades modernas”, en Cuadernos Americanos, Nueva Época, UNAM, vol. 5, núm. 123, enero-marzo de 2008. Martín García Mérou, Recuerdos literarios, Buenos Aires, Eudeba, 1973 (1891), p. 17.84 Véase Paula Bruno, “Entre el ideal mundo letrado francés y la gran aldea argentina”, en Ricardo Salvatore85 (comp.), Los lugares del saber. Contextos locales y redes transnacionales en la formación del conocimiento moderno, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2007. 364 “Son tan raras las manifestaciones intelectuales entre nosotros, hay una indiferencia tan profunda para todo lo que se aparta del trámite vulgar de la vida positiva, que cada ensayo literario o científico que vemos, nos produce una sensación agradable, a la que no es ajeno cierto sentimiento de respeto hacia aquel cuyo amor al culto de lo bello le da el valor suficiente de publicar un libro en Buenos Aires, que es lo mismo que recitar un verso de Petrarca en la rueda de la Bolsa”.82 Encontraba, por lo tanto, en el avance del materialismo mediocratizador la explicación de una degradación cultural ante la que debía propiciarse el cerramiento de filas. En la misma línea se inscriben los diagnósticos de Martín García Mérou:83 “Esta indiferencia general por los trabajos del espíritu, esta anarquía deplorable que mata en sus principios toda asociación intelectual, está lejos de responder al estado de la cultura que hemos alcanzado y constituye un síntoma que debe tener en cuenta el sociólogo al estudiar los rasgos fundamentales de nuestro carácter nacional, así como el origen más inmediato de muchos de nuestros males presentes. Prosperan los hipódromos y los clubes en que corre el dinero sobre el tapete de las mesas de juego, y las sociedades científicas que existen entre nosotros llevan una vida anónima y empobrecida”.84 Ahora bien, aunque estas ideas de deterioro del mundo cultural fueron entonadas por varios contemporáneos y son retomadas por parte de la literatura que se ha ocupado de pensar en la cultura de estas décadas, plantea la existencia de un pasado de gloria que, en realidad, es difícil de fechar. Quizás, lo que se pretendía era marcar un deslucimiento de los hombres de estas décadas en relación con los “padres fundadores”. Considerando que Miguel Cané era un hijo de un exiliado de tiempos rosistas, sea ese preciso momento de reingreso de los hombres del exilio a tierras porteñas el añorado. Un momento que, si se considera que las apreciaciones citadas de Cané son de la década de 1870, habría sido por demás efímero. Una segunda línea de diagnóstico encontró en Paul Groussac una voz privilegiada. Durante décadas, Groussac sostuvo que la esfera cultural porteña contaba con dos grandes trabas. La primera era la falta de especialización en las tareas85 intelectuales, sintetizada en la lapidaria pregunta: “¿Por qué no penetra en los países de habla española esta noción, al parecer tan sencilla y elemental: que la historia, la Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Paul Groussac, “Escritos de Mariano Moreno”, en La Biblioteca, Tomo II, 1896, p. 124.86 Paul Groussac, “La Biblioteca de Buenos Aires”, en Paula Bruno, Travesías…, op. cit., p. 173.87 Cfr. Paul Groussac, “Sarmiento”, en El viaje intelectual. Impresiones de naturaleza y arte. Primera88 serie, Librería Gral. de Victoriano Suárez, 1904 y Paul Groussac, “Sarmiento en Montevideo”, en Id., El viaje intelectual. Impresiones de naturaleza y arte. Segunda Serie, Buenos Aires, Jesús Menéndez, Librero Editor, 1920. Paul Groussac, “Escritos de Mariano Moreno. Segundo artículo”, en La Biblioteca, Tomo VI, enero de89 1898, p. 317. 365 filosofía y aun esta pobre literatura representan aplicaciones intelectuales tan exigentes por lo menos, aunque no tan lucrativas, como las del abogado o del médico, no siendo lícito entrarse por sus dominios como en campo sin dueño o predio común?”. El86 segundo obstáculo que encontraba la cultura para desplegarse era la falta de autonomía respecto del contaminado mundo de la política, idea condensada en una ocurrente frase: “no vivirían aquí impunemente Pasteur o Darwin, sin habérselas con algún ministerio o presidencia de cámara”. 8 7 En este caso, Groussac no pretendía señalar una degradación respecto de un pasado glorioso, sino más bien mostrar una línea de continuidad en lo referido a la superposición de la esfera intelectual con la política y a la pérdida de potenciales valores culturales que eran devorados por las maquinarias de la política criolla. Esta superposición se identificaba con un vicio común: los personalismos políticos replicaban en los personalismos intelectuales. Recuérdese que Groussac consideró a Domingo Sarmiento como un “montonero de la batalla intelectual”, y, por este motivo, “el Facundo Quiroga de la literatura” y a Mitre como al Juan Manuel de Rosas de la88 intelectualidad, por se un “dictador intelectual”. Desde su perspectiva, estas figuras89 –que ocuparían el sitio “nuestros padres” de Miguel Cané– no encarnaban ningún valor reivindicable, sino más bien condensaban todo lo rechazable de la cultura. En este sentido, Groussac no encontraba diferencias entre estos hombres que se posicionaron de manera contundente en la etapa post-Caseros y sus antecesores