¿Pospandemia y transición? DesOrden MundialE d u a r d o P a s t r a n a B u e lv a s S t e f a n R e it h E d u a r d o V e lo s a Ed it or es ¿P os pa nd em ia y tr an si ci ón ? D es O r de n M un d ia l Eduardo Pastrana Buelvas, Stefan Reith y Eduardo Velosa Editores Las agendas de los actores estatales y no estatales están incluyendo prioritariamente asuntos sobre los impactos que está ocasionando la pandemia del COVID-19 en los ámbitos global, regional y nacional, en el marco de un orden internacional liberal en crisis. Igualmente, se plantean escenarios y estrategias de corto, mediano y largo plazo para enfrentar la triple crisis producida por la pandemia: económica, social y política. Por tal motivo, se requiere una amplia y profunda reflexión sobre el futuro del multilateralismo y la cooperación en el escenario de pospandemia. Sin embargo, las proyecciones geopolíticas de China, Estados Unidos y Rusia —expresadas en tensiones en muchos ámbitos de sus complejas relaciones— contribuyen a aumentar la situación de desorden mundial que la pandemia puso en evidencia. En ese orden de ideas, esta obra lleva a cabo una amplia reflexión sobre las causas y los rasgos del desorden mundial que enfrentamos en un contexto de transición de poder y crisis del multilateralismo. Por ello, se intenta identificar las estrategias de las grandes potencias para enfrentar la crisis de gobernanza mundial; la encrucijada en que se encuentran América Latina y el Caribe en dicho contexto, la cual se agrava por la crisis que atraviesa el regionalismo; y los desafíos y riesgos que, de manera particular, debe encarar Colombia en el marco de un frágil proceso de paz y descontento social. Autores: María Paula Aroca Acosta Jaime Baeza Freer Raúl Bernal-Meza Peter Birle Regiane Nitsch Bressan Jenny Astrid Camelo Zamudio Alejandra Cañón Salinas Marcela Ceballos Medina Janneth Clavijo Padilla Ricardo García Briceño Daniela Garzón Amórtegui Diana Andrea Gómez Díaz Adriana González Gil Martha Lucía Márquez Restrepo María Paula Medina Leal Eduardo Pastrana Buelvas José Pablo Pinilla Salazar Paula Prieto Ararat Mery E. Rodríguez Arias Gabriel Rueda Delgado Mariangela Rueda Fiorentino José Antonio Sanahuja Perales Diana Patricia Santana Jiménez Andrés Serbin Carlo Tassara Andrés Mauricio Valdivieso Collazos Eduardo Velosa Diego Vera La Konrad Adenauer Stiftung (KAS) es una fundación política alemana allegada a la Unión Demócrata Cris- tiana (CDU). Para la Fundación Konrad Adenauer, la principal meta de trabajo es el fortalecimiento de la democracia en todas sus dimensiones. De esta forma, las personas son el punto de partida para la justicia social, la democracia en libertad y una economía sostenible. Por ello fomenta el intercambio y la relación entre las personas que asumen su responsabilidad social, y desarrolla redes activas en los ám- bitos de la política, la economía y la sociedad, acompañadas siempre de su conocimiento político y organiza- tivo. A través de sus 111 oficinas y pro- yectos en más de 120 países, la KAS contribuye por iniciativa propia a fomentar la democracia, el Estado de derecho y la economía social de mercado. Para consolidar la paz y la libertad, apoya el continuo diálogo sobre política exterior y seguridad, así como el intercambio entre las diversas culturas y religiones para que Alemania pueda cumplir con su creciente responsabilidad en el mundo. 2da - CARATULA Desorden mundial mayo 2022.pdf 1 17/05/2022 12:06:42 p.!m. ¿Pospandemia y transición? DesOrden Mundial © 2022, Fundación Konrad Adenauer, KAS, Colombia Calle 93B Nro. 18-12, Piso 7 (+57) 601 743 0947 Bogotá, D.C., Colombia www.kas.de/web/kolumbien Stefan Reith Representante para Colombia Andrea Valdelamar Coordinadora de proyectos Editores Eduardo Pastrana Buelvas Stefan Reith Eduardo Velosa Coordinación académica Andrés Mauricio Valdivieso Collazos Andrea Valdelamar Asistencia editorial Ana María Villota Hernández Autores María Paula Aroca Acosta Jaime Baeza Freer Raúl Bernal-Meza Peter Birle Regiane Nitsch Bressan Jenny Astrid Camelo Zamudio Alejandra Cañón Salinas Marcela Ceballos Medina Janneth Clavijo Padilla Ricardo García Briceño Daniela Garzón Amórtegui Diana Andrea Gómez Díaz Adriana González Gil Martha Lucía Márquez Restrepo María Paula Medina Leal Eduardo Pastrana Buelvas José Pablo Pinilla Salazar Paula Prieto Ararat Mery E. Rodríguez Arias Gabriel Rueda Delgado Mariangela Rueda Fiorentino José Antonio Sanahuja Perales Diana Patricia Santana Jiménez Andrés Serbin Carlo Tassara Andrés Mauricio Valdivieso Collazos Eduardo Velosa Diego Vera Ilustración de carátula David Esteban Muñoz Velásquez ISBN: 978-628-95078-3-6 Primera edición: Mayo de 2022 Bogotá, D.C. Impreso en Colombia Printed in Colombia Producción gráfica Opciones Gráficas Editores Ltda. Marcela Manrique Cornejo Corrección de estilo Jairo Martínez Mora Diseño gráfico www.opcionesgraficas.com instagram: @opcioneseditores (+57) 601 237 2383 Bogotá, D.C., Colombia Los textos que aquí se publican son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no expresan necesariamente el pensamiento ni la posición de la Fundación Konrad Adenauer, KAS. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción y la comunicación pública total o parcial y la distribución, sin la autorización previa y expresa de los titulares. Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia Desorden mundial : ¿Pospandemia y transición? / [autores, María Paula Aroca Acosta ... et al.] ; Eduardo Pastrana Buelvas, Stefan Reith, Eduardo Velosa, editores. -- 1a ed. -- Bogotá : Fundación Konrad Adenauer : Cries, 2022. p. Incluye datos curriculares de los autores y editores. -- Incluye referencias bibliográficas al final de cada capítulo. ISBN 978-628-95078-3-6 1. COVID-19 (Enfermedad) - Aspectos socioeconómicos 2. Epidemias - Aspectos socioeconómicos - Siglo XXI 3. Relaciones internacionales - Siglo XXI 4. Crisis política - América Latina – Siglo XXI 5. Crisis económica - América Latina - Siglo XXI I. Aroca Acosta, María Paula, autor II. Pastrana Buelvas, Eduardo, editor, ed. III. Reith, Stefan, editor, editor, ed. IV. Velosa, Eduardo, editor, editor, ed. CDD: 362.1962414 ed. 23 CO-BoBN– a1090797 Contenidos Presentaciones y prólogo ......................................................................7 Presentación KAS Por Stefan Reith .................................................................................................. 9 Presentación CRIES Por Andrés Serbin ............................................................................................. 11 Prólogo Por los editores ................................................................................................. 13 Marco teórico .......................................................................................... 21 Desorden mundial: crisis del orden liberal y transición de poder Por Eduardo Pastrana Buelvas y Eduardo Velosa .......................................... 23 I. Los impactos a corto y mediano plazo de la pandemia del COVID-19 sobre el multilateralismo y el orden mundial liberal ..65 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional Por José Antonio Sanahuja Perales ................................................................. 67 China y el desorden mundial Por Eduardo Velosa ........................................................................................ 103 Del populismo jacksoniano a la vuelta incompleta del rol global de Estados Unidos: superar la política exterior de Trump en la era Biden Por Jaime Baeza Freer ................................................................................... 131 América Latina: pandemia, disputas geopolíticas y desigualdad frente a la crisis del multilateralismo Por Andrés Serbin ........................................................................................... 157 Capacidades y limitaciones de la Unión Europea para contribuir a la defensa del orden mundial liberal y el multilateralismo Por Peter Birle ................................................................................................ 191 II. América Latina en el marco de la crisis política, económica y social producida por la pandemia del COVID-19 ......................217 Crisis del regionalismo en América Latina y su impacto en el multilateralismo regional Por Andrés Mauricio Valdivieso Collazos, Ricardo García Briceño y Alejandra Cañón Salinas ................................................................................ 219 Biden y América Latina en el contexto de los desafíos globales Por Raúl Bernal-Meza .................................................................................... 247 Las potencias extrarregionales en América Latina en un escenario de incertidumbre y pandemia global Por Diego Vera, Paula Prieto Ararat y Daniela Garzón Amórtegui............. 269 El Brazil First de Bolsonaro y la crisis del regionalismo en América Latina en el marco de la pandemia del covid-19 Por Regiane Nitsch Bressan ........................................................................... 307 Unión Europea y América Latina y el Caribe frente a las consecuencias socioeconómicas de la pandemia: opciones y desafíos de la cooperación euro-latinoamericana Por Carlo Tassara y Mariangela Rueda Fiorentino ...................................... 333 III. Riesgos y desafíos políticos, económicos y sociales de las consecuencias de la pandemia del COVID-19 en Colombia ....................................................................................355 Políticas públicas para superar la crisis empresarial en Colombia en el contexto del covid-19: ¿más de lo mismo? Por Gabriel Rueda Delgado y María Paula Aroca Acosta ........................... 357 La pandemia por covid-19 y la movilización social en Colombia Por Martha Lucía Márquez Restrepo y José Pablo Pinilla Salazar ............. 401 Impactos de la pandemia sobre el proceso de paz Por Mery E. Rodríguez Arias ......................................................................... 423 Aprender y enseñar: retos de la educación superior en la crisis social y económica producida por la pandemia del covid-19 Por Diana Patricia Santana Jiménez ............................................................. 445 Migraciones de preservación, espacios de vida y espacios de muerte: impacto de la pandemia por el covid-19 en la vida de las poblaciones migrantes Por Marcela Ceballos Medina, Janneth Clavijo Padilla y Adriana González Gil ................................................................................... 477 La diplomacia sanitaria china: ¿oportunidad para Colombia? Por Diana Andrea Gómez Díaz ...................................................................... 499 Perspectivas de la política exterior de Biden hacia Colombia tras la crisis del covid-19 Por Jenny Astrid Camelo Zamudio, Andrés Mauricio Valdivieso Collazos y María Paula Medina Leal ............................................................................ 531 Sobre los editores y autores .............................................................. 577 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional José Antonio Sanahuja Perales* De la crisis financiera de 2008 al COVID-19: la globalización en cuestión El periodo de inestabilidad sistémica que se inició con la crisis financiera global en 2008 ha estado dominado por una creciente competencia geopolítica, el ascenso de fuerzas nacionalistas e iliberales y la consiguiente impugnación de la democracia y las reglas del orden internacional. A ello se suma la agudización de la crisis ambiental y la pandemia del covid-19, que es mucho más que una crisis sanitaria. ¿Qué significación tendrá esa etapa en los libros de historia del futuro? La crisis económica de 2008 ha sido la más grave recesión de la historia contemporánea desde el crack de 1929 y la Gran Depresión, ha cercenado las oportunidades vitales para varias generaciones y, más de diez años después, la economía mundial aún seguía depen- diendo de las medidas de contención desplegadas frente a esa crisis, en particular las masivas intervenciones de los principales bancos centrales y sus políticas monetarias y * Catedrático de Relaciones Internacionales, Universidad Complutense de Madrid; director de la Fundación Carolina y asesor especial para América Latina del Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior y de Seguridad. Contacto: sanahuja@cps.ucm.es. Este trabajo actualiza y revisa otros textos anteriores del autor sobre la crisis de la globalización y el orden internacional liberal, como parte de una línea de trabajo iniciada en 2017. Una versión anterior se publicó en la Revista Uruguaya de Ciencia Política en 2019. Este capítulo se escribe a título personal y no vincula a las instituciones mencionadas. Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 68 de compra de bonos vía expansión cuantitativa. En ese escenario aparece el covid-19. Cuando se escriben estas líneas, puede haber supuesto ya más de 15 millones de fa- llecimientos si se atiende a los cálculos de exceso de mortalidad en vez de a las cifras oficiales (The Economist, 12 de septiembre de 2021). Más allá de su dimensión epi- demiológica, la pandemia ha de ser vista como una manifestación de la “sociedad del riesgo global”, como teorizó Ulrich Beck (2002, 2008), caracterizada por alto grado de interdependencia, pero sin capacidad de prevenir y mitigar los riesgos que supone un alto grado de transnacionalización y fuertes asimetrías, propios de una globalización que, dominada por el neoliberalismo, ha renunciado, de manera consciente a contar con mecanismos de gobernanza global adecuados (Sanahuja, 2020b). Aunque en su origen ha sido una crisis epidemiológica, la pandemia tiene un al- cance sistémico, ya que afecta a todas las dimensiones de la vida social y se proyecta a escala global. Se trata de una crisis generada por un evento discreto —la aparición del virus—, pero como zoonosis, su origen radica, en parte, en la presión ambiental genera- da por el modelo socioeconómico de la globalización. Su rápida propagación y graves consecuencias sistémicas se explican, más allá de la virulencia y las características del patógeno que la ocasiona, por las fallas de ese sistema y su baja resiliencia: en concreto, por una globalización en crisis, caracterizada por un alto grado de interdependencia y alta conectividad, pero, como ocurrió con la crisis financiera de 2008, sin los necesarios mecanismos de gestión y prevención de los riesgos globales inherentes a esas interde- pendencias, y sin una gobernanza global legítima y eficaz. El covid-19 representaría una crisis dentro de otra crisis: puede verse como una ‘coyuntura crítica’ que exacerba y agudiza las dinámicas presentes en otra crisis, anterior, más amplia y de más lento desarrollo: la crisis de las estructuras históricas —materiales, institucionales, ideaciona- les— sobre las que se han sustentado la globalización y el orden internacional liberal. El covid-19 encontró un mundo con escasa capacidad de respuesta: con sistemas de salud, en muchos lugares, frágiles o fragilizados, sin acceso equitativo, como resultado de años de adelgazamiento del Estado inspirado por el neoliberalismo, en el que los medios necesarios para afrontar la pandemia —respiradores, medicamentos, equipos de protección individual del personal sanitario e incluso modestas mascarillas— depen- dían de cadenas globales de suministro rápidamente dislocadas por el acaparamiento y las medidas de confinamiento adoptadas en todo el mundo; con una elevada desigual- dad, que agrava los efectos de la pandemia en determinados grupos sociales; con acto- res, políticas y normas económicas que dificultan o condicionan la necesaria reacción estatal en materia de política monetaria, fiscal o de empleo; y con normas e instituciones multilaterales debilitadas, contestadas y deslegitimadas, ausencia de liderazgos, y ma- yor presencia de fuerzas nacionalistas y de extrema derecha, en muchos casos instaladas en gobiernos que, con propósitos de polarización, cuestionan la ciencia y obstaculizan la acción colectiva y la cooperación internacional. Se ha generalizado el ‘nacionalismo epidemiológico’ y el ‘nacionalismo de vacunas’ que se han observado a través del cierre de fronteras, las restricciones comerciales para acceder a materiales sanitarios y, en ocasiones, el uso de narrativas y discursos de odio que, al servicio de la polarización política, han intentado culpabilizar de la pandemia a determinados países o colectivos. 69 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional Aunque tiene grandes efectos disruptivos, el covid-19 no es, ni por asomo, un “cis- ne negro”, como indica el propio Nassim Taleb (Avishai, 21 de abril de 2020). De he- cho, el origen y los efectos potenciales de una pandemia como la que ha causado el covid-19 habían sido plenamente anticipados por la ciencia y la prospectiva, dado que son, en gran medida, el resultado de acciones humanas (Sanahuja 2020b). La pande- mia y la crisis a la que ha dado lugar pueden entenderse como manifestación de los riesgos generados o acentuados por la globalización, que, en palabras del sociólogo Ulrich Beck (2002, 2008), conforman la “sociedad del riesgo mundial”. Para Beck, la globalización definiría un nuevo “régimen de riesgo” al generar nuevos riesgos globa- les “no asegurables” más allá del ámbito del Estado territorial y de la capacidad estatal para su manejo, a pesar de que sus efectos se materializan a escala local, sin que surjan a cambio mecanismos de gobernanza global capaces de gestionarlos. La sociedad del riesgo global se caracteriza por situarse más allá de los límites de la asegurabilidad, en gran medida definidos por los confines del Estado y su jurisdicción (Beck, 2008, p. 49). Por ello, lo distintivo de una globalización en crisis es la producción de nuevos riesgos no asegurables en la interfaz entre la sociedad, el Estado, y el mercado glo- balizado y sin gobernanza adecuada. En esa interfaz operan, por un lado, la profunda interdependencia y conectividad generada por la globalización y sus presiones: sobre la economía —desequilibrios macro, crisis financieras asociadas a la financiarización y el endeudamiento—; sobre la sociedad y la política —desigualdad, precariedad, destruc- ción del tejido social, descontento social y ascenso de extremistas—; y sobre el medio ambiente —riesgos tecnológicos, cambio climático, deterioro de ecosistemas—, entre otras. En el otro lado de esa interfaz se encontrarían las crecientes limitaciones —mate- riales, institucionales e ideacionales— que la globalización impone a la capacidad y la agencia de los Estados, a través de la transnacionalización productiva, las instituciones y normas comerciales, financieras o sobre propiedad intelectual, y el ideario neoliberal, en la política económica, o en la ética pública y privada (Beck, 2008, p. 49). De esta forma, una de las manifestaciones de los límites o crisis de la globalización es la afirmación de un ‘régimen de riesgo’ basado en la asunción de la ‘irresponsabilidad organizada’: por un lado, se contaría con el conocimiento experto que informa sobre el riesgo y la incertidumbre; por otro lado, se renuncia a la gestión o el aseguramiento colectivo frente a esos riesgos, aun a sabiendas de que, de materializarse, no habría escapatoria y sus consecuencias locales serían catastróficas. Crisis de globalización y cambio de ciclo histórico: estructura y agencia La historiografía futura quizás otorgue a estos acontecimientos el papel de hito o parteaguas que indique el fin de la etapa de la globalización, al menos tal y como se esta se definió con el cambio de milenio. Es cierto que los límites temporales de la globalización son bastante imprecisos, pero en retrospectiva parece un ciclo claramente Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 70 identificable: se iniciaría en los años ochenta del pasado siglo como etapa dominada por la expansión global del mercado de capitales, nuevos patrones de producción basados en cadenas de suministro transnacionales, y liberalización comercial y financiera, vía programas de ajuste estructural y acuerdos de libre comercio en el caso de los países en desarrollo; vía apertura económica en Europa oriental, tras la caída del bloque del Este; mercado único en la UE; o “capitalismo de Estado” en el caso de China. Esa etapa, que se prolongó por unos 35 años, ha sido más larga y tal vez de efectos más profundos que el ciclo anterior de Guerra Fría y expansión económica de posguerra, hasta la ruptura del sistema de Bretton Woods y la crisis del petróleo, a inicios de los años setenta. Do- minada por un amplio consenso en torno al liberalismo económico, y no tan amplio en torno a la democracia liberal, la globalización puede así ser interpretada como un caso de orden hegemónico en expansión, relativamente estable y prolongado. Significó, en suma, tanto la universalización del liberalismo de posguerra, como su redefinición y profundización a través de la ideología neoliberal y la transnacionalización económica, una vez libre de las ataduras de las políticas keynesianas y de los condicionantes geopo- líticos de la Guerra Fría (Sanahuja 2017, 2020a). En una perspectiva histórica, la crisis de 2008 y los acontecimientos posteriores, como la pandemia del covid-19, pueden ser los hitos que marquen el final de ese ciclo histórico y de una particular forma de orden liberal internacional como orden hegemó- nico. Esa etapa, como se argumenta en este capítulo, se puede interpretar como crisis orgánica de una estructura histórica, la globalización, y del orden mundial sobre el que esta se ha sostenido, el orden liberal internacional1. Esa crisis puede verse, en palabras de Antonio Gramsci (1999, p. 37), como un “interregno” (Babic, 2020, p. 3) en el que “lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”, como ocurrió con el orden liberal de los años veinte del siglo XX. La crisis de 2008 puso de manifiesto las contradicciones y los límites sistémicos de un modelo de globalización altamente financiarizado y carente de regulación. Pero las dinámicas económicas posteriores, más que indicar el retorno al modelo anterior, parecen anunciar una nueva fase: la que supone una revolución tecnológica ya en curso basada en la automatización, la inteligencia artificial y las plataformas digitales, todo lo cual empieza a poner en cuestión el modelo productivo y la división internacional del trabajo altamente transnacionalizada y financiarizada en la que se basaba la globa- lización. Estas tendencias, además, se han acelerado con el covid-19, hasta el punto de producirse, con los primeros signos de recuperación, una grave escasez de microproce- sadores y otros componentes claves de la economía digital. Esos cambios sistémicos se han producido en otros momentos del pasado. El orden internacional de la Guerra Fría fue estable, pero no estático. Se basó en un ciclo econó- mico fordista que finalmente llegó a su agotamiento con la crisis de los años setenta, y en su seno se produjeron importantes transformaciones económicas y sociales que, a la 1 En este trabajo, “estructura histórica” y “orden mundial” son conceptos que se utilizan en el sentido que les da la escuela neogramsciana de economía política internacional. Para un análisis más detallado del propio autor, véase Sanahuja 2020a. 71 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional postre, explican su final. Desde los años ochenta del siglo XX, la globalización, basada en un nuevo ciclo productivo y tecnológico, ha supuesto tres décadas de transnaciona- lización económica, una visible redistribución de capacidades materiales y, tratándose también de una etapa hegemónica, sin embargo comportó un proceso global de cambio económico y social y de difusión del poder, y en particular, el ascenso de los países emergentes que ha puesto en cuestión el tradicional patrón de multilateralismo hegemó- nico heredado del orden de posguerra. Todo lo descrito hasta ahora se ubica en el ámbito de las fuerzas sociales y las estruc- turas profundas del sistema internacional, y de un cambio estructural cuyo desarrollo se observa a través de ciclos de longue durée, según los definió el historiador Fernando Braudel (1958). Pero no menos importantes son los factores de agencia, como muestra justamente la cuestión que aborda este capítulo: la estrecha relación que existe entre los cambios sociales profundos generados por la globalización y su crisis a partir de 2008, y el ascenso de fuerzas políticas iliberales, nacionalistas y de ultraderecha, y el cues- tionamiento o la contestación del orden liberal en el que se ha basado la globalización. Estos procesos, por otro lado, no son ajenos a la disputa académica sobre las relaciones causales que surgen de la interacción entre agencia y estructura que atraviesa la discipli- na de las relaciones internacionales2. El ascenso de estas fuerzas de ultraderecha “neopatriota” (Sanahuja y López Burián, 2021) supone la “repolitización” y consiguiente contestación de normas, discursos y valores liberales que, al interior de los Estados y en el plano regional y/o global, antes concitaban amplios consensos en la sociedad y, por lo tanto, estaban fuera del debate político. La extrema derecha está poniendo en cuestión, desde la escena política nacio- nal, los principios, normas e instituciones del internacionalismo liberal contemporáneo que han sustentado el ciclo histórico de la globalización, incluyendo las organizaciones y los procesos de integración regional, como la propia Unión Europea (UE). Acontecimientos como el triunfo electoral de Donald Trump, el Brexit o las dis- tintas crisis de la UE se sitúan en esa dinámica. En la UE, la crisis del euro reveló las fallas de origen de la unión monetaria, en parte atribuibles a un diseño ordoliberal que respondía a la influencia de Alemania y la Europa del norte. La autodestructiva política de recortes y supuesta ‘austeridad expansiva’ de esa etapa indujo un círculo vicioso de recesión y cuestionamiento de la UE y de sus políticas, llevó a un visible retroceso en su cohesión social y territorial, pese a que esta es uno de los objetivos del bloque, y agravó la desafección, el nacionalismo, el euroescepticismo y la desconfianza ante las élites, que también respondía a la creciente incertidumbre y al temor de las sociedades euro- peas ante los efectos de la globalización, la inmigración, el cambio tecnológico y sus consecuencias en el empleo, la protección social y las oportunidades para la siguiente generación, en parte azuzados por fuerzas de extrema derecha en ascenso. 2 Véase, en particular, el análisis de la crisis de la globalización como crisis de hegemonía, basado en el método neogramsciano de las estructuras históricas de Robert W. Cox, presentado en Sanahuja, 2017; y en cuanto a su fundamento teórico, en Sanahuja, 2020a. Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 72 En esa dinámica hay que situar, más allá de sus rasgos locales, el ascenso de la ex- trema derecha en la UE, o la aparición desacomplejada de ‘democracias iliberales’ que violentan el estado de derecho en Polonia o Hungría. Las posiciones ‘ultras’ a menudo son naturalizadas y asumidas por partidos tradicionales de centroderecha para evitar perder votos o respaldo social. Como reconoció el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en su discurso sobre el estado de la Unión, el 14 de septiembre de 2016: “Nunca antes había visto unos gobiernos nacionales tan debilitados por las fuerzas populistas y paralizados ante el riesgo de salir derrotados en las siguientes elec- ciones” (p. 6). Expresión de esa dinámica es también el insólito asalto al Capitolio de Estados Unidos en enero de 2021 por parte de los seguidores de Donald Trump, alenta- do por el propio presidente saliente. Ese asalto era parte una estrategia más amplia cuyo objetivo expreso era invalidar el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, o bien deslegitimar el mandato del presidente electo Joe Biden, y simboliza bien el carácter “insurgente” y a la postre antidemocrático de estas nuevas derechas neopatriotas frente a la democracia liberal (Stefanoni, 2021). El ascenso de esas fuerzas no se limita a los países avanzados de Occidente. Dis- tintas formas de nacionalismo se afianzan también en la Federación Rusa y en otros países emergentes como Turquía, Indonesia, Egipto o Filipinas, y alientan procesos de involución en otros países. En India, se observa a través de la ideología ultranacionalista hindú del hindutva de Narendra Modi y el partido Bharatiya Janata Party (BJP), en el poder, cuya política frente a la población musulmana está abriendo una profunda frac- tura en la sociedad india; o en China, donde el nacionalismo parece haber sustituido al comunismo como ideología oficial, el clásico guion liberal que vincula de forma deter- minante el crecimiento y la apertura económicos con el ascenso de las clases medias y el cambio político hacia la democracia y el pluralismo no se ha cumplido. Por el contrario, el país parece ir en la dirección opuesta con las reformas constitucionales de 2018, que afianzan el poder de Xi Jinping, y el afianzamiento de un distópico Estado tecnopolicial basado en un estricto control social. En América Latina también se observa esta tendencia, incluso en países con una cultura democrática afianzada, como Costa Rica, con el sorpresivo ascenso del pas- tor evangélico ultraconservador Fabricio Alvarado, quien estuvo muy cerca del triunfo electoral en las elecciones de 2018; en Uruguay, con Cabildo Abierto, parte de la coali- ción de gobierno desde 2019; en Chile, con el ascenso de José Antonio Kast, del Partido Republicano; en Perú, con la deriva autoritaria y reaccionaria de Keiko Fujimori. Sobre todo, es el caso de Brasil, con Jair Bolsonaro, que desde una posición marginal en los primeros sondeos electorales ascendió con rapidez hasta alcanzar una amplia victoria electoral en octubre de 2018 (Sanahuja y López Burián, 2021). Todos estos procesos presentan rasgos nacionales diferenciados y en gran medida responden, en términos de sus factores causales, a lógicas y mediaciones nacionales. Por ello, demandan análisis detallado y clarificación conceptual en cuanto a ideología, discursos y estrategias. Pero, más allá de las variaciones nacionales, cabe afirmar que son la expresión de una tendencia global: la triunfante expansión global de la 73 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional democracia liberal y la economía de mercado que caracterizó a la posguerra fría y alimentó el optimismo del “fin de la historia”, según la expresión de Francis Fukuyama (1992), parece haber terminado, ante un escenario de crisis orgánica del orden liberal internacional, en sus vertientes nacional e internacional. Países que contaban con democracias consolidadas, o en proceso de consolidación, ahora están gobernados por líderes nacionalistas y populistas de derecha o ultraderecha que ponen en cuestión el pluralismo político y social, el Estado de derecho, las garantías propias de los regímenes democráticos, la aceptación de la diversidad y otros elementos característicos de las sociedades abiertas. Al tiempo, y en directa relación con lo anterior, impulsan discursos y prácticas comunitaristas y reaccionarios, contrarios a la inmigración, securitarios y defensivos, y distintas expresiones del nacionalismo e incluso del nativismo. Hasta se empieza a asumir la compatibilidad del libre mercado con modelos políticos autoritarios o con ‘democracias iliberales’. Como se indicará después, el ascenso de estas fuerzas de ultraderecha ‘neopatriota’ se traduce en matrices de política exterior nacionalistas, contrarias al multilateralismo y la cooperación internacional, que suponen una abierta impugnación y contestación de las instituciones y las reglas del orden liberal internacional, exponente, según las derechas neopatriotas, de una vaga ideología ‘globalista’ contraria a la soberanía y la identidad de pueblos y naciones. En suma, si el final de la Guerra Fría fue parte de la “tercera ola” de la democracia, tras la crisis de 2008 se estaría asistiendo a una oleada antiliberal y nacionalista impul- sada por el ascenso, a escala global, de la extrema derecha y el nacionalismo extremo. Su efecto disruptivo, tanto en los sistemas políticos y de partidos nacionales como en el sistema político internacional, podrían interpretarse como indicadores de lo que en las categorías neogramscianas se denomina “crisis orgánica”, derivada tanto de trans- formaciones económicas como del debilitamiento de los consensos y los mecanismos de dominación por consentimiento del “bloque histórico” imperante (Sanahuja, 2020a). Fuerzas sociales en cambio y orden internacional Como ha afirmado John Ikenberry, el orden liberal no se está viendo cuestionado solo ni principalmente por una “crisis E. H. Carr” en clave de multipolaridad, bipolari- dad o “nueva Guerra Fría”, gran juego geopolítico y supuestos “dilemas de Tucídides” entre grandes potencias. Más bien se trataría de una “crisis K. Polanyi”, relacionada con una “gran transformación” derivada de la crisis de la estructura histórica vigente, la globalización. Crisis de sus bases económicas y sociales, de su andamiaje institucional y normativo y, en términos de ideas, de las asunciones colectivas sobre democracia, sociedad y mercado del neoliberalismo, y que por ello pone en cuestión la legitimidad del sistema (Ikenberry, 2018, p. 10). Se trataría de un desplazamiento del poder del trabajo hacia el capital, con la anuencia e incluso la activa colaboración de los Estados que, como se indicará, estaría en el origen de la reacción popular y populista en alza en muchos lugares. Además del fracaso de sus supuestos de autorregulación, para muchos Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 74 colectivos la globalización también ha incumplido sus teleologías de progreso humano y sus promesas de inclusión social, al generar brechas sociales crecientes y, al tiempo, debilitar la capacidad estatal para atenderlas, y generar miedo e incertidumbre ante cam- bios y amenazas que ni el Estado ni las élites tradicionales parecen capaces de conjurar. Tanto en los países en desarrollo como en los emergentes y los avanzados se eviden- cia, con pocas excepciones, un marcado aumento de la desigualdad asociado a la globa- lización, que en algunos casos se acelera con la crisis económica iniciada en 2008. En los países avanzados, incluso allí donde las tasas de desempleo son bajas, se erosionan los pactos sociales nacionales, la estructura del empleo se torna más dual entre los sec- tores de bajos ingresos y ocupaciones más precarias, y aquellos más calificados y/o más protegidos, cuyas rentas aumentan o sufren en menor medida las presiones competitivas mencionadas. En conjunto, aumenta la inseguridad laboral y respecto a la capacidad de protección del Estado. En los países emergentes, por el contrario, se produce un rápido aumento de las expectativas de ascenso social y de las demandas hacia el Estado, las formas de gobierno y sus políticas públicas. Aunque es un proceso en el que existen mu- chas e importantes variaciones nacionales, los procesos de globalización y transnacio- nalización, en conjunto, constriñen fuertemente la agencia de los Estados territoriales y de sus élites tradicionales para desarrollar políticas autónomas o desplegar los supuestos recursos de poder que su respectiva estatura económica pareciera otorgarles. Ello limita la capacidad de las políticas públicas para materializar las aspiraciones, las demandas y los derechos de las sociedades, en la medida que aún se definen a través de procesos políticos de alcance eminentemente nacional. La crisis de gobernanza y las dificultades de los Estados, y en particular de las de- mocracias occidentales, para hacer frente a las brechas sociales y la incertidumbre gene- radas por la globalización, han tenido efectos múltiples. Hay que subrayar que el orden liberal de posguerra no se limitó a un conjunto de principios y normas internacionales, sino que hunde sus raíces en una concepción de democracia social que, fundada en el ciclo productivo fordista, integró a los trabajadores, el Estado y el capital en lo que puede entenderse como un amplio pacto social y corporativo tripartito. De acuerdo con la conceptualización de Cox (1981) o de Gill (1995, 2008), se trata de una particular “forma de Estado” contingente a esa estructura histórica, que suponía un modelo de democracia social que reconocía amplios derechos sociales y laborales, establecía me- canismos avanzados de protección e institucionalizaba tanto la participación laboral en la gestión económica, a través de la negociación colectiva, como en el sistema político, a través de partidos obreros y sindicatos de amplia base (Sanahuja, 2015). A cambio, ello otorgó la necesaria legitimidad y atractivo a las democracias occidentales frente al bloque soviético, lo cual aseguró la lealtad de los trabajadores y sus organizaciones políticas y sindicales, orientadas a la socialdemocracia o el “eurocomunismo”. Como señaló Tony Judt (2005, p. 544), la clase obrera, en parte subsumida en una clase media de amplio espectro, tuvo por primera vez un interés material en el sosteni- miento y la consolidación del Estado social y democrático de derecho, a diferencia de lo ocurrido en entreguerras. Con ello, la estabilidad y la paz social en el ámbito nacional 75 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional se entrelazaban con las lógicas de seguridad internacional de la Guerra Fría (Hobsbawn, 1995; Jayasuriya, 2010). En suma, estos pactos sociales y su modelo “corporativo” de relaciones laborales se articulaban con el modelo productivo fordista de dos maneras: por un lado, evitaban la reaparición de las cíclicas crisis de sobreproducción o de subde- manda que habían contribuido, por ejemplo, a la Gran Depresión de los años treinta; por otro, garantizaban la estabilidad política y la “paz social” que Occidente requería para enfrentarse al bloque comunista. Como señaló Eric Hobsbawn (1995, p. 278), el miedo al comunismo también jugó un papel decisivo, pues estos pactos sociales permitieron integrar en el sistema, en una lógica corporativa, a los trabajadores y a sus organizacio- nes, que se adscribieron a la socialdemocracia o al “eurocomunismo”. Este modelo corporativo tripartito, que integraba al Estado, al capital y al trabajo, se desarrolló plenamente en los países avanzados de Occidente, pero las políticas nacio- nalistas y desarrollistas del periodo poscolonial, a menudo respaldadas por mecanismos financieros, comerciales y de ayuda económica y militar de Estados Unidos y sus alia- dos occidentales, significaron en algunos casos una notable ampliación de la ciudadanía y fórmulas inéditas de democracia social, aunque en otros casos fue al contrario, con distintas fórmulas de modernización autoritaria, incluso regímenes dictatoriales. Pero unos y otros contribuyeron a su alineamiento con el bloque occidental. En términos de cambio estructural, el fin de la Guerra Fría hizo desaparecer algunos de los factores geopolíticos en los que se basó el orden internacional liberal y alen- taban la continuidad de esos mecanismos de vinculación de los trabajadores con las democracias occidentales. En paralelo, las dinámicas económicas de la globalización han supuesto una fuerte erosión de ese modelo de democracia social, debilitado por procesos de transnacionalización productiva y de liberalización de los mercados en los que el Estado dejó de asumir ese rol protector. Como señala de nuevo John Ikenberry (2018), la “tercera ola” democrática de los noventa, a la vez causa y consecuencia del colapso del bloque soviético, supuso la expansión global de los derechos políticos, pero al estar vinculada al neoliberalismo económico también significó mayor desigualdad, crisis fiscal y una marcada erosión del componente económico y social de la ciudadanía y la democracia, tanto en los países avanzados como en aquellos países en desarrollo que habían establecido diversos modelos de pacto social. La recurrente crisis de legitimidad de resultado que acompañó a esa ola democra- tizadora es efecto directo de tal contradicción. Ello explicaría distintos ciclos de con- testación como el que atravesó América Latina al inicio de los 2000, con el ascenso de fuerzas progresistas y en particular de las autodenominadas ‘bolivarianas’. Estas articularon la respuesta social y política frente a una crisis de la región, entre 1998 y 2003, percibida como consecuencia de la globalización neoliberal. También sería el caso del ciclo de contestación en los países avanzados desde la crisis de 2008, que también generó un descontento social de amplio espectro, especialmente en los sectores más desprotegidos, frente a la globalización. Ante esos factores de estructura, surgen nuevos actores —verdaderos entrepreneurs políticos— que han sabido sacar partido de ese descontento social con la globalización y sus efectos, ante la pasividad o indolencia Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 76 de las élites y las fuerzas políticas tradicionales —de nuevo, factores de agencia— a través de fuerzas políticas situadas en ambos extremos del espectro político y, sobre todo, en una nueva extrema derecha contraria a la globalización y a lo que denominan, de manera vaga, la ideología ‘globalista’ que representaría el orden internacional liberal. Repolitización y contestación del orden liberal internacional El más reciente ciclo de contestación en los países avanzados se ha descrito e inter- pretado como expresión del “retorno de la política” y de la repolitización de cuestiones hasta entonces objeto de consenso dentro del orden internacional liberal (Zürn, 2014; Grande y Hutter, 2016). Entre ellas estarían el libre comercio, los derechos humanos, la integración europea (Grande y Kriesi, 2012; Höglinger, 2016) o la globalización. También se observa la politización de cuestiones como las migraciones, que de esa manera adquieren una prominencia política mucho mayor que en el pasado. Con ello, llega a su fin, o entra en una profunda crisis, el hasta ahora apenas cuestionado reinado tecnocrático del liberalismo y el neoliberalismo, fuera en su versión de centroderecha o socialdemócrata, en el que el espacio de lo político se reducía a la confrontación elec- toral en torno a cuestiones que no suponían la impugnación de ese orden (Zürn, 2014; Pelfini, 2017). La crisis de 2008, unida a otros riesgos de la globalización, y el ciclo de cambio tecnológico y de transformaciones en los mercados laborales y las relaciones sociales han supuesto incertidumbre y miedo a un futuro que se percibe como amenaza, tanto para las generaciones presentes (pensiones) como para las futuras (empleo y precarie- dad). Algo similar ocurre con las migraciones o el ascenso de la igualdad de género y el reconocimiento de la diversidad social o de condición sexual, que altera las certi- dumbres del orden social tradicional, patriarcal y segmentado por clase y raza. Frente a ello, la gestión liberal y tecnocrática de la globalización no parece capaz de conjurar esa incertidumbre, ni de ofrecer garantías creíbles de protección de la sociedad ante contingencias y riesgos globales (Zürn y De Wilde, 2016; Pelfini 2017, p. 61). Se hunde así la credibilidad de las narrativas de progreso de la posguerra fría y la globalización, tanto en la versión cosmopolita de la socialdemocracia, que se muestra irrelevante y/o inaplicable, como en la variante neoliberal, más arrogante e insensible a la desazón de las clases medias y bajas e igualmente ineficaz (Garcés, 2017, p. 16). Este proceso de politización, contestación y crisis de consensos dominantes ha sido en muchos casos abordado desde explicaciones centradas en la agencia y, particular- mente, en la irrupción de nuevos actores políticos y en la forma como constituyen, orientan o aprovechan el impulso de las preferencias de los votantes o de distintos grupos sociales (Dolezal, 2012; Grande et al., octubre de 2018). De manera general, politización significa que las decisiones colectivas vinculantes se tornan en objeto de discusión pública, pudiendo llegar a definir nuevas líneas divisorias o clivajes políticos. Para Zürn (2014, p. 50), se trata del proceso por medio del cual los poderes que toman 77 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional decisiones y las interpretaciones de los hechos y las circunstancias asociadas a estas son llevados a la esfera política, sea al subsistema político o al espacio político, siendo este último aquel en el que existe comunicación pública, toma de conciencia, movilización y contestación de las decisiones colectivas vinculantes referidas al bien común. Generalmente, esos procesos han tenido lugar en las arenas políticas nacionales, sal- vo en circunstancias extraordinarias, como la guerra. El elemento nuevo que ha traído la globalización sería la politización por parte de los actores políticos domésticos, y en la arena política nacional, de las normas e instituciones internacionales. Ello comporta el debate público y/o la impugnación de decisiones y reglas internacionales o, en su caso, regionales —el caso europeo es evidente— que antes se formulaban en espacios tecno- cráticos o burocráticos ajenos a la esfera pública, con una notable influencia de intereses privados del capital transnacional. De manera más específica, las variaciones en cuanto a la politización de las organizaciones internacionales dependerían, según algunos auto- res, del grado en el que ejercen autoridad y de la legitimidad que ostentan (Zürn, 2014, p. 48). En gran medida, este proceso de contestación fue iniciado en los años noventa por los actores y coaliciones altermundialistas que convergerían posteriormente en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, y parte de la literatura sobre la actuación de estos actores interpretó ese proceso en términos de reacción democratizadora a la reducción del papel, la autonomía y la soberanía de los Estados-nación, como “resistencias a la globalización”, o emergencia de un “nuevo multilateralismo” cosmopolita o contrahe- gemónico “desde abajo”. Pero como señaló Zürn (2014, p. 64), en esa aproximación se obvió o se subestimó otro fenómeno posterior que no encajaba con esas movilizaciones transnacionales: la posibilidad de una politización anticosmopolita, nacionalista y/o de ultraderecha, que encauzó el malestar de los perdedores de la globalización, fuera en términos de empleos, ingresos, estatus y expectativas, o de conflictos socioculturales. Sin embargo, la interpretación de ese proceso de politización y contestación, centra- da en los actores y particularmente en la transferencia de autoridad a las organizaciones internacionales, obviaría otras posibles explicaciones centradas en los cambios de las estructuras económicas y sociales más profundas. En realidad, puede alegarse que la pérdida de autoridad y capacidad de protección de los Estados-nación y las políticas estatales no se debe en muchos casos a que sus competencias hayan sido atribuidas o transferidas a las instituciones internacionales hacia las que entonces se dirigirían los reclamos de la ciudadanía. En realidad, las organizaciones internacionales —incluyen- do la UE— se han mostrado igualmente impotentes y/o son parte de la matriz de polí- tica estatal que se ha extendido con la globalización: aquella que, como señaló Rodrik (2011) en su conocido “trilema”, intentaría, sin éxito, compatibilizar la “hipergloba- lización”, como integración económica profunda; el Estado nación, como locus de la política y la soberanía; y la política democrática, tanto en su dimensión electoral, como en su contenido substantivo de democracia social vinculada a un amplio catálogo de derechos económicos y sociales. A la postre, esta última sería sacrificada en la medida que se situaba la acción estatal en la “camisa de fuerza dorada” de la globalización, en la que la única política económica y de desarrollo posible es aquella que se ajusta a los requerimientos de un mercado global altamente financiarizado. Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 78 Ese diagnóstico no difiere mucho de la definición del “Estado neoliberal” de Cox (1981, p. 144-146) o el “neoliberalismo disciplinario” de Gill (1995, 2008), que se con- figura como nueva forma de Estado en la globalización y de lo que plantea el método de las estructuras históricas. Por ello, sin que exista ninguna predeterminación previa en cuanto a lógicas de causalidad, ese ciclo de repolitización y contestación sería más bien la expresión de la crisis de la globalización como modelo o proyecto hegemónico de orden, tanto en lo referido a su dimensión societal, como en la manera en la que se expresa en el ámbito internacional, a través de las instituciones y normas que rigen los mercados regionales y globales y las relaciones interestatales. Por ello, como ya se ha afirmado anteriormente, en ese escenario de crisis de globa- lización, acontecimientos como el Brexit o el triunfo electoral de Donald Trump —al igual que el covid-19— no pueden ser considerados como meros “cisnes negros” más o menos impredecibles, en el sentido que da a esta expresión Nassim Taleb (2010). Son resultado de factores de agencia —la capacidad de articular discursos y narrativas movilizadoras en los medios de comunicación o en las redes sociales, o el éxito de una campaña electoral—, de actores que protagonizan ese nuevo ciclo de politización y contestación del orden internacional liberal y de la globalización, pero no se explicarían sin otros factores causales de carácter estructural relacionados con el impacto económi- co, social y cultural de la globalización en cuanto a debilitamiento del Estado y de su capacidad para la protección de la ciudadanía y la comunidad, y para el mantenimiento de sus expectativas de bienestar y de derechos económicos y sociales. En términos de agencia, el descontento social generado por la crisis de la globaliza- ción deviene así en crisis de legitimidad de la democracia liberal, que supone un amplio cuestionamiento de las élites y el establishment favorable a la globalización. De esa crisis se nutre el ascenso de nuevos actores de extrema derecha, líderes fuertes, la polí- tica del miedo y el rechazo creciente a las sociedades abiertas. Ese proceso, que expresa una crisis de hegemonía de dichas élites, de nuevo tiene afectos tanto al interior de cada Estado como en el plano internacional. La impugnación de las élites y la crisis de legiti- midad de las democracias debilitan, a su vez, el liderazgo y la posición hegemónica que había mantenido el conjunto de los países avanzados —en particular Estados Unidos y la UE— en el sostenimiento del orden internacional liberal o, en otros términos, en lo que podría interpretarse como el blocco storico en el que se ha basado la globalización. Dinámicas socioeconómicas y reacción sociocultural: factores de agencia y de estructura Entre las causas de ese ascenso, como se indicó, son factores estructurales las di- námicas de cambio social impulsadas por la globalización y el giro que ello comporta en las expectativas de distintos grupos sociales, en particular de las clases medias; y en cuanto a la agencia, hay que destacar el papel de los nuevos actores políticos en juego, que son extraños a las élites y el establishment tradicional, o habiendo sido parte de es- tos, se perciben como ajenos a ellos. En un detallado análisis sobre las causas del auge 79 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional de la extrema derecha, Inglehart y Norris (agosto de 2016) categorizan como fuerzas motrices del lado de la demanda (demand-side drivers) esas causas estructurales. En el lado de la oferta (supply-side drivers) se situarían la actuación, las narrativas y los líderes de la constelación emergente de partidos y dirigentes de extrema derecha. Exa- minemos brevemente unos y otros factores causales y/o impulsores del ascenso de la ultraderecha. En términos de cambio social, como se indicó, la globalización ha sido un fenóme- no de vastas proporciones, comparable quizás a la primera Revolución Industrial, o al advenimiento del fordismo como ciclo productivo tras la Segunda Guerra Mundial. Si bien la globalización ha tenido una capacidad notable en la reducción de la pobreza y la inclusión social de los sectores medios citados, también ha generado mayor desigualdad global, y dinámicas de exclusión y segmentación social que han afectado a otros grupos. Como señalan Milanovic (2012, 2016) y Lakner y Milanovic (2016), en ese proceso, en términos de reducción de la pobreza y distribución del ingreso, cabe identificar claros ganadores y perdedores: pierde el bottom billion, los en torno a mil millones de perso- nas estancadas en la pobreza extrema y el hambre, en su mayoría en África subsahariana y Asia meridional, y las clases medias y los trabajadores de menor cualificación de los países avanzados, que experimentan en mayor medida las consecuencias de un merca- do de trabajo cada vez más dual, con un horizonte de desempleo, precariedad laboral, recorte de derechos e incertidumbre asociada al cambio tecnológico. Ganan las clases medias en ascenso de los países emergentes, que han dejado atrás la pobreza y pueden acceder al mercado de consumo, y la estrecha capa de la población más rica, tanto en los países emergentes, como en los avanzados. Estas brechas globales entre ganadores y perdedores son variables cada vez más relevantes para explicar las diferencias de renta nacionales, y para la conformación y la satisfacción o no de las expectativas individuales y colectivas. Expectativas en ascenso en los países emergentes, que alimentan tanto respuestas individuales —mayor presión migratoria hacia los países ricos—, como colectivas, a través de movimientos sociales que, desde América Latina al mundo árabe, han reclamado mejor gobernanza, políticas públicas más eficaces e inclusivas y mayor protección del Estado. Y en los países avan- zados, el rechazo a expectativas en descenso, en un contexto de recorte de derechos sociales y creciente inseguridad y precariedad laboral. En 2013, las encuestas del Pew Global Research Center (2014) mostraban esa bre- cha: en los países emergentes, la mayor parte de la población afirmaba que la siguiente generación viviría mejor que la de sus padres, pero en los países avanzados la mayoría esperaba lo contrario. Un Eurobarómetro de 2018 también muestra que en el conjunto de la UE el 54% de la población consideraba que la sociedad se había tornado menos igualitaria que treinta años antes y el 84% que el nivel de desigualdad socioeconómica era excesivo (Comisión Europea, abril de 2018). Las encuestas globales de Ipsos-MORI, aunque más sensibles a cambios de corto plazo, también muestran que existe una “divisoria global del optimismo”, en la que las sociedades de la mayor parte de los países emergentes se muestran mucho más esperanzadas que las de los países avanzados, que ven el futuro con aprensión e Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 80 incertidumbre (Atkinson, 2017, pp. 53-59). Esas encuestas muestran que la mayoría de la población mundial piensa que su país no va en la dirección correcta —61% en 2016 y 58% en 2018—, pero esa percepción es más marcada en el conjunto de los países avanzados y en algunos países emergentes, como Brasil o México, mientras que en los casos de India y China la proporción de los “optimistas” llega al 65% y al 94%, respectivamente (Ipsos, 2016, 2018). Una encuesta de Ipsos de 2021 en 25 países confirma esa tendencia: el 57% afirmaba que su sociedad “está rota” y el 57% veía su país “en declive” (Ipsos, agosto de 2021). Ello se relaciona, como se indicará, con un fuerte sentimiento de enajenación respecto de unas élites que habrían capturado el sistema para su propio beneficio. Los indicadores globales de bienestar suponen transformaciones estructurales de lar- go plazo y parecen apuntar a un cambio en el ciclo histórico de longue durée, más que al impacto coyuntural del ciclo económico o la crisis financiera, y ello parece marcar los límites sociales de la globalización. Serían transformaciones equiparables a las que han marcado los grandes cambios sociales que se pueden observar desde el tránsito del Antiguo