ni sucesores. La idea de que el personalismo de los héroes político-culturales que ocuparon el escenario luego de la caída de Juan Manuel de Rosas operó como una traba para el despliegue cultural reaparece en un tercer tipo de diagnóstico, propuesto por Vicente Quesada. Este destacado promotor cultural señaló en varias ocasiones que mientras las asociaciones intelectuales contaban con una vida efímera, la cultura nacional presentaba una tendencia a organizarse alrededor de obras, empresas y figuras individuales y no de proyectos colectivos. De alguna manera, dejaba de manifiesto que era la falta de maestros predispuestos a formar a las nuevas generaciones y la ausencia de linajes intelectuales la que daba un perfil disperso a la cultura y generaba una relación de asimetría entre los hombres que ocuparon con determinación los espacios dominantes en la época post-Caseros y los jóvenes. Apuntaba en este sentido: “todas las asociaciones literarias han sucumbido en esta ciudad [...] ¿qué faltó para darles vida? Anuario IEHS 24 (2009) Vicente Quesada, “Bibliografía y variedades”, en La Revista de Buenos Aires. Historia Americana,90 Literatura, Derecho y Variedades, Tomo IX, 1869, p. 459. Eduardo L. Holmberg, Viaje a Misiones, Buenos Aires, Imprenta de Pablo E. Coni e Hijos, 1887, p. 11.91 366 Hubo fondos para la suscripción, hubo auditorio en la sesiones públicas, faltó únicamente la palabra de los maestros, porque la juventud les cedió primacía”.90 Por último, un cuarto diagnóstico dominante sobre las características y los problemas de la vida intelectual surgió de voces que atribuían el “atraso cultural” a la falta de fondos públicos para sostener proyectos que garantizaran el progreso intelectual del país. Estas ideas asumieron más fuerza desde la década de 1880, mientras se afianzaba la experiencia comandada por Julio A. Roca. En las dos últimas décadas del siglo XIX comenzaron a plantearse elecciones culturales que rompían, de alguna forma, con las intenciones más universalistas y autónomas que habían tenido las sociabilidades intelectuales y las revistas que aquí tratamos y se tornaban, por un lado, defensoras de la delimitación de campos específicos del conocimiento, mientras que, por otro, apelaban al apoyo estatal, considerándolo la clave del desarrollo cultural. En este sentido, por ejemplo, una figura como Eduardo Ladislao Holmberg –que contaba en su haber con una nutrida trayectoria y participación en los ámbitos y empresas que presentamos en estas páginas– no dudaba, hacia 1887, en hacer un llamado directo a la atención del presidente Miguel Juárez Celman para que apoyara la Academia de Ciencias: “La Academia es, en su clase, el único instituto oficial de ciencias que tenemos, y, si se toma en cuenta la circulación creciente de sus publicaciones en Europa, puede decirse que el Gobierno se encuentra ante un dilema: o suprime la Academia, o la coloca en condición de hacer frente a la importancia de sus funciones. Cuando el actual presidente de la República no lo era todavía, se mostró afecto a la institución, y en más de un caso, se asegura, apoyó sus indicaciones. […] Sacarla de donde está sería ocasionar su muerte y negarle los impulsos debidos es oponerse a un hecho de toda evidencia: el actual movimiento científico en la República Argentina. En verdad no podemos decir que sea imponente; pero, por algo se empieza”.91 En suma, fueron, por lo menos, cuatro los diagnósticos que se presentaban a la hora de evaluar las dinámicas de la república porteña de las letras en estas décadas. Miradas como las de Martín García Mérou y Miguel Cané reforzaban la idea de un deterioro cultural que encontraba en el materialismo que avanzaba impertinente sobre el espíritu una explicación para la pérdida de brillo respecto de la edad de oro de los padres fundadores. Voces cercanas a las de Paul Groussac podían argumentar que no existía tal decadencia, dado que la cultura había sido siempre un terreno semidesierto poblado por lo que él mismo etiquetó como “gauchos de la inteligencia”. La mirada de Vicente Quesada y otros apuntaba, sobre todo, a indicar que era la ausencia de tradiciones y de maestros tutelares la que generaba la dispersión cultural y el éxito de lo individual sobre lo colectivo. Él mismo, con cada una de sus empresas, parece haberse preocupado por vestir el traje de promotor cultural y convertirse en un nudo ordenador de la vida letrada porteña. Por último, figuras como Eduardo Holmberg, Anuario IEHS 24 (2009), pp. 339-368 Cfr. “Discurso de Estanislao Zeballos en el acto de XIV aniversario de la Sociedad Científica Argentina”,92 en Anales de la Sociedad Científica Argentina, Tomo XXII, segundo semestre de 1886, p. 26. Para consideraciones en este sentido véase Paula Bruno, Lecturas sobre la vida intelectual en la93 Argentina de entre-siglos, Documento de Trabajo núm. 49, Buenos Aires, Universidad de San Andrés/Departamento de Humanidades, 2009. Entre otros, pueden verse Noé Jitrik, El mundo del ochenta, Buenos Aires, Editores de América Latina,94 1998 (Publicado por primera vez como estudio introductorio de la antología El 80 y su mundo, presentación de una época, Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1968); Thomas Mc.Gann, Argentina, Estados Unidos y el sistema interamericano, 1880-1914, Buenos Aires, Eudeba, 1960; David Viñas, Literatura argentina y realidad política. Apogeo de la oligarquía, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1975 (Primera edición, Editorial Jorge Álvarez, 1964). 