Régimen a la Revolución Industrial. En el periodo previo a la industrialización, la diferencia entre la renta promedio de los diez países más ricos y los diez más pobres era de unas seis veces. Esa brecha, relativamente pequeña, coexistía con enormes des- igualdades al interior de cada país entre una élite terrateniente y las masas campesinas. La Revolución Industrial significó un proceso de aumento simultáneo de la des- igualdad entre países —en un rápido distanciamiento de Europa y Estados Unidos del resto del mundo— y al interior de los países, con brutales diferencias entre la burguesía y el nuevo proletariado fabril. Al menos durante un siglo de industrialización se con- firmó la clásica hipótesis de Simón Kuznets —representada a través de una curva en forma de U invertida—, que planteaba que en las fases tempranas de la industrializa- ción la desigualdad aumentaba en la medida que se producía el (necesario) proceso de acumulación y reinversión de capital en manos de la burguesía industrial y financiera, cuyo mayor exponente pudieran ser los magnates de la “edad de oro” del capitalismo, altamente oligopolizado, de finales del siglo XIX y principios del XX en los Estados Unidos, con representantes como los Vanderbilt, Rotschild, Carnegie, Mellon, Morgan o Rockefeller. La Revolución Industrial, empero, hizo aparecer un potente movimiento obrero que obligó a introducir desde finales del siglo XIX nuevas leyes laborales, incipientes sis- temas de salud pública y seguridad social, una fiscalidad más progresiva y leyes anti- monopolio. El alcance de estas medidas se amplió en el siglo XX como respuesta de las democracias liberales a las amenazas del fascismo y el comunismo, y en parte como compensación por los enormes esfuerzos impuestos a los trabajadores, verdadera “car- ne de cañón” en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Podría decirse que el alcance del reformismo de posguerra y la democracia social adoptada en los países avanzados y particularmente en Europa occidental fue tal, que dejó al capitalismo irreconocible respecto a sus versiones de entreguerras (Hobsbawn, 1995, p. 275). 81 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional Después de 1945, el espectacular aumento de la productividad generado por el mo- delo industrial fordista y las políticas de demanda keynesianas propiciaron nuevos “pac- tos sociales” basados en la expansión de las rentas salariales y del Estado del bienestar y la protección social. Ello contribuyó decisivamente a la formación de las sociedades de clases medias en el Occidente industrializado, en un círculo virtuoso que relacionaba consumo de masas, crecimiento económico y equidad social, tanto en lo referido a la distribución del ingreso como a una mayor movilidad social, y a la vez permitió integrar a los trabajadores y sus organizaciones en un modelo de democracia social más atracti- vo que el existente tras el ‘telón de acero’. Como se indicó, hubo también un grupo de ‘nuevos países industrializados’ (NIC) que lograron aunar dinamismo económico y equidad social, y algo similar se observó en las experiencias de industrialización tardía de algunos países mediterráneos. En otros países en desarrollo se intentó adaptar este modelo a sus condiciones ‘periféricas’ a través de acuerdos nacional-populares y políticas desarrollistas. Si bien propiciaron la aparición de nuevas clases medias urbanas, estas experiencias de desarrollo no lograron quebrar los condicionantes de las economías primario-exportadoras, y en muchos casos dieron lugar a modelos de crecimiento ‘concentrador y excluyente’ que mantuvieron e incluso agravaron las brechas sociales del orden poscolonial. Este ciclo tuvo dos claras consecuencias en términos de desigualdad. En Estados Unidos, como en otros países industrializados, se produjo lo que Goldin y Margo (1992) denominaron “la gran compresión”, por oposición a la “Gran Depresión” (Noah, 2012): desde los años cuarenta —los cincuenta en Europa—, las rentas de las clases bajas y medias aumentaron más rápido que las correspondientes a las capas más altas y en los años setenta se registraron los indicadores más favorables en materia de equidad en un periodo de cincuenta años. Sin embargo, con la excepción de los NIC, la brecha inter- nacional se agrandó y la diferencia de la renta per cápita promedio entre los diez países más ricos y los diez más pobres llegó a ser de cuarenta veces (Bourguignon, 2012). A la luz de este rápido recorrido por los dos últimos siglos, lo que revelan los datos expuestos en la sección anterior es un giro de proporciones históricas en ambas ten- dencias: aunque continuó empeorando la desigualdad internacional entre Norte y Sur, entre 1945 y mediados de los años setenta del siglo XX se registraron al interior de los países avanzados los mejores indicadores en materia de equidad en los doscientos años que median entre la Revolución Industrial y los primeros años del siglo XXI. Ello fue posible a causa tanto del extraordinario ciclo de crecimiento económico impulsado por el fordismo, como de los pactos sociales que se sustentaron en el aumento de la pro- ducción y la productividad que ese ciclo hizo posible. Como señaló el historiador Eric Hobsbawn, el periodo 1947-1973 no solo representa una “edad de oro” para el capitalis- mo en términos de crecimiento y estabilidad económica —Les trente glorieuses, según Jean Fourastié (1979)—; es también un periodo en el que durante algunas décadas, a mediados de siglo, pareció incluso que se había encontrado la manera de distribuir den- tro de los países más ricos una parte de la enorme riqueza generada en ese periodo, con un cierto sentimiento de justicia (Hobsbawn, 1995, pp. 18 y 22). Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 82 Desde mediados de los ochenta, sin embargo, la globalización significó un visible cambio de ciclo: por primera vez en unos cien años, la brecha entre los países ricos y los países en desarrollo —al menos los emergentes— empezó a estrecharse, pero también comienza lo que Paul Krugman (2007, pp. 124-128) llama “la gran divergencia”: la des- igualdad interna tanto en los países avanzados como en desarrollo, con algunas excep- ciones, experimentó un fuerte aumento (OCDE, 2008, 2011 y 2015; Sanahuja, 2013). A la hora de explicar que las diferencias entre países se reduzcan, como que aumen- ten en su interior, hay que remitirse de nuevo a la “gran transformación”, por utilizar la expresión de Karl Polanyi (2007), que a través de la globalización ha sacudido a la economía mundial desde los años ochenta. La globalización ha supuesto un notable aumento de la escala y el tamaño de los mercados y mayores presiones competitivas, que suponen una creciente disparidad de ingresos en unos mercados de trabajo en rápida transformación hacia una estructura dual: con mayores retribuciones para los trabaja- dores de la “economía del conocimiento”, y caída de las retribuciones, el número y la calidad de los empleos de naturaleza administrativa y/o manufacturera antes asociados a las clases medias. Por otro lado, la incorporación a la economía mundial, en muy pocos años, de más de 1.500 millones de trabajadores de los países emergentes ha incrementa- do la tasa de ganancia del capital transnacional y golpea a la población trabajadora con menor cualificación de los países avanzados, de modo que la somete a la competencia global sin que ya pueda protegerles la regulación estatal. La bibliografía sobre esta cuestión destaca cómo el cambio tecnológico y las bre- chas de cualificación, en un contexto de apertura y globalización, juegan un papel de- terminante en el aumento de la desigualdad. Los procesos de financiarización que han caracterizado a la fase más tardía de la globalización también han jugado un papel relevante, como destacó Thomas Piketty (2014) al señalar la tendencia a una mayor tasa de crecimiento de las rentas del capital que la de la economía en su conjunto —lo que resume con la fórmula r > g— como uno de los vectores impulsores de una desigualdad que de manera creciente se explica por la mayor concentración de la riqueza mundial en quienes poseen más capital financiero. Finalmente, hay que mencionar la tendencia, propiciada por un mercado global más integrado y el cambio tecnológico, a la concen- tración del capital, la oligopolización de los mercados y un modelo centrado en la ex- tracción de rentas monopólicas, que es particularmente visible en las nuevas compañías tecnológicas de alcance global. Pero no menos importante es la erosión de las instituciones que promovieron la equi- dad en el pasado, como la negociación colectiva, la fiscalidad progresiva y las políticas sociales, atrapadas en los confines del Estado-nación y los pactos sociales nacionales, que se debilitan cuando la competencia y los mercados son ya globales. Estos procesos, además, han sido acelerados por la crisis económica que ha supuesto mayor desempleo y recortes sociales, como revela el aumento de las brechas salariales y de la desigualdad visible en las estadísticas internacionales, y a futuro, dudas respecto a la sostenibilidad del Estado del bienestar y los derechos económicos y sociales, menores expectativas de movilidad social ascendente que las que presuponen las sociedades abiertas, y más 83 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional incertidumbre e inseguridad laboral. Surge un nuevo precariado sin expectativas, parti- cularmente para los desempleados de larga duración y los jóvenes, para quienes tienen poco que ofrecer el actual status quo y las tendencias hacia la “uberización” del empleo y una gig economy o ‘economía de los bolos’ o del trabajo esporádico, de ‘falsos au- tónomos’ o cuentapropistas, siempre disponibles, con encargos esporádicos a través de una plataforma electrónica, atomizados y sin protección social. Sería ilusorio suponer que estas transformaciones no tienen implicaciones políti- cas. Dani Rodrik (2011), como antes se mencionó, ha señalado que en el contexto de la globalización los actores estatales enfrentan un “trilema” irresoluble, en el que la globalización económica profunda, el Estado-nación y la política democrática son tres objetivos que no pueden ser satisfechos simultáneamente, y que las únicas políticas posibles combinarían dos de ellos. Desde la Segunda Guerra Mundial, al no existir una integración económica global profunda, el Estado-nación y la política democrática fue- ron compatibles y viables, mediante lo que Rodrik denomina “compromisos de Bretton Woods”. Es el periodo en el que fueron posibles los pactos sociales de posguerra y las políticas económicas keynesianas, a partir de un modelo de producción fordista orien- tado al pleno empleo, el consumo de masas y el desarrollo de los Estados del bienestar. Ya se ha señalado cómo ese modelo, tras la crisis de los setenta, abrió paso a procesos de apertura y liberalización económica que dieron inicio a la globalización. Las crisis fi- nancieras de los años noventa en adelante pusieron de manifiesto que en condiciones de globalización profunda y Estados-nación como locus del poder político, su agencia se debilita y solo parece posible gobernar en función de las exigencias del mercado global, postergando mandatos electorales relacionados con derechos sociales. A partir de 2008, la crisis financiera global actualizó la vigencia de este trilema, es- pecialmente en la zona euro —con la unión monetaria ese trilema es mucho más rígido, al no estar disponibles los instrumentos de la política monetaria— y, particularmente, en los países que, afectados por crisis de deuda soberana, fueron sometidos a duros programas de ajuste tutelados por la troika. Es el caso de la UE, en especial: es difícil que la integración europea como proyecto político pueda perdurar si termina siendo un remedo del peor FMI, imponiendo en nombre de la “austeridad expansiva” ajustes impopulares cuyo coste social anima el ascenso de fuerzas antieuropeas. La UE podrá dominar, pero no convencer, si deja de ser un proyecto autónomo frente a la globaliza- ción; si se convierte en poco más que un instrumento de la disciplina de los mercados, encargado de velar por la estabilidad macroeconómica, y, por ello, con un grave déficit democrático, en términos de su tradicional legitimidad de resultado ligada a la gene- ración de bienestar económico y ciudadanía social y una fuerte crisis de su identidad como modelo de progreso (Sanahuja, 2012, p. 63). Todo lo anterior indicaría, de nuevo, que, como orden mundial, la globalización su- pone un modelo de gobernanza basado en la adaptación de los Estados —sus estructuras económicas, políticas y sociales; sus instituciones y sus pactos sociales nacionales— a los requerimientos del mercado globalizado. Sería una nueva forma de “Estado neolibe- ral”, muy distinto al del periodo del fordismo (Cox, 1981). Se producirá, en particular, Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 84 una amplia “constitucionalización externa” de las reglas que gobiernan los mercados, fuera del alcance de las políticas y los actores nacionales (Gill, 1995), a través de las reglas de la OMC y, en mucha mayor medida, a través de la firma de acuerdos regiona- les de libre comercio y de los relativos a la protección recíproca de inversiones, en una forma de proyección global del ordoliberalismo, que Quinn Slobodian (2018, pp. 12 y 266) denominó “ordoglobalismo”. Los datos referidos al apoyo a la extrema derecha muestran, de manera consistente, el apoyo de sectores que por edad, sexo, nivel educativo o lugar de residencia son o bien perdedores de la globalización o se perciben como tales, o rechazan los procesos de cambio sociocultural y mayor diversidad social que se asocian a la globalización (The Economist, 16 de mayo de 2018). Sin embargo, la explicación socioeconómica, aunque contiene factores causales claves, no bastaría para explicar el fuerte ascenso de esas fuerzas. Höglinger et al. (2012) destacan cómo los debates sobre la globalización no se limitan a las dimensiones socioeconómicas y también incluyen pugnas sobre aspectos socioculturales a través de una serie de enmarcados-tipo preferidos por los distintos actores políticos. Como se mencionó, Inglehart y Norris (agosto de 2016), a partir de encuestas reali- zadas en 31 países, argumentan que otro importante factor estructural es un movimiento sociocultural reaccionario (cultural backlash), especialmente en las generaciones de mayor edad, los hombres blancos y los sectores menos calificados, antes dominantes, y que se resisten a perder su estatus frente al avance de la diversidad cultural y de los valores cosmopolitas de las sociedades abiertas y de la globalización. Esos grupos se- rían particularmente vulnerables al llamado de los populistas de derechas. En el caso de países más tradicionalistas, se generan resistencias de los sectores tradicionales ante el ascenso socioeconómico de las clases subalternas —caso, por ejemplo, de Brasil (Natanson, octubre de 2018)— o la pérdida de estatus de las clases medias tradiciona- les, así como ante el cambio sociocultural hacia sociedades más igualitarias, abiertas y tolerantes con las cuestiones de género e identidad sexual, las minorías o la diversidad social, que amenazan los roles, conductas y valores tradicionales. Resistencias que la extrema derecha se ha apresurado a explotar cuestionando las políticas de inclusión social, lo que denominan la ‘ideología de género’, el matrimonio igualitario, el aborto o la educación sexual en las escuelas. Este sería el caso de algunos países de Europa central, donde el apoyo a la extrema derecha está claramente asociado a posiciones más tradicionales en esos asuntos, en materia de religión, y se observa también un mayor nacionalismo cultural y más rechazo a la población musulmana pese a que su presencia es mucho menor que en otros países de Europa occidental (Pew Global Research Center, 2018). También sería el caso de las elecciones en Costa Rica o en Brasil en 2018, país en el que a ese factor se le suma un reclamo securitario de corte “punitivista”, en palabras de José Natanson (octubre de 2018). Ahora bien, como señalan Norris e Inglehart, la distinción analítica entre factores socioeconómicos y la reacción cultural es artificial, pues ambos están relacionados: 85 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional Si los cambios estructurales en la fuerza de trabajo y las tendencias sociales en los mercados globalizados elevan la inseguridad econó- mica, y si esto, a su vez, estimula una reacción negativa entre los tra- dicionalistas hacia los cambios culturales, no sería una cuestión de si es lo uno o lo otro, sino del peso relativo de ambos y de los efectos de su interacción (Inglehart y Norris, agosto de 2016, p. 3). La fractura generacional, por ejemplo, es clave: las personas entre 18 y 44 años se muestran más proclives a la apertura y al cambio, pero las mayores de 45 son más reacias a aceptar la diversidad social y cultural, rechazan el cambio al asumir que no pueden adaptarse a sus exigencias (Marshall, 2017, pp. 35-37), y son más sensibles a las cuestiones sobre inmigración, “ley y orden”, derechos de las minorías y de las mujeres, o diversidad sexual (Khan, 2017, p. 41; The Economist, 16 de mayo de 2018). En suma, ambos conjuntos de factores serían necesarios para explicar el creciente malestar social y la desafección ciudadana hacia la democracia y los partidos tradicionales, que los nuevos actores de la derecha populista y xenófoba han sabido movilizar y canalizar para ganar peso electoral y poder parlamentario y hacerse con el gobierno de algunos países. Factores de agencia: líderes, discursos, retórica, redes y comunicación Más allá de los cambios estructurales, para entender la pérdida de influencia de las élites dominantes y el declive electoral de los partidos tradicionales es necesario exa- minar los factores de agencia, y en particular, la actuación de una pléyade de partidos y líderes de extrema derecha nacionalista y xenófoba, lo que ofrecen y cómo lo enmarcan, con estrategias y discursos de deslegitimación y de polarización que cabría calificar como “insurgentes” (Dennison y Pardijs, junio de 2016). Aunque algunos de los parti- dos de derecha radical estaban ya activos en los años ochenta, se trata de movimientos que o bien se han redefinido y reposicionado a partir de la crisis, o en muchos casos son de reciente aparición. En su mayoría están desconectados de los fascismos del siglo XX y no responden a esa caracterización, a menudo utilizada por sus oponentes, y en muy pocos casos han tenido experiencia de gobierno. Como han definido Hanspeter Kriesi (2012, p. 108) y Martin Dolezal (2012, p. 134), en el ascenso de estas fuerzas hay que destacar la actuación de verdaderos “emprende- dores” políticos que actúan a través de una lógica en la que cabría identificar tres pasos: el posicionamiento político; la selección o construcción de las agendas, a través de cues- tiones que se caracterizan por su visibilidad y prominencia; y la movilización política a través de la polarización social en torno a esas cuestiones. Para ello, estos actores han sabido generar y difundir potentes narrativas o discursos de movilización y polarización para la movilización social, en muchos casos centradas más en la identidad y en la segu- ridad que en el empleo, pero que han encontrado un terreno abonado en la crisis social y el rechazo al establishment (Greven, mayo de 2016). Esas narrativas tienen varios componentes, que aparecen con distintas formas según las realidades de cada país: Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 86 En primer lugar, son narrativas antiélites de matriz populista contra la clase política, los ricos o los “expertos”, en las que el líder se presenta como alguien ajeno a la “clase” o “casta” política (Mudde y Rovira, 2017, p. 62), que se nutre de la crisis de legitimidad y de la falta de respuestas por parte de dichas élites a los problemas socioeconómicos de las clases medias y bajas. Como señala Pelfini (2017, p. 60), en un escenario de repolitización o de retorno de la política frente al dominio tecnocrático del neoliberalis- mo, cambia la retórica política y resurge lo “bajo” y lo plebeyo como discurso y estilo de liderazgo para simbolizar la cercanía al “pueblo”. Con ese discurso y retórica, que ilustran Trump o determinados líderes de la extrema derecha europea, los brexiteers, o Bolsonaro, en el caso de Brasil, pretende ser “auténtico” y “sin complejo” frente al discurso de las élites y los expertos, y frente a la retórica política convencional y la corrección política. Supone un rechazo a su semántica de tolerancia e inclusión y reco- nocimiento y respeto de la diversidad humana. Un componente clave de estas narrativas es la corrupción, que permite cuestionar al conjunto de la clase política. En el caso de las elecciones en Brasil, el rechazo al PT estaba en buena medida relacionado con el proceso Lava Jato. También son narrativas securitarias frente al terrorismo y la inmigración, que con- traponen al “pueblo”, la cultura y la identidad, así como la seguridad, frente al “otro”, construido como amenaza. Ello se nutre del giro reaccionario, tradicionalista y nativista antes descrito, rechazando la diversidad social y, en ocasiones, adoptando expresiones abiertamente islamófobas y racistas (Bartoszewicz, 2016). En el caso de Brasil y otros países de América Latina, esta narrativa securitaria se refiere a los graves problemas de seguridad ciudadana, frente a los que se recurre, como se indicó, a visiones “punitivis- tas” y políticas de “mano dura”. Particularmente la cuestión migratoria se ha convertido en uno de los principales ejes de tensión a la hora de configurar el campo de juego de la política. En esta se com- binan, quizás como en ninguna otra cuestión, tanto factores socioeconómicos como socioculturales. El rechazo a la migración ha generado uno de los más efectivos discur- sos de movilización de los nuevos actores políticos de la extrema derecha en Estados Unidos, así como en algunos Estados miembros de la UE. En un amplio estudio reali- zado en seis países de la UE, Grande et al. (octubre de 2018) observan un significativo aumento de la politización de la cuestión migratoria desde los años noventa, relacionada más con factores de agencia, como la actuación de partidos “insurgentes” de la derecha radical, que con variables de estructura, como la proporción de población migrante o el nivel de desempleo. Estos factores, siendo relevantes, no se traducirían automática o necesariamente en conflictividad política. Por todo lo anterior, puede decirse que la crisis de los refugiados sirios de 2015 fue, en realidad, una crisis de gobernanza europea, que refleja que la pugna política al interior de la UE se ha subordinado a las narrativas securitarias sobre la inmigración impulsadas por el populismo xenófobo de extrema derecha, sea a través de los gobier- nos de algunos Estados miembros, o de su creciente “normalización” en las posiciones y el discurso de los partidos tradicionales (Sanahuja, 2016; Cecorulli y Lucarelli, 2017). 87 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional En 2018, con una cifra de llegadas de apenas 55.000 personas —muy lejos de las más de un millón de tres años antes—, el grado de polarización al interior de los Estados miembros, y entre ellos y las instituciones de la UE, fue aún mayor. También en 2018, la caravana de migrantes centroamericanos que a través de México se dirige a Estados Unidos, en plena campaña electoral para las legislativas de ese país, se convirtió en una cuestión de ‘seguridad nacional’ que llevó al despliegue de fuerzas militares. En ese contexto, volviendo a la UE, la política migratoria y de asilo y refugio queda reducida a un problema de seguridad y control fronterizo, con el consiguiente riesgo de desna- turalizar y envilecer el proyecto europeo, al estar ese enfoque securitario en contradic- ción flagrante con sus principios, metas, compromisos y obligaciones internacionales en materia de democracia, derechos humanos, y lucha contra la pobreza y la desigualdad. Finalmente, son narrativas antiglobalización, incluyendo la variante euroescéptica, marcadamente nacionalistas y que reclaman políticas proteccionistas frente a las nor- mas de lo que se califica, de manera vaga y confusa, como ‘globalismo’, frente a las sociedades abiertas y los valores cosmopolitas. Como se señala en la siguiente sección, la movilización social y política articulada en torno a estas narrativas ha contribuido a definir un nueva línea divisoria o clivaje político entre los partidarios de sociedades “abiertas” y “cerradas” (The Economist, 30 de julio de 2016), en torno a valores cos- mopolitas o nacionalistas, entre universalismo o particularismo, o entre políticas de integración o de demarcación (Kriesi et al., 2012). En parte, ese clivaje también supone una reedición del más tradicional entre cosmopolitismo y comunitarismo (Zürn y De Wilde, 2016) y se relaciona con las “guerras culturales” e identitarias entre liberalismo y tradición que de manera creciente polarizan el debate social y político, tanto en los países avanzados como en los países emergentes, al calor de los cambios sociales que comporta la globalización (Khan, 2017, p. 39). Dicho clivaje es la variable clave para definir a estas derechas como “neopatriotas” y diferenciarlas de otras derechas radicales o “ultras” (Sanahuja y López Burián, 2020, 2021). En la propagación de tales narrativas y discursos tienen un papel clave unos medios de comunicación más polarizados e ideologizados. Incide también el manejo de las emociones colectivas a través de las redes sociales (Van Wyk, 2-8 de junio de 2017), cuyos algoritmos, basados en las preferencias de cada usuario, tienden a generar bucles cognitivos autorreferenciales que potencian esos discursos y crean una esfera “posfac- tual”. Esa esfera transforma la arena política en muchos países, tornándola más po- larizada e ideologizada y, por ello, la aleja aún más del ideal habermasiano de esfera pública abierta al contraste de argumentos racionales en la que habría de basarse una democracia deliberativa. En una visible paradoja, el aumento de los intercambios de datos que reflejan los indicadores sobre el avance de la globalización coexiste con una Internet más fragmentada, parroquial y cerrada. A ello se añaden las mayores capaci- dades de segmentación y direccionamiento de los mensajes electorales utilizando la minería de datos y la inteligencia artificial, según ilustran casos como los de las empre- sas Palantir o Cambridge Analytica, del grupo SCL, que emplearon datos personales obtenidos de la red Facebook tanto en las elecciones estadounidenses que dieron la victoria a Donald Trump, como en el referéndum del Brexit (Peirano, 22 de marzo de Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 88 2018; Guimón, 27 de marzo de 2018; Hindman, 10 de abril de 2018; The Economist, 22 de marzo de 2018). Frente a estos actores, relatos y dinámicas, las élites dominantes se han mostrado a menudo insensibles e incapaces para reconocer ese descontento, afrontar los problemas sociales y reorientar las políticas que les dan origen. No han faltado voces de alarma, como el diagnóstico anual de riesgos globales del Foro Económico Mundial de Davos, que ha identificado de manera reiterada la desigualdad económica y la polarización política como unos de los más importantes riesgos sistémicos. Wolfgang Münchau (27 de noviembre de 2016) señaló en Financial Times que el establishment al cuidado del orden liberal global parecía estar sumido en un “momento María Antonieta”, ajeno a un sistema financiero fuera de control o a los abusos fiscales de las multinacionales, aban- donando a su suerte a parte de la ciudadanía, insistiendo en políticas irresponsables de austeridad o en relación a la migración, denigrando a los votantes que se inclinan hacia la extrema derecha como meros exponentes de un “voto irracional”, y con todo ello, se enajena su apoyo y se dan alas al ascenso de la extrema derecha. Dicha valoración no es exagerada. Ese cuestionamiento a las élites dirigentes se refleja de manera