367 Estanislao Zeballos y otros, asumían que sin una especialización de las franjas del92 conocimiento y sin una alianza entre el Estado y quienes sostenían emprendimientos culturales serían inútiles las voluntades que apostaban a estos últimos. De todas estas opciones para pensar en la cultura de las décadas aquí tratadas –que podrían ser perfectamente compatibles entre sí en algunos puntos- parece haber tenido mayor peso la primera. La idea de una cultura decadente, o al menos caótica, en relación a momentos culturales anteriores y posteriores, es bastante recurrente en la bibliografía pertinente. Por un lado, se han puesto de relieve los rasgos de la comunidad intelectual que se consolidó en la etapa inmediatamente post-Caseros y se centró la atención en el indiscutido peso de los “padres fundadores”, en tanto intelectuales y políticos que conducían los destinos de la Argentina y daban forma a sus instituciones. Por otro lado, se ha centrando la mirada en el cambio de siglo, momento en el que se profundizó la modernización del mundo cultural argentino y se delineó con más claridad la profesionalización de las tareas intelectuales –piénsese en los institutos, las academias, las facultades, los grupos de referencias, las revistas, las redes intelectuales–, ahora ejercidas por cultores de saberes doctos y profesionales. En el marco de estas lecturas, las décadas aquí analizadas y sus ritmos culturales no han sido del todo estudiados. Es como si entre la Generación del 37 y el cambio de siglo los hombres de letras sólo hubiesen podido definirse culturalmente de manera imprecisa. En líneas generales, parte de la historiografía aceptó esta caracterización, o bien subsumió a estos perfiles en función de coordenadas como la pertenencia de clase o grupo social, las relaciones con el Estado y la nación, los vínculos con el mercado. De93 hecho, inscribir a los intelectuales en un ambiente cultural subordinado a los tiempos de la política, u homologar sus acciones a prácticas de un grupo distinguido fue una de las formas predominantes de pensar a las figuras que ocuparon el escenario en estas décadas.94 De hecho, generalmente se aceptó la caracterización de este período como un momento en el que la cultura se confundió con el ámbito del poder, o se doblegó a sus necesidades, hecho que quizás se debe a que la historiografía argentina estuvo más concentrada en la historia política de estas décadas y pensó a los intelectuales asociados a ella. En consecuencia, a los hombres de pluma que nacieron en tiempos del rosismo y durante la década de 1850, y que lograron un espacio en el universo letrado en las décadas siguientes, se los describió como apéndices del mundo político y se consideró Anuario IEHS 24 (2009) 368 que sus acciones, sus libros, sus intervenciones, se habrían derivado, entonces, del rol que éstos ocuparon en la organización estatal y no en el ámbito de la cultura. Sin intenciones de desmontar las lecturas predominantes, presentamos aquí algunas consideraciones que permiten repensar las décadas comprendidas entre 1860 y 1890 como un momento singular de la cultura argentina y tomar cierta distancia de las miradas desesperanzadas de algunos contemporáneos. En este sentido, hemos presentado aquí rasgos particulares de los espacios educativos y de sociabilidad intelectual, de revistas culturales y trayectorias con la intención de mostrar cómo se fueron dibujando las coordenadas de un mapa cultural múltiple y en constante cambio. Este mapa se complejizó, como se ha mencionado en distintos pasajes del artículo, porque la elite intelectual de estas décadas estuvo inserta en un escenario que, por un lado, presentaba una multiplicación de oportunidades y de inserciones institucionales provocada por una Argentina en pleno proceso de consolidación estatal –piénsese sobre todo en las oportunidades abiertas en los ámbitos educativos e instituciones afines, como los museos y las bibliotecas–, mientras que, por otro, habilitaba a sus miembros a exceder ampliamente estos ámbitos y a desplegar sus inquietudes por fuera del Estado, deviniendo nudos de la cultura en tanto forjadores de sociabilidades intelectuales, revistas culturales, géneros y estilos de ser intelectual. En suma, puede considerase que la república porteña de las letras era un terreno abierto para que diferentes pioneros dedicados a los trabajos intelectuales pudieran ocupar lugares y aprovechar oportunidades. Se trataba, ni más ni menos, que de un espacio tan virginal y dinámico como el país mismo. Desde 1890, el panorama comenzó a diferenciarse del de estas décadas y la constelación letrada comenzó a moverse dentro un espacio intelectual con rasgos más definidos y pautados, mientras las fronteras disciplinares y las especialidades ocupacionales se delineaban de manera más precisas en el marco de instituciones formales. Se dibujaban, entonces, nuevas coordenadas para un mapa de la elite intelectual.