diáfana en distintas encuestas de opinión de cobertura mundial. Las encuestas antes mencionadas del programa de actitudes globales del Pew Global Re- search Center o de Ipsos registraban una clara división entre el pesimismo reinante en los países avanzados y el optimismo de los emergentes a la hora de afrontar el futuro. Pero esas diferencias Norte-Sur desaparecen en cuanto a la valoración de las élites: datos de 2013 mostraban que el 64% de la población de Asia y de América Latina, el 77% en África subsahariana, el 60% de los estadounidenses y el 78% de los europeos, creían que el sistema económico en su país favorecía a los ricos (Pew Global Research Center, 2014). Nuevos datos de ese centro publicados en 2021 mostraban que en 17 países el 57% de la población reclamaba cambios mayores en sus sistemas políticos y esa demanda era mayor —caso de Estados Unidos, con 85%— allí donde se registraba peor desempeño económico y frente a la pandemia, y mayor polarización política (Wike et al., 21 de octubre de 2021). Las encuestas de Ipsos de 2016 evidenciaron que en promedio el 76% de la pobla- ción mundial consideraba que el sistema económico de su país estaba sesgado a favor de los sectores más ricos y poderosos y no respondía al interés de la sociedad en su con- junto (Duffy, 2017, pp. 21-23). De los 22 países considerados, tanto emergentes como avanzados —aunque con la notable ausencia de China—, la visión menos desfavorable de las élites correspondía a Suecia, con más de la mitad de la población suscribiendo esa visión crítica, y los índices máximos correspondían al 85% de España, el 81% de Brasil y el 94% de México, con los países del G8 muy cerca del promedio mundial. En relación con esos datos cabe mencionar que al inicio de 2018 la corrupción era el mayor motivo de preocupación a nivel mundial, mientras que el desempleo y la pobreza ocu- paban el segundo y tercero, a escasa distancia, y en los dos años anteriores la corrupción se había situado en segundo lugar, por detrás del desempleo (Ipsos 2016, 2017, 2018). Finalmente, el Eurobarómetro de abril de 2018 mostraba que en el conjunto de la UE un 48% de la población consideraba que las decisiones políticas no se aplicaban de 89 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional manera igualitaria y solo un 32% creía lo contrario (Comisión Europea, abril de 2018). Una nueva encuesta de Ipsos (2021) revelaba que, en 2021, el 71% de la población de los 26 países avanzados y en desarrollo opinaba que la economía “estaba amañada en favor de los ricos y poderosos”, y el 68% que los partidos y políticos tradicionales “no se ocupan de gente como yo”. El rechazo a los expertos y la demanda de líderes fuertes “que quiten el poder a los poderosos” se situaba también, en promedio, en dos tercios de la población. A partir de esas variables, Ipsos ha construido un índice de propensión al populismo que muestra valores muy elevados y, en suma, un terreno abonado para actores políticos que se instalen en la retórica “pueblo frente a élite”. América Latina no es ajena a estas tendencias. El ascenso de las clases medias y la reducción de la pobreza de los años anteriores supone sociedades con mayores expecta- tivas y demandas, una creciente insatisfacción ante las barreras que impiden o dificultan el ascenso social y el acceso a la justicia y las instituciones, y rechazo hacia las élites que se han perpetuado en el poder y han capturado el Estado en su beneficio. En la región aparecen también nuevos clivajes políticos —nacionalismo versus cosmopolitismo o ‘globalismo’; homogeneidad versus diversidad social, cultural y de opción sexual; en cuanto a los derechos de las mujeres; pro o anti mercado—, con lo que el conflicto so- cial y político ya no se explica solo ni principalmente a través del eje izquierda-derecha. Por ello, también en esta región se observa una creciente desafección democrática y una amplia crisis de confianza y de representación hacia las instituciones y los partidos políticos, que recogen con claridad las encuestas de opinión. El Latinobarómetro, por ejemplo, reveló que en el conjunto de la región la proporción de personas insatisfechas con el funcionamiento de la democracia aumentó entre 2009 y 2018 del 51% al 72% de la población, el nivel más alto desde los años noventa, para situarse en 70% en 2020 (Corporación Latinobarómetro, 2018, 2021). Estos datos ayudan a entender por qué en América Latina también se observa una creciente fragmentación política, el quiebre de los sistemas de partidos tradicionales, el cuestionamiento a los partidos y élites tradi- cionales —según el Latinobarómetro de 2021, el 73% de la población latinoamericana considera que se gobierna para los intereses de unos pocos— y, con ese telón de fondo, la aparición de fuerzas de ultraderecha neopatriota que se nutren de esos elementos de insatisfacción, así como de la polarización asociada a factores socioculturales, y alien- tan políticas exteriores de impugnación a la integración regional y al multilateralismo con posiciones más conservadoras respecto a la migración, el género y la seguridad, convergentes con las observadas en la UE o en Estados Unidos (Sanahuja y López Burián, 2021). Globalización, nacionalismo y orden liberal: matrices y coaliciones de política internacional La irrupción de estas fuerzas de extrema derecha ha tenido importantes efectos en la política y el conflicto social. Se ha afirmado que, junto a la tradicional división entre Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 90 izquierda y derecha, centrada en ciertos valores y en los conflictos distributivos en el ámbito social y económico, aparece un nuevo eje o clivaje fundamental marcado por las posiciones frente a la globalización, entre cosmopolitismo y nacionalismo, entre ‘glo- balistas’ y ‘patriotas’, o entre ‘abierto’ y ‘cerrado’. Esa división o clivaje reinterpreta o reenmarca los conflictos redistributivos en términos de ganadores y perdedores de la globalización, y los complejiza al introducir elementos de seguridad e identidad. Todo ello fragmenta y reajusta las preferencias de los votantes, supone una amplia reorga- nización del campo de la política y el conflicto social y se proyecta al ámbito exterior (The Economist, 30 de julio de 2016; Inglehart y Norris, agosto de 2016). Ese clivaje aparecería al interior de los países, en la arena política nacional, y también entre países, en arenas de política interestatal regional o global, como en la política europea, entre los europeístas partidarios de la globalización, abiertos y cosmopolitas, y los euroescépti- cos que defienden sus respectivos Estados soberanos y cuestionan los poderes suprana- cionales de Bruselas. Es en el plano internacional, es en cuestiones como la apertura a la globalización, la integración económica, los acuerdos de libre comercio, la política migratoria, los de- rechos humanos o la política exterior y de seguridad frente a viejas y nuevas amenazas como el terrorismo, donde esa división aparece con más claridad, erosionando y/o po- niendo en cuestión el consenso existente en el centro político respecto al internaciona- lismo liberal y los valores cosmopolitas en los que se ha basado la globalización como forma de orden mundial. Ese nuevo clivaje y los alineamientos políticos a los que da origen no son en modo alguno diáfanos y no deberían llevarse demasiado lejos en el análisis: la realidad es compleja y, como se ha señalado, admite múltiples variantes y modulaciones discursi- vas en las que juegan un papel importante las mediaciones, los actores y las circunstan- cias de cada arena política local o nacional (The Economist, 16 de mayo de 2018). En este trabajo esa línea divisoria se asume por su valor heurístico, en tanto elemento que permite modelizar y ordenar el escenario político de cada país, y entre países en rela- ción al cuestionamiento del orden liberal internacional y la globalización como orden hegemónico. En un sencillo ejercicio de modelización, si se cruzan los dos ejes o clivajes —pro y anti globalización, e izquierda y derecha— en un cuadro de doble entrada imaginario, aparecen cuatro cuadrantes, con las grandes matrices de política internacional que, con los correspondientes acentos y mediaciones nacionales y de clase social, edad, etcétera, pueden definir el escenario de la política y el conflicto social en un momento de crisis de globalización, sea en el plano nacional o global, y permiten ubicar los nuevos conflictos surgidos de la repolitización y/o contestación a elementos del orden internacional libe- ral y a la globalización que antes se daban por sentados. De forma simplificada, a modo de modelos de análisis, se presentan a continuación: a. “Davos” o los globalistas de derechas, favorables a la democracia liberal, el libre comercio y la empresa privada: proclives a profundizar la integración económica 91 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional global y partidarios del status quo de la globalización. Su más clara expresión es el “globalismo” u “ordoglobalismo” ideológico y normativo (Slobodian, 2018) de las élites transnacionales vinculadas a la empresa y las finanzas globales reu- nidas en el Foro Económico Mundial de Davos. Su expresión política se sitúa en el centro derecha y entre los sectores centristas de la socialdemocracia europea —ambas fuerzas, por ejemplo, apoyaron conjuntamente en su momento el TTIP en el Parlamento Europeo— y los sectores más moderados del Partido Demócra- ta en Estados Unidos. Cuentan con el fuerte apoyo doctrinal de los organismos financieros internacionales. . Su base electoral se encontraría en los sectores urbanos más cultivados y pu- dientes, más internacionalizados, así como en segmentos de la clase media vin- culados al sector formal de la economía y los servicios, con intereses en la libre movilidad de factores, más intensivos en conocimiento y, por ello, relativamente más protegidos frente al libre comercio. . Desde la crisis global, los partidos que se alinean con “Davos” experimentan un marcado retroceso electoral, aunque en algunas regiones como América Latina, con Macri o Temer, hayan podido tener un resurgimiento relacionado con el fin del anterior ciclo de gobiernos progresistas. Frente al ascenso de los naciona- listas, estos actores, como se indicará, están tratando de articular nuevas coali- ciones a favor de la globalización, pero condicionadas por procesos electorales internos y presión de las fuerzas de derecha en ascenso. b. “Porto Alegre” o los “globalistas progresistas”, que incluyen a sectores de la iz- quierda cosmopolita que han planteado la necesidad de regular la globalización a través de normas regionales o globales que protejan los derechos humanos, laborales y sociales y el medio ambiente —por ejemplo, a través de una concep- ción de ‘ciudadanía global’ respetuosa de la diversidad, o de la agenda global de desarrollo sostenible—, y con una regulación inclusiva de la inmigración basada en el reconocimiento de derechos. . Para ello han promovido un regionalismo avanzado, con organizaciones regio- nales fuertes o un ‘nuevo multilateralismo’ para la gobernanza justa e inclusi- va de la globalización. Socialmente son también expresión de clases medias y medias-altas urbanas y cultivadas, vinculadas al sector servicios, con mayor presencia de jóvenes y mujeres. Doctrinalmente se basarían en los aportes del altermundialismo y en lecturas pluralistas del cosmopolitismo neokantiano, que por ello han estado alejadas de otras lecturas utilizadas para sustentar el univer- salismo occidental (De Sousa, 2005). . Incluye a los sectores progresistas de la socialdemocracia, a otras fuerzas de izquierda, a ONG globales, como Oxfam, y a movimientos como Occupy Wall Street o Welcome Refugees, a través de las coaliciones transnacionales organiza- das en su momento en torno al Foro Social Mundial de Porto Alegre. Estuvieron en alza en los años 2000 como movimientos sociales, y en menor medida en términos electorales. Desde 2008 están en franco retroceso. Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 92 c. “Atenas” y “Caracas”, o los soberanistas y “desglobalizadores” de izquierda, que agrupan fuerzas antieuropeas y antioccidentales —Syriza en Grecia o, du- rante un periodo anterior, los movimientos ‘bolivarianos’ agrupados en torno a la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América—, así como movimien- tos sociales y ambientalistas que reivindican la autogestión y las economías loca- les. Radicalmente contrarios a la globalización, identificada con neoliberalismo, al libre comercio y a la actuación de las multinacionales, rechazan también, por su carácter hegemónico, las normas e instituciones internacionales. En la estela de la crisis registran pequeños avances en algunos países desarrollados, pero retroceden en otros lugares, como América Latina. d. Washington, Brasilia, Moscú, Delhi y (con matices) Beijing constituirían ya un grupo de ‘nuevos patriotas’ que representan una derecha soberanista y nacio- nalista, y en la UE, profundamente euroescéptica (Dennison y Pardijs, junio de 2016). Con una retórica contraria a la liberalización económica y, en ocasiones, a la gran empresa y las multinacionales, son tradicionalistas en materia de cul- tura, prácticas sociales y género, así como en materia religiosa; más sensibles a la “política del miedo” asociada al terrorismo islámico o la delincuencia común; recelosos de la diversidad social y contrarios al multiculturalismo, en mayor o menor medida nativistas, xenófobos, antiinmigración, y a veces, abiertamente islamófobos. . Sus líderes elegidos serían una expresión de nuevas formas de “cesarismo” y habrían surgido de una crisis de hegemonía. Socialmente, agrupan a perdedores, reales o autopercibidos, de la globalización, como clases medias y medias bajas afectadas por el desempleo y la desindustrialización, y/o sectores rurales y de mayor edad que rechazan el cosmopolitismo y el multiculturalismo. En el caso de China, defensores de un sistema social que ofrece empleo, orden y seguridad a cambio de libertades y conformidad social. . En su visión del mundo y de la política exterior, con distintos matices, son mar- cadamente nacionalistas y cuestionan la sujeción a normas e instituciones mul- tilaterales y a los acuerdos globales sobre desarrollo sostenible o cambio climá- tico. En la defensa del interés nacional, en clave geopolítica, prima la seguridad, aunque para alcanzarla oscilan entre el aislacionismo o retrenchment y la política de poder de matriz hegemónica. . Además de la extrema derecha de Europa y en Estados Unidos, el nacionalis- mo de Vladimir Putin en la Federación rusa, de Erdogan en Turquía, o en otros países en desarrollo, las nuevas fuerzas de derecha nacionalista, como Jair Bol- sonaro en Brasil, y algunos grupos evangélicos en alza en América Latina son representativos de esta tendencia. Como se ha señalado, se trata de las fuerzas políticas más dinámicas, en términos de agencia, y están claramente en ascenso. En ocasiones, algunos partidos políticos se encuentran divididos entre dos de estas matrices y presentan distintas modulaciones de esos discursos (Dennison y Pardijs, 93 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional junio de 2016). Sería el caso de la socialdemocracia europea, escindida dentro de cada país y entre países: entre “Davos” o el ordoliberalismo, por un lado, y el cosmopolitis- mo progresista, por otro; puede alegarse que dicha escisión es una de las razones de su crisis. También sería el caso de los demócratas en Estados Unidos, entre los partidarios de Hillary Clinton y de Bernie Sanders. En la derecha nacionalista en ascenso también hay diferencias importantes entre, por ejemplo, los brexiteers, abiertamente liberales, que desean ver de nuevo al Reino Unido “rigiendo las olas” y surcando en solitario los mares del libre comercio; el neoliberalis- mo descarnado que proclama Paulo Guedes, ministro de finanzas en el gobierno de Bol- sonaro en Brasil; el más proteccionista Frente Nacional francés; o la más ambivalente o errática posición que ha tenido Estados Unidos con Trump. Algunos actores oscilan entre una u otra de estas matrices: es el caso de China, que apuesta por la globalización económica y al tiempo impulsa un desarrollismo tecno- crático marcadamente nacionalista que sin embargo es bienvenido en un Davos más neoliberal que democrático. Este país, además, tiende a formas más autoritarias, como ilustran las reformas constitucionales de marzo de 2018 y la concentración del poder en Xi Jinping, y con ello se aleja de la apertura democrática que según el clásico ‘libreto’ liberal debía ser el resultado final de su desarrollo capitalista. Estas líneas divisorias también han sido conceptualizadas y modelizadas de otras maneras. Para Grande y Kriesi (2012, p. 3) pueden ser definidas, por ejemplo, en tér- minos de integración versus demarcación. Estos autores combinan esa divisoria con el par intervencionismo-liberalismo, lo que daría como resultado cuatro combinaciones con las correspondientes coaliciones políticas resultantes: los cosmopolitas intervencio- nistas (verdes, socialdemócratas, sindicatos, entre otros); los nacionalistas intervencio- nistas (populistas de extrema derecha, comunistas y socialistas de izquierda); los cos- mopolitas neoliberales (partidos liberales, democristianos, conservadores, asociaciones empresariales, entre otros); y los nacionalistas neoliberales (populistas de derechas procedentes de antiguas fuerzas liberales y democristianas). En estos cuatro grandes grupos o coaliciones se estarían produciendo movimientos, tanto en la derecha neoli- beral como en la izquierda cosmopolita, para reposicionarse ante el mayor atractivo y la capacidad de movilización de las propuestas más intervencionistas y nacionalistas (Grande y Kriesi, 2012, p. 22). Esta conceptualización, sin duda sugerente y con un alto valor analítico para el examen de las posiciones y coaliciones en política interna o en la UE, es sin embargo menos diáfana a la hora de explicar los realineamientos en política exterior y en torno a las normas e instituciones del orden internacional, por lo que no se ha considerado en este análisis. De igual manera, la arena política europea y el proceso de repolitización y polariza- ción sociopolítica en torno a la integración europea supone marcos y narrativas especí- ficos. En algunos casos, la integración europea se configura como aproximación o proxy del debate más amplio sobre la globalización —la “Europa que protege, empodera y defiende” de Juncker o Macron, así definida como narrativa para contrarrestar otras visiones o narrativas de la UE como “cárcel” o tecnocracia neoliberal, antidemocrática, Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 94 o uniformizadora—, pero también establece líneas de fractura y relatos específicos que organizan las posiciones de política exterior (Hutter, Grande y Kriesi, 2016). Sería también el caso del debate sobre las causas de la crisis de la eurozona y las políticas a aplicar, expresado a través de fábulas morales de ‘cigarras y hormigas’; esto es, de países virtuosos, productivos y ahorradores del Norte, y países despilfarradores y viciosos del Sur, que reapareció en la discusión en julio de 2020 sobre el fondo de recuperación de la UE frente al covid-19. Como afirmó en su momento el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloen, en una infundada, tosca y machista declaración pública, esos países no pueden pedir ayuda europea después de haber gastado el dinero en “alcohol y mujeres” (Pérez, 22 de marzo de 2017). Es quizás el renovado liderazgo europeísta de Macron el que encarna de manera más directa esas contradicciones, con un compromiso globalista que, sin embargo, se ve lastrado por la oposición interna a la apertura y el libre comercio, sea la más tradicional del sector agropecuario, la de la ex- trema derecha o la que ha brotado desde finales de 2019 con la revuelta de los chalecos amarillos y que anuncia futuras resistencias a la transición ecológica, si esta no es una transición justa. Con todo lo anterior, la UE puede tener difícil mantener sus valores e identidad como “potencia normativa” y su papel como pilar del internacionalismo liberal. Según Mark Leonard, quedaría atrás la visión universalista de una UE cosmopolita con vo- luntad de transformar el mundo conforme a sus valores, mientras se da paso a una UE basada en una nueva narrativa e identidad excepcionalista y defensiva —“una fortaleza kantiana en un mundo hobbesiano” (Leonard, agosto de 2017, p. 5)—, que reserva para sí sus logros sociales y políticos, que busca “autonomía estratégica” y da prioridad a sus propios intereses y a la protección de su ciudadanía ante un mundo hostil y renuente a ser reformado. Conclusiones y perspectivas Los procesos de contestación social y política que sustentan el ascenso de la ultra- derecha y el nacionalismo parecen estar afectando más a los países avanzados que a los países emergentes, pero se trata de un ciclo global que muestra una creciente sincroni- zación. La elección de Trump en Estados Unidos, o de Bolsonaro en Brasil, en parti- cular, muestran que más allá de acentos y mediaciones nacionales existe una tendencia global de ascenso de fuerzas nacionalistas y de extrema derecha que se configura como revuelta contra el orden internacional liberal, contra el establishment que lo respalda. A modo de “giro Polanyi”, con ello emergen demandas de protección socioeconómica y sociocultural frente a la globalización, y se rechazan los elementos socioculturales que caracterizan a las sociedades abiertas y en cambio. Esos procesos nacionales, al proyec- tarse al plano internacional vía gobiernos, debilitan en mundo de Davos; es decir, el de las élites transnacionales que han sostenido la globalización y la integración regional, y minan el liderazgo que habían mantenido los países ricos, y en particular Estados Uni- dos y la UE, en el sostenimiento de la globalización y del orden internacional liberal. 95 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional Como se señaló al inicio de este capítulo, la crisis del covid-19 es “una crisis dentro de otra crisis” y ha agudizado y acelerado en muchos aspectos una crisis más amplia de globalización ya en curso. Si el mundo ya se encontraba en un “interregno”, en el sentido que daba Antonio Gramsci a esta expresión, la pandemia ha acentuado sus contradiccio- nes y ha expuesto de manera aún más clara los límites económicos, ecológicos, sociales y políticos de la globalización. De igual manera, ha acelerado tendencias de cambio ya presentes en la economía política global y en las relaciones internacionales. Por ello, la pandemia puede interpretarse como una coyuntura crítica: un punto de inflexión en el que las estructuras económicas, sociales y políticas se ponen en cuestión; un momento histórico en el que se amplían las fronteras de posibilidad para la acción colectiva y la conformación de un nuevo modelo social, económico y político; en el que el devenir histórico se muestra abierto y hay distintos futuros posibles, y puede decantarse en una u otra dirección en función de la correlación de fuerzas y las luchas sociales. La crisis de la globalización es, también, una crisis de hegemonía y por lo tanto de gobernanza eficaz y legítima, que se expresa tanto al interior de cada Estado como en el plano internacional. A través de cambios de gobierno o de su desplazamiento a la derecha se observa una clara tendencia en las políticas exteriores a la adopción de posi- ciones nacionalistas, menos cooperativas y con menor capacidad de afrontar los riesgos globales. Estos cambios no significan necesariamente el cierre abrupto de ese ciclo his- tórico. Más de cuatro décadas de integración económica a escala global y regional no desaparecen de un día para otro y, más bien, adoptarán nuevas formas con la revolución digital. En ese escenario, el ascenso de las fuerzas de extrema derecha, su impugna- ción del orden liberal internacional y sus proyectos geopolíticos, comportan una clara erosión del entramado de normas e instituciones, presentes y futuras, necesarias para la gobernanza del sistema internacional, y cuestiona cualquier proyecto cosmopolita orientado a la necesaria reconstrucción del contrato social y la afirmación de una nueva narrativa de progreso humano para el siglo XXI, como la que representa la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible. Como coyuntura crítica, el covid-19 hace posibles propuestas de política económi- ca y social que solo unos meses antes parecían inviables, hasta el punto de plantearse nuevas formas de relación entre el Estado, el capital, el trabajo y la sociedad, en favor de un nuevo contrato social que también abarca a las generaciones futuras y la sostenibili- dad de la vida en el planeta. Ese es el sentido, por ejemplo, de las propuestas de política económica y social de la nueva Administración Biden en Estados Unidos, o del Pacto Verde Europeo en la UE, que, si bien se formuló antes de la pandemia, ha recibido un fuerte impulso con la financiación del programa Next Generation EU aprobado en julio de 2020 como estrategia de recuperación a corto plazo y de transformación estructural a largo plazo de la UE (Sanahuja, 2021). No se trata solo de una estrategia sectorial de descarbonización y lucha contra el cambio climático. Con el Pacto Verde, la Unión trata de impulsar un nuevo modelo económico basado en la transición ecológica, que aliente un ciclo de inversión, transformación productiva, crecimiento y empleo orientado a la sostenibilidad. Con ello, la UE parece asumir que la economía política global ya ha entrado en una nueva fase de repliegue de las cadenas de suministro y desglobalización, Desorden mundial: ¿pospandemia y transición? 96 centrándose en la reconversión productiva y un patrón de crecimiento y creación de empleo que, sin renunciar a las exportaciones, estará más basado en su propio mercado interior. El Pacto Verde o el programa económico de Biden, que pese a sus naturales diferen- cias comparten muchos de estos elementos, no son proyectos ecosocialistas, pero tam- poco pueden reducirse a puro ‘transformismo’ para perpetuar el neoliberalismo. Tienen vocación transformadora a largo plazo y pueden verse como el intento de reconstruir el consenso socialdemócrata y democristiano, con el apoyo de los partidos verdes y del liberalismo centrista, a través de la asunción de su agenda ambiental y su llamado a defender lo común, hasta hace pocos años situado en los márgenes del debate político y económico dominante, y con un renovado compromiso con la lucha contra la des- igualdad y la protección de la sociedad, que de otra manera se dejaría en manos de una ultraderecha que no ha dejado de crecer. Hace noventa años, en otro ‘interregno’ y otra crisis de carácter sistémico del orden liberal, el New Deal transformó el capitalismo y las sociedades democráticas, dando cabida a derechos sociales antes inéditos que permitieron reconstruir el contrato social y las relaciones de confianza entre la ciudadanía y las instituciones democráticas. Estos nuevos pactos, en Europa, en Estados Unidos, en cada país y en el marco multilateral, pueden estar llamados a jugar ese papel histórico. 97 Crisis de la globalización e interregno: raíces societales y factores de agencia en la impugnación del orden liberal internacional Referencias Atkinson, S. (2017). The Optimism Divide. En Ipsos, Global Trends 2017. Fragmentation, Cohesion, Uncertainty (pp. 53-59). Londres: Ipsos. Avishai, B. (21 de abril de 2020). The pandemic isn’t a Black Swan but a Portent of a More Fragile Global System. The New Yorker. Babic, M. (2020). Let’s talk about the interregnum: Gramsci and the crisis of the liberal world order. International Affairs, 96(3), 767-778. Bartoszewicz, M. G. (2016). Festung Europa: securitization of migration and radicalization of European Societies. Acta Universitatis Carolinae. Studia Territorialia 2, 11-37. Beck, U. (2002). La sociedad del riesgo global. Madrid: Siglo XXI. Beck, U. (2008). La sociedad del riesgo mundial. 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